Formación de Docentes Reflexivos

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SCIENTIAMERICANA, Revista Multidisciplinaria

Volumen 3 Número 2, 2016

Formación de docentes reflexivos para el arte educativo


Training reflective teachers for art education
1
Myrian Celeste Benítez González

Artículo Recibido: 09/06/2016


Aceptado para Publicación: 10/07/2016

Resumen: El presente artículo indaga las condiciones necesarias para la formación de


docentes reflexivos para el arte educativo, dado que dicha praxis contribuye a la
humanización de la enseñanza. La formación de educadores reflexivos es un proceso
individual y colectivo, que comienza en la formación inicial y se prolonga durante toda
la tarea profesional. El acto reflexivo es un desafío permanente para los docentes, los
ayuda a contextualizar el proceso enseñanza aprendizaje, vinculándolo con los factores
socioculturales, religiosos y políticos que lo determinan.

Palabras clave: formación, docentes reflexivos, arte educativo.

Abstract: This actual article talks about the main conditions to shape reflective teachers
for educational art and considering that, all practices contributes to humanize purposes
teaching. The education and formation of reflective teachers is a process individual and
collective, that begins in the primary formation and that goes through all the
professional work. The reflective act is a constant challenge and could actually be
permanent for teachers. This process helps to contextualize the procedures of learning,
having in mind all the social, cultural, religious and political matters.

Keywords: training, reflective teachers, educational art

Introducción
La sociedad del siglo XXI está atravesando por un proceso de transformaciones
sociales, políticas, religiosas y culturales, cuyos efectos se perciben en forma latente,
porque emergen y condicionan a todas las instituciones, entre las cuales está de manera
muy particular la institución educativa. A partir de esto, surgen nuevos paradigmas para
la educación, que plantean desafíos innovadores al quehacer docente e interpelan a las

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Máster en Gestión y Planificación Educativa; Catedrática de Idioma Extranjero - Italiano, de la
Universidad Nacional Villarrica del Espíritu Santo - Facultad de Ciencias de la Salud; Evaluadora y Vice
Directora del Colegio María Auxiliadora de Concepción. Doctoranda en Educación con Énfasis en
Gestión de la Educación Superior por la Universidad Nacional de Asunción. Sus líneas de investigación
abordan temas de gestión del conocimiento en la modalidad b-learning y en la formación docente.
[email protected]
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casas de estudios, como portadoras privilegiadas para la humanización de las personas,
a resignificar sus procesos de formación, de tal manera a satisfacer las demandas de la
sociedad moderna, teniendo como mediación a los docentes, cuya tarea es orientar y
capacitar a los estudiantes para crecer en la actitud crítica y reflexiva.

Acepciones del acto de reflexionar

Reflexionar implica una atención con carácter cognoscitivo, es un estado de la


mente, un estado de la conciencia que hace que la persona esté consciente de su vida,
de los valores que posee, para autoevaluarse y evaluar la bondad de sus actos; además,
le da el sentido de la realidad donde se encuentra y de su propio actuar.

Según Dewey (1989, 21-25) el pensamiento reflexivo consiste en darle vueltas


a un tema en la cabeza y tomárselo en serio con todas las consecuencias. Es el examen
activo, persistente y cuidadoso de toda creencia o supuesta forma de conocimiento, a la
luz de los fundamentos que la sostienen y las conclusiones a las que tiende. Esta
concepción de la reflexión es muy pertinente para el docente actual, en el marco de un
proceso de renovación profesional con avance vertiginoso de los saberes.

La reflexión es un acto de conciencia que marca la diferencia entre las personas


y los demás seres de la naturaleza; implica despojarse de pre conceptos ya
establecidos, para abrirse a los nuevos aprendizajes que se encuentran alojados en el
interior de uno mismo. Se la puede comparar con el frondoso tajy del Paraguay, árbol
noble y colorido que se desprende de todas sus hojas, pero conserva su esencia, la raíz
y el tallo, para despuntar en amalgamas de colores y teñir de alegría por todos los
rincones de la tierra guaraní.

