Psychopatis Sexualis

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¿QUÉ ES ESTO?

La Psychopathia sexualis del forense y psiquiatra austriaco Krafft-Ebing es un tratado


sexológico que marcó la percepción de la sexualidad en el mundo occidental desde su
primera edición en 1886.

Los casos constituyen un panorama de las manifestaciones sexuales consideradas


anormales en aquella época, desde las relaciones homosexuales hasta la necrofilia,
pasando por el masoquismo y el fetichismo. Estos -que no su interpretación- mantienen su
actualidad y relevancia porque son la expresión de pulsiones universales del ser humano y
no el producto de un periodo histórico concreto.

Este blog se va actualizando con la traducción de estos casos desde el original alemán
(14.ª ed., Stuttgart: Enke, 1912). Se hace así accesible a los lectores hispanohablantes
una obra fundamental y poco conocida conocida hasta ahora en nuestro ámbito lingüístico
y cultural.

La traducción se realiza en el marco del proyecto de investigación FEM2009-07194


(Ministerio de Ciencia y Tecnología, España).

Traducción de Alberto Bustos

Caso 1: impulso sexual en la vejez

Caso 1. J. René, inclinado desde siempre a los placeres sensuales y sexuales, pero
guardando el decoro, daba muestras a partir de los 76 años de edad de una paulatina
pérdida de inteligencia y un avance en la perversión del sentido moral. Si antes era avaro,
extremadamente decente, consumpsit bona sua cum meretricibus, lupanaria frequentabat,
ab omni femina in via occurente, ut uxor fiat sua voluit, aut ut coitum concederet, y
atentaba tan gravemente contra la decencia pública que hubo que internarle en un
manicomio. Allí su excitación sexual aumentó hasta llegar a un estado de verdadera
satiriasis, que se mantuvo hasta la muerte. Semper masturbavit et aliis praesentibus,
delirium ejus plenum erat obscoenis imaginibus, viros qui circa eum erant, mulieres eos
esse ratus, sordidis postulationibus vexavit (Legrand du Saulle, La folie p. 533).

Con la demencia senil, también señoras que han sido mujeres respetables pueden caer en
tales estados de excitación sexual extrema (ninfomanía, furor uterino).

Caso 2: impulso sexual en la vejez

Caso 2. Señor X, de 80 años, elevada posición, familia con tara hereditaria, desde siempre
con gran apetito sexual, y cínico, de carácter anormal e irascible, ya desde joven prefería
la masturbación al coito según reconoce él mismo, pero no dio nunca muestras de
sexualidad contraria, tuvo queridas, engendró un hijo con una de ellas, se casó con 48
años por inclinación, engendró todavía 6 hijos, nunca dio motivo de queja a su esposa
durante su matrimonio. La información que pude obtener sobre la situación familiar es
incompleta. Sí constan sospechas de que a su hermano le gustaban los hombres y de que
su sobrino perdió el juicio por abusar de la masturbación.

Desde hace años, el carácter del paciente, de suyo extraño e irascible, viene
extremándose. Se ha vuelto tremendamente desconfiado y basta con contrariar
mínimamente sus deseos para que incurra en explosiones emocionales e incluso ataques
de cólera durante los cuales llega a levantarle la mano a su esposa.
Desde hace un año presenta signos claros de una incipiente demencia senil. El paciente
se ha vuelto olvidadizo, ubica incorrectamente episodios del pasado y su orientación
temporal es deficiente. Desde hace 14 meses se observa en el anciano un verdadero
enamoramiento respecto de algunos sirvientes masculinos, especialmente un joven
jardinero. Normalmente se muestra áspero y distinguido ante los subordinados, pero a este
favorito le colma de atenciones y dádivas y ordena a la familia y al servicio que le traten
con el máximo respeto. El anciano espera el momento del encuentro con verdadero ardor
sensual. Echa a la familia para quedarse a sus anchas con el favorito, permanece
encerrado con él durante horas y cuando las puertas se abren de nuevo aparece agotado
en la cama. Además de con este querido, el paciente ha mantenido también relaciones
esporádicas con otros sirvientes. Hoc constat amatus eum ad se trahere, ab iis oscula
concupiscere, genitalia sua tangi jubere itaque masturbationem mutuam fieri. Este
comportamiento ha dado lugar a una desmoralización en toda regla. La familia se halla
impotente, pues toda oposición por su parte desencadena ataques de cólera durante los
cuales llega a amenazar a sus parientes. El paciente se entrega sin miramientos a sus
perversos actos sexuales, de modo que a su desconsolada familia (personas de alta
consideración) no le queda otro remedio que incapacitarlo e ingresarlo en un manicomio.

No se aprecia excitación erótica alguna ante el sexo opuesto, aunque el paciente comparte
lecho con su esposa. Cabe destacar en relación con la perversa sexualidad y profunda
degradación del sentido moral de este desdichado el hecho de que pregunte a

Caso 3: anestesia sexual (falta de impulso sexual)

Caso 3. K., 29 años, funcionario, acude a mi consulta preocupado por lo anómalo de su


estado sexual; le gustaría casarse, ya que está solo en el mundo, pero únicamente por
sensatez. Nunca ha experimentado excitación sensual alguna. Solo conoce la vita sexualis
por referencias de otras personas y lecturas eróticas, aunque estas no producen en él el
más mínimo efecto. No siente aversión alguna por el sexo femenino ni tampoco ha
experimentado nunca inclinación por el propio, nunca se ha masturbado. Desde la edad de
17 años, poluciones ocasionales, pero sin ir acompañadas de sueños lascivos. Erecciones
solamente por la mañana, al despertarse, y desaparecen al vaciar la vejiga. Excepto por su
carencia de sentimientos sexuales, K. se considera completamente normal. No se constata
defecto psíquico alguno, pero le gusta la soledad, es persona de seca racionalidad, sin
interés por las bellas artes, profesionalmente robusto y apreciado.

[Psychopathia sexualis, caso 3]

Caso 4: anestesia sexual (falta de impulso sexual)

Caso 4. W., 25 años, vendedor, supuestamente sin taras, nunca ha estado enfermo de
gravedad, nunca se ha masturbado, desde los 19 años de edad poluciones ocasionales,
por lo general acompañadas de sueños libidinosos. A partir de los 21 años, muy
raramente, coitos, actos casi masturbatorios en el cuerpo de la mujer, sine ulla voluptate.
W. asegura que realizó tales intentos únicamente por curiosidad y que pronto los
abandonó por ausencia de necesidad, satisfacción e incluso erección. Tampoco se ha
visto nunca atraído por el propio sexo. Su defecto no le resulta penoso. Ética y
estéticamente no presenta síntomas carenciales.

Caso 5: anestesia sexual (falta de impulso sexual)

Caso 5. F., 36 años, jornalero, fue ingresado en mi clínica a principios de noviembre por
parálisis espinal espástica. Asegura proceder de familia sana. Desde su juventud,
tartamudo. Microcefalia. Paciente afectado de cierta imbecilidad. Nunca fue sociable,
nunca había experimentado excitación sexual. La visión de una mujer nunca tuvo para él
atractivo alguno. Nunca experimentó impulsos masturbatorios. Erecciones frecuentes, pero
solamente por las mañanas, al despertar, con la vejiga llena y sin rastro de excitación
sexual. Raramente poluciones, aproximadamente una vez al año durante el sueño, por lo
general acompañadas de sueños en los que tiene algo que ver con un individuo de sexo
femenino. Pero estos sueños tampoco tienen un contenido erótico explícito, como no lo
tienen sus sueños en general. Al parecer, el acto de la polución no va acompañado de
verdadero placer. El paciente no tiene conciencia de su falta de sensaciones sexuales.
Asegura que su hermano, de 34 años, es idéntico a él en lo sexual; en cuanto a su
hermana, de 21, le parece también probable. Según él, un hermano más joven tiene una
disposición sexual normal. La exploración de los genitales del paciente no revela anomalía
alguna, excepto fimosis.

Caso 6: anestesia sexual (falta de impulso sexual)

Caso 6. Señor W., 33 años, fuerte, sano, con genitales normales, nunca ha experimentado
libido, ha intentado sin éxito despertar su ausente impulso sexual mediante lecturas
obscenas y relaciones con meretrices. En estos intentos sólo sintió un asco que le llevó
hasta el vómito, agotamiento nervioso y físico, y, tan solo una vez que forzó la situación,
una erección momentánea. W. nunca se ha masturbado, desde los 17 años ha tenido una
polución cada par de meses. Intereses importantes le movieron a casarse. No tenía miedo
a las mujeres, deseaba tener hogar y esposa, pero se sentía incapaz de consumar el acto
sexual, y murió soltero en la guerra civil americana.

[Psychopathia sexualis, caso 6]

Caso 7: anestesia sexual (falta de impulso sexual)

Caso 7. X., 27 años, genitales normales, nunca ha experimentado libido. Lograba la


erección fácilmente con estímulos mecánicos o térmicos; pero, en lugar de causar libido,
esto le empujaba regularmente a excesos con el alcohol. A su vez, estos también daban
lugar a erecciones espontáneas, con lo que se masturbaba ocasionalmente. Sentía
aversión hacia las mujeres y asco ante el coito.

Si intentaba consumarlo durante una erección, esta desaparecía inmediatamente. Muerte


en coma en un ataque de hiperemia cerebral.

Caso 8: anestesia sexual (falta de impulso sexual)

Caso 8. Señora O., de constitución normal, sana, menstruación regular, 35 años, casada
desde hace 15, nunca ha experimentado libido, nunca ha sentido excitación erótica
durante el contacto sexual con su cónyuge. No sentía aversión hacia el coito, a veces
incluso parecía encontrarlo agradable, pero nunca sintió el deseo de repetir el acto de la
cohabitación.

Caso 9: anestesia sexual (falta de impulso sexual)

Caso 9. F. J., 19 años, estudiante, hijo de una madre nerviosa cuya hermana era
epiléptica. Con 4 años, afección cerebral aguda durante 14 días. De niño insensible, frío
para con sus padres; como escolar, raro, cerrado, se aislaba y se dedicaba a cavilar y a
leer. Con talento. Desde los 15 años onanismo. Desde la pubertad, excentricidad,
constantes alternativas entre el fervor religioso y el materialismo, estudios de teología y
ciencias naturales. En la universidad los compañeros le tomaban por un chiflado.
Solamente leía a Jean Paul, desperdiciaba el tiempo. Total ausencia de sentimientos
sexuales hacia el otro sexo. Una vez se dignó a realizar el coito, pero no experimentó
sensación sexual alguna, le pareció una estupidez y no trató de repetirlo. Sin base
emocional alguna, le rondaba la idea del suicidio; escogió este como tema de una
disertación filosófica en la que lo presentaba, junto con la masturbación, como un acto
totalmente aconsejable. Tras repetidos intentos con diversos venenos, probó con 57
granos de opio, pero le salvaron y le trasladaron a un manicomio.

El paciente carece de todo sentido moral y social. Sus escritos revelan una increíble
frivolidad y banalidad. Posee amplios conocimientos, pero su lógica es caprichosa y
extravagante. No hay rastro de manifestaciones afectivas. Trata todos los temas con
indiferencia e ironía sin igual, incluso los más elevados. Con sofisterías y falacias defiende
el suicidio, que pretende llevar a cabo como lo haría una persona cualquiera con el más
nimio asunto. Lamenta que le hayan quitado la navaja. Si no, se hubiera podido cortar las
venas en la bañera como Séneca. Un amigo le había dado hacía poco un laxante en lugar
del veneno que quería. En lugar de acabar en el otro mundo, acabó en el retrete. Dice que
su “vieja, extravagante y absurda idea” solo se la puede extirpar el gran cirujano de la
guadaña, etc.

El paciente posee un gran cráneo romboidal, la parte izquierda de la frente está más
aplanada que la derecha. La parte trasera de la cabeza presenta una fuerte inclinación.
Orejas en posición muy atrasada y muy abiertas, el conducto auditivo externo forma una
estrecha rendija. Genitales muy fofos, testículos inusitadamente blandos y pequeños.

De vez en cuando el paciente se queja de que “le da muchas vueltas a la cabeza”. No


puede evitar preocuparse de los problemas más nimios, pasa horas y horas cavilando sin
poder evitarlo, lo que le resulta penoso y agotador. Acaba tan cansado que no es capaz de
pensamiento sensato alguno.

Al cabo de un año, el paciente fue dado de alta sin mejoría, seguía dedicando su tiempo a
leer, pasear, pensaba en fundar un nuevo cristianismo porque Cristo había sido un
megalómano y había engañado al mundo con milagros (!). Tras un año de estancia en
casa fue ingresado nuevamente por un súbito episodio de excitación psíquica. Presentaba
una mezcla de delirio persecutorio primordial (demonio, Anticristo, dice que le persiguen,
temor al envenenamiento, voces que le persiguen) y de grandeza (se cree Cristo,
redención del mundo), todo esto concurre con acciones impulsivas en medio de una gran
confusión. Tras cinco meses remitió esta enfermedad mental intercurrente y el paciente
volvió a su extravagancia intelectual originaria y a sus defectos morales.

Caso 10: anestesia sexual (falta de impulso sexual)

Caso 10. E., 30 años, oficial pintor (desempleado), fue ingresado tras intentar amputar el
escroto a un muchacho al que se había llevado al bosque. Motivó su propósito diciendo
que quería cortarlo para que la tierra no se reproduzca; al parecer se había causado ya
frecuentemente cortes en sus propios genitales durante su juventud con este mismo
propósito.

No se puede averiguar el árbol genealógico de E. Desde la niñez es mentalmente anormal,


apático, nunca fue divertido, muy irritable, iracundo, ensimismado, imbécil. Detestaba a las
mujeres, le gustaba la soledad, leía mucho. De vez en cuando se reía solo, hacía
tonterías. En los últimos años se había acentuado su misoginia, concretamente hacia las
embarazadas, que, decía, solamente traían miseria al mundo. También destestaba a los
niños, maldecía a sus progenitores, albergaba ideas comunistas, despotricaba de los ricos
y el clero, de Dios, que le había traído tan pobre al mundo. Aseguraba que era preferible
castrar a los niños que ya existían antes que traer más al mundo y condenarlos a la
miseria y la pobreza. Siempre había pensado así, había intentado castrarse ya con 15
años para no contribuir a la desdicha y procreación de los humanos. Desprecia al sexo
femenino porque contribuye a tentar a la gente. En toda su vida solamente se ha dejado
masturbar dos veces por mujeres; es lo único que ha tenido que ver con ellas. Parece ser
que experimenta impulsos sexuales de vez en cuando pero sin intentar satisfacerlos de
forma natural. Si la naturaleza no se encarga de ello, lo soluciona él de vez en cuando
mediante el onanismo.

E. es un hombre fuerte y musculoso. La constitución de los genitales no presenta anomalía


alguna. En escroto y pene se encuentran numerosas cicatrices como consecuencia de
anteriores intentos de autoemasculación no consumada (según afirma, debido al dolor). En
la rodilla derecha, genu valgum. No se encuentra rastro de onanismo. Es de natural hosco,
terco, irritable. Los sentimientos sociales le son totalmente ajenos. Aparte de sueño muy
deficiente y frecuentes dolores de cabeza, no se dan alteraciones funcionales

Caso 11: hiperestesia sexual (impulso sexual de intensidad morbosa)

Caso 11. P., cabeza de familia, 53 años, casado, según parece sin taras hereditarias, sin
antecedentes epilépticos, bebedor moderado, sin signos de senilidad precoz, según
información de su mujer se comportó durante todo el periodo de su matrimonio, contraído
con 28 años, de manera hipersexual, extremadamente libidinosa, enormemente potente,
resultaba insaciable en la relación sexual conyugal. Durante el coito resultaba “animal,
salvaje, le temblaba todo el cuerpo, resoplaba”, por lo que su esposa, algo frígida,
experimentaba cierta repulsión y sentía el cumplimiento del débito conyugal como un
tormento.

Él, que la atormentaba con sus celos, había seducido al poco de casarse a la hermana de
su mujer, una muchacha inocente con la que engendró un hijo. En 1873 se trajo a casa a
madre e hijo. Tenía ya dos mujeres, prefería a la cuñada, cosa que su mujer toleraba como
mal menor. Con los años la libido iba más bien en aumento, aunque la potencia iba
decayendo. A menudo recurría a la masturbación, incluso inmediatamente después del
coito, sin que al cínico le incomodase la presencia de las mujeres. Desde 1892 abusaba de
su pupila de 16 años, puellam coagere solebat, ut eum masturbaret. Llegó a intentar a
punta de pistola obligar a la muchacha a practicar el coito. Lo mismo intentó con su hija
extramarital, de modo que hubo que poner a las dos a salvo de él en repetidas ocasiones.
En la clínica P. se comportaba con tranquilidad y decencia. Utilizaba su hipersexualidad
como disculpa. Decía que lo que había hecho no estaba bien, pero no había podido
evitarlo. La frigidez de su esposa le había empujado al adulterio. No hay trastorno de la
inteligencia, pero sí ausencia de todo sentimiento ético. Durante los 25 años de
matrimonio, varios ataque epilépticos. Sin signos degenerativos.

Caso 12: hiperestesia sexual (impulso sexual de intensidad morbosa)

Caso 12. Hiperestesia sexual. Masturbatio coram discipulis in schola.

Z., 36 años, casado desde hace 12, padre de 7 hijos, director de escuela, confiesa haber
realizado un acto masturbatorio durante la clase en una mesa cerrada de cara a las
alumnas, pero de modo que estas se dieron cuenta. La noche anterior había bebido más
de lo habitual, poco antes de empezar la clase había recibido un disgusto, dice haberse
hallado en estado de excitación sexual con ardor del pene erecto como consecuencia de la
visión de una alumna de 15 años cuya figura ya le atraía desde hacía tiempo y que,
habiendo perdido el control de sí mismo, se agarró los genitales, tras lo cual sobrevino
inmediatamente la eyaculación. Entonces se da cuenta por fin de la situación y de la
vergüenza, dice haberse sentido consternado y solamente recuperó la tranquilidad al
pensar que las muchachas no habrían notado nada. Z. no pudo aducir como excusa
perturbación mental, amnesia durante el transcurso de su excitación sexual.

Como su historial hasta entonces era intachable, las autoridades entendieron que había
actuado bajo condiciones morbosas y decidieron consultar a un experto.
De mi exploración cabe destacar lo siguiente: Z. procede de padres sanos. 2 parientes
consanguíneos fueron epilépticos. Con 13 años, fuerte conmoción cerebral seguida de
demencia aguda durante tres semanas. Desde entonces gran irritabilidad e intolerancia al
alcohol.

A partir de los 16 años de edad, despertar de la vita sexualis con anormal intensidad y
gran excitabilidad sexual, de modo que bastaba con una lectura osbcena, la contemplación
de una imagen femenina, para provocar una eyaculación y el consiguiente alivio.
Ocasionalmente, también masturbación. A partir de los 18 años coito ocasional. Sin
embargo, normalmente le bastaba con tocar el brazo de una mujer para llegar al orgasmo
y la eyaculación. Matrimonio con 24 años. Coito hasta 3 y 4 veces diarias, pero además
masturbación y satisfacción con coito ideal.

Tras el nacimiento del cuarto hijo (hace 3 años) tuvo que moderarse en la práctica del sexo
por motivos económicos. Sentía rechazo por los medios anticonceptivos. Se aliviaba
mediante la automasturbación, tactus feminarum y polución diurna así provocada, pero
todo esto no bastaba. Se hallaba en un estado de continua excitación sexual, cada seis
semanas aproximadamente entraba en un estado de tal ardor sexual que se sentía privado
de voluntad y razón y solo conseguía refrenar el impulso sexual de agressio feminarum
mediante masturbación forzada. Desde esa época de relativa abstinencia Z. se había
vuelto extremadamente irascible, irritable, hasta el punto de golpear, gritar sin motivo a
mujer e hijos.

Repetidamente le aconteció el quedar inconsciente en el clímax de tales estados de


ánimo, caer al suelo, emitir un extraño estertor. Pasados algunos minutos volvía en sí con
amnesia de su afección y ataque. Ciertamente, el delito no se vio precedido de uno de
estos ataques, pero sí que se presentó uno de ellos a los 3 días.

Encontré en Z. a una persona inteligente, decente, llena de arrepentimiento y vergüenza.

Tenía claro que no podía continuar como maestro en una escuela femenina,
responsabilizaba de lo ocurrido a su sensualidad innatural e irrefrenable.

No intentó quitarle importancia a su acción, pero indicó que últimamente tenía los nervios
destrozados por su libido insatisfecha y la sobrecarga de trabajo (hasta 12 horas diarias de
clase).

Ningún hallazgo vegetativo, cráneo convexo en el parietal. Genitales grandes, fláccidos,


por lo demás normales.

Reflejo rotular muy elevado.

En mi informe hice constar que Z. presentaba una vita sexual de intensidad morbosa,
probablemente padecía epilepsia y había cometido el delito en un estado de alteración
sexual en el que su autocontrol quedó reducido al mínimo. Se renunció a llevar el caso a
los tribunales y se le jubiló.

Caso 13: hiperestesia sexual (impulso sexual de intensidad morbosa)

Caso 13. El 11 de julio de 1884 se ingresó a R., de 33 años, empleado, con paranoia
persecutoria y neurastenia sexual. Su madre era neurópata. El padre murió de una
enfermedad de la médula espinal. Desde niño, con un fuerte impulso sexual que se vuelve
consciente a partir del sexto año. Desde entonces, masturbación, a partir de los 15 años, a
falta de otra cosa, pederastia, ocasionalmente con impulsos sodomíticos. Más tarde abuso
del coito en el matrimonio cum uxore. De vez en cuando incluso impulsos perversos:
practicar cunnilingus, traerle cantáridas a su mujer porque la libido de esta no estaba a la
altura de la suya. Tras un breve matrimonio murió su mujer. El paciente se encontró en
una situación difícil, carecía de medios para practicar el coito. Nuevamente masturbación,
uso de la lengua del perro para alcanzar la eyaculación. De vez en cuando estados
cercanos al priapismo y la satiriasis. Se veía obligado entonces a masturbarse para evitar
el estupro. Según se fueron apoderando de él la neurastenia sexual y los arrebatos
hipocondriacos, fue disminuyendo la libido nimia, algo que recibió con alivio.

Caso 14: sadismo

Caso 14. Uno de mis clientes, con tara hereditaria, tipo raro, casado con una mujer de
belleza extraordinaria y vivo temperamento, sentía repulsión precisamente por la pureza y
finura de la piel de su mujer y su elegante toilette, lo que le producía impotencia, mientras
que todo lo contrario le acontecía si podía mantener relaciones con una persona ordinaria
y verdaderamente sucia (fetichismo). En cambio, podía suceder que paseando con su
mujer por algún lugar solitario la forzara a realizar el coito, la arrojara violentamente al
suelo al negarse ella y saciara sus apetitos, por ejemplo, en la pradera de un bosque o
entre los matorrales. Cuanto más se resistía la señora, más se excitaba él. En ese
momento su potencia no dejaba nada que desear. De manera análoga procedía en lugares
en que había peligro de ser descubiertos, por ejemplo, durante un viaje en tren o en el
retrete de un restaurante, mientras que en el lecho conyugal nunca surgía deseo.

Caso 15: asesinato sádico

Caso 15. El 15 de abril de 1880 desapareció una niña de cuatro años de casa de sus
padres. El 16 se detuvo a Menesclou, uno de los inquilinos del inmueble. En sus bolsillos
se encontraron los antebrazos de la criatura, de la estufa se recuperaron la cabeza y
vísceras medio carbonizadas. También en el retrete se encontraron partes del cadáver.
Los genitales no aparecieron. La turbación se apoderó de M. al ser preguntado sobre su
paradero. Las circunstancias, así como un poema deshonesto que llevaba consigo, no
dejaban lugar a dudas: había abusado de la niña y después la había asesinado. M. no
expresó remordimiento alguno, consideraba su acción una simple desgracia. Su
inteligencia es limitada. No presenta signos de degeneración anatómica, es duro de oído,
escrofuloso.

M. tiene ahora 20 años, cuando tenía 9 meses sufrió convulsiones; después, sueño
intranquilo, enuresis nocturna, era nervioso, tuvo un desarrollo tardío y deficiente. A partir
de la pubertad se volvió irascible, mostraba malas inclinaciones, era perezoso,
desobediente; no valía para ninguna ocupación. Ni siquiera mejoró en el correccional. Se
le alistó en la marina, tampoco allí respondió. De vuelta en casa, robaba a sus padres,
andaba en malas compañías. No iba detrás de mujeres, se daba al onanismo
afanosamente, de vez en cuando penetraba perras. Su madre padecía manía menstrual
periódica, un tío había perdido el juicio, otro se daba a la bebida.

El examen de su cerebro reveló alteraciones morbosas en ambos lóbulos frontales, la


primera y segunda circunvoluciones temporales, así como en parte de las circunvoluciones
occipitales.

Caso 16: asesinato sádico

Caso 16. Alton, dependiente, sale a pasear en Inglaterra por los alrededores de la ciudad.
Atrae a una niña a los matorrales, regresa al cabo de un rato al trabajo y apunta en su
diario: “Killed to-day a young girl it was fine and hot”.

Se echa de menos a la criatura, se la busca, la encuentran descuartizada; algunas partes,


entre ellas los genitales, no aparecen. A. no mostró ni una sombra de emoción y tampoco
dio pistas sobre los motivos y circunstancias de su espantoso acto.
Era persona psicopática, caía a veces en estados depresivos acompañados de tedio vital.

Su padre había sufrido un ataque de manía aguda, un pariente próximo había padecido de
manía con impulsos asesinos. A. fue ejecutado.

Caso 17: Jack el destripador

Caso 17. Jack el destripador. El 1-12-1887, 7-8, 8-9, 30-9, en octubre, el 9-11-1888, el 1-6,
17-7, 10-9-1889 se encontraron en diversos barrios de Londres cadáveres de mujeres
matadas y mutiladas de manera extraña, sin que se pudiera dar con el asesino.
Probablemente, degolló primero a sus víctimas movido por una lujuria animal, después les
abrió el vientre y hurgó en las entrañas. En numerosos casos, cortó los genitales externos
e internos y se los llevó, seguramente para volver a excitarse después con su
contemplación. Otras veces se conformaba con descuartizarlos sobre el terreno. Es de
suponer que no atentara sexualmente contra las 11 víctimas de su perverso impulso
sexual, sino que en su caso el asesinato y mutilación hiciera las veces del acto sexual
(Mac-Donald, le criminel-type, 2. edit. Lyon 1884… Spitzka, The Journal of nervous

Caso 18: Vacher el destripador

Caso 18. Vacher el destripador. El 31 de agosto de 1895 se encontró muerto en el campo


al pastor de 15 años Portalier casi desnudo, con el vientre abierto y otras heridas. Según
se constató, las heridas habían ido precedidas del estrangulamiento.

El 4 de agosto de 1897 se detuvo como presunto asesino a un tal Vacher, un vagabundo


que no solo confesó este delito sino toda una serie de otros parecidos que se venían
sucediendo en Francia desde 1894. Afirmó haber actuado en un estado de perturbación
transitoria de manera inconsciente e impulsiva en pleno arrebato de cólera. Sin embargo,
el examen reveló que el asesino había cometido sus crímenes con plena conciencia y que
posteriormente había procurado escapar a las consecuencias. También mantenía el
recuerdo de lo sucedido.

V., nacido en 1869, de padres honrados, de familia mentalmente sana, sin haber padecido
nunca enfermedad grave, desde la infancia malicioso, perezoso, imposible de mantener en
ocupación alguna, con 20 años había tratado de abusar de una criatura, durante el servicio
militar se había ganado fama de mala persona y había sido expulsado en 1893 por
“trastornos psíquicos” (discursos confusos, delirio persecutorio transitorio, amenazas,
irritabilidad extrema). En 1893 hirió a una joven que no se quiso casar con él, cometió a
continuación intento de suicidio (tiro en la cabeza por la oreja derecha con secuela de
sordera del lado derecho y parálisis facial). Ingresó en el manicomio, donde se le
diagnosticó delirio persecutorio. El 1 de abril de 1894 se le dio el alta una vez restablecido.
A partir de entonces se dedicó a vagabundear y cometió crímenes espantosos: el 20 de
marzo de 1894 estranguló a la joven Delhomme, de 21 años, a continuación la degolló,
pisoteó el cuerpo, arrancó parte del busto derecho y consumó seguidamente el coito con el
cadáver. Esto mismo, excepto la violación, fue lo que hizo el 20 de noviembre de 1894 con
la niña de 13 años Marcel, y también el 12 de mayo de 1895 con la joven de 17 años
Mortureux. El 24 de agosto de 1895 estranguló y posteriormente abusó de la señora
Morand, de 58 años, el 22 le cortó el cuello a la joven Alaise, de 16 años, y trató de abrirle
el vientre. El 29 de septiembre cometió con el pastorcillo de 14 años Pelet el mismo crimen
que posteriormente cometería con Portalier, produciéndole heridas en los genitales y
cometiendo una agresión inmoral con el cadáver.

El 1 de marzo de 1896 trató de violar a la niña de 11 años Derouet, pero fue ahuyentado
por un guarda de campo. El 10 de septiembre cometió su crimen habitual con la señora
Mounier, una joven recién casada de 19 años, el 1 de octubre de 1896 con la pastora
Rodier, de 14 años, a la que le cortó los genitales externos, que se llevó consigo. A finales
de mayo de 1897 asesinó a un vagabundo de 14 años llamado Beaupied degollándolo y
arrojando posteriormente el cadáver a un pozo. El 18 de junio asesinó a un pastor de 13
años llamado Laurent y violó el cadáver. Poco después trató de atentar contra la señora
Plantier, pero esta recibió auxilio. Lamentablemente, escapó.

Lacassagne, Prof. de medicina forense en Lyón, Pierrel, Prof. de psiquiatría, y Rebatel,


alienista, actuaron como expertos de este monstruoso caso en los tribunales. Constataron
la ausencia de taras hereditarias, no hallaron enfermedades cerebrales y tampoco
epilepsia en la historia médica de V. No era especialmente inteligente, desde la infancia,
irritable, malicioso, irascible, gustaba de matar animales. Nadie quería mantenerle a su
servicio. Ingresó en un convento como postulante, pero tuvo que abandonarlo al poco
tiempo porque se dedicaba a masturbar a los compañeros. Debido a su inmoralidad e
irritabilidad, nadie quería tenerle como empleado. No era bebedor. En el servicio militar se
le temía y evitaba. Un día, por no ascenderle a sargento, montó en cólera, trató de agredir
a su superior y empezó a delirar, por lo que acabó en el hospital militar y después en el
manicomio. Los compañeros no le consideraban normal. Durante sus ataques de cólera
resultaba imprevisible y extremadamente peligroso. Amenazaba directamente con rebanar
el cuello y todo el mundo le tomaba en serio. Dormía mal, soñaba solo con matar, deliraba
a menudo por las noches, por lo que nadie quería dormir cerca de él.

En el manicomio se le diagnosticó delirio persecutorio y se le consideró peligroso. Volvió a


intentar el suicidio. Finalmente se le dio de alta ya curado.

Cometió 11 asesinatos posteriormente. Son actos de sadismo, asesinatos lujuriosos.


Consisten en estrangular o cortar el cuello, destripar o mutilar el cadáver, sobre todo en los
genitales, en ocasiones satisfaciendo con el cadáver apetitos sexuales aún insaciados.

Quedó demostrado sin lugar a dudas que V. había cometido sus crímenes a sangre fría,
con plena conciencia, sin encontrarse en ningún tipo de estado psíquico de excepción.

Todo esto ocurrió en los rincones más diversos de Francia, que V. había recorrido de cabo
a rabo.

V. no presenta signos de degeneración anatómica, los genitales tienen un desarrollo


normal. Durante la reclusión se muestra jactancioso, susceptible, de trato difícil. En cierta
ocasión se negó a ingerir alimento durante 7 días por despecho y probablemente por
sentirse humillado. En otra ocasión tuvo un acceso de cólera al no permitírsele ir a la
iglesia. Habla de sus crímenes con cinismo, no muestra arrepentimiento, los justifica
constantemente achacándoselos a ataques de cólera y simula locura con la esperanza de
que le trasladen al manicomio, de donde es más fácil escapar. En realidad no presenta
síntoma alguno de perturbación mental a ojos de los expertos.

Las conclusiones de los expertos son: V. no es ni epiléptico ni enfermo impulsivo. Es un


ser inmoral y apasionado que sufrió un episodio transitorio de delirio persecutorio
depresivo con tendencias suicidas. Una vez repuesto, era dueño de sus actos. Sus
crímenes son los de un ser antisocial, sádico, sanguinario que su anterior locura y el no
haber recibido castigo le daban carta blanca para sus infames delitos. Es un delincuente
común y su responsabilidad apenas queda atenuada por el trastorno mental precedente.
— V. fue condenado a muerte. (Archives d’Anthropologie criminelle XIII. N.º 78).

Caso 19: asesinato sádico, Leger

Caso 19. Leger, viticultor, 24 años, desde su juventud hosco, cerrado, huraño. Se marcha
en busca de trabajo. Pasa 8 días en el bosque, puellam apprehendit XII annorum;
stupratae genitalia mutilat, cor eripit, come de él, bebe la sangre y entierra el cadáver. Tras
ser detenido, al principio lo niega, pero acaba confesando su crimen con frío cinismo.
Escucha con indiferencia la sentencia de muerte y es ejecutado. Esquirol halló en la
autopsia adherencias morbosas entre las meninges y el cerebro (Georget, Darstellung der
Prozesse Leger, Feldtmann usw., traducido por Amelung, Darmstadt 1827).

Caso 20: asesinato sádico, Tirsch

Caso 20. Tirsch, asilado en un hospital de incurables de Praga, 55 años, de siempre


cerrado, raro, grosero, enormemente irritable, malhumorado, rencoroso, condenado a 20
años por intento de violación a una niña de 10 años, llamaba la atención últimamente por
sus ataques de cólera poco fundados y por su hastío vital.

En 1864, tras ser rechazada la propuesta de matrimonio que le hizo a una viuda, engendró
odio hacia las mujeres y el 8 de julio deambulaba con el propósito de asesinar a un
miembro de ese odiado sexo.

Vetulam occurentem in silvam allexit, coitum poposcit, renitentem prostravit, jugulum


feminae compressit “furore captus”. Cadaver virga betulae desecta verberare voluit
nequetamen id perfecit, quia conscientia sua haec fieri vetuit, cultello mammas et genitalia
desecta domi cocta proximis diebus cum globus comedit. El 12 de septiembre, al ser
detenido, se encontraron todavía restos del macabro banquete. Dio como motivo de su
acción un afán interior, él mismo deseaba que le ejecutaran porque, al fin y al cabo,
siempre había sido un paria. Durante la reclusión enorme susceptibilidad, ocasionalmente
ataques de cólera, que obligaban a aislarle durante varios días y durante los cuales se
negaba a ingerir alimento. Según la documentación, la mayoría de sus anteriores excesos
habían ido acompañados de excitación y ataques cólera (Maschka, Prager
Vierteljahrsschrift 1886, I, p. 79; Gauster, citado por Maschka, Handb. der ger. Medizin, IV,
p. 489).

Caso 21: asesinato sádico, Vinzenz Verzeni

Caso 21. Vinzenz Verzeni, nacido en 1849, desde el 11 de enero de 1872 en prisión,
acusado de: 1. intento de estrangulamiento de su tía Marianne hace cuatro años mientras
esta yacía enferma en la cama; 2. del mismo delito contra Arsuffi, mujer casada de 27
años; 3. de intento de estrangulamiento de Gala, mujer casada, apretándole el cuello
mientras estaba de rodillas sobre su cuerpo; además, sospechoso de los siguientes
asesinatos:

En diciembre, Johanna Motta, de 14 años, se encaminó una mañana entre las 7 y las 8
hacia un pueblo vecino. Como no regresaba, su jefe salió en su busca y halló el cadáver
en los alrededores del pueblo, junto a un camino, atrozmente mutilado, con innumerables
heridas. Los intestinos y genitales habían sido extraídos del cuerpo abierto y se hallaron en
las inmediaciones. La desnudez del cadáver y las erosiones en los muslos apuntaban a
una agresión deshonesta, la boca llena de tierra indicaba asfixia. Cerca del cadáver, bajo
un montón de paja, se encontró un trozo arrancado de la pantorrilla derecha y jirones de
ropa. No se pudo dar con el culpable.

El 28 de agosto de 1871, Frigeni, mujer casada de 28 años, salió temprano al campo.


Como eran las 8 y no volvía, el marido salió a buscarla. Encontró el cadáver desnudo en el
campo, con marcas de una cuerda en el cuello que indicaban que había sido estrangulada,
cubierta de heridas, desventrada y con los intestinos fuera.

El 29 de agosto a mediodía, cuando Maria Previtali, de 19 años, salió al campo, fue


seguida por su primo Verzeni, que la arrastró a un campo de cereales, la arrojó al suelo y
le oprimió el cuello. En un momento en que la soltó para cerciorarse de si andaba alguien
por allí, la muchacha se levantó y consiguió con sus súplicas que V. la dejara irse después
de tenerla todavía un rato haciéndole presión con las manos.
V. fue llevado a juicio. Tiene 22 años, el cráneo es de tamaño superior a la media,
asimétrico. El hueso frontal derecho es más estrecho y bajo que el izquierdo, la
protuberancia frontal derecha está poco desarrollada, la oreja derecha es más pequeña
que la izquierda (alrededor de 1 cm en vertical y 3 en anchura); en ambas orejas falta la
mitad inferior de la hélice, la arteria temporal derecha presenta una cierta ateromatosis.
Cerviguillo, enorme desarrollo del hueso cigomático y de la mandíbula inferior, pene muy
desarrollado, sin frenillo; ligero estrabismo alternante divergente (insuficiencia de los mm.
recti interni y miopía). Lombroso infiere a partir de estos signos degenerativos una atrofia
congénita del lóbulo frontal derecho. Al parecer, Verzeni presenta degeneración
hereditaria: dos de sus tíos son cretinos, un tercero es microcefálico, imberbe, le falta un
testículo y tiene el otro atrofiado. El padre presenta vestigios de degeneración pelagrosa y
sufrió un ataque de hipocondria pelagrosa. Un primo padeció hiperemia cerebral, otro es
ladrón habitual.

La familia de Verzeni es mojigata, de una avaricia repulsiva. Él presenta una inteligencia


común, sabe defenderse bien, procura demostrar su coartada, arrojar sospechas sobre
otros. En su pasado no hay indicios de enfermedad psíquica; por lo demás es raro de
carácter; es una persona callada, amante de la soledad. En prisión, cínico, se masturba;
procura ver mujeres por todos los medios.

V. confesó finalmente sus crímenes y los motivos de estos. Al cometerlos experimentó una
sensación indescriptiblemente agradable (libidinosa), acompañada de erección y
eyaculación. Le bastaba con rozar apenas el cuello de sus víctimas para que le asaltaran
sensaciones sexuales. Le daba igual, por lo que respecta a estas sensaciones, que las
mujeres fueran viejas, jóvenes, feas o guapas. Por lo general, le bastaba con oprimirles el
cuello para obtener placer y después las dejaba con vida -en los dos casos mencionados,
la satisfacción sexual se hizo esperar y él siguió apretando hasta que sus víctimas
murieron-. Su placer en estos estrangulamientos superaba al de la masturbación. Las
excoriaciones en los muslos de Motta fueron producidas por sus dientes mientras chupaba
la sangre con delectación. Succionó un trozo de pantorrilla y después se lo llevó a casa
para asarlo, pero por el camino lo ocultó bajo un montón de paja por miedo a que le
descubriera su madre. También transportó consigo la ropa y las entrañas durante un
trecho porque disfrutaba olfateándolas y manoseándolas. La fuerza que tenía en estos
momentos de máxima libidinosidad era enorme. Nunca ha sido un loco; mientras cometía
sus crímenes no veía nada más (probablemente, suspensión de la percepción y actuación
instintiva provocadas por excitación sexual extrema). Después tenía siempre una
sensación muy placentera, un sentimiento de gran satisfacción; nunca sintió
remordimientos de conciencia. En ningún momento se le ocurrió tocar los órganos
sexuales de las mujeres agredidas o violar a sus víctimas, le bastaba con estrangularlas y
chuparles la sangre. Parece que la información proporcionada por este vampiro moderno
se basa en hechos reales. Al parecer, los impulsos sexuales normales le eran ajenos -tuvo
dos queridas a las que se conformaba con mirar- él mismo se sorprende de no haber
sentido ganas de estrangularlas o de oprimirlas con sus manos, pero tampoco obtuvo de
ellas el mismo placer que con sus víctimas. No se halló en él rastro de sentido moral,
arrepentimiento ni nada parecido.

Verzeni mismo dice que convendría mantenerle encerrado porque en libertad es incapaz
de resistirse a sus deseos.

V. fue condenado a cadena perpetua. (Lombroso: Verzeni e Agnoletti, Roma, 1873).

Son interesantes las confesiones de V. tras la condena.

“Incredibilem voluptatem habui feminas suffocans, erectiones tum sensi atque vera libidine
affectus sum. Vel vestimenta mulierum olfacere voluptatem mihi adtulit. In suffocando
feminas maiorem voluptatem inveni quam in masturbando. Al beber la sangre de Motta
sentí un gran bienestar. También me producía gran placer quitarles a las asesinadas las
horquillas del pelo.

“La ropa y las entrañas me las llevé por deseo de olerlas y tocarlas. Mi madre me pilló al
final porque después de cada asesinato o intento de asesinato me encontraba manchas de
semen en la camisa. No estoy loco, pero en el instante del estrangulamiento ya no veía
otra cosa. Después de cometer los asesinatos me

quedaba satisfecho, a gusto. Nunca se me ocurrió tocar los órganos sexuales y demás o
contemplarlos. Me bastaba con oprimirles el cuello a las mujeres y chuparles la sangre. A
día de hoy sigo sin saber cómo está hecha una mujer.

“Durante el estrangulamiento y después de este, me tocaba por todo el cuerpo sin prestar
más atención a una parte que a otra”.

V. llegó a sus actos perversos por sí solo tras percatarse con 12 años de que le acometía
una extraña sensación libidinosa al retorcerles el pescuezo a las gallinas. Por eso a veces
las mataba en masa y contaba luego que se había colado una comadreja en el corral.
(Lombroso, Goltdammers Archiv, vol. 30, p. 13).

Caso 22: asesinato sádico, Grujo

Caso 22. Un tal Grujo, de 41 años, hasta entonces de conducta irreprochable, casado 3
veces, estranguló a 6 mujeres en un periodo de 10 años. Casi todas eran mujeres públicas
y ya bastante mayores. Suffocatis per vaginam intestina et renes extraxit. Nonullas miseras
ante mortem stupravit, alias (si forse impotens erat) non stupravit. Cometió sus atrocidades
con tal precaución que pasaron 10 años hasta que se le descubrió.

Caso 23: necrofilia, sargento Bertrand

Caso 23. El sargento Bertrand es un hombre de constitución delicada, carácter extraño,


desde la niñez reservado y amante de la soledad.

Los antecedentes sanitarios de la familia no se conocen suficientemente, aunque consta


que ha habido casos de enfermedad mental entre sus ascendientes. Parece ser que ya
desde niño estaba poseído por un inexplicable impulso destructivo. Rompía todo lo que se
le ponía por delante.

Ya en la infancia descubrió el onanismo sin necesidad de incitación alguna. Con 9 años


empezó a sentir inclinación por personas del sexo opuesto. Con 13 años se despertó en él
un poderoso deseo de obtener satisfacción sexual con mujeres; se masturbaba con
frecuencia. Mientras lo hacía se representaba siempre en su fantasía una habitación llena
de mujeres. Imaginaba que realizaba el acto sexual con ellas y que mancillaba sus
cadáveres. Ocasionalmente surgía en tales situaciones también la idea de hacer algo con
cadáveres masculinos, pero acompañada de una marcada repugnancia.

Con el tiempo sintió la necesidad de llevar a la práctica tales situaciones con cadáveres
reales.

A falta de cadáveres humanos, se hacía con cadáveres de animales, les abría el cuerpo,
extraía las entrañas y se masturbaba al mismo tiempo. Afirma haber obtenido así un placer
indescriptible. En 1846 ya no le bastaban los cadáveres. Empezó a matar perros y a
proceder con ellos de la manera descrita. A finales de 1846 sintió por primera vez deseos
de utilizar cadáveres humanos. Al principio no se atrevía. En 1847, al percatarse por
casualidad de que había en el cementerio una tumba con un cadáver recién enterrado,
sintió esta necesidad (acompañada de dolor de cabeza y palpitaciones) con tal fuerza que
desenterró el cadáver aunque había gente en los alrededores y corría el peligro de ser
descubierto. A falta de un instrumento adecuado para descuartizarlo, se conformó con
golpearlo furiosamente con la pala del enterrador.

En 1847 y 1848 al parecer en intervalos de unos 14 días y acompañado de un violento


dolor de cabeza, se vio empujado a cometer actos brutales con cadáveres. Corriendo un
peligro extremo y con las mayores dificultades, satisfizo unas 15 veces este impulso.
Desenterraba los cadáveres con las manos y de pura excitación ni siquiera sentía las
heridas que se hacía. Una vez dueño del cadáver, lo abría con sable o navaja, le sacaba
las entrañas y se masturbaba en esta situación. Al parecer, el sexo de los cadáveres le era
totalmente indiferente, aunque se constató que este vampiro moderno desenterró más
cadáveres femeninos que masculinos.

En el transcurso de estos actos se hallaba en un estado de indescriptible excitación


sexual. Tras despedazarlos, volvía a enterrar los cadáveres.

En julio de 1848 dio por casualidad con el cadáver de una joven de unos 16 años.

Se despertó entonces en él por primera vez el deseo de realizar el coito con el cadáver.
“Lo cubrí de besos por todas partes, lo apreté como enloquecido contra mi corazón. Todo
lo que pueda uno disfrutar con una mujer viva no era nada en comparación con el placer
que sentí. Después de disfrutar del cadáver durante un cuarto de hora aproximadamente,
lo despedacé como de costumbre y lo destripé. Luego lo enterré de nuevo”.

B. afirma que a partir de este atentado empezó a sentir por primera vez la necesidad de
servirse sexualmente de los cadáveres antes de despedazarlos y que posteriormente lo
llevó a la práctica con los cuerpos sin vida de unas tres mujeres. Pero el verdadero motivo
de la exhumación seguía siendo el descuartizamiento, y el placer obtenido con esta
práctica seguía siendo mayor que usando sexualmente los cadáveres.

Esto último no representaba sino un simple episodio del acto principal y nunca llegó a
calmar su apetito, por lo que siempre despedazaba a continuación ese mismo cadáver u
otro.

Los médicos forenses diagnosticaron “monomanía”. El Consejo de Guerra condenó a B. a


1 año de calabozo.

(Michea, Union méd. 1849. – Lunier, Annal. méd. psychol. 1849, p. 153. – Tardieu,
Attentats aux moeurs, 1878, p. 114. – Legrand, La folie devant les tribun. p. 524.).

Caso 24: necrofilia, Ardisson

Caso 24. Un tal Ardisson, nacido en 1872, en el seno de una familia de criminales y locos.
Problemas de aprendizaje, no era bebedor, sin antecedentes epilépticos, no había estado
nunca enfermo, pero mentalmente débil. Su padre adoptivo, con el que convivía, era un
ser moralmente degradado. Al llegar a la pubertad A. se dio a la masturbación, devorare
solebat sperma proprium, porque “era una pena que se perdiera”. Andaba detrás de las
chicas, no comprendía que le rechazaran. Loco quo mulieres urinaverunt, lotium bibere
solebat. No encontraba nada de malo en ello. En el pueblo era conocido como felador por
dinero. Compartía con su padre adoptivo los favores de mendigas que dormían en su
casa. Practicaba con gusto fornicatio, también era fetichista de mamas y le encantaba
mammas sugere. Con el tiempo fue a dar en la necrofilia. Desenterraba cadáveres
femeninos (desde niñas de 3 años a mujeres de 60), practicaba con ellos succio mammae,
cunnilingus, sólo excepcionalmente coito y mutilatio. En una ocasión se llevó consigo la
cabeza de una mujer, otra vez, el cadáver de una niña de tres años y medio. Tras sus
horrendos actos, ponía orden en la tumba cuidadosamente. Vivía aislado, para sí mismo,
malhumorado de cuando en cuando, nunca mostró ni rastro de sentimientos, por lo demás
tenía buen humor, incluso llegó a ganar algún dinero en la cárcel como ayudante de
albañil. Vergüenza o arrepentimiento de sus fechorías le eran ajenos. En 1892 estuvo
trabajando durante un tiempo como enterrador. Cuando le llamaron al servicio militar,
desertó y se puso a mendigar. Le gustaba comer gatos y ratas. Le obligaron a volver al
ejército y volvió a desertar. No se le castigó porque le tenían por loco. Finalmente se le
dejó marchar. Volvió a trabajar como enterrador. Con motivo del entierro de una joven de
17 años con hermosos senos, se despertó en él nuevamente el impulso de desenterrar el
cuerpo. Posteriormente cometió innumerables profanaciones de este tipo. Solía besar una
cabeza que se había llevado a casa y decía que era su novia. Le descubrieron porque
escondió en su casa, entre la paja, el cadáver de una criatura de tres años y medio.
Saciaba con él por las noches sus apetitos sexuales incluso cuando ya apestaba la casa
por efecto de la descomposición, lo que le traicionó. Lo confesó todo riéndose, sin rodeos.
A. es pequeño, prognato, tiene un cráneo simétrico, temblor generalizado, constitución
débil, genitales normales, falta de excitación sexual, inteligencia muy escasa, desprovisto
de todo sentido moral. Le gustaba la cárcel. (Epaulard op. cit.).

Caso 25: heridas a mujeres

Caso 25. el señor X., de 25 años, hijo de padre sifilítico, fallecido de demencia paralítica y
de madre de constitución histero-neurasténica. Él es un individuo endeble, de constitución
neuropática, con múltiples signos de degeneración anatómica. Ya de niño arrebatos
hipocondriacos y obsesiones. Más tarde, constante alternancia entre estados de ánimo
exaltados y deprimidos. Ya como niño de 10 años, el paciente sentía un extraño deseo
libidinoso de ver brotar la sangre de sus dedos. Por ello se cortaba o pinchaba con
frecuencia en los dedos, lo que le hacía feliz. Esto pronto se vio acompañado de
erecciones, lo mismo le ocurría al ver sangre ajena, por ejemplo, si una criada se hacía un
corte en un dedo. Eso le producía unas sensaciones especialmente libidinosas. Su vita
sexualis se manifestaba de forma cada vez más poderosa. Sin incitación alguna empezó a
masturbarse y al hacerlo recordaba siempre de imágenes de mujeres sangrando. Ya no le
bastaba con ver correr su propia sangre. Anhelaba ver la sangre de mujeres jóvenes,
sobre todo de las que le resultaban simpáticas. A menudo, apenas podía contener el
impulso de herir a dos primas y una criada. Pero también mujeres por las que no sentía la
más mínima simpatía despertaban este impulso en él si le excitaban por su forma de
arreglarse, por sus adornos, sobre todo si eran de coral. Lograba controlar estos deseos,
pero su fantasía estaba constantemente ocupada por pensamientos sangrientos que le
producían una excitación libidinosa. Se daba una relación interna entre estos
pensamientos y sentimientos. A menudo le asaltaban otras fantasías truculentas, por
ejemplo, se imaginaba a sí mismo en el papel de un tirano que ordena disparar contra el
pueblo. Se imaginaba una ciudad asaltada por enemigos que abusaban de las doncellas,
las martirizaban, mataban, robaban. En momentos de calma el paciente se avergonzaba
de estas fantasías cruelmente libidinosas y sentía repugnancia, pues por lo demás era
bondadoso y no presentaba deficiencia moral. También pasaban inmediatamente a estado
latente en cuanto saciaba su excitación sexual mediante la masturbación.

En pocos años, el paciente se volvió neurasténico. Le bastaba ya con imaginar sangre y


cínicas y crueles fantasías, el paciente mantuvo contactos sexuales con individuos
femeninos. El coito era posible, pero sólo si el paciente se imaginaba que a la joven le
sangraban los dedos. No lograba la erección sin recurrir a estas fantasías. La cruel idea de
cortar se limitaba a la mano de la mujer. En momentos de excitación sexual extrema, le
bastaba con ver la mano de una mujer que le resultara simpática para alcanzar una
violenta erección. Las lecturas populares sobre las perniciosas consecuencias del
onanismo le hicieron asustarse y mantener la abstinencia. El paciente cayó en un estado
de profunda neurastenia general con distimia hipocondriaca, taed. vitae. Un complicado y
meticuloso tratamiento médico logró que el enfermo se repusiera en el plazo de un año.
Desde hace tres años se encuentra psíquicamente sano, sigue sintiendo un gran deseo
sexual, pero raramente le acometen sus anteriores ideas sangrientas. X. ha renunciado
por completo a la masturbación. Ahora encuentra satisfacción en el disfrute sexual natural,
es perfectamente potente y no tiene necesidad de recurrir a ideas sangrientas.

[Psychopathia sexualis, caso 25]

Caso 26: heridas a mujeres

Caso 26. Z., médico, de constitución neuropática, mala reacción al alcohol, realiza el coito
con normalidad en las circunstancias habituales, pero cuando bebe vino es incapaz de
saciar su extremada libido mediante el simple coito. En este estado tenía necesidad de
pinchar a la puella en nates o cortar con una lanceta, ver sangre y sentir la hoja
penetrando en un cuerpo vivo para llegar a la eyaculación y satisfacer plenamente su
lascivia.

Caso 27: el apuñalador de muchachas de Bolzano

Caso 27. El apuñalador de muchachas de Bolzano (comunicado por Demme, Buch der
Verbrechen, Vol. II, p. 341).

En 1829 se llevó ante los tribunales a H., soldado de 30 años. En diferentes momentos y
lugares había herido a muchachas clavándoles un cuchillo de cocina o una navaja en el
abdomen, sobre todo en las partes pudendas. El motivo que aducía para tales agresiones
era un impulso sexual desenfrenado y furioso que solamente se saciaba con la idea y el
acto de clavar un cuchillo a personas del sexo femenino.

Al parecer, era frecuente que este impulso le persiguiera durante días. Se caía entonces
en un estado de ánimo de total confusión que no desaparecía hasta que daba salida a ese
impulso con hechos. Según afirmaba, al clavar el cuchillo obtenía la satisfacción del acto
sexual pleno y esta aumentaba cuando veía correr la sangre por el cuchillo.

Ya con 10 años de edad había exprimentado un poderoso impulso sexual. Primero se dio
a la masturbación, pero tenía la sensación de que esta le debilitaba cuerpo y alma. Antes
de convertirse en el “apuñalador de muchachas”, satisfacía sus apetitos sexuales
abusando de muchachas inmaduras, masturbándolas y también practicando el bestialismo.
Poco a poco se le había ido ocurriendo la idea del placer debía de ser clavarle un cuchillo
a una hermosa joven en los genitales y deleitarse viendo correr la sangre por el cuchillo.

Entre sus efectos personales se hallaron imitaciones de objetos del culto, cuadros
obscenos de la concepción de María pintados por él mismo, de la “idea de Dios coagulada”
en el seno de la Virgen. Se le tenía por hombre extraño, muy irritable, misántropo,
mujeriego, hosco, amargado. No se advertían en él vergüenza o arrepentimiento. Al
parecer, había quedado impotente como consecuencia de antiguos excesos sexuales.
Tendía a la perversión de la vida sexual por su intensa y prolongada libido y por la
presencia de una tara.

Caso 28: apuñalamiento de muchachas

Caso 28. En los años sesenta, la población de Leipzig se vio alarmada por un hombre que
asaltaba a las muchachas por la calle y les clavaba un puñal en el brazo. Cuando por fin
se le detuvo, se reconoció en él a un sádico que sufría una eyaculación en el momento del
apuñalamiento y para el que, por tanto, el herir a las jóvenes era el equivalente del coito.
(Wharton, A treatise on mental unsoundness. Philadelphia 1873, § 623).

[Psychopathia sexualis, caso 28]


Caso 29: Bartle, el descuartizador de muchachas de Augsburgo

Caso 29 (comunicado por Demme, Buch der Verbrechen VII, p. 281). El descuartizador de
muchachas de Augsburgo, Bartle, vinatero, sentía ya con 14 Jahren impulsos sexuales,
pero rechazaba decididamente su satisfacción mediante el coito y llegaba a sentir
repugnancia hacia el sexo femenino. Ya entonces tuvo la idea de satisfacerse sexualmente
produciendo cortes a mujeres. No obstante, renunció a ella por falta de oportunidad y
valor.

Desdeñaba la masturbación; de vez en cuando tenía poluciones durante sueños eróticos


con muchachas geschnitten.

Con 19 años, hizo un corte por primera vez a una joven. Haec faciens sperma eiaculavit,
summa libidine affectus. A partir de ese momento, el impulso se fue volviendo cada vez
más poderoso. Solamente escogía mujeres jóvenes y guapas, y normalmente les
preguntaba antes si todavía estaban solteras. La eyaculación y satisfacción sexual no se
consumaban hasta que no se cercioraba de que las había herido de verdad. Después de la
agresión sentía siempre abatimiento y repugnancia, y le asaltaban remordimientos de
conciencia. Hasta los 32 años de edad agredía rajando, pero siempre procuraba no herir
de gravedad a las muchachas. De ahí hasta los 36 años logró contener sus impulsos.
Intentaba entonces satisfacerse solamente oprimiéndoles el cuello o el brazo a las
jóvenes, pero así sólo llegaba a la erección, no a la eyaculación. Probó después clavando
la navaja a las mujeres sin abrir la hoja, pero tampoco eso bastaba. Por último, asestó una
cuchillada con la navaja abierta y tuvo pleno éxito, pues se imaginaba que una joven
apuñalada sangraba más y sentía más dolor que haciéndole cortes. Con 37 años le
descubrieron y fue detenido. En su casa se encontraron todo tipo de puñales, estoques y
cuchillos. Confesó que con solo ver esas armas, y más todavía tocándolas, le asaltaba un
sentimiento libidinoso acompañado de una brutal erección.

Reconoció haber herido en total a 50 chicas.

Su apariencia externa era más bien agradable. Llevaba una vida acomodada, pero era
hombre raro y huraño.

[Psychopathia sexualis, caso 29]

Caso 30: apuñalamiento de muchachas

Caso 30. En junio de 1896 numerosas jóvenes fueron acuchilladas ad nates en la calle a
plena luz del día. El 2 de julio se sorprendió al agresor in flagranti.

Era un tal V., de 20 años, con graves taras hereditarias, que con 15 años había
experimentado un buen día una gran excitación sexual al contemplar las posteriora de una
mujer. Desde entonces, solo se sentía atraído sensualmente por esa parte del cuerpo
femenino, la cual se convirtió en objeto de fantasías eróticas y de sueños acompañados de
polución. Enseguida se añadió a esto el deseo libidinoso de golpear, pellizcar y pinchar
nates femeninas. En cuanto sucedía esto en el sueño llegaba la polución. Poco a poco
sintió el deseo de poner esto en práctica. A veces lograba resistirse a costa de un miedo
descontrolado acompañado de sudores. Pero si el orgasmo y la erección eran intensos, se
adueñaban de tal temor y zozobra que no le quedaba más remedio que asestar una
puñalada. Entonces llegaba la eyaculación, sentía alivio en el pecho y se le volvía a
despejar la cabeza. (Magnan, citado por Thoinot, op. cit. p. 451, descrito con mayor detalle
por Garnier en Annales d’hygiène publique, 1900, febr. p. 112).

Caso 31: sadismo


Caso 31. J. H., de 26 años, acudió a consulta en 1883 por neurastenia e hipocondria
agudas. El paciente reconoce haberse masturbado desde los 14 años de edad y aunque
hasta los 18 no lo hizo demasiado a menudo, a partir de entonces le faltaron las fuerzas
para resistirse a ese impulso. Debido a su frágil salud se le protegía con solicitud y casi
nunca se le dejaba solo, por lo que nunca había podido acercarse hasta entonces a una
mujer. Tampoco sentía verdaderos deseos de un placer que desconocía.

Dio con él por casualidad cuando a una criada de la madre se le rompió el cristal de una
ventana limpiándolo y se hizo un buen corte en la mano. Mientras la ayudaba a detener la
hemorragia, no pudo abstenerse de chupar la sangre que brotaba de la herida, lo que le
puso en un estado de violenta excitación erótica que culminó en un orgasmo pleno con
eyaculación.

Desde aquel momento procuró por todos los medios ver y, a ser posible, gustar sangre
fresca que brotara de personas del sexo femenino. Prefería la de las jóvenes. No reparaba
en gastos ni sacrificios con tal de proporcionarse ese placer. Al principio disponía de
aquella joven, que le dejaba pincharla en los dedos cuando quería con una aguja o incluso
con una lanceta. Pero la madre despidió a la muchacha cuando se enteró. Tuvo que
sustituirla entonces por meretrices, lo que lograba con dificultades, pero, no obstante, con
suficiente frecuencia. Entretanto practicaba el onanismo y la manustupración per feminam,
lo que nunca le reportó satisfacción sino más bien abatimiento y autorreproches. Debido a
sus trastornos nerviosos, visitó numerosos balnearios y estuvo dos veces interno en
instituciones por iniciativa propia. Recibió hidroterapia, electricidad y curas de
fortalecimiento sin demasiado éxito. Logró una mejoría temporal de su anormal
excitabilidad sexual y de sus impulsos onanistas tomando baños fríos de asiento, bromuro
de alcanfor y sales de bromuro. Sin embargo, en cuanto se le dejaba solo, el paciente
recaía inmediatamente en su antigua pasión y no escatimaba ni esfuerzos ni dinero con tal
de satisfacer sus anómalos deseos sexuales de la forma arriba indicada.

[Psychopathia sexualis, caso 31]

Caso 32: ensuciar

Caso 32. A., estudiante de medicina en Greifswald, accusatus quod iterum iterumque
puellis honestis parentibus natis in publico genitalia sua e bracis dependentia plane nudata
quae antea summo amiculo (faldones del abrigo) tecta erant, ostenderat. Nonnunquam
puellas fugientes secutus easque ad se attractas urina oblivit. Haec luce clara facta sunt;
nunquam aliquid haec faciens locutus est.

A. tiene 23 años, cuerpo fuerte, vestimenta aseada, maneras decentes. Insinuación de


cranium progeneum. Neumonía crónica del vértice del pulmón derecho. Enfisema. Pulso
60, en estado de excitación solamente 70-80 pulsaciones. Genitales normales. Aquejado
de trastornos digestivos transitorios, estreñimiento, mareos, excesiva excitabilidad del
impulso sexual, que pronto le empujó al onanismo, pero que nunca, tampoco más
adelante, se encaminó a su natural satisfacción. Se queja de estados transitorios de
melancolía, pensamientos que le hacen atormentarse a sí mismo e impulsos perversos
para los que ni él mismo encuentra motivo, por ejemplo, reírse en momentos serios, arrojar
su propio dinero al agua, salir a andar por ahí mientras diluvia.

El padre del inculpado es de temperamento nervioso, la madre sufre dolor de cabeza


nervioso. Un hermano padeció convulsiones epilépticas.

El acusado dio muestras de temperamento nervioso desde su juventud, era propenso a


sufrir convulsiones y desvanecimientos, caía en estados de parálisis transitoria si se le
reprendía severamente. En 1869 se encontraba en Berlín estudiando medicina. En 1870
participó en la guerra como enfermero en un hospital militar. Sus cartas de esa época
revelan una llamativa blandura y sentimentalismo. De vuelta a casa en la primavera de
1871, su irritabilidad llama la atención de sus allegados. Desde entonces, frecuentemente
aquejado de molestias físicas, disgustos a causa de una relación amorosa. En noviembre
de 1871 vivía en Greifswald y se dedicaba a sus estudios diligentemente. Se le tenía por
persona muy decente. Durante su reclusión se encuentra tranquilo, relajado, en ocasiones
ensimismado. Sus actos los atribuye a la excitación sexual que le atormentaba y que
últimamente resultaba excesiva. Probablemente era consciente de sus actos impúdicos y
se avergonzaría después. No parece que lograra con ellos una verdadera satisfacción
sexual. No era verdaderamente consciente de su situación. Se veía como una especie de
mártir, una víctima de un poder maléfico. Se decide incapacitarle.

[Psychopathia sexualis, caso 32]

Caso 33: excrementos

Caso 33. Tuve una vez un paciente que le pidió a una mujer con un traje de baile escotado
que se tumbara en un sofá en una habitación bien iluminada. Ipse apud janum alius
cubiculi obscurati constitit adspiciendo aliquantulum feminam, excitatus in eam insiluit et
excrementa in sinus eius deposuit. Haec faciens ejaculationem quandam se sentire
confessus est.

[Psychopathia sexualis, caso 33]

Caso 34: suciedad

Caso 34. Un hombre tenía una amante. Su única relación con ella consistía en untarle las
manos con carbón u hollín y hacerla sentar después ante un espejo de manera que él
pudiera ver las manos reflejadas. Durante una conversación a menudo larga con la
amante, él contemplaba impasible el reflejo y se marchaba tan satisfecho al cabo de un
rato.

Un caso notable de este tipo podría ser el siguiente, que me comunicó un médico: un
oficial del ejército era conocido en un lupanar de K. por el sobrenombre de “el aceite”. El
aceite alcanzaba la erección y la eyaculación con solo hacer a una puell. publ. nudam
meterse en una cuba llena de aceite y untarle bien con él todo el cuerpo (!).

[Psychopathia sexualis, caso 34]

Caso 35: manchas en la ropa

Caso 35. B., 29 años, comerciante, casado, con graves taras hereditarias, masturbándose
desde los 16 años de edad con un aparato eléctrico de bolsillo, neurasténico, impotente
desde los 18, bebedor de absenta durante una época tras un amor desdichado, es decir,
no correspondido. Se encuentra un día por la calle a una criada con un delantal blanco
como el que solía llevar su amada. No es capaz de resistirse y roba el delantal. Se lo lleva
a casa, se masturba con él, lo quema a continuación mientras se masturba de nuevo.
Vuelve a salir a la calle, ve a una mujer con un vestido blanco, se le ocurre la idea
libidinosa de manchárselo de tinta, lo ejecuta en un estado de excitación libidinosa y
disfruta, ya en casa, masturbándose mientras recuerda esta situación. En otra ocasión al
ver a unas mujeres por la calle se le ocurre estropearles la ropa con una navaja. Mientras
lo hace es detenido como presunto carterista. En otra ocasión le bastó con ver manchas
en la ropa de una señora para alcanzar el orgasmo y hasta la eyaculación.

El mismo efecto lograba quemando con el cigarro la ropa de las mujeres que pasaban
cerca de él. (Magnan, citado por Thoinot, Attentats aux moeurs, p. 434 y detalladamente
por Garnier, Annales d’hygiène publ., 1900, marzo, p. 237).
[Psychopathia sexualis, caso 35]

Caso 36: sadismo simbólico

Caso 36. (Dr. Pascal, Igiene dell’amore.) Un hombre iba todos los meses en el mismo día
a ver a su amante y le cortaba el flequillo con unas tijeras. Esto le producía el mayor de los
placeres. No le pedía nada más a la muchacha.

[Psychopathia sexualis, caso 36]

Caso 37: sadismo simbólico

Caso 37. En Viena un hombre frecuentaba a varias prostitutas sin otro propósito que
enjabonarles la cara y pasarles la navaja como si las estuviera afeitando. Nunquam puellas
laedit, sed haec faciens valde excitatur libidine et sperma ejaculat.

[Psychopathia sexualis, caso 37]

Caso 38: sadismo ideal

Caso 38. D., agente, 29 años, de familia con fuertes taras hereditarias, se masturbaba
desde los 14 años, practicaba el coito desde los 20, pero sin especial libido y sin
satisfacción, por lo que pronto se distanció de esta práctica y volvió a masturbarse. Desde
el principio, estos actos estuvieron acompañados de fantasías en las que se representaba
a una joven que era maltratada y obligada a soportar actos denigrantes y deshonrosos.

También la lectura de actos violentos contra las mujeres excitaba a D. sensualmente. Sin
embargo, no le gustaba ver sangre, ni la suya ni la de los demás.

Nunca se había visto empujado a llevar a la práctica sus ideas sádicas, pues todo lo
antinatural le repugnaba en las relaciones sexuales. Tampoco le gustaba ver feminas
nudas.

