Cuaresma. Miércoles de Ceniza
Cuaresma. Miércoles de Ceniza
Cuaresma. Miércoles de Ceniza
MIÉRCOLES DE CENIZA
«Cuando ayunéis no os finjáis tristes como los hipócritas, que desfiguran su rostro para
que los hombres noten que ayunan. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lávate la cara, para que no adviertan
los hombres que ayunas, sino tu Padre que está en lo oculto; y tu Padre que ve en lo oculto
te recompensará». (Mateo 6, 16-18)
Jesús, empieza hoy el tiempo de Cuaresma, ese tiempo previsto en la Iglesia para prepararme a
vivir los días de tu Pasión, Muerte y Resurrección, que son los días centrales del año.
La Cuaresma son cuarenta días en los que, imitando aquellos cuarenta días que pasaste en el
desierto antes de empezar tu predicación, he de intentar unirme más a Dios con la oración y el
ayuno.
Jesús, hoy es un buen día para darme cuenta de que soy tierra, polvo, nada; y que en pocos o
muchos años seré un montón de cenizas como ésas que me han puesto hoy.
Hoy es un buen día para preguntarme: Jesús, ¿qué estoy haciendo con mi vida?; ¿cómo estoy
aprovechándola para cosas que valgan la pena de verdad?
Y ante lo mucho que tengo que rectificar, me doy cuenta de que he de purificarme con más
oración, con más sacrificio.
2º. «La muerte llega inexorable. Por lo tanto, ¡qué hueca vanidad centrar la existencia en esta
vida! Mira cómo padecen tantas y tatos. A unos porque se acaba, les duele dejarla; a otros,
porque dura, les aburre... No cabe, en ningún caso, el errado sentido de justificar nuestro paso
por la tierra como un fin.
Hay que salirse de esa lógica, y anclarse en la otra: en la eterna. Se necesita un cambio total un
vaciarse de sí mismo, de los motivos egocéntricos, que son caducos, para renacer en Cristo, que
es eterno. (Surco.-879).
Esto es lo que la Iglesia me presenta con el miércoles de ceniza: vale la pena vaciarse de uno
mismo, de los motivos egocéntricos, que son caducos.
«El cuarto mandamiento (ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre
iglesia) asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas
litúrgicas; contribuye a hacernos adquirir el dominio sobre nuestros instintos y la libertad del
corazón». (C. I. C. 2043).
Hay dos días en el año en que el ayuno obliga a mayores de dieciocho años y menores de
sesenta: el miércoles de ceniza y el viernes Santo. Esos días, salvo que no convenga por razones
médicas, el ayuno consiste en no hacer más que una comida al día, si bien se permite un ligero
desayuno y una ligera cena.
Además, estos dos días y todos los viernes de Cuaresma son días de abstinencia. La abstinencia
obliga a los que han cumplido catorce años y consiste en no comer carne, ofreciendo este
pequeño sacrificio a Dios.
El ayuno, como cualquier otra mortificación, además de lo que supone de dominio de los
sentidos, me une al sacrificio de la Cruz.
Jesús, cuando te ofrezco una pequeña mortificación, te estoy imitando en tu entrega en la Cruz.
Por eso, el viernes Santo, el día en que mueres por nosotros, es un día de ayuno.
Que me sepa concretar para este tiempo de Cuaresma unas pequeñas mortificaciones que me
ayuden a purificarme y a unirme más a Ti: mortificaciones en las comidas, en detalles de orden,
de puntualidad, de servicio, de sobriedad en el uso de los medios materiales, etc...
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad
de Navarra. S. A. Pamplona.
«Y añadió: Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea condenado
por los ancianos, los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que sea muerto y resucite
al tercer día. Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz cada día, y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; el que, en
cambio, pierda su vida por mi, ése la salvará. Porque ¿qué adelanta el hombre si gana todo
el mundo, pero se pierde a si mismo, o sufre algún daño?». (Lucas 9, 22-25)
1. «El que quiera salvar su vida, la perderá; el que, en cambio, pierda su Vida por mí, ése
la salvará».
Jesús, ésta es una de las verdades que me cuesta ver: ¿cómo voy a ser feliz a través de la
renuncia, de negarme a mí mismo, a mis gustos, a mis caprichos, a mis placeres y ambiciones?
Parece un contrasentido eso de querer coger la cruz cada día. ¿No habrá que buscar un equilibrio
entre una cosa y otra?
Jesús, me das la respuesta un poco más abajo: « ¿qué adelanta el hombre si gana todo el
mundo, pero se pierde a sí mismo?»
Lo importante no es tener cosas, sino que mi vida tenga un sentido, una utilidad, una misión que
la llene.
No existe una situación más frustrante que la del que lo tiene todo pero no tiene a nadie, «porque
no es dichosa la posesión de un bien cuando de él se goza en soledad». (San Buenaventura).
El que está solo, ya se puede engañar con todas las comodidades materiales, que se está
perdiendo lo mejor.
No hay nada que dé más sentido a una vida que el amor a otra persona.
Señor, nos has hecho así y Tú lo sabes bien, porque estamos hechos a tu imagen y semejanza.
Nada llena más que darse a otro sin buscarse a uno mismo.
Y esto se cumple tanto en el amor entre los novios y entre los esposos, como en el amor entre los
verdaderos amigos, o en el amor entre cada uno y Dios.
Pero Tú sabes, Jesús, que este amor verdadero significa entrega, renuncia a uno mismo,
donación. Esa es la dinámica del amor espiritual, que se contrapone a la del «amor» material o
egoísmo. El primero busca darse, el segundo sólo se contenta con recibir.
2º. «Nadie es feliz, en la tierra, hasta que se decide a no serlo. Así discurre el camino: dolor; ¡en
cristiano!, Cruz; Voluntad de Dios, Amor; felicidad aquí y después, eternamente». (Surco.-52).
Jesús, éste es el mensaje que me quieres transmitir cuando me dices: «el que pierda su vida por
mí, ése la salvará».
Se trata de ser felices de verdad en la tierra, porque -entre otras cosas- sólo el que haya aprendido
a ser feliz aquí, podrá disfrutar en la otra vida.
El egoísta no tendrá cielo por su propia incapacidad de ser feliz, y no por un especial capricho
divino.
Por eso he de aprender a perder la vida, a saber sufrir, ofreciendo esos sacrificios por amor a Ti.
Una manera concreta de ir aprendiendo es luchar por trabajar bien, con constancia, con orden,
muchas horas; pero no por el egoísmo de ganar el mundo, sino con la intención de hacer tu
voluntad.
Jesús, a veces me engaño y me digo: no puedo hacer más, me merezco un descanso; este fin de
semana, no toco un libro; si acabo bien este trabajo, nadie se va a enterar y, por tanto, no vale la
pena; etc...
Y no me doy cuenta de que esas compensaciones que me tomo para «vivir mejor», no me acaban
de llenar y, en ocasiones -al no hacer lo que debo- son causa de fracasos escolares o
profesionales.
Ayúdame Jesús a querer perder la vida por Ti, pues ésa es la única manera de ganarla.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad
de Navarra. S. A. Pamplona.
«Entonces se le acercaron los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos
ayunamos con frecuencia, y en cambio tus discípulos no ayunan? Jesús les respondió:
¿Acaso pueden estar de duelo los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? Días
vendrán en que les será arrebatado el esposo; entonces ayunarán». (Mateo 9, 14-15)
Jesús, en esta época del año la Iglesia recomienda ser más generoso con la mortificación en
general, y en concreto, con el ayuno.
Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada
viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de
la Iglesia. Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las
liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones
voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y
misioneras) (C. I. C.- 1438).
En la Semana Santa, Jesús, vas a morir por mí, clavado en una cruz, después de ser azotado por
todo el cuerpo con una dureza tal que era suficiente para que el condenado muñera allí mismo.
Y ese sacrificio tan cruel fue no sólo aceptado por Ti, sino querido.
Simplemente no se entiende, a no ser que empiece yo mismo por ser más mortificado.
Una buena mortificación es la mortificación en las comidas: comer un poco menos de lo que me
gusta más o un poco más de lo que me gusta menos, y ofrecértelo.
No se trata tanto de hacer una gran mortificación un día, como de hacer cada día alguna cosa
pequeña.
Esta práctica, hecha con constancia, ¡cómo me ayuda a dominar mis sentidos, a ser más señor de
mí mismo y, por tanto, a ser más libre y más capaz de amar a los demás!
2º. «Hemos de recibir al Señor; en la Eucaristía, como a los grandes de la tierra, ¡mejor!: con
adornos, luces, trajes nuevos...
-Y si me preguntas qué limpieza, qué adornos y qué luces has 'de tener; te contestaré: limpieza
en tus sentidos, uno por uno; adorno en tus potencias, una por una; luz en toda tu alma» (Forja.-
834).
Jesús, estás hablando de tu muerte violenta en la Cruz, esa misma muerte que se repite, sin
derramamiento de sangre, en la Santa Misa cada día.
Jesús, en la Misa, además de entregarte de nuevo a Dios Padre por mí, como en el Calvario, te
conviertes en alimento: es el sacramento de la Eucaristía.
¿Cómo te he de recibir, Jesús, sabiendo quién eres?; ¿qué limpieza, qué adornos y qué luces: qué
disposiciones? Limpieza en mis sentidos, uno por uno; adorno en mis potencias, una por una; luz
en toda mi alma.
He de purificar los sentidos para que no me dominen; he de adornar las potencias -inteligencia,
memoria, voluntad, imaginación- de modo que entiendan y gusten lo espiritual; y he de tener, en
el alma, la luz de la gracia de Dios.
Jesús, el tiempo de Cuaresma es un tiempo de purificación, que significa un tiempo para colocar
los sentidos y las potencias en el lugar que les corresponde: al servicio de la persona, y no al
mando.
Cuando un hombre se deja llevar por la vista, la imaginación, o el gusto; cuando un hombre no
tiene voluntad para hacer lo que debe, o no quiere formar su inteligencia para saber mejor qué es
lo que debe hacer; ese hombre es... un pobre hombre.
Por eso, es necesario luchar más, esforzarse más en adquirir esas virtudes tan propias del que se
sabe hijo de Dios: la sobriedad, la pureza, el espíritu de servicio, la fortaleza, el orden, el estudio.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad
de Navarra. S. A. Pamplona.
«Después de esto, salió y vio a un publicano de nombre Leví, sentado en el telonio y le dijo:
Sígueme. Y dejadas todas las cosas se levantó y le siguió. Y Leví preparó en su casa un gran
banquete para él; había un gran número de publicanos y de otros que le acompañaban a la
mesa. Y murmuraban los fariseos y sus escribas decían a los discípulos de Jesús: ¿Por qué
coméis y bebéis con los publicanos y pecadores? Y respondiendo Jesús, les dijo: No tienen
necesidad de médico los que están sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los
justos, sino a los pecadores a la penitencia». (Lucas 5, 27-32)
1º. Jesús, Tú has venido a buscar a los pecadores -a mí- para llamarlos a la penitencia.
Y has querido que esa penitencia se consiga a través de tu Iglesia: «A quienes les perdonéis los
pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos».(Juan 20, 23).
Tú has establecido un procedimiento concreto para pedir el perdón de los pecados: el sacramento
de la Penitencia, también llamado sacramento de la Reconciliación o de la Confesión.
A través de tus ministros los sacerdotes, me curas y me limpias; y además, me das una gracia
especial para no volver a fallar en aquello de lo que me confieso.
Si sólo me confieso de vez en cuando, puede ocurrir que poco a poco ese «de vez en cuando» se
vaya alargando.
Si sólo me confieso «cuando lo necesito» -es decir cuando tengo pecados mortales- entonces
llegaré a pensar que la confesión sólo sirve para los pecados mortales.
