Cecilia Varela Mujeres en El Comercio Sexual
Cecilia Varela Mujeres en El Comercio Sexual
Cecilia Varela Mujeres en El Comercio Sexual
Abstract:
En este trabajo, me propongo analizar algunas de los efectos de la criminalización
secundaria en la implementación de la ley de trata en la Argentina. En virtud de la
selectividad con la que operan las agencias del sistema penal, la criminalización secundaria
solo alcanza a una parte de las actividades cuya persecución es prevista por el programa
político-criminal ¿Quiénes son, entonces, etiquetados/as como responsables del delito de
trata de personas en las causas judiciales? Mi argumento es que en la Argentina los
procesos judiciales abiertos por la ley 26364 muestran una tendencia alarmante hacia la
criminalización de mujeres que se han insertado en el mercado sexual inicialmente como
trabajadoras y posteriormente desarrollado carreras comerciales en ese mercado. Discuto,
así, las potencialidades y límites del lenguaje del sistema penal para atender a la
complejidad de las trayectorias en el mercado sexual.
1
Mujeres, comercio sexual y cárcel. Un análisis de los procesos judiciales iniciados por
la ley de trata con fines de comercio sexual en la Argentina (2008-2010)
El debate en torno a la definición del delito de trata en espacios supranacionales tiene una
larga historia vinculada a los posicionamientos sobre el estatuto de la oferta de servicios
sexuales1. La definición elaborada por el Protocolo de Palermo, y adoptada por Argentina
originalmente en el año 2008 a través de la ley 26364, intentó saldar, no sin ambigüedades,
estas distintas posiciones. Así, de acuerdo a los estándares fijados por el Protocolo de
Palermo la ley argentina definió como trata “la captación, el transporte y/o traslado —ya
sea dentro del país, desde o hacia el exterior—, la acogida o la recepción de personas
mayores de 18 años de edad, con fines de explotación, cuando mediare engaño, fraude,
violencia, amenaza o cualquier medio de intimidación o coerción, abuso de autoridad o de
una situación de vulnerabilidad, concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener
el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre la víctima, aun cuando
existiere asentimiento de ésta.” Como ya ha sido señalado en numerosas oportunidades
esta definición dejaba ambigüedades y lagunas, sobre todo en torno al concepto de
“vulnerabilidad” y “explotación sexual”2 .
1
M. Wijers and L. Lap-Chew Trafficking in women. Forced labour and slavery-like practices, GAATW,
Bangkok, 1999. J. DOEZEMA, Sex slaves and discourse masters. The construction of trafficking. Zed Books,
London, 2010.
2
J. Doezema, Sex slaves and discourse masters. The construction of trafficking. Zed Books, London, 2010.
A. Piscitelli. Entre as "máfias" e a "ajuda" a construção de conhecimento sobre tráfico de pessoas. Cadernos
Pagu, Vol 31, 2008, p.29.
2
Así, y si bien la ley en su artículo 2 estipulaba como pauta interpretativa que frente a la
identificación de cualquiera de los medios comisivos (engaño, amenaza, por ejemplo) no
debía tomarse en cuenta el eventual “asentimiento” de la víctima, las organizaciones
instalaron exitosamente el “problema del consentimiento” en los debates públicos. Así,
lograron - en una primera etapa - presentar como un “problema técnico” una cuestión que
derivaba más bien de su posicionamiento en torno al comercio sexual. La expresión cuya
inclusión proponían (“aun con el consentimiento de la víctima”) buscaba consagrar la idea
de que la prostitución constituye per se una forma de violencia contra las mujeres. El
debate central – no explicitado necesariamente en esta primera etapa - radicaba en la
adopción completa de una perspectiva abolicionista en la nueva legislación, dando así por
tierra con cualquier hendidura que permitiera distinguir entre prostitución libre y forzada3.
