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El Imperialismo, Fase Superior Del Capitalismo: V. I. Lenin

Este documento presenta el prólogo y el prólogo a las ediciones francesa y alemana del ensayo de Lenin "El imperialismo, fase superior del capitalismo". Lenin explica que escribió el ensayo originalmente en 1916 bajo la censura zarista, por lo que tuvo que ser cuidadoso con su lenguaje. También proporciona contexto adicional sobre cómo la Primera Guerra Mundial fue una guerra imperialista motivada por la partición y el reparto del mundo entre las potencias capitalistas.
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El Imperialismo, Fase Superior Del Capitalismo: V. I. Lenin

Este documento presenta el prólogo y el prólogo a las ediciones francesa y alemana del ensayo de Lenin "El imperialismo, fase superior del capitalismo". Lenin explica que escribió el ensayo originalmente en 1916 bajo la censura zarista, por lo que tuvo que ser cuidadoso con su lenguaje. También proporciona contexto adicional sobre cómo la Primera Guerra Mundial fue una guerra imperialista motivada por la partición y el reparto del mundo entre las potencias capitalistas.
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V. I.

LENIN

EL IMPERIALISMO,
FASE SUPERIOR
DEL CAPITALISMO
(ENSAYO POPULAR)

EDICIONES EN LENGUAS EXTRANJERAS


PEKÍN 1975
Primera edición 1966
(4a impresión)

NOTA DEL EDITOR

Se ha tomado como base de la presente edición de El imperia-


lismo, fase superior del capitalismo el texto de la edición española
de las Obras Escogidas de Lenin, en dos tomos, publicadas por Edi-
ciones en Lenguas Extranjeras, de Moscú, en 1948. Este folleto ha
sido editado después de haber sido confrontado con la versión chi-
na, publicada por la Editorial del Pueblo, Pekín, en septiembre de
1964, y consultado el original ruso de las Obras Completas de Le-
nin, t. XXII.

Las notas incluidas al final del folleto han sido redactadas y tra-
ducidas según las de la edición china, publicada por la Editorial del
Pueblo, Pekín.

Originalmente publicado en la República Popular China


Reimprimido en los Estados Unidos en 2018
por Red Star Publishers
www.RedStarPublishers.org
ÍNDICE

PROLOGO 1
PROLOGO A LAS EDICIONES FRANCESA 3
Y ALEMANA
I. 3
II. 3
III. 5
IV. 5
V. 6
I. LA CONCENTRACIÓN DE LA PRODUCCIÓN Y 10
LOS MONOPOLIOS
II. LOS BANCOS Y SU NUEVO PAPEL 25
III. EL CAPITAL FINANCIERO Y 42
LA OLIGARQUÍA FINANCIERA
IV. LA EXPORTACIÓN DE CAPITAL 57
V. EL REPARTO DEL MUNDO ENTRE 63
LAS ASOCIACIONES DE CAPITALISTAS
VI. EL REPARTO DEL MUNDO ENTRE 72
LAS GRANDES POTENCIAS
VII. EL IMPERIALISMO, COMO FASE PARTICULAR 84
DEL CAPITALISMO
VIII. EL PARASITISMO Y LA DESCOMPOSICIÓN 95
DEL CAPITALISMO
IX. LA CRITICA DEL IMPERIALISMO 105
X. EL LUGAR HISTÓRICO DEL IMPERIALISMO 119
NOTAS 125
EL IMPERIALISMO,
FASE SUPERIOR DEL CAPITALISMO1
(ENSAYO POPULAR
PROLOGO
El folleto que ofrezco a la atención del lector fue escrito en
Zúrich durante la primavera de 1916. En las condiciones en que me
veía obligado a trabajar tuve que tropezar, naturalmente, con una
cierta insuficiencia de materiales franceses e ingleses y con una
gran carestía de materiales rusos. Sin embargo, la obra inglesa más
importante sobre el imperialismo, el libro de J. A. Hobson, ha sido
utilizada con la atención que, a mi juicio, merece.
El folleto está escrito teniendo en cuenta la censura zarista. Por
esto, no sólo me vi precisado a limitarme estrictamente a un análisis
exclusivamente teórico – sobre todo económico –, sino también a
formular las indispensables y poco numerosas observaciones de
carácter político con una extraordinaria prudencia, por medio de
alusiones, del lenguaje a lo Esopo, maldito lenguaje al cual el za-
rismo obligaba a recurrir a todos los revolucionarios cuando toma-
ban la pluma para escribir algo con destino a la literatura “legal”.
Produce pena releer ahora, en los días de libertad, los pasajes
del folleto desnaturalizados, comprimidos, contenidos en un anillo
de hierro por la preocupación de la censura zarista. Para decir que el
imperialismo es el preludio de la revolución socialista, que el social-
chovinismo (socialismo de palabra, chovinismo de hecho) es una
traición completa al socialismo, el paso completo al lado de la bur-
guesía, que esa escisión del movimiento obrero está relacionada con
las condiciones objetivas del imperialismo, etc., me vi obligado a
hablar en un lenguaje servil, y por esto no tengo más remedio que
remitir a los lectores que se interesen por el problema a la colección
de mis artículos de 1914-1917, publicados en el extranjero, que
serán reeditados en breve. Vale la pena, particularmente, señalar un
pasaje de las páginas 119-120:2 para hacer comprender al lector, en
forma adaptada a la censura, el modo indecoroso de cómo mienten
los capitalistas y los social-chovinistas que se han pasado al lado de
aquéllos (y contra los cuales lucha con tanta inconsecuencia Kauts-
ky), en lo que se refiere a la cuestión de las anexiones, el descaro
con que encubren las anexiones de sus capitalistas, me vi precisado
a tomar el ejemplo... ¡del Japón! El lector atento sustituirá fácilmen-
1
te el Japón por Rusia, y Corea, por Finlandia, Polonia, Curlandia,
Ucrania, Jiva, Bujará, Estlandia y otros territorios del imperio zaris-
ta no poblados por grandes rusos.
Quiero abrigar la esperanza de que mi folleto ayudará a orientar
en la cuestión económica fundamental, sin cuyo estudio es imposi-
ble comprender nada en la apreciación de la guerra y de la política
actuales, a saber: la cuestión de la esencia económica del imperia-
lismo.
EL AUTOR
Petrogrado, 26 de abril de 1917

2
PROLOGO A LAS EDICIONES FRANCESA Y ALEMANA3
I
Este libro, como ha quedado dicho en el prólogo de la edición
rusa, fue escrito en 1916, teniendo en cuenta la censura zarista. Ac-
tualmente, no tengo la posibilidad de rehacer todo el texto; por otra
parte, sería inútil, ya que el fin principal del libro, hoy como ayer,
consiste en ofrecer, con ayuda de los datos generales irrefutables de
la estadística burguesa y de las declaraciones de los sabios burgue-
ses de todos los países, un cuadro de conjunto de la economía mun-
dial capitalista en sus relaciones internacionales, a comienzos del
siglo XX, en vísperas de la primera guerra mundial imperialista.
Hasta cierto grado será incluso útil a muchos comunistas de los
países capitalistas avanzados persuadirse por el ejemplo de este li-
bro, legal, desde et punto de vista de la censura zarista, de que es
posible – y necesario – aprovechar hasta esos pequeños resquicios
de legalidad que todavía les quedan a éstos, por ejemplo, en la
América actual o en Francia, después de los recientes encarcela-
mientos de casi todos los comunistas, para demostrar todo el embus-
te de las concepciones y de las esperanzas social-pacifistas en cuan-
to a la “democracia mundial”.
Intentaré dar en este prólogo los complementos más indispen-
sables a este libro censurado.
II
En esta obra hemos probado que la guerra de 1914-1918 ha si-
do, de ambos lados beligerantes, una guerra imperialista (esto es,
una guerra de conquista, de bandidaje y de robo), una guerra por el
reparto del mundo, por la partición y el nuevo reparto de las colo-
nias, de las “esferas de influencia” del capital financiero, etc.
Pues la prueba del verdadero carácter social o, mejor dicho, del
verdadero carácter de clase de una guerra no se encontrará, claro
está, en la historia diplomática de la misma, sino en el análisis de la
situación objetiva de las clases dirigentes en todas las potencias
beligerantes. Para reflejar esa situación objetiva, no hay que tomar
ejemplos y datos aislados (dada la infinita complejidad de los fenó-
menos de la vida social, se puede siempre encontrar un número
cualquiera de ejemplos o datos aislados, susceptibles de confirmar
cualquier tesis), sino indefectiblemente el conjunto de los datos so-

3
bre los fundamentos de la vida económica de todas las potencias
beligerantes y del mundo entero.
Me he apoyado precisamente en estos datos generales irrefuta-
bles al describir el reparto del mundo en 1876 y en 1914 (§ VI) y el
reparto de los ferrocarriles en todo el globo en 1890 y en 1913 (§
VII). Los ferrocarriles constituyen el balance de las principales ra-
mas de la industria capitalista, de la industria del carbón y del hie-
rro; el balance y el índice más notable del desarrollo del comercio
mundial y de la civilización democrático-burguesa. En los capítulos
precedentes de este libro, exponemos la conexión entre los ferroca-
rriles y la gran producción, los monopolios, los sindicatos patrona-
les, los cartels, los trusts, los bancos y la oligarquía financiera. La
distribución de la red ferroviaria, la desigualdad de esa distribución
y de su desarrollo, constituyen el balance del capitalismo moderno,
monopolista, en la escala mundial. Y este balance demuestra la ab-
soluta inevitabilidad de las guerras imperialistas sobre esta base
económica, en tanto que subsista la propiedad privada de los medios
de producción.
La construcción de ferrocarriles es en apariencia una empresa
simple, natural, democrática, cultural, civilizadora: se presenta co-
mo tal ante los ojos de los profesores burgueses, pagados para em-
bellecer la esclavitud capitalista, y ante los ojos de los filisteos pe-
queñoburgueses. En realidad, los múltiples lazos capitalistas, por
medio de los cuales esas empresas se hallan ligadas a la propiedad
privada sobre los medios de producción en general, han transforma-
do esa construcción en un medio para oprimir a mil millones de se-
res (en las colonias y en las semi-colonias), es decir, a más de la
mitad de la población de la tierra en los países dependientes y a los
esclavos asalariados del capital en los países “civilizados”.
La propiedad privada fundada en el trabajo del pequeño patro-
no, la libre concurrencia, la democracia, todas esas consignas por
medio de las cuales los capitalistas y su prensa engañan a los obre-
ros y a los campesinos, pertenecen a un pasado lejano. El capitalis-
mo se ha transformado en un sistema universal de opresión colonial
y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría de la pobla-
ción del planeta por un puñado de países “avanzados”. Este “botín”
se reparte entre dos o tres potencias rapaces de poderío mundial,
armadas hasta los dientes (Estados Unidos, Inglaterra, Japón), que,
por el reparto de su botín, arrastran a su guerra a todo el mundo.

4
III
La paz de Brest-Litovsk, dictada por la monárquica Alemania, y
la paz aún más brutal e infame de Versalles, impuesta por las re-
públicas “democráticas” de América y de Francia y por la “libre”
Inglaterra, han prestado un servicio extremadamente útil a la huma-
nidad, al desenmascarar al mismo tiempo a los coolíes de la pluma a
sueldo del imperialismo y a los pequeños burgueses reaccionarios –
aunque se llamen pacifistas y socialistas –, que celebraban el “wil-
sonismo” y trataban de hacer ver que la paz y las reformas son posi-
bles bajo el imperialismo.
Decenas de millones de cadáveres y de mutilados, víctimas de
la guerra – esa guerra que se hizo para resolver la cuestión de si el
grupo inglés o alemán de bandoleros financieros recibiría una ma-
yor parte del botín –, y encima, estos dos “tratados de paz” hacen
abrir, con una rapidez desconocida hasta ahora, los ojos de millones
y decenas de millones de hombres atemorizados, aplastados, em-
baucados y engañados por la burguesía. Sobre la ruina mundial
creada por la guerra, se agranda así la crisis revolucionaria mundial,
que, por largas y duras que sean las peripecias que atraviese, no
podrá terminar sino con la revolución proletaria y su victoria.
El Manifiesto de Basilea de la II Internacional, que, en 1912,
caracterizó precisamente la guerra que estalló en 1914 y no la gue-
rra en general (hay diferentes clases de guerra; hay también guerras
revolucionarias), ha quedado como un monumento que denuncia
toda la vergonzosa bancarrota, toda la traición de los héroes de la II
Internacional.
Por eso, uno el texto de ese Manifiesto como apéndice a esta
edición, advirtiendo una y otra vez a los lectores que los héroes de
la II Internacional rehúyen con empeño todos los pasajes del Mani-
fiesto que hablan precisa, clara y directamente de la relación entre
esta guerra que se avecinaba y la revolución proletaria, con el mis-
mo empeño con que un ladrón evita el lugar donde cometió el robo.
IV
Hemos prestado en este libro una atención especial a la crítica
del “kautskismo”, esa corriente ideológica internacional representa-
da en todos los países del mundo por los “teóricos más eminentes”,
por los jefes de la II Internacional (Otto Bauer y Cía. en Austria,
Ramsay MacDonald y otros en Inglaterra, Albert Thomas en Fran-

5
cia, etc., etc.) y por un número infinito de socialistas, de reformistas,
de pacifistas, de demócratas burgueses y de clérigos.
Esa corriente ideológica, de una parte, es el producto de la des-
composición, de la putrefacción de la II Internacional y, de otra par-
te, es el fruto inevitable de la ideología de los pequeños burgueses, a
quienes todo el ambiente los hace prisioneros de los prejuicios bur-
gueses y democráticos.
En Kautsky y las gentes de su calaña, tales concepciones signi-
fican precisamente la abjuración completa de los fundamentos revo-
lucionarios del marxismo, defendidos por Kautsky durante decenas
de años, sobre todo, dicho sea de paso, en la lucha contra el oportu-
nismo socialista (de Bernstein, Millerand, Hyndman, Gompers,
etc.). Por eso, no es un hecho casual que los “kautskistas” de todo el
mundo se hayan unido hoy, práctica y políticamente, a los oportu-
nistas más extremos (a través de la II Internacional o Internacional
amarilla) y a los gobiernos burgueses (a través de los gobiernos de
coalición burgueses con participación socialista).
El movimiento proletario revolucionario en general, que crece
en todo el mundo, y el movimiento comunista en particular, no pue-
de dejar de analizar y desenmascarar los errores teóricos del “kauts-
kismo”. Esto es tanto más necesario cuanto que el pacifismo, y el
“democratismo” en general – que no sienten pretensiones de
marxismo, pero que, enteramente al igual que Kautsky y Cía., disi-
mulan la profundidad de las contradicciones del imperialismo y la
ineluctabilidad de la crisis revolucionaria engendrada por éste – son
corrientes que se hallan todavía extraordinariamente extendidas por
todo el mundo. La lucha contra tales tendencias es el deber del par-
tido del proletariado, que debe arrancar a la burguesía los pequeños
propietarios que ella engaña y los millones de trabajadores cuyas
condiciones de vida son más o menos pequeñoburguesas.
V
Es menester decir unas palabras a propósito del capítulo VIII:
“El parasitismo y la descomposición del capitalismo”. Como lo
hacemos ya constar en este libro, Hilferding, antiguo “marxista”,
actualmente compañero de armas de Kautsky y uno de los principa-
les representantes de la política burguesa, reformista, en el seno del
“Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania”,4 ha dado en
esta cuestión un paso atrás con respecto al inglés Hobson, pacifista
y reformista declarado. La escisión internacional de todo el movi-

6
miento obrero aparece ahora de una manera plena (II y III Interna-
cional). La lucha armada y la guerra civil entre las dos tendencias es
también un hecho evidente: en Rusia, apoyo de Kolchak y de Deni-
kin por los mencheviques y los “socialistas-revolucionarios” contra
los bolcheviques; en Alemania, Scheidemann, Noske y Cía. con la
burguesía contra los espartaquistas;5 y lo mismo en Finlandia, en
Polonia, en Hungría, etc. ¿Dónde está la base económica de este
fenómeno histórico-mundial?
Se encuentra precisamente en el parasitismo y en la descompo-
sición del capitalismo, inherentes a su fase histórica superior, es
decir, al imperialismo. Como lo demostramos en este libro, el capi-
talismo ha destacado ahora un puñado (menos de una décima parte
de la población de la tierra, menos de un quinto, calculando “por
todo lo alto”) de Estados particularmente ricos y poderosos, que
saquean a todo el mundo con el simple “recorte del cupón”. La ex-
portación de capital da ingresos que se elevan a ocho o diez mil mi-
llones de francos anuales, de acuerdo con los precios de antes de la
guerra y según las estadísticas burguesas de entonces. Naturalmen-
te, ahora eso representa mucho más.
Es evidente que una súper-ganancia tan gigantesca (ya que los
capitalistas se apropian de ella, además de la que exprimen a los
obreros de su “propio” país) permite corromper a los dirigentes
obreros y a la capa superior de la aristocracia obrera. Los capitalis-
tas de los países “avanzados” los corrompen, y lo hacen de mil ma-
neras, directas e indirectas, abiertas y ocultas.
Esta capa de obreros aburguesados o de “aristocracia obrera”,
completamente pequeños burgueses en cuanto a su manera de vivir,
por la cuantía de sus emolumentos y por toda su mentalidad, es el
apoyo principal de la Segunda Internacional, y, hoy día, el principal
apoyo social (no militar) de la burguesía. Pues éstos son los verda-
deros agentes de la burguesía en el seno del movimiento obrero, los
lugartenientes obreros de la clase capitalista (labour lieutenants of
the capitalist class), los verdaderos portadores del reformismo y del
chovinismo. En la guerra civil entre el proletariado y la burguesía se
ponen inevitablemente, en número no despreciable, al lado de la
burguesía, al lado de los “versalleses” contra los “comuneros”.
Sin haber comprendido las raíces económicas de ese fenómeno,
sin haber alcanzado a ver su importancia política y social, es impo-
sible dar el menor paso hacia la solución de las tareas prácticas del
movimiento comunista y de la revolución social que se avecina.

7
El imperialismo es el preludio de la revolución social del prole-
tariado. Esto ha sido confirmado, en una escala mundial, desde
1917.
N. LENIN
6 de julio de 1920

8
Durante los últimos quince o veinte años, sobre todo después de
la guerra hispano-americana (1898) y de la anglo-bóer (1899-1902),
la literatura económica, así como la política, del Viejo y del Nuevo
Mundo, consagra una atención creciente al concepto de “imperia-
lismo” para caracterizar la época que atravesamos. En 1902, apare-
ció en Londres y Nueva York la obra del economista inglés J. A.
Hobson, “El imperialismo”. El autor, que está situado en el punto de
vista del social-reformismo y del pacifismo burgueses – punto de
vista que coincide, en el fondo, con la posición actual del ex-
marxista C. Kautsky – hace una descripción excelente y detallada de
las particularidades económicas y políticas fundamentales del impe-
rialismo. En 1910, se publicó en Viena la obra del marxista austria-
co Rudolf Hilferding, “El capital financiero” (traducción rusa:
Moscú 1912). A pesar del error del autor en la cuestión de la teoría
del dinero y de cierta tendencia a conciliar el marxismo con el opor-
tunismo, la obra mencionada constituye un análisis teórico extrema-
damente valioso de la “fase moderna de desarrollo del capitalismo”
(así está concebido el subtítulo de la obra de Hilferding). En el fon-
do, lo que se ha dicho acerca del imperialismo durante estos últimos
años – sobre todo en el número inmenso de artículos sobre este te-
ma publicados en periódicos y revistas, así como en las resoluciones
tomadas, por ejemplo, en los Congresos de Chemnitz y de Basilea,
que se celebraron en otoño de 1912 – salía apenas del círculo de
ideas expuestas o, para decirlo mejor, resumidas en los dos trabajos
mencionados...
En las páginas que siguen nos proponemos exponer somera-
mente, en la forma más popular posible, el lazo y la correlación en-
tre las particularidades económicas fundamentales del imperialismo.
No nos detendremos, tanto como lo merece, en el aspecto no
económico de la cuestión. Las indicaciones bibliográficas y otras
notas que no a todos los lectores pueden interesar, las damos al final
del folleto.

9
I. LA CONCENTRACIÓN DE LA PRODUCCIÓN
Y LOS MONOPOLIOS
El incremento enorme de la industria y el proceso notablemente
rápido de concentración de la producción en empresas cada vez más
grandes constituyen una de las particularidades más características
del capitalismo. Las estadísticas industriales modernas suministran
los datos más completos y exactos sobre este proceso.
En Alemania, por ejemplo, de cada mil empresas industriales,
en 1882, tres eran empresas grandes, es decir, que contaban con más
de 50 obreros; en 1895, seis, y en 1907, nueve. De cada cien obreros
les correspondían, respectivamente, 22, 30 y 37. Pero la concentra-
ción de la producción es mucho más intensa que la de los obreros,
pues el trabajo en las grandes empresas es mucho más productivo,
como lo indican los datos relativos a las máquinas de vapor y a los
motores eléctricos. Si tomamos lo que en Alemania se llama indus-
tria en el sentido amplio de esta palabra, es decir, incluyendo el co-
mercio, las vías de comunicación, etc., obtendremos el cuadro si-
guiente: grandes empresas, 30.588 sobre un total de 3.265.623, es
decir, el 0,9%. En ellas están empleados 5,7 millones de obreros
sobre un total de 14,4 millones, es decir, el 39,4%; caballos de fuer-
za de vapor, 6,6 millones sobre 8,8, es decir, el 75,3%; de fuerza
eléctrica 1,2 millones de kilovatios sobre 1,5 millones, o sea el
77,2%.
¡Menos de una centésima parte de las empresas tienen más
de 3/4 de la cantidad total de la fuerza de vapor y eléctrica! ¡A los
2,97 millones de pequeñas empresas (hasta 5 obreros asalariados)
que constituyen el 91% de todas las empresas, corresponde única-
mente el 7% de la fuerza eléctrica y de vapor! Las decenas de miles
de grandes empresas lo son todo; los millones de pequeñas empre-
sas no son nada.
En 1907, había en Alemania 586 establecimientos que contaban
con mil obreros y más. A esos establecimientos correspondía casi la
décima parte (1,38 millones) del número total de obreros y casi el
tercio (32%) del total de la fuerza eléctrica y de vapor.* El capital
monetario y los bancos, como veremos, hacen todavía más aplastan-
te este predominio de un puñado de grandes empresas, y decimos
aplastante en el sentido más literal de la palabra, es decir, que mi-

*
Cifras del “Annalen des deutschen Reichs”, 1911, Zahn.
10
llones de pequeños, medianos e incluso una parte de los grandes
“patronos” se hallan de hecho completamente sometidos a unos po-
cos centenares de financieros millonarios.
En otro país avanzado del capitalismo contemporáneo, en los
Estados Unidos, el incremento de la concentración de la producción
es todavía más intenso. En este país, la estadística considera aparte a
la industria en la acepción estrecha de la palabra y agrupa los esta-
blecimientos de acuerdo con el valor de la producción anual. En
1904, había 1.900 grandes empresas (sobre 216.180, es decir, el
0,9%), con una producción de 1 millón de dólares y más; en ellas, el
número de obreros era de 1,4 millones (sobre 5,5 millones, es decir
el 25,6%), y la producción, de 5.600 millones (sobre 14.800 millo-
nes, o sea, el 38%). Cinco años después, en 1909, las cifras corres-
pondientes eran las siguientes: 3.060 establecimientos (sobre
268.491, es decir, el 1,1%) con dos millones de obreros (sobre 6,6
millones, es decir el 30,5%) y 9.000 millones de producción anual
(sobre 20.700 millones, o sea el 43,8%).*
¡Casi la mitad de la producción global de todas las empresas del
país en las manos de la centésima parte del número total de empresas!
Y esas tres mil empresas gigantescas abrazan 258 ramas industriales.
De aquí se deduce claramente que la concentración, al llegar a un
grado determinado de su desarrollo, por sí misma conduce, puede
decirse, de lleno al monopolio, ya que a unas cuantas decenas de em-
presas gigantescas les resulta fácil ponerse de acuerdo entre sí, y, por
otra parte, la competencia, que se hace cada vez más difícil, y la ten-
dencia al monopolio, nacen precisamente de las grandes proporciones
de las empresas. Esta transformación de la competencia en monopolio
constituye de por sí uno de los fenómenos más importantes – por no
decir el más importante – de la economía del capitalismo moderno, y
es necesario que nos detengamos a estudiarlo con mayor detalle. Pero
antes debemos eliminar un equívoco posible.
La estadística norteamericana dice: 3.000 empresas gigantescas
en 250 ramas industriales. Al parecer, corresponden 12 grandes em-
presas a cada rama de la producción.
Pero no es así. No en cada rama de la industria hay grandes em-
presas; por otra parte, una particularidad extremadamente importante
del capitalismo, que ha alcanzado su más alto grado de desarrollo, es
la llamada combinación, o sea la reunión, en una sola empresa, de

*
“Statistical Abstract of the United States”, 1912, pág. 202.
11
distintas ramas de la industria que representan en sí o bien fases suce-
sivas de la elaboración de una materia prima (por ejemplo, la fundi-
ción del mineral de hierro, la transformación del hierro en acero y, en
ciertos casos, la elaboración de tales o cuales productos de acero), o
bien distintas ramas que desempeñan unas con relación a otras un
papel auxiliar (por ejemplo, la utilización de los residuos o de los
productos accesorios, producción de artículos de embalaje, etc.).
“La combinación – dice Hilferding – nivela las diferen-
cias de coyuntura y garantiza, por tanto, a la empresa combi-
nada una norma de beneficio más estable. En segundo lugar, la
combinación determina la eliminación del comercio. En tercer
lugar, hace posible el perfeccionamiento técnico y, por consi-
guiente, la obtención de ganancias suplementarias en compa-
ración con las empresas ‘puras’ (es decir, no combinadas). En
cuarto lugar, consolida la posición de la empresa combinada
en comparación con la ‘pura’, la refuerza en la lucha de com-
petencia durante las fuertes depresiones (estancamiento de los
negocios, crisis), cuando la disminución del precio de la mate-
ria prima va a la zaga con respecto a la disminución de los
precios de los artículos manufacturados”.*
El economista burgués alemán Heymann, que ha consagrado
una obra especial a las empresas “mixtas” o combinadas en la in-
dustria siderúrgica alemana, dice: “Las empresas puras perecen,
aplastadas por el precio elevado de los materiales y el bajo precio de
los artículos manufacturados”. Resulta lo siguiente:
“Por una parte, han quedado grandes compañías hulleras,
con una extracción de carbón que se cifra en varios millones
de toneladas, sólidamente organizadas en su sindicato hullero;
luego, estrechamente ligadas a ellas, las grandes fundiciones
de acero con su sindicato. Estas empresas gigantescas, con una
producción de acero de 400.000 toneladas por año, con una
extracción inmensa de mineral de hierro y de hulla, con la
producción de artículos de acero, con 10.000 obreros alojados
en los cuarteles de las colonias obreras, que cuentan a veces
con ferrocarriles y puertos propios, son los representantes típi-
cos de la industria siderúrgica alemana. Y la concentración
continúa avanzando sin cesar. Las empresas van ganando en

*
Rudolf Hilferding, “Das Finanzkapital”, 2a ed., pág. 254.
12
importancia cada día; cada vez es mayor el número de estable-
cimientos de una o varias ramas de la industria que se agrupan
en empresas gigantescas, apoyadas y dirigidas por media do-
cena de grandes bancos berlineses. En lo que se refiere a la in-
dustria minera alemana, ha sido demostrada con exactitud la
doctrina de Carlos Marx sobre la concentración; es verdad que
esto se refiere a un país en el cual la industria se halla defendi-
da por derechos arancelarios proteccionistas y por las tarifas
de transporte. La industria minera de Alemania está madura
para la expropiación”.*
Tal es la conclusión a que se vio obligado a llegar un economis-
ta burgués, concienzudo, por excepción. Hay que observar que con-
sidera a Alemania como un caso especial a consecuencia de la pro-
tección de su industria por elevadas tarifas arancelarias. Pero esta
circunstancia no ha podido más que acelerar la concentración y la
constitución de asociaciones monopolistas patronales, cartels, sindi-
catos, etc. Es extraordinariamente importante hacer notar que, en el
país del librecambio, en Inglaterra, la concentración conduce tam-
bién al monopolio, aunque un poco más tarde y acaso en otra forma.
He aquí lo que escribe el profesor Hermann Levy, en su estudio
especial sobre los “Monopolios, cartels y trusts”, hecho a base de
los datos del desarrollo económico de la Gran Bretaña:
“En la Gran Bretaña, precisamente las grandes proporcio-
nes de las empresas y su alto nivel técnico son las que traen
aparejada la tendencia al monopolio. Por una parte, la concen-
tración ha determinado el empleo de enormes sumas de capital
en las empresas; por eso, las nuevas empresas se hallan ante
exigencias cada vez más elevadas en lo que concierne a la
cuantía del capital necesario, y esta circunstancia dificulta su
aparición. Pero por otra parte (y este punto lo consideramos
como el más importante), cada nueva empresa que quiere
mantenerse al nivel de las empresas gigantescas, creadas por
la concentración, representa un aumento tan enorme de la
oferta de mercancías, que su venta lucrativa es posible sólo a
condición de un aumento extraordinario de la demanda, pues,
en caso contrario, esa abundancia de productos rebaja su pre-
cio a un nivel desventajoso para la nueva fábrica y para las

*
Hans Gideon Heymann, “Die gemischten Welke im deutschen
Grosseisengewerbe”, Stuttgart, 1904, págs. 256 y 278.
13
asociaciones monopolistas”. En Inglaterra, las asociaciones
monopolistas de patronos, cartels y trusts, surgen en la mayor
parte de los casos – a diferencia de los otros países, en los que
los aranceles proteccionistas facilitan la cartelización – única-
mente cuando el número de las principales empresas competi-
doras se reduce a “un par de docenas”... “La influencia de la
concentración en el nacimiento de los monopolios en la gran
industria aparece en este caso con una claridad cristalina”.*
Medio siglo atrás, cuando Marx escribió “El Capital”, la libre
concurrencia era considerada por la mayor parte de los economistas
como una “ley natural”. La ciencia oficial intentó aniquilar por la
conspiración del silencio la obra de Marx, el cual había demostrado,
por medio del análisis teórico e histórico del capitalismo, que la
libre concurrencia engendra la concentración de la producción, y
que dicha concentración, en un cierto grado de su desarrollo, con-
duce al monopolio. Ahora el monopolio es un hecho. Los economis-
tas escriben montañas de libros en los cuales describen manifesta-
ciones aisladas del monopolio y siguen declarando a coro que “el
marxismo ha sido refutado”. Pero los hechos son testarudos – como
dice un refrán inglés – y, de grado o por fuerza, hay que tenerlos en
cuenta. Los hechos demuestran que las diferencias entre los diver-
sos países capitalistas, por ejemplo, en lo que se refiere al protec-
cionismo o al librecambio, condicionan únicamente diferencias no
esenciales en la forma de los monopolios o en el momento de su
aparición, pero que el engendramiento del monopolio por la concen-
tración de la producción es una ley general y fundamental de la fase
actual de desarrollo del capitalismo.
Por lo que a Europa se refiere, se puede fijar con bastante exac-
titud el momento en que se produjo la sustitución definitiva del vie-
jo capitalismo por el nuevo: fue precisamente a principios del siglo
XX. En uno de los trabajos de recopilación más recientes sobre la
historia de la “formación de los monopolios”, leemos:
“Se pueden citar algunos ejemplos de monopolios capita-
listas de la época anterior a 1860; se pueden descubrir en ellos
los gérmenes de las formas que son tan corrientes en la actua-
lidad; pero esto constituye indiscutiblemente la época pre-

*
Hermann Levy, “Monopole, Kartelle und Trusts”. Jena, 1909,
págs. 286, 290, 298.
14
histórica de los cartels. El verdadero comienzo de los monopo-
lios contemporáneos lo hallarnos no antes de la década de
1860. El primer gran período de desarrollo del monopolio em-
pieza con la depresión internacional de la industria en la déca-
da del 70, y se prolonga hasta principios de la última década
del siglo”. “Si se examina la cuestión en lo que se refiere a Eu-
ropa, la libre concurrencia alcanza el punto culminante de de-
sarrollo en los años 1860-1880. Por aquel entonces, Inglaterra
terminaba la edificación de su organización capitalista de viejo
estilo. En Alemania, dicha organización entablaba una lucha
decidida contra la industria artesana y doméstica, y empezaba
a crear sus formas de existencia”.
“Empieza una transformación profunda con el crac de
1873, o más exactamente, con la depresión que le siguió y que
– con una pausa apenas perceptible, a principios de la década
del 80, y con un auge extraordinariamente vigoroso, pero bre-
ve, hacia 1889 – llena veintidós años de la historia económica
europea”. “Durante el corto período de auge de 1889-1890,
fueron utilizados en gran escala los cartels para aprovechar la
coyuntura. Una política irreflexiva elevaba los precios todavía
con mayor rapidez y aun en mayores proporciones de lo que
hubiera sucedido sin los cartels, y casi todos esos cartels pere-
cieron sin gloria ‘enterrados en la fosa del crac’. Transcurrie-
ron otros cinco años de malos negocios y precios bajos, pero
en la industria reinaba ya un estado de espíritu distinto del an-
terior: la depresión no era considerada ya como una cosa natu-
ral, sino, sencillamente, como una pausa ante una nueva co-
yuntura favorable”.
“Y el movimiento de los cartels entró en su segunda épo-
ca. En vez de ser un fenómeno pasajero, los cartels se convier-
ten en una de las bases de toda la vida económica, conquistan
una esfera industrial tras otra, y, en primer lugar, la de la trans-
formación de materias primas. Ya a principios de la década del
90, los cartels consiguieron en la organización del sindicato
del cok, el que sirvió de modelo al sindicato hullero, una
técnica tal de los cartels, que, en esencia, no ha sido sobrepa-
sada por el movimiento. El gran auge de fines del siglo XIX y
la crisis de 1900 a 1903 se desarrollan ya enteramente por
primera vez – al menos en lo que se refiere a las industrias mi-
nera y siderúrgica – bajo el signo de los cartels. Y si entonces
esto parecía aún algo nuevo, ahora es una verdad evidente para

15
todo el mundo que grandes sectores de la vida económica son,
por regla general, sustraídos a la libre concurrencia”.*
Así, pues, el balance principal de la historia de los monopolios
es el siguiente:
1. 1860-1880, punto culminante de desarrollo de la libre concu-
rrencia. Los monopolios no constituyen más que gérmenes apenas
perceptibles.
2. Después de la crisis de 1873, largo período de desarrollo de
los cartels, pero éstos constituyen todavía una excepción, no son
aún sólidos, aun representan un fenómeno pasajero.
3. Auge de fines del siglo XIX y crisis de 1900-1903; los cartels
se convierten en una de las bases de toda la vida económica. El ca-
pitalismo se ha transformado en imperialismo.
Los cartels se ponen de acuerdo entre sí respecto a las condi-
ciones de venta, a los plazos de pago, etc. Se reparten los mercados
de venta. Fijan la cantidad de productos a fabricar. Establecen los
precios. Distribuyen las ganancias entre las distintas empresas, etc.
El número de cartels era en Alemania aproximadamente de 250
en 1896, y de 385, en 1905, abarcando cerca de 12.000 estableci-
mientos.† Pero todo el mundo reconoce que estas cifras son inferio-
res a la realidad. De los datos de la esta dística de la industria ale-
mana de 1907 que hemos citado más arriba se deduce que hasta
esos 12.000 grandes establecimientos concentran seguramente más
de la mitad de toda la fuerza motriz de vapor y eléctrica. En los Es-
tados Unidos, el número de trusts era, en 1900, de 185; en 1907, de
250. La estadística norteamericana divide todas las empresas indus-
triales en empresas pertenecientes a personas aisladas, a firmas y a
corporaciones. A las últimas pertenecían, en 1904, el 23,6%; en
1909, el 25,9%, es decir, más de la cuarta parte del total de las em-

*
Th. Vogelstein, “Die finanzielle Organisation der kapitalistischen
Industrie und die Monopolbildungen” en “Grundriss der
Sozialökonomik” VI Abt., Tub., 1914. Véase asimismo la obra del
mismo autor: “Organisationsformen der Eisenindustrie und
Textilindustrie in England und Amerika”, t. I, Leipzig, 1910.

