Schelling Sobre Lo Sublime Comentario

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SCHILLER: LO SUBLIME Y LA

REVOLUCI6N DE LA SENSIBILIDAD’

PABLOO Y A R ZR.2
~N

La estdtica de Schiller es largamente tributaria de su lectu-


ra de Kant: pero de todo Kant, y no s610 de la “Critica de
la facultad de juzgar estbtica”. Su pieza mis notoria es la
secuencia de Cartas para la educaci6n estdtica del hombre,
de 1795; a ella han de agregarse principalmente Kallias o
sobre la belleza, de 1793, y una serie de ensayos breves que
cubren la oncena de aiios que va de 1792 a 1803, y que
abordan las nociones de lo trigico, de lo patdtico, lo subli-
me, la gracia y la dignidad, la poesia ingenua y sentimen-
tal, y otras observaciones sobre “objetos estdticos varios”.

Una encuesta sobre su concepci6n de lo sublime debe


atenerse fundamentalmente a1 pequeiio tratado “Sobre lo
sublime” (Uber dar Erhabene), que Schiller incluy6 entre
las Kleinere prosaische Schriften de 1801; la fecha de re-

’ Documento presentado en el informe de avance del segundo afio de eje-


cuci6n de un proyecto Fondecyt (1010956), bajo el titulo general “Lo
bello, lo sublime y lo siniestro. Estudio de las transformaciones histhi-
cas de las categorfas estkticas en la clave de la negatividad”. El autor es
el investigador responsable.
Profesor de Filosoffa y Estktica, Universidad de Chile, Profesor de Meta-
fisica, Pontificia Universidad Cat6lica de Chile.
dacci6n del ensayo no se conoce con precisi6n. Ciertamente,
hay un texto anterior, bajo el titulo “De lo sublime” (Vom
Erhabenen), que data de 1793, pero lo decisivo de la doc-
trina schilleriana se encuentra en la docena de pdginas de
aquel ensayo maduro. De cualquier modo, para aquella
encuesta conviene tener a mano 10s pronunciamientos pre-
cedentes, y tambitn 10s que se refieren a lo patttico y lo
trdgico, sin descuidar el marco que establecen las Cartas.

La lectura de “Sobre lo sublime” tiene, a primera vis-


ta, algo de espejismo: a trechos pareciera un texto entera-
mente epigonal, apuntado en 10s margenes de la “Analitica
de lo ~ u b l i m e ” ,cuyo
~ aporte principal seria el vigor de 10s
tnfasis y la eficacia persuasiva de una gran elocuencia,
prendada del motivo de la destinacibn suprasensible que
evidenciarfa la experiencia de lo sublime. Luego, si el lec-
tor quiere resistir esta impresi6n inicial y esta suerte de sub-
ordinaci6n de 10s asertos de Schiller a1 libreto kantiano fun-
damental, lo que tal vez empiece a dibujarse bajo sus ojos
Sean las trazas del romanticism0 y, aun mds, del idealismo.
Ocurre, entonces, como si el discurso de Schiller, tensado
entre esos dos espacios tedricos, perdiese toda identidad.
No salva de esto la remisi6n a las Cartas, en que las tesis
del poeta fil6sof0, germinadas en el estudio de Kant (“10s
principios en que se fundamentan las afirmaciones siguien-
tes son en su mayor parte principios k a n t i a n ~ s ”y~ madu-
)

Esto mismo es lo que podrfa decirse, con mas fundamento todavfa, del
primer ensayo que Schiller dedic6 a1 asunto: el ya mencionado “De lo
sublime”, que no en van0 lleva el subtftulo “Para una elaboraci6n ulte-
rior de algunas ideas kantianas”.
Cartm I, en F. Schiller, Kallias. Cartm sobre la eduracidn esthica del hom-
bre. Edici6n bilingue. Estudio introductorio de Jaime Feij6o. Traduc-
ci6n y notas de Jaime Feij6o y Jorge Seca. Barcelona: Anthropos, 1990,
113. En adelante citaremos indicando con nlimero roman0 el de la car-
ta correspondiente seguido por la paginaci6n con nlimero grabe.
radas bajo el influjo de ciertas nociones de Fichte, estin
bien asentadas sobre sus propias y s6lidas bases, porque el
concept0 de lo sublime no juega allf n i n g h papel, a1 me-
nos expresamente. Y, sin embargo, basta con atender a al-
gunos pasajes del breve ensayo, a algunos giros y nociones,
para advertir no s610 unos matices y unos sesgos, sino una
maciza diferencia. Esto es lo que nos interesari aquk en-
tender e n qud consiste la especificidad d e la teoria
schilleriana de lo sublime; desde esa comprensi6n seri po-
sible tambidn precisar sus relaciones con Kant, con el ro-
manticismo y con el idealismo, cuyas primicias llevan a
radicalidad cierta huella inequfvoca de la ensefianza de las
Cartas, sobre todo si se piensa en la supresi6n del Estado
que el “Programa de sistema mis antiguo del idealismo ale-
mdn” propugna bajo el convencimiento de que la poesfa ha
de ser la maestra de la humanidad en el camino de la eman-
cipaci6n.

Pero la percepci6n de esa especificidad no es expedita.


A lo que decfamos antes sobre primeras impresiones que
inducen 10s sitios en que Schiller se refiere expresamente a
lo sublime, habrfa que agregar la aparente discordia entre
su voluntad taxon6mica, que sugiere una poderosa dispo-
sicibn deductiva del discurso, y las vacilaciones de sus ar-
gumentos que llegan a agudizarse hasta el nivel de contra-
dicciones latentes a prop6sito de lo que a todos luces ha
sido enfdticamente ofrecido como axioma o como premi-
sa. Tal vez lo m i s visible de todo esto sea la tensi6n entre el
proceder dicot6mico y el vector dialdctico del pensamien-
to schilleriano: no en van0 se deja dste interpretar fdcil-
mente como un eslab6n entre el idealismo subjetivo de Kant
y de Fichte y el idealismo absoluto de Hegel, sin perjuicio
de su endrgica influencia sobre el temprano romanticismo.
Y si no se quiere simplemente dar por descontada la incon-
gruencia de ese pensamiento, es preciso atribuirle una pe-
culiar economfa, que explique, sin obviarla, la inestabili-
dad de su decurso y su exposici6n. En nuestra tentativa
sobre el concept0 schilleriano de lo sublime nos preocupa-
remos de tener esto presente.

EL PROGRAMA DE LA EDUCACI6N ESTCTICA

:Cui1 es la situaci6n orginica que habrfa de concedtrsele a


“Sobre lo sublime”? Un pasaje de la conclusi6n del ensayo
puede ofrecernos, quizi, una pista adecuada a1 respecto:
“puesto que nuestra destinaci6n es regirnos por la legisla-
ci6n de espfritus puros aun bajo las barreras sensibles, lo
sublime ha de aiiadirse a lo bello para hacer de la educa-
ci6n estttica un todo integro y para ampliar la capacidad
receptiva del coraz6n humano seglin la total envergadura
de nuestra destinacidn, y por eso tambitn m i s alli del
mundo de 10s sentidos” (199/235).5La referencia a la edu-
caci6n estttica designa el lugar sistemitico que habrfa de
ocupar lo sublime en la teoria de Schiller y alude a la vez a1
marco general de tsta, que han establecido, precisamente,
las Cartas para la educaci6n estdtica del hombre. Un breve
esbozo del planteamiento de esta obra parece ser oportu-
no, pues, para entender la concepcibn de lo sublime que
propugna el autor.

Citamos de Schillers Siimtliche WerRe in zwolfBdnden. Bd. 12. Hrsg. v.


Gustav Karpeles. Leipzig: Max Hesse, 1880. Tanto para “Sobre lo su-
blime” como para “Sobre lo patttico” (contenido en el vol. 1 I), la pri-
rnera cifra entre partntesis remite a la paginacidn de este volurnen; la
segunda a Johann Christoph Friedrich Schiller, Escritor robre ertitica.
Edici6n y estudio preliminar de Juan Manuel Navarro Cord6n. Traduc-
ci6n de Manuel Garcfa Morente, Marfa Jose Cdlejo Hernanz y Jeslis
Gonzilez Fisac. Madrid: Tecnos, 1991. Sin desatender esta versi6n es-
pafiola, hernos preferido, sin embargo, aportar nuestra propia traduc-
ci6n de 10s pasajes citados.
Las Cartas e s t h organizadas en torno a una pregunta
fundamental por la determinacibn (Bestimmung) del ser
humano, en el doble sentido de aquello que define su cons-
titucibn originaria, su naturaleza, y de la tarea que consiste
en el despliegue de esta misma naturaleza hacia su consu-
macibn, es decir, la destinacibn del hombre; es el mismo
ttrmino que aparece en el pasaje que citamos, y que Schiller
inscribe a1 comienzo de la Carta X, en la segunda seccibn
mayor de la obra.

Sin embargo, como ya se dijo, la nocibn de lo sublime


no juega ningdn papel en la exposicibn de las Cartas; de
hecho, el ttrmino s610 aparece en ellas exiguamente y, casi
podrfa decirse, s610 con fines de exclusibn.6 Es que las
Cartas estdn dominadas como estin por la categorfa omni-
abarcadora de belleza y por la correlacibn entre la idea de
la humanidad -en la relacibn reciproca del impulso sensi-
ble y del impulso formal, cumplida en el impulso de juego
(cf. Carta X1V)- y el ideal de belleza o belleza ideal -que
contiene y supera la belleza relajante (schmelzende) y la entr-
gica (energische) (cf. Carta XV1)-. Y es precisamente en
esta dltima, la belleza endrgica, donde podemos reconocer
las trazas de lo s ~ b l i m e . ~

AI hablar del proceso del ennoblecimiento de la sensibilidad por la be-


h a , Schiller sefiala que el hombre “debe aprender a imprimir en sus
apetitos un cardcter m h noble, para no verse obligado a conferirle a su
voluntad u n cardcter sublime. Esto se consigue por medio de la cultura
estdtica, la cual somete a las leyes de la belleza todos aquellos actos en
10s que el libre albedrfo escapa tanto a las leyes naturales como a las
racionales y, por la forma que da la existencia exterior, abre ya el cami-
no a la existencia interior” (XXIII, 314-315).
’Ambas son, por decir asf, las dos caras de la misma y dnica belleza ideal
en cuanto es objeto de experiencia efectiva, y especifican el doble efecto
de tensi6n y distensi6n que provoca lo bello: aqud “para contener en
sus l h i t e s tanto al impulso sensible como al formal”, h e , “para man-
tener las fuerzas de ambos” (244/245).
Con respecto a nuestra inquietud acerca de la econo-
mfa de la exposici6n schilleriana, tambitn de aquf se des-
prende una constataci6n decisiva: el prurito esencial de
hallar una mediaci6n entre las dos determinaciones de lo
humano, la sensible y la racional (y que da lugar a las no-
ciones de juego, de belleza ideal y de apariencia) es articu-
lado por Schiller en un sentido dialtctico 0,al menos, proto-
dialtctico. El caricter diakctico ya se observa en el tema de
la reciprocidad, es decir, de la mutua limitaci6n de 10s dos
impulsos fundamentales de la naturaleza humana. Pero cier-
tamente hay una condici6n que tiende a socavar el princi-
pi0 de la temporalidad sin el cual la dialictica esbozada no
puede consumarse: es la idea de que el juego se orienta a
“suprimir el tiempo en el tiempo (die Zeit in der Zeit
auzuheben)” (224/225).

