Abriendo Las Alas - María José Castaño
Abriendo Las Alas - María José Castaño
Abriendo Las Alas - María José Castaño
Como seguramente ya te
habrá comentado Blanca, he
tenido que ausentarme por
trabajo. Me habría gustado
estar contigo tu primer día de
vacaciones, pero me temo
que va a ser imposible.
Creo que las chicas han
hecho planes para
mantenerte entretenida en mi
ausencia, por lo que me
quedo más tranquilo. Sé que
te dejo en buenas manos.
Ya te comenté que mi
trabajo era algo complicado,
y esto que voy a decirte quizá
te sonará extraño, pero
quiero que sepas que estos
cuatro días, o mejor dicho
«noches», en tu compañía,
cuentan entre los más felices
de mi vida.
Estos días sin ti se me van a
hacer muy, muy largos.
Román.
Doblé la carta y la metí de nuevo en
el sobre. Aquello de que su trabajo era
«complicado» me preocupaba.
¿Correría algún peligro? Blanca parecía
estar muy tranquila, pero yo no pude
evitar que la angustia se apoderase de
mí.
—No te preocupes por él —se
adelantó Blanca, leyéndome el
pensamiento—. Si fuese Branco…
tendrías motivos. Pero Román es
diferente y desde que te conoce vuelve a
ser el de antes. Últimamente andaba algo
perdido.
—¿Ha pasado algo malo? —pregunté,
asustada.
—No —me aseguró, sonriendo para
restarle importancia—, lo de siempre,
temas de trabajo.
—Y tú tampoco vas a contarme nada
acerca de este interesante trabajo
familiar ¿no? —indagué, aun sabiendo
que la respuesta iba a ser negativa.
—Ya lo hará Román a su debido
tiempo. No te preocupes. —Hizo una
pausa y trató de desviarse del tema—.
¡Venga, prepárate! Vamos a dar un
paseo. Yo también siento cierta
curiosidad por conocer a la chica que ha
centrado a mi hermano en tan solo unos
días. ¡Nosotros llevamos intentándolo
durante tres años!
Blanca hablaba conmigo con total
confianza, como si nos conociéramos de
toda la vida. Había sucedido lo mismo
con Argus y Bea. Resultaba de lo más
insólito, pero me sentía cómoda con la
situación.
Me duché y me vestí con lo primero
que pillé. Cuando aparecí tras las
cortinas que separaban el habitáculo
donde se encontraba la cama de mis
padres, Blanca, me miró de arriba
abajo. Confusa, la imité para intentar
averiguar lo que le llamaba la atención.
—¿Voy muy mal?
Quizás mi forma de vestir le
impactaba, pues no tenía un vestuario
muy variado ni moderno. Era muy
básico: pantalones vaqueros y
camisetas. Lo de la noche anterior había
sido una excepción y en la oscuridad era
más fácil disimular la palidez de mis
piernas.
—No, no es eso, es otra cosa. Ya me
había advertido mi hermano, pero no
imaginé… —respondió, observándome
de un modo que me resultó familiar,
dibujando mi contorno de cintura para
arriba, pero rápidamente sacudió la
cabeza.
—¿Qué sucede?
—Nada, que eres muy mona —dijo,
intentando salir del paso—. Respecto al
vestuario, cada uno viste como quiere.
—O… como puede.
Hasta ahora no me había preocupado
mi forma de vestir en absoluto. En
verano siempre pasaba calor con los
vaqueros, por eso de vez en cuando le
cortaba las perneras a alguno. De cintura
para arriba, las camisetas de algodón
eran bastante cómodas y no me
importaba que mayoría fueran de
propaganda.
—¡Eso tiene solución! —exclamó
Blanca—. Este miércoles Bea y yo
teníamos pensado ir de compras a
Almería, y pensábamos invitarte a venir
con nosotras…, o mejor dicho,
obligarte, ¡puesto que no aceptaré un no
por respuesta! Román me ha pedido que
esté pendiente de ti y le he dado mi
palabra de que lo haría.
No estaba acostumbrada a tener tanta
atención ni halagos. Mi madre era la
única que de vez en cuando me decía
que era guapísima, pero ¿qué va a decir
una madre?