Reflexionar durante la acción implica preguntarse qué pasa o qué va pasar, lo


que se puede innovar, lo que se necesita innovar, distinguir cuál es la mejor estrategia,
qué horizontes y qué decisiones hay que tomar, qué compromisos implica, qué riesgos
hay que correr. Sin embargo, reflexionar sobre la acción conlleva tomar la propia
acción como “objeto de reflexión”, sea para compararla con un modelo prescriptivo,
sea para explicarlo o para hacer una crítica (Perreneud, 2010, pp. 30-31).

Así, el educador reflexivo está llamado a cultivar el criterio objetivo y el


pensamiento crítico, que lo ayuda a valorar las situaciones que vivencia día a día en el
aula frente a lo prescrito, de tal manera a reorientar la praxis pedagógica de modo
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justificado, en base al análisis de lo ocurrido, para abrir el paso al desarrollo de la
metacognición, consciente de lo realizado y de cómo ha calado en ello.

La profundidad del pensamiento reflexivo es el estado de duda, vacilación,


perplejidad, dificultad mental donde se origina el pensamiento, un acto de indagación,
de búsqueda, de investigación, para hallar el material que resuelva la duda, la solucione
y elimine la perplejidad (Bárcena, F. (1994,138). El acto reflexivo se sustenta en
hechos reales, hace alusión a un acto ético cuando se relaciona con la dignidad
humana, y es estético y técnico cuando resulta útil y ayuda a mejorar la calidad de
vida.

Lo esencial del pensamiento reflexivo es evitar que la primera impresión guíe el


actuar; implica buscar pruebas adicionales, otros datos, que desarrollen la sugestión, la
confirmen o la haga evidente. De ahí que el proceso reflexivo busque el ajuste
continuo y las consecuencias de las propias acciones.

Para Perrenoud, P. (2004, 42) “Un enseñante reflexivo no cesa de reflexionar a


partir del momento en que consigue arreglárselas, o sentirse menos angustiado y
sobrevivir en clase”. Por ende, el profesor reflexivo está en una dinámica permanente
de revisión de las gestiones que realiza, de los métodos que implementa para la
práctica y de la evaluación procesual del aprendizaje.

Toda acción en el ser humano y a favor del mismo, supone una idea determinada
de él. Dicha acción entenderá llevarlo a realizar aquello que se tiene preconcebido y
responde a ese determinado proyecto.
Formación de docentes reflexivos

Diseñar propuestas que incorporen la formación de educadores reflexivos


constituye todo un desafío; para dicho proceso es habitual encontrar que la importancia
de la profesión radica en transmitir conocimientos, desarrollar habilidades y destrezas.
Sin embargo, en el enfoque humanista, el profesor se forma en un plano
tridimensional, vale decir, cómo se ve a sí mismo, cómo percibe las situaciones en las
que se encuentra y cómo interaccionan ambos tipos de percepción. Es así como alcanza
un comportamiento que le ayuda a poner de manifiesto lo que ocurre en su interior.

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El proceso de formación de los educadores es una etapa amplia y compleja, por
tanto, es pertinente incluir dentro el currículo la formación a la reflexión, de tal
manera a promoverla como una habilidad significativa y dinámica, que los ayude a
estar capacitados “para el uso del resultado de reflexiones que contribuyan a la mejora
y diseño de actividades de aprendizajes” (Freire, 2002, p 9).
Es de señalar que para formarse en el arte de la reflexión docente se necesita
transitar por ciertos itinerarios fundamentales, como se ilustra a continuación:

para ajustarlos al contexto


3. Argumentar o sustentar desde educativo, recrearlos con la
el saber teórico aquello que se ha experiencia y utilizarlos en la praxis
observado y cuestionado en la
práctica,

que conduce a un proceso de


2. Ejercitar el cuestionamiento, investigación y a la búsqueda de la

que conduce al estado de duda, verdad


como fuente de identificación
de los errores o aciertos,

para llegar al
proceso reflexivo
profundo
1. Desarrollar el hábito de
observación sistemática de
la propia práctica,