Durante este período de intensos cabildeos a lo largo del cual las emergentes
organizaciones anti-trata lograron posicionarse como “expertas” en la definición del
problema público, no se presentaron estudios o evidencias concretas que mostraran las
mencionadas dificultades en los procesos judiciales. El argumento circulaba más bien a
través de formulas autoevidentes (“¿Cómo podría una persona tener que probar que no
consintió su propia esclavitud?”) y se imponía a través de la fuerza de las imágenes
estereotipadas sobre el comercio sexual. De manera más pragmática, algunas burocracias
judiciales con competencias en la cuestión planteaban que la cuestión de la
“vulnerabilidad” era una llave que permitía tematizar de manera amplia las inserciones en
el mercado sexual como “trata de personas”, independientemente del consentimiento que
planteara la persona de participar del comercio sexual. Mi investigación sobre los primeros
procesos judiciales mostró que el uso del concepto de “abuso de situación de
vulnerabilidad” que impulsaba la Unidad Fiscal de asistencia en secuestros extorsivos y
trata de personas (UFASE) 4 permitía minar rápidamente cualquier distinción entre
prostitución libre y forzada5.
3
la existencia de una red de explotación sexual y ordenó abrir actuaciones judiciales por ello,
decidió absolver a los imputados del secuestro por el beneficio de la duda. La resolución
generó un fuerte clima de indignación social, movilizaciones en las calles y expresiones de
repudio de todo el arco político. Poco se dijo en aquellas jornadas sobre las pésimas y
precarias condiciones en las que se desarrolló la investigación judicial en los primeros años
de una década que había encontrado a Argentina sumida en una de sus más profundas crisis
sociales. La sentencia que no consideraba el delito de “trata”, ya que al momento de la
desaparición no se encontraba vigente, fue exhibida por las organizaciones anti-trata como
la prueba cabal de que el tipo penal debía modificarse porque los jueces “no escuchaban a
las víctimas”. A su vez, el fallo se producía en un contexto de fuertes disputas abiertas entre
el poder ejecutivo y el poder judicial por un proyecto de reforma de la administración de
justicia. Así, la presidenta Kirchner trazó vinculaciones entre el fallo y la necesidad de
democratizar el poder judicial, y convocó a sesiones extraordinarias con el objeto de
considerar un proyecto de reforma de la ley de trata. En un contexto de fuerte indignación y
movilización social, los diputados, por unanimidad, modificaron los tipos penales del delito
de trata de personas y explotación sexual de acuerdo a las demandas que las organizaciones
anti-trata habían formulado en los años precedentes, subsumiendo un amplio arco de
inserciones en el circuito del sexo comercial bajo la categoría “trata” (y alternativamente
“explotación sexual”) y aumentando las penas previstas. Así, de acuerdo a la reforma del
año 2012 todas aquellas personas que migren o se inserten en el mercado a través de un
arreglo del cual extraiga beneficios un tercero – independientemente de su voluntad - son
consideradas víctima de trata o explotación sexual, convirtiéndose a la vez en objeto de
políticas de “rescate” y “reinserción social”.
4
mismos tanto como dar cuenta de cómo en esa producción se juega en parte la construcción
del campo de lo estatal7. En mi investigación con expedientes judiciales por trata de
personas, he subrayado que la “víctima” más que un a priori es un subproducto del
expediente judicial, cuya identificación depende de la compleja interacción entre
operadores (policías, operadores de rescate, funcionarios judiciales) que intervienen en las
etapas iniciales de la investigación mediante diferentes lógicas profesionales 8. Además, la
tríada criminalización, estigma, y clandestinidad en la cual se desarrolla el comercio sexual
no puede ser soslayada a la hora de abordar las testimoniales de las consideradas “víctimas”
por el dispositivo judicial. Así, una “escucha” antropológica de los expedientes, exige una
lectura que permita analizar los enunciados de las “víctimas” en relación a sus contextos de
producción, asiendo tanto las tácticas que las mujeres que hacen sexo comercial despliegan
para paliar asimetrías (fundamentalmente bajo la forma del estigma) como los efectos de
legibilidad que el campo de lo estatal habilita (a la vez que restringe). De lo antedicho, se
desprende que los expedientes judiciales informan más sobre las prácticas de los operadores
judiciales y los efectos de legibilidad que la lógica judicial habilita que de las formas
concretas que asume el comercio sexual en cada región. Por ello, sin desconocer que las
personas pueden resultar víctimas de violencia y/o delitos en el mercado sexual - tanto más
cuanto la ausencia de regulación del mercado sexual las expone a mayores riesgos y las
obliga a elaborar formas de resolución de conflictos que frecuentemente apelan a la
violencia interpersonal -, me distancio de aquellos enfoques que han pretendido de
identificar y contabilizar “víctimas” a partir de los expedientes judiciales 9. Estos trabajos,
en tanto eluden los problemas epistemológicos y metodológicos mencionados, confunden la
“verdad judicial” (o incluso una versión preliminar de la misma 10) con la reconstrucción de
las tramas de relaciones sociales en las cuales se produce el comercio sexual.
