El Protestantismo, Historia y Principios PDF
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El Protestantismo, Historia y Principios PDF
1
Orleáns,
de
dedicó
a
las
letras
clásicas
y
publicó
una
excelente
edición
de
la
obra
de
Séneca,
De
clementia.
Se
hizo
protestante
mientras
estudiaba
en
Paris
por
los
años
1532-‐1533,
y
cuando
sus
manifestaciones
evangélicas
pusieron
en
peligro
su
libertad
personal,
se
retiró
a
Suiza,
pensando
dedicarse
a
una
defensa
literaria
de
la
Reforma.
El
primer
fruto
de
su
pluma
fue
la
Institución
de
la
religión
cristiana
(1536),
obra
que
pasó
por
cinco
ediciones
muy
aumentadas
antes
de
recibir
su
forma
final
en
1559,
ponderada
por
los
críticos
literarios,
como
la
primera
obra
del
francés
moderno
y
por
los
teólogos
reformados
como
la
presentación
clásica
de
la
teología
protestante
de
la
época.
Es
comparable
con
la
Summa
Teológica
de
Tomás
de
Aquino
(1227-‐74).
En
1536
llegó
Calvino
a
Ginebra,
pensando
pasar
allí
una
sola
noche,
pero
fue
retenido
casi
a
la
fuerza
por
Guillermo
Farel,
pastor
de
la
ciudad,
que
reclamaba
la
ayuda
de
aquél
en
la
organización
de
la
incipiente
reforma
ginebrina.
Por
naturaleza
Calvino
era
tímido
y
de
cuerpo
débil,
pero
estaba
dotado
de
una
voluntad
férrea
y
una
extraordinaria
energía.
Creyéndose
instrumento
en
manos
de
Dios
se
dedicó
a
hacer
de
Ginebra
una
ciudad
en
la
cual
la
Palabra
divina
fuera
la
autoridad
suprema
en
materia
de
moral
y
doctrina.
Diferencias
de
criterio
entre
el
consistorio
(la
autoridad
religiosa,
con
los
ministros
a
la
cabeza)
y
el
consejo
municipal
(la
autoridad
política)
llegaron
a
tal
tirantez
en
1538
que
Calvino
y
Farel
fueron
exiliados
de
la
ciudad.
Calvino
fue
a
vivir
a
Estrasburgo,
donde
fue
por
tres
años
de
la
congregación
de
refugiados
protestantes
franceses
y
actuó
como
profesor
de
teología.
Sintió
profundamente
la
influencia
de
Martín
Bucero,
pastor
principal
de
la
ciudad,
que
reunía
en
su
persona
y
pensamiento
lo
mejor
de
Lutero
y
de
Zuinglio;
bajo
esa
influencia
Calvino
preparó
la
segunda
edición
de
la
Institución
(1539).
En
1541
las
autoridades
de
Ginebra
le
suplicaron
que
volviera
a
la
ciudad,
y
Calvino
accedió,
para
no
se
–decía-‐
de
“aquellos
que
cuidan
más
de
su
propio
descanso
y
provecho
que
de
la
edificación
de
la
Iglesia”.
Por
más
de
viente
años
dirigió
los
destinos
de
Ginebra,
convirtiéndose
en
una
ciudadela
de
la
reforma
y
en
un
refugio
para
miles
de
protestantes
perseguidos
de
otros
países.
Alli
llegaban
evangélicos
desterrados
de
Francia,
Inglaterra,
Escocia,
Holanda,
España
e
Italia,
para
profundizar
su
nueva
fe
al
lado
del
gran
maestro,
para
publicar
ediciones
del
Nuevo
Testamento
y
de
la
Biblia
en
sus
idiomas
vernáculos,
y
para
volver
luego,
Biblia
en
mano,
a
reformar
las
iglesias
de
sus
países.
Ginebra
llegó
a
ser
el
semillero
de
una
cadena
de
iglesias
protestantes
que
constituyen,
al
lado
de
las
luteranas,
la
segunda
rama
principal
del
cristianismo
reformado
del
siglo
XVI.
Calvino
quiso
que
la
soberanía
invisible
de
Dios,
revelada
a
los
hombres
en
las
Escrituras,
se
hiciera
visible
en
la
vida
moral
y
religiosa
de
la
teocracia
ginebrina.
La
voluntad
de
Dios
es
absoluta,
eligiendo
a
los
que
han
de
salvarse;
el
deber
del
ser
humano
es
adorar,
confiar
y
obedecer
a
la
Divinidad
y
plasmar
su
vida
de
acuerdo
con
la
ley
divina.
La
elección
divina
constituye
un
llamado
a
trabajar
con
celo
incansable
para
la
gloria
de
Dios
y
el
servicio
de
los
hombres,
haciendo
de
la
vocación
civil
el
escenario
principal
de
este
trabajo.
El
cristiano
es
colaborador
de
Dios
en
la
lucha
contra
el
mal,
y
como
tal
debe
ser
laborioso,
ahorrativo,
honrado,
sobrio
y
casto
-‐cualidades
que
explican
los
resultados
económicos
del
calvinismo-‐.
En
el
terreno
político-‐eclesiástico
el
ideal
de
Calvino:
la
formación
de
una
sociedad
regida
por
principios
cristianos;
pero
Calvino
sustituye
el
poder
del
papado
por
la
autoridad
de
la
Biblia.
La
Iglesia
y
el
Estado
deben
quedar
como
dos
instituciones
distintas
y
separadas,
pero
la
Iglesia,
por
ser
intérprete
de
la
Palabra
de
Dios,
ejerce
un
papel
rector
que
el
Estado
debe
respetar.
El
régimen
ginebrino
nos
parece
muy
poco
democrático,
pero
las
doctrinas
calvinistas
de
la
igualdad
de
todos
los
seres
5
humanos
ante
Dios
y
de
la
resistencia
activa
a
los
poderes
tiránicos
echaron
las
cimientos
espirituales
de
las
grandes
democracias
modernas.
“El
Calvinismo
proporcionó
las
bases
para
el
establecimiento
de
la
república
holandesa,
la
rebelión
de
Escocia
contra
María
Estuardo,
la
revolución
puritana
en
Inglaterra
y,
en
parte
las
revoluciones
norteamericana
y
francesa.”1
La
actitud
de
Calvino
para
con
los
herejes
es
la
mancha
más
grande
en
la
historia
de
su
vida.
Todo
el
mundo
recuerda
la
muerte
de
Miguel
Servet,
el
médico
español
que,
huyendo
de
la
inquisición
católica,
cayó
en
manos
de
la
inquisición
ginebrina;
en
verdad,
tal
hecho
es
el
único
que
muchos
saben
de
Calvino.
Desgraciadamente
éste
mantenía
el
principio
medieval
de
que
la
herejía
exige
la
pena
de
muerte
como
medio
de
protección
para
los
inocentes.
El
protestantismo
no
tiene
reparo
en
reconocer
los
errores
de
sus
principales
adalides;
no
se
basa
en
éstos,
sino
en
la
Palabra
de
Dios.
5.
Inglaterra
y
el
Anglicanismo.
En
Inglaterra
la
Reforma
siguió
un
camino
intermedio
entre
Ginebra
y
Roma.
Desde
los
tiempos
de
Wyclif
(siglo
XIV)
los
ingleses
se
sentían
molestos
por
las
exacciones
de
la
curia
romana
y
pedían
más
libertad
respecto
del
poder
papal.
Enrique
VIII
aprovechó
este
sentimiento
nacional
para
cortar
los
lazos
con
Roma
y
proclamarse
jefe
de
la
Iglesia,
pero
este
paso
no
se
inspiró
en
motivos
religiosos
ni
tuvo
nada
que
ver
con
una
verdadera
reforma.
Para
los
teólogos
ingleses
el
catolicismo
significaba
conformidad
en
lo
esencial
con
el
Nuevo
Testamento,
con
los
Padres
de
la
Iglesia
y
con
los
primeros
concilios
ecuménicos.
