Via Crucis - Cuaresma 2023 - Paisajes de La Pascua - LECTORAS PDF
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Cuaresma 2023
Introducción
«ANTES de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de pasar de este
mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando y ya el diablo había metido en la cabeza a Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea
de que lo entregara. Entonces Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, y
que de Dios había salido y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita el manto y, tomando una
toalla, se la ciñe a la cintura. Después echa agua en una palangana y se puso a lavar los pies de los
discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba ceñida. Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo:
–Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?. Jesús le contestó:–Lo que estoy haciendo, tú no lo puedes
comprender ahora; lo comprenderás después. Pedro insistió: –No me lavarás los pies jamás. Le
respondió Jesús: –Si no te lavo los pies, no tienes que ver conmigo. Le dice Simón Pedro: –Señor,
no solo los pies; lávame también las manos y la cabeza. Después de lavarles los pies, se puso de
nuevo el manto, volvió a sentarse a la mesa y dijo a sus discípulos: –¿Comprendéis lo que acabo de
hacer con vos-otros? Vosotros me llamáis “Maestro” y “Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si
yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, vosotros debéis hacer lo mismo unos con
otros. Os he dado ejemplo, para que hagáis lo que yo he hecho con vosotros. Yo os aseguro que un
siervo no puede ser mayor que su señor, ni un enviado puede ser superior a quien lo envió.
Sabiendo esto, seréis dichosos si lo ponéis en práctica» (Jn 13,1-17)
«CUANDO llegaron a un lugar llamado Getsemaní, dijo Jesús a sus discípulos: – Sentaos aquí,
mientras yo voy a orar. Tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan. Comenzó a sentir pavor y
angustia y les dijo: –Siento una tristeza mortal. Quedaos aquí y velad conmigo. Y avanzando un
poco más, se postró en tierra y suplicaba que, a ser posible, no tuviera que pasar por aquel trance.
Decía:”¡Abba, Padre! Todo te es posible. Aparta de mí esta copa de amargura. Pero no se haga
como yo quiero, sino como quieres tú”. Volvió y los encontró dormidos. Y dijo a Pedro: –Simón,
¿duermes? ¿No has podido velar ni siquiera una hora? Velad y orad para que podáis hacer frente a
la prueba; que el espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil. Se alejó de nuevo y oró
repitiendo lo mismo. Regresó y volvió a encontrarlos dormidos, pues sus ojos estaban cargados.
Ellos no sabían qué responderle. Volvió por tercera vez y les dijo: –¿Todavía estáis durmiendo y
descansando? Está hecho. ¡Basta ya! Ha llegado la hora. Mirad, el Hijo del hombre va a ser
entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos! ¡Vamos! Ya está aquí el que me va a entregar.
Aún estaba hablando Jesús cuando se presentó Judas, uno de los doce, y con él un tropel de gente
con espadas y palos, enviados por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos.
El traidor les había dado una contraseña, diciendo “Al que yo bese, ése es; prendedlo y llevadlo
bien seguro”. Nada más llegar, se acercó a Jesús y le dijo: –Rabbí. Y lo besó. Ellos le echaron mano
y lo prendieron. Uno de los presentes desenvainó la espada y, de un tajo, le cortó la oreja al criado
del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo: –Habéis salido con espadas y palos a
prenderme, como si fuera un bandido. A diario estaba con vosotros enseñando en el templo, y no
me apresasteis. Pero es preciso que se cumplan las Escrituras. Entonces todos sus discípulos lo
abandonaron y huyeron. Un joven lo iba siguiendo, cubierto tan solo con una sábana. Le echaron
mano, pero él, soltando la sábana, se escapó desnudo» (Mc 14,32-52).
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Vivido en una terapia: una religiosa misionera vivió en Ruanda el intento de exterminio de la
población tutsi por parte del gobierno hegemónico hutu. Muchas personas murieron, otras
muchas fueron heridas, torturadas y violadas, y ella quedó embarazada sin buscarlo.
Después de un largo proceso de discernimiento, ella elige continuar con su embarazo, con lo
que eso supone de cambio absoluto en su primera opción de vida. Estas fueron sus palabras:
«Continúo con el embarazo. Nunca pensé que fuera a llevar a África tan adentro». Había
aprendido en su larga noche de huerto que, como dice Viktor Frankl, «la última de las
libertades humanas es elegir cómo vivir lo que nos toca vivir».
