Serie Tentazione5

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 168

Primera edición.

Vas a ser mi liberación. Serie “La tentazione”. Volumen nº5


©Dylan Martins. Janis Sandgrouse
©Julio, 2021.
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,
ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma
ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por
fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor.
ÍNDICE
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
32
33
34
35
36
37
38
39
Epílogo
1

Madrid, diciembre de 2019

—Papá, ¿esta noche trabajas? —me pregunta Enzo, mientras terminamos de comer.
—Sí, sabes que durante el día estoy en casa, pero por la noche tengo que trabajar.
—Es Nochebuena.
—Y mañana Navidad —contesto, y él sonríe.
Enzo es igual que yo, es como verme a mí mismo cuando tenía diecisiete años. Mide ya metro
ochenta y aún le queda por crecer, pero tiene el carácter noble de su madre, Francesca, mi
querida Chesca.
—¿Pueden venir unos amigos después de la cena?
—¿Qué amigos? Mira que, si me dices que vienen el pulga, el piojo, o el mofeta, no entran en
casa —arqueo la ceja.
—¿Quiénes son esos? —sonríe, frunciendo el ceño.
—No sé, ¿no tienes amigos a quienes les llamen así?
—No. Vendrán Fer, Lilly y Sofi.
—¿Dos parejas? —Arqueo la ceja.
—Por Dios, que sigo siendo virgen —protesta.
—Perfecto, me alegra saberlo. Cuando llegue el momento, y las sucesivas veces, tú siempre
con protección.
—Sí, tranquilo, que antes de hacerte abuelo, voy a ir a la universidad y esas cosas.
—Define, esas cosas.
—Sacar la carrera adelante, encontrar un trabajo, comprar una casa, casarme…
—Hijo, no hace falta que tengas todo eso. Si en el fondo me hará ilusión ser abuelo, y hasta os
podría tener en casa, pero no tengas prisa.
—No la tengo. En cambio, llevo, cuánto, ¿diez años pidiéndote un hermano?
—Mañana voy al super, a ver si les queda alguno.
—Papá, llevas mucho tiempo…
—Enzo, tengamos el día tranquilo, por favor.
—Vale, tú mandas, eres el alfa —contesta, levantando ambas manos en señal de rendición.
Recojo la mesa mientras él, va a hacer un trabajo que les han mandado en clase para estas
vacaciones.
Siempre le he dado todo lo que ha necesitado, cariño y amor por dos, puesto que no tiene a su
madre, pero sé que no es suficiente, eso que solo las madres pueden dar, es lo que más falta le ha
hecho, y aún le hace.
Imelda, la mujer que ese encarga de la casa de Carlo, mi jefe, suplió durante algunos años a
Chesca, pero nunca fue lo mismo que si ella hubiera estado con nuestro hijo.
Se marchó antes de tiempo, no era su momento o así lo pensaba yo, porque, ¿qué falta podía
hacerle ella a Dios ahí arriba?
Ninguna, nos hacía falta aquí a nosotros.
Por eso estoy en guerra con nuestro creador, porque me quitó lo que más quería cuando más
la necesitaba.
El paso de los años hizo que fuera doliendo un poquito menos, pero solo un poco, porque cada
vez que Enzo cogía la foto de su madre, era un puñal que se me clavaba en el corazón.
Sigue estando con nosotros, en cierta manera, puesto que no hay un solo día que no la
recordemos, o que no hablemos de ella.
Cualquier mínima cosa que nos recuerde a Chesca, hace que la nombremos.
Escucho que suena mi móvil y voy por él al salón. Sonrío, a mi manera, al ver el nombre de
mi jefe.
—Dígame, señor.
—Joder, cómo se nota que estamos esperando el aguinaldo, ¿eh?
—No, hombre, pero me gusta ser educado con mis mayores.
—Capullo, te recuerdo que eres más viejo que yo.
—Eh, viejo no, mayor. Soy un madurito interesante.
—Tony, eres un capullo y lo sabes.
—Huele a envidia desde aquí, jefe.
—Envidia de qué, será que no soy más atractivo que tú, y con más pelo.
—Soy calvo porque me afeito la cabeza, no porque tenga problemas de caída. Como te dije
una vez, te sorprendería la melena que llegué a tener.
—Quiero fotos de eso, tendré que pedírselas a Enzo.
—Pues como no busquéis en el baúl de Karina, mal lo lleváis para verlas.
—Menuda excusa me pones. Bueno, a ver, que te llamaba para ver qué hacéis esta noche
Enzo y tú.
—Nada especial, ya sabes que estas no son las mejores fechas para mí. Cenaremos pizza y
cuando me vaya al curro, vendrán el mejor amigo de Enzo y un par de amigas.
—Ey, el adolescente se nos hace adulto. Déjale una caja de preservativos a mano, por Dios.
—Eso, tú ponme mal cuerpo. ¿Sabes lo que es que tu pequeño retoño crezca? Es duro, jefe,
muy duro. Claro que, peor lo vas a tener tú con esa niña, porque, como salga a la madre, te veo
sacándote la licencia de armas.
—Te contrato de guardaespaldas y me la vigilas.
—¿Y dejar La Tentazione? Venga, hombre, no me fastidies. Ya no sabes qué hacer para
deshacerte de mí. Si soy el alma de la fiesta en esa puerta.
—Tony, das miedo a los clientes, que ni siquiera les sonríes.
—Bueno, ensayaré una sonrisa de bienvenida. Esta noche te la enseño.
—No, yo no voy a ir por allí hasta el jueves, hoy y mañana me los cojo para estar con la
familia.
—Haces bien. Los habituales estarán todos, seguro.
—Sí, esos no fallan ni en estas fechas, ya lo sabes. Si te ves apurado, cuenta con Magnus.
—Tranquilo, no creo que nadie nos dé problemas esta noche.
—Que vaya bien entonces. Dale recuerdos a tu hijo.
—Y tú un beso a las chicas de mi parte. Que paséis una feliz noche, jefe.
Cuelgo y voy a prepararme un café que me tomo sentado en el sillón junto a la ventana de
salón.
Enzo y yo, vivimos en un ático de tres dormitorios, uno de ellos convertido en gimnasio para
los dos, salón con una increíble terraza, cocina, dos cuartos de baño y un aseo.
Lo compré cuando nos mudamos, hace ya algunos años, y aquí sé que pasaré el resto de mi
vida, donde vendrá mi hijo a visitarme con su familia.
Ha empezado a llover, una faena para todos aquellos que salen ahora a tomar una última copa,
antes de cenar con sus familias.
Yo hace años que, ni celebro estas fiestas, ni pretendo hacerlo en un futuro. No hay nada que
celebrar para mí, cuando me traen recuerdos tan amargos.
Cierro los ojos, apoyo los codos en las rodillas y agacho la cabeza, recordándola a ella.
Quisiera que estuviera aquí, que me abrazara por la espalda como tantas veces lo hizo y que
me regalara una de sus preciosas sonrisas cada puta mañana. Pero no está.
Como el alguna ocasión, lanzo el vaso vacío contra el suelo y acaba hecho añicos. Miro hacia
el pasillo, pero Enzo no sale, debe estar escuchando música, cosa que agradezco.
Recojo los pedazos de cristal y los tiro a la basura, como hice una vez con mis sueños, esos en
lo que estaba ella.
Era tan joven, joder, con toda la vida por delante.
La conocí cuando tenía dieciocho años, una niña aún a ojos de muchos, dado que yo tenía
veintitrés.
No dudé en casarme con ella al año siguiente y Enzo, llegó dos después de que nos
conociéramos.
Feliz, esa era la palabra que mejor me definía en aquel entonces.
Yo era militar en Italia, empecé en lo más bajo y acabé formando parte de uno de los equipos
de élite de las Fuerzas Especiales.
Hasta que lo dejé con treinta y dos años, y empecé a trabajar como escolta de un alto cargo de
la embajada.
Era un trabajo sencillo, cerca de casa y con más tiempo para dedicarle a mi familia.
Los recuerdos se agolpan uno tras otro, y solo hay una manera de hacerlos salir.
Voy al gimnasio, me asomo antes a la habitación de Enzo y lo veo haciendo el trabajo. No me
oiría si le hablara, pero, como siempre que se siente observado, me mira, sonríe y le digo, con
gestos, dónde voy, a lo que asiente y sigue a lo suyo.
Me quito la camiseta, quedándome solo con el pantalón, enciendo el equipo de música y me
pongo los guantes antes de comenzar a golpear el saco.
[1]
«I kept goin’ thougth »
Un golpe, otro, derecha, izquierda, de nuevo izquierda, y derecha otra vez.
[2]
«The pain and the struggle followed me »
En este momento me siento como Rocky y el joven Creed, esos dos hombres que salieron
adelante tras las adversidades, y es que la canción que me acompaña en estos momentos, desde
hace algunos años, es una de la película del hijo del famoso Apolo Creed.
Pero los recuerdos siguen ahí, atormentándome, pensando que pude hacer más, podía haber
hecho mucho más. Joder, estaba entrenado para mucho más de lo que hice en aquel entonces.
[3]
«I got angels all around me »
Sí, ella es mi ángel, y el de Enzo, ese que vela por nosotros desde dónde esté, porque sí, dejé
de creer en Dios cuando me la arrebató, pero no dejé nunca de creer en ella.
Y seguí adelante, tuve que hacerlo por él, por nuestro hijo, por ese regalo que me dio cuando
menos lo esperaba.
[4]
«I’ll be a fighter ‘til the end, ‘til my last breath »
Seguiré luchando cada día, por ella y por nuestro hijo, porque se lo prometí, y nunca he roto
una de mis promesas.
Cierro los ojos, golpeo rápido, fuerte y sin parar el saco, y grito, soltando la rabia que tengo
dentro.
Fui el alfa de mi unidad, así me siguen llamando ellos de vez en cuando, esos hombres que
me acompañaron en el peor momento de mi vida, y por quienes daría la mía, además de por mi
hijo.
Golpeo una y otra vez, gritando, hasta que caigo de rodillas al suelo con lágrimas en los ojos.
Sí, soy el tipo duro de cada noche, vestido de negro y que no suele sonreír, pero cuando suelto
la rabia, cuando libero el dolor, también aparecen esas lágrimas que aparto rápido.
Solo me permití llorar una vez, tan solo una, y jamás lo volví a hacer delante de Enzo.
Soy su padre, debo mostrarme fuerte delante de él, soy el alfa de nuestra pequeña manada, el
líder, el hombre que nunca dejará que él se caiga, siempre estaré para ayudarle a levantarse.
2

Estoy terminando de vestirme para ir al trabajo, cuando suena el telefonillo.


