AAVV - Autumm Love
AAVV - Autumm Love
AAVV - Autumm Love
Prólogo
Le gustaría llevar a sus pocas amigas a su casa para jugar en su cuarto con
sus muñecas y sus disfraces, pero sabía que no podía hacerlo. Una norma que su
abuela había impuesto desde que se mudó junto con ella y su madre, había sido
prohibir la entrada de otras personas en casa. Kyra era muy pequeña para
entender la situación que la rodeaba, pero sabía que el motivo de esa norma, era
Charlotte: su madre. No era como las otras madres. Ellas eran cariñosas, alegres,
preparaban meriendas sabrosas para sus hijos, les llevaban al parque y por las
noches les leían un cuento para dormir. Charlotte no era así. Bueno, a veces sí que
se encontraba feliz, contenta, eufórica y le regalaba mil cariños a Kyra, pero cada
vez que eso ocurría, en vez de alegrarse, la niña lo que hacía era asustarse porque
sabía qué sucedería después de ese estado: lloros, gritos, amenazas, días sin que su
progenitora saliera de su cuarto y discusiones con su abuela para evitar que su
madre cogiera un cuchillo o se subiera a la ventana para precipitarse por ella.
Kyra no podía decir que fuera una niña feliz. Tenía sus momentos buenos,
como todo el mundo, pero los malos ganaban por goleada. Por ello, había
aprendido a disfrutar y rascar lo máximo posible de esos buenos instantes. Como
cuando su abuela y ella cocinaban galletas o ella le contaba relatos sobre las
heroínas históricas de todo el mundo. Su abuela era una mujer muy inteligente y le
fascinaba todo lo nuevo que conocía. Aquello se lo estaba inculcando a su nieta
que, cuando quería dejar de vivir su realidad, leía libros sobre esas grandes
mujeres de las que su abuela le hablaba. Aquellos libros no eran los más adecuados
para ella, era más, habían pertenecido a su padre antes de que él se fuera, pero le
apasionaban y no había nada malo en ellos.
Ese día era uno de esos en los que necesitaba huir de los problemas, pero no
tenía a mano uno de sus libros, así que había decidido ir al parque abandonado
frente a la gran laguna de la ciudad. Era un lugar precioso, pero la gente de allí, le
había cogido miedo debido a los niños que, durante los años, se habían ahogado en
esas aguas. Finalmente, le habían apodado como la laguna maldita. La gente decía
que, si te acercabas a ella cuando la luna estaba en lo más alto del cielo, ya no
volverías a ver un nuevo amanecer. Y si lo hacías en luna nueva, tu familia también
sería maldita. Esa leyenda tenía ya más de cien años, al igual que ese columpio, así
nadie pisaba ese tranquilo lugar. Kyra lo agradecía, además, ella no creía en esos
cuentos de viejas.
Elevó la cabeza y observó la copa del enorme árbol que se encontraba sobre
ella. Sus hojas ya estaban adquiriendo los preciosos colores del otoño y algunas de
ellas ya habían caído dejando en el suelo un manto amarillo, naranja, verde y
marrón. Daban ganas de saltar sobre ellas, parecían mulliditas, pero Kyra sabía
que, si lo hacía, acabaría con un buen golpe.
Sin darse cuenta, se pasó horas observando cómo algunas de esas hojas
caían. Grandes, pequeñas, medianas. Daba igual su tamaño o su color. A todas les
aguardaba el mismo destino, pero no por ello perdían su hermosura. Lo único que
ocurría con ellas era que iban a acabar en un cubo de basura.
Esa realidad, la entristeció, por lo que bajó de un salto del columpio y cogió
su viola para correr hasta donde se encontraban las hojas. Abrió el estuche y
guardó en él todas las que pudo. No sabía muy bien qué iba a hacer con ellas, pero
sentía la necesidad de salvar a algunas de su horrible final. Eran demasiado bonitas
como para dejarlas en el olvido.
El reloj del ayuntamiento sonó dando las siete de la tarde. Debía regresar ya,
pero aquel día lo hacía un poco mejor. Tenía que pensar qué hacer para que
aquellas hojas siguieran tan vivas como cuando estaban a salvo en lo alto del árbol.
Llevaba desde los tres años yendo de casa en casa, pero sus padres
adoptivos siempre acababan por devolverle. Los primeros meses, todo iba bien. Él
se portaba genial y hacía lo posible para conseguir que esas personas le quisieran.
Pero, después, su comportamiento se volvía más rebelde. Escondía la cartera o las
llaves de su familia, gritaba, saltaba en las camas, rompía cosas… al final, sus
padres adoptivos le volvían a entregar al centro de acogida, pues no podían
soportar esa actitud.
Aidan había perdido la cuenta del tiempo que había pasado desde que la
cuidadora le dijo que podían tener a una familia para él, pero al fin había llegado el
día. No sabía mucho de ellos, solo que era un matrimonio de treinta y pico y que
ya tenían dos hijos. El mayor se llamaba Ryan y tenía trece años y la pequeña
respondía al nombre de Erin y por lo que le habían dicho, tenía la misma edad que
Aidan.
El hecho de que esa familia ya tuviera dos hijos biológicos hacía que Aidan
se pusiera más nervioso. Estaba convencido de que él no iba a ser uno más.
Calculaba que, en tres meses, ya estaría de vuelta.
Él no dijo nada. Solo asintió y cogió la mano que su cuidadora le tendía para
caminar hasta el hall del centro de acogida. Hizo el corto camino con la cabeza
mirando sus pies y solo la elevó ligeramente para observar a sus nuevos padres.
Por otro lado, su marido también mostraba un gesto amable. Su pelo era de
un color rubio oscuro y poseía unos bonitos ojos verdes. Era muy alto y no parecía
tener ningún gramo de grasa en su cuerpo.
Aidan se encogió y apretó con más fuerza la mochila que sujetaba en las
manos. No sabía qué hacer o qué decir.
—Hola, Aidan —le saludó Kellan—. ¿Estás listo para venir a tu hogar? Ryan
y Erin, tus hermanos, están deseando conocerte.
Como había hecho anteriormente, Aidan no habló, solo asintió con la cabeza.
Aidan bajó del vehículo y miró aquella enorme casa blanca con las ventanas
azules. Jamás había vivido en una así y no podía evitar sentirse algo impresionado
por ello.
Él asintió con la cabeza. Nunca había tenido una habitación propia que
poder adornar. Le gustaría hacerlo, pero Aisling le había dicho que más adelante.
¿Sería porque no estaría segura de que durara en aquel hogar? Bajó de nuevo la
cabeza y se sentó en la silla del escritorio para mirar por la ventana.
De detrás de ella, apareció una niña con el pelo oscuro, largo y ondulado. La
vio subirse a una banqueta y comprobó cómo empezaba a pegar algo en el cristal.
Al principio, no consiguió distinguir qué era, por lo que achinó los ojos hasta que
lo reconoció; eran hojas. Hojas amarillas, verdes, marrones, grandes, pequeñas…
hojas de esas que caían de los árboles en otoño. ¿Por qué diablos estaba pegando
hojas en su ventana?
Estuvo varios minutos viéndola colocarlas. Las quitaba y las volvía a poner,
como si buscara su posición exacta. Lo primero que pensó Aidan, era que esa niña
era muy rara, pero se obligó a dejar esos pensamientos a un lado cuando oyó la
puerta abrirse de nuevo.
—La cena ya está lista, ¿quieres cenar con nosotros? —preguntó Aisling,
esperanzada.
—Bueno no pasa nada. —Entró con un plato en las manos. Había sido
previsora—. Puedes cenar aquí, pero espero que algún día quieras acompañarnos.
Estaremos encantados, Aidan. Solo quería que lo supieras —le dijo antes de dejar
el plato en el escritorio y acariciarle con cariño la cabellera—. Si necesitas cualquier
cosa, solo pídelo, ¿vale?
Aidan cenó mirando las hojas que estaban pegadas en esa ventana sin dejar
de preguntarse qué razón había detrás de ellas para colocarlas ahí.
Habían tenido sus crisis y sus malos momentos y Aidan siempre acababa
agobiado porque pensaba que todo había acabado y que volvería a estar solo, pero
cuando Aisling le contó su propia historia, todo mejoró en la familia para él. Aidan
por fin sentía que había encontrado su hogar y su familia. Y así fue.
Capítulo 1
11 otoños después…
En los años que llevaba viviendo en ese barrio, se había cruzado con ella
cuatro veces contadas y nunca habían cruzado una palabra. Por lo poco que veía,
era una chica que no salía demasiado de su hogar y no sabía si tenía amigas, pues
nunca las había visto ir a su casa o acompañarla hasta la puerta a la salida del
colegio o los viernes por la tarde.
—No sé. Seguro que es alguna chorrada de tías como que le recuerdan a su
novio o que las recogía de niña y le traen recuerdos de infancia.
—Dudo que sea lo del novio. Lleva haciéndolo desde que era una niña. Once
putos años.
—¡Que ya va, enana! —le gritó Ryan—. Joder, que voz de pito tiene.
—No tan directo. Podría ser más bien algo así: hola, soy Aidan, el vecino de
enfrente. ¿Tienes sal? Es que a mi madre se le ha olvidado comprar. Y ella te dirá
sí, claro, espera. Te la da y cuando eso le das las gracias y ya le sueltas que por qué
cojones pega hojas en su ventana.
Aidan soltó una leve carcajada que calló al sentir una suave colleja en su
nuca.
—Y luego somos las tías las que tardamos. Al final me has hecho subir las
escaleras —le espetó Erin.
Erin puso los ojos en blanco y se asomó por la ventana para ver esas hojas
que tenían completamente obsesionado a Aidan desde que llegó a su hogar. Los
primeros meses se pasaba horas mirándolas. Parecían relajarle. Pero con el tiempo,
su curiosidad fue aumentando y más de una vez les había preguntado si conocían
a esa chica o algo que pudiera serle de utilidad.
—Es una chica muy rara —dijo Erin—. El año pasado la tuve en una
asignatura y sí que tiene su grupito de amigas, pero a veces es como si no
perteneciera a ese grupo. Es bastante callada, no sale, no va a las fiestas de la
universidad… se pasa la vida encerrada en su casa.
Erin le sacó la lengua y bajaron para irse. Aisling se despidió de ellos y les
deseó suerte en su primer día. Su hija empezaba su último año, aunque tenía
asignaturas pendientes de los anteriores, por lo que lo más probable era que no
terminara ese curso la carrera, pero sabía que conseguiría graduarse. Por otra
parte, Aidan empezaba su tercer curso de Trabajo Social. En el colegio, repitió un
año debido al leve retraso académico que tenía, pero enseguida se adaptó bien a
todo y sus notas habían sido excelentes.
Por otra parte, Ryan se había graduado hacía dos años en Ingeniería
Informática y trabajaba en una tienda de arreglos.
—Este año vamos a preparar una super fiesta en el campus para celebrar el
Samhain —comentó Erin mientras conducía hasta la facultad—. ¿Vendrás a
ayudarnos? Estoy en la comisión que lo organiza y nos vendrán bien más tíos altos
para colgar las luces.
—¿Te parece poco las veces que te ha dejado tirada para ir a emborracharse
con sus colegas? O, mejor, recuerda el día que lo trajiste a casa. Apestaba a maría.
La cara de papá fue épica.
—A ver, tiene sus cosas, pero no es malo. Y algún día tendrá que dejarlo,
¿no? Y cuando lo haga, verá que hasta cuando era un capullo yo he estado a su
lado.
Erin suspiró y apretó el volante hasta que sus nudillos se pusieron blancos.
Aidan tenía razón. Kevin estaba a punto de ser expulsado de la universidad por la
falta de créditos y sus padres se negaban a pagarle más matrículas. Aquello a Erin
le preocupaba, pues no quería que fuera uno de esos chicos que ni estudian ni
trabajan y ella convertirse en la idiota que lo mantuviera mientras él bebía y
fumaba maría. Pero quería confiar en que un día se daría cuenta de lo que de
verdad importaba en la vida.
—¡Idiota! —Le dio un manotazo y él sonrió. Jamás pensó que podía sentir
aquello. Sentir que tenía una familia de verdad—. ¿Te dejo en la puerta de tu
facultad?
Ella gritó y dio un frenazo evitando llevarse por delante a la chica que
permanecía completamente asustada, con algunos mechones tapándole su rostro y
sus manos apoyadas sobre su pecho, posiblemente para cerciorarse de que su
corazón latía y seguía con vida. La carpeta que llevaba había acabado en el paso de
cebra junto con su bolso y algunos papeles volaban libres y ya bastante lejos de
ella.
Aidan se bajó del coche y fue a socorrerla. Aún parecía algo asustada.
—¿Estás bien?
—Sí, sí, solo, lo siento, iba despistada y no he mirado. Además, este maldito
viento no ayuda. —Se retiró los mechones, pero enseguida estos volvieron a
cubrirle el rostro.
La chica negó con la cabeza y miró por donde se habían escapado los folios
donde tenía apuntado el horario y las aulas adónde debía acudir. Suponía que no
le iba a quedar más remedio que preguntar en recepción y odiaba eso. Los bedeles
eran unos auténticos bordes, peores que las bibliotecarias y ya era decir.
—No pasa nada. Se… será mejor que me vaya o llegaré tarde. Adiós.
Aidan y Erin vieron cómo se iba de forma apresurada y evitaba hablar con
aquellas personas que se acercaban a ella para preguntar si estaba bien.
—¿Sabes quién era? —le dijo Erin a su hermano, el cual, negó con la cabeza
—. Nuestra vecina. La loca de las hojas.
Capítulo 2
Kyra aún seguía con el susto en el cuerpo cuando llegó a su primera clase.
Ese día no había empezado nada bien y no dejaba de pensar si debería regresar a
casa o no. Le habían cambiado la medicación a su madre y no sabía si haría el
mismo efecto que la anterior. Le preocupaba que le ocurriera algo.
La primera vez que nombró aquello, no pudo evitar ponerse a llorar. Ella
quería estudiar en la universidad la carrera que soñaba desde que era una niña:
Historia. Su abuela, con sus relatos, había conseguido que, poco a poco, se
apasionara por ello y, además, quería especializarse en la historia de las mujeres.
Estaban muy infravaloradas cuando muchas de ellas habían logrado grandes
cosas.
Pero no se rindió y luchó para que le concedieran una beca y así, poder
entrar en la universidad. Por suerte, la consiguió.
—¡Anda ya! ¡Hemos dejado de ser las novatas! —Se sentó a su lado y le dio
un beso en la mejilla—. Te he echado de menos este verano. Es una putada que los
días que quedábamos tuvieras ya planes.
Kyra se encogió de hombros y no dijo nada, ya que eso no era del todo
cierto. No tenía ningún plan cuando la llamaban, lo que de verdad sucedía era que
no quería dejar sola a su madre. Desde que su abuela falleció hacía seis meses, todo
en su vida se había complicado mucho. Lo pasó fatal cuando ella se fue y su madre
tuvo una crisis por ese acontecimiento. Ahora Kyra también debía ocuparse de lo
que realizaba su abuela en casa. Con los años, su estado de salud había ido a peor y
la situación de su hogar no ayudaba. Finalmente, un simple catarro se la llevó. Su
cuerpo ya no tenía defensas para combatirlo.
—Sí, eso sí. —Sonrió—. La verdad es que he estado un poco liada estas
vacaciones.
—¿Y eso? —Le dio un suave golpe en el brazo—. ¿Nuevo chico y no nos has
dicho nada?
Kyra le miró con los ojos como platos y tras soltar una leve carcajada, negó
con la cabeza. No quería saber nada de tíos. Prefería no sentir nada por ninguno,
ya que sabía que todos iban a hacer lo mismo que Connor: dejarla en cuanto
conocieran el trastorno de su madre. Nadie quería estar al lado de una persona con
la responsabilidad de estar pendiente de su propia madre durante el resto de su
vida.
Y tampoco era así. Solo había que estar un poco más pendiente en sus
episodios de crisis depresivas.
Se había quedado en blanco. No sabía qué excusa decirle para explicar qué
había sido para ella estar ocupada y sin poder quedar.
—Bueno, y…
Todas rieron y Brea y Deirdre tomaron asiento a su lado. Por suerte, era una
mesa para cuatro personas.
—¿Y tú, Kyra? —quiso saber Brea y al ver su gesto indeciso, continuó—. Es
la primera fiesta de la universidad. No tenemos trabajos ni nada y estaría guay que
hiciéramos algo todas juntas. Solo será un día y te prometo que no te diremos nada
si te quieres ir pronto a casa.
—Sí y, además, nos gustaría que estuvieras con nosotras —dijo Shannon
jugando con un mechón oscuro de su cabello—. Los recuerdos de la universidad
son para toda la vida. Nos haremos mogollón de fotos con nuestros disfraces, lo
pasaremos bien y en unos años, les contaremos a nuestros hijos lo guay que es ir a
la universidad para que ellos también quieran estudiar —rio.
—¡Increíble! —exclamó Brea—. Ha dicho que sí. ¡Esto hay que celebrarlo!
Puede que no se vuelva a repetir.
Kyra negó con la cabeza ante su frase, aunque en realidad tenía más razón
que un santo. Lo más probable era que no se volviera a repetir.
—¿Y por qué no mejor cada una de lo que quiera? Y, además, que sea
sorpresa. Pero tiene que ser algo de miedo, ¿eh? Recordad que es la noche de los
muertos. La noche en la que los espíritus regresan a la tierra y nosotras debemos
pasar desapercibidas entre ellos para que no nos maten —bromeó Brea.
—Me parece bien —apuntó Shannon—. ¿Quién está a favor de que cada una
lleve el disfraz que quiera?
Como todas imaginaron, la hora fue un auténtico coñazo. Solo hizo una
pequeña presentación y la mayoría de los alumnos se estaban quedando dormidos
encima de la mesa. Todos los profesores tenían un auténtico don para irse por las
ramas con el único fin de cubrir su hora. Con lo fácil que era decir, nombre,
despacho, horas de tutorías y temario. Eso se decía en veinte minutos máximo y
después, les podría dejar libres para irse a tomar algo, antes de regresar para el
próximo rollo.
Ella no dijo nada, solo sonrió y siguió atenta al catedrático que le impartiría
la clase de Historia Medieval, una de las épocas favoritas de Kyra, a pesar de los
grandes desastres que hubo. La gente veía esa época como la de las princesas y los
príncipes, con preciosos vestidos y cabellos largos y bonitos. Pero la realidad, era
otra.
Con suerte, los nobles se bañaban una vez al año y en verano, que era
cuando mejor tiempo hacía. El resto del año, su olor tiraba para atrás y en las
bodas, la novia llevaba un ramo de flores para disimular un poco la peste de los
asistentes. Aunque también era verdad, que, ese evento, se celebraba en verano,
que era cuando, normalmente, más limpios estaban. Y por no hablar de los cuartos
de baños, si es que se le podía llamar así a un agujero en el suelo. En fin, que la
época medieval no era como salía en las novelas, series y películas. Era más, cada
vez que Kyra leía o veía algo relacionado con la historia, no paraba de sacarle
pegas.
—Es a las cinco, así que quedamos a las cuatro y media en la puerta de la
facultad y de ahí tiramos a la sala donde se haga —dijo Shannon.
—Yo mañana a esa hora estaré ocupada —se excusó Kyra pensando en su
madre—. Si no os importa, ya me diréis de qué se habla.
Kyra se tensó al ver cómo sus amigas la miraban con un gesto en el cual,
mostraban que ya no se sorprendían ante una nueva excusa.
Kyra asintió y le mostró una leve sonrisa, aunque por dentro no dejaba de
sentirse mal por no poder ser una joven normal como todo el mundo. Solo tenía
diecinueve años y ya tenía más cargas familiares que una persona adulta. Le
aterraba el futuro que le esperaba, pues, aunque no lo expresara, temía que, dentro
de unos años, ya no le quedara nadie en su vida.
Capítulo 3
Kyra llegó a casa cerca del anochecer. Ese día había tenido lugar la reunión
para la fiesta del Samhain. Había pensado en pasarse, ya que no le apetecía nada
estar encerrada en su cuarto, pero finalmente, decidió pasar de eso e ir a Mick
Park, o, como comúnmente lo conocían allí, el parque maldito. Era increíble que la
gente se creyera esas historias.
—En la cocina.
—Hoy.
—Hoy, sí. —Bajó la mirada y posó sus manos en sus hombros—. Desde que
la abuela murió, he visto cómo has cambiado conmigo. Antes, vivías preocupada
por mí, pero hacías tu vida. Ahora, te veo siempre con miedo en los ojos. —Le
acarició el óvalo de la cara y Kyra miró sus pies avergonzada—. No sales casi de
casa, siempre estás pendiente de mí y no te vas a la cama hasta que te aseguras de
que he caído completamente rendida. —Hizo una pausa—. Cariño, sé lo que tengo
y soy consciente de lo que he hecho durante estos años por culpa de este trastorno.
Sé que, como tu padre, hay veces que sientes vergüenza de mí, miedo,
preocupación y que, muchas veces, te habrás planteado por qué tu madre no
puede ser como las demás. Te… te oía cuando te desahogabas con la abuela.
—Mamá, yo…
—No te voy a negar que escuchar eso, duele, pero, me pongo en tu lugar y…
creo que me sentiría igual.
—Se podría decir que sí. —Se sentó en una silla de la cocina—. Salgo a hacer
la compra, hago las cosas de la casa y desde hace unos meses, trabajo de
dependienta en una tienda de ropa. Pero tú, cariño, ¿estás haciendo vida normal?
Kyra se sentó en una silla delante de su madre. Sabía que a veces su mente
exageraba las cosas con respecto a su progenitora y la visualizaba mucho peor de
lo que estaba. Pero, desde que tenía recuerdos, había visto y vivido muchas cosas
que no eran muy normales y eso la tenía asustada.
—Y te pasas el día encerrada aquí. ¿Por qué no sales con tus amigas algún
día?
—No puedes ir —le dijo su madre y Kyra le miró, asombrada—. Debes ir.
Disfrázate, ve, diviértete con tus amigas, disfruta, pero por favor, nada de drogas.
Alcohol lo justo, pero drogas no.
—Tranquila, mamá. Sabes que soy de tu opinión. —Sonrió por primera vez
durante la conversación—. Pero prométeme que, si me necesitas o que, si estás
mal, me llamarás. No me importará volver antes de tiempo, aunque bueno,
tampoco es que me vaya a quedar mucho. Sabes que no me gusta pasar frío y no
hay disfraces de franela.
Tras cenar y darse una placentera y calentita ducha, Kyra fue a su cuarto
para descansar tras otro largo día. Se sentó frente al tocador y comenzó a hacerse
una trenza francesa para que sus ondas naturales quedaran más pronunciadas.
Mientras se recogía su largo cabello castaño oscuro, se quedó pensando en la
conversación con su madre. En parte, tenía razón. No hacía falta estar pendiente de
ella las veinticuatro horas del día. No era ninguna enferma ni ninguna persona
dependiente. Hacía vida normal, en su trabajo le iba bien y sus caídas depresivas
cada vez eran más inusuales. Claro que seguían presentes. Que desaparecieran, era
algo imposible, pero al menos eran menos graves y su madre estaba aprendiendo a
tratarlas. Se encerraba en su cuarto para llorar o se pasaba horas muertas tumbadas
en el sofá hasta que se le pasaba. En esos días, Kyra se ocupaba de la casa y de todo
lo que podía, ya que, con los estudios, su tiempo era bastante limitado. Sin
embargo, ver a su madre en sus estados depresivos, siempre conseguía que ella
también estuviera emocionalmente mal. Le absorbía la energía y, aunque quería
mostrarse bien ante todo el mundo, por dentro, en realidad, estaba completamente
destrozada.
Kyra suspiró y cogió una goma de pelo para terminar su recogido, pero,
antes de hacerlo, vislumbró algo extraño por el espejo. Frunció el ceño y se giró
hacia la ventana. La cortina estaba medio subida y no cubría por completo el
cristal, por lo que parte de su cuarto, estaba a la vista.
Kyra no conocía a casi nadie del barrio y lo único que sabía de esa casa era
que en ella vivía un matrimonio con tres hijos: dos chicos y una chica. No sabía de
quién sería el cuarto de enfrente, pero la probabilidad de que fuera de uno de los
hijos, era más alta.
Aidan estaba sudando como un auténtico cerdo. Estaba mirando unas cosas
en su portátil cuando se percató de que la luz de la ventana de la chica de las hojas
se prendía. La cortina no estaba del todo bajada, así que pudo verla haciéndose
una trenza. Se quedó completamente embobado observando cómo esas pequeñas
manos se enredaban continuamente en su cabello oscuro y solo bajó de las nubes al
ver que ella se giraba y se quedaba mirando su ventana. Como acto reflejo, se
refugió tras la pared, pero estaba claro que ya le había pillado.
—¿Qué pasa? ¿Ahora no eres tan valiente? —volvió a escucharla y cerró los
ojos apretando los párpados.
—Soy tu vecino.
—Ja, ja. Muy gracioso. —Puso los ojos en blanco—. Llevo desde que era un
bebé viviendo aquí y jamás he coincidido contigo.
—Bueno, no llevo viviendo aquí tanto como tú. Desde los diez años.
—Y ahora tienes…
—Veintiuno.
Kyra elevó las cejas y sonrió bajando un poco la cabeza antes de volver a
elevarla para mirarle de nuevo.
La joven puso de nuevo los ojos en blanco. ¿La estaba vacilando? Aunque su
tono era tan amigable y divertido que hacía que no pudiera enfadarse con él. Y eso
que tenía ganas. Primero le pilla espiándola y después le toma el pelo con sus
contestaciones.
Kyra rio levemente y negó con la cabeza. Ella sí tenía carnet de conducir,
pero casi nunca se ponía delante del volante. Lo hacía en pocas ocasiones y nunca
sola. Le aterraba que le pudiera pasar algo con él y no saber qué hacer.
—No hay que exagerar, además, yo también iba distraída. Siempre miro
bien a ambos lados antes de cruzar. Como los niños pequeños.
Aidan sonrió. Había notado como poco a poco sus nervios habían ido
desapareciendo y ya no temblaba asustado e intimidado, en parte, por aquella
chica. Y lo agradecía. Al fin y al cabo, tenía una reputación que mantener y si
alguno de sus hermanos le hubieran visto con las piernas temblorosas por ella, se
lo habrían recordado durante toda la vida.