La absoluta originalidad de las Cartas -que determi-


na a la vez la complejidad de su economfa- estriba en su
plan tedrico, que combina una explicaci6n hist6rica con
una explicacih trascendental. Probablemente, tsta es tam-
bitn su dificultad te6rica esencial. La obra esti dividida en
tres grandes secciones, coincidentes con las tres entregas a
la revista Die Horen entre fines de 1794 y mediados de 1795.
La primera (I-IX) aborda el escenario hist6rico dieciochesco
y, sobre todo, aquel que resulta de la Revoluci6n Francesa.
Es el escenario de una escisi6n de la naturaleza humana
que opone raz6n a sensibilidad e individuo a especie; s610
una soluci6n violenta (es decir, represiva) pareciera dar sa-
lida a la discordia esencial; sin embargo, ella s610 puede
agravarla. Para Schiller, la regresi6n a la elementalidad ins-
tintiva de 10s bajos estratos, por una parte, y, por otra, el
embotamiento y depravaci6n de las clases civilizadas, para-
d6jicamente debidos a la cultura iluminista, tenian su cau-
sa hist6rica en la diversificacidn de 10s estamentos y 10s
negocios, es decir, en la diferenciaci6n de las clases por la
divisi6n del trabajo. Librada a su 16gica interna, la revolu-
ci6n s610 podfa evidenciar mis 10s Gtales efectos de esta
divisibn, agudizar la fragmentaci6n de lo humane.* Para el
arte, empero, empinado, en su caricter de juego, por enci-
ma de la divisidn, es posible recomponer las mitades des-
gajadas del Hombre, abriendo asi, ya dentro de la sociedad
trizada en trabajos y clases, la via hacia una sociedad fnte-
gramente h ~ m a n a .El~ problema de la Cpoca es polttico,
pero su soluci6n es estdtica: “para resolver en la experiencia
este problema politico hay que tomar por la via estdtica,
porque es a travCs de la belleza como se llega a la libertad”
(11, 120-121). La segunda parte (X-XVI) emprende una
“via trascendental”, que ha de fundar a la vez el “concepto
racional puro de la belleza” y el “concepto puro de huma-
nidad”, en la medida en que la belleza deberfa revelarse
como una condici6n necesaria de la humanidad” (X, 190-
191). Esta parte tiene su centro en la doctrina de 10s im-
pulses (sensible y formal) y la necesidad de su recfproca
limitaci6n, cumplida en el impulso del juego (XIV): “el
hombre s6lo juega cuando es hombre en el pleno sentido
de la palabra, y s610 es enteramente hombre cuando juega”
(XV, 240-241). La tercera parte (XVII-XXVII) retorna a1
plano emptrico, con una teorfa del “estado estdtico” como
disposici6n que media entre la sensibilidad y el pensamien-
to, entre el estado fisico y el estado 16gico y moral, y con
una explicaci6n que podrfamos llamar antropogbnica, ci-
frada en la idea de que “no hay otro camino para hacer
racional a1 hombre sensible, que el hacerlo previamente
estttico” (XXIII, 304-305), lo cual permite que la activi-
dad de la raz6n se inicie ya en el terreno de la sensibilidad.
Es una ontogtnesis y filogtnesis de la libertad, centrada en

Carta, V y VI.
Cartas, IX.
la contemplaci6n y el goce libres y desinteresados de la apa-
riencia (Schein) y su autonomia en la forma ( M I ) .

El punto de partida filos6fico de Schiller es, pues, el


principio kantiano de la finitud modulado con lo que po-
drfamos llamar un grado mayor de Cnfasis sobre la escisi6n
entre sensibilidad y raz6n en la naturaleza humana, que
sella a su vez una distancia infinita del hombre respecto de
la divinidad como ser infinito y como infinito acuerdo de
racionalidad y existencia; ese tnfasis acusa el peso que la
lecci6n de la ttica kantiana tiene en Schiller, preocupado
esencialmente por la realizaci6n de la libertad y del man-
damiento moral. La escisi6n misma es una discordia entre
dos legalidades, la de la sensibilidad y la de la raz6n (el
esfuerzo kantiano fue dirigido precisamente a demostrar
que la raz6n tiene una legislaci6n propia, irreducible a la
sensibilidad, cuyo domini0 de aplicaci6n es prictico). Aque-
Ila distancia que indicibamos, con su caricter determinan-
te para el ser humano, fundado precisamente en que dicha
escisi6n es constitutiva, podria no considerarse radicalmente
problemitica, en la medida en que la moralidad (la legisla-
ci6n de la raz6n en el propio sujeto, que exige desatender a
la ley de la sensibilidad) puede hacerse cargo de ella a titu-
lo de tarea asintbtica, de responsabilidad y de esfuerzo, y
esgrimir precisarnente esa tarea y su sentido como criterio
de evaluaci6n moral no s610 de las conductas individuales,
sino tarnbidn del devenir de la especie en el tiempo. Pero
para Schiller la historia -y esencialmente la historia poli-
tics- se convierte en evidencia de que la discordia entre
ambas legalidades no es meramente un dato constitutivo
invariable, y esto en dos sentidos, uno negativo y otro po-
sitivo. Negativamente, el despliegue hist6rico de la natura-
leza humana puede agravar la escisi6n donde quiera que se
busque satisfacer unilateralmente la ley de la sensibilidad o
la ley de la raz6n y del deber, y es precisamente el docu-
mento que ofrece la historia contemporinea, pre-revolu-
cionaria, revolucionaria y post-revolucionaria, que da cuenta
de la creciente fragmentacidn de dicha naturaleza. En con-
secuencia, la misma tarea que impone la moralidad como
determinacidn-destinaci6n originaria del ser humano exi-
ge, ante la evidencia de la historia, repensar aquella esci-
si6n. De no hallarse en la propia estructura de la naturale-
za humana -y por lo tanto trascendentalmente- un trdn-
sito, una articulaci6n entre sensibilidad y raz6n, la discor-
dia de ambas legalidades no s610 provocari la definitiva
desdicha humana, sino su creciente corrupci6n. Positiva-
mente, entonces, la posibilidad misma de una sociedad en
que se realice el ideal de la humanidad depende de la de-
mostraci6n de ese transit0 y, por tanto, de la demostraci6n
de la posibilidad originaria de una conciliaci6n del inter&
de la sensibilidad con el interds de la racionalidad que es
susceptible de ser realizada histdricamente. Kant mismo
habfa detectado esa articulacibn en lo estdtico, mostrando
que hay un principio trascendental que regula el juicio es-
tdtico, principio de jurisdiccibn heauton6mica actualizado
en la reflexi6n estdtica, y tambidn habfa dejado a1 menos
complejamente bosquejada la posibilidad de una interpre-
taci6n hist6rica de la realizaci6n de ese principio, asociada
a su concept0 de cultura. Es aquf precisamente donde
Schiller establecera su punto de partida, apelando a la idea
de que lo estdtico muestra la posibilidad de un pasaje des-
de la sensibilidad a la racionalidad, que puede ser eviden-
ciado gentticamente en el proceso de constituci6n de lo
humano, como prefiguraci6n de la libertad moral en la li-
bertad estdtica. La justificacidn de la sensibilidad y la posi-
tiva valoraci6n de la apariencia (en cuanto formada) se con-
vierten asf en piedras angulares del prop6sito schilleriano,
y puesto que el arte se erige en garante de esa justificacibn
en la medida en que precisamente es responsable de la
formaci6n de la apariencia, dicho prop6sito se extiende
tambitn necesariamente hacia una afirmaci6n de la obje-
tividad estttica y de una consistencia ontol6gica de la
belleza que se expresa y manifiesta en la obra.

SUBLIMIDAD, VIOLENCIA Y MORALIDAD

La consideracibn de lo sublime tiene aquf una inscripcih


moral: su concept0 se especifica teleoliigicamente como
denominador de una disposici6n del ser humano sensible-
mente determinado que lo templa para la soberanfa ttica.

El ensayo comienza por estipular el poder anti-hu-


mano por excelencia: dicho poder es, si podemos decirlo
a d , la prepotencia como tal, esto es, la violencia (Gewalt),
como ejercicio actual e irresistible del poder. La contra-
riedad que ella implica para el ser humano consiste en la
supresi6n de su humanidad, afincada en la voluntad como
“cardcter gendrico ( G ~ ~ cdel hombre”,
~ ~ m4s
~
que en la raz6n que s610 es su regla. El caricter coactivo
de la violencia cancela la libertad y con ella, la esencia
misma de lo humano. En consecuencia, la humanidad lleva
consigo una originaria “pretensi6n de emancipacih res-
pecto de todo aquello que es violencia”. Sin embargo, esta
pretensi6n supone un poder eficiente capaz de sobrepujar
todo poder que lo amague, del cual el ser humano cierta-
mente no dispone; su situaci6n es, por tanto, contradic-
toria: impulsado por su propia naturaleza a dicha sobera-
nfa, est&largamente por debajo de ella en vista de su fa-
cultad. Su misma inscripci6n como criatura natural le
depara algo ante lo cual es radicalmente impotente, por
mucho que pueda incrementar sus propias capacidades
ffsicas para sortear 10s mliltiples obstdculos que esa ins-
cripci6n le impone: la perspectiva inexorable de la muer-
te determina el cas0 definitivo de una abdicaci6n total de
la voluntad, y es suficiente para poner en entredicho aque-
Ila vocacibn primigenia de su humanidad. La muerte es,
pues, el hecho fundamental en que se manifiesta de ma-
nera concluyente la violencia, y el caricter primario de
dsta es, pues, natural.

