Via Crucis - Cuaresma 2023 - Paisajes de La Pascua - LECTORAS PDF

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VÍA CRUCIS CON LOS PAISAJES DE LA PASCUA

Cuaresma 2023
Introducción

1ª.- EL CENÁCULO - SERVICIO - Refectorio

«ANTES de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de pasar de este
mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando y ya el diablo había metido en la cabeza a Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea
de que lo entregara. Entonces Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, y
que de Dios había salido y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita el manto y, tomando una
toalla, se la ciñe a la cintura. Después echa agua en una palangana y se puso a lavar los pies de los
discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba ceñida. Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo:
–Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?. Jesús le contestó:–Lo que estoy haciendo, tú no lo puedes
comprender ahora; lo comprenderás después. Pedro insistió: –No me lavarás los pies jamás. Le
respondió Jesús: –Si no te lavo los pies, no tienes que ver conmigo. Le dice Simón Pedro: –Señor,
no solo los pies; lávame también las manos y la cabeza. Después de lavarles los pies, se puso de
nuevo el manto, volvió a sentarse a la mesa y dijo a sus discípulos: –¿Comprendéis lo que acabo de
hacer con vos-otros? Vosotros me llamáis “Maestro” y “Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si
yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, vosotros debéis hacer lo mismo unos con
otros. Os he dado ejemplo, para que hagáis lo que yo he hecho con vosotros. Yo os aseguro que un
siervo no puede ser mayor que su señor, ni un enviado puede ser superior a quien lo envió.
Sabiendo esto, seréis dichosos si lo ponéis en práctica» (Jn 13,1-17)

Nos disponemos a entrar en el cenáculo… encendemos luz gesto…

En contacto con el propio corazón


● Subir a «la habitación de arriba», entrar en el cenáculo, y ver a Jesús levantándose de la
mesa, cambiando el lugar donde se sientan los señores por aquel en que se mueven los que
sirven, situándose en esa otra perspectiva, desde donde se ven de cerca el barro, el polvo, el
mal olor, la suciedad...: todo eso que los sentados a la mesa ignoran o piensan que no les
concierne. A ras del suelo y en contacto con los pies de los demás, se produce un cambio de
plano que revela lo elemental de cada persona, su desnudez, las limitaciones de su
corporalidad. Jesús se había quitado el manto y, con él, toda pretensión de poder o dominio.
Con la toalla ceñida y de rodillas, como el último de todos, iba lavando los pies de sus
discípulos. Esa era su manera de disponerse a recibir «el Nombre sobre todo nombre» (Flp
2,9).
○ Me sitúo junto a él ahí, tratando de ser consciente de qué es lo que cambia en mi
manera de relacionarme cuando adopto esa otra perspectiva...
○ Tomo conciencia de cuándo «elijo mesa»: posturas en las que me siento importante,
reconocida, inclinada a dar órdenes a otras, correcciones o consejos; dónde se me oye
y se me respeta; dónde puedo mirar de arriba abajo...
○ Dirijo mi mirada a «otros» lugares: esos en los que se mueven quienes no tienen
acceso a la mesa, la cultura, la vivienda, la educación, la sanidad, las oportunidades...
○ Tomo conciencia de la posición y la postura en que vivo últimamente y las reviso con
ternura.
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Canto:

