Adam Smith Cap 5.6

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194 Adam Smith

5.6. Precios naturales y precios de mercado


Como ya hemos visto, la división del trabajo plantea un problema de
coordinación entre los diferentes agentes económicos. Cada empresa pro-
duce una mercancía o grupo de mercancías y, para continuar producien-
do, necesita disponer al menos de una parte de lo que se ha producido a
cambio de los medios de producción exigidos para la continuidad de su
actividad. De modo semejante, los trabajadores obtienen un salario que
necesitan para convertirlo en sus medios de subsistencia.
Según Smith, la economía de mercado en su conjunto funciona de
modo bastante satisfactorio: para cada mercancía, el flujo de producción
que sale de las empresas que la producen se corresponde más o menos con
el flujo de demanda que en condiciones normales procede de los compra-
dores. Los mecanismos del mercado guían la economía de tal modo que
aseguran el bienestar material, que es una condición previa indispensable
para una vida civilizada.
Consideremos el tema con algo más de detalle. Los intercambios entre
los diferentes sectores, necesarios para el funcionamiento continuo de la eco-
nomía, pueden ser coordinados por una autoridad central con un plan para
la distribución del producto global entre los diferentes sectores y las dife-
rentes unidades productivas: tal es el caso en una economía ordenada o pla-
nificada. Por el contrario, en una economía de mercado, los intercambios
tienen lugar libremente, y las decisiones sobre las cantidades que deben pro-
ducirse, venderse o adquirirse, y sobre los intercambios y los precios, están
descentralizadas. Es el mercado el que conecta las unidades productivas que
operan en los diferentes sectores de la economía, de dos modos distintos.
Ante todo, a través de los intercambios del mercado cada unidad producti-
va obtiene de las otras lo que necesita para continuar la actividad de inter-
cambio de su propio producto. En segundo lugar, el mercado une las uni-
dades productivas a través de la competencia que mantienen entre sí; de aquí
se deriva que el mecanismo asegura la coordinación exigida entre las miría-
das de centros de decisión descentralizados, productores y compradores.
Podemos distinguir dos clases de competencia, que Smith tomó en
consideración. La primera es la competencia en el mercado de cada mer-
cancía. Cada comprador busca entre los muchos vendedores presentes en
el mercado al que vende la mercancía deseada al menor precio posible; el
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vendedor que pide un precio demasiado alto se arriesga a no vender su


mercancía. De modo semejante, cada vendedor busca entre los muchos
compradores presentes en el mercado al que esté dispuesto a pagar el pre-
cio más alto para la mercancía en venta; los compradores que ofrezcan un
precio demasiado bajo corren el riesgo de quedarse con las manos vacías.
En condiciones ideales, cuando la competencia entre los vendedores y
entre los compradores no tropieza con obstáculos, el precio de cada mer-
cancía es uno y el mismo para todos los compradores y para todos los ven-
dedores. Ésta es la llamada «ley del precio único», que surge como resulta-
do necesario de la competencia.
Existe una segunda clase de competencia, que Smith llama «compe-
tencia de capitales»: a saber, la competencia entre los capitalistas en busca
del empleo que ofrezca los rendimientos más elevados para su capital.
Cuando los capitalistas son libres para trasladar sus capitales de un sector
a otro, en busca del empleo más fructífero (en términos de Smith, 1776,
p. 73; p. 55, trad. cast., «si hay perfecta libertad»), existe libre competen-
cia: su característica es precisamente la ausencia de obstáculos al libre
movimiento del capital (o, como también se dice, la ausencia de barreras
de entrada en los diferentes sectores de la actividad económica).47
Cuando rige la libre competencia, ningún sector puede ofrecer a los
capitalistas un rendimiento mayor que el que puede obtenerse en otros
sectores durante un largo lapso de tiempo, porque, si fuera así, los nuevos
capitales acudirían a él, con la consecuencia de que la producción aumen-
taría, el precio de mercado disminuiría y con ello también disminuirían los
beneficios y el tipo de rendimiento. Del mismo modo, no es posible que
un sector ofrezca a los capitalistas un rendimiento menor que el que pueda
obtenerse en otros sectores, puesto que, si fuera así, se produciría una fuga
de capitales de ese sector, ocasionando una caída de la producción, con el
consiguiente aumento del precio de mercado y, por lo tanto, de los bene-
ficios y del tipo de rendimiento del sector. Entonces, en condiciones de
«perfecta libertad», esto es, de libre competencia generalizada, el rendi-
miento sobre el capital —el tipo de beneficio— tiende a ser igual en todos
los sectores. De esta manera la «competencia de capitales» une en un solo

47 Para la comparación entre esta noción de competencia y la neoclásica, cf. Sylos


Labini (1976).
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mercado capitalista los diferentes sectores de la economía. Aquí vemos el


papel central de esta clase de competencia, que distingue al sistema capi-
talista de una economía de mercado no capitalista.48
Como consecuencia del supuesto de competencia, podemos identifi-
car las condiciones que definen el precio teórico («natural»). Es el valor de
cambio que corresponde a la reproducción a lo largo del tiempo de una
economía basada en la división del trabajo; por lo tanto, el precio debe ser
tal que permita la recuperación de los costes de producción y la posibili-
dad de obtener un beneficio «natural». En palabras de Smith: «Cuando el
precio de una cosa es ni más ni menos que el suficiente para pagar la renta
de la tierra, los salarios del trabajo y los beneficios del capital empleado en
obtenerla, prepararla y traerla al mercado, de acuerdo con sus precios
corrientes, aquélla se vende por lo que se llama su precio natural» (Smith,
1776, p. 72; p. 54, trad. cast.).
Esta variable teórica, definida sobre la base de las condiciones analíti-
cas tiene una contrapartida empírica en el llamado precio de mercado: «El
precio efectivo a que corrientemente se venden las mercancías es lo que se
llama precio de mercado, y puede coincidir con el precio natural o ser supe-
rior o inferior a éste». Y Smith continúa: «El precio de mercado de cada
mercancía en particular se regula por la proporción entre la cantidad de ésta
que realmente se lleva al mercado y la demanda de quienes están dispues-
tos a pagar el precio natural del artículo», a saber, la demanda efectiva.49
La contraposición entre precio natural y precio de mercado puede
considerarse no sólo como la distinción entre una variable teórica y su
correlato empírico, sino también como un sutil modo de contraponer su
propia teoría de los valores de cambio, basada en las condiciones analíticas

