U4 Apuntes de Catedra

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Unidad 4: La Escuela de Chicago y el pensamiento sociológico

“Dime, dime ¿para quién hicieron la cárcel?


porque el rico nunca entra y el pobre nunca sale”

-La polla records (1999)

Hasta el momento, hemos estudiado una serie de teorías criminológicas que ayudaron
a dar forma a esta ciencia. Pudimos ver, además, como éstas posicionaban la génesis
criminal desde la individualidad de las personas estudiadas, quedando por fuera otros
factores externos a ellas, que pueden impulsarlos a la comisión de un hecho delictivo.

Estas teorías positivistas, clínicas y etiológicas, fueron generadas en el continente


europeo, específicamente, en los países de Francia e Italia. Posteriormente, las
mismas fueron dispersadas y aceptadas en diferentes países, como el nuestro, el cual
adoptó la defensa social como principal eje de trabajo.

Sin embargo, mientras esto ocurría en Europa, en Estados Unidos se dieron una
serie de acontecimientos que impulsarían a estudiar a las ciudades desde una
perspectiva sociológica. En primer lugar, en todo el país ocurrió un cambio en los
procesos migratorios: si bien, hasta el año 1870, los inmigrantes que ingresaban a al
país provenían del norte y este de Europa (desde los países nórdicos, ingleses,
escoceses, etc.), luego de la conclusión de la Guerra Civil en Estados Unidos, estos
comenzarían a inmigrar desde países europeos del oeste y el sur del continente (como
Polonia, Italia, Rusia, etc.), los cuales atravesaban una serie de crisis económicas y
sociales.

1) La irrupción de la sociología:
Hacia finales del Siglo XIX la ciudad de Chicago se caracterizaba por estar en pleno
apogeo, debido a que funcionaba como nexo entre los polos industriales de Estados
Unidos y la capital del país. De esta manera, la ciudad se convirtió en un centro de
pujanza industrial y de acumulación de capital, que terminó por atraer una ola
inmigratoria, tanto interna (desde otras partes del país) como externa (desde otros
países), la cual llegaba en busca de mejores oportunidades de vida y atraídos por la
alta demanda de mano de obra, debida del crecimiento poblacional.

Sin embargo, en medio de esta época de gran apogeo económico, Chicago se ve


azotada en el año 1871 por un incendio de gran escala, que se extendería durante tres
días y generaría grandes pérdidas edilicias, hasta el punto de dejar a un tercio de la

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población sin hogar. Las consecuencias de este evento repercutirían de forma más
negativa en los sectores más empobrecidos de la sociedad: Chicago comenzó, luego
del incendio, un proceso de reconstrucción edilicia que se dio de manera acelerada,
pero que fue posible a cuesta de la reducción en la calidad de vida de los trabajadores.

Hacia el año 1910 la población de la localidad se calculaba en dos millones de


habitantes, en medio de una crisis habitacional y un desborde de los canales
asistenciales. Y, durante la década de los ’20, se produce un aumento en la tasa de
criminalidad de la ciudad, en el crimen en general y de los delitos de crimen
organizado en particular.

Con todo este bagaje, durante la década de los ’20 se funda en la Universidad de
Chicago, financiado por las altas esferas en su desesperación por encontrar el foco de
la crisis delictual, el Departamento de Sociología, en el cual se comenzarían a realizar
diferentes estudios enfocado al entendimiento de la desorganización social y
desarrollando, posteriormente, lo que conocemos como las teorías ecológicas del
delito.

Es entonces que asistimos a un cambio de paradigma en el campo de la


investigación: Robert Park, uno de los principales exponentes de lo que conocemos
como La Escuela de Chicago, propone que la universidad deje de colocarse en una
posición meramente académica para estudiar e integrarse al campo de estudio, con el
fin de propiciar este cambio. Este pasaje de paradigma fue impulsado, además, por las
diferentes modificaciones que se presenciaron en Chicago en la época
(devenidos de la inmigración masiva de la que hablamos previamente) las cuales
obligaron a las personas más pobres a alojarse en el centro de la localidad,
desplazando así a las familias más pudientes, las cuales ante la amenaza e invasión
del proletariado (tanto local como extranjero) decidieron pasar a residir en los
suburbios, convirtiéndose, entonces, las casonas abandonadas por estas familias en
una serie de inquilinatos, en los cuales los obreros y sus familias se alojarían hasta
poder estabilizarse económicamente y mudarse a zonas más cercanas a las fábricas
estos conventillos o inquilinatos serán definidos como una “zona de transición”.