Aidan sonrió y, en parte, se sintió triunfador. Por fin iba a preguntarle sobre
el dilema que le había perseguido los últimos once años. Le había llegado la
oportunidad de averiguarlo y ahora que se había acercado un poco más a su
vecina, iba a aprovecharlo.
—¿Por qué pegas hojas en tu ventana? Llevo desde que llegué a esta casa
viéndote pegarlas. De todos los colores, tamaños, tipos…
—Vale, ¡así que tengo un vecino espía desde hace once años! —exclamó
bajándose del poyete para caminar de un lado al otro de la habitación, pero cerca
de la ventana—. ¡Oh, Dios! Dime, por favor, que no me has visto desnuda. Ni
haciendo el idiota, ni, ni… ¡ni haciendo nada!
—¿Cómo que tus hermanos? ¿¿Ellos también me han espiado?? ¿¡Pero qué
clase de familia sois!?
Kyra rio sin pizca de gracia. ¡Eso era el colmo! Once años siendo la comidilla
de aquella familia solo porque le gustaba pegar hojas en su ventana. SU ventana.
Quería recalcar ese pronombre.
—Esto es de locos.
—Bueno, suena un poco de locos, sí, pero te prometo que no hemos hecho
nada malo.
—Dios… —Aún le costaba creer que durante años había sido observada por
tres personas.
Pero de nada había servido su súplica, pues, pocos segundos después de que
bajara las cortinas, la luz se apagó y dejó de ver su sombra a través de ella.
Aidan no sabía muy bien cómo había ido esa primera conversación. Por un
lado, ya se podían saludar por la calle. Habían estado hablando durante veinte
minutos y no había estado del todo mal. Había buen rollo entre los dos, y eso era
bueno. Pero, por otro lado, había conseguido que ella pensara que estaba
completamente loco. Bueno, no era mala combinación: la loca de las hojas y el
vecino chiflado.
Sin poder evitarlo, aquella noche se durmió con una sonrisa en la boca. Esa
chica cada día le caía mejor y estaba dispuesto a descubrir qué misterio se escondía
tras las hojas de su ventana.
Capítulo 4
Kyra había tenido una idea genial. Bueno, en realidad, ya no le parecía tan
genial, pero estaba aburrida y pensó que podía hacerlo.
Eso no había sido del todo complicado, aunque nunca iba olvidar como casi
se queda sin dedos por culpa de la broca. Ella no tenía demasiada fuerza para
sujetarla y tampoco ayudaba el pequeño miedo que tenía a la hora de usarla.
Preparar la rueda con las cuerdas no había sido complicado. Pero subirse al
árbol para terminar su pequeño trabajo había sido otro cantar. Era buena trepadora
y ese árbol ya lo había escalado bastante durante su corta vida. Si su madre o su
abuela la hubieran visto, le habrían vetado la entrada a ese parque, pero por suerte,
no fue así. Se conocía los pasos que debía realizar para alzarse hasta la rama como
la palma de su mano y ahora que tenía las piernas más largas, fue más fácil que
cuando era niña.
Aunque en ese momento, a lo que menos debía darle vueltas, era a esas
historias. ¡Tenía que bajar del maldito árbol! Pensó en descender por las cuerdas
del columpio, supuestamente, aguantarían su peso, pero se dejaría la piel de las
manos en ellas. Solo tenía dos opciones: saltar o volver a apoyarse en la rama. Si
bajaba rápido, puede que aguantara su peso antes de romperse del todo.
—Tres, dos, uno y medio, uno y un cuarto… ¡Por Dios, Kyra, hazlo ya!
Cuánto más lo atrases será peor. Si hubieras sido valiente, ya estarías en el suelo —
se autoregañó—. Tres, dos, uno… ¡Ya!
Con una asombrosa rapidez, Kyra consiguió apoyar los pies de nuevo en la
superficie y a punto estuvo de hacer como el Papa y besarlo. Se giró para observar
la rama y vio que estaba algo más descolgada, pero aún pegada al tronco. Con las
piernas aún algo temblorosas, se acercó hasta su nuevo columpio y se sentó con
cuidado. Cerró los ojos apretando los párpados y separó los pies del manto de las
hojas caídas. Aguantaba. Sonrió triunfadora y se balanceó ligeramente. Estaba
orgullosa de su trabajo.
Se quedó varios minutos allí como cuando era niña. Observando las hojas
caer y las aguas de la laguna moverse. Era la gloria estar en ese precioso lugar. Se
habría quedado allí todo el día, pero la melodía de su teléfono ya le advirtió de que
llegaba tarde.
Se quedó pensando si había alguna tienda abierta a esas horas, pero una
ráfaga de viento le dio la respuesta. Kyra sonrió y bajó del columpio con un
pequeño salto para recoger las hojas que caían. Seguro que algo se le ocurriría.
—Siento el retraso, pero he tenido que ir a casa a por bolsas para los nuevos
adornos.
—Hey, hola —la saludó Shannon y le cogió una de las bolsas para abrirla—.
¿Qué has traído? —asomó la cabeza al interior antes de mirar asombrada a Kyra—.
¿Hojas? ¿De verdad?
—Podemos hacer algo con ellas. He pensado en pegar algunas dentro de los
farolillos que colgaremos para que se vea la sombra y con otras, hacer unas hileras
y colgarlas.
—Puede que, con los muertos, no, pero sí con el Samhain. La festividad
también representa el fin del verano y la llegada de los días fríos. Y ese cambio de
tiempo se representa en las hojas, ¿no?
—Está bien —comentó Shannon—. Pon hojas donde veas que queden bien y
luego ve con Deirdre. Se está desesperando haciendo las jack-o’-lantern1. A este
paso nos quedamos sin calabazas.
—Voy a preparar las hileras de las hojas para colocarlas entre dos árboles y
pegaré un par de ellas en los farolillos. Mientras, decidle a Deirdre que se encargue
de otra cosa y que cuando acabe, hacemos las jack-o’-lantern entre las dos.
—Hey, Kyra —la llamó Shannon y ella se giró—. Me alegro de que estés
aquí.
Aidan se sentó a su lado y vio las hojas agrupadas delante de sus piernas
cruzadas. Sin pedir permiso, las cogió para ir pasándoselas y echarle una mano.
—Ya te dije que solo miraba las hojas. No a ti. ¿Por qué las pegas?
—¿De verdad me vas a dejar con la intriga? —Le pasó una hoja—. Llevo
once años buscando una respuesta.
—Me dijiste que llevas once años siendo mi vecino, pero… tu familia lleva
viviendo ahí más tiempo. O al menos, eso creía. Cuando era más pequeña me
parecía ver a tus hermanos jugando en el jardín, pero igual eran otros niños… no
sé.
—Eran ellos, sí, pero cuando tú los veías jugar felices en el jardín, yo estaba
o en el orfanato o en alguna otra casa con otra familia.
Kyra le miró sorprendida y dejó de hacer las hileras. Había perdido todo el
interés en sus hojas y, por extraño que pareciera, quería saber más de su misterioso
vecino.
—Sí. Pasé por varias familias antes de quedarme con los McCarthy. Mi
madre también fue una niña adoptada, entonces comprendía mi comportamiento
cuando ni siquiera yo era capaz de entenderme. Los primeros meses, incluso años,
son los más bonitos y duros a la vez, pero ahora me siento uno más. Me llevo
genial con mis hermanos y adoro a mis padres. Sé que ellos serían capaces de todo
por mí y yo daría también todo por ellos.
—A mis amigas parece que les cuesta entender mi forma de ser por no
compartir sus mismos intereses. Así que no saben nada de mi lado oscuro —
bromeó—. Ni creo que algún día se lo diga, así que espero que mantengas esa
boquita cerrada.
—Lo mismo digo. —Retomó las hileras—. Nadie sabe que soy adoptado.
Eres la primera persona a la que se lo cuento.
—Me alegra escuchar eso. Y ahora que hemos tenido esta especie de sesión
de terapia el uno con el otro… ¿Por qué pegas hojas en tu ventana?
Kyra rio levemente antes de levantarse con el trabajo que habían hecho entre
los dos para ir a colocarlo en su lugar dejando a Aidan de nuevo con la duda.
Regresó con Erin, a quien le revolvió el pelo al verla con un gesto serio.
—Nada. Solo que ya me canso de estar aquí. Esta noche pienso beberme
hasta el agua de los floreros.
—Te he visto hablando con ella. —La señaló con la cabeza—. ¿Cuándo os
habéis hecho amigos?
—Solo cuido de ti. Como llevo haciéndolo durante once años y como
siempre haré. —Forzó una sonrisa y le besó en la mejilla—. Y, ¿cómo se llama
nuestra querida vecina?
Ryan ya había finalizado sus estudios universitarios, pero decía que todavía
colaba como un estudiante más y disfrazado, nadie sabría que, en realidad, no
tenía que estar ahí.
—Sí. —Se giró para mirarla—. ¡Madre mía! —Sonrió—. ¿Sabes que es la
fiesta de los muertos? ¿No la pasarela de belleza? —bromeó.
Erin dio una vuelta divertida mostrando su disfraz de lo que parecía ser una
dama negra simbolizando la muerte. Llevaba un corsé, una larga falda y un velo
sobre la oscura peluca; todo de color negro. La piel que mostraba estaba cubierta
por polvos blancos y el maquillaje oscuro de su rostro realzaba más la palidez que
quería representar.
—Claro que sí. Además, creo que a papá le darás una alegría —bromeó.
«Oh, por Dios, lo que acabo de pensar», puso los ojos en blanco antes de
apartarse de la ventana para bajar y marcharse a la fiesta, aunque, si era sincera, no
tenía demasiadas ganas.
—Me voy ya, mamá. —Se acercó a ella para darle un beso en la mejilla—.
Llevo el móvil, si te pasa algo, llámame, ¿vale? No me importa dejar la fiesta y…
—Adiós.
—Corrijo. Voy de Juana de Arco y, que yo, sepa, está muerta. La quemaron
en la hoguera.
—¡Ay!, calla Shannon —le regañó Deirdre—. Sabes que no me gustan esas
cosas, me dan muy mal rollo.
—Odio el 31 de octubre, pero entre estar en casa acojonada por lo que pasa
hoy y estar aquí bebiendo, prefiero una borrachera, que paso menos miedo.
Kyra se giró y vio a un chico vestido con ropas raídas, una peluca blanca y el
rostro lleno de polvos blancos y sangre falsa.
—Tranquila, te doy permiso para hacerlo, pero solo durante los próximos
once años. Así estaremos en paz —bromeó y Kyra sonrió.
Kyra puso los ojos en blanco y cambió el peso de una pierna a otra.
—Sorpréndeme.
—¿Juana de Arco?
Kyra le miró asombrada con los ojos como platos y sonrió antes de reír.
—Premio. Eres el único que ha pillado mi disfraz.
—Un placer.
—Hey, estás aquí —Se acercó Erin a ellos—. Ryan se ha puesto a ligar con
una de primero y se ha olvidado de mí. Y tú, que se supone que eres mi pareja,
también.
—Erin, esta es Kyra, nuestra vecina. Kyra, ella es Erin, mi hermana —recalcó
esa palabra sin saber muy bien por qué.
—¿Qué?
—Te he visto hablando con un chico y parecías estar muy a gusto. Hasta que
ha aparecido la tía esa y os ha cortado el rollo.
Kyra bebió de nuevo de su copa. Pasaba de hablar del tema de chicos con
sus amigas. Mientras ellas habían tenido muchas experiencias, ella solo tuvo una
que acabó en cuanto su novio se enteró del trastorno de su madre. Básicamente, le
había soltado que no quería tener por suegra a una loca y menos, que su novia
heredase esa locura.
En realidad, fue Kyra quién le dejó tras decir esas palabras. Su madre no
estaba loca. Solo necesitaba más ayuda. Seguía pensando que la bofetada que le dio
había sido una suave caricia en comparación con lo que se merecía.
—Voy a por otra copa —dijo Kyra para huir un momento de ellas.
Durante la noche, se hicieron muchísimas fotos que repitieron una y otra vez
hasta que todas salieran bien para poder subirla a las redes sociales.
—Kyra, tienes que venir más con nosotras. —Rio Shannon—. ¿Ves como sí
te gusta salir?
—Uy, Kyra, tu guapo vecino viene hacia aquí —rio Brea señalándolo
disimuladamente.
Kyra se giró y efectivamente. Ahí estaba. Con su gran sonrisa y con su mano
tendida hacia ella.
—¡Sí, sí! ¡Sí baila! —contestaron sus amigas por ella mientras la empujaban
para que se levantara y fuera con él.
Si las miradas mataran, Kyra se había cargado a todas con una de ellas.
—No quiero hacerlo, solo estar un rato contigo. —Se inclinó para susurrarle
al oído—. Y librarme un poco de mi hermana. Esta muy pesada esta noche.
Kyra soltó una leve carcajada. No por lo que le había dicho, sino porque le
había hecho cosquillas en la piel cerca de su oreja.
—No, no. —Siguió riendo—. Es que creo que estoy un pelín borracha.
Aidan, al ver que parecía algo mareada, la sentó en una silla antes de
acercarse a su hermana.
—Erin, yo me voy ya, pero no voy a casa aún. Quédate con Ryan.
—¿Dónde vas?
—Me voy con Kyra. Tiene que despejarse un poco antes de regresar a casa.
—Por eso me voy con ella. —Le cogió las manos—. Quiero conocerla. Me
gusta, ¿vale? Llevo queriendo conocerla desde hace once años.
Al principio, ella se negaba a que fuera amor. ¡Era su hermano! Pero poco a
poco, se había dado cuenta de que hacía años que había dejado de verlo así. Le
costó ser sincera consigo misma, incluso le asustaba lo que su familia iba a pensar a
partir de ese momento. Aidan era ese hombre perfecto que siempre había deseado
tener a su lado. Pensaba luchar. No iba a permitir que esa chica que acababa de
entrar en su vida le arrebatara al hombre que amaba.
Sabía que Aidan tenía una especie de deuda con su familia y esa era su
debilidad. Erin había conseguido que todas las exnovias de su hermano adoptivo
la odiaran y eso había sido el detonante para que Aidan las dejara. Su familia era lo
primero y quien estuviera con él, debía querer primero a quienes le dieron la
felicidad.
—No lo sé. Hace rato que me ha dejado tirada. —Se abrazó a sí misma.
—Sí, pero no pasa nada. Habrá conocido a alguna chica y se habrá ido a
pasarlo bien con ella. Sin importarle yo —dijo apenada.
—Mañana hablaré con él. —Rodeó sus hombros con su brazo—. Vamos a
casa.
Erin asintió y se dejó llevar por su hermano hasta el coche con un gesto
apenado, pero, por dentro, sonreía sintiéndose ya triunfadora.
Capítulo 6
—Sí. ¿Crees en esas cosas? Maldiciones, la laguna que engulle a las personas,
el camino que te lleva a la locura —lo señaló.
—Bueno, no está mal ser precavido. Además, hoy es la noche de los muertos
y hay luna nueva… ya sabes qué significa.
—Bueno, es una leyenda del siglo XIX. —Se acercó a ella y observó el
columpio—. Yo me fiaría menos de este trasto. Tiene pinta de que se va a caer de
un momento a otro.
Kyra le miró y le dio un suave golpe con su pie en la pierna antes de soltar
una leve carcajada y reposar su cabeza en una de las cuerdas. El sueño comenzaba
a vencerle por culpa del alcohol.
—Sí. El anterior se rompió y como bien sabes, este lugar no lo pisa nadie.
Quería mi columpio. —Cerró los ojos—. Es lo único bueno que tengo.
—El lugar. Vengo aquí desde que tenía unos ocho años para estar sola. De
pequeña, no quería volver a mi casa y aquí me sentía segura. —Se apoyó en el
borde de la rueda—. Y como siempre venía después de mi clase de música, a veces,
ensayaba con mi viola.
—¿Sigues tocando?
Aidan rio y comenzó a juguetear con unas pocas hojas que se encontraban
en el suelo. No negaba que ese sitio era sorprendente. Parecía sacado de un libro
con aquella laguna, las hojas caídas y el enorme árbol que, sobre sus cabezas,
parecía abrazarles y protegerles. El camino de piedra aumentaba su hermosura y
estaban alejados del bullicio de la ciudad.
También había unos bancos alrededor de ese paisaje, pero apenas se podía
distinguir su estado debido a la oscuridad de la noche.
—Nadie las levanta —dijo Kyra mirando una hoja en las manos de Aidan.
—¿Qué?
—Las hojas —susurró—. Todo el mundo alaba y disfruta del paisaje que
forman, pero nadie se detiene a pensar en lo que hay más allá de eso. Cada una de
ellas, con sus diferentes características, son preciosas y cuando se caen, no se
pueden levantar. Como muchas personas. —Miró las aguas de la laguna—. Hay
gente que, cuando llega a su límite, cae y no tienen a nadie para levantarlas y
seguir en el camino de la vida. Todo el mundo debería tener a su lado a una
persona que le ayude a continuar. A levantarse y a seguir proporcionando cosas a
la vida: una sonrisa, un abrazo, un beso, una charla… cualquier cosa puede servir
para hacer feliz a otra persona. —Aidan la observaba completamente atento a sus
palabras.
«Las hojas dan vida al otoño. Sin ellas, la estación no sería lo mismo. Bueno,
todas las estaciones. En ellas vemos los cambios, el paso del tiempo, la creación de
vida… y nadie las valora. Así que, cuando era pequeña, dije que yo me encargaría
de rescatar algunas de esas hojas para hacerlas inmortales. Yo las levantaría para
que siguieran mostrando su hermosura, para darles otra oportunidad y evitar que
otros las despreciaran tirándolas a la basura. No me gusta ese destino para ellas.
No… no merecen ese trato cuando todo el mundo las admira. Lo que pasa con las
hojas, es lo mismo que sucede con algunas personas. —Se detuvo durante unos
segundos y soltó una leve carcajada.
«Jamás había dicho esto en voz alta y menos, se lo había contado a alguien.
—Le miró y apoyó sus manos en sus rodillas mientras seguía balanceándose
suavemente—. Por eso las pego en mi ventana. Para que, al menos, unas pocas de
ellas sigan dando vida a un lugar. Me gusta observarlas y sonreír sabiendo que yo
las he «rescatado». —Hizo las comillas con los dedos—. Además, cuando estoy
estresada o necesito transportarme a otro lugar, mirarlas hace que todo parezca un
poco mejor. —Se aclaró la garganta—. En fin, ya ves que el misterio de mis hojas en
realidad es una auténtica chorrada que roza la locura. Ni siquiera mis amigas
saben esto, porque si ya piensan que soy rara, si se enteran, fijo que me expulsan
del grupo por, definitivamente, no ser como ellas.
Aidan no sabía muy bien qué decir. Solo podía mirarla mientras su mente
intentaba analizar y comprender sus palabras. Tras once años, por fin había
descubierto el misterio que esa chica escondía y que revelaba una gran parte de su
forma de ser. Y esa parte, le asustaba. No porque pensara que estaba loca, sino al
contrario. Le asustaba porque le gustaba demasiado. Estaba claro que, cada vez
que viera una hoja, pensaría en ella y lo más probable, era que, tras observar a ese
ser vivo, sonriera con la imagen de Kyra en su cabeza.
—Por desgracia. ¿Y sabes qué es lo más triste? —Él esperó a que siguiera—.
Que no creo que esto cambie nunca. —Suspiró.
—Creo lo mismo. Pero mis padres me han enseñado que, si alguien necesita
ayuda, aunque esa persona no sea de tu agrado, debes ayudarle, porque si tú
estuvieras en su lugar, querrías que te echara una mano.
Kyra no pudo evitar recordar todas las amigas que habían pasado por su
vida y que le habían dado de lado en cuanto conocían el trastorno de su madre.
Cuando era más pequeña, eran sus madres las que les decían que no se acercaran a
la hija de la mujer loca y, a medida que fue creciendo, ya eran ellas mismas las que
no querían acercarse a la hija de la mujer loca. Por ello, con el paso del tiempo,
decidió ocultar esa parte de su vida. No sabía de qué se sentía más avergonzada en
ocasiones. De ella misma por ocultar algo que, en realidad, no era para tanto, o de
su madre por el problema que tenía. Y, a veces, ella necesitaba que alguien
estuviera a su lado en los malos momentos que su madre pasaba, no que la dejaran
tirada para que se levantara sola.
—No, pero creo que si te encuentras con alguien que sí sea así… no debes
dejarla marchar.
Kyra sonrió y fue a contestar, pero lo único que salió de su boca fue un grito.
El nudo de la cuerda que sujetaba el columpio al árbol, había terminado por
deshacerse.
Aidan tenía sus brazos rodeando su cintura tras su suave caída sobre él.
Bueno, en realidad, no había sido nada suave, aún notaba un ligero dolor en la
cadera, pero no se quejaba de tenerla sobre su cuerpo.
—Sip —Rio todavía presa del alcohol. Ella no era así. Si no estuviera bebida,
ya se habría apartado de él como si quemara—. Siempre me he esforzado por ser la
hija perfecta para no darle más disgustos a mi madre de los que ya tenía; sacaba
buenas notas, no me comportaba de forma inadecuada, era obediente, llegaba a
casa media hora antes del tiempo fijado… jamás he hecho una locura y… creo que
ahora quiero hacerla.
—¿Te cuento un secreto? Es bueno hacer locuras. Te dan vida, siempre que
no sean dañinas o peligrosas.
—¿Tienes novia?
Aidan frunció el ceño extrañado por esa pregunta. No sabía a qué venía,
aunque lo relacionó un poco con su estado de embriaguez. La bebida conseguía
que las personas dijeran muchas tonterías. A veces, inentendibles.
Kyra necesitaba más. Mucho más. Y, a pesar de que sabía que al día
siguiente se sentiría un poco avergonzada, quería disfrutar de esa locura. Le abrió
la boca con la lengua para profundizar más y expulsó un suave gemido cuando él
subió una mano a su rostro para acariciar su pómulo mientras giraba para dejarla a
ella bajo él.
—No pares. Quiero que dure un poco más —susurró elevando su rostro
para volver a atrapar su boca—. Solo un poco más.
—Ha sido la mejor locura de mi vida —dijo Aidan con una sonrisa.
—No tiene por qué acabar ahora —afirmó—. Podemos alargarlo unas pocas
horas más. Hasta que el alcohol me abandone.
Ambos rieron.
—No quiero aprovecharme de ti, Kyra. Por ahora, esto es más que suficiente.
—¿Por ahora?
—Por ahora. Hemos iniciado una locura, Kyra. ¿No quieres ver hasta dónde
llega?
Kyra se volteó ligeramente para observarle y le dolió ver el gesto que Aidan
presentaba en ese momento. No sabía muy bien si mostraba tristeza o enfado, pero
fuera lo que fuese, no le gustaba. Volvió a darle la espalda y se acercó más a la
orilla de la laguna.
Aidan se acercó para colocarse frente a ella y posó un dedo bajo su barbilla
para que le mirara.
Kyra curvó ligeramente los labios, aunque por dentro, no estaba segura de
esas palabras. En ese momento, no le importaría seguir esa locura, pero al día
siguiente, con la mente más despejada, vería si sería buena idea o no.
—Creo que será mejor que regrese ya. Es tarde y necesito descansar —dijo
Kyra.
Lo sabía. Sabía que al día siguiente se iba a sentir avergonzada. Eso fue lo
que Kyra pensó cuando se despertó con las sabanas enredadas en su cuerpo y con
su cabello completamente revuelto.
Había bebido, era cierto, pero no lo suficiente como para sufrir una pequeña
y necesaria pérdida de memoria. Sí, era verdad que había cosas que no recordaba,
como el camino desde la fiesta, hasta Mick Park. De eso, solo tenía unos pocos
flashbacks, pero desde que llegaron hasta que se marcharon, lo recordaba todo.
¡Maldito alcohol! Ya que había sido el principal culpable de la locura, podía
haberla ayudado a no recordar. Ahora no podría mirar a su vecino a la cara.
Además, por si fuera poco, ¡le había pedido intentar algo! ¿O había sido una
alucinación? No, no lo había sido.
Había estado muy a gusto con él, pero no estaba preparada para darle una
oportunidad.
—Buenos días —le saludó su madre al verla aparecer por la cocina—. ¿Te lo
pasaste bien anoche?
—¿Solo bien?
—Está perfecto —dijo Kyra antes de volver a sentarse para seguir tomando
su desayuno—. ¿Te sienta bien la nueva medicación?
Charlotte sonrió y negó con la cabeza antes de coger una silla para colocarse
a su lado.
—La abuela se mudó con nosotras para ayudarme, sí. Pero más que con mi
trastorno, para ayudarme contigo. Para que no te faltara de nada por culpa de la
ausencia de tu padre. —Le retiró un mechón de cabello tras la oreja—. Es cierto
que tuvo que evitar que hiciera muchas tonterías —dijo refiriéndose a sus
episodios de autoagresiones e intentos de suicidio—. Pero esos… incidentes,
también eran debido a lo que estaba sufriendo en ese momento por culpa del
abandono de tu padre. —Suspiró—. Me llevó mucho tiempo superarlo, porque, no
me lo esperaba, ¿sabes? Él conocía lo que me sucedía y, aun así, quiso estar
conmigo. No le obligué. Sin embargo, creo que, lo que más me dolió, fue que te
abandonara a ti. Me preguntabas por él a todas horas y yo no sabía cómo explicarte
lo que había sucedido. Fue un golpe muy duro que me afectó muchísimo. La
abuela me ayudó y me alegro de que lo hiciera, porque me comporté como una
cría, Kyra. Dejé la medicación y por ello estuve peor de lo que debería, hasta que
mi madre me hizo ver que debía seguir adelante por ti. Se quedó con nosotras para
que no nos faltara de nada y tras ese horroroso suceso, no tuvo que actuar de esa
forma tan extrema.
—No te disculpes. La abuela fue nuestro pilar y ahora que no está, creo que
ambas sentimos que debemos cambiar para mantenernos en pie, cuando, en
realidad, podemos hacer una vida normal. Tú estudiando y saliendo y yo con mi
trabajo, las tareas de casa y un añadido extra que me ayuda a estar bien. —Se
refirió a la medicación—. Solo tenemos que aprender a vivir en ese punto de vista.