«MIENTRAS Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las criadas del sumo sacerdote. Al ver a
Pedro calentándose junto a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo: –También tú andabas con
Jesús, el Nazareno. Pedro lo negó diciendo: –No sé ni entiendo de qué hablas. Salió afuera, al
portal, y cantó un gallo. Lo vio de nuevo la criada y otra vez se puso a decir a los que estaban allí:
–Este es uno de ellos. Pedro lo volvió a negar. Poco después, también los presentes decían a Pedro:
–No hay duda. Tú eres uno de ellos, pues eres galileo. Él comenzó entonces a echar imprecaciones
y a jurar: –Yo no conozco a ese hombre del que me habláis. En seguida cantó el gallo por segunda
vez. Pedro se acordó de lo que le había dicho Jesús: “Antes de que el gallo cante dos veces, tú me
habrás negado tres”, y rompió a llorar» (Mc 14,54-72) «Entonces el Señor se volvió y miró a Pedro»
(Lc 22,61)
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4ª.- EL MONTE - ENTREGA - La Salona
«CONDUJERON a Jesús hasta el Gólgota, que quiere decir “lugar de la Calavera”. Le daban vino
mezclado con mirra, pero él no lo tomó. Lo crucificaron y se repartieron sus vestidos, echándolos a
suertes, para ver qué se llevaba cada uno. Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron.
Había un letrero en el que estaba escrita la causa de su condena: “El rey de los judíos”. Con Jesús
crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban por allí lo
insultaban, meneando la cabeza y diciendo: –¡Eh, tú, que destruías el templo y lo reedificabas en
tres días! ¡Sálvate a ti mismo, bajando de la cruz! Y lo mismo hacían los jefes de los sacerdotes y
los maestros de la ley, que se burlaban de él diciendo: –¡A otros salvó y a sí mismo no puede
salvarse! ¡El Mesías! ¡El rey de Israel! ¡Que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos!
Hasta los que habían sido crucificados junto con él lo injuriaban. Al llegar el mediodía, toda la región
quedó sumida en tinieblas hasta las tres. Y a eso de las tres gritó Jesús con fuerte voz: –Eloí, Eloí,
¿lema sabakhtaní? (que quiere decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”).
Algunos de los presentes decían al oírle: –Mirad, llama a Elías.
Uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola con una caña, le ofrecía de
beber, diciendo: –Vamos a ver si viene Elías a descolgarlo. Pero Jesús, lanzando un fuerte grito,
expiró. El velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo. Y el centurión que estaba frente a Jesús,
al ver cómo había expirado, dijo: –Verdaderamente, este hombre era hijo de Dios Estaban allí
algunas mujeres contemplando la escena desde lejos. Entre ellas, María Magdalena, María, la
madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que habían seguido a Jesús y lo habían servido
cuando estaba en Galilea. Y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén» (Mc 15,20-41).
Seguimos a Jesús en su subida a ese monte, lugar de la entrega final de su vida… encendemos luz gesto…
Sobriedad
«O logras ser feliz con poco y liviano de equipaje, porque la felicidad está dentro de ti,
o no logras nada. Esto no es una apología de la pobreza. Es una apología de la sobriedad»
(JOSÉ MÚJICA).
Miramos al crucificado, que nos espera en el monte: solo le quedan la desnudez, los brazos
extendidos, el amor extremo, un último aliento y el agua que fluye de su costado abierto.
«Murió convertido en fuente», han dicho de él. Lo único que necesitamos llevar en las manos
al subir al monte es un cántaro vacío.
Canto:
4
6ª.- EL JARDÍN - DISCIPILADO - Macpela
«EL primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue
al sepulcro y vio que la piedra había sido quitada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro
discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: –Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde
lo han puesto [...] María estaba junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, volvió a asomarse al
sepulcro. Entonces vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado
el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Los ángeles le preguntaron: –Mujer, ¿por
qué lloras? Ella contestó: –Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto. Dicho
esto, se volvió hacia atrás y entonces vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le
preguntó: –Mujer, ¿por qué lloras?¿A quién estás buscando? Ella, creyendo que era el jardinero, le
contestó: Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto, y yo misma iré a recogerlo.
Entonces; Jesús la llamó por su nombre:–¡María! Ella se volvió y exclamó en arameo:–¡Rabboni!
(que quiere decir Maestro). Jesús le dijo:–No me retengas más, porque todavía no he subido a mi
Padre; anda, vete y diles a mis hermanos que voy a mi Padre, que es vuestro Padre; a mi Dios, que
es vuestro Dios. María Magdalena se fue corriendo adonde estaban los discípulos y les anunció:
–He visto al Señor. Y me ha dicho esto» (Jn 20,11-18).
El jardín transfigura nuestras heridas y las vuelve luminosas como las del Resucitado. Junto a la
tumba vacía aprendemos que hay dolores que son de parto; y que el grano de trigo, cuando cae en
tierra y muere, da mucho fruto. «Sois más que esas heridas que os habitan –escuchamos ahí–. El
sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra sobre vosotros». Si guardamos esas palabras en
la memoria del corazón, podremos transitar la noche con la confianza de quien espera la llegada del
Compasivo, del que enjugará las lágrimas de todos los rostros.