—Vale, me apunto, pero no quiero
gastarme mucho dinero.
Me había fijado en cómo iba vestida
Blanca y posiblemente el precio de
aquel vestido que llevaba puesto
rebasaría la mitad de mi presupuesto.
No tenía mucho dinero ahorrado y
emplearlo todo en ropa no entraba
dentro de mis planes. Fui sincera.
—No te preocupes. Ahora hay muchas
rebajas —me informó. Posiblemente ya
estaba al tanto de que mi situación
económica no era boyante.
—Pero, de todos modos, ¿tienes un
bikini o bañador? Tenía pensado ir a la
playa a darnos un baño, que hoy hace
mucho calor –añadió.
—Sí, creo que sí, pero hace tanto que
no lo uso que…
La verdad es que sí tenía un bikini.
Me lo había regalado mi abuela para
que me animase a ir a la playa con mis
amigos, algo que no sucedía con
frecuencia. De aquello hacía al menos
cinco años, por lo que estaba algo
pasado de moda.
Rebusqué en el cajón de la ropa
interior y al fondo encontré el bikini
estampado, que tenía las gomas pasadas,
y me lo puse; no tenía otra cosa. Para
contrarrestar aquel horror, decidí
ponerme el vestido de la noche anterior.
—Mucho mejor —me dijo al verme
salir de detrás de las cortinas—. ¿Nos
vamos?
Asentí.
Fuimos hasta su coche a recoger su
toalla. ¡Cómo no, un Audi Q7 negro!
¿Harían colección? ¿Y dónde meterían
tanto coche? Caminamos por las calles
en dirección a la playa, pero no a la
principal, sino a una cala que había a la
derecha rodeada de casas. Buscamos un
hueco apartadas de la gente y
extendimos las toallas.
Blanca me hacía sentir muy a gusto.
En ningún momento se hizo el silencio,
sino que charlamos de muchas temas:
música, libros, los estudios que yo había
dejado y que, por el contrario, ella sí
había continuado a distancia, tal y como
a mí me habría gustado. Ingeniería de
Telecomunicaciones; más que
impresionarme, me dio envidia.
Durante nuestra conversación,
vinieron a mi cabeza dos preguntas
básicas que tenía pendientes con Román
y que ella podía contestarme.
—¿Cuándo es el cumpleaños de
Román? —pregunté con cierto reparo.
Sabía que no venía a cuento, pero era
algo que necesitaba saber.
—¿No lo sabes? —se sorprendió—.
El siete de septiembre —añadió
esbozando una sonrisa.
—Lástima, por poco no podré estar
con él —comenté, apenada. Aunque para
mí, desde hacía algún tiempo, los días
de cumpleaños eran como otro
cualquiera.
—No te preocupes, dudo mucho que
mi hermano pueda pasar ese día sin
verte, estés donde estés.
—Bueno, tampoco pasa nada. Nos
estamos conociendo, me asusta que vaya
todo tan rápido —confesé,
desconcertada—. Me apetece
aprovechar cada día que pase aquí con
él, pero llevaremos mejor la distancia si
nos calmamos un poco.
—Eso no se lo digas a mi hermano o
le partirás el corazón —dijo,
levantándose de la toalla y dirigiéndose
a la orilla. La seguí. Hacía mucho calor
y necesitaba urgentemente un chapuzón.
Tenía por costumbre meterme
despacio, y caminar hasta que el agua
me llegaba al cuello para poder calcular
el punto del que no debía pasar. No
hacer pie me angustiaba. Blanca no hizo
lo mismo; la vi alejarse nadando a
bastante distancia. Yo no tardé en salir y
tumbarme de nuevo en la toalla a
esperarla.
—Tenemos que hacer algo con ese
moreno albañil tuyo —bromeó,
contemplándome de pie mientras se
escurría el pelo.
—Sí. Pero… ¿Cómo? —Tenía razón.
Mi cara y mis brazos estaban morenos,
pero tenía la marca de los tirantes en los
hombros. El resto… blanco.
—Bueno, con el sol que tomes hoy y
mañana puede igualarse un poco la cosa.
