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1

2
TRADUCCIÓN
Mona

KARIKAI

VIVVIAN
3

CORRECCIÓN Y REVISIÓN FINAL


NANIS, GRISY TATY & MONA

DISEÑO
Moreline
SINOPSIS 5 15 174 30 357

1 10 16 181 31 363

2 15 17 195 32 383

3 30 18 203 33 398

4 34 19 223 34 408

5 46 20 234 35 423
4
6 56 21 242 36 430

7 67 22 251 37 437

8 77 23 269 38 453

9 92 24 281 39 458

10 98 25 292 40 466

11 112 26 294 EPÍLOGO 479

12 133 27 314 PRÓXIMAMENTE 496

13 149 28 326 ACERCA DE LA


AUTORA 497
14 160 29 340
A los dieciocho años, la vida de Poe Blyton es un caos y la razón es
Alaric Marshall.
Tras la muerte de su madre, apareció de la nada y se convirtió en el tutor
controlador de Poe. Cuando ella protestó por su tiranía, él tuvo la audacia de
enviarla a un reformatorio sólo para chicas. Un colegio lleno de reglas y normas
férreas.
Pero al menos se graduará pronto.
Hasta que el propio Alaric llega a la escuela como nuevo director y le quita
5
eso también.
Ese diablo.
Realmente se lo está buscando, ¿no?
Y Poe se lo va a dar.
No importa que su enemigo jurado tenga los ojos oscuros más bonitos que
jamás haya visto. O que le queden muy, muy bien sus aburridas chaquetas de
tweed. Tanto que quiere arrancárselas y ver lo que hay debajo.
Porque con calor abrasador o no, con su nuevo director o no, Poe va a
arruinar la vida de Alaric.
6
7
Alborotador
(n; según la definición del diccionario)
Aquel que causa travesuras o dificultades.
Sinónimos: Agitador, fabricante de travesuras y Poe Austen Blyton.

8
Hombre del Renacimiento
(n; según la definición de Poe y no del diccionario)
Experto en historia; o, un erudito que estudia la época del
Renacimiento y lleva chaquetas de tweed con coderas.
Sinónimos: Alaric Reglas Marshall.
PARTE 1
9
El Diablo + La Arpía
Mediados de Marzo.
Cuatro años antes.

S
i hay algo que sé hacer bien es conspirar.
Sé cómo hacer un plan. Cómo elaborar los detalles.
Cómo alinear todas las estrellas y encajar todas las piezas en
movimiento.
Lo que significa que va a ser un día muy malo para él.
Mi víctima.
Bueno, víctima suena algo siniestro. Incluso asesino.
Te prometo que no voy a matarlo.
10
Sólo voy a hacer que desee estar muerto. O al menos desear que nunca
haya escuchado mi nombre ni me haya permitido poner un pie en su mansión.
En su mansión de aspecto tan estúpido y antiguo que ha sido mi hogar
durante la última semana.
Así que aquí estoy, en la ventana del segundo piso, escondida detrás de
las pesadas cortinas de color crema mientras vigilo las imponentes puertas de
hierro forjado que marcan la entrada de esta enorme propiedad.
Esperando por él.
Las nubes negras se acumulan en el cielo, y el aire parece caliente y
pesado, hinchado, listo para estallar en cualquier momento. Y justo cuando los
relámpagos cruzan el cielo, las puertas del infierno se abren y me pongo en
alerta.
Un elegante coche negro entra y se desplaza con paso firme y silencioso
por el sendero de grava, hasta los escalones de mármol, donde se detiene. El
corazón me late en el pecho mientras espero a que salga mi víctima.
Y cuando lo hace, yo también me muevo.
Porque es la hora del espectáculo.
Recojo todo lo que necesito de los pies de mi cama y salgo de mi habitación,
lentamente y en silencio.
Para escuchar.
Justo cuando oigo un portazo abajo que indica que está en su sitio -en su
estudio concretamente; que es donde va después de volver del trabajo-, me voy.
Bajo las escaleras y giro a la izquierda en el rellano, corriendo hacia la
cocina.
Me detengo en un almacén y entro. Encuentro una escalera de mano y
subo hasta el respiradero. Saco la rejilla y levanto una de las cosas -una jaula-
que he traído y la meto dentro, antes de subir y meterme yo misma. Me arrastro
por el corto espacio y, cuando llego a otra rejilla, me detengo y miro a través de
los listones.
La gran cocina.
Normalmente está llena de actividad, pero ahora, a las siete de la tarde,
todo el mundo se ha ido a casa.
Excepto Mo.
La jefa de la casa, con una melena plateada y una cálida sonrisa.
Que vive aquí y que en este momento está ocupada calentando la cena
para él.
Por un segundo, mientras miro a Mo, sacando espaguetis y albóndigas y
vertiendo esa cremosa salsa roja sobre ellos, dudo. Lo que he planeado para él 11
también implica a Mo, y a mí me gusta Mo.
Aunque sólo la conozco desde hace una semana, creo que Mo es genial.
Se ha desvivido por hacerme sentir cómoda en esta casa extraña y en esta
situación extraña. El resto del personal también es agradable, si soy sincera.
Pero Mo ha sido la más amable.
A diferencia de su amo.
Que aún no ha tenido una conversación conmigo.
Pero está bien. Voy a cambiar eso esta noche.
Sin dejar de mirar a Mo, saco el teléfono del bolsillo de los vaqueros y
marco el número de casa; Mo me hizo programarlo en el móvil para emergencias.
La llamada se conecta y oigo el timbre, tanto a través de mi teléfono como en el
pasillo.
Como era de esperar, Mo guarda la pasta y sale al pasillo para agarrar el
teléfono.
Porque él nunca agarra el teléfono. Incluso cuando está en casa.
Supongo que es demasiado bueno para hablar con la gente, ¿no?
Maldito imbécil.
Pero esta vez, funciona a mi favor.
Silenciando el altavoz, dejo abierta la línea a través de la cual puedo oír la
voz de Mo. Vuelvo a abrir la rejilla, saco el ratón de la jaula -el que compré a uno
de mis contactos en Nueva York; sí, tengo fuentes- y extiendo el brazo para
soltarlo. Como un campeón, salta de la palma de mi mano y se posa en la
encimera. Desde allí, se escabulle, eligiendo quedarse pegado a la pared vintage
blanca y negra mientras se dirige a la estufa.
Vuelvo a colocar rápidamente la rejilla y salgo del conducto. Asomo la
cabeza fuera del almacén para ver que, molesto, Mo ha colgado el teléfono y se
dirige de nuevo a la cocina. Como no hay moros en la costa, salgo del almacén y
vuelvo corriendo por donde he venido para tomar mi posición.
Esta vez, me escondo en el baño que se encuentra justo enfrente de su
estudio y espero, con la esperanza de que funcione.
Y lo hace.
Un par de minutos después, oigo un grito.
Es Mo.
Me hace sentir mal. Porque como he dicho, Mo se ha portado bien conmigo
y estoy usando su debilidad contra ella: los ratones. Ella les tiene miedo; ella
misma me lo dijo.
Pero hay que hacerlo. 12
Al oír su grito, escucho que la puerta de su estudio se abre con un
chasquido. A continuación, el sonido de unos pasos fuertes, los de él, corriendo
por el pasillo.
Perfecto.
Salgo del baño y corro hasta su estudio, y entro en su guarida.
Que está hecha de libros.
Ese es mi primer pensamiento.
Hay libros en las estanterías de pared a pared. Hay libros en el suelo. Hay
libros en su gigantesco escritorio de madera. Incluso hay libros debajo del
escritorio. Y no me hagas hablar de la mesa de centro frente al sofá de cuero en
un rincón, y de las mesas auxiliares y esa larga mesa consola detrás del sofá. Y
también hay papeles y documentos esparcidos por tantas superficies como
libros.
Y en medio de todos esos papeles, sale humo. De un cigarro.
Que está colocado en un cenicero.
Junto a un grueso vaso de whisky, me doy cuenta. O al menos, creo que
es whisky, dorado y brillante.
Entonces esta es su guarida. Nunca la he visto antes; mantiene esta
habitación cerrada cuando no está en casa.
Libros, cigarros y whisky.
Por no hablar de la piel.
Hay mucho cuero en esta habitación. Sillas de cuero, sofás de cuero, sus
libros encuadernados en cuero.
Aparentemente, es un profesor de historia. Especializado en algo llamado
la época del Renacimiento. De hecho, es el jefe del departamento, el más joven
del departamento -dijo Mo con orgullo.
—¿Qué edad tiene? —pregunté cuando Mo me lo dijo.
—Treinta y uno. —Mo se rió—. Bueno, para tu cerebro de catorce años,
seguro que suena a antiguo. Pero es un hombre muy preparado para su edad.
Dos doctorados. Jefe de departamento. Innumerables artículos y becas.
Recientemente obtuvo una beca para dirigir una excavación arqueológica en
Italia. Es bastante prestigioso. Pero eso no es todo, en realidad. También es
miembro del consejo de la ciudad. Está en el consejo de varios museos y escuelas
y cosas. Supongo que hace de todo, pero la historia es su principal interés.
El hombre del Renacimiento, pensé.
Porque estudia la época del Renacimiento.
Vaya.
Quiero decir, imagina que te apasiona tanto algo -aunque sea algo tan
aburrido como la historia- que te pasas años estudiándolo, analizándolo, 13
absorbiéndolo.
Pero de todos modos.
No tengo tiempo para esto.
Tengo un plan que ejecutar y sólo tengo unos minutos para hacerlo antes
de que vuelva. Así que miro alrededor, tratando de encontrar un lugar perfecto.
Ah, la pared justo enfrente del sofá.
Me acerco y me pongo a trabajar. Saco el spray rojo que guardé en mi
habitación y escribo en la pared: —Muere Sr. Marshall, muere. PD: No soy tu
maldita prisionera. Deja de ignorarme. También dibujo una calavera al lado para
dejar claro mi punto de vista.
No es una amenaza, per se.
Pero es lo suficientemente impactante como para llamar su atención.
Que es exactamente lo que estoy buscando.
En ese sentido, vuelvo a la mesa de café y levanto su whisky. Lo bebo de
un trago -odiando la mierda de su contenido- antes de ir por su cigarro. Lo apago
en el cenicero, lo meto en el bolsillo y salgo corriendo de allí.
Voy a subir a mi habitación, donde voy a estar al acecho.
Hasta que venga a buscarme.
Mi víctima.
Señor Marshall.

14
N
o lo hace.
Venir a buscarme, quiero decir.
Han pasado más de veinticuatro horas y no hay rastro de
él.
Anoche, después de correr a mi habitación, esperé.
Esperé durante horas y pensé que lo estaba haciendo bastante bien hasta
que abrí los ojos -no recuerdo haberlos cerrado- y era de día. O mejor dicho, ya
era de madrugada. Frenética, salí de mi habitación y bajé corriendo las escaleras.
Mo estaba en la cocina y, en cuanto me vio, sonrió y me sirvió el desayuno.
Esperé que mencionara el ratón o la pared pintada con spray en su
estudio, pero no dijo ni una palabra. Cuando le pregunté por él, me dio la misma
respuesta en el mismo tono amistoso que he estado recibiendo desde hace una
semana: ha ido al campus y tiene conferencias y luego tiene una reunión del
15
ayuntamiento. No mencionó lo que pasó anoche, ni lo que hice, nada.
Y ahora es de noche.
En realidad es la mitad de la noche y no puedo dormir.
Así que he estado vagando por la mansión y mis andanzas me han traído
aquí.
Al techo.
Hay un pequeño balcón a pocas puertas de mi habitación y tiene una
escalera de caracol que lleva al tejado. Me asomo al borde, con las palmas de las
manos en la barandilla de hormigón, y contemplo el extenso terreno que tengo
ante mí.
No es que pueda ver mucho de nada.
Por varias razones.
La primera es que no puedo ver. No sin mis gafas, y recién ahora me doy
cuenta de que las dejé en mi habitación.
Y en segundo lugar porque estoy llorando.
Lloro porque estoy enojada. Y estoy frustrada y porque estoy atrapada
aquí.
En esta extraña mansión. Y en esta extraña ciudad.
Con un hombre extraño que ni siquiera me habla.
Y eso es porque mi madre está muerta.
Murió en un accidente de coche hace tres semanas cuando se dirigía a
unas vacaciones improvisadas en Florida. Unas vacaciones de las que no tenía
ni idea.
No era inusual, ya ves.
Sus viajes a vacaciones y lugares exóticos.
Porque mi madre es -era- Charlie Blyton.
Sí, ella Charlie Blyton.
La famosa actriz de telenovelas diurnas.
Y por eso su agenda siempre ha estado ocupada.
Demasiado ocupada. Al menos para mí, su hija.
Se iba a unos sitios y yo me enteraba días después. Y esta vez me enteré
cuando llamaron a casa con la noticia de su accidente.
Y ahora estoy atrapada aquí, en esta ciudad que no conozco, cuando
Nueva York siempre ha sido mi hogar y quiero volver.
Dios, tengo tantas ganas de volver.
Tan mal que estando aquí de pie, llorando y ciega -también empapada
porque llueve bastante desde ayer; la tercera razón por la que no veo mucho- se 16
forma en mi cabeza un nuevo plan.
Sobre huir.
Sí.
Tal vez debería simplemente huir.
Volver a Nueva York y resolver todos los detalles más tarde.
Quiero decir, quería hacer esto de la manera correcta, ¿de acuerdo?
Ese era el objetivo de mi broma de ayer. Por eso quería llamar su atención.
Para que podamos hablar.
Así podría hacerle entender que este no es el lugar para mí. No pertenezco
aquí. Mi lugar está en Nueva York. La increíble ciudad en la que crecí.
Así que tiene que dejarme ir.
Moqueando, entrecierro los ojos a través de la lluvia, intentando ver el
claro que rodea este lugar. Ahora mismo está borroso, por las lágrimas, la lluvia
y la mala vista. Pero sé que el claro es una vasta alfombra verde. Y además hay
un bosque espeso que bordea toda la propiedad. No estoy segura de lo densos
que son estos bosques, pero estoy bastante segura de que podría encontrar el
camino a través de ellos si quisiera.
Podía hacer lo que quisiera.
—Eres ruda, Poe —me digo, secándome las lágrimas; no es que importe
con la lluvia, pero aun así—. Eres una maldita tipa ruda. Puedes hacerlo. Puedes
volver a Nueva York. ¿Qué tan difícil puede ser atravesar por un montón de
árboles realmente?
—Esa es la manera equivocada.
Al oír las repentinas palabras procedentes desde detrás de mí, doy un salto
y me giro, con la mano en el pecho y la espalda apoyada en la barandilla de
hormigón.
Y allí, de pie a cierta distancia de mí, está el hombre en el que he estado
pensando constantemente.
Cada segundo de cada día, durante las últimas dos semanas y media.
Desde que escuché su nombre.
Alaric Marshall.
En realidad, Alaric Rule Marshall.
—¿Qué clase de nombre es ese? —Recuerdo haberle preguntado a Marty,
el abogado de mi madre—. Rule.
—Bueno —dijo, moviéndose en su asiento, subiéndose las gafas—, es su
nombre.
—Es una mierda de nombre —dije, sentada frente a él en el despacho de
17
mi madre en casa—. ¿Quién carajo es?
Sus blancas y tupidas cejas se alzaron ante mi maldición, pero respondió:
—Bueno, eh, él vive en Middlemarch, el pueblo en el que creció Charlie. Y por lo
que ha mencionado tu madre, los Marshall eran cercanos a los Blyton, tus
abuelos. Eran amigos de la familia. Ahora, tus abuelos están muertos, y el
paradero de tu padre siempre ha sido desconocido. Así que en su testamento,
Charlie ha indicado que si algo le sucede, los Marshalls tendrán tu custodia.
Concretamente un tal señor Theodore Marshall. Esto era algo muy descabellado,
como comprenderás. Nadie esperaba que esto sucediera, Poe. Y menos tu madre,
y bueno, tenía que nombrar a alguien y a nadie más...
—Si voy a estar bajo la custodia de este Theodore Marshall —hablé por
encima de él—, entonces voy a preguntarle de nuevo: ¿quién carajo es este Alaric
Rule Marshall? ¿Qué, su hermano mayor y más aburrido? ¿Padre? —Luego,
después de un segundo o dos—, ¿Abuelo?
Podría ser un abuelo.
Porque el nombre parecía pertenecer a un hombre de noventa años con
una mata de pelo blanco y gafas de montura dorada como Marty.
Marty volvió a subir las gafas. —Bueno, el señor Theodore Marshall ya no
es capaz de ocuparse de su cuidado. Ha estado indispuesto durante un par de
años. Por razones de salud. Y todos sus asuntos y responsabilidades han sido
asumidos por su hijo. Alaric Marshall es el hijo. —Cuando fui a interrumpirlo de
nuevo, Marty continuó—: Pero ten por seguro que he comprobado y vuelto a
comprobar todos los detalles. Recuerdo que Charlie mencionó que fue al colegio
con el señor Marshall y que eran una especie de amigos, y él ha accedido a...
Dijo muchas otras cosas pero no escuché ninguna.
Por alguna razón me quedé atascada en la parte de los amigos.
Que era una especie de amigo de mi madre.
Que está ante mí en la lluvia torrencial ahora mismo como una silueta
oscura y borrosa.
—Tú —digo, hirviendo.
—Yo —dice, con bastante despreocupación pero haciendo que mi corazón
vuelva a saltar en mi pecho—. Aunque no estaba seguro de que fueras capaz de
reconocerme. Ya que no puedes ver realmente.
—Puedo ver —digo inmediatamente, aunque no pueda.
Era importante.
Ahora que está aquí, no puedo dejar que se vea ninguna debilidad.
Necesito ser fuerte y tener confianza.
—No, no puedes —responde. Entonces levanta la mano, con los dedos
apretados alrededor de algo—. No sin esto. 18
Entrecierro los ojos para ver lo que tiene en la mano -maldita sea- y
después de un segundo o dos, con muchos ojos entrecerrados, lo distingo.
Mis gafas.
Tiene mis gafas.
Lo fulmino con la mirada. —Cómo... ¿has entrado en mi habitación?
Baja la mano y dice: —Sí.
Entonces jadeo, todavía con la mirada perdida y casi ciega. —Oh, Dios
mío. Qué espeluznante. Esa es mi habitación. Hola? Se supone que no puedes
entrar en mi habitación sin mi permiso.
No puedo estar segura, pero creo que se encoge de hombros.
—Primero, esa es mi habitación —comienza a decir—. Porque todas las
habitaciones de esta casa son mi habitación. Así que realmente no necesito tu
permiso ni el de nadie. Y segundo, no estabas allí para no darme permiso.
Sigo mirando fijamente. —Devuélvelas.
—Claro. —Entonces—. ¿También te gustaría esto?
Con esto se refiere al paraguas.
Está sosteniendo un paraguas. Que por alguna razón sólo estoy notando
ahora.
Es una gran mancha borrosa para mis ojos y al verlo también me doy
cuenta de que, a diferencia de mí, él está todo ordenado y seco.
Maldita sea.
Quiero ser la que está limpia y seca. Quiero ser la que ve con claridad.
Pero la idea de aceptar cualquier ayuda de él me da ganas de vomitar. Así que
sopeso mis opciones y digo:
—No quiero tu estúpido paraguas. Sólo devuélveme mis gafas.
—Está bien —dice despreocupadamente—. Diré, sin embargo, que no creo
que las gafas y la lluvia vayan bien juntas. Pero dado que nunca las he usado -
excelente vista- no me tomes la palabra.
Mi mirada es más fuerte.
Porque tiene razón.
La lluvia y las gafas no van bien juntas. Así que lo más inteligente sería
aceptar su oferta. Y por mucho que lo odie, lo hago; necesito toda mi orientación
y todos mis sentidos agudos e intactos.
—Bien —digo de manera mordaz.
Me limpio la boca con el dorso de la mano y me acerco a él, sintiendo de
algún modo cada gota de lluvia que golpea mi cuerpo. Algo a lo que me había
hecho inmune después de permanecer aquí durante el tiempo que fuera. 19
A los pocos pasos, se le ve con claridad.
Su pecho, al principio.
Pasa de ser difuso a estar bien definido. Denso y sólido. Macizo bajo su
camisa oscura con botones blancos relucientes.
Luego sus hombros. También se vuelven afilados y distintos. Musculosos
e imposiblemente anchos bajo esa chaqueta de tweed que aún lleva puesta, en
plena noche.
También lleva corbata.
Todavía impecable y perfectamente anudada como suele estar, a primera
hora de la mañana cuando se va a trabajar.
Y luego vienen sus manos, o una mano que está sosteniendo el paraguas;
su otra mano está en el bolsillo.
Cuando puedo ver sus dedos, clara e individualmente, envueltos alrededor
del bastón, me detengo. Porque me he acercado lo suficiente.
Extiendo entonces mi mano, dispuesta a aceptar su ofrenda.
Primero me entrega el paraguas.
Que me aseguro de mantener a distancia de sus dedos de aspecto muy
varonil.
Y luego las gafas.
Que también me aseguro de agarrar de él de forma que nuestros dedos no
se toquen.
Y finalmente, la lluvia deja de golpear mi cuerpo y puedo ver.
Puedo ver todo.
Las gotas de lluvia. La noche negra. Y a él.
Mi nuevo guardián.
Alaric Rule Marshall.
No el aburrido hermano mayor o el padre o el abuelo de mi actual tutor.
El hijo.
Una especie de amigo de mi madre.
—¿Y tú? —pregunto.
Sólo lleva un par de segundos bajo la lluvia, pero ya está empapado. Su
ropa ya está pegada a su cuerpo, mostrando exactamente lo grande que es. Qué
grande. Más grande de lo que pensaba.
—Estaré bien. —Entonces—. ¿Cuál es el plan?
—¿Qué plan?
—¿Te vas a escapar a Nueva York esta noche? Si es así, te aconsejo que
esperes a que deje de llover primero. 20
Bien, voy a decirlo. Odio su voz.
Odio lo bien que suena, todo profundo y suave y silencioso.
Incluso cuando se burla de mí.
—¿Entonces qué, no es suficiente con asustarme apareciendo de la nada?
—digo, entrecerrando los ojos hacia él—. ¿También estabas escuchando a
escondidas?
Sus ojos brillan mientras dice:
—Las palabras que buscas son gracias. Porque si no hubiera espiado tu
plan, no habría podido darte una información muy vital.
—¿Qué información vital?
—Que es la manera equivocada —repite lo que dijo al principio. Pero
cuando frunzo el ceño y me quito el flequillo empapado de la frente, continúa
explicando—: A Nueva York. —Inclina la barbilla—. A través de esos árboles que
estabas mirando. O lo intentabas. Tan desesperadamente.
Levantando la barbilla, digo:
—Oh, ¿entonces se supone que debo creer que de repente te importa cómo
vuelvo a Nueva York?
Asume mi postura beligerante antes de responder:
—No tienes que creer nada. —Luego, encogiéndose de hombros—. Pero ahí
fuera no hay nada, salvo más árboles. Y algunos osos muy salvajes.
—Osos salvajes.
—Sí.
—Dices que hay osos salvajes detrás de tu propiedad.
—Por lo que he oído.
Le lanzo una mirada plana. —Estás mintiendo.
Sus ojos -tan oscuros como su cabello y su ropa- parpadean. —Tal vez. —
Luego, sacando la mano del bolsillo, se echa el pelo hacia atrás—. De hecho,
olvida lo que he dicho. Con osos salvajes o sin ellos, te animo a que te arriesgues
y te pasees por el extraño bosque a medianoche. Como haría cualquier persona
responsable y ruda. Tienes mi permiso.
—¿Tu permiso?
—Absolutamente.
—No necesito tu estúpido permiso.
—En realidad, creo que sí. Tengo un documento en mi estudio que lo dice.
Así que ahí está.
El recordatorio. No es que lo haya olvidado, pero aun así. De lo que es para 21
mí.
Este hombre.
De cabello oscuro y ojos oscuros.
Con los hombros más anchos que he visto y la voz más grave que he
escuchado. Este hombre con un nombre que sonaba tan antiguo y aburrido
cuando lo escuché por primera vez, pero que cobró sentido cuando lo vi.
Cuando vi su cara, supe por qué se llamaba algo clásico y vintage.
Es porque es clásico y vintage. Porque cada rasgo de su rostro, cada línea
y ángulo, cada plano y elevación, es la quintaesencia.
Es porque es la definición misma de la belleza masculina.
En realidad es una locura.
Lo jodidamente hermoso que es. Es irreal.
Y he estado ignorando eso, su belleza masculina, pero ahora que está aquí,
no puedo.
Es el tipo de belleza que una vez que pones tus ojos en él, no puedes
quitarlos. No puedes apartar la mirada. Tienes que mirar fijamente.
Probablemente porque es tan irreal y quieres asegurarte de que no estás viendo
cosas.
Quieres asegurarte de que sus ojos son realmente así de oscuros y
brillantes. Y que sus pestañas sean realmente así de espesas y rizadas, y densas
como un bosque. Por no hablar de sus pómulos. Quieres asegurarte de que son
realmente tan altos y afilados, y cómo es que se inclinan tan fluidamente y dan
paso a la mandíbula más perfectamente formada. Toda cuadrada y angulosa.
Con él todo es cuestión de estructura ósea.
Elegante y esbelto.
Y no me hagas hablar de su boca.
Su boca es tan afelpada y curvada en los extremos. Pero no demasiado.
No hasta el punto de hacer que sus labios parezcan femeninos. Pero lo suficiente
como para cortar y equilibrar todos los ángulos pronunciados de su cara, que
por lo demás es afilada.
Creo que nunca he visto un hombre más hermoso que él.
Mi nuevo guardián.
En ese sentido y ante su recordatorio casual, ensancho los pies. —Sí. El
documento que dice que eres mi nuevo tutor.
Su barbilla se inclina y sus pestañas húmedas parpadean hacia abajo para
observar mi postura. —El mismo, sí.
—¿También dice que debes ignorar a tu pupila durante una semana 22
entera?
Ladea la cabeza mientras responde:
—Sabes, no estoy muy seguro. Soy bastante nuevo en esto. Tal vez debería
leerlo de nuevo. Tal vez también descubra qué hacer con tu pupila cuando pinte
tu pared y se beba tu whisky.
—¿Era whisky?
—Y te roba el cigarro.
—Bueno, no es necesario leer el documento. Puedo decirte aquí y ahora
que esto es lo que pasa cuando ignoras a tu nueva pupila y esa nueva pupila soy
yo.
Me estudia durante un momento o dos antes de decir:
—Tomo nota. —Un largo suspiro después—. Así que ahora que estoy
cumpliendo con mis deberes de guardián, ¿en qué puedo ayudarte?
—Quiero volver a Nueva York —suelto sin dudar.
Ah, se siente tan bien decir eso.
Muy bien.
Me ha costado una semana y muchas esperas, que me dijeran —está
ocupado— o —está en el trabajo— o lo que fuera, y una broma con éxito, pero
las palabras están ahí. Un paso más cerca de mi objetivo. Ahora todo lo que
tengo que hacer es convencerlo y entonces, soy libre.
—Nueva York —murmura.
—Sí. —Asiento antes de entrar de lleno en mi explicación—. Mira, siento
lo de la broma. Siento haberte hecho pasar por todas esas molestias. Pero la
verdad es que no te conozco. Ni siquiera había oído hablar de ti hasta hace un
par de semanas. Y estoy segura de que a ti también te ha pasado lo mismo. No
sé en qué estaba pensando Charlie cuando te nombró -a tu familia- como mi
tutor. Pero quiero decir que estoy agradecida. Por venir a rescatarme, por
traerme a tu casa aunque no supieras quién era. Pero no tienes que hacerlo. No
tienes que mantenerme aquí ni cuidar de mí ni hacer ninguna de las tareas de
guardián. Sé que hay un testamento y todas las cosas legales, pero para eso la
gente tiene abogados, ¿no? Mi abogado o el abogado de Charlie -seguro que lo
conoces, Marty- es muy bueno. Estoy segura de que si hablamos con él, puede
encontrar una manera de lidiar con esto. Puede añadir una cláusula o un
apéndice o como sea que se llame. Puede encontrar una manera de traerme de
vuelta a Nueva York, donde he vivido toda mi vida, y no tendrás que ocuparte de
alguien que no tenías ni idea de que existía antes de hace dos semanas.
No soy un experto en derecho, pero lo he pensado mucho.
Sé que soy menor de edad. Lo que significa que necesito un tutor a los ojos
del estado.
23
Pero en ningún sitio dice que tenga que estar viviendo con ese tutor bajo
el mismo techo, ¿verdad?
Todavía puedo vivir en mi antigua casa en Park Avenue, a un par de
manzanas de Central Park. Esa casa sigue siendo parte del patrimonio de Charlie
y, por lo que tengo entendido, pasará a ser mía cuando cumpla veintiún años.
Hasta entonces, mi tutor, con la ayuda de Marty, se encargará de todos los
asuntos.
Y sí, entiendo que la gente frunza el ceño ante los menores que viven solos,
pero el caso es que yo he vivido sola toda mi vida. Mi madre apenas estaba en
casa y yo pasé de niñeras a asistentes e incluso a agentes, cuando Charlie solía
estar ocupada con sus rodajes y compromisos en el extranjero. Así que no es que
no sepa cómo manejarme. Podemos recuperar el antiguo personal y yo puedo
seguir viviendo en Nueva York.
Y abro la boca para decirle todo eso. Para explicárselo y que entienda mi
situación particular.
Pero él habla. Y habla sólo una palabra.
—No.
Me retraigo. No porque lo haya dicho en voz alta, sino porque lo ha hecho
con tanta decisión. Con tanta claridad y de una manera que lo deja todo en firme
para que me quede con un trastabillante:
—¿Qué?
Asimila mi sorpresa y recorre con la mirada mi rostro antes de lanzar una
breve inclinación de cabeza.
—Me alegro de que hayamos tenido esta charla. Ahora...
—Qué, no —le corté—. No hemos tenido esta charla. Ni siquiera has
escuchado mi plan todavía.
Entonces me mira. Una mirada reflexiva por lo que puedo deducir.
Entonces. —Si este nuevo plan es algo parecido a enfrentarse al bosque
en medio de la noche para volver a Nueva York, creo que deberías ahorrarte el
aliento y el tiempo de ambos.
Puedo decirle tantas cosas.
Muchas, muchas cosas en réplica.
Pero.
Esto es serio. Esto es sobre mi vida, sobre mi regreso a Nueva York.
Así que freno toda mi aguda retórica y trato de apelar a él de forma amable,
tranquila y racional. —Como he dicho antes, no te conozco y tú no me conoces.
Y fue muy amable de tu parte dejarme quedarme en tu casa, pero no quiero
quedarme aquí. No quiero vivir aquí. En esta ciudad. Nueva York es donde crecí.
He vivido toda mi vida allí. Mi hogar está en Nueva York y necesito volver. Ahora,
24
entiendo que soy menor de edad y que necesito la supervisión de mis padres.
Pero lo que tienes que entender es que no soy como otros adolescentes. Soy capaz
de estar por mi cuenta. He pasado más de la mitad de mi vida por mi cuenta.
Así que como he dicho, Marty puede llegar a una solución. Puedo traer de vuelta
al antiguo personal. Los cocineros, las mucamas, el chofer. Los antiguos
asistentes de mi madre. Siempre traté con ellos de todos modos y...
—No creo que puedas —dice, cortándome.
—¿Qué?
De nuevo, me estudia con sus ojos brillantes pero insondables. —Por lo
que he oído, no volverán. —Frunzo el ceño mientras sigue—: Porque tienes una
reputación, ¿no?
Mis dedos se flexionan alrededor del paraguas. Mi corazón se retuerce.
—Y tu reputación es la razón —continúa, con su voz profunda y
tranquila—, por la que mi padre fue nombrado tu tutor. Porque nadie más te
aceptaría.
Mi corazón se retuerce más.
Reputación.
Sí, tengo una.
La gente cree que soy una chica salvaje. Una chica problemática. Una niña
que busca atención. Una marimacho, una arpía, una arpía.
Una alborotadora.
No es inmerecido ni injusto.
Acepto completa y totalmente la culpa por ello. He hecho cosas, cosas
malas, para molestar a la gente. Para molestarlos, para hacerles la vida difícil. Y
he hecho todo esto por una razón y sólo una razón.
Para llamar la atención de mi madre.
Para conseguir su amor.
Porque no lo hizo, ves. Ella nunca me amó y tenía razones.
La primera es que soy el resultado de una aventura muy mal pensada y
de corta duración que había tenido con un fotógrafo que la había atraído con las
promesas de hacerla modelo a los diecisiete años pero que la dejó conmigo. Ni
siquiera supo que la chica a la que se tiró -de nuevo, palabras de mi madre- iba
a tener un hijo suyo. Y nunca se molestó en decírselo.
Sinceramente, nunca me ha importado mi padre. Si fue tan imbécil como
para dejarnos a ella y a mí, que se quede fuera.
De todos modos, la segunda razón por la que mi madre me odiaba es
porque cuando sus padres se enteraron de su embarazo, la echaron. Y tuvo que
quedarse en el sofá de una amiga en Nueva York. Por no mencionar que yo era
difícil incluso cuando estaba en su vientre. Hice estragos en su cuerpo y, cuando 25
salí, hice estragos en su vida al exigir siempre atención y cuidados. Fue un
milagro que mi madre se convirtiera en la estrella que es -era- con una hija
infernal como yo.
Todas sus palabras y todas verdaderas.
Le hice la vida difícil con mis maneras de llamar la atención. Preparé
planes y conspiraciones; hice rabietas e hice que todo el mundo se sintiera mal,
mandé a las niñeras y a los asistentes fuera, aterroricé a sus agentes y a sus
novios, para poder estar más cerca de ella. Así que ella pasaba más tiempo
conmigo que en el trabajo o con cualquier otra persona.
Pero lo único que he conseguido es que me odie más, que los demás me
odien más. Y ahora que necesito a esas personas, nadie vendrá a rescatarme.
Excepto él.
Este hombre.
Que sigue:
—Ahora ya sabes que mi padre está enfermo. Lo que significa —hace una
pausa, sus ojos miran los míos—, que eres mía.
Un escalofrío recorre mi cuerpo.
Grande y masivo.
Rueda a través de mí y se abre paso por mi columna vertebral y mis
piernas, hasta llegar a los dedos de los pies.
Es un escalofrío de miedo. De miedo.
Aun así, me mantengo fuerte y digo con voz clara: —No soy un objeto.
—Sin embargo, sigues siendo mía y te quedarás aquí.
—Estoy...
—Ahora que te he escuchado —me corta, con la voz ligeramente más alta
que antes, pero ni de lejos tan histérica o perturbada como me está haciendo
sentir—. Quiero que me escuches: Decido ignorar tu pequeña maniobra de ayer
porque me doy cuenta de que fue un error y un acto nacido de la desesperación.
Deberíamos haber tenido esta charla hace mucho tiempo. Eso es cosa mía.
Abro la boca para decirle que sí, que corre de su cuenta, pero no me deja
hablar. —Así que, por si no me ha quedado claro antes: no vas a volver a Nueva
York. No me importa que hayas crecido allí y que hayas vivido toda tu vida allí.
Ahora estás aquí, en esta ciudad. Vas a vivir bajo mi techo. Y cuando vives bajo
mi techo, muestras respeto. En todo momento y bajo cualquier circunstancia.
No tolero las rabietas ni la rebeldía adolescente. Si rompes algo, lo arreglas. Si
ensucias algo, lo limpias. Si robas algo, encuentras la manera de pagarlo. Y si
pasas por puertas por las que no debes pasar, cierro la puerta de tu habitación.
Contigo dentro. ¿Entendido? —Su pecho se expande con una profunda
respiración—. Ahora, me gustaría que volvieras a entrar y te quitaras esa ropa
mojada y durmieras un poco. 26
—Me odias —digo entonces.
No sé por qué, pero las palabras me salen a la primera.
En realidad, estoy mintiendo.
Sí sé por qué.
Sé por qué lo dije. Lo dije porque no tengo nada que perder aquí y tengo
que convencerlo de alguna manera. Tengo que hacerle ver que no puedo vivir
aquí.
No así.
Lo cual es la mayor razón por la que tengo tantas ganas de volver.
Porque el hombre en cuya casa vivo odia verme.
Y lo hace.
Oh, sí, lo hace.
La prueba de ello está aquí: ante mis palabras, su mandíbula se aprieta.
La primera reacción que me ha mostrado esta noche.
—¿No es así? —Presiono, con el corazón latiendo tan rápido que roza el
dolor—. Marty me dijo que eras amigo de Charlie. Cuando ella vivía aquí. Pero
eso no es cierto, ¿verdad? No eras su amigo. Me doy cuenta de las cosas, sabes.
Me doy cuenta de que cada vez que hablo de mi madre, Mo pone esa mirada en
su cara. Como si estuviera congelada. Como si le doliera o algo así. Sus sonrisas
son tensas. Su voz se vuelve tensa. Por supuesto que no sé la razón. Charlie
nunca habló de este lugar. Todo lo que sé es que odiaba vivir aquí. Quería salir
de aquí y por eso, cuando sus padres la echaron porque estaba embarazada,
aprovechó esa oportunidad y se escapó a Nueva York. Así que no sé por qué Mo
se comporta así, pero hay una razón, ¿no? Y luego estás tú. Me evitas como la
peste. Esta es la primera conversación que tenemos en una semana. Ni siquiera
te quedas en la misma habitación que yo. Es por lo que soy, ¿no? La hija de
Charlie. Por eso me odias.
Me detengo cuando un músculo salta en su mejilla.
Y creo que ahora hablará. Dirá algo, confirmará o negará mi conclusión.
Pondrá fin a todas las preguntas que he tenido desde que llegué aquí.
Pero no lo hace.
Mantiene su silencio y entonces continúo casi desesperadamente:
—Así que puedes ver por qué, ¿verdad? Puedes ver por qué no quiero vivir
en una casa donde la gente me odia. Por no hablar de que, de todos modos, ¿por
qué me querrías cerca? Deberías buscar la manera de deshacerte de mí. —Trago
fuerte—. Tú no me quieres aquí y yo no quiero vivir en una casa donde no soy
bienvenida. Así que esto es tanto para ti como para mí. Deja que me vaya. Es así
de fácil.
Lo es. 27
Sólo que no sé por qué pero me duele.
Pica.
Que me odie.
Lo cual es ridículo.
Porque no debería importar si lo hace o no. Ni siquiera lo conozco. Así que
no debería importarme.
Pero por alguna razón, lo hago y no entiendo por qué.
—No.
—¿Qué?
Me echa una última mirada -al menos eso es lo que parece- antes de dar
un paso atrás. —Que pases una buena noche. Si te da la gripe, aléjate del
personal.
Entonces se da la vuelta y estoy tan sorprendida que ni siquiera lo detengo
cuando empieza a alejarse.
No hasta que esté a punto de desaparecer.
—Espera. ¿Qué... has oído lo que he dicho?
No hay respuesta y tampoco se le puede detener.
Corro tras él. —¿Qué estás haciendo? ¿Me estás escuchando? Hice el
argumento perfecto.
Sigue caminando.
—Oye, para, ¿de acuerdo? —vuelvo a gritar—. No puedes alejarte de mí.
No puedes...
Exhalo bruscamente porque no está funcionando.
No se detiene y no responde.
Así que al detenerme en medio de este enorme y jodido balcón, con la lluvia
golpeando el suelo y los truenos rodando en el cielo, casi grito:
—Esto es un secuestro, ¿me oyes? Me tienes aquí en contra de mi
voluntad. Es ilegal. Es un crimen. Eres un maldito criminal. Voy a llamar al 911.
Por fin, por fin se detiene.
En el umbral de la puerta, protegido de la lluvia, se detiene en seco y me
mira. —Diles que he dicho hola.
Aprieto los dientes y aprieto los puños. —Eres un idiota.
—Diles eso también. Puede hacer que tu caso sea más fuerte.
—Sabes qué, no. No eres un idiota. Eres el diablo.
—¿Seguro que quieres el 911 entonces? Tal vez deberíamos llamar a la 28
iglesia.
Le sacudo la cabeza. —No sabes lo que estás empezando aquí.
—¿Y qué es lo que estoy empezando?
—Una guerra —le digo—. Estás empezando una guerra.
—Guerra.
—Sí. Porque si crees que has ganado, quiero que lo pienses de nuevo. No
me voy a quedar con las ganas. Y déjame decirte algo sobre mí, mi reputación de
la que has oído hablar... Es todo cierto. Soy una alborotadora. Una chica
problemática. Una arpía. Y soy muy rencorosa. Muy, muy mala.
Ante esto, sus ojos brillan. Brillan y me asimilan.
Observan mi forma de respirar con dificultad, mis puños cerrados, mis
ojos brillantes antes de murmurar:
—Tomo nota.
—Bien. —Inspiro bruscamente—. Porque estoy a punto de quemar su vida
y convertirla en un infierno, señor Marshall.
En cuanto lo digo -Señor Marshall- un escalofrío, muy parecido al que
sentí cuando me llamó suya, me recorre el cuerpo. No sé por qué. No es la
primera vez que lo digo.
De hecho, así es como lo he estado llamando porque Mo me lo dijo.
Señor Marshall.
Me dijo que así es como le gusta que se dirijan al señor Marshall. O doctor
Marshall debido a su doctorado. Escogí señor Marshall porque de ninguna
manera lo llamaré doctor Marshall.
Pero en fin. Siento que debería haberlo llamado por su nombre de pila sólo
para enfurecerlo y estoy a punto de hacerlo cuando hace algo... inesperado.
Y sorprendente.
Sus labios se mueven antes de levantarse por un lado. En una pequeña
sonrisa ladeada.
Lo que me golpea en el vientre.
Como su voz.
Porque juro por Dios que lo hace aún más hermoso. Como si eso fuera
posible o necesario.
—Ah, pero yo soy el diablo, ¿recuerdas? Mi vida ya es un infierno y estoy
acostumbrado a arder. —A continuación dice—: Y si vamos a ir a la guerra, al
menos deberíamos tutearnos. ¿No crees? —Hace una pausa, y otro escalofrío
recorre mi cuerpo—. Poe. Así que no dudes en llamarme por mi nombre.
Y luego se va.
Desaparece delante de mis ojos.
29
Como si realmente fuera el diablo.
Como si no hiciera temblar mi cuerpo. Mi corazón. Mi mundo.
Y entonces me hago una promesa a mí misma.
Que lo odiaré por siempre y que haré todo lo posible para que su vida sea
un infierno.
Que nunca -nunca, no en esta vida- lo llamaré por su nombre.
Alaric.
El hombre del Renacimiento

L
laman a la puerta y levanto la vista de un artículo sobre el
humanismo, un movimiento cultural del siglo XIV, que estaba
leyendo.
O tratando de leer.
—Entra.
La puerta se abre y aparece Mo. Me saluda con la cabeza y dice:
—Ha salido. Finalmente bajó.
Mis dedos se aprietan alrededor de los papeles.
Todo mi cuerpo se tensa pero consigo asentir. —De acuerdo. Gracias por
avisarme.
30
Con pura fuerza de voluntad, vuelvo a mi artículo, con la esperanza de
concentrarme por fin lo suficiente como para poder terminar este párrafo. Pero
Mo dice:
—Parecía cansada.
A pesar de mí mismo, digo:
—¿Puedes asegurarte de vigilarla? En caso de que tenga fiebre o algo así.
—Y luego—: La ha pillado la lluvia.
—Claro, por supuesto.
Empiezo a leer. —Gracias.
Ahora se irá. Al menos eso es lo que espero que haga.
Y entonces me concentro.
Tengo que hacerlo.
Además de mis propias clases y de un trabajo que hay que entregar la
semana que viene, tengo que preparar una charla. Además de una reunión del
departamento sobre la propuesta de presupuesto para el próximo año. A
continuación, otra reunión con el ayuntamiento. No tengo tiempo que perder y
ya he perdido una hora.
Pero no se va. Se queda en la puerta, obligándome a levantar la vista y
preguntar con voz cortada: —¿Hay algo más?
Con cara de duda, dice:
—Sólo... me preguntaba.
Frunzo el ceño, mi paciencia se agota. —Sobre.
Su vacilación crece. —Ella... se parece a Charlie.
Mis dedos se tensan aún más.
De hecho, casi estoy arrugando el papel entre mis dedos.
—No en el sentido obvio, por supuesto —continúa Mo—. No el color del
cabello, ni siquiera los ojos. Pero sí la forma en que se comporta. Sus gestos y
esta belleza y gracia sin esfuerzo.
Mo no se equivoca.
Se parece a Charlie, y no, no en el sentido obvio. El cabello de Charlie era
rubio y sus ojos marrones oscuros, mientras que su cabello es negro como la
medianoche y sus ojos son de un azul nítido. Charlie nunca llevaba gafas;
supongo que eran demasiado impropias de ella, así que llevaba lentillas,
mientras que sus gafas son gruesas y de montura negra. Y Charlie nunca se
dejaría atrapar por la lluvia como ella. Por lo que parece, se habría quedado allí
toda la noche si yo no hubiera subido a traerla de vuelta; la vi a través de la
ventana de esta oficina. 31
Y tampoco Charlie sería tan libre con sus emociones y pensamientos. Hay
una razón por la que Charlie fue capaz de hacer una carrera como actriz; era
buena en ello.
Pero ella no.
No la hija de catorce años de Charlie, rebelde y problemática.
Miro hacia la pared donde ha pintado su mensaje con spray.
Ya no está. Mo y el personal se encargaron de ello, pero aún puedo verlo,
de un rojo intenso.
Me obligo a relajar el agarre del papel mientras respondo: —No me había
dado cuenta.
Sus ojos se vuelven preocupados y aprieto los dientes. —Sólo quiero
asegurarme de que estás bien. Que...
—Deberías irte a dormir.
Pero ella es persistente. —Pero Alaric, realmente creo que deberías...
—Buenas noches.
Por un segundo parece que Mo no me va a escuchar, pero se echa atrás.
Asintiendo, dice: —Buenas noches entonces.
Pero cuando se va, grito:
—¿Puedes? —y ella se vuelve hacia mí—, asegurarte de que —inspiro con
fuerza—, está bien. A partir de ahora, quiero decir. Sólo cuida de ella. Sólo... Tú
estás a cargo de ella.
Así no tengo que hacerlo.
Así no tengo que mirarla ni hablar con ella ni pensar en ella.
Así no tengo que pensar en el pasado.
Ya cometí el error de darle permiso para tutearme cuando nadie -
absolutamente nadie, salvo Mo- tiene derecho a llamarme de otra manera que
no sea señor Marshall o doctor Marshall. Debido a este insano e irracional deseo
de hacerla sentir más cómoda.
A la mierda.
No me importa si está cómoda.
Lo único que me importa es que no me moleste mientras esté aquí.
Cuando Mo asiente obedientemente, suelto un suspiro de alivio, pensando
que ahora puedo concentrarme.
Pero durante mucho, mucho tiempo después de que ella se haya ido, no
puedo.
Durante mucho, mucho tiempo, miro fijamente la pared donde pintó su
mensaje con spray.
32
Poe.
PARTE 1I
33
El Tirano + La Sirena
Escuela St. Marys para adolescentes con problemas.
Presente.

Y
a es hora.
Y todo está listo. Todo el mundo está listo.
Todo el mundo está reunido en un grupo, con los ojos en el
horizonte lejano, fijados en el objetivo.
Todo el mundo contiene la respiración, con las manos apretadas en el
pecho o echando el pelo hacia atrás, alisando las faldas, subiendo los calcetines,
asegurándose de que todas están perfectas y bonitas con sus uniformes
escolares: blusa blanca, falda color mostaza y calcetines hasta la rodilla con
Mary Janes negras.
34
Alguien exhala entonces: —Mierda, no puedo esperar.
Seguido de otra persona diciendo: —Lo sé.
—Esto es como la mejor parte de mi día —dice un tercero.
Lo que hace que otra persona, el cuarto orador, responda: —Lo sé. Sólo ha
pasado una semana, pero Dios, ¿cómo vivíamos antes de esto?
Quiero corregirla y decir que han pasado ocho días.
Así que más de una semana, pero me callo.
—¿Crees que hoy es el día en que va a mirar hacia aquí? —dice una quinta
voz.
—Puede ser. Pero cruzo los dedos —responde otra voz.
Debería descruzarlos, sus dedos.
No lo hará.
No tiene interés en mirar hacia aquí. Nunca ha tenido mucho interés en la
gente. La gente está por debajo de él.
Sin embargo, los libros de ahora son una historia diferente.
Le interesa más lo que dice un libro que lo que se ríe un grupo de
adolescentes.
Al menos, así es como lo recuerdo.
Pero, de nuevo, no les digo eso.

—¿De qué color crees que será su chaqueta? —pregunta alguien,


probablemente la primera chica que habló.
—No lo sé. Tal vez azul. Como azul oscuro —responde otra voz conocida.
—Me gustaría mucho verlo de azul oscuro.
No.
Se equivoca de nuevo.
El azul no es su color.
Nunca se viste de azul, ni siquiera de azul oscuro.
No hay ni una sola cosa azul en su armario; lo he comprobado. Y el puñado
de veces que lo he visto en los últimos cuatro años, siempre ha vestido de negro
o gris o marrón chocolate, como sus ojos.
He llegado a la conclusión de que es porque el azul es demasiado colorido
para él. Y él no es un hombre colorido. Es el tipo de hombre que chupa toda la
alegría de este mundo y por eso tiene sentido que use colores que chupan toda
la alegría del mundo también.
Además, si lo piensas bien, el diablo nunca se viste de azul. 35
Pero, como he hecho durante los últimos ocho días, voy a guardarme estos
conocimientos para mí y me voy a sentar tranquilamente en este banco de piedra
del patio mientras leo mi libro de biología.
O mientras intento leer mi libro de texto de biología.
Vale, bien. Ni siquiera lo estoy intentando.
Claramente, estoy escuchando.
Pero voy a parar ahora. No es que digan o hagan algo nuevo o remotamente
interesante. Esto es lo normal desde hace días.
Todas las mañanas, un grupo de chicas se reúne aquí en el patio antes de
que suene la primera campana. Todas tienen los ojos brillantes y las mejillas
sonrosadas, rebosantes de entusiasmo y alegría. Sus ojos felices miran siempre
a lo mismo: una hilera de casitas en el otro extremo del campus, al otro lado del
enorme claro verde.
Mientras esperan que comience su día.
Es molesto. No voy a mentir.
No su entusiasmo.
Por supuesto que no. No les envidiaría ni siquiera una pequeña cantidad
de alegría, no en este lugar.
Lo que me molesta es su razón.
La razón por la que son tan felices y risueñas y están tan entusiasmadas.
Y entonces sucede.
Oigo un jadeo colectivo del grupo.
Él está aquí. La razón de toda la emoción.
Aunque no hubieran jadeado, lo sabría.
Es el aire que me lo dice.
Se pone caliente y pesado.
Mi piel se calienta. El sudor recorre mi columna vertebral. Mis pulmones
se llenan de humo y no puedo respirar.
Hace cuatro años, le dije que iba a incendiar su vida, pero me equivoqué.
Él es el iniciador del fuego.
Es el lanzallamas. El encendedor, la cerilla.
Y el tiempo no ha cambiado eso.
Y tampoco ha cambiado el hecho de que siempre que está cerca, mis ojos
se dirigen inevitablemente a él.
Como lo hacen ahora.
Una figura oscura que atraviesa a zancadas el vasto y verde claro. 36
Lleva una chaqueta de tweed, una camisa y un pantalón de vestir.
Todo negro, todo nítido.
Todo intimidante.
Pero no tan intimidante como él mismo.
A pesar de que él está muy lejos todavía, se puede decir que es alto.
Probablemente sea uno de los hombres más altos que hayas visto. También es
ancho. Sus hombros envueltos en una chaqueta de tweed, incluso desde esta
distancia, parecen que bloquearían el sol, la luna, las estrellas, si se pusiera lo
suficientemente cerca.
Y luego están sus muslos.
Sus poderosos y musculosos muslos que sobresalen y se tensan bajo sus
pantalones de vestir mientras camina, cubriendo el doble de distancia que
normalmente. O al menos, que normalmente lo haría.
Y así, muy pronto, se acerca lo suficiente como para ser enfocado.
Los finos detalles de él.
Su cabello oscuro con rizos que brillan bajo el sol del verano. También
rozan el cuello de su chaqueta. La oscuridad de su piel. Su corbata oscura. El
cuello de su camisa de vestir. El brillo de sus mocasines italianos, también
negros. El maletín que lleva, agarrado por sus largos dedos.
Y su rostro.
Eso también se pone de manifiesto.
Y tengo que decir que es -como la primera vez que lo vi hace cuatro años-
espectacular. Es asombroso y sobrecogedor. Incluso más que antes, si cabe.
Como si sus rasgos se hubieran vuelto más definidos y afilados con el
tiempo. Como si sus pómulos se hubieran afinado aún más con la edad. Su
mandíbula se ha vuelto más angulosa a los treinta y cinco años que cuando tenía
treinta y uno. Sus cejas se han vuelto más arrogantes y su boca, la única cosa
suave en su cara tan clásicamente masculina, se ha vuelto más suave y más
regordeta. Tal vez porque tenía que hacerlo, para equilibrar el aumento de la
agresividad.
Pero lo más bonito de él son sus ojos.
Lo cual no puedo ver porque lleva un par de gafas de sol de infarto. Tan
brillantes y caras como el resto de su conjunto.
Pero aun así, sé que sus ojos son de color marrón chocolate. Sé que están
rodeados de pestañas gruesas y tiznadas. Se elevan ligeramente hacia arriba en
los lados, al igual que sus labios.
Así que sí, espectacular.
Y como predije, no las mira. El grupo de chicas en el patio que están
abiertamente embobadas con él. 37
Sin embargo, para ser justos, no sabría qué es lo que está mirando, ya que
sus ojos están ocultos, pero sé que no inclina la barbilla ni inclina la cabeza ni
interrumpe su paso de ninguna manera cuando pasa junto a ellas, lo que podría
indicar que es consciente de su presencia.
Su adoración.
Ignora por completo que una de esas chicas soy yo.
Que lo observo mientras atraviesa el patio y llega a los escalones de
hormigón, como solía observarlo a través de la ventana de mi habitación del
segundo piso cuando vivía en su estúpida mansión. Lo observo mientras sube
esos escalones con propósito, llegando al rellano antes de que desaparezca por
las grandes puertas que marcan la entrada del infierno.
También conocida como la Escuela St. Mary para Adolescentes con
Problemas.
Y definitivamente no es consciente de que hago todo eso, de que lo observo
y sigo todos sus movimientos, con lo contrario de la adoración.
Lo observo con odio.
Y déjame decirte que hay razones para ello.
Varias razones para el odio que siento.
Que he sentido desde los catorce años, y ahora que tengo dieciocho, ese
odio no ha hecho más que crecer.
Al igual que su belleza masculina.
—Hola.
Sobresaltada, desvío la mirada hacia la puerta por la que ha desaparecido
hace unos instantes. Y parpadeo. Cuando mi visión se aclara, me doy cuenta de
que el “hola” procede de una chica de cabello rubio miel y rostro amable, que
está sentada en la mesa de cemento, frente a mí.
—Eh, hola —digo insegura, moviéndome en mi asiento—. Lo siento,
estaba... no te vi allí.
Ella sonríe, poniendo su bolsa de libros en la mesa. —Oh, está bien.
—Sabemos que estabas preocupada.
Esto lo dice una segunda chica que viene a sentarse al lado de la primera.
Tiene el cabello color cobre más bonito que he visto nunca. Por no hablar de las
pecas que salpican como la canela su pálida piel, especialmente la nariz y las
manzanas de las mejillas. Lo que también me hace darme cuenta de que la
conozco.
Yo también conozco a la primera chica, de hecho.
Ahora que mi mente no está nublada por otras cosas, sé que son personas
mayores como yo.
Pero antes de que pueda decir algo, la chica de cabello cobrizo dice: — 38
¿Quieres un caramelo?
Miro hacia abajo y veo que me ofrece un cordón negro, corto y retorcido,
que flota entre sus dedos. Volviendo a mirar hacia arriba, le pregunto: —¿Qué
es eso?
—Regaliz —dice ella—. Regaliz negro Twizzler.
Vuelvo a mirar el Twizzler del tamaño de un bocado. —No, gracias.
—¿Segura? El azúcar es mágica. —Cuando sacudo la cabeza para
confirmar que no lo quiero, se lo lleva a la boca y lo mastica—. Espera, también
tengo un chicle.
—¿Qué sabor? —pregunto antes de pensarlo mejor.
—Eh, veamos. —Busca en su mochila, que también está en la mesa—.
Tengo regaliz, por supuesto. Menta, fresa. Sandía. Ah, y de cereza.
—Tomaré el de cereza.
¿Qué?
No.
No aceptaré en absoluto la cereza.
¿Por qué he dicho eso? Ni siquiera me gusta la cereza.
Bueno, quiero decir que se supone que no me gusta la cereza.
Y la razón es porque le gusta.
A. Él.
Al diablo.
Es un gran fan de las tartas de cereza, de hecho, y cuando vivía en la
mansión, Mo le preparaba una casi cada dos días. Y yo rezaba para que tal vez
esta fuera la tarta que lo matara por la sobrecarga de azúcar.
—Aquí tienes.
Me ofrece una tira envuelta en magenta que quiero rechazar sólo por
principio. Pero se ha tomado la molestia de buscarla, así que no puedo. Además,
¿por qué debería privarme de mi cosa favorita sólo porque también es su
favorita?
Se lo quito y me lo meto en la boca.
—Gracias —digo, saboreando la dulce cereza en mi lengua y amándola—.
Eres, eh, Jupiter, ¿verdad?
Ella sonríe. —Sí. Y esa es Echo.
La primera chica me saluda. —Hola.
Bien, Echo.
Por supuesto que conozco a estas chicas.
Porque, como he dicho, los dos son de último año como yo y, por tanto, 39
hemos tenido algunas clases juntas a lo largo de los años; sin embargo, nunca
he tenido la oportunidad de hablar con ellas.
Aunque he querido hacerlo.
Al menos durante los últimos días.
Porque por lo que parece, están en el mismo barco que yo, ¿no?
—Hola —le digo a Echo—. Encantada de conocerlas. A los dos. Aunque ya
nos conocemos. Es decir, no hemos hablado pero seguro que sabes que hemos
estado en algunas de las mismas clases a lo largo de los años.
—Sí. Química, trigonometría, biología y literatura inglesa —responde
Echo, contando con los dedos.
—Ah, y física —añade Jupiter.
—Sí. Normalmente no presto atención en las clases, así que. —Me río entre
dientes—. Quiero decir, estoy aquí, ¿verdad? Prueba A.
Por estoy aquí, no sólo me refiero a este infierno de escuela, sino también
al hecho de que estoy aquí durante el verano. Cuando todos sabemos que las
sesiones regulares de la escuela están fuera, y todos los demás son libres y se
divierten en sus vacaciones de verano.
Pero yo no.
Nosotras no.
—Bueno, tampoco somos buenos prestando atención, así que —dice Echo
amablemente.
—Sí, básicamente apestamos —dice Jupiter—. Quiero decir, yo apesto.
Echo es mejor. Pero biología le ha dado por culo.
Echo suspira. —Eso y las matemáticas. Quiero decir, cómo alguien espera
que seamos expertas en el sistema cardiovascular mientras también aprendemos
sobre la integración está más allá de mí.
—Ugh, no. Lo peor es la ley de la termodinámica. Como, ¿qué es eso? ¿Por
qué me importa el flujo de energía? Todo lo que quiero hacer es salir a la calle
bajo el sol, llevar un bikini que haga que mis tetas se vean bien y nadar en la
piscina de mi vecino.
—A pesar —se dirige Echo a mí—, de que le han dicho numerosas veces
que no puede hacerlo.
Jupiter pone los ojos en blanco. —Lo que sea. Mis vecinos son unos
psicópatas del control. ¿Qué voy a hacer, no nadar? —Luego, se dirige a mí—.
Soy un bebé acuático. Tengo que nadar. Y no es mi culpa que no tengamos una
piscina en nuestro patio. Además, ellos tienen una piscina increíble. Iría a nadar
en ella aunque no fuera un bebé acuático. —Suspira—. Pero la echo de menos.
Dios, la echo de menos.
Esto hace que Echo suspire también. —Lo sé. Echo de menos estar fuera. 40
Echo de menos los helados. Como esos blandos. Ya sabes, los que te dan en un
camión de helados. Con piñas. Quiero piñas. Como, sólo dame piña en todo.
—Sí —coincide Jupiter—. Pero sobre todo con ron y coco.
Echo sacude la cabeza. —Así que básicamente, ¿una piña colada
entonces?
—Sí. —Jupiter sonríe—. Y es aún mejor cuando lo bebes en la piscina de
mi vecino.
Van y vienen un poco más, enumerando las cosas que echan de menos
hacer durante el verano. El único par de meses que tenemos para escapar de
este infierno. Pero este año, no podemos porque vamos a la escuela de verano a
causa de nuestras bajas calificaciones.
Pero es más que eso.
Es peor que eso.
Porque se supone que no debemos ir a la escuela en absoluto, y mucho
menos a la escuela de verano.
Se supone que hemos terminado la escuela. Se supone que nos
graduamos.
O se suponía que lo haríamos. Hace un mes.
Como el resto de nuestra clase superior.
—Pero de todos modos —dice Echo—. No es por eso que estamos aquí.
—¿Qué?
Después de mirar a su alrededor para asegurarse de que estamos solas -
lo estamos; esas chicas se dispersaron en cuanto entró en el edificio de la
escuela-, Echo se inclina hacia delante, poniendo los brazos sobre la mesa. —
Para ayudarte.
—¿Para ayudarme? —Las miro a las dos—. ¿Hacer qué?
Jupiter también se inclina hacia delante y se mete un pequeño Twizzler en
la boca. —Para gastarle una broma.
A él.
Al maldito diablo.
Mi guardián.
El señor Marshall.
O más bien el director Marshall ahora.
Sí.
Porque no le bastaba con ser mi tutor y mantenerme bajo su pulgar como
lo ha hecho durante cuatro años, sino que también tuvo que aceptar el trabajo
como director temporal de esta escuela. Y su primer acto como director: retener 41
mi graduación y mantenerme en esta escuela tipo prisión durante el verano.
Sí, he dicho que es una prisión porque es una escuela que parece una
prisión.
Un reformatorio sólo para chicas situado en medio del bosque, en la ciudad
de St. Mary’s.
Es decir, todas las chicas que vienen aquí tienen problemas de una u otra
forma.
Son las que rompen las reglas. Las rebeldes. Las delincuentes. Los dolores
en el culo de los que todos a su alrededor están hartos.
Y por supuesto, encajo perfectamente, ¿no?
A veces pienso que si mi madre hubiera conocido este lugar, habría
aprovechado la oportunidad de enviarme aquí. Pero no lo hizo.
Pero él lo hizo.
Mi tutor se convirtió en director.
Él conocía este lugar. Su familia construyó este lugar. Hace décadas y
décadas.
Así que aquí estoy, enviada aquí hace tres años para ser rehabilitada y
restaurada.
Sólo una de las muchas razones por las que todavía lo odio.
Por qué lo odio más por mantenerme aquí.
Me tomo un momento para asimilar sus palabras y sus ojos expectantes
antes de que, todavía confundida, diga:
—¿Qué? ¿Qué broma?
Echo es la que explica. —Mira, tú odias este lugar tanto como nosotras.
De hecho, creo que odias esto más que nosotras. Pero sobre todo, estás triste por
estar aquí. Se nota. Siempre estás sola. Te sientas en un rincón, sin hablar con
nadie. Agachas la cabeza durante las clases. Incluso durante el almuerzo.
Apenas te relacionas con el personal cuando antes eras la mejor amiga de
muchos de ellos, siempre pidiendo favores, metiendo y sacando cosas de la
cocina. Ya no estás nunca en la sala de televisión, y solías ser la primera en
llegar, rogando a los celadores que nos dejaran ver más del tiempo que nos
correspondía.
Algo me pincha los ojos, la garganta.
No sabía que mi miseria era tan evidente. Tan transparente. Y odio que lo
sea.
No quiero que nadie sepa que estoy luchando. Que algo está mal en mí.
No sólo porque odio derrumbarme delante de la gente. Sino también
porque soy la maldita Poe Blyton. 42
Soy la perdición de la existencia de todos. Tengo una reputación que
mantener.
Así que empujo todas mis emociones hacia abajo y voy a hablar, a mentir
y negarlo, pero Jupiter habla primero. —Estamos aquí para ofrecerte nuestra
ayuda. Sé que no somos cercanas y que no hemos hablado mucho entre
nosotras, pero puedes confiar en nosotras. —Echo asiente para enfatizar las
palabras de Jupiter—. Haremos todo lo que podamos para ayudarte. Y quizá
gastarle una broma podría animarte un poco, ¿sabes?
De nuevo voy a hablar, pero Echo llega antes que yo. —Puede que incluso
te haga... echarlos menos de menos. Así que si te apetece, nos gustaría ayudar.
¿Qué te parece?
Sé que ahora puedo hablar. Sé que quieren mi respuesta pero no creo que
pueda.
No después del recordatorio de por qué soy miserable y la estoy pasando
mal.
Ellas.
No es que lo haya olvidado. No puedo.
Es insondable olvidarse de ellas. Cada día que vivo aquí es un recordatorio
crudo y brutal de que no están aquí.
Mis amigas. Mis chicas.
Todas las chicas que van a esta escuela tienen el sueño de graduarse y
dejar este lugar algún día. Es el único pensamiento que nos hace seguir adelante.
Pero además de eso, también tengo a mis chicas -Callie, Wyn y Salem- para
seguir adelante. Especialmente Callie, a quien conocí el primer día que estuve
aquí. Le siguió Wyn un año después y luego, Salem otro año después.
La amistad entre nosotras nos mantenía cuerdas y esperanzadas.
Todas nos cubríamos las espaldas pase lo que pase y teníamos muchos
planes para salir de aquí y volver al mundo real. Del que todas habíamos sido
desterradas por una u otra razón.
Y me alegro de que estén ahí fuera ahora.
Lo estoy.
Sólo estoy triste por no estar con ellas. Que estoy atrapada aquí sola.
—Yo... —Trago fuerte, mis dedos jugando con las páginas de mi libro—.
Yo...
—Oh, Dios —murmura Echo, acercándose para agarrar mi mano—. No
queríamos hacer que te molestes.
Jupiter toma otra. —Sí, caramba, no queríamos ponerte aún más triste.
Lo sentimos mucho. Yo...
—No —la interrumpí, obligándome a controlarme—. Por favor, no te 43
disculpes. Es que... no me lo esperaba. Estaba... Las dos tienen razón. Echo de
menos a mis amigas. Y sí, he estado un poco fuera de mí. Sólo que no sabía que
alguien lo notara.
Jupiter me aprieta la mano. —¿Estás bromeando? Eres el alma de la fiesta,
Poe. Por supuesto que nos hemos dado cuenta.
—Pero no te preocupes. —Salta Echo—. Somos las únicas. Porque somos
mayores y te conocemos. Las otras chicas son en su mayoría de segundo y primer
año, que por cierto eligen estar aquí —pone los ojos en blanco—, no tienen ni
idea.
—Sí, así que tu crédito callejero de alborotadora está a salvo —dice
Jupiter.
Y sonrío, probablemente mi primera sonrisa desde que empezó esta mierda
de escuela de verano. —Bien. Gracias. —Y entonces, antes de que pueda
detenerme, pregunto—: Uh, ¿les gustaría salir?
Echo frunce el ceño. —Salir. ¿Como fuera del campus?
—Pensé que no se nos permitía salir del campus —dice Jupiter.
Técnicamente, no lo hacemos.
Y esta regla sólo se aplica a nosotras tres, las malas estudiantes de último
año que aún no se han graduado.
Porque no tenemos privilegios.
Como se trata de un reformatorio al que envían a las chicas para que se
rehabiliten, tienen un sistema de privilegios. Lo que te dan como recompensa si
te portas bien.
Si apruebas el examen, te dan una hora más de televisión. O si llegas a
tiempo a tus clases, te dejan usar el ordenador durante más de una hora. Y si te
has portado muy, muy bien y has entregado todos los deberes o has sacado un
sobresaliente en tu examen, además de comportarte con educación, te dejan
salir los fines de semana.
No hace falta decir que no he tenido muchos privilegios.
A todos los estudiantes se les asigna un orientador que lleva la cuenta de
sus actos y fechorías, y el mío había estado muy ocupado contando mis fechorías
y quitándome privilegios a diestra y siniestra.
De todos modos, cuando dije que mis chicas me cubrían la espalda pasara
lo que pasara, me refería a que realmente lo hacían. Es decir, que sabían lo
miserable que sería sin ellas. Porque ellas también lo serían, si fueran las que se
hubieran quedado atrapadas aquí. Así que antes de separarse de mí, hicieron
un plan.
Que mantendremos nuestras tradiciones.
Escaparse a un bar llamado Ballad of the Bards, todos los viernes por la
noche. 44
Ahora que mi graduación vuelve a ser un sueño, he estado contando los
días hasta que pueda ir a verlas.
Y entiendo que lo que propongo a Jupiter y a Echo puede no ser de su
agrado. Pero sinceramente me siento bien por primera vez en mucho tiempo. He
sonreído por primera vez en mucho tiempo, y es gracias a ellas. Han sido muy
amables conmigo. Así que tenía que hacerlo.
—Bueno, no lo haremos, pero me refería más bien a lo extraoficial —digo,
inclinándome hacia delante.
Los ojos de ambas brillan ante mis palabras.
Jupiter es quien habla primero. —Dios mío, sí, por favor.
—Lo que ella dijo —dice Echo con entusiasmo—. Por favor, llévanos.
—¡Sí! Trato —les digo y ellas chillan y chocan los cinco antes de chocar
conmigo—. Vamos el viernes por la noche.
Ya estaba bastante emocionada por el viernes, pero ahora esa chispa crece.
Y me hace sentirme yo misma por primera vez en días. Por primera vez desde
que me enteré de que no podría graduarme con mis amigas.
Que él no me dejaría.
Que me mantendría aquí más tiempo, me torturaría con más tiempo entre
rejas.
Pero adivina qué, estoy recuperando el control. Al menos, algo de él.
Me escabullo delante de sus propias narices.
Y tampoco sólo el viernes por la noche, no.
Esta noche también.
Porque la graduación y mis amigas no son lo único que me ha quitado,
¿verdad?
También se ha llevado algo más.
Otra persona.
Me ha quitado al amor de mi vida.

45
A
l principio, hubo lágrimas.
Muchas, muchas lágrimas.
Lágrimas derramadas en las almohadas. Lágrimas
derramadas bajo la manta, en la ducha, entre clases. En un
rincón tranquilo de la biblioteca. En el baño del tercer piso que siempre está
fuera de servicio, por lo tanto vacío y un lugar perfecto para llorar.
Durante las primeras semanas que me enviaron aquí, a St. Mary, lo único
que hice fue esconderme y llorar.
Pero entonces las cosas cambiaron.
Porque Callie me encontró, se hizo amiga mía y el resto es historia.
Siempre digo que Callie, y luego Wyn y Salem, me salvaron de volverme
loca en este reformatorio. Pero me salvaron de mucho más. 46
Me salvaron de la angustia.
Porque cuando me enviaron aquí, no sólo estaba enojada por haber sido
desterrada, también tenía el corazón roto.
Yo también tenía el corazón destrozado y devastado.
Sobre mi historia de amor rota.
Sí, antes de que me enviaran aquí estaba enamorada de un chico.
De hecho, esa es la razón por la que me enviaron aquí.
De todas las razones que podrían haber hecho que me desterraran, el
enamoramiento fue la que al final me atrapó. Y créanme cuando digo que había
muchas otras razones. Muchas.
Porque mientras vivía bajo su techo, hice todo lo que pude para cumplir
la promesa que le había hecho aquella noche bajo la lluvia. De hacer su vida un
infierno.
En realidad tenía toda una rutina en ese entonces.
La escuela y las clases aburridas; disparar la mierda con Mo; explorar los
vastos terrenos que rodean la mansión; hacer cosas y gastar bromas para
meterme con él.
Después de un tiempo, tengo que admitir que empecé a... disfrutar de la
vida en esa mansión.
Empecé a disfrutar de Middlemarch y de lo tranquila que era. Salvo las
veces que yo misma perturbaba la paz. Empecé a acostumbrarme a mi rutina.
Y la mayor razón para ello fue Jimmy.
Jimothy Wilson.
Tenía los ojos azules y el cabello rubio, y una voz que me hacía olvidar mi
propio nombre.
Su voz fue la razón por la que nos conocimos en realidad.
Lo seguí un día, en una fresca mañana de primavera de abril, hasta el
bosque que hay detrás de la mansión. Y lo encontré sentado en un tronco, con
la cabeza rubia inclinada y los brazos musculosos acunando una guitarra.
Estaba tocando y tarareando una melodía, y yo no podía apartar la vista. Lo
miraba y lo miraba fijamente hasta que se dio cuenta de que alguien lo estaba
observando.
Levantó la vista.
Me vio con sus ojos azules.
Y sonrió.
Lo recuerdo vívidamente. Su sonrisa suave y curiosa.
Porque ese fue el instante en que caí. 47
En el amor, quiero decir.
Pasamos toda esa mañana hablando y riendo. Me enteré de que se llamaba
Jimothy pero la gente le llamaba Jimmy. Tenía diecisiete años, había dejado la
escuela en su segundo año, y que este lugar en el bosque era su favorito. Le
encantaba venir aquí por las mañanas para estar solo y con la naturaleza. Y
practicar su música.
Porque Jimmy era un músico. También era poeta.
Era el cantante y el letrista de su banda, y quería triunfar.
Sabía que lo haría porque era fenomenal y, desde entonces, todos los días
se presentaba por las mañanas antes de la escuela y quedábamos en el mismo
sitio. Hablábamos; yo le contaba todo sobre Charlie y Nueva York y la vida que
había dejado atrás. Y nos reíamos y él me cantaba una canción que había escrito.
Incluso me escabullía por la noche para ir a verlo y a sus conciertos con su
banda.
Cuando llegó el verano, estaba tan encantada con él que estaba dispuesta
a decírselo.
Estaba lista para decirle que lo amaba.
Que era el único chico al que había amado y que hacía que todo estuviera
bien. Él hacía que vivir en esa nueva mansión estuviera bien. Sus cálidos ojos
azules me hacían más fácil soportar sus oscuros y fríos ojos. Su afecto hacía más
fácil soportar su odio.
Y hasta hice todo un plan para decírselo. Lo planeé todo al dedillo. Todo
iba a ser perfecto.
Si no fuera por él.
Mi guardián diabólico.
Si no fuera por su repentina y abrupta decisión de desarraigar mi vida de
nuevo, y enviarme lejos.
Después de meses de intentar convencerlo, bromear con él, forzarlo a
dejarme ir, me estaba dejando ir. Me estaba enviando lejos. Sólo que no me
enviaba de vuelta a Nueva York, sino a un reformatorio.
Y ni siquiera tuvo la decencia de decirme a la cara que no.
Envió a Mo, como siempre, a dar la noticia.
Para decirme que me iban a enviar a un reformatorio ese otoño porque
estaba siendo estúpida. Porque estaba persiguiendo a un tipo que no era lo
suficientemente bueno para mí. Un chico que era demasiado mayor para mí, de
quince años, y que había abandonado el instituto sin ningún futuro, por el que
yo estaba tirando mi propio futuro rompiendo todas las reglas, estropeando mis
notas, rompiendo los toques de queda, faltando a clase.
Así que tal vez perdí algunas clases y obtuve algunas malas notas, ¿y qué? 48
Eso no justifica que me envíen a un reformatorio.
Jimmy me hizo sentir bien. Jimmy me hizo sentir feliz. Jimmy hizo que
todo fuera soportable.
Por no hablar de que todavía no estoy segura de cómo mi guardián
diabólico sabía lo de Jimmy. Sí, estaba faltando a la escuela y rompiendo los
toques de queda y todo eso, pero no estoy segura de cómo se enteró de que lo
hacía por un chico. Porque había sido muy cuidadosa en cubrir mis huellas.
Pero nunca tuve la oportunidad de preguntarle.
Porque cuando exigí verlo -para poder decirle a la cara el puto imbécil que
era y que no iba a dejar que me separara del amor de mi vida- Mo me dijo que
se había ido.
Sí.
Se ha ido.
Se fue a Italia.
Por su estúpida excavación arqueológica.
Allí permaneció durante los tres años siguientes.
Sólo volvió hace un par de meses como el estúpido director de esta
estúpida escuela.
Y por supuesto, ahora que ha vuelto, vuelve a meterse conmigo.
Porque de nuevo, yo había hecho todos los planes.
Para este verano. Por mi vida después de la graduación. Por mí y sí, por
Jimmy.
Si pensó que encerrarme en un reformatorio me alejaría de Jimmy, se
equivocó.
Estaba muy equivocado.
Nada me alejaría de Jimmy.
Así que aquí estoy.
De pie entre la multitud, observando a Jimmy como un sueño lejano pero
familiar. Porque hoy está exactamente igual que el día que lo conocí. Sostiene su
guitarra de la misma manera. Canta de la misma manera. Su voz me hace sentir
lo mismo.
La única diferencia es que, tres años después, es más grande y más
musculoso, y en este momento, brilla y resplandece como un espejismo,
mientras todas esas luces brillantes caen sobre él.
Mientras resaltan su cabello rubio y sudado y su preciosa cara.
Sus labios cantarines.
Dios. 49
Lo quiero.
Lo quiero. Lo amo. Lo amo tanto, tanto.
Otras personas también lo adoran, obviamente, y estoy feliz de compartirlo
de esta manera. Bailan, se retuercen y agitan los brazos en el aire. Cantan con
él y yo sonrío y me balanceo como los demás hasta que termina su actuación y
es recompensado con una fuerte ovación y un estruendo de palmas.
Y entonces espero, mordiéndome el labio, mis ojos siguen sus movimientos
mientras agradece a todos los que están en el micro; choca los cinco y abraza al
resto de sus compañeros de banda. Cuando ha hecho todo eso, mira a la
multitud que se dispersa. Sus ojos azules recorren el espacio hasta posarse en
mí.
Y luego esa sonrisa.
La que me dio el primer día que nos vimos.
En realidad es un poco más brillante que la primera vez. Mucho más
brillante, y más animado, ya que abandona a sus compañeros de banda y salta
del escenario, atravesando la multitud para venir a verme.
—Poe —exclama, tropezando ligeramente.
Sin embargo, lo atrapo. Agarro sus bíceps y lo estabilizo. Se pone así
después de los espectáculos. Todo hiperactivo y mareado. Toda esa adrenalina
corriendo por su sistema le haría eso.
Y bueno, estoy bastante segura de que también hay otras cosas en su
sistema.
Es decir, es un músico. Por supuesto que tiene cosas y sustancias
corriendo en su sistema.
—Hola —digo sin aliento, con los ojos muy abiertos al mirar los suyos
brillantes.
Que estoy bastante segura de que se debe a esas sustancias, pero me
gustan de todos modos.
—Has venido —dice en voz alta.
Intento no inmutarme.
A pesar de que el bar está lleno de gente y es ruidoso, su voz es un poco
demasiado alta.
Pero está bien. Me encanta su voz. Me encantan sus ojos brillantes. Me
encanta.
—Por supuesto que vine.
¿Por qué no lo haría?
Es su programa. Nunca pierdo la oportunidad de ver su programa.
No hace falta decir que el punto de que me enviara a St. Mary era que 50
tendría que cortar lazos con Jimmy. Principalmente porque no podría ver a
Jimmy, dadas las estrictas reglas de St. Mary.
Pero, por supuesto, he improvisado.
Por supuesto, he encontrado formas y subterfugios para ir a ver a Jimmy.
No tan a menudo como hubiera querido, porque además de estar yo
encerrada en St. Mary, Jimmy vive ahora en Nueva York. Se mudó un par de
meses después de que me desterraran, para vivir con un grupo de amigos suyos
y triunfar en su carrera.
Así que sí, las cosas han sido difíciles.
Pero aun así me las he arreglado.
—¿Te gusta la banda? —pregunta.
—¿Tienes que preguntar? Te has superado. Me ha encantado —le digo.
Te amo.
Entonces se ríe, un sonido brillante, sólo un poco excitado y drogado. —
Ah, Poe. Eres increíble. —Viene a abrazarme entonces—. Tan jodidamente
increíble para mi ego.
Entonces cierro los ojos. Al llegar a sentir su cuerpo.
Como consigo olerlo después de meses.
La última vez que lo vi fue durante las vacaciones de Navidad. Estaba de
vuelta en la ciudad con sus amigos y me escapé para ir a verlo a él y a su
espectáculo mientras estaba en la mansión por las vacaciones.
Rompe el abrazo -demasiado pronto en mi opinión- y me mira
intensamente. —Está sucediendo.
—¿Qué?
Su cara se divide en una sonrisa. Una sonrisa enorme. —Lo estamos
haciendo.
—¿Haciendo qué?
Su sonrisa se hace aún más grande, si cabe, antes de declarar:
—Nos vamos de gira.
Me paralizo entonces, mis ojos se abren de par en par.
Pero él no tiene ese problema. Está drogado y animado, así que ignorando
mi sorpresa, levanta las dos manos y salta arriba y abajo, gritando: —¡Guau! Nos
vamos de gira, nena.
Lo que provoca una reacción similar en varias personas.
Sin embargo, sigo congelada. Sigo siendo inamovible.
Y sólo me muevo cuando baja los brazos, me rodea y dice: 51
—Y quiero que vengas conmigo.
—¿Qué?
—Quiero que vengas conmigo en esta gira, Poe.
Mi corazón late. Y late y vuelve a hacerlo.
Antes de que mis propios labios se estiren en una amplia sonrisa. —Oh,
Dios mío. —Mis brazos alrededor de su cuerpo se tensan y vuelvo a exclamar,
esta vez más fuerte—: Oh Dios mío. —Lo que hace que él se ría y yo estallo en
carcajadas mientras lo abrazo, y sigo coreando—: Oh Dios mío. Oh, Dios mío.
Oh, Dios mío. No puedo creer esto. Esto es... —Me retiro para poder mirarlo—.
Estoy tan orgullosa de ti. Estoy... sabía que podías hacerlo. Lo sabía. Lo sabía,
joder, Jimmy.
Lo hice.
Es fenomenal.
Su voz es increíble. Sabía que alguien la reconocería. Sabía que alguien
vería todo su talento y le daría una oportunidad.
Abandonar la escuela secundaria sin futuro. Oh, por favor.
Toma eso, guardián diabólico. ¡Mi Jimmy lo hizo!
—Todavía no has respondido a mi pregunta —dice.
Ante esto, mi corazón vuelve a palpitar. —¿Quieres que vaya contigo?
—Sí. —Sonríe.
—¿De verdad?
Me mira a los ojos, me mira mientras responde en un susurro bajo y ronco:
—¿Quién más, Poe? Sólo tú.
Oh, Dios mío.
Oh, Dios mío.
No puedo creer esto. No puedo creerlo en absoluto.
Bien, así que este es el asunto: estoy enamorada de Jimmy, ¿vale? Quería
decirle hace tres años que lo amaba. Yo.
Pero.
No sabía cuál habría sido su respuesta. Porque no sabía si me
correspondía o no.
Éramos amigos, sí. Grandes amigos, y sabía que yo le gustaba como tal.
Pero no sabía si yo le gustaba como él me gustaba a mí.
Así que este verano, cuando salí de St. Mary, iba a decírselo por fin. Por
fin iba a confesarle mis sentimientos y había hecho todos los planes para que se
enamorara de mí. Había hecho todos los planes para convencerlo de estar
conmigo. 52
Así que este verano iba a ser el de mis sueños.
Hasta que todos mis planes fueron destruidos, pero...
El hecho de que me invite a la gira. El hecho de que me mire a los ojos.
Está mirándome...
—Empieza en cuatro semanas —me dice y me vuelvo a quedar helada.
—¿Qué?
Asiente. —En cuatro semanas, vamos a estar en un autobús, viajando a
través del país, y te quiero conmigo, Poe. Te quiero a mi lado.
—Yo... —Sacudo la cabeza—. ¿Cuatro semanas?
—Sí.
—Pero yo...
—No, escucha —dice, cortándome, su voz suena extrañamente sobria
mientras pone sus manos en mis mejillas y me inclina la cabeza—. Lo sé. Sé que
dejar la escuela no es lo ideal. Pero no necesitas esa mierda, Poe. No necesitas
un puto diploma. Quiero decir, mírame. No tengo uno y salí bien, ¿sí?
—Jimmy, yo...
—No, no digas que no —dice, sus ojos intensos y claros—. Sólo por favor,
ven conmigo.
Le agarro las muñecas. —Yo... Se trata de algo más que el diploma,
¿recuerdas? Te lo dije. Si no me gradúo en el instituto, no consigo...
—Tú tampoco necesitas esa mierda —me dice—. Puedo cuidar de ti.
—Pero...
Se acerca aún más a mí. —Mira, sé que hay algo aquí. Entre nosotros.
Mi corazón late con más fuerza y vuelvo a susurrar: —¿Qué?
—Me gustas, Poe —dice—. Me gustabas hace tres años cuando te vi en el
bosque y me gustas ahora. Creo que esto podría ir a alguna parte, ¿me
entiendes? Podríamos ser algo, tú y yo. Y ya he esperado bastante. Ese maldito
guardián idiota tuyo nos ha hecho esperar lo suficiente. No voy a dejar que me
controle a mí o a ti. Así que te vienes conmigo.
Mierda.
Maldita sea.
Hay algo aquí, dijo. Podríamos ser algo.
Ya ha esperado bastante por mí.
Oh, Dios mío.
Todo esto es muy surrealista. Todo esto es muy onírico.
Esto es exactamente lo que quería. 53
Exactamente.
¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que esto ocurra?
—Hola, Jimmy.
Al oír la voz, femenina y suave, doy un respingo.
Y mira a la izquierda. De donde vino la voz.
Una chica -unos años mayor que nosotros- de cabello rubio y bonitos
rasgos está de pie a unos metros, mirando a Jimmy. Éste se aparta de mí,
retirando los brazos y volviéndose hacia ella.
—Hola —la saluda, y ella se acerca a él con una sonrisa de satisfacción.
Inmediatamente, sé que ella es como yo. Que ella lo ama.
O al menos, está fuertemente encaprichada por él.
Tiene esa mirada, la misma que tengo cuando miro a Jimmy. Una mirada
de asombro y admiración. Y toda la felicidad, la ligereza que he sentido durante
los últimos minutos, comienza a evaporarse.
Se evapora por completo cuando ella le pone la mano en el brazo y le dice:
—Gran presentación esta noche. Te has lucido.
Sonriendo, Jimmy se inclina para abrazarla. —Gracias, E.
“E” se vuelve entonces hacia mí. —¿Quién es tu amiguita? —Luego, con
un poco de condescendencia—: Por cierto, bonitas gafas.
¿Bonitas gafas?
¿En serio? Ella ni siquiera me conoce y está siendo cariñosa.
Sin embargo, trato de controlar mis rasgos. Intento no mostrar cómo me
hace sentir su proximidad con el chico que amo. Especialmente cuando Jimmy
me sonríe con tanta felicidad.
—Esta es Poe —le dice, señalando hacia mí—. ¿Recuerdas que te hablé de
ella? Dije que la quería en la gira conmigo. La chica que se escapó. —A pesar de
mis celos, me sonrojo ante sus palabras y él continúa—: Y esta es Erica. Nuestra
directora de gira. Es la que nos descubrió, allá en Nueva York. Nos ayudó a
firmar y se irá de gira con nosotros.
Directora de la gira.
¿Ella?
Según mi experiencia, los gestores de las giras deben ser hombres odiosos
de mediana edad. Mantienen una correa apretada en todo. Y no tocan el talento
porque va en contra de las normas de la empresa.
Entonces, ¿por qué lo toca esta Erica?
¿Y cómo puedo hacer que no lo haga? 54
Mis uñas están a punto de romper la piel con lo apretados que están mis
puños a los lados mientras sonrío y digo:
—Eh, directora de la gira. Eso es maravilloso.
Mis palabras llaman la atención de Erica y vuelve a centrarse en mí, pero
sus ojos muestran una astucia que no estaba allí hace unos segundos. —Sí.
Estaré ahí en cada paso del camino. Jimmy es increíble. —Se gira un segundo
hacia Jimmy, que la mira como si tuviera el secreto de todas las preguntas que
le han hecho—. Va a ser una estrella. Y esta gira es sólo el principio.
—Lo es —digo, con cierta urgencia y en voz alta, para que Jimmy se centre
en mí, lo cual hace. Entonces le sonrío y continúo—: Siempre lo supe. Es
increíble.
Sus ojos azules -ahora claros tras nuestra intensa charla- se suavizan y
una mirada privada pasa entre nosotros, poniendo un bálsamo a mis celos.
—He oído que conoces a Jimmy desde hace tiempo —dice Erica.
Desplazo mi mirada hacia ella. —Lo he hecho. Desde hace tres años.
—Vaya. Eso es mucho tiempo.
—Lo sé. —Levanto la barbilla y, antes de pensarlo mejor, continúo—: Y
planeo hacer eso durante mucho tiempo en el futuro.
Sí. Toma eso, Erica.
Estoy aquí para quedarme.
Sus ojos se entrecierran ligeramente, pero su sonrisa se mantiene. —
Bueno, en ese caso, espero que puedas unirte a nosotros en la gira. Será
divertido.
Abro la boca para responder, pero ella mira hacia otro lado y se centra en
el chico que me gusta. —¿Puedo pedirte un segundo? Hay gente que me gustaría
que conocieras.
—Sí, sólo un segundo —dice y Erica se va haciendo un gesto con la cabeza.
Entonces sólo estamos él y yo.
—Jimmy, yo...
—No, no respondas todavía —dice, acercándose y poniendo su mano en
mi mejilla. Acaricia mi piel, mi mandíbula, acercándose a mis labios. Y ahí es
donde sus brillantes ojos azules caen mientras susurra—: Sólo piénsalo, ¿de
acuerdo? Tú y yo.
De alguna manera me las arreglo para asentir.
Con un último golpe de su pulgar que se acerca mucho, mucho a mis
labios, me suelta y se aleja.
Tan pronto como lo hace, mi propia mano sube y toco el lugar que él estaba
tocando. Me acaricio la mandíbula, el lateral de los labios, mientras lo observo 55
más adelante, reuniéndose con Erica entre la multitud. Erica frota su mejilla en
el hombro musculoso de él y le rodea la cintura con el brazo.
Y sé que no tengo que pensar en ello.
Sé cuál es mi respuesta.
Sí.
Es sí. Mil veces sí.
Voy a ir a esa gira con él.
Lo haré.
Y mi guardián diabólico no me detendrá.
Otra vez no.
U
nas semanas antes de los exámenes finales, cuando Mo me dijo
que iba a volver, no supe cómo sentirme.
En primer lugar, no es que no haya vuelto de Italia desde que
se fue hace tres años.
Lo hizo. Varias veces.
Bueno, tres para ser exactos.
Y todas esas veces, estuve en St. Mary's.
Lo que significa que, cuando Mo me dijo que volvía para siempre, no le
había visto en tres años. No lo había visto desde que decidió separarme del amor
de mi vida, y no le había importado lo suficiente como para estar allí y decirme
que lo había hecho.
Basta con decir que no me alegró la noticia. 56
Pero, extrañamente, tampoco estaba enfadado.
No puedo decir por qué.
Especialmente porque había pasado los últimos tres años maldiciéndolo.
Y odiándolo y diciéndole a todo el que quisiera escuchar que había arruinado mi
vida.
Sin embargo, lo que sí tenía era curiosidad.
Para verlo de nuevo. Después de tanto tiempo.
Tenía curiosidad por saber si era curioso o no. Sobre mí.
Y por mucho que quiera negarlo, quería locamente saber si algo había
cambiado.
No sólo en cuanto a la apariencia. Quiero decir, definitivamente tenía
curiosidad por eso. Sobre cómo se veía. Si había envejecido y cómo lo había
hecho, si era así. Si seguía siendo tan masculino, imponente y hermoso como
antes.
Pero sobre todo tenía curiosidad por saber si algo había cambiado entre
nosotros.
Tenía curiosidad por saber si seguía sintiendo lo mismo por mí. Si seguía
viéndome como una niña de catorce años revoltosa y problemática que le
complicó la vida aquel año que vivimos bajo el mismo techo.
Quería saber si todavía me veía como una extensión de Charlie.
Si todavía me odiaba por ello.
Es decir, lo hice —tenía razones para odiarlo— pero quería saber si sus
razones habían desaparecido o no.
Pero entonces recibí esta segunda noticia: que no me graduaba a tiempo y
que el nuevo director era el responsable de tomar esa decisión, él, y tuve mi
respuesta.
Nada ha cambiado.
No entre nosotros.
Seguimos siendo enemigos, él y yo.
Él sigue siendo mi diablo y yo sigo siendo su arpía.
Y si hubiera otra forma de hacer lo que quiero hacer, lo haría. Me alejaría
de él. Como lo he hecho durante la última semana, desde que empezó la escuela
de verano.
Pero no puedo.
Porque tengo un objetivo. Un objetivo urgente, y voy a tener que
enfrentarme a él para conseguirlo.
Por eso, esta mañana, estoy sentado en los escalones de hormigón que
conducen a la entrada del infierno o, ya sabes, de nuestra escuela. Las chicas
están en sus lugares habituales, las que lo miran atravesar el campo a grandes
57
zancadas. Jupiter y Echo también están en sus lugares. Aunque me miran a mí
y no a la hilera de casitas de la que va a salir en cualquier momento.
También tengo un libro en mi regazo.
No estoy seguro de por qué. No es que lo esté leyendo. Simplemente está
abierto en una página al azar y me preocupa la esquina de la misma, con los
ojos desenfocados.
Estoy nervioso.
Es extraño porque rara vez me pongo nervioso. De hecho, pongo nerviosos
a los demás.
Pero la cuestión es que aquí hay mucho en juego.
Mucho.
Si mi plan —sí, tengo un plan; por fin, después de días, tengo un plan y
se siente increíble— no funciona, podría perderlo todo.
Podría perder mi única oportunidad de amor.
Podría perder a Jimmy.
Hay algo aquí. Podríamos ser algo...
Dios.
Dios.
No puedo creer que él sienta lo mismo. Que haya esperado. Dios, me ha
esperado, joder.
Y así tengo que hacerlo.
Tengo que ir a esa gira. Tengo que ir a la carretera con él.
No hay otra opción.
Especialmente cuando sé que Erica va a estar allí.
No voy a perder a Jimmy por Erica.
Porque esto es todo. Este es mi sueño. Podría tenerlo, sabes.
Podría tener a alguien que me amara. Finalmente.
Después de dieciocho años de mi vida, por fin podía ser amada.
Por fin podría romper la maldición.
La maldición de un alborotador.
No nos quieren, ves. Los problemáticos como yo.
Las chicas como yo somos caóticas, complejas y difíciles. Las chicas como
yo somos inquietas. Nuestras almas están llenas de fuego y volcanes. Nadie
quiere amarnos. Nadie quiere cuidarnos. Nadie quiere arder con nosotras.
Lo que significa que es importante que hoy vaya bien. Es aún más
importante que no sólo esté de acuerdo con mi plan, sino que no se entere, bajo
58
ninguna circunstancia, de que mi plan tiene algo que ver con Jimmy.
De ninguna manera.
Porque si lo hace, estoy segura de que lo intentará todo para alejarme del
amor de mi vida, y esta vez para siempre.
Justo cuando el pensamiento pasa por mi mente, él aparece.
El diablo.
No en la distancia, saliendo de las cabañas, sino justo delante de mí.
Mierda.
Porque está el calor.
Su firma.
Ha subido, haciendo que mi piel sude y tiemble.
Y luego están esos mocasines italianos suyos que están en mi visión.
Negros y brillantes, justo al final de los escalones. Y sus pantalones de vestir, de
color gris oscuro. Un poco más arriba, su maletín de cuero.
Pero lo que hace que mi corazón se acelere y palpite en mi pecho es la cosa
brillante en su mano.
En su meñique izquierdo, para ser específicos.
Un anillo de plata con una piedra negra.
Adorna su dedo y prácticamente brilla en su oscuro dígito.
Finalmente miro hacia arriba y ahí está.
En toda su gloria de alto y ancho y con chaqueta de tweed.
Su barbilla está hundida y sus ojos me apuntan. O más bien sus sexys
gafas de sol.
Y en ellos me veo reflejado mientras me pongo de pie mientras estudio otra
cosa.
Un pequeño golpe en la nariz.
Lo que indica que debe haberla roto en el pasado. La ligera imperfección
en su rostro, por lo demás perfecto.
Eso sólo le da una ventaja. Una aspereza, un peligro.
Un misterio.
—Hola, Sr. Marshall —digo, con la voz alegre y su nombre en la boca con
sabor a cerezas.
Sr. Marshall.
Hace cuatro años, hice otra promesa en aquel tejado, la de no tutearlo
nunca. Sólo porque él me lo pidió. Y no lo he hecho y tampoco pienso hacerlo, 59
nunca.
Pero cada vez que lo llamo no por su primer nombre, empiezo a buscar su
cara.
Empiezo a buscar una reacción por su parte.
Para ver si mi desafío deliberado le afecta.
Nunca he sido capaz de encontrar nada, y todavía no lo hago.
Sus magníficos rasgos son fríos y vacíos. Su mandíbula bien afeitada no
se ha movido ni sus arrogantes cejas se han movido. Y estoy segura de que si se
quitara las gafas de sol, sus ojos marrón chocolate estarían tan tranquilos como
siempre.
Bueno, sigamos adelante.
Me corrijo y digo:
—Bueno, director Marshall. Director. Ya que usted es el director ahora. —
Abrazo el libro con fuerza—. Las cosas han cambiado, eh.
Vale, eso fue una indirecta.
Porque sé que no lo han hecho.
Puede que sea el nuevo director y que, de alguna manera, sea aún más
guapo que hace tres años, pero sigue siendo el hombre que me odia por lo que
soy.
No es que vaya a mostrarme.
Sus rasgos siguen siendo cuidadosamente inexpresivos, pero habla.
—Lo han hecho, sí.
Y por un segundo, lo único que puedo hacer es agarrar el libro entre mis
brazos con mucha fuerza. Porque su voz, como todo lo demás, también es igual.
Profunda, suave y tranquila.
Suena tan paciente.
—Aunque, todavía eres una estudiante —murmura, rompiendo mis
pensamientos caprichosos, con su barbilla inclinada hacia el libro en mis brazos,
la única indicación de que lo está mirando.
Una indirecta de él ahora.
Después de la mío, es justo, supongo.
Así que sigo adelante:
—Hace tiempo que no nos vemos. —Entonces—. Bueno, quiero decir que
sí nos vemos. Desde que estás aquí ahora. Pero ya sabes, no realmente. No
hemos hablado. En un tiempo.
Sigue mirándome con una cara neutra.
—Sí. Pero eso es lo que tiene la suerte. 60
Frunzo ligeramente el ceño.
—¿Qué cosa?
—Se acaba. —Luego, repite mis palabras—: En un tiempo.
Entonces me muerdo el interior de la mejilla.
Para no reírme. Es una cosa que de alguna manera había olvidado de él.
Que tiene un sentido del humor seco y muy asesino.
—Así que, ¿cómo va todo? —bromeo, olvidando por completo mi
nerviosismo de antes—. ¿Ya has pateado algún cachorro hoy?
Esta vez, dejo escapar mi risa.
Sin embargo, se muestra tan serio como siempre al responder:
—Todavía no, no. Pensaba hacerlo, pero un gato salvaje se interpone en
mi camino.
Ha. Ha.
Muy divertido.
Levanto las cejas.
—Sabes que los gatos salvajes se llaman así por una razón, ¿no?
—¿Y qué razón sería esa?
—Se sabe que muerden.
—¿También son conocidos por su incesante charla a primera hora de la
mañana?
—No particularmente, no —le digo—. Aunque he oído que, además de
dientes afilados, tienen uñas asesinas. —Luego, para enfatizar, rasco el aire con
las uñas y digo—: Miau.
Observa mi gesto con cara de aburrimiento, antes de tararear:
—Bueno, ahora sé por qué soy alérgico a los gatos. —Luego, asintiendo—
. Una muy buena impresión por cierto. Casi me hiciste estornudar por un
segundo.
Me encojo de hombros, sin que me moleste su sarcasmo.
—Qué puedo decir, tengo muchos talentos.
—Pero, por desgracia, ir al grano no es una de ellas, ¿verdad? —dice sin
más.
—¿Qué?
Entonces, su pecho se mueve. Se expande bajo su camisa de vestir gris
oscura mientras exhala y dice:
—Estabas sentada en las escaleras.
—Lo estaba. 61
—En lugar de allí. —Mueve la cabeza hacia un lado—. En uno de esos
bancos donde sueles sentarte por las mañanas.
—¿Sabes dónde me siento por las mañanas?
—Supongo que hay una razón para ello —dice, ignorando mis palabras.
—La hay.
Otro respiro.
—Así que vamos a escucharlo.
Sabe dónde me siento.
Eso es lo primero.
No es que me esconda ni nada por el estilo, pero aun así. Me siento más o
menos en la parte de atrás y normalmente estoy parcialmente escondida por su
grueso grupo de fans. Sinceramente, no creí que le prestara mucha atención.
Ciertamente actúa como si lo hiciera.
Incluso ahora, sus fans nos están mirando. Están viendo este intercambio.
Puedo sentir sus ojos sobre mí y si tuviera la más mínima duda sobre ser
el centro de atención, correría a refugiarme. Sin embargo, soy la hija de una
famosa actriz de telenovelas. Sé cómo manejar los focos.
Y en segundo lugar, me pregunto si él sabe que, al igual que sus fans, yo
también lo observo.
Con todo el odio de mi corazón, pero aun así.
¿Pero a quién le importa?
No es importante.
Estoy aquí por otra cosa y por eso hago a un lado cualquier pensamiento
errante y digo:
—Bueno, estoy aquí porque quería hablar contigo.
Ante esto, su figura se tensa.
Sólo ligeramente, pero está ahí.
Sus hombros se vuelven aún más rígidos y noto una tensión en su
mandíbula. Y aunque no puedo verlo, sé que sus ojos detrás de esas gafas de sol
también se han puesto alerta.
Sin embargo, me gustaría que se los quitara.
Realmente me gustaría poder ver sus ojos ahora mismo.
No poder es hacer esto aún más difícil.
—En cuanto a —pregunta, su voz es ahora todo negocio.
Trago saliva.
—Uh, con respecto a mis clases. 62
Sé que debería seguir, pero tengo que hacer una pausa aquí por un
segundo. Tengo que ensayarlo en mi cabeza una vez más. El plan que hice
anoche en mi cama mientras miraba las estrellas a través de los barrotes de mi
ventana e imaginaba una vida con Jimmy.
Me aclaro la garganta.
—Así que estaba pensando que podría haber una manera de...
—Pida una cita.
Me estremezco. De hecho, me estremezco ante su interrupción.
—¿Qué?
—Si quiere hablar de sus clases, puede concertar una cita con mi asistente
—explica con su voz más comercial y formal.
—Pero... —Dudo, completamente sorprendida—. Quiero decir, estamos
hablando ahora mismo y...
—Y voy a necesitar que me lo entregues.
Abro y cierro la boca mientras lo miro fijamente, atónita.
—¿Qué? ¿Entregar qué?
Esta vez definitivamente sé que está mirando hacia abajo. Y ni siquiera ha
bajado la barbilla ni ha hecho ningún movimiento hacia fuera. Es que puedo
sentir su mirada. La siento en mi mano, en mis dedos, donde estoy abrazando
mi libro, y también miro hacia abajo.
—No está permitido el uso de ningún producto cosmético —me dice—.
Política de la escuela.
Levanto la cabeza.
—Um, ¿qué?
—Así que voy a necesitar que me entregues lo que sea que estés usando
para pintarte las uñas.
Oh, Dios mío.
Oh, Dios mío. Oh, mi maldito Dios.
—¿Lo que sea que esté usando? —Repito sus palabras—. No son drogas,
tú... antiguo dinosaurio que odia la moda. Se llama esmalte de uñas.
—Cualquiera que sea el término —dice, todavía todo formal y aburrido—.
Voy a necesitar que se lo entregues a mi asistente. Ella se encargará de ello.
—No, no lo hará —digo, negando con la cabeza—. No voy a entregar mi
Purple Durple a nadie, y menos a tu asistente, ¿está bien? Así que puedes
olvidarte de eso.
Juro que parpadea. Lo juro.
Y también juro que voy a arrancarle las gafas de sol y pisarlas aquí y ahora.
—Purple Durple —repite. 63
—Sí. Ese es el nombre de la sombra, genio. Y es orgánico.
—¿Qué es orgánico?
—Mi esmalte de uñas. —Me inclino hacia él, apretando los dientes—. Está
hecho de productos orgánicos.
Sin embargo, se queda en su sitio mientras pregunta:
—¿Qué son los productos ecológicos?
—Productos que son... —Lo pienso durante uno o dos segundos. Luego—
. … Orgánicos. —Maldita sea. Ojalá lo supiera, pero continúo, sólo para que no
se centre en mi falta de conocimiento—. Sin mencionar que brilla en la
oscuridad.
—¿Por qué necesitas que brille en la oscuridad?
—Porque sí.
—¿Esperas que te ilumine el camino hacia el cofre del tesoro? —dice—.
Escondido en el fondo del mar.
Lo apunto con el dedo.
—Sabes...
Esta vez sí baja la barbilla para mirar mi uña pintada de morado antes de
decir:
—Por muy intelectual y vanguardista que sea esta conversación, me temo
que voy a tener que interrumpirla. —Entonces—. Deja tu Durple púrpura en el
escritorio de mi asistente para el mediodía.
—Estás siendo completamente injusto. Esta es una regla estúpida y...
Da un paso atrás.
—Que tengas un buen día.
—No, espera. —Al menos, lo hace y continúo—: Mira, ambos sabemos que
ahora no soy sólo una estudiante, ¿no?
—¿Lo hacemos?
Estoy a punto de gruñir, pero me contengo.
—Sí. También soy tu protegida, ¿recuerdas?
Un ligero ceño aparece entre sus cejas como si realmente estuviera
tratando de recordar.
—Ah, sí. Mi protegida, sí. —Luego, clavando su mirada en mí, que siento
incluso desde sus gafas de sol, añade: —Todavía tengo ese documento en mi
estudio que lo dice.
Un escalofrío recorre mi columna vertebral ante sus palabras de hace
tanto tiempo. 64
La rabia que había sentido esa noche. La furia. La frustración.
La impotencia.
Yo también estoy a punto de sentir todo eso ahora.
Además, ahora hay más en juego que entonces.
Pero de alguna manera sigo marchando.
—Sí, estoy segura de que lo haces. Y estoy segura de que lo miras todas
las noches y te ríes malvadamente como el diablo que eres, pero...
—No todas las noches, no —interrumpe—. Yo diría que cada fin de semana
o así.
Ugh.
¿Puedo matarlo, por favor?
—Y puedes quedarte con mi Purple Durple si quieres, pero ¿no crees que
viendo que también soy tu protegida, me merezco un pequeño tratamiento
especial?
—Un pequeño tratamiento especial.
—Sí. Por ejemplo, ¿qué tal si hablamos ahora en lugar de que tenga que
concertar una cita para más tarde?
Tararea.
—Un concepto intrigante.
—Seguro que sí. —Entonces—. Además, mira, todo el mundo está
mirando. Todo el mundo sabe que eres el primer director en mucho tiempo que
detiene la graduación de alguien. No sólo a un alguien, sino a tres alguien.
Así es.
En toda la historia de St. Mary's, sólo ha habido un puñado de casos en
los que los estudiantes han sido retenidos de esta manera. De hecho, ni siquiera
hablamos de no graduarse. Lo llamamos “Lo Indecible” porque ya es bastante
horrible ir a un reformatorio como para que nadie quiera ni pensar ni hablar de
no graduarse a tiempo.
Lo que significa que no es precisamente popular. Sí, las chicas lo miran
porque es oh tan guapo, pero sus cualidades interpersonales dejan mucho que
desear.
—No sabía que era tan infame.
—Bueno, lo eres —le digo—. Así que quizás ahora es tu oportunidad para,
no sé, redimirte un poco. No seas tan duro, ¿vale? Esta es tu escuela ahora, por
el tiempo que te quedes aquí. ¿Qué tal si te haces el simpático y me hablas e
inspiras algún sentimiento cálido hacia ti?
—No.
—¿Qué? 65
—No creo que me interese inspirar sentimientos cálidos. Me siento
bastante cómodo haciendo que los estudiantes se estremezcan y tiemblen en sus
botas.
—No puedo...
—Y yo soy irredimible.
—Tú...
—Que tengas un buen día. —Luego, inclinando su barbilla hacia mi libro,
—Si intentas leerlo, ¿puedo sugerir que lo tengas al derecho? En lugar de al
revés. Como lo tienes ahora.
Con eso, me despide y se va. Y estoy tan sorprendida por el giro de los
acontecimientos que lo dejo marchar.
Incluso lo veo irse.
Lo observo subir las escaleras con la misma autoridad y propósito que
desprende cada día. Y cuando llega al rellano y desaparece por las puertas del
infierno, aprieto los puños alrededor de mi libro, saliendo por fin de mi estupor.
Maldito imbécil.
Maldito diablo.
Podría abofetearlo ahora mismo. Podría subir estas escaleras, pasar por la
misma puerta, correr tras él y abofetear su puta cara en cuanto lo alcance. Y
luego podría arañarlo también.
Con mis uñas pintadas de morado.
Sabes, nuestra antigua directora, la directora Carlisle, no era un picnic en
el parque para tratar. Lo sé; he tenido que tratar con ella muchas veces a lo largo
de los años, siendo la alborotadora que soy. Pero no estaba ni remotamente tan
loca. Hay un montón de reglas en el manual de St. Mary's y, aunque hacía
cumplir el noventa por ciento de ellas con mano de hierro, incluso ella entendía
que algunas reglas son jodidamente crueles.
Como quitarle el maquillaje a una chica.
Así que a todas se les permitió usar un poco. Definitivamente no pesado,
pero algo.
Pero él no.
No el maldito nuevo director.
Pero está bien.
Ya sabía lo imbécil que es.
Si no lo fuera, yo no estaría aquí.
Y si quiero salir, tengo que jugar con sus reglas. Así que eso es lo que voy
a hacer.
Voy a entregar mi Purple Durple. Pediré una cita para hablar con él. 66
Y trataré de no matarlo en el proceso.
Porque tenía razón. Nada ha cambiado en absoluto.
V
oy a matarlo.
Lo haré.
Es la única manera de salir de este infierno.
Porque el plan que se me ocurrió, no está dispuesto a
escucharlo.
Han pasado dos días desde que le intercepté en las escaleras y me despidió
diciendo que necesitaba una cita para hablar con él. Desde entonces he ido a su
despacho cinco veces —sí, cinco— para pedir una cita o simplemente para
alcanzarlo si está allí.
En dos ocasiones, su asistente, Janet, me rechazó con la excusa de que
no tiene tiempo para reunirse con los estudiantes. Una vez me dijo que tenía algo
de tiempo, pero cuando llegué, ese tiempo se esfumó porque tenía que salir
corriendo para una reunión. Y las otras dos veces, me quedé en la oficina durante
67
el almuerzo y después de las clases para ver si me encontraba con él.
No lo hice.
Porque, de alguna manera, no estaba en ninguna parte.
Ni siquiera tomó su ruta habitual hacia el edificio de la escuela como lo ha
hecho en el pasado.
No hace falta decir que no soy la única decepcionada. Sus legiones de fans
también lo están.
Pero soy la única que está enfadada.
Lo suficientemente enfadada como para hacer esto: entrar en su casa de
campo en medio de la noche.
Porque he terminado con esta mierda.
Estoy harta de que me tome el pelo. Pensé que podíamos ser maduros en
esto, pero aparentemente no.
Así que aquí estoy, caminando por la hilera de casas de campo.
No voy a mentir, no me entusiasma hacer esta excursión en mitad de la
noche. Sobre todo porque estas casitas llevan décadas abandonadas y se nota.
En su día fueron viviendas para profesores, pero ahora tienen un aspecto
tenebroso y ruinoso y están espeluznantemente adornadas por una hiedra
exagerada.
Odio tener que entrar en una cuando preferiría alejarme de toda esta zona
de ambiente gótico. El único consuelo es que no está en casa. Porque cuando
andaba por la oficina, esperando encontrarme con él, Janet me dijo que estaba
perdiendo el tiempo. Estaba de vuelta en Middlemarch para una reunión del
consejo municipal y luego volvía a Nueva York para una conferencia y estaría
fuera el resto de la tarde y hasta bien entrada la noche.
Lo que significa que cuando regrese, voy a estar esperándolo en su
estúpida casa de campo.
Y esta vez, me va a escuchar.
Sé que estoy rompiendo un millón de reglas al hacer esto. Si un poco de
esmalte de uñas lo hace estallar, estoy segura de que esto podría volarle la
cabeza. Pero ya no me importa.
Cuando llego a su puerta, saco una horquilla del bolsillo de mi falda con
movimientos firmes y decididos. Abro la cerradura con pericia y luego estoy
dentro de su silenciosa y oscura casa de campo.
E inmediatamente sé que estoy en el lugar correcto. Ya lo sabía, pero aun
así.
Es el aire, ves.
Está caliente. Y huele a él. 68
Cuero y cigarros.
El aroma con el que una vez viví durante un año.
Y lo recordaba perfectamente.
Sólo que ahora es más potente.
Más grueso y real.
Al igual que este calor.
Me tiemblan los dedos cuando saco una pequeña linterna del bolsillo de
la falda. Y a mis dedos temblorosos se une mi corazón, que también tiembla
cuando la enciendo.
Porque es como si volviera a estar en su estudio.
Estanterías de pared a pared llenas de gruesos libros encuadernados en
cuero. Sofás y sillas de cuero. Una mesa de centro cubierta de papeles sueltos,
documentos y cuadernos. Una larga mesa junto a la pared con sus cosas
favoritas: whisky y una caja llena de puros.
Y más arriba, está la razón de su nariz rota.
O al menos me gusta imaginar que lo es.
Porque es un saco de boxeo pesado.
Colgando del techo, justo detrás del sofá de cuero. Es de color marrón y
está desgastado, bien usado.
Al igual que esa protuberancia en la nariz en su rostro, por lo demás
perfecto, esta pesada bolsa también es una contradicción. Una gran
contradicción con su personalidad de erudito con dos doctorados.
Personalmente, nunca habría imaginado que le gustara dar puñetazos a
las cosas.
Y el hecho de que lo haga, de que tenga una sala dedicada en la mansión
a sus entrenamientos que incluye un saco pesado como el que cuelga aquí, le da
una ventaja. Al igual que el bulto en su nariz.
Dirijo mi atención a la cocina adyacente al salón. A la nevera,
concretamente.
Porque sé lo que voy a encontrar ahí.
Una tarta de cereza.
Mo debe haber enviado algunas. Ella sabe lo mucho que le gusta, y tengo
razón.
Está ahí. Sobre el primer estante.
Como la cosa más perfecta que he visto nunca.
Y seguro que lo es, sobre todo en comparación con la estúpida comida de
la cafetería.
Así que no dudo en devorarlo.
69
Encuentro un tenedor y me zampo al menos una cuarta parte de la tarta
en unos cinco minutos. Me gustaría poder terminarlo todo yo sola para que no
quede nada para él, pero ni siquiera yo puedo comer tanto. Me debato entre
tirarlo a la basura, pero no puedo hacerle eso a Mo. No importa cuánto placer
me dé privarle de su cosa favorita.
Sin embargo, dejo mi tenedor usado allí. Sólo para molestarlo.
Y luego busco algo que realmente pueda estropear.
Habría reorganizado algunos libros en su estantería, pero ya es bastante
desordenado en lo que respecta a sus libros y apuntes. Así que no es muy útil.
Encuentro un cuchillo sobre el bloque de carnicería de la isla, así que lo tomo y
sigo adelante.
Al final del corto pasillo se encuentra su dormitorio y entro.
Al igual que el dormitorio de su mansión, éste tiene una cama de tamaño
King con un gran cabecero de madera y una mesita de noche con una única
lámpara. Mientras que su habitación solía estar limpia y arreglada gracias a su
personal, aquí está desordenada. Las sábanas están arrugadas y sin hacer.
Libros y documentos adornan la mesita de noche y también el suelo.
Suspirando, abro la puerta opuesta a su cama.
Ah, su armario.
Es decir, una larga fila de chaquetas de tweed. Todas de color gris o negro
o marrón, y todas con coderas de cuero. Siempre he pensado en estropear sus
chaquetas, pero nunca me he atrevido a hacerlo. Por muy anticuadas que sean,
le sientan bien. Le quedan muy bien, como si su cuerpo estuviera hecho para
ellas.
En realidad, no.
Ellas fueron hechas para su cuerpo.
Como si alguien los hubiera inventado en su día pensando en él.
Extiendo una mano para poder tocarlos.
Pero de repente descubro que no puedo.
De repente me encuentro con que estoy restringida.
Porque alguien me está tocando.
En realidad no sólo me tocan. Alguien me está agarrando.
Mi muñeca.
Alguien tiene los dedos envueltos en ella. Y todo ha sucedido de forma tan
brusca, tan inesperada y chocante, jodido Jesucristo, que se me cae la linterna
al suelo con estrépito y me quedo con la boca abierta.
Pero el único sonido que sale de ella es un jadeo. 70
Un jadeo entrecortado y con hipo.
En lugar de un fuerte grito.
Pero antes de que pueda reunir suficiente vapor para hacer un segundo
intento, oigo un gruñido.
—Suéltalo.
Mierda.
Maldita sea.
Qué... Cómo... Ese gruñido.
Es él.
Está aquí.
Está detrás de mí.
En la oscuridad. Con mi estúpida linterna en el suelo proyectando
sombras espeluznantes en la pared del armario.
Pero más que eso, más que eso, me está tocando.
Me está tocando, la mano que sostiene el cuchillo, y no puedo respirar.
No puedo respirar en este momento.
Y entonces su mano se estrecha alrededor de la mía, sus dedos se clavan
en mi muñeca. Cuando su áspero pulgar me toma el pulso, todo mi cuerpo se
estremece y los dedos que sostienen el cuchillo se aflojan, y él lo desliza.
Me lo quita y junto con mi cuchillo, él también desaparece.
Se aleja, y mi respiración vuelve a entrar de golpe en mi cuerpo. Y entonces
respiro como un tren que se precipita, ruidoso y rápido. Mi pecho se agita y me
agarro a la muñeca —la que él había agarrado— con dedos temblorosos.
Un momento después, el espacio se inunda de luz y me doy la vuelta.
Mis ojos tardan un segundo en ajustarse y entonces ahí está.
El hombre que salió de la nada. Que me dejó sin aliento hace un momento.
Mi guardián diabólico.
Se encuentra en el umbral de su habitación, acechante como una
amenaza, empequeñeciendo todo lo que lo rodea con ese cuchillo en la mano.
Y no sólo lo sostiene, sino que juega con él.
Su pulgar —que se clavó en el pulso de mi muñeca— está acariciando
suavemente el brillante filo del cuchillo.
—¿Qué...? —Todavía no puedo recuperar el aliento—. ¿Cómo...? ¿Qué
estás haciendo aquí? 71
Su rostro es un estudio de líneas duras mientras me mira fijamente. Y a
pesar de mi sorpresa, me doy cuenta de que puedo verlos.
Sus ojos.
Por primera vez en días, puedo ver sus ojos marrones oscuros, de color
chocolate.
Enloquecidamente, creo que me recuerdan a las galletas de chocolate.
Especialmente las que hace Mo, con chispas de chocolate brillantes y fundidos.
Mi cosa favorita.
No es que nada de sus ojos pueda llamarse fundido, pero aun así.
Son duros, como su cara.
Al igual que su mandíbula, que se mueve cuando responde:
—Vivo aquí.
—Yo...
—Lo cual supongo que sabes —continúa, un músculo saltando en su
mejilla—. ¿No es así?
—Pero tú estabas... —Trago saliva—. Se suponía que estabas fuera y...
—¿Es eso con lo que contabas? —Su pulgar se clava en el extremo afilado
y yo aprieto mi propio cuerpo, temiendo que pueda cortarse—. Que yo esté fuera.
Sí.
Lo hacía.
Ese era todo mi plan. Iba a hacer lo que él acaba de hacer conmigo.
Iba a estar al acecho hasta que volviera y entonces tenderle una
emboscada. O más bien, enfrentarme a él y obligarlo a hablar conmigo.
Pero por segunda vez esta semana, arruinó mi plan.
—¿Cómo has podido... venir por detrás de mí de esa manera? —pregunto,
recuperando lentamente la cordura—. Me asustaste.
Sus ojos de chocolate brillan ante mis palabras.
—Creo que debería ser yo el que tuviera miedo. —Vuelve a presionar el
pulgar sobre el cuchillo—. ¿No crees? Teniendo en cuenta que he encontrado
este cuchillo en tu mano cuando ambos conocemos tu historia.
Me estremezco.
Es leve pero está ahí y lo odio.
Odio que saque el tema para burlarse de mí por todo lo que le he hecho.
Sí, no he sido un ángel para él. De hecho, he sido una verdadera amenaza.
He hecho todo lo posible para convertir su vida en un infierno, como le prometí
hace cuatro años.
Pero no es que no se lo merezca. 72
No es que él fuera un ángel para mí.
Incluso ahora, el hecho de que entrara en su casa de campo y que buscara
meterme con sus cosas es sólo porque no me dio la hora.
Así que levanto la barbilla y respondo:
—Sí, lo sabemos. Y dado que tú eres el experto en historia entre los dos,
deberías saber por qué mi historia es como es, ¿no? —Entonces, antes de que
pueda decir nada, añado—: ¿Y mi mano que sostenía el cuchillo? No tenías que
maltratarla.
Sus ojos se dirigen a mi muñeca.
Todavía la tengo agarrada entre mis dedos. Y es como si su mirada fuera
tan potente que la siento.
Vuelvo a sentir su tacto.
Fue abrasador.
No pude entenderlo en el momento, pero ahora me doy cuenta. Me doy
cuenta de que sus dedos del diablo, su toque del diablo estaba caliente.
Me quemó.
—Eso no fue maltrato —dice, su voz baja, sus ojos vuelven a mí.
—Lo fue. —Luego, mirándolo fijamente a los ojos, —Duele.
Le devuelve la mirada.
—No, no lo hace.
No, no lo hace.
Yo también me doy cuenta.
Porque por muy caliente y ardiente que fuera su tacto, no dolió.
No duele.
—Se va a magullar mañana —vuelvo a mentir, sin dejar de mirarlo.
También me mantiene la mirada.
—No, no lo hará.
Me tiembla un poco la voz cuando digo:
—No quiero que vuelvas a tocarme.
Por fin una verdad.
¿No es así?
Por supuesto que sí.
Por supuesto.
Su mandíbula se aprieta un segundo antes de decir:
—En eso estamos de acuerdo.
73
Siento el apretón de su mandíbula en mi pecho por alguna razón y digo:
—Iba…
Lo que fuera que iba a decir es interrumpido por él.
—Voy a necesitar que me lo entregues también.
—¿Entregar qué...?
Me detengo porque lo sé. Sé de qué está hablando.
Mi lápiz de labios púrpura.
Me lo puse en rebeldía. Me lo puse sabiendo que él lo notaría y bueno, lo
ha hecho.
Me llevo los dedos a los labios y me pregunta:
—¿También tiene nombre?
—Sí.
—¿Cuál es?
Trago y vuelvo a bajar la mano.
—Niña Mala Salvaje.
Algo parpadea en sus rasgos, algo tan oscuro y misterioso como él.
—Perfecto para ti, ¿verdad?
—Yo...
—¿Forzaste la cerradura?
Dudo un segundo antes de responder:
—Sí.
Me mira fijamente durante un momento, con la mandíbula tensa, el pulgar
todavía en el extremo afilado del cuchillo, sin moverlo, ni escarbar, simplemente
ahí. Como si esperara algo. Entonces.
—¿Cómo saliste?
—¿Qué?
—Fuera —dice—, del edificio de tu residencia.
Mi corazón late ante su tono agudo. Pero es más que eso. Hay un peligro
subyacente en él, en su voz, en ese pulgar en punta.
—¿Por qué?
Sus ojos brillan ante mi tono titubeante.
—No es la primera vez que haces esto.
—¿Hacer qué? —pregunto, agarrando mi falda.
Lo cual creo que no debería haber hecho; es un signo de nerviosismo.
Pero el caso es que estoy nerviosa. 74
Teniendo en cuenta lo callado que se ha vuelto en estos momentos. Cómo
me está observando, cada uno de mis pequeños movimientos. Mis puños
agarrando la falda. El pulso palpitando en el lado de mi cuello.
Lo mira y estudia todo antes de volver a mirar hacia mí y continuar:
—Salir a escondidas así.
—No estoy segura de por qué estamos hablando de eso —digo, tratando de
infundir acero en mi voz—. Salí. Forcé la cerradura. Y ahora, estoy aquí. Puedes
castigarme si quieres, pero...
Un gran aliento audible de él me roba las palabras.
Eso y un músculo saltando en su mejilla.
Quitando el pulgar del cuchillo, ordena:
—Mañana te vas a sentar con Janet y le vas a contar exactamente cómo
saliste. Voy a suponer que tienes tus maneras. De hecho, tienes múltiples
maneras. Entrando y saliendo tanto de la residencia como del campus. —Hace
una pausa y mi garganta se seca ante todas sus acertadas suposiciones y
conjeturas—. ¿No es así? Porque no vas a salir de tu dormitorio sólo para ir a
retozar por el campus a medianoche. Así que quiero que le cuentes todas esas
maneras con el mayor detalle posible. Mientras tanto, voy a despedir al celador
de turno esta noche. —Luego—. No, en realidad, voy a despedir a todos los putos
celadores que tenemos de guardia y a los guardias de seguridad. Porque esto es
peor de lo que pensaba.
Después de emitir esa declaración furiosa y ominosa, sale del dormitorio.
Estoy tan sorprendida que durante unos segundos, simplemente me
quedo parada.
Quiero decir, sabía que enloquecería porque me escabullera así, pero
vamos. Esto es una exageración. Pensé que se enfadaría pero que luego se le
pasaría y hablaríamos.
Esto es una locura.
Me obligo a salir de mi estupor y me apresuro a salir de la habitación. De
vuelta en el salón, suelto:
—No puedes despedirlos. Es una locura.
Todo esto lo digo de espaldas a él porque está de espaldas a mí.
Está de pie junto a la mesa que alberga sus vicios y, por el tintineo de los
vasos, supongo que se está sirviendo una copa. Me da la razón cuando veo que
se lo bebe de un solo trago, con la cabeza inclinada hacia el techo y la espalda
ondulando con sus acciones.
—¿No crees que estás siendo un poco exagerado? —le pregunto cuando lo
único que hace es servirse otra copa como si la primera fuera simplemente un
calentamiento, algo para quitarle hierro al asunto—. Volverse tan loco por
escabullirse un poco y pintarse los labios y las uñas. Quiero decir, cuando la 75
directora Carlisle estaba aquí...
Finalmente, se gira hacia mí, con el vaso en la mano.
Sus ojos siguen tan oscuros como antes, su mandíbula también sigue
tensa. Me hace pensar que la bebida apenas ha ayudado.
—Es precisamente por eso que ella no está aquí y yo sí.
—¿Qué?
—No estaba haciendo bien su trabajo y estoy aquí para arreglarlo.
Tardo un segundo en entender su significado.
Sé que nuestra antigua directora se fue porque se iba a jubilar. Y entró
como sustituto porque está en el consejo y es un buen amigo de ella. Al menos,
eso es lo que nos han dicho a todos en los anuncios y boletines escolares. Pero
ahora pienso de forma diferente.
Ahora estoy pensando...
—Dios mío, ¿la despidieron? —Mis ojos se abren de par en par—. ¿La
despediste?
—Hicimos una votación.
Jadeo.
—Dios mío, pensé que era tu amiga. ¿Has votado en contra de tu amiga?
¿Qué clase de imbécil eres?
—Del que no quieres fastidiar ahora mismo.
—Entonces, ¿estás aquí para corregir sus errores? Sean los que sean.
¿Estás aquí para hacer más reglas o algo así?
—Y arreglar las viejas.
Oh, Dios santo.
Me quedo mirándolo durante unos segundos. Su formidable
comportamiento, sus intimidantes y, sin embargo, magníficos rasgos. Sus
brillantes ojos marrones, su mandíbula de ángulos pronunciados.
Su chaqueta oscura. Esa corbata oscura.
Es el diablo, ¿no?
Es el rey de los demonios. El señor. El tirano.
Todo oscuro y peligroso.
Está aquí para hacer este infierno más infernal.
Y estoy aquí para rogar por mi libertad de él.
—Tienes cinco minutos —dice, sacándome de mis pensamientos.
—¿Qué?
—Para hablar. Eso es lo que has venido a hacer, ¿correcto? 76
Trago saliva.
—Sí.
Mi respuesta hace que se mueva.
Lo hace caminar —no, merodear en realidad— hasta el sillón acolchado
adyacente al sofá. Donde deja el líquido ámbar sobre la mesa auxiliar y procede
a despojarse de su chaqueta de tweed.
No estoy segura de por qué, pero la visión de sus grandes hombros
rodando y su camisa de vestir gris apareciendo a la vista es de alguna manera
aún más intimidante.
Como si se estuviera preparando para luchar. Se está preparando para el
espectáculo principal, sea lo que sea.
Luego, arrojando la chaqueta a un lado, toma asiento en ese sillón muy
colchado. Se echa hacia atrás, con los muslos extendidos y los codos apoyados
en los reposabrazos, mientras rodea el vaso con sus grandes dedos y su anillo
de plata tintinea contra el cristal.
Es un sonido pequeño, apenas perceptible, y sin embargo me hace saltar.
Luego toma un pequeño sorbo sin dejar de mirarme y dice:
—Más vale que valga la pena.
T
ras su orden, creo que pierdo veinte segundos del tiempo
asignado.
Por lo menos.
Porque todo lo que puedo hacer después de que se haya
acomodado en su silla y haya dado la orden de que hable es simplemente mirarlo
fijamente.
Mientras busco en lo más profundo de mi ser mi fuerza, mi confianza.
Mi valor.
Ahora que ha llegado el momento, me encuentro extremadamente
nerviosa. Y la bomba que me ha soltado, de estar aquí no para ayudar a su amiga
sino para corregir sus supuestos errores, no ayuda en absoluto.
Dios, qué imbécil. 77
Pero está bien. Está bien.
Puedo hacerlo.
Con mi voz más segura, digo:
—Tengo una propuesta para ti.
¿Soy yo o esa palabra “propuesta” no suena bien?
Sus ojos brillan y da otro sorbo a su whisky.
—Propuesta.
Que es cuando me doy cuenta de que no, no estaba bien.
La palabra, quiero decir.
Tiene... insinuaciones. De cierto tipo.
De los que hacen que me recorra un escalofrío cuando la repite en voz
baja.
Así que me aclaro la garganta y empiezo de nuevo:
—Bueno, más bien una idea. Una idea brillante.
Otro sorbo.
—¿Y qué es esta brillante idea?
Ganando otra gota de confianza en que al menos está receptivo a
escucharlo, sigo adelante.
—Por lo general, cuando un estudiante se está quedando atrás, los
profesores están dispuestos a, ya sabes, trabajar con ellos y darles proyectos
para obtener créditos extra y cosas así.
Que es lo que había estado haciendo antes de los finales con la esperanza
de que fuera suficiente para graduarme, y así fue hasta que mi orientadora me
llamó a su despacho y me dijo que no me iba a graduar después de todo.
—Así que esperaba que tal vez pudiera hacer algo así ahora —continúo,
manteniendo las manos rectas a los lados y sin curvar los dedos en puños
nerviosos—. Ya sabes, para hacer avanzar este proceso, eh, más rápido.
Esta vez no toma un sorbo.
Se limita a girar suavemente su vaso de cristal hacia delante y hacia atrás
en el reposabrazos mientras me observa.
—Más rápido.
—Sí. —Asiento, con el corazón martilleando—. Hablé con mi consejera. Me
ha dicho que si hago todas las tareas y proyectos, además de los créditos extra
para compensar mis notas, podré salir de aquí antes. Tan pronto como en cuatro
semanas en lugar de los dos meses. Ella dijo que es mucho trabajo para ser
embalado en un intervalo tan pequeño, pero si estoy dispuesta, ella no tiene
ningún problema con él. Pero, por supuesto, el director tiene que aprobarlo.
Ese es todo el problema, el director.
78
Pero estoy diciendo la verdad. Sí que fui a hablar con mi orientadora y me
dijo todas estas cosas. Bueno, después me dijo que va a ser duro y que no es
algo muy común. Normalmente es mejor pasar los dos meses y que el proceso
sea natural.
Pero claro, no tengo dos meses, ¿verdad?
Sólo tengo cuatro semanas antes de que empiece la gira y tengo que estar
fuera de aquí para entonces.
Lo necesito.
De ahí todo este plan legítimo de manual.
Quiero decir, esto debería impresionarlo, ¿verdad? Esto debería funcionar.
Es un plan que seguramente le gustará, este maldito fanático de las reglas
que está aquí para hacer más reglas, aparentemente.
—Cuatro semanas —repite una vez más, rompiendo mis pensamientos.
—Sí.
Su anillo tintinea contra el vaso cuando lo levanta para dar otro sorbo, sin
apartar sus ojos de los míos.
—Eso es mucho trabajo.
Mi vientre se tensa al oír el tintineo y me muevo sobre mis pies.
—Estoy dispuesta a hacerlo.
Otro tintineo mientras baja su vaso.
—Estás dispuesta a hacerlo.
—Sí —digo, esta vez con los dedos de los pies curvados.
—Debes estar muy desesperada entonces.
—¿Qué?
—Para salir de aquí —explica. Luego—. En cuatro semanas.
—Sí, lo estoy. Por supuesto que sí. He estado desesperada por salir de aquí
desde el momento en que quedé atrapada. —Levanto las cejas y me subo las
gafas—. Hace tres años.
Lo cual es obviamente la verdad y no es un misterio para nadie.
He sido bastante clara sobre mi odio a este lugar.
Y por eso cuento con eso. Cuento con el hecho de que lo comprará como
la razón.
Como toda la razón, quiero decir, de por qué quiero salir en exactamente
cuatro semanas.
Dios, por favor, deja que lo compre.
Algo parpadea en sus ojos y murmura:
79
—Pero si has estado atrapada aquí durante tres años, ¿qué son otros dos
meses?
—No me estarás preguntando eso en serio, ¿verdad? En serio.
Sin embargo, no le molesta. Mi tono insolente y mis ojos furiosos.
Da otro sorbo a su whisky, su anillo vuelve a golpear el vaso, y juro que si
tengo que pasar por el caos que su estúpido anillo de plata está provocando en
mi cuerpo, voy a hacer algo drástico.
Como marchar hacia allí, arrancarle la bebida de la mano y tirársela a su
arrogante cara.
—Supongo que no. —Hace una breve inclinación de cabeza—. Pero no es
eso lo que estoy preguntando.
—Entonces, ¿qué mierda estás preguntando?
Sus ojos oscuros y penetrantes se estrechan en señal de advertencia. Pero
no me importa.
Quiero decir, ¿cómo puede siquiera preguntarme eso? ¿Cómo?
Cuando sabe lo mucho que quiero salir de aquí.
—Pregunto —dice por fin—, ¿por qué es importante que te vayas en cuatro
semanas? Exactamente cuatro semanas. ¿Y por qué es tan importante que estás
dispuesta a trabajar para ello? Algo que nunca has hecho. Por nada, en realidad.
Jesucristo, ¿por qué tiene que ser tan difícil?
¿Por qué no me lo pone fácil?
Sólo por esta vez.
—¿Estás diciendo que soy una princesita mimada? —espeto.
—No.
Me sorprende un poco su respuesta negativa. Cuando claramente dio a
entender otra cosa. Y quizás por eso me lanzo a este largo monólogo.
—Bien. Porque no lo soy. No soy una maldita mimada, ¿está bien? Mira
dónde estoy. Donde he estado viviendo los últimos tres años. Cómo he estado
viviendo. Cada alegría en este lugar viene con un precio. Cada felicidad está
atada a un millón de reglas. Sin mencionar que no soy una aprovechada. Y tú lo
sabes. Hay un fideicomiso establecido en el testamento que paga mi
mantenimiento. Y antes de que me llames bebé de fondo fiduciario, déjame
decirte también que tengo mis propios talentos. Tengo mi...
Pero me detengo. Una parada chirriante.
Porque... ¿qué tengo realmente?
¿Qué talento tengo?
Quiero decir, tengo mi... 80
Pero, ¿realmente puedo llamar a eso talento? Son tontos... garabatos.
En realidad ni siquiera son garabatos. Sólo son...
No son nada.
No es nada.
—¿Tienes tu qué?
Mis respiraciones —que eran rápidas, me doy cuenta ahora— se detienen
ante su insistencia. Se detienen y, de alguna manera, se enredan en mi pecho,
y no puedo creer que esté pensando en algo tan intrascendente en este momento.
Algo que no tiene relación con mis objetivos, mis planes.
Lanzándole una mirada beligerante, le digo:
—No soy una mimada. Y aunque lo sea, no es asunto tuyo. No tiene que
ver con lo que estamos discutiendo ahora.
Sus ojos pasan de un lado a otro de los míos durante unos instantes y
espero que lo acepte y pase de este tema.
Y de alguna manera, milagrosamente, lo hace.
Aunque todavía hay un matiz pensativo en sus rasgos.
—Tal vez no. —Entonces, apura su whisky de un tirón y dice—: ¿Qué tal
si te hago algo mejor?
Sospecho al instante.
—¿Qué?
Baja el vaso y dice:
—En lugar de hacerte esperar cuatro semanas más, ¿qué tal si te dejo ir
ahora?
—¿Ahora?
Asiente con la cabeza.
—Sí. Ya has estado aquí durante tres años y ahora te atrapo durante otras
ocho semanas. No es justo para ti, ¿verdad? —Inclinando la cabeza hacia la
puerta, dice: —Te diré algo, puedes salir de aquí ahora mismo e irte. Puedes
dejar la escuela, dejar tus clases. Nadie te lo impedirá. Y menos yo.
Lo observo durante unos instantes, con el corazón acelerado en el pecho.
—Puedo salir de aquí ahora mismo.
—Sí.
—Estás bromeando, ¿verdad?
Mueve la cabeza lentamente.
—Incluso te llamaré un taxi.
—Divertidísimo, ¿verdad? —Lo miro fijamente, con las uñas clavadas en
las palmas de las manos—. Sabes que no puedo irme. 81
Algo parecido a la satisfacción parpadea en sus rasgos.
—No, no puedes.
—No hasta que me des mi dinero.
Y de eso se trata, ¿no?
Esa es la razón por la que aún no me he ido.
Por qué estoy tratando de perseguirlo y convencerlo de que me deje
graduarme.
Por qué no me fui en cuanto me enteré de que no me graduaba a tiempo.
Puede que necesitara un tutor cuando llegué a él a los catorce años, pero
ahora no lo necesito.
Tengo dieciocho años. Una adulta.
No necesito que alguien controle mi vida. Puedo hacer las maletas e irme
y nadie vendrá a por mí. Ni la ley, ni el CPS o cualquier organización de mierda.
Pero.
Charlie, mi madre, en su infinita sabiduría, redactó un testamento en el
que se estipula que tengo que estar graduada en el instituto para recibir la
primera parte de mi dinero. Y la otra parte, junto con un montón de otras cosas
como propiedades y demás, me será entregada cuando cumpla veintiún años.
También hay un montón de condiciones. A saber, que la decisión final recaerá
en el tutor, si puedo o no recibir lo que me pertenece por derecho.
Estoy bastante segura de que fue idea de Marty; no creo que Charlie
estuviera pensando en todos los tecnicismos legales. Así que Marty redactó un
testamento estándar que probablemente hace para todos los demás niños
famosos.
Así que sí.
Estoy atada a él, mi guardián diabólico, hasta que cumpla los veintiún
años.
Sé que dentro de tres años también tendré que pasar por el aro para
conseguir su maldita aprobación. Pero por ahora, me preocupa la primera mitad
de ese dinero. Por eso he sido una buena chica durante la última semana. He
estado asistiendo a todas mis clases, haciendo todos mis deberes. Por eso no he
causado ningún problema —no es que haya sentido ninguna inclinación a gastar
una broma o crear un disturbio porque sí— porque no quiero poner un dedo
fuera de la línea y poner en peligro mi graduación. De nuevo.
Aparecer aquí esta noche es una excepción, por supuesto.
Lo que obviamente me va a morder en el culo mañana cuando haga una
lista de todos mis caminos secretos para salir del edificio de la residencia a Janet.
Que ya tiene mi Purple Durple, por cierto. 82
—Tu dinero —dice.
—Sí.
—Porque no eres una princesita mimada, ¿verdad? —Sus labios se
inclinan en una pequeña sonrisa—. Eres una rica princesita mimada.
Eso cruzó la raya.
Eso fue demasiado, demasiado pasado de la raya.
Mis fosas nasales se agitan con una respiración aguda.
—¿Sabes por qué quiero mi dinero?
—Para comprar más esmaltes de uñas orgánicos que brillan en la
oscuridad y barras de labios con nombres raros pero sorprendentemente
acertados.
—No. —Me inclino hacia delante—. Es porque no quiero que tú lo
controles. No quiero que controles ninguna parte de mí. Ni una sola parte de mí.
Quiero salir de tu puta tiranía, ¿lo entiendes? ¿Entiendes que odies tanto a
alguien que harías cualquier cosa para liberarte de él? Así es. Por eso quiero mi
dinero. Quiero mi dinero para que nada de lo que me pertenece pueda
pertenecerte a ti. Ni siquiera para guardarlo. Eso es lo mucho que te odio. Eso
es lo mucho que te he odiado desde que te conocí. Que estoy lista para bailar en
mis malditos dedos de los pies. Estoy lista para pasar por todos los aros, ir a la
escuela de verano, sentarme en todas las putas clases aburridas, para que un
día pueda ser libre de ti. Para que un día puedas ser un puto recuerdo lejano.
Para que un día tengas que renunciar a todo, a cada centímetro de tu control.
Sobre mí. Un día. —Retrocediendo, sacudo la cabeza—. Te dije que soy muy
rencorosa, ¿no? Y que me condenen si no lo mantengo hasta el día de mi muerte.
Así que no soy una princesa rica y mimada, soy una arpía, señor Marshall. Su
arpía, y quiero mi maldito dinero. Y quiero salir de aquí en cuatro semanas.
La verdad.
Cada una de las palabras.
No quería decirlo, no quería divulgar las profundidades de mi odio hacia
él -aunque estoy bastante segura de que él lo sabe- pero ahí lo tienes.
Esta es la razón.
Por eso no me iré con Jimmy. No sin mi dinero. No puedo.
Sé que dijo, tan dulce y cariñosamente, y Dios me encanta, que cuidaría
de mí. Pero no quiero que lo haga. Sobre todo porque puedo cuidar de mí misma.
Sí puedo.
A pesar de lo que piensa mi guardián diabólico.
No tengo miedo de trabajar por ello, de conseguir un trabajo “cualquier
trabajo” para ganar mi dinero. Pero no me iré de aquí sin el dinero que tiene
bajo su control. 83
Pero un segundo más tarde, me arrepiento de mi desplante de verdad.
Porque se despliega de su sillón sobredimensionado y se pone en pie.
Y en cuanto lo hace la habitación se encoge.
Ni siquiera estoy mintiendo. Se encoge, carajo.
Empequeñece las grandes paredes, las enormes estanterías de pared a
pared con su intimidante altura, sus hombros imposiblemente anchos.
Mientras estoy viendo eso, viendo como su cuerpo se apodera del maldito
edificio, extrañamente va por sus gemelos.
Los desabrocha y, sin dejar de mirarme, procede a doblar las mangas, uno
por uno.
Y durante unos momentos, todo lo que puedo hacer es ver cómo lo hace.
Todo lo que puedo hacer es ver cómo expone sus antebrazos.
No, está exponiendo sus antebrazos muy bronceados y musculosos y con
pelo.
Lo que me hace darme cuenta de que nunca los he visto antes.
Aunque parezca una locura.
Sí, nunca he visto sus antebrazos y estoy perdiendo el aliento por ellos.
Porque son tan masculinos y bonitos y distractores.
Vuelvo a concentrarme cuando da un paso hacia mí.
Haciendo que mis ojos se levanten de golpe hacia su cara.
—¿Qué estás haciendo?
—Decirte cómo ganártelo.
Tengo la suficiente presencia de ánimo para dar un paso atrás.
—¿Ganar qué?
—Tu dinero.
Abro y cierro los puños.
—¿Qué significa… Qué significa eso?
—Significa —dice y se acerca otro paso—, que por desgracia para ti, mi
tiranía no ha terminado todavía. —Otro paso más cerca—. Sigo siendo el diablo.
Y tú sigues siendo mía. Controlo cada centímetro de tu vida, cada centímetro de
ti. —Otro paso más—. Y eso significa, Poe, que si quieres tu puto dinero —cuarto
paso—, vas a tener que hacer exactamente lo que yo diga.
—¿Qué quieres que haga? —pregunto, lamiendo mis labios secos.
Sus ojos de chocolate se dirigen a mi boca y me maldigo por haber atraído
su atención hacia mis labios. Cosquillean y tiemblan bajo su mirada.
Levantando la vista, dice con aspereza: 84
—Estoy seguro de que se nos ocurrirá algo.
Y entonces se acerca un paso más y sé que debería retroceder, pero no
puedo.
Estoy congelada.
Primero, porque sus ojos brillan más que nunca y hay un rubor —oscuro
y carmesí— en sus extraordinarios pómulos. Y en segundo lugar, porque creo
que todo eso, el rubor, el brillo, incluso la forma en que sus labios se separan y
el modo en que su pecho se mueve al respirar, le hace parecer... depredador.
Jesucristo.
¿Qué está pasando?
¿Qué está diciendo?
Con un pánico ciego, mis brazos se disparan y agarro lo primero que está
a mi alcance, un cojín.
Entonces, sin pensarlo, se lo lanzo mientras doy un paso atrás.
No, dos pasos atrás.
—No te acerques a mí —advierto—. No te acerques a mí.
La almohada lo golpea con un golpe —apenas si le eriza el oscuro cabello
rizado— y cae al suelo, y odio el hecho de que en una habitación llena de gruesos
libros encuadernados en cuero, lo único que pude encontrar para atacarlo fue
una estúpida almohada de plumas.
—¿O qué? —pregunta, por supuesto acercándose a mí.
Sigo retrocediendo.
—Si estás diciendo lo que creo que estás diciendo...
Me quedo sin palabras porque no puedo ni siquiera.
Ni siquiera puedo completar mi propia frase ante esto. Este loco, absurdo
e incomprensible giro de los acontecimientos.
Sin embargo, es evidente que no tiene ningún problema para ser
coherente.
De hecho, su voz es toda fresca y desenfado cuando pregunta:
—¿Qué estoy diciendo?
Oh, Dios mío. Oh, Dios mío.
Está diciendo... las cosas más despreciables, ¿no?
Dice que hago algo a cambio del dinero.
Que me lo gane haciendo favores físicos.
—Mi respuesta es no, ¿me oyes? —digo, clavando mi dedo en él—. Mil
putas veces no.
85
—Pensé que estabas dispuesta a hacer cualquier cosa —dice en ese mismo
tono casual—. Incluyendo trabajar por un crédito extra.
—No —digo bruscamente, retrocediendo; la pared está cerca, puedo
sentirla, Dios—. Eso no. Nunca haré eso.
—Bueno, ahora tienes dieciocho años, ¿no? —Ladea la cabeza—. Es una
edad perfecta para trabajar por un crédito extra. —Entonces—. Edad legal.
—Dios mío, no. No. Le juro por Dios, Sr. Marshall, que voy a gritar.
—Ahora es director Marshall —corrige, sus rasgos se vuelven más
depredadores a cada segundo, y más hermosos también—. Y animo mucho
gritar.
Mis ojos casi se salen de la cabeza ante la insinuación.
—Voy a vomitar entonces. Vomitaré sobre tus malditos mocasines
italianos.
—Bueno, espero que seas mejor limpiadora que estudiante. Porque si
haces un desastre, tú eres la que va a limpiarlo.
—Yo...
Mis palabras se evaporan cuando mi espalda choca con la pared y no tengo
a dónde ir mientras él desciende sobre mí como el diablo que es.
Espero que ponga sus manos en la pared y me enjaule. Espero que se
acerque aún más a mí, que se incline sobre mí para encajonarme, que me atrape
como siempre ha hecho.
Pero no lo hace.
No hace ninguna de esas cosas.
Se detiene a un par de metros de mí y se pone alto y ancho. Incluso se
mete las manos en los bolsillos.
Y es peor.
Porque todavía estoy enjaulada.
Mis pies siguen pegados al lugar y mi columna vertebral sigue pegada a la
pared. Sigo atrapada e inmovilizada y él no ha tenido que mover ni un músculo.
Con el pecho agitado, susurro:
—No soy... no soy eso.
Una puta.
Su mandíbula se mueve de un lado a otro como si escuchara la palabra.
—Y si quisiera que fueras eso, habría encontrado la manera de que lo
fueras.
—Yo... 86
—Yo soy el que tiene todo el poder aquí, ¿no?
Mis uñas se clavan en la pared detrás de mí mientras asiento. La única
respuesta que le daré.
—Puedo hacer lo que me dé la gana contigo —dice, con los ojos
encendidos—. Y por tu propia admisión, lo harías, ¿no?
—Sí.
—Porque me odias mucho.
—Lo hago.
Sus ojos brillan con algo antes de decir:
—Así que si quisiera la torpeza de una niña mala salvaje, que apenas tiene
dieciocho años y que se pasa los días con un uniforme escolar y armando un
escándalo en un aula, la habría tomado. Y créeme, para cuando terminara
contigo, te odiarías más a ti misma por amarlo que a mí por hacértelo. Por no
hablar de que estarías limpiando otro tipo de desorden de un montón de lugares
diferentes, además de mis mocasines italianos. Tal y como están las cosas, mis
gustos van hacia mujeres sofisticadas y mucho más experimentadas. Así que tu
virtud adolescente está a salvo esta noche.
Sé que debería estar aliviada.
Debería respirar mejor. Pero mis respiraciones son aún más desordenadas
ahora.
Se me eriza la piel ante sus palabras.
Mis muslos se aprietan involuntariamente y mis ojos, muy abiertos, se
agrandan aún más detrás de las gafas. Me las subo espasmódicamente y digo,
haciéndolo todo a un lado:
—Entonces... ¿Qué quieres?
Observa mis facciones durante unos segundos mientras las suyas se
vuelven serias, duras.
—Lo que quiero es que me digas algo.
—¿Decirte qué?
—La verdad.
—¿La verdad?
—¿Es él?
—¿Qué?
Aprieta la mandíbula. Y lo hace con tanta fuerza e intensidad que dura un
par de segundos antes de explicarse, o más bien de soltarme la bomba.
—Tu maldito novio.
—¿Mi n-novio?
Sus ojos son violentos cuando dice:
87
—Sí. Todo esto de mendigar y trabajar para obtener un puto crédito extra.
No estará involucrado en esto, ¿verdad? Tu pedazo de mierda de novio
drogadicto.
Durante unos segundos, no puedo decir nada.
No puedo ni respirar. No puedo hacer pensamientos y mucho menos
palabras.
Mi corazón no late.
Pero supongo que es una exageración porque estoy viva, ¿no?
Y tampoco estoy durmiendo, no. Así que esto no puede ser un sueño.
O una pesadilla en realidad.
Que el hombre que me rompió el corazón hace tres años, me pregunte de
alguna manera por el chico que amo.
Que el hombre que me separó del amor de mi vida se haya dado cuenta de
alguna manera de que por eso estoy haciendo todo esto.
—No es un pedazo de mierda —suelto lo primero que se me ocurre.
Lo cual fue un error, porque sus ojos se entrecerraron sospechosamente.
—Sí, lo es.
Aunque sé que es un camino peligroso, sigo diciendo:
—No, no lo es. Y tampoco es un drogadicto.
Bueno, más o menos lo es, pero aun así.
—Sí, lo es —repite.
—Vale, entonces sí, es un drogadicto —digo—. ¿Y qué? Como si tú fueras
tan perfecta. De hecho, es mejor que tú aunque fume marihuana.
Y consuma otras sustancias ilegales.
Pero, ¿y qué?
Lo amo y esperó por mí. Eso es todo lo que importa.
Un músculo salta en su mejilla. Salta y pulsa.
Y de alguna manera mi corazón, que parecía haberse detenido antes, late
al ritmo de ella.
—Él fuma más que marihuana y lo sabes —afirma—. Y no estoy buscando
competir con un desertor de la escuela secundaria cuyo coeficiente intelectual
es probablemente menor que el tamaño de mi zapato.
—Yo...
—Y es por él —me interrumpe y concluye—, porque nada ha cambiado,
¿verdad? Te escabullías para verlo antes de que te enviaran al St. Mary y, dado
lo que he descubierto esta noche, supongo que has estado haciendo lo mismo 88
desde que llegaste aquí.
Mierda.
Mierda.
¿Por qué tiene que ser inteligente?
¿Por qué tiene que ser tan imbécil?
Va a arruinar todo de nuevo, ¿no? Va a romper mi corazón otra vez.
No puedo dejarlo hacer eso. No puedo.
Necesito descarrilarlo.
Necesito hacer que se olvide de Jimmy.
—No, no lo es —digo con voz firme, con el cuello torcido para mirarlo, con
los rasgos controlados—. Sí, he salido a escondidas, pero no para verlo.
—¿Sí?
—Sí. Porque ni siquiera vive aquí. Vive en Nueva York.
Eso le da una pausa.
—Nueva York.
Bien.
—Sí —digo, asintiendo—. Mi novio drogadicto, que no es realmente mi
novio porque me lo has quitado, por cierto, está en una banda. Se mudó a Nueva
York hace años, ¿está bien? Vive allí. —Luego, sólo porque pude resistirme,
añado: —Y por lo que he oído, ha triunfado.
—Lo ha hecho.
—Sí —digo con orgullo—. Ya no es un simple desertor del instituto. Va de
gira. Es todo un personaje. —Suspiro con fuerza—. Así que no, señor Marshall,
no me he escapado para verlo. Tenga por seguro que he estado realmente
atrapada aquí. Como usted quería. Así que enhorabuena. Ha conseguido
romperme el corazón y enjaularme en un reformatorio.
Estudia mi cara durante unos segundos, seguro que para comprobar si
miento o no.
Afortunadamente, se lo cree y le dice:
—Bien.
Un dolor me apuñala el pecho entonces, por su bien.
Como si fuera tan feliz.
Tan extasiado después de arruinar mi vida.
Y no puedo evitar arañar las paredes con las uñas mientras digo
mordazmente:
—No eres mi padre, lo sabes, ¿no? 89
Sus ojos brillan entonces.
—No, no lo soy.
—No tenías derecho. A hacer lo que hiciste. No tenías derecho a separarme
de él. Del chico que amaba.
Ese músculo aparece de nuevo en su mejilla, palpitando y tamborileando.
—¿No hemos tenido esta conversación antes? Sobre que tengo un
documento en el que constan mis derechos.
—Yo...
—Lo que me hace —dice mientras se inclina ligeramente hacia delante—,
peor que tu padre, ¿no? Porque estoy aquí y estoy a cargo de ti. Y me interpongo
entre tú y no sólo él, sino también todos los demás tipos de ahí fuera.
Y luego no puedo detenerlo.
Entonces no puedo evitar soltar la pregunta que he estado esperando
hacer durante tres años.
—¿Por eso no me lo hiciste en la cara? Porque eres peor que mi padre.
—¿Qué?
Lo miro a través de un brillo de ira y lágrimas.
—Eso es lo que hiciste, ¿no? Ni siquiera tuviste la decencia, la puta
humanidad, de romperme el corazón en persona. Enviaste a Mo para que lo
hiciera. Enviaste a Mo para amenazarme, para ponerme en mi lugar, para
romperme. Para que me diera la noticia de que iba a ir a St. Mary. Y luego te
fuiste. Así de fácil. Te fuiste como si no te importara. Ni siquiera te importó
quedarte y ver tu obra. Ver los pedazos rotos de mi corazón tirados en el suelo
de mi habitación. Porque no te importaba, ¿verdad? No te importaba que
arruinaras mi historia de amor. Mientras lo hicieras. Mientras ejercieras tu poder
y jugaras al juego del control. —Le sacudo la cabeza—. Bueno, espero que hayas
disfrutado de Italia. Espero que puedas volver pronto. Y esta vez, espero, y lo
digo con toda la puta sinceridad, que te atragantes con algo de pasta.
Mi corazón late en mis oídos. Está latiendo en mi vientre.
No, está en auge.
Está tronando.
Cuando pensé que se calmaría. Finalmente. Pensé que si purgaba mi ira,
si me enfrentaba a él por lo que había hecho, me daría paz. Me daría la
satisfacción que tanto necesitaba decirle todas esas cosas.
Pero no hay alivio.
No hay paz.
Y mi angustia, mi inquietud sólo crece cuando él se mueve.
Cuando se acerca y, por fin, saca la mano del bolsillo, la que lleva el anillo 90
—no sé por qué me fijo en eso, pero lo hago— y la coloca en la pared, encima de
mí.
Me muevo contra la pared, mi columna vertebral se inclina cuando él se
inclina, sus ojos calientes y fundidos, su mandíbula dura y desaliñada.
—Te gustaría eso, ¿verdad?
—¿Gustarme qué?
—Yo —dice con los dientes apretados—. Rompiendo tu corazón. En tu
cara.
Trago saliva.
—Yo... estoy...
—¿Es eso lo que quieres? —dice ásperamente, sus ojos penetrantes—.
Quieres que te amenace en la cara. Como debería haberlo hecho.
—Quería que te importara —susurro, a mi pesar.
A pesar de no saber de dónde vino.
¿De dónde vino?
Pero no tengo tiempo de analizarlo ni de retractarme porque me dice, con
voz áspera y un poco por encima de un susurro:
—Bien. Considera que esto es lo que me importa: si descubro que estás
mintiendo sobre que no ves a tu novio de mierda, me aseguraré de estar presente
personalmente para darte la noticia de que nunca saldrás de aquí. Me voy a
asegurar de romper personalmente tu corazón en pedacitos y verlos tirados en
el suelo. En lugar de enviar a la persona en la que más confiabas. También los
contaré personalmente, esos trozos, para asegurarme de que esta vez he hecho
un trabajo lo suficientemente bueno rompiéndote para que te alejes de él. Y
luego, yo mismo te arrastraré tras las rejas y te encerraré allí. Antes de tirar la
llave, personalmente, mientras tú miras. ¿Es suficiente para ti o quieres que sea
más gráfico y detallado?
—Nada ha cambiado, ¿verdad? —susurro, temblando ahora.
Temblando bajo su intenso y pesado escrutinio.
—¿Qué?
—No ha cambiado nada —digo, estudiando el terreno de sus rasgos que
se han vuelto duros de odio, el marrón de su mirada que se ha vuelto negra, de
nuevo de odio—. Sigues odiándome tanto como hace cuatro años, ¿verdad?
Aprieta la mandíbula en respuesta.
—No sé por qué pensé que el tiempo y la distancia podrían cambiar las
cosas. Quiero decir... —Trago fuerte, parpadeando los ojos mientras intento
mantener mis lágrimas a raya—. No ha cambiado las cosas para mí. Te odio
igual. Incluso más, después de lo que hiciste cuando descubriste lo de Jimmy.
Pero yo... no sé. No sé lo que esperaba. Yo... Siempre me verás como una 91
extensión de Charlie, ¿no? No importa lo que pase. Y es por eso que no me dejas
ir, ¿no? Es por eso que me has estado molestando estos últimos días. Por eso no
estás dispuesto a escuchar ninguna de mis ideas. Porque me odias. Porque soy
la hija de Charlie.
No puedo leerlo el noventa y cinco por ciento de las veces, pero esto sí.
Puedo leerlo cuando menciono a mi madre.
Un obturador se cierra cuando menciono a Charlie. Su rostro adopta una
máscara, una máscara de madera, sin sentimiento, en la que todos sus rasgos
se parecen a los suyos pero no tienen animación. Parecen... muertos.
Incluso sus movimientos son de madera cuando va a quitar la mano de la
pared y da un paso atrás, alejando su calor y su olor.
Sin embargo, todavía ardo. Todavía lo huelo.
Como él dice:
—Me gustaría verte en mi oficina el lunes. A las cinco. Para detención.
Trae un cuaderno y un bolígrafo. Y te sugiero que te acomodes porque no vas a
ir a ninguna parte durante las próximas ocho semanas.
El hombre del Renacimiento

