Proceso de Canonización

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PROCESO DE CANONIZACIÓN

Madre Inés de Jesús (Paulina)

8. Deseo la beatificación de sor Teresa del Niño Jesús, porque estoy cada día más convencida de que
ha sido elegida por Dios para dar a conocer en la tierra el amor que él tiene a sus pobres pequeñas criaturas y
su deseo de verse pagado por éstas con un amor tierno y filial.

La mayoría de los santos canonizados por la Iglesia son grandes lumbreras a las que sólo las almas
grandes pueden imitar. Pero las almas grandes son raras, mientras que el número de las pequeñas almas, es
decir, de las que van por un camino común y totalmente de fe es incontable. Se diría que estas almas esperan
de la “pequeña Teresa”, guía en todo y por todo a su alcance, este renovado esfuerzo de Dios por atraerlas al
amor mediante la humildad y el confiado abandono.456

14. La humildad brilló muy particularmente en ella. Su sueño fue el de llegar a hacerse tan pequeña
como para alcanzar ese ideal de infancia evangélica preconizado por nuestro Señor. “Para llegar a la cumbre
de la montaña del amor – decía – no es necesario que crezca”. Se abajó tan bajo, que logró conseguir lo que
deseaba.478

17. La devoción de la Sierva de Dios a la santa Infancia de nuestro Señor fue muy grande. Dice, en
su vida, que deseaba llevar en el Carmelo el nombre de Sor Teresa del Niño Jesús, y que se había ofrecido a
él para ser su juguetito. Al Niño Jesús dedicó una de sus más bellas poesías: “La rosa deshojada”, expresa
toda la ternura y toda la generosidad de su amor.481

25. Un día, sor María de la Eucaristía había encendido en una lamparilla casi apagada, primero su
vela, y luego, con su vela, las velas de toda la comunidad. Aquello fue para sor Teresa del Niño Jesús una
imagen de la comunión de los santos, cuyo símbolo me explicó en el decurso de una conversación
mantenida en la enfermería: “Con frecuencia – me dijo –, las gracias y las luces que recibimos se deben, sin
que nosotros lo sepamos, a un alma escondida, porque Dios quiere que los santos se comuniquen los unos a
los otros las gracias mediante la oración, a fin de que en el cielo se amen con un gran amor, con un amor
mucho más grande aún que el de la familia, aunque se trate de la familia más ideal de la tierra… Sí, una
centellita puede hacer brotar grandes lumbreras en toda la Iglesia.”496

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29. Camino de infancia espiritual

La Sierva de Dios se sintió particularmente llevada por el Espíritu Santo a seguir lo que ella llamaba
“su caminito”, deseando que fuese conocido de todos, porque era “el precepto del Maestro” y porque, para
ella, en él se hallaba toda la verdad.

Este caminito es sencillamente un camino de humildad, que reviste las características especiales del
abandono y de la confianza en Dios y remeda en lo sobrenatural todo lo que humanamente sucede en los
niñitos, que de por sí son necesitados, pobres y sencillos en todo.

Apoyaba “su pequeña doctrina”, como ella misma la llamaba, sobre la doctrina de nuestro Señor, y
hacía de estos pasajes del Evangelio su meditación preferida y sus delicias, profundizándolos
continuamente: “Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como estos niños, no entraréis en el Reino de los
Cielos.” – “Cualquiera que se haga tan poca cosa como este niño, ése es el más grande en el reino de Dios.”
– “Dejad a los niños, no les impidáis que se acerquen a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de
los Cielos.” – “Yo os aseguro; el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.” – “El más
pequeño de entre vosotros, ése es el mayor.” – “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque
has ocultado estas cosas a los sabios y a los inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, yo te
bendigo, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.” – “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo
no puede ver el Reino de Dios.”

Instruida y fortalecida con estas enseñanzas divinas, ¿cómo puede creerse, como algunas veces se ha
oído decir, que sor Teresa del Niño Jesús enseñe una piedad amanerada y fútil, una piedad infantil?

No entendía el término “niño” en el sentido estricto y literal de la palabra. A propósito de los santos
Inocentes, ella misma revela su pensamiento a este respecto: “Los santos Inocentes – dice – en el cielo no
son niños; sólo poseen los encantos inefables de la infancia. Se les representa niños, porque necesitamos de
imágenes para comprender las cosas invisibles.”

Por eso, cuando para hablar de su camino espiritual emplea términos propios de la infancia, lo hace
sólo como comparación y para mejor expresar su pensamiento.

He aquí, ahora, lo que ella entendía por “permanecer niñito” a los ojos de Dios. Cito sus propias
palabras:

“Es reconocer uno su propia nada, esperando todo de Dios, como un niñito lo espera todo de su
padre. Es no preocuparse de nada, no ganar dinero.
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“Aun en las casas de los pobres, se le da al niño lo que necesita; pero en cuanto se hace mayor, su
padre se niega ya a alimentarle, y le dice: ‘Ahora trabaja, puedes bastarte a ti mismo.’ Pues bien: yo no he
querido crecer, precisamente para no oír eso, sintiéndome incapaz de ganarme la vida, la vida eterna del
cielo. He permanecido, pues, siempre pequeña, sin otra ocupación que la de recoger flores, las flores del
amor y del sacrificio, ofreciéndoselas a Dios para su recreo.