Así, y con las limitaciones enunciadas para el abordaje de los expedientes judiciales, me
circunscribo a analizar algunos aspectos de los procesos de criminalización secundaria. A
su vez, me apoyo en las entrevistas que realicé a mujeres procesadas y condenas por el
delito de trata de personas y mi trabajo de campo en el circuito del sexo comercial de la
Ciudad de Buenos Aires durante el año 2013. Mi argumento es que en la Argentina los
procesos judiciales abiertos por la ley 26364 muestran una tendencia alarmante hacia la
criminalización de mujeres que se han insertado en el mercado sexual y posteriormente
desarrollado carreras en relación a ese mercado. Así, retomando la metáfora propuesta por
Cohen11, planteo que podemos observar una ampliación de las redes de pesca y un aumento
de su densidad de manera tal que sea posible capturar más peces … cada vez más
pequeños.
7
L. Lowenkron and L.Ferreira “Anthropological perspectives on documents”, Vibrant, vol 11 (2), 2014,
p.75; E. Muzopappa and C. Villalta “Los documentos como campo. Reflexiones teórico metodológicas sobre
un enfoque etnográfico de archivos y documentos estatales” Revista Colombiana de Antropologia, vol 47,
2011, p.13.
8
C. Varela, Ibíd.
9
Unidad Fiscal de asistencia en secuestros extorsivos y trata de personas (UFASE) – Instituto de Estudios
comparados en ciencias penales y sociales (INECIP) La trata sexual en Argentina. Aproximaciones para un
análisis de la dinámica del delito, Buenos Aires, 2012.
10
En tanto se basan en autos de procesamiento de causas que no alcanzaron aún resolución en primera
instancia.
11
Cohen, S. Visiones del control social, Polity Press, Oxford, 1985
5
Del trabajo a la cárcel: trayectorias de mujeres en el sexo comercial.
Del corpus construido de sentencias condenatorias por trata de personas (con finalidad de
explotación sexual) se desprende que las mujeres representan el 44 % y los varones el 56 %
del total de condenados por este delito (Figura 1). Si la población de mujeres en cárceles
del Servicio Penitenciario Federal representa el 8,67 % de la población carcelaria total 14
podemos observar - en una rápida comparación - que el delito muestra una alta tasa de
criminalización femenina15. En este sentido, los procesos de criminalización secundaria del
delito de trata de personas parecen seguir una tendencia similar a los delitos por tráfico de
drogas16. El análisis de los expedientes permite observar también que si bien la mayoría de
las condenadas son argentinas (64%), existe un nutrido grupo de paraguayas (29%) dentro
del universo de las mujeres condenadas (Figura 2)
Las explicaciones de las burocracias judiciales y los activistas anti trata en torno a la alta
criminalización de mujeres por el delito de trata han pivoteado entre dos argumentos. El
12
En realidad las categorías que utilizadas son dos: “trata de mujeres” y “trata de menores”. De allí, incluso
que no sea posible determinar cuáles condenas responden a fines de explotación sexual y cuáles a otros fines
de explotación.
13
Por ejemplo, la PROTEX hace disponible en su sitio web sentencias y produjo recientemente un informe a
manera celebratoria de las primeras 100 sentencias obtenidas por trata de personas. En el mismo se destaca,
entre otras cuestiones, el hecho de que Argentina forma parte según la United Nations Office on Drugs and
Crime (UNODC) del pequeño grupo de países que han obtenido más de 50 condenas anuales.