S
i hay algo que se me da bien es desconectar del mundo.
Apagarlo. Alejarlo. Retirarme en mí mismo o perderme en mi
trabajo para que las cosas no me toquen.
Es una técnica que desarrollé cuando era niño.
Tuve que hacerlo.
O no habría sobrevivido.
Por aquel entonces, también se me daba bien esconderme.
Se me daba bien meterme en espacios pequeños, meterme en recovecos,
hacerme un ovillo para protegerme. Desde entonces, he aprendido mejores
maneras de hacerlo.
92
Para protegerme, quiero decir.
Como golpear la mierda de una bolsa pesada durante una hora todos los
días.
Funciona de maravilla cuando quieres intimidar a la gente con tu tamaño.
Pero no se trata de eso.
La cuestión es que ahora mismo no puedo intimidar ni desconectar el
mundo. Por mucho que me gustaría.
—¿Qué te parece la escuela?
Estamos en una reunión de la junta directiva y miro a John Thompson,
que me ha hecho esta pregunta. Es de la edad de mi padre y solía ser buen amigo
suyo cuando estaba en la junta.
—Está bien —respondo.
—¿Te estás adaptando bien?
No hay malicia en esa pregunta y como es él, me lo creo. John Thompson,
aunque es amigo de mi padre, no es una completa mierda. Lo cual es una
sorpresa porque casi todo el mundo aquí, en esta junta, es amigo de mi padre y
una completa mierda.
Y se opusieron a que me uniera en lugar de mi padre.
—Sí, creo que sí.
—Porque si no, siempre estamos aquí para ayudar.
Eso viene de Robert Bailey.
Ahora él es un pedazo de mierda.
Viejo y arrogante y sí, uno de los amigos de mi padre.
—Bueno, te agradezco la ayuda, pero creo que puedo arreglármelas —le
digo lo más educadamente que puedo.
—¿Estás seguro? —pregunta, con las cejas pobladas alzadas—. Estamos
encantados de ayudar. Quiero decir, acabas de volver de Italia. Todavía debes
estar superando el jet lag.
La gente se ríe y yo aprieto los puños bajo la mesa.
Porque la otra opción es tomar ese puño y plantárselo en la cara.
Pero no voy a hacer eso.
Sobre todo porque sería motivo de despido de la junta.
Que es exactamente lo que quiere.
—Es una diferencia horaria de seis horas. Que superé el mes pasado.
Porque fue cuando volví de Italia. Pero gracias por tu preocupación. Es muy
conmovedor.
—Por supuesto —continúa—. Siempre estamos aquí para ti. Eres el hijo 93
de nuestro querido amigo. Te hemos visto crecer.
Mi cuerpo se tensa por un segundo.
—Lo han hecho, ¿verdad?
Se ríe.
—Sí. Y por eso estamos todos preocupados. Dado tu... —Hace un gesto
con las manos como si fuera demasiado educado para decirlo.
—¿Dado mi qué?
—Bueno, me refiero a tu historia y tu salud.
La gente se remueve en sus asientos, con un aspecto muy incómodo.
La ira arde en mi pecho y es un milagro que pueda decir las siguientes
palabras con calma.
—De nuevo, estoy bien. Gracias por la oferta, pero creo que soy capaz de
manejar las responsabilidades de mi familia.
Lo soy.
Y lo he demostrado muchas veces en el pasado. Pero sé que en esta ciudad
voy a tener que seguir demostrándolo durante mucho, mucho tiempo.
Pero no pasa nada. Puedo y lo haré.
Tras la cháchara inicial, vamos al grano.
Discutimos todos los planes de St. Mary's para el verano y el año que viene.
Estoy pensando en contratar nuevo personal, poner algo de dinero en la
biblioteca y un nuevo laboratorio de ciencias.
Normalmente el trabajo es algo que me calma. Enfría la rabia en mi
sistema, pero hoy no.
Tal vez el comentario de “teniendo en cuenta tu historial” fue lo que me
afectó. O fue la forma en que ese imbécil me miró con condescendencia durante
toda la reunión, no lo sé.
Pero para cuando termina la reunión, ya estoy ansioso.
Tanto que no puedo concentrarme.
Así que cuando vuelvo a la casa de campo, decido hacer ejercicio en la
bolsa pesada.
Funciona a las mil maravillas cuando quieres recuperar la concentración.
También funciona cuando quieres intimidar a la gente con tu tamaño.
Y es algo que siempre he querido.
Intimidar.
De todos modos, mientras el sudor me resbala por la cara y mientras mis
nudillos se irritan hasta el punto de que puedo ver la sangre carmesí que florece
bajo la cinta blanca, no puedo decir que esté ayudando.
94
No puedo decir que mi enfoque está volviendo y la ira va a ninguna parte.
Todavía late dentro de mi cuerpo, mi ira.
Corriendo por mis venas y pulsando en mi maldita sien como un dolor de
cabeza.
Y tengo la sensación de que sólo va a crecer.
No sólo esta noche, sino durante todo el tiempo que tenga que vivir aquí.
En este lugar.
En esta pequeña casa de campo en el campus de un reformatorio que mi
familia había construido hace décadas.
Por eso estoy aquí en primer lugar.
Porque mi familia lo construyó hace décadas, algo de lo que se sentían muy
orgullosos. Pero aparentemente, en el último año la gloria de este lugar se ha
empañado.
Y por eso es mi trabajo restaurarlo.
Cuando recibí la llamada sobre la situación, no hace falta decir que me
sorprendió.
Durante años, Leah Carlisle ha sido una de las favoritas de los miembros
de la junta con su implacable búsqueda de normas y reformas. Pero, al parecer,
el año pasado estalló un escándalo en el que estaba implicado su hijo —Arrow
Carlisle—, que en ese momento formaba parte del profesorado, y una estudiante.
E inmediatamente después hubo otra infracción de la conducta cuando se
permitió que una estudiante embarazada se quedara en la facultad. Por no
hablar de que un miembro de la facultad fue detenido por tener una relación con
una estudiante.
La junta no estaba contenta y le pidieron que dimitiera. Como Leah es una
amiga desde hace unos años, por mucho que me sorprenda su comportamiento
y su repentina falta de liderazgo, insistí en que la junta haga ver que se va por
voluntad propia.
Y ni que decir tiene que, como esta escuela era de mi familia, pedí hacerme
cargo personalmente. También pedí quedarme en el campus para vigilar más de
cerca las cosas.
Sí, echaría de menos dar clases de verano en la universidad y mis otras
responsabilidades departamentales, algo que me gusta, pero está bien.
Esto es más importante.
Proteger y fomentar el legado familiar.
Porque cuando se ha vivido media vida sin estar a la altura del nombre de
la familia, protegerlo se convierte en algo vital.
Aunque por muy importante que sea restaurar el nombre de mi familia,
me doy cuenta de que he cometido el mayor error de mi vida.
95
Al venir a St. Mary.
Y yo que pensaba que ya lo había hecho, mi mayor error. Hace cuatro
años.
Cuando llegó a mi vida. Y cuando la obligué a quedarse.
Poe Blyton.
Poe Austen Blyton.
Hace cuatro años, cuando Poe Blyton llegó a mi vida, la vi como una
extensión de su madre.
Y la odié por ello.
No voy a profundizar en el por qué ni en el cómo.
No es algo en lo que me guste pensar. Es algo que prefiero olvidar.
Es algo que había olvidado.
Pero entonces ella irrumpió en mi vida y me obligó a recordar. Me obligó a
revivir todas esas cosas porque cada vez que la miraba, la cara de Charlie me
devolvía la mirada. A pesar de que hay muy poco que tienen en común, en cuanto
a la apariencia.
Y así, no estoy orgulloso de cómo lo manejé.
No estoy orgulloso de cómo actué y cómo la atrapé.
Digamos que fue el mayor error de mi vida. O más bien el primer gran
error, ahora que he cometido el segundo.
Por eso me fui a Italia en cuanto tuve la oportunidad. Para alejarme de su
presencia. Probablemente lo mejor que podría haber hecho en ese momento
como su tutor.
Pero luego volví.
Y las cosas cambiaron.
Las cosas cambiaron porque ahora, cuando la miro, no veo a Charlie; ni
siquiera creo recordar cómo era Charlie.
Ahora, cuando la miro, sólo la veo a ella.
Sólo veo su espeso flequillo, perpetuamente crecido, del color de la
medianoche. Veo sus pómulos que se han agudizado con los años, las líneas de
su rostro que han madurado y florecido, joder.
Veo su maldito cuerpo.
Que ha crecido y se ha rellenado, convirtiéndose de alguna manera en
delgada y con curvas al mismo tiempo.
Pero, sobre todo, veo sus nítidos ojos azules y esas gafas de montura
negra. Unas gafas tan gruesas que deberían ocultar el brillo de esos ojos, pero
no lo hacen. 96
Me doy cuenta de que no debería pensar en ella en estos términos.
Es la chica de la que soy responsable. Ella es mi alborotadora protegida.
La arpía.
Que, cuando volví de Italia y me hice cargo de esta escuela, también se
convirtió en mi alumna.
Cuya graduación he detenido.
Para ser justos, detuve su graduación porque sus notas no estaban ahí y
vine a arreglar las cosas. Para hacer que las estudiantes se tomen las reglas en
serio. Por lo tanto, detuve un par de otras graduaciones también.
Pero.
Tenía razón cuando dijo que no estoy dispuesto a dejarla salir antes. No
estoy dispuesto a escuchar sus planes y propuestas. Por eso la he estado
molestando esta última semana.
Y es que todo lo que puedo pensar es que apenas puedo reconocerla, y
mucho menos ver a Charlie en ella.
Así que tenía razón cuando dijo que no estoy dispuesto a dejarla ir. Pero
se equivocó en el por qué.
Se equivocó al decir que las cosas no han cambiado.
Lo han hecho.
Porque cuando la miro, no veo a Charlie.
Cuando la miro, la veo a ella.
Veo a alguien que pasó de ser una carga de catorce años a la que no podía
mirar a una chica de dieciocho años de la que no puedo apartar la mirada.

97
L
as noches de los viernes son sagradas en St. Mary.
O al menos, solían serlo. Cuando mis amigas estaban cerca.
Casi todos los viernes a medianoche, nos arreglábamos y nos
escapábamos del campus para ir a un bar de baile llamado Ballad
of the Bards en Bardstown. Aunque es un bar de baile, su música es súper
inusual. Son conocidos por sus canciones tristes y canciones sobre el amor
trágico y no correspondido.
El hermano de Callie, Conrad, solía trabajar allí hace tiempo, por lo que
conocía al bartender, que nos permitía entrar a pesar de que éramos -somos-
menores de edad. Siempre y cuando prometiéramos no beber. Lo cual estaba
bien. Porque no se trataba tanto de la bebida como de una forma de ser libres y
de actuar como si fuéramos estudiantes normales de instituto en lugar de
alumnas de un estricto reformatorio. 98
Así que, aunque tenía muchas ganas de verlas esta noche, también me
daba pavor.
Porque iba a hacerlo sola.
Y es que para mí, los viernes por la noche son algo más que ser
despreocupada y normal. Se trata de estar con mis amigas y arreglarse juntas.
O, mejor dicho, de vestirlas a ellas.
No es un secreto que me gusta la ropa, los zapatos y el maquillaje.
Vísteme con cualquier cosa de color púrpura y gamuza y seré una gatita
feliz.
Soy una gatita aún más feliz si consigo vestir a otra persona.
Me encanta, me encanta, me encanta vestir a otras personas. Me encanta
mezclar y combinar sus atuendos, compartir mis propios atuendos con ellas,
maquillarlas y peinarlas, y encontrar zapatos bonitos para que los lleven.
Es una obsesión, vestir a otras personas, y la tengo desde que tengo uso
de razón.
Así que cuando todas mis amigas se fueron, pensé que ya no podría
hacerlo. Pero adivina qué, tengo nuevas amigas.
Dos nuevas amigas.
Mis socias en el crimen.
Visto a Echo con tonos rosas. Por su piel rosada y su pelo rubio miel. Un
vestido de satén rosa con un corpiño drapeado de un solo hombro y una falda
sencilla y entallada con una pequeña abertura en la espalda. Tenía un par de
sandalias plateadas de Gucci que iban muy bien, así que las utilicé para
completar el look.
Que resultó ser muy buena chica pero sexy.
En realidad, Echo me recuerda mucho a Callie. No sólo por su carácter de
niña buena, sino también porque la razón por la que está aquí es un chico. Un
chico que, como Callie, odia absolutamente.
No he podido reunir mucha información porque ella es reacia a hablar de
ello. Pero por lo que sé, hay dos chicos: uno al que ama y por el que suspira. Es
un jugador de fútbol y su ex novio. Y el otro al que detesta. Que también es
jugador de fútbol y mejor amigo de su exnovio.
Y de alguna manera el mejor amigo de su exnovio es el responsable de que
esté aquí.
Y luego está Jupiter, que es más o menos como yo. Una alborotadora.
Esto significa que la gente que la rodea siempre la ha visto con recelo,
especialmente el vecino en cuya piscina se metía. De hecho, fue ese mismo vecino
el que se hartó de sus travesuras y amenazó con denunciarla, lo que hizo que su
familia tuviera que elegir entre la correccional y un reformatorio; sus padres 99
eligieron el menor de los males. Así que vino aquí en su primer año, igual que
Echo.
Y como es pelirroja, la visto de rojo.
Porque ya he superado el estereotipo de que las pelirrojas no pueden ir de
rojo. Si es el tono adecuado de rojo, pueden llevarlo, joder. Así que le doy un
vestido rojo con tonos más violáceos que anaranjados, y completo su look con
unas sandalias de tiras marrones de Prada que tengo.
En cuanto a mí, voy vestida con lo mejor del viernes: un vestido corto
ajustado y acampanado con cuello en V. Tiene parches de mezclilla negro y ante
morado en la falda y unas adorables mangas cortas, una de denim y otra de
ante. Lo he combinado con mis tacones de ante de Prada.
Ah, y no olvidemos mi lápiz de labios morado.
La sombra de esta noche se llama Joven y En Llamas.
Sé que salir a hurtadillas esta noche, específicamente después de lo que
sucedió anoche y lo que ahora sé acerca de por qué está aquí, es arriesgado.
Además, he tenido que sentarme con Janet durante más de treinta minutos
mientras le describía todas las formas en las que he podido entrar y salir a
escondidas, lo que significa que todas mis vías se han visto comprometidas.
Bueno, excepto una.
Porque obviamente no revelé todos mis secretos.
Obviamente.
Pero no voy a dejar que me controle más de lo que ya lo hace.
Así que arriesgado o no, vamos a ir.
La sonrisa cegadora de Callie es lo primero que veo en cuanto entramos
por la puerta de Ballad of the Bards. Eso y su pelo rubio volando detrás de ella
mientras se apresura a abrazarme. Con fuerza.
Yo también lo hago.
De hecho, creo que le devuelvo el abrazo con más fuerza.
Y entonces nos separamos, sólo para que me envuelva otro par de brazos.
Este pertenece a mi segunda mejor amiga, Wyn, y su abrazo es igual de fuerte.
—Dios, Poe —dice Wyn, todavía abrazándome—. Te he echado tanto de
menos.
Aprieto los ojos ante sus palabras.
Porque si no lo hago, me pondré a llorar.
Y no quiero arruinar el ambiente. Pero quiero decirle que yo también la he
echado de menos. Así que, de alguna manera, me las arreglo para superar el
cúmulo de emociones y susurro:
—Yo también te he echado de menos. 100
Eso me da un apretón como si ella entendiera lo que estoy sintiendo.
Porque ella también lo siente.
Luego se aleja y sonríe.
—Estás aquí. No puedo creer que estés aquí.
Callie interviene desde el lado de Wyn:
—Sinceramente, he estado contando los días para el viernes.
—Yo también —añade Wyn.
—Ahora si solo Salem estuviera aquí —dice Callie y mi corazón se retuerce.
Porque nuestra tercera mejor amiga es la única que no está aquí esta
noche.
Wyn frunce el ceño.
—Lo sé. La echo mucho de menos. Y California está tan lejos. Realmente
desearía que no tuviera que irse tan pronto.
—Bueno, éramos nosotras o su novio futbolista —bromeo—. Por supuesto
que tuvo que irse.
Aunque todas echamos de menos a Salem con dolor, entendemos por qué
tuvo que irse tan pronto.
Por un tipo llamado Arrow Carlisle.
Que también resulta ser un jugador de fútbol profesional que juega para
el LA Galaxy, y aunque tengo cero conocimientos de fútbol, todavía sé que es
uno de los mejores jugadores del país. Pero más que eso, Arrow es el amor de la
vida de mi mejor amiga.
De hecho, lo ha sido durante nueve años.
Así que, por supuesto, tenía que ir.
Y mis dos amigas coinciden conmigo mientras nos miramos con sonrisas
tristes y comprensivas. Antes de rompernos y caer en otro abrazo de grupo.
Porque, carajo, es la primera vez que nos vemos desde que terminó la
escuela.
Aunque Callie se había marchado del campus a mediados de nuestro
último año —tenía motivos—, Salem y Wyn seguían viviendo en el campus
conmigo. Así que cuando se enteraron de que no me iba a graduar con ellas, se
aseguraron de quedarse —incluso Salem— todo lo que pudieron después de
terminar las clases.
Como muestra de solidaridad.
Sin embargo, al final, Salem tuvo que mudarse a California. Y Wyn
también tuvo que dejar su dormitorio. Tuve la opción de volver a casa durante
unos días antes de que empezaran las clases de verano la semana pasada, pero
me negué. Porque sabía que había vuelto y estaba tan enfadada en ese momento
101
—todavía lo estoy— que no quería estar bajo el mismo techo que él.
Así que opté por quedarme en St. Mary hasta que se reanudaran las clases.
Cuando terminamos de abrazarnos, reír y llorar, me alejo para presentar
a las dos nuevas amigas que he traído conmigo. Aplaudo y las señalo una por
una.
—Bien, vengo con regalos. Esta es Echo y esta es Jupiter. Ambas están
injustamente atrapadas haciendo clases de verano conmigo. Así que las he traído
aquí esta noche porque todos tenemos que convertirnos en mejores amigas y
vivir juntas felices para siempre.
Wyn sonríe y saluda con su habitual timidez.
—Hola. Encantada de conocerlas a las dos —luego añade—, aunque, creo
que estuvimos en muchas clases juntas, ¿no?
—Lo estuvimos —confirma Callie, señalando primero con el dedo a Echo—
. Geografía. Una vez me prestaste tus apuntes. Me acuerdo. Tienes una letra
increíble. ¿Te lo he dicho alguna vez? La geografía me pareció divertida por una
vez.
Echo se sonroja.
—Oh, gracias. Me encanta tomar notas, así que intento hacerlo lo mejor
posible. —Entonces—. Es un placer conocerlas a todas. Oficialmente.
—Y tú eres Jupiter —continúa Callie, señalando a mi nueva amiga de pelo
cobrizo—. Siento mucho que nunca hayamos tenido la oportunidad de hablar
antes. Pero ¿puedo decir que siempre me ha gustado tu pelo? Es el tono perfecto
de rojo y...
Un segundo después, se interrumpe porque se ve envuelta en un abrazo
repentino.
Sucede tan rápido y tan inesperado que tardo un segundo en darme
cuenta de que es Jupiter.
Que Jupiter está abrazando a Callie.
Que sus brazos rodean a mi mejor amiga, con el pelo cobrizo que Callie
acababa de admirar ondeando a sus espaldas. Y ahora todos las miramos,
especialmente a Jupiter, porque se aferra a Callie como a una amiga perdida.
Cuando todas sabemos a ciencia cierta que no se han hablado antes de esta
noche.
Um, bien.
Raro pero bien.
Callie también lo cree porque sus ojos se muestran sorprendidos y
confusos, pero conozco a mi amiga. No va a ser antipática ni va a hacer que
Jupiter se sienta avergonzada, así que le devuelve el abrazo, aunque de forma
ligeramente incómoda.
102
—Eh, hola. Encantada de conocerte a ti también.
Es como si las palabras de Callie devolvieran a Jupiter al momento; rompe
el abrazo y da un paso atrás.
—Lo siento. No sé qué ha pasado. —Se coloca el pelo detrás de la oreja—.
Te juro que no ataco así a la gente al azar.
Callie sacude la cabeza, sonriendo.
—No, está totalmente bien. No me has atacado.
—Bueno, sigue siendo raro. Lo sé. Es que... —Jupiter se ríe cohibida antes
de mirar a Callie con atención durante un segundo—. Es que te he visto tan
amable y tan accesible y siempre he admirado eso de ti y... —Hace una pausa
para mirar hacia abajo, al estómago de Callie, me doy cuenta—. Pasaron cosas
el año pasado. Contigo. Y estaba tan enfadada por ello. Estaba tan enfadada por
cómo la gente te trataba y yo... —Se encoge de hombros, sonrojada—. Ojalá
hubiera podido ayudar.
Al mencionar el año pasado, Callie también se sonroja.
Pero se recupera rápidamente y sonríe. —Gracias. Te lo agradezco. Fue
duro, sí. Pero tenía a mis chicas. Me ayudaron a superarlo.
Wyn le da un abrazo lateral y yo hago lo mismo.
Porque el año pasado fue duro para ella. Y es que lo más grande, lo que
más le puede cambiar la vida a una chica, le pasó a ella.
Se quedó embarazada.
Mientras tenía dieciocho años y estaba en St. Mary.
Una escuela que es conocida por restaurar y reformar a las chicas malas.
Lo que significa que quedarse embarazada no es algo que te haga ganar favores
y privilegios. No sólo ha molestado a los profesores, sino también a las alumnas,
por lo que durante todo el año pasado, Callie fue el principal objetivo de los
cotilleos, las censuras y los juicios. Y aunque todo eso daba miedo, era aún peor
porque el chico del que se quedó embarazada era el chico con el que nunca quiso
tener nada que ver.
Reed Jackson.
Su primer amor y su ex novio.
Que le rompió el corazón hace tres años.
Así que fue un shock para ella —también para nosotras, aunque siempre
sospechamos que había algo más en su desgarradora y dolorosa historia—
cuando acabó quedándose embarazada del mismo tipo.
Y durante un tiempo pensamos que las cosas no saldrían tan bien como
han salido. 103
Pero lo hicieron y ahora tienen una bebé juntos: una preciosa niña llamada
Halo. Pero más que eso, están casados. De hecho, se casaron hace sólo una
semana y cada vez que pienso en ello, al igual que cuando pienso en Salem y
Arrow, no puedo dejar de sonreír.
Lo que me recuerda que quiero ver fotos.
—Enséñame todas las fotos de Halo —le digo a Callie—. Me muero por ver
lo que me he perdido.
Pronto nos acurrucamos en torno a la mesa alta y nos quedamos
boquiabiertas con Halo, porque tiene que ser la bebé de seis semanas más bonita
y regordeta de la historia. Y con el pelo oscuro de Reed y los ojos azules de Callie,
también es la más bonita.
—Dios mío, mira a Reed. —Se ríe Wyn sobre una foto en la que Reed tiene
a Halo en brazos y ella se acerca a su cara con unos deditos pegajosos y cubiertos
de escarcha. En realidad, ya se ha acercado porque su mandíbula y sus mejillas
tienen glaseado rosa y él la mira como si fuera el amor de su vida.
—Es tan adorable en esto —continúa—. No es una palabra que pensé que
diría cuando se trata de él. Caliente, sí. Sexy, doblemente sí. Pero no adorable.
Golpeo su hombro con el mío.
—Sexy, ¿eh? No dejes que tu hombre te oiga decir eso.
Sonrojada, Wyn agacha los ojos.
—Cállate. Ya sabes lo que quiero decir.
—Sin embargo, Poe tiene razón. —Callie guiña un ojo—. No creo que a mi
hermano le vaya a gustar que llames caliente a otra persona.
El color de las mejillas de Wyn se hace más intenso mientras dice:
—Bueno, tu hermano sabe que es el único para mí, así que.
Más le vale.
Porque Wyn lleva dos años enamorada del hermano de Callie —el mayor,
Conrad; Callie tiene cuatro hermanos mayores y muy ardientes. Y él la quiere
igualmente.
Echo se inclina entonces hacia delante, dirigiéndose a Wyn.
—¿Puedo preguntarte algo, por favor? Me muero por preguntarte algo.
—Claro.
—De acuerdo, el año pasado estuve muy enamorada del entrenador
Thorne —dice—. ¿Es como, totalmente romántico? Ya sabes, cuando no te está
mirando mal.
El entrenador Thorne, sí.
Era nuestro entrenador de fútbol, lo que significa que la historia de amor
de Wyn y Conrad también estaba llena de obstáculos. 104
Wyn se ríe.
No, en realidad mi mejor amiga suelta una risita.
Un sonido que nunca he escuchado de ella, pero es adorable como ella.
—Me encanta cuando me mira mal —confiesa, con las mejillas rosadas—.
Pero sí, puede ser totalmente romántico cuando quiere.
Echo se muerde los labios.
—¿Si? Oh, Dios mío. Me estoy sonrojando. —Se presiona las manos en las
mejillas—. ¿Pero por qué los atletas están tan calientes? Especialmente los
jugadores de fútbol.
—Lo sé —asiente Wyn—. Como, el otro día que acababa de volver del
entrenamiento y estaba todo sudado, ¿verdad? Y entonces estaba en el baño,
quitándose la camiseta y las gotas de sudor rodaban por sus hombros y espalda
y yo estaba como, babeando y...
—Ew. No. —Callie se tapa los oídos—. Es mi hermano. No quiero escuchar
esto.
Todos estallan en carcajadas, burlándose de Callie y Wyn, haciendo más
preguntas sobre el entrenador Thorne y Reed y Halo, y sé que yo también debería
participar. Debería reírme y alegrarme.
Lo sé y por eso lo intento.
De verdad que sí.
Pero de repente se hace imposible y en lugar de reír, mis lágrimas se
desprenden y corren por mis mejillas. Y aunque me horrorizan, me horroriza
arruinar la diversión de todos, no puedo contenerme.
—Poe —dice Callie, agarrando mi hombro—. ¿Qué pasó? ¿Qué está mal?
Wyn también se inclina hacia mí y me aprieta el otro hombro.
—¿Qué pasa, Poe? Habla con nosotras.
Sacudo la cabeza, con hipo.
—N-nada. Estoy bien.
—Estás llorando, Poe —insiste Callie—. Definitivamente no estás bien.
—Cuéntanos lo que pasó —dice Wyn—. Por favor. Así podremos arreglarlo.
Su amabilidad y preocupación me hacen llorar aún más.
Porque lo echaba de menos. Su apoyo y amistad eternas.
Echaba de menos estar con ellas. Echaba de menos hablar con ellas, su
compañía. Y aunque sé que estoy actuando como una idiota y arruinando la
diversión de todos, no puedo evitar soltar:
—Lo amo.
Mi declaración es recibida con silencio.
Todo el silencio que se puede conseguir en un bar en el que suenan violines
105
por encima de la cabeza y la gente parlotea y ríe a nuestro alrededor, pero aun
así.
Basta con decir que las he sorprendido a todas.
Incluso me he sorprendido a mí misma.
No sabía que iba a decir eso hasta que lo hice.
—Uh —empieza Callie—. ¿Quién?
Los ojos de Wyn se abren de par en par.
—¿Él? El señor Mar… ¿El director Marshall?
Me echo para atrás.
—¿Qué?
Wyn abre y cierra la boca antes de decir a trompicones.
—Bueno, yo sólo... quiero decir...
—No. Dios, no. ¿Qué? —Aprieto los puños sobre la mesa, mis lágrimas
olvidadas—. ¿Por qué...? ¿Qué?
La angustia es evidente en su rostro cuando se inclina hacia delante para
cubrir mis puños con sus manos.
—Lo siento. Lo siento, ¿está bien? No hay excusa. No sé por qué he dicho
eso. Soy una idiota. —Me aprieta los puños—. Es sólo que dijiste él y mi estúpido
cerebro hizo esa conexión y maldita sea, lo siento mucho.
Mi corazón se acelera como un tren de carga.
Un tren de carga que está a punto de chocar contra algo. Algo grande y
potencialmente mortal.
Pero está bien.
No pasa nada. Fue un error inocente.
Así que abro los puños, le agarro la mano y, suspirando, le digo:
—No pasa nada. No pasa nada. Te amo. Debería haber sido más clara. —
Entonces aprieto su mano—. Pero por favor, nunca jamás digas su nombre, mi
nombre y amor en la misma frase.
—Bien. De acuerdo. Nunca —acepta, con los ojos todavía ligeramente
arrepentidos—. Lo prometo.
Una vez resuelto esto, Callie pregunta:
—Entonces, ¿quién es?
Bueno, está bien.
Así que pensaba decírselo esta noche. 106
Sobre todo porque necesito su ayuda.
Porque mi antiguo plan se ha topado con un muro.
Que era increíble, por cierto. Era impecable y sin fisuras.
Pero es un imbécil que no quiso escuchar.
Así que ahora necesito un nuevo plan porque no me voy a rendir. No tan
fácilmente.
Y para que eso ocurra, voy a tener que contarles todo. Y por todo, me
refiero a cada cosa: mi madre, mi relación con ella, su muerte. Middlemarch,
Jimmy. La única razón por la que aún no lo he hecho, en todos los años que
somos amigas, es porque es demasiado doloroso hablar de ello.
Demasiado irregular e hiriente.
Pero con un largo suspiro, lo hago.
Les cuento todo.
Desde el principio. Sobre cómo mi madre murió en un accidente de coche
y cómo me enviaron a vivir con él, alguien de quien nunca había oído hablar
hasta entonces. Alguien que parece odiar a mi madre por alguna razón. Y alguien
que me odia por ella, y cómo ahora tiene el control sobre mi vida.
Cuando termino, se hace el silencio.
Este es más largo que el anterior.
Y tal vez debería avergonzarme de las cosas. Tal vez debería sentirme
incómoda porque no creo haber sido tan vulnerable frente a nadie antes. Así de
abierta, pero no lo estoy.
Estoy extrañamente tranquila y aliviada incluso.
Tal vez porque finalmente está ahí fuera. He compartido mi carga.
Y lo he compartido con la gente en la que confío.
Mis chicas.
—Ese imbécil.
Esa es Callie.
Sus palabras provocan la respuesta de Wyn.
—No puedo creer que haya hecho eso. No puedo creer que te haya enviado
lejos.
—Qué jodido imbécil.
Esto viene de Jupiter.
—Vaya, no tengo palabras —dice Echo, sacudiendo la cabeza—. Quiero
decir, todos sabíamos que era un gran idiota por no dejarnos graduar, pero esto
es...
—Esto es cruel —termina Jupiter. 107
—Esto es una villanía —añade Callie.
—Esto es indignante —añade Wyn a su vez antes de preguntar: —¿Por qué
nunca dijiste nada?
—Sí, ¿por qué nunca nos dijiste lo que hizo?
—Todas sabíamos que lo odiabas, Poe. —Wyn sacude la cabeza, apretando
mi hombro—. Pero esto es una locura. Esto es imperdonable. Que te haga eso.
Y todo por tu madre.
Callie sacude la cabeza.
—¿Y no sabes qué pasó entre ellos?
—No. No tengo ni idea. Y... —Trago saliva—. Nadie me lo diría.
Y he preguntado.
No directamente con él, porque incluso cuando vivíamos bajo el mismo
techo, apenas nos cruzábamos. Siempre estaba ocupado con su trabajo y todas
las demás cosas de la ciudad en las que está involucrado. Y, sinceramente, creo
que el hecho de que no nos cruzáramos fue más o menos un designio.
Así que le he preguntado a Mo sobre Charlie y él, sobre su historia, sobre
cómo lo conocía Charlie. Aparte de la habitual respuesta superficial de que eran
compañeros de clase y amigos de la familia, nunca me ha dicho nada. Y por
mucho que quisiera presionarla, no lo hice. Tenía la sensación de que guardaba
ese secreto por lealtad a él, y no quería ponerla en evidencia.
Eso no quiere decir que no haya fisgoneado.
Lo hice.
Sobre todo en su estudio y en su dormitorio cuando no estaba.
Sin embargo, nunca encontré nada. Aunque no estoy segura de lo que
esperaba encontrar de todos modos, pero aun así.
Soy tan ignorante como hace cuatro años.
—Pero sabes qué —dice Jupiter—. Realmente no importa. Lo que pasó
entre ellos.
Echo asiente.
—Sí. Sea lo que sea que haya pasado, tú no lo hiciste. No fue tu culpa.
—Exactamente. —Wyn también asiente—. No eres responsable de las
acciones de tu madre o de las suyas.
—Sí, no deberías pagar el precio de lo que pueda haber pasado —dice
Callie—. No tenía derecho a hacerte esas cosas. A quitarte tu amor. A enviarte al
St. Mary y a arruinar tu vida de esa manera.
Tienen razón.
Tienen toda la razón.
Pero la cosa es que conozco a mi madre. 108
Es mi madre y la amaba mucho. Quería que me amara de vuelta y por eso
hice todo lo que pude para llamar su atención. Pero también sé que podía ser...
mala.
Ella podía ser cruel, mi madre.
La vi utilizar a la gente en su beneficio y luego desecharla. La vi hacer
amigos y luego renunciar a ellos, todo en nombre de salir adelante. La vi
utilizarme cuando le convenía —especialmente con hombres a los que les
gustaban las madres solteras vulnerables, que intentaban hacerlo todo en el
negocio— y luego desecharme cuando tenía el trabajo hecho.
Pero era necesario en el negocio en el que estaba, y por eso nunca le eché
en cara sus acciones.
Tenía que ser astuta.
Sin embargo, a veces, cuando pienso en lo que debió hacer mi madre, me
solidarizo con él.
Con el diablo.
Me solidarizo porque debe haber sido terrible, ¿no? Lo que sea que haya
hecho. Porque está tan enfadado y es tan odioso.
Incluso después de todos estos años. Incluso hacia mí.
Pero al mismo tiempo, aunque ella haya hecho algo, no soy responsable
de ello.
No merezco su odio.
Su crueldad.
No merezco que me alejen de mi sueño: Jimmy.
Lo que me lleva a decir:
—Jimmy se va de gira en cuatro semanas. Y necesito estar en esa gira con
él. Necesito ir con él. Me ha invitado y tengo la intención de ir. Tengo que
encontrar la manera de ir. Y necesito un nuevo plan.
Miro a las cuatro mientras continúo:
—Necesito un plan en el que pueda irme con Jimmy y conseguir mi dinero.
Porque no voy a sacrificar ninguna de esas cosas. Necesito salir del control de
ese imbécil. Necesito ganar contra él. Por una vez, Jesucristo, me encantaría
ganar contra él. Me encantaría decirle que no puede controlarme. De hecho, me
encantaría controlarlo. —Suspiro, sacudiendo la cabeza—. Sólo que no sé cómo.
No sé qué hacer para que eso ocurra. ¿Qué hago? Intenté ir por el camino que
pensé que le gustaría. Quiero decir, me ofrecí a hacer el trabajo extra. ¿Pueden
creerlo? —Lanzo las manos al aire—. ¿Alguna de ustedes puede creer que me
ofrecí a hacer trabajo para obtener un crédito extra? Ni siquiera yo puedo creer
que lo haya hecho. Pero lo hice. Me ofrecí. Y él me lo echó en cara. Así que no sé.
No sé qué hacer.
Por tercera vez esta noche, el silencio desciende sobre nosotros.
109
En este caso se trata más de pensar y reflexionar que de escandalizarse.
Entonces Callie dice:
—Así que quieres ganar contra él, ¿correcto? Quieres controlarlo,
recuperar tu poder.
—Sí. Eso es lo que sueño.
—Y has intentado el camino correcto. La manera decente.
—Lo he hecho, sí.
—Entonces, sólo queda un camino —dice.
—Te escucho.
Ella sonríe, con las cejas levantadas.
—El camino malo.
—De acuerdo —digo lentamente, entrecerrando los ojos hacia ella—. Pero,
¿cuál es la forma mala?
Wyn interviene en este punto, jadeando como si estuviera asombrada:
—Oh, eso es una genialidad, Callie. Me encanta esa idea.
Wyn y Callie chocan los cinco, mientras Callie prácticamente chilla.
—¿Verdad? ¡A mí también!
—¿Cómo se te ocurrió eso?
—Lo sé. —Mueve la cabeza, sonriendo—. Es extremadamente diabólico.
No es propio de mí.
—Lo sé —grita Wyn emocionado—. Me encanta.
—Sabes, creo que es Halo. Porque ahora soy una mamá osa y no puedo
ver a uno de los míos sufriendo. Así que me vuelvo un poco loca y...
—Dios mío —la corté—. ¿Puede alguien decirme, por favor, de qué carajo
se trata?
Wyn me mira, sus ojos bailan de emoción.
—Mira, todo el mundo tiene una debilidad, ¿cierto?
—Cierto —digo.
—Así que descúbrelo.
Jupiter jadea ahora, como si finalmente se diera cuenta.
—Dios mío, sí. Y lo usas.
Echo asiente también porque aparentemente, ella también lo ha
entendido.
—Sí. Contra él. Como una ventaja.
Miro a las cuatro, una por una, antes de repetir:
110
—Está bien, a ver si lo entiendo: todo el mundo tiene una debilidad. Lo
que significa que él también tiene una. —Las cuatro asienten—. Así que
encuentro su debilidad —esta vez sus asentimientos son un poco más
entusiastas—, y la uso contra él.
Callie sonríe.
—Sí. Como chantaje.
—Exactamente —confirma Jupiter con alegría—. Quieres conseguir el
poder. Así es como se consigue el poder.
—Lo has intentado de la forma correcta y no lo ha conseguido —dice
Echo—. Así que ahora es el momento de causar algunos problemas.
Problemas.
Por fin creo que lo entiendo. Entiendo lo que dicen.
De nuevo, miro a los cuatro, esta vez con asombro.
—Esto es una genialidad. Esto es una puta genialidad. No puedo creer que
no se me haya ocurrido a mí.
Wyn levanta las cejas.
—Está bien. Nos has enseñado bien.
Voy a sonreír, pero me detengo porque se me ocurre algo.
—Pero espera, ¿cómo lo hago? ¿Cómo averiguo cuál es su debilidad o su
secreto o lo que sea? ¿Cómo puedo obtener información sucia sobre él?
Todas se miran antes de que Callie diga:
—Acercándote a él.
—Acercándome a él —repito.
Ante esto, mis cuatro amigas, dos viejas y dos nuevas, sonríen. Hay algo
peligroso en sus ojos y Wyn explica:
—Mantén a tus amigos cerca, pero a tus enemigos más cerca, ¿recuerdas?
Así que tienes que acercarte a él. Tienes que fingir que eres su amiga y ganarte
de alguna manera su confianza. Y luego tienes que hacer que te cuente todos
sus secretos. Y tienes cuatro semanas.

111
C
hantaje.
Es un concepto genial. También es un concepto malvado.
Pero me estoy centrando en la parte genial.
La parte en la que finalmente, después de años, consigo mi
libertad. Cuando me gradúe de este lugar y me vaya de gira con el amor de mi
vida. Ah, y también conseguir mi dinero. Y si en el proceso, puedo ejercer mi
poder sobre él un poco, hacerle probar su propia medicina, entonces que así sea.
Aunque tengo que decir que a pesar de todas mis bromas y complots en el
pasado, creo que nunca he chantajeado a nadie.
Es un poco sorprendente realmente. Pero ahí lo tienes.
Pero primera vez para todo, ¿no?
Así que aquí estoy. 112
Con mi mochila a la espalda, que contiene un flamante cuaderno y un
bolígrafo de gel azul, me planto en su puerta para mi detención. Respiro
profundamente y pego una pequeña sonrisa en mi cara mientras llamo a la
puerta.
Dos golpes cortos y amistosos.
Eso es importante. Ser amable.
Tengo que dar la impresión de ser amigable, confiable, alguien en quien
quiera confiar cuando llegue el momento, y sonreír es el primer paso. Ser
educada es el segundo.
Toda esta sabiduría es cortesía de mis amigas.
Después de que me dieran la idea el viernes por la noche, pasamos el
siguiente par de horas pensando en cómo hacerlo realidad. Cómo conseguir que
confíe en mí. Porque sólo tengo una cantidad limitada de tiempo para hacerlo.
El consenso general era que tenía que ser amable.
Y como me resulta difícil hacerlo cuando se trata de mi guardián diabólico,
todas me ayudaron a practicar mi sonrisa y mi tono. Porque aparentemente, mi
tono es sarcástico y sabelotodo.
—No, tienes que mantener la calma, Poe —explicó Callie—. No puedes
contestarle. O decir cosas provocativas. Y no puedes fulminarlo con la mirada ni
poner los ojos en blanco ni dejar que tus sentimientos se reflejen en tu cara. O
esto nunca va a funcionar. —Entonces me apuntó con un dedo a la cara—. Como
lo estás haciendo ahora.
No hace falta decir que lo estaba.
Pero después de muchas discusiones, cedí y prometí a todas que daría lo
mejor de mí.
Eso es lo que hago cuando, tras llamar amablemente, la puerta se abre.
También tengo preparado un saludo cortés.
Pero el hombre que está en el umbral no me deja decir nada.
—Llegas temprano.
—¿Qué?
Tiene la mandíbula firme y el ceño ligeramente fruncido.
—Todavía no son las cinco.
Lo miro por un segundo, lo que parece irritarlo aún más, así que digo:
—Bueno, sí. Quiero decir, pensé que... llegar temprano era algo bueno.
Al menos, eso es lo que me enseñaron mis amigas cuando les conté lo de
la detención y todas estuvimos de acuerdo en que allí pondría en marcha mi
plan. Ir a la detención temprano, dijeron. Para dar una buena impresión.
Que claramente no estoy haciendo porque él suspira bruscamente, 113
impacientemente a mi respuesta. Entonces.
—Espera fuera.
—Pero...
Veo que su brazo se mueve y me doy cuenta de que tiene un teléfono móvil
en la mano, que se pone en la oreja antes de cerrar la puerta en mi cara.
¿Qué?
¿Qué ha pasado?
¿Realmente me cerró la puerta en la cara?
¿Habla en serio?
¿Qué...?
Maldito imbécil.
Tengo ganas de irrumpir allí para decirle que no puede cerrarme la puerta
en las narices. Que no voy a esperar fuera.
No voy a esperar, y punto.
Estoy aquí, así que vamos a hacer esto de la detención. Y además, no
puede decirme qué hacer.
Pero ese es el problema, ¿no?
Puede hacerlo.
Mi tutor convertido en director.
Que tiene mi graduación y por tanto mi dinero y el destino de mi vida
amorosa en sus grandes y estúpidas manos.
Así que vuelvo a respirar hondo —más hondo que el anterior— y sigo de
pie en mi sitio, y espero como él me dijo. Y cuando unos minutos más tarde, la
puerta se abre de nuevo, digo con una sonrisa:
—¿Ya son las cinco?
Me mira con frialdad.
—No. Pero puedes entrar.
Y antes de que pueda evitarlo, se me escapan las palabras.
—Oh, alegría. Qué maravilla. Me moría de ganas de empezar esta
detención y reflexionar sobre mis elecciones de vida.
Sarcasmo.
Eso fue sarcasmo.
¿Qué demonios, Poe?
Me observa durante un segundo antes de decir:
—Dado que son tus mismas elecciones de vida las que te han llevado a la
detención hoy, debería esperar que así sea. 114
Me dan ganas de entrecerrar los ojos, pero no lo hago y digo, con el menor
sarcasmo posible.
—Muy bien. Comencemos.
No lo hacemos.
Porque me observa un poco más, con sus ojos recorriendo mi rostro que
realmente espero que se vea sereno y sin ira.
Sólo cuando ha terminado de mirar, se aparta en una clara invitación a
pasar, y yo entro.
En mis tres años de estancia en St. Mary's, he ido a la oficina del director
innumerables veces por innumerables transgresiones. Así que conozco todos sus
rincones. Conozco la gran ventana que da al patio de cemento, justo detrás de
un escritorio de madera igualmente grande. Conozco las estanterías de pared a
pared que hay a ambos lados, la pequeña zona para sentarse junto al escritorio.
Sólo que ahora todo es muy diferente.
Pero también familiar.
Porque todo es suyo.
Sillas y sofás de cuero. Y, por supuesto, libros. Que están encuadernados
en cuero y son gruesos y altísimos y cubren todos los espacios disponibles,
además de cuadernos y papeles y diarios.
Cuando oigo que la puerta se cierra detrás de mí, me doy la vuelta y las
palabras salen de mi boca.
—¿Quién era?
De acuerdo, eso ha sido un poco brusco.
Y fuerte.
Pero me voy a dar un respiro. Es la primera vez que hago algo así. No
puedo esperar ser perfecta, ¿verdad? Además, tengo muchas ganas de saber por
alguna razón.
No es que vaya a decírmelo tan fácilmente.
Se queda en la puerta, parcialmente girada, con la mano en el pomo y los
ojos puestos en mí.
—¿Qué?
Trago saliva bajo su mirada suspicaz, pero fuerzo un tono más ligero.
—Uh, en el teléfono.
Sus ojos se entrecierran ligeramente ante mis palabras. Pero aparte de
eso, no hay respuesta por su parte, ni reacción alguna.
—Ya sabes, porque me has cerrado la puerta en las narices hace un
momento —sigo sin embargo—. ¿Era alguien importante? 115
—No.
—¿Así que me cerraste la puerta en la cara por diversión?
—Sí.
Me doy cuenta de que me toca volver a entrecerrar los ojos hacia él. Pero,
al igual que antes, contengo el impulso y opto por un tono despreocupado.
—Ya. Sé lo que estás haciendo. Intentas provocarme. Pero no voy a morder
el anzuelo.
Suelta el pomo y se gira completamente hacia mí.
—No lo harás.
Sacudo la cabeza.
—No. Porque he tenido una epifanía. Durante el fin de semana, quiero
decir.
—Una epifanía.
—Ajá. ¿Te gustaría saber qué es?
Entonces se apoya en la puerta y cruza los brazos sobre el pecho.
—No me gustaría nada más.
Por un segundo, todo lo que puedo hacer es mirar la forma en que sus
bíceps se han abultado bajo su chaqueta de tweed marrón oscuro. La forma en
que su camisa, de un tono más claro, se estira sobre su pecho.
Lo alto que es.
La parte superior de su cabeza de pelo oscuro casi alcanza la parte
superior de la jamba de la puerta. Ah, y sus hombros tampoco se quedan atrás
en cuanto a tamaño. Abarcan la anchura de la puerta.
¿Cómo puede ser tan grande, masculino y bello y, sin embargo, tan cruel
y mezquino?
En fin.
—Así que, como sabes, estoy atrapada aquí —empiezo—. En St. Mary.
Durante los próximos dos meses, quiero decir.
—Lo estás.
—Y nada de lo que pueda hacer cambiará eso. ¿Correcto?
Me mira fijamente durante uno o dos tiempos antes de confirmar:
—Correcto.
—Ni siquiera si estoy dispuesta a hacer el trabajo extra y agilizar las cosas
o algo similar.
—Ni siquiera eso.
Imbécil.
—Entonces no tiene sentido —digo para concluir. 116
—¿De qué?
—De argumentar contigo —explico—. O de discutir contigo o de pelear
contigo. O de colarme en tu casa para convencerte de que me dejes ir. Porque
sólo me darás más castigos. Y muy posiblemente también amenazas.
Sus ojos brillan entonces. En “amenazas”.
Tal vez al recordar todas las cosas que me dijo la semana pasada en su
casa de campo.
Estoy segura de que también hay cosas que parpadean en mis ojos. Cosas
que podrían no ser un buen augurio para esta misión que tengo, cosas como la
ira y la frustración y el dolor. Así que parpadeo y continúo:
—Así que si voy a estar atrapada aquí, mejor no me complico la vida, ¿no?
Se toma su tiempo para absorber mis palabras.
Lo cual entiendo.
Puede que sea la primera vez que le diga algo sin ningún atisbo de
sarcasmo, enfado o beligerancia. Puede que se sienta un poco desconcertado.
Un poco sospechoso.
Aunque no lo puedo decir con sólo mirar su cara.
Como siempre, está cuidadosamente organizado en líneas nítidas y sin
emoción. Entonces.
—Así que esta eres tú agitando la bandera blanca.
Yo me echo para atrás.
—No.
De nuevo, eso fue ruidoso y brusco, pero también instintivo.
Una respuesta instintiva a su comentario.
Porque de ninguna manera agitaré la bandera blanca y me rendiré. Declaré
la guerra hace cuatro años y no me voy a echar atrás.
Pero él no necesita saber eso. O no necesita saberlo todo.
—Por supuesto que no —digo en un tono mucho más tranquilo—. Nunca
agito una bandera blanca.
—Porque eres muy rencorosa.
No sé por qué, pero sus palabras —que fueron mías hace cuatro años—
me hacen sonrojar.
Me hacen sentir... infantil.
Aunque en aquel entonces, tenía todas las razones para decirlas. Tenía
todas las razones para estar enojada con él, para odiarlo.
Pero en cualquier caso, me subo las gafas y continúo.
—Sí, lo hago. Pero también me tomo descansos.
117
—De todas sus acciones de guerra y conspiraciones estratégicas.
No estreches los ojos, Poe.
No los estreches.
—Sí. Puede ser agotador.
—No te culpo. Todo ese trabajo para convertir la vida de alguien en un
infierno puede ser una gran carga —dice inexpresivamente.
Paso los siguientes cuatro o cinco segundos intentando no apretar los
dientes. Entonces.
—Así que soy yo diciendo que estoy cansada y me tomo un tiempo libre.
—Antes de que pueda detenerme, añado—: Esto no significa en absoluto que
nuestra guerra haya terminado de ninguna manera. Sólo estamos en un
descanso.
Por mi vida, no podría mentir sobre eso.
No lo haré.
Simplemente va en contra de todo lo que creo y defiendo cuando se trata
de este hombre.
—Ya veo —murmura.
—¿Y? —pregunto, exhalando—. ¿Estamos? En un descanso entonces. Una
tregua temporal, si quieres.
Por un segundo, pienso que debería tenderle la mano para que la estreche,
pero decido no hacerlo. Porque eso sería demasiado y completamente increíble.
De ninguna manera voy a dejar que me toque.
No habrá toques entre nosotros.
Nunca.
Así que simplemente me quedo aquí, en medio de su despacho, y espero a
que responda.
Y cuando llega es completamente anticlimático.
—Toma asiento.
—¿Qué?
Despliega los brazos y se endereza, su expresión sigue siendo fría. No hay
ningún indicio de que me haya escuchado o de que hayamos estado hablando
de algo importante estos últimos minutos.
—Me gustaría que hicieras algunas líneas —dice, caminando hacia su
escritorio, con sus mocasines pulidos acercándose.
Al verlos, aprieto los muslos durante un segundo antes de decir:
—¿Pero qué pasa con lo que he dicho?
Da la vuelta al escritorio y me giro para seguir su camino. De nuevo, 118
ignorándome por completo, ordena:
—Quiero que escribas una disculpa de una línea.
—¿Qué disculpa?
—Por entrar en mi casa la semana pasada.
Ante esto, me olvido de lo que he dicho y me centro en lo que está diciendo.
—¿Quieres que escriba una disculpa de una línea por haber entrado en tu
casa la semana pasada?
De pie junto a su sillón de cuero, me dirige una mirada desapasionada.
—Y sigue escribiéndolo hasta que llenes diez páginas con él.
Mi voz es fuerte.
—¿Diez páginas?
—Harás esto todos los días, durante una hora, hasta el final de la semana
—termina.
—Haré esto todos los días, durante una hora, hasta el final de la semana
—repito sus palabras, con voz más alta que antes.
Me lanza una breve inclinación de cabeza.
—Ya puedes empezar.
No lo hago.
No puedo.
Me quedo mirándolo, con la boca abierta y las manos apretando la correa
de mi mochila. Lo que me hace darme cuenta de que por eso quería que los
trajera. Un bolígrafo y un cuaderno.
Porque quería que hiciera líneas.
Debería haberlo sabido. Es obvio. ¿Por qué otra cosa me pediría que los
trajera si no es para hacer líneas?
Pero estaba tan absorta en toda la conspiración y la planificación que no
se me ocurrió. Entonces.
—Sabes que no soy una niña, ¿verdad?
Me mira fijamente desde la extensión de su gran escritorio.
—Sí.
—Así que no...
—Pero te comportas como tal —me corta, su tono es severo—. Y si te
comportas como una niña, te trataré como tal.
Correcto.
De acuerdo.
Así que irrumpir en su casa porque no quería hablar conmigo de mi puta 119
vida como había prometido era infantil.
Como siempre, me da rabia.
Me hace sentir rabiosa e impotente.
Por eso no tengo que decirme a mí misma que me calme. Que no ponga
los ojos en blanco.
Porque por primera vez, creo que tengo una oportunidad real de hacer algo
al respecto. Tengo una oportunidad real de recuperar el control y tenerlo
indefenso por una vez.
Así que mi cuerpo se relaja por sí solo y la sonrisa que le dedico supone
muy poco esfuerzo.
—Bien —digo, asintiendo—. Las líneas son entonces.
Con eso, tomo asiento.
Todo con gracia y educación.
Cruzo las piernas y me cepillo la cola de la trenza que llevo colgada del
hombro, intentando parecer la viva imagen de la civilidad y la amabilidad
mientras saco mis cosas y coloco el bolígrafo sobre mi cuaderno.
Siento haber entrado en tu casa, imbécil.
Siento que seas tan imbécil que haya tenido que entrar en tu estúpida casa
para hablar contigo.
Lamento que tu imbecilidad saque a relucir mi comportamiento infantil.
Mientras trato de inventar una versión de disculpa para él, oigo el chirrido
de su silla cuando la retira y toma asiento. Luego viene el arrugamiento de los
papeles, el chirrido de un libro al abrirse, el destape de un bolígrafo cuando
probablemente se acomoda para hacer su trabajo.
Y me doy cuenta de que esta es la primera vez que podré ver eso.
Podré verlo en el trabajo.
Entre sus libros.
El primer año que vivimos bajo el mismo techo, antes de que se fuera a
Italia, no hubo ninguna ocasión en la que le viera trabajar. Vi sus libros. Sus
papeles y documentos. Su oficina. Sus sofás de cuero. Pero nunca pude verlo
entre ellos.
Sin embargo, ahora puedo, y antes de que se los diga, mis ojos se levantan.
Y ahí está.
Inclinado sobre un libro.
Bueno, en realidad no. Está más bien sumergido en ella, o al menos su
cara lo está. 120
Su cara está inclinada hacia abajo y sus ojos están bajos mientras lee algo
en el escritorio. Parece... tranquilo.
Realmente no tengo otra palabra para describirlo.
Sentado en su silla, con sus hombros imposiblemente anchos relajados,
sus gruesas pestañas proyectando sombras sobre sus afilados pómulos, su
pecho moviéndose hacia arriba y hacia abajo con un ritmo lento, tiene el aspecto
más tranquilo que le he visto nunca.
Si no fuera por los movimientos de sus párpados, que van de izquierda a
derecha, pensaría que está durmiendo.
Y el hecho de que sus labios estén ligeramente separados y su mandíbula
sin tensión completa la imagen de descanso.
¿Es eso lo que siente entonces? Cuando está entre sus libros
encuadernados en cuero.
Así de despreocupado y calmado.
Creo que nunca he sentido eso antes, y definitivamente no cuando estoy
leyendo.
Cuando estoy... haciendo mis cosas, mis garabatos, sin embargo, por otro
lado, sí. A veces me siento así.
Cuando estoy absorta en mi propio mundo.
Cuando lo que he imaginado cobra vida en el papel. Y entonces lo que está
en el papel cobra vida en mis manos.
Eso me da paz.
Entonces miro hacia sus manos y me quedo helada.
También dejo de respirar.
Porque sus manos están desgarradas.
Sus dedos, concretamente sus nudillos, están reventados. Están rozados
y magullados, con un color morado intenso. Y con sus dedos agarrando el
bolígrafo mientras toma notas con trazos amplios y rápidos, sus nudillos
sobresalen con gran relieve.
—¿Qué te pasó en la mano? —pregunto, agarrando con fuerza mi propio
bolígrafo de gel.
Su bolígrafo —es un bolígrafo de tinta negra con plumilla dorada— deja de
rascar y, con la cara aún sumergida, levanta la vista.
—¿Necesitas algo?
Sin dejar de mirar sus dedos, me inclino hacia delante en mi silla.
—¿Qué te pasó en la mano? ¿Por qué parece rota?
Sus dedos alrededor del bolígrafo se flexionan. 121
—¿No deberías escribirme una disculpa?
Lo ignoro y miro hacia arriba.
—¿Esto es por tu cosa de golpear?
Me da una mirada inexpresiva.
—Cosa de golpear.
Sacudo la cabeza.
—Tu bolsa pesada, lo que sea. ¿Es por eso? ¿Es por eso que tus nudillos
parecen hinchados y desgarrados?
Su mandíbula, que antes estaba hundida y relajada, se ha levantado y
endurecido un poco.
—Sólo tienes una hora para terminar tus diez páginas. Si no puedes, las
páginas pasan al día siguiente.
Tal vez debería preocuparme por esta nueva regla, las páginas pasando al
otro día. Pero no lo estoy, y apretando una mano contra mi pecho, me inclino
aún más en mi silla.
—Dios mío, ¿esto sucede cada vez que golpeas esa cosa?
No hay respuesta por su parte.
O eso es lo que pienso hasta que sus dedos se flexionan de nuevo en torno
al bolígrafo y sujeta:
—No.
—Entonces, ¿qué pasó?
Su cara tiene una mirada de resignación, como si supiera que no voy a
dejarlo pasar hasta que responda. Así que lo hace.
—Sólo fui un poco más fuerte en él.
—¿Por qué? —pregunto, exasperada.
No estoy segura de por qué me importa, para ser honesta.
Pero sus nudillos tienen un aspecto horrible. Deben doler como una
mierda también. Y tengo que saberlo.
—Es sólo un entrenamiento. Es algo que ocurre.
Entonces estudio su rostro.
Por un segundo creo que algo se esconde detrás de sus rasgos tensos. Algo
oscuro y problemático, pero no puedo estar segura. Porque es tan sutil y rápido,
ese algo. Está aquí un segundo e ido al siguiente, dejando su hermoso rostro en
blanco.
—Es algo que ocurre —repito con desconfianza.
No le gusta mi sospecha y se nota en su tono.
—Sí. 122
¿Por qué no le creo?
¿Por qué siento que hay más?
Y de nuevo, ¿por qué me importa si hay más?
Pero espera un segundo, se supone que me importa. Se supone que debo
actuar como si lo hiciera, al menos.
De eso se trata, ¿no?
Así es como me gano su confianza. Así es como consigo que me cuente
todos sus secretos.
Al importarme. Siendo amable y simpática.
—Bueno, por si no lo sabías —digo con las cejas alzadas—, hay otras
formas de hacer ejercicio. Formas que no son así de... —Vuelvo a mirar su mano,
que sigue agarrando el bolígrafo, antes de levantar la vista—. Dolorosas y
perjudiciales.
Sus ojos recorren mi cara.
—Tomaré nota de eso.
Luego vuelve a su lectura.
Sin embargo, yo no lo hago.
Sigo mirándolo fijamente.
—¿Por qué lo haces?
Reanuda la escritura en el cuaderno, sus trazos son rápidos y eficaces
como antes. Pero yo no me dejo disuadir.
—Ya sabes, lo de los puñetazos —añado.
Pasa una página de su libro.
—En realidad, siempre me lo he preguntado —continúo, dejando mi propio
bolígrafo—. Todo tu pasatiempo de los puñetazos. No tiene sentido, ¿verdad?
Quiero decir, por un lado tienes tus libros. Tienes dos doctorados. En historia e
historia del arte. Como, ¿qué tan interesante tiene que ser la historia, para que
alguien obtenga dos doctorados en ella? Es... increíble. Y entonces... —Hago una
pausa mientras pasa otra página, su bolígrafo descansa por el momento
mientras lee, sus párpados parpadean—. Tienes tu bolsa pesada. Que de vez en
cuando golpeas tan fuerte que tu mano se ve así. Como si alguien la hubiera
atropellado con un camión o algo así. ¿Y cómo va todo junto? Libros y violencia.
Espero que diga algo.
Aunque no creo que lo haga porque en medio de todo mi monólogo allí
atrás, había empezado a escribir. Su bolígrafo había comenzado a moverse,
anotando cosas, sus ojos oscilando de un lado a otro entre su libro y su
cuaderno.
Pero no soy nada si no soy persistente.
123
Así que sigo adelante.
—Bien, dime la verdad: tienes problemas, ¿no? —Entrecierro los ojos para
mirarlo; algunos mechones de su pelo oscuro han caído sobre su frente—. Como,
problemas importantes. Tienes que. Para hacer algo así. Por no mencionar que
nunca te he visto reír. Como nunca. Y te conozco desde hace cuatro años. Por
desgracia. Quiero decir, olvídate de reír. Ni siquiera sonríes. ¿Qué pasa con eso?
¿Qué pasa con el Sr. Marshall?
Exactamente.
¿Qué pasa con él?
¿Por qué está tan serio todo el tiempo? Tan intimidante y grave.
Jadeo, apuntando con un dedo hacia él.
—¿Es porque eres un profesor? ¿Y crees que nadie se meterá contigo si
das miedo todo el tiempo? Ningún alumno te pedirá que le subas las notas. O
que les des una prórroga en los deberes.
No hay ninguna reacción por su parte.
En todo caso, parece aún más absorto en lo que está leyendo. Frunce
ligeramente el ceño y su otra mano, la que lleva el anillo de plata —que también
parece oscura y rota; tanto que su anillo brilla aún más hoy— se levanta y se
rasca la mandíbula desaliñada con el pulgar.
Mi garganta se seca por un segundo. Ante el gesto sexy.
Pero continúo. Tengo que hacerlo.
Porque ahora se ha convertido en un reto entre nosotros, el no hablar.
—Oh, o podría ser porque no quieres que una estudiante tuya entre en tu
casa por la noche y te pida que la dejes graduarse antes de tiempo en la escuela
de verano. Eso es, ¿no?
No.
Parece que no. Sigue sin darme nada.
Maldita sea.
Entonces.
—¡Oh! Lo tengo. Ya sé por qué. —Me acomodo de nuevo en la silla con una
sonrisa—. Es porque quieres parecer intimidante cuando secuestras a un
cachorro. Dios mío, ahora es tan obvio. Quiero decir, tiene tanto sentido...
—Pensé que lo mío era patear cachorros —dice entonces, cortando mis
palabras.
Incluso mi aire.
Con sus palabras repentinas. Con su mirada también.
Porque finalmente levanta los ojos del libro y me mira. 124
Y todo lo que puedo decir es:
—Hola.
Sus ojos de chocolate brillan.
—No secuestrarlos.
Un calor me invade el pecho por el hecho de que esté escuchando mis
estúpidas divagaciones.
Me muerdo el interior de la mejilla para no sonreír.
—Pensé que no estabas escuchando.
—Se llama multitarea. —Entonces—. Y es imposible no escucharte.
Mis ojos se abren de par en par.
—¿Lo es?
—Sí —suelta—. Eres tan ruidosa y chillona como una cortadora de césped.
Frunzo el ceño.
—Eres malo.
—Nunca dije que no lo fuera.
—Y podrías hacer ambas cosas —digo—. Patear cachorros y secuestrarlos.
Pasan uno o dos momentos con nuestros ojos fijos el uno en el otro.
Entonces.
—Sí.
—¿Si qué?
—No quiero que una estudiante entre en mi casa en mitad de la noche.
—¿Pero qué pasa si esa estudiante también resulta ser tu pupila?
—Sobre todo si esa estudiante resulta ser también mi pupila.
Me relamo los labios.
—¿Pero no tiene un tratamiento especial?
Su mirada sigue mi acción.
—No.
Mis labios hormiguean por alguna extraña razón mientras digo:
—Claro. Por eso estoy atrapada pasando todo el verano aquí. Contigo.
—Sí. Ocho semanas enteras.
—Ocho semanas enteras.
Luego sus ojos se vuelven penetrantes cuando dice:
—Porque no es que tengas otro lugar donde estar ahora, ¿verdad?
El corazón me da un vuelco. Me sudan las palmas de las manos.
125
Y cruzo los dedos de las manos y de los pies, esperando que no se me note
en la cara.
El hecho de que sí tengo otro lugar donde estar.
Tengo alguien con quien estar.
—No, no lo sé —digo, logrando de alguna manera que mi voz no flaquee.
Estudia mi cara durante un segundo antes de aceptar mi respuesta.
—Bien.
Mi vientre se aprieta al ver lo satisfecha que suena su respuesta, como si
hubiera ganado algo, antes de que le diga:
—Puedes decírmelo, sabes.
—¿Decirte qué?
—Sobre lo de los puñetazos.
—¿Puedo?
—Sí. —Entonces, no puedo evitar añadir—: Puedo guardar un secreto.
—Secreto.
—Sí. La verdad es que se me da muy bien —susurro, esperando de nuevo
que no se me note en la cara.
Que estoy mintiendo.
Que no tengo intención de guardar ninguno de sus secretos. O mejor
dicho, no tengo intención de guardarlos si no me da lo que quiero.
—Además, estamos en un descanso —termino recordándole.
Asiente lentamente, sus ojos van y vienen entre los míos.
—Sí. Lo estamos, ¿verdad?
—¿Y? —Vuelvo a preguntar—. ¿Por qué te gusta golpear un saco pesado?
—Porque tengo problemas.
—¿Qué tipo de problemas?
—De los que requieren que golpee un saco pesado.
—¿Tiene algo que ver con lo que le pasó a tu nariz?
Frunzo el ceño ante mi propia pregunta.
No esperaba decir eso en absoluto.
Aunque por alguna razón, creo que es obvio. Que están conectados.
Su nariz rota y su afición a la bolsa pesada. Y la sensación sólo se hace
más fuerte cuando su mandíbula se endurece.
No sólo su mandíbula sino también sus ojos.
Han estado brillando y destellando, pero ahora se apagan. Entonces. 126
—Creo que deberías volver a escribir esa disculpa para mí.
Esta vez sé que tengo que hacerlo. Sé que no puedo presionarlo más de lo
que ya lo he hecho.
Así que asiento y acepto:
—De acuerdo.
Y luego vuelvo a mi escrito de disculpas. Aunque ahora tengo aún más
curiosidad. Lo cual es mucho decir, porque siempre he tenido mucha curiosidad
por él. Sobre su forma de ser. Su pasado. Su historia.
Su relación con Charlie.
Un ruido estridente llena entonces el silencio.
Aunque me hace estremecer, agradezco la interrupción de mis enredados
pensamientos.
Es su teléfono.
Está sonando.
Está sobre una pila de papeles lo suficientemente cerca de mí como para
ver el nombre de la persona que llama: Cynthia March.
El estómago se me revuelve por alguna razón y levanto los ojos hacia él.
Sin embargo, no se centra en mí. Toda su atención está puesta en el teléfono
mientras lo toma. Contesta y se levanta en una fracción de segundo.
—Hola. Sí —dice, acercándose a la puerta y saliendo de su despacho.
Me siento en mi silla durante unos segundos, sintiéndome extrañamente
perdida ahora que estoy sola.
Antes de levantarme también de mi asiento y seguirlo.
Sin embargo, sólo me acerco a la puerta, que está ligeramente
entreabierta, y me asomo por el hueco.
Puedo ver su ancha espalda. Su pelo oscuro, rizado y rozando el cuello de
su chaqueta, escuchando lo que sea que esa Cynthia March esté diciendo por
teléfono.
El corazón me late en el pecho mientras estoy allí, pegada a mi sitio.
Espiándolo.
No es que no haya hecho esto antes. Pero hoy, se siente mal. Se siente
angustiante.
Tal vez porque mis intenciones son mucho más peligrosas de lo que suelen
ser.
No sé por qué de repente me siento culpable, pero lo estoy.
Pero me digo a mí misma que él se lo ha buscado. Que me está obligando
a hacer esto. Si hubiera optado por mi plan original, no amenazante, no estaría
haciendo esto. Además, si mi plan tiene éxito, estaría haciendo un favor a todos.
127
Está aquí para hacer este lugar aún más infernal. Tal vez pueda chantajearlo
para que se tranquilice un poco.
Así que me obligo a escuchar.
Aunque lo único que obtengo son sus respuestas recortadas de una sola
palabra: sí, no, está bien. La conversación se prolonga durante un par de
minutos más y no consigo saber de qué están hablando. Y por fin dice, la frase
más larga que ha dicho en esta llamada.
—Bien. Esta noche a las nueve entonces. En mi casa.
Y entonces se apaga y me apresuro a volver a mi asiento.
Agacho la cabeza y, con los dedos temblorosos y el corazón agitado,
empiezo a escribir. Pero no tengo ni idea de lo que estoy escribiendo. No tengo ni
idea de qué letras y palabras fluyen por la punta de mi nuevo bolígrafo de gel,
pero sigo haciéndolo. Incluso cuando le oigo entrar en la habitación, con sus
pasos silenciados por la alfombra, y cuando se acomoda en su silla.
Y luego sigo con ello hasta que dice:
—Se acabó tu tiempo.
De hecho, salto al oír su voz.
Al levantar la vista, encuentro su mirada de chocolate sobre mí, intensa y
penetrante. Inmediatamente me hace retorcerme en mi asiento, con la culpa
revuelta por lo que hice.
—Uh, no he terminado todas las páginas.
Deja pasar un rato antes de responder:
—Así que las terminarás mañana.
Lo estudio durante un segundo, tratando de resolver el misterio de la
llamada.
Más bien, el que llama.
Pero no puedo decir que vea nada diferente en él. Tiene el mismo aspecto
que cuando entré en la habitación.
Tragando, asiento.
—De acuerdo. Entonces me iré.
No responde a eso, simplemente mantiene sus ojos en mí, sus codos
apoyados en el reposabrazos, sus dedos agarrando el bolígrafo. Bajo su mirada
fija, me las arreglo para ponerme en pie. Me cuelgo la mochila al hombro antes
de echarle una última mirada —sigue observándome— y darme la vuelta.
Siento su pesada mirada sobre mí mientras me dirijo a la puerta con las
rodillas temblorosas.
Extiendo la mano para abrir la puerta, pero dudo. Me doy cuenta de que
no quiero irme. 128
Quiero preguntarle sobre la llamada telefónica. Quiero saber quién es esta
Cynthia.
Simplemente lo hago y no me importa cómo afecta a mis planes.
Con ese estúpido e imprudente pensamiento, empiezo a darme la vuelta
pero veo que no puedo.
Porque está ahí mismo.
Justo detrás de mí.
Como la noche en la casa, siento su calor en mi espalda, su olor en mis
pulmones. Y, Dios mío, me está tocando de nuevo.
Sus dedos rodean mi mano, la que está tocando el pomo.
Y antes de que pueda detenerme, susurro:
—Me haces daño.
—No, no lo hago.
No, no lo hace.
Dios, no lo hace.
Aunque su toque es tan caliente y áspero como aquella noche. No duele.
—Se va a magullar mañana —miento.
—No, no lo hará. —Luego, soltando mi muñeca, añade: —Date la vuelta.
Mi vientre se aprieta ante su orden y suelto la mano del pomo.
Antes de saber lo que estoy haciendo, lo obedezco.
Me doy la vuelta y aprieto el lomo contra la puerta cuando veo lo cerca que
está. Me aprieto la mochila contra el pecho cuando me doy cuenta de que sus
hombros, increíblemente anchos, tapan el espacio que hay detrás de él.
Mi corazón es tan fuerte y rápido que late en mis oídos.
Levantando la mano para ajustarme las gafas, pregunto:
—¿Qué haces a un metro de mí?
—Quiero que me digas algo.
—¿Qué?
No responde de inmediato. Estudia mi cara durante unos segundos antes
de preguntar:
—¿Dónde están tus lentes de contacto?
Me doy cuenta de que está mirando mi mano que aún está en mis gafas.
Bajando el brazo, le respondo:
—Oh, eh, yo no los llevo.
—¿Por qué no? 129
Por alguna razón, su pregunta —tan abrupta e íntima— hace que mis
propias palabras tropiecen.
—P-porque nunca puedo meterlos. Y si lo hago, siempre me olvido de
sacarlos. Así que es más fácil. —Luego añado—: Pero lo odio.
—¿Odiar qué?
—Llevar gafas. —Me relamo los labios—. Siempre chocan con mi flequillo.
Me mira el flequillo. Un grueso trozo está enredado en el lateral de mis
gafas, como siempre. Desviando la mirada y mirándome a los ojos, asiente con
la cabeza.
—Lo están.
—A veces pienso que debería deshacerme de él —añado, abrazando mi
mochila aún más fuerte contra mi pecho—. Mi flequillo, quiero decir. No puedo
deshacerme de mis gafas. No podré ver.
—No.
Su respuesta es inmediata y también confusa.
—¿No qué?
—No a las dos cosas. —Cuando sigo frunciendo el ceño, me explica—:
Deshacerte de las gafas o del flequillo.
—Oh.
Esto es extraño. Esta conversación.
Es aún más extraño que lo hagamos en tono bajo, apenas por encima de
un susurro.
—¿Es eso lo que querías preguntarme? —pregunto entonces.
—No.
—¿Y entonces qué?
Opta por mantener su silencio de nuevo.
Y mi propia impaciencia se apodera de mí, así que hago mi propia
pregunta.
—Dime quién es Cynthia March.
—¿Por qué?
—Porque estoy preguntando. ¿Fue ella la que llamó antes? Cuando llegué
por primera vez.
—Sí.
—Genial. Me cerraste la puerta en la cara por ella. Entonces, ¿quién es
ella?
—Y debería decírtelo porque estamos en un descanso.
Trago saliva.
130
—Sí.
Se inclina un poco.
—Porque tuviste una gran epifanía el fin de semana, ¿sí?
—Lo hice.
Sus labios se inclinan ligeramente, no en una sonrisa, pero sí en un
parpadeo, mientras observa mi flequillo desordenado y mis gafas, mis mejillas
sonrojadas.
—Sin embargo, es una gran epifanía, ¿no? Hace que te preguntes.
—¿Preguntar qué?
—Cuánto más fácil podría haber sido mi vida, qué tranquila y sin
perturbaciones, qué estructurada y pacífica. Como siempre fue antes de que
llegaras a ella con tus pequeñas tramas y planes y travesuras. Con tus
sándwiches de mantequilla de cacahuete y tus champús de hiedra venenosa.
Cómo ninguna de esas cosas habría existido, si sólo hubieras tenido esta epifanía
antes.
No puedo creer que saque ese tema.
No puedo creer que esté sacando a relucir el fiasco de mi sándwich de
mantequilla de cacahuete ahora mismo. Y mi champú de hiedra venenosa.
—Te escribí una carta de disculpa por el sándwich de mantequilla de maní
—digo—. Y te dejé la pomada para el champú de hiedra venenosa.
Lo hice. Ambas cosas.
Mira, admito que ambas cosas eran malas, especialmente el sándwich de
mantequilla de maní. Porque sabía que era alérgico. En el calor del momento,
unté un poco de mantequilla de cacahuete en el sándwich que le había preparado
Mo —ella había utilizado mantequilla de almendras— cuando nadie estaba
mirando. Pero en cuanto lo hice, me arrepentí. Volví a la cocina para admitir mi
error, pero para entonces él ya se lo había comido.
Así que la siguiente vez que hice algo parecido —cambiar su champú por
uno que tuviera un poco de hiedra venenosa— le dejé una pomada. Incluso
debajo de su almohada, con una bonita nota que decía: “deja a la chica o no
estaré aquí la próxima vez.”
En todas las bromas que le he hecho, esas dos han sido relativamente
serias, y me arrepiento completamente de ellas.
Pero no puedo creer que haya sacado ese tema ahora.
—Lo hiciste, sí —dice, sus labios se mueven con diversión—. Por cortesía.
—Sí. Así que no puedo creer que estemos hablando de esto ahora mismo.
Su diversión aumenta. 131
—Bueno, permítame hacer lo mismo entonces.
—¿Lo mismo qué?
Creo que me responderá.
Con palabras quiero decir.
Pero no lo hace.
En cambio, se inclina más. Se inclina hacia mí y, si pudiera, me apretaría
más contra la puerta.
Tal y como están las cosas, no puedo ya que estoy pegada a ella.
Así que lo único que puedo hacer es levantar el cuello y ver cómo se acerca.
Tanto así que puedo ver sus gruesas pestañas enredadas entre sí. Puedo
ver las oscuras y finas cerdas de la barba incipiente en su escultural mandíbula.
Puedo sentir el calor épico de su cuerpo convirtiéndose en sudor en mi piel.
Cuando su cara está justo encima de la mía, le pregunto:
—¿Q-qué estás haciendo?
—Dándote la misma cortesía.
—¿Qué?
—Abriendo la puerta para ti.
Entonces miro hacia abajo. Sólo ahora me doy cuenta de que tiene el brazo
extendido y los dedos envueltos en el pomo. Volviendo a mirar hacia él, continúo:
— Eh, yo...
—Ya que eso es lo que estamos haciendo ahora, ¿no? Porque estás
atrapada aquí por las próximas ocho semanas y como no importa lo que hagas,
no te dejaré ir. Así que nos tomamos un descanso, ¿sí?
Trago saliva.
—Sí.
—Bien. —Gira el pomo—. Me alegro de que estemos en la misma página
entonces.
—Está bien. Yo...
—Porque odiaría que no lo estuviéramos —continúa, su voz suave pero de
alguna manera amenazante, haciéndome tragar de nuevo—. Odiaría pensar que
de alguna manera esta maravillosa epifanía que va a cambiar nuestras vidas es
otro de tus pequeños planes. O uno de tus complots para librarte del castigo o
para escabullirte o quizás para librarte de la escuela de verano por completo.
Odiaría eso, Poe. Por ti. Porque entonces tendría que cumplir mi promesa. La
que hice en mi casa la semana pasada. Acerca de romper tu corazón y contar
pedazos de él. Personalmente. Antes de encerrarte en una jaula y tirar la llave.
Así que sí, muy contento de que estemos en la misma página. —Con eso, abre la
132
puerta—. Te veo mañana.
T
iene el pelo rubio.
No el rubio de mi amiga Callie. Sino más bien el rubio de
Echo. Así que rubia miel, supongo.
Cynthia March.
Y tiene una figura esbelta que se enfunda en una delgada falda profesional
con una blusa roja que deja ver una pizca de escote. Tengo que admitir que es
un bonito escote. Y ella no pierde ninguna oportunidad de empujarlo hacia él.
Él, mi guardián diabólico.
Sí, los estoy viendo.
Los estoy espiando.
Y arriesgando potencialmente toda mi vida y mi futuro.
Porque si se entera de que me escabullí de mi dormitorio tan pronto como
133
pude y que en este mismo instante estoy agazapada bajo su ventana, es probable
que cumpla con todas sus amenazas.
Pero tenía que venir.
Tuve que hacerlo.
Tenía que saber quién es esta Cynthia y si podría ser útil para mis planes.
Que también tengo curiosidad por ella en general es algo en lo que no me
estoy centrando ahora.
Hasta ahora, el único detalle que he obtenido es que Cynthia está muy
enamorada de él. No deja de tocarlo, de sonreírle, de sacarle el pecho, de batir
las pestañas.
Pero él no se da cuenta.
Están sentados en ese gran sofá de cuero, justo delante de la ventana. Ella
está más o menos encaramada al borde, con las piernas cruzadas y el cuerpo
girado hacia él. Y con la misma camisa marrón que llevaba durante el castigo
esta misma noche, el Sr. Marshall está despatarrado, con los muslos abiertos y
relajados. Tiene una bebida en la mano y mira unos papeles que tiene delante
en la mesita.
Hasta que ella lo toca de nuevo.
Esta vez en su muslo, no muy arriba pero tampoco en un lugar que
llamaría inocente.
Es entonces cuando él aparta la vista de sus papeles y la mira a ella.
Ella se engalana al conseguir por fin su atención y esa mano sobre su
muslo se mueve ligeramente hacia arriba. En ese momento, él abandona por
completo esos papeles sobre la mesa y su bebida antes de poner su gran mano
sobre la de ella.
Una sonrisa se dibuja en sus labios. Una pequeña sonrisa, me atrevo a
decir que sexy, mientras le dice algo.
Entonces se inclina más hacia ella.
Y me inclino más hacia la ventana.
Tan cerca que mi nariz golpea el cristal.
Especialmente cuando le toca hablar.
¿Soy yo o sus ojos de chocolate parecen encapuchados? Sus altos pómulos
también parecen enrojecidos.
Pero no me da tiempo a concentrarme en sus pómulos o en sus ojos
cuando me fijo en su otra mano. Estaba simplemente apoyada en su muslo, pero
ahora sube y se dirige a su nuca. Antes de que pueda siquiera respirar, veo cómo
esos dedos la agarran con fuerza. Tan fuertemente que su cuello se arquea y su
cara se inclina hacia arriba. Y mis manos suben y se pegan al cristal porque sé
lo que está a punto de ocurrir. 134
Sé que va a besarla.
Antes de que se dé cuenta de lo que estoy haciendo, lo hago.
Aprieto los puños y golpeo el cristal.
Haciendo que se separen.
Lo cual está bien en realidad. Que es lo que quería hacer por alguna razón.
Pero lo que no está bien es el hecho de que ahora he arruinado todo. He
arruinado todo al delatarme. Porque en el momento en que se separan, ambos
también se giran hacia la ventana.
Hacia mí.
Y sus ojos de chocolate, que hasta ahora estaban encapuchados, se ponen
alerta.
Se afilan y me atrapan en mi sitio.
Esa trampa sólo aprieta sus dientes alrededor de mis tobillos cuando,
desprendiéndose de ella, se pone lentamente en pie.
También se mueve lentamente hacia mí.
Un paso, dos, tres.
Eso es todo lo que necesita. Recorre la distancia entre el sofá de cuero y la
ventana que hay junto a la puerta en tres pasos muy largos y muy merodeadores
—es una distancia considerable, que requiere mucho más que tres pasos— y lo
único que puedo hacer es observarlo.
Y entonces, oigo un clic.
El sonido es tan fuerte —más fuerte que mis anteriores golpes contra el
cristal— que consigue romper este extraño hechizo en el que me encuentro.
Consigo separarme de la ventana para darme cuenta de que ha abierto la puerta
y que ahora está de pie en el umbral.
Pasan unos instantes de silencio entre nosotros en los que me mira
fijamente con la mandíbula apretada, y yo abro y cierro los puños, intentando
quedarme quieta bajo su escrutinio.
Entonces.
—Estás aquí.
—Estoy...
No estoy segura de lo que iba a decir, pero su tono —bajo y peligrosamente
suave— exigía que hablara. Exigía algo de mí.
Mi respuesta sin respuesta lo enfurece aún más.
Puedo verlo claramente en su cara.
Pero antes de que pueda decir algo, alguien más habla. 135
—¿Quién es?
Esa voz aguda y femenina pertenece a Cynthia. Que aparece en el umbral,
con las cejas ligeramente fruncidas y los ojos curiosos.
—Uh, hola.
Me saluda con desconfianza.
—Hola. —Luego, a él—. ¿Quién es ella?
No responde.
Ni siquiera le presta atención.
Toda su atención está en mí. Toda su atención peligrosa y amenazadora.
Sintiéndome incómoda y nerviosa, me froto las manos en la falda.
—Siento haberme colado en la fiesta. No sabía que había alguien aquí.
Mentiras.
Por supuesto que lo sabía. Por eso vine.
Pero nunca fue mi intención dar a conocer mi presencia.
—No pasa nada —dice Cynthia, con un tono aún receloso pero lo
suficientemente dulce como para llamarlo cautelosamente amistoso—. Alaric y
yo sólo estábamos pasando el rato.
Me chupo la barriga cuando menciona su nombre, algo que nunca le
llamo.
Algo que me he prometido que no haré.
Sin embargo, no sé cómo sentirme cuando ella lo llama así.
—Estoy...
Finalmente, habla.
—Creo que es hora de que te vayas.
Por un segundo creo que me está hablando a mí, porque sus ojos están
puestos en mí. Pero entonces aparta la vista y mira a Cynthia.
Que parece ligeramente afligida por su orden.
—Oh, pero... —Me mira un segundo antes de decir—: Pensé que íbamos a
pasar un tiempo juntos.
Voy a decir algo, no estoy segura de qué pero él habla antes que yo.
—Y lo hicimos. —Cuando ella parece confundida, él explica—: Pasar
tiempo juntos.
—Sí, pero quiero decir... —Se ríe nerviosamente—. Conduje hasta aquí y...
—Y puedes conducir tú misma de vuelta. Aunque si necesitas —suspira,
frunciendo el ceño, como si buscara palabras—, dinero para gasolina o algo así,
estaré encantado de proporcionarte algo.
—¿Qué? 136
Esa soy yo.
Lo he dicho porque creo que Cynthia parece demasiado horrorizada para
pronunciar siquiera una palabra.
Cuando me mira, continúo:
—¿Le acabas de… ofrecer dinero?
Su mandíbula vuelve a hacer tictac durante unos segundos, alertándome
de que ya estoy en terreno peligroso, antes de ordenar:
—No te metas en esto.
Tiene razón.
Debería.
Debería pensar en mi propio culo. Que no creo que sobreviva a lo que sea
que esté planeando hacerme ahora.
Lo que aparentemente justifica que Cynthia se vaya.
Por eso la despide, ¿no?
—¿Lo cubre un centenar? —le pregunta a Cynthia, y no.
Simplemente no.
No puedo mantenerme al margen. Tengo que hablar.
—¿Qué estás haciendo? Deja de ofrecerle dinero.
Sus ojos se entrecierran y empieza a decir:
—¿Qué he...?
Doy un paso hacia él y, poniéndome de puntillas, le corto el paso.
—Ella no quiere tu dinero. ¿Qué es, una prostituta? Qué...
Entonces se me ocurre algo.
Algo monumental.
Vuelvo a ponerme de pie y mis ojos se abren de par en par.
—Dios mío, ¿lo es? —Me vuelvo hacia ella—. ¿Lo eres? —Antes de que
pueda responder de cualquier manera, levanto las manos y continúo—: No
porque te juzgue. Por favor, no pienses eso. Soy la persona menos crítica en estos
casos. He crecido en Hollywood. He visto de todo. Mi madre era actriz. ¿Charlie
Blyton? —Asiento—. Sí. Era mi madre y era muy progresista. Yo también lo soy.
Es tu cuerpo y puedes hacer lo que quieras con él. De hecho, creo que yo y todos
los de mi generación estamos muy a favor del trabajo sexual. Apoyo a los
trabajadores del sexo. Y realmente creo que debería ser legalizado y estoy
animando por ustedes. Pero si tú eres... entonces él es... Y es el director y te
encuentras con él en las instalaciones de la escuela y...
Maldita sea.
¿Esto es? 137
¿Es esta la oportunidad que he estado buscando?
¿Podría ser esta una de sus debilidades? ¿Es por eso que no me dijo quién
era Cynthia?
Oh, Dios mío.
Si es así, entonces me ha tocado el premio gordo. Me ha tocado el maldito
premio gordo.
Un director de un reformatorio, nada menos, reuniéndose con una
prostituta en las instalaciones del colegio. Oh, Dios mío, creará un escándalo
tan grande que...
—Eres la hija de Charlie.
Las palabras de Cynthia me sacan de mis cavilaciones y parpadeo.
—¿Perdón?
Me mira con algo muy parecido a la hostilidad.
—Eres la hija de Charlie Blyton.
—Um, sí. —Aprieto una mano contra mi pecho, mis pensamientos en
marcha se detienen—. ¿Tú... la conocías? Quiero decir, personalmente.
Se toma un momento para estudiarme antes de decir:
—Sí, la conocía. La conocía muy bien, de hecho.
Estoy sorprendida.
Oh, yo...
—Vete —me ordena, cortándome.
De nuevo, creo que me está hablando a mí. Pero sus ojos están firme y
peligrosamente clavados en Cynthia.
Sin embargo, no parece inmutada.
—¿Qué hace aquí la hija de Charlie Blyton?
—Cynthia.
Esa es su única respuesta. Una advertencia, me parece.
Pero no le hace caso porque de nuevo, dice:
—¿Por qué está la hija de Charlie en tu casa ahora mismo?
Tiene la mandíbula apretada y lo hace con tanta fuerza que no creo que
pueda hablar.
Así que lo hago por él.
—Uh, porque voy a la escuela aquí. —Ella mira hacia mí—. Y porque, eh,
el señor Mar… el director Marshall es mi tutor.
—Como he dicho, es hora de que te vayas —dice. 138
Ella lo observa con incredulidad durante uno o dos segundos.
—Eres el tutor de la hija de Charlie. —Luego, sacudiendo la cabeza—. No
puedo creerlo. —Su incredulidad se ha endurecido hasta convertirse en algo
duro y cruel—. Después de todo. Realmente pensé que podríamos ser aliados.
—Podríamos serlo —está de acuerdo—. Si fuera algo real. Pero, por
desgracia, ya no estamos en el instituto.
—Pensé que podía confiar en ti.
—Tus dos divorcios deberían haberte enseñado a no confiar en los
hombres. Aunque, tú fuiste la que los jodió así que tal vez no.
—Estás...
—Ahora vete.
No lo hace.
No de inmediato. Ella lo mira de arriba abajo, con la cabeza temblando.
—Sigues siendo el mismo, ¿no? Puede que hayas cambiado por fuera, pero
por dentro sigues siendo el mismo puto perdedor.
Se pone rígido.
No es que no estuviera ya todo rígido y tenso.
Pero las palabras de Cynthia lo convierten en una roca. Duro y sin apenas
respirar.
De madera y sin sentimientos.
Yo, en cambio, respiro muy rápido. Estoy respirando como un tren en
marcha. Y estoy lista, juro por Dios que lo estoy, para hacer algo drástico.
Para tal vez arremeter contra ella y golpear su cara.
Por llamarlo así.
Nada menos que en su propia casa. En su propia escuela.
¿Qué coño le pasa? ¿Cómo se atreve?
Incluso doy un paso hacia ella, pero entonces se centra en mí y dice:
—Y no soy una prostituta.
Con eso, ella se mueve. Se da la vuelta y camina hacia el sofá. Recoge su
bolso, gira sobre sus talones y vuelve a dar zancadas hacia la puerta, antes de
salir y marcharse.
Dejándonos a los dos solos.
Y quizá debería tener miedo ahora mismo. Tal vez debería entrar en pánico
porque ha vuelto a mirarme fijamente con la mandíbula palpitando y su voz es
tan baja y áspera que me produce escalofríos.
—Adentro.
Pero no tengo miedo. 139
Cuando entro en su casa de campo, estoy enfurecida.
Estoy enfadada.
En cuanto cierra la puerta, me doy la vuelta.
—¿Quién era ella? ¿Y de qué coño estaba hablando? ¿Cómo se atreve a
llamarte así? Un perdedor. —Estoy tan enfadada que no le dejo decir una palabra
mientras sigo adelante—. ¿Cómo mierda se atreve? ¿No sabe quién eres? Quiero
decir, eres el director de esta escuela y ese es el menor de tus logros. No puedo
creerlo. Estoy tan enfadada ahora mismo y...
Se mueve entonces, robándome las palabras. Se acerca a grandes
zancadas al sofá y toma su vaso de whisky antes de vaciarlo de un tirón. Y
entonces se da la vuelta, con los ojos más oscuros que antes y la mandíbula más
tensa.
Lo que finalmente hace que la situación se hunda.
Lo que finalmente hace que mi miedo se filtre a través de mi ira.
Mira el vaso vacío, moviéndolo de un lado a otro en su mano.
—Sabes, desde que llegué aquí, me ha gustado mucho esta pieza de
literatura en particular. Este manual. Con todas las normas y reglamentos de
St. Mary. Tengo que decir que mi familia ha pensado en todo. —Entonces me
mira—. Me gusta específicamente esta cláusula sobre las revisiones de las
camas.
—Estás bromeando.
—No, en realidad lo encuentro interesante.
—Tú estás... —Me lamo los labios secos—. Estás pensando en devolver las
revisiones de cama.
Baja su vaso y lo vuelve a dejar sobre la mesa de café.
—La idea se me pasó por la cabeza.
—No puedes hacer eso —digo, en voz alta—. No puedes hacer eso en
absoluto. Es cruel.
Entonces se encoge de hombros, de forma casual.
—Pero entonces disfruto tanto siendo cruel.
No puedo creerlo.
Hacerme enumerar todos mis rincones y caminos secretos es una cosa,
pero ¿ahora quiere recuperar la estúpida regla del control de camas? Es una
regla antigua y cruel que fue desterrada hace muchos años, en la que un celador
realizaba comprobaciones periódicas de las camas durante la noche para dar
cuenta de todos los estudiantes.
Lo que significa que escabullirse sería casi imposible.
¿Qué pasa con él? 140
¿Por qué está tan empeñado en chupar cada gramo de alegría y vida de
este lugar?
—Eres un tirano, ¿lo sabías? Eres un maldito matón.
Mis insultos le hacen inclinar la boca en una pequeña sonrisa mientras
dice:
—Y sin embargo, sigues metiéndote conmigo.
—Yo...
—Te dije lo que pasaría si volvías a escaparte de tu dormitorio, ¿no?
Entonces doy un paso atrás.
—No te tengo miedo.
Mira mis pies en retirada que básicamente me están convirtiendo en una
mentirosa.
—Entonces te aconsejo encarecidamente que empieces ahora.
Sigo retrocediendo.
—¿Por qué eres así, tan malo?
Su pecho se expande en un suspiro.
—¿Por qué me lo pones tan fácil? Ser malo.
—¿Qué te pasó? —pregunto, sacudiendo la cabeza—. Algo te pasó, ¿no?
Para ponerte así.
Sacude la cabeza, apenas afectado por mis palabras.
—Sí y es una historia muy trágica.
Mi espalda choca con la pared y no tengo dónde ir.
Y luego está sobre mí en un instante.
Al igual que aquella noche de la semana pasada, está de pie a unos metros
de mí, con las manos metidas en los bolsillos. Y de nuevo como aquella noche,
estoy pegada y atrapada en este lugar.
Con la cabeza agachada, pregunta:
—Pero primero, ¿por qué no me dices qué haces aquí?
Trago, mis dedos se clavan en la pared.
—¿Era tu novia?
Respira bruscamente ante mi falta de respuesta.
—No.
—Entonces, ¿por qué la estabas besando?
—Porque no es mi novia. 141
—Era horrible —digo con sinceridad.
—Más allá.
—¿Cómo conoció a mi madre? —pregunto, esperando que no responda—.
¿Qué le hizo mi madre?
Pero me sorprende y responde:
—Le robó el novio a Cynthia. En el instituto. —Luego dice—: O algo
parecido.
—¿Qué?
—Y como esos fueron los mejores años de la vida de Cynthia, todavía no
lo ha superado.
—Dios mío. —Exhalé—. ¿Charlie le robó el novio a Cynthia?
—Está bien. Ella sobrevivió.
¿Lo hiciste?
Porque por lo que parece, no lo hizo.
No lo ha hecho.
Sigue viviendo eso, lo que sea que hizo mi madre.
—¿Y qué te hizo mi madre? —pregunto, esta vez sabiendo que nunca me
lo diría.
Y no lo hace.
En lugar de eso, pregunta:
—¿Qué tal si respondes ahora a mi pregunta y me dices qué haces aquí?
Estoy aquí para conocer todos tus secretos.
Estoy aquí para arruinarte.
—Entonces, ¿es tu compañera de sexo? —pregunto—. Cynthia.
Su mandíbula se endurece ante la palabra con “S”.
—¿Qué? —pregunto, levantando la barbilla y subiendo las gafas—, ¿crees
que no sé lo que significa un compañero de sexo?
Sus fosas nasales se agitan.
—Empieza a hablar.
No lo hago. Sigo persiguiendo esto por alguna razón.
—Piensas que soy demasiado inocente y joven para saber de estas cosas
—lo provoco—. Para tu información, no lo soy. No soy demasiado joven ni
inocente para saber de estas cosas. Sé lo que son los compañeros de sexo.
Su mandíbula comienza a hacer tictac de nuevo.
Pero no me detengo.
—Sé lo que es besar. 142
Otro tic.
—Y también sé lo que es follar.
Otro tic, este más fuerte.
—De hecho —añado, arqueando el cuello y poniéndome de puntillas—, yo
misma lo he hecho.
Es un error decirlo.
Muy, muy grande.
Ni siquiera estoy segura de por qué lo dije.
Excepto que no podía no hacerlo.
No podía no provocarlo en este momento. No podía no jugar con su control.
Con su mandíbula palpitando y sus fosas nasales abiertas.
Pero ahora que lo he hecho, está despierto.
He despertado a la bestia y su pecho se expande en una ola de respiración.
Saca la mano del bolsillo y la pone en la pared por encima de mi cabeza, colgando
sobre mí, empujándome a mis pies sin siquiera ponerme una mano encima.
Luego, allí, amenazante, retumba:
—Te han follado.
Hago una mueca de dolor, agarrándome la falda.
—Lo han hecho.
—¿Cuándo?
—M-muchas veces.
—¿Dónde?
—En muchos sitios.
—¿Quién?
Esta pregunta se gruñe.
Esta pregunta ha sido arrancada de su pecho. Me doy cuenta.
Puedo sentir sus vibraciones en mi propio pecho, y eso hace que mentirle
sea aún más difícil.
Porque estoy mintiendo.
No me han follado. Ni siquiera me han besado todavía.
Lo he estado esperando.
Por mi primer beso, desde que tenía quince años. Desde que me enamoré
de Jimmy.
Pero en este momento, es imperativo que él sepa, que mi guardián
diabólico sepa, que me han follado y me han besado y que he dado muchas
vueltas a la manzana.
143
Así que digo:
—Un montón de chicos, ¿de acuerdo? Un montón. Tengo experiencia. No
soy una niña ingenua que no sabe nada.
Ahora sus dedos vibran, los de la pared.
Puedo verlos en mi visión periférica.
Y su voz baja aún más.
—¿Es así?
—Sí. —Trago saliva—. No pensaste que me separarías del amor de mi vida
y me enviarías aquí, y eso sería todo, ¿verdad? Que me sentaría en una
habitación, atrapada y llorando. No. Salí. Hice cosas. Conocí a tipos y los seduje
a todos. Soy toda una seductora.
—Seductora.
—Sí, y adivina qué, a mí también me gustó.
—¿Te gustó qué?
—Seducirlos —digo, aunque ahora no tengo ni idea de lo que estoy
diciendo—. Me encantaba seducirlos. Me encantaba ponerlos de rodillas. Me
encantaba cuando me suplicaban y clamaban por mí. Sí, lo hice y...
—Cállate. —Mis respiraciones son todas mezcladas ahora, todas dispersas
mientras él se inclina más—. Cierra la puta boca, Poe, o te obligaré. Y lo haré de
una manera que requiera que te pongas de rodillas frente a mí. Porque no me
gustan las chicas que van de boca en boca, que se burlan. Me gustan mis chicas
destrozadas y arruinadas. Me gusta que empapen mi camisa con sus lágrimas y
mis sábanas con sus jugos. Así que si sabes lo que te conviene, dejarás de decir
tonterías y empezarás a decirme qué coño haces aquí.
Mi corazón late en mis oídos.
Mi corazón late en mi lengua.
Y las palabras están ahí.
La verdad.
Que he venido a averiguar cosas sobre él. Que he venido a espiar. Que
estoy tramando algo, planeando algo.
Que voy a chantajearlo.
—Vine... —Me lamo los labios y su mandíbula se aprieta—. Vine porque
tuve una pesadilla.
¿Qué?
¿Una pesadilla?
¿De dónde vino eso?
Excepto que tal vez fue por auto preservación. Fue un intento de salvarme 144
de su ira, y por eso dije lo primero, lo primero que se me ocurrió. O más bien, lo
dije antes de que pudiera pensar en ello.
Y de alguna manera, funciona.
Funciona, carajo.
Porque ante mi mentira, su ira se rompe.
Se desprende de sus rasgos apretados y otra cosa ocupa su lugar.
Algo que nunca he visto de él antes y por lo que no puedo decir lo que es.
No puedo decir lo que significa cuando sus ojos de chocolate pasan de ser
duros a ligeramente líquidos, y su mandíbula apretada se afloja y dice:
—Una pesadilla.
—Sí.
Pasan unos segundos en silencio.
Luego, dice:
—Ha pasado mucho tiempo.
Mi corazón se aprieta, y apenas puedo sacar las palabras.
—Sí.
—Años.
—Sí.
Me estudia la cara, sus ojos recorren mis rasgos en círculos rápidos pero
minuciosos, y yo trago saliva. Entonces respira profundamente y retira la mano
de la pared.
También retrocede.
Mientras yo me quedo ahí, pegada a mi sitio todavía.
Porque aunque mentí para salvarme de su ira, no creí que se lo creyera.
No pensé que él... se vería así.
Preocupado.
Dios mío, está preocupado.
Esto es preocupación.
No puedo creerlo.
En esos meses iniciales en que vine a vivir con él, solía tener pesadillas.
Lo cual creo que era obvio. Mi madre acababa de morir. Me había mudado a esta
nueva ciudad para vivir en esta nueva casa, entre extraños. Y uno de esos
extraños tenía una historia con mi madre que le hacía odiarme.
Tanto que no me dejaba ir.
Por supuesto que tuve pesadillas.
Si no lo supiera mejor, diría que ni siquiera sabía sobre ellas. Porque no 145
es que se lo haya dicho, ni que haya querido decírselo. Él era la razón de ellas,
¿no?
Pero él lo sabía.
Aunque era Mo quien siempre entraba en mi habitación cuando me
despertaba gritando y llorando, sé que lo sabía.
—¿Esta noche fue la primera vez? —me pregunta, rompiendo mis
pensamientos.
—¿Qué?
—Que tuviste tu pesadilla.
—Yo... Sí.
—Voy a llamar al Dr. Rover por la mañana y hacer...
—Qué, no —lo interrumpo.
Exhala bruscamente.
—Tienes que ir a verlo.
—No, no tengo. Estoy bien.
—No estás bien. Has tenido una pesadilla.
No, no lo hice.
Al menos, no esta noche.
Sin embargo, la semana pasada tuve una. Cuando empezó la escuela de
verano y estaba súper deprimida por haberme quedado atrás y sola. Fue antes
de conocer a Echo y a Jupiter. Desde entonces he estado mucho mejor de ánimo.
—Sí —digo, asintiendo, decidiendo contarle una versión de la verdad para
que podamos seguir adelante con esto—. Sí tuve una pesadilla. Y es porque estoy
atrapada aquí, sola. Sin ninguna amiga. Cuando durante los últimos tres años,
desde que me enviaste aquí tan generosamente, tenía planes de graduarme con
ellas. Lo que significa que estoy en una situación estresante. Así que no es
realmente una sorpresa que haya tenido una pesadilla, ¿verdad? No necesito que
el Dr. Rover me revise. No otra vez.
La razón por la que sé que sabía de mis pesadillas es porque después de
que Mo tuviera que entrar en mi habitación para calmarme unas cuantas veces,
me dijo que el señor Marshall había concertado una cita para mí.
Con un médico.
Un psiquiatra.
Por supuesto, me negué a ir. No iba a ver a un psiquiatra; mi cabeza estaba
bien. Era él -mi nuevo guardián diabólico- el problema, no yo. Pero como seguía
negándome, el médico vino a verme. Así que no había escapatoria.
Aunque tengo que admitir que me ayudó.
Me recomendó medicación y terapia ambulatoria con uno de sus colegas.
146
Al principio también me negué, pero luego el terapeuta me convenció y mis
pesadillas disminuyeron después de un tiempo. Sin embargo, dicho esto, no
tengo ningún deseo de repetir esa experiencia.
—Quiero que me lo digas.
Su voz me saca de mis pensamientos y me concentro en él.
Todavía de pie frente a mí, parece aún más rígido que antes. Aún más
estatuario y quieto que cuando Cynthia dijo esas cosas.
—¿Decirte qué?
De alguna manera, desencaja la mandíbula para decir, con voz áspera.
—La próxima vez que tengas una pesadilla.
—¿Q-qué?
—Quiero que vengas a buscarme —dice con la misma voz.
Tal vez en una voz aún más baja.
Lo que me golpea en el estómago. Pero no más que sus palabras.
Sus palabras no sólo golpean mi cuerpo, sino que también me magullan.
El significado detrás de ellas.
—Quieres que vaya a buscarte cuando tenga una pesadilla —digo, tanto
porque quiero asegurarme de que lo he oído bien como porque no sé realmente
qué responder a eso.
—Sí.
Frunzo el ceño, con los puños cerrados.
—No... no lo entiendo.
Su mandíbula palpita ante mis confusas palabras; sus ojos brillan.
Entonces.
—Las tienes porque estás atrapada aquí, ¿sí?
Asiento brevemente con la cabeza.
—Sí.
—Y antes, era porque estabas atrapada en una mansión extraña.
—Sí.
Otro pulso recorre su mandíbula.
—Y todas esas cosas son por mi culpa. Soy responsable de eso.
Le miro a los ojos intensamente.
—Lo eres.
Se vuelven aún más penetrantes que antes.
—Así que quiero saber. Todas las cosas de las que soy responsable.
No sé qué está pasando.
147
Realmente no lo sé.
Reúno las palabras para decir:
—Pero antes no lo hacías. Siempre fue Mo. Ella vino a mí. Ella habló
conmigo.
Nos estudiamos mutuamente en silencio durante unos segundos antes de
que él diga:
—Ella no está aquí. Así que todo lo que tienes es a mí. Lo que significa que
vendrás a mí cuando tengas una pesadilla.
—¿Y qué harás? Si voy a ti.
Un ligero ceño aparece en sus cejas, como si pensara que mi pregunta es
absurda. Bueno, mala suerte.
Creo que toda esta situación es absurda.
—Calmarte. Hablar contigo —dice.
—Pero nunca me hablas.
Exhala un fuerte suspiro.
—Entonces te escucharé. Y te haré un té.
Mis ojos se abren de par en par.
—¿Me harás té?
—Sí. Manzanilla.
Mi corazón se acelera.
—Pero Mo solía hacerme té de manzanilla.
—Ella solía prepararte té de manzanilla porque es bueno para relajarse.
—¿Y sabes cómo hacerlo?
—Sí. —Otra respiración aguda—. Sé cómo hervir agua y poner bolsas de
té en ella.
Mi corazón se acelera más.
—¿Y qué pasa con el toque de queda?
—A la mierda el toque de queda.
—Pero dijiste que no debía estar fuera de la cama, escabulléndome en
medio de la noche.
—A la mierda lo que dije.
—¿Así que no me vas a castigar por salir a escondidas esta noche?
—Prometes venir a mí y no lo haré.
—A pesar de que estás aquí para hacer este infierno aún más infernal. Y
crees que todas las estudiantes deben seguir todas las reglas. 148
—También eres mi pupila.
Mi vientre se tensa.
—¿Así que esto es un tratamiento especial?
—Sí.
De nuevo, no estoy segura de lo que está sucediendo ahora.
Cómo hemos pasado de donde estábamos unos minutos antes a esto.
Todo este extraño intercambio en el que parece preocupado por mis
pesadillas.
Y aunque no estoy segura de si esto es real o si estoy soñando, me
encuentro asintiendo y susurrando:
—De acuerdo. Lo prometo.
El hombre del Renacimiento