“Ser pequeño es, además no atribuirse a sí mismo las virtudes que se practican, creyéndose capaz de
algo, sino reconocer que Dios pone ese tesoro de la virtud en la mano de su niñito para que se sirva de él
cuando lo necesite; pero es siempre el tesoro de Dios.

“Por último, es no desanimarse por las propias faltas, porque los niños caen a menudo, pero son
demasiado pequeños para hacerse mucho daño.”

El abandono

“Esperando todo de Dios, como un niñito lo espera todo de su padre”… esto fue practicado al pie de
la letra por sor Teresa del Niño Jesús, la cual se mantuvo siempre pendiente de la voluntad de Dios, e
incluso de sus caprichos, en todas las cosas; vivió “con los fijos” en Dios, interpretando la expresión de su
rostro, para adivinar lo que más le gustaba y realizarlo inmediatamente.

Panorámica de su abandono

La Sierva de Dios nos da esta “panorámica” en las siguientes líneas, que me escribió durante el retiro
para su profesión, vivido todo él en tinieblas interiores.

“Al comenzar el viaje, dije a mi divino Guía: Sabéis que deseo escalar la montaña del amor, conocéis
a quién amo y quién quiero contentar únicamente. Sólo por él emprendo este viaje, conducidme, pues, por
los senderos que él gusta de recorrer; con tal que él esté contento, yo me sentiré en el colmo de la dicha.”

Su abandono en las tentaciones

Lo revela hablando así de los desamparos a los que el Señor la somete y que ella sufre: “Si parece
que mi Jesús me olvida, pues bien, él es libre de hacerlo, puesto que no soy mía sino suyo. ¡Antes se cansará
él de hacerme esperar, que yo de esperarle!”

Ella canta:

“Es mi alegría

La santa voluntad de mi Jesús,


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Mi único y solo amor.

Así, vivo sin miedo,

Amo el día y la noche por igual.”

Su abandono en el cargo de auxiliar de maestra de novicias

Cuando la encargaron de la formación de las novicias, fue cuando más y más lo esperó todo de Dios.
Ella dice que “ante una tarea que estaba por encima de sus fuerzas”, se echa “como un niñito en los brazos
de su padre” mirándole sólo a él, y creyendo que, con sola esta mirada de amor y de confianza, Dios hará
“que su mano se encuentre siempre llena para alimentar a sus hijas”. “Entonces – añade –, sin volver
siquiera la cabeza, yo les distribuyo este alimento que viene sólo de Dios.”

Y este abandono se niña distaba mucho de ser descuido o indiferencia, pues dice también: “Después
de colocarme en los brazos de Dios, soy como el vigía que observa al enemigo desde la torre más alta de una
fortaleza, nada escapa a mis miradas.”

Fue después de haber practicado ella este abandono cuando me dijo por experiencia: “Es muy
posible permanecer ‘pequeño’ aun desempeñando los cargos más temibles y aun alcanzando una avanzada
ancianidad. Si yo viviese hasta los ochenta años, después de haber desempeñado todos los cargos posibles,
estoy segurísimas de que moriría tan pequeña como hoy”.

Su abandono en la enfermedad

En lucha con la enfermedad, me dijo: “No temo en manera alguna ni los últimos combates ni los
sufrimientos de la enfermedad, por grandes que sean. Dios me ha ayudado y conducido de la mano desde mi
más tierna infancia, cuento con él. Estoy segura de que seguirá prestándome su auxilio hasta el final. Podré
sufrir extremadamente, pero nunca tendré demasiado, estoy segura”.

Encontramos el mismo abandono en su deseo del cielo: “No deseo más morir que vivir, dijo. Es
decir: si tuviese que escoger, preferiría morir. Pero ya que es Dios quien escoge por mí, prefiero lo que él
quiere. Me gusta lo que él hace”.

Me dijo también: “En otro tiempo, la esperanza de la muerte me era muy necesaria y muy
provechosa; pero hoy es todo lo contrario. Dios quiere que me abandone como un niñito que no se preocupa
de lo que harán con él”.

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Creería haberse salido de su camino de infancia, todo él hecho de abandono y de humilde
desconfianza en sí misma, si hubiera pedido a Dios sufrimientos mayores, a pesar de sus deseos de
inmolación. “Temería – me dijo – ser presuntuosa y que tales sufrimientos se convertirían en sufrimientos
míos, que tendría que soportar sola; nunca he podido hacer nada enteramente sola”.

Ya en 1889, me había escrito: “Mi debilidad es la que constituye toda mi fuerza”.

Sencillez

En la práctica de la sencillez, que es a mi modo de ver el fruto de la humildad, la Sierva de Dios


tomaba siempre al Niño por modelo.

En su humilde confianza decía, cuando, por ejemplo, a pesar de sus esfuerzos se veía vencida por el
sueño durante la oración: “Los niñitos agradan a sus padres lo mismo dormidos que despiertos”.