Creían
que
la
Iglesia
de
Roma
era
herética
y
cismática,
porque
sus
desarrollos
medievales
eran
contrarios
a
aquellas
normas
antiguas.
Se
buscó,
pues,
una
solución
nacional
que
conservara
lo
mejor
del
pasado
sin
desconocer
la
necesidad
de
Reforma.
Enrique
era
de
espíritu
tradicional
y
conservó
la
misa,
el
celibato
y
la
confesión
auricular.
Bajo
Eduardo
VI,
su
sucesor,
se
quiso
dar
a
la
Iglesia
un
carácter
moderadamente
protestante,
y
a
ese
fin
fueron
invitados
algunos
reformadores
del
continente,
incluso
Martín
Bucero
de
Estrasburgo,
quienes
abogaron
por
una
reforma
a
la
manera
zuingliana.
El
reinado
de
Eduardo
fue
corto;
le
sucedió
María
Tudor,
“la
sanguinaria”,
esposa
de
Felipe
II
de
España,
y
ella
encabezó
una
reacción
católica,
dirigida
en
parte
por
eclesiásticos
españoles.
Esta
persecución,
repudiada
por
el
pueblo
inglés,
terminó
con
la
ascensión
al
trono
de
Isabel
I.
Bajo
Isabel
se
establecieron
las
bases
del
“catolicismo
protestante”
anglicano:
una
doctrina
moderadamente
calvinista
expresada
en
los
treinta
y
nuevo
Artículos
de
Fe;
una
liturgia
sin
misa,
fijada
en
el
Libro
de
Oración
Común;
y
un
episcopado
histórico
que
se
considera
basado
en
la
sucesión
apostólica.
La
Biblia
fue
el
centro
del
culto,
los
ministros
pudieron
contraer
matrimonio,
y
la
copa
de
comunión
fue
devuelta
a
los
laicos.
Así
surgieron
en
los
siglos
XVI
y
XVII
las
tres
formas
“clásicas”
del
protestantismo:
el
luteranismo,
el
calvinismo
y
el
anglicanismo.
Todos
se
hallaban
de
acuerdo
en
los
principios
básicos
de
la
Reforma,
si
bien
la
expresión
práctica
de
estos
principios
difería
de
acuerdo
con
las
circunstancias
históricas
y
políticas
de
cada
región.
Prevalecía
también
entre
ellos
la
creencia
antigua
y
medieval,
en
vigencia
desde
los
tiempos
de
Constantino,
de
que
la
Iglesia
debía
ser
en
algún
sentido
oficial
y
que
en
cada
país
debía
existir
la
uniformidad
religiosa.
En
terreno
alemán
esto
dio
expresión
al
principio
cuius
reius
religio;
de
manera
que
la
confesión
de
todo
un
principado
podía
cambiarse
con
la
conversión
del
1
Georgia
Harkness,
“Juan
Calvino
y
su
tradición”,
en
Espíritu
y
mensaje
del
protestantismo,
pág.
109.
6
príncipe,
y
los
disidentes
sólo
tenían
el
recurso
de
emigrar.
Fue
esta
idea
la
que
motivó
las
guerras
religiosas
entre
católicos
y
protestantes,
y
aun
entre
las
varias
confesiones
protestantes.
6.
Los
Radicales
Independientes,
la
Cuarta
Reforma.
La
cuarta
corriente
principal
de
la
Reforma
niega
los
pretendidos
derechos
de
la
“Iglesia
oficial”
y
reclama
la
tolerancia
religiosa
para
todos.
Se
trata
de
la
tradición
independiente,
la
cual
fue
contemporánea
de
las
otras
tres
y
representaba
tendencias
aparecidas
ya
antes
del
siglo
XVI,
como
entre
los
valdenses
y
los
husitas.
Los
independientes,
formaban
el
ala
izquierda
del
movimiento
protestante.
No
teniendo
ningún
director
de
renombre,
se
los
ha
tratado
en
la
historia
como
“hijastros
de
la
Reforma”,
pero
de
primera
importancia
en
el
cuadro
moderno
del
protestantismo.
Si
bien
reconocían
agradecidos
su
deuda
para
con
los
grandes
reformadores,
que
descubrieron
y
formularon
los
principios
del
movimiento,
estaban
convencidos
de
que
estos
principios
exigían
reformas
más
completas.
El
modelo
del
protestantismo
debía
ser
la
sencillez
y
la
libertad
del
cristianismo
primitivo.
“El
catolicismo
romano
había
corrompido
el
depósito
original
de
la
fe
cristiana
con
su
institucionalismo,
su
ritualismo,
su
escolasticismo
y
su
sacramentalismo.
Estos
factores
de
corrupción
estaban
reapareciendo,
según
ellos
creían,
en
las
iglesias
oficiales”2;
por
lo
tanto,
los
independientes
reclamaban
una
reforma
mucho
más
radical.
Cada
ser
humano
cristiano
tenía
el
derecho
de
interpretar
la
Biblia
y
buscar
su
propia
solución
del
problema
religioso
mediante
el
empleo
de
la
razón
y
la
dirección
del
Espíritu
Santo.
La
aplicación
de
este
principio
llevó
naturalmente
a
ideas
sociales,
morales
y
religiosas
muy
diversas
y
aun
antagónicas.
Entre
los
anabautistas
o
“rebautizadores”,
que
constituyeron
el
grupo
mas
numeroso
e
influyente
de
los
independientes
del
siglo
XV,
se
pueden
distinguir
cuatro
tipo
principales:
bíblicos,
apocalípticos,
racionalistas
y
místicos.
Todos
creían
que
la
iglesia
debía
ser
una
organización
voluntaria
compuesta
de
personas
creyentes
y
regeneradas
que
en
el
bautismo
confesaban
conscientemente
su
fe.
Creían
que
el
gobierno
eclesiástico
debía
ser
democrático
y
que
cada
iglesia
local
debía
ser
una
unidad
autónoma,
con
gobierno
propio.
La
Iglesia
y
el
Estado
debían
ser
separados,
sin
traba
alguna
para
la
libertad
de
conciencia
y
con
tolerancia
para
todas
las
creencias.
Los
laicos,
incluso
las
mujeres,
debían
participar
activamente
en
la
vida
de
las
iglesias.
El
Sermón
de
la
Montaña
debía
ser
la
norma
suprema
de
la
vida
cristiana
y,
por
consiguiente
muchos
se
negaban
a
tomar
las
armas
o
prestar
juramento.
Los
anabautistas
fueron
perseguidos
ferozmente
tanto
por
católicos
como
por
protestantes.
Algunos
grupos
incurrieron
en
experimentos
extremistas
y
fanáticos,
que
echaron
una
sombra
sobre
el
movimiento;
la
mayoría
repudió
a
aquéllos
y
trató
de
vivir
pacíficamente,
leal
a
sus
convicciones.
Los
menonitas,
entre
otros,
han
conservado
hasta
nuestros
días
los
mejores
elementos
de
la
enseñanza
anabautista.
Los
principios
eclesiásticos
de
los
independientes
hallaron
arraigo
entre
los
disidentes
ingleses,
encabezado
por
Oliver
Cromwell
(1599-‐1658)
durante
la
república
y
el
protestorado.
“El
Estado
Cronwell,
que
pretendía
expresamente
ser
un
estado
cristiano,
realizó
esta
idea
por
breve
tiempo
y,
aunque
esta
formación
grandiosa
duró
poco,
sus
efectos
histórico-‐universales
han
sido
extraordinarios.
Porque
de
este
episodio
poderoso
2
J.
Minton
Batten,
“La
tradición
independiente”,
en
Espíritu
y
mensaje
del
protestantismo,
pág.
133.
7
nos
quedan
las
grandes
ideas
de
la
separación
de
la
Iglesia
y
el
Estado,
de
la
tolerancia
de
diversas
comunidades
eclesiásticas
en
convivencia,
el
principio
de
la
libertad
en
la
formación
del
cuerpo
eclesiástico,
y
la
libertad
(al
principio
nada
más
que
relativa)
de
convicciones
y
opiniones
en
todas
las
cuestiones
que
atañen
a
la
concepción
del
mundo
y
a
la
religión.”
