Mi Infancia

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MI INFANCIA

Quizá este es uno de los escritos más complicados para mí. Tengo en mi
cabeza miles de historias que quizá puedan resolver estos enredos que tengo
en mi corazón. Recuerdo ser una pequeña niña que, contrario a mi presente,
mantenía el positivismo y la buena energía siempre. Una niña que le
encantaba saltar y curiosear en todo momento. Pocas veces le daba miedo o
pena algo. Mi infancia, hasta donde la recuerdo, estuvo llena de imaginación.
No solía salir mucho, por el contrario, mis gratos recuerdos residen más en el
apartamento, jugando sola porque mis papás no estaban y mi abuela no nos
dejaba salir mucho. Ver a los chicos correr y divertirse, mientras a mi me
tocaba crear castillos y parques de diversiones gigantes dentro de mi sala, a
punta de lo imaginación. Tampoco podía hacer mucho desorden, por lo que a
penas si podía utilizar los cojines de la sala para ello. En general, son pocos
los recuerdos compartidos con personas distintas a mi familia que tengo en mi
cabeza. Claro, cuando andaba en el colegio, todo se asociaba a ellos. Pero a
penas eran las tres de la tarde y sonaba la campana de despedida, cambiaba
por completo y era poco lo que socializaba afuera de estos dos recintos. A
medida que fui creciendo, fui transformando mis formas de socializar. Sin
embargo, algo sí se mantenía y era mi encierro. Eso creo que siempre me ha
tronado la cabeza. Me ha dado la inseguridad de no saber si he vivido bien, si
he disfrutado y si de verdad viví mi infancia y adolescencia. Tengo
muchísimas dudas y preguntas sobre la forma en que viví esos años. Creo que
juntar eso con mi adolescencia en general, me causó tristezas y dudas sobre
mí. Recuerdo que, en octavo, tuve un año difícil, lejos de las amigas con las
que más concurría, lo que me obligó a socializar y acomodarme a otros
ambientes y eso me destruyó. Recuerdo que, de 7 días de la semana, 5 me
devolvía llorando en la ruta con música melancólica que ambientaba el
momento. Claro, también está el drama de esa época. Pero no niego que
siempre me ha preocupado esa época.

En cuanto a la comida, no tengo muchos recuerdos. Sé que tenía inseguridades


con mi cuerpo, sobre todo en sexto, cuando ya los chicos se empezaban a
interesar más por el coqueteo y, justamente, mi mejor amiga era una de las
chicas más desarrolladas en su momento, por lo que se llevaba más atención.
Eso me puso demasiado insegura con mi cuerpo. Me daba muy duro. Ahí, con
ayuda de internet, me puse a buscar formas de “desarrollarme” a la fuerza. Me
inventé cremas, menjurjes y miles de recetas para lograr cubrirme con el
estereotipo del momento. Luego, esto se fue desarrollando y mi aspecto físico
paso a un primerísimo primer plano. De ahí en adelante, ha estado presente en
cada momento de mi vida. Lo veo como algo positivo. Lo siento como una
prioridad necesaria e importante que a veces toca extremos que nunca
debieron de tocar.

Escenas por secuencia,lo que voy recordando


Desde mi visión de niña

Carta mi papá
Soltando todo lo que tengo que soltar
Perdonar

Pelea con el plato

Recuerdo una vez que yo tenía un pequeño reloj azul de Minnie Mouse. Este
reloj me lo había regalado mi papá. A mis hermanos les había regalado uno
pareido pero con distintos muñequitos.

