17 Cuentos Infantiles Cortos para Niños Con Valores (Explicados) - Cultura Genial
17 Cuentos Infantiles Cortos para Niños Con Valores (Explicados) - Cultura Genial
17 Cuentos Infantiles Cortos para Niños Con Valores (Explicados) - Cultura Genial
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Los cuentos infantiles son ideales para el aprendizaje de valores y para el desarrollo de la
imaginación, la compasión y el humor en los niños. En algunas circunstancias, necesitamos
cuentos que transmitan un mensaje de manera breve y eficaz. Conscientes de eso, compartimos
una selección de relatos cortos —tanto clásicos como contemporáneos— de diferentes tipos:
cuentos en prosa, cuentos en verso y fábulas con mensajes para toda clase de situaciones y
edades.
El duendecillo fraile es un cuento de Cecilia Böhl de Faber y Larrea, firmado con el seudónimo de
Fernán Caballero. Se trata de un relato que nos advierte sobre las personas interesadas, que
solo nos ayudan cuando esperan obtener un beneficio.
Había una vez tres hermanitas que se mantenían amasando de noche una faneguita de
harina. Un día se levantaron de madrugada para hacer su faena, y se la hallaron hecha, y
los panes prontos para meterlos en el horno, y así sucedió por muchos días. Queriendo
averiguar quién era el que tal favor les hacía, se escondieron una noche, y vieron venir a un
duende muy chiquito, vestido de fraile, con unos hábitos muy viejos y rotos. Agradecidas le
hicieron unos nuevos, que colgaron en la cocina. Vino el duende y se los puso, y en seguida
se fue diciendo:
Esto prueba, niños míos, que como el duendecito hay muchos, que son complacientes y
oficiosos hasta que logran un beneficio, y que una vez recibido, no se vuelven a acordar de
quien se lo hizo.
Ya sabemos que la col no es el alimento más popular entre los más pequeños, pero Rubén Darío
nos ayuda a explicar la importancia y dignidad que tiene la col a través de un relato cargado de
tonos míticos.
En el paraíso terrenal, en el día luminoso en que las flores fueron creadas, y antes de que
Eva fuese tentada por la serpiente, el maligno espíritu se acercó a la más linda rosa nueva
en el momento en que ella tendía, a la caricia del celeste sol, la roja virginidad de sus
labios.
—Eres bella.
—¿Pero?...
—No eres útil. ¿No miras esos altos árboles llenos de bellotas? Ésos, a más de ser
frondosos, dan alimento a muchedumbres de seres animados que se detienen bajo sus
ramas. Rosa, ser bella es poco…
La rosa entonces —tentada como después lo sería la mujer- deseó la utilidad, de tal modo
que hubo palidez en su púrpura.
El cuento breve El monólogo del mal, de Augusto Monterroso, nos hace reflexionar sobre cómo el
bien se las ingenia para mantenerse vivo, a pesar de que el mal parece enorme a nuestros ojos.
El cuento se encuentra en el libro La oveja negra y demás fábulas.
Un día el Mal se encontró frente a frente con el Bien y estuvo a punto de tragárselo para
acabar de una buena vez con aquella disputa ridícula; pero al verlo tan chico el Mal pensó:
«Esto no puede ser más que una emboscada; pues si yo ahora me trago al Bien, que se ve
tan débil, la gente va a pensar que hice mal, y yo me encogeré tanto de vergüenza que el
Bien no desperdiciará la oportunidad y me tragará a mí, con la diferencia de que entonces
la gente pensará que él sí hizo bien, pues es difícil sacarla de sus moldes mentales
consistentes en que lo que hace el Mal está mal y lo que hace el Bien está bien».
Las vacas que dan leche con sabor es un cuento del escritor contemporáneo Esteban Cabezas, y
está incluido en una antología llamada Un cuento al día, editada por el Consejo Nacional de la
Cultura y las Artes de Chile. Este relato nos hace reír con su fino sentido del humor, pues está
cargado de imágenes frescas y graciosas que los niños adorarán y que harán reír a los adultos.
Ustedes conocen esa canción de las vacas que dan leche con chocolate y leche condensada.
Bueno, hay muchos científicos que han quedado traumados desde niños intentando lograr
esto, hasta que llegó Hans Fritz Chucrut para solucionar este problema.