Y el catecismo me recuerda que «sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados
veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la iglesia. En efecto, la confesión habitual
de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a
dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espiritual». (C. I. C.-1458).
Un propósito aconsejable es intentar confesarme cada semana -o cada quince días- en un día
concreto.
Y al confesarme con regularidad, aunque no haya cometido pecados graves -que con la gracia de
Dios será lo habitual-, descubriré en el examen de conciencia faltas más pequeñas: cosas que he
hecho mal, o que podría haber hecho mejor si hubiera puesto algo más de esfuerzo.
2º. «No podía ser más sencilla la manera de llamar Jesús a los primeros doce: «ven y sígueme».
Para ti, que buscas tantas excusas con el fin de no continuar esta tarea, se acomoda como el
guante a la mano la consideración de que muy pobre era la ciencia humana de aquellos
primeros; y, sin embargo, ¡cómo removieron a quienes les escuchaban!
- No me lo olvides: la labor la sigue haciendo El, a través de cada uno de nosotros. (Surco.-
189).
Jesús, como a Leví, más conocido con el nombre de San Mateo, el evangelista, Tú sigues
llamando a la gente y les dices: «ven y sígueme.»
Los llamas en su lugar de trabajo, en sus circunstancias habituales: Mateo estaba sentado en el
telonio, la mesa de recaudador de impuestos.
Aunque han pasado veinte siglos desde que llamaste a Mateo, ¡qué poca gente aún entiende esta
llamada a la santidad en medio del trabajo!
Yo, veo que debo hacer más pero... ¡valgo tan poco!
La Virgen se sentía la esclava del Señor; sin embargo, dijo que sí a la llamada de Dios.
Madre, que me deje de una vez de tantas excusas: si valgo, si no valgo; si puedo, si no puedo. La
labor la sigue haciendo Él, a través de cada uno de nosotros. Si te sigo de verdad, Jesús, Tú
pondrás el resto.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad
de Navarra. S. A. Pamplona.
Introducción a la Cuaresma
1º.: Existe una ley humana de sentido común y que hemos comprobado repetidamente en nuestra
vida: no se puede amar a quien no se conoce, y no se puede conocer a quien no se trata.
Sólo tratando a una persona la podemos conocer, y cuanto más la conocemos, más podemos
quererla.
Esta sencilla ley -que tanto entienden los que se quieren- es la misma que debe aplicarse cuando
intentamos amar a Dios, porque Dios es un ser personal.
Sólo que en Dios hay tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
No podemos amar a Dios en abstracto,como si fuera una idea; necesitamos amarlo persona a
persona.
Y para amar a estas personas tenemos que conocerlas, y para conocerlas tenemos que tratarlas.
Sabemos que el primer mandamiento del cristiano es amar a Dios sobre todas las cosas, pero
¿cómo puedo yo amar a Dios si me supera tanto, si es invisible y eterno?
El camino es claro: empieza por conocer a Jesucristo, que es la imagen visible del Dios invisible.
Jesucristo es la manera humana de conocer a Dios, porque su rostro es el rostro humano de Dios
y su palabra es la Palabra de Dios.
Jesucristo -o mejor: Jesús- tiene un corazón como el nuestro y unos sentimientos como los
nuestros:
Jesús se cansa,
se entristece,
se emociona,
se divierte,
se apiada,
llora,
cultiva la amistad,
trabaja con el sudor de su frente,
Es Dios pero también es hombre y, por tanto, su modo de ser, sus sentimientos y reacciones nos
resultan familiares. En Jesús, Dios se nos hace familiar.
El secreto es tratar tan de cerca a Jesús como le trataron aquellos primeros apóstoles, siguiendo
sus pasos día a día en nuestra vida ordinaria de tal modo que -como ellos- acabemos
conociéndole y amándole.
Y ¿qué es tratarle?
Tratarle es hacer oración con el Evangelio o sobre el Evangelio -sobre Jesús-, e intentar aplicar
lo que Él hace o dice a nuestra vida concreta.
Para conocer -y luego amar- a Jesús, no es suficiente con saber mucho sobre su vida, porque en
este camino no buscamos erudición sino contemplación,que supone dejarse transformar por su
vida y por su doctrina, de modo que sus enseñanzas guíen nuestra conducta personal.
Jesús supo obedecer la voluntad de su Padre en todo, desde Belén hasta el Calvario: «fue
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2, 8).
Si quiero amar a Jesús de verdad, yo también tengo que hacer su voluntad en cada circunstancia
de mi vida; y para intentar hacerla, primero he de conocerla.
Por eso, no hago oración para sentirme a gusto, o sólo cuando tengo ganas.
Debo hacer la oración cada día,con ganas o sin ellas, para descubrir lo que Jesús quiere de mí en
ese momento, concretar su voluntad en un propósito o en vanos, y luchar luego por cumplirlos.
La oración es una cita con Dios: una cita de amor a la que no puedo fallar.
Porque Jesús me espera cada día para decirme muchas cosas, para ayudarme, para apoyarse en
mí..., para vivir en mí. Hacer cada día un rato de oración: ¡eso sí es amar a Jesús de verdad! Si
vamos conociendo a través del Evangelio lo que Jesús nos pide y lo vamos poniendo en práctica,
podemos tener la seguridad de que hemos empezado a amar a Dios Padre y que el Espíritu Santo
actúa en nuestra alma.
Y ¿cómo se hace oración? Sólo hay un camino: haciéndola. Ponte en la presencia de Dios, y en
cuanto comiences a decir: «Señor; ¡que no sé hacer oración!...», está seguro de que has
empezado a hacerla (Camino, 90). Ocurre como con la natación: no se puede aprender a nadar
mientras no se meta uno en el agua. No basta con que te expliquen los movimientos o te enseñen
fotografías: es necesario mojarse. Necesitarás ayuda al principio -quien se tira al agua sin saber y
sin ayuda, normalmente se ahoga-, y tardarás un tiempo en poder nadar por tus propios medios.
A lo mejor parece que no aprendes, que no avanzas; a lo mejor tragas un poco de agua. Pero si te
dejas ayudar y vas nadando con el entrenador, acabarás por aprender. Algo parecido pasa con la
oración: se aprende a hacer la oración haciendo oración, como a nadar se aprende nadando. Por
eso este libro no explica cómo hacer oración. Simplemente pretende ayudar a hacerla, facilitando
la acción del Espíritu Santo que es el verdadero Entrenador.
Yo te aconsejo que, en tu oración, intervengas en los pasajes del Evangelio, como un personaje
más. Primero te imaginas la escena o el misterio, que te servirá para recogerte y meditar.
Después aplicas el entendimiento, para considerar aquel rasgo de la vida del Maestro: su
corazón enternecido, su humildad, su pureza, su cumplimiento de la Voluntad del Padre. Luego
cuéntale lo que a ti en estas cosas te suele suceder; lo que te pasa, lo que te está ocurriendo.
Permanece atento, porque quizá El querrá indicarte algo: y surgirán esas mociones interiores,
ese caer en la cuenta, esas reconvenciones (Amigos de Dios, 253).
Debo hacerte una advertencia previa: Dios habla bajo, pero habla. La oración no es cavilación ni
razonamiento: es verdadero diálogo. Pero hay que entender cómo habla Dios. Dios no habla
habitualmente provocando arrebatos más o menos espectaculares, sino de una manera más
ordinaria pero eficaz: presentándonos buenos propósitos de mejora interior, provocándonos
afectos llenos de amor hacia Él, e insinuándonos inspiraciones audaces y generosas.
No basta, por tanto, con leer cada día la hoja correspondiente: es necesario que pongas la cabeza
y el corazón, que digas de verdad a Jesús lo que allí aparece, y que luego acabes de concretar
aquellas ideas para tu caso particular, según las luces que recibas de El. Cada persona es
diferente, y Dios le concede distintos dones y distintas misiones. Por eso el libro no puede llegar
a más; se queda siempre a mitad de camino. El resto, es un camino personal que debes recorrer
con ilusión y con generosidad, para decir siempre que sí a esas peticiones que el Señor te haga.
Si lo haces así, puedes tener la seguridad de que irás conociendo y amando cada vez más a Jesús;
y con El, al Padre y al Espíritu Santo.
Para ayudar al lector a vivir de nuevo el Evangelio, cada número comenta el evangelio -entero o
una parte- correspondiente a la Misa del día'. Con estos comentarios no se pretende dar una
interpretación exclusiva de cada escena, m siquiera la interpretación más aconsejada. Se trata,
más bien, de ofrecer para cada día algunas ideas sobre las que se pueda meditar: pensamientos y
conclusiones que proceden directamente de la oración personal, y que se han mantenido con esa
espontaneidad (de ahí, entre otras cosas, que prevalezcan las referencias en género masculino)
para facilitar la oración de quien las lea. Estos mismos textos pueden dar pie a muchos otros
comentarios diferentes. De hecho, una de las intenciones de este libro es ayudar a que cada
persona llegue a ser capaz de profundizar por sí misma en la meditación del Evangelio.
Los comentarios, ideas y puntos de lucha que se proponen se inspiran en el Espíritu del Fundador
del Opus Dei, el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, y en breves textos extraídos de sus libros
mas conocidos: Camino, Surco, Foja, Es Cristo que pasa, y Amigos de Dios. Además, sin
dificultar el tono de diálogo e intimidad de los comentarios pero dándoles una mayor base
doctrinal, se han introducido referencias de autores clásicos de espiritualidad y del Magisterio de
la Iglesia, especialmente textos del Catecismo de la Iglesia Católica. Las enseñanzas del Beato
Josemaría son especialmente apropiadas para la intención de este libro, como lo sugieren las
palabras de su primer sucesor en el Opus Dei, el Obispo Álvaro del Portillo:
Nótese, por ejemplo, cómo el autor comenta el Evangelio. No es nunca un texto para la
erudición, ni un lugar común para la cita. Cada versículo ha sido meditado muchas veces y, en
esa contemplación, se han descubierto luces nuevas, aspectos que durante siglos habían
permanecido velados. La familiaridad con Nuestro Señor; con su Madre, Santa María, con San
José, con los primeros doce apóstoles, con Marta, María y María, con José de Arimatea y
Nicodemo, con los discípulos de Emaús, con las Santas Mujeres, es algo vivo, consecuencia y
resultado de un ininterrumpido conversar; de ese «meterse» en las escenas del Santo Evangelio
para ser «un personaje más».
No sorprende, por eso, la coincidencia de los comentarios de Mons. Escrivá de Balaguer con
esos otros, hechos hace más de quince siglos, por los primeros escritores cristianos. Las citas de
los Padres de la Iglesia aparecen entonces engarzadas con naturalidad en el texto de las
«Homilías», en sintonía de fidelidad a la Tradición de la Iglesia. (Es Cristo que pasa,
Presentación).
Normas sobre el ayuno y la abstinencia
Pero el Episcopado Español ha dispuesto que: "se puede suplir la abstinencia de carne, excepto la
del Miércoles de Ceniza y Viernes de Cuaresma, esto es, los viernes durante el año, por:
a) la abstinencia de aquellos alimentos que para cada uno significa especial agrado, sea por la
materia o por el modo de preparación;
- Abstinencia de carne: todos los que han cumplido 14 años. La ancianidad, por sí sola, no exime
de esta ley de abstinencia.
- Ayuno: todos los que han cumplido 18 años, hasta el comienzo de los sesenta.
Lo más importante al hacer este tipo de prácticas es darle su sentido verdadero: por una parte
someter la voluntad para fortalecerla con virtudes como la templanza, la sobriedad y la humildad
y por otra, favorecer el ejercicio de la caridad, pues todos los sacrificios que se hacen deben
apuntar a hacer un bien o un servicio al prójimo y a toda la Iglesia.