Se ha criticado este pasaje de su Vida, y sin embargo, el Espíritu Santo usa el mismo lenguaje cuando
hace decir al rey profeta: “El Señor colma a sus amados por éstos como si no hiciesen nada malo”.

“Permaneciendo pequeñita – decía también –, es decir, muy humilde, no ofenderé nunca a Dios,
aunque haga pequeñas travesuras hasta mi muerte; porque los niñitos no cesan de romper, de rasgar, de caer,
a pesar de amar mucho a sus padres y no dejando de ser amados por éstos como si no hiciesen nada malo”.

Dios, que quería mantenerla en este camino de grandísima sencillez, le demostró en determinada
circunstancia que no debía salirse de él. En una época de su vida religiosa, hubiera sido su deseo imitar las
maceraciones de algunos santos. Pero le aconteció caer enferma por haber llevado, solamente por unas
horas, una crucecita de hierro; y durante el reposo obligado a que se vio sometida después, Dios la hizo
comprender que si había caído enferma por haber hecho el pequeño exceso de llevar demasiado hundida en
la carne esta cruz durante tan poco tiempo, era señal de que aquél no era su camino, ni el de las “pequeñas
almas” que un día habrían de seguir sus pisadas por el mismo camino de infancia, en el que nada se sale de
lo ordinario.

Se encontraba entonces, sin ella saberlo, en ese “estado perfecto” que describe así monseñor Gay:
“La santa infancia espiritual es un estado más perfecto que el del amor a los sufrimientos, pues nada inmola
tanto al hombre que ser sincera y pasiblemente pequeño. El espíritu de infancia mata el orgullo con mucho
mayor acierto que el espíritu de penitencia”.

Pobreza espiritual

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Como un niñito, desprovisto de todo, que no tiene nada propio, “que no gana dinero” y que sólo
cuenta con las riquezas de su padre, decía: “Estoy muy contenta de irme al cielo; pero cuando pienso en
estas palabras del Señor: ‘Vendré pronto, y traigo conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus
obras’, me digo a mí misma que Dios va a verse en un apuro, porque yo no tengo obras… Por lo tanto, no
podrá darme según mis obras. ¡Pues bien! ¡Confío en que me dará según sus obras!”

Se sentía humildemente dichosa de su indigencia espiritual, de no poder, según expresión suya,


“apoyarse en ninguna de sus obras para tener confianza”. Pensé con gran dulzura – me dijo durante su
enfermedad –, que nunca, en mi vida espiritual, había podido pagar una sola de mis deudas contraídas con
Dios, pero que esto era para mí una verdadera riqueza y una fuerza. Entonces me acordé de lo que dice san
Juan de la Cruz, y repetí, con mucha paz, la misma oración: ‘¡Oh, Dios mío, os lo suplico, pagad por mí
todas mis deudas!’”

Lo que esperaba al término de su vida

Experimentaba profundamente en su alma lo que estas disposiciones tenían de santificación y


purificación, y cómo atraerían sobre ella las misericordias divinas. Por eso, gustaba de repetir estas palabras
de nuestro Libros Sagrados: “Los pequeños serán juzgados con extrema suavidad”.

Y porque se sentía pequeña y débil, incapaz por sí misma para subir “la ruda escalera de la
perfección”, buscó el medio de llegar al cielo por un caminito apropiado a su debilidad, y halló en los brazos
de Jesús lo que ella llama su divino “ascensor: ¡El ascensor que ha de llevarme al cielo son vuestro brazos,
oh Jesús!”

Su deseo de hacer seguir “su caminito” a otras almas

Habiendo conocido por experiencia todas las ventajas y los privilegios de este caminito de sencillez
confiada que había seguido y que fue en ella mucho más notable que el amor a los sufrimientos, la Sierva de
Dios se lo enseñó a sus novicias.

Deseaba tener a su lado, en el Carmelo, a su hermana Celina, únicamente para comunicarle las luces
que recibía del cielo sobre ese punto.

Y todo esto no era todavía bastante para colmar su celo. Sabiendo que había descubierto un tesoro de
incalculable valor, deseaba compartirlo con todos.

“Muchos son en la tierra los pequeños” escribía. Y a esta multitud de “pequeños”, es decir, de almas
fieles no llamadas a andar por caminos extraordinarios, deseaba ella hacer partícipe de sus riquezas.

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Cuando supo mi intención de publicar su manuscrito, no reconoció la utilidad del proyecto más que
desde el punto de vista de dar a conocer a las almas “su caminito”.

Visión profética del futuro

“Presiento – me dijo – que mi misión va a empezar: mi misión de hacer amar a Dios como yo le amo,
de dar a las almas mi caminito”.

Y como yo le preguntase cuál era ese camino: “Es – dijo – el camino de la infancia espiritual, el
camino de la confianza y del total abandono. Quiero enseñar a las almas los pequeños medios que tan buen
resultado me han dado a mí, decirles que aquí abajo sólo hay una cosa que hacer: arrojar a Jesús las flores de
los pequeños sacrificios, ganarle con caricias. Así le he ganado yo, y por eso seré bien acogida”.

