2 - IGLESIA, RAFAEL E.J. - La Avenida de Mayo. Progreso, Modernidad, Urbanismo

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ARGENTINA SIGLO XIX

LA AVENIDA DE MAYO
Progreso, modernidad, urbanismo

Arq. Rafael Iglesia

Detrás de toda intervención urbana, reflexiva y finalista hay una idea de la ciudad. Hay tambié
motivaciones e intereses, pero estos últimos, expresables en lenguaje oral y escrito, necesitan encontrar una forma
que permita la materialización de la acción.

LA IMAGEN: PROGRESAR

Las imágenes y formas que guiaron al primer urbanismo, desde el lejano oriente himaláyico hasta la Mileto
de Hipodamo, nacieron de referencias al orden universal. Aclaro: las formas se referían daban, cuenta del orden
universal en el que la ciudad se instauraba. La ciudad se lee como un texto, ha dicho Lefebvre. Ese texto da cuenta
de muchas cosas, entre otras, de aquellas que el escriba -el urbanista o edil- quería comunicar.
En tiempos más cercanos, el urbanismo persiguió fines más utilitarios y más inmediatos, por lo menos en lo
que llamarnos la sociedad occidental. Este pragmatismo guió la acción de Sixto sobre Roma, en el siglo XVI.
Entonces el Papa franciscano, con el propósito de que los peregrinos pudieran desplazarse de basílica en basílica
sin inconvenientes, abrió calles como surcos que atravesaban el tejido urbano medieval, al mimo tiempo que las
experiencias renacentista sobre la perspectiva alentaban los trazados rectos y los puntos de vista únicos. Según
Giedion aquí se inaugura la urbanística moderna: funcional, compleja, despojada de simbolismo.
Y así vamos a parar a la palabra “moderno” Sixto V abrió calles para guiar mejor el andar peregrinante;
siglos más tarde, el Barón de Haussmann hendió al París medieval con idénticos propósitos de facilitar el traslado
entre barrio y barrio: de gente, de mercaderías, de tropas. Esto es ya urbanismo moderno, como el mismo Giedion
lo afirma.
Pero la “modernidad” de Sixto V se practicó sobre una ciudad sin industrias, en la que los problemas de
hacinamiento no eran el resultado de la llamada Revolución Industrial, mientras que París, en pleno siglo XIX, es
un excelente ejemplo de las rupturas y desajustes que los nuevos modos de producción han inducido en las
metrópolis modernas. Por eso Francoise Choay pudo escribir “En este sentido, cuando Haussmann quiere adaptar
París a las exigencias sociales y económicas del Segundo Imperio no hace sino una obra realista. Y el trabajo que
emprende aunque sea una burla para la clase obrera, aunque extrañe a los estetas del pasado, aunque moleste a los
pequeños burgueses expropiados y contrarie sus costumbres es, sin embargo, la solución más inmediatamente
favorable a los dirigentes de las industrias y a los financieros que son a la sazón los elementos más activos de la
sociedad (...) Se puede definir esquemáticamente este nuevo orden por un cierto número de caracteres. En primer
lugar la racionalización de las vías de comunicación, con la apertura de grandes arterias y la creación de las
estaciones de ferrocarril" (Choay, 14). A lo que sigue la creación de grandes parques y la construcción de nuevos
sistemas de aguas corrientes, cloacas e iluminación.
He aquí los primeros trazos del perfil de la ciudad moderna, cuya imagen sería transportada a la Argentina
en medio del impulso modernizador de la Generación del Ochenta.
Tiempo antes, cuando Sarmiento reflexionó sobre la ciudad en nuestro país, colocó en paralelo con su
Civilización y Barbarie al Campo y la Ciudad; y hablando de la ciudad enfrentó a la ciudad hispánica, colonial, con
la ciudad moderna, europea o norteamericana.
José Antonio Ande, cuando rescata la imagen de la vieja Buenos Aires, se preocupa por aclarar que los
lectores, al conocer lo antiguo, apreciarán en su verdadero valor (por lo que hoy ven), el grado de progreso e
ilustración a que hemos alcanzado.
Los viajes del sanjuanino le han llevado hasta las más grandes ciudades europeas y norteamericanas, vuelve
con los ojos llenos de un dinamismo que muchas veces le oculta los aspectos más ruines de las aglomeraciones
urbanas del siglo XIX, aquellos que tan bien denunciaron Owen, Fourier, Carlyle y Engels. De todos modos, la
Argentina de después de Caseros, cuya clase dirigente se montaba sobre la idea de Progreso, cuando pensó en
ciudades tuvo dos imágenes polares: la ciudad colonial, hispánica y patriarcal - a superar- y la ciudad progresista,
liberal y europea (donde europea quería decir, sobre todo, francesa).
La ciudad colonial fue criticada por Sarmiento y cronicada por Wilde en “Buenos Aires desde setenta años
atrás” (1881). El primero no ahorró acusaciones:
“La casa de azotea pierde su autoridad y empieza a ser indigna de la morada de un pueblo libre (...) toldo,
rancho, casa de azotea, son formas plásticas del salvaje” (1879).