Pero ¿Qué sucede en esta zona de transición? ¿Qué pasa cuando los trabajadores,
que planeaban mudarse a futuro, no pueden o no quieren hacerlo y se quedan
“varados” en la zona de transición? Esto “atentaba” contra los valores del trabajo y la
familia que se imponían en esa época, además, se decía que está perdida de la
“cultura del trabajo” podía contagiar a los demás obreros.

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Tomando como fuente de investigación social un conjunto de cartas que eran
intercambiadas entre trabajadores polacos y sus familias, que permanecían en su país
de origen, Park concluye que está perdida de valores está relacionada a la poca
recepción que brinda el conjunto estadounidense a los extranjeros, ya que al
segregarlos éstos no tienen relación con los grupos sociales autóctonos, los cuales
terminan por impulsarlos al aislamiento. El autor indica además, como bien sabemos
hoy, que el control social es impulsado mediante los “cuerpos sociales” o las
instituciones, si tomamos en cuenta al conjunto social como una gran agencia de
disciplinamiento, observamos que, al no ser integrados al mismo, el control social
decaerá, puesto que las personas “desviadas” han sido expulsadas del mismo,
el cual se supone debería enseñarles las normas y valores propias de esta sociedad
estadounidense.

Posteriormente, y en base a estos estudios previos, Park publicaría en 1915 su obra


La ciudad: sugerencias para la investigación del comportamiento humano en el
medio urbano, dentro de la cual establece la forma en la que debe estudiarse la
ciudad, sugiriendo el uso de métodos antropológicos de observación. Además, el
autor comienza por describir lo que ha observado de sus estudios, realizando un
paralelismo entre la situación que atravesaba la misma y algunos conceptos extraídos
de la ecología y del darwinismo: las personas que se adaptan mejor a su
contexto social son aquellas que, finalmente, salen de la zona de transición. La
ciudad se presenta como un ambiente hostil, donde la crisis educativa pasaba por
una crisis, puesto que había fracasado en su intento de “normalizar” a individuos que
provenían de otros contextos y “hábitats”. Se observa, también, como ciertos
“hábitats” invaden a otros, pensemos por ejemplo en un guetto o en un barrio
fundado por otras culturas, las cuales “invaden” a una ciudad propiamente
estadounidense.

De esta manera, es obvio que la ciudad dejó de ser un lugar con una cultura
homogénea, compuesta por individuos que comparten las mismas tradiciones, usos y
costumbres, sino que la sociedad se convierte en un conjunto de diferentes
valores y tradiciones que se van transmitiendo, ya sea entre pares o de
generación a generación.

Y es así como Park llega al que será uno de los conceptos más centrales de su teoría:
la desorganización social. Ésta es vista por el autor no como un factor contrario a la
sociedad, sino como parte de la misma, puesto que todas las sociedades cuentan
con una cuota de desorganización. Sin embargo, la misma puede frenarse, no

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mediante métodos normativos/penales (puesto que hay personas que no comparten el
valor de las leyes y normas), sino mediante la integración, la comunicación y la
educación.

Como último eje importante a señalar de estas teorías, Park centra su atención en
aquellos lugares de la localidad que podrían representar “zonas de contagio”, las
cuales no transmiten necesariamente conductas criminales, pero si valores
divergentes o desviados de la “normalidad”.

Sin embargo, estas teorías ecológicas plantean claramente una asociación de la


desviación o el delito con la pobreza, puesto que aquellas “zonas de contagio”
no eran más que los barrios más pobres y con menor presencia del Estado, los
cuales solían estar conformados por inmigrantes extranjeros, por lo cual se pensó que
sus valores y costumbre extrañas contribuían a la desorganización. Podemos
observar, entonces, como por mucho que los autores traten de desprenderse de las
ideas positivistas y formalistas, éstas todavía contaban con influencia a la hora de
desarrollar teorías sociológicas.

Posteriormente, una serie de autores generarían estudios, impulsados también por el


Departamento de Sociología de la Universidad de Chicago, los cuales se
desprenderían definitivamente de estos conceptos clasistas.