Dr. Riesser, “Die Deutschen Grossbanken und ihre Konzentration
im Zusammenhange mit der Entwicklung der Gesamtwirtschaft in
Deutschland”, 4a ed., 1912, pág. 149. – R. Liefmann, “Kartelle und
Trusts und die Weiterbildung der volkswirtschaftlichen Organisation”,
2a ed., 1910, pág. 25
16
presas. En dichos establecimientos estaban ocupados, en 1904, el
70,6% de obreros; en 1909, el 75,6%, las tres cuartas partes del
número total. La cuantía de la producción era, respectivamente, de
10,9 y de 16,3 mil millones de dólares, o sea el 73,7% y el 79% de
la suma total.
En las manos de los cartels y trusts se encuentran a menudo las
siete o las ocho décimas partes de toda la producción de una rama
industrial determinada; el sindicato hullero del Rin y Westfalia, en
el momento de su constitución, en 1893, concentraba el 86,7% de
toda la producción del carbón en aquella cuenca, y en 1910, el
95,4%.* El monopolio constituido en esta forma proporciona bene-
ficios gigantescos y conduce a la creación de unidades técnicas de
producción de proporciones inmensas. El famoso trust del petróleo
de Estados Unidos (“Standard Oil Company”) fue fundado en 1900.
“Su capital era de 150 millones de dólares. Fueron emiti-
das acciones ordinarias por valor de 100 millones de dólares y
acciones privilegiadas por valor de 106 millones de dólares.
Estas últimas percibieron los siguientes dividendos: en el per-
íodo 1900-1907: 48, 48, 45, 44, 36, 40, 40, 40% o sea, en to-
tal, 367 millones de dólares. Desde 1882 a 1907, obtuviéronse
889 millones de dólares de beneficio neto de los que 606 mi-
llones fueron distribuidos en dividendos, y el resto pasó al ca-
pital de reserva”.† “En todas las empresas del trust del acero
(“United States Steel Corporation”) estaban ocupados, en
1907, no menos de 210.180 obreros y empleados. La empresa
más importante de la industria minera alemana, la Sociedad
Minera de Gelsenkirchen (“Gelsenkirchener Bergwerksge-
sellschaft”) tenía, en 1908, 46.048 obreros y empleados”.‡
Ya en 1902, el trust del acero producía 9 millones de toneladas
de acero.§ Su producción constituía, en 1901, el 66,3% y, en 1908,

*
Dr. Fritz Kestner, “Der Organisationszwang. Eine Untersuchung
über die Kampfe zwischen Kartellen und Aussenseitern”. Berlín, 1912,
pág. 11.

R. Liefmann, “Beteiligungs-und Finanzierungsgesellschaften.
Eine Studie über den modernen Kapitalismus und das Effektenwesen”,
Ia ed., Jena, 1909, pág. 212.

Ibíd., pág. 218.
§
Dr. S. Tschierschky, “Kartell und Trust”, Gött., 1903, pág. 13.
17
el 56,1 % de toda la producción de acero de los Estados Unidos.*
Sus extracciones de mineral de hierro, el 43,9% y el 46,3%, respec-
tivamente.
El informe de la comisión gubernamental norteamericana sobre
los trusts dice:
“La superioridad de los trusts sobre sus competidores se
basa en las grandes proporciones de sus empresas y en su ex-
celente instalación técnica. El trust del tabaco, desde el mo-
mento mismo de su fundación, consagró todos sus esfuerzos a
sustituir en todas partes en vasta escala el trabajo manual por
el trabajo mecánico. Con este objeto, adquirió todas las paten-
tes que tenían una relación cualquiera con la elaboración del
tabaco y empleó para esto sumas enormes. Muchas patentes
resultaban al principio inservibles y tuvieron que ser modifi-
cadas por los ingenieros que se hallaban al servicio del trust. A
fines de 1906, fueron constituidas dos sociedades filiales con
el único objeto de adquirir patentes. Con este mismo objeto, el
trust creó fundiciones, fábricas de construcción de maquinaria
y talleres de reparación propios. Uno de dichos establecimien-
tos, en Brooklyn, da ocupación, por término medio, a 300
obreros; en él se experimentan y se perfeccionan los inventos
relacionados con la producción de cigarrillos, cigarros peque-
ños, tabaco rapé, papel de estaño para el embalaje, cajas, etc.”†
etc.Ӡ
“Hay otros trusts que tienen también a su servicio a los
llamados developing engineers (ingenieros para el desarrollo
de la técnica), cuya misión consiste en inventar nuevos proce-
dimientos de producción y en comprobar los perfeccionamien-
tos técnicos. El trust del acero abona a sus ingenieros y obre-
ros premios importantes por los inventos susceptibles de ele-
var la técnica o reducir los gastos”.‡
Del mismo modo está organizado todo cuanto se refiere a los
perfeccionamientos técnicos en la gran industria alemana por ejem-

*
Th. Vogelstein, “Organisationsformen”, pág. 275.

Report of the Commissioner of Corporations on the Tobacco In-
dustry, Washington, 1909, pág. 266. Citado del libro del Dr. Paul Tafel:
“Die nordamerikanischen Trusts und ihre Wirkungen auf den
Fortschritt des Technik” Stuttg., 1913, pág. 48.

Ibíd., pág. 49.
18
plo, en la industria química, la cual se ha desarrollado en proporcio-
nes gigantescas durante estas últimas décadas. El proceso de con-
centración de la producción creó ya en 1908 en dicha industria dos
“grupos” principales, que, a su manera, evolucionaban hacia el mo-
nopolio. Al principio, esos grupos constituían “alianzas dobles” de
dos pares de grandes fabricas con un capital de 20 a 21 millones de
marcos cada una; de una parte, la antigua fábrica de Meister, en
Höchst, y la de Cassella, en Fráncfort del Main; de otra parte, la
fábrica de anilina y sosa en Ludwigshafen y la antigua fábrica de
Bayer, en Elberfeld. Uno de los grupos en 1905 y el otro en 1908 se
pusieron de acuerdo, cada uno por su cuenta, con otra gran fábrica,
a consecuencia de lo cual resultaron dos “alianzas triples” con un
capital de 40 a 50 millones de marcos cada una, y entre las cuales se
inició ya una “aproximación”, se estipularon “acuerdos” sobre los
precios, etc.*
La competencia se convierte en monopolio. De aquí resulta un
gigantesco progreso de la socialización de la producción. Se efectúa
también, en particular, la socialización del proceso de inventos y
perfeccionamientos técnicos.
Esto no tiene ya nada que ver con la antigua libre concurrencia
de patronos dispersos, que no se conocían entre sí y que producían
para un mercado ignorado. La concentración ha llegado hasta tal
punto, que se puede hacer un cálculo aproximado de todas las fuen-
tes de materias primas (por ejemplo, yacimientos de minerales de
hierro) en un país, y aun, como veremos, en varios países, en todo el
mundo. No sólo se realiza este cálculo, sino que asociaciones mo-
nopolistas gigantescas se apoderan de dichas fuentes. Se efectúa el
cálculo aproximado del mercado, el que, según el acuerdo estipula-
do, las asociaciones mencionadas se “reparten” entre sí. Se monopo-
liza la mano de obra calificada, se toman los mejores ingenieros, y
las vías y los medios de comunicación – las líneas férreas en Amé-
rica, las compañías navieras en Europa y América – van a parar a
manos de los monopolios citados. El capitalismo, en su fase impe-
rialista conduce de lleno a la socialización de la producción en sus
más variados aspectos; arrastra, por decirlo así, a pesar de su volun-
tad y conciencia, a los capitalistas a un cierto nuevo régimen social,

*
Riesser, obra cit., págs. 547 y siguientes de la tercera edición. Los
periódicos dan cuenta (junio de 1916) de la constitución de un nuevo
trust gigantesco, que agrupa a la industria química de Alemania.
19
de transición entre la plena libertad de concurrencia y la socializa-
ción completa.
La producción pasa a ser social, pero la apropiación continúa
siendo privada. Los medios sociales de producción siguen siendo
propiedad privada de un número reducido de individuos. El marco
general de la libre concurrencia formalmente reconocida persiste, y
el yugo de un grupo poco numeroso de monopolistas sobre el resto
de la población se hace cien veces más duro, más sensible, más in-
soportable.
El economista alemán Kestner ha consagrado una obra especial
a la “lucha entre los cartels y los outsiders”, es decir, empresarios
que no formaban parte de los cartels. El autor ha titulado dicha obra:
“La organización forzosa”, cuando hubiera debido hablar, natural-
mente, para no embellecer el capitalismo, de la subordinación for-
zosa a las asociaciones monopolistas. Es instructivo echar una sim-
ple ojeada aunque no sea más que a la enumeración de los medios a
que acuden dichas asociaciones en la lucha moderna, novísima civi-
lizada por la “organización”: 1) privación de las materias primas
(...”uno de los procedimientos más importantes para obligar a entrar
en el cartel”); 2) privación de mano de obra mediante “alianzas”
(esto es, mediante acuerdos entre los capitalistas y los sindicatos
obreros para que estos últimos acepten trabajo solamente en las em-
presas cartelizadas); 3) privación de medios de transporte; 4) priva-
ción de mercados; 5) acuerdo con los compradores para sostener
relaciones comerciales únicamente con los cartels; 6) disminución
sistemática de los precios (con objeto de arruinar a los “outsiders”,
es decir, a las empresas que no se someten a los monopolistas, se
gastan millones para vender, durante un tiempo determinado, a pre-
cios inferiores al coste: en la industria de la bencina se ha dado el
caso de bajar el precio de 40 a 22 marcos, es decir, ¡casi a la mi-
tad!); 7) privación de crédito; 8) declaración del boicot.
Nos hallamos en presencia, no ya de una lucha de competencia
entre grandes y pequeñas empresas, entre establecimientos técnica-
mente atrasados y establecimientos de técnica avanzada. Nos halla-
mos ante la estrangulación, por los monopolistas, de todos aquellos
que no se someten al monopolio, a su yugo, a su arbitrariedad. He
aquí cómo se refleja este proceso en la conciencia de un economista
burgués.

20
“Aun en el terreno de la actividad económica pura – es-
cribe Kestner –, se produce cierto desplazamiento de la activi-
dad comercial, en el sentido tradicional de la palabra, hacia
una actividad organizadora especulativa. Consigue los mayo-
res éxitos, no el comerciante que, basándose en su experiencia
técnica y comercial, sabe determinar mejor las necesidades del
comprador, encontrar y, por decirlo así, “descubrir” la deman-
da que se halla en estado latente, sino el genio [?!] especulador
que por anticipado sabe tener en cuenta o intuir el desenvol-
vimiento en el terreno de la organización, la posibilidad de de-
terminados lazos entre las diferentes empresas y los bancos”...
Traducido al lenguaje común, esto significa: el desarrollo del
capitalismo ha llegado a un punto tal, que, aunque la producción de
mercancías sigue “reinando” como antes y siendo considerada como
la base de toda la economía, en realidad se halla ya quebrantada, y
las ganancias principales van a parar a los “genios” de las maquina-
ciones financieras. En la base de estas maquinaciones y de estos
chanchullos se halla la socialización de la producción; pero el in-
menso progreso logrado por la humanidad, que ha llegado a dicha
socialización, beneficia... a los especuladores. Más adelante vere-
mos cómo, “basándose en esto”, la crítica pequeñoburguesa y reac-
cionaria del imperialismo capitalista sueña con volver atrás, a la
concurrencia “libre”, “pacífica”, “honrada”.
“La elevación persistente de los precios, como resultado
de la constitución de los cartels – dice Kestner –, hasta ahora
se ha observado sólo en lo que se refiere a los principales me-
dios de producción, sobre todo a la hulla, el hierro, la potasa,
y, por el contrario, no se ha observado nunca en lo que se re-
fiere a los artículos manufacturados. Como consecuencia de
ello, el aumento de los beneficios se ha limitado igualmente a
la industria de los medios de producción. Hay que completar
esta observación con la de que la industria de transformación
de las materias primas (y no de productos semi-
manufacturados) no sólo obtiene, como resultado de la consti-
tución de cartels, ventajas en forma de las ganancias elevadas,
en perjuicio de la industria dedicada a la transformación ulte-
rior de los productos semi-manufacturados, sino que ha pasado

21
a mantener, con respecto a esta última industria, relaciones de
dominación, que no existían bajo la libre concurrencia”.*
Las palabras subrayadas por nosotros muestran el fondo de la
cuestión, que de tan mala gana y sólo de vez en cuando reconocen
los economistas burgueses y que se empeñan tanto en no ver y pasar
por alto los defensores actuales del oportunismo, con C. Kautsky al
frente. Las relaciones de dominación y de violencia – violencia que
va ligada a dicha dominación –: he aquí lo típico en la “nueva fase
del desarrollo del capitalismo”, he aquí lo que inevitablemente tenía
que derivarse y se ha derivado de la constitución de los monopolios
económicos todopoderosos.
Citaremos otro ejemplo de los manejos de los cartels. Allí don-
de es posible apoderarse de todas o de las más importantes fuentes
de materias primas, la aparición de cartels y la constitución de mo-
nopolios es sobremanera fácil. Pero sería un error pensar que los
monopolios no surgen también en otras ramas de la producción en
las cuales la conquista de todas las fuentes de materias primas es
imposible. En la industria del cemento, la materia prima existe en
todas partes. Sin embargo, también esta industria está extremada-
mente cartelizada en Alemania. Las fábricas se han agrupado en
sindicatos regionales: el de Alemania del Sur, el renano-
westfaliano, etc. Los precios establecidos son precios de monopolio:
¡de 230 a 280 marcos por vagón, cuando el valor de coste es de 180
marcos! Las empresas dan dividendos del 12 al 16%; además, no
hay que olvidar que los “genios” de la especulación contemporánea
saben canalizar hacia sus bolsillos grandes sumas de ganancias,
aparte de las que se reparten en concepto de dividendo. Para elimi-
nar la competencia en una industria tan lucrativa, los monopolistas
se valen incluso de artimañas diversas: hacen circular rumores fal-
sos sobre la mala situación de la industria; publican en los periódi-
cos anuncios anónimos: “¡Capitalistas! ¡No coloquéis vuestros capi-
tales en la industria del cemento!”; por último, compran empresas
“outsiders” (es decir, que no forman parte de los sindicatos), abo-
nando 60, 80, 150 mil marcos al que “cede”.† El monopolio se abre
camino en todas partes, valiéndose de todos los medios, empezando

*
Kestner, obra cit., pág. 254.

L. Eschwege, “Zement”, en “Die Bank”, 1909, I, págs. 115 y
siguientes.
22
por el pago de una “modesta” indemnización al que cede y termi-
nando por el “procedimiento” americano del empleo de la dinamita
contra el competidor.
La supresión de las crisis por los cartels es una fábula de los
economistas burgueses, los cuales lo que hacen es embellecer el
capitalismo a toda costa. Al revés, el monopolio que se crea en va-
rias ramas de la industria aumenta y agrava el caos propio de todo
el sistema de la producción capitalista en su conjunto. La despro-
porción entre el desarrollo de la agricultura y el de la industria, des-
proporción que es característica del capitalismo en general, se
acentúa aún más. La situación privilegiada en que se halla la indus-
tria más cartelizada, la llamada industria pesada, particularmente el
hierro y la hulla, determina en las demás ramas de la industria “la
falta mayor aún de coordinación sistemática”, como lo reconoce
Jeidels, autor de uno de los mejores trabajos sobre “las relaciones
entre los grandes bancos alemanes y la industria”.*
“Cuanto más desarrollada está la economía nacional – es-
cribe Liefmann, defensor acérrimo del capitalismo – tanto más
se entrega a empresas arriesgadas o, en el extranjero, a empre-
sas que exigen largo tiempo para su desarrollo o, finalmente, a
las que sólo tienen una importancia local”.†
El aumento del riesgo es consecuencia, al fin y al cabo, del au-
mento gigantesco de capital, el cual, por decirlo así, desborda el
vaso y se vierte hacia el extranjero, etc. Y junto con esto 106 pro-
gresos extremadamente rápidos de la técnica traen aparejados con-
sigo cada vez más elementos de desproporción entre las distintas
partes de la economía nacional, de caos, de crisis.
“Probablemente – se ve obligado a reconocer el mismo
Liefmann – la humanidad asistirá en un futuro próximo a nue-
vas y grandes revoluciones en el terreno de la técnica, que
harán sentir sus efectos también sobre la organización de la
economía nacional... [la electricidad, la navegación aérea].
Habitualmente, y por regla general, en estos períodos de radi-

*
Jeidels, “Das Verhältnis der deutschen Grossbanken zur
Industrie, mit besonderer Berücksichtigung der Eisenindustrie”,
Leipzig, 1905, pág. 271.

Liefmann, “Beíeiligungs- etc. Ges”, pág. 434.
23
cales transformaciones económicas se desarrolla una fuerte
especulación”...*
Y las crisis – las crisis de toda clase, sobre todo las crisis econó-
micas, pero no sólo éstas – aumentan a su vez en proporciones enor-
mes la tendencia a la concentración y al monopolio. He aquí unas
reflexiones extraordinariamente instructivas de Jeidels sobre la signi-
ficación de la crisis de 1900, la cual, como sabemos, desempeñó el
papel de punto crucial en la historia de los monopolios modernos:
“La crisis de 1900 se produjo en un momento en que, al la-
do de gigantescas empresas en las ramas principales de la indus-
tria, existían todavía muchos establecimientos con una organi-
zación anticuada, según el criterio actual, establecimientos ‘pu-
ros’ [esto es, no combinados], que se habían elevado sobre las
olas del auge industrial. La baja de los precios, la disminución
de la demanda, llevaron a esas empresas ‘puras’ a una situación
calamitosa que o no conocieron en modo alguno las gigantescas
empresas combinadas o que sólo conocieron durante un breve
período. Como consecuencia de esto, la crisis de 1900 deter-
minó la concentración de la industria en proporciones incompa-
rablemente mayores que la crisis de 1873, la cual efectuó tam-
bién una determinada selección de las mejores empresas, pero,
dado el nivel técnico de entonces, esta selección no pudo crear
un monopolio de las empresas que habían conseguido salir vic-
toriosas de la crisis. Precisamente de un tal monopolio persis-
tente, y, además, en un alto grado, gozan las empresas gigantes-
cas de la industria siderúrgica y eléctrica actuales, gracias a su
técnica complicadísima, a su extensa organización, a la potencia
de su capital, y, en menor grado, también las empresas de cons-
trucción de máquinas, determinadas ramas de la industria me-
talúrgica, las vías de comunicación, etc.”.†
El monopolio es la última palabra de la “fase más reciente del
desarrollo del capitalismo”. Pero nuestro concepto de la fuerza efec-
tiva y de la significación de los monopolios contemporáneos sería
en extremo insuficiente, incompleto, reducido, si no tomáramos en
consideración el papel de los bancos.

*
Liefmann, obra cit., págs. 465-456.

Jeidels, obra cit., pág. 108.
24
II. LOS BANCOS Y SU NUEVO PAPEL
La operación fundamental y primordial de los bancos consiste
en servir de intermediarios para los pagos. En relación con ello, los
bancos convierten el capital monetario inactivo en activo, esto es,
que rinde beneficio; reúnen toda clase de ingresos metálicos y los
ponen a disposición de la clase de los capitalistas.
A medida que van desarrollándose los bancos y que va acentuán-
dose su concentración en un número reducido de establecimientos, de
modestos intermediarios que eran antes, se convierten en monopolis-
tas omnipotentes que disponen de casi todo el capital monetario de
todos los capitalistas y pequeños patronos, así como de la mayor parte
de los medios de producción y de las fuentes de materias primas de
uno o de varios países. Esta transformación de los numerosos y mo-
destos intermediarios en un puñado de monopolistas constituye uno
de los procesos fundamentales de la transformación del capitalismo
en imperialismo capitalista, y por esto debemos detenernos, en primer
término, en la concentración de los bancos.
En el año económico de 1907 a 1908, los depósitos de todos los
bancos anónimos de Alemania que poseían un capital de más de un
millón de marcos eran de 7.000 millones de marcos; en el año
económico de 1912 a 1913, de 9.800 millones; un aumento de un
40% en cinco años. Además, de esos 2.800 millones de aumento,
2.750 millones correspondían a 57 bancos con un capital de más de
10 millones de marcos. La distribución de los depósitos entre los
bancos grandes y pequeños era la siguiente:*
TANTO POR CIENTO DE TODOS LOS DEPÓSITOS

En los 48 En 115
En los
En los grandes bancos bancos con
pequeños
bancos berline- restantes con un capital
Años bancos con
ses, en número un capital de de
menos de 1
de 9 más de 10 1 a 10
millón
millones millones
1907/8 47 32,5 16,5 4
1912/13 49 36 12 3

*
Alfred Lansburgh, “Fünf Jahre d. Bankwesen”, “Die Bank”,
1913, núm. 8, pág. 728.
25
Los pequeños bancos van siendo eliminados por los grandes, de
los cuales nueve concentran casi la mitad de todos los depósitos.
Pero aquí no se tiene todavía mucho en cuenta, por ejemplo, la
transformación de una serie de pequeños bancos en agencias efecti-
vas de los grandes, etc., de lo cual trataremos más adelante.
A fines de 1913, Schulze-Gaevernitz fijaba los depósitos de los
nueve grandes bancos berlineses en 5.100 millones de marcos sobre
un total de cerca de 10.000 millones. Tomando en consideración no
sólo los depósitos, sino todo el capital bancario, ese mismo autor
escribía:
“A fines de 1909, los nueve grandes bancos berlineses,
junto con los bancos adheridos a ellos, administraban 11.300
millones de marcos, esto es, cerca del 83% de la suma del ca-
pital bancario alemán. El ‘Banco Alemán’ (“Deutsche Bank”),
que administra, junto con los bancos adheridos a él, cerca de
3.000 millones de marcos, representa, al lado de la administra-
ción prusiana de las líneas férreas del Estado, la aglomeración
de capital más considerable, con la particularidad de estar en
alto grado descentralizada, del viejo mundo”.*
Hemos subrayado la indicación relativa a los bancos “adheri-
dos”, porque esto se refiere a una de las particularidades caracterís-
ticas más importantes de la concentración capitalista moderna. Los
grandes establecimientos, particularmente los bancos, no sólo ab-
sorben directamente a los pequeños, sino que los “incorporan”, los
subordinan, los incluyen en “su” grupo, en su consorcio (konzern) –
según el término técnico – por medio de la “participación” en su
capital, de la compra o del cambio de acciones, del sistema de crédi-
to, etc., etc. El profesor Liefmann ha consagrado un voluminoso
“trabajo” de medio millar de páginas a la descripción de las “socie-
dades contemporáneas de participación y financiación”,† pero, por
desgracia, agregando razonamientos “teóricos” de calidad más que
inferior a un material bruto, a menudo mal digerido. El resultado a
que conduce este sistema de “participación”, desde el punto de vista

*
Schulze-Gaevernitz, “Die deutsche Kreditbank”, en “Grundriss
der Sozialökonomik”, Tüb., 1915, págs. 12 y 137.

R. Liefmann, “Beteiligungs- und Finanzierungsgesellschaften.
Eine Studie über den modernen Kapitalismus und das Effektenwesen”,
1a ed., Jena, 1909, pág. 212.
26
de la concentración, se halla indicado mejor que en ninguna otra
parte en la obra del “financiero” Riesser sobre los grandes bancos
alemanes. Pero antes de examinar sus datos daremos un ejemplo
concreto del sistema de “participación”.
El “grupo” del “Banco Alemán” es uno de los más importantes,
por no decir el más importante, de los grupos de grandes bancos.
Para darse cuenta de los hilos principales que atan entre sí a los
bancos del grupo mencionado, hay que distinguir la “participación”
de primero, segundo y tercer grado, o, lo que es lo mismo, la depen-
dencia (de los bancos más pequeños con respecto al “Banco
Alemán”) de primero, segundo y tercer grado. Resulta lo siguiente:*

El “Banco Dependencia
Dependencia de Dependencia
Alemán” de primer
segundo grado de tercer grado
participa grado

de los cuales 9
De un modo de los cuales 4
en 17 bancos participan en
permanente participan en 7
34

Durante un
tiempo “ 5 “ – –
indeterminado

de los cuales 5
De vez en de los cuales 2
“ 8 “ participan en
cuando participan en 2
14

de los cuales 14
de los cuales 6
Total en 30 bancos participan en
participan en 9
48

Entre los ocho bancos de “dependencia de primer grado” someti-


dos al “Banco Alemán” “de vez en cuando”, figuran tres bancos ex-
tranjeros: uno austriaco (la “Sociedad Bancaria”, de Viena – “Bank-
verein” –) y dos rusos (el “Banco Comercial Siberiano” – “Sibirski
Torgovi Bank” – y el “Banco Ruso para el Comercio Exterior” –
“Russki Bank dliá vneshnei torgovli” –). En total forman parte del

*
A. Lansburgh, “Das Beteiligungssystem im deutschen
Bankwesen”, “Die Bank”, 1910, I, pág. 500.
27
grupo del “Banco Alemán”, directa o indirectamente, parcial o total-
mente, 87 bancos, y el capital total, propio o ajeno, de que dispone el
grupo se calcula en dos o tres mil millones de marcos.
Es evidente que un banco que se halla al frente de un grupo tal
y que se pone de acuerdo con media docena de otros, casi tan im-
portantes como él, para operaciones financieras singularmente
grandes y lucrativas, tales como, por ejemplo, los empréstitos de
Estado, ha superado ya el papel de “intermediario” y se ha converti-
do en la alianza de un puñado de monopolistas.
Los datos de Riesser que damos a continuación, en forma abre-
viada, muestran la rapidez con que a fines del siglo XIX y princi-
pios del XX se ha efectuado la concentración de los negocios banca-
rios en Alemania:
SEIS GRANDES BANCOS BERLINESES TENÍAN
Cajas de Participación per-
Sucursales
depósito y manente en los Total de
Años en Alema-
oficinas de bancos anónimos establecimientos
nia
cambio alemanes
1895 16 14 1 42
1900 21 40 8 80
1911 104 276 63 450

Estos datos nos permiten ver cómo se extiende la espesa red de


canales que abrazan a todo el país, que centralizan todos los capita-
les e ingresos monetarios, que convierten a los millares y millares
de explotaciones dispersas en una explotación capitalista única, na-
cional en un principio y mundial después. La “descentralización” de
que en el pasaje que hemos reproducido más arriba, hablaba Schul-
ze-Gaevernitz en nombre de la economía política burguesa de nues-
tros días, consiste, en realidad, en la subordinación a un centro úni-
co de un número cada día mayor de unidades económicas que antes
eran relativamente “independientes”, o, más exactamente, que ten-
ían un carácter estrictamente local. Se trata, pues, en efecto, de la
centralización, del reforzamiento del papel, de la importancia y del
poder de los gigantes monopolistas.
En los países capitalistas más viejos, dicha “red bancaria” es
todavía más espesa. En Inglaterra (comprendida Irlanda), en 1900,
el número de sucursales de todos los bancos era de 7.151. Cuatro
grandes bancos contaban con más de 400 sucursales cada uno (de
28
447 a 689); otros cuatro, con más de 200, y 11 con más de 100 cada
uno.
En Francia, los tres bancos más importantes: el “Crédit Lyon-
nais”, el “Comptoir National” y la “Société Générale” han desarro-
llado sus operaciones y la red de sus sucursales del modo siguiente:*

Número de sucursales y de Capitales (en millones fran-


cajas cos)
Años
En
En París Total Propios Ajenos
provincias
1870 47 17 64 200 427
1890 192 66 258 265 1,245
1909 1,033 196 1,229 887 4,363

Para caracterizar las “relaciones” de un gran banco moderno,


Riesser suministra datos sobre el número de cartas enviadas y reci-
bidas por la “Sociedad de Descuento” (“Disconto-Gesellschaft”),
uno de los bancos más importantes de Alemania y de todo el mundo
(su capital ascendía, en 1914, a 300 millones de marcos):

Años Numero de cartas recibidas Numero de cartas remitidas

1852 6.135 6.292

1870 85.800 87.513

1900 533.102 626.043

En el gran banco parisién “Crédit Lyonnais”, el número de


cuentas corrientes, que en 1875 era de 28.535, pasó a 633.539, en
1912.†
Estas simples cifras muestran, quizá con mayor evidencia que
largos razonamientos, cómo la concentración del capital y el au-
mento del giro de los bancos transforman radicalmente la importan-
cia de estos últimos. Los capitalistas dispersos vienen a formar un
capitalista colectivo. Al llevar una cuenta corriente para varios capi-

*
Eugen Kaufmann, “Das franzasische Bankwesen”, Tüb., 1911,
págs. 356 y 362.

Jean Lescure, “L’épargne en France”, París, 1914, pág. 52.
29
talistas, el banco, al parecer, realiza una operación puramente técni-
ca, únicamente auxiliar. Pero cuando esta operación crece en pro-
porciones gigantescas, resulta que un puñado de monopolistas su-
bordina las operaciones comerciales e industriales de toda la socie-
dad capitalista, obteniendo la posibilidad – por medio de sus rela-
ciones bancarias, de las cuentas corrientes y otras operaciones fi-
nancieras –, primero, de enterarse con exactitud del estado de los
negocios de los distintos capitalistas, y, después, de controlarlos, de
ejercer influencia sobre ellos mediante la ampliación o la restricción
del crédito, facilitándolo o dificultándolo y, finalmente, de determi-
nar enteramente su destino, de determinar su rentabilidad, de pri-
varles de capital o de permitirles acrecentarlo rápidamente y en pro-
porciones inmensas, etc.
Acabamos de aludir al capital de 300 millones de marcos de la
“Sociedad de Descuento” de Berlín. Este aumento del capital de
dicha sociedad fue uno de los episodios de la lucha por la hegemon-
ía entre los dos bancos berlineses más importantes: el “Banco
Alemán” y la “Sociedad de Descuento”.
En 1870, el primero, todavía un novato, no contaba más que
con un capital de 15 millones, mientras que el del segundo se eleva-
ba a 30 millones. En 1908, el primero tenía un capital de 200 millo-
nes; el del segundo era de 170 millones. En 1914, el primero elevó
su capital a 250 millones; el segundo, mediante la fusión con otro
banco importantísimo, la “Alianza Bancaria de Schaffhausen”, a
300 millones. Y, naturalmente, esta lucha por la hegemonía se desa-
rrolla paralelamente a los “acuerdos”, cada ve~ más frecuentes y
más sólidos, entre los dos bancos. He aquí a qué conclusiones hace
llegar este desarrollo de los bancos a los especialistas en cuestiones
bancarias, que examinan los problemas económicos desde un punto
de vista que no va más allá, ni mucho menos, de los límites del re-
formismo burgués más moderado y puntual:
“Los demás bancos seguirán el mismo camino – decía la
revista alemana ‘Die Bank’, con motivo de la elevación del
capital de la ‘Sociedad de Descuento’ a 300 millones –, y los
trescientos individuos que en el momento actual rigen los des-
tinos económicos de Alemania se verán reducidos con el tiem-
po a 50, 25 0 menos. No hay que esperar que el movimiento
moderno de concentración quede circunscrito a los bancos.
Las estrechas relaciones entre diferentes bancos conducen
asimismo, de un modo natural, al acercamiento entre los sindi-

30
catos de industriales que se hallan protegidos por estos ban-
cos... Un buen día nos despertaremos, y ante nuestros ojos
asombrados no habrá más que trusts, y nos hallaremos en la
necesidad de reemplazar los monopolios privados por los mo-
nopolios de Estado. Y, sin embargo, en realidad, nosotros no
tendremos nada que reprocharnos, a no ser el haber dejado que
la marcha de las cosas se desarrollara libremente, acelerada un
poco por el uso de las acciones”.*
He aquí un ejemplo de la impotencia del periodismo burgués,
del cual la ciencia burguesa se distingue sólo por una menor fran-
queza y por la tendencia a velar la esencia de las cosas, a ocultar el
bosque tras los árboles. “Asombrarse” de las consecuencias de la
concentración, hacer “reproches” al gobierno de la Alemania capita-
lista o a la “sociedad” capitalista (“nosotros”), temer la “acelera-
ción” de la concentración como consecuencia de la introducción de
las acciones, del mismo modo que un especialista alemán en cartels,
Tschierschky, teme los trusts norteamericanos y “prefiere” los car-
tels alemanes, porque, según él, no son tan susceptibles “de acelerar
de un modo tan excesivo como los trusts el progreso técnico y
económico”,† ¿no es todo esto una prueba de impotencia?
Pero los hechos no dejan de ser hechos. En Alemania no hay
trusts, sino “solamente” cartels, pero dirigen el país no más de 300
magnates del capital, y su número disminuye sin cesar. Los bancos,
en todo caso, en todos los países capitalistas, cualquiera que sea la
diferencia entre las legislaciones bancarias, intensifican y aceleran
enormemente el proceso de concentración del capital y de constitu-
ción de monopolios.
“Los bancos crean en escala social la forma, y nada más que la
forma, de la contabilidad general y de la distribución general de los
medios de producción”, escribía Marx, hace medio siglo, en “El
Capital” (trad. rusa, t. III, parte II, pág. 144). Los datos que hemos
reproducido referentes al incremento del capital bancario, al aumen-
to del número de oficinas de cambio y sucursales de los bancos más
importantes, de sus cuentas corrientes, etc., nos muestran concreta-
mente esa “contabilidad general” de toda la clase de los capitalistas
y aun no sólo de los capitalistas, pues los bancos recogen, aunque

*
A. Lansburgh, “Die Bank mit den 300 Millionen”, “Die Bank”,
1914, I, pág. 426.