—Kyra sonrió y asintió. Su madre tenía razón—. Y ahora, será mejor que me vaya
o no llego a trabajar. Nos vemos a la hora de comer. —Se despidió con un beso en
la mejilla.
—No la dejé sola, Ryan. Estuve con ella prácticamente toda la puta noche.
Erin escuchaba todo tras la puerta mientras abría mucho los ojos para así
conseguir que se le formaran unas lágrimas. Debía hacer su entrada estelar
llorando o Ryan terminaría por creer a Aidan.
—Sí, pero…
—Esto me está empezando a tocar los cojones, Ryan. Para empezar, esa chica
se llama Kyra, no es ninguna cualquiera y no me la tiré. No pasó nada, solo nos
besamos, pero no fuimos más allá de eso. Así que te pido que no le faltes al
respeto, porque ella no tiene la culpa de nada. —Le señaló con el dedo índice—. Y
segundo, antes de irme, fui adónde se encontraba Erin y le dije que me iba y que se
fuera contigo, porque también me preocupo por ella.
Aidan fue a contestar, pero antes de poder hacerlo, Erin entró por la puerta
llorando y se colocó en medio de sus hermanos.
—¡Pues que lo hagan, Erin! Que se enteren de lo que anoche te hizo Aidan.
Erin miró a Aidan y vio en sus ojos grises una mezcla de enfado y súplica
para que dijera la verdad.
—No, Erin, no da igual lo que pasó —contestó Aidan cada vez más
enfadado—. Dile a Ryan la verdad, que te avisé de que me iba, que te dije también
con quién y que te pedí que fueras con él.
Aisling y Kellan, alertados por los gritos de sus hijos, subieron al cuarto,
pero no dijeron nada. Se quedaron en la puerta esperando a que alguno les dijese
qué estaba ocurriendo.
—Aidan se fue y no me dijo nada. Eso fue lo que sucedió, pero no me pasó
nada. Puedo cuidarme solita —dio el tema por terminado y salió de la habitación
ignorando por completo a sus padres.
Aidan no podía creerse lo que su hermana había dicho. ¿Por qué mentía? No
lo entendía. No se habían peleado ni nada. Estaban bien. ¿Qué razón había detrás
de aquella problemática trola?
—Está mintiendo, Ryan. Sabes que jamás haría algo que os perjudicara a
alguno de vosotros. ¡Joder! ¿Por qué no me puedes creer?
Dolor. Eso sintió Aidan cuando Ryan terminó de decir esa frase. Se había
quedado completamente en blanco. Sin palabras. No sabía qué responderle. En
realidad, no iba a responderle. No podía contradecirle, pues, esas hirientes
palabras, eran muy ciertas.
Kyra estaba bastante preocupada. Tanto, que había comido con prisas para
regresar a su cuarto, y así, poder continuar mirando por la ventana.
Ni siquiera tenía su teléfono para saber si estaba bien, así que lo único que
podía hacer, era esperar.
«Pues sí que empezamos bien», pensó. Tras la charla de esa mañana con su
madre, algo había nacido en ella. Quería tener una vida normal, sin preocuparse de
lo que podía pasar en el futuro. Quería pasar más tiempo con sus amigas, ir a la
universidad sin comerse el coco por si su madre necesitaba ayuda, salir algunos
días a correr o en bicicleta, ir de compras con su madre y acudir a su refugio
cuando estuviera estresada por algo. Y si el destino quería poner a alguien más en
su vida, ¿por qué rechazarlo? Claro que estaba asustada y confusa. Apenas sabían
nada el uno del otro, pero si no le daba una oportunidad, nunca se conocerían.
El sol ya llevaba varias horas oculto y Aidan todavía no había vuelto. Kyra
no paraba de dar pequeños paseos por su cuarto. Daba gracias a que los
somníferos que se tomaba su madre antes de dormir fueran lo suficientemente
fuertes como para que ni una bomba la despertara. Si no, ya le habría sonsacado
información con uno de sus terceros grados al escuchar continuamente el sonido
de sus pisadas.
Sin importar sus pintas, Kyra cogió su chaqueta y bajó para salir a la calle. El
frío azotó su cuerpo, pero no le importó. Rodeó su casa para llegar al camino que
se encontraba bajo su ventana y desde donde le había visto.
Aidan la miró, pero no se acercó a ella. Seguía sin estar de demasiado humor
y no quería que ella lo pagara, pero escuchar eso de sus labios, le gustó. La chica de
las hojas le estaba haciendo perder la cabeza.
Kyra temblaba como un auténtico flan y esa vez, no podía echar la culpa al
alcohol de lo que estaba saliendo por su boca. Nerviosa, se acercó más a él y cogió
su mano para entrelazar sus dedos con los de él. No solo deseaba hacer esa
pequeña nueva locura, sino que también necesitaba hacerle saber que no estaba
solo. Porque lo que en ese momento Aidan le estaba transmitiendo con su mirada y
sus hombros caídos, era eso: tristeza, soledad, enfado, incluso, parecía perdido.
—¿Quieres hablar? —le preguntó Kyra— Soy mala dando consejos, pero
buena escuchando.
Aidan sonrió y, por fin, le dio un pequeño apretón en la mano. Aquel gesto
hizo que Kyra se relajara un poco más, pero seguía nerviosa.
—Es tarde y estás congelada, Kyra. Y descalza. —Miró sus pies solo
cubiertos por unos gordos calcetines de andar por casa.
—No sé, Kyra… —dijo mirando las luces encendidas del cuarto de Aisling y
Kellan y también el de Ryan. Estaban todavía despiertos y sabía que era porque
aguardaban su regreso.
Al ver lo que estaba observando, Kyra pudo adivinar sus pensamientos. Ella
dirigió su mirada a las ventanas encendidas y ciñó más su cuerpo al suyo. Se moría
de frío, pero también le gustaba su contacto.
—¿Seguro que no quieres hablar? —quiso saber Kyra ante esa respuesta.
Aidan no contestó. Sacó su móvil y tras teclear algo, lo guardó y tiró de ella
para ir a su casa.
Kyra sonrió y sacó las llaves del bolsillo de su chaqueta para abrir la puerta
y entrar.
Aidan curvó ligeramente los labios. Apenas la había mirado en los minutos
que llevaban juntos. No era una buena señal, pero tampoco podía obligarle a estar
bien de un momento para otro.
—He tenido la mayor discusión con mi familia desde que llegué a esa casa.
Jamás hemos tenido disputas grandes y si veía que se estaba yendo de las manos,
cedía para que no fuera más allá. Sobre todo, cuando era más pequeño. Temía que
ellos también me abandonaran. Es la mejor familia que podía desear. —Se detuvo
unos segundos—. He pasado por varios hogares y siempre terminaban por
devolverme. No era de su agrado. —Suspiró—. Y el hecho de que jamás conociera
a mis verdaderos padres, es algo que me marcó de niño. Lo único que sé es que mi
madre biológica me dio en adopción antes de cumplir los tres años. No me dio
tiempo a conocerla y apenas tengo recuerdos, pero sé que no era ninguna niñata
que se quedó embarazada en plena adolescencia. Era una mujer, con trabajo, con
su estabilidad, así que me imagino que para ella fui un gran estorbo, un quiste del
que se deshizo en cuanto pudo. Lo que no sé es por qué no abortó cuando se enteró
de que estaba embarazada.
—No digas eso, Aidan —dijo Kyra enredando su mano en su corto cabello
—. Tienes un día de mierda, pero no por eso debes pensar que no deberías haber
nacido. Con los McCarthy has sido feliz, ¿no? —Él asintió—. Pues ahora más que
nunca, debes pensar en esos buenos momentos con ellos, no en todas las personas
que te abandonaron. Las que salieron perdiendo fueron ellas.
—La cosa es, que hoy me he vuelto a sentir como ese niño. —La miró—.
Ayer, en la fiesta, sabes que estuve prácticamente toda la noche con mi hermana.
—Ella asintió—. Y, cuando nos fuimos, fui dónde se encontraba para avisarla y que
se fuera con Ryan. Somos demasiado protectores con ella y no queremos que esté
sola en según qué fiestas. —Dio un sorbo a la caliente bebida—. La cosa es que, no
sé por qué, Erin le contó a Ryan que la dejé tirada para irme contigo. He intentado
que mi hermana diga la verdad, que me crean y no ha habido forma. Ya, preso del
enfado, le he preguntado que por qué no me creía. ¿Su respuesta? Ella es mi
hermana, tú no.
—Lo siento, Aidan, pero estoy convencida de que lo ha dicho sin pensar y
que estará muy arrepentido.
—Lo sé, pero eso no quita que no sea verdad y que no haya dolido.
—Sí, tienes razón, pero es mejor que esté arrepentido, a que lo piense de
verdad y no esté dispuesto a disculparse. Ese dolor… no sé quita. —Suspiró y
rodeó su taza con sus manos para calentarlas—. Durante toda mi vida me han
dicho cosas como: cuando seas mayor también te volverás loca, no voy a dejar que
mi hija se acerque a ti o la última fue, no quiero que mis hijos acaben en un
psiquiátrico.
—Yo no dejo que las personas se acerquen demasiado a mí y a las pocas que
las he dejado entrar de lleno, han huido en cuanto se metieron. He crecido viendo
como otras madres alejaban a sus hijos de mí, con personas que no paraban de
señalarme con el dedo y con otras que el simple hecho de acercarse a mí les
asustaba. Esa gente, jamás se arrepentirá de esos pensamientos. Sin embargo, tu
hermano, creo que sí está muy dolido por lo que ha dicho. Aprovecha eso.
—No me has contestado, Kyra.
Ella suspiró. ¿Debía contárselo? Solo hacía unos pocos días que se conocían
y no era un tema del que ella podía hablar a la ligera. Aunque, si de verdad ambos
querían una oportunidad, era mejor decirlo en ese momento antes de iniciarla para
que después resultara ser igual que los demás.
—Mi madre padece TAB: trastorno afectivo bipolar. —Al ver que Aidan iba
a hablar, le colocó dos dedos sobre sus labios—. Déjame acabar. Luego decides qué
hacer y decir. —Él asintió—. Es un trastorno muy difícil de detectar y hasta los
veintidós años, no lo hicieron. Cuando se lo detectaron, mis padres estaban
prometidos y mi padre, decidió seguir adelante con todo y apoyarla. Con la
medicación, puede tener perfectamente una vida normal, pero tampoco es extraño
que de vez en cuando, sufra crisis. —Expulsó un suspiro entrecortado.
—Estoy pensando, que los dos hemos tenido la mala suerte de cruzarnos con
tantos capullos en la vida. —Ella rio—. Pero, que también somos afortunados
porque el destino haya decidido que nos conozcamos —susurró inclinando
ligeramente la cabeza—. ¿Tu madre está bien? —Ella asintió con la cabeza—. ¿Tú
estás bien?
—Ahora mismo, creo que estoy mejor que nunca —dijo abrazándose a su
cintura para que sus cuerpos se juntaran más.
Kyra subió sus brazos hasta rodear su cuello antes de atraerle hacia ella para
besarle. Al estar solo con los calcetines, tuvo que ponerse de puntillas para llegar a
su altura.
Aidan le devolvió el beso con pasión y la cogió de las nalgas para sentarla en
la encimera y que quedara más a su altura. Le abrió la boca para que le diera
acceso a su interior y cuando le permitió aquella invasión, la saboreó. En esos
momentos, ninguno de los dos buscaba dulzura, solo una liberación que solo
podían alcanzar con la ayuda del otro.
Entre risas y más besos, llegaron al cuarto de Kyra, donde, tras cerrar la
puerta, Aidan la aprisionó sobre esta para volver a devorarle la boca mientras ella
tanteaba la pared buscando el interruptor de la luz. Cuando consiguió accionarlo,
Aidan la cogió en brazos y la sentó en el tocador que tenía para comenzar a
desnudarla. Se desprendió de esa larga camiseta y gruñó al ver que no llevaba
sujetador.
—¡No me mires así! El 95% de las tías nos quitamos el sujetador para
dormir. No sabes lo molesto que resulta a veces.
Retomaron los besos y Aidan volvió a tomarla entre sus brazos para llevarla
a la cama. Kyra le desprendió de su camiseta y se deleitó en tocar y besar cada
centímetro de su piel desnuda. Primero, recorrió su caliente espalda y sus
marcados pectorales con las manos antes comenzar a besar su cuello mientras sus
dedos acariciaban las líneas de sus abdominales. No podía dejar de tocarle. Ni de
besarle.
Él hizo otro tanto con ella y empezó a dejar un reguero de besos por su
cuello en dirección descendente hasta alcanzar sus pechos. Kyra se mordió el labio
para no gritar cuando su lengua comenzó a mimar sus erectos pezones.
Sin dejar de saborear la piel de su areola, Aidan atrapó con sus grandes
manos la goma de su pantalón de pijama para deshacerse de él junto con la ropa
interior. Estaba tan excitado como lo parecía estar ella. Los preliminares no
durarían mucho más.
—Te prometo que las próximas veces serán mil veces mejor, pero ahora
mismo, te necesito, Kyra —declaró con voz ronca mientras él mismo se desprendía
de la ropa que le quedaba—. ¿Tienes preservativos?
Sacó toda la ropa del cajón para atrapar la caja que se encontraba al fondo de
este. Necesitaba con urgencia ese condón, pues empezaba a sentir en sus partes
una pequeña molestia.
Él no contestó con palabras, sino que atrapó sus manos para entrelazar sus
dedos y colocar sus brazos por encima de su cabeza antes de entrar completamente
en ella. Kyra cerró los ojos y ahogó un gemido sobre su piel antes de rodearle con
las piernas su cintura para que el ángulo fuera más placentero.
Durante toda la noche, disfrutaron del cuerpo del otro y se olvidaron de sus
problemas para vivir una de las mejores locuras de sus vidas con las hojas del
otoño siendo testigos del inicio de algo mágico.
Llevaba horas dando vueltas en la cama sin conseguir dormir, por lo que
había decidido levantarse e ir a su cuarto. Todavía no había vuelto y estaba muy
asustada por si no regresaba por culpa de su mentira. Le necesitaba cerca. Ya no
podía retener más los sentimientos que albergaba su corazón.
Se acercó a su armario y sacó una de sus camisetas para ponérsela. Olía a él.
Cerró los ojos para imaginar que estaba a su lado. Abrazándola mientras le
susurraba al oído que él también sentía lo mismo por ella. Le amaba tanto…
Aidan, al ver cómo se encogía por el frío, la abrazó para darle calor.
—Sí —Le besó en la frente—. Pero creo que estaré mejor si me das tu
número de teléfono.
Kyra rio y se separó de él para colocar la palma de su mano bocarriba.
Aidan, al entender lo que quería, le tendió su móvil para que añadiera su número.
Aidan asintió y se quedó unos segundos admirando las pequeñas pecas que
adornaban su rostro. Eran completamente hipnóticas y le encantaban.
—Te escribo después con las novedades. —Sonrió y se inclinó sobre ella
para darle un último beso en los labios—. Hasta pronto.
Cuando Aidan entró, lo hizo con el máximo sigilo posible. La casa estaba
sumida en el más completo silencio y oscuridad. Dejó sus llaves en el cuenco de la
entrada sin saber muy bien si ir a su cuarto, o esperar en el salón a que el resto se
despertara. Le encantaría meterse en la cama y descansar, apenas había dormido,
aunque esa falta de sueño, había merecido la pena.
—Sí.
Aidan cerró los ojos y aspiró su aroma a melocotón que su madre siempre
había tenido y que le trasladaba a las noches en las que ella dormía con él cuando
tenía pesadillas. Se despertaba con ese olor y antes de abrir los ojos, se sentía
seguro.
—Ahora sí.
Aisling deshizo el abrazo y posó su mano sobre su mejilla para acariciársela.
—Sabes que Ryan no piensa eso, ¿verdad? Ninguno lo hacemos, Aidan. Eres
nuestro hijo, tanto como lo son Erin y Ryan.
—Lo sé, lo sé. —Le sonrió al borde de las lágrimas—. Sabes que te entiendo
más que nadie.
—Lo sé, Ryan. Sabes que todos vosotros sois muy importantes en mi vida.
Sois mi familia.
—No mentí, Ryan. La avisé. Pero no importa, será mejor que lo dejemos.
—Sí, es lo mejor. Pero creo que debemos vigilar a Erin. Ella no es así y si ha
mentido y se ha comportado de esa forma, es porque algo le sucede.
—Ya la conoces. Para ciertas cosas, es muy reservada. Nos lo contará con el
tiempo, pero es mejor que sepa que estamos ahí para lo que necesite.
Aidan asintió con la cabeza. No era nada propio de Erin comportarse así. No
solía mentir. Sí que había dicho más de una mentirijilla, pero eran piadosas. Sin
embargo, esa última, era dañina y había provocado una fuerte discusión que, por
suerte, se había solucionado. Algo estaba pasando y esperaba que su hermana
confiara en ellos para ayudarla antes de que sucediera algo peor.
Capítulo 10
Ya había pasado un mes desde la noche del Samhain y esos días, Aidan los
había sentido un poco agridulces. Por una parte, estaba feliz. Su relación con Kyra
iba bien, aunque al principio la veía algo tensa y asustada, sobre todo, el día que le
presentó a su madre.
Pero, por otra parte, estaba muy preocupado por Erin. Llevaba un mes
esquivándole, apenas le miraba cuando estaban en la misma sala y buscaba
cualquier excusa para irse pronto. Además, cada vez que su familia le preguntaba
por Kyra, Erin no le dejaba contestar y comenzaba a hablar de cualquier tema.
Había intentado aclarar las cosas con ella y que le contara qué era lo que sucedía,
pero Erin no decía nada.
Ese nuevo día, había comenzado igual que el resto. Todos se habían
levantado al mismo tiempo, pero Erin se había excusado para marcharse nada más
vestirse. Decía que había quedado a primera hora con una compañera para
adelantar un trabajo, pero Aidan sabía que era mentira, ya que, cuando él llegaba
con el coche, la veía en la cafetería desayunando.
—No. Por más que intento hablar con ella, desde la noche de la fiesta ha
cambiado mucho.
—Conmigo está igual y cada vez estoy más convencido de que me mintió
esa noche, pero no quiero volver a sacar ese tema.
—Ni yo. —Miró su reloj— Hoy intentaré volver a hablar con ella. Nos
vemos después —se despidió de él montándose en el coche que compartía con su
familia, salvo con Ryan, ya que él tenía coche propio—. ¿Te acerco al trabajo?
Tras acabar su primera clase, Aidan aprovechó su hora libre para ir a por
dos cafés. Kyra entraba a esa hora y sabía lo bien que le iba a venir esa dosis de
cafeína para hacer desaparecer su cara de sueño. Además, su hermana tenía
pendiente esa misma asignatura. Podría intentar hablar con ella.
—Horrible. Y esta tarde nos espera lo mismo. —Le dio un sorbo al café—.
Odio hacer vídeos. Prefiero trabajos de cien páginas.
Aidan pasó su brazo por sus hombros y la incitó a caminar por el largo
pasillo hasta la puerta de su aula.
—¿Quieres que hable con mi hermano para ver si os puede echar una mano?
—No creo que tu hermano quiera pasar sus pocas horas libres trabajando. —
Sonrió— No te preocupes, creo que ya hemos pillado el truco al programa.
—Está bien. —La liberó de su abrazo y le cogió la mano que tenía libre—.
¿Te apetece hacer algo este fin de semana? ¿Cine y cena?
Kyra rio sabiendo por qué decía eso. La última vez, le hizo tragarse la
película más ñoña de la cartelera. A ella no es que le fueran demasiado las de
romance, pero esa en concreto, estaba basada en una novela que había leído y tenía
curiosidad por ver cómo la habían adaptado al cine. Aunque le gustó, se quedaba
mil veces con la historia del libro.
—Me parece justo —dijo antes de ponerse de puntillas para alcanzar sus
labios.
—Hola —le devolvió el saludo y, como aquella noche, fulminó a Kyra con
una mirada rápida—. ¿Qué haces aquí? No estudias en este edificio.
Tenía una mala sensación con esa chica, pero no podía prejuzgarla. Aún no
la conocía.
—Pues nos vemos luego —se despidió Aidan de ellas y le dio un ligero
apretón a Kyra en la mano antes de soltarla.
Kyra se fijó en sus manos. En una, sostenía el vaso vacío y unas gotas de café
se posaba en su piel. Y, en su otra mano, sujetaba la tapa de plástico. Si pensaba
que había sido un accidente, es que no la conocía. No era tonta y, antes, cuando
hablaban con Aidan, había visto que la tapa estaba colocada donde debería. Lo
había hecho a propósito y empezaba a pensar que lo que le sucedía a aquella chica,
era que no le gustaba que saliera con su hermano.
—Aidan, debajo solo llevas una camiseta de manga corta, te vas a resfriar —
le recriminó Erin, molesta por ese gesto.
Kyra, al ver como Aidan miraba a su hermana, se colocó en medio de los dos
hermanos y cogió la sudadera que él le tendía.
Aidan asintió y Kyra le sonrió antes de girarse hacia Erin para demostrarle
con una sola mirada que, a ella, no la engañaba. Se metió en el baño para
cambiarse antes de entrar en clase.
—No te saldrás con la tuya. Sé lo que estás haciendo —le espetó—. Por mi
vida han pasado demasiadas malas personas. Sé reconocer a una.
Erin, se acercó a ella para susurrar algo que solo quería que Kyra escuchara.
—De normal, cuatrocientos pavos. —Kyra palideció—. Pero por ser tú,
considéralo un regalo. Me encanta ver a Aidan con esa cara permanente de idiota.
—No tienen por qué enterarse. —Le guiñó un ojo—. Pásate a mediodía con
otro USB.
—¿Pasa algo?
—Dímelo tú, hija. —Se sentó a su lado—. Todos sabemos que algo te sucede,
pero no dices nada. ¿No confías en nosotros? —Erin apartó la mirada—. Aidan y
Ryan están muy preocupados y ya no saben cómo comportarse contigo. Además,
sé lo que ha pasado hoy con Kyra.
—En la cena con Kyra, te mostraste muy esquiva con ella y tú no eres así.
Eres una chica alegre, amigable, siempre estás sonriendo y tienes muy buen trato
con casi todo el mundo. Y, el otro día, me quedé pensando otras veces en las que te
has portado de forma más fría y poco amistosa. —Se detuvo unos segundos—.
Solo te has comportado así con las parejas de Aidan. Y, casualmente, siempre
ocurría algo en el cual acababas enemistada con ellas. Era como si iniciaras una
guerra por tu hermano, sabiendo que saldrías victoriosa porque, tarde o temprano,
esas chicas llegaban al punto de decirle a Aidan que tenía que elegir: o ellas, o tú.
Como era de esperar, siempre te elegía a ti y siempre lo hará.
—Aidan cortaba con ellas y tú volvías a ser la Erin que todos conocemos: la
Erin feliz. Ahora Kyra está en su vida, es una buena chica y le niegas una
oportunidad cuando tú no eres así.
—Me cuesta mucho pronunciar esto, cariño, pero quiero que seas sincera.
¿Estás enamorada de Aidan?
El corazón de Erin comenzó a latir de una forma tan fuerte que lo sentía
chocar contra sus costillas. Incluso parecía oírlo. Había palidecido y sentía un
ligero mareo.
—Erin, dime la verdad, por favor —le pidió calmada. No quería enfadarse
con ella.
—Sí, mamá. Lo estoy, ¿contenta? Al principio creía que eso que sentía solo
era una unión especial entre hermanos, pero cada vez que veía a Aidan con una
chica, me entraban ganas de vomitar. —Suspiró y se levantó para comenzar a
andar de un lado a otro de la habitación—. Me ha costado admitirlo, pero sí: estoy
enamorada de él desde hace años.
—¡Pero yo no quiero que me vea así! —gritó con las lágrimas asomando por
sus ojos—. Le quiero, mamá. Y no sabes cómo duele verle con otra. No lo soporto y
dentro de mí… siento la necesidad de que debo hacer algo para deshacerme de
este dolor que tengo —dijo furiosa.
—Erin, no quiero que hagas nada, ¿me oyes? —Se levantó como un resorte
—. Aidan ahora está con Kyra y es feliz con ella. Eres mi hija y siempre estaré a tu
lado, pero no pienso permitir que te interpongas en medio de su relación. No me
obligues a contarle esto a tu padre y a Aidan.
—Estoy aquí para ti, mi vida. Y voy a ayudarte, pero debes dejar a Aidan y a
Kyra en paz. No quiero que vuelvas a tocar a esa chica, ¿entendido? La que peor
puede acabar eres tú.
Erin le dio la espalda y Aisling salió de la habitación. Esa situación era muy
complicada, pero haría lo que hiciera falta para que su hija fuera feliz. El amor era
algo muy complicado y sabía que Aidan jamás sentiría lo mismo que ella. Para él,
Erin siempre sería su hermana. Nada más.
—Él no es tu hijo —susurró Erin y descorrió las cortinas para mirar la casa
de su vecina.
No pensaba rendirse y haría lo que fuera necesario para que Kyra saliera de
la vida de Aidan. Que su madre se hubiera puesto de su lado, era algo que odiaba
y una sed de venganza empezó a crecer en su interior. No pensaba ser ella la
perdedora.
Ella le había respondido con un simple ok, pero estaba muy preocupada. La
hermana de Aidan no estaba bien y, a pesar de que no le cayera en gracia, si
necesitaba su ayuda, no se la negaría.
Miró la hora en la pantalla y vio que pasaban quince minutos de las nueve.
Aidan jamás era impuntual. ¿Habría sucedido algo?
Kyra se levantó del suelo y giró la cabeza para observar como el todoterreno
se había estrellado contra un árbol.
Aún estaba muy confusa. No sabía qué había ocurrido hacía unos segundos,
pero su pulso se había acelerado. Había estado a punto de morir. No, en realidad,
habían estado a punto de matarla.
En ese instante, tendría que estar llamando a la policía, pero en lugar de eso,
Kyra empezó a acercarse al coche, aunque se detuvo en mitad del camino al ver la
puerta del piloto abrirse.