El profesor Chucrut investigó el tema durante muchos años, mientras destacaba por otros
inventos. Alimentó a una vaca solo con chocolate, pero no dio resultado y quedó súper
acelerada la pobre. A otra le dio kilos de azúcar, pero solo le salieron caries. A otra la llenó
de manjar hasta que se volvió vegetariana de puro odio al manjar.
Entonces pintó a una vaca de color frutilla, pero nada. Después pintó a una amarillo —por
la vainilla, no por el plátano—, pero tampoco. Entonces subió a una vaca a un helicóptero,
para ver si después daba leche batida. Pero no. La pobre vaca se mareó y nada más. La
leche salió normalita y el pobre animal no pudo pararse durante dos días. Fue entonces
que las vacas se organizaron para protestar, porque estaban aburridas de los abusos del
profesor. Y desde ese día declararon una huelga y dieron pura leche en polvo.
Gregorio López y Fuentes nos cuenta la historia de un niño que, tras irse a estudiar a la ciudad,
regresa a su tierra natal con ínfulas de saber mucho y de haber olvidado sus orígenes. Aunque
entristecidos, sus padres encuentran ocasión para hacerle reflexionar.
Tras un día de camino para encontrar al hijo que regresaba del colegio después de algunos
años de ausencia, el padre tuvo el primer disgusto. Apenas se habían saludado, el
muchacho en lugar de preguntar por su madre, por los hermanos o al menos por la abuela,
ansiosamente le dijo:
Al muchacho se le habían olvidado costumbres y hasta los nombres de las cosas que lo
rodearon desde que nació. ¡Cómo era posible que para montar pusiera en el estribo el pie
derecho! Pero el asombro del padre fue mayor cuando el chico preguntó con gran
curiosidad si aquello era trigo o arroz al pasar junto a unos campos sembrados de maíz.
La madre había preparado para su hijo querido lo que más le gustaba: atole de maíz
tierno, con piloncillo y canela. Cuando se lo sirvió, caliente y oloroso, el hijo hizo la más
absurda pregunta de cuantas había hecho:
—Al menos, si has olvidado el nombre, no has olvidado el meneadillo —dijo la madre
suspirando.
—Éste debe ser un huerto muy rico porque está cercado —dijo el conejito—. Yo quiero
entrar. Veo un agujero, pero no sé si podré entrar por él.
Sí que pudo entrar el conejito en el huerto por aquel agujero que había visto. Y una vez
dentro, se sintió feliz.
El animalito se puso a comer, y no se cansaba de comer en las berzas, en las habas y en las
coles.
Comió durante todo el día. Y así que el día llegó a su fin, dijo el conejito:
—¡Ay, madre mía! -gritó-. No puedo salir. Este agujero es demasiado pequeño. Me he
pasado el día comiendo y ahora estoy demasiado grueso. ¡Ay, que no puedo salir! Ay,
madre mía.
—¡Guau! ¡Guau! ¡Guau! -dijo—. Hoy estoy de broma y veo un conejo. Voy a bromear con
él.
—Un perro viene -dijo asustado—. ¡Un perro viene! ¡Con lo poco que a mí me gustan los
perros!
—Por aquí me escapo —dijo—. A mí no me gustan los perros. Ya estoy fuera del huerto y
lejos de los colmillos del perro. ¡Gracias a mi vista y a mis patas!
Efectivamente, cuando el perro salió por el agujero grande detrás del conejito, éste ya se
b l b d d l d i Y d l ñí di i d
El encontraba en los brazos de su madre, en la madriguera. Y su madre le reñía diciendo:
diente roto, de Pedro Emilio Coll
—Eres un conejo muy loco. Me vas a matar a sustos. ¿Qué has hecho por ahí todo el día?
Este cuento ha sido una de las obras más celebradas del escritor venezolano Pedro Emilio Coll,
Y el conejito, avergonzado, se rascó la barriga.
pues reflexiona sobre cómo la gente se engañe a sí misma por su falta de atención y por sus
prejuicios.
A los doce años, combatiendo Juan Peña con unos granujas, recibió un guijarro sobre un
diente; la sangre corrió lavándole el sucio de la cara, y el diente se partió en forma de
sierra. Desde ese día principia la edad de oro de Juan Peña.