No sabía decir cómo había dado en semejantes ideas sádicas. Me proporciona estos datos
con ocasión de una consulta por neurastenia.

[Psychopathia sexualis, caso 38]

Caso 39: sadismo ideal con fetichismo de podex

Caso 39. Sadismo ideal con fetichismo de podex.

P., 22 años, particular, con fuertes taras hereditarias, con cinco años vio por casualidad a
la institutriz castigando a su hermana de 14 años ad podicem inter genua. P. quedó muy
impresionado, a partir de entonces sólo deseaba ver y tocar las nates de la hermana, lo
que consiguió con cierto ingenio sin llamar la atención. Con 7 años J. se convirtió en
compañero de juegos de dos niñas. Una era pequeña y delgada y la otra todo lo contrario.
Él interpretaba el papel de padre severo; con la primera, que no le llamaba la atención,
solamente pro forma y sin quitarle la ropa; con la otra, de 10 años, que se prestaba
gustosa a sus deseos, desnudando las nates, con extraños sentimientos libidinosos e
incluso erección.

Un día, tras una escena de castigo, la niña le dejó ver sus anteriora. Él la rechazó por
completa falta de interés. Con unos 9 años P. se hizo amigo de un chico algo mayor que
él. Un día encontraron una imagen que representaba una flagelación en un convento
masculino. A P. no le costó demasiado trabajo convencer a su amigo para imitarla. Este
era siempre pasivo y disfrutaba mucho con ello. Una vez P. se dejó azotar por su amigo
para probar, pero solamente experimentó malestar. Esta relación duró con interrupciones
hasta que los dos se hicieron adultos. Ya en la pubertad, P. eyaculaba en estos actos de
flagelación.

Dominaba por completo al amigo, que le veía como un ser superior. Durante el transcurso
de aquella amistad P. solamente se atrevió a ponerles la mano encima a otras personas
en dos ocasiones; una vez a una joven criada, a la que azotó ad nates; la otra, a una chica
de 11 años en la calle, antes cuyos gritos echó a correr despavorido.

Nunca se sintió inclinado a la masturbación, al coito con muchachas, tampoco


sentimientos sexuales contrarios. Se contentaba con tocar las nates de las mujeres en
lugares concurridos, rozar las posteriora de las niñas en los lugares de juego, mirar a las
señoras bajo la falda al bajar del autobús o similares y ver a niños mientras los azotaban.
Además practicaba sadismo-fetichismo ideal. Gozaba con situaciones fantásticas, en que
azotaba a un hermano pequeño, una criada o una monja; inventaba historias que
terminaban en flagelación, lo mismo con obras de teatro; respondía a anuncios del tipo
“Dame sévère demande élève” y disfrutaba con la correspondencia resultante, dibujaba
escenas de flagelación y de nates nudae con este mismo propósito, rebuscaba en las
bibliotecas libros de contenido sádico, se hacía resúmenes de toda la literatura de este
tipo, coleccionaba afanosamente ilustraciones en las que aparecía representado su fetiche
y realizó él mismo algunas que expresaban su perversión con un nivel cada vez más
elevado. Satisfacía su perversión por todos estos medios.

Sus fantasías iban siendo cada vez peores -desde la exhibición de nates femeninas,
golpes y azotes, hasta el destrozo sangriento de estas e incluso el asesinato, lo que le
espantaba a él mismo. En todo momento, lo único que le interesaba eran posteriora
feminae. Se complacía en representarlas con formas hipertrofiadas. Con el tiempo, debido
a las innumerables eyaculaciones ocasionadas por sus fantasías sádico-fetichistas, P.
cayó en una grave neurastenia. No se decidía a buscar un tratamiento para su perversión.
Recientemente, encontró a una mujer con la que podía realizar el coito porque le permitía
que la flagelara inter actum.

(Regis, Archives d’Anthropologie criminelle, n.º 82, julio de 1899).

[Psychopathia sexualis, caso 39]

Caso 40: sadismo ideal

Caso 40. Vendedor, 40 años. Heterosexualidad e hipersexualidad que despiertan a edad


anormalmente temprana. Desde los 20 años coito solamente de manera ocasional y, a
falta de otra cosa, masturbatio. Desarrolla neurastenia. Como consecuencia de un susto
(sorpresa durante el coito) impotencia psíquica. Terapia sin éxito. Siendo hipersexual le
resulta muy penoso esto, por lo que roza la desesperación. Desarrolla una debilidad por
las niñas inmaduras, que todavía no supieran lo que era la vergüenza. Capaz de
resistencia moral, superó duras luchas espirituales contra esta tendencia y se contentaba
con satisfacerla con muchachas que ya no fueran inocentes y hubieran superado la edad
legal; pero que parecieran más jóvenes. Su potencia no dejaba entonces nada que desear.
Un día presenció cómo una señora le daba una bofetada a una bellísima hija de 14 años.
Inmediatamente, potente erección y orgasmo. El mismo efecto obtenía evocando la
escena. A partir de entonces el ver golpear a una niña, incluso pequeña, actuaba en él
como un poderoso estímulo, aunque le bastaba con oír hablar de maltrato femenino o leer
sobre él.
No obstante, resulta evidente que este sadismo tardío no es adquirido, sino que
simplemente se había mantenido latente hasta entonces, pues ya existía desde hacía
tiempo en forma ideal. Entre las correspondientes fantasías libidinosas se contaba el
introducir extremitatem superiorem in vaginam feminae usque ad scapulam y hurgar en el
interior.

Para otros casos de sadismo ideal véase Moll (Libido sexualis, pp. 324 y 500). v. Krafft
“Arbeiten” IV. p. 163.

[Psychopathia sexualis, caso 40]

Caso 41: sadismo

Caso 41. K., 25 años, comerciante, acudió a mí en busca de consejo en el otoño de 1889 a
causa de una anomalía de su vita sexualis, que le hacía temer una enfermedad y el
fracaso en su futura felicidad conyugal.

El paciente procede de familia nerviosa, de niño fue delicado, débil, nervioso, sano excepto
sarampión, después creció fuerte.

Con 8 años, en el colegio, fue testigo de cómo el maestro azotaba a los niños sujetándoles
la cabeza entre los muslos y dándoles con una vara en el trasero.

Este espectáculo provocó en el paciente excitación libidinosa. “Sin tener ni idea de la


peligrosidad y monstruosidad del onanismo” se satisfacía por este medio y se masturbaba
desde entonces con frecuencia representándose el recuerdo de chicos a los que estaban
azotando.

Así llegó a los 20 años. Tuvo conocimiento entonces de la importancia del onanismo, se
asustó enormemente, procuró reprimir su tendencia a la masturbación, pero incurrió en
onanismo psíquico, que en su opinión era inocuo y moralmente justificable, sirviéndose
para ello de los mencionados recuerdos de muchachos azotados.

El paciente se volvió entonces neurasténico, padecía poluciones, intentó curarse


frecuentando casas públicas, pero no alcanzaba la erección.

Se esforzaba en lograr sentimientos sexuales normales relacionándose socialmente con


mujeres decentes, pero se dio cuenta de que era totalmente insensible a los encantos del
sexo bello.

El paciente es un hombre inteligente, desarrollado normalmente, con inclinaciones


artísticas. No se siente atraído por las personas de su mismo sexo.

Mis indicaciones como médico consistieron en medidas para combatir la neurastenia y las
poluciones, prohibición del onanismo psíquico y manual, alejamiento de todo estímulo
sexual, considerar la perspectiva de un tratamiento hipnótico tendente a una sucesiva
reeducación a la normalidad de la vita sexualis.

[Psychopathia sexualis, caso 41]

Caso 42: sadismo transitorio

Caso 42. Sadismo transitorio. N., estudiante. Acude a observación en diciembre de 1800.
Practica el onanismo desde la primera juventud. Según sus informaciones se excitaba
sexualmente viendo azotar a sus hermanos por su padre, más tarde a compañeros de
clase por el profesor. Como espectador de tales actos siempre tenía sentimientos
libidinosos. No es capaz de decir con exactitud cuándo sucedió esto por primera vez; con
unos 6 años ya le pasaba. Tampoco sabe ya exactamente cuándo empezó con el
onanismo; pero afirma con determinación que su deseo sexual se despertó viendo azotar a
otros y que por ahí fue a dar inconscientemente en el onanismo. El paciente recuerda
claramente que del cuarto al octavo año de edad le azotaban en podex con frecuencia,
pero eso solamente le hizo sentir dolor y no lascivia.

Como no siempre tenía oportunidad de ver azotar a otros, se representaba en su fantasía


cómo los azotaban. Eso excitaba su deseo y se masturbaba entonces. En la escuela,
siempre que podía procuraba colocarse de forma que cuando azotaban a otros pudiera
verlo. De vez en cuanto también sentía deseos de azotar él a otros. Con 12 años
convenció a un compañero de que se dejara azotar por él. Experimentó así una intensa
lascivia. Pero cuando el otro le azotó a él a su vez solamente sintió dolor.

El impulso de azotar a otros nunca fue demasiado intenso. El paciente obtenía mayor
satisfacción dejando a su fantasía regodearse en escenas de flagelación. Nunca tuvo otros
impulsos sádicos. Nunca impulso de ver sangre o similares.

Hasta los 15 años, su disfrute sexual consistía en onanismo tras las fantasías
mencionadas.

A partir de entonces (clases de baile, trato con muchachas) desaparecieron las fantasías
anteriores casi del todo y ya solo se veían acompañadas más débilmente de sentimientos
libidinosos, con lo que el paciente se apartó de ellas por completo. En su lugar aparecieron
fantasías de coito en forma natural, no sádica.

El paciente realizó el coito por primera vez por “motivos de salud”. Fue potente y quedó
satisfecho con el acto. Procuró a partir de entonces abstenerse del onanismo, pero no lo
consiguió a pesar de practicar el coito con frecuencia y obtener con él más placer que con
el onanismo.

Deseaba apartarse del onanismo como algo indigno. No ha notado consecuencias nocivas
a causa de este. Practica el coito una vez al mes, pero se masturba 1-2 veces todas las
noches. Ahora es completamente normal en lo sexual, excepto por el onanismo. No hay
rastro de neurastenia. Genitales normales.

[Psychopathia sexualis, caso 42]

Caso 43: maltrato a muchachos

Caso 43. P., 15 años, de casa distinguida, descendiente de madre histérica. El hermano y
el padre murieron en el manicomio.

Dos hermanos murieron en medio de convulsiones en su más tierna infancia.

P. tiene talento, está bien educado, es tranquilo, pero a veces muy desobediente, terco,
irascible. Padece epilepsia, es onanista. Un día se descubrió que P. había persuadido con
dinero a B., un compañero de 14 años sin recursos, de que le dejara pellizcarle en brazos,
nates, muslos. Cuando B. empezó a llorar, P. se excitó y se puso a golpearle con la mano
derecha mientras se hurgaba con la izquierda en el bolsillo izquierdo del pantalón.

P. reconoció que maltratar a su amigo, con el que por lo demás se llevaba muy bien, le
había proporcionado un placer especial, y que la eyaculación, pues se masturbó durante el
maltrato, le proporcionó mucho más placer que cuando se masturbaba él solo. (Véase
Gyurkovechky, Pathologie und Therapie der männlichen Impotenz, 1889, p. 80).

[Psychopathia sexualis, caso 43]

Caso 44: maltrato a muchachos

Caso 44. K., 50 años, sin ocupación, importantes taras, satisfacía su perverso impulso
sexual solamente con muchachos de 10-15 años, a los que convencía para masturbación
mutua, y a los que en el clímax de la situación perforaba el lóbulo de la oreja.

Últimamente no le bastaba con eso y les arrancaba el lóbulo. Fue investigado y se le


condenó a 5 años de cárcel (Thoinot, op. cit. p. 452).

[Psychopathia sexualis, caso 44]

Caso 45: actos sádicos con animales

Caso 45. C. L., 42 años, ingeniero, casado, padre de dos hijos. Procede de familia
neuropática, con padre irascible, potator, madre histérica, padecía ataques de eclampsia.

El paciente recuerda haber disfrutado mucho de muchacho viendo sacrificar animales,


sobre todo cerdos. Experimentaba verdaderos sentimientos libidinosos y llegaba a la
eyaculación. Después empezó a visitar los mataderos para deleitarse en la contemplación
de la sangre manando y de las convulsiones de la muerte de los animales. Siempre que
tenía ocasión mataba él mismo algún animal, lo que siempre le proporcionaba un
sentimiento vicario del placer sexual.

Hasta que no llegó al pleno desarrollo no fue consciente de su anormalidad. No es que el


paciente sintiera aversión por las mujeres, pero el contacto íntimo con ellas le parecía un
horror. Por consejo de un médico se casó con 25 años con una mujer que le resultaba
simpática, en la esperanza de superar su estado anormal. Aunque profesaba un gran
afecto hacia su mujer, solamente lograba consumar el coito con ella tras un largo esfuerzo
y tensionamiento de su fantasía. A pesar de ello engendró dos hijos. En el año 1866
participó en la Guerra de las Siete Semanas. Las cartas a su mujer desde allí están
escritas en un tono exaltado y entusiasta. Desde la batalla de Königgrätz [hoy Hradec
Králové, nota del traductor] permanece desaparecido.

[Psychopathia sexualis, caso 45]

Caso 46: actos sádicos con animales

Caso 46. (Dr. Pascal, Igiene dell’amore). Un caballero se presentaba ante prostitutas, les
hacía comprar aves vivas o un conejo y les mandaba martirizar al animal. Su objetivo eran
las cabezas, arrancar los ojos, sacar las entrañas. Si encontraba una puella que le
complacía en esto y procedía con verdadera crueldad, se volvía loco de alegría, pagaba y
seguía su camino sin exigir nada más de ella o tocarla siquiera.

[Psychopathia sexualis, caso 46]

Caso 47: actos sádicos con animales

Caso 47. B., 37 años, curtidor, con tara, masturbándose desde los 9 años, estaba un día
con otro chico masturbándose en un repecho de una calle, que en esa zona era muy
empinada, cuando pasó por allí un pesado coche de cuatro caballos. El cochero gritó y
arreó a los caballos, que avanzaban con gran esfuerzo, con lo que saltaron chispas. B.
experimentó ante esta visión la máxima excitación sexual y eyaculó al tiempo que se caía
un caballo. Desde entonces, ver algo así le causaba siempre el mismo efecto, no podía
resistirse a presenciar escenas de este tipo y andaba en su busca. Si a los animales solo
les resultaba trabajoso avanzar, pero sin llegar al máximo esfuerzo y sin fusta, B.
simplemente se excitaba mucho, pero tenía que recurrir a la masturbación o al coito para
obtener satisfacción sexual. Incluso siendo ya marido y padre persistía este tipo de
sadismo. Cuando uno de sus hijos enfermó de corea, B. sufrió ataques histéricos. (Féré,
l’instinct sexuel p. 255).

[Psychopathia sexualis, Caso 47]

Caso 48: sadismo femenino

Caso 48. Un hombre casado se presentó con cicatrices de numerosos cortes en los
brazos. Aclara lo siguiente sobre el origen de estas: si quiere aproximarse a su joven -y
algo “nerviosa”- mujer, tiene que darse primero un corte en el brazo. Ella succiona a
continuación la herida, tras lo cual se produce en ella una potentísima excitación sexual.

Este caso recuerda la leyenda de los vampiros, de difusión universal, cuya aparición quizá
se explique por hechos sádicos.

[Psychopathia sexualis, caso 48]

Caso 49: sadismo femenino

Caso 49. La señora H., procedente de H., 26 años, viene de una familia en la que, al
parecer, no se dan enfermedades nerviosas o trastornos psíquicos; la paciente, en cambio,
presenta signos de histeria y neurastenia. Aunque lleva 8 años casada y es madre de un
hijo, la señora H. nunca ha sentido deseos de practicar el coito. De joven fue educada en
costumbres muy estrictas, permaneció prácticamente hasta el matrimonio en un estado de
ingenuo desconocimiento de los procesos sexuales. Menstrúa con regularidad desde los
15 años. No parece haber anomalías dignas de mención en los genitales. El coito no solo
no le resulta placentero a la paciente sino que es para ella un acto verdaderamente
desagradable; su repugnancia ante él no ha dejado de crecer. La paciente no puede
entender cómo alguien puede referirse a semejante acto como el máximo placer del amor,
que para ella es algo mucho más elevado, que nada tiene que ver con ese impulso. He de
decir también que la paciente profesa un sincero amor hacia su marido. Siente también
verdadero gozo besándole, aunque no es capaz de describir esto con mayor exactitud. Sin
embargo, que los genitales puedan tener algo que ver con el amor es algo que no
entiende. La señora H. es además una mujer decididamente sensata y femenina.

Si oscula dat conjugi, magnam voluptatem percipit in mordendo eum. Gratissimum ei esset
conjugem mordero eo modo ut sanguis fluat. Contenta esset, si loco coitus morderetur a
conjuge ipsaeque eum mordere liceret. Tamen poeniteret, si morsu magnum dolorem
faceret (Dr. Moll).

[Psychopathia sexualis, caso 49]

Caso 50: masoquismo

Caso 50. El señor Z., de 29 años, técnico, acude a consulta por presunta tabes. El padre
era nervioso y padecía una fuerte tabes, la hermana del padre era demente. Varios
parientes son extremadamente nerviosos y gente peculiar.
Un examen más detenido revela que el paciente sufre astenia sexual, espinal y cerebral.
No presenta síntomas que hagan pensar en tabes dorsalis amnésica o presente. La obvia
cuestión del posible abuso de los órganos genitales queda aclarada con la masturbación
practicada desde la juventud. En el transcurso de la exploración se constataron algunas
anomalías psicosexuales interesantes.

Con 5 años despertó la vita sexualis en forma de un afán percibido como libidinoso de
azotarse a sí mismo, acompañado del deseo de ser azotado por otros. El paciente no
pensaba a tal efecto en individuos de un determinado sexo. A falta de otra cosa, practicaba
la autoflagelación y con el paso de los años llegó a alcanzar la eyaculación.

Ya había empezado mucho antes a satisfacerse mediante la masturbación, durante la cual


pensaba en escenas de flagelación.

Ya adulto, acudió a un lupanar para ser azotado allí por meretrices. Escogió para ello a la
muchacha más hermosa, pero quedó decepcionado, sin lograr la erección, por no hablar
de la eyaculación.

Se dio cuenta de que el ser azotado era algo secundario, que lo principal era la idea de
hallarse sometido a la voluntad de una mujer. No se había dado cuenta la primera vez,
pero la segunda sí. Como tenía la “idea de la sumisión”, tuvo un rotundo éxito.

Con el tiempo logró, a base de forzar sus fantasías en el ámbito de las representaciones
masoquistas, incluso el coito sin flagelación, pero obtenía poca satisfacción, por lo que
prefería mantener relaciones sexuales de índole masoquista. En consonancia con sus
deseos flagelatorios originarios, tan solo encontraba placer en las escenas masoquistas si
se le flagelaba ad podicem o por lo menos se representaba una situación de este tipo en
su fantasía. En momentos de gran excitación le bastaba incluso con poder relatarle tales
escenas a una muchacha hermosa. Alcanzaba así el orgasmo y solía llegar a la
eyaculación.

Enseguida se sumó a esto una representación fetischista sumamente efectiva. Se dio


cuenta de que solo le atraían y satisfacían las mujeres con botas altas y falda corta (“a la
húngara”). No es capaz de explicar cómo llegó a tal representación fetichista. También le
excitan unas piernas de chico enfundadas en unas botas altas, pero esta excitación es
puramente estética, desprovista de todo tono sensual, al igual que afirma no haber
percibido nunca en sí mismo ningún tipo de inclinación homosexual. El paciente dio como
explicación para su fetichismo su gusto por las pantorrillas. Pero solo le excita una
pantorrilla de mujer envuelta en una bota elegante. Las pantorrillas desnudas y en general
las desnudeces femeninas no provocan en él la más mínima excitación sexual. La oreja
humana constituye para el paciente una representación fetichista subordinada. Le produce
una sensación libidinosa acariciar las orejas de personas hermosas, es decir, personas
que tienen orejas hermosas. Esto le produce un placer más bien escaso si son hombres,
pero muy elevado cuando se trata de mujeres.

También tiene debilidad por los gatos. Los encuentra sencillamente hermosos, todos y
cada uno de sus movimientos le resultan simpáticos. La visión de un gato es capaz incluso
de sacarle de la más honda depresión. Los gatos son para él sagrados, ve en ellos seres
divinos. No es consciente del motivo de tal idiosincrasia.

Últimamente tiene también con frecuencia ideas sádicas que tienen que ver con azotar a
muchachos. En estas fantasías flagelatorias intervienen tanto hombres como mujeres,
pero sobre todo las segundas y entonces su placer es mucho mayor.

El paciente opina que además de lo que él conoce y percibe como masoquismo hay algo
más a lo que él llama “pajismo”.
Mientras que sus actos de desenfreno masoquista poseen una naturaleza y un tono de
torpe sensualidad, su “pajismo” consiste en la idea de servir como paje a una hermosa
joven. Se lo imagina como algo completamente casto, aunque picante, su posición
respecto a ella es la de un esclavo, pero manteniendo una relación de total castidad, de
entrega puramente “platónica”. El deleitarse en la idea de ser paje de una “bella criatura”
está para él cargado de un sentimiento placentero pero en modo alguno sexual.
Experimenta con él una exquisita satisfacción moral en contraste con el tono sensual del
masoquismo y por eso considera su “pajismo” como algo diferente.

El paciente no presenta en su apariencia externa nada llamativo a primera vista, pero su


pelvis es anormalmente amplia, la pala del hueso ilíaco es plana, está ladeado de forma
anormal y resulta decididamente femenino. Ojo neuropático. Explica también que siente
frecuentemente cosquilleos y excitación libidinosa en el ano y que por ello puede obtener
satisfacción ope digiti (zona erógena).

El paciente tiene dudas en cuanto a su futuro. Cree que solamente se le podría ayudar si
lograra interesarse verdaderamente por las mujeres, pero que su voluntad y fantasía son
demasiado débiles para ello.

[Psychopathia sexualis, caso 50]

Caso 51: masoquismo ideal

Caso 51. Masoquismo ideal. El señor X., técnico, de 26 años, hijo de madre nerviosa,
afectada de migrañas. Entre los ascendientes paternos se han dado un caso de
enfermedad de médula espinal y otro de psicosis.

Un hermano es “nervioso”.

El señor X. superó enfermedades infantiles carentes de importancia, estudió sin


problemas, se desarrolló normalmente. Su aspecto es perfectamente masculino, aunque
algo enfermizo y con talla por debajo de la media. El descenso del testículo derecho quedó
incompleto, y se puede palpar en el canal inguinal. El pene es de constitución normal,
aunque algo pequeño.

Con 5 años X. descubrió sensaciones libidinosos mientras se balanceaba agarrado a unas


pequeñas barras paralelas con las piernas extendidas y cruzadas. Repitió el proceso unas
cuantas veces, olvidó después el efecto, y cuando lo recordó siendo ya un muchacho más
maduro y lo repitió, no obtuvo el éxito esperado.

Con 7 años presenció una pelea de chicos en el patio del colegio en la que los ganadores
acabaron sentados encima de los vencidos, que se quedaron tumbados de espaldas.

Esto le impresionó.

La posición del sometido se le antojaba agradable, se ponía en su lugar con la imaginación


y se pintaba a sí mismo cómo lograr, haciendo como que se levantaba, que el rival que
tenía encima se le fuera acercando cada vez más a la cara hasta quedar sentado encima
de ella y hacerle sentir los efluvios de sus genitales. Desde entonces empezó a imaginarse
estas escenas con frecuencia. Iban acompañadas de sensaciones libidinosas, pero nunca
experimentó con ellas verdadera voluptuosidad, tenía esos pensamientos por perniciosos y
pecaminosos y procuraba reprimirlos. Dice no haber tenido por aquel entonces ni idea de
cuestiones sexuales. Cabe destacar que hasta los 20 años el paciente sufría enuresis
nocturna ocasional.
Hasta la pubertad, las fantasías masoquistas recurrentes de estar bajo los muslos de otra
persona tenían por objeto tanto chicos como chicas. A partir de entonces, prevalecen los
individuos femeninos, y al término de la pubertad ya solamente aparecen estos.
Paulatinamente, estas situaciones fueron cambiando de contenido. Culminaban con la
conciencia de encontrarse totalmente sometido a la voluntad y caprichos de una joven, con
las correspondientes acciones y situaciones humillantes.

X. cita estas como ejemplo:

“Estoy de espaldas en el suelo. A la altura de mi cabeza está el ama, que me ha puesto un


pie en el pecho, o me sujeta la cabeza entre los pies, de modo que tengo la cara justo
debajo de su pubes. O la tengo sentada en el pecho, o en la cara, y come utilizando mi
cuerpo de mesa. Si no cumplo una orden a su entera satisfacción o simplemente si así se
le antoja a mi ama, me encierra en un cuarto oscuro y se marcha en busca de placeres.
Me enseña a sus amigas como esclavo, me presta a ellas como tal.

“Me emplea en servicios ínfimos, tengo que servirla al levantarse, al bañarse, durante la
mictio. Para esto último utiliza también mi cara de vez en cuando, obligándome a beber su
lotium”.

X. asegura no haber puesto nunca en práctica esta idea, pues al mismo tiempo tenía de
alguna forma la sensación de que su realización no le proporcionaría el placer esperado.

Tan sólo una vez se coló en el cuarto de una hermosa criada, movido por tales fantasías,
ut urinam puellae bibat. Pero se abstuvo por repugnancia.

X. afirma haber luchado en vano contra este círculo de fantasías masoquistas, que
despiertan en él vergüenza y repugnancia. Pero siguen siendo igual de poderosas a pesar
de todo. Hace constar que la humillación es lo que desempeña el papel principal y que el
placer nunca se mezcla con la causación de dolor.

Le gusta imaginarse al “ama” de unos 20 años, virgen, de exquisita figura, rostro delicado y
hermoso, y, a ser posible, con ropa corta de color claro.

X. afirma no haber experimentado hasta ahora gusto alguno por la forma normal de
acercarse a las jóvenes, en bailes y actos sociales. Desde la pubertad, las fantasías
masoquistas iban acompañadas ocasionalmente de poluciones con cierto sentimiento
libidinoso.

El paciente realizó en cierta ocasión fricciones del glans, pero no logró erección ni
eyaculación, y en lugar de un sentimiento placentero, experimentó uno desagradable,
parálgico. Esto evitó que se diera a la masturbación. Sin embargo, a partir de los 20 años
de edad, era frecuente que al hacer gimnasia en barra fija, al trepar por cuerdas y barras,
tuviera una eyaculación a la que se asociaba un intenso sentimiento de placer. Nunca ha
sentido deseos de mantener relaciones sexuales con mujeres (sentimientos sexuales
contrarios no ha tenido nunca). Con 26 años, un amigo se empeñó en que tenía que
practicar el coito, pero ya camino del lupanar experimentó “una intranquilidad mezclada
con miedo y acusada repugnancia”, y con la excitación, el temblor generalizado de sus
miembros y el arrebato de sudor no logró la erección. Volvió a intentarlo varias veces y
cosechó siempre el mismo fracaso, aunque las manifestaciones de excitación física y
psíquica no llegaron a ser tan fuertes como la primera vez.

Nunca ha tenido libido. No ha sido capaz de servirse de sus fantasías masoquistas para
consumar el acto porque sus facultades espirituales “están como paralizadas” en tal
situación y no consigue formar imágenes suficientemente intensas como para lograr una
erección. En consecuencia, renunció a ulteriores tentativas de coito, en parte por falta de
libido, en parte por falta de confianza en el éxito. Desde entonces tan solo satisfacía de
vez en cuando su débil libido con ejercicios gimnásticos. A veces sufría una erección
provocada por fantasías masoquistas espontáneas o intencionadas (en estado de vigilia),
pero no volvió a llegar a la eyaculación.

Tenía poluciones cada seis semanas.

El paciente es una persona que destaca intelectualmente, es sensible y algo neurasténico.


Se lamenta de que cuando está en sociedad suele asaltarle la sensación de que llama la
atención, de ser observado, por lo que llega a sentirse atemorizado, aunque es consciente
de que todo son imaginaciones suyas. Por eso ama la soledad, y sobre todo porque teme
que se descubra su anomalía sexual.

Se avergüenza de su impotencia, pues su libido es prácticamente nula, no obstante,


considera que llegar a una vita sexualis sana sería lo mejor que le podría pasar, teniendo
en cuenta cuántas cosas dependen de esto en la vida social. Cree que así podría
desenvolverse en sociedad con más seguridad y masculinidad.

Su actual existencia le resulta un tormento; una vida así, una carga.

Epicirisis: tara (hereditaria). Vida sexual que se despierta en una etapa anormalmente
temprana. Ya con 7 años contemplación libidinosa y decididamente masoquista de
muchachos sentados sobre otros (énfasis sexual y perverso de una situación que en sí no
resulta sexualmente excitante para una persona normal), acompañada de fantasías
olfativas.

Posteriormente, estas situaciones se convierten en objeto de fantasías, al principio no


diferenciadas sexualmente, a partir de la pubertad, heterosexuales.

Desembocan en un claro masoquismo ideal (ideas de humillación, de sometimiento), en el


que la única relación con los genitales femeninos es la fantasía de ser utilizado para la
mictio, incluso bibere urinam.

Carece de atracción sexual normal hacia la mujer, lo que se debe fundamentalmente a su


masoquismo.

[Psychopathia sexualis, caso 51]

Caso 52: masoquismo ideal

Caso 52. X., 28 años, literato, con tara, desde niño sexualmente hiperestésico, con 6 años
soñaba que una mujer le azotaba ad nates. Se despertaba siempre en estado de máxima
excitación libidinosa e incurría así en onanismo. Una vez, con 8 años, le pidió a la cocinera
que le azotase. Desde los 10 años de edad, neurastenia. Hasta los 25, sueños de
flagelación o también fantasías de este tipo durante la vigilia con onanismo. Hace tres
años sintió la necesidad de ser azotado por una puella. El paciente sufrió una decepción,
pues la erección y la eyaculación no se presentaron. Nuevo intento con 27 años, con la
intención de forzar así la erección y el coito. Lo logró, aunque paulatinamente, con la
siguiente táctica. Mientras él intentaba el coito, la puella tenía que contarle cómo azotaba
inmisericordemente a otros impotentes y amenazarle con hacerle lo mismo. Además se
tuvo que imaginar que estaba atado, bajo el control absoluto de la mujer, indefenso, y que
esta le azotaba hasta provocarle un dolor extremo. Alguna vez tuvo que hacer que le
ataran de verdad para ser potente. Así lograba consumar el coito. Las poluciones solo iban
acompañadas de sentimientos de placer en las (raras) ocasiones en que soñaba que le
maltrataban o cuando contemplaba a una puella flagelando a otros. Durante el coito nunca
experimentó una sensación verdaderamente placentera. De la mujer solamente le
interesan las manos. Las mujeres fuertes, robustas y con poderosos puños son sus
preferidas. No obstante, su necesidad de ser flagelado es solamente ideal, pues la gran
sensibilidad de su piel hace que le baste con unos pocos golpes en el peor de los casos.
Afirma que los azotes de un hombre le repugnarían. Le gustaría casarse. La imposibilidad
de exigirle a una mujer honesta que le azote y las dudas sobre su potencia en ausencia de
esto son la causa de su turbación y necesidad de curación.

[Psychopathia sexualis, caso 52]

Caso 53: masoquismo

D., 32 años, escultor, con tara hereditaria, con signos de degeneración, de constitución
neuropática, neurasténico, endeble y delicado en su juventud, no experimentó las primeras
manifestaciones de su sexualidad hasta los 17 años. Esta nunca se desarrolló
poderosamente, adquirió una conformación exclusivamente heterosexual pero de tipo
masoquista.

Deseaba ser flagelado a manos de una hermosa mujer, aunque esto no dio lugar a
fetichismo de manos. También le atraían poderosamente las mujeres orgullosas y con
señorío. Nunca trató de poner en práctica sus deseos masoquistas. No era capaz de
explicarlos.

Cuatro veces trató sin éxito de realizar el coito. Por lo demás practicaba la masturbación.
Acudió al médico por una grave neurastenia acompañada de fobias, provocada por este
motivo y por agotamiento.

[Psychopathia sexualis, caso 53]

Caso 54: masoquismo

Un enfermo de Tarnowsky le pidió a una persona de confianza que alquilara una casa
mientras duraban sus ataques y que instruyera exactamente al personal (3 prostitutas)
sobre lo que habían de hacer. Él pasaba por allí de vez en cuando y le desnudaban,
masturbaban y flagelaban como se les había ordenado. Él simulaba resistencia y pedía
piedad. Después le daban de comer como se había ordenado, le dejaban dormir, pero le
retenían a pesar de sus protestas y le golpeaban si no se conformaba. Así lo hicieron
varias veces. Cuando se le pasaba el ataque le dejaban marchar y volvía con su mujer y
sus hijos, que no tenían ni idea de su enfermedad. El ataque se repetía 1 ó 2 veces al año.
(Tarnowsky — op. cit.).

[Psychopathia sexualis, caso 54]

Caso 55: masoquismo

X., 34 años, severas taras, padece inclinaciones sexuales contrarias. Por diversos motivos
no era capaz de satisfacer sus deseos con un hombre a pesar de tener gran necesidad de
ello. De vez en cuando soñaba que una mujer le azotaba. Tenía entonces una polución.

Este sueño le llevó a hacerse maltratar por meretrices como sucedáneo del amor entre
hombres. Conducit sibi non nunquam meretricem, ipse vestimenta sua omnia deponit, dum
puellae ultimum tegumentum deponere non licet, puellam pedibus ipsum percutere,
flagellare, verberare iubet. Qua re summa libidine affectus pedem feminae lambit quod
solum eum libidinosum facere potest: tum eiaculationem assequitur. Esta va a
acompañada de una gran repugnancia ante la humillante situación, de la que se aparta lo
más rápidamente posible.
[Psychopathia sexualis, caso 55]

X., 34 años, severas taras, padece inclinaciones sexuales contrarias. Por diversos motivos
no era capaz de satisfacer sus deseos con un hombre a pesar de tener gran necesidad de
ello. De vez en cuando soñaba que una mujer le azotaba. Tenía entonces una polución.

Este sueño le llevó a hacerse maltratar por meretrices como sucedáneo del amor entre
hombres. Conducit sibi non nunquam meretricem, ipse vestimenta sua omnia deponit, dum
puellae ultimum tegumentum deponere non licet, puellam pedibus ipsum percutere,
flagellare, verberare iubet. Qua re summa libidine affectus pedem feminae lambit quod
solum eum libidinosum facere potest: tum eiaculationem assequitur. Esta va a
acompañada de una gran repugnancia ante la humillante situación, de la que se aparta lo
más rápidamente posible.

Caso 56: masoquismo

Un señor de 28 años, de elevada posición, se presenta cada 3-4 semanas en un lupanar,


anunciándose primero con una tarjeta con el siguiente contenido: “Querida Gretchen:
Llegaré mañana por la tarde entre las 8 y las 9. Fusta y látigo. Un cordial saludo…”.

X. se presenta a la hora fijada, con correas de cuero, fusta y látigo. Se desnuda, le atan
pies y manos con las correas que ha traído y a continuación la puella le azota con los
correspondiente instrumentos en plantas de los pies, pantorrillas y podex hasta que se
produce la eyaculación. Nunca manifestó otro deseo.

Para este hombre la flagelación no es sino un medio que sirve al objetivo de satisfacer
deseos masoquistas. No se trata de un truco para proporcionarle potencia, como deja
patente el que se haga atar y, simplemente, desprecie el coito.

En su círculo de ideas masoquistas, la situación de sometimiento que ha preparado es


bastante, como equivalente de un acto sexual normal, para alcanzar el necesario orgasmo
por medio de la fantasía. Evidentemente, la flagelación desempeña aquí el papel principal
en tanto que máxima expresión de la situación de sometimiento a la voluntad de otra
persona. No obstante, todo parece indicar que la flagelación contribuye en alguna medida,
mediante la estimulación refleja del centro eyaculatorio espinal, a la consumación del acto
sustitutivo del coito.

[Psychopathia sexualis, caso 56]

Caso 57: masoquismo

Tengo 35 años, soy normal física y psíquicamente. No tengo conocimiento de ningún caso
de trastorno psíquico en mi círculo familiar más amplio, ni en la línea directa ni en la
colateral. Mi padre, que tenía unos 30 años cuando nací, tenía predilección hasta donde sé
por las mujeres grandes y de formas generosas.

Ya desde mi más tierna infancia me deleitaba en escenas que tenían como contenido el
dominio absoluto de una persona sobre otra. La idea de la esclavitud tenía para mí algo
enormemente excitante e igual de intenso desde la perspectiva del amo que desde la del
sirviente. El que una persona pudiera poseer a otra, venderla, golpearla, me excitaba
sobremanera, y leyendo “La cabaña del tío Tom” (lo que coincidió más o menos con el
inicio de mi pubertad) tenía erecciones. Me excitaba especialmente la idea de uncir a una
persona a un carro en el que estuviera sentada otra persona con un látigo que guiara a la
primera y la hiciera avanzar a latigazos.
Hasta que cumplí los 20, estas ideas eran puramente objetivas y asexuales, es decir, la
persona sometida que aparecía en mis imágenes era un tercero (o sea, no yo), la persona
que ejercía el control tampoco era necesariamente una mujer.

Por tanto, estas ideas no influían en mi impulso sexual ni en la práctica de este. Aunque
estas ideas me producían erecciones,

no me he masturbado en mi vida. Asimismo, practicaba el coito desde los 19 años de edad


sin ayudarme de dichas ideas y sin relación alguna con ellas. Tenía predilección por
mujeres mayores, exuberantes y grandes, aunque tampoco les hacía ascos a las más
jóvenes.

A partir de los 21 años de edad, las ideas empezaron a objetivarse y surgió como
elemento esencial que el “ama” tenía que ser una mujer de más de 40 años, grande,
fuerte. Desde entonces yo siempre era —en mi imaginación— el sumiso; el “ama” era una
mujer tosca, que se aprovechaba de mí en todos los sentidos, incluido el sexual, que me
enganchaba a su carro y me hacía llevarla de paseo, a la que tenía que seguir como un
perro, a cuyos pies tenía que yacer desnudo, y que me golpeaba y azotaba. Este era el
esqueleto fijo de mis fantasías, alrededor de las cuales giraban todas las demás.

Encontraba siempre en estas fantasías un infinito placer que me provocaba erecciones


pero nunca eyaculaciones. De resultas de la excitación sexual despertada, buscaba a
continuación alguna mujer, prefererentemente una cuya apariencia respondiera a mi ideal
y practicaba el coito con ella, sin parafernalia alguna, a veces incluso sin entregarme a
dichas fantasías durante el coito. Además me sentía atraído por mujeres de otro tipo y
realizaba también el coito sin que me viera empujado a ello por fantasías.

Con eso y con todo, llevaba una vida que no resultaba demasiado anormal sexualmente,
pero las fantasías se presentaban sin falta, de manera regular, y eran siempre las mismas
en lo esencial. Según iba aumentando mi deseo sexual se iban reduciendo los periodos
intermedios. Actualmente, las fantasías se presentan cada 15 días o 3 semanas
aproximadamente. Quizás si realizara el coito previamente evitaría que aparecieran.
Nunca he intentado realizar estas fantasías que se presentan con tanta regularidad y con
una forma tan característica, es decir, no he tratado de llevarlas al mundo exterior, sino
que me he contentado siempre con deleitarme en mis pensamientos porque estoy
plenamente convencido de que mis “ideales” nunca se dejarían llevar a la práctica ni
siquiera de manera aproximada. La idea de una farsa con prostitutas siempre me pareció
ridícula y carente de todo sentido, puesto que una persona pagada por mí nunca podría
ocupar el lugar de una “cruel ama” en mi fantasía. Dudo de que existan mujeres con
tendencias sádicas como las heroínas de Sacher-Masoch. Aun cuando existieran y hubiera
tenido la suerte (!) de encontrar a una de ellas, una relación con ella en medio del mundo
real no dejaría de parecerme una farsa. Así es: a veces me digo que aunque hubiera sido
esclavizado por una Mesalina, probablemente me hubiera cansado enseguida de las
restantes privaciones de esa vida buscada por mí, y en mis intervalos lúcidos hubiera
buscado la libertad por todos los medios.

No obstante, he encontrado la forma de lograr hasta cierto punto su realización. Cuando mi


deseo sexual se encuentra muy excitado por estas fantasías, acudo a una prostituta y me
imagino con gran viveza alguna historia con ese tipo de contenido en la que soy el
protagonista. Cuando llevo como media hora representándome en mi interior tales
situaciones (con una erección constante), realizo el coito con un extraordinario deseo y con
una potente eyaculación. Cuando llega esta desaparece el espectro. Avergonzado, me
marcho cuanto antes y evito volver a pensar en lo ocurrido. Después no tengo fantasías
durante 15 días más o menos; si el coito es especialmente placentero, ni siquiera entiendo
las situaciones masoquistas hasta el próximo ataque. Pero el siguiente ataque se presenta
con toda seguridad antes o después. Debo decir, no obstante, que también practico el
coito sin prepararme con tales fantasías, sobre todo con mujeres que me conocen a mí y
conocen perfectamente mi condición burguesa y en cuya presencia siento pánico de esas
fantasías. Sin embargo, en este caso no siempre soy potente, mientras que la potencia
bajo el influjo de las fantasías masoquistas es absoluta. No me parece ocioso destacar que
por lo demás en mi pensamiento y sentimiento tengo una predisposición estética y que
detesto de por sí en grado extremo el maltrato a las personas. Por último, no quiero dejar
de mencionar que la forma de los tratamientos con que nos dirigimos el uno a la otra
también tiene su importancia. Es esencial en mis fantasías que el “ama” me trate de “tú” y
yo a ella de “usted”. El ser tuteado por una persona capaz de ello, como expresión de
dominio absoluto, me ha excitado desde mi más temprana juventud y sigue haciéndolo
hoy.

He tenido la suerte de encontrar una mujer que ha convenido conmigo en todo, y sobre
todo también en lo sexual, aunque (es ocioso decirlo) en modo alguno se aproxima a los
ideales masoquistas.

Mi mujer es apacible, aunque exuberante, una cualidad sin la cual no puedo imaginarme
atracción sexual alguna.

Los primeros meses de matrimonio transcurrieron normales en lo sexual, los ataques


masoquistas brillaron por su ausencia, prácticamente había perdido el gusto por el
masoquismo. Luego llegó el primer embarazo y, en consecuencia, la abstinencia forzosa.
Con ello volvieron a acometerme los arrebatos masoquistas al aparecer la libido. Esto me
conducía inexorablemente al coito extramarital con fantasías masoquistas —a pesar del
enorme amor que sentía por mi mujer—.

También merece atención el hecho de que más tarde, cuando retomé el coito marital, este
resultó insuficiente para desplazar las fantasías masoquistas, a diferencia de lo que
sucede normalmente con un coito masoquista.

Por lo que respecta a la naturaleza del masoquismo, soy de la opinión de que las
fantasías, o sea, la parte mental, representan el objetivo principal y son un fin en sí mismo.

Si el objetivo fuera la realizacion de las ideas masoquistas (es decir, la flagelación pasiva y
similares), esto entraría en contradicción con el hecho de que gran parte de los
masoquistas nunca dan el paso de la realización o, cuando lo intentan a pesar de todo,
suelen quedar desencantados o, en cualquier caso, no logran la satisfacción esperada.

Por último, no quiero dejar de mencionar que me consta que el numero de masoquistas,
sobre todo en las grandes ciudades, parece ser en realidad bastante grande. La única
fuente de tales averiguaciones —dado que no se suele hablar de esto entre hombres—
son las afirmaciones de las prostitutas. Teniendo en cuenta que estas coinciden en lo
esencial, se pueden tomar por ciertos algunos hechos.

Entre estos se cuenta, para empezar, el que toda prostituta experimentada suele poseer
algún instrumento adecuado para la flagelación (normalmente una vara), aunque hay que
tener en cuenta que hay algunos hombres que simplemente se dejan azotar para
aumentar su deseo sexual, es decir, que —a diferencia de los masoquistas— consideran
la flagelación simplemente como un medio.

En cambio, casi todas las prostitutas coinciden en que hay hombres a los que les gusta
hacer de “esclavos”, es decir, a los que les gusta que los llamen así, los insulten, los pisen
y los golpeen. Como decía, el número de masoquistas es mayor de lo que se pudiera uno
imaginar.
Como puede suponer, la lectura de su capítulo sobre este tema me produjo una gran
impresión. Me gustaría pensar que hay cura, por decirlo de algún modo, una cura
mediante la lógica, siguiendo la máxima: “tout comprendre c’est tout guerir”.

Naturalmente, la palabra “cura” hay que entenderla dentro de unos límites. Hay que
diferenciar sentimientos generales y fantasías concretas. Los primeros no se pueden
eliminar nunca. Aparecen como un relámpago y están ahí, uno no sabe de dónde han
venido ni cómo.

Pero la práctica del masoquismo mediante la delectación en fantasías concretas y


estructuradas se puede evitar o cuando menos limitar.

Ahora todo cambia. Yo me digo: ¿Cómo? ¿Tú te entusiasmas con cosas que resultan
reprobables no solo para el sentido estético de los demás sino también para el tuyo?
¿Encuentras hermoso y deseable algo que, por otro lado, según tu propio juicio, es al
mismo tiempo feo, bajo, ridículo e imposible? ¿Anhelas una situación en la que en realidad
nunca te querrías encontrar? Esta idea opuesta produce inmediatamente inhibición,
devuelve la sensatez, y quita su aguijón a las fantasías. De hecho, tras la lectura de su
libro (hacia principios de año) no he vuelto a recrearme en esas ideas, aunque los ataques
masoquistas seguían presentándose a intervalos regulares.

Por lo demás tengo que confesar que el masoquismo, a pesar de su carácter


marcadamente patológico, no solo no consigue amargarme la vida, sino que tampoco
afecta a mi vida externa en lo más mínimo. En estado no masoquista soy una persona de
lo más normal por lo que hace a mis sentimientos y acciones. Es verdad que durante mis
arrebatos masoquistas tiene lugar toda una revolución en mi vida sentimental, pero aun así
mi forma de vida externa no sufre alteración alguna. Por mi profesión tengo que moverme
mucho en público. Sigo ejerciéndola incluso en estado masoquista de forma normal.

El autor de las notas anteriores me envió además las siguientes observaciones:

I. El masoquismo es, según mi experiencia, congénito bajo todas las circunstancias y en


modo alguno cultivado por el individuo. Sé positivamente que nunca me azotaron en el
trasero y que mis fantasías masoquistas se manifestaron desde la más temprana juventud
y que yo albergaba estos pensamientos hasta donde soy capaz de recordar. Si su
aparición fuera consecuencia de un acontecimiento determinado, sobre todo de un azote,
no cabe duda de que no habría perdido el recuerdo de este. Es característico que las
fantasías estuvieran ya presentes con anterioridad a la libido. Por aquel entonces las
fantasías eran completamente asexuales. Recuerdo que de muchacho me resultaba muy
estimulante (por no decir excitante), que un chico mayor que yo me tuteara mientras que
yo le trataba de usted. Procuraba entonces mantener una conversación con él
arreglándomelas para que el tratamiento mutuo apareciese con la mayor frecuencia
posible. Con el tiempo, conforme me fui volviendo más sexual, estas cosas solo me
excitaban cuando estaban relacionadas con una mujer, que además tenía que ser
(relativamente) mayor.

II. Mi disposición física y psíquica es completamente masculina. Tengo una barba cerrada
y mucho vello por todo el cuerpo. En mis relaciones no masoquistas con el sexo femenino,
la posición dominante del hombre es para mí una condición indispensable, y rechazaría
enérgicamente cualquier tentativa de limitarla. Soy enérgico, aunque no demasiado
atrevido, si bien la falta de atrevimiento se ve compensada cuando entramos en cuestiones
que tocan al orgullo. Los fenómenos de la naturaleza (tormentas, tempestades, etc.) no me
afectan en lo más mínimo.

En mis inclinaciones masoquistas tampoco hay nada que pudiéramos llamar femenino o
afeminado (?). Sin embargo, aquí predomina el deseo de ser requerido o deseado por la
mujer, aunque la relación general con el “ama”, tal como se desea, no es la que mantiene
una mujer con un hombre, sino la relación del esclavo con el amo, de la mascota con su
dueño. Si se extraen las consecuencias del masoquismo sin entrar en otras
consideraciones, no se puede decir sino que el ideal de este es la posición de un perro o
un caballo. Ambos son propiedad de otro, que los maltrata cuando le viene en gana y sin
tener que rendir cuentas a nadie.

Precisamente este señorío ilimitado sobre vida y muerte, como solo se da con esclavos y
animales, es alfa y omega de todas las fantasías masoquistas.

III. La base de todas las fantasías masoquistas es la libido, y aquellas siguen los flujos y
reflujos de esta. Por otro lado, las fantasías acrecientan la libido considerablemente en
cuanto aparecen. Por naturaleza no tengo un excesivo apetito sexual. Sin embargo, si se
presentan las fantasías masoquistas, me veo arrastrado a realizar el coito a cualquier
precio (por lo general me veo empujado hacia mujeres de la más baja condición), y si no
se atiende pronto a este impulso, la libido se convierte enseguida prácticamente en
satiriasis. Se podría hablar aquí casi de un círculo vicioso.

La libido aparece por el paso del tiempo o por una especial excitación (también de
naturaleza no masoquista; por ejemplo, besos). A pesar de su origen, esta libido se vuelve
enseguida masoquista e impura debido a las fantasías masoquistas que genera.

Por otra parte, tampoco cabe duda de que el deseo se ve incrementado


considerablemente por impresiones externas fruto del azar, sobre todo por hallarse en las
calles de una gran ciudad. La visión de mujeres hermosas e imponentes, en persona o en
efigie, tiene un efecto excitante. Para el que se halla bajo el signo del masoquismo —por lo
menos mientras dura el arrebato— todos las manifestaciones externas tienen un tinte
masoquista. La bofetada que la maestra le administra al aprendiz, el fustazo del coche de
caballos… todo causa una profunda impresión en el masoquista, mientras que en estado
no masoquista le resulta indiferente o incluso le repugna.

IV. Ya leyendo a Sacher-Masoch me llamó la atención que los masoquistas también


experimentan de vez en cuando sentimientos sádicos. También en mí he descubierto
sentimientos sádicos esporádicos, aunque he de decir que estos no son tan marcados
como los masoquistas y que, además de presentarse de manera poco frecuente y en
cierto modo accesoria, nunca salen del marco de los sentimientos abstractos y sobre todo
no adoptan la forma de fantasías concretas y coherentes. El efecto sobre la libido es el
mismo.

[Psychopathia sexualis, caso 57]

Caso 58: masoquismo

Señor Z., funcionario, 50 años, grande, musculoso, sano, desciende al parecer de padres
sanos, aunque el padre era 30 años mayor que la madre en el momento de la concepción.
Una hermana, dos años mayor que Z., padece delirio persecutorio. La presencia exterior
de Z. no ofrece nada destacable. Esqueleto perfectamente masculino, barba poblada,
aunque carece completamente de vello en el tronco. Se describe a sí mismo como hombre
de temperamento, que no es capaz de negarle nada a nadie, pero al mismo tiempo es
irascible y se calienta con facilidad, aunque inmediatamente lo lamenta.

Al parecer, Z. nunca se ha masturbado. Desde la juventud poluciones nocturnas en las que


nunca tuvo un papel el acto sexual, aunque sí que lo tuvo siempre la mujer. Soñaba, por
ejemplo, que una mujer que le resultaba simpática se apoyaba con fuerza contra él o que
estaba dormitando en la hierba y, en broma, se le montaba en la espalda. Z. siempre ha
sentido repulsión hacia el coito con una mujer. Este acto se le antojaba animal. No
obstante, se sentía atraído por las mujeres. Sólo en compañía de mujeres y muchachas
hermosas se sentía a gusto y en su sitio. Era muy galante, sin llegar a ponerse pesado.

Una mujer exuberante, de hermosas formas, sobre todo con pies bonitos, era capaz de
ponerle en estado de máxima excitación estando sentada. Se sentía movido a ofrecerse
como silla para “poder sostener tal maravilla”. Una patada, una bofetada de ella hubiera
hecho su felicidad. Ante la idea de practicar el coito con ella sentía horror. Sentía la
necesidad de servir a la mujer. Le parecía que a las damas les gustaba cabalgar. Se
deleitaba en la idea de lo hermoso que sería sufrir bajo el peso de una mujer hermosa para
darle gusto. Se pintaba esta situación desde todos los ángulos, se imaginaba el hermorso
pie con espuelas, las soberbias pantorrillas, los muslos turgentes. Cualquier dama de
hermosa figura, cualquier pie hermoso de mujer excitaba su fantasía y cada vez con mayor
intensidad, aunque nunca reveló sus sentimientos aberrantes, que a él mismo le parecían
anormales, y siempre supo controlarse. Tampoco sentía, no obstante, necesidad alguna
de combatirlos; antes al contrario, le hubiera resultado penoso tener que renunciar a unos
sentimientos que tanto apreciaba.

Con 32 años, Z. conoció por casualidad a una mujer de 27 que le resultaba simpática.
Estaba separada de su marido y se hallaba en situación de necesidad. Se ocupó de ella,
trabajó para ella desinteresadamente durante meses. Una noche ella le reclamó
satisfacción sexual con fogosidad, casi violentamente. El coito trajo consecuencias. Z. se
llevó a la mujer consigo, vivió con ella, realizaba el coito con moderación, veía el coito más
como una carga que como un placer, tenía dificultades con la erección, era incapaz de
satisfacer adecuadamente a la mujer, hasta que ella anunció que no deseaba seguir
manteniendo relaciones con él, puesto que la excitaba sin satisfacerla. Aunque amaba a la
mujer infinitamente, no lograba librarse de sus fantasías. Vivió desde entonces con la
mujer manteniendo una mera relación de amistad y lamentaba profundamente no poder
servirla a su manera.

El miedo a la reacción de ella antes tales proposiciones, unido a un sentimiento de


vergüenza, le disuadieron de descubrirse ante ella. Encontró un sucedáneo en sus sueños.
Así, soñaba, por ejemplo, que era un noble y ardiente caballo montado por una bella
dama. Sentía el peso de esta, las riendas, a las que tenía que obedecer, la presión de los
muslos en los costados, oía su voz alegre y bien timbrada. El esfuerzo le hacía sudar, el
sentir las espuelas hacía el resto y le traía una polución acompañada de un sentimiento
enormemente placentero.

Bajo el influjo de tales sueños, Z. superó hace 7 años su vergüenza a experimentar algo
parecido en la realidad.

Consiguió encontrar oportunidades “adecuadas”. Cuenta lo siguiente al respecto: “Me las


arreglaba para encontrar la forma de que ella misma se me sentara en la espalda.
Entonces procuraba hacerle esa situación lo más agradable posible y conseguía así
fácilmente que ella misma me dijera la vez siguiente: ‘Anda, déjame montar un poquito a
caballo’. Yo, que soy un hombre grande, me apoyaba con las dos manos en una silla y
ponía la espalda en posición horizontal. Ella se me sentaba encima cabalgando como un
hombre. Yo imitaba a continuación lo mejor que podía todos los movimientos de un caballo
y me gustaba que ella me tratara como si fuera un caballo de verdad, sin miramientos.
Podía golpearme, espolearme, regañarme, acariciarme, según le viniera en gana.
Personas de 60-80 kilos podía soportarlas sobre la espalda de 1/2 hora a 3/4 de hora
ininterrumpidamente. Transcurrido ese tiempo, solía pedir un descanso. Durante ese
tiempo, mi relación con el ama era totalmente inofensiva y ni siquiera se mencionaba lo
anterior. Tras un cuarto de hora me encontraba recuperado por completo y me ponía
nuevamente a disposición del ama con sumo gusto. Si el tiempo y las circunstancias lo
permitían, hacía esto 3 ó 4 veces seguidas. Podía ocurrir a veces que me entregara por la
mañana y por la tarde. Después no me sentía cansado ni experimentaba ningún
sentimiento desagradable; tan solo, ese día tenía pocas ganas de comer. Siempre que era
posible prefería hacerlo con el tronco descubierto para sentir mejor la fusta. El ama tenía
que ir bien arreglada. Me gustaba sobre todo que llevara unos zapatos y unas medias
bonitos, pantalones bombachos, el tronco completamente vestido, y sombrero y guantes”.

El señor Z. explica asimismo que lleva 7 años sin practicar el coito, aunque se considera
potente. El ser montado por damas suple por completo ese “acto animal” por más que no
se produzca eyaculación.

Hace 8 meses Z. se propuso renunciar a su deporte masoquista y se ha mantenido fiel a


su propósito desde entonces. Aun así asegura que si una muchacha solamente un poco
hermosa le dijera sin rodeos “ven, que me vas a llevar a caballo”, no tendría fuerzas para
resistirse a la tentación. Z. desea saber si su anomalía tiene curación, si es un vicioso
abominable o un enfermo digno de compasión.

[Psychopathia sexualis, caso 58]

Caso 59: masoquismo

X., marido modelo, de estricta moral, padre de varios hijos, tiene momentos o más bien
ataques, en que acude al burdel, escoge 2-3 de las muchachas más grandes y se encierra
con ellas. Corporis superiorem partem nudavit humi iacens manus supra ventrem ponens
oculos claudit et puellas trans pectus suum nudatum et collum et os vadere iubet et poscit,
ut transgredientes summa vi calcibus carnem premerent. A veces pide que venga una
prostituta más pesada todavía o que practiquen algunos trucos que hacen el procedimiento
más cruel todavía. Tras 2—3 horas tiene bastante, paga a las muchachas con vino y
dinero, se frota los cardenales, se viste, paga la cuenta y vuelve a sus negocios para, al
cabo de una semana más o menos, volver en busca de este singular placer.

A veces hace que se le suba en el pecho una de estas muchachas mientras que las otras
la hacen girar hasta que la piel de él queda ensangrentada por la rotación de los tacones.

A menudo, una de las chicas tiene que ponérsele encima de tal forma que un zapato
queda sobre los ojos con el tacón sobre un globo ocular, mientras que el otro zapato se
poya en su cuello. En esta posición aguanta la presión de una persona de unas 150 libras
de peso durante 4—5 minutos. El autor [Cox, A.B.] habla de docenas de casos análogos
de los que ha tenido noticia. Hammond supone con razón que este hombre se ha vuelto
impotente en su relación con las mujeres y que en este insólito procedimiento busca y
encuentra un equivalente del coito, y que mientras se le pisotea hasta llegar a la sangre
experimenta sensaciones sexuales placenteras acompañadas de eyaculación.

[Psychopathia sexualis, caso 59]

Caso 60: masoquismo

Caballero de elevada posición, 66 años, de padre hipersexual. Dos hermanos


presuntamente afectados de masoquismo. El paciente asegura convencido que su
masoquismo se remonta a la infancia. Con cinco años les pedía a niñas que le desnudaran
y le flagelaran ad podicem. Algo después se las arreglaba para que chicos o chicas
jugaran a hacer de maestros con él y le azotaran. Con unos 15 años se imaginaba que las
chicas le tendían una emboscada y le golpeaban. No tenía por aquel entonces idea alguna
del significado sexual de tales fantasías y no sabía absolutamente nada de la vita sexualis.
Su deseo de ser azotado por mujeres era cada vez mayor. Con 18 años consiguió
satisfacerlo y logró así la primera polución. Con 19 años tuvo su primer coito con plena
satisfacción y potencia sin que intervinieran fantasías masoquistas. A partir de entonces
mantuvo relaciones sexuales normales hasta los 21 años, momento en el que una puella le
propuso una escena masoquista. Él aceptó, quedó enormemente satisfecho y a partir de
entonces no dejó de hacer que una aventura masoquista precediera al coito. Pronto se dio
cuenta de que la excitación no estaba en los golpes sino en la idea de hallarse en poder de
una mujer. El paciente se ha casado. Ha logrado llevar un buen matrimonio y mantener las
ideas masoquistas apartadas de sus relaciones conyugales, pero reconoce con dolor que
de cuando en cuando no ha podido resistirse a buscar una compensación de tipo
masoquista con una puella. Esto sigue ocurriendo a veces, aunque ya es abuelo. La
escena masoquista es siempre un juego que precede al coito. El paciente está libre de
psicopatías y de perversiones de otro tipo. Él hace hincapié en lo frecuente que es el
masoquismo y el hábil papel que desempeñan aquí muchas masajistas. Según su
experiencia el masoquismo está especialmente extendido en Inglaterra y es frecuente que
las mujeres inglesas se presten a él.

[Psychopathia sexualis, caso 60]

Caso 61: masoquismo

Señor L., artista, 29 años, de familia en la que se han dado diversos casos de
enfermedades nerviosas y tuberculosis, acude a consulta porque le preocupan ciertas
anomalías de su vita sexualis.

Despertó a esta repentinamente con 7 años con motivo de un castigo ad podicem con
vara. A partir de los 10 años se dio a la masturbación. Durante este acto pensaba siempre
en figuras flagelantes. Asimismo, en años posteriores, las poluciones nocturnas solo iban
acompañadas de sueños flagelatorios. También en estado de vigilia tenía constantemente
desde los 10 años de edad el deseo de ser flagelado.

Entre los 11 y los 18 años tuvo inclinación por su propio sexo. No obstante, nunca fue más
allá de lo que es una apasionada amistad juvenil. También durante este episodio
homosexual sentía constantes deseos de ser flagelado por un amigo querido.

A partir de los 19 años, coito, pero sin verdadero sentimiento libidinoso y con deficiente
erección. Su inclinación ya exclusivamente heterosexual tenía siempre por objeto a
mujeres mayores que el paciente. Las jóvenes le eran indiferentes. Los deseos
flagelatorios se iban volviendo cada vez más intensos.

A partir de los 25 años y hasta la fecha, amor efusivo por una mujer mayor. Vínculo
matrimonial descartado. Reconocimiento de su estado. Al parecer, intentos por parte de la
mujer de conducir al paciente a relaciones sexuales normales. A pesar de aborrecer este
estado, a pesar del profundo amor por esa mujer, a pesar de los remordimientos, de la
vergüenza, de los buenos propósitos, siempre recaía. El paciente declara que sus
sentimientos sexuales por esa mujer son exclusivamente masoquistas. De vez en cuando
consigue que la mujer le flagele.

Dotado de un gran apetito sexual, se hizo azotar también por puellis. Considera la
flagelación el acto sexual adecuado para él. Así es como llega más fácilmente a una
eyaculación acompañada de intenso placer. El coito es secundario para él. Sólo lo ha
probado excepcionalmente tras satisfacerse por medio de la flagelación, y, a consecuencia
de una relativa impotencia psíquica, en escasas ocasiones ha tenido éxito.

Además encuentra que uno y otro acto sexual tienen diferentes efectos espirituales y
físicos. Tras el coito se siente moralmente elevado y fresco físicamente, mientras que el
acto flagelatorio representa una agresión para su cuerpo y le hace sentir después
remordimientos. Percibe su masoquismo como patológico. Por eso busca ayuda.

L. es de aspecto perfectamente masculino, exquisita decencia e impecable


comportamiento. En cuanto a afecciones físicas, se queja de síntomas que apuntan a una
neurastenia cerebral (falta de memoria y voluntad, distracción, irritabilidad, timidez,
cobardía, opresión en la cabeza, etc.). Neurastenia. Genitales normales. Las erecciones
solo se presentan por la mañana.

El paciente está convencido de que si pudiera casarse con una mujer a la que quisiera, se
libraría de su masoquismo.

Como recomendaciones terapéuticas se dan las siguientes: combatir por sí mismo ideas,
impulsos y actos masoquistas, si es necesario con ayuda de un tratamiento sugestivo-
hipnótico; fortalecer el sistema nervioso; y librarse de los síntomas de debilidad irritativa
mediante un tratamiento antineurasténico.

[Psychopathia sexualis, caso 61]

Caso 62: masoquismo

Un hombre de mediana edad, casado y padre de familia, que siempre ha llevado una vita
sexualis normal, pero que dice proceder de familia muy “nerviosa”, me hace la siguiente
comunicación: en su primera juventud experimentó una intensa excitación sexual al ver a
una mujer sacrificando un animal con un cuchillo. Desde entonces se ha recreado durante
muchos años en la fantasía libidinosa de recibir pinchazos y cortes de mujeres con
cuchillos, e incluso de que le maten. Más tarde, al comenzar a mantener relaciones
sexuales normales, estas fantasías perdieron toda su excitación perversa para él.

[Psychopathia sexualis, caso 62]

Caso 63: masoquismo

Una dama me contó lo siguiente: “Siendo una muchacha joven e inexperta la casaron con
un hombre de unos 30 años. En la primera noche de su vida conyugal él le puso en las
manos una escudilla de barbero con jabón y le pidió con vehemencia, sin muestra alguna
de cariño, que le enjabonara la barbilla y el cuello (como para afeitarle). La mujer,
completamente inexperta, hizo lo que se le pedía y quedó no poco sorprendida al ver
durante las primeras semanas de su vida conyugal que no llegaba a conocer sus secretos
en ninguna otra forma; el marido le aseguraba constantemente que para él representaba
suponía el máximo placer que le enjabonara la cara. Después de pedir consejo a amigas,
consiguió que su marido practicara el coito y tuvo con él durante los años siguientes tres
hijos, según asegura. El marido es persona trabajadora y sólida, pero taciturno, hosco, de
profesión comerciante”.

[Psychopathia sexualis, caso 63]

Caso 64: masoquismo simbólico

(Pascal, Igiene dell’amore.) Un hombre de unos 45 años acudía cada tres semanas a ver a
una prostituta y le pagaba 10 francos por llevar a cabo el siguiente procedimiento. La
puella tenía que desnudarle, atarle de pies y manos, vendarle los ojos y además tapar las
ventanas. Luego sentaba a su huésped en un sofá y tenía que dejarle solo en su estado de
indefensión. Al cabo de media hora tenía que regresar y liberarle de sus ataduras. Tras
esto el hombre pagaba y se iba completamente satisfecho, para repetir visita a los tres
meses más o menos

Caso 65: masoquismo simbólico


(Dr. Pascal, ibid. [Igiene dell'amore, A.B]) En París un caballero acudía algunas tardes a
una casa cuya dueña se prestaba a satisfacer su extraña inclinación. Se presentaba
vestido de gala en el salón de esta dama, que tenía que recibirle vestida de baile y con
expresión severa. Él la trataba de marquesa, ella tenía que recibirle diciendo “querido
conde”. A continuación él hablaba del placer que le producía encontrarse a solas con ella,
del amor que sentía por ella y de su idilio. A continuación la dama tenía que hacerse la
ofendida. El pseudoconde se iba apasionando cada vez más y pedía a la pseudomarquesa
que le permitiera depositar un beso sobre sus hombros. Viene después una escena de
gran indignación, se toca el timbre, un criado contratado para la ocasión aparece y echa de
allí al conde, que se va tan satisfecho y recompensa generosamente a los personajes de la
comedia.

[Psychopathia sexualis, caso 65]

Caso 66: masoquismo simbólico

X., 38 años, ingeniero, casado, padre de 3 hijos, aunque está felizmente casado, no es
capaz de resistirse al impulso de acudir de vez en cuando a una prostituta instruida por él y
representar la siguiente comedia masoquista como preliminar de un coito. En cuanto se
halla en presencia de la puella, esta tiene que agarrarle por las orejas, arrastrarle por la
habitación a base de tirones de oreja y regañarle: “¿Qué haces aquí? ¿No sabes que
tienes que estar en el colegio? ¿Por qué no vas al colegio?”. Al mismo tiempo le abofetea
y le golpea, hasta que él se pone de rodillas y pide perdón. A continuación ella le da una
canastita con pan y fruta como se hace con los niños cuando se los manda al colegio, le
levanta por las orejas y le vuelve a ordenar que vaya al colegio. X. vuelve a hacerse el
rebelde hasta que, bajo el estímulo de los tirones de oreja, golpes y regañinas de la puella,
llega al orgasmo. En ese momento grita: “Ya voy, ya voy” y consuma el coito. Es probable,
aunque no está demostrado, que esta comedia masoquista tenga que ver con el hecho de
que las primeras manifestaciones de excitación sexual se dieran en su época de escolar
con motivo de estos castigos y que la libido se haya vinculado a ellos por asociación. Por
lo demás se desconoce la vita sexualis de X. (Dr. Carrara, en Archivio di Psichiatria XIX.
4.).