Hacer sacrificios y penitencia por costumbre o porque todos lo hacen, no tiene sentido y no
favorecen el crecimiento del hombre, que en conclusión es lo que se pretende.
DECÁLOGO DE CUARESMA
1.- La conversión es recordar que el Señor nos hizo para sí y que todos los anhelos,
expectativas, búsquedas y hasta frenesíes de nuestra vida, sólo descansarán, sólo
llegarán a plenitud cuando volvamos a El.
4.- La conversión es entrar en uno mismo y tamizar la propia existencia a la luz del
Señor, de su Palabra y de su Iglesia y descubrir todo lo que hay en nosotros de vana
ambición, de presunción innecesaria, de limitación y egoísmo.
8.- La conversión es renunciar a nuestro viejo y acendrado egoísmo, que cierra las
puertas a Dios y al prójimo.
9.- La conversión es mirar a Jesucristo -como hizo Teresa de Jesús a su Cristo muy
llagado- y contemplar su cuerpo desnudo, sus manos rotas, sus pies atados, su corazón
traspasado, sentir la necesidad de responder con amor al Amor que no es amado.
«Sintió hambre.»
Por eso tienes hambre y sed, te cansas después de caminar todo un día, o lloras
cuando se muere un amigo.
No quieres dejar de vivir esta situación tan humana y, al permitir que te suceda,
me vienes a decir que sufrir la tentación, como una prueba a nuestra virtud, no es
algo necesariamente malo.
Puede ser incluso motivo de gran avance espiritual, y por eso la permites.
«El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento
del hombre interior en orden a una «virtud probada», y la tentación que conduce al
pecado y a la muerte. También debemos distinguir entre «ser tentado» y
«consentir» en la tentación. Por último, el discernimiento desenmascara la mentira
de la tentación: aparentemente su objeto es «bueno, seductor a la vista,
deseable», mientras que, en realidad, su fruto es la muerte» (C. I. C.- 2847).
2º. «Jesucristo tentado. La tradición ilustra esta escena considerando que Nuestro
Señor; para darnos ejemplo en todo, quiso también sufrir la tentación. Así es,
porque Cristo fue perfecto Hombre, igual a nosotros, salvo en el pecado. Después
de cuarenta días de ayuno, con el solo alimento -quizá- de yerbas y de raíces y de
un poco de agua, Jesús siente hambre: hambre de verdad, como la de cualquier
criatura. Y cuando el diablo le propone que convierta en pan las piedras, Nuestro
Señor no sólo rechaza el alimento que su cuerpo pedía, sino que aleja de sí una
incitación mayor: la de usar del poder divino para remediar; si podemos hablar así,
un problema personal
»En la segunda tentación, cuando el diablo le propone que se arroje desde lo alto
del Templo, rechaza Jesús de nuevo ese querer servirse de su poder divina Cristo
no busca la vanagloria, el aparato, la comedia humana que intenta utilizar a Dios
como telón de fondo de la propia excelencia» (Es Cristo que pasa, 61).
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
«Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: Venid, benditos de mi
Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la
creación del mundo; porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y
me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me
vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.
Entonces le responderán los justos: Señor; ¿cuándo te vimos hambriento y
te dimos de comer; o sediento y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos
peregrino y te acogimos, o desnudo y te vestimos? o ¿cuándo te vimos
enfermo o en la cárcel y vinimos a verte? Y el Rey en respuesta les dirá: En
verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más
pequeños, a mí me lo hicisteis. Entonces dirá a los que estén a la izquierda:
Apartaos de mí, malditos, al juego eterno preparado para el diablo y sus
ángeles; porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me
disteis de beber; era peregrino y no me acogisteis; estaba desnudo y no me
vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces le replicarán
también ellos: Señor; ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, peregrino o
desnudo, enfermo o en la cárcel y no te asistimos? Entonces les
responderá: En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de
éstos más pequeños, también dejasteis de hacerlo conmigo. Y éstos irán al
suplicio eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna.» (Mateo 25, 34-46)
1º.Jesús, al final de los tiempos vas a juzgamos a todos.
Es el juicio final, que es algo distinto al juicio particular.
El juicio particular es el que tendré nada más morir; el final es la confirmación
pública y solemne del juicio anterior, al final de los tiempos.
«El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya
hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena» (CEC- 1039).
El resultado de este juicio es claro e irreversible: los pecadores «irán al suplicio
eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna.»
Jesús, me doy cuenta de que ésta es la gran asignatura que debo aprobar, el gran
examen que he de pasar al final de mi vida.
Además, no hay examen de recuperación.
Vale la pena, por tanto, que me prepare muy bien para ese momento.
En realidad, es lo único que vale la pena; pues si al final no me salvo, ¿qué
ganancia en la tierra me puede compensar la eternidad?
Pero, Jesús, ¿qué entra en este examen?; ¿qué me vas a preguntar cuando te
tenga que rendir cuentas de mi vida?
El temario es claro: «Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como
a ti mismo» (Mateo 22, 37-39).
Y más en concreto, por temas: «tuve hambre y me disteis de comer; tuve
sed...»
Porque todo lo que haga a otra persona, es como si te lo hiciera a Ti.
2º. «¿Quieres un secreto para ser feliz?: date y sirve a los demás, sin esperar que
te lo agradezcan» (Forja.- 368).
Jesús, servir a los demás no es sólo prepararse para ganar el cielo; es ganar el
cielo ya aquí, en la tierra: servir es sinónimo de ser feliz, y también su
consecuencia más inmediata.
El triste sólo hace que encerrarse en sí mismo y entristecerse más.
Pero el que está feliz, se vuelca en detalles hacia los demás y aún es más feliz.
Jesús, ayúdame a imitarte en este punto.
Ayúdame a servir sin esperar a que me lo agradezcan.
Pero el servicio también tiene un orden.
No puedo pretender servir en un país lejano y, a la vez, descuidar a los que me
rodean.
Por eso, en un principio, lo primero será tener detalles de servicio en casa: que
puedan contar conmigo para hacer un recado, para poner la mesa, para vigilar a un
hermano pequeño, para arreglar una silla, etc.
Si soy trabajador o estudiante, después de mi familia vendrá mi trabajo: servir
significará ser competente, hacer bien ese trabajo, estudiar con profesionalidad; y
aprovechar las mil circunstancias diarias para servir a los amigos y compañeros.
A la vez, el trabajo bien hecho es una de las mejores maneras de servir a la
sociedad.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
«Habiéndose reunido una gran muchedumbre, comenzó a decir: Esta
generación es una generación perversa; busca una señal y no se le dará
otra sino la señal de Jonás. Porque así como Jonás fue señal para los
habitantes de Nínive, del mismo modo lo será también el Hijo del Hombre
para esta generación. La reina del Mediodía se levantará en el juicio contra
los hombres de esta generación y los condenará; porque ella vino de los
extremos de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, pero mirad
que aquí hay algo más que Salomón. Los hombres de Nínive se levantarán
en el juicio contra esta generación y la condenarán, porque ellos hicieron
penitencia ante la predicación de Jonás; pero mirad que aquí hay algo más
que Jonás.» (Lucas 11, 29-32)
1º. Jesús, Jonás llama al arrepentimiento en Nínive, y los habitantes de esa ciudad
creen en él y hacen penitencia.
Pero Tú eres «más que Jonás».
Tú eres el Hijo de Dios, eres Dios.
Y en este tiempo de Cuaresma me pides más penitencia, para purificar mis pecados
y los pecados de todos los hombres.
¿Qué he hecho en esta primera semana?
¿Me he concretado alguna mortificación especial para ofrecértela cada día?
¿Me he propuesto rezar un poco más?
¿He procurado servir más a los que me rodean?
¿Cómo aprovecho mi trabajo para tenerte presente y presentarte a los demás?
Hay gente que gasta su vida buscando la sabiduría y la verdad con gran esfuerzo.
«Pero mirad que aquí hay algo más que Salomón».
Tú eres la misma Sabiduría, porque eres Dios.
A pesar de todo, cómo me cuesta obedecer tus mandamientos, cómo me cuesta
seguir los consejos de los ministros de tu Iglesia.
Prefiero seguir mis ideas pequeñitas porque las entiendo más fácilmente, o porque
me exigen menos esfuerzo.
Ayúdame Jesús a no pedirte tanta señal y, en cambio, que me decida a obedecerte
más.
Que me deje exigir en la dirección espiritual; que ponga empeño en cumplir esos
propósitos que hago en la oración o esos consejos que me dice el director
espiritual.
2º. «Señales inequívocas de la verdadera Cruz de Cristo: la serenidad, un hondo
sentimiento de paz, un amor dispuesto a cualquier sacrificio, una eficacia grande
que dimana del mismo Costado de Jesús, y siempre -de modo evidente- la alegría:
una alegría que procede de saber que, quien se entrega de veras, está junto a la
Cruz y, por consiguiente, junto a Nuestro Señor» (Forja 772).
«Así como Jonás fue señal para los habitantes de Nínive, del mismo modo
lo será también el Hijo del Hombre para esta generación».
Jesús, Tú eres señal para el mundo; Tú me has dado una señal clara: la señal de la
Cruz, que es la señal del cristiano.
«Para llegar a Dios, Cristo es el Camino; pero Cristo está en la Cruz» (Vía Crucis.- X
estación).
Jesús, en este tiempo de Cuaresma quiero verte en la Cruz y preguntarte muchas
veces: ¿Por qué estás ahí? ¿Cómo puede ser que me quieras tanto y yo, en cambio,
me olvide de Ti?
Jesús, viéndote clavado en la Cruz, que es señal de lo que me quieres, me
pregunto: ¿es mi amor un amor dispuesto a cualquier sacrificio?
A veces no.
A veces veo que me pides más esfuerzo en el trabajo, más sacrificio y generosidad
a la hora de encontrar tiempo para ir a Misa o para hacer cada día la oración, más
mortificación en los sentidos.
Ayúdame desde la Cruz a ser generoso, a no dejarme llevar por la comodidad o por
la pereza.
Jesús, cuando me cueste obedecerte, he de volver mi mirada a la Cruz.
Allí encontraré la fuerza que necesito para seguir adelante. «Díjome una vez (el
Señor), que no era obedecer si no estaba determinada a padecer; que pusiese los
ojos en lo que Él había padecido y todo se me haría fácil» (Santa Teresa).
Jesús, los frutos de seguir tuseñal, de vivir pegado a tu Cruz, son inequívocos: «la
serenidad, un hondo sentimiento de paz, un amor dispuesto a cualquier sacrificio,
una eficacia grande, una alegría profunda, porque procede de saber que, quien se
entrega de veras, está junto a la Cruz y por consiguiente, junto a Ti.» (Forja.-772).
«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo
el que pide, recibe; y todo el que busca, encuentra; y al que llama se le
abrirá. O ¿quién hay entre vosotros, al que si su hijo pide un pan le da una
piedra? ¿O si le pide un pez, le da una culebra? Pues si vosotros, siendo
malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más vuestro
Padre que está en los Cielos dará cosas buenas a quienes le pidan?».
(Mateo 7, 7-12)
1º. Jesús, hoy me recuerdas lo bueno que es Dios, y que además es mi Padre.
Entonces, ¿cómo no pedirle todo lo que necesito?
Si los padres de la tierra procuran cuidar bien a sus hijos, ¿qué no me va a dar mi
Padre Dios, que es todo el Amor y todo el Poder?
Jesús, Tú nos manifiestas mejor que nadie el amor de nuestro Padre Dios, porque
Tú eres el Hijo de Dios.
Con qué fuerza me dices que no sea tonto, que Dios está esperando que le pida con
confianza para darme todo lo que necesite.
Sí, pero a veces pido y no recibo...
Cuántas veces ocurre también que el niño pequeño pide a su padre algo y su padre
no se lo da, aunque sea un padre bueno.