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En bloque, condenaba a la ciudad colonial, invocando aún a la libertad. La mayoría de los críticos no
distinguía entre vida urbana y situación política: la ciudad virreinal era propia de la opresión y además, como lo
aseguró García Mansilla estaba llena de adefesios, era baja, de calles angostas... “El conjunto mareaba como una
pesadill”.
Parece que ésta era la idea predominante aún. Y en una revista tan inclinada a la historia, como la “Revista
de Buenos Aires”, el joven Adolfo T. Buttner, comentaba: "Nuestro deseo sería ver desaparecer esa cuartería de
tejas -la ciudad colonial- que no sirve sino para hacernos recordar el tiempo de los españoles, puesto que a ellos
es á quienes debemos tan novelesca arquitectura.” (Buttner, 143).
Por el otro lado, la ciudad moderna era la respuesta urbana lógica a una ideología que desde tiempo atrás se
agrupaba alrededor de la idea del progreso. “Progreso” es una palabra clave, repetida una y mil veces justificando
todo tipo de acciones. Pienso que la actitud progresista tomó cuerpo cuando Francis Bacón en su “Novum
Organum” (1620) imaginó un mundo que avanzaba en conocimiento y en acciones a medida que el tiempo
transcurría: “La humanidad es corno un hombre que nace y va creciendo y desarrollándose (...)” y así como
esperaríamos de un anciano un mayor conocimiento de las cosas que de un joven, del mismo debemos esperar de
nuestro tiempo mejores cosas que de la antigüedad. De allí que el hombre moderno posea mayor sabiduría Y se
halle más cerca de la verdad que los antiguos, ya que la verdad es hija del tiempo. Esa idea, que le permitió al
filósofo inglés soñar con veloces barcos sin velas y con asombrosos navíos aéreos, reemplazó la idea del
transcurso del tiempo como un camino u oportunidad para llegara una meta, vieja idea judeo-cristiana donde la
meta era buena o mala según el trabajo y el empeño puestos en el recorrido de la historia. La idea de progreso en su
forma más reductiva, aseguraba el resultado positivo debido solo al transcurrir del tiempo. El tiempo no era ya una
condición necesaria para mejorar, sino la condición suficiente. De allí que “progreso" era avanzar para bien, no
implicaba ni derrotas ni deterioros.
Eduardo Wilde sintetizó esta idea en una frase:
“La luz del progreso tiene que verificarse forzosamente y el progreso está en todo”,
frase donde puede oírse el eco de Spencer:
“El progreso no es un accidente sino una necesidad”

Lo mejor de Buenos Aires, quiero decir quienes detentaban el poder político, económico y social, se agrupó
en el Club del Progreso, fundado por Diego de Alvear a la caída de Rosas y cuya segunda sede estuvo, justamente,
en la Avenida de Mayo recogiendo la palabra que ya Echeverría había entronizado en su “Dogma Socialista”.
Dentro de la fuerte idea del Progreso se alojaba la idea de lo moderno. Moderno era aquello que
ajustándose a los tiempos, acompañaba o daba cuenta del Progreso. Quiero ahora analizar qué era lo moderno en
materia de urbanismo.
Desde comienzos del siglo XIX, hubo observadores que señalaron las deficiencias urbanas producidas en
las grandes ciudades europeas: el hacinamiento, la insalubridad, el caos formal, la segregación social. Desde
Dickens hasta Marx y Zola, la ciudad europea decimonónica fue duramente criticada. París y Londres eran los
ejemplos más comentados y se transformaron en el emblema de la ciudad del presente, moderna por actual. Pero
cuando la palabra moderna adquiere la connotación de deseable, cuando se hace paradigmática, no puede aplicarse
así como así a ciudades existentes: refiere a elementos o a porciones de ciudad que metafóricamente aluden a los
paradigmas.
Choay nos habla de dos tipos de modelos: el progresista, que ella arma a partir de Owen, Fourier,
Richardson, Cabet y Proudhon y que caracteriza como individualista, tipológico, racionalista, tecnocrático:
“Un cierto racionalismo, la ciencia y la técnica deben permitir resolver los problemas planteados por la
relación de los hombres con el mundo y de los hombres entre sí. Este pensamiento optimista se orienta
hacia el porvenir y está dominado por la idea del progreso.” (Choay, 21).

Este modelo es higiénico (Richardson) funcional (Fourier), ahistórico (Considerant) autoritarista y


eficientista. Tiene como elementos al bulevard, los grandes parques, la red vial pavimentada, la diferenciación
funcional. Choay construye su segundo modelo a partir de Ruskin y Morris y lo denomina "culturalista". Es un
modelo holístico (unidad: la ciudad), orgánico, que evoca la “bella unidad perdida” y que maneja como emblema a
la ciudad medieval.
“Se postula la posibilidad de hacer revivir un estadio ideal y pasado, mediante un "regreso" a las formas
de ese pasado. La clave de ese modelo no es ya el concepto de progreso, sino el de cultura.” (Choay, 28).

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En la práctica, este modelo establecía límites al crecimiento, respetaba a la naturaleza y nostálgicamente


respetaba a la historia. Abominaba de la geometría:
“dameros, y más dameros siempre dameros, un desierto de dameros... Estos dameros no son prisiones
para el cuerpo sino sepulturas para el alma.” (Ruskin, 38).