[Psychopathia sexualis, caso 66]

Caso 67: masoquismo ideal

Señor Z., 22 años, soltero, le trajo a mí su tutor por indicación médica, pues era
extremadamente nervioso y, al parecer, sexualmente no normal. La madre y la madre de la
madre padecieron enfermedades mentales. El padre le engendró en una época en que
padecía bastante de los nervios.

Al parecer, el paciente había sido un niño muy vivaz y con mucho talento. Ya con 7 años
se constató que se masturbaba. A partir de los 9 años se volvió despistado, olvidadizo, no
iba bien en los estudios, necesitaba siempre ayuda con las clases y protección, le costó
trabajo acabar el bachillerato y durante su año como voluntario destacó por indolente y
olvidadizo, así como por cometer diversas barrabasadas.

El motivo de la consulta fue un episodio en la calle durante el cual Z. abordó a una joven
dama y pretendió, con vehemencia y gran alteración, que mantuviera una conversación
con él.

La explicación que dio el paciente a este comportamiento fue que deseaba excitarse
hablando con una muchacha decente para ser potente después en el coito con una
prostituta (!).
El padre de Z. le describe como una persona de naturaleza bondadosa, decente pero
abúlica, insulsa, descontenta de sí misma, a menudo desesperada por el poco éxito que
ha tenido hasta ahora en la vida, además de ser indolente e interesarse solamente por la
música, para la que está dotado de un gran talento.

La apariencia del paciente da indicios de personalidad neuropatológica degenerativa por


su cráneo plagiocefálico, sus orejas grandes y abiertas, la deficiente inervación del nervio
facial bucal derecho, así como la expresión neuropática de sus ojos.

Z. es alto, de constitución fuerte, con un aspecto perfectamente masculino. Pelvis


masculina, testículos bien desarrollados, el pene destaca por su tamaño. Mons veneris con
abundante vello, el testículo derecho más alto que el izquierdo, el reflejo del cremáster es
débil en ambos lados. Intelectualmente el paciente se sitúa por debajo de la media. Él
mismo es consciente de su deficiencia, se lamenta de su indolencia y pide que le hagan
tener más fuerza de voluntad. Su comportamiento torpe y apocado, su mirada esquiva y su
postura laxa son indicios de masturbación. El paciente reconoce haberse dado a ella
desde los 7 años hasta hace un año y medio, masturbándose durante años 8—12 veces
diarias. Hasta hace unos años, cuando se volvió neurasténico (presión en la cabeza,
incapacidad intelectual, irritación espinal, etc.), dice haber sentido siempre un gran placer
con ella. A partir de entonces, este se perdió y con ello la masturbación ha perdido su
interés. Se ha ido volviendo cada vez más tímido, laxo, falto de energía, miedoso, nada le
interesa, despacha sus asuntos sólo por obligación, se siente extenuado. Nunca ha
pensado en el coito, desde su punto de vista como onanista no entiende cómo otros
pueden encontrar placer en el coito.

La búsqueda de inclinaciones sexuales contrarias arrojó un resultado negativo.

Dice no haberse sentido nunca atraído por personas de su mismo sexo. Cree más bien
haber tenido de vez en cuando una leve inclinación hacia las mujeres. Afirma haber
llegado por sí mismo al onanismo. Con 13 años percibió por primera vez eyaculación de
esperma como resultado de manipulaciones masturbatorias.

Fue necesario convencer a Z. con largas conversaciones para que se decidiera a desvelar
por completo su vita sexualis. Como muestran las siguientes manifestaciones, se le podría
clasificar como un caso de masoquismo ideal con sadismo rudimentario. El paciente
recuerda perfectamente que ya con 6 años y sin motivo alguno aparecieron en él
“fantasías violentas”. Se imaginaba que la criada le abría de piernas y le mostraba a otro
sus genitales (del paciente), que intentaba arrojarle al agua fría o caliente para provocarle
dolor. Estas “fantasías violentas” iban acompañadas de un sentimiento de placer y daban
lugar a manipulaciones masturbatorias. El paciente las evocaba más tarde también
voluntariamente para incitarse a la masturbación. Asimismo, desempeñaron un papel en
sus sueños a partir de entonces. No obstante, nunca dieron lugar a poluciones, al parecer
porque el paciente se masturbaba desmedidamente durante el día.

Con el tiempo, a estas fantasías violentas de índole masoquista se les unieron otras de
tipo sádico. Al principio eran imágenes de muchachos que se masturbaban mutuamente
de manera violenta, que se cortaban los genitales. Era frecuente que asumiera el papel de
uno de esos muchachos, tanto el activo como el pasivo.

Más tarde empezaron a acudir a él imágenes de muchachas y mujeres exhibiéndose unas


frente a otras: se imaginaba situaciones como, por ejemplo, que la criada arrancaba las
femora a otra muchacha o que le desgarraba el pubus, también otras en las que chicos
arremetían con violencia contra muchachas, les asestaban cuchilladas, les daban pellizcos
en los genitales.
También estas imágenes le excitaban sexualmente, aunque nunca experimentó el impulso
de proceder de ese modo activamente o de convertirse en objeto pasivo de ellas. Le
bastaba con servirse de ellas para la automasturbación. Desde hace un año y medio tales
imágenes e impulsos se han ido volviendo menos frecuentes con la disminución de la
fantasía y libido sexuales, pero su contenido se ha mantenido constante. Las fantasías
violentas de tipo masoquista predominan frente a las de tipo sádico. Últimamente, cuando
ve a una dama se le antoja que tiene las mismas ideas sexuales que él. Con esto es con lo
que explica hasta cierto punto su timidez en las relaciones sociales. Como el paciente ha
oído que se librará de sus fantasías sexuales, que le van resultando molestas, cuando se
acostumbre a una satisfacción sexual normal, ha intentado dos veces en el último año y
medio practicar el coito, aunque tan solo sentía aversión ante él y no se prometía ningún
éxito. El intento acabó también en ambas ocasiones en rotundo fracaso. La segunda vez
experimentó tal aversión que arrojó a la joven de su lado y salió huyendo.

[Psychopathia sexualis, caso 67]

Caso 68: masoquismo ideal

Z., 27 años, artista, constitución fuerte, de aspecto agradable, al parecer sin tara, en su
juventud sano, desde los 23 años es nervioso y con predisposición a desazón
hipocondriaca. En cuestión sexual, con tendencia a la fanfarronería, tampoco es
demasiado potente. A pesar de ser correspondido por el sexo femenino, las relaciones del
paciente con aquel se limitan a inocentes muestras de ternura. Resulta digna de mención
su tendencia a desear a mujeres que se comportan con él de manera esquiva. Desde los
25 años observa que le excitan sexualmente las mujeres en cuanto descubre en ellas un
rasgo autoritario, por feas que sean. Una palabra airada de la boca de una mujer así basta
para provocar en él las más violentas erecciones. Así, por ejemplo, estando sentado un día
en un café oyó cómo la (espantosa) cajera reñía al camarero con voz enérgica. Esta
actuación le llevó a un estado de máxima excitación sexual que resultó al poco tiempo en
una eyaculación. Z. exige de las mujeres con las que ha de mantener relaciones sexuales
que le rechacen, le atormenten de todas las maneras posibles, etc. Dice que solo le puede
resultar atractiva una mujer que se parezca a las protagonistas de las novelas de Sacher-
Masoch.

Caso 69: fetichismo de pies y zapatos

Z., 28 años, hereditaria y constitucionalmente neuropático, afirma haber tenido una


polución ya con 11 años. En aquella época sufrió un castigo de su madre ad podicem que
en aquel momento sintió únicamente como doloroso, pero que en su memoria quedó
asociado con sentimientos placenteros. Esto le llevó a reproducir su recuerdo cada vez
más frecuentemente y a asestarse así él mismo verbera ad podicem. Con unos 13 años
empezó a sentir debilidad por las botas de señora elegantes de tacón alto. Alcanzaba la
eyaculación presionando con ellas inter femora. Poco a poco le iba bastando para ello tan
solo con pensarlo. A estas fantasías con botas se les unió pronto un conjunto de ideas
masoquistas más placenteras todavía. Se recreaba en la idea de yacer a los pies de una
dama joven y hermosa y que esta le pisara con sus hermosas botas. Esto iba acompañado
de eyaculación. Así llegó a los 21 años sin haber deseado nunca el coito o haber sentido
interés por los genitales femeninos. Entre los 21 y los 25 años, durante una grave
tuberculosis, vuelta a las inclinaciones masoquistas. Ya curado, Z. mantuvo un encuentro
en una única ocasión con una puella. Este fue desafortunado, pues cuando la vio
denudata, desapareció toda libido y no hubo forma de alcanzar la erección. Volvió a partir
de entonces a su mundo masoquista-fetichista. Su esperanza sigue siendo encontrar algún
día el ideal de sus fantasías masoquistas —una mujer sádica— y llegar con su ayuda a
mantener relaciones sexuales normales.

[Psychopathia sexualis, caso 69]


Caso 70: fetichismo de pies y zapatos

Señor X., 25 años, de padres sanos, anteriormente nunca enfermo de consideración, puso
a mi disposición la siguiente autobiografía: “Empecé a masturbarme con 10 años sin que
esto fuera nunca acompañado de pensamientos libidinosos. Ya por aquella época —esto
lo sé con certeza—, la visión y el tacto de unas botas elegantes de mujer ejercían sobre mí
un embrujo sin igual; mi mayor deseo era poder llevar también unas botas así, deseo que
pude realizar también de vez en cuando en bailes de disfraces. Después fue un
pensamiento completamente diferente el que comenzó a atormentarme: mi ideal consistía
en verme en una situación humillante, me hubiera gustado ser esclavo, deseaba ser
castigado, en definitiva, recibir el trato que se describe en las numerosas historias de
esclavos. No sabría decir si este deseo surgió en mí por la lectura de estos libros o de
forma espontánea.

“Con 13 años llegó la pubertad; con la aparición de las eyaculaciones aumentó el placer y
me masturbaba con más frecuencia, a menudo 2 ó 3 veces al día. Durante el periodo de
los 12 a los 16 años tenía siempre la fantasía durante el acto onanista de que me
obligaban a llevar botas de chica. La visión de una bota elegante en el pie de una chica
medianamente guapa me enloquecía, yo buscaba con ansia llevar el olor a cuero a mi
nariz. Para oler el cuero también durante el onanismo me compraba manguitos de cuero,
que olfateaba mientras me masturbaba. Mi pasión por las botas de cuero de mujer sigue
siendo hoy la misma, solo que desde que cumplí los 17 años se le ha unido el deseo de
convertirme en criado, limpiarles las botas a damas distinguidas, tener que ayudarlas a
vestirse y desnudarse, y similares.

“Mis sueños nocturnos consisten siempre en escenas con zapatos: estoy ante el
escaparate de una zapatería, a veces miro el elegante calzado de señora, sobre todo los
zapatos con botones, o ad pedes feminae jaceo et olfacio et lambo calceoles eius. Hace
más o menos un año que he dejado el onanismo y acudo ad puellas; el coito se consuma
concentrando mi pensamiento en botas de señora con botones, a veces me llevo el zapato
de la puella conmigo a la cama. Nunca he sufrido trastornos debidos a mi anterior
onanismo. Se me da bien estudiar, tengo buena memoria, no he tenido en mi vida dolor de
cabeza. Esto es lo que tenía que contar sobre mí.

“Un par de palabras aún a propósito de mi hermano: estoy convencido de que él también
es fetichista de zapatos; entre muchos otros hechos que me lo demuestran, destacaré
solamente uno: para él es todo un placer que le aseste patadas una de nuestras primas
(increíblemente guapa). Por lo demás, me comprometo a decir de cualquier hombre que se
para ante una zapatería y se queda mirando los zapatos si es ‘amigo de los zapatos’ o no.
Esta anomalía es enormemente frecuente; si hablando con conocidos saco el tema de qué
es lo que los atrae en una mujer, se oye con gran frecuencia que resulta más atractiva la
mujer vestida que la desnuda; aunque todo el mundo tiene mucho cuidado de no nombrar
su fetiche especial. Tengo un tío que también creo que es fetichista de zapatos”.

[Psychopathia sexualis, caso 70]

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Caso 71: fetichismo de pies y zapatos

Z., 28 años, funcionario, procedente de madre neuropática. No es posible averiguar las


circunstancias de salud y familiares del padre, prematuramente muerto. Z. era desde la
infancia nervioso, impresionable, llegó enseguida sin necesidad de incitación a la
masturbación, a partir de la pubertad se volvió neurasténico, abandonó por un tiempo el
onanismo, tuvo innumerables poluciones, se recuperó algo en un sanatorio con curas de
agua fría, sentía una intensa libido hacia las mujeres, pero hasta ahora no ha llegado al
coito, en parte por falta de confianza en su potencia, en parte por miedo a contagios, lo
cual le afecta mucho, sobre todo porque, faute de mieux, ha recaído en su vicio secreto.

Z. se revela como fetichista y masoquista al mismo tiempo cuando discutimos su vita


sexualis con detenimiento y presenta interesantes relaciones entre ambas anomalías de la
vita sexualis.

Asegura haber sentido debilidad por los zapatos de mujer desde los 9 años de edad.

Atribuye este fetichismo a haber visto en aquel entonces a una dama subiendo a un
caballo mientras un criado le sujetaba el estribo. Esta visión le excitó poderosamente, se
ha reproducido siempre en su fantasía y cada vez ha ido acompañada de sentimientos
libidinosos. Las sentimientos de sus poluciones giraban después alrededor de mujeres con
zapatos. Le encantaban los zapatos de cordón con tacones altos. A esto se le unió
enseguida la fantasía libidinosa de dejar que una mujer le pisara con sus tacones y besar
arrodillado el zapato de esta. De la mujer solo le interesa el zapato. Las fantasías olfativas
no desempeñan aquí papel alguno. El zapato por sí solo no le basta. Tiene que estar
puesto. Cuando Z. ve a una dama con semejante calzado se excita tanto que se tiene que
masturbar. Cree que sólo sería potente con una mujer que estuviera calzada así.

Faute de mieux se ha dibujado un zapato de ese tipo y se complace en contemplar el


dibujo mientras se masturba.

[Psychopathia sexualis, caso 71]

Caso 72: fetichismo de pies y zapatos

Señor M., 33 años, de distinguida familia cuyo lado materno presenta desde hace varias
generaciones casos de manifestaciones de degeneración psíquica e incluso de locura
moral, de madre neuropática, caracteriológicamente anormal, fuerte, bien plantado, pero
con tara neuropática, ya desde niño cayó sin incitación en el onanismo, con unos 12 años
empezó a tener extraños sueños en los que era torturado, azotado y pisoteado por
hombres y mujeres, aunque en estas situaciones oníricas los hombres iban siendo
desplazados progresivamente por mujeres. Con unos 14 años empezó a sentir debilidad
por los zapatos de señora. Le excitaban sensualmente, sentía la necesidad de besarlos,
apretarlos contra su cuerpo, haciendo lo cual tenía erecciones y llegaba al orgasmo, que
resolvía con la masturbación. Estos actos se veían acompañados también de fantasías
masoquistas en las que le pisaban y torturaban.

Se dio cuenta de que su vita sexualis era anormal e intentó ya con 17 años sanearla
mediante el coito.

Era totalmente impotente, lo mismo ocurrió en un nuevo intento con 18 años, siguió
dándose a la masturbación entre fantasías fetichistas con zapatos de señora y una serie
de ideas masoquistas.

Con 19 años tuvo noticia por casualidad de un caballero que para ser potente se hacía
flagelar por una puella.

M. reconoció en esto la realización de lo que llevaba tiempo deseando y se apresuró a


seguir el ejemplo de este señor; pero experimentó una honda decepción, sintió
repugnancia y no fue capaz ni siquiera de llegar a la erección.
Renunció a estos intentos; buscó y halló satisfacción de la manera que le era habitual. Con
27 años la casualidad quiso que se cruzara en su camino una joven simpática y galante.
Una vez que tuvo confianza con ella, empezó a lamentarse de la desdicha de ser
impotente. La muchacha se rio de él explicándole que a su edad y con esa constitución no
se era impotente.

Eso le devolvió la confianza en sí mismo, pero necesitó 14 días de relaciones íntimas y la


ayuda de su fetiche de zapatos y de las fantasías masoquistas para llegar a ser potente.
Esta relación duró varios meses. Su potencia mejoraba cada vez más, iba necesitando
menos auxilios secretos para su potencia y las correspondientes fantasías quedaron
reducidas casi al estado latente.

A esto le siguieron 3 años en los que M., debido a su impotencia psicológica con otras
muchachas, recayó en la masturbación y en su viejo fetichismo.

Con 30 años, nueva relación de simpatía, pero como M. se siente totalmente incapaz de
consumar el coito sin recurrir a situaciones nasoquistas, instruye a la muchacha en
cuestión para que le trate como su esclavo.

Ella interpretaba bien su papel: él tenía que besarle los pies, ella le azotaba con una vara,
le pisaba… pero todo esto no servía de nada.

M. sólo sentía dolor y la más profunda vergüenza, de modo que pronto renunció a tales
actos de violencia. Y sin embargo era potente si al ir a realizar el coito acudían en su
auxilio situaciones masoquistas ideales.

Esta poco satisfactoria relación acabó pronto. Entre tanto había caído en sus manos mi
Psychopathia sexualis y había descubierto cuál era la verdadera situación por lo que
respecta a su anomalía. Escribió a la amiga con la que antiguamente había tenido éxito, la
reconquistó y le manifestó que las absurdas escenas de esclavitud de antes no se podían
repetir y que aunque él se lo pidiera ella no debía prestarse a sus ideas masoquistas.

Para librarse de su fetichismo con el calzado, se le ocurrió la original idea de comprarse un


elegante zapato de señora que se acomodaba a su gusto y sugestionarse a sí mismo
como sigue:

Cubría de besos este zapato a diario y se preguntaba: “¿Por qué tengo que tener
erecciones cuando beso un zapato que no es sino un trozo de cuero trabajado?”. Esta
forma de desnudar repetidamente el objeto de su embrujo fetichista acabó dando
resultado. Las erecciones desaparecieron y el zapato se convirtió simplemente en zapato.
Además de esta autosugestión hubo relaciones íntimas con esta persona simpática. Al
principio las fantasías masoquistas resultaban imprescindibles para lograr la potencia.
Paulatinamente también el masoquismo fue desapareciendo.

M., en tan satisfactorio estado, acudió a mí orgulloso del éxito logrado por sí mismo para
darme las gracias por el conocimiento que le había proporcionado mi libro, que le había
mostrado el camino adecuado para la curación de su vita sexualis. Todo lo que pude hacer
fue felicitar al señor M. por su éxito.

Algunos meses más tarde me comunicó que se sentía completamente recuperado, que
mantenía relaciones sexuales sin dificultad alguna y que sus antiguas fantasías
masoquistas tan solo se presentaban raramente, de manera pasajera y desprovistas de
sentimientos.

[Psychopathia sexualis, caso 72]


Caso 73: fetichismo de pies y zapatos

Comunicado por Mantegazza en sus “Estudios antropológicos”, 1886, p. 110. X.,


americano, de buena familia, buena constitución física y moral; desde la época del
despertar de su pubertad, solo lograba excitarse sexualmente con el zapato de una mujer.
El cuerpo de esta o también, sobre todo, su pie desnudo o cubierto con una media, no le
causaban impresión alguna, pero el pie enfundado en un zapato o hasta el zapato por sí
solo le producían una erección e incluso una eyaculación. Le bastaba con la mera visión,
en caso de que hubiera botas elegantes a su disposición, es decir, de cuero negro, de las
que se abrochan a un lado y con tacones lo más altos posible. Su impulso genital se excita
poderosamente cuando toca, besa o se calza unas botas de estas. Para incrementar su
placer, traspasa las suelas con clavos, de modo que las puntas se le claven en la carne al
andar. Experimenta así dolores espantosos, pero al mismo tiempo verdadero placer. Su
máximo gozo consiste en arrodillarse a los pies de una dama, hermosos y elegantemente
calzados, y recibir patadas de ellos. Si quien lleva los zapatos es una mujer fea, esto no
surte efecto y su fantasía se enfría. Si el paciente solo tiene los zapatos a su disposición,
su fantasía les añade una bella mujer y logra así la eyaculación. Sus sueños nocturnos
giran alrededor de los botines de mujeres hermosas. La visión de los zapatos de señora en
los escaparates le parece inmoral, mientras que hablar sobre la naturaleza de la mujer le
parece inofensivo y de poco gusto. X. ha intentado el coito en diversas ocasiones, pero sin
éxito. Nunca llegó a la eyaculación.

[Psychopathia sexualis, caso 73]

Caso 74: fetichismo de pies y zapatos

Hombre joven, fuerte, 26 años. No encuentra en el bello sexo atractivo sensual alguno que
sea comparable con una elegante bota en el pie de una hermosa dama, sobre todo si es
de cuero negro y está provista de tacones altos. Le basta con la bota sin la dueña. Le
produce el máximo placer mirarla, tocarla, besarla. El pie de una dama desnudo o
simplemente con una media le deja perfectamente frío. Desde la niñez siente debilidad por
las botas de señora elegantes.

X. es potente; durante el acto sexual, la persona tiene que estar vestida elegantemente y,
sobre todo, llevar botas elegantes. En la cumbre del abandono sexual se unen
pensamientos crueles a la admiración de las botas. No puede evitar pensar con placer en
la agonía del animal del que ha salido el cuero para las botas. A veces no le queda más
remedio que llevarle a su Friné gallinas y otros animales vivos para que esta los pise con
sus elegantes botas, a fin de intensificar el placer. A esto lo llama “sacrificio a los pies de
Venus”. Otra veces, la mujer tiene que pisotearle a él con sus botas, cuanto más, mejor.

Hasta hace un año, dado que no encontraba atractivo alguno en la mujer, se conformaba
con acariciar botas de señora que fueran de su gusto, con lo que llegaba a la eyaculación
y la plena satisfaccion (Lombroso, Arch. di psichiatria IX, fascic. III).

[Psychopathia sexualis, caso 74]

Caso 75: fetichismo de pies y zapatos

X., 34 años, casado, de padres neuropáticos, de niño sufrió severas convulsiones,


sorprendente precocidad intelectual (¡sabía leer ya con 3 años!), pero con un desarrollo
desequilibrado, nervioso desde la infancia, con 7 años empieza a sentir la necesidad de
manejar zapatos de mujer o los clavos de estos. La visión o, más aún, el tacto de los
clavos, el contarlos, le proporcionaba un indescriptible placer.
Por las noches se imaginaba que sus primas iban a tomarse las medidas para los zapatos
y que él fabricaba las herraduras para estos o cortaba el material.

Con el tiempo empezaron a acometerle las escenas de zapatos también durante el día, y
sin que él lo buscara le provocaban erección y eyaculación. A menudo tomaba zapatos de
mujeres de la casa y con tocarlos con el pene ya tenía una eyaculación. Durante un
tiempo, en su época de estudiante, consiguió dominar estas ideas y deseos. Luego vino
una etapa en que se dedicaba a escuchar los pasos de las mujeres por la calle, con lo que
se estremecía de placer, igual que cuando veía poner clavos en las suelas de los zapatos
de señora o contemplaba los zapatos en los escaparates.

Se casó y durante los primeros meses de matrimonio estuvo libre de estos impulsos. Poco
a poco se fue volviendo histeropático y neurasténico.

En ese estadio bastaba para que le entraran ataques de histeria con que el zapatero le
hablara de clavos en zapatos de señora o de clavar las suelas de los zapatos de señora.
Mayor aún era la reacción cuando veía a una bella dama que llevaba zapatos con muchos
clavos. Para llegar a la eyaculación le bastaba con recortar suelas de zapatos de señora
en un cartón y clavetearlas. También compraba zapatos de señora y pedía que les
pusieran clavos en la tienda. Arañaba el suelo con ellos en casa y tocaba finalmente con
ellos la punta de su pene. Pero también se presentaban espontáneamente situaciones
libidinosas con zapatos en las que se satisfacía mediante la masturbación.

X. es por lo demás inteligente, aplicado en su oficio, pero lucha en vano contra sus deseos
perversos. Presenta fimosis; pene corto, de paredes convexas, sin ser plenamente capaz
de erección. Un día el paciente se puso a masturbarse ante una zapatería al ver una suela
de zapato de señora claveteada y fue condenado por ello (Blanche, Archives de
Neurologie, 1882, Nr. 22).

[Psychopathia sexualis, caso 75]

Caso 75: fetichismo de pies y zapatos

X., 34 años, casado, de padres neuropáticos, de niño sufrió severas convulsiones,


sorprendente precocidad intelectual (¡sabía leer ya con 3 años!), pero con un desarrollo
desequilibrado, nervioso desde la infancia, con 7 años empieza a sentir la necesidad de
manejar zapatos de mujer o los clavos de estos. La visión o, más aún, el tacto de los
clavos, el contarlos, le proporcionaba un indescriptible placer.

Por las noches se imaginaba que sus primas iban a tomarse las medidas para los zapatos
y que él fabricaba las herraduras para estos o cortaba el material.

Con el tiempo empezaron a acometerle las escenas de zapatos también durante el día, y
sin que él lo buscara le provocaban erección y eyaculación. A menudo tomaba zapatos de
mujeres de la casa y con tocarlos con el pene ya tenía una eyaculación. Durante un
tiempo, en su época de estudiante, consiguió dominar estas ideas y deseos. Luego vino
una etapa en que se dedicaba a escuchar los pasos de las mujeres por la calle, con lo que
se estremecía de placer, igual que cuando veía poner clavos en las suelas de los zapatos
de señora o contemplaba los zapatos en los escaparates.

Se casó y durante los primeros meses de matrimonio estuvo libre de estos impulsos. Poco
a poco se fue volviendo histeropático y neurasténico.

En ese estadio bastaba para que le entraran ataques de histeria con que el zapatero le
hablara de clavos en zapatos de señora o de clavar las suelas de los zapatos de señora.
Mayor aún era la reacción cuando veía a una bella dama que llevaba zapatos con muchos
clavos. Para llegar a la eyaculación le bastaba con recortar suelas de zapatos de señora
en un cartón y clavetearlas. También compraba zapatos de señora y pedía que les
pusieran clavos en la tienda. Arañaba el suelo con ellos en casa y tocaba finalmente con
ellos la punta de su pene. Pero también se presentaban espontáneamente situaciones
libidinosas con zapatos en las que se satisfacía mediante la masturbación.

X. es por lo demás inteligente, aplicado en su oficio, pero lucha en vano contra sus deseos
perversos. Presenta fimosis; pene corto, de paredes convexas, sin ser plenamente capaz
de erección. Un día el paciente se puso a masturbarse ante una zapatería al ver una suela
de zapato de señora claveteada y fue condenado por ello (Blanche, Archives de
Neurologie, 1882, Nr. 22).

[Psychopathia sexualis, caso 75]

Caso 76: fetichismo de pies y zapatos

(Dr. Pascal, Igiene dell’amore.) X., comerciante, de cuando en cuando, sobre todo cuando
hacía mal tiempo, le acometía el siguiente deseo: se ponía al habla con una prostituta
cualquiera y le pedía que le acompañara a una zapatería, donde le compraba el par de
botines de charol más hermoso que hubiera, con la condición de que se los calzara
inmediatamente. Tras esto, la mencionada tenía que pisar cuantos excrementos y charcos
encontrara por la calle para ensuciar las botas lo más posible. Una vez hecho esto, X.
llevaba a esa persona a un hotel. Apenas entraban a la habitación, se arrojaba a sus pies y
experimentaba un placer extraordinario restregando los labios por ellos. Una vez limpias
las botas por tal procedimiento, entregaba un dinero y seguía su camino.

[Psychopathia sexualis, caso 76]

Caso 77: fetichismo de pies y zapatos

Clérigo, 50 años. Se presenta de vez en cuando en prostíbulos con la excusa de alquilar


una habitación en la casa, entabla conversación con una puella, lanza miradas lascivas a
sus zapatos, le quita uno, osculatur et mordet caligam libidine captus; ad genitalia denique
caligam premit, eiaculat semem semineque eiaculato axillas pectusque terit, vuelve en sí
de un éxtasis carnal, le ruega a la dueña del zapato que le deje quedárselo unos días y se
lo devuelve después, dando las gracias amablemente, una vez transcurrido el tiempo
convenido. (Cantarano, “La Psichiatria”, V, p. 205) .

[Psychopathia sexualis, caso 77]

Caso 78: fetichismo de pies y zapatos

Estudiante Z., 23 años, procedente de familia con tara. La hermana era melancólica, el
hermano padeció hysteria virilis. El paciente era raro desde la niñez, presenta a manudo
indisposición hipocondriaca. Taed. vitae, se siente postergado. Durante una consulta por
“melancolía” encuentro un ser estrambótico, tarado, con síntomas de neurastenia e
hipocondria. La sospecha de masturbación se ve confirmada. El paciente realiza
interesantes revelaciones sobre su vita sexualis. A la edad de 10 años se sentía
poderosamente atraído por el pie de un compañero de clase. Con 12 años empieza a
sentir pasión por los pies de las damas. Le producía un sentimiento deleitoso recrearse en
su contemplación. Con 14 años empezó a masturbarse pensando para ello en un hermoso
pie de mujer. A partir de entonces empezó a sentir entusiasmo por los pies de su hermana,
3 años mayor que él. También los pies de otras damas, siempre que le resultaran
simpáticas, obraban sobre él un estímulo sexual. De la mujer solo le interesaba el pie. La
idea del contacto sexual con una mujer despertaba asco en él. Todavía no había intentado
nunca el coito. Con 12 años de edad dejó de sentir interés por el pie de individuos
masculinos. La forma en que se viste el pie femenino le es indiferente, lo decisivo es que la
personalidad le resulte simpática. La idea de disfrutar del pie de prostitutas le resulta
repugnante. Desde hace años está enamorado de los pies de su hermana. Le basta con
ver los zapatos de esta para que se despierte su sensualidad. Un beso, un abrazo de la
hermana no tiene este efecto. Lo más grande para él es tener entre sus manor el pie de
una mujer simpática, besarlo. Alcanza entonces inmediatamente la eyaculación bajo un
intenso sentimiento de placer. Ha sentido a menudo deseos de tocar sus genitales con un
zapato de la hermana, pero hasta ahora ha logrado controlar este deseo, sobre todo
porque desde hace 2 años (como consecuencia de una avanzada debilidad genital
irritativa) le basta con la visión del pie para eyacular. Los familiares explican que el
paciente tiene una “admiración ridícula” por los pies de su hermana, que esta le rehúye y
procura ocultar sus pies al paciente. El paciente percibe su perverso deseo sexual como
morboso y le hace sentirse mal el que sus sucias fantasías tengan por objeto precisamente
el pie de la hermana. Procura evitar la ocasión como puede, trata de aliviarse mediante la
masturbación, durante la cual, al igual que en las poluciones en sueños, se presentan en
su fantasía pies de mujer. Pero cuando el deseo se vuelve demasiado poderoso, no puede
resistirse a la contemplación del pie de la hermana. Inmediatamente después de la
eyaculación experimenta una intensa desazón por haber vuelto a ser débil. Su inclinación
por el pie de la hermana le ha costado innumerables noches en blanco. Se sorprende a
menudo de que todavía pueda tener afecto por su hermana. Aunque considera correcto
que esta le oculte los pies, a menudo le irrita el quedarse sin su polución por este motivo.
El paciente recalca que por lo demás es una persona decente, lo cual confirman sus
parientes.

[Psychopathia sexualis, caso 78]

Caso 79: fetichismo de pies y zapatos

S. es acusado de robo callejero en Nueva York. Entre sus ascendientes, numerosos casos
de demencia, también el hermano del padre y la hermana del padre son psíquicamente
anormales. Con 7 años dos fuertes conmociones cerebrales. Con 13 años caída desde un
balcón. A la edad de 14 años, S. sufrió fuertes dolores de cabeza en forma de ataques.
Durante estos ataques o inmediatamente después de ellos sentía el extraño impulso de
sustraer los zapatos (normalmente uno solo) de los miembros femeninos de la familia y
esconderlos en cualquier rincón. Cuando le pedían explicaciones, lo negaba o decía no
acordarse. El deseo de zapatos resultaba irresistible y se volvía a presentar cada 3-4
meses. Una vez intentó quitarle del pie un zapato a una criada, otra vez le robó un zapato
a su hermana de su habitación. En primavera les quitaron a dos damas los zapatos de los
pies en plena calle. En agosto S. salió temprano de su casa para acudir a su trabajo de
impresor de libros. Momentos después le quitó un zapato a una joven en la calle, huyó,
llegó corriendo a la imprenta y fue detenido allí por asalto callejero. Afirmó no saber gran
cosa de los hechos: al ver los zapatos le vino como un relámpago la idea de que los
necesitaba, sin saber para qué. Actuó de manera irreflexiva. Le encontraron el zapato en la
chaqueta, como se había denunciado. Con las prisas estaba tan excitado psíquicamente
que temía sufrir un ataque de locura. Una vez en libertad, le robó a su mujer nuevamente
los zapatos mientras esta dormía. Su carácter moral, su forma de vida eran intachables.
Era un trabajador inteligente, tan solo tareas irregulares que se sucedieran rápidamente le
producían confusión y le impedían trabajar. Fue absuelto. (Nichols, Americ. J. J. 1859;
Beck, Medical jurisprud. 1860 vol. I, p. 732).

[Psychopathia sexualis, caso 79]

Caso 80: masoquismo, coprolagnia

Masoquismo. Coprolagnia. Z., 52 años, de clase social elevada, padre tísico, familia
supuestamente sin tara, desde siempre nervioso, hijo único, asegura haber sentido una
extraña excitación ya desde los 7 años al ser espectador por casualidad de cómo las
criadas de la casa se quitaban zapatos y medias para limpiar las habitaciones. En una
ocasión le pidió a una de las muchachas que antes de ponerse a fregar le enseñara las
suelas de los zapatos y hasta los dedos de los pies. Cuando empezó a ir a la escuela y a
leer libros, se veía atraído por lecturas en las que se describían crueldades refinadas,
torturas, sobre todo cuando se ejecutaban por orden de mujeres. Devoraba novelas sobre
esclavitud, servidumbre, etc. y experimentaba tal excitación sexual con estas lecturas que
empezó a masturbarse. Pero sobre todo le excitaba la idea de ser esclavo de alguna joven
y hermosa dama de su entorno, tras un largo paseo con ella poder pedes lambere,
praecipue plantus et spatia inter digitos. Se imaginaba a la dama en cuestión muy cruel, se
representaba en su fantasía cómo esta se regodeaba en las torturas y flagelaciones que le
imponía. Se masturbaba deleitándose en estas fantasías. Con 15 años se le ocurrió hacer
que un caniche le lamiera los pies mientras se entregaba a estas fantasías. Un día observó
cómo una hermosa criada de la casa dejaba que ese caniche le lamiera los dedos de los
pies mientras leía. Esta visión produjo en Z. erección y eyaculación. Convenció entonces a
la muchacha de que se dejara lamer los pies por el caniche a menudo en su presencia.
Finalmente ocupó él el puesto del caniche, eyaculando cada vez que lo hacía. Entre los 15
y los 18 años estuvo interno, por lo que carecía de ocasión para tales prácticas. Se
limitaba a excitarse cada par de semanas con la lectura de atrocidades cometidas por
mujeres, imaginándose que a una de estas mujeres crueles tenía que digitos pedum
sugere, con lo que lograba la eyaculación, acompañada de un intenso placer. Los
genitales femeninos nunca presentaron el más mínimo interés para él, como tampoco se
sentía atraído sexualmente por los hombres. Ya de adulto acudía a puellas y practicaba el
coito con ellas, después de haberles practicado succio pedum. También hacía esto inter
actum y hacía que la puella le contase con qué martirios le atormentaría hasta la muerte si
no le dejaba los dedos de los pies bien limpios a base de lametazos. Z. asegura haber
alcanzado su objetivo infinitas veces y que esta succio resultaba muy agradable para las
personas implicadas. Los pies de damas educadas, oprimidos y deformados por zapatos
estrechos, que llevaran varios días sin lavar, tenían para él un especial atractivo, pero solo
le gustaba “la fina película natural que se forma con damas limpias y educadas”, también
el desteñido de las medias. Los pies sudados, en cambio, solo le excitaban en su fantasía,
pero en la realidad le repugnaban. También las “atroces torturas” existían para él
solamente en la fantasía, como medio para excitarse; en la realidad le horrorizaban y
nunca intentó ponerlas en práctica. Aun así desempeñaban un papel destacado en su
fantasía y nunca dejaba de instruir a las mujeres con las que simpatizaba y con las que
mantenía una relación masoquista sobre cómo debían escribirle cartas amenazadoras
(que él les encargaba e inspiraba). Presentaré aquí el contenido de una de esas cartas,
procedente de una colección que Z. puso a mi disposición, pues en ella se encierra la
totalidad del pensamiento y sentimiento de este masoquista: “Lambitor sudoris pedum
meorum!” “Me imagino con placer el momento en que me lamerá usted los dedos de los
pies, sobre todo después de un largo paseo… próximamente recibirá un retrato de mi pie.
Me embriagará como néctar el que usted lama el sudor de mis pies. Y si no quiere, le
obligaré, le azotaré como al más bajo de mis esclavos. Tendrás que ver cómo alius
favoritus sudorem pedum mihi lambit, mientras que tú gimoteas como un perro bajo los
latigazos de los sirvientes. Te declararé libre como un pájaro; me producirá una cruel
alegría verte sufrir, exhalando tu alma en medio de los más espantosos tormentos,
lamiéndome los pies en plena agonía… Me desafía usted a ser cruel —bien, le aplastaré
como a un gusano… Me pide una de mis medias. La llevaré más tiempo del que suelo,
pero exijo que la bese, la lama y que ponga en remojo la parte del pie y se beba luego el
agua. Si no hace todo lo que exige mi deseo, le castigaré con la fusta. Exijo obediencia
incondicional. De lo contrario le haré azotar con látigos, le haré andar por una era con el
suelo lleno de pinchos de hierro, o haré que le den de bastonazos y después le arrojaré a
la jaula de los leones y me deleitaré contemplando cómo saborean su carne las fieras”.

A pesar de esta palabrería ridícula, encargada por él mismo, Z. tiene en gran estima esta
carta como medio para el objetivo de satisfacer una sexualidad perversa. Según asegura,
su abominación sexual, que considera una anomalía congénita, no le parece antinatural,
aunque no le queda más remedio que admitir que despierta la repugnancia de las
personas normales. Por lo demás es una persona honesta y de delicados sentimientos,
pero sus reparos estéticos (por otra parte, pequeños) se ven superados con creces por el
placer que obtiene al satisfacer sus perversos deseos.

Z. me dio acceso a su correspondencia con el representante literario del masoquismo:


Sacher-Masoch.

Una de estas cartas, fechada en el año 1888, tiene como emblema la imagen de una mujer
de generosas formas, con expresión masculina, medio cubierta con una piel y con una
fusta en la mano, como si se estuviera preparando para azotar. Sacher-Masoch afirma que
“la pasión de interpretar el papel de esclavo” está muy extendida, sobre todo entre
alemanes y rusos. En la carta se cuenta la historia de un distinguido ruso a quien le
gustaba que varias mujeres hermosas le ataran y azotaran. Un día encontró su ideal
(sádico) personificado de tal manera en una hermosa joven francesa que se llevó a esta
consigo a su país.

Según Sacher-Masoch, había una dama danesa que no le concedía a ningún hombre sus
favores si antes no se dejaba tratar como su esclavo durante algún tiempo. Amantes
coagere solebat, ut ei pedes et podicem lambeant. Hacía encadenar y azotar a sus
amantes hasta que la obedecían lambendo pedes. Una vez dejó al esclavo atado a los
postes de su cama con dosel y le hizo ser testigo de cómo le concedía a otro su más
precioso favor. Después de que este los dejara, el esclavo amarrado fue azotado por las
sirvientas hasta que accedió a lambere podicem dominae.

Si estas informaciones fueran verdaderas, lo que tampoco se puede creer sin más
viniendo de un poeta del masoquismo, constituirían valiosos testimonios de sadismus
feminarum. En cualquier caso, son ejemplos psicológicamente interesantes de la
idiosincrasia de los pensamientos y sentimientos masoquistas (observación propia,
Zentralblatt für die Krankheiten der Harn- und Sexualorgane IV. 7).

[Psychopathia sexualis, caso 80]

Caso 81: masoquismo, coprolagnia

Señor Z., 24 años, funcionario procedente de Rusia, desciende de madre neuropática y


padre psicopático. Z. es persona inteligente, sensible, de constitución normal, de aspecto
agradable y buenas maneras; no ha sufrido enfermedades de gravedad. Afirma haber sido
nervioso desde la infancia, al igual que su madre; tiene un ojo neuropático y sufre
últimamente afecciones cerebral-asténicas. Lamenta con amargura una perversión de la
vita sexualis que a menudo le desespera, le arrebata toda la estima de sí mismo y puede
bastar para empujarle al suicidio.

La pesadilla que le oprime es un deseo antinatural por mictio mulieris in os suum, que se
presenta con bastante regularidad cada 4 semanas. Preguntado por el origen de esta
perversión, relata los siguientes hechos, que resultan interesantes por su importancia para
la génesis. Cuando tenía 6 años, ocurrió por casualidad que, en una escuela mixta de
chicos y chicas, tocó a una niña que estaba sentada a su lado cum manu sub podicem.
Experimentó con ello una sensación de gran placidez y repitió esta acción alguna otra vez
con idéntico éxito. El recuerdo de tales situaciones agradables desempeñó a partir de
entonces un cierto papel en su fantasía.

Puerem decem annorum serva educatrix libidine mota ad corpus suum appresit et digitum
ejus in vaginam introduxit. Quum postea fortuitu digito nasum tetigit, odore ejus valde
delectatus fuit.
A partir del delito deshonesto cometido con él por la mujer, se desarrolló en él la fantasía,
acompañada de cierto sentimiento libidinoso, estando atado, inter femora mulieris
cumbere, coactus ut dormiat sub ejus podice et ut bibat ejus urnam.

A partir de los 13 años de edad, estas fantasías desaparecen por completo. Con 15 años
primer coito, con 16 años el segundo, perfectamente normal y sin fantasías de este tipo.

Deficiente pecunia et magna libidine perturbatus masturbatione eam satiabat.

Con 17 años se presentaron nuevamente las fantasías perversas. Cada vez iban siendo
más intensas y a partir de este momento el combate contra ellas era en vano.

Con 19 años sucumbió a tales impulsos. Quum mulier quaedam in os ei minxit, maxima
voluptate effectus est. A continuación practicaba el coito con la mujer venal. Desde
entonces empezó a presentarse regularmente cada 4 semanas el deseo de repetir esta
situación.

Una vez satisfecho su perverso deseo, se avergonzaba de sí mismo y experimentaba una


gran repugnancia. Solo excepcionalmente llegaba a la eyaculación con ello, pero
experimentaba una potente erección y orgasmo y si no había llegado a la eyaculación se
satisfacía seguidamente mediante el coito.

En los intervalos que mediaban entre estos impulsos, que se presentaban de forma
impulsiva y desproporcionada, se sentía libre por completo de tales pensamientos
perversos, pero también de masoquismo ideal. Tampoco se daban relaciones fetichistas.
La libido, moderada, se presenta a intervalos y es satisfecha de manera normal, sin que
aparezca el conjunto de fantasías perversas. Le sucedió en repetidas ocasiones que se le
presentara el impulso de repetir el acto perverso y tuviera que hacer un desplazamiento de
varias horas desde el campo a la capital para gozar de él.

El enfermo, persona sensible a la que su deseo morboso causaba repugnancia, intentó en


repetidas ocasiones resistirse a este impulso, pero todo fue en vano porque le acometía un
penoso desasosiego, miedo, temblores e insomnio que acababan por hacerse
insoportables y tenía que librarse de esta tensión psíquica a cualquier precio mediante la
satisfacción liberadora de su impulso. Esto se lograba inmediatamente llevándolo a la
práctica, pero acto seguido se presentaban de nuevo los reproches y el desprecio de sí
mismo hasta llegar a un preocupante taedium vitae. Como consecuencia de estas luchas
espirituales, el desdichado padece últimamente una importante neurastenia y se queja de
pérdidas de memoria, distracción, incapacidad espiritual, presión en la cabeza. Su última
esperanza es que la ciencia médica logre liberarle de su espantoso deseo y rehabilitarle
moralmente ante sí mismo.

Epicrisis: con 6 años, sentimiento libidinoso asociado a un acto indiferente en sí para un


individuo de su edad.

Con 10 años, percepción de olores acompañada de placer y, en cualquier caso, perversa.

Desarrollo de fantasías masoquistas hasta entonces latentes con un especial impulso


directivo derivado de impresiones perversas recibidas con 6 y 10 años. Intermisión
mediante coito normal.

Nuevo despertar de la perversión sexual por abstinencia y masturbación, quizás también


por influjo de la pubertad.
Esta sigue presente a partir de entonces como coprolagnia impulsiva que se manifiesta
periódicamente, acompañada de placer (cuando el centro eyaculatorio es suficientemente
excitable) y que resulta equivalente al coito.

Vita sexualis normal a intervalos.

Perdí al paciente de vista. A finales de 1893 reapareció un día muy alterado y se lamentó
de que una vida así era insoportable. Dice soportar los tormentos de una lenta effeminatio,
haber perdido todo control sobre sí mismo, ser esclavo de un deseo repugnante que le
acomete frecuentemente, le obliga a satisfacerlo y después le deja arrepentimiento,
vergüenza y desdicha. Asegura que lleva siempre un revólver consigo (y así es), pero que
es demasiado cobarde para pegarse un tiro y que les ha pedido en vano a prostitutas que
le hagan ese favor. Me dice que soy su última esperanza. Tengo que liberarle de su
repulsivo impulso mediante la hipnosis o, si esto no tiene éxito, dormirle con gas de la risa
y no dejar ya que se despierte nunca más. Un intento de hipnosis realizado con este
desdichado tiene éxito. Al cabo de 3 semanas viene a verme de nuevo porque ha recaído.
Durante 20 días se ha sentido completamente libre, como si hubiera entrado en él “un
segundo yo, mejor”, que combatiera con éxito al primero. Como consecuencia de la
abstinencia sexual y de un sueño masoquista recayó anteayer y desde entonces, es decir,
en dos periodos de 24 horas, ha hecho que le depositen 25 veces mictio aut defaectio in
os, con extremado placer, pero sintiendo acto seguido repugnancia. El acto de coprolagnia
le satisface, cuando llega a la eyaculación, exactamente igual que el coito. Solamente 4
veces, defic. ejaculatione, se ha visto obligado a practicar el coito al final.

Una nueva sesión de hipnotismo le proporciona al paciente siete meses de calma.

Tras un nuevo paroxismo volvió lleno de pesar.

Tras una tercera sesión no he vuelto a verle y me temo que finalmente ha reunido el valor
para poner fin a su triste existencia. No es posible saber si la continuación del tratamiento
sugestivo hubiera podido salvarle.

[Psychopathia sexualis, caso 81]

Caso 82: masoquismo, coprolagnia y fetichismo de botas

Masoquismo, coprolagnia y fetichismo de botas (proceso en el tribunal de distrito de Z.).

X., 30 años, se apasiona por los pies pequeños y delicados de las damas. Un día visita a
dos puellae publ. en un domicilio privado para divertirse. Comenta que le gusta el olor de
los zapatos recién cepillados, tras lo cual una de las muchachas se pone un par, que él
huele. A continuación él le pide a ella que le escupa en la cara y que se escupa también en
los zapatos, tras lo cual él chupa la saliva. Después de esto le pide a ella que se saque los
mocos de la nariz y se los meta a él en la boca. También hizo que le embetunaran los
órganos sexuales, se desnudó, hizo que le atasen el cordón de un zapato en el pene y que
le llevaran así a cuatro patas por la habitación, durante lo cual las muchachas tenían que
frotarle con un manojo de ramas hasta hacerle sangre; quería que le “domaran”. Las
mujeres tenían además que lanzarle todos los insultos posibles. Mientras él estaba así
tirado en el suelo, tenían que subirse encima de él, darle patadas y atormentarle de todas
las formas imaginables. Por último les pidió que hicieran sus necesidades en su boca, a lo
que ellas se negaron. Durante estos actos se produjo effusio seminis. Cuando le
preguntaron cómo es que hacía esas cosas, explicó que llevaba un año sin tocar a una
mujer y ahora le apetecía de nuevo divertirse un poco. Dijo que el gusto por los pies
bonitos lo tenía desde la escuela y que las anomalías en las relaciones sexuales le venían
de la lectura de libros franceses.
[Psychopathia sexualis, caso 82]

Caso 83: masoquismo, fetichismo, coprolagnia

B., 31 años, funcionario, procede de familia con antecedentes neuropáticos, desde niño
era nervioso, endeble, padecía temores nocturnos. Con 16 años tuvo la primera polución.
Con 17 años se enamoró de una francesa de 28 no muy agraciada. Tenían especial
interés para él sus zapatos. En cuanto tenía ocasión de hacerlo sin que nadie se diera
cuenta, los cubría de besos y se estremecía de placer con ello. No llegaba a la eyaculación
durante estas escenas con zapatos. B. asegura que por aquel entonces aún no tenía ni
idea de la diferencia de sexos. Su admiración por los zapatos resultaba un enigma para él
mismo. A partir de los 22 años practicaba el coito aproximadamente una vez al mes. B.,
aunque era libidinoso, se sentía siempre totalmente insatisfecho espiritualmente al hacerlo.
Un día encontró a una hetera que le causó una extraña impresión por su orgullosa actitud,
sus fascinantes ojos, su ser desafiante. Era como si tuviera que arrojarse al suelo ante
esta soberbia criatura, besarle los pies y seguirla como un perro o esclavo. Especialmente
le impresionó el “majestuoso” pie con su zapato de charol. La idea de servir como esclavo
a una mujer así le hizo estremecerse de placer. Esa noche no pudo domir pensando en
ello, y mientras yacía boca abajo besando en su fantasía los pies de esta mujer, tuvo una
eyaculación. Como B. era tímido por naturaleza, no confiaba demasiado en su potencia y
además sentía repulsión hacia las meretrices, se sirvió en adelante de su descubrimiento
de la masturbación psíquica para satisfacerse y renunció por completo a tener verdaderas
relaciones con las mujeres. Durante esta satisfacción solitaria pensaba en el magnífico pie
de la soberbia mujer, a cuyo recuerdo óptico se asoció con el tiempo la fantasía olfativa de
un pie o zapato de dama. En sus éxtasis eróticos nocturnos cubría el imaginario pie de
mujer con innumerables besos. En sueños eróticos seguía a autoritarias mujeres. Llovía.
La dómina se levantaba mucho el vestido, él “veía el dulce pie, sentía casi su forma
elástica, blanda y, sin embargo, firme y cálida, veía un trozo de pantorrilla cubierto por una
media de seda roja”; llegaba entonces por lo general a la polución. Era todo un placer para
B. salir a dar vueltas por la calle mientras llovía para ver así sus sueños hechos realidad; si
lo conseguía, la persona en cuestión se convertía en objeto de sus sueños y fetiche de sus
actos de masturbación psíquica. Para potenciar la ilusión de estos últimos, se le ocurrió
ponerse en la nariz su propio calcetín impregnado de la secreción de sus pies. Con este
auxilio, su fantasía casi adquiría realidad en la culminación del éxtasis: estaba embriagado
por el olor del imaginario pie de dama, que con intenso deseo besaba, chupaba y mordía
hasta que por fin se producía la eyaculación. Pero concurrían también en el sueño o en el
éxtasis libidinoso imágenes genuinamente masoquistas, por ejemplo, “la soberbia mujer,
apenas cubierta y con un látigo en la mano, estaba en pie ante él, mientras que él, como
esclavo, se arrodillaba en tierra ante ella. Ella empezaba a asestarle latigazos, le plantaba
el pie en el cuello, en la cara, en la boca, hasta que accedía a secretum inter digitos nudos
pedis ejus bene olens exsugere”. Para completar la ilusión utilizaba propria secreta pedum
llevándoselas a la nariz. Durante este éxtasis experimentaba un delicioso aroma, mientras
que fuera del paroxismo encontraba sudorem proprium non bene olentem. Durante largo
tiempo, estos fetichismos se vieron desplazados por fetichismo de podex, para lo que B.
recurría en ayuda de su ilusión a unas bragas y stercus proprium naribus appositum. A
esto le siguió una época en que su fetiche era cunnus feminae y en que practicaba
cunnilingus ideal. Se ayudaba para ello con trozos de la zona axilar de un corpiño de punto
de señora, medias, zapatos de la misma proveniencia. Tras 6 años, al aumentar la
neurastenia y paralizarse la fantasía (?), B. perdió la capacidad para este tipo de onanismo
ejecutado psíquicamente y se convirtió en masturbador normal. Así siguió durante varios
años. El progreso de su neurastenia precisó un tratatamiento en un balneario. Durante su
convalecencia, B. conoció a una joven que respondía a sus sentimientos masoquistas,
consumó finalmente el coito con auxilio de situaciones masoquistas y se sintió satisfecho.
Pero a partir de entonces se reavivaron sus viejas fascinaciones fetichistas y deseos
masoquistas y en la satisfacción de estas apetencias B. halló, con diferencia, más placer
que en el coito, al que se había prestado únicamente honoris causa y como episodio de las
mencionadas abominaciones. El fin de esta cínica existencia sexual fue… el matrimonio,
por el que se decidió B. tras abandonarle su amante. B., que ya es padre de familia,
asegura que procede con su esposa como con aquella y que tanto él como ella están
satisfechos (!) con esta forma de relaciones conyugales (Zentralblatt für Krankheiten der
Harn – und Sexualorgane, VI, 7).

Se han de incluir aquí también varios casos de Cantarano I. c. (mictio, en otro caso incluso
defaecatio puellae ad linguam viri ante actum), degustación de dulce con olor a heces para
ser potente; así como el siguiente caso, que me fue comunicado por un médico:

Un príncipe ruso completamente decrépito hacía que su amante se le sentara encima


dándole la espalda y defecara sobre su pecho, siendo esta la única manera en que todavía
se excitaban los restos de su libido.

Otro mantiene a una amante de forma insólitamente espléndida con la obligación de comer
únicamente mazapán. Ut libidinosus fiat et eiaculare possit excrementa feminae ore excipit.
— Un médico brasileño me contó varios casos de defaecatio feminae in os viri de los que
había tenido conocimiento.

Casos de este tipo se dan por todas partes y no son precisamente escasos. Todas las
secreciones posibles, saliva, mocos, incluso el cerumen se utilizan a este propósito, se
ingieren con ansia, se dan oscula ad nates e incluso ad anum. (El Dr. Moll op. cit. p. 135
informa de esto mismo a propósito de personas de sexualidad contraria). El perverso
deseo de realizar activamente el cunnilingus, que está muy extendido, podría también
tener a menudo su origen en tales impulsos.

Se ha de incluir aquí probablemente el horrendo caso de Cantarano (“La Psichiatria”, año.


V, p. 207), en el que el coito va precedido de morsus et succio de los dedos de los pies de
la puella, que debían llevar sin lavar el mayor tiempo posible, también un caso análogo del
que yo mismo daba cuenta en la 8.ª edición de este libro (caso 68).

Stefanowski (Archives de l’Anthropologie criminelle, 1892, vol. VII) conoce a un anciano


comerciante ruso qui valde delectatus fuit bibendo ea quae puellae lupanarii jusso suo in
vas spuerunt.

Neri, Archiv. delle psicopatie sessuali, p. 108: trabajador de 27 años, con importantes
taras, con tic en la cara, fobias (sobre todo, agorafobia) y aquejado de alcoholismo.
Summa ei fit voluptas, si meretrices in os eius faeces et urinas deponunt. Vinum supra
corpus scortorum effusum defluenz ore ad meretricis cunnum adposito excipit. Valde
delectatur, si sanguinem menstrualem ex vagina effluentem sugere potest. Fetichista de
guantes de señora y botines, osculatur calceos sororis, pedes cuius sudore madent. Libido
eius tum demum maxime satiatur, si a puellis insultatur, immo vero verberatur, ut sanguis
exeat. Dum verberatur, genibus nixus veniam et clementiam puellae expetit, deinde
masturbare incipit.

[Psychopathia sexualis, caso 83]

Caso 84: masoquismo, coprolagnia

W., 45 años, con tara, se daba a la masturbación ya con 8 años. A decimo sexto anno
libidines suas bibendo recentem feminarum urinam satiavit. Tanta erat voluptas urinam
bibentis ut nec aliquid olfaceret nec saperet, haec faciens. Después de beber sentía
siempre asco y malestar, y hacía propósito de abstenerse de ello en el futuro. Una única
vez experimentó el mismo placer bebiendo la orina de un muchacho de 9 años con el que
había practicado una fellatio. El paciente sufre trastorno mental epiléptico. (Pelanda,
Archivo di Psichiatria X, fasc. 9-4).
Se han de mencionar aquí, asimismo, algunos casos antiguos que ya Tardieu (Etude
médico-legale sur les attentats aux moeurs, p. 206) observó en personalidades seniles.
Presenta como “renifleurs” “qui in secretos locos nimirum theatrorum posticos
convenientes quo complures feminae ad micturiendum festinant, per nares urinali odore
excitati, illico se invicem polluunt”.

Un caso único a este respecto son los “stercoraires”, a los que se refiere Taxil (La
prostitution contemporaine).

Eulenburg da noticia de hechos verdaderamente monstruosos en Zülzer, Klin. Handbuch


der Harn- und Sexualorgane, IV, p. 47.

[Psychopathia sexualis, caso 84]

Caso 85: masoquismo femenino

Señorita X., 21 años, desciende de madre morfinómana fallecida hace unos años de una
enfermedad nerviosa. El hermano de esta mujer es también morfinómano. Uno de los
hermanos de la joven es neurasténico; otro, masoquista (desea que damas distinguidas y
orgullosas le asesten bastonazos). La señorita X. nunca ha estado enferma de gravedad,
sufre tan solo dolores de cabeza ordinarios. Se considera físicamente sana, aunque se
tiene a veces por loca, a saber, cuando se le presentan las fantasías que se describen a
continuación.

Desde su más temprana juventud se imagina que la castigan y la azotan. Se regodea


literalmente en semejantes ideas. Su deseo más anhelado consiste entonces en ser
golpeada reciamente con un bastón.

Dice que este deseo surgió a raíz de que un amigo de su padre, cuando ella tenía 5 años,
se la puso encima de las rodillas y la azotó en broma. Desde entonces deseaba que se
presentara la ocasión de ser azotada, aunque, muy a su pesar, no se cumplía este deseo.
En sus fantasías se representa a sí misma desvalida, atada. Las palabras “bastón” y
“azotar” producen en ella una poderosa excitación. Únicamente ha comenzado a poner sus
ideas en relación con el sexo masculino desde hace un año aproximadamente. Antes de
eso se imaginaba una maestra severa o simplemente una mano que la castigaba.

Ahora desea ser la esclava de un hombre al que ame; desea besarle los pies mientras la
azota.

La dama no sabe que estos sentimientos son de índole sexual.

Algunos fragmentos de sus cartas resultan característicos en el sentido de una


interpretación masoquista del caso:

“Antes pensaba seriamente en meterme en el manicomio si no conseguía librarme de


estas fantasías. Esto se me ocurrió al leer la historia del director de una institución mental
que había azotado a una dama con bastón y fusta después de sacarla de la cama tirándole
de los pelos. Esperaba que me trataran a mí así también en una institución de ese tipo, así
que inconscientemente me representaba mis fantasías con hombres. Pero sobre todo me
gustaba imaginarme que me azotaban despiadadamente enfermeras groseras e incultas”.

“Pienso que estoy tumbada ante él y me pone un pie en la nuca mientras que yo beso el
otro. Me deleito en tal idea, en la que no me golpea, pero varía mucho, y me imagino
escenas completamente diferentes en las que me golpea. A veces pienso que los golpes
son muestras de amor: él es muy bueno y cariñoso conmigo y a continuación me golpea
por un exceso amoroso. Me imagino que su máximo deseo es golpearme por puro amor.
Muchas veces he soñado también que soy un esclavo —es extraño, pero nunca una
esclava—. Así, por ejemplo, me he imaginado que él es Robinsón y yo el salvaje que le
sirve. Contemplo a menudo el dibujo en el que Robinsón le pone el pie en la nuca al
salvaje. Ya tengo una explicación para la fantasía mencionada arriba: me imagino a la
mujer en general como baja, inferior al hombre; aunque por lo demás tengo mucho orgullo
y no me dejo dominar a ningún precio, por eso me veo como hombre (que por naturaleza
es orgulloso y está por encima), la humillación ante el hombre amado es así mayor.
También me he imaginado que soy su esclava; pero no me bastaba, al fin y al cabo,
cualquier mujer vale para servir a su hombre como esclava”.

[Psychopathia sexualis, caso 85]

Caso 86: masoquismo femenino

Señorita de X., 35 años, de familia con graves taras, se encuentra desde hace varios años
en el estadio inicial de una paranoia persecutoria. Esta se deriva de una neurastenia
cerebro-espinal, cuyo origen reside en una sobreexcitación sexual. La paciente venía
dándose al onanismo desde los 24 años. Una expectativa de matrimonio no consumada y
una intensa excitación sensual la condujeron a la masturbación y al onanismo psíquico. La
inclinación hacia personas del propio sexo no se dio nunca. La paciente afirma: “Con 6-8
años experimenté por primera vez el deseo de ser azotada. Nunca había recibido golpes ni
presenciado cómo alguien era azotado, así que no me explico cómo fui a dar en tan
extraordinario deseo. No me queda más remedio que pensar que me es innato. Estas
fantasías de azotes me producían una sensación verdaderamente deliciosa y me pintaba
en mi fantasía lo hermoso que sería que me azotara una amiga. Me deleitaba en esta idea
sin intentar nunca poner en práctica mis fantasías, que desaparecen a partir de los 10
años de edad. Hasta que no leí las “Confesiones” de Rousseau, con 34 años, no tuve claro
lo que significaba este deseo mío de ser azotada y que se trataba en mi caso de las
mismas fantasías morbosas que en el de Rousseau. Desde que tenía 10 años no he vuelto
a sentir impulsos de este tipo”.

Epicrisis. Este caso, por su carácter originario y por la referencia a Rousseau, se ha de


considerar con seguridad como un caso de masoquismo. El que sea a una amiga a quien
se representa azotando en esta fantasía se explica sencillamente porque los deseos
masoquistas se presentan aquí en la conciencia infantil antes de que la vita sexualis
psiquica esté desarrollada y antes de que aparezca el impulso hacia el hombre. Queda
descartado aquí expresamente el sentimiento sexual contrario.

[Psychopathia sexualis, caso 86]

Caso 87: masoquismo femenino

Uno de los médicos del Hospital General de W. entró en contacto con una puella que, al
parecer, había tomado como objetivo a los médicos del hospital. Durante el encuentro con
este señor, ella estaba entusiasmada de tener ante sí a un médico y le pidió que
procediera como si le estuviera haciendo un reconocimiento ginecológico. Ella se resistiría,
pero él no tenía que hacer caso, sino mandarle que se estuviera quieta y no dar su brazo a
torcer. X. accedió a sus deseos y todo ocurrió como había pedido la puella. Ella se resistió
—con lo que iba entrando en un estado de excitación sexual cada vez más intenso—,
ofreció la mayor resistencia posible y, cuando el médico se iba a retirar, le pidió que no lo
dejara. Estaba claro que el único fin de aquella situación era provocarle el mayor grado
posible de orgasmo, lo que también se consiguió. Cuando el médico rechazó consumar el
coito, ella se enfadó, ofreció venir de nuevo y se negó a aceptar dinero. X. me expresó su
convencimiento de que el orgasmo no fue provocado por el tastus genitalem sino por la
violencia, con la que se pretendía que el efecto de un equivalente del coito se sumase al
de la violación. Se trataba aquí sin duda de una manifestación que se ha de encuadrar en
el terreno del masoquismo femenino.

[Psychopathia sexualis, caso 87]

Caso 88: masoquismo femenino, homosexualidad

Señorita X., 26 años, con tara. Desde los 6 años de edad cunnilingus mutuus, desde
entonces hasta los 17, deficiente occasione, masturbación solitaria. Desde entonces hasta
ahora, cunnilingus con diversas amigas, en el cual unas veces fue activa y otras, pasiva, y
siempre tuvo sensación de eyaculación. Desde hace años, también coprolagnia. Maxime
delectata fuit lambendo anum feminarum amatarum, lambendo sanguinem menstrualem
amicae. El mismo efecto tenían verbera amicae delectae nudae robustae ad nates. La idea
de practicar coprolagnia in corpore viri le resultaba repugnante. La satisfacción mediante
cunnilingus viri solo era posible si en su fantasía sustituía vir por femina. Coitus cum viro
no la excitaba. Los sueños eróticos eran exclusivamente homosexuales y giraban
alrededor del cunnilingus activo o pasivo. Inter osculationem mutuam maximam offert
voluptatem morsus consortis, sobre todo en el lóbulo de la oreja, hasta llegar incluso al
dolor y la hinchazón de esta parte del cuerpo.

X. tuvo desde siempre inclinaciones masculinas, le gustaba presentarse como hombre


entre hombres. Ya con 10-15 años trabajaba en la fábrica de cerveza de un pariente y le
gustaba hacerlo con pantalones y un delantal de cuero. Es inteligente, bondadosa, se
siente perfectamente feliz con su perversa existencia homosexual. Fuma mucho, le gusta
beber cerveza, tiene laringe femenina (Dr. Flatau), resulta llamativo el escaso desarrollo
mamario. Sus manos y pies son grandes (Dr. Moll, intern. Zentralbl. f. Physiol. und Patol.
der Harn- und Sexualorgane IV, 3).

[Psychopathia sexualis, caso 88]

Caso 89: masoquismo y sadismo

Señor X.: “La primera manifestación de mi impulso sexual se remonta a la edad de 13


años. Debido a mi pereza, me amenazaron —aunque no fuera en serio— con ponerme de
aprendiz. Un día empecé a pintarme en mi fantasía el oficio de aprendiz de albañil: cómo
sudaba por el esfuerzo mientras trajinaba vestido con una ropa de trabajo ligera; cómo los
chicos mayores, que eran mis superiores, me cargaban de trabajo, se burlaban de mí y me
imponían castigos físicos. Estas fantasías producían en mí una sensación que hoy
reconozco como libidinosa. Me imaginaba que me castigaban presionándome en las zonas
erógenas que rodean al ano y así tuve mi primera eyaculación. Este fenómeno me resultó
totalmente incomprensible; hasta entonces yo solo había visto en el pene una vía para
expulsar la orina, y tenía una idea más bien oscura o más bien ninguna idea sobre la
reproducción humana, por lo que no sabía qué pensar de aquel líquido que había surgido
repentinamente. Lo llamé “leche de chico” y no veía en su expulsión maldad alguna sino
tan solo un curioso incidente que me propuse investigar. Describo esto tan detalladamente
para poner de relieve que mi onanismo se desarrolló por puro instinto, sin ser incitado a
ello y sin que hubiera mala voluntad por mi parte. No tardé en descubrir en los días
siguientes que la eyaculación se lograba más fácilmente manipulando el pene con las
manos. Como el sentimiento libidinoso que experimentaba con ello resultaba placentero y
yo no veía en ese acto nada que no fuera la satisfacción de un placer natural (como el
olfato, por ejemplo), el onanismo pronto se convirtió en costumbre.

En la línea de lo ocurrido en la primera ocasión, las fantasías que lo acompañaban eran


siempre de índole perversa. Tras la lectura de su libro, he de considerar esta anomalía
como una mezcla de sadismo y masoquismo acompañada de fetichismo y complicada de
homosexualidad, y la única causa que se me ocurre es la excitación del impulso sexual
antes de recibir una preparación al respecto. Cuando finalmente, con más de 17 años de
edad, fui a dar en una enciclopedia con la historia natural de la humanidad debidamente
explicada, era ya demasiado tarde, puesto que mi impulso sexual se había corrompido por
efecto de los numerosos actos de onanismo.

Voy a intentar dar una idea de las fantasías que solían dar pie a mi onanismo.