Me pongo la chaqueta y, en cuanto salgo de la habitación, escucho un “Feliz Navidad”, de la
voz de una de las amigas de Enzo, que me saca una leve, pero muy leve, sonrisa.
—Buenas noches chicos —les saludo cuando entro en el salón.
—Buenas noches, señor Carusso.
—Fer, ¿cuándo dejarás de llamarme así? Me haces parecer mi difunto padre.
—Es como debemos tratar a nuestros mayores, de usted, con respeto y educación.
—Chaval, que te has quedado a dormir en esta casa más veces de las que puedo contar, eres
como de la familia.
—Fer, si le llamas tío Tony, me voy a sentir como el hijo de la peli El Padrino.
—Enzo, tu padre así vestido desde luego que parece el tío de la peli.
—Me marcho, sed responsables, por favor —les pido, arqueando la ceja.
—No se preocupe, que estamos nosotras para vigilarlos —me dice Lilly, por la que intuyo que
mi hijo bebe los vientos.
—Pues me voy tranquilo entonces.
—Joder, ¿no te fías de tu propio hijo? Qué bien, ¿eh?
—Claro que me fio de ti, Enzo. De lo contrario, estarías ya en casa de Carlo. Nos vemos
mañana, hijo.
Le doy una palmada en la espalda y ahí lo dejo, con sus amigos, para pasar la noche del
veinticuatro de diciembre.
¿En qué momento ese pequeño bebé que tuve una vez en brazos, se convirtió en el hombre
que es hoy?
Porque se me han pasado los años demasiado rápido y, para colmo, me perdí demasiados
momentos de los primeros años de su vida.
Subo al coche y voy hasta La Tentazione, aún recuerdo el día que Carlo me ofreció el trabajo,
ese que dijo que me vendría bien para estar durante el día con mi hijo y no perderme ni un
momento importante más.
Mentiría si dijera que me lo pensé mucho tiempo, no lo hice, dejé todo lo que me ataba al
pasado y empecé de cero o, al menos, quise intentarlo.
Hoy el horario de apertura no es el habitual, son casi las doce y es cuando abrirá sus puertas
para los socios ese lugar en donde el placer es lo principal para quienes entran a cada una de sus
salas.
Por ende, no se cerrará a las dos de la madrugada, sino que estaremos ahí hasta las seis.
Así que esas son mis horas de trabajo hoy, pero hasta las siete y media no estaré en casa.
Cuando llego ya veo el coche de algunos de los empleados, aparco en la plaza que tengo
asignada y entro con mi llave, puesto que aún no han abierto.
—Buenas noches —saludo al ver tras la barra a Christopher y Elisa.
—Hola, grandullón. Feliz Navidad —sonríe ella que, sin cortarse, como suele ser habitual, se
apoya con ambas manos en la barra y me besa en la mejilla.
—Sí, igualmente.
—Anda, sonríe, que pareces el Grinch. Toma, ¿quieres un gorro de Papá Noel?
—No quedaría muy bien con el traje, ¿no te parece, pequeña?
—¿Cómo qué no? El negro va con todo, y con el rojo combina divinamente.
—Te voy a dar yo a ti divinamente. Ponme una copa —le pido.
Poco después empiezan a llegar los que faltaban, un par de chicas de la sala de masajes, así
como los chicos.
Me tomo el whisky ahí sentado, como si fuera un cliente más, antes de que den el pistoletazo
de salida y abramos al público.
—Hola, Tony —me giro al escuchar la voz de Thais, mi chica.
—Hola, preciosa —le rodeo la cintura y beso su frente, como siempre.
No es mi chica en plan novia, ni sexo, no, ella es mi chica de los masajes, la que se encarga de
destensarme los músculos alguna noche después de pasar tantas horas de pie en la entrada.
—¿Cómo está Enzo? —pregunta, mientras pasa la mano por mi cabeza sin pelo, eso le gusta,
y a mí me hace gracia, aunque no me ría.
Es como si estuviera intentando adivinar el futuro, como si tocara una de esas bolas de cristal
de las brujas.
—Bien, ha invitado a unos amigos a dormir.
—Se te hace mayor, ¿eh? Me alegra que le estés dejando un poco de libertad.
—Es un buen chico, he tenido mucha suerte.
—Y él, de tenerte a ti, Tony, ojalá yo hubiera tenido un padre como tú.
—Y por eso no hemos tenido sexo, jovencita —murmuro, dándole una leve palmada en el
culo.
Thais es una encantadora muchacha de veinticuatro años, con una cara de inocencia y
apariencia aniñada, que me inspira más ternura y protección que deseo.
Aunque no voy a mentir, tiene un físico espectacular y sí, me atrae y alguna vez me he
excitado cuando me da el masaje, pero con ella no pasaría jamás de esos límites.
Para el sexo hay aquí muchas mujeres, pero nunca he recurrido a ellas, son compañeras de
trabajo y las respeto, las cuido y protejo.
Tan solo alguna vez entro en una de las salas con una de las socias que vienen a tener
relaciones con otros socios o con clientes nuevos.
Ella sabe lo que hay, solo es sexo, y los dos estamos bien con eso, nada de ataduras, solo
algunos juegos, un polvo y cada uno a su casa.
Para esos encuentros, me quedo después de que se vayan todos, Carlo me lo permite.
—¿En qué piensas? —pregunta, apoyando la cabeza en mi hombro.
—En que me toca ir saliendo a que se me congelen mis preciadas joyas —se ríe y me da una
leve colleja— ¡Auch!
—Eso para que hables mejor.
—He dicho mis preciadas joyas, no mis pelotas.
—¡Tony! —se ríe, y eso para mí es la mejor de las melodías.
Thais llegó aquí por casualidad, después de una ruptura con un tipo que la engañó a su antojo
y la dejó sin un duro, sin los ahorros que le habían quedado tras la muerte de sus padres y
malvender la casa en la que vivía para poder hacer frente a la hipoteca.
Poco a poco, empezó a sonreír de nuevo, a ser esa chiquilla alegre que me dijo había sido
siempre.
—Me voy, pequeña —le beso la frente, me termino la copa y voy hacia la calle, para empezar
con una noche más de trabajo.
El ir y venir de socios ha hecho amenas estas tres primeras horas de trabajo, en las que el frío
me ha estado acompañando pegadito a mí como una lapa, menos mal que tengo un cuerpo
grande y soporto bien las altas temperaturas, de lo contrario, habría durado en este trabajo menos
que un caramelo en la puerta de un colegio.
Tres y media de la madrugada, la calle está tan silenciosa que, si hubiera moscas
revoloteando, las escucharía perfectamente, aunque estuvieran a un kilómetro. Sí, tengo un oído
muy fino y desarrollado, supongo que será por los años de servicio en el ejército donde, la gran
mayoría de las veces, había que hablar susurrando y del auricular dependía que escucháramos
bien a los compañeros.
Y entonces, algo me alerta.
El repiqueteo rápido de unos tacones acercándose. Miro a la izquierda y veo la silueta de una
mujer corriendo. Cuando está un poco más cerca, abre los ojos como si, al verme a mí, aquí
parado, hubiera encontrado el puto cofre del tesoro.
No llega al metro setenta de estatura, con los tacones sí, los supera, pero sin ellos no. Tiene el
cabello castaño, media melena, un poco por debajo de los hombros.
Lleva un vestido negro de manga larga, ceñido hasta la cintura, de escote en v, con falda de
vuelo hasta las rodillas y nada más.
Con el frío que hace, ¿cómo no se ha puesto un abrigo esa mujer?
Corre hacia mí con el miedo dibujado en el rostro, como si acabara de ver al mismísimo
demonio.
Y entonces, lo veo. Sangre en el labio, el pómulo magullado y con un leve corte ahí también,
el rímel de los ojos corrido por las lágrimas, y un móvil en la mano.
En cuanto ve la puerta, va hacia ella e intenta abrirla, pero soy más rápido y se lo impido
apoyando la mano en ella, cerrándola al instante.
—¿Dónde cree que va, señorita? —Arqueo la ceja, y me mira con miedo, además de la
súplica que veo en sus ojos.
—Necesito entrar ahí, por favor. Tengo… tengo que entrar —murmura, sollozando.
—Lo lamento, pero este es un local exclusivo para clientes.
—Por favor, me va a matar si me encuentra.
Cuatro palabras, cuatro putas palabras que hacen saltar todas mis alarmas. Y solo necesito tres
segundos para saber de quién está huyendo o, al menos, intuirlo.
El motor de un coche acercándose por una de las calles que cruza en la que nos encontramos,
me dice que sí, que viene en busca de ella.
Las ruedas chirrían cuando dobla la esquina, y no lo pienso más. Abro la puerta y soy yo
quien la mete dentro.
—Quédate aquí —le ordeno, pegándola a la pared del pasillo y vuelvo a cerrar.
Regreso a mi posición, el lugar frente a la puerta en el que estoy siempre, y el coche pasa a
toda velocidad por delante de mí, pero no para, sigue hacia delante.
—¿Se ha ido? —escucho que pregunta desde detrás de la puerta.
—Vuelve a entrar, sé que va a pasar de nuevo por aquí. Vamos ¡Cierra la maldita puerta! —
grito, y ella abre los ojos asustada antes de cerrar.
Como ya imaginaba, el coche vuelve a pasar por la calle, esta vez más despacio, mirando
detenidamente en los portales y locales que hay en ella.
—¿Has visto a una mujer por aquí, amigo? —pregunta, y levanto la mirada del móvil, ya que
estaba disimulando para que no fuera consciente de que lo esperaba ver de nuevo.
—En el tiempo que llevo trabajando en este lugar, sí, muchas.
—Me refiero a esta noche.
—Unas cuantas, sí.
—Joder, ¿hace unos minutos?
—No, hace horas que no veo a ninguna.
—Hija de puta, ¿dónde coño se habrá metido? —Veo que coge el móvil y empieza a marcar,
imagino que, llamándola. Afortunadamente todo el local está insonorizado, por lo que no oirá el
teléfono sonar a mi espalda— ¡Joder! —grita, dando un golpe al volante antes de salir de allí con
un nuevo chirriar de ruedas.
Espero unos minutos, el tiempo prudencial para saber que no va a volver a pasar de nuevo por
aquí, para abrir la puerta y encontrarme a esa mujer llorando, magullada, descalza y sentada en el
suelo.
—Ya se ha ido —le informo, poniéndome en cuclillas frente a ella.
—Gracias, te debo la vida esta noche —seca las lágrimas de sus mejillas, pero siguen cayendo
por ellas, y se pone en pie para ir a la puerta—. Gracias, de verdad.
—¿A dónde vas?
—A… Iba a decir a casa, pero no puedo volver allí.
—Y tanto que no. ¿Él te ha hecho esto? —pregunto, acariciándole la mejilla, a lo que ella
sisea ante el dolor.
—Sí —contesta, en tono bajo, agachando la mirada.
—Ven conmigo —le pido, cogiéndole la mano, y ella camina detrás de mí con los zapatos en
la otra mano.
Metro sesenta y cinco, no me equivocaba.
Jesi me da un antifaz que ella mira como si no entendiera nada, le pido que se lo ponga y que
no pregunte, que cuando entre en la sala, vea lo que vea, no diga nada.
Cruzamos la cortina para entrar en la Sala Samarkanda y la llevo a la barra del bar, donde le
pido a Christopher que le ponga una copa.
—Quédate aquí, donde él o ella —señalo a Christopher y a Elisa—, puedan verte. Aunque,
pensándolo mejor —saco el móvil del bolsillo y llamo a Thais, afortunadamente no está con
ningún cliente, así que le pido que venga a por ella para ayudarla a curar las heridas—. Cuando
acabe mi turno vengo por ti, ¿de acuerdo? —le digo, y ella sonríe.
—Me llamo Alana —murmura.
—Yo soy Tony —le hago un guiño y me vuelvo a la puerta.
Había algo en ella, que me recordaba a Chesca, pero apenas sé si he visto bien o no, porque,
entre la noche, la penumbra del pasillo y de la sala, ya no sé si he visto tan solo lo que quería ver.
Al menos sé que ahí dentro estará segura, nadie le hará nada, y menos ese capullo con pinta
de pijo que iba buscándola.
Y yo que pensaba que iba a ser una noche tranquila de martes. Iluso…
3

—Buenas noches, Tony —se despide de mí, la última pareja en salir del local.
Asiento, espero el tiempo justo hasta que los veo marchar en el coche, y entro cerrando la
puerta tras de mí.
Cuando llego a la barra no veo a Alana, le pregunto a Elisa, cuando me sirve una copa, y me
dice que se quedó con Thais en la habitación de la sala de masajes, así que me quedo tranquilo
sabiendo que nadie la ha visto por aquí.
—Se acabó la noche, colega —noto la palmada de Magnus en mi espalda y le miro.
—Sí, y no —contesto, cogiendo el whisky para dar un trago.
—¿Ha pasado algo? —Se sienta a mi lado y enseguida tiene una copa frente a él.
—Tenemos una visita inesperada, voy a verla ahora.
—¿Visita? ¿Quién ha venido?
—Una mujer huyendo de un tipo.
—Tony.
—No, no me digas nada. Si le hubieras visto la cara, el miedo además de las magulladuras,
habrías hecho lo mismo.
Escucho una risa y, no sé por qué, algo me dice que es ella, por lo que me giro a mirar hacia el
pasillo de las salas.
Ahí están, ella y Thais, charlando y riendo como si fueran amigas de toda la vida.
—¿Todo bien, chicas? —pregunto, cuando llegan a la barra.
—Sí, grandullón, tranquilo que Alana está más tranquila.
—Siento haberme colado así, Thais me ha explicado que este es un local muy exclusivo, con
socios importantes y…
—No pasa nada, Tony me ha contado algo de lo ocurrido. Soy Magnus, encantado —le tiende
la mano y ella se la estrecha con una sonrisa.
—¿Eres el dueño?
—No, ya quisiera yo. Soy uno de los mejores amigos del dueño, esta noche y mañana estoy al
mando.
—Ejem, ejem —carraspeo a su espalda.
—Vale, estoy al mando como este de aquí. Qué tiquismiquis es, por favor —murmura.
—Te estoy escuchando.
—Joder, eso de que tengas el oído tan fino, es una mierda, colega.
—Es lo que hay —me encojo de hombros y bebo de nuevo.
—No tenéis que preocuparos, no diré nada, como si nunca hubiera estado aquí. Ahora… voy
a llamar a mi amiga Emma, para que venga a recogerme, me quedaré con ella unos días.
—No —digo, sin pensar. ¿Por qué? Ni puta idea, pero no quiero que se vaya, no quiero que
esté sola y corriendo el riesgo de que le vuelva a pasar algo.
—¿No?
—No —contesto, poniéndome en pie mientras me acabo el whisky, le cojo de la mano y, ante
la atenta mirada de todos, voy hacia el pasillo que lleva al despacho del jefe.
—¡Nosotros nos vamos! —grita Magnus— ¡Acuérdate de cerrar después otra vez!
El repiqueteo de los tacones de Alana, resuena por el silencioso pasillo, la llevo prácticamente
corriendo, así que le cuesta seguirme el ritmo.
En cuanto entramos en el despacho, la dejo en el sofá, sirvo dos copas y, tras ofrecerle una,
me siento a su lado.
—Cuéntame todo —le pido.
—¿El qué? —pregunta, después de dar un trago.
—Todo, quién es el tipo que te buscaba, por qué te hizo eso, cómo escapaste de él, y si
realmente piensas que vas a estar segura en casa de esa amiga tuya.
—Se llama Bosco, es un tío con mucho dinero para el que trabajo, tiene una agencia de scorts
de lujo, esta noche fui a ver a un cliente y, cuando me recogió, le dije que lo dejaba, que ya había
conseguido reunir el dinero suficiente que necesitaba y que no contara más conmigo. Ya se lo
había dicho con anterioridad, pero sé ve que se ha pensado mejor lo de perder a su mejor
empleada —esta última palabra la dice con el gesto de entrecomillado con los dedos—. Por eso
me golpeó. Aproveché un semáforo para bajarme del coche, hasta que llegué aquí. Si voy a estar
segura en casa de mi amiga, pues no lo sé, la verdad —contesta, agachando la mirada.
—No puedes llamar a nadie con el móvil, tendrás que deshacerte de él, porque imagino que lo
tendrá localizado.
—Pues qué bien. Tengo que avisar a Emma.
—Ten —saco mi móvil del bolsillo y se lo doy—, llámala con el mío.
Lo coge temblando, me mira y asiente. Aún lleva el antifaz puesto, por lo que no he podido
verle bien el rostro, y ni siquiera me atrevo a quitárselo.
—Hola, Em, soy yo —dice, caminando hacia la puerta—. Sí, tranquila, estoy bien. Siento
despertarte…
Me sirvo otra copa y procuro darle su espacio, dentro de lo posible, y que tenga algo de
privacidad para hablar con su amiga.
Es inevitable que la escuche, por lo que sus sollozos hacen que apriete la mano, en la que
tengo el whisky, con tanta fuerza, que acabo rompiendo el vaso.
—Joder —murmuro al ver la sangre que emana de los cortes.
Recojo todo cómo puedo y escucho que se despide de su amiga, diciéndole que volverá a
llamarla pronto.
—Ven, deja que vea esa mano —me dice Alana, cogiéndome por el brazo para llevarme al
sofá—. Uf, eso tiene que doler.
—No más que lo que te ha hecho ese desgraciado a ti.
—Bueno —se encoge de hombros—, yo ya estoy acostumbrada.
—¿No era la primera vez? —pregunto, y ella tan solo niega, moviendo la cabeza de un lado a
otro, mientras me quita algunos cristales que tenía aún clavados en la mano— Alana.
—No me digas nada, por favor, que bastante tengo con Emma.
Y no lo digo, porque sé que no sería la primera vez que alguien le dijera que tenía que dejar
ese trabajo, bueno, que lo debería haber dejado mucho antes.
La observo mientras me quita los cristales con cuidado de no cortarse ella en el proceso, así
como para que yo no sienta la molestia cuando lo hace. Noto que cae una gota, y después otra, y
otra más, sobre la palma de mi mano, y sé que está llorando.
Le cojo la barbilla para que me mire y tiene los ojos cubiertos de lágrimas. Ni lo dudo, ni lo
pienso. Le paso el brazo por el hombro, enredando la mano sana en su melena, y la atraigo hasta
mí para abrazarla, dejando un beso en su cabeza.
—Ya está, preciosa, ya está. No va a venir a buscarte aquí, estás a salvo.
—No, me encontrará y…
—No lo hará. Te vienes conmigo.
—¿A dónde?
—A mi casa.
Sí, lo he dicho sin pensarlo siquiera, así que, tras colocarme un paño en la mano a modo de
vendaje, salimos del despacho y compruebo que sí, que estamos solos.
Abandonamos el local, cierro todo bien como lo habían dejado Magnus y los chicos, y la llevo
hasta mi coche, donde se sienta secándose las lágrimas, esas que no dejan de caerle como si
fueran una cascada.
En el camino juguetea con el móvil en la mano, lo tiene apagado desde que le dije que no
podía llamar a nadie, así que al menos así nos aseguramos que, si el tal Bosco tiene la posibilidad
de localizarla con alguna aplicación de las que pueden encontrarse en las plataformas de compra
que llevan integrados los teléfonos, no lo haga.
Cuando llegamos a mi casa son casi las ocho, por lo que paro en la churrería de Leo y cojo
desayuno para todos, ya que los amigos de Enzo no se habrán marchado aún.
Una vez entramos en el ático, Alana se queda mirando todo con un brillo en los ojos que me
dice que le ha gustado lo que ve.
La llevo a la cocina y veo que los chicos se lo pasaron bien, puesto que hay varias botellas de
bebida vacías, todas de refresco, afortunadamente para mí.
—No vives solo, por lo que veo —sonríe, señalando las botellas.
—No, tengo un hijo adolescente que anoche invitó a unos amigos. Supongo que se habrán
quedado dormidos en su cuarto —me encojo de hombros.
—¿Cómo de adolescente? —pregunta, arqueando la ceja.
—Diecisiete años.
—¿Qué dices? ¿Tan viejo eres?
—¿Perdona? —Levanto el dedo— Solo tengo cuarenta y dos años.
—Pues me sacas quince años —sonríe.
—Mayor que tú, sí, viejo, no —arqueo la ceja—. Ven, vamos a mi habitación para que puedas
darte un baño.
Se quita los zapatos para no hacer ruido y no despertar a los chicos, esos que no están en el
salón por lo que, sí, se han debido de acostar en la habitación de Enzo.
Me asomo al pasar por delante de su puerta y ahí están los cuatro.
—Joder —murmuro al ver lo que tengo delante.
—¿Qué pasa? —susurra Alana, que se agarra a mi brazo para asomarse—. Oh, ¡qué bonito!
La miro arqueando la ceja, ella sonríe, se encoge de hombros y me deja sin palabras cuando
vuelve a hablar.
—Venga, deja que duerman, luego los despertamos —susurra cerrando la puerta y
cogiéndome de la mano para que nos vayamos de allí.
Vamos, como si estuviera en su casa.
—Mi hijo durmiendo abrazado a una chica, con una sonrisa de oreja a oreja. Eso no pinta bien
—digo, sentándome en la cama una vez que entramos.
—Está enamorado, eso seguro.
—O ha perdido la virginidad, que también puede ser.
—¿Y? El amor lleva al sexo, señor seriote.
—Tiene dieciséis años.
—Ya es un hombre prácticamente. Yo la perdí a los dieciséis.
—Es un dato que no necesitaba saber.
—Pero ya lo sabes —y me planta un beso en la mejilla que me deja aún más loco todavía—
¿Esa puerta es el baño? —pregunta, señalándola.
—Sí.
—Pues me voy a dar una ducha rápida. No tendrás una camiseta por ahí que puedas
prestarme, ¿verdad?
—Eh… sí, claro.
Me levanto y voy a la cómoda donde guardo las camisetas y los bóxeres, imagino que
agradecerá quitarse también la ropa interior.
Se lo doy y, cuando lo coge, se lo acerca al rostro y aspira cerrando los ojos.
—Gracias —sonríe y entra en el cuarto de baño de lo más feliz.
A todo esto, sigue con el antifaz puesto, menos mal que no nos ha visto nadie, y ella no ha
entrado a la churrería conmigo.
Aprovecho que está en la ducha para coger un pijama y voy a hacer lo mismo en el aseo del
pasillo.
En cinco minutos estoy de vuelta en mi habitación y la veo, de espalda, peinándose la melena.
Voy hacia la ventana, respiro hondo y cierro los ojos. Alana es la primera mujer que entra en
mi casa y en mi habitación, desde que perdí a Chesca, y eso es algo que deberé hablar con Enzo
cuando la vea.
—Uf, qué bien se queda una después de una ducha calentita —abro los ojos cuando la
escucho a mi espalda.
Me giro, y juro que me cuesta hasta tragar, me falta el aire y creo que se me ha parado el
corazón de golpe.
No es que me hubiera dado la impresión de que se pareciera a mi difunta esposa, es que era
como verla a ella, a su edad, antes de que nos dejara. Era prácticamente idéntica, podían pasar
por mellizas.
Mismo color de cabello, castaño, la melena, los ojos marrones, ese rostro como de porcelana,
la sonrisa entre aniñada y pícara… Joder, estaba reviviendo cientos de momentos en ese instante.
—¿Qué te pasa? Parece que has visto un fantasma.
—Ni que lo digas —es cuanto puedo pronunciar, porque ni siquiera me salen las palabras.
Y es completamente imposible que esta chiquilla pudiera ser una hermana perdida de mi
esposa, puesto que hay una década de diferencia entre ambas.
4