A
parto la vista del ordenador cuando oigo sonar mi teléfono.
Es Mo.
Guardando el último borrador de mi trabajo sobre la
Inquisición española y su severidad contra judíos y musulmanes,
me acomodo de nuevo en mi silla y tomo la llamada.
—Mo. Hola.
La línea cruje al otro lado.
—Te llamaba para preguntarte si tienes pensado venir a casa este fin de
semana.
Frunzo el ceño, frotando las torceduras de mi cuello después de trabajar
149
en mi ordenador durante toda la tarde.
—¿Qué hay este fin de semana?
—Tu cumpleaños.
Sí.
Lo había olvidado.
Aunque Cynthia vino a la casa para recordármelo. Y ha estado explotando
mi teléfono toda la mañana. Algo que sabía que haría a pesar de lo que pasó
anoche. Es una maldita piraña que solo piensa en una cosa y aparentemente,
su próximo objetivo soy yo. Algo sobre cometer un gran error e ignorarme en el
instituto. Y no importa lo que haga y lo mucho que la aleje, ella no se deja
disuadir. Y como está en la junta de St. Mary —recién nombrada porque su padre
decidió retirarse— tiene excusas para venir a buscarme.
Apartando los pensamientos sobre ella y apoyando la cabeza en el
respaldo, miro por la ventana de mi despacho hacia la tarde de verano.
—Bueno, puedes tener el día libre, si quieres.
—En realidad, todo el personal tiene el día libre.
—¿Lo tienen?
—Sí. Es tu regalo para ellos.
—Mi regalo.
—Sí, y todos están muy contentos por ello.
—Eso espero —digo, observando a un grupo de estudiantes sentadas en
los bancos de cemento con sus libros de texto abiertos—. Teniendo en cuenta lo
generoso que soy. Dando regalos el día que debería recibirlos.
—Bueno, eso es lo que pasa cuando eres un idiota el resto del año —
bromea.
Se me escapa una risita de sorpresa.
—Eso es porque yo firmo las nóminas de todos.
—Y esa es la tragedia, ¿no? —murmura. Entonces—. ¿Seguro que no
vienes?
Me froto la frente mientras respondo:
—No. Tengo plazos. Tengo que entregar dos trabajos la semana que viene
y doy una conferencia en Columbia este viernes.
—Bien. Como quieras —dice agradablemente.
Casi un poco demasiado agradable.
Lo que me hace fruncir el ceño con sospecha.
Mo ha sido una presencia constante en mi vida desde que tengo uso de
razón. 150
Estuvo conmigo cuando era un niño, cantándome nanas por la noche
cuando no podía dormir, dándome la cena cuando estaba demasiado débil o
demasiado enfermo para comer, buscándome cuando me escondía... lo sabía
todo sobre mis escondites. También vendó muchos de mis rasguños, cuando
crecí. Y estuvo allí cuando me fui de Middlemarch siendo un muchacho de
dieciséis años, y cuando volví después de terminar mis estudios y viajes a la
edad de veintiocho.
Lo que básicamente significa que lo sabe todo sobre mí. Incluyendo el
hecho de que no festejo los cumpleaños.
Ni siquiera cuando era un niño.
Mis cumpleaños nunca han sido ocasiones muy alegres en mi casa.
Sin embargo, eso nunca ha detenido a Mo.
Todos los años, desde que era niño, Mo no sólo se ha acordado de mi
cumpleaños, sino que lo ha celebrado haciéndome una tarta de cerezas —mi
favorita— y una tarjeta de cumpleaños.
Así que esto es sorprendente.
Que se eche atrás tan fácilmente.
Y creo que sé la razón y como no quiero hablar de ello, elijo un tema
neutral.
—¿Cómo está tu rodilla?
—Está bien.
—¿Alguna diferencia en la hinchazón?
La rodilla izquierda de Mo lleva años molestándola y, a pesar de mi
insistencia en que se haga una revisión, siempre se ha mostrado reacia. Hasta
que hace un par de meses me puse firme —le dije que despediría a su sobrino,
que trabaja con el jardinero y no es muy bueno en su trabajo, si la veía cojear
una vez más— y finalmente fue al médico. Sabía que si la hubiera amenazado
con su trabajo, no me habría tomado en serio ni le habría importado. Pero
amenazar a su amado hizo el truco.
La gente tiende a hacer cosas estúpidas cuando se trata de amor.
No es que ir al médico fuera una estupidez, pero aun así.
El médico sugirió la cirugía para aliviar el dolor, y aquí estamos. Dos meses
después de la operación y, aunque sigue yendo a terapia física, el dolor ha
mejorado mucho.
—Sí, la hinchazón ha bajado un poco.
—Y el dolor.
—Eso también está bien.
Estoy a punto de hacer otra pregunta, pero ella dice:
—Pero gracias por preguntar, señor Marshall. Ahora me voy.
151
Dios. Joder.
Sr. Marshall.
Está sacando la artillería pesada.
Para el mundo, soy el señor Marshall o el doctor Marshall o el profesor
Marshall.
Sin embargo, no siempre fue así.
Antes de salir de Middlemarch, yo era Alaric, el decepcionante hijo del
alcalde del pueblo y de una familia muy celebrada de Middlemarch. Pero cuando
volví de la escuela de posgrado y de los estudios posdoctorales —con mi padre
fuera de escena— fui ascendido a Sr. Marshall.
Me aseguré de ello.
Me aseguré de hacer honor a ese nombre. Me aseguré de que todos
supieran que el nuevo Mr. Marshall era tan intimidante como el anterior.
Excepto a Mo.
Aunque sabe que hay ciertas líneas que ni siquiera ella puede cruzar, es
la única a la que he dado la libertad de llamarme por mi nombre. Solo en privado
—no toleraría esa falta de respeto en público— pero aun así.
Pero no es la única, ¿verdad?
Aprieto los dientes al pensarlo.
No necesito esto ahora mismo. No necesito estar pensando en ella.
Suspirando, me froto la frente de nuevo.
—¿Cuánto tiempo crees que vas a seguir así?
Silencio.
No esperaba que lo abordara.
Lo cual está bien, porque tampoco era mi intención meterme en eso. Tengo
mejores cosas que hacer con mi tiempo. Pero hagámoslo.
Vamos a entrar en materia y acabar con esto de una vez por todas.
—No sé de qué estás hablando —dice ella.
Eso lo consigue.
Eso es lo que acaba con mi paciencia con ella.
Porque aunque se permita algunas libertades, sigo siendo su jefe. Sigo
siendo el hombre que firma sus putos cheques de pago y puede que me moleste
despedirla, pero lo haré si es necesario.
Apartándome de la ventana, empiezo con voz severa:
—Muy bien. Esto es lo que vamos a hacer. Vas a dejar de hacer tus mierdas
pasivo-agresivas porque ya las he tolerado durante semanas. Te he dado tiempo
para que te desahogues y eso es sólo por respeto a nuestra relación. Pero ese 152
tiempo termina ahora. Ahora, vas a empezar a hablar para que podamos
discutirlo como dos adultos y seguir adelante. ¿Ahora sabes de qué estoy
hablando?
Cuando termino me doy cuenta de que quizás he sido más duro de lo que
pretendía.
Pero eso está bien.
Siempre es mejor ser percibido como cruel y duro que como débil y blando.
Y siempre funciona de maravilla.
Porque en el siguiente segundo, oigo un suspiro y Mo dice:
—Me disculpo. Tienes razón. He sido pasivo-agresiva contigo durante los
últimos dos meses. No debería haberlo sido. Y no porque seas mi jefe, sino
porque siempre te he considerado como algo mío. Siempre me he preocupado
por ti, te he amado. Te he visto crecer. Y sé que esto te va a molestar, pero para
mí eres el mismo chico que se fue como un adolescente dulce e inteligente pero
que volvió como este hombre duro e intimidante.
Se toma unos momentos de pausa. Como si me diera tiempo para asimilar
sus palabras.
Y hace bien en hacerlo.
Necesito tiempo para asimilar sus palabras. Para superar su declaración
sobre quién era yo, quién era patéticamente, y quién soy ahora. En quién he
cambiado.
Y en quien me he convertido es en el hombre que siempre debí ser.
Al menos eso es lo que me han dicho toda la vida.
—Así que debería haber sido directa. Porque te debo decir esto —dice
después de unos momentos.
—¿Y qué es lo que quieres decirme?
Ella suspira y, a pesar de mí, me preparo.
—Lo que estás haciendo está mal. Está mal. —Entonces—. Tienes que
hacer lo correcto, Alaric.
Con mi voz más cortante, respondo:
—Estoy haciendo lo correcto.
—Mantenerla atrapada no es lo correcto.
Ante sus palabras, las primeras que me dirige sobre el tema, tiemblo un
poco. Mi pecho vibra ante el impacto de las mismas, a pesar de que me he
preparado.
Atrapada. 153
Lo he hecho. Mantenerla atrapada y firmemente bajo mi control.
Desde el día en que llegó a mi vida.
Y la cosa es que Mo no sabe ni la mitad.
—Tú no pediste esto, Alaric —continúa Mo—. Hace cuatro años, no pediste
que te pusieran en una posición así, ser el tutor de una niña de catorce años. Y
no de cualquier niña de catorce años, sino de ella. Recuerdo que me enfadé
mucho por ti, ¿sabes? Cuando nos enteramos de la noticia, cuando ese abogado
llamó, estaba tan furiosa. Tengo que admitir que quería que dijeras que no.
Realmente lo quería. Quería que rechazaras la responsabilidad. Algo, otra cosa
más, que tu padre puso sobre ti. Pero no lo hiciste. Mantuviste esta promesa
como siempre lo has hecho. Has mantenido el nombre de esta familia, has
mantenido su reputación, su legado.
—Sí —digo con los dientes apretados—. Porque es mi responsabilidad.
—Lo sé, y a veces desearía que no fuera así —dice ella—. A veces desearía
que te negaras. Al menos, rechazar esta responsabilidad. La responsabilidad por
ella. Pero no lo hiciste.
Mo tiene razón.
Nunca rechazo las responsabilidades de mi familia.
De hecho, las asumo todas.
No sólo he asumido el nombre de mi familia, sino que he hecho todo lo
posible para elevarlo haciendo incluso más de lo que habría hecho mi padre,
yendo más allá, involucrándome en todos los proyectos adecuados de la ciudad,
logrando la excelencia en mi propio trabajo, obteniendo no sólo uno sino dos
doctorados, innumerables becas y artículos y demás.
Y no fue fácil.
Dada mi historia, he tenido muchos detractores. He tenido muchos
críticos. Gente que me ha observado, que me ha subestimado desde que tomé el
relevo de mi padre. Gente que piensa que todavía puedo meter la pata. Y
marcharme a Italia durante tres años no ayudó a ese juicio contra mí.
De todos modos, esa no es la razón por la que dije que sí a asumir la
responsabilidad por ella.
De hecho, no lo era. Mi responsabilidad, quiero decir.
Y este es mi mayor error. O más bien mi primer mayor error, antes de
aceptar este trabajo en St. Mary.
Mi primer gran error fue que hace cuatro años, mentí para mantenerla en
la mansión.
La noche que quiso que me pusiera en contacto con Marty para ver si podía
hacer algo, le dije que no podía. Cuando ya tenía algunas medidas en marcha,
una nueva familia —algún conocido de Charlie que se presentó en el último
154
momento— que estaba dispuesto a hacerse cargo en mi lugar. Pero le dije que
no. Le dije que yo cuidaría de ella y que se quedaría en Middlemarch.
Y todo eso lo hice porque estaba enfadado.
Porque como dije entonces, cada vez que la miraba, veía a su madre.
Recordaba lo que había hecho y lo que había pasado. Y así la atrapé contra su
voluntad.
No es que Mo sepa nada de todo esto. Nunca le dije por qué hago las cosas
que hago. No es de su incumbencia. No es asunto de nadie.
Y no voy a empezar ahora.
Hacer charlas de corazón a corazón.
—Si el objetivo de esta conversación es decirme cuánto me compadeces,
te pido que me lo ahorres. No quiero tu compasión y no sabes por qué hago las
cosas que hago.
La oigo suspirar de nuevo.
—Tienes razón. Tal vez no la tenga. Ya no sé qué pasa por tu cabeza. No
eres el mismo chico que cuidé, que se iluminaba cada vez que le llevaba mis
pasteles de cereza. No conozco a ese chico desde hace mucho tiempo. Pero
tampoco puedes decirme lo que tengo que sentir. Lo que crees que es lástima es
mi rabia por ti. Mi rabia por ese chico, mi tristeza. Lo echo de menos, y no puedes
decirme que no eche de menos a ese chico, Alaric.
»Por eso no he dicho nada. No dije nada ni discutí contigo cuando me
dijiste que la cuidara. Cuando te negabas a tener que hacer nada con ella.
Cuando te enterraste en el trabajo y apenas estabas en casa, ese primer año.
Incluso cuando te fuiste a Italia. Incluso cuando ella pensó que la odiabas. Sé
que no lo hacías. Sólo odiabas lo que ella representaba.
Mo tiene razón.
Nunca la odié.
Odiaba que fuera la hija de su madre. Odiaba que me recordara mi pasado.
Odiaba el hecho de castigarla innecesariamente por algo que ni siquiera
era su culpa.
Y por eso mantuve la distancia.
Por eso me alejé de su presencia, de su proximidad, y me fui a Italia.
—Y tal como me pediste, me aseguré de estar siempre disponible para ella
—continúa Mo—. Me aseguré de convertirme en su amiga, en su confidente.
Incluso me callé ante tu decisión de enviarla a ese horrible colegio.
—Ya sabes por qué la envié al St. Mary —digo con brusquedad, con el
cuerpo aún más tenso.
Por qué tuve que hacerlo.
Fue por mis propios errores y crímenes que había cometido contra ella.
155
Por culpa de ellos llegaron primero las pesadillas.
Por alguna extraña razón, siempre ha sido capaz de hacer arder mi pecho.
Encenderlo en llamas.
Al principio, era por lo que me recordaba y por eso el fuego dentro de mí
ardía de rabia. Pero una vez que comenzaron sus pesadillas, ese fuego se
convirtió en algo más. Se convirtió en uno de culpabilidad y auto recriminación.
Se convirtió en uno de protección.
Quería hacer que desapareciera, lo que fuera que la atormentaba. Quería
hacerlo... mejor.
Aunque sabía que yo era la causa.
Por eso enviaría a Mo.
Porque Mo era su confidente, y yo caminaba por el pasillo hasta que Mo
salía y me decía que estaba bien y dormía. Y también la envié al médico por esa
misma razón. Y eso ayudó, creo.
Pero mientras sus pesadillas disminuían, empezaron otras cosas.
Suspendía todas sus clases y lo hacía a propósito. Se quedaba hasta tarde,
más allá del toque de queda. Se salía de la escuela; se metía en peleas con
estudiantes y profesores. Por no hablar de sus bromas y pequeñas venganzas en
casa. Y aunque podía soportar —a veces incluso ignorar— todo lo anterior, había
una cosa que no podía tolerar.
Una cosa que me llevó al límite.
Su novio.
En primer lugar, ella no debería haber estado saliendo en ese momento en
absoluto. Tenía quince años y corría detrás de un imbécil de diecisiete años. Y
segundo, a la mierda con quince años. No debería estar cerca de un imbécil con
una guitarra, y punto.
Intentó mantenerlo en secreto durante mucho tiempo y además fue
jodidamente inteligente. Me llevó unos meses descubrirlo. A dónde desaparecía
cuando dejaba la escuela; por qué se quedaba fuera después del toque de queda.
Pero cuando lo hice, supe que era el momento de arreglar los daños.
Era el momento de arreglar lo que había hecho.
Porque era yo, ¿no?
Lo estaba haciendo todo, en una espiral fuera de control, por lo que yo le
había hecho. Cómo le quité la posibilidad de elegir. Ya la había enviado por el
camino de la rebelión, no iba a quedarme ahí y dejar que arruinara toda su vida
por un maldito chico estúpido.
De ahí lo de St. Mary. 156
—Sí —coincide Mo—. Yo sabía por qué. Y por eso, de nuevo, por mucho
que odiara ese colegio, no dije nada. Incluso acepté darle la noticia yo misma.
Pero ya es suficiente, Alaric. Como dije, es hora de que hagas lo correcto. Es hora
de que la dejes ir.
Sabía que este día llegaría. Cuando mi tutela terminara y ella se fuera.
De hecho, por eso volví de Italia. Porque era el momento. No sólo para
volver a mis propias responsabilidades, sino también para arreglar todo con mi
tutela, entregar el dinero, enviarla a Nueva York, planificar el futuro.
Pero entonces tuve que asumir el trabajo de arreglar esta escuela. Y en la
búsqueda de eso, tuve que detener su graduación.
Y ahora estamos los dos atrapados aquí y ella ha cambiado y la forma en
que la miro ha cambiado y...
Me enfada tanto que agarro el teléfono con más fuerza.
—No puedo. Es la política de la escuela.
Pero aún puedes acelerar las cosas, ¿no?
—Pero tú eres el director. Estás en el consejo, Alaric —me dice, sin darse
cuenta de la agitación que hay en mi interior—. Puedes ayudarla. Puedes hacer
algo para que se gradúe.
—No voy a ignorar o doblar las reglas por ella. Ella es como cualquier otra
estudiante aquí.
Qué puta broma, ¿no?
Doblando las reglas.
Cuando ya lo he hecho una vez, con su abogado.
Cuando ahora las ignoro al no hacerle caso y dejar que se gradúe antes.
—Pero ella no es como cualquier otra estudiante, ¿verdad? —Mo insiste—
. Ella es tu responsabilidad. Sin mencionar que es la hija de Charlie.
—¿Ah, sí? —Le suelto, sarcásticamente—. Ahora tiene mucho sentido. Por
qué mi vida ha sido una mierda durante los últimos cuatro años.
Por qué hice de su vida una mierda castigándola por cosas que nunca hizo.
Haciéndola responsable de los crímenes que su madre cometió.
—Sí —dice ella con firmeza—. ¿Y cómo crees que fue para ella? Siendo la
hija de Charlie.
Eso me hace reflexionar.
—¿Qué?
—No creo que haya sido fácil, Alaric —dice ella, con la voz seria y baja—.
Ser la hija de Charlie. No creo que tuvieran una muy buena relación. No lo sé
todo, ni nada en realidad. Porque nunca me lo contó, y siempre que intenté
preguntar, evadió la pregunta. Pero creo que Charlie no fue una buena madre 157
para ella. Y luego Charlie falleció tan abruptamente y ella tuvo que mudarse a
otra ciudad. Vivir con gente extraña, con un nuevo tutor que apenas la miraba
y mucho menos le hablaba. Y sí, tenías tus razones pero creo que es hora de
dejarla ir. Tal vez sus calificaciones o lo que sea que quieras que tenga no estén
ahí, pero ella ha sobrevivido mucho. Se merece una segunda oportunidad. Y sean
cuales sean tus razones para responsabilizarte de ella hace cuatro años, tú
también mereces liberarte de ella. Y tienes el poder de hacerlo realidad. Para
liberarlos a los dos. Prométeme que lo pensarás, por favor.
—Lo haré —respondo pero ni siquiera oigo mi propia voz.
Tampoco la oigo colgar el teléfono.
Porque estoy oyendo otra cosa. Estoy escuchando otra cosa.
Risas.
Entrando por las ventanas enrejadas.
Antes incluso de que me gire para confirmarlo, sé a quién pertenece esa
risa.
Lo he escuchado numerosas veces en el pasado. Sonando por los pasillos
muertos de la mansión, la casa de mi infancia. Antes, cada vez que lo oía, sentía
una sensación de alivio. Aunque no lo merecía. Después de lo que le hice. Pero
podría seguir con mi día con la ligereza de que ella se reía. Tal vez ella era feliz,
en ese momento, en ese día.
Ahora no creo que sea capaz de seguir con mi día como antes.
Ahora suena como algo musical, esa risa, aunque no menos feliz. Algo que
tendría que parar y escuchar. Algo... seductor.
Joder.
Se supone que no debo pensar en ella de esa manera.
Es mi pupila. Mi estudiante.
Tiene dieciocho putos años.
Pero a pesar de mí mismo, a pesar de que odio este impulso incontrolable,
me vuelvo hacia la ventana.
Y ahí está.
En el patio.
Riendo.
Su pelo color medianoche ondeando al viento, su flequillo revoloteando.
Es lo primero que veo.
Lo segundo es su sombrero.
Un gran sombrero púrpura con los costados flojos que también se agita
con el viento.
Mientras vuela aviones de papel.
Y cada vez que da en el blanco, normalmente otra chica sentada en esos
158
bancos de piedra o en el suelo, echa la cabeza hacia atrás y se ríe, agarrándose
el sombrero.
Se ríe con todo el cuerpo.
Su boca, sus manos, su columna vertebral inclinada, sus piernas mientras
salta de alegría.
No creo que haya sido fácil, Alaric.
Oigo la voz de Mo y tengo que admitir que nunca lo había pensado.
Sobre su vida antes de venir a vivir a Middlemarch.
Al principio porque estaba tan cegado por la rabia que no quería pensar
en ella. Y luego, porque mi culpa me había enviado a Italia. La única solución
que se me ocurrió para lo que había hecho.
Pero si lo hubiera hecho, si lo hubiera pensado un poco, tal vez lo hubiera
resuelto.
Puede que haya percibido que no lo tenía fácil con Charlie.
Y si alguien sabe de cosas difíciles y de relaciones con los padres, soy yo.
Así que Mo tiene razón.
Tengo todo el poder.
Algo que nunca tuve durante la primera mitad de mi vida. Nunca tuve el
control, el respeto, el poder, todas las cosas que eran naturales para mi padre,
incluso para otras personas. Pero nunca para mí.
Pero ahora lo tengo todo en abundancia.
Así que debería usarlo. Para algo bueno finalmente.
Especialmente cuando sé que sus pesadillas han vuelto. Que está sola
aquí, sin amigas.
Por no hablar de ese maldito novio suyo. Él está fuera de su vida ahora.
Lo está, ¿verdad?
No puede ser tan estúpida.
No después de mis advertencias.
Así que sí, no hay razón para que la mantenga aquí. Puedo doblar las
reglas por ella. Puedo dejar que se gradúe hoy, darle el dinero según el
testamento para que pueda ir a donde quiera. Para que pueda hacer lo que
quiera.
Se lo debo.
Después de todo lo que le he hecho pasar.
Observo cómo su pelo fluye por su espalda, vuela alrededor de su pálido 159
rostro. Es la única en el patio con el pelo suelto al aire. Es la única que corre de
un lado a otro y no hace su trabajo como debería. Es la única que perturba la
paz de los demás.
Es una maldita amenaza.
Su sombrero púrpura es una maldita amenaza.
Y por alguna razón, es la única que ha mantenido mi atención de esta
manera.
Maldita sea.
Deja de mirarla.
Déjala ir.
Soy el peor guardián de la puta historia.
Porque no voy a hacerlo.
No porque esté enfadado o empeñado en una retorcida venganza.
Pero porque por alguna razón, no puedo.
No puedo dejarla ir.
Todavía no.
M
e preparó un té.
Manzanilla.
Como me dijo que lo haría.
Hizo hervir el agua en su tetera —tiene una tetera de
acero con mango negro— antes de verterla en una taza de cerámica blanca y
echar un par de bolsitas de té.
No sólo los ha hundido y lo ha dejado así, no.
Con sus dedos grandes y rotos, agarró las delicadas bolsas y las sumergió
y sacó también. Hasta que el agua se volvió de un marrón espeso, sólo unos
tonos más claros que sus ojos de chocolate, y el aire que nos rodeaba se volvió
aromático.
Y luego me lo bebí. De nuevo, como me dijo que haría. 160
Y era el mejor té de manzanilla que había probado. De alguna manera
incluso mejor que el de Mo.
Luego volví a los dormitorios y me fui a dormir.
Realmente no estoy segura de cómo pude hacerlo después de lo que había
ocurrido entre nosotros la noche anterior.
El extraordinario giro de los acontecimientos.
Su extraordinaria preocupación.
¿Qué fue eso?
Pero sabes qué, he decidido que no puedo pensar en ello.
Tengo otras cosas en las que pensar.
Cosas como mi plan. Mi plan de chantaje.
Mi libertad.
Sea lo que sea, llamémoslo una anomalía y sigamos adelante.
Cynthia, que también resultó ser la rival de mi madre, fue un fracaso
aparentemente. Así que necesito encontrar algo más. Alguna otra prueba
condenatoria que pueda usar en su contra.
Con esa determinación, entro para mi segundo día de detención.
Llego a las cinco en punto y esta vez, cuando abre la puerta, no me hace
esperar fuera. Simplemente se hace a un lado para dejarme entrar. Apenas le
lanzo una mirada al entrar, manteniendo mi mente concentrada en la tarea. Tal
vez podría...
—¿Dormiste bien anoche?
Doy un respingo al oír su voz, que viene de detrás de mí, y me doy la vuelta.
Al igual que ayer, está de pie junto a la puerta, con su gran cuerpo
llenando la puerta a lo largo y a lo ancho.
Pero a diferencia de ayer, está todo acomodado allí.
Como, completamente girado hacia mí y apoyado en él. Incluso sus brazos
están cruzados sobre el pecho, sus bíceps parecen pequeñas colinas bajo su
chaqueta de tweed gris oscuro.
Parece la viva imagen de la relajación y la paciencia.
Como si no tuviera otro lugar donde estar ahora mismo que donde está,
apoyado contra la puerta y observándome.
Por muy extraño que sea ese desarrollo, ahora mismo ni siquiera pienso
en ello.
Porque hay algo más aquí que requiere mi atención.
El hecho de que no lleve corbata.
En cambio, los dos botones superiores de su camisa de vestir gris están 161
abiertos y son dos de más porque puedo ver todo. Por ejemplo, puedo ver el
triángulo en la base de su garganta. También puedo ver un poco de su pecho.
Como, muy muy poco de su pecho. Tal vez incluso menos de una pulgada, pero
aun así.
Porque el caso es que nunca lo he visto.
Nunca había visto esa mancha de piel oscura en su garganta o esa micro-
pulgada de su pecho.
Y es que nunca jamás le he visto sin corbata.
Nunca.
En todos los cuatro años que lo conozco —es cierto que estuvo fuera
durante tres de ellos, pero aun así— nunca ha dejado de llevar corbata delante
de mí.
Y me doy cuenta de que esto es aún peor que lo del antebrazo de la semana
pasada. Esa exhibición desordenó mi respiración.
Ésta me impide respirar por completo.
Y hace que se me caiga la barriga.
Mirando fijamente el triángulo de su garganta, suelto:
—¿Dónde está tu corbata?
—¿Qué?
Juro que puedo ver su pecho vibrar con su palabra cortada, o tal vez estoy
perdiendo la cabeza.
—¿Por qué no tienes la corbata puesta?
Hay un momento de silencio entonces.
Lo que me hace levantar los ojos hacia su cara. A su cara de confusión, en
realidad.
Un pequeño ceño fruncido entre sus cejas. Sus ojos se entrecerraron
ligeramente al observarme.
Reconozco que he sonado un poco brusca, pero quiero que se ponga una
corbata. Necesito que lo haga.
No puedo permitirme ninguna distracción en mi gran plan de chantaje, así
que digo, apretando un puño y agarrando la correa de mi mochila con el otro:
—Estás violando el código de vestimenta.
—El código de vestimenta —dice finalmente.
—Sí. —Asiento—. Eres el director, ¿no?
—La última vez que lo comprobé.
—Y llevas chaquetas de tweed con coderas.
—Soy consciente. 162
—Bueno, ¿también sabes que las chaquetas de tweed pasaron de moda en
los años cincuenta?
No es cierto.
Todavía están muy de moda.
Por ejemplo, suelen aparecer en la mayoría de las colecciones de otoño. A
veces, se convierten en un éxito y todo el mundo, desde Los Ángeles hasta
Londres y París, los lleva. De hecho, sucedió el año pasado.
—No —dice, su tono es seco, sacándome de mis cavilaciones—. Me temo
que mis gustos se inclinan más por los dilemas morales del estado imperial de
mediados de la época victoriana que por los grandes caprichos de la industria de
la moda moderna.
Abro y cierro la boca durante unos segundos. Entonces.
—¿Dilemas morales de qué?
Una emoción parpadea en su mirada, iluminando sus ojos de chocolate.
—No pasa nada. Aunque el tweed era una opción de moda popular para
los hombres británicos de clase alta en el siglo XIX, no te pierdes mucho.
Entrecierro los ojos hacia él, ignorando todo lo que acaba de decir. Sobre
todo porque no lo he entendido; sin embargo, todo ha sonado muy inteligente.
—Tú eres el director. Y eres el director de un reformatorio que lleva
chaquetas de tweed con coderas y que está aquí para hacer que este lugar sea
aún más parecido a una prisión. Así que ponte la corbata, ¿vale? Sólo hazlo.
Es la cosa más estúpida y sin sentido que he dicho nunca.
Pero estoy nerviosa, ¿Está bien?
Ya está. Lo admito.
Estoy nerviosa.
Su té me ha puesto nerviosa y ahora su estúpida garganta también me
pone nerviosa. Y no puedo tener eso.
Tengo una misión en la que centrarme.
Así que quiero que se ponga la puta corbata para no tener que mirar esa
franja de su piel expuesta. Porque la he mirado al menos quince veces desde que
empezamos esta absurda discusión.
La he mirado. La he analizado.
Incluso me he imaginado sumergiendo mi dedo ahí arriba, en la base de
su garganta.
Y mi nariz.
Porque tengo la sensación de que su olor a cuero y a cigarro sería el más 163
espeso allí.
Me observa con ojos divertidos.
—¿Estás bien?
—Estoy bien. —Me soplo el flequillo—. ¿Podemos por favor volver a la
detención?
—Ya que hablamos de violaciones del código de vestimenta —comienza
con la cara hundida, sus ojos extrañamente intensos—. Hablemos de tu
sombrero púrpura flexible.
Por un segundo, no entiendo lo que quiere decir ni a qué se refiere
exactamente. Pero entonces me doy cuenta.
Mi sombrero púrpura flexible. Que llevaba durante el almuerzo.
Era la primera vez en días que me lo ponía, sintiéndome ligera y
despreocupada. Porque aunque todavía no sé cómo voy a cumplir la tarea
imposible que me he propuesto y de qué demonios se trató ese té, no estoy tan
sola como pensaba.
Pero ahora no estoy ligera ni despreocupada.
Estoy enojada. También un poco sin aliento de que me estuviera mirando,
pero más enojada.
—No. No vamos a hablar de ello.
—Yo...
—No, no, no. —Lo apunto con un dedo—. No. No vamos a hablar de ello.
Porque no me vas a quitar el sombrero. Es púrpura y es de gamuza. Es
jodidamente fantástico, ¿de acuerdo? Es mi favorito. Ya me has quitado mi
Purple Durple y mi Niña Mala Salvaje, y has chupado toda la alegría de mi vida,
no te voy a dar también mi Lady Gaga Over Purple. Llamado así específicamente
porque es morado y porque Lady Gaga me lo regaló cuando tenía once años. Así
que puedes olvidarte de eso. Y adivina qué —continúo, ensanchando los pies—,
no me importa que me hayas hecho un té. No me importa que parecieras
preocupado por mi pesadilla de anoche. Porque tú eres la razón de todas mis
pesadillas en primer lugar. Tú. Así que, ¿de dónde sacas que estés tan
preocupado, bien? ¿De dónde? Así que no quiero tu té y no me vas a quitar el
sombrero. Podrías darme cien malditas detenciones por ello y aun así no te lo
entregaría. Podrías tenerme aquí hasta el fin de los tiempos, encerrada en tu
estúpida escuela...
—Tienes razón.
Me echo hacia atrás ante su interrupción, jadeando, respirando con
fuerza.
—¿Qué?
Está tranquilo pero puedo ver la gravedad, la seriedad en sus ojos cuando
dice:
164
—Tienes razón. Soy la causa de todas las pesadillas. Y por eso —una
respiración profunda, —me gustaría oírlo.
Entonces lo miro fijamente durante unos segundos.
Al principio sorprendida.
Pero luego, con miedo.
Que me pregunte por la única vez que no tuve una pesadilla.
—Quieres saber sobre mi pesadilla de anoche —digo finalmente.
Su expresión parece contemplativa cuando responde:
—Anoche. Cualquier otra noche anterior.
De nuevo, lo miro fijamente durante unos segundos.
Esta vez no tengo tanto miedo como antes, pero sigo igual de impactada.
Que está pidiendo.
Que como anoche, parece... preocupado ahora mismo.
Dios, no.
No quiero que parezca preocupado. No quiero ese ceño fruncido entre sus
cejas y no quiero esa mirada fundida en sus ojos.
—¿Por qué? —pregunto con mi voz más severa.
—Porque me gustaría saberlo —dice con su voz más educada.
Levanto la barbilla.
—Bueno, nunca me cuentas nada sobre ti, así que.
Permanece allí durante unos momentos, con la misma expresión y
comportamiento.
Pero entonces se remueve en su sitio y exhala un largo suspiro.
Una muy larga que no sólo le hincha el pecho sino que también le hace
rodar los hombros. Entonces.
—Es una vieja lesión del instituto.
Es una prueba de lo mucho que me moría por saber cosas sobre él que ni
siquiera tiene que explicar de qué está hablando.
Ya lo sé.
Ya sé que está respondiendo a mi pregunta de ayer.
—Tu nariz.
Su mandíbula se aprieta como si estuviera apretando los dientes antes de
lanzarme una breve inclinación de cabeza.
Sin embargo, para mí es suficiente.
Me basta con mirar el bulto de su nariz y preguntar:
—¿Qué pasó?
165
De nuevo, aprieta la mandíbula y sé que no quiere responder. No quiere
divulgar nada al respecto y el corazón se me retuerce en el pecho.
Mi corazón quiere que le diga que pare.
No tiene que hacerlo si no quiere.
Pero luego dice:
—Me topé con un puño.
—¿Alguien te hizo esto? —Jadeo—. ¿Alguien te golpeó?
Porque eso es lo que dice la gente cuando le pegan, ¿no? No “me metí en
una pelea” sino “me topé con un puño o una puerta”.
Una vez más, una sacudida para confirmar mi teoría.
Y, mierda, no me lo esperaba.
No esperaba en absoluto que alguien le diera una paliza.
A él.
Con todo lo que es. Con todos sus músculos y su volumen y la cosa de los
puñetazos.
—Pero le devolviste el golpe, ¿no? Le diste una puta paliza por hacerte esto
—pregunto, porque es lo primero que se me ocurre.
Que espero y deseo, que le diera una puta paliza a ese imbécil.
Quienquiera que sea.
Ya lo odio.
—Teniendo en cuenta que en ese momento estaba internado en el hospital,
no.
En esto, tengo que presionar una mano en mi vientre. Tengo que presionar
muy fuerte porque ¿qué carajo?
¿Qué...? ¿Habla en serio?
—¿Te metió en el hospital? —Mi voz es fuerte, casi chillona—. No puedo...
Yo... ¿Qué pasó? Qué... Quién...
En este momento, ni siquiera sé cómo encadenar las palabras.
No lo sé.
Mi cabeza está llena de imágenes de sangre, puños y narices rotas.
El hospital.
Lo intento de nuevo.
—No lo entiendo. ¿Cómo pasó? ¿Quién era él? ¿Qué...?
—Pesadillas —me corta, con sus rasgos tranquilos.
Lo cual es una locura, porque ¿cómo puede estar tan tranquilo en este
momento?
166
¿Cómo no va a estar enfadado?
Enfurecido y conmocionado y todas las malditas cosas que estoy sintiendo
en este momento.
—Pero quiero saber. Qué...
—Tu turno —dice.
Todo tranquilo y silencioso.
Pero no menos dominante y autoritario.
Este hombre. Mi formidable guardián diabólico. Tirano director.
A quien he odiado desde que lo conozco, pero por mi vida, no puedo
soportar la idea de que esté tirado en un hospital golpeado y herido.
Un hospital.
Dios.
Entonces le doy lo que quiere. Se lo doy porque no creo que pueda negarle
nada en este momento. No tengo la energía cuando toda mi atención está atada
al hecho de que alguien lo puso en el hospital cuando era un adolescente.
—Es... —Respiro profundamente—. Siempre es lo mismo. Es... En mis
sueños, Charlie sigue viva pero de alguna manera, estoy en Middlemarch. Y estoy
en ese tejado, bajo la lluvia torrencial, como aquella noche. Hace cuatro años. Y
quiero irme. Quiero salir de esta ciudad. Quiero volver a Nueva York. A Charlie.
A mi antiguo apartamento. Dormir en mi propia cama. Estoy... estoy pensando
que estoy perdiendo el tiempo aquí. Tengo que volver porque tengo cosas que
hacer. Tengo que... pero...
—Pero no puedes —termina.
—No.
—Porque no te dejaré.
Lo miro a los ojos que a la vez parecen fundidos y duros. Tan duros como
los músculos y los huesos de su cara.
Duro con algo parecido al arrepentimiento.
Y al igual que su preocupación, tampoco lo entiendo.
¿Por qué se arrepiente? ¿Por qué está preocupado?
Cuando me odia.
Cuando me ha hecho todas estas cosas.
—No —digo—. Nunca estás en mis pesadillas. Por mucho que me guste la
idea. Porque sería poético. Ya que eres el responsable de desencadenarlas. Así
que es justo que también estés en ellas. Pero no eres tú. Es Charlie. No me quiere
allí.
Le sostengo la mirada unos dos segundos después, tras mi gran confesión, 167
y la dejo caer al suelo.
Es un secreto vergonzoso, ves.
Todo este tiempo, dejé que todo el mundo creyera que mi antigua vida en
Nueva York era increíble. Sí, nadie quería adoptarme por mi reputación
problemática, pero está bien. Esa es la realidad. Porque todos los hijos de los
famosos son un poco divos. Nadie quiere tratar con ellos. Pero en realidad, mi
propia madre estaba incluida en ese “nadie”.
No es algo de lo que me guste hablar. De lo poco que me ha querido la
única persona que está diseñada biológicamente para amarme.
Pero como ya le he dicho todo esto, sigo adelante y le cuento todo.
—Porque ella nunca me quiso allí. Nunca me quiso en ningún sitio. Ni en
sus rodajes ni en las ceremonias de premios. Sólo me llevaba a las entrevistas si
sabía que eso le daría la primera plana o los índices de audiencia o lo que fuera.
Nunca me quería en sus funciones de caridad, o en sus vacaciones que tomaba
con sus amigos o novios. Y yo me esforzaba por impresionarla, ¿sabes? Para
hacer cosas que la hicieran querer estar cerca de mí. Así que participaba en
obras de teatro de la escuela o en concursos de arte. No sé por qué pensé que le
impresionarían los concursos de arte. Las obras escolares las entiendo. Quiero
decir que era una actriz, pero ¿concursos de arte? De todos modos, los hice de
todos modos. También aprendí todo sobre el maquillaje y el cabello porque eran
sus cosas favoritas. Me pintaba las uñas del mismo color que las de ella. Llevaba
el mismo estilo de ropa y zapatos para que tuviéramos algo en común. Incluso
aprendí a hacer ropa.
Me río.
—Sí, lo hice. ¿Te lo puedes creer? Siempre me han fascinado sus pruebas
de vestuario y todos esos diseñadores que pasaban por nuestro apartamento y
la utilizaban como modelo para diseñar nuevas líneas de ropa. Así que un día
empecé a hacer estos pequeños bocetos en mi cuaderno. Siempre he odiado los
deberes, ¿verdad? Cualquier cosa para no tener que hacerlos o estudiar. Así que
me pasaba horas haciendo estos pequeños bocetos de vestidos en lugar de
completar las hojas de trabajo. Pensaba en colores y telas y todo eso. Y un día
agarré algunas de mis prendas y empecé a cortarlas, a mezclar y combinar telas
y a coserlas. Y así me hice una falda. Por supuesto que era una tontería. Quiero
decir que tenía diez años. O algo así. Mi madre la vio y dijo que era horrible. Así
que la tiré.
» ¿Pero puedo contarte un secreto? Realmente no lo hice. Lo guardé.
Porque me gustaba tanto. A pesar de que era un trabajo de mala calidad. Pero
fue la primera cosa que recuerdo haber amado hasta ese punto. Y desde
entonces, me he asegurado de esconder todo lo que he hecho. Incluso lo escondo
de mí misma, si eso tiene sentido. Porque no quería darle más razones para no
amarme.
Y entonces parpadeo.
168
Porque me di cuenta de que había entrado en trance. Una especie de
hipnosis.
Pero ahora he vuelto.
En la realidad y en mí misma.
Le conté todo.
Todo lo que hay que saber sobre mí.
Sobre mi madre. Sobre mi cosa.
Mi cosa.
Le conté mi cosa.
Dios santo.
¿Qué hice? ¿Qué coño hice?
Nunca se lo he dicho a nadie. Apenas me lo reconozco a mí misma.
Apenas, apenas pienso en ello. Pienso que la mayoría de mis cuadernos y
libros de texto están llenos de pequeños bocetos de diseños de vestidos.
Maquetas de faldas de colores con pequeñas marcas de anotación sobre el tejido
y las costuras. Cosas que aprendí de los amigos diseñadores de Charlie.
Por no hablar de que apenas le doy importancia al hecho de navegar por
las tiendas de segunda mano, en busca de ropa y telas para comprar que luego
pueda cortar y convertir en bonitos vestidos.
Pero ahora lo sabe.
Él, de entre todas las personas.
¿Y por qué? Porque preguntó.
Porque apenas mostró interés y le solté toda la historia de mi vida.
¿Qué demonios, Poe?
¿Qué has hecho?
—Haces ropa.
Su voz me hace levantar la cabeza y lo encuentro ahora erguido, apartado
de la puerta y con los brazos desplegados.
—Quiero irme —le digo.
Sí, porque necesito reagruparme y pensar en lo que acabo de hacer.
—Esbozas diseños de vestidos —dice, esta vez dando un paso hacia mí.
Sacudo la cabeza y retrocedo.
—Sólo quiero irme, ¿está bien? ¿Puedo irme? 169
—Y escondes la ropa que haces.
Oh, Dios mío.
Oh, jodido Dios.
Sigo retrocediendo hasta que mi culo choca con algo, la silla, y suelto:
—¿Qué posibilidades hay de que te olvides potencialmente de lo que acabo
de decir?
Su respuesta es dejarme sin aliento.
Porque un segundo, está de pie en la puerta, acercándose lentamente a mí
y al siguiente, está aquí.
Donde estoy.
Está delante de mí y ni siquiera sé cómo ha llegado hasta aquí. Cómo se
ha movido tan rápido y cómo es que lo estoy mirando, con el cuello torcido, las
manos agarrando el respaldo de la silla y la mochila tirada en el suelo.
—Escondes la ropa que haces —vuelve a decir como si ese fuera el dato
más criticable de todo esto.
—Lo hice. Antes. Pero ya no —respondo a mi pesar.
Es su tono, creo. También sus ojos.
Es la mirada en ellos.
Todo duro y líquido de alguna manera.
—¿Y qué haces con ellos?
—Ponérmelos. O regalarlos.
—Regalarlos.
—A amigas. —Entonces—. Pero ellas no lo saben.
—Que los tú los haces —adivina correctamente.
Asiento.
—Sí. Sólo les digo que lo he comprado.
Lo hago.
Siempre que les hago regalos de cumpleaños o de Navidad y demás. Suelo
coserlo todo durante las vacaciones de verano, con bastante antelación, para que
cuando llegue el momento pueda envolverlos para regalo y decirles que lo he
comprado para ellas.
Así que vuelvo a intentar alejarlo de esta conversación.
—Nadie sabe de esto, ¿de acuerdo? Ni siquiera estoy segura de por qué te
lo he contado. Pero, por favor, ¿puedes... puedes olvidarte de lo que he dicho?
Yo...
—No.
—Pero yo... 170
—Porque nunca había sentido este tipo de rabia.
—¿Perdón?
Su mandíbula se mueve de un lado a otro y juro que sus ojos, aunque me
miran, se desenfocan mientras continúa:
—Y créeme, he sentido mucha. He sentido mucha rabia, mucha furia.
Hasta el punto de pensar que me asfixiaba con ella. Pensé que me moriría con
ella. Con mi rabia. Pero nunca he sentido este tipo de violencia, este tipo de
fuego. Esta clase de odio.
Sus ojos vuelven a enfocarse.
—Así que no, no voy a olvidar esto, Poe. No voy a olvidar que se te ocurren
tus propios diseños de vestidos y luego los esbozas por todos tus cuadernos. No
sólo los dibujas y los coloreas, también les das vida. Coses la maldita ropa. Y en
lugar de darte las tijeras y comprarte una maldita máquina de coser, hizo que
tuvieras que ocultársela. Y no sólo de ella, sino también del mundo. De tus
amigos. De ti misma. Te hizo esconder tu talento de ti misma. Pero eso no es lo
peor. Que fuera una maldita idiota. Una jodida idiota que no se lo merecía. Eso
no es lo que más me enfurece.
—¿Y entonces qué?
—Que yo hice lo mismo.
—¿Tú qué?
—Te subestimé. Te subestimé en todo momento. Me negué a conocerte.
Me negué... Y lo hice por ella. Lo hice porque... —Vuelve a rechinar los dientes—
. Y pensé que estaba haciendo lo correcto. Al irme a Italia. Al dejar el maldito
país después de lo que hice, pero...
—¿Pero qué? —pregunto, con el corazón latiendo furiosamente—. ¿De qué
estás hablando? ¿Qué pasa con Italia?
¿Qué está diciendo?
¿Por qué pensó que era lo correcto irse?
No lo entiendo.
Yo no...
—Ya no te esconderás —dice, decidido.
—¿Qué?
—¿Tienes una máquina de coser?
—¿Qué? Yo...
—¿Cómo coses tu ropa? Las que haces para tus amigas.
—Yo... tengo una máquina de coser.
—¿Dónde está?
—En la mansión —le digo, tragando saliva—. Sr. Marshall, yo...
171
—Te compraré otra.
—¿Qué?
—Y haré que la entreguen aquí.
—¿A los dormitorios?
—Sí.
Estoy tan sorprendida por esto.
Tan jodidamente asombrada ahora mismo.
Más de lo que estaba anoche.
Es como si hubiera entrado en una dimensión diferente. Una dimensión
paralela.
Donde las cosas parecen iguales pero no actúan como deberían.
No está actuando como debería.
No actúa como si me odiara.
—Pero yo... —Sacudo la cabeza—. Pero no creo que se nos permita tener
cosas así. Quiero decir, nunca he intentado traerla aquí antes. Porque no quería
que nadie lo supiera, pero...
—Ahora lo sabrán.
—Pero...
—No te esconderás.
—Pero, Sr. Marshall, yo no...
—No te —hace una pausa, inclinándose más—, esconderás. Ya no. No se
te permite.
Trago saliva, con los dedos de los pies curvados en mis Mary Janes.
—De acuerdo. ¿Pero qué pasa con las reglas de la escuela?
—A la mierda las reglas de la escuela.
—Pero se supone que debes empeorar este lugar.
—Y lo haré. Pero no así.
Vuelvo a tragar saliva.
—Pero también soy una estudiante aquí.
—También eres mi pupila.
—¿Entonces esto es un trato especial?
—Sí.
Lo miro a los ojos. Entonces miro toda su cara. Sus densas pestañas
rizadas. Tan rizadas y gruesas como su pelo oscuro. Sus hermosos y altos
pómulos, que aún parecen enrojecidos por su anterior enfado. 172
Incluso miro el triángulo de su garganta.
Antes de susurrar:
—Te he contado un secreto.
Una emoción desconocida parpadea en su rostro.
—Sí.
—Mi mayor secreto.
¿Cómo ha ocurrido eso?
¿Cómo acabé contándole algo que nunca le había contado a nadie?
Pero más que eso, ¿cómo terminé derramando mis secretos a él cuando
estoy aquí para descubrir los suyos?
Dios.
—Eres la última persona a la que quería contarle esto —continúo.
Hace un leve gesto de dolor.
—Lo sé.
—Te odio.
—También lo sé.
—Cuéntame un secreto tuyo.
Ahora se dedica a estudiar mi cara respingona. Mi flequillo desordenado y
mis gafas. Mis labios temblorosos. Antes de susurrar:
—No lo hago. Nunca lo hice.
¿Qué?
¿No hace qué?
Antes de que pueda entenderlo, continúa diciendo:
—Y quiero que sepas que no importa lo que haya hecho —un duro apretón
de mandíbula—, no importa cómo haya actuado en el pasado, lo guardaré con
mi vida. Tu secreto.

173
M
i plan no va bien.
En absoluto.
Ha pasado una semana desde que se me ocurrió y he
hecho exactamente cero progresos.
Es como si no tuviera debilidades. Como si fuera impenetrable.
Todas las mañanas sale de la casa a la misma hora. Se dirige al edificio de
la escuela con los mismos pasos decididos y siempre sin ahorrar una mirada al
grupo de adolescentes risueñas que se reúnen en el patio para observarlo. Luego
pasa todo el tiempo en el despacho antes de hacer una pausa para tomar el
almuerzo que toma de la cafetería. Lo lleva a su despacho, donde come en
soledad mientras trabaja.
Y eso es todo.
174
Eso es todo lo que hace. Todo el día.
Pues bien, hace una cosa más: cumple su promesa.
De comprarme una máquina de coser nueva.
Púrpura y mucho más avanzada.
Resulta que no hay ninguna norma específica en el manual de St. Mary
sobre la posesión de una máquina de coser. Aunque la hubiera, no creo que
importara mucho. Porque él es el director, ¿no? El señor y el rey. El diablo. Y yo
soy su pupila. Así que si quiere comprarme una máquina de coser y hacerla
llegar a los dormitorios, puede hacerlo y lo hace.
Tal y como lo prometió, la máquina de coser llega a la recepción de la
residencia una tarde y todo el mundo se vuelve loco con ella. Hacen preguntas y
se entusiasman con lo elegante que es.
Estoy demasiado ocupada para entusiasmarme.
Estoy ocupada en estar sin aliento e inquieta e incluso sin pensar, para
hacer cualquier otra cosa.
En el hecho de que realmente lo cumplió.
Sin mencionar que le dije algo tan personal. Algo tan sagrado sobre mí.
A él, de entre todas las personas.
El hombre que odio. El hombre al que debo destruir.
¿Cómo ocurrió eso?
—No puedo creer que haya hecho eso —respira Jupiter, sentada a mi lado
en la cama, mirando la bonita máquina púrpura de mi escritorio.
—Lo sé —asiente Echo, también mirando la máquina.
—Vaya —dice Jupiter—. Esto es realmente una cosa muy genial para
hacer.
—Creo que es más que genial —dice Echo mientras las tres seguimos
mirando la máquina—. Creo que es épico. Porque lo ha hecho él.
—Creo que tienes razón. —Jupiter asiente antes de añadir
espeluznantemente mis propios pensamientos: —Él, de todas las personas. Él.
Sí, él de todas las personas.
—Y te dijo que no te escondieras —nos recuerda Echo a ambas.
Ambas hablan en susurros reverentes.
Como si asimilaran la enormidad del gesto. La enormidad de lo que acabo
de compartir con ellas.
Sobre cómo le conté mi secreto cuando se supone que debería estar
trabajando en conseguir el suyo.
Dejando a un lado todo esto, fue una cosa muy genial.
También fue algo liberador. 175
Nunca había experimentado este tipo de libertad. Este tipo de ingravidez.
O alivio.
Sí, estoy aliviada.
Que pueda compartir esto con la gente. Que pueda reconocer la presencia
de todos los bocetos en mis cuadernos y textos. Que pueda reconocer que me
gasto casi toda mi paga en tiendas de segunda mano, y que ahora tengo una
flamante máquina de coser que me va a hacer la vida mucho más fácil.
—Uh, entonces —comienza Echo, todavía mirando la máquina de coser—
, todavía lo vamos a hacer, ¿verdad? Seguimos con el plan.
—Es decir, si no quieres —comienza Jupiter con cautela—, no tienes que
hacerlo.
Lo sé.
Sé que no tengo que hacerlo.
Pero la cosa es que sí tengo que hacerlo.
—Lo voy a hacer —les digo con firmeza aunque el corazón se me retuerza
en el pecho.
Porque no es que las cosas hayan cambiado ahora. Después de nuestro
accidental corazón a corazón.
No es que esté dispuesto a dejarme ir.
Ni siquiera ha soltado mi detención.
Sigo yendo a su despacho a las cinco todos los días y sigo escribiendo esa
disculpa mientras él trabaja en sus cosas: documentos de conferencias, charlas
de invitados, presentaciones; le pregunté y me lo dijo.
La única diferencia es que al final de cada sesión de detención, me pide
ver mi cuaderno. Cada vez que lo hace, me levanto de mi asiento, camino
alrededor del escritorio bajo su mirada y se lo entrego. Luego me quedo de pie,
con las manos cruzadas frente a mí, mirándole fijamente mientras él mira mi
cuaderno.
Y no en las páginas llenas de disculpas, no.
Sino mis diseños de vestidos.
Los pequeños garabatos en los márgenes.
Bueno, no son pequeños. Son bocetos elaborados, pero aun así.
Y no están en los márgenes. Están en el frente y en el centro de casi todas
las páginas porque casi nunca tomo notas en clase.
Recuerdo que mi amiga Wyn, que es artista y tiene probablemente cientos
de cuadernos de bocetos, nos contó que a su novio, Conrad, le gusta mirar sus
bocetos todo el tiempo. Y ella siempre se ha sentido extremadamente tímida al
respecto. Incluso ahora. 176
Nunca lo entendí.
Porque nunca he sido tímida con nada en mi vida. Cuanto más
escandalosa sea, mejor.
Excepto ahora mismo.
Excepto cuando lo veo hojear las páginas, echando miradas superficiales
a mis bocetos, antes de detenerse en uno al azar y mirarlo fijamente durante
varios minutos.
Cuando lo hace, siento que mis mejillas se calientan y un escalofrío recorre
mi cuerpo.
Como si me estuviera mirando a mí y no a los vestidos.
Como si esos dedos suyos, ahora no tan reventados como antes, pero igual
de grandes y masculinos, estuvieran recorriendo mi piel en lugar del boceto.
Como si pasara su dedo meñique con el anillo por mis clavículas y mis hombros
en lugar de por los del papel.
Como si me imaginara con esos vestidos.
Y por muy tímida, acalorada y temblorosa que me ponga, sigo trayendo
cada vez cuadernos diferentes para que tenga más vestidos míos que mirar.
Más de mis vestidos para tocar e imaginar.
—Así que este es... —Trago saliva, de pie junto a él, con los dedos de los
pies enroscados en los zapatos, el estómago apretada—. Algo así como un vestido
de graduación. El corpiño es entallado como puedes ver y... estos puntitos de
aquí son lentejuelas. Y esta falda de aquí es larga y llena y tiene forma casi de
campana. Y estas pequeñas cosas peludas son plumas. ¿Ves el dobladillo rizado
y desigual en la parte inferior? Es porque la falda va a estar forrada de plumas.
De color púrpura oscuro. Así que es como un vestido hecho de plumas.
Lo mira fijamente durante unos instantes más antes de levantar la vista
hacia mí.
—¿Cómo se llama?
Ahora, además de doblar los dedos de los pies y apretar el vientre, también
tengo que apretar los muslos. Porque no sólo sus ojos son de un marrón oscuro
intenso, sino que además siempre me pregunta eso.
—Srta. Ligera como una Pluma.
Esos ojos suyos se vuelven aún más oscuros, profundos y líquidos.
Y cada vez que le digo el nombre de mis vestidos —Srta. Amarillo
Mantequilla; Srta. Limonada Rosa; Srta. Margarita Ups; Srta. Tormenta en una
Taza— sé, hasta la médula, que le encanta.
Puede que no sepa nada más de él, pero sé que le encantan mis diseños
de vestidos y que le encanta que les ponga nombre.
Y toda la timidez que siempre siento se desvanece. 177
Mi cuerpo se afloja y se relaja mientras él sigue mirándome al final.
Es la cosa más extraña.
Como si pudiera hacer cosas con sus ojos de chocolate.
—Me encantan las galletas de chocolate —suelto un día, mirándolos.
Esos ojos suyos se estrechan ligeramente.
—¿Qué?
—Qué. —Sacudo la cabeza—. No. Quiero decir, yo... no he dicho eso.
—Creo que lo hiciste.
Me ajusto las gafas y acuso:
—Pero sólo porque tus ojos parecen trozos de chocolate.
Esto le hace reflexionar. A mí también me hace reflexionar.
Porque, ¿por qué iba a decir eso?
¿En qué estaba pensando?
—Mis ojos parecen trozos de chocolate —repite.
Cierro los puños y decido aguantar.
—Sí. Porque son, ya sabes, marrones. Como el marrón intenso.
—Marrón intenso.
—Marrón chocolate, se puede decir.
—Marrón chocolate.
—Así que es una conexión lógica. —Me encojo de hombros—. Tus ojos y
las galletas de chocolate.
Pasa un segundo de silencio entre nosotros. Luego.
—Mis ojos y las galletas de chocolate.
—Deja de repetir todo lo que digo.
—Pero dices las cosas más lógicas —dice, sin perder el ritmo.
Entrecierro los ojos hacia él.
Por otro lado, sus ojos brillan y algo parpadea en sus rasgos. Algo suave y
divertido y estoy tan asombrada por ello que tengo que decir:
—También te odio. Para que lo sepas.
—Lo sé.
Levanto la barbilla.
—Bien. No lo olvides sólo porque estoy siendo amable contigo ahora.
—No lo haré.
—No va a durar. Esto es sólo el «descanso» hablando —insisto, incluso 178
llegando a hacer las comillas de aire alrededor de la palabra descanso.
Exactamente.
Porque no voy a seguir siendo tan amable cuando lo chantajee después.
Y no me importa.
No lo hace.
Aunque mi corazón se retuerza cada vez que lo pienso.
—Un coche vendrá a recogerte este viernes después de las clases —dice de
sopetón—. Para llevarte de vuelta a la mansión.
—¿Qué?
Veo que su pecho se mueve bajo su chaqueta de tweed en un suspiro.
—Puedes pasar el fin de semana con Mo. Se alegrará de verte. Se
decepcionó cuando elegiste quedarte aquí antes de que empezara la sesión de
verano.
Lo miro fijamente, confundida.
Pero sólo durante unos segundos.
Después de eso ya no estoy confundida.
Estoy inquieta y sin palabras, como he estado desde que me regaló la
máquina de coser.
—Pero no tengo permiso para salir —digo en cambio, con cada parte de mi
cuerpo apretada una vez más.
—A la mierda lo que está permitido.
Lo miro fijamente a sus ojos de chocolate.
—Porque también soy tu pupila.
Me devuelve la mirada.
Su mirada dura más que la mía. Y cada segundo que pasa mientras
observa mi rostro, sus rasgos se vuelven más agudos, más apretados.
Hasta que su mandíbula se aprieta y cierra mi cuaderno con un golpe sin
quitarme los ojos de encima.
Entonces.
—Sí.
Con eso, me ofrece de nuevo mi cuaderno. Y lo tomo.
De hecho, me lanzo para quitárselo de las manos y poder irme.
Para poder salir de aquí.
Para no soltar todas las cosas que pasan por mi cabeza en este momento.
Cosas como, odio que esté haciendo esto. Odio que esté haciendo las cosas tan
difíciles. 179
Tan duras.
¿Por qué no puede volver a ser el mismo de siempre?
Su viejo yo diablo, tirano e imbécil.
¿Por qué tiene que ser tan amable conmigo?
Me dirijo apresuradamente a la puerta, pero antes de poder abrirla y salir
de aquí, me doy la vuelta. Mis dedos se flexionan alrededor del picaporte cuando
me doy cuenta de que me está mirando.
Sentado en su silla tipo trono, brillando bajo el sol de verano que en
realidad está bloqueando con sus hombros imposiblemente anchos, parece el
hombre más hermoso que he visto nunca.
El hombre más bello y más poderoso.
Dios hecho hombre.
Y él es eso, ¿no?
Al menos para mí.
Porque tiene mi suerte, mis estrellas, mi destino en las palmas de sus
manos.
Sólo deseo que mi dios no fuera un demonio.
—¿Vas a estar allí? —pregunto, con la voz entrecortada—. En la mansión.
Algo se mueve en los rasgos de mi diablo. Algo oscuro y problemático.
Misterioso.
Como todas las cosas de él.
Se queda un rato antes de despejarse y al final, dice:
—No.
Y luego me voy de aquí.
Tratando de sentir alivio por su ausencia.
Pero no puedo.
Siento una extraña decepción.
Pero un segundo después, me olvido de todo eso. Mi cerebro no tiene
espacio para ello.
Porque me doy cuenta de que he cometido un gran error.
Aceptando ir.
No es que me haya preguntado. Simplemente me dijo lo que iba a pasar
este fin de semana, pero aun así.
Es un gran error.
Porque este fin de semana, también he quedado con Jimmy. 180
Y si él se entera de que salgo a escondidas para ver al tipo que me ha
prohibido ver, va a ser un desastre.
uedo decir que odio este bar?

¿P
Siempre lo he odiado.
Es oscuro y ruidoso y no me gusta la zona —sucia y
solitaria y directamente llena de vibraciones espeluznantes—
de Middlemarch en la que se encuentra. Además, desde que
me enviaron a St. Mary, también está muy lejos y, sinceramente, cuando llego
allí, tengo mucho sueño y estoy cansada.
Pero.
Es un bar donde el amor de mi vida es súper popular así que me aguanto.
Además, siempre estoy tan contenta de ver a Jimmy que intento no pensar en
todo lo que me incomoda.
Esta noche, sin embargo, es muy difícil.
181
Muy, muy difícil.
Lo primero es el hecho de que llevo este ridículo vestido.
Está bien, déjame retroceder: no es tan ridículo como que no es realmente
mi estilo.
No llevo vestidos tan ajustados. O vestidos tan cortos.
O vestidos que muestren mucho de mi escote.
Podría quedar muy bien en Salem o en Jupiter. Incluso a Callie, creo.
Sobre todo porque tienen el tipo de cuerpo para ello, delgado y pequeño. Pero no
en Wyn o Echo. Tienen un busto más grande.
No tan grande como el mío, pero aun así.
Mis pechos son grandes, sí. Mi culo también. Tengo una figura de reloj de
arena, con una cintura recogida y delgada, lo que en teoría suena muy bien, pero
es tan difícil encontrar vaqueros y faldas que se ajusten tanto a mi cintura como
a mis curvas.
Así que este no es el vestido para mí.
La única razón por la que lo compré es por los volantes que adornan el
escote y el dobladillo, que me llega muy por encima de la mitad del muslo, y justo
por debajo del trasero, y los lunares grandes. Me gustan mucho los lunares
grandes porque la mayoría de las veces los encuentro pequeños y pensé que
podrían quedar bien en una falda que quería hacer. Sin embargo, nunca llegué
a hacerlo. Así que ha estado guardada en mi armario y pensé que esta noche
debía ponérmela.
Porque, bueno, estoy intentando que Jimmy se fije en mí.
Sé que ya lo ha hecho —me quiere en la gira y no quiere esperarme más—
, pero desde que me enteré de que tiene una jefa de gira llamada Erica que
comentó mis gafas y que además resulta ser una rubia preciosa enamorada del
amor de mi vida, me he sentido insegura.
Y pensé que vestirse como una gatita sexual podría ser una buena idea.
También me he maquillado un poco más y tengo el pelo esponjoso y rizado.
Aunque no me gusta cómo me mira la gente, especialmente los viejos
borrachos.
Es asqueroso, así que en lugar de estar en el centro y balancearme con la
multitud y mover las manos hacia arriba y hacia abajo en apoyo de mi novio
músico, me quedo aquí atrás, en el extremo de la barra, pegada a una pared.
Dos paredes, en realidad. Estoy escondida en una esquina.
Y estoy medio tentada a irme.
No sólo por el vestido, sino que no puedo deshacerme de la sensación de
que lo estoy traicionando.
A él. El otro él en mi vida, mi guardián diabólico.
182
Estando aquí.
Es ridículo. Súper ridículo.
No es que sea la primera vez que me escabullo para ver a Jimmy en contra
de sus deseos. De hecho, me he asegurado de ir a ver a Jimmy tanto como sea
posible sólo porque él no quiere que lo haga. Tampoco es la primera vez que me
escapo de su mansión para hacerlo.
Esa fue la razón por la que me envió a St. Mary, ¿recuerdas?
Así que no importa que me haya regalado una máquina de coser que es
jodidamente fabulosa y funciona de maravilla, y un fin de semana de libertad.
Además de galletas de chocolate.
Mo las tenía listas cuando llegué esta tarde y supe -sólo supe- que fue él
quien le dijo que las horneara para mí después de nuestra estúpida y
embarazosa conversación.
Así que esta culpa -desde hace una semana y esta noche- es ridícula.
Cuando termina el set de Jimmy, respiro con determinación. Voy a
disfrutar de mi tiempo con él y no voy a pensar en él. Además, Jimmy se va a
Nueva York en un par de días, así que puede que esta sea mi última oportunidad
de verlo antes de irme de gira con él.
Oh, ¿mencioné que le dije que sí? ¿Ya?
Sí, lo hice.
Al día siguiente de que mis chicas y yo ideáramos el plan de chantaje.
Me escabullí hasta el baño del tercer piso que siempre está fuera de
servicio y por eso donde escondo mi móvil —que compré específicamente para
estar en contacto con Jimmy— y le envié un mensaje de texto diciendo que sí.
Le dije que me encantaría ir con él y que sí, que siempre he sentido lo mismo
que él y que no puedo esperar.
Él también estaba muy emocionado.
Desde entonces nos hemos estado enviando mensajes de texto y correos
electrónicos aquí y allá, siempre que he podido, y he decidido que esta noche voy
a besarlo.
Sí, voy a recibir mi primer beso.
El beso que he estado esperando desde el momento en que lo vi hace tres
años.
Aunque esta noche está en una forma rara: todo exuberante y encantador.
Está drogado y quizá también borracho, así que no estoy tan entusiasmada con
mi primer beso con Jimmy —o con cualquier otra persona— como pensaba.
Pero está bien.
También es importante. 183
Ahora que ambos hemos reconocido nuestros sentimientos por el otro,
quiero sellar el trato. Quiero darle algo para que me recuerde hasta que nos
vayamos juntos. Especialmente con Erica rondando.
Con ese pensamiento, doy un paso hacia él.
Pero sólo un paso porque veo un muro.
Una enorme pared de un pecho.
De hombros imposiblemente anchos.
Una pared que luce una chaqueta de tweed oscura y una corbata oscura.
Y esa pared oscura se mueve hacia mí.
Se acerca, se acerca a toda velocidad, y mis ojos se levantan de golpe.
Sólo para chocar con otra cosa oscura: sus ojos.
No sólo de color oscuro, sino también de intenciones oscuras.
Intenciones furiosas y peligrosas.
Tanto que mi piel empieza a calentarse. Empieza a sudar y a arder.
Y luego me muevo hacia atrás.
Como si eso le impidiera cargar.
No lo hará.
No creo que nada pueda detenerlo ni a él.
Pero aun así, me retiro. Retrocedo porque Dios santo, ¿cómo está aquí?
¿Cómo coño está aquí?
En este bar.
Pero más que eso, ¿cómo está aquí por mí?
¿Cómo es que se lanza hacia mí como si supiera que yo estaría aquí?
Justo cuando mi columna vertebral choca con la misma pared contra la
que he estado parado, él me alcanza.
Se encuentra a unos metros, como una torre, alto y ancho, bloqueando
todo el bar detrás de él, oscureciendo aún más este rincón.
Tanto con su cuerpo como con la mirada.
Incluso silencia todos los sonidos a su alrededor.
—Estoy... ¿Qué...?
Una onda recorre sus rasgos, tensándolos, haciéndolos aún más severos
de lo que eran.
—¿Dónde están tus gafas?
Su voz, aunque tranquila, es como un disparo que me hace estremecer.
Y también parpadear. 184
Por su extraña pregunta. Pero ante su absoluta ira, respondo
inmediatamente:
—Llevo lentes de contacto.
Mi respuesta lo enfada aún más y juro que aprieta los dientes antes de
preguntar:
—¿Por qué?
—Porque yo... yo...
Da un paso hacia mí, o al menos eso parece.
Porque el rincón se vuelve más oscuro, más pequeño, claustrofóbico. La
única razón por la que mis pulmones no se mueren de hambre es porque el aire
que nos rodea está lleno de su olor a cuero y a cigarro, y mi cuerpo no puede
respirarlo lo suficientemente rápido.
No puedo consumir su olor lo suficientemente rápido.
—¿Porque qué? —pregunta, con la voz baja y amenazante.
—Por él —suelto—. Porque quería impresionarlo.
Es la verdad.
Quería impresionar a Jimmy.
Ante mi respuesta, él, mi guardián, se oscurece. Su propia piel se vuelve
más oscura y sonrojada.
—Por él.
Me aprieto la falda.
—Sí.
Esto es todo, ¿no?
Aquí es donde todo se va al infierno.
Mis planes de darle la vuelta a la tortilla. Mis sueños de estar con el amor
de mi vida.
Este es el momento en que todo se derrumba. Todo se desmorona.
Lo sabe.
Que he estado mintiendo sobre Jimmy.
Me han descubierto y sólo Dios sabe lo que me hará. Sólo Dios sabe que
hará todo lo que dijo que haría y ahora no tengo ninguna posibilidad.
—Y este labial —continúa en el mismo tono.
Trago, con hipo.
—También para él.
—Nombre.
—Cielo Hecho a Mano. 185
Es púrpura pero más en el lado rosa, para que haga juego con mi vestido.
Que mira a continuación.
Sus ojos bajan y pensé —estúpidamente— que tal vez eso me aliviaría. No
mirar directamente a sus iracundos ojos de demonio. Pero me equivoqué.
Esto es peor.
Porque ahora sus ojos de diablo me están analizando. Están analizando
cada parte de mi cuerpo expuesto.
Mis clavículas, la inclinación de mis hombros expuestos en el vestido sin
tirantes. Mi profundo escote. El corpiño ajustado que baja hasta una falda
ajustada que deja casi todos mis muslos al descubierto.
Está mirando cada centímetro y me hace retorcerme.
Me dan ganas de esconderme.
No porque sea él quien me mire, no. Es por cómo.
Es lo contrario de cómo mira los vestidos que esbozo.
Puedo sentirlo.
Se queda mirando mis bocetos con una especie de asombro, incluso con
reverencia, y me derrite. Derrite todo lo que hay dentro de mí.
Sin embargo, ahora mismo es todo lo contrario.
Con la cara ligeramente inclinada, me mira con ira, con odio y me quedo
helada. Hace que un escalofrío me recorra la columna vertebral. Y envuelvo mis
brazos alrededor de mi cintura.
Lo que lo hace levantar los ojos.
—¿Lo hiciste?
Niego con la cabeza de forma rotunda.
—No. No lo hice. No... —Trago saliva, apretando la tela por ambos lados—
. No me gustan los vestidos así.
—Así que esto es para él también —dice, un músculo saltando en su
mejilla.
Asiento, sin poder decir nada.
Me mira fijamente un rato, tenso y enfadado. Luego.
—Vamos.
—¿Qué?
—Te voy a llevar a casa.
Entonces da un paso atrás, dispuesto a marcharse.
Pero no puedo.
Todavía no.
186
Todavía estoy luchando por entender cómo está aquí en primer lugar, y
quiero... quiero saber lo que va a hacer conmigo. Quiero saber cuál es mi castigo.
—Pero espera —digo, alejándome de la pared—. Yo...
Mis palabras se detienen cuando él se detiene y me mira directamente.
Incluso me sacudo hacia atrás, chocando contra la pared.
Pero no dice nada, simplemente me mira fijamente. Esperando a que hable
o apagando todas las palabras que iba a decir con sus ojos oscuros.
Pero sigo adelante.
—¿Qué... qué vas a hacer?
Es como si mi pregunta desencadenara algo dentro de él. Algo grande y
drástico.
Algo que realmente hace que se acerque a mí.
Eso hace que encoja este rincón hasta el punto de que sólo somos él y yo
y las dos paredes de ladrillo contra las que estoy pegada. Y estamos encerrados
en las sombras, apartados del mundo, donde todo lo que puedo ver es a él y todo
lo que él puede ver es a mí.
Todo lo que puedo respirar es él y todo lo que él puede respirar es a mí.
Y todo lo que escucho son sus palabras y nada más.
—¿Qué voy a hacer? —comienza en un tono suave y áspero—. Quieres
decir, ahora que lo sé.
—Sr. Mar...
—Que has estado mintiendo.
Hago una mueca de dolor, no porque haya levantado la voz, sino porque
la ha bajado. Hasta el punto de que cada palabra roza mi piel.
—Estoy...
—Estabas mintiendo, ¿verdad? —me interrumpe de nuevo, acercándose
aún más, bajando más la cabeza, como si intentara acorralarme—. Aquella
noche. Cuando dijiste que no lo habías visto en tres años.
Oh, Dios.
Oh Dios, voy a vomitar. Realmente voy a vomitar.
—Yo... Sí.
Su pecho se estremece con una respiración furiosa.
—Cuando me aseguraste que ya me había encargado de todo. Que te había
separado con éxito de ese inútil hijo de puta chupapollas.
Mis brazos han vuelto a rodear mi cintura y mis uñas se clavan ahora en
mi piel. 187
—Sí.
—Así que realmente no quieres saber lo que te voy a hacer —dice—. O a
él.
Mis ojos se abren de par en par.
Y sin voluntad, se alejan de él y se dirigen al chico que amo.
O al menos lo intentan pero no pueden.
Porque el hombre que tengo delante es tan grande que hasta donde llegan
mis ojos es su pectoral derecho. Y también porque me lo dice él.
—Ojos en mí —gruñe.
Un gruñido grueso y animal.
Que se apodera de todo mi cuerpo y aprieta, dejándome sin aliento.
—Yo... yo estaba...
—No quieres que le pase nada, ¿verdad? —pregunta en lo que me parecería
un tono despreocupado si no fuera porque sus palabras son gruñidas y sus ojos
disparan fuego.
—No.
—No querrás que vaya allí y le quite la guitarra, ¿verdad?
—N-no.
—Y luego la rompa en pedazos.
—Oh Dios...
—Antes de que agarre esas putas cuerdas inútiles y las enrolle alrededor
de su maldito e inútil cuello escuálido.
—Dios, por favor, yo...
—Y cuando lo tenga bien agarrado, no querrás que apriete y apriete hasta
que se le salgan los putos ojos inútiles mientras tú miras, ¿no?
Ante esto, me suelto y agarro su chaqueta.
Me agarro a su chaqueta de tweed y lo miro, arqueando el cuello,
estirándolo hasta el punto de que me duele.
—Por favor, para. Te lo ruego, ¿está bien? Por favor.
Mis súplicas hacen que sus fosas nasales se agiten.
—Entonces mantendrás tus ojos en mí cuando te esté hablando.
—De-acuerdo. Lo prometo. Prometo que no miraré a J-Jimmy.
Se acerca, empujando su enorme cuerpo contra mis puños.
—Y no volverás a decir su nombre.
Mis nudillos se clavan en su abdomen de roca mientras mi corazón se
aprieta y se estruja en mi pecho.
188
—Pero lo amo. Y sólo quería que me amara y quisiera estar conmigo.
Nunca he tenido eso antes. Y creo que él...
También me ama.
Y estuve tan cerca de conseguir todo lo que quería.
Pero ahora está aquí.
El diablo.
Y me quitará todo.
—Sí —responde a mi afirmación—. Por eso vas vestida como una puta.
Esta vez, cuando me estremezco, es tan grande y violento que, locamente,
agradezco estar agarrada a él, a su chaqueta, para apoyarme. O habría perdido
el equilibrio.
Así las cosas, sigo de pie y mirando su rostro furioso, sin palabras y con
dolor.
—¿No es así? —continúa, con sus propias manos apretadas a los lados—.
Para él.
—Yo no...
—Dime algo —dice, acercándose de nuevo, empujándome contra la pared
sin siquiera tocarme—. ¿Lo sabe?
—¿Saber qué?
Su mandíbula tiene un tic.
—Sobre todos tus hombres.
—¿Qué?
—Eso es lo que me dijiste, ¿recuerdas? Aquella noche —me recuerda—.
Que eres toda una seductora. Ahora lo recuerdo todo, pero no tiene sentido. Si
nunca dejaste de ver a tu novio aquí, entonces ¿quiénes eran esos hombres, Poe?
¿Sabe tu novio de mierda sobre ellos? Sobre lo que haces a sus espaldas. Sobre
cuántos hombres te has follado. ¿O eso también era una mentira?
Sé que lo sabe.
Sé que él sabe que estaba mintiendo.
Sólo lo hace para humillarme, para burlarse de mí.
Sólo lo hace porque está enfadado.
—Estaba mintiendo, ¿vale? Yo también estaba mintiendo sobre eso. I...
—Claro —me corta—. Porque eres una estúpida virgen mentirosa, ¿no?
—Sr. M...
—Una estúpida virgen mentirosa vestida de puta —dice con los dientes
apretados. 189
Me estremezco de nuevo, y de nuevo me siento tan agradecida como
miserable de que esté aquí.
Está aquí para salvarme de la caída.
Mientras que él sigue pateándome.
—En realidad, no sólo vestida —continúa, burlándose de mí, con sus ojos
que se mueven rápidamente de arriba abajo, y me agarro a él con más fuerza
porque me tiemblan las rodillas. —Esta estúpida virgen mentirosa se fue a la
ciudad y volvió con un aspecto de cielo hecho a mano.
Mis labios se separan entonces.
Cuando menciona el nombre de mi lápiz de labios.
Y se inclina aún más, sus ojos ahora en mi boca, haciéndola temblar
mientras dice ásperamente:
—¿No es así? Parece un cielo hecho a mano. Como una especie de diosa a
la que todos los hombres quieren adorar a sus pies. Todo hombre quiere causar
un disturbio por ella. Pero sabes qué, no creo que seas una diosa. Oh,
definitivamente te pareces a una, créeme. Pero no creo que seas tan pura como
todo eso. Creo que eres algo más.
Me mira de arriba abajo otra vez.
—Creo, Poe, que con este vestido eres una zorra. Eres una maldita sirena.
Que atrae a los hombres con su aspecto angelical y extiende sus muslos para
llevarlos a una especie de infierno que parece el cielo. Eres esa bibliotecaria de
aspecto inocente, ¿no? Con sus gafas de montura negra y unas tetas
jodidamente fantásticas y una falda ajustada. Cada vez que pasa, tienes que
mirarla. Cada vez que sube la escalera para alcanzar un libro, tienes que echar
un vistazo bajo esa falda. O si se agacha, tienes que inclinar el cuello para mirar
su culo curvilíneo mientras te ajustas bajo la mesa. Y cuando sucede una y otra
vez, pierdes la paciencia. Pierdes todo tu buen juicio y abandonas los putos
deberes o ese libro en el que estabas tan absorto. Te agarras la polla y te
restriegas por debajo de la mesa. Como una bestia enferma y desquiciada. Eres
esa bibliotecaria, Poe. Que tienta a los hombres por el mal camino y los convierte
en putos criminales. Y todo por culpa del pedazo de mierda de tu novio
drogadicto.
Todo mi cuerpo está temblando cuando termina.
Me tiembla el corazón y apenas puedo mantenerme en pie.
Apenas puedo recuperar el aliento después de lo que acaba de decir.
Sé que sus palabras debían asustarme, humillarme y avergonzarme, y
siento todo eso. Y quiero abofetear su cara por eso. Pero también quiero
acurrucarme contra él. También quiero esconderme en su pecho imposiblemente
ancho y sollozar y sollozar.
No estoy segura de por qué. 190
Y este impulso no hace más que crecer cuando continúa:
—Esto termina esta noche, ¿entiendes? No vas a volver a verlo. No vas a
salir a escondidas. No vas a vestirte como una puta y a ir a un bar donde no
deberías estar en primer lugar porque eres menor de edad. Por no hablar de que
los hombres te miran como si estuvieran esperando a tenerte a solas y
destrozarte como lobos hambrientos. ¿Lo entiendes? Porque si no lo haces y hay
alguna confusión, quiero dejar claro que no sólo me ocuparé de ti, sino también
de él. Lo que probablemente debería haber hecho la primera vez.
Se me corta la respiración.
—No, por favor. No lo hagas.
Sus ojos se convierten en rendijas.
—Lo entiendo. Lo entiendo. No volveré a verlo. Pero no... no le hagas nada.
—Cuando lo único que hace es mirarme en silencio, aprieto los puños de su
chaqueta—. Por favor, Sr. Marshall, no le haga daño. Le prometo que no lo
volveré a ver. Se lo prometo. Por favor.
Sus rasgos permanecen tan tensos y durante tanto tiempo que no creo que
vuelva a aflojarse.
No creo que vuelva a perder su ira.
Pero lo hace.
Respira profundamente y continúa:
—Recuérdalo entonces.
Asiento con un movimiento de cabeza.
—Y ahora —continúa—, te voy a dar mi chaqueta y te la vas a poner. Vas
a salir de aquí, toda cubierta como deberías haber estado en primer lugar. Y
luego, te llevaré de vuelta y te disculparás con Mo por hacerla preocupar.
Eso llama mi atención y digo:
—¿Mo estaba preocupada?
Su mandíbula se aprieta.
—Lo suficiente como para llamarme en la ciudad, sí.
Así que fue ella la que le llamó. Y él vino aquí.
Lo cual sigue siendo extremadamente improbable y extraño para mí.
Como, ¿cómo lo hizo incluso...?
Es como si pudiera oír mis pensamientos, y explica con la misma voz
gruesa:
—Este es su lugar habitual, ¿no? Este bar. Aquí es donde solías
escabullirte, hace años. Así que cuando Mo no pudo encontrarte en ningún sitio
y me llamó a la ciudad, sumé dos y dos. Persiguiendo así a una adolescente
rebelde y arruinando mi puta noche. 191
Mi respiración entra y sale en ráfagas y bocanadas mientras asimilo su
explicación. Todo tiene sentido. Excepto...
—P-pero cómo... supiste —pregunto, con mi muñeca aún en su agarre—.
Que aquí es donde me escabullí.
Su abdomen se tensa de nuevo antes de exhalar.
—Rastreador.
—¿Rastreador?
—En tu teléfono.
Supongo que mi mente es aún demasiado lenta para entenderlo. Así que
me lleva unos segundos parpadear hacia él, respirando desordenadamente, para
finalmente entenderlo.
Puso un rastreador en mi teléfono.
El que tenía cuando vivía con él.
Lo dejé atrás, al cuidado de Mo, cuando me fui a St. Mary.
Así es como lo supo.
Sobre Jimmy y mis excursiones nocturnas de entonces.
Siempre me lo había preguntado. Porque al igual que esta noche, también
había sido siempre muy cuidadosa. Así que fue un shock cuando Mo vino a mí
con la noticia de irme a St. Mary. Pero ahora lo sé.
Era el rastreador de mi teléfono.
Estudio sus rasgos. Su mandíbula tallada en piedra, que le hace parecer
tan dominante y autoritario, y sus ojos bastante duros con los que me está
estudiando de vuelta.
Quiero pelear con él. Quiero discutir pero no puedo.
No tengo la fuerza.
Aturdida, lo veo dar un paso atrás y mis manos caen a los lados.
Se quita la chaqueta de tweed, dejando al descubierto su camisa de vestir
gris, almidonada y estirada contra sus arqueados pectorales.
Sé que debería alcanzar su chaqueta ahora.
Debería reunir las fuerzas suficientes para quitársela y ponérmela a mí
misma.
Pero estoy tan cansada. Tan agotada ahora mismo.
Apenas puedo estar de pie aquí o incluso mantener los ojos abiertos.
Y tal vez se vea claramente en mi cara, mi cansancio, mi miseria y mi
humillación, que no tengo que hacer nada de eso.
No me deja.
Vuelve a dar un paso adelante y, antes de que pueda formar un 192
pensamiento, hace girar la chaqueta por detrás de mí, con movimientos
apretados y bruscos, y me la coloca sobre los hombros, subiéndome el cuello.
Cuando termina, encorvo los hombros y aprieto su chaqueta, su calor, a
mi alrededor.
Quiero dar las gracias porque estoy agradecida por la cobertura que me
ha proporcionado.
Pero las palabras que salen son totalmente diferentes.
—Feliz cumpleaños.
Es su turno de estremecerse.
Tal vez fue una estupidez.
Pero es su cumpleaños.
Mo me dijo esta tarde, después de que yo le contara que fue idea suya que
viniera a pasar el fin de semana en la mansión con ella. También me dijo que no
le gusta celebrar su cumpleaños. Pero cuando le pregunté por qué hizo lo que
siempre hace: cerrarse en banda, diciéndome que es su historia la que tiene que
contar y no la de ella.
No la presioné, pero desde entonces me lo pregunto. Como me pregunto
sobre todas las cosas relacionadas con él.
—Sé que no te importa tu cumpleaños —continúo—: pero nadie debería
quedarse sin un feliz cumpleaños en su día especial, así que —añado—, siento
haberte arruinado la noche. Siento haberte mentido durante tres años. Pero sólo
lo hice porque no me dejaste otra opción.
Es entonces cuando agacho la mirada y me escondo aún más en su
chaqueta. Porque eso es todo. Esa es toda la energía que tengo.
Ahora sólo quiero ir a casa y acurrucarme en mí misma y desaparecer.
Pero aún no ha terminado.
—Puedes pasar el fin de semana con Mo como estaba previsto, pero el
lunes hablaremos de tu futuro en St. Mary.