2ª.- EL HUERTO - DISCERNIMIENTO - Oratorio/Coro

«CUANDO llegaron a un lugar llamado Getsemaní, dijo Jesús a sus discípulos: – Sentaos aquí,
mientras yo voy a orar. Tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan. Comenzó a sentir pavor y
angustia y les dijo: –Siento una tristeza mortal. Quedaos aquí y velad conmigo. Y avanzando un
poco más, se postró en tierra y suplicaba que, a ser posible, no tuviera que pasar por aquel trance.
Decía:”¡Abba, Padre! Todo te es posible. Aparta de mí esta copa de amargura. Pero no se haga
como yo quiero, sino como quieres tú”. Volvió y los encontró dormidos. Y dijo a Pedro: –Simón,
¿duermes? ¿No has podido velar ni siquiera una hora? Velad y orad para que podáis hacer frente a
la prueba; que el espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil. Se alejó de nuevo y oró
repitiendo lo mismo. Regresó y volvió a encontrarlos dormidos, pues sus ojos estaban cargados.
Ellos no sabían qué responderle. Volvió por tercera vez y les dijo: –¿Todavía estáis durmiendo y
descansando? Está hecho. ¡Basta ya! Ha llegado la hora. Mirad, el Hijo del hombre va a ser
entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos! ¡Vamos! Ya está aquí el que me va a entregar.
Aún estaba hablando Jesús cuando se presentó Judas, uno de los doce, y con él un tropel de gente
con espadas y palos, enviados por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos.
El traidor les había dado una contraseña, diciendo “Al que yo bese, ése es; prendedlo y llevadlo
bien seguro”. Nada más llegar, se acercó a Jesús y le dijo: –Rabbí. Y lo besó. Ellos le echaron mano
y lo prendieron. Uno de los presentes desenvainó la espada y, de un tajo, le cortó la oreja al criado
del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo: –Habéis salido con espadas y palos a
prenderme, como si fuera un bandido. A diario estaba con vosotros enseñando en el templo, y no
me apresasteis. Pero es preciso que se cumplan las Escrituras. Entonces todos sus discípulos lo
abandonaron y huyeron. Un joven lo iba siguiendo, cubierto tan solo con una sábana. Le echaron
mano, pero él, soltando la sábana, se escapó desnudo» (Mc 14,32-52).

Nos disponemos a acompañar a Jesús al huerto… encendemos luz gesto…

En contacto con el propio corazón


● La escena de Getsemaní recuerda algo esencial de la existencia creyente: la libertad y la
mirada con que acogemos lo que nos toca vivir en cada momento. Aceptar la voluntad del
Padre: «No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú...» Jesús era consciente de estar
en la situación extrema en la que se jugaba toda su existencia. Y en ese momento elige
entregarse absoluta y enteramente a Dios, con una confianza sin reservas. Descender a lo
profundo del corazón para encontrarse ahí con la verdad del ser humano. «Nuestro corazón
es como la tierra, que tiene una parte de luz y otra en sombras. Descender para conocerlo
bien es muy difícil, muy doloroso, pues siempre es arduo aceptar que una parte de nosotros
está en la sombra. Además, contra ese doloroso descubrimiento se oponen en nuestro interior
muchas defensas: el orgullo, la presunción de ser amos inapelables de nuestra vida, la
convicción de que basta con la razón para arreglarlo todo. El orgullo es quizá el obstáculo
más grande: por eso es preciso valentía y humildad para examinarse con hondura»
(SUSANNA TAMARO).

Transformados por lo contemplado

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Vivido en una terapia: una religiosa misionera vivió en Ruanda el intento de exterminio de la
población tutsi por parte del gobierno hegemónico hutu. Muchas personas murieron, otras
muchas fueron heridas, torturadas y violadas, y ella quedó embarazada sin buscarlo.
Después de un largo proceso de discernimiento, ella elige continuar con su embarazo, con lo
que eso supone de cambio absoluto en su primera opción de vida. Estas fueron sus palabras:
«Continúo con el embarazo. Nunca pensé que fuera a llevar a África tan adentro». Había
aprendido en su larga noche de huerto que, como dice Viktor Frankl, «la última de las
libertades humanas es elegir cómo vivir lo que nos toca vivir».

