Psychopatis Sexualis
Psychopatis Sexualis
Psychopatis Sexualis
Este blog se va actualizando con la traducción de estos casos desde el original alemán
(14.ª ed., Stuttgart: Enke, 1912). Se hace así accesible a los lectores hispanohablantes
una obra fundamental y poco conocida conocida hasta ahora en nuestro ámbito lingüístico
y cultural.
Caso 1. J. René, inclinado desde siempre a los placeres sensuales y sexuales, pero
guardando el decoro, daba muestras a partir de los 76 años de edad de una paulatina
pérdida de inteligencia y un avance en la perversión del sentido moral. Si antes era avaro,
extremadamente decente, consumpsit bona sua cum meretricibus, lupanaria frequentabat,
ab omni femina in via occurente, ut uxor fiat sua voluit, aut ut coitum concederet, y
atentaba tan gravemente contra la decencia pública que hubo que internarle en un
manicomio. Allí su excitación sexual aumentó hasta llegar a un estado de verdadera
satiriasis, que se mantuvo hasta la muerte. Semper masturbavit et aliis praesentibus,
delirium ejus plenum erat obscoenis imaginibus, viros qui circa eum erant, mulieres eos
esse ratus, sordidis postulationibus vexavit (Legrand du Saulle, La folie p. 533).
Con la demencia senil, también señoras que han sido mujeres respetables pueden caer en
tales estados de excitación sexual extrema (ninfomanía, furor uterino).
Caso 2. Señor X, de 80 años, elevada posición, familia con tara hereditaria, desde siempre
con gran apetito sexual, y cínico, de carácter anormal e irascible, ya desde joven prefería
la masturbación al coito según reconoce él mismo, pero no dio nunca muestras de
sexualidad contraria, tuvo queridas, engendró un hijo con una de ellas, se casó con 48
años por inclinación, engendró todavía 6 hijos, nunca dio motivo de queja a su esposa
durante su matrimonio. La información que pude obtener sobre la situación familiar es
incompleta. Sí constan sospechas de que a su hermano le gustaban los hombres y de que
su sobrino perdió el juicio por abusar de la masturbación.
Desde hace años, el carácter del paciente, de suyo extraño e irascible, viene
extremándose. Se ha vuelto tremendamente desconfiado y basta con contrariar
mínimamente sus deseos para que incurra en explosiones emocionales e incluso ataques
de cólera durante los cuales llega a levantarle la mano a su esposa.
Desde hace un año presenta signos claros de una incipiente demencia senil. El paciente
se ha vuelto olvidadizo, ubica incorrectamente episodios del pasado y su orientación
temporal es deficiente. Desde hace 14 meses se observa en el anciano un verdadero
enamoramiento respecto de algunos sirvientes masculinos, especialmente un joven
jardinero. Normalmente se muestra áspero y distinguido ante los subordinados, pero a este
favorito le colma de atenciones y dádivas y ordena a la familia y al servicio que le traten
con el máximo respeto. El anciano espera el momento del encuentro con verdadero ardor
sensual. Echa a la familia para quedarse a sus anchas con el favorito, permanece
encerrado con él durante horas y cuando las puertas se abren de nuevo aparece agotado
en la cama. Además de con este querido, el paciente ha mantenido también relaciones
esporádicas con otros sirvientes. Hoc constat amatus eum ad se trahere, ab iis oscula
concupiscere, genitalia sua tangi jubere itaque masturbationem mutuam fieri. Este
comportamiento ha dado lugar a una desmoralización en toda regla. La familia se halla
impotente, pues toda oposición por su parte desencadena ataques de cólera durante los
cuales llega a amenazar a sus parientes. El paciente se entrega sin miramientos a sus
perversos actos sexuales, de modo que a su desconsolada familia (personas de alta
consideración) no le queda otro remedio que incapacitarlo e ingresarlo en un manicomio.
No se aprecia excitación erótica alguna ante el sexo opuesto, aunque el paciente comparte
lecho con su esposa. Cabe destacar en relación con la perversa sexualidad y profunda
degradación del sentido moral de este desdichado el hecho de que pregunte a
[Psychopathia sexualis, caso 3]
Caso 4. W., 25 años, vendedor, supuestamente sin taras, nunca ha estado enfermo de
gravedad, nunca se ha masturbado, desde los 19 años de edad poluciones ocasionales,
por lo general acompañadas de sueños libidinosos. A partir de los 21 años, muy
raramente, coitos, actos casi masturbatorios en el cuerpo de la mujer, sine ulla voluptate.
W. asegura que realizó tales intentos únicamente por curiosidad y que pronto los
abandonó por ausencia de necesidad, satisfacción e incluso erección. Tampoco se ha
visto nunca atraído por el propio sexo. Su defecto no le resulta penoso. Ética y
estéticamente no presenta síntomas carenciales.
Caso 5. F., 36 años, jornalero, fue ingresado en mi clínica a principios de noviembre por
parálisis espinal espástica. Asegura proceder de familia sana. Desde su juventud,
tartamudo. Microcefalia. Paciente afectado de cierta imbecilidad. Nunca fue sociable,
nunca había experimentado excitación sexual. La visión de una mujer nunca tuvo para él
atractivo alguno. Nunca experimentó impulsos masturbatorios. Erecciones frecuentes, pero
solamente por las mañanas, al despertar, con la vejiga llena y sin rastro de excitación
sexual. Raramente poluciones, aproximadamente una vez al año durante el sueño, por lo
general acompañadas de sueños en los que tiene algo que ver con un individuo de sexo
femenino. Pero estos sueños tampoco tienen un contenido erótico explícito, como no lo
tienen sus sueños en general. Al parecer, el acto de la polución no va acompañado de
verdadero placer. El paciente no tiene conciencia de su falta de sensaciones sexuales.
Asegura que su hermano, de 34 años, es idéntico a él en lo sexual; en cuanto a su
hermana, de 21, le parece también probable. Según él, un hermano más joven tiene una
disposición sexual normal. La exploración de los genitales del paciente no revela anomalía
alguna, excepto fimosis.
Caso 6. Señor W., 33 años, fuerte, sano, con genitales normales, nunca ha experimentado
libido, ha intentado sin éxito despertar su ausente impulso sexual mediante lecturas
obscenas y relaciones con meretrices. En estos intentos sólo sintió un asco que le llevó
hasta el vómito, agotamiento nervioso y físico, y, tan solo una vez que forzó la situación,
una erección momentánea. W. nunca se ha masturbado, desde los 17 años ha tenido una
polución cada par de meses. Intereses importantes le movieron a casarse. No tenía miedo
a las mujeres, deseaba tener hogar y esposa, pero se sentía incapaz de consumar el acto
sexual, y murió soltero en la guerra civil americana.
[Psychopathia sexualis, caso 6]
Caso 8. Señora O., de constitución normal, sana, menstruación regular, 35 años, casada
desde hace 15, nunca ha experimentado libido, nunca ha sentido excitación erótica
durante el contacto sexual con su cónyuge. No sentía aversión hacia el coito, a veces
incluso parecía encontrarlo agradable, pero nunca sintió el deseo de repetir el acto de la
cohabitación.
Caso 9. F. J., 19 años, estudiante, hijo de una madre nerviosa cuya hermana era
epiléptica. Con 4 años, afección cerebral aguda durante 14 días. De niño insensible, frío
para con sus padres; como escolar, raro, cerrado, se aislaba y se dedicaba a cavilar y a
leer. Con talento. Desde los 15 años onanismo. Desde la pubertad, excentricidad,
constantes alternativas entre el fervor religioso y el materialismo, estudios de teología y
ciencias naturales. En la universidad los compañeros le tomaban por un chiflado.
Solamente leía a Jean Paul, desperdiciaba el tiempo. Total ausencia de sentimientos
sexuales hacia el otro sexo. Una vez se dignó a realizar el coito, pero no experimentó
sensación sexual alguna, le pareció una estupidez y no trató de repetirlo. Sin base
emocional alguna, le rondaba la idea del suicidio; escogió este como tema de una
disertación filosófica en la que lo presentaba, junto con la masturbación, como un acto
totalmente aconsejable. Tras repetidos intentos con diversos venenos, probó con 57
granos de opio, pero le salvaron y le trasladaron a un manicomio.
El paciente carece de todo sentido moral y social. Sus escritos revelan una increíble
frivolidad y banalidad. Posee amplios conocimientos, pero su lógica es caprichosa y
extravagante. No hay rastro de manifestaciones afectivas. Trata todos los temas con
indiferencia e ironía sin igual, incluso los más elevados. Con sofisterías y falacias defiende
el suicidio, que pretende llevar a cabo como lo haría una persona cualquiera con el más
nimio asunto. Lamenta que le hayan quitado la navaja. Si no, se hubiera podido cortar las
venas en la bañera como Séneca. Un amigo le había dado hacía poco un laxante en lugar
del veneno que quería. En lugar de acabar en el otro mundo, acabó en el retrete. Dice que
su “vieja, extravagante y absurda idea” solo se la puede extirpar el gran cirujano de la
guadaña, etc.
El paciente posee un gran cráneo romboidal, la parte izquierda de la frente está más
aplanada que la derecha. La parte trasera de la cabeza presenta una fuerte inclinación.
Orejas en posición muy atrasada y muy abiertas, el conducto auditivo externo forma una
estrecha rendija. Genitales muy fofos, testículos inusitadamente blandos y pequeños.
Al cabo de un año, el paciente fue dado de alta sin mejoría, seguía dedicando su tiempo a
leer, pasear, pensaba en fundar un nuevo cristianismo porque Cristo había sido un
megalómano y había engañado al mundo con milagros (!). Tras un año de estancia en
casa fue ingresado nuevamente por un súbito episodio de excitación psíquica. Presentaba
una mezcla de delirio persecutorio primordial (demonio, Anticristo, dice que le persiguen,
temor al envenenamiento, voces que le persiguen) y de grandeza (se cree Cristo,
redención del mundo), todo esto concurre con acciones impulsivas en medio de una gran
confusión. Tras cinco meses remitió esta enfermedad mental intercurrente y el paciente
volvió a su extravagancia intelectual originaria y a sus defectos morales.
Caso 10. E., 30 años, oficial pintor (desempleado), fue ingresado tras intentar amputar el
escroto a un muchacho al que se había llevado al bosque. Motivó su propósito diciendo
que quería cortarlo para que la tierra no se reproduzca; al parecer se había causado ya
frecuentemente cortes en sus propios genitales durante su juventud con este mismo
propósito.
Caso 11. P., cabeza de familia, 53 años, casado, según parece sin taras hereditarias, sin
antecedentes epilépticos, bebedor moderado, sin signos de senilidad precoz, según
información de su mujer se comportó durante todo el periodo de su matrimonio, contraído
con 28 años, de manera hipersexual, extremadamente libidinosa, enormemente potente,
resultaba insaciable en la relación sexual conyugal. Durante el coito resultaba “animal,
salvaje, le temblaba todo el cuerpo, resoplaba”, por lo que su esposa, algo frígida,
experimentaba cierta repulsión y sentía el cumplimiento del débito conyugal como un
tormento.
Él, que la atormentaba con sus celos, había seducido al poco de casarse a la hermana de
su mujer, una muchacha inocente con la que engendró un hijo. En 1873 se trajo a casa a
madre e hijo. Tenía ya dos mujeres, prefería a la cuñada, cosa que su mujer toleraba como
mal menor. Con los años la libido iba más bien en aumento, aunque la potencia iba
decayendo. A menudo recurría a la masturbación, incluso inmediatamente después del
coito, sin que al cínico le incomodase la presencia de las mujeres. Desde 1892 abusaba de
su pupila de 16 años, puellam coagere solebat, ut eum masturbaret. Llegó a intentar a
punta de pistola obligar a la muchacha a practicar el coito. Lo mismo intentó con su hija
extramarital, de modo que hubo que poner a las dos a salvo de él en repetidas ocasiones.
En la clínica P. se comportaba con tranquilidad y decencia. Utilizaba su hipersexualidad
como disculpa. Decía que lo que había hecho no estaba bien, pero no había podido
evitarlo. La frigidez de su esposa le había empujado al adulterio. No hay trastorno de la
inteligencia, pero sí ausencia de todo sentimiento ético. Durante los 25 años de
matrimonio, varios ataque epilépticos. Sin signos degenerativos.
Z., 36 años, casado desde hace 12, padre de 7 hijos, director de escuela, confiesa haber
realizado un acto masturbatorio durante la clase en una mesa cerrada de cara a las
alumnas, pero de modo que estas se dieron cuenta. La noche anterior había bebido más
de lo habitual, poco antes de empezar la clase había recibido un disgusto, dice haberse
hallado en estado de excitación sexual con ardor del pene erecto como consecuencia de la
visión de una alumna de 15 años cuya figura ya le atraía desde hacía tiempo y que,
habiendo perdido el control de sí mismo, se agarró los genitales, tras lo cual sobrevino
inmediatamente la eyaculación. Entonces se da cuenta por fin de la situación y de la
vergüenza, dice haberse sentido consternado y solamente recuperó la tranquilidad al
pensar que las muchachas no habrían notado nada. Z. no pudo aducir como excusa
perturbación mental, amnesia durante el transcurso de su excitación sexual.
Como su historial hasta entonces era intachable, las autoridades entendieron que había
actuado bajo condiciones morbosas y decidieron consultar a un experto.
De mi exploración cabe destacar lo siguiente: Z. procede de padres sanos. 2 parientes
consanguíneos fueron epilépticos. Con 13 años, fuerte conmoción cerebral seguida de
demencia aguda durante tres semanas. Desde entonces gran irritabilidad e intolerancia al
alcohol.
A partir de los 16 años de edad, despertar de la vita sexualis con anormal intensidad y
gran excitabilidad sexual, de modo que bastaba con una lectura osbcena, la contemplación
de una imagen femenina, para provocar una eyaculación y el consiguiente alivio.
Ocasionalmente, también masturbación. A partir de los 18 años coito ocasional. Sin
embargo, normalmente le bastaba con tocar el brazo de una mujer para llegar al orgasmo
y la eyaculación. Matrimonio con 24 años. Coito hasta 3 y 4 veces diarias, pero además
masturbación y satisfacción con coito ideal.
Tras el nacimiento del cuarto hijo (hace 3 años) tuvo que moderarse en la práctica del sexo
por motivos económicos. Sentía rechazo por los medios anticonceptivos. Se aliviaba
mediante la automasturbación, tactus feminarum y polución diurna así provocada, pero
todo esto no bastaba. Se hallaba en un estado de continua excitación sexual, cada seis
semanas aproximadamente entraba en un estado de tal ardor sexual que se sentía privado
de voluntad y razón y solo conseguía refrenar el impulso sexual de agressio feminarum
mediante masturbación forzada. Desde esa época de relativa abstinencia Z. se había
vuelto extremadamente irascible, irritable, hasta el punto de golpear, gritar sin motivo a
mujer e hijos.
Tenía claro que no podía continuar como maestro en una escuela femenina,
responsabilizaba de lo ocurrido a su sensualidad innatural e irrefrenable.
No intentó quitarle importancia a su acción, pero indicó que últimamente tenía los nervios
destrozados por su libido insatisfecha y la sobrecarga de trabajo (hasta 12 horas diarias de
clase).
En mi informe hice constar que Z. presentaba una vita sexual de intensidad morbosa,
probablemente padecía epilepsia y había cometido el delito en un estado de alteración
sexual en el que su autocontrol quedó reducido al mínimo. Se renunció a llevar el caso a
los tribunales y se le jubiló.
Caso 13. El 11 de julio de 1884 se ingresó a R., de 33 años, empleado, con paranoia
persecutoria y neurastenia sexual. Su madre era neurópata. El padre murió de una
enfermedad de la médula espinal. Desde niño, con un fuerte impulso sexual que se vuelve
consciente a partir del sexto año. Desde entonces, masturbación, a partir de los 15 años, a
falta de otra cosa, pederastia, ocasionalmente con impulsos sodomíticos. Más tarde abuso
del coito en el matrimonio cum uxore. De vez en cuando incluso impulsos perversos:
practicar cunnilingus, traerle cantáridas a su mujer porque la libido de esta no estaba a la
altura de la suya. Tras un breve matrimonio murió su mujer. El paciente se encontró en
una situación difícil, carecía de medios para practicar el coito. Nuevamente masturbación,
uso de la lengua del perro para alcanzar la eyaculación. De vez en cuando estados
cercanos al priapismo y la satiriasis. Se veía obligado entonces a masturbarse para evitar
el estupro. Según se fueron apoderando de él la neurastenia sexual y los arrebatos
hipocondriacos, fue disminuyendo la libido nimia, algo que recibió con alivio.
Caso 14. Uno de mis clientes, con tara hereditaria, tipo raro, casado con una mujer de
belleza extraordinaria y vivo temperamento, sentía repulsión precisamente por la pureza y
finura de la piel de su mujer y su elegante toilette, lo que le producía impotencia, mientras
que todo lo contrario le acontecía si podía mantener relaciones con una persona ordinaria
y verdaderamente sucia (fetichismo). En cambio, podía suceder que paseando con su
mujer por algún lugar solitario la forzara a realizar el coito, la arrojara violentamente al
suelo al negarse ella y saciara sus apetitos, por ejemplo, en la pradera de un bosque o
entre los matorrales. Cuanto más se resistía la señora, más se excitaba él. En ese
momento su potencia no dejaba nada que desear. De manera análoga procedía en lugares
en que había peligro de ser descubiertos, por ejemplo, durante un viaje en tren o en el
retrete de un restaurante, mientras que en el lecho conyugal nunca surgía deseo.
Caso 15. El 15 de abril de 1880 desapareció una niña de cuatro años de casa de sus
padres. El 16 se detuvo a Menesclou, uno de los inquilinos del inmueble. En sus bolsillos
se encontraron los antebrazos de la criatura, de la estufa se recuperaron la cabeza y
vísceras medio carbonizadas. También en el retrete se encontraron partes del cadáver.
Los genitales no aparecieron. La turbación se apoderó de M. al ser preguntado sobre su
paradero. Las circunstancias, así como un poema deshonesto que llevaba consigo, no
dejaban lugar a dudas: había abusado de la niña y después la había asesinado. M. no
expresó remordimiento alguno, consideraba su acción una simple desgracia. Su
inteligencia es limitada. No presenta signos de degeneración anatómica, es duro de oído,
escrofuloso.
M. tiene ahora 20 años, cuando tenía 9 meses sufrió convulsiones; después, sueño
intranquilo, enuresis nocturna, era nervioso, tuvo un desarrollo tardío y deficiente. A partir
de la pubertad se volvió irascible, mostraba malas inclinaciones, era perezoso,
desobediente; no valía para ninguna ocupación. Ni siquiera mejoró en el correccional. Se
le alistó en la marina, tampoco allí respondió. De vuelta en casa, robaba a sus padres,
andaba en malas compañías. No iba detrás de mujeres, se daba al onanismo
afanosamente, de vez en cuando penetraba perras. Su madre padecía manía menstrual
periódica, un tío había perdido el juicio, otro se daba a la bebida.
Caso 16. Alton, dependiente, sale a pasear en Inglaterra por los alrededores de la ciudad.
Atrae a una niña a los matorrales, regresa al cabo de un rato al trabajo y apunta en su
diario: “Killed to-day a young girl it was fine and hot”.
Su padre había sufrido un ataque de manía aguda, un pariente próximo había padecido de
manía con impulsos asesinos. A. fue ejecutado.
Caso 17. Jack el destripador. El 1-12-1887, 7-8, 8-9, 30-9, en octubre, el 9-11-1888, el 1-6,
17-7, 10-9-1889 se encontraron en diversos barrios de Londres cadáveres de mujeres
matadas y mutiladas de manera extraña, sin que se pudiera dar con el asesino.
Probablemente, degolló primero a sus víctimas movido por una lujuria animal, después les
abrió el vientre y hurgó en las entrañas. En numerosos casos, cortó los genitales externos
e internos y se los llevó, seguramente para volver a excitarse después con su
contemplación. Otras veces se conformaba con descuartizarlos sobre el terreno. Es de
suponer que no atentara sexualmente contra las 11 víctimas de su perverso impulso
sexual, sino que en su caso el asesinato y mutilación hiciera las veces del acto sexual
(Mac-Donald, le criminel-type, 2. edit. Lyon 1884… Spitzka, The Journal of nervous
V., nacido en 1869, de padres honrados, de familia mentalmente sana, sin haber padecido
nunca enfermedad grave, desde la infancia malicioso, perezoso, imposible de mantener en
ocupación alguna, con 20 años había tratado de abusar de una criatura, durante el servicio
militar se había ganado fama de mala persona y había sido expulsado en 1893 por
“trastornos psíquicos” (discursos confusos, delirio persecutorio transitorio, amenazas,
irritabilidad extrema). En 1893 hirió a una joven que no se quiso casar con él, cometió a
continuación intento de suicidio (tiro en la cabeza por la oreja derecha con secuela de
sordera del lado derecho y parálisis facial). Ingresó en el manicomio, donde se le
diagnosticó delirio persecutorio. El 1 de abril de 1894 se le dio el alta una vez restablecido.
A partir de entonces se dedicó a vagabundear y cometió crímenes espantosos: el 20 de
marzo de 1894 estranguló a la joven Delhomme, de 21 años, a continuación la degolló,
pisoteó el cuerpo, arrancó parte del busto derecho y consumó seguidamente el coito con el
cadáver. Esto mismo, excepto la violación, fue lo que hizo el 20 de noviembre de 1894 con
la niña de 13 años Marcel, y también el 12 de mayo de 1895 con la joven de 17 años
Mortureux. El 24 de agosto de 1895 estranguló y posteriormente abusó de la señora
Morand, de 58 años, el 22 le cortó el cuello a la joven Alaise, de 16 años, y trató de abrirle
el vientre. El 29 de septiembre cometió con el pastorcillo de 14 años Pelet el mismo crimen
que posteriormente cometería con Portalier, produciéndole heridas en los genitales y
cometiendo una agresión inmoral con el cadáver.
El 1 de marzo de 1896 trató de violar a la niña de 11 años Derouet, pero fue ahuyentado
por un guarda de campo. El 10 de septiembre cometió su crimen habitual con la señora
Mounier, una joven recién casada de 19 años, el 1 de octubre de 1896 con la pastora
Rodier, de 14 años, a la que le cortó los genitales externos, que se llevó consigo. A finales
de mayo de 1897 asesinó a un vagabundo de 14 años llamado Beaupied degollándolo y
arrojando posteriormente el cadáver a un pozo. El 18 de junio asesinó a un pastor de 13
años llamado Laurent y violó el cadáver. Poco después trató de atentar contra la señora
Plantier, pero esta recibió auxilio. Lamentablemente, escapó.
Quedó demostrado sin lugar a dudas que V. había cometido sus crímenes a sangre fría,
con plena conciencia, sin encontrarse en ningún tipo de estado psíquico de excepción.
Todo esto ocurrió en los rincones más diversos de Francia, que V. había recorrido de cabo
a rabo.
Caso 19. Leger, viticultor, 24 años, desde su juventud hosco, cerrado, huraño. Se marcha
en busca de trabajo. Pasa 8 días en el bosque, puellam apprehendit XII annorum;
stupratae genitalia mutilat, cor eripit, come de él, bebe la sangre y entierra el cadáver. Tras
ser detenido, al principio lo niega, pero acaba confesando su crimen con frío cinismo.
Escucha con indiferencia la sentencia de muerte y es ejecutado. Esquirol halló en la
autopsia adherencias morbosas entre las meninges y el cerebro (Georget, Darstellung der
Prozesse Leger, Feldtmann usw., traducido por Amelung, Darmstadt 1827).
En 1864, tras ser rechazada la propuesta de matrimonio que le hizo a una viuda, engendró
odio hacia las mujeres y el 8 de julio deambulaba con el propósito de asesinar a un
miembro de ese odiado sexo.
Caso 21. Vinzenz Verzeni, nacido en 1849, desde el 11 de enero de 1872 en prisión,
acusado de: 1. intento de estrangulamiento de su tía Marianne hace cuatro años mientras
esta yacía enferma en la cama; 2. del mismo delito contra Arsuffi, mujer casada de 27
años; 3. de intento de estrangulamiento de Gala, mujer casada, apretándole el cuello
mientras estaba de rodillas sobre su cuerpo; además, sospechoso de los siguientes
asesinatos:
En diciembre, Johanna Motta, de 14 años, se encaminó una mañana entre las 7 y las 8
hacia un pueblo vecino. Como no regresaba, su jefe salió en su busca y halló el cadáver
en los alrededores del pueblo, junto a un camino, atrozmente mutilado, con innumerables
heridas. Los intestinos y genitales habían sido extraídos del cuerpo abierto y se hallaron en
las inmediaciones. La desnudez del cadáver y las erosiones en los muslos apuntaban a
una agresión deshonesta, la boca llena de tierra indicaba asfixia. Cerca del cadáver, bajo
un montón de paja, se encontró un trozo arrancado de la pantorrilla derecha y jirones de
ropa. No se pudo dar con el culpable.
V. confesó finalmente sus crímenes y los motivos de estos. Al cometerlos experimentó una
sensación indescriptiblemente agradable (libidinosa), acompañada de erección y
eyaculación. Le bastaba con rozar apenas el cuello de sus víctimas para que le asaltaran
sensaciones sexuales. Le daba igual, por lo que respecta a estas sensaciones, que las
mujeres fueran viejas, jóvenes, feas o guapas. Por lo general, le bastaba con oprimirles el
cuello para obtener placer y después las dejaba con vida -en los dos casos mencionados,
la satisfacción sexual se hizo esperar y él siguió apretando hasta que sus víctimas
murieron-. Su placer en estos estrangulamientos superaba al de la masturbación. Las
excoriaciones en los muslos de Motta fueron producidas por sus dientes mientras chupaba
la sangre con delectación. Succionó un trozo de pantorrilla y después se lo llevó a casa
para asarlo, pero por el camino lo ocultó bajo un montón de paja por miedo a que le
descubriera su madre. También transportó consigo la ropa y las entrañas durante un
trecho porque disfrutaba olfateándolas y manoseándolas. La fuerza que tenía en estos
momentos de máxima libidinosidad era enorme. Nunca ha sido un loco; mientras cometía
sus crímenes no veía nada más (probablemente, suspensión de la percepción y actuación
instintiva provocadas por excitación sexual extrema). Después tenía siempre una
sensación muy placentera, un sentimiento de gran satisfacción; nunca sintió
remordimientos de conciencia. En ningún momento se le ocurrió tocar los órganos
sexuales de las mujeres agredidas o violar a sus víctimas, le bastaba con estrangularlas y
chuparles la sangre. Parece que la información proporcionada por este vampiro moderno
se basa en hechos reales. Al parecer, los impulsos sexuales normales le eran ajenos -tuvo
dos queridas a las que se conformaba con mirar- él mismo se sorprende de no haber
sentido ganas de estrangularlas o de oprimirlas con sus manos, pero tampoco obtuvo de
ellas el mismo placer que con sus víctimas. No se halló en él rastro de sentido moral,
arrepentimiento ni nada parecido.
Verzeni mismo dice que convendría mantenerle encerrado porque en libertad es incapaz
de resistirse a sus deseos.
“Incredibilem voluptatem habui feminas suffocans, erectiones tum sensi atque vera libidine
affectus sum. Vel vestimenta mulierum olfacere voluptatem mihi adtulit. In suffocando
feminas maiorem voluptatem inveni quam in masturbando. Al beber la sangre de Motta
sentí un gran bienestar. También me producía gran placer quitarles a las asesinadas las
horquillas del pelo.
“La ropa y las entrañas me las llevé por deseo de olerlas y tocarlas. Mi madre me pilló al
final porque después de cada asesinato o intento de asesinato me encontraba manchas de
semen en la camisa. No estoy loco, pero en el instante del estrangulamiento ya no veía
otra cosa. Después de cometer los asesinatos me
quedaba satisfecho, a gusto. Nunca se me ocurrió tocar los órganos sexuales y demás o
contemplarlos. Me bastaba con oprimirles el cuello a las mujeres y chuparles la sangre. A
día de hoy sigo sin saber cómo está hecha una mujer.
“Durante el estrangulamiento y después de este, me tocaba por todo el cuerpo sin prestar
más atención a una parte que a otra”.
V. llegó a sus actos perversos por sí solo tras percatarse con 12 años de que le acometía
una extraña sensación libidinosa al retorcerles el pescuezo a las gallinas. Por eso a veces
las mataba en masa y contaba luego que se había colado una comadreja en el corral.
(Lombroso, Goltdammers Archiv, vol. 30, p. 13).
Caso 22. Un tal Grujo, de 41 años, hasta entonces de conducta irreprochable, casado 3
veces, estranguló a 6 mujeres en un periodo de 10 años. Casi todas eran mujeres públicas
y ya bastante mayores. Suffocatis per vaginam intestina et renes extraxit. Nonullas miseras
ante mortem stupravit, alias (si forse impotens erat) non stupravit. Cometió sus atrocidades
con tal precaución que pasaron 10 años hasta que se le descubrió.
Con el tiempo sintió la necesidad de llevar a la práctica tales situaciones con cadáveres
reales.
A falta de cadáveres humanos, se hacía con cadáveres de animales, les abría el cuerpo,
extraía las entrañas y se masturbaba al mismo tiempo. Afirma haber obtenido así un placer
indescriptible. En 1846 ya no le bastaban los cadáveres. Empezó a matar perros y a
proceder con ellos de la manera descrita. A finales de 1846 sintió por primera vez deseos
de utilizar cadáveres humanos. Al principio no se atrevía. En 1847, al percatarse por
casualidad de que había en el cementerio una tumba con un cadáver recién enterrado,
sintió esta necesidad (acompañada de dolor de cabeza y palpitaciones) con tal fuerza que
desenterró el cadáver aunque había gente en los alrededores y corría el peligro de ser
descubierto. A falta de un instrumento adecuado para descuartizarlo, se conformó con
golpearlo furiosamente con la pala del enterrador.
En julio de 1848 dio por casualidad con el cadáver de una joven de unos 16 años.
Se despertó entonces en él por primera vez el deseo de realizar el coito con el cadáver.
“Lo cubrí de besos por todas partes, lo apreté como enloquecido contra mi corazón. Todo
lo que pueda uno disfrutar con una mujer viva no era nada en comparación con el placer
que sentí. Después de disfrutar del cadáver durante un cuarto de hora aproximadamente,
lo despedacé como de costumbre y lo destripé. Luego lo enterré de nuevo”.
B. afirma que a partir de este atentado empezó a sentir por primera vez la necesidad de
servirse sexualmente de los cadáveres antes de despedazarlos y que posteriormente lo
llevó a la práctica con los cuerpos sin vida de unas tres mujeres. Pero el verdadero motivo
de la exhumación seguía siendo el descuartizamiento, y el placer obtenido con esta
práctica seguía siendo mayor que usando sexualmente los cadáveres.
Esto último no representaba sino un simple episodio del acto principal y nunca llegó a
calmar su apetito, por lo que siempre despedazaba a continuación ese mismo cadáver u
otro.
(Michea, Union méd. 1849. – Lunier, Annal. méd. psychol. 1849, p. 153. – Tardieu,
Attentats aux moeurs, 1878, p. 114. – Legrand, La folie devant les tribun. p. 524.).
Caso 24. Un tal Ardisson, nacido en 1872, en el seno de una familia de criminales y locos.
Problemas de aprendizaje, no era bebedor, sin antecedentes epilépticos, no había estado
nunca enfermo, pero mentalmente débil. Su padre adoptivo, con el que convivía, era un
ser moralmente degradado. Al llegar a la pubertad A. se dio a la masturbación, devorare
solebat sperma proprium, porque “era una pena que se perdiera”. Andaba detrás de las
chicas, no comprendía que le rechazaran. Loco quo mulieres urinaverunt, lotium bibere
solebat. No encontraba nada de malo en ello. En el pueblo era conocido como felador por
dinero. Compartía con su padre adoptivo los favores de mendigas que dormían en su
casa. Practicaba con gusto fornicatio, también era fetichista de mamas y le encantaba
mammas sugere. Con el tiempo fue a dar en la necrofilia. Desenterraba cadáveres
femeninos (desde niñas de 3 años a mujeres de 60), practicaba con ellos succio mammae,
cunnilingus, sólo excepcionalmente coito y mutilatio. En una ocasión se llevó consigo la
cabeza de una mujer, otra vez, el cadáver de una niña de tres años y medio. Tras sus
horrendos actos, ponía orden en la tumba cuidadosamente. Vivía aislado, para sí mismo,
malhumorado de cuando en cuando, nunca mostró ni rastro de sentimientos, por lo demás
tenía buen humor, incluso llegó a ganar algún dinero en la cárcel como ayudante de
albañil. Vergüenza o arrepentimiento de sus fechorías le eran ajenos. En 1892 estuvo
trabajando durante un tiempo como enterrador. Cuando le llamaron al servicio militar,
desertó y se puso a mendigar. Le gustaba comer gatos y ratas. Le obligaron a volver al
ejército y volvió a desertar. No se le castigó porque le tenían por loco. Finalmente se le
dejó marchar. Volvió a trabajar como enterrador. Con motivo del entierro de una joven de
17 años con hermosos senos, se despertó en él nuevamente el impulso de desenterrar el
cuerpo. Posteriormente cometió innumerables profanaciones de este tipo. Solía besar una
cabeza que se había llevado a casa y decía que era su novia. Le descubrieron porque
escondió en su casa, entre la paja, el cadáver de una criatura de tres años y medio.
Saciaba con él por las noches sus apetitos sexuales incluso cuando ya apestaba la casa
por efecto de la descomposición, lo que le traicionó. Lo confesó todo riéndose, sin rodeos.
A. es pequeño, prognato, tiene un cráneo simétrico, temblor generalizado, constitución
débil, genitales normales, falta de excitación sexual, inteligencia muy escasa, desprovisto
de todo sentido moral. Le gustaba la cárcel. (Epaulard op. cit.).
Caso 25. el señor X., de 25 años, hijo de padre sifilítico, fallecido de demencia paralítica y
de madre de constitución histero-neurasténica. Él es un individuo endeble, de constitución
neuropática, con múltiples signos de degeneración anatómica. Ya de niño arrebatos
hipocondriacos y obsesiones. Más tarde, constante alternancia entre estados de ánimo
exaltados y deprimidos. Ya como niño de 10 años, el paciente sentía un extraño deseo
libidinoso de ver brotar la sangre de sus dedos. Por ello se cortaba o pinchaba con
frecuencia en los dedos, lo que le hacía feliz. Esto pronto se vio acompañado de
erecciones, lo mismo le ocurría al ver sangre ajena, por ejemplo, si una criada se hacía un
corte en un dedo. Eso le producía unas sensaciones especialmente libidinosas. Su vita
sexualis se manifestaba de forma cada vez más poderosa. Sin incitación alguna empezó a
masturbarse y al hacerlo recordaba siempre de imágenes de mujeres sangrando. Ya no le
bastaba con ver correr su propia sangre. Anhelaba ver la sangre de mujeres jóvenes,
sobre todo de las que le resultaban simpáticas. A menudo, apenas podía contener el
impulso de herir a dos primas y una criada. Pero también mujeres por las que no sentía la
más mínima simpatía despertaban este impulso en él si le excitaban por su forma de
arreglarse, por sus adornos, sobre todo si eran de coral. Lograba controlar estos deseos,
pero su fantasía estaba constantemente ocupada por pensamientos sangrientos que le
producían una excitación libidinosa. Se daba una relación interna entre estos
pensamientos y sentimientos. A menudo le asaltaban otras fantasías truculentas, por
ejemplo, se imaginaba a sí mismo en el papel de un tirano que ordena disparar contra el
pueblo. Se imaginaba una ciudad asaltada por enemigos que abusaban de las doncellas,
las martirizaban, mataban, robaban. En momentos de calma el paciente se avergonzaba
de estas fantasías cruelmente libidinosas y sentía repugnancia, pues por lo demás era
bondadoso y no presentaba deficiencia moral. También pasaban inmediatamente a estado
latente en cuanto saciaba su excitación sexual mediante la masturbación.
Caso 26. Z., médico, de constitución neuropática, mala reacción al alcohol, realiza el coito
con normalidad en las circunstancias habituales, pero cuando bebe vino es incapaz de
saciar su extremada libido mediante el simple coito. En este estado tenía necesidad de
pinchar a la puella en nates o cortar con una lanceta, ver sangre y sentir la hoja
penetrando en un cuerpo vivo para llegar a la eyaculación y satisfacer plenamente su
lascivia.
Caso 27. El apuñalador de muchachas de Bolzano (comunicado por Demme, Buch der
Verbrechen, Vol. II, p. 341).
En 1829 se llevó ante los tribunales a H., soldado de 30 años. En diferentes momentos y
lugares había herido a muchachas clavándoles un cuchillo de cocina o una navaja en el
abdomen, sobre todo en las partes pudendas. El motivo que aducía para tales agresiones
era un impulso sexual desenfrenado y furioso que solamente se saciaba con la idea y el
acto de clavar un cuchillo a personas del sexo femenino.
Al parecer, era frecuente que este impulso le persiguiera durante días. Se caía entonces
en un estado de ánimo de total confusión que no desaparecía hasta que daba salida a ese
impulso con hechos. Según afirmaba, al clavar el cuchillo obtenía la satisfacción del acto
sexual pleno y esta aumentaba cuando veía correr la sangre por el cuchillo.
Ya con 10 años de edad había exprimentado un poderoso impulso sexual. Primero se dio
a la masturbación, pero tenía la sensación de que esta le debilitaba cuerpo y alma. Antes
de convertirse en el “apuñalador de muchachas”, satisfacía sus apetitos sexuales
abusando de muchachas inmaduras, masturbándolas y también practicando el bestialismo.
Poco a poco se le había ido ocurriendo la idea del placer debía de ser clavarle un cuchillo
a una hermosa joven en los genitales y deleitarse viendo correr la sangre por el cuchillo.
Entre sus efectos personales se hallaron imitaciones de objetos del culto, cuadros
obscenos de la concepción de María pintados por él mismo, de la “idea de Dios coagulada”
en el seno de la Virgen. Se le tenía por hombre extraño, muy irritable, misántropo,
mujeriego, hosco, amargado. No se advertían en él vergüenza o arrepentimiento. Al
parecer, había quedado impotente como consecuencia de antiguos excesos sexuales.
Tendía a la perversión de la vida sexual por su intensa y prolongada libido y por la
presencia de una tara.
Caso 28. En los años sesenta, la población de Leipzig se vio alarmada por un hombre que
asaltaba a las muchachas por la calle y les clavaba un puñal en el brazo. Cuando por fin
se le detuvo, se reconoció en él a un sádico que sufría una eyaculación en el momento del
apuñalamiento y para el que, por tanto, el herir a las jóvenes era el equivalente del coito.
(Wharton, A treatise on mental unsoundness. Philadelphia 1873, § 623).
Caso 29 (comunicado por Demme, Buch der Verbrechen VII, p. 281). El descuartizador de
muchachas de Augsburgo, Bartle, vinatero, sentía ya con 14 Jahren impulsos sexuales,
pero rechazaba decididamente su satisfacción mediante el coito y llegaba a sentir
repugnancia hacia el sexo femenino. Ya entonces tuvo la idea de satisfacerse sexualmente
produciendo cortes a mujeres. No obstante, renunció a ella por falta de oportunidad y
valor.
Con 19 años, hizo un corte por primera vez a una joven. Haec faciens sperma eiaculavit,
summa libidine affectus. A partir de ese momento, el impulso se fue volviendo cada vez
más poderoso. Solamente escogía mujeres jóvenes y guapas, y normalmente les
preguntaba antes si todavía estaban solteras. La eyaculación y satisfacción sexual no se
consumaban hasta que no se cercioraba de que las había herido de verdad. Después de la
agresión sentía siempre abatimiento y repugnancia, y le asaltaban remordimientos de
conciencia. Hasta los 32 años de edad agredía rajando, pero siempre procuraba no herir
de gravedad a las muchachas. De ahí hasta los 36 años logró contener sus impulsos.
Intentaba entonces satisfacerse solamente oprimiéndoles el cuello o el brazo a las
jóvenes, pero así sólo llegaba a la erección, no a la eyaculación. Probó después clavando
la navaja a las mujeres sin abrir la hoja, pero tampoco eso bastaba. Por último, asestó una
cuchillada con la navaja abierta y tuvo pleno éxito, pues se imaginaba que una joven
apuñalada sangraba más y sentía más dolor que haciéndole cortes. Con 37 años le
descubrieron y fue detenido. En su casa se encontraron todo tipo de puñales, estoques y
cuchillos. Confesó que con solo ver esas armas, y más todavía tocándolas, le asaltaba un
sentimiento libidinoso acompañado de una brutal erección.
Su apariencia externa era más bien agradable. Llevaba una vida acomodada, pero era
hombre raro y huraño.
Caso 30. En junio de 1896 numerosas jóvenes fueron acuchilladas ad nates en la calle a
plena luz del día. El 2 de julio se sorprendió al agresor in flagranti.
Era un tal V., de 20 años, con graves taras hereditarias, que con 15 años había
experimentado un buen día una gran excitación sexual al contemplar las posteriora de una
mujer. Desde entonces, solo se sentía atraído sensualmente por esa parte del cuerpo
femenino, la cual se convirtió en objeto de fantasías eróticas y de sueños acompañados de
polución. Enseguida se añadió a esto el deseo libidinoso de golpear, pellizcar y pinchar
nates femeninas. En cuanto sucedía esto en el sueño llegaba la polución. Poco a poco
sintió el deseo de poner esto en práctica. A veces lograba resistirse a costa de un miedo
descontrolado acompañado de sudores. Pero si el orgasmo y la erección eran intensos, se
adueñaban de tal temor y zozobra que no le quedaba más remedio que asestar una
puñalada. Entonces llegaba la eyaculación, sentía alivio en el pecho y se le volvía a
despejar la cabeza. (Magnan, citado por Thoinot, op. cit. p. 451, descrito con mayor detalle
por Garnier en Annales d’hygiène publique, 1900, febr. p. 112).
Dio con él por casualidad cuando a una criada de la madre se le rompió el cristal de una
ventana limpiándolo y se hizo un buen corte en la mano. Mientras la ayudaba a detener la
hemorragia, no pudo abstenerse de chupar la sangre que brotaba de la herida, lo que le
puso en un estado de violenta excitación erótica que culminó en un orgasmo pleno con
eyaculación.
Desde aquel momento procuró por todos los medios ver y, a ser posible, gustar sangre
fresca que brotara de personas del sexo femenino. Prefería la de las jóvenes. No reparaba
en gastos ni sacrificios con tal de proporcionarse ese placer. Al principio disponía de
aquella joven, que le dejaba pincharla en los dedos cuando quería con una aguja o incluso
con una lanceta. Pero la madre despidió a la muchacha cuando se enteró. Tuvo que
sustituirla entonces por meretrices, lo que lograba con dificultades, pero, no obstante, con
suficiente frecuencia. Entretanto practicaba el onanismo y la manustupración per feminam,
lo que nunca le reportó satisfacción sino más bien abatimiento y autorreproches. Debido a
sus trastornos nerviosos, visitó numerosos balnearios y estuvo dos veces interno en
instituciones por iniciativa propia. Recibió hidroterapia, electricidad y curas de
fortalecimiento sin demasiado éxito. Logró una mejoría temporal de su anormal
excitabilidad sexual y de sus impulsos onanistas tomando baños fríos de asiento, bromuro
de alcanfor y sales de bromuro. Sin embargo, en cuanto se le dejaba solo, el paciente
recaía inmediatamente en su antigua pasión y no escatimaba ni esfuerzos ni dinero con tal
de satisfacer sus anómalos deseos sexuales de la forma arriba indicada.