S. Tschierschky, obra cit., pág. 128.
31
no sea más que temporalmente, toda clase de ingresos monetarios
de los pequeños propietarios, de los funcionarios, de la reducida
capa superior de los obreros, etc. La “distribución general de los
medios de producción”: he aquí lo que brota, desde el punto de vis-
ta formal, de los bancos modernos, de los que los más importantes
en número de 3 a 6 en Francia, y de 6 a 8 en Alemania, disponen de
miles y miles de millones. Pero, por su contenido, esa distribución
de los medios de producción no es “general”, ni mucho menos, sino
privada, esto es, conforme a los intereses del gran capital, y, en pri-
mer lugar, del capital monopolista más grande, el cual obra en unas
condiciones en las que la masa de la población vive semi-
hambrienta; condiciones en las que todo el desarrollo de la agricul-
tura se retrasa irremediablemente con respecto al de la industria, una
parte de la cual, la “industria pesada”, percibe un tributo de todas
las demás ramas industriales.
En lo que se refiere a la socialización de la economía capitalis-
ta, empiezan a competir con los bancos las cajas de ahorro y los
establecimientos postales, los cuales son más “descentralizados”, es
decir, atraen al círculo de su influencia a un número mayor de loca-
lidades, a un número mayor de puntos recónditos, a sectores más
vastos de la población. He aquí los datos recogidos por la comisión
norteamericana encargada de investigar el desarrollo comparado de
los depósitos en los bancos y en las cajas de ahorro:*
DEPÓSITOS (EN MILES DE MILLONES OF MARCOS)

Inglaterra Francia Alemania


En las En las En las En las
En los En los En los
cajas de cajas de sociedades cajas de
bancos bancos bancos
ahorro ahorro de crédito ahorro
1880 8,4 1,6 ? 0,9 0,5 0,4 2,6
1888 12,4 2,0 1,5 2,1 1,1 0,4 4,5
1909 23,2 4,2 3,7 4,2 7,1 2,2 13,9

Las cajas de ahorro, que pagan el 4 y el 4 1/4% a los deposita-


rios, se ven obligadas a buscar la manera de colocar de un modo

*
Datos de la “National Monetary Commission” norteamericana,
“Die Bank”, 1910, I, pág. 1200.
32
“remunerativo” sus capitales, lanzarse a operaciones sobre las letras
de cambio, las hipotecas y otras. Las fronteras existentes entre los
bancos y las cajas de ahorro “van desapareciendo cada vez más”.
Las Cámaras de Comercio de Bochum y de Erfurt, por ejemplo,
exigen que se “prohíba” a las cajas de ahorro realizar operaciones
“puramente” bancarias, tales como el descuento de letras; exigen la
limitación de la actividad “bancaria” de los establecimientos posta-
les.* Los .magnates bancarios temen verse alcanzados por el mono-
polio del Estado cuando menos lo esperen. Pero, naturalmente, di-
cho temor no va más allá de los límites de la competencia entre dos
jefes de despacho de una misma cancillería, porque de un lado, son
de hecho, y al fin y al cabo, esos mismos magnates del capital ban-
cario los que disponen de los miles de millones que constituyen el
capital de las cajas de ahorro, y, de otro lado, el monopolio del Es-
tado en la sociedad capitalista no es más que un medio de elevar y
asegurar los ingresos de los millonarios que están a punto de que-
brar en tal o cual rama de la industria.
La sustitución del viejo capitalismo, en el cual reina la libre
concurrencia, por el nuevo capitalismo, en el que domina el mono-
polio, se expresa, entre otras cosas, por la disminución de la impor-
tancia de la Bolsa.
“Hace ya tiempo – dice la revista ‘Die Bank’ – que la
Bolsa ha dejado de ser el intermediario necesario de la circu-
lación, como lo era antes, cuando los bancos no podían todav-
ía colocar la mayor parte de sus emisiones entre sus clientes”.†
“‘Todo banco es una Bolsa’. Este aforismo moderno es tanto
más justo cuanto más grande es el banco, cuanto mayores son los
éxitos de la concentración en los negocios bancarios”.‡ “Si antes, en
los años del 70, la Bolsa, con sus excesos de juventud” [alusión “de-
licada” al crac bolsista de 1873, a los escándalos de Gründer,6 etc.],
“abrió la época de la industrialización de Alemania, en el momento
actual los bancos y la industria ‘se las pueden arreglar de un modo
independiente’. La dominación de nuestros grandes bancos sobre la

*
Informe de la “National Monetary Commission”, “Die Bank”,
1913, págs. 811 y 1022; 1914, pág. 713.

“Die Bank”, 1914, I, pág. 316.

Dr. Oscar Stillich, “Geld- und Bankwesen”, Berlín, 1907, pág.
169.
33
Bolsa... no es otra cosa que la expresión de la organización comple-
ta del Estado industrial alemán. Si se restringe de este modo el cam-
po de acción de las leyes económicas que funcionan automática-
mente y se ensancha extraordinariamente el de la regulación cons-
ciente a través de los bancos, aumenta así en proporciones gigantes-
cas la responsabilidad por la economía nacional de unas cuantas
cabezas dirigentes”, dice el profesor alemán Schulze-Gaevernitz,*
apologista del imperialismo alemán, quien es considerado como una
autoridad por los imperialistas de todos los países y que se esfuerza
en disimular una “pequeñez”, a saber, que esa “regulación conscien-
te” a través de los bancos se basa en el despojo del público por un
puñado de monopolistas “completamente organizados”. La tarea del
profesor burgués consiste no en poner al des cubierto todo el meca-
nismo y en desenmascarar todas las artimañas de los monopolistas
bancarios, sino en embellecerlos.
Del mismo modo, Riesser, economista y financiero más presti-
gioso todavía, sale del paso por medio de frases que no dicen nada,
con respecto a hechos que es imposible negar:
“La Bolsa va perdiendo cada día más la cualidad, absolu-
tamente indispensable para toda la economía y para la circula-
ción de los valores, no sólo de ser el instrumento más fiel de
evaluación, sino también el regulador casi automático de los
movimientos económicos que convergen hacia ella”.†
En otros términos: el viejo capitalismo, el capitalismo de la li-
bre concurrencia, con su regulador absolutamente indispensable, la
Bolsa, pasa a la historia. En su lugar, ha aparecido el nuevo capita-
lismo, que tiene los rasgos evidentes de un fenómeno transitorio,
que representa una especie de mescolanza de la libre concurrencia y
del monopolio. Surge de un modo natural la pregunta: ¿a qué tiende
la “transición” de este nuevo capitalismo? Pero los sabios burgueses
tienen miedo de hacerse esta pregunta.
“Treinta años atrás, los empresarios que competían libre-
mente entre sí realizaban las 9/10 de la labor económica que no
pertenece a la esfera del trabajo físico de los “obreros”. En la
actualidad, son los funcionarios los que realizan las 9/10 de esa

*
Schulze-Gaevernitz, “Die deutsche Kreditbank, en Grundriss der
Soziaiokonomik”, Tüb., 1915, pág. 101.

Riesser, obra cit., pág. 629 de la cuarta edición.
34
labor económica intelectual. Los bancos se hallan al frente de
esta evolución”.*
Esta confesión de Schulze-Gaevernitz lleva una y otra vez a la
cuestión de saber a qué tiende esta transición del nuevo capitalismo,
del capitalismo en su fase imperialista.
Entre el reducido número de bancos que, como consecuencia
del proceso de concentración, se queda al frente de toda la econom-
ía capitalista, se observa y se acentúa cada día más, como es natural,
la tendencia a llegar a un acuerdo monopolista, al trust de los ban-
cos. En los Estados Unidos, no son nueve, sino dos grandes bancos,
de los multimillonarios Rockefeller y Morgan, los que dominan
sobre un capital de 11.000 millones de marcos.† En Alemania, la
absorción, a que hemos aludido antes, de la “Alianza Bancaria
Schaffhausen” por la “Sociedad de Descuento”, provocó las si-
guientes reflexiones por parte del periódico de los intereses bursáti-
les, la “Gaceta de Fráncfort”:7
“Con el incremento de la concentración de los bancos, se
restringe el círculo de instituciones a las cuales uno se puede di-
rigir en demanda de crédito, como consecuencia de lo cual au-
menta la dependencia de la gran industria con respecto a un re-
ducido número de grupos bancarios. Como resultado de la es-
trecha relación entre la industria y el mundo financiero, la liber-
tad de movimiento de las sociedades industriales que tienen ne-
cesidad del capital bancario se ve restringida. Por eso, la gran
industria asiste con cierta perplejidad a la trustificación de los
bancos (unificación o transformación en trusts), cada día más
intensa; en efecto, a menudo se ha podido observar el germen de
acuerdos determinados entre los consorcios de grandes bancos,
acuerdos cuya finalidad es limitar la competencia”.‡
Una y otra vez más se ve que la última palabra en el desarrollo
de los bancos es el monopolio.
En cuanto a la estrecha relación existente entre los bancos y la
industria, es precisamente en esta esfera donde se manifiesta, acaso
con más evidencia que en ninguna otra parte, el nuevo papel de los

*
Schulze-Gaevernitz, “Die deutsche Kreditbank” en Grundriss der
Sozialökonomik, Tüb., 1915, pág. 151.

“Die Bank”, 1912, I, pág. 435.

Citado por Schulze-Gaevernitz en “Grdr. d. S.-Oek.”, pág. 155.
35
bancos. Si el banco descuenta las letras de un empresario, le abre una
cuenta corriente, etc., esas operaciones, consideradas aisladamente,
no disminuyen en lo más mínimo la independencia de dicho empresa-
rio y el banco no pasa de ser un modesto intermediario. Pero si estas
operaciones son cada vez más frecuentes e importantes, si el banco
“reúne” en sus manos inmensos capitales, si las cuentas corrientes de
una empresa permiten al banco – y es así como sucede – enterarse, de
un modo cada vez más detallado y completo, de la situación econó-
mica de su cliente, el resultado es una dependencia cada día más
completa del capitalista industrial con respecto al banco.
Paralelamente se desarrolla, por decirlo así, la unión personal
de los bancos con las más grandes empresas industriales y comer-
ciales, la fusión de los unos y de las otras por la posesión de las ac-
ciones, la entrada de los directores de los bancos en los consejos de
vigilancia (o administración) de las empresas industriales y comer-
ciales, y viceversa. El economista alemán Jeidels ha reunido datos
muy detallados sobre esta forma de concentración de los capitales y
de las empresas. Seis grandes bancos berlineses estaban representa-
dos, por sus directores, en 344 sociedades industriales, y por los
miembros de sus consejos de administración, en otras 407, o sea, en
total, 751 sociedades. En 289 sociedades tenían a dos de sus miem-
bros en los consejos de administración u ocupaban en ellos la presi-
dencia. Entre esas sociedades mercantiles e industriales hallamos las
ramas industriales más variadas: compañías de seguros, vías de co-
municación, restoranes, teatros, industria artística, etc. Por otra par-
te, en los consejos de administración de esos seis bancos había (en
1910) 51 grandes industriales, entre ellos el director de la firma
Krupp, el de la gigantesca sociedad marítima “Hapag” (Hamburgo-
América), etc., etc. Cada uno de los seis bancos, desde 1895 a 1910,
participó en la emisión de acciones y obligaciones para varios cen-
tenares de sociedades industriales, más concretamente, de 281 a
419.*
“La unión personal” de los bancos y la industria se com-
pleta con la “unión personal” de ambas con el gobierno. “Los
puestos en los consejos de administración – escribe Jeidels –
son confiados voluntariamente a personalidades de renombre,
así como a antiguos funcionarios del Estado, los cuales pueden
proporcionar no pocas facilidades (!!) en las relaciones con las

*
Jeidels y Riesser, obras cit.
36
autoridades. . . En el consejo de administración de un banco
importante hallamos generalmente a un miembro del parla-
mento o del ayuntamiento de Berlín”.
Los grandes monopolios capitalistas van surgiendo y des-
arrollándose, por decir así, a toda máquina, siguiendo todos los ca-
minos “naturales” y “sobrenaturales”. Se establece sistemáticamente
una determinada división del trabajo entre algunos centenares de
reyes financieros de la sociedad capitalista actual.
“Paralelamente a esta extensión del campo de acción de
algunos grandes industriales [que entran en los consejos de
administración de los bancos, etc.] y al hecho de que se confíe
a los directores de los bancos de provincias únicamente la ad-
ministración de una zona industrial determinada, se produce
cierto aumento de la especialización entre los dirigentes de los
grandes bancos. Tal especialización en general es concebible
únicamente en el caso de que la empresa bancaria, y particu-
larmente sus relaciones industriales, tengan grandes dimensio-
nes. Esta división del trabajo se efectúa en dos sentidos: de
una parte, la relación con la industria en su conjunto se confía,
como ocupación especial, a uno de los directores; de otra par-
te, cada director es encargado del control de empresas aisladas
o de grupos de empresas afines por su producción o por sus in-
tereses [el capitalismo ha llegado ya a ejercer el control orga-
nizado sobre las empresas aisladas]... La especialidad de uno
es la industria alemana, o simplemente la de la Alemania occi-
dental [la Alemania occidental es la parte más industrial del
país]; la de otro, las relaciones con los industriales y los go-
biernos extranjeros, los informes sobre los industriales, etc.,
sobre los negocios bursátiles, etc. Además de esto, cada uno
de los directores de banco, a menudo queda encargado de una
localidad o de una rama especial de industria; uno trabaja
principalmente en los consejos de administración de las socie-
dades eléctricas, otro en las fábricas químicas, azucareras o de
cerveza, el tercero en un cierto número de empresas aisladas y,
paralelamente, en el consejo de administración de sociedades
de seguros... En una palabra, es indudable que en los grandes
bancos, a medida que aumentan las proporciones y la variedad
de sus operaciones, se establece una división del trabajo cada
vez mayor entre los directores, con el fin (que consiguen) de
elevarlos un poco, por decirlo así, por encima de los negocios

37
puramente bancarios, de hacerlos más aptos para tener un jui-
cio propio sobre los asuntos, para orientarse mejor sobre las
cuestiones generales de la industria y sobre las cuestiones es-
peciales de sus diversas ramas, de prepararlos para su activi-
dad en la esfera industrial de la influencia del banco. Este sis-
tema de los bancos se halla completado por la tendencia de los
mismos a elegir para sus consejos de administración a gente
que conozca bien la industria, a empresarios, a antiguos fun-
cionarios, particularmente a los que hayan trabajado en los de-
partamentos de ferrocarriles, minas”, etc.*
En los bancos franceses hallamos instituciones similares, sólo
que en una forma un poco diferente. Por ejemplo, uno de los tres
grandes bancos franceses, el “Crédit Lyonnais”, ha organizado una
sección especial dedicada a recoger informaciones financieras:
“Service des études financieres”. En dicha sección trabajan perma-
nentemente so personas: ingenieros, estadísticos, economistas, abo-
gados, etc. Cuesta de 600 a 700 mil francos anuales. La sección se
halla dividida a su vez en ocho sub-secciones: una recoge datos es-
peciales sobre las empresas industriales, otra estudia la estadística
general, otra las sociedades ferroviarias y navieras, otra los fondos,
otra los balances financieros, etc.†
Resulta, de una parte, una fusión cada día mayor, o según la
acertada expresión de N. Bujárin, la ensambladura de los capitales
bancario e industrial, y de otra, la transformación de los bancos en
instituciones de un “carácter” verdaderamente “universal”. Juzga-
mos necesario reproducir los términos exactos relativos a esta cues-
tión empleados por Jeidels, el escritor que mejor la ha estudiado:
“Como resultado del examen de las relaciones industriales
en su conjunto, obtenemos el carácter universal de los esta-
blecimientos financieros que trabajan para la industria. En
oposición a otras formas de los bancos, en oposición a las exi-
gencias, formuladas a veces en la literatura, de que los bancos
deben especializarse en una esfera determinada de negocios o
en una rama industrial determinada a fin de pisar terreno fir-
me, los grandes bancos tienden a hacer sus relaciones con los
establecimientos industriales lo más variadas posible, tanto

*
Jeidels, obra cit., pág. 157.

Artículo de Eugen Kaufmann sobre los bancos franceses, en “Die
Bank”, 1909, II, págs. 851 y siguientes.
38
desde el punto de vista del lugar como del género de la pro-
ducción; se esfuerzan en eliminar la distribución desigual del
capital entre las distintas regiones o ramas de la industria, des-
igualdad que halla su explicación en la historia de diversos es-
tablecimientos. . . Una tendencia consiste en convertir la rela-
ción con la industria en un fenómeno de orden general; la otra,
en trocarla en sólida e intensiva; ambas están realizadas en
seis grandes bancos no de un modo completo, pero ya en pro-
porciones considerables y en un grado igual”.
En los medios comerciales e industriales se oyen con frecuencia
lamentaciones contra el “terrorismo” de los bancos. Y no tiene nada
de sorprendente que surjan tales lamentaciones cuando los grandes
bancos “mandan” tal como lo demuestra el ejemplo siguiente: El 19
de noviembre de 1901, uno de los bancos berlineses llamados ban-
cos D (el nombre de los cuatro bancos más importantes empieza por
la letra D) se dirigió a la administración del “Sindicato del cemento
de la Alemania del Norte, del Oeste y del Centro”, con la carta si-
guiente:
“Según la nota publicada por ustedes el 18 del mes actual
en el periódico tal, se ve que debemos admitir la posibilidad
de que la asamblea general de su sindicato, que debe celebrar-
se el 30 de este mes, adopte resoluciones susceptibles de de-
terminar en su empresa modificaciones que son inaceptables
para nosotros. Por esto, sintiéndolo profundamente, nos vemos
obligados a retirarles el crédito de que hasta ahora gozaban. . .
Pero si dicha asamblea general no toma resoluciones inacepta-
bles para nosotros y se nos da garantías a este respecto para lo
futuro, estamos dispuestos a entablar negociaciones con el fin
de abrir un nuevo crédito”.*
En esencia, se trata de las mismas lamentaciones del pequeño
capital con respecto al yugo del grande, ¡pero, en este caso, ha pa-
sado a la categoría de “pequeño” capital todo un sindicato! La vieja
lucha entre el pequeño y el gran capital se reproduce en un nuevo e
inconmensurablemente más elevado grado de desarrollo. Es eviden-
te que, disponiendo de miles de millones, las empresas de los gran-
des bancos pueden también hacer avanzar el progreso técnico, va-

*
Dr. Osc. Stilllch, “Geld- und Bankwesen”, Berlín, 1907, pág.
148.
39
liéndose de medios incomparablemente superiores a los anteriores.
Los bancos crean, por ejemplo, sociedades especiales de investiga-
ción técnica, de cuyos resultados se aprovechan, naturalmente sólo
las empresas industriales “amigas”. Entre ellas figuran la “Sociedad
para el estudio del problema de los ferrocarriles eléctricos”, la “Ofi-
cina central de investigaciones científico-técnicas”, etc. Los dirigen-
tes mismos de los grandes bancos no pueden dejar de ver que están
creándose nuevas condiciones de la economía nacional, pero ellos
son impotentes ante las mismas.
“El que haya observado durante los últimos años – dice
Jeidels – el cambio de personas en los cargos de directores y
miembros de los consejos de administración de los grandes
bancos, no habrá podido dejar de darse cuenta de que el poder
pasa paulatinamente a manos de hombres que consideran que
el fin necesario y cada vez más vital de los grandes bancos
consiste en intervenir activamente en el desenvolvimiento ge-
neral de la industria; y que entre estos hombres y los viejos di-
rectores de los bancos, se producen con este motivo divergen-
cias en el terreno de los negocios y, a menudo, en el terreno
personal. Se trata, en el fondo de saber si no perjudica a los
bancos, en su calidad de instituciones de crédito, esa interven-
ción de los mismos en el proceso industrial de la producción,
si no se sacrifican los principios firmes y el beneficio seguro a
una actividad que no tiene nada de común con el papel de in-
termediario para la facilitación de créditos y que coloca a los
bancos en un terreno en el que se hallan todavía más expuestos
que antes al dominio ciego de la coyuntura industrial. Así
hablan muchos de los viejos directores de bancos, mientras
que la mayoría de los jóvenes considera la intervención activa
en los problemas de la industria como una necesidad semejan-
te a la que ha originado, junto con la gran industria moderna,
los grandes bancos y las empresas industriales bancarias mo-
dernas. En lo único en que están de acuerdo las dos partes es
en que no existen principios firmes ni fines concretos para la
nueva actividad de los grandes bancos”.*
El viejo capitalismo ha caducado. El nuevo constituye una etapa
de transición hacia algo distinto. Encontrar “principios firmes y fi-
nes concretos” para la “conciliación” del monopolio con la libre

*
Jeidels, obra cit., pág. 183-184.
40
concurrencia, es, naturalmente, imposible. Las confesiones de los
prácticos tienen un sentido bien distinto de los himnos oficiales a las
excelencias del capitalismo “organizado”, entonados por sus apolo-
gistas, tales como Schulze-Gaevernitz, Liefmann y otros “teóricos”.
Jeidels nos da una respuesta bastante exacta a la cuestión im-
portante de saber a qué período se refieren con precisión los co-
mienzos de la “nueva actividad” de los grandes bancos:
“Las relaciones entre las empresas industriales con su
nuevo contenido, sus nuevas formas, sus nuevos órganos, a
saber: los grandes bancos organizados de un modo a la vez
centralizado y descentralizado, se forman, como fenómeno ca-
racterístico de la economía nacional, hacia los años del 90; en
cierto sentido, puede incluso ser considerado como punto de
partida el año 1897, con sus grandes “fusiones” de empresas
que introdujeron por vez primera la nueva forma de organiza-
ción descentralizada, por razones de la política industrial de
los bancos. Este punto de partida se puede tal vez llevar inclu-
so a un período más reciente, pues únicamente la crisis de
1900 aceleró en proporciones gigantescas el proceso de con-
centración tanto de la industria como de la banca, consolidó
dicho proceso, convirtió por primera vez las relaciones con la
industria en verdadero monopolio de los grandes bancos y dio
a dichas relaciones un carácter incomparablemente más estre-
cho y más intenso”.*
En resumen, el siglo XX señala el punto de viraje del viejo al
nuevo capitalismo, de la dominación del capital en general a la do-
minación del capital financiero.

*
Jeidels, obra cit., pág. 181.
41
III. EL CAPITAL FINANCIERO Y
LA OLIGARQUÍA FINANCIERA
“Una parte cada día mayor del capital industrial – escribe
Hilferding – no pertenece a los industriales que lo utilizan.
Pueden disponer del capital únicamente por mediación del
banco, que representa, con respecto a ellos, al propietario de
dicho capital. Por otra parte, el banco también se ve obligado a
colocar en la industria una parte cada vez más grande de su
capital. Gracias a esto, se convierte, en proporciones
crecientes, en capitalista industrial. Este capital bancario, por
consiguiente, capital en forma de dinero, que por este
procedimiento se trueca de hecho en capital industrial, es lo
que llamo capital financiero”. “El capital financiero es el
capital que se halla a disposición de los bancos y que es
utilizado por los industriales”.*
Esta definición no es completa, por cuanto no se indica en ella
uno de los hechos más importantes, a saber: el aumento de la con-
centración de la producción y del capital en un grado tan elevado,
que conduce y ha conducido al monopolio. Pero en toda la exposi-
ción de Hilferding, en general, y en particular en los dos capítulos
que preceden a aquél del cual hemos entresacado esta definición, se
subraya el papel de los monopolios capitalistas.
Concentración de la producción; monopolios que se derivan de
la misma; fusión o ensambladura de los bancos con la industria: he
aquí la historia de la aparición del capital financiero y el contenido
de dicho concepto.
Ahora pasaremos a describir cómo el poder de los monopolios
capitalistas se convierte indefectiblemente, en las condiciones gene-
rales de la producción de mercancías y de la propiedad privada, en
la dominación de la oligarquía financiera. Señalemos que los repre-
sentantes de la ciencia burguesa alemana – y no sólo de la alemana
–, tales como Riesser, Schulze-Gaevernitz, Liefmann y otros, son
todos unos apologistas del imperialismo y del capital financiero. No
ponen al descubierto, sino que disimulan y embellecen el “meca-
nismo” de la formación de las oligarquías, sus procedimientos, la
cuantía de sus ingresos “lícitos e ilícitos”, sus relaciones con los
parlamentos, etc., etc. Se quitan de encima las “cuestiones malditas”

*
Hilferding, “El capital Financiero”, Moscú, 1912, págs. 338-339.
42
por medio de frases altisonantes y oscuras, de invocaciones al “sen-
tido de la responsabilidad” de los directores de los bancos; por me-
dio de elogios al “sentimiento del deber” de los funcionarios prusia-
nos; por medio del análisis en serio de las minucias de proyectos de
ley nada serios sobre el “control” y la “reglamentación”, por medio
de infantiles juegos teóricos, tales como la siguiente definición
“científica” a que ha llegado el profesor Liefmann: ...”el comercio
es una actividad profesional encaminada a reunir bienes, conser-
varlos y ponerlos a disposición”* (en cursiva y en gruesos caracte-
res en la obra del profesor)... ¡Resulta que el comercio existía entre
los hombres primitivos, los cuales no conocían todavía el cambio, y
que también existirá en la sociedad socialista!
Pero los monstruosos hechos relativos a la monstruosa domina-
ción de la oligarquía financiera son tan evidentes, que en todos los
países capitalistas – en América, en Francia, en Alemania – ha surgi-
do una literatura que se coloca en el punto de vista burgués y que, no
obstante, traza un cuadro aproximadamente exacto y hace una crítica
– pequeñoburguesa, naturalmente – de la oligarquía financiera.
Hay que consagrar una atención preferente al “sistema de parti-
cipación”, del que ya hemos hablado brevemente más arriba. He
aquí cómo describe la esencia del asunto el economista alemán
Heymann, el cual ha sido uno de los primeros, si no el primero, en
prestarle atención:
“El director controla la sociedad fundamental (textual-
mente, la ‘sociedad madre’); ésta, a su vez, ejerce el dominio
sobre las sociedades que dependen de ella (‘sociedades filia-
les’); estas últimas, sobre las ‘sociedades nietas’, etc. De esta
forma, es posible, sin poseer un capital demasiado grande,
dominar sobre ramas gigantescas de la producción. En efecto:
si la posesión del 50% del capital es siempre suficiente para
controlar una sociedad anónima, al dirigente le basta poseer
sólo un millón para tener la posibilidad de controlar 8 millones
de capital de las ‘sociedades nietas’. Y si esta ‘combinación’
va todavía más lejos, con un millón se pueden controlar die-
ciséis, treinta y dos millones, etc.”†

*
R. Liefmann, obra cit., pág. 476.

Hans Gídeon Heymann, “Die gemischten Werke im deutschen
Grosseisengewerbe”, St., 1904, págs. 268-269.
43
En efecto, la experiencia demuestra que basta con poseer el
40% de las acciones para disponer de los negocios de una sociedad
anónima,* pues cierta parte de los pequeños accionistas dispersos no
tienen en la práctica ninguna posibilidad de tomar parte en las
asambleas generales, etc. La “democratización” de la posesión de
las acciones, de la cual los sofistas burgueses y los pretendidos so-
cialdemócratas que son oportunistas esperan (o afirman que espe-
ran) la “democratización del capital”, el acrecentamiento del papel y
de la importancia de la pequeña producción, etc., es en realidad uno
de los modos de reforzar el poder de la oligarquía financiera. Por
eso, entre otras cosas, en los países capitalistas más adelantados o
más viejos y “experimentados”, la legislación autoriza la emisión de
acciones más pequeñas. En Alemania, la ley no permite acciones de
menos de mil marcos, y los magnates financieros de dicho país
vuelven los ojos con envidia hacia Inglaterra, donde la ley consiente
acciones hasta de una libra esterlina (es decir, de 20 marcos, o alre-
dedor de 10 rublos). Siemens, uno de los “reyes financieros” e in-
dustriales más poderosos de Alemania, declaraba el 7 de junio de
1900, en el Reichstag, que “la acción de una libra esterlina es la
base del imperialismo británico”.† Este negociante tiene una con-
cepción considerablemente más profunda, más “marxista” de lo que
es el imperialismo, que cierto escritor poco honorable que se consi-
dera como el fundador del marxismo ruso8 y que supone que el im-
perialismo es un defecto propio de uno de los pueblos...
Pero el “sistema de participación” no sólo sirve para aumentar
en proporciones gigantescas el poderío de los monopolistas, sino
que, además, permite llevar a cabo impunemente toda clase de ne-
gocios oscuros y sucios y robar al público, pues los dirigentes de las
“sociedades madres”, formalmente, según la ley, no responden por
la “sociedad filial”, que es considerada como “independiente” y a
través de la cual se puede “hacer pasar” todo. He aquí un ejemplo
que entresacamos del número de mayo de 1914, de la revista ale-
mana ‘Die Bank”:
“La ‘Sociedad anónima de acero para resortes’, de Cassel,
hace unos años, era considerada como una de las empresas

*
Liefmann, “Beteiligungsges, etc.”, pág. 258 (primera edición).

Schulze-Gaevernitz, “Grundriss der Sozialökonomik”, vol. V., 2,
pág. 110.
44
más lucrativas de Alemania. Como consecuencia de la mala
administración, los dividendos descendieron del 15% al 0%.
Como se pudo comprobar después, la administración, sin in-
formar a los accionistas, había hecho un préstamo de seis mi-
llones de marcos a una de sus ‘sociedades filiales’, ‘Hassia’,
cuyo capital nominal era únicamente de algunos centenares de
miles de marcos. Ese préstamo, tres veces superior al capital
en acciones de la ‘sociedad madre’, no figuraba en los balan-
ces de ésta; jurídicamente, tal silencio era completamente legal
y podía continuar durante dos años, pues con ello no se vulne-
raba ni un solo artículo de la legislación comercial. El presi-
dente del consejo de administración, que en calidad de perso-
nalidad responsable firmó los balances falsos, era y sigue
siendo presidente de la Cámara de Comercio de Cassel. Los
accionistas se enteraron de este préstamo a la sociedad ‘Has-
sia’ sólo mucho tiempo después, cuando resultó que dicho
préstamo había sido un error... [el autor debiera haber coloca-
do esta palabra entre comillas]... y cuando las acciones del
‘acero para resortes’, a consecuencia de que empezaron a des-
hacerse de ellas los enterados, vieron bajar su precio aproxi-
madamente en un 100%. .
...Este ejemplo típico de equilibrismo en los balances, el
más común en las sociedades anónimas, nos explica por qué
las direcciones de éstas emprenden negocios arriesgados con
mucha más facilidad que los negociantes particulares. La
técnica moderna de elaboración de los balances no sólo les da
posibilidad de ocultar al accionista medio la operación arries-
gada, sino que incluso permite a los individuos principalmente
interesados descargarse de la responsabilidad por medio de la
venta oportuna de las acciones en el caso de que fracase el ex-
perimento, mientras que el negociante particular responde con
su piel de todo lo que hace...
Los balances de muchas sociedades anónimas se parecen
a los palimpsestos de la Edad Media, de los cuales era necesa-
rio borrar lo que llevaban escrito para descubrir los signos es-
critos debajo y que daban el contenido real del manuscrito. [El
palimpsesto era un pergamino en el cual el texto fundamental
estaba cubierto por otro manuscrito.]
El medio más sencillo y, por esto, más comúnmente em-
pleado para hacer indescifrable un balance, consiste en dividir
una empresa en varias partes por medio de la creación de ‘so-
ciedades filiales’ o de la incorporación de establecimientos de
45
este género. Las ventajas de este sistema, desde el punto de
vista de diversos fines – legales e ilegales –, son tan evidentes,
que en la actualidad constituyen una excepción las grandes so-
ciedades que no lo adoptan”.*
Como ejemplo de sociedad monopolista de gran importancia,
que aplica en gran escala dicho sistema, el autor cita la famosa “So-
ciedad General de Electricidad” (A.E.G., de la cual volveremos a
hablar más adelante). En 1912, se calculaba que esta sociedad parti-
cipaba en otras 175 a 200, dominándolas, claro está, y reuniendo
entre todas ellas un capital de cerca de 1.500 millones de marcos.†
Cualesquiera reglas de control, de publicación de balances, de
elaboración de esquemas precisos para los mismos, de institución de
control, etc., con lo que distraen la atención del público los profeso-
res y funcionarios bien intencionados, esto es, que tienen la buena
intención de defender y de embellecer el capitalismo, no pueden
tener aquí ninguna importancia, pues la propiedad privada es sagra-
da, a nadie se le puede prohibir comprar, vender, permutar, hipote-
car acciones, etc.
Se puede juzgar de las proporciones que el “sistema de la parti-
cipación” ha alcanzado en los grandes bancos rusos por los datos
comunicados por E. Agahd, quien durante quince años fue funcio-
nario del Banco Ruso-Chino y que en mayo de 1914 publicó una
obra con el título, no del todo exacto, “Los grandes bancos y el
mercado mundial”.‡ El autor divide los grandes bancos rusos en dos
dos grupos funda mentales: a) los que funcionan con el “sistema de
participación”, y b) los “independientes”, entendiendo, sin embargo,
arbitrariamente por “independencia” la independencia con respecto
a los bancos extranjeros. El autor divide el primer grupo en tres
subgrupos: 1) participación alemana, 2) inglesa y 3) francesa, en-
tendiendo por ello la “participación” y el dominio de los más gran-
des bancos extranjeros de la nacionalidad correspondiente. Los ca-

*
L. Eschwege, “Tochtergesellschaften”, “Die Bank”, 1914, t. I,
pág. 545.

Kurt Heinig, “Der Weg des Elektrotrusts”, “Neue Zeit”, 1912, 30
año II, pág. 484.

