U1 PP 30 Despotismo Ilustrado

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Despotismo ilustrado

El despotismo ilustrado es un concepto político que surge en la Europa de la segunda


mitad del siglo XVIII. Se enmarca dentro de las monarquías absolutas y pertenece a los
sistemas de gobierno del Antiguo Régimen europeo, pero incluyendo las ideas
filosóficas de la Ilustración, según las cuales, las decisiones humanas son guiadas por la
razón.

Aunque el término fue acuñado por historiadores alemanes1 en el siglo XIX,2 3


actualmente se prefiere el término absolutismo ilustrado para así contrastarlo con el
absolutismo clásico.2

Los monarcas de esta doctrina, como Carlos III de España,4 2 Catalina II de Rusia,2
Gustavo III de Suecia,3 José I de Portugal, María Teresa I de Austria3 y su hijo José II
de Austria,2 Federico II de Prusia3 2 y Luis XIV de Francia, contribuyeron al
enriquecimiento de la cultura de sus países y adoptaron un discurso paternalista. En Catalina II fue una gran
impulsora del arte y la
algunos casos, fueron inspirados por y delegaron en personajes omnipotentes de su
educación en Rusia
confianza,3 como en el caso del marqués de Pombal, en Portugal,3 Gaspar Melchor de
Jovellanos en el caso de España o en el Reino de las Dos Sicilias, Bernardo Tanucci y
Guillaume Du Tillot (https://en.m.wikipedia.org/wiki/Guillaume_du_Tillot) en el ducado de Parma.3

Índice
Orígenes del despotismo ilustrado
«Todo por el pueblo, pero sin el pueblo»
Consecuencias
Grandes intelectuales ilustrados
Thomas Hobbes
Charles de Secondat, barón de Montesquieu
François Marie Arouet (Voltaire)
José II de Austria
Jean-Jacques Rousseau
Véase también
Referencias

Orígenes del despotismo ilustrado


A pesar de que los filósofos ilustrados criticaron la política y la sociedad de su época, no pretendieron que los cambios se dieran
por la vía revolucionaria; confiaban más bien en un cambio pacífico orientado desde arriba para educar a las masas no ilustradas.
Varios monarcas aceptaron las ideas propuestas por la Ilustración y dieron origen al despotismo ilustrado.

Los problemas del Estado absolutista requerían de la colaboración de personas calificadas y con nuevas ideas, dispuestos a
reformar e impulsar el desarrollo político y económico de las naciones. El monarca ilustrado es un soberano que acepta los
principios de la Ilustración y desea ponerlos en práctica para lograr una mayor eficiencia del Estado, en beneficio de este y de los
súbditos.
El temor a la innovación es sustituido por una creencia en la posibilidad de alcanzar un futuro mejor, no por un cambio súbito,
sino por una paciente labor educativa y legislativa, para la cual se necesitaba la colaboración de los ilustrados, cuyas ideas no
constituían un pensamiento meramente especulativo, sino que se convertirían en programas de gobierno y se llevarían a la
práctica.

«Todo por el pueblo, pero sin el pueblo»


La frase originaria es «Tout pour le peuple, rien par le peuple» (en español, «Todo para el pueblo, nada (hecho) por el pueblo»,
suele citarse en español como «Todo por el pueblo, pero sin el pueblo».

Su uso se extiende desde finales del siglo XVIII como lema del despotismo ilustrado, caracterizado por el paternalismo, en
oposición a la opinión extendida desde los enciclopedistas que veía necesario el protagonismo y la intervención del pueblo en los
asuntos políticos, incluso asignándole el papel de sujeto de la soberanía (principio de soberanía popular de Rousseau).

Esta frase implicaba que el gobierno realizaba medidas para el "pueblo", o para su mejora; pero las decisiones eran tomadas sin la
participación ni intervención del pueblo.

Consecuencias
Este sistema, visto como una etapa madura del absolutismo monárquico, decayó en
los últimos años del siglo XVIII. Las ideas de la Ilustración, adoptadas por estos
monarcas, fueron también la mecha que prendió en los sentimientos de las clases
desfavorecidas —en especial la burguesía, que cobraba mayor relevancia — para
combatir a un sistema absolutista voraz y generador de desigualdad social, y
encaminarse hacia un gobierno constitucional.