Figura 1: Itinerario para formarse en el arte de la reflexión docente


Elaboración propia, 2016

El acto educativo, para que impacte y apasione, requiere que el docente suscite el
pensamiento reflexivo que conducirá al estudiante a un discernimiento, cuyo resultado
será el acto ético y estético. Para dicha travesía es necesario considerar una serie de
características o atributos.
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Según Yepes Stork, R. (2003, 53-56), el proceso educativo comporta una serie de
características como:

- Infinitud: el pensamiento es infinito, es insaturable. No tiene límites para


agotarlo.
- Alteridad: se puede captar un conocimiento de una forma estimativa por la
experiencia o a través del intelecto.
- Mundanidad: el pensamiento hace posible percibir una pluralidad de cosas dentro
de un mundo.
- Inmaterialidad: el pensamiento no es materia, por esto puede superar la
temporalidad.
- Sensibilidad: el pensamiento se origina en la imagen mediante la abstracción o
aprehensión; elabora juicios y razonamientos.
- Universalidad: lo que los hombres pueden compartir es lo racional, considerando
que racional significa universal. La presencia de la razón en el ser humano es lo
que explica la necesidad de convivir con otros.
- Reflexividad: el sujeto se conoce a sí mismo como sujeto, como yo. La
inteligencia es reflexiva; por ende, la reflexividad permite la contemplación del
propio pensamiento, hace consciente de los actos personales, porque es la
conciencia la que hace a los actos de los hombres propiamente humanos.

La tarea de construirse como persona reflexiva, se da en los jóvenes, en lo


habitual, con la participación de los adultos. Para ello es necesario el vínculo cercano y
paciente de los educadores, que con profundo amor les acompañan, les escuchan, les
enseñan y les guían.

Los procesos mencionados ayudan al docente a estar en condiciones de proponer


acciones innovadoras, para solucionar las inquietudes planteadas y buscar la forma más
pertinente para llevarlas a la práctica; es la manera como se relaciona la teoría con la
práctica y abre el horizonte para la ejecución de lo ya planeado. La reflexión sobre las
prácticas pedagógicas es la vía adecuada, que abre el camino para una evaluación
sistemática de las acciones emprendidas. Aunque la acción no es un elemento de la
reflexión, conviene que se realice junto a ella, porque ayuda a modificar la práctica.

Según Schön, 1992, 89, el profesor es “alguien que se sumerge en el complejo


mundo del aula para comprenderla de forma crítica y vital, implicándose afectiva y
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cognitivamente en los intercambios inciertos, analizando los mensajes y redes de
interacción, cuestionando sus propias creencias y planteamientos, proponiendo y
experimentando alternativas y participando en la reconstrucción permanente de la
realidad” educativa. De esta manera, el docente reflexivo es en un profesional capaz de
lidiar con las situaciones inciertas y desconocidas que se le presenta en el proceso
enseñanza aprendizaje.

Chomsky, N. (2007, 18-19) señala, que un grupo considerable de docentes


poseen una imagen moral e intelectual bastante devaluada, porque son partícipes de un
modelo que impide el pensamiento crítico e independiente. Dicho autor demanda el
desarrollo de “un enfoque crítico de la educación”, considerando que un auténtico
servicio público y general proporcionaría técnicas de autodefensa. De esta manera,
“Una compresión crítica que enlace el significado del mundo se constituye en un
requisito previo para alcanzar una percepción más clara de la realidad” de tal manera a
que se convierta en un verdadero “servicio público y general”, porque el actual modelo
educativo dificulta el razonamiento reflexivo.

Villalobos y Cabrera (2009, 151), distinguen 3 niveles básicos de reflexión: a.


Un nivel inicial centrado en las funciones, acciones o habilidades docentes, donde
generalmente se consideran los episodios de enseñanza como eventos aislados; b. un
nivel más avanzado que considera la teoría y los principios educativos de la práctica
actual; y c. un nivel superior en el cual los docentes examinan las consecuencias éticas,
sociales y políticas de su enseñanza a la luz de los fines y propósitos de la educación.

El nivel de reflexión de los docentes no solo incidirá en un mayor aprendizaje


de los estudiantes sino además incidirá en la toma de decisiones para el propio
desarrollo profesional.