El objeto de mis fantasías eran siempre chicos de entre 10 y 16 años, la edad en que
empiezan a desarrollarse la inteligencia y la belleza corporal, pero solo mientras llevaban
pantalones cortos. Estos eran imprescindibles. Todo chico conocido cuya contemplación
en los años de los pantalones cortos me hubiera excitado pasaba a dejarme totalmente frío
en cuanto empezaba a ponerse pantalones largos. Aunque yo no demostrara excitación
alguna, literalmente me iba detrás del primer pantalón corto que se me cruzara por la calle,
igual que otros se van detrás de unas faldas. Este impulso era universal. Yo me gustaba a
mí mismo igual que mis colegas, que lo mismo podían ser mendigos descalzos y
andrajosos que príncipes. Si se me pasaba un día sin ver a nadie que pudiese convertirse
en objeto adecuado para mi fantasía, imaginaba todo tipo de figuras ideales y, cuando me
hice mayor, me veía a mí mismo otra vez en la edad crítica, vestido con los atavíos a los
que respondía mi impulso, y envuelto en todo tipo de situaciones posibles e imposibles.

Aparte de los pantalones cortos, que tenían que ser lo suficientemente cortos para dejar a
la vista las hermosas formas de la pierna de rodilla para abajo, era imprescindible una ropa
infantil ligera. En mi fantasía desempeñaban un importante papel las camisetas, las blusas
de marinerito, las medias negras largas o también los calcetines blancos, que dejaban al
aire rodilla y pantorrilla. En cuanto a los tejidos de los trajes, me gustaban sobre todo las
telas de algodón ligero y tenían que estar, o bien nuevas a estreno e impolutas, o bien
sucias, arrugadas y con rotos por los que asomaran los muslos. Pero también me
gustaban los pantalones de loden o de paño azul y los pantalones de cuero ajustados. Los
anuncios de ropa de niño me excitaban sobremanera (cuanto más barata, mejor). Si decía,
por ejemplo: “Trajes completos de niño para 10-14 años a partir de 3 francos”, ya era para
mí motivo de alborozo. Me imaginaba que con 14 años, y habiendo dado un estirón,
recibía a cambio de esa cantidad ridícula una ropa raquítica calculada para 8 años. Por lo
que respecta al cuerpo de mis objetos, estos tenían que tener el pelo corto y, a ser posible,
rubio, un rostro fresco y descarado, con ojos brillantes e inteligentes y una figura esbelta y
proporcionada. Las piernas, que era a lo que daba más importancia, tenían que ser
gráciles: unas rodillas delgadas, unas pantorrillas firmes y unos tobillos elegantes eran
imprescindibles. A menudo me sorprendía a mí mismo dibujando estos cuerpos y prendas
“ideales”. Nunca pensaba en los genitales; la definición de pederastia la encontré por
primera vez en su libro. Nunca se me ocurrió ni siquiera la idea de cometer un acto
semejante. Las figuras completamente desnudas carecían prácticamente de efecto, es
decir, producían una impresión estética pero nunca sexual en mi fantasía.

Ya he descrito, por tanto, los objetos de mi fantasía y me queda explicar lo que hacía mi
espíritu excitado con estos desdichados objetos.

Llego así al verdadero núcleo de mi anomalía, esa mezcla de sadismo y masoquismo a la


que ya me he referido. No puedo creer que sadismo y masoquismo sean opuestos. El
masoquismo es tan solo una forma especial de sadismo, de la misma manera que el
altruismo es una forma especial de egoísmo, paradoja cuya explicación dejo para el final.
Los crueles actos que imaginaba mi fantasía se referían tanto a mi persona como a
cualquier otra que resultara sexualmente excitante; me podía ocurrir incluso el sentirme
torturado en otra persona, de modo que gozaba de mis propios dolores imaginarios
mientras veía retorcerse bajo los golpes a otro chico. A menudo me veía a mí mismo junto
a otro compañero entre las piernas de un implacable superior que dejaba las cuatro
pantorrillas llenas de marcas anchas y sangrientas a base de latigazos. En esos momentos
sentía tanto el placer de la propia humillación como la gozosa conciencia de que otro ser
humano era humillado, o sea, masoquismo y sadismo en un mismo instante. Dos opuestos
no se dejarían reunir sin más en tan breve lapso de tiempo. Por otra parte, tiendo a
atribuirle esta estrecha mezcla a mi propio carácter, que es fuertemente objetivo, más allá
de la vita sexualis. Siempre ando tratando de meterme por completo en la situación y
sentimientos del otro, así como de juzgarme a mí mismo de forma exacta e implacable
desde el punto de vista de un observador imparcial.

Por lo que respecta a la naturaleza de mis pensamientos sádico-masoquistas, estos


consistían esencialmente, como ya he indicado, en la administración de crueles castigos
físicos a un muchacho como yo o incluso a mí mismo en la edad crítica. Se alternaban
aquí bofetadas, coscorrones, tirones de pelo y de orejas, azotes con palos, látigos,
correas, etc., patadas y otros actos de violencia. Lo que más me impresionaba eran los
latigazos cuando se asestaban en las delicadas corvas o en pantorrillas descubiertas.
También me gustaban los golpes en la zona de alrededor de las orejas. También se
arreaban palos a ciegas por todo el cuerpo. Las patadas asestadas con los pies descalzos
me parecían más humillantes que las que se daban con calzado y por eso mismo
resultaban más de mi gusto. Especialmente placentero me resultaba el arrastrar a alguien
por las orejas dándole de bofetadas o de latigazos. Me gustaba que la víctima suplicara
recibir el castigo para purgar alguna mala acción y diera las gracias humildemente tras
recibir la paliza. También me regodeaba en la idea de obligar a las víctimas ideales a
obedecer la orden de alargar la palma o el dorso de la mano para maltratárselas
dolorosamente con un bastón.

He de añadir que, quitando alguna que otra bofetada en peleas con compañeros, no he
sido golpeado en mi vida y tampoco he visto azotar a nadie de manera que se acerque ni
de lejos a la crueldad pintada por mi fantasía.

Las personas que administraban el castigo eran de lo más diverso. Por lo general se
trataba de hombres, raramente mujeres (el único caso en que se ha dado un momento
heterosexual). Siempre imaginaba algún fundamento legal para la paliza. Los
atormentadores contaban con una base de apariencia legal para su proceder. Esta se
hallaba en un poder otorgado por el responsable legal del castigado o en un acuerdo
alcanzado con este.

Especialmente sofisticado resultaba el asunto cuando no solo el castigado sino también el


castigador era un muchacho como yo. Hacía plausible este caso, o bien poniendo a un
chico pobre al servicio de una familia rica a la que pertenecía un chico de la misma edad o
más joven, o bien mediante “normas de reforma escolar”. Cada clase tenía entonces su
propio uniforme, que se describía exactamente en muchos párrafos, y los alumnos de las
clases superiores poseían, de manera semejante a lo que ocurre en Inglaterra, el derecho
a mandar y castigar a los de las clases inferiores; los alumnos destacados estaban por
encima de los normales, estos, a su vez, por encima de los que suspendían y así
sucesivamente. Los mejores en clase de gimnasia ocupaban una posición muy destacada,
pues podían azotar y abofetear incluso a los primeros de la clase si hacían mal los
ejercicios o si se les veía desganados. Cuando un chico más pequeño (por ejemplo, uno
de doce años) castigaba a uno mayor (por ejemplo, de quince años), aquello representaba
el máximo placer, lo mismo si me imaginaba en un papel activo, que pasivo o incluso
neutral.

La idea del calor animal de mis favoritos tenía algo embriagador. La sensación de “estar
atrapado entre las piernas” me excitaba extraordinariamente. Toda idea de sudor me
resultaba agradable y encontraba enormemente atrayente el olor a pies sudados.

Cuando el castigo concluía en mi espíritu sin que consumara el onanismo, siempre volvía
a la sensatez súbitamente. Sentía entonces a menudo una profunda compasión por el
castigado. En ese momento hubiera estrechado en mis brazos a cualquier precio a aquel
pobre muchacho azotado, enrojecido y sollozante, y le hubiera rogado que me perdonara
por haberle hecho tanto daño. De manera análoga al “pajismo” que usted describe en su
libro, albergaba a veces el deseo completamente puro de adoptar a un pobre huérfano,
dotarle de medios para que tuviera una educación y hacer de él una nueva persona que se
convertiría con los años en un fiel amigo. A menudo me acomete el deseo de educar a mis
compañeros. Conozco por propia experiencia los defectos de la actual pedagogía y veo a
muchachos de espíritu despejado y físicamente sanos que se encaminan a marchas
forzadas hacia su propia perdición; veo cómo en cuestión de años se arrastrarán por la
vida como yo, decrépitos, cínicos, degenerados, desprovistos de fuerza e idealismo. Me
gustaría intervenir, dedicarme a la juventud, no para aprovecharme mezquinamente de ella
—nada más lejos de mi intención en ese momento— sino para advertirlos con total rectitud
y con la mejor de las intenciones. Volveré sobre esto.

Independientemente de estos deseos, que siempre son decentes, pero que están
relacionados con mi perversión, me acometía frecuentemente la idea, íntimamente
relacionada y de una naturaleza sucia y sexual, de convertirme en preceptor y criado de un
muchacho como yo. Una familia rica me acoge por compasión en su casa a mí que soy un
pobre estudiante. Mi misión consiste en estudiar con el hijo de la familia, un bribón vago y
descarado, y mantenerle ocupado todo el día. Tengo que ayudarle a verstirse y a
desnudarse, tengo que prestarle todos los servicios que desee, tengo que “acatar sus
órdenes”, como se dice, incluso cuando por pura maldad exige que ejecute mandatos
absurdos o humillantes. “Contra la insolencia, la desobediencia o la negligencia: palo”.

En esto, como en el resto de fantasías semejantes, una gran parte del atractivo residía
siempre en la elección de las palabras. El subalterno tenía que dirigirse al superior como
“señorito” (y si había una criada encargada de la paliza, como “señorita”). El superior,
aunque fuera más joven que el esclavo, tuteaba a este, le llamaba “piojoso”, “mierda”,
“pillo”, “niñato”, a menudo le “amaestraba” con un silbato y le hacía ponerse en posición de
“firmes” o “de rodillas” cada vez que se dirigía a él o le soltaba una bofetada (el castigo de
levantarse y arrodillarse, este último endurecido a menudo usando hierros oxidados,
debería haberlo mencionado más arriba, al hablar de los azotes). Las expresiones
destacadas con comillas y otras como “paliza”, “bofetada”, etc. e incluso denominaciones
completamente inocuas como “chico”, “chaval”, “muchacho”, “rodilla”, etc. bastaban para
excitarme cuando las leía en cualquier contexto. Inmediatamente, surgían con la
correspondiente palabra fantasías libidinosas.

Tampoco me libraba de la coprolagnia. Frecuentemente, me veía a mí mismo en poder de


un joven campesino descalzo al que le tenía que lamer sus sucias piernas mientras se
echaba la siesta. Cuando dejaba de apetecerle tal servicio, me plantaba una patada en la
cara para que le dejara en paz. También encontraba agradable el que me escupieran.
Daba en las ideas más tremendas en este campo: veía mi boca convertida en escupidera
e incluso en retrete. Se me llegó a ordenar lamer escupitajos del suelo, honor por el que
debía dar las gracias al amo que había soltado el salivazo, algo a lo que yo solía añadir el
suplicar que me siguieran humillando. Todas estas manifestaciones de coprolagnia se
presentaban también en forma sádica, aunque he de hacer notar que el escupir me inspira
tal aversión que no soy capaz de hacerlo ni estando acatarrado.

Los esclavos de mi fantasía suelen recibir comidas repugnantes (desperdicios, como


cáscaras de patata, huesos roídos, etc.) y tenían que dormir sobre el suelo desnudo.

Tengo que hacer especial hincapié en mi afición a los chicos descalzos; por ejemplo, un
chico trabajador, vestido tan solo con unos pantalones raídos, incluso rotos, y una
camiseta por el estilo que tuviera que arrastrar a golpes una pesada carreta por un cenagal
cayéndose al suelo cada dos por tres… ese era a menudo mi ídolo y se contaba entre los
productos más poderosos de mi sucia fantasía. Superaba aquí a veces la medida habitual
de mi perversión. Una vez me imaginé que a la bestia de carga humana, al vestirse, le
saltaban los botones de los pantalones y se le quedaban colgando las partes pudendas, el
único caso en que estas desempeñaban un papel. Otras dos veces llegué incluso a
maltratar mi propia persona. Estas fueron las dos únicas ocasiones en que abandoné el
marco de lo ideal. En una de ellas me quité toda la ropa menos la camisa y los
calzoncillos. Estos los enrollé de forma que parecían unos pantalones cortos y anduve un
rato descalzo dando vueltas por la habitación hasta que me arrodillé delante de un espejo
y me lancé un chorro de mi propia orina a la cara (!) imaginándome que esto lo hacía a un
chico que, habiéndome vencido en una pelea, se había puesto de rodillas encima de mí y
me demostraba ante testigos de una forma tan drástica su poder y mi sometimiento. El
segundo y último caso en que abandoné el ámbito de la fantasía se dio el año pasado. Me
desnudé de la forma ya mencionada y empecé a golpearme febril e incesantemente las
pantorrillas desnudas con un bastón. Esto lo hice con tal fuerza que, pasados ocho días,
todavía me quedaban marcas y cardenales. Mientras hacía esto volví a imaginarme que un
chico que vigilaba mi trabajo como bestia de carga me azotaba “por desganado”. A
diferencia de la mayoría de observaciones en el ámbito del masoquismo, al ejecutar mi
fantasía sentí escaso dolor y no me vi defraudado en modo alguno; antes bien, se apoderó
de mí una intensa voluptuosidad. No paré de azotarme hasta quedar agotado. Por otra
parte, ese día me encontraba especialmente excitado: hacía un calor enorme (25° R a la
sombra [31° C, nota del traductor]) y estaba terriblemente nervioso porque al día siguiente
tenía un examen difícil para el que no me veía preparado. Es interesante mencionar que a
pesar de la atonía provocada por el exceso, que me incapacitó para todo trabajo intelectual
durante la noche, aprobé el examen con nota. Esto es toda una imagen de nuestra cultura:
energía sobrehumana junto a debilidad infrahumana, una lucha encarnizada entre el
espíritu y la materia.

Lamentablemente no recuerdo con exactitud mi estado psíquico anterior y posterior al otro


acto real (el de la orina).

He mencionado anteriormente que la palabra impresa solía despertar mi deseo y he de


añadir ahora que los cuadros y las estatuas también podían provocar el mismo efecto.

Diré, por mencionar un solo ejemplo, que los retratos de muchachos de una exposición me
mantuvieron excitado durante varios días. Estaban allí retratados dos chicos, el uno
tendría unos 11 años y el otro alrededor de 14. Son chicos guapos, con ropa de andar por
casa, con unos pantaloncitos azules que dejan al aire unas pantorrillas fuertes y
bronceadas, cubiertas de un fino vello. Los dos chicos están ahí como si, en medio de sus
travesuras en el jardín, una orden del padre los hubiera obligado a detenerse. Todavía
tienen rojas las mejillas; el mayor, sobre todo, tiene cara de rebelde. Con estos chicos me
inventé largas historias en las que el palo desempeñaba un papel central. Ninguna
persona normal podía imaginarse que tuvieran esta influencia sobre mí.

En el teatro me gustaba ver sobre todo obras en las que hubiera papeles de chicos, y me
enfadaba si, como solía ocurrir, los interpretaban muchachas, lo que imposibilitaba mi
placer sexual. Una vez que vi una versión de “Flachsmann como educador” en la que el
papel de escolar lo interpretaba un chico de verdad, mi entusiasmo no conocía límites. El
joven artista actuaba además magníficamente. El actor interpretó a pedir de boca la
mezcla de ruda obstinación y temor pueril, esos sentimientos encontrados que
experimenta todo mal estudiante cuando se encuentra delante del director y que se
manifiesta en la aspereza de las contestaciones. Con ello me hizo caer una vez más en el
onanismo.

Pero lo que más efecto me producía siempre eran las obras impresas, donde mi fantasía
disfrutaba de la máxima libertad de movimientos. No hay ningún clásico, ningún escritor de
prestigio, en cuya obra no haya encontrado yo algún pasaje excitante. Esto nos llevaría,
por tanto, demasiado lejos si quisiera presentarlo con todos sus pormenores. Me excitaban
sobre todo desde hacía años “La cabaña del tío Tom” y uno de los viajes de “Simbad el
marino” en las “Mil y una noches”. Me refiero a la aventura en que un ser monstruoso se
sirve de Simbad como montura. Este relato demuestra que el masoquismo era ya conocido
entre los antiguos árabes.
El “ser cabalgado” era un elemento que aparecía repetidamente en mis fantasías, igual
que el “ser uncido”. Alguna vez he llegado a sentirme como un perro de tiro al que le dan
patadas o como un caballo que recibe latigazos, algo que durante los momentos de
excitación trataba de explicarme como recuerdos de reencarnaciones anteriores, por más
que en estado normal no crea en la inmortalidad de eso que llaman alma.

Un fenómeno muy extraño es que en mi estado normal siempre pienso y siento de una
forma completamente diferente a como lo hago en estado de excitación sensual. En mi
estado normal, por ejemplo, soy enemigo incondicional de castigar con azotes y partidario
de la teoría de que los errores humanos sólo se pueden corregir convenciendo con
razones y nunca mediante la violencia o mediante prohibiciones que no hacen sino incitar
a saltárselas. Soy, asimismo, un partidario convencido de la búsqueda de la libertad, un
“defensor de los derechos humanos”… y, sin embargo, a pesar de todo esto, encuentro en
otros momentos placer en la idea de la esclavitud, en un trato inhumano.

Por lo que hace a mis inclinaciones sexuales contrarias, tengo que proporcionar aún
algunos datos sobre mi carácter y mi comportamiento social.

Espiritualmente me siento siempre como hombre; sexualmente, como neutro. Insisto en


que el coito normal nunca ha sido objeto de mis fantasías, como tampoco lo ha sido el
coito pederasta. Me gusta mantener trato espiritual ante todo con hombres inteligentes y
serios, o sea, sobre todo con hombres mayores o también con mujeres de aspecto
masculino y enérgico carácter. Apenas me trato con mis colegas; en compañía de señoras
mediocres o de hombres superficiales y vanidosos me siento más cohibido —porque no sé
qué es lo que le interesa a la gente— que si estoy tratando a personas que me imponen
por su altura de espíritu.

La mujer no me resulta en absoluto repugnante. Admiro incluso su belleza física, pero sólo
como lo haría con un hermoso paisaje, una rosa o una casa nueva. Puedo hablar con toda
tranquilidad de cuestiones sexuales sin ruborizarme y sin que nadie se percate de lo que
oculto en mi interior.

[Psychopathia sexualis, caso 89]

Caso 90: masoquismo y sadismo

Señor X., 28 años. “Ya siendo un niño de 6 ó 7 años tenía pensamientos de contenido
sexual-perverso: me imaginaba que tenía una casa en la que mantenía cautivas a chicas
jóvenes y guapas cuyas posaderas desnudas azotaba a diario. Poco después encontré a
unos cuantos chicos y chicas con mis mismos gustos. Solíamos jugar a soldados y
ladrones. A los ladrones a los que atrapábamos los subíamos a la azotea y allí les
azotábamos las posaderas desnudas, tras lo cual a veces también se las acariciábamos.
Soy perfectamente consciente de que en aquel entonces sólo sentía placer cuando
azotaba a chicas. Al hacerme mayor (10-12 años), apareció en mí, sin que nada diera pie
a ello, el deseo opuesto: me imaginaba que una chica me azotaba en el trasero desnudo.
Muchas veces me quedaba parado ante los carteles de casas de fieras en los que
aparecía una robusta domadora que lanzaba su látigo contra un león. Me imaginaba
entonces que yo era el león y que la domadora me azotaba; me pasaba las horas muertas
plantado frente a los anuncios de un grupo de indios donde se representaba a una india
medio desnuda, y me imaginaba que yo era un esclavo y tenía que realizar para mi ama
los servicios más repugnantes. Si me negaba a ello, recibía el más cruel de los maltratos
posibles, lo que en mi caso significaba siempre recibir azotes en el trasero desnudo. En
aquella época leía sobre todo historias de torturas y me detenía especialmente en aquellos
pasajes en que se golpeaba a la gente. Hasta entonces nunca había sido golpeado de
verdad, algo que me hubiera disgustado enormemente. Cuando cumplí los 15 años, un
amigo me hizo caer en el onanismo, vicio al que me di a partir de entonces con bastante
frecuencia, sobre todo en conexión con mis ideas sexuales perversas. El impulso de llevar
a la práctica estas ideas mías iba siendo cada vez más poderoso, y con 16 años le pedí a
una muchacha del servicio por la que sentía una cierta simpatía y con la que mantenía una
relación de amor platónico, que me azotara con una caña. Lo que le dije fue que era mal
estudiante, que mis padres no me castigaban nunca y que no me vendría mal un castigo
suyo. Aunque se lo rogué de rodillas, se negó a mis pretensiones; pero me propuso, en
cambio, acostarse conmigo, a lo que yo me negué por repugnancia. Aunque no conseguí
que me azotara, sí que consintió en todas mis otras ideas: me ordenó ad podicem
lambere, se puso terrones de azúcar entre las nalgas y me hizo comerlos, etc. Después
jugaba siempre con mis órganos sexuales, y se los metía en la boca hasta que se producía
la eyaculación. Al cabo de un año, poco más o menos, despidieron a la muchacha. Mi
deseo, mientras tanto, iba en aumento hasta que llegó al punto en que ya no lo podía
soportar, así que me fui a un prostíbulo, donde hice que una prostituta me trabajara el
trasero desnudo con una vara. Hice que me tumbara sobre sus muslos descubiertos y me
reprochara mi maldad. A todo esto, yo insistía en que no lo haría más, que por favor me
perdonara por esa vez. Otra vez hice que me sujetara la cabeza entre los muslos mientras
me azotaba el trasero desnudo como se hace con los niños pequeños. Una vez hice que
me ataran a un banco y me azotaran 25 veces con una caña. Como me dolía demasiado y
pedí que pararan al llegar al golpe 14, a la siguiente vez le dije antes a la prostituta que no
le daría ni cinco como no me plantara los 25 cañazos. El dolor que sentía y el alto precio
que tenía que pagar me determinaron a renunciar en el futuro a castigos semejantes y
empecé a partir de entonces a azotarme yo mismo en las nalgas desnudas con correas,
varas, bastones e incluso alguna vez con ortigas. Me tumbaba para ello en un banco o me
arrodillaba y me imaginaba que me azotaba mi ama por alguna falta que hubiera cometido.
No contento con ello, solía introducirme en el ano jabón, pimienta, pimentón y también
objetos angulosos. Alguna vez mi deseo se hizo tan imperioso que llegué a clavarme
agujas en las nalgas llegando hasta 3 cm de profundidad. Así continué hasta el año
pasado, cuando trabé conocimiento en extrañas circunstancias con una muchacha que
también tiene una sexualidad perversa. Sucedió que fui a visitar a una familia conocida
mía, pero no estaban y solo encontré en casa a la institutriz y los niños. Me quedé, y
mientras hablaba con la muchacha los niños empezaron a portarse mal. Ella se llevó
entonces a dos de los niños a la habitación de al lado y los azotó allí con una vara, tras lo
cual regresó enormemente excitada. Le brillaban los ojos, tenía el rostro completamente
enrojecido y le temblaba la voz. Esta acción también me había excitado mucho a mí.
Empecé a llevar la conversación hacia castigos y palizas. Poco a poco nos fuimos
acercando, hasta que al cabo de algunas semanas nos empezamos a entender. Ella dejó
su puesto y nos fuimos a vivir juntos a un piso en el que satisfacíamos juntos nuestros
vicios. Pero como esta mujer me desagrada en todo lo demás, voy teniendo cada vez más
momentos en los que recapacito y siento repugnancia de mí mismo y de lo que he hecho,
y pienso a diario en cómo escapar de la perdición. Debo recalcar, asimismo, que he
tratado de librarme de este vicio por diversos medios sin que ninguno de ellos me sirviera
de nada. Y así contemplo mi futuro con apatía, puesto que mi fuerza moral es insuficiente
para sustraerme a tal vicio”.

[Psychopathia sexualis, caso 90]

Caso 91: fetichismo de nariz femenina

(Binet op. cit.) X., 43 años, profesor de instituto, sufrió de convulsiones en su niñez. Con 10
años empezó a practicar el onanismo bajo el influjo de sensaciones libidinosas que se
asociaban a fantasías extraordinarias. Lo que en realidad le fascinaba eran los ojos de las
mujeres; pero como quería representarse de alguna forma el coito y era completamente
ignorante in sexualibus, no se le ocurrió otra cosa, con tal de alejarse lo menos posible de
los ojos, que situar la sede de los órganos sexuales femeninos en los orificios nasales.
Desde ese momento, su vivaz deseo sexual gira en torno a esta fantasía. Hace dibujos
que representan con corrección perfiles griegos de cabezas de mujer, pero con orificios
nasales tan amplios que permiten la immissio penis.
Un día ve en el autobús a una muchacha en la que cree reconocer su ideal. La sigue hasta
la casa de ella y le pide inmediatamente su mano. Rechazado, insiste una y otra vez hasta
que es detenido.

X. nunca ha mantenido relaciones sexuales.

[Psychopathia sexualis, caso 91]

Caso 92: fetichismo de mano femenina

B., de familia neuropática, muy sensual, espiritualmente intacto, sufre un arrebato en


cuanto ve la mano joven y hermosa de una dama, y experimenta una excitación sexual
que llega hasta la erección. Besar la mano y sostenerla entre las suyas es su felicidad. Si
está cubierta por un guante, se siente desdichado. Procura apoderarse de tales manos con
la excusa de leer el futuro. El pie le resulta indiferente. Su deseo aumenta si las bellas
manos están adornadas con anillos. Solo la mano viva (no la representada) es capaz de
provocar en él esta excitación libidinosa. Solamente si se encuentra agotado por
frecuentes coitos, pierde la mano su atractivo sexual. Al principio, el recuerdo de las
manos femeninas le perturbaba incluso en el trabajo (Binet op. cit.).

[Psychopathia sexualis, caso 92]

Caso 93: fetichismo de mano femenina

Caso de fetichismo de mano comunicado por Albert Moll. P. L., 28 años, comerciante de
Westafalia.

Si dejamos de lado que el padre del paciente es un hombre notablemente malhumorado y


un tanto violento, no se constata en la familia ningún tipo de tara hereditaria.

El paciente nunca fue demasiado aplicado en el colegio; nunca consiguió concentrar su


atención durante demasiado tiempo en un único objeto; no obstante, tuvo desde la niñez
una marcada inclinación por la música. Su temperamento fue siempre más bien nervioso.

Acudió a mí en agosto de 1890 aquejado de unos dolores de cabeza y de bajo vientre que
daban toda la sensación de ser de tipo neurasténico. El paciente declara, asimismo,
hallarse más bien desprovisto de energía.

En cuanto a su vida sexual, es necesario plantear preguntas que apuntan directamente en


esta dirección para que proporcione los datos siguientes. Los inicios absolutos de la
excitación sexual se presentan en él, hasta donde recuerda, ya con 7 años. Si pueri
eiusdem fere aetatis mingentis membrum adspexit, vade libidinibus excitatus est. L. afirma
con seguridad que esta excitación iba asociada a evidentes erecciones. Inducido por otro
chico, L. dio con 7 u 8 años en el onanismo. “Siendo una naturaleza enormemente
excitable”, dice L., “me di con gran frecuencia al onanismo hasta los 18 años sin tener una
idea clara de las dañinas consecuencias o, ni siquiera, de la importancia de este acto”. Le
gustaba sobre todo cum nonnullis commilitonibus mutuam masturbationen tractare, no le
resultaba en modo alguno indiferente quién fuera el otro chico; antes bien, eran solamente
unos cuantos muchachos de su edad los que podían cuadrarle a tal efecto. A la pregunta
de qué era más que nada lo que le llevaba a preferir a uno u otro chico L. contestó que lo
que le atraía en sus compañeros de colegio para practicar con ellos la masturbación mutua
era sobre todo que tuvieran una mano blanca y bien formada. L. recordaba además que
muchas veces, al principio de la clase de gimnasia, hacía ejercicios él solo en una barra
que quedaba un poco apartada; hacía esto a propósito ut quam maxime excitaretur idque
tantopere assecutus est, ut membro manu non tacto, sine ejaculatione —puerili aetate erat
—, voluptatem clare senserit. Es interesante también un acto que el paciente recuerda de
su edad temprana. Su compañero de clase favorito, N., con el que L. practicaba la
masturbación mutua, le hizo un día la siguiente proposición: ut L. membrum N…i
apprehendere conaretur, él, N., tenía que resistirse todo lo que pudiera y procurar
impedírselo a L. Este le hizo caso. Así, al onanismo se asoció una lucha de ambos
implicados en la que N. siempre resultaba vencido.

La lucha terminaba regularmente de modo ut. N. tandem coactus sit membrum masturbari.
L. me asegura que esta forma de masturbación le proporcionaba un placer especialmente
intenso no solo a él sino también a N. De este modo, L. persistió en sus frecuentes actos
onanistas hasta la edad de 18 años. Instruido por su amigo, se esforzó a partir de
entonces, poniendo todas sus energías en ello, en combatir este mal hábito. Poco a poco
lo fue consiguiendo, hasta que finalmente, tras consumar el primer coito, renunció al
onanismo por completo. Esto, sin embargo, no ocurrió hasta la edad de 21 años y medio.
Al paciente le resulta ahora incomprensible (y, según dice, le llena de repugnancia) que
pudiera entonces encontrar placer en practicar el onanismo con chicos. No habría hoy
fuerza suficiente para hacerle tocar el miembro de otro hombre. Su simple visión le resulta
ya desagradable. Ha desaparecido toda inclinación hacia los hombres y el paciente se
siente atraído exclusivamente por las mujeres.

Ha de mencionarse, no obstante, que a pesar de la clara inclinación de L. por la mujer, se


da en él un fenómeno anormal.

Lo que le excita básicamente del sexo femenino es la contemplación de una mano


hermosa; a L. le excita mucho más ver una hermosa mano femenina quam si eandam
feminam plane nudatam adspiceret.

El siguiente suceso ilustra hasta qué punto llega la predilección de L. por la hermosa mano
de un ser femenino.

L. conoció a una dama joven y hermosa que poseía todos los encantos posibles, pero que
tenía una mano más bien basta. La forma no era hermosa, y algunas veces no la llevaba
limpia, como L. exigía. En consecuencia, a L. no solo le resultaba imposible desarrollar un
verdadero interés por esta dama, sino que no estaba ni siquiera en situación de tocarla. L.
asegura que en general no hay nada más repugnante para él que unas uñas sucias; estas
bastaban para que fuera incapaz de tocar a una dama por lo demás tan hermosa. Por otra
parte, en época más temprana, L. sustituía frecuentemente el coito ut puellam usque ad
eiaculationem effectam membrum suum manu tractare iusserit.

A la pregunta de qué es lo que más le atrae en la mano de una mujer, sobre todo, si ve en
ella un símbolo de poder y si le produce placer sufrir una humillación directa por parte de la
mujer, el paciente respondió que sólo le excitaba la hermosura en la forma de la mano,
que el ser humillado por una mujer no le produce ningún tipo de satisfacción y que nunca
se le había ocurrido la idea de buscar en la mano el símbolo o el instrumento del poder de
la mujer. Su gusto por la mano de la mujer sigue siendo aun hoy tan poderoso ut majore
voluptate afficiatur si manus feminae membrum tractat quam coitu in vaginam. No
obstante, el paciente preferiría practicar este, porque le parece que tal es la inclinación
natural, mientras que la otra le parece morbosa. El tacto de su cuerpo por una hermosa
mano femenina le produce al paciente inmediatamente una erección; afirma que los besos
y otros tipos de contacto no ejercen ni de lejos un influjo igual de potente.

El paciente ha practicado el coito con frecuencia en los últimos años, pero cada vez que lo
hizo le resultó extraordinariamente difícil decidirse a ello.

Tampoco encontró en el coito la plena satisfacción que buscaba. Sin embargo, cuando L.
se encuentra cerca un ser femenino al que le gustaría poseer, con su mera visión aumenta
a veces la excitación sexual de L. hasta tal punto que se produce una eyaculación. L.
asegura expresamente que en estos casos, a propósito, no toca ni presiona su miembro; la
efusión de esperma producida en tales circunstancias le proporciona a L. un placer mucho
mayor que el concúbito verdaderamente realizado.

Los sueños del paciente L. no se ocupan nunca del concúbito. Cuando tiene poluciones
nocturnas, estas están conectadas casi siempre con ideas completamente diferentes a las
que surgen en los hombres normales. Los correspondientes sueños del paciente son
recapitulaciones de su época escolar. En aquel entonces, el paciente, aparte del
mencionado onanismo mutuo, sufría también emisión de semen cuando le acometía un
gran temor.

Si, por ejemplo, el maestro ponía un examen de latín por sorpresa y L. no sabía hacer la
traducción que le dictaban, sobrevenía frecuentemente una eyaculación. Las poluciones
que se presentan ahora de vez en cuando durante la noche van siempre acompañadas de
sueños que tienen el mismo contenido o que tales episodios escolares o un contenido
semejante.

Yo consideraría al paciente, debido a su sentimiento y sensibilidad antinaturales, incapaz


de amar a una mujer permanentemente.

No se ha podido acometer por el momento un tratamiento de la perversión sexual de este


paciente.

[Psychopathia sexualis, caso 93]

Caso 94: fetichismo de pies, sentimiento sexual contrario adquirido

Fetichismo de pies. Sentimiento sexual contrario adquirido. Señor X., funcionario, 29 años,
desciende de madre neuropática y padre diabético.

Buena disposición espiritual, de temperamento nervioso, no ha padecido enfermedades


nerviosas, no presenta signos de degeneración. El paciente recuerda perfectamente que,
ya con seis años, al ver a mujeres con los pies desnudos experimentaba excitación sexual
y sentía dentro de sí el impulso de salir corriendo detrás de ellas o de mirarlas mientras
trabajaban.

Con 14 años se coló una noche en la habitación de su hermana mientras esta dormía, le
cogió el pie y se lo besó. Ya con 8 años llegó espontáneamente a la masturbación.
Mientras la practicaba, se presentaban en su fantasía pies de mujer desnudos.

Con 16 años solía llevarse a la cama zapatos y medias de las criadas, se excitaba
sensualmente manipulándolos y se masturbaba.

Con 18 años inició el libidinoso X. el contacto sexual con personas del otro sexo. Era
plenamente potente, quedaba satisfecho con el coito y su fetiche no desempeñaba papel
alguno en estos contactos sexuales. No sentía la más mínima inclinación sexual por
personas masculinas, tampoco le interesaban en modo alguno los pies de los hombres.

A partir de los 24 años de edad se produjo una modificación en sus sentimientos y estado
sexuales.

El paciente se volvió neurasténico y empezó a sentir inclinación sexual por el hombre. El


factor que dio pie a la aparición de la neurosis y del sentimiento sexual contrario fue
claramente una masturbación excesiva, a la que se veía empujado en parte por una libido
nimia que no siempre se dejaba satisfacer mediante el coito, y en parte por la visión casual
o intencionada de pies femeninos.

De manera concomitante con el aumento de la neurastenia (en un primer momento, de tipo


sexual) se produjo un rápido retroceso de su libido, potencia y satisfacción respecto a los
individuos femeninos. Al mismo tiempo se desarrolló una inclinación por el propio sexo y
también su fetichismo se trasladó a este.

A partir de los 25 años ya solo practicó el coito cum muliere raramente y sin verdadera
satisfacción, y tampoco le interesaba prácticamente el pie de la mujer. Su impulso de
mantener relaciones sexuales con hombres se iba volviendo cada vez más poderoso. Al
trasladarse con 25 años a una gran ciudad, encontró la oportunidad deseada y se dio con
verdadera pasión al amor entre hombres. Viros masturbare, penem eorum in os recipere et
pedes sociorum osculari solebat.

Eyaculaba con tales prácticas al tiempo que experimentaba el máximo placer. Poco a
poco, le fue bastando con la visión de un hombre simpático, sobre todo si llevaba los pies
descalzos.

Sus poluciones nocturnas, asimismo, tenían únicamente las relaciones entre hombres
como objeto y además estas eran de tipo fetichista (pies).

No le interesaba el calzado. Solo el pie descalzo le excitaba. A menudo sentía el impulso


de seguir a hombres por la calle con la esperanza de encontrar ocasión de quitarles el
zapato. Un sucedáneo consistía en andar él mismo descalzo. Temporalmente se apoderó
de él, bajo estremecimientos libidinosos, una verdadera necesidad de bajar a la calle
descalzo. Si acaso intentaba resistirse, le acometían terror, palpitaciones y temblores. Una
y otra vez se vio obligado, ignorando el peligro y las indeseables consecuencias, a
entregarse a este impulso por las noches durante horas.

Mientras lo hacía, llevaba los zapatos en la mano, experimentaba una enorme excitación
sexual y obtenía satisfacción en la eyaculación espontánea o provocada. Envidiaba a los
jornaleros y otra gente que podía andar descalza sin llamar la atención.

Su momento más feliz lo tuvo durante una estancia en un balneario de método Kneipp,
donde tanto él como los otros caballeros podían andar descalzos como parte del
tratamiento.

A raíz de un desagradable episodio de chantaje al que se vio expuesto X. por sus


relaciones con hombres, volvió a sus cabales, buscó la forma de escapar a una tortuosa
existencia sexual y dio con un médico que le remitió a mí.

El paciente hizo cuanto pudo por abstenerse de la masturbación y de las relaciones con
hombres, siguió un tratamiento contra la neurastenia en un balneario, recuperó un cierto
interés por el genus femininum, para lo cual sirvió de puente su fetichismo de pies,
consumó el coito en una ocasión con cierto placer con una belleza pueblerina descalza
que resultaba conforme a sus gustos; posteriormente, unas cuantas veces más con puellis
sin obtener satisfacción; volvió a orientarse hacia personas de su propio sexo; recayó por
completo, sintiendo una irresistible atracción por vagabundos y braceros descalzos, a los
que obsequiaba con tal de que le dejaran besarles los pies. Un intento de encaminar a
este desdichado en una dirección natural mediante un tratamiento sugestivo fracasó ante
la imposibilidad de ir más allá de un ligero embotamiento carente de todo valor terapéutico.

Epicrisis: originariamente fetichismo de pies. Sentimiento sexual contrario adquirido con


transferencia del círculo de ideas fetichistas a la homosexualidad.
[Psychopathia sexualis, caso 94: fetichismo de pies, sentimiento sexual contrario adquirido]

Caso 95: fetichismo de pies con heterosexualidad constante

Fetichismo de pies con heterosexualidad constante. Señor Y., 50 años, soltero, de clase
elevada, consultó al médico por dolencias “nerviosas”. Se encuentra bastante afectado, es
nervioso desde la niñez, muy sensible al frío y al calor. Sufre desde hace años ideas
obsesivas que presentan el carácter de un delirio persecutorio corregido y transitorio. Si,
por ejemplo, está sentado en la mesa de un bar, le parece como si todos los ojos se fijaran
en él y todos los presentes murmuraran y se burlaran de él.

En cuanto se levanta, desaparece esta sensación y deja de creer en estas percepciones


supuestas.

En cuanto pasa un tiempo, en ningún sitio se encuentra a gusto, por lo que va pasando de
un lugar a otro. Alguna vez le ha ocurrido reservar una habitación en un hotel y no poder ir
porque se lo impedían las correspondientes ideas obsesivas.

La libido de este hombre nunca fue grande. Nunca tuvo sentimientos que no fueran
heterosexuales. Al parecer, su única satisfacción consistía en el coito normal (con escasa
frecuencia).

Y. reconoció ante el médico haber sido muy peculiar en su vida sexual desde la juventud.
No se excita sexualmente ni con mujeres ni con hombres sino tan solo con la visión de
pies desnudos de individuos femeninos, siendo indiferente que se trate de niños o adultos.
El resto de las partes del cuerpo de la mujer le dejan perfectamente frío.

Si tiene ocasión de contemplar los pies de personas que andan “por el campo”, puede
quedarse horas observándolos y siente al hacerlo el “terrible” impulso de terere genitalia
propria ad pedes illarum. Hasta ahora ha logrado no dejarse arrastrar a la satisfacción de
tal impulso.

Lo que más le molesta es la suciedad de la que suelen estar cubiertos los pies desnudos
de la gente que anda por ahí. Le gustaría que estuvieran bien limpios. No fue capaz de
explicar cómo había llegado a este fetichismo. (De una comunicación del profesor Forel).

Epicrisis: caso de fetichismo de parte del cuerpo. No se constatan relaciones masoquistas.


Probabilidad de que este caso de fetichismo haya surgido por coincidencia casual de una
excitación sexual con la contemplación de pies desnudos durante la primera juventud.

[Psychopathia sexualis, caso 95: fetichismo de pies con heterosexualidad constante]

Caso 96: fetichismo de obesidad

Un caballero con considerables problemas me consultó a causa de una impotencia que le


empujaba prácticamente a la desesperación.

De soltero su fetiche eran las mujeres de generosas formas. Se casó con una dama de la
complexión correspondiente y fue perfectamente potente y feliz con ella. Al cabo de unos
meses, la dama enfermó gravemente y adelgazó mucho. Un día que quiso cumplir el
débito conyugal, se vio completamente impotente, estado en el que ha permanecido. Si, en
cambio, intentaba el coito con mujeres orondas, era perfectamente potente. Incluso los
defectos corporales se pueden convertir en fetiche.

[Psychopathia sexualis, caso 96: fetichismo de obesidad]


Caso 97: fetichismo de mujeres cojas

X., 28 años, procedente de familia con importantes taras. Es neurasténico, se queja de


falta de confianza en sí mismo y frecuente malhumor con impulsos suicidas, a los que
muchas veces le resulta difícil resistirse. Con la más mínima tribulación cae en un
desconcierto y desesperación totales. El paciente es ingeniero en una fábrica de la Polonia
rusa, de constitución fuerte, sin signos de degeneración. Se queja de una extraña “manía”
que a menudo le hace dudar de si es una persona psíquicamente sana. Desde los 17 años
tan solo se excita sexualmente con la contemplación de mujeres con algún defecto físico,
sobre todo, de mujeres que cojean y tienen los pies torcidos. El paciente no es en modo
alguno consciente de la conexión asociativa originaria entre su libido y tales defectos
femeninos.

Desde la pubertad se encuentra bajo el efecto de este fetichismo, del que él mismo se
avergüenza. La mujer normal no tiene para él atractivo alguno, tan solo la que está torcida,
cojea, tiene defectos en los pies. Si una mujer tiene un achaque de este tipo, induce en él
una poderosa excitación sensual, siendo indiferente el que tal mujer pueda ser hermosa o
fea.

En sus sueños con polución únicamente se le presentan tales figuras femeninas cojeantes.
De vez en cuando no puede evitar el impulso de imitar a una de estas cojas. En tal
situación experimenta un violento orgasmo y una eyaculación acompañada de intensa
libidinosidad. El paciente asegura ser muy libidinoso y sufrir mucho a causa de la
insatisfacción de sus impulsos. No obstante, consuma el coito con 22 años y únicamente
unas cinco veces desde entonces. Al hacerlo, aun siendo potente, no obtuvo la más
mínima satisfacción. Si algún día tuviera la suerte de practicar el coito con una mujer coja,
no le cabe duda de que la cosa sería diferente. En cualquier caso, solo podría plantearse
casarse con una coja.

Desde los veinte años de edad, el paciente presenta también fetichismo de ropa. A
menudo le basta con vestirse medias y zapatos de mujer, bragas. De vez en cuando se
compra tales prendas, se las pone en secreto, se excita con ello libidinosamente y tiene
una eyaculación. Las prendas que ya ha llevado una mujer carecen para él del más
mínimo atractivo. Le gustaría llevar ropa de mujer durante las ocasiones de excitación
sensual, pero de momento no se ha atrevido por miedo a ser descubierto.

Su vita sexualis se limita a las prácticas mencionadas. El paciente afirma con plena
seguridad y total convencimiento que nunca se ha dado a la masturbación. Últimamente,
con el aumento de sus problemas de neurastenia, se encuentra bastante aquejado de
poluciones.

[Psychopathia sexualis, caso 97: fetichismo de mujeres cojas]

Caso 98: fetichismo de cojera

Z., rentista, de familia con tara, afirma haber sentido ya de niño una particular compasión
por las personas con parálisis y cojera. Durante un tiempo resultaba para él un placer sin
tintes sexuales andar por la cocina con dos escobas como muletas o andar cojeando por
calles desiertas. Progresivamente se le fue sumando a esto la idea de conocer a una
hermosa joven como “cojito” y recibir la compasión de esta. La compasión de los hombres
le hubiera resultado repulsiva. Z., que se educó en privado en una distinguida casa,
asegura no haber sabido nada del sexo ni de las relaciones sexuales hasta los 20 años.
Su sentimiento, en el que al principio no veía nada sospechoso, consistía en fantasías en
las que compadecía a una muchacha tullida o en las que era él quien estaba cojo y recibía
la compasión de una joven hermosa y sana. A estas fantasías se fueron uniendo de forma
cada vez más evidente sentimientos eróticos; y, con 20 años, Z. incurrió en un acto
masturbatorio al que siguieron otros muchos. Se fue desarrollando una progresiva
neurastenia sexual y la debilidad excitable alcanzó tales proporciones que le bastaba la
visión de una muchacha cojeando por la calle para eyacular. Ni que decir tiene que los
actos masturbatorios y las poluciones en sueños iban también acompañados de tales
fantasías. Al mismo Z. le llamaba la atención que le resultara indiferente la personalidad de
la persona que cojeaba y que su interés se limitara al pie que cojeante. Z. no ha llegado
nunca a intentar el coito con una mujer portadora de su fetiche. No se encuentra en
disposición espiritual de hacerlo y alberga, asimismo, dudas sobre su potencia. Sus sucias
fantasías giran en torno a la masturbación junto al pie de una mujer coja. A veces se anima
con la idea de lograr el amor de una mujer casta y coja y que esta, conmovida porque él
ame lo que en ella es un defecto, le libere de su fetichismo elevando el amor de Z. “desde
el alma del pie de ella hasta los pies de su alma”. En esto cifra su salvación. Se siente
enormemente desdichado en su situación actual.

[Psychopathia sexualis, caso 98: fetichismo de cojera]

Caso 99: fetichismo de cojera

Caso análogo. Señor V., 30 años, funcionario, desciende de padres fuertemente


neuropáticos. A partir de los 7 años de edad, su compañera de juegos fue durante años
una niña coja de su edad.

A partir de los 12 años, el muchacho, con predisposición nerviosa e hipersexual, llegó a la


masturbación sin ser incitado a ello. Por la misma época llegó el desarrollo de la pubertad
y no cabe duda de que los primeros movimientos sexuales de V. hacia el sexo opuesto
coincidieron con la visión de la muchacha coja.

Desde entonces únicamente excitaron su sensualidad las mujeres cojas. Su fetiche era
una bella dama que (al igual que su compañera de juegos) cojeara del pie izquierdo.

V., que es exclusivamente heterosexual aunque con necesidades anormales, intentó


pronto mantener relaciones con el otro sexo, pero era absolutamente impotente con
mujeres que no fueran cojas. Su potencia y satisfacción llegaban al máximo si la puella
cojeaba del pie izquierdo, aunque también mantenía relaciones con éxito con las que
cojeaban del derecho. Dado que consumar el coito de manera acorde con su fetichismo
solo le era posible excepcionalmente, se aliviaba con la masturbación, que, no obstante,
se presentaba como triste sucedáneo y le resultaba repulsiva. A menudo, su situación
sexual le hacía sentirse extremadamente desdichado y le llevaba al borde del suicidio,
que, si no consumó, fue únicamente por consideración hacia sus padres.

Su sufrimiento moral culminó cuando concibió como objetivo de sus deseos el matrimonio
con una dama coja con la que hubiera simpatía, aunque sentía que lo único que podía
amar en una esposa así era la cojera y no el alma, lo cual le parecía una profanación del
matrimonio y una existencia insoportable e indigna. Eso le había hecho pensar a menudo
en la resignación y la castración.

La exploración de V., cuando acudió a mí en busca de ayuda, dio un resultado


completamente negativo en cuanto a signos de degeneración, enfermedades nerviosas,
etc.

Le expliqué al paciente que al arte médico le resultaría difícil, cuando no imposible,


erradicar un fetichismo asentado en asociaciones tan sólidas y le manifesté mi esperanza
de que, haciendo feliz a una muchacha coja con el matrimonio, pudiera él mismo encontrar
la felicidad.
Otro ejemplo es Descartes (Traité des passions, CXXXVI), quien presenta sus propias
observaciones sobre la aparición de extrañas inclinaciones a partir de asociaciones de
ideas. Siempre se complació en las mujeres bizcas porque el objeto de su primer amor
tenía este defecto (Binet op. cit.).

Lydston (A Lecture on sexual perversion, Chicago, 1890) refiere el caso de un hombre que
mantuvo una relación amorosa con una mujer a la que le habían amputado una pierna.
Tras separarse de esa persona buscó con anhelo a otras mujeres con el mismo defecto.
Un fetiche negativo.

[Psychopathia sexualis, caso 99: fetichismo de cojera]

Caso 100: fetichismo de piel de muchacha

L., jornalero, fue detenido por amputarse un gran trozo de carne del antebrazo izquierdo
con una tijera en un lugar público.

Declara que desde hace mucho tiempo tiene el impulso de comerse un trozo de la blanca y
delicada carne de una muchacha, que siguió con ese fin a una víctima con una tijera que
ya llevaba preparada, pero que ante el sinsentido de este propósito renunció a él y se cortó
él mismo en sustitución (!).

L. desciende de padre epiléptico. Una hermana es débil mental.

L. sufrió hasta los 17 años de enuresis nocturna, le temían en todas partes por su forma de
ser grosera e irritable, fue expulsado de la escuela por su indisciplina y maldad.

Pronto se dio al onanismo. Le gustaba leer libros religiosos, presentaba en su carácter


rasgos supersticiosos, tendencia al misticismo y una llamativa devoción.

Con 13 años, la visión de una bella joven con piel blanca y delicada hacía que se
manifestara en él el impulso con connotaciones libidinosas de arrancarle a una joven así
un trozo de carne de un bocado y comérselo. Este impulso era todo su afán. No había
nada más en la mujer que le excitara. Nunca sintió deseo de mantener ningún tipo de
relaciones sexuales con una de ellas y nunca hizo el correspondiente intento.

Como esperaba conseguir su objetivo más fácilmente con unas tijeras que con los dientes,
llevaba siempre unas encima desde hacía años. Varias veces estuvo a punto de satisfacer
su anormal deseo. Desde hacía un año le resultaba ya casi insoportable la falta de
satisfacción de este, por lo que había dado con un sucedáneo que consistía en que, tras
perseguir infructuosamente a una muchacha, se cortaba él mismo un trozo de piel de los
brazos, los muslos o el vientre y se lo comía. Apoyándose en la fantasía de que se trataba
de piel de la muchacha perseguida, llegaba al orgasmo y la eyaculación mientras se comía
el trozo de su propia piel.

En el cuerpo de L. se encuentran numerosas marcas y heridas en la piel, algunas de ellas


extensas y profundas.

Durante su automutilación y durante un periodo prolongado posterior a esta sufría agudos


dolores, pero estos se veían compensados con creces por la voluptuosidad que
experimentaba al disfrutar de los trozos de piel, especialmente cuando sangraba
intensamente y conseguía hacerse la ilusión hasta cierto punto de que se trataba de cutis
virginis. La simple visión de un cuchillo o una tijera le basta para evocar su perverso
impulso. Cae entonces en un extraño estado de miedo con sudoración, mareos,
palpitaciones, deseo de cutis feminae. Tiene entonces que perseguir tijera en mano a
mujeres que le resulten simpáticas, pero no pierde ni la conciencia ni un resto de
autocontrol, pues en plena culminación de la crisis toma de sí mismo lo que lo que se le
niega en el cuerpo de una muchacha. Durante toda esta crisis se dan erección y orgasmo;
en el momento en que mastica su piel entre los dientes, llega la eyaculación. A
continuación siente una gran satisfacción y alivio. Sus genitales son normales.

L. es perfectamente consciente de lo patológico de su estado. Naturalmente, este


degenerado peligroso para la sociedad fue a parar al manicomio. Allí cometió un intento de
suicidio. (Magnan, Psychiatrische Vorlesungen, traducción al alemán de Möbius, cuaderno
IV-V, p. 49).

[Psychopathia sexualis, caso 100: fetichismo de piel de muchacha]

Caso 101: fetichismo de pelo

Una dama contó al Dr. Gemy que en la noche de bodas y en la noche siguiente su esposo
se había contentado con besarla, revolver su no muy abundante cabello y, a continuación,
echarse a dormir. A la tercera noche el señor X. sacó una peluca de largos cabellos y le
rogó a su mujer que se la pusiera. Acto seguido, el hombre se puso rápidamente al
corriente de los atrasos del débito conyugal. A la mañana siguiente, X. empezó
nuevamente a ponerse tierno haciéndole mimos primero a la peluca. En cuanto la señora
X. se quitaba la peluca, a la que ya le iba cogiendo rabia, perdía todo atractivo para su
esposo. La señora X. se dio cuenta entonces de que aquí había gato encerrado, se plegó
a los deseos de su marido, al que quería y cuya libido (y, al parecer, también la potencia)
dependía de la peluca. Sorprendentemente, cada peluca solo resultaba efectiva durante 15
ó 20 días. Tenían que tener mucho pelo, siendo indiferente el color.

El fruto de cinco años de matrimonio fueron dos hijos y una colección de 72 pelucas.

[Psychopathia sexualis, caso 101: fetichismo de pelo]

Caso 102: fetichismo de bigote

X., 20 años, de sexualidad contraria, solo ama a hombres con un bigote grande y bien
poblado. Un día X. conoce a un hombre que responde a su ideal. Se le lleva a casa, pero
se lleva una gran decepción cuando este se quita el bigote (postizo). Hasta que no se lo
vuelve a poner, no recobra su atractivo para X., que con ello vuelve a estar en plena
posesión de su potencia.

[Psychopathia sexualis, caso 102: fetichismo de bigote]

Caso 103: cortador de coletas

Cortador de coletas, P., 40 años, herrero artístico, soltero, descendiente de padre


transitoriamente demente y madre muy nerviosa. Se desarrolló bien, era inteligente, pero
pronto empezaron a apoderarse de él tics e ideas obsesivas. Nunca se había masturbado,
amaba platónicamente, se engañó a menudo a sí mismo con planes de boda, practicaba el
coito raras veces y únicamente con prostitutas, pero nunca se sentía satisfecho con las
relaciones que mantenía con estas, más bien le producían repugnancia. Hace tres años
aproximadamente sufrió los rudos golpes del destino (ruina económica) y pasó además
una enfermedad de tipo febril con delirio. Estas circunstancias dañaron gravemente el
sistema nervioso central de esta persona, que ya presentaba afecciones hereditarias. El 28
de agosto de 1889, P. fue arrestado en flagrante delito cuando entre el trasiego de gente le
cortó la coleta a una muchacha. Se le detuvo con la coleta en la mano y una tijera en el
bolsillo. Se disculpó alegando una momentánea alteración de los sentidos y una
desdichada e insoportable pasión; admitió haber cortado ya coletas en diez ocasiones y
haberlas guardado en casa con deleitoso arrebato.

Al registrar su domicilio se le encontraron 65 coletas y trenzas ordenadas en paquetes. P.


ya había sido detenido en similares circunstancias el 15 de diciembre de 1886, pero se le
había puesto en libertad por falta de pruebas.

P. reconoce que, desde hace tres años, por las noches, mientras está en su habitación,
siente malestar y se ve asediado por temores, excitación y mareos. Le acomete entonces
el impulso de manosear pelo de mujer. Cuando en alguna ocasión había podido tener
verdaderamente en sus manos la coleta de una muchacha, libidine vade excitatus est
neque ampius puella tacta, erectio et ejaculatio evenit. De vuelta a casa, se avergonzaba
del hecho, pero el deseo de poseer coletas, acompañado de un sentimiento enormemente
libidinoso, iba cobrando en él cada vez más fuerza. Se sorprendía de que nunca hubiera
sentido antes nada parecido en los momentos de más íntimo contacto con mujeres. Una
noche no pudo resistir más el impulso de cortarle la coleta a una joven. Ya de vuelta en
casa, con la coleta en la mano, se repitió el proceso libidinoso. Tenía la necesidad de
pasarse la coleta por el cuerpo, envolver en ella sus genitales. Finalmente, estando ya
agotado por completo, sintió vergüenza y no se atrevió a salir a la calle en varios días.
Tras varios meses de calma, volvió a sentir el impulso de tener en las manos cabello de
mujer, sin importarle de quién fuera. Si lograba su objetivo, se sentía como poseído por
una fuerza sobrenatural, incapaz de soltar su presa. Si no lograba alcanzar el objeto de su
deseo, se hundía en un profundo malestar, experimentaba un potente orgasmo y se
satisfacía mediante la masturbación. Las coletas que veía expuestas en las peluquerías le
dejaban perfectamente frío. Tenían que ser coletas que colgaran de la cabeza de una
mujer.

Asegura que, en la cima de sus atentados contra las coletas, se encontraba en un estado
de excitación tal que tan solo tenía una percepción fragmentaria (y, por tanto, también
recuerdos incompletos) de lo que pasaba a su alrededor. En cuanto tocaba la coleta con la
tijera, experimentaba una erección, y en el momento de cortarla sobrevenía la eyaculación.

Afirma que, desde que sufrió aquellos golpes del destino hace aproximadamente tres
años, tiene mala memoria, se apodera rápidamente de él el agotamiento psíquico, sufre
insomnio y miedos nocturnos. P. lamenta profundamente sus actos.

No solo se le encontraron coletas sino también gran cantidad de horquillas para el pelo,
cintas y otros objetos de tocador femeninos que había conseguido que le regalaran.
Siempre había tenido una verdadera manía por coleccionar objetos de ese tipo, así como
periódicos, trozos de madera y otros cachivaches carentes de todo valor, de los que nunca
se había querido desprender. También sentía una extraña aversión, que ni él mismo se
explicaba, a pasar por cierta calle; si alguna vez lo intentaba, se apoderaba de él un gran
malestar.

El dictamen evidenció el carácter compulsivo, impulsivo, decididamente no libre, de los


actos de que se acusaba a este degenerado, que revestían la condición de actos
compulsivos provocados por una idea obsesiva acompañada por sentimientos sexuales
anormales de excepcional intensidad. Se le declara inocente. Manicomio (Voisin, Soquet y
Motet, Annales d’hygiène, abril de 1890).

[Psychopathia sexualis, caso 103: cortador de coletas]

Caso 104: cortador de coletas

Cortador de coletas. E., 25 años. Una hermana de la madre es epiléptica, el hermano ha


padecido convulsiones. E. dice haber sido un niño sano y buen estudiante. Con 15 años, al
ver peinarse a una belleza de su pueblo, experimentó por primera vez un sentimiento
libidinoso con erección. Hasta entonces, las personas del otro sexo no le habían causado
impresión alguna. Dos meses después, en París, se excitaba poderosamente cada vez
que veía los cabellos que descendían sobre la nuca de las muchachas. Un buen día no
pudo contenerse y, cuando se presentó la ocasión, tomó entre sus dedos la coleta de una
joven. Se le detuvo por este motivo y se le condenó a tres meses.

Después sirvió como soldado durante cinco años. Las coletas no representaban un peligro
para él durante este periodo, pero tampoco le resultaban demasiado accesibles. No
obstante, soñaba de cuando en cuando con cabezas de mujer con coleta o con el pelo
suelto. Ocasionalmente, coito con mujeres, pero sin que el pelo de estas actuara como
fetiche.

De vuelta en París, vuelve a tener los sueños arriba indicados y se excita enormemente
con el pelo de mujer.

Nunca sueña con la figura completa de una mujer sino solamente con cabezas con coleta.

Su excitación sexual con este fetiche se había vuelto tan poderosa últimamente que se
aliviaba mediante la masturbación.

La idea de tocar cabello de mujer o, mejor todavía, de poseer coletas para poder
masturbarse tocándolas iba ganando cada vez más fuerza.

Últimamente, cuando tenía cabello de mujer entre los dedos, sufría una eyaculación. Un
día había conseguido ya cortarles por la calle a tres niñas pequeñas sendas coletas de
unos 25 cm de longitud y ponerlas a buen recaudo cuando le detuvieron mientras
intentaba cortar una cuarta. Profundo arrepentimiento y vergüenza. No hubo condena.
Lleva ya bastante tiempo en el manicomio y han dejado de excitarle las coletas de las
mujeres. Cuando le suelten, tiene pensado irse a su tierra, donde las mujeres acostumbran
llevar el pelo recogido (Magnan, Archives de l’anthropologie criminelle, vol. 5., N.º 28).

[Psychopathia sexualis, caso 104: cortador de coletas]

Caso 105: fetichismo de coleta

Fetichismo de coleta. Señor X., hacia la mitad de la treintena, de clase social elevada,
soltero, de familia al parecer sin taras, pero desde la niñez nervioso, caprichoso, raro,
afirma haberse sentido poderosamente atraído por el pelo de mujer desde los ocho años
de edad. Esto se daba sobre todo con muchachas jóvenes. Teniendo él nueve años, una
muchacha de 13 cometió con él abusos deshonestos. Él no sabía lo que era aquello y no
sintió excitación alguna. También la hermana de 12 años de esa misma chica se
aprovechó de él, le besuqueó y le abrazó. Él se dejó hacer porque el pelo de la chica le
gustaba mucho. Con unos 18 años de edad, empezó a experimentar sentimientos
libidinosos al ver pelo de mujer que resultaba de su gusto. Poco a poco, tales sentimientos
empezaron a presentarse también espontáneamente y enseguida empezaron a asociarse
imágenes recordadas de cabello de muchachas. Con 11 años fue inducido a la
masturbación por compañeros de colegio. El vínculo asociativo de sentimientos sexuales y
de la fantasía fetichista ya asentada se presentaba cada vez que cometía actos
deshonestos con sus camaradas. Con los años el fetiche se fue volviendo cada vez más
intenso. Incluso las coletas falsas empezaron a excitarle, aunque seguía prefiriendo las de
verdad. Cuando podía tocarlas o incluso besarlas se sentía tremendamente dichoso.
Escribía redacciones y poesías sobre la belleza del cabello femenino, dibujaba coletas y se
masturbaba al mismo tiempo. A partir de los 14 años su fetiche le excitaba tan
poderosamente que experimentaba intensas erecciones. En oposición a su gusto inicial de
cuando era niño, ahora ya solo le excitaban las coletas, sobre todo las negras y
abundantes, trenzadas y muy apretadas. Sentía un vivo impulso de besar coletas así o
incluso de chuparlas. El tacto de este pelo apenas le proporcionaba satisfacción, más bien
lo hacía su contemplación y, sobre todo, el besarlo y chuparlo.

Si esto le resultaba imposible, se sentía desdichado hasta el punto del taedium vitae.

Intentaba superar este estado imaginando fantásticas “aventuras de pelo” y


masturbándose al mismo tiempo.

No pocas veces, andando por la calle, entre apreturas de gente, le ocurría que no podía
contenerse y le plantaba a una dama un beso en la cabeza. Se iba corriendo a casa a
continuación y se masturbaba. A veces conseguía resistirse a tal impulso, pero para
sustraerse al influjo de su fetiche tenía que salir huyendo a toda prisa y se sentía
acometido de viva ansiedad. Solo una vez sintió el impulso de cortarle la coleta a una
muchacha entre el gentío. Sintió un miedo terrible mientras lo hacía, no lo logró con una
navaja y se libró por poco del peligro de ser atrapado dándose a la fuga.

Ya de adulto, intentó obtener satisfacción mediante el coito con puellis. Lograba una
poderosa erección besándoles la coleta, pero no llegaba a la eyaculación. El coito le
dejaba por este motivo insatisfecho. Al mismo tiempo, su fantasía favorita consistía en
practicar el coito mientras besaba el cabello. Esto no le bastaba porque seguía sin llegar a
la eyaculación. A falta de otra cosa mejor, en cierta ocasión le robó a una dama el pelo que
se le había caído al peinarse, se lo metió en la boca y se masturbó mientras se imaginaba
a la propietaria. La mujer perdía para él todo interés en la oscuridad porque no podía ver
su coleta. El pelo suelto carecía también de todo atractivo para él, y lo mismo ocurría con
el vello púbico. Sus sueños eróticos giraban exclusivamente en torno a las coletas.
Últimamente, el paciente había llegado a tal grado de excitación sexual que había caído en
una especie de satiriasis. Se encontraba incapacitado para ejercer su oficio, se sentía tan
desdichado que intentaba insensibilizarse con el alcohol. Consumía este en grandes
cantidades, sufrió un delirio alcóholico, un ataque de epilepsia alcohólica, tuvo que ser
ingresado. Tras superar la intoxicación, la excitación sexual desapareció con gran rapidez
con un tratamiento adecuado, y cuando el paciente recibió el alta, se encontraba ya
liberado de su fantasía fetichista, que solamente se manifestaba ya de vez en cuando en
sueños.

La exploración corporal permitió constatar la normalidad de los genitales y la ausencia de


signos de degeneración.

Caso 106: fetichismo de ropa

X., hijo de general, se ha criado en el campo. A la edad de 14 años fue iniciado por una
joven dama en los placeres del amor. Esta dama era rubia y llevaba el cabello recogido en
bucles. Para evitar ser descubierta, solo mantenía relaciones sexuales con su joven
amante vestida con su ropa habitual: con polainas, corsé y sus vestidos de seda.

Cuando, al término de sus estudios, se le envió al ejército y quiso disfrutar allí de su


libertad, descubrió que su impulso sexual solamente se despertaba en circunstancias muy
determinadas. Así, una morena no lograba excitarle lo más mínimo, y una mujer vestida
para irse a la cama conseguía apagar todo entusiasmo amoroso que pudiera haber en él.
Para que una mujer despertara en él deseo, tenía que ser rubia y llevar polainas, corsé y
traje de seda; en definitiva, tenía que ir vestida exactamente como la dama que primero
había inspirado en él el impulso sexual. Se hurtaba siempre a todo intento de casarse con
él porque sabía que sería incapaz de cumplir sus obligaciones conyugales con una mujer
vestida con prendas de dormir.
Hammond informa, asimismo, p. 42, de un caso en el que el coitus maritalis solo se podía
consumar recurriendo a un determinado vestido, y el Dr. Moll, op. cit., menciona varios
casos semejantes tanto entre heterosexuales como entre homosexuales. A menudo, se
puede demostrar que la causa reside en una temprana asociación, y es de suponer que
esto es siempre así. Solo de este modo se explica que una determinada vestimenta ejerza
un efecto irresistible sobre tales individuos, siendo indiferente la persona portadora del
fetiche. De este modo, resulta comprensible que, como relata Coffignon (op. cit.), los
hombres exijan en los prostíbulos que las mujeres con las que mantienen relaciones se
pongan un determinado traje: de bailarina de ballet, de monja, etc., y que estos
establecimientos estén provistos a tal efecto de todo un vestuario de disfraces.

Binet (op. cit.) refiere el caso de un juez que estaba enamorado única y exclusivamente de
las italianas que acuden a París como modelos de pintores y del vestido de estas. La
causa subyacente residía aquí de forma constatable en una impresión recibida en el
momento en que despertaba el impulso sexual.

[Psychopathia sexualis, caso 106: fetichismo de ropa]

Caso 107: fetichismo de traje

Fetichismo de traje. P., 33 años, hombre de negocios, hijo de madre aquejada de


melancolía que puso fin a su vida mediante el suicidio, con diversos signos de
degeneración anatómica, se le tenía en su calle por un tipo raro y tenía de mote
“l’amoureux des nourrices et des bonnes d’enfants”.

Fue detenido por importunar a estas en lugares públicos con su insistencia y por iniciar
una pelea en cierta ocasión con una persona portadora de su fetiche.

Según afirma, siempre le ha entusiasmado la vista de niñeras y amas de cría, pero lo que
le interesaba no era la mujer en cuestión sino únicamente su vestido y, además, no partes
concretas de este sino su totalidad. Su máximo placer consistía en hallarse en compañía
de tales personas. Una vez de vuelta en casa, le bastaba con evocar las impresiones
disfrutadas para llegar al orgasmus venereus. Nunca se le pasó por la cabeza consumar el
coito con una de estas personas.

Un caso análogo de fetichismo de traje se le debe a Motet. Se trataba de un joven de


buena familia que tan solo se excitaba sexualmente con la visión de una mujer en traje de
novia. Le resultaba perfectamente indiferente quién llevara el traje. Para satisfacer sus
deseos fetichistas, pasaba buena parte de su tiempo en el Bois de Boulogne, a las puertas
de restaurantes en los que se celebraban banquetes de bodas (Garnier, Les fétischistes, p.
59).