—¡Tendrías que estar muerta! —le gritó Erin.
Kyra dio un paso hacia atrás. ¡Esa chica había perdido completamente la
cabeza! Sus ojos azules la observaban con una furia que jamás había visto en otra
persona. Un hilo de sangre le recorría la mitad del rostro desde la ceja hasta la
barbilla y en su mano derecha apretaba un objeto brillante. Kyra intentó averiguar
qué era. Si tenía un arma, estaba perdida, pero suspiró al ver que se trataba de las
llaves del coche.
—Erin, no hagas algo de lo que luego te puedas arrepentir —le dijo desde la
distancia—. Prometo no contar nada de esto. Vete a casa.
Erin soltó una risa irónica y lanzó las llaves unos pocos centímetros al aire
para cogerlas al vuelo. Las admiró como si fueran el arma más mortal del mundo.
—Jamás me arrepentiré, Kyra. —La miró y dio unos pasos hacia ella, pero
sin acercarse demasiado—. No tenías suficiente con quitarme a Aidan… ahora toda
mi familia te quiere más que a mí —le espetó.
—Sí, tienes razón. —Bajó la cabeza a sus pies—. Será mejor que regrese. —
Kyra asintió y suspiró aliviada, pero esa sensación desapareció al ver el gesto de
Erin—. Después de acabar contigo.
Al ver que regresaba al coche, Kyra corrió tras ella y de un empujón, la hizo
caer al suelo. Las llaves escaparon de su mano, pero no lo suficientemente lejos
como para que no volviera a atraparlas. Presa del pánico, a Kyra solo se le ocurrió
darles una patada antes de comenzar a correr.
—¡Hija de puta! —escuchó gritar a Erin y se giró para verla recuperar las
llaves.
Estaba tan aterrada que las piernas le temblaban y esa patada, no había sido
la mejor del mundo. Se sentía una estúpida por no haberlas cogido con la mano.
Por haberse dejado llevar por el miedo y haber actuado sin pensar.
Kyra suspiró, pero los diez minutos que había en coche desde su casa hasta
allí, se le iban a hacer eternos.
Sin embargo, su rescate podría no servir de nada. Kyra escuchó el motor del
todoterreno acercándose a ella y comenzó a correr al visualizarlo.
Se dio la vuelta y vio como Erin detenía el coche y volvía a bajarse de él.
—Querida, puede que no haya carreteras que den acceso, pero no por eso un
coche no puede entrar aquí. ¿No debe? Pues no. Pero por poder… se puede.
—Se acabó, Kyra —le dijo—. No puedes escapar. Puedes correr por todo el
parque, incluso puedo ser buena y darte ventaja. —Rio de forma maléfica—. Pero
jamás podrás huir de lo que te espera.
—Tienes diez segundos para correr. Después, iré a por ti sin importarme las
consecuencias.
—Pues adelante.
Erin no sabía qué estaba haciendo, pero le daba igual. Iba a acabar con ella.
Iba a hacer que desapareciera para siempre de la vida de Aidan y después, ella
estaría ahí para consolarle. Le demostraría que nadie le amaría tanto como ella a él.
Los diez segundos acabaron y Erin aceleró sin dudar. Kyra sonrió y le hizo
un saludo militar a modo de despedida antes de lanzarse a las frías aguas de la
laguna. Buceó por aquella oscuridad hasta llegar a una zona profunda donde ella
no se podría meter con el vehículo.
—¡No pienso moverme de aquí, Kyra! —le gritó—. Si no te mato yo, lo hará
la laguna. ¿Acaso crees que aguantarás mucho ahí metida?
Aidan comprobó cómo Kyra intentaba señalar algo a su lado con el dedo.
Giró el rostro hacia el lugar y vio cerca de la orilla su abrigo. Lo atrapó antes de
desnudarla para colocarle la única prenda seca que tenía.
Ese pitido era de lo más molesto y taladraba la cabeza de Kyra. Con pesadez,
abrió poco a poco los párpados. Hasta eso le costaba. La luz blanquecina la
deslumbró y giró la cabeza.
No sabía muy bien dónde estaba ni qué había pasado, pero no se encontraba
nada bien. Sentía todo su cuerpo entumecido y apenas podía moverse. Observó su
brazo y vio que de la parte posterior del codo salían unos cables. Miró la cama
donde estaba tendida y reconoció el nombre del hospital de la ciudad.
Al ver que quería salir de la cama, Aidan la detuvo e hizo que se tumbara de
nuevo.
—Tranquila, ella está bien. Te lo prometo, cariño. —Le cogió las manos para
besárselas.
—Mi madre nos contó que… —Se detuvo y expulsó el aire retenido—. Me
cuesta decirlo porque aún estoy un poco en shock. —Kyra le dio un ligero apretón
para infundirle ánimo—. Erin lleva años enamorada de mí y… con el paso el
tiempo ha desarrollado una obsesión. Los psicólogos lo llaman limerencia, más
conocido como la enfermedad del amor. Deben tratarla, porque, aunque suene
como una tontería, puede resultar peligrosa para los demás y para ella misma.
Miró las hojas que había pegadas en la ventana y curvó ligeramente los
labios. Siempre conseguían hacer magia sobre ella. La llevaban a un estado de
calma inmediato.
Ella asintió y un ligero temor la azotó. Quizá ahora que Erin estaba así,
Aidan decidía acabar con su relación para concentrarse en su hermana. Miró sus
manos entrelazadas y acarició con el pulgar sus nudillos.
—Normalmente, la gente trae a los hospitales flores, bombones, peluches…
y tú me has traído hojas. —Sonrió queriendo cambiar de tema.
—Pensé que te gustaría más ver que yo he rescatado algunas para dar vida y
belleza a este lugar. Y porque quiero ayudarte a levantarte de nuevo. Tú rescatas a
las hojas y les das una nueva oportunidad. Ahora quiero demostrarte que yo no
seré una hoja de esas que vuelan lejos cuando un fuerte viento llega. Soy de esas
hojas que se quedan al lado de otras cuando peor se ponen las cosas. Estaré aquí
para ti, Kyra. Estoy aquí para ayudarte a levantarte de nuevo. Para que la chica de
la que me estoy enamorando se recupere y siga queriendo estar conmigo.
—Veo que ya estás mucho mejor, cuñada —dijo una voz desde la puerta.
Sin embargo, no quería pensar en eso. Miró a las tres personas que había en
esa habitación y sonrió. Más tarde, sus amigas y los padres de Aidan fueron
también a visitarla. Se sentía afortunada por tener a personas maravillosas en su
vida. Por primera vez, se sentía completa y segura.
Epílogo
Ya habían pasado dos años desde el incidente que ocasionó Erin, si es que se
podía llamar así. Desde ese día, algo había cambiado en la familia McCarthy. La
tensión se palpaba en el ambiente y, a pesar de las sesiones a las que Erin acudía,
no parecía haber mejora. Por ello, pocos meses después, decidieron que lo mejor
para ella sería continuar su rehabilitación lejos del hogar. Todos estuvieron de
acuerdo, incluso Erin pidió marcharse cuanto antes. Se arrepentía de lo que había
hecho, pero eso no quería decir que, de la noche a la mañana, Kyra le gustara.
Dos años después, Erin apenas mantenía el contacto con Aidan. Le costaba
hablar con él y mirarle a la cara y todavía seguía sintiendo lo mismo. Su psicólogo
le advirtió que esa enfermedad podría durar años. Seguiría luchando, pues lo
único que deseaba era curarse y regresar a casa con su familia. No era que viviera
mal en Londres junto con su tía, pero necesitaba volver a ser la que era.
Aidan quería darle una pequeña sorpresa, pero se había olvidado de coger el
antifaz que tenía preparado para que no viera nada, así que no le había quedado
más remedio que taparle los ojos con la mano.
—No soy impaciente. Sé dónde estamos —le dijo— Puedo notar las hojas —
susurró disfrutando de su agradable tacto en el dorso de sus pies.
Hacía poco que el otoño había llegado de nuevo y el buen tiempo seguía
resistiéndose a abandonarles. Aquel día, era uno de esos que Kyra consideraba
perfectos: el color del otoño y el buen tiempo de la estación anterior. Una
combinación perfecta para poder ponerse sus bailarinas y, gracias a ellas, poder
disfrutar de su estación favorita con otro sentido: el tacto.
—Odio cuando intentas descubrir las sorpresas. A este paso, voy a dejar de
preparártelas.
A Kyra le había costado volver a pisar su refugio desde lo ocurrido con Erin.
Al principio, era como si ya no se sintiera segura en ese lugar. Le asustaba ir allí y
que un gran todoterreno invadiera la zona para ir a por ella. Estuvo todo un año
sin ir y, a pesar de que con Aidan lo intentó varias veces, era pisar la entrada del
camino y dar marcha atrás. Se sentía una estúpida y una cobarde, pero no se
rindió.
El día del aniversario del incidente, por fin pudo regresar a aquel lugar. Lo
hizo sola y, cuando Aidan se enteró de eso, se sintió orgulloso. Sabía que su chica
podía con todo.
Kyra miró y abrió la boca estupefacta ante lo que veía antes de girarse hacia
su novio.
Kyra se dejó llevar y alzó la cabeza al cielo para admirar con una sonrisa
como las hojas caían de la copa de ese enorme árbol. Jamás pensó que un día
podría compartir algo que era tan especial para ella con alguien. Siempre creyó que
la tomarían por una loca, pero eso era antes de conocer a Aidan. Sin duda, ese
chico era lo mejor que le había pasado y no pensaba renunciar a él. Su relación
había pasado por muchos momentos, más buenos que malos, por suerte. Los
peores, habían sido por Erin. Aidan, las primeras semanas, había pasado por
muchos estados emocionales, pero habían podido con ello. Además, Kyra, de una
manera más indirecta, había ayudado a los McCarthy en todo lo que había podido
con el tema de su hija. Quería que la chica se recuperara, pero no sabía si algún día
podrían tener una buena relación.
—En muchas cosas. En todo lo que hemos pasado y si sonrió es, porque, a
pesar de eso, cada día te quiero más. Volvería a pasar por todo lo que tuvimos que
superar si la recompensa es estar aquí y ahora contigo.
Sellaron esa promesa con un nuevo beso y sonrieron sobre los labios del
otro. Aidan se quedó embelesado observándola y sonrió al darse cuenta de que,
gracias a su curiosidad, se había enamorado de la maravillosa chica que pegaba
hojas en su ventana.
Fin
Paula Gallego
Nuestros días en Bravelands
Ama tu ritmo…
La gente que llega a Bravelands suele hacerlo por dos motivos: porque huye
de algo, o porque lo busca.
En el tiempo que llevo aquí, he aprendido que así es más o menos con todos.
Puedes distinguir a la gente que ha nacido a orillas de este lago de los forasteros
con una sola mirada. Cuando ves sus ojos, te das cuenta de que falta algo en ellos.
De todas formas, nadie suele quedarse mucho por aquí: unas semanas, unos
meses, quizá un par de estaciones… y regresan a sus vidas.
Así se suponía que iba a ser conmigo; pero hace ya tres años que encontré
este sitio por casualidad, y aquí sigo. Eso sí, para todos sigo siendo la forastera.
Se suponía que, a estas alturas, tendría que estar en mi tercer año de carrera,
a unos quinientos kilómetros de aquí, y no en Bravelands trabajando en esta
posada.
Pero la vida es caprichosa, y ahora soy la mejor empleada que tienen Olle y
Martha; la mejor, y la única, todo hay que decirlo, aunque me gusta pensar que la
entrañable pareja me aprecia bastante.
Los otoños son fríos en Bravelands, muy fríos. Sin embargo, eso no impide
que siga llegando gente de cada rincón del país atraída por la naturaleza salvaje
que rodea el pueblo: las calles irregulares, las casitas pintorescas, los árboles altos y
esbeltos… y, ahora, los cálidos colores terrosos de la estación.
Tengo la sensación de que durante los años que llevo aquí, algo en mi
interior ha cambiado, reorganizando los horarios de sueño de mi reloj interno, y
haciendo que despierte siempre al amanecer.
Desde aquí, veo el largo camino empedrado que se pierde entre los árboles
de ramas bajas y cobrizas, los helechos oscuros y la fina niebla que se posa sobre el
lago cada mañana.
Este lugar no es solo un refugio para las personas; tenemos varios perros,
unos cuantos patos, un caballo con cataratas, una burrita patizamba, cabras medio
locas y un número ingente de gatos.
Sin embargo, no es eso a lo que Pucca mira. Descubro que alguien se acerca
por el camino cubierto de hojas perennes, en dirección a la posada, con andar
rápido y sigiloso.
Desde aquí no lo veo bien, pero parece un hombre. Lleva una gran mochila
echada al hombro y ni siquiera repara en el paisaje mientras se acerca.
—Pucca, calla —la regaño, acariciando su hocico y tirando de ella para que
se aparte de la ventana.
Para cuando bajo las escaleras, procurando no hacer ruido, y Pucca me sigue
con el cuidado de un elefante dentro de una cacharrería, él ya está frente al
mostrador.
Cuando llego al primer piso, descubro que todo está bajo control, y me
relajo.
Se me escapa una risa cuando la veo y, entonces, él alza sus ojos hacia mí.
Son del color de una tempestad, y de una calidez insólita e inesperada. Dos
cejas largas y gruesas enmarcan una mirada poderosa y salvaje, y unas tupidas
pestañas hacen que resulte un poco más dulce.
Cuando clava sus ojos en mí, no puedo evitar pensar que hay cierto halo
emocionante e inhóspito que lo rodea. Los tatuajes, los mechones oscuros que caen
sobre su frente, el ojo amoratado y el labio inferior partido… todo le da un aire
problemático muy logrado.
Y es bastante imponente.
Lo conozco.
Conozco a este hombre.
Hace años que no lo veo, pero sé que fuimos al mismo instituto. Era mayor
que yo; creo que se graduó un par de años antes. Ha llovido mucho desde
entonces… quizá hayan pasado más de cinco años; ahora él debería tener unos…
¿veintitrés?
Está más alto, sus rasgos se han endurecido y tengo la impresión de que no
había tatuajes asomando por el cuello de su camiseta la última vez que lo vi. Pero
sé que es él. Ese aspecto es difícil de olvidar.
—Eh… sí.
Lo miro de reojo.
Se llama William.
William asiente despacio. Está claro que no tiene ni idea, y mentiría si dijese
que eso no me molesta bastante.
Enfilo las escaleras, mirando hacia atrás para asegurarme de que me sigue, y
me giro un poco hacia él sin llegar a detenerme.
—¿Vienes a relajarte?
—La gente suele venir a desconectar de todo el caos de la ciudad. Aquí hay
paz; nada de coches, ruido o aglomeraciones. ¿Vienes a hacer una pausa?
Pucca nos sigue de cerca, enredándose entre nuestras piernas, y temo que
nos haga caer en cualquier momento. Seguimos subiendo hasta el segundo piso y
aguardo hasta que llega a mi lado para seguir caminando junto a él.
—Los desayunos son a las siete, las comidas a la una del mediodía y las
cenas a las ocho de la tarde. No hace falta que avises antes si vas a aparecer; aquí
siempre hay comida de sobra. —Espero a que asienta, y continúo—. Limpiamos la
habitación todos los días, y también cambiamos las toallas que dejes en el suelo.
Las habitaciones son parecidas. Esta de aquí da al lago. Hay una bonita
chimenea en una de las paredes, un sillón blanco frente a esta y la cama de sábanas
blancas más al fondo. Al otro lado de la habitación está el baño.
Los suelos son de madera, y los muebles blancos. El conjunto posee cierto
encanto hogareño que me enamoró la primera vez que lo vi; y las vistas son
sencillamente impresionantes.
Entro y me acerco al ventanal para descorrer las cortinas y dejar que vea el
lago.
—Los dueños de la posada son Martha y Olle. Siempre andan por aquí;
supongo que pronto los verás. —Lo sigo con la mirada cuando se acerca a la
cómoda y deja que sus cosas caigan al suelo—. Si necesitas cualquier cosa, puedes
contar con ellos o conmigo. Solemos estar por las zonas comunes, pero si es tarde y
tienes una emergencia puedes llamarme a mí. Mi habitación es la 23.
Por primera vez desde que he empezado a hablar, siento que hay reacción
en su expresión.
—Bueno, es que son actividades muy familiares. Damos paseos por el lago,
hacemos excursiones por la montaña, recolectamos hojas, enseñamos a preparar
infusiones…
Lo dice tan serio que, durante un instante, lo creo. Luego sus tatuajes, su
pose arrogante y su pelo rebelde me traen de vuelta a la realidad.
—Estás de suerte, porque eso lo hacemos todos los viernes por la tarde.
Me muerdo los labios y, esta vez, sí que veo una sonrisilla cuando las
comisuras de sus labios se elevan un poco hacia arriba.
—Sí que estáis bien preparados. No te preocupes; todo está en su sitio —me
dice, esbozando una media sonrisa.
—23.
William recorre el pasillo con la mirada, fijándose en los números que hay
grabados sobre las puertas, y asiente para sí mismo.
—Parece que te tengo bastante cerca —comenta, volviendo a clavar sus ojos
azules en mí—. Si necesito algo de ti… ¿puedo avisarte a cualquier hora? —Su voz,
grave y masculina me atraviesa como una daga.
Dejo salir a los perros, que se ponen como locos cuando me ven llegar, y
hago lo mismo con las tres cabras que saltan dentro de su recinto y los patos que
juegan al escondite con los gatos.
Hay una gran mesa de madera de roble, un poco vieja y picada, pero con
encanto, varias sillas y un sinfín de útiles de cocina desperdigados por las
estanterías.
—Buenos días, Martha —la saludo, asomándome para ver qué está haciendo
—. ¿Te ayudo?
Es William.
Sin embargo, aquí está. Con unos pantalones negros gastados, una camiseta
de manga larga que se ciñe a su cuerpo y el pelo despeinado y revuelto.
Intento seguir la conversación de Martha, que habla sobre su nieta con una
pareja que acaba de bajar a desayunar, pero William me distrae.
Ahora, ese aire de chico malo sigue estando ahí. Pero es algo más que eso.
Esa altura impresionante, los pómulos prominentes, la línea de su mandíbula, la
barba de dos días y los tatuajes que asoman por el cuello de su camiseta… Ya no es
solo un chico. Dios. No lo es. Es un hombre, con todas las letras.
No sé muy bien por qué, pero de pronto siento que el calor asciende a mis
mejillas.
Por aquel entonces yo también me dejaba encandilar por los encantos de ese
tipo de chicos. Una no es de piedra, y con dieciséis años aún no sabes demasiado
sobre la vida, o sobre chicos. Pero aprendí. Lo hice por las malas, pero conseguí
comprender que no merecen la pena.
Vuelvo a asentir y me acerco aún más cuando mira a ambos lados y me hace
un gesto. Nuestros rostros quedan a tan solo unos centímetros de distancia, pero
no creo que ninguno de los que están en la cocina nos esté prestando atención.
—Qué gracioso.
Se pasa la lengua por los labios. William sigue comiendo tranquilamente, sin
apartar los ojos de mí. Al cabo de un rato, vuelve a hablar.
—Es muy amable, señora, pero no necesito ir al médico —le dice él, serio.
Voy hasta el almacén, saludando a los huéspedes con los que me cruzo por
el camino, y espero a que él entre para cerrar la puerta y abrir el botiquín que
cuelga tras esta.
Mientras busco lo que necesito, veo que se pasea por el pequeño cuarto, con
las manos en los bolsillos, curioseando las esquinas.
—Siéntate —le pido, señalando la vieja mesa sobre la que descansan decenas
de cajas apiladas.
William está a punto de decir algo, pero obedece. Aparta las cajas a un lado
y toma asiento en la mesa. Yo dejo lo que he cogido sobre esta y humedezco una
gasa con agua oxigenada.
—Quejica —contesto.
Desvío la vista hacia sus dedos, pero él no parece darle importancia al gesto,
y decido hacer lo mismo. Sigo aplicando la crema; esta vez, un poco más nerviosa.
—Oh, venga —protesta—. Creía que estabas por encima de las apariencias.
Enarco las cejas, sorprendida.
Me quedo en silencio y tomo la caja con las tiras adhesivas para cerrar
heridas. Le quito la película de plástico a la primera, y me acerco más a él para
ponérsela sobre la herida.
—Ya está —le digo, cuando acabo, y me separo de él con suavidad, haciendo
que me suelte.
—¿Le haces este interrogatorio a todos los huéspedes o solo a los que tienen
pinta de tipos malos?
Me quedo callada. Quizá haya sido demasiado insistente; tal vez piense que
no me fío de él. Pero solo tengo curiosidad… Se presenta aquí con las primeras
luces del alba, sin dar explicaciones, con la cara destrozada y ese rollito misterioso.
Es normal que quiera saber de qué va todo esto.
William no parece la clase de chico que vendría a una posada familiar para
disfrutar de su ambiente hogareño.
Abro la boca para decir algo, pero tardo unos instantes en responder y él
aprovecha para rellenar el silencio.
Me escabullo de entre sus brazos y tiro de la puerta para salir del almacén,
poniendo un espacio muy necesario entre los dos.
Las sábanas de la cama están revueltas, y hay ropa tirada por el suelo.
Pronto, veo movimiento en el sillón del fondo y me giro hacia allí como movida
por un resorte. Cuando veo que William se pone en pie y que lleva una camiseta,
me relajo un poco. Luego, mis ojos descienden hasta sus bóxer negros y me doy la
vuelta con rapidez.
—El cartel lleva ahí tres días. Creíamos que habías muerto.
—Vaya, gracias.
Sin contar con su ojo amoratado, que no presenta mucho mejor aspecto que
hace unos días, tiene el pelo despeinado, está pálido y hay profundas ojeras bajo
sus ojos. Parece muy cansado.
—¿Estás bien?
—Estupendamente.
—¿Y por qué parece que te acaba de pasar un camión por encima? —
pregunto, sin poder contenerme.
Lo miro a los ojos. Incluso si sigue bromeando, sé que bajo esa fachada de
conquistador está ocurriendo algo. No nos conocemos mucho; prácticamente nada.
Pero no puedo evitar pensar que es bastante extraño llegar a Bravelands,
encerrarse en una habitación y tirar la llave. Por muy acogedor que sea este sitio,
no es normal, ni sano, quedarse aquí dentro más de tres días.
Tomo una decisión. Quizá me esté extralimitando, pero lo que voy a hacer
no es nada que Martha u Olle no harían, y me convenzo a mí misma de que
simplemente estoy siendo una buena anfitriona.
—Vale, haremos una cosa —le digo—. Te vas a dar una ducha, te vas a vestir
y vamos a bajar a desayunar.
—No toda —replico, con una sonrisa—. Te enseñaré sitios reservados solo
para los huéspedes más importantes.
—No tienes por qué esperar fuera —me dice, de pronto, con calma—. La
ducha es grande.
Dejo de respirar.
Me mira de arriba abajo sin el más mínimo pudor, con descaro, y siento esa
mirada como una caricia que me desnuda.
Lo cojo con cuidado y le doy la vuelta para leer los rótulos de su lomo.
Cuando lo hago, descubro un libro que acaba recordándome a una persona.
Se está leyendo una edición antigua de las Prosas profanas de Rubén Darío.
Todo lo demás está bastante ordenado. Hay algo de ropa sobre la cómoda,
unos envoltorios de aquello con lo que ha debido de estar alimentándose y… ¿eso
es un móvil?
Tengo que acercarme para verlo, porque hacía tanto que no veía uno de
estos que me cuesta creerlo. Es un móvil de tapa, pequeño, de esos con teclas. Ni
siquiera sabía que siguiesen fabricándolos.
Guau.
William lleva solo una toalla alrededor de la cadera que deja más al
descubierto de lo que tapa. Agarra sus bordes con las manos, aun poniéndosela
bien, mientras camina hacia aquí, distraído.
Era evidente que William estaba bueno, pero no imaginaba… esto. Todo su
torso está al descubierto, dejando entrever una serie de músculos que parecen
esculpidos en mármol. Su estómago se contrae mientras hace malabarismos con la
toalla que cuelga de su cadera, y algo en mi interior se revuelve cuando llega hasta
mí el aroma que desprende.
Madre mía…
Se me seca la garganta.
William es puro sexo. Destila sensualidad por todos y cada uno de los poros
de su piel y es difícil ignorar el hecho de que parece perfectamente consciente de
cómo usar ese don.
Alza los ojos hacia mí, azules como el cielo antes de una tormenta, y durante
un instante me pierdo en ellos.
Estoy tan fuera de juego, que tardo unos instantes en darme cuenta de lo que
me está pidiendo.
¿Por qué habrá venido hasta aquí para encerrarse en una habitación? ¿Estará
esperando algo, o a alguien? ¿Qué hay en Bravelands que necesite?
La hojarasca cubre el paseo empedrado y una brisa muy suave arrastra las
hojas más livianas por el suelo. El ambiente es templado, pero el cielo oscuro
declara a gritos que pronto se desatará una tormenta.
Esta mañana he sacado a todos los animales, pero muchos se suelen quedar
por aquí, y Penélope se acerca en cuanto nos escucha llegar. Acaricio su hocico con
cariño y ella se pega un poco más a mí.
—Te presento a Penélope —le digo a William, que nos observa con una
expresión indescifrable.
—Y el burro.
Asiento despacio. Voy hasta el fondo del cubículo y me hago con el cepillo
de Tirso para desenredar sus crines plateadas.
—Olle y Martha adoptan a los animales que no quieren en otros sitios. Hay
muchas granjas por estas tierras y cuando los animales no sirven para trabajar
suelen sacrificarlos. Así que, cuando se enteran de que va a ocurrir algo así…
Por mucho que mire estas montañas, por mucho que admire su inmensidad,
siempre me parecen impresionantes; demasiado imponentes. Nubarrones grises se
arremolinan sobre sus cumbres y una gran sombra se cierne sobre las aguas ahora
oscuras del lago.
—¿Por qué no has salido de tu habitación en todo este tiempo? —le digo,
rompiendo un silencio tranquilo.
Suelta una risa ahogada y se echa hacia atrás, apoyando todo el peso de su
cuerpo en los codos.