Se evidencia entonces que la formación de educadores reflexivos es


fundamental, no sólo para recuperar la identidad profesional, sino también para
enriquecer la práctica pedagógica a través de “la reflexión sobre la propia experiencia”
(Zeichner, 1993, p. 17), recreando de esta manera la vivencia en el aula.

Los principios de procedimiento que guían el diseño de las estrategias


formativas, según (Margalef, 2005, 389-402), son: a. Implicación y participación; b.
generar interés, despertar inquietudes, aprender a auto-motivarse; c. partir de la
resolución de los problemas que les preocupan; d. aprendizaje relevante; e. aprendizaje

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autónomo, crítico y cooperativo; f. interdisciplinariedad y, f. reflexión de la propia
práctica. Para ello, también es necesario que desarrolle las habilidades metacognitivas,
que lo ayudarán a interrogar, analizar, conocer, evaluar y modificar su propia práctica
docente desde un punto de vista educativo, didáctico, personal, ético y social.
Por otro lado, se vislumbra la necesidad de la reflexión, el análisis y la
producción de conocimientos sobre la docencia universitaria; ello implica “un marco
teórico que respete la multidimensionalidad, la multicausalidad, la incertidumbre y la
interdisciplinariedad” (Iborra, A., Canabal, C., Margalef, L., 2006, 76). Además,
comporta cambios profundos en el desarrollo de las propuestas formativas, que
respondan a las nuevas funciones y finalidades de la universidad.

Altet, (2008, p. 48), señala, que los docentes han adquirido sus conocimientos
profesionales "sobre el terreno, en acción, por sus propios medios, a través de su
experiencia, y estos conocimientos les parecen esenciales". La atención de esta
afirmación insta a que los procesos de formación de los docentes en ejercicio partan de
su tarea profesional, y opten por la reflexión constante sobre la misma, para
evidenciarlas hacia el exterior y para que sean pensadas y expresadas; luego de este
proceso será factible el cuestionamiento y la intervención pedagógica.

Por todo lo señalado más arriba, se evidencia que formar un docente crítico
supone enfrentarlo no sólo a sus creencias sino también a las razones últimas que
justifican las acciones que realiza y a los motivos que pueden estar en la base de esas
razones (Brawn y Crumpler, 2004).
Así, un programa de formación del docente universitario necesita integrar
diversas estrategias basadas en la indagación, la práctica reflexiva y el desarrollo
profesional como actitud. De esta manera, el actor educativo implementará en su praxis
habitual metodologías que favorezcan el aprendizaje autodirigido, reflexivo, crítico,
duradero e interactivo.
De la reflexión a la humanización del aprendizaje

El docente del nuevo escenario educativo, está llamado a reflexionar sobre su


praxis educativa, para aportar elementos de mejora que ayuden a potenciar las
capacidades cognitivas, sociales y psicológicas del estudiante. Lo cual implica
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flexibilidad, capacidad para tomar decisiones sin prejuicios, anteponerse y rectificar a
tiempo las falencias en pro de la optimización del aprendizaje.

Según Freire (1990, 37,100), el hombre pierde sus miedos y se va constituyendo


en conciencia de sí mismo y del mundo en manos humanas, que trabajan y transforman
el mundo. Para dicho autor, existir con calidad humana es pronunciar el mundo y al
mismo tiempo transformarlo; “los hombres no se hacen en el silencio, sino en la
palabra, en el trabajo, en la acción”. Adoleciendo de su palabra, el hombre se
automatiza, y por ende se deshumaniza.

Es de evidenciar que el docente reflexivo está capacitado para reflexionar en


medio de la acción sin necesidad de interrumpirla; una novedad inesperada en la
dinámica del aula daría lugar a un proceso de reflexión. Entonces, un buen profesor
mostraría una alta capacidad para integrar la reflexión en la acción en una tranquila
ejecución de su tarea (análisis de Pozo, et al. 2006, p. 84, sobre la propuesta de Schõn).