Con la punta de la lengua, Juan tentaba sin cesar el diente roto; el cuerpo inmóvil, vaga la
mirada —sin pensar. Así de alborotador y pendenciero, tornóse en callado y tranquila.
Los padres de Juan, hartos de escuchar quejas de los vecinos y transeúntes víctimas de las
perversidades del chico, y que habían agotado toda clase de reprimendas y castigos,
estaban ahora estupefactos y angustiados con la súbita transformación de Juan.
—El niño no está bien, Pablo —decía la madre al marido—; hay que llamar al médico.
—Que su hijo está mejor que una manzana. Lo que sí es indiscutible —continuó con voz
misteriosa—, es que estamos en presencia de un caso fenomenal: su hijo de usted, mi
estimable señora, sufre de lo que hoy llamamos el mal de pensar; en una palabra, su hijo
es un filósofo precoz, un genio tal vez.
Parientes y amigos se hicieron eco de la opinión del doctor, acogida con júbilo indecible
por los padres de Juan. Pronto en el pueblo todo, se citó el caso admirable del «niño
prodigio», y su fama se aumentó como una bomba de papel hinchada de humo. Hasta el
maestro de escuela, que lo había tenido por la más lerda cabeza del orbe, se sometió a la
opinión general, por aquello de que voz del pueblo es voz del cielo. Quien más, quien
menos, cada cual traía a colación un ejemplo: Demóstenes comía arena, Shakespeare era
un pilluelo desarrapado, Edison, etcétera.
Creció Juan Peña en medio de libros abiertos ante sus ojos, pero que no leía, distraído por
la tarea de su lengua ocupada en tocar la pequeña sierra del diente roto —sin pensar.
Pasaron meses y años, y Juan Peña fue diputado, académico, ministro, y estaba a punto de
ser coronado Presidente de la República, cuando la apoplejía lo sorprendió acariciándose
su diente roto con la punta de la lengua.
Y doblaron las campanas, y fue decretado un riguroso duelo nacional; un orador lloró en
una fúnebre oración a nombre de la patria, y cayeron rosas y lágrimas sobre la tumba del
grande hombre que no había tenido tiempo de pensar.
Este hermoso cuento del uruguayo Juan José Morosoli nos recuerda que la verdadera diversión
no está en las mercancías de una juguetería. Cuando eres alegre y bien dispuesto, encuentras en
todo lo que te rodea la oportunidad de jugar. Este cuento fue publicado por primera vez en la
edición del libro Perico, 15 relatos para niños, en 1945.
Cuando mi madre estuvo grave, nosotros salimos de nuestro hogar. Mi abuela se llevó a
mis hermanos más chicos y yo fui a la casa que era la más lujosa del pueblo. Mi compañero
de banca vivía allí.
La madre de mi compañero era una señora que andaba siempre recomendando silencio.
Los criados eran serios y tristes. Hablaban como en secreto y se deslizaban por las piezas
enormes como sombras. Las alfombras atenuaban los ruidos y las paredes tenían retratos
de hombres graves, de caras apretadas por largas patillas.
Los niños jugaban en la sala de los juguetes sin hacer ruido. Fuera de aquella sala no se
podía jugar. Estaba prohibido. Los juguetes estaban alineados cada uno en su lugar, como
los frascos en las boticas.
Parecía que con aquellos juguetes no hubiera jugado nadie. Yo hasta entonces había
jugado siempre con piedras, con tierra, con perros y con niños. Pero nunca con juguetes
como aquellos. Como no podía vivir allí, mi padrino don Bernardo me llevó a su casa.
Mi padrino se levantaba a las cinco de la mañana, y comenzaba a partir la leña. Los golpes
que daba con el hacha resonaban por toda la casa. Una vaca mimosa venía hasta la puerta
y mugía apenas lo veía. Luego un concierto de golpes, balidos, gritos, cacarear y batir de
las alas, conmovían la casa. A veces al entrar en las piezas, el vuelo asustado de un pájaro
que se sorprendía nos paraba indecisos. Era una casa viva y trepidante.