Por ejemplo, el niño que quiere coger un cuchillo porque es una cosa que brilla y
parece muy útil para jugar; pero cuando se lo pide a su padre, éste no se lo da.
¿Es que ya no le quiere?
¿Por qué no le da lo que pide?
Lo que a mi me parece necesario, no es siempre lo que más me conviene.
«Si algo acontece en contra de lo que hemos pedido, tolerémoslo con paciencia y
demos gracias a Dios por todo, sin dudar en lo más mínimo de que lo más
conveniente para nosotros es lo que acaece según la voluntad de Dios y no según la
nuestra» (San Agustín).
Jesús, quieres que pida todo aquello que creo que necesito, pero sabiendo que Tú
sabes más, que Tú ves más; por eso, hasta lo que me parece una dificultad, un
fracaso o una desgracia, puede ser un regalo especialísimo de Dios para mi vida.
Este es el abandono de los hijos de Dios: Señor, sé que todo lo que me ocurre, es
para mi bien; que siempre y en todo se haga tu voluntad y no la mía.
2º. «Habla Jesús: “Así os digo yo: pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad,
y se os abrirá”.
Haz oración. ¿En qué negocio humano te pueden dar más seguridades de éxito? »
(Camino.- 96).
Jesús, haciendo oración obtengo siempre lo mejor, acierto siempre, consiga o no
las cosas concretas que pido.
Hay temas en los que tengo la seguridad de recibir lo que deseo: cuando pido por el
bien de las almas y por la Iglesia.
Con esas oraciones te arranco gracias específicas para mi vida interior, para la de
los demás y para toda la Iglesia.
Que no me canse, Jesús, de pedir la ayuda espiritual para superar esos defectos
que tengo; o para que mis amigos y familiares te quieran más cada día; o por el
Papa y los Obispos, etc.
Que me convenza de que es útil pedirte esas gracias espirituales, que hacen tanta
falta.
Jesús, también quieres que te pida por la salud, por un tema que me preocupa, por
los exámenes o el trabajo.
Pero debo pedir dándome cuenta de que Tú eres el que mejor sabes lo que me
conviene a mí y a los que me rodean; con ese abandono del hijo que confía en su
padre, y que sabe que todo lo que recibe de él es para su bien.
«Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas,
¿cuánto más vuestro Padre que está en tos Cielos dará cosas buenas a
quienes te pidan?»
« ¿En qué negocio humano te pueden dar más seguridades de éxito?»
Jesús, que me acostumbre a pedirte todo, a ser pedigüeño, a ponerlo todo en tus
manos.
Y entonces aprenderé a descubrir en los acontecimientos de cada día tu mano
amorosa: tu mano de Padre que me quiere, que me cuida, que me forma y, tal vez,
que me poda, como a los árboles, para que dé más fruto.
Actuando así, nada en este mundo me podrá quitar la paz y la alegría que son
propias de los hijos de Dios.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
«Os digo, pues, que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y
fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. Habéis oído que se dijo a
los antiguos: No matarás, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo:
Todo el que se llene de ira contra su hermano será reo de juicio; y el que
llame a su hermano necio será reo ante el Sanedrín; el que le llame
renegado, será reo del juego del infierno. Por tanto, si al llevar tu ofrenda
al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrendo
ante el altar; ve primero a reconciliarte con tu hermano y vuelve después
para presentar tu ofrenda.» (Mateo 5, 20-26)
1º.Jesús, no has venido a modificar la ley antigua, sino a darle un sentido más
profundo, más pleno.
No se trata únicamente de no matar, sino de amar al prójimo como a uno mismo, y
aún más: «que os améis unos a otros como Yo os he amado»(Juan 13, 34).
Jesús, si tengo que imitarte en todo, especialmente debo imitarte en tu amor a los
demás.
«Todo el que se llene de ira contra su hermano será reo de juicio.»
¿Cómo va mi relación con los que me rodean: hermanos, padres, hijos, compañeros
de trabajo?
A veces me enfado por tonterías: por querer tener la razón; por pensar que me
merecía más atención; porque no me han devuelto algo que es mío; porque
siempre me toca a mí hacer lo que más cuesta, etc...
¿Cómo reaccionarías Tú en esas situaciones?
«Ve primero a reconciliarte con tu hermano.»
Jesús, cómo cuesta pedir perdón; porque cuando me enfado, siempre creo que es
el otro el que debe pedirme perdón a mí.
Incluso llego a la estupidez de no hablar con una persona durante un tiempo,
porque me ha hecho esto y lo otro; y hasta que no me pida perdón...
Sin embargo, Tú has perdonado incluso a los que te crucificaban.
Por eso, «nada nos asemeja más a Dios que el estar siempre dispuesto a
perdonar». (San Juan Crisóstomo).
Que aprenda de Ti a perdonar, a adelantarme, a pedir perdón de la parte de culpa
que tenga.
2º. «Afirmas que vas comprendiendo poco a poco lo que quiere decir «alma
sacerdotal»... No te enfades si te respondo que los hechos demuestran que lo
entiendes, sólo en teoría. -Cada jornada te pasa lo mismo: al anochecer; en el
examen, todo son deseos y propósitos; por la mañana y por la tarde, en el trabajo,
todo son pegas y excusas.
¿Así vives el «sacerdocio santo, para ofrecer víctimas espirituales, agradables a
Dios por Jesucristo»?» (Surco.-499).
Jesús, por estar bautizado, tengo alma sacerdotal, es decir, puedo ofrecerte cosas
que sean agradables a Ti, que sirvan para pedirte perdón por mis pecados y por los
de todos los hombres, y para pedirte toda clase de bienes espirituales y materiales.
El lugar por excelencia donde puedo ofrecerte esos sacrificios y buenas obras es la
Santa Misa.
Allí, mientras el sacerdote te ofrece el pan y el vino, yo puedo ofrecerte cada día
mis pensamientos, palabras y obras; mi trabajo, mi cansancio, mis alegrías y mis
penas.
«Si al llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra
a, deja allí tu ofrenda ante el altar; ve primero a reconciliarte con tu
hermano y vuelve después para presentar tu ofrenda.»
Jesús, cuando voy a Misa me encuentro a veces que tengo poco que ofrecerte, e
incluso que te he ofendido.
Un propósito claro: ir primero a reconciliarme contigo en el Sacramento de la
Reconciliación, en la Confesión.
Después, ya puedo presentarte mis obras: al menos te podré presentar mi petición
de perdón.
Pero, además, quiero ofrecerte más cosas:
-un día de trabajo intenso y bien hecho por amor a Ti;
-unas normas de piedad en las que he intentado tratarte de cerca;
-pequeños detalles de servicio que sólo Tú has notado; etc....
Son cosas sin valor, como ese pan y ese vino que se ofrecen en el altar; pero si los
pongo ahí, en la Misa, se convertirán en tu Cuerpo y Sangre; tendrán valor infinito,
valor redentor.
De esta forma, ejerceré realmente -y no sólo en teoría- esa alma sacerdotal,
sacerdocio santo, que he recibido con el Bautismo.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
«Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os
persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos, que
hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y
pecadores. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? ¿Acaso
no hacen eso también los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros
hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿Acaso no hacen eso también los paganos?
Sed, pues, perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto.» (Mateo 5,
43-48)
1º. «Amad a vuestros enemigos, para que seáis hijos de vuestro Padre que
está en los Cielos.»
Jesús, quieres que aprenda de Ti a amara todos como Tú los amas.
Tú eres el Hijo de Dios, pero hoy me dices que también yo puedo ser hijo de Dios:
pertenecer a la familia de Dios, vivir con Dios, ser heredero de su Reino.
¿Cómo puedo, Jesús, imitarte tanto que venga a ser hijo de Dios?
Por el amor.
«De todos los movimientos del alma, de sus sentimientos y de sus afectos, el amor
es el único que permite a la criatura responder a su Creador; si no de igual a igual,
al menos de semejante a semejante». (San Bernardo).
No hay otro camino.
Dios siempre está dispuesto a brindarme su gracia, que es la que me da esa vida
sobrenatural y divina de hijo suyo.
Pero si yo no sé amar, si me encierro en mis intereses y egoísmos, si mi corazón
sólo busca compensaciones y placeres, la gracia de Dios no penetra, no es fecunda,
no produce su fruto.
«Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?»
Jesús, no dices que sea malo ni egoísta amar a los que me aman.
Puede haber un amor sincero, real, entregado, aunque esté acompañado por la
compensación de recibir amor, de sentirse comprendido y querido.
Esta compensación es buena también, pero impide distinguir si lo que busco es dar
o recibir.
Por eso, el mérito se mide examinando cómo amo a los que no me aman, incluso a
los que me tienen por enemigo.
2º. «Que hermanos somos todos en Jesús, hijos de Dios, hermanos de Cristo: su
Madre es nuestra Madre.
No hay más que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios. Todos hemos de
hablar la misma lengua, la que nos enseña nuestro Padre que está en los cielos: la
lengua del diálogo de Jesús con su Padre, la lengua que se habla con el corazón y
con la cabeza, la que empleáis ahora vosotros en vuestra oración. La lengua de las
almas contemplativas, la de los hombres que son espirituales, porque se han dado
cuenta de su filiación divina. Una lengua que se manifiesta en mil mociones de la
voluntad, en luces claras del entendimiento, en afectos del corazón, en decisiones
de vida recta, de bien, de contento, de paz» (Es Cristo que pasa.- 13).
Dios mío, si Tú eres mi Padre, todos son mis hermanos.
¿Por qué tantos odios, tantas guerras, tanta lucha?
Jesús, a veces veo con malos ojos a uno porque es de otra raza, de otra cultura, de
otro país, de otra lengua o, simplemente, de otro equipo de fútbol o de otro partido
político.
Que aprenda a amar a todos, «que hermanos somos todos en Jesús, hijos de Dios,
hermanos de Cristo».
«Su Madre es nuestra Madre».
María, que te aprenda a tratarcomo madre mía que eres: pidiéndote lo que necesito
y lo que necesiten los demás, que también son hijos tuyos.
Me doy cuenta de que lo que más quieres es que todos tus hijos amen a Dios.
Quiero ayudarte en esa tarea; quiero ser buen hijo tuyo, porque así seré también
buen hijo de Dios.
«No hay más que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios.»
¿Cómo voy a ser buen hijo si no quiero a todos?
Y ¿cómo voya decir que quiero a todos si no empiezo con los que me rodean?
Poreso lo primero que debo hacer es vivir cristianamente en mi familiay en mi
trabajo, buscando ahí la perfección, la santidad: «Sed, pues, vosotros perfectos
como vuestro Padre Celestial es perfecto.»
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
«Y al orar no empleéis muchas palabras como los gentiles, que se figuran
que por su locuacidad van a ser escuchados. No seáis, pues, como ellos;
porque bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se
lo pidáis. Vosotros, pues, orad así:
Padre nuestro, que estás en los Cielos, santificado sea tu Nombre; venga
tu Reino; hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo.
1º. Jesús, hoy me enseñas uno de los grandes secretos de la vida interior: me
enseñas a rezar, a dirigirme a Dios como lo que soy: su hijo.
No puedo ser buen cristiano si no hago oración, como no puedo ser buen hijo si no
hablo nunca con mis padres.
Con la oración del Padrenuestro, implícitamente me recuerdas que debo rezar cada
día -no sólo cada domingo-, pues dice: «El pan nuestro de cada día dánosle
hoy»
Para ser más humilde, para darme cuenta de que todo lo que tengo es prestado,
que te lo debo a Ti.
A mi me cuesta más, y por eso muchas veces me dirijo a Ti para pedirte lo que
necesito.