E. Agahd, “Grossbanken und Weltmarkt. Die wirtschaftliche und
politische Bedeutung der Grossbanken im Weltmarkt unter
Berucksichtigung ihres Einflusses auf Russlands Volkswirtschaft und
die deutsch-russischen Beziehungen”, Berlín, 1914.
46
pitales de los bancos los divide en “productivos” (los invertidos en
el comercio y en la industria) y en “especulativos” (los empleados
en las operaciones bursátiles y financieras), suponiendo, de acuerdo
con el punto de vista pequeñoburgués reformista que le es propio,
que, bajo el capitalismo, es posible separar la primera forma de in-
versión de la segunda y suprimir esta última.
Los datos del autor son los siguientes:
ACTIVO DE LOS BANCOS EN MILLONES DE RUBLOS
(Según los balances de octubre-noviembre de 1913)

Capitales colocados
Grupos de bancos rusos Total
Productivos Especulativos
a 1) 4 bancos: Comercial Siberiano, 413,7 859,9 1.272,8
Ruso, Internacional y de Descuento
a 2) 2 bancos: Comercial e Industrial 239,3 169,1 408,4
y Ruso-Inglés
a 3) 5 bancos: Ruso-Asiático, Priva- 711,8 661,2 1.373,0
do de San Petersburgo, Del Azov y
del Don, Unión de Moscú y Comer-
cial Ruso-Francés
(11 bancos) Total : a) = 1.364,8 1.689,4 3.054,2
b) 8 bancos: Comercial de Moscú, 504,2 391,1 895,3
Comercial del Volga y del Kama, I.
W. Junker y Cía., Comercial de San
Petersburgo (antes Wawelberg), De
Moscú (antes Riabushinski), de Des-
cuento de Moscú, Comercial de
Moscú y Privado de Moscú
(19 bancos) Total: 1.869,0 2.080,5 3.949,5

De estos datos resulta que del total aproximado de 4 mil millo-


nes de rublos que constituyen el capital “activo” de los grandes ban-
cos, más de los 3/4, más de 3 mil millones, corresponden a bancos
que, en el fondo, son “sociedades filiales” de los bancos extranjeros,
en primer lugar, de los parisienses (el famoso trío bancario: “Unión
Parisiense”, “Banco de París y de los Países Bajos”, “Sociedad Ge-
neral”) y de los berlineses (particularmente el “Banco Alemán” y la
47
“Sociedad de Descuento”). Dos de los bancos rusos más importan-
tes, el “Ruso” (“Banco Ruso de Comercio Exterior”) y el “Interna-
cional” (“Banco Comercial Internacional de San Petersburgo”) vie-
ron pasar sus capitales, en el período comprendido entre 1906 y
1912, de 44 a 98 millones de rublos, y las reservas, de 15 a 39 mi-
llones, “trabajando en los 3/4 con capitales alemanes”; el primer
banco pertenece al “consorcio” del “Banco Alemán”, de Berlín; el
segundo, a la “Sociedad de Descuento”, de la misma capital. El
bueno de Agahd se indigna profundamente de que los bancos berli-
neses tengan en sus manos la mayoría de las acciones y de que, a
consecuencia de ello, los accionistas rusos sean impotentes. Y, natu-
ralmente, el país que exporta el capital se queda con la nata: por
ejemplo, el “Banco Alemán”, de Berlín, introduciendo en esta ciu-
dad las acciones del Banco Comercial Siberiano, guardó durante un
año dichas acciones en cartera y después las vendió al curso de 193
por 100, es decir, casi al doble, “obteniendo” de este modo un bene-
ficio de cerca de 6 millones de rublos, calificado por Hilferding de
“beneficio de constitución”.
El autor estima en 8.235 millones de rublos la “potencia” de los
bancos petersburgueses más importantes. La “participación” o, para
decirlo mejor, el dominio de los bancos extranjeros lo fija en las
proporciones siguientes: bancos franceses, 55%; ingleses, 10%;
alemanes, 35%. De esta suma, de 8.235 millones de capital activo,
3.687 millones, esto es, más del 40%, corresponden, según los
cálculos del autor, a los sindicatos: el “Produgol”,9 el “Prodamet”10
y los sindicatos del petróleo, de la metalurgia y del cemento. Por
consiguiente, la fusión del capital bancario e industrial, con motivo
de la constitución de los monopolios capitalistas, ha dado también
en Rusia un gran paso adelante.
El capital financiero, concentrado en un puño y que goza del
monopolio efectivo, obtiene un beneficio enorme, que se acrece sin
cesar, de la constitución de sociedades, de la emisión de valores, de
los empréstitos del Estado, etc., consolidando la dominación de la
oligarquía financiera, imponiendo a toda la sociedad los tributos en
provecho de los monopolistas. He aquí uno de los innumerables
ejemplos de los “negocios” de los trusts americanos, citado por Hil-
ferding: En 1887, Havemeyer constituyó el trust del azúcar median-
te la fusión de 15 pequeñas compañías, cuyo capital total era de 6,5
millones de dólares. Pero el capital del trust, “diluido”, según expre-
sión norteamericana, fue determinado en 50 millones de dólares. La

48
“sobre-capitalización” calculaba de antemano los futuros beneficios
monopolistas, del mismo modo que, también en América, el trust
del acero calcula los futuros beneficios monopolistas acaparando un
número cada vez más considerable de yacimientos de mineral de
hierro. Y, en efecto, el trust del azúcar fijó precios de monopolio y
percibió tales beneficios, que pudo pagar un dividendo del 10% al
capital siete veces “diluido”, es decir, ¡casi el 70% del capital apor-
tado efectivamente al ser constituido el trust! En 1909, su capital
era de 90 millones de dólares. En veintidós años, el capital fue más
que decuplicado.
En Francia, la dominación de la “oligarquía financiera” (“Con-
tra la oligarquía financiera en Francia” es el título del conocido libro
de Lysis, cuya quinta edición apareció en 1908) ha adoptado una
forma sólo un poco modificada. Los cuatro bancos más importantes
gozan no del monopolio relativo, sino “del monopolio absoluto”
para la emisión de valores. De hecho, se trata de un “trust de los
grandes bancos”. Y el monopolio garantiza beneficios monopolistas
de las emisiones. Al hacerse los empréstitos, el país que los negocia
percibe habitualmente no más del 90% del total; el 10% restante va
a parar a los bancos y demás intermediarios. El beneficio de los
bancos en el empréstito ruso-chino de 400 millones de francos fue
del 8%; en el ruso (1904) de 800 millones, del 10%; en el marroquí
(1904) de 62,5 millones, del 18,75%. El capitalismo, que inició su
desarrollo con el pequeño capital usurario, llega al final de este de-
sarrollo con un capital usurario gigantesco. “Los franceses son los
usureros de Europa”, dice Lysis. Todas las condiciones de la vida
económica sufren una modificación profunda a consecuencia de
esta transformación del capitalismo. Con el estancamiento de la po-
blación, de la industria, del comercio y del transporte marítimo, “el
país” puede enriquecerse por medio de las operaciones usurarias.
“Cincuenta individuos, que representan un capital de 8 millones de
francos, pueden disponer de dos mil millones colocados en cuatro
bancos”. El sistema de la “participación”, que ya conocemos, con-
duce a las mismas consecuencias: uno de los bancos más importan-
tes, la “Sociedad General” (Société Générale) emitió 64.000 obliga-
ciones de la “sociedad filial”, “Refinerías de azúcar de Egipto”. El
curso de la emisión era del 150%, es decir, que el banco se benefi-
ciaba en cincuenta céntimos por cada franco. Los dividendos de
dicha sociedad resultaron ficticios, el “público” perdió de 90 a 100
millones de francos; “uno de los directores de la ‘Sociedad General’

49
era miembro de la administración de las ‘Refinerías’. No tiene nada
de sorprendente que el autor se vea obligado a llegar a la siguiente
conclusión: “la República francesa es una monarquía financiera”;
“es el dominio completo de la oligarquía financiera, que reina sobre
la prensa y sobre el gobierno”.*
Los beneficios excepcionalmente elevados que proporciona la
emisión de valores, como una de las operaciones principales del
capital financiero, desempeñan un papel muy importante en el desa-
rrollo y consolidación de la oligarquía financiera. “En el interior del
país no hay ningún ‘negocio’ que dé, ni aproximadamente, un bene-
ficio tan elevado como el servir de intermediario para la emisión de
los empréstitos extranjeros”, dice la revista alemana “Die Bank”.†
“No hay ninguna operación bancaria que produzca beneficios
tan elevados como las emisiones”. En la emisión de valores indus-
triales, según los datos de “El Economista Alemán”, el beneficio
anual fue, por término medio, el siguiente:
1895 38,6% 1898 67,7%
1896 38,6% 1899 66,9%
1897 66,7% 1900 55,2%
“En diez años, de 1891 a 1900, la emisión de valores industria-
les alemanes produjo un ‘beneficio’ de más de mil millones”.‡
Si durante los períodos de auge industrial los beneficios del ca-
pital financiero son inconmensurables, durante los períodos de de-
cadencia se arruinan las pequeñas empresas y las empresas inconsis-
tentes, mientras que los grandes bancos “participan” en la adquisi-
ción de las mismas a bajo precio o en su “saneamiento” y “reorga-
nización” lucrativos. Al efectuarse el “saneamiento” de las empre-
sas que trabajan con pérdida, “el capital anónimo sufre una baja,
esto es, los beneficios son distribuidos sobre un capital menor y se
calculan en lo sucesivo a base de ese capital. O, si la rentabilidad ha
quedado reducida a cero, se incorpora nuevo capital, el cual, al unir-
se con el capital viejo, menos lucrativo produce ya un beneficio su-

*
Lysis, “Contre l’oligarchie financière en France”, 5a edición,
París, 1908, págs 11, 12, 26, 39, 40, 48.

“Die Bank”, 1913, núm. 7, pág. 630.

Stillich, obra cit., pág. 143 y W. Sombart, “Die deutsche
Volkswirtschaft im. 19. Jahrhundert”, 2a edición, 1909, pág. 526,
Apéndice 8.
50
ficiente. Conviene decir – añade Hilferding – que todos esos sanea-
mientos y reorganizaciones tienen una doble importancia para los
bancos: primero, como operación lucrativa, y segundo, como oca-
sión propicia para colocar a esas sociedades necesitadas bajo su de-
pendencia”.*
He aquí un ejemplo: la sociedad anónima minera “Unión” de
Dortmund, fundada en 1872. Fue emitido un capital en acciones por
cerca de 40 millones de marcos, y, cuando el primer año se percibió
un dividendo del 12%, el curso se elevó hasta el 170%. El capital
financiero se quedó con la nata, embolsándose la pequeñez de unos
28 millones de marcos. Desempeñó el papel principal en la funda-
ción de dicha sociedad ese mismo gran banco alemán “Sociedad de
Descuento”, que sin contratiempos alcanzó un capital de 300 millo-
nes. Después, los dividendos de la “Unión” descendieron hasta cero.
Los accionistas tuvieron que consentir en hacer pasar el capital “a
pérdidas y ganancias”, es decir, en perder una parte de su capital, a
fin de no perderlo todo. Como resultado de una serie de “sanea-
mientos”, de los libros de la sociedad “Unión” desaparecen, en el
transcurso de treinta años, más de 73 millones de marcos. “En la
actualidad, los accionistas primitivos de esta sociedad tienen en sus
manos únicamente el 5% del valor nominal de sus acciones”,† y a
cada nuevo “saneamiento” los bancos seguían “embolsándose ga-
nancias”.
Una de las operaciones particularmente lucrativas del capital fi-
nanciero es también la especulación con terrenos en las afueras de
las grandes ciudades que crecen rápidamente. El monopolio de los
bancos se funde en este caso con el monopolio de la renta del suelo
y con el monopolio de las vías de comunicación, pues el aumento de
los precios de los terrenos, la posibilidad de venderlos ventajosa-
mente por partes, etc., dependen principalmente de los buenos me-
dios de comunicación con el centro de la ciudad, y dichas vías de
comunicación se hallan en marlos de grandes compañías, ligadas,
por el sistema de la participación y por la distribución de los puestos
directivos, con esos mismos bancos. Resulta de todo ello lo que el
escritor alemán L. Eschwege, colaborador de la revista “Die Bank”,
que se ha especializado en el estudio de las operaciones relaciona-
das con la venta e hipoteca de terrenos, etc., ha calificado de “char-

*
Hilferding, obra cit., pág. 172.

Stillich, obra cit., pág. 138; Liefmann, pág. 51.
51
ca”: la furiosa especulación con los terrenos de las afueras de las
ciudades, los cracs de las sociedades de construcciones, como, por
ejemplo, la firma berlinesa “Boswau y Knauer”, que había embol-
sado hasta 100 millones de marcos por mediación del banco “más
importante y respetable”, el “Banco Alemán”, el cual, naturalmente,
obraba según el sistema de la “participación”, esto es, en secreto, en
la sombra, y salió del paso no perdiendo “más” que 12 millones de
marcos; después, la ruina de los pequeños patronos y de los obreros
que no consiguen percibir ni un céntimo de las sociedades de cons-
trucción ficticias; los trapicheos fraudulentos con la “honrada” po-
licía berlinesa y la administración para tener en sus manos el servi-
cio de información sobre los terrenos y las autorizaciones del muni-
cipio para construir, etc.*
Los “hábitos norteamericanos” de los que tan hipócritamente se
lamentan los profesores europeos y los burgueses bien intenciona-
dos, en la época del capital financiero se han convertido en hábitos
de toda ciudad importante de cualquier país.
En Berlín, a principios de 1914, se hablaba de la fundación de
un “trust del transporte”, esto es, una “comunidad de intereses” de
las tres empresas berlinesas de transporte: los ferrocarriles eléctricos
urbanos, la sociedad de tranvías y la de autobuses.
“Que este propósito existe – decía la revista ‘Die Bank’ –
lo sabíamos desde que fue del dominio público que la mayoría
de las acciones de la sociedad de ómnibus había sido adquirida
por las otras dos sociedades del transporte... Se puede dar en-
tero crédito a quienes persiguen dicho propósito, cuando afir-
man que, mediante la regulación uniforme de los transportes,
tienen la esperanza de obtener economías de una parte de las
cuales, en resumidas cuentas, se beneficiaría el público. Pero
la cuestión se complica a consecuencia de que, detrás de ese
trust del transporte en formación, están los bancos, que, si
quieren, pueden subordinar los medios de comunicación mo-
nopolizados por ellos a los intereses de su tráfico de terrenos.
Para convencerse de lo justificado de esta suposición basta re-
cordar que, ya al ser fundada la sociedad del ferrocarril eléc-
trico urbano, se hallaban mezclados en ella los intereses del
gran banco que patrocinó la constitución de dicha sociedad.

*
“Die Bank”, 1913, pág. 952, L. Eschwege, “Der Sumpf”; ibíd.
1912, I, págs. 223 y siguientes.
52
Esto es: los intereses de la mencionada empresa de transporte
estaban íntimamente relacionados con los del comercio de te-
rrenos. La cuestión es que la línea oriental de dicho ferrocarril
debía pasar por los terrenos que más tarde ese banco, cuando
la construcción del ferrocarril estaba ya asegurada, vendió con
un enorme beneficio para sí y para algunas personas que inter-
vinieron en la venta”...*
El monopolio, una vez que está constituido y maneja miles de
millones, penetra de un modo absolutamente inevitable en todos los
aspectos de la vida social, independientemente del régimen político
y de otras “particularidades”. En la literatura económica alemana
son habituales los autobombos serviles a la honradez de los funcio-
narios prusianos y las alusiones al “Panamá” francés11 o a la venali-
dad política norteamericana. Pero el hecho es que aun la literatura
burguesa consagrada a los asuntos bancarios de Alemania, se ve
constantemente obligada a salirse de los límites de las operaciones
puramente bancarias y a escribir, por ejemplo, sobre la “tendencia a
entrar en los bancos”, a propósito de los casos, cada día más fre-
cuentes, de funcionarios que pasan al servicio de los bancos. “¿Qué
se puede decir de la incorruptibilidad del funcionario de Estado cu-
ya secreta aspiración consiste en hallar una sinecura en la Behrens-
trasse?† (calle de Berlín en que se encuentra el Banco Alemán). Al-
fredo Lansburg, director de la revista Die Bank, escribió en 1909 un
artículo titulado: La significación económica del Bizantinismo, con
motivo, entre otras cosas, del viaje de Guillermo II a Palestina y del
resultado de este viaje, la construcción del ferrocarril de Bagdad,
está fatal “ gran obra del espíritu emprendedor alemán”, que es más
culpable de nuestro “cerco “que todos nuestros pecados políticos
juntos”‡ (por “cerco” se sobreentiende la política de Eduardo VII
encaminada a aislar Alemania y rodearla con el anillo de una alian-
za imperialista anti-alemana). Eschwege, colaborador de esa misma
revista aludido ya más arriba, escribió en 1911 un artículo titulado
La plutocracia y los funcionarios, en el cual denunciaba, por ejem-
plo, el caso del funcionario alemán Völker, que, siendo miembro de
la comisión de cartels, se distinguía por su energía, y poco tiempo
después ocupaba un cargo lucrativo en el cártel más importante, el

*
“Verkehrstrust”, “Die Bank”, 1914, I, pág. 89.

Der Zug Zur Bank, Die Bank, 1909,1, pág. 79.

Artículo citado en Die Bank, pág. 301
53
sindicato del acero. Los casos de ese género, que no son ni mucho
menos casuales, obligaron a ese mismo escritor burgués a reconocer
que “la libertad económica, garantizada por la Constitución alema-
na, se ha convertido en muchas esferas de la vida económica en una
frase sin sentido”, y que, con la dominación a que ha llegado la plu-
tocracia, “ni la libertad política más amplia nos puede salvar de
convertirnos en un pueblo de hombres faltos de libertad”.*
En lo que se refiere a Rusia, nos limitaremos a un solo ejemplo:
hace unos años, todos los periódicos dieron la noticia de que Daví-
dov, director del Departamento de Crédito, abandonaba su puesto en
ese organismo del Estado para entrar al servicio de un banco impor-
tante con un sueldo, que a la vuelta de unos años debía representar,
según el contrato, una suma de más de un millón de rublos. El De-
partamento de Crédito es una institución destinada a “ unificar la
actividad de todos los establecimientos de crédito del Estado” y que
suministra a los bancos de la capital subsidios por valor de 800 a
1.000 millones de rublos.†
Es propio del capitalismo en general el separar la propiedad del
capital y la aplicación de éste a la producción, el separar al rentista,
que vive sólo de los ingresos procedentes del capital monetario, y al
patrono y a todas las personas que participan directamente en la
gestión del capital. El imperialismo, o dominio del capital financie-
ro, es el capitalismo en su grado más alto, en el que esta separación
adquiere unas proporciones inmensas. El predominio del capital
financiero sobre todas las demás formas de capital implica el pre-
dominio del rentista y de la oligarquía financiera, la situación desta-
cada de unos cuantos Estados, dotados de “potencia” financiera,
entre todos los demás. El volumen de este proceso nos lo dan a co-
nocer los datos estadísticos de las emisiones de toda clase de valo-
res.
En el Boletín del Instituto Internacional de Estadísticas, A.
Neymarck‡ ha publicado los datos más detallados, completos y sus-
susceptibles de comparación sobre las emisiones en todo el mundo,

*
Ibíd., 1911, pág. 825; 1913, 2, pág. 962.

E. Agahd, pág. 202.

Bulletín de l´Institut internaional de statistique, t. XIX, libro II, La Haya,
1912. Los datos sobre los Estados pequeños, segunda columna, han sido
tomados aproximadamente según las normas de 1902 y aumentados en un
20%.
54
datos que después han sido reproducidos a menudo parcialmente en
las publicaciones económicas. He aquí los datos correspondientes a
cuatro decenios:
TOTAL DE LAS EMISIONES EN MILES DE MILLONES
DE FRANCOS CADA DIEZ AÑOS
1871-1880 ................................... 76,1
1881-1890 ................................... 64,5
1891-1900 ................................. 100,4
1901-1910 ................................. 197,8
Entre 1870 y 1880, el total de las emisiones aparece elevado en
todo el mundo, particularmente por los empréstitos, en relación con
la guerra franco-prusiana y la Gründerzeit que le siguió en Alema-
nia. En general, el aumento durante los tres últimos decenios del
siglo XIX es relativamente lento, y sólo en el primer decenio del
siglo XX alcanza grandes proporciones, duplicándose casi en diez
años. Los comienzos del siglo XX constituyen, pues, una época de
viraje, no sólo desde el punto de vista del acrecentamiento de los
monopolios (cartels, sindicatos, trusts), de lo cual hemos hablado
ya, sino también desde el punto de vista del acrecentamiento del
capital financiero.
El total de valores emitidos en el mundo era en 1910, según los
cálculos de Neymarck, de unos 815 mil millones de francos. Dedu-
ciendo aproximadamente las repeticiones, rebaja la cifra a 575 ó
600 mil millones. He aquí la distribución por países (tomando la
cifra de 600 mil millones):
TOTAL DE LOS VALORES EN 1910
(En miles de millones de francos)
Inglaterra ...................................... 142
Estados Unidos .............................
Francia ..........................................
Alemania .....................................
132
110
95
} 479

Rusia ............................................. 31
Austria-Hungría ............................ 24
Italia .............................................. 14
Japón............................................. 12
Holanda ........................................ 12.5

55
Bélgica .......................................... 7.5
España ........................................... 7.5
Suiza .............................................. 6.25
Dinamarca ..................................... 3.75
Suecia, Noruega, Rumania, etc. .... 2.5
Total ............................................. 600
Lo primero que salta a la vista al examinar estos datos es la
fuerza con que se destacan los cuatro países capitalistas más ricos,
que disponen aproximadamente de 100 a 150 mil millones de fran-
cos en valores. De esos cuatro, dos – Inglaterra y Francia – son los
países capitalistas más viejos y, como veremos, los más ricos en
colonias; los otros dos – los Estados Unidos y Alemania – son paí-
ses capitalistas avanzados por la rapidez de desarrollo y el grado de
difusión de los monopolios capitalistas en la producción. Los cuatro
juntos tienen 479 mil millones de francos, esto es, cerca del 80% del
capital financiero mundial. Casi todo el resto del mundo ejerce, en
una u otra forma, funciones de deudor y tributario de esos países,
banqueros internacionales, de esos cuatro “pilares” del capitalismo
financiero mundial.
Conviene detenerse particularmente en el papel que desempeña
la exportación de capitales en la creación de la red internacional de
dependencias y de relaciones del capital financiero.

56
IV. LA EXPORTACIÓN DE CAPITAL.
Lo que caracteriza al viejo capitalismo, en el cual dominaba
plenamente la libre competencia, era la exportación de mercancías.
Lo que caracteriza al capitalismo moderno, en el que impera el mo-
nopolio, es la exportación de capital.
El capitalismo es la producción de mercancías en el grado más
elevado de su desarrollo, cuando incluso la fuerza de trabajo se
convierte en mercancía. El incremento del cambio tanto en el inter-
ior del país como, particularmente, en el terreno internacional, es el
rasgo característico del capitalismo. El desarrollo desigual, a saltos,
de las distintas empresas y ramas de la industria y de los distintos
países es inevitable bajo el capitalismo. Inglaterra es la primera que
se convierte en país capitalista, y hacia mediados del siglo XIX, al
implantar el libre cambio, pretendió ser el “taller de todo el mundo”,
el proveedor de artículos manufacturados para todos los países, los
cuales debían suministrarle, a cambio de ello, materias primas. Pero
este monopolio de Inglaterra se vio quebrantado ya en el último
cuarto del siglo XIX, pues algunos otros países, defendiéndose por
medio de aranceles “proteccionistas”, se habían transformado hasta
convertirse en Estados capitalistas independientes. En el umbral del
siglo XX asistimos a la formación de monopolios de otro género:
primero, uniones monopolistas de capitalistas en todos los países de
capitalismo desarrollado; segundo, situación monopolista de unos
pocos países ricos, en los cuales la acumulación de capital había
alcanzado proporciones gigantescas. Se produjo un enorme “exce-
dente de capital” en los países avanzados.
Naturalmente, si el capitalismo hubiera podido desarrollar la
agricultura, que hoy día se halla en todas partes enormemente atra-
sada con respecto a la industria; si hubiera podido elevar el nivel de
vida de las masas de la población, la cual sigue arrastrando, a pesar
del vertiginoso progreso de la técnica, una vida de subalimentación
y de miseria, no habría motivo para hablar de un excedente de capi-
tal. Este “argumento” es el que esgrimen sin cesar los críticos pe-
queñoburgueses del capitalismo. Pero entonces el capitalismo dejar-
ía de ser capitalismo, pues el desarrollo desigual y subalimentación
de las masas son las condiciones y las premisas básicas e inevitables
de este modo de producción. Mientras el capitalismo sea capitalis-
mo, el excedente de capital no se consagra a la elevación del nivel
de vida de las masas del país, ya que esto significaría la disminución

57
de las ganancias de los capitalistas, sino al acrecentamiento de estos
beneficios mediante la exportación de capitales al extranjero, a los
países atrasados. En estos países atrasados el beneficio es de ordina-
rio elevado, pues los capitales son escasos, el precio de la tierra re-
lativamente poco considerable, los salarios bajos y las materias pri-
mas baratas. La posibilidad de exportación de capitales la determina
el hecho de que una serie de países atrasados han sido ya incorpora-
dos a la circulación del capitalismo mundial, han sido construidas
las principales líneas ferroviarias o se ha iniciado su construcción,
se han asegurado las condiciones elementales de desarrollo de la
industria,, etc. La necesidad de la exportación de capitales obedece
al hecho de que en algunos países el capitalismo ha “madurado ex-
cesivamente” y al capital (atendiendo al desarrollo insuficiente de la
agricultura y la miseria de las masas) le falta campo para su coloca-
ción “lucrativa”.
He aquí datos aproximados sobre la cuantía de los capitales in-
vertidos en el extranjero por los tres países más importantes:*
CAPITAL INVERTIDO EN EL EXTRANJERO.
(En miles de millones de franco
Año Inglaterra Francia Alemania
1862 3.6 – –
1872 15.0 10 (1869) –
1882 22.0 15 (1880) ?
1893 42.0 20 (1890) ?
1902 62.0 27-37 12.5
1914 75-100.0 60 44.0

*
Hobson. Imperialism, Londres, 1902, pág. 58; Riesser. Obra cit., págs.
395 y 404; P. Arndt. En Weltwirtschaftliches Archiv, t. 7, 1916, pág.35;
Neymark. En el Bulletin; Hilferding. El capital financiero, pág. 492; Lloyd
George. Discurso en la Cámara de los comunes, 4 de mayo de 1915, Daily
Telegraph del 5 de mayo de 1915; B. Harms, Probleme der Weltwirtschaft,
Jena, 1912, págs. 235 y otras; Dr. Siegmund Schilder.
Entwicklungstendenzen der weltwirtschaft,, Berlín, 1912, vol. 1, pág. 150;
george Paish. Great Britain´s Capital Investmentes, etc., en Journal of the
Royal Statistical Society, vol. LXXIV, 1910-1911, págs. 167 y siguientes;
Georges Diouritch. L´Expansion des banques allemandes a l´étranger, ses
rapports avec le développement économique de l´Allemagne, París. 1909,
pág. 84.
58
Estos datos nos muestran que la exportación de capitales sólo
adquiere un desarrollo gigantesco a principios del siglo XX. En
vísperas de la guerra, el capital invertido en el extranjero por los tres
países principales era de 175 200 mil millones de francas. La renta
de esta suma, tomando como base el modesto tipo del 5%, debe
ascender a 8 ó 9 mil millones anuales. ¡Una buena base para el yugo
y la explotación imperialista de la mayoría de los países y naciones
del mundo, para el parasitismo capitalista de un puñado de Estados
riquísimos!
¿Cómo se distribuye entre los distintos países ese capital inver-
tido en el extranjero; dónde está colocado? A estas preguntas no se
puede dar más que una respuesta aproximada, la cual es capaz, sin
embargo, de aclarar algunas relaciones y lazos generales del impe-
rialismo moderno:
PARTES DEL MUNDO ENTRE LAS CUALES SE HALLAN
DISTRIBUIDOS (APROXIMADAMENTE) LOS CAPITALES
INVERTIDOS EN EL EXTRANJERO (HACIA 1910)
(En miles de millones de marcos)
Inglaterra Francia Alemania Total
Europa 4 23 18 45
América 37 4 10 51
Asia, África, Australia 29 8 7 44
Total 70 35 35 140
Por lo que se refiere a Inglaterra, aparecen en primer plano sus
posesiones coloniales, las cuales son muy grandes, incluso en Amé-
rica (por ejemplo, el Canadá), sin hablar ya de Asia, etc. La gigan-
tesca exportación de capitales se halla en el caso de Inglaterra estre-
chamente relacionada con las colonias gigantescas, de cuya signifi-
cación para el imperialismo volveremos a hablar más adelante. Dis-
tinto es el caso de Francia, cuyo capital extranjero se halla invertido
principalmente en Europa, y en primer lugar en Rusia (10 mil mi-
llones de francos por lo menos), con la particularidad de que se trata
sobre todo de capital de préstamo, de empréstitos públicos y no de
capital invertido en empresas industriales. A diferencia del imperia-
lismo inglés, que es colonial, el imperialismo francés puede ser cali-
ficado de usurario. Alemania ofrece una tercera variedad: sus colo-
nias no son grandes, y el capital exportado lo tiene invertido en pro-
porciones más iguales entre Europa y América.
59
La exportación de capitales repercute en el desarrollo del capi-
talismo dentro de los países en que aquéllos son invertidos, ace-
lerándolo extraordinariamente. Si, debido a esto, dicha exportación
puede, hasta cierto punto, ocasionar un estancamiento del desarrollo
en los países exportadores, ello se puede producir únicamente a
cambio de una extensión y un ahondamiento mayores del desarrollo
del capitalismo en todo el mundo.
Los países que exportan capital pueden casi siempre obtener
ciertas “ventajas”, cuyo carácter arroja luz sobre las particularidades
de la época del capital financiero y del monopolio. He aquí, por
ejemplo, lo que decía en octubre de 1913 la revista berlinesa Die
Bank:
“En el mercado internacional de capitales se está repre-
sentando desde hace poco tiempo una comedia digna de un
Aristófanes. Un buen número de Estados, desde España hasta
los Balcanes, desde Rusia hasta la Argentina, el Brasil y China
se presentan, abierta o encubiertamente, ante los grandes mer-
cados de dinero exigiendo, a veces con extraordinaria insisten-
cia, la concesión de empréstitos. Los mercados de dinero no se
hallan actualmente en una situación muy brillante, y las pers-
pectivas políticas no son halagüeñas. Pero ninguno de los
mercados monetarios se decide a negar un empréstito por mie-
do a que el vecino se adelante, lo conceda y, al mismo tiempo,
se asegure ciertos servicios a cambio del servicio que él presta.
En las transacciones internacionales de esa clase el acreedor
obtiene casi siempre algo en provecho propio: un favor en el
tratado de comercio, una base hullera, la construcción de un
puerto, una concesión lucrativa o un pedido de cañones”.*
El capital financiero ha creado la época de los monopolios. Y
los monopolios llevan siempre consigo los principios monopolistas:
la utilización de las “relaciones” para las transacciones provechosas
reemplaza a la competencia en el mercado abierto. Es muy corriente
que entre las cláusulas del empréstito se imponga la inversión de
una parte del mismo en la compra de productos al país acreedor,
particularmente de armamentos, barcos, etc. Francia ha recurrido
muy a menudo a este procedimiento en el transcurso de las dos
últimas décadas (1890-1910). La exportación de capitales pasa a ser

*
Die Bank, 1913, N° 2, págs. 1024-1025.
60
un medio de estimular la exportación de mercancías. Las transac-
ciones que se efectúan en estos casos entre las más grandes empre-
sas tienen un carácter tal, que, según el eufemismo de Schilder,*
“lindan con el soborno”. Krupp en Alemania, Schneider en Francia
y Armstrong en Inglaterra constituyen otros tantos modelos de esas
casas íntimamente ligadas con los bancos gigantescos y con los go-
biernos, y de las cuales es difícil “prescindir” al negociarse un
empréstito.
Francia, al mismo tiempo que concedía empréstitos a Rusia, le
“impuso” en el contrato de comercio del 16 de septiembre de 1905
ciertas concesiones valederas hasta 1917; lo mismo cabe decir del
tratado comercial suscrito el 19 de agosto de 1911 con el Japón. La
guerra aduanera entre Austria y Serbia, que se prolongó, con un
intervalo de siete meses, de 1906 a 1911, se debió en parte a la
competencia entre Austria y Francia en el suministro de material de
guerra a Serbia. Paul Deschanel declaró en el Parlamento, en enero
de 1912, que entre 1908 y 1911 las casas francesas habían suminis-
trado materiales de guerra a Serbia por valor de 45 millones de
francos.
En un informe del cónsul austro-húngaro en Sao Paulo ( Brasil)
se dice: “La construcción de los ferrocarriles brasileños se realiza,
en su mayor parte, con capitales franceses, belgas, británicos y ale-
manes; dichos países, al efectuarse las operaciones financieras rela-
cionadas con la construcción de las vías férreas, se reservan los pe-
didos de materiales de construcción ferroviaria”.
Así, pues, el capital financiero tiende sus redes, en el sentido
textual de la palabra, en todos los países del mundo. En este aspecto
desempeñan un papel importante los bancos fundados en las colo-
nias, así como sus sucursales. Los imperialistas alemanes miran con
envidia a los “viejos” países coloniales, los cuales disfrutan en este
aspecto de condiciones particularmente “ventajosas”. Inglaterra ten-
ía en 1904 un total de 50 bancos coloniales con 2.279 sucursales (en
1910, eran 72 bancos con 5.449 sucursales); Francia tenía 20 con
136 sucursales; Holanda poseía 16 con 68; mientras que Alemania
tenía “solamente” 13 con 70 sucursales.† Los capitalistas norteame-
ricanos envidian a su vez a los ingleses y alemanes: “En América
del Sur – se lamentaban en 1915 – 5 bancos alemanes tienen 40 su-

*
Schilder. Obra cit., págs. 346, 350 y 371.

Riesser. Obra cit., pág. 375 (4a edición) y Diouritch, pág. 283.
61
cursales, 5 ingleses 70 sucursales...Inglaterra y Alemania en el
transcurso de los últimos veinticinco años han invertido en la Ar-
gentina, el Brasil y Uruguay 4 mil millones de dólares aproximada-
mente; como resultado de ello disfrutan del 46% de todo el comer-
cio de esos tres países”.*
Los países exportadores de capital se han repartido el mundo
entre sí en el sentido figurado de la palabra. Pero el capital financie-
ro ha llevado también al reparto directo del mundo.

*
The Annals of the American Academy of political and Social Science, vol.
LIX mayo de 1915, pág. 301. En esta misma publicación, en la pág, 331,
leemos que en el último número de la revista financiera Statist el conocido
especialista en estadística Paish calculaba en 40 mil millones de dólares,
esto es, 200 mil millones de francos, los capitales exportados por Inglate-
rra, Alemania, Francia, Bélgica y Holanda.
62
V. EL REPARTO DEL MUNDO ENTRE
LAS ASOCIACIONES DE CAPITALISTAS.
Las asociaciones monopolistas de capitalistas – cartels, sindica-
tos, trusts – se reparten entre sí, en primer lugar, el mercado interior,
apoderándose de un modo más o menos completo de la producción
del país. Pero bajo el capitalismo el mercado interior está inevita-
blemente enlazado con el exterior. Hace ya mucho que el capitalis-
mo ha creado un mercado mundial. Y a medida que ha ido aumen-
tando la exportación de capitales y se han ido ensanchando en todas
las formas las relaciones con el extranjero y con las colonias y las
“esferas de influencia” de las más grandes asociaciones monopolis-
tas, la marcha “natural” de las cosas ha llevado al acuerdo universal
entre las mismas, a la constitución de cartels internacionales.
Es un nuevo grado de la concentración mundial del capital y de
la producción, un grado incomparablemente más alto que los ante-
riores. Veamos cómo surge este súper-monopolio.
La industria eléctrica es la más típica, desde el punto de vista de
los últimos progresos de la técnica, para el capitalismo de fines del
siglo XIX y principios del XX. Y donde ha adquirido un mayor im-
pulso ha sido en los dos países capitalistas nuevos más avanzados,
los Estados Unidos y Alemania. En Alemania contribuyó particu-
larmente a la concentración de esta rama de la industria la crisis de
1900. Los bancos, que en aquella época se hallaban ya bastante li-
gados a la industria, aceleraron y ahondaron en el más alto grado
durante dicha crisis la ruina de las empresas relativamente peque-
ñas, su absorción por las grandes. “Los bancos – dice Jeidels – ne-
garon el apoyo precisamente a las empresas que más necesidad ten-
ían de él, provocando con ello en un principio el ascenso vertigino-
so y después el crac irreparable de las sociedades que no estaban
suficientemente ligadas con ellos”.*
Como resultado de ello, la concentración avanzó después de
1900 a pasos agigantados. Hasta 1900 hubo siete u ocho “grupos”
en la industria eléctrica; cada uno de ellos estaba compuesto de va-
rias sociedades (en total había 28) y detrás de cada uno había de 2 a
11 bancos. Hacia 1908-1912, todos esos grupos se fundieron en uno
o dos. He aquí cómo se produjo dicho proceso:

*
Jeidels. Obra cit., pág. 232.
63
GRUPOS EN LA INDUSTRIA ELÉCTRICA.
Hasta Felten y Lah- Union Siemens Schuckert Berg- Kummer
1900 Guillaume meyer A.E.G. y Halske y Cía. mann
| | |
{

{
Felten y Lahmeyer A.E.G. Siemens y Halske- Berg- Quebró en
(Sociedad Schuckert mann 1900
General de
Electrici-
dad)
{
En 1912

{{
A.E.G.
(Sociedad General de
Electricidad
Siemens y
Halske-Schuckert

(“Cooperación” estrecha a partir de 1908)

La famosa A.E.G. (Sociedad General de Electricidad), desarro-


llada de este modo, ejerce el dominio sobre 175 ó 200 sociedades (a
través del sistema de “participación”) y dispone de un capital total
de cerca de 1.500 millones de marcos. Sólo en el extranjero cuenta
con 34 representaciones directas, de las cuales 12 son sociedades
anónimas establecidas en más de diez países. En 1904 se calculaba
ya que los capitales invertidos por la industria eléctrica alemana en
el extranjero ascendían a 233 millones de marcos, de los cuales 62
millones estaban colocados en Rusia. Excusado es decir que la So-
ciedad General de Electricidad constituye una gigantesca empresa
“combinada” – sólo el número de sus sociedades fabriles es de 16 –
que produce los artículos más variados, desde cables y aisladores
hasta automóviles y aparatos voladores.
Pero la concentración en Europa ha sido asimismo un elemento
integrante del proceso de concentración en Norteamérica. He aquí
cómo se ha producido:

64
Compañía General de Electricidad
(General Electric Co.

{ {
Estados Thomson-Houston Co. Edison Co. funda para Europa la Com-
Unidos: fundada una casa para pañía Francesa Edison, la cual cede las
Europa patentes a una casa alemana
Alemania: Unión Compañía de Sociedad General de Electricidad
Electricidad (A.E.G.)