3
En
Inglaterra,
después
de
la
restauración
de
la
monarquía
y
la
Iglesia
Anglicana
oficial,
las
iglesias
disidentes
pudieron
exigir
su
reconocimiento
por
el
gobierno
y
el
derecho
de
vivir
su
propia
vida
eclesiástica.
Desde
entonces
los
congregacionalistas,
los
bautistas,
los
cuáqueros
(Amigos)
y,
desde
el
siglo
XVIII,
los
metodistas,
han
ejercido
una
gran
influencia
sobre
la
vida
popular
inglesa.
Estas
mismas
iglesias
fueron
el
factor
religioso
predominante
en
al
formación
religiosa
de
la
Unión
norteamericana.
A
modo
de
conclusión
de
esta
breve
reseña
histórica.
Muchos
reprochan
al
protestantismo
por
su
gran
variedad
y
sus
múltiples
divisiones,
y
los
que
se
han
acostumbrado
a
la
organización
monolítica
de
la
Iglesia
Católica
se
confunden
ante
la
diversidad
de
las
iglesia
protestantes.
Conviene
recordar
que
los
reformadores
no
tuvieron
la
menor
idea
de
separarse
de
la
Iglesia,
ni
mucho
menos
la
de
fundar
nuevas
iglesias.
En
manera
alguna
la
división
es
inherente
a
los
principios
protestantes;
como
dice
Ernst
Troeltsch,
“el
protestantismo
quería
reformar
la
Iglesia
toda,
y
sólo
la
necesidad
lo
llevó
a
instituir
iglesias
propias”4
El
protestantismo
conquistó
su
libertad
religiosa
a
costa
de
la
unidad
externa
y
de
la
uniformidad.
La
unidad
externa
es
deseable,
si
puede
existir
sin
el
sacrificio
de
principios
fundamentales;
la
libertad
espiritual
y
la
unidad
de
corazón
son
esenciales,
y
no
son
incompatibles
con
cierta
diversidad
de
doctrina,
de
culto
y
de
organización.
El
protestantismo
-‐decía
el
filósofo
Leser
de
Erlangen-‐
es
“una
comunidad
religiosa
de
tipo
espiritual
que
no
ha
menester
de
una
comunidad
autoritaria
visible”;
no
cree
que
ningún
ser
humano
ni
ninguna
institución
humana
sea
infalible;
sólo
Dios
es
infalible,
y
la
verdad
divina
sufre
inevitablemente
cierta
refracción
al
pasar
por
el
prisma
de
la
mente
humana.
Ninguna
iglesia
protestante
pretende
ser
la
única
poseedora
de
la
verdad
de
Dios
ni
el
único
camino
de
la
salvación.
Lo
cual
no
obsta
para
que
en
el
seno
de
las
masas
protestantes
haya
muchos
que
crean
y
afirmen
que
su
propia
rama
es
la
auténticamente
evangélica.
Tan
difícil
de
comprender
todas
las
implicaciones
de
la
libertad
religiosa,
pero
el
protestantismo
ha
preferido
correr
el
riesgo
y
mantener
la
libertad.
Existe,
sin
embargo,
en
el
protestantismo
actual
la
profunda
convicción
de
que
muchas
de
sus
divisiones
son
innecesarias
y
que
debilitan
seriamente
el
testimonio
cristiano.
B.
El
Principio
Protestante
y
Principios
Básicos
del
Protestantismo.
La
Reforma
del
siglo
XVI
no
nació
de
la
duda
sobre
los
dogmas
tradicionales
de
la
Iglesia,
sino
de
una
nueva
experiencia
de
la
gracia
de
Dios
en
Jesucristo
y
de
una
nueva
comprensión
de
la
fe
cristiana
como
vivencia
personal.
Los
reformadores
protestantes
aceptaron
sin
crítica
y
mantuvieron
fielmente
las
doctrinas
elaboradas
en
la
Iglesia
antigua
en
incorporadas
en
los
Credos
de
los
Apóstoles,
de
Nicea
y
de
Atanasio.
“Nadie
puede
negar
3
E.
Troeltsch,
El
protestantismo
y
el
mundo
moderno,
pág.
86.
4
E.
Troeltsch,
El
protestantismo
y
el
mundo
moderno,
pág.
49-‐50..
8
(dijo
Lutero)
que
nosotros
mantenemos,
creemos,
cantamos
y
confesamos
odas
las
cosas
de
acuerdo
con
el
Credo
de
los
Apóstoles
y
la
fe
de
la
Iglesia
antigua;
que
no
hemos
introducido
en
ello
ninguna
novedad
ni
tampoco
agregado
nada
y
que,
por
esta
razón,
pertenecemos
a
la
Iglesia
antigua
y
nos
sentimos
unidos
a
ella.”5
Las
confesiones
clásicas
del
protestantismo
confirman
esta
lealtad
a
las
doctrinas
tradicionales.
“La
reforma
no
surgió
de
una
crítica
doctrinaria.”
Al
señalar,
pues,
los
principios
básicos
del
protestantismo,
no
hemos
de
señalar
sus
dogmas
teológicos,
sino
su
médula
religiosa
y
moral.
Los
reformadores
renovaron
la
afirmación
de
los
místicos
medievales,
de
que
la
religión
cristiana
debe
ser,
ante
todo,
una
experiencia
personal,
y
que
para
poder
conocer
a
Dios
el
hombre
debe
vivir
en
íntimo
contacto
con
Él.
Este
hecho
religioso
no
es
susceptible
de
una
exacta
descripción
psicológica
ni
de
una
perfecta
formulación
teológica;
como
toda
experiencia
profunda,
será
algo
enigmático
para
quien
no
pase
por
ella.
No
obstante,
es
el
hecho
elemental
del
cristianismo,
y
el
poder
de
la
Reforma
consiste
en
haberlo
proclamado.
“Lutero
redescubrió
la
religión
cuando
declaró
que
el
hombre
verdaderamente
religioso
debe
aferrase
directamente
y
con
una
fe
viva
al
Dios
que
le
habla
por
medio
de
Cristi,
diciendo:
Yo
soy
tu
salvación.”6
El
protestantismo
auténtico
nunca
olvidó
esto,
y
sus
“principios
básicos”
no
son
sino
la
formulación
de
diversas
facetas
de
esta
convicción
central.
1.
El
Principio
Protestante
Fundamental.
El
pensador
protestante
Paul
Tillich
utiliza
la
expresión
principio
protestante
para
indicar
la
doctrina
central
y
universal
del
protestantismo.
Este
principio
no
es
una
especial
idea
religiosa,
ni
depende
del
aumento
o
disminución
de
la
experiencia
espiritual,
“[e]s
el
criterio
último
de
toda
experiencia
religiosa
y
toda
experiencia
espiritual;
yace
en
su
base,
estando
o
no
consciente
de
ello".
“El
principio
central
del
Protestantismo
es
la
doctrina
de
la
justificación
por
la
gracia,
lo
cual
significa
que
ningún
individuo
y
ningún
grupo
humano
puede
pretender
una
dignidad
divina
por
los
logros
morales,
por
su
poder
sacramental,
por
su
santidad,
o
por
su
doctrina.
Si,
consciente
o
inconscientemente,
ellos
pretenden
tal
cosa,
el
Protestantismo
exige
que
sean
desafiados
por
la
protesta
profética,
que
da
a
Dios
solamente
la
absolutez
y
la
santidad
y
niega
cualquier
pretensión
de
orgullo
humano.
Esta
protesta
contra
sí
mismo
sobre
la
base
de
una
experiencia
de
la
majestad
de
Dios
constituye
el
principio
Protestante
[...]
Ello
implica
que
no
puede
haber
un
sistema
sagrado,
eclesiástico
o
político;
que
no
puede
haber
una
jerarquía
sagrada
con
autoridad
absoluta;
y
que
no
puede
haber
una
verdad
en
la
mente
humana
que
sea
verdad
divina
en
sí
misma".