Estética orgánica, falta de prototipos, antiindustrialismo comunidad democrática, historicismo. Estas son
las características más destacadas del modelo culturalista (Choay), entre cuyos elementos morfológicos se cuenta el
cinturón verde, los monumentos religiosos, las plazas cívicas.
En Buenos Aires, es el primer modelo el que prevalece, aunque hay quienes proponen reformas urbanas
que se atienen o acercan, al segundo. Las propuestas para La Plata evidencian este hecho: Dardo Rocha, quien ha
mirado con atención las ciudades europeas, crea un equipo "progresista", mecanicista, higiénico, geometrízante que
traza la ciudad antes de conocer con certeza la topografía de su ubicación. Cuando Burgos propone un diseño
distinto, más orgánico, más historicista, no es aceptado.
La ciudad progresista, imaginada dentro del gran modelo liberal que encuadra a toda la sociedad, tiene
precisas características urbanas: claro sistema vial (circulatorio); equipamiento higiénico (cloacas y parques);
eliminación de tugurios. Uno de los principales elementos morfológicos de este urbanismo es el bulevar.
Cuando las grandes ciudades europeas crecieron desmesuradamente, desde fines del siglo XVIII hasta
mediados del siglo XIX, las primeras operaciones urbanas fueron cirugía directa: la apertura de calles.
La demolición de murallas permitió crear bulevares de cintura y los barrios más congestionados fueron
atravesados por calles nuevas.
Así como la Plaza Real había sido el elemento urbano más destacado del siglo XVII, sobre todo en Francia,
ahora es el turno de los bulevares, anchas avenidas arboladas que henden el viejo tejido urbano.
Bajo Luis Felipe el conde de Rambuteau ensancha la calle que hoy lleva su nombre en medio de otras
acciones que se llevan adelante puntualmente, sin planes previos. Cuando Luis Napoleón sube al poder, tiene una
idea clara de como convertir a París en una ciudad-metrópoli capital moderna (Sica) y su modelo es el modelo
"progresista". El Barón de Haussmann se encarga de la tarea: apertura de calles pasantes, sistema de bulevares y
carrefours, equipamiento sanitario. Llevar adelante estas acciones hacen necesaria una estructura administrativa
centralizada, que Haussmann, Prefecto de París, monta como un reloj y donde coloca destacados técnicos.

En 1846, Sarmiento se había asombrado con los bulevares parisinos. Para 1880 no es aventurado conjeturar
que la imagen del París haussmaniano era la que prevalecía entre la gente ilustre de Buenos Aires. Llanes señala
que ya en 1869, el doctor José Marcelino Lagos concibió un trazado urbano de Buenos Aires abriendo avenidas y
diagonales con plaza, y que en 1872 Carlos Carranza y Daniel Soler proyectaron una gran avenida de cincuenta
metros de ancho que iría desde Plaza de Mayo hasta la de Once de Septiembre (Llanes, 30, 31).
En 1892, Thomas Turner conjeturó:
“Un argentino visita París; ve algunos de los magníficos y estratégicos bulevares de Haussmann, y siente
el deseo inmediato de ver a su ciudad natal embellecida de una manera semejante. Su influencia es
poderosa y sus visionarios diseños cautivan la imaginación de sus compatriotas que, si no otra cosa, son
buenos imitadores”

Esta conjetura es por demás verosímil y podemos admitir que fue París, el París del Segundo Imperio, el
icono sobre el que se construyó la imagen del nuevo Buenos Aires.
Otro motivo: en el otro extremo del diferencial semántico entre ciudad moderna y ciudad colonial, ésta es
mirada con desprecio. Cané (que pudo ser el argentino al que alude Turner), escribió:
“En fin, constestérnonos en nuestros nietos; dentro de cien años los ojos de nuestra espíritu (...) no verán
en pie una sola casa, un solo ladrillo de los que hoy forman esa mole sin arte, sin perspectiva, sin belleza y
sin carácter que se llama Buenos Aires”.(Cané, 78).

Progreso, modernismo, imagen urbana francesa, he aquí el encuadre ideológico de la acción que culminó
con la apertura de la Avenida de Mayo.

Dice Miguel Rojas-Mix:


“El modelo ideológico es un a priori para relacionarse con cualquier nueva realidad o para abordar
cualquier experiencia nueva (...) La clase que detenta el poder es mimética y procura imitar los valores de
la cultura dominante” (Rojas-Mix, 74).

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“Lo fundamental, sin embargo, es el sistema de preferencias y valoraciones que hace que se adopte teórica
y prácticamente un determinado esquema; es decir, la forma en que se gesta el modelo: la función que esa
ideología dominante le atribuye, y las formas que va encontrando y seleccionando, tanto en las
circunstancias prácticas, como en las fuentes histórico-literarias y en particular en los cánones de los
preceptistas.” (Rojas-Mix, 75).

