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Un hallazgo imprevisto
En una de las salas que alojan la excelente colección de vasos griegos del Museo
Arqueológico Nacional de Madrid, una vitrina alberga un conjunto de figuras de ba-
rro cocido con formas animales. En ese grupo exquisito se encuentra una pequeña
terracota que representa un delfín sobre las olas que aún conserva intactas unas pin-
celadas de pintura roja. El reverso, menos cuidado, tiene un asa y debajo un pequeño
recipiente para recoger el líquido que entrará en el interior por cinco agujeros y fluirá
después por la boca del cetáceo. Ningún letrero indica la procedencia, pero sin lugar
a dudas es una pieza hallada en Melilla. 1 Esta constatación ha sido meramente casual.
En su ya clásico Melilla Prehispánica R. Fernández de Castro señala que fueron
remitidas unas ánforas y otras cerámicas al Museo Arqueológico Nacional en 1904 y
1908; el interés por ellas me llevó a encontrar en dicha institución la preceptiva copia
realizada con papel carbón de una carta de 1905 remitida al Presidente de la Junta
del Puerto pidiendo precisiones sobre las condiciones del hallazgo de las piezas que
recién habían ingresado en el Museo. Se enumeran nueve en el escrito, casi todas
ellas eran similares a las que se conservan en el Museo de la Ciudad, ánforas, jarras,
brazaletes de cobre, etc., menos la que se relaciona en cuarto lugar: “un vaso en forma
de delfín”, que es el que a continuación se localizó entre las otras figuras de animales
expuestas (Fig. 1).
Aunque luego penetraremos en su significado y en el pensamiento de quienes qui-
sieron que alguien fuera al “Más Allá” acompañado por este peculiar recipiente cerá-
mico, en estas primeras líneas incidiremos en los valores simbólicos del hallazgo. El
primero de ellos que quisiera destacar es que ha sido hasta ahora una pieza “invisible
aunque a la vista de todos” que al fin podemos hacer perceptible en su contexto
histórico-arqueológico, algo que no podemos decir de un número indeterminado pero
importante de vestigios desaparecidos durante el siglo pasado que jamás podremos
rescatar ni analizar. La pieza forma parte destacada también del primer episodio que
empezó a desvelar el pasado púnico de la ciudad, el descubrimiento de la necrópolis
del Cerro de San Lorenzo, acontecimiento que tuvo la virtud de darle consistencia
1 Sala XVII, vitrina nº 2, temporalmente ocupada por la exposición “Seres híbridos”, que ha desplazado
las piezas de la exposición permanente a los depósitos.
Fig. 1. Vaso plástico en forma de delfín procedente de la necrópolis del Cerro de San
Lorenzo. Foto MAN. nºinv. 20.279.
material y confirmar una sospecha que se abría paso por el análisis combinado de tex-
tos, toponimia y unas rarísimas monedas con leyenda púnica: Rusaddir se encontraba
bajo la ciudad de Melilla.
Más que los hallazgos de 1904 a los que corresponde esta pieza, los cuales segu-
ramente no vio Rafael Fernández de Castro, fueron los de 1908 los que despertaron
en él “el irrefrenable deseo de proseguir la búsqueda de nuevos motivos de orden
histórico o arqueológico”, 2 realizando después excavaciones, estableciendo con pul-
critud de notario el registro arqueológico de la necrópolis y procurando el milagro de
la conservación de los ajuares que constituyeron el germen del museo ciudadano. Un
legado que Miguel Tarradell dio a conocer a la comunidad científica (Fig. 2).