Esta
cita
menciona
la
conocida
doctrina
luterana
de
la
justificación,
la
cual
no
es,
para
Tillich,
sólo
una
doctrina;
es
más
bien
un
principio,
el
principio
universal
de
la
teología
protestante.
Ahora
bien,
el
principio
protestante
debe
ser
entendido
no
solo
como
una
doctrina
fundamental
sobre
la
justificación
por
la
gracia,
sino
también
como
una
actitud
de
protesta
profética.
5
T.
M.
Lindsay,
Historia
de
la
Reforma,
págs..
490-‐491.
6
T.
M.
Lindsay,
Historia
de
la
Reforma,
pág.
454.
9
7
T.
M.
Lindsay,
págs..
495-‐496.
10
raro,
y
hasta
casi
inmoral,
afirmar
que
la
salvación
humana
depende
simplemente
de
una
actitud
interior
que
llamamos
fe,
y
que
ni
aun
ésta
depende
solamente
del
ser
humano.
Tal
crítica
muestra
una
incomprensión
completa
de
la
tesis
protestante.
El
protestantismo
insiste
también
en
las
buenas
obras;
en
verdad,
le
son
absolutamente
esenciales,
más
aún,
inevitables,
en
la
vida
verdaderamente
cristiana.
Pero
las
buenas
obras
no
son
motivo
o
causa
del
perdón
divino,
sino
consecuencia
o
fruto
del
perdón.
No
hay
ninguna
obra
humana
que
pueda
merecer
la
salvación
como
premio.
A
Dios
se
lo
debemos
todo;
aun
cuando
lo
obedeciéramos
perfectamente,
no
haríamos
más
de
lo
que
debíamos
hacer.
Así
también
ustedes,
cuando
hayan
hecho
todo
lo
que
se
les
ha
ordenado,
digan:
“Somos
siervos
inútiles,
no
hemos
hecho
más
que
cumplir
con
nuestro
deber.”
(Lucas
17:10).
¿Cómo
entonces,
crear
un
haber
para
con
Dios
cuando
siempre
quedamos
en
deuda
para
con
él?
Si
Dios
nos
perdona,
es
en
virtud
de
su
buena
voluntad
para
con
nosotros
y
no
porque
nosotros
lo
hayamos
merecido,
pues
Dios
jamás
debe
nada
a
nadie.
Las
buenas
nuevas
forman
parte
de
la
vida
cristiana
como
respuesta
del
ser
humano
agradecido
a
Dios
por
su
don
inefable
en
Cristo.
¿Cómo
de
amar
al
prójimo
y
servirle
el
que
ha
sentido
en
el
corazón
el
amor
desbordante
del
Padre
celestial?
El
servicio
abnegado
a
los
demás,
el
darse
a
sí
mismo
hasta
el
sacrificio
por
los
demás,
de
ahí
el
primer
mandamiento
de
la
vida
cristiana.
Pero
el
protestante,
con
estas
obras
de
amor,
no
pretende
merecer
la
salvación.
Rechaza
radicalmente
el
concepto
de
mérito,
y
enseña
un
servicio
total
por
pura
gratitud
por
el
que
Dios
le
da
en
Cristo.
Un
ejemplo
concreto
de
este
espíritu
religioso
se
encuentra
en
la
música
de
Juan
Sebastián
Bach.
Toda
su
obra
se
escuda
bajo
las
frases
Soli
Deo
gloria
-‐a
Dios
solo
la
gloria-‐
y
Jesu
inva
-‐ayúdame
,
Jesús-‐.
No
son
éstas
meras
frases
convencionales,
sino
un
credo
personal
que
respira
toda
su
producción.
Bach
fue
músico
profesional,
pero
precisamente
por
ser
luterano
en
sus
convicciones
íntimas,
su
trabajo
profesional
se
transformó
en
servicio
divino.
4.
La
autoridad
de
la
Biblia.
El
cristianismo
es,
en
dos
sentidos,
una
religión
histórica.
En
primer
lugar,
es
histórica
porque
tuvo
sus
principios
en
una
época
determinada
de
la
historia
humana,
a
raíz
de
la
actuación
de
determinadas
personas,
y
porque
tiene
su
trayectoria
histórica
desde
aquella
época
hasta
el
día
actual.
Como
organismo
viviente
el
cristianismo
reviste
diversas
formas
a
través
de
los
siglos,
relacionándose
con
otros
factores
de
la
cultura
humana
-‐
filosóficos,
éticos,
artísticos,
sociales,
aun
religiosos-‐,
influyendo
en
ellos
y
sufriendo
a
la
vez
su
influencia.
¿Hasta
dónde
puede
llegar
este
desenvolvimiento
sin
que
el
cristianismo
pierda
su
carácter
propio?
¿Cuándo
será
“normal”
el
desarrollo?
¿Cuándo
representará
más
bien
una
desviación
o
deformación?
¿Quién
dirá
si
es
auténticamente
cristiano
o
no?
Hace
falta
alguna
norma
,
algún
criterio
de
“lo
cristiano”.
En
segundo
lugar,
el
cristianismo
es
una
religión
histórica,
porque
depende
esencialmente
de
Jesucristo,
su
fundador.
Ser
cristiano
es
confesarse
discípulo
de
Jesucristo,
tener
fe
en
él,
reconocerlo
como
Revelador
y
Encarnación
de
Dios,
aceptar
su
Señorío
supremo
en
la
vida.
Su
palabra,
su
obra
y
su
persona
son
centrales
para
la
fe
cristiana.
Es
de
suma
importancia,
pues,
que
el
cristiano
tenga
un
medio
seguro
de
conocer
a
Jesucristo
y
de
relacionarse
con
él.
En
ambos
sentidos
la
Biblia
tiene
autoridad
suprema
para
el
protestante.
Es
el
criterio
o
norma
para
juzgar
de
“lo
cristiano”
en
las
diversas
formas
históricas
del
cristianismo,
y
es
el
medio
por
el
cual
el
cristiano
llega
a
conocer
a
Jesucristo
y
13
relacionarse
con
él.
En
el
primer
sentido,
la
Biblia
es
autoridad
histórica;
en
el
segundo,
es
autoridad
religiosa.
Era
inevitable
que
en
la
Reforma
del
siglo
XVI
se
planteara
la
cuestión
de
la
autoridad
de
la
Biblia
y
la
de
la
Iglesia
-‐cuestión
que
sigue
siendo
central
en
la
conversación
doctrinaria
entre
católicos
y
protestantes-‐.
Ambas
iglesias
reconocen
la
revelación
decisiva
de
Dios
en
Jesucristo;
ambas
afirman
que
la
autoridad
última
y
primordial
reside
en
la
persona
de
Jesucristo.
Pero
¿cómo
llega
a
nosotros
esta
autoridad?
¿cómo
se
expresa
nuestra
vida
histórica
y
personal?
¿de
qué
medios
nos
valemos
para
conocerla?
Para
el
protestantismo,
“El
carácter
auténticamente
cristiano
de
un
principio
de
pensamiento
o
de
acción,
es
garantizado
sólo
por
su
conformidad
con
os
documentos
primitivos
del
cristianismo.
No
es
la
Iglesia
sino
la
Biblia
la
que
asegura
la
permanencia
de
la
orientación
dada
a
la
historia
cristiana;
es
ésta
la
depositaria
de
la
autoridad,
es
decir,
la
que
se
pronuncia
sobre
el
carácter
cristiano
de
las
formas
que
pueda
revestir
la
doctrina
o
la
vida
de
la
Iglesia.
No
es
la
Iglesia
la
que
se
juzga
a
sí
misma
en
los
distintos
momentos
de
la
historia;
es
la
Biblia
la
que
juzga
a
la
Iglesia,
porque
la
Biblia
es
el
punto
fijo
en
todo
tiempo,
y
la
Iglesia
es
la
que
se
mueve
a
través
de
la
historia.
La
Biblia
tiene
autoridad
porque
ella
es
el
documento
más
antiguo.
De
ahí
la
autoridad
histórica
de
la
Biblia.
La
autoridad
religiosa
de
la
Biblia
tiene
otro
significado
y
otro
alcance.