—¿Estás segura? —pregunta Echo en un susurro, con los ojos muy


abiertos y preocupados.
Lo cual entiendo perfectamente.
—Porque si no estás segura, no creo que debas hacerlo —añade Jupiter,
con la voz igualmente tranquila y los ojos igualmente abiertos y preocupados.
Y de nuevo, lo entiendo.
Entiendo de dónde vienen ambas.
193
—Creo que deberías pensar en lo que esto podría significar —insiste Echo.
—Esto podría tener consecuencias realmente nefastas. No sólo para él —
explica Jupiter—. Sino también para ti.
—Sí. —Echo asiente con urgencia—. ¿Y si no lo hace? ¿Y si todo este plan
se vuelve en contra? ¿Y si...
—Bien, paren —les digo a ambos con voz firme, pero sólo un poco por
encima de un susurro—. Las dos.
Como buenas amigas que son, lo hacen.
Pero su preocupación es otro asunto. No desaparece y me aprieta el
corazón.
Me hace tambalear mi determinación. Me hace pensar —por centésima vez
desde que se me ocurrió el plan en aquella mansión, en mi habitación, hace tres
días— que no debería hacerlo.
Que esto no sólo es una tontería, sino también un peligro.
Esto es malvado.
Esto es aún más malvado que el plan de chantaje que habíamos ideado.
Más malvado que encontrar su debilidad y usarla contra él. Porque no estoy
buscando una debilidad existente, estoy creando una.
Es como plantar pruebas en lugar de descubrirlas.
—Miren —empiezo a decir y ambas me lanzan miradas expectantes—. Lo
sé todo. He pensado en todo. He pasado todos los escenarios por mi cabeza, ¿está
bien? Todos los pros y todos los contras y... —Suspiro, cerrando los ojos por un
segundo—. No hay otra manera. Tengo que hacerlo. Tengo que correr el riesgo si
quiero ser... libre.
Porque en unas horas, va a hacer lo que me dijo que haría.
Me va a encerrar aquí y esta vez, Mo no estará allí como amortiguador.
Me dará la noticia personalmente y romperá todos mis sueños para
siempre.
Por eso me ha llamado a su despacho a las cinco de la tarde de hoy.
¿No es así?
Había dicho que hablaríamos de mi futuro el lunes —lo que sólo significa
una cosa— y el lunes está aquí. Bueno, para eso y también para la detención.
La cual, según su nota que ha entregado el primer periodo, durará hasta
que decida lo contrario.
—Bien. Sí. Sí. Lo entiendo —susurra Echo, sacándome de mis
pensamientos.
Jupiter dice:
—¿Y qué, diez minutos entonces?
194
Por un segundo no puedo hablar.
Porque estoy muy abrumada.
Por su apoyo y fácil acuerdo.
Significa más de lo que puedo decir.
Asiento, parpadeando y deshaciéndome de la humedad.
—Sí. Sólo manténgalo ocupado durante diez minutos más o menos.
Asegúrense de que se quede con ustedes. Yo entraré y saldré.
Jupiter asiente con la cabeza con determinación.
—De acuerdo, puedo hacer diez minutos.
Echo asiente.
—Sí. —Luego, suspirando también, me lanza una pequeña sonrisa—.
Buena suerte.
Entonces ambas salen del baño donde nos hemos apiñado en grupo y
caminan en dirección a la cafetería; a él lo vimos entrar a por su almuerzo. Y yo
voy en dirección contraria.
Donde está su oficina, y donde voy a plantar una pequeña cámara y
comenzar el final.
C
onseguí la cámara de Lucy.
Lucy trabaja en la cafetería. Y siempre le ha gustado mi
Birkin de cocodrilo del Himalaya de Hermès. O mejor dicho, el
Birkin de cocodrilo del Himalaya de Hermès que me legaron.
Quiero decir, ¿quién no lo haría? Es posiblemente el bolso más
caro que ha existido y se lo regaló a Charlie uno de sus novios productores.
Otra cosa sobre Lucy: tiene un hermano con contactos.
Del tipo que sabía que podía conseguir una cámara diminuta que puede
permanecer oculta detrás de cosas como libros encuadernados en cuero en una
estantería. Y si esa estantería está dispuesta al azar sin ton ni son, aún mejor.
Porque entonces puedo mover y ordenar las cosas en ella para colocar esa
pequeña cámara para obtener la mejor vista y el mejor ángulo sin que me
atrapen. 195
Así que junté todas estas cosas: Birkin de cocodrilo de Hermès a cambio
de una cámara que he escondido en un lugar perfecto de la estantería.
No sé por qué estoy pensando en la cámara y sus orígenes cuando tengo
otras cosas muy importantes en las que pensar, pero lo hago. También estoy
mirando por la ventana que tengo enfrente.
O más bien mirándola.
Porque está todo cubierta de niebla y de gruesos riachuelos de lluvia, así
que todo lo que puedo ver realmente cuando miro a través de él es un borrón. Y
eso es porque está lloviendo.
Duro.
Y con rabia.
Comenzó hace dos días. En algún momento de la noche del viernes,
cuando estaba durmiendo.
Y no ha parado desde entonces.
De hecho, ha empeorado.
Tanto es así que cada vez que el cielo se ilumina con un trueno, todo el
suelo tiembla. Las ventanas vibran y el techo casi se hunde. Puedo oír el viento
aullando, golpeando contra las ventanas junto a la espesa lluvia.
Sólo ha habido una vez en la que ha ocurrido algo así.
En el tejado de su mansión, hace cuatro años.
Tal vez por eso mi corazón late ahora mismo y cada respiración que hago
es estremecedora y temblorosa, y no puedo dejar de pensar en esa noche. La
noche en que tuve mi primera conversación con él.
Mi guardián diabólico.
El hombre que desde entonces me atrapó, me atormentó. Me controló y me
dejó sin poder.
El hombre que probablemente se está preparando para hacerlo todo de
nuevo.
Todavía no lo sé.
No ha dicho nada.
Y ya casi es la hora. Una hora de detención está a punto de terminar, y
todavía no me ha dicho una palabra.
Está sentado en la silla de su despacho, con la cabeza inclinada, los ojos
bajos y sobre un libro. Tiene el mismo aspecto de siempre. Pelo oscuro y rizado,
grueso en la parte superior y cortado cerca del cuero cabelludo en los lados,
echado hacia atrás. Sus pestañas son rizadas y tan largas que proyectan
sombras sobre sus altos y poderosos pómulos.
Esa protuberancia en la nariz que le da cierto aire pero que tiene una
historia tan triste. 196
Que probablemente nunca descubriré ahora.
Después de hacer lo que he venido a hacer, perderé esa oportunidad.
Perderé cualquier posibilidad de conocerlo, de saber todos sus secretos.
Nunca sabré qué le hizo mi madre. Por qué no celebra su cumpleaños. Por
qué está tan enojado y grave todo el tiempo.
Tan frío y distante.
Me entristece.
Pero supongo que son los nervios. Por eso me siento tan extraña.
Pero, de nuevo, siempre he sentido cosas extrañas y sin sentido alrededor
de mi tutor.
—Se acabó el tiempo.
Su voz rompe mis pensamientos y me estremezco.
Me aclaro la garganta, agarrando la esquina de mi cuaderno.
—Eh, ¿quieres... quieres verlo?
—Sí.
No hay dudas en su respuesta.
De hecho, llega incluso antes de que termine mi pregunta y hace que mi
corazón lata más rápido. Su afán.
Y también trae alivio.
Que todavía quiere verlo. Todavía quiere ver mis bocetos después de todo.
Después de que me dejara en la mansión y de que yo subiera corriendo a
mi habitación todavía con su chaqueta, desapareció. No estuvo allí a la mañana
siguiente ni durante todo el fin de semana. No es algo fuera de lo común, que
desaparezca cuando estoy cerca.
Pero esta vez, se sintió más visceral. Más hueco y pesado.
Y el hecho de que Mo me lanzara miradas de compasión no ayudaba. Ella
seguía diciéndome que hablaría con él. Que no se rendiría. No hasta que él la
escuchara y le prometiera que no sería tan duro conmigo. Y yo le decía que no
era su problema.
Era mío.
Es mío.
Y voy a ocuparme de ello.
Así que ignoro el alivio, la euforia que me produce el hecho de que siga
queriendo ver mis diseños. Probablemente sea porque es el único que los ha
visto, que me ha hecho salir de mi caparazón y compartir mi afición, mi pasión
incluso, con el mundo. Y en la última semana, me he vuelto adicta a
enseñárselos. 197
Después de hoy, no podré hacerlo.
Pero está bien porque estoy ganando muchas otras cosas.
Lentamente y sin dejar de mirarle en todo momento, rodeo el escritorio y
me acerco a su silla. Le tiendo la mano y le ofrezco mi cuaderno.
Pero no lo toma.
En cambio, gira la silla hacia mí y, trazando su meñique con anillo de plata
sobre su labio inferior, ordena:
—Muéstrame tu diseño favorito.
—Mi diseño favorito.
—Sí.
No sé por qué me pide esto. O por qué me mira, me observa con ojos tan
intensos.
Pero aun así, miro mi cuaderno de notas, dispuesta a cumplir sus órdenes.
Antes incluso de abrirlo y hojear las páginas, ya sé cuál voy a elegir. Por
pura suerte, hoy he traído este cuaderno porque contiene mi vestido favorito.
Cuando lo encuentro, se lo doy y esta vez lo toma sin dudarlo. Cuando
inclina la cara para mirarlo, yo también me acerco.
Tanto es así que las puntas de nuestros zapatos se tocan.
Y por alguna razón, me parece algo tan ilícito, tan prohibido, que nuestros
zapatos se toquen, que tengo que agarrar mi falda.
Tengo que juguetear con mis gafas mientras digo:
—Así que este es un vestido de noche y es de color morado oscuro. Tiene
mangas completas de red y una profunda V en la parte delantera. También está
cubierto por esta fina red y...
Tengo que hacer una pausa aquí porque él pasa su meñique por el
profundo escote cubierto de red —es incluso más profundo que el vestido que
llevé el viernes, bajando casi hasta el ombligo y todo cubierto por esta fina red
como de gasa— acariciando las colinas, el valle entre los pechos.
Y juro por Dios que lo siento en mi propia piel.
Siento su dedo rozando el valle entre mis pechos.
Incluso los arqueo mientras estoy aquí, toda desvergonzada e inquieta.
Siento mis pechos pesados, mis pezones con cosquilleo.
—¿Coincide con qué? —incide, todavía mirando el vestido.
Es difícil alejarme de estas sensaciones de agitación y de sus dedos
fantasmas, pero lo hago.
—Eh, coincide con la espalda de la misma manera. Desciende hasta la
parte baja de la espalda y también está cubierta por una red. 198
Hay otro boceto que lo representa y también se toma su tiempo para
asimilarlo.
Para desterrar el cosquilleo que ahora siento en la parte baja de la espalda,
sigo avanzando.
—Y luego el corpiño está tachonado de lentejuelas y...
—Tu favorito —murmura.
Haciendo que trague.
—Sí.
—Junto con los lunares. —Voy a confirmarlo, pero continúa murmurando:
—Y el ante. —Otra pausa de un segundo antes de decir—: Y, por supuesto,
púrpura.
Y ahora no puedo ni siquiera obligarme a asentir para confirmarlo.
Que sí, que estas son las cosas que me gustan. Estas son mis cosas
favoritas.
Cosas que nunca he compartido con nadie antes.
Excepto él.
Mi enemigo.
De alguna manera me conoce más que nadie en mi vida. Él me conoce
mejor.
—¿Cómo se llama? —pregunta, con la cabeza oscura agachada y los ojos
de chocolate puestos en la página.
—Dulzura Problemática —susurro.
A esto, finalmente los levanta, sus ojos.
—Dulzura Problemática.
—Le puse el nombre de un tono de pintalabios —le digo porque quiero que
lo sepa, porque ya ha demostrado que lo entenderá—. Púrpura, por supuesto.
Me encanta cómo queda ajustado hasta abajo pero luego el dobladillo se extiende
como una cola. Sólo que en un gran círculo ondulado. Por no hablar de que es
sexy con todos esos profundos hundimientos y Vs, pero luego la red le da un aire
más clásico, discreto e inocente.
Y como siempre, ahora que he empezado a hablar de ello, de mi diseño,
descubro que no puedo parar. Me acerco aún más, las puntas de nuestros
zapatos se presionan mutuamente mientras me inclino y pongo mi dedo en la
página.
—Oh, ¿y este tocado a juego? Es una especie de halo oscuro, ¿sabes? Así
que es angelical pero no realmente porque es oscuro. Así que es un juego entre
un problemático y una dulzura. De ahí lo de Dulzura Problemática. —Sonrío
ligeramente, mirando mi propio diseño—. Todavía no he decidido la tela. Estoy
dividida entre algo súper suave y sedoso, y algo más brillante. ¿Organza o gasa, 199
tal vez? Pero sí. Es el vestido de mis sueños. Porque creo que es mi diseño más
atrevido. Me encantaría que alguien lo llevara algún día. En algún lugar. —
Entonces—. Como en una pasarela o algo así.
Me congelo en cuanto lo digo.
También me sonrojo.
Ni siquiera sé por qué lo digo.
Supongo que ya se ha establecido que le digo las cosas más escandalosas,
pero aun así. Esto va más allá de eso.
Esto es más que escandaloso y fantasioso.
Es decir, sí, me encanta diseñar vestidos. Y la alegría de diseñar vestidos
reside en el hecho de que un día alguien llevará tu creación. Por eso regalo la
mayoría de los vestidos que hago.
Y bien, tal vez he pensado en que otras personas —personas que no son
mis amigas— las lleven. Mientras desfilan en una pasarela.
Pero.
No significa que tenga un deseo activo de hacerlo. Sobre todo porque es
muy difícil. Es una locura agitada. Es una locura. Y no está en mí lograr algo así
cuando apenas puedo asistir a una clase o graduarme en la escuela secundaria
sin pelearme con mi tutor convertido en director.
—Lo harás.
Sus firmes palabras hacen que mis ojos se dirijan a los suyos y me doy
cuenta de lo cerca que estamos.
De lo cerca que están sus ojos de chocolate de mí.
Conmigo inclinada sobre él así, estamos respirando el aire del otro. O más
bien yo estoy respirando el suyo. Estoy respirando lo que me da a través de sus
labios separados.
Lo inhalo, todo su oxígeno mezclado con cuero y humo, y lleno mis
pulmones con él.
Con su extraña creencia en mí. Nunca he tenido eso antes.
Es adictivo.
Él es adictivo.
Drogada, susurro:
—Llueve como aquella noche. Hace cuatro años.
Su mandíbula se aprieta por un segundo, algo parpadea en esos ojos.
—Sí.
—Estaba rezando por un milagro. En ese tejado —le digo—. Estaba
rezando por un dios, tal vez.
Otro apretón. 200
—Pero no lo conseguiste a Él.
—No, te conseguí a ti.
—El diablo.
Con pelo oscuro y ojos oscuros.
De pie, con un paraguas y mis gafas.
Mi recién nombrado tutor.
Y ahora está sentado aquí, con sus ojos igual de oscuros y bonitos, su pelo
rizado todavía rico y espeso. Sólo que de alguna manera es más poderoso.
Es más potente y omnisciente.
De alguna manera, estoy más atrapada bajo él que antes.
—Pensé —continúo, mirando a sus intensos ojos—, que si exponía mi
argumento lo suficientemente bien, entrarías en razón y me dejarías ir.
—Pero no lo hice.
—Y luego, aquí en la escuela de verano, pensé lo mismo. Pensé que si se
me ocurría una solución, tendrías que dejarme salir antes.
Cosas oscuras parpadean en sus rasgos antes de decir:
—Fuiste ingenua.
—Lo fui.
—¿Y ahora qué?
—Es lunes.
—Lo es.
—Dijiste que hablaríamos de mi futuro.
—Lo hice.
Mi corazón late.
—Entonces, ¿cuál es mi futuro?
—Lo que yo quiera que sea.
Mi corazón late con más fuerza.
—¿Y qué quieres que sea? ¿Qué me vas a hacer?
Tarda unos segundos en responder. En esos pocos segundos, vivo y
muero, me derrito y me congelo.
Esperando y esperando que diga las palabras.
Para dar el veredicto y yo poder tomar represalias.
—¿Ha terminado con él?
Mis dedos se flexionan ante su repentina pregunta y me doy cuenta de que
el cuaderno sigue abierto entre nosotros y mis dedos siguen apuntando a cosas, 201
cosas que ambos no estamos mirando ni nos importan ahora mismo.
Quiero alejarme entonces pero no puedo por alguna razón.
Así que suspendida sobre él, respirando su aire, miento:
—Sí.
—¿Estás segura de eso? —vuelve a preguntar, con la voz baja.
—Sí. —Asiento, con el corazón encogido—. No quiero que le hagas nada a
Ji... Sus ojos se entrecierran ante mi desliz y me corrijo—. A él.
Mi seguridad —aunque eso es lo que él quería— hace que su cuerpo se
ponga más tenso. Hace que sus rasgos se vuelvan más malvados.
—Qué novia tan perfecta eres, eh. —Luego, lenta y bruscamente, con los
dientes apretados—: Qué novia tan malditamente perfecta.
El corazón se me revuelve en el pecho ante la amargura de su tono y le
susurro:
—No quiero hablar de eso.
—¿Si? Entonces, ¿de qué quieres hablar?
—Sobre ti.
—¿Y yo qué?
Con el corazón en la garganta, susurro:
—Quiero algo de ti.
—Quieres algo de mí.
—Sí. Antes de que me encierre aquí. —Mis dedos se flexionan sobre la
página de nuevo, los dedos de mis Mary Janes presionando contra sus
mocasines italianos—. Eso es lo que vas a hacer, ¿verdad? Vas a encerrarme
aquí, en St. Mary, durante mucho, mucho tiempo.
Esta vez, empuja de vuelta.
Siento las duras y afiladas puntas de sus mocasines presionando los
suaves y redondeados dedos de mis Mary Janes. Y esa presión hace que se me
aprieten los muslos.
—Por todas tus mentiras, querrás decir —gruñe.
—Sí. Así que quiero que hagas algo antes de encerrarme por mucho
tiempo. Algo así como mi último deseo.
De nuevo, me deja colgada a la espera de su respuesta. Y de nuevo, en
esos pocos segundos vivo y muero mil veces.
Luego, con la mandíbula palpitando, pregunta:
—¿Y cuál es tu último deseo?
Esto es todo.
Mierda, esto es todo. 202
Este es el momento. Así es como recupero mi libertad y mi control.
Así es como lo atrapo.
—Un beso —digo—. Mi último deseo es que me des mi primer beso.
Y cuando lo haga, la cámara situada en su estantería lo grabará.
Grabará a Alaric Rule Marshall besando a Poe Austen Blyton.
Pero eso no es todo, ¿verdad?
Grabará al Sr. Marshall, el tutor, besando a Poe Blyton, su pupila.
Sin mencionar que grabará al director Marshall besando a la señorita
Blyton, su alumna.
Y eso es una prueba.
Esa es la debilidad que he estado buscando durante la última semana, y
es una debilidad que voy a utilizar contra él cuando llegue el momento.
P
odría perderlo todo.
Podría perder sus conferencias, sus trabajos, su
investigación, toda la reputación por la que ha trabajado tan duro.
Por no hablar de sus deberes como concejal y todo lo demás en lo
que está involucrado.
Me dan ganas de retirar mis palabras.
Y esas ganas no hacen más que aumentar cuando, al oír mis palabras, se
lame los labios y baja la mirada hacia los míos.
Pero eso no es todo.
Eso no es todo lo que ocurre.
Hay más.
Justo al lado de esta oleada de culpa, siento una oleada de algo más. Algo 203
ardiente y con cosquilleo.
Algo que hace que mis muslos se vuelvan a apretar, y mi vientre palpite, y
entonces él se mueve y pierdo toda la respiración y los pensamientos.
Al principio parece que se inclina hacia mí, sus mocasines italianos
empujando mis Mary Janes, haciéndome retroceder. Y creo que va a hacerlo.
Me va a conceder mi deseo y me va a besar.
Y todo va a ser capturado por la cámara y oh Dios mío, debería advertirle.
Debería decirle que no debería.
No debería besarme.
No debería besarme en absoluto o tendrá muchos problemas.
Pero entonces me doy cuenta de que no se está inclinando hacia mí, sólo
lo parece porque se pone de pie. Se levanta de la silla y se pone de pie. Y como
estoy tan cerca de él, me empuja hacia atrás.
Me empuja más hacia atrás cuando da un paso hacia mí.
Cuando sigue haciéndolo.
Y de repente, me he encontrado, con mi culo, al borde de su escritorio.
En ese momento, estoy pensando y asumiendo que dejará de hacerlo.
Pero no lo hace.
Me hace retroceder aún más. Hasta el punto de que tengo que hacerle
sitio, a su gran cuerpo musculoso y a algo misterioso que gotea de sus ojos
oscuros mientras me observa.
Y la única manera de hacerlo, de hacer espacio, es subirse al escritorio.
Para realmente sentarse en sus papeles y cosas.
Incluso para inclinarse un poco hacia atrás porque no deja de acercarse a
mí.
No hasta que tenga las dos manos extendidas sobre su escritorio y a cada
lado de mí.
No hasta que sus ojos estén ahí, mirándome desde tan cerca.
Tan cerca que me ahogo en ellos.
Que realmente pruebe el chocolate pegajoso, azucarado y amargo en mi
lengua.
Pero entonces me quita todos mis pensamientos y mis gafas en el siguiente
segundo. Ni siquiera sabía que iba a hacer eso hasta que las cosas detrás de él
se vuelven borrosas.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto, volviendo a mirar hacia él.
Sin embargo, no está borroso.
Está claro. Es lo único claro ahora mismo, de hecho.
204
—Quitándote las gafas —responde.
—Pero no puedo ver nada.
—No necesitas ver nada.
—¿Qué? Yo...
—Cualquier cosa que no sea yo —raspa, sus ojos penetran.
Trago.
Sentirse atrapada y dominada. Sentirse... emocionada.
Estúpidamente.
—Así que tu primer beso, ¿eh? —vuelve a gruñir, y un relámpago brilla en
el cielo detrás de él.
Haciendo que me dé cuenta de que el cielo se está cayendo justo fuera de
esta oficina.
Que la lluvia cae con más fuerza, golpeando las ventanas como mi corazón
golpea mi caja torácica.
Pero no me importa.
Todo lo que me importa es él. Todo lo que puedo ver es a él.
Y lo que es más, todo lo que quiero ver es a él.
Me lamo los labios secos y me agarro al borde del escritorio.
—Sí.
—Porque ahora no puedes conseguirlo de tu novio, ¿verdad?
—No.
—Porque se acabó con él.
—Sí.
Me mira con esos ojos brillantes que tiene.
—Y como te vas a ir por mucho, mucho tiempo, quieres que yo haga los
honores.
—Sí —susurro, con hipo—. Porque lo he esperado. He esperado tres años
por ello y cada vez que creo que puedo conseguirlo, tú haces algo. Impides que
suceda. Lo robas.
—Lo robo.
Asiento, con las uñas clavadas en la madera.
—Sí. Quise besarlo hace tres años, pero no pude. Porque me echaste. Y
quise besarlo el viernes pasado pero tú...
Algo parecido a la satisfacción, cruel y oscura, se dibuja en sus rasgos.
—Pero entré y arruiné todos tus planes.
Lo hizo.
205
—Así que me debes ese beso —le digo—. Me debes mi primer beso.
Sus labios se levantan bruscamente en un remedo de sonrisa.
—El diablo te debe un beso.
—Sí.
Mis uñas se clavan en la madera con más fuerza.
Porque he pensado en eso. He pensado en el diablo besándome.
¿Cómo no iba a hacerlo?
Llevo tres años esperando mi primer beso. Y nunca pensé que lo recibiría
de otra persona, alguien que no fuera Jimmy.
Así que sí, he pensado en ello y había decidido que haría este sacrificio.
Por nosotros.
Haría el sacrificio de recibir mi primer beso de otra persona si eso
significara poder estar con Jimmy.
Pero Dios, Dios, ahora que ha llegado el momento, esto no se siente como
un sacrificio.
No se siente en absoluto como un sacrificio.
Tararea.
—Supongo que el diablo podría arreglar eso. —Una pausa, luego dice—:
Por su arpía.
Al mismo tiempo, mi respiración se congela y mi corazón da un vuelco.
—Así que... ¿vas a hacerlo? ¿Vas a besarme?
Ladea la cabeza como si me estudiara desde otro ángulo.
—Con una condición.
—¿Qué?
Me mira los labios y tengo que lamerlos bajo su escrutinio.
—Que me toca hacer más.
—¿Más qué?
Al levantar la vista ante mi pregunta, sus ojos se vuelven oscuros en una
fracción de segundo.
—Más que besar.
Los relámpagos vuelven a iluminar la habitación, lo que me hace
comprender que se ha hecho de noche. Que las nubes negras se han apoderado
del cielo y lo han vuelto todo gris y amenazante.
Exactamente como él lo ha hecho.
Exactamente como sus palabras ásperas y sus ojos negros han convertido
206
de repente el despacho del director en una especie de guarida clandestina.
Tanto es así que, a mi pesar, me inclino más hacia atrás y susurro con los
ojos muy abiertos:
—¿Qué hay más que besar?
Se da cuenta de mi miedo -Dios, lo hace- y esa boca afelpada se levanta
en una pequeña sonrisa que me golpea justo en la barriga. Y me golpea tan fuerte
que la aprieto y me agarro aún más al escritorio para no caerme.
Aunque no creo que me deje ir a ninguna parte.
Creo que me hará retroceder, me dará algún ancla a la que agarrarme para
quedarme aquí.
Donde me quiere.
Y me da la razón en el siguiente suspiro, cuando se acerca aún más a mí
y me da realmente algo a lo que agarrarme.
Sus muslos.
Sus poderosos y musculosos muslos que acomoda entre los míos abiertos,
abriéndolos aún más. Y como un imán, mis miembros se adhieren a los suyos.
Mis muslos quedan al ras de los suyos y se sujetan.
El primer contacto entre nosotros. O más bien el primer contacto íntimo
entre nosotros.
Debería sentirse mal.
Debería sentirse inapropiado por muchas, muchas razones. Ni siquiera
quería tocarlo.
Pero no es así.
—Lo que es más que besar, Poe —gruñe, haciéndome clavar mis talones
en sus muslos con más fuerza—, es follar.
Entonces pierdo el equilibrio.
O al menos eso parece.
Que mi estómago toca fondo, mi corazón se inclina y estoy en caída libre,
y mis manos vuelan lejos del escritorio y agarran su chaqueta de tweed para
encontrar agarre.
Pero en realidad, estoy aquí.
Estoy sentada en su escritorio, con mis muslos rodeando su cuerpo. Y él
está justo delante de mí, inclinándose.
Tan claro, tan cerca.
Tanto que si se acerca más, nuestras pestañas se enredan entre sí.
Nuestras narices chocarán.
Y Dios, mi maldito Dios, si lo hacen, si nuestras narices chocan entre sí, 207
voy a besarlo.
Sé que voy a besar esa pequeña imperfección en su nariz. También voy a
lamerla.
Tengo que hacerlo.
—Follar —susurro.
—Sí —dice, con su aliento flotando sobre mi boca—. Sabes lo que es eso,
¿no?
Saboreo su aroma en mi lengua.
—Sí.
—Sí, me lo imaginaba. Ya que hablas mucho de ello.
—Yo...
—Lo que me hace pensar que debes estar muy dispuesta a ello.
—No lo estoy.
—¿No?
Agarro su chaqueta con más fuerza.
—No.
Me mira a la cara con ojos brillantes.
—Mentirosa. —Luego, antes de que pueda decir nada a eso, susurra—:
Pobrecito Poe. No puede dejar de mentir, ¿verdad?
Hace que mi cuerpo se sacuda.
Sus palabras, tiernas y despectivas a la vez, me hacen arquearme aún más
contra él.
—Pero tú...
—¿Pero yo qué?
Tomo aire con hipo.
—No puedes follarme. No puedes.
Sus ojos brillan.
—Deberías haber pensado en eso cuando le pediste al diablo que te besara.
Porque un beso nunca es sólo un beso. —Se acerca mucho y juro que las puntas
de nuestras narices se tocan—. Al menos, un beso nunca es sólo un beso, Poe,
cuando te estoy besando. Así que ya es demasiado tarde. También vas a tener
tu primer polvo antes de que te deje salir por esa puerta.
—Pero está mal —digo, sacudiendo la cabeza con vehemencia.
—¿Si? ¿Por qué?
No se me ocurre ninguna razón. 208
¿Por qué no se me ocurre una razón?
Sé que hay un millón de razones por las que no puede. Las conocía todas
hace un momento.
Pero por mi vida, no puedo pensar en ninguno ahora mismo. Y el hecho
de que me aferre a él como si fuera mi salvavidas no ayuda.
—Porque eres mi tutor —suelto entonces, lo primero que se me ocurre.
Aunque mientras lo digo, sé que realmente no me importa.
¿A quién le importa?
Sus ojos vuelven a brillar.
—Ya tienes dieciocho años, ¿no?
—S-sí.
—Así que no necesitas un guardián —retumba—. ¿Lo haces?
—No.
—Así que problema resuelto entonces.
—También eres mi director —digo a continuación, de nuevo sabiendo que
no me importa.
En absoluto.
¿Por qué no importa?
¿Qué demonios, Poe?
Por qué no importa nada ahora mismo, excepto él y sus ojos y sus palabras
y su olor y su calor.
—Sí —susurra, asintiendo ligeramente—. Eso podría ser un problema.
Aprieto mis muslos alrededor de él como si no quisiera que se alejara.
—¿Podría?
—Ajá. ¿No lo crees?
No.
Eso es lo primero que grita mi cerebro.
Pero mi boca aún se está poniendo al día y todo lo que sale son algunos
balbuceos y tropezones a los que ni siquiera yo puedo dar sentido ahora mismo.
—Yo... yo... tú...
—En realidad, tienes razón —dice, cortándome, como si entendiera todo
lo que acabo de decir—. No debería ser un problema. Muchos directores se follan
a sus alumnos, ¿no? —Pero no parece querer mi respuesta porque continúa—:
Lo hacen. Todo el tiempo. A cambio de mejores notas, de créditos extra, de que
no haya castigos. Ahora bien, ambos sabemos que no voy a darte una mejor nota
ni a dejar que te salgas del castigo, y mucho menos a dejar que te salgas de la
escuela de verano. Así que qué tal si prometo darte más privilegios y dejarte salir
209
de tu jaula cada dos fines de semana.
De nuevo, las palabras me fallan y todo lo que puedo hacer es balbucear
y tropezar con ellas. Y de nuevo, no necesita que sea coherente mientras
continúa:
—La puerta está cerrada y puedo encontrar una forma de cerrarte la boca
y mantenerte callada. Porque si mis suposiciones son correctas, entonces tú,
Poe, vas a ronronear como la gata salvaje que eres. Así que estamos a salvo aquí.
En mi oficina.
Y eso es todo.
Esa es la razón.
Porque realmente no lo estamos.
No estamos seguros.
Lo he hecho así. He hecho que incluso dentro de estas cuatro paredes, en
su oficina que es esencialmente su santuario, hay una amenaza que se cierne
sobre él.
Y esa amenaza soy yo.
Por eso no puede. No porque sea mi tutor o mi director ni ninguna de esas
estúpidas razones. Es porque estoy planeando arruinar su vida.
Tengo que decírselo.
Tengo que hacerlo. Tengo que hacerlo.
No puedo dejar que esto continúe. Tengo que parar esto.
Pero, por alguna razón, las palabras se me atascan en la garganta y digo
algo totalmente distinto.
—¿Cómo me vas a callar?
Ante mi pregunta, siento que un escalofrío recorre su cuerpo.
Siento que su pecho se sacude ligeramente y oigo cómo se arrugan los
papeles. Me hace pensar que puede estar apretando los dedos alrededor de ellos
como yo aprieto los míos alrededor de su chaqueta.
Haciéndome pensar que él puede necesitar tanto agarre en este momento
como yo.
Así que me inclino aún más y aprieto mis muslos alrededor de sus caderas
para dárselo.
Para mantenerlo conmigo.
—Te llenaré la boca con algo que te hará callar —retumba.
—¿Algo como qué?
Mira mis labios temblorosos.
—Ya sé con qué me gustaría taparte la boca. Pero como tendré un lugar 210
mejor para meterlo, usaré tus bragas.
—¿Mis bragas?
—Sí. Las doblaré muy bien y las pondré en tu boca para que nadie pueda
oírte gritar.
Vuelvo a apretar mis muslos, sintiendo realmente la tela de mis bragas
contra mi piel. Mi núcleo.
Que se aprieta contra él tan cómodamente.
—Estoy...
—Las llevas puestas, ¿verdad?
—Lo hago, sí.
Los papeles vuelven a arrugarse.
—Bien. Porque ya sabes cómo llaman a las chicas que no llevan bragas a
la oficina del director, ¿no?
—¿Qué? —susurro, ya sabiendo la respuesta de alguna manera.
Y él sabe que yo lo sé. Lo sabe y por eso su voz se vuelve suave y tierna
cuando responde:
—Pequeñas putas desesperadas.
Salto ante sus sucias palabras.
Ante sus gentiles palabras.
No como las que me dijo en el bar cuando se enfadó y se enfureció al verme
con un vestido ajustado para Jimmy, no.
Estas palabras son cariñosas.
O al menos eso es lo que se sienten en este momento.
Un cariño que compartimos y Dios, me encanta.
¿Cómo es que me gusta esto?
—Lo sabes, ¿verdad, Poe? —me incita.
Y yo asiento.
—Sí.
—Sólo las putitas desesperadas no llevan nada debajo de su falda de
colegiala mientras se sientan y se retuercen delante de su director.
—No me estaba retorciendo.
—Bien. Eso también está bien. —Asiente—. Porque si fuera así, Poe, si te
retorcieras y gotearas en mis sillas de cuero, te haría limpiarlo con la boca. No
soy un gran fan de los líos, ya ves.
Lo juro por sus palabras, tengo fugas.
Siento que una gota de mi jugo se desliza fuera de mi núcleo y se filtra en
211
mis bragas, esas con las que va a rellenar mi boca para que nadie me oiga gritar.
—Pero tus libros encuadernados en piel están siempre desordenados y
desparramados —le digo.
—Y si alguna vez gotearas en ellos, te haría lamer eso también.
Mis ojos se agrandan y me relamo los labios.
Lo que le hace apretar la mandíbula.
Duro.
Tan fuerte como está agarrando los papeles porque creo que escuché algo
rasgarse hace un momento.
—Pero no lo harás, ¿verdad? —retumba.
—No.
—Porque no eres una puta.
—No lo soy.
Oh Dios, pero lo soy. Lo soy.
Quiero serlo.
—Sólo actúas como una —dice, y entonces sus ojos se entrecierran—.
Como hiciste el viernes por la noche.
Me vuelvo a sacudir.
Pero esta vez sucede porque recuerdo algo.
Algo que no debería sacar a relucir pero que probablemente está escrito
en mi cara porque sus ojos entrecerrados se convierten en rendijas y gruñe:
—¿Qué?
—Nada.
Se inclina más cerca, empujándome con su cuerpo, y yo me arqueo aún
más, con los dedos de los pies curvados en mis Mary Janes.
—Poe.
—Te vas a enfadar.
—Ya estoy enfadado.
—Pero yo...
—Escúpelo.
—No llevaba nada —suelto, con la voz alta—. El viernes por la noche. No
llevaba bragas. O-o un sujetador.
Se queda quieto.
Su pecho deja de respirar y tiro de su chaqueta.
Le acerco con mis muslos, dándome cuenta de que en el proceso se me ha
subido la falda y ahora mis muslos están descaradamente expuestos. Pero ante
212
todo lo demás, no le presto más de medio segundo de atención.
Toda mi atención se centra en él.
Y esta ira que irradia de él.
Antes de que pueda calmarlo o hacer algo al respecto, gruñe:
—Por él.
Vuelvo a sacudir la cabeza.
—No. Era sólo el vestido. Era súper ajustado y no estaba hecho para las
líneas de las bragas o...
—Tienes razón —me corta, con una vena resaltando en la sien—. Estoy
loco.
—Pero te juro que no fue por Ji...
—Si quieres que cumpla mi promesa —me interrumpe de nuevo—, la que
te hice el viernes por la noche sobre no tocar a tu novio gamberro, será mejor
que no vuelvas a decir su nombre. No delante de mí.
—Señor Marshall, yo...
—¿Sabes qué?, a la mierda —gruñe y esta vez, cuando oigo que se rompe
una página, puedo ver cómo vibran sus bíceps—. A la mierda las promesas. Lo
voy a joder a pesar de todo. Voy a romperle todos los huesos del cuerpo, aunque
sé que no será suficiente. No será suficiente por todos sus crímenes. Por mirarte.
Por hacerte mentir y escabullirte y romper todas las reglas por él. Por hacer que
te enamores de él y le entregues tu corazón de lunares morados. Aunque no se
lo merezca, joder.
Mi corazón nunca se ha acelerado tanto como en este momento.
Mis respiraciones nunca han sido tan agitadas, irregulares y frenéticas.
Y nunca ha habido un dolor punzante en mi pecho, detrás de mis ojos.
Y todo ello gracias a él.
Porque como se ve ahora, todo enojado y apretado, vibrando y pulsando.
—Señor. Marshall, creo que...
—Y una vez que haya tomado eso, una vez que haya tomado tu primer
beso y tu primera follada, voy a enviarte a él —dice—, con tu boca toda hinchada
por mis besos, y tus muslos cubiertos de sangre.
Enredo mis manos en su chaqueta. Sólo que me doy cuenta de que ya no
es su chaqueta. Es su camisa.
De alguna manera, mis manos han pasado de su chaqueta de tweed a su
camisa de vestir y ahora mis nudillos se clavan en su abdomen. Su abdomen
apretado y estriado, y solo una capa de ropa separa mi piel de la suya.
Sólo una capa de ropa separa mi piel de su ardiente calor. 213
—Habrá sangre, ¿no? —pregunta entonces.
Froto mis muslos contra sus caderas, su suave chaqueta de tweed,
mientras asiento.
—Sí.
Entonces mira hacia abajo.
En mi falda levantada, mis muslos desnudos.
No se levantó del todo, pero es suficiente para saber que el dobladillo está
ahí.
Justo donde si se levanta aunque sea un micro centímetro, podrá ver mis
bragas.
Y lo deseo tanto.
Quiero que mi falda se levante aún más para que él pueda ver.
Las bragas que iba a poner en mi boca.
Levanta los ojos.
—Porque eres virgen.
—Lo soy.
—Lo estabas guardando para él.
—Sí.
Un destello de violencia en sus rasgos.
—Ya no, no lo eres.
—Señor Marshall, por favor.
—Porque soy yo quien se lo merece, ¿no? Soy el que te ha dado un techo.
Soy el que te ha vigilado durante los últimos cuatro años. Soy el que anda por la
ciudad, yendo a bares de mala muerte para perseguirte. Yo soy el que arruina
mis malditas noches porque tú no sabes seguir una puta regla. Así que te
equivocas, Poe, me lo debes. Me lo debes porque te disfrazaste de otra tipa, con
aspecto de cielo hecho a mano en mi cumpleaños olvidado por Dios.
—Lo siento.
Aprieta los dientes.
—No tanto como voy a hacer que lo sientas ahora.
Le creo.
Le creo absolutamente cuando dice que va a hacer que me arrepienta.
Pero está bien.
Está bien porque...
—Era para tu cumpleaños —digo mi pensamiento en voz alta.
Algo se mueve sobre sus rasgos. 214
—Sí.
—Y tú nunca celebras tu cumpleaños.
Ese algo se engrosa en sus rasgos, proyectando una sombra sobre ellos.
—No vale la pena celebrarlo.
Mis manos abandonan su abdomen y vuelan hasta su cara. Hundo mis
dedos en la barba incipiente de su dura mandíbula, todo mi cuerpo suspira,
respirando como si hubiera estado conteniendo la respiración todo este tiempo.
Todo a lo largo de cuatro años.
No me he tomado un respiro.
Pero ahora sí.
Estoy respirando. Mis dedos respiran.
Mi corazón respira porque lo estoy tocando.
Sin tapujos. Sin reservas.
Muevo mi pulgar sobre su escultural mandíbula, memorizando su tacto,
su calor.
—Vale la pena celebrar el cumpleaños de todos. El de todos. Incluso el
tuyo.
Su mandíbula se mueve bajo mis palmas. Sus fosas nasales se agitan
mientras dice, con un tono bajo y beligerante:
—Entonces, ¿me dejarás hacerlo? ¿Renunciarás a tu virginidad como
regalo de cumpleaños para mí?
Sí.
Mis latidos estallan al pensarlo. En lo que estoy sintiendo en este
momento.
Todas estas emociones tumultuosas.
Todo este anhelo y estos impulsos que nunca antes había sentido.
No sé qué hacer con ellos. Estos sentimientos.
Quiero decir, estoy enamorada de otra persona y ahora quiero...
Oh, Dios.
Oh, Dios mío.
No, no, no. No puedo.
Y aunque estos sentimientos contradictorios llenan cada espacio de mi
cuerpo, mis dedos no dejan de tocarlo. Mis dedos viajan hacia arriba y tocan ese
bulto en su nariz.
—Yo... estoy... 215
Se estremece ante mi contacto.
Violenta y salvajemente.
Tanto es así que su frente finalmente cae sobre la mía y gruñe:
—El tiempo se acaba, Poe.
Hago rodar mi frente contra la suya.
—Señor Marshall, yo...
Se estremece de nuevo.
—¿Lo harás o no lo harás? ¿Dejarás que te envíe a él o no? ¿Dejarás que
te envíe a tu novio gamberro con los muslos ensangrentados y chorreando para
que puedas decírselo? Para que le digas quién llegó primero.
—Estoy...
—¿Quién se metió primero? Quién se metió primero en tu coño —gruñe.
Mi canal tiene espasmos, ensuciando mis bragas. Mi corazón también
tiene espasmos.
Porque sé lo que está pidiendo.
Está preguntando lo que hizo hace cuatro años.
Y entonces yo era una chica de catorce años que estaba tan enfadada con
él, tan dolida por sus acciones que sólo quería devolverle el daño, y por eso me
había negado. Ahora, sin embargo, soy una chica de dieciocho años que sigue
enfadada y dolida, sí, pero descubro que no puedo devolverle el daño.
No sé cómo o por qué sucedió esto, pero sucedió. Tal vez sucedió en la
última semana cuando le mostré mis diseños y él me dio este espacio, este
espacio seguro, para hablar de ellos. Tal vez sucedió cuando me di cuenta de lo
mucho que él cree en mí y en mi trabajo, que nunca pensé que fuera un trabajo.
O tal vez sucedió cuando me preparó ese té.
Las cosas cambiaron.
Me equivoqué antes.
Han cambiado entre nosotros, y por eso tengo que darle la respuesta que
quiere.
Presiono mis dedos sobre su cara, sus afilados huesos cortando mis
palmas mientras susurro:
—Alaric. Alaric se metió en mi coño primero.
Sus párpados se cierran, casi como un alivio.
Se le escapa una respiración agitada. Incluso sus hombros se aflojan un
poco.
Y clavo mis dedos con más fuerza en su cara, aliviada. 216
Es un alivio que mi estúpida terquedad de cuatro años haya terminado.
Pero lo más difícil no ha hecho más que empezar.
Porque voy a tener que decírselo. Voy a tener que confesar lo que hice. Así
que empiezo:
—Pero no lo haré.
—¿Qué?
—No se lo diré. No le diré a nadie lo que hacemos aquí —digo, sacudiendo
la cabeza—. Lo que me haces. No puedo. Porque, Alaric, yo...
—¿Pero eso no anula todo el propósito?
—¿Qué?
Estudia mi cara durante un segundo, sus ojos brillan.
Con algo misterioso.
Pero entonces desaparece y, en su lugar, cae una persiana en ellos.
También cae sobre su cara.
Y en el siguiente segundo, retrocede.
Ni siquiera sé cómo sucede.
Porque yo estaba envuelta en él. Lo estaba tocando y abrazando con mi
cuerpo.
Pero ahora está de pie a una distancia -no tanto como para que no pueda
verle sin mis gafas, pero sí a un punto en el que no hay contacto entre nosotros-
con una mirada distante y dura.
Sin tocar.
Como si mis dedos no lo sintieran, trazando su piel, su rostro, deleitándose
en él, después de cuatro largos años.
—Ese es el objetivo de todo esto, ¿no? —dice, con un tono extrañamente
formal y frío.
—¿Propósito de qué? —pregunto, teniendo de alguna manera la suficiente
presencia de ánimo para cerrar mis muslos y empujar hacia abajo mi falda.
No es que mire mis acciones. Sus ojos -desprovistos de todo en realidad-
están plantados en mí.
—Toda esta farsa —explica—. Tu cámara.
Ante esto, vuelvo a pensar que me estoy cayendo. Mi estómago toca fondo
y mi corazón se inclina y cabecea. Pero en realidad, sigo sentada allí, sobre su
escritorio, con las manos volviendo a agarrar el borde del mismo.
—¿Q-qué?
—Supongo que mostrárselo a la gente es una parte de ello —dice, con la
voz baja pero, de nuevo, como sus ojos, desprovista de cualquier emoción real— 217
. El propósito de plantar la cámara.
—C-cómo...
—¿Cómo me enteré? —adivina correctamente—. No eres tan inteligente
como crees. Tampoco lo son tus amigas.
Entonces me deslizo por el escritorio. No estoy segura de que sea lo
correcto, porque en cuanto mis pies tocan el suelo, se me doblan las rodillas.
Pero tengo que hacerlo.
Tengo que pararme y salvar esta brecha de tres pasos entre nosotros.
Pero sus siguientes palabras me detienen.
—Y no eres la primera chica que intenta tomarme el pelo. —Entonces—.
Aunque tengo que decir que tu madre era mejor actriz que tú.
Todas mis respiraciones se congelan. Los latidos de mi corazón se
congelan.
Un escalofrío me recorre la columna vertebral, haciendo que la piel se me
ponga de gallina.
—¿Qué?
El apretón de su mandíbula es la única indicación de que está sintiendo
algo. Que hay algo en su interior.
Que no está muerto ni es de madera.
—Hay una cosa en la actuación que se llama comprometerse con el
momento. Bueno, es un término general y puede usarse para casi todo. Pero en
la actuación significa entregarse al papel que has inscrito. Significa
comprometerse con él, llevarlo hasta el final, llevarlo a cabo. —Otro apretón de
mandíbula—. La próxima vez, cuando interpretes un papel, intenta cumplirlo.
Si quieres seducir al director, entonces seduce al maldito director. Si quieres
jugar, hazlo, joder. La próxima vez, Poe, sonríe a la puta cámara cuando abras
las piernas para mí.
Me estremezco.
Me laten las piernas.
Abro la boca para decir algo pero él sigue:
—Así es más convincente para la gente, ¿no? Que el tirano director de un
colegio se deje seducir por una sirena adolescente. Tal y como están las cosas,
si no supiera ya lo de la cámara, tu mala actuación te habría delatado.
—Por favor, déjame explicarte, ¿de acuerdo? Yo...
—Entonces, ¿cuál era el plan? —pregunta, cortándome—. Conseguir que
te bese, grabarlo y luego ¿qué? ¿Mostrarlo al mundo?
Entonces espera.
Y sé que esta podría ser mi oportunidad para explicarle las cosas. No es 218
que vaya a mejorar nada en este momento, pero me doy cuenta de que no puedo
hablar.
Me doy cuenta de que estoy demasiado agitada, demasiada temblorosa,
demasiado jodida para decir algo.
Para hacer cualquier cosa menos mirarlo a través de mis lágrimas.
—O tal vez no —continúa ante mi silencio—. Tal vez querías guardarlo.
Como prueba.
Me estremezco y me delato.
—Así que ese era el plan entonces —dice, su voz aún es de madera y sin
sentimiento—. Usarlo contra mí como chantaje.
En este punto, prefiero tenerlo enojado.
Prefiero que me grite en la cara, que me grite, que me castigue y que me
haga daño.
Pero no lo hace.
Simplemente se queda ahí, apagado y apartado.
Una lágrima se desliza por mi mejilla y asiento con un movimiento de
cabeza.
—Sí. —Ante mi solitario sí, surgen más lágrimas y lo digo todo—. Iba a
grabarlo y luego usarlo para conseguir lo que quiero. Para conseguir mi dinero.
Todo, incluso el trozo que iba a recibir cuando cumpliera los veintiún años para
no tener que lidiar más contigo. Así podría salir de tu vida y tenerte fuera de la
mía.
Es cierto.
No me iba a detener con sólo obtener la mitad de mi dinero. Iba a exigirlo
todo para no tener que volver a ver su cara.
Sólo de pensarlo me duele tanto que he tensado todo el cuerpo para poder
seguir de pie.
Porque hay más.
—Pero eso no es todo —digo, con lágrimas en la cara—. También quería
huir con él. Irme de gira. Se va de gira en un par de semanas y... quería ir con
él. Y sabía que no me dejaría. Así que se me ocurrió un plan. Se me ocurrió un
plan para hacerme amiga tuya. Para hacer que confíes en mí. Por eso se me
ocurrió la idea de, tomar un descanso. Para que pudieras contarme todos tus
secretos. Para que pudieras confiar en mí y yo pudiera usar tus secretos contra
ti. Pero entonces no pude encontrar nada. No pude... Así que se me ocurrió esta
idea. De crear pruebas contra ti. Iba a convencerte de que me besaras. Y luego,
cuando lo hicieras, iba a chantajearte con ello. Pero la cosa es...
Respiro profundamente, o lo intento, pero se convierte en un sollozo roto.
—No pude. Cuando llegó el momento, no pude obligarme a hacerlo. No
pude... —Otro sollozo—. No importa cuánto te odie y cuánto me controles y me
219
quites todas las cosas, nunca podría arruinar tu carrera. Nunca podría arruinar
algo por lo que sé que has trabajado y trabajas tan duro. Nunca he conocido a
nadie como tú, Alaric. Tan dedicado y trabajador. Ni siquiera sé cómo lo haces,
todas estas cosas que haces. Así que sí, nunca he conocido a alguien como tú.
Alguien tan jodidamente solo y torturado y misterioso. Alguien con tantos
secretos. Alguien tan inteligente y listo y tan jodidamente intelectual. Pero más
que eso, nunca he conocido a alguien que creyera en mí. Alguien que me hiciera
sentir tan segura de mis propias habilidades. Alguien que me liberara. Tú me
liberaste, lo cual es...
Me río y sollozo mientras continúo:
— Lo cual es jodidamente ridículo porque tú eres quien me atrapó aquí,
pero nunca me he sentido tan libre en toda mi vida. Esta semana pasada, yo...
me he vuelto tan adicta a enseñarte mis diseños y a hablar de ellos y a hacerlos.
Nunca había dibujado tanto en mi vida y todo es gracias a ti. Y yo... nunca podría
arruinarte. Nunca podría arruinar al hombre que me dio a mí misma. Que
cambió las cosas para mí. Porque tú lo hiciste. Tú cambiaste las cosas. Entre
nosotros.
Ojalá pudiera dejar de llorar para poder mirarlo.
Así poder verlo claramente.
Pero no puedo detener mis lágrimas. No puedo dejar de sentirme tan
estúpida y tonta y tan jodidamente malvada por siquiera pensar en hacerle esto.
Por no hablar de lo que dijo de Charlie allí.
No sé lo que significa, pero sé que no suena bien.
Suena mal.
Muy, muy mal.
—Fuera.
Al oír su orden, se me corta la respiración y miro fijamente su forma
borrosa, con el pecho agitado.
—Vete a la mierda —repite, con la voz tan cargada de veneno que siento
que me gotea sobre la piel—, fuera.
Y luego me voy.
Me voy corriendo de allí.
Porque nunca había sentido este tipo de odio.
Nunca he sentido este tipo de ira.
Ni siquiera de él.

220

Golpeo con mis puños la gran puerta marrón con urgencia.


Creo que me estoy haciendo daño, mis puños, mis nudillos, pero no sé
cómo parar.
Yo tampoco sé cómo dejar de llorar.
Así que sigo adelante hasta que la puerta se abre de golpe y la cara de
sueño y preocupación de Mo me mira fijamente.
Inmediatamente, un ceño fruncido aparece entre sus suaves cejas y sus
ojos se amplían. Traspasando el umbral, pregunta:
—¿Poe? ¿Qué haces aquí? ¿Por qué lloras?
Hipo:
—M-Mo.
Su preocupación crece ante mi voz quebrada y en el siguiente suspiro, me
encuentro rodeada por sus brazos.
—¿Qué ha pasado, cariño? ¿Qué pasa?
Me aferro a su cuerpo cálido y maternal. Del tipo que nunca he conocido
y digo:
—Hice algo malo.
—Oh, cariño. —Me aprieta—. ¿Qué ha pasado? ¿Qué has hecho?
Entierro mi cara en su cuello, abrazándola con más fuerza mientras
confieso:
—Hice que me odiara aún más.

221
PARTE 1II
222
El Guardián + Su Diva con ojos de Ciervo
V
eo cómo Mo sirve el té en una taza de cerámica blanca y moja las
bolsitas de té.
Me recuerda la noche en que me preparó el té y me provoca
tal dolor en el pecho que le susurro:
—No tienes que ser tan amable conmigo.
De pie frente a mí, en la pequeña isla de la cocina, sonríe.
—Lo sé. —Luego levanta la vista y me guiña un ojo—. Pero me gusta
hacerlo. —Le doy una pequeña sonrisa mientras me empuja el té con una orden
severa de—: Bebe.
Resoplando, subo las piernas al taburete y envuelvo los dedos en la taza
caliente.
Después de presentarme en la mansión llorando como una loca, Mo me 223
hizo entrar. Y en cuanto entré, mis rodillas cedieron y me dejé caer al suelo con
los brazos de Mo aun rodeándome. Así que nos sentamos un rato en el vestíbulo
mientras yo sollozaba sobre su pecho.
Cuando me calmé, le conté lo primero que me urgía: cómo había llegado
hasta aquí: Me escapé de la escuela, tomé un taxi y pedí que me llevaran a la
mansión. Lo que me llevó a contarle todas las veces que me he escabullido en el
pasado, y cómo tengo un teléfono móvil y una tarjeta de crédito que a veces
utilizo, la caja chica de mi asignación que había ahorrado a lo largo de los años
y otras cosas.
Después de confesar esos crímenes y hacerla suspirar y sacudir la cabeza
con preocupación, confesé el que realmente me había traído aquí.
La que no me dejaba dormir. La que probablemente me perseguiría
durante mucho tiempo, incluso durante el resto de mi vida.
Hasta dónde había caído. Hasta dónde estaba dispuesta a llegar para
hacerle daño.
Se lo conté todo a Mo. Y no me anduve con rodeos ni pasé por alto ningún
detalle. Le dije cuánto tiempo había estado planeando este chantaje. Le dije por
qué lo había estado planeando, y cómo se me ocurrió el viernes pasado que podía
crear pruebas en lugar de descubrirlas.
Esperaba que me echara al final.
Realmente lo hice.
Sé que Mo le quiere. Lo quiere como a su propio hijo y es muy evidente. Y
no voy a mentir, he sentido celos de él por ello. Por el hecho de que haya alguien
que lo quiera así.
Además, no voy a mentir que también me he sentido feliz por él.
Sé lo que se siente al no ser querido y, a pesar de todo, me he sentido feliz
viendo su dinámica estos últimos cuatro años.
De todos modos, por esta misma razón, la mantuve a distancia al
principio. Aunque era simpática conmigo y me caía muy bien, el hecho de que
estuviera tan cerca de él me hacía más difícil confiar en ella al principio. Pero
poco a poco fue bajando mis defensas y nos hicimos amigas. Empecé a confiarle
mis pensamientos, no todos, por supuesto, pero sí la mayoría.
Así que sí, esperaba que me echara o que al menos tuviera unas palabras
conmigo al respecto.
No hizo ninguna de las dos cosas.
Enseguida me mandó a mi habitación para que me diera una ducha que
ella me ordenó. También me ordenó que me pusiera un pijama cómodo y que
volviera a bajar para prepararme un té y algo de comer.
Ahora, ella toma asiento frente a mí mientras también empuja un trozo de
tarta de cereza frente a mí. 224
Lo que sólo hace que quiera empezar a llorar de nuevo.
Porque es su favorito.
—Oh no, no tengo hambre pero gracias —le digo, tomando un sorbo de mi
té sólo por respeto a ella.
Es bueno, pero me corrijo. El suyo era mejor.
—Come —me dice sin embargo con una mirada severa.
Normalmente discutiría, pero no tengo energía ni ganas de luchar, así que
agarro el tenedor y le doy un mordisco, intentando que no se me llenen los ojos
de lágrimas ante la explosión de cerezas en mi lengua.
—Bien. —Mo asiente con aprobación antes de tomar un sorbo de su propio
té y clavarme su cálida mirada marrón—. Ahora quiero que me prometas algo.
—Asiento con entusiasmo, dejando mi taza a un lado, pero ella prosigue—: No,
no asientas, Poe, si no vas a escuchar. Si vas a seguir haciéndolo y mintiendo y
cariño...
Extiendo la mano y la agarro.
—Mo, no voy a mentir. No lo hago. Estoy... —Me trago las emociones que
me presionan la garganta—. Sé que lo hago. Mucho. Miento y conspiro y hago...
cosas malas pero... —Aprieto su mano—. No lo hago aquí. Me doy cuenta de lo
hueco que suena eso ya que estoy sentada frente a ti ahora mismo, después de
haberme escabullido, pero he venido porque... porque quería decírtelo. Lo que
hice. Quería confesarme y yo...
Quería que me odiaras por ello.
Sí, por eso he venido a la única persona que está cerca de él.
Quien se pondría de su lado. Quien me condenaría por lo que hice.
Echo y Jupiter se mostraron comprensivos cuando vieron mi cara después
de que volviera corriendo a los dormitorios desde su despacho. No les conté lo
que había sucedido, pero ambas se dieron cuenta de que algo malo había pasado.
Pero como son tan buenas amigas, su preocupación era por mí y no por él.
Por eso he venido.
Porque lo necesito.
Necesito la condena. Necesito que me odien en este momento.
Como si me odiara.
—¿Tú qué, Poe? —me provoca Mo.
Pestañeo para contener mis lágrimas, moqueando.
—Sólo quería decírtelo. Quería que supiera lo que casi hice. Que le hice
daño. Y me odio por ello. Así que supongo que quería que me odiaras. —Me río
tristemente, lo que suena parecido a un sollozo—. Pero me estás dando té y
pastel. No... no lo entiendo.
Los ojos de Mo se vuelven aún más cálidos, si es que eso es posible. —Te 225
estoy dando té y pastel porque no te odio. Nunca podría odiarte, Poe. Y nunca
podría culparte por lo que hiciste.
—Pero...
—No, hiciste lo que creías que tenías que hacer, y todos hacemos eso a
veces. Lo importante es que no lo hiciste. Que te retractaste al final. Eso es lo
importante, Poe.
Todavía agarrando su mano, me retuerzo en mi asiento.
—Yo sólo... No viste su cara. Su cara era... —Mi corazón se aprieta y se
estruja en mi pecho—. Era como si no estuviera allí. Estaba pero no realmente y
Dios, yo... —Intento respirar a través del dolor—. No quiero volver a ver eso. No
quiero que vuelva a ir a ese lugar. Donde sea que haya ido. Él estaba todo
perdido. Como, no había ninguna emoción allí. Y él tiene la mejor cara de póquer
pero eso fue... algo más. Algo doloroso.
No eres la primera chica que trata de burlarse de mí...
Los escalofríos vuelven a recorrer mi espina dorsal.
Algo que ha estado sucediendo desde que me dijo esas palabras. Algo que
creo que seguirá ocurriendo durante mucho tiempo. Porque no es bueno.
Sea lo que sea que haya querido decir con esas palabras, no es bueno.
Es horrible y aterrador y sólo pensar en ello, en lo que podría significar, es
suficiente para que me den ganas de vomitar.
Mo suspira, su agarre en mi mano se hace más fuerte.
—Lo sé. Y por eso voy a contarte una historia.
Me retuerzo en mi asiento.
—¿Qué?
—Sobre él.
—Mo, no —protesto—. No puedes.
—Debería haber hecho esto hace mucho tiempo pero...
—Mo, no, escucha. —La inmovilizo con una mirada significativa—. No
hagas esto. Por favor. Te lo ruego. No rompas su confianza, ¿de acuerdo? Sólo...
ya ha tenido suficiente por un día. Para toda la vida, creo. Por favor, no lo hagas.
Por mucho que me gustaría saber, no necesito saber nada. Porque no cambiaría
el hecho de que lo hice.
Entonces me sonríe.
Una sonrisa triste que me da ganas de berrear porque sé que esa sonrisa
triste suya es tanto para mí como para él.
Por todo lo que no sé de él y quiero saber.
Pero no así.
No cuando el precio es romper su confianza. 226
Pero Mo no comparte el sentimiento porque continúa:
—Si él quiere verlo como una traición, es cosa suya. Pero creo que tienes
que saberlo porque es tanto para ti como para él.
Y entonces ambas nos agarramos las manos con más fuerza que antes.
Como si ambos supiéramos que lo vamos a necesitar.
—Así que —comienza, con los ojos puestos en mí pero con una mirada
lejana—. Supongo que para entenderlo todo, tendría que llevarte al principio. Al
principio, el día en que nació. Recuerdo ese día por dos razones: una, era el día
más caluroso que habíamos tenido en décadas. Las temperaturas estaban por
las nubes. Estábamos sudando a mares. El aire era tan denso, quieto y pesado.
No había alivio posible. Era como si viviéramos en un infierno, y así era, tanto
literal como figuradamente. Porque el señor Marshall, el viejo señor Marshall,
estaba enfadado. Tenía un temperamento, ya sabes. Un temperamento muy
malo.
»Estaba impaciente e irritable la mayor parte del tiempo, pero ese día lo
estaba especialmente porque la señora Marshall, Mara, estaba de parto. Y aún
no era su momento y era doloroso. Había estado en el hospital toda la noche y
había perdido mucha sangre, y todos andábamos con pies de plomo, temiendo
que pronto recibiéramos malas noticias. Pensamos que perderíamos a la madre
y al niño. Pero no fue así. Por algún milagro, el bebé se salvó. Sin embargo, la
madre no. Pero aunque estábamos tristes, porque todos queríamos a la señora
Marshall, era la única que podía calmar al señor Marshall, también estábamos
contentos. Estábamos agradecidos porque uno de ellos se había salvado.
»Pero no el señor Marshall. No estaba agradecido. Supongo que, para
empezar, no quería el bebé. No estaba preparado para ser padre, pero la señora
Marshall insistió y él la quería tanto que cedió. Pero ahora su esposa estaba
muerta y había un bebé en sus brazos que aparentemente no quería. Y además,
este bebé era débil. Este bebé era prematuro y necesitaba muchos cuidados y
atención. Tenía poco peso. Tenía problemas con sus pulmones, su corazón, sus
riñones. Y cuando todos vimos lo precaria que era su vida, pensamos que lo
perderíamos después de todo. Pero de alguna manera no lo hicimos. De alguna
manera, ese bebé sobrevivió y vivió a través de todas las atrocidades que le fueron
infligidas tan pronto. Porque ese bebé era un luchador.
»Tenía que serlo, ves. No sólo porque tuvo que superar esos primeros
meses de su vida, sino también porque tuvo que sobrevivir al abandono de su
padre. Su odio. Su abuso directo. Porque hubo mucho de eso. Al principio todos
pensamos que se le pasaría, ya sabes. Que estaba de luto por la pérdida de su
esposa, así que pensamos que era una pena. Pero esa pena nunca terminó. El
dolor se instaló en él y lo convirtió en otra cosa. Y se desquitó con su hijo.
»Lo encontraría, ya sabes, Alaric. Escondido y agazapado y tratando de
hacerse más pequeño cada vez que su padre estaba cerca. Lo encontraba debajo
de la cama o en su armario o en el bosque detrás de la propiedad. Me decía que 227
quería desaparecer. Leía historias sobre ello. Esos eran sus favoritos, donde la
gente tenía poderes mágicos para desaparecer. Pero luego creo que creció un
poco y se dio cuenta de que hay algo aún mejor que desaparecer. Y eso era ser
fuerte.
»Porque no lo era, ves. No era un niño fuerte, Alaric. Debido a sus primeros
problemas de salud, era más pequeño para su edad. Más delgado y enfermizo.
Se enfermaba a menudo. Entraba y salía mucho del hospital. Lo que frustraba
aún más a su padre, que su único hijo, que mató a su esposa, fuera débil. Nunca
visitaba a Alaric en el hospital. Esto continuó hasta que Alaric tuvo unos diez u
once años.
»Y para entonces lo sabía: su padre le odiaba. Su padre no quería saber
nada de él. No es que no lo supiera ya. Pasó la mayor parte de su infancia
escondiéndose de su padre, de sus malas palabras, de sus malos puños, de su
mal carácter, así que Alaric lo sabía. Pero para cuando tenía diez u once años,
creo que estaba cimentado en su cerebro. Estaba cimentado que era un niño
odiado. Que su propio padre no lo quería. Y cuando creces así, con ese tipo de
abandono y abuso, encuentras una manera de sobrellevarlo. Los libros eran su
escape.
»Normalmente leía y mantenía la cabeza baja. Siempre era el mejor de la
clase, siempre tenía los deberes hechos con mucha antelación. Era muy
inteligente y listo. Pero no era fuerte. Todavía no es fuerte. Aún es pequeño para
su edad. Y cuando eres así, un niño escuálido con la nariz enterrada en un libro,
te conviertes en un objetivo en la escuela. Y él lo era. Lo que significa que no sólo
era un objetivo en casa, también lo era en la escuela.
Aquí hace una pausa.
Y lo sé.
Sólo lo sé.
En cuanto dijo “escuela” lo supe.
Y a estas alturas, las dos nos agarramos las manos con tanta fuerza que
creo que nos estamos haciendo moratones. Pero a las dos no nos importa. Porque
el dolor que ha soportado el hombre que ambas queremos es peor.
Es mucho peor de lo que hubiera previsto.
—Objetivo en la escuela —susurro, con los ojos escocidos por las lágrimas
pero todavía secos, como si las lágrimas no fueran a caer hasta que lo haya
escuchado todo.
Hasta que haya absorbido cada palabra dolorosa en mi cuerpo.
Que es cuando tendré el alivio de soltar las cosas.
Pero ya sé que no lo quiero. No quiero el alivio. Quiero ser torturada.
Quiero estar en el dolor.
Porque todavía lo es. 228
—Sí —susurra Mo.
—Te refieres a la escuela secundaria —continúo y ella asiente—. Lo que
también significa ella. Charlie.
Mo asiente de nuevo.
Presiono mi mano libre contra mi estómago. Me clavo los dedos en la carne
porque se me revuelve. Se está revolviendo ahora mismo. La bilis sube, me pica
la garganta y las lágrimas me pican los ojos.
—¿Qué ha pasado? —susurro grueso.
—Fui yo —susurra Mo, con sus lágrimas ya cayendo—. Yo lo animé esa
noche.
—¿Qué?
Las deja caer mientras continúa:
—Charlie era... era una buena chica. Todos pensábamos eso. Todos la
queríamos. Su padre era un muy buen amigo del señor Marshall. Trabajaban
juntos en el ayuntamiento. Así que salían en los mismos círculos, iban a los
mismos eventos, fiestas. Charlie venía a la mansión de vez en cuando, pero como
Alaric era tan tímido y retraído y a menudo estaba enfermo, nunca tuvieron una
gran amistad. Además, creo que en la escuela, formaba parte de un grupo
diferente. Mientras que Alaric era reservado, Charlie era una mariposa social.
Equipo de debate, teatro, presidenta de la clase. También corría en pista. Era
una animadora, la reina del baile. Así que sí, eran diferentes.
»Pero luego se emparejaron para un proyecto en su segundo año. A Alaric
no le gustó eso. Nunca quiso tener nada que ver con los “chicos geniales”.
Siempre le atormentaban, se burlaban de él, le insultaban. Y aunque Charlie
nunca le había hecho nada personalmente y eran amigos de la familia, era amiga
de muchos de esos chicos. Así que él desconfiaba. Pero le animé a que le diera
una oportunidad, y lo hizo. Y bueno, creo que poco a poco empezó a ver otra cara
de ella. Se hicieron amigos. No del tipo que se sentaban juntos en la mesa del
almuerzo; eso lo sabía. Pero del tipo que reconocían la presencia del otro en el
pasillo. Y después de haber sido abandonado, odiado y ridiculizado, eso le
gustaba. Me di cuenta. Me di cuenta de que le gustaba. Así que cuando se
acercaba un baile, le dije que fuera a preguntarle. Él no quería; eso también se
notaba. No le gustaban los bailes de la escuela ni invitar a salir a las chicas, pero
yo quería que experimentara eso, ya sabes. Quería que experimentara algo más,
algo bueno, algo que todo chico de su edad quiere. Salir con una chica hermosa.
Y...
Cuando se detiene, levantando la mano para limpiarse las lágrimas, sé que
me he manchado la piel de sangre.
He movido la mano desde el estómago hasta los muslos y he sacado
sangre. He raspado mis uñas sobre la piel desnuda y me he arañado. 229
No sólo porque sé que esta historia no termina bien, sino porque también
sé que es mi madre.
Sé que ella hizo que terminara mal.
—¿Qué ha hecho? —pregunto en voz baja.
—Ella... dijo que sí —responde Mo—. Y recuerdo estar tan feliz por él. Tan
encantada. Él también lo estaba, creo. No decía nada, pero yo lo sabía. Incluso
con lo tímido y reservado que era, me di cuenta. También estaba sorprendido.
En fin, me pasé toda la semana preparándolo, dándole todos los consejos que se
me ocurrieron. Todos lo hicimos. Incluso le compré un traje nuevo. Y entonces
llegó el día y fue a su casa a recogerla y... bueno, no fue tan real como todos
pensábamos.
Su rostro adquiere una expresión de dolor, incluso más que antes,
mientras continúa:
—Resulta que era una emboscada. Ella, eh, sólo había dicho que sí para
poner celoso a este otro chico. Creo que él era el capitán del equipo de fútbol y
ella estaba intentando volver con él o algo parecido. Así que aprovechó esta
oportunidad para ponerlo celoso. Y cuando... Alaric llegó allí, todo el equipo de
fútbol le estaba esperando. Ellos... lo golpearon. Y lo golpearon tanto que le
rompieron ambos brazos, cuatro costillas, la mandíbula y la rodilla izquierda.
Oh, y su nariz. Le rompieron casi todos los huesos del cuerpo, y luego le tomaron
fotos. Pasaron sus fotos ensangrentadas y maltrechas por toda la escuela, junto
con la historia de que se atrevió a invitar a una animadora a un baile. Que se
atrevió a salirse de su liga y a intentar ligarse a la chica más popular de la
escuela. No se contentaron con mandarlo al hospital durante un mes, sino que
también lo ridiculizaron. Se inventaron historias sobre él, sobre lo pequeño que
era, lo patético, lo nerd, lo estúpido y desesperado por querer estar con Charlie.
Y Charlie apoyaba todo eso.
Ahora se me caen las lágrimas.
Lo están.
Y las odio.
Odio lo patéticas que son. Qué inútil y qué desperdicio.
No van a hacer nada. No van a ayudar.
No van a cambiar nada. No van a cambiar el hecho de que estaba en el
hospital.
Durante un mes.
Dios, estuvo en el hospital durante un mes. Durante un puto mes entero.
Y todo lo que dijo al respecto fue que había caminado hacia un puño.
Eso es lo que dijo, ¿no?
Ese día en su oficina. 230
Dijo que había chocado con un puño y que ese puño le había roto la nariz.
Pero eso no es cierto, ¿verdad?
Porque todo su cuerpo estaba destrozado. Todo su cuerpo estaba
jodidamente destrozado.
Y todo por ella.
Todo por culpa de Charlie.
Mi madre.
Todo porque quería jugar a sus juegos habituales.
Y siempre he sabido de ellos, de estos juegos.
Pero lo que es más, siempre pensé que estaba bien. Estaba jodidamente
bien que jugara a esos juegos porque así era ella. Ese era el mundo en el que
vivía. Y tenía que hacer todas esas cosas para sobrevivir.
Pero esto no es supervivencia.
Esto es crueldad.
Esto es crueldad pura y dura.
Oh, Dios mío.
Oh, Dios mío.
He sido muy ingenua.
He sido tan jodidamente ingenua para aprobar alguna vez ese
comportamiento. Para pensar que estaba bien. Que ella tratara a otros así. Para
que ella me trate así.
Pensar que alguna vez la conocí.
Sabía el alcance de todo lo que hacía.
No tenía ni idea.
Nunca -ni en un millón de años- imaginé que su crueldad casual y sus
juegos pudieran haber hecho esto.
Que su comportamiento puso a alguien -lo puso a él- en el hospital.
—Tardé dos semanas en convencerle —continúa Mo, irrumpiendo en mis
pensamientos pero perdida en los suyos—. Dos semanas para empujarle a que
se lo pidiera. Si no lo hubiera hecho, nada de esto habría ocurrido. Él no habría...
Quiero decirle que no es su culpa.
No es en absoluto su culpa.
Es de otra persona. Es de mi madre y de esos imbéciles.
Esa escuela. Su padre.
Esta maldita ciudad.
La culpa es de ellos, no de ella. 231
Pero las palabras no salen de mi boca. Se sienten enredadas y revueltas
en la estela de la verdad.
Mo se seca las lágrimas, con una voz más fuerte.
—El único consuelo fue que se mudó después de su segundo año. Es la
tradición de la familia Marshall, enviar a los chicos a un internado. Así que al
menos estuvo lejos. De este pueblo, de toda la gente. Y cuando volvió, era un
hombre diferente. Era más fuerte, a falta de una palabra mejor. Al menos en su
cuerpo. Por fin había dado el estirón y era... sí, más fuerte. Más duro también.
Había visto demasiado mundo, había vivido demasiado. Y bueno, ahora vive
aquí. En la misma mansión, en la misma ciudad. Porque creo que según él, sería
un signo de debilidad no vivir en un lugar donde han vivido generaciones de su
familia. No hacer lo que su padre y su abuelo hicieron. Para hacerlo mejor
incluso. Sin embargo, no creo que le guste mucho. No creo que sea feliz aquí.
¿Quién lo sería, después de todo lo que ha pasado? Pero no lo admite. Me
gustaría que lo hiciera. Porque echo de menos a ese niño. Echo de menos que
fuera tan dulce y tímido y fácil de sonreír, a pesar de todo. También era tan fácil
de complacer. Libros y pasteles de cereza.
Libros y pasteles de cereza.
Es él.
Ese es Alaric.
Y creo que Alaric está escondido en algún lugar dentro del señor Marshall.
Está escondido detrás de toda la violencia y toda la rabia.
Todo el odio.
—Libros y pasteles de cereza —susurro entre lágrimas.
—Sí. —Sonríe antes de continuar—: Pero quiero que sepas, Poe, que esto
no es una excusa.
—¿Perdón?
—Por la forma en que te ha tratado.
Mi corazón se retuerce.
—Yo...
—No, escucha, se le lanzó esta bola curva, cuando fue nombrado tu tutor.
No creo que lo haya manejado bien. Él no te odia, Poe. Nunca lo hizo. Sólo odia
lo que le pasó a él y tú llevaste la peor parte.
No lo sé. Nunca hice...
Ante las palabras de Mo, escucho las suyas.
Los que habló hace sólo unos días cuando le había pedido que me contara
un secreto, pero que ahora parece que fue hace tanto tiempo.
No me odia. 232
Eso es lo que quería decir, ¿no?
Que no lo hace. Nunca lo hizo.
Oh Dios, nunca me ha odiado.
—Pero eso no significa que lo que hizo esté bien —continúa Mo—. Lo que
él sigue haciendo. Así que quiero que sepas que no hay razón para que te culpes
por lo que hizo hoy. Estuvo mal, sí. Fue llevar las cosas al extremo, sí. Pero fuiste
empujada a ello. Ambos lo fueron. Te dije todo esto porque quiero que entiendas.
Quiero que lo sepas y no te preguntes por qué. Porque sé que lo haces. Y deseo...
—Sacude la cabeza—. Ojalá te lo hubiera contado antes. Ojalá te hubiera hecho
entender que probablemente nada de lo que ha pasado hoy hubiera sucedido. Y
también quiero que sepas que, a la luz de estos acontecimientos, me estoy
poniendo firme. Lo hago, Poe. Sé que no le gustará porque se cree el jefe de todo
y de todos. Pero le estoy dejando claro que tiene que dejarte ir.
—Soltarme —exhalo, congelada en mi asiento.
—Sí. Nada de lo que pasó con Charlie es tu culpa. Y tampoco lo es de él.
Pero tiene que terminar ahora. Lo que sea que esté tratando de jugar al
mantenerte aquí, le estoy diciendo que no va a volar más. No es justo para ti.
Sé que no lo es.
Lo sé.
Pero de repente no me importa.
No me importa en absoluto ser justa o injusta.
Lo único que me importa es encontrarlo.
Lo único que me importa es tocarlo, hablar con él. Ver su cara.
Dios, quiero ver su cara.
Quiero rastrear esa protuberancia en su nariz. Quiero hundir mis dedos
en su mandíbula desaliñada.
Su cabello grueso.
Algo que aún no he tocado.
Mis dedos hormiguean por la necesidad. Mi corazón se aprieta y oprime
con la necesidad de verlo.
Pero primero tengo que hacer una cosa.
Esta cosa, este peso del que tengo que desprenderme, antes de poder ir
hacia él.
Supongo que es la otra razón por la que he venido a Mo esta noche. Porque
necesito que haga las cosas bien.
—¿Puedes —pido, limpiando mis lágrimas—, hacer un favor por mí, Mo?
Tengo que hacer una cosa. ¿Puedes ayudarme a hacerlo, por favor?
233
D
espués de pedirle a Mo que me hiciera este favor, vomité.
Y seguí vomitando durante unos veinte minutos. Después de
eso, me limpié y me puse ropa limpia y vine aquí.
Al mismo bar del viernes, porque sé que Jimmy vuelve a
tocar esta noche.
Me ha estado enviando mensajes de texto desde el viernes pasado, cuando
desaparecí de la nada. Ha estado preocupado y ha sido el mismo que siempre se
ha preocupado y ha sido cariñoso. No le dije lo que había pasado y por qué había
desaparecido, porque no quería que se preocupara aún más. No quería que
pensara que no podría hacer la gira con él.
Pero ahora tengo que hacerlo.
Quiero hacerlo.
234
Quiero decirle que no podré ir. Porque la única forma en que puedo irme
es haciéndole daño en el proceso -Alaric, no señor Marshall; ahora nunca será
señor Marshall para mí- y no estoy dispuesta a hacerlo.
He decidido terminar la escuela de verano en su lugar. Incluso he decidido
quedarme más allá si eso es lo que él quiere.
Porque quiero demostrarle que lo siento. Que tengo remordimientos. Y esta
es mi penitencia.
Además, no sería más que lo que me merezco, así que.
Mo está fuera esperando en el coche, porque ha insistido en venir. Sólo
quería que ella se encargara de tener el coche listo para que yo pudiera ir sola;
si iba a romper su regla por última vez, quería hacerlo de la manera más suave
posible. De ahí que se lo contara a Mo y que usara su coche para que fuera un
poco menos rebelde.
Sé que es una tontería -estos pequeños pasos para asegurarme de que no
me estoy pasando de la raya sin dejar de hacerlo- pero no sabía qué más hacer.
Necesitaba decírselo a Jimmy en persona. Se merece al menos esto después de
todo, después de mis promesas que resultaron ser falsas.
Pero, de repente, mientras estoy aquí, en medio de la multitud, esperando
a que termine su rutina después del espectáculo -acaba de terminar su set y
ahora está en el proceso de estrechar las manos y charlar con sus fans- me estoy
replanteando esta decisión.
Me lo estoy replanteando mucho.
Porque él es...
Está besando a otra chica.
Una de sus fans.
Hace unos segundos estaban simplemente charlando, pero entonces él se
inclinó y antes de que pudiera parpadear, estaba sobre ella.
Estaba en realidad sobre ella y ahora se están enrollando a tope.
Hay manos que se tocan y cuerpos que se frotan y aplauden y animan.
También está Erica. Quien pensaba que era la mayor amenaza para mi relación
con Jimmy.
Pero ahora mismo está aturdida. Igual que yo.
Y realmente siento una especie de parentesco con ella.
No puedo creerlo.
No puedo creer que esté besando a otra persona. Después de todo lo que
nos habíamos prometido.
Después de todos los mensajes y correos electrónicos de estas últimas
semanas.
Toda la anticipación que había mostrado y todo el entusiasmo y anhelo. 235
Incluso me escribió una maldita canción y me enviaba unas líneas cada día por
texto para que esta maldita espera se hiciera más fácil.
Pero no soy ingenua, ¿verdad? Soy muy consciente de su estilo de vida. Es
guapo. Está en una banda. Vive en Nueva York. Por supuesto que ha estado con
otras chicas. Y aunque yo nunca he estado con otro chico, esa fue mi elección.
Nunca le pedí a Jimmy que me fuera leal en ese sentido. Me molestaba ver a las
chicas coqueteando con él, pero frené mis celos y lo entendí.
Pero, ¿qué demonios?
¿Qué demonios?
Las cosas han cambiado entre nosotros y ahora está besando a otra chica.
Salgo del estupor y me abalanzo sobre él. Le doy un golpe en el brazo nada
más llegar, haciendo que se separen bruscamente. O mejor dicho, la chica se
separa de un tirón, Jimmy tarda en salir de la neblina del beso.
Que se rompe en cuanto me ve.
Sus ojos azules se agrandan y luego se echa para atrás.
—Joder, Poe —grita a su manera habitual, alto y animado, temeroso por
primera vez—. ¿Qué carajo? ¿Qué... qué estás haciendo aquí?
Va a abrazarme, pero le pongo una mano en el pecho para detenerlo.
—¿Qué estás haciendo? ¿Por qué la estabas besando?
Como si mis palabras le recordaran lo que estaba haciendo, dirige su
mirada a la chica. Que murmura una excusa y sale corriendo antes de que pueda
mirarla con atención.
Y ahora sólo estamos él, yo y la multitud que se dispersa.
—Jimmy. —Le empujo ligeramente para llamar su atención porque sigue
mirando a la chica irse—. ¿Qué demonios? ¿Por qué la estabas besando?
Me mira, con los ojos muy abiertos mientras traga.
—Bueno, ella se me insinuó, Poe. Yo sólo estaba...
Le empujo de nuevo.
—No, no lo hizo. Te vi a ti. Tú fuiste el que se inclinó y la besó primero.
Vuelve a tragar, su subidón de droga se derrumba delante de mis ojos.
—Yo... yo estaba...
Sacudo la cabeza.
—Pensé... pensé que te gustaba. Yo...
Entonces me agarra de los brazos.
—Lo hago. Lo hago. —Me aprieta el brazo para dejar claro su punto—. Lo
hago, carajo, Poe. Sólo fue un beso. Fue inofensivo. Fue... no significó nada. Todo
esto, no significa nada. Es solo el subidón del espectáculo. El subidón de la 236
música y de la gente que te anima. Es... no es nada.
Le miro, a su cara que ha sido tan querida por mí. Un sueño que quería
que fuera real.
E hice todo lo que pude para hacerlo realidad.
Pero no es así.
Eso es lo que he venido a decirle. Que no puedo estar con él.
Entonces, ¿qué importa si estaba besando a otra persona?
Dejo que la tensión salga de mi cuerpo y suspiro.
—No puedo ir contigo.
—¿Qué?
Me subo las gafas, sintiendo un dolor en el corazón.
—No puedo ir de gira contigo.
Sus ojos se nublan y ese dolor se dispara.
—¿Por qué? —Sin embargo, antes de que pueda responder, aprieta su
agarre y gruñe—: ¿Qué, por esto? ¿Porque besé a una puta en un bar?
Le miro con el ceño fruncido.
Primero, no sabemos si es una puta. El hecho de que estuviera besando a
Jimmy -mi posible y casi novio- no significa que sea una zorra. Quiero decir, él
también la estaba besando. Entonces, ¿en qué lo convierte eso?
Y en segundo lugar, no puedo dejar de notar que su gruñido -la primera
vez que lo escucho, por cierto- era... de niño.
No era tan profundo, ni autoritario, ni áspero, como para que los
escalofríos recorrieran mi espina dorsal o hicieran que mi piel se levantara en
forma de piel de gallina.
Como lo hace el suyo.
Sus gruñidos me hacen apretar cada parte de mi cuerpo y...
Oh Dios, Poe. Ni siquiera es importante ahora.
—Vamos, Poe. —La voz de Jimmy rompe mis pensamientos—. Te acabo de
decir que no era importante. No significaba nada y...
—No es por ella —le corté, tragando saliva—. No puedo ir. No puedo dejar
la escuela de verano.
Sus dedos me aprietan tanto que resulta doloroso. Pero no del bueno, y
me hace estremecer.
—¿Por qué carajo no? Ni siquiera te gusta la escuela, Poe.
—Lo sé. Lo siento, Jimmy —le digo, luchando contra el dolor que me
237
causa—. Pero no puedo. Realmente no puedo. Tengo que aguantar.
Para él.
—Sé que esto te decepciona —continúo, suplicándole que me perdone con
la mirada—. Y lo siento mucho, mucho. Lo siento, Jimmy. Me rompe el corazón,
pero tienes que...
—¿Es por el dinero? —pregunta entonces, sus ojos azules son duros de
una manera que nunca había visto antes y me dan ganas de llorar porque le
estoy haciendo esto. Le estoy rompiendo el corazón ahora mismo.
—¿Qué?
—¿Es por el maldito dinero, Poe? Tu fondo fiduciario. Porque te dije que
me encargaría de ello.
Ah, sí.
El dinero.
Algo que ha sido tan importante para mí todo este tiempo, pero que de
alguna manera ni siquiera ha entrado en mi mente mientras tomaba todas las
decisiones. Y ahora que lo pienso, sé que no me importa.
No me importa que controle mi dinero.
Ya no me importa.
—No tienes que hacerlo —le digo a Jimmy—. Sé que quieres cuidar de mí
y todo eso, pero primero, aunque me fuera contigo, me cuidaría yo misma. Sé
que no lo parezco pero puedo trabajar. Nunca fue por el dinero así que aprecio
mucho esto, y segundo...
—Siempre se trata del dinero —arremete y su agarre se hace aún más
fuerte.
Sinceramente, no creo que pueda soportar este dolor ahora. Creo que
tengo que pedirle que afloje un poco.
Pero nunca tengo la oportunidad porque él continúa, sus ojos salvajes
ahora.
—Escucha Poe, no puedes hacer esto, ¿de acuerdo? No puedes hacerme
esto ahora mismo. Necesito que vengas conmigo. Te necesito, joder.
Mi corazón se rompe aún más y me agarro a su camiseta.
—Dios, Jimmy, lo siento mucho. Lo siento mucho, pero no puedo.
Realmente no puedo. Tengo que quedarme aquí. Tengo que hacerlo. Por él y...
—Que se joda —vuelve a gritar—. ¿De acuerdo? Que se joda tu puto tutor.
Que se joda ese maldito perdedor. Tú...
—¡Oye! —Lo sacudo—. No le llames perdedor. No es un perdedor.
—¿Qué? 238
—Y no hables así de él. Jamás —gruño, por primera vez delante de él, y le
doy otra sacudida para que no se quede atrás.
Me mira, confundido, y lo entiendo.
Sabe de mi propio odio hacia mi guardián. Lo cual lamento ahora.
Dios, me arrepiento.
Pero nadie le llama perdedor. Ni siquiera yo lo llamaba así cuando lo
odiaba con todo mi ser.
Odio esa palabra.
Odiaba cuando Cynthia le llamaba así y lo odio aún más ahora que sé por
todo lo que ha pasado.
Así que no, nadie y absolutamente nadie puede hablar mal de mi tutor.
Incluso el tipo que amo.
No lo toleraré.
Jimmy sacude la cabeza.
—Lo que sea. Ni siquiera me importa. Mira... —Respira hondo, pero
tembloroso—. Tienes que entenderlo, Poe. Tienes que entender, joder, y venir
conmigo.
—Pero te dije...
—Mierda. Mierda. —Echa la cabeza hacia atrás y mira hacia el techo, todo
agitado. Luego, volviendo a mirarme, dice—: Muy bien. Escucha. Tienes que
escuchar con atención.
Espero a que continúe, pero sigue mirándome con ojos tan desorbitados
como serios, como si esperara algo. Así que le digo:
—Te escucho.
Toma otra respiración profunda y temblorosa.
—Big Jack me va a matar por esto, ¿de acuerdo? Pero quiero que sepas.
—¿Quién es Big Jack?
Vuelve a sacudir la cabeza y se inclina aún más.
—Hay un plan, ¿de acuerdo? Un gran plan, y consiste en que vengas
conmigo.
—¿Qué?
Otro aliento.
—Mira, no hay gira. —Mis ojos se amplían y él continúa—: Nunca hubo
ninguna gira. Todo el plan era conseguir que te fueras con nosotros y luego... —
Otro suspiro más—. Y luego pedirle a tu tutor tu dinero. Y no sólo el fondo
fiduciario parcial. Todo. 239
Termina con sí, otro suspiro.
Mientras tanto no respiro en absoluto. Mientras tanto estoy congelada.
Y conmocionada. Y tan jodidamente confundida.
—¿Qué? —pregunto, agarrando su camiseta con fuerza—. ¿Por qué... por
qué te daría el dinero?
Se inclina más.
—Porque íbamos a hacer que pareciera que te habían secuestrado.
—Secuestrado.
Sus ojos se vuelven más locos de la emoción.
—Sí. Un falso secuestro. Y mira, es una ganancia.
—Todos salimos ganando.
—Sí. —Sonríe con su habitual sonrisa encantadora, pero ahora mismo
parece más maniático de lo que nunca he visto—. Ibas a salir del control de tu
tutor. Eso es de lo que siempre has hablado, ¿verdad? Salir de su control y ser
libre. Y si conseguimos todo el dinero ahora, ni siquiera tendrías que verlo
después de esto. Y sí, yo mismo necesitaré un poco de ese dinero, pero es una
cantidad muy pequeña. Y una vez que la banda despegue, te lo devolveré.
—¿Por qué necesitas el dinero?
Hace una mueca.
—Le debo a algunas personas. Es una larga historia. Pero Big Jack se
estaba impacientando. Le dije que le daría el dinero pronto. Sabía que ibas a
dejar la escuela y recibir el dinero de todos modos en unas semanas, pero el
cabrón puso una fecha y cuando se enteró de que eras mi amiga, se le ocurrió
todo este brillante plan. De que dejaras la escuela ahora y te fueras a la falsa
gira conmigo. —Vuelve a hacer una mueca—. Sin embargo, la revelación
completa es que podría haber aumentado el préstamo. Por el plan, ya ves. Así
que puede que tengamos que darle más de lo que le debo en primer lugar. Pero
me imaginé que no te importaría porque finalmente vas a ser libre.
Libre.
Es la segunda persona que me dice eso esta noche.
Y como Mo, no se equivoca.
—Entonces, ¿quién es Erica? —pregunto, con mi voz calmada y baja.
—Ella trabaja para Big Jack. Él la envió para que me vigilara. —Pone los
ojos en blanco—. Como si necesitara que me mantuvieran atado. Sé lo que estoy
haciendo.
—¿Y Big Jack es un jefe de la mafia? —pregunto con la misma voz.
—Qué, no. —Jimmy parece horrorizado—. No me enredaría con un jefe de
la mafia. ¿Estás loca? Sólo es un traficante de drogas. 240
Mi voz sigue siendo la misma y empieza a asustarme.
—Sólo un traficante de drogas. Le debes dinero a un traficante de drogas.
—Sí. No hay nada de qué preocuparse, nena.
—Nena.
Sonríe.
—Bueno, quiero decir que ahora podría llamarte así, ¿no? Ahora lo sabes
todo. Ni siquiera mis compañeros de banda lo saben. Big Jack quería mantenerlo
en secreto, incluso para ti. Le dije que te parecería bien, pero no quiso
arriesgarse. Pero ahora lo sabes. Y una vez que paguemos a Big Jack, finalmente
podremos estar juntos. Podemos empezar una vida en Nueva York, explorar esta
cosa entre nosotros. Va a ser épico, Poe. Tú y yo. Nos tomó tres años llegar aquí.
Pero ahora estamos aquí.
—Tres años, sí.
—Y prometo no besar más a otras chicas —susurra, sonriendo—. No
mientras pueda besarte a ti.
Besarme.
Quiere besarme.
He esperado ese beso durante tres largos años.
Y mira, está sucediendo.
De hecho, está ocurriendo ahora mismo.
Como literalmente.
Porque se inclina hacia delante, con los labios fruncidos y los ojos
entrecerrados.
Lo va a hacer.
Besarme por primera vez.
Y aquí estaba yo, hace sólo unas horas, tan preocupada por el hecho de
que podría tener que quitárselo a otra persona. Que podría tener que sacrificar
mi primer beso en el altar del diablo para poder estar con Jimmy.
No debería haberme preocupado.
Debería haberlo hecho. Jimmy, quiero decir.
Él debería estar preocupado ahora mismo.
Porque en cuanto sus labios se acercan a un pelo de los míos, le suelto la
camiseta y cierro el puño. Entonces retrocedo mi brazo y le pongo el puño en su
puta cara.
Aúlla y cae hacia atrás, soltándose de mí.
—Maldito imbécil —gruño. Luego, en un grito—: ¡Maldito imbécil! ¡Maldito
imbécil! 241
Sus manos cubren casi toda su cara, por lo que sus palabras son
amortiguadas mientras habla.
—¿Qué demonios, Poe? ¿Qué...?
Y como no es suficiente con darle un puñetazo en la cara, también le doy
un puto rodillazo en la ingle mientras grito:
—¡Puto pedazo de mierda!.
Ahora sus manos cubren su trasero mientras cae de rodillas, aullando y
gimiendo de dolor.
Me agacho y vuelvo a gruñir:
—Aléjate de mí, ¿entiendes? Tú y ese Big Jack. Y mantente jodidamente
alejado de mi Alaric.
Y luego salgo corriendo de allí.
Me alejo corriendo y cuando veo la cara de Mo a través de la ventanilla del
coche, rompo a llorar.
El hombre del Renacimiento

J
imothy Wilson.
Conozco a tipos como él.
De cabello rubio y ojos azules.
Cincelados y atléticos, con predilección por hablar con
suavidad y agitarse el cabello cada cinco segundos como si estuvieran en un
puto anuncio de champú. Añade un balón de fútbol o una guitarra y ya tienes
un rompecorazones adolescente.
Saben cómo jugar con una chica. Saben cómo hacerla creer que es especial
y que es la única.
Sí, he conocido a algunos tipos como él. 242
Un tipo como él -varios tipos como él, en realidad- me rompió la nariz.
Dos placas de titanio en los brazos y un montón de huesos rotos repartidos
por todo el cuerpo.
Y una jodida tonelada de ira.
A mí mismo.
Por ser tan estúpido. Por ser tan débil y patético.
Por ser tan crédulo como para creer que una chica se interesaría por mí,
por el chico que solía ser, completamente opuesto a todo lo que se suponía que
representaba mi apellido.
Tanto que no sabía qué hacer con ella, con mi ira.
Durante mucho tiempo, no sabía dónde ponerlo.
Me quedaba en la cama del hospital -como muchas, muchas veces antes-
drogado con pastillas para el dolor pero hirviendo de rabia.
Pasé por mi fisioterapia mientras hervía. Aprendí a caminar de nuevo
mientras hervía. Aprendí a cerrar los puños, a mover los dedos mientras hervía.
Aprendí a respirar de nuevo sin dolor mientras hervía. Cuando volví a estar en
el mundo como antes, nuevo y reluciente sin huesos rotos, lo hice mientras
hervía.
Hasta que encontré una forma de canalizar esa ira: en mi trabajo y en una
bolsa pesada.
Y entonces me propuse no volver a ser débil.
Me propuse matar toda la blandura dentro de mí, toda la ingenuidad, toda
la credulidad. Para ganar respeto, poder, control.
Y hasta ahora, no he cometido ningún error.
Pero entonces recibí una llamada de Mo.
Volvía del centro en el que vive mi padre desde hace siete años. Es una
residencia asistida que atiende a ancianos que sufren enfermedades
degenerativas de la memoria. Mi padre padece demencia y voy a verlo una vez al
mes.
No es que me reconozca, ahora que su enfermedad está en una fase
avanzada.
Lo cual está muy bien.
Porque no estoy seguro de lo que haría si me reconociera.
Si reconoció al hijo que había odiado por haber nacido y matado a su
amada esposa.
Si me odiara todavía. Por ser débil. 243
Cuando terminé mis estudios y regresé a Middlemarch, mi padre ya estaba
en la agonía de su enfermedad, y como yo era su heredero, me tocó todo. Apuesto
a que eso le preocupaba; seguro que a otras personas también. Le preocupaba
que el legado de nuestra familia fuera a parar a manos de un hijo al que nunca
creyó capaz ni digno de ello.
Pero a veces me pregunto, si pudiera verme ahora, todo poderoso como él,
cuál sería su reacción.
A veces también me pregunto si no estuviera aquí, ¿seguiría viva mi
madre?
O si no hubiera muerto, ¿me habría amado?
¿Mi padre me habría querido?
¿No habría ocurrido nada de lo que pasó?
Pero lo hizo.
Todo pasó, y ahora visito a mi padre que no me reconoce, no porque sienta
algún tipo de amor por él sino porque como tantas otras cosas, es mi
responsabilidad.
Hago muchas cosas por eso.
Como la reunión de la junta directiva a la que asistí antes de ir a ver a mi
padre.
Como siempre, fue un puto espectáculo de mierda.
Más bien porque ellos -y con ellos me refiero a ese pedazo de mierda de
Robert Bailey- quieren que haga su voluntad. Quiere que traiga de vuelta algunas
de las reglas más arcaicas de St. Mary como la revisión de camas.
La regla con la que la amenacé hace unas semanas.
Era simplemente una broma porque incluso yo creo que es demasiado
arcaico y duro para ser aplicado junto con la mayoría de la junta. Pero no Robert
Bailey y algunos de sus lacayos aparentemente.
—Si crees que no estás preparado para el trabajo, podemos encontrar
fácilmente a otro que sí lo esté —me amenazó una vez más.
—Estoy seguro de que lo harás —le dije, con los puños apretados—. Pero
hasta entonces yo tomo las decisiones. Y mi decisión es no. —Luego miré a los
miembros en general antes de continuar—: Todos son bienvenidos a votar si
quieren.
En resumen, ha sido un día infernal, así que estoy deseando que llegue
esto.
He estado esperando -queriendo y anhelando- hacer esto desde que Mo
llamó. Y me dijo que un tal Jimothy Wilson tuvo la maldita audacia de hacerla
llorar.
La última vez, lo perdoné. 244
Lo dejé ir.
Pensé que St. Mary la mantendría a salvo de él. Pero estaba equivocado.
Muy equivocado.
Sin embargo, no voy a volver a cometer el mismo error.
Sé que le prometí que no lo tocaría, pero a la mierda.
A la mierda esa puta promesa.
Esta noche, voy a terminarlo.
Y luego voy a asegurarme de que siga siendo así.
Así que cuando le veo salir a trompicones de aquel bar cochambroso, salgo
de mi coche. Cierro la puerta de golpe y lo hago con fuerza, de modo que el sonido
reverbera en el silencioso estacionamiento, haciendo que él y sus amigos
gamberros -en realidad, peor; sus compañeros de banda- se estremezcan.
Que mi plan tenga éxito y ellos lo hagan, mirando frenéticamente a su
alrededor, apenas me sirve de consuelo en estos momentos.
Apenas es agua fría sobre mi ardiente rabia.
Atravieso el estacionamiento a grandes zancadas y, en mi visión periférica,
observo que sus amigos me miran con los ojos muy abiertos y asustados,
murmuran entre ellos y se alejan de él como pequeñas hormigas. Sería divertido
si tuviera ganas de reír.
No las tengo.
Tal y como están las cosas, no me detengo hasta que estoy allí.
Donde puedo envolver mi mano alrededor de su maldita garganta y
apretar.
—S-santo... —chilla como el puto roedor que es, sus manos se agitan en
el aire antes de venir a agarrarme la muñeca.
Aprieto más fuerte y le levanto de un tirón para que sus pies se eleven
sobre el suelo y esos bonitos ojos azules parezcan a punto de estallar.
—¿Qué coño le has hecho?
Sus forcejeos aumentan, sus dedos se clavan en mi brazo mientras chilla
de nuevo:
—¿Qué...?
Vuelvo a apretar; en realidad me están empezando a gustar sus ruiditos
chirriantes.
Inclinándome más, gruño:
—¿Qué coño has hecho, maldita mancha de mierda?
—Jesús, qué... suéltalo, hombre.
—¿Sabes qué? —Vuelvo a apretarle la garganta—. Esto no está
funcionando. Cambiemos de táctica, ¿de acuerdo? —Todavía forcejeando, gorjea, 245
pero continúo—: Aléjate de ella, ¿me entiendes?
Me relajo un poco para que pueda hablar.
—¿Mierda, quién?
—Poe Blyton —digo con los dientes apretados—. Sabes quién es, ¿no?
Sus ojos se agrandan en señal de reconocimiento y va a decir algo, pero
como no me interesa mucho escuchar su voz quejumbrosa, subo la presión y
sigo.
—Veo que por fin sabes lo que quiero decir. Ahora vamos a intentarlo de
nuevo: Si te veo cerca de ella una vez más, voy a meter la mano en tu puta
garganta y te voy a arrancar los intestinos delgados y te los voy a enrollar en el
cuello, ¿me entiendes?
—Yo no...
—Parpadea una vez para el sí, y dos veces si quieres que te haga probar
tus intestinos ahora mismo.
Parpadea una vez.
Maldito.
Estoy un poco decepcionado.
Pero lo dejo ir. No sin un último y castigado apretón que le hace chillar y
gorjear como un patético bufón. Y en cuanto lo hago, cae al suelo, tosiendo y
gimiendo, con las manos agarrándose la garganta.
Y ella lo ama.
Este tipo.
Esta patética comadreja de mierda.
Con mi ira renovada, me agacho y le agarro del cuello para que me mire.
Sin embargo, la visión de su rostro me hace reflexionar.
Asqueado, gruño:
—¿Qué estás llorando ahora mismo?
Resopla, con las manos todavía alrededor de la garganta, tratando de
retroceder.
—Aléjate de mí, hombre. Ya me ha dado un puñetazo, ¿está bien?
—Ella lo hizo.
—Sí. —Moquea—. Incluso me dio un rodillazo en el culo, ¿de acuerdo? Así
que aléjate de mí.
Mis labios se mueven con una sonrisa.
Esa es mi chica.
Sin embargo, sigo sujetando su cuello y lo sacudo.
—Deja de llorar como un puto marica. —Otra sacudida—. Y lo haré. 246
Puede que mi tono le haya impresionado, porque deja de forcejear y me
mira. Aunque no estoy seguro de cuánto puede ver con las lágrimas que aún le
corren por la cara y su pecho se estremece.
—Quiero que entiendas esto muy claramente, ¿sí? —Empiezo, mi puño
apretando su camisa mientras le miro a los ojos—. Tienes que alejarte de ella.
Sus ojos se ensanchan y tartamudea:
—S-sí. Yo...
—No, no hables. No quiero escuchar tu patética vocecita. Sólo parpadea
una vez para decir sí.
El maldito lo hace. Parpadea.
—No intentes contactar con ella de ninguna manera, forma o modo. Es
decir, no le envías un mensaje de texto o un correo electrónico o le escribas una
puta carta y la envías por correo. Ni siquiera le envías una postal agarrada en el
puto pico de un puto búho, ¿de acuerdo? Y entonces, lentamente, poco a poco,
te olvidas de ella. Olvidas su nombre. Te olvidas de dónde vive. Te olvidas de
cómo suena. Cómo se ve. Olvidas su sonrisa. Olvidas su maldita risa. Y olvidas
el color de sus ojos. ¿Estás entendiendo todo esto?
Vuelve a parpadear.
Aunque esta vez ha sido más bien un tirón ya que su miedo aumenta por
momentos. Puedo olerlo.
Creo que se va a cagar en los putos pantalones en unos cinco segundos,
así que tengo que hacer esto rápido.
—Y entonces ella no existe para ti. No piensas en ella. Ni siquiera sueñas
con ella. Si sueñas con ella, te golpeas en la cara y te despiertas, ¿sí?
—P-pero yo no... Cómo puedo controlar... ¡Es un sueño! —grita.
Lo dejaré pasar. Su infracción de conducta sobre el uso de su voz.
Le doy un tirón del cuello de la camisa y lo levanto ligeramente, haciendo
que el miedo baile en sus bonitas facciones de niño.
—Entonces no te duermas. Nunca.
—Pero eso es imposible. Cómo...
—Basta de hablar. Ahora parpadea una vez si lo has entendido todo, y no
sugeriría parpadear dos veces, ni siquiera por error, porque no te va a gustar lo
que te haga en las pestañas. Antes de pasar a tus ojos y otras partes del cuerpo.
Lo hace.
Y lo hace con fuerza.
Tanto que creo que casi se lesionó en ese momento.
Aunque esta es la respuesta que quería, todavía no estoy muy contento.
Me hubiera gustado ir por sus pestañas, arrancándolas una a una y dándoselas 247
de comer.
Echo una última mirada a su patética cara antes de soltarle el cuello.
La mirada de alivio es tan grande en sus rasgos que me enoja y vuelvo a
agarrar su cuello. Antes de colocárselo en la mandíbula.
Aúlla de dolor y es entonces cuando lo suelto.
Pero me mantengo inclinado sobre él y gruño:
—Eso es por hacerla llorar esta noche.
Y entonces estoy listo para salir de aquí pero su estúpida voz me detiene.
—¿Qué coño, tío? ¿Cuál es tu puto problema? No eres su p-padre.
Miro su patética forma por un segundo.
—No, no lo soy. Soy peor que su padre. Porque estoy aquí y él no. Y puedo
ponerte en un mundo de dolor si no sigue mi consejo esta noche.
Y luego me alejo a grandes zancadas.
Veinte minutos después, estoy de vuelta en la mansión y Mo está allí para
recibirme en la puerta.
—Por fin se ha dormido.
Asiento con un movimiento de cabeza.
—¿Alguna pesadilla, algo?
—No —me dice—. Pero le he preparado un té y le he dado un somnífero de
todos modos. Espero que duerma toda la noche.
Otro asentimiento.
—Bien. Gracias.
—No estoy segura de lo que hizo ese chico. No me lo quiso decir pero...
Mis puños palpitan con violencia.
—Ese chico ya no será un problema.
Estoy a punto de alejarme cuando Mo dice:
—Se lo dije.
Entonces hago una pausa. Y me quedo quieto.
—Todo —continúa Mo, con ojos desafiantes y ligeramente temerosos—. Sé
que podrías verlo como una traición. Pero ella necesitaba saberlo. Esa niña ha
sido llevada al límite, Alaric. Lo que ha hecho hoy, se sentía tan culpable y
arrepentida. Ella nunca lo habría hecho si...
—Lo sé —la corto, sin interés en escuchar lo que ya sé.
Lo que hizo esta tarde estuvo mal. Fue tortuoso y malicioso, y no se parece
en nada a ella.
En el pasado ha gastado bromas, ha roto las reglas y ha mentido, pero 248
ninguna de esas cosas se hizo con la intención de causar un daño permanente.
Así que sí, ella hizo esto porque fue empujada al borde.
Y como siempre, ocurrió por mi culpa.
Miro a Mo, estudio su rostro angustiado mientras continúo:
—No fue una traición. —Va a decir algo pero no la dejo—. Y no es una
niña.
Ya no.
Ese es el maldito problema, ¿no? Que no lo es.
No lo ha sido desde que volví de Italia y quiero romper algo, joder. Quiero
destrozar algo. Porque ella me hace cosas que nadie ha sido capaz de hacer. Ella
jode mi control que he pasado años para construir.
Y no debería poder hacerlo.
Entonces, ¿cómo es que ella es la perdición de mi maldita vida y el fuego
de mi maldita alma?
¿Cómo es que cuando me alejo de Mo, estoy subiendo las escaleras de dos
en dos, corriendo hacia su habitación? ¿Cómo es que quiero asegurarme de que
está realmente bien y realmente dormida?
Y cómo carajo es que cuando la encuentro así, sólo entonces soy capaz de
respirar.
Sólo entonces soy capaz de calmar esta rabia que bulle en mi interior desde
la llamada de Mo.
Me acerco con pasos silenciosos a la cama donde está acurrucada de lado
bajo una manta. Su cabello de medianoche está esparcido por la almohada y sus
dos manos están metidas debajo de ella. Hay huellas de lágrimas que recorren
sus pálidas y lechosas mejillas. Incluso sus pestañas rizadas están mojadas, y
de vez en cuando se sacude en su sueño, con hipo.
Parece tan joven, tan inocente.
Desgarradoramente inocente.
Aprieto los puños y siento que la rabia vuelve a brotar.
Debería haberle roto algo más que la nariz. Debería haberle roto todos los
huesos del cuerpo. Debería haberlo matado.
No, debería haber encontrado una manera de borrarlo de la existencia para
que nunca lo conociera.
Para que nunca le rompa el corazón como lo ha hecho hoy.
Pero eso no es cierto, ¿verdad?
Lo hice. Le rompí el corazón. Como tantas cosas, la empujé a sus brazos.
Así que soy yo. 249
Debería haberla dejado ir.
Hace cuatro años, cuando me lo pidió, debería haberla llevado de vuelta a
Nueva York y dejarla allí yo mismo.
No debería haberla atrapado como lo hice.
No debería haberla visto como la extensión de Charlie. Incluso al principio.
Porque no lo es.
Nunca lo fue.
Ella es demasiado única. Es demasiado original, talentosa, imaginativa y
jodidamente valiente para ser como los demás.
Lo suficientemente valiente como para luchar, para defenderse, para
defenderse a sí misma cada vez que yo trataba de ponerla en el suelo.
No sólo eso, sino que es lo suficientemente valiente como para dar vida a
las cosas.
Para crearlas. Para darles existencia.
Puedo estudiar las creaciones. Puedo catalogarlas, analizarlas, admirarlas
y escribir artículos sobre ellas. Pero ella es la que tiene una visión. Ella es la que
tiene estilo, el estilo y el valor para construir lo que la gente como yo estudia.
Mo hizo bien en decírselo.
No es algo que hubiera hecho yo mismo. No me gusta pensar en esa parte
de mi vida. No me gusta pensar en cómo era antes de convertirme en lo que soy
hoy. Pero me alegro de que Mo se lo haya contado.
No porque sea una excusa, sino porque necesitaba saber que nunca fue
su culpa.
No era ella. Fui yo.
Y ahora me toca a mí hacer lo correcto.
Para ser el tutor que me designaron hace cuatro años.
Con ese pensamiento en la cabeza, la miro por última vez, su piel pálida
como la de la luna, su pequeño cuerpo, su cabello de medianoche, esa boca
rosada y regordeta, desprovista de su ocasional labial morado oscuro.
Cuando me doy la vuelta para irme, lo único que oigo es: quiero que me
des mi primer beso.