Buenos Aires había cumplido, hasta 1880, una función comercial clara: la de puerto exportador-importador,
y una función política confusa: la de ser simultáneamente capital de la Confederación y capital de la provincia más
poderosa. A partir de la promulgación de la Ley de Federalización (6 de diciembre de 1880), tiene que adaptarse a
cumplir con la función política de ser únicamente la Capital de la Nación, lo que implica una función
administrativa cada vez más compleja. Los cambios morfológicos: edificios, paisajes, calles, plazas, monumentos,
tendrán que responder a las nuevas funciones Y lo harán a imagen y semejanza de las metrópolis europeas
modernas.

Desde la "periferia”, Sarmiento ya había imaginado ilusionadamente esta mírnesis:


“¿No es, sin duda, bello y consolador imaginarse que un día no muy lejano todos los pueblos cristianos no
serán sino un mismo pueblo, unidos por caminos de hierro o vapores, con una posta eslabonada de un
extremo a otro de La tierra, con el mismo vestido, las mismas ideas, las misrnas leyes y constituciones, los
mismos libros, los mismos objetos de arte?” (Sarmiento, 246).

Sólo le faltó agregar: las mismas ciudades. Practicar el arte a la europea terminaría por imponer el código
de una poética única a todo el mundo. Se da al arte europeo un valor natural, para siempre y desde siempre. Pero en
la situación histórica en la que vive Sarmiento, el destino final unitario no es ni siquiera el resultado de una
integración natural universal, sino el fruto de una imposición de una cultura sobre otra. Imposición que en nuestro
caso asegura el dominio de la iniciativa urbana. ¿Cómo? Primero se cosifica al modelo de la ciudad europea, se lo
"naturaliza", dado desde siempre. Impuesto el modelo como “1o que debe ser”, son los conocedores de ese modelo
los que tienen autoridad para decidir sobre la ciudad. La gente común, criollos e inmigrantes no tienen autoridad (y
ellos mismos los sienten así) para hablar (decidir) sobre urbanismo.
Sólo los “ilustres” conocen el qué, el para qué y el cómo. Avalados por el discurso científico de los
higienistas, interpretan el código del urbanismo progresista. Admitiendo el modelo en bloque, saben que ciertas
acciones urbanas producirán efectos convergentes con los intereses del grupo dominante, que cubren desde el
mantenimiento del poder político y económico hasta la especulación personal en el mercado inmobiliario.
El conocimiento es poder. La plebe no tiene modelo alternativo; unos, los antiguos residentes, porque sólo
conocen la ciudad "patriarcal"; otros, los recién venidos, porque vienen de las zonas más pobres de Europa, sobre
todo de Italia rural (Maeder).
Quienes conocen el modelo son Don Torcuato y sus técnicos; ellos saben cómo es la ciudad progresista,
natural (cosificada), tan deseable como inevitable.
La opinión pública apoya las reformas urbanas y admite que éstas sean llevadas a cabo por “los que saben”,
muchas veces inconsciente de que esto forma parte de un dispositivo de poder. El gaucho Anastasio el Pollo sólo
puede oponer al nuevo mundo europeo, ironía, asombro e ignorancia. Aún sufriendo su extravagancia, acepta su
superioridad. No puede decir no a la ópera, al Teatro Colón. No puede proponer otra acción, otro teatro, o lo que
sea. No puede decidir, sólo le resta la pasividad.

EL FIN: MODERNIZAR

Buenos Aires debía ser progresista; por lo tanto, moderna. ¿Cómo expresar urbanísticarnente esta
modernidad? El modelo progresista indicaba los elementos: equipando (higienizando); abriendo avenidas. "Paz y
administración" ha prometido Roca como frutos de su gobierno: en el, orden municipal -la comparación es casi
inevitable-, busca su Haussmann. Lo encuentra en Torcuato de Alvear, nacido en la ribera oriental del Plata, hijo
del ilustre general Carlos María. Roca creó la Comisión Municipal y pronto, en 1881, designa en ella corro
presidente a Alvear.
Más tarde, creado el cargo de intendente, le corresponde a Alvear ser el primero, el 14 de mayo de 1883.
Ocuparía este cargo hasta 1887, la muerte le llegó en 189O, cuando regresaba de Europa para hacerse nuevamente
cargo de la Intendencia, invitado por Carlos Pellegrini.

