La Insubordinacion Fundante
La Insubordinacion Fundante
La Insubordinacion Fundante
1) Los Estados son desiguales en cuanto a poder. Aunque el Derecho Internacional y los
organismos mundiales reconocen igualdad soberana formal, el hecho es que en el
tablero mundial hay potencias dominantes y Estados dominados.
2) Las potencias dominantes, al menos desde el auge del modo de producción capitalista,
procuran asentar y mantener su dominio no exclusivamente por recurso a la fuerza
bruta –militar- sino por medio de una dominación económica. Pero incluso ésta no se
muestra estable ni segura a la larga, para lo cual es preciso su complemento y
extensión: la dominación ideológica.
3) Las potencias dominantes, y es el caso sucesiva y ejemplarmente de Gran Bretaña y los
E.E.U.U. , en cuanto lograron un “umbral de poder”, se dotaron de instrumentos
proteccionistas adecuados para impedir que las mercancías más baratas de las
colonias o de los países extranjeros entraran dentro del mercado nacional. Legislaron y
gobernaron en pro de una industria nacional autosuficiente, blindada, una vez que las
dimensiones territoriales suficientes y el grado de unidad política del país estaban
garantizados.
4) El proteccionismo industrial fue, en su momento, una insubordinación frente a países
previamente mejor posicionados en el tablero mundial: Gran Bretaña frente a España,
Holanda y Francia, así como los E.E.U.U. incipientes, los de las trece colonias, frente a
Gran Bretaña. Una vez declarados en rebeldía, los países insubordinados inician un
proceso “fundante”: sientan las bases para el desarrollo industrial protegido, elevando
el nivel de vida y el desarrollo de la producción, creando la masa crítica suficiente
(demográfica, territorial, productiva) para pasar a ser, primero, soberanos y, segundo,
hegemónicos a nivel regional y quizás mundial. Para ello, el realismo político dicta la
siguiente norma: hay que predicar para los demás lo que no quieres para ti mismo.
Esta es la verdadera historia del liberalismo y del neoliberalismo: británicos y
estadounidenses fueron, en el siglo XVI y en el XIX, respectivamente, potencias que
predicaron para los demás una apertura de mercados, un liberalismo doctrinario, pero
que practicaron para ellos el más férreo de los proteccionismos.
Se quiere mantener la ficción de una “demogresca” (por emplear la expresión de Juan Manuel
de Prada) entre izquierdas y derechas cuando la verdadera lucha en la arena mundial es la que
se abre entre proteccionismo y globalismo. Esa misma lucha tiene lugar incluo en el corazón
mismo del imperio yanqui, pues ya no se da una correspondencia ni solapamiento exacto entre
“nación estadounidense” y “altas finanzas mundiales”. El propio pueblo norteamericano
alineado con Trump desea proteger su industria nacional y los puestos de trabajo productivos
frente los invisibles señores apátridas del dinero. Vivimos bajo un capitalismo de dinero
ficticio, donde la propia “deuda” es una herramienta de gestión sobre los dominados: las
deudas que tapan otras deudas son las armas para mantener a los pueblos y a las naciones
bajo la bota. Las deudas iniciales ya nunca se van a pagar, y de lo que se trata ahora es de
eliminar competidores y fraccionar naciones bajo el yugo del endeudamiento progresivo.
España lo sabe muy bien. Ya de por sí seccionada de la otra España, la americana, mucho más
grande. Ya mutilada de sus provincias africanas y de sus islas asiáticas, sigue encogiéndose y
fraccionándose. La unidad precaria del Estado que hoy llamamos España corre peligro, y la
inestabilidad institucional y territorial del país obedece a esa dominación económica, cultural e
ideológica que estamos padeciendo desde 1975.
La insubordinación fundante de España sólo podría pasar por desandar el camino perdido en
1975:
Quizá habría que empezar por crear algo así una Orden de Caballería, no andante ni
quijotesca, pero sí lo suficientemente elitista y sabia, que forme centros de contrapoder tanto
en lo económico como en lo ideológico y cultural. Centros muy pequeños pero que irradien su
luz poco a poco.