1997, es el año de la formación de un grupo de investigación históricoarqueológi-
ca, pero, paradojas del destino, también fue el final de un peculiar ajuste de cuentas
con el pasado: tras casi un siglo de esfuerzos por acabar con el Cerro de San Lorenzo,
donde aparecieron la terracota, esqueletos con sus ajuares, ánforas usadas a modo de
cubierta, etc., se consuma su desaparición con unos últimos desmontes ya estériles
desde el punto de vista arqueológico. Se hacía de nuevo intangible un documento es-
crito sobre la tierra en un pasado remoto que se había vuelto a abrir en 1904 con el in-
usual hallazgo de una figura de delfín sobre las olas. Por fortuna, un especial empeño
de autoridades e investigadores y el interés de la ciudadanía está permitiendo recupe-
rar otros registros arqueológicos de innegable valor en “Plaza de Armas” y “Casa del
2 Fernández de Castro y Pedrera 1945, 224.
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Gobernador”, en los que se aprecian rastros fenicio-púnicos que nos van a permitir
ir leyendo, con la ayuda de viejas referencias literarias y hallazgos numismáticos, el
“manuscrito” aún muy fragmentario y con pocas páginas de la Rusaddir púnica.
Pensar un nombre
a) Significación de Russadir
Addir es el epíteto que se asignó al cabo Tres Forcas, en estrecha correspondencia
con su aspecto imponente. Un calificativo que excede el sentido de “grande” (akra
megas), como lo tradujeron algunos autores griegos, pues tiene en lengua fenicia el
significado preciso de “poderoso”, un adjetivo frecuente para dioses, jefes militares
o reyes y elites urbanas en la epigrafía fenicio-púnica. La localidad incrustada en su
flanco oriental no podía por menos que arrogarse el distinguido nombre del promon-
torio protector, el Rus-Addir.
El nombre pertenece a un contexto espacial en el que los promontorios constituyen
precisamente los referentes más útiles para los navegantes, dada la escasez de ensena-
das y donde, además, éstos también aportan las señas de identidad a los asentamien-
tos que surgen a su amparo. Una especial concentración de localidades con este tipo
de denominación en la Antigüedad se registra en Argelia oriental, donde encontramos
Rusguniae, Rusubbicari, Rusuccuru, Rusippisir. La sucesión aparentemente se inte-
rrumpe en la costa occidental argelina, pero hallamos un eslabón en el asentamiento
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fenicio de la isla de Rachgoun, cuyo nombre actual procede del fenicio-púnico Rus-
igan. También contamos con fundaciones fenicias o cartaginesas en la costa oriental
de Túnez y Sicilia que recurren al nombre del saliente inmediato: Rusicade, Ruspina,
Ruspe y Rsmlqrt. En el caso que nos ocupa el apelativo elegido parece una útil indi-
cación o aviso para los navegantes semitas de las características del poderoso cabo
para componer sus derrotas, siempre en relación con su contexto próximo, en el cual
destaca especialmente de los otros salientes costeros. Sin embargo la denominación
no es totalmente expresiva si extendemos nuestra pesquisa a un ámbito más amplio:
un portum Rhysaddir menciona Plinio en la costa atlántica de Marruecos. 3 Y los nom-
bres de algunos cabos y sus ciudades anejas de Argelia oriental tenían significados
equiparables: Rusguniae es por su parte el “Cabo majestuoso”, Rusubbicari el “Gran
Cabo” y Rusazus un “Cabo fuerte”.
Pero las lecturas no son siempre unívocas. La frecuente sacralización de espacios
afectó también a los promontorios, así nos encontramos con el cabo de Melqart en
Sicilia (Rsmlqrt), otro de idéntico nombre en la costa atlántica marroquí, que vemos
después transformado en Punta de Heracles, y un cabo consagrado al dios sanador
Eshmun en Túnez. Addir, por otra parte, es un epíteto frecuente de Astarté, Sid, Isis,
Tanit y Baal, precisamente Baal Addir (“Seigneur puissant”) y Abaddir (“Pierre du
Puissant”) eran advocaciones o manifestaciones numínicas de Baal Hamón especial-
mente queridas en el norte de África. Innecesario, pues, recabar más apoyos para
confirmar que el cabo y la ciudad se encontraban bajo la protección de una o varias
divinidades tutelares. Por su parte Ptolomeo, el admirable geógrafo, transcribe Sés-
tiaria akra 4 como el cabo que precede a la localidad de Rusaddir, lo que M. Tissot,
siguiendo a Movers, considera una corrupción de Sesseth araim (Hebr.) “los seis
altares”.