Italia, mayo de 2010


El embajador celebra hoy una cena a la que acudimos todos los empleados. Enzo se queda en
casa con la nana a su cuidado, puesto que es una invitación solo para los más mayores.
Trabajo desde hace un año como escolta del secretario del embajador, soy su hombre de
confianza y me dijo que en esta ocasión no podía faltar, por lo que me pidió que acudiera con
Chesa, mi esposa.
—Papá, prométeme, que mañana me llevarás a jugar al fútbol —me pide Enzo cuando le llevo
a la cocina, donde su nana le espera para darle de cenar antes de acostarlo.
—Prometido, hijo.
—Qué guapo va tu padre esta noche, Enzo —sonrío al escuchar a Giovanna, la nana de Enzo.
—Si me ves siempre con traje, nana, no sé por qué hoy voy a ir más guapo.
—Porque siempre vas de negro, y con camisa blanca. Hoy vas de azul marino, que no deja de
ser oscuro, pero, vaya, es un color diferente.
—Nana, ¿has visto mis pendientes? —pregunta Chesca, entrando en la cocina, y me quedo sin
palabras al verla.
Lleva un vestido azul de gasa, largo, cuello en v, corpiño cruzado hacia la izquierda y con una
cinta a modo de cinturón que acaba en lazada en el mismo lateral. De manga corta y una apertura
desde el muslo hasta el bajo, dejando al descubierto la pierna izquierda cuando camina.
Se ha dejado la melena suelta, con ondas, lleva la gargantilla que le regalé el día que nació
Enzo, así como la pulsera de nuestro primer aniversario de casados.
—En tu joyero, ahí los vi por última vez esta mañana.
—No los he encontrado —contesta, nerviosa.
—Ya voy yo, amore —la beso en la frente, sonrío y voy a nuestra habitación.
Siempre que tenemos una cena en la embajada, se pone en ese estado, dice que no quiere
dejarme mal a mí delante de mis compañeros o los jefes, por eso siempre va impecablemente
vestida.
Cualquiera diría que es más la esposa de algún alto cargo, que de un simple escolta.
Sonrío y niego al ver los pendientes, esos que heredó de su madre y con los que se casó.
Chesca se quedó sin padre siendo apenas una niña, era hija de un militar, y sobrina también,
por eso la conocí una noche en la que nuestro capitán, tío de ella, nos invitó a todos a una
barbacoa.
Su madre murió apenas dos años antes y, habiéndose quedado sola, fue su tío quien se hizo
cargo de ella.
Juro que, cuando la vi por primera vez, fue como si el mundo entero se parara a nuestro
alrededor.
Y supe que me acabaría casando con ella.
—Ten, los pendientes —se los entrega y ella sonríe, me abraza y se los pone.
—Pórtate bien, ¿de acuerdo, mi amor? —le pide a nuestro hijo, que asiente antes de
despedirse de nosotros con un beso y un abrazo.
Salimos de casa y, en cuanto subimos al coche, le acaricio la pierna que queda al descubierto.
—Cuando regresemos, te voy a hacer el amor sin quitarte el vestido, que me has excitado, no
sabes cuánto.
—¡Antonino! —protesta, riendo— Vamos, o llegaremos tarde. Ya sabes que no quiero que
piensen que no soy buena para ti.
—Eres la mejor esposa que podría tener, siempre lo has sido, y siempre lo serás —le aseguro,
poniendo el coche en marcha.
—Claro, claro. Hasta que tengas cuarenta años, y busques una mucho más joven y bonita que
yo.
—¿Está loca? —me rio, al ver ese puchero que hace— Ya eres más joven que yo cariño, y
contigo me haré viejito.
—Eso dices ahora, pero, ¿y cuando te dé la crisis de los cuarenta? A los hombres os da por
buscar una mujer más joven, o compraros un deportivo.
—Pues me compro un deportivo y me llevo a mi bella esposa de paseo en él —contesto,
cogiéndole la mano para besarla.
Cuando llegamos al hotel en el que tiene lugar la velada, uno de los aparcacoches me abre la
puerta para que baje, me entrega una ficha y, tras salir Chesca, se aleja.
Subimos las escaleras hacia la entrada, me identifico y nos dan la bienvenida. Entramos y
vamos hacia el gran salón, donde ya veo a varios de los otros escoltas.
Como en cada una de estas celebraciones, las mujeres se apartan a un lado para charlar
mientras nosotros hablamos de lo que mejor sabemos, el trabajo.
—Antonino, buenas noches —me giro al notar en mi espalda esa palmada tan característica de
mi jefe, el secretario Filipo Costa.
—Buenas noches, señor secretario.
—¿Dónde está tu preciosa esposa?
—Con el resto de mujeres, ya sabe que se aburren cuando nos escuchan hablar de trabajo —
contesta Enrico, uno de mis compañeros.
—Es que no habláis de otra cosa, hombre.
—Nunca podemos dejar de trabajar, señor secretario, ya sabe que, de nosotros, depende la
seguridad de todos ustedes.
—Siempre tan responsable, Antonino, siempre tan responsable.
El secretario se aleja para ir hasta el lugar en el que está mi esposa con las demás mujeres, ella
sonríe y le saluda con un afectuoso abrazo, así como dos besos, y me despreocupo al saber que
seguirán charlando un buen rato.
Cuando nos indican que podemos ir al comedor para la cena, busco a Chesca y la encuentro
en una de las terrazas del salón con el secretario.
Al verme llegar, ambos sonríen y entran, de modo que vamos juntos y nos separamos cuando
Chesca y yo, encontramos nuestra mesa.
La cena transcurre entre risas y charlas con Filipo, Danilo, Pietro y sus esposas.
Tras un discurso del embajador, agradeciéndonos la asistencia, así como el gran trabajo que
llevamos desempeñando en estos meses, empieza a sonar la música y los camareros pasan por las
mesas con diferentes vasos de bebidas.
—Quiero hacer un brindis —dice Pietro, levantando su copa de champán.
—Adelante, amigo —le pide Filipo.
—Por nosotros, por lo bien que lo hacemos a diario, por nuestras esposas y su paciencia, y
porque voy a ser padre dentro de seis meses.
—¡Oh, por Dios! —grita Chesca— Muchas felicidades, Mariola. ¿Cómo no nos has dicho
nada?
—Porque mi esposo quería hacer el brindis oficial.
—Me alegro por ti, verás cómo te va a cambiar la vida a partir de ahora. Cuando nazca,
olvídate de dormir, descansar estará sobrevalorado, amigo —le digo, y Chesca me da un leve
golpe en el pecho— ¡Auch!
—Tendrás quejas, que nuestro hijo no te dio guerra ni una sola noche.
—Cierto, tuve suerte en encontrar un médico que me recetara somníferos eficaces para bebés.
—¡Antonino! —protesta ella, la abrazo, la beso y sonríe.
—Sabes que es broma, mi amor. Enzo siempre fue un dormilón. Y lo sigue siendo.
Mis compañeros ríen, brindamos por la futura paternidad de Pietro y Mariela, y pasamos a la
improvisada pista de baile, donde se nos pasan las horas como cuando éramos unos jóvenes
recién enamorados que soñaban con una gran familia.
Cuando pasa la medianoche, nos despedimos de todos, el secretario me dice que nos vemos el
lunes, y subimos al coche para regresar a casa.
Giovanna aún está despierta, siempre se queda en el salón viendo la tele cuando salimos,
cerciorándose así de que regresamos a casa sanos y salvos.
Le damos las buenas noches y vamos al dormitorio, donde ayudo a mi preciosa esposa a
desnudarse y, cuando la tengo delante, únicamente con la ropa interior, no puedo evitar cogerla
en brazos y llevarla a la cama donde la beso, acaricio y excito hasta que la escucho pedirme que
la penetre.
Me desnudo y, colocándome entre sus piernas, me voy adentrando en ella poco a poco,
despacio y con calma.
Pero me hace reír cuando me agarra por los glúteos y me lleva hasta el fondo.
—Así, esposo mío, así —dice, mirándome a los ojos.
Y es así, sin apartar los ojos de ella, como nos amamos hasta alcanzar juntos el clímax y
dejarnos caer, abrazados, en la cama.
—Quiero tener otro hijo, Antonino —susurra, mientras me acaricia el hombro con la yema de
sus dedos.
—Enzo hace tiempo que me pide un hermano —confieso, dándole un beso rápido en los
labios.
[5]
—Pues no le hagamos esperar más tiempo, a ver si llega una piccola Francesca pronto.
—Vamos a tener que practicar mucho, hace tiempo que no acierto en la diana.
—Eso nunca se olvida, esposo mío, es como montar en bici.
—Bueno pues… —la recuesto, colocándome sobre ella y entre sus piernas. Chesca se ríe y
enreda las manos en mi pelo— creo que tendremos que volver a practicar un poco.
La beso, y volvemos a dejarnos llevar por el deseo, las caricias y la pasión que nos envuelve.
5