Si no deseaba las gracias extraordinarias, si quería que su vida fuese sencilla del todo, toda ella hecha
de fe, era más que nada – decía – “para que las pequeñas almas” no tuvieran nada que envidiarle.

Se le decía el 15 de julio: “¿Moriréis, tal vez, mañana, fiesta de nuestra Señora del Carmen, después
de habar recibido la Sagrada Comunión?” “¡Ah! – replicó ella –, no sucederá nada de eso, no encajaría bien
en mi ‘caminito’. ¿Me saldría de él para morir? Morir de amor después de la comunión es demasiado
hermoso para mí. Las almas pequeñas no podrían imitar eso. Es necesario que ellas puedan hacer todo lo
que yo hago.”502

30. Sor Teresa afirma que todas las “pequeñas almas”, las almas débiles e imperfectas, pueden
aspirar a convertirse en víctimas de amor. Esta facilidad se deriva, según ella, del “caminito de infancia
espiritual”.513

37. Cuando sor Teresa del Niño Jesús dice, en su Vida, que “su camino era tan recto, tan luminoso,
que no necesitaba a nadie por guía más que a Jesús”, y cuando añade que “los directores son espejos que
reflejan a Dios en las almas, pero que a ella Dios la ilustraba directamente”, no establece en principio que
Dios la ilustrase siempre directamente y que no tuviese nunca necesidad del consejo de los directores. Ella
habla de un determinado momento de su vida, en el que, efectivamente, ninguna oscuridad hacía incierto su
camino; se trata de los dos años que precedieron a su entrada en el Carmelo.529

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46. Le decían un día, al final de su vida, que era una santa. Respondió: “No, no soy una santa; nunca
he realizado las acciones de los santos. Soy un alma pequeñita a quien Dios ha colmado de gracias. Lo que
digo es la verdad, ya lo veréis en el cielo.”

En otra ocasión, le decían que era para ella un privilegio de Dios haber sido escogida para dar a
conocer el “camino de infancia”. Ella respondió: “¿Qué importa que sea yo u otra quien indique este camino
a las almas? ¡Con tal que sea conocido, qué importa el instrumento!”554

49. Un día me dijo: “En la Historia de mi vida habrá para todos los gustos, para todas las almas,
excepto para las que son llevadas por caminos extraordinarios”. ¿No es esto una prueba de que ella no era
llevada por tales caminos?557

49. “Presiento que voy a entrar en el descanso. Pero presiento, sobre todo, que mi misión va a
empezar: mi misión de hacer amar a Dios como yo le amo, de dar a las almas mi ‘caminito’. Si Dios escucha
mi deseo, pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la
tierra. Eso no es imposible, pues desde el seno mismo de la visión beatífica los ángeles velan por nosotros.
No podré gozar de mi descanso mientras haya almas que salvar. Pero cuando el ángel haya dicho: ‘Se acabó
el tiempo’, entonces descansaré, porque el número de los elegidos estará completo y todos habrán entrado en
el gozo y en el descanso… Mi corazón salta de alegría al pensar en esto”. “¿Qué camino es el que queréis
enseñar a las almas?”, le dije. “Madre mía, es el camino de la infancia espiritual, el camino de la confianza y
del total abandono. Quiero enseñarles los pequeños medios que tan buen resultado me han dado a mí,
decirles que aquí abajo sólo hay una cosa que hacer: arrojar a Jesús las flores de los pequeños sacrificios,
ganarle con caricias. Así le he ganado yo, y por eso seré bien acogida”.561

53. El lunes por la mañana, aparecieron señales de descomposición. La Sierva de Dios, aún
siguiendo bella, tenía las venas de la frente hinchadas, y los dedos en su extremidad negruzcos. No nos
extrañó, pues repetidamente durante su enfermedad, cuando las novicias le decían que sería conservada
incorrupta, ella afirmaba lo contrario y deseaba la disolución de su cuerpo, a fin de que – decía – “las almas
pequeñas no tuvieran nada que envidiarle.”572

María del Sagrado Corazón (María)


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8. Sor Teresa del Niño Jesús nos enseña a ir a Dios, por la confianza y el amor. Cuando la Iglesia
sancione este camino de confianza, que tanto bien hace a las almas, me parece que serán muy numerosas las
que vengan a alistarse bajo la bandera de sor Teresa del Niño Jesús, apóstol del amor.598

14. A propósito de sus sufrimientos, decía: “Dejad obrar a Papá Dios, él sabe muy bien lo que
necesita su pequeño bebé.” Yo le dije: “¿Luego sois un bebé?” Asumió entonces un aire lleno de gravedad, y
me contesto: “¡Sí…, pero un bebé que piensa muy profundamente! Un bebé que es un anciano”. Nunca
como en aquel momento conocí cuánta virilidad escondía su caminito de infancia, y me pareció muy justo
que se apropiase, en su manuscrito, estas palabras de David: “Soy joven, y, sin embargo, me he hecho más
prudente que los ancianos”.608

25. Explicándome su “caminito”, me dijo: “Por imperfectas que seamos, Jesús nos trasformará en
llamas de amor, con tal que lo esperemos todo de su bondad”.