Caso 32. A., estudiante de medicina en Greifswald, accusatus quod iterum iterumque
puellis honestis parentibus natis in publico genitalia sua e bracis dependentia plane nudata
quae antea summo amiculo (faldones del abrigo) tecta erant, ostenderat. Nonnunquam
puellas fugientes secutus easque ad se attractas urina oblivit. Haec luce clara facta sunt;
nunquam aliquid haec faciens locutus est.
Caso 33. Tuve una vez un paciente que le pidió a una mujer con un traje de baile escotado
que se tumbara en un sofá en una habitación bien iluminada. Ipse apud janum alius
cubiculi obscurati constitit adspiciendo aliquantulum feminam, excitatus in eam insiluit et
excrementa in sinus eius deposuit. Haec faciens ejaculationem quandam se sentire
confessus est.
Caso 34. Un hombre tenía una amante. Su única relación con ella consistía en untarle las
manos con carbón u hollín y hacerla sentar después ante un espejo de manera que él
pudiera ver las manos reflejadas. Durante una conversación a menudo larga con la
amante, él contemplaba impasible el reflejo y se marchaba tan satisfecho al cabo de un
rato.
Un caso notable de este tipo podría ser el siguiente, que me comunicó un médico: un
oficial del ejército era conocido en un lupanar de K. por el sobrenombre de “el aceite”. El
aceite alcanzaba la erección y la eyaculación con solo hacer a una puell. publ. nudam
meterse en una cuba llena de aceite y untarle bien con él todo el cuerpo (!).
Caso 35. B., 29 años, comerciante, casado, con graves taras hereditarias, masturbándose
desde los 16 años de edad con un aparato eléctrico de bolsillo, neurasténico, impotente
desde los 18, bebedor de absenta durante una época tras un amor desdichado, es decir,
no correspondido. Se encuentra un día por la calle a una criada con un delantal blanco
como el que solía llevar su amada. No es capaz de resistirse y roba el delantal. Se lo lleva
a casa, se masturba con él, lo quema a continuación mientras se masturba de nuevo.
Vuelve a salir a la calle, ve a una mujer con un vestido blanco, se le ocurre la idea
libidinosa de manchárselo de tinta, lo ejecuta en un estado de excitación libidinosa y
disfruta, ya en casa, masturbándose mientras recuerda esta situación. En otra ocasión al
ver a unas mujeres por la calle se le ocurre estropearles la ropa con una navaja. Mientras
lo hace es detenido como presunto carterista. En otra ocasión le bastó con ver manchas
en la ropa de una señora para alcanzar el orgasmo y hasta la eyaculación.
El mismo efecto lograba quemando con el cigarro la ropa de las mujeres que pasaban
cerca de él. (Magnan, citado por Thoinot, Attentats aux moeurs, p. 434 y detalladamente
por Garnier, Annales d’hygiène publ., 1900, marzo, p. 237).
[Psychopathia sexualis, caso 35]
Caso 36. (Dr. Pascal, Igiene dell’amore.) Un hombre iba todos los meses en el mismo día
a ver a su amante y le cortaba el flequillo con unas tijeras. Esto le producía el mayor de los
placeres. No le pedía nada más a la muchacha.
Caso 37. En Viena un hombre frecuentaba a varias prostitutas sin otro propósito que
enjabonarles la cara y pasarles la navaja como si las estuviera afeitando. Nunquam puellas
laedit, sed haec faciens valde excitatur libidine et sperma ejaculat.
Caso 38. D., agente, 29 años, de familia con fuertes taras hereditarias, se masturbaba
desde los 14 años, practicaba el coito desde los 20, pero sin especial libido y sin
satisfacción, por lo que pronto se distanció de esta práctica y volvió a masturbarse. Desde
el principio, estos actos estuvieron acompañados de fantasías en las que se representaba
a una joven que era maltratada y obligada a soportar actos denigrantes y deshonrosos.
También la lectura de actos violentos contra las mujeres excitaba a D. sensualmente. Sin
embargo, no le gustaba ver sangre, ni la suya ni la de los demás.
Nunca se había visto empujado a llevar a la práctica sus ideas sádicas, pues todo lo
antinatural le repugnaba en las relaciones sexuales. Tampoco le gustaba ver feminas
nudas.
No sabía decir cómo había dado en semejantes ideas sádicas. Me proporciona estos datos
con ocasión de una consulta por neurastenia.
P., 22 años, particular, con fuertes taras hereditarias, con cinco años vio por casualidad a
la institutriz castigando a su hermana de 14 años ad podicem inter genua. P. quedó muy
impresionado, a partir de entonces sólo deseaba ver y tocar las nates de la hermana, lo
que consiguió con cierto ingenio sin llamar la atención. Con 7 años J. se convirtió en
compañero de juegos de dos niñas. Una era pequeña y delgada y la otra todo lo contrario.
Él interpretaba el papel de padre severo; con la primera, que no le llamaba la atención,
solamente pro forma y sin quitarle la ropa; con la otra, de 10 años, que se prestaba
gustosa a sus deseos, desnudando las nates, con extraños sentimientos libidinosos e
incluso erección.
Un día, tras una escena de castigo, la niña le dejó ver sus anteriora. Él la rechazó por
completa falta de interés. Con unos 9 años P. se hizo amigo de un chico algo mayor que
él. Un día encontraron una imagen que representaba una flagelación en un convento
masculino. A P. no le costó demasiado trabajo convencer a su amigo para imitarla. Este
era siempre pasivo y disfrutaba mucho con ello. Una vez P. se dejó azotar por su amigo
para probar, pero solamente experimentó malestar. Esta relación duró con interrupciones
hasta que los dos se hicieron adultos. Ya en la pubertad, P. eyaculaba en estos actos de
flagelación.
Dominaba por completo al amigo, que le veía como un ser superior. Durante el transcurso
de aquella amistad P. solamente se atrevió a ponerles la mano encima a otras personas
en dos ocasiones; una vez a una joven criada, a la que azotó ad nates; la otra, a una chica
de 11 años en la calle, antes cuyos gritos echó a correr despavorido.
Sus fantasías iban siendo cada vez peores -desde la exhibición de nates femeninas,
golpes y azotes, hasta el destrozo sangriento de estas e incluso el asesinato, lo que le
espantaba a él mismo. En todo momento, lo único que le interesaba eran posteriora
feminae. Se complacía en representarlas con formas hipertrofiadas. Con el tiempo, debido
a las innumerables eyaculaciones ocasionadas por sus fantasías sádico-fetichistas, P.
cayó en una grave neurastenia. No se decidía a buscar un tratamiento para su perversión.
Recientemente, encontró a una mujer con la que podía realizar el coito porque le permitía
que la flagelara inter actum.
Para otros casos de sadismo ideal véase Moll (Libido sexualis, pp. 324 y 500). v. Krafft
“Arbeiten” IV. p. 163.
Caso 41. K., 25 años, comerciante, acudió a mí en busca de consejo en el otoño de 1889 a
causa de una anomalía de su vita sexualis, que le hacía temer una enfermedad y el
fracaso en su futura felicidad conyugal.
El paciente procede de familia nerviosa, de niño fue delicado, débil, nervioso, sano excepto
sarampión, después creció fuerte.
Con 8 años, en el colegio, fue testigo de cómo el maestro azotaba a los niños sujetándoles
la cabeza entre los muslos y dándoles con una vara en el trasero.
Así llegó a los 20 años. Tuvo conocimiento entonces de la importancia del onanismo, se
asustó enormemente, procuró reprimir su tendencia a la masturbación, pero incurrió en
onanismo psíquico, que en su opinión era inocuo y moralmente justificable, sirviéndose
para ello de los mencionados recuerdos de muchachos azotados.
Mis indicaciones como médico consistieron en medidas para combatir la neurastenia y las
poluciones, prohibición del onanismo psíquico y manual, alejamiento de todo estímulo
sexual, considerar la perspectiva de un tratamiento hipnótico tendente a una sucesiva
reeducación a la normalidad de la vita sexualis.
Caso 42. Sadismo transitorio. N., estudiante. Acude a observación en diciembre de 1800.
Practica el onanismo desde la primera juventud. Según sus informaciones se excitaba
sexualmente viendo azotar a sus hermanos por su padre, más tarde a compañeros de
clase por el profesor. Como espectador de tales actos siempre tenía sentimientos
libidinosos. No es capaz de decir con exactitud cuándo sucedió esto por primera vez; con
unos 6 años ya le pasaba. Tampoco sabe ya exactamente cuándo empezó con el
onanismo; pero afirma con determinación que su deseo sexual se despertó viendo azotar a
otros y que por ahí fue a dar inconscientemente en el onanismo. El paciente recuerda
claramente que del cuarto al octavo año de edad le azotaban en podex con frecuencia,
pero eso solamente le hizo sentir dolor y no lascivia.
El impulso de azotar a otros nunca fue demasiado intenso. El paciente obtenía mayor
satisfacción dejando a su fantasía regodearse en escenas de flagelación. Nunca tuvo otros
impulsos sádicos. Nunca impulso de ver sangre o similares.
Hasta los 15 años, su disfrute sexual consistía en onanismo tras las fantasías
mencionadas.
A partir de entonces (clases de baile, trato con muchachas) desaparecieron las fantasías
anteriores casi del todo y ya solo se veían acompañadas más débilmente de sentimientos
libidinosos, con lo que el paciente se apartó de ellas por completo. En su lugar aparecieron
fantasías de coito en forma natural, no sádica.
El paciente realizó el coito por primera vez por “motivos de salud”. Fue potente y quedó
satisfecho con el acto. Procuró a partir de entonces abstenerse del onanismo, pero no lo
consiguió a pesar de practicar el coito con frecuencia y obtener con él más placer que con
el onanismo.
Deseaba apartarse del onanismo como algo indigno. No ha notado consecuencias nocivas
a causa de este. Practica el coito una vez al mes, pero se masturba 1-2 veces todas las
noches. Ahora es completamente normal en lo sexual, excepto por el onanismo. No hay
rastro de neurastenia. Genitales normales.
Caso 43. P., 15 años, de casa distinguida, descendiente de madre histérica. El hermano y
el padre murieron en el manicomio.
P. tiene talento, está bien educado, es tranquilo, pero a veces muy desobediente, terco,
irascible. Padece epilepsia, es onanista. Un día se descubrió que P. había persuadido con
dinero a B., un compañero de 14 años sin recursos, de que le dejara pellizcarle en brazos,
nates, muslos. Cuando B. empezó a llorar, P. se excitó y se puso a golpearle con la mano
derecha mientras se hurgaba con la izquierda en el bolsillo izquierdo del pantalón.
P. reconoció que maltratar a su amigo, con el que por lo demás se llevaba muy bien, le
había proporcionado un placer especial, y que la eyaculación, pues se masturbó durante el
maltrato, le proporcionó mucho más placer que cuando se masturbaba él solo. (Véase
Gyurkovechky, Pathologie und Therapie der männlichen Impotenz, 1889, p. 80).
Caso 44. K., 50 años, sin ocupación, importantes taras, satisfacía su perverso impulso
sexual solamente con muchachos de 10-15 años, a los que convencía para masturbación
mutua, y a los que en el clímax de la situación perforaba el lóbulo de la oreja.
Caso 45. C. L., 42 años, ingeniero, casado, padre de dos hijos. Procede de familia
neuropática, con padre irascible, potator, madre histérica, padecía ataques de eclampsia.
Caso 46. (Dr. Pascal, Igiene dell’amore). Un caballero se presentaba ante prostitutas, les
hacía comprar aves vivas o un conejo y les mandaba martirizar al animal. Su objetivo eran
las cabezas, arrancar los ojos, sacar las entrañas. Si encontraba una puella que le
complacía en esto y procedía con verdadera crueldad, se volvía loco de alegría, pagaba y
seguía su camino sin exigir nada más de ella o tocarla siquiera.
Caso 47. B., 37 años, curtidor, con tara, masturbándose desde los 9 años, estaba un día
con otro chico masturbándose en un repecho de una calle, que en esa zona era muy
empinada, cuando pasó por allí un pesado coche de cuatro caballos. El cochero gritó y
arreó a los caballos, que avanzaban con gran esfuerzo, con lo que saltaron chispas. B.
experimentó ante esta visión la máxima excitación sexual y eyaculó al tiempo que se caía
un caballo. Desde entonces, ver algo así le causaba siempre el mismo efecto, no podía
resistirse a presenciar escenas de este tipo y andaba en su busca. Si a los animales solo
les resultaba trabajoso avanzar, pero sin llegar al máximo esfuerzo y sin fusta, B.
simplemente se excitaba mucho, pero tenía que recurrir a la masturbación o al coito para
obtener satisfacción sexual. Incluso siendo ya marido y padre persistía este tipo de
sadismo. Cuando uno de sus hijos enfermó de corea, B. sufrió ataques histéricos. (Féré,
l’instinct sexuel p. 255).
Caso 48. Un hombre casado se presentó con cicatrices de numerosos cortes en los
brazos. Aclara lo siguiente sobre el origen de estas: si quiere aproximarse a su joven -y
algo “nerviosa”- mujer, tiene que darse primero un corte en el brazo. Ella succiona a
continuación la herida, tras lo cual se produce en ella una potentísima excitación sexual.
Este caso recuerda la leyenda de los vampiros, de difusión universal, cuya aparición quizá
se explique por hechos sádicos.
Caso 49. La señora H., procedente de H., 26 años, viene de una familia en la que, al
parecer, no se dan enfermedades nerviosas o trastornos psíquicos; la paciente, en cambio,
presenta signos de histeria y neurastenia. Aunque lleva 8 años casada y es madre de un
hijo, la señora H. nunca ha sentido deseos de practicar el coito. De joven fue educada en
costumbres muy estrictas, permaneció prácticamente hasta el matrimonio en un estado de
ingenuo desconocimiento de los procesos sexuales. Menstrúa con regularidad desde los
15 años. No parece haber anomalías dignas de mención en los genitales. El coito no solo
no le resulta placentero a la paciente sino que es para ella un acto verdaderamente
desagradable; su repugnancia ante él no ha dejado de crecer. La paciente no puede
entender cómo alguien puede referirse a semejante acto como el máximo placer del amor,
que para ella es algo mucho más elevado, que nada tiene que ver con ese impulso. He de
decir también que la paciente profesa un sincero amor hacia su marido. Siente también
verdadero gozo besándole, aunque no es capaz de describir esto con mayor exactitud. Sin
embargo, que los genitales puedan tener algo que ver con el amor es algo que no
entiende. La señora H. es además una mujer decididamente sensata y femenina.
Si oscula dat conjugi, magnam voluptatem percipit in mordendo eum. Gratissimum ei esset
conjugem mordero eo modo ut sanguis fluat. Contenta esset, si loco coitus morderetur a
conjuge ipsaeque eum mordere liceret. Tamen poeniteret, si morsu magnum dolorem
faceret (Dr. Moll).
Caso 50. El señor Z., de 29 años, técnico, acude a consulta por presunta tabes. El padre
era nervioso y padecía una fuerte tabes, la hermana del padre era demente. Varios
parientes son extremadamente nerviosos y gente peculiar.
Un examen más detenido revela que el paciente sufre astenia sexual, espinal y cerebral.
No presenta síntomas que hagan pensar en tabes dorsalis amnésica o presente. La obvia
cuestión del posible abuso de los órganos genitales queda aclarada con la masturbación
practicada desde la juventud. En el transcurso de la exploración se constataron algunas
anomalías psicosexuales interesantes.
Con 5 años despertó la vita sexualis en forma de un afán percibido como libidinoso de
azotarse a sí mismo, acompañado del deseo de ser azotado por otros. El paciente no
pensaba a tal efecto en individuos de un determinado sexo. A falta de otra cosa, practicaba
la autoflagelación y con el paso de los años llegó a alcanzar la eyaculación.
Ya adulto, acudió a un lupanar para ser azotado allí por meretrices. Escogió para ello a la
muchacha más hermosa, pero quedó decepcionado, sin lograr la erección, por no hablar
de la eyaculación.
Se dio cuenta de que el ser azotado era algo secundario, que lo principal era la idea de
hallarse sometido a la voluntad de una mujer. No se había dado cuenta la primera vez,
pero la segunda sí. Como tenía la “idea de la sumisión”, tuvo un rotundo éxito.
Con el tiempo logró, a base de forzar sus fantasías en el ámbito de las representaciones
masoquistas, incluso el coito sin flagelación, pero obtenía poca satisfacción, por lo que
prefería mantener relaciones sexuales de índole masoquista. En consonancia con sus
deseos flagelatorios originarios, tan solo encontraba placer en las escenas masoquistas si
se le flagelaba ad podicem o por lo menos se representaba una situación de este tipo en
su fantasía. En momentos de gran excitación le bastaba incluso con poder relatarle tales
escenas a una muchacha hermosa. Alcanzaba así el orgasmo y solía llegar a la
eyaculación.
También tiene debilidad por los gatos. Los encuentra sencillamente hermosos, todos y
cada uno de sus movimientos le resultan simpáticos. La visión de un gato es capaz incluso
de sacarle de la más honda depresión. Los gatos son para él sagrados, ve en ellos seres
divinos. No es consciente del motivo de tal idiosincrasia.
Últimamente tiene también con frecuencia ideas sádicas que tienen que ver con azotar a
muchachos. En estas fantasías flagelatorias intervienen tanto hombres como mujeres,
pero sobre todo las segundas y entonces su placer es mucho mayor.
El paciente opina que además de lo que él conoce y percibe como masoquismo hay algo
más a lo que él llama “pajismo”.
Mientras que sus actos de desenfreno masoquista poseen una naturaleza y un tono de
torpe sensualidad, su “pajismo” consiste en la idea de servir como paje a una hermosa
joven. Se lo imagina como algo completamente casto, aunque picante, su posición
respecto a ella es la de un esclavo, pero manteniendo una relación de total castidad, de
entrega puramente “platónica”. El deleitarse en la idea de ser paje de una “bella criatura”
está para él cargado de un sentimiento placentero pero en modo alguno sexual.
Experimenta con él una exquisita satisfacción moral en contraste con el tono sensual del
masoquismo y por eso considera su “pajismo” como algo diferente.
El paciente tiene dudas en cuanto a su futuro. Cree que solamente se le podría ayudar si
lograra interesarse verdaderamente por las mujeres, pero que su voluntad y fantasía son
demasiado débiles para ello.
Caso 51. Masoquismo ideal. El señor X., técnico, de 26 años, hijo de madre nerviosa,
afectada de migrañas. Entre los ascendientes paternos se han dado un caso de
enfermedad de médula espinal y otro de psicosis.
Un hermano es “nervioso”.
Con 7 años presenció una pelea de chicos en el patio del colegio en la que los ganadores
acabaron sentados encima de los vencidos, que se quedaron tumbados de espaldas.
Esto le impresionó.
“Me emplea en servicios ínfimos, tengo que servirla al levantarse, al bañarse, durante la
mictio. Para esto último utiliza también mi cara de vez en cuando, obligándome a beber su
lotium”.
X. asegura no haber puesto nunca en práctica esta idea, pues al mismo tiempo tenía de
alguna forma la sensación de que su realización no le proporcionaría el placer esperado.
Tan sólo una vez se coló en el cuarto de una hermosa criada, movido por tales fantasías,
ut urinam puellae bibat. Pero se abstuvo por repugnancia.
X. afirma haber luchado en vano contra este círculo de fantasías masoquistas, que
despiertan en él vergüenza y repugnancia. Pero siguen siendo igual de poderosas a pesar
de todo. Hace constar que la humillación es lo que desempeña el papel principal y que el
placer nunca se mezcla con la causación de dolor.
Le gusta imaginarse al “ama” de unos 20 años, virgen, de exquisita figura, rostro delicado y
hermoso, y, a ser posible, con ropa corta de color claro.
X. afirma no haber experimentado hasta ahora gusto alguno por la forma normal de
acercarse a las jóvenes, en bailes y actos sociales. Desde la pubertad, las fantasías
masoquistas iban acompañadas ocasionalmente de poluciones con cierto sentimiento
libidinoso.
El paciente realizó en cierta ocasión fricciones del glans, pero no logró erección ni
eyaculación, y en lugar de un sentimiento placentero, experimentó uno desagradable,
parálgico. Esto evitó que se diera a la masturbación. Sin embargo, a partir de los 20 años
de edad, era frecuente que al hacer gimnasia en barra fija, al trepar por cuerdas y barras,
tuviera una eyaculación a la que se asociaba un intenso sentimiento de placer. Nunca ha
sentido deseos de mantener relaciones sexuales con mujeres (sentimientos sexuales
contrarios no ha tenido nunca). Con 26 años, un amigo se empeñó en que tenía que
practicar el coito, pero ya camino del lupanar experimentó “una intranquilidad mezclada
con miedo y acusada repugnancia”, y con la excitación, el temblor generalizado de sus
miembros y el arrebato de sudor no logró la erección. Volvió a intentarlo varias veces y
cosechó siempre el mismo fracaso, aunque las manifestaciones de excitación física y
psíquica no llegaron a ser tan fuertes como la primera vez.
Nunca ha tenido libido. No ha sido capaz de servirse de sus fantasías masoquistas para
consumar el acto porque sus facultades espirituales “están como paralizadas” en tal
situación y no consigue formar imágenes suficientemente intensas como para lograr una
erección. En consecuencia, renunció a ulteriores tentativas de coito, en parte por falta de
libido, en parte por falta de confianza en el éxito. Desde entonces tan solo satisfacía de
vez en cuando su débil libido con ejercicios gimnásticos. A veces sufría una erección
provocada por fantasías masoquistas espontáneas o intencionadas (en estado de vigilia),
pero no volvió a llegar a la eyaculación.
Epicirisis: tara (hereditaria). Vida sexual que se despierta en una etapa anormalmente
temprana. Ya con 7 años contemplación libidinosa y decididamente masoquista de
muchachos sentados sobre otros (énfasis sexual y perverso de una situación que en sí no
resulta sexualmente excitante para una persona normal), acompañada de fantasías
olfativas.
Caso 52. X., 28 años, literato, con tara, desde niño sexualmente hiperestésico, con 6 años
soñaba que una mujer le azotaba ad nates. Se despertaba siempre en estado de máxima
excitación libidinosa e incurría así en onanismo. Una vez, con 8 años, le pidió a la cocinera
que le azotase. Desde los 10 años de edad, neurastenia. Hasta los 25, sueños de
flagelación o también fantasías de este tipo durante la vigilia con onanismo. Hace tres
años sintió la necesidad de ser azotado por una puella. El paciente sufrió una decepción,
pues la erección y la eyaculación no se presentaron. Nuevo intento con 27 años, con la
intención de forzar así la erección y el coito. Lo logró, aunque paulatinamente, con la
siguiente táctica. Mientras él intentaba el coito, la puella tenía que contarle cómo azotaba
inmisericordemente a otros impotentes y amenazarle con hacerle lo mismo. Además se
tuvo que imaginar que estaba atado, bajo el control absoluto de la mujer, indefenso, y que
esta le azotaba hasta provocarle un dolor extremo. Alguna vez tuvo que hacer que le
ataran de verdad para ser potente. Así lograba consumar el coito. Las poluciones solo iban
acompañadas de sentimientos de placer en las (raras) ocasiones en que soñaba que le
maltrataban o cuando contemplaba a una puella flagelando a otros. Durante el coito nunca
experimentó una sensación verdaderamente placentera. De la mujer solamente le
interesan las manos. Las mujeres fuertes, robustas y con poderosos puños son sus
preferidas. No obstante, su necesidad de ser flagelado es solamente ideal, pues la gran
sensibilidad de su piel hace que le baste con unos pocos golpes en el peor de los casos.
Afirma que los azotes de un hombre le repugnarían. Le gustaría casarse. La imposibilidad
de exigirle a una mujer honesta que le azote y las dudas sobre su potencia en ausencia de
esto son la causa de su turbación y necesidad de curación.
D., 32 años, escultor, con tara hereditaria, con signos de degeneración, de constitución
neuropática, neurasténico, endeble y delicado en su juventud, no experimentó las primeras
manifestaciones de su sexualidad hasta los 17 años. Esta nunca se desarrolló
poderosamente, adquirió una conformación exclusivamente heterosexual pero de tipo
masoquista.
Deseaba ser flagelado a manos de una hermosa mujer, aunque esto no dio lugar a
fetichismo de manos. También le atraían poderosamente las mujeres orgullosas y con
señorío. Nunca trató de poner en práctica sus deseos masoquistas. No era capaz de
explicarlos.
Cuatro veces trató sin éxito de realizar el coito. Por lo demás practicaba la masturbación.
Acudió al médico por una grave neurastenia acompañada de fobias, provocada por este
motivo y por agotamiento.
Un enfermo de Tarnowsky le pidió a una persona de confianza que alquilara una casa
mientras duraban sus ataques y que instruyera exactamente al personal (3 prostitutas)
sobre lo que habían de hacer. Él pasaba por allí de vez en cuando y le desnudaban,
masturbaban y flagelaban como se les había ordenado. Él simulaba resistencia y pedía
piedad. Después le daban de comer como se había ordenado, le dejaban dormir, pero le
retenían a pesar de sus protestas y le golpeaban si no se conformaba. Así lo hicieron
varias veces. Cuando se le pasaba el ataque le dejaban marchar y volvía con su mujer y
sus hijos, que no tenían ni idea de su enfermedad. El ataque se repetía 1 ó 2 veces al año.
(Tarnowsky — op. cit.).
X., 34 años, severas taras, padece inclinaciones sexuales contrarias. Por diversos motivos
no era capaz de satisfacer sus deseos con un hombre a pesar de tener gran necesidad de
ello. De vez en cuando soñaba que una mujer le azotaba. Tenía entonces una polución.
Este sueño le llevó a hacerse maltratar por meretrices como sucedáneo del amor entre
hombres. Conducit sibi non nunquam meretricem, ipse vestimenta sua omnia deponit, dum
puellae ultimum tegumentum deponere non licet, puellam pedibus ipsum percutere,
flagellare, verberare iubet. Qua re summa libidine affectus pedem feminae lambit quod
solum eum libidinosum facere potest: tum eiaculationem assequitur. Esta va a
acompañada de una gran repugnancia ante la humillante situación, de la que se aparta lo
más rápidamente posible.
[Psychopathia sexualis, caso 55]
X., 34 años, severas taras, padece inclinaciones sexuales contrarias. Por diversos motivos
no era capaz de satisfacer sus deseos con un hombre a pesar de tener gran necesidad de
ello. De vez en cuando soñaba que una mujer le azotaba. Tenía entonces una polución.
Este sueño le llevó a hacerse maltratar por meretrices como sucedáneo del amor entre
hombres. Conducit sibi non nunquam meretricem, ipse vestimenta sua omnia deponit, dum
puellae ultimum tegumentum deponere non licet, puellam pedibus ipsum percutere,
flagellare, verberare iubet. Qua re summa libidine affectus pedem feminae lambit quod
solum eum libidinosum facere potest: tum eiaculationem assequitur. Esta va a
acompañada de una gran repugnancia ante la humillante situación, de la que se aparta lo
más rápidamente posible.
X. se presenta a la hora fijada, con correas de cuero, fusta y látigo. Se desnuda, le atan
pies y manos con las correas que ha traído y a continuación la puella le azota con los
correspondiente instrumentos en plantas de los pies, pantorrillas y podex hasta que se
produce la eyaculación. Nunca manifestó otro deseo.
Para este hombre la flagelación no es sino un medio que sirve al objetivo de satisfacer
deseos masoquistas. No se trata de un truco para proporcionarle potencia, como deja
patente el que se haga atar y, simplemente, desprecie el coito.
Tengo 35 años, soy normal física y psíquicamente. No tengo conocimiento de ningún caso
de trastorno psíquico en mi círculo familiar más amplio, ni en la línea directa ni en la
colateral. Mi padre, que tenía unos 30 años cuando nací, tenía predilección hasta donde sé
por las mujeres grandes y de formas generosas.
Ya desde mi más tierna infancia me deleitaba en escenas que tenían como contenido el
dominio absoluto de una persona sobre otra. La idea de la esclavitud tenía para mí algo
enormemente excitante e igual de intenso desde la perspectiva del amo que desde la del
sirviente. El que una persona pudiera poseer a otra, venderla, golpearla, me excitaba
sobremanera, y leyendo “La cabaña del tío Tom” (lo que coincidió más o menos con el
inicio de mi pubertad) tenía erecciones. Me excitaba especialmente la idea de uncir a una
persona a un carro en el que estuviera sentada otra persona con un látigo que guiara a la
primera y la hiciera avanzar a latigazos.
Hasta que cumplí los 20, estas ideas eran puramente objetivas y asexuales, es decir, la
persona sometida que aparecía en mis imágenes era un tercero (o sea, no yo), la persona
que ejercía el control tampoco era necesariamente una mujer.
Por tanto, estas ideas no influían en mi impulso sexual ni en la práctica de este. Aunque
estas ideas me producían erecciones,
A partir de los 21 años de edad, las ideas empezaron a objetivarse y surgió como
elemento esencial que el “ama” tenía que ser una mujer de más de 40 años, grande,
fuerte. Desde entonces yo siempre era —en mi imaginación— el sumiso; el “ama” era una
mujer tosca, que se aprovechaba de mí en todos los sentidos, incluido el sexual, que me
enganchaba a su carro y me hacía llevarla de paseo, a la que tenía que seguir como un
perro, a cuyos pies tenía que yacer desnudo, y que me golpeaba y azotaba. Este era el
esqueleto fijo de mis fantasías, alrededor de las cuales giraban todas las demás.
Con eso y con todo, llevaba una vida que no resultaba demasiado anormal sexualmente,
pero las fantasías se presentaban sin falta, de manera regular, y eran siempre las mismas
en lo esencial. Según iba aumentando mi deseo sexual se iban reduciendo los periodos
intermedios. Actualmente, las fantasías se presentan cada 15 días o 3 semanas
aproximadamente. Quizás si realizara el coito previamente evitaría que aparecieran.
Nunca he intentado realizar estas fantasías que se presentan con tanta regularidad y con
una forma tan característica, es decir, no he tratado de llevarlas al mundo exterior, sino
que me he contentado siempre con deleitarme en mis pensamientos porque estoy
plenamente convencido de que mis “ideales” nunca se dejarían llevar a la práctica ni
siquiera de manera aproximada. La idea de una farsa con prostitutas siempre me pareció
ridícula y carente de todo sentido, puesto que una persona pagada por mí nunca podría
ocupar el lugar de una “cruel ama” en mi fantasía. Dudo de que existan mujeres con
tendencias sádicas como las heroínas de Sacher-Masoch. Aun cuando existieran y hubiera
tenido la suerte (!) de encontrar a una de ellas, una relación con ella en medio del mundo
real no dejaría de parecerme una farsa. Así es: a veces me digo que aunque hubiera sido
esclavizado por una Mesalina, probablemente me hubiera cansado enseguida de las
restantes privaciones de esa vida buscada por mí, y en mis intervalos lúcidos hubiera
buscado la libertad por todos los medios.
He tenido la suerte de encontrar una mujer que ha convenido conmigo en todo, y sobre
todo también en lo sexual, aunque (es ocioso decirlo) en modo alguno se aproxima a los
ideales masoquistas.
Mi mujer es apacible, aunque exuberante, una cualidad sin la cual no puedo imaginarme
atracción sexual alguna.
También merece atención el hecho de que más tarde, cuando retomé el coito marital, este
resultó insuficiente para desplazar las fantasías masoquistas, a diferencia de lo que
sucede normalmente con un coito masoquista.
Por lo que respecta a la naturaleza del masoquismo, soy de la opinión de que las
fantasías, o sea, la parte mental, representan el objetivo principal y son un fin en sí mismo.
Si el objetivo fuera la realizacion de las ideas masoquistas (es decir, la flagelación pasiva y
similares), esto entraría en contradicción con el hecho de que gran parte de los
masoquistas nunca dan el paso de la realización o, cuando lo intentan a pesar de todo,
suelen quedar desencantados o, en cualquier caso, no logran la satisfacción esperada.
Por último, no quiero dejar de mencionar que me consta que el numero de masoquistas,
sobre todo en las grandes ciudades, parece ser en realidad bastante grande. La única
fuente de tales averiguaciones —dado que no se suele hablar de esto entre hombres—
son las afirmaciones de las prostitutas. Teniendo en cuenta que estas coinciden en lo
esencial, se pueden tomar por ciertos algunos hechos.
Entre estos se cuenta, para empezar, el que toda prostituta experimentada suele poseer
algún instrumento adecuado para la flagelación (normalmente una vara), aunque hay que
tener en cuenta que hay algunos hombres que simplemente se dejan azotar para
aumentar su deseo sexual, es decir, que —a diferencia de los masoquistas— consideran
la flagelación simplemente como un medio.
En cambio, casi todas las prostitutas coinciden en que hay hombres a los que les gusta
hacer de “esclavos”, es decir, a los que les gusta que los llamen así, los insulten, los pisen
y los golpeen. Como decía, el número de masoquistas es mayor de lo que se pudiera uno
imaginar.
Como puede suponer, la lectura de su capítulo sobre este tema me produjo una gran
impresión. Me gustaría pensar que hay cura, por decirlo de algún modo, una cura
mediante la lógica, siguiendo la máxima: “tout comprendre c’est tout guerir”.
Naturalmente, la palabra “cura” hay que entenderla dentro de unos límites. Hay que
diferenciar sentimientos generales y fantasías concretas. Los primeros no se pueden
eliminar nunca. Aparecen como un relámpago y están ahí, uno no sabe de dónde han
venido ni cómo.
Ahora todo cambia. Yo me digo: ¿Cómo? ¿Tú te entusiasmas con cosas que resultan
reprobables no solo para el sentido estético de los demás sino también para el tuyo?
¿Encuentras hermoso y deseable algo que, por otro lado, según tu propio juicio, es al
mismo tiempo feo, bajo, ridículo e imposible? ¿Anhelas una situación en la que en realidad
nunca te querrías encontrar? Esta idea opuesta produce inmediatamente inhibición,
devuelve la sensatez, y quita su aguijón a las fantasías. De hecho, tras la lectura de su
libro (hacia principios de año) no he vuelto a recrearme en esas ideas, aunque los ataques
masoquistas seguían presentándose a intervalos regulares.
II. Mi disposición física y psíquica es completamente masculina. Tengo una barba cerrada
y mucho vello por todo el cuerpo. En mis relaciones no masoquistas con el sexo femenino,
la posición dominante del hombre es para mí una condición indispensable, y rechazaría
enérgicamente cualquier tentativa de limitarla. Soy enérgico, aunque no demasiado
atrevido, si bien la falta de atrevimiento se ve compensada cuando entramos en cuestiones
que tocan al orgullo. Los fenómenos de la naturaleza (tormentas, tempestades, etc.) no me
afectan en lo más mínimo.
En mis inclinaciones masoquistas tampoco hay nada que pudiéramos llamar femenino o
afeminado (?). Sin embargo, aquí predomina el deseo de ser requerido o deseado por la
mujer, aunque la relación general con el “ama”, tal como se desea, no es la que mantiene
una mujer con un hombre, sino la relación del esclavo con el amo, de la mascota con su
dueño. Si se extraen las consecuencias del masoquismo sin entrar en otras
consideraciones, no se puede decir sino que el ideal de este es la posición de un perro o
un caballo. Ambos son propiedad de otro, que los maltrata cuando le viene en gana y sin
tener que rendir cuentas a nadie.
Precisamente este señorío ilimitado sobre vida y muerte, como solo se da con esclavos y
animales, es alfa y omega de todas las fantasías masoquistas.
III. La base de todas las fantasías masoquistas es la libido, y aquellas siguen los flujos y
reflujos de esta. Por otro lado, las fantasías acrecientan la libido considerablemente en
cuanto aparecen. Por naturaleza no tengo un excesivo apetito sexual. Sin embargo, si se
presentan las fantasías masoquistas, me veo arrastrado a realizar el coito a cualquier
precio (por lo general me veo empujado hacia mujeres de la más baja condición), y si no
se atiende pronto a este impulso, la libido se convierte enseguida prácticamente en
satiriasis. Se podría hablar aquí casi de un círculo vicioso.
La libido aparece por el paso del tiempo o por una especial excitación (también de
naturaleza no masoquista; por ejemplo, besos). A pesar de su origen, esta libido se vuelve
enseguida masoquista e impura debido a las fantasías masoquistas que genera.
Señor Z., funcionario, 50 años, grande, musculoso, sano, desciende al parecer de padres
sanos, aunque el padre era 30 años mayor que la madre en el momento de la concepción.
Una hermana, dos años mayor que Z., padece delirio persecutorio. La presencia exterior
de Z. no ofrece nada destacable. Esqueleto perfectamente masculino, barba poblada,
aunque carece completamente de vello en el tronco. Se describe a sí mismo como hombre
de temperamento, que no es capaz de negarle nada a nadie, pero al mismo tiempo es
irascible y se calienta con facilidad, aunque inmediatamente lo lamenta.
Una mujer exuberante, de hermosas formas, sobre todo con pies bonitos, era capaz de
ponerle en estado de máxima excitación estando sentada. Se sentía movido a ofrecerse
como silla para “poder sostener tal maravilla”. Una patada, una bofetada de ella hubiera
hecho su felicidad. Ante la idea de practicar el coito con ella sentía horror. Sentía la
necesidad de servir a la mujer. Le parecía que a las damas les gustaba cabalgar. Se
deleitaba en la idea de lo hermoso que sería sufrir bajo el peso de una mujer hermosa para
darle gusto. Se pintaba esta situación desde todos los ángulos, se imaginaba el hermorso
pie con espuelas, las soberbias pantorrillas, los muslos turgentes. Cualquier dama de
hermosa figura, cualquier pie hermoso de mujer excitaba su fantasía y cada vez con mayor
intensidad, aunque nunca reveló sus sentimientos aberrantes, que a él mismo le parecían
anormales, y siempre supo controlarse. Tampoco sentía, no obstante, necesidad alguna
de combatirlos; antes al contrario, le hubiera resultado penoso tener que renunciar a unos
sentimientos que tanto apreciaba.
Con 32 años, Z. conoció por casualidad a una mujer de 27 que le resultaba simpática.
Estaba separada de su marido y se hallaba en situación de necesidad. Se ocupó de ella,
trabajó para ella desinteresadamente durante meses. Una noche ella le reclamó
satisfacción sexual con fogosidad, casi violentamente. El coito trajo consecuencias. Z. se
llevó a la mujer consigo, vivió con ella, realizaba el coito con moderación, veía el coito más
como una carga que como un placer, tenía dificultades con la erección, era incapaz de
satisfacer adecuadamente a la mujer, hasta que ella anunció que no deseaba seguir
manteniendo relaciones con él, puesto que la excitaba sin satisfacerla. Aunque amaba a la
mujer infinitamente, no lograba librarse de sus fantasías. Vivió desde entonces con la
mujer manteniendo una mera relación de amistad y lamentaba profundamente no poder
servirla a su manera.
Bajo el influjo de tales sueños, Z. superó hace 7 años su vergüenza a experimentar algo
parecido en la realidad.
El señor Z. explica asimismo que lleva 7 años sin practicar el coito, aunque se considera
potente. El ser montado por damas suple por completo ese “acto animal” por más que no
se produzca eyaculación.
X., marido modelo, de estricta moral, padre de varios hijos, tiene momentos o más bien
ataques, en que acude al burdel, escoge 2-3 de las muchachas más grandes y se encierra
con ellas. Corporis superiorem partem nudavit humi iacens manus supra ventrem ponens
oculos claudit et puellas trans pectus suum nudatum et collum et os vadere iubet et poscit,
ut transgredientes summa vi calcibus carnem premerent. A veces pide que venga una
prostituta más pesada todavía o que practiquen algunos trucos que hacen el procedimiento
más cruel todavía. Tras 2—3 horas tiene bastante, paga a las muchachas con vino y
dinero, se frota los cardenales, se viste, paga la cuenta y vuelve a sus negocios para, al
cabo de una semana más o menos, volver en busca de este singular placer.
A veces hace que se le suba en el pecho una de estas muchachas mientras que las otras
la hacen girar hasta que la piel de él queda ensangrentada por la rotación de los tacones.
A menudo, una de las chicas tiene que ponérsele encima de tal forma que un zapato
queda sobre los ojos con el tacón sobre un globo ocular, mientras que el otro zapato se
poya en su cuello. En esta posición aguanta la presión de una persona de unas 150 libras
de peso durante 4—5 minutos. El autor [Cox, A.B.] habla de docenas de casos análogos
de los que ha tenido noticia. Hammond supone con razón que este hombre se ha vuelto
impotente en su relación con las mujeres y que en este insólito procedimiento busca y
encuentra un equivalente del coito, y que mientras se le pisotea hasta llegar a la sangre
experimenta sensaciones sexuales placenteras acompañadas de eyaculación.
Señor L., artista, 29 años, de familia en la que se han dado diversos casos de
enfermedades nerviosas y tuberculosis, acude a consulta porque le preocupan ciertas
anomalías de su vita sexualis.
Despertó a esta repentinamente con 7 años con motivo de un castigo ad podicem con
vara. A partir de los 10 años se dio a la masturbación. Durante este acto pensaba siempre
en figuras flagelantes. Asimismo, en años posteriores, las poluciones nocturnas solo iban
acompañadas de sueños flagelatorios. También en estado de vigilia tenía constantemente
desde los 10 años de edad el deseo de ser flagelado.
Entre los 11 y los 18 años tuvo inclinación por su propio sexo. No obstante, nunca fue más
allá de lo que es una apasionada amistad juvenil. También durante este episodio
homosexual sentía constantes deseos de ser flagelado por un amigo querido.
A partir de los 19 años, coito, pero sin verdadero sentimiento libidinoso y con deficiente
erección. Su inclinación ya exclusivamente heterosexual tenía siempre por objeto a
mujeres mayores que el paciente. Las jóvenes le eran indiferentes. Los deseos
flagelatorios se iban volviendo cada vez más intensos.
A partir de los 25 años y hasta la fecha, amor efusivo por una mujer mayor. Vínculo
matrimonial descartado. Reconocimiento de su estado. Al parecer, intentos por parte de la
mujer de conducir al paciente a relaciones sexuales normales. A pesar de aborrecer este
estado, a pesar del profundo amor por esa mujer, a pesar de los remordimientos, de la
vergüenza, de los buenos propósitos, siempre recaía. El paciente declara que sus
sentimientos sexuales por esa mujer son exclusivamente masoquistas. De vez en cuando
consigue que la mujer le flagele.
Dotado de un gran apetito sexual, se hizo azotar también por puellis. Considera la
flagelación el acto sexual adecuado para él. Así es como llega más fácilmente a una
eyaculación acompañada de intenso placer. El coito es secundario para él. Sólo lo ha
probado excepcionalmente tras satisfacerse por medio de la flagelación, y, a consecuencia
de una relativa impotencia psíquica, en escasas ocasiones ha tenido éxito.
Además encuentra que uno y otro acto sexual tienen diferentes efectos espirituales y
físicos. Tras el coito se siente moralmente elevado y fresco físicamente, mientras que el
acto flagelatorio representa una agresión para su cuerpo y le hace sentir después
remordimientos. Percibe su masoquismo como patológico. Por eso busca ayuda.