Conviene detenerse brevemente en este umbral de la


teorla schilleriana de lo sublime para subrayar dos pun-
tos. El primero: no podemos pasar por alto esta suerte de
inversi6n que se opera aquf con respecto a las explicacio-
nes precedentes de lo sublime; la violencia, concebida por
ellas como caracterfstica del objeto o del afecto sublime,
es presentada como la negaci6n de lo humano que pro-
porciona el elemento crucial de contraste para la defini-
ci6n de la sublimidad, la cual se vincula, por lo tanto,
con la determinaci6n de la humanidad de lo humano.
Esto, ciertamente, no excluye un factor endrgiro o dini-
mico en el sentimiento de lo sublime, todo lo contrario,
pero obliga a aguzar el anilisis en lo que respecta a su
instancia y significacih. El segundo punto tiene que ver
con el paradigma de lo violento, es decir, la muerte, que
aqul no se piensa, emplricamente, s610 como la interrup-
ci6n fdctica de la existencia (a1 modo en que lo hacia
Burke), sino, metaflsicamente, como la condici6n negati-
va respecto de la cual se constituye el ser humano en cuan-
to tal, es decir, como la preponderancia de la pura natu-
raleza que desaffa la conciencia de su destinacibn. Esto
marca una nueva profundidad de la negatividad en la de-
t e r m i n a c i h de lo sublime.

Serfa la cultura (Kultur),sostiene Schiller, la agencia


de la libertad humana y, con ello, del cumplimiento del
ser de lo humano. El primer modo, “realista”, en que ella
faculta a1 hombre para sobreponerse a la violencia es ffsi-
co, y consiste en oponerle su propia violencia, violencia,
si se quiere o se puede decirlo asl, de una voluntad armada,
pero esto no puede tener Cxito, como se dijo, mds alli de
un llmite infranqueable, ante el cual permanecemos defi-
nitivamente indefensos. El segundo, “idealista”, es moral,
y consiste en superar la relaci6n con la violencia asumidn-
dola, sometidndosele voluntariamente; a1 hacerlo, seglin
enuncia Schiller con aguda fdrmula, anula la violencia en
su concepto -ciertamente no en su facticidad-, puesto
que la convierte en elecci6n y decisi6n propias.”

El argument0 central de Schiller consiste en afir-


mar que esta cultura moral no es obra exclusiva de la
raz6n -en conflict0 abierto con la sensibilidad y, por
tanto, a travds de una discordia esencial entre las dos
dimensiones irreducibles del ser de lo humano-, sino
que e s t i estdticamente predispuesta por una tendencia
de la propia naturaleza humana, es decir, por el senti-
miento que despiertan determinados objetos sensibles,
el cual puede ser depurado e idealizado. Dicho de otro
modo, la cultura estdtica es una escuela preparatoria de
la cultura moral. Esta predisposici6n estriba en la inde-
pendencia respecto del poder de la naturaleza, libertad
que se muestra en la prescindencia respecto de la pose-
si6n de 10s objetos que mueven estdticamente a1 Animo,
cuya mera apariencia suscita una complacida reflexi6n.
Es lo que ensefia el amor de lo bello, que no e s t i prima-
riamente determinado por la existencia de su objeto.”
Pero en cuanto se plantea precisamente la cuesti6n de la
existencia de aquello que place por su mera apariencia,

lo “Entonces, si ya no puede oponer a las herzas flsicas otra fuerza ffsica


proporcional, para no padecer violencia no le queda sin0 suprimir total-
mente una rclacidn (ganz undgar aufiuhcbcn) que le es tan desventajosa
y anular, conforme a1 concepto (dem Begriff nach zu vernichte), una vio-
lencia que tiene que padecer conforme al hecho (der Tat nach). Pero
anular una violencia conforme al concepto no quiere decir otra cosa
que someterse voluntariamente a la misma. La cultura que le hace apt0
para ello se llama cultura moral” (1881).
” Tal es la doctrina kantiana del desinterts del juicio de gusto.
vuelve a hacerse presente el poder de la naturaleza, del
cual depende que efectivamente haya cosas bellas. Ello
marca una diferencia interna en lo que hemos llamado
la “cultura estdtica”:

Una cosa es que sintamos un anhelo (Vcrlangen) de


objetos bellos y buenos, y otra que meramente exijamos
(verlangen) que 10s objetos dados (vorhandenen) Sean
bellos y buenos. Lo ciltimo es consistente con la supre-
ma libertad del Animo, pero no lo primero; que lo dado
sea bello y bueno lo podemos demandar @rdern), que
lo bello y lo bueno se den, s610 desearlo (wiinschen).
(189/221)

En cuanto afecta a la relaci6n con 10s objetos, Csta es


una diferencia en el temple, en el caricter del sujeto est&
tico, y si lo primero identifica a las almas bellas, lo segun-
d o define a las almas grandes:

Aquel temple del Animo a1 que le es indiferente si lo


bello y bueno y perfecto existe, pero exige con estrictez
rigorista que lo existente sea bueno y bello y perfecto, se
llama con preferencia grande y sublime, porque contiene
todas las realidades del carActer bello sin compartir sus
Ifmites. (Ibfd.)

El alma bella es delicada, y en el dolor (Leiden) que


le causa el deficit moral que frustra su requerimiento acu-
sa su dependencia respecto de la materia y del poder de la
naturaleza, sin fortalecerse por el incumplimiento de la
exigencia. h e es, pues, el fundamento antropol6gico-mo-
ral que propone Schiller para la distinci6n entre el senti-
miento de lo bello y el de lo sublime:

Dos genios son 10s que nos dio la naturaleza cor~ko


acompafiantes de la vida. Uno, sociable y propitio, nos
abrevia el esforzado viaje con su juego alborozado, nos
aliviana las cadenas de la necesidad y nos conduce, con
alegrfa y jocosidad, hasta 10s sitios peligrosos en que ac-
tuamos como espfritus puros y tenemos que deponer todo
lo corpdreo, hasta el conocimiento de la verdad y el ejer-
cicio del deber. Aqui nos abandona, pues s610 el mundo
de 10s sentidos es su dominio; mds alld de dste no lo pue-
de llevar su ala terrena. Pero ahora se agrega el otro, serio
y callado, y con fuerte brazo nos lleva por sobre la hon-
dura vertiginosa.

En el primero de estos genios se reconoce a1 senti-


miento de lo bello, en el segundo a1 sentimiento de lo
sublime. Ciertamente, ya lo bello es una expresi6n de la
libertad, pero no de aqudlla que nos eleva sobre el poder
de la naturaleza y nos desliga de todo influjo corpdreo,
sino de aqudlla que gozamos como seres humanos a1 inte-
rior de la naturaleza. Nos sentimos libres con la belleza,
porque 10s impulsos sensibles armonizan con la ley de la
raz6n; nos sentimos libres con lo sublime, porque 10s
impulsos sensibles no tienen ninguna influencia sobre la
legislaci6n de la razdn, porque el espiritu actria aqui como
si no estuviese bajo ninguna otra ley que la suya propia.
(190/222)

Tal vez pueda pensarse que el propcisit0 decisivo de


esta distinci6n es saldar una vieja deuda contrafda por
Schiller c o n su p u n t o d e p a r t i d a e n las premisas
kantianas. Si para Kant 10s reinos de la belleza y de la
moralidad estdn originariamente separados -y que aqud-
Ila pueda valer como simbolo de esta riltima no es sino
la confirmaci6n de este hiato-, el planteamiento de
Schiller insiste en la conciliaci6n de ambos, que precisa-
mente se hallarfa en la condici6n estdtica del juego y en
la entidad de la obra, como realidad del ideal. Pero esta
conciliaci6n s610 estd prefigurada en la obra, n o consu-
mada en ella: el arte se ofrece como huella certera de la
emancipaci6n del ser humano, pero n o como su plena
realizaci6n; el hiato entre belleza y moralidad, en tanto
miramos el escenario empfrico de la existencia sometida
a 10s requisitos que la naturaleza le impone, se mantie-
ne. Entonces, si bien la idea de que el afecto sublime
supone un movimiento de trascendencia respecto de la
inserci6n de la existencia humana en la naturaleza, que
el afecto de lo bello depura pero a1 mismo tiempo con-
firma, y aunque ello indica, en la diferencia misma, una
originaria vinculaci6n entre ambos, dsta n o puede cum-
plirse si n o es a costa de una superaci6n de la belleza. Y
es que, si en ambos casos lo que e s t i a la obra es una
l i b e r t a d estdtica ( p u n t o c r u c i a l d e l a d o c t r i n a
schilleriana), aqudlla que es propia de la sublimidad n o
tiene otro sentido m i s que el de abrir la conciencia d e la
libertad Ctica: lo sublime tiende, desde la esfera estdtica,
el puente hacia esta Gltima, pero lo tiende porque, como
se dice en otro sitio, “todo lo sublime deriva h i c a m e n -
te d e la raz6n”.” La libertad estdtica de la belleza es la
licencia jovial del juego: en virtud de ella juega el hom-
bre con las reglas; la de lo sublime, seria, ensefia que la
libertad misma no consiste sin0 en darse a sf mismo la
ley y someterse a ella. Bsta es la interpretaci6n que da