En mi curiosidad por entender cómo funcionan las cosas, me puse a jugar con
él. Lo volteaba y miraba, lo abrí, porque sabía que se podía abrir y cerrar sin
ningún problema. Era cuidadosa, porque antes había tenido varios regaños
precisamente por destruir cosas. Sin emabrgo, mi intención nunca era destruir,
era saber cómo funcionan las cosas y luego volver a contruirlas. El problema
estaba en que algunas veces el orden se me olvidaba y quedaban como si las
hubiese roto, cuando en realidad sólo hacía falta buscar el orden de su
construcción, pues casi nunca se dañaban las piezas.
Lastimosamente, este reloj fue la excepción a la regla. Aunque no fue
exactamente por mi curiosidad, el final del reloj había llegado, o al menos el
final de mí cuando mi papá se enterara. Una de las correar se soltó. Como
mencioné: era mi fin.
No tengo muy claro qué sucedió cuando mi papá llegó, pero recuerdo una sola
escena del momento: parecía un pelotón de fusilamiento, pero en cambio de
haber varios apuntando con sus armas a uno sólo, había un gran hombre con
su fusil, que era su voz, sus gritos, sus gestos de desprecio y de rabia, en frente
de tres peladitos llorando, tratando de no hacer tanto ruido. Tres peladitos que
ni siquiera era capaz de mirarse entre sí, aunque muriesen por darse un abrazo
para decirle que no era tan grave la situación. Sólo observaban, inquietos y
miedosos. Los gritos no pararon, al igual que mis lagrimas. Estaba totalmente
destruida, no sabía qué hacer. La había embarrado, había dañado ese maldito
reloj, ¿por qué lo toqué?, ¿para qué me lo regalo?, ¡soy una destructora!, ¿qué
pensaba?

Mi papá empezó a gritar que se iría de la casa, puesto que, en un intento por
pegarnos, mi mamá y mi abuela se metieron para evitar cualquier dolor mayor
al que estábamos viviendo todos. Mi mamá y mi abuela también lloraban, el
único que no lo hacía era él, que parecía ciego ante el dolor de su familia, de
sus hijos. Empezó a bajar el televisor y a decir que se iba. Salió y al final
nunca supe a dónde fue. Duro toda la noche sin llegar, mi mamá lo esperó,
pero no llegó.

Estaba arreglándome para ir al colegio. Mi papá se encontraba de viaje y mi


mamá se estaba preparando para llevarnos al colegio. Todo iba bien, hasta que
recordamos que el carro de mi mamá tenía pico y placa. Yo, ante mi
insistencia y mi terquedad, le dije que llevara el carro de mi papá. Mi mamá
en un principio dijo que ni loca. Tenía todas sus razones para negarse, pero al
final no le pareció tan mala idea. Le escribí a mi papá y le pedí permiso, a lo
cual dijo que sí, que no había problema. Así que nos fuimos, emocionados
para el colegio en ese carrito gris oscuro que quedó marcado con otro gran
dolor de cabeza para la familia.

Ibamos hablando de la vida y escuchando música cuando de repente, mi mamá


no vio un gigante hueco que estaba en toda la mitad de la calle. Lo sentimos
justo cuando ya estábamos encima de él. El sonido del golpe contra el carro
tronó tan duro, que siento que hasta mi papá en su interior lo escuchó, justo
como en mi cabeza sigue retumbando. Seguro también es una exageración de
todos, a sabiendas de lo que se venía, pues el silencio después del golpe nos
delató: teníamos miedo. Se quitó la música, no hablamos más. Recuerdo que
llegué al colegio muy preocupada, duré todo el día así, con mil pensamientos
que se venían acerca de ese momento en que mi papá se enteraría.

En efecto, todo fue catástrofe. Sus gritos, las lagrimas de mi mamá, las noches
en que le tocó aglutinarse en mi cama para poder encontrar un espacio de
descanso, pues el día entero se basaba en desprecios y humillaciones,
reclamados con acusaciones que cobraban cada centavo de lo que podía llegar
a valer ese maldito carro. El carro, al final, fue vendido porque estaba más que
salado. Tuvo cientos de accidentes, con ningún herido, al menos no
físicamente.
Es horrible tener una listo tan larga de estas escenas, violentas y sin razón. Me
duele escribir y recordar esto, pero es parte de mi vida. No recuerdo la edad en
esta ocasión. Se parece a muchos otros momentos de mi vida, pero este en
especifico lo tengo marcado, porque ha sido una de las cosas que no me ha
dejado pasar por completo a mi papá. Duele decirlo, pero siento esa espina en
mi corazón derivado, no sólo a este momento, sino a la repetición de esta
escena a lo largo de mi vida. Claro, las cosas cambiaron, pero cualquier acto
violento como insultos, gritos, desprecios y mal miradas, me recuerdan este
violento hombre al que le temía y le temo aún. Pero no por un respeto o algo
así, aunque claro que lo respeto, sino por el mero hecho de sus actos tan
violentos por los que tuve que pasar. Quizá no en carne propia, pero sí en
otras, que eran como mi propio cuerpo.