3ª.- EL PATIO - ZONA DE LOS TALLERES - Compasión

«MIENTRAS Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las criadas del sumo sacerdote. Al ver a
Pedro calentándose junto a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo: –También tú andabas con
Jesús, el Nazareno. Pedro lo negó diciendo: –No sé ni entiendo de qué hablas. Salió afuera, al
portal, y cantó un gallo. Lo vio de nuevo la criada y otra vez se puso a decir a los que estaban allí:
–Este es uno de ellos. Pedro lo volvió a negar. Poco después, también los presentes decían a Pedro:
–No hay duda. Tú eres uno de ellos, pues eres galileo. Él comenzó entonces a echar imprecaciones
y a jurar: –Yo no conozco a ese hombre del que me habláis. En seguida cantó el gallo por segunda
vez. Pedro se acordó de lo que le había dicho Jesús: “Antes de que el gallo cante dos veces, tú me
habrás negado tres”, y rompió a llorar» (Mc 14,54-72) «Entonces el Señor se volvió y miró a Pedro»
(Lc 22,61)

Llegamos con Pedro a ese lugar… encendemos luz gesto…

En contacto con el propio corazón


● «Volviéndose el Señor, miró a Pedro» (Lc 22,61). Contemplo al Señor mirando a Pedro. Me
doy cuenta de que no hay ni rastro de reproche o de severidad en sus ojos. Me expongo
también yo ante esa mirada, capaz de ver el deseo de serle fiel y comenzar de nuevo, que
late en lo profundo de mi corazón, más allá de mis fallos e incoherencias. Hago mías las
palabras de Pedro en el lago: «Tú lo sabes todo, tú sabes que te amo».

● Tenemos el reto de cultivar la comprensión y compasión con nosotros mismos, de amarnos


mucho para reconocernos como realmente somos. Pedro lo logra, y su testimonio es una
invitación a realizar también nosotros el mismo itinerario. Reconoce humildemente su
fragilidad. Se da cuenta de que no puede, por lo limitado que es. A continuación, acepta el
reto, la voluntad de vivir: acoge lo que hay. Se deja mirar por Jesús. El patio me invita a nacer
de nuevo. A mirarme con otros ojos. No tanto a mirar lo que me falta y lo que tendría que
mejorar, a revisar mis fallos, sino a mirar todo lo que ya tengo y soy. Así mira Jesús a Pedro,
rescatando la historia compartida. Solo basta reconocerlo. Destapar lo oculto para que salga
lo mejor que hay en mí.
La mirada perdonadora del Señor no solo nos devuelve la inocencia perdida, también nos
permite mirar la realidad y a nosotros mismos con la inocencia de los niños. Los limpios de
corazón encuentran otros ángulos diferentes de mirada, y eso les da otra visión sobre las
personas y situaciones; ¡también sobre uno mismo! Solo hay una condición de acceso: haber
atravesado personalmente una experiencia de fragilidad.

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4ª.- EL MONTE - ENTREGA - La Salona

«CONDUJERON a Jesús hasta el Gólgota, que quiere decir “lugar de la Calavera”. Le daban vino
mezclado con mirra, pero él no lo tomó. Lo crucificaron y se repartieron sus vestidos, echándolos a
suertes, para ver qué se llevaba cada uno. Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron.
Había un letrero en el que estaba escrita la causa de su condena: “El rey de los judíos”. Con Jesús
crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban por allí lo
insultaban, meneando la cabeza y diciendo: –¡Eh, tú, que destruías el templo y lo reedificabas en
tres días! ¡Sálvate a ti mismo, bajando de la cruz! Y lo mismo hacían los jefes de los sacerdotes y
los maestros de la ley, que se burlaban de él diciendo: –¡A otros salvó y a sí mismo no puede
salvarse! ¡El Mesías! ¡El rey de Israel! ¡Que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos!
Hasta los que habían sido crucificados junto con él lo injuriaban. Al llegar el mediodía, toda la región
quedó sumida en tinieblas hasta las tres. Y a eso de las tres gritó Jesús con fuerte voz: –Eloí, Eloí,
¿lema sabakhtaní? (que quiere decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”).
Algunos de los presentes decían al oírle: –Mirad, llama a Elías.
Uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola con una caña, le ofrecía de
beber, diciendo: –Vamos a ver si viene Elías a descolgarlo. Pero Jesús, lanzando un fuerte grito,
expiró. El velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo. Y el centurión que estaba frente a Jesús,
al ver cómo había expirado, dijo: –Verdaderamente, este hombre era hijo de Dios Estaban allí
algunas mujeres contemplando la escena desde lejos. Entre ellas, María Magdalena, María, la
madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que habían seguido a Jesús y lo habían servido
cuando estaba en Galilea. Y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén» (Mc 15,20-41).