14
Elaboración propia sobre la base de datos del Sistema Nacional de Estadísticas sobre ejecución de la pena
(SNEEP) y comisión de cárceles de la Defensoría General de la Nación presentados en el libro Mujeres en
prisión, CELS; MPDN, 2011. Lamentablemente la estadística judicial sobre condenas no se encuentra
desagregada por sexo, lo cual nos permitiría trazar comparaciones más ajustadas. El dato mencionado incluye
procesados/as con prisión preventiva y condenados/as en cárceles federales por delitos contra la propiedad, la
personas y vinculados al tráfico de drogas y excluye a quienes se encuentren excarcelados/as o con prisión
domiciliaria.
15
Otros informes han obtenido similares resultados y arribado a la misma conclusión. Véase UFASE-
INECIP, íbid. y Procuradoría de trata y explotación de las personas, Informe sobre las primeras cien
sentencias condenatorias por trata de personas, 2015.
16
A. Corda, Encarcelamientos por delitos relacionados con estupefacientes en Argentina Intercambios
Asociación Civil – FSOC-UBA, 2011; C. Giacomello Mujeres, delitos de drogas y sistemas penitenciarios
en América Latina, Consorcio internacional sobre políticas de drogas, 2013
6
primero – generalmente sostenido de manera verbal en eventos anti-trata – ha sido que el
asunto responde a la clásica selectividad del sistema penal por la cual se persiguen los
“eslabones más bajos de la red” dejando intocadas a la “grandes mafias que trafican
personas”. El segundo, señala que lejos de organizaciones criminales complejas se trata de
estructuras precarias de ilegalidad de escaso alcance territorial y apunta al proceso de
“reconversión” de víctimas en victimarias como elemento explicativo 17. Como intentaré
mostrar, el límite de esta explicación es la reducción de la trama compleja de relaciones de
subalternidad a través de las cuales las mujeres se insertan en el mercado sexual en una
ecuación rígida entre víctimas y victimarios, entendidos éstos como individuos portadores
de intencionalidades precisas. Si los únicos términos posibles de una relación social son los
de “víctima” o “victimario”, el lenguaje del derecho penal – convertido ya en teoría de lo
social –desplaza la comprensión de las experiencias de opresión de los sujetos a la luz de
los procesos y dinámicas sociales que los producen18. A su vez, esta perspectiva obtura el
análisis de las modalidades heterogéneas de inserción y permanencia en el mercado, las
trayectorias migratorias, las categorías a través de las cuales las personas elaboran sus
experiencias y los horizontes de expectativas a partir de los cuales definen sus proyectos.
19
J. O´Connel Davidson Prostitution, power and freedom, Polity Press, Cambridge, 1998.
7
se encuentran abiertos al público y a ellos se accede mediante una cita previa concertada
telefónicamente. En estos casos, la recepcionista es quien recibe los llamados telefónicos y
ofrece los servicios, recibe y despide a los clientes, organiza la limpieza del lugar, cobra las
tarifas, distribuye el dinero de acuerdo a los arreglos pactados y finalmente entrega la
recaudación final al dueño/a. Si el lugar combina trabajo/vivienda, la recepcionista o
encargada puede también ocuparse de administrar la organización de la casa. La presencia
del dueño puede ser más o menos visible, como trataremos más adelante. Los arreglos
económicos son variables: la mayoría de las recepcionistas cobra un porcentaje de las
ganancias diarias y las menos cobran un monto preestablecido. Muchas “recepcionistas”
son ex trabajadoras sexuales de mediana edad que ya se han desplazado hacia otras
modalidades de inserción en el mercado, mientras que todavía conservan algunos clientes
denominados “fijos” con los cuales eventualmente realizan servicios.