48 Este elemento se pierde de vista en las teorías marginalistas, que consideran que el
mercado de capitales es un mercado como los demás, y que la tendencia a un tipo unifor-
me de beneficio es un ejemplo específico de la ley del precio único. De este modo, las teo-
rías marginalistas confunden la noción de competencia en cada mercado individual, que se
basa en el número de compradores y vendedores, con la noción de libre competencia de
capitales, que se basa en la libertad de entrada en los diversos sectores de la economía.
49 Ibíd., p. 73; p. 55, trad. cast. Smith ya trató el precio natural y el precio de mer-
cado, y la relación entre ellos, en las Lectures on jurisprudence (Smith, 1978, pp. 356-366:
vi. 67-97); pero estas páginas sólo pueden considerarse como un primer borrador del tra-
tamiento maduro del tema en el libro I, cap. 7, de La riqueza de las naciones.
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que definen el precio natural, y las teorías subjetivas del valor, que se refe-
rían vagamente a escasez y utilidad, a oferta y demanda, y que predomina-
ban entre los escritores escolásticos o en autores como Galiani y Turgot.
Centrándose en el problema de la reproducción en el tiempo de una socie-
dad basada en la división del trabajo, Smith, aunque aparentemente incor-
poró a su exposición los elementos en los que descansaban las tradicionales
teorías subjetivas del valor, redujo tales elementos al papel de perturbacio-
nes (irregulares y asistemáticas) y mediante la misma definición de precio
natural las descartó de su propia teoría de los valores de cambio.
Los intentos de interpretar a Smith de modo que se establezca una
relación entre los elementos objetivos sobre los que se basa la noción de
precio natural y los elementos subjetivos que se traen a colación con res-
pecto al precio de mercado concentran la atención en el mecanismo de
ajuste entre precio de mercado y precio natural. Este mecanismo descansa
en las dos clases de competencia antes ilustradas: cuando la producción de
una mercancía excede de su demanda «efectiva» (es decir, la cantidad que
los compradores están dispuestos a absorber al precio natural), entonces la
competencia entre los vendedores impulsará al precio de mercado por
debajo del precio natural: los productores podrán obtener los beneficios
«naturales» y tendrá lugar una fuga de capitales de ese sector; la produc-
ción disminuirá y de ese modo será absorbido el exceso de oferta.
Fue en relación con este mecanismo de ajuste con el que Smith utili-
zó la famosa analogía de la «gravitación»:

El precio natural viene a ser, por esto, el precio central, alrededor del cual
gravitan continuamente los precios de todas las mercancías. […] Pero aunque
el precio del mercado de una mercadería cualquiera está continuamente fluc-
tuando, por decirlo así, alrededor del precio natural, a veces ciertos accidentes,
determinadas causas naturales u ordenanzas gubernamentales suelen mantener
el precio del mercado de muchas mercancías, durante bastante tiempo, muy
por encima del llamado precio natural.50

50 Smith (1776), pp. 75 y 77; pp. 56-58, trad. cast. De nuevo en el cap. 7 del libro I
de La riqueza de las naciones, Smith afirma que el precio de mercado puede ser mayor que
el precio natural «durante mucho tiempo», «durante varios siglos», «siempre», cuando el
funcionamiento de la competencia se vea impedido por aduanas, regulaciones, leyes y
monopolios naturales. El «precio natural» aparece, por lo tanto, no sólo como una varia-
ble teórica que expresa las condiciones de reproducción del sistema económico, sino tam-
bién como una norma correspondiente al pleno funcionamiento de la competencia.
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Muchos autores, especialmente en años recientes, han interpretado la


metáfora de la gravitación como si implicase una teoría del precio de mer-
cado basada en la oferta y la demanda. De modo específico, los precios de
mercado vinieron a interpretarse como precios de equilibrio a corto plazo
(marshallianos, que vacían el mercado).51 De hecho, esta idea es total-
mente ajena al pensamiento de Smith, tanto porque el precio de mercado,
como hemos visto, no es para él una variable teórica, sino un correlato
empírico, como porque la referencia a la misma gravitación, que parece
implicar una estructura teórica exacta, la de la teoría de Newton (en la que
el comportamiento del cuerpo que gravita alrededor de otro se describe
mediante leyes matemáticas), es de hecho completamente vaga.52 Esto
queda testimoniado, entre otras cosas, por el hecho de que cada una de las
dos frases en las que aparece el término gravitación viene acompañada por
expresiones («en cierto sentido», «si puede decirse así») que apuntan a su
uso como metáfora imprecisa.
La interpretación del precio de mercado como una variable teórica
determinada por la confrontación entre demanda y oferta según reglas
generales y exactas hace su aparición sólo a finales de la edad de oro de la
economía política clásica, con John Stuart Mill y Thomas De Quincey,
para ser desarrollada más tarde por Alfred Marshall del modo que se ha
hecho familiar en los manuales. En la época de Smith, los términos
demanda y oferta no indicaban curvas, o de modo más general, relaciones
funcionales estables e identificadas que relacionaran el precio y la cantidad
de una mercancía,53 sino un conjunto de elementos, posiblemente fortui-
tos o contingentes, que no pueden reducirse únicamente a factores tecno-