—Lo de poder venir hoy a la playa ha
sido algo excepcional, dudo mucho que
mañana se repita —dije con cierto
pesar.
—Confiemos en que se repita —
apuntó, tumbándose.
—Tengo otra pregunta que hacerte.
—Dime.
—¿Vosotros vivís aquí de continuo, o
estáis de vacaciones?
—Pero… ¿a qué os habéis dedicado
mi hermano y tú estos días? —me
preguntó mientras se incorporaba para
dedicarme una mirada pícara—. No me
lo cuentes, lo imagino —se contestó
entre risas—. ¡Mira que no saber esto ni
lo del cumpleaños! Son dos preguntas
importantes, ¿no crees?
—La verdad es que sí —admití—.
Aunque no lo creas hemos hablado
bastante, pero teníamos tan poco tiempo
para estar juntos que hemos pasado por
alto ciertos detalles de nuestra vida. Y
por lo que me ha contado: las solitarias
playas en invierno a las que va a hacer
surf por las tardes, el pueblo casi
vacío… En parte tenía un poco claro
que vivíais aquí.
—Sí, vivimos aquí desde hace algún
tiempo —respondió finalmente—, pero
no tenemos un sitio fijo. En ocasiones,
nuestro trabajo nos obliga a cambiar de
residencia.
—¿Estaréis aquí mucho tiempo?
—Nunca se sabe —murmuró.
Después suspiró y cambió radicalmente
de tema—. ¡Por cierto! Antes se me ha
pasado, ¿cuándo es tu cumpleaños?
—El veintisiete de agosto.
—¡Si sólo quedan unos días! ¿Aún
seguirás aquí para entonces?
—No lo sé. Mi padre ha dicho que
nos quedaremos hasta finales de mes,
pero no ha concretado el día. Espero
que sí…
—Y si no habrá que convencerle —
me interrumpió.
—¡Eso ni pensarlo! No quiero decirle
nada y, tampoco quiero que Román o tú
lo hagáis —le advertí. Les creía muy
capaces de hacerlo.
—Es una pena, yo tengo un gran poder
de convicción —bromeó, soltando una
carcajada. Yo no logré entender que
quería decir. Lo que estaba claro, es que
no conocía a mi padre. Era de ideas
fijas, y ni ella ni nadie, podía hacerle
cambiar de opinión cuando se empeñaba
en algo.
Estuvimos en la playa hasta el
anochecer. Después me invitó a cenar a
su casa, pero no acepté; ya le había
comentado a Román que me daba
vergüenza conocer a su familia, y
hacerlo sin él, me aterraba todavía más.
No caí en el mismo error que había
cometido con Román. Esta vez le pedí el
teléfono a Blanca y quedé en llamarla
para concretar a la hora que
quedábamos si podía y me apetecía salir
un rato por la noche. Me sentía cómoda
con ella, encajábamos a la perfección.
Era muy curioso. Me preguntaba si mi
relación con el resto de la familia sería
igual. Con Román llevaba cuatro
«noches», con Blanca unas horas, y era
como si los conociera desde hace
tiempo, como si cada hora con ellos
contase por un día. Se interesaban y
preocupaban por mí más que otras
personas que conocía hacía años.
Esa noche no tuve que trabajar, así
que decidí salir un rato. Mi madre me
pidió que no tardase mucho en volver
porque al día siguiente nos mudaríamos
al camping. Definitivamente, estaba en
racha. ¡Las buenas noticias no paraban!
Aunque el repentino viaje de Román, me
había entristecido bastante.
Quedé para cenar con Blanca en la
heladería que había sido mi punto de
encuentro con Román las noches
anteriores. Bea llegó cuando estábamos
con el postre. Después dimos un paseo
hasta el puerto y tomamos algo en uno de
los locales de la entrada.
Bea, que también parecía estar al
tanto de mi vida, me contó cosas de la
suya: cómo conoció a Argus y por qué
se casó con él a los tres meses. Aquello
me sorprendió mucho. Blanca me dijo
que era algo de familia. John, el
hermano mayor, se había casado con su
mujer a los dos meses de conocerla.
Pensé en qué opinarían los padres de
aquellos matrimonios tan precipitados.