250
N
o puedo encontrarlo.
No lo encuentro por ningún lado y he buscado y buscado.
He recorrido todos los pasillos de hormigón, todas las
habitaciones de St. Mary, cada centímetro de los terrenos del
campus. También he revisado la mansión, todas las habitaciones y todos los
pisos. Incluso lo he buscado en el bosque.
¿Dónde está?
¿Por qué no puedo encontrarlo?
Sé que ha pasado algo. Algo malo. Sé que está en peligro. Su cuerpo está
roto, doblado y ensangrentado. Y está tirado en algún lugar solo y tengo que
encontrarlo.
Tengo que hacerlo. Tengo que hacerlo. Tengo que hacerlo. 251
Con ese pensamiento corriendo en mi cabeza en bucle, grito su nombre. Y
sigo haciéndolo y haciéndolo hasta que me envuelve el calor.
Y la fuerza.
Es entonces cuando me despierto de un tirón y me doy cuenta de que era
un sueño.
No, una pesadilla.
Estaba teniendo una pesadilla y estoy temblando, temblando y llorando. Y
no puedo parar aunque quiera.
Aunque creo... creo que hay alguien más que quiere que lo haga también.
Alguien que hace ruidos de silencio, zumbidos profundos y relajantes.
Por no hablar de que me aferro al par de brazos más cálidos y fuertes. Que
se aferran al par de hombros y pecho más cálidos y fuertes.
Huelen a mis dos cosas favoritas: cuero y humo de cigarro.
Y estoy mirando una mancha de piel oscura.
En la base de una garganta.
Su garganta.
—¿Alaric? —digo en su garganta, con el corazón palpitando.
Siento que me aprietan el cuerpo.
—Aquí.
Echándome hacia atrás, lo miro.
—Estás... —Trago saliva, mi visión somnolienta se va enfocando poco a
poco—. Estás aquí.
Sus ojos son oscuros y brillantes mientras me mira fijamente.
—Sí. Y estás bien. Sólo estabas teniendo una pesadilla.
Me doy cuenta de que estoy agarrando su camisa en mis puños.
También me doy cuenta de que estoy aferrada a él.
No estoy segura de cómo ha sucedido. Pero estamos en mi cama y estoy
sentada en su regazo, con mis muslos rodeando sus caderas y mi cuerpo
apretado.
Pero no está lo suficientemente cerca para mí.
Quiero estar más cerca.
Así que me retuerzo y me desplazo, y Dios mío, sus muslos están
jodidamente construidos; sus muslos son duros y musculosos y jodidamente
cortados, hasta que estoy realmente pegada a él.
Hasta que todas mis curvas se aplanan y moldean contra su pecho duro
como una roca y su torso estriado. 252
Cuando me he situado como me gusta, aprieto las palmas de las manos
en su desaliñada mandíbula y le miro a los ojos, susurrando:
—No te encontraba.
—¿Qué?
—En mi pesadilla —le digo, con hipo, las puntas de mis dedos clavándose
en su cara—. No podía... Pensé que te había pasado algo. Pensé que estabas en
peligro y por eso busqué y busqué por todas partes. En St. Mary y aquí y... y en
el bosque detrás de la mansión. Pero no pude... Y estaba tan asustada, Alaric.
Estaba...
Un sollozo se me escapa sin querer y siento que me aprietan el cuerpo una
vez más.
Antes de que pueda entender cómo está ocurriendo eso -el apretón de mi
cuerpo-, habla con voz ronca.
—Estoy bien. Estoy aquí, de acuerdo. Estoy aquí. No hay necesidad de que
te asustes.
—Estás bien —susurro, trazando sus altos pómulos con mis dedos.
—Sí.
—Y estás aquí.
—Lo estoy.
Lo está.
Él está aquí. No sé cómo está aquí, pero está.
No está en peligro ni tirado en alguna zanja, roto y ensangrentado.
Está entero, cálido y vivo, y yo lo envuelvo. Lo estoy tocando. Lo estoy
mirando.
Su cabello oscuro y abundante que por una vez parece desordenado,
desordenado y en punta, unos cuantos mechones cayendo sobre su frente. Su
mandíbula está desaliñada, más desaliñada que nunca, y por alguna razón, su
piel parece aún más morena que de costumbre.
Como si el sueño lo coloreara por la noche y lo dejara aún más oscuro y
delicioso.
Enjuagado y calentado.
Finalmente, suspiro. Finalmente, dejo que toda la tensión desaparezca de
mi cuerpo y le doy una pequeña y tentativa sonrisa.
Hace que su mandíbula se apriete por un segundo, viendo cómo mis labios
se levantan ligeramente.
Aprieto más mi abrazo alrededor de él.
—¿Te he despertado? 253
Levanta los ojos.
—No estaba durmiendo.
Mis dedos hacen círculos alrededor del lado de su boca.
—¿Qué estabas haciendo?
Siento que me aprietan el cuerpo de nuevo.
—Trabajando.
Mis dedos abandonan su cara y vuelven a hundirse en su abundante y
suave cabello.
—Trabajas demasiado.
Siento que me tiran del cabello, lo que me hace preguntarme por qué.
—Trabajo lo justo.
—No, no lo haces.
—Estoy...
Me inclino entonces y huelo el triángulo de su garganta, interrumpiéndolo.
Es algo que he querido hacer desde que vi ese trozo de piel en su oficina
hace unos días.
Y ahora que está aquí, no he podido evitar ceder y tenía razón.
Tenía mucha razón.
Su olor es más espeso aquí.
Más espeso y embriagador y tengo que abrir la boca para asimilarlo.
Cuero y humo de cigarro.
Con un toque de cerezas.
Eso es nuevo y me pregunto si puedo lamerlo también. Me pregunto si
podría darle un mordisco a su garganta. Sólo para ver si sabe igual que huele.
Vuelvo a sentir que me aprietan el cuerpo, seguido de un tirón en el cabello
antes de oír su gruñida pregunta:
—¿Qué coño estás haciendo?
Al tomar una gran bocanada de su garganta, miro hacia arriba.
—Oliéndote.
Sus cejas se juntan mientras me mira.
—Olerme.
Probablemente debería estar más avergonzada por esto.
Pero no lo estoy.
No tengo ningún espacio en mi cuerpo para sentir ningún tipo de
vergüenza o pudor. Todos mis pequeños espacios han sido llenados hasta el
borde por el alivio y su calor.
254
Así que froto mi nariz en su garganta -está caliente y con rastrojos-
mientras susurro:
—Sí. Porque siempre me he preguntado por tu garganta.
—Siempre te has preguntado por mi garganta.
—Sí. Cómo huele.
—Cómo huele.
—Sí. Si tu olor es más espeso aquí. Tu olor a cuero y humo de cigarro.
—Mi olor a cuero y humo de cigarro.
—Estás repitiendo todo lo que estoy diciendo otra vez.
—Porque dices cosas muy lógicas.
Le doy una pequeña sonrisa y él se pone rígido, pero no me importa.
Incluso llego a apoyar mi mejilla en su pecho y suspirar de nuevo.
Se mueve debajo de mí.
—Voy a enviar a Mo y ella puede...
Levanto los ojos y protesto:
—No, no lo hagas. —Su mandíbula desaliñada se aprieta y yo me agarro a
su cabello—. No vayas a ninguna parte. —Luego, en un susurro—: Por favor.
Su respuesta es apretar la mandíbula con más fuerza durante unos
segundos y exhalar como si cediera.
Lo que me relaja que se quede, pero ahora que lo hace, hay algo más en lo
que tengo que pensar.
—¿Te ha llamado Mo? —pregunto, mi corazón empieza a acelerarse por
una razón diferente a la de la pesadilla—. Quiero decir, sobre el hecho de que
estaba, estoy, en la mansión.
Donde no debería estar en primer lugar.
Lo sé. Él lo sabe.
Cuando me escabullí, sabía que corría un gran riesgo. Sabía que ya estaba
enfadado conmigo -más que enfadado- por lo que había hecho en su despacho
y, por tanto, era consciente de que esto podría llevarle al límite.
Pero tenía que estar aquí y supongo que ha llegado el momento de
enfrentarse a él, de afrontar su ira.
Lo que en realidad ya se nota en sus facciones, tensándolas, apretándolas,
haciéndolas pasar por duras.
Incluso su voz es tensa cuando responde:
—Sí.
Mi corazón late más fuerte.
255
Porque escabullirme es el menor de mis crímenes en este momento.
También he hecho algo más. Algo peor.
Eso no le va a gustar en absoluto.
Pero tengo que decírselo, así que lo hago.
Y lo hago sin apartar la vista de él. Sin esconderme ni cerrarme.
—Sé que nunca debí... —trago, mis puños en su cabello se tensan—, me
escapé de la escuela. Pero lo hice y... está bien si quieres castigarme por ello.
Pero supongo que también deberías saber que también hice algo más. Algo que
es mucho peor y no sé si Mo te lo dijo pero yo...
—Ella lo hizo.
Hago una ligera mueca de dolor, mis extremidades se flexionan alrededor
de su cuerpo.
—Oh. Quiero... quiero que sepas que se acabó. —Tengo que respirar
profundamente aquí—. Entre él y yo, y sé que he mentido sobre eso antes. Dos
veces. Pero no voy a mentir de vez en cuando, está bien si quieres castigarme
por eso también. Me doy cuenta...
—¿Qué ha hecho? —gruñe, cortándome.
Tengo que parpadear.
Primero, porque no esperaba esa pregunta.
Y segundo, porque hace un momento sus ojos eran de color marrón
líquido, como trozos de chocolate derretidos, pero ahora se han vuelto oscuros.
Se han convertido en diamantes duros en una fracción de segundo.
Lo que de alguna manera me hace darme cuenta de algo más.
Algo obvio que mi somnoliento y abrumado cerebro había bloqueado hasta
ahora.
Así que supongo tres cosas, y la tercera es la más importante. Y es el hecho
de que, de repente, he resuelto el misterio de por qué mi cuerpo se sentía como
si estuviera siendo apretado a veces y por qué sentía que mi cabello estaba siendo
tirado y jalado.
Es porque lo era.
Por él.
Es porque no soy la única que se aferra a él. Él también se aferra a mí.
Sus brazos me rodean, rodean mi cuerpo y me mantienen en su sitio. Me
ancla en su regazo con una mano acunando en la nuca, sus dedos enterrados
en mi espeso cabello. Y su otra mano está extendida sobre mi columna vertebral.
Supongo que debería haber sido obvio que me está abrazando -es decir,
estoy sentada en su regazo; por supuesto que me tiene abrazada-, pero no lo fue.
No hasta que me hizo esa pregunta gruñona y sus ojos se volvieron 256
oscuros.
Y no están oscuros de rabia hacia mí, sino de otra cosa.
Algo más como la protección.
Esto es protección, me doy cuenta.
Esto es lo que se siente al estar segura. Estar atada y con los pies en la
tierra.
Un regazo cómodo en el que sentarse, un cuerpo poderoso en el que
enrollar mis miembros y un par de brazos musculosos que me sujetan con
fuerza. Tan fuerte que cada centímetro de mi cuerpo toca el suyo. Cada curva de
mi cuerpo tiene un lugar en el suyo para apoyarse, mis pechos en sus costillas,
mis muslos alrededor de su delgada cintura.
Cada latido de mi corazón resuena en su pecho, y él vigila cada aliento que
pasa por mis pulmones.
Esto es todo, ¿no?
Esto es lo que se siente al ser vigilada.
—Poe —gruñe cuando todo lo que hago es mirarlo con asombro.
—Yo... Él... No es importante.
Y no lo es.
No frente a lo que acabo de descubrir: lo que se siente al ser sostenido por
mi guardián diabólico.
No, sólo mi guardián.
Alaric.
Sin embargo, su agarre a mi alrededor se tensa y vuelve a gruñir:
—Era lo suficientemente importante como para hacerte llorar. En el coche.
Todo el camino de vuelta.
Mis ojos se amplían.
—¿Mo te dijo eso?
—Y luego en tu maldito sueño.
—C-cómo has...
—Entonces, ¿qué carajo hizo?
Sé que se está impacientando.
Pero mi cerebro está atascado en el hecho de que él sabía que estaba
llorando en sueños y que en lugar de Mo, que suele venir a ayudarme cuando
tengo pesadillas, es él quien ha venido.
—¿Es por eso que viniste cuando grité? En lugar de Mo.
—Poe, te juro que...
257
—Sólo dime.
Su pecho se mueve en una respiración impaciente. Entonces.
—Sí.
Las cosas se derriten dentro de mí ante su confirmación. Gotean y se
acumulan en el fondo de mi vientre, haciéndome sentir pesada y acogedora.
—Si te lo digo —susurro—, te vas a enojar.
Un músculo salta en su mejilla.
—Ya estoy enfadado.
Me muerdo el labio, todavía dudando.
Se inclina, la punta de su nariz roza la mía.
—Dime qué coño ha hecho, Poe.
—Mintió —susurro finalmente.
—¿Mentir sobre qué?
—Sobre la gira —le digo, agarrándolo con fuerza—. Nunca hubo ninguna
gira. Me mintió porque quería... quería que me fuera con él para poder... —Hago
una mueca, pero luego lo digo sin más—. Para que pudiera hacer creer que me
habían secuestrado y luego pedirte que le pagaras mi fondo fiduciario como
rescate. Y eso es porque le debe dinero a un traficante de drogas y ese traficante,
Big Jack, lo estaba presionando, así que se les ocurrió esta idea del falso
secuestro.
Y entonces me alegro de que me tenga en sus brazos.
Quiero decir que ya lo estaba, pero ahora me alegro aún más porque siento
un dolor en el pecho.
Siento un escozor.
Supongo que he estado tan concentrada en cómo se sentiría él y en cómo
se enfadaría por haberme escabullido de St. Mary y haber ido a ver a Jimmy,
que me he olvidado de mi propia angustia.
Me olvidé de mi propio dolor.
Olvidé que mi amor ya no existe. Que mi amor era una mentira.
Que todos mis sueños y mis esperanzas que había puesto en Jimmy eran
una mentira.
Dios, todo era una mentira.
—Pero antes de todo eso —continúo, con los ojos llorosos y desenfocados—
, lo vi besar a otra chica. Lo vi besarse con ella. Lo vi... me sentí tan estúpida.
Me sentí tan estúpida estando allí, observándolo, todo porque quería decírselo
en persona. Quería darle la cortesía de decirle que no podría ir con él. A la gira.
Pensé que se merecía al menos eso. Iba a dejarlo ir. Iba a decirle que no me 258
esperara porque... no sabía cuándo iba a salir de St. Mary y por eso quería
despedirme en persona y... resulta que ni siquiera había gira. Todo era su plan.
Para conseguir el dinero. Y lo hizo sonar como si me estuviera haciendo un favor,
como si fuera a comprar esa mierda. Como si... Pero supongo que no es
realmente su culpa porque me creí su otra mierda, ¿verdad? Que me quería. Que
tenía sentimientos por mí. Cuando todo este tiempo, era sólo una táctica.
Cuando él estaba besando a otra persona mientras yo... estaba guardando mi
primer beso para él.
Una lágrima recorre entonces mi rostro.
Una gruesa y solitaria lágrima que me dice que soy estúpida.
Que soy más que estúpida.
Que he estado tan desesperada por el amor y la atención que estaba ciega.
Ciega a Jimmy. Ciega a sus intenciones. Su repentino interés en mí. La
gira.
Qué chiste.
Pero es peor, ¿no?
Porque siempre he sido así. Siempre he sido así de ciega y todo empezó
con ella.
Con mi madre.
Dios, mi madre.
Mi puta madre.
El mero hecho de pensar en ella me saca de mi autocompasión. Me saca
de mi estúpida angustia adolescente para centrarme en otras cosas importantes.
Cosas como él.
Y el hecho de que todavía siga quieto debajo de mí.
Todo rígido y duro, sus ojos más negros que la noche y su mandíbula de
granito.
Y vuelvo a llevar mis manos a sus mejillas. Presiono mis palmas sobre sus
duros huesos y susurro:
—Alaric.
Como si el hecho de que lo llame por su nombre lo despertara, rompe su
quietud y se mueve.
Se mueve debajo de mí, pero yo aguanto.
Pongo todo mi cuerpo, todo mi poder en él y detengo sus movimientos.
—Alaric, ¿qué estás...?
—Suéltame —gruñe.
—No. —Sacudo la cabeza y sigo lanzando mi peso hacia él.
—Poe, quítate de encima.
259
—No, no lo haré —le digo—. No hasta que me digas qué estás haciendo.
Ante esto, se queda quieto o, al menos, deja de esforzarse por desalojarme
de su regazo.
Y no sólo eso, también mueve los brazos.
Y entonces ya no me sostiene, me agarra.
Me agarra con las palmas de las manos, mi cintura al menos, y clava sus
dedos en mi carne.
Y esto se siente aún mejor.
Porque ahora su agarre no sólo es protector, también es posesivo.
También me hace pensar que nadie más podría abrazarme así. Que nunca
podría encajar en las palmas de alguien como encajo en las suyas.
—Lo que estoy haciendo, Poe —gruñe, rompiendo mis pensamientos
fantasiosos—, es que voy a volver a ese bar. Voy a encontrarlo y luego voy a
terminar lo que empecé esta noche. Lo que significa que no me voy a detener en
romperle la nariz como hice antes. Voy a ir hasta el final y meterlo en una bolsa
para cadáveres.
Su pecho se estremece, subiendo y bajando en oleadas, con las fosas
nasales abiertas. Su frente se aprieta contra la mía como si fuera un animal, un
toro, listo para embestir.
Pero no va a ir a ninguna parte.
No lo voy a dejar.
—¿Le has roto la nariz esta noche? —pregunto, con mi propia respiración
entrecortada.
Me mira un rato, sus ojos todavía oscuros y furiosos.
—Déjame levantarme, Poe.
—¿Por qué?
Su respuesta es una respiración agitada y sus dedos casi empujan la
suave carne de mi cintura.
Arqueo la espalda ante la punzada de dolor, pero no me muevo.
—¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué le has roto la nariz?
Otros pocos latidos de silencio. Luego.
—Porque se lo merecía. Porque te hizo llorar, carajo.
Es mi turno de quedarme quieta entonces.
Mi turno para hacer una pausa y dejar de respirar.
Mi turno para simplemente estudiar sus rasgos delineados por la ira. Se
ven aún más esculpidos así, más afilados y nítidos. Más hermosos. 260
Tanto es así que las cosas en mi interior se enredan.
Se ponen angustiadas, inquietas y acaloradas.
Y tal vez sea una prueba de lo mucho que consigo dominarlo.
Consigo poner aún más de mi pequeño peso en él, más de mi voluntad y
de mi pequeño cuerpo, que lo empuja de nuevo sobre la cama con un gruñido.
Con un grito incluso.
Y entonces él está de espaldas y yo a horcajadas sobre su torso, inclinada
sobre él, con las manos apretadas en el cuello de su camisa.
—Idiota —le digo en la cara.
Se ve tan aturdido como me siento yo después de haber logrado esta
hazaña, dominando su cuerpo de esa manera.
Pero antes de que pueda decir algo o dominarme, continúo:
—¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué demonios has tenido que hacer eso?
—Flexiono mis muslos alrededor de su cuerpo mientras prácticamente me siento
sobre sus abdominales que deben ser al menos un six pack—. ¿No lo sabes ya?
Soy como mi madre.
Al oír esto, sus manos, que de alguna manera siguen enganchadas a mi
cintura incluso con este repentino giro de los acontecimientos, se tensan. De
hecho, aplastan mi top mientras gruñe en voz baja:
—¿Qué?
Trago dolorosamente, tirando de su cuello mientras digo todo lo que he
estado sintiendo desde que descubrí lo de él y Charlie. Todos los paralelismos
que he ido trazando, todas las conclusiones a las que estoy llegando.
—Mo me lo dijo. Me lo contó todo y puedes enfadarte por eso más tarde si
quieres, pero primero quiero que sepas que tenías razón. Tenías razón en
evitarme cuando vine a vivir aquí por primera vez. Tenías razón al salirte de tu
camino para no estar nunca en la misma habitación que yo. No prestarme
atención, no mirarme. Hiciste bien en irte a Italia. Hiciste bien. Ni siquiera sé por
qué me acogiste. Por qué me dejaste quedarme bajo el mismo techo después de...
—Mis muslos se flexionan de nuevo; todo mi cuerpo se flexiona y tiene espasmos
en este punto—. Pero más que eso, ni siquiera sé cómo lograste preocuparte lo
suficiente como para hacer otras cosas por mí.
Al oír esto, su cuerpo se sacude y se tensa debajo de mí.
Sus cejas se juntan y abre la boca para decir algo.
Pero le pongo una mano en la boca.
Le pongo la palma de la mano sobre los labios para detenerlo. Porque no
he terminado.
Ni mucho menos.
—Mo también me lo dijo —le digo, ignorando la suavidad de su boca bajo
mi palma, el calor de su espesa respiración—. Que le pediste que me cuidara
261
cuando llegué aquí. Me dijo que fuiste tú quien le habló de mis pesadillas y que
eras tú quien la enviaba cada vez que yo gritaba. Y me dijo que fuiste tú quien
le pidió que diera las noticias sobre St. Mary porque sabías que ella era mi
confidente. Así que tal vez me lo tomaría mejor, la noticia. Así que tal vez si mi
corazón se rompiera, lo haría frente a ella, frente a alguien seguro. A diferencia
de ti.
Ella me dijo todo eso.
Me lo contó todo.
Así que todo ese cuidado que vi, en su casa de campo, que me desconcertó,
ya estaba ahí. Era real.
Él se preocupó.
Siempre lo hizo. Aunque no puedo ni imaginar lo difícil que debe haber
sido para él. Cuidar de mí.
Cuidar a alguien tan enredado en su pasado.
—Pero no sólo eso, también me enviaste a St. Mary, ¿no?
Sus ojos se oscurecen y su mandíbula se aprieta bajo mi palma, pero aun
así, mantengo mi mano sobre su boca mientras continúo:
—Lo descubrí en el coche. En el camino de vuelta, mientras lloraba. Todo
este tiempo pensé que me habías roto el corazón cuando me enviaste lejos. Cada
vez que me prohibías verlo, pensaba que me rompías el corazón de nuevo. Pero
no lo hacías. Me estabas salvando. Estabas salvando mi corazón. Lo estabas
protegiendo, ¿verdad? Me estabas protegiendo de él. Me estabas protegiendo de
mí misma. Porque era demasiado testaruda, demasiado rebelde, demasiado
jodidamente desesperada por la atención y no escuché. Pero la cosa es, Alaric —
me inclino más hacia él, con mi mano aún en su boca y sus dedos aun
manoseando mi top mientras le susurro con fiereza—, que no deberías haberlo
hecho. No deberías haber hecho todo eso porque soy como ella. Soy como mi
madre. Como ella, te he mentido. Te he engañado. Te he ocultado cosas. Te he
gastado bromas. He...
Mis ojos vuelven a ampliarse mientras los suyos se estrechan, su
respiración estalla bajo mi palma, y me inclino aún más.
Toco con mis labios el dorso de la mano que aún cubre su boca mientras
susurro:
—Al igual que ella, intenté arruinar tu vida. ¿Puedes creerlo? Intenté
arruinar tu puta vida, Alaric. ¿Te imaginas lo mala que tengo que ser para hacer
eso? Qué maliciosa. Como Charlie. Como toda esa gente que... —hago una pausa
mientras una lágrima cae por mi ojo, depositándose en su dura mejilla—, te hizo
daño.
Sus abdominales se estremecen entonces.
Su cara también se estremece en cuanto la lágrima se posa en su piel. 262
Y oigo un estruendo en su pecho, pero me abrazo a sus costados con mis
muslos y lo mantengo en su sitio.
—Te hicieron daño, Alaric. Te hicieron mucho daño. Y nunca lo supe.
Nunca pude imaginarlo. Nunca pude ni siquiera imaginarlo. Y lo haría. Intentaba
inventar todo tipo de escenarios, todo tipo de crímenes que Charlie había
cometido contra ti, pero nunca podría haber imaginado esto. Mi cerebro, mi
pequeño y estúpido cerebro adolescente, nunca podría haber imaginado algo tan
horrible, tan... doloroso y que altere la vida y...
Respiro por la nariz. Respiro por la boca.
Simplemente respiro.
Sin embargo, nada de eso ayuda.
Nada de eso calma esta rabia en mi corazón. Este fuego en mi cuerpo.
Nada de eso amansa estas violentas emociones que golpean mis huesos y
por eso mis siguientes palabras son pronunciadas en forma de gruñido mientras
mi cuerpo se abalanza con más fuerza sobre él.
—Me hace enojar. Me enfada mucho. Me pone tan jodidamente furiosa,
Alaric —le digo, incluso mientras mi mano presiona con más fuerza su boca—.
Quiero... quiero hacer algo drástico. Quiero quemar esta casa. Quiero quemarla
hasta los cimientos por todo lo que has pasado aquí. Por cómo te trató tu padre.
Por cómo te hizo sentir rechazado y no amado. Sé de eso, lo sabes. Sé lo mucho
que te afecta, lo mucho que te duele.
Lo hago, ¿verdad?
Sé lo doloroso que es. Sé cómo te afecta. Sé lo solo que te hace sentir.
El rechazo. El abandono. El propio odio de alguien que se supone que te
quiere.
Lo sé.
Sólo que no sabía que él también lo sabía.
Que ha vivido con ello como yo.
—Pero eso no es todo. Porque entonces —continúo—, entonces, Alaric,
quiero encontrar a esa gente. Los que se atrevieron a hacerte daño. Los que se
atrevieron a ponerte las manos encima. Los que se atrevieron a torturarte.
Quienes por un solo segundo se atrevieron a pensar que eran mejores que tú.
Quiero encontrarlos y quemarlos vivos también. Quiero quemarlos hasta que los
oiga gritar y suplicar y cagarse en los pantalones de miedo. ¿Entiendes eso,
Alaric? ¿Entiendes lo que quiero hacer antes de pensar en calmar mi mierda?
»—Pero antes de que digas nada, déjame decirte que he pensado en ello.
He pensado en no recurrir a la violencia. Tal vez ser la persona más grande y
dejar el pasado en el pasado. Y tal vez romperme todos los huesos del cuerpo
para saber cómo te sentiste. Lo doloroso que fue. Lo aterrador. Y tal vez siga
haciendo eso, no lo sé, pero luego pensé que no importa. No importa que haya
sucedido hace mucho tiempo o que haya llegado a saber lo que se siente al sentir
263
tanto dolor. No importa porque no cambia el hecho de que ocurrió, ¿cierto? No
cambia el hecho de que te haya pasado a ti. No cambia el hecho de que hayas
estado en una cama de hospital durante un mes. No lo hace. Y no te quita el
dolor ni te devuelve ese mes de tu vida. Así que esto es todo. Esto es, Alaric. Esto
es lo que quiero hacer. Quiero venganza. Quiero enseñarles una maldita lección.
Porque no creo que me calme nunca más. Nunca. No creo que pueda dejar pasar
esto, Alaric. Estoy jodidamente lívida ahora mismo.
Lo estoy.
Jodidamente lo estoy.
He estado lívida desde que Mo me lo dijo. Desde que me di cuenta de que
soy como ella.
Soy como Charlie.
Y lo peor es que es algo que siempre quise. Siempre quise ser como ella
para que me amara.
Pero recién ahora me doy cuenta de lo equivocado que estaba.
Recién ahora me doy cuenta de la verdad de quién era mi madre. La verdad
de todas las cosas que hizo, todas las cosas de las que fue responsable.
Y nunca jamás quiero ser eso.
Nunca jamás quiero ser la razón por la que alguien se hace daño o tiene
cicatrices y heridas. Nunca quiero ser la razón de que alguien tenga un chichón
en la nariz y una puta tonelada de rabia por dentro.
Así que no, no quiero ser como mi madre.
Pero creo que lo soy y no sé qué hacer. No sé cómo arreglar eso. Cómo
retroceder en el tiempo y deshacer todas las cosas que le hice y...
Antes de caer en ese agujero de miseria, siento que las cosas cambian y se
deslizan.
Porque se está moviendo. Porque me agarra de la muñeca y se la quita de
la boca. Porque sus abdominales se están juntando mientras se desplaza por la
cama, sentándose erguido y llevándome con él.
Pero no se detiene ahí.
Gira su torso tan rápido y con una gracia tan atlética que es todo lo que
puedo hacer es agarrarme a él, a sus hombros y a sus caderas, mientras invierte
nuestra posición, haciéndome jadear y haciendo que mi corazón silbe en mi
pecho.
Lo que significa que ahora soy yo la que está tumbada de espaldas en la
cama y él es el que se inclina sobre mí.
Es él quien me cubre, empequeñeciéndome con su gran cuerpo, que se 264
acomoda entre mis muslos, su pelvis trabada con la mía.
Con sus manos a cada lado de mi cabeza y él cerniéndose sobre mí como
si fuera a hacer una flexión, retumba:
—¿Has terminado?
—No —le respondo, clavándole las uñas en los hombros—. Por supuesto
que no. ¿No me has oído? No voy a terminar...
—Has terminado —retumba de nuevo, interrumpiéndome, con sus ojos
recorriendo mis facciones.
—Alaric...
—Eres una gata salvaje, ¿lo sabías?
Frunzo el ceño.
—¿Qué? Eso ni siquiera es...
—No, eso no es cierto. No eres sólo una gata salvaje. Eres un dragón.
Le doy un puñetazo a su camisa y aprieto sus caderas con mis muslos.
—Alaric, escúchame, ¿de acuerdo? Tengo una mente muy retorcida. Puedo
hacer cosas a esta gente. He sido entrenado toda mi vida para hacer cosas a esta
gente. ¿Para qué crees que han servido todos mis complots y planes? Y...
Sus labios se crispan mientras sus ojos siguen recorriendo mis rasgos,
que estoy segura de que siguen enrojecidos por la ira.
—Eres un dragón de bolsillo —luego, como para sí mismo—, la pequeña
Poe enojada es un dragón de bolsillo.
Mi vientre se revuelve de calor.
Hierve y surge el calor.
Se dispara con el hecho de que estoy toda extendida bajo él y me mira
como si fuera la cosa más maravillosa del mundo.
Con una respiración que disminuye rápidamente, susurro:
—No es gracioso.
Sus ojos cambian entonces.
Se vuelven un poco más oscuros y duros mientras dice:
—No, no lo es. Es jodidamente hilarante que pienses que eres como ella.
—¿Qué?
Sigue estudiando mis rasgos mientras continúa:
—Es francamente cómico y trágico que pienses que podrías ser como
cualquiera, excepto como tú misma. Que cualquiera podría tener tu fuego, tu
luz. Que cualquiera podría brillar tanto como tú. Tan fuerte como tú. Es
jodidamente irrisorio pensar que alguien pueda llamar la atención como tú lo
haces o que alguien sea digno de la máxima atención, devoción y lealtad como 265
tú. Y menos aún Charlie. Eres tú y haces las cosas que haces porque eres tú.
Luchas y te resistes y te defiendes. Y luego esperas. Esperas a que alguien te
vea, te quiera, te dé tu primer puto beso. Y haces todo eso porque eres una
luchadora. Luchas por las cosas que amas. Luchas por las personas que amas.
Cuando en un mundo justo, no deberías tener que hacerlo. En un puto mundo
justo, la gente no sería tan estúpida y no estaría tan ciega. Así que no, Poe, no
eres como tu madre ni como nadie. Porque no puedes serlo. Porque eres
demasiado jodidamente original y porque es el mundo el que es demasiado
estúpido para entenderte. ¿Está claro?
Para cuando termina, no puedo respirar.
No me entra aire en los pulmones.
Pero eso está bien porque estoy viviendo en sus palabras. Estoy viviendo
en la ferocidad de ellas, en la ferocidad de sus rasgos. Son afilados y oscuros y
tan hermosos.
Tan querido para mí.
—Ahora quiero que me prometas algo.
Sus ojos parecen decididos y enfadados ahora. No tan enfadados como
cuando le confesé cosas sobre Jimmy, pero aun así es suficiente para que asienta
de inmediato y acepte.
—Lo que sea.
Su mandíbula se aprieta ante mi ansiosa respuesta. Entonces.
—Prométeme que no perderás tu tiempo con gente así. Prométeme que has
dejado de perseguir a gente así. Gente que no te ve. Gente que es incapaz de
verte. Gente que no te merece. O tu lealtad o tu lucha o tu fuego. Gente que no
merece tu amor o tu puto corazón de lunares morados.
—Lo prometo —susurro sin dudar, sin contenerme.
Pero no me cree.
Apretando las sábanas, gruñe, con los ojos aún más graves:
—Nada de mentiras, Poe. No más putas mentiras, ¿entiendes? No quiero
que hagas una promesa que...
—No lo estoy —le corté, retorciendo su camisa—. No estoy mintiendo.
Prometo que dejaré de hacerlo. Prometo que no correré detrás de gente que no
se lo merece. —Entonces—. Pero más que eso, prometo que te escucharé a partir
de ahora. Escucharé y obedeceré.
—¿Qué?
Clavo mis talones en la parte baja de su espalda mientras respondo:
—Sé que me he escapado esta noche y he ido a verle, pero ha sido la última
vez. No lo haré más. No te mentiré ni te ocultaré nada. No romperé tu confianza.
Terminaré la escuela de verano y luego me quedaré en St. Mary's todo el tiempo
que quieras. Y esta vez, seguiré todas tus reglas. Haré lo que quieras que haga, 266
Alaric.
Me mira fijamente un rato.
Sus ojos oscuros, su mandíbula apretada, sus dedos apretados en las
sábanas.
Antes de que sus párpados bajen.
A mi garganta, a mi cuello arqueado. Su mirada se posa en mi pulso
agitado y me muerdo el labio.
Me muerdo el labio con más fuerza cuando pasa de mi pulso, que late con
fuerza, a mi pecho agitado. Y es entonces cuando me doy cuenta de lo que llevo
puesto. O, más bien, de lo endeble que es mi ropa, de lo que se ve.
No es que no supiera qué tipo de ropa llevaba antes de este momento.
Sabía que estaba en mi pijama púrpura con adornos de encaje.
Pero esta es la primera vez que lo nota. Se da cuenta de que estoy tumbada
debajo de él. Se da cuenta de cómo mis muslos se entrelazan con los suyos y
cómo me agarro a las mangas de su camisa.
No sólo eso, sino que se da cuenta de lo desaliñado que está mi top. Cómo
mi única y frágil manga ha sido empujada hacia abajo, dejando mi hombro
desnudo, tirando del cuello aún más abajo. Y cómo el dobladillo está retorcido,
dejando al descubierto un trozo de mi pálido vientre.
Y todo eso me provoca un subidón en el cuerpo.
Tanto que tengo que arquearme contra él. Tengo que moverme y
retorcerme bajo él porque no puedo contener todas esas emociones que bullen
en mi interior. Tengo que apretar mis muslos alrededor de sus caderas, tirar de
su camisa, frotar mi pelvis contra la suya para poder gastar esta energía. Esta
electricidad que parece subir y bajar por mis venas.
Y todo mi esfuerzo, mi desvergüenza, hace que sus fosas nasales se agiten.
Un músculo cobra vida en su mejilla.
Y en el momento en que mi top se levanta aún más, mostrando mi ombligo,
se pone rígido por un segundo antes de moverse. Antes de levantarse y alejarse
de mi cuerpo en una fracción de segundo. Como si se hubiera electrocutado.
Como si no soportara estar tan cerca de mí.
Permanezco tumbada durante uno o dos segundos hasta que siento un
escalofrío que me recorre el cuerpo, un frente frío que sustituye al fuego.
Haciendo que yo misma me levante.
Haciendo que me ponga de rodillas en la cama y diga:
—Qué...
—No he sido completamente honesto contigo —comienza a decir, ahora de
pie, con las manos metidas en los bolsillos.
Con una mirada severa y apagada por primera vez desde que desperté de
267
mi pesadilla y me encontré en sus brazos.
También es la primera vez que se pone a distancia de mí, haciéndome ver
que no tengo las gafas puestas.
No porque no pueda verlo, sino porque puedo hacerlo.
Sin mis gafas.
Lo ha hecho poniéndose al alcance de mi pobre vista.
Mi corazón se aprieta en el pecho. Por el cuidado que tiene. Todavía lo
hace. En lo atento que está siempre porque sabe de mi visión. Y eso hace que
esta repentina separación sea aún más insoportable.
Más frío aún.
Pero me llevo las manos a los costados, tratando de darle espacio.
—¿Honesto sobre qué?
Su mandíbula se mueve de un lado a otro.
—Supongo que es bastante irónico e injusto por mi parte seguir
castigándote por mentir y por ocultar cosas cuando yo he hecho lo mismo. Pero
esa es la cuestión. Que he sido injusto contigo. He sido duro contigo sin más
razón que el hecho de que me has recordado una época de mi vida que preferiría
olvidar. Me has recordado a ella. Supongo que Mo ya te ha dicho todo eso, pero...
Su mandíbula se tensa entonces; todo su cuerpo se tensa hasta que se
obliga a respirar.
Hasta que se obliga a mover el pecho hacia arriba y hacia abajo.
—Te mentí esa noche —dice—. Cuando dije que tu abogado no podía
encontrar a otro que te acogiera. Sí pudo. De hecho, lo hizo. Había una familia,
viejos amigos de Charlie, que estaban dispuestos a acogerte, pero me negué.
Porque quería mantenerte aquí. En contra de tus deseos. Porque te quería bajo
mi poder. Te quería indefensa y sin esperanza. Quería castigarte por todos los
crímenes cometidos contra mí. Y cuando me di cuenta de lo equivocado que
estaba, corrí. Corrí a Italia, pensando que eso absolvería todo. Pensando que si
me alejaba de tu presencia, todos los crímenes que cometí contra ti serían
perdonados de alguna manera.
»Y sí, te envié a St. Mary para protegerte de ese imbécil, pero fui yo quien
te empujó a sus brazos en primer lugar. Fui yo quien te empujó a rebelarte y a
faltar a la escuela y a faltar a las clases. Si no lo hubiera hecho, probablemente
nunca lo habrías conocido y... y luego volví e hice lo mismo. Te presioné de
nuevo. Te acorralé de nuevo. Así que lo que hiciste hoy no es tu culpa, es mía.
Yo te obligué a hacerlo. Pero ahora se acaba.
Se mueve sobre sus pies.
—Se acaba esta noche. No puedo retirar todo lo que he hecho. Cada 268
mentira que he dicho, cada injusticia que he cometido, pero puedo devolverte tu
libertad.
Mi corazón late.
—¿Qué?
—Eres libre. De St. Mary. De esta mansión. De mí. Haré los arreglos para
que termines tus clases de verano antes de tiempo para que puedas graduarte y
organizaré una reunión con los abogados para arreglar el papeleo para transferir
los fondos. —Entonces—. No he sido un buen tutor para ti. Y quiero que sepas
que me arrepentiré de ello. Me arrepentiré de haberte castigado por cosas que
no eran tu culpa, de haberte empujado, de haberte torturado, de haberte
atrapado. Me arrepentiré de no haberte visto como tu propia persona desde el
principio. Pero sobre todo me arrepentiré de haberte hecho creer que te odiaba
cuando nunca lo hice.
S
oy libre.
Por fin soy libre.
Tengo lo que quiero. Lo que he querido desde hace años.
Mi libertad. Mi control.
O casi, al menos.
Me ha llamado a su despacho esta tarde para hablar de ello. Para hablar
de mis clases y tareas para que pueda recuperar mis notas y terminar la escuela
de verano antes de tiempo. Dice que también quiere hablar conmigo sobre la
reunión con los abogados. O mejor dicho, Mo me ha dicho que eso es lo que ha
dicho.
Estaba muy contenta esta mañana en el desayuno mientras me transmitía
la noticia. Estaba contenta de que, después de todo, estuviera haciendo lo 269
correcto. Que me iba a dejar ir y vivir mi vida en Nueva York. Dijo que me echaría
de menos, por supuesto, y que siempre podría volver aquí de visita.
No le dije nada. No hice ninguna promesa.
Lo único que hice fue sonreír y terminar mi desayuno antes de subirme al
coche que él había dispuesto para mí y volver a St. Mary donde durante toda la
mañana asistí a las clases y seguí la rutina. Y ahora estoy aquí, frente a su
oficina, justo a tiempo para la cita.
Llamo a la puerta y se abre antes de que termine de bajar el brazo.
Lleva su ropa habitual, una camisa de vestir gris oscura, una corbata
negra brillante y una chaqueta de tweed a juego con coderas. Lleva el cabello
peinado hacia atrás, sin un mechón fuera de su sitio, y la mandíbula bien
afeitada.
Es todo pulido y cada centímetro el profesor de historia y director de un
reformatorio.
A diferencia de cómo estaba anoche.
Todo desaliñado, con la ropa arrugada y el cabello de punta y
desordenado.
Sin decir nada y mirándome desapasionadamente, se aparta para que
pueda entrar. Luego cierra la puerta y camina a mi alrededor, acercándose al
escritorio.
—Toma asiento.
Su voz suena también muy profesional y parecida a la del director y me
acerco a la silla, obedeciendo su orden. Cuando se sienta en su silla al otro lado
del escritorio, empieza a decir:
—He hablado de tu situación con el profesorado y todos hemos llegado a
un acuerdo: con unas cuantas tareas y pruebas, podrás recuperar tus notas y
graduarte. —Sus ojos se fijan en un archivo que tiene delante y que abre y
hojea—. Teniendo en cuenta tu falta de notas en el último año, diría que las
matemáticas y la biología son las que requieren más esfuerzo por tu parte. He
hablado con los respectivos profesores y ambos opinan que tendrías que hacer
tres deberes y dos pruebas de recuperación. El resto es bastante sencillo. Sin
embargo...
Dice muchas cosas después de eso.
Me explica qué pruebas tendría que hacer y qué tareas requeriría. Todo el
material de lectura y demás.
Sin embargo, no le escucho.
Lo he dejado de lado no porque lo que diga no sea importante, sino porque
tengo otras cosas importantes en las que centrarme. Como el hecho de que,
cuando lee, tiene la costumbre de levantar los ojos mientras mantiene la barbilla
hundida y, por alguna razón, eso me parece extremadamente... sexy.
Lo encuentro extremadamente dominante y autoritario. 270
La forma en que su frente se arruga ligeramente y el modo en que sus
párpados parpadean cuando te mira cuando está ocupado haciendo su cosa
favorita en el mundo.
Y luego está ese dedo meñique suyo con ese anillo de plata.
Mientras lee, tiene la costumbre de apoyar ese dedo justo en la esquina de
un libro, justo en el borde, y luego golpearlo, las páginas, la encuadernación, lo
que sea, de vez en cuando. Haciendo que esa plata parpadee y brille como un
faro. Supongo que también lo hace cuando bebe, golpeando el vaso con el
meñique.
También lo encuentro extremadamente sexy.
Me parece tan sexy que no puedo evitar preguntar:
—¿Por qué llevas ese anillo?
Siempre me lo he preguntado pero nunca he tenido la oportunidad de
preguntar. Y ahora, esta podría ser mi única oportunidad ya que quiere que me
vaya pronto.
Mi pregunta hace que deje de hablar. Hace que levante los ojos de esa
manera tan sexy que tiene y diga:
—¿Qué?
Inclino la barbilla hacia su meñique izquierdo.
—Ese anillo. ¿Por qué lo llevas?
Se queda mirándome un rato, así, con la cara hundida, la frente arrugada,
antes de levantar la cara y responder:
—Es una herencia familiar.
La mención de su familia me pone en alerta. Me hace sentarme en la silla
mientras pregunto:
—¿Qué significa?
Se da cuenta del cambio en mi comportamiento con un movimiento de su
mirada, pero no muestra ninguna reacción exterior.
—No mucho. Es algo que todo mariscal lleva cuando asume sus
responsabilidades.
—Así como tú... —hago una pausa y me lamo los labios—, ¿te lo regaló
papá?
—No —una pausa, luego—, estaba en el testamento. Estaba indispuesto
en ese momento.
—¿Qué tien...?
Suspira.
—Tiene demencia. Alzheimer. Lo que significa que no recuerda nada. No 271
reconoce nada ni es consciente de nada.
Mi corazón se acelera.
—¿Dónde está...? No lo he visto. En la mansión.
Sus ojos se estrechan ligeramente.
—¿Mo no te dijo eso?
La vergüenza me punza el pecho por haber sido Mo la que me ha contado
algo intensamente privado para él.
—No.
Sin embargo, quise preguntarle. Pero me detuve; ya había roto tanto la
confianza de Alaric que no estaba dispuesta a añadir otra brecha a mi lista.
Me observa por un momento.
—Eso es porque vive en un centro de asistencia.
Aprieto los puños en mi regazo.
—¿Tú, quiero decir, lo ves alguna vez?
—Cada mes.
—¿Vas a verlo cada mes?
—Sí.
Trago saliva.
—Pero él estaba...
No sé qué decir aquí. No sé cómo poner en palabras lo que era su padre.
Cómo trató a Alaric. Cómo fue responsable de que Alaric se sintiera indeseado y
odiado. Lo odié la primera vez que supe de él anoche por Mo, y lo odio ahora. La
noticia de su estado no cambia ese hecho. Sin embargo, me hace sentir lástima
por él.
—Era un imbécil, sí —termina Alaric la frase por mí, con los hombros
tensos—. Pero sigue siendo mi padre y, por tanto, mi responsabilidad.
—¿Siempre cumples con tus responsabilidades?
Su mandíbula se tensa un segundo antes de responder:
—Sí.
—¿Siempre te gusta cumplir con tus responsabilidades?
Pasan otros segundos en silencio mientras me observa con la mandíbula
firme. Entonces.
—No.
—Entonces...
—Pero es necesario, como éste. Entonces, ¿podemos volver a ello? —me
interrumpe y mira el expediente—. Tengo una cita justo después. 272
Quiero pinchar más.
Quiero preguntarle más. Preguntarle todo sobre su infancia, su padre, la
escuela a la que fue.
Aunque ahora conozca la historia, no significa que sepa lo que sentía.
Nunca me dijo nada.
En sus propias palabras.
Pero no voy a hacerlo. Al menos no ahora.
Cuando está tan decidido a cumplir con su responsabilidad hacia mí.
—He organizado una reunión con los abogados de ambas partes al final
de la semana. Me gustaría que estuvieras allí para que podamos repasar los
términos del fondo fiduciario y cuáles son los siguientes pasos. —Pasa una
página—. Aunque no tienes ninguna obligación de escuchar ni de seguir esos
pasos, te recomiendo encarecidamente que lo hagas de todos modos. Creo que
será conveniente reservar algo de dinero en inversiones y acciones. Los bonos de
bajo rendimiento son una buena solución a largo plazo y los abogados pueden
ayudarte con eso. Y estoy pensando que tal vez deberías considerar la posibilidad
de solicitar un programa de moda o diseño de algún tipo. No este año, por
supuesto, sino el siguiente. Mientras tanto, deberíamos buscar en los colegios
comunitarios y algo similar. Aunque no prometo nada, puedo hablar con algunos
de mis colegas y ver qué se me ocurre y...
—¿Quieres que vaya a la escuela de moda?
De nuevo, levanta la vista de esa manera tan típica suya.
—Sí. Si quieres que tus diseños salgan algún día a la luz, en una pasarela,
necesitarás formación.
Le miro con incredulidad.
—Pero eso fue... —Sacudo la cabeza—. Eso fue sólo algo que dije. Y es una
locura y es imposible incluso...
—Si trabajas para ello, no lo será.
—Pero yo...
—No —dice entonces con severidad, levantando el rostro, con la mirada
decidida—. No voy a escuchar ninguna excusa, Poe. Eres buena. Tienes talento.
Y ya te he dicho que has terminado de esconderte. Todo lo que necesitas es un
poco de concentración y disciplina y puedes lograrlo. Sin mencionar que ahora
es el momento de ponerte seria con tu futuro. Estás a punto de graduarte en el
instituto. Estás a punto de salir al mundo. Necesitas una meta. Y necesitas un
plan sólido para alcanzar esa meta. —Asiente, como para enfatizar—. Creo que
deberíamos hacer una lista de universidades y luego podemos dividirlas en tres
niveles. Las mejores opciones, las intermedias y las de seguridad, en función de
su programa, de lo fuerte y prestigioso que sea y de sus criterios de admisión.
Aunque entiendo que tal vez no quieras mi ayuda, y eso está bien. En ese caso,
podemos recurrir a abogados y mediadores. Pero quiero que sepas que te 273
ayudaré en todo lo que pueda. Especialmente durante todo este período de
transición. Y...
—No quiero irme —susurro.
O más bien murmurar incoherencias.
Lo que le hace fruncir el ceño y decir:
—¿Perdón?
Aprieto los puños en mi regazo y respiro profundamente.
Con la esperanza de que me ayude con los nervios. Pero no hubo suerte.
Mi corazón sigue latiendo como un pájaro inquieto. Mi corazón todavía se
retuerce y gira y se aprieta como lo ha hecho desde que vino a mi habitación
anoche y me sostuvo en sus brazos -sus fuertes brazos de guardián- para
protegerme de mis pesadillas.
Y luego me dijo que me dejaba ir.
Tan pronto como salió de mi habitación anoche, tomé mi decisión.
Había decidido -con firmeza y sin vacilaciones- lo que quería hacer.
Y toda la mañana, durante el desayuno y el viaje en coche y durante todas
mis clases, estuve esperando el momento, la oportunidad, para decírselo.
Esta decisión.
Pero ahora que está aquí, estoy nerviosa.
No porque esté nerviosa por la decisión en sí, sino porque necesito
convencerle de ello.
Y bajo su oscuro y ligeramente confuso escrutinio, puedo oír los latidos de
mi corazón en mis oídos.
Me aclaro la garganta, más que nada para escuchar mi propia voz por
encima de mi corazón, y me siento erguida. Me subo las gafas y, mientras él me
observa componerme, digo, esta vez muy claramente.
—No quiero irme.
Al parecer, no está lo suficientemente claro para él, porque dice:
—Creo que ya hemos hablado de que vas a ir a una escuela de moda, y
entonces...
Me agarro a la falda.
—No, la escuela de moda no. —Frunzo el ceño—. Aunque es súper
surrealista pensarlo pero... —Sacudo la cabeza—. Lo que quiero decir es que no
quiero dejar St. Mary. Todavía no. Quiero terminar la escuela de verano.
Por fin, me he aclarado.
Ya lo veo.
Mis palabras y mi significado por fin se han registrado y lo han hecho de
una manera impactante. De una manera que endereza sus ya rectos hombros.
274
Que hace que su ya dura mandíbula sea más dura y firme, y su ceño mucho
más grueso que antes.
—¿Qué?
Incluso su voz profunda es más grave y tengo que recordarme a mí mismo
que sabía que esto podía pasar.
Sabía que le llevaría un tiempo acostumbrarse a este giro de los
acontecimientos.
Dado que se empeñó en dejarme ir anoche. Dado lo inflexible que he sido
en cuanto a irme.
—Me gustaría terminar la escuela de verano de la manera correcta y...
—¿Cuál es el camino correcto?
Su interrupción me desconcierta de nuevo pero, de nuevo, sabía que sería
así, así que estoy decidida.
—Quedándome hasta el final. Terminando todas mis clases y luego
haciendo los exámenes.
Durante unos instantes, no dice nada.
Simplemente me estudia, mis rasgos. Mis gafas, mi flequillo. Entonces.
—¿Por qué?
Por último, una pregunta para la que me he preparado.
Esto aumenta un poco mi confianza y empiezo con una voz mucho más
calmada:
—Porque la razón por la que estás dispuesto a dejarme graduarme antes
es porque eres mi tutor. Hay otras dos chicas aquí que están pasando por lo
mismo pero tienen que quedarse hasta el final. Entonces, ¿por qué debería ser
tratada de forma diferente sólo porque tengo una relación con el director? —
Asiento para que quede claro—. Así que he decidido que lo mejor para mí es
terminar la escuela de verano y luego irme.
De nuevo, me toma por unos instantes. Luego, sus ojos brillan y retumba:
—Has decidido.
—Sí. No quiero un trato especial.
—No quieres un trato especial.
Algo en la forma en que lo dice hace que me sonroje y me mueva en mi
asiento.
—No, no lo hago.
Su mirada es inquebrantable mientras dice:
—Y por eso quieres quedarte aquí otras cuatro semanas.
—Sí. 275
No.
Bueno, más o menos.
Bien, he dicho que no le mentiría y no lo hago. No del todo.
Sólo que no voy a divulgar la razón completa.
Y toda la razón es que no he terminado.
Con él.
Todavía no.
Y es una locura. Lo entiendo.
Es una puta locura cuando todo lo que he querido durante los últimos
cuatro años es acabar con él. Todo lo que he querido desde que apareció en mi
vida de la nada es que desapareciera. Que me deje ir, que me deje libre.
Pero entonces, no lo conocía hace cuatro años.
De hecho, no sabía nada de él hasta hace un mes o incluso un día.
Sí, las cosas habían empezado a cambiar entre nosotros desde que
empezaron las clases de verano, pero hasta anoche no lo conocía.
La verdad es que no.
No sabía lo que había vivido, todo lo que había soportado y sobrevivido. No
sabía que su historia era similar a la mía. No, no pasé por el dolor y la tortura
que él sufrió. Pero hay un dolor que conozco muy bien.
Y es el dolor de no ser amado.
De ser odiados a manos de las mismas personas que se suponía que nos
amaban.
En ese sentido, somos iguales, él y yo.
Así que no voy a ninguna parte.
No puedo.
¿Cómo puedo hacerlo si acabo de encontrar a alguien exactamente como
yo? Cuando he encontrado a alguien cuyo corazón, cuya alma coincide con la
mía. Cuando hay tanto por descubrir. Cuando hay tanto que quiero saber de él.
Pero no se lo voy a decir.
No quiero asustarlo.
Quiero decir, me está asustando.
Que el hombre que he odiado durante tanto tiempo, mi guardián diabólico,
mi director tirano, es en realidad mi alma gemela.
Almas gemelas.
Alaric Rule Marshall es mi maldita alma gemela.
Es una locura.
Por no hablar de que acabamos, y apenas, de llegar a términos civiles.
276
Acabamos de limpiar el aire entre nosotros, despojarnos de todas nuestras
mentiras y de todas las cosas que hemos hecho en el pasado. Así que esta razón
parcial tendrá que servir.
Y en esa nota -la que acaba de aclarar el aire entre nosotros- tengo algo
para él.
—Así que —empiezo a decir, retorciéndome en mi asiento—. Te he traído
algo.
Ya me observaba con desconfianza, pero ante mis inesperadas palabras,
su desconfianza aumenta. Sus ojos se estrechan aún más y dice:
—Me has traído algo.
Asiento.
—Sé que hemos tenido nuestras dificultades en el pasado y...
—Esa es una forma de decirlo.
Pero continúo.
—Y lo que me dijiste anoche, lo que hiciste y por qué lo hiciste, yo... —Me
muevo de nuevo en mi asiento, con el corazón acelerado—. No lo apruebo. Quiero
que lo sepas. No creo que estuviera bien. Nunca debiste hacerlo. Mentirme y
hacerme pagar por algo que nunca hice. Pero entiendo por qué lo hiciste.
Entiendo por qué sentiste que tenías que atraparme y mantenerme bajo tu
control. Y aunque no fue correcto ni justo para mí, te perdono por ello.
Un estremecimiento recorre su cuerpo.
Un escalofrío que deja a su paso tensión y granito.
Sus puños se cierran en torno a la carpeta que aún sostiene y sus rasgos
se vuelven afilados.
—Sé que piensas que me empujaste a hacer lo que hice ayer y puede que
sea así, pero aun así lo hice. Yo misma tomé esa decisión y... y sé que me has
perdonado por ello, ¿verdad?
Su única respuesta es apretar la mandíbula, pero entiendo el mensaje.
Sé que lo ha hecho.
Por eso me deja ir después de todo. Por eso se sentó con la facultad y
elaboró todos estos planes. Por eso se va a reunir con los abogados esta semana
para devolverme la libertad.
Y por eso no puedo irme.
Porque sé que en cuanto lo haga, desaparecerá de mi vida. No volverá a
contactar conmigo, ni a verme, ni a hablarme. Aunque creo que me ayudará en
la transición como dijo que lo haría, y después de eso desaparecerá. Algo en lo
que es un experto. Y aunque eso me hubiera parecido bien antes -incluso era
exactamente lo que quería-, ahora no me parece bien.
De ahí que continúe: 277
—Así que también te perdono por todo lo que hiciste.
Luego, la parte más difícil.
La parte en la que le doy lo que he traído para él.
Apartando la vista de él y agachándome, lo saco de mi mochila.
Agarrándolo con mis dedos temblorosos, levanto la vista para encontrarlo aun
estudiándome, todavía tenso y rígido.
—Así que, como he dicho, te he traído algo.
Lo acerco al escritorio para mostrárselo.
Durante un largo momento, se limita a mirarme a mí y no a mi ofrenda,
sus ojos van de un lado a otro de los míos, como si tratara de conocer todos mis
secretos.
Pero el caso es que no tengo ninguno.
Bueno, aparte de lo del alma gemela.
Así que dejé que me estudiara. Dejé que me mirara fijamente y que me
analizara. Dejo que sus penetrantes e intensos ojos de chocolate se adentren en
mi alma. Que imagino que se anima y suspira al estar bajo su escrutinio.
Cuando me ha estudiado a fondo, mira hacia abajo.
Se queda mirando el objeto durante un par de segundos antes de levantar
la vista.
—Un teléfono.
Mis dedos se flexionan alrededor del objeto frío: mi viejo teléfono que había
dejado en la mansión cuando me enviaron a St. Mary. El que puso el rastreador,
pero no es importante ahora.
—Sí —digo, asintiendo—. Pero lo que hay en el teléfono es más importante.
—¿Y qué hay en el teléfono?
Bien.
De acuerdo.
Cambiando de opinión de nuevo, digo:
—Es mi confianza. —Él frunce el ceño y yo le explico—: En ti. Te doy esto
para demostrarte que confío en ti. Que me siento segura contigo. A pesar de lo
que hayas hecho. Y también quiero que sepas que puedes confiar en mí. Y que
puedes sentirte seguro conmigo. A pesar de lo que haya hecho. —Entonces miro
el teléfono—. Este es yo haciendo borrón y cuenta nueva entre nosotros. Ya
sabes, y dejando todo lo que ha pasado detrás de nosotros. Esto es yo agitando
la bandera blanca.
Vuelvo a asentir.
También dejo el teléfono sobre su mesa y vuelvo a llevar las manos a mi
regazo. 278
Sin dejar de mirarlo, continúo:
— Eh, bien. Sí. Así que... —Suspiro, frotando mis palmas sudorosas por
la falda—. Está en la carpeta de fotos. Voy a dejar esto contigo y puedes mirarlo,
eh, cuando tengas tiempo y si quieres discutir algo conmigo respecto a esto, eh,
ya sabes dónde encontrarme y...
—Me gustaría discutirlo.
Levanto los ojos de golpe.
—¿Qué?
Ni siquiera ha mirado el teléfono; me doy cuenta. No más allá de ese medio
segundo vistazo.
Todo este tiempo, me ha estado mirando. Mirándome fijamente,
observándome, y mis mejillas ya calientes se calientan al darme cuenta.
Se calientan porque sus ojos brillan con algo. Algo que me deja sin aliento.
Algo que me hace morderme el labio.
En ese momento, ordena, gruñendo:
—Ahora mismo.
Eso también me deja sin aliento.
Su gruñido.
Pero me las arreglo para preguntar:
—Pero creía que tenías una cita justo después y...
—A la mierda la cita.
Mis dedos de los pies se curvan.
—Pero realmente creo que deberías verlo después de que me vaya.
—Realmente creo que debería verlo ahora.
—Pero...
—Ahora.
Ese gruñido es el más grueso, creo. El más áspero y profundo que he
escuchado de él.
Y me hace obedecerle. Me hace ir por el teléfono.
Esta vez, lo siento pesado cuando lo recojo. Y cuando me pongo de pie, su
peso se hace más pesado.
Sólo sigue creciendo con cada paso que doy hacia él.
Así que para cuando llego a él -que sólo son como cinco segundos, pero
son suficientes- soy un desastre sin aliento. Mi teléfono pesa demasiado y me
tiemblan los dedos, y es casi un alivio cuando se lo ofrezco.
No es que lo tome de inmediato.
Sentado allí, en su lujoso sillón de cuero girado hacia mí, mostrando sus
279
muslos desparramados y sus brillantes mocasines italianos, me observa primero
con sus ojos oscuros. Se frota la boca con el meñique izquierdo mientras me
considera durante unos instantes.
No sé en qué está pensando, pero me gustaría que se diera prisa.
Porque si no lo hace, voy a soltar el teléfono.
Es como si pudiera leer mis pensamientos -lo que es muy posible, para ser
sinceros-, así que va por ello. Alarga el brazo y me quita el teléfono de la mano,
con su anillo de plata golpeando el cristal.
El sonido sordo hace que me ponga el puño en la falda del colegio.
Por un segundo, todo lo que puedo hacer es mirar fijamente ese teléfono
en su gran mano. Mirar su gran pulgar, sus nudillos rugosos mientras sostiene
ese aparato en la mano.
Y es entonces cuando me relajo.
Porque es su mano.
La suya.
Mi teléfono -mi confianza- está en su mano y lo que le dije se mantiene.
Confío en él. Me siento segura con él.
Ha sucedido gradualmente en el transcurso de las últimas semanas y se
cimentó anoche.
Así que con toda la confianza de mi corazón, repito:
—Está en la carpeta de fotos.
Y entonces, simplemente lo veo tocar con sus dedos la pantalla, ir al lugar
que le señalé y... congelarse.
Sí, se congela.
Como, literalmente, se congela con el pulgar sobre la pantalla, detenido en
su camino para tocarla.
En la cosa que traje para él.
Por no hablar de su pecho.
Eso también está congelado. No se mueve. No está subiendo y bajando.
Ah, y su cara. Sus rasgos. Ese ceño fruncido entre sus cejas que ha estado
yendo y viniendo desde que empezamos esta conversación está aquí y está
congelado.
¿Ves? Esto es por lo que quería dejar la oficina.
Por eso quería estar fuera cuando lo mirara.
O a ellas.
Las fotos.
Mis fotos.
280
Mis fotos de desnudos.
S
í, le llevé fotos de mí desnuda para que las viera.
Y para guardarlas.
Eso es importante. Que le llevé mis fotos desnudas para que
las guardara.
Sé que es un poco extremo y loco, pero lo que hice ayer también fue
extremo y loco. Iba a seducirlo -a mi tutor convertido en director- e iba a grabarlo.
Luego iba a usar ese video, donde se le vería aprovechándose de mí, para
chantajearlo.
Iba a poner en duda su carácter, su reputación. Ahora él podría hacer lo
mismo conmigo. Podría muy bien usar estas fotos para chantajearme.
Podría utilizar estas imágenes para obligarme a hacer cosas, para
someterme, para atraparme.
281
Pero sé que no lo hará.
De eso se trata.
Que confío en él y que él puede confiar en mí también.
Así que ahí está.
Bandera blanca.
Aunque me gustaría señalar que cuando digo fotos desnudas, significa
desnuda por supuesto pero todas las partes importantes están cubiertas. Por
mis manos sobre todo, y por las sábanas. Así que no es que esté mostrando
cosas que no debería mostrar.
Pero díselo a él porque sigue congelado.
Todavía está en trance.
Y no puedo soportar el silencio, así que lo rompo.
—Sé que esto puede parecerte extremo. Pero sólo quería darte algo que te
demostrara que confío en ti. Y que tú también puedes confiar en mí. Como si
pudieras usar esto contra mí. Si quisieras. Podrías poner estas fotos en internet
o chantajearme con ellas. Pero sé que no lo harías. Sé que me protegerías y me
mantendrías a salvo. Sé que eres mi guardián. Ahora me doy cuenta de eso. Y
esto debería mostrarte que nunca, nunca, pondría un micrófono en tu oficina
como lo hice antes o haría algo para lastimarte. Así que esto es como una
muestra de confianza, ya sabes. Porque ambos hemos roto la confianza del otro
en el pasado y pensé que era importante...
—Pensaste que era importante darme fotos tuyas desnuda.
Es lo primero que dice y trago un enorme suspiro de alivio al ver que no
está quieto como una estatua.
De hecho, incluso mira hacia arriba.
Ese pulgar suyo baja y toca la pantalla, sacando una foto mía.
En esta, estoy sentada en la cama, con las piernas dobladas debajo de mí
y ocultas por la sábana. Pero se me ve el torso y el pecho, y me escondo los
pechos con los brazos mientras miro a la cámara, con el cabello desordenado a
mi alrededor.
—Sé que piensas que son sólo fotos desnudas pero...
—Son sólo fotos desnudas —dice, con la voz baja y los ojos brillantes.
—Sí, pero como he explicado antes, también son...
—Una muestra de confianza, sí.
Como no deja de interrumpirme, aprieto la falda con fuerza y me inclino
hacia él.
—Sí, y te las doy porque quiero que olvidemos el pasado y sigamos
adelante. Quiero que seamos amigos, y definitivamente creo que podríamos serlo
porque... 282
En esto, todo su cuerpo se mueve.
Se levanta y retrocede, sus hombros imposiblemente anchos están rígidos
y su pecho se mueve hacia arriba y hacia abajo con grandes respiraciones. Pero
la voz que utiliza es baja y grave, casi inmóvil, completamente en contraste con
la forma en que su cuerpo está parpadeando y en movimiento.
—Quieres que seamos amigos.
—Sí. —Me subo las gafas—. Me gustaría mucho.
No es que mi respuesta haya sido sorprendente y haya salido de la nada.
Quiero decir, acabo de decirlo, pero aun así se toma un momento para asimilarlo.
Como si no lo esperara.
Se toma un momento para asimilarme, de pie frente a él, agarrando mi
falda del colegio, enroscando los dedos de los pies dentro de mis Mary Janes.
Sé que no puede verme los dedos de los pies, pero tengo la sensación de
que aún puede saber lo que hago con ellos.
Puede que aun sepa que mi corazón se agita dentro de mi pecho y que mi
vientre silba por la forma en que me mira. Y tal vez por eso no mueve su mirada,
porque sabe que me está afectando, cuando se pone de pie.
Y como ya estaba tan cerca de mí, tengo que levantar el cuello para
mirarlo.
Con la respiración acelerada, pregunto:
—¿Qué estás haciendo?
Responde inclinándose sobre mí. Y antes de que pueda preguntarle de
nuevo, me hace retroceder como lo hizo ayer. Y sigue haciéndolo hasta que estoy
sobre su escritorio, sentada sobre sus archivos, de nuevo como ayer.
—Alaric... —exhalo, agarrando su chaqueta de tweed—. ¿Qué está
pasando? ¿Qué...?
Poniendo sus manos en mi cintura, me aprieta la carne con una fuerza
que me hace arquear el pecho y casi gemir.
—¿Cuándo las tomaste? Las fotos.
Mi corazón se acelera ante sus duras palabras.
—Anoche.
Sus ojos recorren mi cara.
—En la mansión.
—Sí.
—Y esa es claramente tu cama.
—Sí.
Me deja descansar un segundo antes de lanzar otra pregunta.
—¿Lo hiciste justo después de que dejara tu habitación?
283
Algo en la forma en que me hace esta pregunta me hace sonrojar.
—S-sí.
Sus ojos se estrechan por un segundo.
—Así que te quitaste la ropa en cuanto te dejé sola.
Jadeo.
—Pero yo...
—Y luego posaste frente a la cámara mientras yo estaba al lado.
—No estabas al lado. Estabas...
—Al final del pasillo —interrumpe, sus manos vuelven a apretar mi
cintura—. Lo mismo, joder.
—Alaric, yo...
—En realidad, no estaba en el pasillo —murmura entonces, para sí
mismo—. Estaba justo delante de tu puta puerta, paseando por el puto pasillo
porque quería asegurarme de que te oía si volvías a gritar en sueños, joder.
—¿Qué?
—Estaba justo en tu puerta, Poe. Estaba justo en la puta puerta.
—Yo no...
Aprieta los dientes.
—Mientras estabas ahí, en tu habitación, desnuda y madura y sonrojada.
Mientras estabas...
Esta vez le corté.
—Me estabas vigilando. Me estabas vigilando.
Mi voz sin aliento le hace respirar profundamente.
—Sí, mientras estabas en tu habitación tan jodidamente ansiosa por ser
mi amiga.
—También estoy ansiosa ahora mismo.
De hecho, estoy aún más ansiosa.
Me estoy muriendo.
Prácticamente me muero y me retuerzo en agonía por ser su amiga. Para
reparar nuestra ruptura. Para confiar el uno en el otro.
Porque me estaba cuidando.
Mi tutor me estaba vigilando anoche y sé que Mo me lo contó pero es la
primera vez que lo veo o lo sé de primera mano y no sé qué hacer.
No sé qué hacer, excepto todo.
Excepto cada cosa que él quiere que haga. Todo lo que puedo hacer por él.
Ante mis palabras, su pecho se expande en un suspiro.
284
Sus dedos se flexionan en mi cintura. Entonces.
—Estás ansiosa por ser mi amiga.
Asiento con entusiasmo.
—Sí.
—Y te quitas la ropa y posas delante de la cámara para todos tus amigos.
Me muevo sobre el escritorio, arrugando los papeles.
—N-no. Sólo para ti.
—Para mí —se burla ligeramente—. ¿Qué tal unos ojos de follar?
Salto ante sus palabras.
—¿Qué?
—¿Le pones esos ojos de “fóllame” a todos tus amigos o es algo sólo para
mí también?
—¿Ojos de fóllame?
—Sí —gruñe—. Mejillas sonrojadas y boca abierta. Esa espalda arqueada
que hace que tus tetas parezcan jugosas, empujando hacia el puto cielo. Y esos
grandes ojos azules, somnolientos y entrecerrados, detrás de tus gafas de
bibliotecaria. Sí, esa es una mirada de fóllame, Poe. ¿Es para mí?
Me sonrojo mucho.
Mucho más de lo que he hecho antes.
Porque no sabía que él se daría cuenta. No sabía que me atraparía.
En realidad, ni siquiera sabía que iba a hacer algo así.
No quería hacerlo.
Esto era un asunto serio.
Lo hacía por buenas razones, pero luego esas razones se volvieron malas.
Entonces esas razones se volvieron... cachondas.
Cuantas más fotos tomaba, más me imaginaba lo que pensaría cuando las
viera. Y cuanto más me lo imaginaba enfadado y autoritario, con la mandíbula
apretada y los ojos entrecerrados, más me excitaba.
—Es que... me excité —susurro.
Un músculo salta en su mejilla.
Antes de que se incline más y, como siempre, mis muslos se envuelven
alrededor de sus caderas.
Ni siquiera estoy segura de cuándo se ha convertido en un hábito porque
sólo hemos estado así de cerca un par de veces y sólo ayer, pero así ha sido, y
engancho mis piernas alrededor de sus caderas como si debieran estar ahí.
Y se acomoda entre mis muslos como si también perteneciera a este lugar. 285
—Cachonda —susurra.
—Sí. —Asiento con entusiasmo y le digo.
Aprieta los dientes.
—Porque te retorcías en la cama, enseñándome las tetas.
—Mis tetas están cubiertas.
Se burla.
—Apenas.
—No puedes ver mis pezones. —Entonces—. Bueno, no en este al menos.
—Explícate.
—Hay fotos donde se pueden ver.
Hace una pausa, sus fosas nasales se agitan.
—Hay fotos en las que puedo...
—Ajá. —Me relamo los labios—. Uh, más tarde.
—Más tarde.
—Sí.
—¿Qué pasó después?
Me vuelvo a relamer los labios y él gruñe. Ni siquiera lo disimula ni es sutil
con sus ruidos animales.
—Dejé que mi... —susurro—. Dejé que mis dedos se deslizaran.
—Se te deslizaron los dedos.
—Sí.
Una bocanada de aire.
—Dejaste que tus malditos dedos se deslizaran y me enseñaste tus pezones
rosados e hinchados.
Trago saliva.
—Mi sábana también.
—¿Qué pasa con la sábana?
—También se me escapó.
Tarda un segundo en entenderlo. Como si su cerebro fuera lento. Como si
lo estuviera matando, su sentido común, lenta pero seguramente con todas las
cosas que estoy diciendo.
Pero cuando por fin lo entiende, sus ojos se ensanchan y su boca se abre.
Lo lame, su boca, mientras gruñe:
—Tú... tú jodidamente me enseñaste...
286
—Mi coño —termino por él porque parece que no puede.
Parece que no puede hacer otra cosa que mirarme con tanta... violencia en
este momento. Con tanta intensidad y beligerancia, como si le estuviera
arruinando la vida.
Pero no lo estoy.
Lo hice por buenas razones. Razones nobles.
Y sí, me puse un poco cachonda mientras lo hacía, pero ¿y qué?
Era para él. Mi guardián.
Para el hombre que me ha protegido todos estos años, que ha intentado
mantener mi corazón a salvo. Que anoche se paseaba por el pasillo por si me
despertaba de otra pesadilla.
Y hoy se siente aún más correcto.
Que no debería sentir esto por mi tutor o que también es mi director o
incluso el hecho de que estaba enamorada de otra persona hasta anoche ni
siquiera se registra.
Que se joda Jimmy. Que se joda el mundo.
No me importa.
Así es.
Este es mi Alaric.
—¿Alaric?
—Así que no pudiste detenerte entonces, ¿verdad?
—¿Qué?
—Te propusiste ser mi amiga, pero en el camino me enseñaste tus tetas
maduras y tu coño de tarta de cereza, y no pudiste evitar convertirte en una puta
para mí.
Aprieto mis muslos alrededor de sus caderas.
—Dios, no. No podría. Me encantó.
Me encantó.
Tal vez no debería, pero lo hace.
Así es.
Quiero ser una puta para él. Soy una puta para él.
Dios, lo soy.
—¿Y qué hiciste? —pregunta, tragando—. ¿Apretaste los muslos? ¿Los
apretaste? Muy fuerte y muy apretados. Cuando te ponías cachonda.
Voy a apretar mis muslos ahora mismo pero no puedo porque él está entre
ellos así que lo único que acabo haciendo es retorcerme y apretar su cuerpo
287
mientras susurro:
—Sí.
—¿Por qué, porque había un dolor en tu vientre?
Ahora no puedo sentarme derecha. Me retuerzo y me muevo, arruinando
sus documentos sobre el escritorio, pero no creo que le importe mucho. A mí
tampoco me importa, excepto para susurrar:
—Sí.
Me muerdo el labio.
Y su mirada se concentra en ella.
Me muerdo el labio con más fuerza.
Y sus fosas nasales se agitan.
—¿Y qué pasa con tus tetas? —gruñe.
—¿Qué pasa con ellas?
—¿También eran pesadas, dolorosas?
Vuelvo a asentir con ganas.
—Sí. Estaban todas adoloridas y doloridas.
—Sí, lo estaban —susurra, acercando su cara—. Por eso me enseñaste tus
pezones, ¿no? Querías mostrarme. Querías mostrar lo duros que estaban, ¿sí?
—Pero tú no estabas allí.
—Sí. Que me jodan por eso, eh. Que yo no estaba allí. Así que tuviste que
tomar el asunto en tus manos.
—Ajá.
—Apuesto. Apuesto a que llegó un momento en el que tus tetas se pusieron
tan pesadas, tus pezones se pusieron tan dolorosos que no sólo estabas usando
tus manos para jugar al peekaboo con la cámara, también estabas usando tus
pequeñas manos para jugar a otra cosa. ¿No es así?
—Sí. Lo hice. Jugué con mis tetas.
Un escalofrío lo recorre y le rodeo los hombros con los brazos para darle
fuerza.
—¿Estabas amasando tus cremosas tetas, Poe? ¿Tus cremosas y lechosas
y maduras putas tetas?
—Sí.
—¿También las sacudías, las realzabas, las ponías rosadas e hinchadas?
Haciéndolas grandes, más grandes de lo que son.
—Sí.
Sus pómulos se vuelven carmesí. 288
—Porque son grandes, ¿no? Son tan grandes que se me hace agua la puta
boca.
—¿Lo hace?
—Joder, sí. Siempre. Me dan sed, Poe. Me hacen querer beber de ellas.
Mis tetas se levantan y se agitan con mi siguiente respiración mientras
digo:
—Oh, puedes. Puedes. Te lo prometo.
Su pecho se estremece de nuevo.
—No hablemos de ello, ¿sí? Porque no quiero venirme en mis pantalones
como un maldito adolescente.
—¿Q-qué?
—Hablemos de otra cosa. Hablemos de tus pezones —dice—. ¿Qué te has
hecho en los pezones?
—Los pellizqué.
Entonces mira mis tetas. Las tengo todas abiertas, sin pudor y con orgullo.
Mis pezones rozan la blusa y creo que él puede verlos.
Creo que puede ver su contorno.
Y lo compruebo cuando me clava los dedos en la cintura con tanta fuerza
que casi me giro y me salgo de la mesa. Gimo con un dolor delicioso y él vuelve
a gruñir.
—Apuesto a que son todos de color rosa, ¿no? —gruñe—. Todos rosados e
hinchados, del tamaño de una puta moneda. Apuesto a que son tan sensibles
que los retuerces un poco, tiras de ellos mezclados con un tirón y te corres. —
Entonces levanta la vista—. Te excitas, Poe, ¿verdad? Cuando alguien juega con
tus pezones. Cuando alguien te los retuerce y tira de ellos y los chupa como si
bebiera de tus tetas porque llevan un maldito siglo muertas.
De alguna manera, mis manos están ahora en su cabello y ante sus sucias
y gráficas palabras, gimoteo.
—Pero nadie ha...
Eso le hace estremecerse aún más y respira ruidosamente.
—Sí. Así es, ¿no? Nadie te ha tocado las tetas. Nadie las ha chupado, tus
pequeños pezones maduros. Nadie ha estado ahí, en tu cuerpo. Sigo olvidando
eso, como un imbécil. —Luego, dejando caer su sudorosa frente sobre la mía,
gime—: Sigo olvidando que sólo actúas como una puta, pero mi linda Poe es
virgen.
Un espasmo recorre mi cuerpo. Un terremoto de todos los terremotos.
A su linda.
289
Haciéndome creer que me vine. Haciéndome pensar que me he roto.
Pero no lo he hecho. Todavía estoy entera.
Porque ahora estoy palpitando.
Me siento como un puto pulso y un zumbido como un cable eléctrico. Mis
terminaciones nerviosas están tan preparadas. Mis tetas y mi coño están tan
preparados.
Cada parte de mi cuerpo está tan preparada ahora mismo y actúa
exactamente como él dijo.
Como una puta.
Como una puta sin relevo.
Y no tengo vergüenza en rogar ahora. No tengo vergüenza en rogarle que
me lo dé.
—Alaric, por favor —susurro.
Sin embargo, no tiene planes de dármela, porque continúa, haciendo rodar
su frente sobre la mía.
—Cuéntame más, Poe. ¿Qué más te has hecho en los pezones?
—Pero yo...
—Dime —insiste.
Y en un sorprendente giro de los acontecimientos, me doy cuenta de que
ahora es él quien me ruega. Es él quien me pide que le dé algo y yo no puedo
negarme. No puedo dejar que sus necesidades queden insatisfechas, así que,
dejando de lado las mías, acerco mis manos a su cara. Le agarro la mandíbula,
le acaricio las mejillas y le susurro:
—También les he arañado.
Se estremece de nuevo, sus ojos líquidos y ardientes.
—Porque eres una gata salvaje.
—Lo soy.
Su gata salvaje...
No lo digo pero creo que lo oye igual porque traga.
—Y luego yo —continúo, frotando el chichón de su nariz, hundiendo mis
pulgares en los huecos de sus mejillas—, también me toqué.
Al oír esto, su cuerpo se detiene por un segundo antes de que su
respiración se vuelva agitada. Su pecho se mueve rápidamente hacia arriba y
hacia abajo, su estómago se ahueca, su mandíbula se tensa.
Y lo abrazo con mis muslos, lo tranquilizo con mis dedos en su cara.
—He jugado con mi coño. Estaba tan mojado, Alaric. Tan jugoso y
chorreante. Goteé sobre las sábanas, creo. Creo que dejé una mancha. Y seguía
290
pensando que si lo veías, si veías la mancha en mis sábanas, ¿me harías lamerla
también? Como dijiste que harías. Si alguna vez goteara en tus sillas de cuero o
en tus libros encuadernados en cuero. También en tus zapatos. En tus
mocasines italianos. También son de cuero, ¿no? Y dijiste que me harías
limpiarlo todo, ¿recuerdas? Lamer tus zapatos y Dios, yo...
—Para —gruñe.
Y lo hago. No por sus palabras sino por sus manos.
Que viajan y se convierten en puños en mi cabello. Y tiran.
Me tiran de la cabeza hacia atrás y me estiran el cuello con tanta fuerza
que jadeo.
Jadeo por la fuerza. Jadeo ante la mirada de su cara, toda rabiosa,
enfadada y tensa.
Jadeo ante sus palabras.
—Deja de arruinar mi puta vida.
—¿Qué?
Sus ojos son duros mientras dice:
—Quiero que me escuches, ¿de acuerdo?
Me agarro a su camisa, mi bruma se rompe.
—Qué...
Aprieta su puño en mi cabello.
—No quiero ser tu amigo.
—¿Qué?
—No quiero tu maldita muestra de confianza.
—Pero...
Me echa la cabeza hacia atrás, estirando mi cuello hacia arriba.
—No, escúchame tú, si quieres quedarte aquí y terminar la escuela de
verano de la puta manera correcta a pesar de mis deseos, hazlo. Ya te he obligado
a hacer cosas que no querías hacer, así que no voy a obligarte de nuevo, joder.
Así que si quieres asistir a tus clases, asiste a tus clases. Si quieres hacer tus
deberes, haz tus putos deberes. Haz tus exámenes. Pero eso es todo. Eso es todo,
¿entiendes? No vengas a mi oficina y me enseñes putas fotos de desnudos. No
vengas a mi oficina diciendo que quieres ser mi amiga. Porque adivina qué, no
somos amigos. No somos amigos, tú y yo. No vamos a sentarnos a conversar y a
peinarnos mutuamente y a llevar pulseras de la amistad a juego.
»Lo que somos, es tutor y pupila. ¿Entiendes lo que eso significa? Significa
que yo soy el que te protege. Soy el que te mantiene a salvo. Quien te vigila.
Quien aleja el peligro de ti. Lo que no hago, Poe, es mirar tu cuerpo regordete y
sexy. Lo que no hago es ver cómo juegas al cucú con tus putas tetas grandes
como si fueran melones maduros y jugosos listos para ser desplumados. Y
291
definitivamente no veo cómo te retuerces en mi escritorio, sobre mis putos
apuntes de clase y tus planes de estudio mientras me cuentas todas las formas
en que jugaste con tu coño anoche. Yo no hago eso, Poe. Y no haré eso, carajo.
Sus ojos se estrechan.
—Después de cuatro años de ser un guardián de mierda para ti, un
guardián que ha arruinado tu vida, que ha jugado con ella y que ha jugado con
ella como si fuera su propio parque de atracciones, no voy a ser uno aún más de
mierda por jugar con tu cuerpo, ¿entiendes? Así que te vas a bajar de mi
escritorio, vas a ir al baño y te vas a echar agua en la cara, vas a acomodar tu
uniforme para que se vea respetable como cuando entraste a mi oficina, y luego
te vas a ir. Sólo vendrás a verme si necesitas algo que tu tutor o tu director
puedan proporcionarte. Porque ese es el alcance de nuestra relación, y quiero
que lo recuerdes.
El Hombre del Renacimiento

S
oy un guardián.
Un guardián es el que defiende.
Él es quien protege, guarda y preserva.
Eso es del diccionario.
Creo en el diccionario. Creo en seguir las reglas. Creo en hacer lo más
responsable.
Por no hablar de que creo en ser lo suficientemente fuerte como para hacer
lo responsable por mucho que lo odie.
Esto no es lo responsable. 292
En ninguna parte del diccionario ni en ningún otro lugar dice que un tutor
deba agarrar el teléfono de su pupila, amante de lo púrpura, que escupe fuego y
que hace estragos, y mirar fotos de ella desnuda.
En ningún sitio dice que se supone que no sólo tiene que mirar esas fotos
desnudas sino que tiene que llevarse el teléfono a la nariz y oler la pantalla como
un puto pervertido.
El diccionario, los libros de reglas, todos los malditos libros no dicen que
cuando un guardián huele la pantalla, entonces debe tener una erección. No es
que la erección haya ido a ninguna parte.
Estaba allí hace cinco minutos cuando finalmente se fue. Estaba ahí hace
diez minutos cuando me contaba lo que hizo anoche.
Y ha estado ahí durante más tiempo.
Desde que me mostró esas fotos, pidiéndome que fuéramos amigos.
Amigos.
Que se jodan los amigos.
Así que sí, está ahí.
Y es jodidamente palpitante.
Me está doliendo como una puta mierda y quiero sacarlo y envolverlo con
mis manos, y masturbarme hasta arruinar su teléfono.
Hasta que me corra en sus fotos de desnudos.
Hasta que la traiga de vuelta y la haga lamer todo, por hacerme estas
cosas.
Por joderme, por joderme la cabeza.
Sin embargo, sentado en mi silla, decido que no voy a hacerlo.
No voy a hacer nada.
Porque soy un guardián. Y un tutor no hace estas cosas.
Un tutor es fuerte y bueno y jodidamente responsable y como le dije, que
me aspen si no estoy a la altura.
Por no mencionar que también soy el director.
El director que está aquí para arreglar esta escuela después de todas las
indiscreciones -indiscreciones similares con los estudiantes- hechas durante el
año pasado por nada menos que miembros del profesorado.
Así que voy a sentarme aquí y concentrarme en mi trabajo.
Y la primera orden del día es hacer algo que he estado evitando hacer
durante mucho tiempo: implementar la regla de revisión de la cama.
Como un recordatorio de que estoy aquí para hacer un trabajo.
No follar con una chica de la que debería alejarme.
293
N
o soy buena para seguir las reglas.
No se me da bien obedecer o hacer lo que me dicen, ni
siquiera hacer lo correcto o tomar el camino correcto.
Pero lo estoy haciendo ahora.
Lo hago porque se lo prometí.
Prometí obedecerle y pienso cumplirlo.
Aunque signifique que no seremos amigos. Aunque signifique que tenga
que alejarme de él, y que cualquier relación entre nosotros sea la de un tutor y
una pupila, o la de un director y una alumna.
Incluso si eso significa que tengo que observarlo desde lejos cuando sale
de su casa y hace ese paseo tan popular hasta el edificio de la escuela. Y que
tenga que sentarme en los bancos de piedra y escuchar a todas las niñas reírse 294
y adularle y fingir que no quiero arrancarles los ojos. No sólo durante ese paseo,
sino también en otras ocasiones, como cuando va a comprar su almuerzo a la
cafetería o pasa por el pasillo.
Sin ahorrarles una mirada.
Sin mirarme a los ojos.
Además, no es como si no estuviera haciendo eso antes. Tampoco es que
no estuviera haciendo ninguna de esas cosas antes.
Ambos hemos seguido la misma rutina, el mismo patrón.
Es que ahora me duele. Me hace doler. Me hace sentir una especie de vacío
que nunca antes había sentido.
Y es porque es mi alma gemela y me acabo de dar cuenta.
Acabo de darme cuenta de que él y yo somos iguales, y ahora no llegaré a
conocerlo. No conseguiré acercarme a él.
No podré besarlo.
Porque quiero hacerlo.
Quiero darle mi primer beso.
No estoy segura de cuándo lo decidí. ¿Fue en el momento en que Mo me
contó su historia y todo encajó dentro de mí? ¿O cuando confesó todos los
crímenes que había cometido, con un arrepentimiento tan evidente? O pudo ser
incluso antes, cada vez que le enseñaba mis diseños y los miraba con una
reverencia que me estremecía, el día que me dijo que mantendría mi secreto a
salvo.
Todo lo que sé es que en el momento en que me echó de su oficina después
de esas fotos, lo supe.
En mi corazón. En mis huesos. En mi alma.
Como una comprensión que había estado viviendo en lo más profundo de
mí, pero que ahora está flotando en la superficie.
Pero de nuevo, no voy a hacer nada. Prometí alejarme de él y lo haré.
Y hay muchas cosas que me mantienen ocupada.
Lo primero son las clases.
Ahora que me he comprometido a terminar la escuela de verano y no estoy
tratando activamente de tramar y planear cosas, estoy dando una oportunidad
a las clases. Y tengo que decir que no son tan malas. O incluso difíciles.
Quiero decir, todavía no soy una fanática de sentarse dentro de un aula y
escuchar conferencias, pero si presto un poco de atención, podría hacer esta
cosa. Podría aprobar todas mis clases y graduarme de la manera correcta. Y
sinceramente creo que podría ser bueno para mí, para mi autoestima y para mi
confianza en mis propias capacidades.
No soy tímida cuando se trata de la mayoría de las cosas, pero recién ahora 295
me doy cuenta de que el rechazo de Charlie a mi creatividad me ha perjudicado
de muchas maneras. Me ha dejado sin rumbo y sin interés. Así que sí, tomar
algo en serio y verlo hasta el final puede aumentar mi confianza en mí.
Por no hablar de que, ahora que la gente conoce este talento secreto y
oculto mío, me siento más y más creativa cada día. Mi cabeza rebosa de ideas,
con escotes y patrones de corpiño, con faldas fluidas y dobladillos ondulados.
Con lentejuelas y lunares y encaje y seda. No paro de hacer bocetos y de idear
diseños.
De hecho, cuando llega el fin de semana me voy de compras.
En realidad, fue una agradable sorpresa que incluso pudiera hacerlo,
porque no tengo ningún privilegio en la escuela de verano. Pero mi orientadora
me llamó a su despacho una tarde y me dijo que, en un sorprendente giro de los
acontecimientos, tenía de nuevo mis privilegios. Que podía salir si quería
durante los fines de semana.
Quería hacerle todas las preguntas. Por qué, cómo y quién. Pero supongo
que ya las sabía todas.
Ya sabía que era él.
Lo hizo.
El nuevo director.
Que también me dijo que me mantuviera alejada de él para que no pudiera
ir a darle las gracias siquiera.
Pero aprovecho la libertad que me dio.
Salgo y arrastro a Echo y a Jupiter conmigo también. Nos pasamos horas
vagando y visitando todas las tiendas de segunda mano. Compro toda la ropa
que me apetece, toda la ropa que quiero cortar y utilizar para hacer otras nuevas.
Me quedo con todos los colores y telas que creo que pueden quedar bien a mis
amigas porque, ojo, voy a coser como una loca y a colmarlas de regalos.
También compro un tipo de tejido particular: el tweed.
Un color marrón -un par de tonos menos que el chocolate- con un diseño
a cuadros muy particular realizado en granate oscuro.
Es muy bonito, en realidad. Muy masculino. Muy dominante.
Muy... él.
Y sí, soy consciente de que dije que me alejaría de él y lo haré, lo hago.
Pero en ningún sitio dice que no pueda hacerle una chaqueta de tweed con sus
coderas de patente si quiero, ¿no?
Puedo coserle una chaqueta en la máquina de coser que me compró, y
todavía puedo alejarme de él.
Podría dejárselo a Mo cuando vuelva a Nueva York al final de la escuela de 296
verano. O podría enviarlo por correo desde Nueva York. Podría ser un regalo de
despedida. Algo para que me recuerde. Una prueba tangible de que una vez
estuve aquí.
Yo estaba en su vida.
Hace tiempo, él era mi tutor y yo su pupila y nos odiábamos.
Y entonces nos detuvimos. Y podría haber significado algo, pero no lo hizo.
En fin.
Así que sí, los días pasan y yo estudio. Diseño. Coso. Paso tiempo con mis
amigos.
Y lo observo desde lejos siendo el director.
Hasta que un día tengo que romper la promesa y tengo que ir con él.
En mi defensa, es un asunto escolar y me dijo que podía acudir a él para
eso.
Es para mi amiga. Echo, específicamente.
Lleva un par de días deprimida por algo. Se ha enterado de que su exnovio,
Lucas, ha vuelto a la ciudad por unos días, y va a estar en este bar este sábado.
Y ella quiere ir a verlo.
—Me doy cuenta de que puede sonar a acosadora —me dijo anoche en mi
dormitorio, donde estábamos repartidas en la cama y en el escritorio, haciendo
los deberes—. Y no soy una acosadora. Lo prometo. Sólo... quiero verlo, ¿sabes?
No lo he visto en mucho tiempo y nunca viene a visitarme. Como, nunca. Y ahora
ha vuelto por unos días y yo estoy atrapada aquí y sólo, me gustaría poder ir a
verlo. Aunque sea de lejos. No voy a hacer nada. No voy a perseguirlo o...
—Primero —la interrumpió Jupiter, poniendo los ojos en blanco—. Deja de
disculparte por querer verlo. O incluso por acosarlo. El acoso ni siquiera es ilegal.
Echo le lanzó un bolígrafo.
—Lo es, idiota. El acoso es ilegal.
Jupiter se burló.
—Uf, da igual. Sólo lo haces por amor.
Echo frunció el ceño.
—Um, estoy bastante segura de que eso no se va a sostener de ninguna
manera. En los tribunales, quiero decir. Cuando me abofetee con una orden de
alejamiento.
—No te va a abofetear con una orden de alejamiento.
—Bueno, puede que sí. No viste su cara cuando rompió conmigo, ¿verdad?
Eso hizo que Jupiter y Echo discutieran durante los siguientes minutos
hasta que puse fin a la discusión, diciendo que yo ayudaría. 297
—¿Ayudar cómo? —preguntó Echo.
Me encogí de hombros.
—Deja eso para mí.
Jupiter y Echo se miraron antes de que Echo dijera:
—¿Implica que...? —Buscó una palabra—. ¿Interactuar con él?
Mi corazón se aceleró pero mantuve la compostura.
—Puede ser.
—Entonces, absolutamente no.
—Pero...
—No —dijo Jupiter—. Echo tiene razón. Por mucho que me duela decirlo.
No deberías meterte con él, Poe.
—Pero no va a hacer nada. No lo hará. No ahora.
—Puede que sea así —dijo Echo, con los ojos preocupados—. Pero sigues
caminando con esta sombra sobre ti. Sigues caminando triste desde todo ese
asunto de la cámara. No sé qué pasó exactamente, pero no quiero que hagas algo
que sólo te entristezca más.
Tuve que tensar todos mis músculos y tragar y parpadear varias veces
para deshacerme de todas esas emociones que surgían dentro de mí.
No les he contado todo lo que pasó en los últimos días. Excepto para decir
que el plan no funcionó y que yo tampoco quería que lo hiciera. Y que me quedaré
aquí hasta el final de la escuela de verano. Pero no tengo rabia ni amargura por
ello. Tampoco tengo rabia ni amargura por mi tutor.
Por supuesto que fue impactante.
Sobre todo, porque dedicaba todo mi tiempo y energía a odiarle y a hacer
saber a todo el mundo lo mucho que le odiaba.
Pero no hicieron preguntas y no ofrecí ninguna explicación.
Y no voy a hacerlo. Porque mucho de lo que ha pasado -cómo se ha
comportado él; cómo me he comportado yo- está ligado a su pasado y esa es su
historia, no la mía.
Aunque les conté sobre Jimmy y su infame plan de secuestro. Y cómo
Alaric tenía razón al alejarme de él, y que enviarme a St. Mary con la esperanza
de que estuviera a salvo bajo sus reglas era su forma de protegerme.
Así que ahora ambas odian a Jimmy, como debe ser, y han estado
escuchando cómo me desahogo por el hecho de que me haya escrito correos
electrónicos.
Sí.
Desde que le devolví a Mo mi teléfono secreto, el que utilizaba para 298
contactar con Jimmy -lo había llevado conmigo la noche que me escapé para
verla-, no tiene forma de ponerse en contacto conmigo salvo a través de correos
electrónicos. Y lo ha hecho. Varias veces. La mayoría de ellos contienen párrafos
y párrafos de disculpas y de cómo la ha jodido y de cómo me necesita.
Tanto para ser su amigo barra novia y por mi dinero.
Porque Big Jack está poniendo todo tipo de presión sobre él.
Los veo. Los borro. Contemplo mis estúpidas decisiones y lo ingenua que
fui y luego sigo adelante.
Así que es básicamente mi deber amistoso ayudar a Echo. Por ser mi
amiga, por escucharme, por no hacer preguntas ni emitir juicios. Por
simplemente estar ahí.
Por no hablar de que entiendo su necesidad.
Para verlo, quiero decir.
Para estar simplemente cerca de él.
Es un anhelo que yo también siento.
Además, se ha puesto en marcha la infame y arcaica regla de
comprobación de camas. Sí, finalmente la ha ejecutado, así que ahora cada
noche, dos veces, el celador se asoma por la pequeña ventana cuadrada de la
puerta para ver si estamos en nuestras camas o no.
Me impactó, sí.
No porque esté planeando romper ninguna regla, sino porque él lo hizo en
primer lugar. Pero supongo que eso es lo que vino a hacer y sé lo serio que se
toma sus responsabilidades. Sólo que no estoy segura si le gusta esta
responsabilidad o no, siendo el director. Pero no me corresponde preguntar, así
que ahí tienes.
Todo lo que sé es que esto significa que no puede salir a escondidas.
Así que tengo que ayudarla.
Con esa determinación, me dirijo a su oficina durante el almuerzo y hablo
con su asistente, Janet, para conseguir una cita con él. El exnovio de Echo estará
en el bar el sábado y, por supuesto, por la noche. Y como sólo tenemos pases de
día, no nos servirán aquí. Así que intentaré conseguir para los tres un pase de
noche para el fin de semana si es posible.
Resulta que no debería haberme molestado en pedir una cita porque justo
cuando se lo cuento a Janet y ella empieza a mirar su agenda, se abre la puerta
de su despacho.
Y sale.
Y ella también.
Cynthia.
La hermosa mujer rubia que lo llamó perdedor la noche que la vi. Oh, y 299
antes de eso, ella trató de besarlo.
Intentó poner su boca sobre él.
En el hombre que quiero besar.
Incluso hoy creo que ella intenta hacer lo mismo. Porque, de pie en el
umbral de su despacho, se ha vuelto hacia él, mirándole y sonriendo.
Él, sin embargo, está mirando su teléfono.
Puedo ver cómo se desplaza antes de decir:
—No estoy seguro en este momento. ¿Qué tal si me dejas mirar mi
calendario, de acuerdo? Y no hace falta que te tomes la molestia de conducir
hasta aquí para eso. La próxima vez, sólo llama. —Entonces—. O envía un
mensaje de texto. El texto funciona igual de bien.
Ella le sonríe, con una expresión de sorpresa.
—Oh, no es ningún problema. Aunque, ¿estás seguro de que no puedes
cancelar la próxima cita? Es que...
—Bastante seguro, sí —interrumpe él, todavía mirando su teléfono pero
ahora se aleja un poco de ella.
Parece decepcionada.
—De acuerdo, bueno, es una pena. ¿Y por qué no le preguntamos a tu
asistente si tiene alguna vacante? De esta manera, podemos concertar una cita
ahora mismo. Me encantaría llevarte a cenar para celebrar tu beca. —Ella acorta
la distancia que había creado entre ellos y le pone la mano en el brazo—. Es
realmente increíble. Ni siquiera sé cómo lo haces todo. Manejas tantas cosas y...
—Lo hace todo porque es asombroso e increíblemente trabajador —digo
desde donde estoy junto al escritorio de Janet, apoyada en él ahora, con los
brazos cruzados.
Parezco una imagen de la serenidad.
Pero no lo soy.
Uno, porque no soporto cómo le mira con esa expresión de hambre. Dos,
porque tampoco soporto que lo toque sin su permiso ni su deseo.
Quiero decir, parece aburrido.
El hombre parece súper desinteresado. El hombre se alejó.
¿Hola, señora?
Está claro que él no la quiere. Así que no entiendo por qué sigue tocándolo.
Y tercero, porque es la verdad.
Es sorprendente e increíblemente trabajador.
Y cuarto, simplemente la odio. Ella fue a su escuela secundaria y lo llamó
perdedor.
—Y brillante —añado, ahora que Cynthia tiene sus ojos puestos en mí y 300
su mano fuera de su brazo—. Sin embargo, no te culpo. Por preguntar. No mucha
gente entiende lo talentoso y brillante que es.
Su cara se agria de disgusto, pero se las arregla para pegar una sonrisa
falsa en su rostro.
—Por supuesto, sé que es brillante.
Yo también sonrío de forma falsa.
—Sólo me aseguro. —Entonces, antes de que pueda decir nada, le hago
un gesto con los dedos—. Hola, Cynthia. Me alegro de verte aquí.
—Hola —me devuelve el saludo, tan falso como siempre—. Sólo pasaba
para ver si Alaric —aprieto los dientes cuando dice su nombre—, está libre para
comer.
—Sí, no está —le digo, inclinando la cabeza hacia un lado como si
estuviera triste por ello—. Tiene una cita.
—Sí, me lo dijo.
—Conmigo.
Eso es mentira.
No sé quién es su próxima cita, si es que la tiene. Nunca llegué tan lejos
con Janet pero tenía que decirlo. Tenía que hacerlo, aunque no sea exacto.
Y vale la pena porque su sonrisa falsa se le cae de la cara.
—Oh, bueno, no lo sabía.
Levanto las cejas.
—Bueno, ahora ya lo sabes. Quién te está lloviendo en tu desfile. —Me
pongo una mano en el pecho en señal de angustia—. Aunque siento que siempre
estoy haciendo eso. Siempre te estoy aguando la fiesta. Como si tuvieras que irte
la última vez que aparecí. Debes odiarme. ¿Me odias, Cynthia?
Sus ojos se entrecierran pero lo único que hace es sonreír con fuerza y
decir:
—Por supuesto que no.
—Entonces eres una persona más grande que yo, Cynthia. Realmente lo
eres.
Sus ojos se estrechan aún más.
—Soy consciente de que Alaric tiene muchas responsabilidades. Está bien.
Ella realmente necesita dejar de decir su nombre.
De verdad.
—Oh, lo hace. Tiene muchas, muchas responsabilidades. Ya que es el
director de esta escuela.
—Sí. Estoy muy orgullosa de él. Alaric realmente ha logrado mucho. 301
Y este es el momento en que sella su destino.
Porque no sólo volvió a decir su nombre sino que además hizo las dos
cosas que odio: sonreírle y ponerle la mano en el brazo.
—Sí, me alegro. —Luego, inclinándome hacia delante, continúo—:
Aunque, ¿puedo ofrecerte un consejo?
—Claro.
—Tal vez quieras ir más despacio con tus demostraciones de afecto. —
Asiento despreocupadamente, pero el enfado en mis ojos debe ser evidente—. Es
un colegio. Los estudiantes no quieren ver a su director siendo mutilado en el
pasillo en medio del almuerzo.
Su mano salta del brazo de él.
—¿Qué?
Señalo a Janet por encima de mi hombro, que jadea detrás de mí.
—Hace que Janet se sienta muy incómoda. Pero ella nunca diría nada. Así
que te lo hago saber.
—¿Qué? Yo... —La máscara se ha desprendido y Cynthia está mirando
ahora con ojos de odio—. No lo entiendo. Esto es...
Doy un paso hacia ella y jadea.
—Oh, puedo hacer que lo entiendas. ¿Por qué no vienes fuera conmigo? Y
resolveremos...
—Poe.
Esa es su voz.
Es lo primero que me dice desde que los interrumpí.
Y me hace apretar los muslos.
Porque también es lo primero que me ha dicho desde que me echó.
De su oficina hace una semana.
Con el corazón palpitando en mi pecho y la barriga revuelta, le miro.
He estado evitando hacerlo por alguna razón. No sé por qué. Mi mejor
suposición es que si lo hubiera mirado, habría perdido toda la compostura y
habría roto mi promesa con él. Habría corrido hacia él. Le habría rogado que
dejara de ver a Cynthia. No es que la estuviera viendo o que la quisiera aquí.
Estaba claro por su conversación que no la quería.
Pero aun así.
Le habría rogado que me viera en su lugar. Que me dejara verle. Que me
dejara entrar en su despacho.
Para dejarme tocarlo y llamarlo Alaric. 302
Pero no creo que pueda evitar mirarlo ahora, así que lo hago. Le miro y
entonces, también tengo que apretar mi vientre agitado.
Porque está ahí, alto y ancho y hermoso, con sus ojos de chocolate
calientes y fijos en mí. La última vez que se centraron en mí fue cuando miraba
mis fotos desnuda.
Cuando me miraba ponerle ojos de “fóllame” y hablar de todas las
desvergüenzas que hacía.
—Bueno, ¿no vas a decir nada?
Me despierto bruscamente al oír la voz de Cynthia, la realidad vuelve a
golpear en cuanto a dónde estamos y quiénes nos rodean.
Sin embargo, Alaric parece que ya lo sabe.
Porque nada cambia en su rostro mientras mira a Janet.
—¿Puedes acompañar a la señorita March a la salida? —Luego, volviendo
la mirada hacia mí—. A mi oficina.
Cynthia no está contenta con la forma en que Alaric lo está manejando
porque dice:
—Me gustaría quedarme. Me gustaría ver cómo se manejan los estudiantes
por su grosería, si no te importa.
Ante esto, finalmente Alaric la mira directamente.
—Me importa. —Cynthia palidece ante sus severas palabras pero él
continúa—. Esta es mi escuela y me gusta manejar a mis alumnos sin testigos
presentes. También me molesta que te pases por aquí sin previo aviso. Así que,
como te decía, la próxima vez llama por favor. —Luego añade—: A mi asistente.
Con eso, se vuelve hacia mí y aprieta la mandíbula.
Lo que significa que debería empezar a caminar.
Y lo hago, con el corazón diez veces más ligero ahora que ha puesto a
Cynthia en su lugar. Me gustaría poder lanzarle una sonrisa de satisfacción,
pero no voy a hacer tambalear el barco que ya se tambalea, así que agacho la
cabeza y me dirijo a su despacho.
Entra después de mí y cierra la puerta.
Espero a que siga caminando y llegue a su escritorio antes de estallar:
—Antes de que digas nada, déjame decir que la odio.
Mi voz resuena en la oficina, o al menos eso parece.
Pero no parece importarle.
Simplemente se apoya en el escritorio, cruza los brazos sobre el pecho y
dirige sus ojos hacia mí como si estuviera preparado para mi diatriba con toda
la paciencia del mundo.
Lo que en realidad es algo bueno, porque tengo mucha diatriba por
303
delante.
—La odio absolutamente —empiezo a decir cuando ya se ha acomodado—
. Y cuanto más la veo, más la odio, y eso es mucho decir porque la odié mucho
la primera noche que la conocí. Y eso es porque no me gustó la forma en que te
habló. Me pareció extremadamente mala y grosera. Y ahora que sé que fue a la
escuela contigo —entonces agito las manos—, quiero decir, ya lo sabía porque
me lo dijiste esa primera noche. Pero ahora que sé lo horrible y lo tortuoso y
jodidamente cruel que era tu instituto, no puedo soportar verla y no puedes
culparme por ello. No puedes. Lo siento pero no puedes en absoluto. Y no voy a
disculparme por ello.
Allí. Eso me hace sentir un poco mejor.
Pero no mucho.
Se queda mirándome durante uno o dos tiempos. Luego.
—Creo que lo acabas de hacer.
—¿Que hice qué?
—Disculparte.
Frunzo el ceño y me doy cuenta de que sí, de que lo he hecho. Levantando
la barbilla, digo:
—Lo retiro entonces.
Unos segundos de mirada fija y luego:
—¿Qué hacías fuera de mi despacho?
El cambio de tema me desconcierta un poco, pero aun así le respondo:
—He venido a pedir una cita para verte.
—¿Por qué?
—Porque necesitaba hablar contigo.
Sus ojos se estrechan.
—¿Sobre?
Abro la boca para contestarle, pero luego la cierro. Frunciendo más el
ceño, le señalo con un dedo.
—No. —Apunto con el dedo al aire—. No. Absolutamente no. No vas a
cambiar de tema. Eso es lo que hiciste aquella noche, en mi habitación. Cuando
estaba enfadada.
—Eso es porque estabas respirando fuego como el dragón de bolsillo que
eres y estabas a punto de chamuscarme las cejas.
Mi vientre se revuelve ante el apelativo que me dedica, pero estoy decidida
a mantener mi ira.
—Bueno, prepárate para sacar el extintor entonces. Porque estoy a punto 304
de chamuscar algo más que las cejas. —Sus labios se mueven, pero sigo—:
Porque adivina qué, estoy enfadada otra vez.
—Lo sé. —Sus ojos captan mis rasgos—. No eres muy sutil.
Aprieto las manos ante su tono despreocupado.
—Estoy enfadada, Alaric.
—Me he dado cuenta. —Entonces—. También Janet. Y Cynthia. Ellas
también lo notaron.
—¿Estás diciendo que debería avergonzarme de ello? De crear una escena.
—Digo que me alegro de haberte interrumpido antes de que se convirtiera
en una escena que todo el colegio notara.
Entonces cruzo los brazos sobre el pecho.
—No lo estoy. Estoy muy molesta por eso. Que no haya podido montar una
escena. Por no hablar de que estoy muy molesta por el hecho de que estaba aquí
para llevarte a comer.
—Porque no quieres que almuerce.
—No quiero que almuerces con ella —digo bruscamente—. Y no lo quiero
porque ella quería felicitarte por tu beca. De la que, debo añadir, no sabía nada.
Me observa durante uno o dos tiempos.
—La próxima vez que consiga un montón de dinero para cavar un agujero
en Italia, serás mi primera llamada. —Abro la boca para replicar pero él sigue—
. Además, no se lo he dicho. Se ha enterado por los rumores.
Sacudo la cabeza.
—Maldita acosadora. Apuesto a que es tu acosadora. Apuesto a que está
al acecho, tratando de observarte, de reunir información sobre ti, tratando de
ser como, “OhDiosMío”, ¿qué está haciendo Alaric?' Apuesto a que tiene esas
cosas tipo telescopio para poder vigilarte.
—No, no creo que sean telescópicos... —Sus ojos de chocolate brillan—.
Cosas. Creo que son prismáticos.
—Crees que esto es algo de lo que reírse —digo bruscamente, levantando
las cejas—. No te vas a reír de ello cuando una noche ella salte de tu armario
mientras duermes. Es jodidamente peligrosa.
—¿También va a sostener un cuchillo?
Me retiro.
No puedo creer que esté sacando ese tema. No puedo creer que esté
sacando a relucir lo que hice aquella noche cuando me colé en su casa de campo
hace unas semanas.
Entrecierro los ojos para mostrarle mi desagrado. 305
Sus ojos brillan más con diversión.
Mis fosas nasales se agitan ante eso.
Sus labios se levantan por un lado.
—¿Cómo no estás enfadado por esto? —insisto, con el pecho agitado—.
¿Cómo es que estás ahí todo tranquilo y calmado?
—Porque ella no vale la pena —dice entonces, con un tono grave, cualquier
diversión desapareciendo de sus rasgos, su comportamiento se transforma de
casual a serio.
Demasiado apretado y rígido.
Y me provoca un dolor en el pecho. Una torsión. Un tirón. Un deseo de ir
hacia él. Sin embargo, me obligue a quedarme exactamente donde estoy.
—Te hacen daño.
Se estremece.
Es sutil pero está ahí y no puedo evitar estremecerme con él.
No puedo evitar mirar ese bulto en su nariz.
—Estoy bien —dice, con la voz tensa.
—Realmente te hicieron daño, Alaric.
—Y he sobrevivido.
—Pero eso no es suficiente.
Exhala bruscamente.
—Fue hace mucho tiempo y lo estoy manejando.
—No, no lo estás —protesto y sus cejas se juntan en un ceño fruncido—.
Estás enfadado. Puede que no estés enfadado ahora mismo. Pero estás enfadado
en general. Me lo dijiste aquí mismo, en tu despacho, ¿recuerdas? Que estás
enfadado. Que tienes rabia. No he olvidado eso. Me refiero a lo de tus puñetazos.
De ahí viene, ¿no? Porque estás enfadado. Porque tienes problemas de control.
Y es comprensible, dado lo que pasó. Pero eso no significa que estés manejando
las cosas.
Su respiración es aguda ahora. Al igual que sus rasgos, que parecen estar
tallados en piedras irregulares.
—¿Por qué no dejas que me preocupe por lo que puedo y no puedo
manejar? —dice, con la voz baja y los ojos enfadados.
—No puedo. Me voy a preocupar.
—No es tu trabajo preocuparte por mí. En realidad es al revés.
—No me importa. No me importa si no es mi trabajo o si es al revés porque
soy tu frágil pupila. Me seguiré preocupando.
No le gusta en absoluto mi insistencia. No le gusta mi postura al respecto, 306
y sé que dije que le obedecería en todo, pero no voy a hacerlo en este caso.
No voy a dejar pasar esto sin más.
Tiene rabia. Tiene ira. Tiene problemas, punto. Mo y yo, tuvimos una larga
charla esa noche y me contó cosas sobre él y su trabajo. Y como dije, no lo culpo.
Pero eso no significa que tenga que vivir así. Eso no significa que no pueda dejar
el pasado en el pasado y vivir el presente.
Vivir felizmente en el presente, incluso.
Si él puede mostrarme el camino para dejar atrás mis propios problemas
con Charlie, entonces yo también puedo mostrárselo a él. Si puede hacerme
prometer que no correré detrás de las cosas equivocadas sólo para ser amado y
visto, entonces yo también puedo pedirle promesas.
O al menos podemos hablar de ello.
Pero no creo que ocurra porque sus siguientes palabras son:
—Hemos terminado aquí.
—Pero yo...
—Lo estamos haciendo.
Le miro fijamente. A su expresión cerrada. En la forma cerrada en que se
mantiene, con los hombros imposiblemente anchos y rígidos, los brazos
cruzados y tensos hasta el punto de que puedo ver el bulto de sus bíceps bajo la
chaqueta de tweed. Como si su propio cuerpo, sus músculos y sus huesos
estuvieran haciendo una fortaleza a su alrededor.
Han construido un muro que nadie puede atravesar.
Y menos yo.
Al menos no ahora.
Así que respiro profundamente y pregunto:
—¿Es tu decisión final?
—Sí.
Asiento.
—De acuerdo.
Esto es demasiado importante para mí como para dejarlo pasar. Vamos a
revisar esto en algún momento, le guste o no.
Pero por ahora hemos terminado.
Sus ojos se estrechan.
—Entonces, ¿de qué querías hablarme? —Entonces—. Dado que todavía
estamos operando bajo la suposición de que esto es una coincidencia.
—¿Qué? 307
—Que aparezcas aquí, en mi oficina, justo cuando Cynthia estaba aquí.
Estoy confundida.
—Um, es una coincidencia.
—Como lo fue la noche que apareciste en mi casa de campo.
Todavía estoy confundida.
Pero entonces algo brilla en sus ojos. Algo como el conocimiento.
Como si conociera un secreto, y al instante, ya no estoy confundida.
Al instante, sé de qué está hablando.
La noche que me presenté en su casa de campo diciendo que había tenido
una pesadilla.
Dios santo.
Lo sabía.
—Yo... —Miro a un lado, tragando—. Tú... lo sabías.
Una mirada de satisfacción cruza sus rasgos.
—¿Que has espiado mi conversación con Cynthia? Sí.
—Pero entonces por qué...
Se encoge de hombros, y como siempre hace en esa forma perezosa suya,
parece que una montaña se levanta y se mueve.
—Sólo necesitaba una excusa para enviarla lejos.
—Pero me preparaste un té para mi pesadilla —digo, mi voz suena un poco
sin aliento.
Con sus ojos fijos en mí, responde:
—Porque no estaba dispuesto a arriesgarme y no. Cuidar de ti, quiero
decir. En caso de que realmente hubieras tenido una.
Y entonces mi pequeña falta de aire se convierte en un montón.
Se convierte en intranquilidad e irreflexión y en aceleración del corazón.
Tanto que tengo que apartar la mirada de él por un segundo. Tengo que ir
a mi ritmo para no perder el equilibrio. Para no perder la determinación a la que
he conseguido aferrarme durante la última semana, para alejarme de él.
Para no lanzarme sobre él.
No mostrarle todos los lugares de mi cuerpo que me duelen y me palpitan
para que pueda mejorarlos.
Es su trabajo, ¿no?
Para mejorar las cosas para mí.
Entonces, ¿por qué no puede hacerlo?
¿Por qué no puede tocarme y besarme y hacer desaparecer este dolor? 308
Quiero decir, ya me ha visto desnuda. ¿Qué es un pequeño beso?
Mi primer beso.
Mordiéndome el labio, vuelvo a mirarle.
—¿Alaric?
Su pecho se mueve hacia arriba y hacia abajo ahora, sus rasgos apretados
y decididos.
—No.
—Pero si todavía no he dicho nada —digo, frunciendo el ceño.
—No tienes que hacerlo —gruñe—. Tus ojos de follar dicen mucho.
Hago un mohín.
—Pero todo lo que quiero es...
—No —gruñe más fuerte—. No lo digas.
—Pero...
—No, Poe.
Me duele el cuerpo ante su negativa.
—Me duele.
Hace una mueca de dolor.
—Ya se te pasará.
Sacudo la cabeza lentamente.
—No lo haré. Se va a magullar.
—También lo superarás.
Aprieto los dedos.
—¿Por qué haces esto?
Espera tanto para responderme que creo que no lo hará.
Que creo que voy a morir con este dolor en el pecho, en el vientre.
Me derrumbaré a sus pies y no me levantará.
No hará mucho más que lanzarme una mirada fría y seguir adelante.
—Porque es mejor así —dice finalmente—. Porque soy tu tutor y tú eres
mi pupila y esto es jodidamente inapropiado.
—Exactamente —replico—. Eres mi guardián. Este es básicamente tu
trabajo.
—Sí, ¿cuál es mi trabajo?
—Para cuidarme —le digo—. Para hacer las cosas mejor para mí.
Aprieta la mandíbula. 309
—No. Así no es como voy a mejorar las cosas para ti. Eso no está en la
descripción de mi trabajo.
—Pero podría ser —argumento—. Si es lo que quiero.
—Quieres que te follen, ¿es eso?
No debería decir cosas así si quiere que deje de hablar.
Si quiere que no le ponga los ojos de follar.
Porque no es que no haya pensado en ello. No es que en mis sueños y
pensamientos sobre él dándome mi primer beso, no haya pensado también en él
dándome mi primer polvo, en él quitándome la virginidad.
De hecho, eso es lo que dijo ese día.
Me dijo que un beso con él llevaría a otras cosas.
Y Dios, quiero esas cosas.
De verdad, de verdad.
Con él.
—Bueno, todo lo que quiero es un beso —digo entonces—. Mi primer beso.
Exhala bruscamente en respuesta.
—Pero también sé que dijiste que un beso tuyo podía llevar a otras cosas.
—Me alegro de que te acuerdes —dice—. ¿Por qué no usas tus excelentes
habilidades de memorización para aturdirnos a todos en tus exámenes?
Ignoro su sarcasmo y continúo:
— Y estoy abierta a ello. Estoy tan abierta que...
—Suficiente —dice entonces.
En realidad lo muerde, a través de los dientes apretados. A través de labios
fruncidos que apenas se mueven.
Pero es alto y claro. Y con autoridad.
Es lo suficientemente autoritario como para que haga exactamente lo que
él quiere.
Aunque no quiera.
—Este es un lugar de negocios —comienza, enderezándose y descruzando
los brazos y apretando los puños a los lados, como si se hiciera más alto y
ancho—. Ya te he explicado que no voy a tolerar que me hables así. Así que si
por eso estabas ahí, pidiendo una puta cita, para poder actuar como una puta
diva, entonces puedes irte y volver a tus clases. Porque esto no está en discusión.
—Aprieta los dientes con fuerza—. Nunca. Y esa es mi puta decisión final.
Yo también me estremezco al final y bajo los ojos, avergonzada.
No debería haber hecho eso.
310
No debería haber intentado convencerle cuando le prometí que le
obedecería. No puedo creer que haya dejado que mi compostura flaquee de esta
manera. No puedo creer que me haya convertido en una diva.
Respirando profundamente, contengo mis impulsos y me disculpo. —Lo
siento. No volverá a ocurrir.
—Bien.
—P-pero no era por eso que estaba aquí. Me preguntaba si podría
conseguir un pase nocturno con...
—Hecho.
—Pero ni siquiera has...
Se aleja del escritorio, cortándome el paso.
—No pasa nada. Habla con mi asistente y ella lo arreglará con tu
orientador.
—También hay una fiesta —suelto—. Bueno, una reunión.
Eso lo detiene en su camino.
Estaba volviendo a su silla, pero ahora se gira hacia mí y frunce el ceño.
—¿Qué?
Asiento.
—Hay una especie de reunión y...
Vuelve a cruzar los brazos sobre el pecho.
—¿Cuándo?
—Sábado por la noche.
—¿Dónde?
—Uh, eso es un poco complicado.
Él estrecha los ojos.
—¿Cómo de difícil?
Hago una mueca.
—Es en un bar.
—No.
—Pero...
—No.
—Por favor —suplico, tragando—. Sólo escucha.
Me observa durante un par de segundos antes de suspirar y moverse sobre
sus pies.
Su silenciosa indicación de que puedo seguir.
311
Aliviada, suspiro también y empiezo:
—La razón por la que voy a este bar es porque estoy intentando ayudar a
una amiga. Hay un tipo que le gusta, ves, y no lo ha visto en mucho tiempo,
como en años. Y él va a estar allí y quiero ayudarla porque ella lo ama. Como
realmente, Alaric. Y esta puede ser su única oportunidad por un tiempo para
verlo. Y...
Estudia mi cara antes de insistir:
—Y.
—Y sé lo que se siente. Sé lo que se siente cuando quieres estar cerca de
alguien pero no puedes. Así que realmente quiero que tenga esto. —Su
mandíbula se aprieta pero yo sigo, intentando tranquilizarle—. Y sé que es en un
bar pero estará totalmente supervisado. En el sentido de que mis otras amigas y
sus novios también van a ir. Mi única amiga tiene como cuatro hermanos y
probablemente estarán todos allí. Así es como vamos a entrar en el bar. Y por
favor, confía en mí cuando digo que son muy seguros y protectores.
Probablemente estén perdiendo la cabeza como tú. Pero va a estar bien. Lo
prometo. Seguiré cualquier regla que tengan.
Mi explicación sólo hace que su expresión sea más dura y me pregunto
qué más puedo decir para convencerle. Quizá debería enumerar los nombres de
todos los hermanos de Callie y su marido. Porque todos ellos vienen de verdad.
—Sabes lo que se siente —dice finalmente, con la voz baja—. Querer
acercarse a alguien.
—¿Qué?
—Porque tú misma estabas enamorada, ¿no?
No lo entiendo.
Pero entonces sí.
Lo hago con toda seguridad.
Cree que estaba hablando de Jimmy. Cuando dije lo que se siente al querer
acercarse a alguien pero no poder.
Pero no lo era.
Estaba hablando de él.
Yo estaba...
—Alaric, yo...
—Bien —me interrumpe—. Puedes ir.
—Pero tengo que...
—Sin embargo, no hay bebidas de extraños.
Con el pecho agitado, le observo. Observo sus rasgos firmes, sus ojos de 312
chocolate, y realmente, realmente quiero que sepa que ni siquiera estaba
pensando en Jimmy. Ya ni siquiera me importa Jimmy.
Estaba hablando de él.
Pero sé que no me dejará decir nada.
No me dejará ir allí.
Así que le doy lo que quiere de mí en este momento. Y tal vez, a mi manera,
puedo mostrarle que estaba hablando de él. Que todo se trata de él ahora.
—De acuerdo —susurro, asintiendo.
Un tic se le pone en la mandíbula.
—Nada de tops ajustados.
—De acuerdo.
—Nada de faldas cortas.
—De acuerdo.
Su tic se vuelve agresivo aquí, como si estuviera machacando los dientes.
—No se baila con los chicos.
—Ni siquiera me gusta bailar.
—No los toques.
—No quiero tocar a ningún chico.
Quiero tocarte.
—No hablar con ellos.
—No quiero hablar con ellos.
Quiero hablar contigo.
—No los mires, carajo.
—No quiero mirar a los chicos.
Quiero mirarte.
Mi acuerdo fácil lo está enfadando aún más y no sé qué hacer.
No sé cómo derretir su ira.
Le estoy dando todo lo que puedo en este momento -todo lo que me ha
permitido dar- pero de alguna manera no es suficiente.
—Estate en casa a las 11:30 —dice.
—Lo haré.
Entonces respira ruidosamente. Una respiración aguda y angustiosa.
Luego, desplegando los brazos, continúa:
—Te sugiero que al final de la noche, cuando te pregunte si has tocado a
un chico o si has mirado a un chico, Poe, más vale que tu respuesta sea no. O 313
serás responsable de lo que yo acabe haciendo a ese chico.
—¿Qué vas a hacer? —pregunto con el corazón en la garganta, con la piel
de gallina.
Sus ojos brillan y gruñe:
—Asesinato.
T
he Horny Bard.
Ese es el nombre del bar al que vamos.
Está en Bardstown y es un lugar habitual para todos los
jugadores de fútbol. De ahí que se me ocurriera invitar a Callie y a
Wyn, pensando que sus novios -bueno, Callie está casada con Reed, así que
técnicamente es su marido- juegan o han jugado al fútbol y, por lo tanto, deben
tener una entrada.
Y como era de esperar, al igual que Alaric, no se alegraron de que
quisiéramos ir a un bar.
Pero cuando se enteraron de que era The Horny Bard, casi pierden la
cabeza.
—Ese lugar es una puta ratonera. Los tipos que van allí son una panda de
imbéciles cachondos y duros que buscan coños fáciles. Y no hay manera de que
314
vayas.
Eso vino de Reed, como me dijo Callie.
—Pero tú también ibas allí —le dijo Callie.
—Eso no es relevante. Lo que es relevante...
—¿Cómo es que eso no es relevante?
—Fae, no vas a ir.
—Eso es doble moral —le recordó Callie.
Descaradamente, respondió:
—Joder, sí, lo es. Pero mi mujer no va a ese bar.
—Tu mujer no será tu mujer si no dejas de ser un cavernícola, Roman —
replicó Callie; llama a Reed Roman como Reed la llama a ella Fae.
Así que sí, así fue su argumento, palabra por palabra, tal y como me lo
transmitió Callie.
Hasta que le convenció para que la acompañara.
Conrad, el hermano mayor de Callie y novio de Wyn, tenía la misma
postura. Aunque se limitó a decir:
—Absolutamente no, fin de la discusión.
No estoy segura de cómo Wyn lo convenció, pero lo hizo y ahora él también
irá.
Lo cual está bien.
Lo que es un poco extraño es el hecho de que Ledger, el hermano de Callie,
también va a ir. Y según Callie, se ofreció a ir sólo después de que Callie
mencionara accidentalmente que la hermana de Reed, Tempest, también iba a
ir. Ella vive en Nueva York y nos visita cuando puede y, como estará en la ciudad
este fin de semana, también vendrá. Y en cuanto Callie lo dejó caer, Ledger dijo:
—Yo también iré.
—¿Por qué vas a ir? —preguntó Callie.
—Porque —dijo—, es una ratonera. Reed tiene razón. Y necesitas
refuerzos.
—Bueno, Con y Roman son suficientes refuerzos. —Entonces—. ¿Y desde
cuándo Reed tiene razón? Lo odias.
Es cierto.
Ledger y Reed han sido enemigos desde que Callie puede recordar. Una
estúpida rivalidad futbolística, y aunque ahora Callie está casada con Reed, a
veces siguen discutiendo.
—Lo sé —admitió Ledger—. Pero eso no significa que no pueda tener razón. 315
Además, más refuerzos no harán daño.
De nuevo, palabra por palabra, tal y como me lo contó Callie.
Pero creo que me expresé mal. No es raro. Porque hay algo entre Ledger y
Tempest. Algo secreto y misterioso de lo que nadie sabe nada. Yo, por ejemplo,
me muero por saberlo, pero Tempest está jugando sus cartas cerca del pecho y
Ledger niega rotundamente todo lo que Callie le pregunta. Así que sí.
Pero de todos modos, todos vienen.
Incluyendo a uno de los hermanos gemelos de Callie, Shepard. El otro
gemelo, Stellan, se queda en casa para ver Halo.
No estoy segura de cómo ha ocurrido, pero no me importa. Cuanto más,
mejor.
Y para ser honesta, las cosas han sido divertidas hasta ahora. Sí, hubo
algunos contratiempos aquí y allá, pero nada importante.
El día comenzó con todas mis chicas llegando a la mansión para
prepararse.
Su primera vez en el lugar al que llamo hogar desde hace cuatro años.
Hasta ahora, sentía que ésta era mi prisión y no quería que vieran la jaula
en la que vivía cuando salía de la otra jaula llamada St. Mary, pero ahora que sé
que en lugar de ser una jaula, esta mansión era un puerto seguro para mí, las
invité a todas y fue genial.
Después de los oohs y ahs iniciales sobre el tamaño de la mansión, nos
instalamos en mi habitación y procedimos a probarnos todos los vestidos que
pudimos. Mo nos trajo golosinas -galletas de chocolate y mini tartas de cereza-
y se quedó un rato. Sé que estaba encantada de charlar con las chicas y de que
le contaran todos los detalles de St. Mary, un lugar que también odia. Y luego se
quedó durante todo el peinado, el maquillaje y los preparativos de última hora
antes de que Reed viniera a buscarnos.
Sin embargo, me gustaría señalar que la única razón por la que lo hizo él
y no Conrad -que aparentemente fue un punto de fuerte discusión también- es
porque tiene un todoterreno. Lo compró hace poco para Halo, y por eso era el
único vehículo que podía acomodar a seis chicas engalanadas.
Y de nuevo me gustaría señalar que, de las seis chicas, según Reed, Callie
era la mejor vestida con un vestido de gasa azul hielo con mangas de encaje. Se
quedó mirándola durante un minuto -todas lo contamos- cuando salió por la
puerta por primera vez.
Luego llegamos al bar, donde Conrad estaba esperando a que llegáramos
todas. Y que conste que se quedó mirando a su Wyn durante un minuto y medio;
todas volvimos a contar. Se vistió con mi favorito personal: un brillante vestido
plateado de tirantes en forma de A con lentejuelas. Que creo que ahora también
es el favorito de Conrad.
Ah, antes de que se me olvide, Ledger -que sólo está aquí como refuerzo;
316
sí, totalmente creíble- se quedó mirando a Tempest más o menos el mismo
tiempo que Conrad miró a Wyn. Sólo que lo hizo por el rabillo del ojo y con una
mandíbula muy dura y crispada.
No estoy segura del porqué de su mandíbula tensa, pero creo que podría
ser debido a su vestido azul muy ajustado, y también porque ella se empeñó en
no mirarlo en absoluto.
Me he dado cuenta, sí.
De todas formas como he dicho, a pesar de lo divertido que era todo, ha
habido algunos contratiempos.
Hipo número uno: Bueno, esto es más una cosa rara que un hipo.
Y tiene que ver con Jupiter.
En cuanto vio a Conrad, primero no pudo hablar cuando se hicieron las
presentaciones, y luego no pudo dejar de estrecharle la mano cuando cometió el
error de ofrecérsela. Hizo lo mismo con Ledger, que le dirigió una mirada extraña
pero distraída.
Por muy raro que fuera todo eso, lo más raro era que ni siquiera tocara a
Shepard.
Cuando surgió su nombre, simplemente asintió y se apartó. No es que
Shepard se diera cuenta. Estaba -todavía lo está- ocupado con su teléfono, así
que no se molestó en echarle a Jupiter más que una mirada de pasada.
—¿Qué coño estás haciendo? —preguntó Ledger a Shepard.
Shepard levantó la vista de su teléfono.
—¿Qué?
Ledger le dio un golpe en la nuca.
—¿Dónde están tus modales, imbécil? —Inclinó la cabeza hacia donde
estaba Jupiter—. Está saludando.
Shepard apretó la mandíbula pero dejó pasar el manotazo de Ledger antes
de volverse hacia Jupiter y emitir un saludo distraído.
—Hola.
—Hola —dijo ella, sonrojada.
Y creo que voy a preguntarle sobre ello.
Voy a preguntarle a Jupiter cuál es su problema. Con Callie, ¿recuerdas
la vez que la abrazó en Ballad of the Bards?, y el resto de sus hermanos. Porque
aparte de sus extraños encuentros demasiado entusiastas con los Thorne y su
aún más extraño saludo lleno de rubor a Shepard, es una chica bastante
tranquila. Así que tiene que haber una razón para esto.
Ahora, el hipo número dos: Este es un poco más serio y tiene que ver con
Echo. 317
Gracias a quien estamos aquí.
Y que, según yo y el resto de las chicas, es realmente la mejor vestida.
Lo diseñé así.
Iba a ver a su exnovio por primera vez en años, tenía que estar lo más
guapa posible.
Con un vestido de gamuza azul noche, parece una tentación de bomba que
tiene predilección por los corsés sin tirantes con una abertura lateral. Y sus altos
tacones de tiras demuestran que le gusta pasárselo bien. Si lo acompañas de un
maquillaje de ojos ahumados y grandes rizos, este chico Lucas no tiene ninguna
posibilidad.
Nos va a llorar un río cuando la vea.
Lo cual no hace. No de inmediato.
Porque en cuanto llegamos a un pequeño rincón que los hermanos de
Callie han elegido para que nos sentemos y pasemos el rato, ella sale corriendo.
Se esconde detrás de un gran pilar, mirando algo con miedo. Dejando a todas
mis chicas, que parecen preocupadas, voy hacia ella y le pregunto qué pasa.
—Está aquí —me dice.
—¿Quién? ¿Lucas? —Doy una palmada, girando para mirar en la dirección
en la que está—. ¿Cuál es él?
—No —susurra enfadada—. A él no. Quiero decir, él también está aquí.
Pero él. Él está aquí.
—De acuerdo, bien —alzo las cejas—, ¿te has oído? Ese montón de frases
no me han dejado nada claro.
Ella suspira irritada.
—Su mejor amigo. El mejor amigo de Lucas. Él también está aquí.
—Oh, y no nos gusta.
El mejor amigo de Lucas es, de alguna manera, la razón por la que Echo
está en St. Mary
En este punto, Jupiter llega y responde por mí.
—No, en absoluto. Lo odiamos.
Seguido por Wyn.
—¿Odiamos a quién?
Seguido a su vez por Callie.
—¿A quién estamos odiando?
Y Tempest.
—Porque siempre estoy dispuesto a odiar. 318
Echo sacude la cabeza.
—Oh Dios, esto es un desastre. Tengo que volver. Tengo que salir de aquí.
Va a todos los sitios a los que va Lucas. Debería haberlo recordado. Debería
haberlo recordado. Me he quedado tan atrapada en ver a Lucas de nuevo que me
he olvidado de él. Y ahora llevo un vestido que no suelo llevar y es bonito y si lo
ve, va a decir algo despectivo sobre él. Lo sé.
Callie es la que la tiene bajo control.
—No vas a ir a ninguna parte. Estás muy guapa y nadie te va a decir nada.
Porque no les dejaremos. —Nos mira a todas una por una—. ¿Verdad, chicas?
Todos asentimos antes de que yo hable.
—Bien, entonces ahora ¿quién es y por qué va a hacer un comentario
despectivo sobre alguien tan impresionante como tú?
Echo se muerde el labio y luego procede a señalar con la barbilla.
—A él. Reign.
Todos miramos en la dirección que ella señala y ahí está.
La definición misma de un chico malo.
Alto y bronceado, con el cabello oscuro y una sonrisa que le hace parecer
muy sexy. Pero también algo más. Ya sabes, del tipo que sabes que te va a romper
el corazón -lo sabes, no hay duda- pero es un precio que estás dispuesta a pagar
porque sabes que te va a hacer pasar un buen rato antes de hacerlo.
—Rain. ¿Como en R-A-I-N en inglés? —pregunto, observando cómo habla
con alguien mientras está de pie entre un grupo de chicos.
—Oh, yo estaba pensando lo mismo —dice Wyn—. Qué nombre tan
interesante y soñador. Para alguien que odiamos, quiero decir.
—Ese tipo no es soñador —dice Jupiter—. Es decir, lo es pero sólo en la
superficie.
—Sí, lo conozco —añade Tempest, asintiendo—. Es el amigo de Reed.
—Reing. Como R-E-I-N-G en inglés —corrige finalmente Echo.
—Oh —dice Callie—. Eso tiene mucho más sentido ahora. Con todo ese
rollo de chico malo que tiene. —Sacude la cabeza—. ¿Y es el amigo de Reed? Me
lo imagino. Aunque, parece peor que mi Roman en el departamento de chicos
malos.
Todas estamos de acuerdo con eso y, de repente, el grupo en el que está
se hace más grande.
Porque un grupo de chicos se unen.
Tipos que conocemos.
A saber, Ledger, Shepard y Reed.
Resulta que nuestros chicos conocen a los suyos, bastante bien en
realidad, y entonces nuestros chicos invitan a los suyos a venir a nuestro rincón.
319
Así que, por supuesto, Echo empieza a asustarse de nuevo. Pero después de un
montón de engatusar y hablar del poder de las chicas, nos las arreglamos para
convencerla.
Y ahora aquí estamos.
Estamos todos sentados en un rincón acogedor con sofás de cuero y
tumbonas. Las chicas están sentadas en este gran sofá junto a la pared y lo
hemos hecho de manera que Echo está metida en el centro y está protegida por
ambos lados. Y los chicos están repartidos en los otros sillones opuestos a
nosotros.
Todos están ocupados hablando y poniéndose al día con los demás. Al
parecer, todos son compañeros de fútbol. La escuela de Lucas y Reign -que
también era la escuela de Echo antes de que la enviaran a St. Mary- ha jugado
contra el equipo de Ledger y Reed. Y como Conrad era su entrenador, también
conoce muy bien a Reign y Lucas.
Y hasta ahora, no ha habido ningún comentario despectivo.
Lo cual es genial, porque eso ha hecho que Echo se relaje un poco. Y está
haciendo lo que habíamos hablado en la mansión en caso de que Lucas la viera
en el bar. Está ocupada hablando con las chicas y generalmente ignorando a
Lucas. Ya sabes, para demostrar lo bien que está con su ruptura y para despistar
un poco a él, porque según ella, no llevó bien su ruptura.
Estoy súper orgullosa de ella por haber manejado esto tan bien.
Y parece que funciona, porque Lucas -que es un guapo tipo surfista de
cabello rubio- no puede apartar los ojos de nuestra Echo. El único problema -y
sé que ella no es consciente de ello- es que el gemelo oscuro de Lucas, Reign
Davidson, también se fija en nuestra Echo, porque al parecer donde va Lucas,
va también Reign.
Oh, no lo hace tan descaradamente como Lucas, pero lo hace.
Cada vez que se ríe o toma un sorbo de su cerveza, sus ojos se dirigen
inevitablemente a Echo en un movimiento muy sutil. Cada vez que mira a alguien
al otro lado de la barra, más allá de nuestro rincón, también la mira a ella.
Y ahora me pregunto cuál es su trato.
¿Por qué no puede dejar de mirar a la exnovia de su mejor amigo? ¿Qué
hizo para enviar a Echo a St. Mary?
Tal vez si lo averiguo, pueda ayudar a Echo.
Aunque sé lo que estoy haciendo.
Quiero ayudar a mi amiga -siempre quiero ayudar a mis amigas-, pero no
puedo evitar sentir que también estoy tratando de mantenerme ocupada.
También intento mantener mi mente ocupada y mis pensamientos en el
presente. En la gente que me rodea.
Eso es lo que he estado haciendo todo el día. 320
Esa es la segunda razón por la que invité a todos a la mansión. Para poder
estar rodeada de gente.
Así no pensaría en él.
El hombre que me dio un montón de reglas para seguir y que no me dejó
acercarme a él porque cree que es inapropiado.
No puedo evitar pensar en lo que debe estar haciendo ahora mismo. Tal
vez esté durmiendo.
Aunque, no. No creo que esté durmiendo.
Creo que está trabajando -porque siempre está trabajando- y creo que está
pensando en mí. Porque estoy en este bar y él debe estar preguntándose y
enfureciéndose sobre si estoy siguiendo todas sus reglas. Debe estar mirando el
reloj para ver si vuelvo antes de mi toque de queda.
Sin embargo, tengo toda la intención de seguir todas sus reglas. Así que
me gustaría que no se preocupara.
De hecho, ahora que todo está resuelto y el plan de Echo va bien, quiero
volver a casa. Quiero volver a St. Mary, donde sé que está él, en su casita. Quiero
llamar a su puerta y exigirle que me deje lanzarme sobre él. Quiero exigirle que
me tome en sus brazos y que todo mejore.
Las ganas se vuelven tan fuertes que me excuso del sofá con la esperanza
de salir a tomar aire fresco. Para poder reagruparme y estar ahí para mis amigas.
Pero entonces, casi a mitad de camino hacia la entrada principal, me
detengo.
Mis piernas no se mueven, como si hubiera llegado al borde de un
acantilado, de un precipicio, y si doy un paso más me caigo, así que mi cuerpo
tiene miedo.
Lo cual odio.
Porque mi corazón no.
Mi corazón quiere caer.
Mi corazón quiere saltar y brincar.
Todo el camino hacia abajo. Todo el camino hacia él.
A él.
Porque está aquí.
¿Cómo está aquí?
Y me ha visto. Enseguida. Tan pronto como entró.
Y ahora se acerca a mí a grandes zancadas con un propósito único. Con
ojos oscuros y rasgos sombríos.
Con un decidido propósito propio, me hago mover.
Me obligué a dar el salto y él estaba allí para atraparme.
321
Está ahí para poner su mano sobre mí, sobre mi brazo, mientras el aire
recorre mi cuerpo y mi vientre se agita al caer.
Me agarro a su camisa.
—Hola.
Su pecho sube y baja mientras me mira fijamente, con los ojos brillantes.
— The Horny Bard.
Mis ojos se ensanchan detrás de mis gafas.
—Yo... ¿conoces este bar?
—Sí —dice, con la voz baja.
Agarrando su camisa, me pongo de puntillas.
—Te juro que estaba a salvo. ¿Recuerdas que te dije que iban a venir todos
los hermanos y novios? —Miro por encima del hombro, buscándolos entre la
multitud—. Están aquí en alguna parte. Deberían...
Siento un tirón en el brazo, lo que me hace retroceder los ojos y chocar
contra su torso.
Todas mis terminaciones nerviosas se despiertan al estar tan cerca de él.
Al instante, intento memorizar cada parte de su cuerpo que estoy tocando
con el mío, no sea que recuerde que no deberíamos estar tan cerca. Sin embargo,
por lo que parece, su mente está en otra parte.
Su mente está en mi boca, como demuestran sus siguientes palabras y su
expresión estruendosa.
—¿Qué lápiz de labios es ese?
—Brujería púrpura —digo de inmediato, aunque me da un poco de reparo
el cambio de tema.
Aprieta los dientes mientras mira fijamente mis labios.
—Sí, eres eso, ¿no? Eres una maldita bruja.
Me aprieto aún más, con el corazón retumbando.
—Yo no... —Me relamo los labios y sus dedos se tensan en mi brazo—. No
dijiste nada sobre el lápiz de labios, así que me puse un poco.
—Debería haberlo hecho.
Me agarro a su camisa.
—Te prometo que he seguido todas tus reglas. Lo hice.
—¿Lo hiciste?
Asiento rápidamente. 322
—Te juro que sí. Me he vestido modestamente y no he mirado ni tocado a
ningún chico. Y sólo son las diez de la noche. Iba a volver antes de mi toque de
queda.
He llevado un vestido modesto. También lo he elegido con cuidado. Es un
vestido blanco fluido con lunares morados y cintura imperio, que termina justo
por debajo de mis rodillas. No tiene mangas, pero no muestra mucha piel. Es
realmente conservador pero bonito. Además, no lleva tacones altos ni sexys; llevo
estos zapatos planos de ante tan bonitos de Prada.
Pero al pasar los ojos por encima, Alaric se enfada aún más y le pregunto:
—¿Por qué estás enfadado, Alaric?
Sus fosas nasales se agitan.
—Estoy jodidamente enfadado, Poe, porque mis reglas no son buenas.
—¿Qué?
—Mis reglas —dice entre dientes—, son una mierda. Mis reglas no te
protegen. Porque la única regla, la única puta ley, que debería haber establecido
no es que no mires a los chicos, sino que los chicos no te miren a ti.
Retuerzo mis puños en su camisa.
—Pero eso es... ¿Cómo puedo hacer eso? ¿Cómo puedo hacer que eso
ocurra?
—No puedes, ¿verdad? —Sé que es una pregunta retórica, pero no puedo
evitar sacudir la cabeza y él continúa—: Entonces sólo hay una solución, ¿no?
—¿Q-qué?
Sus ojos se endurecen cruelmente.
—Que te esconda de ellos. Que te meta en un calabozo en algún lugar y te
encierre, joder.
—Pero yo no...
—Y como no tengo un puto calabozo, te voy a encerrar en tu habitación.
—Entonces se endereza—. Así que te vienes a casa conmigo ahora mismo.
Mi corazón palpita y late con fuerza.
—Qué, no. Alaric, espera. Yo...
—Vamos.
—No, pero... no puedes. —Le miro a los ojos oscuros y mezquinos. Tan
malos como sus dedos en mi brazo—. Sé que no puedes. Sé que no lo harás.
—¿Sí?
—Sí.
Aprieta los dientes, sus rasgos son afilados, peligrosos.
—Bueno, veamos qué puedo y qué no puedo hacer. —Luego se inclina
323
ligeramente—. Además, no es como si pudieras huir a cualquier parte, ¿verdad?
Ya no.
—¿Perdón?
—Renunciaste a esa oportunidad cuando decidiste quedarte aquí y
terminar la escuela de verano de la manera correcta.
Con ese comentario de despedida, se da la vuelta y comienza a caminar.
Conmigo a cuestas.
Me arrastra por el brazo, tirando de mí, haciéndome correr tras él. Y
aunque llevo zapatos planos, no soy rival para sus fuertes empujones y tirones,
así que tropiezo. Y sigo tropezando y tartamudeando todo el camino hasta el
coche de Alaric, al otro lado de la calle.
En ese momento, me suelta para abrir la puerta antes de agarrarme de
nuevo y depositarme dentro. Y en un instante, nos vamos. Nos alejamos y juro
que en un instante volvemos a estar en la mansión.
No recuerdo en absoluto el trayecto en coche, aunque lo hice yo misma.
Tampoco recuerdo que me arrastrara fuera del coche y dentro de la mansión. Y
luego todo el camino hasta mi habitación, a través del gran vestíbulo y subiendo
las escaleras y el pasillo.
Todo lo que sé es que estoy de pie dentro de mi habitación y Alaric está en
el umbral.
Sé que me está mirando con tanta rabia y fuego que me estoy quemando.
Estoy ardiendo, llorando y suspirando por él a pesar de que sólo está a
unos metros de distancia. Y entonces está cerrando la puerta y cuando sólo
puedo ver una franja de él a través de la abertura, susurro:
—Alaric, por favor.
Pero no me oye, o incluso si lo hace, no le importa. Porque la puerta se
cierra con un ruido sordo y estoy sola.
Encerrada y atrapada.
Y se ha ido.
Me dejó aquí.
No puedo creerlo. No puedo.
Él no haría eso. No me encerraría. No ahora. No después de todo lo que
hemos pasado y todo el progreso que hemos hecho. No volvería a sus viejas
costumbres.
Así que miro la puerta con anticipación. La observo con la esperanza de
que se abra.
Que volverá.
Pero cuando pasan minutos y quizás incluso horas sin que se abra la 324
puerta, mi corazón se rompe.
Y empiezo a sollozar y luego huyo de él, de la puerta.
Me alejo lo más posible de él como si fuera un animal, despiadado y sin
piedad. Cuando llego a la ventana de la pared más lejana, me deslizo hacia abajo
y entierro la cara en las rodillas, sollozando y susurrando:
—Alaric, por favor, vuelve.
Durante los segundos siguientes, sólo puedo oír mis propios sollozos, mis
propios gritos y gemidos.
Pero entonces oigo un clic.
Es el sonido más fuerte de todo el jaleo.
Y mi cabeza se levanta.
La puerta está abierta y ahí está él.
El diablo. El tirano que me encerró.
Sólo que ha vuelto como el hombre que he llegado a desear. Ha vuelto
como mi guardián.
Nuestras miradas chocan y se fijan desde el otro lado del espacio.
Con el pecho agitado, entra en la habitación y, con los miembros
temblorosos, me pongo en pie.
Sin apartar sus ojos brillantes de mí, cierra la puerta tras de sí y pierdo
todo el aliento.
Y entonces hace algo que hace que toda mi respiración vuelva a entrar en
mi cuerpo. Que me da alas para poder volar.
Abre sus brazos, sus grandes y musculosos y seguros brazos de guardián,
y yo emprendo el vuelo.
Corro por la habitación y salto hacia ellos.