[Psychopathia sexualis, caso 107: fetichismo de traje]

Caso 108: fetichismo de ropa femenina

K., 45 años, zapatero, al parecer sin taras hereditarias, de carácter raro, poco dotado
espiritualmente, apariencia masculina, sin signos degenerativos, por lo demás de
comportamiento intachable, fue descubierto el 12 de julio de 1876 por la noche mientras
intentaba recoger de un escondite ropa de mujer robada. Se le encontraron alrededor de
300 prendas de señora, entre ellas blusas y diversas prendas para las piernas, gorros de
dormir, ligas y hasta una muñeca femenina. En el momento de la detención llevaba puesta
incluso una camisa de señora. Llevaba ya 13 años satisfaciendo su impulso de robar ropa
de mujer. Cuando se le condenó por primera vez por ello, se volvió cuidadoso y desde
entonces robaba de manera refinada y exitosa. Cuando se le presentaba tal impulso,
sentía temor y la cabeza se le ponía muy pesada. No era entonces capaz resistirse por
nada del mundo. Le resultaba totalmente indiferente a quién le quitara estos objetos.

Las prendas robadas se las ponía por la noche en la cama representándose al mismo
tiempo a mujeres hermosas y experimentando sentimientos libidinosos y efusión de
semen.

Este era al parecer el motivo de sus robos. En cualquier caso, nunca había vendido
ninguno de los objetos robados, sino que, antes bien, los ocultaba en diversos lugares.

Afirmó haber mantenido relaciones sexuales normales con mujeres en época anterior.
Negó haber incurrido en onanismo, pederastia y otros actos sexuales. Afirma haberse
prometido a la edad de 25 años, pero el compromiso se rompió sin que mediara culpa por
su parte. No era capaz de asumir el carácter morboso de su estado ni lo injusto de sus
actos (Passow, Vierteljahrsschr. f. ger. Mediz. N. F. XXVIII, p. 61; Krauss, Psychologie des
Verbrechens, 1884, p. 190).

[Psychopathia sexualis, caso 108: fetichismo de ropa femenina]

Caso 109: fetichismo de ropa de mujer

J., hombre joven, carnicero de oficio, fue detenido un buen día. Bajo el abrigo llevaba un
corsé, un corpiño, una camiseta, una chaquetilla, un cuello, un suéter y una camisa de
señora. Además llevaba puestas una medias finas con ligas.

Desde que tenía 11 años le acosaba el deseo de ponerse una camisa de su hermana
mayor. En cuanto podía hacerlo sin que nadie se diera cuenta, se procuraba este placer y
desde la pubertad llegaba a la eyaculación al ponerse estas camisas. Cuando empezó a
vivir por su cuenta, comenzó a comprar camisas y otras prendas de señora. Se le encontró
todo un vestuario femenino. Vestirse con tales prendas era alfa y omega de sus
sentimientos e impulsos sexuales. Llegó a arruinarse por culpa de su fetichismo. En el
hospital le suplicaba al médico que le dejara ponerse ropa de mujer. No se da en J.
sentimiento sexual contrario (Garnier, Les fétischistes, p. 62).

[Psychopathia sexualis, caso 109: fetichismo de ropa de mujer]

Caso 110: fetichismo de ropa de mujer

Z., 36 años, erudito, hasta el presente se ha interesado única y exclusivamente por el


envoltorio de la mujer, pero nunca por la mujer en sí y a día de hoy no ha mantenido nunca
relaciones sexuales con una de ellas. Junto a la elegancia y la distinción en general de la
presencia de una dama, constituyen su fetiche específicamente la lencería y las camisas
de batista con encajes, corsés de seda, enaguas de seda con finos bordados y medias de
seda. Le resultaba todo un placer ver o, mejor aún, tocar tales prendas de vestir femeninas
en tiendas de confección. Su ideal era una dama en traje de baño, con medias de seda,
corsé, y por encima de estos un salto de cama con cola.

Estudió los vestidos de las “coureuses des rues”, pero los encontró no ya faltos de gusto,
sino perfectamente repulsivos. Mayor placer le proporcionaban los escaparates, pero la
frecuencia con que se renovaban los géneros expuestos era demasiado escasa. Halló
cierta satisfacción en la posesión y estudio de revistas de moda, así como en la
adquisición de ciertas prendas-fetiche de especial hermosura. Toda su felicidad habría
consistido en tener acceso al arreglo de las damas en el tocador o a los probadores de las
tiendas de moda, o el poder ser “femme de chambre” de una elegante mujer de mundo y
ayudarla a vestirse. No se constatan rasgos masoquistas o de sentimiento homosexual en
este singular fetichista. Su aspecto es perfectamente masculino (Garnier, La folie à Paris,
1890).

[Psychopathis sexualis, caso 110: fetichismo de ropa de mujer]

Caso 111: fetichismo de ropa

C., 37 años, de familia con importantes taras, plagiocéfalo, de escasas dotes espirituales,
se fijó con 15 años en un delantal que habían tendido a secar. Se envolvió en él y se
masturbó detrás de un seto. A partir de entonces no podía dejar de repetir ese acto cada
vez que veía un delantal. Si veía pasar a alguien con delantal, tenía que irse detrás, tanto
si era mujer como si era hombre. Para librarle de sus innumerables robos de delantales le
alistaron en la marina con 16 años. Allí no había delantales y, de momento por lo menos,
hubo paz. Con 19 años volvió a casa y empezó de nuevo a robar delantales, con lo que se
vio en serios problemas. Le encerraron varias veces e intentó librarse de su deseo
mediante una estancia de varios años en un convento de trapistas. En cuanto lo
abandonó, volvió a las andadas.

Con motivo de un nuevo robo se le sometió a una exploración por un médico forense y se
le ingresó en un manicomio. Nunca robó nada aparte de delantales. Era para él un placer
darle vueltas al recuerdo del primer delantal que robó. Sus sueños giraban alrededor de
los delantales. Posteriormente utilizó estas imágenes recordadas para consumar el coito
ocasionalmente o también para masturbarse (Charcot-Magnan, Arch. de Neurol., 1882, N.º
12).

En un caso análogo a esta serie de observaciones, Lombroso (Amori anomali precoci nei
pazzi. Arch. di psich., 1883, p. 17) informa de que un niño con considerables taras
hereditarias experimentaba ya con cuatro años erección e intensa excitación sexual con la
visión de objetos blancos, concretamente, ropa. El tocarla y estrujarla le proporcionaba un
placer libidinoso. Con 10 años empezó a masturbarse cuando veía ropa blanca y
almidonada. Al parecer, estaba afectado de demencia moral y acabó ejecutado por
asesinato.

[Psychopathia sexualis, caso 111: fetichismo de ropa]

Caso 112: fetichismo de ropa mojada

Señor Z., 35 años, funcionario, hijo único de madre nerviosa y padre sano. Desde la niñez
era “nervioso”, durante la consulta llaman la atención sus ojos neuropáticos, su cuerpo
delicado y flaco, sus rasgos delicados, su voz extremadamente fina, su escasa barba. Con
excepción de una leve neurastenia, ausencia de hallazgos morbosos en el paciente.
Genitales normales, funciones sexuales también normales. El paciente asegura haberse
masturbado únicamente 4 ó 5 veces, de niño.

Ya con 13 años, el paciente experimentaba una intensa excitación sexual con la visión de
ropa de mujer húmeda, mientras que esa misma ropa pero seca no le excitaba lo más
mínimo. Su máximo placer consistía en mirar a mujeres empapadas cuando llovía. Si daba
con una y además la mujer en cuestión tenía un rostro que le resultaba simpático,
experimentaba intensos sentimientos libidinosos, una potente erección y se sentía
impulsado al coito.

Afirma no haber tenido nunca el deseo de hacerse con faldas mojadas o de echarle agua a
una mujer. El paciente no fue capaz de dar ninguna pista sobre el origen de su afición.
Es posible que, en este caso, el impulso sexual surgiera por primera vez al ver a una mujer
alzándose las faldas un día de lluvia y mostrando sus encantos. El oscuro impulso, que
todavía no era consciente de su objeto, se proyectaría a continuación sobre las faldas
mojadas, como en otros casos.

[Psychopathia sexualis, caso 112: fetichismo de ropa mojada]

Caso 113: fetichismo de pañuelos

Un ayudante de panadería de 32 años, soltero, hasta ese momento de conducta


irreprochable, fue sorprendido robándole un pañuelo a una dama. Reconoció, con sincero
arrepentimiento, haber sustraído entre 80 y 90 pañuelos de mano. Era lo único que
buscaba y, además, solamente los de mujeres jóvenes y que le resultaran atractivas.

El inculpado no presenta nada de destacable en su aspecto exterior. Se viste con esmero,


presenta una forma de ser y un comportamiento raros; hasta cierto punto, pusilánime y
depresivo, en parte con una sumisión impropia de un hombre, llegando a veces a
expresarse en un tono quejicoso que acaba en lágrimas. Se reconocen en él, asimismo, un
inequívoco desvalimiento, dificultad para la comprensión, lentitud de orientación y reflejos.
Una hermana es epiléptica. Lleva una vida acomodada, nunca ha estado enfermo de
gravedad, se desarrolló correctamente. En la relación de su historia vital da muestras de
falta de memoria y claridad; también tiene problemas de cálculo, aunque había sido buen
estudiante y tenía una buena comprensión. Su carácter miedoso e inseguro no podía dejar
de despertar sospechas de onanismo. El acusado reconoció haberse dado de forma
exagerada a este vicio desde los 19 años.

Desde hacía años padecía, como consecuencia de su vicio, de agotamiento, decaimiento,


temblores en las piernas, dolores de espalda, y falta de deseo de trabajar. A menudo se
apoderaba de él un estado de ánimo en el que se mezclaban tristeza y miedo y que le
llevaba a evitar a la gente. En cuanto a las consecuencias de las relaciones sexuales con
mujeres, tenía ideas exageradas y peregrinas sobre el particular y no había podido
decidirse a llevarlas a la práctica. No obstante, andaba pensando últimamente en el
matrimonio.

Con profundo arrepentimiento y con una cierta simpleza reconoció X. a continuación que
medio año antes había sentido una enorme excitación sexual al ver a una hermosa joven
entre la multitud, que no le quedó más remedio que arrimarse a ella y que sintió la
necesidad de compensar con el robo del pañuelo el no llegar a una satisfacción más
profunda de su excitación sexual.

A partir de entonces, en cuanto veía a una mujer que le resultaba atractiva, sentía una
imperiosa necesidad, acompañada de fuerte excitación sexual, palpitaciones, erección e
impetus coeundi, de aproximarse a la persona en cuestion y —a falta de otra cosa mejor—
robarle el pañuelo. Aunque en ningún momento perdió la conciencia del carácter delictivo
de su acción, era incapaz de resistirse a tal impulso. Mientras lo llevaba a la práctica sentía
un miedo en el que se mezclaban el carácter compulsivo de su impulso sexual y el temor a
ser descubierto.

El informe que se emitió tiene en cuenta acertadamente tanto la imbecilidad congénita


como el influjo destructivo del onanismo y sitúa la causa del anormal deseo en un impulso
sexual perverso en el que se aprecia una interesante y fisiológicamente conocida conexión
entre el sentido del olfato y el sexual. Se reconoció el carácter compulsivo de este impulso
morboso. X. no fue condenado (Zippe, Wiener med. Wochenschr., 1879, N.º 23).

A la gentileza del Prof. Dr. Fritsch, médico de la Audiencia Provincial de Viena, le debo
noticias adicionales sobre este fetichista de pañuelos, que volvió a ser detenido en agosto
de 1890 cuando estaba a punto de arrebatarle a una dama el pañuelo de un bolsillo de la
chaqueta.

En el registro de su casa se hallaron 446 pañuelos de señora. Además, asegura haber


quemado dos paquetes de tales corpora delicti. Asimismo, en el curso de la investigación,
se constató que X. ya había sido condenado en 1883 a 24 días de arresto por el robo de
27 pañuelos y, por ese mismo delito, a otras tres semanas de arresto en 1886.

Sobre su parentela se descubre además que su padre estuvo muy aquejado de


congestiones y que una hija de su hermano es imbécil y de constitución neuropática.

X. se había casado en 1879 y había abierto su propio negocio. En 1881 se declaró en


quiebra. Poco después le pidió el divorcio su mujer, que no se entendía con él y con quien,
al parecer, X. no cumplía el débito conyugal (cosa que él niega). X. vivió en adelante como
ayudante de panadero en el negocio de su hermano.

Se lamenta profundamente del desdichado impulso que despiertan en él los pañuelos de


señora, pero si se viera nuevamente en tal situación, no sabría resistirse. Experimenta con
ello una sensación placentera y dichosa, y es como si se viera empujado por alguien. A
veces logra resistirse, pero si la dama le resulta simpática, sucumbe al primer impulso. Se
encuentra en ese momento bañado en sudor, en parte por miedo a ser descubierto y en
parte como consecuencia del deseo que siente de consumar el hecho. Afirma haber
sentido ya desde la pubertad excitación sensual ante la visión de pañuelos pertenecientes
a mujeres. Asegura no acordarse de las circunstancias concretas en que pudiera haber
surgido esta asociación fetichista. La excitación sensual ante la visión de damas con el
pañuelo asomando por el bolsillo ha ido cada vez a más. Se producen repetidamente
erecciones con ello, sin llegar nunca, no obstante, a la eyaculación.

Dice haber sentido deseos en diversas ocasiones a partir de los 21 años de obtener una
satisfacción sexual normal, así como haber consumado el coito sin mayor dificultad sin
tener que recurrir a fantasías de pañuelos. Según se iba imponiendo en él el fetichismo, el
apoderarse de pañuelos se iba convirtiendo para él en una fuente de satisfacción mucho
mayor que el coito. El apropiarse del pañuelo de una dama que le resultara simpática tenía
para él el mismo valor que si hubiera mantenido relaciones sexuales con la señora en
cuestión. Experimentaba con ello un verdadero orgasmo.

Si no lograba hacerse con un pañuelo que deseara, le acometía excitación, temblores,


sudores por todo el cuerpo.

Los pañuelos de mujeres que le resultaban especialmente simpáticas los guardaba aparte,
gozaba con su contemplación y sentía con ello un inmenso bienestar. También el olor de
estos le procuraba sensaciones placenteras, si bien asegura que era el propio olor de la
tela y no el de algún posible perfume el que le excitaba sensualmente. Según afirma, tan
solo se masturbaba muy raramente.

Dejando de lado ocasionales dolores de cabeza y mareos, X. está libre de afecciones


físicas. Lamenta profundamente su desdicha, su impulso morboso, el demonio maléfico
que le empuja a tales actos delictivos. Su único deseo es que alguien pueda ayudarle.
Como hallazgos objetivos se constatan leves manifestaciones neurasténicas, anomalías
en la circulación sanguínea y pupilas desiguales.

Se certifica que X. ha cometido sus delitos bajo un impulso de índole morbosa y


compulsiva. Queda absuelto.

[Psychopathia sexualis, caso 113: fetichismo de pañuelos]


Caso 114: fetichismo de pañuelos

El señor Z. empezó a masturbarse con 12 años y desde entonces no podía ver un pañuelo
de señora sin experimentar orgasmo y erección. Tenía verdadera necesidad de
apoderarse de ellos. Por aquel entonces cantaba en el coro de niños de la iglesia y
utilizaba los pañuelos que robaba para masturbarse en el campanario. Solo ejercían sobre
él tal fascinación los pañuelos a cuadros blancos y negros, los de color violeta y los de
rayas. A partir de los 15 años de edad, coito; posteriormente, matrimonio. Por lo general,
solo era potente envolviéndose los genitales con un pañuelo de este tipo. A menudo
prefería el coitus inter femora feminae (situando allí un pañuelo) al acto normal. En ningún
lugar estaba un pañuelo a salvo de él. Siempre llevaba varios en el bolsillo y uno
envolviendo sus genitales, (Rayneau, Annales médico-psychol. 1895).

[Psychopathia sexualis, caso 114: fetichismo de pañuelos]

Caso 115: fetichismo de pañuelo con sentimiento sexual contrario

Caso de fetichismo de pañuelo con sentimiento sexual contrario.

K., 38 años de edad, trabajador manual, hombre de constitución fuerte, aquejado de


numerosos problemas de salud: debilidad en las piernas, dolores de espalda, dolor de
cabeza, falta de deseos de trabajar, etc. Estas afecciones dan toda la impresión de ser
neurasténicas, con tendencia hipocondriaca. Al cabo de varios meses de tratamiento con
Moll, el paciente reconoce ser también sexualmente anormal.

K. nunca ha sentido impulso alguno hacia la mujer; los hombres bellos, en cambio,
siempre ejercieron un especial estímulo sobre él. El paciente se masturbó con frecuencia
desde la juventud hasta el momento en que acudió a Moll. K. nunca ha practicado
onanismo mutuo o pederastia [sexo anal, N. del T.]. Tampoco cree que hubiera hallado
satisfacción en ello, pues, a pesar de su predilección por los hombres, lo que más le excita
es una prenda de ropa blanca de estos. Desempeña un papel en todo esto, no obstante, la
belleza del propietario; son sobre todo los pañuelos de hombres hermosos los que excitan
sexualmente a K. El colmo de lo libidinoso consiste para él en masturbarse con un pañuelo
de caballero. Les quitaba por ello a menudo los pañuelos a sus amigos. Para evitar que se
descubriera el hurto, el paciente le dejaba siempre al amigo uno de sus propios pañuelos
en lugar del que robaba. K. pretendía esquivar así las sospechas de robo y dar la
impresión de que se trataba de una confusión. También otras prendas de caballero
excitaban sexualmente a K., pero no en el mismo grado que los pañuelos.

K. ha practicado en numerosas ocasiones el coito con mujeres, consiguiendo erección y


eyaculación, pero sin sentimientos libidinosos. Tampoco es que presentara atractivo
alguno para el paciente el hecho de consumar el acto carnal. La erección y la eyaculación
solo se presentaban si pensaba en el pañuelo de un hombre durante el acto; más fácil aún
le resultaba este al paciente si tomaba el pañuelo de un amigo y lo sostenía en la mano
durante el acto sexual.

En consonancia con su perversión sexual, sus poluciones nocturnas discurren también


bajo representaciones libidinosas en las que la ropa de hombre desempeña un papel
principal.

[Psychopathia sexualis, caso 115: fetichismo de pañuelo con sentimiento sexual contrario]

Caso 116: fetichismo de zapatos


Fetichismo de zapatos. Señor de P., descendiente de un largo linaje de nobles, 32 años,
casado, acudió a mi consulta en 1890 por la “antinaturalidad” de su vita sexualis. Asegura
proceder de una familia perfectamente sana, aunque ha sido nervioso desde niño y
padeció corea menor con 11 años. Desde hace diez sufre frecuentemente de insomnio, así
como de diversas afecciones de índole neurasténica.

Afirma no haber sido consciente de la diferencia entre sexos hasta los 15 años de edad y
no haber experimentado hasta entonces excitación sexual. Con 17 años le sedujo una
institutriz francesa, pero sin permitirle el coito, por lo que solo fue posible una intensa
excitación sensual mutua (masturbación recíproca). En medio de tal situación, su mirada
recayó en los elegantísimos botines de esta persona. Produjeron en él una fuerte
impresión. Sus relaciones con esta licenciosa persona duraron cuatro meses. Durante
estos contactos, sus botines se convirtieron en fetiche para este desdichado. Empezó a
interesarse por los zapatos de señora y perdía literalmente la cabeza por echar el ojo a
señoras hermosamente calzadas. El fetiche de calzado adquirió en su conciencia un
enorme poder. Sicuti calceolus mulieris gallicae penem tetigit, statim summa cum voluptate
sperma eiaculavit. Tras alejarse de su seductora, comenzó a acudir a puellis, de las que
demandó la misma manipulación. Por lo general le bastaba con ello para obtener
satisfacción. Solo raramente y de manera subsidiaria recurría al coito. Cada vez se sentía
menos inclinado hacia él. Su vita sexualis consistía en poluciones oníricas, en las que
únicamente los zapatos de señora desempeñaban un papel, así como en la satisfacción
mediante calceolos feminarum, appositos ad mentulam, pero esto tenía que hacerlo la
puella. En las relaciones con el otro sexo, únicamente le excitaba sensualmente el zapato
y además este tenía que ser elegante, de hechura francesa y de un negro brillante, como
el original.

Con el tiempo se fueron convirtiendo en condiciones accesorias las siguientes: zapato de


una prostituta, siendo esta verdaderamente elegante, chic, con enaguas almidonadas y, a
ser posible, con medias negras.

No había nada, por lo demás, que le interesara en la mujer. El pie desnudo le es


perfectamente indiferente. Tampoco espiritualmente presenta la mujer el más mínimo
atractivo para él. Nunca ha tenido deseos masoquistas en el sentido de desear que le
pisaran. En el transcurso de los años su fetichismo ha llegado a adquirir tal poder que si ve
por la calle a una dama con determinado aspecto y ciertos zapatos, experimenta una
excitación tal que se tiene que masturbar. Una leve presión sobre el pene basta para que
este hombre, que ha alcanzado un elevado grado de neurastenia, llegue a la eyaculación.
También los zapatos de los escaparates, y últimamente incluso los simples anuncios de
zapatos, bastan para excitarle poderosamente. Tiene una libido intensa y se alivia
mediante la masturbación cuando no se ofrecen situaciones relacionadas con los zapatos.
El paciente supo ver pronto lo comprometido y peligroso de su situación y, aunque se
encontraba bien físicamente si dejamos de lado sus trastornos neurasténicos, tenía una
gran pesadumbre moral. Buscó ayuda en los médicos más diversos. Los sanatorios con
curas de agua fría y los intentos de hipnosis no sirvieron de nada. Los médicos más
renombrados le aconsejaron que se casara y le aseguraron que en cuanto una muchacha
le amara en serio se vería liberado del influjo de su fetiche. El paciente no tenía ninguna
esperanza en su futuro, pero siguió el consejo de los médicos. Sus esperanzas,
despertadas por la autoridad de los médicos, se vieron cruelmente decepcionadas, aunque
llevó al altar a una dama dotada de grandes cualidades físicas y espirituales. La noche de
bodas fue espantosa, se sentía como un criminal y dejó a su mujer intacta. Al día siguiente
vio a una prostituta con ese cierto chic. Fue lo suficientemente débil como para mantener
relaciones con ella a su manera. A continuación compró un par de botines de señora muy
elegantes, los escondió en el lecho conyugal y consiguió así al cabo de unos días cumplir
con el débito conyugal a base de tocarlos durante el abrazo marital. Eyaculaba de manera
tardía porque tenía que forzarse para realizar el coito y pasadas unas cuantas semanas
fracasó su estratagema al fallarle su fantasía. P. se sentía tremendamente desdichado y
hubiera preferido poner fin a su vida. No podía satisfacer a su mujer, que se hallaba
dotada de apetito sensual y se había excitado mucho con las relaciones mantenidas hasta
ese momento, y la veía padecer un gran sufrimiento físico y moral. Él no podía ni quería
revelar su secreto. Sintió repugnancia ante las relaciones conyugales, tenía miedo de su
mujer, de las noches y de quedarse a solas con ella. No volvió a lograr una erección.

Lo intentó de nuevo con prostitutas, se satisfacía tocándoles los zapatos, después la puella
tenía que calceolo mentulam tangere; él eyaculaba o, si esto no ocurría, intentaba el coito
con la mujer venal, pero sin éxito, pues en ese caso se presentaba inmediatamente la
eyaculación. El paciente llega a mi consulta completamente desesperado. Lamenta
profundamente haber seguido, en contra de su íntima convicción, el infortunado consejo de
los médicos, con el que solo ha logrado hacer desgraciada a una buena mujer e infligirle
un daño físico y moral. Se pregunta si será capaz de responder ante Dios por seguir
adelante con un matrimonio así. Aun cuando se sincerara con su mujer y esta lo hiciera
todo por él, no habría adelantado nada, pues necesita que esté presente un cierto aroma
de mujer mundana.

No hay nada de destacable en la apariencia de este desdichado si dejamos de lado su


dolor de espíritu. Los genitales son perfectamente normales. La próstata tiene un tamaño
un poco grande. Se lamenta de hallarse hasta tal punto bajo el dominio de sus fantasías
de botas que se ruboriza de la cabeza a los pies en cuanto oye hablar de botas. Toda su
fantasía gira alrededor de estas. Cuando se encuentra en sus tierras, le ocurre a menudo
tener que recorrer de pronto las diez millas que le separan de la ciudad para dar
satisfacción a su fetichismo en los escaparates o también con puellis.

Este hombre, digno de compasión, no llegó a decidirse a iniciar un tratamiento porque su


confianza en la clase médica estaba prácticamente destruida. Un intento de comprobar si
sería posible una hipnosis —y, con ella, la eliminación de la asociación fetichista— fracasó
debido a la excitación espiritual del desdichado, que se hallaba completamente poseído
por la idea de que había hecho infeliz a su mujer.

[Psychopathia sexualis, caso 116: fetichismo de zapatos]

Caso 117: fetichismo de zapatos heterosexual, sentimiento sexual contrario


adquirido

Fetichismo de zapatos heterosexual, sentimiento sexual contrario adquirido.

Señor X: “Siendo un muchacho de 16 años, tenía erecciones al ver zapatos y botas de


señora elegantes, sobre todo si eran de tacón alto francés. Durante una estancia en un
balnerario, una dama se percató de que su coqueto calzado me excitaba. Me hizo
acompañarla a su habitación, donde me obsequió con exquisito vino y pastas. Después
me dijo que yo haría un hermoso paje y me vistió de extraña manera. Me dio unas medias
altas de seda, zapatos de raso de tacón alto, me puso un cinturón apretadísimo en la
cintura y cubrió mi torso con una camisa con puntillas. Aquello, naturalmente, me excitó
hasta la locura; sobre todo la sensación de llevar tacones (era la primera vez que me los
ponía) me sigue resultando inolvidable a día de hoy. A continuación se tendió en el diván
en una pose lasciva y, atrayéndome hacia sí, me masturbó. Esta mujer tendrá mi caso
sobre su conciencia. Las escenas se repitieron. Me encargó un traje ajustado de punto y, a
la tercera vez, me permitió el coito, que consumé con indecible placer. Yo me hallaba fuera
de control, por lo que a menudo me ocurría el pasar media noche en brazos de esta
Mesalina. Me bastaba con tocar sus coquetos tacones para que se presentara
nuevamente la erección. Y ella se excitaba igualmente con mi traje. Como me tuve que
marchar, empecé a practicar el onanismo imaginándome para ello vestidos y zapatos
provocadores o, como soy buen dibujante, pintando las más increíbles “escenas de paje”.
Al irme a la universidad, me hice inmediatamente con un vestuario compuesto por las
prendas más excitantes: llegué a poseer cien pares de zapatos y botas de los modelos
más disparatadamente fantasiosos. Cuando estoy solo, me disfrazo y me masturbo
delante del espejo. Como eso no me bastaba, inicié algunas relaciones. Frecuentaba
casas públicas y sentía la mayor de las libidos posibles cuando me hallaba con dos
muchachas al mismo tiempo, yo con mi traje, quarum una supra me sedens penem in
vaginam introducit, altera autem digito anum meum indagabat. Hasta aquel entonces era
completamente heterosexual; en la calle coqueteaba única y exclusivamente con mujeres,
aunque llevaba siempre llamativos zapatos y botas de tacón. En cambio, se los ocultaba a
los hombres, que a menudo se fijaban en mis pies. Pero una buena noche, teniendo yo 24
años, me dijo una puella publica: ‘Si te viera mi jefe, que viene el lunes, se volvía loco’. Me
explicó que el jefe, de 40 años, era un extremo apasionado de los zapatos y su mayor afán
consistía en amar a un hermoso joven de esbeltos miembros ataviado con cierto traje. Ella
se tenía que vestir de palafrenero, atarse un membrum virile a la cintura, etc. Aquel relato
me excitó hasta lo indecible porque mi suprema pasión es la coquetería. De pronto me
pareció magnífico el conquistar también a los hombres con mi figura y con mi pie, e hice
que le entregara una fotografía a aquel desconocido. Él quedó entusiasmado y me ofreció
a través de la muchacha elevadas sumas si estaba dispuesto a complacerle. Yo conocía la
pederastia por obras de índole erótica, pero no me había interesado lo más mínimo por los
hombres. Todo aquello cambió en una noche. Rechacé, naturalmente, todo dinero y solo
exigí de él un traje y unos zapatos nuevos, los cuales mandó hacer de la forma más
fantástica posible. Le esperé apud puellam con este traje, el cuerpo completamente
depilado y desnudo, cubierto solamente con una chaquetilla de seda con ricos bordados,
una hermosa peluca, una faja de seda que ocultaba los genitales pero dejaba al
descubierto mi trasero, piernas desnudas y depiladas, medias cortas de seda y los más
deliciosos zapatos que uno pueda imaginar. Él llegó y se volvió loco. Nudus a tergo me
amplexus est atque penem in anum meum introducere tentavit. Me entregué desprovisto
de toda voluntad y en consonancia con mi naturaleza pasiva a los ardientes abrazos de
aquel recio hombre. Sentí un deseo irresistible de soportar la immissionem penis, pero se
produjo una ejaculatio praecox; él se desplomó sobre mí balbuceando las palabras más
amorosas que haya oído. Interdum puella pene meo in os recepto me satiavit. Desde
aquella noche, desde que vi la impresión que podía causar en un hombre, ando vacilante a
un lado y a otro. Membrum meum possident feminae quibuscum coitum suma voluptate
efficio anum autem viris tribuo. Toda mi felicidad consiste en hallarme completamente
desvalido en brazos de un hombre fornido que está entusiasmado con mi vestido, mis
zapatos, mis generosas formas. Y lo más hermoso se produce cuando, estando yo mismo
vestido con ese traje, coitum cum femina efficiens dum membrum viri in ano habeo.
Empecé a partir de entonces a coquetear también con los hombres. Me pongo una
chaqueta ajustada de terciopelo, una camisa fina y corta, pantalones que me queden muy
ajustados de nalgas y muslos, pero anchos por abajo para que el pie, calzado en unas
preciosas botas tenga un aspecto fantástico. Cuando salgo así a la calle, no se ven los
tacones, pero si estoy sentado en un restaurante, en el teatro o en el tren y veo a un
hombre que parece interesarse por mí, empiezo a coquetear enseñando poquito a poco la
elegante hechura de mis botas. No se puede usted hacer una idea de cuántos son los que
se ven incapaces de apartar la mirada de puro entusiasmo”.

[Psychopathia sexualis, caso 117: fetichismo de zapatos heterosexual, sentimiento sexual


contrario adquirido]

Caso 118: fetichismo de zapatos

X., 24 años, de familia con taras (hermano de la madre y abuelo dementes, hermana
epiléptica, otra hermana padece migrañas, padres de temperamento irritable), durante la
época de la dentición tuvo algunos ataques convulsivos, con siete años fue inducido al
onanismo por una criada. X. Encontró placer por primera vez en tales manipulaciones cum
illa puella fortuito pede calceolo tecto penem tetigit. De está forma quedó establecida en el
muchacho la correspondiente asociación, en virtud de la cual a partir de aquel momento
bastaba con la mera visión de un zapato de mujer o incluso con la mera representación de
este en su fantasía para producir excitación sexual y erección. Se masturbaba desde
entonces mirando zapatos de señora o imaginándoselos. En la escuela le excitaban
enormemente los zapatos de la maestra, sobre todo cuando quedaban parcialmente
cubiertos por ropas largas de mujer. Un buen día no pudo contenerse y se agarró a los
zapatos de la maestra, lo que le produjo una gran excitación sexual. A pesar de los azotes,
no pudo evitar realizar esta acción repetidas veces. Al final se vio claramente que tenía
que entrar aquí en juego algún motivo de índole morbosa y le pusieron con un maestro. Se
deleitaba a partir de entonces recordando la escena de zapatos con la maestra.
Experimentaba así erección, orgasmo y, a partir de los 14 años de edad, eyaculación. Se
masturbaba además pensando en zapatos de señora. Un buen día se le ocurrió la idea de
aumentar su placer sirviéndose de uno de estos zapatos para sus propósitos
masturbatorios. A partir de entonces se llevaba zapatos a casa a escondidas y los
empleaba a tal efecto.

Por lo demás no había nada en la mujer que pudiera excitarle sexualmente; la idea del
coito le llenaba de repugnancia. Tampoco los hombres le interesaban lo más mínimo.

Con 18 años abrió una tienda y comerciaba, entre otras mercancías, con zapatos de
señora. Se excitaba sexualmente cuando tenía que ayudar a las clientas a probarse los
zapatos o cuando tenía ocasión de manipular los que ellas calzaban. Un día sufrió un
ataque epiléptico mientras lo hacía y, poco después, un segundo mientras se masturbaba
de la manera que le era habitual. Fue entonces cuando por fin se dio cuenta del carácter
nocivo para la salud de sus prácticas sexuales. Empezó a combatir su onanismo, dejó de
vender zapatos y procuró librarse de la asociación morbosa entre los zapatos de señora y
la función sexual. Pero a partir de entonces empezaron a aparecer numerosas poluciones
en el transcurso de sueños eróticos que giraban alrededor de zapatos de señora, y los
ataques epilépticos persistieron. Aun hallándose desprovisto del más mínimo sentimiento
hacia el sexo femenino, decidió casarse por ver en ello la única cura posible.

Se casó con una hermosa joven. A pesar de una intensa erección cuando pensaba en los
zapatos de su esposa, era completamente impotente durante los intentos de cohabitación,
pues la aversión hacia el coito y, en general, hacia las relaciones íntimas superaba con
creces el influjo de las fantasías de zapatos con las que se excitaba sexualmente. El
paciente acudió a causa de su impotencia al Dr. Hammond, quien trató su epilepsia con
bromo y le aconsejó que colgara un zapato sobre el lecho conyugal y se fijara en él
durante el coito, además de imaginarse que su mujer era un zapato. El paciente quedó
libre de sus ataques epilépticos y comenzó a ser potente, de modo que podía practicar el
coito cada ocho días aproximadamente. Además, la excitación sensual que le producían
los zapatos de señora fue cediendo progresivamente (Hammond, Sexuelle Impotenz,
traducción al alemán de Salinger, 1889, p. 23).

[Psychopathia sexualis, caso 118: fetichismo de zapatos]

Caso 119: fetichismo de zapatos

Fetichismo de zapatos. Se trata aquí de una persona que fue caracterizada por Kurella en
su “Naturgeschichte des Verbrechers” (“Historia natural del delicuente”), p. 213, como
estafador que simula una interesante enfermedad nerviosa para vivir del engaño. El autor,
sin embargo, llegó a otra conclusión.

O., nacido en 1865, fue estudiante de teología, acabó en los tribunales por fraude y
mendicidad, procede de familia con fuertes taras, afectado de fetichismo de zapatos,
desde aproximadamente los 21 años de edad presenta episodios en los que se ve
acometido por un impulso irresistible de desaparecer para dedicarse a soñar y a beber,
aun a riesgo de perder los bienes y perspectivas más preciadas de su vida. Incluso siendo
soldado cayó en falta por desaparición, ofreció una verdadera deambulatio propia de un
degenerado y constituía un enigma para sus superiores, puesto que presentaba también
intervalos de comportamiento modélico.

Finalmente fue sometido a exploración por médicos militares que emitieron informe en el
sentido de que O. padecía “demencia periódica” de índole congénita. El “criminal nato” fue
por ello expulsado del servicio militar por inútil. Se fue hundiendo cada vez más a partir de
aquello, se convirtió en vagabundo, andaba de acá para allá cometiendo fraudes, estuvo
también repetidas veces en diversos manicomios.

La exploración del autor dio como resultado un alto grado de asimetría en la constitución
del cráneo, mayor longitud del pie derecho que la del izquierdo, etc.

Según O., su fetichismo de zapato se remonta a su octavo año de vida. Por aquel
entonces, solía arrojar objetos al suelo en la escuela para acercarse a los pies de la
maestra. Explica de manera verosímil que episódicamente era la imagen de un zapato
femenino lo que le obligaba a huir al presentársele de forma tremendamente poderosa,
creándole malestar.

Afirma que es fundamentalmente este aciago impulso el que le empujaba al vagabundeo.


En cuanto a sus acciones delictivas, se considera responsable a sí mismo.

El autor constató positivamente la presencia de fetichismo de zapatos poniendo a prueba a


O. de una manera ingeniosa. Kurella consideró sin más que este fetichismo de zapatos era
fingido y, siguiendo el modelo de quienes recientemente se han venido mostrando críticos
con los avances en el ámbito de las perversiones de la vida sexual, consideró que el
supuesto fenómeno se había construido probablemente a partir de la lectura de la
“Psychopathia sexualis”.

El autor se tomó la molestia de comprobar que O. no había leído nunca este libro. Las
ulteriores consideraciones acerca de los motivos que llevaron a Kurella a emitir un
diagnóstico erróneo se pueden consultar en el original.

El proceso seguido por el autor se corresponde con las experiencias de la ciencia y se


basa en taras congénitas, malformación craneal y otros signos degenerativos, perversio
sexualis con manifestaciones periódicas de un estado de excepción psíquico, durante el
cual el impulso perverso se torna temporalmente irresistible y adopta la forma de ideas y
acciones compulsivas.

Pero tampoco en los restantes intervalos puede responsabilizarse a O. de sus acciones


delictivas, dado que presenta, como manifestación concomitante de su constitución
psicopática degenerativa, trastornos nerviosos y otras anomalías psíquicas en forma de
defectos morales, etc.

O. sufre un trastorno psíquico degenerativo de índole hereditaria y ha de ser considerado


como un peligro para la sociedad (Alzheimer, Arch. f. Psychiat. XXIVII, 2).

[Psychopathia sexualis, caso 119: fetichismo de zapatos]

Caso 120: fetichismo de gorro de dormir

L., 37 años, dependiente, de familia con fuertes taras, experimentó con cinco años su
primera erección al ver a su compañero de habitación, un pariente mayor, ponerse un
gorro de dormir. El mismo efecto se produjo más tarde al ver a la vieja criada de la casa
ponerse su gorro de dormir. Desde entonces bastaba para que se presentara la erección
con la mera representación de una cabeza de mujer vieja y fea tocada con un gorro de
dormir. La mera contemplación del gorro o de la figura de una mujer desnuda o de un
hombre desnudo le dejaban indiferente, pero el contacto con un gorro de noche le
provocaba una erección y a veces incluso la eyaculación. L. no se masturbaba; y hasta los
32 años, cuando se casó con una hermosa muchacha a la que amaba, nunca había
mantenido actividad sexual.

En la noche de bodas no se excitó hasta que, para salvarse del apuro, recurrió al recuerdo
de la cabeza de mujer vieja y fea con el gorro de dormir. Inmediatamente se consumó el
coito.

A partir de entonces tuvo que seguir sirviéndose de este medio. Desde la niñez tenía
episodios transitorios de profunda melancolía con impulsos suicidas; de vez en cuando,
también espantosas alucinaciones nocturnas. Si se asomaba a una ventana, se veía
acometido de mareos y ansiedad. Se trataba de una criatura torpe, rara, solitaria y con
mala disposición espiritual (Charcot y Magnan, Arch. der Neurol. 1882, n.º 12).

[Psychopathia sexualis, caso 120: fetichismo de gorro de dormir]

Caso 121: gerontofilia

Amor a las viejas, sadismo, posible asesinato por motivos sexuales.

Datos obtenidos de la documentación.

El 1 de mayo de 1900 se encontró en F…dorf (Alta Austria) a Sch., vecina de unos 64


años de edad, muerta en el suelo de su casa.

Las circunstancias concretas indicaban sin dejar lugar a dudas que Sch. había sufrido una
muerte violenta.

Alrededor del cuello de la víctima se encontró un basto pañuelo de campesino con un nudo
simple a la altura de la laringe. Este estaba tan apretado que alrededor del cuello entero se
había formado un surco de estrangulamiento de unos 2 cm de ancho correspondiente al
pañuelo que se le había atado. La autopsia puso de manifiesto que la muerte se había
producido por asfixia.

Asimismo, se hallaron en el cadáver signos que apuntaban a una lucha previa al


estrangulamiento.

K. R. fue interrogado como presunto culpable y el 25 de junio de 1900 se le detuvo en


Ober-Sch. (Alta Austria).

En cuanto al presunto motivo del crimen cometido de K., se daban circunstancias que
arrojaban luz sobre este y que se pusieron de relieve nada más detenérsele. K. también
había sido procesado por el tribunal del distrito de P. por dos delitos de violación
cometidos el 16 de julio y el 8 de agosto de 1899.

Ambos hechos ocurrieron de la siguiente manera. El 16 de julio, K. había bebido bastante


durante el día, con lo que por la tarde se encontraba algo borracho. Estaba, asimismo,
bastante excitado sexualmente, pues volviendo a casa por el pueblo de Pr. quiso ya
abusar de dos mujeres, que le rechazaron enérgicamente. Cuando llegó al asilo del
pueblo, entró en este y se sentó junto a la interna de 64 años A. N., que se hallaba en el
vestíbulo. Comenzó a agredirla, conminándola a mantener relaciones sexuales con él. Al
defenderse ella e intentar irse, K. la arrojó al suelo, se tendió sobre ella, le levantó las
faldas y quiso abusar de ella. No la soltó hasta que una mujer acudió en su ayuda, alertada
por los gritos.

K. se justificó durante el primer interrogatorio diciendo que estaba completamente borracho


y que no sabía nada de todo aquello.

Por lo que respecta al estado de conciencia de K., resulta significativo el hecho de que,
habiéndose encontrado en la calle a dos muchachos inmediatamente después de esta
escena, les preguntara si no habían oído gritos.

La segunda violación tuvo lugar como sigue. K. había bebido también ese día, 8 de agosto
de 1899. Al marcharse de una taberna en el pueblo de L., junto al Danubio, robó una
gabarra y navegó con ella siguiendo la corriente hasta llegar a E. Allí desembarcó y trabó
conversación con E., campesina de 76 años que se encontraba trabajando en una tierra no
alejada de la orilla. En el transcurso de dicha conversación, K. trató de persuadir a E. de
que se acostara con él prometiéndole a cambio 20 cruceros.

Al negarse E., la tiró al suelo, se tumbó sobre ella, sacó su miembro del pantalón y trató de
descubrir la parte inferior del cuerpo de esta.

E. se defendió y pidió auxilio, por lo que K. la golpeó. A los gritos de ella acudió un
hombre, por lo que K. la soltó (asestándole todavía un par de golpes) y huyó de allí en la
gabarra.

En un primer momento, K. admitió ante el gendarme que le detuvo que había golpeado a
E., pero solo por ira. Posteriormente, sin embargo, volvió a disculparse sosteniendo que no
sabía nada de aquello, aunque esta vez ni siquiera afirmó haber estado completamente
borracho en el momento de cometer el delito, sino que declaró no haberse emborrachado
hasta después. Recordaba, asimismo, sus acciones posteriores al intento de violación, de
las cuales se da cuenta seguidamente.

Efectivamente, K. navegó a favor de la corriente hasta llegar a U.; allí atracó junto a una
taberna y vendió por cuatro florines la gabarra robada, negocio durante el cual no dio la
sensación de estar borracho. Además, K. afirmó todavía durante un interrogatorio posterior
que se acordaba de la oferta de los 20 cruceros.

Mucho antes habían tenido lugar los siguientes hechos en relación con K.: el 11 de
septiembre de 1894 había intervenido como bombero en un incendio declarado en R. y
había bebido abundantemente del vino ofrecido por los campesinos de R. De regreso a su
pueblo (Ro.) con la bomba de incendios, se hallaba borracho. Hay discordancia, no
obstante, en los testimonios referidos al grado de su borrachera.

K. entró entonces en una casa de Ro. en la que solo se encontraban algunos niños y se
comportó de manera extraña, sin que quedara claro el verdadero motivo de su venida.

A continuación se presentó en casa de una mujer de 64 años llamada Ko., que estaba en
cama por un dolor de muelas y a la que se le hizo rara esa visita a tales horas. Se puso
primero a hablar del incendio, para pedir a continuación un descalzador de botas. Cuando
Ko. le dijo que no tenía descalzador, K. se puso a secarse las botas. Acto seguido, cerró la
puerta por dentro. Tras recorrer la habitación varias veces de arriba abajo, echó mano a la
colcha de Ko., probablemente para retirarla. Al prohibirle ella que lo hiciera, K. la agarró
por el cuello y empezó a estrangularla, acción en la que no cejó hasta que otra habitante
de la casa, a los gritos de Ko., se asomó a la ventana y le gritó a K. que qué hacía.

K. soltó entonces a Ko., abrió la puerta y, tras un breve intercambio verbal, se marchó.
Ko. creía que K. andaba detrás de su dinero. Sin embargo, se constató que K. llevaba
abierta la bragueta, lo que aclara suficientemente sus verdaderas intenciones.

K. fue condenado en aquella ocasión a cuatro semanas de arresto.

Estos hechos permitían colegir que el asesinato de Sch. también podría tener un trasfondo
sexual, suposición que, como se comprobó poco después, estaba justificada.

K. negó durante largo tiempo con toda tenacidad haber cometido el asesinato de Sch.

Sin embargo, al llegar al juicio oral el 11 de marzo de 1901, K. intentó inicialmente


mantenerse en su negación de los hechos, defendiéndose para ello con gran serenidad;
pero al segundo día de juicio, tras haber sido reconocido por casi todas las personas que
habían visto al presunto asesino de Sch. el 1 de mayo de 1900, confesó por completo al
ser requerido para ello por el presidente del tribunal.

Reconoció que el 1 de mayo por la mañana había entrado en casa de Sch. y había pedido
algo de comer, petición que fue atendida. Mientras estaba sentado charlando con Sch., se
empezó a excitar sexualmente y le pidió que se acostara con él. Al negarse Sch., la tiró al
suelo y, como ella se defendiera y gritara, le pegó un par de manotazos en la cabeza. Al
seguir ella gritando, la estranguló por rabia con un pañuelo.

No fue capaz de explicar con exactitud cómo había atado el pañuelo porque, según afirma,
se encontraba fuera de sí.

Tras asesinar a Sch., se marchó llevándose unas botas que se hallaban junto a la puerta.

K. detalla seguidamente cómo vendió las botas, cómo tomó el transbordador para llegar a
E., donde fue a afeitarse, y lo que hizo aún ese mismo día.

Tras esta confesión y a petición del fiscal, se dispuso un examen del estado mental del
acusado.

En un interrogatorio practicado el 12 de marzo de 1901, K. ofreció información más


detallada sobre el delito. Afirma que, estando sentado con Sch., sintió deseo sexual; que
empezó a atacarla y que le exigió acostarse con ella. Al negarse ella, la arrojó al suelo, le
levantó las faldas, se sacó el miembro, le separó las piernas y se echó sobre ella. Como
ella seguía gritando, intentaba quitársele de encima y se echaba a uno y otro lado, él le
asestó un par de golpes y empezó a estrangularla. No recordaba si había llegado a
penetrar en los órganos sexuales de ella; tampoco se acordaba de si había llegado a
eyacular.

Tras ahogarla (en este interrogatorio K. no mencionó el pañuelo), ella intentó aún tomar
aire un par de veces y murió. Una vez muerta, afirma no haberse ocupado ya de ella, pues
los muertos le dan pavor. Solamente le bajó las faldas y se guardó el miembro.

En este interrogatorio pretendía no recordar de dónde había sacado las botas; tenía tres
pares de botas y no sabía exactamente de dónde habían salido. Después del asesinato,
sencillamente, todo le daba vueltas en la cabeza. Niega categóricamente haber tenido
intención de matar a la mujer, simplemente deseaba atontarla para que dejara de gritar y
poder mantener relaciones con ella.

El delito de K. se sitúa en un trasfondo macabro, pues en el periodo que va de 1897 a


1900 se había asesinado en la Alta Austria a siete mujeres de edades comprendidas entre
los 53 y los 68 años. Todas ellas habían sido halladas al aire libre y estranguladas; dos
habían recibido además una puñalada en el corazón. En todos los casos se sospechaba
que podía tratarse de asesinatos por motivos sexuales; en tres casos se hallaron rastros
de la consumación del acto sexual: en uno de ellos, los genitales estaban desgarrados,
mientras que en los otros dos el vientre estaba rajado desde los genitales al ombligo,
faltando en uno de ellos incluso un trozo de los genitales.

La situación se tornó más siniestra si cabe cuando el 19 de marzo un compañero de celda


de K. declaró haber oído hablar en sueños a K. una noche y que este mencionó el pueblo
de G. (en G. se había producido precisamente uno de los asesinatos antes mencionados),
y a continuación decir algo de dos asesinatos de índole sexual que no debían descubrirse
si no querían que los colgaran a los dos (K. hablaba como si se dirigiera a un compañero);
después venía algo de lavarse las manos y, a continuación: “Mírala, qué cacho c… tiene”.

Por lo que respecta al asesinato cometido en G., pronto quedó de manifiesto que no podía
ser obra de K., pues cuando tuvo lugar, este se encontraba detenido en Y. por orden del
juzgado de distrito.

Posteriores investigaciones no arrojaron un resultado decisivo, pues algunas de las


personas que habían visto al presunto asesino creían reconocer en él a K., mientras que
otras, en cambio, rechazaban decididamente esta posibilidad.

Al ser interrogado K. a propósito de estos asesinatos, ofreció datos concretos sobre el


periodo transcurrido desde la finalización de su servicio militar, indicando cuándo, dónde y
para quién había trabajado y precisando fechas, lugares y personas.

El 9 de junio de 1901 se le apremió tanto durante un interrogatorio, exigiéndole que lo


confesara todo y leyéndole un testimonio inculpatorio, que K. se alteró sobremanera, se
echó a llorar y empezó a proferir gritos quejándose de modo un tanto confuso de las
acusaciones de las que se le hacía objeto.

Por lo que respecta a la vida anterior de K., se pudo averiguar lo siguiente: nació en 1873,
siendo, por tanto de 29 años de edad; sus padres tenían en el momento de su nacimiento
ya una edad avanzada (el padre, 63 años; la madre, 40); no se hallaron indicios de taras
hereditarias. Asistió a la escuela durante ocho años con aplicación; si bien hizo escasos
progresos, al parecer porque era incapaz de mantener nada en la memoria. Según consta
en el certificado escolar, K. terminó con suspenso en Historia Natural y Ciencias Naturales,
aprobó por la mínima en Cálculo y en Geografía e Historia, estudiando con suficiente
aplicación. Su comportamiento, eso sí, fue perfectamente satisfactorio durante esta etapa.

Tras terminar la escuela, K. entró a trabajar de aprendiz con un fabricante de cepillos, pero
demostró ser inútil; se hizo entonces picapedrero y a partir de entonces trabajó ya siempre
como jornalero o como barquero.

Con 20 años ingresó en el ejército. No consiguió ni un ascenso en tres años de servicio.


Acudió a la escuela militar con resultados insuficientes. Fue sancionado en once ocasiones
durante su estancia en el ejército.

K. fue objeto también de diversos castigos civiles.

En septiembre se le licenció en el ejército. Desde entonces y hasta su detención llevó una


vida irregular, huyendo en lo posible del trabajo. En ese periodo, es decir, en menos de
tres años, según propios testimonios que se hallan dispersos por las actas, tuvo como
mínimo 15 trabajos diferentes, en muchos de los cuales solo duró un tiempo mínimo; entre
unos y otros se dedicó a menudo a vagabundear. Ha podido estar unas seis veces en el
hospital, con un periodo total de internamiento de unos siete meses; al menos dos meses
los pasó detenido.
La capacidad de trabajar de K., o sea, sobre todo su aptitud para el aprendizaje parece
haber sido muy limitada; siempre se le empleaba como jornalero en trabajos ínfimos; era
incapaz incluso de desarrollar un trabajo en el campo que requiriera unan mínimas
habilidades, es decir, que se tuviera que aprender.

Los médicos forenses emitieron un informe sobre K. en el que concluían que el acusado
parecía afectado de una leve imbecilidad y que, debido a la deficiencia moral derivada de
este defecto de su inteligencia, no era plenamente responsable de sus actos o, lo que es lo
mismo, que no era responsable de su delito. Durante la vista oral, los expertos indicaron
que con la expresión “imbecilidad” solo se referían a una cierta debilidad mental, un
defecto; para ser más precisos, se trataba de un grado de debilidad mental que no excluía
la responsabilidad de sus actos.

K. reconoció en el transcurso de los exámenes a que fue sometido que había intentado y
consumado repetidamente las relaciones sexuales con ancianas; asimismo, informó sobre
un hecho relevante y esclarecedor, a saber, que sus primeras relaciones sexuales,
consumadas a la edad de 17 años, se llevaron a cabo al ser seducido por una anciana.

El informe (que se puede consultar en Wien. Klin. Wochenschr. 1. c.) llegaba a las
siguientes conclusiones:

1. K. es un individuo afectado de una debilidad mental en grado leve y de un defecto de


índole psicopática; no obstante, su defecto mental no es tal como para excluir
responsabilidades penales.

2. No se puede demostrar que en el momento de cometer el asesinato de Sch. se diera en


K. una alteración de la conciencia de tipo patológico.

3. En la actualidad K. padece histeria y —en tanto en cuanto no entren aquí en juego


elementos arbitrarios— las actuales alteraciones de la marcha y del lenguaje, así como
sus defectos psíquicos, se han de considerar manifestaciones de dicha histeria.

La histeria de K. es una afección incurable y, si bien no incapacita al inculpado para


cumplir condena, sí que se ha de tener en consideración en cuanto a dicho cumplimiento.

K. ingresó el 10 de mayo de 1902 en el penal de G. y el 13 de junio de 1906 en el de S.


para dar cumplimiento a su pena de cadena perpetua.

El médico del penal de S. informa de que K. es un individuo afectado de una leve debilidad
mental; que habla poco y se lleva bien con los otros reclusos.

Considera asimismo notable el siguiente comentario de K., emitido mientras se hallaba


sentado junto a la ventana al ver a una anciana pasar, creyendo no ser observado, y para
sí mismo: “Esa no está mal, todavía se le podía meter”.

Los informes del director de la institución, que durante tres años y medio en G. y S. tuvo
ocasión de observar a K., revelan además lo siguiente:

K. dio muestras durante su internamiento de un comportamiento verdaderamente ejemplar.


No se le tuvo que llamar la atención por quebrantamiento alguno de las normas y tampoco
—algo excepcional— tuvo que ser sometido nunca a castigo disciplinar alguno.

Daba la impresión de ser una persona perfectamente consciente de la magnitud de su


crimen, que encuentra proporcionada la dureza de la pena y que, por ello, ha aceptado su
situación, logrando así, aunque solo sea hasta cierto punto, naturalmente, una paz interior.
Nunca se constataron signos de pérdidas memoria o alteraciones de esta, ni de trastornos
del lenguaje o similares. Nunca se dudó de que estuviera en pleno uso de sus facultades
mentales. Tampoco se constató en ningún momento aberración sexual alguna.

Se ha de destacar asimismo el gran apego de K. hacia su madre. Logró a base de


sacrificios económicos el traslado desde G. a S. para estar más cerca de ella y así poder
recibir sus visitas.

[Psychopathia sexualis, Caso 121: gerontofilia]

Caso 122: fetichismo de pieles y terciopelo

N. N., 37 años, procedente de familia neuropática, él mismo de constitución neuropática,


ofrece el siguiente testimonio:

Desde la primera juventud se halla hondamente arraigada en mí la fascinación por las


pieles y el terciopelo. Quiero decir con esto que estos materiales me producen una
excitación sexual, que su visión y su tacto me proporcionan un placer libidinoso. No soy
capaz de recordar acontecimiento alguno que haya podido dar pie a esta extraña
inclinación (por ejemplo, la coincidencia en el tiempo de los primeros sentimientos
sexuales con impresiones de estos materiales, o una primera excitación ocasionada por
una mujer así vestida), como tampoco soy capaz de recordar el momento en que comenzó
tal fascinación. No quiero con esto excluir categóricamente la posibilidad de un
acontecimiento tal, es decir, de una conexión fortuita en la primera impresión y, con ello,
de una asociación basada en este hecho; pero considero bastante inverosímil que algo así
llegara a producirse, pues me parece que un hecho tal hubiera dejado en mí una profunda
impresión.

Solo sé que ya siendo un niño de corta edad sentía el afán de ver y acariciar pieles y que
al hacerlo experimentaba una oscura sensación de índole libidinosa. En el momento en
que surgieron las primeras fantasías sexuales concretas, es decir, en que las ideas
sexuales se dirigieron a la mujer, ya estaba presente esta predilección por las que iban
vestidas precisamente con estos materiales. Y así se ha mantenido desde entonces hasta
mi madurez viril. Una mujer vestida con pieles o terciopelo, o con lo uno y lo otro, me
excita con mayor presteza e intensidad que la que se halla desprovista de tales adornos.
No es que los materiales mencionados sean condición sine qua non para que me excite; el
deseo se manifiesta también en su ausencia siempre que se den los estímulos ordinarios,
pero la contemplación y, sobre todo, el tacto de estos fetiches potencia en mí en gran
medida otros estímulos normales e intensifica el goce erótico. A menudo, la mera visión de
una mujer no excesivamente bella, pero vestida con estos materiales, me produce una
intensa excitación de arrebatador efecto. Me basta con ver mi fetiche para experimentar un
placer que se acentúa con el contacto. (Sin embargo, el penetrante aroma de las pieles me
resulta indiferente a tal efecto o, más bien, desagradable, y únicamente me resulta
soportable por la asociación con sensaciones visuales y táctiles agradables). Deseo
vivamente palpar estos materiales sobre el cuerpo de una mujer, acariciarlos, besarlos,
enterrar en ellos mi rostro. El máximo placer consiste para mí en ver y tocar mi fetiche inter
actum sobre los hombros de una mujer.

Basta para provocar en mí el efecto descrito, o bien con las pieles, o bien con el terciopelo,
aunque resulta más potente con las primeras. Pero lo que tiene más efecto es la
combinación de lo uno y lo otro. También me excitan sexualmente las prendas femeninas
de piel y de terciopelo en sí mismas cuando las veo o las toco sin su portadora, o incluso
— aunque en menor medida— las pieles convertidas en tapetes, sin que formen parte de
la vestimenta femenina, así como el terciopelo y la felpa en muebles y cortinajes. Las
meras imágenes de prendas de piel y de terciopelo constituyen ya para mí objeto de
interés erótico, y hasta la mera palabra “piel” se me presenta dotada de propiedades
mágicas y despierta inmediatamente mis fantasías eróticas.

Las pieles son hasta tal punto objeto de interés sexual para mí que si un hombre se viste
unas pieles del tipo adecuado (véase más abajo) produce en mí una impresión harto
desagradable, molesta y escandalosa, como la que provocaría en cualquier persona
normal el verle con traje y actitudes de bailarina de ballet. De manera paredcide me
repugna, por despertar sensaciones contrapuestas, la visión de una vieja o mujer fea
ataviada con bellas pieles.

Esta complacencia erótica en las pieles y el terciopelo es completamente diferente del


mero gusto estético. Poseo un sentido muy fino para la hermosura de las prendas
femeninas, con marcada predilección por los encajes. Dicho sentido, no obstante, es de
índole puramente estética. Una mujer resulta más bella con prendas de encaje (o, en
general, vestida con elegancia y bien adornada), pero la que va ataviada con los
materiales que constituyen mi fetiche sobrepuja a cualquier otra de comparables
circunstancias.

Pero las pieles únicamente ejercen sobre mí el efecto descrito cuando el pelo es tupido,
fino, liso, tieso y más bien largo. El efecto depende de estas características, como he
podido constatar sin lugar a dudas. Me dejan perfectamente indiferente no solo las pieles
de pelo basto, hirsuto, que se suelen considerar vulgares, sino también, entre las que se
tienen por hermosas y nobles, las de pelo ralo (foca, castor) o las que lo tienen corto por
naturaleza (armiño), o las que lo tienen muy largo y caído (mono, oso). El efecto específico
solo lo produce el pelo tieso de marta común o cibelina, mofeta y similares. El terciopelo,
por su parte, está también formado de un pelo (una fibra) tupido y derecho, lo que podría
explicar que tenga el mismo efecto. El efecto parece depender de una impresión muy
específica producida por las puntas de un pelo fino y tupido sobre las terminaciones de los
nervios sensibles.

Es para mí un enigma cómo esta particular impresión en los nervios del tacto puede estar
conectada con la vida sexual. El hecho es que esto mismo se da en muchas personas. He
de recalcar expresamente que me gusta que una mujer tenga hermosos cabellos, pero que
estos no desempeñan para mí un papel más importante que el que pueda tener cualquier
otro atractivo, y que el tacto de las pieles no evoca en mí la idea del pelo de mujer. (La
sensación táctil carece en sí de la más mínima semejanza). De hecho, es que no se
presenta ninguna otra fantasía en ese momento. Son las pieles en sí y por sí lo que
despierta mi sensualidad; el porqué me resulta inexplicable.

El efecto meramente estético, la belleza de unas pieles exquisitas, algo a lo que todo el
mundo es más o menos sensible, que ha sido empleado por innumerables pintores como
envoltorio y marco de la belleza femenina desde la Fornarina de Rafael a la Helene
Fourment de Rubens, y que tan destacado papel tiene en la moda, en el arte y ciencia del
vestido femenino, este efecto estético, digo, no explica nada aquí, como ya he dicho arriba.
El mismo efecto estético que ejercen sobre las personas normales unas pieles hermosas
lo producen en mí, como en cualquiera, las flores, los lazos, las piedras preciosas y el
resto de adornos. Tales objetos, empleados con habilidad, realzan la belleza femenina y
pueden por ello, en determinadas circunstancias, provocar un efecto sensual indirecto;
pero nunca producen en mí un efecto sensual directo y potente como los mencionados
materiales fetiches.

Ahora bien, aunque en mi caso y en el de todos los “fetichistas”, se han de separar


claramente el efecto sensual y el estético, eso no obsta para que yo plantee toda una serie
de exigencias estéticas a mi fetiche por lo que respecta a su forma, hechura, color, etc.
Podría extenderme aquí ampliamente sobre las exigencias que vienen impuestas por mi
gusto, pero no entraré en ello por cuanto rebasa los verdaderos límites de la cuestión.
Simplemente deseo llamar la atención sobre el hecho de que el fetichismo erótico se
complica además con preferencias puramente estéticas.

Igual que el efecto erótico específico que producen los materiales de mi fetiche no es
explicable a través de su impresión estética, tampoco lo es por la asociación en la fantasía
con el cuerpo de su portadora. En primer lugar, estos materiales ejercen su efecto sobre
mí, como he dicho, también cuando aparecen perfectamente aislados del cuerpo, como
meras materias; y en segundo lugar, prendas más íntimas (un corsé, una camisa), que sin
duda despiertan asociaciones, tienen un efecto mucho más tenue. Los materiales de mi
fetiche están dotados, por tanto, para mí de valor sensual independiente. El porqué
constituye un enigma para mí mismo.

El mismo efecto erótico, de fetiche, que las pieles y el terciopelo me lo producen las
plumas de los sombreros de señora, de los abanicos, etc. (se trata de una sensación táctil
semejante: un cierto jugueteo, un particular cosquilleo). Por último, el efecto fetichista se
da también aunque en grado muy débil, con tejidos suaves, como raso o seda, mientras
que los que son ásperos, como paño basto o franela, me resultan desagradables.

Deseo mencionar por último que en algún lugar he leído un estudio de Karl Vogt sobre las
personas microcefálicas según el cual uno de estos seres, al ver unas pieles, se lanzó
sobre ellas y se puso a acariciarlas entre notables muestras de placer. Estoy lejos de ver
por ello seriamente en el ampliamente extendido fetichismo de pieles una vuelta atávica a
los gustos de los ancestros cubiertos de pieles del género humano. Aquel hombre afectado
de cretinismo ejecutaba simplemente con la desenvoltura que le es propia un tacto que no
tenía que ser por fuerza de naturaleza sexual-sensual, igual que a muchas personas
normales les gusta acariciar a un gato o algo parecido, o incluso terciopelo y pieles sin que
por ello experimenten precisamente una excitación sexual.

[Psychopathia sexualis, Caso 122: fetichismo de pieles y terciopelo]

Caso 123: fetichismo de pieles

Un muchacho de 12 años sintió una poderosa excitación sexual al cubrirse casualmente


con un abrigo de piel de zorra. A partir de ese momento, masturbación con recurso a
pieles o llevándose a la cama a un perrillo peludo, produciéndose eyaculación, en
ocasiones seguida de un ataque de histeria. Sus poluciones nocturnas venían ocasionadas
por sueños en los que yacía desnudo sobre unas pieles mullidas y quedaba
completamente envuelto en estas. Era perfectamente indiferente a los encantos de
hombres y mujeres.

Se volvió neurasténico, padecía delirio de observación, le parecía que todo el mundo se


daba cuenta de su anomalía sexual, tenía por ello taedium vitae y finalmente desarrolló
demencia.

Presentaba considerables taras, con genitales de constitución irregular y otros signos de


degeneración anatómica (Tarnowsky op. cit., p. 22).

[Psychopathia sexualis, Caso 123: fetichismo de pieles]

Caso 124: fetichismo de terciopelo

C. es un gran amante del terciopelo. C. se siente atraído por las mujeres hermosas de
manera normal, pero lo que le excita sobremanera es encontrar a la persona con la que
mantiene relaciones sexuales vestida de terciopelo. Resulta aquí especialmente llamativo
que no es tanto la visión del terciopelo como su tacto lo que provoca la excitación. C. me
explicó que acariciar la chaqueta de terciopelo de una persona de sexo femenino le
produce una excitación que difícilmente podría alcanzar de otra manera (Dr. Moll op. cit., p.
127).

[Psychopathia sexualis, Caso 124: fetichismo de terciopelo]

Caso 125: fetichismo de material

En julio de 1891 Alfred Bachmann, oficial cerrajero de 25 años, compareció en Berlín ante
la segunda cámara vacacional de la Audiencia Provincial I. En abril de ese mismo año, la
policía había recibido diversas denuncias según las cuales, una mano malvada se
dedicaba a rasgarles la ropa a las damas con un instrumento afiladísimo. El 25 de abril por
la tarde se logró identificar al vándalo en cuestión en la persona del acusado. Un agente
de la brigada de investigación criminal se percató de cómo el acusado se arrimaba de
manera llamativa a una dama que atravesaba una galería comercial en compañía de una
caballero. El funcionario le rogó a la señora que inspeccionara su vestido mientras él
sujetaba al sospechoso. Quedó de manifiesto que el vestido había recibido un corte de
considerable longitud. El acusado fue conducido a comisaría, donde se practicaron las
correspondientes diligencias. Además de un cuchillo afilado que reconoció haber utilizado
para rajar los vestidos, se le encontraron dos cintas de seda como las que suelen usar las
damas como adorno en sus vestidos; el acusado confesó, asimismo, haberlos cortado de
los vestidos entre las prisas. Finalmente, el registro sacó a la luz un fular de seda de
señora. El acusado aseguraba habérselo encontrado. Como no se pudo refutar su
afirmación en este caso, solo se le acusó aquí de apropiación indebida de un objeto
hallado, mientras que sus restantes actuaciones fueron calificadas en dos de los casos en
que se había interpuesto denuncia por parte de las interesadas como daños materiales; y
en otros dos, como hurto. El acusado, que ya había recibido varias condenas con
anterioridad, ofreció ante el juez, con rostro pálido e inexpresivo, una inusitada explicación
de su enigmático proceder. Contó que la cocinera de un comandante le había tirado
escaleras abajo una vez que fue a pedir limosna y que desde entonces había concebido
un odio visceral hacia todo el género femenino. Surgieron dudas sobre la plenitud de uso
de sus facultades mentales y se le sometió por ello al examen de un médico de distrito. El
experto dictaminó que no había motivo alguno para considerar mentalmente enfermo al
acusado (por otra parte, de escasa inteligencia). Este último se defendió de extraña
manera. Explicó que un impulso irrefrenable le obligaba a acercarse a las damas que
llevaban vestidos de seda. El tacto de un tejido de seda —afirmaba— constituía para él
una sensación placentera, hasta el punto de haberse excitado hallándose en prisión
preventiva al caer en sus manos un hilo de seda mientras estaba deshilachando lana. El
fiscal Müller II consideró simplemente que el acusado era un peligro social, un ser malvado
al que se debía neutralizar por una buena temporada. Solicitó que se le condenara a un
año de prisión. El tribunal le condenó a seis meses de prisión y un año de suspensión de
derechos civiles.