El paciente está convencido de que si pudiera casarse con una mujer a la que quisiera, se
libraría de su masoquismo.
Como recomendaciones terapéuticas se dan las siguientes: combatir por sí mismo ideas,
impulsos y actos masoquistas, si es necesario con ayuda de un tratamiento sugestivo-
hipnótico; fortalecer el sistema nervioso; y librarse de los síntomas de debilidad irritativa
mediante un tratamiento antineurasténico.
Un hombre de mediana edad, casado y padre de familia, que siempre ha llevado una vita
sexualis normal, pero que dice proceder de familia muy “nerviosa”, me hace la siguiente
comunicación: en su primera juventud experimentó una intensa excitación sexual al ver a
una mujer sacrificando un animal con un cuchillo. Desde entonces se ha recreado durante
muchos años en la fantasía libidinosa de recibir pinchazos y cortes de mujeres con
cuchillos, e incluso de que le maten. Más tarde, al comenzar a mantener relaciones
sexuales normales, estas fantasías perdieron toda su excitación perversa para él.
Una dama me contó lo siguiente: “Siendo una muchacha joven e inexperta la casaron con
un hombre de unos 30 años. En la primera noche de su vida conyugal él le puso en las
manos una escudilla de barbero con jabón y le pidió con vehemencia, sin muestra alguna
de cariño, que le enjabonara la barbilla y el cuello (como para afeitarle). La mujer,
completamente inexperta, hizo lo que se le pedía y quedó no poco sorprendida al ver
durante las primeras semanas de su vida conyugal que no llegaba a conocer sus secretos
en ninguna otra forma; el marido le aseguraba constantemente que para él representaba
suponía el máximo placer que le enjabonara la cara. Después de pedir consejo a amigas,
consiguió que su marido practicara el coito y tuvo con él durante los años siguientes tres
hijos, según asegura. El marido es persona trabajadora y sólida, pero taciturno, hosco, de
profesión comerciante”.
(Pascal, Igiene dell’amore.) Un hombre de unos 45 años acudía cada tres semanas a ver a
una prostituta y le pagaba 10 francos por llevar a cabo el siguiente procedimiento. La
puella tenía que desnudarle, atarle de pies y manos, vendarle los ojos y además tapar las
ventanas. Luego sentaba a su huésped en un sofá y tenía que dejarle solo en su estado de
indefensión. Al cabo de media hora tenía que regresar y liberarle de sus ataduras. Tras
esto el hombre pagaba y se iba completamente satisfecho, para repetir visita a los tres
meses más o menos
X., 38 años, ingeniero, casado, padre de 3 hijos, aunque está felizmente casado, no es
capaz de resistirse al impulso de acudir de vez en cuando a una prostituta instruida por él y
representar la siguiente comedia masoquista como preliminar de un coito. En cuanto se
halla en presencia de la puella, esta tiene que agarrarle por las orejas, arrastrarle por la
habitación a base de tirones de oreja y regañarle: “¿Qué haces aquí? ¿No sabes que
tienes que estar en el colegio? ¿Por qué no vas al colegio?”. Al mismo tiempo le abofetea
y le golpea, hasta que él se pone de rodillas y pide perdón. A continuación ella le da una
canastita con pan y fruta como se hace con los niños cuando se los manda al colegio, le
levanta por las orejas y le vuelve a ordenar que vaya al colegio. X. vuelve a hacerse el
rebelde hasta que, bajo el estímulo de los tirones de oreja, golpes y regañinas de la puella,
llega al orgasmo. En ese momento grita: “Ya voy, ya voy” y consuma el coito. Es probable,
aunque no está demostrado, que esta comedia masoquista tenga que ver con el hecho de
que las primeras manifestaciones de excitación sexual se dieran en su época de escolar
con motivo de estos castigos y que la libido se haya vinculado a ellos por asociación. Por
lo demás se desconoce la vita sexualis de X. (Dr. Carrara, en Archivio di Psichiatria XIX.
4.).
Señor Z., 22 años, soltero, le trajo a mí su tutor por indicación médica, pues era
extremadamente nervioso y, al parecer, sexualmente no normal. La madre y la madre de la
madre padecieron enfermedades mentales. El padre le engendró en una época en que
padecía bastante de los nervios.
Al parecer, el paciente había sido un niño muy vivaz y con mucho talento. Ya con 7 años
se constató que se masturbaba. A partir de los 9 años se volvió despistado, olvidadizo, no
iba bien en los estudios, necesitaba siempre ayuda con las clases y protección, le costó
trabajo acabar el bachillerato y durante su año como voluntario destacó por indolente y
olvidadizo, así como por cometer diversas barrabasadas.
El motivo de la consulta fue un episodio en la calle durante el cual Z. abordó a una joven
dama y pretendió, con vehemencia y gran alteración, que mantuviera una conversación
con él.
La explicación que dio el paciente a este comportamiento fue que deseaba excitarse
hablando con una muchacha decente para ser potente después en el coito con una
prostituta (!).
El padre de Z. le describe como una persona de naturaleza bondadosa, decente pero
abúlica, insulsa, descontenta de sí misma, a menudo desesperada por el poco éxito que
ha tenido hasta ahora en la vida, además de ser indolente e interesarse solamente por la
música, para la que está dotado de un gran talento.
Dice no haberse sentido nunca atraído por personas de su mismo sexo. Cree más bien
haber tenido de vez en cuando una leve inclinación hacia las mujeres. Afirma haber
llegado por sí mismo al onanismo. Con 13 años percibió por primera vez eyaculación de
esperma como resultado de manipulaciones masturbatorias.
Fue necesario convencer a Z. con largas conversaciones para que se decidiera a desvelar
por completo su vita sexualis. Como muestran las siguientes manifestaciones, se le podría
clasificar como un caso de masoquismo ideal con sadismo rudimentario. El paciente
recuerda perfectamente que ya con 6 años y sin motivo alguno aparecieron en él
“fantasías violentas”. Se imaginaba que la criada le abría de piernas y le mostraba a otro
sus genitales (del paciente), que intentaba arrojarle al agua fría o caliente para provocarle
dolor. Estas “fantasías violentas” iban acompañadas de un sentimiento de placer y daban
lugar a manipulaciones masturbatorias. El paciente las evocaba más tarde también
voluntariamente para incitarse a la masturbación. Asimismo, desempeñaron un papel en
sus sueños a partir de entonces. No obstante, nunca dieron lugar a poluciones, al parecer
porque el paciente se masturbaba desmedidamente durante el día.
Con el tiempo, a estas fantasías violentas de índole masoquista se les unieron otras de
tipo sádico. Al principio eran imágenes de muchachos que se masturbaban mutuamente
de manera violenta, que se cortaban los genitales. Era frecuente que asumiera el papel de
uno de esos muchachos, tanto el activo como el pasivo.
Z., 27 años, artista, constitución fuerte, de aspecto agradable, al parecer sin tara, en su
juventud sano, desde los 23 años es nervioso y con predisposición a desazón
hipocondriaca. En cuestión sexual, con tendencia a la fanfarronería, tampoco es
demasiado potente. A pesar de ser correspondido por el sexo femenino, las relaciones del
paciente con aquel se limitan a inocentes muestras de ternura. Resulta digna de mención
su tendencia a desear a mujeres que se comportan con él de manera esquiva. Desde los
25 años observa que le excitan sexualmente las mujeres en cuanto descubre en ellas un
rasgo autoritario, por feas que sean. Una palabra airada de la boca de una mujer así basta
para provocar en él las más violentas erecciones. Así, por ejemplo, estando sentado un día
en un café oyó cómo la (espantosa) cajera reñía al camarero con voz enérgica. Esta
actuación le llevó a un estado de máxima excitación sexual que resultó al poco tiempo en
una eyaculación. Z. exige de las mujeres con las que ha de mantener relaciones sexuales
que le rechacen, le atormenten de todas las maneras posibles, etc. Dice que solo le puede
resultar atractiva una mujer que se parezca a las protagonistas de las novelas de Sacher-
Masoch.
Señor X., 25 años, de padres sanos, anteriormente nunca enfermo de consideración, puso
a mi disposición la siguiente autobiografía: “Empecé a masturbarme con 10 años sin que
esto fuera nunca acompañado de pensamientos libidinosos. Ya por aquella época —esto
lo sé con certeza—, la visión y el tacto de unas botas elegantes de mujer ejercían sobre mí
un embrujo sin igual; mi mayor deseo era poder llevar también unas botas así, deseo que
pude realizar también de vez en cuando en bailes de disfraces. Después fue un
pensamiento completamente diferente el que comenzó a atormentarme: mi ideal consistía
en verme en una situación humillante, me hubiera gustado ser esclavo, deseaba ser
castigado, en definitiva, recibir el trato que se describe en las numerosas historias de
esclavos. No sabría decir si este deseo surgió en mí por la lectura de estos libros o de
forma espontánea.
“Con 13 años llegó la pubertad; con la aparición de las eyaculaciones aumentó el placer y
me masturbaba con más frecuencia, a menudo 2 ó 3 veces al día. Durante el periodo de
los 12 a los 16 años tenía siempre la fantasía durante el acto onanista de que me
obligaban a llevar botas de chica. La visión de una bota elegante en el pie de una chica
medianamente guapa me enloquecía, yo buscaba con ansia llevar el olor a cuero a mi
nariz. Para oler el cuero también durante el onanismo me compraba manguitos de cuero,
que olfateaba mientras me masturbaba. Mi pasión por las botas de cuero de mujer sigue
siendo hoy la misma, solo que desde que cumplí los 17 años se le ha unido el deseo de
convertirme en criado, limpiarles las botas a damas distinguidas, tener que ayudarlas a
vestirse y desnudarse, y similares.
“Mis sueños nocturnos consisten siempre en escenas con zapatos: estoy ante el
escaparate de una zapatería, a veces miro el elegante calzado de señora, sobre todo los
zapatos con botones, o ad pedes feminae jaceo et olfacio et lambo calceoles eius. Hace
más o menos un año que he dejado el onanismo y acudo ad puellas; el coito se consuma
concentrando mi pensamiento en botas de señora con botones, a veces me llevo el zapato
de la puella conmigo a la cama. Nunca he sufrido trastornos debidos a mi anterior
onanismo. Se me da bien estudiar, tengo buena memoria, no he tenido en mi vida dolor de
cabeza. Esto es lo que tenía que contar sobre mí.
“Un par de palabras aún a propósito de mi hermano: estoy convencido de que él también
es fetichista de zapatos; entre muchos otros hechos que me lo demuestran, destacaré
solamente uno: para él es todo un placer que le aseste patadas una de nuestras primas
(increíblemente guapa). Por lo demás, me comprometo a decir de cualquier hombre que se
para ante una zapatería y se queda mirando los zapatos si es ‘amigo de los zapatos’ o no.
Esta anomalía es enormemente frecuente; si hablando con conocidos saco el tema de qué
es lo que los atrae en una mujer, se oye con gran frecuencia que resulta más atractiva la
mujer vestida que la desnuda; aunque todo el mundo tiene mucho cuidado de no nombrar
su fetiche especial. Tengo un tío que también creo que es fetichista de zapatos”.
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Asegura haber sentido debilidad por los zapatos de mujer desde los 9 años de edad.
Atribuye este fetichismo a haber visto en aquel entonces a una dama subiendo a un
caballo mientras un criado le sujetaba el estribo. Esta visión le excitó poderosamente, se
ha reproducido siempre en su fantasía y cada vez ha ido acompañada de sentimientos
libidinosos. Las sentimientos de sus poluciones giraban después alrededor de mujeres con
zapatos. Le encantaban los zapatos de cordón con tacones altos. A esto se le unió
enseguida la fantasía libidinosa de dejar que una mujer le pisara con sus tacones y besar
arrodillado el zapato de esta. De la mujer solo le interesa el zapato. Las fantasías olfativas
no desempeñan aquí papel alguno. El zapato por sí solo no le basta. Tiene que estar
puesto. Cuando Z. ve a una dama con semejante calzado se excita tanto que se tiene que
masturbar. Cree que sólo sería potente con una mujer que estuviera calzada así.
Señor M., 33 años, de distinguida familia cuyo lado materno presenta desde hace varias
generaciones casos de manifestaciones de degeneración psíquica e incluso de locura
moral, de madre neuropática, caracteriológicamente anormal, fuerte, bien plantado, pero
con tara neuropática, ya desde niño cayó sin incitación en el onanismo, con unos 12 años
empezó a tener extraños sueños en los que era torturado, azotado y pisoteado por
hombres y mujeres, aunque en estas situaciones oníricas los hombres iban siendo
desplazados progresivamente por mujeres. Con unos 14 años empezó a sentir debilidad
por los zapatos de señora. Le excitaban sensualmente, sentía la necesidad de besarlos,
apretarlos contra su cuerpo, haciendo lo cual tenía erecciones y llegaba al orgasmo, que
resolvía con la masturbación. Estos actos se veían acompañados también de fantasías
masoquistas en las que le pisaban y torturaban.
Se dio cuenta de que su vita sexualis era anormal e intentó ya con 17 años sanearla
mediante el coito.
Era totalmente impotente, lo mismo ocurrió en un nuevo intento con 18 años, siguió
dándose a la masturbación entre fantasías fetichistas con zapatos de señora y una serie
de ideas masoquistas.
Con 19 años tuvo noticia por casualidad de un caballero que para ser potente se hacía
flagelar por una puella.
A esto le siguieron 3 años en los que M., debido a su impotencia psicológica con otras
muchachas, recayó en la masturbación y en su viejo fetichismo.
Con 30 años, nueva relación de simpatía, pero como M. se siente totalmente incapaz de
consumar el coito sin recurrir a situaciones nasoquistas, instruye a la muchacha en
cuestión para que le trate como su esclavo.
Ella interpretaba bien su papel: él tenía que besarle los pies, ella le azotaba con una vara,
le pisaba… pero todo esto no servía de nada.
M. sólo sentía dolor y la más profunda vergüenza, de modo que pronto renunció a tales
actos de violencia. Y sin embargo era potente si al ir a realizar el coito acudían en su
auxilio situaciones masoquistas ideales.
Esta poco satisfactoria relación acabó pronto. Entre tanto había caído en sus manos mi
Psychopathia sexualis y había descubierto cuál era la verdadera situación por lo que
respecta a su anomalía. Escribió a la amiga con la que antiguamente había tenido éxito, la
reconquistó y le manifestó que las absurdas escenas de esclavitud de antes no se podían
repetir y que aunque él se lo pidiera ella no debía prestarse a sus ideas masoquistas.
Cubría de besos este zapato a diario y se preguntaba: “¿Por qué tengo que tener
erecciones cuando beso un zapato que no es sino un trozo de cuero trabajado?”. Esta
forma de desnudar repetidamente el objeto de su embrujo fetichista acabó dando
resultado. Las erecciones desaparecieron y el zapato se convirtió simplemente en zapato.
Además de esta autosugestión hubo relaciones íntimas con esta persona simpática. Al
principio las fantasías masoquistas resultaban imprescindibles para lograr la potencia.
Paulatinamente también el masoquismo fue desapareciendo.
M., en tan satisfactorio estado, acudió a mí orgulloso del éxito logrado por sí mismo para
darme las gracias por el conocimiento que le había proporcionado mi libro, que le había
mostrado el camino adecuado para la curación de su vita sexualis. Todo lo que pude hacer
fue felicitar al señor M. por su éxito.
Algunos meses más tarde me comunicó que se sentía completamente recuperado, que
mantenía relaciones sexuales sin dificultad alguna y que sus antiguas fantasías
masoquistas tan solo se presentaban raramente, de manera pasajera y desprovistas de
sentimientos.
Hombre joven, fuerte, 26 años. No encuentra en el bello sexo atractivo sensual alguno que
sea comparable con una elegante bota en el pie de una hermosa dama, sobre todo si es
de cuero negro y está provista de tacones altos. Le basta con la bota sin la dueña. Le
produce el máximo placer mirarla, tocarla, besarla. El pie de una dama desnudo o
simplemente con una media le deja perfectamente frío. Desde la niñez siente debilidad por
las botas de señora elegantes.
X. es potente; durante el acto sexual, la persona tiene que estar vestida elegantemente y,
sobre todo, llevar botas elegantes. En la cumbre del abandono sexual se unen
pensamientos crueles a la admiración de las botas. No puede evitar pensar con placer en
la agonía del animal del que ha salido el cuero para las botas. A veces no le queda más
remedio que llevarle a su Friné gallinas y otros animales vivos para que esta los pise con
sus elegantes botas, a fin de intensificar el placer. A esto lo llama “sacrificio a los pies de
Venus”. Otra veces, la mujer tiene que pisotearle a él con sus botas, cuanto más, mejor.
Hasta hace un año, dado que no encontraba atractivo alguno en la mujer, se conformaba
con acariciar botas de señora que fueran de su gusto, con lo que llegaba a la eyaculación
y la plena satisfaccion (Lombroso, Arch. di psichiatria IX, fascic. III).
Con el tiempo empezaron a acometerle las escenas de zapatos también durante el día, y
sin que él lo buscara le provocaban erección y eyaculación. A menudo tomaba zapatos de
mujeres de la casa y con tocarlos con el pene ya tenía una eyaculación. Durante un
tiempo, en su época de estudiante, consiguió dominar estas ideas y deseos. Luego vino
una etapa en que se dedicaba a escuchar los pasos de las mujeres por la calle, con lo que
se estremecía de placer, igual que cuando veía poner clavos en las suelas de los zapatos
de señora o contemplaba los zapatos en los escaparates.
Se casó y durante los primeros meses de matrimonio estuvo libre de estos impulsos. Poco
a poco se fue volviendo histeropático y neurasténico.
En ese estadio bastaba para que le entraran ataques de histeria con que el zapatero le
hablara de clavos en zapatos de señora o de clavar las suelas de los zapatos de señora.
Mayor aún era la reacción cuando veía a una bella dama que llevaba zapatos con muchos
clavos. Para llegar a la eyaculación le bastaba con recortar suelas de zapatos de señora
en un cartón y clavetearlas. También compraba zapatos de señora y pedía que les
pusieran clavos en la tienda. Arañaba el suelo con ellos en casa y tocaba finalmente con
ellos la punta de su pene. Pero también se presentaban espontáneamente situaciones
libidinosas con zapatos en las que se satisfacía mediante la masturbación.
X. es por lo demás inteligente, aplicado en su oficio, pero lucha en vano contra sus deseos
perversos. Presenta fimosis; pene corto, de paredes convexas, sin ser plenamente capaz
de erección. Un día el paciente se puso a masturbarse ante una zapatería al ver una suela
de zapato de señora claveteada y fue condenado por ello (Blanche, Archives de
Neurologie, 1882, Nr. 22).
Por las noches se imaginaba que sus primas iban a tomarse las medidas para los zapatos
y que él fabricaba las herraduras para estos o cortaba el material.
Con el tiempo empezaron a acometerle las escenas de zapatos también durante el día, y
sin que él lo buscara le provocaban erección y eyaculación. A menudo tomaba zapatos de
mujeres de la casa y con tocarlos con el pene ya tenía una eyaculación. Durante un
tiempo, en su época de estudiante, consiguió dominar estas ideas y deseos. Luego vino
una etapa en que se dedicaba a escuchar los pasos de las mujeres por la calle, con lo que
se estremecía de placer, igual que cuando veía poner clavos en las suelas de los zapatos
de señora o contemplaba los zapatos en los escaparates.
Se casó y durante los primeros meses de matrimonio estuvo libre de estos impulsos. Poco
a poco se fue volviendo histeropático y neurasténico.
En ese estadio bastaba para que le entraran ataques de histeria con que el zapatero le
hablara de clavos en zapatos de señora o de clavar las suelas de los zapatos de señora.
Mayor aún era la reacción cuando veía a una bella dama que llevaba zapatos con muchos
clavos. Para llegar a la eyaculación le bastaba con recortar suelas de zapatos de señora
en un cartón y clavetearlas. También compraba zapatos de señora y pedía que les
pusieran clavos en la tienda. Arañaba el suelo con ellos en casa y tocaba finalmente con
ellos la punta de su pene. Pero también se presentaban espontáneamente situaciones
libidinosas con zapatos en las que se satisfacía mediante la masturbación.
X. es por lo demás inteligente, aplicado en su oficio, pero lucha en vano contra sus deseos
perversos. Presenta fimosis; pene corto, de paredes convexas, sin ser plenamente capaz
de erección. Un día el paciente se puso a masturbarse ante una zapatería al ver una suela
de zapato de señora claveteada y fue condenado por ello (Blanche, Archives de
Neurologie, 1882, Nr. 22).
(Dr. Pascal, Igiene dell’amore.) X., comerciante, de cuando en cuando, sobre todo cuando
hacía mal tiempo, le acometía el siguiente deseo: se ponía al habla con una prostituta
cualquiera y le pedía que le acompañara a una zapatería, donde le compraba el par de
botines de charol más hermoso que hubiera, con la condición de que se los calzara
inmediatamente. Tras esto, la mencionada tenía que pisar cuantos excrementos y charcos
encontrara por la calle para ensuciar las botas lo más posible. Una vez hecho esto, X.
llevaba a esa persona a un hotel. Apenas entraban a la habitación, se arrojaba a sus pies y
experimentaba un placer extraordinario restregando los labios por ellos. Una vez limpias
las botas por tal procedimiento, entregaba un dinero y seguía su camino.
Estudiante Z., 23 años, procedente de familia con tara. La hermana era melancólica, el
hermano padeció hysteria virilis. El paciente era raro desde la niñez, presenta a manudo
indisposición hipocondriaca. Taed. vitae, se siente postergado. Durante una consulta por
“melancolía” encuentro un ser estrambótico, tarado, con síntomas de neurastenia e
hipocondria. La sospecha de masturbación se ve confirmada. El paciente realiza
interesantes revelaciones sobre su vita sexualis. A la edad de 10 años se sentía
poderosamente atraído por el pie de un compañero de clase. Con 12 años empieza a
sentir pasión por los pies de las damas. Le producía un sentimiento deleitoso recrearse en
su contemplación. Con 14 años empezó a masturbarse pensando para ello en un hermoso
pie de mujer. A partir de entonces empezó a sentir entusiasmo por los pies de su hermana,
3 años mayor que él. También los pies de otras damas, siempre que le resultaran
simpáticas, obraban sobre él un estímulo sexual. De la mujer solo le interesaba el pie. La
idea del contacto sexual con una mujer despertaba asco en él. Todavía no había intentado
nunca el coito. Con 12 años de edad dejó de sentir interés por el pie de individuos
masculinos. La forma en que se viste el pie femenino le es indiferente, lo decisivo es que la
personalidad le resulte simpática. La idea de disfrutar del pie de prostitutas le resulta
repugnante. Desde hace años está enamorado de los pies de su hermana. Le basta con
ver los zapatos de esta para que se despierte su sensualidad. Un beso, un abrazo de la
hermana no tiene este efecto. Lo más grande para él es tener entre sus manor el pie de
una mujer simpática, besarlo. Alcanza entonces inmediatamente la eyaculación bajo un
intenso sentimiento de placer. Ha sentido a menudo deseos de tocar sus genitales con un
zapato de la hermana, pero hasta ahora ha logrado controlar este deseo, sobre todo
porque desde hace 2 años (como consecuencia de una avanzada debilidad genital
irritativa) le basta con la visión del pie para eyacular. Los familiares explican que el
paciente tiene una “admiración ridícula” por los pies de su hermana, que esta le rehúye y
procura ocultar sus pies al paciente. El paciente percibe su perverso deseo sexual como
morboso y le hace sentirse mal el que sus sucias fantasías tengan por objeto precisamente
el pie de la hermana. Procura evitar la ocasión como puede, trata de aliviarse mediante la
masturbación, durante la cual, al igual que en las poluciones en sueños, se presentan en
su fantasía pies de mujer. Pero cuando el deseo se vuelve demasiado poderoso, no puede
resistirse a la contemplación del pie de la hermana. Inmediatamente después de la
eyaculación experimenta una intensa desazón por haber vuelto a ser débil. Su inclinación
por el pie de la hermana le ha costado innumerables noches en blanco. Se sorprende a
menudo de que todavía pueda tener afecto por su hermana. Aunque considera correcto
que esta le oculte los pies, a menudo le irrita el quedarse sin su polución por este motivo.
El paciente recalca que por lo demás es una persona decente, lo cual confirman sus
parientes.
S. es acusado de robo callejero en Nueva York. Entre sus ascendientes, numerosos casos
de demencia, también el hermano del padre y la hermana del padre son psíquicamente
anormales. Con 7 años dos fuertes conmociones cerebrales. Con 13 años caída desde un
balcón. A la edad de 14 años, S. sufrió fuertes dolores de cabeza en forma de ataques.
Durante estos ataques o inmediatamente después de ellos sentía el extraño impulso de
sustraer los zapatos (normalmente uno solo) de los miembros femeninos de la familia y
esconderlos en cualquier rincón. Cuando le pedían explicaciones, lo negaba o decía no
acordarse. El deseo de zapatos resultaba irresistible y se volvía a presentar cada 3-4
meses. Una vez intentó quitarle del pie un zapato a una criada, otra vez le robó un zapato
a su hermana de su habitación. En primavera les quitaron a dos damas los zapatos de los
pies en plena calle. En agosto S. salió temprano de su casa para acudir a su trabajo de
impresor de libros. Momentos después le quitó un zapato a una joven en la calle, huyó,
llegó corriendo a la imprenta y fue detenido allí por asalto callejero. Afirmó no saber gran
cosa de los hechos: al ver los zapatos le vino como un relámpago la idea de que los
necesitaba, sin saber para qué. Actuó de manera irreflexiva. Le encontraron el zapato en la
chaqueta, como se había denunciado. Con las prisas estaba tan excitado psíquicamente
que temía sufrir un ataque de locura. Una vez en libertad, le robó a su mujer nuevamente
los zapatos mientras esta dormía. Su carácter moral, su forma de vida eran intachables.
Era un trabajador inteligente, tan solo tareas irregulares que se sucedieran rápidamente le
producían confusión y le impedían trabajar. Fue absuelto. (Nichols, Americ. J. J. 1859;
Beck, Medical jurisprud. 1860 vol. I, p. 732).
Masoquismo. Coprolagnia. Z., 52 años, de clase social elevada, padre tísico, familia
supuestamente sin tara, desde siempre nervioso, hijo único, asegura haber sentido una
extraña excitación ya desde los 7 años al ser espectador por casualidad de cómo las
criadas de la casa se quitaban zapatos y medias para limpiar las habitaciones. En una
ocasión le pidió a una de las muchachas que antes de ponerse a fregar le enseñara las
suelas de los zapatos y hasta los dedos de los pies. Cuando empezó a ir a la escuela y a
leer libros, se veía atraído por lecturas en las que se describían crueldades refinadas,
torturas, sobre todo cuando se ejecutaban por orden de mujeres. Devoraba novelas sobre
esclavitud, servidumbre, etc. y experimentaba tal excitación sexual con estas lecturas que
empezó a masturbarse. Pero sobre todo le excitaba la idea de ser esclavo de alguna joven
y hermosa dama de su entorno, tras un largo paseo con ella poder pedes lambere,
praecipue plantus et spatia inter digitos. Se imaginaba a la dama en cuestión muy cruel, se
representaba en su fantasía cómo esta se regodeaba en las torturas y flagelaciones que le
imponía. Se masturbaba deleitándose en estas fantasías. Con 15 años se le ocurrió hacer
que un caniche le lamiera los pies mientras se entregaba a estas fantasías. Un día observó
cómo una hermosa criada de la casa dejaba que ese caniche le lamiera los dedos de los
pies mientras leía. Esta visión produjo en Z. erección y eyaculación. Convenció entonces a
la muchacha de que se dejara lamer los pies por el caniche a menudo en su presencia.
Finalmente ocupó él el puesto del caniche, eyaculando cada vez que lo hacía. Entre los 15
y los 18 años estuvo interno, por lo que carecía de ocasión para tales prácticas. Se
limitaba a excitarse cada par de semanas con la lectura de atrocidades cometidas por
mujeres, imaginándose que a una de estas mujeres crueles tenía que digitos pedum
sugere, con lo que lograba la eyaculación, acompañada de un intenso placer. Los
genitales femeninos nunca presentaron el más mínimo interés para él, como tampoco se
sentía atraído sexualmente por los hombres. Ya de adulto acudía a puellas y practicaba el
coito con ellas, después de haberles practicado succio pedum. También hacía esto inter
actum y hacía que la puella le contase con qué martirios le atormentaría hasta la muerte si
no le dejaba los dedos de los pies bien limpios a base de lametazos. Z. asegura haber
alcanzado su objetivo infinitas veces y que esta succio resultaba muy agradable para las
personas implicadas. Los pies de damas educadas, oprimidos y deformados por zapatos
estrechos, que llevaran varios días sin lavar, tenían para él un especial atractivo, pero solo
le gustaba “la fina película natural que se forma con damas limpias y educadas”, también
el desteñido de las medias. Los pies sudados, en cambio, solo le excitaban en su fantasía,
pero en la realidad le repugnaban. También las “atroces torturas” existían para él
solamente en la fantasía, como medio para excitarse; en la realidad le horrorizaban y
nunca intentó ponerlas en práctica. Aun así desempeñaban un papel destacado en su
fantasía y nunca dejaba de instruir a las mujeres con las que simpatizaba y con las que
mantenía una relación masoquista sobre cómo debían escribirle cartas amenazadoras
(que él les encargaba e inspiraba). Presentaré aquí el contenido de una de esas cartas,
procedente de una colección que Z. puso a mi disposición, pues en ella se encierra la
totalidad del pensamiento y sentimiento de este masoquista: “Lambitor sudoris pedum
meorum!” “Me imagino con placer el momento en que me lamerá usted los dedos de los
pies, sobre todo después de un largo paseo… próximamente recibirá un retrato de mi pie.
Me embriagará como néctar el que usted lama el sudor de mis pies. Y si no quiere, le
obligaré, le azotaré como al más bajo de mis esclavos. Tendrás que ver cómo alius
favoritus sudorem pedum mihi lambit, mientras que tú gimoteas como un perro bajo los
latigazos de los sirvientes. Te declararé libre como un pájaro; me producirá una cruel
alegría verte sufrir, exhalando tu alma en medio de los más espantosos tormentos,
lamiéndome los pies en plena agonía… Me desafía usted a ser cruel —bien, le aplastaré
como a un gusano… Me pide una de mis medias. La llevaré más tiempo del que suelo,
pero exijo que la bese, la lama y que ponga en remojo la parte del pie y se beba luego el
agua. Si no hace todo lo que exige mi deseo, le castigaré con la fusta. Exijo obediencia
incondicional. De lo contrario le haré azotar con látigos, le haré andar por una era con el
suelo lleno de pinchos de hierro, o haré que le den de bastonazos y después le arrojaré a
la jaula de los leones y me deleitaré contemplando cómo saborean su carne las fieras”.
A pesar de esta palabrería ridícula, encargada por él mismo, Z. tiene en gran estima esta
carta como medio para el objetivo de satisfacer una sexualidad perversa. Según asegura,
su abominación sexual, que considera una anomalía congénita, no le parece antinatural,
aunque no le queda más remedio que admitir que despierta la repugnancia de las
personas normales. Por lo demás es una persona honesta y de delicados sentimientos,
pero sus reparos estéticos (por otra parte, pequeños) se ven superados con creces por el
placer que obtiene al satisfacer sus perversos deseos.
Una de estas cartas, fechada en el año 1888, tiene como emblema la imagen de una mujer
de generosas formas, con expresión masculina, medio cubierta con una piel y con una
fusta en la mano, como si se estuviera preparando para azotar. Sacher-Masoch afirma que
“la pasión de interpretar el papel de esclavo” está muy extendida, sobre todo entre
alemanes y rusos. En la carta se cuenta la historia de un distinguido ruso a quien le
gustaba que varias mujeres hermosas le ataran y azotaran. Un día encontró su ideal
(sádico) personificado de tal manera en una hermosa joven francesa que se llevó a esta
consigo a su país.
Según Sacher-Masoch, había una dama danesa que no le concedía a ningún hombre sus
favores si antes no se dejaba tratar como su esclavo durante algún tiempo. Amantes
coagere solebat, ut ei pedes et podicem lambeant. Hacía encadenar y azotar a sus
amantes hasta que la obedecían lambendo pedes. Una vez dejó al esclavo atado a los
postes de su cama con dosel y le hizo ser testigo de cómo le concedía a otro su más
precioso favor. Después de que este los dejara, el esclavo amarrado fue azotado por las
sirvientas hasta que accedió a lambere podicem dominae.
Si estas informaciones fueran verdaderas, lo que tampoco se puede creer sin más
viniendo de un poeta del masoquismo, constituirían valiosos testimonios de sadismus
feminarum. En cualquier caso, son ejemplos psicológicamente interesantes de la
idiosincrasia de los pensamientos y sentimientos masoquistas (observación propia,
Zentralblatt für die Krankheiten der Harn- und Sexualorgane IV. 7).
La pesadilla que le oprime es un deseo antinatural por mictio mulieris in os suum, que se
presenta con bastante regularidad cada 4 semanas. Preguntado por el origen de esta
perversión, relata los siguientes hechos, que resultan interesantes por su importancia para
la génesis. Cuando tenía 6 años, ocurrió por casualidad que, en una escuela mixta de
chicos y chicas, tocó a una niña que estaba sentada a su lado cum manu sub podicem.
Experimentó con ello una sensación de gran placidez y repitió esta acción alguna otra vez
con idéntico éxito. El recuerdo de tales situaciones agradables desempeñó a partir de
entonces un cierto papel en su fantasía.
Puerem decem annorum serva educatrix libidine mota ad corpus suum appresit et digitum
ejus in vaginam introduxit. Quum postea fortuitu digito nasum tetigit, odore ejus valde
delectatus fuit.
A partir del delito deshonesto cometido con él por la mujer, se desarrolló en él la fantasía,
acompañada de cierto sentimiento libidinoso, estando atado, inter femora mulieris
cumbere, coactus ut dormiat sub ejus podice et ut bibat ejus urnam.
A partir de los 13 años de edad, estas fantasías desaparecen por completo. Con 15 años
primer coito, con 16 años el segundo, perfectamente normal y sin fantasías de este tipo.
Con 17 años se presentaron nuevamente las fantasías perversas. Cada vez iban siendo
más intensas y a partir de este momento el combate contra ellas era en vano.
Con 19 años sucumbió a tales impulsos. Quum mulier quaedam in os ei minxit, maxima
voluptate effectus est. A continuación practicaba el coito con la mujer venal. Desde
entonces empezó a presentarse regularmente cada 4 semanas el deseo de repetir esta
situación.
En los intervalos que mediaban entre estos impulsos, que se presentaban de forma
impulsiva y desproporcionada, se sentía libre por completo de tales pensamientos
perversos, pero también de masoquismo ideal. Tampoco se daban relaciones fetichistas.
La libido, moderada, se presenta a intervalos y es satisfecha de manera normal, sin que
aparezca el conjunto de fantasías perversas. Le sucedió en repetidas ocasiones que se le
presentara el impulso de repetir el acto perverso y tuviera que hacer un desplazamiento de
varias horas desde el campo a la capital para gozar de él.
Perdí al paciente de vista. A finales de 1893 reapareció un día muy alterado y se lamentó
de que una vida así era insoportable. Dice soportar los tormentos de una lenta effeminatio,
haber perdido todo control sobre sí mismo, ser esclavo de un deseo repugnante que le
acomete frecuentemente, le obliga a satisfacerlo y después le deja arrepentimiento,
vergüenza y desdicha. Asegura que lleva siempre un revólver consigo (y así es), pero que
es demasiado cobarde para pegarse un tiro y que les ha pedido en vano a prostitutas que
le hagan ese favor. Me dice que soy su última esperanza. Tengo que liberarle de su
repulsivo impulso mediante la hipnosis o, si esto no tiene éxito, dormirle con gas de la risa
y no dejar ya que se despierte nunca más. Un intento de hipnosis realizado con este
desdichado tiene éxito. Al cabo de 3 semanas viene a verme de nuevo porque ha recaído.
Durante 20 días se ha sentido completamente libre, como si hubiera entrado en él “un
segundo yo, mejor”, que combatiera con éxito al primero. Como consecuencia de la
abstinencia sexual y de un sueño masoquista recayó anteayer y desde entonces, es decir,
en dos periodos de 24 horas, ha hecho que le depositen 25 veces mictio aut defaectio in
os, con extremado placer, pero sintiendo acto seguido repugnancia. El acto de coprolagnia
le satisface, cuando llega a la eyaculación, exactamente igual que el coito. Solamente 4
veces, defic. ejaculatione, se ha visto obligado a practicar el coito al final.
Tras una tercera sesión no he vuelto a verle y me temo que finalmente ha reunido el valor
para poner fin a su triste existencia. No es posible saber si la continuación del tratamiento
sugestivo hubiera podido salvarle.
X., 30 años, se apasiona por los pies pequeños y delicados de las damas. Un día visita a
dos puellae publ. en un domicilio privado para divertirse. Comenta que le gusta el olor de
los zapatos recién cepillados, tras lo cual una de las muchachas se pone un par, que él
huele. A continuación él le pide a ella que le escupa en la cara y que se escupa también en
los zapatos, tras lo cual él chupa la saliva. Después de esto le pide a ella que se saque los
mocos de la nariz y se los meta a él en la boca. También hizo que le embetunaran los
órganos sexuales, se desnudó, hizo que le atasen el cordón de un zapato en el pene y que
le llevaran así a cuatro patas por la habitación, durante lo cual las muchachas tenían que
frotarle con un manojo de ramas hasta hacerle sangre; quería que le “domaran”. Las
mujeres tenían además que lanzarle todos los insultos posibles. Mientras él estaba así
tirado en el suelo, tenían que subirse encima de él, darle patadas y atormentarle de todas
las formas imaginables. Por último les pidió que hicieran sus necesidades en su boca, a lo
que ellas se negaron. Durante estos actos se produjo effusio seminis. Cuando le
preguntaron cómo es que hacía esas cosas, explicó que llevaba un año sin tocar a una
mujer y ahora le apetecía de nuevo divertirse un poco. Dijo que el gusto por los pies
bonitos lo tenía desde la escuela y que las anomalías en las relaciones sexuales le venían
de la lectura de libros franceses.
[Psychopathia sexualis, caso 82]
B., 31 años, funcionario, procede de familia con antecedentes neuropáticos, desde niño
era nervioso, endeble, padecía temores nocturnos. Con 16 años tuvo la primera polución.
Con 17 años se enamoró de una francesa de 28 no muy agraciada. Tenían especial
interés para él sus zapatos. En cuanto tenía ocasión de hacerlo sin que nadie se diera
cuenta, los cubría de besos y se estremecía de placer con ello. No llegaba a la eyaculación
durante estas escenas con zapatos. B. asegura que por aquel entonces aún no tenía ni
idea de la diferencia de sexos. Su admiración por los zapatos resultaba un enigma para él
mismo. A partir de los 22 años practicaba el coito aproximadamente una vez al mes. B.,
aunque era libidinoso, se sentía siempre totalmente insatisfecho espiritualmente al hacerlo.
Un día encontró a una hetera que le causó una extraña impresión por su orgullosa actitud,
sus fascinantes ojos, su ser desafiante. Era como si tuviera que arrojarse al suelo ante
esta soberbia criatura, besarle los pies y seguirla como un perro o esclavo. Especialmente
le impresionó el “majestuoso” pie con su zapato de charol. La idea de servir como esclavo
a una mujer así le hizo estremecerse de placer. Esa noche no pudo domir pensando en
ello, y mientras yacía boca abajo besando en su fantasía los pies de esta mujer, tuvo una
eyaculación. Como B. era tímido por naturaleza, no confiaba demasiado en su potencia y
además sentía repulsión hacia las meretrices, se sirvió en adelante de su descubrimiento
de la masturbación psíquica para satisfacerse y renunció por completo a tener verdaderas
relaciones con las mujeres. Durante esta satisfacción solitaria pensaba en el magnífico pie
de la soberbia mujer, a cuyo recuerdo óptico se asoció con el tiempo la fantasía olfativa de
un pie o zapato de dama. En sus éxtasis eróticos nocturnos cubría el imaginario pie de
mujer con innumerables besos. En sueños eróticos seguía a autoritarias mujeres. Llovía.
La dómina se levantaba mucho el vestido, él “veía el dulce pie, sentía casi su forma
elástica, blanda y, sin embargo, firme y cálida, veía un trozo de pantorrilla cubierto por una
media de seda roja”; llegaba entonces por lo general a la polución. Era todo un placer para
B. salir a dar vueltas por la calle mientras llovía para ver así sus sueños hechos realidad; si
lo conseguía, la persona en cuestión se convertía en objeto de sus sueños y fetiche de sus
actos de masturbación psíquica. Para potenciar la ilusión de estos últimos, se le ocurrió
ponerse en la nariz su propio calcetín impregnado de la secreción de sus pies. Con este
auxilio, su fantasía casi adquiría realidad en la culminación del éxtasis: estaba embriagado
por el olor del imaginario pie de dama, que con intenso deseo besaba, chupaba y mordía
hasta que por fin se producía la eyaculación. Pero concurrían también en el sueño o en el
éxtasis libidinoso imágenes genuinamente masoquistas, por ejemplo, “la soberbia mujer,
apenas cubierta y con un látigo en la mano, estaba en pie ante él, mientras que él, como
esclavo, se arrodillaba en tierra ante ella. Ella empezaba a asestarle latigazos, le plantaba
el pie en el cuello, en la cara, en la boca, hasta que accedía a secretum inter digitos nudos
pedis ejus bene olens exsugere”. Para completar la ilusión utilizaba propria secreta pedum
llevándoselas a la nariz. Durante este éxtasis experimentaba un delicioso aroma, mientras
que fuera del paroxismo encontraba sudorem proprium non bene olentem. Durante largo
tiempo, estos fetichismos se vieron desplazados por fetichismo de podex, para lo que B.
recurría en ayuda de su ilusión a unas bragas y stercus proprium naribus appositum. A
esto le siguió una época en que su fetiche era cunnus feminae y en que practicaba
cunnilingus ideal. Se ayudaba para ello con trozos de la zona axilar de un corpiño de punto
de señora, medias, zapatos de la misma proveniencia. Tras 6 años, al aumentar la
neurastenia y paralizarse la fantasía (?), B. perdió la capacidad para este tipo de onanismo
ejecutado psíquicamente y se convirtió en masturbador normal. Así siguió durante varios
años. El progreso de su neurastenia precisó un tratatamiento en un balneario. Durante su
convalecencia, B. conoció a una joven que respondía a sus sentimientos masoquistas,
consumó finalmente el coito con auxilio de situaciones masoquistas y se sintió satisfecho.
Pero a partir de entonces se reavivaron sus viejas fascinaciones fetichistas y deseos
masoquistas y en la satisfacción de estas apetencias B. halló, con diferencia, más placer
que en el coito, al que se había prestado únicamente honoris causa y como episodio de las
mencionadas abominaciones. El fin de esta cínica existencia sexual fue… el matrimonio,
por el que se decidió B. tras abandonarle su amante. B., que ya es padre de familia,
asegura que procede con su esposa como con aquella y que tanto él como ella están
satisfechos (!) con esta forma de relaciones conyugales (Zentralblatt für Krankheiten der
Harn – und Sexualorgane, VI, 7).