325
L
o primero que siento es que sus brazos me rodean.
Sus brazos me pegan a su poderoso cuerpo y me conectan a
tierra.
Sus brazos se estrechan alrededor de mi pequeño y
tembloroso cuerpo y me llenan al instante de todo el calor y la protección.
Aunque todo eso es increíble, lo segundo que siento es mucho más
sorprendente. Es mucho más digno de mención y que cambia la vida. Es algo
que sé que voy a recordar el resto de mi vida.
Porque es su boca la que toca la mía.
Es su boca agarrando la mía. Poseyéndola, cubriéndola, tomándola.
En un beso.
En mi primer beso. 326
En un beso que me hace arder Que enciende una llama en el centro de mi
ser. En el centro de mi pecho, de mi vientre.
En el lugar entre mis muslos.
Sí.
Pero no sé cómo es posible. No sé cómo puedo sentir su boca, su boca
caliente y húmeda y exigente, en mi coño cuando sólo me toca los labios.
Tal vez sea la forma en que me besa.
Tal vez sea la forma en que sus labios se han cerrado sobre los míos,
húmedos y hambrientos. Es la forma en que aspira mis dos labios, el de arriba
y el de abajo, en su interior y los chupa. Como si primero quisiera conocer y
memorizar la forma de mi boca. Como si primero quisiera probarme por fuera.
Saborear mi gordura y mi rosado que he coloreado por encima y hecho púrpura.
Oh sí, definitivamente quiere comerse ese lápiz de labios.
Quiere devorarla, borrarla, estropearla y arruinarla. Como si esa barra de
labios hubiera arruinado su vida. Como si ese labial le hubiera borrado a él
también.
Antes de llevar las cosas al interior.
Antes de forzar mi boca para abrirla y meter su lengua.
Así que tiene que ser la forma en que me besa. Tiene que ser.
No hay otra explicación de por qué lo siento todo ahí abajo. No hay
explicación de por qué un dolor ha comenzado en mi vientre. Del tipo que siento
cada vez que estoy hinchada y húmeda y palpitando en mi núcleo.
Pero entonces dejo de analizar el por qué y el cómo, porque en cuanto me
obliga a abrir la boca para entrar en ella, sus labios hacen lo mismo que hicieron
en el exterior. Sus labios chupan mi lengua. Sus labios chupan mi sabor.
Chupan toda mi humedad y me pregunto a qué le sabré yo.
Porque sabe a cerezas.
De principio a fin.
Como si el azúcar y la acidez corrieran por su sangre.
Como mi diablo -mi más querido y amado guardián diabólico- tiene venas
hechas de su fruta favorita, y de la mía.
Y una vez que ha chupado todo mi sabor y lo ha absorbido, su lengua sale
a jugar. Su lengua se adentra en lo más profundo, incluso donde sus labios no
pueden llegar, para poder absorber lo último. Las últimas gotas de mi sabor, mi
esencia.
Para que pudiera lamerme y vaciarme.
Pero esa es la cuestión, no estoy vacía, ¿verdad?
No, estoy llena. 327
Mi boca está llena de su lengua. Mi lengua está llena de su sabor y mi
coño está lleno de mis jugos.
Todo porque me besa en la boca pero lo siento en mi coño.
Todo porque me está dando mi primer beso.
Dios santo.
Este es mi primer beso. Y lo siento en todas partes y tampoco sólo en mi
coño.
Lo siento en mis dedos, por ejemplo. Dedos que ahora son eléctricos y vivos
y que agarran todas las cosas de su fuerte cuerpo. Su rico y oscuro cabello. Su
cuello veteado. El crujiente cuello de su camisa.
Mi primer beso llega también a mis muslos. Que sigo apretando y frotando
alrededor de sus caderas.
Y mis caderas.
Las caderas que se retuercen y bailan contra su torso esculpido.
Tanto que creo que se lo estoy poniendo difícil. Para quedarse quieto.
Tiene que mover los brazos, uno de los cuales me rodeaba la cintura para
mantenerme pegada a él, y el otro me sujetaba la nuca con un agarre posesivo
para poder colocar mi boca como quisiera.
Pero ahora esos dos brazos bajan y bajan y me agarran el culo.
Y, por Dios, no debería haber hecho eso.
No debería haberme agarrado el culo y, definitivamente, no debería haber
amasado, manoseado y pellizcado mi carne saltarina como si sus dedos fueran
también eléctricos.
Como si sintiera este beso no sólo en su boca sino en otras partes de su
cuerpo, como yo.
Porque ahora los dos nos balanceamos el uno contra el otro y mi clítoris
se arrastra contra sus abdominales estriados.
Y estoy aún más inquieta.
Me siento aún más resbaladiza y escurridiza en sus brazos.
Mi coño tiene espasmos y madura aún más, y ahora sé por qué dijo que
un beso con él llevaría a otras cosas.
Un beso con él llevaría a follar.
Porque lo quiero. Lo quiero ahora mismo.
Ahora mismo.
Y tal vez pueda sentirlo.
Sentir esta necesidad que de repente me carcome.
Porque juro que oigo un gruñido. 328
Sé que sus abdominales se ahuecan con cada respiración. Sé que su pecho
se estremece.
Y sé que un segundo después, se mueve, camina.
Un segundo después, sus dedos en mi culo me amasan con más fuerza
para que me arquee y gima, y entonces estoy tumbada de espaldas. Abro los ojos
y trago aire mientras sus besos se desplazan, literalmente, a otros lugares de mi
cuerpo.
Mientras siento sus besos en mis mejillas, mi nariz, mi barbilla, mi cuello
arqueado.
Pero más que eso, siento su lengua.
La siento lamiendo mi piel, mis lágrimas. Siento que las lame y mi corazón
se aprieta con tanta fuerza y en un apretón tan vicioso ante su ternura que tengo
que traducirlo físicamente en un duro apretón de su cuerpo con mis muslos y
mis brazos.
Cruzando mis tobillos a su espalda y entre sus tiernos besos, susurro:
—Volviste. Has vuelto. Sabía que lo harías... Yo...
Sus dedos, que han llegado a enterrarse en mi cabello, se estremecen y se
flexionan, mientras él levanta la vista, con los labios rojos y separados, los ojos
líquidos.
—Nunca debí haberme ido.
Clavo mis talones en la parte baja de su espalda, tratando de acercarlo,
tratando de encerrarnos juntos.
—No pasa nada. No pasa nada. No me importa. Yo no...
Su pelvis choca contra la mía y sus dedos en mi cuero cabelludo se tensan.
—No está bien, Poe. No está jodidamente bien.
Llevo mis manos a su dura mandíbula.
—Pero no importa. Yo...
—No está bien —dice guturalmente, el arrepentimiento y la angustia
acuchillan sus rasgos—. Las cosas que te hago no están bien. Las cosas que te
hago no son justas. No son jodidamente justas, Poe. Son malas, crueles y
dementes. Y la verdad es que... —Clava su pelvis en la mía. Incluso llega a bajar
sus manos y agarrar mis muslos, empujándolos hacia arriba, ajustándolos para
que estemos entrelazados aún más—. La verdad es, Poe, que no sé qué más
hacer. No sé de qué otra manera ser. No tengo ni puta idea.
Mis labios están separados ahora.
Mis labios tienen que estar separados.
Para poder respirar. Para poder mantenerme despierta y no desmayarme
bajo el puro dolor que me está infligiendo con sus palabras.
El puro dolor que siento al ver su dolor.
329
—Pero lo estás mejorando —le digo—. Siempre acabas mejorando las
cosas. Tú me diste mi primer beso.
Lo hizo, ¿verdad?
Mi boca aún siente un cosquilleo. Mi lengua sigue viva con su sabor. Todas
las partes de mi cuerpo siguen zumbando con él.
Porque me dio un beso que no sólo sentí en cada parte de mi cuerpo, sino
que sé que siempre que esté sola a partir de ahora, sólo tengo que cerrar los ojos
y pensar en él y cobrará vida en mis labios.
Me dio un beso eterno.
Un beso de magia. Un beso de estrellas.
Un beso del diablo y su arpía. El tirano y su sirena.
Me dio el beso que un guardián da a su diva.
Sin embargo, él no lo cree, no.
No cree que haya sido mágico en lo más mínimo. Creo que piensa que fue
una maldición. Porque el odio, la auto recriminación, es tan fuerte en sus ojos
que su pecho arde con él. Lo sé porque el mío también arde.
Acerca aún más su cara, hasta el punto de que su boca se cierne sobre la
mía mientras gruñe:
—Eso es porque no quería que nadie más te lo diera. Eso es porque no
podía soportar la idea de que otra persona te diera tu primer beso. Eso es lo que
pensaba...
—¿Qué? —le pregunto cuando se queda sin palabras—. ¿Qué has
pensado?
—Todo este tiempo —gruñe como para sí mismo, sus ojos negros,
poseídos—. Desde que me dijiste hace dos días que ibas a ese bar. Eso es todo
lo que he estado pensando. Seguí pensando que ella lo quiere. Lo está pidiendo.
Lo que significa que está madura para ello. Está tan jodidamente madura para
follar, su boca está tan jodidamente madura para follar que está escrito en toda
su pálida y cremosa cara. Está escrito en sus grandes ojos azules. Está escrito
en su forma de reír, de sonreír, de hablar. Está escrito en su forma de moverse.
La forma en que sus muslos se mueven, sus tetas rebotan, su puto culo baila.
Está escrito en todo su pequeño y apretado cuerpo que quiere un beso. Que
quiere que alguien se lo dé. Y qué pasa si —dice, con sus dedos clavados en mis
muslos, agarrando mi vestido, como si lo estuviera imaginando ahora mismo—,
¿y si alguien lo hace? ¿Y si un imbécil borracho que ni siquiera recuerda su
propio nombre se lo da? ¿Y si algún imbécil borracho pone su boca agrietada y
enferma sobre mi Poe? En mi pequeña Poe de ojos saltones. ¿Y si la ensucia? La
ensucia, la asusta. ¿Y si no le gusta?
»Seguí pensando en eso y pensando en eso, Poe. Seguí pensando que 330
estabas clamando por mí. Que me necesitabas. Necesitabas que te salvara. Me
necesitabas para que te protegiera de ese puto imbécil imaginario que te robó el
primer beso con el que habías estado soñando durante años. Hasta que me
encontré en mi coche, conduciendo hasta ese bar de mierda para traerte de
vuelta. ¿Lo entiendes ahora? Por eso te besé. Por eso te di tu primer beso. Porque
no quería que nadie más te lo diera. No quería que nadie más tomara tu boca
virgen.
Me estremezco bajo él.
Me retuerzo y me retuerzo bajo él.
Soy un manojo de nervios y a la vez una ola de alivio mientras susurro:
—Gracias.
Entonces empuja su pecho contra el mío.
—¿Qué?
—Me protegiste. Me mantuviste a salvo.
Me mira durante uno o dos segundos, primero con los ojos encendidos
antes de estrecharlos, como si no pudiera creer lo que acabo de decir.
—¿Estás loca, Poe? ¿Estás jodidamente loca?
—¿Q-qué?
—Gracias —repite mis palabras en un bocado—. Me estás dando las putas
gracias por lo que he hecho.
—Sí. No sólo p-porque me protegiste. Sino porque me encantó —le digo,
mis manos subiendo a su cabello y agarrando los mechones—. Fue épico. Quiero
más. Quiero...
—Cállate.
—No, no lo haré. —Le tiro del cabello—. Quiero más, Alaric. Quiero...
Sus manos se apartan de mis muslos y se acercan a mi cara. Una me
agarra la mandíbula y me aprieta la boca, impidiéndome hablar, y la otra me
aprieta el cabello mientras gruñe:
—Deja de hablar, Poe. Deja de hablar, joder. Porque no quieres más.
Porque no vas a querer más cuando yo quiera más. —Me sacude la boca—. Sabes
lo que quiero decir, ¿no? Sabes de lo que estoy hablando, ¿sí? Te acuerdas.
Al oír sus palabras, ondulo mis caderas, frotando mi coño sobre su pelvis.
Pero él me aprieta aún más, deteniendo mis acciones, sus ojos ahora rebosantes
de advertencia y convertidos en rendijas.
—Veo que lo haces —gruñe.
—Sí, sí. —Asiento—. Sé lo que quieres. Sé que querrás mi coño.
—Sí. —Su mandíbula se aprieta—. Lo haré. Y entonces no querrás más
besos míos, Poe. No querrás que te dé más cuando venga por ese coño. No me
darás las gracias cuando estés aquí, en tu cama de adolescente con las sábanas 331
ensangrentadas y el coño destrozado y chorreante.
Me estremezco. Mi coño también se estremece.
Una gota de humedad rezuma y suspiro:
—Pero ya está goteando. Mi c-cu...
Presiona su boca sobre la mía para detenerme y me aferro a él. Le devuelvo
el beso aunque sé que lo ha hecho a propósito. No quiere que lo diga. No quiere
que diga esa palabra y me da la razón cuando rompe el beso, ordenando:
—No digas esa puta palabra.
—Pero tú la has dicho.
—Puedo decir lo que me dé la gana. —Abro la boca, intentando discutir,
pero él habla—. ¿Voy a tener que vigilar todo lo que diga o haga delante de ti?
¿Para que no me lo devuelvas?
Me muerdo el labio, sintiéndome a la vez malcriada y culpable.
—Sólo te quiero a ti. ¿Por qué es tan malo? —Entonces, con ojos
suplicantes—. Por favor, Alaric. Sólo una vez.
Algo se mueve entonces sobre sus rasgos.
Algo intenso y pesado. Algo que hace que su pecho, sus abdominales, la
longitud de su cuerpo se flexione y se esfuerce antes de volverse laxos. No puedo
decir que su cuerpo se haya ablandado; tiene músculos pesados y duros desde
hace días, pero una especie de tensión abandona su cuerpo. Y su expresión
cincelada pierde su filo.
Incluso sus dedos ahora acunan mi mandíbula en lugar de mantenerla
cautiva. Sus ojos observan mis rasgos. Debo de parecerle rosada y sonrojada.
Así es como me siento, al menos.
—¿Qué tal si te cuento un secreto, eh? —susurra entonces, con un tono
de voz suave.
—¿Qué secreto?
—Querías saber todos mis secretos, ¿verdad? —dice—. En aquel entonces.
Cuando querías tu libertad. —Asiento y él continúa—: Querías saber algo que
pudieras usar contra mí.
—Sí.
—Te voy a dar algo que sí puedes. —Asiente, acariciando mi flequillo—.
¿De acuerdo? Te voy a dar algo que puedas tirarme a la puta cara cuando
quieras.
Sé lo que está haciendo.
Sé que está negociando conmigo. Me está dando algo que yo quería mucho
entonces para que no le suplique lo que realmente quiero ahora.
Debería estar enfadada. 332
Debería decirle que no soy una niña. No se puede negociar conmigo. Tengo
sentimientos y tengo pensamientos. Tengo los deseos y anhelos de una mujer
adulta.
Pero el caso es que sigo teniendo muchas ganas de conocer todos sus
secretos.
Sigo queriendo que se abra a mí en lugar de que yo escuche una historia
de alguien cercano a él. Y creo que conoce mi debilidad, y por eso ahora mismo
está usando algo contra mí.
Y estoy tan lejos que ni siquiera me importa.
Puede usar lo que quiera contra mí.
Puede hacer lo que quiera conmigo.
Así que tragando, digo:
—De acuerdo.
A pesar de que le doy lo que quiere, todavía se estremece como si no
pudiera creerlo. No puede creer que haya accedido y que ahora tenga que
contarme realmente un secreto. Entonces, con voz grave y baja, dice:
—No será sólo una vez.
—¿Qué?
Me mira durante un momento grueso, pesado y cargado antes de
continuar:
—Hace cuatro años, cuando te retuve aquí, en esta mansión, en contra de
tus deseos, fue porque estaba enfadado. Porque quería castigarte por las cosas
que me hicieron en el pasado.
Aquí hace una pausa.
Y simplemente me observa, su pulgar recorriendo mi piel, sus ojos
acariciando suavemente, con ternura.
Pero con un hambre que nunca había visto en él.
En cualquiera, en realidad.
Me acelera el corazón. También me acelera la respiración mientras me
preparo para lo que viene después.
—Pero la segunda vez —comienza, sus dedos se flexionan—. Después de
que no te dejara graduarte y vinieras a mí con esa gran idea de hacer el trabajo
extra. Aquella vez en la que te di largas, en la que no te escuché, no fue porque
estuviera enfadado. No fue porque quisiera vengarme o porque quisiera hacerte
pagar.
Mis propios dedos se flexionan en su cabello mientras susurro:
—Entonces, ¿por qué? 333
Mi pregunta le hace soltar una risita. Es leve y baja, apenas produce un
sonido y es más bien una bocanada de aire.
—Por qué.
—Sí.
—Es porque siempre tuviste razón. Soy el diablo, Poe —dice, apretando la
mandíbula—. Y tú eres la linda diva de ojos saltones que quería atrapar en mi
calabozo.
Yo no...
No lo entiendo.
No por unos segundos.
Durante unos segundos, lo único que puedo hacer es leer páginas y
páginas de arrepentimiento en su cara. Páginas y páginas de auto recriminación.
Y entonces lo entiendo.
Entonces entiendo lo que quiere decir.
Entiendo por qué me mantuvo aquí.
Por qué no me escuchó, mi gran y legítima idea de terminar la escuela de
verano antes.
—Me quieres —susurro.
Vuelve a estremecerse, esta vez con más fuerza, y no puedo evitar apretar
mis extremidades a su alrededor. No puedo evitar agarrarle la cara y repetirle:
—Me quieres. Por eso no me escuchaste. Por eso rechazabas todas mis
ideas. Porque me querías. No querías dejarme ir. Me querías para ti.
Tiene la mandíbula cerrada, pero de alguna manera la abre y ruge:
—Sí.
—¿Cuánto... cuánto tiempo?
—Desde que volví.
—¿Desde Italia?
—Sí.
Me quedo con la boca abierta. Mis ojos se amplían.
Mi piel se despierta con la piel de gallina. Mi cuerpo se despierta con
electricidad, corrientes y fuegos artificiales.
Me ha deseado desde que volvió de Italia.
Hace meses que me quiere.
—Yo no...
—Lo sé —dice, sus rasgos son una mezcla de arrepentimiento e irritación—
. Sí, lo sé. Sé que no lo sabías, Poe. Sé que no tenías ni idea.
334
Luego, una cierta tirantez vuelve a su cuerpo mientras continúa:
—Sé que estabas enamorada de tu puto novio. Lo sé. No sólo lo sé, sino
que lo tengo jodidamente tatuado en mi cerebro. Lo que significa que pienso en
ello todo el tiempo. Pienso en ello. Sueño con ello. Veo su fea cara detrás de mis
ojos cerrados. Y cada vez que eso sucede, quiero volver y estrangularlo. Quiero
volver y sacarle los ojos de sus malditas órbitas porque le querías. Porque lo
perseguiste. Pero no sólo por eso, Poe. No sólo porque tu corazón adolescente
latía por él, sino también por lo que te hizo. Por lo que planeaba hacer. La única
razón por la que está vivo ahora es porque nunca llegó. Nunca llegó a tu boca, a
tu dulce y azucarada boca de cereza. Si lo hubiera hecho, juro por Dios que
habría acabado con él. Lo habría matado con mis propias manos mientras tú
mirabas, Poe. Mientras tú mirabas, carajo.
Oh, Dios.
Oh, Dios. Dios.
Me ha deseado mientras yo conspiraba contra él. Mientras yo quería huir
de él.
Él me ha deseado mientras yo quería a otra persona.
Yo no...
No sé qué hacer. No sé qué carajo hacer para que este dolor desaparezca
para él.
Para hacer desaparecer estos celos.
Se ha quemado con él. Se ha ahogado con él.
Y todo este tiempo, nunca lo supe.
Todo este tiempo, estaba tan cegada por las cosas equivocadas. Por las
cosas que pensé que quería: el amor de Jimmy, el amor de mi madre, mi maldita
libertad. Mientras he sido libre aquí.
He estado libre en esta mansión.
He estado libre con Mo, con mis amigas de St. Mary y ahora con mi
máquina de coser, con mis diseños de vestidos.
¿Nunca dejará de hacerme sentir tonta el modo en que me he comportado?
¿Nunca dejarán de perseguirme todos los errores que he cometido?
Todas las formas en que le he hecho daño.
Hiero a este hombre.
El hombre que de muchas, muchas maneras me trajo esta libertad.
Mi Alaric.
Abro la boca para decir algo, lo que sea, pero él continúa, en un áspero
susurro:
—Estoy así de cerca, ¿de acuerdo? Estoy así de cerca. Estoy colgando de
335
un hilo.
Me agarra la cara y baja aún más los labios, como si quisiera que
entendiera bien esas palabras. Como si quisiera que las bebiera directamente de
su boca mientras se las arranca del pecho, del corazón, de su propia alma.
—Te he dicho que no antes, ¿sí? ¿No es así? —Asiento con una sacudida
y él continúa—: Muchas veces. Y lo he hecho por maldad, por rabia. Y luego lo
he hecho porque no sabía qué más hacer. Cómo compensar todo, todo el daño
que te he hecho. Pero cada vez que te he dicho que no, Poe, algo ha muerto en
mí. Algo muere. En mí. Algo arde y aúlla y arremete. Y me debilita, ves. Me
carcome los huesos, las entrañas, decir que no a ti. ¿Entiendes eso? ¿Entiendes
lo que te estoy diciendo?
Vuelvo a asentir.
Sólo porque sé que necesita eso de mí.
—Así que te lo pido, ¿está bien? —Casi suplica—. Te pido que no me
preguntes. Te pido que no me preguntes, Poe. No otra vez. Y te he dado un secreto
a cambio de eso. Es un intercambio justo, ¿sí? Puedes quedarte con él. Puedes
usarlo como quieras. Puedes tirármelo a la cara.
»Y sé que actué como un idiota esta noche. Te arrastré lejos de tus amigos.
Te encerré en tu habitación. Te besé, destrocé tu boca, la violé porque no quería
que nadie más tuviera tu primera experiencia. Mientras tú te lo guardabas para
alguien digno, para alguien correcto. Pero te lo compensaré. Lo prometo, ¿de
acuerdo?
»Haré lo que quieras. Te daré lo que quieras, lo que tu corazón desee. Te
compraré cualquier cosa. Lo haré. Iré de compras contigo. Te llevaré al centro
comercial mañana. Te gusta el helado, ¿eh? Te compraré helado. Te compraré
toda la ropa que quieras para tus diseños. Un nuevo teléfono, un nuevo
ordenador, una nueva máquina de coser. Todo el maquillaje. Todos los tonos de
labiales con nombres raros. Tu esmalte de uñas que brilla en la oscuridad.
Galletas de chocolate. Pasteles de cereza. Te compraré putas diademas de
diamantes y te vestiré de gamuza, lentejuelas y lunares. ¿De acuerdo, Poe?
Su voz vibra con intensidad mientras continúa:
—No me pidas eso. No me pidas que te folle. Porque lo haré. Y si lo hago
una vez, lo haré dos veces. Lo haré tres veces. Cuatro, cinco, seis. Lo haré un
millón de veces y de un millón de maneras, y seguiré haciéndolo. Seguiré
entrando en tu habitación cuando todo el mundo esté dormido, cuando Mo esté
dormida y todo el personal esté dormido, y no tenga ni idea de lo que pasa cuando
el señor Marshall entra en la habitación de su pupila a medianoche y cierra la
puerta. Y no se va hasta que la ha destrozado y arruinado y la ha convertido en
su linda putita. Así que esto no es un juego. Sólo déjame ir, ¿de acuerdo?
Debería escucharlo.
336
Lo sé.
Ya lo veo. Está destrozado y agitado. Está realmente al final de su cuerda.
Y tiene razón. Esto no es un juego.
Hará todo lo que acaba de decir.
Así que esto es serio. Esto da miedo.
Sólo que no tengo miedo.
En absoluto.
Porque esto es mejor de lo que pensaba. Esto es un millón de veces mejor
de lo que jamás pensé.
Como él, yo tampoco quiero que se acabe. No quiero que sea sólo una vez.
Nunca quise eso.
Sí, quería que me diera mi primer beso y que luego las cosas siguieran su
curso. Pero en el fondo de mi corazón, sabía que una vez no sería suficiente.
Sabía que sus besos serían adictivos. Sus besos me engancharían y sabía que
los querría a ellos y a él una y otra vez. Y lo quería tanto que estaba dispuesta a
comprometerme y tenerlo sólo una vez si eso era lo que él quería.
Pero resulta que no lo hace.
Quiere lo que yo quiero.
Y ahora es aún más imperativo que ocurra una y otra vez.
Porque necesito arreglarlo.
Necesito arreglar este dolor. Que yo causé.
Necesito arreglar su miseria, curar la tortura que le hice pasar debido a
mis acciones imprudentes y desesperadas.
Es mi deber. Es mi trabajo.
Para calmar a mi guardián.
Así que bajo las dos manos de su cabello, donde he desordenado sus
rizados mechones, y acuno su mandíbula. Mirando a sus ojos torturados,
angustiados y fundidos, le susurro:
—Estaba hablando de ti.
Respirando con dificultad, frunce el ceño.
—¿Qué?
—En tu despacho —le explico, acercándome y besando el chichón de su
nariz, escandalizándolo un poco—. Cuando entré para preguntar si podía ir al
bar con mis amigos. Y dije que sabía lo que se sentía.
Por fin comprende, su ceño se despeja y su cuerpo se tensa como si se
preparara para un inminente golpe, un inminente cuchillo en la tripa, y Dios,
me duele mucho el corazón. Mi corazón se retuerce, pensando en todas las veces
que le he clavado un cuchillo en las tripas, todas las veces que le he dado golpes
337
y magulladuras.
Aprieto mi boca contra la suya y lo beso ligeramente mientras me aferro a
su cuerpo apretado y sigo susurrando:
—Dije que conocía el dolor, el anhelo de querer acercarse a alguien cuando
ese alguien no te deja. Cuando dije eso, me refería a ti, Alaric. Hablaba de cómo
he querido acercarme a ti estos días y tú no me dejabas. Seguías diciendo que
no.
Me dirijo a sus hombros y froto los apretados globos. Froto mis muslos
sobre sus rígidos costados, su columna vertebral, tratando de aliviarlo mientras
sigo susurrando en voz baja, suave, porque creo que lo necesita. Después de
todas las emociones ásperas y agudas.
—Y si tú morías, con cada uno de tus no, entonces yo también moría un
poco. Me moría cada vez que decías que no porque pensaba que nunca llegaría
a tocarte. Que nunca podría estar cerca de ti. Te he echado tanto de menos,
Alaric, esta última semana. Te extrañé tanto que me estaba matando lentamente.
Me estaba matando que hubieras vuelto al principio. Cuando éramos enemigos
y ni siquiera me mirabas. Ni siquiera reconocías mi presencia al pasar. Me estaba
matando que fuera tan fácil para ti hacer eso. Así que eras tú, ya ves. No él. Ni
siquiera pienso en él, Alaric.
»Y me contaste un secreto, ¿verdad? Pues aquí está el mío: en el momento
en que elegiste besarme, cobré vida. En el momento en que pusiste tu boca sobre
mí y me llenaste con tu aire y tu sabor y me diste mi primer beso, cobré vida,
Alaric. Me trajiste de vuelta a la tierra de los vivos. Y no quiero morir de nuevo.
No quiero hacer lo que hicimos la semana pasada, no hablarnos, no mirarnos
como lo hacíamos al principio. No quiero acudir a ti cuando tenga problemas con
la escuela o algo que sólo pueda manejar mi tutor. Quiero venir a ti porque no
puedo alejarme. Porque cuando no estamos cerca, todo duele. Por favor, Alaric.
No me hagas volver. Mantenme aquí, contigo. Seré tu Poe. Seré tu linda putita.
Seré cualquier cosa y todo lo que quieras que sea. No quiero un nuevo lápiz de
labios o un nuevo vestido. Un nuevo esmalte de uñas o una tiara. Todo lo que
quiero es a ti. Por favor.
No estaba segura de cómo se tomaría mis palabras.
Sabía que tenía que decirlas. Sabía que tenía que decirle todo lo que hay
dentro de mí, pero no sabía cómo reaccionaría. Si mi confesión, mis súplicas le
harían perder la cabeza. Si le harían enfadar o le alejarían o le harían huir.
Pero me alegro, jodidamente, y me extasío, de que hagan lo contrario.
Hacen lo que esperaba que hicieran.
No, no se relaja ni pierde la tensión de su cuerpo ni la agudeza de su
mandíbula. Pero sé -puedo sentir- que su frustración se filtra. Su auto
recriminación, su odio hacia sí mismo, su impotencia ante la situación que le
hizo negociar conmigo en primer lugar, desaparecen. 338
En su lugar, hay una nueva emoción.
Una nueva firmeza. Un tipo diferente de agudeza.
En su lugar, está la determinación.
Y el destino.
Sí, eso es lo que veo en su hermoso rostro tallado en piedra. En sus bonitos
ojos.
Veo el destino. Veo que las estrellas se alinean. Veo los planetas girando.
Y este destino no está hecho de mariposas o de pequeñas cosas que
revolotean. Este destino está hecho de fuego. Está hecho de truenos y lluvia y
derrumbes y estampidas.
Este destino está hecho de él y de mí.
Creo que eso es lo que sentí hace cuatro años, cuando apareció ante mí,
en el tejado. Y como era tan joven, tan enfadado, tan inmaduro, opté por luchar
contra ello.
Pero ya no.
Lo quiero ahora.
Quiero mi destino.
—No ha sido fácil —ronca, con los pómulos enrojecidos y el cuerpo
acalorado.
—¿Qué?
—Volver a la época en que apenas nos mirábamos.
—Dios, Alaric, por favor.
—¿Me quieres?
—Sí.
Mi sí susurrado hace que el fuego en él surja de nuevo.
Y ésta es tan caliente y ardiente que le hace sudar y temblar.
Me hace sudar y temblar.
Me hace delirar y a través de esa niebla le oigo gruñir:
—Pues entonces, tus deseos son órdenes para mí.

339
S
us gruñidos golpean mi vientre y su boca mis labios.
Y estoy en el cielo.
Estoy flotando sobre la cama. Estoy volando alto mientras me
aferro a él. Mientras le devuelvo el beso.
Mientras lo acerco a pesar de que ya no hay más cercanía. A pesar de que
estoy tan entrelazada con él como puedo. Mis talones se clavan en la parte
posterior de sus muslos y mis dedos se enredan en su cabello. Su pecho me
aprieta las tetas hinchadas y su pelvis se clava en la mía.
Todavía intento escalarlo.
Y cuando no puedo, me quejo.
Gimoteo en su boca.
Le pido que lo arregle con esos ruidos de cachondeo que estoy haciendo. 340
Y por un segundo creo que me está escuchando, y que tiene todos los
planes de arreglar este problema que tengo. Porque aprieta sus puños en mi
cabello, aprieta más su cuerpo sobre el mío.
Pero entonces rompe todos mis pensamientos felices y aliviados cuando
rompe nuestro beso.
Cuando me deja respirar el aire que no viene de él.
Estoy a punto de quejarme de que debería volver, que esto no es en
absoluto lo que quería.
Pero luego me apaciguo cuando su boca llega a mi cuello y chupa y besa
mi frágil piel allí, pero sólo por un segundo. Después de eso, se mueve más abajo.
Su boca deja un rastro de besos húmedos y hambrientos en mi pecho. Pero como
no llevo un vestido escotado -por su culpa- no hay mucha piel expuesta. Lo que
significa que no hay mucha zona que cubrir.
Lo que hace que mi insatisfacción aumente.
Así que le doy un puñetazo en el pelo y gimoteo:
—Alaric.
A estas alturas está en mis costillas, su boca abierta está respirando en
mi estúpido y modesto vestido y como no está pasando en mi piel desnuda, está
empezando a enojarme un poco.
Así que me enrollo y ondulo bajo él, llamando de nuevo.
—Alaric, vuelve.
Pero él tiene una mente y una intención propia porque en lugar de
escucharme, se mueve hacia abajo y abajo, su boca ahora en mi ombligo, a través
del vestido sin embargo.
Dios, odio mi vestido.
Odio que me haya obligado a llevarlo.
—Alaric, por favor. Se supone que debes hacerlo...
Mis palabras se detienen cuando siento algo. Un golpe. En mi muslo. En
mi muslo desnudo.
Lo que me hace abrir los ojos de golpe -no puedo creer que los haya tenido
cerrados hasta ahora, incluso con mis quejas e irritaciones- y miro hacia abajo,
y lo que veo me hace cerrar los muslos.
Sólo que no puedo.
Porque está entre ellos.
Sus grandes hombros, imposiblemente anchos, están entre mis muslos
desnudos y pálidos. Que se ven y se sienten aún más desnudos y más pálidos
porque sus manos bronceadas están sobre ellos. Sus dedos bronceados están
extendidos y agarrando mi carne con tanta fuerza, de forma tan posesiva y
autoritaria. 341
Aunque esa visión es tan sexy y excitante, que me aprieta el coño y me
hace tensar los pezones, de alguna manera la visión de su meñique con anillo
en mi carne, tan cerca de la unión entre mis muslos, es aún más.
Y luego está el vestido que he estado odiando.
Está todo levantado. Hasta el bajo vientre. Lo que significa que mis bragas,
púrpura y de encaje, se muestran y me doy cuenta de por qué me abofeteó.
Por qué me calló sin palabras.
Porque está mirando mis bragas.
Las está mirando directamente.
No, está mirando.
Él está descaradamente, sin un centímetro de vergüenza o reserva,
mirando mis bragas y no quería ser molestado.
Pero más que eso me doy cuenta -ahora que me ha contado su secreto- de
que tal vez ha querido hacer esto desde hace mucho tiempo. Tal vez ha querido
mirarme sin un ápice de vergüenza o reserva desde hace mucho tiempo.
Así que le dejé mirar.
Y sé que está mirando la mancha húmeda. Tiene que estar mirando la
mancha húmeda. Porque estoy bastante segura de que con lo mojada que estoy
y con el modo en que mi coño sigue apretando y dando espasmos y expulsando
mis jugos, mi humedad tiene que estar ocupando el centro del escenario ahí
abajo. Tiene que ser súper obvio y evidente.
—Alaric —susurro, con los dedos agarrando la sábana ahora que está
hasta abajo, fuera de su alcance.
Sin dejar de mirar mis bragas como si estuviera en trance, ronca:
—Me preguntaba por ellas.
—¿Qué?
—Tus bragas. —Finalmente levanta la vista, con los ojos carcomidos por
la lujuria—. Las que llevabas ese día. Cuando pusiste la cámara en mi oficina.
—Sus dedos se tensan en mis muslos—. Me preguntaba cómo estaban de
mojadas. Me preguntaba si me dejarías metértelas en la boca.
Me estremezco ante sus palabras.
—Lo habría hecho.
Sus dedos se tensan de nuevo.
—¿Sí?
—Sí. Aunque planté esa cámara, nunca quise que nadie se enterara.
Nunca quise que nadie te culpara.
Se le escapa una bocanada de aire. 342
—¿Me culpas por hacerte cosas a puerta cerrada?
Vuelvo a sacudirme.
—Sí.
Otra bocanada de aire mientras gruñe:
—Bueno, lo habrían hecho, sí. Pero no por las razones que tú crees. No
porque al oírte gemir y gritar, y lo habrían hecho porque sigo pensando que
ronronearías como una gata salvaje si jugara con tu coño, habrían pensado que
el director Marshall tiene un alumno escondido en su despacho. No porque
hubieran pensado que tal vez esconde a un profesor allí. O incluso una novia.
Me habrían culpado a mí pero por otras razones.
—¿Qué otras razones?
Su pecho empuja con fuerza la cama.
—Porque cuando pusieron sus oídos en la puerta y realmente escucharon
tus gemidos y realmente escucharon tus gritos y gemidos necesitados, habrían
pensado que era otra persona.
—¿Quién?
—Una prostituta de alto precio.
Vuelvo a girar las caderas, casi destrozando las sábanas con el puño,
gimiendo:
—Alaric...
—Pensarían que en vez de trabajar, en vez de hacer su trabajo, el
respetable director Marshall se desesperó tanto, se puso tan duro por un polvo
que llamó a una prostituta. Porque la única razón por la que una chica hace
ruidos así, la única razón por la que gime así, como si se estuviera muriendo y
perdiendo todo el sentido, es cuando le pagan y su cliente le está follando el coño
al estilo perrito, ¿no es así?
—Pero eso no es...
—Aunque no es cierto, sí.
—No, no lo es.
—Lo sé —está de acuerdo—. Sé que no es cierto, Poe. Pero aún no te han
conocido, ¿verdad? No saben que hay una chica, una linda putita, una linda diva
de ojos saltones, que gime por el director Marshall así.
—Lo hago, lo hago. —Mis muslos se aprietan de nuevo—. Por favor, Alaric.
—Y que el director Marshall guarda sus bragas en el cajón de su escritorio.
Porque las habría guardado, ya sabes. —Vuelvo a sacudirme, mis talones se
clavan y resbalan en la cama—. Las habría guardado para poder cerrar la puerta
y olerlas cada vez que pudiera.
Estoy a punto de gritar su nombre de nuevo. 343
Pero entonces se adelanta y lo hace. Se adelanta y huele mis bragas y
entonces no puedo. No puedo formar palabras. Todo lo que puedo hacer es
retorcerme bajo su agarre y gemir de nuevo.
Porque no se detiene ahí.
Me olfatea el coño cubierto de bragas y no deja de dar caladas a mi olor,
como si fuera un animal. Una bestia. Un depredador, y sus siguientes palabras
lo demuestran.
—Aunque tengo que decir que por mucho que me hubieran gustado esas
bragas, Poe, y por muchas veces que las hubiera olido mientras me masturbaba
mientras mi asistente decía a todos los que llamaban que el director Marshall
estaba ocupado, todavía no estaría satisfecho. —Otra inhalación—. Me habría
sentido engañado. Porque no habría conseguido lo bueno. —Otro olfateo, este
seguido de un gruñido como si estuviera realmente infeliz e insatisfecho con mis
bragas imaginarias—. Las cosas frescas, ves. El fresco y maduro aroma de un
coño que estoy recibiendo ahora mismo. Que estoy inhalando y esnifando como
si fuera cocaína. El aroma de las cerezas.
Ante esto, lo lame.
Me lame el centro del coño a través de las bragas y gimo tan fuerte que
temo que se caiga el techo.
Que despertaré a toda la casa.
Pero no creo que eso le preocupe. No creo que le importe porque su gruñido
es más fuerte. Y más tembloroso.
Sacude todo su cuerpo, mi gusto, y a su vez, toda la cama creo.
Yo también.
—Sí, me habría decepcionado, Poe —dice, levantando la vista, con los ojos
beligerantes y la mandíbula apretada.
Con el pecho agitado y la respiración entrecortada, logro susurrar:
—Te lo daré. Te daré lo que quieras.
Ni siquiera estoy seguro de cómo o qué estoy diciendo. Todo lo que sé es
que le daré todo lo que quiera.
—¿Sí?
—Sí.
—¿Todos los días?
—Todos los días.
Eso le hace feliz. Eso le hace respirar mejor.
—Bien. Todos los días en el almuerzo entonces. Tenemos una cita
permanente, ¿sí? Quiero que vengas a mi oficina, Poe, y te levantes la falda del
colegio. Quiero que te sientes en mi escritorio, con los muslos abiertos para que 344
pueda oler tu coño y recibir mi golpe. Para poder comerlo también, tu coño.
Necesito mi almuerzo, Poe.
Ahora estoy temblando. Estoy temblando y sólo quiero que termine esta
tortura.
Sólo quiero que me lleve.
Sólo quiero que me lo dé.
—Lo haré —le digo, con la voz entrecortada y apenas presente—. Haré todo
lo que quieras. Sólo por favor... Alaric, quiero...
—Sé lo que quieres, Poe —dice, sus ojos brillan—. Y te lo daré. Pero
primero voy a prepararte.
—¿Preparar?
—Sí. —Asiente—. Porque soy tu guardián, ¿no?
—Sí.
—Yo soy el que te protege.
—Lo haces.
Sus manos en mis muslos se flexionan y se tensan. Su pecho se expande
también bajo la camisa, antes de que rasee:
—Así que te estoy protegiendo. Porque vas a necesitar toda la protección
para lo que quieres de mí y lo que no puedo esperar a darte.
Con esas palabras confusas y ligeramente amenazantes, sus manos se
alejan de mis muslos y se dirigen a mis bragas. Sus dedos se enganchan a la
banda y me las arrebatan por las caderas y las piernas antes de que pueda
comprender sus intenciones.
Justo cuando noto que se echa las bragas al hombro, lo siento.
Siento el primer lametón.
Está caliente y húmedo, más húmedo incluso que mi coño, y gimoteo.
Me retuerzo cuando el primer lametón se convierte en el segundo y el
tercero antes de que me chupe la carne. Y entonces me estremezco bajo sus
atenciones mientras intento mantener los ojos abiertos. Mientras intento ver
cómo se mueve su oscura y rizada cabeza, subiendo y bajando y yendo y
viniendo. Mientras miro sus manos que están de nuevo en mis muslos,
manteniéndolos abiertos y anchos.
Entonces veo cómo se mueven y se deslizan y se enganchan bajo mis
muslos para que él pueda levantarlos y ponerlos sobre sus hombros
imposiblemente anchos.
En ese momento, tengo que cerrar los ojos y aguantar.
Tengo que aferrarme a las sábanas y clavar mis talones en su espalda.
Porque A: que acaba de cambiar todo el ángulo y ahora estoy de alguna 345
manera sintiendo su lengua en mi vientre. Y B: porque besa como si comiera
coños. O quizás al revés.
Tal vez come coños como besa, no lo sé.
Estoy muy dispersa. Estoy muy delirante y nublada y jodidamente
inquieta.
Porque me está comiendo.
Me chupa los labios exteriores, los aspira, lame el centro de mi coño.
Cuando termina con eso, cuando está satisfecho, se mete dentro. Introduce su
lengua y yo clavo mis talones más fuerte que nunca. Porque siento esta presión,
ves. Este estiramiento de mi agujero, de modo que no puedo evitarlo.
Y supongo que lo lastimo porque gruñe.
Y luego sorbe.
Y vuelvo a perder la cabeza, salvo para decirme que tenía razón: besa como
si comiera coños.
Y en el momento en que pienso eso, me vengo.
La presa se rompe dentro de mí y echo la cabeza hacia atrás, gimiendo y
abandonando mi cuerpo a la cama. O casi, porque me pone la mano en el
estómago para mantenerme en su sitio y poder sorber todos mis jugos como dijo
que haría. Como dijo que prefería hacerlo durante el almuerzo.
No estoy segura de cuándo vuelvo a la tierra y a mí misma. Pero lo
siguiente que sé es que mi coño sigue teniendo espasmos y mi corazón sigue
tronando, pero Alaric está subiendo. Y en su camino hacia arriba, tira y tira de
las cosas como si estuviera impaciente. Como si no le gustara lo tapada que
estoy.
Me tira del vestido en las costillas.
Tira del corpiño, del escote, sacándome el pecho antes de dedicarse a
chuparme largamente el pezón, lo que amenaza con llevarme a otro orgasmo.
Termina dándome un mordisco en la teta antes de pasar a los hombros y al
cuello, tirando y empujando los tirantes del vestido.
Antes de cerrar el círculo y poner su boca sobre mí, besando la mierda de
mí.
Haciendo que pruebe mis propios jugos y Dios, me encanta.
Me encanta mi propio semen. Creo que tengo un sabor increíble. Tengo un
sabor fabuloso.
He probado mis zumos antes, pero nunca pensé que supiera tan bien y
por eso no puedo atribuirme todo el mérito. Creo que tengo un sabor tan fabuloso
porque él me lo está dando. Porque su sabor se mezcla con el mío.
Y esto me pone tan caliente que vuelvo a enroscar mis miembros alrededor
de él y a restregar su estómago. Vuelvo a ser tan necesitada y exigente a pesar
346
de que acabo de correrme.
Pero como antes, Alaric tiene una mente propia.
Porque rompe el beso.
Sólo que esta vez no baja, sino que sube.
Se empuja sobre sus brazos y se levanta y se separa de mi cuerpo. Antes
de bajarse completamente de la cama y ponerse de pie. Le estaría haciendo todo
tipo de preguntas ahora mismo, pero estoy súper hipnotizada por su destreza
atlética. Estoy súper hipnotizada por la forma en que su cuerpo es tan grande y
a la vez tan elegante.
Tan poderoso. Tan masculino.
Por no hablar de que estoy hipnotizada por el hecho de que me mira
fijamente otra vez.
En esa forma erótica y caliente que tiene.
Y de nuevo, le dejé.
Incluso llego a subirme sobre los codos para que tenga una mejor visión.
No importa que mi vestido esté arrugado y estirado. Que mi único pecho
esté al aire, mi pezón rosado y palpitante por su boca. No importa que mis
muslos estén bien abiertos y que mi coño esté rosado y reluciente, de nuevo por
su boca.
Y entonces, mientras me recorre con sus ojos de chocolate, su propia
mandíbula brillando con mis jugos, va por su camisa.
Ante mis ojos, se desabrocha los botones superiores, haciendo que mi
corazón se tambalee, antes de tirar de él e intentar quitárselo del cuerpo. Pero lo
detengo.
—No, espera —digo, con los labios secos al ver su piel bronceada.
Entonces me mira, con el ceño fruncido.
Me pongo de rodillas, tal y como estoy, toda despeinada y expuesta, y
continúo:
— Hasta el final.
—¿Qué?
Me relamo los labios y le miro a los ojos.
—Hazlo hasta el final. Desabrocha todos los botones. Quiero ver.
—Quieres ver.
Asiento.
—Sí. Y lentamente.
—Despacio.
Una pequeña sonrisa aparece en mis labios mientras asiento.
347
—Como un striptease.
No estoy segura de por qué le pido que haga esto. Sólo va a retrasar todo,
lo principal, lo más importante que quiero. Pero tengo este impulso. Este impulso
travieso, de diva.
Verlo hacer esto.
Para revelar poco a poco lo que me moría por ver.
Como si fuera un regalo. Un regalo especial para mí.
Y es un regalo, ¿no?
Su cuerpo. El que ha construido con tanta paciencia y con todo su esfuerzo
a lo largo de los años.
Así que sí, quiero que se abra la camisa lentamente.
Me observa durante un segundo, sus ojos brillan, su pecho se agita hacia
arriba y hacia abajo, sus dedos se detienen mientras aprietan su camisa gris
oscura.
Pero entonces, pregunta, con la voz baja:
—¿Es ese tu último deseo?
Mis ojos se agrandan. Mis muslos se aprietan.
Por el hecho de que sus palabras recuerdan tanto a las mías del día en su
oficina: ¿Es tu decisión final?
En el hecho de que no dijo que no: Odio decirte que no.
Con los ojos muy abiertos por el asombro, vuelvo a asentir.
—Lo es.
Su mandíbula se tensa por un segundo antes de retumbar:
—Bueno, entonces, tus deseos son órdenes para mí.
Con esas palabras tan eróticas, comienza.
Sus dedos se mueven y van al resto de los botones y mis ojos lo siguen
todo. Mis ojos lo captan todo. La hábil forma masculina en que se desabrocha la
camisa. Cómo esos molestos botoncitos no tienen ninguna posibilidad contra
sus grandes y fuertes dedos. Cómo incluso sus uñas son masculinas, cuadradas
y romas, y cómo ese anillo de plata lo hace todo mucho más ardiente y sexy.
Y entonces, Dios, tira del frente de la camisa.
No lenta y suavemente como le pedí, como ha estado tratando a sus
botones, no.
Los agarra de forma impaciente y agresiva y tira de ellos. Los libera de sus
pantalones de vestir y, antes de que pueda siquiera registrarlo, su camisa se
desprende por completo.
348
Su camisa se ha desprendido por completo.
Y santo Dios.
Maldito Dios.
Es... es magnífico.
Es impresionante. Es una respiración agitada y una respiración dispersa
y una respiración tartamuda. Y todo el millón de otras cosas que no me dejan
respirar. Que ni siquiera me dejan pensar o formar palabras.
Porque todo lo que puedo hacer es sentir.
Y mirar fijamente.
En la extensión de su espectacular cuerpo. Su cuerpo bronceado y
musculoso.
En los globos perfectamente redondos de sus hombros como pequeños
planetas. Esos amplios y apretados arcos de sus pectorales como la armadura
de un gladiador.
Y luego viene su torso.
Es ancho y grueso y estriado de una forma que te hace pensar en edificios
y pilares y en la resistencia a la tracción y ni siquiera sé qué significa
exactamente la resistencia a la tracción. Pero sé que la tiene.
Lo sé.
También sé que tiene un six pack.
Dios santo, sí.
Hay una escalera estriada en su estómago y los peldaños están tan
definidos que sé que mis pequeños dedos pueden agarrar uno si quieren. Mis
pequeños dedos pueden agarrar uno si quieren.
Y sí quiero.
Lo hago, lo hago, quiero.
No porque sea una obra de arte o una bella pieza de arquitectura. Sino
porque es él.
Porque ha construido este cuerpo, lo ha cultivado durante años. Ha
esculpido esto con sus propias manos, su propio trabajo duro.
Porque mi Alaric no siempre fue así.
Construyó su cuerpo para ser un símbolo de fuerza. Para ser un símbolo
de lo que quería y necesitaba cuando crecía.
Y entonces voy a él.
Camino de rodillas para acercarme a él y tocarlo.
Pero en cuanto lo hago, me echa la cabeza hacia atrás y se inclina sobre
mí, con la mandíbula apretada y los ojos ardiendo. 349
—¿Has terminado?
Su voz es un gruñido que vibra.
De hecho, todo su cuerpo está vibrando. No me había dado cuenta de eso.
En mi estado de asombro, no me di cuenta de cómo su pecho se agita y
cómo su abdomen se ahueca. El abdomen que estoy tocando, y que está todo
febril y caliente y sudoroso.
Mis dedos se deslizan y acarician esas crestas.
—Tienes un six pack.
—Ocho.
Mis ojos nunca han estado tan abiertos.
—Mierda.
—Tú...
—Eres un dios.
—Poe, yo...
—No, espera. No creo que seas un dios. Creo que... —Frunzo el ceño—.
Creo que estás más allá de eso. Estás más allá de un dios. Eres... de otro mundo.
Eres un alienígena grande y sexy. Espera, ¿es eso mejor o peor? Que ser un dios
sexy.
Gruñe, impaciente.
—Eres tan hermoso, Alaric. Eres impresionante. ¿Crees que podría verte
hacer tu cosa de golpear alguna vez?
Su mandíbula se estremece ante mis divagaciones. Sus dedos en mi
cabello se flexionan.
Entonces.
—Sabes que has hecho esto peor para ti, ¿no?
Me agarro a sus costados.
—¿Peor cómo?
Se inclina aún más.
—Arrodillada ahí, poniéndome esos ojos de fóllame mientras me haces
desnudar para ti. No creíste que eso quedaría sin consecuencias, ¿verdad? No
creíste que al enroscarme alrededor de tu pequeño dedo y balbucear y ser toda
linda Poe vendría sin que mi polla se hinchara cuatro veces su tamaño, ¿verdad?
Volvió a llamarme linda.
Cree que soy linda.
Pero ahora hay algo más importante que eso.
—Cuatro veces. Eso es...
Quiero mirar hacia abajo y ver si eso es posible. ¿Sucede eso? 350
Y Dios mío, qué increíble si lo hace.
Pero se inclina aún más, y una gota de sudor de su frente cae sobre la
mía.
—No, no lo es. No sin ayuda médica. Pero supongo que eres jodidamente
mágica y mejor que la medicina occidental, ¿no? Y eso es malo para ti, Poe. Eso
es malo porque mi monstruo furioso de una erección va a introducirte en un
mundo de dolor esta noche y eso es exactamente lo que no quería que pasara.
Así que eso es lo que era.
Las palabras que me dijo cuando se me echo encima.
Me estaba preparando para su polla.
Dios.
Es increíble, ¿verdad?
Mi guardián de otro mundo, alienígena y divino.
El corazón se me hincha en el pecho y aprieto los muslos mientras él
continúa:
—Y este no es un vestido modesto. —Aprieta su puño en mi cabello
mientras su otra mano viene a agarrar mi pecho desnudo, de forma grosera y
obscena—. Si he podido llegar a tu teta con un tirón de este inútil vestido,
cualquier otro idiota podría haberlo hecho también.
—Alaric, por favor. Ahora.
Su mandíbula se aprieta de emoción y se queda mirándome fijamente
durante unos instantes.
Antes de que descienda sobre mí y reclame mi boca en un beso.
Y es un beso que continúa cuando me agarra el vestido y lo arrastra por
mi cuerpo con movimientos apresurados, y sólo se detiene un microsegundo
cuando tiene que subírmelo por los brazos. Es un beso que continúa cuando se
desabrocha los pantalones y se detiene un segundo más para quitárselos por
completo. Es un beso que continúa cuando me tumba en la cama y viene a
acomodar su masa muscular y caliente entre mis muslos.
Sin embargo, lo rompe de nuevo, despertándome del somnoliento sueño
en el que me había metido.
Pero sólo porque tiene que subir y arrodillarse entre mis muslos.
Es entonces cuando veo bien su polla.
Y tiene razón.
Es grande e hinchada. Y gruesa y de pie, tocando su ombligo.
Es más oscura que su piel bronceada y si fuera otra persona, cualquier
otra, me asustaría. Me asustaría por la longitud. Por la cabeza rojiza y nudosa.
Por el hecho de que sigue palpitando, goteando pre-semen. 351
Pero como es él, es mi Alaric, no tengo miedo.
Soy impaciente.
Estoy caliente y me retuerzo en la cama.
Cuando le miro a la cara para decirle que se dé prisa, me doy cuenta de
que me está mirando retorcerme descaradamente. Me observa girar las caderas
y hacer rebotar las tetas mientras me agarro a las sábanas y me froto los talones
hacia arriba y hacia abajo.
—Estoy limpio —dice, irrumpiendo en mis pensamientos lujuriosos—. No
he tenido sexo en meses. Me he metido tanto en terminar todo en Italia antes de
volver que no...
—De acuerdo —susurro, confiada y completamente despreocupada y sólo
porque sí, es él.
Él traga.
—Y nunca, nunca, no he usado un condón antes, así que...
—Apúrate, Alaric.
Se le escapa una bocanada de aire.
—Esto es importante, Poe. Se trata de tu seguridad. Esto...
—No me importa —le digo, sacudiendo mis caderas descaradamente—.
Eres tú. Así que, por favor, date prisa.
Y afortunadamente lo hace.
Tal vez porque pudo verlo en mi cara, lo impaciente que soy. O tal vez
perdió la batalla consigo mismo.
Le observo mientras saca un preservativo de su cartera, tirado en el suelo
-algo que probablemente se haya sacado de los pantalones entre tanto
desvestirse y besarse-, antes de hacerlo rodar por su cuerpo y acomodarse sobre
mí.
—¿Tenías un condón en la cartera? —le pregunto mientras se acomoda
sobre mí.
—Lo he estado llevando todo el tiempo —gruñe, acomodándome ahora,
abriendo mis muslos, subiéndolos alrededor de sus caderas desnudas para que
su pelvis se encaje con la mía—. No quería arriesgarme contigo.
En el momento en que su significado se clava en mí, que ha estado
llevando un condón en su cartera todo este tiempo porque me ha deseado,
porque le he estado torturando, su boca vuelve a besar la mía y me olvido de los
condones y de las carteras y de todo lo demás, excepto de él.
Pero el calor abrasador de su polla en mi estómago.
Aunque no se queda en mi estómago por mucho tiempo.
Se mueve. 352
Se desplaza hacia abajo y luego la siento en mi coño.
Justo en mi agujero.
En mi apretado y virgen agujero.
Que un segundo después no se queda así porque me la quita. Me arranca
la virginidad del cuerpo con un empujón agudo y punzante.
Y el dolor es tan feroz, caliente y ardiente que durante unos segundos
después veo y siento cosas en forma de flashes.
Siento que rompe el beso y me hace callar, lamiéndome las mejillas por
donde caen mis lágrimas. Siento sus dedos acariciando mi cabello y apartando
mi espeso flequillo de mi sudorosa frente. Siento que su estómago se tambalea y
se ahueca sobre el mío, que su pecho vibra y roza mis pezones.
Pero hay dos cosas que son las que más siento.
Uno, el latido de su polla dentro de mí, estirándome, haciendo que mi
canal palpite al ritmo de ella.
Y el segundo, su voz.
El zumbido profundo e hipnótico cuando susurro:
—Me duele.
Levanta la cara de mi cuello, donde estaba lamiendo y dejando pequeños
besos en mi piel. Tiene la mandíbula apretada, la frente sudorosa y tensa, todo
un contraste con sus suaves palabras.
—Lo sé, cariño. Pero se te pasará, te lo prometo.
Mi vientre se aprieta.
—Me llamaste cariño.
Sus ojos se vuelven líquidos.
—¿Te gusta eso?
Me agarro a sus bíceps.
—Sí. Y crees que soy linda.
Me besa la frente.
—Porque lo eres, joder.
—Dilo otra vez.
—Mi pequeña y linda Poe.
—Otra vez.
—Mi cariño.
—Otra vez. 353
Me lo susurra al oído y me hace sonreír.
—Gracias.
Me lo susurra en el cuello y hace que mi coño se apriete y quiero volver a
darle las gracias, pero estoy demasiado perdida en sus sensaciones. Y cuando lo
susurra sobre mis clavículas y garganta y barbilla y labios, me muevo.
Lo que hace que se mueva.
Y en cuanto lo hace, el dolor desaparece.
Mágicamente, el dolor baja a un nivel en el que empiezo a sentir cosas.
Cosas increíbles. Cosas que he estado sintiendo todo este tiempo pero que se
veían eclipsadas por la presión, el puro estiramiento de mi coño con su polla.
Y luego lo hace de nuevo. Y otra vez, su polla deslizándose dentro y fuera
en pequeños centímetros.
Todo el tiempo mirándome a los ojos, leyéndolos, estudiándolos como su
libro favorito.
Y Dios, aprende rápido.
Es un aprendiz jodidamente rápido porque un segundo, sólo estoy
empezando a sentirme bien, sólo estoy empezando a disfrutar de sus lentos
deslizamientos, y al siguiente, los estoy deseando. Estoy deseando sus
movimientos. Me estoy llenando de jugo para sus movimientos. Me estoy
hinchando y madurando para que su longitud me invada una y otra vez.
Entonces toca un punto en mi coño, un punto que ni siquiera sabía que
existía hasta que él lo hizo nacer, que hace imposible que me quede callada. Me
resulta imposible no echar la cabeza hacia atrás, clavándola en la almohada.
Imposible no empujar hacia atrás.
Y cuando lo hago, le toca gruñir.
Le toca enterrar su cara en mi cuello y aferrarse a mi rostro como si fuera
lo más preciado.
Lo que sólo me hace empujar más fuerte, y pronto establecemos un ritmo.
Pronto, mis uñas arañan su espalda porque este ritmo que llevamos me
está volviendo loca. Este ritmo que tenemos me está volviendo salvaje y estoy
clavando mis talones en sus muslos, sintiendo sus músculos desnudos y
apretados, la piel áspera, caliente y peluda. Levanto y arqueo la pelvis para
meterlo más adentro. Estoy sudando y ardiendo y sintiendo algo en mi vientre.
Algo así como un puño cerrado.
Un puño que reconozco pero que nunca ha estado tan apretado. Nunca ha
sido tan abrumador y aterrador.
Sí, da miedo.
Nunca me había sentido así y por eso lo abrazo más fuerte. Le rodeo el
cuello con los brazos y entierro mi cara en su pecho, esperando que me proteja, 354
esperando que me mantenga a salvo de lo que sea que esté pasando dentro de
mi cuerpo.
Y lo hace.
Dios, lo hace.
Me devuelve el abrazo.
Sus gigantescos brazos de guardián rodean mi diminuto cuerpo mientras
nos envuelve juntos, nuestras pieles sudorosas y deslizándose una contra la
otra. Y el mero hecho de estar envuelta en el calor de sus músculos y huesos
hace que el puño se despliegue.
Ese puño dentro de mi vientre se abre y se expande y juro que siento que
los fuegos artificiales estallan en mi piel. Siento que cada centímetro de mi
cuerpo se despierta y alcanza el clímax en una loca carrera, mis miembros se
sacuden y mis caderas se retuercen bajo él.
Pero sobre todo, lo siento en mi coño.
Siento que tiene espasmos y se aprieta alrededor de su vara mientras me
corro y me corro y lo empapo.
Empapa mis propios muslos y las sábanas debajo de nosotros.
Pero está bien.
Porque no creo que le importe y creo que nunca he estado tan relajada.
Así de somnolienta y así de feliz estoy sonriendo mientras mis párpados
revolotean y mi visión entra y sale.
Y entonces siento que se mueve.
Siento que se desplaza, se desliza y se desprende de mi cuerpo.
Cuando veo un borrón de su cuerpo bronceado y sudoroso arrodillado
entre mis muslos abiertos, me obligo a mantener los ojos abiertos. Me obligo a
quedarme quieta también porque ahora le toca a él.
No puedo estar hambrienta o codiciosa, pidiéndole que vuelva sobre mí y
me folle de nuevo; el primer polvo aún no ha terminado.
Pero Dios, las cosas que está haciendo mientras está arrodillado en la
cama son tan jodidamente excitantes.
La forma en que se quita el condón -veo las gotas de sangre en él, eso me
da un segundo de orgullo por haber sangrado por él, por mi Alaric- y se agarra
a su tronco de carne. La forma en que lo sacude con movimientos apretados y
rápidos, echando la cabeza hacia atrás, gimiendo. La forma en que cada músculo
de su cuerpo se eriza y se pone tenso mientras se complace.
Jesús.
¿Es así como se ve cuando se está haciendo venir?
Todo sudado, grande y sonrojado. Todo caliente y oscuro. 355
Cuando lleva la otra mano y se agarra los huevos y tira de ellos, gimo.
Tengo que hacerlo.
Mi coño vuelve a estar jugoso y no puedo evitar balancearme en la cama,
y creo que eso es lo que le hace a él.
Mis gemidos y mis pequeñas sacudidas, porque él echa la cabeza hacia
atrás y sus bonitos ojos oscuros chocan con los míos. Y al verme por primera
vez, tumbada allí toda abierta, se produce la primera sacudida en él.
El primer espasmo que veo en su cuerpo, en su pecho y estómago, pero
que siento en mi piel.
Porque se viene.
Y su crema arremete y se posa en mi vientre.
Luego se posa en mis tetas agitadas y en mi pecho tembloroso y finalmente
en mi coño hinchado y abultado, y no pierdo el tiempo. No pierdo ni un segundo
en mojar mis dedos en él y frotar su semen por todo mi cuerpo. No pierdo ni un
segundo en empaparme de su olor y deleitarme con él.
Al final, huelo a él y mi Alaric está tan agotado que casi se deja caer en la
cama, pero su brazo sale disparado y frena su caída, cerniéndose e inclinándose
sobre mí, con la otra mano aún envuelta en su polla, su pecho agitado y sus
gemidos resonando en la habitación.
Le hago caer sobre mí alargando los brazos alrededor de su cuello. Y
entonces nos besamos, nos besamos y nos comemos los labios.
En el beso, susurro:
—El mejor primer beso de la historia.
Y dentro del beso, se ríe.
Que se convierte en el dulce y profundo sonido de su risa -la primera que
escucho de él- cuando le lamo los labios.
Así que sí, totalmente.
El. Mejor. Primer. Beso. Siempre.

356
L
a luz del sol inunda cada centímetro de la habitación y abro los
ojos.
Lo primero de lo que me doy cuenta es de que estoy
sonriendo. Me siento aletargada y somnolienta y un buen tipo de
dolor.
Oigo una voz.
—Buenos días. —Que luego añade—: Bueno, buenas tardes. Ya que son
las 12:15.
Dirijo la cabeza en dirección a la voz y veo la silueta borrosa de una mujer.
Es Mo.
Ella está de pie en la ventana, abriendo las cortinas, y santo cielo.
¿Estoy desnuda? 357
Me fui a dormir desnuda, ¿no?
Joder.
No quiero que Mo me vea desnuda. Eso es lo último que quiero.
Se me cae la sonrisa y me apresuro a subirme la manta para esconderme
de ella. Pero entonces me doy cuenta de que no, no estoy desnuda. Tengo puesta
mi pijama favorito.
Y adivina qué, no son moradas. Son rosas con encaje blanco.
La única razón por la que me viene a la cabeza este pensamiento estúpido
es porque este hecho había sorprendido al hombre que los sacó él mismo de mis
cajones. Por no hablar de que también me los puso, porque estaba tan
somnolienta y perezosa y sin huesos después de todo lo que me había hecho la
noche anterior.
Incluyendo el baño que había preparado.
Dios, el baño.
Vuelvo a sonreír -mi corazón ya sonríe- al pensarlo, pero alejo esos
pensamientos y me concentro en el presente porque Mo está aquí.
Me enderezo hasta sentarme y busco mis gafas. Las encuentro medio
segundo después porque están en la mesilla de noche. Una vez más, por cortesía
de él, que las encontró en el suelo la noche anterior -probablemente me las quité
de tanto llorar y sollozar- y las subió a mi mesita de noche para que pudiera
tenerlas al alcance de la mano.
De nuevo un pensamiento feliz en el que intento no centrarme mientras
digo:
—Mo. ¿Qué estás... haciendo aquí?
Ahora que puedo verla bien, me doy cuenta de que está en mi vestidor,
ocupada recogiendo los montones de ropa que mis amigas y yo habíamos
desechado en el suelo antes de rendirnos por completo.
—Bien, esto es un desastre. Voy a enviar a alguien para que lo arregle
todo.
—No tienes que hacerlo —le digo—. Puedo hacerlo yo misma.
Entonces se vuelve hacia mí, sonriendo.
—Bueno, no quiero que lo hagas. Porque he oído que alguien tuvo una
gran noche.
Me paralizo un segundo. Entonces.
—Um, ¿escuchaste?
¿Qué ha oído?
¿Me ha oído... ya sabes, gemir? 358
Me refiero a anoche.
Dios, ¿ha escuchado todo? Pero espera, ¿es eso algo malo o bueno?
¿Se va a molestar porque...?
—Sí —dice, irrumpiendo en mis frenéticos pensamientos—. Por eso te he
traído medicinas.
Estoy muy confundida ahora mismo.
—¿Medicamentos?
Señala con la barbilla.
—Ibuprofeno. En tu mesita de noche.
Echo un vistazo y, efectivamente, hay una pastillita y un vaso de agua.
—El señor Marshall dijo que tal vez lo necesitarías después de la noche
que has pasado —dice, y yo giro los ojos hacia ella, con el corazón latiendo con
fuerza—. Supongo que le preocupaba el dolor de cabeza o algo así después de la
noche que pasaste con tus amigas. Así que me tomaría eso —señala la
medicación—, y luego te prepararé un desayuno. O tal vez un almuerzo, ya que
es la hora del almuerzo.
Salir de noche con las amigas.
Eso quedó interrumpido.
Les envié un mensaje de texto horas más tarde, cuando estaba a punto de
dormirme, por si estaban preocupadas. También me gustaría señalar que lo hice
usando mi antiguo teléfono, el que tenía el rastreador porque después de toda la
debacle de las fotos desnudas, Alaric me lo devolvió. Bueno, su asistente me
informó que mi teléfono estaba de vuelta en la mansión. Creo que fue su forma
de decirme que mis fotos están a salvo y que nunca jamás haría nada con ellas.
Ya lo sabía, pero aun así.
Pero eso no es importante ahora. Tengo otras cosas importantes de las que
preocuparme.
—¿Dónde está?
Ella frunce el ceño.
—¿Quién?
—El señor.... —Entonces decido hacerlo—. Alaric.
Es una ligera sorpresa para ella.
Nunca le había llamado por su nombre. Ni siquiera la noche que decidió
divulgar su historia y compartir algunos de sus secretos conmigo. Mo lo ha
hecho, por supuesto. Pero normalmente se ciñe a su apellido, y quizá yo también
debería haberlo hecho. Especialmente después de lo que pasó anoche y de cómo
nos convertimos en algo más. 359
Que lo que somos.
Eso es lo que se supone que somos a los ojos del mundo.
Y esa es la cuestión, ¿no?
Por eso mantuvo la distancia. Por eso me apartó la semana pasada aunque
me quería desde hace tiempo. Por lo que somos el uno para el otro, tutor y pupila,
director y alumna.
Ninguna de esas cosas son las que me importan.
No me importa lo que se supone que es para mí o lo que es aceptable a los
ojos del mundo.
Lo único que me importa es que es mi alma gemela.
Pero.
No sé cómo reaccionará Mo a esto. O el resto del personal aquí en la
mansión.
Quiero decir, la gente en la escuela definitivamente perdería su mierda,
seguro.
Y aunque no me importa lo que piense la gente, tampoco quiero crearle
problemas a Alaric. No quiero que la gente lo señale con el dedo o lo haga pasar
por el malo. Lo cual sé que podría ocurrir fácilmente en una situación como ésta.
Y también sé que él asumiría la culpa. No sólo por su épica brújula moral y su
fuerte sentido del bien y del mal, sino también porque haría cualquier cosa para
protegerme.
Por eso se fue anoche.
Después del baño, quiero decir. Después de ponerme la pijama,
acurrucarme y dormirme. Sentí que se iba. Quise detenerlo, llamarlo, pero
estaba demasiado somnolienta para hacerlo. Y ahora me alegro de no haberlo
hecho.
Aunque me gustaría tener este sentido ahora.
Desearía no haberle llamado por su nombre y haber dado siquiera una
pista de que las cosas han cambiado entre nosotros.
Pero ahora está ahí fuera, y Mo me observa con una mirada que no
entiendo.
—Esperaba poder hablar contigo de eso.
Con miedo, trago saliva.
—¿Hablar de qué?
Se acerca a la cama y toma asiento en el borde, con los ojos clavados en
mí.
—Sobre cómo estás. 360
Bajo los ojos y subo las rodillas al pecho, rodeándolas con los brazos.
—Estoy bien.
Coloca su mano sobre mis rodillas en una orden silenciosa para que la
mire.
—Sé que decidiste quedarte. Incluso cuando estaba dispuesto a dejarte ir.
Fue una sorpresa para mí, para todos nosotros en realidad. Y me gustaría saber
por qué. Porque quiero asegurarme de que estás bien. Que estás...
Le agarro la mano.
—Estoy bien. Lo prometo. —Ella todavía parece escéptica—. Lo juro, Mo.
Estoy bien.
Ella frunce el ceño.
—¿No te obligó?
Mi corazón se golpea en el pecho cuando lo dice así.
Obligar.
—No, claro que no —digo, apretando su mano—. Él nunca haría eso.
—Lo ha hecho en el pasado.
—Lo sé, pero tenía razones.
—No justifican lo que hizo.
Aprieto su mano con más fuerza.
—Yo también lo sé. Pero tienes que confiar en mí cuando digo que fui yo.
Fue mi elección. —Luego, con una respiración temblorosa, añado—: Quería
quedarme.
Quería que me besara y me follara y nunca jamás quiero que la gente
asuma lo contrario.
No quiero que Mo asuma lo contrario.
No Mo.
Ella lo ama. Es su mejor aliada. Ha estado con él desde siempre y no puedo
permitir que lo que pasó entre nosotros se convierta en algo que Mo pueda
culparle.
—Es un buen hombre, Mo —digo antes de que pueda decir nada, con mis
ojos clavados en los suyos con toda la seriedad e intensidad—. Es tan bueno. Es
tan... moral y fuerte y decidido. Nunca he conocido a un hombre como él. Nunca
he conocido a nadie como él. Mi madre... sé que no hablo de ello pero ella... —
Trago saliva—. La quería, ¿está bien? La admiraba. Ella era todo mi mundo.
Hasta el punto de que estaba ciega a muchos de sus defectos. Estaba ciega a lo
cruel que era a pesar de que era cruel conmigo. A pesar de que era tan negligente
y... pensé que todas las madres debían ser así. Al menos, todas las madres de
Hollywood. Pero no lo son. Se supone que las madres no son así. Se supone que
las madres no te cortan. No se supone que te hagan ocultar quién eres. Y nunca 361
me di cuenta de eso. No hasta él. No hasta que me dio el valor para ser yo misma.
Vuelvo a apretar su mano.
—Él me ve, Mo. De algún modo, de alguna manera, me ve. Y eso es todo
lo que siempre he querido: que me vean. Que me reconozcan. Y él me hace sentir
segura. Hasta él nunca estuve a salvo, y hasta él, no sabía que nunca estuve a
salvo. Ahora estoy segura. Sé que hemos tenido nuestras diferencias en el
pasado, él y yo, pero ya han terminado. Han terminado. Así que por favor, nunca,
nunca, pienses que él haría algo para dañarme. Y yo prometo que nunca haré
nada para dañarlo.
Con el corazón palpitante, espero su reacción. Espero que diga algo.
Normalmente puedo leer a Mo, pero ahora mismo no me dice nada. Sólo
me observa con la misma mirada, y estoy a punto de decir algo más, pero
entonces sonríe.
Es su habitual sonrisa de Mo, feliz y cálida.
Pero también hay algo más que nunca he visto antes.
Un cierto tipo de conocimiento.
Como si ella conociera un secreto que yo no conozco.
Lo cual no tiene sentido para mí, pero es la única manera en que puedo
describirlo.
Entonces, dice:
—Es bueno, eh.
Con los ojos muy abiertos, asiento.
—Lo es.
Su sonrisa se hace más grande.
—Bueno, está bien. Sólo quería asegurarme de que tú también estabas
bien.
Exhalo un suspiro de alivio.
—Yo también estoy bien. Lo prometo. —Entonces—. Me quieres, ¿verdad?
No sé de dónde salió eso.
O por qué he tardado tanto en darme cuenta.
Quiero decir, las señales siempre han estado ahí, que Mo me ama. Que se
preocupa por mí.
Pero recién ahora me doy cuenta.
Que esta mujer, que conocí accidentalmente, es alguien más cercano a mí
de lo que fue mi propia madre.
Me mira como si fuera una idiota.
—Bueno, duh, chica. 362
Así que tal vez no soy tan poco querida como pensaba.
Tal vez haya alguien que sí me ame de la manera maternal que siempre
quise.
Y mira, todo está intrínsecamente entrelazado con él. Cada cosa buena en
mi vida ahora mismo está entrelazada con él.
Mi guardián.
Me río entre dientes.
—Yo también te quiero.
Ella también se ríe.
—Bien entonces. Primero las medicinas. Luego ve a refrescarte y baja a
desayunar. —Luego, levantándose e inclinándose, me besa la frente y me
susurra—: Y está en el gimnasio.
O
h, definitivamente está en el gimnasio.
Definitivamente.
Y está haciendo lo que yo quería ver hacer desde hace
tiempo.
Cuatro años para ser exactos.
Sí, hace cuatro años que quiero verlo golpear su saco pesado. Desde que
supe que había un gimnasio en la mansión y vi el saco pesado colgando del
techo.
Entonces lo odiaba, pero seguía queriendo verlo.
Todavía quería ver cómo lo hacía.
Y mientras estoy aquí, con la espalda pegada a la puerta y los muslos
apretados, y le observo enfrentarse al pesado saco después de cuatro años, me 363
doy cuenta de que podría observarle durante los próximos cuatro.
Podría ver esa camiseta negra ajustada que está pegada a su cuerpo como
una segunda piel, resaltando cada cresta y cada hueco de sus músculos,
ondulando con cada golpe que da.
Realmente se desliza, esa camiseta. Y es sólo porque sus músculos se
deslizan por debajo.
Sus músculos se agitan y crispan por debajo.
Especialmente los músculos de sus hombros, que se enrollan cada vez que
echa los brazos hacia atrás, uno tras otro.
También sus pectorales y sus oblicuos.
También se mueven. Se tambalean y tiemblan con cada impacto.
Y luego están sus músculos superiores de la espalda. ¿Cómo se llaman?
No lo sé. Todo lo que sé es que se extienden y revolotean como alas mientras él
sigue golpeando esa bolsa de cuero, al igual que sus hombros.
Dato curioso: tiene dos hoyuelos en la espalda.
Sí.
Yo misma los vi anoche cuando me estaba preparando un baño.
También conté su paquete de ocho. Sólo digo.
Otro dato curioso: me encantó que me preparara un baño después de tener
sexo.
Y no sólo eso, después de meterme en el agua caliente, se metió él mismo.
Se sentó contra la bañera antes de acomodarme entre sus piernas abiertas,
apoyando mi espalda contra él.
Volviéndome, con mi brazo apretado contra su pecho caliente, le pregunté:
—¿Alaric?
Miró hacia abajo, su rostro empañado y hermoso, salpicado de gotas de
agua, todo suavizado y relajado.
—Poe.
—¿Por qué nos bañamos?
Estudió mi cara, con los brazos apoyados en el borde de la bañera.
—Porque lo necesitas.
—¿Cómo sabes que necesito un baño?
—Porque vas a estar dolorida muy pronto. Y esto debería ayudar a aflojar
tus músculos.
Mis ojos se agrandaron y sus labios se movieron.
—Oh, claro. Quieres decir después de nuestro primer sexo. 364
—Sí, Poe, después de nuestro primer sexo.
—Eres muy inteligente, ¿verdad? —Entonces, antes de que pudiera decir
algo, dije sin aliento—: Gracias.
Sus brazos me rodearon, dándome la vuelta y salpicando agua por todas
partes.
—Ahora, quiero que te relajes y cierres los ojos, ¿de acuerdo?
Puso su barbilla sobre mi cabeza y me abrazó con fuerza, frotando mis
brazos con sus dedos ásperos pero acogedores, y así olvidé lo que quería decir
de todos modos. Hasta que lo sentí. En la parte baja de mi espalda.
Su polla.
Creciendo con fuerza.
Abriendo los ojos, susurré:
—¿Alaric?
Su pecho vibró con un zumbido profundo.
—Poe.
—Lo siento.
—Ignóralo.
Me retorcí, frotando mi espalda contra él.
—No puedo. Es mi amiga.
—¿Qué?
Me di la vuelta para mirarle de nuevo.
—¿Qué, estás diciendo que no es mi amigo? —Fruncí el ceño—. Odio tener
que decírtelo, Alaric, pero tu polla es mi amiga. Me ha hecho sentir bien. Y la
gente que te hace sentir bien son tus amigos.
Me miró como si hubiera perdido la cabeza.
—Bueno, la gente se alegrará de oír eso. ¿Por qué no intentas relajarte
ahora?
Fruncí más el ceño.
—Y tú también eres mi amigo, para que lo sepas. Sé que estabas muy en
contra, así que.
—Jesús —murmuró, mirando hacia arriba.
Le toqué el pecho.
—Lo eres.
Bajando la mirada, aceptó:
—Bien, Poe. Soy tu maldito amigo. Ahora cierra la boca.
De nuevo, me dio la vuelta y me rodeó con sus brazos.
365
Fruncí el ceño ante la pared de azulejos.
—Bueno, eso fue malo.
—Nunca dije que no lo fuera.
—Y sólo por eso voy a comprarnos un par de pulseras de la amistad a
juego, otra cosa a la que estabas totalmente en contra. Y te obligaré a llevar una.
—Bien.
—Todo el tiempo.
—Entendido.
—Va a ser púrpura.
—Poe.
—Sólo digo.
Su respuesta fue un gruñido.
Pero seguí adelante.
—Pero es demasiado grande.
Volvió a rodearme con sus brazos.
—Por el amor de Dios, Poe.
—Es un bate de béisbol. —Entonces—: No, espera. Es una serpiente. Una
anaconda.
Finalmente, me giró hacia él y gruñó de nuevo, con la mandíbula dura:
—¿Qué coño quieres?
Acaricié esa dura mandíbula mientras susurraba:
—Cuidarte.
Se apretó, las emociones parpadeando sobre su hermoso rostro.
—Se supone que es al revés.
—Te duele.
—No, no lo hace.
—Se va a magullar mañana.
—No, no lo hará.
—Pero...
—Si te ocupas de mí cada vez que mi polla se pone dura a tu alrededor,
Poe, entonces te pasarías la vida de espaldas, con los muslos abiertos y tu coño
de tarta de cereza abierto para mí.
Ante esto, mi boca se amplió también, además de mis ojos, mientras
respiraba:
366
—No puede ser. ¿De verdad?
Se le escapó una bocanada de aire y respondió como si fuera lo más obvio
del mundo.
—Sí.
—Yo no... no lo sabía.
Apretando sus brazos alrededor de mi cuerpo, continuó:
—Así que quiero que dejes de hacerme ojitos y te vayas a dormir.
Estudié su rostro, frotando mis dedos en su mejilla.
—Siento haberte torturado. Siento haber sido tan estúpida que corrí tras
él. Siento no haberlo sabido. Siento...
Presionó su boca sobre la mía para que dejara de hablar, antes de gruñir:
—Duerme. Ahora, cariño.
Así que me callo.
Pero no antes de darle las gracias de nuevo.
Porque me llamó cariño. Porque prometió que lo haría y lo hizo.
Y todavía lo oigo, horas y horas después, de pie aquí en el gimnasio,
viéndole golpear su pesada bolsa como si estuviera destinada al infierno. Sin
embargo, un segundo después se detiene, con el pecho agitado, las manos
envueltas en cinta blanca extendidas sobre la bolsa de cuero y la cara agachada.
Creo que es hora de que me haga presente.
Todavía no lo he hecho.
Porque nada más entrar, me lo encontré en la bolsa y me congelé.
Pero no tengo que hacerlo. Él levanta sus ojos por sí mismo, aterrizando
directamente en mí.
Y en ellos, veo cada cosa que pasó anoche.
Veo cada una de las cosas que hizo y me hizo sentir destellando como
gloriosos diamantes y estrellas y mi piel se despierta con piel de gallina.
—Hola —susurro sin aliento.
Su respuesta es enderezarse y empezar a desenredar la cinta de su mano.
—Yo estaba... acabo de llegar y tú estabas…
—Lo sé.
—¿Sabías que estaba aquí?
—Sí.
—Oh. —Trago saliva bajo su mirada pesada, intensa y posesiva—. ¿Te he
interrumpido? Yo...
367
Sacude la cabeza lentamente.
—Terminé hace unos veinte minutos.
Me relamo los labios.
—Oh. Pero entonces... todavía ibas a ir.
De nuevo, elige responder con el silencio. Con acciones.
Ahora que ha terminado con sus cintas, las deja caer al suelo y empieza a
caminar hacia mí.
Merodeando hacia mí.
Sus muslos se abultan bajo los pantalones de entrenamiento, su pecho se
agita bajo la camiseta sudada.
Y cada paso que da hacia mí, de alguna manera, resuena en mi vientre.
Resuena en mi pecho y late como un tambor.
Tan fuerte y tan vibrante que aprieto mi espalda contra la puerta.
Cuando llega a mí, pone su mano en la puerta sobre mi cabeza y se inclina.
—Porque sabía que querías mirar.
Tardo un segundo o dos en darme cuenta de lo que está diciendo.
A qué se refiere.
¿Crees que podría ver tu cosa de golpear?
Algo que le dije anoche antes de distraerme con otras cosas y olvidarlo.
Sin embargo, él no lo hizo.
Se acordó y cumplió.
Como tantas otras cosas. Pequeñas y grandes. Locas y caprichosas.
Sólo porque los quería.
Sólo porque no puede decirme que no.
Sin aliento, levanto el cuello y susurro:
—Así que eso era para mí.
—Sí.
Apretando mis muslos, susurro de nuevo:
—Gracias.
Sus ojos brillan mientras se inclina más.
—¿Vas a agradecerme cada vez que haga algo por ti?
Asiento.
—Sí.
—Porque eres una buena chica.
—No.
368
—Y tienes excelentes modales.
—No. —Trago saliva—. Porque eres tú. Porque eres increíble y porque
nadie ha hecho nunca cosas por mí. No así.
Estudia mis rasgos, mis ojos y mis gafas, mi flequillo.
—Entonces, ya es hora de que alguien lo haga, ¿no?
—Mimos —suelto.
Frunce el ceño y vuelve a dirigir sus ojos a los míos.
—¿Qué?
—Se llama mimar —le digo como si no lo supiera, como si fuera algo
malo—. Lo que estás haciendo.
—¿Qué estoy haciendo?
—Cumpliendo todos mis deseos. —Luego, en un susurro—: Se llama
mimar.
Sus labios se mueven.
—¿Lo es?
—Sí. —Me subo las gafas—. Me hace sentir especial.
—¿Sí?
—Y mimada.
—¿Y?
—Y feliz.
—¿Qué más?
Mi vientre se ahueca en un suspiro.
—Me hace sentir como si fuera tu bebé.
Se inclina aún más.
—Bien. Porque lo eres, ¿no?
—Lo soy. —Luego, con los ojos muy abiertos—: ¿Alaric?
Creo que sabe lo que quiero. Quiero que me toque. Quiero que me bese y,
oh Dios, que me folle.
Por favor, volvamos a follar.
Es obvio, por la forma en que sus ojos parpadean y sus fosas nasales se
agitan, que lo sabe.
Pero me ignora.
Inclinando la mandíbula hacia abajo, pregunta:
—¿Eso es para mí?
Quiero devolverle al tema que nos ocupa, pero entonces recuerdo que 369
tengo algo para él.
Un trozo de tarta de cereza.
Miro el plato que tengo en la mano.
—Oh, sí. Mo dijo que aún no has comido y que has estado trabajando todo
el día y luego has venido a entrenar. Así que te traje esto. Porque es tu favorito
y pensé que podría tentarte. Pero Alaric —añado, levantando la vista y
poniéndome seria—, creo que tenemos que hablar de ello.
Así es.
Creo que no me gusta cómo trabaja tanto. Cómo descuida todo lo demás
en favor de ello.
Esto es lo mismo que sus problemas de ira, su cosa de golpear.
Sin embargo, no es serio, no creo.
Porque hay un brillo divertido en sus ojos y sus labios todavía se mueven.
Pero antes de que pueda ofenderme, me quita el plato y lo deja en una
especie de banco junto a la puerta.
—¿Qué estás haciendo? Yo...
Entonces viene por mí.
Colocando sus manos en mi cintura, me levanta y mi respiración se vuelve
a apagar, mis piernas dejan el suelo en una fracción de segundo y mis muslos
se enganchan alrededor de su cintura. Apoyando mis manos en sus hombros,
vuelvo a decir:
—¿Qué estás haciendo?
Comienza a caminar.
—Llevándote.
Enrollo mis extremidades alrededor de él con más fuerza y rizo su cabello
humedecido por el sudor.
—¿Dónde?
Llega a un sillón de cuero de gran tamaño en el otro extremo de este gran
espacio industrial, se sienta y me acomoda en su regazo.
—A este sillón.
Mis rodillas chocan contra el cuero y mi culo se retuerce sobre sus duros
muslos.
—¿Por qué?
Sus manos se ajustan a mi cintura para detener mis movimientos.
—Así que podemos sentarnos.
—¿Pero has oído lo que he dicho? Creo que deberíamos...
—Y hablar.
370
Eso me tranquiliza un poco y le doy una sonrisa de agradecimiento. A lo
que él responde mirando mis labios y flexionando sus dedos en mi cintura como
si no pudiera soportar, mi sonrisa.
En el buen sentido, quiero decir.
Pero, poniéndome seria, me deslizo hacia atrás sobre sus muslos y me
siento recta, cruzando las manos sobre el regazo y esperando dar a entender que
voy en serio. Pero justo cuando abro la boca para hablar, me empuja hacia
delante, de modo que todo el sentido de los negocios desaparece y me pongo a
ras de su cuerpo, y mis manos se acercan a su camiseta en los hombros.
Frunciendo el ceño, miro hacia arriba.
—Iba a hablar.
Frunciendo el ceño también, gruñe:
—Pues habla. —Luego añadió—: Desde aquí.
Quiero seguir frunciendo el ceño, pero tengo que admitir que ha sido muy
dulce.
De una manera muy cavernícola.
Perdiendo el ceño y apoyando la barbilla en su pecho, le digo:
—Esto no me gusta.
—¿Qué?
—Esto, Alaric. Es sábado.
—¿Y?
—Así que es el fin de semana. Se supone que debes tomarte un tiempo
libre. Se supone que debes relajarte. En cambio, estuviste trabajando todo el día
y ni siquiera comiste.
Me observa durante uno o dos tiempos.
—Tenía trabajo que hacer y no tenía hambre.
Entonces salgo disparada y me alejo de él.
—¿Hablas en serio?
Esto le enoja; puedo verlo.
Sus facciones que estaban todas relajadas se tensan y aprieta la
mandíbula.
—Poe, déjalo ir.
Frunciendo el ceño, aprieto los puños de su camiseta.
—No, no lo dejaré pasar. Quiero hablar de ello. Tampoco me dejaste hablar
de lo de los puñetazos en tu despacho aquel día. Tienes problemas, Alaric. Tienes
problemas de ira. Tienes problemas de control. Y quiero hablar de ellos. Quiero
hablar de cómo siempre estás trabajando. Siempre estás haciendo cosas, 371
asistiendo a reuniones y conferencias y...
—Ese es mi maldito trabajo.
—Sí, lo es, pero no es necesario que te desgañites así.
—No me estoy haciendo un lío.
—Lo haces. Haces tantas cosas y...
—Poe.
—No, Alaric. Algunas de estas cosas ni siquiera te gustan. Mo me lo dijo,
¿de acuerdo? Me dijo que este verano te estabas perdiendo las clases en tu
universidad porque estás manejando las cosas en St. Mary, pero tú amas la
enseñanza. Y me dijo que la única razón por la que estás haciendo esto es porque
es algo que tu padre habría...
—Mo no sabe nada.
—Pero...
—Y qué tal si la próxima vez vienes a mí. Si quieres sacar información
sobre lo que me gusta o no me gusta.
Le observo durante un momento o dos. Luego.
—¿Te gusta enseñar?
—Sí.
—¿Te gusta trabajar en tus artículos y conferencias?
—Sí.
—Y qué me dices de ser el director de un reformatorio. ¿También te gusta
eso?
Sus ojos se estrechan.
—No.
—¿Ves? —Levanto las manos—. ¿Entonces por qué lo haces?
—Porque es una responsabilidad y me tomo mis responsabilidades en
serio.
—Pero...
—Y bien. Me comeré ese puto trozo de tarta de cereza —le espetó—. ¿Es
suficiente para ti o quieres que me vaya a dormir una siesta también?
Entorno los ojos hacia él.
—Eso fue malo.
—Nunca dije que no lo fuera.
Estudio sus implacables facciones, todas tensas y afiladas.
La obstinación de su barbilla, el ceño fruncido, la irritación en sus ojos.
Es evidente que no le gusta este tema. Es obvio que no va a escucharme. Así que
no tengo ni idea de lo que debo hacer. Y tampoco sé cómo debo dejarlo pasar. 372
Especialmente después de todo lo que sé, que Mo me dijo esa noche. Sobre
su trabajo. Sobre cómo vive en la ciudad donde fue odiado.
¿Cómo voy a hacerle entender que no necesita vivir así? Que no necesita
hacer las cosas que no le gustan por obligación, por un sentido extremo de la
responsabilidad.
O por cualquier motivo que se le haya ocurrido en su cabeza.
—Esto no es justo, sabes —le digo, tragando saliva—. Que sigas cuidando
de mí y no me dejes hacer lo mismo.
—No necesito que me cuides.
Lo hace.
Así es.
Y no sé cómo convencerlo, así que tal vez no lo haga. Tal vez lo haga sin
decírselo.
Tal vez me limite a cuidar de él de cualquier forma que pueda. Mimarlo,
mimarlo y hacerlo sentir especial.
—¿Es tu decisión final?
Su cuerpo se estremece con una respiración.
—Sí.
Mi corazón se retuerce pero asiento.
—De acuerdo.
Y tal vez él pueda ver eso. El dolor que me causa al decir que no, y tal vez
a él también le cause dolor, como me dijo, porque me acerca y cubre mi boca con
la suya. Me besa como si quisiera calmar el escozor, y yo le devuelvo el beso
porque quiero hacer lo mismo.
Y sé que siempre, siempre querré hacer lo mismo.
Cuando me ha dejado completamente sin aliento y lánguida contra él,
rompe el beso y susurra:
—¿Estás bien?
Mis dedos, como siempre, han encontrado el camino hacia su rico y oscuro
cabello, y rizando los mechones, asiento, sabiendo exactamente lo que está
preguntando.
—Sí.
Las suyas se enredan en mi vestido.
—¿Algún dolor?
Me retuerzo en su regazo mientras la lujuria vuelve a salir a la superficie
después de haberse olvidado en nuestra acalorada discusión.
—No. Me tomé la píldora. 373
—Bien.
—Gracias por enviar eso con Mo.
En respuesta, sus labios se levantan en un lado en una sonrisa ladeada
antes de acercarme para otro beso, suave y húmedo.
Cuando salimos a tomar aire, susurro:
—¿Crees que Mo se molestaría?
—¿Sobre qué?
—Sobre nosotros.
Frunce el ceño.
—No es asunto suyo.
Le rodeo el cuello con los brazos.
—No se lo diré. No se lo diré a nadie.
Me rodea la cintura con sus brazos.
—No quiero que te preocupes. Estás a salvo.
—Pero te culparán, ¿no? En la escuela. Si se enteran. —Entonces, antes
de que pueda decir algo, continúo—: Quiero que sepas que no dejaré que esto,
lo que sea que tengamos, te arruine las cosas. Sé que has venido a St. Mary para
hacer cambios y no dejaré que las cosas entre nosotros te disuadan del trabajo.
Las emociones gruesas y pesadas reorganizan sus rasgos mientras dice:
—Te lo dije, Poe. No es algo de lo que tengas que preocuparte. Lo único
que debe preocuparte son tus exámenes, tus clases, tu futuro, ¿de acuerdo?
—¿Cuál es mi futuro?
Es una pregunta que le he hecho antes.
Hace mucho, mucho tiempo, cuando éramos enemigos y pensaba que él
era la mayor amenaza para ello.
Ahora sé que él es el mayor escudo, la mayor armadura que lo mantendrá
a salvo. Sé que, si se diera el caso, podría destruirse a sí mismo para mantenerlo
a salvo.
Para mantenerme a salvo.
Mi guardián.
Que también se acuerda. Esa conversación de hace mucho tiempo. Sus
ojos brillan y resplandecen con el recuerdo mientras ronca:
—Nueva York. Escuela de moda y todo lo que quieras que sea.
Mi corazón se aprieta en el pecho. Por su respuesta. Por la libertad que me
ha dado.
Por la emoción en su voz.
Eso demuestra claramente que soy su cariño. Me dará lo que quiera. 374
Y tiene razón.
Soy su cariño. Soy su diva.
Y mi trabajo es darle las gracias. Para calmarlo, para quitarle el dolor.
Para recompensarle por todo el trabajo duro, por todos sus pequeños
regalos.
—¿Cuántas veces haces ejercicio en una semana? —susurro.
Si le parece raro mi cambio de tema, no lo demuestra.
—Todos los días.
Mis ojos se amplían detrás de mis gafas.
—¿Todos los días?
—Sí.
—¿Por cuánto tiempo?
—Un par de horas.
Mi mano baja hasta la suya, donde me agarra por la cintura, y me llevo
una a los labios. Besando su nudillo, continúo:
—¿Y luego trabajas en tu despacho?
Se sacude ante mi beso.
—Sí.
Le beso el segundo nudillo.
—¿Estás trabajando en un trabajo ahora mismo?
Su mandíbula se aprieta cuando le lamo el tercero.
—Siempre estoy trabajando en un papel.
Lamo el cuarto y su otra mano, que sigue en mi cintura, se tensa hasta el
punto de hacerme gemir. Me muelo en su regazo.
Además el sabor de su piel es tan bueno, ves.
Está todo salado y almizclado por el sudor y caliente por todos los golpes
que sus épicas manos han repartido.
Me calienta y me pone cachonda.
—¿De qué se trata? —susurro, yendo a por el pequeño de su pulgar.
Sus ojos se entrecierran al verme mimar sus hermosos dedos.
—Algo sobre... eh, la familia Medici.
Como me he quedado sin nudillos, voy por el anillo de plata de su meñique
y rodeo con la lengua la piedra negra que hay en el centro. No sé cómo es posible,
pero su anillo también sabe a su sudor. Y Dios, podría lamerlo eternamente.
Podría lamer cada gota de sudor de su cuerpo y beberla.
—¿Quiénes son? —susurro a continuación.
375
—Respaldaron —traga, observando mi lengua—, el movimiento del
Renacimiento.
Sonrío emocionada, contoneándome en su regazo.
—Oh, claro. Eres el hombre del Renacimiento.
Me aprieta aún más la cintura, impidiéndome hacer cualquier movimiento.
—¿Qué?
Froto sus nudillos en mi mejilla, ásperos y calientes.
—Ya sabes, porque eso es lo que estudias. La época del Renacimiento.
Con eso, voy por el oro y le chupo el dedo.
Hago un círculo con la lengua en la punta antes de meter todo el dedo. Y
juro por Dios que es tan sabroso que tengo que gemir. Tengo que cerrar los ojos
y volver a apretarme en su regazo. Tengo que chuparlo con más fuerza porque,
si sabe tan bien aquí, qué épico será su sabor ahí abajo.
Qué sabor tan épico va a tener su polla.
Pero todas mis fantasías calientes se detienen cuando él aparta su pulgar
y se inclina sobre mí, presionando su pecho contra el mío. Agarrando mi cara
con ambas manos, me clava sus intensos ojos.
—Eso no es lo que significa.
Le agarro las muñecas.
—¿El hombre del Renacimiento?
—Sí.
—Entonces, ¿qué significa?
—¿Por qué no buscas un diccionario y lo buscas tú misma, sí? —gruñe—
. Pero por ahora centrémonos en qué coño crees que estás haciendo.
Vuelvo a apretarme en su regazo, frotando mis pezones contra su pecho.
—Estaba... estaba chupando tu pulgar.
—¿Por qué?
—Porque estaba, eh —me retuerzo un poco más y un músculo salta en su
mejilla—, pensando en chupar otra cosa.
—¿Como qué?
Le miro a los ojos oscuros mientras le susurro:
—Tu polla.
La lujuria se derrama en su mirada, en las crestas de sus pómulos,
haciendo que se oscurezcan aún más.
—¿Y eso fue un adelanto, chuparme el dedo? 376
—Ajá.
—Y todo esto porque estoy escribiendo un trabajo sobre la familia Medici.
—Sí. Como recompensa.
—Como recompensa.
Clavo mis uñas en su muñeca mientras digo:
—Sí. Por todo tu duro trabajo. No me dejas cuidarte, pero déjame
recompensarte al menos. Déjame recompensarte por todas las cosas que haces.
Estoy sentada en el borde de mi asiento ahora.
Esperando y esperando a que responda.
Retorciéndome y lamiéndome los labios.
Y él me está observando hacer todo eso con rasgos de lujuria y un pecho
que respira salvajemente y que roza mis pezones con cada una de sus agitadas
respiraciones.
Luego, gruñe:
—¿Quieres recompensarme, cariño?
Me sacudo en su regazo, amando a su cariño y sabiendo que
probablemente nunca me acostumbraré a él.
—Sí.
Sus dedos se flexionan en mi cara.
—Bien. Dejaré que me recompenses. Pero ten cuidado, ¿sí?
—¿Por qué?
—No quieras recompensarme demasiado o ser demasiado buena porque
entonces, antes de que te des cuenta —acerca aún más su cara—, te encontrarás
arrodillada bajo mi escritorio, chupándomela cada vez que trabaje en un papel.
Me estremezco ante la imagen que crea en mi cabeza.
En esta visión gráfica y erótica de mí arrodillada a sus pies, metida bajo
ese gran escritorio de madera de su despacho, chupándole la polla mientras él
se centra en su familia Medici y en el movimiento del Renacimiento.
—Sí, veo que entiendes lo que quiero decir, ¿no? —retumba y yo asiento—
. Veo que entiendes de lo que hablo. Y déjame decirte esto también —añade, con
las fosas nasales expandidas—, trabajo en muchos papeles, Poe. Un montón.
También trabajo en un montón de planes de conferencias y artículos, y
subvenciones. Incluso estoy escribiendo un libro, lo sabes, ¿no?
—Me lo has dicho —susurro con ganas.
—Sí. Entonces deberías seguir mi consejo y tener todo el cuidado del
mundo porque antes de que te des cuenta, podría empujar tu boca sobre mi
polla cada vez que termine un capítulo. Podría joder tu boca como un puto
animal cada vez que consiga un montón de dinero para mi excavación
arqueológica. Y ambos sabemos que no se detendrá en tu boca, ¿verdad?
377
—¿No?
—No, Poe —dice como si fuera lo más obvio del mundo—. Tu boca no será
suficiente para mí. —Con su pulgar, traza las líneas de mi garganta; incluso mira
hacia abajo—. Vas a tener que dejar que te folle la garganta.
—Follada de garganta.
Su pulgar se clava en mi pulso.
—Sí. ¿Sabes qué es eso, cariño?
—No.
—Bueno, Poe —dice y se lame los labios, todavía mirando mi garganta,
tirando de mi cuello hacia atrás incluso, estirándolo como si quisiera examinar
cada centímetro de mi pálida piel y mis frágiles tendones—, es cuando un
hombre desesperado y cachondo con una gran polla, llamémosle Alaric, ¿sí?,
desliza esa polla en la boca rosada de una diva de ojos saltones o de su cariño,
llamémosla Poe. Pero el hecho de deslizar la polla en la boca de Poe no es
suficiente para Alaric. Está demasiado cachondo, demasiado loco para Poe.
Porque su boca es fuego, ¿sí? Su lengua es una puta locura y eso vuelve a Alaric
loco. Entonces, él va más allá. Le agarra la nuca, le aprieta el bonito cabello de
medianoche y le mete la polla en su pequeña y sexy garganta. —Sus dedos tocan
el centro de la misma, mi garganta, como si la señalara—. ¿Ves? Aquí. Le mete
la polla justo aquí, Poe, y luego le folla la garganta como si fuera su dueño. Como
si fuera a morir sin ella. Como si fuera a expirar en ese mismo instante si no
follara y cabalgara la garganta de Poe hasta que sus pelotas golpean su barbilla
y ella gime con cada golpe, con la nariz enterrada en su pelvis, con arcadas y
salivando.
—Oh Dios, Alaric, ¿quieres... quieres...?
Finalmente, levanta la vista y lo que sea que vea en mi cara le hace respirar
tan largo y fuerte que me inclina hacia atrás, que su pecho empuja y se empuja
contra el mío, aplastando mis grandes tetas.
—¿Voy a qué?
—¿Se va a correr en su garganta? —pregunto, toda desvergonzada y
deseosa—. Por favor, por favor, ¿lo hará?
Frunce el ceño.
—Joder, no.
Bueno, eso me enoja.
Eso hace que me rasque las uñas en su muñeca y frunza el ceño porque
ese era el objetivo.
—¿Por qué no? Yo hice todo el trabajo. Lo quiero.
Su ceño se endurece y su mano baja hasta mi culo y lo golpea, haciéndome
gemir. 378
—No seas una puta linda, Poe. Esto no se trata de ti.
—Pero yo...
—Esto es por Alaric, ¿recuerdas? —Otra bofetada, y aunque quiero
entrecerrar los ojos hacia él, no lo hago—. Se trata de recompensarle a él, no a
ti. Así que incluso después de todas las mamadas y folladas que pueden hacer
que la garganta de Poe esté dolorida, tanto que necesite una puta bolsa de hielo
y un té de manzanilla caliente para calmarla, no puede ser una diva, pidiendo
cosas, haciendo sus propias demandas. Tiene que esperar.
—¿Esperar qué?
—Que Alaric decida —gruñe—, si quiere correrse en sus putas tetas
grandes —sigue con un apretón y un meneo de mi teta y lo hace de una forma
tan grosera y obscena que no puedo evitar un leve gemido—, o en sus gafas de
bibliotecaria tan sexys como la mierda.
—Oh Dios, las gafas —respondo inmediatamente, olvidando que debería
estar callada ahora mismo porque se trata de él—. Por favor, vente en mis gafas.
Por favor, Alaric.
Me observa durante unos segundos, con sus bonitos ojos oscuros
delineados con lujuria y diversión, pero ni siquiera me importa. No me importa
que esté siendo tan desvergonzada y cachonda. De todos modos, todo es culpa
suya. No debería haber dicho las cosas que dijo si no me quería así.
Si no quería que me doliera el vientre de la excitación y si no quería que
mi coño se hinchara y sacara jugo, haciendo un desastre de mis bragas y muslos
y de mi sentido común.
—No puedes evitarlo, ¿verdad? —Me aprieta el culo y la garganta
simultáneamente—. No puedes evitar ser una pequeña puta codiciosa.
—No. No cuando se trata de ti.
Sonríe.
—Bien. Me correré en tus gafas, Poe.
Sonrío, aliviada.
—Oh, gracias.
La sonrisa desaparece de su rostro y algo intenso ocupa su lugar. Algo
potente, posesivo y primario. Algo que aprieta cada parte de mi cuerpo y creo
que hace lo mismo con él.
Porque viene por mi boca.
Pero entonces, en lugar del beso de lengua y chasquido de dientes que
esperaba, me da uno dulce, húmedo y suave. Lo que hace que todo sea aún más
intenso.
Sin embargo, creo que he hablado demasiado pronto, porque lo que hace
aún más difícil respirar mientras mi pecho está siendo aplastado bajo esta
379
enorme presión no es la mirada en su cara o su dulce beso, es el hecho de que
él se acerca y me levanta las gafas con su dedo índice como siempre hago.
Es el hecho de que lo haga con tanta ternura y delicadeza después de todas
las cosas vívidas y eróticas y deliciosamente brutales que ha dicho que no puedo
evitar sentir un escozor detrás de los ojos.
Pero lo ignoro todo.
Puse fin a todo esto.
Tengo un trabajo que hacer aquí. Tengo una recompensa que darle.
Además, ayer estaba todo duro y dolorido en la bañera y necesito darle
alivio.
Así que me bajo de su regazo y me arrodillo.
Abre bien los muslos, haciendo que se desparramen para que yo pueda
acomodarme entre ellos.
Mis manos tantean sus duros muslos, tiran de sus pantalones de deporte,
tiran de la cintura hasta que los tengo bajados a medio muslo. Hasta que
descubro sus abultados muslos y ese tronco de carne entre ellos.
Todo duro y grande y rubicundo.
Goteo de pre-semen.
Mi coño se aprieta y palpita, haciéndome apretar los muslos al recordar el
estiramiento, el dolor, el puro placer que había sentido anoche cuando esa polla
estaba dentro de mí. No voy a mentir, odié que la primera vez que su polla estuvo
dentro de mí, estuviera enfundada. Estaba cubierta de látex en lugar de
deslizarse dentro de mí desnuda, piel con piel.
—Me encantó cuando te corriste en mi barriga anoche —susurro.
Con las fosas nasales encendidas por la excitación y la lujuria, gruñe:
—Anoche me corrí en tu apretada barriguita porque quería marcarte.
Quería verte toda embarrada y cubierta de mi semilla.
Y en este momento, me juro a mí misma que un día tomaré su semilla en
mi coño. La tomaré y la mantendré segura y caliente en mi núcleo.
Pero por ahora voy a sentir su piel caliente en mi lengua en este momento.
Al pasar mis dedos por el vello oscuro y áspero de sus muslos, lo alcanzo
y, en cuanto envuelvo su vara con mis dedos, se estremece. Sus caderas saltan
en la silla y su abdomen, parcialmente descubierto ahora con la camiseta
ligeramente levantada y los pantalones bajados, se tensa.
Más que antes. Cuando sólo me había deslizado por su regazo y ocupado
mi lugar a sus pies.
Veo todos sus músculos abultados y en relieve, sus puños vibrando en los 380
reposabrazos, y sé que solo va a empeorar cuando me lo meta en la boca. Así
que, con la mano libre, le masajeo el muslo y subo hasta su abultado estómago
antes de agacharme y llevármelo a la boca.
Su primera prueba me golpea como un tren de carga.
Y también lo golpea porque gruñe con fuerza y veo que echa la cabeza
hacia atrás contra el respaldo, con los puños abiertos y agarrando el
reposabrazos.
Pero, sinceramente, esa es la última imagen que tengo antes de tener que
cerrar los ojos porque mis propias venas palpitan de lujuria. Mi propio cuerpo
palpita con su sabor, con su tamaño. Con su olor y su calor.
Todo ello es abrumador.
Todo ello me hace pensar en lo ingenua que he sido al pensar que su sabor
y olor a cuero y a cigarro es más denso en la base de la garganta.
No lo es.
Es más denso aquí.
Es el tipo de densidad que podría convertirme en una drogadicta.
Porque ya estoy lamiendo su cabeza como si fuera una. Ya lo estoy
lamiendo, sorbiendo, aspirando esa hendidura de la parte superior como una
adicta, como si nunca pudiera volver a hacer esto. Y cuando eso no es suficiente,
cuando ni siquiera su pre-semen me satisface, voy más profundo. Lo llevo más
adentro y él tenía razón.
Mi boca lo vuelve loco.
Porque esas manos suyas, que estaban agarrando el reposabrazos, bajan
a mi cabeza cuando me golpea la parte posterior de la boca. Se agarran a mi
cabello de medianoche mientras sus caderas se levantan de la silla.
Y para una novata como yo, es demasiado.
O lo habría sido si además de novata, no fuera también puta.
Su linda putita.
Y como lo soy, me encanta que empuje su polla dentro de mi boca. Me
encanta que sus caderas se flexionen y su abdomen se apriete y entonces trato
de abrir aún más mi boca. Intento incluso abrir la garganta, si es que eso es
posible, y entonces siento que se adentra más. Siento que llena un pequeño
espacio en la parte superior de mi garganta antes de que se retire y me devuelva
algo de mi control.
Lo cual no necesito realmente.
No necesito mi control en absoluto. Así que intento devolvérselo. Intento
agachar aún más la cabeza para que él tome el control y me mantenga a su
merced, y lo hace. 381
Toma las riendas y me folla la boca. Se folla una pequeña porción de mi
garganta, sus caderas se mueven arriba y abajo, sus dedos agarrando mi cabello
y sus gruñidos resonando a nuestro alrededor.
Mientras tanto, sigo lamiendo la parte inferior de su vara, sigo lamiendo
la gruesa vena de su polla, la sabrosa piel oscura, las crestas que no sabía que
tenía.
Estúpido condón.
Y ahora que lo sé, no puedo evitar gemir. No puedo evitar apretar y juntar
los muslos, arañar con mis uñas sus muslos, retorcer la base de su polla,
esperando que entre más, que me haga meterla más.
Sin embargo, justo cuando pienso que lo va a hacer, entra en erupción en
mi boca.
Su cuerpo se arquea y siento el primer latigazo de su semen en mi lengua.
Tiene un sabor salado y almizclado como el de anoche.
Pero sé que eso es todo lo que voy a conseguir. Me ha hecho una promesa
y, como siempre, la cumplirá.
Así que me quita las manos para poder agarrar su polla y sacarla de mi
boca para que su segundo latigazo aterrice en mis gafas. Seguido por el que
aterriza en mis mejillas, mi frente. Mi barbilla y mi garganta.
Con cada latigazo que aterriza en mi cara, gimo y amaso mis tetas.
Gimoteo y aprieto mis muslos, oliéndolo, saboreándolo.
Sentirse mimada por él.