Entre risas ellas me aseguraron que era
algo muy normal para los Alder. Su
apellido, me enteré de otro dato de
importancia que desconocía.
—Román y tú seréis los próximos —
intervino Blanca.
La impresión que me causó aquel
comentario, hizo que el vaso se me
escurriese de las manos, y frenó contra
el suelo haciéndose pedazos. Me asustó
la naturalidad con la que lo había dicho,
como si fuera lógico. Me quedé muda.
Ambas notaron mi incomodidad y
cambiaron de tema a otro no menos
inquietante. Bea había tenido a su hijo
Pablo con mi edad, pero no me impactó
tanto como el hecho de que hubiera dado
a luz en casa con la ayuda de su suegra
que era enfermera, y Branco que había
estudiado medicina y se había
especializado en ginecología. Ninguno
de los dos había llegado a ejercer la
profesión de forma, sino que lo hacían
de vez en cuando para colaborar con
alguna ONG, en varios lugares de
África, Sudamérica y la India. Cuanto
más les conocía, más me sorprendían.
Bea también me contó que ella y Argus
tenían pensado tener al menos tres hijos.
Nos despedimos sobre las dos. ¡Por
fin iba a acostarme pronto una noche!
Prometí a Blanca que la llamaría para
quedar si podía salir al día siguiente,
aunque era poco probable.
Cuando llegué a la feria, mis padres
ya estaban recogiendo. Decidimos dejar
todo preparado para tener menos cosas
que hacer al día siguiente. Una vez
hubimos terminado, mi madre aprovechó
un momento a solas para contarme por
qué mi padre había estado hablando la
tarde anterior con otro feriante. Este
último le había ofrecido una cantidad
bastante razonable por su tómbola y él
había quedado en pensárselo. Por lo
visto tenía de plazo hasta el día
siguiente para contestar. Esa misma
noche debía tomar una decisión. Me
extrañó bastante que aceptase, porque
solo con mi puesto no podríamos
mantenernos. Desconocía la cantidad de
dinero que tenía ahorrado, pero si se
decidía a vender lo haría probablemente
para invertir en otro puesto ambulante.
Mi padre no era bueno haciendo
negocios, y tuvo una época de adicción
al juego durante la cual perdió mucho
dinero. Quizá ese también fuera uno de
los motivos por los que no terminaba de
invertir en una residencia fija; no era
muy partidario de pagar a plazos y me
extrañaba que después de aquello le
quedara suficiente dinero pagar nada al
contado.
Nos acostamos sobre las cuatro.
Antes de dormir, saqué la carta de
Román y la leí una y otra vez hasta que
se me juntaron las letras. De fondo
escuché la conversación que mantenían
mis padres acerca de la tómbola. Por lo
que pude entender, mi padre estaba
dispuesto a llevar a cabo la venta, e
hicieron ciertos comentarios que
confirmaban que, efectivamente, aún
tenían algún dinero ahorrado de la venta
de la casa de mi abuela.
DÍA 6
He pedido a la enfermera
que te diese esto cuando
despertases, espero que
cumpla su promesa.
Siento no estar a tu lado en
este momento, pero créeme,
es mejor así. Imagino que ya
te habrás enterado de lo de tu
madre. Ha sido una tragedia
terrible, no sé lo que voy a
hacer sin ella. Decidí
incinerarla, y en un primer
momento pensé enterrarla
con tu abuela, pero
finalmente creí oportuno que
tú le dieses el último adiós.
La urna con sus cenizas la
tiene Aarón, así como todas
tus cosas. Ese chico ha estado
muy pendiente de ti y accedió
a hacerme el favor. Es un
gran muchacho. Creo que es
justo el amigo que necesitas
en estos momentos, y a juzgar
por el interés que se ha
tomado contigo, quién sabe si
algo más. Desde luego, el
niñato ese de Almería no ha
dado señales de vida. Ya me
extrañaba a mí que alguien
así se fijase en ti. Había algo
en él que no me gustaba.
Cuando me comunicaron que
estabas embarazada…
Paré de leer en seco. ¿Embarazada?