51 Cf. por ejemplo Blaug (1962), p. 39.


52 Según Phyllis Deane (1989), pp. 61 y 68, la referencia a Newton corresponde a la
representación de la economía de mercado como un sistema autorregulador. «La esencia de
la cosmovisión newtoniana estaba en que partía de dos axiomas, dos artículos de fe sobre
el mundo real en sus aspectos social y físico: 1) que se caracterizaba por uniformidades y
constancias suficientemente regulares para tener la fuerza de leyes de la naturaleza; y 2) que
fue diseñado por un creador inteligente, el cual lo guiaba. […] existía una armonía siste-
mática y divina en las operaciones del universo». Sin embargo, tal visión de la sociedad,
optimista y simplista, parece ajena a la tradición de la Ilustración escocesa y más próxima
a la tradición cartesiana francesa.
53 Las curvas de demanda aparecen en la literatura económica más de medio siglo
después, con Cournot y Rau: cf. más adelante §§ 10.2 y 11.1.
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lógicos (economías y diseconomías de escala) o psicológicos (preferencias


de los consumidores). La referencia al papel de la demanda y la oferta en
la determinación del precio refleja más bien, antes de Smith, una situación
anterior al desarrollo de mercados regulares, como en las ferias de los pue-
blos o en las ciudades con puerto de mar, con precios sujetos a la influen-
cia de acontecimientos asistemáticos.
Las modernas interpretaciones del precio de mercado en Smith,
determinadas por la demanda y la oferta, se basan comúnmente en la
segunda parte de la definición del precio de mercado citada más arriba:
ésta «se regula por la proporción entre la cantidad [de la mercancía] que
realmente se lleva al mercado y la demanda». Sin embargo, en este pasaje
Smith habla del precio de mercado como «regulado», no «determinado»,
por la proporción entre demanda y oferta; y no puede tomarse la expre-
sión «proporción entre la cantidad […] que se lleva al mercado y la
demanda» como algo que apunte a una relación matemática exacta. Este
pasaje no constituye ni una definición del precio de mercado, ni una teo-
ría para explicar su determinación. Después Smith, no continúa ilustran-
do las leyes que se refieren a cómo reaccionan la demanda y la oferta ante
un precio de mercado distinto del precio natural, ni las leyes sobre cómo
reacciona el precio de mercado ante los desequilibrios entre demanda y
oferta, y ante las fluctuaciones de estas variables. En particular, no hay nin-
gún indicio de la idea, común en la teoría moderna pero no en la época
de los economistas clásicos, de un mecanismo para vaciar el mercado, que
determine el precio de mercado.54
Lo que Smith sugiere son sólo unas pocas reglas generales. Primero,
el precio de mercado estará por encima del precio natural cuando por
alguna razón la oferta sea menor que la demanda «efectiva», y por debajo
de él cuando suceda lo contrario. Segundo, la desviación del precio de
mercado respecto del precio natural provocará reacciones por parte de los

54 Como ya hemos visto, el vaciamiento del mercado —a saber, la idea de que el mer-
cado tiene una posición de equilibrio en la que demanda y oferta son exactamente igua-
les— es característica de los mercados financieros, no de los mercados de productos indus-
triales; la teoría moderna ha tenido que recurrir a construcciones artificiales como «precios
de reserva», a fin de extender tal noción a los productos agrícolas y manufacturados. Des-
taquemos también que la noción de vaciamiento del mercado no debe confundirse con la
idea, mucho más vaga, de mecanismos de ajuste del mercado.
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compradores, y análogamente de los productores; con libre competencia,


tales reacciones tienden a favorecer la resolución de la situación de equili-
brio. A partir de los ejemplos que da Smith está claro que la acción con-
creta de aquellas reglas generales depende de las circunstancias, y, por lo
tanto, no es posible formular funciones de reacción exactas para los pre-
cios de mercado ante los desequilibrios entre demanda y oferta, y de estas
dos últimas variables ante los precios.55
Así, para Smith la gravitación no es sino una metáfora utilizada para
evocar el papel de la competencia como fuerza que contribuye a la esta-
bilización del mercado. Éste es también el papel de la metáfora de la
«mano invisible», que además Smith sólo utiliza una vez en La riqueza
de las naciones, y en un contexto específico (la preferencia de los capita-
listas para invertir en los sectores más rentables de la industria nacional,
más que en los países extranjeros, aunque motivada por el interés perso-
nal, tiene un efecto positivo para la sociedad, puesto que tiende a
aumentar la renta nacional, como «conducido [el individuo] por una
mano invisible»).56 Hay un largo camino desde cualquier teoría basada
en los mecanismos que vacían el mercado, las curvas de oferta y deman-

55 Añadamos que, como demostraron Egidi (1975) y Steedman (1984), estas reglas
deben reformularse, refiriéndolas al tipo de beneficio sectorial comparado con el tipo gene-
ral; además, Steedman demuestra que en el contexto del análisis multisectorial, el signo de
la desviación del precio de mercado respecto del precio natural no es necesariamente el
mismo que el de la desviación del tipo de beneficio sectorial respecto del tipo general, en
contraste con la suposición de Smith.
56 Cf. Smith (1776), p. 456; p. 402, trad. cast. Smith sólo utiliza dos veces en otro
lugar el término mano invisible, en diferentes obras y contextos (la History of astronomy,
III.2; Smith 1795, p. 49; y La teoría de los sentimientos morales, IV.1.10: Smith, 1759,
p. 184) y, además, en la primera de estas ocasiones, en tono algo irónico. Sobre el tema cf.
Rothschild (1994; 2001, pp. 116-156) y Gilibert (1998). Como observa este último
comentarista, ni los contemporáneos de Smith ni los estudiosos de su pensamiento hasta
mediados del siglo XX prestaron ninguna atención al tema de la «mano invisible»; sólo
comenzó a ser propuesto después de que Arrow y Debreu hubieran desarrollado la teoría
axiomática general del equilibrio económico y los dos «teoremas fundamentales» de la eco-
nomía del bienestar, según los cuales la competencia perfecta asegura un equilibrio ópti-
mo, y un equilibrio económico puede interpretarse como resultado de un mercado perfec-
tamente competitivo (cf. más adelante § 12.4). De esta manera, atribuyendo a Smith la
idea del mercado como una mano invisible que conduce al equilibrio óptimo, la teoría
moderna tiene algún derecho a ser vista como la coronación del diseño cultural smithiano.
En realidad, sin embargo, las dos opiniones son completamente diferentes.
El origen de la división del trabajo: Smith y Pownall 201

da y cosas por el estilo. Puede parecer que la diferencia representa un


progreso en la totalidad formal del análisis, pero implica cambios radi-
cales en los conceptos utilizados por los economistas clásicos: tan radi-
cales como para modificar el contexto teórico en una dirección decidi-
damente restrictiva. Por lo tanto, tenemos una pérdida neta en lo que a
la representación conceptual del sistema económico se refiere.57 Sin
embargo, lo cierto es que la noción del precio de mercado como una
variable teórica es totalmente ajena a Smith. Además, la idea de la «mano
invisible del mercado» es una distorsión de la historia del pensamiento;
el hecho de que se haya repetido —y se repita todavía— con tanta fre-
cuencia, especialmente por parte de los teóricos del equilibrio económi-
co general, sólo muestra su ignorancia de los textos y su superficialidad
histórica.