Durante su enfermedad, nos dijo: “Desde niña, me han encantado estas palabras: ‘Aunque Dios me
matara, seguiría esperando en él’. Pero he tardado mucho tiempo hasta situarme en este grado de abandono.
Ahora ya estoy en él… Dios me ha tomado y me ha puesto en él”.

En este sentimiento de confianza absoluta, y no en la pureza de su corazón, fundaba ella sus


esperanzas. Me escribió: “Si todas las almas débiles e imperfectas como la mía sintieran lo que siento yo, ni
una sola perdería la esperanza de llegar a la cumbre de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes
obras, sino abandono y agradecimiento”.613

 28. Deseaba amar a Dios como nunca había sido amado; y sintiéndose impotente para realizar sus
inmensos deseos, se hizo pequeñita, a fin de que el Señor, movido a piedad, la tomase en sus brazos y la
llevase él mismo hasta las cumbres.615

46. “Mis deseos de martirio no son nada; a decir verdad, son esas riquezas espirituales – y así pude
llamárselos – que le hacen a uno injusto cuando se descansa en ellas con complacencia… Estos deseos son
un consuelo que Jesús concede a veces a las almas débiles como la mía… ¡Ah, sé que no es esto, en manera
alguna, lo que agrada a Dios en mi pequeña alma. Lo que le agrada es verme amar mi miseria y mi
pobreza!”

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“Rogad por la pequeña caña, tan débil, que está en el fondo del valle; el menor soplo la hace
doblegarse. Pedid que vuestra hijita sea siempre un granito de arena, muy oscuro, muy escondido, que solo
Jesús pueda verlo, que se haga cada vez más pequeño”.

“Jesús se complace en enseñarme el único camino que conduce a esta hoguera del amor: ‘Si alguno
es pequeñito, que venga a mí’, dijo el Espíritu Santo. Y dijo también: ‘La misericordia se concede a los
pequeños.’ ¡Ah, si las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas,
el alma de vuestra pequeñita Teresa, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cumbre de la montaña
del amor!”629

Genoveva de Santa Teresa (Celina)

8. Deseo la beatificación de sor Teresa del Niño Jesús únicamente para que su manera de ir a Dios, o
por mejor decir, para que “su caminito” sea también beatificado, y seguido, por consiguiente, con toda
confianza por la muchedumbre de almas que se sientan llevadas a él.644

14. La humildad, sobre todo, alcanzó en ella los últimos límites; y precisamente para ser más
humilde y más pequeña, siguió el “caminito de la infancia espiritual”, o más bien, este camino fielmente
seguido fue el que la hizo humilde y sencilla como una niña pequeña.654

17. La Sierva de Dios amó muy especialmente el misterio del pesebre. Allí fue donde el Niño Jesús
le comunicó todos sus secretos sobre la sencillez y el abandono. De niña, se preparaba cuidadosamente a la
fiesta de Navidad con una novena de sacrificios.

En el Carmelo, se ocupó con tierna piedad de una estatua del Niño Jesús, que hermosea en el
claustro. La rodeó siempre de las flores que les gustan a los niños, alegres y frescas. Su mayor dicha era
adornarla con flores campestres.

Cantó la “sagrada pequeñez” en poesías desbordantes de fe y amor.

El nombre de Teresa del Niño Jesús, que se le había dado desde la edad de los nueve años, cuando
manifestó sus deseos de ser carmelita, fue para ella una perpetua actualidad, y se esforzó por merecerlo
constantemente. Solía hacer esta oración: “¡Oh, Niñito Jesús, mi único tesoro! Me abandono a tus divinos

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caprichos. No quiero otra alegría que la de hacerte sonreír. Imprime en mí tu gracia y tus virtudes infantiles,
a fin de que el día de mi nacimiento en el cielo los ángeles y los santos reconozcan en mí a tu pequeña
esposa: Teresa del Niño Jesús”. Estas “virtudes humildes” que Teresa deseaba poseer fueron, mucho antes,
la admiración del austero san Jerónimo, quien no fue por eso tachado de puerilidad.659

23. Aunque la Sierva de Dios marchó por un camino de confianza ciega y de total abandono, al que
llamaba “su caminito” o “camino de la infancia espiritual”, nunca descuidó la cooperación personal, incluso
concediendo a ésta una importancia como para llenar toda su vida de actos generosos y constantes. Así lo
entendía ella, y así se lo enseñaba a cada paso a sus novicias.671

23. “Hay que hacer todo lo que está en uno, dar sin cuento, renunciarse a sí mismo constantemente;
en una palabra, probar su amor con todas las buenas obras que están a nuestro alcance. Pero como, a decir
verdad, todo eso es poca cosa…, es necesario, después de haber hecho lo que creemos que debemos hacer,
confesarnos siervos inútiles, esperando, sin embargo, que Dios nos dé, por gracia, todo lo que deseamos.
Esto es lo que esperan las pequeñas almas que corren por el camino de la infancia: digo ‘correr’, y no
‘descansar’”.672