—No tengo un horario fijo ni nada por el estilo —le explico—. Simplemente
me toca hacer algunas habitaciones y me encargo de los animales de vez en
cuando, porque me gusta. El resto es ayudar cuando necesitan ayuda:
reparaciones, cocina, huéspedes, talleres…
William ladea la cabeza. Un mechón oscuro cae sobre su frente con gracia.
Sus ojos azules parecen dos astros helados.
—Estabas fuera del local, llorando. Yo te dije que Kev era un capullo y que
no merecía la pena.
—No… no lo recuerdo.
—Más o menos. —Me paso una mano por el pelo, apartándome un rizo
rebelde y cobrizo de la cara—. Esa noche dejamos de tener nada serio, pero
estuvimos viéndonos intermitentemente hasta que terminó el instituto y me vine
aquí.
Se me escapa la risa.
—Que lo aprecie como colega no significa que apoye todo lo que hace —
replica—. La forma en la que trata a las mujeres es una de las cosas que no
comparto. No sé qué te hizo a ti, pero seguro que no fue bonito.
Suspiro.
La magia de las primeras veces a su lado fue genial. Las noches que se
colaba en mi cuarto o aquel fin de semana que fingí ir a casa de una amiga y me
escapé con él… todo aquello era increíble. Los besos, las caricias furtivas y el resto
de experiencias que viví con él por primera vez me abrieron las puertas al amor.
Pero luego llegaban largos periodos sin hablar; semanas enteras sin saber de
él, meses durante los que no sabía si teníamos algo, si se había acabado o si nunca
había llegado a comenzar.
Antes de que ninguno de los dos tenga que decir nada, nos ponemos en pie
y salimos a la carrera, deshaciendo el camino del embarcadero, por la orilla del
lago, bordeando el edificio de la granja y llegando a la posada.
Rodea mi cintura con las manos y articula una leve disculpa que no llego a
entender bien mientras retoma el aliento. Cuando me giro hacia él, descubro que
sonríe, y me parece una sonrisa mucho más dulce que cualquiera que me haya
dedicado hasta ahora. No solo más dulce; sino más real, más sincera…
Él recibe el gesto como una invitación para rodearme con más fuerza,
subiendo sus manos por mi espalda. Me sostiene como si temiera que fuese a
caerme, como si me fuese a romper. Me agarra con decisión, pero con delicadeza y,
de pronto, el humor desaparece de su rostro.
—No, pero sí fue culpa mía no detenerlo. Podía hacerlo, pero no quise.
William sigue sosteniéndome entre sus brazos. Ya no tiene mucho sentido
que estemos así; podría dar un paso atrás y librarme de su abrazo, pero su calor me
envuelve y es tan maravilloso…
Nos quedamos así unos instantes. Tengo las manos sobre su pecho, y siento
cómo se mueve al compás de una respiración un poco agitada. Gotas despistadas
de agua siguen precipitándose desde su pelo negro y despeinado, y sus mejillas se
han teñido de rubor por la carrera.
Vaya…
Sus dedos vuelan hasta mi rostro y, de pronto, toman uno de mis rizos para
colocarlo con cuidado tras mi oreja. Su tacto es suave, delicado y lento, y consigue
derretirme.
Trago saliva y me muerdo los labios sin poder evitarlo, mientras él los mira
y yo tengo la certeza de que esto es muy raro, de que no está bien, y de que me da
absolutamente igual.
5
La celeste unidad que presupones
El insistente repiqueteo sobre la madera del suelo, que suena cada vez más
rápido, próximo e intenso, hace que William rompa el contacto un segundo; tan
solo un segundo… Y es suficiente para que mi parte racional vuelva a hacerse con
el control.
Sin embargo, él deja escapar una risa suave y clara, tan pura como el aire, y
se agacha junto a Pucca sabiendo que ya no hay nada que hacer. La acaricia entre
sus orejas y sus caricias calman un poco el hiperactivo ir y venir del animal.
—Me parece que voy a darme una ducha de nuevo —comenta, aún sin
levantarse.
Hoy nos espera un largo y ajetreado día por delante. Después de dar un
baño muy necesario a Pucca para que pueda corretear dentro de la posada sin
llenarlo todo de barro, cumplo con la rutina de siempre y termino con todas mis
tareas antes de que den las cuatro de la tarde.
—¿Buscas algo?
—¿Y Olle?
Pongo los ojos en blanco y decido ignorarlo, aunque la forma en la que zanja
conversaciones me divierte bastante.
—¿Qué haces?
—¿Una cita?
Él se acerca un poco más hasta mí y observa las cosas que he ido dejando
sobre la mesa, curioso. Hay harina, mantequilla, azúcar, chocolate…
Olle trae a once niños de la escuela de su nieta. Todos tienen entre cuatro y
cinco años. A veces llegan más. Pero en esas ocasiones Martha está para ayudar a
que no me vuelva loca. Así que agradezco que hoy no sean demasiados.
Olle tiene trabajo administrativo que hacer, y sé que hoy no podrá ayudarme
tampoco; así que me las tendré que apañar sola.
Cuando saludo a los niños y le doy una abrazo a la nieta del matrimonio,
dejamos sus abrigos y mochilas en una de las mesas del salón y los llevo a todos a
la cocina entre risas y grititos entusiastas.
—¿William? —pregunto.
Ignoro el hecho de que uno tenga la cara llena de harina. Ya. Antes de
comenzar. Guau. Creo que eso ha sido un tiempo récord. ¿Cómo narices lo ha
hecho?
Coge una silla y toma asiento entre dos niños. A mí me entra la risa.
—¿Qué haces?
Divido a los niños… y a William, en dos grupos y dejo que empiecen a llenar
los recipientes con los ingredientes de la mezcla mientras me paseo entre ellos para
asegurarme de que ninguno se traga una cuchara o algo así.
Nunca se sabe.
Todos los niños están de rodillas sobre sus sillas, o inclinados sobre la mesa,
más atentos a lo que dice o hace William que a lo que hago yo.
Se queda allí, entre sus brazos, viendo qué es lo que hace para partir mejor el
chocolate y yo contemplo la insólita estampa desde el otro lado de la mesa.
Parece muy cómodo. Casi sin darme cuenta, toma mi puesto organizando el
trabajo de los niños. Sabe perfectamente qué pasos seguir para continuar la receta y
cómo conseguir que le hagan caso.
No puedo evitar reparar en que tiene unas manos hábiles. Sus largos dedos
se mueven con delicadeza cuando comienza a amasar la mezcla y todos los niños
están pendientes de él.
En ese instante, él alza la cabeza hacia mí, sin dejar de dar instrucciones a los
pequeños, y me mira como si acabase de darse cuenta de que seguía aquí. Le
dedico una sonrisa sincera, impresionada, y él me la devuelve.
Ahí está él, rodeado por una decena de niños que lo miran con devoción, se
ríen de sus bromas y lo obedecen. Hace rato que se ha quitado su jersey, y ahora
los tatuajes de sus brazos están al descubierto. Hay más en su brazo derecho que
en el izquierdo, pero la tinta está por todas partes.
Uno de los niños le pregunta por su ojo amoratado. Está mucho mejor que
hace unos días, cuando llegó, pero aún llama bastante la atención. Él responde que
se lo hizo luchando contra un dragón y todos se ríen con la ingenuidad de alguien
que no se lo cree, pero al que le gustaría hacerlo.
Las horas vuelan con rapidez. Las galletas no tardan demasiado en hacerse
y, al cabo de un rato, los padres de las criaturas empiezan a llegar para llevarse a
los niños, que se llevan consigo paquetes de galletas calientes que aún no se
pueden comer.
Cuando los padres entran en la cocina, les dan un beso a los niños, me
saludan con cariño y se giran para mirar a William con cierta desconfianza.
Cuando por fin se marchan todos y Olle viene a por Sara, esta se despide de
mí con rapidez para salir disparada hacia William. Él descruza los brazos cuando
la ve llegar y la niña tira de una de sus manos para hacer que se agache un poco y
poder darle así un beso en la mejilla.
William parece un poco sorprendido, pero le deja hacer y permanece
agachado hasta que se marcha mientras sus coletas danzan tras ella. Olle sonríe y
se despide de nosotros antes de volver al pueblo.
Miro a William, que ha vuelto a erguirse y se apoya sobre la pared con aire
meditabundo, y se me escapa una risa.
Una sonrisa se dibuja en sus labios, pero no dice nada. No parece importarle
demasiado.
—Me gustan los niños —responde, al instante, y eso provoca que yo alce la
cabeza hacia él.
La duda sigue danzando en mis labios. Cuesta un poco creer lo que dice
pero, aun así, decido hacerlo.
—Gracias por quedarte hoy —le digo, tomando una pepita de chocolate
entre los dedos—. Sin ti, probablemente me habría vuelto loca.
—Martha u Olle suelen ayudarme, ¿sabes? O, más bien, soy yo la que los
ayudo a ellos. —Me río—. A mí no se me dan tan bien los niños. ¿Cuántos años
tienen tus hermanos? —sigo preguntando, esperando que vuelva a hablar.
—Algunos cuantos menos que yo —responde, escueto, sin apartar los ojos
de mis manos.
William asiente. Creía que era obvio que podía comer. Se aproxima aún más
a mí, hasta ponerse entre mis piernas, y se inclina un poco hacia delante para…
¿Qué demonios…?
William apresa una de mis muñecas con su mano y se acerca para morder el
chocolate que tengo entre los dedos. Al hacerlo, se mete mis dedos en la boca sin
pudor alguno y una descarga desciende por mi columna cuando siento su lengua
sobre mi piel.
Parece sereno, pero el brillo travieso de sus ojos lo delata. Apoya una mano
en mi rodilla y alza la otra para coger otro pedazo de chocolate.
Me inclino hacia delante con rapidez, paso una mano tras su cuello y me
como el chocolate que hay en sus dedos a solo unos centímetros de sus labios.
Ay, madre…
—Más rápido —repite, con una cadencia oscura, y da un paso más hacia mí
—. A lo mejor sí que tengo que ser más rápido —murmura, tan cerca de mí que
siento el sabor a chocolate en su suave aliento.
Sin previo aviso, mis dedos vuelan hasta su mejilla. No me doy cuenta de lo
que hago hasta que siento el tacto áspero de su barba incipiente. Recorro su rostro
con los dedos, descendiendo lentamente hacia su cuello mientras él no aparta sus
dos astros azules de mí.
El corazón me late a mil por hora y creo que he dejado de respirar hace un
par de segundos. Bajo la mano por su hombro, y deslizo los dedos sobre su piel
mientras siento el tacto de sus fuertes músculos bajo mis dedos.
Martha entra alegre, con algunas bolsas de la compra bajo los brazos, sin ser
consciente de que acaba de interrumpir algo… ¿pero el qué? Mientras la mujer
habla, me giro hacia William y por su expresión sé que está tan aturdido como yo.
Hace más de dos semanas que William llegó. El día que quiso hablar con
Martha y con Olle, el día de las galletas, quería pedirles trabajo.
Yo, en cambio, estoy algo más magullada. Esta mañana, mientras herraba a
Tirso, se ha puesto nervioso por la tormenta que había fuera. Se ha encabritado, se
ha revuelto, ha tirado de las riendas y he tenido que meterlo en su cuadra para que
no saliese corriendo y se hiciera daño. En el proceso ha estado a punto de
aplastarme contra la pared, pero me he apartado a tiempo; aunque no lo suficiente
como para evitar que me aplastase la mano.
Aún no he terminado de ordenar las cosas por allí abajo, pero con la mano
en mi estado no creo que pueda hacer mucho por hoy, así que me acerco a buscar a
William.
Lo encuentro subido a una de las mesas del salón, estirado hacia una de las
lámparas que cuelgan del techo. Una franja muy apetecible de su abdomen queda
al descubierto, mostrando una hendidura en forma de uve demasiado
provocadora.
Debe de ser consciente de que suelo hacer eso bastante. Debería plantearme
dejar de quedarme mirándolo como si estuviera ida.
—¿Por qué?
William se mueve tan rápido como una sombra, busca mi muñeca y alza
ante él la mano herida.
Sus dedos rodean los míos con firmeza, se entrelazan, y una dulce descarga
se extiende por todo mi brazo. Pienso que eso es extraño. A ver, puedo entender lo
de quedarme embobada mirando sus abdominales, o la fascinación por la tinta de
su piel. Pero… ¿por cogerme la mano?
—No es para tanto —le digo—. No hay nada roto, ninguna fractura… Solo
es inflamación.
—¿Vienes por las buenas o por las malas? —pregunta, sin soltar mi mano,
ignorando todo lo que acabo de decirle.
A mí me entra la risa.
—¿De qué te ríes? —inquiere, llevando algunas cosas consigo hasta la mesa
de atrás.
—Te darás cuenta de que es un poco absurdo que quieras curarme cuando
tú, con una avería bastante más importante, no querías ni que te tocara.
—Yo siempre quiero que me toques —replica—. Siéntate —dice, con tono
autoritario.
—¿El qué?
—Ya sabes, la paliza. ¿A quién le has partido la cara y por qué?
—Si no me dices qué te pasó, es normal que crea que fue por una pelea —le
digo.
Asiente con una sonrisa un poco canalla, pero también un poco triste, y
vuelve a concentrarse en mi mano.
—Quizá te duela un poco, pero te hará bien —me dice, aplicando un poco
más de presión.
Sí que duele, pero no digo ni mu. Sus manos son ásperas, un poco duras y,
de pronto, imagino esas mismas manos fuertes acariciando mi piel, ascendiendo
por las piernas, subiendo por mis muslos y…
Kev también era puro sexo, pero lo conocí cuando la inocencia me hacía ver
las cosas de otra forma. Fue mi primer novio; mi primera vez en casi todo.
Él, por supuesto, tenía mucha más experiencia que yo en ese campo; pero no
parecía importarle que yo no tuviera ni idea de lo que hacía. Mi primer beso fue
para él. También fue el primer chico en verme desnuda.
Una parte de mí siempre supo que Kev no era para mí; que no era para
nadie. Pero otra creía que, algún día, quizá volvería para quedarse. Soñaba que era
especial, que quizá yo era diferente al resto de chicas con las que estaba, porque
sabía que estaba con más chicas…
Cuando miro a William, los tatuajes que cubren su piel, el pelo ondulado y
la mirada enturbiada, mi cuerpo tira en una dirección peligrosa. Pero, además de
Kev, no ha habido ningún otro chico en mi vida, y junto con la excitación de pensar
«¿y si…?» el miedo se escurre entre mis venas.
Se lo piensa.
—Claro. Te acompaño.
7
Y al resonar tus números dispersos
—No pienso montar sin casco —le digo, aunque mi piel cosquillea al
imaginar lo que tiene que ser montar en una.
—Tienes razón, podrías matarte. No me gustaría ver tus sesos por ahí
tirados.
Hay cierta intensidad mezclada con miedo, con un miedo dulce y excitante,
que se propaga a través de mí mientras nos movemos con destreza.
El paseo es corto, tan corto que no puedo evitar esbozar una mueca de
decepción cuando detiene la moto y me quito el casco.
Lo miro a él, y miro a la posada, que está a quince metros de nosotros. Pero
obedezco.
Esta vez, conduce aún más rápido, y yo me agarro a él aún más fuerte. Sale
disparado por la misma carretera por la que hemos llegado, pero no toma el
camino hacia el pueblo. Gira a la izquierda, rodeando la posada, y enfilando una
carretera ascendente, plagada de curvas que me roban el aliento y hacen que el
corazón me lata más fuerte.
—Tengo la sensación de que hemos estado a punto de morir unas tres veces.
—De verdad. Creía que el hecho de ir sin casco te iba a disuadir de ir tan
rápido.
—Si me hubiese caído sin casco, a no ser que fuese a 20 kilómetros por hora,
me habría matado igual. —Hace una pausa y se acerca un poco a mí—. Parece que
te ha gustado.
—¿Sí? —pregunta, y siento que hace un poco más de presión con su palma,
aunque no la mueve del sitio—. No lo noto —murmura, y obviamente miente.
Me sonrojo, pero no pienso dejar que me lleve por ese camino y doy un paso
atrás justo cuando empezaba a sentir el calor de su piel abrasando la mía a través
de la ropa.
—Lo es —coincido.
—¿Te duele?
William le dedica una mirada a mi mano y luego alza sus ojos azules hacia
mí.
Estoy a punto de decir que nadie necesita ayuda para ponerse hielo, pero me
detengo, porque una parte de mí da saltitos cuando piensa que William cuidará de
mí.
—Este sitio es tan bueno como el lugar al que iba; al menos para lo que yo
busco.
Lo miro, curiosa, pero no pregunto. Sé que con él eso sirve de poco. Sin
embargo, esta vez es él quien me sorprende hablando.
—Vine huyendo.
—¿Cómo?
—Dejamos la ciudad hasta que se calmaran las cosas. Cada uno nos íbamos
a una punta; hasta que se me estropeó la moto y acabé aquí. —Se encoge de
hombros—. Por eso te he dicho que Bravelands es tan bueno como cualquier otro
sitio. —Se gira hacia mí y me mira largamente—. Quizá más.
—No. No fue culpa mía, Izzy. Yo no rompí la botella, ni pegué a nadie hasta
dejarlo inconsciente. Solo intentaba que los otros no hicieran daño a los míos, pero
eso da igual. Estaba allí, y eso es suficiente para que me busquen y quieran que
hable. Hay gente que me conoce, que sabe quién soy, y que estaría dispuesta a
asegurar que fui yo quien rompió esa botella.
—¿Lo entiendes?
Asiento.
Hay algo, fugaz y sutil, que se transforma en sus ojos ante los míos. Quizá
sea esperanza; quizá, consuelo.
—Me alegra que se te averiara la moto —confieso, con una sonrisa.
—A mí también.
Una suave brisa, que huele un poco a lluvia y a otoño, me revuelve el pelo.
—Me gustas, Izzy —suelta, de pronto, y lo dice tan serio que tardo unos
instantes en asimilarlo—. Y no solo de la forma que es obvia —explica—. Siendo
sincero, desde que llegué aquí no pienso en otra cosa que en desnudarte y meterte
en mi cama. Pero si tuviera que renunciar a eso para poder seguir pasando tiempo
contigo, lo haría sin pensarlo. —Me mira y hay algo oscuro y pecaminoso ardiendo
en su mirada; pero también hay algo más, más puro y sincero—. Y créeme, estaría
renunciando a mucho.
El corazón me martillea con tanta fuerza contra las costillas que siento una
punzada de dolor. Lo que acaba de decir ha sido tan crudo, tan… descarnado, que
todas y cada una de sus palabras se han clavado en mi piel.
—Creía que el tiempo que pasamos juntos no era muy importante para ti.
—Me gustar estar contigo. Eres buena persona, Izzy. Transmites… paz.
Hablar contigo es fácil.
Cada vez que recuerdo la forma en la que me miraba cuando ha dicho que
quiere desnudarme y meterme en su cama un escalofrío me atraviesa la columna y
hace que mis piernas tiemblen.
Son más de las diez cuando alguien llama a mi puerta. El viento azota con
fuerza las ramas de los árboles del exterior, y una profunda cortina de lluvia cubre
el bosque a lo lejos.
Pasa dentro, cierro la puerta y veo que se pasea hasta llegar a la chimenea.
Frente a esta, hay varios cojines en el suelo, una manta enredada y un libro abierto
por la mitad.
—No tenías por qué —le digo, quedándome frente a él—. Ya casi ni me
duele.
Por toda respuesta, alarga el brazo y toma mi mano con delicadeza. La estira
sobre su palma, inspeccionando mis nudillos magullados y la hinchazón cárdena
que empieza a propagarse.
Coge esa bolsita con hielo que ha traído y la presiona con suavidad sobre mi
mano, sin soltarla. Al cabo de un rato, despega los labios.
—¿Qué ocurre?
—Sé que eres buena persona —le digo, porque intuyo qué es lo que le
preocupa—. A pesar de esos tatuajes, y ese rollito oscuro y misterioso, sé que no
eres malo. —Sacudo la cabeza, recordando el día de las galletas y esta misma
mañana, cuando ha curado mis nudillos—. Mírate, no puedes ser malo si estás
aquí para ponerme hielo en la mano. —No intento ocultar una sonrisa.
Las comisuras de su boca se elevan también, pero su sonrisa es más fría, más
torcida, más peligrosa…
—Intento ser buena persona —confirma—, pero que esté aquí no tiene nada
que ver con eso.
Él sacude la cabeza.
Ahogo una exclamación y echo la cabeza un poco hacia atrás, con el corazón
latiéndome a mil por hora.
Una fina capa de agua helada, deslizándose a través del cuello del jersey y
llegando hasta mi pecho, interrumpe mis pensamientos. Me muerdo los labios con
tanta fuerza que temo hacerme sangre.
Incluso sin el hielo, sus dedos están congelados, y el efecto es el mismo. Sube
la mano por mi rodilla y por el muslo, y toda mi piel vibra cuando la introduce
bajo el jersey y sus dedos están a punto de llegar a una zona peligrosa.
Pero se detiene ahí. Su cuerpo un poco inclinado sobre el mío, sus ojos a
unos centímetros de los míos, y sus dedos a unos milímetros de hacerme perder la
razón.
—Quieres que siga. —Su voz, serena y grave, reverbera a través de todo mi
cuerpo. No es una pregunta.
Algo en su expresión se transforma. La sorpresa llena sus ojos, pero hay algo
más… hay lujuria y un anhelo que me sobrepasa.
William se echa hacia delante, llenando todo mi espacio, y pasa una mano
por mi espalda para mantenerme cerca de él mientras se inclina sobre mí, ladea la
cabeza y, de pronto, siento sus labios sobre los míos.
—¿Paro? —murmura, con una cadencia tan oscura que me pierdo en su voz.
Me muerdo los labios, anhelando morder los suyos y, por toda respuesta,
deslizo la mano tras su nuca y lo acerco a mí para ser yo quien lo bese.
Una de sus manos se desliza entre mis piernas, y sube por ellas con lentitud
mientras me devora a besos. Esta vez, cuando llega a terreno peligroso, no se
detiene. Sus dedos acarician mi sexo por encima de las braguitas y una oleada de
calor se propaga por todo mi cuerpo.
Su boca abandona la mía para besar mi cuello. Lo hace con ansia, mordiendo
y succionando mi piel mientras mis sentidos están abrumados. El tacto de sus
manos sobre mi piel, su olor almizcleño y dulce, y la imagen de un William que
empieza a perder la cabeza por completo hacen que me cueste pensar.
Dejo escapar un gemido que suena demasiado alto cuando sus dedos se
cuelan bajo mis braguitas y él alza la cabeza para disfrutar de mi expresión. Me
muerdo los labios, un tanto avergonzada.
Cierro los ojos cuando gira la muñeca y sus dedos empiezan a moverse con
destreza. No sé cuánto tiempo estamos así. Es una eternidad y, al mismo tiempo,
dura lo mismo que un parpadeo.
—Eso ha sido lo más jodidamente sexy que he visto nunca —declara, sin
dejar de mirarme.
Él sonríe, hace que rodee su cadera con las piernas y me levanta del suelo
con insultante facilidad hasta que me deja caer sobre la cama.
Entonces, contemplo cómo tira del cuello de su camiseta y se deshace de
ella, dejando al descubierto todos y cada uno de sus tatuajes. Las vistas son
impresionantes, y el pulso se me dispara cuando veo cómo sus músculos se
contraen al desabrochar el cinturón de sus pantalones.
Durante unos instantes, no dice nada. Tan solo me observa, con una mirada
cargada de deseo, hasta que se inclina sobre mí y me agarra por la cadera mientras
atrapa uno de mis pezones entre sus labios.
—No puedo esperar más tiempo —declara, con la voz ronca, y se inclina
sobre mí para besarme.
Sin embargo, antes de que continúe, apoyo las manos sobre sus hombros
para detenerlo.
—Espera.
—Lo digo en serio —murmura, con una nota de humor en su voz—. No creo
que pueda esperar.
—Soy virgen.
William arquea mucho las cejas. Siento que estoy siendo una corta rollos
total, pero no podía dejar que siguiera adelante sin saberlo.
Asiento.
—Sí.
—Contigo —respondo.
Continúa besándome un buen rato, haciendo que las dudas se disipen poco
a poco, hasta que se aparta de mí para buscar en el bolsillo de sus pantalones y
sacar un condón.
Asiento.
—¿Bien? —pregunta.
Entre beso y beso, entre caricias, siento que una sensación vibrante y plena
me llena y me embarga por completo. De nuevo, vuelvo a dejarme llevar cuando
un torrente de calor se expande desde el centro de mi cuerpo y se propaga por
cada fibra de mi ser.
—Muy bien.
—Absolutamente nada.
—Procuraré no hacerlo.
Luego, dejo que Morfeo me abrace y me rindo a él, abrumada por la flojera
de mis piernas y el dulce cosquilleo que se propaga por todo mi ser.
9
Escucha la retórica divina
Recuerdo los nudillos inflamados, el hielo, los besos, la línea que crucé con
William…
Ay, Dios…
Cuando siento sus caderas contra mi espalda, y noto esa reacción tan natural
de su cuerpo, una oleada de calor se propaga por mis venas, y mis mejillas se tiñen
de rojo sin poder evitarlo. Me muevo un poco, intentando decidir qué debería
hacer ahora. Tal vez, debería meterme en la ducha y darle tiempo para que se
levante antes de que salga. Tal vez…
Me ruborizo.
—Estaba cansada y…
—Y me encantó.
—¿Por qué? —me atrevo a preguntar, aun sabiendo qué tipo de respuesta
me dará.
Se me seca la boca.
Me muerdo los labios y deslizo las manos sobre su pecho, recorriendo esos
dibujos tan sexys.
El primer beso con William ha llegado el mismo día que la primera vez, y la
velocidad que está tomando esto asusta un poco; pero ayer no me habría gustado
estar en ningún otro lugar, y hoy tampoco.
Cuando salgo de la ducha, William ya no está aquí. Voy un poco tarde; así
que me pongo en marcha enseguida. Cumplo con mi rutina y me reúno con
Martha en la cocina para ayudarle a preparar el desayuno.
Sigo a lo mío mientras esos dos hablan sobre no sé qué asunto de la granja y
me acerco a él cuando sacamos una bandeja de pastelitos recién hechos del horno.