¡Dios mío! Me eché a llorar
desconsoladamente. Un recuerdo vino a
mi cabeza de golpe: ¡no había seguido
tomando las malditas pastillas! ¡Era lo
que me faltaba! Y enterarme de aquel
modo había sido todo un mazazo. ¿Por
qué Aarón no me había dicho nada?
Tenía derecho a saber algo así. Me miré
la tripa: no sentía nada. Eché cuentas y
supuse que estaría de poco más de un
mes. Armándome de valor, me sequé las
lágrimas y seguí leyendo.
Cuando me comunicaron
que estabas embarazada
supuse que el padre era ese
sinvergüenza. Le pedí tu
teléfono a Aarón y llamé una
y otra vez sin lograr dar con
él. Finalmente, me dijeron
que habías abortado sin
consecuencias, ya que
estabas de muy poco tiempo.
Detuve la lectura de nuevo. Aquello
era otro palo más. Ahora entendía por
qué Aarón no me había dicho nada.
Seguramente había pensado que ya me
había llevado bastantes disgustos y
necesitaba reponerme un poco para
enterarme de algo así. Al fin y al cabo,
aunque estuviese de muy poco tiempo,
era mi hijo y lo había perdido.
Para ti seguramente
supondrá un disgusto, pero
con el tiempo te alegrarás de
que haya sucedido así. Te
mereces una nueva vida sin
complicaciones y estoy
seguro de que te irá bien. Por
ello te he ingresado dinero en
una cuenta, ya habrás visto la
cartilla al abrir el sobre. Creo
que esa cantidad será
suficiente para que poco a
poco salgas adelante. De
todos modos, te correspondía
por herencia de tu madre y
de tu abuela. Ellas lo habrían
querido así.
Respecto a tu abuela te
diré, por si quieres ir un día,
que está enterrada con tu
abuelo.
El pueblo de tu madre es El
Mado, está en León. No sé si
ella te lo habría llegado a
decir el otro día, pero creo
que tienes derecho a saber
dónde tienes otra familia,
aunque sean unos
impresentables, y lo más
importante, dónde está
enterrado tu verdadero padre.
Si decides ir algún día, busca
a Lali, era la mejor amiga de
tu madre y quizá pueda
contarte más cosas acerca de
tu verdadero padre. Por
cierto, no he tratado de
localizarles para darles la
noticia del fallecimiento de tu
madre, no sabía cómo
hacerlo, y en su momento me
juré a mí mismo que no
volvería nunca más a aquel
lugar.
Por último, quiero pedirte
perdón por todo lo que te he
hecho. Créeme, he rezado
mucho para que salieras
adelante, no he querido
marcharme hasta estar
seguro de que te
recuperarías. No intentes
localizarme en mi teléfono, se
perdió en el accidente. Como
era de tarjeta me resultaba
menos complicado comprar
uno nuevo, por lo que no he
mantenido el mismo número.
Te deseo mucha suerte. Sé
que no he sido un buen
padre, pero ahora que sabes
que realmente no lo era
imagino que será algo menos
doloroso.
Para mí esto es tan duro
como para ti. Aunque ahora
estés en un hospital, cuentas
con cierta ventaja que yo ya
no tengo: la juventud. No
pierdas el tiempo intentando
localizarme. He decidido
emprender una nueva vida y
apartarme del pasado para
siempre, y creo que tú
deberías hacer lo mismo.
Sé feliz. Hazlo por tu
madre, a ella le gustaría que
así fuese.
Hasta siempre.
Rafael
Me llevé un disgusto tremendo. Ahora
sí que totalmente sola en la vida.
Comenzar de nuevo iba a ser duro, muy
duro, y no es que las reprimendas, malos
modos y gestos de mi padre fueran a
servirme de ayuda, pero era mejor tener
eso que nada. ¿Cómo podía dejarme de
aquel modo? ¿Qué iba a hacer ahora?
No tenía a nadie ni nada. Sobre mi
abdomen aún reposaba la cartilla
bancaria. Pensar en dinero con todo lo
que tenía encima quizá no fue lo más
coherente, pero sí muy necesario.