382
D
entro de cuatro semanas, la escuela de verano va a terminar.
Y me voy a graduar.
Antes, cuando odiaba este lugar y ansiaba mi libertad como
el aire, había estado contando los días hasta mi graduación.
Soñaba con ella, la anhelaba, la anhelaba.
Pero ahora no hay sueños ni anhelos ni suspiros.
En cambio, hay una extraña tristeza y temor.
Sin embargo, no puedo entender por qué.
Porque sí, ya no odio este lugar pero todavía me gustaría graduarme y
seguir con mi vida.
Además, las cosas están muy bien. Realmente lo están.
Por primera vez, estoy muy contenta y feliz con mi vida.
383
Desde que empecé a prestar atención en las clases y a hacer los deberes y
demás, mis notas han sido decentes. Nada del otro mundo como las de Echo,
Callie o Wyn cuando estaban aquí. Pero me las arreglo para rascar un notable o
un sobresaliente. Que es más de lo que hacía antes.
Así que supongo que estoy preparada para el futuro.
Que está más o menos fijado; otra cosa buena.
Incluye una universidad de la ciudad para que pueda obtener suficientes
créditos y transferirme a un programa de moda. Espero que en algún lugar de
Nueva York. Mi futuro también incluye vivir en mi gran casa adosada que ha
estado vacía durante los últimos cuatro años porque está súper cerca de la
universidad a la que voy a ir. Probablemente tendré unas cuantas personas en
mi equipo para cocinar y limpiar y hacer todas las tareas por mí. Ah, y un equipo
de abogados para que me ayuden con mi fondo fiduciario y todo el patrimonio.
Porque las inversiones son importantes.
Son sabios y mantendrán mi dinero a salvo para que pueda tener unos
buenos ahorros para el futuro que viene después de mi futuro.
Mi tutor es muy claro en estas cosas.
Está muy seguro y lo ha planeado todo. No va a dejar ninguna piedra sin
remover hasta que se asegure de que estoy a salvo, bien y provista.
Se toma sus responsabilidades muy en serio.
También se toma muy en serio lo de mimarme; otra cosa buena.
Mimándome, concediéndome todos mis deseos. Ya sea grande o pequeño.
Como ver mi programa de televisión favorito, Supernatural.
—Creo que te gustaría mucho, Alaric —le digo un día en su casa de campo
por la noche, tumbada en su sofá de cuero, con los muslos estirados sobre el
grueso reposabrazos y las piernas balanceándose.
Sentado en el sillón adyacente al sofá, mi sexy tutor está leyendo un libro.
No tiene corbata, lleva los dos primeros botones desabrochados y su cabello
oscuro y rizado está despeinado. Cortesía mía, porque cuando llegué a su casa
hace una hora, me abalancé a sus brazos y lo besé con fuerza, hundiendo mis
dedos en su cabello.
Mi propio cabello también está enredado y despeinado, y mi boca está
hinchada y palpitante, cortesía de él que me devolvió el beso.
Pero volviendo al hecho de que no me ha contestado ni ha levantado la
vista de su libro.
Sin embargo, no me desanimo.
Balanceando mis piernas, sigo adelante.
—Tiene como, demonios y ángeles y leviatanes. —No hay respuesta—.
Tiene el purgatorio. Y el cielo y el infierno, Alaric. —Pasa una página—. Bueno, 384
bien. Olvida todo eso. Tiene a los hermanos Winchester. Dean y Sam. Apuesto a
que te encantaría Dean. Es como tú. Todo responsable, gran hermano. Estando
todo loco por su legado familiar y todo eso.
Se rasca la mandíbula con el pulgar y me dan ganas de comérmelo.
¿Por qué es tan sexy?
¿Por qué no me escucha?
Entornando los ojos y todavía moviendo las piernas, digo:
—Está bien, bien, esto es por lo que deberías ver Supernatural, Alaric:
tiene a Jeffrey Dean Morgan. Y por mucho que me gusten Sam y Dean y les
prometa mi lealtad, se la prometo con más fuerza a papá Winchester y sus
hoyuelos.
Nada.
Pero está bien.
Tengo un plan.
—Porque déjame decirte, Alaric —digo, tamborileando con los dedos sobre
mi estómago—, que sus hoyuelos hacen que las bragas de las chicas se mojen.
—Sí. Una vez me mojaron las bragas. Y normalmente soy súper inmune al
encanto de Hollywood y todo eso. Quiero decir, crecí con estos tipos. Sé lo poco
encantadores que pueden ser en la vida real. Pero no Jeffrey Dean Morgan. Era
tan encantador y juro que en el momento en que me tocó y sonrió, yo...
Mis palabras se detienen de golpe junto con el balanceo de mis piernas
porque sus dedos me rodean el tobillo y sus ojos se levantan y me miran.
Sonriendo, susurro:
—Hola.
Sus ojos se estrechan.
—Te ha tocado.
Mi sonrisa se hace más grande.
—Pensé que no estabas escuchando.
Sus dedos se tensan alrededor de mi tobillo.
—Se llama multitarea.
Mi sonrisa se convierte en una mueca.
—Eres la mejor multitarea que conozco.
—También estaba tomando notas.
—¿Sobre qué?
—Sobre cómo te tocó un hombre.
—Sólo mi mano. —Cuando sus dedos se tensan aún más, le explico—: Me
dio la mano, Alaric. 385
—Y necesitabas un cambio de bragas.
—Oye, yo nunca dije eso —luego añado—: Y no era de su mano per se. Fue
su...
—Hoyuelos, sí. Lo he oído.
Me muerdo el labio y un músculo baila en su mejilla.
—Pero estaba bromeando, lo juro.
—Bromeando.
—Sí. —Luego, sonriéndole tiernamente y ondulando en el sofá, le
susurro—: Nunca me mojaría por los hoyuelos.
—¿No?
—No. —Miro su nariz—. Tengo debilidad por los bultos en la nariz y los
anillos de los meñiques.
En respuesta, su anillo se clava en mi tobillo y sus ojos brillan.
—Sólo lo decía para que podamos ver mi programa juntos. —A
continuación—. Te eché de menos todo el día en la escuela. Y ahora que estoy
aquí, estás leyendo tu libro en lugar de prestarme atención. —Me froto los
muslos cuando veo un rubor carmesí en sus facciones—. Por favor, Alaric. ¿Ves
mi programa conmigo?
Ni siquiera tiene que ser mi programa, para ser honesta.
Sólo quiero sentirme cerca de él.
Entonces, como el guardián que es y al que le encanta mimarme, raspa:
—¿Es ese tu último deseo?
Mordiéndome el labio, asiento.
—Sí.
Su pecho sale en un suspiro y cierra su libro.
—Bueno, entonces, tus deseos son órdenes para mí.
Con eso, se levanta de su silla y viene a recogerme del sofá. Se acomoda
en él antes de acomodarme en su regazo con la espalda pegada a su enorme
pecho y mis muslos a horcajadas y a ambos lados de los suyos. Y entonces los
separa, mis muslos, separando los suyos y antes de que pueda comprender lo
que está haciendo, enciende la televisión con una mano y con la otra, se mete
bajo mi falda morada y me agarra el coño.
Mis piernas se balancean y los dedos de mis pies se curvan.
—Alaric, qué...
En mi oído, gruñe:
—Si voy a ver un programa sobre ángeles y demonios y leviatanes y un
hombre cuyos hoyuelos has mencionado en la misma frase que tus bragas y me 386
ha jodido la cabeza, lo haré con mis dedos en tu coño de cereza y tu culo en mi
regazo, ¿bien, cariño?
Gimoteo porque el cariño.
—Y luego —continúa, con sus dedos subiendo y bajando por el centro de
mi coño—, veremos cómo se moja tu coño cuando lo acaricio. —En ese momento,
su pulgar me acaricia el clítoris y yo salto y gimo de nuevo—. Y lo fuerte que
ronroneas y lo fuerte que me arañas como la gata salvaje que eres mientras ves
tu programa favorito. —Me besa suavemente la mejilla—. Conociéndote, harás
caer el techo mientras me haces sangrar y empapas mi regazo a mitad de este
episodio.
No se equivoca en eso.
A los quince minutos del espectáculo, estoy gimiendo como una tormenta
y goteando sobre él como un grifo que gotea.
También le rasco los antebrazos como la gata salvaje que soy.
Y desde entonces hemos visto muchos episodios de Sobrenatural conmigo
sentada en su regazo y con su mano bajo mi falda y sus dedos acariciando mi
coño. A veces también acaricia mi coño con su polla, y me hace mantener la vista
en la tele y contarle la trama.
Pero eso no es ni aquí ni allá.
Lo importante es que me dará todo lo que quiera. ¿Ves? Una cosa buena.
Incluyendo dejarme fumar.
Bien, antes de contar este dato tan interesante, tengo que decir que no me
interesa en absoluto fumar. Y él tampoco está interesado en dejarme fumar. Así
que no es algo habitual.
Pero una noche, después de follar conmigo y de estar en la bañera -siempre
me prepara un baño y luego procede a enjabonarme y a lavarme el cabello con
champú, pasando sus hermosos y fuertes dedos por mis mechones y
desenredándolos-, está fumando.
Lo que hace a veces.
Fuma después del sexo y cada vez que lo hace, lo observo.
Así que también esta noche, con mi cabeza apoyada en su fuerte y húmedo
pecho y mi cara vuelta hacia abajo, le veo agarrar el grueso palo marrón de su
cigarro con todos los dedos, en lugar de pellizcarlo entre dos. Le veo dar una
calada y levantar la cara antes de exhalar y enviar una espesa nube de humo
hacia el techo.
—¿Alaric?
Ante mi susurro, baja la cara y me mira con ojos entrecerrados y
somnolientos y retumba:
—Poe. 387
—¿Puedo fumar?
Estudia mis ojos azules, mi cara levantada y, besando mi frente con
dulzura, dice con voz áspera:
—Absolutamente jodidamente no.
—Bueno, estás fumando.
—Lo sé.
—¿Por qué tú puedes fumar y yo no?
—A ver —comienza, con un ligero ceño fruncido que aparece entre sus
cejas mientras deja el cigarro en el cenicero al lado de la bañera—, porque tú
eres una chica y yo un chico. Y los chicos pueden hacer lo que les dé la gana,
pero las chicas no.
Entorno los ojos hacia él.
—No acabas de decir eso.
—Y no me acabas de pedir que te entregue mi bastón del cáncer. —Voy a
protestar pero habla—. Así que cierra la boca, Poe.
Frunzo los labios, quito la cabeza de su pecho y miro hacia delante,
molesta.
—Eso fue malo.
—Nunca dije que no lo fuera.
Me lo pienso y luego:
—Podrías dármelo, ¿sabes?
Vuelvo a mirarle, de arriba abajo.
Mis palabras han llamado su atención y vuelve a mirarme con sus ojos
entrecerrados.
Animada, continúo:
—Como eso que hacen en la tele. Joder, ¿cómo se llama? Cuando un tipo
da una calada y luego la exhala en la boca de una chica. —Mis ojos se amplían
ante mi propia idea—. Oh, hagamos eso. Por favor. Por favor, Alaric. Es tan
ardiente. Y sexy y sorprendente.
Sigue observándome durante unos segundos más.
—¿Por favor? Sólo una vez. Ni siquiera me importa fumar. Sólo quiero
sentir lo que tú sientes. Sólo quiero sentirme cerca de ti.
Es cierto.
Esa es la única razón por la que quiero hacer esto.
Esa es la única razón por la que quiero hacer todas las cosas.
Intento alejarme de él y darme la vuelta para poder exponer mejor mi
punto de vista. Pero él me rodea la cintura con un brazo y el otro viene a 388
agarrarme la garganta y a estirar aún más mi cuello. Así puede bajar y besar mis
labios desde arriba.
Cuando lo rompe, va por su cigarro.
Da una gran calada, sus afiladas mejillas se ahuecan antes de que sus
labios se abran y envíe una nube de humo hacia arriba. Con la respiración
contenida y el corazón palpitante, espero que se acerque a mí. Espero a que me
dé su nube de humo gris.
Y lo hace.
Baja y con los ojos puestos en mí, echa el resto sobre mis labios. Exhala y
Dios, ojalá, ojalá pudiera mantener los ojos abiertos y ver cómo me regala el
humo en sus pulmones, pero tengo que cerrarlos porque es demasiado.
Es demasiado intenso.
Así que lo único que puedo hacer es abrir la boca y aspirar lo que me da,
y calentarme.
Mis labios, mi lengua. Mi pecho y mi vientre.
Incluso mi coño.
Cuando termina, abro los ojos, toda drogada y colocada, y me dice con
rudeza:
—Escopetazo. Se llama escopetazo.
Le doy una sonrisa somnolienta.
—Gracias.
Responde flexionando sus dedos en mi garganta, apretándolos, y
besándome una vez más.
Y entonces procede a sacarme de la bañera, me lleva en brazos al
dormitorio. Me deposita en la cama, toda mojada y chorreando, y me folla hasta
el olvido.
Así que me da todo lo que quiero.
Me da más de lo que quiero.
Porque soy su cariño.
Y como soy su cariño, también le doy cosas.
Le devuelvo los mimos y le recompenso.
Por su duro trabajo. Por todos los trabajos que escribe y toda la
investigación que realiza. Por completar los capítulos de su libro. Por haber
trazado los planes de sus clases. Por hacer ejercicio todos los días de la semana,
por trabajar sobre su cuerpo.
Por no hablar de que le recompenso por todas las cosas que no quiere
hacer pero que hace porque son su responsabilidad. Todas las reuniones del
concejo de la ciudad, todas las reuniones de la junta, todas las cosas principales
que tiene que hacer. 389
Y en las últimas semanas, me he dado cuenta de que hay dos Alaric.
Alaric número uno es el que se lleva mis recompensas con todo el gusto.
Es el que me prepara los baños, ve la televisión conmigo, me mima y me
consiente. Me ayuda con mis tareas y exámenes, y cuando hago las cosas bien,
sonríe y me llama cariño. Aunque también me llama cariño cuando no hago las
cosas bien. Pero es más bien un cariño exasperado porque no le escucho
mientras me explica las cosas.
Es él quien posa conmigo para nuestros selfies. Que conste que lo odia
completamente, pero cuando me apetece, agarro su teléfono, me acurruco con él
y me pongo en ello. Y como le gusta complacerme, no protesta. Pero tampoco
sonríe. Se limita a mirar a la cámara con todo su malhumor, pero a mí me
encanta.
También es a él a quien le cuento mis diseños y bocetos. Todas las telas y
colores que estoy pensando. Todo lo nuevo que hago en mi nueva máquina de
coser morada.
Ah, y es a él a quien seduzco llevando sólo su chaqueta de tweed.
Recuerdas la chaqueta que me regaló aquella vez en el bar, cuando me
vestí provocativamente para Jimmy, todavía la tengo. A veces duermo con ella
para sentirme cerca de él y a veces me la pongo -y sólo ella- para arrastrarme
hasta él cuando está concentrado en su trabajo. Me gusta apartar sus libros y
archivos para poder subirme a su regazo y abrir los botones uno a uno.
He intentado desnudarme para él como él lo hizo para mí aquella primera
noche.
Pero para el tercer botón, se pone tan impaciente que nunca tengo la
oportunidad de hacerlo. Así que todo lo que puedo hacer es aferrarme a él
mientras va por mis tetas. Mientras chupa y mama los pezones, bebiendo de
ellos, haciéndolos doler e hincharse.
Pero entonces hay otro Alaric.
Alaric 2.0.
Es malhumorado. Y malhumorado y aún más silencioso que el primer
Alaric.
Creo que este es el Alaric del que hablaba Mo, el infeliz.
El que tiene tantas responsabilidades y un sentido del deber extremo.
He notado un patrón en el que sale cuando tiene que asistir a todas las
reuniones de la junta directiva y formar parte de todos esos concejos y cumplir
con sus obligaciones familiares. Por no hablar de que ahora están construyendo
otra sucursal de St. Mary en algún lugar de la Costa Oeste; me fijé en los
expedientes de la mesa de café y, después de mucho hurgar, Alaric me lo contó.
También me dijo que se ha hecho cargo de ese proyecto.
Lo que, por supuesto, es típico de él. 390
Porque es el nombre y el legado de su familia, y sé muy bien lo loco que
está por eso.
En esos días, cuando tiene que perseguir todas estas cosas, apenas habla
o sonríe.
Está más apretado y tenso.
Es aún menos accesible cuando camina por los pasillos y por el campus.
En esos días, me gustaría tanto poder ir con él durante la escuela. Que
pudiera sonreírle o hablarle. Me gustaría tanto que no tuviéramos todas esas
restricciones y reglas que seguir.
Porque lo hacemos, ¿no?
Porque cuando el mundo está mirando no podemos estar juntos.
Lo que significa que todos los días durante la escuela nos comportamos
exactamente igual que desde que él llegó y comenzó la escuela de verano. No nos
miramos ni nos hablamos en los pasillos ni en la cafetería. A todos los efectos,
sigo odiando a mi tutor convertido en director y él sigue siendo esa figura de
autoridad distante por la que babean todas las chicas.
Y por muy duro que sea y por muy celosa que me ponga, sé que es
importante.
Para mantener la distancia. Para fingir que las cosas no han cambiado.
Le prometí aquel día en la mansión que no dejaría que le pasara nada a él
y a su trabajo -aunque sé que lo hace por obligación- y pienso cumplirlo.
Y él, a su vez, pretende mantenerme a mí y a mi futuro a salvo, así que la
distancia durante el día es.
Lo que significa que cuando el mundo duerme es el único momento en que
puedo estar con él.
Pero hay un problema, por supuesto.
Porque eso implica entrar y salir a escondidas de mi dormitorio. Lo que
habría estado bien en los viejos tiempos. Pero ahora, con los controles de cama,
se ha vuelto un poco más complicado. Tengo que cronometrar mis idas y venidas.
Además, tengo que poner almohadas debajo de la manta, para que parezca que
estoy durmiendo ahí debajo cuando en realidad no lo estoy.
Esto enoja a Alaric.
De todos modos, nunca le gustó que rompiera las reglas, pero ahora, con
la nueva política en vigor, lo odia aún más.
Tanto es así que, en un principio, quiso suprimirlo.
Pero lo detuve.
Porque eso habría sido yo y esto -lo que sea esta cosa entre nosotros-
interfiriendo con su trabajo. Y no voy a dejar que eso ocurra. No voy a dejar que 391
tome decisiones basadas en nuestra relación.
Tiene que salir de él, de su interior, no porque yo le obligue a hacerlo.
Para llegar a un acuerdo, me ha pedido que lleve mi viejo teléfono conmigo
para poder enviarle un mensaje de texto cuando me vaya y saber que he vuelto
sana y salva. Los teléfonos móviles o cualquier tipo de tecnología personal no
están permitidos en St. Mary, así que técnicamente estoy rompiendo las reglas y
él las está rompiendo conmigo, y tampoco estoy contenta con esto. Pero esto es
mejor que él revoque una regla por completo sólo por mí para que le obedezca.
Así que cada noche, cuando me escabullo para verlo, me encuentro
inicialmente con Alaric 2.0.
Pero luego lo beso en la puerta y lo ablando para que salga el primer Alaric.
Mi Alaric.
Pero algunas noches, no es tan fácil. Para traer de vuelta al primer Alaric,
quiero decir.
Algunas noches Alaric 2.0 toma el control.
Lo que significa que ni siquiera mis besos son suficientes.
Lo que significa que en esas noches, sólo me deja dar unos pasos dentro
de la casa de campo antes de cerrar la puerta y empujarme contra ella, yendo
por mi ropa.
No es que me importe, ya ves.
No me importa que me abra los botones de la blusa para llegar a mis tetas
o que me aparte las bragas para llegar a mi coño. No me importa que me levante
en brazos y que apenas tenga el suficiente sentido común para ponerse un
condón e introducir su gruesa y larga longitud dentro de mí, y que me folle hasta
que ambos nos destrocemos el uno al otro, no.
No me importa todo eso.
De hecho, una vez que hemos terminado, le hago bajar para que pueda
arrodillarme y quitar ese estúpido condón -todavía lo odio; todavía odio cómo
nos separa- antes de meterme su longitud, todavía dura y frustrada, en la boca
y chupársela, dándole otra descarga, esperando, contra toda esperanza, que esto
le haga sentirse mejor.
Porque sé que si voy a hablar de ello con él, no me escuchará.
Lo sé.
Así que me ocupo de él de estas formas silenciosas y apasionadas.
Y aunque se corre en mi garganta sólo unos segundos después, como si
no se hubiera venido en el condón, sigue sin relajarse. Sigue sin volver a ser el
feliz Alaric.
No creo que ni siquiera hacer ejercicio lo calme en esas noches.
Y lo hace mucho después de dormirme unas horas, antes de que llegue el 392
momento de escabullirme a mi dormitorio.
Normalmente me despierto y le dejo estar mientras estoy tumbada en la
cama, con el pecho apretado y los ojos escocidos por las lágrimas. No quiero que
sienta que me entrometo en su espacio, en su tiempo de inactividad. Si golpear
una bolsa pesada lo saca de esos estados de ánimo oscuros, entonces está bien.
Pero es muy difícil.
Es tan difícil estar allí y fingir que no oigo los pinchazos y los gruñidos de
dolor. Es tan difícil no ir hacia él y pedirle que pare. Pedirle que me hable. Que
me escuche.
Porque esto no está bien. Esta no es la manera de lidiar con las cosas, de
lidiar con todos estos demonios dentro de él.
Este no es el camino.
Y esta noche, es mucho más difícil que nunca.
No estoy segura de lo que ha pasado, pero ha estado tenso todo el día; lo
he visto durante la escuela.
Y cuando llegué, su humor no había mejorado. Estaba agitado e inquieto
mientras me besaba y luego me follaba en el sofá. Y no, no fue brusco conmigo
ni mucho menos, pero pude sentir que algo le corroía.
Todavía le corroe.
Lleva casi una hora con su bolsa pesada.
Sigue golpeando y golpeando, y sé que si no se detiene, va a romper algo.
O esa pesada bolsa se caerá del techo o se partirá en dos, o sus huesos se
desgarrarán.
Cuando un gruñido especialmente enfadado, seguido de un jadeo, suena
en la casa, me levanto.
Salgo de la cama por mi cuenta y riesgo.
Sé que existe la posibilidad de que no responda bien a que le interrumpa.
Pero es un riesgo que tengo que correr por su propio bien.
Además, todo lo que quiero es que se detenga. Eso es todo. No voy a volver
a tener esa discusión con él, sobre su trabajo y sus responsabilidades. Sé que
eso no va a ir bien. Tal vez pueda visitar a Mo el próximo fin de semana y hablar
con ella sobre el tema, sobre tal vez idear un plan o una intervención de algún
tipo. Pero por ahora, todo lo que quiero es que se detenga y vuelva a la cama, y
que duerma un poco tal vez.
Con esa esperanza, entro en la sala de estar y me lo encuentro dándole a
su pesada bolsa.
Una silueta borrosa porque no tengo las gafas puestas.
Me acerco hasta que se aclara.
En algún momento se ha quitado la camiseta y puedo ver los músculos de 393
su cuerpo oscurecidos y empapados de sudor. Veo la piel resbaladiza de su
espalda y sus hombros estirándose y relajándose sobre sus densos huesos
mientras lanza un golpe tras otro.
—Alaric —llamo a su espalda.
Pero supongo que no puede oírme por encima de sus jadeos, sus gruñidos
y los golpes.
Así que me acerco y lo intento de nuevo.
—Alaric, para.
Sé que esta vez me oye: su espalda se tensa ligeramente y sus golpes
pierden su ritmo constante, pero me ignora y sigue adelante. Le rodeo y me sitúo
directamente en su campo de visión.
—Alaric, para. Por favor.
Esta vez mi voz no surte efecto. Sus ojos están fijos en la pesada bolsa y
sus puños trabajan furiosamente.
Ni siquiera estoy segura de cómo es capaz de seguir adelante, porque
ahora que le miro la cara, me doy cuenta de que está chorreando sudor. Le
llueven gruesos riachuelos desde el cabello y se le meten en los ojos. Recorren
los lados de su cara y bajan hasta su cuello venoso, y sus hombros de montaña.
Cada vez que golpea con su puño encintado la bolsa, el sudor vuela a su
alrededor, su pecho se agita y su mandíbula se aprieta.
—Alaric, por favor —digo, con la voz grave y tensa—. Para. —Como sigue
sin hacerlo, doy un paso más hacia él—. Por favor. Tienes que parar. Por favor.
Te vas a hacer daño.
Una vez más, me ignora y sigue adelante, y no teniendo otra opción, me
acerco a él.
Y le pongo una mano en el brazo.
En cuanto lo hago, se detiene bruscamente, girando la cabeza para
mirarme.
—¿Qué coño estás haciendo?
Me arden los dedos al contacto con su piel sudorosa y acalorada, pero
mantengo la mano allí.
—Sólo intentaba...
—¿Estás jodidamente loca? —gruñe, arrancando mi mano de su brazo,
agarrándola con sus dedos.
—No estabas parando. Yo no...
—Así que pensaste que tocar a un hombre que está golpeando un saco
pesado es una buena idea.
—Sabía que estaba a salvo. Estaba... 394
Sus dedos se tensan alrededor de mi mano mientras gruñe de nuevo, su
pecho se agita.
—Oh sí, lo sabías, ¿verdad?
Entonces doy un paso hacia él.
—Sí, lo sabía. Sabía que me estabas ignorando y sólo quería llamar tu
atención. Yo...
—Atención —me corta, con los ojos brillantes—. Bien.
—Yo sólo...
—Porque eso es lo que quieres —continúa, su pulgar machacando mi
pulso—. Eso es para lo que vives, ¿no?
Trago saliva ante su apretado agarre, un agarre que poco a poco va
pasando de apretado a doloroso.
—Alaric, yo...
—Eso es lo que siempre quieres, Poe. —Su mandíbula se aprieta—. ¿No es
así? Atención.
Doy otro paso hacia él y aprieto con la otra mano su pecho que respira con
fuerza.
—Por favor, déjame hablar, ¿sí? Sólo intentaba que te detuvieras. Sólo
estaba... —Estudio sus rasgos tensos y enfadados; el sudor sigue goteando por
su cara, la boca entreabierta para arrastrar la respiración—. Llevabas mucho
tiempo así, Alaric. Pensé que te ibas a hacer daño. Así que quería que pararas y
que descansaras un poco. Está claro que algo te molesta, pero no puedes
descargar tus frustraciones en él y...
—Sí, hay algo que me molesta.
—Por favor, sólo...
Inclinándose, raspa:
—¿Quieres saber qué me preocupa, Poe?
He llegado a un punto en el que mi respiración coincide con la suya. Podría
ser su proximidad, el hecho de que esté desnudo y sudado. O el hecho de que
siga sujetando mi muñeca con un apretón de castigo y que sus ojos sean ahora
feroces.
Todo salvaje y fuera de control.
Lo que me hace darme cuenta de que, por muchas veces que le haya visto
enfadado, molesto y agitado, nunca le había visto tan ido. Nunca lo había visto
tan nervioso.
Pero está bien.
Es él.
No importa lo enfadado que esté o lo molesto que esté, nunca me haría
daño. Primero se haría daño a sí mismo.
395
Así que asiento.
—Sí.
Un escalofrío lo invade por un segundo ante mi fácil aceptación y su agarre
se afloja de mi muñeca, pero luego sus rasgos se tensan de nuevo y también su
agarre antes de decir:
—¿Sí? Bueno, lo que me preocupa, Poe, es el hecho de que hoy tenía una
reunión. A primera hora de la mañana. Y, por primera vez, he llegado tarde a
ella. —Abro la boca para decir algo pero sigue—. Lo cual está bien, en realidad.
La primera vez para todo, ¿no? Además, se trataba de la nueva sucursal de St.
Mary y, técnicamente, yo soy el jefe ahora mismo, así que la gente puede esperar.
Pero luego me he retrasado porque me he equivocado de sala. —Asiente como
para enfatizar y burlarse de sí mismo simultáneamente—. Mi jodido cerebro
confundió los números de las plantas y entré en una sala de conferencias
diferente a la que debía.
—Pero está bien. Eso pasa.
—Sí, tienes razón. Eso ocurre. No a mí, el doctor Alaric Rule Marshall, con
dos doctorados y una beca posdoctoral de una escuela de la Ivy League que ha
conseguido innumerables becas y artículos publicados, pero sí le pasa a la gente.
Así que sí, digamos que está bien. De nuevo. Pero resulta que además de
equivocarme de habitación, también me equivoqué de expediente. Y resulta que
no era sólo para la reunión, sino también para gente de California que lo
necesitaba urgentemente. Así que ahora tengo que ir a California mañana porque
el plazo para presentar los papeles que deberían estar en ese expediente es
mañana.
Se me cae el corazón.
—¿Te vas a California?
—Sí. —Se agacha más—. Pero esa no es la peor parte, Poe.
—¿No es así? —pregunto con desesperación.
Porque así parece.
Que se va a California mañana.
¿Por qué no me lo dijo antes? ¿Durante cuántos días?
Porque de repente no puedo imaginarme no verle ni siquiera un solo día.
No puedo imaginarme no poder hablar con él y tocarlo y estar con él así.
Pero espera un segundo.
Espera.
¿No es eso lo que viene? En el futuro, quiero decir.
El futuro que es todo bueno y establecido y algo que ha planeado.
Y ha planeado todo, ¿no es así? 396
Cada detalle sobre dónde viviré y dónde iré a la universidad y quién
cocinará para mí y todas las inversiones, pero nunca ha dicho una palabra sobre
nosotros.
Nunca ha dicho nada sobre esto.
Estoy a punto de preguntarle eso, estoy a punto de preguntarle, qué pasa
con nosotros, está eso en mi futuro, estás tú, pero no me da la oportunidad.
—Lo peor es por qué, Poe.
—¿Qué?
Sus ojos se vuelven oscuros y de alguna manera acusadores mientras me
mira.
—Lo peor es por qué llegué tarde y por qué entré en la sala equivocada y
envié el archivo equivocado a California.
—¿Por qué?
Estudia mi cara durante unos segundos, con su mano pegada como una
banda caliente alrededor de mi muñeca, antes de enderezarse.
Antes de soltar mi muñeca.
Pero sólo durante unos segundos.
Para quitarle la cinta de las manos como si se dispusiera a hacer algo
drástico, algo peligroso con las manos desnudas. Pero no tengo tiempo de
asustarme porque pronto, sus manos están desnudas y se agacha de nuevo pero
mucho más que antes y en lugar de atrapar mi muñeca en su agarre, atrapa mi
cintura.
Me rodea la cintura con sus brazos y me levanta.
Me echa por encima de su hombro, mi vientre golpea con fuerza sus duros
músculos, y con su brazo ahora deslizado hacia mis muslos desnudos, comienza
a dar zancadas por el pasillo.

397
N
o estoy segura de lo que está pasando.
No estoy segura de por qué está actuando así.
Pero aun así me aferro a sus caderas y mis pechos se
arrastran contra su espalda con cada respiración que me quita el
aliento.
—Alaric, ¿qué estás haciendo? Dónde estamos?
Antes de que termine mi pregunta, ya tengo la respuesta.
Llegamos al dormitorio y me arroja sobre la cama. Voy dando saltos, mis
manos se agarran a las sábanas blancas desordenadas y mis talones se clavan
en el colchón para recuperar el equilibrio.
Ni siquiera tengo la oportunidad de recuperar el aliento tras este repentino
giro de los acontecimientos cuando Alaric se agacha de nuevo y me agarra por 398
los tobillos. Antes de que me dé cuenta, tira de ellos hacia delante para
acercarme, y entonces estoy apoyada en los codos, mirando a los ojos más
oscuros -y Dios, más bonitos aún- de todos los tiempos.
—Por ti.
No tengo que preguntarle qué quiere decir con sus palabras rasposas o de
qué está hablando.
Está respondiendo a mi pregunta, por qué se perdió todas esas cosas.
—Y-yo —susurro, con el pecho subiendo y bajando.
—Sí. —Sus brazos están ahora en la cama a ambos lados de mi cintura—
. Es porque en todo lo que puedo pensar es en ti.
Mi corazón late con fuerza.
—¿Qué?
Se lame los labios.
—Es porque en todo lo que puedo concentrarme es en ti. Todo lo que puedo
hacer es prestarte atención a ti. —Sus bíceps vibran de tensión, sus hombros se
tensan—. Atención, ¿sí? Eso es lo que querías, ¿no?
Trago saliva.
—Alaric, yo...?
—La tienes —retumba, sus ojos siguen siendo acusadores—. Tienes mi
atención. Tienes cada centímetro de ella. Cada pequeña gota de ella. Eres la
primera en lo que pienso cuando me despierto por la mañana, Poe, y eres la
última en lo que pienso cuando me voy a dormir. Eres la única en la que pienso
cuando estoy despierto. Cuando estoy trabajando en mi oficina. Cuando camino
por el pasillo. Cuando estoy sentado en las reuniones. Cuando estoy escribiendo
mi puto trabajo. En ti. Eres el único pensamiento en mi cabeza.
Entonces le puse una mano en la mandíbula.
Late bajo mi tacto como late mi corazón mientras confieso:
—El mío también. Eres el único...
—Porque no era suficiente para ti, ¿verdad? —me corta, ignorando mi
confesión—. No te bastaba con que desde que volví de Italia no podía dejar de
mirarte. No podía dejar de verte. No podía dejar de verte sonreír y reír y
pavonearte por la escuela como una especie de puta sirena adolescente. No te
bastaba con que perdiera la puta cabeza y te mantuviera aquí. Que te haya
atrapado por segunda vez, no. Tenías que seguir adelante y hacer esto.
—Alaric...
—Tuviste que adelantarte y joderme tanto la cabeza que ahora ni siquiera
puedo hacer bien mi trabajo.
—Alaric, creo que...
—¿Así que estás feliz ahora, Poe? ¿Estás jodidamente feliz de tener toda 399
mi atención ahora, toda?
Esta vez no me salen las palabras porque vuelve a venir por mi cuerpo.
Viene por mi cintura.
Lo agarra de nuevo pero esta vez para voltearme en la cama.
Mis rodillas chocan contra el colchón en un tropezón loco y mis brazos
luchan por frenar mi caída.
Aunque no debería haberme preocupado por eso, por caer.
Porque me atrapa.
Y me pone de pie, con mi columna vertebral golpeando su pecho
tembloroso y su palma extendiéndose sobre mi vientre tembloroso,
manteniéndome pegada a su gran cuerpo.
Luego, en mis oídos, vuelve a roncar:
—¿Estás contenta de tenerme enredado en tu dedito, Poe?
Me aferro a su mano en mi vientre, mi propio pecho se agita.
—Alaric, escucha...
Mi tercer intento de hablar, de decirle que se calme y me escuche un
segundo, también fracasa porque su otra mano baja por mi cuerpo, pasando por
mi pecho agitado y mi estómago ahuecado.
Todo el camino hasta ese lugar entre mis muslos.
Sólo llevo una de sus camisetas de deporte y no llevo bragas -me encanta
dormir con su ropa, es muy cómoda después del baño-, así que sus dedos
encuentran mi coño con facilidad.
Todavía está húmedo y con rocío de mi baño, todo suave y tierno.
Y a pesar de ser todo un bruto conmigo, sus dedos también son tiernos.
Sus dedos son cuidadosos y yo cierro los ojos, gimiendo y apoyando la
cabeza contra sus hombros.
—Dime, cariño —susurra, sus dedos subiendo y bajando por mi raja,
exprimiéndola, mojándola—. ¿Te hace feliz que ahora esté a tu merced?
Golpea mi clítoris y me sacude, mi única mano se levanta y rodea su
cuello.
—Sí.
—¿Sí?
—Ajá.
Por mucho que no quiera verle así, agitado e inquieto, y por mucho que
tampoco quiera interferir en su trabajo, no puedo negar que me gusta.
Me gusta que sea el centro de su atención.
Que todos sus pensamientos son para mí. 400
Siempre he querido eso. Siempre.
Siempre he querido ser el centro de atención de alguien. La he perseguido,
he hecho cosas por ella.
Así que sí, estoy contenta.
Y el caso es que nunca supe lo mucho que quería que ese alguien fuera él
hasta que lo dijo. Sí, ha compartido su secreto conmigo, que me deseaba desde
hace meses y que por eso no me dejaba graduarme antes.
Pero nunca dijo esto.
Nunca ha dicho que haya consumido cada segundo de su vida.
Y así nunca supe que su sola atención me traería el mayor placer, la mayor
alegría, la mayor felicidad.
Nunca supe que su atención es la única que merece la pena.
Y no puedo evitar acicalarme bajo ella.
No puedo evitar preguntarme si esto significa que también estará en mi
futuro.
Porque Dios, quiero eso.
Lo quiero.
No puedo evitar arquear la espalda y ondularme contra él, susurrando:
—Yo también estoy a tu merced.
Porque ¿no es esa también la verdad?
Que así como yo soy cada uno de sus pensamientos, él es el mío también.
Y no sólo desde que lo descubrí por Mo sino desde hace años y años.
Sólo que al principio mis pensamientos sobre él estaban mezclados con
odio. Pero ahora están mezclados con...
—¿Estás contenta de que te mime? —susurra, desterrando mis
pensamientos, con su nariz recorriendo el lateral de mi cara.
Giro mis caderas bajo el asalto de sus dedos.
—Dios, sí.
Me lame la concha de la oreja, succionando el lóbulo.
—Sí, vivo para mimarte, ¿no?
—Sí.
—Respiro para consentirte, carajo.
—Yo...
—Respiro para mimar a mi cariño.
—Alaric.
Él gime. 401
—Y yo vivo por la forma en que dices mi nombre.
—¿Lo haces?
Ha empezado a moverse también, haciéndome sentir su gran polla en mi
espalda como si me hiciera tomar su pulgar en mi agujero. Sólo la punta y sin
llevarla más allá del borde. Como si jugara conmigo, como si me tentara con todo
el caramelo pero sin dejarme entrar más que una chupada.
—Sí —dice, meciéndose contra mí, frotando su polla contra mi culo—. Es
como si supieras que Alaric cuidará de ti.
—Lo hará.
—Sabes que te dará todo lo que quieras. Él hará que todo sea mejor.
Conquistará el mundo por ti, hará caer las estrellas. Luchará en las guerras por
ti y te mantendrá a salvo, ¿verdad?
—Sí. Sé que lo hará.
—Y cada vez que lo dices así, como si Alaric fuera la respuesta a todas tus
plegarias, se me pone dura.
—Tú nunca... Yo no…
—Cada vez que dices mi nombre, quiero meter mi polla en uno de tus
agujeros.
Mi cabeza rueda de un lado a otro sobre su hombro.
—Oh.
—Y es un trabajo duro, Poe. Es un trabajo jodidamente duro decidir qué
agujero.
—¿Qué significa eso...?
—¿Significa? —completa.
—Sí.
—Lo que significa, cariño —empieza a decir, mientras su mano de abajo
que sigue jugando con mi coño baja aún más. Pasa de mi apretado agujerito a
la raja de mi culo y me quedo paralizada durante unos segundos, con los ojos
muy abiertos, mirando al techo.
Pero sólo durante unos segundos.
Porque en el momento en que me toca el otro agujero con su húmedo
pulgar, se me cierran los ojos y me estremezco como si me hubieran
electrocutado. Me estremezco como si hubiera una granada dentro de mí que se
hubiera desencajado y explotado.
—Que tienes tres agujeros —continúa, con su pulgar rodeando mi agujero
por detrás—. Y cuando te quedas sin aliento y con los ojos saltones, gritando mi
nombre, agradeciéndome que te haya preparado una puta taza de té de
manzanilla como si te hubiera construido un castillo y te hubiera reclamado 402
como mi reina, no puedo decidir dónde meter mi puta y grande polla para hacer
que te corras como mi linda putita. Siempre estoy tan dividido entre tu boca de
tarta de cereza y tu coño de tarta de cereza. Pero entonces pienso en esto —en
esto deja de rodear el borde de mi agujero y empieza a empujar, haciéndome
apretar el vientre, haciéndome clavar las uñas en su piel—, pienso en tu pequeño
y apretado culo y pienso, no, esto es lo que quiero. Quiero su culo. Quiero forzar
mi entrada y tomar esa cereza también. Quiero reclamar ese agujero como mío.
Y lo hace.
Pero sólo con el pulgar.
Sólo la punta, y la presión es tan inmensa ahí abajo, el estiramiento es tan
épico que sólo puede ser placentero.
Sólo sirve para ponerme cachonda y putear.
Tanto es así que aprieto mi culo contra él, contra su pulgar invasor.
—Ah, veo que te gusta eso —retumba, sus palabras hacen vibrar su pecho
y a su vez vibran y acarician mi columna vertebral.
Trago, metiendo mi cara bajo su barbilla.
—Sí.
Me besa la frente con dulzura mientras su pulgar gana otro centímetro de
entrada, haciéndome gemir.
—Sí, lo haces. Porque eres mi puta, ¿no?
Asiento con un movimiento de cabeza.
—S-sí.
—Pero tengo que advertirte, Poe. A pesar de lo ansiosa que estás, de cómo
estás follando mi pulgar y de cómo tu coño está goteando por él, todavía va a
doler. Todavía va a doler como una madre.
—Está bien —susurro, frotando mi nariz en su garganta, sintiendo mis
jugos corriendo por mis muslos—. Porque eres tú.
Su pecho se estremece de nuevo, una bocanada de angustia se escapa de
su boca.
—Sí, soy yo, ¿no? Y es lo menos que puedes hacer, Poe, después de todo
lo que has hecho, ¿no crees? ¿No crees que lo menos que puedes hacer es
dejarme follar tu culo de cereza después de haberme jodido el cerebro? Que lo
menos que puedes hacer es dejarme arruinarlo, como tú has arruinado mi puta
vida. Arruinarla como me has arruinado a mí, mi disciplina y mi control y todos
mis malditos planes.
Su voz es gutural y torturada y todo lo que hay dentro de mí me duele por
él.
Todo lo que hay dentro de mí se tensa y se dilata y abro los ojos para
mirarle. Para explicarle las cosas. Para decirle que esto no tiene por qué ser algo
tan malo. Que no debería sonar tan mal por ello.
403
Que está bien.
No pasa nada si él se consume por mí porque yo también me consumo por
él.
Yo también estoy rodeada de él.
Estoy abrumada, ahogada, asfixiada y muriendo por él.
Y es un sentimiento tan glorioso, esta muerte.
Es una sensación que nunca había sentido antes.
Es un sentimiento tan caliente e intenso que parece fuego. Y el futuro.
Nuestro futuro.
Se siente como...
Mi cerebro intenta buscar una palabra y sé que estoy tan cerca de ella, tan
cerca de descifrar esa palabra, pero me distraigo cuando su pulgar gana otro
centímetro de entrada y la parte inferior de mi cuerpo se retuerce y se sacude.
Y susurra, con la cara hundida y la boca abierta en un lado de mi cuello:
—Es lo menos que puedes hacer, cariño, cuando me has convertido en
esto. Este hombre desesperado y dolido que no sabe distinguir entre arriba y
abajo. Que no sabe lo que está bien y lo que está mal y lo que debe y no debe
hacer. Este hombre desesperado y dolido que quiere concederte todos tus deseos,
cumplir todos tus pequeños caprichos. Que quiere follarte en su cama y dormirte
cada noche. Que quiere bañarte con sus manos y vestirte con sus camisetas. Un
hombre que quiere besar tus pies y lamer tu cuerpo como si fuera tu papi.
Me sacudo tan fuerte con esto, tan jodidamente fuerte que creo que me
corro.
No, sé que me he venido.
Me he corrido por su pulgar en el culo y sus sucias palabras eróticas en
mi oído.
Y creo que él también lo ha hecho porque también se sacude. Se retuerce
y respira como un tren que se precipita mientras dice con su voz más áspera y
torturada:
—Soy eso, ¿no? Soy ese hombre para ti. Me has convertido en ese hombre.
Me has convertido en tu papi, Poe, con tus lindas sonrisas y tus fuertes risas y
tus ojos de ciervo.
Oh, Dios. Oh, Dios.
Oh, Dios mío.
No puedo. No puedo. No puedo lidiar con esto.
Lo necesito ahora mismo. Lo necesito ahora mismo, joder.
Aunque acabo de venirme. 404
—Alaric, por favor. Necesito... —gimoteo e hipo, mi cabeza vuelve a rodar
de un lado a otro.
—Lo sé. Y tu deseo es mi orden, ¿no?
Y esas fueron las últimas palabras que se dijeron entre nosotros.
Esas son las últimas y preciosas palabras que flotan y se espesan a
nuestro alrededor, volviendo el aire todo lujurioso y empapado. Todo brumoso y
de alguna manera nuestro. Seguro y acogedor.
Mientras me besa por primera vez la boca, la come como si le perteneciera.
Antes de empujarme sobre la cama, obligándome a permanecer a cuatro
patas mientras él se arrodilla y me besa el coño por detrás. Y como siempre, besa
como si comiera el coño o come el coño como si besara, y con su boca en mi
núcleo, me corro de nuevo, sacudiéndome y retorciéndome.
Pero esto es sólo el principio, ¿no?
Nos queda un largo camino por recorrer.
En mi estado de drogadicción y de euforia, noto que se mueve. Siento que
se baja los pantalones y se pone el condón. Quiero decirle que no debería hacerlo.
Quiero sentir su piel desnuda dentro de mi cuerpo. Quiero sentir cada cresta y
esa gruesa vena de su polla, pero no tengo energía.
Y luego no importa porque se desliza dentro de mí.
Empuja dentro de mi coño chorreante y empieza a follarme.
Y es tan bueno, es tan maravilloso que parece el cielo.
Su gruesa polla dentro de mí, sus caderas golpeando mi culo, sus muslos
peludos rozando los míos y sus grandes manos en mi cintura.
Sí, el cielo.
Y entonces se agacha, con su sudoroso y enorme pecho cubriendo mi
espalda y esas grandes manos suyas alejándose de mis caderas para agarrar mis
agitadas tetas.
Veo sus manos oscuras amasando mi carne lechosa.
Observo cómo a pesar de que mis tetas son grandes y gordas, él puede
cubrirlas todas con sus manos.
Porque es muy grande y fuerte, ya ves.
Es mi papi.
Él es mi manta de seguridad y yo soy su cariño.
Es entonces cuando me corro por segunda vez, con esas sucias y eróticas
palabras.
Y entonces me empuja hacia abajo en la cama, poniéndome boca abajo.
Antes de levantar mi culo y ajustarlo en ángulo para su entrada de nuevo.
Para que pueda joderme el culo así. 405
Conmigo tumbada boca abajo, y él arrodillado sobre mí como un dios
bronceado.
Él yendo profundo y profundo y más profundo, como si todo el camino en
mi vientre, mientras ve su polla entrar y salir de mi agujero.
En algún momento, babeé, con la cabeza girada y observándole, sus
grandes muslos clavándose en el colchón a ambos lados de mí, con un aspecto
tan magnífico.
En algún momento, también me corro de nuevo. Sin embargo, he perdido
la cuenta de qué número de orgasmos es este.
Pero sé que aún no hemos terminado.
Sé que todo esto era una preparación para el gran espectáculo, el
espectáculo principal.
Por mi culo.
Sé que me estaba preparando comiéndome primero y luego follando hasta
el olvido para que no duela tanto.
¿No lo conozco bien?
A pesar de todos sus pensamientos torturados y sus emociones
angustiosas y agitadas, nunca me hará daño.
Y así me encuentro siendo reorganizada una vez más.
Me pone de espaldas y mis ojos chocan con los suyos por primera vez
desde que empezó a decirme todas esas cosas al oído. Desde que empezó a
juguetear con mi coño y a follarme.
Y lo sé.
Conozco la palabra que estaba buscando antes de que me distrajera con
sus sucias palabras.
La palabra que se sentía tan ligada al futuro.
Nuestro futuro.
Me golpea el pecho y palpita dentro de mi cuerpo mientras lo miro.
Está arrodillado entre mis muslos, todo desnudo y sonrojado y hermoso,
su polla todavía dura y sobresaliendo y desnuda -supongo que se quitó el condón
en algún momento- porque sé que aún no se ha corrido; estaba esperando el
espectáculo principal.
Su comida principal, mi trasero.
Me separa los muslos y los empuja hasta el pecho. Mis brazos se extienden
solos para sujetar mis extremidades y facilitarle que tome lo que quiere. Para
que le resulte más fácil concentrarse en otras cosas.
Cosas como empujar su polla en mi culo.
Empujando más allá de la resistencia inicial.
406
Y luego empujando y empujando un poco más hasta que esté sentado del
todo.
Y sí, hay dolor y presión y todas esas cosas pero eso no me importa. Sólo
me importa pagar el precio de hacerle todas las cosas malas renunciando a mi
último agujero.
Pero lo que no sabe es que también le estoy dando mi corazón.
Lo que él no sabe mientras me folla el culo, con suavidad y paciencia pero
con constancia, es que también le estoy dando mi amor.
Amor.
Esa es la palabra que estaba buscando.
Porque eso es lo que he estado sintiendo todo este tiempo.
Y palpita y palpita dentro de mí mientras me folla con los ojos cerrados y
la cabeza echada hacia atrás como si no pudiera soportar mirarme, y yo le miro
con los ojos totalmente abiertos como si no pudiera apartar la mirada.
Lo que no sabe es que cuando termina, con su semen llenando mi culo y
mi coño goteando con otro orgasmo, este el más violento de todos al salir a
chorros de mí, y me deja en su cama sin miramientos, estoy llorando en las
sábanas.
Estoy llorando y sollozando, pensando en el futuro que de repente parece
tan sombrío y tan solo.

407
L
o quiero.
Estoy enamorada de él.
De Alaric.
Mi guardián diabólico, mi director tirano y el hombre que he
odiado desde el momento en que lo conocí hace cuatro años.
Aunque ahora que lo pienso, tal vez nunca lo odié.
Lo cual es extremadamente raro de decir.
Porque mi vida durante los últimos cuatro años ha girado en torno al
hecho de que lo odiaba. Todo lo que he hecho, cada trama, cada plan, cada
pensamiento que he tenido es porque lo odiaba.
Y esa es la cuestión, ¿no?
El hecho de que sea lo único en lo que he pensado en los últimos cuatro
408
años.
Es más -esto es una sorpresa- es que incluso cuando amaba, pensaba en
él.
Incluso cuando pensaba en Jimmy, pensaba en Alaric.
Toda la razón por la que sentía una atracción hacia Jimmy y su sonrisa
era porque él nunca me sonreía. La única razón por la que sentía la necesidad
de hablar con Jimmy era porque él nunca me hablaba. Toda la razón por la que
sentía que necesitaba el amor de Jimmy era porque él me odiaba.
Él, él y él.
Todo ha girado en torno a él.
Alaric Rule Marshall.
Mi alma gemela.
Así que tal vez lo que sentí por él en aquel entonces fue esta intensa y
magnética atracción. Este intenso, magnético y extraño reordenamiento de mis
moléculas. Este extraño reajuste de mis células y mis órganos.
Y tal vez dolió, ese extraño reordenamiento y realineamiento.
Y por eso lo llamé odio.
Y tal vez le ocurra a todas las personas del mundo. A todas las chicas que
encuentran su alma gemela en un hombre. Tal vez le duela, le duela y le arda y
por eso piense que lo odia, que quiere que se vaya, que quiere huir de él.
Cuando en realidad lo que quiere es acercarse.
Para fusionar su corazón con el de él, y fundir su alma con la de él.
Esto también resuelve el misterio de por qué me he sentido tan triste por
el final de la escuela de verano y mi graduación.
Así que sí, lo amo y me dejó.
Desnuda y llorando en su cama anoche.
Y nunca volvió. Esperé. Me quedé en esa casa de campo, en esa cama,
oliendo a él y a mí y a nuestro hacer el amor, pero nunca apareció. Y entonces
me fui. Tuve que hacerlo. Debido a todas estas limitaciones que el mundo nos
ha puesto. Y le envié un mensaje para decirle que había vuelto sana y salva.
También lo esperé en la escuela.
Esperó a que diera ese paseo desde su casa de campo hasta el edificio de
la escuela por si volvía en algún momento de la noche. O apareciera más tarde
en el día. Aunque sabía que se marchaba hoy a California, nunca tuve la
oportunidad de preguntarle todos los detalles sobre cuándo o por cuántos días.
Así que esperaba contra toda esperanza que todavía pudiera aparecer. 409
Esperaba contra toda esperanza que pudiéramos hablar de ello.
Y otras cosas.
Dios, tantas otras cosas.
Pero de nuevo, nunca vino.
Y ahora estoy aquí.
En la mansión.
Es viernes y fue un viaje improvisado para ir a ver a Mo. No la veía desde
que entró en mi habitación después de mi primera noche con Alaric y me
preguntó si estaba bien. Eso fue hace tres semanas.
Aunque ahora tengo todos los privilegios que quiero y puedo ir y venir
fácilmente durante los fines de semana, me he abstenido de hacer ningún viaje
nocturno a la mansión en favor de pasar tiempo con Alaric en el campus, ya sea
en su casa de campo por la noche, o en la biblioteca donde a veces trabaja o en
la cafetería donde come; en esos dos lugares, no nos hablamos y nos sentamos
en mesas diferentes, pero siempre es bueno saber que está cerca, que puedo
verlo y vigilarlo.
Y en segundo lugar porque he estado haciendo esto en St. Mary.
Es una locura y es emocionante, y nunca pensé que sería yo quien lo
manejara todo.
Bueno, con la ayuda de Echo y Jupiter, y también de mis otras dos amigas,
Callie y Wyn, que se han graduado pero que estaban deseando ayudar cuando
se lo conté; nos hemos estado reuniendo todos los fines de semana fuera del
campus; la única cosa que me haría dejar St. Mary
Vamos a organizar una fiesta de graduación de fin de curso de verano.
Sí. Una fiesta.
En St. Mary.
¿Quién lo hubiera pensado?
No es algo lujoso ni grande, ni mucho menos. Ni siquiera tenemos tiempo
para montar algo así en tan poco tiempo, pero creo que va a ser divertido.
Vamos a convertir la cafetería en un salón de fiestas. Callie se está
encargando de todas las invitaciones; estamos invitando a los estudiantes de
último año que acaban de graduarse y que viven cerca y pueden asistir, y como
Callie los conoce a todos, es la mejor persona para el trabajo. Wyn, obviamente,
se encarga de la decoración con su vena artística. Echo está ayudando a Wyn
con todo eso ya que Echo puede ser bastante artística también.
Ah, y también he hecho participar a Salem. Ella va a ser nuestra persona
encargada de la música porque todos queríamos esa sensación sexy y
desgarradora de Ballad of the Bards, y ¿quién mejor para encargarse de esto que
la propia amante de las canciones tristes? Está organizando todo desde
410
California y coordinando con Jupiter, y adivina qué, va a estar aquí la semana
que viene.
Sí.
Por último, me encargo de la comida y de establecer el menú. Que
obviamente viene de Middlemarch, es decir, Mo y el resto del personal de la
mansión. Y por supuesto todos los disfraces de mis amigas.
Así que sí, he estado ocupada con la primera fiesta en St. Mary.
Que se unió y se hizo posible gracias a él.
El nuevo director.
Que aparentemente no puede rechazar a su cariño.
Una noche, mientras le enseñaba mis diseños en la cama, tuve un
capricho. Un pensamiento fantástico sobre hacer estos vestidos para todas mis
amigas. Para entonces, ya le había hablado de Callie, Wyn y Salem, y también
de Echo y Jupiter. Ya le había contado que, aunque odiaba vivir aquí, esas chicas
hacían mi vida tan increíble y feliz. Y la única razón por la que lo hice fue porque
sé que aún se siente culpable por haberme enviado aquí. Aunque lo hizo para
protegerme en ese momento.
Así que allí estaba yo, hablando de ello y diciéndole lo increíbles que se
verían con estos vestidos, y preguntándome dónde nos pondríamos estas cosas
tan lujosas, y él dijo:
—Aquí.
—¿Qué?
Con el pecho desnudo y apoyado en las almohadas, levantó la vista de mi
cuaderno y dijo:
—Hazlo aquí. En St. Mary. Como una reunión o algo así.
—¿Como una fiesta?
—Sí. Lo que sea. —Se encogió de hombros como si no acabara de hacerme
perder la cabeza—. Puedes tener a tus amigas aquí. Sólo dime qué necesitarás
para ello y para esto. —Inclinó la barbilla hacia los diseños—. Y haré que te los
entreguen.
Le miré durante unos segundos.
Está bien, bien. Fueron más que unos segundos.
Es decir, tenía que serlo.
El hombre acababa de lanzarme una bomba y era maravilloso y de otro
mundo y oh Dios mío. Y entonces me lancé sobre él. Me lancé sobre él y lo abracé
tan fuerte que creo que casi lo mato. O eso pensé hasta que me devolvió el abrazo
al susurrarle mi agradecimiento, y entonces le llené la cara de todos los besos y
agradecimientos que tenía.
Lo que supongo que se le puso dura y entonces me levantó y me dejó caer
411
sobre su polla.
Así que no es realmente un misterio que lo ame, ¿verdad?
Nadie, y realmente quiero decir nadie, ha cuidado de mí como él. Nadie me
ha visto y ha creído en mí como él. Nadie y absolutamente nadie me hace sentir
feliz y segura y cálida como él.
El único misterio es que haya tardado tanto, tanto, en darme cuenta.
Y ahora se ha ido y no sé cuándo volverá.
Tampoco sé si tendré el futuro que quiero. Si me lo dará como todas las
otras cosas que me ha dado.
No sé si me dará a él mismo.
Así que me mantengo ocupada.
Me mantengo furiosamente ocupada.
Nada más llegar, le pedí a Mo que me enseñara a hacer una tarta de
cerezas. Si pensaba que era raro o por qué o qué significaba, no lo dejaba ver.
Así que me pasé horas aprendiendo a hacer su postre favorito.
Hasta ahora he hecho cuatro tartas de cereza de práctica -todas apestan
pero no me voy a rendir; pienso pasar todo el día de mañana haciendo y
rehaciendo hasta que me salga bien- y he terminado de coser dos vestidos, uno
rosa y otro amarillo. Han quedado bien. No los llamaré perfectos pero hice lo que
me propuse.
Y sólo es medianoche.
Me paseo por la habitación como una loca, intentando pensar qué hacer a
continuación, con los dedos doloridos y magullados, y el corazón también
dolorido y magullado.
Cuando la puerta se abre de golpe y el hombre que mi corazón, todo mi
cuerpo, está deseando está aquí.
Y parece que también le duele.
Todo desaliñado y arruinado, con el cabello revuelto y sobresaliendo en
algunas partes, un espeso bosque de barba incipiente en la mandíbula y el ceño
fruncido. Está de pie en el umbral, con las palmas de las manos extendidas sobre
la puerta como si la abriera de golpe con toda la fuerza de su cuerpo, con la
corbata balanceándose.
—Alaric —exhalo, mi corazón se dispara en mi pecho.
—No pude encontrarte.
Su voz, tan ronca y espesa y almibarada, me golpea a través de la
habitación, a través de los metros y metros de suelo de madera y de una enorme
cama tamaño King, hasta llegar a donde estoy de pie junto a la pared del fondo. 412
Y presiono una mano sobre mi vientre que se agita y se tensa.
—¿Qué?
—He buscado por todas partes.
No lo entiendo. ¿Por qué tenía que buscar en todas partes? Estaba aquí.
—P-pero estaba aquí —repito mis pensamientos en voz alta.
Sus fosas nasales se agitan.
—Esta no es tu habitación.
Mis ojos se agrandan y mis dedos presionan con más fuerza mi vientre
cuando me doy cuenta de lo que está diciendo.
Oh, sí. Por supuesto.
Estaba tan ocupada con todas las cosas, todas mis revelaciones, que me
olvidé de dónde estaba.
—¿Lo es? —me incita cuando todo lo que hago es mirarle fijamente en
silencio mudo.
—No.
Entra entonces.
—¿De quién es la habitación?
—La tuya.
—La mía.
Mi cuerpo tiembla cuando lo dice. Todo estremecido y caliente.
Y entonces cierra la puerta tras de sí y yo estoy chorreando de sudor.
Comienza a caminar hacia mí, a merodear en realidad, y yo estoy
empapada de todas estas emociones y sentimientos, de amor.
Va por su corbata, aflojándola del cuello, y yo le susurro:
—¿Qué haces?
Sé que debería haber hablado más alto; su habitación es extremadamente
grande, mucho más que mi habitación en la mansión. Es muy posible que tenga
el tamaño de la sala de estar, el comedor y la cocina de su casa de campo juntos.
Pero sé que me escucha.
Lo sé.
Aunque haya elegido permanecer en silencio.
Aunque después de descartar su corbata, ahora va por su camisa. La está
desabrochando, sus dedos son hábiles y seguros, sus ojos siguen mirándome.
Agarrando la camiseta que llevo puesta -la suya- pregunto:
—¿Qué haces, Alaric? ¿Cómo sabías dónde estaba?
—Mo.
413
Veo cómo sus dedos trabajan rápidamente y sólo ha llegado a la mitad de
mi camino.
—Creía que te habías ido a California. —Miro su cara, toda afilada y
hermosa, y tan rebosante de intensidad y ferocidad que me va a hacer caer de
rodillas en un segundo—. Creía que tenías una reunión importante allí. Si te la
estás perdiendo porque estás aquí ahora mismo, no es culpa mía. No puedes
enfadarte conmigo y dejarme como hiciste anoche.
Ahora que ha terminado de desabrocharse la camisa, la saca de su
pantalón de vestir gris oscuro y, rodando los hombros, la tira al suelo. No sé
dónde cae la camisa, porque no puedo apartar los ojos de él.
No puedo quitarle los ojos de encima cuando revela su cuerpo.
Su enorme pecho de gladiador, su torso en forma de escalera.
Cuando se detiene frente a mí, arqueo el cuello, con las manos apretadas
en la camiseta y los dedos de los pies enroscados.
—Ni siquiera te has despedido, Alaric.
No, no lo hizo.
Se acaba de ir.
Y ahora que está aquí, me doy cuenta de que estoy enfadada con él.
He estado tan ocupada con todas las revelaciones y preocupaciones y
ansiedades y el puro dolor de que se haya ido que me olvidé de que yo también
estaba molesta. Estaba, estoy, enfadada.
Su cara está hundida mientras me mira fijamente.
—La reunión ha terminado por esta noche.
—¿Qué significa...? ¿Significa que no se ha acabado para siempre? Como
si tuvieras que...
—Volver mañana, sí.
—Entonces, ¿qué es lo que...
—Me olvidé de darte un baño ayer.
Me echo para atrás.
—¿Qué?
—Cuando me fui —continúa—. No tuve la oportunidad de prepararte un
baño.
—Pero eso... —Frunzo el ceño hacia él—. ¿Por eso has vuelto? Para
prepararme un baño.
—Anoche te folle el culo y te dolió. Pero no estaba allí para mejorarlo.
—Eso es una locura. Eso es... 414
Entonces me levanta como lo hizo anoche, cuando me llevó del salón a su
dormitorio. Pero esta noche lo hace con suavidad. Lo hace con cuidado y ternura,
rodeando mi cintura con sus dedos y poniéndome sobre sus hombros.
Observo su espalda, asombrada y sin palabras.
En la locura de esto.
Por la locura de que haya volado desde California para pasar la noche sólo
para darme un baño. Porque anoche me dio por el culo.
—Ni siquiera me dolió tanto —le digo.
Me lleva a su cuarto de baño, y cuando llegamos a su bañera de patas de
garra, que sólo he visto cuando entraba y salía a hurtadillas, me deja en el suelo
y responde:
—Te voy a preparar un baño a pesar de todo. Y entonces lo haré.
Mis dedos se clavan en sus lisos y densos bíceps.
—¿Qué harás qué?
—Decir adiós.
Mi cuerpo se entumece ante sus palabras.
Mi cuerpo pierde toda función.
Me quedo ahí como una estatua, como una muñeca inanimada, mientras
le veo abrir el grifo. Mientras le veo acercarse al armario bajo el lavabo y sacar
todas las botellas y cosas que sabe que me gustan.
Sales y bombas de baño de flor de cerezo.
Aunque no es la cereza de la fruta, la compró para mí. Porque es algo que
le dije de pasada cuando estábamos tomando uno de nuestros baños.
—Me pregunto si tienen como sales de baño de pastel de cereza o aceites
o algo así. ¿No sería genial?
En ese momento, estaba tumbado detrás de mí, con los ojos cerrados y la
cabeza apoyada en el borde de la bañera. Su única respuesta fue un gruñido sin
compromiso, así que no creí que hubiera prestado atención. Pero a la noche
siguiente, allí estaban, pequeñas botellas rosas de sales de baño, bombas y
aceites de flor de cerezo.
—Bueno, esto es lo más parecido que tenían a la tarta de cereza que
pediste —me dijo cuando le pregunté qué hacían allí.
Pero el caso es que nunca le pregunté.
Sólo expresé este loco deseo y él lo cumplió sólo porque salió de mi boca.
Y también los tiene aquí, aunque nunca nos hemos bañado en su habitación de
la mansión ni hemos hecho planes para hacerlo. 415
Pero conociéndolo, sé que se estaba preparando para cualquier
eventualidad.
Porque eso es lo que hace.
Me da lo que quiero. Me protege. Me mima, me consiente y me concede
todos mis deseos.
Y mientras estoy aquí, viendo cómo me prepara el baño que no hizo anoche
porque se fue y por el que volvió, decido que no quiero estar enfadada con él. No
quiero perder el tiempo enfadándome o peleando por cosas estúpidas.
Mientras veo cómo se deshace de sus pantalones, decido que quiero ser
su cariño.
Quiero que me dé lo que quiero.
Y lo que quiero es este único deseo que tengo.
Un pequeño deseo.
Cuando se acerca a mí y me quita las gafas, seguido de la camiseta antes
de bajarme las bragas, decido que quiero que se me entregue él mismo. Quiero
que me dé su amor. Y cuando me mete en la bañera húmeda con olor a flores de
cerezo y se coloca a mi espalda, decido que también quiero que me tome a mí.
Quiero que tome mi amor.
Porque le quiero.
Me encanta este hombre.
Y quiero amarlo, besarlo, tocarlo, mimarlo y cuidarlo por el resto de mi
vida.
¿Es mucho pedir, que me deje hacer todo eso?
Que se quede en mi futuro.
Y no decir adiós.
Porque eso es lo que es, ¿no? Esto es una despedida.
Este baño es nuestro último baño juntos.
¿Y por qué? ¿Porque su única reunión se estropeó ayer? Porque se
equivocó de sala una vez. Y envió el archivo equivocado porque estaba pensando
en mí y en su preciosa y jodida escuela que -para que conste, ni siquiera le gusta-
se puso en peligro como un puto día.
Eso es una mierda.
Eso es muy jodido.
Que se joda la escuela.
Que se jodan sus responsabilidades. A la mierda su legado familiar y su
estúpido y obstinado sentido de la responsabilidad.
A la mierda que no quiere hablar de ello ni escucharme a mí ni a nadie.
Él es mío y yo soy suya y se quedará aquí pase lo que pase. 416
Lo mantendré aquí.
Mi cuerpo, que se había entumecido, se despierta de golpe.
Mi corazón se acelera. Mi alma empieza a palpitar.
Y me doy la vuelta en el agua caliente y perfumada para mirarle. Para
mirar su rostro que no ha perdido ni una gota de su intensidad.
Sus rasgos son tan afilados y tan tensos como cuando abrió la puerta de
golpe. Si acaso, se han vuelto más agudas y tensas. Si acaso, su pecho ha
empezado a temblar y su boca se ha abierto ahora que se ha dado cuenta de que
ya no estoy adormecida ni soy sonámbula.
Y su tensión no hace más que aumentar cuando aprieto mis dedos en su
pecho y susurro:
—Alaric.
Como si se diera cuenta de lo que se avecina, de lo que voy a preguntarle,
sus brazos a mi alrededor se tensan. Se vuelven sólidos como una roca.
Sin embargo, no dejo que me disuada.
Quiero lo que quiero y lo que quiero es a él.
Así que sigo adelante.
—Alaric, no quiero decir...
Antes de que pueda decir adiós, su boca está en la mía. Su boca cubre la
mía. Su boca besa, toca, lame y muerde la mía.
Y lo sé.
Sé que me hace callar. Sé que no quiere que lo diga.
Porque si lo digo entonces tendrá que dármelo.
Si digo mi deseo, tendrá que concederlo.
Y esto puede ser la única cosa que no puede. Una cosa que no tiene en él
para dar, así que ni siquiera me deja desear este deseo. Ni siquiera me deja soñar
este sueño.
Así que me besa como si su vida dependiera de ello. Como si tuviera sed y
yo fuera la última gota de agua.
Y le devuelvo el beso porque yo también tengo sed y él, de hecho, es la
última gota de agua para mí, ¿no?
Es la última gota de felicidad, calor y seguridad.
La última gota.
Y por eso me doy la vuelta, o tal vez él me da la vuelta a mí, con el agua
salpicando por todas partes, para que mi pecho tembloroso pueda chocar contra
el suyo que se estremece. Entonces mis brazos se enrollan en su nuca y los suyos
en mi cintura.
417
Y entonces empiezo a moverme y a balancearme contra él, o de nuevo tal
vez lo hace él, tal vez me mueve contra su pelvis. Contra esos músculos duros y
estriados antes de deslizarme un poco hacia abajo.
Así que mi coño desnudo y suave se alinea con su polla desnuda y dura,
y entonces muevo y meneo mis caderas para frotar mi núcleo sobre su longitud.
Para machacar y moler y subir y bajar, para perseguir ese placer lujurioso que
él siempre me da.
Y ese placer es tan fácil de conseguir. Incluso ahora.
Incluso cuando mi corazón se rompe en mi pecho, mi coño se está llenando
de jugo para él.
Mi vientre es cada vez más pesado y mis pezones están hinchados y
sensibles.
Mis gemidos tampoco se quedan atrás.
Y tampoco lo son sus gruñidos.
Aunque estamos en el agua que se adhiere a cada parte de nuestros
cuerpos, todavía puedo notar cuando su polla pierde pre-semen y cuando ese
jugo espeso y almizclado se frota sobre el centro de mi coño. Incluso puedo olerlo
desde aquí. Su excitación y mi lujuria.
Puedo olernos por encima de los dulces cerezos en flor.
Y olemos bien.
Olemos tan bien y me restriega tan bien contra su polla que me corro. Me
reviento a su alrededor, sacudiéndome y retorciéndome en su regazo y gimiendo
en su boca.
La boca que aún no se ha separado de la mía.
Me besa durante todo mi orgasmo y no deja de besarme mientras yo me
pongo flácida y perezosa a su alrededor. Luego, en un alarde de seriedad y fuerza,
se pone de pie en el agua, con yo pegada a su pecho y a sus labios. Oigo que el
agua salpica y esparce todo el suelo cuando sale de la bañera y luego vuelve a
entrar en el dormitorio.
Me acuesta en su cama mientras él se acuesta simultáneamente sobre mí.
Y como he tenido mucha práctica en las últimas semanas, me abro para
él con facilidad. Mis muslos mojados y chorreantes se abren y mis caderas
redondeadas se arquean para que él pueda deslizarse dentro de mí sin pensarlo
ni dudarlo ni retrasarlo.
Sin romper este beso interminable.
En el fondo de mi mente pienso -de forma loca e irracional- que si sigo
besándole y besándole, puede que nunca se vaya. Y podríamos vivir así para
siempre, dentro de este beso, dentro de la boca del otro. 418
Pero claro, él no es tan romántico como yo.
No está tan loco como yo.
Porque sí rompe el beso.
Sale a tomar aire y me molesta.
Quiero volver a asfixiarnos con nuestros besos de flor de cerezo.
Parpadeo ante él, ante el magnífico esplendor que supone cuando se
arrodilla entre mis piernas abiertas, con sus músculos chorreando agua y su
polla sobresaliendo. Veo que se retuerce y busca su mesita de noche, pero antes
de que pueda abrir el cajón, le digo:
—No.
Se vuelve hacia mí, con los ojos intensos, y continúo:
—Sin condón. —Su mandíbula se aprieta ante mi protesta, pero antes de
que pueda decir nada, le hago callar como en la bañera—. Quiero sentirte. Cada
parte de ti al menos una vez antes de despedirnos. —Y ese es mi último deseo.
Me observa todo quieto y congelado durante unos segundos, su
resbaladizo cabello oscuro chorreando agua, sus ojos intensos.
Y le devuelvo la mirada con todo mi desafío.
Toda la imprudencia y el mal juicio.
Soy su diva en este momento. Su niña mimada que no piensa en las
consecuencias de sus actos.
Y en el fondo de mi mente, donde soy más madura y tengo más sentido
común, sé que esto está mal. Sé que esto es arriesgado. Pero no me importa. Si
esta es la última vez que estamos juntos de esta manera -porque él es un culo
obstinado- entonces él tiene que darme esto.
Si no me da lo que realmente quiero, entonces tiene que darme esta última
rebelión.
Y un momento después, se decide a hacerlo.
En lugar de castigarme por esta rebelión, mi tutor decide complacerme por
última vez.
Su frente ya no tiene el ceño fruncido y su mandíbula está relajada, y se
acerca a mí como una oscura pero acogedora nube de lluvia. Mis muslos vuelven
a envolverlo, mis pies resbalan y salpican el agua en la parte baja de su espalda.
Con sus ojos fijos en los míos, ajusta su polla en mi entrada.
Siento la cabeza justo ahí, justo en el borde.
Apoyado en sus codos, sube sus manos para juntarlas con las mías a
ambos lados de mi cabeza.
Siento que nuestros dedos se entrelazan, se aferran el uno al otro. 419
Y entonces, con un único y suave empujón de sus caderas, está dentro.
Está dentro de mí y entonces sólo siento.
Todo.
Cada cresta de su polla desnuda. Esa vena que tanto me gusta, toda
hinchada y palpitante. Esa piel suave y aterciopelada deslizándose en mi canal.
Y es tan increíble, se siente tan bien que mis ojos se cierran.
Mi espalda se arquea.
Y gimo, mis dedos se estrechan contra los suyos.
Esto es el cielo, su polla desnuda dentro de mí. Tiene que serlo.
Esta es la muerte, tan pacífica y descansada. Esto es el amor, tan caliente
y ardiente.
Y no exagero.
No estoy exagerando.
De hecho, puede que esté subestimando lo glorioso que es, la pura
maravilla de su gruesa polla bombeando dentro de mí de forma cruda y sin
protección, porque sus gemidos son mucho más fuertes, mucho más dolorosos
y eróticos. Sus empujones son mucho más potentes y espasmódicos. Tanto que
siento que todo mi cuerpo se estremece. Siento que mis tetas se agitan y mi
vientre tiembla con sus bombeos.
Siento que todo mi mundo se estremece mientras él golpea mi coño.
Como él manda.
—Ojos.
En ese momento, se abren de golpe.
Y luego estoy mirando sus ojos de chocolate. Los miro fijamente mientras
me folla por última vez.
Mientras se mueve y se desliza sobre mí, nuestros miembros resbalan y
sudan y se empañan.
Mientras me mata.
Supongo que es cierto lo que dicen, que tu vida pasa delante de tus ojos
cuando mueres. Está pasando delante de mis ojos. Desde el momento en que
escuché su nombre en mi estudio, Alaric Rule Marshall, hasta el momento en
que hablé con él por primera vez, en el tejado de esta misma mansión. El
momento en que se convirtió en mi guardián diabólico porque decidí que lo
odiaba.
Que tres años después se convirtió en mi tirano director y mi odio hacia él
aumentó.
Entonces veo el momento en que todo eso cambió y simplemente se
convirtió en mi guardián. 420
Simplemente se convirtió en el hombre que me protege, me cuida y me
mima.
Que ahora es el hombre que amo.
Y mientras veo todas esas cosas, esos momentos cruciales en el tiempo,
rasco las uñas en sus dedos como la gata salvaje alborotadora que me llama.
Aprieto mis caderas contra las suyas como su pequeña puta y gimo y gimo como
una diva, instándole a ir más rápido. Le insto a que me lleve hasta el final.
Y como yo soy todas esas cosas para él, lo hace.
Vuelve a rechinar, acelerando sus empujones, el agua de sus densos
músculos se evapora y se convierte en sudor. Los trozos de chocolate de sus ojos
se derriten y arden.
Entonces sucede algo.
Algo se desplaza dentro de mí y no sólo me hace correrme, apretando y
sacudiendo su polla, sino que también me vuelve temporalmente loca. Me vuelve
temporalmente irreflexiva y tan fantásticamente temeraria que sé que voy a
recordar este momento el resto de mi vida.
El momento en que morí.
De amor. De desamor. De miseria.
El momento en que crucé mis tobillos en la parte baja de su espalda y
levanté mis caderas, aferrándome a él. En el momento en que decidí apretar,
apretar, apretar mi agarre a su magnífico cuerpo mientras él golpeaba, golpeaba,
golpeaba mi coño.
El momento en el que se pasó por el borde y lo encerré para que no pudiera
salir.
Y él lo sabía.
Dios, lo sabía.
Y está ocurriendo ahora mismo.
Mi cuerpo lo envuelve con fuerza, atrapándolo contra mí, atrapando su
polla dentro de mí, y sus ojos se encienden por un segundo al entender mi
significado. Cuando entiende que quiero que se corra dentro de mí.
Quiero que se venga dentro de mi coño cuando estoy desprotegida.
Cuando mi coño está desprotegido y desnudo y crudo y fértil.
Cuando sé que esto puede llevar a consecuencias peligrosas.
Consecuencias que cambian la vida y rompen el futuro.
Y eso es exactamente lo que quiero.
Por eso quiero que me dé su semen, su semilla, para que mi vida cambie.
Para que mi futuro se rompa y moldee y cambie para acomodarlo en él.
Así puedo mantenerlo en él. 421
Así se queda y nunca se despide.
Quiero decir, él me atrapó dos veces, ¿no? ¿No puedo atraparlo yo
también?
¿No puedo robar su semilla y esperar y rezar para que se adhiera a mi
vientre y así poder tomar lo que quiero de él?
Además, él entiende lo que estoy haciendo. Conoce mis intenciones. Puedo
verlo en su cara.
Lo veo en sus ojos peligrosos y en su mandíbula apretada. Lo veo en sus
rasgos afilados.
Rasgos de un depredador.
De un animal.
De un hombre desesperado, siendo tentado y manipulado al borde de la
locura. Y yo también lo habría hecho. Lo habría empujado si no fuera por esa
desesperación en sus ojos. Si no fuera por la desesperación en mi corazón
también.
Si no fuera por este pesado pesar que amenaza con superar nuestro último
polvo.
Esta es nuestra despedida. No puedo mancharla. No puedo arruinarlo.
Así que en el último segundo, aflojo mi agarre alrededor de él y se retira.
Consigue derramar su semen sobre mi vientre.
Y con cada latigazo, las lágrimas gotean de mis ojos.

422
uiero que te vayas.

—Q
Esas son las primeras palabras que he pronunciado
desde que terminamos de despedirnos.
Desde que intenté atraparlo dentro de mi cuerpo y
dentro de mi vida.
Antes de decidir dejarlo ir.
Desde entonces, he conseguido volver a ponerme la camiseta desechada.
Él ha conseguido ponerse también su camisa desechada. Aunque no se la ha
abotonado, ni tampoco los pantalones que también se ha puesto.
Desde entonces, he ocupado mi lugar en la cama, he subido las rodillas y
las he rodeado con los brazos. Mientras él se pasea por toda la habitación,
pasándose los dedos por el cabello, con las facciones enfadadas y angustiadas.
423
Pero al oír mis palabras, se detiene y se vuelve para mirarme fijamente.
Sus ojos se estrechan.
—¿Qué?
Me subo las gafas y me acomodo el cabello mojado detrás de las orejas.
—Quiero que te vayas.
Me mira fijamente durante unos segundos antes de acercarse a los pies de
la cama.
—¿Estás loca? ¿Estás jodidamente loca, Poe?
Sé que es una pregunta retórica. Una pregunta enojada. Pero aun así
respondo:
—No.
Se burla con rabia. Con dureza.
—¿Te das cuenta de lo que acaba de pasar? Que...
Me clavo las uñas en los brazos.
—No ha pasado nada.
—¿Si? —dice con tono mordaz—. ¿Es eso lo que piensas?
—No te has corrido dentro de mí.
Me mira con tanta rabia que tengo que obligarme a no temblar bajo su ira.
—No, no lo hice.
Tengo que obligarme a mantener un tono uniforme y tranquilo.
—Entonces, como dije...
—Pero podría haberlo hecho —me dice, cortándome—. Podría haberlo
hecho, Poe.
—Estoy...
—Podría haberme corrido dentro de ti y dejarte jodidamente embarazada
—dice con los dientes apretados, una vena latiendo en su sien—. Podría haber
destrozado tu futuro. Podría haber arruinado todo lo que estoy tratando de darte.
Todo lo que necesitas para construir una vida segura.
—Pero fui yo. Fui yo quien...
—Sí, y ese es el problema, ¿no? Que estoy tan cegado por ti, que no puedo
ver bien. Que estoy tan envuelto en tu dedo, que no sé lo que está arriba y lo que
está abajo. Y odio eso. —Vuelve a pasar los dedos por su cabello, tirando de ellos,
tirando de ellos—. Odio eso, Poe. Odio que puedas jugar con mi control de esta
manera. Cómo puedes jugar con mi vida, con mis responsabilidades, con lo que
creo que está bien y mal. Odio eso, joder.
Te odio, joder.
También podría haber dicho eso. 424
Y me dan ganas de desmoronarme. Me hace querer acurrucarme en una
bola.
Pero no puedo culparlo.
Porque yo también me odio. Por lo que casi hice.
Por lo desesperada que llegué a estar.
Así que sí.
Es hora de que se vaya y de que yo lo deje.
—Por eso quiero que te vayas —le digo—. Deberías volver a California.
Su pecho se mueve bruscamente bajo la camisa desabrochada, sus
músculos se flexionan y se amontonan con la acción.
—A la mierda con California. Tenemos que hablar de esto. Necesitamos
unos malditos límites. Esto no puede pasar, Poe. Nunca. —Se pasa los dedos por
el cabello otra vez—. Se suponía que esto iba a ser jodidamente...
—Adiós, lo sé —le corté, terminando la frase por él.
Hizo un gesto de asombro al ver que había acertado. Como si pensara que
no lo sé aunque lo haya dejado bien claro.
Va a decir algo pero no le doy la oportunidad.
—¿Sabes lo que es no ser amado?
Le sorprende mi interrupción y se le frunce el ceño.
—¿Qué?
—Es, eh, alguien que no es amado. Quiero decir, se explica por sí mismo,
pero aun así.
—Poe, qué...
—Lo he buscado todavía. Ya que me equivoqué en lo otro, hombre del
Renacimiento —le digo, con los ojos puestos en su rostro irritado y confuso—.
También lo busqué. Es un hombre con muchas habilidades y talentos. Eso es lo
que significa hombre del Renacimiento. Y resulta que sigue encajando contigo.
Eres un hombre con muchas habilidades y talentos, así que. En fin. —Sacudo
la cabeza—. Estoy divagando pero —lo miro a los ojos—, soy eso. No soy amada.
Se congela.
La irritación y la impaciencia se desprenden de sus rasgos.
Tal vez al final me di cuenta de que no estoy divagando sin razón. Hay una
razón para mis divagaciones, y tiene razón.
Lo hay.
Quiero decirle esto antes de que se vaya a California esta noche. Quiero
que lleve esto consigo en el avión, y luego en las reuniones o lo que le quede por
hacer. 425
Y espero que también lleve las cosas que le voy a decir para el resto de su
vida.
—Quiero decir, no es tan difícil de creer por qué —continúo—. Por qué
pensaría eso. Tú sabes todo sobre mi madre y cómo crecí. Sabes que nunca
estuvo muy presente o fue cariñosa o amable o cualquiera de las cosas que una
madre debería ser, supongo. De hecho, me odiaba. Ya sabes, porque se quedó
embarazada de mí tan joven y cómo cargó con un niño cuando ella misma era
una niña. Arruinó su relación con sus padres. Inicialmente arruinó sus sueños
de ser una gran superestrella. Quería ser una estrella de cine, ¿te lo he dicho?
Pero ser una madre soltera y una actriz luchadora es difícil. Así que cuando
consiguió un papel en la televisión, lo aceptó. Al principio estaba muy
descontenta porque no era la gran pantalla, pero sí. Así que ya sabes todo eso.
Ya sabes todo lo de que no me quieren. Así que ese no es el punto.
Me detengo aquí y respiro profundamente.
Estudio sus rasgos inexpresivos pero apretados, sus ojos inescrutables
pero bonitos mientras me observa. Mientras está ahí, tan guapo y tan fuerte, con
su camisa oscura desabrochada y sus pantalones oscuros.
—La cuestión, Alaric —le digo al hombre que amo—, es que tú también lo
eres.
Sus músculos se flexionan.
Como si le hubiera dado un golpe.
Y tal vez lo haya hecho.
Lo siento; le prometo en silencio que lo voy a mejorar. Voy a calmar la
herida que estoy causando en este momento.
—Nunca hablas de tu infancia. Nunca hablas de cómo fue para ti crecer
en esta mansión. Estoy segura de que este lugar está lleno de recuerdos para ti.
Todo tipo de recuerdos. Buenos y malos, tristes y alegres, ¿verdad?. —Trago
saliva, abrazando mis rodillas con fuerza—. Aunque sospecho, por lo que me ha
contado Mo, que los malos superan a los buenos, y los tristes a los alegres. No
tuviste una buena vida aquí, Alaric. No tuviste una infancia feliz. No tuviste
buenos padres, un buen padre. No tuviste a nadie que te amara. En cambio, lo
que tuviste fue odio y soledad y oscuridad y desesperación. Y lo entiendo, creo.
»No completamente, ya ves. Nunca podré entenderlo del todo. Nadie puede.
Eso es lo que pasa con los traumas. Nadie entiende realmente por lo que has
pasado, lo que has sentido en ese momento. Pueden relacionarlo, claro, y sacar
sus propias conclusiones al respecto, pero nadie sabe realmente lo que
experimentaste en ese momento concreto. Así que quiero que sepas que no estoy
intentando restarle importancia ni decir que, oh sí, sé cómo te sientes. Ese no es
mi objetivo. Mi objetivo aquí es decirte que no eres amado y que yo sé algo sobre
no ser amada.
Me relamo los labios y vuelvo a respirar profundamente.
426
Sólo porque creo que no está respirando. No he visto su pecho moverse en
los últimos minutos desde que empecé.
Así que también respiro por él.
—Sé que te hace hacer cosas. Te hace desear cosas. Me hizo desear el
amor. Me hizo desear la atención. Me hizo estar tan desesperada, Alaric, que
perseguí el amor con un enfoque único. Perseguí el amor como si mi vida
dependiera de ello. Como si, si no lo tuviera, moriría. Por eso me escondí, mi
talento, mi pasión de mi madre. Por eso hice todas esas cosas estúpidas para
llamar su atención que sólo consiguieron alejarla más. Por eso corrí tras Jimmy,
e ignoré todas las banderas rojas. Ignoré el hecho de que ni siquiera lo amaba.
Detecto un movimiento entonces.
Una ligera elevación de su pecho, y algo se afloja dentro de mí.
Ver que está aquí, que respira, que escucha.
—Sí, lo sé, ¿verdad? Es una sorpresa. —Suelto una risita burlona—.
Perseguí a ese tipo durante tres años. Mentí por él. Escondí cosas por él. Rompí
todas las reglas por él e iba a hacer cosas realmente horribles por él. Y resulta
que nunca lo amé. Supongo que estaba tan obsesionada con la idea de ser amada
que no me importaba nada más. No me importaba si lo amaba o no, o si era el
tipo para mí o no, sólo quería perseguirlo y ser amada. Pero, de nuevo, esa no es
la cuestión. Lo que hice y cómo me afectó. El punto es, Alaric, que no ser amado
te cambió a ti también.
»También te hizo hacer cosas. Te hizo enfadar. Te hizo amargado. Te dio
este sentido extremo de la responsabilidad, esta obsesión extrema con tu deber,
con el legado familiar. Esta necesidad de estar siempre trabajando y trabajando
sin parar. Ni siquiera un solo segundo, ni siquiera para respirar o para pensar
si esto es realmente lo que quieres, si esto es realmente lo que debes hacer. Si
esto es algo que te hace feliz. Has vuelto a la ciudad que casi te mata. Haces las
cosas que no te gustan. Es como si te estuvieras castigando por algo, sabes. Te
estás torturando por algo. Y desearía, realmente desearía, que me lo dijeras. Que
me dijeras por qué te estás castigando, Alaric, para poder decirte que no tienes
que hacerlo. No tienes que castigarte más. No tienes que torturarte. Sea lo que
sea, déjalo ir. Sólo déjalo... libre. Pero no me lo vas a contar y no te voy a obligar
a revelar tus secretos. Sin embargo, revelaré uno de los míos.
Es entonces cuando me desprendo de mis brazos y me pongo de rodillas.
Es entonces cuando me bajo de la cama y me acerco a él. Me pongo delante de
él, con los dedos de los pies casi tocando los suyos, mirándole con todo el amor
de mis ojos.
Y creo que lo consigue.
Lo consigue sin que yo tenga que decir que le quiero.
Y palidece.
Palidece. 427
Sus músculos se flexionan y se desplazan antes de volverse sólidos.
Pero en lugar de retroceder, reduzco la distancia hasta el punto en que los
dedos de nuestros pies pasan de casi tocarse a tocarse definitivamente. Donde
levanto el cuello y acuno su mandíbula mientras susurro:
—Quiero que sepas que no te falta amor, Alaric. En primer lugar, Mo te
quiere. Mo siempre te ha querido, aunque tú no quieras verlo. Pero más que eso,
hay alguien más que te ama también. Y ese soy yo. Yo te quiero.
No creía que fuera posible, pero palidece un poco más.
Incluso se pone azul. Como si toda la sangre y todo el aire salieran de su
cuerpo.
Como si lo estuviera matando.
Dios, espero que no.
Espero que con esto pueda encontrar algo de paz.
Puede ver un día que no tiene que vivir así. No tiene que vivir en el pasado.
Aprieto mis dedos en su mandíbula erizada y susurro:
—Estoy enamorada de ti y entiendo que no me creas. Porque durante todo
el tiempo que me has conocido, la mayor parte de nuestra relación, he estado
corriendo detrás de ese perdedor que tú ya sabías que era un perdedor pero me
negaba a verlo. Y odio eso. Odio haber perdido tanto tiempo por alguien que ni
siquiera importaba. Odio haberme dado cuenta demasiado tarde de que lo único
que me ha importado en los últimos cuatro años eres tú. Ya sea en el odio o en
el amor, eres la única cosa, el único hombre, en el que he pensado. Me haces
algo. Aquí. —Puse mi otra mano en el lado izquierdo de mi pecho—. Afectas a mi
corazón. Te metes con mis latidos. Haces que se acelere. Incluso cuando te
odiaba, o pensaba que te odiaba, lo hacías volar, y ahora que me haces sentir
bien, mi corazón no ha bajado al suelo. Está colgando del techo. Está colgando
del cielo. Está ahí arriba, en el techo donde hablamos por primera vez. Ahora
vive allí. Porque me haces sentir segura, querida y protegida, Alaric. Me haces
sentir vista y digna. Me haces creer que puedo hacer cosas. Que puedo terminar
la escuela de verano, ir a una escuela de moda, vestir a la gente para vivir. Me
haces sentir que puedo ser lo que quiera, que puedo hacer lo que quiera.
»Y fuiste tú quien me enseñó a no correr detrás de las cosas, a no estar
tan desesperada como para perseguir cosas y personas. Así que lo que he hecho
hoy, lo siento. Te defraudé. Me defraudé a mí misma. Lo que hice allí estuvo mal.
Casi convertí algo puro, algo tan frágil y suave y dulce como mi amor por ti, en
algo sucio. Y no soy un experta en amor, Dios, no lo soy, pero creo que el amor
no debería ser egoísta. Creo que el amor no debería ser la destrucción sino la
construcción de cosas. El amor no debería ser tóxico, sino que debería dar vida.
Y el amor definitivamente no es lo que casi hice por Jimmy con todo el asunto
de la cámara, es lo que quiero hacer por ti. Y lo que quiero hacer es darte este
secreto, ¿de acuerdo? Quiero que lo pongas en tu bolsillo y lo metas en tu
corazón. Este secreto de que hay alguien ahí fuera que te quiere.
428
»Que hay una chica ahí fuera, en este mundo, que está enamorada de ti,
Alaric. Y ella suspira por ti y te anhela y sueña contigo. Ella piensa que eres el
hombre más hermoso que ha visto. El hombre más inteligente y complejo y
exasperante y entrañable. Le encantan tus libros encuadernados en cuero y tus
chaquetas de tweed y tu anillo de plata. Le encanta que seas un sabelotodo de
la historia y que básicamente sepas todo lo que hay que saber en este mundo.
Le encanta que prepares el mejor té de manzanilla y que prepares los mejores
baños. Le encanta que la mimes y la consientas y la trates como a tu cariño.
Como tu reina. Y desea poder hacer lo mismo contigo y tratarte como el hombre
precioso que eres. Como su rey. Así que quiero que pares, ¿de acuerdo? Lo que
sea que estés persiguiendo. Quiero que tomes un respiro y te veas a ti mismo.
Porque eres amado. Eres muy amado, Alaric. Por esa chica.
Con eso, me pongo de puntillas y aprieto un suave beso en sus labios
atónitos y separados.
El último.
Es una tragedia, una catástrofe, una puta blasfemia de proporciones
apocalípticas que nuestro último beso sea tan corto, cuando esperé nuestro
primer beso durante años.
Y cuando nuestra primera duró tres semanas.
Mientras dure esta relación febril.
Es una tragedia que haya sido tan estúpida durante tanto tiempo que no
me haya dado cuenta.
No me di cuenta de que el hombre que está frente a mí quieto como una
estatua, como una roca, tan hermoso y fuerte y a la vez tan frágil en muchos
sentidos, observándome como si hubiera destruido su mundo, es el hombre que
amo.
Pero sobre todo, no me di cuenta de que el día en que finalmente lo
entienda, será también el último.

429
El hombre del Renacimiento
e vas otra vez?

—¿T
Al oír la voz de Mo, levanto la vista de mi escritorio,
donde estoy recogiendo todos los documentos y archivos
que voy a necesitar para las próximas reuniones en
California.
—Sí, mi vuelo no es hasta más tarde en el día, pero espero tomar algo en
espera —digo distraído, no dispuesto a perder la concentración y estropear los
archivos de nuevo.
Una vez fue suficiente.
Una vez fue todo lo que pude soportar. 430
No puedo permitirme cometer ningún error. No en este proyecto. Algo tan
cercano e importante para mi familia.
Por eso he decidido quedarme en California unos días más para dejarlo
todo bien arreglado.
—Pero acabas de volver. Pensé que...
Le lanzo una mirada aguda, todavía ocupada en recoger todos los papeles.
—Sí. Pero ahora voy a volver.
Mo me mira fijamente.
—¿Y por qué has vuelto?
Mi cuerpo se pone en alerta y miro el archivo que he estado hojeando.
—Porque necesitaba hacer algo aquí. Ahora bien, si tú...
—¿Qué necesitabas hacer?
—No es asunto tuyo.
—Debe ser muy importante si has volado todo el camino de vuelta para
ello. Quiero decir, es un vuelo de seis horas y...
Cierro la carpeta y vuelvo a levantar la vista.
—¿Qué coño quieres?
No se inmuta ante mi tono cuando dice:
—Quiero que me digas por qué has vuelto.
Inclinándome, pongo las dos palmas de las manos sobre el escritorio, con
los dedos abiertos, mientras respondo lentamente:
—No. Es. Nada. De. Tu. Maldito. Asunto.
—Para ella. —Asiente, de nuevo sin inmutarse ni dudar—. Volviste por
ella.
Me paralizo ante sus palabras.
No, eso no es cierto.
No me congelo. Me quemo.
Estallo en llamas.
El fuego lame mi piel y corre por mis venas.
Te quiero...
Maldita sea.
Joder. Maldita sea.
Acababa de apartar su voz de mi cabeza. Acababa de conseguir el control
suficiente para volver a mi trabajo.
Y me llevó dos putas horas. Me tomó más de dos horas. 431
Para tener mi cabeza, mi cuerpo que no paraba de temblar, bajo control.
Para controlar mis pensamientos. Para conseguir este impulso de volver a subir
a su habitación -a la que fue después de soltarme la bomba de amor- y exigirle
que se retractara.
Exigirle que se explique.
¿En qué mierda -en qué mierda- estaba pensando?
Primero, es demasiado joven para saber lo que es el amor. Segundo, ella
me ama.
¿Yo?
Y sí, volví por ella, ¿de acuerdo?
Lo hice.
Volví para poder despedirme.
Así podría acabar con esto, sea lo que sea lo que tenemos en marcha. Sea
lo que sea lo que me está haciendo perder la cabeza.
Es un momento demasiado agitado de mi vida para permitirme algo así.
Esto es exactamente lo que todos han estado esperando, ¿no?, desde que
regresé y tomé este trabajo. Los miembros de la junta.
Esto es exactamente lo que querían, que la cagara. Que cometiera un
error, por pequeño que fuera, para que todos tuvieran razón.
Y además de todo eso, es sencillamente incorrecto.
Esta cosa entre nosotros.
Ella es mi pupila, mi estudiante. Y está jodidamente mal que la haga salir
a escondidas de su dormitorio cada noche. Especialmente después de esa
maldita regla de revisión de cama que ni siquiera quería implementar pero lo
hice porque sentí que necesitaba aferrarme al control. Necesitaba aferrarme a
mis responsabilidades. Así que dejé que se arriesgara por mí, que rompiera las
reglas por mí, cuando la he castigado por hacer lo mismo por ese jodido que ni
siquiera ama. Esa es la única buena noticia en este desastre de situación.
Y luego está la forma en que me abalanzo sobre ella. Cómo la devoro, la
devoro sin parar. Sin quedar nunca satisfecho.
Sabía que esto era una mala idea desde el principio.
Pero me volví demasiado débil, algo que me prometí que nunca sería. Y
luego me descontrolé tanto -otra cosa que me prometí que nunca sería- que eché
a perder algo tan importante.
Así que sí, he vuelto para despertarnos de este sueño loco y despedirnos.
—Si lo sabes —logro decir después de unos cuantos latidos—, ¿entonces
por qué lo preguntas?
Suspira, sin dejar de mirarme. 432
—Supongo que es culpa mía. Probablemente debería haber empezado
diciendo que lo sé.
—¿Sabes qué?
—Sobre ustedes dos.
Mis dedos se flexionan sobre el escritorio. Se sacuden.
Aunque no hay ninguna acusación en su tono, lo que me sorprende. Es
muy práctico.
—Es evidente —continúa.
Bueno, eso es jodidamente genial, ¿no?
Ella lo sabe.
Sabe por qué he venido aquí y lo que le he estado haciendo todo este
tiempo.
Para que conste quiero decir que esta noche, se suponía que iba a ser sólo
una despedida.
Nada de baños, nada de besos, definitivamente nada de polvos arriesgados
y sin protección.
Mi cerebro se apaga al pensarlo. Mi cerebro no puede ni siquiera
comprender el nivel de jodido que era.
Sabía lo que estaba haciendo. Lo sabía.
Y todavía por un segundo, por un microsegundo, quise correrme dentro
de ella. Quería darle mi semilla, preñarla, atraparla aquí. Conmigo, debajo de
mí. Para que nunca se vaya.
Jesucristo.
No puedo ni pensar en ello ahora mismo.
No cuando tengo tanto trabajo que hacer.
No cuando Mo sigue aquí de pie, mirándome como si quisiera que dijera
algo. Como si quisiera que confesara todos mis crímenes.
—Quiero que sepas que he luchado con esto —dice Mo cuando mantengo
mi silencio—. Con las cosas entre ustedes dos. No sólo por la relación entre
ustedes y la diferencia de edad, sino también por cómo eras con ella. Al principio.
Pero luego te vi. Vi que habías cambiado estas últimas semanas. Cada vez que
llamabas, tu voz era tan... diferente. Tan ligera. Te reías más. Te reías y eras más
juguetón. Y es algo que siempre he querido para ti. Ser feliz.
En esto, escucho su voz.
Mo te quiere...
No es algo que haya pensado nunca. O mejor dicho, no es algo que me
haya atrevido a pensar, pero tal vez...
—Y luego cada vez que Poe llamaba —continúa, rompiendo mis 433
pensamientos afortunadamente; no tengo tiempo para pensar en el amor ahora
mismo—. Desde su escuela. Sonaba tan despreocupada y tan feliz, ¿sabes? Es
algo que siempre he querido para ella también. Y no dejaría de hablar de ti. De
lo bueno que eres. Cómo la haces sentir. Cómo está siempre dibujando estos
días, haciendo vestidos, organizando su fiesta en la escuela. Sí, es evidente. Que
te quiere.
Ante esto, mis dedos se aprietan y arrugan los papeles que estaba leyendo.
—Ella no sabe lo que es el amor.
Un destello de satisfacción brilla en sus ojos.
—Así que te lo ha dicho.
Me niego a dignificar eso con una respuesta.
Pero ella no se desanima, por supuesto.
—Me alegro por ella. Estoy orgullosa de ella.
—¿Te has vuelto loca? —digo bruscamente—. Ella es mi protegida.
—Lo sé. Te dije que luché con esto. Pero ahora tiene dieciocho años. —Se
encoge de hombros—. Lo suficientemente mayor para tomar sus propias
decisiones.
—No importa, carajo. Sigue siendo mi pupila y sigo siendo responsable de
ella.
—Sé que la gente lo ve así. No es una situación ideal.
—No, no lo es. —Arrugo aún más el papel—. Y yo soy su maldito director.
—Pero eso es sólo por una semana más. Además, este era un trabajo
temporal.
—No importa. Sigue siendo mi trabajo.
—Ni siquiera te gusta.
Me enderezo entonces, con las manos puestas a los lados.
—¿Has terminado?
—No. —Sacude la cabeza—. Porque me gustaría saber si tú también la
quieres. ¿La quieres?
Aprieto las manos con tanta fuerza que mis nudillos se agrietan, palpitan.
—Fuera.
—¿Lo haces?
—Vete a la mierda, Mo.
Me estudia durante unos instantes, con ojos escrutadores y claros. Me
hace sentir incómodo. Como si me estuviera analizando. Y estoy a punto de
volver a gritar cuando habla.
—Porque él lo hace.
434
¿Qué carajo?
¿Quién?
—Si estás hablando de Jimmy, te juro por Dios, Mo, que este será su
último día en la Tierra.
Una pequeña sonrisa parpadea en sus labios antes de desaparecer y
sacudir la cabeza.
—Él no, no. El viejo Alaric.
—¿Qué?
—Puede que pierda mi trabajo por esto —dice, completamente
despreocupada—. Pero he decidido que vale la pena. Además, estoy preparada
para jubilarme. Mis rodillas ya no son lo que eran. Así que voy a decir esto.
—¿Decir qué?
—Sé que no te gusta hablar de él, del viejo Alaric —dice—. Probablemente
tampoco te gusta pensar en él. Quiero decir, mírate ahora. Ni siquiera te pareces
a él. Y sé que piensas que era débil y cobarde y...
—Era débil y cobarde —le espeté.
No puedo creer que estemos hablando de esto.
No me puedo creer que encima de todo, ahora tengamos que hablar del
puto viejo Alaric.
¿Cómo hemos llegado a esto?
—Era un niño —dice.
—Sí, a quien otros niños molestaban. Con quien su propio padre se metía.
Más que meterse.
No recuerdo la primera vez que mi padre me pegó, pero no recuerdo
ninguna vez que no lo haya hecho.
Cuando no, me miraba con asco. Ira. Odio.
Recuerdo cómo me escondía debajo de la cama cuando sabía que estaba
en casa. Cómo me escapaba de casa y dormía en el bosque cuando sabía que
estaba en uno de sus estados de ánimo. Lo que significaba que encontraría
cualquier excusa para pegarme.
No es que lo necesitara.
El simple hecho de verme le haría estallar.
El asesino de su esposa.
Y no ayudó que fuera tan pequeño, tan enfermizo.
Si fuera más fuerte, más grande, más sano, mi padre probablemente
habría podido soportar mi presencia. Pero no sólo maté a mi madre, sino que fui
una anomalía en la familia Marshall. 435
Así que sí, ese chico era débil.
Ese chico era un objetivo que luego tuvo exactamente lo que se merecía.
Una paliza a un palmo de su vida por ser tan jodidamente estúpido.
—Y eso es culpa de ellos. No tuya —dice Mo, irrumpiendo en mis
pensamientos—. Por meterse contigo.
—Si no fuera tan pequeño y débil para empezar, no lo habrían hecho.
Y ella me ama. A mí.
Qué puta broma.
La noche en que se peleó conmigo en el tejado, tenía catorce años. Estaba
allí, enfrentándose a la ira del cielo y al hombre que creía que era el diablo.
¿Y qué hacía yo a los catorce años?
Seguía agachando la cabeza mientras caminaba por los pasillos del
colegio. Seguía escondiéndome en la biblioteca hasta la hora de la cena, cuando
sabía que mi padre estaría en casa. Los niños me empujaban hacia las taquillas
y yo no hacía ni pío porque sabía que darles una reacción sólo empeoraría las
cosas.
No hay manera de que ella pueda amar a alguien como yo.
Alguien tan opuesto a ella como sea posible.
Alguien tan indigno de ella.
—Me gustaría que lo vieras de otra manera —susurra Mo, como si los
leyera, mis pensamientos.
Y aunque sé que no lo hizo, mi respuesta sigue perteneciendo a ella.
Todavía pertenece a ser indigno de ella.
—Bueno, yo no.
—Me gustaría que tú tampoco lo odiaras.
—Mo —advierto.
—O castigarlo por cosas que no fueron su culpa y...
—Dios mío —suelto, mis dedos rastrillando mi cabello, tirando de él en
mechones—. Yo no... —Suspiro bruscamente—. ¿Y qué pasa si lo hago? ¿Y si lo
estoy castigando, a ese chico? No sería menos de lo que se merece. Ha matado a
su madre. ¿Entiendes lo que eso significa? —Me golpeo el pecho con un puño—
. Maté a mi madre. Y luego tuve la audacia de nacer medio muerto. Tuve la
audacia de nacer como una anomalía. ¿Entiendes lo impotente que te sientes
cuando tu propio cuerpo te traiciona? ¿Cuando tu cuerpo es tan débil que pasas
la mayor parte de tu infancia pegado a una cama de hospital? Cuando tu propio
padre no te visita. Así que sí, tal vez lo estoy castigando, al maldito Alaric. Tal
vez estoy torturando a ese puto niño por haber nacido como lo hice. Pero, ¿y
qué? ¿Y qué coño? ¿Y podemos dejar de hablar de mí en tercera persona?
Ahora tiene lágrimas en los ojos, pero su voz es tan tranquila como
436
siempre.
—Sí, tienes razón. No deberíamos hablar del viejo Alaric como si fuera una
persona diferente. Él es tú. Está dentro de ti. Aunque lo hayas enterrado bajo
capas y capas de resentimiento. Pero por mucho que lo odies, por mucho que tu
padre o este pueblo se metan con él o lo odien, hay una persona que lo ama. Una
persona lo suficientemente fuerte y valiente como para amar a ese dulce e
inocente niño, y esa es mi Poe. Esa es mi valiente y corajuda Poe que está ahí
arriba ahora mismo, encerrada en su habitación, probablemente llorando por ti.
Y me gustaría que pudieras ver lo que ella ve.
Con eso, se va.
Finalmente.
Pero todo el control o la concentración que había reunido en las últimas
dos horas ha desaparecido. Y mi cabeza está llena de su voz.
Su cara. Sus sonrisas y sus risas.
Mi cabeza está llena de sus te quiero.
Y me pregunto con qué facilidad ese amor podría convertirse en asco si
alguna vez supiera a quién ama.
Si alguna vez supiera que ama a un hombre como yo.
ienes que hacerlo.