Cuando veo cómo algunos plantean la vida de piedad, el trato de un cristiano con
su Señor, y me presentan esa imagen desagradable, teórica, formularia, plagada
de cantinelas sin alma, que más favorecen el anonimato que la conversación
personal, de tú a Tú, con Nuestro Padre Dios -la auténtica oración vocal jamás
supone anonimato-, me acuerdo de aquel consejo del Señor: «en la oración no
afectéis hablar mucho, como hacen los gentiles» (...)
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo
ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
«En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo
alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro
cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres
conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria,
hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus
compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los
dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a
Jesús: -“Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías.” No sabía lo que decía. Todavía estaba
hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en
la nube. Una voz desde la nube decía: -.”Éste es mi Hijo, el escogido,
escuchadle.” Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron
silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían
visto. » (Lucas 9,28b-36).
1º. Jesús, hoy muestras un poco tu divinidad a tres apóstoles: Pedro, Santiago y
Juan.
Ellos ven con sus ojos tu resplandor y oyen con sus oídos la voz de Dios que les
dice: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»
Ante esta manifestación de tu divinidad, Pedro no tiene otra posible salida que
decir: «Señor, qué bien estamos aquí»
¿Qué he de hacer para mantener esta situación que me llena por completo?
¿Por qué no te manifiestas abiertamente como hiciste con los apóstoles para que te
ame más y mi fe sea más fuerte?
Esta pregunta ya te la hizo San Judas en la última cena: «¿qué ha pasado para
que tú te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?» (Juan 14, 22)...
Sólo así respetas mi libertad para que pueda amarte, porque amor sin libertad no
es amor.
A estos tres apóstoles les enseñas un poco más tu gloria porque les vas a pedir
mucho más, porque van a sufrir mucho por Ti.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
«Entonces se acercó a él la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y
se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: ¿Qué quieres? Ella le
dijo: Di que estos dos hijos míos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha
y otro a tu izquierda. Jesús respondió: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis
beber el cáliz que yo he de beber? Le dijeron: Podemos. El añadió: Mi cáliz
silo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me
corresponde concederlo, sino que es para quienes ha dispuesto mi Padre.
Al oír esto, los diez se indignaron contra los dos herma- nos. Pero Jesús
les llamó y les dijo: sabéis que los que gobiernan los pueblos los oprimen
y los poderosos los avasallan. No ha de ser así entre vosotros; por el
contrario, quien entre vosotros quiera llegar a ser grande, sea vuestro
servidor; y quien entre vosotros quiera ser el primero, sea vuestro
esclavo. De la misma manera que el Hijo del Hombre no ha venido a ser
servido, sino a servir y dar su vida en redención por muchos.» (Mateo 20,
17-28)
Te pido aprobar un examen cuando no he puesto todas las horas que debía; te
pido superar un defecto pero luego no lucho en serio para combatirlo.
Y San Pablo dice: «Pues no habéis resistido aún hasta la sangre para
combatir el pecado»
2º. «También a nosotros nos llama, y nos pregunta, como a Santiago y a Juan:
¿estáis dispuestos a beber el cáliz -este cáliz de la entrega completa al
cumplimiento de la voluntad del Padre- que yo voy a beber? Possumus!; ¡sí,
estamos dispuestos!, es la respuesta de Juan y de Santiago. Vosotros y yo,
¿estamos seriamente dispuestos a cumplir en todo, la voluntad de nuestro Padre
Dios? ¿Hemos dado al Señor nuestro corazón entero, o seguimos apegados a
nosotros mismos, a nuestros intereses, a nuestra comodidad, a nuestro amor
propio? ¿Hay algo que no responde a nuestra condición de cristianos, y que hace
que no queramos purificarnos? Hoy se nos presenta la ocasión de rectificar.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
«Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y cada día
celebraba espléndidos banquetes. Un pobre, en cambio, llamado Lázaro,
yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de lo que
caía de la mesa del rico. Y hasta los perros acercándose le lamían sus
llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al
seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado. Estando en el
infierno, en medio de los tormentos, levantando sus ojos vio a lo lejos a
Abrahán y a Lázaro en su seno; y gritando, dijo: Padre Abrahán, ten
piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua
y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en estas llamas.
Contestó Abrahán: Hijo, acuérdate de que tú recibiste bienes durante tu
vida y Lázaro, en cambio, males; ahora, pues, aquí él es consolado y tú
atormentado. Además de todo esto, entre vosotros y nosotros hay
interpuesto un gran abismo, de modo que los que quieren atravesar de
aquí a vosotros, no pueden; ni pueden pasar de ahí a nosotros.» (Lucas 16,
19-31)
«El rico fue condenado porque no ayudó al otro hombre. Porque ni siquiera cayó en
la cuenta de Lázaro (...) En ningún sitio condena Cristo la mera posesión de bienes
terrenos en cuanto tal. En cambio, pronuncia palabras muy duras contra los que
utilizan los bienes egoístamente, sin fijarse en las necesidades de los demás»
(Juan Pablo II).
La solidaridad, como toda virtud, tiene un orden: primero están las necesidades de
los que me rodean, especialmente las de mi familia; pero además, he de
preocuparme de mi vecindario, de mi ciudad, del mundo entero.
Conocía yo por entonces a una señora, con título nobiliario, grande de España. (...)
Residía en una casa de abolengo, pero no gastaba para si misma ni dos pesetas al
día. En cambio, retribuía muy bien a su servicio, y el resto lo destinaba a ayudar a
los menesterosos, pasando ella misma privaciones de todo género. A esta mujer
no le faltaban muchos bienes que tantos ambicionan, pero ella era personalmente
pobre, muy mortificada, desprendida por completo de todo. ¿Me habéis entendido?
Nos basta además escuchar las palabras del Señor: «bienaventurados los pobres
de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos».
Si tú deseas alcanzar ese espíritu, te aconsejo que contigo seas parco, y muy
generoso con los demás; evita los gastos superfluos por lujo, por veleidad, por
vanidad, por comodidad...; no te crees necesidades» (Amigos de Dios, 123).
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis
y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y
seréis perdonados; dad y se os dará; echarán en vuestro regazo una
buena medida, apretada, colmada, rebosante: porque con la misma
medida que midáis seréis medidos.» (Lucas 6, 36-38)
Porque, entre otras cosas, Tú me tratarás de la forma en que yo trate a los demás.
«Sed misericordiosos.»
¿Me doy cuenta de que mi trabajo o mi estudio bien hecho es la forma habitual
que tengo para colaborar con las necesidades de la sociedad y de los que me
rodean?
Jesús, qué fácil es criticar, murmurar, hablar mal de alguien, sin pensar en los
motivos, o las presiones, o la ignorancia, o la flaqueza, o el carácter, o muchos
otros elementos de juicio que no tengo y que sólo Tú conoces.
Es muy fácil criticar, pero es muy difícil evaluar los daños que podemos estar
causando a una persona con nuestras críticas.
Si pienso que alguien actúa mal y tengo la suficiente amistad con él para que me
escuche, puedo decirle a solas y con delicadeza aquello que me parece un error.
En caso de duda, puedo incluso consultar con discreción aquella conducta con
alguna persona de confianza, antes de hablar con el interesado.
Pero no debo permitir ni siquiera pensar mal de nadie, y mucho menos criticarle o
hablar mal de él delante de otros.
«Todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo, que
a condenarla; y si no la puede salvar, inquirirá cómo la entiende, y si mal la
entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes
para que, bien entendiéndola, se salve» (San Ignacio de Loyola).
«Dad y se os dará.»
Jesús, a veces soy muy roñoso con mis cosas, con mitiempo, con mis ambiciones.
No sé dar, no sé darme.
En cambio, cuando soy generoso contigo y con los demás, recibo más que lo poco
que tenía para dar.
Que no quiera quedarme con este uno: con mis planes, con mi futuro. Que sepa
dejarlo todo en tus manos, para lo que Tú quieras, para lo que haga falta.
Yo te quiero servir en medio de mi vida corriente; quiero darte lo poco que tengo,
por amor a Ti.
No lo hago para recibir, sino porque Tú me lo pides; pero sé muy bien que Tú
siempre me pagas con creces -ya en esta vida- todo lo que haga por Ti y por los
demás.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
.
«Entonces Jesús habló a las multitudes y a sus discípulos diciéndoles: En la cátedra
de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced y cumplid todo cuanto os
digan; pero no hagáis según sus obras, pues dicen pero no hacen. Atan cargas
pesadas e insoportables y las ponen sobre los hombros de los demás, pero ellos ni con
un dedo quieren moverlas. Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres (...).
El mayor entre vosotros sea vuestro servidor El que se ensalce a sí mismo será
humillado, y el que se humille a sí mismo será ensalzado.» (Mateo 23, 1-12)
En el comienzo de los Hechos de los Apóstoles, San Lucas habla de lo que «hiciste y
predicaste» (Hechos 1,1).
Cuando me hablas de amar a los demás, puedes decir con razón: «como Yo os he amado»
(Juan 13, 34);
-cuando me pides que coja la cruz, puedes mostrarme las heridas de los clavos en tus manos;
«Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo: El es el «hombre perfecto» que nos
invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo a
imitar; con su oración atrae a la oración; con su pobreza, llama a aceptar libremente la
privación y las persecuciones» (C. I. C.-520).
Jesús, si quiero ser tu discípulo, si quiero seguirte y que te sigan los demás, he de dar primero
buen ejemplo.
¿Cómo voy a explicar a los demás que el trabajo y el estudio son medios de santificación, si
luego no tengo prestigio profesional, si hago las cosas de cualquier manera, o me conformo
con cumplir los mínimos o ir aprobando?
Jesús, en el fondo quieres que me comporte como lo harías Tú en mis circunstancias de cada
día.
Por eso es bueno que me haga muchas veces esta pregunta: Tú, ¿cómo te comportarías en
esta situación?
Y no sólo en el trabajo, sino también en mi relación con los demás, en el uso de los bienes
materiales, en las diversiones, en el descanso, en las dificultades, etc.
2º. «Déjame que te recuerde, entre otras, algunas señales evidentes de falta de humildad:
-pensar que lo que haces o dices está mejor hecho o dicho que lo de los demás;
-querer salirte siempre con la tuya;
-disputar sin razón o -cuando la tienes- insistir con tozudez y de mala manera;
-no reconocer que eres indigno de toda honra y estima, incluso de la tierra que pisas y de las
cosas que posees;
-encubrir al Director algunas faltas humillantes, para que no pierda el concepto que de ti tiene;
-oír con complacencia que te alaben, o alegrarte de que hayan hablado bien de ti;
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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«Escuchad otra parábola. Cierto hombre que era propietario plantó una
viña, la rodeó de una cerca y cavó en ella un lagar edificó una torre, la
arrendó a unos labradores y se marchó de allí. Cuando se acercó el tiempo
de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir sus frutos.
Pero los labradores, agarrando a los criados, a uno lo golpearon, a otro lo
mataron y a otro lo lapidaron. De nuevo envió a otros criados en mayor
número que los primeros, pero hicieron con ellos lo misma. Por último les
envió a su hijo, diciéndose: a mi hijo lo respetarán. Pero los labradores, al
ver al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero. Vamos, matémoslo y nos
quedaremos con su heredad. Y, agarrándolo, lo echaron fuera de la viña y
lo mataron. Cuando venga el dueño de la viña, ¿que hará con aquellos
labradores? Le contestaron: A esos malvados les dará una mala muerte y
arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su
tiempo.» (Mateo 21, 32-43.45-46)
1º. Jesús, en esta parábola hablas del cuidado con que Dios escogió y cuidó al
pueblo de Israel, la viña del Señor.
Pero luego, cuando envió a los diferentes profetas para recoger los frutos de tu
alianza, éstos fueron maltratados y asesinados.
Por último, Dios Padre envía a su Hijo, que eres Tú, Jesús.