En cada proceso reflexivo, el docente genera un espacio investigativo, que lo


conduce hacia cambios sustanciales en la teoría y en la práctica de la disciplina. Dicho
resultado lo ayuda a tomar conciencia de sí mismo, de sus acciones, fortalezas y
debilidades, del contexto mismo donde se desempeña; lo cual se reconocerá por sus
logros como sujeto activo de la educación.

Cuando se humaniza la educación, también el docente se siente a sí mismo más


humano, por ende, humaniza su tarea al reconocer al otro como humano también. Para
Savater (2008, 15-15), el “aprendizaje humanizador tiene un rasgo distintivo que es lo
que más cuenta de él”, en ese sentido, “lo propio del hombre no es tanto el mero
aprender como el aprender de otros hombres, ser enseñado por ellos”, el docente es “la
vinculación intersubjetiva con otras conciencias”. La acción docente humaniza al joven
cuando logra que éste desarrolle a plenitud su pensamiento y su libertad, para
fructificar sus relaciones con los demás en la vida cotidiana.

Según García Hoz (1998,40), la persona “se constituye sobre la conciencia de sí


misma y de lo que tiene a su alrededor. Si un quehacer educativo no llega hasta la
conciencia del sujeto que lo hace se queda en la mitad del camino”. Al propiciar el
docente la reflexividad, se apropia del conocimiento y motiva a los estudiantes a ser
gestores de sus propias experiencias y de sus propios procesos de aprendizaje, de esta
manera contribuye a la humanización de los jóvenes. Se puede afirmar entonces que si
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los educadores enseñan a pensar a los educandos para que éstos lo hagan por sí mismos,
la sociedad tendrá un futuro más esperanzador y con calidad humana.
El docente reflexivo, mediador, investigador y crítico, es el gran transformador
del aprendizaje, que para ejercer la acción transformadora necesita revisar a fondo sus
relaciones con el conocimiento y analizar los desaciertos en su práctica docente (Barrón,
2009, 76-87).

Grisales & González (2009, 77-86) señalan la necesaria relación entre el saber
sabio y el saber enseñado, vale decir, entre la producción del conocimiento y su
enseñanza, que no es otra cosa que la reelaboración del vínculo investigación-
docencia, que conduce al actor educativo a asumir ese papel reflexivo e investigador,
para desempeñar un nuevo rol en la Sociedad de la Información y el Conocimiento, el
rol de facilitador, de mediador, trascendiendo el de simple transmisor de contenidos
que históricamente ha asumido y que, a pesar de tanto debatirse, sigue dominando la
escena docente.

Conclusión

El arte educativo es complejo, no es un acto aislado, requiere de profesionales en


diálogo e interacción permanente, entre las gestiones pedagógicas que realiza y las
teorías que va construyendo, fruto de las lecturas reflexivas de sus propias acciones.
Dicha experiencia lo ayuda a hacerse más humano y a perfeccionar y humanizar sus
intervenciones.
De esta manera, la reflexión sobre la acción docente abre caminos para
reorientar el propio quehacer de modo justificado, para valorar lo realizado frente a lo
prescrito, de tal manera a definir su viabilidad a partir de la observación de lo
acontecido, lo cual estimula la metacognición.
Desde esta contextualización, se puede inferir que emergen hoy día muchas
expectativas que mueven al docente a ser crítico, reflexivo, a ver y concebir la realidad
educativa desde otros ángulos, percibiendo posiciones encontradas en el cómo analizar
el hecho educativo, abarcando un horizonte multicultural y por ende multidimensional.
De aquí nace la fuerte y firme convicción del compromiso y responsabilidad
personal en la autoformación constante, permanente y progresiva. Vale decir, una
capacitación nacida de la propia experiencia en el quehacer diario, en confrontación con
su labor educativa y su relación con el medio ambiente, social y cultural, en el esfuerzo
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empeñativo de crecer como persona en relación a otros educadores que compartan los
mismos ideales, favoreciendo la calidad del servicio educativo

Por todo lo expuesto se subraya la necesidad de formar docentes reflexivos, con


nuevas competencias y con mayor capacidad crítica, para enfrentar con éxito los
desafíos que le presenta la educación actual, de tal manera a impactar en forma
significativa en la intervención educativa.

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