2) La asociación diferencial
Uno de los mayores exponentes de la Escuela de Chicago fue Edwin Sutherland,
quien comenzaría a plantear una serie de críticas a los estudios que se realizaban
hasta entonces, así como nuevas teorías que buscaban explicar las causas de la
cuestión criminal.

Es así como, durante la década de 1930, el autor realiza su trabajo La prisión como
laboratorio criminológico, en el cual apunta a criticar el uso de las cárceles como
núcleo de estudio de la conducta delictiva, identificando dos principales problemas:
primero, no todos los delincuentes se encuentran privados de su libertad y, segundo,
que el delincuente en la prisión no se encuentra en su “hábitat natural”, haciendo difícil
estudiar su “verdadera naturaleza”.

Posteriormente, Sutherland publicaría otro trabajo titulado Los ladrones


profesionales, en el cual entrevista a un criminal profesional de la época, al cual se lo
menciona con el seudónimo Chic Conwell. Mediante esta serie de entrevistas, el autor
acaba por establecer que los criminales profesionales suelen ser hombres de

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buenos modales y provenientes de familias acomodadas, los cuales ingresan a una
organización que cuenta con una serie de técnicas y gestiones que los diferencian de
los ladrones comunes: por ejemplo, una formación mafiosa tendrá determinados
rituales de ingreso, una serie de códigos, una cadena de mando, y demás elementos
que no tendrá alguien que cometa arrebatos por su propia cuenta. Además, logra
describir las formas en las que los individuos entran a estas organizaciones
delictuales, así como las características necesarias para ser considerado un verdadero
profesional dentro de este ámbito1.

Pero hay una característica de estos grupos criminales que guiará las investigaciones
de Sutherland: la conducta criminal dentro de estos grupos es aprendida, un
individuo ingresa a una organización criminal como un aficionado que, a través
del aprendizaje de diferentes técnicas, perfecciona su habilidad para delinquir,
por lo que la conducta criminal es aprendida, no es inherente del individuo. Y no
solamente esto, sino que dentro de estas organizaciones hay presente un espíritu de
equipo, el cual surge de los valores de compañerismo, puntualidad y fidelidad ante una
acusación que se inculcan e que impulsan sentimientos de solidaridad entre sus
miembros.

Ahora bien, es de destacar que Sutherland rompe definitivamente el patrón


clasista que predominaba en la criminología de la época: los delitos no tienen su
origen en la pobreza, la cual en la época estaba asociada a los barrios de la
ciudad que representaban focos delictivos, sino que personas adineradas y
altos status social también cometen delitos, aunque más organizados y a mayor
escala. Pero es difícil encontrar criminales profesionales en las cárceles, y el autor
señala los dos principales motivos: en primer lugar, porque los ladrones profesionales,
dado su posición económica, pueden recibir un asesoramiento jurídico de calidad, que
impida que terminen en prisión; y, en segundo lugar, que dado su posición social, la
cual es compartida por toda la sociedad y no solo por su organización criminal, reciban
una aplicación diferencial de la ley, inclinándose a protegerlos.

Pero es con la publicación de su “obra maestra” que Sutherland termina de consolidar


sus teorías, representando una ruptura en el pensamiento de la época. Hacia el año
1949 se publica El delito del cuello blanco, un libro en el cual se analizan una serie

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Para ser considerado un verdadero ladrón profesional, un individuo deberá: 1) usar su ingenio
por encima de la fuerza física y robos no planificados; 2) ser inteligentes; 3) tener buena
disposición para los negocios; y 4) poseer un buen status social.

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de cometidos por setenta de las mayores corporaciones de Estados Unidos y en el
cual estudia en profundidad los crímenes cometidos por las altas esferas sociales.

En primer lugar, es necesario definir que el término “delito de cuello blanco” (o de


“guante blanco”) hace referencia, justamente, a los actos criminales perpetrados
por personas u organizaciones de alto status social. Y es para llegar a esta
definición que Sutherland realiza un análisis al concepto de delito en sí mismo, el cual
define como un acto prohibido por el Estado por el daño que puede provocar al mismo
y que conlleva un castigo. En general, el delito es asociado a una tipificación penal, sin
embargo, la mayoría de las empresas no han recorrido el sistema penal, sino que
llevan adelante sus procesos en tribunales administrativos, los cuales se rigen por
otras normas y suelen ser más benevolentes en sus penas (tratándose, generalmente,
de multas o sumarios). Estos castigos más leves terminan por ayudar a la
invisibilización de la conducta delictiva, eliminando también el estigma de delincuente
pobre, puesto que la sociedad no cambia la visión que tiene de los empresarios o
empresas juzgadas.