Y te has quedado en el Sagrario para que pueda dirigirme a Ti, pedirte cosas,
darte gracias, decirte que te quiero...
Jesús, ¿qué he hecho con mi propia viña? ¿Dónde están los frutos que esperas de
mi?
2º. «Dios está metido en el centro de tu alma, de la mía, y en la de todos los
hombres en gracia. Y está para algo: para que tengamos más sal, y para que
adquiramos mucha luz, y para que sepamos repartir esos dones de Dios, cada uno
desde su puesto.
¿Y cómo podremos repartir esos dones de Dios? Con humildad, con piedad, bien
unidos a nuestra Madre la Iglesia.
Jesús, Tú eres la vid. ¡Qué fecundidad la del sarmiento unido a la vid! Me quieres
bien unido a Ti, para dar fruto: esa sal y esa luz, para que sepamos repartir esos
dones de Dios, cada uno desde su puesto.
+Y luego, con humildad, con piedad, bien unidos a nuestra Madre la Iglesia.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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«Dijo también: Un hombre tenía dos hijos; el más joven de ellos dijo a su
padre: Padre, dame la parte de hacienda que me corresponde. Y les
repartió los bienes. No muchos días después, el hijo más joven,
reuniéndolo todo, se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna
viviendo lujuriosamente. Después de gastar todo, hubo una gran hambre
en aquella región y él empezó a pasar necesidad. Fue y se puso a servir a
un hombre de aquella región, el cual lo mandó a sus tierras a guardar
cerdos; le entraban ganas de saciarse con las algarrobas que comían los
cerdos; y nadie se las daba. Recapacitando, se dijo: ¡Cuántos jornaleros de
mi padre tienen pan abundante mientras yo aquí me muero de hambre!
Me levantaré e iré a mi padre y le diré: padre, he pecado contra el Cielo y
contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de
tus jornaleros. Y levantándose se puso en camino hacia la casa de su
padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se compadeció; y
corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Comenzó a decirle el hijo: Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya
no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados:
Pronto, sacad el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y
sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, y vamos a
celebrarlo con un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha
vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. Y se pusieron a
celebrarlo.» (Lucas 15, 1-3.11-32)
1º. Jesús, hoy me explicas, a través de la parábola del hijo pródigo, tu visión del
pecado y de la conversión: la visión de Dios.
A veces, a la hora de la tentación, sólo lucho entre dos efectos del pecado: lo
apetecible del mismo y las consecuencias de perder la gracia.
No me doy cuenta del efecto más importante: la ofensa a Dios, cómo afecta a Dios
mi pecado.
«El pecado es una ofensa a Dios: «Contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo
a tus ojos cometí» (Sal 51, 6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos
tiene y aparta de Él nuestros corazones» (C. I. C.-1850).
Jesús, Tú mismo -que eres Dios-, me dices cómo te afecta el pecado: como a un
padre bueno que quiere a su hijo, cuando éste le abandona.
Más que el dinero desperdiciado, lo que duele en esta parábola es que el hijo se
prefiera egoístamente a sí mismo y abandone a su padre, que tanto ha hecho por
él.
Jesús, que ante la tentación no piense sólo en mí: en lo que gano y en lo que
pierdo.
Que piense, sobretodo, en lo que te alegras Tú si venzo, o en lo que sufres si te
abandono.
2º. «Dios nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos,
aunque no lo merezcamos. No importa nuestra deuda. Como en el caso del hijo
pródigo, hace falta sólo que abramos el corazón, que tengamos añoranza del
hogar de nuestro Padre, que nos maravillemos y nos alegremos ante el don que
Dios nos hace de podernos llamar y de ser a pesar de tanta falta de
correspondencia por nuestra parte, verdaderamente hijos suyos» (Es Cristo que
pasa.- 64).
Tú has querido, Jesús, que esa vuelta a la casa del Padre la podamos realizar a
través del Sacramento de la Confesión.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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«Y añadió: En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su
patria. Os digo de verdad que muchas viudas había en Israel en tiempo de
Elías, cuando durante tres años y seis meses se cerró el cielo y hubo gran
hambre por toda la tierra; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una
mujer viuda en Sarepta de Sidón. Muchos leprosos había también en Israel
en tiempo del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue curado, sino Naamán el
Sirio. Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira, y se
levantaron, le echaron fuera de la ciudad, y lo llevaron hasta la cima del
monte sobre el que estaba edificada su ciudad para despeñarle. Pero él,
pasando por medio de ellos, seguía su camino». (Lucas 4, 24-30)
Y sus padres, aquéllos que habrían ido tantas veces a San José para pedirle un
favor, para que les arreglara algo.
No te reconocen, Jesús.
Tu infancia y juventud habían sido tan normales que ahora no pueden aceptar tu
divinidad y necesitan milagros como prueba de que eres el Mesías.
Y es que un santo no tiene por qué ser espectacular hacia afuera, aunque muchas
veces se note realmente su unión con Dios por el amor que tiene a los demás;
basta con que sea espectacular hacia dentro: en su amor, en su entrega, en su
humildad, en su sacrificio escondido y discreto.
A veces me creo que no pasa nada por no luchar en las típicas batallas de cada
día: el minuto heroico; esas horas de estudio bien aprovechadas; pequeños
detalles de servicio como ordenar las sillas, recoger la mesa, dejar el mejor sitio a
otro, etc... Así –pienso- «me reservo» para las grandes ocasiones.
Tu vida oculta en Nazaret, viviendo como uno más pero llenando el día de detalles
de amor a Dios y a los demás -viviendo vida de Hijo de Dios en medio del mundo-
me anima a ver las cosas de otra manera.
«La vida oculta de Nazaret permite a todos entrar en comunión con Jesús a través
de los caminos más ordinarios de la vida humana» (C. I. C.- 533).
Ayúdame a vivir las cosas más vulgares con vibración de eternidad: dándome
cuenta de que es ahí donde me estás buscando, donde esperas que te demuestre
que soy tu discípulo, hijo de Dios.
Todo ello con naturalidad, sin alardear de una santidad que no tengo; pensando en
tu vida en Nazaret, como uno más, pero -eso sí- sin dejarme ganar en el amor a
Ti.
Si vivo con esa presencia de Dios, luchando con constancia en los pequeños
detalles del trabajo y de la vida familiar, estaré «en forma» para luchar -y vencer-
en tentaciones más grandes o en momentos más difíciles.
Cualquier prueba, incluso «olímpica», podré superar -con tu gracia- si cada día me
venzo en algún detalle pequeño.
Y sobretodo, esa vida oculta y ordinaria en apariencia, por estar llena de amor, me
permitirá entrar en comunión contigo, Jesús.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
«No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a
abolirlos sino a darles su plenitud. En verdad os digo que mientras no
pasen el Cielo y la Tierra no pasará de la Ley ni la más pequeña letra o
trazo hasta que todo se cumpla. Así el que quebrante uno solo de estos
mandamientos, incluso de los más pequeños, y enseñe a los hombres a
hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Por el
contrario, el que los cumpla y enseñe, ése será grande en el Reino de los
Cielos.» (Mateo 5, 17-19)
1º. Jesús, los preceptos del Antiguo Testamento servían para preparar al Pueblo
de Dios a esa plenitud de tu venida y de tu palabra.
Es muy fácil coger partes sueltas de tu mensaje: lo que me gusta, lo que «me va
bien», lo que siento.
Ya no hay un mensaje posterior, una doctrina que dignifique más al hombre, que le
llene más.
La Iglesia, dirigida por los sucesores de los apóstoles, guarda íntegra la doctrina a
través de los siglos, a la vez que orienta a los fieles para aplicarla en las
situaciones actuales de cada época y de cada pueblo.
Jesús, en el ambiente hay como un terror a las normas, a los mandamientos, como
si fueran en contra de la libertad.
En cambio, bien que siguen las normas de tráfico y no se salen de los límites de la
autopista, aunque las vallas «restrinjan» su libertad.
Que me dé cuenta, Jesús, de que los mandamientos son carreteras que me
señalan la buena dirección, el mejor modo de llegar al destino correcto.
Que no quiera salirme de esos límites, pues con la apariencia de ganar libertad,
estaría perdiendo el camino.
El que los cumpla y enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.
No es suficiente con guardar los diez mandamientos, sino que debo conocer lo que
dicen el Papa y los Obispos.
Y luego tengo el deber, por cristiano, de enseñar a los demás dónde está el
camino, y la verdad y la vida.
Además, sólo siendo fiel a estos mandatos podré luego difundir bondad, luz,
entusiasmo, generosidad..., porque nadie da lo que no tiene.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
«Estaba expulsando un demonio que era mudo; y sucedió que, cuando
salió el demonio, el mudo rompió a hablar y la muchedumbre se quedó
admirada; pero algunos de ellos dijeron: Por Belcebú, príncipe de los
demonios, arroja a los demonios. Y otros, para tentarle, le pedían una
señal del cielo. Pero él, que conocía sus pensamientos, les dijo: Todo reino
dividido contra sí mismo quedará desolado y caerá casa contra casa. Si,
pues, también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo quedará en
pie su reino, puesto que decís que arrojo los demonios por Belcebú? Si yo
expulso los demonios por Belcebú, vuestros hijos, ¿por quién los arrojan?
Por eso ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo expulso los
demonios por el dedo de Dios, está claro que el Reino de Dios ha llegado a
vosotros. Mientras uno que es fuerte y está bien armado custodia su
palacio, sus bienes están seguros; pero en llegando otro más fuerte, le
vence, le quita sus armas en las que confiaba y reparte su botín. El que no
está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparramo.»
(Lucas 11, 14-23)
Ha de ser así, porque de otro modo no te amaría con libertad sino obligado por la
evidencia.
Es lo que se llama tu Providencia ordinaria, es decir, que las cosas ordinarias que
ocurren en mi vida están queridas y enviadas por Ti para mi bien.
«La divina providencia consiste en las disposiciones por las que Dios conduce con
sabiduría y amor todas las criaturas hasta su fin último» (C. I. C.-321).
Gracias, Jesús, por todo lo que me envías: aquello que me parece bueno y,
también, aquello que me hace sufrir un poco y que, seguro, tiene una parte
positiva aunque a veces me cueste verla humanamente.
Jesús, te pido por la unidad en la Iglesia, para que, como Tú pediste al Padre,
«todos sean uno; como Tú Padre, en mi y yo en Ti» (Juan 17,21).
Jesús, yo no quiero ser malo... pero tampoco me decido a ser santo de verdad.
Pero no acabo de querer dejar algunos hábitos o prioridades que no van: esos
tiempos «para mí»; esos caprichos; esa comodidad que me vence; ese deseo de
querer quedar bien por encima de todo...
En el fondo, lo que ocurre es que sigo pensando que seré más feliz así: con mi
media entrega.
Tú eres la persona que ha sido más feliz en esta tierra, porque has sido -y eres- el
que más sabe amar.
Que no tenga miedo a darme más; que me decida a intentar de verdad ser santo.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
«Entonces, acercándose Pedro, le preguntó: Señor ¿cuántas veces he de
perdonar a mi hermano, cuando pegue contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le
respondió: No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por eso el Reino de los Cielos viene a ser semejante a un rey que quiso
arreglar cuentas con sus siervos. Puesto a hacer cuentas, le presentaron
una que le debía diez mil talentos. Como no podía pagar el señor mandó
que fuese vendido él con su mujer y sus hijos y todo lo que tenía, y así
pagase. Entonces el servidor echándose a sus pies, le suplicaba: Ten
paciencia conmigo y te pagaré todo. El señor compadecido de aquel siervo,
lo mandó soltar y le perdonó la deuda. Al salir aquel siervo, encontró a uno
de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándole, lo ahogaba y
le decía: págame lo que me debes. Su compañero, echándose a sus pies, le
suplicaba: Ten paciencia conmigo y te pagaré. Pero no quiso, sino que fue y
lo hizo meter en la cárcel, hasta que pagase la deuda. Al ver sus
compañeros lo ocurrido, se disgustaron mucho y fueron a contar a su señor
lo que había pasado. Entonces su señor lo mandó llamar y le dijo: Siervo
malvado, yo te he perdonado toda la deuda porque me lo has suplicado.
¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo la he
tenido de ti? Y su señor irritado, lo entregó a los verdugos, hasta que
pagase toda la deuda. Del mismo modo hará con vosotros mi Padre
Celestial, si cada uno no perdona de corazón a su hermano.» (Mateo 18, 21-
35)
Si amo poco, tendré poca capacidad de perdonar; si amo mucho, tendré mucha.
Por eso, esta misma pregunta te la podría haber hecho así: ¿cuánto he de amar a
mi hermano?
En la parábola hay algo que no cuadra: el siervo que debía diez mil talentos pide
paciencia hasta que pueda devolver todo el dinero.
Si Tú, Jesús, te comportas así conmigo, ¿cómo voy a ser yo capaz de pedir cuentas
a nadie?
2º. «Te quejas de que no es comprensivo... -Yo tengo la certeza de que hace lo
posible por entenderte. Pero tú, ¿cuándo te esforzarás un poquito por
comprenderle?». (Surco.-759).
Jesús, hoy me pides que sepa comprender y disculpar al prójimo, pues es también
una exigencia del amor.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
«Se acercó uno de los escribas, que había oído la discusión y, al ver lo
bien que les había respondido, le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos
los mandamientos? Jesús respondió: el primero es: Escucha, Israel, el
Señor Dios nuestro es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El
segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro
mandamiento mayor que éstos. Y le dijo el escriba: ¡Bien, Maestro!, con
verdad has dicho que Dios es uno sólo y no hay otro fuera de El; y amarle
con todo el corazón y con toda la inteligencia y con toda la fuerza, y amar
al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y
sacrificios. Viendo Jesús que le había respondido con sensatez, le dijo: No
estás lejos del Reino de Dios. Y ninguno se atrevía ya a hacerle
preguntas.» (Marcos 12, 28-34)
1º. Jesús, aquí está la pregunta clave: ¿Cuál es el primero de todos los
mandamientos?
¿Qué es lo que quieres que ponga en primer lugar en mis preferencias personales?
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con
toda tu mente y con todas tus fuerzas.»
¿Te busco a Ti: lo que Tú quieres, lo que Tú necesitas de mí, lo que Tú esperas de
mí; o me contento con un «ir tirando» que, en el fondo, es egoísmo?
¿A quién busco realmente cuando lucho por mejorar: a Ti, porque me quieres
santo, o a mí, para quedarme tranquilo, satisfecho de mí mismo o, incluso, para
quedar bien ante los demás?
2º. «Si de veras amases a Dios con todo tu corazón, el amor al prójimo -que a
veces te resulta tan difícil- seria una consecuencia necesaria del Gran Amor. -Y no
te sentirías enemigo de nadie, ni harías acepción de personas» (Forja.- 869).
Jesús, el amor a los demás es una consecuencia necesaria del amor a Ti.
El que sabe darse, ama a los demás y -entre ellos- es capaz de amarte a Ti.
¿Qué hago por los que me rodean, en concreto por los más necesitados espiritual o
materialmente?
Cuanto más te ame, más ocasiones encontraré para servir a los demás; y cuanto
más aproveche las circunstancias que me rodean para servir, más fácilmente me
enamoraré de Ti.
Jesús: que, como el escriba de hoy, me entere de que amarte con todo el corazón y
con toda la inteligencia y con toda la fuerza, y amar al prójimo como a sí mismo,
vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
De este modo, también a mí me podrás contestar: «No estás lejos del Reino de
Dios.»
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
«Dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos
teniéndose por justos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron
al Templo para orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo,
quedándose de pie, oraba para sus adentros: Oh Dios, te doy gracias
porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni
como ese publicano. Ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de todo
lo que poseo. Pero el publicano, quedándose lejos, ni siquiera se atrevía a
levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios,
ten compasión de mí que soy un pecador: Os digo que éste bajó justificado
a su casa, y aquél no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo
el que se humilla será ensalzado.» (Lucas18, 9-14)
No me doy cuenta de que necesito tu ayuda: Jesús, ayúdame a hacer bien esto, a
ser más generoso, más constante, más limpio.
Jesús, dame tu gracia para ser cada vez mejor y dejarme de excusas y
justificaciones.
Si veo que un amigo mío hace algo mal o podría mejorar en algo, se lo debo decir,
en confianza de amigo.
Pero con cariño, con comprensión, sabiendo que yo puedo hacer cualquier
barbaridad si me dejas de tu mano.
«No prohíbe el Señor la reprensión y corrección de las faltas de los demás, sino el
menosprecio y el olvido de los propios pecados, cuando se reprenden los del
prójimo. Conviene, pues, en primer lugar examinar con sumo cuidado nuestros
defectos, y entonces pasemos a reprender los de los demás» (San Juan
Crisóstomo).
2º. «Reconoce humildemente tu flaqueza para poder decir con el Apóstol: «cum
enim infirmor tunc potens sum» - porque cuando soy débil, entonces soy fuerte»
(Camino.-604).
Jesús, ¿me doy cuenta de que el primer paso para mejorar en algo es reconocer
que no lo hago del todo bien?
A veces me falta humildad para reconocer mis fallos y para pedir perdón.
¿Cómo voy entonces a mejorar? El peor de los errores que puedo tener, es llegar a
pensar que no tengo errores.
Madre, tú eres Reina del Universo porque Dios ha «puesto los ojos en la humildad
de su esclava; por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las
generaciones» (Lucas 1,48).
Ayúdame, Madre, a ser más humilde: a reconocer mis fallos y a pedirte más ayuda
a ti y a tu hijo Jesús.
De esta manera mejoraré más, «porque cuando soy débil, entonces soy
fuerte»: cuando me reconozco débil y te pido ayuda, entonces soy capaz de
vencer cualquier obstáculo.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
«Estaban presentes en aquel momento unos que le contaban lo de los
galileos, cuya sangre mezcló Pilato con la de sus sacrificios. Y en respuesta
les dijo: «¿Pensáis que estos galileos fueron más pecadores que todos los
galileos, porque han padecido tales cosas? ¡No!, os lo aseguro; pero si no
hacéis penitencia, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre
los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que fueron más
culpables que todos los hombres que vivían en Jerusalén? ¡No!, os lo
aseguro; pero si no hacéis penitencia todos pereceréis igualmente».
Les decía esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su
viña, y vino a buscar en ella fruto y no lo encontró. Entonces dijo al
viñador: "Mira que hace tres años que vengo a buscar fruto en esta
higuera sin encontrarlo; córtala, ¿para qué va a ocupar terreno en balde?".
Pero él le respondió: "Señor, déjala también este año hasta que cave a su
alrededor y eche estiércol, por si produce fruto; si no, ya la cortarás"».
(Lucas 13, 1-9)
1º. Jesús, hoy me aclaras un punto importante, que algunos no entienden: si Dios
existe -piensan ¿por qué permite los terremotos, las guerras, los accidentes y el
sufrimiento en general?
Los judíos de aquel tiempo pensaban que esas calamidades eran fruto del castigo
divino, por los pecados que esas personas habían cometido.
Muchos hoy en día piensan que esos desastres son una prueba de que Dios no
existe.
Jesús, explicas a los que te rodean que las desgracias físicas no son una venganza
divina.
El que sufre un accidente o contrae una enfermedad penosa no deja de ser un hijo
querido de Dios.
Por eso tiene sentido el sufrimiento y la misma muerte: porque es una oportunidad
que me das para hacer penitencia.
Jesús, me has recordado de muchas maneras que debo dar fruto, haciendo rendir
los talentos que me has dado.
Por eso, con cierta frecuencia es bueno mirarte clavado en la cruz y decirte: Tú has
muerto por mí; ¿qué hago yo por Ti?
Jesús, yo quiero corresponder a tu Amor con mi amor, con mis obras buenas, con
mi santidad.
Pero, a veces, no sé dar buen fruto; más bien doy malos frutos.
Me dejo dominar por el capricho, por lo que me gusta, en lugar de buscar qué es lo
que Tú quieres de mí en cada momento.
Me ves luchar por hacer el bien y le dices a Dios Padre: dale un poco más de
tiempo.
1º. Jesús, no puedes ser más claro sobre el destino del hombre una vez acabado
su paso por la tierra: «los que hayan hecho el bien saldrán a una
resurrección de la vida; los que hayan hecho el mal a una resurrección de
juicio.»
Por eso dices: «Yo no puedo hacer nada por mí mismo: según oigo, así
juzgo; y mi juicio es justo porque no busco mi voluntad sino la voluntad
del que me envió.»
Recibí un aviso suyo: estaba enfermo, y deseaba que fuera a verle. Llegué a la
pensión donde se hospedaba. -«Padre, me muero», fue su saludo. Le animé, con
cariño. Quiso hacer confesión general. Aquella noche falleció.
Jesús, este tiempo de Cuaresma es un buen momento para considerar cómo estoy
preparando esta carrera definitiva, que es la realmente importante.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
«Dijo también: Un hombre tenía dos hijos; el más joven de ellos dijo a su
padre: Padre, dame la parte de hacienda que me corresponde. Y les
repartió los bienes. No muchos días después, el hijo más joven,
reuniéndolo todo, se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna
viviendo lujuriosamente. Después de gastar todo, hubo una gran hambre
en aquella región y él empezó a pasar necesidad. Fue y se puso a servir a
un hombre de aquella región, el cual lo mandó a sus tierras a guardar
cerdos; le entraban ganas de saciarse con las algarrobas que comían los
cerdos; y nadie se las daba. Recapacitando, se dijo: ¡Cuántos jornaleros de
mi padre tienen pan abundante mientras yo aquí me muero de hambre!
Me levantaré e iré a mi padre y le diré: padre, he pecado contra el Cielo y
contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de
tus jornaleros. Y levantándose se puso en camino hacia la casa de su
padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se compadeció; y
corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Comenzó a decirle el hijo: Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya
no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados:
Pronto, sacad el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y
sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, y vamos a
celebrarlo con un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha
vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. Y se pusieron a
celebrarlo.» (Lucas 15, 1-3.11-32)
1º. Jesús, hoy me explicas, a través de la parábola del hijo pródigo, tu visión del
pecado y de la conversión: la visión de Dios.
A veces, a la hora de la tentación, sólo lucho entre dos efectos del pecado: lo
apetecible del mismo y las consecuencias de perder la gracia.
No me doy cuenta del efecto más importante: la ofensa a Dios, cómo afecta a Dios
mi pecado.
«El pecado es una ofensa a Dios: «Contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo
a tus ojos cometí» (Sal 51, 6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos
tiene y aparta de Él nuestros corazones» (C. I. C.-1850).
Jesús, Tú mismo -que eres Dios-, me dices cómo te afecta el pecado: como a un
padre bueno que quiere a su hijo, cuando éste le abandona.
Más que el dinero desperdiciado, lo que duele en esta parábola es que el hijo se
prefiera egoístamente a sí mismo y abandone a su padre, que tanto ha hecho por
él.
Jesús, que ante la tentación no piense sólo en mí: en lo que gano y en lo que
pierdo.
Que piense, sobretodo, en lo que te alegras Tú si venzo, o en lo que sufres si te
abandono.