La explicación que podemos dar de la permanencia del nombre fenicio-púnico
hasta el final de la época romana no tiene que ver con un supuesto desinterés local
por el cambio. Hemos de recordar que este nombre constituye un depurado ejemplo
de representación metonímica del espacio al que se refiere y como tal entra en la
esfera de lo sagrado. Este, a su vez, permanece inmutable pues eliminar un signo de
este tipo supone acabar con la realidad mitificada que representa, como muy bien
advierte Almudena Hernando. Sobre ello incidiremos más adelante cuando tratemos
de la reinvención de los orígenes de la ciudad, baste señalar ahora que el propio nom-
bre del accidente geográfico y su transferencia a la localidad son hechos explicables
dentro del complejo sistema cognitivo de los fenicios que, al igual que otros pueblos
antiguos, codifica, resalta y tiñe de sacralidad unos pocos segmentos del espacio, los
cuales con su reforzada identidad envuelven cualquier realidad próxima, como la
localidad que surge al lado del cabo que se hace así partícipe de la misma (Fig. 3).
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Fig. 4. Moneda fenicia de plata que representa una nave de guerra fenicia. Tiene prótomo
y espolón de proa. El mar representado con el símbolo de un monstruo marino. Fechada en
torno al siglo VI a.C. Museo Nacional de Beirut.
sería una traducción en griego de Rusaddir. El Pseudo Scylax sigue a lo suyo y con-
tinua diciendo: “y esa ciudad se llama Akros, como el golfo que la bordea” (Fig. 4).
Sabemos que el autor ateniense elabora su periplo en la segunda mitad del s. IV
a.C. con materiales anteriores, hasta de dos siglos antes, quizás del propio Escílax,
como sugiere Peretti, con lo que la falsificación se transforma en actualización y el
ocultamiento del nombre del recopilador muta en homenaje al autor del periplo ori-
ginal. Aunque no sabemos de qué estrato cronológico procede la referencia a nuestra
localidad, si del siglo VI o del IV a.C., yo preferiría el antiguo en correspondencia
con algunos materiales aparecidos en Plaza de Armas fechables entre el último cuarto
del s. VI a.C. y primera mitad del V a.C., y una referencia de Hecateo que analizare-
mos a continuación.
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hito geográfico importante que fue necesario fijar con precisión, por ello el propio
autor de Amasia se preocupa en situar en relación con Cartago Nova ya que sirve de
límite geográfico y étnico; a partir de allí y hasta las Columnas de Heracles se extien-
de la región homónima que habitan los artificiosamente llamados metagonitas. 7 En
otra fuente de información más tardía y más precisa de Estrabón, 8 es el cercano río
Muluya el que sirve de frontera entre los maurusios y los masaesilios, lo cual pone de
relieve lo fundado de situar en estos parajes el Metagonion.
Es un topónimo inventado por navegantes griegos pero es especialmente antiguo,
pues es el que usa el respetado Eratóstenes en el s. IV a.C. para referirse a esta región.
Procede de la expresión griega meta to gónion akron (más allá del promontorio es-
quinado), en la que se denota de alguna manera la existencia de una tierra y pueblo
ignotos tras el anguloso accidente, de los que se desconoce hasta su propia identidad.
Este escaso conocimiento etnográfico y la expresiva denominación señalan al angu-
loso cabo Tres Forcas mejor que al cabo del Agua, pues aunque se encuentra junto a
la desembocadura del Muluya es muy poco destacable.