La leche espumosa y el pan casero, suave y dorado, nos acercaba a todos a la mesa como a
un altar.
Las ratoneras entraban y salían por todos lados, pues allí había muchísimas.
En casa de mi padrino supe que los juguetes y los juegos que hacen felices a los niños no
están en las jugueterías.
En un pueblo muy lejano, había un joven pastor que cuidaba un rebaño de ovejas. Pero
este joven tenía una mala costumbre: engañaba a las personas del pueblo gritando:
Las personas venían a ayudarle, solo para descubrir que el joven mentía, una y otra vez.
Un día, ocurrió que el lobo se apareció entre las ovejas, y el joven pastor, desesperado,
comenzó a gritar, esta vez en serio:
—¡Es el lobo! ¡Es el lobo! ¡Está matando a las ovejas del rebaño!
Pero nadie le creyó y no recibió ayuda. Y así, el lobo se encontró a sus anchas y todas las
ovejas murieron.
El cuento sobre el zorro y la cigüeña, incluido en las Fábulas de Jean La Fontaine, enseña la
norma moral por excelencia, la llamada regla de oro: no hagamos a los otros lo que no nos
gustan que nos hagan. En otras palabras, tratemos a los demás con el respeto y la consideración
con que deseamos ser tratados. Hemos hecho una adaptación para todos.
Sucedió que un día el señor Zorro quiso dárselas de importante e invitó a comer a la
señora Cigüeña. El menú no era otra cosa que un sopicaldo, una sopa con pocos sólidos
que comer, la cual fue servida en un plato llano.
Ofendida, la señora Cigüeña decidió desquitarse por la humillación del señor Zorro, y para
ello, lo convidó a comer a su casa. El señor Zorro dijo:
A la hora de la cita, el señor Zorro se presentó en casa de la señora Cigüeña, hizo todas las
reverencias del caso y se sentó a la mesa, donde encontró la comida servida.
Así, el señor Zorro, el mismo que se daba ínfulas de importante, tuvo que regresar a casa
humillado, con las orejas gachas, el rabo entre las piernas y, claro, el estómago vacío.
Curioso, el vecino fue un día a aquel lugar para descubrir el misterio. Cuando vio que se
trataba de un tesoro, lo desenterró y se robó la pieza de oro.
Al día siguiente, el avaro encontró el agujero vacío, y se lamentaba de lo que había perdido.
—Agradece que no ha pasado nada grave. Toma una piedra, sepúltala en el agujero y haz
de cuenta de que el oro sigue allí. Da lo mismo si es oro o no, porque por tu avaricia, jamás
le ibas a sacar provecho.
Moraleja: No acumules cosas por acumularlas. Estas no tienen valor por su apariencia,
sino por su utilidad y provecho.
Concepción Arenal nos ofrece un interesante cuento rimado para explicar que el verdadero
conocimiento no provienen de atragantarse con información, sino de saber nutrir el
pensamiento. Para ello, la autora nos ofrece una genial paradoja: un hombre sobrio que come
poco pero es robusto, y un glotón que está desnutrido.
Había en un lugarón
dos hombres de mucha edad,
uno de gran sobriedad
y el otro gran comilón.
¡Miaumero! ¡Miaumero!
Una pelota roja.
Yo la quiero. Yo la quiero,
aunque me quede coja.
Yo llegaré hasta el costurero.
El costurero está muy alto.
Pero todo será cuestión
de dar valientemente un salto
aunque me lleve un coscorrón.
Saltó la gatita Mancha. Cayó dentro del costurero. El costurero, el ovillo rojo y la gatita
Mancha cayeron de la mesa y rodaron por el suelo.
Dijo la gatita:
¡Miaumiar! ¡Miaumiar!
¡Yo no puedo correr!
¡Yo no puedo saltar!
¡Yo no puedo ni un pelo mover!
¿Quién me quiere ayudar?
Mancha, Manchita,
usted está de broma.
Ahora necesita
mi ayuda, gatita, paloma.
Este ovillo
no es para una gata pequeña,
sino para una que enseña
viejo el solomillo,
vieja la nariz y aguileña.
No sabe usted
bordar ni coser,
gatita de dientes PUBLICIDAD
y uñas de alfiler.