Se han de incluir aquí también varios casos de Cantarano I. c. (mictio, en otro caso incluso
defaecatio puellae ad linguam viri ante actum), degustación de dulce con olor a heces para
ser potente; así como el siguiente caso, que me fue comunicado por un médico:
Otro mantiene a una amante de forma insólitamente espléndida con la obligación de comer
únicamente mazapán. Ut libidinosus fiat et eiaculare possit excrementa feminae ore excipit.
— Un médico brasileño me contó varios casos de defaecatio feminae in os viri de los que
había tenido conocimiento.
Casos de este tipo se dan por todas partes y no son precisamente escasos. Todas las
secreciones posibles, saliva, mocos, incluso el cerumen se utilizan a este propósito, se
ingieren con ansia, se dan oscula ad nates e incluso ad anum. (El Dr. Moll op. cit. p. 135
informa de esto mismo a propósito de personas de sexualidad contraria). El perverso
deseo de realizar activamente el cunnilingus, que está muy extendido, podría también
tener a menudo su origen en tales impulsos.
Neri, Archiv. delle psicopatie sessuali, p. 108: trabajador de 27 años, con importantes
taras, con tic en la cara, fobias (sobre todo, agorafobia) y aquejado de alcoholismo.
Summa ei fit voluptas, si meretrices in os eius faeces et urinas deponunt. Vinum supra
corpus scortorum effusum defluenz ore ad meretricis cunnum adposito excipit. Valde
delectatur, si sanguinem menstrualem ex vagina effluentem sugere potest. Fetichista de
guantes de señora y botines, osculatur calceos sororis, pedes cuius sudore madent. Libido
eius tum demum maxime satiatur, si a puellis insultatur, immo vero verberatur, ut sanguis
exeat. Dum verberatur, genibus nixus veniam et clementiam puellae expetit, deinde
masturbare incipit.
W., 45 años, con tara, se daba a la masturbación ya con 8 años. A decimo sexto anno
libidines suas bibendo recentem feminarum urinam satiavit. Tanta erat voluptas urinam
bibentis ut nec aliquid olfaceret nec saperet, haec faciens. Después de beber sentía
siempre asco y malestar, y hacía propósito de abstenerse de ello en el futuro. Una única
vez experimentó el mismo placer bebiendo la orina de un muchacho de 9 años con el que
había practicado una fellatio. El paciente sufre trastorno mental epiléptico. (Pelanda,
Archivo di Psichiatria X, fasc. 9-4).
Se han de mencionar aquí, asimismo, algunos casos antiguos que ya Tardieu (Etude
médico-legale sur les attentats aux moeurs, p. 206) observó en personalidades seniles.
Presenta como “renifleurs” “qui in secretos locos nimirum theatrorum posticos
convenientes quo complures feminae ad micturiendum festinant, per nares urinali odore
excitati, illico se invicem polluunt”.
Un caso único a este respecto son los “stercoraires”, a los que se refiere Taxil (La
prostitution contemporaine).
Señorita X., 21 años, desciende de madre morfinómana fallecida hace unos años de una
enfermedad nerviosa. El hermano de esta mujer es también morfinómano. Uno de los
hermanos de la joven es neurasténico; otro, masoquista (desea que damas distinguidas y
orgullosas le asesten bastonazos). La señorita X. nunca ha estado enferma de gravedad,
sufre tan solo dolores de cabeza ordinarios. Se considera físicamente sana, aunque se
tiene a veces por loca, a saber, cuando se le presentan las fantasías que se describen a
continuación.
Dice que este deseo surgió a raíz de que un amigo de su padre, cuando ella tenía 5 años,
se la puso encima de las rodillas y la azotó en broma. Desde entonces deseaba que se
presentara la ocasión de ser azotada, aunque, muy a su pesar, no se cumplía este deseo.
En sus fantasías se representa a sí misma desvalida, atada. Las palabras “bastón” y
“azotar” producen en ella una poderosa excitación. Únicamente ha comenzado a poner sus
ideas en relación con el sexo masculino desde hace un año aproximadamente. Antes de
eso se imaginaba una maestra severa o simplemente una mano que la castigaba.
Ahora desea ser la esclava de un hombre al que ame; desea besarle los pies mientras la
azota.
“Pienso que estoy tumbada ante él y me pone un pie en la nuca mientras que yo beso el
otro. Me deleito en tal idea, en la que no me golpea, pero varía mucho, y me imagino
escenas completamente diferentes en las que me golpea. A veces pienso que los golpes
son muestras de amor: él es muy bueno y cariñoso conmigo y a continuación me golpea
por un exceso amoroso. Me imagino que su máximo deseo es golpearme por puro amor.
Muchas veces he soñado también que soy un esclavo —es extraño, pero nunca una
esclava—. Así, por ejemplo, me he imaginado que él es Robinsón y yo el salvaje que le
sirve. Contemplo a menudo el dibujo en el que Robinsón le pone el pie en la nuca al
salvaje. Ya tengo una explicación para la fantasía mencionada arriba: me imagino a la
mujer en general como baja, inferior al hombre; aunque por lo demás tengo mucho orgullo
y no me dejo dominar a ningún precio, por eso me veo como hombre (que por naturaleza
es orgulloso y está por encima), la humillación ante el hombre amado es así mayor.
También me he imaginado que soy su esclava; pero no me bastaba, al fin y al cabo,
cualquier mujer vale para servir a su hombre como esclava”.
Señorita de X., 35 años, de familia con graves taras, se encuentra desde hace varios años
en el estadio inicial de una paranoia persecutoria. Esta se deriva de una neurastenia
cerebro-espinal, cuyo origen reside en una sobreexcitación sexual. La paciente venía
dándose al onanismo desde los 24 años. Una expectativa de matrimonio no consumada y
una intensa excitación sensual la condujeron a la masturbación y al onanismo psíquico. La
inclinación hacia personas del propio sexo no se dio nunca. La paciente afirma: “Con 6-8
años experimenté por primera vez el deseo de ser azotada. Nunca había recibido golpes ni
presenciado cómo alguien era azotado, así que no me explico cómo fui a dar en tan
extraordinario deseo. No me queda más remedio que pensar que me es innato. Estas
fantasías de azotes me producían una sensación verdaderamente deliciosa y me pintaba
en mi fantasía lo hermoso que sería que me azotara una amiga. Me deleitaba en esta idea
sin intentar nunca poner en práctica mis fantasías, que desaparecen a partir de los 10
años de edad. Hasta que no leí las “Confesiones” de Rousseau, con 34 años, no tuve claro
lo que significaba este deseo mío de ser azotada y que se trataba en mi caso de las
mismas fantasías morbosas que en el de Rousseau. Desde que tenía 10 años no he vuelto
a sentir impulsos de este tipo”.
Uno de los médicos del Hospital General de W. entró en contacto con una puella que, al
parecer, había tomado como objetivo a los médicos del hospital. Durante el encuentro con
este señor, ella estaba entusiasmada de tener ante sí a un médico y le pidió que
procediera como si le estuviera haciendo un reconocimiento ginecológico. Ella se resistiría,
pero él no tenía que hacer caso, sino mandarle que se estuviera quieta y no dar su brazo a
torcer. X. accedió a sus deseos y todo ocurrió como había pedido la puella. Ella se resistió
—con lo que iba entrando en un estado de excitación sexual cada vez más intenso—,
ofreció la mayor resistencia posible y, cuando el médico se iba a retirar, le pidió que no lo
dejara. Estaba claro que el único fin de aquella situación era provocarle el mayor grado
posible de orgasmo, lo que también se consiguió. Cuando el médico rechazó consumar el
coito, ella se enfadó, ofreció venir de nuevo y se negó a aceptar dinero. X. me expresó su
convencimiento de que el orgasmo no fue provocado por el tastus genitalem sino por la
violencia, con la que se pretendía que el efecto de un equivalente del coito se sumase al
de la violación. Se trataba aquí sin duda de una manifestación que se ha de encuadrar en
el terreno del masoquismo femenino.
Señorita X., 26 años, con tara. Desde los 6 años de edad cunnilingus mutuus, desde
entonces hasta los 17, deficiente occasione, masturbación solitaria. Desde entonces hasta
ahora, cunnilingus con diversas amigas, en el cual unas veces fue activa y otras, pasiva, y
siempre tuvo sensación de eyaculación. Desde hace años, también coprolagnia. Maxime
delectata fuit lambendo anum feminarum amatarum, lambendo sanguinem menstrualem
amicae. El mismo efecto tenían verbera amicae delectae nudae robustae ad nates. La idea
de practicar coprolagnia in corpore viri le resultaba repugnante. La satisfacción mediante
cunnilingus viri solo era posible si en su fantasía sustituía vir por femina. Coitus cum viro
no la excitaba. Los sueños eróticos eran exclusivamente homosexuales y giraban
alrededor del cunnilingus activo o pasivo. Inter osculationem mutuam maximam offert
voluptatem morsus consortis, sobre todo en el lóbulo de la oreja, hasta llegar incluso al
dolor y la hinchazón de esta parte del cuerpo.
Voy a intentar dar una idea de las fantasías que solían dar pie a mi onanismo.
El objeto de mis fantasías eran siempre chicos de entre 10 y 16 años, la edad en que
empiezan a desarrollarse la inteligencia y la belleza corporal, pero solo mientras llevaban
pantalones cortos. Estos eran imprescindibles. Todo chico conocido cuya contemplación
en los años de los pantalones cortos me hubiera excitado pasaba a dejarme totalmente frío
en cuanto empezaba a ponerse pantalones largos. Aunque yo no demostrara excitación
alguna, literalmente me iba detrás del primer pantalón corto que se me cruzara por la calle,
igual que otros se van detrás de unas faldas. Este impulso era universal. Yo me gustaba a
mí mismo igual que mis colegas, que lo mismo podían ser mendigos descalzos y
andrajosos que príncipes. Si se me pasaba un día sin ver a nadie que pudiese convertirse
en objeto adecuado para mi fantasía, imaginaba todo tipo de figuras ideales y, cuando me
hice mayor, me veía a mí mismo otra vez en la edad crítica, vestido con los atavíos a los
que respondía mi impulso, y envuelto en todo tipo de situaciones posibles e imposibles.
Aparte de los pantalones cortos, que tenían que ser lo suficientemente cortos para dejar a
la vista las hermosas formas de la pierna de rodilla para abajo, era imprescindible una ropa
infantil ligera. En mi fantasía desempeñaban un importante papel las camisetas, las blusas
de marinerito, las medias negras largas o también los calcetines blancos, que dejaban al
aire rodilla y pantorrilla. En cuanto a los tejidos de los trajes, me gustaban sobre todo las
telas de algodón ligero y tenían que estar, o bien nuevas a estreno e impolutas, o bien
sucias, arrugadas y con rotos por los que asomaran los muslos. Pero también me
gustaban los pantalones de loden o de paño azul y los pantalones de cuero ajustados. Los
anuncios de ropa de niño me excitaban sobremanera (cuanto más barata, mejor). Si decía,
por ejemplo: “Trajes completos de niño para 10-14 años a partir de 3 francos”, ya era para
mí motivo de alborozo. Me imaginaba que con 14 años, y habiendo dado un estirón,
recibía a cambio de esa cantidad ridícula una ropa raquítica calculada para 8 años. Por lo
que respecta al cuerpo de mis objetos, estos tenían que tener el pelo corto y, a ser posible,
rubio, un rostro fresco y descarado, con ojos brillantes e inteligentes y una figura esbelta y
proporcionada. Las piernas, que era a lo que daba más importancia, tenían que ser
gráciles: unas rodillas delgadas, unas pantorrillas firmes y unos tobillos elegantes eran
imprescindibles. A menudo me sorprendía a mí mismo dibujando estos cuerpos y prendas
“ideales”. Nunca pensaba en los genitales; la definición de pederastia la encontré por
primera vez en su libro. Nunca se me ocurrió ni siquiera la idea de cometer un acto
semejante. Las figuras completamente desnudas carecían prácticamente de efecto, es
decir, producían una impresión estética pero nunca sexual en mi fantasía.
Ya he descrito, por tanto, los objetos de mi fantasía y me queda explicar lo que hacía mi
espíritu excitado con estos desdichados objetos.
He de añadir que, quitando alguna que otra bofetada en peleas con compañeros, no he
sido golpeado en mi vida y tampoco he visto azotar a nadie de manera que se acerque ni
de lejos a la crueldad pintada por mi fantasía.
Las personas que administraban el castigo eran de lo más diverso. Por lo general se
trataba de hombres, raramente mujeres (el único caso en que se ha dado un momento
heterosexual). Siempre imaginaba algún fundamento legal para la paliza. Los
atormentadores contaban con una base de apariencia legal para su proceder. Esta se
hallaba en un poder otorgado por el responsable legal del castigado o en un acuerdo
alcanzado con este.
La idea del calor animal de mis favoritos tenía algo embriagador. La sensación de “estar
atrapado entre las piernas” me excitaba extraordinariamente. Toda idea de sudor me
resultaba agradable y encontraba enormemente atrayente el olor a pies sudados.
Cuando el castigo concluía en mi espíritu sin que consumara el onanismo, siempre volvía
a la sensatez súbitamente. Sentía entonces a menudo una profunda compasión por el
castigado. En ese momento hubiera estrechado en mis brazos a cualquier precio a aquel
pobre muchacho azotado, enrojecido y sollozante, y le hubiera rogado que me perdonara
por haberle hecho tanto daño. De manera análoga al “pajismo” que usted describe en su
libro, albergaba a veces el deseo completamente puro de adoptar a un pobre huérfano,
dotarle de medios para que tuviera una educación y hacer de él una nueva persona que se
convertiría con los años en un fiel amigo. A menudo me acomete el deseo de educar a mis
compañeros. Conozco por propia experiencia los defectos de la actual pedagogía y veo a
muchachos de espíritu despejado y físicamente sanos que se encaminan a marchas
forzadas hacia su propia perdición; veo cómo en cuestión de años se arrastrarán por la
vida como yo, decrépitos, cínicos, degenerados, desprovistos de fuerza e idealismo. Me
gustaría intervenir, dedicarme a la juventud, no para aprovecharme mezquinamente de ella
—nada más lejos de mi intención en ese momento— sino para advertirlos con total rectitud
y con la mejor de las intenciones. Volveré sobre esto.
Independientemente de estos deseos, que siempre son decentes, pero que están
relacionados con mi perversión, me acometía frecuentemente la idea, íntimamente
relacionada y de una naturaleza sucia y sexual, de convertirme en preceptor y criado de un
muchacho como yo. Una familia rica me acoge por compasión en su casa a mí que soy un
pobre estudiante. Mi misión consiste en estudiar con el hijo de la familia, un bribón vago y
descarado, y mantenerle ocupado todo el día. Tengo que ayudarle a verstirse y a
desnudarse, tengo que prestarle todos los servicios que desee, tengo que “acatar sus
órdenes”, como se dice, incluso cuando por pura maldad exige que ejecute mandatos
absurdos o humillantes. “Contra la insolencia, la desobediencia o la negligencia: palo”.
En esto, como en el resto de fantasías semejantes, una gran parte del atractivo residía
siempre en la elección de las palabras. El subalterno tenía que dirigirse al superior como
“señorito” (y si había una criada encargada de la paliza, como “señorita”). El superior,
aunque fuera más joven que el esclavo, tuteaba a este, le llamaba “piojoso”, “mierda”,
“pillo”, “niñato”, a menudo le “amaestraba” con un silbato y le hacía ponerse en posición de
“firmes” o “de rodillas” cada vez que se dirigía a él o le soltaba una bofetada (el castigo de
levantarse y arrodillarse, este último endurecido a menudo usando hierros oxidados,
debería haberlo mencionado más arriba, al hablar de los azotes). Las expresiones
destacadas con comillas y otras como “paliza”, “bofetada”, etc. e incluso denominaciones
completamente inocuas como “chico”, “chaval”, “muchacho”, “rodilla”, etc. bastaban para
excitarme cuando las leía en cualquier contexto. Inmediatamente, surgían con la
correspondiente palabra fantasías libidinosas.
Tengo que hacer especial hincapié en mi afición a los chicos descalzos; por ejemplo, un
chico trabajador, vestido tan solo con unos pantalones raídos, incluso rotos, y una
camiseta por el estilo que tuviera que arrastrar a golpes una pesada carreta por un cenagal
cayéndose al suelo cada dos por tres… ese era a menudo mi ídolo y se contaba entre los
productos más poderosos de mi sucia fantasía. Superaba aquí a veces la medida habitual
de mi perversión. Una vez me imaginé que a la bestia de carga humana, al vestirse, le
saltaban los botones de los pantalones y se le quedaban colgando las partes pudendas, el
único caso en que estas desempeñaban un papel. Otras dos veces llegué incluso a
maltratar mi propia persona. Estas fueron las dos únicas ocasiones en que abandoné el
marco de lo ideal. En una de ellas me quité toda la ropa menos la camisa y los
calzoncillos. Estos los enrollé de forma que parecían unos pantalones cortos y anduve un
rato descalzo dando vueltas por la habitación hasta que me arrodillé delante de un espejo
y me lancé un chorro de mi propia orina a la cara (!) imaginándome que esto lo hacía a un
chico que, habiéndome vencido en una pelea, se había puesto de rodillas encima de mí y
me demostraba ante testigos de una forma tan drástica su poder y mi sometimiento. El
segundo y último caso en que abandoné el ámbito de la fantasía se dio el año pasado. Me
desnudé de la forma ya mencionada y empecé a golpearme febril e incesantemente las
pantorrillas desnudas con un bastón. Esto lo hice con tal fuerza que, pasados ocho días,
todavía me quedaban marcas y cardenales. Mientras hacía esto volví a imaginarme que un
chico que vigilaba mi trabajo como bestia de carga me azotaba “por desganado”. A
diferencia de la mayoría de observaciones en el ámbito del masoquismo, al ejecutar mi
fantasía sentí escaso dolor y no me vi defraudado en modo alguno; antes bien, se apoderó
de mí una intensa voluptuosidad. No paré de azotarme hasta quedar agotado. Por otra
parte, ese día me encontraba especialmente excitado: hacía un calor enorme (25° R a la
sombra [31° C, nota del traductor]) y estaba terriblemente nervioso porque al día siguiente
tenía un examen difícil para el que no me veía preparado. Es interesante mencionar que a
pesar de la atonía provocada por el exceso, que me incapacitó para todo trabajo intelectual
durante la noche, aprobé el examen con nota. Esto es toda una imagen de nuestra cultura:
energía sobrehumana junto a debilidad infrahumana, una lucha encarnizada entre el
espíritu y la materia.
Diré, por mencionar un solo ejemplo, que los retratos de muchachos de una exposición me
mantuvieron excitado durante varios días. Estaban allí retratados dos chicos, el uno
tendría unos 11 años y el otro alrededor de 14. Son chicos guapos, con ropa de andar por
casa, con unos pantaloncitos azules que dejan al aire unas pantorrillas fuertes y
bronceadas, cubiertas de un fino vello. Los dos chicos están ahí como si, en medio de sus
travesuras en el jardín, una orden del padre los hubiera obligado a detenerse. Todavía
tienen rojas las mejillas; el mayor, sobre todo, tiene cara de rebelde. Con estos chicos me
inventé largas historias en las que el palo desempeñaba un papel central. Ninguna
persona normal podía imaginarse que tuvieran esta influencia sobre mí.
En el teatro me gustaba ver sobre todo obras en las que hubiera papeles de chicos, y me
enfadaba si, como solía ocurrir, los interpretaban muchachas, lo que imposibilitaba mi
placer sexual. Una vez que vi una versión de “Flachsmann como educador” en la que el
papel de escolar lo interpretaba un chico de verdad, mi entusiasmo no conocía límites. El
joven artista actuaba además magníficamente. El actor interpretó a pedir de boca la
mezcla de ruda obstinación y temor pueril, esos sentimientos encontrados que
experimenta todo mal estudiante cuando se encuentra delante del director y que se
manifiesta en la aspereza de las contestaciones. Con ello me hizo caer una vez más en el
onanismo.
Pero lo que más efecto me producía siempre eran las obras impresas, donde mi fantasía
disfrutaba de la máxima libertad de movimientos. No hay ningún clásico, ningún escritor de
prestigio, en cuya obra no haya encontrado yo algún pasaje excitante. Esto nos llevaría,
por tanto, demasiado lejos si quisiera presentarlo con todos sus pormenores. Me excitaban
sobre todo desde hacía años “La cabaña del tío Tom” y uno de los viajes de “Simbad el
marino” en las “Mil y una noches”. Me refiero a la aventura en que un ser monstruoso se
sirve de Simbad como montura. Este relato demuestra que el masoquismo era ya conocido
entre los antiguos árabes.
El “ser cabalgado” era un elemento que aparecía repetidamente en mis fantasías, igual
que el “ser uncido”. Alguna vez he llegado a sentirme como un perro de tiro al que le dan
patadas o como un caballo que recibe latigazos, algo que durante los momentos de
excitación trataba de explicarme como recuerdos de reencarnaciones anteriores, por más
que en estado normal no crea en la inmortalidad de eso que llaman alma.
Un fenómeno muy extraño es que en mi estado normal siempre pienso y siento de una
forma completamente diferente a como lo hago en estado de excitación sensual. En mi
estado normal, por ejemplo, soy enemigo incondicional de castigar con azotes y partidario
de la teoría de que los errores humanos sólo se pueden corregir convenciendo con
razones y nunca mediante la violencia o mediante prohibiciones que no hacen sino incitar
a saltárselas. Soy, asimismo, un partidario convencido de la búsqueda de la libertad, un
“defensor de los derechos humanos”… y, sin embargo, a pesar de todo esto, encuentro en
otros momentos placer en la idea de la esclavitud, en un trato inhumano.
Por lo que hace a mis inclinaciones sexuales contrarias, tengo que proporcionar aún
algunos datos sobre mi carácter y mi comportamiento social.
La mujer no me resulta en absoluto repugnante. Admiro incluso su belleza física, pero sólo
como lo haría con un hermoso paisaje, una rosa o una casa nueva. Puedo hablar con toda
tranquilidad de cuestiones sexuales sin ruborizarme y sin que nadie se percate de lo que
oculto en mi interior.
Señor X., 28 años. “Ya siendo un niño de 6 ó 7 años tenía pensamientos de contenido
sexual-perverso: me imaginaba que tenía una casa en la que mantenía cautivas a chicas
jóvenes y guapas cuyas posaderas desnudas azotaba a diario. Poco después encontré a
unos cuantos chicos y chicas con mis mismos gustos. Solíamos jugar a soldados y
ladrones. A los ladrones a los que atrapábamos los subíamos a la azotea y allí les
azotábamos las posaderas desnudas, tras lo cual a veces también se las acariciábamos.
Soy perfectamente consciente de que en aquel entonces sólo sentía placer cuando
azotaba a chicas. Al hacerme mayor (10-12 años), apareció en mí, sin que nada diera pie
a ello, el deseo opuesto: me imaginaba que una chica me azotaba en el trasero desnudo.
Muchas veces me quedaba parado ante los carteles de casas de fieras en los que
aparecía una robusta domadora que lanzaba su látigo contra un león. Me imaginaba
entonces que yo era el león y que la domadora me azotaba; me pasaba las horas muertas
plantado frente a los anuncios de un grupo de indios donde se representaba a una india
medio desnuda, y me imaginaba que yo era un esclavo y tenía que realizar para mi ama
los servicios más repugnantes. Si me negaba a ello, recibía el más cruel de los maltratos
posibles, lo que en mi caso significaba siempre recibir azotes en el trasero desnudo. En
aquella época leía sobre todo historias de torturas y me detenía especialmente en aquellos
pasajes en que se golpeaba a la gente. Hasta entonces nunca había sido golpeado de
verdad, algo que me hubiera disgustado enormemente. Cuando cumplí los 15 años, un
amigo me hizo caer en el onanismo, vicio al que me di a partir de entonces con bastante
frecuencia, sobre todo en conexión con mis ideas sexuales perversas. El impulso de llevar
a la práctica estas ideas mías iba siendo cada vez más poderoso, y con 16 años le pedí a
una muchacha del servicio por la que sentía una cierta simpatía y con la que mantenía una
relación de amor platónico, que me azotara con una caña. Lo que le dije fue que era mal
estudiante, que mis padres no me castigaban nunca y que no me vendría mal un castigo
suyo. Aunque se lo rogué de rodillas, se negó a mis pretensiones; pero me propuso, en
cambio, acostarse conmigo, a lo que yo me negué por repugnancia. Aunque no conseguí
que me azotara, sí que consintió en todas mis otras ideas: me ordenó ad podicem
lambere, se puso terrones de azúcar entre las nalgas y me hizo comerlos, etc. Después
jugaba siempre con mis órganos sexuales, y se los metía en la boca hasta que se producía
la eyaculación. Al cabo de un año, poco más o menos, despidieron a la muchacha. Mi
deseo, mientras tanto, iba en aumento hasta que llegó al punto en que ya no lo podía
soportar, así que me fui a un prostíbulo, donde hice que una prostituta me trabajara el
trasero desnudo con una vara. Hice que me tumbara sobre sus muslos descubiertos y me
reprochara mi maldad. A todo esto, yo insistía en que no lo haría más, que por favor me
perdonara por esa vez. Otra vez hice que me sujetara la cabeza entre los muslos mientras
me azotaba el trasero desnudo como se hace con los niños pequeños. Una vez hice que
me ataran a un banco y me azotaran 25 veces con una caña. Como me dolía demasiado y
pedí que pararan al llegar al golpe 14, a la siguiente vez le dije antes a la prostituta que no
le daría ni cinco como no me plantara los 25 cañazos. El dolor que sentía y el alto precio
que tenía que pagar me determinaron a renunciar en el futuro a castigos semejantes y
empecé a partir de entonces a azotarme yo mismo en las nalgas desnudas con correas,
varas, bastones e incluso alguna vez con ortigas. Me tumbaba para ello en un banco o me
arrodillaba y me imaginaba que me azotaba mi ama por alguna falta que hubiera cometido.
No contento con ello, solía introducirme en el ano jabón, pimienta, pimentón y también
objetos angulosos. Alguna vez mi deseo se hizo tan imperioso que llegué a clavarme
agujas en las nalgas llegando hasta 3 cm de profundidad. Así continué hasta el año
pasado, cuando trabé conocimiento en extrañas circunstancias con una muchacha que
también tiene una sexualidad perversa. Sucedió que fui a visitar a una familia conocida
mía, pero no estaban y solo encontré en casa a la institutriz y los niños. Me quedé, y
mientras hablaba con la muchacha los niños empezaron a portarse mal. Ella se llevó
entonces a dos de los niños a la habitación de al lado y los azotó allí con una vara, tras lo
cual regresó enormemente excitada. Le brillaban los ojos, tenía el rostro completamente
enrojecido y le temblaba la voz. Esta acción también me había excitado mucho a mí.
Empecé a llevar la conversación hacia castigos y palizas. Poco a poco nos fuimos
acercando, hasta que al cabo de algunas semanas nos empezamos a entender. Ella dejó
su puesto y nos fuimos a vivir juntos a un piso en el que satisfacíamos juntos nuestros
vicios. Pero como esta mujer me desagrada en todo lo demás, voy teniendo cada vez más
momentos en los que recapacito y siento repugnancia de mí mismo y de lo que he hecho,
y pienso a diario en cómo escapar de la perdición. Debo recalcar, asimismo, que he
tratado de librarme de este vicio por diversos medios sin que ninguno de ellos me sirviera
de nada. Y así contemplo mi futuro con apatía, puesto que mi fuerza moral es insuficiente
para sustraerme a tal vicio”.
(Binet op. cit.) X., 43 años, profesor de instituto, sufrió de convulsiones en su niñez. Con 10
años empezó a practicar el onanismo bajo el influjo de sensaciones libidinosas que se
asociaban a fantasías extraordinarias. Lo que en realidad le fascinaba eran los ojos de las
mujeres; pero como quería representarse de alguna forma el coito y era completamente
ignorante in sexualibus, no se le ocurrió otra cosa, con tal de alejarse lo menos posible de
los ojos, que situar la sede de los órganos sexuales femeninos en los orificios nasales.
Desde ese momento, su vivaz deseo sexual gira en torno a esta fantasía. Hace dibujos
que representan con corrección perfiles griegos de cabezas de mujer, pero con orificios
nasales tan amplios que permiten la immissio penis.
Un día ve en el autobús a una muchacha en la que cree reconocer su ideal. La sigue hasta
la casa de ella y le pide inmediatamente su mano. Rechazado, insiste una y otra vez hasta
que es detenido.
Caso de fetichismo de mano comunicado por Albert Moll. P. L., 28 años, comerciante de
Westafalia.
Acudió a mí en agosto de 1890 aquejado de unos dolores de cabeza y de bajo vientre que
daban toda la sensación de ser de tipo neurasténico. El paciente declara, asimismo,
hallarse más bien desprovisto de energía.
La lucha terminaba regularmente de modo ut. N. tandem coactus sit membrum masturbari.
L. me asegura que esta forma de masturbación le proporcionaba un placer especialmente
intenso no solo a él sino también a N. De este modo, L. persistió en sus frecuentes actos
onanistas hasta la edad de 18 años. Instruido por su amigo, se esforzó a partir de
entonces, poniendo todas sus energías en ello, en combatir este mal hábito. Poco a poco
lo fue consiguiendo, hasta que finalmente, tras consumar el primer coito, renunció al
onanismo por completo. Esto, sin embargo, no ocurrió hasta la edad de 21 años y medio.
Al paciente le resulta ahora incomprensible (y, según dice, le llena de repugnancia) que
pudiera entonces encontrar placer en practicar el onanismo con chicos. No habría hoy
fuerza suficiente para hacerle tocar el miembro de otro hombre. Su simple visión le resulta
ya desagradable. Ha desaparecido toda inclinación hacia los hombres y el paciente se
siente atraído exclusivamente por las mujeres.
El siguiente suceso ilustra hasta qué punto llega la predilección de L. por la hermosa mano
de un ser femenino.
L. conoció a una dama joven y hermosa que poseía todos los encantos posibles, pero que
tenía una mano más bien basta. La forma no era hermosa, y algunas veces no la llevaba
limpia, como L. exigía. En consecuencia, a L. no solo le resultaba imposible desarrollar un
verdadero interés por esta dama, sino que no estaba ni siquiera en situación de tocarla. L.
asegura que en general no hay nada más repugnante para él que unas uñas sucias; estas
bastaban para que fuera incapaz de tocar a una dama por lo demás tan hermosa. Por otra
parte, en época más temprana, L. sustituía frecuentemente el coito ut puellam usque ad
eiaculationem effectam membrum suum manu tractare iusserit.
A la pregunta de qué es lo que más le atrae en la mano de una mujer, sobre todo, si ve en
ella un símbolo de poder y si le produce placer sufrir una humillación directa por parte de la
mujer, el paciente respondió que sólo le excitaba la hermosura en la forma de la mano,
que el ser humillado por una mujer no le produce ningún tipo de satisfacción y que nunca
se le había ocurrido la idea de buscar en la mano el símbolo o el instrumento del poder de
la mujer. Su gusto por la mano de la mujer sigue siendo aun hoy tan poderoso ut majore
voluptate afficiatur si manus feminae membrum tractat quam coitu in vaginam. No
obstante, el paciente preferiría practicar este, porque le parece que tal es la inclinación
natural, mientras que la otra le parece morbosa. El tacto de su cuerpo por una hermosa
mano femenina le produce al paciente inmediatamente una erección; afirma que los besos
y otros tipos de contacto no ejercen ni de lejos un influjo igual de potente.
El paciente ha practicado el coito con frecuencia en los últimos años, pero cada vez que lo
hizo le resultó extraordinariamente difícil decidirse a ello.
Tampoco encontró en el coito la plena satisfacción que buscaba. Sin embargo, cuando L.
se encuentra cerca un ser femenino al que le gustaría poseer, con su mera visión aumenta
a veces la excitación sexual de L. hasta tal punto que se produce una eyaculación. L.
asegura expresamente que en estos casos, a propósito, no toca ni presiona su miembro; la
efusión de esperma producida en tales circunstancias le proporciona a L. un placer mucho
mayor que el concúbito verdaderamente realizado.
Los sueños del paciente L. no se ocupan nunca del concúbito. Cuando tiene poluciones
nocturnas, estas están conectadas casi siempre con ideas completamente diferentes a las
que surgen en los hombres normales. Los correspondientes sueños del paciente son
recapitulaciones de su época escolar. En aquel entonces, el paciente, aparte del
mencionado onanismo mutuo, sufría también emisión de semen cuando le acometía un
gran temor.
Si, por ejemplo, el maestro ponía un examen de latín por sorpresa y L. no sabía hacer la
traducción que le dictaban, sobrevenía frecuentemente una eyaculación. Las poluciones
que se presentan ahora de vez en cuando durante la noche van siempre acompañadas de
sueños que tienen el mismo contenido o que tales episodios escolares o un contenido
semejante.
Fetichismo de pies. Sentimiento sexual contrario adquirido. Señor X., funcionario, 29 años,
desciende de madre neuropática y padre diabético.
Con 14 años se coló una noche en la habitación de su hermana mientras esta dormía, le
cogió el pie y se lo besó. Ya con 8 años llegó espontáneamente a la masturbación.
Mientras la practicaba, se presentaban en su fantasía pies de mujer desnudos.
Con 16 años solía llevarse a la cama zapatos y medias de las criadas, se excitaba
sensualmente manipulándolos y se masturbaba.
Con 18 años inició el libidinoso X. el contacto sexual con personas del otro sexo. Era
plenamente potente, quedaba satisfecho con el coito y su fetiche no desempeñaba papel
alguno en estos contactos sexuales. No sentía la más mínima inclinación sexual por
personas masculinas, tampoco le interesaban en modo alguno los pies de los hombres.
A partir de los 24 años de edad se produjo una modificación en sus sentimientos y estado
sexuales.
A partir de los 25 años ya solo practicó el coito cum muliere raramente y sin verdadera
satisfacción, y tampoco le interesaba prácticamente el pie de la mujer. Su impulso de
mantener relaciones sexuales con hombres se iba volviendo cada vez más poderoso. Al
trasladarse con 25 años a una gran ciudad, encontró la oportunidad deseada y se dio con
verdadera pasión al amor entre hombres. Viros masturbare, penem eorum in os recipere et
pedes sociorum osculari solebat.
Eyaculaba con tales prácticas al tiempo que experimentaba el máximo placer. Poco a
poco, le fue bastando con la visión de un hombre simpático, sobre todo si llevaba los pies
descalzos.
Sus poluciones nocturnas, asimismo, tenían únicamente las relaciones entre hombres
como objeto y además estas eran de tipo fetichista (pies).
Mientras lo hacía, llevaba los zapatos en la mano, experimentaba una enorme excitación
sexual y obtenía satisfacción en la eyaculación espontánea o provocada. Envidiaba a los
jornaleros y otra gente que podía andar descalza sin llamar la atención.
Su momento más feliz lo tuvo durante una estancia en un balneario de método Kneipp,
donde tanto él como los otros caballeros podían andar descalzos como parte del
tratamiento.
El paciente hizo cuanto pudo por abstenerse de la masturbación y de las relaciones con
hombres, siguió un tratamiento contra la neurastenia en un balneario, recuperó un cierto
interés por el genus femininum, para lo cual sirvió de puente su fetichismo de pies,
consumó el coito en una ocasión con cierto placer con una belleza pueblerina descalza
que resultaba conforme a sus gustos; posteriormente, unas cuantas veces más con puellis
sin obtener satisfacción; volvió a orientarse hacia personas de su propio sexo; recayó por
completo, sintiendo una irresistible atracción por vagabundos y braceros descalzos, a los
que obsequiaba con tal de que le dejaran besarles los pies. Un intento de encaminar a
este desdichado en una dirección natural mediante un tratamiento sugestivo fracasó ante
la imposibilidad de ir más allá de un ligero embotamiento carente de todo valor terapéutico.
Fetichismo de pies con heterosexualidad constante. Señor Y., 50 años, soltero, de clase
elevada, consultó al médico por dolencias “nerviosas”. Se encuentra bastante afectado, es
nervioso desde la niñez, muy sensible al frío y al calor. Sufre desde hace años ideas
obsesivas que presentan el carácter de un delirio persecutorio corregido y transitorio. Si,
por ejemplo, está sentado en la mesa de un bar, le parece como si todos los ojos se fijaran
en él y todos los presentes murmuraran y se burlaran de él.
En cuanto pasa un tiempo, en ningún sitio se encuentra a gusto, por lo que va pasando de
un lugar a otro. Alguna vez le ha ocurrido reservar una habitación en un hotel y no poder ir
porque se lo impedían las correspondientes ideas obsesivas.
La libido de este hombre nunca fue grande. Nunca tuvo sentimientos que no fueran
heterosexuales. Al parecer, su única satisfacción consistía en el coito normal (con escasa
frecuencia).
Y. reconoció ante el médico haber sido muy peculiar en su vida sexual desde la juventud.
No se excita sexualmente ni con mujeres ni con hombres sino tan solo con la visión de
pies desnudos de individuos femeninos, siendo indiferente que se trate de niños o adultos.
El resto de las partes del cuerpo de la mujer le dejan perfectamente frío.
Si tiene ocasión de contemplar los pies de personas que andan “por el campo”, puede
quedarse horas observándolos y siente al hacerlo el “terrible” impulso de terere genitalia
propria ad pedes illarum. Hasta ahora ha logrado no dejarse arrastrar a la satisfacción de
tal impulso.
Lo que más le molesta es la suciedad de la que suelen estar cubiertos los pies desnudos
de la gente que anda por ahí. Le gustaría que estuvieran bien limpios. No fue capaz de
explicar cómo había llegado a este fetichismo. (De una comunicación del profesor Forel).
De soltero su fetiche eran las mujeres de generosas formas. Se casó con una dama de la
complexión correspondiente y fue perfectamente potente y feliz con ella. Al cabo de unos
meses, la dama enfermó gravemente y adelgazó mucho. Un día que quiso cumplir el
débito conyugal, se vio completamente impotente, estado en el que ha permanecido. Si, en
cambio, intentaba el coito con mujeres orondas, era perfectamente potente. Incluso los
defectos corporales se pueden convertir en fetiche.
Desde la pubertad se encuentra bajo el efecto de este fetichismo, del que él mismo se
avergüenza. La mujer normal no tiene para él atractivo alguno, tan solo la que está torcida,
cojea, tiene defectos en los pies. Si una mujer tiene un achaque de este tipo, induce en él
una poderosa excitación sensual, siendo indiferente el que tal mujer pueda ser hermosa o
fea.
En sus sueños con polución únicamente se le presentan tales figuras femeninas cojeantes.
De vez en cuando no puede evitar el impulso de imitar a una de estas cojas. En tal
situación experimenta un violento orgasmo y una eyaculación acompañada de intensa
libidinosidad. El paciente asegura ser muy libidinoso y sufrir mucho a causa de la
insatisfacción de sus impulsos. No obstante, consuma el coito con 22 años y únicamente
unas cinco veces desde entonces. Al hacerlo, aun siendo potente, no obtuvo la más
mínima satisfacción. Si algún día tuviera la suerte de practicar el coito con una mujer coja,
no le cabe duda de que la cosa sería diferente. En cualquier caso, solo podría plantearse
casarse con una coja.
Desde los veinte años de edad, el paciente presenta también fetichismo de ropa. A
menudo le basta con vestirse medias y zapatos de mujer, bragas. De vez en cuando se
compra tales prendas, se las pone en secreto, se excita con ello libidinosamente y tiene
una eyaculación. Las prendas que ya ha llevado una mujer carecen para él del más
mínimo atractivo. Le gustaría llevar ropa de mujer durante las ocasiones de excitación
sensual, pero de momento no se ha atrevido por miedo a ser descubierto.
Su vita sexualis se limita a las prácticas mencionadas. El paciente afirma con plena
seguridad y total convencimiento que nunca se ha dado a la masturbación. Últimamente,
con el aumento de sus problemas de neurastenia, se encuentra bastante aquejado de
poluciones.
Z., rentista, de familia con tara, afirma haber sentido ya de niño una particular compasión
por las personas con parálisis y cojera. Durante un tiempo resultaba para él un placer sin
tintes sexuales andar por la cocina con dos escobas como muletas o andar cojeando por
calles desiertas. Progresivamente se le fue sumando a esto la idea de conocer a una
hermosa joven como “cojito” y recibir la compasión de esta. La compasión de los hombres
le hubiera resultado repulsiva. Z., que se educó en privado en una distinguida casa,
asegura no haber sabido nada del sexo ni de las relaciones sexuales hasta los 20 años.
Su sentimiento, en el que al principio no veía nada sospechoso, consistía en fantasías en
las que compadecía a una muchacha tullida o en las que era él quien estaba cojo y recibía
la compasión de una joven hermosa y sana. A estas fantasías se fueron uniendo de forma
cada vez más evidente sentimientos eróticos; y, con 20 años, Z. incurrió en un acto
masturbatorio al que siguieron otros muchos. Se fue desarrollando una progresiva
neurastenia sexual y la debilidad excitable alcanzó tales proporciones que le bastaba la
visión de una muchacha cojeando por la calle para eyacular. Ni que decir tiene que los
actos masturbatorios y las poluciones en sueños iban también acompañados de tales
fantasías. Al mismo Z. le llamaba la atención que le resultara indiferente la personalidad de
la persona que cojeaba y que su interés se limitara al pie que cojeante. Z. no ha llegado
nunca a intentar el coito con una mujer portadora de su fetiche. No se encuentra en
disposición espiritual de hacerlo y alberga, asimismo, dudas sobre su potencia. Sus sucias
fantasías giran en torno a la masturbación junto al pie de una mujer coja. A veces se anima
con la idea de lograr el amor de una mujer casta y coja y que esta, conmovida porque él
ame lo que en ella es un defecto, le libere de su fetichismo elevando el amor de Z. “desde
el alma del pie de ella hasta los pies de su alma”. En esto cifra su salvación. Se siente
enormemente desdichado en su situación actual.
Desde entonces únicamente excitaron su sensualidad las mujeres cojas. Su fetiche era
una bella dama que (al igual que su compañera de juegos) cojeara del pie izquierdo.
Su sufrimiento moral culminó cuando concibió como objetivo de sus deseos el matrimonio
con una dama coja con la que hubiera simpatía, aunque sentía que lo único que podía
amar en una esposa así era la cojera y no el alma, lo cual le parecía una profanación del
matrimonio y una existencia insoportable e indigna. Eso le había hecho pensar a menudo
en la resignación y la castración.
Lydston (A Lecture on sexual perversion, Chicago, 1890) refiere el caso de un hombre que
mantuvo una relación amorosa con una mujer a la que le habían amputado una pierna.
Tras separarse de esa persona buscó con anhelo a otras mujeres con el mismo defecto.
Un fetiche negativo.
L., jornalero, fue detenido por amputarse un gran trozo de carne del antebrazo izquierdo
con una tijera en un lugar público.
Declara que desde hace mucho tiempo tiene el impulso de comerse un trozo de la blanca y
delicada carne de una muchacha, que siguió con ese fin a una víctima con una tijera que
ya llevaba preparada, pero que ante el sinsentido de este propósito renunció a él y se cortó
él mismo en sustitución (!).
L. sufrió hasta los 17 años de enuresis nocturna, le temían en todas partes por su forma de
ser grosera e irritable, fue expulsado de la escuela por su indisciplina y maldad.
Con 13 años, la visión de una bella joven con piel blanca y delicada hacía que se
manifestara en él el impulso con connotaciones libidinosas de arrancarle a una joven así
un trozo de carne de un bocado y comérselo. Este impulso era todo su afán. No había
nada más en la mujer que le excitara. Nunca sintió deseo de mantener ningún tipo de
relaciones sexuales con una de ellas y nunca hizo el correspondiente intento.