En cooperación arcaica con las fuentes de Eratóstenes, Hecateo incluye en su lista
de ciudades de Libia una con este nombre, Metagonion, 9 en la que es necesario ver
la urbe que guardaba el cabo anguloso que los griegos reconocían en el Rusaddir. El
mismo se corresponde perfectamente con el primer significado de Akros, el nombre
que le da el Pseudo Scylax: agudo, puntiagudo. Si el milesio Hecateo no nos con-
funde, Rusaddir es una localidad de su tiempo, la segunda mitad del s. VI a.C. y es
previsible que tuviera mayor antigüedad. Hasta que los trabajos arqueológicos que
se vienen realizando en los recintos fortificados no nos reporten una secuencia de
estratos arcaicos que no hayan sido borrados por fases posteriores, no podremos tener
las primeras evidencias fundacionales. No obstante, si el análisis de los textos ya nos
ha aportado indicios que se han visto confirmados por algunos restos materiales en
niveles de arrasamiento posteriores, es de esperar que la continuación de los trabajos
arqueológicos nos deparará esos primitivos estratos sobre suelo virgen que precisarán
o matizarán las características de los orígenes de la ciudad que, salvo sorpresas de
última hora, el análisis del contexto permite imaginar.
Cuando en 1953 G. Vuillemot inició sus excavaciones en el islote de Rachgoun
(Argelia Occidental) pensaba descubrir una ciudad cartaginesa, sin embargo creyó
haber encontrado una escala náutica con una guarnición gaditana; recientemente, al-
gunos colegas han abogado por considerarlo un enclave del imperio tartésico; pero
para algunos de nosotros hay evidencias suficientes para valorarlo como una factoría
semita poblada a partir de alguna colonia de la región del Estrecho. El mismo hori-
zonte cultural, aunque ligeramente posterior, se aprecia en los enclaves próximos de
Mersa Madakh y Les Andalouses y, si nos dirigimos hacia las Columnas de Heracles,
también lo hallamos en el recién descubierto poblado de Sidi Drish en la desembo-
cadura del Amekram y Sidi Abdselam del Behar en la del Martil, ambos del s. VII
a.C. En todos ellos, vajillas lustradas con engobe rojo, ánforas R1, jarras “Cruz del
7 Str. III, 5, 5; Ptol. IV, 1, 5.
8 Str. XVII, 3, 6.
9 Hecat. Frg. 324.
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Negro”, lucernas de uno y dos picos, etc. son idénticas a las de las colonias fenicias
del sur de la Península Ibérica y costa atlántica de Marruecos; pertenecen, pues, a
lo que se ha denominado Círculo del Estrecho. Las fechas y características de los
materiales nos permiten incluirlas en un impulso colonizador distinto al primigenio
de Tiro y otras ciudades de Fenicia, pues parecen fruto del empuje y desarrollo de la
propia diáspora en el Extremo Occidente. El vínculo permanece durante siglos, inclu-
so cuando los enclaves supervivientes pasaron a la esfera política de Cartago junto a
otros que se crearon de nueva planta; salazones, vino y aceite seguirán llegando del
Oeste.
La nave imaginaria del Pseudo Scylax que nos ha servido para situar en un hori-
zonte antiguo la fundación de la ciudad, tras dejar Akros (Rusaddir), sorprendente-
mente cambió de rumbo, se dirigió a la isla de Drinaupa (Albarán) y ya no recaló
en la costa africana hasta llegar a una de las columnas de Heracles, Abila (Monte
Hacha). Es mimesis del silencio que se adivina tras el topónimo Metagonion, “más
allá del promontorio esquinado”, y por lo tanto es prueba del desconocimiento de los
marinos griegos de la abrupta costa del Rif. Nada más lógico, según me indica Víc-
tor Guerrero Ayuso –autoridad no sólo en arqueología fenicio-púnica sino también
en arqueonáutica–, las corrientes y vientos hacen más favorable la derrota hacia el
Estrecho por la costa hispana y la de retorno hacia el Mediterráneo Central y Oriente,
aunque es ligeramente más favorable la africana, debieron utilizarse ambas, así las
naves que recalan en Rusaddir son las naves fenicias que vienen cargadas de Tar-
tessos, Gadir y Lixus. Además lo confirman no sólo los materiales cerámicos sino
también las monedas de Gades y Carteia halladas en Melilla.
Fueron, por lo tanto, esas colonias del Círculo del Estrecho las que exploraron y
llenaron de colonos los nuevos enclaves de las costas de Marruecos y Argelia occi-
dental, mejor que Cartago, más interesada inicialmente por Sicilia y Cerdeña.