Para
el
protestantismo
la
Biblia
no
es,
en
primer
término,
un
libro
de
texto
de
historia
o
de
doctrina
o
de
ética.
La
Biblia
es
la
memoria
insustituible
de
la
revelación
de
Dios
al
ser
humano
y
de
la
búsqueda
de
Dios
por
el
ser
humano.
No
es
originariamente
protestante
la
idea
de
que
en
la
Biblia
tenemos
un
código
inequívoco,
una
historia
infalible,
un
dictado
literal
de
la
voluntad
de
Dios.
Para
el
pensamiento
protestante
todo
se
reconcentra
en
la
persona
de
Jesucristo
como
revelación
de
los
propósitos,
la
voluntad
y
la
acción
de
Dios
en
la
historia
humana.
En
él
la
Palabra
divina
se
hizo
carne,
“se
encarnó”,
se
hizo
visible
en
medio
de
los
hombres,
en
un
punto
determinado
de
la
historia.
En
Jesucristo
la
humanidad
ha
recibido
una
revelación
de
Dios;
y
la
memoria,
el
registro,
los
documentos
escritos
de
esa
revelación,
los
tenemos
en
la
Biblia.
La
Biblia,
pues,
tiene
autoridad
religiosa
para
el
protestantismo
porque,
al
leerla
y
meditarla,
él
tiene
experiencia
personal
de
la
presencia
y
obra
de
Dios,
revelada
en
Jesucristo.
El
mismo
Dios,
a
cuya
acción
reveladora
se
debe
en
último
término
este
libro,
sigue
actuando
en
la
vida
interior
de
los
que
lo
buscan
y
evoca
en
ellos
el
reconocimiento
de
su
verdad.
5.
El
sacerdocio
universal
de
los
creyentes.
La
supremacía
de
Jesucristo
en
la
vida
cristiana
tiene
por
consecuencia,
en
el
protestantismo,
como
ya
queda
dicho,
el
rechazo
de
todo
intermediario
humano
entre
Dios
y
el
ser
humano.
Por
lo
tanto,
el
protestantismo
significa,
en
principio,
el
fin
del
sacerdocio,
es
decir,
el
fin
del
sistema
religioso
en
el
cual
la
comunión
del
ser
humano
con
Dios,
con
toso
los
beneficios
divinos,
depende
de
la
actuación
de
otros
hombres
consagrados
para
realizar
ciertos
actos
especiales
sagrados.
La
misma
consecuencia
se
sigue
del
carácter
radicalmente
personal
de
la
fe
protestante.
El
ser
humano
consciente
de
su
propia
necesidad
espiritual
y
del
pecado
que
él
no
puede
echar
de
sí
oye
la
palabra
del
Evangelio
de
Cristo,
el
mensaje
del
Dios
misericordioso,
y
responde
con
el
arrepentimiento
y
la
fe.
Su
nacimiento
de
las
buenas
14
nuevas
lo
debe
a
la
comunidad
cristiana
que,
con
la
Biblia
y
con
la
predicación,
le
transmite
el
mensaje
divino.
Pero
ante
mensaje
nadie
puede
responder
por
él;
cada
uno
tiene
que
dar
su
propia
respuesta
en
la
mayor
intimidad.
En
este
acto
decisivo
del
alma
humana,
nadie
puede
ponerse
entre
ella
y
Dios.
Tal
es
la
posición
protestante.
El
ser
humano
tiene,
pues,
el
derecho
y
el
privilegio
de
acercarse
directamente
a
Dios,
sin
la
intervención
de
otros.
Frente
al
sistema
sacerdotal,
el
protestantismo
sostiene
que
Dios,
al
revelarse
en
su
Hijo,
se
ha
puesto
al
alcance
de
todo
penitente
humilde
que
le
busca
con
sinceridad.
He
ahí
el
significado
del
“sacerdocio
universal
de
los
creyentes”
Expresión
clásica
de
esta
convicción
es
la
obra
de
Martín
Lutero,
La
libertad
cristiana
(1520),en
la
que
el
autor
presenta
dos
tesis:
en
primer
lugar,
que
“el
cristiano
es
señor
de
todas
las
cosas
y
no
está
sujeto
a
nadie”;
y
en
segundo,
que
“el
cristiano
es
servidor
de
todas
las
cosas
y
está
supeditado
a
todos”.
La
primera
tesis
declara,
en
efecto,
que
la
salvación
del
hombre
no
depende
d
cosas
externa
alguna,
sino
sólo
de
la
fe,
es
decir,
de
la
confianza
íntima
y
personal
en
Dios.
“La
fe
eleva
al
cristiano
por
encima
de
todas
las
cosas,
de
manera
que
se
convierte
en
el
soberano
espiritual
de
las
mismas,
sin
que
ninguna
pueda
malograr
su
salvación”.
“Quien
tenga
fe,
todo
lo
tiene
y
será
salvo,
empero
quien
no
tenga
fe
nada
poseerá”.
Lo
único
el
ser
humano
es
“el
santo
Evangelio,
la
Palabra
de
Dios,
predicada
por
Cristi”.
Se
borra,
pues,
en
el
protestantismo
la
diferencia
radical
entre
sacerdotes
y
laicos,
entre
ordenados
y
los
que
no
lo
son,
y
se
vuelve
al
principio
neotestamentario
del
sacerdocio
general,
como
éste
se
expresa
en
el
Nuevo
Testamento,
“Pero
ustedes
son
linaje
escogido,
real
sacerdocio,
nación
santa,
pueblo
adquirido
por
Dios,
para
que
anuncien
los
hechos
maravillosos
de
aquel
que
los
llamó
de
las
tinieblas
a
su
luz
admirable”
(1P.2:9).
En
el
protestantismo
se
borra
la
función
de
sacerdote,
como
aquel
que
intercede
ante
Dios
por
el
pueblo,
ningún
creyente
tiene
este
derecho
más
que
otros.
Todos
son
sacerdotes,
dice
Lutero;
tenemos
un
“sacerdocio
que
nos
capacita
para
poder
presentarnos
delante
de
Dios
rogando
por
los
demás
hombres…
a
Cristo
le
debemos
este
don
de
interceder
y
suplicar
en
espíritu
unos
por
otros”.
El
sacerdocio
universal
de
los
creyentes
no
se
ejerce
en
beneficio
propio,
sino
en
beneficio
de
los
demás,
es
un
servicio
de
amor
cristiano,
un
“ministerio
mutuo”.
La
segunda
parte
de
La
libertad
cristiana
demuestra
que
todo
lo
que
el
cristiano
hacer
debe
ser
consecuencia
o
producto
de
su
fe.
6.
La
comunidad
cristiana
(la
Iglesia).
El
concepto
protestante
del
sacerdocio
universal
(o
del
“ministerio
mutuo”)
de
los
creyentes
determina,
en
gran
parte,
el
concepto
de
la
Iglesia.
Esta
es
la
“comunión
de
los
santos”;
es
decir,
de
todos
los
creyentes
que,
por
su
fe
en
el
Evangelio,
tienen
comunión
con
Cristo,
el
Señor
viviente,
por
el
lado
divino,
y
el
lado
humano,
con
todos
las
demás
personas
que
estén
en
comunión
con
Cristo.
El
apóstol
Pablo
lo
llamaba
“el
cuerpo
de
Cristo”;
es
decir,
el
organismo
que
encarna
y
expresa
la
vida
que
estaba
en
Cristo
y
que
se
repite
en
sus
discípulos.
Por
este
cuerpo
se
transmite
a
través
de
las
generaciones
la
vida
espiritual
que
tuvo
sus
orígenes
en
Jesucristo,
y
ahora
este
mismo
cuerpo
es
el
conjunto
de
todos
los
que
se
dicen
de
Cristo
y
en
quienes
se
vuelve
a
hallar
su
vida.
Este
concepto
de
la
Iglesia
invisible
o
espiritual
tiene
sus
raíces
en
el
Nuevo
Testamento,
fue
desarrollado
por
san
Agustín,
y
se
proyectó
en
el
pensamiento
de
la
Edad
15
Media.