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“Embellecimiento e higiene”, parecen haber sido los principales propósitos del urbanismo de Alvear
(Budch Escobar, Beccar Varela) y así emprendió numerosas obras de saneamiento de arroyos (los terceros), de
equipamiento sanitario (hospitales, cementerios, aguas corrientes) y de embellecimiento (arbolado, ampliación de
avenidas, plazas).
Los elementos de este urbanismo eran tomados del modelo europeo, que los arquitectos de Alvear, Juan A.
Buschiazzo y U. Courtois manejaban con habilidad. Pero quienes llevan adelante el discurso, quienes tienen
autoridad para interpretar el “código” de la “modernidad” urbanística no son los arquitectos o ingenieros, sino los
hombres ilustres, investidos de autoridad intelectual y política. Son los Sarmiento, los Cané, los Groussac, los
Rawson, los Wilde, en nuestro caso el propio Alvear quienes poseen la palabra sobre la ciudad. Ellos escriben y
comentan el urbanismo no sistemático que infieren, por estudio y experiencia del modelo europeo. En las cartas
que Cané envía a Alvear desde Europa en 1885, se pontifica sobre la ciudad. Son ellos quienes deciden qué es
moderno en términos ya sea de las necesidades a satisfacer, de las propiedades que ha de tener la solución, o de los
modos con que se logran las soluciones a partir de las necesidades originarias.
Una y otra vez se insiste en que los bulevares son condición necesaria de la modernidad urbanística.
Sarmiento, aún opuesto a la idea de la Avenida de Mayo, pide paseos como los Campos Elíseos y bosques como los
del Prado y el de Boulogne (cf. Sarmiento). Pide también "abrir dos o tres anchos bulevares para acabar con el
último resto colonia¡ que le queda" (a Buenos Aires). Cané, desde Viena, pide bulevares anchos corno los de París,
Viena y Berlín.
En 1882, en carta a Bernardo de Irigoyen, al proponer la apertura de la Avenida, Alvear explicita sus
propósitos: “embellecimiento e higiene”, sancionada la Ley de la apertura (4 de noviembre de 1884). “La Nación”,
en su edición del 2 de septiembre de 1885, insiste en los objetivos de “saneamiento” e “higiene” y en la necesidad
de resolver el problema de la circulación en el centro de la ciudad abriendo una avenida “a la manera de una aorta”.
Tanto Beccar Varela como Bucich Escobar han relatado los esfuerzos Y las oposiciones que fue necesario
realizar y enfrentar o superar para que Alvear llevara adelante su obra. El “Haussmann argentino”, corno se lo ha
llamado con frecuencia, se convirtió en ejemplo de administrador m.unicipal, lleno de energía y constancia.
Carlos Pellegriní despidió sus restos en la Recoleta con estas palabras:
“Su obra fecunda está visible en todas partes y no olvidará Buenos Aires que lo vi un día, con pena
verdadera, abandonar un puesto donde era difícil reemplazarlo, pues encarnaba en su genialidad
excepcional toda la institución municipal, siendo a la vez pensamiento y acción, reformador y organizador
(...)” (cf. Llanes, 19).

Mitre, desde París, escribió:


“Sentía por él, la gratitud que debe poseer todo argentino por los grandes servicios que él ha rendido a la
patria, elevando su capital al primer lugar de las ciudades de Sud América” (cf. Llanes, 20).

Y al inaugurarse la Avenida de Mayo, en 1894, el intendente Federico Pínedo escribió a la viuda de Alvear,
doña Elvira Pacheco:
“La Avenida de Mayo, proyectada y comenzada por la incansable y progresista iniciativa del ex intendente
Municipal don Torcuato de Alvear, es hoy una realidad que aplaude con razón el Municipio de la Capital”
"Si el atrevido pensamiento no hubiera surgido en un espíritu convencido v capaz de afrontar las
dificultades quedan lugar las grandes empresas, la ciudad de Buenos Aires no contaría al presente con su
amplia e importantísima vía pública, que a la par que señala uno de los más útiles y positivos adelantos
edilicios, patentiza el grado de cultura que ha alcanzado” (cf. Llanes, 21).

He dicho que la Avenida de Mayo actuó como una sinécdoque de la ciudad moderna, representó al todo
por la parte. Múltiples evidencias lo corroboran. Entre ellas, la siguiente:
“En estas noches ha podido observarse mejor que nunca, qué función importantísima ha venido a
desempeñar la Avenida de Mayo en la vida de la ciudad. Ella representa otra civilización y evoca la
imagen de lo que será el Buenos Aires del porvenir.” (“La Nación”, 17 y 18 de febrero de 1896).

Federico Rahola señala sus edificios “altos y majestuosos”, en contraste con el resto bajo de la ciudad
(Rehala, 24); Arent la encuentra “extraordinariamente bella (...), la más hermosa de la ciudad” (Arcos, 73). Miguel
Carie escribió, en 1901:
"figuraos un argentino que en los últimos cuartos de siglo sólo haya venido a Buenos Aires cada cinco o
seis años (...) Marcha en un bulevard por donde era río; llegado a la plaza de la Victoria se encuentra con

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que fue todos los aspectos de su infancia, esas visiones que vinculan profundamente para una vida entera,
se han transformado. En un primer regreso la torre del Cabildo desaparecida; más tarde la vieja recoba,
luego el Teatro Colón (...) y por fin, la Avenida de Mayo, que se abre ante sus ojos, tan inesperada, tan
insólita, que parece inverosímil" (Cané, 23).

Con lo que ratifica la opinión de Turner (1892):


“Acaso la obra pública de mayor magnitud de que pueda enorgullecerse Buenos Aires, después de las muy
importantes de desagüe, es la celebrada Avenida de Mayo”.

Un recorrido rápido, que no vaya más allá de la Primera Guerra Mundial, demuestra que la Avenida
cumplió con su cometido de significar modernidad, pero una modernidad referida a París; esa es la ciudad que la
“imponente Avenida de Mayo”, que es un ejemplo con su ancha calzada y sus veredas espaciosas sombreadas por
hermosos árboles, le recuerda a Jules Huret y a Georges Clemenceau que la encuentra:
“Tan ancha como nuestros mejores bulevares, a los que se parece por el aspecto de los escaparates y a la
decoración de los edificios”.