La ciudad proyectada
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sa, que se respeta en la necrópolis del Cerro de San Lorenzo, se abandona en época
augustea, los límites ancestralmente trazados de la ciudad servirán ahora para definir
el espacio funerario, que se localizará en el cerro contiguo, el Cerro del Cubo (Fig. 5).
Pero, si bien conocemos las necrópolis neopúnica y augustea o mauritana (s. III
a.C.-I d.C.), nos faltan las evidencias de la necrópolis más arcaica, quizás ésta se
encontrara en el Cerro de Santiago, pues tenemos noticias de que entre 1915 y 1918
aparecieron ánforas cuya tipología se asimila a las del Cerro de San Lorenzo y quizás
enterramientos fenicios y púnicos, según recogen Carlos Posac Mon y Jesús Sáez
Cazorla. La saturación en las laderas del Cerro de Santiago habría propiciado la ocu-
pación en el s. III a.C. de la colina de San Lorenzo, más lejana y junto al mar.
a) Reinventar el origen
Las distintas acuñaciones de Rusaddir cuentan siempre en su anverso con una efigie
masculina imberbe, con un tocado aparentemente extraño, así el padre Fidel Fita
creyó ver “el pellejo y orejas de un elefante”, pero, en la penúltima moneda hallada
en las excavaciones, la única que he podido ver directamente y no a través de fotos
retocadas y dibujos como las otras, me parece evidente que el tocado de inhábil trazo
alcanza el mentón del personaje, lo que nos hace decantarnos por la leonté, cabeza
de león con la que cubre su cabeza el dios Melqart cuando aparece con atributos de
Heracles. Así aparece el dios representado en las monedas de Sidón o las de Lilibeo,
y muy especialmente en las acuñaciones gaditanas del s. III a.C., con las que la efigie
de Rusaddir parece tener mayores semejanzas.
Como señala Marcel Detienne los pueblos antiguos practicaban el “arte de disper-
sar los comienzos”, ocultando o dejando un espacio muy reducido a las iniciativas
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Fig. 6. Fosa de amortización del molino. U.E. 238 con piedras colmatando el fondo y restos
del catillus. Foto: Noé Villaverde.
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queda más destacado aún, pues ésta surge aparentemente de las profundidades de
la tierra; es un fluido de origen infraterrenal, sobrenatural. El escenario astarteano
pudo completarse –como en otros casos– con una gruta, quizás la que aún existe bajo
la plataforma rocosa, pero de la que no sabemos su tiempo, o la cavidad que debió
abrigar la fuente. El complejo cultual de Rusaddir, por estos múltiples y específicos
rasgos, se convierte en un depuradísimo ejemplo de santuario astarteano propio de
una localidad costera, un tipo de complejo ceremonial sobre el que recientemente han
llamado la atención Carlos Gómez Bellard y Pablo Vidal.
No es cuestión de hacer el dossier de los santuarios de Astarté, pero conviene traer
a colación unos pocos ejemplos de los que la información es menos sucinta o insegu-
ra de lo habitual para darnos cuenta de la fidelidad al patrón seguida por el santuario
melillense y para acabar de perfilar sus características: el de Afka (Líbano), vinculado
sucesivamente al culto de Astarté-Afrodita-Venus, contaba con una piscina y una
serie de canalizaciones que servían para los ritos acuáticos; igualmente el importante
santuario de Bostan esh-Sheikh (Líbano) contaba con un gran estanque de agua con-
sagrado a Astarté y Eshmun, y de este lugar de culto proceden estatuillas de niños; el
templo de Astarté de Kition (Chipre), por su parte, nos ha librado una lista de pagos
al personal del templo donde se menciona un “maestro del agua” en relación con los
ritos del templo y sus instalaciones hidráulicas; y el complejo cultual gaditano de
Astarté, compuesto de un templo y un santuario excavado en la roca. Sobre algunos
de ellos volveremos más tarde.
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vios venenosos, o los poco inteligibles agüeros que el pesado sueño de la incubatio
procura.