’’“Sobre lo patitico”, 223171. La definici6n misma de la belleza que lee-


mos en el pasaje citado - “ciertamente, ya lo bello es una expresi6n de
la libertad (tin Ausdruck der Freibeit)...”- da a entender que en su cas0
se trata de una libertad relatiuu, condicionada a la existencia ffsica del
ser humano y que consiste precisamente en la liviandad de esta existen-
cia, llevada en arm6nico didogo con las amables apariencias de la natu-
raleza. Por cierto, de aquf no se sigue que la de lo bello sea una libertad
heterogenea respecto de aquilla cuya experiencia nos da lo sublime: la
libertad no tiene su principio sino en la raz6n y es, por lo tanto, la
distinta relaci6n entre ista y la sensibilidad (armonfa en un caso, abso-
h a independencia en el segundo) lo que deteiiriiria la diferencia entre
lo bello y lo sublime y la superioridad de este dtimo.
Schiller del caricter mixto (gemischtes) del sentimiento
de lo sublime, compuesto de afliccih (Wehzein)y alegria
(Frohsein), y que puede extremarse en horror (Schauer) y
arrobo (Entziicken), respectivamente:

Esta c o m b i n a c i h de dos sensaciones contradictorias


en un h i c o sentimiento demuestra nuestra autonomia
moral de manera incontrovertible. Pues siendo absoluta-
mente imposible que el mismo objeto est6 en dos relacio-
nes contrapuestas con nosotros, de ahi se sigue que noso-
tros mismos estamos en dos relaciones diferentes con el
objeto, y que en consecuencia tengan que estar unifica-
das en nosotros dos naturalezas contrapuestas, que estin
interesadas de manera enteramente contrapuesta a pro-
p6sito de la representacidn de aquel. Por lo tanto, experi-
mentamos a traves del sentimiento de lo sublime que la
condici6n de nuestro esplritu no se rige necesariamente
por la condiciijn del sentido, que las leyes de la naturale-
za tampoco son necesariamente las nuestras, y que tene-
mos en nosotros un principio aut6nomo que es indepen-
diente de todas las emociones sensibles. (190/223)

Ciertamente, de eso se trata expresamente: Schiller


quiere darnos a entender que el afecto sublime no hace
sino revelar la vocaci6n suprasensible de nuestra propia
naturaleza. En esa misma medida, las dos relaciones con
el objeto que se establecen en el afecto sublime son, en
buenas cuentas, dos relaciones que el sujeto establece con-
sigo mismo: una vez como criatura meramente natural,
sometida a la dictadura de 10s objetos en virtud de su de-
terminacih sensible, y otra como persona libre, que toma
conciencia de un principio en si misma que es radical-
mente heterogdneo a1 regimen de la naturaleza. Pero para
que ello sea asi, y esto es un punto decisivo en el argu-
mento de Schiller, es precis0 que lo sublime ponga en
entredicho nuestra propia determinacibn natural, es de-
cir, que actlie como naturaleza sobre nuestra naturaleza.”

LA DUALIDAD DE LO SUBLIME

El siguiente paso es la discriminacih de dos especies de


objeto sublime. La distinci6n inflige un cambio a la dife-
rencia kantiana entre lo sublime matemitico y lo sublime
dinimico. Para comprender su sentido puede ser oportuno
evocar una modulaci6n que ya habfa ensayado Schiller an-
teriormente, en “De lo sublime”. Esto no significa que el
escrito mis tardfo se limite a construir sobre las bases echa-
das en el anterior; hay que contar con transformaciones
importantes del pensamiento schilleriano que median en-
tre uno y otro, y cuyo lugar pivotal son las Cartas; pero la
interpretacih de las dimensiones del sujeto que son pro-
vocadas por lo sublime y del modo en que tiene lugar esta
provocaci6n es q u i d fundamentalmente la misma.

l3 Es a1 menos conveniente advertir aquf que el concept0 de naturaleza en


Schiller es complejo. Las “leyes de la naturaleza” de que habla el pasaje
citado remiten a la caracterizaci6n que se ha dado al comienzo del escri-
to de la operaci6n “racional” de la misma: ”racional” en cuanto legal,
desde luego, pero legal a su v a en cuanto mecinica, es decir, sometida
al regimen ciego de la causalidad. Pero esta determinaci6n no debe con-
fundirse con aquella que deriva de la grandiosidad y poderfo de la natu-
raleza, inaccesible para la comprensi6n humana, ni tampoco con su ori-
ginaria condici6n donativa, que la Carta XXVI destaca a1 sostener que
el temple estttico, origen de la libertad, no pudiendo surgir de la liber-
tad misma, s610 puede ser un “regal0 de la naturaleza” (ein Ceschenk der
Natur); esta consideraci6n, que sigue la lfnea de lo que Kant llamaba el
“favor” (Cunst), termino que tambien esti inscrito en ese l u p r ( ? ;?-
343), apunta al fundamento suprasensible de la naturaleza misin I I . ~ . I S
adelante nos ocuparemos con mayor atenci6n de este problema, a pro-
p6sito de 10s asertos que en el ensayo fundamentan esta diferencia esen-
cial.
En el texto temprano, so pretext0 de una mejor deno-
minacidn del par kantiano, Schiller habfa sustituido lo su-
blime matemdtico y dindmico por lo sublime teorktico y
prdctico, respectivamente, con el argument0 de que estos
atributos harfan patente la exhaustividad de la clasificacidn
que 10s primeros no dejan traslucir. A poco andar, se ad-
vierte que en est0 no s610 se juega una simple mejora
terminoldgica, sino una modificacidn doctrinaria. Mien-
tras lo sublime teorktico de Schiller satisface la determina-
ci6n de lo sublime matemdtico kantiano, con la salvedad de
que el fracas0 de la representach (de la sfntesis de la imagi-
naci6n) propio de dste es reemplazado aquf por la contrarie-
dad del impulso a la representacidn (Vorstellungstrieb), a1
conocimiento (y este reemplazo no es inocuo, ciertamen-
te), lo sublime dinimico desaffa la existencia fisica como
presupuesto de toda capacidad de representar. El peligro
que aqui estd a la obra interpela, pues, a nuestro impulso
de auto-conservaci6n. Y esto, sin duda, no estd en el plan-
teamiento kantiano; es, casi, un retorno a la definici6n
burkeana, precisamente en la medida en que el registro tras-
cendental tiende a ser sustituido aquf decididamente por
un registro e m p f r i ~ o . ' ~

l4 Pero a ese cambio se suma otro, mis decisivo, que distingue al interior
de la segunda especie, organizada en torno al tema de la naturaleza como
poder, entre lo sublime contemplativo y lo sublime patCtico. El primer0
es aquCl en que el poder no es sufrido directamente por el sujeto, sino
que Cste produce en sf el concept0 del sufrimiento, haciendo de la causa
potente objeto de temor. El segundo exige que el sujeto comparta el
sufrimiento ajeno -time, pues, un componente afectivo indeleble, que
Schiller designa con el tCrmino Mitkid (esto es, "com-pasi6n" en senti-
do literal)-, unido a la conciencia de la resistencia a1 sufrimiento; son
precisamente h a s , dice Schiller, las dos leyes fundamentales del arte
trigico: la presentaci6n de la naturaleza sufriente y la presentacih de la
independencia moral en el sufrimiento.
Volvamos ahora a “Sobre lo sublime”. Como lo que
est6 propiamente en liza en la sublimidad es la relaci6n
en que se encuentra el hombre con el objeto, la dualidad
estriba, por una parte, en la relaci6n en que ponemos a
dste con nuestra fuerza de aprehensi6n (Fammgdmfi) y,
por otra, con nuestra fuerza vital (Lebemkraj?);tales “fuer-
zas” equivalen aqui a lo que en el primer ensayo eran 10s
c< .
1mpu1sos”. En el primer caso, dice Schiller, fracasamos
en el intento de forjarnos una imagen o concept0 del ob-
jeto, en el segundo, consideramos la total superioridad de
su poder frente a1 n u e s t r ~ . ’Pero
~ precisamente con oca-
si6n de este fracaso que nos patentiza dolorosamente nues-
tra radical limitaci6n sensible nos hallamos absortos, fas-
cinados:

Nos regocijamos por lo infinito sensible, porque po-


demos pensar lo que 10s sentidos ya n o aprehenden y el
entendimiento ya no concibe. Somos exaltados por lo te-
rrible, porque podemos querer lo que rehuyen 10s impul-
sos y despreciamos lo que desean. (191/223 s.)

Lo infinito sensible y lo terrible: he ahf 10s dos “obje-


tos sublimes”; en lo sustantivo, no es distinta tsta a la ex-

La diferencia de 10s verbos que emplea Schiller es atendible: “fracasar”,


“sucumbir” (erliegen) y “considerar”, “contemplar” (betruchten); en un
caso, es la experiencia efectiva de una insuficiencia, en el otro, el ando-
go de una experiencia real (de aniquilacih). El matiz corresponde bien
a la c o n d i c i h que establecla el ensayo temprano para lo “sublime p r k -
tico”: el objeto terrible debe hacernos sentir su poder, pero no estar
dirigido a nosotros, que hemos de sentimos y sabernos a buen recaudo
de la amenaza y ponernos imaginariamente en el cas0 de oponer vana
resistencia y ser destruidos en el intento: lo terrible radica, entoncdj,
linicamente en la imaginacih, pero h a pone en obra al impulso de
auto-conservaci6n, “de manera aniloga -dice Schiller- a lo que pro-
vocarfa la experiencia real”.
plicaci6n que ofrecia el primer texto.I6 No podemos dejar
de atender a1 rasgo unitario de ese regocijo y de esta exalta-
c i h , y que Schiller describe como una atracci6n de “irre-
sistible violencia” (unwiderstehlicher Gewalt).El empleo del
tdrmino que definfa la supresi6n de la humanidad de lo
humano sigue la linea de aquella asunci6n que aniquila la
violencia en su concepto: se trata, pues, de una violencia
que el objeto ejerce sobre nosotros como criaturas sensi-
bles, pero que despierta en nosotros la conciencia de nues-
tra intima superioridad sobre esta determinacibn, y en ese
sentido es una violencia que hacemos nuestra ofrendando
en sacrificio esa misma determinaci6n; el punto seri con-
firmado mis adelante. En todo caso, ello aguza la diferen-
cia entre lo sublime y lo bello. Mientras dste consiste en la
concordancia de sensibilidad y r a z h , yes precisamente esa
concordancia la que provoca el placer, lo sublime es su dis-
cordia, y es dsta la que sobrecoge y fascina a1 hombre (cf.
199/224), en la misma medida en que le revela su origina-
ria capacidad y fuerza -de inteligencia pura-, no some-
tida a 10s condicionamientos fisicos. Dicho de otro modo,
la “anulaci6n de la violencia en su concepto” no es una
supresi6n de la violencia como tal, sino su superacibn, su
Aufhebung, en el sentido dialdctico del tdrmino: una
interiorizaci6r-i de la violencia, que procesa su mer0 factum
(“de hecho tiene [el hombre] que padecerla”) en tdrminos
del acontecimiento espiritual de dicha discordia constitu-
tiva, y como conciencia de una facultad absoluta en el ser
humano.