José María Salaverría, concuerda:


“La Avenida de Mayo es la arteria principal. Tiene el corte de un bulevard parisino (...)”

Y Javier Bueno, ratifica: “La Avenida de Mayo parece un bulevard parisiense”'.

Adolfo Posada, confiesa:


(Buenos Aires) “en el primer momento me recordó a París, por la Avenida de Mayo”.

Concluyo con Santiago Rosarios:


“Buenos Aires, como todas las ciudades, además de calles innumerables, tiene una calle que se puede
llamar La Calle. En unos sitios a esto se llama rambla, en otros bulevard, en otros el paseo o la terraza.
Aquí es la Avenida de Mayo.”
“Esta Avenida le Mayo es el sitio a donde se va a varar, véngase de donde se venga; es el cerebro de
donde salen los nervios, es la central de teléfonos; es donde vive la araña en medio del telar, el punto a
donde el forastero se encamina para orientarse cuando se pierde en el laberinto; es el motor que mueve la
gran máquina.”
“Allá vamos como todo el mundo y de allí empezamos a correr para darnos cuenta de dónde venimos”.

Con Rusiñol se cierra el proceso semántico; el bulevard refiere a la ciudad moderna, la Avenida de Mayo
refiere a París pero al mismo tiempo emblematiza a Buenos Aires. A un Buenos Aires moderno, claro está.
De ahí en más las referencias a la Avenida de Mayo mencionan a Torcuato de Alvear (aunque no inició la
demolición -Crespo,1888- ni vivía cuando se inauguró la Avenida -Pinedo, 1894), quien propuso la idea en 1882; a
París (o por lo menos a los bulevares europeos) y a la ciudad moderna (lo que a menudo supone diatribas contra la
ciudad colonial):
“La piqueta demoledora ha debido durante años abrir brechas en barrios sórdidos, servidos por
callejuelas lóbregas, para trazar avenidas que pusieran en evidencia los monumentos públicos, sofocados
por construcciones invasoras y densas desarrolladas corno informes madréporas(...) y el paisaje ha
surgido como invocado por un demiurgo” (Schiaffino, 12).
“Romper con la colonial monotonía del conmensurado damero colonial (...) El progreso urbano de Buenos
Aires se inicia con la vibración de un carácter que denuncia poseer fibras de acertada decisión: don
Torcuato de Alvear (...) alto y ancho portal sin goznes, para que el pueblo de Mayo, precedido por las
verdades de la historia, entrara a enfrentarse con las muchedumbres del futuro(...) ancho camino promisor
abierto al porvenir.” (Llanes, 124).

Estos ditirambos se repiten en épocas más cercanas:


“...en algún momento las ciudades dejan de ser un conjunto de puéblalos o un poblado que se expande con
cautela, para volverse la imagen de sí mismas, la representación en la tierra de lo que van a ser. No sólo
por la cantidad de manzanas, áreas cubiertas, cantidad de habitantes y densidad (...) también por las
avenidas y más aún por el bulevard (...) de alguna manera Buenos Aires comenzó en 1895(...) Pero la

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avenida se construye luego con una celeridad que hoy parece milagrosa, y corno los bulevares de
Haussmann en Paris y corno el Strand en Londres, inventa una ciudad nueva y se proclama eterna (...)
Podemos imaginar a Buenos Aires sin la 9 de julio y sin las aragoneses, pero sin la Avenida de Mayo es
una Buenos Aires anterior, mucho más simple, mucho más chata, mucho más colonial” (Moro, 12 y sgtes).

“Marcó una nueva dinámica para la urbe que con ella renacía. Señaló las líneas de su crecimiento,
impuso el tono y el ritmo adecuados a la época y al país” (Tenenbaum, 13).

Pero casi todos señalan, a la vez, que al lado de la Avenida queda una ciudad distinta, chata. Una ciudad a
la que la Avenida no representa, ya que mira hacia un presente moderno que sólo se encontrará en el porvenir.
Cuando el porvenir llegó, la Avenida de Mayo era ya vieja.
La medalla tiene otra cara. Si tomamos al pie de la letra lo de “Haussmann argentino”, quizá en el reflejo
descubramos algunos aspectos del original.
Dice Lefebvre:
“El barón de Haussmann, hombre de este estado bonapartista que se erige por encima de la sociedad para
tratarla cínicamente corno botín (y no solamente como empeño de las luchas por el poder), reemplaza las
calles tortuosas pero vitales por largas avenidas, los barrios sórdidos pero animados por barrios
aburguesados. Si abre bulevares, si modela espacios vacíos, no lo hace por la belleza de las perspectivas,
sino para cubrir París con las ametralladoras El célebre barón no disimula sus intenciones. Más tarde se
agradecerá a Haussmann el hablar abierto París a la circulación. Pero no eran éstos los fines y objetivos
del urbanismo haussmanniano. Los espacios libres tienen un sentido: proclaman a voz en grito la gloria y
el poderío del estado que los modela, la violencia que en ellos puede esperarse. Más tarde se operan
transvases hacia otras finalidades que justifican de una manera distinta los ajustes de la vida urbana"
(Lefebvre, a, 31)