5.7. El origen de la división del trabajo: Smith y Pownall


El tema del origen de la división del trabajo está relacionado con
varias cuestiones de filosofía social, y constituye su terreno unificador.
Como ahora veremos, al examinar las opiniones de Smith y las críticas que
recibieron de Pownall,58 el origen de la división del trabajo puede locali-
zarse en la propensión humana a la vida social, o en diferencias innatas en
las aptitudes. Las dos tesis tienen implicaciones profundamente diferentes
en temas como la teoría del contrato social, la visión de la estratificación
social como un hecho de naturaleza y ciertamente para la valoración posi-
tiva o negativa del propio trabajo. Sin embargo, antes de considerar estos
aspectos, puede ser útil ilustrar primero la posición de Smith, y después las
críticas de Pownall.

57 Consideremos, por una parte, la complejidad de las motivaciones de la acción


humana en el marco analítico smithiano, en comparación con el agente económico unidi-
mensional de la teoría moderna, que sólo tiene por objeto maximizar la utilidad, y, por
otra, la desaparición de temas clásicos como conflictos distributivos y problemas de empleo
si se sostiene que el mercado competitivo asegura los equilibrios óptimos y las variables dis-
tributivas (salario, renta, tipo de beneficio) se consideran, en condiciones de competencia,
como precios de equilibrio de los «factores de producción».
58 Thomas Pownall (1722-1805) había sido gobernador de Massachussets en 1757-
1759; de 1767 a 1780 fue miembro del Parlamento.
202 Adam Smith

Smith aborda el tema del origen de la división del trabajo en el capí-


tulo 2 del libro I de La riqueza de las naciones:

Esta división del trabajo, que tantas ventajas reporta, no es en su origen


efecto de la sabiduría humana, que prevé y se propone alcanzar aquella gene-
ral opulencia que de él se deriva. Es la consecuencia gradual, necesaria aunque
lenta, de una cierta propensión de la naturaleza humana que no aspira a una
utilidad tan grande: la propensión a permutar, cambiar y negociar una cosa
por otra.
No es nuestro propósito, de momento, investigar si esta propensión es
uno de estos principios innatos en la naturaleza humana, de los que no puede
darse una explicación ulterior, o si, como parece más probable, es la conse-
cuencia de las facultades discursivas y del lenguaje. Es común a todos los hom-
bres y no se encuentra en otras especies de animales, que desconocen esta y
otra clase de avenencias.59

La tesis de Smith es, pues, que la división del trabajo tiene su origen
en la tendencia de los hombres a entrar en relaciones de intercambio
mutuo, o en otras palabras —podríamos decir— en la sociabilidad huma-
na. A estas características Smith atribuye también el origen del lenguaje;
además, éste distingue a los hombres de los animales.
En las propias palabras de Smith (1776, p. 26; pp. 16-17, trad. cast.):

Nadie ha visto todavía que los perros cambien de una manera delibera-
da y equitativa un hueso por otro […]. Cuando un animal desea obtener
cualquier cosa del hombre o de un irracional no tiene otro medio de persua-
sión sino el halago. […] El hombre utiliza las mismas artes con sus semejan-
tes […]. Mas no en todo momento se le ofrece ocasión de actuar así. En una
sociedad civilizada necesita a cada instante la cooperación y asistencia de la
multitud, en tanto que su vida entera apenas le basta para conquistar la amis-
tad de contadas personas. En casi todas las demás especies zoológicas el indi-
viduo, cuando ha alcanzado la madurez, conquista la independencia y no
necesita el concurso de otro ser viviente. Pero el hombre reclama en la mayor
parte de las circunstancias la ayuda de sus semejantes y en vano puede espe-
rarla sólo de su benevolencia. La conseguirá con mayor seguridad interesan-
do en su favor el egoísmo de los otros y haciéndoles ver que es ventajoso para
ellos hacer lo que les pide.

59 Smith (1776), p. 25; p. 16, trad. cast. Ésta es una tesis que constituye un punto
fijo en el pensamiento de Smith; ya la había afirmado, prácticamente en los mismos tér-
minos, en las lecciones universitarias y en el primer borrador de La riqueza de las nacio-
nes (Smith, 1978, p. 347: LJ-A, vi. 44; pp. 492-493: LJ-B, 219; pp. 570-571: Early draft,
20-21).
El origen de la división del trabajo: Smith y Pownall 203

Esta larga cita es útil porque destaca un importante paso lógico que
tal vez Smith dio con demasiada rapidez, de la propensión al intercambio
como base de la división del trabajo al papel del interés personal para el
buen funcionamiento de un sistema basado en la división del trabajo. Este
nexo implica que la propensión al intercambio sólo puede ser vista como
sociabilidad si no confundimos este último concepto con la idea de altruis-
mo. Por otra parte, como vimos en nuestra ilustración de la Teoría de los
sentimientos morales, Smith considera que la economía de mercado se basa
más en el interés personal que en el mero egoísmo. Es esta especificación
de los dos términos, propensión al intercambio e interés personal, la que per-
mite su relación inmediata.
Volvamos ahora a la propensión al intercambio, vista como deseo de
establecer contacto con nuestros semejantes, sin, no obstante, tener que
soportar costes por ello, sino más bien buscando ventajas. A primera vista,
esta idea podría parecer que no difiere demasiado de la tesis de Pownall,
según la cual —como ahora veremos— la división del trabajo tiene su ori-
gen en el deseo de explotar las diferencias innatas de las habilidades labo-
rales de los distintos individuos.
De hecho, Pownall (1776, pp. 338-339) no critica a Smith por equi-
vocarse en sus afirmaciones, sino porque había detenido su análisis dema-
siado pronto, sin llegar a los primeros principios:

Creo que usted se ha quedado corto en su análisis, sin llegar a la pri-


mera causa natural y principio de la división del trabajo. […] Antes de que
un hombre pueda tener la propensión al intercambio, debe haber adquiri-
do algo que no desea, y debe sentir que existe algo que él desea y que otra
persona ha adquirido […]. La naturaleza nos ha formado así, de manera
que el trabajo de cada uno debe tomar una especial dirección, con prefe-
rencia a, y con la exclusión de, otros tipos de trabajo igualmente necesarios
[…]. Las necesidades y los deseos del hombre deben ser satisfechos a través
de muchos canales; su trabajo le proporcionará más de lo necesario de una
u otra cosa; pero a causa de las limitaciones y de la dirección definida de sus ca-
pacidades no los puede seguir todos. Sin embargo, esta limitación de sus
capacidades, y la extensión de sus necesidades, redunda por fuerza en que
cada hombre acumula algunos bienes, mientras que le faltan otros, y cons-
tituye el principio originario de su naturaleza, que crea, a través de la reci-
procidad de las necesidades, la exigencia de una intercomunión de ofertas
mutuas; ésta es no sólo la causa formativa de la división del trabajo, sino
también la causa eficiente de esa comunidad, que es la base y el origen del
gobierno civil.
204 Adam Smith

La posición de Pownall parte de dos presuposiciones que parecen aje-


nas a la visión que tiene Smith del funcionamiento de la sociedad y del sis-
tema económico. La primera presuposición es que cada individuo sabe lo
que necesita y que los demás pueden ofrecerle antes de entrar en contacto
con ellos, y en particular antes de entrar en relaciones de intercambio. En
términos modernos, podríamos decir que Pownall presupone que cada
agente económico posee el conocimiento de sus propias capacidades y pre-
ferencias, así como de los bienes que pueden proporcionarle otros agentes
económicos, o mejor dicho, de sus capacidades y preferencias; tal conoci-
miento tiene que ser innato, a fin de constituir el origen de la división del
trabajo y de los intercambios. La segunda presuposición de la tesis de Pow-
nall es que existen diferencias originales en las capacidades de los diferen-
tes individuos: tales diferencias, aparte de constituir la fuente original que
determina la división del trabajo, constituyen también una presuposición
«natural» de la estratificación económica de la sociedad.60
En lo que se refiere al primer aspecto, la visión del individuo como
prius lógico con relación a la sociedad se opone a la idea smithiana, carac-
terística de toda la tradición de la Ilustración escocesa, del individuo como
un ser intrínsecamente social. En cuanto al segundo aspecto, es decir, la
existencia de una base natural para las diferenciaciones económicas y
sociales, Smith la rechaza explícitamente. De hecho, él afirma que consi-
dera las diferentes capacidades de trabajo como adquiridas principalmen-
te a consecuencia de la división del trabajo:

60 La doctrina de las diferencias intrínsecas de capacidades ya estaba presente (y con


carácter dominante) en la tradición griega y después en el período escolástico: cf. más arri-
ba §§ 2.2 y 2.4. Hacia mediados del siglo XVIII, esta doctrina fue adoptada, en el marco de
una teoría subjetiva del valor, por Galiani (1751, p. 49): «Por la providencia nacen los
hombres dispuestos para diferentes oficios, pero en proporciones desiguales de rareza,
correspondiendo con admirable sabiduría a las necesidades humanas». Este pasaje indica
también una dificultad decisiva de la opinión tradicional: si admitimos que la distribución
de las capacidades entre los individuos es innata, sólo la «mano invisible» de la Providen-
cia puede garantizar que la disponibilidad de capacidades corresponda a las exigencias de la
sociedad, puesto que por definición queda descartado cualquier mecanismo social de ajus-
te. Galiani (ibíd., p. 50) es consciente también de las implicaciones de la doctrina de las
diferencias innatas de capacidad en la distribución de la renta, concebida como «justa» en
cuanto que refleja las capacidades innatas del individuo: «Se verá que la riqueza no va a una
persona más que en pago del justo valor de sus obras».
Liberalismo económico y liberalismo político: la fortuna de Smith 205

La diferencia de talentos naturales en hombres diversos no es tan grande


como vulgarmente se cree, y la gran variedad de talentos que parece distinguir
a los hombres de diferentes profesiones, cuando llegan a la madurez es, las más
de las veces, efecto y no causa de la división del trabajo. Las diferencias más
dispares de caracteres, entre un filósofo y un mozo de cuerda, pongamos por
ejemplo, no proceden tanto, al parecer, de la naturaleza como del hábito, la
costumbre o la educación.61

Aparece, pues, con claridad el contraste entre el contenido democrá-


tico de la tesis smithiana y el elemento conservador de la tesis de Pownall;
un contraste que vale la pena destacar, porque puede ayudarnos a com-
prender la naturaleza innovadora y progresista de la filosofía social de
Smith, y porque el contraste entre las dos visiones se manifiesta repetida-
mente a lo largo del tiempo.62

5.8. Liberalismo económico y liberalismo político:


la fortuna de Smith
Decir que Smith fue el fundador de la ciencia económica constitui-
ría una afirmación equivocada: aparte de los problemas inherentes a la

61 Smith (1776), pp. 28-29; p. 18, trad. cast. Sobre líneas análogas encontramos la
concepción smithiana del empresario como una persona normal, que a lo sumo posee las
características de un buen paterfamilias, completamente diferente de la visión heroica del
empresario que propondrían después Marshall, y especialmente Schumpeter. De hecho,
Smith, con característica prudencia, no niega la existencia de diferencias individuales en el
origen o, como diríamos hoy, diferencias debidas a características genéticas: lo que sostie-
ne es la decisiva importancia de los elementos de diferenciación adquiridos a través de las
vicisitudes de la vida, y en particular a través de la experiencia laboral. Así, el trabajo
adquiere una dimensión adicional, como factor formativo, sea positivo o negativo.
62 La moderna teoría marginalista de las diferencias de salarios puede remontarse a la
posición de Pownall (diferencias innatas entre las distintas clases de capacidades persona-
les) o a las diferentes capacidades de acumulación e inversión en «capital personal», mien-
tras que Smith apunta más bien a la importancia de las circunstancias que determinan el
papel laboral de cada individuo, ampliamente conectadas con la ubicación social anterior,
de modo que la estratificación social surge como mecanismo dotado de capacidad auto-
rreproductora. Las intervenciones políticas en el campo de la educación, tales como las
sugeridas por Smith en el libro V de La riqueza de las naciones (cf. más adelante § 8), tie-
nen, por lo tanto, no sólo la función de remediar los efectos perversos que la división del
trabajo provoca en la naturaleza humana, sino también la función de ser un mecanismo
democrático de fluidificación de la estratificación social.
206 Adam Smith