Grandes intelectuales ilustrados


Toda la corriente racionalista y empirista, representada por la Ilustración, tenía como
fin la crítica del orden vigente y su transformación en un orden adecuado a la
naturaleza humana y, por lo tanto, más idóneo para la consecución de la felicidad.
Este esfuerzo se vio acaudillado en Francia por los filósofos más famosos de la
Ilustración: Charles de Secondat, barón de Montesquieu y François-Marie Arouet
Carlos III de España (Voltaire). Ellos fueron los divulgadores ideológicos que tuvo la burguesía en su
pugna por el poder.

Thomas Hobbes
En su obra Leviathan, Thomas Hobbes contribuye a nutrir las corrientes del despotismo ilustrado, que veía al Estado como
garante y tutor del pueblo que sufría un estado de minoría de edad permanente.

Charles de Secondat, barón de Montesquieu


Como presidente del Parlamento de Burdeos, Montesquieu ejerció una considerable influencia en la formación de la conciencia
burguesa en el siglo XVIII. En realidad, era un aristócrata conservador que defendía al Parlamento como fundamento de los
privilegios políticos de la nobleza frente al absolutismo real.
El espíritu de las leyes (1748) está considerada su obra más importante y fue el ideario político de la nueva generación. En ella
explica cómo las leyes derivan de una serie de factores físicos, sociales e históricos: "las leyes tienen sus leyes". Estas tienen su
propia grandeza, incluso frente a la debilidad de los legisladores. Existen, según Montesquieu, tres formas de gobierno
(republicana, monárquica y despótica), y la mejor será aquella en que estén separados los tres poderes: legislativo (el que hace las
leyes), ejecutivo (el que las hace cumplir) y judicial (el que dictamina la justicia).

El poder legislativo debía estar en las asambleas parlamentarias (formadas por la aristocracia), que actuarían además como
intermediarias entre el ejecutivo (monarca) y el resto de la nación.

Montesquieu fue el proclamador en el continente de las ideas políticas del filósofo inglés John Locke.

François Marie Arouet (Voltaire)


Ya anciano, desde su castillo de Ferney, Voltaire fue el «rey» de toda la
Europa intelectual. Sus cartas llegaron a todos los salones ilustrados del
mundo entero y fueron leídas con avidez y admiradas.

Introdujo en Francia la filosofía de Newton con una prosa fácil y brillante.


Se negó a resolver los grandes problemas metafísicos y con su espíritu
agudo trató todos los problemas que sufría el pueblo en su época. Fue el
principal impulsor y representante del Siglo de las luces. Según Voltaire,
una política fuerte es la salvaguardia de la libertad. No cree en la igualdad
y le parece beneficiosa la jerarquía social.

Considera la educación como fundamental para el progreso, pero no debe


generalizarse. En religión es deísta, es decir, cree en un Ser Supremo, pero
lo relega a la función de Creador o primer motor de la existencia. Es
además, profundamente anticlerical («hay que tener una religión y no creer
en los sacerdotes), partidario de las reformas administrativas y civiles
(prohibición de la tortura, de la pena de muerte y de las detenciones Corte de Federico II el Grande

arbitrarias; mejora de los repartos de impuestos; unidad legislativa y


supresión de aduanas interiores). En sus obras Ensayo sobre las
costumbres y el espíritu de las naciones y el Diccionario filosófico ataca los grandes principios de la época y combate el
despotismo y la autoridad.

Jean-Jacques Rousseau
Tanto Montesquieu como Voltaire representaban la tendencia racionalista de los ilustrados, pero se produjo también una reacción
de carácter naturalista, cuyo representante francés más destacado fue Jean-Jacques Rousseau. La personalidad ardiente y
apasionada de Rousseau le llevó a desdeñar los principios fríos y racionalistas de sus antecesores ilustrados.