Puede ser interesante seguir la descripci6n que Schiller


hace de dos casos: el del “bello caricter” a1 que todo le va

l6 Lo sublime teorttico conlleva el concepto de infinitud, que excede la


capacidad de la imaginaci6n; lo sublime prictico conlleva el concepto
de peligro, que excede la capacidad de nuestra fuerza ffsica; a este blti-
mo lo llama sistemiticamente Schiller lo terrible.
bien en el mundo, y que ve en el mundo de 10s sentidos el
reflejo de su propia virtuosidad, y el de este mismo caric-
ter expuesto a las peores depredaciones de la existencia, pero
que sin embargo no cede en su elevado sentir y en la cons-
tancia de sus virtudes. S610 en este dltimo cas0 se nos des-
cubre la facultad moral absoluta. Es llamativo que Schiller
se refiera a estos casos en tdrminos de especticulos a 10s
que asistimos como observadores, gratificados en el prime-
ro, estremecidos en el segundo.

LA CONCLUSldN ES CLARA:
Lo sublime nos proporciona una salida del mundo sensible,
en el cual lo bello gustosamente quisiera tenernos cautivos
siempre. No paulatinamente (pues no hay ningdn trinsito
de la dependencia a la libertad), sino sdbitamente (pfotzfich)
y por un sacudimiento (Erschiitterung) arranca al espiritu
aut6nomo (selbstiindig) de la red con que lo habfa ceiiido la
refinada sensibilidad, y que atrapa con tanta mis firmeza,
cuanto mis transparentemente est6 tensada. (193)

La belleza cautivadora de la que se habla aqui es cier-


tamente la “belleza de la realidad”, tal como Schiller ha
advertido previamente, no la belleza ideal, en que “tam-
bidn lo sublime tiene que perderse” (cf. 191/223), pruri-
to que explica, acaso, el eclipse que sufre el concept0 de
lo sublime en las Cartas. El punto es importante en la
medida en que seiiala la contribuci6n que lo sublime hace
a la constituci6n de esta “belleza ideal”, meta de la educa-
ci6n estdtica: dicho de otra suerte, lo sublime tiende el
puente entre el reino de la belleza empfrica y el de la be-
lleza ideal. Pero quizi sea m i s importante, desde el punto
de vista de la especificidad de la experiencia de lo subli-
me, lo que ya destacibamos: la caracterizaci6n con que
Schiller describe su eficacia en vista de la destinacibn
suprasensible del ser humano y del alumbramiento de la
conciencia de su libertad intelectual pura: es la eficacia
de una violencia (de sacudida y estremecimiento) que in-
terrumpe la existencia sensible del sujeto; la interrupci6n
tiene esa indole slibita, de instante inconmensurable, que
aquf se le atribuye. Tal como sostenfamos, puede verse en
ello el momento crucial de la asunci6n de la violencia de
que hablaba el comienzo del ensayo, como acto libre por
el cual la violencia misma es aniquilada en su concepto,
pero tambidn ha de atenderse a1 factor del tiempo: la fn-
dole slibita es precisamente la cualidad temporal de la
experiencia sublime, y su indicacibn, aquf, tal vez no est6
lejos de la economfa que preside en las Cartas la explica-
ci6n schilleriana de la temporalidad de lo estdtico, mar-
cada por la “supresi6n del tiempo en el tiempo” (XIV), la
“revoluci6n total de la sensibilidad” (XXVI) y el “salto”
que da la imaginacibn a1 juego estdtico en su intento por
crear una forma libre (XVII).

LO SUBLIME Y LA LIBERTAD

Una nueva fase del argument0 desarrolla lo que podrfa-


mos llamar el proceso gendtico a traves del cual arriba el
hombre a la conciencia de su libertad. La economfa del
texto repite aqui la de las Cartas. La belleza es la nodriza
del ser humano: seductoramente lo sustrae a las torpezas
de su estado natural rudimentario y lo inicia paulatina-
mente en el refinamiento de su propia naturaleza. De to-
das las capacidades humanas, sostiene Schiller, el gusto
-facultad cultural por excelencia- es la que florece m6s
tarde, lo que le permite nutrirse en el largo tiempo de su
maduracibn de conceptos y principios, “para desarrollar
[...I la receptividad para lo grande y sublime desde la ra-
z6n” (194/228). No descuidaremos la determinacibn de
aquella libertad como “dembnica”, en un us0 del tdrmino
que, cargado de arcafsmo y de resonancias mitol6gicas,
no podrfa igualarse sin mas a1 sentido de lo espiritual o
que, si se prefiere, dispara esta d t i m a noci6n hacia altu-
ras sobrehumanas o m i s bien in-humanas. Pero ya tendre-
mos ocasi6n de volver sobre este punto.

Importante es en todo cas0 la distinci6n que hace


Schiller en el sen0 de la primera especie de sublime, la de
lo inaprensible, y que le da a1 desorden y a1 azar de la natu-
raleza una significacidn sublime eminente:

Pero no s610 lo inalcanzable para la imaginacidn, lo


sublime de la cantidad, sino tambidn lo inaprensible para
el entendimiento, la confusi6n (Verwiwung),tan pronto se
muestra en grande y se anuncia como obra de la naturaleza
(pues de otro modo es despreciable), puede servir para una
presentaci6n de lo suprasensible y darle fmpetu a1 inimo.
( 19 5 1229)

El argumento de Schiller es claro: se trata de la insufi-


ciencia de 10s conceptos empiricos del entendimiento para
dar cuenta, no de 10s fendmenos de la naturaleza, sino de
la naturaleza como fendmeno. Resulta particularmente lla-
mativa esta tesis, si se la pone en paralelo con la doctrina
de Kant. Para dste, el entendimiento no juega propiamente
ningtin papel explicit0 en la gtnesis del afecto sublime. Lo
que parece hacer Schiller aqui es poner a1 entendimiento
en aquel lugar que Kant reservaba para el esfuerzo de la
imaginaci6n en virtud del cual dsta se sirve de la naturaleza
como de un esquema de las ideas, y sugerir que el caos
fenomdnico de 10s acontecimientos naturales -en el cual
vefa Kant la contrariedad a fin que lo sublime supone pri-
mordialmente- constituye un desaffo insuperable para las
expectativas de comprensi6n del entendimiento, que bus-
ca ordenar esa diversidad bajo un conjunto de reglas y 1)-

bre todo, en conformidad con un plan teleol6gico. I IO


m i s peculiar del planteamiento de Schiller consiste quiz5
en el argumento por el cual intenta demostrar la concor-
dancia de este fracas0 de nuestra capacidad de compren-
si6n del acaecer natural con el inter& supremo de la raz6n:

Cuando [el hombre] renuncia voluntariamente a po-


ner este caos de fendmenos desprovisto de ley bajo una
unidad del conocimiento, gana por otro lado con largueza
lo que por iste pierde. Precisamente esta carencia total de
vinculaci6n de fines bajo tal profusidn de fen6menos, por
la cual Cstos se vuelven excesivos e inservibles para el en-
tendimiento, que tiene que atenerse a esta forma de vincu-
lacibn, hace de ellos un simil (Sinnbild) tanto m i s certero
para la raz6n pura, que encuentra presentada (dargestellt)
en este salvaje desenfreno de la naturaleza su propia inde-
pendencia respecto de condiciones naturales. Pues cuando
se le sustrae a una serie de cosas toda vinculaci6n entre
ellas, se tiene el concepto de independencia (Independenz),
que concuerda sorpresivamente con el concepto racional
puro de libertad. Bajo esta idea de la libertad, que la raz6n
toma de su propio medio, capta ella en una unidad del
pensamiento lo que el entendimiento no puede enlazar en
ninguna unidad del conocimiento, somete bajo si con esta
idea el juego infinito de 10s fen6menos y afirma asf, a la
vez, su poder sobre el entendimiento como facultad sensi-
blemente condicionada. (195 s./229 s.)

Esta explicaci6n resulta hasta cierto punto extravagan-


te: ipuede efectivamente establecerse una analogia sensata
entre la mera dispersi6n y desarreglo de 10s fendmenos y la
libertad en sentido estricto, es decir, prictico? Sin embar-
go, la tesis parece nuclear en la teoria schilleriana de lo su-
blime, y es ciertamente, como ya hemos insinuado, un
punto de inflexi6n respecto de la doctrina kantiana. En el
reflejo de la primigenia libertad del sujeto que ofrece la
exorbitante desenvoltura de 10s eventos naturales, reflejo
en que la facultad humana de 10s conceptos ya no puede
reconocerse, y sdlo ve desfiguracidn, catistrofe y contra-
sentido, se esboza una nocidn de la sublimidad que ya no
podria ser servida sin m i s con la idea de la dignidad mera-
mente humana del sujeto moral. En efecto, es el mismo
concepto de hombre el que, medido con el rasero de 10s
condicionamientos que la naturaleza impone y, a la vez,
con las exigencias supremas de la razdn, queda puesto en
crisis por lo que toca a estas liltimas: la libertad no se satis-
face con el acomodo a las primeras, y precisamente alli
donde se ven radicalmente frustradas las aspiraciones de
una administracih regular de la existencia en medio de 10s
fendmenos se anuncia tambidn el principio originario a tf-
tulo del cual aqudlla se hace valer. El especticulo de la na-
turaleza desencadenada, en el cual dsta ya no se presenta
metonlmicamente, sino de manera actual y plena como una
totalidad inconcebible, despierta en el ser humano el sen-
timiento y la conciencia de su propia excedencia no s610
respecto de las limitaciones empfricas que proceden de su
determinacidn ffsica, sino tambidn respecto de las preten-
siones de habdrselas con ellas por medio de las astucias del
cilculo y de la demanda de sentido.” Ese mismo especti-
culo traza una linea divisoria que separa la naturaleza como
tal de la pluralidad (de la suma) de fendmenos que tiene
lugar en ella:

l7 Las preguntas y glosas con que hilvana Schiller su argument0 en pro de


un concepto de la naturaleza que cifra su primigenio lrnpetu y su rnag-
nificencia en lo safvaje, junto con reiterar varios de 10s t6picos del re-
pertorio de ejemplos de lo sublime dieciochesco, contribuyen a la hu-
millaci6n del corto alcance del entendimiento: “iQuitn no prefiere de-
morarse en el ingenioso (gcsttcichcn) desorden de un paisaje natural en
lugar de en la regularidad falta de esplritu de un jardln francts? i Q u i h
no prefiere contemplar con asornbro la prodigiosa lucha entre fecundi-
dad y desolaci6n en la campifia de Sicilia, o cebar su vista con las salva-
jes cataratas y las montafias brumosas de Escocia, la naturalaa inmensa
de Ossiin, en lugar de adrnirar la arnarga victoria de la paciencia sobre
[...Iesta caida de la naturaleza en lo grande respecto
de las reglas del entendimiento, a las que se subordina en
sus fen6menos particulares, hace visible la imposibilidad
absoluta de explicar por medio de leyes naturales la natu-
raleza misma (dieNatur sefbst) y de hacer valer acerca de su
reino lo que vale en su reino, y el inimo es arrastrado
irresistiblemente fuera del mundo de 10s fen6menos a1
mundo de las ideas, de lo condicionado a lo incondiciona-
do. (197/23 1)