noción de un fundador individual de la economía política, está el hecho


de que, antes que él, autores como Petty, Cantillon, Quesnay y muchos
otros habían abordado el análisis de temas económicos específicos o,
dicho con carácter más general, del funcionamiento de un sistema social
en términos de sus aspectos materiales. Ciertamente, Smith se apoyó en
gran medida en numerosos escritos que ya existían sobre tales temas, par-
tiendo de ellos en muchos aspectos. Quizás, en comparación con autores
anteriores, la característica definitoria de Smith es la de ser un académi-
co: es decir, que trata de afrontar su objeto de análisis bajo el estímulo de
las pasiones políticas, pero que está suficientemente separado de los pro-
blemas e intereses inmediatos, y que, sobre todo, pone gran cuidado y
una enorme cantidad de tiempo en la definición rigurosa y en la presen-
tación cuidadosa de sus ideas, con una gran capacidad para mediar entre
opiniones y tesis diferentes, al tiempo que capta los elementos positivos
de cada una de ellas.
Esta sutileza smithiana, el rechazo de tesis claras sin reservas ni
especificaciones, dificulta y a la vez hace interesante la interpretación
de sus obras. En las páginas que siguen examinaremos algunos ejem-
plos de los problemas de interpretación que han suscitado un mayor
interés.
El primero de estos ejemplos se refiere al liberalismo de Smith. Tene-
mos que destacar, en este aspecto, que la de Smith fue una actitud pro-
gresista ante los principales temas políticos de su tiempo, tales como el
conflicto acerca de la independencia de las colonias americanas. En la
Francia prerrevolucionaria y posrevolucionaria, La riqueza de las naciones
fue vista favorablemente por los elementos progresistas de la época, inclu-
yendo a Condorcet (1743-1794), que publicó un compendio de la obra
en 1791 (poco después de su muerte, su viuda, Madame de Grouchy, pre-
paró una traducción de La teoría de los sentimientos morales). En Inglate-
rra, Smith se convirtió en un punto de referencia en los años que siguie-
ron inmediatamente a su muerte para pensadores radicales como Thomas
Paine (1737-1809) y Mary Wollstonecraft (1759-1797). Junto con
Hume, Smith fue visto como un subversivo peligroso por los intelectua-
les conservadores de la época. El caso es que todos estos pensadores, favo-
rables o contrarios a las opiniones de Smith, no vieron ninguna diferen-
cia en su pensamiento entre el liberalismo en el campo político y el
Liberalismo económico y liberalismo político: la fortuna de Smith 207

liberalismo económico, entre la defensa de la libertad política y la defen-


sa del librecambio.63
La situación experimentó un cambio de grandes repercusiones en los
años siguientes. La opinión pública inglesa mostró una intensa reacción
negativa ante los excesos de la Revolución francesa (el Terror), que inicial-
mente implicó una creciente desconfianza ante el liberalismo smithiano.
Pronto, sin embargo, especialmente gracias al primer biógrafo de Smith,
Dugald Stewart (1753-1828), comenzó la reinterpretación del pensa-
miento smithiano con el objetivo de hacerlo más aceptable, basándose
precisamente en la distinción entre liberalismo económico y liberalismo
político. Con esta reinterpretación matizada, una tesis políticamente pro-
gresista que destacaba la necesidad de luchar contra las concentraciones de
poder de cualquier tipo se transformó en una tesis conservadora —dejar la
máxima libertad de acción a los empresarios—, que en la etapa de la
industrialización llegó a adoptar tonos reaccionarios, sirviendo para justi-
ficar una total indiferencia de la nueva clase empresarial ante los severos
costes humanos de las nuevas tecnologías productivas y la extendida mise-
ria que trajeron: un grito alejado de la sensibilidad repetidamente mostra-

63 La historia de estas primeras lecturas progresistas de Smith, y de la subsiguien-


te reinterpretación conservadora, se ilustra en un interesante artículo de Emma Roths-
child (1992). Según su reconstrucción, «Para Smith, la libertad consiste en no ser
molestado por los demás: en cualquier aspecto de la vida y por parte de cualesquiera
fuerzas exteriores (iglesias, supervisores parroquiales, corporaciones, inspectores de
aduanas, gobiernos nacionales, dueños, propietarios)» (ibíd., p. 94). Cf. también Roths-
child (2001), pp. 52-71.
En este aspecto también podemos recordar una faceta del liberalismo de Smith
—su desconfianza en los empresarios que asumían un papel político directo— que pare-
ce pertinente en la actual coyuntura política italiana, pero que posee claramente una vali-
dez más general: «Los intereses de quienes trafican en ciertos ramos del comercio o de
las manufacturas, en algunos respectos, no sólo son diferentes, sino por completo opues-
tos al bien público. […] Toda proposición de una ley nueva o de un reglamento de
comercio, que proceda de esta clase de personas, deberá analizarse siempre con la mayor
desconfianza, y nunca deberá adoptarse como no sea después de un largo y minucioso
examen, llevado a cabo con la atención más escrupulosa a la par que desconfiada. Ese
orden de proposiciones proviene de una clase de gentes cuyos intereses no suelen coin-
cidir exactamente con los de la comunidad, y más bien tienden a deslumbrarla y a opri-
mirla, como la experiencia ha demostrado en muchas ocasiones» (Smith, 1776, p. 267;
p. 241, trad. cast.).
208 Adam Smith

da por el economista escocés ante los sufrimientos humanos y de su inte-


rés por la continua mejora de los niveles de vida de la gran masa de la
población.64
Para una mejor comprensión del liberalismo de Smith, podemos
referirnos a los libros IV y V de La riqueza de las naciones. La mayor parte
del libro IV está dedicada a la crítica del «sistema comercial o mercantil»,
considerado más como una colección de intervenciones del Estado
nacional en la economía que como un sistema teórico de economía polí-
tica, o tal vez mejor, un conjunto de ideas comúnmente agrupadas bajo
la etiqueta de «mercantilismo» (que se trató más arriba, § 2.6).65 Res-
tricciones sobre las importaciones, apoyo a las exportaciones, tratados
que establecen preferencias comerciales, colonias: todo ello se examina
con detalle y es sometido a crítica específica. Un capítulo sobre el siste-
ma fisiocrático («agrícola») cierra el libro, pero también aquí el relato se
compone de ejemplos concretos de intervención activa del Estado, y un
alegato a favor del sistema «sencillo y obvio de la libertad natural»
(Smith, 1776, p. 687; p. 612, trad. cast.).