Italia, noviembre de 2010


En la vida, hay momentos en que nos gustaría poder volver atrás en el tiempo, regresar a un
día cualquiera en el que nos sentimos felices por un motivo u otro, y así poder evitar lo que nos
deparara el futuro, ese en el que todo cambiase en cuestión de segundos.
Pero no tenemos esa posibilidad, no hay una jodida máquina del tiempo que nos ayude a
regresar al pasado, ni un DeLorean que nos lleve de vuelta a otro lugar. Ni tan siquiera nacemos
con el poder de parar el tiempo unos instantes, para poder evitar que ocurran algunas cosas.
Eso, eso iba a ser lo que yo quisiera, sin saberlo, a lo largo de ese frío día de noviembre.
—Buenos días, cariño —rodeo a Chesca por la cintura y le beso el cuello.
Como siempre, la encuentro en la cocina preparando el desayuno para Enzo.
—Buenos días —sonríe y me besa.
—¿Dónde está nuestro hombrecito?
—Lo está vistiendo la nana para ir al cole.
—Yo lo llevo, me pilla de camino.
—Tranquilo, tú vete que tengo que hacer unas compras después de dejarlo.
—Como quieras.
La beso una última vez, me preparo el café bien cargado y Chesca, me pone una tostada, si no
fuera por ella, me iría al trabajo solo con el café.
—Vamos, jovencito, que te me has hecho el remolón esta mañana —escucho a Giovanna
acercándose por el pasillo, y a Enzo riendo.
Cuando entran, mi hijo se viene directo a mis brazos, lo cojo y me rodea el cuello dándome un
beso.
—¿Le has comprado un regalo a mamá? —susurra.
¿Regalo? ¿De qué regalo me habla? Arqueo la ceja, y mi hijo, solo con eso, entiende que no
sé a lo que se refiere, así que se tapa la boca con la mano al tiempo que abre los ojos con
sorpresa.
—Mamá me dijo que iba a ir hoy por un regalo para ti, le pregunté por qué, si no es tu
cumpleaños, y contestó que es solo porque te quiere mucho. ¿Tú no la quieres?
—Claro que sí, hijo, antes de volver a casa le compraré algo bonito —le hago un guiño y él
sonríe.
Desde luego, menudo compinche tengo con mi hijo, eso sí, no es capaz de guardar un secreto,
no hace falta sonsacarle mucho para que te cuente algo.
Tras el desayuno, me despido y los dejo terminando de prepararse para ir al colegio, subo al
coche y pongo rumbo a casa del secretario, hoy tengo que llevarle a un par de reuniones antes de
ir a ver al embajador.
En el camino me llama Danilo, también lleva a su jefe a las mismas reuniones, así que nos
veremos allí y, como siempre que coincido con alguno de los chicos, aprovecharemos la reunión
para tomarnos un café en el pasillo, esperando cerca de la puerta de la sala.
—Buenos días, Antonino —me saluda el secretario cuando llega al coche y le abro la puerta.
—Buenos días, señor secretario.
—¿Alguna vez has tenido un día de esos, en los que no te apetece hacer nada más que
quedarte en casa?
—Alguna, sí —sonrío.
—Pues hoy es ese día para mí. Tengo tantas reuniones, que voy a llegar a casa con dolor de
cabeza.
—Afortunadamente, siempre llevo analgésicos —le hago un guiño y él sonríe.
—Antonino, eres como un hijo para mí —dice, dándome un leve apretón en el hombro.
Subimos al coche y vamos a la primera reunión, le espera el secretario de la Embajada de
Alemania, hay ciertas negociaciones que tienen que tratar antes de que los embajadores se vean.
Llegamos con tiempo de sobra, por lo que me pide que le acompañe a tomar un café a la
cafetería que hay junto a la embajada, enseguida veo y noto que no estamos solos.
Varios de los chicos que trabajan como escoltas, pero de secreta, entran poco después y se
sientan un par de mesas a la izquierda.
Sí, así es la vida de estos altos cargos, rodeados siempre de escoltas que velen por su
seguridad.
Yo soy el principal, el que recibiría una puta bala por este hombre, pero detrás hay otros
muchos que velan por él, y también por mí.
Tras el café, regresamos a la embajada donde el jefe de Danilo y el mío, se saludan y van a
reunirse con el secretario alemán.
—Menos mal que el café que ponen en estas máquinas es bueno, que, si no, me traería un
termo todos los días —dice Danilo, con el vaso en la mano.
El tiempo de la reunión se nos pasa hablando de trabajo, cómo no, y tras salir de la embajada
alemana, nos separamos para ir por distintos caminos hasta la siguiente reunión, en la Embajada
de Francia.
Sí, mejor por separado puesto que, en caso de que hubiera un ataque contra alguno de ellos, al
otro se le podría poner a salvo en cuestión de minutos.
Y así se nos va la mañana, de una embajada a otra, recorriendo la ciudad, hasta que llevo de
vuelta al secretario a su casa, y recibo la llamada que cambiaría el resto de mi vida.
—Diga.
—Buenas tardes, señor Carusso. Soy Rafaela, la profesora de Enzo.
—¿Mi hijo está bien? —pregunto, mirando la hora, y me sorprende que me llamen cuando se
supone que Chesca debería haberlo recogido.
—Sí, sí, no se preocupe, el pequeño está bien, sigue conmigo en la clase.
—¿Cómo es que sigue ahí?
—Por eso le llamo, la señora Carusso no ha venido a recogerlo, y me ha extrañado. La he
llamado, pero no contesta.
—Estoy trabajando, pero… —Veo al secretario por el retrovisor que me hace señas.
—Vamos a recogerlo, luego me dejas en casa.
—Rafaela, voy de camino, deme diez minutos.
—Claro, aquí le esperamos.
Que Chesca no responda a la llamada del colegio, me extraña, y mucho. Y aún más, que no
haya ido a por Enzo.
Marco su número desde el manos libres, da tono, pero no contesta.
Así hasta tres veces, por lo que ya empiezo a preocuparme, así que llamo a casa, a ver si se
dejó el móvil en allí.
—¿Dígame?
—Nana, soy yo. ¿Está Chesca en casa?
—No, se fue a llevar a Enzo al colegio y no ha regresado, me extrañó, pero como dijo que
tenía que hacer unos recados.
—Sí, lo sé, es que no ha ido al colegio a recogerlo, y no contesta a las llamadas. ¿Puedes
mirar a ver si se dejó el móvil en casa, por favor?
—Claro, ahora vuelvo, hijo.
Los minutos pasan y ni siquiera me entra una llamada de Chesca mientras hablo, por lo que
empiezo a ponerme aún más nervioso.
Si le hubiera pasado algo con el coche, nos habrían avisado enseguida, tanto mi número como
el de casa son los principales de contacto para casos de emergencia.
—Antonino —escucho la voz de Giovanna—, el móvil aquí no lo he visto, así que debe
habérselo llevado.
—Joder. Vale, si vuelve a casa dile que voy a por Enzo, dejo al señor secretario y voy para
allá.
—Vale, estate tranquilo que seguro que vuelve pronto. Se le habrá ido la hora.
Me despido de ella y vuelvo a llamar a Chesca, pero nada, no lo coge.
—Antonino, seguro que está bien —me dice el secretario, asiento y no sé por qué, pero yo no
pienso así.
Algo ha debido pasarle, estoy seguro de eso.
Cuando llego al colegio, llamo a la profesora para que salga con Enzo, no puedo dejar al
secretario solo en el coche.
En cuanto me ve, mi pequeño sonríe y corre hacia mí.
—Mamá se ha olvidado de recogerme.
—No, cariño, seguro que le surgió algo. Vamos, sube.
—Hola, Enzo —lo saluda mi jefe cuando abro la puerta.
—Hola —sonríe, sentándose.
Subo y, tras poner el coche en marcha de nuevo, le doy a re-llamada, esperando que Chesca
conteste, pero no lo hace.
—Antonino, cualquier cosa que necesites, me llamas —me dice el secretario una vez le dejo
en su casa.
Asiento y conduzco hasta la mía, pensando en qué le habrá pasado a mi mujer.
No es normal en ella desaparecer de ese modo, de verdad que no.
Y abandonarnos es algo que jamás haría, quiere demasiado a Enzo como para hacer algo así, a
él se lo habría llevado, lo sé.
Llegamos a casa y, cuando Giovanna abre la puerta, sé que Chesca aún no ha regresado.
—Esto ya no es normal, nana —digo, yendo a la cocina con ella mientras Enzo, va a su
habitación a dejar la mochila y cambiarse de ropa.
—La he estado llamando, y a mí tampoco me contesta.
—Le ha pasado algo, lo sé.
Enzo entra y se sienta a la mesa, Giovanna le sirve la comida y yo voy al despacho a llamar a
todos los putos hospitales de la zona en la que podrían haberla ingresado, si hubiera tenido un
accidente.
Pero no hay suerte, tampoco cuando hablo con la Policía. Nadie tiene constancia de algún
accidente de tráfico en el que se hubiera visto envuelto el coche de mi mujer, ni de un ingreso de
alguien con sus características.
Desesperado, así estoy desde que me llamó la profesora.
Ni como, cojo las llaves del coche y me voy a buscarla, tiene que estar en algún sitio, no se la
ha podido tragar la tierra, joder.
Es como si hubiera desaparecido, así, sin más, esfumándose por completo de la ciudad, o del
país.
Las horas pasan, ni yo la encuentro, ni la localizo en el móvil, ni Giovanna tampoco.
Respiro hondo, sentado en el coche con la cabeza apoyada en el asiento y sujetando con
ambas manos el volante.
¿Dónde coño está mi mujer?
Cuando suena el teléfono, sigo con la esperanza de que sea ella, que me diga que está bien, en
algún hospital, que perdió la memoria por unas horas, no sé, algo, lo que sea. Pero no es su
nombre, sino el de mi jefe el que veo en la pantalla.
—¿Sí, señor secretario? —pregunto, al descolgar.
—Antonino, tienes que venir a mi casa.
—Estoy buscando a Chesca.
—Antonino, ven de inmediato, porque tienes que ver algo —y cuelga tras decirme aquello.
Frunzo el ceño, porque nunca había actuado así antes, pongo el coche en marcha y voy hacia
su casa.
Cuando llego, veo varios coches de la Policía apostados en la calle, así como agentes en la
puerta, además de varios escoltas de la embajada.
—No puede pasar, señor —me dice un agente.
—Soy Antonino Carusso, el escolta del secretario, él me ha llamado.
Tras hablar con algún compañero que debe estar dentro de la casa, me deja pasar y voy
directo al salón, de donde provienen las voces de varias personas, entre ellas, la de mi jefe.
—Antonino, ya estás aquí —dice, al verme.
—¿Qué ocurre, a qué viene tanto policía? ¿Y los demás escoltas?
—Siéntate, por favor —me pide, pero niego, me quedo de pie donde estoy, y uno de los
policías se acerca con una caja en la mano.
—Antonino, ¿reconoces esto, muchacho?
Miro en el interior cuando mi jefe me pregunta, y me quedo sin aire, paralizado con la mirada
clavada en esa pulsera que le regalé a Chesca, por nuestro primer aniversario como marido y
mujer.
—Antonino, se la han llevado, se han llevado a Chesca creyendo que es mi amante.
Miro a mi jefe, que tiene el rostro pálido tras soltarme esas palabras. No puede ser cierto,
nunca la han visto con él.
Me entrega una nota que no deja lugar a dudas, alguien que vigilaba al secretario del
embajador, y a quien le tiene en el punto de mira por algo que, en estos momentos, ni me
molesto en preguntar, ni quiero saber, se ha llevado a mi esposa, a la mujer de mi vida, la madre
de mi hijo, a quién sabe dónde y con qué fin.
Bueno, el fin lo imagino, hacer daño y chantaje a mi jefe, pero se han equivocado de persona,
porque el daño me lo hacen a mí, además de a mi hijo.
—¿Dónde está? ¿Dónde la tienen? —pregunto mirándolo, con la nota en la mano y
temblando.
—No lo sabemos, Antonino, no han dicho nada, tan solo que volverán a ponerse en contacto
conmigo, pero no han dicho cuándo. Lo lamento, muchacho.
Me da una palmada en la espalda y yo caigo de rodillas en el suelo. Me importa bien poco que
me vean todos los presentes, hombres y mujeres del Cuerpo de Policía, así como del servicio de
escoltas de altos cargos y personas de confianza del embajador.
Se han llevado a mi mujer, me la han arrebatado pensando que tenía una relación con el señor
secretario, algo que no es cierto.
Se me caen las lágrimas y, aunque sé que pueden encontrarla, que darán con ella y la traerán
sana y salva, también sé que, en estos casos, no siempre todo sale como uno espera.
Y no quiero ponerme en lo peor, de verdad que no, pero esa posibilidad existe, tanto como la
de recuperarla viva.
6

Cuando ves que las horas pasan, los días también, y no hay noticias de la persona que ha
desaparecido de tu vida, no porque ella haya querido, sino porque se la han llevado a la fuerza,
empiezas a perder la esperanza.
Pero, entonces, recibes esa llamada que llevas esperando tres días con sus tres putas noches,
esas en las que dormir ha sido imposible.
—Antonino, me han llamado —es cuanto necesito escuchar al otro lado del teléfono, para
coger mis cosas y salir corriendo de casa, en plena noche.
Tardo menos de lo esperando en llegar, así he venido, veremos las multas que me caen
después de esto, pero me importa una mierda.
Como la noche en que me enteré de lo ocurrido, está todo lleno de policías y de
guardaespaldas, entro en la casa y mi jefe me pide que me siente.
—Les he dicho que se han equivocado de persona, que ella no es nada mío, sino la esposa de
mi guardaespaldas, y no les importa, no me han querido creer. No quieren liberarla si no
entregamos una suma muy elevada de dinero.
Cuando me dice lo que están pidiendo, sé que estoy jodido. El embajador y él, sí podrían
hacer frente a ese dinero que piden como rescate, pero yo, no.
Ni hipotecando la casa, o incluso mi vida, podría hacerme cargo del dinero.
—Yo puedo darte una parte, pero no toda, y el embajador me ha dicho que también.
Se lo agradezco, pero, por mucho que me dieran, ni así conseguiría poder pagar el rescate.
—Necesito saber dónde están ¿Lo han podido averiguar? —pregunto, mirando a varios
agentes que hay en el salón.
Imagino que habrán grabado la llamada, viven pegados al secretario desde que le dijeron que
iban a llamarle.
Tan solo uno de ellos me mira sin esa lástima en la cara que, ahora mismo, no necesito, por lo
que me levanto y voy directo a él.
—¿Dónde la tienen? —le pregunto, él mira a uno de sus superiores y acaba diciéndome desde
dónde se hizo la llamada, pero que creen que no están ahí o, al menos, que están en movimiento
constante— Así que, está en algún punto del océano o eso nos quieren dar a entender. Genial.
—Van a volver a llamar, Antonino.
—Señor secretario, la próxima vez que llamen, será conmigo con quien hablen. No me pienso
mover de aquí hasta que eso pase.
Él asiente y yo voy hacia la calle para hacer una llamada. A situaciones desesperadas,
medidas desesperadas, y esta es una de las peores situaciones en las que me he visto en toda mi
vida.
—Dichosos los oídos, señor Carusso.
—Brian, os necesito a ti y a los chicos.
—¿Qué pasa, jefe? —pregunta, dejando a un lado ese tono bromista con el que me saludaba
antes.
—Se han llevado a Chesca, un malentendido, pero que me está volviendo loco. Piden un
dineral como rescate y…
—¿Cuánto? Podemos reunirlo entre los chicos y yo para ayudarte.
—No puedo haceros eso, Brian, es vuestro dinero.
—Y tú, nuestro ex jefe de equipo y amigo, eres el Alfa, siempre será así para nosotros cuatro
—contesta.
—Quiero que vengáis a Italia y me ayudéis a encontrarla, han llamado al secretario y la han
localizado en algún punto del océano, creen que puedan estar moviéndose en avión. Necesito a
Emmanuel para eso.
—Tranquilo, me pongo en contacto con ellos y vamos para allá, dame… Doce horas,
estaremos ahí por la mañana.
—Gracias, Brian, de verdad.
—Ey, somos amigos y, si me apuras, familia.
Colgamos y regreso a la casa, el secretario me dice que probablemente sea una noche larga,
por lo que me invita a ir a la cocina a tomarme un café.
Eso hago, sentarme allí y pensar en las palabras que me ha dicho Brian.
Efectivamente, somos amigos, y ex compañeros de trabajo.
Él es y siempre será Beta, así lo conocíamos y aún le llaman los chicos cuando tienen un
trabajo.
Su padre era americano y su madre italiana, se alistó en el ejército italiano, donde nació y
vivió hasta que decidió dejarlo el mismo año que lo hice yo. Tanto él, como el resto de nuestro
equipo, decía que, si no estaba su Alfa, las misiones nunca serían como siempre.
Treinta años tenía cuando dejó su carrera militar para poner en marcha su propia empresa con
los otros tres muchachos.
Emmanuel, el experto en ordenadores del equipo, a quien se le conoce como Épsilon.
Italiano de padre y madre, nieto, hijo y sobrino de militares, y ahora, a sus treinta y tres años,
igual que yo, es su propio jefe.
Stefano, el conductor más rápido de todos, capaz de sacarnos de las peores emboscadas en
cuestión de segundos. Apodo, Sigma, edad, la misma que Beta, treinta y un años, dos menos que
yo.
Y, por último, Óscar, el mejor francotirador de nuestra unidad, hijo de padre español y madre
italiana, a quien conocemos como Omega.
Como ha dicho Brian, no solo son mis antiguos compañeros de trabajo, o mis amigos, sino
que puedo considerarlos mi familia, dado que pasamos muchas horas juntos en todas aquellas
misiones a las que nos enviaron, nos guardábamos las espaldas los unos a los otros y velábamos
porque siempre regresáramos todos con vida a casa.
—Antonino —me giro al escuchar la voz de mi jefe—. Sé que no me harás caso, pero, ten,
cógelo, por favor.
Me ofrece un cheque con una buena suma de dinero, pero como bien ha dicho él, no voy a
hacerle caso y no voy a aceptar el dinero.
—Cógelo, por favor, solo por si lo que sea que estás planeando llevar a cabo, no sale bien.
—No planeo nada —miento, y él arquea la ceja en respuesta.
—Te conozco, Antonino, fuiste militar, uno de los mejores de la unidad a la que pertenecías,
liderabas un grupo de hombres bien preparados para llevar a cabo cualquier misión de rescate.
Así que, por favor, no me tomes por tonto, que no lo soy. Viejo sí, pero no estúpido. Sé que vas a
ir a buscarla, y eso te honra, es tu mujer y la madre de tu hijo, pero acepta esto por si eso falla o,
simplemente, para que tengas algo con lo que negociar con esa gente.
—Es su dinero, no puedo aceptarlo.
—Antonino, acéptalo para emplearlo en ese rescate suicida al que sé que estás dispuesto a ir.
Se la han llevado por mi culpa, me tenían vigilado y a vernos en aquella cena, pensaron lo que no
es. Bien sabes que tu esposa es mi debilidad, pero solo porque me gusta conversar con ella.
—Lo sé.
—Entonces, coge el cheque, por favor. Solo quiero que hagas con este dinero lo que creas
necesario para traerla de vuelta a casa, contigo, y con el pequeño Enzo.
Lo pone sobre la encimera y sale de la cocina, dejándome solo de nuevo, con mis
pensamientos, mientras observo ese trozo de papel en el que hay más dinero del que jamás
podría reunir nunca.
Brian me manda un mensaje informándome de que los chicos están al tanto y que empiezan a
organizarse para venir lo antes posible.
Miro el cheque, cierro los ojos y la imagen de mi esposa, sonriendo feliz el día que nació
nuestro hijo, la última vez que la tuve entre mis brazos, el último beso que recibí de ella, se me
viene a la cabeza.
Alfa: Busca lo necesario para la misión, armas, transporte, lo que necesitemos, no escatimes
en gastos, tengo dinero.
Le mando ese mensaje a Brian, a lo que me contesta tan solo con un, ok.
No debería coger este dinero, y menos para gastarlo en lo que lo voy a hacer, pero ya que me
lo ofrece sin que tenga que devolvérselo, voy a aceparlo para poder llevar a cabo la misión de
rescate de mi mujer.
En cuanto Épsilon tenga localizados a esos tipos, nos pondremos en marcha.
—Te voy a encontrar, Chesca, juro que te voy a encontrar y te traeré de vuelta con nosotros
—murmuro, mientras doy vueltas con mi mano a mi anillo de casado que llevo en el dedo de la
otra.
7

