Filipenses 4
Filipenses 4
Filipenses 4
1T 32
DMJ 18;
FE 208;
Apartaos de las compañías perjudiciales. Calculad el precio de seguir a
Jesús y hacedlo con el decidido propósito de purificaros de toda inmundicia
de la carne y del espíritu. La vida eterna vale todo lo que poseéis y sois, y
Jesús ha dicho: “Cualquiera de vosotros que no renuncia a todas las cosas
que posee, no puede ser mi discípulo”.
Aquel que no hace nada, sino solamente espera ser compelido por
algún instrumento sobrenatural, seguirá esperando en el letargo y
la oscuridad. Dios ha dado su Palabra. Dios habla a vuestra alma
en lenguaje inconfundible. ¿No basta la palabra de su boca para
mostraros vuestro deber e impulsaros a cumplirlo?
Los que humilde y piadosamente escudriñan las Escrituras para
conocer y hacer la voluntad de Dios, no dudarán de sus obligaciones
hacia Dios. Porque “el que quisiere hacer su voluntad, conocerá de la
doctrina”. Si queréis conocer el misterio de la piedad, debéis seguir la
sencilla palabra de verdad, haya o no sentimiento o emoción. La obediencia
debe basarse en principios, y lo recto ha de seguirse bajo todas las
circunstancias. Este es el carácter elegido por Dios para salvación. La
prueba de un cristiano genuino se da en la Palabra de Dios. Jesús dice: “Si
me amáis, guardad mis mandamientos”.
“El que tiene mis mandamientos, y los guarda, aquél es el que me ama; y el
que me ama, será amado de mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a
él. ... El que me ama, mi palabra guardará; y mi
[225] Padre le amará, y vendremos a él, y haremos con él morada. El que
no me ama, no guarda mis palabras: y la palabra que habéis oído, no es mía,
sino del Padre que me envió”.
He ahí las condiciones de acuerdo con las cuales toda alma será
elegida para vida eterna. Vuestra obediencia a los mandamientos
de Dios evidenciará vuestro derecho a una herencia con los santos
en la luz. Dios ha escogido cierta excelencia de carácter y todo
aquel que, por la gracia de Cristo, alcance la norma por él requerida,
tendrá amplia entrada en el reino de gloria. Todo aquel que quiera
alcanzar esta norma de carácter tendrá que hacer uso de los medios
que Dios ha provisto para dicho fin. Si queréis heredar el reposo
perdurable prometido a los hijos de Dios, tendréis que llegar a ser
colaboradores de Dios. Sois elegidos para llevar el yugo de Cristo,
vale decir, llevar su carga, cargar su cruz. Tenéis que ser diligentes en
“hacer firme vuestra vocación y elección”. Escudriñad las Escrituras
y veréis que no se elige a ningún hijo o hija de Adán para que sea
salvo si desobedece a la ley de Dios. El mundo invalida la ley de
Dios; empero los cristianos son elegidos para santificación mediante
obediencia a la verdad. Son elegidos para que lleven la cruz si
quieren ceñir la corona.
La vida santificada
Hagamos de la sagrada Palabra de Dios nuestro tema de estudio,
aplicando sus santos principios en nuestra vida. Andemos delante
de Dios con mansedumbre y humildad, corrigiendo diariamente
nuestras faltas. No separemos, por un orgullo egoísta, a nuestro
ser de Dios. No acaricien ningún sentimiento de altiva supremacía,
considerándose mejor que los otros. “El que piensa estar firme, mire
que no caiga”.5 Hallarán descanso y paz al someter su voluntad
a la voluntad de Cristo. El amor de Cristo reinará entonces en el
corazón, poniendo las motivaciones secretas de la acción bajo el
dominio del Salvador. El aceite de la gracia de Cristo suavizará y
subyugará el genio precipitado, fácilmente irritable. La sensación
La verdadera conversión 71
de los pecados perdonados proporcionará esa paz que desafía toda
comprensión. Habrá una seria lucha por vencer todo lo que se opone
a la perfección cristiana. Desaparecerán todas las desavenencias. El
que antes criticaba a todo el mundo, verá que existen en su propio
carácter faltas mucho mayores.
Hay quienes prestan atención a la verdad y se convencen de que
han estado viviendo en oposición a Cristo. Se sienten condenados
y se arrepienten de sus transgresiones. Confiando en los méritos de
Cristo y poniendo por obra la verdadera fe en él, reciben el perdón [52]
del pecado. A medida que cesan de hacer el mal y aprenden a hacer
el bien, crecen en la gracia y en el conocimiento de Dios. Ven que
tienen que hacer sacrificios para separarse del mundo, y, después de
calcular el costo, consideran todo como pérdida, con tal de ganar
a Cristo. Se han alistado en el ejército de Cristo. Tienen delante
una guerra, y la emprenden animosa y alegremente, luchando contra
sus inclinaciones naturales y sus deseos egoístas y sometiendo su
voluntad a la voluntad de Cristo. Buscan diariamente al Señor para
que les dé gracia para obedecerle, y son fortalecidos y ayudados. Esta
es verdadera conversión. El que ha recibido un nuevo corazón, confía
en la ayuda de Cristo con humilde y agradecida dependencia. Revela
en su vida el fruto de la justicia. Antes se amaba a sí mismo. Se
deleitaba en el placer mundanal. Ahora su ídolo ha sido destronado y
Dios es su rey supremo. Ahora odia los pecados que en otro tiempo
amaba. Sigue firme y resueltamente por la senda de la santidad.—
The Youth’s Instructor, 26 de septiembre de 1901.
Las cuerdas de Satanás
Los rigores del deber y los placeres del pecado son las cadenas
con las que Satanás ata a los hombres en sus trampas. Únicamente
quienes estén dispuestos a morir antes que cometer un mal acto,
serán hallados fieles.—Testimonios para la Iglesia 5:50.