Epistemologia de La Cultura
Epistemologia de La Cultura
Epistemologia de La Cultura
3. EL SABER Y LA CULTURA
Una idea de saber puede referirse a toda situación objetiva como subjetiva, tanto teórica como
práctica. En este sentido juega un papel conectivo con el conocimiento. Provee el
reconocimiento de las dimensiones de la realidad en la que estamos situados.
La aprehensión de la realidad por medio de la cual ésta queda fijada en un sujeto, expresada,
transmitida a otros sujetos, sistematizada e incorporada a una tradición nos lleva a la cultura
(Reale, 1998). El modo de situar la aprehensión es en la experiencia, cúmulo de vida sumergida
en la cultura, que luego se constituye como conocimiento de tal manera que retrata infinitamente
sus surcos o relieves vitales. Esto es, el contenido de la experiencia basado en el conocimiento.
Una memoria petrificada como forma de operación de la experiencia para las generaciones
futuras y presentes.
Aquí lo que importa es su efecto gradual en los distintos ámbitos del mundo. La práctica y la
teoría devienen en contenido más que en condición de la experiencia. A este tipo de saber que
arranca o proviene de los confines de la cultura puede nombrarse como saber-dialógico. Lo
contrario a este tipo de saber sería un saber-discernir como teoría del conocimiento. El saber-
discernir trata de una configuración sobre la episteme. Significa la búsqueda de la esencia o de
una substancia. A la par arroja un entender sobre las cosas y un demostrar. Incluso ha dado
paso a la teoría de la ciencia posterior a su desprovisación metafísica que la marcó en sus
inicios y durante el inicio de la Modernidad.
Episteme que comprende la necesidad de la cosa en el raciocinio y en la argumentación
(silogismo y lógica del raciocinio). Desde un punto de vista ontológico es un más allá del
discurrir: lógica de los principios o bien principios efectivos de la realidad. El mero ser queda
desbordado por un llegar a ser y el saber es descubrir cómo algo ha llegado a ser lo que es,
cómo se ha constituido (Heidegger, 2011). Desde Fichte se recalca esta idea situada desde una
lectura sobre los posicionamientos metafísicos según Heidegger (2011); la interpretación está
en que la filosofía es ciencia. Se trata de una tesis de principio que concede lo concordante.
Implica a su vez una doctrina de la ciencia en tanto que es necesaria, y lo es como disposición
natural. Una derivación significativa de esta tesis es la discusión lógica de dónde procede el
objeto; este hay que desarrollarlo desde la esencia de la propia ciencia. ¿Qué idea concluyente
podemos recuperar de esto dicho? Vale la pena citar la interpretación que nos brinda Heidegger
(2011, p. 176):
1. Prioridad del procedimiento, es decir, del saber en cuanto tal, que primero
se determina y puede determinarse lo que puede saberse, para de este modo
determinarse a sí mismo por completo.
2. El objeto de la filosofía. Lo objetual de este saber.
3. ¿Adónde tiene que haberse llegado para que se haga posible un planteamiento así en
el propio saber?
Podemos sostener que el saber y la cultura implican una mutua relación en tanto define una
diversidad axiológica de las prácticas como resultado normal y esperable a partir de la
naturaleza misma de las prácticas y del hecho que necesariamente se desarrollan en medios
específicos que varían unos de los otros. Esto explica la diversidad cultural como
interculturalidad, es decir, la variedad de representaciones, creencias, normas y valores que
guían las prácticas de diferentes grupos de seres humanos en contextos distintos.
La cuestión sería que la cultura desde estos miramientos no ha tenido un papel dentro de un
esquema del saber-discernir; y el saber general más bien nos aproxima a las dimensiones de
las prácticas culturales y otras dimensiones necesarias para la comprensión de los contextos
colonizados. Walsh (2009) ha indicado que es necesario retirar críticamente las capas
colonizadoras de la Conquista además de la dominación del Estado moderno y sus instituciones.
4. UNA EPISTEMOLOGÍA DE LA
INTERCULTURALIDAD
La idea de que cualquier conocimiento, incluido el científico, se configura en las prácticas de los
sujetos. Esta afirmación no es de toda novedosa dentro de los círculos académicos. Fornet
(2011) y Olivé (2004) han discutido la posibilidad de abrir las interpretaciones de las ciencias
sociales con otros tipos de categorías con la posibilidad de interactuar el conocimiento de las
ciencias y de las humanidades. Una de estas categorías es la diversidad cultural que atraviesa
en buena medida a los discursos políticos, culturales y educativos.
Ahora bien, planteamos que la diversidad cultural requiere de un análisis hermenéutico. Esto
es, el saber cómo un acto continúo de cultura y de la intricada conformación de la conciencia
permite reconocer las vivencias, experiencias y, sobre todo, el diálogo entre diferentes e iguales.