Toda la familia de Ruizperillo rio hasta que la gatita Mancha salió de su cárcel de algodón.
Entonces, Ruizperillo dejó en el suelo su pelota de goma para que Mancha jugara con ella.
Y la gatita asustada echó a correr asustada diciendo:
La fábula de la avispa ahogada, escrita por Aquiles Nazoa, advierte a sus lectores sobre las
consecuencias del mal humor y la ira, los cuales nublan el entendimiento y causan
desorientación.
La avispa aquel día
desde la mañana,
como de costumbre,
bravísima andaba.
El día era hermoso
la brisa liviana;
cubierta la tierra
de flores estaba
y mil pajaritos
los aires cruzaban.
“Adiós”, le dijeron
unas rosas blancas,
y ella ni siquiera
se volvió a mirarlas
por ir abstraída,
torva, ensimismada,
con la furia sorda
que la devoraba.
Andando, andando
La princesita y andando
está bella,
llegaron por fin
pues ya tiene al pie
el prendedor
de
en una montaña
que lucen, conllamada
la estrella,
la montaña
verso, perla,Yo-no-sé,
pluma y flor.
y entonces dijo el más grande:
lo que debemos
Margarita, hacerla mar,
está linda
es
y elabrir aquí una cueva
viento
ylleva
quedarnos
esencia de una
sutil devez
azahar:
porque como aquí no hay gatos
tu aliento.
aquí viviremos
Ya que lejos de bien.
mí vas a estar,
guarda,
Trabaja niña,
que teun gentil pensamiento
trabaja
al que
tras deun díay te
roer quiso contar
roer
un cuento. las cuevas
agujereando
se pasaron más de un mes
hasta que una hermosa cueva
lograron por fin hacer
con kioskos, jardín y gradas
como si fuera un chalet.
Y saliendo a la pradera
le habló al Sol gritando:
José Rosas Moreno construye un hermoso relato en verso sobre el alto precio de la ignorancia y
– ¡Jeeey! usted que es tan importante
la ingenuidad. Más vale formarse e informarse para no dejarse engañar, antes que caer por
porque del mundo es el rey,
ingenuo e ignorante.
venga a casarse conmigo
pues yo soy digna de ser
la esposa de un personaje
de la importancia de usted.
Y contestó la ratica:
– Pues que le vamos a hacer…
q
Si esratoncito
Un mejor que usted
pequeño,
la nube
sin contodavía,
malicia ella me casaré
Más la nube de
al despertar al escucharla,
su sueño,
habló y leendijo
se sentó a su vez:
su cuarto un día.
– Más importante es el viento
Delante del agujero
que al soplar me hace correr.
sentado un gatito estaba
– Entonces
y con – dijo la rata-
tono zalamero
entonces ya sé que
así al ratoncito hacer
hablaba:
si el viento es más importante
—Sal, querido ratoncillo,
voy a casarme con él.
que te quiero acariciar,
Mas la voz
te traigo unronca
dulcedel viento
exquisito
se
queescuchó
te voy apoco después
regalar.
diciéndole a la ratona:
—Tengo un azúcar muy buena,
– Ay Hortensia, ¿sabe usted?,
miel y nueces deliciosas...
mejor que yo es la montaña
si sales, a boca llena
aquella que allí se ve-
podrás comer de mil cosas.
porque detiene mi paso
El ratoncillo
lo mismo queignorante
una pared.
del agujero salió;
– Si mejor es la montaña
y don gato en el instante
con ella me casare-
a mi ratón devoró.
contestó la ratoncita-,
y a la montaña se fue.
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– ¿Yo importante? ¡Je, je,je!
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buscó
¿Fue útil al ratoncito
este aquel Sí
contenido? No
a quien un día despreciara
por ser tan chiquito él.
por ser tan chiquito él.
Andrea Imaginario
– ¡¡¡¡¡¡ Aaaaaaaaaalfreditooooooooooooo !!!!!!;
Profesora universitaria, cantante, licenciada en Artes (mención Promoción Cultural), con maestría en Literatura
¡Oh, perdóname,
Comparada Alfredito
por la Universidad Central de Venezuela, y doctoranda en Historia en la Universidad Autónoma de Lisboa.
– gimió cayendo a sus pies-, PUBLICIDAD
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