Como esperaba conseguir su objetivo más fácilmente con unas tijeras que con los dientes,
llevaba siempre unas encima desde hacía años. Varias veces estuvo a punto de satisfacer
su anormal deseo. Desde hacía un año le resultaba ya casi insoportable la falta de
satisfacción de este, por lo que había dado con un sucedáneo que consistía en que, tras
perseguir infructuosamente a una muchacha, se cortaba él mismo un trozo de piel de los
brazos, los muslos o el vientre y se lo comía. Apoyándose en la fantasía de que se trataba
de piel de la muchacha perseguida, llegaba al orgasmo y la eyaculación mientras se comía
el trozo de su propia piel.
Una dama contó al Dr. Gemy que en la noche de bodas y en la noche siguiente su esposo
se había contentado con besarla, revolver su no muy abundante cabello y, a continuación,
echarse a dormir. A la tercera noche el señor X. sacó una peluca de largos cabellos y le
rogó a su mujer que se la pusiera. Acto seguido, el hombre se puso rápidamente al
corriente de los atrasos del débito conyugal. A la mañana siguiente, X. empezó
nuevamente a ponerse tierno haciéndole mimos primero a la peluca. En cuanto la señora
X. se quitaba la peluca, a la que ya le iba cogiendo rabia, perdía todo atractivo para su
esposo. La señora X. se dio cuenta entonces de que aquí había gato encerrado, se plegó
a los deseos de su marido, al que quería y cuya libido (y, al parecer, también la potencia)
dependía de la peluca. Sorprendentemente, cada peluca solo resultaba efectiva durante 15
ó 20 días. Tenían que tener mucho pelo, siendo indiferente el color.
El fruto de cinco años de matrimonio fueron dos hijos y una colección de 72 pelucas.
X., 20 años, de sexualidad contraria, solo ama a hombres con un bigote grande y bien
poblado. Un día X. conoce a un hombre que responde a su ideal. Se le lleva a casa, pero
se lleva una gran decepción cuando este se quita el bigote (postizo). Hasta que no se lo
vuelve a poner, no recobra su atractivo para X., que con ello vuelve a estar en plena
posesión de su potencia.
P. reconoce que, desde hace tres años, por las noches, mientras está en su habitación,
siente malestar y se ve asediado por temores, excitación y mareos. Le acomete entonces
el impulso de manosear pelo de mujer. Cuando en alguna ocasión había podido tener
verdaderamente en sus manos la coleta de una muchacha, libidine vade excitatus est
neque ampius puella tacta, erectio et ejaculatio evenit. De vuelta a casa, se avergonzaba
del hecho, pero el deseo de poseer coletas, acompañado de un sentimiento enormemente
libidinoso, iba cobrando en él cada vez más fuerza. Se sorprendía de que nunca hubiera
sentido antes nada parecido en los momentos de más íntimo contacto con mujeres. Una
noche no pudo resistir más el impulso de cortarle la coleta a una joven. Ya de vuelta en
casa, con la coleta en la mano, se repitió el proceso libidinoso. Tenía la necesidad de
pasarse la coleta por el cuerpo, envolver en ella sus genitales. Finalmente, estando ya
agotado por completo, sintió vergüenza y no se atrevió a salir a la calle en varios días.
Tras varios meses de calma, volvió a sentir el impulso de tener en las manos cabello de
mujer, sin importarle de quién fuera. Si lograba su objetivo, se sentía como poseído por
una fuerza sobrenatural, incapaz de soltar su presa. Si no lograba alcanzar el objeto de su
deseo, se hundía en un profundo malestar, experimentaba un potente orgasmo y se
satisfacía mediante la masturbación. Las coletas que veía expuestas en las peluquerías le
dejaban perfectamente frío. Tenían que ser coletas que colgaran de la cabeza de una
mujer.
Asegura que, en la cima de sus atentados contra las coletas, se encontraba en un estado
de excitación tal que tan solo tenía una percepción fragmentaria (y, por tanto, también
recuerdos incompletos) de lo que pasaba a su alrededor. En cuanto tocaba la coleta con la
tijera, experimentaba una erección, y en el momento de cortarla sobrevenía la eyaculación.
Afirma que, desde que sufrió aquellos golpes del destino hace aproximadamente tres
años, tiene mala memoria, se apodera rápidamente de él el agotamiento psíquico, sufre
insomnio y miedos nocturnos. P. lamenta profundamente sus actos.
No solo se le encontraron coletas sino también gran cantidad de horquillas para el pelo,
cintas y otros objetos de tocador femeninos que había conseguido que le regalaran.
Siempre había tenido una verdadera manía por coleccionar objetos de ese tipo, así como
periódicos, trozos de madera y otros cachivaches carentes de todo valor, de los que nunca
se había querido desprender. También sentía una extraña aversión, que ni él mismo se
explicaba, a pasar por cierta calle; si alguna vez lo intentaba, se apoderaba de él un gran
malestar.
Después sirvió como soldado durante cinco años. Las coletas no representaban un peligro
para él durante este periodo, pero tampoco le resultaban demasiado accesibles. No
obstante, soñaba de cuando en cuando con cabezas de mujer con coleta o con el pelo
suelto. Ocasionalmente, coito con mujeres, pero sin que el pelo de estas actuara como
fetiche.
De vuelta en París, vuelve a tener los sueños arriba indicados y se excita enormemente
con el pelo de mujer.
Nunca sueña con la figura completa de una mujer sino solamente con cabezas con coleta.
Su excitación sexual con este fetiche se había vuelto tan poderosa últimamente que se
aliviaba mediante la masturbación.
La idea de tocar cabello de mujer o, mejor todavía, de poseer coletas para poder
masturbarse tocándolas iba ganando cada vez más fuerza.
Últimamente, cuando tenía cabello de mujer entre los dedos, sufría una eyaculación. Un
día había conseguido ya cortarles por la calle a tres niñas pequeñas sendas coletas de
unos 25 cm de longitud y ponerlas a buen recaudo cuando le detuvieron mientras
intentaba cortar una cuarta. Profundo arrepentimiento y vergüenza. No hubo condena.
Lleva ya bastante tiempo en el manicomio y han dejado de excitarle las coletas de las
mujeres. Cuando le suelten, tiene pensado irse a su tierra, donde las mujeres acostumbran
llevar el pelo recogido (Magnan, Archives de l’anthropologie criminelle, vol. 5., N.º 28).
Fetichismo de coleta. Señor X., hacia la mitad de la treintena, de clase social elevada,
soltero, de familia al parecer sin taras, pero desde la niñez nervioso, caprichoso, raro,
afirma haberse sentido poderosamente atraído por el pelo de mujer desde los ocho años
de edad. Esto se daba sobre todo con muchachas jóvenes. Teniendo él nueve años, una
muchacha de 13 cometió con él abusos deshonestos. Él no sabía lo que era aquello y no
sintió excitación alguna. También la hermana de 12 años de esa misma chica se
aprovechó de él, le besuqueó y le abrazó. Él se dejó hacer porque el pelo de la chica le
gustaba mucho. Con unos 18 años de edad, empezó a experimentar sentimientos
libidinosos al ver pelo de mujer que resultaba de su gusto. Poco a poco, tales sentimientos
empezaron a presentarse también espontáneamente y enseguida empezaron a asociarse
imágenes recordadas de cabello de muchachas. Con 11 años fue inducido a la
masturbación por compañeros de colegio. El vínculo asociativo de sentimientos sexuales y
de la fantasía fetichista ya asentada se presentaba cada vez que cometía actos
deshonestos con sus camaradas. Con los años el fetiche se fue volviendo cada vez más
intenso. Incluso las coletas falsas empezaron a excitarle, aunque seguía prefiriendo las de
verdad. Cuando podía tocarlas o incluso besarlas se sentía tremendamente dichoso.
Escribía redacciones y poesías sobre la belleza del cabello femenino, dibujaba coletas y se
masturbaba al mismo tiempo. A partir de los 14 años su fetiche le excitaba tan
poderosamente que experimentaba intensas erecciones. En oposición a su gusto inicial de
cuando era niño, ahora ya solo le excitaban las coletas, sobre todo las negras y
abundantes, trenzadas y muy apretadas. Sentía un vivo impulso de besar coletas así o
incluso de chuparlas. El tacto de este pelo apenas le proporcionaba satisfacción, más bien
lo hacía su contemplación y, sobre todo, el besarlo y chuparlo.
Si esto le resultaba imposible, se sentía desdichado hasta el punto del taedium vitae.
No pocas veces, andando por la calle, entre apreturas de gente, le ocurría que no podía
contenerse y le plantaba a una dama un beso en la cabeza. Se iba corriendo a casa a
continuación y se masturbaba. A veces conseguía resistirse a tal impulso, pero para
sustraerse al influjo de su fetiche tenía que salir huyendo a toda prisa y se sentía
acometido de viva ansiedad. Solo una vez sintió el impulso de cortarle la coleta a una
muchacha entre el gentío. Sintió un miedo terrible mientras lo hacía, no lo logró con una
navaja y se libró por poco del peligro de ser atrapado dándose a la fuga.
Ya de adulto, intentó obtener satisfacción mediante el coito con puellis. Lograba una
poderosa erección besándoles la coleta, pero no llegaba a la eyaculación. El coito le
dejaba por este motivo insatisfecho. Al mismo tiempo, su fantasía favorita consistía en
practicar el coito mientras besaba el cabello. Esto no le bastaba porque seguía sin llegar a
la eyaculación. A falta de otra cosa mejor, en cierta ocasión le robó a una dama el pelo que
se le había caído al peinarse, se lo metió en la boca y se masturbó mientras se imaginaba
a la propietaria. La mujer perdía para él todo interés en la oscuridad porque no podía ver
su coleta. El pelo suelto carecía también de todo atractivo para él, y lo mismo ocurría con
el vello púbico. Sus sueños eróticos giraban exclusivamente en torno a las coletas.
Últimamente, el paciente había llegado a tal grado de excitación sexual que había caído en
una especie de satiriasis. Se encontraba incapacitado para ejercer su oficio, se sentía tan
desdichado que intentaba insensibilizarse con el alcohol. Consumía este en grandes
cantidades, sufrió un delirio alcóholico, un ataque de epilepsia alcohólica, tuvo que ser
ingresado. Tras superar la intoxicación, la excitación sexual desapareció con gran rapidez
con un tratamiento adecuado, y cuando el paciente recibió el alta, se encontraba ya
liberado de su fantasía fetichista, que solamente se manifestaba ya de vez en cuando en
sueños.
X., hijo de general, se ha criado en el campo. A la edad de 14 años fue iniciado por una
joven dama en los placeres del amor. Esta dama era rubia y llevaba el cabello recogido en
bucles. Para evitar ser descubierta, solo mantenía relaciones sexuales con su joven
amante vestida con su ropa habitual: con polainas, corsé y sus vestidos de seda.
Binet (op. cit.) refiere el caso de un juez que estaba enamorado única y exclusivamente de
las italianas que acuden a París como modelos de pintores y del vestido de estas. La
causa subyacente residía aquí de forma constatable en una impresión recibida en el
momento en que despertaba el impulso sexual.
Fue detenido por importunar a estas en lugares públicos con su insistencia y por iniciar
una pelea en cierta ocasión con una persona portadora de su fetiche.
Según afirma, siempre le ha entusiasmado la vista de niñeras y amas de cría, pero lo que
le interesaba no era la mujer en cuestión sino únicamente su vestido y, además, no partes
concretas de este sino su totalidad. Su máximo placer consistía en hallarse en compañía
de tales personas. Una vez de vuelta en casa, le bastaba con evocar las impresiones
disfrutadas para llegar al orgasmus venereus. Nunca se le pasó por la cabeza consumar el
coito con una de estas personas.
K., 45 años, zapatero, al parecer sin taras hereditarias, de carácter raro, poco dotado
espiritualmente, apariencia masculina, sin signos degenerativos, por lo demás de
comportamiento intachable, fue descubierto el 12 de julio de 1876 por la noche mientras
intentaba recoger de un escondite ropa de mujer robada. Se le encontraron alrededor de
300 prendas de señora, entre ellas blusas y diversas prendas para las piernas, gorros de
dormir, ligas y hasta una muñeca femenina. En el momento de la detención llevaba puesta
incluso una camisa de señora. Llevaba ya 13 años satisfaciendo su impulso de robar ropa
de mujer. Cuando se le condenó por primera vez por ello, se volvió cuidadoso y desde
entonces robaba de manera refinada y exitosa. Cuando se le presentaba tal impulso,
sentía temor y la cabeza se le ponía muy pesada. No era entonces capaz resistirse por
nada del mundo. Le resultaba totalmente indiferente a quién le quitara estos objetos.
Las prendas robadas se las ponía por la noche en la cama representándose al mismo
tiempo a mujeres hermosas y experimentando sentimientos libidinosos y efusión de
semen.
Este era al parecer el motivo de sus robos. En cualquier caso, nunca había vendido
ninguno de los objetos robados, sino que, antes bien, los ocultaba en diversos lugares.
Afirmó haber mantenido relaciones sexuales normales con mujeres en época anterior.
Negó haber incurrido en onanismo, pederastia y otros actos sexuales. Afirma haberse
prometido a la edad de 25 años, pero el compromiso se rompió sin que mediara culpa por
su parte. No era capaz de asumir el carácter morboso de su estado ni lo injusto de sus
actos (Passow, Vierteljahrsschr. f. ger. Mediz. N. F. XXVIII, p. 61; Krauss, Psychologie des
Verbrechens, 1884, p. 190).
J., hombre joven, carnicero de oficio, fue detenido un buen día. Bajo el abrigo llevaba un
corsé, un corpiño, una camiseta, una chaquetilla, un cuello, un suéter y una camisa de
señora. Además llevaba puestas una medias finas con ligas.
Desde que tenía 11 años le acosaba el deseo de ponerse una camisa de su hermana
mayor. En cuanto podía hacerlo sin que nadie se diera cuenta, se procuraba este placer y
desde la pubertad llegaba a la eyaculación al ponerse estas camisas. Cuando empezó a
vivir por su cuenta, comenzó a comprar camisas y otras prendas de señora. Se le encontró
todo un vestuario femenino. Vestirse con tales prendas era alfa y omega de sus
sentimientos e impulsos sexuales. Llegó a arruinarse por culpa de su fetichismo. En el
hospital le suplicaba al médico que le dejara ponerse ropa de mujer. No se da en J.
sentimiento sexual contrario (Garnier, Les fétischistes, p. 62).
Estudió los vestidos de las “coureuses des rues”, pero los encontró no ya faltos de gusto,
sino perfectamente repulsivos. Mayor placer le proporcionaban los escaparates, pero la
frecuencia con que se renovaban los géneros expuestos era demasiado escasa. Halló
cierta satisfacción en la posesión y estudio de revistas de moda, así como en la
adquisición de ciertas prendas-fetiche de especial hermosura. Toda su felicidad habría
consistido en tener acceso al arreglo de las damas en el tocador o a los probadores de las
tiendas de moda, o el poder ser “femme de chambre” de una elegante mujer de mundo y
ayudarla a vestirse. No se constatan rasgos masoquistas o de sentimiento homosexual en
este singular fetichista. Su aspecto es perfectamente masculino (Garnier, La folie à Paris,
1890).
C., 37 años, de familia con importantes taras, plagiocéfalo, de escasas dotes espirituales,
se fijó con 15 años en un delantal que habían tendido a secar. Se envolvió en él y se
masturbó detrás de un seto. A partir de entonces no podía dejar de repetir ese acto cada
vez que veía un delantal. Si veía pasar a alguien con delantal, tenía que irse detrás, tanto
si era mujer como si era hombre. Para librarle de sus innumerables robos de delantales le
alistaron en la marina con 16 años. Allí no había delantales y, de momento por lo menos,
hubo paz. Con 19 años volvió a casa y empezó de nuevo a robar delantales, con lo que se
vio en serios problemas. Le encerraron varias veces e intentó librarse de su deseo
mediante una estancia de varios años en un convento de trapistas. En cuanto lo
abandonó, volvió a las andadas.
Con motivo de un nuevo robo se le sometió a una exploración por un médico forense y se
le ingresó en un manicomio. Nunca robó nada aparte de delantales. Era para él un placer
darle vueltas al recuerdo del primer delantal que robó. Sus sueños giraban alrededor de
los delantales. Posteriormente utilizó estas imágenes recordadas para consumar el coito
ocasionalmente o también para masturbarse (Charcot-Magnan, Arch. de Neurol., 1882, N.º
12).
En un caso análogo a esta serie de observaciones, Lombroso (Amori anomali precoci nei
pazzi. Arch. di psich., 1883, p. 17) informa de que un niño con considerables taras
hereditarias experimentaba ya con cuatro años erección e intensa excitación sexual con la
visión de objetos blancos, concretamente, ropa. El tocarla y estrujarla le proporcionaba un
placer libidinoso. Con 10 años empezó a masturbarse cuando veía ropa blanca y
almidonada. Al parecer, estaba afectado de demencia moral y acabó ejecutado por
asesinato.
Señor Z., 35 años, funcionario, hijo único de madre nerviosa y padre sano. Desde la niñez
era “nervioso”, durante la consulta llaman la atención sus ojos neuropáticos, su cuerpo
delicado y flaco, sus rasgos delicados, su voz extremadamente fina, su escasa barba. Con
excepción de una leve neurastenia, ausencia de hallazgos morbosos en el paciente.
Genitales normales, funciones sexuales también normales. El paciente asegura haberse
masturbado únicamente 4 ó 5 veces, de niño.
Ya con 13 años, el paciente experimentaba una intensa excitación sexual con la visión de
ropa de mujer húmeda, mientras que esa misma ropa pero seca no le excitaba lo más
mínimo. Su máximo placer consistía en mirar a mujeres empapadas cuando llovía. Si daba
con una y además la mujer en cuestión tenía un rostro que le resultaba simpático,
experimentaba intensos sentimientos libidinosos, una potente erección y se sentía
impulsado al coito.
Afirma no haber tenido nunca el deseo de hacerse con faldas mojadas o de echarle agua a
una mujer. El paciente no fue capaz de dar ninguna pista sobre el origen de su afición.
Es posible que, en este caso, el impulso sexual surgiera por primera vez al ver a una mujer
alzándose las faldas un día de lluvia y mostrando sus encantos. El oscuro impulso, que
todavía no era consciente de su objeto, se proyectaría a continuación sobre las faldas
mojadas, como en otros casos.
Con profundo arrepentimiento y con una cierta simpleza reconoció X. a continuación que
medio año antes había sentido una enorme excitación sexual al ver a una hermosa joven
entre la multitud, que no le quedó más remedio que arrimarse a ella y que sintió la
necesidad de compensar con el robo del pañuelo el no llegar a una satisfacción más
profunda de su excitación sexual.
A partir de entonces, en cuanto veía a una mujer que le resultaba atractiva, sentía una
imperiosa necesidad, acompañada de fuerte excitación sexual, palpitaciones, erección e
impetus coeundi, de aproximarse a la persona en cuestion y —a falta de otra cosa mejor—
robarle el pañuelo. Aunque en ningún momento perdió la conciencia del carácter delictivo
de su acción, era incapaz de resistirse a tal impulso. Mientras lo llevaba a la práctica sentía
un miedo en el que se mezclaban el carácter compulsivo de su impulso sexual y el temor a
ser descubierto.
A la gentileza del Prof. Dr. Fritsch, médico de la Audiencia Provincial de Viena, le debo
noticias adicionales sobre este fetichista de pañuelos, que volvió a ser detenido en agosto
de 1890 cuando estaba a punto de arrebatarle a una dama el pañuelo de un bolsillo de la
chaqueta.
Dice haber sentido deseos en diversas ocasiones a partir de los 21 años de obtener una
satisfacción sexual normal, así como haber consumado el coito sin mayor dificultad sin
tener que recurrir a fantasías de pañuelos. Según se iba imponiendo en él el fetichismo, el
apoderarse de pañuelos se iba convirtiendo para él en una fuente de satisfacción mucho
mayor que el coito. El apropiarse del pañuelo de una dama que le resultara simpática tenía
para él el mismo valor que si hubiera mantenido relaciones sexuales con la señora en
cuestión. Experimentaba con ello un verdadero orgasmo.
Los pañuelos de mujeres que le resultaban especialmente simpáticas los guardaba aparte,
gozaba con su contemplación y sentía con ello un inmenso bienestar. También el olor de
estos le procuraba sensaciones placenteras, si bien asegura que era el propio olor de la
tela y no el de algún posible perfume el que le excitaba sensualmente. Según afirma, tan
solo se masturbaba muy raramente.
El señor Z. empezó a masturbarse con 12 años y desde entonces no podía ver un pañuelo
de señora sin experimentar orgasmo y erección. Tenía verdadera necesidad de
apoderarse de ellos. Por aquel entonces cantaba en el coro de niños de la iglesia y
utilizaba los pañuelos que robaba para masturbarse en el campanario. Solo ejercían sobre
él tal fascinación los pañuelos a cuadros blancos y negros, los de color violeta y los de
rayas. A partir de los 15 años de edad, coito; posteriormente, matrimonio. Por lo general,
solo era potente envolviéndose los genitales con un pañuelo de este tipo. A menudo
prefería el coitus inter femora feminae (situando allí un pañuelo) al acto normal. En ningún
lugar estaba un pañuelo a salvo de él. Siempre llevaba varios en el bolsillo y uno
envolviendo sus genitales, (Rayneau, Annales médico-psychol. 1895).
K. nunca ha sentido impulso alguno hacia la mujer; los hombres bellos, en cambio,
siempre ejercieron un especial estímulo sobre él. El paciente se masturbó con frecuencia
desde la juventud hasta el momento en que acudió a Moll. K. nunca ha practicado
onanismo mutuo o pederastia [sexo anal, N. del T.]. Tampoco cree que hubiera hallado
satisfacción en ello, pues, a pesar de su predilección por los hombres, lo que más le excita
es una prenda de ropa blanca de estos. Desempeña un papel en todo esto, no obstante, la
belleza del propietario; son sobre todo los pañuelos de hombres hermosos los que excitan
sexualmente a K. El colmo de lo libidinoso consiste para él en masturbarse con un pañuelo
de caballero. Les quitaba por ello a menudo los pañuelos a sus amigos. Para evitar que se
descubriera el hurto, el paciente le dejaba siempre al amigo uno de sus propios pañuelos
en lugar del que robaba. K. pretendía esquivar así las sospechas de robo y dar la
impresión de que se trataba de una confusión. También otras prendas de caballero
excitaban sexualmente a K., pero no en el mismo grado que los pañuelos.
Afirma no haber sido consciente de la diferencia entre sexos hasta los 15 años de edad y
no haber experimentado hasta entonces excitación sexual. Con 17 años le sedujo una
institutriz francesa, pero sin permitirle el coito, por lo que solo fue posible una intensa
excitación sensual mutua (masturbación recíproca). En medio de tal situación, su mirada
recayó en los elegantísimos botines de esta persona. Produjeron en él una fuerte
impresión. Sus relaciones con esta licenciosa persona duraron cuatro meses. Durante
estos contactos, sus botines se convirtieron en fetiche para este desdichado. Empezó a
interesarse por los zapatos de señora y perdía literalmente la cabeza por echar el ojo a
señoras hermosamente calzadas. El fetiche de calzado adquirió en su conciencia un
enorme poder. Sicuti calceolus mulieris gallicae penem tetigit, statim summa cum voluptate
sperma eiaculavit. Tras alejarse de su seductora, comenzó a acudir a puellis, de las que
demandó la misma manipulación. Por lo general le bastaba con ello para obtener
satisfacción. Solo raramente y de manera subsidiaria recurría al coito. Cada vez se sentía
menos inclinado hacia él. Su vita sexualis consistía en poluciones oníricas, en las que
únicamente los zapatos de señora desempeñaban un papel, así como en la satisfacción
mediante calceolos feminarum, appositos ad mentulam, pero esto tenía que hacerlo la
puella. En las relaciones con el otro sexo, únicamente le excitaba sensualmente el zapato
y además este tenía que ser elegante, de hechura francesa y de un negro brillante, como
el original.
Lo intentó de nuevo con prostitutas, se satisfacía tocándoles los zapatos, después la puella
tenía que calceolo mentulam tangere; él eyaculaba o, si esto no ocurría, intentaba el coito
con la mujer venal, pero sin éxito, pues en ese caso se presentaba inmediatamente la
eyaculación. El paciente llega a mi consulta completamente desesperado. Lamenta
profundamente haber seguido, en contra de su íntima convicción, el infortunado consejo de
los médicos, con el que solo ha logrado hacer desgraciada a una buena mujer e infligirle
un daño físico y moral. Se pregunta si será capaz de responder ante Dios por seguir
adelante con un matrimonio así. Aun cuando se sincerara con su mujer y esta lo hiciera
todo por él, no habría adelantado nada, pues necesita que esté presente un cierto aroma
de mujer mundana.
X., 24 años, de familia con taras (hermano de la madre y abuelo dementes, hermana
epiléptica, otra hermana padece migrañas, padres de temperamento irritable), durante la
época de la dentición tuvo algunos ataques convulsivos, con siete años fue inducido al
onanismo por una criada. X. Encontró placer por primera vez en tales manipulaciones cum
illa puella fortuito pede calceolo tecto penem tetigit. De está forma quedó establecida en el
muchacho la correspondiente asociación, en virtud de la cual a partir de aquel momento
bastaba con la mera visión de un zapato de mujer o incluso con la mera representación de
este en su fantasía para producir excitación sexual y erección. Se masturbaba desde
entonces mirando zapatos de señora o imaginándoselos. En la escuela le excitaban
enormemente los zapatos de la maestra, sobre todo cuando quedaban parcialmente
cubiertos por ropas largas de mujer. Un buen día no pudo contenerse y se agarró a los
zapatos de la maestra, lo que le produjo una gran excitación sexual. A pesar de los azotes,
no pudo evitar realizar esta acción repetidas veces. Al final se vio claramente que tenía
que entrar aquí en juego algún motivo de índole morbosa y le pusieron con un maestro. Se
deleitaba a partir de entonces recordando la escena de zapatos con la maestra.
Experimentaba así erección, orgasmo y, a partir de los 14 años de edad, eyaculación. Se
masturbaba además pensando en zapatos de señora. Un buen día se le ocurrió la idea de
aumentar su placer sirviéndose de uno de estos zapatos para sus propósitos
masturbatorios. A partir de entonces se llevaba zapatos a casa a escondidas y los
empleaba a tal efecto.
Por lo demás no había nada en la mujer que pudiera excitarle sexualmente; la idea del
coito le llenaba de repugnancia. Tampoco los hombres le interesaban lo más mínimo.
Con 18 años abrió una tienda y comerciaba, entre otras mercancías, con zapatos de
señora. Se excitaba sexualmente cuando tenía que ayudar a las clientas a probarse los
zapatos o cuando tenía ocasión de manipular los que ellas calzaban. Un día sufrió un
ataque epiléptico mientras lo hacía y, poco después, un segundo mientras se masturbaba
de la manera que le era habitual. Fue entonces cuando por fin se dio cuenta del carácter
nocivo para la salud de sus prácticas sexuales. Empezó a combatir su onanismo, dejó de
vender zapatos y procuró librarse de la asociación morbosa entre los zapatos de señora y
la función sexual. Pero a partir de entonces empezaron a aparecer numerosas poluciones
en el transcurso de sueños eróticos que giraban alrededor de zapatos de señora, y los
ataques epilépticos persistieron. Aun hallándose desprovisto del más mínimo sentimiento
hacia el sexo femenino, decidió casarse por ver en ello la única cura posible.
Se casó con una hermosa joven. A pesar de una intensa erección cuando pensaba en los
zapatos de su esposa, era completamente impotente durante los intentos de cohabitación,
pues la aversión hacia el coito y, en general, hacia las relaciones íntimas superaba con
creces el influjo de las fantasías de zapatos con las que se excitaba sexualmente. El
paciente acudió a causa de su impotencia al Dr. Hammond, quien trató su epilepsia con
bromo y le aconsejó que colgara un zapato sobre el lecho conyugal y se fijara en él
durante el coito, además de imaginarse que su mujer era un zapato. El paciente quedó
libre de sus ataques epilépticos y comenzó a ser potente, de modo que podía practicar el
coito cada ocho días aproximadamente. Además, la excitación sensual que le producían
los zapatos de señora fue cediendo progresivamente (Hammond, Sexuelle Impotenz,
traducción al alemán de Salinger, 1889, p. 23).
Fetichismo de zapatos. Se trata aquí de una persona que fue caracterizada por Kurella en
su “Naturgeschichte des Verbrechers” (“Historia natural del delicuente”), p. 213, como
estafador que simula una interesante enfermedad nerviosa para vivir del engaño. El autor,
sin embargo, llegó a otra conclusión.
O., nacido en 1865, fue estudiante de teología, acabó en los tribunales por fraude y
mendicidad, procede de familia con fuertes taras, afectado de fetichismo de zapatos,
desde aproximadamente los 21 años de edad presenta episodios en los que se ve
acometido por un impulso irresistible de desaparecer para dedicarse a soñar y a beber,
aun a riesgo de perder los bienes y perspectivas más preciadas de su vida. Incluso siendo
soldado cayó en falta por desaparición, ofreció una verdadera deambulatio propia de un
degenerado y constituía un enigma para sus superiores, puesto que presentaba también
intervalos de comportamiento modélico.
Finalmente fue sometido a exploración por médicos militares que emitieron informe en el
sentido de que O. padecía “demencia periódica” de índole congénita. El “criminal nato” fue
por ello expulsado del servicio militar por inútil. Se fue hundiendo cada vez más a partir de
aquello, se convirtió en vagabundo, andaba de acá para allá cometiendo fraudes, estuvo
también repetidas veces en diversos manicomios.
La exploración del autor dio como resultado un alto grado de asimetría en la constitución
del cráneo, mayor longitud del pie derecho que la del izquierdo, etc.
Según O., su fetichismo de zapato se remonta a su octavo año de vida. Por aquel
entonces, solía arrojar objetos al suelo en la escuela para acercarse a los pies de la
maestra. Explica de manera verosímil que episódicamente era la imagen de un zapato
femenino lo que le obligaba a huir al presentársele de forma tremendamente poderosa,
creándole malestar.
El autor se tomó la molestia de comprobar que O. no había leído nunca este libro. Las
ulteriores consideraciones acerca de los motivos que llevaron a Kurella a emitir un
diagnóstico erróneo se pueden consultar en el original.
L., 37 años, dependiente, de familia con fuertes taras, experimentó con cinco años su
primera erección al ver a su compañero de habitación, un pariente mayor, ponerse un
gorro de dormir. El mismo efecto se produjo más tarde al ver a la vieja criada de la casa
ponerse su gorro de dormir. Desde entonces bastaba para que se presentara la erección
con la mera representación de una cabeza de mujer vieja y fea tocada con un gorro de
dormir. La mera contemplación del gorro o de la figura de una mujer desnuda o de un
hombre desnudo le dejaban indiferente, pero el contacto con un gorro de noche le
provocaba una erección y a veces incluso la eyaculación. L. no se masturbaba; y hasta los
32 años, cuando se casó con una hermosa muchacha a la que amaba, nunca había
mantenido actividad sexual.
En la noche de bodas no se excitó hasta que, para salvarse del apuro, recurrió al recuerdo
de la cabeza de mujer vieja y fea con el gorro de dormir. Inmediatamente se consumó el
coito.
A partir de entonces tuvo que seguir sirviéndose de este medio. Desde la niñez tenía
episodios transitorios de profunda melancolía con impulsos suicidas; de vez en cuando,
también espantosas alucinaciones nocturnas. Si se asomaba a una ventana, se veía
acometido de mareos y ansiedad. Se trataba de una criatura torpe, rara, solitaria y con
mala disposición espiritual (Charcot y Magnan, Arch. der Neurol. 1882, n.º 12).
Las circunstancias concretas indicaban sin dejar lugar a dudas que Sch. había sufrido una
muerte violenta.
Alrededor del cuello de la víctima se encontró un basto pañuelo de campesino con un nudo
simple a la altura de la laringe. Este estaba tan apretado que alrededor del cuello entero se
había formado un surco de estrangulamiento de unos 2 cm de ancho correspondiente al
pañuelo que se le había atado. La autopsia puso de manifiesto que la muerte se había
producido por asfixia.
En cuanto al presunto motivo del crimen cometido de K., se daban circunstancias que
arrojaban luz sobre este y que se pusieron de relieve nada más detenérsele. K. también
había sido procesado por el tribunal del distrito de P. por dos delitos de violación
cometidos el 16 de julio y el 8 de agosto de 1899.
Por lo que respecta al estado de conciencia de K., resulta significativo el hecho de que,
habiéndose encontrado en la calle a dos muchachos inmediatamente después de esta
escena, les preguntara si no habían oído gritos.
La segunda violación tuvo lugar como sigue. K. había bebido también ese día, 8 de agosto
de 1899. Al marcharse de una taberna en el pueblo de L., junto al Danubio, robó una
gabarra y navegó con ella siguiendo la corriente hasta llegar a E. Allí desembarcó y trabó
conversación con E., campesina de 76 años que se encontraba trabajando en una tierra no
alejada de la orilla. En el transcurso de dicha conversación, K. trató de persuadir a E. de
que se acostara con él prometiéndole a cambio 20 cruceros.
Al negarse E., la tiró al suelo, se tumbó sobre ella, sacó su miembro del pantalón y trató de
descubrir la parte inferior del cuerpo de esta.
E. se defendió y pidió auxilio, por lo que K. la golpeó. A los gritos de ella acudió un
hombre, por lo que K. la soltó (asestándole todavía un par de golpes) y huyó de allí en la
gabarra.
En un primer momento, K. admitió ante el gendarme que le detuvo que había golpeado a
E., pero solo por ira. Posteriormente, sin embargo, volvió a disculparse sosteniendo que no
sabía nada de aquello, aunque esta vez ni siquiera afirmó haber estado completamente
borracho en el momento de cometer el delito, sino que declaró no haberse emborrachado
hasta después. Recordaba, asimismo, sus acciones posteriores al intento de violación, de
las cuales se da cuenta seguidamente.
Efectivamente, K. navegó a favor de la corriente hasta llegar a U.; allí atracó junto a una
taberna y vendió por cuatro florines la gabarra robada, negocio durante el cual no dio la
sensación de estar borracho. Además, K. afirmó todavía durante un interrogatorio posterior
que se acordaba de la oferta de los 20 cruceros.
Mucho antes habían tenido lugar los siguientes hechos en relación con K.: el 11 de
septiembre de 1894 había intervenido como bombero en un incendio declarado en R. y
había bebido abundantemente del vino ofrecido por los campesinos de R. De regreso a su
pueblo (Ro.) con la bomba de incendios, se hallaba borracho. Hay discordancia, no
obstante, en los testimonios referidos al grado de su borrachera.
K. entró entonces en una casa de Ro. en la que solo se encontraban algunos niños y se
comportó de manera extraña, sin que quedara claro el verdadero motivo de su venida.
A continuación se presentó en casa de una mujer de 64 años llamada Ko., que estaba en
cama por un dolor de muelas y a la que se le hizo rara esa visita a tales horas. Se puso
primero a hablar del incendio, para pedir a continuación un descalzador de botas. Cuando
Ko. le dijo que no tenía descalzador, K. se puso a secarse las botas. Acto seguido, cerró la
puerta por dentro. Tras recorrer la habitación varias veces de arriba abajo, echó mano a la
colcha de Ko., probablemente para retirarla. Al prohibirle ella que lo hiciera, K. la agarró
por el cuello y empezó a estrangularla, acción en la que no cejó hasta que otra habitante
de la casa, a los gritos de Ko., se asomó a la ventana y le gritó a K. que qué hacía.
K. soltó entonces a Ko., abrió la puerta y, tras un breve intercambio verbal, se marchó.
Ko. creía que K. andaba detrás de su dinero. Sin embargo, se constató que K. llevaba
abierta la bragueta, lo que aclara suficientemente sus verdaderas intenciones.
Estos hechos permitían colegir que el asesinato de Sch. también podría tener un trasfondo
sexual, suposición que, como se comprobó poco después, estaba justificada.
K. negó durante largo tiempo con toda tenacidad haber cometido el asesinato de Sch.
Reconoció que el 1 de mayo por la mañana había entrado en casa de Sch. y había pedido
algo de comer, petición que fue atendida. Mientras estaba sentado charlando con Sch., se
empezó a excitar sexualmente y le pidió que se acostara con él. Al negarse Sch., la tiró al
suelo y, como ella se defendiera y gritara, le pegó un par de manotazos en la cabeza. Al
seguir ella gritando, la estranguló por rabia con un pañuelo.
No fue capaz de explicar con exactitud cómo había atado el pañuelo porque, según afirma,
se encontraba fuera de sí.
Tras asesinar a Sch., se marchó llevándose unas botas que se hallaban junto a la puerta.
K. detalla seguidamente cómo vendió las botas, cómo tomó el transbordador para llegar a
E., donde fue a afeitarse, y lo que hizo aún ese mismo día.
Tras esta confesión y a petición del fiscal, se dispuso un examen del estado mental del
acusado.
Tras ahogarla (en este interrogatorio K. no mencionó el pañuelo), ella intentó aún tomar
aire un par de veces y murió. Una vez muerta, afirma no haberse ocupado ya de ella, pues
los muertos le dan pavor. Solamente le bajó las faldas y se guardó el miembro.
En este interrogatorio pretendía no recordar de dónde había sacado las botas; tenía tres
pares de botas y no sabía exactamente de dónde habían salido. Después del asesinato,
sencillamente, todo le daba vueltas en la cabeza. Niega categóricamente haber tenido
intención de matar a la mujer, simplemente deseaba atontarla para que dejara de gritar y
poder mantener relaciones con ella.
Por lo que respecta al asesinato cometido en G., pronto quedó de manifiesto que no podía
ser obra de K., pues cuando tuvo lugar, este se encontraba detenido en Y. por orden del
juzgado de distrito.
Por lo que respecta a la vida anterior de K., se pudo averiguar lo siguiente: nació en 1873,
siendo, por tanto de 29 años de edad; sus padres tenían en el momento de su nacimiento
ya una edad avanzada (el padre, 63 años; la madre, 40); no se hallaron indicios de taras
hereditarias. Asistió a la escuela durante ocho años con aplicación; si bien hizo escasos
progresos, al parecer porque era incapaz de mantener nada en la memoria. Según consta
en el certificado escolar, K. terminó con suspenso en Historia Natural y Ciencias Naturales,
aprobó por la mínima en Cálculo y en Geografía e Historia, estudiando con suficiente
aplicación. Su comportamiento, eso sí, fue perfectamente satisfactorio durante esta etapa.
Tras terminar la escuela, K. entró a trabajar de aprendiz con un fabricante de cepillos, pero
demostró ser inútil; se hizo entonces picapedrero y a partir de entonces trabajó ya siempre
como jornalero o como barquero.
Los médicos forenses emitieron un informe sobre K. en el que concluían que el acusado
parecía afectado de una leve imbecilidad y que, debido a la deficiencia moral derivada de
este defecto de su inteligencia, no era plenamente responsable de sus actos o, lo que es lo
mismo, que no era responsable de su delito. Durante la vista oral, los expertos indicaron
que con la expresión “imbecilidad” solo se referían a una cierta debilidad mental, un
defecto; para ser más precisos, se trataba de un grado de debilidad mental que no excluía
la responsabilidad de sus actos.
K. reconoció en el transcurso de los exámenes a que fue sometido que había intentado y
consumado repetidamente las relaciones sexuales con ancianas; asimismo, informó sobre
un hecho relevante y esclarecedor, a saber, que sus primeras relaciones sexuales,
consumadas a la edad de 17 años, se llevaron a cabo al ser seducido por una anciana.
El informe (que se puede consultar en Wien. Klin. Wochenschr. 1. c.) llegaba a las
siguientes conclusiones:
El médico del penal de S. informa de que K. es un individuo afectado de una leve debilidad
mental; que habla poco y se lleva bien con los otros reclusos.
Los informes del director de la institución, que durante tres años y medio en G. y S. tuvo
ocasión de observar a K., revelan además lo siguiente:
Solo sé que ya siendo un niño de corta edad sentía el afán de ver y acariciar pieles y que
al hacerlo experimentaba una oscura sensación de índole libidinosa. En el momento en
que surgieron las primeras fantasías sexuales concretas, es decir, en que las ideas
sexuales se dirigieron a la mujer, ya estaba presente esta predilección por las que iban
vestidas precisamente con estos materiales. Y así se ha mantenido desde entonces hasta
mi madurez viril. Una mujer vestida con pieles o terciopelo, o con lo uno y lo otro, me
excita con mayor presteza e intensidad que la que se halla desprovista de tales adornos.
No es que los materiales mencionados sean condición sine qua non para que me excite; el
deseo se manifiesta también en su ausencia siempre que se den los estímulos ordinarios,
pero la contemplación y, sobre todo, el tacto de estos fetiches potencia en mí en gran
medida otros estímulos normales e intensifica el goce erótico. A menudo, la mera visión de
una mujer no excesivamente bella, pero vestida con estos materiales, me produce una
intensa excitación de arrebatador efecto. Me basta con ver mi fetiche para experimentar un
placer que se acentúa con el contacto. (Sin embargo, el penetrante aroma de las pieles me
resulta indiferente a tal efecto o, más bien, desagradable, y únicamente me resulta
soportable por la asociación con sensaciones visuales y táctiles agradables). Deseo
vivamente palpar estos materiales sobre el cuerpo de una mujer, acariciarlos, besarlos,
enterrar en ellos mi rostro. El máximo placer consiste para mí en ver y tocar mi fetiche inter
actum sobre los hombros de una mujer.
Basta para provocar en mí el efecto descrito, o bien con las pieles, o bien con el terciopelo,
aunque resulta más potente con las primeras. Pero lo que tiene más efecto es la
combinación de lo uno y lo otro. También me excitan sexualmente las prendas femeninas
de piel y de terciopelo en sí mismas cuando las veo o las toco sin su portadora, o incluso
— aunque en menor medida— las pieles convertidas en tapetes, sin que formen parte de
la vestimenta femenina, así como el terciopelo y la felpa en muebles y cortinajes. Las
meras imágenes de prendas de piel y de terciopelo constituyen ya para mí objeto de
interés erótico, y hasta la mera palabra “piel” se me presenta dotada de propiedades
mágicas y despierta inmediatamente mis fantasías eróticas.
Las pieles son hasta tal punto objeto de interés sexual para mí que si un hombre se viste
unas pieles del tipo adecuado (véase más abajo) produce en mí una impresión harto
desagradable, molesta y escandalosa, como la que provocaría en cualquier persona
normal el verle con traje y actitudes de bailarina de ballet. De manera paredcide me
repugna, por despertar sensaciones contrapuestas, la visión de una vieja o mujer fea
ataviada con bellas pieles.
Pero las pieles únicamente ejercen sobre mí el efecto descrito cuando el pelo es tupido,
fino, liso, tieso y más bien largo. El efecto depende de estas características, como he
podido constatar sin lugar a dudas. Me dejan perfectamente indiferente no solo las pieles
de pelo basto, hirsuto, que se suelen considerar vulgares, sino también, entre las que se
tienen por hermosas y nobles, las de pelo ralo (foca, castor) o las que lo tienen corto por
naturaleza (armiño), o las que lo tienen muy largo y caído (mono, oso). El efecto específico
solo lo produce el pelo tieso de marta común o cibelina, mofeta y similares. El terciopelo,
por su parte, está también formado de un pelo (una fibra) tupido y derecho, lo que podría
explicar que tenga el mismo efecto. El efecto parece depender de una impresión muy
específica producida por las puntas de un pelo fino y tupido sobre las terminaciones de los
nervios sensibles.