Las posiciones en el mercado son variables, pueden alterarse en el tiempo tanto como
combinarse. Jessica, a quien entreviste en su departamento de la zona de tribunales, se
balanceaba con destreza e inventiva en un mundo de pocas previsibilidades. A sus cuarenta
años tenía 6 hijos y un ex – marido preso por tráfico de drogas, lo cual la dejaba como
único sostén económico de su familia. Había logrado convertirse en “dueña” del
departamento que visité luego de que el propietario anterior, preocupado por la persecución
penal, buscara desentenderse del mismo. Durante el día seguía ofreciendo servicios
sexuales en el departamento y se quedaba también con el 50 % de las ganancias de las
restantes 3 o 4 trabajadoras que alternativamente brindaban servicios el lugar. Por las
noches, trabajaba como “recepcionista” en un departamento privado de otro dueño. Así
combinaba su propia oferta de servicios sexuales, con la explotación de los servicios
brindados por otras trabajadoras y su trabajo como recepcionista en otro lugar. Su proyecto
de retiro era utilizar el dinero que había podido ahorrar para abrir una panadería en la que
trabajaría su ex marido, una vez que saliera de la cárcel. Allí planeaba replicar el mismo
arreglo económico que sostenía con las trabajadoras sexuales del lugar que administraba:
50 % de las ganancias cada parte.
Algunos departamentos privados – a diferencia de las whiskerías y cabarets frecuentemente
organizados por una pareja – resultan de iniciativas de ex o actuales trabajadoras sexuales
por fuera de un arreglo matrimonial. Sin embargo, las trabajadoras en ocasiones hacen uso
de sus vínculos con clientes para construir este tipo de emprendimientos. Así, Pablina y
Clara, dos hermanas paraguayas a quienes entrevisté durante su prisión preventiva, se
habían apoyado en la relación romántica que una de ellas mantenía con un cliente para
lograr tener su propio departamento. Esto permitía salvar los problemas relativos a la
inversión inicial y la garantía requerida para el alquiler, difícilmente accesible para un
migrante. Finalmente, un conflicto con una de las trabajadoras del lugar por las
condiciones de trabajo y los arreglos económicos pactados desencadenó una denuncia por
trata de personas.
Las trabajadoras sexuales funcionan también como facilitadoras de contactos entre sus
redes familiares y de conocidos. Por intermedio de una conocida, Teresa con sus 23 años
había llegado desde Paraguay para trabajar en un departamento privado de una ciudad
balnearia. La entrevisté luego de que cumplida parte de su condena por trata de personas
pudiera acceder al beneficio de la prisión domiciliaria. Su historia comenzaba con el arribo
8
a un departamento privado de la ciudad en el cual el dueño proveía el alojamiento y cerca
de 8 trabajadoras se organizaban en turnos de 12 horas. Como era muy común, el dueño
utilizaba a su favor el desconocimiento de las leyes migratorias para ejercer un mayor
control sobre las trabajadoras. Así, la había prevenido de salir del lugar, bajo la advertencia
de que en la calle podrían detenerla por “no tener documento argentino”. Un conflicto con
el dueño y el apoyo de un cliente hicieron que Teresa percibiera que estas amenazas poco
tenían que ver con las condiciones de la población migrante en la Argentina y abandonara
el lugar. Semanas después, en sociedad con este cliente y un socio más, habían montado un
nuevo departamento a pocas cuadras de la playa. Mientras Teresa seguía ofreciendo
servicios sexuales, comenzó a proponerles a sus ex compañeras que se fueran a trabajar con
ella. La nueva casa ofrecía mejores condiciones y arreglos económicos más beneficiosos
para las trabajadoras. No solo algunas de sus ex compañeras fueron a trabajar al nuevo
departamento, sino que también llegaron otras jóvenes mujeres por intermedio de redes de
conocidas y parientas desde Paraguay. Habían pasado solo 3 meses y Teresa ya solo
trabajaba como recepcionista en un departamento en el que vivían y ofrecían servicios
sexuales 10 trabajadoras. En agosto del 2008 el lugar fue allanado a través de una serie de
operativos impulsados por la justicia federal local, y Teresa fue detenida junto a uno de los
dueños. Las trabajadoras siguieron ofreciendo servicios sexuales en el lugar y se
presentaron a declarar en el juzgado manifestado su deseo de permanecer trabajando y
residiendo en la casa. Algunas de ellas contaron haber mejorado su situación en relación a
inserciones anteriores en el mercado sexual (en otros departamentos privados de la ciudad
donde no se les permitía salir y se les cobraba distintas penalidades) y también respecto de
otros trabajos precarios (como trabajadoras de casas particulares). De hecho, según relatan,
el emprendimiento actual había surgido de la voluntad de algunas de ellas, encabezadas por
Teresa, para "buscar una casa en donde pagaran todas juntas y en la que no hubiera ni
dueño, ni encargado". En sus declaraciones dan cuenta de su preocupación por la situación
Teresa, a quien han visitado en el penal en que se encontraba detenida.