Estas prácticas son epistémicas (generados de conocimiento) que cuentan con una estructura
axiológica que configura la vida emocional de los sujetos (experiencia y vivencia). Pero, la
noción cultural también va más allá de una continuidad entrelazada por los pormenores de la
acción y de la conjugación de las ideas en las sociedades y grupos humanos. Según Velasco
(2011) desde la perspectiva moderna, la diversidad cultural además de ser un derecho básico
de todo ciudadano y de toda persona es una condición necesaria para la autonomía y
autenticidad de las personas y los pueblos, ya que el sentido de sus vidas depende de la visión
del mundo que sustente. A su vez, la autonomía de las personas constituye una condición
indispensable para la auténtica vida democrática, pues a partir de las diferencias culturales,
ideológicas, religiosas, etc., de los individuos se forman los consensos republicanos y se
establecen las leyes que sustentan el orden justo. Desde esta perspectiva sin diversidad cultural
simplemente no puede existir libertad democrática plena y más aún, no puede haber vida
política. Sobre todo, posibilidad de incentivar el despliegue del saber experiencia y vivencial.
Así pues, a diferencia de la concepción liberal, una perspectiva republicana no para ni subsume
jerárquicamente el mundo de la cultura respecto al orden político, sino por el contrario, todo
orden social justo y toda democracia debe reflejar la diversidad cultural propia el pueblo o nación
correspondiente; a diferencia del liberalismo, una concepción republicana no da prioridad a lo
justo sobre las concepciones comprensibles o sustantivas del bien sino que los considera
interdependientes, o en todo caso, se invierte la jerarquía a favor de lo cultural.
En esta estrecha relación entre diversidad cultural, nación y Estado, son tan importantes los
acuerdos que establecen consensos como los acuerdos que establecen disensos en el mundo
de la cultura y en general en el seno de la sociedad civil. La traducción política de los consensos
generales y los disensos parciales ha de expresarse con base en el reconocimiento de las
autonomías locales (comunidades, pueblos o incluso nacionales) en arreglos federales. Aquí es
dónde podemos ubicar ciertos intersticios de una epistemología de lo intercultural
entendiéndose como diversidad cultural. Además de la valía propiamente política de la
diversidad cultural también hay que destacar una valía epistémica de la pluralidad de
concepciones sustantivas del bien y de la justicia, sin prejuicio de que estén basadas en un
conocimiento científico, filosófico, religioso, cosmológico o de otro tipo. En la Modernidad se ha
dado una jerarquía epistémica a priori al conocimiento científico (comentada al principio) y
tecnológico en detrimento de otros tipos de conocimiento comúnmente llamados tradicionales.
Este prejuicio es especialmente grave en la esfera de la política, como bien lo han señalado
autores tan diferentes como Oakeshott (2000), Habermas (1993) o Gadamer (1986), pues
implica una anulación de la participación ciudadana y en general de la vida democrática.
Si reconocemos la valía epistémica de la pluralidad de conocimientos, incluyendo desde luego
los tradicionales, tendremos que aceptar un principio de equidad entre ellos. Tal principio
promovería un diálogo intercultural entre diversidad de saberes que contribuiría al desarrollo
racional y objetivo de la pluralidad de conocimientos en beneficio de la sociedad. Esta relevancia
epistémica calificada de hermenéutica de lo intercultural no está desvinculada de su relevancia
política, sino que la complementa y refuerza, pues el respeto a la diversidad de saberes no solo
responde al reconocimiento de los derechos de inclusión y reconocimiento de grupos sociales
y culturales, sino además es en sí mismo una virtud epistémica. Desde esta perspectiva, el
multiculturalismo (Gutiérrez, 2006), por ejemplo, al asumir un principio de equidad epistémica
no postula a priori, como lo hace el liberalismo, una concepción privilegiada que garantiza la
racionalidad de cierto tipo de conocimiento (el científico o filosófico) sobre cualquier otro, sino
que ubica los mismos criterios de racionalidad y en general de validez epistémica en el seno
mismo del debate intercultural.
MacIntyre (1999) ha desarrollado conceptual e históricamente el estrecho vínculo entre
racionalidad epistémica y justicia al analizar la dinámica de las tradiciones culturales y políticas
a través de confrontaciones dialógica con otras tradiciones:
Las concepciones de la racionalidad y de la verdad en cuanto incorporadas en la investigación
constituida por la tradición se oponen a los relatos contemporáneos de los criterios cartesianos
y hegelianos de racionalidad (…) El tipo de justificación racional que reciben es a la vez
dialéctico e histórico, se justifican en la medida en que en la historia de esa tradición se hayan
defendido adecuadamente al responder al proceso de interrogación dialéctica (MacIntyre, 1999,
p. 345).