Seguimos a Jesús en su subida a ese monte, lugar de la entrega final de su vida… encendemos luz gesto…

En contacto con el propio corazón


● Jesús encuentra sentido a su vida y encuentra sentido a su muerte. Es tiempo de pausa, de
silencio, de respiración consciente. Tiempo de ponerse ante la muerte y mirar de frente la
vida.
○ Me pregunto: ¿Para qué estoy viviendo? ¿En qué estoy gastando la vida? ¿Gastando
o malgastando? ¿Por qué me gustaría que se me recordara? ¿Para qué hago lo que
hago? ¿Para qué estoy aquí?

Sobriedad
«O logras ser feliz con poco y liviano de equipaje, porque la felicidad está dentro de ti,
o no logras nada. Esto no es una apología de la pobreza. Es una apología de la sobriedad»
(JOSÉ MÚJICA).

Miramos al crucificado, que nos espera en el monte: solo le quedan la desnudez, los brazos
extendidos, el amor extremo, un último aliento y el agua que fluye de su costado abierto.
«Murió convertido en fuente», han dicho de él. Lo único que necesitamos llevar en las manos
al subir al monte es un cántaro vacío.

Canto:

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6ª.- EL JARDÍN - DISCIPILADO - Macpela

«EL primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue
al sepulcro y vio que la piedra había sido quitada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro
discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: –Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde
lo han puesto [...] María estaba junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, volvió a asomarse al
sepulcro. Entonces vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado
el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Los ángeles le preguntaron: –Mujer, ¿por
qué lloras? Ella contestó: –Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto. Dicho
esto, se volvió hacia atrás y entonces vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le
preguntó: –Mujer, ¿por qué lloras?¿A quién estás buscando? Ella, creyendo que era el jardinero, le
contestó: Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto, y yo misma iré a recogerlo.
Entonces; Jesús la llamó por su nombre:–¡María! Ella se volvió y exclamó en arameo:–¡Rabboni!
(que quiere decir Maestro). Jesús le dijo:–No me retengas más, porque todavía no he subido a mi
Padre; anda, vete y diles a mis hermanos que voy a mi Padre, que es vuestro Padre; a mi Dios, que
es vuestro Dios. María Magdalena se fue corriendo adonde estaban los discípulos y les anunció:
–He visto al Señor. Y me ha dicho esto» (Jn 20,11-18).

Llegamos con María de Magdala a ese jardín… encendemos luz gesto…

Con la mirada atenta


En contacto con el propio corazón
● «María estaba frente al sepulcro, fuera, llorando [...] Le dice el Señor: “¡María!” Ella se vuelve
y le dice: “Maestro...”» (Jn 20,16).
○ Pongo nombre a las «tumbas vacías» que rondo a veces, a los lugares sin vida en los
que desgasto la mía. Escucho mi nombre pronunciado por el Viviente: solo él lo
conoce y posee el poder de conectarme con la corriente profunda de vitalidad y
libertad que se esconden en lo más hondo de mí mismo. Al llamarle Maestro,
reconozco los vínculos de discipulado que me unen a él y elijo ese modo de situarme
«de su parte». Le pido el don de adentrarme en esa «afinidad» con él que el Nuevo
Testamento conoce como koinonía o «comunión de vida» (1 Cor 1,9), para vivir una
apasionada coincidencia con su inclinación por los pequeños y los últimos.

El jardín transfigura nuestras heridas y las vuelve luminosas como las del Resucitado. Junto a la
tumba vacía aprendemos que hay dolores que son de parto; y que el grano de trigo, cuando cae en
tierra y muere, da mucho fruto. «Sois más que esas heridas que os habitan –escuchamos ahí–. El
sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra sobre vosotros». Si guardamos esas palabras en
la memoria del corazón, podremos transitar la noche con la confianza de quien espera la llegada del
Compasivo, del que enjugará las lágrimas de todos los rostros.

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