Sociedad General de Electricidad (A. E. G.)

De este modo se formaron dos “potencias” eléctricas. “En el


mundo es imposible hallar una sola sociedad eléctrica que sea com-
pletamente independiente de ellas”, dice Heinig en su artículo Los
caminos del trust de la electricidad. Las cifras siguientes dan una
idea, que dista mucho de ser completa, de las proporciones del giro
y la magnitud de las empresas de ambos “trusts”.
Giro (en mi- Número Beneficio
llones de de em- neto
marcos) pleados (en millones
de marcos)
Estados 1907: 252 28,000 35.4
Unidos: 1910: 298 32,000 45.6
Compañía
General de
Electricidad.
(G.E.C.)
Alemania: 1907: 216 30,700 14.5
Sociedad 1911: 362 60,800 21.7
General de
Electricidad
(A. E. G.)
Y he aquí que en 1907 entre el trust norteamericano y el trust
alemán se estipuló un acuerdo para el reparto del mundo. La compe-
tencia quedó suprimida. La G.E.C. “recibió” los Estados Unidos y
el Canadá; a la A.E.G. le “correspondieron” Alemania, Austria, Ru-
sia, Holanda, Dinamarca, Suiza, Turquía y los Balcanes. Se concer-

65
taron acuerdos especiales, naturalmente secretos, con respecto a las
filiales, que penetran en nuevas ramas de la industria y en países
“nuevos” no repartidos todavía formalmente. Se estableció el inter-
cambio de inventos y experimentos.*
Se comprende perfectamente hasta qué punto es difícil la com-
petencia con ese trust, realmente único, mundial, que dispone de un
capital de miles de millones y tiene sus “sucursales”, representacio-
nes, agencias, relaciones, etc. en todos los ámbitos del mundo. Pero
el reparto del mundo entre dos trusts fuertes no excluye, natural-
mente, un nuevo reparto si se modifica la relación de fuerzas, a
consecuencia de la desigualdad del desarrollo, de las guerras, de los
cracs, etc.
La industria del petróleo nos ofrece un ejemplo instructivo de
intento de un nuevo reparto de este género, de la lucha por el
mismo.
“El mercado petrolero del mundo – escribía Jeidels, en 1905 –
aun actualmente se halla repartido entre dos grandes grupos finan-
cieros: el trust norteamericano ‘Standard Oil Co.’ de Rockefeller, y
los dueños del petróleo ruso de Bakú Rothschild y Nobel. Estos dos
grupos están íntimamente ligados entre sí, pero su situación de mo-
nopolio se halla amenazada, hace ya algunos años, por cinco ene-
migos:† 1) el agotamiento de los yacimientos norteamericanos de
petróleo; 2) la competencia de la firma Mantaschev en Bakú; 3) los
yacimientos de Austria; 4) los de Rumania; 5) los yacimientos de
petróleo transoceánicos, particularmente en las colonias holandesas
(las riquísimas firmas Samuel y Shell, enlazadas también con el
capital inglés). Las tres últimas series de empresas están relaciona-
das con los grandes bancos alemanes, con el más importante de
ellos, el “Banco Alemán”, al frente. Estos bancos han desarrollado
de un modo sistemático e independiente la industria petrolífera, por
ejemplo, en Rumania, a fin de tener “su” punto de apoyo. En 1907,
se calculaba que, en la industria petrolífera rumana, había capitales
extranjeros por valor de 185 millones de francos, de los cuales 74
millones eran alemanes.‡

*
Riesser. Obra cit.; Diouritch. Obra cit., pág. 239; Kurt Heinig. Art.
cit.

Jeidels, pág. 193.

Diouritch, pág, 245.
66
Empezó lo que en la literatura económica ha sido calificado de
lucha por el “reparto del mundo”. Por una parte, el “Standard Oil”,
de Rockefeller, deseando apoderarse de todo, fundó una “sociedad
filial” en la misma Holanda, adquiriendo los yacimientos de la India
holandesa y aspirando de este modo a asestar el golpe a su enemigo
principal: el trust holandés-británico “Shell”. Por otra parte, el
“Banco Alemán” y otros bancos berlineses dirigían todos sus es-
fuerzos a “salvaguardar” “para sí” Rumania y a unirla a Rusia con-
tra Rockefeller Este último poseía un capital incomparablemente
más cuantioso y una magnífica organización del transporte y del
abastecimiento de petróleo a los consumidores. La lucha debía ter-
minar y terminó en 1907, con la derrota completa del “Banco
Alemán”, al cual le quedaban dos caminos: o liquidar con millones
de pérdida sus “intereses petrolíferos” o someterse. Escogió el se-
gundo y pactó un acuerdo muy poco ventajoso para él, con el
“Standard Oil”. En dicho acuerdo, se comprometía “a no hacer nada
en perjuicio de los intereses norteamericanos”, estipulándose, sin
embargo, que el acuerdo perdería su vigor en el caso de que en
Alemania llegara a aprobarse una ley estableciendo el monopolio
del Estado sobre el petróleo.
Entonces empieza la “comedia del petróleo”. Uno de los reyes
financieros de Alemania, von Gwinner, director del “Banco
Alemán”, por mediación de su secretario privado, Stauss, organiza
una campaña de agitación en favor del monopolio del petróleo Se
pone en juego todo el gigantesco aparato del más importante banco
berlinés, todas las vastas “relaciones” de que dispone, la prensa se
llena de gritos “patrióticos” contra el “yugo” del trust norteamerica-
no, y el Reichstag, casi por unanimidad, adopta, el 15 de marzo de
1911, una resolución invitando al gobierno a elaborar un proyecto
de monopolio del petróleo. El gobierno acogió esta idea “popular”,
y el “Banco Alemán”, que quería engañar a su “partenaire” nortea-
mericano y arreglar sus negocios por mediación del monopolio de
Estado, parecía haber ganado la partida. Los reyes alemanes del
petróleo se frotaban ya las manos de gusto pensando en sus benefi-
cios gigantescos, que no serían inferiores a los de los azucareros
rusos. . . Pero, en primer lugar, los grandes bancos alemanes se
malquistaron entre sí a causa del reparto del botín, y la “Sociedad de
Descuento” puso al descubierto las miras interesadas del “Banco
Alemán”; en segundo lugar, el gobierno se asustó ante la idea de
una lucha con Rockefeller, pues era muy dudoso que Alemania pu-

67
diera procurarse petróleo sin contar con él (la productividad de Ru-
mania no es muy considerable); en tercer lugar, casi al mismo tiem-
po, en 1913, se votaba un crédito de mil millones para los preparati-
vos de guerra de Alemania. El proyecto de monopolio fue aplazado.
Por el momento el “Standard Oil” de Rockefeller salió victorioso de
la lucha.
La revista berlinesa “Die Bank” escribía a este propósito que
Alemania no podría luchar con el “Standard Oil” más que introdu-
ciendo el monopolio de la electricidad y convirtiendo la fuerza hidr-
áulica en electricidad barata.
Pero – añadía – “el monopolio de la electricidad vendrá cuando
constituya una necesidad de los productores, precisamente cuando
nos hallemos en vísperas del gran crac de turno en la industria eléc-
trica, y cuando las gigantescas centrales eléctricas caras que se están
construyendo actualmente en todas partes por los ‘consorcios’ pri-
vados de la industria eléctrica y para las cuales dichos ‘consorcios’
obtienen ya ahora algunos monopolios de los municipios, del Esta-
do, etc., no puedan ya trabajar con beneficio. Entonces será necesa-
rio poner en marcha las fuerzas hidráulicas; pero no será posible
convertirlas en electricidad barata por cuenta del Estado, sino que se
hará preciso entregarlas también a un ‘monopolio privado controla-
do por el Estado’, pues la industria privada ha concertado ya una
serie de transacciones y estipulado grandes indemnizaciones. . . Así
ocurrió con el monopolio de la potasa, así sucede con el monopolio
del petróleo, así será con el monopolio de la electricidad. Es hora ya
de que nuestros socialistas de Estado, que se dejan deslumbrar por
principios brillantes, comprendan, por fin, que en Alemania los mo-
nopolios no han perseguido nunca como fin, ni han dado como re-
sultado, proporcionar beneficios a los consumidores o, por lo me-
nos, poner a disposición del Estado una parte de los beneficios pa-
tronales, sino que han servido para sanear a costa del Estado la in-
dustria privada, que ha llegado casi al borde de la bancarrota”.*
Estas son las confesiones preciosas que se ven obligados a
hacer los economistas burgueses de Alemania. Aquí vemos paten-
temente cómo, en la época del capital financiero, los monopolios de
Estado y los privados se entretejen formando un todo y cómo, tanto
los unos como los otros, no son, en realidad, más que distintos esla-

*
“Die Bank”, 1912, I, pág, 1036; 1912, II, pág. 629; 1913, I, pág.
388.
68
bones de la lucha imperialista entre los más grandes monopolistas
por el reparto del mundo.
En la navegación comercial, el proceso gigantesco de concen-
tración ha conducido asimismo al reparto del mundo. En Alemania,
se han destacado dos grandes sociedades: “Hamburg-Amerika-
Linie” y el “Lloyd de la Alemania del Norte”, ambas con un capital
de 200 millones de marcos (acciones y obligaciones) cada una y
poseyendo buques por un valor de 185 a 189 millones de marcos.
Por otra parte, en Norteamérica, el 1 de enero de 1903, se fundó el
llamado trust Morgan, “Compañía internacional de comercio marí-
timo”, que une a las compañías navieras norteamericanas e inglesas,
en número de nueve, y que dispone de un capital de 120 millones de
dólares (480 millones de marcos). Ya en 1903, entre los colosos
alemanes y ese trust angloamericano se concertó un tratado sobre el
reparto del mundo en relación con el reparto de los beneficios. Las
sociedades alemanas renunciaron a la competencia en los transpor-
tes entre Inglaterra y Norteamérica. Se fijó de un modo preciso los
puertos “reservados” a cada uno, se creó un comité de control
común, etc. El tratado fue concertado para veinte años, con la pru-
dente reserva de que perdería su vigor en caso de guerra.*
Es también extraordinariamente instructiva la historia de la
constitución del cartel internacional del raíl. Por primera vez, las
fábricas de raíles inglesas, belgas y alemanas intentaron ya en 1884,
constituir dicho cartel en un período de decadencia intensa de los
negocios industriales. Se pusieron de acuerdo para que los países
firmantes del tratado no compitieran en sus mercados interiores, y
los mercados exteriores se distribuyeran con arreglo a la proporción
siguiente: Inglaterra, el 66%; Alemania, el 27%; Bélgica, el 7%. La
India quedó enteramente a merced de Inglaterra. Se hizo una guerra
común contra una firma inglesa que se había quedado al margen del
acuerdo. Los gastos de dicha guerra fueron cubiertos con un tanto
por ciento de las ventas generales. Pero en 1886, cuando salieron
del cartel dos firmas inglesas, éste se desmoronó. Es un hecho ca-
racterístico el de que no fue posible conseguir el acuerdo durante los
años de prosperidad industrial que siguieron.
A principios de 1904, fue fundado el sindicato del acero de
Alemania. En noviembre del mismo año reanudó su existencia el
cartel internacional del raíl, con la proporción siguiente: Inglaterra,

*
Riesser, obra cit., pág. 125.
69
el 53,5%; Alemania, el 28,83%; Bélgica, el 17,67%. Más tarde se
adhirió Francia con el 4,8%, 5,8% y 6,4%, en el primero, segundo y
tercer año, respectivamente, sobre el 100% es decir, con el 104,8%
en total, y así sucesivamente. En 1905, se adhirió el “Trust del ace-
ro” de los Estados Unidos (“Corporación del acero”); después, Aus-
tria y España.
“En el momento actual – decía Vogelstein en 1910 – el
reparto del mundo está terminado, y los grandes consumido-
res, en primer lugar los ferrocarriles del Estado, pueden vivir –
puesto que el mundo está ya repartido, sin tener en cuenta sus
intereses –, como el poeta, en los cielos de Júpiter”.*
Recordemos también el sindicato internacional del zinc, funda-
do en 1909, que distribuyó exactamente el volumen de la produc-
ción entre tres grupos de fábricas: alemanas, belgas, francesas, es-
pañolas, inglesas; después el trust internacional de la pólvora, esa
“estrecha asociación, completamente moderna – según las palabras
de Liefmann –, entre todas las fábricas alemanas de explosivos, que
más tarde, juntas con las fábricas de dinamita francesas y norteame-
ricanas, organizadas de un modo análogo, se han repartido, por de-
cirlo así, todo el mundo”.†
Según Liefmann, en 1897 había cerca de 40 cartels inter nacio-
nales con la participación de Alemania, y en 1910, ya había cerca de
un centenar.
Algunos escritores burgueses (a los cuales se ha unido ahora C.
Kautsky, que ha traicionado completamente su posición marxista,
por ejemplo, de 1909) han expresado la opinión de que los cartels
internacionales, siendo como son una de las expresiones de mayor
relieve de la internacionalización del capital, permiten abrigar la
esperanza de la paz entre los pueblos bajo el capitalismo. Esta opi-
nión es, desde el punto de vista teórico, completamente absurda, y,
desde el punto de vista práctico, un sofisma, un medio de defensa
poco honrado del oportunismo de la peor especie. Los cartels inter-
nacionales muestran hasta qué grado han crecido ahora los monopo-
lios capitalistas y cuáles son los objetivos de la lucha que se desa-
rrolla entre los grupos capitalistas. Esta última circunstancia es la
más importante, sólo ella nos aclara el sentido histórico-económico

*
Vogelstein, “Organisationsformen”, pág. 100.

Liefmann, “Kartelle und Trusts”, 2a ed., pág. 161.
70
de los acontecimientos pues la forma de lucha puede cambiar y
cambia constantemente como consecuencia de diversas causas, rela-
tivamente particulares y temporales, pero la esencia de la lucha, su
contenido de clase no puede cambiar, mientras subsistan las clases.
Se comprende que a los intereses de la burguesía alemana, por
ejemplo, a la cual se ha pasado en realidad Kautsky en sus razona-
mientos teóricos (como veremos más abajo), convenga velar el con-
tenido de la lucha económica actual (por el reparto del mundo) y
subrayar ya está ya la otra forma de dicha lucha. Este es el mismo
error en que incurre Kautsky. Y se trata, naturalmente, no sólo de la
burguesía alemana, sino de la burguesía internacional. Los capitalis-
tas reparten el mundo, no como consecuencia de su particular per-
versidad, sino porque el grado de concentración a que se ha llegado
les obliga a seguir este camino para obtener beneficios; y se lo re-
parten “según el capital”; “según la fuerza”; otro procedimiento de
reparto es imposible en el sistema de la producción de mercancías y
del capitalismo. La fuerza varía a su vez en consonancia con el de-
sarrollo económico y político; para comprender lo que está aconte-
ciendo, hay que saber cuáles son los problemas que se solucionan
con el cambio de las fuerzas, pero saber si dichos cambios son “pu-
ramente” económicos o extraeconómicos (por ejemplo, militares),
es una cuestión secundaria que no puede hacer variar en nada la
concepción fundamental sobre la época actual del capitalismo. Sus-
tituir la cuestión del contenido de la lucha y de las transacciones
entre los grupos capitalistas por la cuestión de la forma de esta lu-
cha y de estas transacciones (hoy pacífica, mañana no pacífica, pa-
sado mañana otra vez no pacífica) significa descender hasta el papel
de sofista.
La época del capitalismo moderno nos muestra que entre los
grupos capitalistas se están estableciendo determinadas relaciones
sobre le base del reparto económico del mundo, y que, al mismo
tiempo, en conexión con esto, se están estableciendo entre los gru-
pos políticos, entre los Estados, determinadas relaciones sobre la
base del reparto territorial del mundo, de la lucha por las colonias,
de la “lucha por el territorio económico”.

71
VI. EL REPARTO DEL MUNDO
ENTRE LAS GRANDES POTENCIAS
En su libro sobre el “desarrollo territorial de las colonias euro-
peas”,* el geógrafo A. Supan establece el siguiente breve resumen
de dicho desarrollo a fines del siglo XIX:
PORCENTAJE DE TERRITORIO PERTENECIENTE A LAS
POTENCIAS COLONIALES EUROPEAS Y A
LOS ESTADOS UNIDOS

1876 1900 Aumento

En África 10,8% 90,4% +79.6%

“ Polinesia 56,8% 98,9% +42.1%

“ Asia 51,5% 56,6% + 5,1%

“ Australia 100,0% 100,0% –

“ América 27,5% 27,2% - 0,3%

“El rasgo característico de este período – concluye dicho autor


– es, por consiguiente, el reparto de África y Polinesia”.
Como ni en Asia ni en América hay tierras desocupadas, es de-
cir, que no pertenezcan a ningún Estado, hay que ampliar la conclu-
sión de Supan y decir que el rasgo característico del período que nos
ocupa es el reparto definitivo de la Tierra, definitivo no en el senti-
do de que sea imposible repartirla de nuevo – al contrario, nuevos
repartos son posibles e inevitables –, sino en el de que la política
colonial de los países capitalistas ha terminado ya la conquista de
todas las tierras no ocupadas que había en nuestro planeta. Por vez
primera, el mundo se encuentra ya repartido, de modo que lo que en
adelante puede efectuarse son únicamente nuevos repartos, es decir,
el paso de territorios de un “amo” a otro, y no el paso de un territo-
rio sin amo a un “dueño”.
Vivimos, por consiguiente, en una época singular de la política
colonial del mundo que se halla íntimamente relacionada con la

*
A. Supan, “Die territoriale Entwicklung der europaischen
Kolonien”, 1906, pág. 254.
72
“novísima fase de desarrollo del capitalismo”, con el capital finan-
ciero. Por eso es necesario detenerse ante todo más detalladamente
en los hechos concretos, para formarnos una idea lo más precisa
posible de la diferencia existente entre esta época y las precedentes,
así como de la situación actual. Ante todo, surgen dos cuestiones de
carácter práctico: ¿se observa una acentuación de la política colo-
nial, una exacerbación de la lucha por las colonias precisamente en
el período del capital financiero? ¿Cómo se halla precisamente re-
partido el mundo en la actualidad desde este punto de vista?
El escritor norteamericano Morris, en su libro sobre la historia
de la colonización,* intenta resumir los datos concretos sobre la ex-
tensión de las posesiones coloniales de Inglaterra, Francia y Alema-
nia durante distintos períodos del siglo XIX. He aquí, brevemente
expuestos, los resultados obtenidos:
EXTENSIÓN DE LAS POSESIONES COLONIALES

Inglaterra Francia Alemania


Superficie Superficie
Superficie (en
Años (en millo-
Población millones de
Población (en millo- Población
nes de (en millo- nes de (en millo-
(en millones) millas cuadra-
millas nes) millas nes)
das)
cuadradas) cuadradas)

1815-30 ? 126,4 0,02 0,5 – –


1860 2,5 145,1 0,20 3,5 – –
1880 7,7 267,9 0,70 7,5 – –
1899 9,3 309,0 3,7 56,4 1,0 14,7

Para Inglaterra el período de intensificación enorme de; las


conquistas coloniales corresponde a los años 1860-1880, y es muy
considerable durante los últimos veinte años del siglo XIX. Para
Francia y Alemania, corresponde precisamente a estos veinte años.
Hemos visto más arriba que el período del desarrollo máximo del
capitalismo anterior al monopolista, el capitalismo en el que predo-
mina la libre concurrencia, va de 1860 a 1880. Ahora vemos que es
precisamente después de este período cuando empieza el enorme
“auge” de las conquistas coloniales, se exacerba hasta el grado

*
Henry C. Morris, “The history of colonization”, N.-Y., 1900, vol.
II, pág. 88; I, 419; II, 304.
73
máximo la lucha por el reparto territorial del mundo. Es indudable,
por consiguiente, el hecho de que el paso del capitalismo a la fase
de capitalismo monopolista, al capital financiero, se halla relacio-
nado con la exacerbación de la lucha por el reparto del mundo.
Hobson, en su obra sobre el imperialismo, destaca el período de
1884-1900 como período de intensa “expansión” (ensanchamiento
territorial) de los principales Estados europeos. Según sus cálculos,
Inglaterra adquirió durante ese período 3.700.000 millas cuadradas
con una población de 57 millones de habitantes; Francia, 3.600.000
millas cuadradas con 36,5 millones de habitantes; Alemania,
1.000.000 de millas cuadradas con 14,7 millones de habitantes;
Bélgica, 900.000 millas cuadradas con 30 millones de habitantes;
Portugal, 800.000 millas cuadradas con 9 millones de habitantes. La
caza de las colonias a fines del siglo XIX, sobre todo desde la déca-
da del 80, por parte de todos los Estados capitalistas, constituye un
hecho universalmente conocido de la historia de la diplomacia y de
la política exterior.
En la época de mayor florecimiento de la libre concurrencia en
Inglaterra, en los años 1840-1860, los dirigentes políticos burgueses
de este país eran adversarios de la política colonial y consideraban
como útil e inevitable la emancipación de las colonias y su separa-
ción completa de Inglaterra. M. Beer indica en un artículo, publica-
do en 1898, sobre “el imperialismo inglés moderno”,* que en 1852
un hombre de Estado inglés como Disraeli, tan inclinado en general
al imperialismo, decía que “las colonias son una rueda de molino
que llevamos atada al cuello”. ¡En cambio, a fines del siglo XIX, los
héroes del día en Inglaterra eran Cecil Rhodes y Joseph Chamber-
lain, los cuales predicaban abiertamente el imperialismo y aplicaban
la política imperialista con el mayor cinismo!
No carece de interés saber que la ligazón existente entre las raí-
ces puramente económicas, por decirlo así, y las social-políticas del
imperialismo moderno era, ya en aquel entonces, clara para esos
dirigentes políticos de la burguesía inglesa. Chamberlain predicaba
el imperialismo como una “política justa, prudente y económica”,
indicando sobre todo la competencia con que ahora tropieza Inglate-
rra en el mercado mundial por parte de Alemania, EE.UU. y Bélgi-
ca. La salvación está en el monopolio, decían los capitalistas, fun-
dando cartels, sindicatos, trusts. La salvación está en el monopolio,

*
“Die Neue Zeit”, XVI, I, 1898, pág. 302.
74
repetían los jefes políticos de la burguesía, apresurándose a apode-
rarse de las partes del mundo todavía no repartidas. Y Cecil Rhodes,
según cuenta su íntimo amigo, el periodista Stead, le decía a éste en
1895 a propósito de sus ideas imperialistas: “Ayer estuve en el East-
End londinense (barriada obrera) y asistí a una asamblea de los des-
ocupados. Al oír, en dicha reunión, discursos exaltados cuya nota
dominante era: ¡pan!, ¡pan! y al reflexionar, cuando regresaba a ca-
sa, sobre lo que había oído, me convencí, más que nunca, de la im-
portancia del imperialismo... La idea que yo acaricio representa la
solución del problema social, a saber: para salvar a los cuarenta mi-
llones de habitantes del Reino Unido de una guerra civil funesta,
nosotros, los político coloniales, debemos posesionarnos de nuevos
territorios para colocar en ellos el exceso de población, para encon-
trar nuevo mercados en los cuales colocar los productos de nuestra
fábricas y de nuestras minas. El imperio, lo he dicho siempre, es una
cuestión de estómago. Si no queréis la guerra civil, debéis converti-
ros en imperialistas”.*
Así hablaba, en 1895, Cecil Rhodes, millonario, rey financiero,
principal culpable de la guerra anglo-bóer. Esta defensa del imperia-
lismo es simplemente un poco grosera, cínica, pero, en el fondo, no
se diferencia de la “teoría” de los señores Máslov, Sudekum, Pótre-
sov, David, del fundador del marxismo ruso, etc., etc. Cecil Rhodes
era un social-chovinista algo más honrado. . .
Para dar un panorama lo más exacto posible del reparto territo-
rial del mundo y de los cambios habidos en este aspecto durante las
últimas décadas, utilizaremos los datos suministrados por Supan, en
la obra mencionada, sobre las posesiones coloniales de todas las
potencias del mundo. Supan compara los años 1876 y 1900; noso-
tros tomaremos el año 1876 – punto de comparación elegido muy
acertadamente, ya que puede considerarse, en términos generales,
que es precisamente entonces cuando termina el desarrollo del capi-
talismo de la Europa occidental en su fase pre-monopolista y el año
1914, sustituyendo las cifras de Supan por las más recientes de
Hubner, que entresacamos de sus “Tablas geográfico-estadísticas”.
Supan estudia sólo las colonias; nosotros consideramos útil (para
que el cuadro del reparto del mundo sea completo) agregar unos
cuantos datos sobre los países no coloniales y semi-coloniales, entre
los cuales incluimos a Persia, China y Turquía; el primero de estos

*
Ibíd. pág. 304.
75
países se ha transformado casi por completo en colonia; el segundo
y el tercero se van transformando en tales.
Como resultado, obtendremos lo siguiente:
POSESIONES COLONIALES DE LAS GRANDES POTENCIAS
(En millones de kilómetros cuadros y de habitantes)

Colonias Metrópolis Total

PAÍSES 1876 1914 1914 1914

Km.2 Habit. Km.2 Habit. Km.2 Habit. Km.2 Habit.

Inglaterra 22,5 251,9 33,5 393,5 0,3 46,5 33,8 440,0


Rusia 17,0 15,9 17,4 33,2 5,4 136,2 22,8 169,4
Francia 0,9 6,0 10,6 55,5 0,5 39,6 11,1 95,1
Alemania – – 2,9 12,3 0,5 64,9 3,4 77,2
EE.UU. – – 0,3 9,7 9,4 97,0 9,7 106,7
Japón – – 0,3 19,2 0,4 53,0 0,7 72,2

Total
para 6
40,4 273,8 65,0 523,4 16,5 437,2 81,5 960,6
grandes
potencia

Colonias de las demás potencias (Bélgica, Holanda, etc.) 9,9 45,3


Semi-colonias (Persia, China, Turquía) 14,5 361,2
Demás países 28,0 289,9

Superficie y población totales de la Tierra 133,9 1.657,0

Se ve claramente cómo a fines del siglo XIX y en los albores


del siglo XX se hallaba ya “terminado” el reparto del mundo. Las
posesiones coloniales se ensancharon en proporciones gigantescas
después de 1876: en más de una vez y media, de 40 a 65 millones
de kilómetros cuadrados para las seis potencias más importantes; el
aumento representa 25 millones de kilómetros cuadrados, una vez y
media más que la superficie de las metrópolis (16,5 millones). Tres
potencias no poseían en 1876 ninguna colonia, y la cuarta, Francia,
casi no las tenía. Para el año 1914, esas cuatro potencias habían ad-
quirido colonias con una superficie de 14,1 millones de kilómetros
cuadrados, es decir, aproximadamente una vez y media más que la
superficie de Europa, con una población de casi 100 millones de
76
habitantes. La desigualdad en la ampliación de las posesiones colo-
niales es muy grande. Si se comparan, por ejemplo, Francia, Ale-
mania y el Japón, cuya diferencia no es muy considerable en cuanto
a la superficie y la población, resulta que el primero de dichos paí-
ses ha adquirido casi tres veces más colonias (desde el punto de
vista de la superficie) que el segundo y tercero juntos. Pero por la
cuantía del capital financiero, Francia, a principios del período que
nos ocupa, era acaso también varias veces más rica que Alemania y
el Japón juntos. Las dimensiones de las posesiones coloniales se
hallan influenciadas no sólo por las condiciones puramente econó-
micas, sino también, a base de éstas, por las condiciones geográficas
y otras. Por considerable que haya sido durante las últimas décadas
la nivelación del mundo, la igualación de las condiciones económi-
cas y de vida de los distintos países bajo la presión de la gran indus-
tria, del cambio y del capital financiero, la diferencia sigue siendo,
sin embargo, respetable, y entre los seis países mencionados obser-
vamos, por una parte, países capitalistas jóvenes, que han progresa-
do con una rapidez extraordinaria (Estados Unidos, Alemania, el
Japón); por otra parte, países de viejo tipo capitalista, que durante
los últimos años han progresado mucho más lentamente que los
anteriores (Francia e Inglaterra); en tercer lugar, un país, el más
atrasado desde el punto de vista económico (Rusia), en el cual el
imperialismo capitalista moderno se halla envuelto, por así decirlo,
en una red particularmente densa de relaciones pre-capitalistas.
Al lado de las posesiones coloniales de las grandes potencias,
hemos colocado las colonias menos importantes de los Estados pe-
queños y que son, por decirlo así, el objeto inmediato del “nuevo
reparto” de las colonias, posible y probable. La mayor parte de esos
pequeños Estados conservan sus colonias únicamente gracias a que
entre las grandes potencias existen intereses contrapuestos, rompi-
mientos, etc., que dificultan el acuerdo para el reparto del botín. En
cuanto a los Estados “semi-coloniales”, nos dan el ejemplo de las
formas de transición que hallamos en todas las esferas de la natura-
leza y de la sociedad. El capital financiero es una fuerza tan consi-
derable, por decirlo así tan decisiva en todas las relaciones econó-
micas e internacionales, que es capaz de subordinar, y en efecto
subordina, incluso a los Estados que gozan de una independencia
política completa, como lo veremos más adelante. Pero, naturalmen-
te, para el capital financiero la subordinación más beneficiosa y más
“cómoda” es aquella que trae aparejada consigo la pérdida de la

77
independencia política de los países y de los pueblos sometidos. Los
países semi-coloniales son típicos, en este sentido, como “caso in-
termedio”. Se comprende, pues, que la lucha por esos países semi-
dependientes haya tenido que exacerbarse particularmente en la
época del capital financiero, cuando el resto del mundo se hallaba
ya repartido.
La política colonial y el imperialismo existían ya antes de la fa-
se actual del capitalismo y aun antes del capitalismo. Roma, basada
en la esclavitud, llevó a cabo una política colonial y realizó el impe-
rialismo. Pero los razonamientos “generales” sobre el imperialismo,
que olvidan o relegan a segundo término la diferencia radical de las
formaciones económico-sociales, se convierten inevitablemente en
banalidades vacuas o en fanfarronadas, tales como la de comparar
“la Gran Roma con la Gran Bretaña”.* Incluso la política colonial
capitalista de las fases anteriores del capitalismo se diferencia esen-
cialmente de la política colonial del capital financiero.
La particularidad fundamental del capitalismo moderno consiste
en la dominación de las asociaciones monopolistas de los grandes
empresarios. Dichos monopolios adquieren la máxima solidez
cuando reúnen en sus manos todas las fuentes de materias primas, y
ya hemos visto con qué furor los grupos internacionales de capita-
listas dirigen sus esfuerzos a arrebatar al adversario toda posibilidad
de competencia, a acaparar, por ejemplo, las tierras que contienen
mineral de hierro, los yacimientos de petróleo, etc. La posesión de
colonias es lo único que garantiza de una manera completa el éxito
del monopolio contra todas las contingencias de la lucha con el ad-
versario, sin excluir la de que el adversario desee defenderse por
medio de una ley sobre el monopolio de Estado. Cuanto más ade-
lantado se halla el desarrollo del capitalismo, cuanto con mayor
agudeza se siente la insuficiencia de materias primas, cuanto más
dura es la competencia y la caza de las fuentes de materias primas
en todo el mundo, tanto más encarnizada es la lucha por la adquisi-
ción de colonias.
“Se puede aventurar la afirmación – escribe Schilder –,
que a algunos puede parecer paradójica, de que el crecimiento
de la población urbana e industrial en un futuro más o menos

*
C. P. Lucas, “Greater Rome and Greater Britain”, Oxford, 1912;
o Earl of Cromer, “Ancient and modern imperialism”, Londres, 1910.
78
próximo puede más bien hallar obstáculos en la insuficiencia
de materias primas para la industria, que en la de productos
alimenticios”.
Así, por ejemplo, aumenta la escasez de madera, que va encare-
ciendo cada vez más, de pieles, de materias primas para la industria
textil.
“Las asociaciones industriales intentan establecer el
equilibrio entre la agricultura y la industria en los límites de
toda la economía mundial; como ejemplo se puede citar la
unión internacional de asociaciones de fabricantes de hilados
de algodón de los países industriales más importantes, fundada
en 1904, y la unión de asociaciones europeas de fabricantes de
hilados de lino, constituida en 1910, según el tipo de la
anterior”.*
Claro que los reformistas burgueses, y entre ellos los kautskia-
nos actuales sobre todo, intentan atenuar la importancia de esos
hechos, indicando que las materias primas “podrían ser” adquiridas
en el mercado libre sin una política colonial “cara y peligrosa”, que
la oferta de materias primas “podría ser” aumentada en proporcio-
nes gigantescas con el “simple” mejoramiento de las condiciones de
la agricultura en general. Pero esas indicaciones se convierten en
una apología del imperialismo, en el embellecimiento del mismo,
pues se fundan en el olvido de la particularidad principal del capita-
lismo moderno: los monopolios. El mercado libre pasa cada vez
más al dominio de la historia, los sindicatos y trusts monopolistas
van reduciéndolo de día en día, y el “simple” mejoramiento de las
condiciones de la agricultura se reduce al mejoramiento de la situa-
ción de las masas, a la elevación de los salarios y a la disminución
de los beneficios. ¿Dónde existen, como no sea en la fantasía de los
reformistas dulzones, trusts capaces de preocuparse de la situación
de las masas y no de la conquista de colonias?
Para el capital financiero tienen importancia no sólo las fuentes
de materias primas descubiertas ya, sino también las probables, pues
la técnica se desarrolla con una rapidez increíble en nuestros días y
las tierras hoy inservibles pueden ser convertidas mañana en tierras
útiles, si se descubren nuevos procedimientos (a cuyo efecto un
banco importante puede organizar una expedición especial de inge-

*
Schilder, obra cit., págs. 38-42.
79
nieros, agrónomos, etc.), si se invierten grandes capitales. Lo mismo
se puede decir con respecto a la exploración de riquezas minerales,
a los nuevos métodos de elaboración y utilización de tales o cuales
materias primas, etc., etc. De aquí la tendencia inevitable del capital
financiero de ampliar el territorio económico y aun el territorio en
general. Del mismo modo que los trusts capitalizan sus bienes en el
doble o en el triple de su valor, calculando los beneficios “posibles”
en el futuro (y no los beneficios presentes) y teniendo en cuenta los
resultados ulteriores del monopolio, el capital financiero manifiesta
en general la tendencia a apoderarse de las mayores extensiones
posibles de territorio, sea el que sea, se halle donde se halle, por
cualquier medio, teniendo en cuenta las fuentes posibles de materias
primas y ante el temor de quedarse atrás en la lucha rabiosa por las
últimas porciones del mundo todavía no repartidas o por un nuevo
reparto de las ya repartidas.
Los capitalistas ingleses se esfuerzan por todos los medios para
desarrollar la producción de algodón en su colonia, Egipto (en 1904,
de los 2,3 millones de hectáreas de tierra cultivada en Egipto, 0,6,
esto es, más de la cuarta parte, estaba destinada ya al algodón); los
rusos hacen lo mismo en la suya, el Turquestán, pues de este modo
les es más fácil vencer a sus competidores extranjeros, les es más
fácil monopolizar las fuentes de materias primas, crear un trust tex-
til menos costoso y más lucrativo, con producción “combinada”,
con la concentración en una sola mano de todas las fases de la pro-
ducción y de la transformación del algodón.
Los intereses de la exportación del capital empujan del mismo
modo a la conquista de colonias, pues en el mercado colonial es más
fácil (y a veces sólo en él es posible) suprimir al competidor por
medios monopolistas, garantizarse encargos, consolidar las “rela-
ciones” existentes, etc.
La superestructura extraeconómica, que brota sobre la base del
capital financiero, la política, la ideología de éste, refuerzan la ten-
dencia a las conquistas coloniales. “El capital financiero quiere, no
la libertad, sino la dominación”, dice con razón Hilferding. Y un
escritor burgués francés, como si desarrollara y completara las ideas
de Cecil Rhodes,12 que hemos citado más arriba, escribe que hay
que añadir las causas de orden social a las causas económicas de la
política colonial contemporánea:

80
“A consecuencia de la complejidad creciente de la vida y
de las dificultades que pesan no sólo sobre las masas obreras,
sino también sobre las clases medias, en todos los países de
vieja civilización se están acumulando ‘la impaciencia, la irri-
tación, el odio, que ponen en peligro la tranquilidad pública;
hay que hallar una aplicación a la energía sacada de un deter-
minado cause de clase, encontrarle aplicación fuera del país, a
fin de que no se produzca la explosión en el interior’”.*
Puesto que hablamos de la política colonial de la época del im-
perialismo capitalista, es necesario hacer notar que el capital finan-
ciero y la política internacional correspondiente, la cual se reduce a
la lucha de las grandes potencias por el reparto económico y político
del mundo, crean toda una serie de formas de transición de depen-
dencia estatal. Para esta época son típicos no sólo los dos grupos
fundamentales de países: los que poseen colonias y los países colo-
niales, sino también las formas variadas de países dependientes
políticamente independientes, desde un punto de vista formal, pero,
en realidad, envueltos por las redes de la dependencia financiera y
diplomática. Una de estas formas, la semi-colonia, la hemos indica-
do ya antes. Modelo de otra forma es, por ejemplo, la Argentina.
“La América del Sur, y sobre todo la Argentina – dice
Schulze-Gaevernitz en su obra sobre el imperialismo británico
–, se halla en una situación tal de dependencia financiera con
respecto a Londres, que se la debe calificar de colonia comer-
cial inglesa”.†
Según Schilder, los capitales invertidos por Inglaterra en la Ar-
gentina, de acuerdo con los datos suministrados por el cónsul aus-
tro-húngaro en Buenos Aires, fueron, en 1909, de 8.750 millones de
francos. No es difícil imaginarse qué fuerte lazo se establece entre
el capital financiero – y su fiel “amigo”, la diplomacia – de Inglate-
rra y la burguesía argentina, los círculos dirigentes de toda su vida
económica y política.