LA ACCIÓN: URBANIZAR

Otros problemas señalaban, en 1882, a Buenos Aires como una ciudad de los tiempos modernos. Los
higienistas lo denunciaron: el hacinamiento, la falta de salubridad, la bajísirna calidad de vida que la inmigración
agrava. La población de la ciudad creció vertiginosamente 77.787 habitantes en 1869 (49,5% extranjeros);
433.3175 hab. en 1887 (52% extranjeros); 663.854 hab. en 1895 (52% extranjeros); y 905.591 hab. en 1904 (43%
extranjeros). En 35 años la población se multiplicó por cinco (en los primeros cincuenta años del siglo XIX la
población de París se multiplicó por 1,9), las casas se incrementaron en un 4,2. Este fenómeno es de por sí
desequilibrante de cualquier conjunto urbano, pero se agrava con la alteración de la composición social: los
extranjeros recién llegados son mayoría y constituyen nuevos grupos sociales de artesanos y pequeños
comerciantes.

La administración “progresista” inaugurada por Alvear responde, sin planificación alguna, mediante obras
públicas que Intentan adecuar a la Gran Aldea a su estado de metrópoli: se ensanchan calles para convertirlas en
avenidas de 26 metros de ancho, se reglamenta la circulación:
“Las autoridades ponen su honor en la realización de la pieza maestra de este conjunto, la Avenida de
Mayo”.(Bourdé,97).

Se abren plazas, se mejoran los paseos públicos, se organizan los cementerios, se extienden las redes de
aguas corrientes y de desagües cloacales.

El déficit habitacional aumenta:


“Los propietarios, aprovechando la creciente demanda de habitaciones comienzan (...) a alquilar cada
pieza separadamente. Al fin del proceso se desemboca en el conventillo, inmueble de alquiler, donde se
amontonan los más desprotegidos, los intolerantes recién llegados y los obreros (...) En los años 1880, más
de un cuarto de la población sufre en los convenirnos”. (Bourdé, 93).

Coche, Rawson y Wilde denuncian esta situación, que se agrava cada vez más, con hasta 10 personas
viviendo en una misma pieza (promedios de habitantes por piezas de conventillo: 1881, 2,5; 1890,2,6; 1904,3,1),

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con insuficientes servicios sanitarios comunes. Según Carretero, casi las tres cuartas partes de la población llegó a
vivir en convenirnos.
“Observadores británicos señalan el contraste entre las lujosas residencias de la clase adinerada y los
miserables conventillos llenos de inmigrantes”. (Lleva).
Esto da lugar a estas preguntas: ¿De qué acción urbana se trataba? ¿En que operación urbana se inscribe la
apertura de la Avenida?

Lefebvre ha escrito:
“Del urbanismo de Haussmann ¿Qué decir? (...) Desgarramiento de París de acuerdo con una estrategia,
deportación del proletariado a la periferia, invento simultáneo del suburbio y del lugar de habitación,
aburguesamiento, despoblamiento y suciedad de los centros (...); acentuemos, sin embargo, ciertos
aspectos de este pensamiento urbanístico. Se mueve dentro de la lógica inherente a la estrategia de clase, y
puede llevar al límite esta coherencia racional que procede de Napoleón I y del estado absoluto.
Haussmann tala en el espacio urbano, traza implacablemente líneas rectas (...) es ya el orden de la regla,
del alineamiento, de la perspectiva geométrica. Una tal racionalidad sólo puede venir de una institución. Y
tal institución sólo puede ser el estado ¡La institución suprema!” '(Colabora, 115).

El modelo elegido por Alvear, ¿implica idénticos fines? ¿Acarreó iguales consecuencias?

Hagamos una nueva lectura de la Avenida de Mayo. He dicho que refería a París y a la ciudad moderna.
También es un signo de una estrategia política y social.
Bourdé, concluye:
“El esfuerzo emprendido en materia de equipamiento es considerable. Aunque los primeros tranvías y los
primeros faroles se instalaron en 1.870, las obras importantes se realizan en la época de la Federalización
(...) Entre 1880 y 1930 se concretan: un vasto complejo portuario, la iluminación a gas y luego la
iluminación eléctrica, la pavimentación de las calles, la apertura de avenidas, parques y plazas, los
transportes colectivos, la red de extracción de agua y las cloacas, el servicio de vías públicas, los
hospitales manteniendo las proporciones, es ésta una obra más importante que los grandes trabaras de
Permiso de Londres en el siglo XIX.”

Pero:
“Las autoridades municipales eligen una distribución de las instalaciones, en el tiempo y en el espacio,
conforme a los intereses de la oligarquía Los barrios ricos y el centro reciben prioritariarnente la
pavimentación de madera o de asfalto, la iluminación eléctrica, el agua corriente y los servicios de
limpieza. Los barrios pobres y la periferia son equipados más tarde y deben contentarse durante mucho
tiempo con el empedrado”. (Botarse, 118).