25. Cuando se la encargó del noviciado, comprendiendo que no podía hacer nada por sí misma, se
colocó en los brazos de Jesús: “Ya veis – dijo – que soy demasiado pequeña para alimentar vuestras hijas. Si
por medio de mí queréis darles lo que les conviene, llenad mi manita. Y nunca – añade – resultó fallida mi
esperanza; mi mano se encontró llena cuantas veces fue necesario”.676

27. Si bien sor Teresa del Niño Jesús practicó todas las virtudes de un modo excepcional, la que más
brilló en ella y la caracterizó fue la caridad para con Dios. El amor fue el objetivo de toda su vida y el móvil
de todas sus acciones. Además, el amor revistió en ella un aspecto particular, que consistió en un
extraordinario abandono en Dios, a lo que llamaba su “caminito”.677

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27. Siempre con la misma idea de no desagradar a Dios, deseó permanecer niña: porque así como las
pequeñas travesuras de los niños no contristan a sus padres, del mismo modo, las imperfecciones de las
almas humildes no pueden ofender gravemente a Dios.678

29. En el Carmelo, su confianza en la oración se fue acentuando cada vez más. Ponía en ella una
audacia santa. Me decía que en la oración hemos de imitar a los tontos, que no saben dónde parar sus
demandas y las reiteran sin tener en cuenta alguna las conveniencias, solicitando a veces cosas que ni se le
pasaría a uno por las mientes concederles y que, sin embargo, se les concede por tener paz. Hay que decirle
a Dios: “¡Sé muy bien que jamás seré digna de lo que espero, sin embargo os tiendo la mano como una
pequeña mendiga, y estoy segura de que me escucharéis, pues sois tan bueno!”

La Sierva de Dios empleó este género de oración para aventurar sus temerarios deseos de santidad.
Escribe: “Lo que me disculpa es que soy una niña. Los niños no reflexionan sobre el alcance de sus palabras.
Sin embargo, sus padres, cuando ocupan un trono, se dan prisa en acceder a los caprichos de sus
pequeñuelos, a quienes aman más que a si mismos”.682

31. Su amor a Dios Padre llegaba hasta la ternura filial. Un día, durante su enfermedad, al hablar de
Dios le aconteció tomar una palabra por otra y le llamó “Papá”. Nosotras nos echamos a reír pero ella, muy
emocionada, replicó: “¡Oh, sí, Dios es verdaderamente mi ‘Papá’! ¡Y qué dulce me resulta darle este
nombre!”686

38. El conjunto de su doctrina espiritual y de sus enseñanzas se resume en lo que ella llamaba “su
caminito de infancia”. Este camino se reduce, a lo que me parece, a dos conceptos fundamentales: el
abandono y la humildad. Yo lo he estudiado particularmente bajo este último aspecto, que fue el que más me
impresionó en las instrucciones de sor Teresa del Niño Jesús a sus novicias. “Para andar por el caminito –
declaraba – hay que ser humilde, pobre de espíritu y sencillo”.

En las instrucciones particulares que daba a cada una de las novicias, siempre se volvía a lo mismo: a
la humildad. El fondo de sus aleccionamientos era enseñarnos a no afligirnos cuando comprobábamos ser a
flaqueza misma, sino más bien a gloriarnos de nuestras debilidades. “Debierais alegraros de caer – me dijo
un día –, porque si en el caer pudiera no haber ofensa de Dios, deberíamos hacerlo intencionadamente, a fin

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de humillarnos. Pretendéis subir a una montaña, pero el Señor quiere haceros bajar al fondo de un valle,
donde aprendáis el desprecio de vosotras mismas”.

En efecto, en lugar de excusarse por sus imperfecciones, se servía de ellas para abogar por su causa,
para demostrar a Dios cuán necesitada estaba de su ayuda divina.

Véase lo que escribe: “Me confío a Jesús, le cuento detalladamente mis infidelidades, pensando, en
mi temerario abandono, conquistar así más dominio, atraer más plenamente el amor de aquel que no vino a
llamar a los justos, sino a los pecadores”. En este sentido, canta:

“Mi paz es ser pequeña, permanecer pequeña,

Así, si alguna vez en el camino caigo,

Me levanto en seguida,

Y mi Jesús me coge de la mano”.

Era costumbre suya clasificarse entre los débiles, de ahí vino el apelativo de “almas pequeñas”.

Poco antes de su muerte, el 7 de junio de 1897, me escribió este billete: “Coloquémonos


humildemente entre los imperfectos, estimémonos como “almas pequeñas” a las que Dios ha de sostener a
cada instante. Cuando él nos ve bien convencidas de nuestra nada, nos tiende la mano; si queremos, sin
embargo, tratar todavía de hacer algo grande, aunque sea bajo pretexto de celo, Jesús nos deja solas”.

Como los niños pequeños que no poseen nada propio y dependen absolutamente de sus padres, ella
quería vivir al día, sin hacer provisiones espirituales.