*
Wahl, “La France aux colonies”, cit. por Henri Russier, “Le Par-
tage de l’Océanie”, París, 1905, pág. 165.

Schulze-Gaevernitz, “Britischer Imperialismus und englischer
Freihandel zu Beginn des XX. Jahrhunderts”, Leipzig, 1906, pág. 318.
Lo mismo dice Sartorius von Waltershausen, “Das volkswirtschaftliche
System der Kapitalanlage im Auslande”, Berlín, 1907, pág. 46.
81
El ejemplo de Portugal nos muestra una forma un poco distinta
de dependencia financiera y diplomática bajo la independencia polí-
tica. Portugal es un Estado independiente, soberano, pero en reali-
dad, durante más de doscientos años, desde la época de la guerra de
sucesión de España (1701-1714), se halla bajo el protectorado de
Inglaterra. Inglaterra lo defendió y defendió las posesiones colonia-
les del mismo para reforzar su propia posición en la lucha con sus
adversarios: España y Francia. Inglaterra obtuvo en compensación
ventajas comerciales, mejores condiciones para la exportación de
mercancías y, sobre todo, para la exportación de capitales a Portugal
y sus colonias, la posibilidad de utilizar los puertos y las islas de
Portugal, sus cables, etc., etc.* Este género de relaciones entre algu-
nos grandes y pequeños Estados ha existido siempre, pero en la
época del imperialismo capitalista se convierte en sistema general,
entran a formar parte del conjunto de relaciones que rigen el “repar-
to del mundo”, pasan a ser eslabones en la cadena de las operacio-
nes del capital financiero mundial.
Para terminar con la cuestión del reparto del mundo, debemos
todavía hacer notar lo siguiente: No sólo la literatura norteamerica-
na, después de la guerra hispano-americana, y la inglesa, después de
la guerra anglo-bóer, plantearon esta cuestión de un modo comple-
tamente abierto y definido, a fines del siglo XIX y a principios del
XX; no sólo la literatura alemana, que seguían “más celosamente”
el desarrollo del “imperialismo británico”, ha juzgado sistemática-
mente este hecho. También la literatura burguesa de Francia ha
planteado la cuestión de un modo suficientemente claro y vasto, en
tanto que esto es concebible desde el punto de vista burgués. Re-
mitámonos al historiador Driault, el cual, en su libro “Los proble-
mas políticos y sociales de fines del siglo XIX”, en el capítulo sobre
“las grandes potencias y el reparto del mundo”, decía lo siguiente:
“En el transcurso de los últimos años, todos los territorios libres
de la Tierra, a excepción de China, han sido ocupados por las po-
tencias de Europa y por los Estados Unidos. Debido a esto se han
producido ya varios conflictos y ciertos desplazamientos de influen-
cia que no son más que precursores de explosiones mucho más te-
rribles en un futuro próximo. Pues hay que apresurarse: las naciones
que no se han provisto corren el riesgo de no percibir nunca su por-
ción y de no tomar parte en la explotación gigantesca de la Tierra,

*
Schilder, obra cit., t. I, págs. 160-161.
82
que será uno de los hechos más esenciales del próximo siglo [esto
es, del siglo XX]. He aquí por qué toda Europa y América, durante
los últimos tiempos, fueron presas de la fiebre de expansión colo-
nial, del ‘imperialismo’, el cual constituye el rasgo característico
más notable de fines del siglo XIX” Y el autor añade: “Con un re-
parto tal del mundo, con esa caza rabiosa de las riquezas y de los
grandes mercados de la Tierra la importancia relativa de los impe-
rios creados en este siglo XIX es completamente desproporcionada
al puesto que ocupan en Europa las naciones que los han creado.
Las potencias predominantes en Europa, que son los árbitros de su
destino, no predominan igualmente en todo el mundo. Y debido a
que el poderío colonial, la esperanza de poseer riquezas todavía ig-
noradas tendrá, evidentemente, una repercusión en la importancia
relativa de las potencias europeas, la cuestión colonial – el ‘imperia-
lismo’, si queréis –, que ha transformado ya las condiciones políti-
cas de Europa misma, las irá modificando cada vez más”.*

*
J. E. Driault, “Problemes Politiques et sociaux”, París, 1907, pág.
299.
83
VII. EL IMPERIALISMO, COMO FASE PARTICULAR
DEL CAPITALISMO
Intentaremos ahora hacer un balance, resumir lo que hemos di-
cho más arriba sobre el imperialismo. El imperialismo ha surgido
como desarrollo y continuación directa de las propiedades funda-
mentales del capitalismo en general. Pero el capitalismo se ha tro-
cado en imperialismo capitalista únicamente al llegar a un cierto
grado muy alto de su desarrollo, cuando algunas de las propiedades
fundamentales del capitalismo han comenzado a convertirse en su
antítesis, cuando han tomado cuerpo y se han manifestado en toda la
línea los rasgos de la época de transición del capitalismo a una es-
tructura económica y social más elevada. Lo que hay de fundamen-
tal en este proceso, desde el punto de vista económico, es la sustitu-
ción de la libre concurrencia capitalista por los monopolios capita-
listas. La libre concurrencia es la propiedad fundamental del capita-
lismo y de la producción de mercancías en general; el monopolio se
halla en oposición directa con la libre concurrencia, pero esta última
se ha convertido a nuestros ojos en monopolio, creando la gran pro-
ducción, eliminando la pequeña, reemplazando la gran producción
por otra todavía mayor, llevando la concentración de la producción
y del capital hasta tal punto, que de su seno ha surgido y surge el
monopolio: cartels, sindicatos, trusts, y, fusionándose con ellos, el
capital de una docena escasa de bancos que manejan miles de mi-
llones. Y al mismo tiempo, los monopolios, que se derivan de la
libre concurrencia, no la eliminan, sino que existen por encima y al
lado de ella, engendrando así una serie de contradicciones, roza-
mientos y conflictos particularmente agudos. El monopolio es el
tránsito del capitalismo a un régimen superior.
Si fuera necesario dar una definición lo más breve posible del
imperialismo, debería decirse que el imperialismo es la fase mono-
polista del capitalismo. Una definición tal comprendería lo princi-
pal, pues, por una parte, el capital financiero es el capital bancario
de algunos grandes bancos monopolistas fundido con el capital de
los grupos monopolistas de industriales y, por otra, el reparto del
mundo es el tránsito de la política colonial, que se expande sin
obstáculos en las regiones todavía no apropiadas por ninguna poten-
cia capitalista, a la política colonial de dominación monopolista de
los territorios del globo, enteramente repartido.

84
Pero las definiciones excesivamente breves, si bien son cómo-
das, pues resumen lo principal, son, no obstante, insuficientes, ya
que es necesario deducir de ellas especialmente rasgos muy esencia-
les del fenómeno que hay que definir. Por eso, sin olvidar la signifi-
cación condicional y relativa de todas las definiciones en general,
las cuales no pueden nunca abarcar en todos sus aspectos las rela-
ciones del fenómeno en su desarrollo completo, conviene dar una
definición del imperialismo que contenga sus cinco rasgos funda-
mentales siguientes, a saber: 1) la concentración de la producción y
del capital llegada hasta un grado tan elevado de desarrollo que ha
creado los monopolios, que desempeñan un papel decisivo en la
vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el industrial y
la creación, sobre la base de este “capital financiero”, de la oligar-
quía financiera; 3) la exportación de capital, a diferencia de la ex-
portación de mercancías, adquiere una importancia particular; 4) la
formación de asociaciones internacionales monopolistas de capita-
listas, las cuales se reparten el mundo, y 5) la terminación del repar-
to territorial del mundo entre las potencias capitalistas más impor-
tantes. El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en
la cual ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del
capital financiero, ha adquirido una importancia de primer orden la
exportación de capital, ha empezado el reparto del mundo por los
trusts internacionales y ha terminado el reparto de todo el territorio
del mismo entre los países capitalistas más importantes.
Más adelante veremos cómo se puede y se debe definir de otro
modo el imperialismo, si se tienen en cuenta no sólo las nociones
fundamentales puramente económicas (a las cuales se limita la defini-
ción que hemos dado), sino también el lugar histórico de esta fase del
capitalismo en relación con el capitalismo en general o la relación del
imperialismo y de las dos tendencias fundamentales del movimiento
obrero. Lo que hay que consignar inmediatamente es que, interpreta-
do en el sentido mencionado, el imperialismo representa en sí, indu-
dablemente, una fase particular de desarrollo del capitalismo. Para dar
al lector una idea lo más fundamentada posible del imperialismo, nos
hemos esforzado deliberadamente en reproducir el mayor número
posible de opiniones de economistas burgueses, que se ven obligados
a reconocer los hechos de la economía capitalista moderna estableci-
dos de una manera particularmente incontrovertible. Con el mismo
fin hemos reproducido datos estadísticos detallados que permiten ver
hasta qué punto ha crecido el capital bancario, etc., en qué precisa-

85
mente se ha expresado la transformación de la cantidad en calidad, el
tránsito del capitalismo desarrollado al imperialismo. Huelga decir,
naturalmente, que en la naturaleza y en la sociedad todos los límites
son convencionales y mudables, que sería absurdo discutir, por ejem-
plo, sobre el año o la década precisos en que se instauró “definitiva-
mente” el imperialismo.
Pero sobre la definición del imperialismo nos vemos obligados
a discutir ante todo con C. Kautsky, con el principal teórico marxis-
ta de la época de la llamada Segunda Internacional, es decir, de los
veinticinco años comprendidos entre 1889 y 1914.
Kautsky se pronunció decididamente, en 1915, e incluso en no-
viembre de 1914, contra las ideas fundamentales expresadas en
nuestra definición del imperialismo, declarando que por imperialis-
mo hay que entender, no una “fase” o un grado de la economía, sino
una política, precisamente una política determinada, la política “pre-
ferida” por el capital financiero; que no se puede “identificar” el
imperialismo con el “capitalismo contemporáneo”; que, si se inclu-
yen en la noción de imperialismo “todos los fenómenos del capita-
lismo contemporáneo” – cartels, proteccionismo, dominación de los
financieros, política colonial –, en ese caso la cuestión de la necesi-
dad del imperialismo para el capitalismo se convierte en “la tauto-
logía más trivial”, pues entonces, “naturalmente, el imperialismo es
una necesidad vital para el capitalismo”, etc. Expresaremos todavía
con más exactitud el pensamiento de Kautsky si reproducimos la
definición del imperialismo dada por él, directamente opuesta a la
esencia de las ideas explanadas por nosotros (pues las objeciones
procedentes del campo de los marxistas alemanes, los cuales han
defendido semejantes ideas durante toda una serie de años, son ya
conocidas desde hace mucho tiempo por Kautsky como objeción de
una tendencia determinada en el marxismo).
La definición de Kautsky está concebida así:
“El imperialismo es un producto del capitalismo industrial
altamente desarrollado. Consiste en la tendencia de cada na-
ción industrial capitalista a someter y anexionarse regiones
agrarias, cada vez mayores [la cursiva es de Kautsky], sean
cuales sean las naciones que las pueblan”.*

*
“Die Neue Zeit”, 11 de septiembre de 1914, II (año 32), pág. 909;
1915, II, págs. 107 y siguientes.
86
Esta definición no sirve absolutamente para nada, puesto que es
unilateral, es decir, destaca arbitrariamente tan sólo el problema
nacional (si bien extraordinariamente importante, tanto por sí mis-
mo como por su relación con el imperialismo), enlazándolo arbitra-
ria y erróneamente sólo con el capital industrial en los países que se
anexionan otras naciones, colocando en primer término, de la mis-
ma forma arbitraria y errónea, la anexión de las regiones agrarias.
El imperialismo es una tendencia a las anexiones; he aquí a lo
que se reduce la parte política de la definición de Kautsky. Es justa,
pero extremadamente incompleta, pues en el aspecto político es, en
general, una tendencia a la violencia y a la reacción. Pero lo que en
este caso nos interesa es el aspecto económico que Kautsky mismo
ha introducido en su definición. Las inexactitudes de la definición
de Kautsky saltan a la vista. Lo característico del imperialismo no
es justamente el capital industrial, sino el capital financiero. No es
un fenómeno casual que, en Francia precisamente, el desarrollo par-
ticularmente rápido del capital financiero, que coincidió con un de-
bilitamiento del capital industrial, provocara a partir de la década
del 80 del siglo pasado una intensificación extrema de la política
anexionista (colonial). Lo característico para el imperialismo con-
siste precisamente en la tendencia a la anexión no sólo de las regio-
nes agrarias, sino también de las más industriales (apetitos alemanes
respecto a Bélgica, los de los franceses en cuanto a la Lorena), pues,
en primer lugar, el reparto definitivo de la Tierra obliga, al proceder
a un nuevo reparto, a tender la mano hacia toda clase de territorios;
en segundo lugar, para el imperialismo es sustancial la rivalidad de
varias grandes potencias en la aspiración a la hegemonía, esto es, a
apoderarse de territorios no tanto directamente para sí, como para el
debilitamiento del adversario y el quebrantamiento de su hegemonía
(para Alemania, Bélgica tiene una importancia especial como punto
de apoyo contra Inglaterra; para Inglaterra, la tiene Bagdad como
punto de apoyo contra Alemania, etc.).
Kautsky se remite particularmente – y reiteradas veces – al
ejemplo de los ingleses, los cuales, según él, han establecido la sig-
nificación puramente política de la palabra “imperialismo” en la
acepción de Kautsky.
En la obra del inglés Hobson, “El imperialismo”, publicada en
1902, leemos lo siguiente:

87
“El nuevo imperialismo se distingue del viejo, primero, en
que, en vez de las aspiraciones de un solo imperio creciente,
sostiene la teoría y la práctica de imperios rivales, guiado cada
uno de ellos por idénticos apetitos de expansión política y de
beneficio comercial; segundo, en que los intereses financieros
o relativos a la inversión del capital predominan sobre los co-
merciales”.*
Como vemos, Kautsky de hecho carece por completo de razón
al remitirse a los ingleses en general (en los únicos en que podría
apoyarse sería en los imperialistas ingleses vulgares o en los apolo-
gistas declarados del imperialismo). Vemos que Kautsky, que pre-
tende continuar defendiendo el marxismo, en realidad da un paso
atrás con relación al social-liberal Hobson, el cual tiene en cuenta,
con más acierto que él, las dos particularidades “histórico-
concretas” (¡Kautsky, con su definición, se mofa precisamente de lo
histórico-concreto!) del imperialismo contemporáneo: 1) concurren-
cia de varios imperialismos; 2) predominio del financiero sobre el
comerciante. Si lo esencial consiste en que un país industrial se
anexiona un país agrario, en este caso se concede el papel principal
al comerciante.
La definición de Kautsky no sólo es errónea y no marxista, sino
que sirve de base a todo un sistema de concepciones que rompe to-
talmente con la teoría marxista y con la práctica marxista, de lo cual
hablaremos más adelante. Carece absolutamente de seriedad la dis-
cusión sobre palabras promovida por Kautsky: ¿hay que calificar de
imperialismo o de fase del capital financiero la fase actual del capi-
talismo? Llamadlo como queráis, esto es indiferente. Lo esencial
consiste en que Kautsky separa la política del imperialismo de su
economía, hablando de las anexiones como de una política “preferi-
da” por el capital financiero y oponiendo a la misma otra política
burguesa posible, según él, sobre la misma base del capital financie-
ro. Resulta que los monopolios en la economía son compatibles con
el modo de obrar no monopolista, no violento, no anexionista en
política. Resulta que el reparto territorial del mundo, terminado pre-
cisamente en la época del capital financiero y que constituye la base
del carácter particular de las formas actuales de rivalidad entre los
más grandes Estados capitalistas, es compatible con una política no
imperialista. Resulta que de este modo se disimulan, se atenúan las

*
Hobson, “Imperialism”, Londres, 1902, pág. 324.
88
contradicciones más radicales de la fase actual del capitalismo en
vez de ponerlas al descubierto en toda su profundidad; resulta un
reformismo burgués en lugar del marxismo.
Kautsky discute con el apologista alemán del imperialismo y de
las anexiones, Cunow, el cual razona de un modo burdo y cínico: el
imperialismo es el capitalismo contemporáneo; el desarrollo del
capitalismo es inevitable y progresivo; por consiguiente, el imperia-
lismo es progresivo ¡y hay que arrastrarse ante el imperialismo y
glorificarlo! Este razona miento se parece, en cierto modo, a la cari-
catura que trazaban los populistas contra los marxistas rusos en los
años 1894-1895: si los marxistas consideran que el capitalismo es
en Rusia inevitable y progresivo, deben consagrarse a abrir tabernas
y a fomentar el capitalismo. Kautsky objeta a Cunow: no, el impe-
rialismo no es el capitalismo contemporáneo, sino solamente una de
las formas de la política del mismo; podemos y debemos luchar
contra esa política, luchar contra el imperialismo, contra las anexio-
nes, etc.
La objeción parece completamente plausible, pero, en realidad,
equivale a una defensa más sutil, más velada (y, por esto, más peli-
grosa) de la conciliación con el imperialismo, pues una “lucha” con-
tra la política de los trusts y de los bancos que deje intactas las bases
de la economía de los unos y de los otros, se reduce al reformismo
burgués y al pacifismo, a los buenos propósitos inofensivos. Velar
con palabras las contradicciones existentes, olvidar las más impor-
tantes, en vez de descubrirlas en toda su profundidad: he aquí en
qué consiste la teoría de Kautsky, la cual no tiene nada que ver con
el marxismo. ¡Y, naturalmente, semejante “teoría” no sirve más que
para la defensa de la idea de la unidad con los Cunow!
“Desde el punto de vista puramente económico – escribe
Kautsky –, no es imposible que el capitalismo pase todavía por una
nueva fase: la aplicación de la política de los cartels a la política
exterior, la fase del ultra-imperialismo”,* esto es, el súper-
imperialismo, la unión de los imperialismos de todo el mundo, y no
la lucha de los mismos, la fase de la cesación de las guerras bajo el
capitalismo, la fase de la “explotación general del mundo por el ca-
pital financiero unido internacionalmente”.†

*
“Die Neue Zeit”, 1914, II (año 32), pág. 921, 11 de septiembre,
1914; 1915, II, págs. 107 y siguientes.

“Die Neue Zeit”, 1915, I, pág. 144, 30 de abril, 1915.
89
Será preciso que nos detengamos más adelante en esta “teoría
del ultra-imperialismo”, con el fin de hacer ver en detalle hasta qué
punto rompe irremediable y decididamente con el marxismo. Lo
que aquí debemos hacer, de acuerdo con el plan general de este tra-
bajo, es echar una ojeada a los datos económicos precisos que se
refieren a esta cuestión. ¿Es posible el “ultra-imperialismo”, “desde
el punto de vista puramente económico”, o es un ultra-disparate?
Si se entiende por punto de vista puramente económico la “pu-
ra” abstracción, todo cuanto se pueda decir se reduce a la tesis si-
guiente: el desarrollo va hacia el monopolio; por lo tanto, hacia un
monopolio mundial único, hacia un trust mundial único. Esto es
indiscutible, pero, al mismo tiempo, carece de todo contenido, como
la indicación de que “el desarrollo va hacia” la producción de los
artículos alimenticios en los laboratorios. En este sentido, la “teoría”
del ultra-imperialismo es tan absurda como lo sería la de la “ultra-
agricultura”.
Pero si se habla de las condiciones “puramente económicas” de
la época del capital financiero como de una época históricamente
concreta que se refiere a principios del siglo XX, la mejor respuesta
a las abstracciones muertas del “ultra-imperialismo” (que sirven
exclusivamente al fin más reaccionario: distraer la atención del
carácter profundo de las contradicciones existentes) es la oposición
a las mismas de la realidad económica concreta de la economía
mundial moderna. Las divagaciones inconsistentes de Kautsky so-
bre el ultra-imperialismo estimulan, entre otras cosas, la idea pro-
fundamente errónea y que echa agua al molino de los apologistas
del imperialismo, según la cual la dominación del capital financiero
atenúa la desigualdad y las contradicciones de la economía mun-
dial, cuando, en realidad, lo que hace es acentuarlas.
R. Calwer, en su opúsculo “Introducción a la economía mun-
dial”,* ha intentado resumir los principales datos puramente econó-
micos que permiten formarse una idea concreta de las interrelacio-
nes de la economía mundial en los albores del siglo XX. Calwer
divide al mundo en cinco “regiones económicas principales”: 1) la
centro-europea (toda Europa, con excepción de Rusia e Inglaterra);
2) la británica; 3) la rusa; 4) la oriental-asiática, y 5) la americana,
incluyendo las colonias en las “regiones” de los Estados a los cuales

*
Richard Calwer, “Einführung in die Weltwirtschaft”, Berlín,
1906.
90
pertenecen, y “dejando de lado” algunos países no incluidos en las
regiones, por ejemplo: Persia, Afganistán, Arabia, en Asia; Marrue-
cos y Abisinia, en África, etc.
He aquí, en forma resumida, los datos económicos sobre las re-
giones citadas, suministrados por dicho autor:
Vías de comuni- Comer-
Industria
Extensión (en millones de

cación cio

industria algodonera (en


Extracción de carbón de

fundido (en millones de


Exportación e importa-

Número de husos de la
millones de toneladas)

piedra (en millones de


Vías férreas (en miles

Producción de hierro
ción (en millones de
Flota comercial (en
en millones)
Población (
kilómetros

Regiones
cuadrados

de kilómetros)
económicas

toneladas)

toneladas)

millones)
marcos)
principales
del mundo

1) Centro- 27,6 388 204 8 41 251 15 26


europa (23,6) (146)
28,9 398
2) Británica (28,6)* (355) 140 11 25 249 9 51
3) Rusa 22 131 63 1 3 16 3 2
4) Oriental-
asiática 12 389 8 1 2 8 0.02 2
5) America- 30 148 379 6 14 245 14 19
na

Vemos tres regiones con un capitalismo muy desarrollado (alto


desarrollo de las vías de comunicación, del comercio y de la indus-
tria): la centro-europea, la británica y la americana. Entre ellas, tres
Estados que ejercen el dominio del mundo: Alemania, Inglaterra y
los Estados Unidos. La rivalidad imperialista y la lucha entre ellos
se hallan extremadamente exacerbadas a consecuencia de que Ale-
mania dispone de una región insignificante y de pocas colonias; la
creación de una “Europa Central” es todavía cosa del futuro, y se
está engendrando en una lucha desesperada. Por el momento, el ras-
go característico de toda Europa es el fraccionamiento político. En
las regiones británica y americana, por el contrario, es muy elevada
la concentración política, pero hay una desproporción enorme entre
la inmensidad de las colonias de la primera y la insignificancia de
las de la segunda. Y en las colonias, el capitalismo no hace más que

*
Las cifras entre paréntesis indican la extensión y la población de
las colonias.
91
empezar a desarrollarse. La lucha por la América del Sur se va exa-
cerbando cada día más.
Hay dos regiones, en las que el capitalismo está débilmente
desarrollado: la de Rusia y la oriental-asiática. En la primera, es
extremadamente débil la densidad de la población; en la segunda,
muy elevada; en la primera, la concentración política es grande; en
la segunda, no existe. El reparto de China no ha hecho más que em-
pezar, y la lucha por dicho país entre el Japón, los Estados Unidos,
etc. es cada día más intensa.
Comparad con esta realidad – con la variedad gigantesca de
condiciones económicas y políticas, con la desproporción extrema
en la rapidez de desarrollo de los distintos países, etc., con la lucha
rabiosa entre los Estados imperialistas – el cuento estúpido de
Kautsky sobre el ultra-imperialismo “pacífico”. ¿No es esto un in-
tento reaccionario de un asustado filisteo de ocultarse la terrible
realidad? ¿Es que los cartels internacionales, en los que Kautsky ve
los gérmenes del “ultra-imperialismo” (como la producción de ta-
bletas en los laboratorios “puede” ser considerada como el germen
de la ultra-agricultura), no nos muestran el ejemplo de una partición
y un nuevo reparto del mundo, el tránsito del reparto pacífico al no
pacífico, y a la inversa? ¿Es que el capital financiero norteamerica-
no y otros, que se repartían pacíficamente todo el mundo, con la
participación de Alemania, en el sindicato internacional del raíl,
pongamos por caso, o en el trust internacional de la marina mercan-
te, no reparten actualmente de nuevo el mundo sobre la base de las
nuevas relaciones de fuerzas, relaciones que se modifican de una
manera absolutamente no pacífica?
El capital financiero y los trusts no atenúan, sino que acentúan
la diferencia entre el ritmo de crecimiento de las distintas partes de
la economía mundial. Y si la correlación de fuerzas ha cambiado,
¿cómo pueden resolverse las contradicciones, bajo el capitalismo, si
no es por la fuerza? En la estadística de las vías férreas* hallamos
datos extraordinariamente exactos sobre la diferencia de ritmo en el
crecimiento del capitalismo y del capital financiero en toda la eco-
nomía mundial. Durante las últimas décadas de des arrollo imperia-

*
Statistisches Jahrbuch für das deutsche Reich, 1915; Archiv für
Eisenbahnwesen, 1892. Por lo que se refiere a 1890, ha sido preciso de-
terminar aproximadamente algunas pequeñas particularidades sobre la
distribución de las vías férreas entre las colonias de los distintos países.
92
lista, la longitud de las líneas férreas ha cambiado del modo siguien-
te:
LÍNEAS FÉRREAS
(en miles de kilómetros)

1890 1913 +
Europa 224 346 122
Estados Unidos 268 411 143
Todas las colonias 82 210 128
Estados independientes
y semi-independientes 43 } 125 137 } 347 94 } 222
de Asia y América
Total 617 1,104

Las vías férreas se han desarrollado, por consiguiente, con ma-


yor rapidez que en ninguna otra parte, en las colonias y en los Esta-
dos independientes (y semiindependientes) de Asia y América. Es
sabido que el capital financiero de los cuatro o cinco Estados capita-
listas más importantes ordena y manda aquí de un modo absoluto.
Doscientos mil kilómetros de nuevas líneas férreas en las colonias y
en otros países de Asia y América, significan más de 40 mil millo-
nes de marcos de nuevas inversiones de capital en condiciones par-
ticularmente ventajosas, con garantías especiales de rendimiento,
con pedidos lucrativos para las fundiciones de acero, etc., etc.
Donde más rápidamente crece el capitalismo es en las colonias
y en los países transoceánicos. Entre ellos aparecen nuevas poten-
cias imperialistas (Japón). La lucha de los imperialismos mundiales
se agudiza. Crece el tributo que el capital financiero percibe de las
empresas coloniales y ultra-oceánicas, particularmente lucrativas.
En el reparto de este “botín”, una parte excepcionalmente grande va
a parar a manos de países que no siempre ocupan un lugar preemi-
nente, desde el punto de vista del ritmo de desarrollo de las fuerzas
productivas. En las potencias más importantes, tomadas junto con
sus colonias, la longitud de las líneas férreas era la siguiente:
(En miles de kilómetros)

1890 1913

93
Estados Unidos 268 413 +145
Imperio británico 107 208 +101
Rusia 32 78 + 46
Alemania 43 68 + 25
Francia 41 63 + 22
Total en 5 potencia. 491 830 + 339

Así, pues, cerca del 80% de todas las líneas férreas se halla
concentrado en las cinco potencias más importantes. Pero la con-
centración de la propiedad de dichas líneas, la concentración del
capital financiero es incomparablemente mayor aún; pues, por
ejemplo, una masa enorme de las acciones y obligaciones de los
ferrocarriles americanos, rusos y otros pertenece a los millonarios
ingleses y franceses.
Gracias a sus colonias, Inglaterra ha aumentado “su” red ferro-
viaria en 100 mil kilómetros, cuatro veces más que Alemania. Sin
embargo, todo el mundo sabe que el desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas de Alemania, en este mismo período, y sobre todo el desa-
rrollo de la producción hullera y siderúrgica, ha sido incompara-
blemente más rápido que en Inglaterra, dejando ya a un lado a Fran-
cia y Rusia. ¡En 1892, Alemania producía 4,9 millones de toneladas
de hierro fundido, contra 6,8 en Inglaterra, mientras que en 1912
producía ya 17,6 contra 9,0, esto es una superioridad gigantesca
sobre Inglaterra!*
Ante esto, cabe preguntar: en el terreno del capitalismo, ¿qué
otro medio podía haber que no sea la guerra, para suprimir la des-
proporción existente entre el desarrollo de las fuerzas productivas y
la acumulación del capital, por una parte, y el reparto de las colo-
nias y de las “esferas de influencia” para el capital financiero, por
otra?