Juna
a
él
apareció
otro
concepto
que
iba
ganando
terreno:
e
de
una
organización
visible
exterior,
una
sociedad
humana
que
se
mantenía
unida
por
vínculos
políticos
como
las
sociedades
seculares.
Este
concepto,
que
también
se
encontraba
en
los
escritos
de
san
Agustín
sin
desplazar
al
otro,
culminó
en
la
teoría
que
la
iglesia
cristiana
es
un
estado
jerárquico
visible,
“tan
visible
como
el
reino
de
Francia
o
la
república
de
Venecia”
(al
decir
de
Belarmino
,
1586),
con
instituciones
monárquicas
y
gobernado
por
el
Obispo
de
Roma.
A
esta
iglesia
visible
se
le
atribuyeron
luego
los
misteriosos
poderes
de
redención
que
salvaban
a
los
hombres
en
comunión
con
ella;
fuera
de
ella
nadie
podía
salvarse.
La
iglesia
espiritual,
la
iglesia
política
y
la
iglesia
sacramental;
esto
son
los
tres
conceptos
de
la
Iglesia
que
existían
en
el
pensamiento
cristiano
a
fines
del
siglo
XV.
El
protestantismo
adoptó,
en
principio,
el
primero
de
estos
conceptos
y
rechazó
los
otros
dos.
La
Iglesia
nace
por
la
proclamación
de
la
Palabra
de
Dios,
la
Palabra
es
escuchada
y
recibida
por
medio
de
la
fe;
y
esta
fe,
arraigada
en
la
Palabra
divina,
es
el
fundamento
de
la
Iglesia.
“Por
lo
tanto,
la
Iglesia
de
Cristo
es
un
cuerpo
del
cual
el
Espíritu
de
Cristo
es
el
alma.
Es
una
compañía
de
hombres
y
mujeres
parecidos
a
Cristo
a
quienes
el
Espíritu
Santo
ha
llamado,
iluminado
y
santificado
por
medio
de
la
predicación
de
la
Palabra;
que
se
sienten
alentados
a
mirar
hacia
adelante
hacia
un
futuro
glorioso
preparado
para
el
pueblo
de
Dios
y
que,
,
mientras
tanto,
manifiestan
su
fe
en
toda
suerte
de
obras
de
amor
hechas
para
servir
a
los
hermanos
creyentes.”10
Las
iglesias
ortodoxa,
católicorromana,
luterana,
presbiteriana,
bautista,
pentecostal,
acym
y
las
demás
aparecen
en
la
historia
como
concreciones
locales
y
parciales
de
la
Iglesia
cristiana;
pero
“el
protestante
se
rehúsa
formalmente
a
restringir
a
una
cualquiera
de
estas
iglesias,
aun
cuando
fuera
la
suya
propia,
los
privilegios
que
le
parecen
pertenecer
a
la
Iglesia,
es
decir,
al
conjunto
de
las
fuerzas
espirituales
de
la
cristiantad”.11
Las
iglesias
protestantes
conservan
generalmente,
dos
sacramentos:
el
bautismo
y
la
santa
cena,
o
eucaristía,
creyendo
que
sólo
éstos
se
pueden
justificar
mediante
la
palabra
o
el
ejemplo
de
Cristo.
Pero
ni
aun
éstos
son
sacramentos
en
el
sentido
medieval
de
la
palabra,
es
decir,
actos
que
sólo
el
sacerdote
puede
administrar
y
que
tienen
el
poder
secreto
de
donarnos
la
gracia
ex
opere
operato,
esto
es,
por
el
mero
hecho
de
ser
efectuados.
Para
el
protestante
los
sacramentos
dependen
esencialmente
de
la
fe
del
que
los
recibe
o
los
realiza;
son
otras
formas
de
presentar
o
de
hacer
visible
la
Palabra
de
Dios.
Finalmente,
se
puede
decir
que
el
protestantismo
es
la
forma
menos
eclesiástica
o
confesional
de
la
Iglesia
cristiana.
No
es
antieclesiástico,
pues
ha
creado
iglesia,
con
su
organización,
su
ministerio
y
sus
demás
instrumentos
de
trabajo
colectivo.
Pero
en
ningún
momento
pretende
que
la
vida
cristiana
se
limite
a
sus
iglesias.
No
aceptaría
en
ningún
sentido
la
afirmación
de
Pascal,
de
que,
“todas
las
virtudes,
el
martirio,
las
austeridades
y
todas
las
buenas
obras
son
inútiles
fuera
de
la
Iglesia
y
de
la
comunión
del
Jefe
de
la
Iglesia
que
es
el
Papa”,
aun
cuando
se
suprimiera
la
referencia
al
Obispo
de
Roma.
El
protestante
cree
que
el
espíritu
cristiano
debe
llegar
a
permear
toda
la
sociedad,
y
que
ninguna
iglesia,
ninguna
confesión,
podrá
reinvindicar
para
sí
el
privilegio
exclusivo
de
abarcar
todo
lo
cristiano.
10
T.
M.
Lindsay,
Historia
de
la
Iglesia,
pág.
508.
11
A.
N.
Bertrand,
El
protesantismo,
pág.
27.
16
satisfacción
adecuada,
real
y
completa
a
la
justicia
de
Dios
en
favor
de
ellos;
sin
embargo,
por
cuanto
Cristo
fue
dado
por
el
Padre
para
ellos,
y
su
obediencia
y
satisfacción
fueron
aceptadas
en
lugar
de
las
de
ellos,
y
ambas
gratuitamente
y
no
por
nada
en
ellos,
su
justificación
es
solamente
de
pura
gracia,
a
fin
de
que
tanto
la
precisa
justicia
como
la
rica
gracia
de
Dios
fueran
glorificadas
en
la
justificación
de
los
pecadores.”
Como
dice
la
Escritura,
“Bendito
sea
el
Dios
y
Padre
de
nuestro
Señor
Jesucristo,
que
nos
bendijo
con
toda
bendición
espiritual
en
los
lugares
celestiales
en
Cristo,
según
nos
escogió
en
él
antes
de
la
fundación
del
mundo,
para
que
fuésemos
santos
y
sin
mancha
delante
de
él,
en
amor
habiéndonos
predestinado
para
ser
adoptados
hijos
suyos
por
medio
de
Jesucristo,
según
el
puro
afecto
de
su
voluntad,
para
alabanza
de
la
gloria
de
su
gracia,
con
la
cual
nos
hizo
aceptos
en
el
Amado,
en
quien
tenemos
redención
por
su
sangre,
el
perdón
de
pecados
según
las
riquezas
de
su
gracia,
que
hizo
sobreabundar
para
con
nosotros
en
toda
sabiduría
e
inteligencia...”
(
Efesios
1:3-‐8).
c.
Sola
Fide,
la
Justificación
por
Fe.
El
“Principio
Material”
de
la
Reforma
fue
la
justificación
solamente
por
fe.
La
Confesión
de
Fe
Westminster
establece,
“La
Fe,
así
recibida
y
reposada
en
Cristo
y
su
justicia,
es
el
único
instrumento
de
justificación;
aunque
esta
no
esta
actúa
sola
en
la
persona
justificada,
sino
que
esta
siempre
acompañada
de
todas
las
demás
gracias
salvíficas;
no
siendo
una
Fe
muerta,
sino
mas
bien,
una
Fe
que
obra
por
el
amor.”
De
la
misma
manera,
la
Confesión
Ginebra
señaló
la
necesidad
para
aquellos
justificados
por
fe
diciendo,
“Confesamos
que
la
entrada
que
tenemos
a
los
grandes
tesoros
y
riquezas
de
la
bondad
de
Dios
que
nos
es
asegurada
es
por
fe;
como
también,
con
confianza
cierta
y
seguridad
de
corazón,
creemos
en
las
promesas
del
evangelio,
y
recibimos
a
Jesucristo
como
nos
es
ofrecido
por
el
Padre
y
nos
es
descrito
por
medio
de
la
Palabra
de
Dios.