Es para mí un enigma cómo esta particular impresión en los nervios del tacto puede estar
conectada con la vida sexual. El hecho es que esto mismo se da en muchas personas. He
de recalcar expresamente que me gusta que una mujer tenga hermosos cabellos, pero que
estos no desempeñan para mí un papel más importante que el que pueda tener cualquier
otro atractivo, y que el tacto de las pieles no evoca en mí la idea del pelo de mujer. (La
sensación táctil carece en sí de la más mínima semejanza). De hecho, es que no se
presenta ninguna otra fantasía en ese momento. Son las pieles en sí y por sí lo que
despierta mi sensualidad; el porqué me resulta inexplicable.
El efecto meramente estético, la belleza de unas pieles exquisitas, algo a lo que todo el
mundo es más o menos sensible, que ha sido empleado por innumerables pintores como
envoltorio y marco de la belleza femenina desde la Fornarina de Rafael a la Helene
Fourment de Rubens, y que tan destacado papel tiene en la moda, en el arte y ciencia del
vestido femenino, este efecto estético, digo, no explica nada aquí, como ya he dicho arriba.
El mismo efecto estético que ejercen sobre las personas normales unas pieles hermosas
lo producen en mí, como en cualquiera, las flores, los lazos, las piedras preciosas y el
resto de adornos. Tales objetos, empleados con habilidad, realzan la belleza femenina y
pueden por ello, en determinadas circunstancias, provocar un efecto sensual indirecto;
pero nunca producen en mí un efecto sensual directo y potente como los mencionados
materiales fetiches.
Igual que el efecto erótico específico que producen los materiales de mi fetiche no es
explicable a través de su impresión estética, tampoco lo es por la asociación en la fantasía
con el cuerpo de su portadora. En primer lugar, estos materiales ejercen su efecto sobre
mí, como he dicho, también cuando aparecen perfectamente aislados del cuerpo, como
meras materias; y en segundo lugar, prendas más íntimas (un corsé, una camisa), que sin
duda despiertan asociaciones, tienen un efecto mucho más tenue. Los materiales de mi
fetiche están dotados, por tanto, para mí de valor sensual independiente. El porqué
constituye un enigma para mí mismo.
El mismo efecto erótico, de fetiche, que las pieles y el terciopelo me lo producen las
plumas de los sombreros de señora, de los abanicos, etc. (se trata de una sensación táctil
semejante: un cierto jugueteo, un particular cosquilleo). Por último, el efecto fetichista se
da también aunque en grado muy débil, con tejidos suaves, como raso o seda, mientras
que los que son ásperos, como paño basto o franela, me resultan desagradables.
Deseo mencionar por último que en algún lugar he leído un estudio de Karl Vogt sobre las
personas microcefálicas según el cual uno de estos seres, al ver unas pieles, se lanzó
sobre ellas y se puso a acariciarlas entre notables muestras de placer. Estoy lejos de ver
por ello seriamente en el ampliamente extendido fetichismo de pieles una vuelta atávica a
los gustos de los ancestros cubiertos de pieles del género humano. Aquel hombre afectado
de cretinismo ejecutaba simplemente con la desenvoltura que le es propia un tacto que no
tenía que ser por fuerza de naturaleza sexual-sensual, igual que a muchas personas
normales les gusta acariciar a un gato o algo parecido, o incluso terciopelo y pieles sin que
por ello experimenten precisamente una excitación sexual.
C. es un gran amante del terciopelo. C. se siente atraído por las mujeres hermosas de
manera normal, pero lo que le excita sobremanera es encontrar a la persona con la que
mantiene relaciones sexuales vestida de terciopelo. Resulta aquí especialmente llamativo
que no es tanto la visión del terciopelo como su tacto lo que provoca la excitación. C. me
explicó que acariciar la chaqueta de terciopelo de una persona de sexo femenino le
produce una excitación que difícilmente podría alcanzar de otra manera (Dr. Moll op. cit., p.
127).
En julio de 1891 Alfred Bachmann, oficial cerrajero de 25 años, compareció en Berlín ante
la segunda cámara vacacional de la Audiencia Provincial I. En abril de ese mismo año, la
policía había recibido diversas denuncias según las cuales, una mano malvada se
dedicaba a rasgarles la ropa a las damas con un instrumento afiladísimo. El 25 de abril por
la tarde se logró identificar al vándalo en cuestión en la persona del acusado. Un agente
de la brigada de investigación criminal se percató de cómo el acusado se arrimaba de
manera llamativa a una dama que atravesaba una galería comercial en compañía de una
caballero. El funcionario le rogó a la señora que inspeccionara su vestido mientras él
sujetaba al sospechoso. Quedó de manifiesto que el vestido había recibido un corte de
considerable longitud. El acusado fue conducido a comisaría, donde se practicaron las
correspondientes diligencias. Además de un cuchillo afilado que reconoció haber utilizado
para rajar los vestidos, se le encontraron dos cintas de seda como las que suelen usar las
damas como adorno en sus vestidos; el acusado confesó, asimismo, haberlos cortado de
los vestidos entre las prisas. Finalmente, el registro sacó a la luz un fular de seda de
señora. El acusado aseguraba habérselo encontrado. Como no se pudo refutar su
afirmación en este caso, solo se le acusó aquí de apropiación indebida de un objeto
hallado, mientras que sus restantes actuaciones fueron calificadas en dos de los casos en
que se había interpuesto denuncia por parte de las interesadas como daños materiales; y
en otros dos, como hurto. El acusado, que ya había recibido varias condenas con
anterioridad, ofreció ante el juez, con rostro pálido e inexpresivo, una inusitada explicación
de su enigmático proceder. Contó que la cocinera de un comandante le había tirado
escaleras abajo una vez que fue a pedir limosna y que desde entonces había concebido
un odio visceral hacia todo el género femenino. Surgieron dudas sobre la plenitud de uso
de sus facultades mentales y se le sometió por ello al examen de un médico de distrito. El
experto dictaminó que no había motivo alguno para considerar mentalmente enfermo al
acusado (por otra parte, de escasa inteligencia). Este último se defendió de extraña
manera. Explicó que un impulso irrefrenable le obligaba a acercarse a las damas que
llevaban vestidos de seda. El tacto de un tejido de seda —afirmaba— constituía para él
una sensación placentera, hasta el punto de haberse excitado hallándose en prisión
preventiva al caer en sus manos un hilo de seda mientras estaba deshilachando lana. El
fiscal Müller II consideró simplemente que el acusado era un peligro social, un ser malvado
al que se debía neutralizar por una buena temporada. Solicitó que se le condenara a un
año de prisión. El tribunal le condenó a seis meses de prisión y un año de suspensión de
derechos civiles.
Al parecer, ya en los sueños de su niñez aparecían damas con vestidos de seda que
desempeñaban un papel principal y más tarde estos sueños se vieron acompañados de
poluciones. Debido a su timidez, no fue hasta más tarde cuando tuvo su primera
cohabitación. Esta solo fue posible con una mujer con vestido de seda. Prefería tocar entre
la multitud a señoras con vestido de seda y al hacerlo llegaba a la eyaculación entre un
potente orgasmo y un intenso placer libidinoso. Su mayor dicha consistía en ponerse una
combinación de seda por la noche antes de irse a la cama. Esto le producía más placer
que la más hermosa de las mujeres.
El forense constató en su informe que V. era una persona aquejada de graves taras que se
daba a un placer enfermizo bajo un impulso compulsivo de tipo morboso. Quedó absuelto.
Señor Z., 33 años, industrial, de Estados Unidos, desde hace 8 años vive en un
matrimonio feliz, bendecido con hijos, me consultó debido a un extraordinario fetichismo de
guantes que dice atormentarle, que le hace despreciarse a sí mismo y que podría terminar
por arrastrarle a la desesperación y la locura.
Z. es, al parecer, un hombre procedente de una familia perfectamente sana, pero desde su
niñez es neuropático e irritable. Se describe a sí mismo como persona de natural sensual,
mientras que afirma que su mujer es más bien una “natura frigida”.
Z. cayó con unos 9 años en la masturbación inducido por sus camaradas. Encontró en ella
gran placer y se dio a ella apasionadamente.
A partir de entonces se despertó en él un gran interés por el cuero en general, pero sobre
todo por los guantes de cabritilla.
Desde la pubertad eran ya solamente guantes de cuero de señora, pero estos le producían
una sensación fascinante, le provocaban la erección y cuando podía tocar su pene con
ellos, sobrevenía incluso la eyaculación.
Los guantes de caballero carecían de todo atractivo para él, aunque le gustaba llevarlos él
mismo.
Lo único que le interesaba de la mujer a partir de entonces eran los guantes. Estos se
convirtieron en su fetiche; tenían que ser de cabritilla y lo más largos posible, con muchos
botones, pero sobre todo le interesaban cuando estaban sucios, brillantes de grasa, con
manchas de sudor en la punta de los dedos. Las mujeres provistas de ellos, aunque fueran
feas y viejas, no carecían para él de un cierto atractivo. Las damas con guantes de tela o
de seda le dejaban perfectamente indiferente. Desde la pubertad estaba acostumbrado a
mirarles a las mujeres lo primero las manos. Por lo demás, las mujeres le eran
perfectamente indiferentes.
Si lograba hacerse con un guante de señora de este tipo, se metía con él en el retrete, se
introducía en él los genitales, se lo quitaba después y se masturbaba.
Más tarde, en el lupanar, llevaba unos guantes consigo, le pedía a la puella que se los
pusiera y se excitaba tanto con esto que muchas veces llegaba ya con ello a la
eyaculación.
Se hacía fundas para el pene, suspensorios, sobre todo de cuero negro y blando, y los
llevaba durante días. Además colgaba guantes de señora de un braguero de tal modo que
cubrían sus genitales como una especie de delantal.
Tras casarse, su fetichismo de guantes se agravó si cabe. Por lo general, solo era potente
si durante el acto conyugal yacían junto a su cabeza dos guantes de su mujer de tal forma
que pudiera besarlos.
Su mujer le dio una gran alegría cuando se dejó convencer para ponerse guantes durante
el coito y tocar previamente los genitales de su marido con ellos.
A menudo se veía empujado a decorar guantes largos con lana o semejantes, de modo
que pareciesen brazos vestidos. Practicaba entonces tritus membri inter brachia talia
artificialia hasta alcanzar su objetivo.
Entre sus hábitos se cuenta el llevar consigo guantes de cabritilla de señora, ponérselos
por las noches en los genitales hasta sentir su pene como un gran Príapo de cuero entre
las piernas.
En grandes ciudades compra en las lavanderías de guantes pares de señora que se
quedan sin recoger, guantes que se han quedado sin dueño, sobre todo si están bien
sucios y gastados. El por lo demás intachable Z. reconoce haber sucumbido en dos
ocasiones al deseo de robarlos. Entre las apreturas de la gente, es incapaz de resistirse a
rozar las manos de las damas; en su despacho aprovecha cualquier oportunidad de darles
la mano a las damas para sentir por un momento el cuero “cálido y blando”. A su mujer le
pide que siempre que sea posible lleve guantes de cabritilla o gamuza. También la provee
en abundancia de tales géneros.
Z. tiene siempre en su despacho guantes de señora. No pasa hora sin que los toque y
acaricie. Cuando está especialmente excitado sensualmente, se mete uno en la boca y lo
mastica.
Otras prendas de vestir femeninas y otras partes del cuerpo de la mujer que no sean la
mano carecen de todo atractivo para él. Z. está a menudo muy deprimido a causa de su
anomalía. Se avergüenza ante los ojos inocentes de sus hijos y ruega a Dios que nunca
sean como su padre.
B., 30 años, al parecer sin taras, con una personalidad delicada y sensible, amante de las
flores de toda la vida, hasta el punto de llegar a besarlas, pero sin que hubiera en ello
relación o excitación sexual alguna, más bien natura frigida, sin haberse dado
anteriormente al onanismo, y posteriormente tan solo de forma muy episódica, conoció con
21 años a una joven dama que se había prendido unas cuantas rosas de gran tamaño a la
chaqueta. Desde entonces, la rosa desempeña un importante papel en sus sentimientos
sexuales. Siempre que podía se compraba rosas y las besaba. Haciendo esto llegaba
incluso a la erección. Se las llevaba también a la cama, aunque sin ponerlas en contacto
con sus genitales. Sus poluciones iban acompañadas desde entonces de sueños en los
que aparecían rosas. Mientras soñaba con el aroma de una rosa y se le presentaba una de
estas en todo su esplendor, se producía la eyaculación.
B. se prometió en secreto con la dama de las rosas, pero la relación, que no pasó nunca
de lo platónico, se fue enfriando. Tras romper su compromiso desapareció el fetichismo de
rosas repentina y definitivamente, incluso cuando B., que pasó una temporada enfermo de
melancolía, se volvió a prometer. (A. Moll, Zentralblatt f. d. Krankheiten der Harn- und
Sexualorgane, V. 3).
Zoofilia erótica, fetichismo. Señor N. N., 21 años, procede de familia con antecedentes
neuropáticos y es él mismo de constitución neuropática. Ya de niño sentía la necesidad de
realizar esta o aquella acción por miedo a que, de no hacerlo, le sucediera alguna
desgracia. Era buen estudiante, nunca estuvo enfermo de consideración, sentía ya de niño
predilección por los animales domésticos, sobre todo por los perros y los gatos, porque
cuando los acariciaba experimentaba una sensación de excitación libidinosa. Durante años
se dio con perfecta inocencia a este juego con los animales que le proporcionaba tan
agradable excitación. Al llegar a la pubertad se dio cuenta de que aquello era inmoral y se
obligó a sí mismo a dejarlo. Lo logró, pero a partir de entonces esas situaciones se le
presentaban en sueños y no tardaron en ir acompañadas de poluciones. Esto empujó al
muchacho, sexualmente excitable, al onanismo. Asegura haberse aliviado al principio
manualmente y que al hacerlo se presentaba con regularidad el pensamiento de acariciar
animales y hacerles cariños. Al cabo de un tiempo llegó al onanismo psíquico al
representarse situaciones de este tipo y lograr así el orgasmo y la eyaculación. Esto le
provocó una neurastenia.
Se le dan consejos relativos a los daños derivados del onanismo psíquico, la superación
de la neurastenia y el fortalecimiento de los centros sexuales, así como a la satisfacción de
la vita sexualis por medios normales tan pronto como se tengan perspectivas de éxito y
resulte posible.
Sentimiento sexual contrario adquirido. Soy funcionario y procedo de una familia, hasta
donde yo sé, sin taras; mi padre murió de una enfermedad aguda, mi madre vive y es
bastante “nerviosa”. Una de mis hermanas se ha vuelto en los últimos años profundamente
religiosa.
Soy alto, produzco una impresión masculina por mi forma de hablar, de moverme y por mi
aspecto. La única enfermedad que he padecido es el sarampión, aunque desde los 13
años sufro lo que llaman dolores de cabeza nerviosos.
Mi vida sexual comenzó con 13 años, cuando conocí a un chico algo mayor que yo,
quocum alter alterius genitalia tangendo delectabar. Tuve la primera eyaculación con 14
años. Dos compañeros de colegio mayores que yo me indujeron al onanismo, al que
empecé a entregarme unas veces acompañado y otras solo, aunque, en este último caso,
pensando siempre en personas de sexo femenino. Mi libido sexualis era muy grande y así
sigue siendo hoy día. Más tarde intenté iniciar una relación con una criada guapa y
robusta, con potentes mammae; id solum assecutus sum, ut me praesente superiorem
corporis sui partem enudaret mihique concederet os mammasque osculari, dum ipsa
penem meum valde erectum in manum suam recepit cumque tirvit.
Quamquam violentissime coitum rogavi hoc solum concessit, ut genitalia eius tangerem.
Mis iguales prácticamente no me atraen; en cambio, siento una clara excitación sexual
cuando veo a uno de estos mozos robustos del pueblo. El tocar esos pantalones, abrirlos y
agarrar el pene, así como besar al muchacho me parecen altamente excitantes. Mi
sensibilidad para los encantos femeninos se halla un tanto embotada, aunque siempre soy
potente en la relación sexual con una mujer sin necesidad de recurrir a imágenes de mi
fantasía, sobre todo si tiene mammae bien desarrolladas. Nunca he intentado abusar de
un joven trabajador o similar para mis indecorosos apetitos y tampoco lo intentaré, por más
que sienta deseos de ello muy a menudo. A veces retengo la imagen de uno de estos
muchachos y me masturbo luego en casa.
Carezco de toda inclinación por las ocupaciones femeninas. Me gusta hasta cierto punto
relacionarme con damas, bailar me desagrada. Tengo un gran interés por las bellas artes.
El que tenga en parte sentimientos sexuales contrarios creo que se debe también en algo
a mi comodidad, que me impide entablar una relación con una muchacha porque me
resulta muy complicado. Frecuentar los lupanares es algo que me repugna por motivos
estéticos, así que acabo cayendo en el lamentable onanismo, que tan difícil me resulta
dejar.
Me he dicho cientos de veces que para poder tener unos sentimientos sexuales
completamente normales tengo que reprimir ante todo mi irrefrenable pasión por el funesto
onanismo, aberración que repugna a mi sentido estético. Me he propuesto una y otra vez
combatir esta pasión con toda la fuerza de mi voluntad; a día de hoy sigo sin lograrlo.
Cuando el impulso sexual se despertaba en mí con especial intensidad, en lugar de
procurar satisfacerlo por vías naturales, prefería masturbarme porque tenía la impresión de
que eso me proporcionaría más placer.
Y, sin embargo, la experiencia me ha demostrado que siempre soy potente con las
muchachas sin ningún esfuerzo y sin la ayuda de imágenes de genitales masculinos, con
la excepción de un único caso, en que no llegué a la eyaculación porque la mujer en
cuestión —fue en un lupanar— carecía de todo atractivo. No logro apartar de mí la idea y
el rotundo reproche de que el sentimiento sexual contrario que hasta un cierto grado está
presente en mí es consecuencia del excesivo onanismo, y si eso me resulta tan
deprimente es porque tengo que reconocerme a mí mismo que prácticamente no me
siento con fuerzas para renunciar a este vicio por propia voluntad.
El deseo de satisfacer mi libido de manera antinatural se vio reforzado considerablemente
como consecuencia de la relación sexual mencionada en mi escrito con un compañero de
estudios y viejo amigo del colegio (la cual, no obstante, no surgió hasta la época de la
universidad, tras siete años de simple amistad).
Le ruego que me permita aún relatar un episodio que me ha atribulado durante meses.
En el verano de 1882 conocí a un compañero de estudios seis años más joven que yo,
que, junto con otros, nos había sido recomendado a mí y a mis amigos. No tardé mucho en
desarrollar un hondo interés por esta persona de extraordinaria belleza, asombrosas
proporciones y apariencia esbelta y sana. Al cabo de unas semanas de relación este
interés se fue transformando en un vivísimo sentimiento de amistad, más tarde en un
apasionado amor y en un tormento de celos. Enseguida me di cuenta de que entraba en
juego una intensa excitación sensual, y por más que me determiné a contenerme ante esta
persona a la que, independientemente de todo lo demás, tanto estimaba por lo excelente
de su carácter, acabé doblegándome ante el irrefrenable deseo de abrazarle, etc. en una
noche en que, tras consumir una cantidad considerable de cerveza, nos encontrábamos en
mi casa con una botella de vino bebiendo por una buena, verdadera y larga amistad.
Cuando le vi al día siguiente, me avergoncé hasta tal punto que no fui capaz de mirarle a
los ojos. Sentí el más profundo arrepentimiento por mi comportamiento y me hice los
reproches más severos posibles por haber mancillado esta amistad, que debía ser pura y
noble y mantenerse como tal. Para demostrarle que solo me había dejado arrebatar
momentáneamente, me empeñé al final del semestre en que hiciéramos un viaje juntos; él
aceptó tras una cierta resistencia, cuyos motivos no podían estar más claros para mí.
Dormimos varias noches en la misma habitación sin que yo hiciera el más mínimo intento
de repetir aquella acción. Yo quería hablar con él de lo sucedido aquella noche, pero no fui
capaz; tras separarnos al siguiente semestre, tampoco conseguí escribirle a propósito de
aquel asunto y lo mismo me ocurrió cuando en marzo le visité en X. Y, sin embargo, yo
sentía la acuciante necesidad de aclarar ese punto hablando abiertamente de él. En
octubre de este año estuve nuevamente en X. y esta vez encontré el valor para hablar sin
tapujos. Le pedí perdón y él me lo concedió de buen grado; incluso le pregunté por qué no
se negó rotundamente en aquel momento, a lo que me contestó que en parte me dejó
hacer por darme gusto y en parte porque estaba bastante bebido y se hallaba por ello un
tanto apático. Le expliqué con todo detalle cuál era mi estado y le expresé que tenía la
firme esperanza de llegar a doblegar por mis propias fuerzas mis impulsos antinaturales de
manera completa y definitiva. A partir de esta conversación, la relación entre mi amigo y yo
es lo más satisfactoria y dichosa que pueda uno imaginar; los sentimientos de amistad son
por ambas partes profundos, genuinos y —espero— duraderos.
Ilma S., 29 años, soltera, hija de comerciante, procede de familia con importantes taras. El
padre era potator y acabó su vida suicidándose, al igual que un hermano y una hermana
de la paciente. La hermana padece histeria convulsiva. El padre de la madre se pegó un
tiro en estado de locura. La madre era enfermiza y murió con parálisis de resultas de una
apoplejía. La paciente nunca estuvo enferma de gravedad, talentosa, entusiasta,
imaginativa, soñadora. Menses a los 18 años sin trastornos, posteriormente muy irregular.
Con 14 años clorosis y catalepsia por pánico. Más tarde, hysteria gravis y ataque de locura
histérica. Con 18 años, relación con un joven, que dejó de ser platónica. El amor de este
hombre era correspondido ardientemente. De las insinuaciones de la paciente se
desprende que era muy sensual y que tras separarse de su amante se dio a la
masturbación. La vida de la paciente experimentó a partir de entonces un cambio
novelesco. Para salir adelante se vistió de hombre, se hizo profesor particular, dejó el
puesto porque la señora de la casa, desconociendo su sexo, se enamoró de ella y la
perseguía. Se hizo entonces empleado de ferrocarril. Para ocultar su verdadero sexo, tenía
que frecuentar los burdeles en compañía de los compañeros de trabajo y escuchar las
conversaciones más indecentes que pueda uno imaginar. Esto le resultaba tan repugnante
que dejó el trabajo, se volvió a vestir un buen día de mujer y trató de ganarse la vida en un
puesto de mujer. Fue internada en una cárcel por robo y en un hospital por graves ataques
histérico-epilépticos. Allí le descubrieron tendencias e impulsos hacia el propio sexo. La
paciente causaba el enfado general con su arrebatado amor hacia las enfermeras y otras
pacientes.
“Me juzga equivocadamente quien piense que me siento como un hombre ante el sexo
femenino. Antes bien, me comporto tanto en mi pensamiento como en mis sentimientos
enteramente como una mujer. Quise a mi primo como solo una mujer puede hacerlo.
“El cambio en mis sentimientos vino porque estando en Pest vestida de hombre tuve
ocasión de ver a mi primo. Me di cuenta de que me había equivocado de medio a medio.
Eso me causó un terrible tormento espiritual. Supe que nunca volvería a ser capaz de
amar a un hombre, que yo era de esas personas que solo aman una vez. A esto se añadía
que estando con mis compañeros de trabajo ferroviarios tenía que oír las conversaciones
más repugnantes y visitar casas de la peor reputación imaginable. Con las experiencias
que tuve de cómo se movía el mundo masculino, desarrollé una aversión insuperable
hacia los hombres. Pero como soy muy apasionada por naturaleza y tengo necesidad de
unirme a una persona querida y de entregarme a ella por completo, iba sintiéndome cada
vez más atraída hacia mujeres y muchachas que me resultaban simpáticas, sobre todo
hacia las que destacaban por su inteligencia”.
El paciente era sano y fuerte, con un temperamento vivo y sensual, tenía un impulso
sexual que se manifestó de manera anormal por lo precoz y potente, se masturbaba ya
siendo un niño pequeño, practicó el coito por primera vez con solo 14 años, al parecer con
placer y plena potencia. Con 15 años, un hombre intentó seducirle y le masturbó. X.
experimentó repulsión, se liberó de esta situación “asquerosa”. Como adolescente cometió
excesos por libido irrefrenable con coito, en 1880 se volvió neurasténico, padeció
problemas de erección y eyaculación precoz, se iba volviendo así cada vez menos potente
y dejó de experimentar placer con el acto sexual. En aquella época de decadencia sexual
tuvo durante algún tiempo una inclinación que previamente le había resultado ajena (y que
todavía hoy no se explica) por las relaciones sexuales cum puellis non pubibus XII ad XIII
annorum. Su libido fue aumentando según recuperaba la potencia.
Poco a poco empezó a sentirse inclinado hacia los muchachos de 13 a 14 años. Sentía
deseos de importunarlos.
Quodsi ei occasio data est, ut tangere posset pueros, qui ei placuere, penis vehementer se
erexit tum maxime quum crura puerorum tangere potuisset. Abhinc feminas non cupivit.
Nonnunquam feminas ad coitum coëgit sed erectio debilis, eiaculatio praematura erat sine
ulla voluptate.
A partir de entonces solo se interesó por los muchachos jóvenes. Soñaba con ellos y tenía
poluciones mientras esto ocurría. A partir de 1882 tuvo ocasión de vez en cuando de
concumbere cum juvenibus. Experimentaba entonces una potente excitación sexual y se
aliviaba mediante la masturbación.
X. supone que su amor por el propio sexo se originó por excesos desmedidos en el
disfrute del sexo natural, lamenta profundamente su situación, pregunta con ocasión de
una consulta en diciembre de 1888 si no hay algún medio para devolverle a la sexualidad
normal, dado que en realidad no tiene horror feminae y le gustaría casarse.
Concebido de padres sanos, fui un niño débil, pero salí adelante a base de cuidados y
progresé bastante bien en la escuela.
La pérdida de esperma me iba dejando cada vez más débil y abatido, y el deseo de
satisfacción sexual se iba intensificando, por lo que acudí a un lupanar. Allí, sin embargo,
fui incapaz de obtener satisfacción, pues por más que disfrutara con adspectus feminae
nudae, no se presentaban ni el orgasmo ni la erección, y esta no se pudo lograr ni siquiera
mediante la masturbación por parte de la puella.
Nada más salir del lupanar, volvió a acuciarme el deseo y volví a experimentar intensas
erecciones. Me daba a partir de entonces vergüenza de las chicas y no volví a visitar tales
lugares. Así pasaron un par de años. Mi vida sexual se componía exclusivamente de
poluciones. Mi inclinación por el sexo opuesto se iba enfriando. Con 19 años entré en la
universidad. A mí me atraía más el teatro. Yo quería ser artista. Mis padres no consintieron
en ello. En la capital tenía que ir de vez en cuando con los compañeros a visitar a las
chicas. Tales situaciones me producían pavor porque sabía que no lograría el coito y los
amigos podrían darse cuenta de mi impotencia, por lo que evitaba por todos los medios el
peligro de exponerme a las burlas y la vergüenza.
Una noche, en la ópera, tenía sentado al lado a un señor mayor. Me estaba haciendo la
corte. Me reí con ganas de aquel viejo chalado y empecé a seguirle la corriente.
Exinopinato genitalia mea prehendit, quo facto statim penis meus se erexit. Asustado, le
pregunté qué quería. Me dijo que se había enamorado de mí. Como había oído hablar en
la clínica de los hermafroditas, creí hallarme ante uno de ellos, curiosus factus genitalia
eius videre volui. El viejo aceptó con alegría, me acompañó al excusado. Sicuti penem
maximum eius erectum adspexi, perterritus effugi.
Cuando volvió a espolearme la libido sexualis, me acordé de lo que había dicho aquel viejo
acerca de que en el Paseo de E. se reunían hombres que amaban a los hombres.
Tras una dura lucha y con el corazón palpitándome con fuerza en el pecho, acudí allí,
trabé conocimiento con un señor rubio y me dejé seducir. El primer paso estaba dado. Esta
forma de amor sexual resultaba adecuada para mí. Lo que más me gustaba era
encontrarme en brazos de un hombre fuerte.
Conocí a mucha gente, amaba a tipos de lo más ordinario. Los prefería barbudos, grandes,
de mediana edad y bien dotados para asumir el papel activo.
Tuve una proctitis. El profesor creía que era de pasar tanto tiempo sentado estudiando
para los exámenes de fin de carrera. Se me formó una fístula y hubo que operarme, pero
eso no me curó del deseo de dejarme usar pasivamente. Me hice médico, fui a parar a una
ciudad de provincias, donde tuve que vivir como una monja.
Me aficioné a moverme entre damas, quienes me recibían con gusto, pues no les parecía
tan limitado como la mayoría de los hombres y porque me interesaba por la ropa y otros
temas semejantes de conversación entre damas. Sin embargo, me sentía desdichado y
solitario.
Por suerte, conocí en esa ciudad a otro hombre con los mismos sentimientos que yo, una
“hermana”. Durante un tiempo estuve servido con él. Cuando se tuvo que marchar,
empezó para mí un periodo de desesperación y melancolía, con ideas suicidas incluso.
Como no podía soportar la vida en aquel pueblo, me hice médico militar en una gran
ciudad. Allí reviví, muchas veces conocía a dos o tres hombres en el mismo día. Nunca me
habían gustado los muchachos ni la gente joven, solamente los hombres hechos. Así
escapaba a las garras de los estafadores. La idea de caer algún día en manos de la policía
me espantaba, pero no me impedía satisfacer mis impulsos.
Esta eviratio hace que el papel pasivo e incluso el coito anal (pasivo) aparezcan como
deseables. Esta se extiende asimismo al carácter, que se vuelve femenino, pues Sch.
empieza a preferir el moverse en compañía de verdaderas feminae, va encontrando cada
vez más gusto en las ocupaciones femeninas y recurre incluso al maquillaje y al arte de
arreglarse para reavivar unos encantos en declive y lograr “conquistas”.
Autobiografía. Nací en Hungría en 1844. Durante mucho tiempo fui el único hijo de mis
padres, pues los otros hermanos morían por falta de energía vital. Tardó mucho en llegar
un hermano que se mantuviera con vida.
Procedo de una familia en la que las afecciones nerviosas y psíquicas son numerosas.
Dicen que de pequeño era muy mono, con rizos rubios y piel transparente; era muy
obediente, tranquilo y discreto, así que me llevaban siempre a las reuniones de damas y
no daba nada de guerra.
Tenía una viva fantasía (mi enemiga durante toda la vida) y mis talentos se desarrollaban
rápidamente. Con cuatro años sabía leer y escribir, mis recuerdos llegan hasta el tercer
año de vida; jugaba con todo lo que caía en mis manos, lo mismo soldaditos de plomo que
piedras o cintas de la juguetería; lo único que no me gustaba era un aparato para trabajar
la madera que me regalaron. Lo que más me gustaba era quedarme en casa con mi
madre, que era lo que más quería en el mundo. Tenía dos o tres amigos, con los que me
gustaba andar, aunque disfrutaba igual con sus hermanas, que siempre me trataban como
a una niña, cosa que al principio no me molestaba.
Yo debía de dar muestras de volverme como una niña, todavía me acuerdo perfectamente
de que siempre me decían: “Los chicos no hacen eso”. Después empecé a esforzarme
para hacer lo que los chicos, hacía todo lo que hacían mis amigos y procuraba ser más
salvaje que ellos (y además lo conseguía): no había árbol ni edificio a los que no me
subiera. Me volvían loco los soldados, procuraba mantenerme alejado de las chicas
porque no debía jugar con sus cosas y porque no podía dejar de pensar que me trataban
como a una más.
Pero en compañía de adultos seguía siendo igual de bueno y les gustaba tenerme con
ellos. Solían atormentarme sueños fantásticos en los que aparecían animales salvajes que
incluso llegaban a sacarme de la cama sin despertarme. Siempre me vestían con ropa
sencilla pero muy elegante, con lo que me aficioné a la ropa bonita; me asombra que ya
desde el colegio me sintiera atraído por los guantes de señora, que me ponía a escondidas
en cuanto podía. Así, me enfadé mucho en cierta ocasión en que mi madre regaló un par.
Cuando me preguntó por qué, le dije que los quería para mí. Se rieron de mí y a partir de
entonces procuré no revelar mi afición por los objetos femeninos. Y sin embargo me
volvían loco. Me gustaban sobre todo los disfraces, pero solo los de mujer. Si veía alguno,
envidiaba a su dueña. Me encantaba ver a dos hombres jóvenes que iban preciosos
disfrazados de damas blancas con bellísimas máscaras femeninas cubriéndoles el rostro.
Yo hubiera dado lo que fuera por exhibirme ante los demás como chica por mucho que
temiera las burlas. En el colegio era aplicadísimo, siempre iba de los primeros; mis padres
me enseñaron desde pequeño que antes que nada era el deber y ellos eran los primeros
en darme ejemplo; ir al colegio era además un placer porque los maestros eran
bondadosos y los mayores no se metían con los pequeños. Pero luego abandonamos mi
primera patria porque mi padre se vio obligado por motivos laborales a separarse por un
año de su familia; nos fuimos a vivir a Alemania. El tono allí era severo tirando a brutal,
tanto por parte de los maestros como entre los alumnos, y volví a convertirme en blanco de
las burlas por mi afeminamiento.
Mis compañeros llegaron a ponerle mi nombre a una chica que tenía exactamente mis
mismos rasgos y a mí me pusieron el suyo, por lo que yo odiaba a esa chica. Después me
hice amigo de ella estando ella ya casada. Mi madre seguía vistiéndome de manera muy
elegante, y esto me desagradaba porque siempre me ocasionaba burlas, así que me
alegré cuando por fin me pusieron unos pantalones y una chaqueta como dios manda.
Pero con esto surgió un nuevo problema; me rozaban en los genitales, sobre todo si la tela
era un poco basta; y el contacto con el sastre para tomar medidas me resultaba
insoportable, sobre todo en los genitales, porque me hacía cosquillas y me entraban
escalofríos. Me tocó a partir de entonces hacer deporte y era sencillamente incapaz de
hacer las cosas que normalmente les cuestan trabajo a las chicas o las hacía pero mal;
cuando me bañaba, me daba vergüenza desnudarme; pero, por lo demás, me gustaba.
Hasta los 12 años tuve un problema en el sacro. Aprendí a nadar tarde pero bien, así que
nadaba mucho. Con 13 años me brotó el vello púbico, medía seis pies, pero tenía cara de
chica. Esto duró hasta los 18 años, cuando me salió la barba con fuerza y me libré por fin
del parecido con una chica. Con 12 años me hice una hernia inguinal que no se me curó
hasta los 20 y me molestaba bastante, sobre todo al hacer deporte; además, a partir de los
12 años, si pasaba mucho tiempo sentado, sobre todo trabajando por las noches, cosa que
hacía a menudo hasta tarde, me entraba picor, ardor y temblores desde el pene hasta la
rabadilla. Me costaba entonces tanto estar sentado como de pie y la cosa empeoraba si
cogía frío; pero yo no sospechaba ni por asomo que aquello pudiera estar relacionado con
los genitales. Como no le pasaba a ninguno de mis amigos, me parecía una cosa muy rara
y necesitaba mucha paciencia para soportarlo, especialmente porque el bajo vientre me
molestaba a menudo.
Cada vez que veía un traje de señora me imaginaba cómo me sentiría con él, es decir,
como dama; no sentía deseos por los hombres.
A decir verdad, recuerdo haber sentido inclinación con una gran ternura por un amigo
bellísimo con cara de chica y cabello rizado y oscuro, pero creo que únicamente deseaba
que los dos fuéramos chicas.
En la universidad consumé finalmente el coito; hoc modo sensi, me libentius sub puella
concubuisse et penem meum cum cunno mutatum maluisse. Para su asombro, la chica
tuvo que tratarme además como si yo fuera una chica, cosa en la que consintió gustosa,
tratándome como si yo fuera ella (ella era todavía muy inexperta y no se burló de mí).
En mi época de estudiante era alocado, aunque tuve siempre la sensación de que era algo
que usaba como una simple máscara; bebía y me metía en peleas, pero seguía sin ser
capaz de ir a clases de baile por miedo a delatarme. Mis amistades eran estrechas, pero
sin que hubiera otro trasfondo; lo que más me gustaba era que un amigo se disfrazara de
dama o poder contemplar yo los vestidos de las damas en un baile; yo entendía de todo
esto y poco a poco empecé también a tener sentimientos de mujer.
Cometí dos intentos de suicidio por relaciones desdichadas; durante una época pasé
catorce días sin dormir sin que hubiera motivo, tenía muchas alucinaciones (tanto visuales
como auditivas), me relacionaba lo mismo con los muertos que con los vivos, cosa que
sigo haciendo hasta el día de hoy.
También tenía una amiga, que conocía mi afición y se ponía mis guantes, pero que
también me trataba solamente como chica. Yo entendía a las mujeres mejor que el resto
de los hombres y en cuanto se daban cuenta, empezaban a tratarme more feminarum,
como si hubieran encontrado una amiga. Tampoco soportaba que se contaran historias
obscenas y si me aguantaba era solamente por fanfarronear. Pronto me libré de mi
repugnancia inicial hacia los malos olores y la sangre, llegando al extremo contrario,
aunque no conseguía dejar de sentir asco al ver ciertos objetos. El único problema que me
aquejaba continuamente era que nunca estaba seguro acerca de mí mismo: sabía que
tenía inclinaciones femeninas, pero creía ser un hombre, aunque dudo que, dejando de
lado mis intentos de coito, con los que nunca disfruté (cosa que achaqué al onanismo), en
algún momento admirara a alguna mujer sin desear ser como ella o sin preguntarme si
quería ser ella o vestirme con su ropa. Me costó mucho aprender a asistir al parto (sentía
pudor las muchachas que estaban allí postradas y sufría con ellas) y todavía hoy tengo
que superar una sensación de miedo; me ha llegado a ocurrir parecerme que sentía yo
mismo las contracciones. He tenido puestos como médico en diversos lugares y he tenido
éxito en ellos. Participé en una campaña militar como médico voluntario. Me costaba
montar a caballo, que es algo que ya de estudiante me desagradaba, pues los genitales
transmitían más sensaciones femeninas (me hubiera resultado más fácil a mujeriegas).
Yo seguía teniéndome por un hombre con sentimientos confusos, pero siempre que estaba
con damas acababan tratándome como una señora de uniforme (cuando me puse el
uniforme por primera vez, hubiera preferido ponerme un vestido de mujer; yo tenía una
sensación desagradable cuando la gente miraba a aquellos espléndidos hombres
uniformados). En la consulta privada me fue bien en las tres ramas principales. Después
participé en otra campaña; me fue aquí de gran ayuda mi buen natural, porque tenía la
sensación de que desde que había venido el primer burro al mundo, ninguna bestia de
carga había tenido que aguantar lo que aguantaba yo. No faltaron las condecoraciones,
pero estas me dejaron indiferente.
Y así iba tirando en la vida lo mejor que podía, sin estar nunca satisfecho de mí mismo,
lleno de pesimismo, debatiéndome entre el sentimentalismo y una brutalidad que, sin
embargo, era más que nada afectación.
Como pretendiente fui un poco raro. Yo hubiera preferido no casarme, pero la familia y la
consulta me obligaban a ello. Me casé con una dama enérgica y adorable procedente de
una familia donde las mujeres llevaban la voz cantante. Yo estaba enamorado de ella
hasta donde lo puede estar alguien como yo, que lo que ama lo ama de todo corazón y se
entrega a ello plenamente, aunque no aparezca tan apasionado como un hombre de
verdad; ama a su novia con hondura femenina, casi como a un novio, aunque yo no quería
reconocer esta parte de mí porque seguía creyendo que era simplemente un hombre con
un problema, pero que volvería a su ser y se encontraría a sí mismo en el matrimonio.
Pero ya la misma noche de bodas me di cuenta de que solo funcionaba como mujer con
forma de hombre; sub femina locum meum esse mihi visum est. En general, vivíamos
felices y contentos, pasamos un par de años sin hijos. Tras un embarazo difícil, durante el
cual yo me debatía entre la vida y la muerte en campo enemigo, nació de un parto
complicado un niño que tiene hasta el día de hoy naturaleza melancólica, y que ha seguido
siendo una persona triste; luego vino un segundo muy tranquilo; un tercero, que no para de
hacer pillerías; un cuarto y un quinto; todos tienen ya predisposición a la neurastenia.
Como me sentía siempre fuera de lugar, frecuentaba compañías alegres; pero trabajaba
siempre hasta donde mis fuerzas daban de sí, estudiaba, operaba, experimentaba con
muchas medicinas y curas, incluso conmigo mismo. En el matrimonio dejaba que fuera mi
mujer quien llevara la casa porque se le daba bien. Cumplía con mis obligaciones de
marido lo mejor que podía, pero sin obtener satisfacción de ello; desde el primer coito
hasta hoy, la posición masculina me ha repugnado y me ha costado adoptarla.
Hubiera preferido asumir el otro papel. Cuando tenía que asistir al parto a mi mujer se me
rompía el corazón porque me hacía una idea de sus dolores. Así vivimos juntos mucho
tiempo hasta que una grave afección de gota me llevó a diversos balnearios y me hizo
volverme neurasténico. Al mismo tiempo, me quedé tan anémico que cada dos meses
tenía que tomar hierro durante una temporada, pues de lo contrario estaba como clorótico
o histérico o las dos cosas a la vez. Sufría frecuentes estenocardias, luego empezaron los
espasmos unilaterales en barbilla, nariz, cuello, laringe, hemicrania, y espasmos
diafragmáticos y pectorales; durante tres años tuve una sensación como si la próstata
estuviera hinchada, una sensación de expulsión como si tuviera que dar a luz algo, dolores
de cadera, dolor crónico en el sacro y similares; yo, sin embargo, iba haciendo frente a
estos males femeninos o masculinos con la rabia que da la desesperación, hasta que hace
tres años un tremendo ataque de artritis pudo conmigo.
Cuando por fin dejé la cama, tuve la sensación de que se había producido una
transformación completa en mí. Ya durante la enfermedad una visita dijo: “Qué paciencia
tiene para ser un hombre” y me regaló una planta con flores, cosa que a mí me sorprendió
y me agradó al mismo tiempo. Desde ese momento fui paciente, no quería volver a hacer
nada apresuradamente, me volví duro como un gato, pero al mismo tiempo apacible,
bondadoso, perdí todo el rencor; en definitiva, mi carácter se volvió como el de una mujer.
Durante la última enfermedad tuve muchas alucinaciones visuales y auditivas, hablaba con
los muertos, etc., veía y oía spiritus familiaris, me sentía como una doble persona, pero en
el lecho de enfermo todavía no me daba cuenta de que el hombre se había apagado en
mí. La alteración de mi carácter fue toda una suerte, pues sufrí un golpe que con mi talante
anterior me hubiera costado la vida, pero que ahora, en cambio, acepté con resignación,
hasta el punto de que yo mismo no me reconocía. Seguía confundiendo las
manifestaciones de la neurastenia con gota, por lo que tomé muchos baños, hasta que
empecé a tener un picor en la piel con sensación de sarna que aumentaba con los baños
en lugar de disminuir. Abandoné entonces toda terapia externa (los baños me iban dejando
cada vez más anémico) y me fortalecía como podía. Pero la obsesión de ser una mujer ha
continuado y ha cobrado tal intensidad que tan solo llevo la máscara de hombre, pero me
siento como una mujer en todos los sentidos y hasta en el mínimo detalle. Ya hasta se me
ha olvidado cómo era antes.