Les advierto que deben esperar un poco y, antes de irme, William mete los dedos
dentro de la cinturilla de mis vaqueros y tira de mí hacia atrás.
—Cuando acabe iré a darte las buenas noches, no te preocupes —me dice,
esta vez en voz alta, y un escalofrío baja por mi columna.
—¡Voy yo, Olle! —le aviso. Por hoy el pobre hombre ya ha tenido suficiente
de nuevas tecnologías.
—Hola, Kev —le digo, en el tono de voz más neutro que soy capaz de
utilizar.
Y ahí acabó todo. Es cierto que ya no vivía allí, y que sabía que lo mío con
Kev había terminado, pero esperaba un poco de interés. Ni siquiera preguntó a
dónde me había mudado, o por qué… Habría estado bien alguna pregunta, incluso
si fuera por compromiso. Habría estado bien saber que se preocupaba por mí,
aunque solo fuera un poco.
—Vaya, Izzy, estás… —Hace una pausa y veo cómo sacude la cabeza—. Has
crecido —dice—. No me puedo creer que seas tú, que realmente seas la pequeña
Izzy, mi Izzy.
—Kev.
Una voz grave y masculina hace que despegue la vista de lo que estoy
haciendo. William está plantado junto a la puerta, con los hombros rígidos y una
expresión indescifrable en la mirada.
—¿La has visto? ¡Es Izzy! Salimos con los chicos y ella un par de veces, es…
Antes de que tenga que responder, William se adelanta y se pone entre los
dos.
Kev cambia su expresión entrañable por una más grave. Se pasa una mano
por el pelo y me dedica una mirada prudente.
—Fuera.
William tiene las manos en los bolsillos mientras se mira las botas oscuras y
una chispa azafranada brilla en la penumbra cuando Kev se enciende un cigarrillo.
Me pregunto a qué viene tanto misterio, qué es eso tan importante de lo que
tienen que hablar que ni siquiera pueden hacerlo dentro de la posada.
Puede que tengan que hablar del incidente; puede que haya noticias.
Cuando estoy a punto de abandonar el libro que tengo entre las manos, solo
por esta noche, alguien llama a la puerta y Pucca reacciona alzando
momentáneamente sus orejas y volviendo a bajar su cabecita peluda. Está muy
cansada.
Pero no es él.
Recibo a Kev con una sonrisa robada, que no era para él, y no tengo más
remedio que echarme a un lado para dejarlo pasar cuando irrumpe en el cuarto sin
pedir siquiera permiso.
Suspiro. Precisamente por eso prefiero hablar con él mañana. Me paso una
mano por la mata de pelo rebelde, retirando un par de rizos de mi frente y me
muerdo los labios, intentando encontrar una forma educada de hacer que salga de
la habitación.
—No me mires así, muñequita. Solo vengo a hablar, nada más. Sin segundas
intenciones —asegura, alzando las manos.
Asiente, pensativo.
—Procuro no hacerlo.
—Siempre has sido tan… buena. —Se centra en Pucca y se queda un rato
mirándola—. Siempre has protegido a los demás; siempre has cuidado de ellos.
Incluso de mí.
Por la mañana, William no aparece por el salón y Kev llega un poco tarde;
despeinado y somnoliento, con ese aire de despreocupación que parece seguirlo
allá donde va.
Aún estoy ordenando algunas cajas en el almacén, así que me apresuro por
terminar lo que estoy haciendo antes de que pase de largo. Estoy a punto de abrir
la puerta para saludarlo cuando, de pronto, escucho mi nombre.
—Es suficiente —le escucho decir a William, molesto, que le dedica una
mirada cargada de gravedad a su amigo.
Él deja escapar una especie de gruñido ronco. Parece que quiere seguir
andando, pero Kev no se mueve del sitio.
—¿Estás bien, tío? Desde que volví estás más borde de lo normal. Entiendo
que este sitio sea aburrido de narices y que estés frustrado, pero…
—¿De qué mierdas vas? —le suelta, haciendo que se gire hacia él—. No sé
qué te he hecho. Yo no tuve la culpa de que tuvieras que irte, me ofrecí a
acompañarte y no quisiste, aun así estoy aquí para ver cómo estás… Y no sé qué
cojones te pasa. Lo único que he hecho ha sido mencionar a Izzy y…
—Es una amiga… —dice, despacio, enarcando las cejas—. Sigue siendo la
misma de siempre. Es dulce y encantadora y la verdad es que sigue estando como
un…
—Kev —lo interrumpe y su voz suena gélida. Desde aquí puedo ver cómo se
transparentan sus nudillos—. Aléjate de ella.
—¿Perdona?
—¿Y para ti sí? —cree comprender—. Ah, ya lo pillo. Te quieres acostar con
ella. Te has encaprichado.
Doy un paso atrás sin saber muy bien por qué y contengo el aliento.
—No tienes que entender más que una cosa, Kev. Izzy es buena y, si le haces
daño, te daré la paliza de tu vida.
Cuando me aseguro de que están lejos, salgo del almacén, un poco turbada,
y no puedo dejar de preguntarme qué quería decir con esas palabras. ¿Qué
significa que no soy para él?
Salgo del almacén y me pierdo en otra tarea antes de que mi cabeza empiece
a pensar demasiado.
No lo veo desde lo del almacén, y no hay ni rastro de él por aquí cerca. ¿Que
no haya venido a despedirse querrá decir que está enfadado con él?
Ladeo la cabeza.
—¿Pronto?
Si no va a quedarse mucho, eso quiere decir que las cosas se han calmado
por allí; que ya no tiene por qué seguir escondiéndose. Sin duda, Kev no sabe que
estoy enterada de todo lo que ocurrió en aquella pelea, y yo decido no contárselo
por si acaso.
Kev deja la llave de su habitación sobre el mostrador y me dedica una
sonrisa.
Cuando alargo los dedos para tomar la llave, él es más rápido y me coge de
la mano. Se inclina un poco hacia delante, hasta que estamos más cerca.
—No pasa nada, Kev. Tú sabías lo que querías, yo no —le digo—. Fue hace
mucho, y está olvidado.
—Ah. Otra de las cosas de las que me he dado cuenta con esa amenaza, es
que a William le importas.
—Me alegra oír eso. Es un tío legal. —Hace una pausa y da dos pasos atrás
—. Recuerda que se marcha pronto.
Esta mañana me he despertado con las primeras luces del amanecer, como
de costumbre. Me he preparado mientras Pucca correteaba a mi alrededor y
después me he abrigado para el paseo por las inmediaciones del lago que organiza
la posada.
A estas horas, el frío otoñal es aún más acusado. Me he puesto unas botas
para la lluvia, un abrigo y un gorro que me resguarden del viento helado, y me he
echado una mochila al hombro mientras esperaba a todos los inscritos fuera de la
posada.
Pucca ladra, juguetona, a dos niños que la provocan y ríen como locos
cuando salta hacia ellos una y otra vez. Se ha formado un grupo bastante grande:
tres familias con niños y algunas parejas. Estoy a punto de echar a andar y pedirles
que me sigan cuando la puerta principal de la posada se abre y William sale de ella
con las manos en los bolsillos y andar tranquilo.
Lleva una cazadora de cuero, el gorro que traía el primer día y un jersey
oscuro que oculta la mayor parte de sus tatuajes. Se acerca hasta donde estoy yo.
Sin embargo, hasta que lo tengo delante, no me mira a los ojos ni una sola vez.
—Te va a gustar —le aseguro, y le hago un gesto para que me siga cuando
emprendemos el camino.
Bordeamos el lago y los llevo a través de uno de los caminos que ascienden
un poco hasta la montaña, hasta uno de los miradores más bajos que se abren al
otro lado.
—El chico en coma despertó hace unas semanas. Parece que han encontrado
culpables y por el momento han cerrado la investigación.
Se da la vuelta hacia mí, con las manos en los bolsillos de los vaqueros, y
espera hasta que me acerco a él.
Hay una parte pequeña de mí, valiente y audaz, que decide ponerse de
puntillas, rodear su fría mejilla con la mano y darle un beso muy suave en los
labios.
Él responde sin moverse. Apenas saca una mano del bolsillo para pasarla
por mi cintura con delicadeza mientras el beso es blando, sutil y algo perezoso.
William me mira apenas sin parpadear. Alza los ojos hacia el cielo, cada vez
más oscuro.
—Nunca he oído que Kev haya entrado en el cuarto de una chica para
hablar.
—Está bien querer que lo que hay entre los dos sea solo de los dos —le digo
—. Y está bien que la idea de creer que no es así te enfade. Pero no ha pasado. No
lo ha hecho. Seguimos siendo solo tú y yo —murmuro, contra sus labios.
—No tienes que fingir que no te importaría. Está bien que te duela
pensarlo… A mí me dolería —aseguro—. Querría que lo que tenemos siguiera
siendo solo nuestro. —Hago una pausa, intentando leer en su expresión—. Pero no
tienes de qué preocuparte, porque no ha pasado nada —insisto.
—No quería ser un gilipollas, pero imaginarte con Kev me estaba matando
—confiesa.
—Solo hablamos.
—Lo sé —dice, finalmente—, ahora lo sé. Pero creía que él y tú, con vuestro
historial, os habríais… acostado.
—Mierda. Casi le parto las piernas —dice, y se pasa una mano por el gorro,
quitándoselo y volviendo a ponérselo.
Una suave sonrisa, un poco divertida, surca su mandíbula.
—Está bien que quiera que esto siga siendo solo nuestro —murmura. No es
una pregunta, pero lo parece. Hay cierta duda bailando en sus palabras. Y una
timidez inusitada impregnada en su ritmo que hace que me tiemblen un poco las
rodillas.
—Está bien que desee que no acabe —susurra, cada vez más bajito.
Mi voz también suena más suave, más leve. Sus manos rodean mi cadera, se
quedan ahí, sosteniéndome con firmeza.
Un trueno rasga el silencio del cielo, como una advertencia que ambos
decidimos ignorar.
Nos desviamos del camino, subimos por una de las peñas que bordean el
lago y me aferro a sus brazos cuando me ayuda a subir.
Nos besamos en la cima, y cuando bajamos. Nos besamos bajo las ramas
desnudas de los árboles y bajo aquellas que aún conservan algunas hojas cobrizas.
Nos perdemos entre caricias sobre una cama de hojas secas y blandas. Nos
bebemos el deseo a besos, cada vez más cerca el uno del otro.
Aún nos estamos abrazando cuando clava sus dedos en mi cadera y me alza
contra la pared. Lentamente, se hunde en mí, haciendo que eche la cabeza hacia
atrás, ahogando un gemido.
Es dulce y lento al principio, pero sus movimientos son cada vez más
profundos y menos comedidos. La ternura deja paso a una pasión salvaje y
primitiva mientras se mueve contra mi cuerpo y el movimiento de sus caderas me
llena y me abruma.
William hace que mi cuerpo se retuerza y que suplique y ruegue, sin saber
muy bien para qué, mientras su nombre está en mis labios, como una plegaria, y la
lujuria brilla en los suyos, en una sonrisa, hasta que acepta mis súplicas y es aún
más intenso, más rápido y sus movimientos más poderosos.
Estar juntos se ha convertido en algo fácil, algo natural y casi necesario. Nos
buscamos durante el día, dedicándonos miradas discretas y guiños que pasan
desapercibidos cuando estamos delante de los huéspedes o de Martha y Olle, y
somos más atrevidos cuando nos quedamos solos.
Los besos de William hacen que me tiemblen las rodillas. Hay cierta dureza
tierna y blanda en ellos, que me derrite.
Sus manos, que parecen tan duras y ásperas, recorren todo mi cuerpo con
infinito cuidado. Incluso cuando clava sus dedos en mi piel, anhelante, hay
delicadeza en ellas.
Volvemos a hacer el amor cada noche; a veces, también por las mañanas.
Cada día, durante unas horas, nos perdemos en la piel del otro. Lo hacemos en la
ducha, y en la cama, sobre el sillón en el que William lee las Prosas profanas de
Rubén Darío, o enredados entre mantas y cojines en el suelo, frente a la chimenea.
Pero también he aprendido a amar la forma en la que sus ojos brillan cuando
hace carantoñas a Pucca, o acaricia las grupas de Tirso y Penélope.
El tiempo vuela, y el otoño se desliza perezoso entre las hojas que caen y el
viento que las levanta. Cada vez tarda más en amanecer y menos en llegar el
atardecer. Los días son más cortos; y las noches, más largas.
Hoy estoy enredada entre las sábanas blancas de la cama de William cuando
un sonido estridente hace que abra los ojos y me revuelva, inquieta.
Asiento, y decido hacer la pregunta que me quema los labios con rapidez,
sin pensarlo.
Dos días… dos días para que deje el Refugio, y Bravelands. Vino huyendo
de algo que ha desaparecido, y ya no hay nada que lo retenga aquí.
Sabía, desde hacía mucho, que este día llegaría y, aun así, no puedo evitar
que una punzada de dolor se deslice a través de mis venas, gélida, como un
torrente de hielo que enfría todo mi ser, mi alma y mis huesos.
No dice nada, y yo tampoco lo hago. Quizá sea mejor así, guardar silencio.
Imaginar que yo le diría que lo voy a echar de menos, y que contestaría que él
también a mí. Tal vez sea mejor imaginar que la primera noche, al volver a casa y
al caer rendido, dedicará los últimos minutos antes de dormir a pensar en mí y en
mis besos. Y que cada mañana, al despertar, me echará en falta a su lado; y ese
hueco, en su cama y en su corazón, será difícil de llenar.
Desliza los dedos bajo mis braguitas y juega a hacerme perder la razón
mientras sé, por cómo me mira, me abraza y me acerca a él, que también la ha
perdido.
Hacemos el amor y esta vez deja que yo marque el ritmo, que mis caderas se
muevan sobre él. Me abandono a su respiración, a sus besos apremiantes cuando
apresa mi boca y sus manos recorriendo mi cuerpo con devoción.
Cuando llega el viernes, Martha y Olle dejan cuanto estaban haciendo para
despedir a William. Él ha esperado a que llegasen los niños y ha estado dos largas
horas en un taller con ellos. Incluso si lo conozco, sabiendo que bajo esos músculos
y esa tinta se esconde un alma sensible, aún resulta algo impresionante verlo
arrodillado frente a uno de los pequeños, hablándole con paciencia o atando los
cordones de sus zapatos con destreza.
Martha le dice que siempre habrá una habitación en el Refugio para él, y que
siempre tendrá trabajo allí, y el joven asiente y se lo agradece.
Ahora ya no hay ojo amoratado, ni mirada distante. Sus ojos se han llenado
de calor y su media sonrisa provocadora parece más amable. Pero los tatuajes
siguen ahí, la chupa de cuero, las botas de combate…
Tal vez no haya cambiado mucho. Tal vez, la que ha cambiado sea yo. Ahora
lo veo de forma diferente, porque lo conozco.
—Eso dicen los chicos —afirma, y se mete las manos en los bolsillos,
inquieto. Se mira las puntas de las botas y pasa un rato hasta que vuelve a alzar la
vista—. Me alegro de haberte conocido… conocido de verdad —dice, de pronto, y
a mí me sorprende el tono bajo de su voz.
Levanta una mano y acaricia mi mejilla con los nudillos. Es suave, lento, y
cierro los ojos para disfrutar del contacto.
Durante un instante creo que va a decir algo. Hay tanta emoción contenida
en su semblante como seguramente haya en el mío. Abre la boca, pero no llega a
pronunciar palabra. En lugar de eso, salva el espacio que nos separa, me agarra de
la cintura y me da un beso que me deja sin aliento.
Sigo allí de pie, intentando comprender por qué me duele el pecho, por qué
siento ardor en los ojos, cuando me doy cuenta de que el sonido del motor deja de
alejarse para volver a sonar cerca, cada vez más cerca.
Salva el espacio que nos separa con dos largas zancadas. Se detiene frente a
mí, de pie, imponente, llenando todo mi espacio. La emoción brilla en sus ojos.
Hay duda, indecisión y un poco de miedo en ese bello rostro. Y yo me pregunto:
¿miedo a qué?
—¿Y si me quedo?
William me sostiene por los hombros con más fuerza. Espera una respuesta.
William apoya su frente sobre la mía y ríe contra mis labios. Su risa inunda
mi ser. La alegría palpita bajo mi piel.
—Aun así, voy a tener que marcharme unos días para poner todo en orden
—me advierte—. El piso, mi familia, mis hermanos… los chicos.
—No tardaré mucho —se apresura a decir—. Tan solo unos días, como
mucho un par de semanas.
—Menos mal que has dicho que quieres que me quede —confiesa, con
sinceridad y cierta timidez, mirándome con intensidad—. Porque estoy bastante
enamorado de ti, Izzy.
Esta vez soy yo quien lo besa, quien bebe de sus labios con verdadera
necesidad. Algo dentro de mí se quiebra, algo que no sabía que estaba hasta que se
ha roto. Se deshace con lentitud, entre sus brazos, entre sus besos, hasta que solo
queda polvo y ceniza y mis labios se mueven solos cuando digo:
Quiero descubrir a dónde nos lleva eso, seguir esa descarga que se expande
por mi cuerpo cuando me roza o nuestras miradas se encuentran. Quiero
descubrirlo, conocerlo, y ahora que William nos ha regalado tiempo, no tengo
miedo.
William vuelve a besarme en los labios. Me toma entre sus brazos y da una
vuelta conmigo, haciéndome reír y gritar de felicidad.
Esta vez, no hay opresión en el pecho, ni ardor tras los ojos. En lugar de eso,
un sentimiento nuevo, vivo, se mueve bajo mi piel, inundando cada fibra de mi ser,
llenándolo todo a su paso.
15
Epílogo
En toda mi vida una espera no se me había hecho tan larga. Y cuando llega
el día, cuando me levanto con las primeras luces del amanecer y abro la ventana
para dejar que la brisa revuelva mis cabellos, mi corazón sigue latiendo con la
misma impaciencia que el día que prometió volver.
Yo suelto una risa, y me giro de nuevo hacia la calle para descubrir que
William, el forastero, se ha detenido en medio del camino.
Pucca me adelanta en las escaleras y escucho cómo patina sobre sus tres
patitas cuando llega al suelo de madera del vestíbulo.
Lleva el mismo gorro con el que llego hace semanas. El pelo oscuro, rebelde,
se arremolina bajo este. El mismo halo salvaje e imponente lo envuelve. Y sigue
teniendo ese aire problemático muy logrado.
Pero esta vez, cuando ladea la cabeza y sonríe, cada parte de mí reconoce esa
sonrisa, y mi corazón responde a ella latiendo más fuerte.
Él sonríe.
Me gusta cómo suena ese para siempre. Me gusta tanto que corro hasta sus
brazos y rodeo su cuello. Nos besamos mientras nos fundimos en un abrazo.
William se agacha, rodea mis caderas con las manos y me levanta para que rodee
su cintura con las piernas.
Puede que sea nueva en esto. Él también lo es. Quizá no tenga las cosas
claras, ni sepa a dónde llega este camino que hemos decidido recorrer. Pero
tenemos tiempo para descubrirlo, y estamos juntos.
Aunque el otoño esté llegando a su fin, siempre será mi estación favorita,
porque me trajo a William.
Entre beso y beso, cuando sus dedos ya han volado bajo mi camiseta y la
suya ha desaparecido hace un par de caricias, se aparta un poco de mí.
Algo cálido se desliza bajo mi piel, una sensación nueva, desconocida, tan
viva que asusta y, aun así, estoy deseando explorarla.
Capítulo 1
Promesa sobre las hojas
La dulce brisa veraniega soplo tras las orejas de Dafne mientras que esta se
dirigía lentamente hacia el enorme árbol que se hallaba frente a ella. Ciertamente el
viejo Sherman se veía imponente en el centro de aquel parque comunitario, después
de todo, no muchos árboles podían presumir casi cincuenta metros de altura y una
edad mayor a cien años.
Susurré por lo bajo mientras me acercaba cada vez más hacia el roble. Yo era
lo más alejado posible a una persona crédula y fácil de impresionar, pero debo
admitir que era la primera vez que una tradición de alguna índole captaba mi
atención.
Por mi parte solo estaba a modo curiosa, yo no quería ser parte de ese
repulsivo circo de melómanos que se juraban amor eterno. Me atraía más la idea
de probar la magia del viejo Sherman con una petición más seria.
Escribió un enorme «sí» en la hoja del roble y la dejo allí, sin arrancarla.
Justo como pedía la tradición, si Sherman estaba de acuerdo en cumplir su deseo
entonces la hoja caería al suelo en alguno de los días siguientes.
Laurel bajo de la escalera y me dejo el paso libre para ascender por ella y
cumplir con misión de esa noche: desempeñar mi rol como curiosa empedernida y
continuar con la tradición que todo habitante de New Heaven debía practicar al
menos una vez en su vida. Di un par de pasos sobre los escalones de aluminio y
me detuve cuando llegué al tope.
Desde hace algún tiempo iba madurando en mi mente la idea de que quizás
ese no era el destino que la vida me depararía a mí, y empezaba a darme cuenta de
que eso probablemente sería lo mejor.
—¡Apresúrate!
Saqué mi lapicero y empecé a buscar con la mirada una de las hojas que se
adecuara a mi deseo, era puro capricho pues se suponía que cualquiera servía,
pero yo siempre estaba determinada a salirme con la mía, así que debía elegir la
hoja perfecta. Algunas estaban demasiado verdes aún, y otras marrones y
quebradizas. El efecto del otoño se estaba haciendo sentir en las hojas de Sherman.
Por fin di con la hoja perfecta para escribir en ella mi respuesta, la tomé en mis
manos y sentí un ligero cosquilleo en ellas, era perfecta.
Por alguna extraña razón mis manos temblaban más que nunca,
dificultándome la tarea de escribir el «sí», pero después de unos segundos
conseguí escribir mi respuesta.
Pero el golpe nunca llegó. Por increíble que parezca mi caída fue
desacelerada por algo bastante suave, que se quejaba al ser golpeado por una chica
de cincuenta kilos cayendo desde un árbol.
—Lo siento…
—Gracias por…
—¿Qué?
—¿Qué cosa?
—Ah, te refieres a escribir sobre las hojas… No lo sé, lo he visto tantas veces
que ya no me sorprende. Creo que la primera vez puede resultar interesante, pero
si has pasado toda tu vida en New Heaven no significa gran cosa.
—Gracias…
—¿Por qué? No ha sido nada… Es lo menos que podía hacer por alguien que
evito que me hiciera puré contra el suelo.
Travis rio divertido, su risa tenía algo especial. Estaba llena de inocencia,
como la de un niño. No pude evitar sonreír yo al verlo.
—¡Me encantaría! Digo… Sí, bueno, creo que podría sacar algo de tiempo.
Mentí para parecer calmada e interesante, pero la verdad era que la idea de
pasar más tiempo junto a Travis me parecía excelente.
Eso me causo curiosidad. ¿Cómo recordaba el árbol si era la primera vez que
venía? Al menos eso era lo que yo suponía.
—Tiene más de cien años… Y todas las promesas de amor en el mundo que
podrías imaginar.
—Sí.
—Nutrientes, creo…
—Creo… Que quizás este árbol se nutre del amor de todos aquellos que
vienen a escribir en sus hojas. No vayas a pensar que soy cursi por favor.
Realmente sí sonaba un poco cursi, pero no por eso dejaba de ser interesante
su teoría. No pensaba que los reporteros de historias sociales fueran tan profundos,
fue una agradable sorpresa.
—El amor… ¿Y si acaso esas promesas no fueron más que eso? Palabras
vacías que nunca llegaron a hacerse realidad.
Corté de forma tajante, más que una respuesta era una prueba.
—Las promesas de amor son solo tan fuertes como el corazón que las
respalda… De todos los años en que los miles de personas han venido a hacer una
promesa, al menos una sola de ellas debe haber cumplido con lo que prometieron.
Es un triunfo.
Sus ojos eran marrones como las hojas de otoño que tanto amaba ver caer.
Travis alcanzó una de las escaleras que no habían recogido del parque, era la
única forma de alcanzar las hojas del árbol. Trepó rápidamente por los escalones y
llego al tope. Sacó de sus bolsillos un lapicero, tomó una hoja entre sus manos y
cerró los ojos. Luego de unos segundos empezó a escribir sobre la hoja. Cuando
hubo terminado bajo de la escalera y se detuvo frente a mí.
—Al menos no me dolió… ¿Se supone que la hoja debe caer en los próximos
días verdad?
—Sí.
Caminamos hasta la salida del parque, la brisa del último día de verano traía
consigo aromas de todo tipo, perfume de flores que se mezclaba con el smog de los
autos. Una combinación extraña.
—Willheim es un buen chico, por su corazón. No tiene nada que ver que sea
un héroe, o que sea guapo, no… Lo que más me gusta de él es su nobleza.
—Tienes razón, Willheim es un buen chico. Nada que ver con esos típicos
príncipes azules presumidos y clasistas…
Ella me devolvió una sonrisa indicando que no podía estar más de acuerdo
con mi argumento. Yo la veía como mi hermana menor, éramos muy parecidas en
todo.
Dejé el libro sobre la cama, le quité con mucho cuidado el gorro que usaba
para cubrir su cabeza y empecé a peinar delicadamente su cabello, el poco que aún
permanecía en su cabeza.
—Ya verás que en menos de lo que esperas estaremos viajando a New York,
recuerda que iremos a conocer la estatua de la libertad…
—¿Dime?
Hope se giró hacia mí y me rodeo con sus brazos. Su mirada a pesar de lucir
cansada y ojerosa, refulgía con un hermoso brillo de felicidad y esperanza. Ella
siempre encontraba la forma de enseñarme grandes lecciones, como por ejemplo
estar agradecida por las pequeñas cosas, y por seguir con vida. Le abracé con la
misma fuerza que ella me transmitía, por un segundo todo estaba bien.
—Ver caer las hojas, los colores, el aroma a tierra mojada… Y los cambios…
—¿Cambios?
Estábamos tan distraídas riendo que no nos dimos cuenta de que no éramos
las únicas que habían acudido a la sombra del árbol para descansar y disfrutar de
su magnífica e imponente presencia.
—¿Y quién es esta pequeña princesa? Hola, ¿de qué cuento de hadas
escapaste?
—¡Soy Hope!