*
V. también Edgar Crummond, “The Economic Relations of the
British and German Empires”, en el “Journal of the Royal Statistical
Society” Julio de 1914, págs, 777 y siguientes.
94
VIII. EL PARASITISMO Y LA DESCOMPOSICIÓN
DEL CAPITALISMO
Conviene ahora que nos detengamos en otro aspecto, muy im-
portante, del imperialismo, al cual, en los razonamientos sobre este
tema, no se concede la atención debida en la mayor parte de los ca-
sos. Uno de los defectos del marxista Hilferding consiste en que, en
comparación con el no marxista Hobson, ha dado un paso atrás. Nos
referimos al parasitismo, propio del imperialismo.
Como hemos visto, la base económica más profunda del impe-
rialismo es el monopolio. Se trata de un monopolio capitalista, esto
es, que ha nacido del seno del capitalismo y se halla en las condi-
ciones generales del mismo, de la producción de mercancías, de la
competencia, en una contradicción constante insoluble con dichas
condiciones generales. Pero, no obstante, como todo monopolio,
engendra inevitablemente una tendencia al estancamiento y a la
descomposición. Puesto que se fijan, aunque sea temporalmente,
precios monopolistas, desaparecen hasta cierto punto las causas es-
timulantes del progreso técnico y, por consiguiente, de todo progre-
so, de todo movimiento hacia adelante, surgiendo así, además, la
posibilidad económica de contener artificialmente el progreso técni-
co. Ejemplo: en los Estados Unidos, un tal Owens inventó una
máquina que produjo una revolución en la fabricación de botellas.
El cartel alemán de fabricantes de botellas compró la patente a
Owens y la guardó bajo llave, retrasando su aplicación. Naturalmen-
te, bajo el capitalismo, el monopolio no puede nunca eliminar del
mercado mundial de un modo completo y por un período muy pro-
longado la competencia (en esto consiste, dicho sea de paso, una de
las causas de lo absurdo de la teoría del ultra-imperialismo). Desde
luego, la posibilidad de disminuir los gastos de producción y de
aumentar los beneficios por medio de la introducción de mejoras
técnicas obra en favor de las modificaciones. Pero la tendencia al
estancamiento y a la descomposición inherente al monopolio, sigue
obrando a su vez, y en ciertas ramas de la industria, en ciertos paí-
ses, por períodos determinados llega a imponerse.
El monopolio de la posesión de colonias particularmente vastas,
ricas o favorablemente situadas, obra en el mismo sentido.
Prosigamos. El imperialismo es la enorme acumulación en unos
pocos países de capital monetario, el cual, como hemos visto, alcan-
za la suma de 100 a 150 mil millones de francos en valores. De aquí

95
el incremento extraordinario de la clase o, mejor dicho, del sector
rentista, esto es, de individuos que viven del “corte del cupón”,
completamente alejados de la participación en toda empresa y cuya
profesión es la ociosidad. La exportación del capital, una de las ba-
ses económicas más esenciales del imperialismo, acentúa todavía
más este divorcio completo del sector rentista respecto a la produc-
ción, imprime un sello de parasitismo a todo el país, que vive de la
explotación del trabajo de varios países y colonias ultra-oceánicos.
“En 1893 – dice Hobson – el capital británico invertido en el
extranjero representaba cerca del 15% de toda la riqueza del Reino
Unido”.*
Recordemos que, para el año 1915, dicho capital aumentó
aproximadamente en dos veces y media.
“El imperialismo agresivo – dice más adelante Hobson –,
que cuesta tan caro a los contribuyentes y tiene tan poca im-
portancia para el industrial y el comerciante..., es una fuente
de grandes beneficios para el capitalista que busca el modo de
invertir su capital”... [En inglés esta noción se expresa con una
sola palabra: “inversor”, rentista]. “El estadístico Giffen esti-
ma en 18 millones de libras esterlinas, calculando a razón de
un 2,5% sobre un giro total de 800 millones de libras esterli-
nas, el beneficio anual percibido en 1899 por la Gran Bretaña
de su comercio exterior y colonial”.
Por grande que sea esta suma, no puede explicar el imperialis-
mo agresivo de la Gran Bretaña. Lo que lo explica son los 90 ó 100
millones de libras esterlinas que representan el beneficio del capital
“invertido”, el beneficio del sector de los rentistas.
¡El beneficio de los rentistas es cinco veces mayor que el bene-
ficio del comercio exterior del país más “comercial” del mundo!
¡He aquí la esencia del imperialismo y del parasitismo imperialista!
Por este motivo, la noción de “Estado-rentista” (Rentnerstaat) o
Estado-usurero ha pasado a ser de uso general en la literatura
económica sobre el imperialismo. El mundo ha quedado dividido en
un puñado de Estados-usureros y una mayoría gigantesca de Esta-
dos deudores.
“Entre el capital invertido en el extranjero – escribe
Schulze-Gaevernitz – se halla, en primer lugar, el capital colo-

*
Hobson, obra cit., págs. 59-60.
96
cado en los países políticamente dependientes o alía dos: In-
glaterra hace préstamos a Egipto, Japón, China y América del
Sur. En caso extremo, su escuadra desempeña el papel de al-
guacil. La fuerza política de Inglaterra la pone a cubierto de la
indignación de sus deudores”.*
Sartorius von Waltershausen, en su obra “El sistema económico
de inversión de capital en el extranjero”, presenta a Holanda como
modelo de “Estado-rentista” e indica que Inglaterra y Francia van
tomando asimismo este carácter.† A juicio de Schilder, hay cinco
países industriales que son “Estados acreedores bien definidos”:
Inglaterra, Francia, Alemania, Bélgica y Suiza. Si no incluye a
Holanda en este grupo es únicamente por ser “poco industrial”.‡ Los
Estados Unidos son acreedores solamente con referencia a América.
“Inglaterra – dice Schulze-Gaevernitz – se está convir-
tiendo paulatinamente de Estado industrial en Estado-
acreedor. A pesar del aumento absoluto de la producción y de
la exportación industriales, aumenta la importancia relativa
para toda la economía nacional de los ingresos procedentes de
los intereses y de los dividendos, de las emisiones, de las co-
misiones y de la especulación. A mi juicio, este hecho es pre-
cisamente el que constituye la base económica del auge impe-
rialista. El acreedor está más sólidamente ligado con el deudor
que el vendedor con el comprador”.§
Con respecto a Alemania, el editor de la revista berlinesa “Die
Bank”, A. Lansburgh, escribía en 1911 lo siguiente, en el artículo
“Alemania, Estado-rentista”:
“En Alemania la gente se ríe de buena gana de la tenden-
cia a convertirse en rentista que se observa en Francia. Pero, al
hacerlo, se olvidan de que, por lo que se refiere a la burguesía,

*
Schulze-Gaevernitz, “Britischer Imperialismus”, págs. 320 y
otras.

Sartorius von Waltershausen, “Das Volkswirtschaftliche System,
etc.”, Berlín, 1907, tomo IV.

Schilder, pág. 393.
§
Schulze-Gaevernitz, obra cit., pág. 122.
97
las condiciones alemanas se parecen cada día más a las de
Francia”.*
El Estado-rentista es el Estado del capitalismo parasitario y en
descomposición, y esta circunstancia no puede dejar de reflejarse
tanto en todas las condiciones político-sociales de los países corres-
pondientes en general, como en las dos tendencias fundamentales
del movimiento obrero en particular. Para mostrarlo de un modo
más evidente, cedemos la palabra a Hobson, el cual es un testigo
“seguro”, ya que no se le puede considerar como sospechoso de
apasionamiento por la “ortodoxia marxista” y, por otra parte, es un
inglés bien informado de la situación del país más rico en colonias,
en capital financiero y en experiencia imperialista.
Describiendo, bajo la viva impresión de la guerra anglo-bóer, el
lazo que une al imperialismo con los intereses de los “financieros”,
el aumento de los beneficios resultantes de las contratas, de los su-
ministros de guerra, etc., Hobson decía:
“Los orientadores de esta política netamente parasitaria
son los capitalistas; pero los mismos motivos ejercen también
su acción sobre categorías especiales de obreros. En muchas
ciudades, las ramas más importantes de la industria dependen
de los pedidos del Estado; el imperialismo de los centros de
las industrias metalúrgica y naviera depende, en gran parte, de
este hecho”.
Las circunstancias de dos órdenes, a juicio del autor, han
debilitado la fuerza de los viejos imperios: 1) el “parasitismo
económico” y 2) la formación de ejércitos con soldados de los
pueblos dependientes.
“La primera es costumbre del parasitismo económico, en
virtud del cual el Estado dominante utiliza sus provincias, sus
colonias y los países dependientes, con el objeto de enriquecer
a su clase dirigente y corromper a las clases inferiores a fin de
que permanezcan tranquilas”.
Para que sea económicamente posible esa corrupción, sea cual
sea la forma en que se realice, es necesario – añadiremos por nues-
tra cuenta – un beneficio monopolista elevado.
En lo que se refiere a la segunda circunstancia, Hobson dice:

*
“Die Bank”, 1911, t. I, págs. 10-11.
98
“Uno de los síntomas más extraños de la ceguera del im-
perialismo es la despreocupación con que la Gran Bretaña,
Francia y otras naciones imperialistas emprenden este camino.
Gran Bretaña ha ido más lejos que ningún otro país. La mayor
parte de los combates por medio de los cuales conquistamos
nuestro imperio indio, fueron sostenidos por tropas indígenas.
En la India, como durante los últimos tiempos en Egipto,
grandes ejércitos permanentes se hallan bajo el mando de los
ingleses; casi todas nuestras guerras de conquista en África,
con excepción del Sur, han sido llevadas a cabo para nosotros
por los indígenas”.
La perspectiva del reparto de China suscita en Hobson la si-
guiente apreciación económica:
“La mayor parte de la Europa occidental podría tomar en-
tonces el aspecto y el carácter que tienen actualmente ciertas
partes de esos países: el sur de Inglaterra, la Riviera, los sitios
de Italia y Suiza más frecuentados por los turistas y poblados
por ricachos, es decir: un puñado de ricos aristócratas que per-
cibirían dividendos y pensiones del Lejano Oriente, con un
grupo un poco más considerable de empleados y de comer-
ciantes y un número mayor de domésticos y de obreros ocupa-
dos en la industria del transporte y en la industria dedicada a la
última fase de preparación de artículos de fácil alteración. En
cambio, las ramas principales de la industria desaparecerían y
los productos alimenticios de gran consumo, los artículos se-
mi-manufacturados corrientes afluirían, como un tributo, de
Asia y África... He aquí qué posibilidades abre ante nosotros
una alianza más vasta de los Estados occidentales una federa-
ción europea de las grandes potencias: dicha federación no
sólo no haría avanzar la civilización mundial, sino que podría
implicar un peligro gigantesco de parasitismo occidental: for-
mar un grupo de naciones industriales avanzadas, cuyas clases
superiores percibirían enormes tributos de Asia y África, por
medio de los cuales mantendrían a grandes masas domestica-
das de empleados y criados, ocupados no ya en la producción
agrícola e industrial de artículos de gran consumo, sino en el
servicio personal o en el trabajo industrial secundario, bajo el
control de una nueva aristocracia financiera. Que los que se
hallan dispuestos a rechazar esta teoría [debería decirse: pers-
pectiva], como poco digna de ser examinada, reflexionen so-

99
bre las condiciones económicas y sociales de las regiones del
sur de Inglaterra que se hallan ya en esta situación. Que pien-
sen en las proporciones enormes que podría adquirir dicho sis-
tema, si China fuese sometida al control económico de tales
grupos financieros, de los ‘capital inversor’, de sus agentes
políticos y empleados comerciales e industriales, que agotarán
el más grande depósito potencial de beneficios que jamás ha
conocido el mundo, con objeto de consumir dichos beneficios
en Europa. Naturalmente, la situación es excesivamente com-
pleja, el juego de las fuerzas mundiales es demasiado difícil de
calcular para que resulte muy verosímil esa u otra interpreta-
ción única del futuro. Pero las influencias que inspiran al im-
perialismo de la Europa occidental en la actualidad se orientan
en este sentido, y si no chocan con una resistencia, si no son
desviadas hacia otra parte, se desarrollarán precisamente en el
sentido de la culminación de este proceso”.*
El autor tiene toda la razón: si las fuerzas del imperialismo no
tropezaran con resistencia alguna, conducirían indefectiblemente a
esto. La significación de los “Estados Unidos de Europa”, en la si-
tuación imperialista actual, es apreciada acertadamente por este au-
tor. Convendría únicamente añadir que también en el interior del
movimiento obrero, los oportunistas, temporalmente vencedores
ahora en la mayoría de los países, “trabajan” de una manera sis-
temática y firme precisamente en esta dirección. El imperialismo,
que significa el reparto del mundo y la explotación no sólo de China
e implica ganancias monopolistas elevadas para un puñado de paí-
ses los más ricos, crea la posibilidad económica de la corrupción de
las capas superiores del proletariado y con ello nutre, da forma, re-
fuerza el oportunismo. Lo que no hay que olvidar son las fuerzas
que contrarrestan al imperialismo en general y al oportunismo en
particular, y que, naturalmente, no puede ver el social-liberal Hob-
son.
El oportunista alemán Gerhard Hildebrand, el cual fue a su
tiempo excluido del Partido por su defensa del imperialismo y que
en la actualidad podría ser jefe del llamado Partido “Socialdemócra-
ta” de Alemania, completa muy bien a Hobson al preconizar los
“Estados Unidos de Europa occidental” (sin Rusia), con el objeto de
llevar a cabo una acción “común”... contra los negros africanos,

*
Hobson, obra cit., págs. 103, 205, 144, 335, 386
100
contra el “gran movimiento islamita”, para mantener “un fuerte
ejército y una escuadra potente” contra la “coalición chino-
japonesa”, etc.*
La descripción del “imperialismo británico” que nos da Schul-
ze-Gaevernitz nos muestra los mismos rasgos de parasitismo. La
renta nacional de Inglaterra, en el período de 1865-1898, casi se
duplicó mientras que la renta procedente “del extranjero”, durante
ese mismo período, aumentó en nueve veces. Si el “mérito” del im-
perialismo consiste en que “educa al negro para el trabajo” (no es
posible evitar la coerción. . .), el “peligro” del imperialismo consiste
en que “Europa descargue el trabajo físico – al principio el agrícola
y el minero, después el trabajo industrial más brutal – sobre las es-
paldas de la población de color, y se reserve para sí el papel de ren-
tista, preparando acaso, de este modo, la emancipación económica
y, después, política de las razas de color”.
En Inglaterra, se priva a la agricultura de una parte de tierra ca-
da día mayor para dedicarla al deporte, a las diversiones de los rica-
chos. Por lo que se refiere a Escocia – el sitio más aristocrático para
la caza y otros deportes – se dice que “vive de su pasado y de mister
Carnégie” (multimillonario norteamericano). Sólo en las carreras de
caballos y en la caza de zorros gasta anualmente Inglaterra 14 mi-
llones de libras esterlinas (unos 130 millones de rublos). El número
de rentistas ingleses es de cerca de un millón. El tanto por ciento de
la población productora disminuye:

Población de Número de obreros


Tanto por cien-
Inglaterra (en en las ramas princi-
Años to con respecto
millones de habi- pales de la industria
a la población
tantes) (en millones)

1851 17,9 4,1 23%

1901 32,5 4,9 15%

El investigador burgués del “imperialismo británico de princi-


pios del siglo XX”, al hablar de la clase obrera inglesa, se ve obli-
gado a establecer sistemáticamente una diferencia entre las “capas

*
Gerhard Hildebrand, “Die Erschutterung der Industrieherrschaft
und des Industriesozialismus”, 1910, págs. 229 y siguientes.
101
superiores” de los obreros y la “capa proletaria inferior propiamen-
te dicha”. La capa superior suministra la masa de los miembros de
las cooperativas y de los sindicatos, de las sociedades deportivas y
de las numerosas sectas religiosas. El derecho electoral se halla
adaptado al nivel de dicha categoría. Dicho derecho sigue siendo en
Inglaterra ¡¡”lo suficientemente limitado para excluir a la capa pro-
letaria interior propiamente dicha”!! Para colorear la situación de
la clase obrera inglesa, ordinariamente se habla sólo de dicha capa
superior, la cual constituye la minoría del proletariado: por ejemplo,
“la cuestión del paro forzoso es principalmente un problema que
afecta a Londres y a la capa proletaria inferior, de la cual los políti-
cos hacen poco caso “...* Se debería decir: de la cual los politicas-
tros burgueses y los oportunistas “socialistas” hacen poco caso.
Entre las particularidades del imperialismo relacionadas con los
fenómenos de que hemos hablado, figura la disminución de la emi-
gración de los países imperialistas y el aumento de la inmigración
(afluencia de obreros y transmigraciones) a estos últimos, proceden-
te de los países más atrasados, donde el nivel de los salarios es más
bajo. La emigración de Inglaterra, como lo hace observar Hobson,
disminuye a partir de 1884: en este año, el número de emigrantes
fue de 242.000, y de 169.000 en 1900. La emigración de Alemania
alcanzó el máximo entre 1881 y 1890: 1.453.000, descendiendo en
las dos décadas siguientes hasta 544.000 y 341.000. Por el contra-
rio, aumentó el número de obreros llegados a Alemania procedentes
de Austria, Italia, Rusia y otros países. Según el censo de 1907, en
Alemania había 1.342.294 extranjeros, de los cuales 440.800 eran
obreros industriales y 257.329 agrícolas.† En Francia, una “parte
considerable” de los obreros mineros está constituida por extranje-
ros: polacos, italianos, españoles.‡ En los Estados Unidos, los inmi-
grados de la Europa oriental y meridional ocupan los puestos peor
retribuidos, mientras que los obreros norteamericanos suministran el
tanto por ciento mayor de capataces y de los obreros que tienen un
trabajo mejor retribuido.§ El imperialismo tiene la tendencia a for-
mar categorías privilegiadas también entre los obreros y a divorciar-
las de la gran masa del proletariado.

*
Schulze-Gaevernitz, “Britischer Imperialismus”, pág. 301.

“Statistik des Deutschen Reichs”, vol. 211.

Henger, “Die Kapitalsanlage der Franzosen”, Stuttgart, 1913.
§
Hourvich, “Immigration and Labor”, New York, 1913.
102
Es preciso hacer notar que, en Inglaterra, la tendencia del impe-
rialismo a escindir a los obreros y a acentuar el oportunismo entre
ellos, a engendrar una descomposición temporal del movimiento
obrero, se manifestó Mucho antes de fines del siglo XIX y comien-
zos del siglo XX. Esto se explica porque, desde mediados del siglo
pasado, existían en Inglaterra dos importantes rasgos distintivos del
imperialismo: inmensas posesiones coloniales y situación de mono-
polio en el mercado mundial. Durante decenas de años, Marx y En-
gels estudiaron sistemáticamente ese lazo existente entre el oportu-
nismo en el movimiento obrero y las particularidades imperialistas
del capitalismo inglés. Engels escribía, por ejemplo, a Marx el 7 de
octubre de 1858:
“El proletariado inglés se va aburguesando de hecho cada
día más; por lo que se ve, esta nación, la más burguesa de to-
das, aspira a tener, en resumidas cuentas, al lado de la bur-
guesía una aristocracia burguesa y un proletariado burgués.
Naturalmente, por parte de una nación que explota al mundo
entero, esto es, hasta cierto punto, lógico”.
Casi un cuarto de siglo después, en su carta del 11 de agosto de
1881, habla de “las peores trade-uniones inglesas que consienten ser
dirigidas por individuos vendidos a la burguesía o que, por lo me-
nos, son pagados por ella”. Y en la carta del 12 de septiembre de
1882 a Kautsky, Engels escribía:
“Me pregunta usted qué piensan los obreros ingleses acer-
ca de la política colonial. Lo mismo que piensan de la política
en general. Aquí no hay un partido obrero, no hay más que ra-
dicales conservadores y liberales, y los obreros se aprovechan,
junto con ellos, con la mayor tranquilidad, del monopolio co-
lonial de Inglaterra y de su monopolio en el mercado mun-
dial”*. [Engels desarrolla la misma idea en el prólogo a la se-
gunda edición de “La situación de la clase obrera en Inglate-
rra”, 1892.]
He aquí, claramente indicadas, las causas y las consecuencias.
Causas: 1) explotación del mundo entero por dicho país; 2) su situa-

*
“Briefwechsel von Marx und Engels”, vol. II, pág. 290; IV, pág.
453; K. Kautsky, “Sozialismus und Kolonialpolitik”, Berlín, 1907, pág.
79. Este folleto fue escrito en los tiempos, tan remotos ya, en que
Kautsky era marxista.
103
ción de monopolio en el mercado mundial; 3) su monopolio colonial.
Consecuencias: 1) aburguesamiento de una parte del proletariado
inglés; 2) una parte de dicho proletariado se deja dirigir por gentes
compradas por la burguesía o, cuando menos, pagadas por la misma.
El imperialismo de comienzos del siglo XX terminó el reparto del
mundo entre un puñado de Estados, cada uno de los cuales explota
actualmente (en el sentido de la obtención de súper-ganancias) una
parte “del mundo entero” poco más pequeña que la que explotaba
Inglaterra en 1858; cada uno de ellos ocupa una posición de monopo-
lio en el mercado mundial, gracias a los trusts, a los cartels, al capital
financiero, a las relaciones entre acreedor y deudor; cada uno de ellos
dispone hasta cierto punto de un monopolio colonial (como hemos
visto, de los 75 millones de kilómetros cuadrados de todas las colo-
nias del mundo, 65 millones, es decir, el 86%, se hallan concentrados
en manos de seis potencias; 61 millones, esto es, el 81%, están con-
centrados en manos de tres potencias).
El rasgo distintivo de la situación actual consiste en la existen-
cia de condiciones económicas y políticas tales, que forzosamente
han tenido que acentuar la inconciliabilidad del oportunismo con los
intereses generales y vitales del movimiento obrero: el imperialismo
embrionario se ha convertido en un sistema dominante; los monopo-
lios capitalistas han pasado al primer plano en la economía nacional
y en la política; el reparto del mundo se ha llevado a su término;
pero, por otra parte, en vez del monopolio indiviso de Inglaterra,
vemos la lucha por la participación en él entre un pequeño número
de potencias imperialistas, lucha que caracteriza todo el comienzo
del siglo XX. El oportunismo no puede ahora resultar completamen-
te victorioso en el movimiento obrero de un país durante decenas de
años, como triunfó en Inglaterra durante la segunda mitad del siglo
XIX, pero, en una serie de países, ha alcanzado su plena madurez, la
ha sobrepasado y se ha descompuesto, fundiéndose del todo, bajo la
forma del social-chovinismo, con la política burguesa.*

*
* El social-chovinismo ruso de los señores Pótresov, Chjenkeli,
Máslov y otros, lo mismo en su forma franca, como en su forma encu-
bierta (señores Chjeidse, Skóbelev, Axelrod, Mártov, etc.), también
nació de la variedad rusa del oportunismo: el liquidacionismo.
104
IX. LA CRÍTICA DEL IMPERIALISMO
Entendemos la crítica del imperialismo en el sentido amplio de
esta palabra, como posición de las distintas clases de la sociedad
ante la política del imperialismo en relación con la ideología general
de las mismas.
Las gigantescas proporciones del capital financiero, concentra-
do en unas pocas manos, que ha creado una red extraordinariamente
vasta y densa de relaciones y enlaces, que ha sometido no sólo a la
masa de los capitalistas y empresarios medianos y pequeños, sino a
los más insignificantes, por una parte, y la exacerbación, por otra,
de la lucha con otros grupos nacionales de financieros por el reparto
del mundo y por el dominio sobre otros países: todo esto provoca el
paso en bloque de todas las clases poseyentes al lado del imperia-
lismo. El signo de nuestro tiempo es el entusiasmo “general” por las
perspectivas de este último, la defensa porfiada del mismo, su em-
bellecimiento por todos los medios. La ideología imperialista pene-
tra, incluso, en el seno de la clase obrera, la cual no está separada de
las demás clases por una muralla china. Si los jefes del llamado Par-
tido “Socialdemócrata” actual de Alemania han sido con justicia
calificados de “social-imperialistas”, esto es, de socialistas de pala-
bra e imperialistas de hecho, Hobson hacía notar ya en 1902 la exis-
tencia de “imperialistas fabianos” en Inglaterra, pertenecientes a la
oportunista “Sociedad Fabiana”.
Los sabios y los publicistas burgueses ordinariamente defienden
el imperialismo en una forma un poco encubierta, velando la domi-
nación completa del imperialismo y sus raíces profundas, esforzán-
dose en colocar en primer plano las particularidades y los detalles
secundarios, esforzándose en distraer la atención de lo esencial por
medio de proyectos de “reformas” faltos de toda seriedad, tales co-
mo el control policiaco de los trusts o de los bancos, etc. Es menos
frecuente que den abiertamente la cara los imperialistas cínicos,
declarados, que tienen el valor de considerar como absurda la idea
de reformar las características fundamentales del imperialismo.
Daremos un ejemplo. Los imperialistas alemanes, en las edicio-
nes del “Archivo de la Economía Mundial”, se esfuerzan en seguir
de cerca los movimientos de liberación nacional de las colonias,
particularmente, como es natural, de las no alemanas, señalan la
fermentación y las protestas en la India, el movimiento en Natal
(África del Sur), en la India holandesa, etc. Uno de ellos, en una

105
nota a propósito de una publicación inglesa que informaba sobre la
Conferencia de naciones y razas sometidas, que se celebró del 28 al
30 de junio de 1910 y en la cual participaron representantes de dis-
tintos pueblos de Asia, África y Europa que se hallan bajo la domi-
nación extranjera, al comentar los discursos pronunciados en dicha
Conferencia, se expresa así:
“Hay que luchar contra el imperialismo, se nos dice; los
Estados dominantes deben reconocer el derecho a la indepen-
dencia de los pueblos sometidos; un tribunal internacional de-
be velar por el cumplimiento de los tratados concertados entre
las grandes potencias y los pueblos débiles. La Conferencia no
va más allá de esos buenos deseos. No vemos ni la menor hue-
lla de comprensión de la verdad de que el imperialismo está
indisolublemente ligado al capitalismo en su forma actual ni,
por tanto, la menor huella de comprensión de que, por ello (¡¡
!!), la lucha directa contra el imperialismo está condenada al
fracaso, a no ser que la lucha se limite a protestas contra exce-
sos aislados particularmente odiosos”.*
Como la enmienda reformista de las bases del imperialismo es
un engaño, un “buen deseo”, como los representantes burgueses de
las naciones oprimidas no van “más allá”, hacia adelante, el repre-
sentante burgués de la nación opresora va “más allá”, hacia atrás,
hacia el servilismo con respecto al imperialismo, cubierto con una
pretensión de “cientifismo”. ¡Vaya una “lógica”!
Las cuestiones esenciales en la crítica del imperialismo son la
de saber si es posible modificar con reformas las bases del imperia-
lismo, la de saber si hay que seguir adelante desarrollando la exa-
cerbación y el ahondamiento de las contradicciones engendradas
por el mismo o hay que retroceder, atenuando dichas contradiccio-
nes. Como las particularidades políticas del imperialismo son la
reacción en toda la línea y la intensificación del yugo nacional como
consecuencia del yugo de la oligarquía financiera y la supresión de
la libre concurrencia, a principios del siglo XX, en casi todos los
países imperialistas, aparece una oposición democrática pequeño-
burguesa al imperialismo. Y la ruptura con el marxismo por parte de
Kautsky y de la vasta corriente internacional del kautskismo consis-
te precisamente en que Kautsky no sólo no se ha preocupado, no ha

*
“Weltwirtschaftliches Archiv”, vol. II, pág. 193.
106
sabido enfrentarse a esa oposición pequeñoburguesa, reformista, en
lo económico fundamentalmente reaccionaria, sino que, por el con-
trario, se ha fundido prácticamente con ella.
En los Estados Unidos, la guerra imperialista de 1898 contra
España provocó una oposición de los “antiimperialistas”, los últi-
mos mohicanos de la democracia burguesa, los cuales calificaban de
“criminal” dicha guerra, consideraban como una violación de la
Constitución la anexión de tierras ajenas, denunciaban como “un
engaño de los patrioteros” la actitud hacia el jefe de los indígenas
filipinos Aguinaldo (al cual prometieron la libertad de su país y
después desembarcaron tropas norteamericanas y se anexionaron las
Filipinas), citaban las palabras de Lincoln: “cuando el blanco se
gobierna a sí mismo, esto se llama autonomía; cuando se gobierna a
sí mismo y, al mismo tiempo, gobierna a otros, no es ya autonomía,
esto se llama despotismo”.* Pero mientras toda esa crítica tenía
miedo de reconocer el lazo indisoluble existente entre el imperia-
lismo y los trusts, y, por consiguiente, entre el imperialismo y los
fundamentos del capitalismo; mientras temía unirse a las fuerzas
engendradas por el gran capitalismo y su desarrollo, no pasaba de
ser una “aspiración inocente”.
Igual es la posición fundamental de Hobson en su crítica del
imperialismo. Hobson se ha anticipado a Kautsky al levantarse con-
tra la “inevitabilidad del imperialismo” y al invocar la necesidad de
“elevar la capacidad de consumo” de la población (¡bajo el régimen
capitalista!). Mantienen una posición pequeñoburguesa en la crítica
del imperialismo, de la omnipotencia de los bancos, de la oligarquía
financiera, etc., Agahd, A. Lansburgh, L. Eschwege, citados reitera-
das veces por nosotros, y, entre los escritores franceses, Víctor
Bérard, autor de la obra superficial “Inglaterra y el imperialismo”,
aparecida en 1900. Todos ellos, sin ninguna pretensión de marxis-
mo, ni mucho menos, oponen al imperialismo la libre concurrencia
y la democracia, condenan la aventura del ferrocarril de Bagdad,
que conduce a conflictos y a la guerra, manifiestan “aspiraciones
inocentes” de paz, etc., incluso el estadístico de las emisiones inter-
nacionales, A. Neymarck, el cual, calculando los centenares de mi-
les de millones de francos de valores “internacionales”, exclamaba,
en 1912: “¿Es posible concebir que la paz pueda ser violada. . . ,

*
J. Patouillet, “L’impérialisme américain”, Dijon, 1904, pág. 272.
107
que con unas cifras tan enormes el mundo se arriesgue a provocar la
guerra?”*
Por parte de los economistas burgueses esa ingenuidad no tiene
nada de sorprendente; además, para ellos es ventajoso aparecer tan
ingenuos y hablar “seriamente” de la paz bajo el imperialismo. Pero
¿qué es lo que le queda del marxismo a Kautsky, cuando en 1914,
1915 y 1916 adopta ese mismo punto de vista burgués-reformista y
afirma que “todo el mundo está de acuerdo” (imperialistas, pseudo-
socialistas y social-pacifistas) en lo que se refiere a la paz? En vez
de analizar y de poner al descubierto en toda su profundidad las
contradicciones del imperialismo, vemos únicamente la “aspiración
inocente” reformista de evitarlas, de deshacerse de ellas.
He aquí una pequeña muestra de la crítica económica del impe-
rialismo por Kautsky. Este toma los datos sobre la exportación y la
importación de Inglaterra en Egipto en 1872 y 1912: resulta que esa
exportación e importación aumentó menos que la exportación y la
importación generales de Inglaterra. Y Kautsky saca de ello la con-
clusión siguiente:
“No tenemos fundamento alguno para suponer que, sin la
ocupación militar de Egipto, el comercio con dicho país hubie-
ra crecido menos bajo la influencia del simple peso de los fac-
tores económicos”. “Como mejor puede el capital realizar su
tendencia a la expansión es, no por medio de los métodos vio-
lentos del imperialismo, sino por la democracia pacífica”.†
Este razonamiento de Kautsky, repetido en todos los tonos por
su escudero ruso (y encubridor ruso de los social-chovinistas), señor
Spectator,13 constituye la base de la crítica kautskiana del imperia-
lismo y por esto debemos detenernos más detalladamente en él.
Empecemos por una cita de Hilferding, cuyas conclusiones Kautsky
ha declarado muchas veces, por ejemplo, en abril de 1915, que eran
“aceptadas unánimemente por todos los teóricos socialistas”.
“No incumbe al proletariado – dice Hilferding – oponer a
la política capitalista más progresiva la era del librecambio,
que se ha quedado atrás, y la actitud hostil frente al Estado. La

*
Bulletin de l’Institut International de Statistique, t. XIX, libro II,
pág. 225.

Kautsky, “Nationalstaat, imperiaíistischer Staat und
Staatenbund”, Nürnberg, 1915, págs. 72 y 70.
108
respuesta del proletariado a la política económica del capital
financiero, al imperialismo, puede ser no el librecambio, sino
solamente el socialismo. El fin de la política proletaria no
puede ser actualmente la restauración de la libre concurrencia
– que se ha convertido en un ideal reaccionario –, sino única-
mente la destrucción completa de la competencia por medio de
la supresión del capitalismo”.*

Kautsky ha roto con el marxismo al defender para la


época del capital financiero un “ideal reaccionario”,
la “democracia pacífica”, “el simple peso de los fac-
tores económicos”, pues este ideal arrastra objeti-
vamente hacia atrás, del capitalismo monopolista al
capitalismo no monopolista, y es un engaño refor-
mista.

El comercio con Egipto (o con otra colonia o semi-colonia)


“hubiera crecido” más sin la ocupación militar, sin el imperialismo,
sin el capital financiero. ¿Qué significa esto? ¿Que el capitalismo se
desarrollaría más rápidamente si la libre concurrencia no se viera
limitada por los monopolios en general ni por las “relaciones” o el
yugo (esto es, monopolio asimismo) del capital financiero, ni por la
posesión monopolista de las colonias por parte de países aislados?
Los razonamientos de Kautsky no pueden tener otro sentido, y
este “sentido” es un sin sentido. Admitamos que sí, que la libre con-
currencia, sin monopolios de ninguna especie desarrollaría el capi-
talismo y el comercio más rápidamente. Pero cuanto más rápido es
el desarrollo del comercio y del capitalismo, más intensa es la con-
centración de la producción y del capital, que engendra el monopo-
lio. ¡Y los monopolios han nacido y a precisamente de la libre con-
currencia! Aun en el caso de que los monopolios retrasaran actual-
mente el desarrollo, esto no sería, a pesar de todo, un argumento en
favor de la libre concurrencia, la cual es imposible después de haber
engendrado los monopolios.
Por más vueltas que deis a los razonamientos de Kautsky, no
hallaréis en él más que reaccionarismo y reformismo burgués.

*
“El capital financiero”, pág. 567.
109
Si se corrige este razonamiento y se dice, como Spectator, que
el comercio de las colonias inglesas con Inglaterra se desarrolla en
la actualidad más lentamente que con otros países, esto tampoco
salva a Kautsky, pues Inglaterra va siendo batida también por el
monopolio, también por el imperialismo, pero de otros países (Esta-
dos Unidos, Alemania). Es sabido que los cartels han conducido al
establecimiento de aranceles proteccionistas de un tipo nuevo, ori-
ginal: se protegen (como lo hizo ya observar Engels en el III tomo
de “El Capital”) precisamente los productos susceptibles de ser ex-
portados. Es conocido asimismo el sistema, propio de los cartels y
del capital financiero, de “exportación a precios tirados”, el “dum-
ping”, como dicen los ingleses: en el interior del país, el cartel ven-
de sus productos a un precio monopolista elevado, y en el extranjero
los vende a un precio tres veces más bajo con objeto de arruinar al
competidor, ampliar hasta el máximo su propia producción, etc. Si
Alemania desarrolla más rápidamente que Inglaterra su comercio
con las colonias inglesas, esto demuestra solamente que el imperia-
lismo alemán es más lozano, más fuerte, mejor organizado que el
inglés, superior a él, pero no demuestra, ni mucho menos, la “pre-
ponderancia” del librecambio porque no es él el que lucha contra el
proteccionismo, contra la dependencia colonial, sino que un impe-
rialismo lucha contra otro, un monopolio contra otro, un capital fi-
nanciero contra otro. La preponderancia del imperialismo alemán
sobre el inglés es más fuerte que la muralla de las fronteras colonia-
les o de los aranceles proteccionistas: sacar de ahí un “argumento”
en favor del librecambio y de la “democracia pacífica” equivale a
sostener una trivialidad, a olvidar los rasgos y las propiedades fun-
damentales del imperialismo, a sustituir el marxismo por el refor-
mismo pequeñoburgués.
Es interesante hacer notar que incluso el economista burgués A.
Lansburgh, que critica el imperialismo de una manera tan pequeño-
burguesa como Kautsky, ha elaborado, sin embargo, de un modo
más científico que él los datos de la estadística comercial. Lans-
burgh no sólo ha comparado un país tomado al azar, y no sólo una
colonia con los demás países, sino la exportación de un país impe-
rialista: 1) en los países que dependen financieramente de él, que
han recibido empréstitos, y 2) en los países financieramente inde-
pendientes. El resultado obtenido es el siguiente:

110
EXPORTACIÓN DE ALEMANIA
(en millones de marcos)
A los países financieramente dependientes de Alemania

Países 1889 1908 Aumento

Rumania 48,2 70,8 47%


Portugal 19,0 32,8 73%
Argentina 60,7 147,0 143%
Brasil 48,7 84,5 73%
Chile 28,3 52,4 85%
Turquía 29,9 64,0 114%

Total 234,8 451,5 92%

A los países financieramente independientes de Alemania

Países 1889 1908 Aumento

Gran Bretaña 651,8 997,4 53%


Francia 210,2 437,9 108%
Bélgica 137,2 322,8 135%
Suiza 177,4 401,1 127%
Australia 21,2 64,5 205%
India holandesa 8,8 40,7 363%

Total 1,206.6 2,264.4 87%

Lansburgh no dedujo las conclusiones, y por esto no se dio


cuenta, lo que es algo extraño, de que si estas cifras demuestran al-
go es precisamente contra él, pues la exportación a los países finan-
cieramente dependientes ha crecido, a pesar de todo, más rápida-
mente, aunque no de un modo muy considerable, que la exportación
a los países financieramente independientes (subrayamos “si” por-
que la estadística de Lansburgh dista mucho de ser completa).