Sensación general: me siento como una mujer en cuerpo de hombre; aunque todavía
siento a veces la forma de un hombre, la parte del cuerpo en cuestión la siento femenina,
por ejemplo, el pene lo siento como clítoris; la uretra, como si fuera al mismo tiempo uretra
y boca de la vagina; siempre tengo la sensación de que está algo húmeda por muy seca
que esté; el escroto lo siento como labia majora; en definitiva, siempre siento una vulva y
esto solo lo puede entender quien siente algo así o lo ha sentido. Pero la piel de todo el
cuerpo tiene una sensibilidad femenina, recibe todas las impresiones como mujer, ya sean
de tacto, de calor u hostiles, y tengo las sensaciones de una mujer; no puedo llevar las
manos desnudas porque me molestan tanto el frío como el calor; en cuanto termina la
temporada en que se nos permite a los hombres llevar sombrilla, el cutis me da muchos
sufrimientos hasta que se puede volver a llevar sombrilla. Cuando me despierto por las
mañanas, tarda un rato en hacerse de día en mi interior; es como si me buscara a mí
mismo, y entonces se despierta la obsesión de ser mujer; tengo la sensación de la vulva (o
de que tengo una ahí), y recibo el día con un suspiro silencioso o fuerte, pues me da miedo
el teatro que tendré que mantener durante todo el día. No es ninguna menudencia sentirse
mujer y tener que actuar como hombre. Tuve que aprenderlo todo como si fuera de nuevo;
el bisturí, los aparatos, desde hace tres años todo lo siento de manera diferente, y con la
sensación muscular alterada que tengo, he tenido que aprenderlo todo nuevamente. Lo he
conseguido, lo único que me sigue dando problemas es manejar la sierra y el cincel de
huesos; es como si no me dieran las fuerzas. Sin embargo, tengo más sensibilidad para el
trabajo con cureta en las partes blandas; una cosa repugnante es que muchas veces al
explorar a señoras tengo las mismas sensaciones que ellas, algo que a ellas no les
extraña. Lo que más repugnante me resulta es sentir los movimientos del feto; tuve una
época que duró varios meses en que me atormentaba el leer los pensamientos de uno y
otro sexo, algo contra lo que todavía tengo que luchar; en el caso de las mujeres aún me
resulta soportable, pero en los hombres me repugna. Hace tres años todavía no veía el
mundo con ojos de mujer; esta alteración de la relación del nervio óptico con el cerebro
llegó con un intenso dolor de cabeza de manera casi repentina. Me hallaba en ese
momento con una mujer con sentimiento sexual contrario; de pronto la vi transformada de
la misma manera que me siento yo ahora, es decir, la veía a ella como hombre y yo me
sentía como mujer frente a ella, hasta tal punto que me marché con enfado apenas
disimulado; ella todavía no era consciente de su estado.
Desde entonces todos los sentidos perciben de manera femenina y lo mismo sucede con
su relación. Al sistema cerebral le siguió casi inmediatamente el vegetativo, con lo que
todas las afecciones se manifestaban de manera femenina; la sensibilidad de todos los
nervios, sobre todo del auditivo, el olfativo y el trigémino se intensificó hasta llegar al
nerviosismo; basta con el ruido de una ventana al cerrarse para que me sobresalte, es
decir, internamente; el hombre no puede hacerlo. Si una comida no está completamente
fresca, ya tengo olor a cadáver en la nariz. Nunca hubiera creído que el trigémino pudiese
traspasar tan alegremente los dolores de una rama a otra, de la muela al ojo.
Sin embargo, desde mi transformación me son más llevaderos el dolor de muelas y las
migrañas y padezco también menos ansiedad con estenocardia. Algo que vengo
observando y que me resulta curioso es que me siento como un ser más débil y temeroso,
pero tengo mucha más calma y sangre fría ante los peligros y en las operaciones de
importancia. El estómago se venga del más minimo error cometido (contra la dieta de una
mujer) y lo hace sin miramientos y a la manera femenina, ya sea con eructos o con otras
molestias, sobre todo si abuso del alcohol; la resaca del hombre que se siente mujer es
mucho peor que la más colosal de las resacas; tengo prácticamente la sensación de que
como hombre que se siente mujer se encuentra uno completamente dominado por el
sistema vegetativo.
Aunque mis pezones son pequeños, necesitan espacio y los siento como mamas, igual
que cuando en la pubertad se hinchaban y dolían; por eso me molesta la camisa, el
chaleco, la chaqueta. Con la pelvis tengo la sensación de que es una pelvis femenina; lo
mismo ocurre con ano y nates; al principio me incomodaba la sensación femenina del
vientre, que no entra en ningún pantalón y continuamente produce y posee la sensación de
feminidad. También tengo un sentimiento obsesivo con la cintura. Es como si me hubieran
quitado mi propia piel y me hubieran metido en una de mujer, que se ajusta a la perfección,
pero todo lo siente como si estuviera rodeando a una mujer y transmitiese las sensaciones
de esta a todo el cuerpo de hombre en ella encerrado y hubiera desterrado las
sensaciones masculinas. Los testículos, aunque no están atrofiados ni han degenerado, ya
no son testículos y me duelen a menudo, produciéndome la impresión de que su lugar está
en el vientre, donde tendrían que estar recogidos; su movilidad me da muchas molestias.
Cada cuatro semanas, coincidiendo con la luna llena, tengo molestias menstruales físicas
y psíquicas durante cinco días como una mujer, solo que no sangro, aunque tengo la
sensación de expulsar líquidos, una sensación de hinchazón de los genitales y del bajo
vientre (por dentro); este tiempo me resulta muy agradable, sobre todo cuando después, al
cabo de un par de días, se presenta la sensación fisiológica de necesitar la unión sexual
con toda su fuerza, que se apodera de la mujer en su totalidad; todo el cuerpo se llena
entonces de esta sensación, como un terrón de azúcar empapado en agua o como una
esponja llena de agua; entonces soy primero y ante todo una mujer necesitada de amor y
solo después un ser humano, y me parece que esta necesidad es más un anhelo de
concebir que de realizar el coito. Sin embargo, la inmensa fuerza de la naturaleza o la
voluptuosidad femenina vencen al sentimiento de pudor, de modo que indirectamente se
desea el coito. Solo he sentido el coito de manera masculina tres veces como mucho en
toda mi vida, y me ha resultado indiferente en el resto de ocasiones; en los tres últimos
años, en cambio, lo siento claramente de manera pasiva, como mujer, y a veces incluso
con sensación de eyaculación femenina; siempre me siento cubierta y cansada como una
hembra, a veces también me siento mal después, cosa que no le ocurre nunca a un
hombre. Ha habido veces en que el coito me ha causado un placer tal que no encuentro
nada con lo que compararlo; es sencillamente la sensación más deliciosa y poderosa de la
tierra, por la que puede uno sacrificarlo todo; en ese instante la mujer es solo vulva, una
vulva que se ha tragado a toda la persona.
La sensación de ser mujer no la he perdido por un solo instante desde hace tres años, ya
no me atormenta tanto porque me he acostumbrado, aunque me siento inferior desde
entonces, porque sentirse mujer sin experimentar deseo es algo que un hombre puede
incluso sobrellevar; pero cuando aprieta la necesidad… Entonces se acaba la comodidad;
el ardor, el calor, la sensación de turgencia de los genitales (sin erección del pene, es
como si los genitales perdiesen su papel). Cuando siento mucho afán empiezo a tener
sensación de succión en la vagina y en la vulva y es algo espantoso, un tormento infernal
de deseo que a duras penas se puede soportar. Si en ese momento estoy en situación de
consumar el coito, la cosa va mejor, pero no llega a producirme una plena satisfacción por
la falta de recepción. Se apodera entonces de mí un sentimiento de esterilidad con una
angustia llena de vergüenza, además de la sensación de haber copulado pasivamente y
de la vergüenza ultrajada; uno se siente prácticamente como una ramera. La razón no
sirve de nada, la obsesión de la feminidad lo domina todo y puede con todo. Es fácil
hacerse una idea de lo difícil que le resulta a uno hacer su trabajo en esas etapas; aunque
a eso todavía puede uno obligarse. Naturalmente, resulta prácticamente imposible estar
sentado, andar, quedarse tumbado, no hay forma de aguantar mucho en ninguno de estos
estados, a lo que se añade el contacto continuado del pantalón… es insoportable.
El matrimonio, además del momento del coito, en el que el hombre siente que le han
hecho el amor, produce la impresión de dos mujeres que viven juntas, solo que una se ve
a sí misma disfrazada de hombre. Si acaso no se presentan los trastornos menstruales
periódicos, aparece la sensación de embarazo o de saturación sexual, que el hombre
desconoce, pero que se apodera de la persona igual que el sentimiento de feminidad, solo
que estos además son repugnantes, con lo que uno prefiere volver a pasar por los
trastornos menstruales. Cuando vienen sueños o fantasías eróticos, uno se ve con la
forma que tendría como mujer, y ve miembros erectos que aparecen; teniendo en cuenta
que el ano también se percibe como femenino, no sería difícil caer en la sodomía. Si no
fuera porque lo veta una prohibición religiosa expresa, de poco servirían todas las demás
consideraciones.
Estados así repugnan a cualquiera, por lo que se tiene el deseo de ser asexuado o llegar a
serlo. Si fuera soltero, hace tiempo que me hubiera deshecho de testículos, escroto y
pene.
¿De qué sirve la mayor sensación de placer femenino cuando no se puede concebir? ¿De
qué sirven los movimientos del amor femenino cuando lo que uno tiene para satisfacerlos
es también una mujer, aunque en la cópula la sintamos como si fuera un hombre? Qué
horrible es la vergüenza que provoca la transpiración femenina. Cómo humilla al hombre la
sensación de alegría que producen la ropa y las joyas. En su forma alterada le gustaría,
aunque no se acuerde del sentimiento del sexo masculino, no tener que sentirse mujer;
sabe todavía perfectamente que antes no sentía sexualmente todo el tiempo, que fue
también sencillamente un ser humano sin que influyera en él el sexo. ¿Y ahora, de pronto,
tiene que sentir su antigua individualidad como si fuera solo una máscara, sentirse
continuamente como mujer, experimentar alguna variación solamente cuando le llegan
cada cuatro semanas sus molestias periódicas y cuando entra en celo, un celo femenino
que no puede saciar? ¿Cuándo podrá despertar sin tener que sentirse inmediatamente
mujer? Al final desea poder quitarse la máscara por un instante y ese instante no llega
nunca. Solo logra encontrar algún alivio en esta desdicha cuando puede vestirse con algo
de feminidad, con un adorno, una combinación… Porque no puede presentarse como
mujer. No es ninguna menudencia tener que cumplir con todas sus obligaciones
profesionales sintiéndose como si fuera una actriz disfrazada de hombre y sin que se
presente un final a la vista. Solo la religión le impide caer en graves faltas, pero no puede
impedir el sufrimiento cuando la tentación se le presenta a esta persona que se siente
femenina como se le presentaría a una auténtica mujer y tiene que sentirla y pasar por
ella. Cuando un hombre respetado, que goza en público de un crédito extraordinario y que
tiene una autoridad, tiene que andar por ahí con una vulva, aunque sea imaginaria; cuando
regresa de un duro día de trabajo y no le queda más remedio que fijarse en cómo va
arreglada la primera señora que se le cruza y criticarla con ojos femeninos, leer sus
pensamientos en su rostro; cuando una revista de moda (esto ya me pasaba de niño)
despierta el mismo interés que una obra científica… Cuando tiene uno que ocultarle su
estado a su esposa, cuyos pensamientos, al sentirse mujer, es capaz de leer en el rostro,
mientras que ella tiene claro que uno se ha transformado en cuerpo y alma… ¡Qué
sufrimientos ocasiona el tener que sobreponerse a la blandura femenina! A veces, estando
uno solo de vacaciones, se consigue vivir un poco más como mujer, por ejemplo, llevar
ropa femenina, etc., sobre todo por la noche, poder llevar guantes casi todo el tiempo,
ponerse un velo o una máscara en la habitación; la desmesurada libido le deja entonces a
uno en paz, pero la feminidad, que por fin se ha liberado, exige imperiosamente que se la
reconozca; suele conformarse con alguna modesta concesión, por ejemplo, llevar una
pulsera debajo del puño de la camisa, pero exige imperiosamente una concesión de algún
tipo. La única dicha es que uno es capaz de verse disfrazado de mujer sin avergonzarse,
sí, que prefiere uno verse con un velo o una máscara cubriéndole el rostro y se encuentra
más natural así. Uno tiene entonces, como cualquier otro forofo de la moda, el gusto de la
moda del momento, hasta tal punto llega uno a cambiar. Hace falta mucho tiempo y un
increíble dominio de sí mismo para acostumbrarse a la idea de sentir solamente como
mujer y, como si dijéramos, recuperar la antigua forma de ver las cosas tan solo como un
recuerdo para comparar y a continuación expresarse como hombre.
Aun así ocurre de vez en cuando que se le escape a uno la expresión de sentimientos
femeninos, ya sea en materia sexual (que siente uno tal y tal cosa que quien no sea mujer
no puede conocer) o que fortuitamente deja ver que está más que familiarizado con la ropa
femenina. Cuando solo hay mujeres delante, no pasa nada, pues una mujer se siente
sobre todo halagada cuando ve que uno entiende de sus cosas, lo único es que no puede
pasarte… ¡delante de tu propia mujer! Qué susto me llevé una vez que mi mujer le dijo a
una amiga que yo tenía muy buen gusto para la ropa de mujer. Qué sorprendida se quedó
una altiva dama de la moda, que estaba educando muy mal a su hija, cuando le expliqué
todos los sentimientos femeninos de palabra y por escrito (aunque le mentí diciéndole que
había obtenido mi conocimiento a partir de cartas); pero ahora la confianza que tiene en mí
va en proporción y la niña, que iba camino de volverse loca, ha recuperado la sensatez y
es feliz. Esta había confesado como si fueran pecados todos los movimientos de la
feminidad. Ahora sabe lo que como chica tiene que soportar y dominar a base de fuerza de
voluntad y religión, y se siente persona. Las dos damas reirían con ganas si supieran que
solamente me he inspirado en mi propia y amarga experiencia. Tengo que añadir aún que
desde entonces tengo una sensibilidad mucho más aguda para la temperatura, y además
una sensibilidad que antes me era desconocida para la elasticidad de la piel, para la
tensión de las vísceras de mis pacientes; pero además, cuando tengo que operar y hacer
cortes, los fluidos ajenos penetran con más facilidad en mi piel (intacta). Cada corte me
duele, cada exploración de una muchacha o de una mujer con flúor, olor a cáncer y
similares me resulta especialmente penosa. Ahora soy muy dado a tener antipatías y
simpatías que van desde los colores hasta el juicio que me merece una persona. Las
mujeres suelen percibir entre sí la disposición sexual que tiene cada una en ese momento;
por eso lleva velo una dama, aunque no se lo ponga constantemente; y se suele perfumar,
aunque solo sean los guantes o el pañuelo, pues la sensibilidad de su olfato respecto del
propio sexo es enorme. Los olores tienen un efecto increíble sobre un organismo
femenino; así, por ejemplo, la violeta y la rosa me calman; otros olores me repugnan, con
el ylang-ylang no sería capaz de resistir la excitación sexual. El contacto con una mujer me
resulta homogéneo; el coito con mi mujer me resulta posible porque es un poco masculina,
tiene una piel firme y, aun así, es más bien un amor lesbicus.
Además me siento siempre pasivo. Por las noches a menudo no puedo dormir, pero lo
consigo finalmente si femora mea distensa habeo, sicut mulier cum viro concumbens, o
echándome de lado, pero en ese caso ni el brazo ni la ropa de cama pueden tocar la
mamma, pues de lo contrario se acabó el dormir; tampoco el vientre puede tener presión.
Como mejor duermo es con camisón y chaqueta de cama, y además con guantes porque
enseguida se me quedan frías las manos; también me siento cómodo con ropa interior de
mujer y enaguas porque no tocan los genitales. Lo ideal sería la ropa de cuando se
estilaba el miriñaque. La ropa de mujer no molesta a una persona que se siente femenina,
pues la siente, como cualquier mujer, como algo propio y no como objetos extraños.
La persona con quien más me relaciono es una señora que padece de neurastenia (véase
caso 135), que se siente masculina desde su último puerperio. Desde que le he explicado
estos sentimientos coitu abstinet en la medida de lo posible, cosa que yo como hombre no
me puedo permitir. Ella me ayuda con su ejemplo a soportar mi estado. Mantiene más
frescos en el recuerdo sus sentimientos femeninos y me ha dado algunos buenos
consejos. Si ella fuera un hombre y yo una muchacha, trataría de conquistarla, por ella
aceptaría mi destino femenino. Pero su retrato actual es muy diferente de los de antes; es
un caballero vestido con mucha elegancia a pesar de sus pechos, su peinado y demás;
pero se ha vuelto también persona de pocas palabras y las cosas que a mí me divierten
han dejado de gustarle; se ha apoderado de ella una especie de pesimismo, pero lleva su
suerte con resignación y dignidad, solo encuentra consuelo en la religión y en el
cumplimiento de sus deberes. En la época de la regla se hunde prácticamente; han dejado
de agradarle la compañía de las mujeres y sus conversaciones y tampoco le gustan ya los
dulces.
Tengo un amigo de la juventud que se ha sentido toda la vida únicamente como chica,
pero que tiene inclinación por el sexo masculino: a su hermana le pasaba lo contrario y
cuando el útero empezó a reclamar lo que le correspondía y se vio a sí misma como mujer
amante a pesar de su masculinidad, decidió no andarse con rodeos y se suicidó
ahogándose.
Las principales alteraciones que vengo observando en mí desde la plena effeminatio son:
4. deseo femenino que se presenta con regularidad, pero sin desear a un hombre en
concreto,
12. la resignación finalmente alcanzada respecto de mi suerte, cosa que solo le debo a la
religión positiva, pues de lo contrario ya hace tiempo que me hubiera suicidado.
Porque ser hombre y tener que sentir que chaque femme est futue ou elle désire l’être es
difícilmente soportable.
En primer lugar, he de pedir disculpas a V. E. por las molestias que le ocasiono con mi
carta; había perdido los nervios y me consideraba ya solamente como un monstruo ante el
cual hasta yo mismo sentía repugnancia; pero luego recobré el ánimo gracias a sus
escritos y decidí llegar hasta el fondo del asunto y volver la mirada para contemplar mi
vida, fuera cual fuera el resultado. Pero luego se me apareció como un deber de
agradecimiento participar a V. E. el resultado de mis recuerdos y observaciones, ya que no
había encontrado un caso análogo registrado en su obra; finalmente, pensé que bien
podría interesarle tener noticia por boca de un médico de cómo piensa y siente un
individuo fallido (humano o masculino) bajo la opresión del sentimiento obsesivo de ser
una mujer.
No todo es correcto, pero ya no tengo fuerzas para más reflexiones, y no quiero seguir
profundizando; hay cosas que se repiten… Solo ruego que se tenga en cuenta que toda
careta se puede acabar cayendo, sobre todo cuando el disfraz no se lleva voluntariamente,
sino que le es impuesto a uno.
Tras la lectura de sus escritos espero que si cumplo con mis obligaciones como médico,
ciudadano, padre y marido me pueda contar entre las personas que no son simplemente
merecedoras de desprecio.
Epicrisis. Paciente con fuertes taras, ya originariamente anormal desde el punto de vista
psicosexual en cuanto que siente de manera femenina caracteriológicamente y en el acto
sexual. Este sentimiento anormal se mantiene como mera anomalía espiritual hasta hace
tres años, cuando a causa de una fuerte neurastenia, esta se ve enormemente reforzada
por un sentimiento corporal de transmutatio sexus que se impone a la conciencia. El
paciente se siente a partir de entonces, para su propio espanto, también físicamente como
mujer; bajo el dominio de su “obsesión” femenina siente una metamorfosis total de lo que
habían sido sus sentimientos, ideas y aspiraciones masculinos, e incluso de la totalidad de
su vita sexualis, produciéndose una eviratio. No obstante, su yo es capaz de mantener el
control frente a estos procesos morbosos psíquico-físicos y prevenir la caída en la
paranoia: un notable ejemplo de percepciones e ideas obsesivas con base en una tara
neurótica y de gran valor para la comprensión del modo en que puede tener lugar una
transformación psicosexual de este tipo. Tres años después, en 1893, me envió este
desdichado colega un nuevo status praesens de sus pensamientos y sentimientos. Este se
corresponde en lo esencial con el anterior. El paciente se siente física y espiritualmente
como una mujer en todos los sentidos, pero su inteligencia permanece intacta y le protege
de caer en la paranoia (véase más abajo). No se ha producido hasta la fecha (1900)
ninguna alteración sustancial en el estado de este médico, que sigue siendo capaz de
ejercer la profesión.
Señora X, hija de un alto funcionario, desciende de madre que falleció por una enfermedad
nerviosa. El padre carecía de taras, falleció a edad muy avanzada de una neumonía.
Algunos de los hermanos presentan anomalías psicopáticas, un hermano es
caracteriológicamente anormal y altamente neurasténico.
De niña, la señora X presentaba una acusada inclinación por los deportes de chicos. En
cuanto se veía vestida de corto, se lanzaba a corretear por campos y bosques y se ponía a
escalar sin sentir vértigo alguno las rocas más peligrosas. No se interesaba lo más mínimo
por la ropa ni por ponerse guapa. Solo en cierta ocasión en que le pusieron un vestido de
corte un poco más masculino sintió gran alegría; y le produjo una gran satisfacción el
poder aparecer en una obra de teatro del colegio vestida de chico e interpretando un papel
masculino.
Por lo demás, nada dejaba traslucir una predisposición homosexual. Hasta su matrimonio
(con 21 años), no es capaz de recordar haberse sentido atraída por persona alguna de su
propio sexo. Igualmente indiferentes le resultaban los individuos masculinos. Siendo ya
algo más mayor, tuvo muchos pretendientes, lo que la halagaba, pero afirma no haber
pensado nunca en la diferencia de sexos, en la que reparaba solamente por la ropa.
Con 36 años de edad, sufrió un día un ataque de apoplejía, de resultas del cual pasó casi
dos años enferma con importantes trastornos neurasténicos (insomnio, presión en la
cabeza, palpitaciones, depresión psíquica, sensación de quebrantamiento de la potencia
física y espiritual e incluso sensación de inminente locura, etc.).
La conversación femenina de las damas que la visitaban, que giraba en torno al amor, la
ropa, los adornos y la moda, junto con asuntos domésticos y del servicio, le resultaba
insoportable. Encontraba penoso incluso el ser mujer. No era capaz de mirarse al espejo.
La horrorizaba peinarse y arreglarse. Para sorpresa de sus allegados, sus rasgos, hasta
entonces blandos y decididamente femeninos, adoptaron una expresión masculina,
tranmitiéndole a todo el mundo la impresión de un hombre vestido de mujer. Se quejaba
ante su médico de confianza de que el periodo le resultaba ahora extraño, indiferente;
cada vez que se presentaba se sentía mal, la repugnaba el olor de la sangre menstrual,
pero tampoco se decidía a recurrir a perfumes, que también la repugnaban.
Se hacía a sí misma amargos reproches, se lamentaba diciendo que ya no era una mujer,
que sus pensamientos, sentimientos y acciones resultaban impresentables en sociedad.
A partir de este momento sintió también una transformación de su cuerpo. Para su
asombro y espanto, sentía desaparecer sus pechos, las caderas le parecían más
estrechas, los huesos se volvieron más prominentes, la piel tenía un tacto más áspero y
firme.
Cuando la paciente abandonó por fin la cama, casi había perdido los andares femeninos,
tuvo literalmente que forzarse a adoptar los gestos y movimientos correspondientes a su
traje de señora, ya no soportaba llevar velo cubriéndole la cara. Su antigua vida como
mujer le resultaba ahora algo ajeno, algo que no iba con ella, ya no encajaba en el papel
de mujer y si lo hacía era a base de mucho esfuerzo. Sus rasgos se fueron volviendo cada
vez más masculinos. Aparecieron sensaciones muy extrañas en el bajo vientre. Se quejó a
su médico de que sus genitales ya no parecían ser interiores. Sentía que su cuerpo estaba
cerrado, que la zona de las partes pudendas se había engrosado, decía tener a menudo la
sensación de poseer pene y escroto. También mostraba una libido claramente masculina.
Todas estas sensaciones le proporcionaban un gran disgusto, la espantaban, y su
desánimo aumentó hasta tal punto que se llegó a temer que enloqueciera. Su médico de
cabecera logró con su empeño y aclaraciones que la paciente se fuera calmando poco a
poco y ayudarla a superar aquella crisis. La paciente fue recobrando paulatinamente su
equilibrio en esta nueva forma físico-psíquica extraña y morbosa. Se esforzó en cumplir
sus obligaciones como ama de casa y madre. Resulta interesante la fuerza de voluntad
genuinamente masculina que desplegó para ello, pero su antigua blandura interior había
desaparecido. Se comportaba ahora en casa como hombre, lo que dio pie a
desavenencias conyugales. La señora X resultaba un misterio irresoluble para su marido.
La paciente sentía todavía esporádicamente movimientos femeninos, pero cada vez con
menos frecuencia e intensidad. Volvía a sentir en esos momentos genitales femeninos,
que sus pechos eran los suyos, pero estos episodios le resultaban penosos y tenía la
sensación de que no resistiría “un segundo cambio” de esa naturaleza sin volverse loca.
No obstante, le acarrea grandes sufrimientos el tener que ser siempre como una actriz que
interpreta ante el mundo exterior un papel que le es ajeno: el de una mujer (status
praesens sept. 1892).
Hace un año empezó a sufrir sensaciones parestésicas, como si en lugar de los genitales
tuviese un gran ovillo, después empezó a sentir que desaparecían escroto y pene y que
sus genitales se volvían femeninos.
Sentía que le brotaban pechos, una coleta, que llevaba ropa femenina. Se veía a sí mismo
como mujer. La gente por la calle se expresaba también en este sentido: “Mira la tía esa”.
En estado de duermevela tuvo una sensación como si un hombre practicara con él el coito
como se hace con una mujer. Le vino entonces la “naturaleza” con un intenso sentimiento
libidinoso. Durante la estancia en la clínica se produjo una remisión de la paranoia y una
mejora significativa de la neurastenia. Con ello desaparecieron temporalmente los
sentimientos e ideas relativos a la metamorphosis sexualis.
Caso 137: eviratio y transformatio sexus paranoica
Franz St., 33 años, maestro de escuela, soltero, probablemente de familia con taras, desde
siempre neuropático, emocional, asustadizo, con intolerancia al alcohol, empezó a
masturbarse con 18 años, con 30 se presentaron síntomas de neurasthenia sexualis
(poluciones seguidas de abatimiento que con el tiempo empezaron a presentarse también
durante el día, dolores en la zona del plexus sacralis, etc.). A eso se le fueron sumando
progresivamente irritación espinal, presión en la cabeza, cerebrastenia. Desde principios
de 1885 el paciente venía absteniéndose del coito, con el que ya no experimentaba
sentimiento libidinoso. Se masturbaba con frecuencia.
En 1888 empezó a tener delirio de observación. Notaba que la gente le evitaba, que tenía
una transpiración dañina, que apestaba (alucinaciones olfativas) y con esto se explicaba el
cambio en el comportamiento de la gente, incluidos sus estornudos, toses, etc.
Empezó a percibir olor a muerto, a orina vieja. Interpretaba que la causa de su mal olor
eran poluciones que se producían hacia dentro. Las identificaba en una sensación que
tenía como si le corriera un líquido desde la sínfisis hacia el pecho.
Protesta porque dice ser una mujer. Se lo dicen unas voces. Nota que le salen pechos. La
semana pasada le estuvieron toqueteando de manera lasciva. Oía decir que era una puta.
Últimamente, sueños de coito. Soñaba que practicaban el coito con él como si fuera una
mujer. Siente la immissio penis y tiene durante el acto onírico sensación de eyaculación.
Metamorphosis sexualis paranoica. N., 23 años, soltero, pianista, fue ingresado a finales
de octubre de 1865 en el sanatorio de Illenau. Procede de familia al parecer sin taras pero
tuberculosa (el padre y el hemano fallecieron de phthisis pulmonum). El paciente era de
niño debilucho, poco dotado, con talento únicamente para la música. Siempre tuvo un
carácter anormal, cerrado, callado, insociable, intratable.
A partir de agosto de 1872 las señales que apuntan a una eviratio se van multiplicando. Se
comporta de manera muy afectada, explica que no puede seguir viviendo con hombres
que fuman y beben. Dice pensar y sentir de manera totalmente femenina. Pide que se le
trate como mujer y que le trasladen a una sección para mujeres. Pide confituras y
repostería. Ocasionalmente, tenesmo y cistoespasmo; pide que le lleven al paritorio y que
le traten como a una embarazada enferma de gravedad. Dice que el magnetismo morboso
de los cuidados masculinos le afecta negativamente.
Afirma haber sido siempre mujer, pero que entre el primer y el quinto años de edad un
artista francés cuáquero le puso genitales masculinos e impidió a base frotarle y golpearle
el tórax que le pudieran salir luego los pechos.
Durante un tiempo habla de sí mismo en tercera persona, dice ser la condesa V., la amiga
predilecta de la emperatriz Eugenia, pide perfumes, corsés, etc. Toma a los otros hombres
de la sección por mujeres, intenta hacerse una coleta, pide un producto de depilación
oriental para que no sigan dudando de su naturaleza femenina. Se complace en alabar el
onanismo, pues “ha sido onanista desde los 15 años y nunca ha buscado otro tipo de
satisfacción sexual”. Ocasionalmente se siguen constatando afecciones neurasténicas,
alucinaciones olfativas y delirios persecutorios. Todas las vivencias anteriores a diciembre
de 1872 pertenecen a la personalidad del primo.
Señor Z., 36 años, particular, me consulta por una anomalía de su sentimiento sexual que
le hace cuestionarse un matrimonio previsto. El paciente desciende de un padre
neuropático que sufre de sobresaltos nocturnos. El padre del padre también fue
neuropático; el hermano del padre, idiota. La madre del paciente y la familia de esta eran
sanos y psíquicamente normales.
De tres hermanas y un hermano, el último sufre “moral insanity”. Dos hermanas están
sanas y viven felizmente casadas.
El paciente fue un niño débil, nervioso, padecía sobresaltos nocturnos como su padre,
pero nunca tuvo enfermedades graves, a excepción de una coxitis de resultas de la cual
cojea. Sus impulsos sexuales tuvieron un temprano despertar. Con 8 años, sin haber sido
inducido a ello, empezó a masturbarse. A partir de los 14 años empezó a eyacular
esperma. Estaba bien dotado psíquicamente, se interesaba también por el arte y la
literatura. Siempre fue de musculatura débil y nunca aficionado a juegos de chicos y más
tarde tampoco a las ocupaciones masculinas. Tenía un cierto interés por la ropa de mujer y
por los adornos y ocupaciones de estas. Ya desde la pubertad el paciente empezó a notar
una inclinación por las personas masculinas que le resultaba inexplicable. Le resultaban
especialmente simpáticos los muchachos de las clases populares ínfimas. Le atraían
especialmente los soldados de caballería. Impetu libidinoso saepe affectus est ad tales
homines aversos se premere. Quodsi in turba populi, si occasio fuerit bene successit,
voluptate erat perfusus; ab vigesimo secundo anno interdum talibus occasionibus semen
eiaculavit. Ab hoc tempore idem factum est si quis, qui ipsi placuit, manum ad femora
posuerat. Ab hinc metuit ne viris manum adferret. Maxime periculosos sibi homines
plebeios fuscis et adstrictis bracis indutos esse putat. Summum gaudium ei esset si viros
tales amplecti et ad se trahere sibi concessum esset; sed patriae mores hoc fieri vetant.
Paederastia ei displacet: magnam voluptatem genitalium virorum adspectus ei affert.
Virorum occurrentium genitalia adspici semper coactus est. En el teatro, el circo, etc.
solamente le interesan los actores masculinos. El paciente afirma no haber sentido nunca
inclinación hacia las damas. No las rehúye, baila incluso con ellas, pero no experimenta
con ello el más mínimo movimiento sensual.
A partir de entonces también empezó a encontrar gran placer en escuchar a hombres que
le contaban sus relaciones sexuales con personas del otro sexo.
Al paciente le gustaría ahora casarse, pero teme que no podrá sentir amor por una dama
decente y que, consecuentemente, tampoco será potente con ella. De ahí sus dudas y la
necesidad de consultar con un médico.
El paciente explica que tiene necesidad de casarse por motivos familiares y profesionales,
por lo que esta delicada cuestión resultaba ineludible.
Lo principal es fortalecer una inclinación sexual por el otro sexo que actualmente se
encuentra atrofiada, pero no ausente por completo. Esto puede lograrse manteniéndose
alejado de todos los sentimientos e impulsos homosexuales y reprimiéndolos,
eventualmente con ayuda de influjos inhibitorios artificiales mediante sugestión hipnótica
(sugestión negativa de los sentimientos homosexuales), así como procurando estimular y
reforzar los sentimientos e impulsos sexuales normales absteniéndose absolutamente de
continuar con la masturbación y eliminando los restos de constitución neurasténica del
sistema nervioso mediante hidroterapia y, llegado el caso, faradización general.
Caso 140: hermafroditismo psíquico
V. aprendía bien, tenía grandes dotes, gozó de una educación religiosa estricta y ejemplar,
siempre ha sido nervioso, emotivo, fue a dar con unos nueve años en la masturbación sin
ser inducido a ello, es consciente desde los 14 años de su inmoralidad y la combatió con
cierto grado de éxito. Ya con 14 le apasionaban las estatuas masculinas, pero también los
jóvenes. A partir de la pubertad empezó a interesarse también por las mujeres, aunque en
escasa medida. Con 20 años, primer coito cum muliere sin obtener verdadera satisfacción,
aun siendo plenamente potente. Posteriormente, relaciones heterosexuales (unas 6 veces)
tan solo “faute de mieux”.
Reconoce haber tenido multitud de relaciones con hombres (masturbatio mutua, coitus
inter femora, a veces también in os). Unas veces se sentía en el papel pasivo y otras en el
activo respecto de su amado.
Señor K., 30 años, procede de una familia en la que se han dado varios casos de
demencia por parte materna.
Ambos padres son neuropáticos, irritables, se alteran con facilidad y no hay buena relación
en el matrimonio.
Desde la infancia, K. solo ha sentido simpatía por los hombres y más concretamente por
gentes de la servidumbre.
Con 15 años se dio a la automasturbación sin ser inducido a ello. Con 21 años inició las
relaciones homosexuales con hombres (únicamente masturbación mutua). Repetidos
chantajes. De vez en cuando, onanismo psíquico durante el cual pensaba únicamente en
hombres.
Su inclinación por las mujeres fue siempre muy escasa. Cuando se le impuso casarse
antes de terminar el año, no fue capaz de dar el paso.
Hasta ahora nunca ha intentado coitus cum muliere, en parte por desconfianza en su
propia potencia y en parte por miedo a contagios.
Presenta desde hace años un elevado grado de neurastenia que le lleva incluso a
incapacidad psíquica transitoria. Es una persona floja, sin energía, pero perfectamente viril
en su apariencia y constitución. Genitales normales.
A los cuatro meses K. me visita de nuevo. Ha seguido todos los consejos médicos, ha
practicado el coito con éxito, sueña desde entonces con la mujer, le repugnan ahora los
hombres de extracción inferior, aunque no es insensible hacia el propio sexo en general y
todavía tiene que luchar contra sus impulsos homosexuales, sobre todo cuando sopla el
siroco y, consecuentemente, se exacerba la neurastenia.
El paciente procede de una familia en la que son frecuentes las neurosis y psicosis. En la
familia paterna se llevaban practicando matrimonios entre primos desde hacía tres
generaciones. Al parecer el padre es una persona sana y ha tenido un matrimonio
armonioso. No obstante, al hijo le llama la atención la predilección de su padre por las
criadas guapas. La rama materna es presentada como una familia de gente rara. El abuelo
y el bisabuelo maternos murieron melancólicos, la hermana de la madre estaba loca. Una
hija del hermano del abuelo era histérica y ninfómana. De los 12 hermanos de la madre,
solo tres se casaron. De estos, un hermano era de sexualidad contraria y padecía
constantes enfermedades nerviosas a consecuencia de excesos en la masturbación. Al
parecer, la madre del paciente era mojigata, psíquicamente limitada, nerviosa, irritable, con
tendencia a la melancolía. Murió cuando el paciente tenía 14 años.
Esta dama está casada pero sin hijos, según parece por impotencia del marido. Siempre
se mostró fría frente a los homenajes que le rendían los hombres, pero es una apasionada
de la belleza femenina y se enamora locamente de algunas de sus amigas.
Ya a partir del cuarto año de edad empezó a sentir una singular inclinación hacia los
hombres o, mejor dicho, los lacayos con botas relucientes. Al principio le resultaban
simplemente simpáticos, pero según se iba desarrollando su vida sexual, su visión le iba
provocando fuertes erecciones y una excitación libidinosa. Unas botas brillantes y
relucientes solo le excitaban cuando las llevaba un sirviente. Ese mismo objeto pero en
una persona de su misma posición social le dejaba indiferente.
No se asociaba a estas situaciones un impulso sexual del tipo del amor entre hombres. La
mera idea de tal posibilidad le resultaba ya de por sí repugnante. Pero sí que se daban
fantasías de tono libidinoso consistentes en ser criado de su criado, poder quitarle las
botas en su condición de tal, pero sobre todo que le dieran patadas con ellas o que le
dejaran limpiarlas. El orgullo del aristócrata se rebelaba contra semejantes pensamientos.
Estas ideas de botas le resultaban extremadamente repugnantes y penosas.
Él se describe a sí mismo como una persona bondadosa, tranquila, con fuerza de voluntad
pero superficial. Asegura ser un apasionado cazador y jinete y no haber tenido nunca
afición por las ocupaciones femeninas. En compañía de damas siempre se ha sentido
cohibido; en los bailes siempre se ha aburrido. Nunca ha sentido interés por una dama de
la alta sociedad. De las mujeres solo le han interesado las campesinas rollizas como las
que hacen de modelo para los pintores en Roma. Pero tampoco ha sentido nunca una
verdadera excitación sensual por estas representantes del sexo femenino. En el teatro o
en el circo solo ha sentido interés por los actores masculinos. Pero tampoco estos han
despertado en él una sensibilidad sensual. Lo único que le excita de un hombre son las
botas, y solamente si el portador pertenece a la servidumbre y es guapo. Los hombres de
su misma posición le resultan perfectamente indiferentes por muy bonitas que sean las
botas que calcen.
Por lo que respecta a sus inclinaciones sexuales, el paciente sigue sin tener claro si siente
más simpatía por el sexo opuesto o por el propio.
En su opinión, al principio tenía más bien sensibilidad para las mujeres, pero en cualquier
caso esta simpatía era más bien débil. Asegura decididamente que no le resulta simpático
en modo alguno adspectus viri nudi y que el de los genitales masculinos sencillamente le
repele. No era este precisamente el caso con las mujeres, pero ni siquiera el más bello
corpus femininum es capaz de excitarle. Siendo un oficial joven a veces se veía obligado a
ir con sus compañeros a los prostíbulos. No era demasiado difícil convencerle porque
esperaba con ello desembarazarse de sus incómodas fantasías de botas. Era impotente
hasta que recurría a sus fantasías de botas. El acto de la cohabitación transcurría
entonces con total normalidad, aunque sin sentimiento libidinoso. El paciente nunca ha
experimentado el impulso de mantener relaciones con mujeres, siempre ha sido necesaria
una ocasión o inducción externa. Cuando quedaba abandonado a sí mismo, su vita
sexualis consistía en fantasías de botas y en los correspondientes sueños y poluciones.
Como esto iba acompañado de manera cada vez más intensa del impulso de besarles las
botas a sus criados, calzarlos, etc., el paciente decidió poner todos los medios para
librarse de este repugnante impulso que tanto lastimaba su amor propio. Tenía por aquel
entonces 20 años y se encontraba en París; se acordó entonces de una bellísima
campesina de su lejana patria. Concibió la esperanza de librarse con ayuda de ella de su
perversa orientación sexual, se puso inmediatamente en camino hacia casa y solicitó los
favores de la muchacha. Asegura que en aquel momento se enamoró profundamente de
aquella persona, que ya la visión, el tacto de su ropa le excitaban y que en cierta ocasión
en que ella le dio un beso sufrió una fuerte erección. El paciente tardó un año y medio en
alcanzar el objetivo de sus deseos con esta persona.
Era muy potente, pero tardaba en eyacular (entre 10 y 20 minutos) y nunca experimentó
un sentimiento libidinoso durante el acto.
Tras aproximadamente un año y medio de trato sexual con esta joven, su amor por ella se
enfrió, pues no lo encontró tan “hermoso y puro” como deseaba. A partir de ese momento
tuvo que volver a echar mano de sus fantasías de botas, que habían pasado a un estado
latente, para seguir siendo potente en sus relaciones con esta muchacha. Estas se
presentaron de manera espontánea en la misma medida en que su potencia iba
disminuyendo. Posteriormente, el paciente practicó el coito también con otras mujeres. De
vez en cuando, dependiendo de si la mujer le resultaba simpática, este se desarrollaba sin
intromisión de las fantasías de botas.
El paciente se describe a sí mismo como dotado de un gran apetito sexual. Cuando lleva
tiempo sin eyacular, se congestiona, experimenta una intensa excitación psíquica y le
asaltan las repugnantes imágenes de botas, de manera que no le queda más remedio que
practicar el coito o, mejor todavía, masturbarse.
Señor Z., 36 años, vendedor mayorista, procede, al parecer, de padres y abuelos sanos,
se desarrolló normalmente tanto física como espiritualmente, tuvo algunas enfermedades
infantiles carentes de importancia, llegó con 14 años al onanismo sin ser inducido a ello,
empezó con 15 a sentirse atraído por individuos masculinos de su misma edad. Absoluta
insensibilidad hacia el sexo femenino.
Con 24 años, primera visita al lupanar. Huida del mismo por horror feminae nudae.
Pero poco a poco se fueron apoderando de él nuevamente los sentimientos y las ideas
homosexuales. Les opuso resistencia con éxito ayudándose de la masturbación.
Él se hubiera dado por satisfecho con besos y abrazos recíprocos y sus recuerdos más
hermosos tenían que ver con aquellos casos en que no pasaron de aquello. Se sentía
ahora tan moralmente depravado que daba gracias de tener el sucedáneo del onanismo
solitario como válvula de escape, al mismo tiempo que siente en lo más profundo lo
degradante de esta aberración. Además, se encuentra tan hundido que, en esta espantosa
lucha contra sus impulsos homosexuales, ya se hubiera abandonado sin mayores
consideraciones a la corriente de su fatal inclinación si no fuera porque la consideración de
su mujer y su hijo le frenan hasta cierto punto.