—No, solo quería dar un paseo y tomar un poco de aire fresco… ¿Y ustedes?
—Me gusta mucho el color de las hojas, es marrón, como mi cabello… Antes
que se me cayera por la quimio.
Recogió una de las hojas que había caído desde la copa del viejo Sherman, la
dobló con cuidado y la coloco delicadamente tras su oreja, como si de un adorno
de flores se tratase.
—¡Ah! No pensé que realmente pudieras ser más hermosa de lo que ya eras
antes. Pero me equivoque estrepitosamente. ¡Mírate!
—Eres bueno con los niños y los reportajes. ¿Qué otra cosa debería saber de
ti?
—Eres gracioso, y guapo… ¡Te pareces a Willheim! ¿Verdad que sí, Dafne?
—Yo conozco al escritor, fue compañero de trabajo en el New York Post hace
unos años… ¡Voy a conseguirte una copia autografiada por él!
Nos contemplamos a los ojos por un segundo y debo admitir que me perdí
en su mirada, marrón como aquellas hojas de otoño que empezaban a caer sobre el
suelo. Debimos parecer un par de tontos, mirándonos sin decir nada hasta que
Hope decidió tomar la iniciativa.
—¿Cuál fiesta?
—Todos los años, el primer día de otoño el hospital St. Raven celebra una
fiesta de caridad para conseguir fondos, todo el dinero recabado ayuda a comprar
medicamentos y otros insumos que se necesitan para ayudar a los niños.
—¡Hope!
Apreté su mano para que cortara ya el rollo. En ese momento mi cara estaba
tan roja como un tomate. Mientras que Travis solo sonreía visiblemente divertido
por la situación que estaba ocurriendo.
—No es como ella dice, en fin, la fiesta es a las siete. Te estaremos esperando,
solo pregunta en cualquier lugar del pueblo y te dirán como llegar.
—¡Espera!
Dijo esto al momento en que colocaba una hoja tras mi oreja, similar a como
lo había hecho antes con Hope.
Mi voz sonó más risueña de lo que hubiera querido expresar y el solo asintió
sonriente. Lo dejamos atrás mientras tomábamos nuestro camino para volver a St.
Raven pero ahora, mucho más felices de lo que habíamos estado antes de llegar.
—¿De verdad crees que me queda bien este vestido? Hace un par de años
que no me lo pongo, creo que he engordado un poco…
Di una vuelta de bailarina para complacer las exigencias de Laurel y que por
fin pudiera emitir una opinión sincera de mi aspecto, el solo hecho de que me
dijera que no parecía un cerdito y maquillaje era ya un triunfo.
Laurel empezó a tomarme fotografías con su movil por un buen rato, yo solo
podía reír ante las ocurrencias de mi mejor amiga, sin embargo, ella era uno de mis
principales apoyos en la vida y en cualquier situación que se me presentara.
—¿Y tú que vas a usar para la fiesta? Estoy segura que Danny McGregor
estará allí, esta fiesta siempre termina por atraer a los cincuentones acaudalados
del pueblo…
—Lo sé, y es por eso que tengo un as bajo la manga, bueno, un vestido bajo
la manga.
—No dudo que lo sea, y tampoco que quite sus ojos de ti… Sobre todo,
porque ese escote es casi tan amplio como el agujero en la capa de ozono pero…
Está bien.
Ambas empezamos a reír divertidas por mi propio chiste malo. Me acerqué
hasta el borde de la cama y me senté junto a ella.
—¡Esto sí que está muy bien decorado! Esta vez se han superado.
—Aún recuerdo el pésimo baile del año pasado, me sorprende que esta vez
hayan aprendido de sus errores.
Hope corrió hacia nosotras antes de lanzarse a mis brazos y apretarme con
fuerza, obviamente me había extrañado mucho. Después de saludarnos con
grandes y tiernos besos en la mejilla se paró frente a nosotras e hizo una reverencia
mientras nos mostraba su vestido de princesa.
—¡Dios mío! ¡Que hermosa estas Hope! Eres la princesita más hermosa que
han visto estos ojos.
—Ya lo creo que le gusta, es que ese cabello, y esos ojos, y ese…
Y entonces arregló su escote con sus manos de forma coqueta antes de partir
al encuentro de su madurito, suspiré aliviada, así no había forma de que siguiera
pervirtiendo la mente de Hope con sus explicitas y detalladas pláticas acerca de los
chicos.
Justo cuando iba pasando frente al árbol el hombre que había estado
tomando fotografías resbalo y cayó desde la plataforma. Por suerte no era
demasiada la altura y solo terminó dándose un buen golpe contra el suelo.
—¿Por qué cada vez que nos vemos alguien siempre debe salir lastimado? Y
por alguien me refiero a mí…
—Gracias.
—Claro que vine, no me iba a perder esta fiesta por nada del mundo.
La levanto en brazos y la hizo girar por el aire mientras ella reía divertida.
Después la devolvió a su asiento y los tres nos sentamos a disfrutar del ambiente y
unas bebidas.
—¿Y qué tal le parece el pueblo hasta ahora señor Travis? ¿Lo encuentra
menos agradable y colorido que la gran manzana?
—Es como le llaman a la ciudad donde vivo. Pero créeme, no es tan bueno
eso de ser la ciudad que nunca duerme.
—Por supuesto.
—¿Escuchaste eso Dafne? ¡Willheim me llevará a New York! ¿Vamos a ir de
viaje los tres?
—Yo… Ehmm…
Hope puso sus pies sobre los de Travis para que este no perdiera el ritmo y
entonces empezaron a danzar por toda la pista. No podía decir cuál de los dos se
veía más feliz: si Travis con su sonrisa de oreja a oreja totalmente a gusto con la
situación, como si fuera la primera vez que bailara en su vida y lo estuviera
pasando a tope, o si Hope y su iluminado rostro al estar bailando con quien ella
consideraba era la personificación viviente de su héroe favorito, sin importar si le
llamaba Travis, o Willheim, ella estaba feliz y eso era lo que realmente importaba.
Me acerqué hasta ellos en la pista de baile y cada uno me ofreció una de sus
manos empezamos a danzar los tres mientras reíamos divertidos. De vez en
cuando uno erraba un paso y los otros dos debíamos apresurarnos a cubrirlo, pero
no importaba, nos estábamos divirtiendo. La gente a nuestro alrededor empezó a
observarnos y aplaudir, entonces Travis cambiaba de pareja conmigo y con Hope,
así estuvimos por un buen rato, mucha gente también empezó a imitarnos y en
unos minutos toda la pista de baile estaba llena de tríos que danzaban al suave
ritmo del vals.
—Bueno…
—Vaya, que apropiado. ¿Debo suponer que aparecieron allí por arte de
magia?
—Te juro que yo no lo hice, pero sería una lástima desperdiciar un buen
vino.
—¡Salud!
—¡Mira!
—Es hermoso…
—Eso es una mentira y lo sabes. Mira esa luna, es perfecta. No hay punto de
comparación…
Sus ojos brillaban con un resplandor más álgido que el que ofrecía la luna, y
me estaban mirando a mí. Aún no sabía bien quien era este «buen chico» que había
aparecido de forma tan repentina en mi vida, después de todo, yo era solo una
chica más. Pero en cada uno de los momentos en los que estaba junto a Travis me
sentía como la mujer más importante del mundo.
Puso su copa sobre el suelo y se recostó boca arriba cruzando sus brazos tras
su cabeza. Parecía bastante cómodo así que yo también lo imite.
—¿Ves esas estrellas allá? Se llaman Píramo y Tisbe… ¿Ves cómo están muy
cerca la una de la otra, pero sin llegar a tocarse?
—Las veo…
—¡Para nada! Una vez conocí a un fotógrafo ciego que me contó acerca de
esas estrellas… ¿Y ves ese par de allá que parecen estar bajo la luna? Son Psique y
Eros, se supone que son estrellas gemelas, pero cada vez más se alejan un poco…
Eso lo escuché cuando entreviste a un escritor que me hablo de su novia
Mishelle… Pero no importa.
Travis suspiró.
—¿Sabes? Una vez amé a una chica… Creo que es la única vez que
realmente amé a una.
—Si lo hubiera hecho yo no estaría aquí… En fin, supe que era amor desde el
primer momento en que la vi. Tenía diez años apenas, hace veinte de eso. A pesar
de no ser más que un niño pude entenderlo al instante… Solo una vez en la vida te
enamoras, pero de verdad, algunas veces amas, o sientes un cariño profundo. Pero
solo una vez en la vida te enamoras…
—Puedes apostarlo, no hubo otra cosa en mi mente por los siguientes veinte
años que no fuera su mirada… Conservo intacto el recuerdo de su rostro en mi
memoria y cuando estoy triste acudo a él… Entonces sonrió, ese es mi truco, esa es
su magia.
—Se nota que realmente amaste a esa niña… ¿no intentaste buscarla de
nuevo? Quizás esta vez pueda resultar distinto…
—Lo intenté, regresé cada uno de los años siguientes al mismo lugar. Unas
veces la veía, otras no, ella se ponía mucho más hermosa con el paso de los años.
Lo único que no cambiaba era lo que yo sentía por ella, ni la indiferencia e
ignorancia de ella hacia mí.
—¿Quieres decir que pasaste veinte años de tu vida detrás de alguien quien
probablemente no sabe siquiera que existes? Dios… No puedo discernir si eso es
romántico, tonto o muy triste.
—Quizás es una mezcla de todas, ¿pero sabes algo? Creo que volvería
hacerlo cada vez de nuevo… Además, este año me siento con suerte. Solo espero
que la magia del viejo Sherman funcione.
Travis giró su rostro hacia mí y me dedicó la mirada más tierna que haya
visto alguna vez.
—Sí… Pero no podemos tener todo aquello que queremos… Sin embargo,
así estoy bien…
—¿Segura?
—Sí.
—Dafne… Mereces que alguien te miré a los ojos y te diga que su vida ha
sido un infierno sin ti. Mereces que alguien tome tus manos entre las suyas y las
atesore como si de una reliquia se tratara. Mereces que te toquen el alma y besen tu
mente. Mereces amor, del más puro, del más real… Mereces eso.
—Gracias…
—No lo decía como una forma de hacerte sentir mejor… Era una declaración
de intenciones… Después de todo, no habría mejor lugar que este, al igual que lo
fue la primera vez…
—¿Qué?
—¡Dafne mira!
En el cielo una estrella fugaz pasó a toda velocidad dejando una estrella de
luz singular tras de ella. Era la primera vez que veía una, ¿qué suerte podía ser
como para toparme con una de esas en ese momento determinado? La respuesta
vino de la misma forma inesperada en que había surgido la pregunta: otra estrella
fugaz, luego otra, y otra, y otra… ¡Era una lluvia de estrellas!
—¡Es increíble!
Era el aliciente perfecto para el amor. De todas las cosas que podían haber
ocurrido, el cielo pudo nublarse, llover, o simplemente ninguno de los haber ido al
parque. Pero no. Todos los factores que podían haber jugado en contra de la
esperanza de Travis por mostrarme una lluvia de estrellas no lo hicieron.
—¿No vas a verla? ¡Van a pasar diez años más para que puedas volver a
verlo! Y eso contando con que todos los planetas se alineen y tengas la mejor suerte
del mundo… ¿Realmente quieres perderte este espectáculo?
—¿Cuál?
Dio un paso al frente con tanta ligereza que ni siquiera parecía que hubiera
estado lejos de mí. Cruzó sus brazos sobre mi cintura y me acercó mucho más a él.
Sus labios y los míos se juntaron, atrayéndose al instante, eran polos opuestos que
buscaban unirse a toda costa. ¿Quiénes éramos nosotros para oponernos a las leyes
de la física?
Esa noche fue maravillosa, y el viejo Sherman había hecho su magia. Una
que era intangible y ancestral, romántica, efímera… Inefable.
—¡Dios mío! Eso se escucha como algo muy hermoso. ¿Te besó justo
después de la lluvia de estrellas?
—Durante y después.
—¡Awwwww!
Hope y Laurel exclamaron al unísono, creo que en sus mentes ellas estaban
imaginando como había ocurrido ese momento.
Mentí mientras trataba de disimular el hecho de que mis mejillas estaban tan
rojas como un tomate. A pesar de que yo quería mantener reservado lo que había
ocurrido con Travis la noche anterior en el parque, Laurel y Hope habían estado
preguntándome con tanta insistencia que en un momento ya no pude obviar más
sus preguntas.
—¿Por qué es complicado? Creo que el amor es bastante simple, son las
personas quienes lo complican.
Por increíble y muy poco probable que sonase, ahí estaba yo: una mujer de
veintinueve años recibiendo consejos de amor de una niña de trece, que hasta
donde yo tenía conocimiento sus únicas experiencias con el amor eran las que leía.
—¿En serio?
—No, pero solo estoy tratando de motivarte. ¡Ay! No tienes nada que
perder, creo que deberías buscarle y decirle cómo te sientes… Eso no implica que
tengan que empezar a salir o ser pareja. Solo vas a decirle como te hace sentir y
preguntarle de que forma él te ve a ti. ¿Qué es lo peor que podría pasar?
Me dejé caer sobre la cama y suspiré con fuerza. Debía valorar los pros y los
contras de atreverme a confesarle a Travis que me sentía atraída por él. Pero
simplemente no era tan sencillo como ellas lo planteaban. Mi corazón había estado
cerrado por tanto tiempo que ya me había acostumbrado a no sentir nada por
nadie, salvo el cariño verdadero que tenía por Laurel y Hope, pero en cuestiones
románticas debo admitir que mis sentimientos habían sido clausurados desde hace
mucho.
Entonces, de la nada aparecía este hombre magnifico. Desbalanceando mi
mundo y cautivándome con su sonrisa.
Travis Spencer era ese hombre que todas las mujeres soñamos tener a
nuestro lado algún día. Y al parecer ese día parecía muy cercano en mi calendario.
Aún no terminaba de entender que podía ver alguien como el en una chica como
yo, bien, no era un monstruo, pero tampoco me consideraba Michelle Pfeiffer, no
era fea pero tampoco muy bonita. Mi cabello no era extremadamente liso, y mis
ojos destellaban como pozos de luz artificial. Mi sonrisa no valía un millón de
dólares y mi cuerpo podía definirse apenas como pasable.
—¡Sí!
—Si hay algo mejor para las penas del alma que el helado del chocolate no
quiero saberlo.
Hope que estaba sentada frente a nosotras estaba mirando detrás de mí,
parecía más preocupada en lo que fuera que hubiera del otro lado del centro
comercial que de degustar el helado.
—¿Pasa algo nena? Casi no has probado el helado ¿No te gusta? ¿Querías de
vainilla?
Yo intenté ver que era lo que la tenía tan distraída, pero a pesar de que miré
en todas direcciones no pude ver nada que pareciera extraño. Supuse que quizás
estaba pensando en otra cosa y por eso se encontraba tan distraída.
Después de diez minutos Hope volvió actuar de la misma manera que antes
pero ahora incluso se había levantado de su silla para tener un mejor ángulo de
visión.
—¿Qué dices?
Giré sobre mi silla justamente para encontrarme con una escena que nunca,
ni siquiera en mis más pesimistas ideas pensé atestiguar.
Si alguna vez en la vida deseé no haber visto algo, era esa ocasión.
Crack…
Esperaba que ese sonido que sentí en mi pecho hubiera sido solo mi
imaginación. Pero el dolor que empezaba a sentir en él era bastante real.
—Dios no…
Laurel susurró por lo bajo tan dolida como yo mientras que la pobre Hope
parecía no haberse dado cuenta todavía de lo que estaba pasando.
Crack…
Para ese momento un rio de lágrimas ya estaba corriendo cuesta abajo por
mis mejillas. No pude soportarlo más, no quería seguir siendo testigo de esa
escena… Mi corazón acababa de romperse en apenas dos segundos. Travis abrió
los ojos justo a tiempo para verme, su mirada era de sorpresa y miedo. Aquella que
en un momento me había transmitido tanta calidez y esperanza, ahora no era más
que un frio puñal que sentía clavárseme en el pecho y hacerme sentir un profundo
dolor. La mirada que había amado por recordarme al invierno ahora solo era
merecedora de mi odio y decepción.
Me dejé caer sobre una acera cercana y empecé a llorar como una
magdalena.
Y es que ese era el gran problema con el amor, podía elevarte hacia la
estratosfera en apenas un segundo, y al segundo dejar que te estrelles de lleno
contra el suelo. Y el dolor, era insoportable. Sentía como si me doliera el solo
respirar.
Iba a casarse.
—¿Por qué?
Volví a romper en llanto, pero esta vez por suerte no estaba sola. Laurel y
Hope me rodearon con sus brazos y lloraron junto a mí.
Había pasado exactamente una semana desde aquel triste día en el que
había visto como mis ilusiones románticas se hacían añicos antes de incluso
empezar. Travis era un mentiroso y probablemente un mujeriego, no podía decir
que me dolía más, si el hecho de que me hubiera mentido todo el tiempo o el hecho
de que se comportara como un idiota teniendo novia, posiblemente prometida, a
pesar de que yo no conocía a esa chica ninguna mujer merecía ser engañada ni la
segunda opción de ningún hombre.
Todos los días desde entonces Laurel traía consigo a Hope y juntas me
hacían compañía, eso era lo único que me estaba ayudando a mitigar el dolor que
sentía por dentro. Estaba intentando dejar de pensar en Travis y creo que poco a
poco iba lográndolo.
Desde mi ventana podía ver el paisaje del porche, varios árboles que
decoraban mi jardín exhibían ahora el color y follaje característico del otoño, había
llovido los últimos dos días así que todavía podía sentir el petricor del exterior. A
pesar de la sublime belleza que traía consigo esta estación yo no evitar estar
nostálgica y sensible, más aún con lo que había pasado.
Por alguna razón el otoño siempre resultaba ser la época más dura del año,
al menos para mí. Todos los años mi corazón se sentía desbordado e indeciso, pero
nunca antes como estaba sucediendo en la actualidad. Travis me había tomado por
sorpresa, ni siquiera esperaba sentirme atraída por el así que no había posibilidad
alguna de que me hubiera podido preparar contra el eventual golpe que
representaba su mentira.
Estuve sumida en una de mis depresiones diarias hasta que Laurel y Hope
hicieron su aparición esa tarde, venían cargadas con chocolates, películas
románticas, flores y muchas otras cosas que habían pensado podían hacerme sentir
mejor. Fue entonces cuando nos dedicamos a nuestra maratón de películas para
llorar, es curioso como cuando se está triste por alguna razón nos gusta ponernos
aún más tristes, supongo que nos gusta ser masoquistas en algunas situaciones
determinadas.
—¿Por qué los hombres hermosos siempre son gays o están comprometidos?
Oh, Di Caprio… Lo que te haría a ti…
Laurel tenía una fascinación por Leonardo DiCaprio así que ese día
habíamos decidido ver todas las películas donde pudiéramos darnos un gustazo
con su bello rostro. Hope también estaba muy impresionada con el hermoso
aspecto del icónico actor, así que juntas suspirábamos cada vez que aparecía en
pantalla y soltaba un agudo y romántico dialogo con su pareja de turno.
—Los chicos como ese solo existen en las películas… Míralo, es un sueño.
—Es hermoso…
—No, nada…
Entonces me dolía más verla a ella en ese estado, yo podía aceptar lo que él
había hecho, podía aprender a vivir con ello, no era la primera y ciertamente no
sería la última vez en la que alguien me decepcionara, pero ella era diferente, con
su enfermedad eran muy pocas las posibilidades de que su vida le permitiera
conocer a tantas personas como lo había hecho yo, para ella era literalmente una
cuestión de vida o muerte.
—¿Qué es eso?
—¡Dafne!
—¿Acaso…?
Hope se apresuró a asomarse a la ventana. Su rostro se iluminó por un
segundo antes de girarse de nuevo hacia nosotras.
—¡Es Travis!
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? ¿Acaso eres tan cínico como para
venir a buscar a Dafne después de lo que sucedió?
—¡Por favor! Tienen que dejarme hablar con ella. Necesito explicarle qué es
lo que pasa.
—¡No vas a ver a Dafne! Mejor te vas de aquí antes de que llame a la policía.
—Perfecto.
—¡Regresaré!
—¡Volveré a bañarte cada vez que vengas por aquí idiota!
—Se fue…
—Tranquila cariño, voy a ahuyentar a ese desgraciado cada vez que venga.
Laurel volvió a sentarse a mi lado y pasó su brazo por sobre mis hombros.
—No nena, los hombres siempre actúan como inocentes corderitos cuando
saben que han metido la pata, pero apenas se dan cuenta de que tienes un ápice de
compasión por ellos mudan de piel y se transforman en lobos. Dafne esta mejor sin
él.
—Pero…
Hope frunció el ceño, cruzó los brazos y se dejó caer pesadamente sobre la
cama de nuevo, era obvio que no le había caído nada bien mi intento por cortar el
rollo y pasar de página, ella aún creía en Travis, y buscaría la forma de hacernos
cambiar de parecer a Laurel y a mí.
Lo que había comenzado como un hecho aislado continuó repitiéndose los
días siguientes, Travis había regresado a mi casa cada uno de los días y siempre
era despachado por Laurel hecha una fiera quien últimamente se encontraba
innovando formas de hacerlo marcharse, de haberse tratado de mí creo que
hubiese desistido al primer minuto.
Ese día Laurel había tenido que trabajar tiempo extra así que no había
podido ir a mi casa, eso nos había dejado solas a mí y a Hope. Estábamos
pintándonos las unas y arreglando un poco la habitación cuando entonces
volvimos a escucharlo.
—¡Dafne!
—¡Hope no!
Le grité, pero ella no me hizo caso, estaba decidida a ser ella quien atendiese
a los gritos de Travis, salí corriendo detrás de ella pero asegurándome de que el no
pudiera verme. Hope abrió la puerta mientras yo me escondía tras la escalera de la
planta baja.
—¡Hola princesa!
—Hola…
—Vaya…
—Es una larga historia Hope… Discúlpame. Tuve que haberles dicho la
verdad desde el primer momento.
—Sí.
—Hope espera…
Pero Hope no esperó. Simplemente cerró la puerta sin decir una palabra
más. Cruzó miradas conmigo por un segundo. Pude verlo en sus ojos, el dolor de
cuando te rompían el corazón. Debía ser la primera vez que lo sentía, y sin
embargo lo manejaba mucho mejor de lo que aún yo con toda mi experiencia podía
hacerlo.
No era tristeza, simplemente decepción. Era una lástima que de todas las
cosas que pudiera experimentar en su corta vida, fuera eso lo que le tocara. Una
gran felicidad conllevaba irremediablemente a un gran dolor en algún punto.
Había llevado a Hope de vuelta a St. Raven hace un par de hora, al menos ya
parecía un poco menos triste cuando la deje en su habitación del hospital y le
prometí regresar pronto para jugar con ella. Para ese momento ya había asimilado
la respuesta que Travis le había dado a Hope, estaba aceptando la realidad. Era lo
único que podría hacer.
—Bien entonces…
Crack.
Los sonidos ahora provenían del árbol que estaba frente a mi ventana. Algo
estaba moviéndose entre las ramas. Me levanté de mi cama y encendí las luces de
la habitación para poder ver mejor que era lo que estaba sucediendo. Nuevamente
las ramas del árbol se sacudieron, ¿podría tratarse tal vez de algún animal
nocturno? ¿Un búho en busca de alguna presa quizás?
Tuve que llevarme las manos a la boca para no dejar escapar un desgarrador
grito que hubiera alertado sin duda alguna a los vecinos. Travis estaba
balanceándose muy peligrosamente sobre una de las ramas del árbol, la cual se
encontraba bastante débil y resquebrajada producto del efecto de otoño.
—¡Travis!
—¡Dios! ¿Estás bien Travis? ¡Estás loco! ¡Pudiste haberte matado! ¿Qué rayos
estabas pensando cuando subiste ahí?
—No hablar contigo es algo peor… No era una elección tan difícil.
—Eres un idiota Travis… Además, no entiendo por qué has venido hasta
aquí… No necesito explicaciones de ningún tipo.
—No, tampoco me las has pedido… Pero yo quiero hacerlo. Por favor solo te
pido que me escuches… Si después de eso aún sigues odiándome lo aceptaré y no
te molestaré de nuevo. Lo juro.
—¿Odiarte? ¡Ja! Te equivocas, eso sería darle demasiada importancia a
alguien que no la merece.
—Lo tienes.
—Sí, voy a casarme. Estoy comprometido con esa chica desde hace un año.
La última vez que vine al pueblo, de hecho. Ese día estábamos buscando su vestido
de novia. La razón por la cual voy a quedarme por todo el otoño es que mi boda se
celebra el último día. Después de eso nos iremos de luna de miel…
—Adiós…
—¡Espera! Aún no has oído todo… ¡Algo cambió dentro de mí esa noche que
nos besamos! No puedo explicártelo ahora, pero realmente pude sentirlo. Todo lo
que te he dicho en todo este tiempo ha sido verdad Dafne… Todas y cada una de
mis palabras no guardan más que mis verdaderos sentimientos. Estoy confundido
en cuanto a mi matrimonio, no puedo negar eso… Pero lo que te dije era verdad.
—No puedo decírtelo ahora… Pero debes confiar en mí. Dafne… Estoy
sintiendo algo por ti. Por favor… No me castigues con tu indiferencia.
—Porque te necesito.
Esas palabras tuvieron un efecto poderoso sobre mí. Sentí como mi corazón
se aceleraba al escuchar eso.
—¿Por qué?
—Bien…
—No lo sé… Significa que por ahora quiero que salgas de mi patio y me
dejes ir a descansar… Y tú también.
—¿Entonces…? ¿Amigos?
—Amigos…
Con Hope fue más fácil, a pesar de que ella también se había sentido herida
por la mentira, su admiración y empatía con Travis al asemejarlo a Willheim le
permitía ser más compasiva. Aún puedo recordar lo emocionada que se puso
cuando le comenté que Travis y yo volvíamos a ser amigos.
—Vale, vale sé que me tardé un poco, pero es que esa oficina de correos
tiene un servicio bastante deficiente…
—¿Lo tienes?
—Sí, te dije que lo conseguiría para ella. Nunca incumplo una promesa.