Sintió siempre el atractivo de esta completa indigencia. A los dieciséis años, en 1889, me escribía
hablando de sí misma: “El ‘grano de arena’ quiere poner manos a la obra sin alegría, sin animo, sin fuerzas,
y todos estos títulos le facilitarán la empresa”.

Un día en que, viéndola tan delicada par con Dios, me quejaba de no serlo como ella, me hizo hacer
esta oración: “Dios mío, os doy las gracias por no tener un solo pensamiento delicado, y me alegro de verlos
en las demás”.

Le expresaba una vez mi deseo de saber de memoria los textos de la Sagrada Escritura, y ella me
dijo: “¡Ah! ¿De modo que queréis poseer riquezas? Apoyarse en eso es apoyarse en un hierro candente:
queda siempre una pequeña marca”.

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En 1896, siendo yo novicia suya, recibí este billete, como de parte de la Santísima Virgen: “Si te
avienes a soportar en paz la prueba de no complacerte a ti misma, darás a Jesús un dulce asilo. Es verdad
que sufrirás, pues estarás a la puerta de tu propia casa; pero no temas, cuanto más pobre seas, más te amará
Jesús”.

El 25 de abril de 1893, me escribió una carta en la que comparando a nuestro Señor con la flor de los
campos y al alma con la gota de rocío, dice: “¡Dichosa gotita de rocío, que no eres conocida más que de
Jesús! No envidies al claro arroyo…, su murmullo es muy dulce, pero las criaturas pueden oírlo, y, además,
el cáliz de la flor de los campos no podrá contenerlo. Para ser solo de Jesús, hay que ser pequeño como un
gota de rocío. ¡Oh, qué pocas almas hay que aspiren a permanecer así de pequeñas! El río y el arroyo – dicen
ellas – ¿No son, acaso, más útiles que la gota de rocío?... Sin duda, estas personas tienen razón…, pero ellas
no conocen a la ‘Flor campestre’ que ha querido habitar en nuestra tierra de destierro… Nuestro Amado no
tiene necesidad de nuestros grandes pensamientos, de nuestras obras brillantes… No se hizo él la sencillez…
¡Qué privilegio sentirse llamada a ser una gotita de rocío! ¡Pero para responder a este privilegio es necesario
permanecer sencilla!”705

44. Un día, durante su enfermedad, le decíamos: “¿Tendremos tal vez, en el momento de vuestra
muerte, una visión celestial para consolarnos?” Ella replicó vivamente: “¡Oh, no, nunca he deseado para mí
gracias extraordinarias, no es ése mi ‘caminito’. Ya os acordáis que siempre he cantado:

Yo sé que en Nazaret, Virgen llena de gracia,

Viviste pobremente sin ambición de más.

Ni éxtasis, ni raptos, ni milagros

Tu vida hermosearon, ¡Reina de los electos!”724

46. En otra ocasión, le dije: “Me encuentro en una disposición de espíritu en la que me parece que ya
no pienso”. “No importa – me contestó –. Seréis dichosa mientras seáis humilde. Sois pequeñita, acordaos
de esto; y cuando uno es pequeñito, no tiene grandes pensamientos: Dios adivina los grandes pensamientos y
los hallazgos ingeniosos que desearíamos tener, él es un padre y nosotros unos niños pequeños.”734

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49. Su vida tenía que ser sencilla y simple para servir de modelo a las “almas pequeñas”. Un día en
que nuestra venerable Madre fundadora le dijo unas palabras totalmente conformes a las necesidades de su
alma en aquel momento, la Sierva de Dios quiso saber en virtud de qué revelación recibida le había dicho
aquello la Madre Genoveva. Esta le aseguró no haber tenido revelación alguna. La Sierva de Dios dijo a este
propósito: “Entonces mi admiración subió de punto al ver en qué grado eminente Jesús vivía en ella, y la
hacía obrar y hablar. ¡Oh, esta santidad me parece la más verdadera, la más santa, y la que yo deseo para mí,
pues en ella no se halla ilusión alguna!”

Repetía con frecuencia que deseaba permanecer pequeña, a fin de que las almas débiles, viendo en
ella un amor a Dios fácil de realizarse, no se amedrentasen en el camino del bien. Por eso dijo, al final de su
existencia: “que en su vida todo tenía que ser muy ordinario, y que de ella solo se encontrarían los huesos,
para que las almas pequeñas no tuvieran nada que envidiar en ella.”736

49. La oí prometer, muchas veces, y en formas muy variadas que “haría caer del cielo una lluvia de
rosas”. La oí expresar su deseo y su certeza de hacer el bien después de su muerte, describiendo en qué
consistiría ese bien y los medios que emplearía para llevar las almas a Dios, es decir: enseñándoles su
camino de confianza y de total abandono.

