Las Mujeres Al Poder

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JOSÉ CEDENA

Sainetada de sainetes
que quedará aderezada
cuando tú los interpretes
teatro
Las mujeres al poder
PERSONAJES

SAN PEDRO
CUSTODIO
EVARISTA
EVANGELINA
RUPERTO
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VOZ DE DIOS
SAINETADA DE SAINETES

(Se abre el telón lentamente, mientras suena música gregoriana.


Todo el decorado es blanco y azul celeste, lo que, unido al humi-
llo que flota por todo el escenario, configura un ambiente celestial.
Un gran cartel en el centro sitúa la acción. En él se puede leer
en letras grandes: «BIENVENIDOS AL CIELO». Sentado
en un sillón azul celeste o blanco, en una actitud tan cómoda
como informal, está San Pedro leyendo un libro y partiéndose
de risa. Por la derecha aparece el ángel Custodio, que se queda
sorprendido al verle riendo con tantas ganas. Tiene la mítica
estampa de los ángeles: pelo rubio ensortijado, alas blancas y
túnica azul celeste. Trae unos papeles en la mano).

CUSTODIO: Pero bueno, San Pedro, ¿qué lees que te


ríes tanto?
SAN PEDRO: Un libro de sainetes de José Cedena, que
nos los trae su ángel de la guarda y me parto el culo
con la vieja Lisarda, ja, ja, ja…
CUSTODIO: No fastidies, San Pedro, que esa raja la
tenéis de nacimiento.
SAN PEDRO: Joer, ángel Custodio… Que no te enteras,
jodío. En la Tierra es una forma de decir que da
mucha risa.
CUSTODIO: Aaah… Y yo qué sé, si a mí me hizo Dios
para custodiar y no he salido de aquí.

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JOSÉ CEDENA

SAN PEDRO: ¿Querías algo?


CUSTODIO: Que ya están aquí los terrestres que pi-
dieron audiencia.
SAN PEDRO: ¡Qué pesaos! Dan más guerra que toda
la creación junta.
CUSTODIA: ¿Quién les atiende por fin?
SAN PEDRO: Yo qué sé. El departamento de reclama-
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CUSTODIO: Pero ¿no se lo has preguntado a Dios?
SAN PEDRO: No, no…
CUSTODIO: (Extrañado). ¿No…?
SAN PEDRO: Que no, Custodio, que no… No le he
querido molestar por si estaba durmiendo la siesta,
que luego se cabrea.

(De pronto se escucha la voz grave de Dios. Pedro se sobresalta).

VOZ DE DIOS: ¡Perico, que te oigo! Vaya vicio que


tienes con negar.
SAN PEDRO: Jolines, Dios, qué sustos pegas.
VOZ DE DIOS: ¿Por qué lo niegas…? Si me lo has
preguntado y te he dicho que los atendías tú.
SAN PEDRO: Jolines…, Señor, que ya sabes que a mí
los terrestres me cabrean mucho porque no hay
quien haga carrera de ellos.
VOZ DE DIOS: Pues te armas de paciencia. He dicho
que les atiendes tú.

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SAINETADA DE SAINETES

SAN PEDRO: Pero ¿por qué yo…? ¿Por qué no les


atiende el departamento de reclamaciones, que se-
guro que vienen a protestar por algo?
VOZ DE DIOS: Porque tú impones más con esa fama
que tienes de cortar orejas. A ver si puede ser que se
enmienden un poquito.
SAN PEDRO: (Moviendo la cabeza, con resignación). Es
que…, vaya chapuza que hiciste con el hombre,
¿eeeh…?
VOZ DE DIOS: Ya lo sé, Pedro, ya lo sé. Una mala
tarde la tiene cualquiera.
SAN PEDRO: Jolines, Dios, pero tú eres infalible…
VOZ DE DIOS: Ya lo sé, Pedro, ya lo sé…, pero tú no
te imaginas lo que cansa hacer un mundo. Estaba
ya agotado, deseando terminar, era lo último…,
y me salió mal, lo reconozco. Pero, venga, no te
enrolles y a lo tuyo. Corto.
SAN PEDRO: (Con resignación). Pues nada, venga, que
sea lo que Dios quiera… Nunca mejor dicho.
CUSTODIO: (Entregándoselo). Toma, San Pedro, el
dossier.
SAN PEDRO: (Echando un vistazo al informe). Buuuf…
Y encima españoles.
CUSTODIO: (Con guasa). ù65-Ą),65-*Ą)&-85d /35
españoles y mucho españoles», como decía uno de
por allí que no me acuerdo cómo se llama.

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JOSÉ CEDENA

SAN PEDRO: Diles que pasen, ángel Custodio, anda,


diles que pasen. Hay que joderse…, siempre me toca
bailar con la más fea.
CUSTODIO: Con la más fea no…, con el más feo. Son
un hombre y dos mujeres. Él es un adefesio pero
ellas dos están bien buenas. (Extrañado). ¿Y vas a
bailar con ellos?
SAN PEDRO: No, hombre, no, Custodio. Es un decir.
CUSTODIO: Aaah… ¿También de la Tierra?
SAN PEDRO: También, Custodio, también. Diles que
pasen, anda.
CUSTODIO: Ok. (Sale por la derecha).
EVARISTA: (Asomando las dos mujeres por la derecha).
¿Se puede…?
RUPERTO: ( Justo detrás de ellas, muy temeroso, mirando
a todos lados con la boca abierta, claramente aturdido).
¿Da usted su permiso…?