[Psychopathia sexualis, Caso 125: fetichismo de material]

Caso 126: fetichismo de seda

El 22 de septiembre de 1881 se detuvo a V. en una calle de París por andar merodeando


alrededor de damas con vestidos de seda de una forma que dio pie a que se le tomara por
un ladrón. Al principio estaba completamente anonadado y solo llegó a confesar su
“manía” poco a poco y por rodeos. Trabaja de dependiente en una librería, tiene 29 años,
desciende de padre bebedor y de madre de religiosidad exacerbada y
caracterológicamente anormal. Esta quería que fuera eclesiástico. Desde su primera
juventud siente el impulso, que él considera instintivo e innato, de tocar seda. Con 12 años
cantaba en un coro, lo que le le daba ocasión de llevar un echarpe de seda que no se
cansaba de tocar. La sensación que recibía al hacerlo le resulta indescriptible. Algo
después conoció a una niña de 10 años por la que sentía una atracción pueril. Pero
cuando la niña se presentó un domingo con un traje de fiesta de seda, él experimentó un
sentimiento completamente diferente. No le quedó más remedio que darle un efusivo
abrazo y aprovechar para tocar el vestido. Más tarde, su placer consistía en observar y
tocar los soberbios trajes de seda que había en la tienda de una sombrerera. Si le daban
trocitos de tejido de seda, se apresuraba a ponérselos sobre la piel desnuda, lo que le
provocaba acto seguido erección, orgasmo y a menudo incluso eyaculación. Estos apetitos
le llenaron de inquietud y le hicieron dudar de su futura carrera como religioso, por lo que
abandonó el seminario. Padecía por aquel entonces una severa neurastenia provocada
por la masturbación. Seguía bajo el dominio de su fetichismo de seda. Una mujer solo
estaba provista de atractivo para él si llevaba un vestido de seda.

Al parecer, ya en los sueños de su niñez aparecían damas con vestidos de seda que
desempeñaban un papel principal y más tarde estos sueños se vieron acompañados de
poluciones. Debido a su timidez, no fue hasta más tarde cuando tuvo su primera
cohabitación. Esta solo fue posible con una mujer con vestido de seda. Prefería tocar entre
la multitud a señoras con vestido de seda y al hacerlo llegaba a la eyaculación entre un
potente orgasmo y un intenso placer libidinoso. Su mayor dicha consistía en ponerse una
combinación de seda por la noche antes de irse a la cama. Esto le producía más placer
que la más hermosa de las mujeres.

El forense constató en su informe que V. era una persona aquejada de graves taras que se
daba a un placer enfermizo bajo un impulso compulsivo de tipo morboso. Quedó absuelto.

(Dr. Garnier, Annales d’hygiène publique, 3e série, XXIX, 5).

[Psychopathia sexualis, caso 126: fetichismo de seda]

Caso 127: fetichismo de guantes de cuero

Señor Z., 33 años, industrial, de Estados Unidos, desde hace 8 años vive en un
matrimonio feliz, bendecido con hijos, me consultó debido a un extraordinario fetichismo de
guantes que dice atormentarle, que le hace despreciarse a sí mismo y que podría terminar
por arrastrarle a la desesperación y la locura.

Z. es, al parecer, un hombre procedente de una familia perfectamente sana, pero desde su
niñez es neuropático e irritable. Se describe a sí mismo como persona de natural sensual,
mientras que afirma que su mujer es más bien una “natura frigida”.

Z. cayó con unos 9 años en la masturbación inducido por sus camaradas. Encontró en ella
gran placer y se dio a ella apasionadamente.

Un día, hallándose en un estado de excitación libidinosa, encontró un saquito de gamuza.


Se lo puso en el miembro y sintió al hacerlo una sensación enormemente agradable.
Empezó a utilizarlo a partir de entonces para sus manipulaciones onanistas, se lo ponía
también en el escroto y lo llevaba consigo día y noche.

A partir de entonces se despertó en él un gran interés por el cuero en general, pero sobre
todo por los guantes de cabritilla.

Desde la pubertad eran ya solamente guantes de cuero de señora, pero estos le producían
una sensación fascinante, le provocaban la erección y cuando podía tocar su pene con
ellos, sobrevenía incluso la eyaculación.
Los guantes de caballero carecían de todo atractivo para él, aunque le gustaba llevarlos él
mismo.

Lo único que le interesaba de la mujer a partir de entonces eran los guantes. Estos se
convirtieron en su fetiche; tenían que ser de cabritilla y lo más largos posible, con muchos
botones, pero sobre todo le interesaban cuando estaban sucios, brillantes de grasa, con
manchas de sudor en la punta de los dedos. Las mujeres provistas de ellos, aunque fueran
feas y viejas, no carecían para él de un cierto atractivo. Las damas con guantes de tela o
de seda le dejaban perfectamente indiferente. Desde la pubertad estaba acostumbrado a
mirarles a las mujeres lo primero las manos. Por lo demás, las mujeres le eran
perfectamente indiferentes.

Si se le presentaba la ocasión de darle la mano a una mujer con guantes de cabritilla, la


sensación del cuero “cálido y blando” le hacía llegar a la erección y al orgasmo.

Si lograba hacerse con un guante de señora de este tipo, se metía con él en el retrete, se
introducía en él los genitales, se lo quitaba después y se masturbaba.

Más tarde, en el lupanar, llevaba unos guantes consigo, le pedía a la puella que se los
pusiera y se excitaba tanto con esto que muchas veces llegaba ya con ello a la
eyaculación.

Z. se convirtió en coleccionista de guantes de cabritilla de señora. Siempre tenía cientos


de pares escondidos aquí y alla. En sus ratos de ocio los contaba y los admiraba “como un
avaro con sus monedas de oro”, se los echaba sobre los genitales, enterraba su rostro en
montones de guantes, se ponía a continuación uno en la mano y se masturbaba, con lo
que sentía más placer que con el coito.

Se hacía fundas para el pene, suspensorios, sobre todo de cuero negro y blando, y los
llevaba durante días. Además colgaba guantes de señora de un braguero de tal modo que
cubrían sus genitales como una especie de delantal.

Tras casarse, su fetichismo de guantes se agravó si cabe. Por lo general, solo era potente
si durante el acto conyugal yacían junto a su cabeza dos guantes de su mujer de tal forma
que pudiera besarlos.

Su mujer le dio una gran alegría cuando se dejó convencer para ponerse guantes durante
el coito y tocar previamente los genitales de su marido con ellos.

No obstante, Z. se sentía tremendamente desdichado con su fetichismo y hacía frecuentes


(aunque siempre vanos) esfuerzos para sacudirse el “hechizo de los guantes”.

Si se encontraba la palabra “guante” o la imagen de uno de estos en novelas, revistas de


moda, periódicos, etc., esto le producía siempre una impresión fascinante. En el teatro, su
mirada se quedaba clavada en las manos de las actrices. No había forma de apartarle de
los escaparates de las guanterías.

A menudo se veía empujado a decorar guantes largos con lana o semejantes, de modo
que pareciesen brazos vestidos. Practicaba entonces tritus membri inter brachia talia
artificialia hasta alcanzar su objetivo.

Entre sus hábitos se cuenta el llevar consigo guantes de cabritilla de señora, ponérselos
por las noches en los genitales hasta sentir su pene como un gran Príapo de cuero entre
las piernas.
En grandes ciudades compra en las lavanderías de guantes pares de señora que se
quedan sin recoger, guantes que se han quedado sin dueño, sobre todo si están bien
sucios y gastados. El por lo demás intachable Z. reconoce haber sucumbido en dos
ocasiones al deseo de robarlos. Entre las apreturas de la gente, es incapaz de resistirse a
rozar las manos de las damas; en su despacho aprovecha cualquier oportunidad de darles
la mano a las damas para sentir por un momento el cuero “cálido y blando”. A su mujer le
pide que siempre que sea posible lleve guantes de cabritilla o gamuza. También la provee
en abundancia de tales géneros.

Z. tiene siempre en su despacho guantes de señora. No pasa hora sin que los toque y
acaricie. Cuando está especialmente excitado sensualmente, se mete uno en la boca y lo
mastica.

Otras prendas de vestir femeninas y otras partes del cuerpo de la mujer que no sean la
mano carecen de todo atractivo para él. Z. está a menudo muy deprimido a causa de su
anomalía. Se avergüenza ante los ojos inocentes de sus hijos y ruega a Dios que nunca
sean como su padre.

[Psychopathia sexualis, caso 127: fetichismo de guantes de cuero]

Caso 128: fetichismo de rosas

B., 30 años, al parecer sin taras, con una personalidad delicada y sensible, amante de las
flores de toda la vida, hasta el punto de llegar a besarlas, pero sin que hubiera en ello
relación o excitación sexual alguna, más bien natura frigida, sin haberse dado
anteriormente al onanismo, y posteriormente tan solo de forma muy episódica, conoció con
21 años a una joven dama que se había prendido unas cuantas rosas de gran tamaño a la
chaqueta. Desde entonces, la rosa desempeña un importante papel en sus sentimientos
sexuales. Siempre que podía se compraba rosas y las besaba. Haciendo esto llegaba
incluso a la erección. Se las llevaba también a la cama, aunque sin ponerlas en contacto
con sus genitales. Sus poluciones iban acompañadas desde entonces de sueños en los
que aparecían rosas. Mientras soñaba con el aroma de una rosa y se le presentaba una de
estas en todo su esplendor, se producía la eyaculación.

B. se prometió en secreto con la dama de las rosas, pero la relación, que no pasó nunca
de lo platónico, se fue enfriando. Tras romper su compromiso desapareció el fetichismo de
rosas repentina y definitivamente, incluso cuando B., que pasó una temporada enfermo de
melancolía, se volvió a prometer. (A. Moll, Zentralblatt f. d. Krankheiten der Harn- und
Sexualorgane, V. 3).

[Psychopathia sexualis, caso 128: fetichismo de rosas]

Caso 129: zoofilia erótica, fetichismo

Zoofilia erótica, fetichismo. Señor N. N., 21 años, procede de familia con antecedentes
neuropáticos y es él mismo de constitución neuropática. Ya de niño sentía la necesidad de
realizar esta o aquella acción por miedo a que, de no hacerlo, le sucediera alguna
desgracia. Era buen estudiante, nunca estuvo enfermo de consideración, sentía ya de niño
predilección por los animales domésticos, sobre todo por los perros y los gatos, porque
cuando los acariciaba experimentaba una sensación de excitación libidinosa. Durante años
se dio con perfecta inocencia a este juego con los animales que le proporcionaba tan
agradable excitación. Al llegar a la pubertad se dio cuenta de que aquello era inmoral y se
obligó a sí mismo a dejarlo. Lo logró, pero a partir de entonces esas situaciones se le
presentaban en sueños y no tardaron en ir acompañadas de poluciones. Esto empujó al
muchacho, sexualmente excitable, al onanismo. Asegura haberse aliviado al principio
manualmente y que al hacerlo se presentaba con regularidad el pensamiento de acariciar
animales y hacerles cariños. Al cabo de un tiempo llegó al onanismo psíquico al
representarse situaciones de este tipo y lograr así el orgasmo y la eyaculación. Esto le
provocó una neurastenia.

Asegura no haber tenido nunca pensamientos de bestialismo, que el sexus bestiarum le


resultaba perfectamente indiferente tanto en la fantasía como en la realidad y que nunca
había pensado en ello.

Afirma no haber tenido tampoco nunca sentimientos homosexuales sino heterosexuales,


pero que por falta de libido (¡ex masturbatione et neurasthenia!) y por miedo a contagios, a
fecha de hoy, nunca ha consumado el coito. De entre las mujeres solo se siente atraído
por las de apariencia esbelta y movimientos nobles.

El paciente presenta los típicos síntomas de neurastenia cerebroespinal. Es de


constitución delicada y anémico. Tiene gran interés en averiguar si es potente y, en su
caso, en llegar a serlo, lo que elevaría considerablemente su sentimiento de dignidad, que
anda por los suelos.

Se le dan consejos relativos a los daños derivados del onanismo psíquico, la superación
de la neurastenia y el fortalecimiento de los centros sexuales, así como a la satisfacción de
la vita sexualis por medios normales tan pronto como se tengan perspectivas de éxito y
resulte posible.

Epicrisis. No se trata de bestialismo sino de fetichismo. Probablemente, las caricias a


animales domésticos (con un despertar anormalmente temprano de la vita sexualis) se
vieron acompañadas de una primera excitación sexual, que pudo ser provocada por
sensaciones táctiles, con lo que se establecería entre ambos hechos una asociación que
se asentaría como resultado de la repetición. (Zeitschrift für Psychiatrie, vol. 50).

[Psychopathia sexualis, caso 129: zoofilia erótica, fetichismo]

Caso 130: sentimiento sexual contrario adquirido

Sentimiento sexual contrario adquirido. Soy funcionario y procedo de una familia, hasta
donde yo sé, sin taras; mi padre murió de una enfermedad aguda, mi madre vive y es
bastante “nerviosa”. Una de mis hermanas se ha vuelto en los últimos años profundamente
religiosa.

Soy alto, produzco una impresión masculina por mi forma de hablar, de moverme y por mi
aspecto. La única enfermedad que he padecido es el sarampión, aunque desde los 13
años sufro lo que llaman dolores de cabeza nerviosos.

Mi vida sexual comenzó con 13 años, cuando conocí a un chico algo mayor que yo,
quocum alter alterius genitalia tangendo delectabar. Tuve la primera eyaculación con 14
años. Dos compañeros de colegio mayores que yo me indujeron al onanismo, al que
empecé a entregarme unas veces acompañado y otras solo, aunque, en este último caso,
pensando siempre en personas de sexo femenino. Mi libido sexualis era muy grande y así
sigue siendo hoy día. Más tarde intenté iniciar una relación con una criada guapa y
robusta, con potentes mammae; id solum assecutus sum, ut me praesente superiorem
corporis sui partem enudaret mihique concederet os mammasque osculari, dum ipsa
penem meum valde erectum in manum suam recepit cumque tirvit.

Quamquam violentissime coitum rogavi hoc solum concessit, ut genitalia eius tangerem.

Ya en la universidad, visité un lupanar y tuve éxito sin mayores dificultades.


Pero entonces se produjo un acontecimiento que provocó en mí una profunda
transformación. Una noche, acompañando a casa a un amigo, le eché mano, algo
achispado como iba, ad genitalia. Él no se defendió demasiado; subí entonces con él a su
habitación, nos masturbamos mutuamente y, a partir de entonces, practicamos con
bastante frecuencia esta masturbación mutua, llegando incluso a immissio penis in os con
subsiguiente eyaculación. Lo único extraño es que no estaba en absoluto enamorado de
él, sino que, antes bien, lo estaba apasionadamente de otro de mis amigos en cuya
cercanía, no obstante, nunca experimentaba la más mínima excitación sexual y al que
nunca relacioné en mis pensamientos con actos sexuales. Mis visitas al lupanar, donde era
un huésped bien recibido, se fueron espaciando. Yo encontraba un sustituto en mi amigo y
no sentía deseos de mantener relaciones sexuales con mujeres.

Nunca practicamos la sodomía, la palabra ni siquiera se pronunció entre nosotros. Desde


que empezó esta relación con mi amigo, volví a masturbarme con más frecuencia;
naturalmente, los pensamientos relativos a personas femeninas fueron quedando
progresivamente en un segundo plano. Pensaba en hombres fuertes, guapos y jóvenes,
con extremidades lo más desarrolladas posibles. Los chicos de 16 a 25 años y sin barba
eran mis preferidos, pero tenían que ser guapos y limpios. Me excitaban especialmente los
trabajadores jóvenes con pantalones hechos de la tela que llaman pana inglesa o de cuero
inglés; sobre todo, los albañiles.

Mis iguales prácticamente no me atraen; en cambio, siento una clara excitación sexual
cuando veo a uno de estos mozos robustos del pueblo. El tocar esos pantalones, abrirlos y
agarrar el pene, así como besar al muchacho me parecen altamente excitantes. Mi
sensibilidad para los encantos femeninos se halla un tanto embotada, aunque siempre soy
potente en la relación sexual con una mujer sin necesidad de recurrir a imágenes de mi
fantasía, sobre todo si tiene mammae bien desarrolladas. Nunca he intentado abusar de
un joven trabajador o similar para mis indecorosos apetitos y tampoco lo intentaré, por más
que sienta deseos de ello muy a menudo. A veces retengo la imagen de uno de estos
muchachos y me masturbo luego en casa.

Carezco de toda inclinación por las ocupaciones femeninas. Me gusta hasta cierto punto
relacionarme con damas, bailar me desagrada. Tengo un gran interés por las bellas artes.
El que tenga en parte sentimientos sexuales contrarios creo que se debe también en algo
a mi comodidad, que me impide entablar una relación con una muchacha porque me
resulta muy complicado. Frecuentar los lupanares es algo que me repugna por motivos
estéticos, así que acabo cayendo en el lamentable onanismo, que tan difícil me resulta
dejar.

Me he dicho cientos de veces que para poder tener unos sentimientos sexuales
completamente normales tengo que reprimir ante todo mi irrefrenable pasión por el funesto
onanismo, aberración que repugna a mi sentido estético. Me he propuesto una y otra vez
combatir esta pasión con toda la fuerza de mi voluntad; a día de hoy sigo sin lograrlo.
Cuando el impulso sexual se despertaba en mí con especial intensidad, en lugar de
procurar satisfacerlo por vías naturales, prefería masturbarme porque tenía la impresión de
que eso me proporcionaría más placer.

Y, sin embargo, la experiencia me ha demostrado que siempre soy potente con las
muchachas sin ningún esfuerzo y sin la ayuda de imágenes de genitales masculinos, con
la excepción de un único caso, en que no llegué a la eyaculación porque la mujer en
cuestión —fue en un lupanar— carecía de todo atractivo. No logro apartar de mí la idea y
el rotundo reproche de que el sentimiento sexual contrario que hasta un cierto grado está
presente en mí es consecuencia del excesivo onanismo, y si eso me resulta tan
deprimente es porque tengo que reconocerme a mí mismo que prácticamente no me
siento con fuerzas para renunciar a este vicio por propia voluntad.
El deseo de satisfacer mi libido de manera antinatural se vio reforzado considerablemente
como consecuencia de la relación sexual mencionada en mi escrito con un compañero de
estudios y viejo amigo del colegio (la cual, no obstante, no surgió hasta la época de la
universidad, tras siete años de simple amistad).

Le ruego que me permita aún relatar un episodio que me ha atribulado durante meses.

En el verano de 1882 conocí a un compañero de estudios seis años más joven que yo,
que, junto con otros, nos había sido recomendado a mí y a mis amigos. No tardé mucho en
desarrollar un hondo interés por esta persona de extraordinaria belleza, asombrosas
proporciones y apariencia esbelta y sana. Al cabo de unas semanas de relación este
interés se fue transformando en un vivísimo sentimiento de amistad, más tarde en un
apasionado amor y en un tormento de celos. Enseguida me di cuenta de que entraba en
juego una intensa excitación sensual, y por más que me determiné a contenerme ante esta
persona a la que, independientemente de todo lo demás, tanto estimaba por lo excelente
de su carácter, acabé doblegándome ante el irrefrenable deseo de abrazarle, etc. en una
noche en que, tras consumir una cantidad considerable de cerveza, nos encontrábamos en
mi casa con una botella de vino bebiendo por una buena, verdadera y larga amistad.

Cuando le vi al día siguiente, me avergoncé hasta tal punto que no fui capaz de mirarle a
los ojos. Sentí el más profundo arrepentimiento por mi comportamiento y me hice los
reproches más severos posibles por haber mancillado esta amistad, que debía ser pura y
noble y mantenerse como tal. Para demostrarle que solo me había dejado arrebatar
momentáneamente, me empeñé al final del semestre en que hiciéramos un viaje juntos; él
aceptó tras una cierta resistencia, cuyos motivos no podían estar más claros para mí.
Dormimos varias noches en la misma habitación sin que yo hiciera el más mínimo intento
de repetir aquella acción. Yo quería hablar con él de lo sucedido aquella noche, pero no fui
capaz; tras separarnos al siguiente semestre, tampoco conseguí escribirle a propósito de
aquel asunto y lo mismo me ocurrió cuando en marzo le visité en X. Y, sin embargo, yo
sentía la acuciante necesidad de aclarar ese punto hablando abiertamente de él. En
octubre de este año estuve nuevamente en X. y esta vez encontré el valor para hablar sin
tapujos. Le pedí perdón y él me lo concedió de buen grado; incluso le pregunté por qué no
se negó rotundamente en aquel momento, a lo que me contestó que en parte me dejó
hacer por darme gusto y en parte porque estaba bastante bebido y se hallaba por ello un
tanto apático. Le expliqué con todo detalle cuál era mi estado y le expresé que tenía la
firme esperanza de llegar a doblegar por mis propias fuerzas mis impulsos antinaturales de
manera completa y definitiva. A partir de esta conversación, la relación entre mi amigo y yo
es lo más satisfactoria y dichosa que pueda uno imaginar; los sentimientos de amistad son
por ambas partes profundos, genuinos y —espero— duraderos.

Si acaso no apreciara mejoría en mi anormal estado, me determinaría probablemente a


someterme plenamente a un tratamiento por su parte; tanto más cuanto que, tras un
minucioso estudio de su obra, no me creo situado en la categoría de los denominados
uranistas, sino que, antes bien, estoy firmemente convencido o, al menos, tengo la
esperanza de que una voluntad resuelta, junto con el apoyo y la guía de un tratamiento
experto, podría hacer de mí una persona de sentimientos normales.

[Psychopathia sexualis, caso 130: sentimiento sexual contrario adquirido]

Caso 131: sentimiento sexual contrario adquirido en mujer

Ilma S., 29 años, soltera, hija de comerciante, procede de familia con importantes taras. El
padre era potator y acabó su vida suicidándose, al igual que un hermano y una hermana
de la paciente. La hermana padece histeria convulsiva. El padre de la madre se pegó un
tiro en estado de locura. La madre era enfermiza y murió con parálisis de resultas de una
apoplejía. La paciente nunca estuvo enferma de gravedad, talentosa, entusiasta,
imaginativa, soñadora. Menses a los 18 años sin trastornos, posteriormente muy irregular.
Con 14 años clorosis y catalepsia por pánico. Más tarde, hysteria gravis y ataque de locura
histérica. Con 18 años, relación con un joven, que dejó de ser platónica. El amor de este
hombre era correspondido ardientemente. De las insinuaciones de la paciente se
desprende que era muy sensual y que tras separarse de su amante se dio a la
masturbación. La vida de la paciente experimentó a partir de entonces un cambio
novelesco. Para salir adelante se vistió de hombre, se hizo profesor particular, dejó el
puesto porque la señora de la casa, desconociendo su sexo, se enamoró de ella y la
perseguía. Se hizo entonces empleado de ferrocarril. Para ocultar su verdadero sexo, tenía
que frecuentar los burdeles en compañía de los compañeros de trabajo y escuchar las
conversaciones más indecentes que pueda uno imaginar. Esto le resultaba tan repugnante
que dejó el trabajo, se volvió a vestir un buen día de mujer y trató de ganarse la vida en un
puesto de mujer. Fue internada en una cárcel por robo y en un hospital por graves ataques
histérico-epilépticos. Allí le descubrieron tendencias e impulsos hacia el propio sexo. La
paciente causaba el enfado general con su arrebatado amor hacia las enfermeras y otras
pacientes.

Su perversión sexual se consideró congénita. La paciente proporcionó a este respecto


interesantes explicaciones que contradecían tal extremo:

“Me juzga equivocadamente quien piense que me siento como un hombre ante el sexo
femenino. Antes bien, me comporto tanto en mi pensamiento como en mis sentimientos
enteramente como una mujer. Quise a mi primo como solo una mujer puede hacerlo.

“El cambio en mis sentimientos vino porque estando en Pest vestida de hombre tuve
ocasión de ver a mi primo. Me di cuenta de que me había equivocado de medio a medio.
Eso me causó un terrible tormento espiritual. Supe que nunca volvería a ser capaz de
amar a un hombre, que yo era de esas personas que solo aman una vez. A esto se añadía
que estando con mis compañeros de trabajo ferroviarios tenía que oír las conversaciones
más repugnantes y visitar casas de la peor reputación imaginable. Con las experiencias
que tuve de cómo se movía el mundo masculino, desarrollé una aversión insuperable
hacia los hombres. Pero como soy muy apasionada por naturaleza y tengo necesidad de
unirme a una persona querida y de entregarme a ella por completo, iba sintiéndome cada
vez más atraída hacia mujeres y muchachas que me resultaban simpáticas, sobre todo
hacia las que destacaban por su inteligencia”.

El sentimiento sexual contrario de esta paciente, claramente adquirido, se manifestaba a


menudo de manera fogosa y decididamente sensual, y dio pie a la masturbación, ya que la
vigilancia permanente que había en los hospitales imposibilitaba la satisfacción con
personas del propio sexo. El carácter y ocupaciones siguieron siendo femeninos. No dio
muestras de tener condición de virago. Según las noticias recibidas por el autor, esta
enferma quedó libre de su neurosis y perversión sexual mediante un tratamiento de dos
años en el manicomio, donde recibió el alta ya curada.

[Psychopathia sexualis, caso 131: sentimiento sexual contrario adquirido en mujer]

Caso 132: sentimiento sexual contrario adquirido

Señor X., 35 años, soltero, funcionario, desciende de madre melancólica. Hermano


hipocondriaco.

El paciente era sano y fuerte, con un temperamento vivo y sensual, tenía un impulso
sexual que se manifestó de manera anormal por lo precoz y potente, se masturbaba ya
siendo un niño pequeño, practicó el coito por primera vez con solo 14 años, al parecer con
placer y plena potencia. Con 15 años, un hombre intentó seducirle y le masturbó. X.
experimentó repulsión, se liberó de esta situación “asquerosa”. Como adolescente cometió
excesos por libido irrefrenable con coito, en 1880 se volvió neurasténico, padeció
problemas de erección y eyaculación precoz, se iba volviendo así cada vez menos potente
y dejó de experimentar placer con el acto sexual. En aquella época de decadencia sexual
tuvo durante algún tiempo una inclinación que previamente le había resultado ajena (y que
todavía hoy no se explica) por las relaciones sexuales cum puellis non pubibus XII ad XIII
annorum. Su libido fue aumentando según recuperaba la potencia.

Poco a poco empezó a sentirse inclinado hacia los muchachos de 13 a 14 años. Sentía
deseos de importunarlos.

Quodsi ei occasio data est, ut tangere posset pueros, qui ei placuere, penis vehementer se
erexit tum maxime quum crura puerorum tangere potuisset. Abhinc feminas non cupivit.
Nonnunquam feminas ad coitum coëgit sed erectio debilis, eiaculatio praematura erat sine
ulla voluptate.

A partir de entonces solo se interesó por los muchachos jóvenes. Soñaba con ellos y tenía
poluciones mientras esto ocurría. A partir de 1882 tuvo ocasión de vez en cuando de
concumbere cum juvenibus. Experimentaba entonces una potente excitación sexual y se
aliviaba mediante la masturbación.

Solo de manera excepcional se atrevió a socios concumbentes tangere et masturbationem


mutuam adsequi. Sentía aversión por el sexo anal. Por lo general no le quedaba otro
remedio que satisfacer sus necesidades sexuales mediante la masturbación solitaria.
Recordaba para ello la imagen de muchachos que le resultaran simpáticos. Tras mantener
relaciones sexuales con estos se sentía siempre fresco y con fuerzas, pero moralmente
deprimido por la conciencia de haber realizado una acción perversa, inmoral y punible. Le
resultaba terriblemente penoso que su repulsivo deseo fuera más fuerte que su voluntad.

X. supone que su amor por el propio sexo se originó por excesos desmedidos en el
disfrute del sexo natural, lamenta profundamente su situación, pregunta con ocasión de
una consulta en diciembre de 1888 si no hay algún medio para devolverle a la sexualidad
normal, dado que en realidad no tiene horror feminae y le gustaría casarse.

Dejando de lado manifestaciones de neurastenia sexual y espinal en grado moderado, el


paciente (inteligente y libre de signos degenerativos) no presenta síntomas de ninguna
enfermedad.

[Psychopathia sexualis, caso 132: sentimiento sexual contrario adquirido]

Caso 133: eviratio

Sch., 30 años, médico, me comunica un día su historia vital y patológica, buscando


orientación y consejo acerca de ciertas anomalías de su vita sexualis.

La siguiente presentación respeta en su mayor parte la literalidad de la extensa


autobiografía, abreviándola tan solo en algunos puntos.

Concebido de padres sanos, fui un niño débil, pero salí adelante a base de cuidados y
progresé bastante bien en la escuela.

Con 11 años, un compañero de juegos me indujo a masturbarme y me di a ello con pasión.


Hasta los 15 años se me dio bien estudiar. Cuando empezaron a multiplicarse las
poluciones, fui rindiendo menos, ya no iba igual de bien en la escuela, me sentía inseguro,
acongojado y apocado cuando me preguntaba el profesor. Alarmado ante la mengua de
mis facultades y viendo que la culpa era de la gran pérdida de esperma, dejé la
masturbación, pero lo que ocurrió fue que se multiplicaron las poluciones, de modo que no
era raro que llegara a eyacular dos o tres veces en una noche.

Consulté entonces desesperado a un médico tras otro. Ninguno logró ayudarme.

La pérdida de esperma me iba dejando cada vez más débil y abatido, y el deseo de
satisfacción sexual se iba intensificando, por lo que acudí a un lupanar. Allí, sin embargo,
fui incapaz de obtener satisfacción, pues por más que disfrutara con adspectus feminae
nudae, no se presentaban ni el orgasmo ni la erección, y esta no se pudo lograr ni siquiera
mediante la masturbación por parte de la puella.

Nada más salir del lupanar, volvió a acuciarme el deseo y volví a experimentar intensas
erecciones. Me daba a partir de entonces vergüenza de las chicas y no volví a visitar tales
lugares. Así pasaron un par de años. Mi vida sexual se componía exclusivamente de
poluciones. Mi inclinación por el sexo opuesto se iba enfriando. Con 19 años entré en la
universidad. A mí me atraía más el teatro. Yo quería ser artista. Mis padres no consintieron
en ello. En la capital tenía que ir de vez en cuando con los compañeros a visitar a las
chicas. Tales situaciones me producían pavor porque sabía que no lograría el coito y los
amigos podrían darse cuenta de mi impotencia, por lo que evitaba por todos los medios el
peligro de exponerme a las burlas y la vergüenza.

Una noche, en la ópera, tenía sentado al lado a un señor mayor. Me estaba haciendo la
corte. Me reí con ganas de aquel viejo chalado y empecé a seguirle la corriente.
Exinopinato genitalia mea prehendit, quo facto statim penis meus se erexit. Asustado, le
pregunté qué quería. Me dijo que se había enamorado de mí. Como había oído hablar en
la clínica de los hermafroditas, creí hallarme ante uno de ellos, curiosus factus genitalia
eius videre volui. El viejo aceptó con alegría, me acompañó al excusado. Sicuti penem
maximum eius erectum adspexi, perterritus effugi.

Aquel hombre me espiaba, me hacía proposiciones peregrinas que yo no entendía y


rechazaba. No me dejaba en paz. Descubrí los secretos del amor entre hombres, veía
cómo mi sensualidad se excitaba con ello, pero me resistía a tan ignominiosa pasión
(según me parecía entonces) y me mantuve durante los tres años siguientes libre de ella.
Durante ese tiempo volví a intentar repetida pero inútilmente el coito con chicas. Mis
intentos de librarme de la impotencia mediante la ciencia médica fueron igualmente vanos.

Cuando volvió a espolearme la libido sexualis, me acordé de lo que había dicho aquel viejo
acerca de que en el Paseo de E. se reunían hombres que amaban a los hombres.

Tras una dura lucha y con el corazón palpitándome con fuerza en el pecho, acudí allí,
trabé conocimiento con un señor rubio y me dejé seducir. El primer paso estaba dado. Esta
forma de amor sexual resultaba adecuada para mí. Lo que más me gustaba era
encontrarme en brazos de un hombre fuerte.

La satisfacción consistía en manustupración mutua. Ocasionalmente, osculum ad penem


alterius. Tenía entonces 23 años. El sentarme con los compañeros en las camas de la
clínica durante las clases me excitaba poderosamente, hasta tal punto que apenas podía
seguir la clase. Ese mismo año llegué a un verdadero pacto amoroso con un vendedor de
34 años. Vivíamos como marido y mujer. A X. le gustaba hacer de hombre, estaba cada
vez más enamorado. Yo le daba gusto, pero él también me tenía que dejar hacer de
hombre de vez en cuando. Con el tiempo me cansé de él, le fui infiel, él se volvió celoso.
Hubo escenas terribles, reconciliaciones temporales, hasta que llegó la ruptura definitiva.
(El vendedor se volvió loco después y terminó suicidándose).

Conocí a mucha gente, amaba a tipos de lo más ordinario. Los prefería barbudos, grandes,
de mediana edad y bien dotados para asumir el papel activo.
Tuve una proctitis. El profesor creía que era de pasar tanto tiempo sentado estudiando
para los exámenes de fin de carrera. Se me formó una fístula y hubo que operarme, pero
eso no me curó del deseo de dejarme usar pasivamente. Me hice médico, fui a parar a una
ciudad de provincias, donde tuve que vivir como una monja.

Me aficioné a moverme entre damas, quienes me recibían con gusto, pues no les parecía
tan limitado como la mayoría de los hombres y porque me interesaba por la ropa y otros
temas semejantes de conversación entre damas. Sin embargo, me sentía desdichado y
solitario.

Por suerte, conocí en esa ciudad a otro hombre con los mismos sentimientos que yo, una
“hermana”. Durante un tiempo estuve servido con él. Cuando se tuvo que marchar,
empezó para mí un periodo de desesperación y melancolía, con ideas suicidas incluso.

Como no podía soportar la vida en aquel pueblo, me hice médico militar en una gran
ciudad. Allí reviví, muchas veces conocía a dos o tres hombres en el mismo día. Nunca me
habían gustado los muchachos ni la gente joven, solamente los hombres hechos. Así
escapaba a las garras de los estafadores. La idea de caer algún día en manos de la policía
me espantaba, pero no me impedía satisfacer mis impulsos.

Al cabo de unos meses me enamoré de un funcionario de 40 años. Le fui fiel durante un


año. Vivíamos como una pareja de amantes. Yo era la mujer y mi amado me colmaba de
mimos. Un buen día me trasladaron a una pequeña ciudad. Estábamos desconsolados.
Per totam noctem postremam nos vicissim osculati et amplexati sumus.

En T. fui enormemente desdichado a pesar de algunas “hermanas” que encontré. No podía


olvidar a mi amado. Para dar respuesta al grosero impulso, que exigía su satisfacción, me
buscaba soldados. Ellos hacían de todo por dinero, pero permanecían fríos y yo no
disfrutaba con ellos. Logré que me volvieran a destinar a la capital. Inicié una nueva
relación, pero con muchos celos, porque al amado le gustaba andar con hermanas y era
coqueto y presumido. Llegó la ruptura.

Me sentía terriblemente desdichado y me alegré de abandonar la capital por un traslado. Y


aquí estoy ahora en C., solitario y desconsolado. Me he buscado a dos soldados de
infantería, pero con el mismo éxito de la vez anterior. ¡¿Cuándo volveré a encontrar un
amor verdadero?! Soy de estatura por encima de la media, bien desarrollado, aunque se
me ve un poco delgaducho, por lo que, cuando quiero hacer una conquista, recurro al arte
de arreglarme. Mi actitud, gestos y voz son masculinos. Físicamente me siento joven como
un chico de veinte años. Me gusta el teatro y, en general, el arte. En el escenario me fijo
sobre todo en las actrices, observando y criticando cada uno de sus movimientos y hasta
el mínimo detalle de su vestuario.

En compañía de hombres soy tímido y apocado, en la de mis semejantes me encuentro


relajado, gracioso, puedo ser zalamero como un gato si un hombre me resulta simpático.
Si me falta amor, me hundo en una profunda melancolía, aunque esta se disipa con los
consuelos del primer hombre guapo que pasa. Por lo demás soy frívolo y nada ambicioso.
Mi posición no me impone. Las ocupaciones masculinas no me atraen. Lo que más me
gusta es leer novelas, ir al teatro, etc. Soy delicado, sensible, emocional, susceptible,
nervioso. Un ruido repentino hace que se estremezca todo mi cuerpo y tengo que
contenerme para no gritar.

Epicrisis: el anterior es igualmente un caso de sentimiento sexual contrario adquirido, pues


el sentimiento e impulso sexuales se dirigían originariamente al sexo femenino. Sch. se
vuelve neurasténico a consecuencia de la masturbación.
Como síntoma concomitante de la neurosis neurasténica se produce una disminución en la
capacidad del centro de la erección y, con ello, una relativa impotencia. Como
consecuencia se enfría el sentimiento sexual por el otro sexo, manteniéndose la libido
sexualis. El sentimiento sexual contrario ha de ser de índole patológica, pues basta con un
primer contacto con una persona del mismo sexo para constituir un estímulo adecuado
para el centro de la erección. La perversión del sentimiento sexual se vuelve considerable.
Al principio Sch. todavía se siente en el papel de un hombre en el acto sexual, pero
progresivamente el sentimiento y el impulso de satisfacción se van transformando en los
que se suelen encontrar en el uranista (congénito).

Esta eviratio hace que el papel pasivo e incluso el coito anal (pasivo) aparezcan como
deseables. Esta se extiende asimismo al carácter, que se vuelve femenino, pues Sch.
empieza a preferir el moverse en compañía de verdaderas feminae, va encontrando cada
vez más gusto en las ocupaciones femeninas y recurre incluso al maquillaje y al arte de
arreglarse para reavivar unos encantos en declive y lograr “conquistas”.

[Psychopathia sexualis, caso 133: eviratio]

Caso 134: transmutatio sexus

Autobiografía. Nací en Hungría en 1844. Durante mucho tiempo fui el único hijo de mis
padres, pues los otros hermanos morían por falta de energía vital. Tardó mucho en llegar
un hermano que se mantuviera con vida.

Procedo de una familia en la que las afecciones nerviosas y psíquicas son numerosas.
Dicen que de pequeño era muy mono, con rizos rubios y piel transparente; era muy
obediente, tranquilo y discreto, así que me llevaban siempre a las reuniones de damas y
no daba nada de guerra.

Tenía una viva fantasía (mi enemiga durante toda la vida) y mis talentos se desarrollaban
rápidamente. Con cuatro años sabía leer y escribir, mis recuerdos llegan hasta el tercer
año de vida; jugaba con todo lo que caía en mis manos, lo mismo soldaditos de plomo que
piedras o cintas de la juguetería; lo único que no me gustaba era un aparato para trabajar
la madera que me regalaron. Lo que más me gustaba era quedarme en casa con mi
madre, que era lo que más quería en el mundo. Tenía dos o tres amigos, con los que me
gustaba andar, aunque disfrutaba igual con sus hermanas, que siempre me trataban como
a una niña, cosa que al principio no me molestaba.

Yo debía de dar muestras de volverme como una niña, todavía me acuerdo perfectamente
de que siempre me decían: “Los chicos no hacen eso”. Después empecé a esforzarme
para hacer lo que los chicos, hacía todo lo que hacían mis amigos y procuraba ser más
salvaje que ellos (y además lo conseguía): no había árbol ni edificio a los que no me
subiera. Me volvían loco los soldados, procuraba mantenerme alejado de las chicas
porque no debía jugar con sus cosas y porque no podía dejar de pensar que me trataban
como a una más.

Pero en compañía de adultos seguía siendo igual de bueno y les gustaba tenerme con
ellos. Solían atormentarme sueños fantásticos en los que aparecían animales salvajes que
incluso llegaban a sacarme de la cama sin despertarme. Siempre me vestían con ropa
sencilla pero muy elegante, con lo que me aficioné a la ropa bonita; me asombra que ya
desde el colegio me sintiera atraído por los guantes de señora, que me ponía a escondidas
en cuanto podía. Así, me enfadé mucho en cierta ocasión en que mi madre regaló un par.
Cuando me preguntó por qué, le dije que los quería para mí. Se rieron de mí y a partir de
entonces procuré no revelar mi afición por los objetos femeninos. Y sin embargo me
volvían loco. Me gustaban sobre todo los disfraces, pero solo los de mujer. Si veía alguno,
envidiaba a su dueña. Me encantaba ver a dos hombres jóvenes que iban preciosos
disfrazados de damas blancas con bellísimas máscaras femeninas cubriéndoles el rostro.
Yo hubiera dado lo que fuera por exhibirme ante los demás como chica por mucho que
temiera las burlas. En el colegio era aplicadísimo, siempre iba de los primeros; mis padres
me enseñaron desde pequeño que antes que nada era el deber y ellos eran los primeros
en darme ejemplo; ir al colegio era además un placer porque los maestros eran
bondadosos y los mayores no se metían con los pequeños. Pero luego abandonamos mi
primera patria porque mi padre se vio obligado por motivos laborales a separarse por un
año de su familia; nos fuimos a vivir a Alemania. El tono allí era severo tirando a brutal,
tanto por parte de los maestros como entre los alumnos, y volví a convertirme en blanco de
las burlas por mi afeminamiento.

Mis compañeros llegaron a ponerle mi nombre a una chica que tenía exactamente mis
mismos rasgos y a mí me pusieron el suyo, por lo que yo odiaba a esa chica. Después me
hice amigo de ella estando ella ya casada. Mi madre seguía vistiéndome de manera muy
elegante, y esto me desagradaba porque siempre me ocasionaba burlas, así que me
alegré cuando por fin me pusieron unos pantalones y una chaqueta como dios manda.
Pero con esto surgió un nuevo problema; me rozaban en los genitales, sobre todo si la tela
era un poco basta; y el contacto con el sastre para tomar medidas me resultaba
insoportable, sobre todo en los genitales, porque me hacía cosquillas y me entraban
escalofríos. Me tocó a partir de entonces hacer deporte y era sencillamente incapaz de
hacer las cosas que normalmente les cuestan trabajo a las chicas o las hacía pero mal;
cuando me bañaba, me daba vergüenza desnudarme; pero, por lo demás, me gustaba.
Hasta los 12 años tuve un problema en el sacro. Aprendí a nadar tarde pero bien, así que
nadaba mucho. Con 13 años me brotó el vello púbico, medía seis pies, pero tenía cara de
chica. Esto duró hasta los 18 años, cuando me salió la barba con fuerza y me libré por fin
del parecido con una chica. Con 12 años me hice una hernia inguinal que no se me curó
hasta los 20 y me molestaba bastante, sobre todo al hacer deporte; además, a partir de los
12 años, si pasaba mucho tiempo sentado, sobre todo trabajando por las noches, cosa que
hacía a menudo hasta tarde, me entraba picor, ardor y temblores desde el pene hasta la
rabadilla. Me costaba entonces tanto estar sentado como de pie y la cosa empeoraba si
cogía frío; pero yo no sospechaba ni por asomo que aquello pudiera estar relacionado con
los genitales. Como no le pasaba a ninguno de mis amigos, me parecía una cosa muy rara
y necesitaba mucha paciencia para soportarlo, especialmente porque el bajo vientre me
molestaba a menudo.

Yo era todavía perfectamente ignorante en cuestiones sexuales, pero tenía ya con 12 o 13


años la certeza de que prefería ser una mujer antes que un hombre. El aspecto de las
mujeres me gustaba más, su presencia tranquila, su compostura, pero sobre todo su ropa.
No obstante, me cuidaba muy mucho de dejar que se me notase, aunque soy
perfectamente consciente de que no hubiera reculado ante el cuchillo de castrar con tal de
conseguir mi objetivo. Si hubiera tenido que explicar por qué prefería la ropa de mujer, solo
hubiera podido decir que me sentía poderosamente atraído por ella; puede también que
me viera a mí mismo como una chica por mi piel extremada e inusitadamente suave: esta
era, además, muy sensible, sobre todo en la cara y en las manos. Les caía bien a las
chicas; y aunque me hubiera gustado estar siempre con ellas, me burlaba de ellas todo lo
que podía, pues tenía que exagerar para no parecer femenino, y las envidiaba, no
obstante, en lo más hondo de mi corazón; sentía sobre todo envidia cuando una amiga
empezaba a vestir de largo y a llevar guantes y velo. Estando de viaje con 15 años, una
joven dama en cuya casa estaba alojado me propuso disfrazarme de dama y salir con ella
a dar una vuelta; pero como no estaba sola, no acepté, por más que me hubiera
encantado hacerlo. Tal era la naturalidad con la que me trataban; me agradó ver en aquel
viaje que los chicos de cierta ciudad llevaban blusas de manga corta que les dejaban los
brazos al descubierto. Una dama bien arreglada me parecía una diosa. Si me tocaba con
sus guantes de cabritilla, me sentía feliz y celoso, y me hubiera encantado hallarme en su
lugar, con sus bellos atavíos y su delicada figura. A pesar de todo, estudiaba con gran
aplicación, hice la Realschule y el Gymnasium en nueve años, hice unos buenos
exámenes finales. Recuerdo haberle expresado por primera vez con 15 años a un amigo el
deseo de ser una chica; no fui capaz de contestar cuando me preguntó el motivo. Con 17
años empecé a andar con compañías poco recomendables, bebía mucha cerveza, fumaba
y bromeaba con las camareras; a ellas les gustaba tratar conmigo, pero lo hacían siempre
como si también llevara falda. No era capaz de ir a clases de baile, me repelía; si hubiera
podido presentarme disfrazado, ya hubiera sido otra cosa. Quería a mis amigos con
ternura; solo detestaba a uno que me había inducido al onanismo. Maldito sea aquel día,
que me perjudicó para toda la vida; lo practicaba con gran asiduidad, pero me veía a mí
mismo como una doble persona al hacerlo; no soy capaz de describir la sensación; creo
que era una sensación masculina, pero mezclada con algo femenino. No era capaz de
arrimarme a una chica, me intimidaban y, sin embargo, no me resultaban ajenas; en
cualquier caso, me imponían más que mis iguales. Las envidiaba, hubiera renunciado a
todos los placeres con tal de poder andar por casa como una chica después de clase y
poder salir así del todo; el miriñaque y el guante ajustado eran mi ideal.

Cada vez que veía un traje de señora me imaginaba cómo me sentiría con él, es decir,
como dama; no sentía deseos por los hombres.

A decir verdad, recuerdo haber sentido inclinación con una gran ternura por un amigo
bellísimo con cara de chica y cabello rizado y oscuro, pero creo que únicamente deseaba
que los dos fuéramos chicas.

En la universidad consumé finalmente el coito; hoc modo sensi, me libentius sub puella
concubuisse et penem meum cum cunno mutatum maluisse. Para su asombro, la chica
tuvo que tratarme además como si yo fuera una chica, cosa en la que consintió gustosa,
tratándome como si yo fuera ella (ella era todavía muy inexperta y no se burló de mí).

En mi época de estudiante era alocado, aunque tuve siempre la sensación de que era algo
que usaba como una simple máscara; bebía y me metía en peleas, pero seguía sin ser
capaz de ir a clases de baile por miedo a delatarme. Mis amistades eran estrechas, pero
sin que hubiera otro trasfondo; lo que más me gustaba era que un amigo se disfrazara de
dama o poder contemplar yo los vestidos de las damas en un baile; yo entendía de todo
esto y poco a poco empecé también a tener sentimientos de mujer.

Cometí dos intentos de suicidio por relaciones desdichadas; durante una época pasé
catorce días sin dormir sin que hubiera motivo, tenía muchas alucinaciones (tanto visuales
como auditivas), me relacionaba lo mismo con los muertos que con los vivos, cosa que
sigo haciendo hasta el día de hoy.

También tenía una amiga, que conocía mi afición y se ponía mis guantes, pero que
también me trataba solamente como chica. Yo entendía a las mujeres mejor que el resto
de los hombres y en cuanto se daban cuenta, empezaban a tratarme more feminarum,
como si hubieran encontrado una amiga. Tampoco soportaba que se contaran historias
obscenas y si me aguantaba era solamente por fanfarronear. Pronto me libré de mi
repugnancia inicial hacia los malos olores y la sangre, llegando al extremo contrario,
aunque no conseguía dejar de sentir asco al ver ciertos objetos. El único problema que me
aquejaba continuamente era que nunca estaba seguro acerca de mí mismo: sabía que
tenía inclinaciones femeninas, pero creía ser un hombre, aunque dudo que, dejando de
lado mis intentos de coito, con los que nunca disfruté (cosa que achaqué al onanismo), en
algún momento admirara a alguna mujer sin desear ser como ella o sin preguntarme si
quería ser ella o vestirme con su ropa. Me costó mucho aprender a asistir al parto (sentía
pudor las muchachas que estaban allí postradas y sufría con ellas) y todavía hoy tengo
que superar una sensación de miedo; me ha llegado a ocurrir parecerme que sentía yo
mismo las contracciones. He tenido puestos como médico en diversos lugares y he tenido
éxito en ellos. Participé en una campaña militar como médico voluntario. Me costaba
montar a caballo, que es algo que ya de estudiante me desagradaba, pues los genitales
transmitían más sensaciones femeninas (me hubiera resultado más fácil a mujeriegas).
Yo seguía teniéndome por un hombre con sentimientos confusos, pero siempre que estaba
con damas acababan tratándome como una señora de uniforme (cuando me puse el
uniforme por primera vez, hubiera preferido ponerme un vestido de mujer; yo tenía una
sensación desagradable cuando la gente miraba a aquellos espléndidos hombres
uniformados). En la consulta privada me fue bien en las tres ramas principales. Después
participé en otra campaña; me fue aquí de gran ayuda mi buen natural, porque tenía la
sensación de que desde que había venido el primer burro al mundo, ninguna bestia de
carga había tenido que aguantar lo que aguantaba yo. No faltaron las condecoraciones,
pero estas me dejaron indiferente.

Y así iba tirando en la vida lo mejor que podía, sin estar nunca satisfecho de mí mismo,
lleno de pesimismo, debatiéndome entre el sentimentalismo y una brutalidad que, sin
embargo, era más que nada afectación.

Como pretendiente fui un poco raro. Yo hubiera preferido no casarme, pero la familia y la
consulta me obligaban a ello. Me casé con una dama enérgica y adorable procedente de
una familia donde las mujeres llevaban la voz cantante. Yo estaba enamorado de ella
hasta donde lo puede estar alguien como yo, que lo que ama lo ama de todo corazón y se
entrega a ello plenamente, aunque no aparezca tan apasionado como un hombre de
verdad; ama a su novia con hondura femenina, casi como a un novio, aunque yo no quería
reconocer esta parte de mí porque seguía creyendo que era simplemente un hombre con
un problema, pero que volvería a su ser y se encontraría a sí mismo en el matrimonio.
Pero ya la misma noche de bodas me di cuenta de que solo funcionaba como mujer con
forma de hombre; sub femina locum meum esse mihi visum est. En general, vivíamos
felices y contentos, pasamos un par de años sin hijos. Tras un embarazo difícil, durante el
cual yo me debatía entre la vida y la muerte en campo enemigo, nació de un parto
complicado un niño que tiene hasta el día de hoy naturaleza melancólica, y que ha seguido
siendo una persona triste; luego vino un segundo muy tranquilo; un tercero, que no para de
hacer pillerías; un cuarto y un quinto; todos tienen ya predisposición a la neurastenia.
Como me sentía siempre fuera de lugar, frecuentaba compañías alegres; pero trabajaba
siempre hasta donde mis fuerzas daban de sí, estudiaba, operaba, experimentaba con
muchas medicinas y curas, incluso conmigo mismo. En el matrimonio dejaba que fuera mi
mujer quien llevara la casa porque se le daba bien. Cumplía con mis obligaciones de
marido lo mejor que podía, pero sin obtener satisfacción de ello; desde el primer coito
hasta hoy, la posición masculina me ha repugnado y me ha costado adoptarla.

Hubiera preferido asumir el otro papel. Cuando tenía que asistir al parto a mi mujer se me
rompía el corazón porque me hacía una idea de sus dolores. Así vivimos juntos mucho
tiempo hasta que una grave afección de gota me llevó a diversos balnearios y me hizo
volverme neurasténico. Al mismo tiempo, me quedé tan anémico que cada dos meses
tenía que tomar hierro durante una temporada, pues de lo contrario estaba como clorótico
o histérico o las dos cosas a la vez. Sufría frecuentes estenocardias, luego empezaron los
espasmos unilaterales en barbilla, nariz, cuello, laringe, hemicrania, y espasmos
diafragmáticos y pectorales; durante tres años tuve una sensación como si la próstata
estuviera hinchada, una sensación de expulsión como si tuviera que dar a luz algo, dolores
de cadera, dolor crónico en el sacro y similares; yo, sin embargo, iba haciendo frente a
estos males femeninos o masculinos con la rabia que da la desesperación, hasta que hace
tres años un tremendo ataque de artritis pudo conmigo.

Antes de que empezara aquel terrible ataque, intenté desesperadamente librarme de la


gota tomando baños templados con una temperatura lo más parecida posible a la del
cuerpo. Me sucedió en uno de esos baños el sentirme repentinamente transformado y al
borde de la muerte; con las últimas fuerzas salí de la terma de un salto. Me había sentido
enteramente como una mujer llena de libido. Además, en la época en que llegó el extr.
cannabis ind. e incluso se le alababa, tomé por miedo a los ataques de gota (y aquejado
de indiferencia por la vida) una dosis que multiplicaba por tres o cuatro la habitual de extr.
cannabis ind. y sufrí una intoxicación de hachís que me tuvo entre la vida y la muerte.
Experimenté risa convulsiva, sensación de una fuerza física y una velocidad inauditas, una
extraña sensación en el cerebro y en los ojos, veía millones de chispas que atravesaban la
piel desde el cerebro, pero así y todo todavía conseguía hablar. Y de pronto me vi
convertido en mujer desde los dedos de los pies hasta el pecho, tuve la sensación, como
ya me había pasado en la terma, de que los genitales se me metían para adentro, las
caderas se me ensanchaban, me salía pecho y se apoderaba de mí una indescriptible
lujuria. Cerré los ojos para no ver por lo menos la cara transformada. A todo esto, mi
médico parecía tener una patata gigante por cabeza y mi mujer llevaba la luna llena en el
tronco. Aun así, fui lo suficientemente fuerte como para redactar mi testamento en un
cuaderno en un momento en que los dos salieron de la habitación.

Pero quién podría describir mi espanto cuando me desperté a la mañana siguiente


sintiéndome completamente transformado en mujer y al ponerme de pie y empezar a
andar sentí una vulva y mamas.

Cuando por fin dejé la cama, tuve la sensación de que se había producido una
transformación completa en mí. Ya durante la enfermedad una visita dijo: “Qué paciencia
tiene para ser un hombre” y me regaló una planta con flores, cosa que a mí me sorprendió
y me agradó al mismo tiempo. Desde ese momento fui paciente, no quería volver a hacer
nada apresuradamente, me volví duro como un gato, pero al mismo tiempo apacible,
bondadoso, perdí todo el rencor; en definitiva, mi carácter se volvió como el de una mujer.
Durante la última enfermedad tuve muchas alucinaciones visuales y auditivas, hablaba con
los muertos, etc., veía y oía spiritus familiaris, me sentía como una doble persona, pero en
el lecho de enfermo todavía no me daba cuenta de que el hombre se había apagado en
mí. La alteración de mi carácter fue toda una suerte, pues sufrí un golpe que con mi talante
anterior me hubiera costado la vida, pero que ahora, en cambio, acepté con resignación,
hasta el punto de que yo mismo no me reconocía. Seguía confundiendo las
manifestaciones de la neurastenia con gota, por lo que tomé muchos baños, hasta que
empecé a tener un picor en la piel con sensación de sarna que aumentaba con los baños
en lugar de disminuir. Abandoné entonces toda terapia externa (los baños me iban dejando
cada vez más anémico) y me fortalecía como podía. Pero la obsesión de ser una mujer ha
continuado y ha cobrado tal intensidad que tan solo llevo la máscara de hombre, pero me
siento como una mujer en todos los sentidos y hasta en el mínimo detalle. Ya hasta se me
ha olvidado cómo era antes.

Lo que respetó la gota lo terminó de arruinar la gripe.

Status praesens: soy alto, me clarea el pelo, la barba se me va encaneciendo, me va


saliendo chepa, desde que tuve la gripe habré perdido como la cuarta parte de mi fuerza.
Tengo la cara un poco enrojecida por un problema de válvulas cardiacas; llevo barba;
conjuntivitis crónica; más musculoso que gordo; en el pie izquierdo parece que me están
saliendo varices, se me queda muchas veces dormido, todavía no se le ve hinchado, pero
parece que empieza.

A pesar de su pequeñez, la zona mamilar se eleva claramente. El vientre tiene la forma de


un vientre femenino, los pies se colocan de manera femenina. Las pantorrillas, etc. como
las de las mujeres; lo mismo ocurre con los brazos y con las manos. Puedo llevar medias
de señora y guantes de la talla 7 ¾-7 ½; también llevo corsé sin molestias. El peso oscila
entre 168 y 164 libras. Orina sin proteínas, sin azúcar, pero con más ácido úrico de lo
normal; cuando no tiene exceso de ácido úrico, es clara, y si he sufrido algún tipo de
excitación es casi como el agua. Heces expulsadas con regularidad, pero cuando no es así
aparecen todos los problemas femeninos de estreñimiento. Duermo mal, muchas veces
me sucede durante semanas dormir solamente 2 o 3 horas diarias. Bastante buen apetito,
pero en general el estómago no admite más de lo que lo haría el de una mujer fuerte y
reacciona inmediatamente a las comidas picantes con erupción cutánea y escozor de la
uretra. La piel es blanca, de tacto en general suave; picor insoportable desde hace dos
años que en las últimas semanas se ha moderado, presentándose ya solamente en corvas
y escroto.

Tendencia a sudar; antes la transpiración no se presentaba prácticamente nunca, pero


ahora presenta todos los desagradables matices de la transpiración femenina, sobre todo
en el bajo vientre, por lo que tengo que asearme más que una mujer (perfumo mis
pañuelos, uso jabones perfumados y agua de colonia).

Sensación general: me siento como una mujer en cuerpo de hombre; aunque todavía
siento a veces la forma de un hombre, la parte del cuerpo en cuestión la siento femenina,
por ejemplo, el pene lo siento como clítoris; la uretra, como si fuera al mismo tiempo uretra
y boca de la vagina; siempre tengo la sensación de que está algo húmeda por muy seca
que esté; el escroto lo siento como labia majora; en definitiva, siempre siento una vulva y
esto solo lo puede entender quien siente algo así o lo ha sentido. Pero la piel de todo el
cuerpo tiene una sensibilidad femenina, recibe todas las impresiones como mujer, ya sean
de tacto, de calor u hostiles, y tengo las sensaciones de una mujer; no puedo llevar las
manos desnudas porque me molestan tanto el frío como el calor; en cuanto termina la
temporada en que se nos permite a los hombres llevar sombrilla, el cutis me da muchos
sufrimientos hasta que se puede volver a llevar sombrilla. Cuando me despierto por las
mañanas, tarda un rato en hacerse de día en mi interior; es como si me buscara a mí
mismo, y entonces se despierta la obsesión de ser mujer; tengo la sensación de la vulva (o
de que tengo una ahí), y recibo el día con un suspiro silencioso o fuerte, pues me da miedo
el teatro que tendré que mantener durante todo el día. No es ninguna menudencia sentirse
mujer y tener que actuar como hombre. Tuve que aprenderlo todo como si fuera de nuevo;
el bisturí, los aparatos, desde hace tres años todo lo siento de manera diferente, y con la
sensación muscular alterada que tengo, he tenido que aprenderlo todo nuevamente. Lo he
conseguido, lo único que me sigue dando problemas es manejar la sierra y el cincel de
huesos; es como si no me dieran las fuerzas. Sin embargo, tengo más sensibilidad para el
trabajo con cureta en las partes blandas; una cosa repugnante es que muchas veces al
explorar a señoras tengo las mismas sensaciones que ellas, algo que a ellas no les
extraña. Lo que más repugnante me resulta es sentir los movimientos del feto; tuve una
época que duró varios meses en que me atormentaba el leer los pensamientos de uno y
otro sexo, algo contra lo que todavía tengo que luchar; en el caso de las mujeres aún me
resulta soportable, pero en los hombres me repugna. Hace tres años todavía no veía el
mundo con ojos de mujer; esta alteración de la relación del nervio óptico con el cerebro
llegó con un intenso dolor de cabeza de manera casi repentina. Me hallaba en ese
momento con una mujer con sentimiento sexual contrario; de pronto la vi transformada de
la misma manera que me siento yo ahora, es decir, la veía a ella como hombre y yo me
sentía como mujer frente a ella, hasta tal punto que me marché con enfado apenas
disimulado; ella todavía no era consciente de su estado.

Desde entonces todos los sentidos perciben de manera femenina y lo mismo sucede con
su relación. Al sistema cerebral le siguió casi inmediatamente el vegetativo, con lo que
todas las afecciones se manifestaban de manera femenina; la sensibilidad de todos los
nervios, sobre todo del auditivo, el olfativo y el trigémino se intensificó hasta llegar al
nerviosismo; basta con el ruido de una ventana al cerrarse para que me sobresalte, es
decir, internamente; el hombre no puede hacerlo. Si una comida no está completamente
fresca, ya tengo olor a cadáver en la nariz. Nunca hubiera creído que el trigémino pudiese
traspasar tan alegremente los dolores de una rama a otra, de la muela al ojo.

Sin embargo, desde mi transformación me son más llevaderos el dolor de muelas y las
migrañas y padezco también menos ansiedad con estenocardia. Algo que vengo
observando y que me resulta curioso es que me siento como un ser más débil y temeroso,
pero tengo mucha más calma y sangre fría ante los peligros y en las operaciones de
importancia. El estómago se venga del más minimo error cometido (contra la dieta de una
mujer) y lo hace sin miramientos y a la manera femenina, ya sea con eructos o con otras
molestias, sobre todo si abuso del alcohol; la resaca del hombre que se siente mujer es
mucho peor que la más colosal de las resacas; tengo prácticamente la sensación de que
como hombre que se siente mujer se encuentra uno completamente dominado por el
sistema vegetativo.

Aunque mis pezones son pequeños, necesitan espacio y los siento como mamas, igual
que cuando en la pubertad se hinchaban y dolían; por eso me molesta la camisa, el
chaleco, la chaqueta. Con la pelvis tengo la sensación de que es una pelvis femenina; lo
mismo ocurre con ano y nates; al principio me incomodaba la sensación femenina del
vientre, que no entra en ningún pantalón y continuamente produce y posee la sensación de
feminidad. También tengo un sentimiento obsesivo con la cintura. Es como si me hubieran
quitado mi propia piel y me hubieran metido en una de mujer, que se ajusta a la perfección,
pero todo lo siente como si estuviera rodeando a una mujer y transmitiese las sensaciones
de esta a todo el cuerpo de hombre en ella encerrado y hubiera desterrado las
sensaciones masculinas. Los testículos, aunque no están atrofiados ni han degenerado, ya
no son testículos y me duelen a menudo, produciéndome la impresión de que su lugar está
en el vientre, donde tendrían que estar recogidos; su movilidad me da muchas molestias.

Cada cuatro semanas, coincidiendo con la luna llena, tengo molestias menstruales físicas
y psíquicas durante cinco días como una mujer, solo que no sangro, aunque tengo la
sensación de expulsar líquidos, una sensación de hinchazón de los genitales y del bajo
vientre (por dentro); este tiempo me resulta muy agradable, sobre todo cuando después, al
cabo de un par de días, se presenta la sensación fisiológica de necesitar la unión sexual
con toda su fuerza, que se apodera de la mujer en su totalidad; todo el cuerpo se llena
entonces de esta sensación, como un terrón de azúcar empapado en agua o como una
esponja llena de agua; entonces soy primero y ante todo una mujer necesitada de amor y
solo después un ser humano, y me parece que esta necesidad es más un anhelo de
concebir que de realizar el coito. Sin embargo, la inmensa fuerza de la naturaleza o la
voluptuosidad femenina vencen al sentimiento de pudor, de modo que indirectamente se
desea el coito. Solo he sentido el coito de manera masculina tres veces como mucho en
toda mi vida, y me ha resultado indiferente en el resto de ocasiones; en los tres últimos
años, en cambio, lo siento claramente de manera pasiva, como mujer, y a veces incluso
con sensación de eyaculación femenina; siempre me siento cubierta y cansada como una
hembra, a veces también me siento mal después, cosa que no le ocurre nunca a un
hombre. Ha habido veces en que el coito me ha causado un placer tal que no encuentro
nada con lo que compararlo; es sencillamente la sensación más deliciosa y poderosa de la
tierra, por la que puede uno sacrificarlo todo; en ese instante la mujer es solo vulva, una
vulva que se ha tragado a toda la persona.

La sensación de ser mujer no la he perdido por un solo instante desde hace tres años, ya
no me atormenta tanto porque me he acostumbrado, aunque me siento inferior desde
entonces, porque sentirse mujer sin experimentar deseo es algo que un hombre puede
incluso sobrellevar; pero cuando aprieta la necesidad… Entonces se acaba la comodidad;
el ardor, el calor, la sensación de turgencia de los genitales (sin erección del pene, es
como si los genitales perdiesen su papel). Cuando siento mucho afán empiezo a tener
sensación de succión en la vagina y en la vulva y es algo espantoso, un tormento infernal
de deseo que a duras penas se puede soportar. Si en ese momento estoy en situación de
consumar el coito, la cosa va mejor, pero no llega a producirme una plena satisfacción por
la falta de recepción. Se apodera entonces de mí un sentimiento de esterilidad con una
angustia llena de vergüenza, además de la sensación de haber copulado pasivamente y
de la vergüenza ultrajada; uno se siente prácticamente como una ramera. La razón no
sirve de nada, la obsesión de la feminidad lo domina todo y puede con todo. Es fácil
hacerse una idea de lo difícil que le resulta a uno hacer su trabajo en esas etapas; aunque
a eso todavía puede uno obligarse. Naturalmente, resulta prácticamente imposible estar
sentado, andar, quedarse tumbado, no hay forma de aguantar mucho en ninguno de estos
estados, a lo que se añade el contacto continuado del pantalón… es insoportable.
El matrimonio, además del momento del coito, en el que el hombre siente que le han
hecho el amor, produce la impresión de dos mujeres que viven juntas, solo que una se ve
a sí misma disfrazada de hombre. Si acaso no se presentan los trastornos menstruales
periódicos, aparece la sensación de embarazo o de saturación sexual, que el hombre
desconoce, pero que se apodera de la persona igual que el sentimiento de feminidad, solo
que estos además son repugnantes, con lo que uno prefiere volver a pasar por los
trastornos menstruales. Cuando vienen sueños o fantasías eróticos, uno se ve con la
forma que tendría como mujer, y ve miembros erectos que aparecen; teniendo en cuenta
que el ano también se percibe como femenino, no sería difícil caer en la sodomía. Si no
fuera porque lo veta una prohibición religiosa expresa, de poco servirían todas las demás
consideraciones.

Estados así repugnan a cualquiera, por lo que se tiene el deseo de ser asexuado o llegar a
serlo. Si fuera soltero, hace tiempo que me hubiera deshecho de testículos, escroto y
pene.