Incluso nos prometió, a nosotras, sus novicias, no dejarnos en error si su camino fuera falso, sino
venir a desengañarnos. A esta última promesa se han referido las palabras que la Sierva de Dios dijo en una
aparición a la reverenda Madre Carmela de Gallípoli: “Mi camino es seguro, no me he engañado
siguiéndolo.”739

49. La Sierva de Dios preveía que después de su muerte no se encontraría casi nada de ella. Como yo
le dijese: “¡Habéis amado tanto a Dios! Él obrará por vos maravillas, volveremos a encontrar vuestro cuerpo
incorrupto”, ella replicó vivamente: “¡Oh, no esa maravilla no! Sería salirme de mi caminito de humildad; es
necesario que las almas pequeñas no tengan nada que envidiar en mí. Preparaos a no encontrar más que mí
esqueleto”. Lo cual fue comprobado en el día de su exhumación.740

52. En cuanto a sus obras, no hacía ningún caso de ellas, y decía humildemente, con la gracia
encantadora que le era habitual: “Mis protectores en el cielo son los que lo han robado, como los santos
Inocentes y el buen ladrón. Los grandes santos lo ganaron por sus obras; pero yo, que no soy más que un

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alma pequeñísima, quiero obtenerlo por la astucia, una astucia de amor que va abrirme la entrada a mí y a
los pobres pecadores. El Espíritu Santo es quien me anima a ello, puesto que dice en los Proverbios: “¡Oh,
pequeñín, ven, aprende de mí la astucia!” (Prov. 1, 4)

Pero aun afirmando que no tenía obras, nos dijo que “desde la edad de tres años, no había negado a
Dios cosa alguna”. Yo exclamé: “¡Ya veis que sois una santa!” “¡No – respondió con viveza –, no soy una
santa, nunca he realizado las acciones de los santos! Soy un alma pequeñita a quien Dios ha colmado de
gracias… ¡en el cielo veréis que digo la verdad!”

En cierta ocasión, me dijo: “Nuestro Señor respondió en otro tiempo a la madre de los hijos de
Zebedeo: ‘Estar a mi derecha y a mi izquierda pertenece a aquellos mi Padre se lo ha destinado’. Me figuro
que estos puestos de elección, rehusados a los grandes santos, a los mártires, serán el patrimonio de los
niñitos”.

Y como yo acababa de citarle las palabras de un santo: “Aunque hubiese vivido largos años en la
penitencia, mientras me quedase un cuarto de hora, un soplo de vida, temería condenarme”, ella replicó
inmediatamente: “Pues yo no puedo compartir ese temor; soy demasiado pequeña, los niñitos no se
condenan”.

Esta alma, que era, por elección, pequeñísima y jovencísima, poseía, no obstante, la madurez de un
anciano, que iba subiendo, sin aparentarlo, el áspero camino del calvario.744

Francisca Teresa (Leonia)

8. Deseo ardientemente el éxito de su proceso de beatificación. Pero no es porque sea mi hermana ni


porque yo la ame como a tal; es porque así Dios será más conocido y mejor amado, por haber demostrado
con las obras sor Teresa del Niño Jesús lo que nuestro Señor recomienda en el Evangelio: “Quien se haga
pequeño como este niño, ése será el más grande en el reino de los cielos”.762

31. La piedad de Teresa era iluminada, simple, amable, sin afectación, indiscutible: iba a Dios con la
ingenuidad y el candor de un niño que se echa en los brazos de su padre.772

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31. He aquí un pasaje de la carta que Teresa me escribió. La Sierva de Dios comenta en ella este
texto del Cantar de los Cantares: “Heriste mi corazón con un cabello de tu cabeza” (4,9). “¿Cómo no
aprovecharnos de los amorosos anticipos que nos da nuestro Esposo, nosotras que vivimos en la ley del
amor?... ¿Cómo temer a quien se deja prender en uno de los cabellos que vuelan sobre nuestro cuello?
Sepamos, pues, retener prisionero a este Dios que se hace mendigo de nuestro amor. Al decirnos que es un
cabello lo que puede obrar este prodigio, nos manifiesta que las más pequeñas acciones son las que cautivan
su corazón… ¡Ah, si hubiese que hacer grandes cosas, cuánto se nos debiera compadecer!... ¡Pero qué
felices somos, puesto que Jesús se deja encadenar por las más pequeñas!”772

38. En apoyo de lo que acabo de decir acerca de la prudencia de sus consejos y de su doctrina, no
puedo hacer cosa mejor que citar este bello pasaje de nuestro Santísimo Padre Benedicto XV. El 17 de mayo
de 1913, cuando todavía era arzobispo de Bolonia, escribió con motivo de una edición italiana de la vida de
sor Teresa del Niño Jesús: “Parece como si esta piadosa discípula del Carmelo haya querido persuadirnos de
la facilidad de alcanzar la perfección cristiana; por eso, precisamente, insiste en señalarnos ‘su caminito de
infancia espiritual’. Nada debería resultarnos más fácil que la confianza, a la manera de los niños, o el total
abandono en los brazos de Jesús. Es dulce para nosotros acogernos a la esperanza de que el ejemplo de
Teresa del Niño Jesús será útil a los fieles de nuestra diócesis, ya que a través de una santa sencillez ella
alcanzó las cumbres de la perfección”.775

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