Se traza aqui una diferencia que podrfamos conside-


rar decisiva entre la naturaleza como conjunto de 10s fend-
menos y la naturaleza “misma”, cuyo rostro permanece in-
accesible para el entendimiento como no sea bajo la figura
incontrolable de lo salvaje, y que seguramente resulta me-
jor servida por la i n t u i c i h mftico-podtica que por 10s cAl-
culos de la ciencia. Entonces, en la experiencia sublime el
hombre se relaciona con la naturaleza misma: y quiz6 sea
precisamente esta relaci6n la que es caracterizada aqui como
demhica.’’

lo m h obstinado de 10s elementos en la Holanda de tiralfneas? Nadie


negard que el hombre ffsico est& mas seguro y mejor provisto en 10s
pastos de Batavia que bajo el traicionero crater del Vesubio, y que del
entendimiento, que quiere concebir y ordenar, satisface mucho mis su
cflculo en un huerto regular que en un paisaje natural silvestre. Pero el
hombre tiene a h otra necesidad que la de vivir y darse buena vida, y
otra determinacih que la de comprender (begrcifcn) 10s f e n h e n o s que
le rodean” (195/229).
iQu6 relaci6n hay entre este fondo dem6nico de la existencia humana
que revela la experienciade lo sublime y lo que las Curtus que habla de la
tendencia o disposicidn u la divinidad propia del ser humano! Esta ten-
dencia consiste en la “tarea infinita” que apunta a la caracterfstica mas
inherente de lo divino: “la actualizacih absoluta de toda facultad (la
realidad de todo lo posible) y la unidad absoluta de la apariencia (la
necesidad de todo lo real). El hombre lleva ya en su personalidad la
disposicih a al divinidad; el camino hacia ella, si se puede llamar cami-
Esa misma presencia desbordada de la naturaleza como
tal funda la posibilidad de considerar la historia universal
como objeto sublime. Y es que “el mundo, como objeto
histdrico, no es en el fondo otra cosa que el conflicto de la
fuerzas naturales entre si y con la libertad del hombre, y la
historia nos informa del resultado de esta lucha” (196).
Tambidn aquf lo que campea es la ininteligibilidad de 10s
acontecimientos y 10s procesos, y el fracaso de las expecta-
tivas lineales de logro y de justicia. Pero en cuanto se re-
nuncia a las pretensiones de explicacih, “y se hace de esta
misma fndole inconcebible el punto de vista del enjuicia-
miento” (197), se abre tambidn la perspectiva d e lo
suprasensible. Como se observa, la historia no es estimada
como sublime por Schiller salvo en la medida en que es el
escenario del conflicto entre la necesidad (naturaleza) y la
libertad, y esta restriccih es enunciada expresamente en el
pasaje. Se trata, por cierto, de una noci6n esencialmente
empirica de la historia, y es la misma experiencia -la que
la humanidad ha acumulado largamente como un reguero
de cicatrices en su conciencia moral y tambitn la que cada
cual hace dfa a dfa- la que desmiente las aspiraciones “bien-
intencionadas” de la filosoffa. No se da pie aquf a un posi-
ble concept0 trascendental de la historia, que sin embargo
habfa quedado sugerido -per0 s610 sugerido- en las Car-
tas. ‘
no a lo que nunca conduce a la meta, se le abre a travts de 10s scntidos”
(XI, 196-197). iC6mo conciliar este horizonte de plenitud que para el
hombre se perfila tempordmente como un futuro tan inabordable como
exigente con una experiencia que s610 problemiticamente podrfa ser
descrita como una “actualizaci6nn,puesto que acusa mas bien la i m p -
ci6n de un prettrito radicalmente extempordneo?
l9 ;Que significado tiene la historia en Schiller? La I q y n t a q u i d deba
ser fraseada de otra manera: ide q u t manera la historia se convierte en
Schiller en un problema estttico, o c6mo es que la cuesti6n estttica
deviene en la clave decisiva para la concepcih de la historia, tal como
UNA L ~ G I C ADE LO SUBLIME

Retornamos ahora a nuestra pregunta por la economia del


ensayo de Schiller, por la 16gica de su concepci6n de lo
sublime. Lo examinado debiera darnos ya algunos indices
m k o menos certeros para formular una hip6tesis.

En su conferencia “Kant y Schiller”, Paul de Man in-


siste en la diferencia esencial entre la exposici6n filos6fico-
trascendental que ofrece Kant de lo sublime y la -si asf
puede decirse- “literaria”, filos6fico-vulgar, que difunde

kl mismo anuncia provocativamente en el frontispicio de sus Curtm?


Tambikn aquf parece indispensable atender al legado kantiano: lo que
Schiller harfa es desarrollar el concepto de historia latente en la estCtica
kantiana para tender el puente entre la constituci6n empfrico-
antropol6gica del ser humano tal como se despliega en el escenario con-
flictivo y violento de la historia y la estructura trascendental del man-
dato trans-hist6rico de la raz6n. En este empefio -y resultarfa especial-
mente interesante determinar, cosa que va implicada aquf, c6mo afecta
el planteamiento de la cuesti6n hist6rica al concepto de naturdeza- el
pensamiento de Schiller es particularmente inestable. Pero en todo cas0
hay que reparar no s610 en las transformaciones que experimenta la doc-
trina de Schiller en un lapso de breves afios, sino sobre todo en las vacila-
ciones que evidencia en cada fase, de modo que tambien es diffcil decidir
si las transformaciones son definitivas. A este respecto, y a tftulo de ejem-
plo, vale la pena confrontar el andisis que hace Szondi de 10s conceptos
de “ingenuo” y “sentimenta” (Pohicayfilosoffa de la historia I, trad. de
Fancisco L. Lisi, Madrid: Visor, 1992, 97 ss.), unido a 10s vaivenes del
argument0 schilleriano -que pueden llegar casi hasta la incongruencia-
en cuanto al significado hist6rico que pueda concedkrseles (significado
que tiende a atribufrseles bajo el influjo de Friedrich Schlegel y del exten-
so debate en torno a lo cldsico y lo romhtico fuertemente marcado por
intereses filos6fico-hist6ricos), y hasta que punto no son acaso un reflejo
de su discusi6n fundamental con Goethe.
De cualquier modo, es enteramente problemitico pensar que Schiller
fomente la idea de un “sublime hist6rico“ en el sentido enfitico del
tbrmino. Ciertamente la idea de la historicidad, sonsacada a algunos
atisbos de Kant, late poderosamente en las reflexiones de Schiller, pero
Schiller.20 € h e aparece aqui como uno de 10s pilares de lo
que de Man llama la “ideologfa estttica”, y ello puede ex-
plicar c u i n cargadas estdn las tintas de 10s comentarios que
le dedica. En todo caso, nos interesa especialmente el sesgo
ideol6gico que, seglin de Man, inflige Schiller a la estttica
desputs de Kant y a costa de Kant, a1 que “reinscribe en el
sistema tropol6gico de la estttica que [...I Kant habia en
cierto sentido desarticulado [...I”. J h e , a diferencia del
kantiano, es precisamente el “estilo” de Schiller: “todo es
un tropo, desde el principio hasta el final, y un tropo espe-
cffico, u n o m u y i m p o r t a n t e , m u y caracteristico, el
quiasmo.”” Seguiremos aquf esta sugerencia, para recons-
truir lo que podriamos denominar la tropo-16gica del con-
cepto schilleriano de lo sublime.