(Artículo11)”.
Como
dice
la
Escritura,
“Así
Abraham
creyó
a
Dios,
y
le
fue
contado
por
justicia.
Sabed,
por
tanto,
que
los
que
son
de
fe,
éstos
son
hijos
de
Abraham.
Y
la
Escritura,
previendo
que
Dios
había
de
justificar
por
la
fe
a
los
gentiles,
dio
de
antemano
la
buena
nueva
a
Abraham,
diciendo:
En
ti
serán
benditas
todas
las
naciones.
De
modo
que
los
de
la
fe
son
bendecidos
con
el
creyente
Abraham.
Porque
todos
los
que
dependen
de
las
obras
de
la
ley
están
bajo
maldición,
pues
escrito
está:
Maldito
todo
aquel
que
no
permaneciere
en
todas
las
cosas
escritas
en
el
libro
de
la
ley,
para
hacerlas.
Y
que
por
la
ley
ninguno
se
justifica
para
con
Dios,
es
evidente,
porque:
El
justo
por
la
fe
vivirá;…”
(Gálatas
3:6-‐11).
d.
Solus
Christus:
Solamente
por
medio
de
la
obra
de
Cristo
somos
salvos.
La
Reforma
hizo
un
llamado
a
la
iglesia
a
regresar
a
la
fe
en
Cristo
como
único
mediador
entre
Dios
y
el
hombre.
Mientras
la
Iglesia
Medieval
mantuvo
que
“hay
un
purgatorio
y
las
almas
que
son
detenidas
allí
son
ayudadas
por
las
oraciones
intercesoras
de
los
feligreses”,
“los
santos
deben
ser
invocados
y
venerados;”,
y
que,
“sus
reliquias
deberán
ser
veneradas”,
los
reformadores
enseñaron
que
la
salvación
es
solamente
a
través
de
la
obra
de
Cristo.
Como
dijo
Juan
Calvino
en
los
Institutos
de
la
Religión
Cristiana,
“…intervino
Cristo,
e
intercediendo
por
nosotros
tomó
sobre
sus
espaldas
la
pena
y
pagó
todo
lo
que
los
pecadores
habían
de
pagar
por
justo
juicio
de
Dios;
que
expió
con
su
sangre
todos
los
pecados
que
eran
causa
de
la
enemistad
entre
Dios
y
los
hombres;
que
con
esta
expiación
se
18
satisfizo
al
Padre…
vemos
solamente
hacia
Cristo
para
obtener
favor
divino
y
amor
paternal.”
De
la
misma
manera
en
el
Catecismo
de
Heidelberg,
Pregunta
30,
“¿Creen
pues
también
en
el
único
Salvador
Jesús,
aquellos
que
buscan
su
salvación
en
los
santos,
o
en
sí
mismos
o
en
cualquiera
otra
parte?
No,
porque
aunque
de
boca
se
gloríen
de
tenerle
por
Salvador,
de
hecho
niegan
al
único
Salvador
Jesús:
pues
necesariamente
resulta,
o
que
Jesús
no
es
perfecto
Salvador
o
que
aquellos
que
con
verdadera
fe
le
reciben
por
Salvador
tienen
que
poseer
en
El
todo
lo
necesario
para
su
salvación.”
Como
dice
la
Escritura,
“Porque
hay
un
solo
Dios,
y
un
solo
mediador
entre
Dios
y
los
hombres,
Jesucristo
hombre,
el
cual
se
dio
a
sí
mismo
en
rescate
por
todos,
de
lo
cual
se
dio
testimonio
a
su
debido
tiempo…
el
cual
nos
ha
librado
de
la
potestad
de
las
tinieblas,
y
trasladado
al
reino
de
su
amado
Hijo,
en
quien
tenemos
redención
por
su
sangre,
el
perdón
de
pecados.
El
es
la
imagen
del
Dios
invisible,
el
primogénito
de
toda
creación.
Porque
en
él
fueron
creadas
todas
las
cosas,
las
que
hay
en
los
cielos
y
las
que
hay
en
la
tierra,
visibles
e
invisibles;
sean
tronos,
sean
dominios,
sean
principados,
sean
potestades;
todo
fue
creado
por
medio
de
él
y
para
él.
Y
él
es
antes
de
todas
las
cosas,
y
todas
las
cosas
en
él
subsisten;
y
él
es
la
cabeza
del
cuerpo
que
es
la
iglesia,
él
que
es
el
principio,
el
primogénito
de
entre
los
muertos,
para
que
en
todo
tenga
la
preeminencia;…”
(
1Timoteo
2:5-‐6;
Colosenses
1:13-‐18
).
e.
Soli
Deo
Gloria:
Solamente
por
la
Gloria
de
Dios.
La
Reforma
recupero
la
enseñanza
bíblica
de
la
soberanía
de
Dios
sobre
todos
los
aspectos
de
la
vida
del
creyente.
Toda
la
vida
deberá
ser
vivida
para
la
gloria
de
Dios.
Como
pregunta
el
Catecismo
Menor
de
Westminster,
“¿Cuál
es
el
fin
principal
del
hombre?
El
fin
principal
del
hombre
es
el
de
glorificar
a
Dios,
y
gozar
de
Él
para
siempre.”
Este
gran
y
apasionado
propósito
fue
enfatizado
por
aquellos
en
el
Siglo
XVI
y
XVII
que
buscaban
reformar
a
la
iglesia
de
acuerdo
a
la
Palabra
de
Dios.
En
contraste
a
la
división
monástica
de
vida
de
lo
sagrado
contra
lo
secular
perpetuado
por
la
Iglesia
Romana,
los
reformadores
vieron
que
toda
la
vida
debe
ser
vivida
bajo
el
Señorío
de
Cristo.
Cada
actividad
del
cristiano
ha
de
ser
santificado
para
la
gloria
de
Dios.
Como
la
Escritura
dice,
“Si,
pues,
coméis
o
bebéis,
o
hacéis
otra
cosa,
hacedlo
todo
para
la
gloria
de
Dios…
Si
alguno
habla,
hable
conforme
a
las
palabras
de
Dios;
si
alguno
ministra,
ministre
conforme
al
poder
que
Dios
da,
para
que
en
todo
sea
Dios
glorificado
por
Jesucristo,
a
quien
pertenecen
la
gloria
y
el
imperio
por
los
siglos
de
los
siglos.
Amén.
…
y
nos
hizo
reyes
y
sacerdotes
para
Dios,
su
Padre;
a
él
sea
gloria
e
imperio
por
los
siglos
de
los
siglos.
Amén.
…
Amados,
esta
es
la
segunda
carta
que
os
escribo,
y
en
ambas
despierto
con
exhortación
vuestro
limpio
entendimiento,…
a
él
sea
gloria
en
la
iglesia
en
Cristo
Jesús
por
todas
las
edades,
por
los
siglos
de
los
siglos.
Amén.
…
diciendo:
Amén.
La
bendición
y
la
gloria
y
la
sabiduría
y
la
acción
de
gracias
y
la
honra
y
el
poder
y
la
fortaleza,
sean
a
nuestro
Dios
por
los
siglos
de
los
siglos.
Amén.
…
Porque
de
él,
y
por
él,
y
para
él,
son
todas
las
cosas.
A
él
sea
la
gloria
por
los
siglos.
Amén.”
(1
Corintios
10:31;
1
Pedro
4:11;
Apocalipsis
1:6;
2
Pedro
3:1;
Efesios
3:21;
Apocalipsis
7:12;
Romanos
11:36).
Finalmente,
“ecclesia
reformata
semper
reformanda”,
“la
iglesia
reformada
siempre
reformándose"
,
es
impresionante
que
los
reformadores
hayan
tenido
la
humildad
y
la
flexibilidad
de
ver
su
movimiento
como
inconcluso,
con
necesidad
de
continua
revisión.
Sabían
que
su
encuentro
con
la
Palabra
de
Dios
había
introducido
en
la
historia
nuevas
fuerzas
de
transformación,
pero
(a
lo
menos
en
sus
mejores
momentos)
no
tenían
ilusiones
19
de
haber
concluido
la
tarea.