En la modernidad la postulación de cierta concepción universalista de la racionalidad o de una
episteme y de cierta visión también universalista de la cultura, además de la justicia, han surgido
y se han desarrollado conjuntamente. En otras palabras, el racionalismo y el liberalismo
modernos son dos caras de un mismo proceso civilizatorio que se ha vuelto hegemónico en
detrimento del humanismo, y especialmente, de un proceso dialógico entre los grupos y
sociedades. El conflicto entre la visión intercultural a favor del reconocimiento y preservación de
la diversidad cultural y de su significación política, y las tradiciones etnocéntricas de la
racionalidad se ha manifestado a lo largo de la historia moderna en épocas y momentos
decisorios. En especial y de manera dramática esta confrontación se manifestó al inicio de la
Modernidad con la conquista y dominación española sobre América. A nuestro entender en ese
tiempo surge el humanismo republicano y multiculturalista iberoamericano (Gutiérrez, 2006) que
preserva su relevancia hasta la actualidad.
Para empalmar la noción de una epistemología de lo intercultural con lo dicho anteriormente
pensamos que una serie de interpretaciones culturales sobre las realidades sociales diversas
tendrían que partirse de conceptos formulados y desarrollados por la atadura del contexto
histórico que les precede, y que en algún grado importante los condiciona a seleccionar ciertos
objetivos y proyectos y no otros, que atañen a lo que tenemos por valiosos.
O sea, hay una diversidad de lenguajes desde los cuales se pueden conceptualizar diferentes
objetos, hechos, procesos, emociones, etc. Habrá lenguajes desde los cuales se exprese un
tipo de conocimiento que en otros no es posible formularlo de la misma manera; incluidos los
diferentes lenguajes y conocimiento científicos. Puede ocurrir también que a partir de ciertos
lenguajes se genere conocimiento de mayor dimensión. Que haya alternativas de lenguajes
para explicar, por ejemplo, el equilibrio de un ecosistema, significa que hay diferentes formas
de conocer y describir en qué consiste ese equilibrio. Kitcher (2001 citado por Gómez, 2011, p.
33) nos dirá: “En la medida en que intentamos describir, predecir, explicar la naturaleza somos
inevitablemente selectivos”.
El dar una interpretación del equilibrio de un ecosistema en nuestro lenguaje significa describir
ese proceso en relación con las prácticas y propósitos que son valiosos en nuestra forma de
vida. El impacto de las primeras constituye y transforma nuestras condiciones de existencia.
Así, según las prácticas sociales de un grupo será el mundo en que sus integrantes vivan y el
conocimiento que generan acerca de él. Por ejemplo, un grupo que conciba a los ecosistemas
sagrados, vivirá en un mundo diferente, lo conocerá y apreciará de modo distinto y sus
miembros desarrollarán capacidades diferentes –v. gr., capacidades de supervivencia– a
quienes vivan en una ciudad. El conocimiento que genere cada grupo dependerá pues, de sus
creencias, prácticas, necesidades, capacidades, valores y deseos respectivos. Por eso, para
acceder a ese conocimiento, al menos parcialmente, es necesario comprender estos elementos
integrados en un complejo de valores y emociones que constituyen a quienes lo han generado
y que mantienen con el aprecio propio de su forma de vida.
Hacia dónde conduce todo lo dicho sobre el saber cómo categoría importante para nuestra
propuesta de una epistemología de corte intercultural. Puede destacarse cuatro líneas de
reflexión que sumariamente dan pie a lo cultural: la tradición cultural, la subjetividad, los
procesos de socialización y el sentido de la existencia. En la tradición cultural puede
comprenderse la historicidad que implica apropiación de contenidos posibles sobre la
experiencia del mundo, la necesidad de vivir lo indeterminado. Conduce a un proceso expresivo
de lo colectivo (comunidad). En la subjetividad encontramos el reconocimiento y proyección
histórica de la individualidad y colectiva. Para los procesos de socialización se indica los
espacios de intercambios naturales y conflictuados; esto es pensar a las sociedades modernas
como sociedades pluriétnicas.
Cada una de estas reflexiones para una forma de pensar lo intercultural desemboca en una
filosofía sobre la existencia que reúne los anteriores tópicos en la intermitente orientación de los
deseos, creencias, valores, conocimientos y necesidades. Todo esto proyectado a las
comunidades indígenas nos lleva a replantear los procesos de la investigación especialmente
la educativa y la forma de construir mediaciones políticas tomando en cuenta la presencia de
los otros.