Recibo un mensaje, miro la hora y veo que son casi las doce del mediodía. Saco el móvil del
bolsillo y es de Brian, aterrizaron hace diez minutos y ya están de camino, así que les paso la
ubicación de la casa del secretario, me tomo el quinto café de la mañana, o el sexto, no estoy
muy seguro, y espero a que lleguen sentando en el porche.
El ir y venir de policías y demás expertos es constante, pero no consiguen averiguar dónde
demonios está mi esposa.
Se han pasado la noche intentando dar con la localización exacta del teléfono desde el que
hicieron la llamada, pero, claro, si es uno de esos teléfonos por satélite, nos podemos dar por
jodidos.
Enzo me llamó esta mañana, antes de irse al colegio, para preguntarme si iría a comer a casa,
desde que Chesca desapareció, reconozco que he estado muy ausente para él, pero sé que no me
lo tendrá jamás en cuenta, puesto que sabe bien que es porque quiero encontrarla y devolvérsela
con vida.
Cuando escucho a uno de los agentes decir que no se puede pasar, miro y ahí están mis
antiguos compañeros.
Brian, ese rubio de ojos azules y metro ochenta que lidera a los otros como lo había estado
haciendo yo durante tantos años.
Emmanuel, solo dos centímetros más alto que Brian, ojos marrones con los que siempre lo ves
que está como analizando a la gente, y desde que le conozco, con el pelo rapado y unos músculos
de lo más definidos.
Stefano, metro ochenta y tres, moreno, ojos marrones, y con un aire de seductor, que no pasa
desapercibido para nadie.
Y, por último, Óscar. Metro setenta y ocho, ojos marrones con algunas betas verdes, barba de
tres días perenne y el pelo casi rapado.
Todos vestidos igual, con vaqueros y jersey negro, esas gafas de sol que les hacen parecer
más peligrosos aún, si es que eso es posible, cargados con sus mochilas y demás artilugios.
—Déjalos pasar, están conmigo —le digo al joven agente, que me mira y asiente. El
secretario ya se encargó de decir la noche anterior a todo el mundo que, lo que yo diga o haga,
tiene tanta validez como lo que diga él.
—¿Cómo estás, hermano? —Brian es el primero en saludarme como solíamos hacer,
chocando la mano, abrazándome y palmeando mi espalda.
—Deseando que acabe ya, esta puta pesadilla.
—Tranquilo, vamos a encontrarla.
—Eso espero, Óscar, o juro que me vuelvo loco —contesto tras el saludo con él.
—¿Qué tenemos? —pregunta Emmanuel, después de que todos me den ese abrazo de afecto,
fuerza y cariño que saben que necesito.
—Poca cosa, o esta gente es de lo más inútil, o los que se la han llevado son la hostia. Ayer
llamaron pidiendo el dinero.
—Ese que, un pellizco, te hemos transferido nosotros cuatro a tu cuenta.
—Stefano, le dije a Brian que no hacía falta.
—Pues te jodes, no lo puedes devolver. Y, si no haces tú la transferencia a esos cabrones, la
hago yo por ti —me dice Emmanuel, y sé que es capaz, puesto que este hackea lo que haga falta.
—Chicos, no quiero darles el dinero porque sé que, aunque lo haga, no van a entregárnosla
con vida.
—¿Qué mierda dices, tío? —protesta Óscar— ¿Ya te estás dando por vencido? Joder, no me
lo puedo creer.
—No me doy por vencido, soy realista. Me he hecho a la idea de que la he perdido. Pero que
me voy con ella, no lo dudes.
—¿En serio? Y qué pasa con Enzo, ¿eh? —me increpa Stefano.
—Tiene a Giovanna, y sé que estará bien con ella.
—Claro, lo mejor para ese crío es perder a sus padres siendo pequeño, como te pasó a ti,
¿verdad? Qué quieres, que acabe como tú, siendo militar, dejándolo todo por su familia para
después darse por vencido y aceptar la muerte de su esposa quitándose de en medio cuando la
entierre. Eres un puto egoísta con ese crío, y lo sabes.
Veo a Brian entrar en la casa, tras dar un golpe en la pared que debe haberle dolido lo suyo, y
los otros suspiran al tiempo que niegan.
Ese ha sido un golpe bajo por parte de mi amigo. Bien sabe él, que me vi solo a los doce años,
yendo de un centro de menores a otro, hasta que cumplí los dieciocho, porque mi padre, un
militar ejemplar, no pudo soportar la muerte de mi madre tras una larga lucha para que se
desintoxicara del alcohol y las drogas, y se pegó un tiro quitándose de en medio.
Yo no tenía familia, tan solo a ellos, por lo que me quedé solo, pero Enzo, tiene a su nana
Giovanna que lo cuidaría como si fuera su abuela.
—Alfa —me giro al escuchar que Stefano me llama como solía hacerlo—. No lo hagas, no la
des por muerta y, mucho menos, dejes que ese niño crezca sin sus padres.
Entramos juntos en la casa y ya veo al resto organizándose en el salón, como les ha indicado
el señor secretario.
Emmanuel, le pide algunas cosas al chico que está sentado con el ordenador, comparten
información en ese lenguaje que los expertos en informática entienden, y que a mí me suena a
chino, cuanto menos, y mi ex compañero empieza a teclear sin parar.
—Antonino, necesito saber los últimos movimientos de Chesca, ese día —me pide, y veo que
está accediendo a cientos de cámaras de seguridad de toda la ciudad.
—Salió de casa, fue a llevar a Enzo al colegio y no sé más, creo que iba a comprar algo, o qué
sé yo.
—Con eso me vale, le puedo seguir la pista desde que salió.
Y eso hace, situar a Chesca en mi casa y seguir el recorrido que hizo aquella mañana, tras
dejar a Enzo en el colegio.
Un café con algunas de las madres del cole, una compra en el super que nunca llegó a casa, y
algo que recogió en una joyería del centro comercial.
Después de eso, en una de las calles que llevaba de vuelta a casa, una furgoneta para a su
izquierda, se ven bajar a tres hombres y, mientras dos de ellos la sacan a la fuerza del coche para
meterla en ella, el tercero se sienta al volante y sale a toda velocidad tras la furgoneta.
Y eso llama mi atención, ya que la furgoneta ha aparecido en algunas de las cámaras de
vigilancia mientras veíamos a Chesca, desde que salió del colegio de Enzo.
Por suerte Emmanuel puede ver hasta dónde van, siguiendo la matrícula, y el trayecto acaba
en un aeródromo, donde ambos vehículos suben a un avión gris, sin nombre, sin número visible
y ni un solo rastro de algún distintivo con el que poder identificarlo, que emprende la marcha por
una de las pistas para despegar.
—Hay que hablar con el aeródromo, necesitamos saber todo sobre ese avión y sus vuelos —
dice el jefe de la policía— ¿Quiénes son estos tíos? —le escucho murmurar cuando pasa por mi
lado.
—Ex militares, mis hombres de confianza —le aseguro, él me mira y tan solo asiente.
—¿Tienen la llamada grabada? —pregunta Emmanuel, a lo que mi jefe asiente y le pide al
chico que se la facilite.
Emmanuel se pone los auriculares, escucha con atención la grabación una y otra vez y,
cuando acaba, me mira fijamente.
—El que habla, lo hace muy bien en italiano, pero tiene un ligero acento de otro lugar. He
conseguido aislar los ruidos del fondo y se pueden oír algunas voces. A Chesca se la llevaron los
suizos.
—¿Cómo? —pregunta el secretario, con el ceño fruncido.
—Lo que oye, señor secretario, los suizos.
—No me lo puedo creer. Ni se me había pasado por la cabeza que fueran ellos.
—¿Tiene algún problema con esa gente, jefe? —pregunto, acercándome a él.
—Hace unos meses me reuní con unos empresarios que querían hacer un negocio con el
embajador, no me parecieron trigo limpio y ni siquiera le hablé de ellos, les dije que no había
acuerdo y ahí quedó todo.
—Pues, señor secretario —dice Emmanuel, que sigue trasteando en el ordenador—, lamento
decirle que no quedó ahí, esa gente le ha estado siguiendo a todas partes. Lo que no sé es cómo
se llevaron a Chesca, sin tan solo se le ve con ella en la cena de aquella noche —señala la cámara
donde puedo ver a mi mujer, y me da un vuelco el corazón.
Tiene que estar viva, aún debe de estarlo, no puedo perderla y Enzo, menos.
—Hemos hablado con los del aeródromo —anuncia uno de los agentes con el que ha debido
hablar el jefe de la Policía—. Ese avión llegó de Suiza la noche antes, y fue hacia allí a donde
dijo que se dirigía.
—Pues en Suiza no están, según la llamada se encontraban en algún punto del océano.
—Chaval, hay mil maneras de engañar a pardillos como nosotros —le dice Emmanuel, que sé
que se ha incluido para no hacer sentir mal a ese joven agente, pero se refería a la Policía en
general.
En ese momento suena el teléfono, todos comienzan a movilizarse y, mientras el policía pone
en marcha la grabadora, así como el rastreo de llamadas, Emmanuel se centra en localizarlos
definitivamente.
—Conteste, señor secretario —le pide el jefe de la Policía.
—Dígame.
—Buenos días, secretario Costa. ¿Cómo va el asunto de nuestro dinero? —sí, tal como dijo
Emmanuel, habla italiano a la perfección, pero se le nota ese acento de otro lugar.
—Ya les dije que no es mi amante, es la esposa de mi guardaespaldas. Ese hombre está
haciendo lo imposible por recabar todo ese dinero —miente, mirándome, y yo asiento.
—Bien, bien, me gusta escuchar eso. Hasta que no veamos el dinero en nuestra cuenta o, al
menos una parte, no diremos dónde encontrarla.
—Necesitamos una prueba de que está viva —le pide, cierro los ojos y no sé si quiero
escucharlo. El tipo del otro lado se queda callado, no dice nada, no se oye el menor ruido, hasta
que, entonces, la oigo hablar a ella.
—¿Hola?
Mi primer impulso tras abrir los ojos, es ir hasta el secretario y hablar yo, pero Stefano me
retiene del brazo, negando repetidamente con la cabeza.
—Francesca, querida niña, ¿cómo estás?
—¿Señor secretario?
—Sí, soy yo.
—No entiendo nada ¿Por qué me ha traído aquí esta gente?
—Ha sido un error, pero te aseguro que tu marido está intentando solucionar lo del rescate.
—Oh, Dios mío… —murmura, y empieza a llorar.
Se me parte el alma escucharla así y no poder hacer nada por ella. Me acerco al secretario y
no puedo evitar hablar con ella.
—Chesca, voy a hacer lo que esté en mi mano para que vuelvas a casa, ¿me oyes?
Solo la escucho llorar y me está matando, necesito sacarla de ahí lo antes posible.
[6]
—Ti amo amore mio, non dimenticarlo mai .
La llamada se corta, y sé que eso ha sido una despedida.
—¡Joder! —Golpeo la mesa con fuerza, tanta, que noto cómo me arde por el dolor.
—Los tengo —escucho a Emmanuel, me giro y veo que tiene un plano en la pantalla—. Están
en Lungern, en una zona boscosa cerca del lago que lleva el mismo nombre.
—Brian, prepara todo, salimos esta tarde para allá —le pido.
Él asiente y veo a Óscar y Stefano, ponerse en marcha también. Ahora que sé dónde está mi
mujer, voy a recuperarla antes de que sea demasiado tarde.
8