(Custodio entra detrás y se queda en la entrada).

SAN PEDRO: Adelante, adelante. Sentaos, por favor.

(Cada uno coge una silla blanca de las que hay por allí y se
sientan; ellas a un lado de San Pedro y él al otro. Efectivamen-
te, como dijo Custodio, ellas están de muy buen ver, al menos
Evarista, pero él tiene una pinta de lo más grotesca. Aparte de
feo, es calvo, viste traje y corbata y lleva los pantalones muy

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subidos, lo que les da un aspecto muy cómico. Evarista va muy


bien arreglada, pero Evangelina viste más informal; su aspec-
to, así como su argot, es más de «pasotilla»).

EVARISTA: Gracias.
EVANGELINA: Gracias, tronco.
RUPERTO: (Absolutamente acobardado). /"-5!,-
cias, Dios.
SAN PEDRO: No, hombre, no. Yo soy San Pedro. El
jefe no está para estas menudencias.
RUPERTO: Aaah… ¿San Pedro…, el que negó a Jesús
tres veces?
SAN PEDRO: (Algo avergonzado, sin querer reconocerlo).
No, no…
EVARISTA: ¿El que cortó la oreja a aquel hombre…?
SAN PEDRO: No, no, no…, ese es otro San Pedro.

(De nuevo se oye la voz grave de Dios, asustando a los tres, sobre
todo a Ruperto, que hace tal aspaviento que hasta se cae de la silla).

VOZ DE DIOS: ¡Periiico…, no niegues! ¡Vaya vicio con


negar, macho!
SAN PEDRO: (Rectificando). Bueeeno…, sí, soy yo, el
de la oreja.
RUPERTO: (Más impresionado y atemorizado aún, mi-
rando y señalando con el dedo hacia arriba, mientras se
incorpora, tragando saliva). ¿Ese… era… Dios?

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JOSÉ CEDENA

SAN PEDRO: Sí, ese era el jefe, sí, que está en todo el
tío. No se le escapa una.
RUPERTO: O sea… ¿Que es verdad que Dios existe…?
SAN PEDRO: Hombre, claro.
RUPERTO: ¿Y también es verdad eso de que está en
todas partes, entonces…?
SAN PEDRO: ¡Vamos!
RUPERTO: (Fascinado). Y ¿cómo se apaña?
SAN PEDRO: Yo qué sé…, no sé cómo, pero se las
apaña.
RUPERTO: (Sigue mirando a todas partes, anonadado, sin
poder dar crédito aún a lo que está pasando). ¿Y esto….
es el cielo…?
SAN PEDRO: (Mientras hojea el informe). Sí, hombre,
sí…
EVANGELINA: Qué cansino el menda.
RUPERTO: (Buscando con la mirada). ¿No será todo esto
una cámara oculta?
SAN PEDRO: Noooo….
RUPERTO: (Aún no muy convencido, relatando, boquia-
bierto). Así que… es verdad que existe Dios... Si es
que esto no es una broma, claro.
SAN PEDRO: Pero bueno…, ¿a qué vienen tantas du-
das? ¿No eres tú Ruperto? Aquí pone que eres muy
creyente, de los de misa diaria y golpes de pecho…
RUPERTO: Nos ha jodío, por si acaso. Es que eso del
fuego eterno y eso del llanto y el crujir de dientes

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SAINETADA DE SAINETES

acojona mucho. Pero no se crea usted que lo tenía


yo muy claro.
EVARISTA: Si estos son unos fariseos, San Pedro.
EVANGELINA: Ya te digo… A Dios rogando y con el
mazo dando.
SAN PEDRO: O sea, ¿que tú eres de los de mucho
golpe de pecho y mucho rezo y luego a putear al
prójimo?
RUPERTO: Bueno, un poco… Pero luego siempre me
confieso, ¿eeeh…?
EVARISTA: ¿Lo ves, San Pedro…? Fariseo.
RUPERTO: Pues como se entere el hijo del jefe, que
andará por ahí, con la manía que los tiene, te la
ganas…, que ya sabes la pelfa que les pegó en el
templo…
RUPERTO: No les haga usted caso, que a estas mujeres
no les gusta más que malmeter.
SAN PEDRO: Y no me llames de usted, hombre, que
aquí no andamos con esos formalismos.
RUPERTO: Ah, vale. Si yo era por respeto.
SAN PEDRO: El respeto se demuestra de otra manera,
no con tanto formalismo. Bueno…, a ver qué es lo
que queréis.
EVARISTA: Pues nosotras venimos en representación
de las mujeres para presentar nuestras quejas por
tanta injusticia y tanta marginación que sufrimos
con respecto a los hombres.

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