Señor X.: “Tengo actualmente 31 años, soy delgado, aunque fuerte, dado al amor entre
hombres y por ello soltero. Todos mis parientes han sido sanos, espiritualmente normales,
por parte de madre hubo dos suicidios. El impulso sexual se despertó en mí en el séptimo
año de vida, sobre todo al ver vientres desnudos. Satisfacía mis impulsos dejando correr
mi saliva por la tripa. Teniendo yo ocho años, tuvimos una criadita de 13. Me producía gran
placer poner mis genitales en contacto con los suyos, aunque yo aún era incapaz de
practicar el coito. Con nueve años me fui a vivir con desconocidos y empecé el instituto.
Un compañero de clase me enseñó sus genitales, algo que tan solo me produjo asco. Pero
en la familia con la que me habían mandado mis padres había una muchacha hermosísima
que me sedujo para que nos acostáramos juntos —yo tendría algo más de nueve años—.
Esto me hizo sentir gran placer. Mi pene, aunque aún era pequeño, se ponía tieso y yo
consumaba el concúbito casi a diario. Esto duró varios meses. Después mis padres me
mandaron a otro instituto; echaba mucho de menos a aquella chica y empecé a
masturbarme con 10 años. A todo esto, el onanismo me llenaba de repugnancia,
únicamente lo practicaba con moderación, sentía siempre profundos remordimientos,
aunque no percibía consecuencias indeseables.
Con 14 años se encendió en mí el amor por un compañero de clase, un año después, por
otro. Nos enamoramos el uno del otro y disfrutábamos intercambiando besos apasionados.
En ninguno de los dos casos tuve pensamientos libidinosos. En el último caso me he
mantenido como fiel amigo hasta el día de hoy, aunque dejamos de besarnos con veinte
años y quedamos simplemente como buenos amigos, sin que nunca me haya asaltado un
pensamiento perverso respecto de este amigo. Con 15 años le vi los genitales a un
cochero. Me fui corriendo hacia él y puso mis genitales con los suyos lleno de deseo.
Desde entonces me gustaba andar por los establos, me hice amigo de los cocheros,
jugaba con sus genitales, los hacía eyacular y todavía hoy mi máximo placer consiste en
que el esperma de un ser querido se deslice por mi pene. Esto es lo que me causa el
mayor placer, sobre todo cuando se une el esperma de los dos. Si me viera manchado por
el esperma de un ser que me resultara repugnante, me moriría de asco. Solo amo a
muchachos que ya han dejado atrás la niñez, aunque también siento simpatía por hombres
bellos y fuertes de hasta 35 años. Si son mayores de esa edad, solo me entrego a disgusto
y llego como máximo al onanismo simultáneo sin llegar a tocar sus genitales. Me repugna
sobre todo el sudor y no puedo soportar a mi alrededor a un hombre con las manos
sudadas o que siempre esté sudando, por muy bello que sea. Por mi parte, amo la
limpieza en grado extremo, uso los perfumes más finos y unos genitales que huelan solo
un poco me resultan ya repugnantes; por lo que los encuentros en casas de baños me
resultan muy agradables. Siempre me lavo los genitales meticulosamente después de
cada mezcla de esperma y, quitando una gonorrea, nunca he tenido enfermedades
venéreas. Mi amigo de 15 años, al que conozco desde hace medio año, es el único con el
que no me lavo los genitales después de mezclar el esperma; es para mí todo un gozo el
saber que todavía llevo una gota de su semen en mis genitales. Podría escribir libros
enteros sobre mis conocidos, que pasan de 500. Tras terminar el instituto, consumé mi
primer coito en un prostíbulo y además disfruté mucho con él. Repetía esto tres o cuatro
veces al año, pero por lo general pensando en amigos amados. Varias veces pagué a
soldados bien plantados para que me dejaran practicar el coito inmediatamente después
de ellos. Puellae publicae me excitaban siempre porque pensaba en todos los genitales
masculinos con los que entraban en contacto. Sin embargo, no soy capaz de besar a una
mujer sin que me dé asco; a mis parientes solo los beso en la mejilla. Los besos de los
amigos a los que amo, en cambio, son para mí el paraíso.
mínimo interés.
Señor V., 36 años, vendedor, desciende de madre psicótica, su hermana está sana, su
hermano es neuropsicopático.
V. asegura que desde su más temprana infancia se ha sentido atraído por personas del
mismo sexo, al principio, compañeros de juegos o de clase, a partir de la pubertad,
adultos; nunca ha sentido interés alguno por personas femeninas y sus encantos. Ya con
seis años le molestaba no ser una chica. Se entregaba apasionadamente a los juegos de
chicas y a las muñecas.
Ya de niño se sentía atraído hacia sus compañeros de clase. Con 14 años un compañero
mayor que él le penetró analmente. Él consintió con gusto, pero después sintió fuertes
remordimientos y no volvió nunca a entregarse a tales aberraciones. Ya de mayor practicó
la masturbación mutua. Al ir aumentando su neurastenia, le bastaba ya con abrazar y
apretar contra sí a una persona de su mismo sexo para llegar a la eyaculación. Esto se
convirtió a partir de entonces en su forma de satisfacerse. Nunca se ha sentido atraído por
personas femeninas. Era consciente de su anomalía. A partir de los 20 años puso en
práctica enérgicos intentos apud puellas para sanear su vita sexualis. Hasta entonces
había tomado sus anormales deseos por simples extravíos juveniles. Logró consumar el
coito cum muliere, pero se sintió totalmente insatisfecho y volvió a los hombres. Su
debilidad son los hombres de 18 a 20 años. Los hombres mayores no le resultan
simpáticos. No se siente en un papel sexual determinado en relación con la otra persona.
A H. le resulta penosa su situación social. Teme constantemente que se descubra su
perversión y afirma que no sobreviviría a tal vergüenza. Nada en su presencia y
comportamiento delata al invertido sexual. Genitales normalmente desarrollados, no se
presenta signo alguno de degeneración. No cree posible una modificación de su
sexualidad anormal. El sexo femenino no presenta para él el más mínimo interés.
Señor Y., 40 años, industrial, desciende de padre neuropático fallecido como consecuencia
de una apoplexia cerebri. En la familia materna se han dado varios casos de
enfermedades cerebrales cuyo foco no se ha podido determinar. Dos de los hermanos del
paciente son sexualmente normales, pero, al igual que el paciente, constitucionalmente
neuropáticos. Este afirma haber llegado a la masturbación con ocho años sin ser inducido
por nadie. Desde los 15 años se siente atraído por muchachos hermosos de su misma
edad, a varios de los cuales induce a la masturbación mutua. Ya de mayor, se interesaba
exclusivamente por jóvenes de 17 a 20 años, barbilampiños, de bellos rasgos femeninos,
mientras que el sexo femenino carecía de todo atractivo para él.
Y. pronto se dio cuenta de que su vita sexualis debía tener una constitución patológica; sin
embargo, percibía la satisfacción de sus necesidades anormales como natural y se explica
de este modo a sí mismo que, aun siendo persona sensible y de moralidad estricta,
superara los reparos a entregarse a tales impulsos. Lo único que le resultaba repugnante
era el contacto con las mujeres, que solo intentó en dos ocasiones y en vano, así como la
automasturbación, que, estando dotado de gran apetito sensual, practicaba faute de mieux
sin obtener satisfacción espiritual. Asegura haber luchado denodadamente contra este
espantoso impulso que le convierte en un forajido y que horroriza a todo el mundo; pero
que esto ha sido en vano porque en su satisfacción solo ha encontrado algo prescrito a su
naturaleza. Siempre se ha sentido en un papel activo respecto de los hombres y se ha
limitado a las prácticas toleradas por la ley. Así y todo, Y. se vio envuelto en chantajes,
perdió un puesto respetable y bien remunerado, llevó una desdichada existencia como
vagabundo hasta que se decidió a empezar de nuevo al otro lado del océano, cosa que
logró gracias a su habilidad y honradez.
A partir de los 29 años tuvo un profundo amor por un viejo, al que acompañó a diario
durante años en sus paseos. Un acercamiento íntimo no era posible. T. eyaculaba a
menudo durante estos paseos. Para escapar a esta deshonrosa situación, volvió a visitar
el lupanar con el mismo éxito de antes. Se le ocurrió entonces la idea de pagar a un viejo
decrépito para que le acompañara. Este tenía que practicar el coito en su cercanía.
Entonces fue potente también él. El coito no le proporcionaba ningún placer, pero sí una
gran satisfacción moral, sobre todo cuando dejó de necesitar al viejo. La alegría no duró
mucho. T. sufrió una fuerte neurastenia sexual y general, se deprimió, rehuía a la gente, se
volvió impotente y se dio al onanismo psíquico imaginándose a viejos en situaciones
homosexuales.
Con 11 años se enamoró de un chico guapo y rubio con unos ojos hermosísimos,
inteligentes, vivos.
Era feliz si podía acompañarle a casa de vez en cuando y le hubiera gustado besarle y
abrazarle. Z. afirma haber sentido ya entonces lo inapropiado de semejante inclinación y
haber procurado que no se le notase nada.
Por aquella misma época hubo una chica dos años más joven que él que le gustaba tanto
que la besó de pronto. Esto quedó como un impulso aislado.
Z. no siente horror feminae, pero las mujeres le dejan frío, las ve más bien “como una obra
de arte, como una estatua”. Z., que tiene gran fuerza de voluntad y no es excesivamente
libidinoso, ha conseguido hasta el momento controlar por completo su inclinación por el
propio sexo. Sin embargo, su posición sexual le resulta insatisfactoria sobre todo porque
en los últimos años la excitación meramente sensual del coito parece que va debilitándose
cada vez más y la erección va dejando bastante que desear. Este es el motivo por el que
Z. acudió al médico.
Señor P., 37 años, desciende de una madre muy nerviosa y aquejada de migraña
constitucional. Él mismo ha sufrido de niño de hysteria gravis, desde siempre se ha sentido
atraído exclusivamente por jóvenes hermosos y se ha excitado mucho con la
contemplación de sus genitales. Poco después de la llegada de la pubertad comenzó a
practicar la masturbación mutua con hombres. Solo le atraen los de 25 a 30 años
aproximadamente. Se siente en un papel femenino en el acto homosexual, asegura que
ama de manera femenina, con toda la pasión de su alma, que solo mantiene la pose de
hombre como un actor. Ya de niño sufrió burlas por sus gestos y actitudes femeninos. Las
muchachas nunca le impresionaron. Se casó sin inclinación hace unos años creyendo
poder sanear su vita sexualis. Se obligó al coito cum uxore, fue incluso potente
imaginándose a un joven en lugar de su mujer y engendró un hijo. Sin embargo, poco a
poco se fue volviendo neurasténico, su fantasía fue perdiendo fuerza y, con ella, su
potencia. Desde hace dos años evita el coitus maritalis, ha retomado las relaciones
homosexuales y se le descubrió recientemente en un lugar público inter masturbationem
mutuam con un joven.
Él se disculpa diciendo que la larga abstinencia le había vuelto altamente libidinoso, que la
visión de los genitales de un hombre le había puesto en un estado de ánimo “como
borracho” y que sufría en aquel momento una especie de ofuscación de los sentidos.
Señor N., 41 años, soltero, desciende de un matrimonio entre parientes. Al parecer los
padres eran psíquicamente normales, un hermano del padre estuvo en el manicomio.
Según parece, los hermanos de N. son hipersexuales pero heterosexuales. Ya con 9 años
N. se sentía sensualmente atraído por compañeros. Con 15 años empezó a practicar la
masturbación mutua, más tarde también coitus inter femora.
Con 16 años empezó una relación amorosa con un joven. Su amor se desarrolló hacia su
propio sexo de la misma manera en que lo encontraba retratado entre un hombre y una
mujer en las novelas.
Solo le atraían los hombres jóvenes y bellos de entre 20 y 24 años aproximadamente. Sus
sueños eróticos eran exclusivamente homosexuales. Se sentía en ellos en un papel
femenino, y lo mismo en las relaciones con hombres.
Asegura haber tenido un alma más bien femenina desde la infancia. No se interesaba por
los juegos de chicos, sino por la cocina y los trabajos femeninos. Más tarde tampoco le
atraían los deportes masculinos, no le gustaba fumar ni beber. En su ajetreada vida ha
tenido un episodio como cocinero en un país de ultramar en el que su desempeño fue
totalmente satisfactorio. Perdió el puesto al iniciar una relación amorosa con el hijo del jefe.
Con 22 años se dio cuenta de que se movía por terrenos sexualmente anormales. Esto le
intranquilizó, intentó modificar sus sentimientos obligándose a frecuentar los prostíbulos,
pero solo sintió repungnacia con ello y no consiguió ni una sola erección. Un buen día
cometió un intento de suicidio, desesperado ante su situación y por el descubrimiento de
su vergüenza por parte de su familia. Una vez curado de sus heridas, se marchó a tierras
extranjeras, se siguió sintiendo muy desdichado, enemigo de sí mismo y rechazado por su
familia. Solo le quedaba la esperanza de que con los años su inclinación por los hombres
le abandonara.
Solicitó ayuda contra su sentimiento sexual contrario por su “honor y tranquilidad”. Los
caracteres sexuales secundarios físicos de este desdichado son perfectamente viriles.
Genitales normales.
Una tarde de verano, ya al anochecer, X. Y., Dr. med., fue sorprendido por un vigilante en
una ciudad del norte de Alemania mientras practicaba actos deshonestos en un camino
rural con un vagabundo al que masturbó y a continuación mentulam ejus in os suum
immisit. X. evitó una persecución judicial dándose a la fuga. La fiscalía se desentendió de
la denuncia porque no se había producido escándalo público y tampoco immissio membri
in anum. Se halló en posesión de X. una amplia correspondencia uranista que permitió
demostrar que se venían manteniendo desde hacía años intensas relaciones uranistas que
abarcaban todas las capas sociales.
X. procede de una familia con taras. El padre de su padre puso fin a su vida al suicidarse
en estado de locura. El padre fue un hombre débil y raro. Un hermano del paciente se
masturbaba ya con dos años. Un primo fue de sexualidad contraria, cometió ya de joven
los mismos actos indecentes que X., se vio aquejado de debilidad psíquica y murió como
consecuencia de una enfermedad de la médula espinal. Un tío abuelo por parte de padre
era hermafrodita. La hermana de la madre estaba loca. A la madre se la tenía por sana. El
hermano de X. es nervioso e irascible.
Enfermedades menores le producían fiebres intensas. Era un niño callado y soñador, con
una viva fantasía, pero escasas dotes psíquicas. No practicaba los juegos de chicos. Le
encantaban las ocupaciones femeninas. Encontraba un especial placer en peinar a la
criada o incluso al hermano.
Con 13 años ingresó en un instituto. Allí practicaba la masturbación mutua, seducía a los
compañeros y se hizo insoportable con su comportamiento cínico, por lo que hubo que
mandarle a casa. Ya por aquel entonces cayeron en manos de sus padres cartas de amor
de sexualidad contraria y contenido extremadamente lascivo. A partir de los 17 años
estudió bajo la estricta disciplina de un profesor de instituto. Su progreso en los estudios
fue pobre. Solo estaba dotado para la música. Tras terminar el instituto, con 19 años, el
paciente entró en la universidad. Allí destacó por su naturaleza cínica y por codearse con
gente joven sobre la que circulaba todo tipo de rumores respectivos al amor entre
hombres. Empezó a arreglarse, le gustaban las corbatas llamativas, llevaba camisas
escotadas, calzaba a duras penas sus pies con botas ajustadas y se peinaba de forma
llamativa. Esta tendencia desapareció cuando terminó la universidad y regresó a casa.
Con 24 años pasó una temporada de fuerte neurastenia. Desde entonces hasta los 29
años parecía una persona seria y se mostraba diligente en el trabajo, pero evitaba la
compañía del bello sexo y andaba siempre con hombres de dudosa reputación.
El paciente no consintió en una exploración personal. La rechazó por escrito con la excusa
de que la consideraba inútil porque el deseo por el propio sexo estaba presente en él
desde la niñez y era congénito. Siempre había sentido horror feminae, nunca había
logrado forzarse a sí mismo a disfrutar los encantos de una mujer. Respecto del hombre se
siente en un papel masculino. Reconoce que su deseo por el propio sexo es anormal,
disculpa sus desmanes sexuales con su morbosa constitución natural.
Desde que huyó de Alemania, X. vive en el sur de Italia y, según se desprende de una de
sus cartas, se mantiene fiel al amor uranista. X. es un hombre serio y apuesto, de rasgos
perfectamente masculinos, barba poblada, genitales desarrollados normalmente. X. puso
recientemente a mi disposición su autobiografía, de la cual merece recogerse aquí lo
siguiente: cuando entré con 7 años en una escuela privada me sentí muy a disgusto y
encontré poca aceptación por parte de mis compañeros. Solo me sentía atraído por uno de
ellos, que era un niño muy guapo al que amaba casi apasionadamente. En nuestros
juegos de niños siempre me las apañaba para poder presentarme vestido de chica y mi
mayor placer consistía en hacerles peinados muy complicados a nuestras criadas. A
menudo lamentaba no ser una chica.
Más tarde, cuando empecé a estudiar medicina y a relacionarme con muchos jóvenes
normales, me encontré a menudo en la situación de tener que aceptar propuestas de ir de
prostitutas. Tras quedar en evidencia con diversas mujeres, algunas de ellas muy
hermosas, empezó a extenderse entre mis amigos la opinión de que era impotente y yo di
pábulo a ese rumor con historias inventadas de anteriores y exageradas proezas con
mujeres. Yo me relacionaba por aquel entonces con mucha gente de otros sitios que
alababan de tal forma en sus círculos la disposición de mi cuerpo que me gané fama de
gran belleza en lugares muy lejanos. La consecuencia fue que cada dos por tres se
presentaba alguien aquí y recibía tal cantidad de cartas de amor que a menudo me veía en
apuros. La situación culminó cuando más tarde, llevando un año de médico, estuve
viviendo en un hospital militar. Aquello era como si hubiera llegado una celebridad y las
escenas de celos que se desarrollaron por mi causa a punto estuvieron de hacer que se
descubriera todo. Poco después sufrí una inflamación de la articulación del húmero de la
que tardé tres meses en recuperarme. En el transcurso de esta, me tuvieron que poner
todos los días varias inyecciones subcutáneas de morfina que después me retiraron de
pronto, pero que yo continué a escondidas una vez curado. Antes de abrir mi propia
consulta pasé varios meses en Viena para hacer unos estudios de especialización. Allí
conseguí entrar gracias a algunas recomendaciones en diferentes círculos de personas
como yo. Constaté entonces que la anomalía en cuestión se halla extendida por igual y en
toda la amplitud de su gama lo mismo entre las clases inferiores que entre las superiores,
y que aquellos que lo tienen por oficio y a los que se puede acceder por dinero, no
escasean tampoco entre las clases altas.
Pene iuvenis in os recepto, ita ut commovendo ore meo effecerim, ut is quem cupio, semen
eiaculaverit, sperma in perinaeum exspuo, femora comprimi jubeo et penem meum
adversus et intra femora compressa immitto. Dum haec fiunt, necesse est, ut iuvenis me,
quantum potest, amplectatur. Quae prius me fecisse narravi, eandem mihi afferunt
voluptatem, acsi ipse ejaculo. Ejaculationem pene in anum immittendo vel manu terendo
assequi, mihi nequaqum amoenum est.
Sed inveni, qui penem meum receperint atque ea facientes quae supra exposui, effecerint,
ut libidines meae plane sint saturatae.
Por lo que respecta a mi persona, debo mencionar lo siguiente: mido 186 cm, tengo un
aspecto completamente masculino y, quitando una anormal sensibilidad de la piel, estoy
sano. Tengo un cabello poblado y rubio, y lo mismo se puede decir de la barba. Mis
órganos sexuales son de tamaño medio y de constitución normal. Soy capaz de consumar
el acto sexual descrito entre cuatro y seis veces en un periodo de 24 horas sin sentir
cansancio. Llevo una vida bastante ordenada. El alcohol y el tabaco los consumo con
mucha moderación. Toco bastante bien el piano y algunas composiciones menores que he
hecho han tenido bastante éxito. Hace poco he terminado una novela, que ha tenido buena
acogida en mis círculos para tratarse de una primera obra. Esta tiene por tema diversos
problemas de la vida de las personas de sexualidad contraria.
Hay dos personajes en Viena que constituyen un ejemplo de hasta qué punto algunos se
sienten mujeres, cosa que a mí no me sucede. Se han puesto nombre de mujer; una es un
peluquero que se llama a sí mismo “Laura la francesa”, la otra es un antiguo carnicero que
se llama “Fanny la ahumadora”. Estos no dejan pasar oportunidad en los carnavales de
ponerse unos disfraces femeninos de lo más exagerados. En Hamburgo existe un
personaje que algunos creeen que es una mujer, porque siempre anda por casa vestida de
mujer y solo sale de casa de vez en cuando y vestida de esta misma forma. Este señor
quiso incluso hacer de madrina en un bautizo y provocó con ello un gran escándalo.
Estos individuos suelen presentar todos los defectos femeninos, les encanta cotorrear, son
informales y débiles de carácter.
En cuanto las personas de sexualidad contraria traban conocimiento, tiene lugar una
pormenorizada discusión de sus anteriores experiencias, amores y conquistas, siempre
que las diferencias sociales no impidan tal conversación. Es raro que deje de producirse
esta conversación entre quienes acaban de conocerse. Las personas de sexualidad
contraria se llaman entre sí “tías”; en Viena, “hermanas”, y dos prostitutas vienesas de
aspecto muy masculino a las que conocí por casualidad y que mantenían una relación
sexual contraria entre ellas me contaron que la denominación equivalente entre mujeres es
“tío”. Desde que tengo conciencia de mi deseo anormal, he entrado en contacto con más
de mil personas como yo. Casi todas las ciudades grandes tienen algún lugar de reunión,
así como una “carrera”. En las ciudades pequeñas se encuentran relativamente pocas
“tías”, aunque una vez encontré ocho en un pueblo de 2300 habitantes y 18 en uno de
7000 (estos, de los que tuviera certeza, y sin contar aquellos de los que sospechaba). En
mi ciudad natal, que tiene unos 30 000 habitantes, conozco personalmente a unas 120
“tías”. La mayoría tienen la capacidad de discernir inmediatamente si un tercero es como
ellos (capacidad que yo, sobre todo, poseo en grado extremo) o, como se dice en el
“lenguaje de las tías”, si es “sensato” o “insensato”. Quienes me conocen se quedan
muchas veces sorprendidos del buen ojo que tengo. He reconocido como “tías” nada más
verlos a individuos que parecían de organización totalmente masculina. Por otra parte,
poseo la capacidad de comportarme de manera tan masculina que en círculos en los que
se me admitió a través de conocidos llegaron a dudar de mi “autenticidad”. Cuando quiero,
me puede comportar totalmente como una mujer.
La mayoría de las “tías” (incluyéndome a mí) no ven en absoluto su anomalía como una
desgracia, sino que lamentarían que se alterase su estado. Como además, en mi opinión y
en la de todos los demás, no hay forma de cambiar este estado innato, tenemos puesta
toda nuestra esperanza en una reforma de los artículos correpondientes del código penal,
de modo que solo se consideren punibles la violación o el escándalo público, siempre que
estos se puedan constatar.
Señor E., 31 años, hijo de un potator strenuus. No se encuentran por lo demás taras en la
familia. E. creció solitario en un pueblo. Ya con seis años se sentía feliz estando junto a
hombres barbudos. A partir de los 11 años se ruborizaba cuando coincidía con hombres
hermosos y no se atrevía a mirarlos. En compañía femenina se hallaba desinhibido. Hasta
los siete años llevó ropa de chica. Se sintió muy desdichado cuando tuvo que
desprenderse de ella. Lo que más le gustaba era ayudar en la cocina y en la casa.
Por la noche soñaba cada vez más con hombres con trajes azules y bigote.
Ya de mayor entró en una asociación deportiva para relacionarse con hombres, motivo por
el que también iba a los bailes: no por las muchachas, que le eran perfectamente
indiferentes, sino por los bailarines, imaginándose a sí mismo cogido del brazo de alguno
de ellos. Pero siempre se sentía solitario, insatisfecho y poco a poco se fue dando cuenta
de que no estaba hecho como los otros chicos. Todo su afán consistía en encontrar a un
hombre que pudiera quererle.
Me proporcionó pruebas de que su hermano pequeño, que huye de las mujeres y se queja
de que externamente es un hombre pero en realidad no lo es, también es de sensibilidad
homosexual.
Llama la atención también que dos hermanas de E. que murieron jóvenes, evitaban a los
hombres jóvenes, no entraban en la cocina y andaban siempre, en cambio, en la cuadra y
cada vez que podían hacían trabajos de hombre, para los que demostraron una especial
habilidad.
Señor C., 28 años, persona privada, desciende de un padre neuropático y una madre muy
nerviosa. Un hermano de la madre padeció paranoia, otro de ellos presenta degeneración
psíquica. Los tres hermanos pequeños de C. son perfectamente normales.
C. está afectado de neuropatía, tiene un ligero tic convulsivo. Se ha sentido atraído por
individuos masculinos desde que es capaz de recordar. Al principio era solamente
entusiasmo por compañeros de clase. Al llegar a la pubertad, empezó a enamorarse de
profesores y huéspedes de la casa de sus padres; practicaba además masturbatio mutua
con compañeros de colegio. Se sentía en un papel femenino. Sus sueños con poluciones
giraban en torno a personas masculinas. C. tenía talento para la música, la poesía,
empezó pronto a interesarse por el teatro. No estaba en modo alguno dotado para los
campos científicos, en especial para las matemáticas, y le costó terminar el instituto.
Considera que en su alma es mujer, afirma haber jugado de niño exclusivamente con
muñecas y haberse interesado después tan solo por historias femeninas, así como haber
sentido aversión por los trabajos masculinos. Prefería la compañía de muchachas porque
le resultaban simpáticas y compartían sus sentimientos, mientras que en compañía de
hombres era tímido, retraído como una doncella. El tabaco y los licores le repugnaban.
Hubiera preferido cocinar, hacer punto y bordar. Nunca fue libidinoso. Ya de adulto,
raramente ha mantenido relaciones sexuales con hombres. Su ideal sería mantener tales
relaciones situándose en un papel femenino. Siente horror ante el coitus cum muliere.
Desde que leyó la Psychopathia sexualis, empezó a sentir terror de sí mismo, así como de
alguna posible condena judicial, y logró abstenerse de las relaciones sexuales con
hombres. Esta abstinencia le provocó poluciones masivas y neurastenia. Buscó por ello
ayuda médica.
C. tiene barba poblada, no hay en él nada que se aparte del tipo viril quitando unos rasgos
delicados y una piel llamativamente fina. Los genitales son normales excepto por la falta
de descensus de un testículo. Su comportamiento en la calle, su manera de andar y su
actitud no presentan nada de llamativo, a pesar de lo cual sufre la fobia de que la gente
percibe su constitución sexual anormal. Es por ello retraído. Cuando se habla de
indelicadezas se ruboriza como una muchacha. En cierta ocasión en que alguien habló del
sentimiento sexual contrario, cayó desmayado. Cuando oye música le entran sudores.
Cuando se le trata más de cerca, presenta un alma femenina, una timidez de muchacha y
se muestra dependiente. El nerviosismo, el tic convulsivo y las múltiples afecciones
neurasténicas delatan a una persona con una probable propensión constitucional a la
neuropatía.
B., camarero, 42 años, soltero, me fue remitido por su médico de cabecera, del que estaba
enamorado, como afectado por sentimiento sexual contrario. B. proporcionó de buen grado
y de manera decente información sobre su vita anteacta y, sobre todo, sexualis, con
satisfacción por recibir al fin una información autorizada sobre su situación sexual, que
desde siempre le había parecido morbosa.
B. carece de datos sobre sus abuelos. El padre fue un hombre colérico y excitable, potator,
y siempre tuvo un gran apetito sexual. Después de engendrar 24 hijos con la misma mujer,
se divorció y todavía dejó embarazada tres veces a su ama de llaves. La madre era sana.
De los 24 hermanos solo quedan seis con vida, varios de ellos enfermos de los nervios,
pero no sexualmente anormales, con excepción de una hermana que siempre ha tenido
obsesión por los hombres.
B. asegura haber sido enfermizo desde la infancia. Su vida sexual se despertó ya con ocho
años. Se masturbaba y tuvo la idea de penem aliorum puerorum in os arrigere, cosa que le
producía un gran placer. Con 12 años empezó a enamorarse de hombres, sobre todo de
los que se encontraban en la treintena y llevaban bigote. Ya entonces se encontraba muy
desarrollado su apetito sexual y tenía erecciones y poluciones. Empezó a partir de
entonces a masturbarse a diario pensando en algún hombre amado. Pero su mayor afán
consistía en penem viri in os arrigere. Al hacer esto tenía eyaculaciones acompañadas del
máximo placer. Hasta el momento, solo habrá experimentado este placer en una docena
de ocasiones. Nunca ha sentido repugnancia ante el pene de los demás cuando se trataba
de hombres que le resultaban simpáticos, al contrario. Nunca ha aceptado las
proposiciones de sexo anal, que le resulta extremadamente repulsivo tanto en forma activa
como pasiva. Durante los actos sexuales perversos siempre se ha visto a sí mismo en un
papel femenino. Sus enamoramientos de hombres que le resultaban simpáticos eran
desmedidos. Hubiera hecho cualquier cosa por sus amados. Temblaba de excitación y
deseo solo con verlos.
Nunca ha encontrado gusto en los encantos femeninos. Solo lograba consumar el coito si
pensaba en un hombre amado. Las poluciones nocturnas se desencadenaban siempre
con situaciones oníricas lascivas que implicaban a hombres.
En la exploración se revela delicado, con barba y bigote ralos que no le brotaron hasta los
28 años. Su exterior no presenta nada que dé muestras de una naturaleza femenina, con
excepción de un cierto balanceo al andar. Afirma haber sufrido frecuentes burlas por sus
andares femeninos. Su comportamiento es extremadamente decente. Los genitales son
grandes, bien desarrollados, perfectamente normales, muy velludos, la pelvis es
masculina. El cráneo es raquítico, ligeramente hidrocefálico, con parietales abombados. La
región craneofacial es llamativamente pequeña. El sujeto afirma ser fácilmente irritable, de
tendencia irascible.
Taylor tuvo que explorar a una tal Elise Edwards, de 24 años. Resultó que esta era de
sexo masculino. Desde los 14 años llevaba ropa masculina, había trabajado también como
actriz, llevaba el pelo largo y con la raya en el medio, a la manera femenina. La forma de la
cara tenía algo de femenino, por lo demás el cuerpo era completamente masculino. Se
había depilado la barba cuidadosamente. Los genitales masculinos, fuertes y bien
desarrollados, los llevaba pegados al vientre con un ingenioso vendaje.
La exploración del ano daba indicios de sexo anal pasivo (Taylor, Med. Jurisprudence,
1873, II, pp. 286, 473).
Con 17 años aparecieron las poluciones, que se multiplicaron hasta llegar a producirse
también de día, lo que debilitó al enfermo y le acarreó numerosos trastornos nerviosos.
Desarrolló síntomas de neurasthenia spinalis, que se mantuvieron hasta hace pocos años,
pero se fueron suavizando al volverse las poluciones menos frecuentes. Niega haber
practicado el onanismo, aunque este parece bastante probable. Sus pensamientos flojos,
blandos, soñadores se fueron volviendo cada vez más llamativos a partir de la pubertad.
Los intentos de encaminar al enfermo hacia una vida profesional resultaron inútiles. Sus
funciones intelectuales, aunque no presentaban perturbaciones formales, no ganaban
suficiente altura para encontrar motivos conductores efectivos en el establecimiento de un
carácter independiente y de una visión elevada de la vida. Seguía siendo dependiente, un
niño grande, y nada delataba con mayor claridad su constitución originariamente anormal
que su absoluta incapacidad para administrar el dinero, junto con su propia confesión de
que es incapaz de manejar el dinero de manera ordenada y sensata y que en cuanto tiene
un poco se lo gasta en antigüedades, adornos personales y tonterías por el estilo.
Igual de poco apto que para una administración sensata del dinero resultó el paciente para
el establecimiento de una existencia social o incluso para la mera comprensión de su
importancia y valor.
Informe
1. El señor von H. posee, según todo lo observado y referido una personalidad defectuosa
y psíquicamente anormal, y esto es así desde su origen. Uno de los síntomas de esta
constitución anormal psíquico-física es su sentimiento sexual contrario.
Dada su notoria incapacidad para llevar una vida independiente, no puede emanciparse de
la autoridad paterna o de un tutor, pues de lo contrario causaría su propia ruina financiera.
4. El señor von H. también presenta afecciones físicas. Tiene síntomas de una ligera
anemia y de neurasthenia spinalis.
El padre de esta señora era muy musical, con un gran talento artístico en general,
desenfadado, un gran admirador del sexo opuesto, de extraordinaria belleza. Falleció
demente en un manicomio tras varios ataques de apoplejía. El hermano del padre era
neuropsicopático, fue un niño lunático, sufrió durante toda su vida de hiperestesia sexual.
Así, aunque estaba casado y era padre de hijos a su vez casados, cuando la señora M., su
sobrina, llegó a los 18 años, quiso raptarla. El padre del padre fue extremadamente
excéntrico, un artista de renombre, que había estudiado teología inicialmente; pero que,
arrastrado por una irrefrenable devoción por la musa dramática, se hizo mimo y cantante.
Se daba a los excesos in Baccho et Venere, era derrochador, amante del lujo, murió con
49 años de apoplexia cerebri. Tanto el padre de la madre como la madre misma murieron
de tuberculosis pulmonar.
La señora M. tuvo once hermanos, de los que solo quedan seis con vida. Dos hermanos
varones, que tenían una constitución física como la de la madre, murieron con 16 y 20
años respectivamente de tuberculosis. Otro varón padece tisis laríngea. Las cuatro
hermanas que quedan con vida han heredado la constitución física del padre, al igual que
la señora M. La mayor está sin casar, es muy nerviosa y tímida. Las dos hermanas
pequeñas están casadas y sanas, y tienen hijos sanos. La restante es virgo y padece de
los nervios.
La señora M. tiene cuatro hijos, varios de los cuales son delicados y neuropáticos.
A los tres años de la muerte del segundo marido, la paciente descubrió que su hija de
nueve años, procedente de su primer matrimonio, se daba a la masturbación e iba
languideciendo. La paciente leyó en un diccionario de conversación sobre este vicio, no
pudo soportar el deseo de probarlo ella misma y se hizo onanista. No termina de decidirse
a hablar detalladamente sobre este periodo de su vida. Afirma que estuvo terriblemente
excitada, que un buen día tuvo que mandar a sus dos hijas fuera de casa para
preservarlas de “algo espantoso”, mientras que pudo dejar allí con ella a los dos chicos.
Su sentimiento sexual se orientaba tan pronto hacia la mujer como hacia el hombre.
Lograba contenerse, padecía fuertemente a causa de su abstinencia, a lo que se añadía
que, debido a sus afecciones neurasténicas, procuraba acudir a la masturbación
únicamente como último recurso. En la actualidad la paciente de 44 años, que sigue
menstruando con regularidad, padece terriblemente por la pasión que siente por un joven
cuya cercanía no puede evitar por motivos laborales.
“Una persona de 50 años, que desde hace años padece del corazón y desde su más
temprana juventud presenta inclinación sexual contraria se ve empujada al borde mismo
de la desesperación por el matrimonio de una joven dama a la que ama de manera
indecible. Día y noche se ve asediada por ideas de suicidio y parece casi inevitable que
estas se pongan en práctica, pues la vida se ha convertido en un tormento permanente. Ni
el entorno ni la joven amiga tienen la más mínima idea del verdadero estado de ánimo de
la desdichada, y solo se sabe que padece una grave angustia. Esta persona, digna de
compasión, se ve expuesta día y noche a los más terribles tormentos, tiene que hacer un
esfuerzo hercúleo para atender a sus obligaciones domésticas y sociales, y ya no ve otro
remedio que la muerte. Quiero pasar de la tercera persona a la primera y preguntarle si
cree que estoy loca. En los últimos tiempos he tenido que luchar con muchas
preocupaciones y sobresaltos de otro tipo; pero la causa principal de mi estado de ánimo
es un anhelo infinito por la joven persona a la que amo. No está emparentada conmigo,
nos conocimos hace algunos años. Ella no sabe que le cogí un cariño indescriptible, como
tampoco sabe lo que he sufrido por su compromiso matrimonial, que se produjo
recientemente. Ella no entendería en modo alguno un amor como el mío y he tenido buen
cuidado de no apartarla de mí con alguna extravagancia. Siempre he interpretado
correctamente el papel de una amiga mayor, maternal. En mi juventud gané el corazón de
hombres honrados sin intención por mi parte y se han mantenido como amigos, puesto
que no me casé y tan indiferente me resultaba el uno como el otro por lo que hace al amor.
Todavía hoy me dice la gente que soy una naturaleza harmoniosa y totalmente femenina.
Pero no hay sensatez que pueda imponerse al tormento de celos que me provoca el
hombre que poseerá a esta criatura, que personifica todo lo que hay de amable, dulce,
noble y que ha tenido que cruzarse conmigo en mis últimos años para darme una idea de
lo que es la verdadera felicidad terrenal. Lo que no entiendo es que un corazón enfermo
resista este sufrimiento durante tanto tiempo sin romperse. Naturalmente, tengo dolores y
sensaciones extrañas en la zona del corazón, así como unas palpitaciones tan irregulares
que siento dolor, tengo la mayoría de las veces 100 pulsaciones, pero así y todo sigo
existiendo. Ojalá hubiese una manera natural y rápida de acabar; odio todo acto violento y
todo escándalo”.
Homosexualidad. Señorita L., 55 años. Falta información sobre la familia del padre. Los
padres de la madre son descritos como irascibles, alterables y nerviosos. Un hermano de
la madre es epiléptico; otro, excéntrico y psíquicamente no normal.
La madre era sexualmente hiperestésica y durante mucho tiempo se comportó como una
Mesalina. Se la tenía por psicopática y murió con 69 años de una enfermedad cerebral.
Con 13 años, cuando faltaban todavía dos para la primera menstruación, se despertó en
ella la primera pasión amorosa por una muchacha de su edad, “un sentimiento soñador,
todavía completamente desprovisto de sensualidad”.
El segundo amor fue para una joven de más edad que ya estaba prometida. Apareció aquí
un anhelo sensual y atormentado, celos y “un sentimiento todavía poco claro de misteriosa
inconvenencia”; rechazada por esta dama, la paciente se enamoró de una mujer que le
sacaba veinte años y que era una feliz esposa y madre. Logró dominar sus sentimientos
sensuales de modo que esta mujer nunca llegase a imaginar el verdadero motivo de esta
apasionada “amistad”, que la otra, por su parte, correspondió durante 12 años. La paciente
describe ese largo tiempo como un verdadero martirio.
En los últimos años, desde los 25, había empezado a satisfacerse mediante la
masturbación. La paciente pensó por aquel entonces seriamente si una boda no podría ser
su salvación, pero su conciencia se oponía, pues podría haber transmitido su desgracia a
su descendencia o haber hecho infeliz a un marido que hubiera depositado su confianza
en ella.
Con 27 años una muchacha le hizo proposiciones sin ambages, le explicó que rechazarlas
era una tontería y la iluminó sobre el impulso homosexual que la dominaba. La paciente se
encontró atormentada. Toleraba las caricias de esta muchacha, pero no consintió en
relación sexual alguna, pues el placer sensual le resultaba repugnante en ausencia de
pasión amorosa.
Insatisfecha física y psíquicamente, se le fueron pasando los años con la conciencia de
vivir una vida frustrada. Se entusiasmaba de vez en cuando con damas procedentes de su
círculo de conocidos, pero conseguía dominarse. También consiguió liberarse de la
masturbación.
Con 38 años, la señorita L. conoció a una muchacha 19 años más joven que ella, de
singular belleza, pero procedente de una familia desmoralizada, y empujada desde
temprana edad por sus primas a la masturbación mutua. No es posible saber si esta
señorita A. representaba un caso de hermafroditismo psíquico o de sentimiento sexual
contrario. Lo primero es lo que parece más probable.
“A. era alumna mía y comenzó a hacerme objeto de un amor idólatra. Yo sentía por ella
simpatía en un alto grado. Sabía que mantenía con un libertino una relación amorosa que
no conducía a ninguna parte y que tenía una estrecha relación con sus primas, personas
desmoralizadas, así que no quise rechazarla. La compasión y el convencimiento de que,
en caso contrario, estaba abocada a la ruina moral me llevaron a tolerar que se fuera
aproximando.
Los sentimientos que vinieron a continuación son indescriptibles: aflicción por los
propósitos rotos, que hasta aquel momento había mantenido con gran esfuerzo; miedo a
ser descubierta y despreciada; gozo por haberme librado al fin del tormento de la vigilancia
y la lucha constantes; una sensualidad indecible; irritación hacia mi desdichada amiga y, al
mismo tiempo, un profundo sentimiento de ternura. A. se reía con toda tranquilidad de mi
excitación y procuraba calmarme con sus caricias.
Me acostumbré a la nueva situación. Nuestra unión duró largos años. Nos masturbábamos
mutuamente, pero nunca en exceso ni con cinismo.
Poco a poco el trato sensual entre nosotras fue desapareciendo. La ternura de A. se fue
apagando. La mía, en cambio, se mantuvo, aunque ya no sentía un deseo sensual. A.
empezó a hacer planes de matrimonio, en parte para resolverse la vida, pero más que
nada porque su sensualidad iba volviendo a los cauces normales. Consiguió encontrar
esposo. Ojalá le haga feliz, aunque lo dudo. Así, la perspectiva que tengo es ir pasando la
vejez sin alegría y sin paz, igual que me ocurrió con mi juventud.
Recuerdo con nostalgia los años que pasé con mi amada. No me pesa en la conciencia el
haber mantenido relaciones sexuales con ella porque fue ella quien me sedujo y yo intenté
por todos los medios salvarla de la ruina moral y hacer de ella una persona instruida y de
buenas costumbres, cosa que además conseguí. Además, me tranquiliza la idea de que
las leyes de la moral están pensadas solamente para las personas normales y no pueden
ser vinculantes para las anormales. Por otra parte, un ser de delicados sentimientos que
se sabe rechazado por la naturaleza y despreciado por la cultura no puede ser nunca
completamente feliz. Aun así, en mi interior había una paz melancólica y cuando, por
momentos, me parecía que A. era feliz, también lo era yo fugazmente.
Tuve ocasión de conocer a la autora de esta historia de su vida y de sus sufrimientos. Era
una personalidad de exquisita formación, con rasgos rudos y constitución huesuda pero
perfectamente femenina. Hace ya algunos años que pasó el climaterio sin grandes
molestias. Se siente desde entonces libre de movimientos sensuales. Nunca se ha sentido
en un papel determinado respecto de la amada. Nunca ha experimentado atracción
sensual alguna por los hombres.
La paciente nunca había sentido inclinación por una persona del otro sexo. Si pensaba en
casarse, era solamente porque deseaba resolver su vida con el matrimonio. En cambio, se
sentía poderosamente atraída por las muchachas. Al principio tomó esa inclinación por
amistad, pero después se dio cuenta de que esos sentimientos eran algo más que amistad
por la profundidad del sentimiento de atracción hacia esas amigas y por el hondo anhelo
de ellas que sentía constantemente.