Las primeras obras de este pensador que alcanzaron la fama fueron las de carácter social y pedagógico: Nueva Eloísa y Emilio, en
las que exponía la virtud de un retorno a la naturaleza, desplegando las naturales cualidades humanas del amor, generosidad y
piedad, y abandonando la educación intelectualista por otra basada en los conocimientos físico naturales y artísticos.

Sus opiniones religiosas son menos audaces que las de Voltaire y Diderot, no así sus ideas políticas, que expone en El discurso
sobre la desigualdad y en El contrato social. El ser humano, para Rousseau, es naturalmente bueno, pero la civilización lo
corrompe. La iniquidad comenzó con el primero que dijo "eso es mío", dando origen a la propiedad, y con ella a esta sociedad. El
"Contrato" es un pacto que garantiza la igualdad de la sociedad civil, desigual a causa del primer pacto inocuo. Este contrato
social consiste en el pasaje de la sociedad civil a una república, donde la sociedad es al mismo tiempo súbdita y ciudadana. Es
ciudadana en el sentido en que constituye la soberanía; es decir, dejando de lado los intereses particulares de cada individuo y
apelando a la voluntad general del pueblo. Es entonces que se proclaman leyes generales y se conforma el poder legislativo,
poder soberano de esta república. La sociedad es asimismo súbdita, ya que todos tienen la obligación de obedecer estas leyes.
Esta doble función de la sociedad apela a la soberanía del pueblo, ya que no hay mayor autonomía que el seguimiento estricto de
leyes impuestas por uno mismo. Sin embargo, para el buen ejercicio de estas leyes, es necesario un gobierno que las ejecute. De
esta necesidad nace el poder ejecutivo, que se somete al poder legislativo (es decir, al pueblo), y actúa en sintonía a estas leyes.
Rousseau no explícita la mejor forma de gobierno, simplemente afirma que este debe ser inversamente proporcional al tamaño de
la población. Es decir, democracias para estados pequeños, aristocracias para estados intermedios, y monarquías para los grandes
estados.

Véase también
Estado Social
Despotismo
Ilustración obscura

Referencias
1. LEÓN SANZ, Virginia. La Europa ilustrada, pp. 49-52, 138. Ediciones AKAL, 1989. (https://books.google.es/books?i
d=UJwqQ2MSnFMC&pg=PA48&dq=despotismo+ilustrado&hl=es&sa=X&ved=0ahUKEwiL-d28mKDeAhVJgVwK
HQxNBWM4ChDoAQgnMAA#v=onepage&q=despotismo%20ilustrado&f=false) En Google Books. Consultado el
25 de octubre de 2018.
2. DELGADO DE CANTÚ, Gloria M. El mundo moderno y contemporáneo, p. 253. Pearson Educación, 2005. (https://boo
ks.google.es/books?id=1oJ22dmhBZIC&pg=PA253&dq=despotismo+ilustrado&hl=es&sa=X&ved=0ahUKEwjSs4
WSjKDeAhVYF8AKHcCmDysQ6AEIOTAE#v=onepage&q=despotismo%20ilustrado&f=false) En Google Books.
Consultado el 25 de octubre de 2018.
3. MARTÍNEZ RUIZ, ENRIQUE; Enrique. GIMÉNEZ Introducción a la historia moderna, pp. 545-569. Ediciones AKAL, 1994.
(https://books.google.es/books?id=XCknhRuvlpUC&pg=PA545&dq=despotismo+ilustrado&hl=es&sa=X&ved=0ah
UKEwjSs4WSjKDeAhVYF8AKHcCmDysQ6AEIUTAJ#v=onepage&q=despotismo%20ilustrado&f=false) En
Google Books. Consultado el 25 de octubre de 2018.
4. MARTÍ GILABERT, Francisco. Carlos III y la política religiosa, p. 27. Ediciones Rialp, 2004. (https://books.google.es/b
ooks?id=HfGfTNv7Tv0C&pg=PA46&dq=despotismo+ilustrado&hl=es&sa=X&ved=0ahUKEwjSs4WSjKDeAhVYF8
AKHcCmDysQ6AEIPjAF#v=onepage&q=despotismo%20ilustrado&f=false) En Google Books. Consultado el 25
de octubre de 2018.

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