Lungern, Suiza, noviembre de 2010


En ocasiones como esta, soy consciente de lo que se puede hacer cuando se tiene dinero.
Por mucho que yo hubiese querido solo, no habría conseguido todo el equipo que traemos
para esta misión.
Y no solo es por las armas o las radios, sino por el avión, así como la furgoneta que traemos
en él.
En cuanto aterrizamos en el aeródromo, Brian me pregunta si quiero ponerme al mando, pero
niego, dejo que sea él quien lleve toda la operación adelante, yo tan solo quiero preocuparme de
encontrar a Chesca y sacarla de donde sea que esté.
—Puede que esto sea una misión suicida —digo, mirando a los cuatro hombres que han
accedido a acompañarme—, que no salgamos de esa casa, y os agradezco lo que vais a hacer esta
noche por mí.
—Si es la última vez para todos, me alegra que estemos juntos —contesta Stefano.
—Ey, cabrones, yo no pienso morir hoy, que todavía tengo que encontrar a la mujer que poder
hacer mi esposa —protesta Óscar, ese que siempre decía que sería el soltero de los cinco.
—Y esa mujer, ¿tiene una hermana, prima, amiga o algo? —pregunta Épsilon.
—Seguro y, si no, tranquilo, que yo te la busco, hermano.
—A ver, vosotros dos, ¿podéis centraros un poco, por favor? —les pide Stefano.
Brian comienza a darnos instrucciones a todos, no sabemos exactamente cuántos hombres
habrá en la casa, y nosotros solo somos cinco, por el momento contamos con el factor sorpresa,
por lo que debemos aprovecharlo al máximo.
Subimos al todoterreno blindado y dejamos el avión, los pilotos se quedarán ahí hasta que
regresemos para llevarnos de vuelta a Italia.
En caso de que, antes del amanecer, no tengan noticias nuestras, deben marcharse como si
nunca hubieran estado en esta parte helada del mundo.
Menos mal que contábamos con el clima de este país, y sus nevadas, de lo contrario, habría
sido imposible avanzar por la nieve con la furgoneta sin llevar la equipación adecuada para ello.
Emmanuel va indicando por dónde debemos ir, y cada vez nos alejamos más de la ciudad para
adentraros en los bosques.
Desde luego, quien quiera que sean estos tipos contaron con todo, no querían que nadie
supiera lo que hacían o dejaban de hacer y, mucho menos, que habían secuestrado a alguien.
Según nos acercamos al punto que marcaba cuando Emmanuel localizó la llamada, vemos que
no hay ni una casa, ni una sola, en toda la zona.
Óscar está alerta, mientras Stefano conduce, y yo no dejo de pensar en lo que me encontraré
cuando llegue.
—Nos acercamos al punto, chicos —informa Emmanuel.
—Vale, busca una zona donde dejar la furgoneta.
—Estoy en ello, Beta —responde.
Quince minutos después, estamos saliendo de ella, cargados con el equipo y armados hasta los
dientes, como solíamos ir en los viejos tiempos.
Caminamos por la nieve en silencio, procurando hacer el menor ruido, y esperando no ser
vistos cuando lleguemos.
Nos acercamos cada vez más y vemos la casa. Apenas hay algunas luces encendidas, por lo
que imaginamos que serán de las habitaciones en las que estén vigilando por las cámaras.
—Busca una puerta de acceso, que no sea la principal —le pide Brian a Emmanuel.
Mira el plano que consiguió digitalizar de la casa y ve que hay una puerta en el lateral que da
al lago, así que la bordeamos procurando no ser vistos hasta que llegamos a ella.
Tiene una cerradura electrónica que Emmanuel, no tarda en abrir y entramos, todos bien alerta
y listos para disparar en caso de ser necesario.
La casa tiene varias habitaciones, así como dos plantas, además de un sótano y garaje.
Brian levanta el brazo, señal inequívoca de que tenemos que parar, al escuchar a un par de
hombres hablar.
No lo dudamos, nos ponemos cada uno a un lado del pasillo por el que vamos y, en cuanto los
vemos aparecer, nos hacemos cada uno cargo de uno de ellos, sin miramientos, con un giro
rápido de muñecas, lo que hace que se les parta el cuello.
Seguimos avanzando por el pasillo por el que venían ellos y llegamos a una puerta de la que
salen voces.
Abrimos despacio y vemos tres hombres jugando al póker, genial, despistados y dando la
espalda a la puerta.
Brian entra, apunta, y dispara su pistola con silenciador.
Tres menos, y van cinco.
Óscar va en la retaguardia, vigilando que no nos sorprenda nadie por la espalda, algo
imprescindible en estos momentos.
El pasillo desemboca en dos más, uno a cada lado, así que decidimos dividirnos.
—Alfa, Omega, conmigo por el de la izquierda. Sigma, Épsilon, por el de la derecha —dice
Brian, y todos asentimos.
Cada equipo avanza por uno de los pasillos y estamos en continuo contacto por los
auriculares.
—Vemos unas escaleras —informa Stefano—. Subimos al piso de arriba.
—De acuerdo, manteneos alerta.
—Tranquilo, Beta, todo contralado.
Nosotros llegamos a una puerta en la que, tras abrirla, contamos seis camas, todas ocupadas
por hombres dormidos como bebés.
Hasta que Brian se acerca y, uno tras otro, acaba con ellos.
Sé que lo hace por mí, para que ninguna muerte pese sobre mi conciencia, pero será imposible
evitar que tenga que apretar el gatillo, como lo hice tantas veces años atrás.
Emmanuel nos dice que han despejado la planta de arriba, en la que han encontrado otros
ocho hombres, pero ni rastro de Chesca.
En ese momento escuchamos varias voces gritando.
—¡Nos han descubierto, maldita sea! —grita Stefano por el auricular.
—Vamos para allá —contesta Brian, y volvemos hacia atrás hasta el lugar en el que nos
separamos, llegamos a la escalera y subimos para ayudar a nuestros compañeros.
El tiroteo entre los putos suizos y nosotros es inevitable, al punto de que ellos caen como
moscas, pero también salen de todas esas puertas como si de una marabunta de hormigas se
tratara.
¿Quién cojones es esta gente? Desde luego, la organización criminal a la que pertenecen está
muy, pero que muy bien abastecida de carroña.
He perdido la cuenta de los hombres que han caído tras recibir un disparo de los míos, solo
pienso en encontrar a Chesa.
Me he quedado el último, el resto sigue disparando a todo lo que se acerca por unas escaleras
que llevan a alguna parte de la casa y, cuando paso por una de las puertas, me quedo de piedra al
ver a una chiquilla que no debe tener más de dieciocho años, con muy poca ropa, y cara de
miedo.
—Tranquila —le pido, levantando la mano y dejando de apuntarla— ¿Puedes ayudarme?
Estoy buscando a esta mujer —le enseño la foto de Chesca y ella se tapa la boca con ambas
manos.
Dice algo, pero no la entiendo, la puerta se abre y aparece otra chica, de la misma edad, y se
me revuelve el estómago al saber lo que hacen en este lugar.
Las deben tener retenidas contra su voluntad como entretenimiento para estos hombres.
Malditos hijos de puta.
Escucho pasos a mi espalda, empujo la puerta y entro, cerrando tras de mí. Otras dos niñas
más, de la misma edad, me miran asustadas.
—Por favor, tranquilas —insisto, mientras escucho que pasan corriendo por el pasillo—.
Necesito encontrarla.
—Yo… —una de las que estaban dentro de la habitación, habla tímidamente— sé dónde la
tenían.
—¿Puedes llevarme?
—Sí ¿Nos llevará después con usted?
—Te prometo que os sacaré de aquí, y haré lo que esté en mi mano para que regreséis con
vuestras familias.
—No tenemos a nadie, nos vendieron a todas a esta gente hace dos años.
—Os pondré a salvo. Vamos, llévame hasta ella. Diles que se queden aquí, volveremos.
Ella asiente, habla con las otras tres y hacen lo que les pido, que se escondan bajo las camas.
—Beta, voy a buscar a Chesca.
—¿Sabes dónde está? —pregunta.
—Tengo a alguien que va a llevarme hasta ella, pero después, tenemos que llevarla con
nosotros —contesto, saliendo de la habitación.
—¿Llevarla? ¿Es una mujer?
—Es una cría, y hay tres más.
—No me jodas.
Dejamos de hablar, pego a la chica a mi espalda y voy siguiendo sus indicaciones hasta que
llegamos a una escalera que, según asegura, lleva a una pequeña buhardilla en la que tienen a
Chesca.
—Quédate aquí, y mantente a salvo, ¿de acuerdo?
Ella asiente, se sienta en el suelo pegada a la pared, abrazada a sus rodillas, y yo subo lo más
alerta que puedo.
Cuando llego a la puerta, está cerrada con llave por lo que no dudo en pegarle una patada y
echarla abajo.
Me reciben con una ráfaga de disparos a los que respondo sin miramientos hacia el lugar del
que provienen, hasta que ese maldito cabrón acaba cayendo al suelo, muerto. Uno menos.
Miro alrededor y sí, veo a Chesca, pero no como esperaba verla, sino como intuía que estaría,
solo que me mata ver cómo la han tenido estos hijos de puta durante tantos días.
Atada a la cama de pies y manos, amordazada, desnuda, llena de golpes, cubierta de sangre
por los cortes que han hecho en varias partes de su cuerpo, así como en sus genitales y por la
parte trasera.
El corte que le ha producido la muerte, ha sido en el cuello, algo rápido para evitar que yo la
recuperara con vida.
Cierro los ojos, con el estómago revuelto y las lágrimas agolpándose en mis ojos.
—¡Todo despejado! —grita Stefano— Alfa ¿dónde estás?
—Volved por el pasillo donde empezó el tiroteo, encontraréis a una de las niñas junto a una
escalera que da a la buhardilla de la casa. Que os lleve a por las otras tres, yo bajaré enseguida a
reunirme con vosotros.
—¿La has encontrado? —pregunta Brian, guardo silencio y vuelvo a ver mi Chesca, mi
preciosa Chesca, prácticamente irreconocible— Antonino, por el amor de Dios, dime si la has
encontrado.
—Sí, pero he llegado demasiado tarde.
—Joder…
—Mierda.
—¡Me cago en la puta!
—¡Aquí hay uno vivo! —grita Óscar.
—Llevadlo con vosotros, quiero hablar con él —les pido.
Busco algo con lo que poder cubrirla y encuentros un par de mantas lo suficientemente
gruesas como para que no se vea la sangre.
Le corto las cuerdas, sin poder evitar llorar mientras lo hago, y me maldigo por no haber
llegado antes, por no haber pedido ayuda antes a los chicos.
—Lo siento, amore, lo siento —le digo, limpiándole la sangre del rostro para besarla por
[7]
última vez—. Ti amo, bella Chesca .
La abrazo y grito, desgarrándome la garganta y sintiendo que se me va la vida con ella.
—¡¿Cómo has permitido esto, Dios?! —Lloro, como un niño pequeño, sosteniendo a la mujer
que amo en mis brazos— ¡¡Jamás te perdonaré esto, jamás!!
La envuelvo en las mantas y, llevándola en mis brazos como si solo estuviese dormida, salgo
de ese lugar en el que la muerte se ha llevado a mi mujer. Bajo las escaleras y me encuentro con
Stefano.
—Antonino… —dice, con pesar en la voz y en el rostro.
—Ahora está descansando, amigo, ya está a salvo —le aseguro, sin poder dejar de llorar.
Y me da igual que me vea, me importa una puta mierda que piense que soy un hombre débil
por hacerlo. Era, no, es mi mujer, la madre de mi hijo, y me la han arrebatado antes de tiempo.
Con ella se me ha ido todo, porque sé que, de aquí en adelante, estaré muerto en vida.
Cuando salimos a la calle veo a los chicos junto a las crías que hemos sacado de este lugar, así
como al hombre que decían seguía vivo.
Bueno, si aún lo está, es porque debe tener un Ángel de la Guarda muy grande, porque a ese
tío le quedan minutos de vida.
—¿Todo esto por esa puta italiana? —pregunta, cuando me acerco con Chesca en brazos.
—Mide tus palabas, pedazo de mierda —Óscar le da con la culata del fusil en la cabeza—.
Esa mujer era la esposa de mi hermano.
—Una puta menos —sonríe y no puedo evitar entregarle a Stefano el cuerpo sin vida de mi
esposa, desenfundar mi pistola y apuntarle a él, entre ceja y ceja.
—¿Por qué la han matado?
—No llegó el dinero —se encoge de hombros.
—El secretario le aseguró al que hacía las llamadas, que estábamos tratando de reunirlo.
—Cierto, pero todos los aquí presentes sabemos que era mentira. A los hechos ocurridos esta
noche me remito.
—¿Te crees muy listo, hijo de puta?
—No, italiano, no me creo muy listo, solo soy observador.
—Eres hombre muerto, como todos esos de ahí dentro.
—No te librarás de la muerte si me matas, te aseguro que mis hermanos te acabarán
encontrando, y harán que te reúnas con esa…
¡Pam, pam, pam! Tres, tres putos disparos en la cabeza para asegurarme de que está bien
muerto.
Nadie dice nada, ni siquiera las chicas, cuando cae al suelo y la nieve comienza a teñirse de
rojo.
Una de ellas se acerca y, tras escupirle en la cara, dice algo en su idioma que juro no ha
sonado nada bien.
—Había cámaras, pero no he encontrado ninguna sala de grabación.
—Eso no importa ahora, Beta —le digo, siguiendo con los nombres en clave delante de estas
chicas—. A vosotros no os han visto la cara, a mí, sí. Si quieren venir a buscarme, estaré
encantado de recibirles. Sea cuando sea, y dónde sea.
Cojo a Chesca y, seguido por mis compañeros y las chicas como si de un cortejo fúnebre se
tratara, camino por el silencio de la noche hasta la furgoneta, donde subimos para regresar al
aeródromo.
9