64 La visión conservadora del liberalismo económico se tornó decididamente domi-


nante desde principios del siglo XIX y desde entonces ha seguido refiriéndose a Smith a
pesar del giro interpretativo ilustrado más arriba. En las últimas décadas, por ejemplo, la
«escuela de Chicago» se ha colocado en una línea que vendría directamente de Smith, a
pesar de la cautela originalmente expresada por el más culto de sus exponentes (cf. Viner,
1927). En Italia podemos recordar el ultraliberalismo de Francesco Ferrara (1810-1900),
editor de la primera serie de la importante Biblioteca dell’economista (Cugini Pomba Edi-
tori-librai, Turín), cuyo segundo volumen (1851) ofrece a los lectores una traducción ita-
liana de La riqueza de las naciones (sobre Ferrara cf. Faucci, 1995).
65 El libro IV contiene también una «digresión sobre los bancos de depósito» (Smith,
1776, pp. 479-488; pp. 423-431, trad. cast.), que junto con el capítulo 4 del libro II (ibíd.,
pp. 350-359; pp. 317-324, trad. cast.), constituyen las principales referencias para el tra-
tamiento que hace Smith de los temas monetarios y financieros. Resumiendo ampliamen-
te, Smith considera que el tipo de interés viene determinado por la oferta y la demanda de
préstamos, donde la demanda viene influida por el rendimiento futuro, es decir, por el tipo
de beneficio predominante; las leyes de usura, estableciendo un límite máximo al tipo de
interés, favorecen la acumulación. Los bancos pueden verse inducidos por los «pródigos y
proyectistas» (ibíd., p. 357; p. 323, trad. cast.) a una emisión excesiva de billetes; la regla
que debieran seguir los bancos es la llamada «doctrina de las “real bills”», que dominaría el
sector durante más de un siglo, y que sostenía que la emisión de billetes de banco debiera
limitarse al descuento de letras comerciales seguras. Las ideas de Smith sobre dinero y
banca han sido objeto de un animado debate interpretativo; cf., por ejemplo, Laidler
(1981); Gherity (1994) reconstruye el desarrollo del pensamiento de Smith sobre el tema.
Liberalismo económico y liberalismo político: la fortuna de Smith 209

«Libertad natural» significa libertad política y económica, pero dentro de


un conjunto de reglas apoyadas por la intervención pública y las instituciones
públicas. Por regla general (ibíd., pp. 687-688; pp. 612-613, trad. cast.):

Según el sistema de la libertad natural, el Soberano únicamente tiene tres


deberes que cumplir […]: el primero, defender a la sociedad contra la violencia
e invasión de otras sociedades independientes; el segundo, […] una recta admi-
nistración de justicia; y el tercero […] erigir y mantener ciertas obras y estable-
cimientos públicos cuya erección y sostenimiento no pueden interesar a un
individuo o a un pequeño número de ellos, porque las utilidades no compen-
san los gastos que pudiera haber hecho una persona o un grupo de éstas, aun
cuando sean frecuentemente muy remuneradoras para el gran cuerpo social.

El libro V de La riqueza de las naciones continúa tratando de «los ingre-


sos del Soberano o de la República»: en primer lugar, los gastos de defensa
y justicia, pero también las obras públicas —principalmente, infraestructu-
ras de transporte: canales navegables, carreteras, puentes— y la educación,
con un largo apartado dedicado a esta última, en acusado contraste con la
media página dedicada a «los gastos para sostener la dignidad del Sobera-
no»,66 y después a los ingresos públicos. Smith prefiere que el gasto públi-
co se financie mediante impuestos, más que por medio de deuda pública;
y en cuanto a los impuestos, se exponen e ilustran claramente los cuatro
principios que se han convertido en canónicos: imposición proporcional,
certidumbre, comodidad del pago y economía en la recaudación.67

66 Se dedica un estudio específico a las «compañías reguladas dedicadas al comercio


extranjero» y a las compañías por acciones. Smith (1776, p. 731; p. 647, trad. cast.) reco-
noce que «algunas ramas particulares del comercio que operan con naciones bárbaras y sin
civilizar requieren una especial protección»; pero su discusión detallada de los negocios rea-
les de la Compañía de los Mares del Sur, de la Compañía de las Indias Orientales y de ins-
tituciones semejantes se transforma después en una auténtica crítica (ibíd., pp. 731-756;
pp. 648-667, trad. cast.).
67 «I. Los ciudadanos de cualquier Estado deben contribuir al sostenimiento del
Gobierno, en cuanto sea posible, en proporción a sus respectivas aptitudes, es decir, en pro-
porción a los ingresos que disfruten bajo la protección estatal. […] II. El impuesto que
cada individuo está obligado a pagar debe ser cierto y no arbitrario. El tiempo de su cobro,
la forma de su pago, la cantidad adeudada, todo debe ser claro y preciso, lo mismo para el
contribuyente que para cualquier otra persona. […] III. Todo impuesto debe cobrarse en
el tiempo y de la manera que sean más cómodos para el contribuyente. […] IV. Toda con-
tribución debe percibirse de tal forma que haya la menor diferencia posible entre las sumas
que salen del bolsillo del contribuyente y las que se ingresan en el Tesoro Público» (Smith,
1776, pp. 825-826; pp. 726-727, trad. cast.).
210 Adam Smith