Ciertamente, de Man se refiere a1 escrito temprano


“De lo sublime”; dos veces constata allf grificamente la fi-

de ahf a suponer una historizaci6n radical de las categorfas esttticas -


ya sea en el sentido de atribuirles cambios hist6ricamente condiciona-
dos, ya en el sentido de que a lo hist6rico mismo pueda asigndrsele un
predicado estttico- hay una distancia que no es menor. Si en “Sobre lo
sublime” se da pibulo a una percepci6n de la historia en la clave de la
sublimidad, no se dejard de reconocer, como hemos subrayado, que alll
se refiere a un rinico punto de vista desde el cual “la historia universal es
para mi un objeto sublime”, y que ese punto de vista concierne al com-
bate entre las herzas naturales y de tstas con la libertad humana. Dicho
de otro modo, la matriz del concepto de lo sublime no es otra que el
conflict0 de naturaleza y libertad, y la historia s610 puede ser considera-
da sublime sobre la base de lo que contiene esa matriz, y no por alguna
caracterfstica propia. Hasta q u i punto haya posiciones y dimensiones
del concepto schilleriano de la historia que no esttn determinadas a
partir de esa matriz -habida cuenta de que el modo en que se refiere a
la historia en las Cartar parece seguir el mismo plan- es asunto que
excede nuestro interts presente.
‘O En l? de Man, La idcologia rstitica. Madrid: Citedra, 1996, 185-229.
” Las dos citas en op. cit., I92 y 193, respectivamente.
gura del quiasmo, aunque la supone basal en todo el texto:
una vez en las relaciones cruzadas de 10s pares naturaleza /
terror y raz6n / tranquilidad y otra, aniloga, respecto de
10s pares conocimiento / representacidn y auto-preserva-
ci6n / realidad. La idea es que la correlaci6n horizontal entre
10s miembros de cada par se ve alterada por la correlaci6n
diagonal con el par opuesto:

Naturaleza Terror conocimiento representacidn

X
Raz6n Tranquilidad auto-preservacih realidad

El sentido de esta alteraci6n -y esto es lo nos intere-


sa particularmente en la sugerencia de Paul de Man- es-
triba en la produccih del concept0 de lo sublime. Ad, y
con respecto al primer quiasmo, dice tste: “Si la Raz6n
puede actuar sobre el Terror [esto es, creando una distancia
entre el sujeto y el peligro], si la Raz6n puede asimilar el
atributo del Terror, entonces la Naturaleza seri capaz de
asumir el atributo de la Tranquilidad, y podremos gozar
[...I con cierta tranquilidad de la violencia sublime de la
Naturaleza. Lo sublime es gozado hasta el punto de que la
Naturaleza puede ser gozada con cierta tranquilidad.”**
Ciertamente, este esquerna parece adecuarse bien a lo que
Schiller dice no s610 en su artfculo mis temprano, sino tam-
bitn en el posterior, sobre todo si se atiende a la condici6n
A primera vista, lo que en Schiller es esbozo dialdcti-
co, en Hegel esti pasado en limpio, corregido, aumentado
y consolidado como movimiento de lo real. Es el mismo
Hegel el que contribuye a afianzar esta impresi6n. Sobre
aqudl tiene este liltimo admiradas palabras de reconocimien-
to: “Debe conceddrsele a Schiller el gran mdrito de haber
quebrantado la subjetividad y la abstracci6n kantianas del
pensamiento y, mis alli de ellas, haberse atrevido a inten-
tar comprender mediante el pensamiento la unidad y la
reconciliaci6n como lo verdadero, y a realizarlas efectiva-
mente de modo artlstico”.26 El juicio de Hegel es doble-
mente poderoso: por una parte, debido a que verdadera-
mente cabe atribuirle a Schiller ese intento, tal como pue-
de verse con toda claridad en el programa de las Cartas y
en 10s oplisculos estdticos; por otra parte, debido a que lo
instituye como precursor, imponiendo la lectura de ese pro-
grama en clave declaradamente dialdctica.

Sin embargo, hemos observado a prop6sito de lo su-


blime que el pensamiento de la reconciliaci6n no se pre-
senta en Schiller sin estar acompaiiado de tendencias con-
trarias: lo sublime, con el climulo de determinaciones que
porta como suplemento de la belleza, es a la vez el paso a la
unidad del espfritu y la experiencia mis radical de la esci-
s i 6 n , s610 a t e n u a d a -se estaria t e n t a d o d e decir:
estetizada- por su remisi6n a1 principio de la apariencia
artlstica. Pero incluso esta atenuaci6n es compleja y hasta
ambigua, como lo enseiian el desdoblamiento de la natura-
leza y el de lo humano mismo 0 , si se quiere decirlo de otro
modo, el desdoblamiento de la naturaleza y del espiritu en
virtud de la dualidad intrfnseca de lo humano: ocurre como

26 G. W. E Hegel, W e s u n g e n iiber die hthetik I, 89 (en: Werke,Bd. 13.


Frankfurt a. M.: Suhrkarnp, 1970). Cito seglin la traducci6n de Alftedo
B r o t h Mufioz: G. W. E Hegel, Lerciones sobrc la estktica, 47 (Madrid:
Akal, 1989).
si esta misrna tensibn, este rnismo originario conflict0 que
desata el rnovirniento de la superaci6n provocase a1 rnisrno
tiempo que toda superaci6n no pueda ser en liltima instan-
cia real, sino s610 suplernentaria.

En cuanto a la diferencia con la concepci6n hegeliana,


quizi en ninguna otra parte se acme rnis clararnente que
en la estrecha asociaci6n que liga en Schiller a1 concept0 de
lo sublime con el de lo trigico. “Sobre lo patdtico” designa
a la tragedia como el arte paradigmitico en vista de lo que
constituye el fin liltirno del arte: no la presentaci6n de la
vida (del padecer), sino la presentaci6n de lo suprasensible
(la libertad moral). Pero a su vez lo patttico s610 se acredita
estdticamente en la medida en que es s ~ b l i m e . ~La ’
fundarnentaci6n estttica de la tragedia y de lo trigico en la
sublimidad, caracterlstica del planteamiento de Schiller y
de su percepci6n de lo clisico, se buscari vanarnente en la
teorfa de Hegel. En tsta se encuentran esencialmente sepa-
rados: lo sublime pertenece a1 arte sirnb6lic0, y lo trigico
a1 arte clisico.

*’Cf. Schillers Slimtlichc Wcrkc, op. cit., Bd. 11 223.


contemplativa y representativa que Schiller pone a la base
del sentimiento sublime, y que fundamenta su explicaci6n
de lo patCtico y de la preeminencia del arte sobre la natura-
leza. Pero no cabe duda que el planteamiento del texto tar-
dfo es mucho mis complejo desde este punto de vista “tro-
po-I6gico”, y est0 precisamente en la medida en que aquf
no se trata Gnicamente de una deducci6n de lo sublime
como en el primero, sino, simultineamente, de su inscrip-
ci6n en el programa de la educaci6n estttica y, por lo tan-
to, de su relaci6n con la belleza como eje de dicha progra-
ma. Si seguimos prestando valor ilustrativo a la representa-
ci6n grdfica, toda determinaci6n de lo sublime y de su si-
tuaci6n debe ser especificada, pues, a1 interior de un diagra-
ma mayor, en que la naturaleza (el estado natural, cuyo
principio es la sensibilidad) ocupa uno de 10s extremos y la
moralidad (el estado moral, cuyo principio es la raz6n, como
condici6n de una existencia humana y social emancipada)
ocupa el otro, en tanto que la educaci6n estttica define el
camino que lleva de la primera a la Gltima, y en la cual la
belleza cobra el cardcter de elemento mediador:

BELLEZA
NATURALEZA MORALIDAD
E D U C A C I 6 N ESTETICA
-
NECESIDAD LI B ERTAD

Como sefialamos a1 principio, la significaci6n que


adopta lo sublime en este esquema estriba en el caricter
suplementario: “lo sublime -1efamos antes- tiene que
agregarse a lo bello para hacer de la educacidn estttica un
todo integro” (XI1 199), En consecuencia, se tendria que
pensar que esta significaci6n suplementaria es el principio
de la deducci6n de lo sublime que lleva a cab0 el segundo
ensayo. Pero, por eso mismo, ella provoca efectos en cada
uno de 10s ttrminos del esquema y en tste mismo, en gene-
ral. Lo riltimo zpara empezar por elloz debido a la fun-
ci6n mediadora que le cabe a la belleza y a la oposici6n
complementaria en que lo sublime esti con ella (como be-
lleza empirica). Es esta oposici6n la que viene a completar
la educaci6n estttica. De acuerdo a lo que sostiene Schiller
en “Sobre lo sublime”, la belleza empirica nunca podria
satisfacer el requisito del trinsito a la moralidad por su
fundamentacihn sensible; se necesita, pues, de un compo-
nente estdtico cuyo origen sea racional, y eso es precisa-
mente lo que es lo sublime, del cual se afirmaba en “Sobre
lo patdtico” que “procede solamente de la raz6n” (XI 223).23
Casi podria decirse, como en eco inverso de lo que sostenia
la Carta XXVI, que, si el temple estttico no puede tener un
origen moral, sino natural, el despertar de la conciencia
moral desde dicho temple no puede tener un origen natural,
sino exclusivamente racional. La via de la educaci6n estdtica
se desdobla, pues, en el momento general de la belleza empf-
rica y el momento suplementario de lo sublime.

UNA ESTETICA D E LO SUBLIME

Pero, entonces, <que autoriza a llamar estdtico a este rilti-


mo momento?

En primer ttrmino es preciso concederle todo su crd-


dit0 a la distancia contemplativa que separa a1 sujeto de la

23 Y aquf habrfa que recordar el pendant inexcusable de esta aseveracih:


que “lo patttico es solamente estttico en la medida en que es sublime”.
Una notoria tensi6n se insinlia aquf entre la determinacih originaria-
mente sensible de lo estttico y la determinacih originariamente racional
de lo sublime que, sin embargo, acredita esttticamente a lo patttico.
manifestaci6n y la eficacia de la violencia natural, que hu-
milla la condici6n sensible (natural) del ser humano. Asf
sostiene Schiller que “mucho m h lejos que la naturaleza
sensiblemente infinita nos lleva la terrible y destructora, y
esto mientras permanezcamos como meros contempladores
libres (bfoflfieie Betrachter) de la misma” (XI1 197).24 h a
es la base de la valoracibn que confiere Schiller a lo pattti-
co como “desgracia artificial” o “artisticd’ (kiinstfiche),que,
a diferencia de la “verdadera”, “nos encuentra plenamente
preparados, y puesto es q u e meramente imaginario
(eingebifdet),el principio autbnomo gana espacio en nues-
tro Animo para afirmar su absoluta independencia” (198).
Leyendo estos asertos se estaria tentado de pensar que lo
que constituye el principio en virtud del cual puede el ser
humano “anular la violencia en su concepto”, gracias al cual
puede, por decirlo asf, asimilarla, es el principio de la re-
presentacidn (Vorsteffung).No serfa, pues, en buen enten-
dimiento, el de la presentaci6n (Darsteffung),que es el prin-
cipio operativo en la manifestacidn misma de lo sublime,
como “fenbmeno -segGn se dice en “Sobre lo patttic0”-
cuyo Gltimo fundamento no puede derivarse del mundo
de 10s sentidos” (XI 225), sino el de la representacidn, como
condicibn general de concepci6n de todo lo fenomdnico y
lo n o fenomtnico (las ideas).