Italia, noviembre de 2019


Desde que regresamos de aquel infierno blanco hace tres días, no he tenido el valor de pasar
por mi casa para hablar con mi hijo.
Tan solo llamé a Giovanna a la mañana siguiente de volver, le dije que estaba bien, que había
encontrado a Chesca y la traía de nuevo a casa.
Se emocionó y lloró de alegría, hasta que le dije que la traía para enterrarla.
Esas lágrimas de felicidad, se transformaron en dolor en cuestión de segundos, no dejaba de
hacer la misma pregunta que había estado haciendo yo desde que la encontré. ¿Por qué, Dios
mío? ¿Por qué ella?
[8]
—La mia bella ragazza —fue lo último que dijo antes de que nos despidiéramos.
Sí, nuestra niña hermosa, esa que me regalaba sonrisas cada mañana, la que hizo que me
enamorara de ella el mismo día que la conocí, por la que habría dado mi vida din dudarlo.
En estos tres días, he estado más veces a punto de pegarme un tiro de las que puedo contar,
solo en la habitación de un hotel, de la que no he salido ni siquiera cuando los chicos venían a
suplicarme que les abriera la puerta.
No fue una, ni tampoco dos, las veces que tuve que asegurarles a gritos desde la cama que
estaba vivo, que no había hecho ninguna gilipollez, como ellos decían.
¿Querer dejar este puto mundo para irme con mi mujer, era una gilipollez? Tal vez sí, pero, si
mi padre lo hizo, ¿por qué cojones no podría hacerlo yo?
Para eso tengo respuesta, es la que me he estado dando a mí mismo todo el tiempo.
Porque no soy un jodido egoísta como lo fue él, porque yo, a diferencia de mi padre, he tenido
a mi hijo en la cabeza todo el tiempo.
¿De verdad sería capaz de meterme una pistola en la boca, apretar el gatillo y volarme la tapa
de los sesos dejándolo solo?
No, no sería capaz de hacerlo, porque ahora mismo mi hijo es mi vida, aunque esa vida se la
llevara mi querida y amada Chesca con ella.
Y hoy ha llegado el día, ese en el que tendré que despedirme de ella definitivamente, decirle
adiós a la mujer que me ha hecho inmensamente feliz todos estos años, desde aquella barbacoa
en la que nos vimos por primera vez.
Pero ahora se va, nos deja a su hijo y a mí, ese que tantas risas le ha provocado desde que
nació, al que abrazaba y cantaba cada noche hasta que se quedaba dormido, el pequeño
hombrecito al que tendré que explicarle que su mamá está en el cielo.
Los chicos me han traído un traje negro esta mañana con el desayuno, todos, no faltaba ni
uno, para darme además una charla sobre mis responsabilidades a partir de ahora y, además, por
si fuera poco, asegurarme que estarían ahí siempre que los necesitara.
Genial, iba a tener niñeras, cuatro nada menos.
Me miro al espejo y al colocarme bien la corbata, el anillo de casado brilla en el reflejo.
Jugueteo con él y me digo a mí mismo que jamás me lo voy a quitar, lo llevaré siempre
conmigo de un modo u otro.
Dos golpes en la puerta y la voz de Óscar, diciéndome que es la hora.
Recojo lo poco que tengo aquí, puesto que después del funeral iré directo a casa, y salgo para
bajar en el ascensor hasta el vestíbulo en el que me esperan ocho personas, serias, tristes, y de un
negro de lo más riguroso.
Sí, las cuatro chicas que rescatamos en aquella casa, esas a las que les juramos que no íbamos
a dejar solas, ya son ciudadanas italianas gracias al señor secretario y al embajador.
Yara, Nina, Amila y Luana, cuatro chicas de dieciocho años, huérfanas, a quienes, tras
secuestrarlas del centro de acogida en el que estaban a los dieciséis años, les habían robado la
vida esos dos años en aquella casa.
Luana había sido quien me llevó hasta aquella buhardilla, ella hablaba varios idiomas porque
le gustaba aprender y estuvo durante años estudiándolos en el centro, entre ellos, el italiano.
Conoció a Chesca, habló con ella y me dijo que se preocupaba de que ellas estuvieran bien.
Cuando me dijo que se había enterado de que había tres chicas más, y que cada noche varios
de esos hombres iban a buscarlas para satisfacerse, le dijo al jefe de aquellos miserables que las
dejaran tranquilas, que solo eran niñas.
Ahí le llegó la primera paliza.
Hasta que sí, el jefe accedió a que ninguno tocara a esas pobres chicas, pero, a cambio, sería
ella quien tendría que satisfacerlos.
No podría odiar a ninguna de esas cuatro crías que bastante tenían con sus vidas de mierda,
pero aquello me hizo sentir aún más orgulloso de mi mujer, que consintió sacrificarse por las que
menos podían defenderse.
Por eso se despidió de mí, seguro que ella supo que iría a buscarla en cuanto hablamos y, si
aquellos hombres lo intuyeron, sabiendo que el dinero no había llegado y tal vez no llegara,
decidieron deshacerse de ella.
—Antonino —me dice Luana, acercándose a mí—. Espero que no te moleste que queramos ir.
Francesca fue un rayo de luz a nuestra oscuridad, como un ángel que cayó del cielo.
—Claro que no me molesta, pequeña —le aseguro, acariciándole la mejilla y dejando un beso
en su frente—. Os lo agradezco, de verdad. Saber que, de alguna manera no estuvo sola aquellos
días, me reconforta un poco.
—Te quería mucho.
—No más que yo a ella, pequeña.
Luana sonríe, veo que le caen algunas lágrimas y se las retiro con los pulgares.
—Vamos, hermano, Giovanna y Enzo están esperando con el señor secretario.
—He sobrevivido estos tres días, Brian —intento sonreír, pero no puedo.
—Y lo harás otros tres más, y después otros tres, y así cada año que pase, hasta que veas a tu
hijo convertido en un hombre, casado y con hijos, esa familia que tanto ella como tú, siempre
quisisteis.
—Estábamos buscando otro hijo.
—No pienses en eso, no te martirices.
Salimos del hotel y ponemos rumbo al cementerio donde, desde hoy, descansará mi esposa el
resto de la eternidad.
Brian me pide un imposible, que no me martirice. ¿Cómo demonios hago eso, cuando sé que,
si hubiera accedido a aceptar el dinero del secretario, del embajador y el que él y el resto de los
chicos me ofrecían, podría haber retrasado todo un poco más y Chesca seguiría viva?
Decisiones, esas que nos cambiarán la vida para siempre sin que nos demos cuenta.
En cuanto llegamos al cementerio y bajo del coche, el primero en verme es mi hijo Enzo, que
corre llorando a mis brazos.
—Papá —le abrazo y no puedo evitar que me caigan las mismas lágrimas de dolor que a él.
—Hola, hijo.
—Mami no está, no va a volver —no para de llorar, y yo no puedo dejar de hacerlo tampoco.
—Lo sé, y lo siento. Te prometí que la traería de vuelta.
—Lo has hecho, está en casa. ¿Por qué se ha tenido que ir al cielo? —pregunta, mirándome
con la cara cubierta de lágrimas y los ojos rojos.
—Porque a Dios le hacía falta un ángel ahí arriba, y le pidió a ella si podía serlo.
—¿Por qué no dijo que no? ¿Por qué nos ha dejado solos?
—Porque allí también hay niños y niñas, pequeños como tú, que no tienen a su mamá y
necesitan un ángel que los acompañe cada día. Mamá quiso hacerlo y, además, velará por ti
desde donde está.
—Pero yo quiero que me cuide aquí, quiero verla, estar con ella, que me lleve al colegio y al
parque.
—No puede ser, hijo —le abrazo, mientras llora, y escucho los sollozos de las chicas a mi
espalda.
—Hola, Enzo —dice Luana, acercándose a nosotros.
—Hola.
—¿Quieres saber algo que me dijo tu mamá? —pregunta, mi hijo asiente mientras ella le seca
las mejillas, y yo arqueo la ceja— Quería que supieras que te quería mucho, aunque decía que ya
lo sabías —él asiente— porque eres un niño muy listo. Ella no va a olvidarse de ti, siempre
estará viéndote, así que si alguna vez estás triste y sientes una brisa que te acaricia, será ella que
te abraza con sus alas de ángel.
—¿De verdad? —pregunta mi hijo, volviendo a llorar.
—De verdad, cariño. Nunca te olvides de esto, ¿de acuerdo? —Enzo niega, se abraza a mí, y
yo le doy las gracias a Luana, que me besa en la mejilla y comienza a caminar junto a las demás
chicas y a mis amigos, para ocupar sus asientos.
—Antonino, lo lamento mucho, hijo —me dice el secretario cuando llego junto a él, y a
Giovanna.
—Más lo siento yo, jefe, que llegué demasiado tarde.
Durante el funeral, Enzo no se ha apartado de Luana en ningún momento, como tampoco lo
ha hecho de Giovanna.
Yo he estado aquí, o al menos mi cuerpo, porque mi mente no.
No dejo de pensar en ella, en mi Francesca, la mujer de mi vida.
Cuando veo bajar el féretro, le juro que cuidaré siempre de nuestro hijo, que jamás tendrá que
preocuparse por eso, que no le va a faltar de nada.
Tras recibir las condolencias de quienes me han acompañado en este trágico, lluvioso y
fatídico día, les pido a los chicos que se lleven a Enzo con ellos a cenar, a lo que acceden sin
problemas, mientras Giovanna se va a casa de su hija a pasar la noche.
Necesito estar solo, hoy más que nunca, en la que ha sido nuestra casa desde que nos
prometimos.
Entro y me recibe el silencio. No está su voz llamando a Enzo, ni su risa saliendo de la cocina
mientras prepara la cena con Giovanna.
Nada, absolutamente nada es lo que se escucha en este momento, salvo mis sollozos.
Me sirvo una copa de whisky, necesito pasar este momento con algo de alcohol, cojo una foto
suya que hay sobre la chimenea, me siento en el sofá y, tras dar el primer trago, contemplo ese
rostro que ya nunca más volveré a ver.
—Mi querida Chesca…
Lloro, sin poder controlar esas putas lágrimas que me inundan los ojos, mientras caen sobre el
cristal que protege la foto.
—Prometiste no dejarme nunca, mi amor —lloro, mientras se me vienen a la mente cada uno
de los mejores momentos que viví con ella.
El primer beso que le robé, la primera vez que dijo que me amaba, el día de nuestra boda, el
nacimiento de Enzo…
—Nos has dejado a los dos, ahora que tanto te necesitamos.
No dejo de llorar y beber, mientras la miro a los ojos, esos que siempre tenían un brillo
especial, cargados de amor.
—La casa está vacía sin ti, amor mío.
Me llevo la foto al pecho, sigo bebiendo y llorando, me recuesto en el sofá, cierro los ojos, y
me preguntó por qué tuvo que ser ella, tan joven y con toda la vida por delante, en vez de yo.
Cientos de misiones peligrosas en el Ejército, jugándome la vida en todas y cada una de ellas,
y ni tan siquiera me rozó una bala.
Y ella, la mujer más buena que conocí en mi vida, ese ángel que era para todos, para mí el
primero, se va antes de tiempo dejando aquí tantas cosas aun por hacer.
—Te quiero, mi querida Chesca, y así será siempre, hasta el fin de mis días, hasta mi último
aliento.
10