Lejos de las potencialidades que las trabajadoras percibían en su propio proceso migratorio
e inserción en el mercado, el juez - considerando la existencia de un "abuso de situación
de vulnerabilidad" - decreta el procesamiento de los imputados en la causa. Pocos días
después, la defensa adjunta al expediente una declaración realizada por las trabajadoras
frente a un escribano en donde – en un intento de generar legalidad “desde abajo” -
declaraban "que de ninguna manera consideramos estar en situación de vulnerabilidad,
explotadas y/o en estado de servidumbre como se nos quiere hacer creer. Nunca antes de
ahora hemos estado y vivido mejor". El caso alcanza su resolución mediante un juicio
abreviado en el cual los imputados se hacen responsables por el delito de trata de una
menor de edad de 17 años y nueve mujeres paraguayas mayores mediando "abuso de
situación de vulnerabilidad". La sentencia dice lo siguiente:
"De los relatos efectuados por las víctimas mayores de edad en sede judicial,
se desprende que las mismas compartían una idiosincrasia común,
provenientes de familias de escasos recursos, apremiadas por la situación
económica de su país encontraron trabajo como empleadas domésticas,
necesitando dinero para sostener a sus familias, en su mayoría numerosas, con
hijos menores de edad para criar, aceptaron venir a ejercer la prostitución
como una opción para obtener dinero y enviarlo a sus familiares. Surge en
9
autos que esta situación no era desconocida por los encartados, quienes se
aprovecharon de la vulnerabilidad socioeconómica y familiar de las
nombradas con la finalidad de explotarlas mediante el facilitamiento del
ejercicio de la prostitución."
Así, cuando una mujer que ha padecido las mismas situaciones de "vulnerabilidad" que las
consideradas “víctimas” es identificada como tercera parte, dueña o facilitadora de
contactos en una causa por trata de personas, se convierte para el dispositivo judicial en la
responsable criminal, a la cual no corresponde protección legal o asistencial alguna. Las
condiciones de "vulnerabilidad" que construyen a una "víctima" del delito de trata, pierden
toda relevancia en el marco de los procesos judiciales cuando una mujer facilita contactos
dentro de su red de parientas y conocidas o bien "asciende" dentro del mercado del sexo,
obteniendo posiciones de mayor autonomía. En el caso de Teresa, si los procedimientos se
hubieran realizado unos meses antes, quien resultó condenada hubiese sido considerada una
víctima más. Si bien la ley de trata establece en su artículo 5 que “las víctimas de trata no
son punibles por la comisión de cualquier delito que sea el resultado director de haber
sido objeto de trata”, del análisis de las causas judiciales se desprende que esa herramienta
legal no ha sido utilizada para descriminalizar este tipo de trayectorias en el mercado 20. A
su vez, del análisis de las penas de prisión otorgadas se desprende que varones y mujeres
obtienen similares condenas. (Figura 3)
Las trayectorias que esbocé muestran los procesos de ingreso en el mercado, los
desplazamientos al interior del mismo, los proyectos migratorios y matrimoniales y,
finalmente, las decepciones que producen alteraciones del plan original tanto como abren
nuevos horizontes de expectativas. El estigma que pesa sobre los intercambios de sexo por
dinero y la red de ocultamiento que las mujeres tejen trabajosamente en relación a su
inserción en el mercado, sumado a la condición de migrantes de muchas de ellas, hace
frágiles los capitales sociales y familiares. Por ello, los clientes emergen en muchas
ocasiones como la red más cercana que puede ayudar a resolver un aborto, escapar de un
empleador abusivo tanto como abrir un nuevo negocio con arreglos económicos variables.
Las experiencias de las trabajadoras sexuales pueden también ser comprendidas través del
concepto de “carrera comercial” propuesto por Brewis y Linstead 21. El declinamiento del
20
La única excepción es una causa en la cual la considerada “víctima” de trata fue absuelta del delito de
aborto.