En resumen, Smith no es un liberal dogmático, sino un liberal prag-


mático: fuertemente crítico no sólo con las instituciones feudales y con las
políticas características del Estado absolutista, sino también con las con-
centraciones capitalistas de poder económico, y desconfía de la inclinación
de «los negociantes» a establecer monopolios.
Otro tema sujeto a interpretación68 procede de la comparación entre
los libros I y V de La riqueza de las naciones, en referencia a la aparente
contradicción entre la posición adoptada por Smith ante la división del
trabajo. En el libro I, la división del trabajo es alabada como fundamen-
to de los aumentos de la productividad, para el bienestar de la población
y para el mismo progreso cívico; en el libro V, en un pasaje citado a
menudo como precursor de la teoría marxiana de la alienación, Smith
destaca las características negativas del trabajo fragmentado, que pueden
hacer del hombre una bestia:

Con los progresos en la división del trabajo la ocupación de la mayor


parte de las personas que viven de su trabajo, o sea, la gran masa del pueblo, se
reduce a muy pocas y sencillas operaciones; con frecuencia, a una o dos tareas.
Consideremos, sin embargo, que la inteligencia de la mayor parte de los hom-
bres se perfecciona necesariamente en el ejercicio de sus ocupaciones ordina-
rias. Un hombre que gasta la mayor parte de su vida en la ejecución de unas
pocas operaciones muy sencillas, casi uniformes en sus efectos, no tiene oca-
sión de ejercitar su entendimiento o adiestrar su capacidad inventiva en la bús-
queda de varios expedientes que sirvan para remover dificultades que nunca se
presentan. Pierde así, naturalmente, el hábito de aquella potencia, y se hace
todo lo estúpido e ignorante que puede ser una criatura humana. La torpeza
de su entendimiento no sólo le incapacita para terciar en una conversación y
deleitarse con ella, sino para concebir pensamientos nobles y generosos, y for-
mular un juicio sensato, respecto a las obligaciones de la vida privada. Es inca-
paz de juzgar acerca de los grandes y vastos intereses de su país.69

68 Sobre la historia de este debate, que se remonta a Marx, cf. Rosenberg (1965). Las
implicaciones negativas de la división del trabajo fueron ampliamente reconocidas en el
entorno de la Ilustración escocesa, por ejemplo por Ferguson (1767, parte 2, capítulo 4:
«De la subordinación consiguiente a la separación entre artes y profesiones»).
69 Smith (1776), pp. 781-782; pp. 687-688, trad. cast. Antes de Smith podemos ras-
trear la noción de alienación en los escritos del suizo Jean-Jacques Rousseau (1712-1778),
con quien Smith estaba familiarizado, a través de Hume. (Hume y Rousseau, que inicial-
mente fueron buenos amigos, tuvieron después un duro enfrentamiento: cf. Ross, 1995,
pp. 210-212.) A diferencia de Smith, Rousseau es un crítico radical de la economía de mer-
cado: cf. Colletti (1969b), pp. 195-292.
Liberalismo económico y liberalismo político: la fortuna de Smith 211

Sin embargo, la contradicción entre los libros I y V de La riqueza de


las naciones, entre una visión optimista y otra pesimista de la división del
trabajo, es sólo aparente. No hemos de admirarnos por el hecho de que un
autor como Smith, tan cuidadoso en captar los diferentes aspectos de cual-
quier tema, atribuyera diferentes efectos, algunos de ellos positivos y otros
negativos, a una sola causa. Está claro, partiendo del contexto, que Smith
consideraba dominantes los efectos positivos de la división del trabajo.
Ciertamente, enfrentado con los concomitantes efectos negativos, no
dudó ni por un momento acerca del camino que debía tomar, y, lejos de
plantearse dudas sobre la oportunidad de perseguir el continuo aumento
de la división del trabajo, propuso el recurso a la educación elemental
como contrapeso.
En este sentido, hay aquí un aspecto que debe destacarse, puesto que
tal vez constituye el principal punto de diferencia entre la filosofía social
de Smith y la de Marx, y sobre el cual podemos sostener que era el filóso-
fo escocés el que llevaba razón. Tanto Smith como Marx, como vimos más
arriba, son plenamente conscientes de las implicaciones negativas de la
división del trabajo, y de la necesidad de éste (o «trabajo obligatorio») que
la acompaña. Sin embargo, Marx sostenía que la estricta necesidad del tra-
bajo obligatorio puede superarse en una sociedad comunista, en la cual
será posible alcanzar el pleno desarrollo de las fuerzas productivas, que
«hace posible que yo pueda hacer una cosa hoy y otra mañana, cazar por
la mañana, pescar después de comer, criar ganado por la tarde, criticar des-
pués de la cena, como tengo un pensamiento, sin llegar a ser nunca caza-
dor, pescador, pastor o crítico».70 La posibilidad de liberarse por comple-
to del trabajo obligatorio justifica moralmente, y hace políticamente
aceptable, los costes en sangre y lágrimas de la revolución proletaria y de
la subsiguiente dictadura del proletariado, como etapas necesarias (junto
con la acumulación capitalista) del desarrollo de las fuerzas productivas
que constituye la premisa indispensable para alcanzar el objetivo final.
Smith, por el contrario, consideró que era claramente imposible la
superación de la división del trabajo. Los aumentos de la productividad y
el creciente bienestar económico que hacían posibles la intensificación de

70 Marx y Engels (1845-1846), p. 265.


212 Adam Smith

la división del trabajo constituyen la presuposición para el progreso de las


sociedades humanas. Sin embargo, éste se concibe como un proceso con-
tinuo, sin que pueda verse una «salida» de la estructura de las economías
de mercado y una superación de sus límites y defectos, como el trabajo
obligatorio y la desigualdad de las condiciones sociales. Tal vez esta visión
smithiana pueda relacionarse con las tesis reformistas presentes en el deba-
te político contemporáneo, que se contraponen, por un lado, a las corrien-
tes de pensamiento conservadoras que consideran inútil cualquier inter-
vención dirigida a contrarrestar las situaciones de malestar social y, por el
lado opuesto, a las esperanzas revolucionarias de regeneración social.71
Una confianza sustancial en el hombre, aunque se le reconozca como
un ser esencialmente imperfecto, y en la posibilidad de progreso en las
sociedades humanas, constituía el elemento común en Smith y en la cul-
tura de la Ilustración dieciochesca. Pero también constituía principalmen-
te el mensaje positivo que hace de la obra del pensador escocés un punto
central de referencia para reflexionar sobre el hombre y la sociedad.

71 Cf. Roncaglia (1989) sobre Smith y (1995c) sobre Marx.

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