¿De qué sirve la mayor sensación de placer femenino cuando no se puede concebir? ¿De
qué sirven los movimientos del amor femenino cuando lo que uno tiene para satisfacerlos
es también una mujer, aunque en la cópula la sintamos como si fuera un hombre? Qué
horrible es la vergüenza que provoca la transpiración femenina. Cómo humilla al hombre la
sensación de alegría que producen la ropa y las joyas. En su forma alterada le gustaría,
aunque no se acuerde del sentimiento del sexo masculino, no tener que sentirse mujer;
sabe todavía perfectamente que antes no sentía sexualmente todo el tiempo, que fue
también sencillamente un ser humano sin que influyera en él el sexo. ¿Y ahora, de pronto,
tiene que sentir su antigua individualidad como si fuera solo una máscara, sentirse
continuamente como mujer, experimentar alguna variación solamente cuando le llegan
cada cuatro semanas sus molestias periódicas y cuando entra en celo, un celo femenino
que no puede saciar? ¿Cuándo podrá despertar sin tener que sentirse inmediatamente
mujer? Al final desea poder quitarse la máscara por un instante y ese instante no llega
nunca. Solo logra encontrar algún alivio en esta desdicha cuando puede vestirse con algo
de feminidad, con un adorno, una combinación… Porque no puede presentarse como
mujer. No es ninguna menudencia tener que cumplir con todas sus obligaciones
profesionales sintiéndose como si fuera una actriz disfrazada de hombre y sin que se
presente un final a la vista. Solo la religión le impide caer en graves faltas, pero no puede
impedir el sufrimiento cuando la tentación se le presenta a esta persona que se siente
femenina como se le presentaría a una auténtica mujer y tiene que sentirla y pasar por
ella. Cuando un hombre respetado, que goza en público de un crédito extraordinario y que
tiene una autoridad, tiene que andar por ahí con una vulva, aunque sea imaginaria; cuando
regresa de un duro día de trabajo y no le queda más remedio que fijarse en cómo va
arreglada la primera señora que se le cruza y criticarla con ojos femeninos, leer sus
pensamientos en su rostro; cuando una revista de moda (esto ya me pasaba de niño)
despierta el mismo interés que una obra científica… Cuando tiene uno que ocultarle su
estado a su esposa, cuyos pensamientos, al sentirse mujer, es capaz de leer en el rostro,
mientras que ella tiene claro que uno se ha transformado en cuerpo y alma… ¡Qué
sufrimientos ocasiona el tener que sobreponerse a la blandura femenina! A veces, estando
uno solo de vacaciones, se consigue vivir un poco más como mujer, por ejemplo, llevar
ropa femenina, etc., sobre todo por la noche, poder llevar guantes casi todo el tiempo,
ponerse un velo o una máscara en la habitación; la desmesurada libido le deja entonces a
uno en paz, pero la feminidad, que por fin se ha liberado, exige imperiosamente que se la
reconozca; suele conformarse con alguna modesta concesión, por ejemplo, llevar una
pulsera debajo del puño de la camisa, pero exige imperiosamente una concesión de algún
tipo. La única dicha es que uno es capaz de verse disfrazado de mujer sin avergonzarse,
sí, que prefiere uno verse con un velo o una máscara cubriéndole el rostro y se encuentra
más natural así. Uno tiene entonces, como cualquier otro forofo de la moda, el gusto de la
moda del momento, hasta tal punto llega uno a cambiar. Hace falta mucho tiempo y un
increíble dominio de sí mismo para acostumbrarse a la idea de sentir solamente como
mujer y, como si dijéramos, recuperar la antigua forma de ver las cosas tan solo como un
recuerdo para comparar y a continuación expresarse como hombre.

Aun así ocurre de vez en cuando que se le escape a uno la expresión de sentimientos
femeninos, ya sea en materia sexual (que siente uno tal y tal cosa que quien no sea mujer
no puede conocer) o que fortuitamente deja ver que está más que familiarizado con la ropa
femenina. Cuando solo hay mujeres delante, no pasa nada, pues una mujer se siente
sobre todo halagada cuando ve que uno entiende de sus cosas, lo único es que no puede
pasarte… ¡delante de tu propia mujer! Qué susto me llevé una vez que mi mujer le dijo a
una amiga que yo tenía muy buen gusto para la ropa de mujer. Qué sorprendida se quedó
una altiva dama de la moda, que estaba educando muy mal a su hija, cuando le expliqué
todos los sentimientos femeninos de palabra y por escrito (aunque le mentí diciéndole que
había obtenido mi conocimiento a partir de cartas); pero ahora la confianza que tiene en mí
va en proporción y la niña, que iba camino de volverse loca, ha recuperado la sensatez y
es feliz. Esta había confesado como si fueran pecados todos los movimientos de la
feminidad. Ahora sabe lo que como chica tiene que soportar y dominar a base de fuerza de
voluntad y religión, y se siente persona. Las dos damas reirían con ganas si supieran que
solamente me he inspirado en mi propia y amarga experiencia. Tengo que añadir aún que
desde entonces tengo una sensibilidad mucho más aguda para la temperatura, y además
una sensibilidad que antes me era desconocida para la elasticidad de la piel, para la
tensión de las vísceras de mis pacientes; pero además, cuando tengo que operar y hacer
cortes, los fluidos ajenos penetran con más facilidad en mi piel (intacta). Cada corte me
duele, cada exploración de una muchacha o de una mujer con flúor, olor a cáncer y
similares me resulta especialmente penosa. Ahora soy muy dado a tener antipatías y
simpatías que van desde los colores hasta el juicio que me merece una persona. Las
mujeres suelen percibir entre sí la disposición sexual que tiene cada una en ese momento;
por eso lleva velo una dama, aunque no se lo ponga constantemente; y se suele perfumar,
aunque solo sean los guantes o el pañuelo, pues la sensibilidad de su olfato respecto del
propio sexo es enorme. Los olores tienen un efecto increíble sobre un organismo
femenino; así, por ejemplo, la violeta y la rosa me calman; otros olores me repugnan, con
el ylang-ylang no sería capaz de resistir la excitación sexual. El contacto con una mujer me
resulta homogéneo; el coito con mi mujer me resulta posible porque es un poco masculina,
tiene una piel firme y, aun así, es más bien un amor lesbicus.

Además me siento siempre pasivo. Por las noches a menudo no puedo dormir, pero lo
consigo finalmente si femora mea distensa habeo, sicut mulier cum viro concumbens, o
echándome de lado, pero en ese caso ni el brazo ni la ropa de cama pueden tocar la
mamma, pues de lo contrario se acabó el dormir; tampoco el vientre puede tener presión.
Como mejor duermo es con camisón y chaqueta de cama, y además con guantes porque
enseguida se me quedan frías las manos; también me siento cómodo con ropa interior de
mujer y enaguas porque no tocan los genitales. Lo ideal sería la ropa de cuando se
estilaba el miriñaque. La ropa de mujer no molesta a una persona que se siente femenina,
pues la siente, como cualquier mujer, como algo propio y no como objetos extraños.

La persona con quien más me relaciono es una señora que padece de neurastenia (véase
caso 135), que se siente masculina desde su último puerperio. Desde que le he explicado
estos sentimientos coitu abstinet en la medida de lo posible, cosa que yo como hombre no
me puedo permitir. Ella me ayuda con su ejemplo a soportar mi estado. Mantiene más
frescos en el recuerdo sus sentimientos femeninos y me ha dado algunos buenos
consejos. Si ella fuera un hombre y yo una muchacha, trataría de conquistarla, por ella
aceptaría mi destino femenino. Pero su retrato actual es muy diferente de los de antes; es
un caballero vestido con mucha elegancia a pesar de sus pechos, su peinado y demás;
pero se ha vuelto también persona de pocas palabras y las cosas que a mí me divierten
han dejado de gustarle; se ha apoderado de ella una especie de pesimismo, pero lleva su
suerte con resignación y dignidad, solo encuentra consuelo en la religión y en el
cumplimiento de sus deberes. En la época de la regla se hunde prácticamente; han dejado
de agradarle la compañía de las mujeres y sus conversaciones y tampoco le gustan ya los
dulces.

Tengo un amigo de la juventud que se ha sentido toda la vida únicamente como chica,
pero que tiene inclinación por el sexo masculino: a su hermana le pasaba lo contrario y
cuando el útero empezó a reclamar lo que le correspondía y se vio a sí misma como mujer
amante a pesar de su masculinidad, decidió no andarse con rodeos y se suicidó
ahogándose.

Las principales alteraciones que vengo observando en mí desde la plena effeminatio son:

1. la sensación permanente de ser mujer de la cabeza a los pies,

2. la sensación permanente de poseer genitales femeninos,

3. la periodicidad de los trastornos menstruales cada cuatro semanas,

4. deseo femenino que se presenta con regularidad, pero sin desear a un hombre en
concreto,

5. sentimiento pasivo femenino durante el coito,

6. posteriormente, el sentimiento de ser la parte penetrada,

7. sentimiento femenino al contemplar imágenes del coito,

8. al ver mujeres, el sentimiento de pertenencia y un interés femenino en ellas,

9. al ver hombres, un interés femenino en ellos,

10. al ver niños, lo mismo,

11. el cambio de carácter, con mucha más paciencia,

12. la resignación finalmente alcanzada respecto de mi suerte, cosa que solo le debo a la
religión positiva, pues de lo contrario ya hace tiempo que me hubiera suicidado.

Porque ser hombre y tener que sentir que chaque femme est futue ou elle désire l’être es
difícilmente soportable.

La presente autobiografía, tan valiosa para la ciencia, iba acompañada de la siguiente


carta, no menos interesante:

En primer lugar, he de pedir disculpas a V. E. por las molestias que le ocasiono con mi
carta; había perdido los nervios y me consideraba ya solamente como un monstruo ante el
cual hasta yo mismo sentía repugnancia; pero luego recobré el ánimo gracias a sus
escritos y decidí llegar hasta el fondo del asunto y volver la mirada para contemplar mi
vida, fuera cual fuera el resultado. Pero luego se me apareció como un deber de
agradecimiento participar a V. E. el resultado de mis recuerdos y observaciones, ya que no
había encontrado un caso análogo registrado en su obra; finalmente, pensé que bien
podría interesarle tener noticia por boca de un médico de cómo piensa y siente un
individuo fallido (humano o masculino) bajo la opresión del sentimiento obsesivo de ser
una mujer.
No todo es correcto, pero ya no tengo fuerzas para más reflexiones, y no quiero seguir
profundizando; hay cosas que se repiten… Solo ruego que se tenga en cuenta que toda
careta se puede acabar cayendo, sobre todo cuando el disfraz no se lleva voluntariamente,
sino que le es impuesto a uno.

Tras la lectura de sus escritos espero que si cumplo con mis obligaciones como médico,
ciudadano, padre y marido me pueda contar entre las personas que no son simplemente
merecedoras de desprecio.

Por último, quiero presentarle a V. E. el resultado de mis recuerdos y mi reflexión para


demostrar que también se puede ser médico con sentimientos y pensamientos femeninos;
me parece una gran injusticia el cerrarle a la mujer las puertas de la medicina; una mujer
da con ciertos males mediante el sentimiento, allí donde un hombre, a pesar de su
capacidad diagnóstica, anda dando palos de ciego, al menos por lo que respecta a las
enfermedades de mujeres y niños. Si estuviera en mi mano, todo médico debería pasar
por un trimestre de ser mujer. Tendría entonces más comprensión y más respeto por la
parte de la humanidad de la que procede y sabría así apreciar la grandeza de alma de las
mujeres, así como lo duro de su suerte.

Epicrisis. Paciente con fuertes taras, ya originariamente anormal desde el punto de vista
psicosexual en cuanto que siente de manera femenina caracteriológicamente y en el acto
sexual. Este sentimiento anormal se mantiene como mera anomalía espiritual hasta hace
tres años, cuando a causa de una fuerte neurastenia, esta se ve enormemente reforzada
por un sentimiento corporal de transmutatio sexus que se impone a la conciencia. El
paciente se siente a partir de entonces, para su propio espanto, también físicamente como
mujer; bajo el dominio de su “obsesión” femenina siente una metamorfosis total de lo que
habían sido sus sentimientos, ideas y aspiraciones masculinos, e incluso de la totalidad de
su vita sexualis, produciéndose una eviratio. No obstante, su yo es capaz de mantener el
control frente a estos procesos morbosos psíquico-físicos y prevenir la caída en la
paranoia: un notable ejemplo de percepciones e ideas obsesivas con base en una tara
neurótica y de gran valor para la comprensión del modo en que puede tener lugar una
transformación psicosexual de este tipo. Tres años después, en 1893, me envió este
desdichado colega un nuevo status praesens de sus pensamientos y sentimientos. Este se
corresponde en lo esencial con el anterior. El paciente se siente física y espiritualmente
como una mujer en todos los sentidos, pero su inteligencia permanece intacta y le protege
de caer en la paranoia (véase más abajo). No se ha producido hasta la fecha (1900)
ninguna alteración sustancial en el estado de este médico, que sigue siendo capaz de
ejercer la profesión.

Caso 135: transmutatio sexus

Señora X, hija de un alto funcionario, desciende de madre que falleció por una enfermedad
nerviosa. El padre carecía de taras, falleció a edad muy avanzada de una neumonía.
Algunos de los hermanos presentan anomalías psicopáticas, un hermano es
caracteriológicamente anormal y altamente neurasténico.

De niña, la señora X presentaba una acusada inclinación por los deportes de chicos. En
cuanto se veía vestida de corto, se lanzaba a corretear por campos y bosques y se ponía a
escalar sin sentir vértigo alguno las rocas más peligrosas. No se interesaba lo más mínimo
por la ropa ni por ponerse guapa. Solo en cierta ocasión en que le pusieron un vestido de
corte un poco más masculino sintió gran alegría; y le produjo una gran satisfacción el
poder aparecer en una obra de teatro del colegio vestida de chico e interpretando un papel
masculino.
Por lo demás, nada dejaba traslucir una predisposición homosexual. Hasta su matrimonio
(con 21 años), no es capaz de recordar haberse sentido atraída por persona alguna de su
propio sexo. Igualmente indiferentes le resultaban los individuos masculinos. Siendo ya
algo más mayor, tuvo muchos pretendientes, lo que la halagaba, pero afirma no haber
pensado nunca en la diferencia de sexos, en la que reparaba solamente por la ropa.

Durante el único baile en el que participó únicamente le interesó la animada diversión y la


buena compañía, pero no el baile en sí ni quienes bailaban.

El periodo se inició sin problemas con 18 años. La señora X siempre percibió la


menstruación como algo molesto y ajeno. Su compromiso con un hombre formal y rico
pero carente del más mínimo sentido para la naturaleza femenina la dejó perfectamente
indiferente. No experimentaba ni simpatía ni antipatía por el matrimonio. El trato conyugal
le resultaba al principio penoso y después simplemente molesto. No experimentó nunca
con él sentimentos libidinosos, aunque concibió seis hijos en el transcurso de los años.
Cuando su marido comenzó a practicar el coitus interruptus al ser bendecidos con una
descendencia cada vez mayor, ella se sintió herida en sus sentimientos religiosos y
morales.

La señora X se fue volviendo cada vez más neurasténica y malhumorada, se sentía


desdichada.

Sufría descensus uteri, erosiones en portio vaginalis, le entró anemia; el tratamiento


ginecológico y diversas curas de baños no aportaron mejoras considerables.

Con 36 años de edad, sufrió un día un ataque de apoplejía, de resultas del cual pasó casi
dos años enferma con importantes trastornos neurasténicos (insomnio, presión en la
cabeza, palpitaciones, depresión psíquica, sensación de quebrantamiento de la potencia
física y espiritual e incluso sensación de inminente locura, etc.).

En el transcurso de esta enfermedad se produjo una extraña alteración de su sentir


espiritual y físico.

La conversación femenina de las damas que la visitaban, que giraba en torno al amor, la
ropa, los adornos y la moda, junto con asuntos domésticos y del servicio, le resultaba
insoportable. Encontraba penoso incluso el ser mujer. No era capaz de mirarse al espejo.
La horrorizaba peinarse y arreglarse. Para sorpresa de sus allegados, sus rasgos, hasta
entonces blandos y decididamente femeninos, adoptaron una expresión masculina,
tranmitiéndole a todo el mundo la impresión de un hombre vestido de mujer. Se quejaba
ante su médico de confianza de que el periodo le resultaba ahora extraño, indiferente;
cada vez que se presentaba se sentía mal, la repugnaba el olor de la sangre menstrual,
pero tampoco se decidía a recurrir a perfumes, que también la repugnaban.

Pero sentía además otra extraña alteración en la totalidad de su ser. Experimentaba


arrebatos de un sentimiento de fuerza y sentía el impulso de realizar hazañas deportivas,
se sentía episódicamente joven, como si tuviera 20 años. Cuando su cerebro neurasténico
la dejaba pensar, se asombraba del derrotero que habían tomado sus pensamientos, así
como de su carácter inusitado y de la presteza y precisión con que llegaban a
conclusiones y formaban juicios, la rapidez y concisión de la expresión, la nueva forma de
escoger palabras (no siempre la más adecuada para una dama). Incluso apareció una
tendencia a usar lenguaje malsonante en dama que había sido tan devota y estricta.

Se hacía a sí misma amargos reproches, se lamentaba diciendo que ya no era una mujer,
que sus pensamientos, sentimientos y acciones resultaban impresentables en sociedad.
A partir de este momento sintió también una transformación de su cuerpo. Para su
asombro y espanto, sentía desaparecer sus pechos, las caderas le parecían más
estrechas, los huesos se volvieron más prominentes, la piel tenía un tacto más áspero y
firme.

Ya no se sentía capaz de ponerse chaqueta de cama de señora y gorro de dormir, también


dejó arrinconados pulseras, pendientes y abanicos. A su camarera y a su modista les
llamó la atención que el olor que desprendía la señora X era ahora totalmente diferente; la
voz se volvió más grave, áspera, masculina.

Cuando la paciente abandonó por fin la cama, casi había perdido los andares femeninos,
tuvo literalmente que forzarse a adoptar los gestos y movimientos correspondientes a su
traje de señora, ya no soportaba llevar velo cubriéndole la cara. Su antigua vida como
mujer le resultaba ahora algo ajeno, algo que no iba con ella, ya no encajaba en el papel
de mujer y si lo hacía era a base de mucho esfuerzo. Sus rasgos se fueron volviendo cada
vez más masculinos. Aparecieron sensaciones muy extrañas en el bajo vientre. Se quejó a
su médico de que sus genitales ya no parecían ser interiores. Sentía que su cuerpo estaba
cerrado, que la zona de las partes pudendas se había engrosado, decía tener a menudo la
sensación de poseer pene y escroto. También mostraba una libido claramente masculina.
Todas estas sensaciones le proporcionaban un gran disgusto, la espantaban, y su
desánimo aumentó hasta tal punto que se llegó a temer que enloqueciera. Su médico de
cabecera logró con su empeño y aclaraciones que la paciente se fuera calmando poco a
poco y ayudarla a superar aquella crisis. La paciente fue recobrando paulatinamente su
equilibrio en esta nueva forma físico-psíquica extraña y morbosa. Se esforzó en cumplir
sus obligaciones como ama de casa y madre. Resulta interesante la fuerza de voluntad
genuinamente masculina que desplegó para ello, pero su antigua blandura interior había
desaparecido. Se comportaba ahora en casa como hombre, lo que dio pie a
desavenencias conyugales. La señora X resultaba un misterio irresoluble para su marido.

Se quejaba a su médico de que de vez en cuando experimentaba unos “deseos


masculinos bestiales” y en tales ocasiones caía en un hondo desánimo. Las relaciones
conyugales con su marido la horrorizaban y le resultaba imposible ponerlas en práctica.

La paciente sentía todavía esporádicamente movimientos femeninos, pero cada vez con
menos frecuencia e intensidad. Volvía a sentir en esos momentos genitales femeninos,
que sus pechos eran los suyos, pero estos episodios le resultaban penosos y tenía la
sensación de que no resistiría “un segundo cambio” de esa naturaleza sin volverse loca.

Se ha acostumbrado a esta mutatio sexus sobrevenida como consecuencia de un proceso


morboso y sobrelleva su suerte con resignación, para lo cual le resulta de gran ayuda su
profunda religiosidad.

No obstante, le acarrea grandes sufrimientos el tener que ser siempre como una actriz que
interpreta ante el mundo exterior un papel que le es ajeno: el de una mujer (status
praesens sept. 1892).

[Psychopathia sexualis, Caso 135: transmutatio sexus]

Caso 136: metamorphosis sexualis paranoica

K., 36 años, soltero, sirviente, ingresa en la clínica el 26 de febrero de 1889, es un caso


típico de paranoia persecutoria con alucinaciones olfativas, sensaciones, etc. sobrevenida
como consecuencia de una neurastenia sexualis.
Procede de familia con taras. Varios hermanos fueron psicopáticos. El paciente tiene
cráneo hidrocefálico, montado en la zona de la fontanela derecha, ojo neuropático. Desde
siempre con un gran apetito sexual, con 19 años se dio a la masturbación, practicó el coito
con 23 años, concibió tres hijos fuera del matrimonio, se abstuvo de seguir manteniendo
relaciones sexuales por miedo a engendrar más y por la falta de medios para mantenerlos.
Llevaba muy mal la abstinencia, renunció también a la masturbación, tuvo poluciones
masivas, empezó a sufrir neurastenia sexual hace un año y medio, tenía también
pollutiones diurnae, lo que le dejó en un estado de agotamiento y malestar, el proceso
desembocó en una neurastenia general, enfermando de paranoia.

Hace un año empezó a sufrir sensaciones parestésicas, como si en lugar de los genitales
tuviese un gran ovillo, después empezó a sentir que desaparecían escroto y pene y que
sus genitales se volvían femeninos.

Sentía que le brotaban pechos, una coleta, que llevaba ropa femenina. Se veía a sí mismo
como mujer. La gente por la calle se expresaba también en este sentido: “Mira la tía esa”.
En estado de duermevela tuvo una sensación como si un hombre practicara con él el coito
como se hace con una mujer. Le vino entonces la “naturaleza” con un intenso sentimiento
libidinoso. Durante la estancia en la clínica se produjo una remisión de la paranoia y una
mejora significativa de la neurastenia. Con ello desaparecieron temporalmente los
sentimientos e ideas relativos a la metamorphosis sexualis.

[Psychopathia sexualis, Caso 136: metamorphosis sexualis paranoica]

 
 
Caso 137: eviratio y transformatio sexus paranoica

Franz St., 33 años, maestro de escuela, soltero, probablemente de familia con taras, desde
siempre neuropático, emocional, asustadizo, con intolerancia al alcohol, empezó a
masturbarse con 18 años, con 30 se presentaron síntomas de neurasthenia sexualis
(poluciones seguidas de abatimiento que con el tiempo empezaron a presentarse también
durante el día, dolores en la zona del plexus sacralis, etc.). A eso se le fueron sumando
progresivamente irritación espinal, presión en la cabeza, cerebrastenia. Desde principios
de 1885 el paciente venía absteniéndose del coito, con el que ya no experimentaba
sentimiento libidinoso. Se masturbaba con frecuencia.

En 1888 empezó a tener delirio de observación. Notaba que la gente le evitaba, que tenía
una transpiración dañina, que apestaba (alucinaciones olfativas) y con esto se explicaba el
cambio en el comportamiento de la gente, incluidos sus estornudos, toses, etc.

Empezó a percibir olor a muerto, a orina vieja. Interpretaba que la causa de su mal olor
eran poluciones que se producían hacia dentro. Las identificaba en una sensación que
tenía como si le corriera un líquido desde la sínfisis hacia el pecho.

El paciente pronto abandonó la clínica.

En 1889 fue ingresado nuevamente en avanzado estadio de paranoia masturbatoria


persecutoria (manía persecutoria física).

A principios de mayo de 1889 el paciente empieza a llamar la atención porque reacciona


de manera airada cuando le llaman “señor”.

Protesta porque dice ser una mujer. Se lo dicen unas voces. Nota que le salen pechos. La
semana pasada le estuvieron toqueteando de manera lasciva. Oía decir que era una puta.
Últimamente, sueños de coito. Soñaba que practicaban el coito con él como si fuera una
mujer. Siente la immissio penis y tiene durante el acto onírico sensación de eyaculación.

Cráneo escarpado, huesos de la cara alargados y finos, prominentes tubera parietalia.


Genitales normalmente desarrollados.

[Psychopathia sexualis, Caso 137: eviratio y transformatio sexus paranoica]

Caso 138: metamorphosis sexualis paranoica

Metamorphosis sexualis paranoica. N., 23 años, soltero, pianista, fue ingresado a finales
de octubre de 1865 en el sanatorio de Illenau. Procede de familia al parecer sin taras pero
tuberculosa (el padre y el hemano fallecieron de phthisis pulmonum). El paciente era de
niño debilucho, poco dotado, con talento únicamente para la música. Siempre tuvo un
carácter anormal, cerrado, callado, insociable, intratable.

A partir de los 15 años, masturbación. Al cabo de unos años empezaron a presentarse


afecciones neurasténicas (palpitaciones, abatimiento, a veces presión en la cabeza, etc.)
acompañadas de arrebatos hipocondriacos. El paciente había estado trabajando durante el
último año de manera muy intensa. En el último medio año se había agravado su
neurastenia. Se quejaba ahora de palpitaciones, presión en la cabeza, insomnio, se
encontraba muy excitable, se le notaba una gran excitación sexual, afirmaba que tenía que
casarse lo antes posible por motivos de salud. Se enamoró de una artista, pero enfermó
casi al mismo tiempo (septiembre de 1865) de paranoia persecutoria (sensaciones de
hostilidad, expresiones insultantes por la calle, veneno en la comida, le ponen una cuerda
en un puente para que no pueda pasar para encontrarse con su amada). Ingresado en el
manicomio por su creciente excitación, así como por conflictos con un entorno que percibe
como hostil, al principio presentaba todavía el cuadro de una típica paranoia persecutoria,
junto con síntomas de una neurastenia sexual que posteriormente devino generalizada; la
manía persecutoria, no obstante, no se fraguó sobre esa base neurótica. Solo
ocasionalmente oía el paciente a su entorno decir: “Ahora es cuando le vamos a quitar el
semen, cuando le vamos a cortar la vejiga”.

En el transcurso de los años 1866-68 la manía persecutoria fue pasando progresivamente


a un segundo plano, siendo sustituida en gran medida por ideas eróticas. La base
somático-psíquica era una continua y poderosa excitación de la esfera sexual. El paciente
se enamoraba de toda dama que se le ponía delante, oía voces que le decían que se
acercara a ella, exigía la autorización para casarse y afirmaba que si no le proporcionaban
una mujer enfermaría de consunción. Continúa masturbándose y ya en 1869 empiezan a
presentarse señales de una futura eviratio. Si encuentra una mujer, “solo la amará
platónicamente”. El paciente se va volviendo cada vez más extravagante, vive en un
círculo de ideas neurótico, ve practicar la prostitución por todas partes en la institución, oye
voces de vez en cuando que le acusan a él mismo de comportamiento inmoral con damas.
Evita por ello la compañía de damas y solo accede a tocar para ellas si hay dos testigos
delante.

Durante el año 1872 se acentúa significativamente el estado de neurastenia. A partir de


entonces vuelve a pasar al primer plano la paranoia persecutoria y va tomando tintes
clínicos por el estado neurótico de base. Aparecen alucinaciones olfativas, el paciente se
ve influido por el magnetismo. Siente el efecto de lo que denomina “ondas magnéticas del
trabajo en el yunque” (interpretación errónea de afecciones derivadas de la astenia
espinal). El proceso de eviratio va avanzando cada vez más, acompañado de una
poderosa excitación sexual y excesos masturbatorios. Ya solamente es hombre de manera
esporádica y se consume en deseos por una mujer, se queja amargamente de que la
desvergonzada prostitución de los hombres en esta casa imposibilita que una mujer pueda
llegar a él. Dice estar mortalmente enfermo por el aire, que está envenenado de
magnetismo, y por su amor insatisfecho, sin amor no puede vivir; está intoxicado de un
veneno de lujuria que afecta al impulso sexual. La dama de la que está enamorado ha
caído aquí en los últimos grados del comportamiento deshonesto. Las prostitutas de esta
casa tienen cadenas de felicidad, es decir, unas cadenas que hacen que un hombre,
estando inmóvil, se encuentre en estado de lujuria. Ya está dispuesto también a
contentarse con una prostituta. Dice poseer una fantástica “radiación de pensamientos
oculares” que vale 20 millones. Sus composiciones valen 500.000 francos. Junto a estos
indicios de megalomanía se presentan los de manía persecutoria: dice que la comida está
envenenada con excrementos venéreos, nota el sabor y el olor del veneno, oye
acusaciones infames y exige una máquina de cerrar orejas.

A partir de agosto de 1872 las señales que apuntan a una eviratio se van multiplicando. Se
comporta de manera muy afectada, explica que no puede seguir viviendo con hombres
que fuman y beben. Dice pensar y sentir de manera totalmente femenina. Pide que se le
trate como mujer y que le trasladen a una sección para mujeres. Pide confituras y
repostería. Ocasionalmente, tenesmo y cistoespasmo; pide que le lleven al paritorio y que
le traten como a una embarazada enferma de gravedad. Dice que el magnetismo morboso
de los cuidados masculinos le afecta negativamente.

Transitoriamente se siente todavía como hombre; pero aboga de manera característica de


su sentimiento sexual morbosamente alterado por una satisfacción exclusiva mediante la
masturbación, por un matrimonio sin coito. Afirma que el matrimonio es un instituto de
lujuria. La muchacha que le gustaría tomar como mujer tendría que ser onanista.

A partir de diciembre de 1872 la conciencia de su personalidad se vuelve definitivamente


femenina.

Afirma haber sido siempre mujer, pero que entre el primer y el quinto años de edad un
artista francés cuáquero le puso genitales masculinos e impidió a base frotarle y golpearle
el tórax que le pudieran salir luego los pechos.

Exige ahora enérgicamente que se le traslade a la sección de mujeres, que le protejan de


hombres que le quieren prostituir y que se le proporcione ropa de mujer. Estaría dispuesto,
llegado el caso, a trabajar en una juguetería cosiendo y cortando piezas o en una mercería
haciendo trabajos femeninos. A partir del momento de la transformatio sexus, el tiempo
comienza a contar de nuevo para el paciente. Su antigua personalidad la recuerda ahora
como un primo suyo.

Durante un tiempo habla de sí mismo en tercera persona, dice ser la condesa V., la amiga
predilecta de la emperatriz Eugenia, pide perfumes, corsés, etc. Toma a los otros hombres
de la sección por mujeres, intenta hacerse una coleta, pide un producto de depilación
oriental para que no sigan dudando de su naturaleza femenina. Se complace en alabar el
onanismo, pues “ha sido onanista desde los 15 años y nunca ha buscado otro tipo de
satisfacción sexual”. Ocasionalmente se siguen constatando afecciones neurasténicas,
alucinaciones olfativas y delirios persecutorios. Todas las vivencias anteriores a diciembre
de 1872 pertenecen a la personalidad del primo.

No hay forma de quitarle al paciente de la cabeza el delirio de ser la condesa V. Se escuda


en que la comadrona la exploró y vio que era una dama. La condesa no se va a casar
porque desprecia el mundo de los hombres. Como no se le da al paciente ropa de señora
ni zapatos de tacón, se pasa la mayor parte del día en la cama, se comporta como una
distinguida dama que está padeciendo, se pone melindrosa y pudibunda, pide caramelos,
etc. Procura hacerse trenzas como puede, se arranca los pelos de la barba. Se pone
pechos con los panecillos.
En 1874 aparece caries en la rodilla izquierda, a lo que pronto se le añade una phthisis
pulmonum. Fallecimiento el 2 de diciembre de 1874. Cráneo normal. Lóbulo frontal
atrófico, cerebro anémico. Microscopía (Dr. Schule): en la capa superior del lóbulo frontal,
células gangliares ligeramente contraídas; en adventitia de los vasos sanguíneos
numerosos gránulos de grasa; glía sin alteraciones, partículas aisladas de pigmentos y
granos de coloides. Capas inferiores de la corteza cerebral normales. Genitales muy
grandes, testículos pequeños, flácidos, no aparecen macroscópicamente alterados en la
disección.

[Psychopathia sexualis, Caso 138: metamorphosis sexualis paranoica

Caso 139: hermafroditismo psíquico

Señor Z., 36 años, particular, me consulta por una anomalía de su sentimiento sexual que
le hace cuestionarse un matrimonio previsto. El paciente desciende de un padre
neuropático que sufre de sobresaltos nocturnos. El padre del padre también fue
neuropático; el hermano del padre, idiota. La madre del paciente y la familia de esta eran
sanos y psíquicamente normales.

De tres hermanas y un hermano, el último sufre “moral insanity”. Dos hermanas están
sanas y viven felizmente casadas.

El paciente fue un niño débil, nervioso, padecía sobresaltos nocturnos como su padre,
pero nunca tuvo enfermedades graves, a excepción de una coxitis de resultas de la cual
cojea. Sus impulsos sexuales tuvieron un temprano despertar. Con 8 años, sin haber sido
inducido a ello, empezó a masturbarse. A partir de los 14 años empezó a eyacular
esperma. Estaba bien dotado psíquicamente, se interesaba también por el arte y la
literatura. Siempre fue de musculatura débil y nunca aficionado a juegos de chicos y más
tarde tampoco a las ocupaciones masculinas. Tenía un cierto interés por la ropa de mujer y
por los adornos y ocupaciones de estas. Ya desde la pubertad el paciente empezó a notar
una inclinación por las personas masculinas que le resultaba inexplicable. Le resultaban
especialmente simpáticos los muchachos de las clases populares ínfimas. Le atraían
especialmente los soldados de caballería. Impetu libidinoso saepe affectus est ad tales
homines aversos se premere. Quodsi in turba populi, si occasio fuerit bene successit,
voluptate erat perfusus; ab vigesimo secundo anno interdum talibus occasionibus semen
eiaculavit. Ab hoc tempore idem factum est si quis, qui ipsi placuit, manum ad femora
posuerat. Ab hinc metuit ne viris manum adferret. Maxime periculosos sibi homines
plebeios fuscis et adstrictis bracis indutos esse putat. Summum gaudium ei esset si viros
tales amplecti et ad se trahere sibi concessum esset; sed patriae mores hoc fieri vetant.
Paederastia ei displacet: magnam voluptatem genitalium virorum adspectus ei affert.
Virorum occurrentium genitalia adspici semper coactus est. En el teatro, el circo, etc.
solamente le interesan los actores masculinos. El paciente afirma no haber sentido nunca
inclinación hacia las damas. No las rehúye, baila incluso con ellas, pero no experimenta
con ello el más mínimo movimiento sensual.

Ya con 28 años el paciente se vuelve neurasténico, probablemente a consecuencia de sus


excesos masturbatorios.

A partir de aquí se suceden las poluciones nocturnas, que le debilitan considerablemente.


Raramente sueña con hombres durante estas poluciones y nunca con mujeres. En una
única ocasión el desencadenante fue un sueño lascivo (en el que mantenía relaciones
anales). Por lo demás, soñaba en tales ocasiones con escenas de muerte, agresiones por
parte de perros y similares. El paciente sufría durante todo este tiempo una extremada
libido sexualis. A menudo le acometían pensamientos libidinosos como deleitarse en la
muerte de animales en el matadero o hacerse azotar por muchachos. No obstante, resistió
a estos deseos y al impulso de ponerse uniformes militares.
Para librarse de la masturbación y satisfacer su libido nimia, decidió acudir a un lupanar.
Llevó a la práctica su primer intento de satisfacerse sexualmente con una mujer con 21
años, después de consumir una cantidad considerable de vino. La belleza del cuerpo
femenino y la desnudez femenina en general le resultaban más bien indiferentes. Aun así
logró consumar el coito y disfrutar con él, y a partir de entonces frecuentó el prostíbulo por
“motivos de salud”.

A partir de entonces también empezó a encontrar gran placer en escuchar a hombres que
le contaban sus relaciones sexuales con personas del otro sexo.

También en el lupanar acudían a él frecuentemente ideas flagelatorias, aunque no


necesitaba concentrarse en tales imágenes para ser potente. Veía las relaciones sexuales
en el lupanar tan solo como una escapatoria ante el impulso a la masturbación y a los
hombres, como una especie de válvula de seguridad para evitar ponerse en evidencia ante
un hombre simpático.

Al paciente le gustaría ahora casarse, pero teme que no podrá sentir amor por una dama
decente y que, consecuentemente, tampoco será potente con ella. De ahí sus dudas y la
necesidad de consultar con un médico.

El paciente es una persona muy inteligente con un aspecto totalmente masculino.


Tampoco su ropa o su actitud resultan llamativas. Su forma de andar, su voz son
perfectamente masculinos, como lo es su esqueleto, sobre todo la pelvis. El desarrollo de
los genitales es absolutamente normal. Estos y la cara están cubiertos por gran cantidad
de vello. Entre su familia y conocidos nadie imagina siquiera sus anomalías sexuales.
Asegura que en sus fantasías sexuales de índole contraria nunca se ha sentido respecto al
hombre en el papel de una mujer. El paciente lleva varios años prácticamente libre de
trastornos neurasténicos.

No se siente capaz de responder a la pregunta de si considera congénita su sexualidad


contraria. Parece que ya ab origine la inclinación hacia la mujer era débil, siendo más
acentuada hacia el hombre, y que aquella se debilitó aún más, sin llegar a desaparecer del
todo, como consecuencia de un inicio muy temprano de la masturbación, lo que favoreció
el sentimiento sexual contrario. Al cesar la masturbación, mejoró algo la sensibilidad hacia
lo femenino, aunque solo en sus aspectos más groseramente sensuales.

El paciente explica que tiene necesidad de casarse por motivos familiares y profesionales,
por lo que esta delicada cuestión resultaba ineludible.

Dado que el paciente se limitó, afortunadamente, a plantear la cuestión de su potencia


como marido, la respuesta que se le dio fue que él es potente de por sí y que
probablemente lo será también en las relaciones conyugales con una mujer de su elección,
siempre que como mínimo sienta una simpatía espiritual por ella.

Por otra parte, siempre puede aumentar su potencia ayudándose adecuadamente de su


fantasía.

Lo principal es fortalecer una inclinación sexual por el otro sexo que actualmente se
encuentra atrofiada, pero no ausente por completo. Esto puede lograrse manteniéndose
alejado de todos los sentimientos e impulsos homosexuales y reprimiéndolos,
eventualmente con ayuda de influjos inhibitorios artificiales mediante sugestión hipnótica
(sugestión negativa de los sentimientos homosexuales), así como procurando estimular y
reforzar los sentimientos e impulsos sexuales normales absteniéndose absolutamente de
continuar con la masturbación y eliminando los restos de constitución neurasténica del
sistema nervioso mediante hidroterapia y, llegado el caso, faradización general.
Caso 140: hermafroditismo psíquico

Señor V., 29 años, funcionario, desciende de padre hipocondriaco y madre psicopática.


Cuatro hermanos son normales, una hermana es homosexual.

V. aprendía bien, tenía grandes dotes, gozó de una educación religiosa estricta y ejemplar,
siempre ha sido nervioso, emotivo, fue a dar con unos nueve años en la masturbación sin
ser inducido a ello, es consciente desde los 14 años de su inmoralidad y la combatió con
cierto grado de éxito. Ya con 14 le apasionaban las estatuas masculinas, pero también los
jóvenes. A partir de la pubertad empezó a interesarse también por las mujeres, aunque en
escasa medida. Con 20 años, primer coito cum muliere sin obtener verdadera satisfacción,
aun siendo plenamente potente. Posteriormente, relaciones heterosexuales (unas 6 veces)
tan solo “faute de mieux”.

Reconoce haber tenido multitud de relaciones con hombres (masturbatio mutua, coitus
inter femora, a veces también in os). Unas veces se sentía en el papel pasivo y otras en el
activo respecto de su amado.

V. acude a consulta presa de la desesperación y rompe a llorar. Su anomalía sexual le


resulta horrible, ha luchado hasta rayar en la locura contra sus impulsos homosexuales,
pero ha sido en vano. Se siente literalmente arrastrado hacia los hombres. Una mujer solo
puede satisfacerle hasta cierto punto en su lado animal, pero de ninguna manera en el
espiritual. Así y todo, le gustaría gozar de las dichas familiares.

El carácter y la apariencia externa de V. no presentan de modo alguno falta de


masculinidad, a excepción de una pelvis anormalmente ancha (cf. 100 cm).

Caso 141: hermafroditismo psíquico

Señor K., 30 años, procede de una familia en la que se han dado varios casos de
demencia por parte materna.

Ambos padres son neuropáticos, irritables, se alteran con facilidad y no hay buena relación
en el matrimonio.

Desde la infancia, K. solo ha sentido simpatía por los hombres y más concretamente por
gentes de la servidumbre.

Las poluciones aparecieron ya con 14 años. Pronto se vieron acompañadas de sueños


homosexuales. Desde siempre le ha excitado sexualmente en gran medida el leer sobre
combates con animales y otros tormentos infligidos a estos.

Con 15 años se dio a la automasturbación sin ser inducido a ello. Con 21 años inició las
relaciones homosexuales con hombres (únicamente masturbación mutua). Repetidos
chantajes. De vez en cuando, onanismo psíquico durante el cual pensaba únicamente en
hombres.

Su inclinación por las mujeres fue siempre muy escasa. Cuando se le impuso casarse
antes de terminar el año, no fue capaz de dar el paso.

Hasta ahora nunca ha intentado coitus cum muliere, en parte por desconfianza en su
propia potencia y en parte por miedo a contagios.
Presenta desde hace años un elevado grado de neurastenia que le lleva incluso a
incapacidad psíquica transitoria. Es una persona floja, sin energía, pero perfectamente viril
en su apariencia y constitución. Genitales normales.

Consejo: tratar la neurastenia, luchar enérgicamente contra los deseos homosexuales,


relaciones con damas, eventualmente, coitus condomatus. Matrimonio a la mayor
brevedad posible, a lo cual está obligado K. por motivo de su posición.

A los cuatro meses K. me visita de nuevo. Ha seguido todos los consejos médicos, ha
practicado el coito con éxito, sueña desde entonces con la mujer, le repugnan ahora los
hombres de extracción inferior, aunque no es insensible hacia el propio sexo en general y
todavía tiene que luchar contra sus impulsos homosexuales, sobre todo cuando sopla el
siroco y, consecuentemente, se exacerba la neurastenia.

Tiene intención de casarse pronto, está satisfecho con la transformación de su vita


sexualis y está lleno de confianza en un futuro feliz.

Caso 142: hermafroditismo psíquico

Hermafroditismo psíquico. La sensibilidad heterosexual pronto queda atrofiada por la


masturbación, aunque esporádicamente resulta intensa. Sensibilidad homosexual perversa
ab origine (excitación sensual con botas de caballero).

El señor X., de 28 años, acude a mí en septiembre de 1887 en un estado de ánimo


desesperado con el fin de consultarme acerca de cierta perversión de su vita sexualis que
le hace la vida prácticamente insoportable y que en repetidas ocasiones le ha llevado al
borde del suicidio.

El paciente procede de una familia en la que son frecuentes las neurosis y psicosis. En la
familia paterna se llevaban practicando matrimonios entre primos desde hacía tres
generaciones. Al parecer el padre es una persona sana y ha tenido un matrimonio
armonioso. No obstante, al hijo le llama la atención la predilección de su padre por las
criadas guapas. La rama materna es presentada como una familia de gente rara. El abuelo
y el bisabuelo maternos murieron melancólicos, la hermana de la madre estaba loca. Una
hija del hermano del abuelo era histérica y ninfómana. De los 12 hermanos de la madre,
solo tres se casaron. De estos, un hermano era de sexualidad contraria y padecía
constantes enfermedades nerviosas a consecuencia de excesos en la masturbación. Al
parecer, la madre del paciente era mojigata, psíquicamente limitada, nerviosa, irritable, con
tendencia a la melancolía. Murió cuando el paciente tenía 14 años.

El paciente tiene dos hermanos: un hermano neuropático, que sufre frecuentemente de


abatimiento melancólico y que aunque es adulto nunca ha dado muestras de movimientos
sexuales y una hermana, belleza reconocida, que es literalmente objeto de veneración en
el mundo masculino.

Esta dama está casada pero sin hijos, según parece por impotencia del marido. Siempre
se mostró fría frente a los homenajes que le rendían los hombres, pero es una apasionada
de la belleza femenina y se enamora locamente de algunas de sus amigas.

El paciente comunica a propósito de su propia personalidad que ya con cuatro años


soñaba con palafreneros jóvenes y hermosos con botas relucientes. Asegura que tampoco
al hacerse mayor empezó a soñar con mujeres. Sus poluciones nocturnas venían
provocadas indefectiblemente por “sueños de botas”.

Ya a partir del cuarto año de edad empezó a sentir una singular inclinación hacia los
hombres o, mejor dicho, los lacayos con botas relucientes. Al principio le resultaban
simplemente simpáticos, pero según se iba desarrollando su vida sexual, su visión le iba
provocando fuertes erecciones y una excitación libidinosa. Unas botas brillantes y
relucientes solo le excitaban cuando las llevaba un sirviente. Ese mismo objeto pero en
una persona de su misma posición social le dejaba indiferente.

No se asociaba a estas situaciones un impulso sexual del tipo del amor entre hombres. La
mera idea de tal posibilidad le resultaba ya de por sí repugnante. Pero sí que se daban
fantasías de tono libidinoso consistentes en ser criado de su criado, poder quitarle las
botas en su condición de tal, pero sobre todo que le dieran patadas con ellas o que le
dejaran limpiarlas. El orgullo del aristócrata se rebelaba contra semejantes pensamientos.
Estas ideas de botas le resultaban extremadamente repugnantes y penosas.

El sentimiento sexual se desarrolló pronto y con fuerza. Al principio se manifestó en forma


de delectación en pensamientos libidinosos relacionados con botas y, a partir de la
pubertad, en poluciones acompañadas de sueños análogos.

Por lo demás, el desarrollo físico y espiritual se fue completando sin perturbaciones. El


paciente tenía grandes dotes, aprendía con facilidad, terminó con éxito sus estudios, se
hizo oficial, y se convirtió gracias a su presencia distinguida y perfectamente viril, así como
a su elevada posición, en una personalidad popular en sociedad.

Él se describe a sí mismo como una persona bondadosa, tranquila, con fuerza de voluntad
pero superficial. Asegura ser un apasionado cazador y jinete y no haber tenido nunca
afición por las ocupaciones femeninas. En compañía de damas siempre se ha sentido
cohibido; en los bailes siempre se ha aburrido. Nunca ha sentido interés por una dama de
la alta sociedad. De las mujeres solo le han interesado las campesinas rollizas como las
que hacen de modelo para los pintores en Roma. Pero tampoco ha sentido nunca una
verdadera excitación sensual por estas representantes del sexo femenino. En el teatro o
en el circo solo ha sentido interés por los actores masculinos. Pero tampoco estos han
despertado en él una sensibilidad sensual. Lo único que le excita de un hombre son las
botas, y solamente si el portador pertenece a la servidumbre y es guapo. Los hombres de
su misma posición le resultan perfectamente indiferentes por muy bonitas que sean las
botas que calcen.

Por lo que respecta a sus inclinaciones sexuales, el paciente sigue sin tener claro si siente
más simpatía por el sexo opuesto o por el propio.

En su opinión, al principio tenía más bien sensibilidad para las mujeres, pero en cualquier
caso esta simpatía era más bien débil. Asegura decididamente que no le resulta simpático
en modo alguno adspectus viri nudi y que el de los genitales masculinos sencillamente le
repele. No era este precisamente el caso con las mujeres, pero ni siquiera el más bello
corpus femininum es capaz de excitarle. Siendo un oficial joven a veces se veía obligado a
ir con sus compañeros a los prostíbulos. No era demasiado difícil convencerle porque
esperaba con ello desembarazarse de sus incómodas fantasías de botas. Era impotente
hasta que recurría a sus fantasías de botas. El acto de la cohabitación transcurría
entonces con total normalidad, aunque sin sentimiento libidinoso. El paciente nunca ha
experimentado el impulso de mantener relaciones con mujeres, siempre ha sido necesaria
una ocasión o inducción externa. Cuando quedaba abandonado a sí mismo, su vita
sexualis consistía en fantasías de botas y en los correspondientes sueños y poluciones.
Como esto iba acompañado de manera cada vez más intensa del impulso de besarles las
botas a sus criados, calzarlos, etc., el paciente decidió poner todos los medios para
librarse de este repugnante impulso que tanto lastimaba su amor propio. Tenía por aquel
entonces 20 años y se encontraba en París; se acordó entonces de una bellísima
campesina de su lejana patria. Concibió la esperanza de librarse con ayuda de ella de su
perversa orientación sexual, se puso inmediatamente en camino hacia casa y solicitó los
favores de la muchacha. Asegura que en aquel momento se enamoró profundamente de
aquella persona, que ya la visión, el tacto de su ropa le excitaban y que en cierta ocasión
en que ella le dio un beso sufrió una fuerte erección. El paciente tardó un año y medio en
alcanzar el objetivo de sus deseos con esta persona.

Era muy potente, pero tardaba en eyacular (entre 10 y 20 minutos) y nunca experimentó
un sentimiento libidinoso durante el acto.

Tras aproximadamente un año y medio de trato sexual con esta joven, su amor por ella se
enfrió, pues no lo encontró tan “hermoso y puro” como deseaba. A partir de ese momento
tuvo que volver a echar mano de sus fantasías de botas, que habían pasado a un estado
latente, para seguir siendo potente en sus relaciones con esta muchacha. Estas se
presentaron de manera espontánea en la misma medida en que su potencia iba
disminuyendo. Posteriormente, el paciente practicó el coito también con otras mujeres. De
vez en cuando, dependiendo de si la mujer le resultaba simpática, este se desarrollaba sin
intromisión de las fantasías de botas.

En cierta ocasión le aconteció incluso al paciente el cometer un estupro. Curiosamente


esta fue la única vez en que tuvo durante el acto (forzado) un sentimiento libidinoso.
Inmediatamente después del hecho sintió repugnancia. Cuando una hora después del
estupro volvió a practicar el coito con la misma mujer, esta vez con su consentimiento, ya
no tenía sentimiento libidinoso. Según iba disminuyendo su potencia, es decir, a medida
que esta solo se lograba mantener mediante las fantasías de botas, también iba
decayendo la libido hacia el otro sexo. Resulta revelador de la escasa libido y débil
predisposición del paciente hacia la mujer el hecho de que fuera a dar en la masturbación
mientras todavía mantenía relaciones sexuales con la campesina. Tuvo conocimiento de
esta práctica por medio de las “Confesiones” de Rousseau, obra que fue a parar en sus
manos por casualidad. Las fantasías de botas comenzaron a asociarse inmediatamente
con los impulsos correspondientes. Experimentaba entonces potentes erecciones, se
masturbaba, tenía un vivo sentimiento libidinoso al eyacular que no se presentaba en el
coito y al principio se sentía con la masturbación más despejado y animado
espiritualmente.

Con el tiempo, no obstante, se presentaron los síntomas de una neurastenia primero


sexual y después general con irritación espinal. Se abstuvo entonces transitoriamente de
la masturbación y acudió a su antigua amada. Pero esta le resultaba ya perfectamente
indiferente y como ya al final ni siquiera con ayuda de escenas de botas lograba triunfar,
se apartó de esta mujer y cayó nuevamente en la masturbación, con la que se sentía
protegido del impulso de besarles, limpiarles, etc. las botas a los criados. Su posición
sexual le resultaba, no obstante, penosa. Ocasionalmente volvió a intentar el coito e
incluso tenía éxito en cuanto se imaginaba unas botas relucientes. Tras abstenerse de la
masturbación durante un prolongado periodo, logró también consumar el coito de vez en
cuando sin ayudas artificiales.

El paciente se describe a sí mismo como dotado de un gran apetito sexual. Cuando lleva
tiempo sin eyacular, se congestiona, experimenta una intensa excitación psíquica y le
asaltan las repugnantes imágenes de botas, de manera que no le queda más remedio que
practicar el coito o, mejor todavía, masturbarse.

Desde hace un año, su situación moral se ha complicado de manera penosa porque,


siendo el último de una rica y distinguida estirpe y por deseos imperiosos de su padre,
tiene que casarse de una vez por todas. La novia que se le tiene destinada es de
extraordinaria belleza y le resulta extremadamente simpática espiritualmente. Pero como
mujer le resulta indiferente como cualquier otra mujer. Le satisface estéticamente como
una “obra de arte” cualquiera. Ella aparece a sus ojos como un ser ideal. Adorarla
platónicamente constituiría para él un tipo de dicha que merecería la pena perseguir, pero
poseerla como mujer le resulta una idea penosa. Sabe de antemano que solo podría ser
potente con ella recurriendo a fantasías de botas. Sin embargo, echar mano de tales
medios entra en oposición con la elevada estima en que tiene a esta dama, sus
sentimientos morales y estéticos hacia ella. Si la mancillara pensando en botas, ella
perdería ante los ojos de él su valor estético y entonces él se volvería impotente y ella le
resultaría repugnante. El paciente considera su situación desesperada y confiesa haber
andado últimamente al borde del suicidio.

Es un hombre muy inteligente con un aspecto perfectamente masculino, barba poblada,


voz grave, genitales normales. El ojo tiene una expresión neuropática. No hay signos de
degeneración. Síntomas de neurastenia espinal. Se logra tranquilizar al paciente e
inspirarle confianza en el futuro.

Los consejos médicos consistieron en remedios para combatir la neurastenia, la


prohibición de seguir masturbándose, así como de seguir entregándose a las fantasías de
botas; perspectiva de que al eliminar la neurastenia la cohabitación sin ideas de botas será
posible y el paciente con el tiempo estará en condiciones morales y físicas de casarse.

A finales de octubre de 1888 el paciente me escribió para contarme que venía


resistiéndose desde entonces a la masturbación y a las fantasías de botas con todas sus
fuerzas. Ya solo había vuelto a tener un único sueño de botas y prácticamente no había
tenido poluciones. Se encontraba libre de impulsos homosexuales, pero, a pesar de una
excitación sexual que a menudo era importante, seguía sin experimentar libido alguna
hacia las mujeres. En esta fatal situación, las circunstancias le obligaban ahora a casarse
dentro de tres meses.

Caso 143: homosexualidad o uranismo

Señor Z., 36 años, vendedor mayorista, procede, al parecer, de padres y abuelos sanos,
se desarrolló normalmente tanto física como espiritualmente, tuvo algunas enfermedades
infantiles carentes de importancia, llegó con 14 años al onanismo sin ser inducido a ello,
empezó con 15 a sentirse atraído por individuos masculinos de su misma edad. Absoluta
insensibilidad hacia el sexo femenino.

Con 24 años, primera visita al lupanar. Huida del mismo por horror feminae nudae.

De los 25 años en adelante, relaciones sexuales esporádicas con hombres de su misma


condición (apasionado abrazo con eyaculación, a veces también masturbatio mutua).

Por motivos de negocios y en la creencia de poder curar su pasión anormal, el paciente se


casó con 28 años con una dama que sobresalía por sus dotes físicas y espirituales. A base
de forzar la fantasía (imaginando el contacto con un bello joven) Z. lograba aunque fuera a
duras penas ser potente con su mujer, a la que amaba espiritualmente con todo su
corazón. Sin embargo, estas relaciones conyugales forzadas, contrarias a su sexualidad,
le produjeron al paciente una grave neurastenia. Con el nacimiento de su hijo, Z. se
distanció de su ya de por sí frígida esposa, pues temía además engendrar hijos que
pudieran ser tan desdichados como él.

Pero poco a poco se fueron apoderando de él nuevamente los sentimientos y las ideas
homosexuales. Les opuso resistencia con éxito ayudándose de la masturbación.

Recientemente, su autocontrol se vio sometido a una dura prueba, pues se enamoró de un


hermoso joven. Se sobrepuso a ello tras una dura lucha, pero el precio que tuvo que pagar
fue un grave daño a su salud en forma de una neurasthenia cerebralis. Fue por ello por lo
que Z. acudió a mí en busca de consejo y auxilio, teniendo en cuenta además que
últimamente se hallaba en un estado tal de excitabilidad sexual que apenas era capaz de
ocultar sus inclinaciones homosexuales y que teme que si se revelara su secreto no
solamente se convertiría en objeto de burlas, sino que también se volvería insostenible su
situación en la sociedad, donde ocupa una posición destacada. Al igual que otros muchos
compañeros de desdicha, Z. se había refugiado últimamente en el alcohol contra
neurastheniam. Esto, por un lado, le aliviaba de sus afecciones nerviosas (debilidad física,
rendimiento psíquico y depresión), pero al mismo tiempo aumentaba su excitación sexual.

Encontré en Z. a una persona con grandes dotes espirituales, sensible, de apariencia


perfectamente viril, con una constitución normal, que lamentaba profundamente su estado
y recordaba con aversión su masturbación solitaria faute de mieux y ocasionalmente
mutua, contra las que se subleva su sentido ético y en las que únicamente ha incurrido
ante las exigencias de su amado.

Él se hubiera dado por satisfecho con besos y abrazos recíprocos y sus recuerdos más
hermosos tenían que ver con aquellos casos en que no pasaron de aquello. Se sentía
ahora tan moralmente depravado que daba gracias de tener el sucedáneo del onanismo
solitario como válvula de escape, al mismo tiempo que siente en lo más profundo lo
degradante de esta aberración. Además, se encuentra tan hundido que, en esta espantosa
lucha contra sus impulsos homosexuales, ya se hubiera abandonado sin mayores
consideraciones a la corriente de su fatal inclinación si no fuera porque la consideración de
su mujer y su hijo le frenan hasta cierto punto.

Mi consejo estuvo orientado en el sentido de combatir a cualquier precio sus impulsos


homosexuales, mantener relaciones conyugales siempre que fuera posible, abstenerse por
completo del alcohol y la masturbación (puesto que fortalecen la homosexualidad y alejan
de la mujer) y emprender una cura antineurasténica. En caso de que la situación se torne
incurable e insoportable, resignación y limitarse al beso y el abrazo del hombre.

Caso 144: homosexualidad o uranismo

Señor X.: “Tengo actualmente 31 años, soy delgado, aunque fuerte, dado al amor entre
hombres y por ello soltero. Todos mis parientes han sido sanos, espiritualmente normales,
por parte de madre hubo dos suicidios. El impulso sexual se despertó en mí en el séptimo
año de vida, sobre todo al ver vientres desnudos. Satisfacía mis impulsos dejando correr
mi saliva por la tripa. Teniendo yo ocho años, tuvimos una criadita de 13. Me producía gran
placer poner mis genitales en contacto con los suyos, aunque yo aún era incapaz de
practicar el coito. Con nueve años me fui a vivir con desconocidos y empecé el instituto.
Un compañero de clase me enseñó sus genitales, algo que tan solo me produjo asco. Pero
en la familia con la que me habían mandado mis padres había una muchacha hermosísima
que me sedujo para que nos acostáramos juntos —yo tendría algo más de nueve años—.
Esto me hizo sentir gran placer. Mi pene, aunque aún era pequeño, se ponía tieso y yo
consumaba el concúbito casi a diario. Esto duró varios meses. Después mis padres me
mandaron a otro instituto; echaba mucho de menos a aquella chica y empecé a
masturbarme con 10 años. A todo esto, el onanismo me llenaba de repugnancia,
únicamente lo practicaba con moderación, sentía siempre profundos remordimientos,
aunque no percibía consecuencias indeseables.

Con 14 años se encendió en mí el amor por un compañero de clase, un año después, por
otro. Nos enamoramos el uno del otro y disfrutábamos intercambiando besos apasionados.
En ninguno de los dos casos tuve pensamientos libidinosos. En el último caso me he
mantenido como fiel amigo hasta el día de hoy, aunque dejamos de besarnos con veinte
años y quedamos simplemente como buenos amigos, sin que nunca me haya asaltado un
pensamiento perverso respecto de este amigo. Con 15 años le vi los genitales a un
cochero. Me fui corriendo hacia él y puso mis genitales con los suyos lleno de deseo.
Desde entonces me gustaba andar por los establos, me hice amigo de los cocheros,
jugaba con sus genitales, los hacía eyacular y todavía hoy mi máximo placer consiste en
que el esperma de un ser querido se deslice por mi pene. Esto es lo que me causa el
mayor placer, sobre todo cuando se une el esperma de los dos. Si me viera manchado por
el esperma de un ser que me resultara repugnante, me moriría de asco. Solo amo a
muchachos que ya han dejado atrás la niñez, aunque también siento simpatía por hombres
bellos y fuertes de hasta 35 años. Si son mayores de esa edad, solo me entrego a disgusto
y llego como máximo al onanismo simultáneo sin llegar a tocar sus genitales. Me repugna
sobre todo el sudor y no puedo soportar a mi alrededor a un hombre con las manos
sudadas o que siempre esté sudando, por muy bello que sea. Por mi parte, amo la
limpieza en grado extremo, uso los perfumes más finos y unos genitales que huelan solo
un poco me resultan ya repugnantes; por lo que los encuentros en casas de baños me
resultan muy agradables. Siempre me lavo los genitales meticulosamente después de
cada mezcla de esperma y, quitando una gonorrea, nunca he tenido enfermedades
venéreas. Mi amigo de 15 años, al que conozco desde hace medio año, es el único con el
que no me lavo los genitales después de mezclar el esperma; es para mí todo un gozo el
saber que todavía llevo una gota de su semen en mis genitales. Podría escribir libros
enteros sobre mis conocidos, que pasan de 500. Tras terminar el instituto, consumé mi
primer coito en un prostíbulo y además disfruté mucho con él. Repetía esto tres o cuatro
veces al año, pero por lo general pensando en amigos amados. Varias veces pagué a
soldados bien plantados para que me dejaran practicar el coito inmediatamente después
de ellos. Puellae publicae me excitaban siempre porque pensaba en todos los genitales
masculinos con los que entraban en contacto. Sin embargo, no soy capaz de besar a una
mujer sin que me dé asco; a mis parientes solo los beso en la mejilla. Los besos de los
amigos a los que amo, en cambio, son para mí el paraíso.

Hasta los 22 años prácticamente solo me enamoré de compañeros de clase hermosos y


que me resultaban simpáticos y tuve algunas penas de amor por amores imposibles. A
partir de entonces tuve predilección por el ejército. Mis conocidos militares me costaron
una fortuna y aun así tenía miedo al chantaje. Si veía en cualquier parte a un joven que me
gustaba, tenía toda la facilidad del mundo para conquistarlo. Hasta el presente he amado
mucho y muy deprisa, pero nunca a muchachas o mujeres, solo chicos y hombres jóvenes.
Es raro que una relación dure más allá de un año. Nunca había me imaginado un amor
como el que ahora tengo. Mi bellísimo quinceañero me ama sin medida; no hay poema
donde se encuentre un amor así. Él está completamente desarrollado, tanto física como
espiritualmente, aparenta 18 años, aunque no es muy alto. Después de conocerle en una
ocasión propicia, le llené de besos y poco después me declaré a él. Él al principio se
sorprendió un poco, pero correspondió a mis besos y me dijo que aunque solo me quería
platónicamente, se entregaba a mí por el afecto que me tenía. No fumo ni bebo, pongo
cuidado en mi ropa, pero sin caer en lo ridículo y tengo un aspecto y una presencia
perfectamente masculinos. Me desagradan los uranistas conocidos; procuro relacionarme
solamente con los que nunca han hecho algo así. Nunca he sentido amor por hombres
casados, por muy simpáticos que me resultaran, la idea de mezclar mi esperma con el
suyo me hubiera repugnado. Semel solum mentulam amici in os recepi, neque oscula dedi
ad genitalia amicorum. Lo he hecho una o dos veces con mi actual amigo porque él lo hizo
conmigo, pero lo hice sin sentir un especial deseo, solamente como prueba de amor. Por
lo que respecta a las visitas a los prostíbulos, es algo que normalmente he hecho cuando
he estado buscando durante horas sin éxito una oportunidad de conocer a alguien de
manera momentánea, porque con individuos de los que no estuviera enamorado las
relaciones que he mantenido se han limitado siempre a una única vez. Tras buscar en
vano, el impulso se volvía tan fuerte que me iba a un burdel en busca de satisfacción.
Raramente he repetido las eyaculaciones con amigos en el mismo día, solo cuando un
amigo muy querido lo deseaba y aun en ese caso sin disfrutar con ello. De niño me
encantaba jugar con muñecas, hacía trabajos manuales y bordaba y me encantaba peinar
a mi hermana. Me encantaba vestirme de chica y a menudo deseaba ser de sexo
femenino. Todavía hoy, durante la unión con mis amigos me siento muchas veces como
mujer. Me repugna el sexo anal; nunca he consentido en él; y además, la única vez que lo
intenté me dolió. Varias veces he intentado suicidarme por desengaños amorosos. Por
diversos motivos tendré que casarme; si mi actual amigo me dejara, me casaría en
venganza. En cualquier caso, soy capaz de consumar el coito con una mujer y creo que no
tendré un matrimonio demasiado desgraciado; además quiero tener hijos. No busco
remedio a este rasgo morboso de mi ser porque le debo demasiadas horas
inolvidablemente dulces.

mínimo interés.

Caso 145: homosexualidad o uranismo

Señor V., 36 años, vendedor, desciende de madre psicótica, su hermana está sana, su
hermano es neuropsicopático.

V. asegura que desde su más temprana infancia se ha sentido atraído por personas del
mismo sexo, al principio, compañeros de juegos o de clase, a partir de la pubertad,
adultos; nunca ha sentido interés alguno por personas femeninas y sus encantos. Ya con
seis años le molestaba no ser una chica. Se entregaba apasionadamente a los juegos de
chicas y a las muñecas.

Con 12 años un compañero de clase le indujo a la masturbación. Sus sueños con


poluciones han sido exclusivamente homosexuales desde la pubertad. Ha practicado con
hombres la masturbación mutua, coitus inter femora, excepcionalmente succio membri
alterius. En estas relaciones homosexuales nunca se ha sentido en un papel claramente
activo o pasivo. Excepcionalmente y faute de mieux, coitus cum muliere. Plenamente
potente cuando ponía en su lugar un hombre en su fantasía, pero sin obtener nunca una
verdadera satisfacción, por lo que esta forma de relaciones sexuales solo le parecía un
lamentable sucedáneo de las homosexuales. En los últimos años, relación íntima con un
joven.

V. reconoce que su vita sexualis es anormal.

Genitales normales. Caracteres sexuales secundarios físicos y psíquicos perfectamente


viriles. Pese a una prolongada exploración, no se halla nada patológico en su psique. A
pesar de que solo había incurrido en masturbación mutua in camera caritatis, se le declaró
culpable en un procedimiento penal en que se vio envuelto y fue condenado a una pena
mayor de privación de libertad. V., que transmite una impresión de extrema decencia,
lamenta esta sentencia únicamente por la deshonra que supone para él y para su familia.
No es capaz de sentir ni de actuar de manera diferente.

Caso 146: homosexualidad o uranismo

Señor H., 30 años, perteneciente a estamentos elevados, desciende de madre


neuropática. Sus hermanos sufren enfermedades nerviosas, él mismo es
constitucionalmente neurasténico desde la pubertad.

Ya de niño se sentía atraído hacia sus compañeros de clase. Con 14 años un compañero
mayor que él le penetró analmente. Él consintió con gusto, pero después sintió fuertes
remordimientos y no volvió nunca a entregarse a tales aberraciones. Ya de mayor practicó
la masturbación mutua. Al ir aumentando su neurastenia, le bastaba ya con abrazar y
apretar contra sí a una persona de su mismo sexo para llegar a la eyaculación. Esto se
convirtió a partir de entonces en su forma de satisfacerse. Nunca se ha sentido atraído por
personas femeninas. Era consciente de su anomalía. A partir de los 20 años puso en
práctica enérgicos intentos apud puellas para sanear su vita sexualis. Hasta entonces
había tomado sus anormales deseos por simples extravíos juveniles. Logró consumar el
coito cum muliere, pero se sintió totalmente insatisfecho y volvió a los hombres. Su
debilidad son los hombres de 18 a 20 años. Los hombres mayores no le resultan
simpáticos. No se siente en un papel sexual determinado en relación con la otra persona.
A H. le resulta penosa su situación social. Teme constantemente que se descubra su
perversión y afirma que no sobreviviría a tal vergüenza. Nada en su presencia y
comportamiento delata al invertido sexual. Genitales normalmente desarrollados, no se
presenta signo alguno de degeneración. No cree posible una modificación de su
sexualidad anormal. El sexo femenino no presenta para él el más mínimo interés.

Caso 147: homosexualidad o uranismo

Señor Y., 40 años, industrial, desciende de padre neuropático fallecido como consecuencia
de una apoplexia cerebri. En la familia materna se han dado varios casos de
enfermedades cerebrales cuyo foco no se ha podido determinar. Dos de los hermanos del
paciente son sexualmente normales, pero, al igual que el paciente, constitucionalmente
neuropáticos. Este afirma haber llegado a la masturbación con ocho años sin ser inducido
por nadie. Desde los 15 años se siente atraído por muchachos hermosos de su misma
edad, a varios de los cuales induce a la masturbación mutua. Ya de mayor, se interesaba
exclusivamente por jóvenes de 17 a 20 años, barbilampiños, de bellos rasgos femeninos,
mientras que el sexo femenino carecía de todo atractivo para él.