La diosa en su templo de Gades (Cádiz) daba también respuestas oraculares, 14 y
este santuario fue quizás el paradigma de los santuarios de la diosa en Occidente, a
cuyo grupo pertenece el de la Plaza de Armas. En Rusaddir apreciamos pues un uso
de carácter oracular de los panes de oblación amasados con cereal especialmente
malturado en el santuario y arrojados a la fuente de la diosa, de la que se espera una
respuesta mediante la acción de su fluido acuoso que surge del interior de la tierra.
En fin, el mismo esquema en relación con ese uso del agua advertido por el texto de
Zósimo, cuyo rastro se puede seguir en otros muchos templos fenicios, como han
apreciado recientemente y muy adecuadamente C. Gómez Bellard y P. Vidal.
La diosa local a la que las mujeres de la ciudad ofrecen exvotos solicitando un feliz
embarazo, debió ser objeto de especial veneración por parte de los marinos llegados
al puerto, tan cercano al santuario; su llegada sanos y salvos era la ocasión de ofren-
das por las gracias alcanzadas, el disfrute de los encantos de las servidoras del templo
y la consulta sobre el momento propicio para zarpar y la ruta a seguir, tal y como
sabemos que sucedía con los demás santuarios de Astarté situados al borde del mar.
No en vano Astarté es diosa celeste y marina, diosa de la fecundidad, diosa de la des-
cendencia. Algo que también parece repetirse de forma constante en sus templos, en
íntima relación con los ritos de fertilidad es la existencia de hieródulas destinadas al
comercio de sus encantos, con el que llenaban las arcas del santuario. Ello se enmar-
ca en un modelo socialmente muy aceptado, ya que, sacerdotisa, reina o gran dama
realizaba con el rey o sacerdote de las ciudades fenicio-púnicas un rito hierogámico,
14 Avien. OM. 314-317.
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una unión sexual solemne a imagen de la propia diosa y su paredro con ocasión de
la celebración anual de la resurrección del dios Melqart. Tampoco era infrecuente la
unión amatoria prenupcial única u ocasional como rito de paso, siempre realizada en
dependencias del templo o en una gruta aneja y siempre con forasteros.
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Fig. 8. Ánfora Mañá C 2b con marca púnica. Necrópolis del Cerro de San Lorenzo. Museo
de Arqueología e Historia de Melilla.
ofrendas y la fertilidad procurada por la diosa. Por su parte, ha sido Pilar Fernández
Uriel quien, de manera sistemática, ha venido observando los incuestionables lazos
con deidades griegas y con la apicultura.
Los recursos
El lector habrá notado que no me he referido a las estampillas con el nombre Bodas-
htart (En la mano de Astarté) de dos ánforas halladas en el Cerro de San Lorenzo para
abundar en la predilección por la diosa de los habitantes de la ciudad. Se trata de un
nombre relativamente común en la epigrafía púnica y lo más determinante para no sa-
car conclusiones apresuradas es que probablemente las ánforas no fueron fabricadas
en la localidad, pues las pastas y engobes de éstas y las demás halladas en los sectores
excavados son diversos y recuerdan a los de pesquerías de la región del Estrecho,
incluso algunas parecen proceder de la bahía de Cádiz, según la opinión acreditada
de Pedro Carretero. En una de las dos marcas, bajo las letras se adivinan varios trazos
que dibujan la silueta de varias proas de barco con tajamar, lo que nos asegura que es
el sello del propietario de una flota pesquera; ello permite hablar de una producción
artesanal de salazones de pescado concentrada en pocas manos y capitalizada, pero
no sabemos si en el área del Estrecho o en Rusaddir. En fin, hasta que los análisis
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nos permitan determinar qué recipientes son de fabricación local, debemos hablar de
importaciones a partir de los recipientes anforarios bien identificados como proce-
dentes del exterior. Para la época que nos interesa son mayoritarias las T-12 y algunas
anteriores como las T-11 provenientes del Círculo del Estrecho, pero contamos con
algunas ánforas cartaginesas como una T-S.2.3.2 y una T-6.2.1.1, halladas todas ellas
en las excavaciones de Plaza de Armas (Figs. 9 y 10).