En segundo lugar, hay que mencionar que el autor considera al poder como el factor
determinante en la motivación de estos delitos, el dinero solo constituye un factor
relativo, pero que no es el fin último de los mismos.

Además, partiendo del conocimiento de que la ley es aplicada de manera diferencial


(no se aplica igual para todos), el autor hace hincapié en cómo los delitos cometidos
por personas pobres, generalmente asociados al delito callejero, no solo se ven
sujetos a sanciones penales, sino que poseen una fuerte carga emotiva, generando
odio dentro de la sociedad y dividiéndola. Sin embargo, a grandes rasgos esto no
sucede con aquellos delitos cometidos por las altas esferas ¿por qué los delitos
callejeros, cometidos por personas de un status social más bajo, nos generan
más indignación que aquellos cometidos por las grandes corporaciones? El
autor lo relaciona con el papel que juegan los medios de comunicación, los cuales no
realizan el mismo tipo de cobertura a los procesos judiciales y sentencias de las
grandes corporaciones, debido a que estos suelen ser de una naturaleza más
compleja y que no son tan “comerciales” como los hechos de sangre o delitos
violentos.

Es así, con todo lo anterior visto, que Sutherland encuentra una serie de similitudes
entre este tipo de delitos y aquellos cometidos por organizaciones criminales
profesionales:

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a) En primer lugar, el delito es persistente, lo que quiere decir que estas
conductas se sostienen en el tiempo
b) En segunda instancia, la conducta criminal de este tipo es mayor y más
frecuente de lo que podemos observar en los tribunales, es decir, que
estos actos en general, no llegan a ser juzgados, por lo que no tenemos
conocimiento de su magnitud.
c) En tercer lugar, aquellos que cometen estos actos sienten desprecio hacia el
gobierno, la ley y la policía, aunque mantienen tratos con ellos.

Pero también encuentra dos grandes diferencias, los cuales lo apartan del rol de
criminal profesional:

a) Primero, los ladrones o criminales profesionales se ven a sí mismos como


violadores de la ley, tienen conocimiento de que sus actos constituyen
conductas perjudiciales y delictivas y también lo sabe el resto de la sociedad.
Sin embargo, las grandes empresas no se identifican como criminales, lo
que viene de la mano con la segunda gran diferencia
b) Esta segunda ruptura refiere a que los delitos cometidos por las grandes
esferas, a diferencia de los perpetrados por criminales profesionales, no
suelen constituir una conducta delictiva como tal, no siendo
consideradas sus acciones como delitos penales o de otra naturaleza en
la mayoría de los casos.

Edwin Sutherland terminaría por desaparecer en el año 1950, solo un año después de
que “El delito de cuello blanco” fuera publicado.

Para sintetizar todo lo anterior visto, señalaremos las nueve premisas principales de
la teoría del autor:

1) La conducta criminal es aprendida


2) La conducta criminal se aprende en la interacción social
3) Esta interacción social se da en grupos reducidos e íntimos
4) Lo que se aprenden son técnicas, simple y complejas, que refuerzan la
habilidad criminal.
5) Existe una dirección específica de las motivaciones a partir de definiciones
favorables o desfavorables de los códigos penales, es decir, mediante las
connotaciones positivas o negativas que se les dé a las leyes dentro de estos
grupos, los individuos participantes dirigirán su “brújula moral” de manera
diferente.

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6) La asociación se dará cuando exista un exceso de estas definiciones:
cuando dentro de un grupo las personas critican permanentemente a las leyes
y autoridades, planteando lo injustas que son para ellas y su estilo de vida, se
reforzarán las relaciones entre pares y se producirá una asociación entre ellos,
por considerar que pertenecen al mismo grupo damnificado.
7) Estas asociaciones tienen diferentes grados de frecuencia, duración e
intensidad
8) Este proceso de aprendizaje posee las mismas características de cualquier
otro proceso del mismo tipo.
9) La conducta criminal aprendida es reflejo de las necesidades y valores que
se planteen dentro del grupo donde se ésta se gesta.

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