HABITAR

El espacio que ocupó la Avenida, cortando por el medio a la manzana fue espacio le huertas, Jardines y
patios. Llanes, el biógrafo más denodado de la Avenida, registra los nombres de los propietarios afectados por el
tajo. Allí están los mejores apellidos porteños; los de más prosapia, como los Ezcurra, los Peña o los Estrada; los de
más dinero, como los Anchorena; y los más patriarcales como los Dorrego, los Bosch y los Paz.
Imagino la vida sobria en estas casas de dos o tres patios, algunos alineados sobre un eje, rodeados de
habitaciones; otros recostados sobre la línea divisoria de predios. Casas pompeyanas, con parras y jazmines, aljibes
y puerta cancel.
Sobre ese espacio físico se trazó la calzada, a la que abrieron los nuevos y altos edificios.
La residencia privada unifamiliar no reapareció en la Avenida, las plantas bajas (razones de mercado y
tendencias) se llenaron de negocios, restaurantes y cafés. Las plantas altas, de departamentos; hubo hoteles y
tiendas y, por último, teatros. La vida urbana se animó en nuevos negocios, grandes tiendas como Gath y Chaves y
a la Ciudad de Londres (presencia inglesa en la avenida francesa), joyerías, bazares, zapaterías, librerías y servicios
fúnebres (todo de lujo y gran calidad). Vendedores ambulantes: floristas, avasallaras, barquilleros, heladeros;
changadores, cocheros, lustrabotas, turcos baratijeros y mendigos.
Eso es lo que ocurría en 1896, en medio de la barahúnda de los coches de alquiler, los carromatos, las
victorias.

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“Todo en una confusión indescriptible en medio de un ruido que ensordece y llena el aire: el traqueteo de
las cabalgaduras, el remolino de las ruedas, los insolentes diálogos de los aurigas cambiados desde trono
a trono bajo el áspero chasquido de las fustas”. (Arredondo)

En medio de demoliciones y nuevas construcciones en curso, ya se alzan...


“Atrevidas cúpulas, derechas y rectas en la enorme altura, acristaladas, apizarradas, rematando en la
luminosa varilla de platino, después de coronar sus gallardos enláceles agujereados por centenares de
ventanas que á la distancia les daban el aspecto de gigantescos palomares abandonados (...); fulgura la
torre piramidal de un palacio cuyos cristales encendidos por los rayos del astro reproducen sus reflejos
cambiantes y movedizos”. (Acercando, 182).

Hoy es cosa redundante insistir sobre lo español de la Avenida. Fue muy española al principio y luego
provinciana. Mientras los de tierra adentro se maravillaban con la metrópolis porteña, los de tierra afuera discutían
el teatro, la poesía y la guerra civil que los atormentaba.
La construcción del Congreso en un extremo, le dio a la Avenida sentido cívico al transformarla en eje que
unía dos poderes del gobierno republicano y fue entonces lugar de cuanta manifestación cívica se produjo, festejos
del Centenario (con presidentes extranjeros y princesas europeas); cortejos fúnebres célebres: el de Yrigoyen
(1933), el de Alvear (1942), el de Evita y el del propio general Perón. Fue también lugar de manifestaciones
religiosas y de los carnavales más divertidos que recuerda la ciudad.
Allí se localizaron muchos diarios, entre ellos los poderosos “La Prensa”, “Crítica”. El primero ocupa un
palacio a la moderna, de fin de siglo, por lo tanto de un lujoso eclecticismo afrancesado; el segundo, ya moderno
del siglo XX, se gestaba en un edificio art decó severo. Es que cuando el país se hizo moderno, ya la Avenida era,
en su arquitectura y en su urbanismo, antigua.
La uniformidad ítalo-francesa de su arquitectura, había sido rota por algunas estridencias art nouveau
(Hotel Chile, esq. con Santiago del Estero) y Secesión Vienesa (Casa de renta del Arq. Razenhoffer, al 700). Estos
estilos sí que eran, a fin de siglo, lo moderno.
Luego hubo otras intrusiones en nombre de lo moderno: el palacio Barolo, en 1921 (Arq. Mario Palanti) a
la altura del 1300; el remate en la esquina de la Avenida y Luis Sáenz Peña, en 1985 (Arqtos. Korn y Lopatín), ya
totalmente posmodernista.

El Barolo fue y sigue siendo magnífico:


¿Como descifrarte atrevido
y exagerante y misterioso
blanco elefante
retorcida pasión
de asombro multiforme?
Se va a caer...
Rápidos transeúntes
decían
cruzándose a la vereda de enfrente...
por si acaso...
(Carlos Pierre, 1981)

Nadie cantó al gris edificio “postmodern”, pero hubo modernos que soñaron como Le Corbusier en su Plan
de Buenos Aires, cambiar a la Avenida en nombre de la modernidad, o hacerla plaza o canal, entre otras cosas.
Dice Borges (quien no le dedicó ni un verso a la Avenida): "Ser moderno es ser contemporáneo, ser actual:
todos fatalmente lo somos. Nadie -fuera de cierto aventurero que soñó Wells- ha descubierto el arte de vivir en el
futuro o en el pasado. No hay obra que no sea de su tiempo”.

Referencias

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Arredondo, Marcos: Croquis bonaerenses; Buenos Aires, 1896
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