Desgraciadamente, no iba a devolverme
lo perdido ni a proporcionarme
felicidad, pero al menos esperaba que la
cantidad que me había dejado mi padre
me permitiera salir adelante durante un
tiempo. La abrí, y de su interior cayó
una tarjeta de crédito a mí nombre. Me
quedé boquiabierta: no esperaba ver
aquella cantidad. Era muy generoso por
su parte, pues no esperaba recibir tanto,
pero sin duda alguna lo habría dado a
cambio de morir en el accidente y no
afrontar la cruda realidad. No me hizo
feliz, tal y como me había predicho a mí
misma, pero al menos, me otorgó cierta
tranquilidad.
Me sorprendía pensar que el
abandono y el engaño de Román me
habían dolido casi tanto como la muerte
de mi madre. Finalmente, el chico
perfecto había sido un fraude. Me
quedaba la duda de que pudiera haberle
pasado algo, pero los demás… Blanca,
Branco, Angelina… cualquiera de ellos
podía haberme llamado para avisarme, y
para interesarse por mí. Sin embargo, no
lo habían hecho. No podía creerlo. Se
habían desentendido de mí, pero ¿con
qué fin? Ahora conocía su secreto. ¿Y si
tampoco aquello era cierto y había visto
cosas donde no las había? Yo misma
había sido testigo de la transmutación
formación de Román. Luego estaban su
fuerza, su aguante… ¡no! Realmente,
aquello era verdad. Quizá ese fuera el
motivo por el que habían decidido
apartarse de mí: yo no les convenía, o
ellos a mí, y lo estaban haciendo por el
bien de todos. Otra teoría vino a mi
mente y se clavó en mi pecho como un
puñal, abriéndose paso hasta causar el
dolor más profundo que conocía. La
famosa y misteriosa Min podía haber
regresado, y la ausencia de noticias mías
había hecho el resto.
Posiblemente mi padre tenía razón;
por muy horrible que fuera haber
perdido a mi hijo —que sin duda lo era
—, había sido lo mejor. De haber
seguido adelante con el embarazo, aquel
habría sido un recuerdo imborrable de
él, y olvidarlo todo me resultaría
imposible. Aquella criatura, de haber
nacido, podía tener sus ojos, su
sonrisa… ¿Por qué la vida era tan cruel
conmigo? ¿Qué había hecho yo para
merecer todo lo que me estaba pasando?
Cuando Aarón entró en la habitación,
me vio con la carta en la mano, el
teléfono sobre la cama y llorando, su
sonrisa desapareció de inmediato.
—¿Qué ha pasado?
—Mi padre no va a volver —sollocé.
—¿Qué es esto? —indagó, señalando
la carta.
—Su carta de despedida.
—¿Quién te la ha dado?
—La enfermera.
—¡Daniela! —bufó—. ¡Joder! ¿Por
qué lo ha hecho? ¿Por qué te la ha dado?
¿Por qué tu padre no me la dio a mí
junto con tus cosas? —farfulló,
enfurecido.
—Precisamente, porque mi padre
quería que recibiese esta carta nada más
despertar, y estaba seguro de que tú no
me la darías hasta pasado un tiempo —
expliqué.
—Yo… yo solo quiero lo mejor para
ti —hizo una pausa y se sentó en la cama
—. Créeme —añadió, cogiendo mi
mano.
—Lo sé —afirmé, intentando sonreír,
agradecida—. No logro entender nada.
¿Por qué a mí? ¡Todo son malas
noticias! Yo solo pretendía ser feliz…
Nuevamente, me deshice en un llanto
amargo. Lo había perdido todo.
—Y lo serás —me dijo Aarón,
abrazándome para consolarme como ya
tenía por costumbre—. Solo necesitas
tiempo.
Todo eso ya lo había oído antes. El
tiempo, el maldito tiempo, que siempre
jugaba en mi contra. Era gratificante
pensar que al menos tenía a alguien,
pero… ¿Cómo podía confiar en él?
¿Cómo podía volver a confiar en nadie
más?
—Puerto, no quiero que me
malinterpretes. Sé que lo has pasado
mal, y que te han hecho mucho daño,
créeme, soy consciente de ello.
Necesitas que cicatricen tus heridas,
tanto las que se ven como las que no. Y
yo voy a estar a tu lado —me aseguró.