Es difícil, por el momento, intentar trazar un panorama productivo y extractivo
de la Rusaddir fenicio-púnica hasta que no tengamos resultados de los estudios de
los restos de fauna y semillas del yacimiento. La información literaria de la época
falta, pero por datos de momentos posteriores se puede asegurar la existencia de una
pequeña zona de huertas, la obtención de miel y quizás la recolección de perlas que
se señala para época islámica. La producción de bienes derivados de la pesca está
por confirmar, pero la captura de peces en el bien resguardado golfo de la Mar Chica,
con las salinas de sus proximidades y la documentación de abundantes moluscos de
los que obtener la tintura de la púrpura son datos que hemos de tener en cuenta para
dirigir la indagación en esta dirección.
Lo mismo sucede respecto a las posibilidades comerciales de la cuenca del Muluya
y su impacto en la economía de Rusaddir. El río constituía, en época de Augusto al
menos, 17 la frontera entre los maurusios y los masaesilios, era por ello una zona de
intercambios entre la Mauritania Occidental y la Oriental, pero también la depresión
fluvial permitía conducir desde ambas vertientes del Alto Atlas hasta el Mediterráneo
bienes muy demandados por los fenicios, como marfil, huevos de avestruz, cuernos
de órix y pieles. Los animales están representados en la estación rupestre de Ait bou
Ichaouen en la vertiente opuesta de la cuenca del Muluya en el Alto Atlas. Tales
recursos podían ir a parar a Rusaddir como el enclave fenicio-púnico costero más
próximo (Fig. 11).
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Fig. 11. Copa púnica con peana y borde abierto. Museo de Arqueología e Historia de
Melilla.
Su importancia como puerto y escala náutica era evidente y a ella debía parte de
su prosperidad, como queda subrayado desde las referencias más antiguas (s. VI-IV
a.C.) hasta en autores de época romana como Plinio el Viejo, 18 lo que llevaba apare-
jado un cierto carácter estratégico y el interés de algunos estados hegemónicos por
ejercer algún control sobre el enclave.
En la esfera de Cartago
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mada entre los tartesios, mastienos, etc. para proteger enclaves norteafricanos, entre
los que se encuentran los comprendidos entre Rusaddir y el Estrecho, el país de los
mauri, el país de los metagonitas.
A pesar de la participación de Rusaddir en el largo conflicto que enfrentó a Cartago
con Roma, no llegó a compartir el trágico destino de Cartago, arrasada en el año 146
a.C. Aunque no conocemos el estatuto del que gozó después de perder la dependencia
de la metrópoli centromediterránea, es al menos evidente que su situación económica
no decayó, se acentuó su diversidad cultural aunque mantuvo durante largo tiempo
sus tradiciones púnicas. Todavía en los siglos II y I a.C., algunas personas grababan
su nombre o inicial con signos púnicos mientras otras lo hacían ya con trazos latinos.
Incluso una de ellas, bnn__ ‘ según Luis A. Ruiz es quizás un mauritano de cultura
púnica, pues su nombre no ha sido atestiguado hasta ahora en la epigrafía semita y
recuerda, por el contrario, nombres étnicos y de localidades del interior del país.
En fin
Estamos lejos aún de poder trazar con pulso firme la historia de los orígenes. Quizás
sea mejor así, por ahora, pues la empecinada búsqueda facilita el hallazgo de otros
segmentos. No han faltado, pues, viajes por mar, escudriñar y descubrir en los mu-
seos lo que se había vuelto invisible, atisbar a los fundadores impelidos por el viento
de poniente, seguir los pasos del oekistés fenicio que, secundando un mandato divino,
planifica aquí el caserío, allí los santuarios, más allá del río la ciudad de los muertos,
en fin, hallar un santuario que agoniza para alumbrar otro, después otro y después
otro, apuntar la mántica de la diosa y, en resumen, desvelar algo de la forma de pensar
y sentir de aquellos que fundaron la ciudad donde nacimos o vivimos.
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Bibliografía
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Fernando López Pardo La fundación de Rusaddir y la época púnica
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