Sin embargo, parece claro que esta condici6n dificil-


mente podria satisfacer la eficacia que se le asigna a lo su-
blime, y que no puede sino verificarse en relaci6n con la
sensibilidad. Si seguimos el argument0 de Schiller acerca
de lo patttico en su Gltimo texto, seglin el cual tste, “puede
[...I decirse, es una inoculaci6n del destino inevitable”
24 El lugar en que se encuentra este pasaje tiene su peso: concluye en dl la
consideracidn sobre la riqueza de sublimidad que despliega la naturale-
za, y precede inmediatamente a la fase final del ensayo, abocado a enal-
tecer el poder del arte como agente de lo sublime.
(ibfd.), podremos comprobar que le asigna un poder de
inmunizacidn, a1 cual habrfa que reconocerle una funci6n
fundamental en la llamada “educacibn estdtica”, como un
adiestramiento del Animo para las pruebas mis endrgicas
de la existencia. Este adiestramiento no puede cumplirse
por la mera fuerza de la representacih, sino que es esen-
cialmente una prestaci6n afectiva. Se puede sugerir, pues,
un pendant de la “revolucih de la sensibilidad que Schiller
ve como necesaria para que pueda abrirse el camino hacia
el ideal, revolucih consistente en una “apreciacih libre y
desinteresada de la apariencia”, que es a la vez “el verdade-
ro comienzo de la humanidad” (XVII, 360/361). (Habrfa
que preguntarse qud significa aquf propiamente “revolu-
cibn”.) El pendant serfa una segunda revoluci6n; si la pri-
mera es la de la belleza, la segunda es la de lo sublime. Yes
claro que Schiller destaca en el sentimiento de lo sublime
este caricter “revolucionario”, en su subitaneidad y su sa-
cudida (XI1 193), y que la revolucih no podria sino afec-
tar a “todo el modo de sentir” (dieganze Empjndungsweise)
del ser humano, tal como se decfa en las Cartas.

Es verdad que el principio de la representacih pue-


de aportar una funci6n apotropaica, que desvia la amenaza
actual del poder de la naturaleza hacia aquello que es natu-
raleza en el ser humano, resguardando como diferencia su
propia humanidad, y constituyendo el fendmeno terrible
en apariencia. Es verdad tambidn que este d t i m o es el prin-
cipio del arte, como operaci6n formadora (la apariencia, a
diferencia del mer0 f e d m e n o , es apariencia sensible for-
mada). Pero la especificidad de lo sublime consiste en el
modo de sentir(se), en la relacidn que el sujeto establece
con su estado en tdrminos de sentir, en la resistencia que
opone a su propio estado y a su condici6n sensible, resis-
tencia que no tiene un origen sensible, pero que se acusa
en el sentimiento mismo: serfa esta relaci6n la que satisface
esencialmente el requisito de la distancia, y no tanto la re-
presentaci6n como operaci6n y product0 de la facultad de
conocer; seria tsta tambitn la que llamamos segunda revo-
luci6n de la sensibilidad en el plan schilleriano. En est0
estribarfa tambitn el privilegio de lo patttico, que no en
van0 es invocado por Schiller en esta fase crucial de su ar-
gumento. A modo de confirmacih, en “Sobre lo patttico”
hallamos la iluminadora doctrina seg6n la cual la fuerza de
resistencia suprasensible se da a conocer en un afecto (in
einem Affekte) por el combate del afecto mismo (durch
Bekampfung des Affekts); este combate (0 dominaci6n) s610
tiene como armas las ideas de la raz6n, que la presentaci6n
debe traer a manifestacidn o evocar en el pathos. Y si las
ideas no son presentables directamente -aduce Schiller
con fidelidad a la tesis kantiana-, porque nada en la in-
tuici6n puede corresponderles, si pueden serlo negativa e
indirectamente, cuando se da en la intuici6n algo para lo
cual no son adecuadas las condiciones de la naturaleza: tal
fendmeno “es una presentaci6n indirecta de lo suprasen-
~ible”.’~

LA NATURALEZA, LO HUMAN0 Y LO DEM6NICO

Si lo sublime viene a comple(men)tar la educaci6n estdtica


lo hace no proporcionando el momento superior de la sin-
tesis, sino instalando el conflict0 esencial y originario en-
tre inclinaci6n y deber, sensibilidad y racionalidad. Lo su-

l5 Cf. Schillers Siimtlichr Wrrkr,op. c k , Bd. 11 224 s. En este context0


habrfa que incluir tambiin la teorfa de la posibilidad poitica con que
concluye “Sobre lo patitico”, que sigue a la distancia y modifica la teo-
ria aristotilica del dunato’n: “Asf pues, la fuerza estitica con que nos
sobrecoge lo sublime de la intenci6n y de la acci6n no descansa, de
ninglin modo, en el interis de la raz6n en que re actrir rectamente, sino
en el interis de la irnaginaci6n en que sea posiblc actuar rectamente, es
decir, en que ninguna sensacihn, por poderosa que sea, sea c a p de
reprimir la libertad del Animo” (id., 239).
blime es la escisi6n misma. La deducci6n de lo sublime se
muestra compleja, y repercute en 10s ttrminos que esa mis-
ma deducci6n ha debido poner en juego. Quizi la manera
mis eficiente de hacerlo ver sea referirse a lo que ocurre
con 10s conceptos de naturaleza y de humanidad, sin 10s
cuales, como ha resultado largamente evidente, la deduc-
ci6n no habria sido posible.

En cuanto a lo primero, lo interesante es que lo que


hemos llamado la revoluci6n sublime no equivale a una
separaci6n radical respecto de la naturaleza y a una afirma-
ci6n excluyente del principio de la libertad, sino tambitn a
una separaci6n interna de la naturaleza. Debemos volver a
un pasaje que ya habia llamado nuestra atencibn (197), que
distingue, en el sen0 de ese concept0 entre la pluralidad
fenomtnica, es decir, la naturaleza como Inbegriff de 10s
fendmenos, sujeta a una legalidad que el entendimiento
puede desentrafiar, y lo que Schiller llama enfiticamente
“la naturaleza misma”, absolutamente reacia a todo esfuer-
zo de comprensih en la medida en que excede absoluta-
mente toda regla, dicho brevemente: todo regimen de la
representaci6n. La “naturaleza misma” es, pues, lo esen-
cialmente irrepresentable, y si en el empefio por hacer va-
ler acerca de ella lo que vale en ella nos empuja fuera del
mundo fenomtnico a1 mundo de las ideas, como dice
Schiller, no es porque de ese modo pueda constituirse una
idea (una representacibn puramente intelectual) de la na-
turaleza. La “naturaleza misma” -donde esta mismidad
indica una unidad originaria de todas las operaciones y
manifestaciones naturales- es la unidad del proceso de
creaci6n-destrucci6n que Schiller destaca de mil modos.
Se trata, en consecuencia, de la naturaleza como pura fuer-
za, y es precisamente esto lo que se nos da a sentir en la
experiencia de lo sublime, que desaffa nuestra fuerza (com-
prensiva o vital).
Y a prop6sito del concept0 de lo humano debemos
atender a la distinci6n entre lo meramente humano y lo
dem6nico. Esta liltima noci6n marca cierto temblor del
texto, una oscilaci6n que inquieta la primaria distinci6n
entre el hombre y su humanidad; dsta, como sabemos, es-
triba en la libertad de la voluntad. La misma libertad ha
sido adjetivada como “dem6nica” en un pasaje anterior
( 1 94), para marcar aquella condici6n -aquella destina-
ci6n, debidramos decir- que, latente en el pecho huma-
no, a h no es barruntada por el hombre incipiente, escla-
vizado por su menesterosidad natural. iHabrla que inferir
que lo dem6nico define sin rnis la humanidad de lo huma-
no? Est0 equivale a preguntar si “dem6nico” es simplemente
un nombre alternativo para lo que Schiller llama lo “espiri-
tual”, es decir, la condicibn de intelecto puro. Lo que pare-
ce m i s conjeturable es que el tdrmino, deliberadamente
arcaizante por contraste con lo que expresa la noci6n de
“espfritu”, marcada por el relieve de la autonomla racional,
emancipada de todo condicionamiento de la sensibilidad y
las inclinaciones que le es propio, indica un plus respecto
de lo puramente espiritual que esti llamado a designar. Asl
nos parece poder leer el pasaje que escogimos como hilo
conductor para este anilisis:

Lo bello amerita meramente a1 hombre, lo sublime a1


puro demonio (dem reinen Ddmon) en 61; y puesto que
nuestra destinaci6n es regirnos por la legislaci6n de esplri-
tus puros aun bajo las barreras sensibles, lo sublime ha de
afiadirse a lo bello para hacer de la educaci6n estdtica un
todo fntegro y para ampliar la capacidad receptiva del co-
raz6n humano seglin la total envergadura de nuestra desti-
nacidn, y por eso tambidn mis alli del mundo de 10s senti-
dos. (1991235)

Este plus, cuyo slntoma es lo sublime, provoca inevi-


tablemente una serie de modificaciones en el cuadro gene-
ral de la doctrina schilleriana. En particular, podemos
observar que el concept0 de lo sublime, con su funcibn
d e suplemento de la belleza, provoca un desdoblamien-
to en cada uno de 10s extremos de la polaridad que ha
definido Schiller, en la naturaleza y en el espiritu. Un
diagrama -cuya torpeza reconocemos inmediatamente-
puede ayudar a graficar estos cambios en el cuadro men-
cionado:

Demoniac0

Divinidad

Belleza Sensibilidad
Educaci6n estetica

Necesidad

Apostilla: Schiller y Hegel, lo sublime, lo patdtico y lo trigico

Comenzamos hablando de la tensibn histbrico-inte-


lectual en que esti inserta la estdtica de Schiller, entre la
refundaci6n kantiana de la filosoffa y el acelerado itinera-
rio que Ileva, a traves de Fichte y del romanticismo, a la
consumacibn dialdctica del idealism0 en Hegel. Hemos
puesto dnfasis en las muchas cosas que ligan a Schiller con
el precedente kantiano. Conviene quizi decir unas pocas
palabras acerca de su relacibn con el otro extremo, que ya
hemos tenido oportunidad de rozar ocasionalmente, a fin
de poner de relieve tambidn en este vfnculo lo que de ma-
nera mis propia caracteriza su posici6n.

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