—Bien… Ya sabes cómo son las chicas en esas situaciones… Está actuando
como toda una «Noviazilla», creo que le importa más cómo va a salir la ceremonia
que cómo me siento yo. Te lo juro que a veces no entiendo a esa mujer…
Travis suspiró.
—Algún día, créeme. Cuando menos lo esperes alguien llegará y será justo
como lo has soñado todo este tiempo.
Travis rio a carcajadas y me dio un leve codazo por haber cortado la charla
sentimental. La verdad era que solo como amigos nos llevábamos bastante bien.
—No tan bien como me gustaría… Pero sigue luchando, al menos aún tiene
fuerza para eso. Creo que verte a ti la hará sentirse mejor. Por favor no lo arruines.
—Eso espero… De verdad que no sé qué más puedo hacer por ella. Te lo
juro que quisiera ser yo quien estuviera enferma y no ella, Hope no se merece algo
como eso…
Travis me dedicó una cálida sonrisa y me sentí un poco mejor, era increíble
la facilidad que él tenía para hacerme sentir bien. Era como un resplandeciente día
que nacía de su sonrisa y me envolvía con su calor y felicidad. Era difícil no adorar
a este chico.
—¿Sabes que ella siempre te compara con el protagonista de ese libro no?
Incluso ya te ha cambiado el nombre.
—Sí, me he dado cuenta de que cada vez que hablamos me llama de esa
forma…
—Según ella lo ve, eres justo como Willheim, un héroe de buen corazón
cuyo único objetivo es ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. Ella piensa
que eres un buen chico.
Después de unos cuantos minutos más de camino por fin llegamos a St.
Raven. Las enfermeras y encargadas del hospital se sorprendieron al verme llegar
con Travis. Todas ponían caras complicidad y susurraban entre ellas, supongo que
era normal, después de todo él era un hombre muy atractivo y ellas nunca me
habían visto frecuentar ese lugar acompañada de otra persona que no fuera Laurel.
Una de ellas nos guio hasta la habitación de Hope. El solo verla provoco que se me
humedecieran los ojos: estaba conectada a varias máquinas para medir su ritmo
cardiaco y otra para ayudarle a respirar, verla postrada en esa cama, de esa
forma…
Nos dijo la enfermera antes de retirarse para permitirnos estar a solas con
ella.
La niña tenía los ojos semi cerrados y parecía estar dormida, o al menos
descansando.
—Dafne…
—¡Willheim!
—No muy bien, me cuesta respirar y tengo mucho dolor… Pero al menos
me han dejado tener mis peluches y libros… ¿Ustedes son amigos de nuevo?
A pesar de que no habláramos una mirada bastó para confirmar que Travis
estaba pensando lo mismo que yo, supongo que a pesar del poco tiempo que
llevaba conociéndola se había encariñado mucho con Hope. Sus manos temblaban
ligeramente como si estuviera demasiado nervioso para controlar el involuntario
movimiento de las mismas.
—¡Ah! Sí, sí, es cierto… Esto me lo envió mi amigo desde New York. Está
autografiado y dedicado especialmente para la niña más hermosa del planeta.
Travis asintió desde la silla indicándome que él se quedaría con Hope para
que yo pudiera atender la charla con el doctor. Salimos de la habitación para tener
un poco más de privacidad, el doctor se sentó en una de las sillas de espera que se
encontraban en el pasillo y me pidió a mí también que tomara asiento.
El doctor cruzo sus manos y juntó sus pulgares antes de hablar. Como si
estuviera preparándose para dar una charla importante a sus alumnos en una
facultad de medicina.
—¿Qué? Pero si hace apenas un par de semanas estaba más sana de lo que
no la había visto en mucho tiempo, ¿cómo puede decir eso?
—Lo lamento… Le juro que hemos hecho todo lo que está a nuestro alcance
para ayudarla a mejorarse, pero nuestros esfuerzos han sido en vano hasta ahora…
—¿Va a morir?
—Hizo metástasis…
—Sonará extraño viniendo de mí, pero en estos momentos debe tener fe…
Confié en un poder superior. Quizás nos ayude más de lo que podemos esperar.
Me puse de pie y sequé las lágrimas que me corrían por las mejillas, no
quería que Travis se alarmara ni que Hope me viera así, tenía que tratar de
transmitirle la seguridad suficiente para que ella siguiera manteniendo ese espíritu
de lucha que siempre había tenido. Atravesé el umbral de la puerta con una amplia
sonrisa, aunque por dentro mi corazón lloraba desconsoladamente.
Yo estaba pasando el otoño más duro de toda mi vida. Era como si todas las
situaciones que pudieran llegar a salir mal se estuvieran juntando todas al mismo
tiempo para complicar mi existencia de formas más que creativas. Sin embargo, no
quería darme por vencida, simplemente no podía. Tenía que dar lo mejor de mí
para seguir adelante, aún tenía la esperanza de que todo mejorara.
Estaba tratando de despejar mi mente lo más posible ese día cuando recibí
una llamada que, aunque inesperada, resulto muy gratificante.
—¿Hola?
—Entonces digamos que este hombre está a las puertas del matrimonio,
pero aun no comprando su esmoquin…
Los árboles y yo éramos lo mismo, ellos dejaban caer las hojas secas, y yo,
los años de mi vida. Pueden llamarle otoño para que se escuche bonito, pero no
significa otra cosa que no sea, preámbulo de una vida triste y solitaria.
—No creo que el morado sea precisamente el color que debas llevar a tu
boda.
Travis sonrió y giró hacia mí, me abrazó con fuerza y me dio un beso en la
mejilla.
Entramos en la tienda y nos atendió una muy amable señora, apenas nos vio
Travis puso una sonrisa de complicidad, a pesar de que no sabía de qué se trataba,
estaba segura de que él estaba tramando algo.
—Ah, ¿qué tenemos aquí? Una pareja joven… ¿Están buscando algo en
específico?
—¿Qué…?
—Mi novia está un poco renuente a la idea de que falte tan poco para la
boda y aún no tenga su vestido, ni yo mi traje, pero estamos aquí para resolver eso,
¿podría buscarnos algo bien bonito para ella y un traje serio para mí?
—Eso es muy adorable, descuida querida voy a conseguir algo para que te
veas preciosa en tu día especial.
Tomó del brazo a Travis y se lo llevo con ella al otro lado de la tienda, yo
cogí el primero de los vestidos y lo alcé frente a mí para poder contemplarlo bien.
Decir que era sumamente hermoso era poco, era tan blanco como la nieve y estaba
cubierto de hermosa pedrería. Apenas lo tuve entre mis dedos sentí un escalofrió
recorrer ligeramente mi espalda y hacer que mi piel se erizase.
—¿Qué tal?
—Dafne… Estas…
—Gracias.
Respondí con la voz quebrada por la timidez que provocó aquel inesperado
pero gratificante cumplido.
—Se supone que todo se vuelve menos atractivo mientras más de cerca lo
mires… Pero tú eres la excepción a esa teoría. Podría estar aquí durante horas
mirándote y no me cansaría…
—Travis…
—No, quiero decir… ¿Cómo es posible que seas tan hermosa? Eres un
ángel…
Mi cara ya había adquirido el característico tono rojo del rubor. Las palabras
de Travis estaban haciendo que mi corazón latiera como loco. Estaba haciendo un
trabajo digno de cualquier actor de cine haciendo su papel como mi novio… ¿Lo
estaba fingiendo? En ese momento no podía discernirlo. Pero me encantaba.
Pero no sucedió.
—¿Por qué? Te ves muy hermosa con ese vestido puesto. Sería un crimen
que otra mujer lo comprase, nadie podría verse igual de preciosa como lo haces tú
con él. Acéptalo como un regalo.
—Es para ti y…
—¡Así que aquí estabas! Estuve buscándote por todo el centro cariño, no me
habías dicho que vendrías por tu traje…
La inesperada voz nos tomó por sorpresa al momento de que una hermosa
mujer apareció justo detrás de nosotros y se abrazó a la cintura de Travis.
—Holly…
—Yo…
Mis manos se cerraron con más fuerza sobre el asa de la bolsa donde
reposaba el vestido de novia que Travis acababa de regalarme apenas unos
minutos apenas, quise sacarlo de ahí y lanzárselo contra el rostro. Quería que
supiera que me estaba sintiendo como una basura.
Pero no.
Mis ojos llorosos dejaban caer lagrimas rio abajo por mis mejillas, bien
podíamos estar en otoño, pero en mi mirada se había asentado un triste invierno.
El monzón de lágrimas era indetenible, y como una precipitación de tormenta las
gotas daban de lleno contra el suelo, mojando los lugares que recorría con esos
pequeños rastros de tristeza.
Arrojé sobre uno de los muebles la bolsa con el vestido de novia sin
importarme mucho si terminaba revolviéndose o cayendo al suelo, lo menos que
quería saber en ese momento era acerca de las nupcias o de cualquier cosa que se
tratara de ello.
Pude ver a una mujer triste, derrotada. Una mujer que había sufrido
decepciones a lo largo de su vida y cuyas únicas alegrías se reducían a efímeros
momentos junto a su mejor amiga y su hermanita adoptiva del alma. Pero nunca
junto a un hombre que la quisiese… Eso no era para alguien como yo.
Me devolvía una triste mirada que de vez en vez se nublaba por la presencia
de lágrimas que se habían hecho un hogar en esos ojos tan bonitos… Estaba triste,
desilusionada y con el corazón hecho pedazos. Intentó llevar las manos hacia su
cabeza para recogerse el pelo y apartar aquel que se le enmarañaba frente al rostro
y sobre la frente, pero sus movimientos eran erráticos y carecían de cualquier tipo
de coordinación.
Con un esfuerzo sobre humano y una convicción de la cual solo los que
están agonizando pueden hacer gala logre despegar mis pies del suelo por una
fracción de segundo. ¿El resultado? Darme un golpe de lleno en el rostro que fue
apenas amortiguado por la mullida alfombra que decoraba el suelo de mi
habitación…
—Travis…
Sopla una suave brisa traída por los deseos de Eolo, en su canción de viento
acarrea susurros dulces de una historia que narran las musas y escuchan las ninfas.
El mítico ser que frente a ella se encontraba, no era otra sino Laurel la reina
de las hadas.
La reina de las hadas señala con su mano hacia el frente donde un apuesto
joven camina pensativo con la mente perdida en el recuerdo de su doncella.
—Aja, es Trav…
—¡Silencio!
—¿Vendrá esta vez? ¿Me atreveré a hablarle? Que inclemente destino aquel
que me mantiene tan cerca y a la misma vez tan lejos de mi doncella amada.
Dafne alzó su mirada para contemplar el árbol que les servía de escondite, la
luz brillante de la luna servía para iluminar a plenitud el claro del bosque donde se
encontraban en ese momento. Las hojas secas capturaban y reflejaban el
maravilloso resplandor que ofrecía el astro lunar. Sobre ellas se podían ver una
especie de glifos, runas y letras de un prehistórico alfabeto.
Laurel, la reina de las hadas revoloteaba también con sus alas separándose
lo suficiente para no tocar el suelo. De su piel se emitía un ligero resplandor
dorado, típico de todas las hadas. Dafne aguzo su mirada y entrecerró los ojos para
concentrarse en lo que Laurel acababa de señalar y que estaba a punto de ocurrir.
El par de hadas cuchicheaban entre ellas mientras que Dafne intentaba tocar
a Travis para auparlo a que le hablara a su recién llegada versión más joven, pero
le fue imposible, ella simplemente no podía tocarlo.
—¿Pero qué significa todo esto? ¿Por qué Travis está buscándome?
—Está enamorado… ¿Qué esperabas? El pobre chico viene aquí todos los
años esperando a que tan siquiera lo mires y tú nunca lo haces… Es una suerte que
no terminara como ese pobre de Píramo…
Pero resultó en vano, la chica se movía con tanta ligereza como un ciervo,
además estaba decidida a no volver atrás, probablemente temerosa de que se
tratara de algún animal feroz o alguien que pudiera hacerle daño.
—No te vayas… Por favor no…
—Por favor…
—No lo sé, creo que ha tenido momentos más tristes… ¿Recuerdas esa
ocasión?
—¿Podrás verme algún día Dafne? ¿Podrás darte cuenta de que te amo?
Quisiera que supieras que siempre he estado justo aquí, esperando por ti…
Quisiera que me notaras…
El joven Travis volvió a sollozar de forma lastimera tirado sobre las hojas, su
llanto se sentía tan real que incluso Dafne pudo sentir como su corazón se
estrujaba dentro de su pecho, le hubiera gustado reconfortar al muchacho, pero
ella era invisible para él y además no podía tocarlo.
Una fuerte brisa volvió a soplar en el claro del bosque e hizo que muchas
hojas del roble cayeran desde su copa, eran tantas que empezaban a nublar la
visión de Dafne, la brisa seguía soplando con tanta fuerza que hacía a las hojas
secas danzar a su alrededor, después de un segundo todo había desaparecido.
Le respondió Laurel la reina de las hadas mientras que Hope agitaba una
pequeña varita resplandeciente y volvía a otorgarle luz al paisaje, todo lucía
exactamente igual a lo que habían visto antes, salvo que ninguno de los jóvenes
estaba a la vista.
En el sendero del claro volvió a aparecer la joven Dafne, y al igual que el año
anterior continuaba maravillada y despreocupada. Iba de un lado a otro viendo el
hermoso paisaje de otoño cuando de pronto se fijó en las flores que estaban al pie
del roble.
—Dios mío… ¡Que flores tan hermosas! ¿Pero quién las habrá dejado en un
lugar tan solitario como este?
—Hola…
Dijo el joven Travis escondido detrás del roble. La joven Dafne se sobresaltó
y asustó un poco.
—¿Tu eres quien has traído las flores? ¿Son para mí?
—¡Sí! Yo sé que son tus flores favoritas, te he visto como las miras, y como tu
rostro se ilumina de alegría cuando sientes su olor…
—¿Me has visto? ¿Eso quiere decir que me has estado espiando? ¡Seguro
eres un maleante!…
—Dios mío… Era una maldita perra. ¿Por qué le dije eso?
—Oh querida, eso es apenas la punta del iceberg, podría estar aquí por
mucho tiempo mostrándote todo lo que ha pasado ese pobre chico y creo que
nunca terminaríamos, así que voy a acelerar un poco las cosas y mostrarte algo
muy interesante. Hope, haz lo tuyo nenita.
—¡A la orden!
—Pasaron ocho años desde lo último que viste, Travis no dejó de venir ni un
solo otoño a las faldas del viejo Sherman esperando verte a ti, y si alguna vez
llegabas a notar que él existía. No abandonó sus esperanzas en ningún momento a
pesar que siempre era un desplante diferente. De hecho…
Tenía una libreta en sus manos y estaba escribiendo algo en ella, la gente
pasaba a su alrededor pero él estaba absorto en lo que fuera que estuviera
escribiendo en ese momento.
—Bueno Dafne…
—No está hablando contigo, lo lamento, pero no puedo oírte ni verte… Solo
observa.
—… Con este se cumplen dieciocho años desde la primera vez que te vi,
aunque tú no hayas podido verme en todo ese tiempo, he seguido viniendo todos
los otoños a este mismo sitio, a la sombra del viejo Sherman esperando que esta
vez sea aquella donde por fin puedas mirarme… Se supone que la tercera es la
vencida, pero tengo mucha confianza en que la décimo octava también es muy
buena…
—… Voy… Voy a ser sincero, ya no sé qué más tenga que hacer, o si esto no
es más que una falsa esperanza a la que me estoy aferrando. Pero… Creo que esta
es mi última oportunidad… Si esta ocasión resulta como todas las anteriores y
simplemente no da resultado, creo que significará que es la señal de que debo
marcharme a New York. Pase lo que pase he decidido resguardar lo que he sentido
por ti para que nunca se pierda ni pueda olvidarlo… Encontré una representación
perfecta en las palabras del bardo del romanticismo… Mario Benedetti.
Travis se aclaró la garganta y como si fuera una respuesta silenciosa del
mundo a nuestro alrededor una suave brisa de otoño sopló con delicadeza
haciendo que las hojas del viejo Sherman se sacudieran y algunas de ellas cayeran
sobre nuestras cabezas.
—Dice…
tu mirada.
de asombro.
Travis se detuvo para tomar aire y recuperar el aliento, fue entonces cuando
levantó su mirada y una expresión de asombro y tristeza apareció en su rostro.
Con mis ojos seguí la misma trayectoria que habían dibujado los suyos solo para
darme cuenta de que lo que él estaba viendo era algo que nos rompería el corazón
a los dos.
Ahí, en el mismo sendero por donde había visto ir y venir a la joven yo,
nuevamente aparecía mi versión más joven pero no estaba sola: caminaba tomada
de la mano con otro hombre, alto y fortachón, el hombre de vez en cuando besaba
las mejillas de mi joven yo y luego sonreía.
—Robert…
Los ojos de Travis se humedecieron pero aun así no fue suficiente para que
su hermosa y cálida sonrisa disminuyera.
Travis seguía con la mirada clavada en la triste escena que tenía lugar frente
a él. Quería decirle que por favor ya no mirara, que solo estaba haciéndose daño a
sí mismo y que para mí no había significado nada.
Habrá para vivir cualquier huida y el momento de la espuma y el sol que aquí
permanecieron.
Habrá para aprender otra piedad y el momento del sueño y el amor que aquí
permanecieron.
Esta noche, otra noche tú estarás, tibia estarás al alcance de mis ojos, lejos ya de la
ausencia que no nos pertenece.
He conservado intacto tu paisaje, pero no sé hasta dónde está intacto sin ti, sin que
tú le prometas horizontes de niebla, sin que tú le reclames su ventana de arena.
Pero era inútil. Él no podía oírme, mucho menos verme. Estaba sintiendo lo
mismo que él había sentido durante dieciocho años, y en todas y cada una de las
veces que yo simplemente había pasado de él.
Una fuerte e inesperada brisa de otoño soplo en el lugar y las hojas del viejo
Sherman nos envolvieron a Hope, a Laurel y a mí… Todo se volvió oscuridad y
después de eso no había más. Esta vez Hope no movió su varita, ni aparecieron las
estrellas, ni el sol o la luna nos brindaron luz alguna. Solo quedaba la oscuridad, la
soledad.
Laurel la reina de las hadas intentó consolarme, pero yo sabía que eso no era
cierto. No era como todo el mundo quería pintarlo. Las heridas del corazón no
sanaban de esa forma, aunque pasaran miles de años. Seguiría doliendo igual que
al principio.
—¿A dónde van? Por favor no me dejen aquí… No quiero estar sola.
Les suplique a las hadas que se quedaran junto a mí, en aquella incipiente
oscuridad me sentía presa del dolor y la angustia, la soledad y la tristeza.
—Tienes que despertar Dafne… Aún tienes que enterarte de algo más.
Entonces eso era lo que había conseguido a lo largo de mis casi treinta años
de vida, dejar a un lado aquello que realmente valía la pena por considerarlo poco
más que un simple capricho y estupidez.
—Dafne… Mereces que alguien te miré a los ojos y te diga que su vida ha
sido un infierno sin ti. Mereces que alguien tomé tus manos entre las suyas y las
atesoré como si de una reliquia se tratara. Mereces que te toquen el alma y besen tu
mente. Mereces amor, del más puro, del más real… Mereces eso.
Giré la cabeza de inmediato al reconocer la voz de Travis. Entonces lo vi, de
forma traslucida diciéndome nuevamente aquellas tiernas palabras que había
dicho en la noche donde vimos la lluvia de estrellas.
—Las promesas de amor son solo tan fuertes como el corazón que las
respalda… De todos los años en que las miles de personas han venido a hacer una
promesa, al menos una sola de ellas debe haber cumplido con lo que prometieron.
Es un triunfo.
—¿Por qué?
Eso era lo que importaba, de eso se trataba todo. Mi epifanía no había sido
más que un grito desesperado para recordarme todo aquello que yo misma había
dejado atrás. Era momento de recuperar todo eso y no volver a soltarlo… Era el
momento de vivir.
—¡Dafne! ¡Dafne despierta! ¡Dafne!
—¿Qué pasó?
Travis aparcó con muy poca delicadeza en el primer sitio que consiguió y
bajo del coche y me sacó a mí también de él, empezó a caminar a toda la velocidad
que le permitían sus piernas y que además debía casi sostenerme a mí.
Susurró tan bajo que no pude ser capaz de escuchar lo que había dicho, pero
pude leer sus labios a la perfección.
«Lo siento»
Travis evitó chocarse con él y me arrastro tras de sí, alguien estaba llorando
en la habitación. Y era una voz que yo conocía bastante bien. Sus sollozos se
multiplicaban y crecían con cada segundo, pero apenas entramos a la habitación se
hizo un silencio sepulcral.
Travis parecía que estaba conteniendo las ganas de llorar en su voz. Las
luces fluorescentes del hospital estaban afectando mis ojos de increíble manera, ver
me resultaba casi imposible. Sentí como alguien me apretó en sus brazos y luego
posaba su cabeza sobre mis hombros y empezaba a llorar de nuevo. Pero esta vez
su llanto llegaba ahogado hasta mis oídos…
Laurel lloraba desconsolada y casi no podía entender sus palabras, pero hice
mi mejor esfuerzo por descifrarla.
—Dafne…
La voz apagada de Hope llegó a mis oídos y me quité a Laurel como pude.
Me abalancé sobre la cama y tomé la mano de la niña entre las mías. Estaba fría y
casi sin fuerza. No podía creerlo…
Les grité a Laurel y Travis para que me respaldaran, pero ninguno de ellos
se atrevió a hablar… Travis se mordió los labios con impotencia y apretó sus
nudillos con fuerza. Laurel volvió a romper en llanto y esta vez no hizo intentó
alguno por contenerse.
—Tia Laurel está aquí, y Willheim está aquí… Creí que tú no llegarías
pero… Estas…
El aparato al que estaba conectaba y que era usado para medir su ritmo
cardiaco empezó a emitir pitidos más prolongados. Mi corazón dio un vuelco
sobre mi pecho y pude verlo venir… Podía sentir el dolor arrastrándose desde la
profundidad de mi pecho hasta salir de golpe contra mi corazón.
—¡Hopeeeeee!
—Feliz…
Esa no fue la única noticia triste que nos sacudió durante esa semana…
Durante la tormenta que había ocurrido la noche en la que estuve inconsciente un
rayo había caído sobre el viejo Sherman… Lo extinguió.
Yo fui la única que pudo diferenciar su propia hoja de las demás, la guardé
en mi bolsillo. Tenía que hacerlo.
Sus ojos estaban tristes y llenos de lágrimas, pero a pesar de todo ello,
sonrió. Su única respuesta fue entregarme un sobre sellado y posfechado para el
día siguiente, dijo que si el próximo día su recuerdo pasaba por mi mente, aunque
fuera una sola vez que abriera el sobre. En él estaba escrito el reportaje que iba a
publicar en el New York post, el mismo día que se casaría, y por haberle inspirado
quería que tuviera una copia del mismo.
Cada otoño, sus hojas son pintadas por miles de parejas que acuden a la sombra del
árbol a formar parte de una antigua tradición: renovar sus votos, jurarse amor eterno, o
simplemente pedir por la persona que se ha adueñado de nuestro corazón.
A pesar de ser nativo de este pequeño pueblo, nunca, hasta este mismo otoño fui
participe de tan mítica y romántica tradición, no me enorgullece decirlo, pero los métodos
del viejo Sherman no eran precisamente los que yo denominaría los más efectivos para
conseguir el amor de la persona deseada.
Sin embargo, siempre debe haber una excepción que desmiente la regla, y debo decir
que en esta ocasión esa excepción no se trata de otro que su humilde servidor…
En esos dieciocho años nunca recibí una sola señal que me indicara que alguna vez
se fijaría en mí, sin embargo, y pese a cualquier fracaso que ocurriera, yo regresaba cada
uno de los otoños a New Heaven con la esperanza de que esta vez fuera distinto…
—¿Jura usted serle fiel y acompañarlo en la salud y en la enfermedad, en la
pobreza y la riqueza?
—Sí, lo juro…
—No.
—¡¿Qué?!
—¡Deténganlo!
—¡Hey! ¡Se escapa! ¡Nadie deja plantada a mi hija el día de su propia boda!
Leí nuevamente el último párrafo de lo que Travis había escrito para ver si
no me había equivocado.
Es por eso que quiero decirlo de esta forma, para que todo el mundo pueda ser testigo
y entiendan lo que yo siento:
Dafne, he estado perdidamente enamorado de ti desde que era un crio. Y ese amor no
ha disminuido ni un centímetro. Lo supe al mismo instante en que nos reencontramos de
nuevo junto al viejo Sherman.
Es por eso que, si lees esto, y aun a pesar de todo lo que ha pasado decides que
quieres cometer la locura más grande que una persona pudo cometer… Te espero allí, en el
mismo sitio…
Corrí con toda la fuerza que me daban las piernas y cruce con la velocidad
de un rayo el viejo sendero del parque hacía un enorme grupo de personas junto a
los demás árboles que habían sobrevivido a la tormenta, Sherman tristemente ya
no estaría para contemplar los sueños de amor de las parejas cumplirse producto
de su magia, pero su espíritu seguía presente en el lugar.
No entendí lo que estaba pasando hasta que un hombre vestido con un muy
elegante traje negro se dio la vuelta.
No sé si fue su sonrisa, su mirada marrón como las hojas de otoño que tanto
amaba, o el simple hecho de que él era un buen chico, lo que me hizo que toda una
gama de sentimientos que consideraba extintos renacieran de golpe en mi corazón.
—Viniste…
Todas las hojas del árbol bajo el que estábamos tenían pintadas la frase
«¿Quieres casarte conmigo?» Quise decir algo, pero estaba demasiado sorprendida
como para articular palabra alguna.
Sí.
Travis y yo nos miramos por un segundo y no hizo falta decirnos una sola
palabra. Esa mirada encerraba en ella todas las palabras de amor en el mundo,
todos los gestos de cariño y la forma de hacerle saber a alguien que querías estar
junto a ella por el resto de tu vida.
Nos besamos…
Una dulce brisa de otoño, aquella que solo sopla en el último día de la
estación a la hora correcta… Hizo bailar las hojas pintadas y estas cayeron sobre
nosotros. La promesa natural de que nuestro amor duraría para siempre.
FIN