Y. pronto se dio cuenta de que su vita sexualis debía tener una constitución patológica; sin
embargo, percibía la satisfacción de sus necesidades anormales como natural y se explica
de este modo a sí mismo que, aun siendo persona sensible y de moralidad estricta,
superara los reparos a entregarse a tales impulsos. Lo único que le resultaba repugnante
era el contacto con las mujeres, que solo intentó en dos ocasiones y en vano, así como la
automasturbación, que, estando dotado de gran apetito sensual, practicaba faute de mieux
sin obtener satisfacción espiritual. Asegura haber luchado denodadamente contra este
espantoso impulso que le convierte en un forajido y que horroriza a todo el mundo; pero
que esto ha sido en vano porque en su satisfacción solo ha encontrado algo prescrito a su
naturaleza. Siempre se ha sentido en un papel activo respecto de los hombres y se ha
limitado a las prácticas toleradas por la ley. Así y todo, Y. se vio envuelto en chantajes,
perdió un puesto respetable y bien remunerado, llevó una desdichada existencia como
vagabundo hasta que se decidió a empezar de nuevo al otro lado del océano, cosa que
logró gracias a su habilidad y honradez.

Cuando conocí a Y., se hallaba al borde de la desesperación y el suicidio, sobre todo


porque un tratamiento sugestivo en el que había cifrado sus últimas esperanzas y que
había sido puesto en práctica por un experimentado médico había resultado en un
completo fracaso al no poder hipnotizársele.

Aparte de signos de constitución neurasténica, en parte por predisposición y en parte por


la abstinencia y las alteraciones del ánimo, y de un pene pequeño con genitales por lo
demás bien formados, no encontré nada de patológico en Y. Los caracteres sexuales
secundarios físicos y psíquicos eran perfectamente masculinos.

Caso 148: homosexualidad o uranismo

T., 34 años, vendedor, desciende de madre neuropática y enfermiza y de padre sano.

Con 9 años un compañero de clase le indujo a la masturbación. A partir de entonces la


practicó mutuamente con su hermano, con el que dormía en la misma cama, llegando
incluso a receptio membri in os. Siendo todavía un niño llegó a ocurrirle en una ocasión
quod lambit locum quo prius miles urinaverat (!). Con 14 años primer amor por un
compañero de colegio de 10 años.

A partir de los 17 años ya no era la belleza juvenil lo que le impresionaba sino,


extrañamente, los viejos decrépitos.
T. atribuye esto al hecho de que en cierta ocasión, siendo de noche oyó en la habitación
de al lado a su padre, ya de edad avanzada, jadear con lujuria. Sintió con esto una enorme
excitación sensual, pues se imaginó a su padre practicando el coito. A partir de entonces
desempeñaron un papel destacado en sus sueños con poluciones y al masturbarse viejos
que practicaban actos homosexuales. Pero también durante el día le excitaba hasta tal
punto la visión de un viejo, sobre todo si este era verdaderamente decrépito y sucio, que a
veces llegaba incluso a la eyaculación.

Con 23 años intentó repetidamente corregir su vita sexualis en el lupanar. A pesar de


poner en ello una determinada voluntad, no logró llegar a la erección y se abstuvo de
seguir intentándolo porque se dio cuenta de que las mujeres, hasta la más bella, le eran
indiferentes. Lo mismo valía para sus sentimientos respecto a los hombres jóvenes y a los
muchachos.

A partir de los 29 años tuvo un profundo amor por un viejo, al que acompañó a diario
durante años en sus paseos. Un acercamiento íntimo no era posible. T. eyaculaba a
menudo durante estos paseos. Para escapar a esta deshonrosa situación, volvió a visitar
el lupanar con el mismo éxito de antes. Se le ocurrió entonces la idea de pagar a un viejo
decrépito para que le acompañara. Este tenía que practicar el coito en su cercanía.
Entonces fue potente también él. El coito no le proporcionaba ningún placer, pero sí una
gran satisfacción moral, sobre todo cuando dejó de necesitar al viejo. La alegría no duró
mucho. T. sufrió una fuerte neurastenia sexual y general, se deprimió, rehuía a la gente, se
volvió impotente y se dio al onanismo psíquico imaginándose a viejos en situaciones
homosexuales.

Físicamente, T. no presentaba nada destacable, aparte de una acusada neurasthenia


sexualis, y su presencia era perfectamente viril.

Caso 149: homosexualidad o uranismo

Z., 28 años, vendedor, desciende de un padre enormemente nervioso y excitable y de una


madre histeropática. Es de constitución nerviosa, sufrió enuresis hasta los 18 años, era
débil y no tuvo un desarrollo físico satisfactorio hasta los 20 años. Afirma haber sentido los
primeros movimientos sexuales con ocho años al contemplar cómo castigaban en la
escuela a compañeros de clase ad podicem. A pesar de su compasión, afirma haber
sentido un sentimiento libidinoso hasta entonces desconocido que hizo estremecerse todo
su cuerpo. Algún tiempo después, yendo al colegio y dándose cuenta de que se le hacía
tarde acudió a él repentinamente el pensamiento, acompañado de un intenso sentimiento
libidinoso, de que el maestro le castigara azotándole ad podicem por llegar tarde. De pura
excitación estuvo un rato sin poder moverse y sintió al parecer la primera erección.

Con 11 años se enamoró de un chico guapo y rubio con unos ojos hermosísimos,
inteligentes, vivos.

Era feliz si podía acompañarle a casa de vez en cuando y le hubiera gustado besarle y
abrazarle. Z. afirma haber sentido ya entonces lo inapropiado de semejante inclinación y
haber procurado que no se le notase nada.

Por aquella misma época hubo una chica dos años más joven que él que le gustaba tanto
que la besó de pronto. Esto quedó como un impulso aislado.

Con 13 años un compañero de clase indujo a Z. al onanismo. Pero no disfrutó demasiado


con esto porque sus “nobles sentimientos” por los jóvenes le protegían de actos groseros y
él no quería “arrastrar por el fango su amor puro y elevado”.
Con 17 años, Z. se enamoró locamente de un compañero de clase con “unos ojos
castaños preciosos, nobles rasgos y tez oscura”. Sufrió indeciblemente a causa de este
amor desdichado durante dos años y medio, es decir, hasta que se separó de este
compañero y asegura que si hoy le volviera a ver, la vieja llama volvería a encenderse.
Volvió a enamorarse de compañeros en otras dos ocasiones, pero ya no tan intensamente.
Con 20 años primer coito en el lupanar con escasa potencia y poco placer. Prolonga estas
relaciones cum femina por “motivos de salud”, para protegerse del onanismo y para
aparecer potente, así como para enmascarar su vita homosexualis.

Z. no siente horror feminae, pero las mujeres le dejan frío, las ve más bien “como una obra
de arte, como una estatua”. Z., que tiene gran fuerza de voluntad y no es excesivamente
libidinoso, ha conseguido hasta el momento controlar por completo su inclinación por el
propio sexo. Sin embargo, su posición sexual le resulta insatisfactoria sobre todo porque
en los últimos años la excitación meramente sensual del coito parece que va debilitándose
cada vez más y la erección va dejando bastante que desear. Este es el motivo por el que
Z. acudió al médico.

No presenta nada anormal en su apariencia y comportamiento, tiene un aspecto


perfectamente viril y espiritualmente sano.

Caso 150: homosexualidad o uranismo

Señor P., 37 años, desciende de una madre muy nerviosa y aquejada de migraña
constitucional. Él mismo ha sufrido de niño de hysteria gravis, desde siempre se ha sentido
atraído exclusivamente por jóvenes hermosos y se ha excitado mucho con la
contemplación de sus genitales. Poco después de la llegada de la pubertad comenzó a
practicar la masturbación mutua con hombres. Solo le atraen los de 25 a 30 años
aproximadamente. Se siente en un papel femenino en el acto homosexual, asegura que
ama de manera femenina, con toda la pasión de su alma, que solo mantiene la pose de
hombre como un actor. Ya de niño sufrió burlas por sus gestos y actitudes femeninos. Las
muchachas nunca le impresionaron. Se casó sin inclinación hace unos años creyendo
poder sanear su vita sexualis. Se obligó al coito cum uxore, fue incluso potente
imaginándose a un joven en lugar de su mujer y engendró un hijo. Sin embargo, poco a
poco se fue volviendo neurasténico, su fantasía fue perdiendo fuerza y, con ella, su
potencia. Desde hace dos años evita el coitus maritalis, ha retomado las relaciones
homosexuales y se le descubrió recientemente en un lugar público inter masturbationem
mutuam con un joven.

Él se disculpa diciendo que la larga abstinencia le había vuelto altamente libidinoso, que la
visión de los genitales de un hombre le había puesto en un estado de ánimo “como
borracho” y que sufría en aquel momento una especie de ofuscación de los sentidos.

No presentaba amnesia para este periodo.

Pena menor de privación de libertad.

Personalidad perfectamente viril y decente. Genitales normales.

Caso 151: homosexualidad o uranismo

Señor N., 41 años, soltero, desciende de un matrimonio entre parientes. Al parecer los
padres eran psíquicamente normales, un hermano del padre estuvo en el manicomio.
Según parece, los hermanos de N. son hipersexuales pero heterosexuales. Ya con 9 años
N. se sentía sensualmente atraído por compañeros. Con 15 años empezó a practicar la
masturbación mutua, más tarde también coitus inter femora.
Con 16 años empezó una relación amorosa con un joven. Su amor se desarrolló hacia su
propio sexo de la misma manera en que lo encontraba retratado entre un hombre y una
mujer en las novelas.

Solo le atraían los hombres jóvenes y bellos de entre 20 y 24 años aproximadamente. Sus
sueños eróticos eran exclusivamente homosexuales. Se sentía en ellos en un papel
femenino, y lo mismo en las relaciones con hombres.

Asegura haber tenido un alma más bien femenina desde la infancia. No se interesaba por
los juegos de chicos, sino por la cocina y los trabajos femeninos. Más tarde tampoco le
atraían los deportes masculinos, no le gustaba fumar ni beber. En su ajetreada vida ha
tenido un episodio como cocinero en un país de ultramar en el que su desempeño fue
totalmente satisfactorio. Perdió el puesto al iniciar una relación amorosa con el hijo del jefe.

Con 22 años se dio cuenta de que se movía por terrenos sexualmente anormales. Esto le
intranquilizó, intentó modificar sus sentimientos obligándose a frecuentar los prostíbulos,
pero solo sintió repungnacia con ello y no consiguió ni una sola erección. Un buen día
cometió un intento de suicidio, desesperado ante su situación y por el descubrimiento de
su vergüenza por parte de su familia. Una vez curado de sus heridas, se marchó a tierras
extranjeras, se siguió sintiendo muy desdichado, enemigo de sí mismo y rechazado por su
familia. Solo le quedaba la esperanza de que con los años su inclinación por los hombres
le abandonara.

Solicitó ayuda contra su sentimiento sexual contrario por su “honor y tranquilidad”. Los
caracteres sexuales secundarios físicos de este desdichado son perfectamente viriles.
Genitales normales.

N. anda dándole vueltas a la idea de ingresar en un convento o hacerse castrar. Se le


aconseja un tratamiento sugestivo.

Caso 152: homosexualidad o uranismo

Una tarde de verano, ya al anochecer, X. Y., Dr. med., fue sorprendido por un vigilante en
una ciudad del norte de Alemania mientras practicaba actos deshonestos en un camino
rural con un vagabundo al que masturbó y a continuación mentulam ejus in os suum
immisit. X. evitó una persecución judicial dándose a la fuga. La fiscalía se desentendió de
la denuncia porque no se había producido escándalo público y tampoco immissio membri
in anum. Se halló en posesión de X. una amplia correspondencia uranista que permitió
demostrar que se venían manteniendo desde hacía años intensas relaciones uranistas que
abarcaban todas las capas sociales.

X. procede de una familia con taras. El padre de su padre puso fin a su vida al suicidarse
en estado de locura. El padre fue un hombre débil y raro. Un hermano del paciente se
masturbaba ya con dos años. Un primo fue de sexualidad contraria, cometió ya de joven
los mismos actos indecentes que X., se vio aquejado de debilidad psíquica y murió como
consecuencia de una enfermedad de la médula espinal. Un tío abuelo por parte de padre
era hermafrodita. La hermana de la madre estaba loca. A la madre se la tenía por sana. El
hermano de X. es nervioso e irascible.

X. mismo fue también un niño nervioso. El maullido de un gato le atemorizaba y bastaba


con que alguien imitara el sonido de un gato para que se echara a llorar
desconsoladamente y se abrazara muerto de miedo a lo primero que encontrara.

Enfermedades menores le producían fiebres intensas. Era un niño callado y soñador, con
una viva fantasía, pero escasas dotes psíquicas. No practicaba los juegos de chicos. Le
encantaban las ocupaciones femeninas. Encontraba un especial placer en peinar a la
criada o incluso al hermano.

Con 13 años ingresó en un instituto. Allí practicaba la masturbación mutua, seducía a los
compañeros y se hizo insoportable con su comportamiento cínico, por lo que hubo que
mandarle a casa. Ya por aquel entonces cayeron en manos de sus padres cartas de amor
de sexualidad contraria y contenido extremadamente lascivo. A partir de los 17 años
estudió bajo la estricta disciplina de un profesor de instituto. Su progreso en los estudios
fue pobre. Solo estaba dotado para la música. Tras terminar el instituto, con 19 años, el
paciente entró en la universidad. Allí destacó por su naturaleza cínica y por codearse con
gente joven sobre la que circulaba todo tipo de rumores respectivos al amor entre
hombres. Empezó a arreglarse, le gustaban las corbatas llamativas, llevaba camisas
escotadas, calzaba a duras penas sus pies con botas ajustadas y se peinaba de forma
llamativa. Esta tendencia desapareció cuando terminó la universidad y regresó a casa.

Con 24 años pasó una temporada de fuerte neurastenia. Desde entonces hasta los 29
años parecía una persona seria y se mostraba diligente en el trabajo, pero evitaba la
compañía del bello sexo y andaba siempre con hombres de dudosa reputación.

El paciente no consintió en una exploración personal. La rechazó por escrito con la excusa
de que la consideraba inútil porque el deseo por el propio sexo estaba presente en él
desde la niñez y era congénito. Siempre había sentido horror feminae, nunca había
logrado forzarse a sí mismo a disfrutar los encantos de una mujer. Respecto del hombre se
siente en un papel masculino. Reconoce que su deseo por el propio sexo es anormal,
disculpa sus desmanes sexuales con su morbosa constitución natural.

Desde que huyó de Alemania, X. vive en el sur de Italia y, según se desprende de una de
sus cartas, se mantiene fiel al amor uranista. X. es un hombre serio y apuesto, de rasgos
perfectamente masculinos, barba poblada, genitales desarrollados normalmente. X. puso
recientemente a mi disposición su autobiografía, de la cual merece recogerse aquí lo
siguiente: cuando entré con 7 años en una escuela privada me sentí muy a disgusto y
encontré poca aceptación por parte de mis compañeros. Solo me sentía atraído por uno de
ellos, que era un niño muy guapo al que amaba casi apasionadamente. En nuestros
juegos de niños siempre me las apañaba para poder presentarme vestido de chica y mi
mayor placer consistía en hacerles peinados muy complicados a nuestras criadas. A
menudo lamentaba no ser una chica.

Mi impulso sexual se despertó con 13 años y se orientó desde el mismo instante de su


aparición hacia los hombres jóvenes y fuertes. Al principio no tenía ni idea de que esto era
anormal; tuve conciencia de ello por primera vez cuando vi y oí cómo eran los chicos de mi
edad en cuestiones sexuales. Empecé a masturbarme con 13 años. Con 17 salí de casa
de mis padres para ir al instituto en la capital, donde estuve alojado como pensionista en
casa de un profesor de instituto casado, con cuyo hijo mantuve relaciones sexuales a partir
de entonces. Fue la primera vez que experimenté satisfacción sexual. Después conocí allí
a un joven artista que enseguida se dio cuenta de mi constitución anormal y que me
confesó que lo mismo le ocurría a él. Supe por él que esta anomalía era muy frecuente y
esta noticia disipó la idea de que yo era el único anormal, que era algo que a menudo me
apesadumbraba. Este joven tenía un amplio círculo de conocidos que eran como él y en el
que me introdujo. Allí me convertí en objeto de atención generalizada porque, según
afirmaban todos, yo era físicamente muy prometedor. Pronto empezó a idolatrarme un
señor mayor, pero yo no le encontraba de mi gusto y solo le hice caso durante un corto
tiempo, hasta que un oficial joven y hermoso cayó rendido a mis pies y yo empecé a
corresponderle. Este fue mi primer amor verdadero.
Tras pasar con 19 años el examen de madurez, y una vez liberado de las obligaciones del
instituto, conocí a mucha gente que era como yo o parecida, entre ellos a Karl Ulrichs
(Numa Numantius).

Más tarde, cuando empecé a estudiar medicina y a relacionarme con muchos jóvenes
normales, me encontré a menudo en la situación de tener que aceptar propuestas de ir de
prostitutas. Tras quedar en evidencia con diversas mujeres, algunas de ellas muy
hermosas, empezó a extenderse entre mis amigos la opinión de que era impotente y yo di
pábulo a ese rumor con historias inventadas de anteriores y exageradas proezas con
mujeres. Yo me relacionaba por aquel entonces con mucha gente de otros sitios que
alababan de tal forma en sus círculos la disposición de mi cuerpo que me gané fama de
gran belleza en lugares muy lejanos. La consecuencia fue que cada dos por tres se
presentaba alguien aquí y recibía tal cantidad de cartas de amor que a menudo me veía en
apuros. La situación culminó cuando más tarde, llevando un año de médico, estuve
viviendo en un hospital militar. Aquello era como si hubiera llegado una celebridad y las
escenas de celos que se desarrollaron por mi causa a punto estuvieron de hacer que se
descubriera todo. Poco después sufrí una inflamación de la articulación del húmero de la
que tardé tres meses en recuperarme. En el transcurso de esta, me tuvieron que poner
todos los días varias inyecciones subcutáneas de morfina que después me retiraron de
pronto, pero que yo continué a escondidas una vez curado. Antes de abrir mi propia
consulta pasé varios meses en Viena para hacer unos estudios de especialización. Allí
conseguí entrar gracias a algunas recomendaciones en diferentes círculos de personas
como yo. Constaté entonces que la anomalía en cuestión se halla extendida por igual y en
toda la amplitud de su gama lo mismo entre las clases inferiores que entre las superiores,
y que aquellos que lo tienen por oficio y a los que se puede acceder por dinero, no
escasean tampoco entre las clases altas.

Cuando me establecí como médico en el campo, tenía la esperanza de librarme de la


morfina mediante la cocaína y me volví cocainómano, de lo que por fin conseguí librarme
(hace un año y 3/4) después de recaer en tres ocasiones. En mi posición me resultaba
imposible conseguir satisfacción sexual y me alegré al descubrir que una de las
consecuencias del consumo de cocaína es la desaparición del deseo. Cuando conseguí
por primera vez dejar la cocaína bajo los enérgicos cuidados de mi tía, me fui varias
semanas de viaje para recuperarme. Los perversos deseos habían vuelto a despertar con
toda su intensidad, y unos días después de haberme estado divirtiendo una tarde con un
hombre en las afueras de la ciudad, el fiscal me comunicó que me habían visto y que tenía
una denuncia, pero que la acción que se me imputaba no estaba penada según una
decisión del tribunal superior del Imperio Alemán. Me advertía, eso sí, que tuviera cuidado,
porque la noticia del caso ya se había propagado en amplios círculos. Después de este
acontecimiento me vi obligado a marcharme de Alemania y buscar una nueva patria donde
ni la ley ni la opinión pública se opusiesen a lo que, como probablemente ocurre con todos
los impulsos anormales, la voluntad era incapaz de reprimir. Como siempre tuve claro que
mis inclinaciones entraban en conflicto con los puntos de vista sociales, intenté
repetidamente dominarlas, pero solo conseguí que se intensificaran y personas conocidas
me han contado que ellos han tenido la misma experiencia. Como solo me sentía atraído
por individuos fuertes, jóvenes y completamente masculinos, pero estos raramente se
mostraban predispuestos a complacer mis deseos, no me quedaba más remedio que
recurrir al dinero. Dado que mis deseos se limitan a personas de clase baja, siempre
encontraba a alguien que se dejara comprar. Espero que las revelaciones siguientes no
despierten su indignación, al principio pensé en omitirlas, pero tengo que incluirlas aquí
para que el relato esté completo, pues podrían servir para enriquecer la casuística. Yo
siento la necesidad de consumar el acto sexual como sigue:

Pene iuvenis in os recepto, ita ut commovendo ore meo effecerim, ut is quem cupio, semen
eiaculaverit, sperma in perinaeum exspuo, femora comprimi jubeo et penem meum
adversus et intra femora compressa immitto. Dum haec fiunt, necesse est, ut iuvenis me,
quantum potest, amplectatur. Quae prius me fecisse narravi, eandem mihi afferunt
voluptatem, acsi ipse ejaculo. Ejaculationem pene in anum immittendo vel manu terendo
assequi, mihi nequaqum amoenum est.

Sed inveni, qui penem meum receperint atque ea facientes quae supra exposui, effecerint,
ut libidines meae plane sint saturatae.

Por lo que respecta a mi persona, debo mencionar lo siguiente: mido 186 cm, tengo un
aspecto completamente masculino y, quitando una anormal sensibilidad de la piel, estoy
sano. Tengo un cabello poblado y rubio, y lo mismo se puede decir de la barba. Mis
órganos sexuales son de tamaño medio y de constitución normal. Soy capaz de consumar
el acto sexual descrito entre cuatro y seis veces en un periodo de 24 horas sin sentir
cansancio. Llevo una vida bastante ordenada. El alcohol y el tabaco los consumo con
mucha moderación. Toco bastante bien el piano y algunas composiciones menores que he
hecho han tenido bastante éxito. Hace poco he terminado una novela, que ha tenido buena
acogida en mis círculos para tratarse de una primera obra. Esta tiene por tema diversos
problemas de la vida de las personas de sexualidad contraria.

Dada la gran cantidad de compañeros de desdicha que me son personalmente conocidos,


he tenido, naturalmente, oportunidad de observar los diferentes tipos de anormalidades.
Quizás le sirvan a usted de algo las informaciones siguientes.

La mayor anormalidad que he conocido es la costumbre de un caballero de los


alrededores de Berlín. Is iuvenes sordidos pedes habentes aliis praefert, pedes eorum
quasi furibundus lambit. De forma muy parecida se comporta un señor de Leipzig qui
linguam in anum coeno iniquatum, quod ei gratissimum est, immittere narratur. En París
hay un señor que obligó a un amigo mío ut in os ei mingat. Según me cuentan, parece ser
que hay algunos que al ver botas de montar y uniformes militares entran en un estado de
éxtasis tal que sufren emisiones espontáneas de semen.

Hay dos personajes en Viena que constituyen un ejemplo de hasta qué punto algunos se
sienten mujeres, cosa que a mí no me sucede. Se han puesto nombre de mujer; una es un
peluquero que se llama a sí mismo “Laura la francesa”, la otra es un antiguo carnicero que
se llama “Fanny la ahumadora”. Estos no dejan pasar oportunidad en los carnavales de
ponerse unos disfraces femeninos de lo más exagerados. En Hamburgo existe un
personaje que algunos creeen que es una mujer, porque siempre anda por casa vestida de
mujer y solo sale de casa de vez en cuando y vestida de esta misma forma. Este señor
quiso incluso hacer de madrina en un bautizo y provocó con ello un gran escándalo.

Estos individuos suelen presentar todos los defectos femeninos, les encanta cotorrear, son
informales y débiles de carácter.

Sé de varios casos de orientación sexual perversa que presentan epilepsia y psicosis;


llama la atención lo frecuentes que son las hernias. A mi consulta han acudido, por
recomendación de amigos, varias personas con enfermedades del ano. He visto dos
chancros sifilíticos y uno local, así como varias fisuras y en estos momentos estoy tratando
a un caballero con unos condilomas puntiagudos junto al ano que forman un tumor como
una especie de coliflor y casi del tamaño de un puño. En Viena vi un caso de afección
primaria del paladar blando en un joven que acudía a bailes de disfraces vestido de mujer
y se llevaba a un aparte a hombres jóvenes. Decía luego que tenía la regla y conseguía
así que los otros se sirvieran de su boca. Parece ser que de esta forma llegó a conseguir
atraer a 14 hombres en una sola noche. Como en ninguna de las publicaciones sobre
sexualidad contraria que han caído en mis manos he encontrado nada sobre la forma en
que se relacionan estas personas entre sí, me gustaría contarle algo al respecto.

En cuanto las personas de sexualidad contraria traban conocimiento, tiene lugar una
pormenorizada discusión de sus anteriores experiencias, amores y conquistas, siempre
que las diferencias sociales no impidan tal conversación. Es raro que deje de producirse
esta conversación entre quienes acaban de conocerse. Las personas de sexualidad
contraria se llaman entre sí “tías”; en Viena, “hermanas”, y dos prostitutas vienesas de
aspecto muy masculino a las que conocí por casualidad y que mantenían una relación
sexual contraria entre ellas me contaron que la denominación equivalente entre mujeres es
“tío”. Desde que tengo conciencia de mi deseo anormal, he entrado en contacto con más
de mil personas como yo. Casi todas las ciudades grandes tienen algún lugar de reunión,
así como una “carrera”. En las ciudades pequeñas se encuentran relativamente pocas
“tías”, aunque una vez encontré ocho en un pueblo de 2300 habitantes y 18 en uno de
7000 (estos, de los que tuviera certeza, y sin contar aquellos de los que sospechaba). En
mi ciudad natal, que tiene unos 30 000 habitantes, conozco personalmente a unas 120
“tías”. La mayoría tienen la capacidad de discernir inmediatamente si un tercero es como
ellos (capacidad que yo, sobre todo, poseo en grado extremo) o, como se dice en el
“lenguaje de las tías”, si es “sensato” o “insensato”. Quienes me conocen se quedan
muchas veces sorprendidos del buen ojo que tengo. He reconocido como “tías” nada más
verlos a individuos que parecían de organización totalmente masculina. Por otra parte,
poseo la capacidad de comportarme de manera tan masculina que en círculos en los que
se me admitió a través de conocidos llegaron a dudar de mi “autenticidad”. Cuando quiero,
me puede comportar totalmente como una mujer.

La mayoría de las “tías” (incluyéndome a mí) no ven en absoluto su anomalía como una
desgracia, sino que lamentarían que se alterase su estado. Como además, en mi opinión y
en la de todos los demás, no hay forma de cambiar este estado innato, tenemos puesta
toda nuestra esperanza en una reforma de los artículos correpondientes del código penal,
de modo que solo se consideren punibles la violación o el escándalo público, siempre que
estos se puedan constatar.

Caso 153: effeminatio

Señor E., 31 años, hijo de un potator strenuus. No se encuentran por lo demás taras en la
familia. E. creció solitario en un pueblo. Ya con seis años se sentía feliz estando junto a
hombres barbudos. A partir de los 11 años se ruborizaba cuando coincidía con hombres
hermosos y no se atrevía a mirarlos. En compañía femenina se hallaba desinhibido. Hasta
los siete años llevó ropa de chica. Se sintió muy desdichado cuando tuvo que
desprenderse de ella. Lo que más le gustaba era ayudar en la cocina y en la casa.

Los años de colegio transcurrieron tranquilos. De vez en cuando, E. sentía un interés


profundo pero no duradero por algún compañero.

Por la noche soñaba cada vez más con hombres con trajes azules y bigote.

Ya de mayor entró en una asociación deportiva para relacionarse con hombres, motivo por
el que también iba a los bailes: no por las muchachas, que le eran perfectamente
indiferentes, sino por los bailarines, imaginándose a sí mismo cogido del brazo de alguno
de ellos. Pero siempre se sentía solitario, insatisfecho y poco a poco se fue dando cuenta
de que no estaba hecho como los otros chicos. Todo su afán consistía en encontrar a un
hombre que pudiera quererle.

Con 17 años, un hombre le indujo a la masturbación mutua. La reacción en su conciencia


fue un placer estremecedor, miedo y vergüenza. Se dio cuenta entonces de la anormalidad
de su sentimiento sexual, se deprimió al principio, llegó a estar una vez incluso cerca del
suicidio, pero luego se adaptó a su nueva situación, deseaba a los hombres, pero con su
timidez de muchacha fue incapaz durante años de entablar relaciones con ellos, se
masturbaba “faute de mieux”, pero no con frecuencia porque no era especialmente
libidinoso. Le resultaba extremadamente penoso cuando las muchachas trataban de lograr
su favor, cosa que sucedía con frecuencia.
Con 26 años E. llegó a una gran ciudad y a partir de entonces se presentaron sobradas
oportunidades para las relaciones homosexuales. Vive desde hace algún tiempo con un
hombre de su misma edad compartiendo hogar como marido y mujer. Se siente feliz así y
se ve en un papel femenino. Su satisfacción sexual consiste en masturbación mutua y
coitus inter femora.

E. es un trabajador muy apreciado y valorado, es perfectamente viril en su comportamiento


y carácter, tiene genitales normales, sin signos de degeneración.

Me proporcionó pruebas de que su hermano pequeño, que huye de las mujeres y se queja
de que externamente es un hombre pero en realidad no lo es, también es de sensibilidad
homosexual.

Llama la atención también que dos hermanas de E. que murieron jóvenes, evitaban a los
hombres jóvenes, no entraban en la cocina y andaban siempre, en cambio, en la cuadra y
cada vez que podían hacían trabajos de hombre, para los que demostraron una especial
habilidad.

Caso 154: effeminatio

Señor C., 28 años, persona privada, desciende de un padre neuropático y una madre muy
nerviosa. Un hermano de la madre padeció paranoia, otro de ellos presenta degeneración
psíquica. Los tres hermanos pequeños de C. son perfectamente normales.

C. está afectado de neuropatía, tiene un ligero tic convulsivo. Se ha sentido atraído por
individuos masculinos desde que es capaz de recordar. Al principio era solamente
entusiasmo por compañeros de clase. Al llegar a la pubertad, empezó a enamorarse de
profesores y huéspedes de la casa de sus padres; practicaba además masturbatio mutua
con compañeros de colegio. Se sentía en un papel femenino. Sus sueños con poluciones
giraban en torno a personas masculinas. C. tenía talento para la música, la poesía,
empezó pronto a interesarse por el teatro. No estaba en modo alguno dotado para los
campos científicos, en especial para las matemáticas, y le costó terminar el instituto.

Considera que en su alma es mujer, afirma haber jugado de niño exclusivamente con
muñecas y haberse interesado después tan solo por historias femeninas, así como haber
sentido aversión por los trabajos masculinos. Prefería la compañía de muchachas porque
le resultaban simpáticas y compartían sus sentimientos, mientras que en compañía de
hombres era tímido, retraído como una doncella. El tabaco y los licores le repugnaban.
Hubiera preferido cocinar, hacer punto y bordar. Nunca fue libidinoso. Ya de adulto,
raramente ha mantenido relaciones sexuales con hombres. Su ideal sería mantener tales
relaciones situándose en un papel femenino. Siente horror ante el coitus cum muliere.
Desde que leyó la Psychopathia sexualis, empezó a sentir terror de sí mismo, así como de
alguna posible condena judicial, y logró abstenerse de las relaciones sexuales con
hombres. Esta abstinencia le provocó poluciones masivas y neurastenia. Buscó por ello
ayuda médica.

C. tiene barba poblada, no hay en él nada que se aparte del tipo viril quitando unos rasgos
delicados y una piel llamativamente fina. Los genitales son normales excepto por la falta
de descensus de un testículo. Su comportamiento en la calle, su manera de andar y su
actitud no presentan nada de llamativo, a pesar de lo cual sufre la fobia de que la gente
percibe su constitución sexual anormal. Es por ello retraído. Cuando se habla de
indelicadezas se ruboriza como una muchacha. En cierta ocasión en que alguien habló del
sentimiento sexual contrario, cayó desmayado. Cuando oye música le entran sudores.
Cuando se le trata más de cerca, presenta un alma femenina, una timidez de muchacha y
se muestra dependiente. El nerviosismo, el tic convulsivo y las múltiples afecciones
neurasténicas delatan a una persona con una probable propensión constitucional a la
neuropatía.

Caso 155: effeminatio

B., camarero, 42 años, soltero, me fue remitido por su médico de cabecera, del que estaba
enamorado, como afectado por sentimiento sexual contrario. B. proporcionó de buen grado
y de manera decente información sobre su vita anteacta y, sobre todo, sexualis, con
satisfacción por recibir al fin una información autorizada sobre su situación sexual, que
desde siempre le había parecido morbosa.

B. carece de datos sobre sus abuelos. El padre fue un hombre colérico y excitable, potator,
y siempre tuvo un gran apetito sexual. Después de engendrar 24 hijos con la misma mujer,
se divorció y todavía dejó embarazada tres veces a su ama de llaves. La madre era sana.

De los 24 hermanos solo quedan seis con vida, varios de ellos enfermos de los nervios,
pero no sexualmente anormales, con excepción de una hermana que siempre ha tenido
obsesión por los hombres.

B. asegura haber sido enfermizo desde la infancia. Su vida sexual se despertó ya con ocho
años. Se masturbaba y tuvo la idea de penem aliorum puerorum in os arrigere, cosa que le
producía un gran placer. Con 12 años empezó a enamorarse de hombres, sobre todo de
los que se encontraban en la treintena y llevaban bigote. Ya entonces se encontraba muy
desarrollado su apetito sexual y tenía erecciones y poluciones. Empezó a partir de
entonces a masturbarse a diario pensando en algún hombre amado. Pero su mayor afán
consistía en penem viri in os arrigere. Al hacer esto tenía eyaculaciones acompañadas del
máximo placer. Hasta el momento, solo habrá experimentado este placer en una docena
de ocasiones. Nunca ha sentido repugnancia ante el pene de los demás cuando se trataba
de hombres que le resultaban simpáticos, al contrario. Nunca ha aceptado las
proposiciones de sexo anal, que le resulta extremadamente repulsivo tanto en forma activa
como pasiva. Durante los actos sexuales perversos siempre se ha visto a sí mismo en un
papel femenino. Sus enamoramientos de hombres que le resultaban simpáticos eran
desmedidos. Hubiera hecho cualquier cosa por sus amados. Temblaba de excitación y
deseo solo con verlos.

Con 19 años los compañeros le inducían a menudo a acompañarlos al lupanar. Nunca


disfrutó con el coito y solo experimentaba satisfacción en el momento de la eyaculación.
Para lograr una erección con una mujer siempre tenía que imaginarse durante el acto a un
hombre amado. Hubiera preferido que la mujer consintiera en immissio penis in os, pero
esto nunca se le permitió. Practicaba el coito “faute de mieux”, llegando incluso a tener dos
hijos. La segunda criatura, una niña de ocho años, empieza ya a practicar la masturbación
y el onanismo mutuo, cosa que le aflige enormemente como padre. ¿No habría alguna
manera de evitarlo?

El paciente asegura haberse sentido siempre en un papel femenino respecto de los


hombres (lo que incluye las relaciones sexuales). Siempre ha pensado que su perversión
sexual surgió porque su padre, cuando le estaba engendrando, quería engendrar una niña.
Sus hermanos siempre se metían con él por sus maneras femeninas. Barrer y fregar
siempre han sido ocupaciones que le han resultado agradables. Siempre le han alabado
mucho su habilidad para ello y le han dicho que lo hacía mejor que muchas chicas.
Siempre que podía se disfrazaba de chica. En carnaval se presentaba en los bailes
disfrazado de mujer. El coqueteo en esas ocasiones se le daba de maravilla porque su
naturaleza es femenina.

Nunca le ha apetecido demasiado fumar, beber y las ocupaciones y aficiones masculinas;


en cambio, le encanta coser y de niño se ganó muchas reprimendas porque andaba
siempre jugando con muñecas. En el circo o el teatro eran los hombres su objeto exclusivo
de interés. A menudo era incapaz de resistir el impulso de andar merodeando por los
urinarios para ver genitales masculinos.

Nunca ha encontrado gusto en los encantos femeninos. Solo lograba consumar el coito si
pensaba en un hombre amado. Las poluciones nocturnas se desencadenaban siempre
con situaciones oníricas lascivas que implicaban a hombres.

A pesar de sus amplios excesos sexuales, B. nunca ha sufrido neurasthenia sexualis y no


presenta en absoluto síntomas de neurastenia.

En la exploración se revela delicado, con barba y bigote ralos que no le brotaron hasta los
28 años. Su exterior no presenta nada que dé muestras de una naturaleza femenina, con
excepción de un cierto balanceo al andar. Afirma haber sufrido frecuentes burlas por sus
andares femeninos. Su comportamiento es extremadamente decente. Los genitales son
grandes, bien desarrollados, perfectamente normales, muy velludos, la pelvis es
masculina. El cráneo es raquítico, ligeramente hidrocefálico, con parietales abombados. La
región craneofacial es llamativamente pequeña. El sujeto afirma ser fácilmente irritable, de
tendencia irascible.

Caso 156: effeminatio

Taylor tuvo que explorar a una tal Elise Edwards, de 24 años. Resultó que esta era de
sexo masculino. Desde los 14 años llevaba ropa masculina, había trabajado también como
actriz, llevaba el pelo largo y con la raya en el medio, a la manera femenina. La forma de la
cara tenía algo de femenino, por lo demás el cuerpo era completamente masculino. Se
había depilado la barba cuidadosamente. Los genitales masculinos, fuertes y bien
desarrollados, los llevaba pegados al vientre con un ingenioso vendaje.

La exploración del ano daba indicios de sexo anal pasivo (Taylor, Med. Jurisprudence,
1873, II, pp. 286, 473).

Caso 157: effeminatio

Un caso curioso de sentimiento sexual contrario lo representa un funcionario de mediana


edad que desde hace varios años es un dichoso padre de familia y está casado con una
buena mujer.

Debido a la indiscreción de una prostituta, un buen día se produjo el siguiente escándalo.


X. se presentaba cada ocho días más o menos en el lupanar, se disfrazaba allí de mujer
sin que faltara el detalle de una peluca femenina. Una vez arreglado, se echaba en la
cama y se hacía masturbar por la prostituta, aunque lo prefería con mucho si podía
convencer a tal efecto a una persona masculina (el criado del lupanar). El padre de este
hombre presentaba taras hereditarias, había enloquecido varias veces y padecía
hiperestesia y parestesia.

Caso 158: androginia

Androginia. Señor von H., 30 años, soltero, descendiente de madre neuropática. Al


parecer, no ha habido en la familia del enfermo enfermedades nerviosas ni psíquicas y su
único hermano es completamente normal tanto física como psíquicamente. El paciente,
según manifiesta, tuvo un desarrollo físico tardío, por lo que realizó diversas estancias en
balnearios marinos y sanatorios climáticos. Desde su infancia tuvo una constitución
neuropática y, según testimonio de sus parientes, no era como los otros chicos. Enseguida
empezó a llamar la atención su rechazo de las ocupaciones masculinas y su afición a los
juegos femeninos. Huía de todos los juegos de chico, así como de la gimnasia, mientras
que le atraían especialmente los juegos con muñecas y los trabajos femeninos. El paciente
se desarrolló bien posteriormente, no sufrió enfermedades de consideración, pero
espiritualmente su carácter siguió siendo anormal, siendo incapaz de tomarse la vida con
seriedad y dando muestras de una orientación marcadamente femenina en sus gustos e
ideas.

Con 17 años aparecieron las poluciones, que se multiplicaron hasta llegar a producirse
también de día, lo que debilitó al enfermo y le acarreó numerosos trastornos nerviosos.
Desarrolló síntomas de neurasthenia spinalis, que se mantuvieron hasta hace pocos años,
pero se fueron suavizando al volverse las poluciones menos frecuentes. Niega haber
practicado el onanismo, aunque este parece bastante probable. Sus pensamientos flojos,
blandos, soñadores se fueron volviendo cada vez más llamativos a partir de la pubertad.
Los intentos de encaminar al enfermo hacia una vida profesional resultaron inútiles. Sus
funciones intelectuales, aunque no presentaban perturbaciones formales, no ganaban
suficiente altura para encontrar motivos conductores efectivos en el establecimiento de un
carácter independiente y de una visión elevada de la vida. Seguía siendo dependiente, un
niño grande, y nada delataba con mayor claridad su constitución originariamente anormal
que su absoluta incapacidad para administrar el dinero, junto con su propia confesión de
que es incapaz de manejar el dinero de manera ordenada y sensata y que en cuanto tiene
un poco se lo gasta en antigüedades, adornos personales y tonterías por el estilo.

Igual de poco apto que para una administración sensata del dinero resultó el paciente para
el establecimiento de una existencia social o incluso para la mera comprensión de su
importancia y valor.

No aprendía nada que mereciera la pena, dedicaba el tiempo a su arreglo personal y a


veleidades artísticas, más concretamente a la pintura, para la cual mostró ciertas dotes,
pero sin dar de sí tampoco lo más mínimo por falta de constancia. No era posible
encaminarle hacia el trabajo intelectual, tan solo tenía cabeza para lo superficial, siempre
andaba distraído y las cosas serias le aburrían al instante. Durante el resto de su vida se
irían sucediendo indefectiblemente las trastadas con consecuencias indeseables, los viajes
absurdos, el derroche de dinero, las deudas… y ni siquiera era capaz de ver estos errores
notorios de su forma de vivir. En cuanto alguien intentaba que se valiera por sí mismo y
que se diera cuenta de lo que le convenía, se volvía tozudo, intratable y no hacía nada a
derechas.

Estos síntomas de una constitución psíquica originariamente anormal y deficiente van


acompañados de notables signos de una sensibilidad sexual perversa de la que también
se detectan indicios en el ámbito somático del paciente. El paciente se siente a sí mismo
como mujer frente a los hombres y experimenta inclinación hacia las personas del mismo
sexo, además de indiferencia, cuando no marcada aversión, hacia las del sexo femenino.
Asegura haber mantenido relaciones sexuales con mujeres a los 22 años y haber
consumado el coito con normalidad, pero en parte por la agudización de los trastornos
neurasténicos que se producía siempre después del coito, en parte por miedo a contagios,
pero sobre todo por falta de satisfacción, asegura haberse apartado pronto del sexo
femenino. Tiene perfectamente clara la anormalidad de su situación sexual; es consciente
de su inclinación hacia el sexo masculino, pero solamente reconoce avergonzado
experimentar un delicioso sentimiento de amistad hacia ciertas personas masculinas, sin
que esto vaya acompañado de un sentimiento sensual. No es que abomine del sexo
femenino, podría incluso decidirse a casarse con una mujer que le atrajera por compartir
sus sentimientos artísticos… siempre y cuando se le eximiera del débito conyugal, que le
resultaría desagradable y cuyo cumplimiento le dejaría débil y agotado. El paciente niega
haber mantenido relaciones sexuales con hombres, pero su rubor y su azoramiento y,
sobre todo, un incidente en N., donde intentó hace poco mantener relaciones sexuales con
jóvenes en un hotel con el consiguiente escándalo, delatan su mentira.
También la apariencia externa, la actitud, la constitución física, los gestos, las maneras y la
forma de vestir resultan llamativos y recuerdan decididamente los modos y
comportamientos femeninos. Si bien el paciente posee una estatura por encima de la
media, el tórax y la pelvis presentan una constitución claramente femenina. Tiene
abundante grasa corporal, la piel está cuidada, es suave, blanda. La impresión de mujer
vestida de hombre se ve reforzada por el escaso vello facial, que además lleva afeitado,
con la excepción de un pequeño bigote; a esto se le unen el contoneo en los andares, la
timidez y amaneramiento de su persona, el afeminamiento de sus rasgos, la expresión
neuropática de los ojos, como si flotaran, los restos de polvos y pintura por la cara, el
dandismo de su ropa, con un sobretodo que se abulta en la parte superior como si tuviera
pechos, el afeminado pañuelo con flecos que se pone al cuello y el pelo apartado de la
frente, cepillado y alisado para que caiga sobre las sienes.

La exploración física pone de manifiesto la consitución claramente femenina del cuerpo. Si


bien los genitales externos están bien desarrollados, el testículo derecho se halla retenido
en el canal inguinal, la vellosidad del mons veneris es escasa y este presenta una
inusitada acumulación de grasa, además de resultar prominente. La voz es aguda, carente
de timbre masculino.

También las ocupaciones e ideas de von H. son decididamente femeninas. Tiene su


boudoir, su tocador bien surtido, donde donde se pasa horas y horas perdiendo el tiempo
con todos los artificios de belleza habidos y por haber; huye de la caza, de los ejercicios
con armas y de otras ocupaciones masculinas por el estilo, dice de sí mismo ser un
hombre de ingenio, goza hablando de sus pinturas y de sus experimentos poéticos; se
interesa por trabajos femeninos como el bordado y los practica además, y afirma que su
máxima felicidad consistiría en poder pasar la vida rodeado de un círculo de hombres y
mujeres entendidos en arte y de delicado sentido estético cultivando la conversación, la
música, la estética, etc. Su conversación gira preferentemente en torno a asuntos
femeninos: modas, labores femeninas, cocina, cuestiones domésticas.

El paciente se encuentra bien nutrido aunque algo anémico. Es de constitución


neuropática y presenta síntomas de neurastenia, que se ven reforzados por un estilo de
vida inadecuado, exceso de tiempo en la cama, en el dormitorio, enervación…

Se queja de dolores y presión de cabeza pasajeros, así como de frecuentes


estreñimientos; es asustadizo, se ve aquejado de cuando en cuando de fatiga, cansancio,
dolores en las extremidades que se propagan siguiendo los nervios lumboabdominales, se
siente cansado, agotado después de las poluciones y, regularmente, después de comer,
tiene sensibilidad a la presión en proc. spinosi de la vértebra dorsal, así como al tacto de
los nervios accesibles. Siente simpatías y antipatías caprichosas por determinadas
personas, cuando se encuentra a gente que le resulta antipática, cae en un peculiar estado
en el que se mezclan el miedo y la confusión. Sus poluciones, aunque ahora solo se
presentan de tarde en tarde, son patológicas, en cuanto que se aparecen también por el
día y en ausencia de toda excitación libidinosa.

Informe

1. El señor von H. posee, según todo lo observado y referido una personalidad defectuosa
y psíquicamente anormal, y esto es así desde su origen. Uno de los síntomas de esta
constitución anormal psíquico-física es su sentimiento sexual contrario.

2. Para este estado, en tanto que congénito, no hay curación posible.

Presenta una organización defectuosa de los centros psíquicos superiores que le


incapacita para llevar una vida independiente y lograr una colocación con la que asegurar
su existencia. Su sentimiento sexual perverso le impide un funcionamiento sexual normal,
con todas las consecuencias sociales de una anomalía de este tipo y con el peligro de una
satisfacción de deseos perversos resultantes de su organización anormal, lo que, a su vez,
hace temer conflictos sociales y jurídicos. La inquietud, no obstante, no ha de ser excesiva,
dado que el (perverso) impulso sexual del enfermo es escaso.

3. El señor von H. no es irresponsable de sus acciones en el sentido legal del término y no


resulta apto para el internamiento en un manicomio (ni lo necesita).

Puede —aunque es un niño grande e incapaz de manejarse por sí mismo— vivir en


sociedad bajo la vigilancia y dirección de personas psíquicamente normales. Puede
también hasta cierto punto respetar las leyes y normas de la sociedad civil y orientar su
conducta de acuerdo con ellas, pero conviene destacar por lo que respecta a posibles
aberraciones y conflictos sexuales con implicaciones penales que su sentimiento sexual
tiene un carácter anormal como consecuencia de condiciones morbosas de índole
orgánica y que, llegado el caso, esta circunstancia se habría de tomar también en
consideración.

Dada su notoria incapacidad para llevar una vida independiente, no puede emanciparse de
la autoridad paterna o de un tutor, pues de lo contrario causaría su propia ruina financiera.

4. El señor von H. también presenta afecciones físicas. Tiene síntomas de una ligera
anemia y de neurasthenia spinalis.

Se presenta como imprescindible una reglamentación sensata de su vida, un tratamiento


médico tonificante, a ser posible de tipo hidroterapéutico. La sospecha de un origen de sus
males en la masturbación precoz es insoslayable y resulta plausible la presencia de una
espermatorrea etiológica y terapéuticamente significativa. (Observación propia. Zeitschrift
für Psychiatrie).

Caso 159: hermafroditismo psíquico en una mujer

Hermafroditismo psíquico. Señora X., 26 años, padece de neurastenia. Presenta taras


hereditarias, sufre episodios obsesivos. Lleva siete años casada, tiene dos hijos sanos: un
niño y una niña de 6 y 4 años respectivamente. Se logra la confianza de la paciente. Esta
reconoce haber sentido desde siempre una mayor atracción por las personas de su propio
sexo. Respeta y quiere a su marido, pero las relaciones conyugales con él la repugnan. Ha
logrado desde el nacimiento de la hija pequeña que deje de cohabitar maritalmente con
ella. Ya en el internado para señoritas se interesaba por otras damas jóvenes de un modo
al que solo puede referirse como amor. No obstante, también se ha sentido
ocasionalmente atraída por algún caballero concreto y últimamente ha resultado
especialmente peligroso para su virtud cierto compañero de balneario. A menudo tiene
miedo de poder llegar a olvidarse de sí misma con él y evita por ello quedarse a solas con
dicho caballero. Pero solo se trata de episodios pasajeros en comparación con su
apasionada inclinación por las personas de su mismo sexo. Los besos y abrazos de estas,
el trato íntimo con ellas constituyen su verdadero anhelo. La no satisfacción de estos
impulsos la atormenta y tiene gran parte en su acentuado nerviosismo. La paciente no se
siente en un papel sexual determinado respecto de las personas de su propio sexo,
tampoco sabría hacer con ellas otra cosa que besarlas, abrazarlas, acariciarlas. La
paciente se tiene a sí misma por una naturaleza sensual. Es probable que se masturbe. Su
perversión sexual le parece “innatural, enfermiza”. Nada en la apariencia y comportamiento
de esta dama delata semejante anomalía.

Caso 160: hermafroditismo psíquico en una mujer


Hermafroditismo psíquico. La señora M., de 44 años, se presenta a sí misma como
ejemplo de que en una persona, ya sea hombre o mujer, se pueden dar tanto las
orientaciones contrarias de la vida sexual como las normales.

El padre de esta señora era muy musical, con un gran talento artístico en general,
desenfadado, un gran admirador del sexo opuesto, de extraordinaria belleza. Falleció
demente en un manicomio tras varios ataques de apoplejía. El hermano del padre era
neuropsicopático, fue un niño lunático, sufrió durante toda su vida de hiperestesia sexual.
Así, aunque estaba casado y era padre de hijos a su vez casados, cuando la señora M., su
sobrina, llegó a los 18 años, quiso raptarla. El padre del padre fue extremadamente
excéntrico, un artista de renombre, que había estudiado teología inicialmente; pero que,
arrastrado por una irrefrenable devoción por la musa dramática, se hizo mimo y cantante.
Se daba a los excesos in Baccho et Venere, era derrochador, amante del lujo, murió con
49 años de apoplexia cerebri. Tanto el padre de la madre como la madre misma murieron
de tuberculosis pulmonar.

La señora M. tuvo once hermanos, de los que solo quedan seis con vida. Dos hermanos
varones, que tenían una constitución física como la de la madre, murieron con 16 y 20
años respectivamente de tuberculosis. Otro varón padece tisis laríngea. Las cuatro
hermanas que quedan con vida han heredado la constitución física del padre, al igual que
la señora M. La mayor está sin casar, es muy nerviosa y tímida. Las dos hermanas
pequeñas están casadas y sanas, y tienen hijos sanos. La restante es virgo y padece de
los nervios.

La señora M. tiene cuatro hijos, varios de los cuales son delicados y neuropáticos.

La paciente no es capaz de referir nada de destacable a propósito de su niñez. Aprendía


con facilidad, tenía dotes poéticas y estéticas, tenía fama de exaltada, amante de leer
novelas e inclinada a lo sentimental, de constitución neuropática, extremadamente
sensible a los cambios de temperatura, la más mínima corriente de aire le provocaba una
molesta cutis anserina. Cabe destacar, asimismo, que la paciente, un buen día, teniendo
diez años y pensando que su madre no la quería, echó fósforos en el café y se lo bebió
para ponerse muy enferma y atraer el amor de la madre.

El desarrollo llegó a la edad de once años en ausencia de trastornos. De ahí en adelante,


menses con regularidad. Ya con anterioridad a la época de la pubertad comenzó el
despertar de la vida sexual, cuyos impulsos, según la propia visión de la paciente, han sido
colosales durante toda su vida. Los primeros sentimientos e impulsos fueron
decididamente homosexuales. La paciente experimentó una inclinación apasionada pero
totalmente platónica por una joven dama, compuso para ella sonetos y gacelas y se sentía
dichosa si podía contemplar los “arrebatadores encantos” de la venerada mientras se
bañaba o si al vestirse podía devorar con los ojos su espalda, hombros y pecho. El violento
deseo de tocar esos encantos corporales siempre fue reprimido. Siendo una muchacha
joven, estuvo verdaderamente enamorada de las madonnas de Rafael y Guido Reni. No le
quedaba tampoco otro remedio que andar durante horas detrás de muchachas y mujeres
hermosas hiciera frío o calor, admirar su donaire mientras acechaba la ocasión de
mostrarse obsequiosa con ellas, ofrecerles flores, etc. La paciente aseguró que hasta la
edad de 19 años no tuvo ni idea de la diferencia entre sexos porque debido a una tía
solterona y extremadamente mojigata tuvo una educación prácticamente de monja. De
resultas de este absoluto desconocimiento la paciente se convirtió en víctima de un
hombre que la amaba apasionadamente y que con sus tretas la arrastró al coito. Se
convirtió en esposa de este hombre, dio a luz a un hijo, vivió con aquel una vida sexual
“excéntrica” y se sintió perfectamente satisfecha con la relación conyugal. A los pocos
años quedó viuda. A partir de entonces las mujeres volvieron a convertirse en el objeto de
su inclinación, principalmente, según indica la paciente, por temor a las consecuencias de
las relaciones sexuales con un hombre.
Con 27 años, segundo matrimonio, sin inclinación, con un hombre enfermizo. La paciente
tuvo tres hijos, cumplió sus deberes como madre, se degradó físicamente, fue sintiendo en
los últimos años de este matrimonio cada vez menos deseo de consumar el coito, en parte
por su conciencia de la enfermedad del marido, aunque siempre sintió un poderoso deseo
de satisfacción sexual.

A los tres años de la muerte del segundo marido, la paciente descubrió que su hija de
nueve años, procedente de su primer matrimonio, se daba a la masturbación e iba
languideciendo. La paciente leyó en un diccionario de conversación sobre este vicio, no
pudo soportar el deseo de probarlo ella misma y se hizo onanista. No termina de decidirse
a hablar detalladamente sobre este periodo de su vida. Afirma que estuvo terriblemente
excitada, que un buen día tuvo que mandar a sus dos hijas fuera de casa para
preservarlas de “algo espantoso”, mientras que pudo dejar allí con ella a los dos chicos.

La paciente se volvió neurasténica ex masturbatione (irritación espinal, presión en la


cabeza, fatiga, inhibición psíquica, etc.), ocasasionalmente incluso distímica con
atormentado taed. vitae.

Su sentimiento sexual se orientaba tan pronto hacia la mujer como hacia el hombre.
Lograba contenerse, padecía fuertemente a causa de su abstinencia, a lo que se añadía
que, debido a sus afecciones neurasténicas, procuraba acudir a la masturbación
únicamente como último recurso. En la actualidad la paciente de 44 años, que sigue
menstruando con regularidad, padece terriblemente por la pasión que siente por un joven
cuya cercanía no puede evitar por motivos laborales.

La paciente es una personalidad que no destaca por su apariencia externa, de constitución


grácil y débil musculatura. Pelvis perfectamente femenina; brazos y piernas, sin embargo,
llamativamente grandes y de clara disposición masculina. Como no le vale el calzado de
mujer, pero no quiere llamar la atención, fuerza a sus pies a entrar en zapatos de mujer,
por lo que los tiene artificialmente deformados. Genitales con un desarrollo perfectamente
normal. Ausencia de alteraciones, a excepción de un descensus uteri con hipertrofia de la
porción vaginal. Durante la exploración la paciente se declara fundamentalmente
homosexual, siendo en ella el sentimiento y el impulso hacia el otro sexo únicamente algo
episódico, groseramente sensual. Así, aunque actualmente sufra de terribles impulsos
sexuales hacia ese hombre de su entorno, un goce más noble y elevado consiste para ella
en depositar un beso sobre una redondeada y suave mejilla de mujer. Este goce se le
presenta a menudo, pues dice ser muy querida entre las “queridas criaturas” como “tía
servicial”, pues siempre está dispuesta a prestarles de buen grado los más diversos
“servicios caballerescos” y se siente con ello más como un hombre.

Caso 161: sentimiento sexual contrario femenino

Sentimiento sexual contrario femenino. La señorita X. se dirigió a Krafft-Ebing en un escrito


con el siguiente contenido:

“Una persona de 50 años, que desde hace años padece del corazón y desde su más
temprana juventud presenta inclinación sexual contraria se ve empujada al borde mismo
de la desesperación por el matrimonio de una joven dama a la que ama de manera
indecible. Día y noche se ve asediada por ideas de suicidio y parece casi inevitable que
estas se pongan en práctica, pues la vida se ha convertido en un tormento permanente. Ni
el entorno ni la joven amiga tienen la más mínima idea del verdadero estado de ánimo de
la desdichada, y solo se sabe que padece una grave angustia. Esta persona, digna de
compasión, se ve expuesta día y noche a los más terribles tormentos, tiene que hacer un
esfuerzo hercúleo para atender a sus obligaciones domésticas y sociales, y ya no ve otro
remedio que la muerte. Quiero pasar de la tercera persona a la primera y preguntarle si
cree que estoy loca. En los últimos tiempos he tenido que luchar con muchas
preocupaciones y sobresaltos de otro tipo; pero la causa principal de mi estado de ánimo
es un anhelo infinito por la joven persona a la que amo. No está emparentada conmigo,
nos conocimos hace algunos años. Ella no sabe que le cogí un cariño indescriptible, como
tampoco sabe lo que he sufrido por su compromiso matrimonial, que se produjo
recientemente. Ella no entendería en modo alguno un amor como el mío y he tenido buen
cuidado de no apartarla de mí con alguna extravagancia. Siempre he interpretado
correctamente el papel de una amiga mayor, maternal. En mi juventud gané el corazón de
hombres honrados sin intención por mi parte y se han mantenido como amigos, puesto
que no me casé y tan indiferente me resultaba el uno como el otro por lo que hace al amor.
Todavía hoy me dice la gente que soy una naturaleza harmoniosa y totalmente femenina.
Pero no hay sensatez que pueda imponerse al tormento de celos que me provoca el
hombre que poseerá a esta criatura, que personifica todo lo que hay de amable, dulce,
noble y que ha tenido que cruzarse conmigo en mis últimos años para darme una idea de
lo que es la verdadera felicidad terrenal. Lo que no entiendo es que un corazón enfermo
resista este sufrimiento durante tanto tiempo sin romperse. Naturalmente, tengo dolores y
sensaciones extrañas en la zona del corazón, así como unas palpitaciones tan irregulares
que siento dolor, tengo la mayoría de las veces 100 pulsaciones, pero así y todo sigo
existiendo. Ojalá hubiese una manera natural y rápida de acabar; odio todo acto violento y
todo escándalo”.

Caso 162: homosexualidad

Homosexualidad. Señorita L., 55 años. Falta información sobre la familia del padre. Los
padres de la madre son descritos como irascibles, alterables y nerviosos. Un hermano de
la madre es epiléptico; otro, excéntrico y psíquicamente no normal.

La madre era sexualmente hiperestésica y durante mucho tiempo se comportó como una
Mesalina. Se la tenía por psicopática y murió con 69 años de una enfermedad cerebral.

La señorita L. se desarrolló normalmente, solo pasó enfermedades infantiles sin


importancia, tenía grandes dotes espirituales, pero era de constitución neuropática,
emotiva y se veía aquejada por todo tipo de tics.

Con 13 años, cuando faltaban todavía dos para la primera menstruación, se despertó en
ella la primera pasión amorosa por una muchacha de su edad, “un sentimiento soñador,
todavía completamente desprovisto de sensualidad”.

El segundo amor fue para una joven de más edad que ya estaba prometida. Apareció aquí
un anhelo sensual y atormentado, celos y “un sentimiento todavía poco claro de misteriosa
inconvenencia”; rechazada por esta dama, la paciente se enamoró de una mujer que le
sacaba veinte años y que era una feliz esposa y madre. Logró dominar sus sentimientos
sensuales de modo que esta mujer nunca llegase a imaginar el verdadero motivo de esta
apasionada “amistad”, que la otra, por su parte, correspondió durante 12 años. La paciente
describe ese largo tiempo como un verdadero martirio.

En los últimos años, desde los 25, había empezado a satisfacerse mediante la
masturbación. La paciente pensó por aquel entonces seriamente si una boda no podría ser
su salvación, pero su conciencia se oponía, pues podría haber transmitido su desgracia a
su descendencia o haber hecho infeliz a un marido que hubiera depositado su confianza
en ella.

Con 27 años una muchacha le hizo proposiciones sin ambages, le explicó que rechazarlas
era una tontería y la iluminó sobre el impulso homosexual que la dominaba. La paciente se
encontró atormentada. Toleraba las caricias de esta muchacha, pero no consintió en
relación sexual alguna, pues el placer sensual le resultaba repugnante en ausencia de
pasión amorosa.
Insatisfecha física y psíquicamente, se le fueron pasando los años con la conciencia de
vivir una vida frustrada. Se entusiasmaba de vez en cuando con damas procedentes de su
círculo de conocidos, pero conseguía dominarse. También consiguió liberarse de la
masturbación.

Con 38 años, la señorita L. conoció a una muchacha 19 años más joven que ella, de
singular belleza, pero procedente de una familia desmoralizada, y empujada desde
temprana edad por sus primas a la masturbación mutua. No es posible saber si esta
señorita A. representaba un caso de hermafroditismo psíquico o de sentimiento sexual
contrario. Lo primero es lo que parece más probable.

De la autobiografía de L. se desprende lo siguiente:

“A. era alumna mía y comenzó a hacerme objeto de un amor idólatra. Yo sentía por ella
simpatía en un alto grado. Sabía que mantenía con un libertino una relación amorosa que
no conducía a ninguna parte y que tenía una estrecha relación con sus primas, personas
desmoralizadas, así que no quise rechazarla. La compasión y el convencimiento de que,
en caso contrario, estaba abocada a la ruina moral me llevaron a tolerar que se fuera
aproximando.

Su inclinación hacia mí no me parecía peligrosa porque no me parecía posible que (por lo


que hace a su relació amorosa) dos pasiones (por un hombre y una mujer al mismo
tiempo) pudieran coexistir en un alma; por otra parte, me veía segura de mi capacidad de
resistencia. La mantuve, por tanto, en mi cercanía y renové mis propósitos morales.
Consideraba que era mi obligación servirme del amor que A. sentía por mí para
ennoblecerla. Qué poco tardaría en descubrir que todo esto era una vana locura. Un buen
día, mientras yo me encontraba dormitando, A. se las arregló para saciar su deseo en mí.
Me desperté a tiempo, y si hubiera tenido la suficiente fortaleza moral, todavía hubiera
podido rechazarla. Pero me hallaba terriblemente excitada, como embriagada… ella
venció.

Los sentimientos que vinieron a continuación son indescriptibles: aflicción por los
propósitos rotos, que hasta aquel momento había mantenido con gran esfuerzo; miedo a
ser descubierta y despreciada; gozo por haberme librado al fin del tormento de la vigilancia
y la lucha constantes; una sensualidad indecible; irritación hacia mi desdichada amiga y, al
mismo tiempo, un profundo sentimiento de ternura. A. se reía con toda tranquilidad de mi
excitación y procuraba calmarme con sus caricias.

Me acostumbré a la nueva situación. Nuestra unión duró largos años. Nos masturbábamos
mutuamente, pero nunca en exceso ni con cinismo.

Poco a poco el trato sensual entre nosotras fue desapareciendo. La ternura de A. se fue
apagando. La mía, en cambio, se mantuvo, aunque ya no sentía un deseo sensual. A.
empezó a hacer planes de matrimonio, en parte para resolverse la vida, pero más que
nada porque su sensualidad iba volviendo a los cauces normales. Consiguió encontrar
esposo. Ojalá le haga feliz, aunque lo dudo. Así, la perspectiva que tengo es ir pasando la
vejez sin alegría y sin paz, igual que me ocurrió con mi juventud.

Recuerdo con nostalgia los años que pasé con mi amada. No me pesa en la conciencia el
haber mantenido relaciones sexuales con ella porque fue ella quien me sedujo y yo intenté
por todos los medios salvarla de la ruina moral y hacer de ella una persona instruida y de
buenas costumbres, cosa que además conseguí. Además, me tranquiliza la idea de que
las leyes de la moral están pensadas solamente para las personas normales y no pueden
ser vinculantes para las anormales. Por otra parte, un ser de delicados sentimientos que
se sabe rechazado por la naturaleza y despreciado por la cultura no puede ser nunca
completamente feliz. Aun así, en mi interior había una paz melancólica y cuando, por
momentos, me parecía que A. era feliz, también lo era yo fugazmente.

Esta es la historia de una desdichada, a la que un siniestro capricho de la naturaleza


desposeyó de toda alegría y la puso en manos de la congoja”.

Tuve ocasión de conocer a la autora de esta historia de su vida y de sus sufrimientos. Era
una personalidad de exquisita formación, con rasgos rudos y constitución huesuda pero
perfectamente femenina. Hace ya algunos años que pasó el climaterio sin grandes
molestias. Se siente desde entonces libre de movimientos sensuales. Nunca se ha sentido
en un papel determinado respecto de la amada. Nunca ha experimentado atracción
sensual alguna por los hombres.

Preguntada acerca de las circunstancias familiares y de salud de la que fue su amada, la


señorita L. proporcionó información que no deja lugar a dudas sobre la presencia de
importantes taras en A., en tanto en cuanto su padre falleció en el manicomio, su madre
sufrió alienación durante el climaterio, las neurosis abundaban en la familia y A. se vio
aquejada durante largo tiempo de una grave histeropatía con episodios de delirio
alucinatorio transitorio.

Caso 163: homosexualidad

Homosexualidad. S. J., 38 años, institutriz, acudió a mí en busca de consejo médico con


motivo de una afección nerviosa. El padre sufrió una enfermedad mental transitoria y murió
a consecuencia de una enfermedad cerebral. La paciente es hija única, padeció ya desde
una edad temprana de miedos y obsesiones; por ejemplo, que se iba a despertar en el
ataúd después de que lo cerraran, que podía contar durante la confesión algo indigno que
hubiera olvidado. Sufría frecuentes dolores de cabeza, se hallaba siempre muy alterada,
asustadiza, pero al mismo tiempo sentía la necesidad de ver cosas excitantes como, por
ejemplo, cadáveres.

Desde la más tierna infancia, la paciente estaba sexualmente alterada y llegó a la


masturbación sin ser incitada a ello. El periodo se inició con 14 años y vino siempre
acompañado de dolores propios de cólico, intensa excitación sexual, migrañas y desazón
espiritual. A partir de los 18 años, la paciente aprendió a reprimir sus impulsos
masturbatorios.

La paciente nunca había sentido inclinación por una persona del otro sexo. Si pensaba en
casarse, era solamente porque deseaba resolver su vida con el matrimonio. En cambio, se
sentía poderosamente atraída por las muchachas. Al principio tomó esa inclinación por
amistad, pero después se dio cuenta de que esos sentimientos eran algo más que amistad
por la profundidad del sentimiento de atracción hacia esas amigas y por el hondo anhelo
de ellas que sentía constantemente.

A la paciente le resulta inconcebible que una muchacha pueda amar a un hombre.


Entiende, en cambio, que a un hombre le pueda ocurrir eso mismo con una muchacha.
Siempre ha sentido un vivo interés por las mujeres y muchachas hermosas y su visión la
ha excitado poderosamente. Su anhelo ha sido siempre besar y abrazar a estas adorables
criaturas. Nunca ha soñado con un hombre, sino tan solo con muchachas. Su placer ha
consistido en deleitarse en su contemplación. La separación de tales “amigas” le ha
causado siempre deseperación. La paciente, de apariencia externa perfectamente
femenina y decente, asegura no haberse sentido nunca en un papel determinado respecto
de sus amigas, ni siquiera en sueños placenteros. Pelvis femenina, grandes mammae, sin
rastro de barba.

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