2º. «Dios nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos,
aunque no lo merezcamos. No importa nuestra deuda. Como en el caso del hijo
pródigo, hace falta sólo que abramos el corazón, que tengamos añoranza del
hogar de nuestro Padre, que nos maravillemos y nos alegremos ante el don que
Dios nos hace de podernos llamar y de ser a pesar de tanta falta de
correspondencia por nuestra parte, verdaderamente hijos suyos» (Es Cristo que
pasa.- 64).
Tú has querido, Jesús, que esa vuelta a la casa del Padre la podamos realizar a
través del Sacramento de la Confesión.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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«Entonces vino de nuevo a Caná de Galilea, donde había convertido el
agua en vino. Había allí un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en
Cafarnaún, el cual, al oír que Jesús venía de Judea hacia Galilea, se acercó
a él y le rogaba que bajase y curara a su hijo, pues estaba muriéndose.
Jesús le dijo: Si no veis signos y prodigios, no creéis. Le respondió el
funcionario real: Señor baja antes de que se muera mi hijo. Jesús le
contestó: Vete, tu hijo vive. Aquel hombre creyó en la palabra que Jesús le
dijo y se marchó. Mientras bajaba, sus siervos le salieron a su encuentro
diciendo que su hijo vivía. Les preguntó la hora en que empezó a mejorar
Le respondieron: Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre. Entonces el
padre cayó en la cuenta de que aquélla era la hora en que Jesús le había
dicho: Tu hijo vive. Y creyó él y toda su casa.» (Juan 4, 43-54)
Y, aun viendo los milagros, no quieren reconocerte como quien eres: el Hijo de
Dios.
Por eso les tienes que decir: «Si no hago las obras de mi Padre, no me
creáis; pero si las hago, creed en las obras, aunque no me creáis a mí,
para que conozcáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre».
(Juan 10,37-38).
Que crea realmente que Tú eres Dios, y que tu Palabra es la Verdad, porque no
puedes engañarte ni engañarme.
-»Ecce non est abbreviata manus Domini» -¡El brazo de Dios, su poder no se ha
empequeñecido!(Camino.-586).
Esos milagros «fueron precisos al principio para confirmar con ellos la fe. Pero, una
vez que la fe de la Iglesia está confirmada, los milagros no son necesarios» (San
Jerónimo).
El único verdadero mal es el pecado, y por eso, los milagros más necesarios son
los espirituales: las conversiones interiores.
Y el mundo volverá a ser cristiano, con una mayor madurez y con una extensión
como nunca en la historia.
Jesús, que crea más en tu palabra; que sea uno de esos hombres de fe que
necesitas.
Enciéndeme de amor a Ti, para que crezca también mi amor a los demás.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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«Después de esto había una fiesta de los judíos, y Jesús subió a
Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina,
llamada en hebreo Betzata, que tiene cinco pórticos. En éstos yacía una
muchedumbre de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. Había allí un
hombre que padecía una enfermedad desde hacía treinta y ocho años.
Jesús, al verlo tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dijo:
¿Quieres ser curado? El enfermo le contestó: Señor; no tengo un hombre
que me introduzca en la piscina cuando se mueve el agua; mientras voy
desciende otro antes que yo. Le dijo Jesús: Levántate, toma tu camilla y
anda. Al instante aquel hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a
andar Aquel día era sábado. Entonces dijeron los judíos al que había sido
curado: Es sábado y no te es lícito llevar la camilla. El les respondió: El
que me ha curado es el que me dijo: Toma tu camilla y anda. Le
interrogaron: ¿Quién es el hombre que te dijo: Toma tu camilla y anda? El
que había sido curado no sabía quién era, pues Jesús se había apanado de
la turba allí reunida.» (Juan 5, 1-16)
1º. Jesús, ves a este hombre que lleva tanto tiempo paralítico -¡treinta y ocho
años!- y te compadeces de él.
¿Quieres que te dé alas para volar en la vida interior, es decir, gracia para que
puedas amarme más?
Cuánta gente podría decir lo mismo: Jesús, no tengo a nadie que me eche una
mano, que me ayude en mis necesidades materiales o espirituales: nadie que me
oriente; nadie que me dé un buen consejo; nadie que me apoye cuando lo estoy
pasando mal.
Jesús, si quiero parecerme a Ti, tengo que abrir bien los ojos, para que nadie de
los que me rodean pueda quedarse sin mi cariño, sin mi ayuda, sin mi palabra de
cristiano.
2º. «Hay una sola enfermedad mortal, un solo error funesto: conformarse con la
derrota, no saber luchar con espíritu de hijos de Dios. Si falta ese esfuerzo
personal, el alma se paraliza y yace sola, incapaz de dar frutos...
-Con esa cobardía, obliga la criatura al Señor a pronunciar las palabras que Él oyó
del paralítico, en la piscina probática:
Has querido que sean tus apóstoles de cada tiempo los que siembren, con su
ejemplo y con su palabra, la doctrina del Evangelio.
No puedo quedarme parado, paralítico, con una vida interior raquítica, incapaz de
dar fruto.
Y para eso, no puedo conformarme con la derrota, sino que he de saber luchar con
espíritu de hijo de Dios, con esfuerzo personal.
Que te diga -con obras, con esfuerzo personal- siempre que sí, de modo que me
contestes, como al paralítico: «levántate, toma tu camilla y anda.»
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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«Yo no busco recibir gloria de los hombres; pero os conozco y sé que no
hay amor de Dios en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre y no
me recibís; si otro viniera en nombre propio a ése lo recibiríais. ¿Cómo
podéis creer vosotros, que recibís gloria unos de otros, y no buscáis la
gloria que procede del único Dios? No penséis que yo os acusaré ante el
Padre; hay quien os acusa: Moisés, en quien vosotros esperáis. En efecto,
si creyeseis a Moisés, tal vez me creeríais a mí, pues él escribió de mí.
Pero si no creéis en sus escritos, ¿ cómo vais a creer en mis palabras?»
(Juan 5, 31-47)
Por eso, he de fomentarla y cuidarla; no puedo jugar con la fe, ponerla en peligro.
Por eso es importante asistir a charlas de formación, pedir consejo para leer libros
interesantes sobre la doctrina y la vida cristiana, etc. ...
Jesús, lo mismo que dices sobre Moisés, lo dices también sobre los apóstoles y los
ministros de tu Iglesia: «Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a
vosotros desprecia, a mí me desprecia» (Lucas 10,16).
Los judíos «creían» en las escrituras; sin embargo, Tú les dices que no creen en
los escritos de Moisés porque creen a su modo, interpretan a su manera.
Tú mismo has dicho: «Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y la tierra, porque
ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes, y las revelaste a los
pequeños»
Jesús, Tú eres Dios y naces en un establo, vives pobre en una aldea perdida,
mueres ajusticiado en una cruz, y te escondes bajo las especies de los alimentos
más vulgares de la tierra: vino y pan.
Posiblemente quieres enseñarme que es mejor pasar oculto, y que lo más hermoso
y noble de nuestra actividad, de nuestra vida, quede escondido.
No significa que deba hacer las cosas mal, o que me tenga que dedicar a labores
de segunda categoría.
Toda la gloria te la mereces Tú, que eres quien me ha dado mi inteligencia, tantos
medios materiales, la formación religiosa, continuas gracias espirituales, una
familia como la que tengo, etc.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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«Entonces, algunos de Jerusalén decían: ¿No es éste el que buscan para
matarle? Pues mirad cómo habla con toda libertad y nada le dicen. ¿Acaso
habrán reconocido las autoridades que éste es el Cristo? Sin embargo
sabemos de dónde es éste, mientras que cuando venga el Cristo nadie
conocerá de dónde es. Jesús enseñando en el Templo clamó: Me conocéis
y sabéis de dónde soy; en cambio, yo no he venido de mí mismo, pero el
que me ha enviado, a quien vosotros no conocéis, es veraz. Yo le conozco,
porque de Él vengo y Él mismo me ha enviado. Buscaban cómo detenerle,
pero nadie le puso las manos encima porque aún no había llegado su
hora.» (Juan 7, 1-2 10. 25-30)
Tu vida corre peligro pero no te escondes, sino que continúas con tu misión de
enseñar el Evangelio a todas las gentes.
Veo que debería decirle algo a este amigo, o cortar una conversación impura, o
defender a la Iglesia ante esa crítica satírica.
Juan Pablo 1, en su primer mensaje como Papa, urgía a los cristianos a cambiar de
actitud: «Queremos recordar a toda la Iglesia que la evangelización sigue siendo
su principal deber... Animada por la fe, alimentada por la caridad y sostenida por
el alimento celestial de la Eucaristía, la Iglesia debe estudiar todos los caminos,
procurarse todos los medios, oportuna e inoportunamente (2 Timoteo 4, 2), para
sembrar la palabra, proclamar el mensaje, anunciar la salvación que infunde en el
alma la inquietud de la búsqueda de la verdad y la sostiene con la ayuda de lo alto
en esta búsqueda. Si todos los hijos de la Iglesia fueran misioneros incansables del
Evangelio brotaría una nueva floración de santidad y de renovación en este mundo
sediento de amor y de verdad»
Dicen que te siguen, pero no siguen a tu Iglesia; dicen que te entienden, pero no
entienden tu Cruz; dicen que te aman, pero no aman la Eucaristía.
-No esperes unas iluminaciones de Dios, que no tiene por qué darte, cuando
dispones de medios humanos concretos: el estudio, el trabajo» (Forja.- 841).
Jesús, ante la situación de confusión actual, donde hay quien se cree con el
derecho de interpretar tu doctrina a su antojo, urge difundir la luz de la doctrina
de Cristo, tener las ideas claras:
Jesús, quiero enterarme bien: primero por mí, para tener esa plenitud del mensaje
cristiano;y luego, para poder transmitirlo a los demás.
Jesús, que te conozca de verdad; que ponga los medios humanos concretos que
necesite:
Así podré ser, entre los que me rodean, un mensajero del Evangelio.
Y podré decir de Ti lo que Tú dijiste de tu Padre: «Yo le conozco, porque de Él
vengo y Él mismo me ha enviado».
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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«En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se
presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y,
sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer
sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: -“Maestro,
esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés
nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?” Le preguntaban esto
para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía
con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les
dijo: -“El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.” E
inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron
escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo
Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó
y le preguntó: -“Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha
condenado?” Ella contestó: -“Ninguno, Señor.” Jesús dijo: -“Tampoco yo
te condeno. Anda, y en adelante no peques más.”» (Juan 8,1-11).
A veces no perdono, como los maestros de la Ley y los fariseos del Evangelio de
hoy.
2º. Cada día, en todos los rincones del mundo, Jesús, a través de tus ministros los
Sacerdotes, sigues diciendo: "Yo te absuelvo de tus pecados..." vete y no
peques más. Eres tú mismo, Cristo, quien perdonas.
Pocas palabras han producido más alegría en el mundo que éstas de la absolución:
"Yo te absuelvo de tus pecados...".
¿Con qué alegría las recibimos nosotros cuando nos acercamos al sacramento del
perdón? ¿Con qué agradecimiento? ¿Cuántas veces hemos dado gracias a Dios por
tener tan a mano este Sacramento?
En nuestra oración de hoy podemos mostrar nuestra gratitud al Señor por este don
tan grande.
3º. Por la absolución, me uno a Ti, Jesús, que quieres cargar con mis pecados.
"He aquí que (el Padre) viene a tu encuentro; se inclina sobre tu hombro, te dará
un beso, prenda de amor y ternura; hará que te entreguen un vestido, calzado...
Tú temes todavía una represión...; tienes miedo de una palabra airada, y prepara
para ti un banquete". (San Ambrosio)
4º. Después de cada confesión, Jesús, ayúdame a dar gracias a Dios por la
misericordia que has tenido conmigo, aunque sea brevemente, para concretar
cómo poner en práctica los consejos o indicaciones recibidas o cómo hacer más
eficaz mi propósito de enmienda y mejora.