21
J. Brewis y S. Linstead “The worst thing is the screwing (2): context and career in sex work. Gender, work
and organization Vol 7 (3), 2000, p. 163
10
capital erótico a lo largo de los años fuerza a buscar rápidas alternativas, opciones entre las
cuales se encuentra desarrollar su propio negocio o administrar el de un tercero en el
mercado del sexo comercial. La idea de “conversión de víctimas en victimarias” carece de
precisión empírica en tanto no permite capturar la simultánea inserción de mujeres como
explotadas y “explotadoras” (en tanto dueñas de emprendimientos de sexo comercial), pero
más peligrosamente evapora sus deseos y los proyectos de movilidad social que ellas
construyen en condiciones de subalternidad y explotación. Desde esta perspectiva, sus
modos de vida y experiencias solo representan la paradójica consecuencia de un pasado
violento que no pueden sino reproducir. Un análisis de sus trayectorias necesita ponderar
simultáneamente su agencia tanto como las relaciones de subalternidad a través de las
cuales sus carreras comerciales se desarrollan.
En el año 2013 realicé trabajo de campo en un segmento del circuito del sexo comercial de
la Ciudad de Buenos Aires, específicamente en los departamentos privados en los cuales se
ofrecen servicios sexuales de menor precio del mercado. La reforma de la ley de trata en
diciembre del 2012 había traído aparejado un intenso despliegue de las burocracias
judiciales y los inspectores municipales con el fin de cerrar cualquier lugar en el que se
ofreciera sexo comercial. No se trataba solamente de una operación de policía, sino que
también existían fuertes presiones para lograr condenas por trata de personas. Mientras el
gobierno nacional se había ya comprometido con la campaña, Buenos Aires - centro del
poder político y económico del país- carecía de condenas por trata de personas. Lejos ya del
contexto de las discusiones iniciales del 2008, la trata de personas se había transformado en
un problema autoevidente en su asociación directa con la prostitución y de allí parecía
deducirse de manera lineal que a mayor densidad poblacional, más redes de trata operando
debían suponerse.
En ese contexto, una de las estrategias que los dueños pusieron en marcha fue terciarizar
los emprendimiento bajo distintas modalidades. Sobre todo si eran varones, el allanamiento
se había convertido de ahí en más en una situación muy peligrosa. Muchas trabajadoras
sexuales vieron llegar allí su oportunidad para lograr cierta movilidad ascendente. Así,
algunos dueños comenzaron a ofrecer en alquiler (o en subalquiler) la propiedad a una
trabajadora sexual, quien de ahí en adelante asumía el emprendimiento por cuenta propia y
establecía con las otras trabajadoras arreglos económicos que habitualmente suponían una
comisión del 50 % de sus ganancias. Los precios que los dueños cobraban por los
alquileres triplicaban los precios habituales del mercado inmobiliario, pero, no exigían los
requisitos habituales que difícilmente podían cubrir trabajadores informales (como
proporcionar una propiedad en garantía o acreditar una fuente de ingresos) y garantizaban
la posibilidad de desarrollar un emprendimiento de sexo comercial. Además, no cualquier
departamento es bueno para hacer sexo comercial: es necesario vecinos discretos (o
edificios donde trabajan profesionales habituados al entrar y salir de gente), un portero
amigable, o simplemente una puerta que de a la calle y no genere problemas con los
vecinos.
¿Qué consecuencias podemos extraer de esto? Creo que nos previene de ciertas
ingenuidades respecto de los usos del sistema penal. La campaña anti-trata en la Argentina
ha privilegiado el sistema punitivo para abordar los problemas de desigualdad social y de
género en el mercado. Como intenté mostrar a través del análisis de la criminalización de
mujeres por el delito de trata y los procesos de reacomodamiento del mercado, es posible
que el sistema punitivo, lejos de combatir esas desigualdades y jerarquías, en su despliegue
práctico no pueda más que reproducirlas y profundizarlas. Tal vez es hora de echar a andar
una imaginación no punitiva que nos permita pensar en alternativas que contemplen las
experiencias de los sujetos, sus atravesamientos múltiples por distintas formas de opresión,
y a la luz de ello ponderar intervenciones que amplíen los márgenes de autonomía de las
personas en el aquí y en el ahora.
12
13