Los gritos se repiten en todas. Es el común denominador aquí. Entonces, de la


nada estaba en el cuarto de mis papás. Aunque mi papá siempre ha mantenido
el color blanco en las paredes de todo el apartamento, ese día, como mucho
otros, las reconocía negras, o al menos así quedaron entre mis recuerdos. De
repente, lo veo a él, ocupado por ese monstruo que no me ve, aunque me mira.
Sin importarle eso, continúa. En sus brazos tiene a mi mamá, quien es la que
principalmente grita. Miento si digo que vi algún golpe, pero el sólo
recordarlo, me estremece el cuerpo porque sé y estoy segura que estaba
sufriendo. Sé que le pegó, en esa ocasión le pegó. No estoy muy enterada de la
razón, pero es uno de mis dolores. Sé que mi abuela también se intentaba
meter para salvar a mi mamá, pero no lo logró. Como siempre, yo de
espectadora.

Algo que me recuerda ese momento y que creo que borré de mi cabeza como
método de protección, fue una vez en que sé que mi papá le pegó demasiado
duro a ella. Fue una discusión con la familia de mi mamá que terminó por
traer a la casa policías. Como cuento, no recuerdo nada de eso, sólo me
imagino ese momento, pero realmente no tengo un buen recuerdo de ese día.

Cambiando de ambiente, tampoco todo ha sido miedo y dolor. Ha habido


momentos muy bellos con mi papá. Como, por ejemplo, recuerdo que cuando
éramos bien pequeños nos llevaba a la misa. Ese domingo era más que
deseado porque no venía sólo una visita a la iglesia, venía con empanadita o
helado, un paseíto por el parque y luego a casa, a mentirle a mi mamá y
decirle que no habíamos comido nada pero que no queríamos comer sopa
porque estábamos llenos. Eran buenos momentos. Al igual que compartir con
él a hacer mercado, dónde se divertía y era un alma tan noble, que lo sentía.
Podía hablar con él con tranquilidad.

Recuerdo también cuando me leía libros. Para dormir, me bajaba un libro que
era de zorros, recuerdo muchísimo. Y me leía, entonces, yo me imaginaba
cada escena y olvidaba que estaba en una cama a punto de dormir. Así caía
profunda. Así como este, hubo varios momentos en los que compartía con él y
sentía una autentica preocupación por mí. Me veía.

Hubo una ocasión que me confundió luego con otra cosa, pero que en su
momento me hizo confiar en él. Yo viví muchos años de mi infancia en
hospitales. Cerca de cinco o seis años, debido a una infección renal que me
afectó mi riñón izquierdo y me mantenía en hospitales y exámenes todo el
tiempo. Mi papá siempre estuvo pendiente, no tanto como mi mamá que se
quedaba conmigo, pero era porque tenía que cuidar de los otros chicos. El
punto es que siempre me consentía, me llevaba comida, juguetes, amigos, a
mis hermanos, en fin, siempre consentida. Un día, me llevó sin querer muchas
empanadas y helados. Al parecer, el medicamento que me daban era muy
fuerte al punto de que la combinación casi me mata. Exagero, pero sí me
causo unos retorcijones durísimos que me hicieron gritar mucho. No suelo ser
escandalosa, pero ese día no aguantaba. Mi papá me miró y ante el dolor que
expresaba, lloró. Fue un momento que me conmovió la vida eterna. Fue un
momento que aún me suelta lagrimas. Él no recuerda, pero en ese momento
dejé de gritar, a pesar de que el dolor continuara. Aguante hasta que me dieron
un medicamento que me dejó dormida. Ese es el ángel que se mostraba de mi
papá, uno muy diferente al del resto de mi historia. Al fin y al cabo, mi papá.

Escenas – comida

Carta, ¡obligatoriaaaa! EMOCIÓN

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