111
Refiriéndose a la relación existente entre la exportación y los
empréstitos, Lansburgh dice:
“En 1890-91, fue concertado el empréstito rumano por
mediación de los bancos alemanes, los cuales, en los años an-
teriores, adelantaban ya dinero a cuenta del mismo. El emprés-
tito sirvió principalmente para la adquisición de material fe-
rroviario, el cual se recibía de Alemania. En 1891, la exporta-
ción alemana a Rumania fue de 55 millones de marcos. Al año
siguiente descendió hasta 39,4 y, con intervalos, hasta 25,4
millones, en 1900. Únicamente en estos últimos años ha sido
nuevamente alcanzado el nivel de 1891, gracias a otros dos
nuevos empréstitos.
La exportación alemana a Portugal aumentó, a conse-
cuencia de los empréstitos de 1888-89, hasta 21,1 millones de
marcos (1890); después, en los dos años siguientes, descendió
hasta 16,2 y 7,4 millones, y alcanzó su antiguo nivel única-
mente en 1903.
Son todavía más expresivos los datos relativos al comer-
cio germano-argentino. A consecuencia de los empréstitos de
1888 y 1890, la exportación alemana a la Argentina alcanzó,
en 1889, la cifra de 60,7 millones de marcos. Dos años más
tarde, la exportación era sólo de 18,6 millones, esto es, menos
de la tercera parte. Sólo en 1901 es alcanzado y superado el
nivel de 1889, como resultado de los nuevos empréstitos del
Estado y municipales, de la entrega de dinero para la construc-
ción de centrales eléctricas y de otras operaciones de crédito.
La exportación a Chile aumentó, a consecuencia del
empréstito de 1889, hasta 45,2 millones de marcos (1892) y
descendió un año después a 22,5 millones. Después de un
nuevo empréstito, concertado por medio de los bancos alema-
nes en 1906, la exportación se elevó hasta 84,7 millones de
marcos (1907), para descender de nuevo a 52,4 millones en
1908”.*
Lansburgh deduce de estos hechos una divertida moral peque-
ñoburguesa: cuán inconsistente y desigual es la exportación relacio-
nada con los empréstitos, lo mal que está exportar capitales al ex-
tranjero en vez de desarrollar la industria patria de un modo “natu-
ral” y “armónico”, lo “caras” que le resultan a Krupp las propinas

*
“Die Bank”, 1909, II, págs. 819 y siguientes.
112
de muchos millones al ser concertados los empréstitos extranjeros,
etc. Pero los hechos hablan con claridad: el aumento de la exporta-
ción está precisamente relacionado con las maquinaciones del capi-
tal financiero, que no se preocupa de la moral burguesa y saca al
buey dos cueros: primero, el beneficio del empréstito, y segundo, un
beneficio de ese mismo empréstito, cuando éste es invertido en la
compra de los artículos de Krupp o de material ferroviario del sindi-
cato del acero, etc.
Repetimos que no consideramos perfecta, ni mucho menos, la
estadística de Lansburgh, pero era indispensable reproducirla, por-
que es más científica que la de Kautsky y de Spectator, ya que
Lansburgh indica una manera justa de enfocar la cuestión. Para ra-
zonar sobre la significación del capital financiero en lo que se refie-
re a la exportación, etc. es indispensable saber destacar ésta especial
y únicamente en su relación con las maquinaciones de los financie-
ros, especial y únicamente en su relación con la venta de los produc-
tos de los cartels, etc. Limitarse a comparar sencillamente las colo-
nias en general con los países no coloniales, un imperialismo con
otro, una semi-colonia o colonia (Egipto) con todos los demás paí-
ses significa dejar de lado y escamotear precisamente la esencia de
la cuestión.
La crítica teórica del imperialismo hecha por Kautsky no tiene
nada de común con el marxismo; sirve únicamente como punto de
partida para predicar la paz y la unidad con los oportunistas y los
social-chovinistas, porque dicha crítica deja de lado y escamotea
justamente las contradicciones más profundas y radicales del impe-
rialismo: las contradicciones entre los monopolios y la libre concu-
rrencia que existe paralelamente con ellos, entre las “operaciones”
gigantescas (y las ganancias gigantescas) del capital financiero y el
comercio “honrado” en el mercado libre, entre los cartels y trusts,
de una parte, y la industria no cartelizada, por otra, etc.
Lleva absolutamente el mismo sello reaccionario la famosa te-
oría del “ultra-imperialismo”, inventada por Kautsky. Comparad su
razonamiento sobre este tema en 1915 con el de Hobson en 1902:
Kautsky:
“...¿No puede la política imperialista actual ser desalojada
por otra nueva, ultra-imperialista, que colocaría en el sitio de
la lucha de los capitales financieros nacionales entre sí la ex-
plotación común de todo el mundo por el capital financiero
unido internacionalmente? Una semejante nueva fase del capi-
113
talismo, en todo caso, es concebible. La ausencia de premisas
suficientes impide afirmar si es realizable o no”.*
Hobson:
“El cristianismo, que se ha consolidado en un número li-
mitado de grandes imperios federales, cada uno de los cuales
dispone de varias colonias no civilizadas y de varios países
dependientes, les parece a muchos como la evolución más
legítima de las tendencias actuales, una evolución, además,
que haría concebir las mayores esperanzas en una paz perma-
nente sobre la base sólida del inter-imperialismo”.
Kautsky califica de ultra-imperialismo o súper-imperialismo lo
que Hobson, 13 años antes, calificaba de inter-imperialismo. Si ex-
ceptuamos la creación de una nueva y sapientísima palabreja por
medio de la sustitución de un prefijo latino por otro, el progreso del
pensamiento “científico” en Kautsky consiste únicamente en la pre-
tensión de hacer pasar por marxista lo que Hobson describe, en
esencia, como manifestación hipócrita de los curitas ingleses. Des-
pués de la guerra anglo-bóer era natural que este honorable esta-
mento dirigiera sus mayores esfuerzos en el sentido de consolar a
los pequeños burgueses y a los obreros ingleses, los cuales habían
tenido no pocos muertos en los combates surafricanos y fueron
obligados a pagar impuestos elevados a fin de garantizar mayores
utilidades a los financieros ingleses. Y ¿qué consuelo podía ser ma-
yor que el de que el imperialismo no era tan malo, que se hallaba
muy cerca del inter o ultra-imperialismo, capaz de asegurar la paz
permanente? Cualesquiera que fueran las buenas intenciones de los
curitas ingleses o del dulzón de Kautsky, el sentido objetivo, esto
es, el verdadero sentido social de su “teoría” es uno, y sólo uno: el
consuelo archi-reaccionario de las masas por medio de la esperanza
en la posibilidad de la paz permanente bajo el capitalismo, distra-
yendo la atención de las agudas contradicciones y de los agudos
problemas de la actualidad y dirigiendo dicha atención hacia las
falsas perspectivas de un pretendido nuevo “ultra-imperialismo”
futuro. Excepción hecha del engaño de las masas, la teoría “marxis-
ta” de Kautsky no da más de sí.
En efecto, basta confrontar con claridad los hechos generalmen-
te conocidos, indiscutibles, para convencerse hasta qué punto son

*
“Neue Zeit”, 30 de abril, 1915, pág. 144.
114
falsas las perspectivas que Kautsky se esfuerza en inculcar a los
obreros alemanes (y a los de todos los países). Tomemos el ejemplo
de la India, de la Indochina y de China. Es sabido que esos tres paí-
ses coloniales y semi-coloniales, con una población de 600 a 700
millones de almas, se hallan sometidos a la explotación del capital
financiero de varias potencias imperialistas: Inglaterra, Francia,
Japón, Estados Unidos, etc. Supongamos que dichos países imperia-
listas forman alianzas, los unos contra los otros, con objeto de de-
fender o extender sus posesiones, sus intereses y sus “esferas de
influencia” en los mencionados países asiáticos. Esas alianzas serán
alianzas “inter” o “ultra-imperialistas”. Supongamos que todas las
potencias imperialistas constituyen una alianza para el reparto
“pacífico” de dichos países asiáticos. Esa será una alianza del “capi-
tal financiero unido internacionalmente”. En la historia del siglo
XX, hallamos ejemplos concretos de una tal alianza, por ejemplo,
en las relaciones de las potencias con China Cabe preguntar: ¿es
“concebible” suponer que, en las condiciones de conservación del
capitalismo (y son precisamente estas condiciones las que presupo-
ne Kautsky), dichas alianzas no sean de corta duración, que exclu-
yan los rozamientos, los conflictos y la lucha en todas las formas
imaginables?
Basta formular claramente la pregunta para que sea imposible
darle otra respuesta que no sea negativa, pues bajo el capitalismo no
se concibe otro fundamento para el reparto de las esferas de influen-
cia, de los intereses, de las colonias, etc., que la fuerza de los parti-
cipantes en el reparto, la fuerza económica general, financiera, mili-
tar, etc. Y la fuerza no se modifica de un modo idéntico en esos par-
ticipantes del reparto, ya que es imposible, bajo el capitalismo, el
desarrollo igual de las distintas empresas, trusts, ramas industriales
y países. Hace medio siglo, la fuerza capitalista de Alemania era de
una absoluta insignificancia en comparación con la de la Inglaterra
de aquel entonces; lo mismo se puede decir del Japón en compara-
ción con Rusia. ¿Es “concebible” que dentro de unos diez o veinte
años, permanezca invariable la correlación de fuerzas entre las po-
tencias imperialistas? Es absolutamente inconcebible.
Por esto, las alianzas “inter-imperialistas” o “ultra-
imperialistas” en la realidad capitalista, y no en la vulgar fantasía
pequeñoburguesa de los curas ingleses o del “marxista” alemán
Kautsky – sea cual fuera su forma: una coalición imperialista contra
otra coalición imperialista, o una alianza general de todas las poten-

115
cias imperialistas – no pueden constituir, inevitablemente, más que
“treguas” entre las guerras. Las alianzas pacíficas preparan las gue-
rras y, a su vez, surgen del seno de la guerra, condicionándose mu-
tuamente, engendrando una sucesión de formas de lucha pacífica y
no pacífica sobre una y la misma base de relaciones imperialistas y
de relaciones recíprocas entre la economía y la política mundiales.
Y el sapientísimo Kautsky, para tranquilizar a los obreros y reconci-
liarlos con los social-chovinistas, que se han pasado a la burguesía,
separa dos eslabones de una sola y misma cadena, separa la actual
alianza pacífica (ultra-imperialista y aun ultra-ultra-imperialista) de
todas las potencias para la “pacificación” de China (acordaos del
aplastamiento de la insurrección de los “boxers”) del conflicto béli-
co de mañana, que preparará para pasado mañana otra alianza “pací-
fica” general para el reparto, supongamos, de Turquía, etc., etc. En
vez del enlace vivo entre los períodos de paz imperialista y de gue-
rras imperialistas, Kautsky ofrece a los obreros una abstracción
muerta, a fin de reconciliarlos con sus jefes muertos.
El norteamericano Hill, en su “Historia de la diplomacia en el
desenvolvimiento internacional de Europa”, indica, en el prólogo,
los períodos siguientes en la historia moderna de la diplomacia: 1)
era de las revoluciones; 2) movimiento constitucional; 3) era del
“imperialismo comercial”* de nuestros días. Otro escritor divide la
historia de la “política mundial” de la Gran Bretaña, a partir de
1870, en cuatro períodos: 1) primer período asiático (lucha contra el
movimiento de Rusia en el Asia Central en dirección a la India); 2)
período africano (aproximadamente, de 1885 a 1902): lucha contra
Francia por el reparto de África (incidente de Fachoda, en 1898, a
punto de producir la guerra con Francia); 3) segundo período asiáti-
co (tratado con el Japón contra Rusia); 4) período “europeo”, carac-
terizado principalmente por la lucha contra Alemania.† “Las esca-
ramuzas políticas de los destacamentos de vanguardia se libran en el
terreno financiero”, escribía ya en 1905 el “financiero” Riesser, in-
dicando cómo el capital financiero francés, al operar en Italia, pre-
paró la alianza política de dichos países, cómo se desarrollaba la
lucha entre Alemania e Inglaterra por Persia, la lucha de todos los
capitales europeos por los empréstitos chinos, etc. He aquí la reali-

*
David Jayne Hill, “A History of the Diplomacy in the interna-
tional development of Europe”, vol. I, pág. 10.

Schilder, obra cit., pág. 178.
116
dad viva de las alianzas “ultra-imperialistas” pacíficas con su indi-
soluble lazo de unión con los conflictos simplemente imperialistas.
La atenuación por Kautsky de las contradicciones más profun-
das del imperialismo, atenuación que se convierte inevitablemente
en un embellecimiento del imperialismo, no pasa sin imprimir su
sello también a la crítica, hecha por este escritor, de las propiedades
políticas del imperialismo. El imperialismo es la época del capital
financiero y de los monopolios, los cuales traen aparejada por todas
partes la tendencia a la dominación y no a la libertad. La reacción
en toda la línea, sea cual fuere el régimen político; la exacerbación
extrema de las contradicciones en esta esfera también: tal es el re-
sultado de dicha tendencia. Particularmente se intensifica también la
opresión nacional y la tendencia a las anexiones, esto es, a la viola-
ción de la independencia nacional (pues la anexión no es sino la
violación del derecho de las naciones a su autodeterminación). Hil-
ferding hace observar con acierto la relación entre el imperialismo y
la intensificación de la opresión nacional:
“En lo que se refiere a los países nuevamente descubiertos
– dice –, el capital importado intensifica las contradicciones y
provoca contra los intrusos una resistencia creciente de los
pueblos, cuya conciencia nacional se despierta; esta resistencia
se puede convertir fácilmente en medidas peligrosas dirigidas
contra el capital extranjero Se revolucionan radicalmente las
viejas relaciones sociales; se desmorona el aislamiento agrario
milenario de las ‘naciones sin historia’, las cuales se ven arras-
tradas a la vorágine capitalista. El propio capitalismo poco a
poco proporciona a los sometidos, medios y procedimientos
adecuados de emancipación. Y dichas naciones formulan el fin
que en otros tiempos era considerado como el más elevado por
las naciones europeas: la creación de un Estado nacional único
como instrumento de libertad económica y cultural. Este mo-
vimiento por la independencia amenaza al capital europeo en
sus zonas de explotación más preciadas, que prometen las
perspectivas más brillantes, y el capital europeo puede mante-
ner su dominación sólo aumentando continuamente sus fuer-
zas militares”.*
A esto hay que añadir que no sólo en los países nuevamente
descubiertos, sino incluso en los viejos, el imperialismo conduce a

*
“El capital financiero”, pág. 487.
117
las anexiones, a la intensificación de la opresión nacional, y por
consiguiente, también, a la intensificación de la resistencia. Al hacer
objeciones a la intensificación de la reacción política por el imperia-
lismo, Kautsky deja en la sombra la cuestión acerca de la imposibi-
lidad de la unidad con los oportunistas en la época del imperialismo,
cuestión que ha adquirido particular importancia vital. Al oponerse
a las anexiones, da a sus objeciones una forma tal, que resulta la
más inofensiva para los oportunistas y fácilmente aceptable por
ellos. Kautsky se dirige directamente al auditorio alemán y, sin em-
bargo, escamotea precisamente lo más esencial y más actual, por
ejemplo, que Alsacia-Lorena es una anexión de Alemania. Para
apreciar esta “desviación del pensamiento” de Kautsky, tomemos un
ejemplo. Supongamos que un japonés condena la anexión de Filipi-
nas por los norteamericanos. Cabe la pregunta: ¿serán muchos los
que crean que esto se hace por hostilidad a las anexiones en general
y no por el deseo del Japón de anexionarse él mismo las Filipinas?
¿Y no será preciso reconocer que la “lucha” del japonés contra las
anexiones puede ser considerada como sincera y políticamente hon-
rada sólo en el caso de que se levante contra la anexión de Corea
por el Japón, de que exija la libertad de Corea de separarse del
Japón?
Tanto el análisis teórico como la crítica económica y política
del imperialismo hechos por Kautsky se hallan totalmente
impregnados de un espíritu en absoluto inconciliable con el
marxismo, de un espíritu que escamotea y pule las contradicciones
más fundamentales, de la tendencia a mantener a toda costa la
unidad, que se está desmoronando, con el oportunismo en el
movimiento obrero europeo.

118
X. EL LUGAR HISTÓRICO DEL IMPERIALISMO
Como hemos visto, el imperialismo, por su esencia económica,
es el capitalismo monopolista. Con ello queda ya determinado el
lugar histórico del imperialismo, pues el monopolio, que nace única
y precisamente de la libre concurrencia, es el tránsito del capitalis-
mo a un orden social-económico más elevado. Hay que poner de
relieve particularmente cuatro variedades principales del monopolio
o manifestaciones principales del capitalismo monopolista carac-
terísticos del período que nos ocupa.
Primero: El monopolio es un producto de la concentración de la
producción en un grado muy elevado de su desarrollo. Son las
alianzas monopolistas de los capitalistas, cartels, sindicatos, trusts.
Hemos visto, qué inmenso papel desempeñan en la vida económica
contemporánea. Hacia principios del siglo XX, alcanzaron pleno
predominio en los países avanzados, y si los primeros pasos en el
sentido de la cartelización fueron dados con anterioridad por los
países con tarifas arancelarias proteccionistas elevadas (Alemania,
Estados Unidos), Inglaterra, con su sistema de librecambio, mostró,
sólo un poco más tarde, ese mismo hecho fundamental: el
nacimiento del monopolio como consecuencia de la concentración
de la producción.
Segundo: Los monopolios han conducido a la conquista
recrudecida de las más importantes fuentes de materias primas,
particularmente para la industria fundamental y más cartelizada de
la sociedad capitalista: la hullera y la siderúrgica. La posesión
monopolista de las fuentes más importantes de materias primas ha
aumentado en proporciones inmensas el poderío del gran capital y
ha agudizado las contradicciones entre la industria cartelizada y la
no cartelizada.
Tercero: El monopolio ha surgido de los bancos, los cuales, de
modestas empresas intermediarias que eran antes, se han convertido
en monopolistas del capital financiero. Tres o cinco bancos más im-
portantes de cualquiera de las naciones capitalistas más avanzadas
han realizado la “unión personal” del capital industrial y bancario,
han concentrado en sus manos miles y miles de millones que consti-
tuyen la mayor parte de los capitales y de los ingresos en dinero de
todo el país. Una oligarquía financiera que tiende una espesa red de
relaciones de dependencia sobre todas las instituciones económicas y

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políticas de la sociedad burguesa contemporánea sin excepción: he
aquí la manifestación de más relieve de este monopolio.
Cuarto: El monopolio ha nacido de la política colonial. A los
numerosos “viejos” motivos de la política colonial, el capital finan-
ciero ha añadido la lucha por las fuentes de materias primas, por la
exportación de capital, por las “esferas de influencia”, esto es, las
esferas de transacciones lucrativas, concesiones, beneficios mono-
polistas, etc., y, finalmente, por el territorio económico en general.
Cuando las potencias europeas ocupaban, por ejemplo, con sus co-
lonias, una décima parte de África, como fue aún el caso en 1876, la
política colonial podía desarrollarse de un modo no monopolista,
por la “libre conquista”, por decirlo así, de territorios. Pero cuando
resultó que las 9/10 de África estaban ocupadas (hacia 1900), cuando
resultó que todo el mundo estaba repartido, empezó inevitablemente
la era de posesión monopolista de las colonias y, por consiguiente,
de lucha particularmente aguda por la partición y el nuevo reparto
del mundo.
Todo el mundo conoce hasta qué punto el capital monopolista
ha agudizado todas las contradicciones del capitalismo. Basta indi-
car la carestía de la vida y el yugo de los cartels. Esta agudización
de las contradicciones es la fuerza motriz más potente del período
histórico de transición iniciado con la victoria definitiva del capital
financiero mundial.
Los monopolios, la oligarquía, la tendencia a la dominación en
vez de la tendencia a la libertad, la explotación de un número cada
vez mayor de naciones pequeñas o débiles por un puñado de nacio-
nes riquísimas o muy fuertes: todo esto ha originado los rasgos dis-
tintivos del imperialismo que obligan a caracterizarlo como capita-
lismo parasitario o en estado de descomposición. Cada día se mani-
fiesta con más relieve, como una de las tendencias del imperialismo,
la creación de “Estados-rentistas”, de Estados-usureros, cuya bur-
guesía vive cada día más de la exportación del capital y de “cortar el
cupón”. Sería un error creer que esta tendencia a la descomposición
descarta el rápido crecimiento del capitalismo. No; ciertas ramas
industriales, ciertos sectores de la burguesía, ciertos países, mani-
fiestan, en la época del imperialismo, con mayor o menor fuerza, ya
una, ya otra de estas tendencias. En su conjunto, el capitalismo cre-
ce con una rapidez incomparablemente mayor que antes, pero este
crecimiento no sólo es cada vez más desigual, sino que esa des-

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igualdad se manifiesta asimismo, de un modo particular, en la des-
composición de los países más fuertes en capital (Inglaterra).
En lo que se refiere a la rapidez del desarrollo económico de
Alemania, el autor de las investigaciones sobre los grandes bancos
alemanes, Riesser, dice:
“El progreso, no muy lento, de la época precedente (1848-
1870) se halla en relación con la rapidez del desarrollo de toda
la economía en Alemania y particularmente de sus bancos en
la época actual (1870-1905), aproximadamente como la rapi-
dez de movimiento de un coche de posta de los viejos buenos
tiempos se halla relacionado con la rapidez del automóvil mo-
derno, el cual lleva una marcha tal, que resulta un peligro tanto
para el tranquilo transeúnte, como para las personas que van
en el automóvil”.
A su vez, ese capital financiero que ha crecido con una rapidez
tan extraordinaria, precisamente porque ha crecido de este modo, no
tiene ningún inconveniente en pasar a una posesión más “pacífica”
de las colonias que deben ser arrebatadas, no sólo por medios pací-
ficos, a las naciones más ricas. Y en los Estados Unidos, el desarro-
llo económico durante estos últimos decenios ha sido aún más rápi-
do que en Alemania, y, precisamente, gracias a esta circunstancia,
los rasgos parasitarios del capitalismo norteamericano contemporá-
neo se han manifestado con particular relieve. De otra parte, la
comparación, por ejemplo, de la burguesía republicana norteameri-
cana con la burguesía monárquica japonesa o alemana muestra que
las más grandes diferencias políticas se atenúan extraordinariamente
en la época del imperialismo no porque, en general, dicha diferencia
no sea importante, sino porque en todos esos casos se trata de una
burguesía con rasgos definidos de parasitismo.
La obtención de elevadas ganancias monopolistas por los capi-
talistas de una de las numerosas ramas de la industria de uno de los
numerosos países, etc., da a los mismos la posibilidad económica de
sobornar a ciertos sectores obreros y, temporalmente, a una minoría
bastante considerable de los mismos, atrayéndolos al lado de la bur-
guesía de una determinada rama industrial o de una determinada
nación contra todas las demás. El antagonismo cada día más intenso
de las naciones imperialistas, provocado por el reparto del mundo,
refuerza esta tendencia. Es así como se crea el lazo entre el imperia-
lismo y el oportunismo, el cual se ha manifestado, antes que en nin-

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guna otra parte y de un modo más claro, en Inglaterra, debido a que
varios de los rasgos imperialistas del desarrollo aparecieron en di-
cho país mucho antes que en otros. A algunos escritores, por ejem-
plo, a L. Mártov, les place esquivar el hecho de la relación entre el
imperialismo y el oportunismo en el movimiento obrero – hecho
que salta actualmente a la vista de un modo particularmente eviden-
te – por medio de razonamientos llenos de “optimismo oficial” (en
el espíritu de Kautsky y Huysmans) tales como: la causa de los ad-
versarios del capitalismo sería una causa perdida si precisamente el
capitalismo avanzado condujera al reforzamiento del oportunismo o
si precisamente los obreros mejor retribuidos se inclinaran al opor-
tunismo, etc. No hay que dejarse engañar sobre la significación de
ese “optimismo”: es un optimismo con respecto al oportunismo, es
un optimismo que sirve de tapadera al oportunismo. En realidad, la
rapidez particular y el carácter singularmente repulsivo del desarro-
llo del oportunismo no sirve en modo alguno de garantía de su vic-
toria sólida, del mismo modo que la rapidez de desarrollo de un tu-
mor maligno en un cuerpo sano no puede hacer más que contribuir a
que dicho tumor reviente más de prisa, a librar del mismo al orga-
nismo. Lo más peligroso en este sentido son las gentes que no dese-
an comprender que la lucha contra el imperialismo, si no se halla
ligada indisolublemente a la lucha contra el oportunismo, es una
frase vacía y falsa.
De todo lo que llevamos dicho más arriba sobre la esencia
económica del imperialismo, se desprende que hay que calificarlo
de capitalismo de transición o, más propiamente, agonizante. Es, en
este sentido, extremadamente instructivo que los términos más co-
rrientes empleados por los economistas burgueses que describen el
capitalismo moderno son: “entrelazamiento”, “ausencia de aisla-
miento”, etc.; los bancos son “unas empresas que, por sus fines y
desarrollo, no tienen un carácter puramente de economía privada,
sino que cada día más se van saliendo de la esfera de la regulación
de la economía puramente privada”. ¡Y es ese mismo Riesser, al
cual pertenecen las últimas palabras, quien con la mayor seriedad
del mundo declara que las “predicciones” de los marxistas respecto
a la “socialización” “no se han realizado”!
¿Qué significa, pues, la palabreja “entrelazamiento”? Dicha pa-
labra expresa únicamente el rasgo más acusado del proceso que se
está desarrollando ante nosotros; muestra que los árboles impiden al
observador ver el bosque, que copia servilmente lo exterior, lo acci-

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dental, lo caótico, indica que el observador es un hombre aplastado
por los materiales y que no comprende nada del sentido y de la sig-
nificación de los mismos. Se “entrelazan casualmente” la posesión
de acciones, las relaciones de los propietarios privados. Pero lo que
constituye la base de dicho entrelazamiento, lo que se halla debajo
del mismo, son las relaciones sociales de la producción que se están
modificando. Cuando una gran empresa se convierte en gigantesca
y organiza sistemáticamente, sobre la base de un cálculo exacto de
múltiples datos, el abastecimiento en la proporción de los 2/3 o de
los 3/4 de la materia prima de todo lo necesario para una población
de varias decenas de millones; cuando se organiza sistemáticamente
el transporte de dichas materias primas a los puntos de producción
más cómodos, que se hallan a veces a una distancia de centenares y
de miles de kilómetros uno de otro – cuando desde un centro se di-
rige la elaboración del material en todas sus diversas fases hasta la
obtención de una serie de productos diversos terminados; cuando la
distribución de dichos productos se efectúa según un solo plan entre
decenas y centenares de millones de consumidores (venta de petró-
leo en América y en Alemania por el “Trust del Petróleo” america-
no), aparece entonces con evidencia que nos hallamos ante una so-
cialización de la producción y no ante un simple “entrelazamiento”;
que las relaciones de economía y propiedad privadas constituyen
una envoltura que no corresponde ya al contenido, que debe inevi-
tablemente descomponerse si se aplaza artificialmente su supresión,
que puede permanecer en estado de descomposición durante un per-
íodo relativamente largo (en el peor de los casos, si la curación del
tumor oportunista se prolonga demasiado), pero que, sin embargo,
será ineluctablemente suprimida.
El entusiasta partidario del imperialismo alemán, Schulze-
Gaevernitz, exclama:
“Si, en fin de cuentas, la dirección de los bancos alemanes
se halla en las manos de una docena de individuos, la activi-
dad de los mismos es ya actualmente más importante para el
bienestar popular que la actividad de la mayoría de los minis-
tros [en este caso, es más ventajoso olvidar el ‘entrelazamien-
to’ existente entre banqueros, ministros, industriales, rentistas,
etc.]... Si se reflexiona hasta el fin sobre el desarrollo de las
tendencias que hemos visto, llegamos a la conclusión siguien-
te: el capital monetario de la nación está unido en bancos; los
bancos, unidos entre sí en el cartel; el capital de la nación, que

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busca el modo de ser aplicado, ha tomado la forma de títulos
de valor. Entonces se cumplen las palabras geniales de Saint-
Simón: ‘La anarquía actual en la producción, que es una con-
secuencia del hecho de que las relaciones económicas se des-
arrollan sin una regulación uniforme, debe dejar su puesto a la
organización de la producción. La producción no será dirigida
por patronos aislados, independientes uno del otro, que igno-
ran las necesidades económicas de los hombres; la producción
se hallará en manos de una institución social determinada. El
comité central de administración, que tendrá la posibilidad de
enfocar la vasta esfera de la economía social desde un punto
de vista más elevado, la regulará del modo que resulte útil pa-
ra la sociedad entera, entregará los medios de producción a las
manos apropiadas para ello y se preocupará, sobre todo, de
que exista una armonía constante entre la producción y el con-
sumo. Existen instituciones que entre sus fines han incluido
una determinada organización de la labor económica: los ban-
cos’. Estamos todavía lejos de la realización de estas palabras
de Saint-Simón, pero nos hallamos ya en camino de la misma:
un marxismo distinto de como se lo imaginaba Marx, pero dis-
tinto sólo por la forma”*
No hay nada que decir: excelente “refutación” de Marx, que da
un paso atrás, del análisis científico exacto de Marx a la conjetura –
genial, pero conjetura al fin – de Saint-Simón.
Escrito en enero-junio de 1916.
Publicado por primera vez en forma de folleto en Petrogrado, en abril
de 1917.
Impreso según el manuscrito y confrontad o con el texto del folleto.

*
“Grundriss der Sozialoekonomik”, pág. 146.
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NOTAS
1) “El imperialismo, fase superior del capitalismo” fue escrito en
la primera mitad de 1916. El estudio de publicaciones de distintos paí-
ses acerca del imperialismo lo inició Lenin en Berna, en 1916; el libro
empezó a escribirlo en enero de 1916. A fines de este mes, Lenin se
trasladó a Zúrich y siguió trabajando en el libro, en la biblioteca canto-
nal de esa ciudad. Los extractos, apuntes, observaciones y cuadros que
Lenin hizo de centenares de libros, revistas, periódicos y resúmenes
estadísticos extranjeros componen más de 40 pliegos de imprenta. Es-
tos materiales fueron publicados en edición aparte en 1939 bajo el título
de Cuadernos sobre el imperialismo.
El 19 de junio (2 de julio) de 1916, Lenin termino el trabajo y en-
vió el manuscrito a la Editorial Parus. Los elementos mencheviques
atrincherados en la Editorial suprimieron de él la dura crítica que se
hacía de las teorías oportunistas de Kautsky y de los mencheviques
rusos (Mártov, etc.). Cuando Lenin decía “transformación” (del capita-
lismo en imperialismo capitalista) ellos pusieron “conversión”, el
“carácter reaccionario” (de la teoría del “ultra-imperialismo”) lo susti-
tuyeron por el “carácter atrasado”, etc. Con el título de El imperialismo,
etapa contemporánea del capitalismo la Editorial Parus lo imprimió a
principios de 1917 en Petrogrado.
A su llegada a Rusia, Lenin escribió el prólogo del libro, que vio la
luz en septiembre de 1917.
Con respecto a la significación del libro El imperialismo, fase su-
perior del capitalismo, véase el Compendio de Historia del Partido
Comunista (bolchevique) de la URSS.
2) Véase: pág., 119 del presente folleto.
3) El presente prólogo fue publicado por primera vez, bajo el título
de El imperialismo y el capitalismo, en el núm. 18 de la revista La In-
ternacional Comunista, correspondiente al mes de octubre de 1921.
4) “Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania “, partido
centrista fundado en abril de 1917. Lo fundamental en él era la organi-
zación kautskiana “Confraternidad del Trabajo”. Los “independientes”
propugnaban la “unidad” con los social-chovinistas descarados, a los
cuales justificaban y defendían, y reivindicaban el abandono de la lucha
de clases.
El Partido Socialdemócrata Independiente se escindió en octubre
de 1920, en el Congreso de Halle. Una parte considerable de él se
fundió en diciembre de 1920 con el Partido Comunista de Alemania.

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Los elementos derechistas formaron su partido, al que dieron el viejo
nombre de Partido Socialdemócrata Independiente; éste subsistió hasta
1922.
5) Espartaquistas, miembros de la unión Espartaco, que se formó
durante la Primera Guerra Mundial. Al comenzar la conflagración, los
socialdemócratas alemanes de izquierda formaron el grupo Internacional,
que dirigían K. Liebknecht, R. Luxemburgo, F. Mehring, C. Zetkin y
otros, grupo que empezó a llamarse también unión Espartaco. Los espar-
taquistas mantuvieron entre las masas la propaganda revolucionaria con-
tra la guerra imperialista, denunciando la política rapaz del imperialismo
alemán y la traición de los jefes de la socialdemocracia. Pero los esparta-
quistas, los alemanes de izquierda no estaban exentos de errores semi-
mencheviques en importantísimos problemas de la teoría y la política:
fomentaban la teoría semi-menchevique del imperialismo, impugnaban el
principio de la libre determinación de las naciones en su interpretación
marxista (es decir, hasta la separación y la formación de Estados inde-
pendientes), negaban la posibilidad de las guerras de liberación nacional
en la época del imperialismo, no estimaban suficientemente el papel del
partido revolucionario y se inclinaban ante la espontaneidad del movi-
miento. La crítica de los errores de los izquierdistas alemanes fue hecha
por Lenin en sus trabajos Sobre el folleto de Junius, Sobre una caricatura
de marxismo y sobre el “economismo imperialista “, y otros, y por Stalin
en su carta Sobre algunas cuestiones de la historia del bolchevismo. En
1917, los espartaquistas ingresaron en el partido centrista de los “inde-
pendientes” sin perder su autonomía en materia de organización. Después
de la revolución alemana de noviembre de 1918, los espartaquistas rom-
pieron con los “independientes” y en diciembre del mismo año fundaban
el Partido Comunista de Alemania.
6) Los escándalos de Gründer se produjeron en el período de fun-
dación intensa (Gründer en alemán significa fundador) de sociedades
anónimas en Alemania a principios de los años 70 del siglo pasado. El
creciente proceso de fundación de estas sociedades iba acompañado de
fraudulentas maniobras de los negociantes burgueses enriquecidos y de
una especulación desenfrenada sobre tierras y valores en la Bolsa.
7) “Gaceta de Fráncfort” (“Frankfurter Zeitung”): Periódico bur-
gués alemán que se editó desde 1856 en Fráncfort de Main.
8) Lenin se refiere a G. V. Plejánov.
9) Produgol: “Sociedad Rusa de comercio del combustible mineral
de la cuenca del Donetz”. Fue fundada en el año 1906.

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10) Prodamet: “Sociedad para la venta de artículos de las fábricas
metalúrgicas rusas”. Fue fundada en el año 1901.
11) El Panamá francés, expresión aparecida en Francia en 1892-
1893, cuando se descubrieron abusos enormes y la venalidad de gober-
nantes funcionarios y periódicos, a quienes había comprado la compañ-
ía francesa para la apertura del Canal de Panamá.
12) Véase: pág. 76 del presente folleto.
13) Spectator, seudónimo del menchevique S. M. Najimson.

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