Su
gran
mérito
histórico
fue
el
de
haber
hecho
un
buen
comienzo,
muy
dinámico,
y
precisamente
de
no
pretender
haber
dicho
la
última
palabra.
8.
Derivaciones
éticos
y
políticos
de
la
fe
protestante.
La
fe
cristiana
es
algo
más
que
una
disposición
del
alma,
es
también
acción;
y
es
inevitable
que
nuestro
juicio
sobre
cualquier
forma
de
religión
dependa
en
parte
de
la
acción
que
ésta
inspire.
El
protestantismo
acepta
gustoso
este
reto
y
señala
las
consecuencias
prácticas
de
la
fe.
La
ética
cristiana
protestante
se
arraiga
profundamente
en
la
convicciones
religiosas
que
han
sido
ya
expuestas.
El
que
reconoce
en
su
vida
la
supremacía
de
Jesucristo
no
podrá
conformarse
con
una
vida
moral
basada
en
reglas
externas
o
superficiales;
su
ética
tendrá
que
ser
una
ética
de
la
conciencia
íntima
y
del
corazón.
Por
lo
tanto,
el
protestantismo
se
opone
por
principio
a
un
legalismo
que
prescriba
los
actos
que
el
cristiano(a)
deba
realizar.
No
hay
ningún
código
ético
que
pueda
comprender
la
obligación
moral
cristiana
en
toda
su
altura
y
profundidad.
La
tarea
moral
del
cristiano
es
infinita,
y
nunca
podrá
ser
cumplida
ateniéndose
a
una
ley
externa
a
la
conciencia
misma.
El
protestantismo
insiste,
pues,
en
la
autonomía
de
la
conciencia
cristiana
y
rechaza
toda
heteronomía
o
legalismo
de
parte
de
los
seres
humanos.
Al
mismo
tiempo
la
conciencia
autónoma
del
protestante
reconoce
para
sí
otra
ley
superior:
la
ley
de
Dios,
la
voluntad
de
Dios
revelada
en
Jesucristo.
En
ese
sentido
es
una
persona
“bajo
autoridad”;
pero
esta
autoridad
no
se
exterioriza
en
ni
una
institución
ni
libro
ni
persona
humana.
Es
una
autoridad
que
se
reconoce
y
se
interpreta
y
se
acata
espiritualmente.
La
autoridad
suprema
de
Jusucristo
en
la
vida
religiosa
se
hace
extensiva
a
la
vida
moral,
y
para
el
protestante
el
amor
de
Dios
se
confunde
indisolublemente
con
el
amor
al
prójimo:
la
ética
y
la
religión
son
inseparables.
En
el
terreno
de
vida
civil,
mencionaremos
tres
derivaciones
de
las
convicciones
protestantes,
que
tienen
que
ver
respectivamente
con
la
vocación,
el
estado
y
la
escuela.
Don
Miguel
de
Unamuno
dijo
que
“el
más
grande
servicio
que
Lutero
ha
rendido
a
la
civilización
cristiana,
es
el
haber
establecido
el
valor
religioso
de
la
propia
profesión
civil.”
Durante
la
Edad
Media
la
“vocación
divina”
y
la
“vida
religiosa”
estaban
limitadas
casi
exclusivamente
al
monasticismo
y
a
la
vida
clerical,
y
los
laicos,
por
consiguiente,
debían
conformarse
con
una
vida
cristiana
de
segunda
categoría
porque
no
podían
retirarse
del
mundo
y
dedicarse
a
la
meditación
y
a
la
oración.
El
protestantismo
vino
a
consagrar
la
vida
común
de
todos
los
hombres.
Dios
no
es
mejor
servido
en
el
convento,
sino
en
el
trabajo
ordinario
de
la
vida
cotidiana.
“El
universo
entero
se
convirtió
en
el
templo
de
Dios.
El
taller
se
convirtió
en
Iglesia,
la
patria
en
santuario;
y
todos
los
que
se
afanaban
por
levantar
el
edificio
de
la
vida
humana
ministraban
en
esa
inmensa
iglesia
como
sacerdotes
consagrados.
Esto
constituía
el
nuevo
criterio
de
Lutero,
o
sea
el
concepto
de
la
profesión
secular,
como
un
culto
divino”.12
Este
concepto
se
deriva
de
la
doctrina
del
sacerdocio
universal
de
los
creyentes.
Si
hay
diferencia
religiosa
esencial
entre
los
laicos
y
el
clero,
teniendo
todos
acceso
inmediato
a
Dios
por
medio
de
la
fe,
todos
tendrán
la
misma
obligación
de
hacer
todo
lo
que
esté
su
alcance
para
el
avance
del
Reino
de
Dios
en
la
tierra.
Se
borra
así
la
diferencia
medieval
entre
los
mandamientos
del
Evangelio
(pobreza,
castidad
y
obediencia),
que
sólo
se
aplican
a
los
religiosos
que
renuncian
al
mundo
y
se
consagran
a
la
vida
ascética.
El
12
Karl
Heim,
El
carácter
del
protestantismo,
pág.
210.
20
Conclusión
El
protestantismo
no
es
simplemente
protestantismo;
es
sobre
todo
y
ante
todo
cristianismo.
Sólo
quiere
ser
siervo
y
pregonero
de
la
verdad
revelada
en
Jesucristo,
y
manifestación
actual
de
la
vida
divina
que
en
Él
se
hizo
carne.
Los
principios
que
se
han
compartido,
en
modo
alguno
representan
todo
su
mensaje.
Este
mensaje
es
el
Evangelio
cristiano,
que
el
protestantismo
tiene
en
común
con
otras
formas
de
cristianismo.
Aquellos
principios,
que
reflejan
la
comprensión
protestante
del
Evangelio,
indican
claramente
que
el
protestantismo
no
vive
de
negaciones,
sino
de
profundas
convicciones
positivas,
hondamente
arraigadas
en
la
experiencia
religiosa
y
en
la
interpretación
protestante
de
la
Biblia
y
de
la
historia
cristiana.
Al
mismo
toda
afirmación
lleva
en
sí
misma
negación.
Las
negaciones
implícitas
en
el
protestantismo
se
dirigen
contra
las
deformaciones
y
corrupciones
que
surgen
en
el
desarrollo
histórico
de
toda
religión
institucional,
incluso
las
mismas
iglesias
protestantes.
En
este
sentido
el
protestantismo
es
tan
antiguo
como
los
profetas
del
Antiguo
Testamento,
que
fueron
los
“protestantes”
de
la
religión
hebrea.
La
religión
cristiana
surgió
como
“reforma”
profética
y
radical
del
judaísmo,
perpetuando
su
monoteísmo
ético,
pero
destruyendo
por
completo
su
legalismo,
sus
ritos
sacerdotales
y
su
exclusivismo
racial.
El
protestante
del
siglo
XXI
no
desea
eternizar
los
actuales
sistemas
eclesiales
o
culturales,
sino
someterlos
generación
tras
generación
a
la
crítica
implícita
en
el
Evangelio
y
en
el
Espíritu
de
Jesucristo.
La
Reforma
entiende
que
no
ha
terminado
su
labor,
que
su
tarea
no
puede
darse
por
cumplida
ni
tiene
límite
en
el
tiempo,
porque
no
deja
no
dejará
de
reformar
todo
aquello
que
impida
u
obstruya
la
obra
de
Cristo
mediante
la
Iglesia.
El
protestantismo
que
tenga
conciencia
de
verdadera
naturaleza
y
misión
reconocerá
la
imperfección
de
toda
institución
religiosa
y
buscará
formas
más
adecuadas
para
expresar
el
espíritu
cristiano.
No
se
precisará
de
haber
alcanzado
ya
la
meta,
sino
profundamente
agradecido
por
la
herencia
del
pasado,
procurará
aplicar
y
expresar
sus
principios
en
la
solución
de
los
graves
problemas
individuales
y
sociales
a
que
la
civilización
se
ve
expuesta
por
la
crisis
actual.
22
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