—T
Es Wyn.
Lleva un vestido rosa sin tirantes con un corsé de
encaje que acentúa sus grandes pechos y su pequeña
cintura. También le hice unos guantes de raso y le dejé el cabello suelto y rizado,
y combiné su vestido con unas sandalias de Gucci.
Mi niña se parece a una Cenicienta y por eso llamé a su vestido The
Dreamy Cinderella porque Wyn es súper artística y soñadora.
Ah, y está vestida de gala porque hoy es la fiesta.
La primera fiesta de graduación de St. Mary, para la que todas hemos
estado trabajando durante las últimas semanas.
Lo que también significa que me he graduado. 437
Bueno, aún no tengo mis notas pero estoy bastante segura de que sí.
Y la escuela de verano ha terminado.
Todas mis chicas están reunidas aquí en mi dormitorio y me estoy
turnando para prepararlas, maquillarlas y peinarlas, ayudarlas con sus vestidos.
Así que básicamente estoy en mi elemento y me encanta.
Lo que significa que no quiero hablar de lo que Wyn está hablando.
Sólo me va a entristecer, y no puedo estar triste porque tengo muchas
cosas que hacer.
—No necesito hacer nada —le digo a Wyn, que me mira con preocupación,
mientras termino el giro francés de Callie.
Callie lleva un vestido verde claro inspirado en las bailarinas -porque es
una bailarina- con un busto sin mangas y una falda abullonada y en capas. Sus
mangas están incrustadas con pedrería brillante de color esmeralda que
encontré en Internet y pedí específicamente para su vestido. Lo llamo The Fairy.
Porque su marido, Reed, la llama Fae. Y sus sandalias son de Prada.
Callie se gira hacia mí.
—Ella tiene razón. Tienes que hacerlo.
—No.
Señalo con el dedo a Salem, que obedientemente y con mucha dulzura se
acerca y se sienta en la silla que Callie acaba de dejar libre frente al espejo para
que pueda peinarla. Solo por eso, le doy un abrazo por detrás y ella se ríe,
devolviéndome el abrazo.
Aunque para ser sincera, no he dejado de abrazarla. O a cualquiera de
nosotras, en realidad.
Estamos viendo a Salem por primera vez después de que la escuela
terminara y se fuera a California para estar con Arrow, así que estamos un poco
emocionadas. Ha llegado esta tarde y se está quedando con Callie y Reed en su
casa de Wuthering Garden.
En fin, volviendo a su cabello.
Tiene unos rizos grandes y oscuros, así que no puedo hacer mucho con
ellos, pero puedo hacerlos brillantes y flexibles. Recojo todos los sprays y cosas
y me pongo a trabajar, y mientras estoy metida hasta el codo en su precioso
cabello, me dice:
—Están bien, ¿sabes? Tienes que hacerlo. Tienes que dárselo. Lo hiciste
para él.
Menos mal que ahora mismo estoy ocupada concentrándome en otra cosa
o me costaría muchísimo detener mis lágrimas.
Como lo hice cuando les dije.
Que lo amaba. 438
Todas estaban comprensiblemente confundidas.
Aunque sabían que ya no odiaba a mi tutor, no pensaron que me
enamoraría de él.
Pero me apoyaron como siempre lo han hecho.
Como lo están siendo ahora.
Aunque Wyn me miró de reojo.
—Quiero decir que lo llamé. Accidentalmente pero lo hice.
Lo hizo, sí.
En Ballad of the Bards, cuando ella pensó erróneamente que estaba
hablando de él cuando estaba hablando de Jimmy.
Me reí.
—Totalmente, mi soñadora sin remedio.
De todas formas no las culpo por sacarlo a relucir. Me culpo a mí misma,
por ser tan emocional.
Y entiendo que la herida es nueva. Lo entiendo. Quiero decir, sólo ha
pasado una semana desde que las cosas terminaron, pero realmente necesito
controlar las cosas. Realmente necesito recomponerme.
¿Voy a llorar cada vez que alguien haga alusión a él?
Es mi tutor; por supuesto que la gente va a aludir a él durante el resto de
mi vida.
Aclarándome la garganta y sin dejar de mirar su cabello, le respondo a
Salem:
—Siempre puedo enviarlo por correo a la mansión desde Nueva York. No
es un gran problema.
—Fue todo un acontecimiento cuando le hice uno a Reed —dice Callie, y a
mi pesar levanto la vista y la encuentro mirándome en el espejo.
—¿Hacer qué para Reed?
Ahora está sentada en mi cama al lado de Wyn.
—El suéter.
Wyn se vuelve hacia ella.
—Ah, sí. El blanco. Con un Mustang en él.
—Sí. —Callie asiente—. Fue un asunto súper importante. Me quedé
despierta noche tras noche para tenerlo listo a tiempo. Antes de su gran partido.
Yo también me quedé noche tras noche.
Pero eso no significa que pueda dárselo sin más. Podría desmayarse por
mi regalo. 439
Todavía no he olvidado cómo se veía cuando le dije que lo amaba, todo
traicionado y destruido.
Como si en lugar de amor, hubiera querido decir odio.
—Y recuerda que lo tuvo en su poder como dos años enteros mientras
ustedes no estaban juntos —dice Salem con voz soñadora, apretando una mano
contra su pecho.
—Lo sé. —Callie se sonroja—. Y estaba tan convencida de que lo había
tirado.
Wyn le golpea el hombro.
—Reed no puede tirar nada que pertenezca a su Fae.
—Claro, como si mi hermano pudiera tirar cualquier cosa que le
pertenezca —replica Callie—. Su camioneta todavía tiene esa pintura rosa
brillante.
Y es el turno de Wyn de sonrojarse.
—Cállate.
—Tengo tantas ganas de ver ese grafiti —dice Salem—. Me gustaría que le
hubieras hecho una foto.
—No hace falta hacer una foto —responde Wyn, todavía sonrojada—. Fui
yo. Era mi cara.
Callie se ríe.
—Sin embargo, me gustaría que hubieras tomado la foto de Con. Me habría
encantado ver su cara en ese momento.
Sí, hubo una vez en la que Wyn -toda tranquila y sosegada- se enfadó tanto
con Conrad, su ahora novio, por negar sus sentimientos por ella que se escapó
de St. Mary y fue hasta su casa en Bardstown sólo para dibujar un grafiti en su
camioneta. Fue un movimiento tan valiente. Fue un movimiento de Poe y eso me
encantó para ella.
Poco después, Conrad se acercó, así que una situación en la que todos
salimos ganando.
Entonces Callie se vuelve hacia Salem, que también se ríe.
—Y no olvides cómo Arrow lleva tus cartas.
La sonrisa que cubre el rostro de Salem es una que puede iluminar
cualquier habitación.
—Lo sé. Como cartas al azar. Encuentro una en su bolsillo mientras hago
la colada y me hace muy feliz. Y algunas noches me despierta para preguntarme
por ellas. Como, qué estaba haciendo cuando escribí esa carta; en qué año fue.
Es tan dulce.
Antes de que Salem y Arrow se juntaran, Salem había estado enamorada 440
de él durante ocho largos años. Y durante esos ocho años, le escribió una carta
casi todos los días. Nunca las enviaba, por supuesto; Arrow estaba saliendo con
su hermana mayor en ese momento. Las ponía en sobres naranjas y las
guardaba en una caja de zapatos.
Pero cuando se reunieron, Salem confesó lo de las cartas. Y por lo que
parece, Arrow ha quedado completamente fascinado por ellas.
Me alegro mucho por ella.
Me alegro mucho por todas mis amigas, en realidad.
Todas habían amado y suspirado por sus chicos durante años antes de
que el destino los uniera. Y si sentían algo parecido a lo que yo he sentido
durante una semana desde que me di cuenta de que lo amaba, no puedo ni
imaginar cómo se las arreglaron para sobrevivir.
Pero tengo que decir que, por muy doloroso que sea cada aliento ahora
mismo, aún lo tomaría.
Todavía tomaría cada respiración dolorosa y cada lágrima punzante en el
mundo para darme cuenta antes.
Darme cuenta mucho antes de que lo hacía, de que lo amaba.
Me tomaría años de suspiros y anhelos y de llorar en mi almohada por la
noche para darme cuenta de que él era mi alma gemela. Que es tan poco querido
como yo, para poder llenar su vida de todo el amor. Para poder decirle cada día
que es amado. Que él late en mi corazón y fluye en mis venas. Que él es el aleteo
en mi vientre y el escalofrío en mi columna vertebral.
Sí, lo habría hecho.
Y quizás en todo esto, ese es mi mayor arrepentimiento.
No darme cuenta antes.
No tener suficiente tiempo para llenar su vida con todo mi amor.
—Bien, todo hecho —le digo a Salem, sonriendo.
—¿Has estado escuchando lo que decimos? —pregunta, mirándome por el
espejo.
Dejo todo de lado mientras digo:
—Sí. Pero tu situación es diferente.
—¿Cómo? —pregunta Wyn.
—Um, porque todos sus chicos las querían. Se preocupaban por ustedes.
—Sí, pero no lo sabíamos —me recuerda Wyn.
—De hecho, pensé que mi chico me había roto el corazón a propósito —
dice Callie—. Bueno, lo hizo a propósito. Pero no con el propósito que yo pensaba.
—Exactamente —añade Salem—. Y mi chico estaba comprometido con mi
hermana.
441
—Y mi chico —dice Wyn—, nunca quiso hacer nada conmigo. Yo era la
mejor amiga de su hermana pequeña, ¿recuerdas?
Las miro a las tres y a sus caras ansiosas y amables.
—Son increíbles y las quiero. Y me alegro mucho por ustedes de que sus
historias de amor hayan funcionado, pero no. Él es —trago, limpiando mis
manos por la falda de mi propio vestido—, diferente. Es duro. E impenetrable.
Tiene muros a su alrededor y están ahí para su propia protección, lo sé. Pero
también sé que no puedo escalarlos. No puedo hacer agujeros en ellos. No puedo
desmontarlos. No a menos que él lo permita. No a menos que esté dispuesto a
dejarme entrar. Y no lo está. Lo he intentado. Así que todo lo que puedo hacer
es dejarlo ir.
Quiero eso para él.
Quiero tanto eso para él.
Quiero que deje entrar a alguien. Quiero que no sea tan cerrado, tan
solitario, tan distante.
Quiero que sea feliz.
Construir una vida en el presente y no vivir en el pasado.
Y sí, si estoy siendo completamente honesta y egoísta, entonces quiero que
él construya una vida conmigo. Quiero que me deje entrar. Quiero que me deje
hacerle feliz.
Pero no está bajo mi control, ¿verdad?
Y no voy a rogar.
Él no querría que lo hiciera y yo no querría hacerle la vida aún más difícil.
Así que mantendré mi promesa y mi distancia.
Y enviaré por correo la cosa que hice para él, la chaqueta de tweed, desde
Nueva York. O tal vez simplemente dejársela a Mo para que se la dé una vez que
me vaya.
—Lo único que lamento es que ojalá me hubiera dado cuenta antes —
continúo, con la garganta atascada de emociones—. Perdí tanto tiempo
odiándolo, maldiciéndolo y huyendo de él. Ojalá no hubiera hecho eso. Ojalá me
hubiera dado cuenta antes de que es mi alma gemela y... ojalá hubiera tenido
más tiempo con él.
En esto, mis lágrimas comienzan a caer y odio eso.
Odio ser tan aguafiestas. Es la primera fiesta en St. Mary, debería ser el
alma de la fiesta ahora mismo, pero aquí estoy llorando, rodeada de amigas que
se turnan para abrazarme y hacerme callar.
Pero también si fuera a perderlo delante de alguien, mis chicas habrían
sido mi primera opción.
Porque no sólo somos mejores amigas, somos hermanas. 442
Somos las rebeldes de St. Mary.
Nuestro vínculo es del tipo que sé que durará toda la vida. No importa
dónde estemos o a dónde vayamos, siempre estaremos en la vida del otro.
Siempre nos apoyaremos en las buenas y en las malas. Celebraremos las
victorias y la felicidad del otro y nos limpiaremos las lágrimas.
De alguna manera, todos conseguimos controlarnos y entonces, en una
ráfaga de actividad, vuelvo a retocar el maquillaje de todas, y justo a tiempo
también porque, en cuanto termino de reaplicar el labial verde oscuro de Callie,
Echo y Jupiter aparecen en la puerta.
—Dios mío, están increíbles —exclama Jupiter, que por cierto está
increíble.
Estoy muy contenta de haber elegido otro tono de rojo para ella. Combina
tan bien con su cabello cobrizo que la hace parecer una reina sensual. Lo he
bautizado como The Sultry Siren. Y Echo parece una niña tan buena con su
vestido plateado en forma de campana que he llamado The Dove. Porque ella me
ha dicho que su pájaro favorito es la paloma.
—Está bien, pero llegamos tarde. Vamos —dice Echo, dando una
palmada—. Ya es la hora. Todo está listo.
Se han ido a comprobar las cosas en la cafetería mientras yo preparaba a
todas los demás, y bueno, ya ha llegado la hora.
—Bien, vamos —a continuación dice—: Oh, pero espera, déjame recoger
mi mochila primero.
En mi mochila llevo todas las cosas de emergencia que podríamos
necesitar en caso de un desastre imprevisto, como un tacón roto, así que llevo
un par de zapatos extra, toneladas de horquillas, y barras de labios y cepillos y
demás.
En el último momento, también meto su regalo, como si realmente fuera a
dárselo.
Si lo viera.
A: No lo hago. Por mucho que lo desee. Y B: ni siquiera está aquí.
Se fue a California la semana pasada y aún no ha vuelto. No tengo ni idea
de cuándo va a volver. Aunque sé que tenemos una reunión con los abogados -
Marty me envió un correo electrónico- en algún momento de la próxima semana,
así que debería estar de vuelta para eso al menos.
El plan es que haga las maletas y me vaya a la mansión en un par de días,
donde me quedaré un tiempo hasta que las cosas estén listas en Nueva York y
empiecen mis clases. No voy a mentir, estoy emocionada por la universidad. Algo
que nunca pensé que sería. Estoy emocionada por dar el paso que me acercará
a una escuela de moda y así quizás pueda realizar los sueños que nunca supe
que tenía. 443
Todo por él.
El hombre que amo.
Y el hombre que no me deja entrar.
Pero no puedo pensar en todo eso ahora mismo. Necesito permanecer en
el presente y hacer que esta noche sea memorable con mis amigas.
Cuando estoy lista, salimos todas de mi habitación y caminamos por el
pasillo que ha sido nuestro hogar durante los últimos tres años. Los suelos de
hormigón, las paredes de ladrillo, las puertas de color beige. Algunas chicas
siguen con sus uniformes color mostaza mientras se apresuran a prepararse
para la fiesta. Algunas ya están vestidas.
Hay risas y conversaciones y toda esa actividad bulliciosa que me doy
cuenta de que voy a echar de menos.
Por mucho que odiara este lugar y todas las normas, este fue mi hogar
durante muchos años y aquí hice algunas amistades duraderas que sé que
llevaré conmigo el resto de mi vida.
Así que sí, supongo que también echaré de menos este lugar.
Empujamos la puerta de cristal hacia el exterior y ahí están.
Todos los chicos.
Bueno, esto es una fiesta, ¿no?
Por supuesto que hay chicos.
De nuevo, ¿quién iba a pensar que en St. Mary iban a entrar y salir chicos?
Pero como es una fiesta que va a tener música y baile, tenía sentido invitar a los
chicos también. Todos estos chicos son más uno. Lo que significa que no hay
chicos no autorizados, por supuesto, y todos ellos tuvieron que mostrar su
identificación y presentar sus invitaciones en las puertas; es un reformatorio,
¿hola? Hay reglas que hay que observar y seguir.
Mientras esperan a que sus citas salgan de los dormitorios, algunos chicos
miran a su alrededor como si hubieran entrado en una dimensión diferente -una
dimensión hecha de hormigón y bloques de hormigón- mientras que otros ni
siquiera pestañean porque están más familiarizados con esta escuela.
Como Arrow y Reed y Conrad.
Todos llevan trajes negros y camisas claras, están de pie en un grupo,
siendo Reed el más alto -medio centímetro más alto que Conrad- mientras
esperan a que salgan sus chicas. Y juro por Dios que, en cuanto lo hacen, todas
sus miradas se posan en ellas con un enfoque láser. Y entonces, como al
unísono, todos sus ojos se encienden por un segundo ante la visión que sus
novias -en el caso de Reed, su esposa- presentan.
Lo que me hace muy feliz.
Sin mediar palabra, se dispersan y caminan hacia sus chicas casi en 444
trance.
Me doy cuenta de que Arrow tiene un ramo en la mano -de gardenias- que
supongo que ha traído para Salem. Pero creo que al verla con un vestido
amarillo/naranja -llamado The Sweetheart porque Salem es muy dulce y ese es
el cariño que le tiene Arrow- se le ha olvidado.
Porque simplemente se queda ahí, mirándola con los labios entreabiertos.
—Estás... —Él traga, su manzana de Adán se balancea.
—Hoy soy como el sol, eh —dice ella, sonriéndole—. En lugar de ti.
Salem llama a Arrow su sol y tiene todo el sentido del mundo si se mira su
cabello golpeado por el sol y su piel dorada.
—No —susurra, sus ojos aún parecen hipnotizados—. No sólo hoy.
Siempre eres el sol. Mi sol.
Salem se sonroja y dice, señalando las flores:
—¿Son para mí?
Arrow se despierta y asiente.
Y luego los dejo en paz.
Este es un momento tan privado y no quiero entrometerme.
Y no faltan momentos de intimidad a mi alrededor. Mientras Conrad mira
a Wyn con los dedos acariciando su mejilla, Reed sonríe a Callie y se inclina para
darle un suave beso en la boca. Después, ella se pone de puntillas y le limpia el
carmín del lado de la boca.
Comienza un dolor en mi pecho.
No porque no quiera lo mejor para mis amigas, sino porque no puedo evitar
sentirme sola, y vacía.
Sin él.
No puedo evitar sentirme vacía.
No puedo evitar quererlo aquí. Aunque no sea como mi Alaric, sino como
el director Marshall.
Es decir, él es el que hizo todo posible. Él fue quien aprobó toda la idea de
la fiesta, y luego hizo que todo el personal trabajara y cooperara con nosotros.
Debería estar aquí.
Una vez que todos los chicos han superado la sorpresa inicial y se han
hecho todos los saludos, nos dirigimos todos juntos al edificio de la escuela. Pero
cuando llega el momento de subir las escaleras, les digo a mis amigas que se
adelanten sin mí porque voy a necesitar un minuto. Todos se preocupan, pero
yo lo disimulo con una sonrisa y les prometo que iré detrás de ellas.
Cuando todos se han ido, respiro profundamente.
Respiro profundamente varias veces. 445
No sé por qué dudo en subir esas escaleras y entrar en el edificio, pero no
puedo evitar pensar que una vez que lo haga, una vez que entre allí, se acabó.
La espera ha terminado.
Y toda la esperanza de que venga esta noche morirá.
Es un pensamiento tonto, pero ahí lo tienes.
Así que, sobre todo para apaciguarme, decido darme la vuelta y buscarlo
por última vez antes de entrar.
Y en cuanto lo hago, toda la respiración abandona mi cuerpo de forma
precipitada.
Porque ahí está.
De pie, a pocos metros, con una chaqueta de tweed marrón y una corbata
negra.
Mi Alaric.
Está aquí.
Vino.
Y Jesucristo, parece... un dios.
Tan guapo, con unos rasgos tan bellos y afilados. Tan poderoso, con unos
hombros imposiblemente anchos y un cuerpo musculoso, y tan parecido al
hombre que amo.
—Hola —susurro.
Sin embargo, no creo que me haya escuchado.
Porque parece que está en trance.
Parece que está hipnotizado.
Y nada menos que por mí.
Mi vestido.
Sus ojos de chocolate me observan lenta y metódicamente, de arriba a
abajo, de lado a lado, desde todos los ángulos. Y dice:
—Te ves...
No puedo evitar sonrojarme ante su voz áspera.
Rudo y bajo y de alguna manera reverente.
Mi vestido es de color morado y es un número de gasa brillante con
lentejuelas incrustadas por todo el largo. No tiene mangas, es de cuello alto y
tiene una espalda profunda que está cubierta por mi cabello suelto, que he
peinado con rizos apretados. Y llevo mis tacones de ante.
—¿Te gusta?
Por fin levanta la vista, sus ojos fundidos y cálidos, brillando tanto como
mi vestido. Tragando, dice: 446
—Me encanta.
Mi rubor se intensifica.
—Gracias.
Algo parpadea en sus rasgos al oír mi agradecimiento, algo privado y que
solo nosotros podemos saber. Y en lugar de sólo mis mejillas, todo mi cuerpo se
sonroja. Sé que me estoy poniendo roja bajo el vestido.
Bajo su intensa mirada.
—¿Cómo se llama?
Mi corazón late.
—Bueno, no pude encontrar un nombre para esto. Pero como es todo
brillante y glamuroso pensé en The Purple Queen o algo así.
Porque me tratas como una reina.
Sus ojos parpadean como si lo hubiera escuchado.
—¿Y cómo se llama ese lápiz de labios?
Lo toco con mis dedos temblorosos.
—Uh, Dios de una chica.
Se toma un momento para responder.
—Entonces no eres The Purple Queen.
—¿No?
Mueve la cabeza lentamente.
—Eres una diosa. Una diosa de color púrpura.
Una diosa vestida de púrpura.
Eso me gusta. Me encanta eso.
Lo quiero.
¿Por qué está parado allí? ¿Por qué no puedo acercarme a él?
¿Por qué no me deja?
—Has venido —digo.
Su trance se rompe.
Como si mis palabras le hubieran despertado, y eso lo odio.
—Yo... sí. —Mete las manos en los bolsillos—. Acabo de regresar de
California.
—¿Cómo fue? ¿Lo has hecho todo?
—Casi. Todavía estoy trabajando en ello.
—Sin embargo, lo conseguirás —digo, sonriendo y con toda la confianza—
. Eres tú. Por supuesto que lo harás. 447
Me observa durante unos instantes, especialmente mi sonrisa. Seguido de
mis ojos detrás de mis gafas. Luego dice:
—Yo... tengo algo para ti.
—¿Para mí?
Saca algo de su bolsillo, un simple estuche estrecho, y me lo ofrece.
—Un regalo de graduación.
A pesar de la pesada melancolía, mi corazón salta y flota en mi pecho
mientras lo tomo.
—¿Un regalo de graduación?
Asiente, frotándose la nuca.
—Sí, sólo una pequeña cosa.
Lo observo con asombro durante unos segundos antes de saltar a abrir el
estuche.
—Es una pulsera.
Es una hilera centelleante de diamantes sentada en un cojín de terciopelo
azul.
Lo toco con dedos suaves, mi respiración se vuelve loca ante el dulce, dulce
gesto.
Mirando hacia arriba, digo:
—Me encanta.
—¿Sí?
—Sí. Es perfecto.
Como tú.
Sus ojos vuelven a parpadear como si también lo hubiera oído. Seguido de
un fuerte apretón de su mandíbula. Luego agrega:
—Es sólo para decir que estoy orgulloso de ti. Estoy orgulloso de todo lo
que has hecho y de todo lo que harás. Porque harás grandes cosas, Poe. En tu
futuro.
Mi futuro.
El período de tiempo en mi vida que no lo incluye.
Pero he decidido en la última semana que todavía voy a amarlo. Voy a
seguir suspirando por él y anhelándolo. Todavía voy a dejar que mi amor por él
crezca y prospere y eche raíces y florezca.
Porque no quiero que viva en un mundo en el que no se le quiera.
Lo amaré para que sepa que es amado.
Así que tal vez un día vea que no tiene que vivir su vida así, solo e infeliz.
Y por eso decido darle su regalo. 448
Mis amigos tenían razón.
Es una gran cosa. Lo hice para él y demuestra que lo quiero. Lo que
significa que debería tenerlo.
—Yo también tengo algo para ti —digo, bajando la mirada y abriendo mi
mochila. Saco la gran caja blanca—. Es algo que he hecho para ti.
Cuando levanto la vista, lo encuentro mirando la caja de forma extraña.
Incluso de forma impotente.
De manera que no sabe qué hacer con él.
Hay una gruesa línea que divide sus cejas y su boca está ligeramente
separada.
Lo mira y lo observa como si esperara que la caja haga algo. O que explote
o estalle en llamas.
—¿Alaric?
Eso le hace despertar de nuevo y levanta los ojos.
—Yo... nadie nunca…
Me alegro de que me lo quite de las manos entonces, la caja quiero decir.
Porque mi brazo ha empezado a temblar ante sus palabras.
En el significado que hay detrás de ellos.
Que nadie le ha dado un regalo antes de esto, antes de mí.
Que el hombre que amo nunca ha recibido un regalo de nadie. Nadie le ha
mostrado nunca ese pequeño detalle que mostramos no sólo a los buenos
amigos, sino a los conocidos lejanos. Incluso a los desconocidos. A los nuevos
vecinos. A los nuevos compañeros de clase.
No sé cómo me las arreglo para contenerme, contener todas estas
emociones de rabia y miseria, y decir:
—Bueno, ya es hora de que alguien lo haga, ¿no?
Su mirada se vuelve aún más penetrante, más convincente.
Y sé que no voy a poder contenerlo todo y por eso, con mi voz más alegre,
continúo:
—Aunque no quiero que te emociones demasiado. Es algo poco
convencional. Es una chaqueta de tweed en tu color favorito, el marrón, pero...
—El marrón no es mi color favorito.
Eso me hace reflexionar.
—¿No es así?
—No.
—¿Pero entonces por qué lo llevas siempre? 449
Mira su chaqueta marrón.
—Yo... no sé. Es que... —Se encoge de hombros—. Serio.
—¿En serio?
—Sí. Intimidante.
—¿Por eso también llevas chaquetas de tweed?
—Sí. —Y agrega—: Eso y un pobre sentido de la moda.
—Tu sentido de la moda es increíble —le defiendo—. Porque las chaquetas
de tweed te sientan bien. Y déjame decirte que eso es lo que se lleva en Milán.
—En Milán.
—Sí. Todo el tiempo.
No estoy segura de que lo sean.
Pero si no lo son, entonces son todos tontos.
Todo el mundo debería llevar chaquetas de tweed. Todo el tiempo.
Sus ojos brillan.
—Te tomo la palabra. Ya que eres la experta en moda entre los dos.
—Lo hago y deberías hacerlo. —Asiento regiamente y con todo el aplomo.
Entonces—. ¿Cuál es tu color favorito entonces?
Vuelve a aparecer un ligero ceño entre sus cejas, como si lo estuviera
pensando.
—No lo sé.
—¿No lo sabes?
Niega con la cabeza.
—Quiero decir, estoy seguro de que tuve uno en algún momento, pero no...
lo recuerdo.
Y el significado de eso me golpea tan fuerte que no sé cómo respiro de un
segundo a otro.
No recuerda su color favorito.
No recuerda las cosas que le gustaban en un momento dado.
¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible?
Nadie debería poder olvidar su color favorito. A nadie se le debería permitir
olvidar las cosas que le dan placer. Que les traen felicidad y alegría y una sonrisa
en la cara.
A nadie. Y menos él.
El hombre del que estoy enamorada.
El hombre que me ha protegido como nadie lo ha hecho. El hombre que 450
me ve y me inspira. El hombre con tanto talento, dedicación y trabajo duro.
El hombre que está tan solo como yo.
Dios, no sé qué hacer.
No sé cómo arreglar esto para él. Ni siquiera creo que me deje.
Pero me gustaría que lo hiciera.
Ojalá...
—Bueno, la chaqueta es marrón pero tiene un sutil estampado de color
vino —digo, porque de nuevo tengo que decir algo, hacer algo, o me derrumbaría
aquí y ahora—. Podrías ver si te gusta. Si no, siempre puedes elegir otro. Uno
nuevo. Hay un tono particular de rosa que me gusta, que también hice en un
vestido. Tal vez cuando entres y veas todos estos colores, puedas...
—No voy a entrar.
—¿Qué?
—Sólo he venido a darte el regalo.
—¿No has venido a la fiesta?
—Tengo una reunión ahora mismo y...
—Oh —digo, con la voz alta, mi cabeza asintiendo rápidamente—. Bien.
Bien. Sí, está bien. Ya verás las fotos.
Una mirada de arrepentimiento se dibuja en su rostro y da un paso hacia
mí.
—Poe, yo...
Sin embargo, doy un paso atrás.
—No, está bien. Realmente lo está.
Observa mi retirada y su mandíbula se aprieta.
Sin embargo, no tengo la energía necesaria para averiguar qué significa
esto. Así que digo:
—Gracias por el regalo. Es realmente hermoso.
Doy otro paso atrás.
Y también mira eso.
Entonces digo, aunque no quiero, aunque me mata decirlo.
—Adiós, Alaric.
Y con eso, me doy la vuelta y subo.
Porque se acabó.
Ya.
Hace tiempo que se acabó y no sirve de nada aferrarse a un poco de 451
esperanza.
La esperanza es cruel. La esperanza mata.
No es el desamor lo que te mata, es la esperanza de que tu corazón deje
de doler algún día.
No lo hará.
Así que mejor que me acostumbre ahora. Porque todavía lo mantengo.
Sigo manteniendo mi decisión de amarlo pase lo que pase.
Lo odié o creí que lo odiaba durante tantos años, es justo que lo ame por
el resto de la eternidad para compensarlo.
Así que subo las escaleras y entro en la escuela y camino y camino y
camino por el pasillo, pasando por encima de todos los estudiantes para llegar a
la cafetería. Pero cuando llego al umbral, algo me impide entrar.
Una fuerza me rodea el tobillo y no puedo avanzar. Y me doy la vuelta, con
mochila y todo, corriendo por donde he venido.
Corriendo hacia él.
Lo sé, sé que he dicho que no correré tras él. Dije que no le rogaría, ni le
perseguiría, ni le haría volver. Pero no puedo mantener esa promesa. No puedo.
Es demasiado cruel.
Más cruel que la esperanza.
Tiene que llevarme de vuelta.
Tiene que dejarme entrar. Tiene que hacerlo.
No puedo vivir sin él. No lo haré.
Necesito amarlo. Necesito hacerle feliz.
Necesito mimarle y consentirle y hacerle todos los regalos para que nunca
diga que nadie le ha hecho un regalo. Necesito crear nuevos recuerdos con él,
recuerdos felices, para que nunca olvide las cosas que le dan placer.
Salgo por la puerta, bajo a toda prisa los escalones y empiezo a correr
hacia la puerta.
Pero sólo soy capaz de llegar a la mitad cuando una figura se pone delante
de mí.
—Poe.
Al principio, no lo reconozco. Aunque conozco esa voz.
Conozco muy bien esa voz.
Y creo que es porque mi mente está en otra parte. Mi mente está en el
hombre que amo.
Pero luego lo entiendo.
Sé quién es. 452
Es el chico al que creí amar. Se encuentra frente a mí, todo agotado y
agitado, con los ojos desorbitados.
—¿Jimmy?
Y mientras se acerca a mí, tengo una sensación en el pecho.
Un mal presentimiento.
Una sensación muy, muy mala.
El hombre del Renacimiento

N
unca dije gracias.
Por el regalo.
Ni siquiera se me ocurrió hasta que entré en mi coche y
empecé a conducir.
Me di cuenta de que hay que dar las gracias cuando alguien te hace un
regalo.
Cuando alguien te regala algo tan perfecto que piensas que sólo puede ser
un sueño.
Un sueño que nunca tuviste.
Porque no sabes lo que son los sueños. O tal vez sí. Hace tiempo. Pero
453
ahora lo has olvidado.
Lo he olvidado.
Como si hubiera olvidado mi color favorito.
Pero esto podría ser.
El estampado de color vino en la chaqueta de tweed marrón que me hizo.
Para mí.
Lo hizo para mí y nunca dije gracias. Nunca dije que era hermoso. Que es
precioso. Que es perfecto y que me encanta.
Como me encanta...
—¿Señor Marshall?
—Alaric.
—¿Qué? —Me despierto bruscamente al oír mi nombre, levantando la vista
del regalo que me ha hecho.
Está sobre la mesa, justo delante de mí, y me doy cuenta de que llevo
mucho tiempo mirando la caja blanca.
También me doy cuenta de que lo he llevado desde el coche. Lo he llevado
a la reunión, a la sala de conferencias, porque no quería separarme de él. No
quería dejarlo en el coche como algo secundario.
Como si no significara nada.
Como si no fuera algo especial. Algo precioso.
Pero veo mi error.
Porque ahora toda la sala la está mirando, a la caja.
Y eso lo odio.
Odio que algo que ella hizo para mí sea mirado por esta panda de mocosos.
—¿Quieres compartir con nosotros? —dice uno de los imbéciles, Robert
Bailey.
Por supuesto que es él.
Me pongo rígido en mi silla.
—¿Compartir qué?
—Lo que hay en la caja —explica, con las cejas alzadas—. Aunque espero
que lo que sea no salga saltando y haga un desastre.
Las risas van por todos lados.
Por lo general, estoy listo con una réplica. Estoy listo para poner a este
imbécil en su lugar.
Pero hoy la rabia se apodera de mí y digo de golpe: 454
—Ojos fuera.
Se echa hacia atrás en su silla.
—¿Perdón?
Puse una mano protectora sobre la caja.
—Mira la mierda lejos de mi caja.
Me doy cuenta de lo infantil que suena.
Qué inmaduro.
Pero no puedo evitarlo. Es mi caja.
Es mi regalo.
Es mío.
—¿Estás...? —Mira a su alrededor, a los demás, como buscando apoyo—.
¿Es esto una broma?
Los demás están igualmente sorprendidos. No saben qué hacer con esto,
conmigo. Cynthia parece horrorizada. Tiene ese aspecto desde que la puse en su
sitio cuando vino a visitarme a la escuela. Y Poe casi se abalanza sobre ella.
Mi dragón de bolsillo.
Pero de todos modos, no me importa. Que todos parezcan horrorizados.
—No —digo.
Sus cejas se juntan mientras se sienta más erguido.
—No estoy seguro de lo que te pasa, pero quiero que sepas que no me
gusta tu tono.
—¿Sí? —Entrecierro los ojos—. Me importa un carajo.
La ira es palpable en su rostro.
—Si yo fuera tú, lo haría.
—¿Y eso por qué?
—Porque estoy muy cerca de presentar la moción para destituirte de la
junta. Y después de tu última metedura de pata, ¿adivina cuáles serán los
resultados?
Hay una mirada de triunfo en su rostro.
Una mirada de satisfacción.
Como si hubiera estado tramando esto durante mucho tiempo.
Y tal vez lo ha hecho.
Ciertamente no estaba contento con mi desliz con el archivo. Estaba aún
menos feliz por el hecho de que estoy permitiendo una fiesta en St. Mary.
Además, nunca le he gustado.
Aunque he hecho todo lo posible para demostrar que está equivocado. He
455
hecho todo lo que he podido para demostrar que toda esta gente está equivocada.
Toda la ciudad está equivocada. Mi padre se equivoca.
Y la verdad es que...
La verdad es que los odio. Odio esta ciudad. Odio a esta gente. Odio al
maldito St. Mary y todas sus reglas de mierda.
Odio a mi padre.
Lo hago.
Lo hago, joder.
Y por Dios, se siente increíble. Se siente como si me hubieran quitado un
peso de encima. Toda esta ira, todo este odio que me ha estado pesando durante
años, se levanta con este pensamiento.
Es una sensación de libertad.
Reconocerlo a mí mismo.
Que los odio a todos.
Que no me importa. Si me despiden de la junta.
¿Y qué más? No me importa lo que piensen de mí.
No me importa que piensen que soy débil, patético e incapaz.
Me da igual.
Lo único que me importa, la única persona que me importa, está a
kilómetros de distancia, en un reformatorio, en una fiesta.
Que ha logrado con todo su trabajo, alegría y entusiasmo.
Que quería que asistiera y me negué.
Porque quería estar aquí.
En esta reunión de mierda con esta gente de mierda.
—Sabes qué —le digo a él, a toda esta gente—, no tienes que hacerlo.
Porque renuncio.
Murmullos y jadeos surgen en toda la sala cuando me pongo en pie.
Mientras recojo mi caja y la meto bajo mi brazo protector.
Pero justo cuando me alejo de la silla, Robert Bailey estalla:
—¿Has perdido la cabeza? Tenemos que discutir...
—No me importa una mierda. —Luego, mirando a la sala en general, digo—
: Debería haber hecho esto hace años. Debería haber renunciado. En realidad,
no debería haber vuelto a este infierno de ciudad, pero lo hice. Y eso es culpa
mía. Pero aun así me gustaría decir, que se jodan todos.
Con eso, me doy la vuelta y salgo a grandes zancadas de la habitación.
Porque voy a volver. 456
Voy con ella.
Y voy a dar las gracias por el regalo.
Y luego voy a decir que necesito su ayuda para elegir mi color favorito.
Y luego, entonces, voy a decir todo lo que ella quiere que diga. Todas las
cosas que quiere saber sobre mí, sobre mi pasado. Todas las verdades
vergonzosas, feas y cobardes. Todas las cosas que podrían disgustarla, que
podrían hacer que me quitara su amor.
Porque me quiere, ¿no?
Ella lo dijo.
Y quizás se lleve su amor después de saber todo sobre mí.
Pero está bien.
Porque aun así se lo diré.
Me desnudaré para ella.
Es justo, ya ves.
Porque ella tampoco está sin amor.
Mi Poe no está sin amor.
Nunca podrá estarlo.
Porque yo también la quiero.
Y tengo tanta prisa por ir a verla que tardo unos segundos en darme
cuenta de que mi teléfono está sonando. Lo saco del bolsillo con irritación,
dispuesto a chasquear a quien sea que me esté molestando en este momento,
pero su voz, sus pesados pantalones me detienen.
—¿Señor Marshall? —dice la voz.
Estoy junto a mi coche, con la mano detenida en el acto de abrir la puerta.
—¿Quién es?
Y con las siguientes palabras, mi mundo se desmorona:
—Si quieres volver a ver a Poe Blyton, harás exactamente lo que te diga.

457
H
e sido secuestrada.
Secuestrada.
¿Qué quiero decir?
¿Cómo ha ocurrido eso?
¿Cómo me secuestraron en mi escuela a plena luz del día? Nada menos
que mi casi exnovio, Jimothy Wilson, que me había confesado su plan de
secuestro.
Oh, claro, porque soy una idiota.
Soy una maldita idiota que creyó las mentiras de Jimmy.
Cuando Jimmy apareció ante mí de la nada en la escuela, me dijo que Big
Jack tendría como objetivo a Alaric si no iba con él. Que Big Jack quería el dinero
y que iba a hacer todo lo posible para conseguirlo, incluyendo hacer daño a 458
Alaric. Así que si quería que Alaric saliera ileso, tenía que participar en la
estúpida trama del secuestro.
Así que lo hice.
Me fui con él.
Porque la alternativa era impensable.
La alternativa era la muerte.
De mí.
De mi corazón. De mi alma.
La alternativa era que le pasara algo al hombre que amo y Dios, no.
No, en absoluto.
No podía dejar que eso sucediera.
Sólo yo debería haberlo sabido.
No hay ningún Big Jack. Como que Big Jack no tiene planes de atacar a
Alaric. Fue una de las mentiras de Jimmy. Si Big Jack va a atacar a alguien,
será a Jimmy, como dijo Jimmy cuando me trajo a este lugar. Este sucio motel
con paredes grises y cortinas grises en la frontera de Middlemarch y St. Mary.
—Sólo lo dije para que vinieras conmigo —dijo Jimmy mientras me ataba
las manos a la silla de plástico—. Mira, no quería hacer esto, ¿de acuerdo? No
quería hacer esto, joder. Pero me has obligado a hacerlo. —Me estremecí cuando
apretó el nudo alrededor de mis muñecas—. Y ahora mira dónde estás. —Se puso
de pie ante mí, con los ojos enrojecidos y la nariz moqueando—. Ahora, mientras
te sientes aquí y cooperes, todo va a estar bien. Voy a llamar a tu puto tutor y
exigirle el dinero, y cuando me lo dé, te dejaré ir. Y pagaré a Big Jack para que
me deje en paz.
Le miré fijamente, con las muñecas y los hombros doloridos por sus
estúpidas ataduras.
—Si le haces algo, Jimmy. Si le pones un dedo encima a mi Alaric, juro
por Dios que acabaré contigo. Voy a...
Apretó los dientes.
—Cierra la boca, Poe, ¿sí? No intentes asustarme ahora. No puedes hacer
nada de todos modos.
Luché contra las ataduras.
—¿Crees que no voy a salir de aquí? ¿Crees que me voy a quedar atada
para siempre? Porque si piensas eso entonces eres más tonto de lo que pensaba.
Voy a salir, Jimmy, y te voy a encontrar y te voy a estrangular hasta la muerte,
¿entiendes? Aléjate de mí Alaric. Quédate...
Entonces me abofeteó.
Maldito imbécil. 459
—¡Esto es culpa tuya! —gritó, moqueando un poco más—. Si hubieras
hecho lo que te dije, nada de esto habría pasado. Así que si algo le pasa a tu
precioso puto Alaric, será tu culpa —luego agrega—: Ahora, siéntate bien. Voy a
hacer la llamada y a buscar algo de comer. Me muero de hambre.
Sin embargo, diré que no se equivocó.
Sobre el hecho de que esto fue mi culpa.
La culpa es mía.
Que estoy sentada aquí, atada a una silla, en una habitación de motel
extraña, esperando a que mi secuestrador vuelva.
No sólo eso, si mi secuestrador ya ha hecho la llamada, entonces en este
momento el hombre del que estoy enamorada debe estar preocupado.
Debe estar muy preocupado.
Y Dios, tiene una reunión.
Tiene una reunión muy importante, pero claro, si sabe que estoy en
peligro, no podrá concentrarse. No podrá prestarle toda su atención y sé, sólo
sé, que se machacará por ello.
Estará tenso y frustrado y básicamente se convertirá en Alaric 2.0.
Y él no necesita eso, ¿de acuerdo?
No necesita estar aún más frustrado y enfadado de lo que ya está.
Definitivamente no por mí. Definitivamente no cuando no estoy ahí para
calmarlo, para quitarle los nervios. No es que siempre tenga éxito, pero aun así.
Dios.
Necesito un plan. Necesito un maldito plan ahora mismo, pero mi mente
está demasiado confusa para pensar en algo. Además estas corbatas están
apretadas. Están jodidamente apretadas y he intentado todo lo que he podido
durante las últimas dos horas -sí, Jimmy se ha ido durante dos horas; espero
que se haya desmayado en algún sitio y nunca haya hecho esa llamada- para
aflojar las ataduras.
Justo cuando pienso en dar otra oportunidad, la puerta se abre de golpe.
Y ahí está.
Con los ojos rojos, moqueando y temblando.
Pero triunfante.
Lo que hace que mi corazón se hunda.
Cierra la puerta tras de sí con una sonrisa desquiciada y drogada.
—Hecho. Está hecho, Poe. Me va a dar el dinero. En aproximadamente —
frunce el ceño—, dos horas. Hará la entrega donde le dije y Big Jack se me
quitará de encima por fin. 460
Mi pecho se aprieta y se agita.
—¿Le has llamado?
—Sí. —Se adentra en la habitación—. Dos veces.
—¿Qué?
Se encoge de hombros.
—La primera llamada fue sólo para asustarlo. Ya sabes, para que se
alterara y se enfadara. El tipo me golpeó, Poe. Se merecía un pequeño susto.
Oh Dios, Alaric.
Trago saliva.
—¿Y la segunda llamada?
Asiente, poniendo las manos en las caderas.
—Una hora más tarde. Sí, la segunda llamada era importante. Para decirle
dónde hacer la entrega y que no llamara a la policía y toda esa mierda. Tuvimos
una larga charla la segunda vez. Le dije que me gustabas. Lo hice, Poe. Me
gustabas, joder. No estaba mintiendo acerca de querer intentarlo. ¿También
quería tu dinero? Por supuesto que sí. ¿Pero eso significa que no me gustabas o
que no quería tener una relación contigo? No. ¿Por qué no puedo tener ambas
cosas? ¿Por qué no puedo tenerte a ti y a tu dinero, Poe? ¿Por qué es que...?
Sus palabras se cortan -de forma brutal- cuando la puerta se abre de
nuevo de golpe y me quedo helada.
Dejo de respirar, de pensar, de sentir el dolor en mis muñecas y mis
hombros.
Porque está aquí.
El hombre por el que he estado tan preocupada, al que Jimmy intentó
asustar por teléfono.
Está en el umbral, con su chaqueta de tweed y su corbata oscura, y una
expresión de enfado tan grande en su hermoso rostro que sé que Jimmy está en
problemas.
Lo sé.
Pero no quiero que lo esté.
No quiero que Jimmy tenga problemas, no porque tenga ninguna debilidad
por él, sino porque no quiero que mi Alaric, el amor de mi vida, pierda ni un solo
segundo con él.
No quiero que mi Alaric pierda ni un segundo en pensar que tiene que
vengarse de Jimmy en mi nombre o algo parecido porque sé cómo es, lo que se
enfada, lo protector que es.
Y es como si Alaric lo supiera. 461
Sabe lo que estoy pensando, sentada aquí, observándole con los ojos muy
abiertos, porque gira su mirada hacia mí.
Sus familiares ojos de chocolate -ahora endurecidos y aún más oscuros-
me encuentran y una emoción le invade.
En todo su cuerpo.
Haciendo que se mueva sobre sus pies y se estremezca.
Haciendo que se mueva.
Y se acerca a mí a grandes zancadas.
Creo que fue un alivio. Una gran y gigantesca ola de alivio.
Porque yo también lo siento. Mientras lo veo acercarse.
En mi visión periférica, noto que no está solo. Puede que haya abierto la
puerta de golpe, pero hay otras personas aquí. Otras personas con armas y
uniformes azules y voces fuertes y pasos fuertes.
Pero no me preocupan.
No me importa quiénes sean, porque el hombre del que estoy enamorada
ha llegado por fin hasta mí y está arrodillado en el suelo, con los ojos muy
abiertos y frenéticos, la mandíbula apretada. Y entonces me toca.
Pone su mano -y Dios está temblando- en mi mejilla y por fin puedo
respirar.
Por fin puedo juntar algunas palabras.
—¿Qué...? ¿Cómo...?
Presiona sus dedos sobre mi cara y pregunta con una voz tan temblorosa
como sus dedos:
—¿Estás bien?
Asiento.
—Sí. Sí, lo estoy.
Pero no parece que me crea; sus ojos no pierden el frenesí y su mandíbula
está tan dura como siempre.
—Voy a sacarte de aquí, ¿de acuerdo? Voy a…
Se queda como si no pudiera hablar más.
Como si fuera demasiado, y mi corazón se retuerce tan viciosamente en
mi pecho que tengo que jadear ligeramente. Tengo que susurrar:
—Dios, lo siento tanto. Lo siento mucho, Alaric. Por favor, no...
Detiene mis palabras, se las traga con la boca.
Y Jesucristo, juro que se siente como un bálsamo. Su boca afelpada, su
duro beso -algo que pensé que nunca volvería a sentir- es como un elixir. Un
afrodisíaco. El medicamento que necesito para calmar todos mis dolores. 462
Cuando rompe el beso, abro la boca para decir algo pero no puedo.
Porque esas personas que he estado ignorando hasta entonces se meten
en este pequeño mundo que Alaric y yo hemos creado. Y entonces no hay tiempo
ni oportunidad para desaparecer en ese mundo de nuevo.
Después hay un torbellino de actividad.
Desde desatarme las manos hasta tomarme declaración sobre lo ocurrido
y cómo Jimmy consiguió que me fuera con él; aparentemente estos tipos son
policías. También detienen a Jimmy. Alguien entra a revisar mi cuerpo en busca
de moretones aunque les dije a todos que estaba bien. Siguen insistiendo en
limpiar mis pequeñas heridas y las rozaduras alrededor de mis muñecas. Luego
insisten en que baje enseguida a la comisaría, pero antes de que pueda protestar,
Alaric lo hace por mí. Les dice que estoy cansada y que necesito descansar, así
que nosotros -él y yo- bajaremos mañana, pero no hoy.
Porque aunque no hemos podido desaparecer en nuestro pequeño mundo
como antes, mi guardián ha seguido estando a mi lado durante todo el
interrogatorio, el cuidado de las heridas.
De hecho, por lo que he visto hasta ahora, yo también me he salvado
gracias a él.
Por el rastreador de mi teléfono.
El que mi tutor había puesto allí hace años, y desde que insistió en que
llevara mi teléfono conmigo ahora, lo había tenido en mi mochila. Así que
después de esa primera llamada, Alaric tuvo la presencia de ánimo de comprobar
mi ubicación y llamar a la policía.
Así es como consiguieron a Jimmy.
Una solución tan sencilla.
Lo que me hace pensar ¿en qué coño estaba pensando? ¿Cómo carajo
pensé que estaba enamorada de un tipo que haría algo así y ni siquiera bien? Es
decir, toda su gran trama de secuestro se vino abajo en un par de horas. Sí,
fueron un par de horas aterradoras de mi vida, pero aun así.
Soy tan estúpida o lo era. Y Dios, nunca dejará de sorprenderme cuánto.
Pero de todos modos, como Alaric no podía quedarse quieto mientras
venían a buscarme, insistió en ir con ellos al motel. No fue una hazaña fácil; de
nuevo, eso es lo que he podido averiguar. Pero supongo que era persistente y
estaba muy enfadado. Así que al final, dejaron que Alaric fuera con ellos. Aunque
están algo molestos con él por irrumpir en la habitación antes que ellos.
Oh, bueno.
No me importa.
Me alegro de que esté aquí. 463
Me alegro de que haya insistido en venir -aunque me muera de ganas de
hacerle sentir mejor por la reunión perdida- porque no creo que hubiera sido
capaz de superarlo todo sin que él estuviera a mi lado.
Después de la policía y todas las formalidades vienen todas las personas
que se preocupan por mí.
Y hay muchos.
Algo que nunca había tenido. No hasta que llegué a esta extraña ciudad y
conocí a estas extrañas personas que ahora se han convertido en mi familia.
Ahí está Mo. Y están mis amigos, Callie y Wyn y Salem; incluso Echo y
Jupiter, a quienes conocí hace apenas unas semanas.
Cuando no llegué a la fiesta como les había dicho que lo haría, todos se
preocuparon y se pusieron en contacto con Alaric al respecto; supongo que
consiguieron su número de móvil personal a través de Janet. Para entonces
Alaric ya había recibido la llamada de Jimmy. Así que todos abandonaron la
fiesta -estoy triste por ello- y se dirigieron a la mansión para esperarme.
Sin mencionar que, para entonces, Mo también lo sabía. Porque Alaric la
llamó después de llamar a la policía.
Así que para cuando terminé con los policías, todos me estaban esperando
en la mansión.
Y antes de darme cuenta, todos me abrazan y lloran conmigo y se ríen
conmigo y hay tanta charla y exclamaciones y celebraciones y enfados con
Jimmy que casi le pierdo la pista.
Casi.
Pero no del todo.
Porque como he dicho, está ahí.
Al margen, con todos los demás chicos, vigilándome, protegiéndome,
haciéndome sentir segura, cálida y acogedora.
—Te está observando, ¿sabes? —me susurra Callie al oído mientras nos
sentamos en el sofá del salón.
Trago saliva.
—Lo sé.
—Creo que te tiene manía —dice.
Mi corazón salta.
—Arruiné su reunión.
Ella sonríe.
—No creo que le importe su reunión.
—Yo sólo...
464
Me detiene dándome un fuerte abrazo y un dulce beso en la mejilla.
—Sólo ten un poco de fe, ¿de acuerdo?
Un poco de fe. Un poco de esperanza.
No sé si tengo eso. Ni siquiera sé si quiero eso, ves.
Porque antes de que Jimmy arruinara todo, estaba lista para correr tras
Alaric. Estaba lista para rogarle y suplicarle que me aceptara de nuevo. Para
dejarme amarlo. Aunque su trabajo, sus responsabilidades, siguieran siendo su
prioridad.
Y todavía lo mantengo.
Porque no puedo no amarlo. No puedo no estar con él. No puedo no intentar
hacerle feliz y aliviar sus frustraciones.
Me necesita, ¿de acuerdo?
Necesita ser amado. Después de todo lo que ha pasado, eso es lo mínimo
que mi Alaric se merece. Y está bien si él no puede amarme de vuelta. Tengo
otras personas que me quieren, como lo demuestra su presencia aquí, así que
voy a estar bien.
Lo que significa que he decidido que voy a exponer mi caso.
He pensado en ello durante todo el torbellino de cosas, y mi plan es
suplicarle. Hacer mi caso de alguna manera y convencerlo de que tenerme en su
vida es una buena idea.
Sólo espero que Jimmy y su estúpida trama de secuestro no hayan
arruinado todo.
Así que sí, estoy decidida.
Sólo que no sabía lo agotada que estaba, porque después de que todo
termina y mis chicas y sus chicos vuelven a casa, apenas puedo mantener los
ojos abiertos. Apenas puedo sentarme, creo.
Y lo último que recuerdo antes de que el sueño se apodere de mí es que mi
mundo se inclina ligeramente y un par de brazos fuertes me equilibran.
Ah, y un espeso olor a cuero y a humo de cigarro.

465
—¡A
laric!
Me levanto de un salto en la cama, con el corazón
acelerado y la garganta adolorida por todas las emociones.
Es oscuro y aterrador, pero inmediatamente me
envuelve el calor.
Me envuelven el fuerte par de brazos que sé, recuerdo, que me subieron a
mi habitación. Huelen a cuero y a humo de puro, y me hacen sentir segura.
Tan segura y vigilada que todas estas emociones revueltas en mí se
calman.
Toda esta agitación se detiene y envuelvo mis brazos alrededor de su
cuello, cerrando los ojos con alivio. En agradecimiento, en una inmensa ola de
amor.
466
Está aquí.
Me tiene.
Y Dios, lo amo tanto.
Lo amo como nunca he amado a nadie antes. Como nunca jamás amaré a
nadie después.
Mientras tanto, él está haciendo lo mismo, creo.
Se aferra a mí en señal de alivio. También puedo sentirlo irradiando de él
en oleadas. Puedo sentirlo en los grandes movimientos de su pecho, en la firmeza
de su agarre a mi alrededor. En la forma en que me sube a su regazo y me mece
suavemente.
Se siente aliviado de haber estado aquí para calmarme después de mi
pesadilla; se nota.
Está aliviado de que esté en sus brazos ahora.
—Oye —susurra, encendiendo la lámpara de mi mesita de noche—. No
pasa nada. Estás bien. Estás a salvo.
Me froto la nariz en el hueco de su garganta.
—Tuve la misma pesadilla. No podía... no podía encontrarte. Yo...
Me frota la mandíbula en el cabello y me abraza con más fuerza.
—Shh, está bien. Está bien, cariño. Estoy aquí, ¿de acuerdo? Estoy aquí.
Nunca voy a ir a ninguna parte.
Me agarro a su camisa entonces. A su nunca.
Parecía una promesa y nunca, es mucho tiempo.
Nunca es para siempre.
Dios, por favor, por favor que sea para siempre. Por favor, déjame estar aquí
para siempre.
Y entonces no puedo contenerme. Tengo que decírselo. Tengo que rogarle.
—Lo siento —suelto, levantando la vista—. Lo siento mucho, Alaric. Yo...
Me mira, sus ojos parecen tan oscuros y líquidos.
—Poe, no. No tienes que disculparte. No tienes...
Lo agarro del cuello de la camisa.
—No, tengo que hacerlo. Tengo que hacerlo. Porque te la perdiste. Te
perdiste la reunión, ¿no? Y yo...
Algo duro recorre sus rasgos, su alivio momentáneo se evapora.
Algo realmente doloroso creo, porque hace un gesto de dolor y me roba las
palabras.
Se estremece y me agarra la cara como si le estuviera agarrando el cuello
de la camisa, con urgencia, frenéticamente, mientras susurra con dureza:
—A la mierda la reunión, ¿bien? Que se joda. Yo no...
467
Sin embargo, lo detengo de nuevo.
Es como si tuviéramos tantas emociones dentro de nosotros que no
podemos contenerlas y por eso hablamos por encima del otro.
Estamos tirando y tirando de las cosas, su cuello, mi mandíbula, y
devorando las frases del otro.
—No, pero sí te importa —le digo, apretando mis muslos alrededor de sus
caderas—. Sí te importa, Alaric. Y es mi culpa. Es...
—No es tu culpa —gruñe, sus dedos se clavan en mi mandíbula—. No es
tu maldita culpa, Poe.
—Pero Jimmy...
—Que se joda Jimmy, ¿de acuerdo? —dice con los dientes apretados—.
Que se joda él, que se joda la reunión y que se joda todo ahora mismo. —Luego,
traga grueso—, ¿Tienes idea de lo que me hicieron ese par de horas? Lo que me
hizo esa llamada telefónica. He tenido mucho miedo en mi patética vida, Poe.
Mucho, y no estoy orgulloso de ello. Pero nunca me he asustado así. Nunca he
estado aterrorizado como lo estuve cuando me enteré de lo que hizo. Lo que te
hizo. Cuando no dejaba de pensar y de imaginarte en peligro. Imaginándote
atrapada en algún lugar, atada a una silla. Él me dijo eso. Él... —Tiene que
respirar y hacer una pausa aquí y aprieto mis extremidades alrededor de él;
entierro mis dedos en su cabello—. Me lo dijo y quise meter la mano por el
teléfono y romperle el maldito cuello. Quería oír el crujido de sus huesos al
romperse. Quería ver cómo se le iba la vida de los ojos. Pero no pude. ¿Te das
cuenta de lo que te estoy diciendo, Poe? No pude. No pude tocarlo. No podía
ponerle las manos encima por haberte tocado. Por hacerte daño. No podía...
Lo detengo de nuevo, pero esta vez lo hago con los labios.
Como él lo hizo en el motel.
Le doy un beso en la boca y se aferra a ello.
Se aferra a mi boca como si la necesitara para respirar. Como si necesitara
mis labios para sentirse bien.
Y, por supuesto, se las doy.
Lo beso hasta que su respiración vuelve a ser lenta. Su pecho vuelve a
moverse hacia arriba y hacia abajo con un ritmo suave en lugar de hacerlo de
forma salvaje y frenética.
Y cuando se siente aliviado, rompo el beso y le susurro:
—Estoy bien. ¿Mira? Estoy aquí. Contigo. Y ni una sola vez cuando estaba
con él, en esa habitación de motel, pensé que me iba a pasar algo. —Su
mandíbula se aprieta y la acuno entre mis palmas—. Porque sabía que no lo
permitirías. Sabía que estarías preocupado y que pondrías el mundo patas arriba
buscándome. Lo sabía, Alaric. Eres mi guardián. Eres el hombre que me protege 468
y me mantiene a salvo. Por supuesto que lo sabía.
Lo hice.
No estaba preocupada por mí. Estaba preocupada por él.
Sobre que estaría preocupado y torturándose.
Sobre estar dividido entre salvarme y cumplir con su deber.
—Y mira, lo hiciste. Me salvaste. Rastreaste mi ubicación. Llamaste a la
policía. Los guiaste hasta mí. Me salvaste, ¿de acuerdo? Lo hiciste. —Suspiro,
estudiando sus rasgos—. Pero te conozco. Sé lo que debiste sentir. Cuando
recibiste esa llamada. Te tomas tus responsabilidades tan en serio y sé, sólo lo
sé, Alaric, ¿bien? Que debiste salir corriendo de allí, de tu reunión y...
—Renuncié.
—¿Qué?
Se toma unos momentos antes de responder. Y en esos momentos, hace
algunos ajustes.
Primero, tira y sube mis muslos alrededor de sus caderas de manera que
el espacio entre ellos está ahora todo presionado contra sus abdominales. Antes
de ir por mi columna vertebral, la inclina de forma que nuestros pechos se
presionan y respiran juntos.
Como si estuviera alineando todo.
Como si quisiera que estuviéramos sincronizados.
Nuestras respiraciones. Nuestros cuerpos. Nuestros corazones.
Como las estrellas y los planetas en el cielo.
Y luego viene por mi cara.
A la que acuna como si mis huesos fueran de porcelana fina y yo una
criatura frágil y sedosa que tiene entre sus brazos.
Luego, tragando de nuevo, susurra:
—Renuncié a la junta. Renuncié...
Mi corazón late con fuerza, acelerado, mientras pregunto:
—¿Renunciaste a qué?
—A todo.
—¿Por qué?
—No quería hacer esto esta noche. Yo... necesitas descansar, pero...
cuando recibí la llamada, estaba a punto de conducir de vuelta a ti. Estaba a
punto de conducir de vuelta a St. Mary. Quería...
Deja de hablar como si se le acabaran las palabras. Pero no creo que sea
eso.
Creo que es todo lo contrario.
Creo que tiene tantas palabras que decir que no sabe cuáles decir primero.
469
Así que le ayudo. Agarro el hilo que ha dejado suelto y lo pincho:
—¿Querías qué?
Sus ojos brillan y su mandíbula se tensa por un segundo. Luego:
—Decir gracias.
—¿Qué?
Otra ola de emoción lo atraviesa y estamos tan cerca y tan perfectamente
alineados, cortesía de él, que juro que siento que su corazón se salta un latido.
Luego, con su pulgar haciendo círculos en mis mejillas, dice:
—Me di cuenta de que nunca dije gracias. Por el regalo. Por la chaqueta
que me hiciste. Nunca dije... —Traga saliva—. Pero no sólo por la chaqueta. Por
otras cosas también. Por las cosas que haces por mí. Por las cosas que haces a
pesar de todas las cosas que no puedo hacer por ti. Todas las cosas que no he
podido hacer. Y ambos sabemos que hay muchas cosas que no he podido hacer.
Ambos lo sabemos.
»Ambos sabemos que no he sido capaz de entregarme a ti como tú te
entregas a mí. No he sido capaz de hablar, de contar, de decir, de desnudarme
como tú lo haces. Para mí. Y eso es porque yo... no sé cómo, ves. No... nunca
aprendí y... Pero la cosa es, Poe, la cosa es que si lo hiciera, si lo aprendiera por
alguien en este mundo sería por ti. Pero antes de hacerlo, antes de decirte esas
cosas, todas las que no he podido decir, tengo que decirte todo lo demás. Tengo
que decirte la verdad. La verdad sobre mí. Sobre el tipo de hombre que soy. El
tipo de hombre que... era.
El corazón me da vueltas y vueltas en el pecho y sacudo la cabeza.
—Alaric, tú no...
Pero no escucha.
Habla por encima de mí.
Y habla en un susurro filiforme, un susurro que me ahoga de dolor.
—En la vida, siempre he luchado —comienza a decir—. Siempre he
luchado con... todo. Primero, cuando nací, me costó respirar. Mis pulmones eran
débiles. Me costó comer. Me costó regular la temperatura de mi cuerpo. Para
crecer. Para ganar peso. Para estar sano. Luché con eso. Cuando de alguna
manera sobreviví a eso, esos primeros meses de mi vida, luché por encajar.
Luché para... conectar con la gente. Para hacer amigos. Para ser parte de algo.
Para pertenecer a algún sitio. En la escuela, en las clases, en los grupos de
estudio. Pero sobre todo en casa.
»Sí, luché mucho en casa. Luché por sentirme seguro. Luché con sentirme
cálido, con sentirme... amado. Y eso es porque no lo era. No era amado. Nunca
lo fui. Y me lo merecía, ¿entiendes? Me merecía no ser amado por matar a mi
mamá. Maté a mi mamá. Fui responsable de su muerte. Fui responsable de toda
la sangre que perdió. Durante mi nacimiento. Cómo me parecía a la muerte antes
470
de que la muerte viniera por ella. Mi padre solía decirme eso. Que parecía la
muerte antes de que la muerte viniera por ella. Y lo hice. Yo. Así que sí, me
merecía su odio. Pero eso no es todo. Ese no fue mi único crimen, matar a mi
mamá. Además de eso, siendo un asesino, era tan diferente. Era tan... extraño
para él. Tan débil, enfermizo y pálido. Como si fuera la muerte misma. De nuevo,
algo que mi padre me decía, que yo era la muerte. Que había nacido para matar.
Para matar a mi mamá. Para matar cualquier esperanza que mi padre tuviera
para su legado. Y por eso siempre pensé que eso era lo que me correspondía, te
das cuenta. Que luchar, ser odiado, ser golpeado y maltratado por el hombre que
me trajo a este mundo era lo que me correspondía.
»Y cuando algo te corresponde, lo tomas, ¿no? Lo tomas de pie. Lo aceptas
con todo el coraje, la valentía y la dignidad que puedas reunir. Pero no lo hice.
No pude. Porque tenía mucho miedo. Siempre tuve tanto miedo de mi padre. Así
que hui de él. Me escondí. Me puse a resguardo. Me acobardé. Me agaché. Me
arrastré. Cada vez que mi padre llegaba a casa, me escondía debajo de la cama.
Me escondía en el armario. Me escondía en el techo, en el bosque. Me escondía.
Me escondía, tratando de desaparecer. Y Dios, odiaba eso. Lo odiaba tanto. Me
odiaba por ser tan patético, tan débil, tan pequeño. Quería ser fuerte, sabes.
Quería ser alguien que pudiera soportarlo. Que pudiera soportar todas las
palizas, todas las maldiciones, todos los abusos y seguir siendo fuerte. Quería...
—Se ríe con dureza—. Ser otra persona. Alguien diferente de lo que era. Así que
después, años más tarde, cuando vinieron por mí, mis compañeros, y me
golpearon y rompieron, pensé que era mi oportunidad. De morir.
—¿Qué?
—Para matarme —dice, sus ojos ahora están distantes—. Quería morir,
¿entiendes? Quería que me mataran. Quería que acabaran con mi patética vida.
Y cuando no lo hicieron, cuando no pudieron hacer bien el trabajo y todo lo que
obtuve al final fue una estancia de un mes en el hospital, me enfadé mucho. Con
ellos. Conmigo mismo. Con todo. Tanto que años después te castigué por ello.
Te castigué por las cosas que me hicieron los demás, pero no de la mejor manera.
No de una manera que consiguiera el trabajo. Que me diera lo que quería: la
muerte.
»Pero de todos modos, pensé que si ellos no podían hacerlo, entonces lo
haría yo. Me suicidaría. Me moriría en esta maldita cama de hospital. Y
renacería. Como otra persona. Alguien más fuerte. Alguien a quien la gente
temiera. Alguien a quien la gente respetara y admirara. Alguien sin debilidad,
sin blandura. Alguien que nunca perdió. Un Marshall. Un verdadero Marshall.
»Así que hice todo lo que pude después de eso. Para matarme. Para matar
al viejo Alaric, el patético debilucho. Para olvidar que alguna vez existió. Obtuve
dos doctorados, innumerables premios, becas y artículos. Construí mi cuerpo.
Lo esculpí, lo perfeccioné, me hice más grande y fuerte. Volví a esta ciudad. La
ciudad que el viejo Alaric odiaba. Me senté en las mismas juntas que mi padre,
dirigí las mismas reuniones, trabajé con la misma gente. Porque esta era la
gente, estas eran las cosas que el viejo Alaric odiaba, ya ves. Le gustaban los 471
libros. Le gustaba la historia. Le gustaba estar encerrado en su propio mundo,
pero lo obligué a salir. Lo obligué a convertirse en otra persona. A ser como mi
padre. A valorar las cosas que mi padre valoraba. El poder, el prestigio, el legado.
Y creo que me volví como él. Me volví exactamente como él porque, como él,
castigué a ese niño. El niño que yo era.
Finalmente, se centra en mí, sus dedos se flexionan en mi cara.
—Tenías razón. Cuando dijiste que me estaba castigando. Lo hacía. Lo he
hecho. Por ser quien era. Por ser débil. Por ser un cobarde. Por matar a mi mamá.
Por haber nacido. Me he estado castigando por todos estos crímenes. Por todos
estos pecados. Y quiero que lo sepas, Poe. Quiero que sepas por qué. Quiero que
sepas quién era antes de convertirme en esto. Antes de que me conocieras. Antes
de que tú...
Sus dedos se flexionan de nuevo sobre mi cara, su mirada se vuelve
penetrante.
—Antes de contarte todo lo demás, quiero que sepas a quién le diste ese
regalo. El que habías hecho. Porque era tu corazón, ¿no? Era tu maldito y
precioso corazón. Tu corazón púrpura de lunares que pusiste en mis manos y
yo... ni siquiera tuve la decencia de darte las gracias. Quiero que sepas a quién
le diste tu corazón. Quiero que sepas que no soy... como tú. Dios, eres muy
valiente, ¿lo sabías? ¿Tienes idea de lo valiente que eres? ¿De lo luchadora que
eres? Luchas, Poe. Te defiendes. Eres valiente. Tienes fuego en ti. No, en realidad
eso no es cierto. Tú eres fuego. Eres una llama. Una llama azul ardiente. Eres la
parte más caliente del fuego, Poe. Y yo no... No merezco...
Por fin he tenido suficiente.
Ya tuve suficiente con sus palabras.
Y lo he tenido hasta el punto de poner todo mi cuerpo en él. Sobre él.
empujándolo hacia atrás.
En dominarlo como lo hice esa noche.
La noche que me enteré de su vida.
Sobre su historia.
La noche en que me di cuenta de que era mi alma gemela.
Así que ahora está en la cama, de espaldas, y yo sobre él. Mis muslos están
a horcajadas sobre sus esbeltas caderas mientras me siento sobre su torso de
ocho cuadros. Me inclino sobre él, con las manos en el cuello de su camisa, y
mis ojos lo miran fijamente.
Pero tal vez no lo entienda.
No se da cuenta del peligro que corre ahora mismo porque no me devuelve
la mirada. Ni siquiera respira con fuerza como yo. Sus rasgos no están tensos
como los míos y su cuerpo está totalmente relajado debajo de mí. 472
Y eso me enfada aún más.
El hecho de que esté simplemente acostado, mirándome con ojos fundidos
mientras sigue acunando mi cara.
Me hace apretar los dientes y retorcer los dedos en su cuello mientras digo,
o gruño en realidad.
—¿Terminaste? —No le doy la oportunidad de responder y sigo adelante—
. Tienes que terminar, ¿entiendes? Tienes que terminar de hablar ahora mismo.
Porque no quiero escucharlo. No quiero oír ni una sola palabra contra mi Alaric.
Contra ese pequeño niño. No quiero oírte decir que era un cobarde o que era
débil o que se merecía todo lo que le pasó. No lo merecía. No se merecía
absolutamente nada. Ni un solo puñetazo, ni una sola maldición, ni un solo
abuso hecho a él por otros. Por ti. Era un niño, ¿de acuerdo? Un niño pequeño
e inocente. E hizo lo que pudo para sobrevivir. Hizo lo que pudo para vivir.
¿Entiendes? Y quiero que escuches algo más también.
»No está muerto. Intentaste matarlo, ¿verdad? Trataste de olvidarlo, pero
sobrevivió. Está dentro de ti. Y lo sé porque es él quien me protege. Es el que me
cuida. Quien me mima. Es el que no puede decirme que no. Es el que me concede
todos mis deseos, por muy tontos o caprichosos que sean. Él prepara baños para
mí. Mira mis diseños como si fueran lo más precioso del mundo. Es el que ve
mis programas conmigo, el que se ríe conmigo, el que me hace bromas, el que
me hace sentir que soy su reina. Porque soy su reina. Soy su cariño, y si dices
algo contra él, Alaric, no me va a gustar. No voy a aceptarlo, ¿de acuerdo? Así
que tienes que parar. Sólo detente. Porque estás equivocado. Estás muy
equivocado, Dios. Es un luchador. ¿No lo ves? Se defendió. Sobrevivió. Sobrevivió
a todo. Cada crueldad, cada golpe, cada injusticia, todo el odio. Sobrevivió a todo
eso. Y gracias a Dios por eso. Gracias al maldito Dios porque si no lo hubiera
hecho, tú no estarías aquí. No estarías aquí, Alaric, y yo... yo no...
Entonces se me escapa un sollozo.
Lo cual no me alegra.
No estoy nada contenta con ello. Que estoy llorando cuando debería ser
firme con él. Cuando debería hacerle entender que no puede odiar a quien fue,
a quien solía ser. No puede odiar a ese niño, porque ese niño necesita todo el
amor del mundo. Ese niño necesita todo el cuidado, toda la atención.
Ese niño es él.
Ese niño es mi Alaric, el hombre del que estoy enamorada, y Dios, por
favor, no puedo soportar que lo odie.
Pero ahora no puedo decirle todas estas cosas porque estoy llorando como
una loca.
Estoy sollozando y ahora tiene que hacerme callar. Tiene que abrazarme y
esconder mi cara en el hueco de su garganta. Tiene que acariciar mi espalda,
besar mi frente y decirme que todo va a estar bien. Que no debo llorar. Que soy
su cariño y que lo mata verme llorar.
473
—No puedes... —digo en su garganta—. No te lo permitiré, ¿de acuerdo?
No voy a...
Me hace callar de nuevo.
—Deja de llorar, Poe. Por favor, cariño. Sólo deja de llorar. Haré lo que sea,
¿de acuerdo? Haré lo que quieras. Sólo deja de llorar.
Entonces miro hacia arriba, con el pecho agitado.
—Voy a poner mi pie en el suelo.
Frunce el ceño.
—¿Qué?
—Estoy poniendo mi pie en el suelo, Alaric. Ya tuve suficiente. Voy a estar
contigo —le digo, volviendo a mirarlo fijamente—. Tú y yo, estamos juntos ahora.
Yo te llevo a ti y tú me llevas a mí, ¿entiendes? Y voy a cuidarte, mimarte y
amarte. Voy a hacer todo lo que pueda para hacerte feliz y no tienes elección. No
te voy a dar una opción. Porque no me importa lo que pienses. No me importa lo
que la gente piense. No me importa que seas mi tutor o lo que sea. Ni siquiera
me importa que no me ames, porque te amo. Te amo lo suficiente por los dos y...
—Lo hago.
—¿Qué?
Ante mi tranquila pregunta, se tensa, perdiendo por fin su relajado
comportamiento.
Su cuerpo se encoge debajo de mí, sus dedos se flexionan sobre mi cara y
veo cosas que se mueven en sus rasgos. Veo líneas rígidas que aparecen y
desaparecen pero no sé por qué. Y tampoco me da tiempo a analizarlas porque,
al igual que aquella noche, le toca a él dominarme.
Es su turno de empujarse de la cama, sus abdominales se flexionan
mientras me lleva con él.
Entonces, en una impecable e impresionante demostración de su fuerza,
gira su torso y cambia nuestras posiciones, colocándome en la cama. Ahora estoy
acostada debajo de él, con el cabello desparramado y las manos agarradas a sus
hombros, y está inclinado sobre mí, apoyado en los codos y con el cuerpo
colocado entre mis muslos abiertos.
Y Dios, por un segundo, ambos simplemente respiramos.
Ambos simplemente absorbemos al otro.
El tacto de nuestras pieles, el calor de nuestros cuerpos.
El hecho de que estemos de nuevo encerrados en una posición tan íntima,
tan familiar para nosotros. Tan celestial y maravillosa.
Pero entonces supongo que el respiro ha terminado. Es el momento de 474
decir las cosas y tengo mucho miedo.
Soy tan frágil ahora mismo. Tan vulnerable. Tan abierta bajo él.
—En el momento —comienza a decir, con sus ojos clavados en los míos—
, en que dije que no podía ir a la fiesta, la que habías organizado con tanto cariño
y cuidado, sentí como si alguien me hubiera clavado un cuchillo en el pecho.
Sentí como si alguien me hubiera apuñalado, mi corazón, porque tus bonitos
ojos azules se habían apagado. Podía verlo. Podía ver lo que te estaba haciendo
pero no podía detenerme. Y entonces no pude evitar alejarme, pero cada paso
que daba hacia mi auto, Poe, me parecía que estaba caminando sobre cristales
rotos. Y luego cada segundo que me sentaba allí, en esa sala de conferencias,
mirando tu regalo, sentía que me quemaba.
»Como si alguien hubiera prendido fuego a mi cuerpo, a mi alma. Y
entonces pensé en todas las demás reuniones a las que tendría que asistir, en
todos los demás proyectos de los que tendría que ocuparme porque eso es lo que
hace un Marshall, y me di cuenta de que había estado ardiendo desde que saliste
de mi habitación aquella noche, hace una semana. Me di cuenta de que llevaba
una semana caminando sobre cristales rotos, sangrando por el pecho. Y ya no
podía quedarme ahí sentado. No por el dolor, este dolor insoportable, que estaba
sintiendo, sino porque sabía que había una chica ahí afuera que también lo
estaba sintiendo. Estaba en sus ojos, ves. Sus bonitos ojos azules.
»Sabía que había una chica ahí afuera que piensa en mí. Que sueña
conmigo. Que suspira por mí y me anhela, y tuvo el valor de decírmelo. Fue lo
suficientemente valiente como para decirlo porque no quería que me quedara sin
amor. No quería que estuviera solo. Y por eso quise ir a verla. Quería darle las
gracias. Y quería decirle que ella tampoco está desamparada. Ella no puede
estarlo, ves. Porque hay alguien, un hombre, un hombre profundamente
defectuoso, que también piensa en ella. Piensa en su sonrisa, en su risa. Piensa
en su cabello de medianoche y en su piel lechosa. Piensa en su obsesión por el
color púrpura, en su esmalte de uñas que brilla en la oscuridad, en sus barras
de labios púrpura con nombres raros. Piensa en sus faldas de ante y sus vestidos
de lunares. Piensa en lo imaginativa que es, en lo creativa y única que es. En
cómo nombra todo lo que la rodea, sus vestidos y sus sombreros.
«Y este hombre, Poe, anhela cuidarla. Anhela malcriarla, mimarla,
adorarla, protegerla. Anhela prepararle el baño todas las noches, comprarle sus
sales de baño favoritas de flor de cerezo. Anhela comprarle una nueva máquina
de coser, nuevos vestidos, nuevos zapatos. Anhela ser el hombre al que acuda
cuando necesite algo, cuando necesite cualquier cosa. Hay un hombre ahí fuera
que respira y vive para esa chica. Que respira y vive para arder en su fuego. Para
arder por ella y con ella. Y soy ese hombre, Poe. Yo.
Me sacudo debajo de él.
Mis miembros sufren espasmos.
Como si me hubiera electrocutado. Como si alguien, él, me hubiera
disparado una dosis de adrenalina hasta el corazón.
475
Y me doy cuenta, acostado bajo él en este momento, que esto es lo que se
siente. Tener una segunda oportunidad de vida.
Revivir después de estar a las puertas de la muerte.
Es la segunda vez, ¿no? Cuando me trajo de vuelta a la tierra de los vivos.
La primera vez fue cuando me besó después de mantenerme alejada
durante una semana. Y ahora me trajo de vuelta con sus palabras. Con su yo.
—¿Tú?
Me pasa los pulgares por las mejillas, su mirada va y viene entre mis ojos
mientras asiente lentamente.
—Sí. —Tragando, continúa—: Sé que no sé mucho sobre el amor. De
hecho, no sé nada. Menos que nada. Nunca lo he tenido en mi vida y quizá por
eso me ha costado tanto aceptar que lo encontré. Por eso me costó tanto dejar
de hacerlo. Dejar de odiar, dejar de castigarme, dejar de estar enfadado. Pero
quiero hacerlo. Quiero parar. Quiero aprender a parar. Por ti.
—¿Por mí?
—Sí —dice con voz ronca—. Porque este amor que siento por ti, no quiero
que se vea empañado por el odio o la ira. No quiero que se contamine por mi
pasado. Porque eso es todo lo que quiero sentir, este amor. Así que voy a parar.
Para poder amarte como te mereces. Sin fronteras, sin limitaciones, sin ninguna
duda. Te mereces ser amada como nadie lo ha sido antes. Como si fueras la
única chica en este mundo. La primera chica, la última chica. Mereces ser amada
como una reina, mi reina. Porque eres mi reina, ¿no?
Asiento con un movimiento de cabeza y una lágrima cae por un lado de mi
ojo.
La limpia con el pulgar mientras continúa:
—Te mereces que te ame como mi cariño y lo haré, Poe. Te amaré así. Te
amaré como un sueño, como un deseo, como la magia. Porque tú eres todo eso.
Eres mi sueño, mi deseo, mi pedacito de magia. Y por eso, Poe, no tienes que
ponerte de rodillas. Ya estoy de rodillas. Ya estoy a tus pies. Ya estoy aquí. Aquí
mismo. Siempre estaré aquí, Poe. Siempre. Y sé que puede que no me creas
porque sé que lo jodí. Actué como un imbécil. No acudí a ti antes. Te dejé pensar
que no te amaba. Que estabas sola en esto. Pero no lo estás y voy a hacerlo
mejor, Poe. Voy a ser mejor. Por ti. Te lo prometo. Te lo demostraré. Ya verás.
Yo...
Entonces lo detengo.
Levanto la cara y pongo mi boca sobre él.
Porque es un idiota.
Es un idiota despistado.
Quizá por eso lo amo tanto. Porque es tan despistado. 476
Sobre lo precioso que es. Lo adorable y frustrante que es. Lo amoroso y
mío que es.
Dios, es mío.
Quiere ser mío. Quiere amarme.
Me ama.
Y entonces lo beso con más fuerza. Tiro de su cuello, de su cabello,
clavando mis talones en sus muslos.
Pero, como el idiota que es, rompe el beso, con su pecho respirando
salvajemente, y jadea en mi boca:
—¿Has oído lo que dije? Te lo voy a demostrar...
Mi pecho también se agita mientras lo corto.
—No necesitas demostrar nada.
Sus ojos se vuelven graves.
—Pero Poe, te hice daño, cariño. Necesito...
—Sí, lo hiciste. —Le doy un jalón a su cabello—. Lo hiciste, ¿verdad?
Cuando viniste a despedirte esa noche. Estaba tan enfadada contigo. Y luego,
otra vez, dijiste que no a la fiesta y te fuiste. Entonces me rompiste el corazón.
Pero ¿no lo ves? Siempre lo haces mejor. A veces tardas. Pero eso está bien.
Porque yo también tardé.
—¿Qué?
Asiento.
—Yo también tardé, Alaric. En darme cuenta de que te amaba. Que
siempre te había amado. Perdí mucho tiempo persiguiendo al hombre
equivocado y atormentando al que en realidad es mi alma gemela.
—Alma gemela.
Al oír esto, también le acaricio las mejillas. Acuno su cara como si él
acunara la mía. Como si fuera la cosa más preciosa del mundo.
Y lo es, ¿verdad?
Para mí.
Y yo soy lo más preciado del mundo para él.
—Lo eres —susurro—. Eres mi alma gemela, Alaric. Tu alma coincide con
la mía. Tu corazón coincide con el mío. Tu historia coincide con la mía. Ambos
fuimos no amados, ves. Ambos estábamos solos.
Mantiene su silencio durante un par de segundos, sus ojos recorren mis
rasgos, antes de susurrar:
—Pero ya no.
—Ya no. 477
—Porque me amas.
—Te amo —digo, todavía molesta—. Y tú me amas.
Con ojos solemnes, dice:
—Te amo.
—¿Lo ves? Todo está mejor ahora.
—¿Sí?
—Sí. —Presiono mis dedos en las crestas de sus pómulos—. Entonces,
¿vas a besarme ahora?
Sus labios se estiran por un lado.
—Sí.
—Bien. Porque creo que hemos perdido mucho tiempo, Alaric —le digo,
todavía un poco enfadada—. Hemos perdido todo este tiempo peleando entre
nosotros y no entendiendo nuestros sentimientos y luego negando nuestros
sentimientos. Y no vas a creer esto, pero todas mis amigas, todas, han estado
enamoradas de sus chicos durante años. Años, Alaric. Y aquí estoy…
—¿Poe?
—¿Qué?
Sonríe, una sonrisa brillante y luminosa, mientras susurra:
—Te amo.
Oh, Dios.
Mi corazón va a dar un vuelco, lo juro. Es tan maravilloso. Es tan hermoso
y me ama.
Y está sonriendo.
Olvidando mi diatriba, me muerdo el labio y le susurro:
—Yo también te amo.
Su sonrisa se vuelve tierna.
—Pero ahora quiero que te calles.
Jadeo, pero antes de que pueda replicar, me lo da.
Lo que he estado pidiendo pero, como una idiota, no dejaba que me lo
diera.
Un beso.
En el que luego suspiro. En el que luego sonrío también.
Porque me alegro de que el idiota del que estoy enamorada haya tenido la
suficiente presencia de ánimo para ponerme en mi sitio.
Para amarme.
Y Dios, nada podría ser más dulce. Nada podría ser mejor que ser amada. 478
Por él.
Por el hombre que amo.
Mi guardián. Mi alma gemela.
Mi Alaric.
e acuerdo, sólo dame una pista —digo.

—D
—No hay ninguna pista que dar —responde Jupiter.
—Vamos —le suplico.
—Lo juré.
—¿En serio?
—En serio.
Entrecierro los ojos.
—¿Dices que lo que pasó fue normal? ¿Siempre haces eso?
Amplía la suya.
—Sí. A veces me entusiasmo demasiado cuando conozco a la gente. No es
gran cosa. 479
—No es gran cosa.
—Sí. —Asiente—. ¿Así que vas a dejar esto ahora?
¿Por qué no le creo?
¿Por qué creo que hay más?
Tiene que haberlo.
Me refiero a la forma en que abrazó a Callie en Ballad of the Bards la
primera vez que se vieron, y luego, cuando se emocionó muchísimo al estrechar
la mano de Conrad en The Horny Bard. Eso no es una simple excitación. Hay
algo ahí. Algo que Jupiter no quiere decirme. Y se lo he preguntado muchas
veces.
Suspiro.
—Bien. Voy a dejar pasar esto.
Se relaja visiblemente.
—De acuerdo. Gracias.
Y lo habría hecho, lo juro.
Está claro que se siente incómoda al respecto. No quiere que me entrometa
y lo respeto. Lo respeto totalmente.
Pero luego tuvo que ir y mirar.
Era uno de los Thorne.
Shepard Thorne, para ser específicos.
Que está de pie junto al camión de los helados, mientras nosotras estamos
aquí, en el puesto de la adivina.
Oh, estamos en esta increíble feria y con nosotros me refiero a mí, Jupiter,
Echo, Callie, Wyn y Salem. Además de todos sus chicos y los hermanos Thorne.
El carnaval fue una sugerencia de Salem. Y mientras pensaba en ideas sobre
una última cosa que hacer antes de que todas nos fuéramos por separado a la
universidad y demás, esta parecía una actividad divertida para el grupo.
Y así ha sido.
La hemos pasado muy bien todo el día. Paseos divertidos, comida
divertida, muchas risas con mis chicas. Aunque hubo un pequeño contratiempo.
Vinimos específicamente hoy para ver este espectáculo de acrobacias en moto,
la misma razón por la que Salem sugirió venir aquí, pero resulta que fue
cancelado.
Lo cual es una pena porque iba a ser increíble.
Como, realmente increíble.
Vi fotos de ello en internet y oh, Dios mío, el tipo podía hacer volar la moto
por el aire. Quiero decir, guau.
Su nombre es Zachariah Prince, y por muy impresionantes que sean sus 480
acrobacias, el tipo en sí mismo también es bastante impresionante. Es atractivo,
no voy a mentir. Con el cabello y los ojos negros, parece un príncipe oscuro de
algún tipo. Que en realidad es su nombre artístico.
Oh, y la parte más sorprendente: Salem lo conoce. O más bien conoce a la
esposa de este tipo, Cleopatra Paige.
También he visto sus fotos y creo que me he enamorado de ella y de su
sentido de la moda.
La chica tiene el cabello azul más increíble, está loca por el color azul como
yo estoy loca por el morado; su Insta está lleno de azul, y rockea con algunas
botas de motorista impresionantes. Por no hablar de que me encanta su
camiseta, que he descubierto que lleva para todos los espectáculos de Zach. Es
una simple camiseta blanca con Dark Prince's Cinderella escrita en el pecho.
Me encanta.
Me encanta su muestra de apoyo y lealtad hacia su marido.
De todos modos, antes de la feria, Cleo fue quien le habló a Salem de este
increíble puesto de adivinación que manejaba una chica llamada Dove. Así que
todas mis chicas decidieron pasarse por allí, mientras que todos los chicos
decidieron mantenerse alejados de ella y permanecer reunidos en grupo a seis
casetas de distancia.
Que es hacia donde mira Jupiter.
Y aunque todos los chicos están de pie en un grupo como dije, todavía sé
que está mirando a Shepard. Porque lo ha hecho durante todo el día. Lo ha
seguido con la mirada durante toda la feria y el tipo no tiene ni idea.
La mayoría de las veces, porque o bien está ocupado tirándose mierda con
los chicos, sobre todo con Arrow, el novio futbolista profesional de Salem; al
parecer, jugaron entre ellos hace unos meses porque Shepard también es
futbolista y han entablado una especie de amistad; también con Reed, porque al
igual que a éste, a Shepard le gustan los autos, o jugando con su teléfono.
Y creo que sé por qué está jugando con su teléfono.
Así que con el corazón apretado por mi amiga, la alejo del grupo y le
susurro:
—Sabes que tiene novia, ¿verdad?
Jupiter se sorprende ligeramente tanto de que tire de ella como de mis
palabras.
—¿Qué, quién?
La miro.
—Jupiter.
Parece estar pensando en las cosas antes de suspirar y decir:
—Lo sé.
481
Inclino la barbilla en su dirección; ahora mismo está jugando con el
teléfono.
—Creo que le está mandando un mensaje. Ahora mismo.
Sus labios se fruncen.
—Eso no lo sabes.
—¿Hablas en serio? El tipo lleva todo el día pegado a su teléfono. —Me
inclino y susurro súper seria—: Está enviando mensajes de texto a una chica,
Jupiter. Y como tiene novia, supongo que es ella.
Por mucho que odie esto por mi amiga, estoy bastante segura de que está
enviando mensajes a su novia. Se llama Isadora y, por lo que me ha dicho Callie,
está loco por ella. Ah, y también me dijo que hay cierta tensión entre él y Stellan
(Shepard y Stellan son gemelos idénticos) con respecto a todo este asunto de
Isadora. No tiene ni idea de por qué o qué demonios está pasando entre sus dos
hermanos, pero ha percibido algún conflicto.
Pero de todos modos eso no es importante ahora.
Estoy más preocupada por mi amiga.
De nuevo, Jupiter parece estar pensando en las cosas. Entonces:
—De acuerdo, está bien. Está enviando mensajes de texto a su novia. ¿Y?
—Y. —Sacudo la cabeza—. ¿Qué haces mirándolo? Esto tiene desamor
escrito por todas partes.
Finalmente mis palabras le llegan y sus hombros se hunden.
—Lo sé. Ya lo sé. Por más de una razón.
La miro especulativamente.
—Sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad? Puedes contarme todas las
razones.
Me dedica una pequeña y triste sonrisa.
—Lo sé. Pero algunas cosas es mejor no decirlas.
Oh, Jupiter.
Me pregunto qué es. Me pregunto cómo puedo ayudarla.
Porque quiero ayudarla. Quiero ayudar a todas mis amigas. Quiero que
todas sean felices.
Tan feliz como yo ahora mismo.
Y en su mayor parte, lo son.
Por ejemplo, Callie acaba de recibir la noticia de Dove de que podría recibir
buenas noticias pronto. Como la de un bebé. Lo que la dejó completamente
atónita. 482
—Pero ya tengo una bebé. Quiero decir, es una locura.
En ese momento, Salem señaló:
—Pero si realmente lo piensas, mira con quién estás casada. Es Reed. Es
tu magnífico villano. Por supuesto que va a haber muchos bebés en tu futuro.
Y así todas nos quedamos mirando a Reed durante un rato.
Que tiene a Halo atada al pecho y lleva todo el día cargando con esa niña
sin dejar que Callie la tome ni una sola vez, llevándose la peor parte para que
ella pueda disfrutar con sus amigas. Y Dios, sí que está sexy con su mano
extendida sobre la espalda de Halo mientras juega con sus puños casi
distraídamente mientras habla y ríe con los chicos.
Así que sí, definitivamente habrá más bebés.
Y entonces, Salem y Wyn recibieron la noticia de que podría haber un
compromiso serio en su futuro. Para Salem, podría ser algo natural y fácil.
¿Hola? Arrow está totalmente loco por ella. Apuesto a que le pedirá matrimonio
en la primera oportunidad que tenga.
Pero para Wyn, podría haber alguna lucha.
Así que me tocó señalar:
—Bueno, todos sabemos cómo es Conrad. Es súper rígido con las cosas.
Así que vas a tener que convencerlo.
Callie se solidarizó.
—Conozco a mi hermano. Él va a ser todo, oh, Dios mío, eres tan joven y
todo eso. No te rindas.
Wyn, como la persona tranquila y decidida que es, sonrió.
—Nunca me voy a rendir. —Luego, mirándolo desde el otro lado del espacio
donde estaba charlando con los chicos, añade—: Tu hermano merece la lucha.
¿Lo ves?
Todo el mundo está contento.
Bueno, en su mayoría.
Porque en el momento en que Jupiter y yo nos reincorporamos al grupo,
todas las chicas están reunidas alrededor de la mesa de Dove y a Echo le están
leyendo el futuro, oigo a Dove decir:
—Bueno, creo que hay una confusión en tu vida.
Veo que los hombros de Echo se ponen rígidos. Es un movimiento leve
pero todas lo captamos.
—¿Qué tipo de confusión?
Dove se encoge de hombros.
—No lo sé. Algo. Como si estuvieras dividida entre dos cosas. —Entonces 483
dice—: ¿Lo estás?
Sus hombros se endurecen aún más y empuja su cabello rubio miel detrás
de las orejas.
—No lo creo...
—¿Me lo preguntas o me lo dices?
—Te lo digo.
Dove la estudia durante unos segundos.
—Está bien entonces. Pero si estuvieras, confundida, te diría que te
dejaras llevar por tu corazón.
—Sí, mi corazón es estúpido, así que.
Dove sonríe entonces, sentándose de nuevo en su silla.
—Lo es, ¿verdad? Pero te diría lo que le dije a Cleo hace tiempo. Que los
corazones son estúpidos, sí. Nunca se sabe dónde están sus lealtades. Tienen
sus propios reyes y reinas.
Zach y Cleo tienen una historia de amor increíble y Salem nos contó todo.
De hecho, Dove fue quien hizo que Cleo se diera cuenta de que estaba enamorada
de Zach.
—Y créeme —continúa Dove—. No fue una comprensión feliz para ella.
Pero le dije, como le digo a todo el mundo, que no pasa nada. Sólo tienes que
aceptarlo.
—No, no lo fue —añade Callie, que se apoya en una mesa junto a Dove y
Echo—. Una comprensión feliz para mí tampoco, quiero decir. Que amaba a
Reed.
Entonces Salem dice, acariciando el hombro de Echo.
—Me di cuenta de que amaba a Arrow cuando tenía diez años. Y creo que
tampoco fue una comprensión feliz. Quiero decir, estaba enamorado de mi
hermana.
De pie junto a Salem, Wyn sacude la cabeza.
—No creo que sea una comprensión feliz cuando finalmente descubres que
estás enamorada de un tipo que no quiere saber nada de ti.
—O del amor —aporto, inclinándome para abrazar a Echo—. Porque hay
cosas más importantes en su vida. Que tú. —Me enderezo—. Pero a veces te
puedes llevar una grata sorpresa.
Entonces no puedo contener mi sonrisa.
Y mis amigas tampoco.
Callie levanta las cejas. 484
—Como nuestra Poe aquí.
Wyn viene a apretar mi hombro entonces.
—Porque hace poco descubrió que el hombre del que está enamorada
también la ama.
Salem sacude la cabeza, riéndose.
—Oh, él no sólo la ama. Prácticamente la adora.
—Dios mío, sí —asiente Jupiter—. Poe es básicamente su pequeña reina.
—No, espera, Cinderella —dice Callie—. Porque Cinderella es la del zapato,
¿no? Cuando el príncipe se arrodilla para ponerle un zapato en el pie. Para ver
si le queda bien.
—Ajá. —Wyn sonríe—. Y lo hizo totalmente. Delante de todo el mundo. Y
Poe aquí se sonrojó como una loca. Lo cual es muy raro.
—Sí, Poe nunca se ruboriza —señala Echo.
—Cállate, ¿de acuerdo? Todas ustedes —digo, entrecerrando los ojos—. No
me sonrojé.
Así es.
Tuve que hacerlo.
Sucedió cuando llegamos a la feria esta mañana. Salí del auto y mi tacón
se atascó en algo, haciéndome tropezar. Y lo primero que salió de mi boca fue su
nombre.
—¿Alaric?
Pero creo que ni siquiera necesité decirlo. Creo que ni siquiera necesité
llamarlo porque estaba a mi lado, en un instante, antes de que terminara de
llamarlo.
Y luego, frunciendo el ceño, se arrodilló y rodeó mi tobillo con sus grandes
y reconfortantes dedos, enderezando mi talón y fijando mi hebilla.
Levantando la vista, preguntó:
—¿Está bien, cariño?
Asentí, agarrándome a su hombro.
—Gracias.
Fue entonces cuando me sonrojé.
Porque su mandíbula se había apretado y sus ojos habían brillado.
Y sé que estaba pensando en todas las otras veces y en todas las otras
cosas por las que digo gracias.
Así que sí, me sonrojé. 485
Porque lo hizo. Porque se arrodilló por mí.
Porque lo quiero mucho y me encanta ser su cariño.
De todos modos, una vez terminada la lectura de Echo, nos dirigimos todas
a los chicos.
Sinceramente, creo que los chicos también están aliviados.
Especialmente Reed, Conrad y Arrow.
Porque sus ojos giran hacia nosotras y veo claramente que exhalan y se
mueven sobre sus pies como si estuvieran aliviados.
Pero eso es todo lo que capto, porque luego mi atención es robada por este
hombre que exhala más tiempo y se mueve de pie con más inquietud que los
demás. Como si hubiera estado esperando que nosotras, yo, volviera con más
ganas que las demás. Como si sus ojos estuvieran atentos y sólo esperaran verme
y brillar.
No lo culparía si lo fuera.
Porque yo estoy igual.
Me muero por volver a él desde que nos separamos. Me muero por volver
a tocarlo, a olerlo, a tomar su mano, a frotar mi nariz en las mangas de su
camisa, a besar sus bíceps.
Por lo que deduzco de mí misma, soy una novia súper sensiblera que
necesita a su novio a su alrededor todo el tiempo. Y por lo que deduzco de él, él
también es igual.
Así que cuando lo alcanzo, voy hasta el final.
No me detengo hasta que las puntas de nuestros zapatos chocan entre sí
y mis manos están sobre sus abdominales estriados y le doy mi peso.
Tampoco se detiene. No hasta que me agarra por la cintura, tomando más
de mi peso, y se inclina hacia abajo, haciendo que mi columna se arquee.
Así que estamos alineados como lo están las estrellas y los planetas.
Porque somos almas gemelas, ves.
Estoy a punto de decir algo cuando una fuerte ráfaga de viento se acerca
y amenaza con quitarme el sombrero. Pero lo salva en el último momento. Pone
su gran mano de guardián encima de él y lo mantiene pegado a mi cabeza.
Alcanzándolo yo misma, pongo mi mano sobre la suya y, cuando está convencido
de que mi sombrero va a estar bien, sólo entonces vuelve a mi cintura.
Pero antes de que pueda darle las gracias, sus dedos en mi cintura se
tensan y habla con el ceño fruncido.
—¿Por qué carajo has tardado tanto?
Sí, me extrañó. 486
Con el cabello volando alrededor de mi cara, exhalo:
—Lo siento. Pero ya estoy aquí.
—Bien.
—Gracias por salvar mi sombrero.
Sus ojos de chocolate brillan ante mis palabras jadeantes.
—¿Vas a agradecerme cada vez que haga algo por ti?
Todavía agarrando mi sombrero, me muerdo el labio ante sus repetidas
palabras de hace un tiempo.
—Es mi sombrero favorito.
Me mira la boca un segundo antes de decir:
—Lo sé. Lady Gaga Over Purple.
Sonrío.
—¿Te acuerdas?
—Que tienes nombres extraños para toda tu ropa y accesorios, sí.
Frunzo el ceño.
—Oye, eso te encanta.
Sus labios se levantan por un lado.
—Sí. —continúa—, ¿Cómo se llama este?
Sé lo que está preguntando y lamiendo mis labios cubiertos de lápiz labial,
susurro:
—Linda Corrupción.
—Supongo que hay una razón por la que lo llevas.
—La hay.
—¿Si? ¿Qué es?
—Bueno, primero, porque soy linda.
—¿Es así? —murmura, subiendo mis gafas con su dedo índice.
Algo que estoy descubriendo le encanta hacer. Y algo que me encanta que
haga también.
—Sí. —Asiento primorosamente—. Mi novio me lo dice todo el tiempo.
Al principio, tuvo algunos problemas con la terminología. Como por
ejemplo, que yo lo llamara mi novio.
Dijo que le hacía parecer un adolescente.
Pero le dije que se aguantara. Porque él es mi novio y yo soy su novia.
Llevamos dos semanas así. 487
Y han sido las mejores dos semanas de mi vida.
Desde que me dijo que me amaba, he estado viviendo en un sueño.
Esa noche le dije que habíamos perdido mucho tiempo alejados el uno del
otro, luchando contra nuestros sentimientos y demás. Cuando podríamos haber
estado juntos. Cuando podríamos haber creado nuevos recuerdos para
reemplazar los viejos. Algo que estoy muy decidida a hacer.
Así que ahora se asegura de que pasemos todo el tiempo posible juntos.
Algo así como ponerse al día.
Y me encanta.
Me encanta despertarme con él en la mansión y pasar el día con él. Me
encanta explorar el bosque y los terrenos. Me lleva a citas y de compras. Damos
largos paseos en auto, largas caminatas. Vamos al cine porque una vez me dijo
que sólo había ido al cine en un puñado de ocasiones y, Dios mío, tuve que
rectificar eso.
Por no hablar de que me encanta quedarme en casa con él. Sobre todo
cuando está en su estudio, trabajando, y yo cosiendo mis vestidos o haciendo
bocetos. Y ahora que ha dejado el concejo escolar y todas las demás
responsabilidades que nunca le gustaron pero que, sin embargo, cumplía, sólo
trabaja en las cosas que le gustan: sus investigaciones, becas y su libro. Y así
consigo verlo todo el tiempo relajado y divertido.
Es decir, sí hay momentos en los que se agita y se angustia. Especialmente
cuando hace unos días me mostró todos sus escondites alrededor de la mansión
y el bosque. Me di cuenta de que estaba avergonzado por eso. Estaba enfadado
consigo mismo, y aunque quería romper a llorar y sollozar por todas las
crueldades que tuvo que pasar, me contuve. Controlé mis emociones y le dije
que no tenía nada de qué avergonzarse.
Que estaba orgullosa de él.
Por sobrevivir. Por protegerse.
Además fue culpa de sus abusadores, de su padre, de este pueblo. No de
él.
Sé que es difícil para él creerme, pero lo conseguiremos.
Llegará el día en que me crea de corazón. Hasta entonces, seguiré
recordándoselo.
Tararea.
—Bueno, parece un tipo inteligente.
—Lo es totalmente.
—Dime la segunda razón.
Ah, sí. 488
¿Por qué me puse este lápiz de labios en particular?
—La segunda razón es que quiero corromperte. —Luego, sonriendo y
señalando mis labios—: ¿Lo entiendes? Linda Corrupción.
Sus labios se mueven.
—Corromperme.
—Sí. Quiero decir, mírate. —Ensancho los ojos—. Estás pasando el rato
en una feria. ¿Quién lo hubiera pensado?
Entrecierra los ojos como si estuviera pensando.
—Es cierto. Esto es más salvaje que el cine.
En el que parecía tan incómodo. Y luego frunció el ceño durante toda la
trama de la película de superhéroes que estábamos viendo.
Bueno, hasta que me incliné y lo besé.
Entonces su atención cambió y parecía feliz.
—Estoy de acuerdo. Y —le digo emocionada—, has probado mi algodón de
azúcar.
—Lo hice.
—¿Te gustó?
—Absoluta jodidamente no.
Le doy un golpe en el pecho y se ríe.
Dios, me encanta oírlo reírse.
Le hace parecer más joven e infantil de alguna manera, sus labios
sonrientes, sus ojos de chocolate divertidos.
—Además, te estás relajando —digo.
—Oh, ¿es así como se llama esto?
—En sábado.
—Es sábado, sí.
—Y no llevas tu chaqueta de tweed —añado, jugando con la cadena de
plata de su medallón.
Oh, ¿mencioné que le regalé un medallón?
Es para reemplazar el anillo de su meñique.
Porque ese anillo era un símbolo de todas las cosas que nunca quiso hacer,
de lo que su padre quería que fuera, y por eso, cuando dejó todas sus
responsabilidades, también renunció a ese anillo. Y como me prometí a mí
misma que iba a crear nuevos recuerdos con él, le regalé este pequeño medallón
con una cadena de plata que ahora lleva siempre al cuello.
—Sólo porque mi novia me amenazó con tirarlos todos si me ponía uno.
Totalmente. 489
De hecho, iba a traer una chaqueta de tweed a una feria. Lo dejé salirse
con la suya en el cine, pero no aquí. Hoy no.
Se supone que esto es divertido y no necesita parecer un director o un
profesor.
Así que sólo lleva una camisa gris oscura y sus pantalones de vestir.
Y tengo que decir que es el tipo más guapo de aquí.
Con su mandíbula desaliñada y su cabello rizado ondulado, es como mi
caramelo personal.
Levanto las cejas y muevo las pestañas.
—¿Y aceptaste porque amas mucho a tu novia?
—Quiero decir, lo primero en lo que pensé fue en mis chaquetas de tweed,
pero bueno.
Entrecierro los ojos.
—Eres malo.
Se ríe de nuevo.
—Nunca dije que no lo fuera.
Me derrito ante ese profundo sonido y sacudo la cabeza.
—Estoy hablando en serio, ¿de acuerdo? ¿Te la pasaste bien o no?
Al oír esto, me acerca aún más, sus dos brazos me rodean la cintura
mientras se inclina más.
—Lo hice.
—¿De verdad?
—Sí.
—¿Te gustan mis amigos?
—Lo hacen. —Luego agrega—: Conrad es agradable.
Sonrío.
—¿Si? ¿Te gustaría salir con él?
Tenía el presentimiento de que podría hacerlo.
El hermano mayor de Callie, el novio de Wyn, es casi de la edad de Alaric.
Además, por lo que sé de él, es muy hermano mayor, responsable y la familia es
súper importante para él. Y aunque la familia de Alaric era una mierda, él sigue
teniendo un gran sentido de la moral y la responsabilidad. Así que pensé que
podrían congeniar.
Y me dan ganas de estrujarlo de felicidad porque lo hayan hecho.
Esa sensación no hace más que aumentar cuando, justo delante de mis
ojos, los majestuosos pómulos de mi hombre se sonrojan y asiente. 490
—Vamos a salir otra vez. La próxima semana.
Oh, Dios mío.
Voy a llorar, lo juro.
Estoy muy feliz. Mi Alaric va a salir con alguien.
No tiene amigos, ves.
Siempre ha estado solo. Siempre ha luchado.
Y no quiero que lo haga.
Ya no.
Quiero que sienta que pertenece, porque lo hace.
Debe estar conmigo.
Y no sólo eso, quiero que encuentre amigos. Que se divierta. Que salga.
Que sea feliz.
Ver que la gente lo acepta por lo que es y no por lo que siempre pensó que
debía ser.
Además, nunca pudo hacer estas cosas antes, cuando era un niño. Y esto
me emociona mucho, que lo encuentre en Conrad y espero que en los otros
chicos.
—¿Y qué van a hacer? —pregunto, sonriendo.
—Jugar al fútbol.
Me quedo con la boca abierta.
—¿Sabes jugar fútbol?
Sus ojos parecen divertidos.
—Sí.
Vuelvo a golpear su pecho.
—Cállate.
—Jugué un poco en la universidad.
—Mierda. —Lo agarro la camiseta—. Te volviste al menos diecisiete veces
más sexy ahora mismo.
—¿Sí?
—¿Hay algo que no puedas hacer? Como, ¿algo en absoluto?
Mueve la cabeza lentamente, sus ojos siguen burlándose.
—No mucho, no.
Suspiro.
—En serio eres el hombre del Renacimiento, ¿no?
El hombre que puede hacer todas las cosas.
491
El hombre que no sólo es un erudito, un luchador, ahora un jugador de
fútbol, sino también alguien que tiene el poder de hacerme hacer cosas. Que
tiene el poder de aumentar los latidos de mi corazón. Para hacerme sentir agitada
y sin aliento, segura y caliente, acogedora y protegida.
Mi Alaric es el hombre más poderoso del mundo.
—Bueno, al menos esta vez lo usas correctamente —murmura.
Le doy una sonrisa de ensueño.
—Soy tan feliz que ni siquiera me voy a ofender por eso. —Se ríe de nuevo—
. ¿Pero te das cuenta de algo?
—¿De qué?
—Conrad y Wyn también van a estar en Nueva York. —Doy un respingo—
. Puedes jugar todo el fútbol que quieras con él allí.
Porque ahí es donde vamos. Junto con Wyn, que va a empezar la escuela
de arte en la ciudad, y Conrad, que va a ser el entrenador del equipo de fútbol
de Nueva York.
Ahora que la escuela de verano terminó y me gradué del instituto, ¡yay! me
mudo a Nueva York para empezar la universidad comunitaria. Y él se va
conmigo. Sobre todo porque no quiere que me vaya sola, pero también porque
no quiero que viva aquí. En esta ciudad. En la misma mansión que contiene
tantos malos recuerdos para él.
Así que empezamos de cero.
Lo que significa que también va a dejar su trabajo en el Middlemarch
College para poder conseguir algo en Nueva York. Y aunque ya tiene ofertas en
fila, todo el mundo quiere hacerse con el profesor Marshall, no tiene prisa por
aceptar ninguna. Quiere trabajar en su libro durante unos meses antes de
comprometerse con una universidad.
Además, quiere que viaje con él.
Esa es otra de las cosas que descubrí sobre él.
A Alaric le encanta viajar. Viajó mucho cuando estaba en su programa de
posgrado, sobre todo con becas a todos estos sitios históricos, y por eso quiere
compartirlo conmigo. Y por supuesto, me apunto.
En realidad no puedo esperar.
Vivir con Alaric, aunque no en mi antigua casa de la ciudad; Alaric odiaba
esa idea y encontró un lugar para los dos que no me importa en absoluto, viajar
con él, estudiar la moda en algún momento del futuro, aprender todas las cosas
nuevas y viejas de él.
Nada podría ser mejor.
Además, todas las cosas que me preocupaban resultaron estar bien.
Como que la gente de la escuela se enterara de nuestra relación. No es que 492
importe mucho ahora, porque no sólo me gradué, sino que Alaric ya no es el
director. Pero aun así me preocupaba, cuando vino a recogerme a los dormitorios
el día de la mudanza, que la gente levantara las cejas y lo señalara. Bueno, sí
que levantaron las cejas, pero sobre todo porque estaba enamorada del hombre
al que había odiado durante años y años, y de forma muy vocal.
Y en segundo lugar, el hecho de que Mo aprueba de todo corazón nuestra
relación.
Está muy contenta por nosotros y ha mencionado muchas veces que le
encanta vernos a Alaric y a mí sonriendo y siendo felices juntos.
Aunque tuvo la charla conmigo sobre los pájaros, las abejas y todo eso.
Creo que no ve con buenos ojos el hecho de que Alaric y yo no sólo compartamos
techo sino también cama. Alaric cree que no es de su incumbencia, pero traté de
tranquilizarla. Es la única figura materna en mi vida y no puedo dejar que se
preocupe por mí de esta manera.
Así que, en general, soy lo más feliz que he estado en mi vida.
—Nos vamos a divertir mucho en Nueva York —continúo.
Sube su mano para acunar mi mejilla.
—¿Es eso lo que te dijo la adivina?
—No me leyeron el futuro.
—¿Por qué no?
—Porque conozco mi futuro.
Su pulgar roza la base de mi labio.
—¿Sí? ¿Cuál será?
Me pongo de puntillas.
—Tú.
—Yo.
—Sí. —Asiento—. Y sé que mientras te tenga a ti, no necesitaré nada más.
Presiona la yema de su pulgar sobre mis labios, separándolos ligeramente.
—Carajo, sí, no lo harás. Porque te lo daré todo.
Mi corazón da un vuelco.
—¿Por qué?
—Porque eres mi cariño.
—Y tu pequeña reina.
—Y mi pequeña reina.
Dios, lo amo tanto.
Tanto, tanto.
493
—Tú también eres mi rey, ¿sabes?
—¿Sí?
—Y por eso siempre te agradeceré todo lo que haces por mí.
Lo miro fijamente a los ojos.
Me devuelve la mirada.
Me muerdo el labio.
Aprieta la mandíbula ante la acción.
—¿Alaric?
—Poe.
—Te amo.
—Yo también te amo, cariño.
Y entonces se inclina para besarme. Y finalmente suelto mi sombrero y le
devuelvo el beso.
Siento que el sombrero vuela con el viento y rompe el beso por un segundo
para quizás ir por él. Pero lo sujeto del cabello con el puño y lo traigo de vuelta.
Al diablo con el sombrero.
Al diablo con todo.
Quiero besar a mi alma gemela.
Y quiero que mi alma gemela me devuelva el beso.
Pero unos segundos después, lo rompo yo misma y susurro:
—Hablando de corrupción, ¿qué te parecería tener sexo sin preservativos?
Se pone rígido.
—¿Qué?
—Ya sabes —empiezo titubeando—. Nunca me han gustado los condones
y estaba pensando que una vez que lo hicimos, aunque fue una mala jugada, se
sintió tan bien. Y tan increíble y…
—No.
—Pero Alaric…
—No.
—Tomaré la píldora —digo con los ojos muy abiertos.
Eso parece enojarlo aún más.
—Mierda, no.
—¿Por qué no?
Sus orificios nasales se agitan.
—Porque no quiero una maldita píldora para protegerte. 494
—¿Qué? Eso no...
Entonces me aplasta contra su cuerpo mientras gruñe:
—Cuando es mi trabajo.
Oh, Dios.
Lo hizo de nuevo, ¿no?
No puede dejar de hacerlo.
No puede dejar de ser adorable. Sólo le hará más difícil apartarme de mi
misión: tener sexo sin protección con el hombre que quiere protegerme de todo.
Le doy un jalón en el cabello.
—¿Por qué eres tan increíble? Haces que sea tan difícil seguir enfadada
contigo y...
—¿Poe?
—¿Qué?
Sus ojos de chocolate brillan.
—Cállate.
Y entonces cubre mi boca con la suya, tragándose no sólo mis labios sino
también mi jadeo.
Pero está bien.
Porque como he dicho, es muy difícil seguir enfadada con él.
Así que dejaré que me bese y le devolveré el beso.
Pero volveremos a esta conversación.
En el futuro.
Que es brillante y está lleno de risas y sonrisas. Está lleno de libros
encuadernados en cuero, vestidos de colores, tartas de cereza, por fin acerté, y
lugares exóticos. No necesito que una adivina me lo diga.
Porque somos él y yo.
Alaric y Poe.

Alaric
Hay una chica que me ama. Que vive y respira por mí.
Me dice que soy un luchador. Un superviviente.
Que tengo el mismo fuego en mí que ella.
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Y tal vez lo haga.
Estoy aprendiendo, ves. Estoy aprendiendo quién soy. Estoy aprendiendo
quién quiero ser.
Estoy aprendiendo.
Por ella.
Por esa chica.
Porque también la amo. Porque también vivo y respiro por ella.
Porque es el latido de mi corazón y el aire de mis pulmones.
Mi gata salvaje, mi alborotadora.
Mi sirena y mi diva de ojos saltones.
Mi Poe.

(Para Alaric y Poe)


Bad Boys of Bardtown
Spinoff de la Serie St. Mary's Rebels.

Ya has conocido al bueno de Bardstown, Conrad Thorne. Ahora, es


el momento de los chicos malos:

Ledger Thorne
Shepard Thorne
Stellan Thorne 496
Ark Reinhardt
Homer Davidson
Byron Bradshaw

Y las chicas que los reformarán:

Tempest Jackson
Jupiter Jones
Isadora Holmes
Lively Newton
Maple Mayflower
Snow Jones
Saffron A. Kent

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Escritora de malos romances. Aspirante a Lana Del Rey del Mundo del
Libro.
Saffron A. Kent es una escritora éxito en ventas del USA Today escribe
novelas de Romance Contemporáneo y Nuevo Adulto.
Tiene una maestría en Escritura Creativa y vive en la ciudad de Nueva
York con su marido nerd que la apoya, junto con un millón y un libros.
También escribe en su blog. Sus reflexiones sobre la vida, la escritura,
los libros y todo lo demás se puede encontrar en su JOURNAL en su sitio web.
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