Su mirada sincera me estremeció.
—¿Por qué no me dijiste lo del
aborto? —le pregunté, intentando ser lo
menos brusca posible. Aunque sabía que
lo hacía por mi bien, que hubiese
obviado aquel detalle me había
molestado bastante.
—¿Quién te lo ha contado? —se
sorprendió.
—Mi padre, en su carta —contesté,
alzando la hoja que aún sostenía en mi
mano.
—¡Lo siento! —musitó, agachando la
cabeza—. Pensaba hacerlo, de verdad.
Hoy, mañana… no sé. Tenía que darte
tantas noticias, y tan malas, que pensé
dosificarlas por orden de importancia.
—¿Piensas que algo así no era
importante? —repliqué, asombrada a la
par que enfadada.
—¡Claro que sí! Pero estabas de muy
poco tiempo, apenas un mes. Sucedió
hace unos cuatro días. Prácticamente no
tuvimos que intervenir, fue algo
espontáneo. Y aunque no lo creas, era lo
mejor que te podía pasar. Un embarazo
en tu estado no era lo más conveniente.
De veras lo lamento, pero es así. Podrás
tener más hijos, los que quieras, pero
ahora solo debes pensar en recuperarte.
—Tienes razón. Supongo que debería
plantearme hacer borrón y cuenta nueva
en mi vida —sollocé, intentando sonreír
al mismo tiempo, algo que me resultó
casi imposible a tenor de las
circunstancias.
—¿Qué más te ha contado tu padre en
esa carta que yo deba saber?
—Pues… dónde está enterrada mi
abuela, que tienes mis cosas y las
cenizas de mi madre, que no piensa
volver y que no me moleste en buscarle.
—Me llamó esta mañana para
preguntar qué tal habías despertado y me
contó sus intenciones. Traté de
convencerle para que volviera a darte
alguna explicación, pero me dijo que
tenía todo «bien atado». Ahora entiendo
que se refería a la carta —admitió,
negando con la cabeza—. Y tus cosas…
están en mi casa. No son muchas, la
verdad. Dos maletas y unas cuantas
cajas, ya comprobarás tú misma si te
falta algo.
—No creo, seguramente estará todo.
Llevábamos una vida nómada, por así
decirlo, y en una caravana no hay sitio
para acumular mucho —le aclaré con
desgana. No tenía ganas de contarle mi
vida.
—Lo sé. He tenido unas cuantas
conversaciones con tu padre y me ha
puesto al tanto de muchas cosas.
—¿Mi padre ha hablado contigo?
—Incluso hemos cenado juntos en un
par de ocasiones —apuntó—. Un tipo
extraño —añadió, pensativo.
—Sí, bastante.
—¡Bueno, señorita! Vamos a darte
algo de comer, a ver qué tal te sienta
después de tanto tiempo enchufada a la
botella y a esa sonda —anunció,
cambiando radicalmente de tema.
—La verdad es que con tanto disgusto
no tengo mucho apetito —repuse, e
inspiré hondo—, pero haré un esfuerzo.
Tengo ganas de salir de aquí.
Le dediqué mi primera amplia
sonrisa, tras la cual se ocultaba una
enorme pena y un infinito dolor.
—¡Así me gusta! Actitud positiva. Ya
verás como todo saldrá bien —dijo,
señalándome con el dedo y guiñándome
un ojo mientras andaba de espaldas
hacia la puerta—. Ahora mismo vuelvo.
Por más vueltas que le daba, no podía
entender por qué Aarón había decidido
complicarse la vida ayudándome. No
quería ser un estorbo para nadie, pero
no podía engañarme: necesitaba a
alguien. En cuanto pudiese valerme por
mí misma, le quitaría un gran peso de
encima. Y me buscaría la vida por mi
cuenta.
Tenía muchas decisiones que tomar:
dónde vivir, estudiar o trabajar…
Supuse que aún me quedaban unos
cuantos días en el hospital, así que
tendría tiempo de sobra para pensar.
Una nueva vida me esperaba, aunque yo
no tenía ni las ganas ni la fuerza
suficiente para ir a su encuentro.
CAPÍTULO DOS