Italia, mayo de 2011


Seis meses sin ella, y en este tiempo no he dejado de maldecirme por haber hecho lo que no
debía.
Si hubiera pagado una parte del maldito rescate.
Incluso dejé el trabajo, en enero me pedí un año de excedencia y el secretario me lo dio,
porque no podía dejar de pensar en ella.
Volver a casa y no encontrarla, me mataba.
Pero lo peor eran las pesadillas, esas que no me dejaban dormir, porque lo único que veía al
cerrar los ojos, era a mi esposa sin vida.
Hasta que una noche, después de un par de botellas de whisky, me quedé dormido en el sofá y
no hubo pesadillas.
A la mañana siguiente Giovanna me echó una bronca, como la que le daría una madre a su
hijo de quince años.
Me dio igual, después de esa noche supe lo que tenía que hacer para olvidar y dormir.
Dejaba a Enzo en casa con ella, me iba a un bar y bebía hasta que todo me empezaba a dar
vueltas.
Aquella mierda funcionaba, en ese momento cogía el coche para regresar a casa y meterme en
la cama. Me exponía a multas, retirada del carnet e incluso una condena de cárcel si ocurriera
una desgracia.
Afortunadamente no pasaba nada de eso, puesto que cuando regresaba a casa, las calles
estaban completamente desiertas.
Todo cambió una noche a finales de enero, cuando conocí a una mujer en el bar en el que
estaba bebiendo.
Se acercó, se insinuó y, tras un tonteo de lo más inesperado para mí, acabamos en un hotel de
mala muerte follando.
Sí, tal cual, follando, porque aquella noche, a esa mujer, no le hice el amor, simplemente me
la follé, como he hecho en estos cinco meses con otras muchas.
Una mujer distinta cada noche, esas que se acercaban a mí, para que les diera el mejor
momento de sus vidas, dicho por todas y cada una de ellas.
Siempre desde atrás, con ellas recostadas en la cama o en una mesa, donde mejor nos pillara,
un polvo rápido, fuerte y sin mimos después.
No los necesitaba, ellas sabían a lo que iban conmigo a ese maldito hotel a pasar un buen rato.
Esa espiral de alcohol y sexo me había llevado a dejar a mi hijo desatendido y en manos de
Giovanna, la mujer más buena y paciente que he conocido nunca.
Hace un par de meses me estaba esperando despierta cuando llegué a casa, y me dio la bronca
del siglo, esa que yo ignoré por completo, y seguí haciendo lo que me parecía lo mejor para mí y
así poder dormir y olvidar.
—¿Ves bonito esto que os estáis haciendo, Antonino? —dijo, con ese tono de madre que
nunca en mi vida olvidaré— Ese niño no deja de preguntar por su padre, al que apenas ve
durante la cena y nada más, porque se pasa los días durmiendo la borrachera con la que llega a
casa cada noche.
—Nana, es mi vida, no te metas en ella.
—No es solo tu vida, Antonino, también es la de Enzo. No hagas que coja un día a ese pobre
niño y me lo lleve, porque, te juro, que no volverás a verlo en tu vida.
—Quizás sería lo mejor, criarse contigo y no conmigo. Yo ni siquiera debería estar vivo,
tendría que haberme pegado un tiro la noche que enterré a mi esposa.
La bofetada que me dio, resonó en el silencioso salón como el chasquido de un látigo, y
durante varios minutos tuve un molesto pitido en el oído, provocado por el impacto de parte de
su mano en él.
Respetaba a Giovanna, la quería como a una madre y jamás le pondría una mano encima, pero
recuerdo que la miré con ganas de devolvérsela.
—No me mires así, niño, porque seguro que me ha dolido más a mí, que a ti.
Se dio la vuelta y se marchó, dejándome solo en el salón. Me senté en el sofá y solo pensé en
una cosa, en el valor que había tenido Giovanna al enfrentarse así a mí.
Ella, una mujer menuda, plantándole cara y semejante bofetada a un tío alto, fuerte y
musculoso como yo.
Menudo par de cojones había sacado mi nana.
Si dijera que aquella noche sirvió de algo, mentiría, porque, a pesar de que recordaré la
bofetada cada día, yo seguí en esa espiral de noches de alcohol y sexo que me llevaban a olvidar,
al menos en parte, la desgracia que había asolado a mi familia aquella maldita noche de
noviembre, cuando encontré al amor de mi vida muerta.
La siguiente bofetada de realidad vino apenas un par de semanas después, esta vez, de mi
mejor amigo y casi hermano, Brian.
¿Qué recuerdo de la noche antes a que él viniera a recogerme al hotel? Poco, la verdad, solo
que, como siempre, iba al mismo bar a emborracharme y que una mujer de lo más exuberante y
provocativa, se acercó a beber conmigo y acabamos en el hotel.
Me desperté a la mañana siguiente, allí mismo, después de que Brian me tirara un cubo de
agua helada encima.
—¡Joder! ¿Se puede saber qué cojones haces en mi casa? —Sí, así de borracho estaba para
no recordar que ni siquiera había dejado el hotel.
—No estás en casa, gilipollas, sino en el hotel donde vienes a follar cada noche. Me ha
llamado la dueña, después de dejarte dormir la puta cogorza que llevabas encima.
—¿Por qué sigo aquí? —pregunté, pasándome ambas manos por la cara a ver si así me
despejaba un poco.
—Fácil, la chica de anoche era una puta que, después de ponerte algo en la bebida, te trajo
al hotel a duras penas, la dueña te registró y la vio salir media hora después. Menos mal que esa
mujer tenía mi número, que según le dijiste la primera vez era el de las emergencias más
importantes, llamó a la Policía cuando la vio salir tan rápido y la encontraron, te había
desplumado, tío.
No me lo podía creer, una puta me había drogado y robado, de no haber sido por la dueña del
hotel, a saber, si me habría despertado vivo.
—Si esto es lo que quieres, seguir con este ritmo de vida emborrachándote y follando con una
mujer cada noche, hazlo, pero al menos ten dos putos dedos de frente porque, puede que la
próxima vez que te droguen para robarte, no tengas tanta suerte —dijo, yendo hacia la puerta,
pero no quedó ahí la historia, esas no habían sido sus últimas palabras—. Ah, y, si quieres a ese
niño, por poco que sea, no le hagas esto a él también. no ha dejado de llamar a Luana llorando
alguna noche porque no ve a su padre y ni siquiera le hace caso. Ese crío te necesita, Antonino,
necesita a su padre porque ya perdió a su madre. No dejes que os pierda a los dos. Giovanna me
ha dicho que cualquier día se lo lleva, y sé que estará más que dispuesta, pero seré yo quien me
lo lleve, si no dejas de hacer el capullo.
Salió de la habitación dando un portazo, me di una ducha rápida para quitarme todo ese olor a
alcohol y, después de vestirme, volví a casa donde no había nadie.
¿Le hice caso?
No, tampoco en esa ocasión seguí el consejo, o amenaza, de mi mejor amigo.
Hasta hoy, momento en el que, mientras estoy tomando la segunda copa de la noche, se me
acerca una mujer, como siempre, y me pasa la mano por la espalda hasta dejarla sobre uno de
mis hombros.
—Buenas noches, Alfa —que me llame así, ya es chocante, pero no cuando proviene de esa
voz que reconocería en cualquier parte del mundo.
—¿Qué haces aquí, Luana? —pregunto, tras dar un buen trago de mi whisky.
—Lo mismo que tú, beber para olvidar.
—No lo creo. ¿Te manda Brian?
—Si ese hombre supiera que estoy aquí, le daba un infarto. Se cree que es mi padre o algo así.
—Un hermano mayor, eso podría ser. Tu padre, lo dudo. Demasiado joven para serlo.
—Anda, dame un trago —dice, quitándome el whisky para, ante mi asombrada mirada,
bebérselo entero—. Dios, esto arde —murmura, apenas sin voz, y acabo riendo a carcajadas.
—Vete a casa con los demás, pequeña —le pido, colocándole un mechón de pelo tras la oreja.
Desde que volvimos de Suiza, esas cuatro crías se han estado quedando en la casa que
alquilaron los chicos aquí, según ellos, por si les necesitaba, pero sé que lo hicieron para ser mis
niñeras a tiempo completo. Cuando regresen a algún país de América en el que están instalados,
se irán con ellos.
—¿No me vas a llevar a mí al hotel, Alfa? —pregunta, mirándome a los ojos mientras se
mordisquea el labio.
—No sabes lo que dices. ¿Cuánto has bebido? —Arqueo la ceja.
—Esa, es mi primera copa. Dime, ¿no soy tan bonita o sexy como las otras mujeres?
—Luana, no me estás diciendo todo esto en serio, ¿verdad?
—Claro que sí, ¿acaso no soy suficiente mujer para ti? Te recuerdo, que he estado dos años
satisfaciendo a una treintena de hombres.
—Luana, vete a casa —cierro los ojos y me mantengo en mis trece, pero esa chiquilla no me
lo pone fácil cuando, tras pegarse a mí, pone la mano libre sobre mi miembro y aprieta un poco.
—Quiero que me hagas el amor, Alfa —susurra, mordisqueándome el lóbulo de la oreja—.
No sé lo que es sentir el cariño de un hombre, solo sexo rápido, duro y doloroso mientras lloraba.
No puedo hacer esto, no puedo acceder a lo que me está pidiendo, pero juro que es la primera
vez que, estando sobrio, una mujer hace que me excite mientras me toca.
—Luana, para.
—¿No me deseas?
—Para, por favor —le pido, apartándole la mano de mi entrepierna mientras la miro fijamente
a los ojos.
—Igual que me rechazas a mí, podrías haber rechazo a todas las demás. No vas a olvidar a
Chesca follándote a otras, ni siquiera vas a sentirte mejor, porque estoy segura que cuando todo
acaba, vuelves a casa martirizándote por lo que has hecho. La amabas, Antonino, y la seguirás
amando el resto de tu vida, solo que, en algún momento de tu vida, aparecerá alguien que te haga
sentir todo aquella que sentías por ella. La querrás, la desearás, sentirás que debes cuidar de ella
y no permitir que le pase nada, te acabarás enamorando de ella sin que te des cuenta y, ¿sabes lo
mejor? —no hablo, no puedo, tan solo niego— Que ella sentirá todo eso por ti, y querrá liberarte
de esa coraza que te has puesto. Con ella no querrás solo follar y ya está, querrás hacerla sentir la
mujer más especial del jodido planeta Tierra.
—¿Quién coño te ha enseñado a hablar así, de esa forma tan adulta, pequeña? —pregunto,
abrazándola y pegándola a mi pecho al ver que empiezan a brotarle algunas lágrimas.
—La mierda de vida que he llevado, sobre todo, estos dos últimos años, que me ha hecho
madurar antes de tiempo, supongo.
—No vuelvas a hacer con un hombre, lo que has hecho esta noche conmigo —le cojo ambas
mejillas entre mis manos y la miro a los ojos, esos que ya tiene cubiertos de lágrimas—. No te
menosprecies, no te compares jamás con otras mujeres. Eres una luchadora, una superviviente,
una mujer de los pies a la cabeza a pesar de tu corta edad. Nunca te valores tan poco pidiendo un
polvo a un hombre. Has pasado por la peor de las experiencias en cuanto al sexo, pero te aseguro
que es algo que puede llegar a ser muy bonito. Sé paciente, pequeña, porque algún día llegará el
hombre que te rescate a ti de esos recuerdos, te proteja y te ame como mereces.
Le doy un beso en la frente, pago las copas que me he bebido y la llevo a ella de vuelta a la
casa, donde veo a Brian sentado en la escalera con el móvil en la mano.
—¿Dónde estabas, Luana? —pregunta, enfadado, cuando la ve bajar del coche.
—Me hacía de niñera esta noche, capullo —contesto yo, con la voz sobria puesto que no he
bebido apenas, y él me mira sorprendido—. No la regañes, o juro que me la llevo conmigo y no
la vuelves a ver en tu vida.
—¿Te la has follado? —su tono ha pasado del enfado, al odio mezclado con asco.
Luana y yo nos miramos, igual de sorprendidos que estaba él, voy a contestar, pero lo hace
ella por mí.
—No, no ha querido follarme por mucho que se lo he pedido. Así que, tranquilo, tu amigo nos
va a respetar a las cuatro y jamás nos hará daño. Buenas noches Antonino, recuerda lo que te he
dicho y, por favor, no olvides nunca que te quiero mucho —sonríe y se aleja entrando en la casa.
—¿En serio se te ha insinuado?
—Sí, pero te aseguro que, ni con ella, ni con ninguna de las otras, podría hacer lo que he
estado haciendo hasta ahora.
—Espera, ¿hasta ahora?
—Sí, amigo, se acabó. Voy a volver a ser el mismo idiota aburrido de siempre. Estaremos en
contacto —le hago un guiño y salgo de allí, volviendo a casa.
A casa, ese lugar en el que he creado tantos y tan buenos recuerdos, esos que, a partir de
ahora, llevaré siempre conmigo allá donde vaya.
11

Italia, agosto de 2011


Se acaba el verano, y, para mí, una etapa más de mi vida.
Dejo mi hogar, mi lugar de nacimiento, el país en el que me enamoré, casé y comencé a crear
mi familia.
Sí, tras pensarlo mucho en estos meses de verano, hablé con mi hijo, ese que cada día sonreía
más que el anterior al ver que su padre había vuelto, y le pregunté si estaría dispuesto a que
empezáramos los dos solos, de cero, en otro lugar.
Dijo que sí, que lo que yo hiciera estaría bien.
En ese momento comprendí que mi hijo había crecido diez años de golpe tras la muerte de su
madre.
Hablé con el secretario, le comenté que quería dar un cambio a mi vida, dejar el dolor atrás,
aunque ese nunca desaparecería del todo, que todo lo bueno que había vivido con Chesca, se
quedara aquí, donde fui feliz, y le pregunté si podía trasladarme a la embajada italiana de otro
país.
No dudó en aceptar mi solicitud, habló con el embajador y me dijo que tenían el puesto
indicado para mí esperándome en Madrid. Iba a ser el jefe de los escoltas allí.
Ni lo pensé, me parecía el mejor destino para empezar mi vida de nuevo con Enzo.
Lo arreglaron todo para que comenzara a trabajar en septiembre, aprovechando así que Enzo,
podría empezar el nuevo curso en aquella ciudad española. Además, había un colegio al que iban
los hijos de todos los empleados de la embajada, por lo que le enseñarían a hablar español
perfectamente y sin que se retrasara en su aprendizaje.
Cuando se lo comenté a los chicos, se alegraron por ese cambio y nuevo giro que iba a dar a
mi vida, además de decirme que siempre que los necesitara, podría contar con ellos.
Le pedí a Giovanna que se viniera con nosotros, pero ella insistía en que no habría ningún
lugar en el mundo como su bella Italia, esa en la que nació, creció y será enterrada.
Puse la casa en venta, me mataba tener que deshacerme de ella, por todo lo bueno que había
vivido entre esas cuatro paredes, pero era lo mejor, no quería volver, aunque podría haberla
conservado como casa de verano, y por si Enzo quería instalarse a vivir en ella cuando fuera
mayor.
Pero no podía, tampoco quería que él volviera a revivir todo aquello que pasó.
Y nos despedimos hoy de la casa, en la que apenas quedan las maletas con las que saldremos
mañana por la tarde hacia Madrid.
A través de la embajada encontré un ático con tres dormitorios que me pareció perfecto para
Enzo y para mí, por lo que no dudé en comprarlo con parte del dinero que había sacado por la
venta de la casa, además cancelé lo que quedaba de hipoteca y guardé un poco para tener siempre
ese colchón de dinero, por lo que pudiera pasarme y que Enzo no se viera desprotegido.
No falta nada para que lleguen todos, esos cuatro amigos que aprovechan mi marcha para
regresar ellos también a sus vidas, sus rutinas, pero no lo hacen solos, esas cuatro pobres chicas
que rescatamos la noche en que fuimos a recuperar a mi mujer, se van con ellos.
No tienen a nadie, y no quieren quedarse solas en este país, aunque habrían podido puesto que
son ciudadanas italianas desde hace meses, han aprendido el idioma a la perfección, así como el
inglés y el español que también hablamos nosotros, ya que, Brian y Óscar, quisieron
enseñárnoslo a todos cuando estábamos en el Ejército.
Desde la noche en que Luana se me insinuó, aunque sé que lo hizo para darme esa bofetada de
realidad a la que debía enfrentarme, no ha pasado una sola noche sin que me llamara para ver
dónde estaba, hasta hacía videollamadas con nosotros, cuando le decía que estaba en casa viendo
la tele con Enzo.
Sí, sé que necesitaba recibir esas tres bofetadas de realidad, y no fue hasta que Luana habló de
esa forma tan madura, que me di cuenta de lo que estaba haciendo no solo con mi vida, sino
también con la de Enzo.
Giovanna habría sido la mejor persona que podría haberse hecho cargo de él, si yo me hubiese
quitado del medio, pero también Brian.
Y a él, sí que lo veía capaz de llevarse a mi hijo a la otra parte del mundo, y no dejarme
volver a verlo nunca. Giovanna, no, ella habría acabado accediendo a dejarme ver a esa parte de
mí mismo, y de mi esposa.
Había estado meses follándome a mujeres de la ciudad, sintiéndome la peor persona del
mundo por haber ensuciado así la memoria de mi esposa, por lo que la noche que hablé con
Luana, al llegar a casa y tras meterme en la cama con Enzo, abrazándolo simplemente para poder
disfrutar de esa inocencia que tenía, le prometí a Chesca que no volvería a hacer algo así jamás,
no me emborracharía y me acostaría con mujeres solo para olvidarme de esa imagen que me
perseguirá el resto de mi vida.
Cuando suena el timbre, Enzo y yo estamos terminando de poner la mesa, Giovanna sale con
una fuente de ensalada de pasta y mi hijo va corriendo a abrir la puerta.
No tarda en aparecer subido a los hombros de Brian, a quienes le siguen Emmanuel, Stefano,
Óscar y las chichas.
—En la cocina huele que alimenta —dice Luana.
—Giovanna ha preparado carne asada con salsa de mora —contesta Enzo.
—Pues me ha abierto el apetito. Estos hombres nos tienen a base de comida precocinada,
menos mal que ya nos hemos puesto serias, y en la casa a la que nos llevan vamos a cocinar
nosotras.
—Por la cuenta que les trae —Giovanna mira a todos y, a pesar de ser cuatro hombres mucho
más grandes y fuertes que ella, a su lado ahora mismo parecen cachorros a los que acaban de
reñir—, porque, como me entere que os ponen esas comidas, voy a buscarlos y les doy tales
bofetadas, que la de mi Antonino se va a quedar en caricia.
—Espera, nana —dice Emmanuel— ¿Le diste una bofetada a este hombre?
—Sí, y no me había dolido tanto la mano en mi vida. Por Dios, si parece que esté hecho de
roca.
Reímos todos ante su respuesta, nos sentamos a la mesa para empezar a comer y ahí se nos va
todo de madre.
Recuerdos de cuando éramos militares, algunas de las misiones en las que nos vimos con el
culo al aire, literalmente, cuando Emmanuel y Óscar, hacían una de las suyas buscando un poco
de compañía y teníamos que salir Brian, Stefano y yo, en mitad de la noche, en calzoncillos y
con el fusil, a buscarlos porque a veces esas mujeres vivían en casa de sus padres y no podían
yacer con un hombre aún, a pesar de ser todas mayores de edad.
Pero también hay momentos para recordar aquella en las que nos hemos visto todos, con un
pie en la tumba.
Si no fuera por lo unidos que estamos, por esos lazos que nos unen sin ser familia de verdad,
posiblemente habría sido yo quien dejara solos a mi mujer y a mi hijo hace mucho tiempo.
Giovanna sale con un bizcocho con trozos de chocolate y nueces que ha preparado para
postre, mientras que las chicas han recogido la mesa y vienen tras ella con el café, una botella de
champán y copas.
—Voy a brindar por mis niños —dice Giovanna tras tomar el café, cuando Stefano ha servido
el champán—, Antonino y Enzo, a quienes les deseo la mejor de las suertes en su nueva vida. Sé
que es lo que necesitáis, que quieres vivir sin tantos lugares en los que recordarla a ella a cada
momento del día, pero esta siempre será tu casa, Antonino. No me olvides, y llámame de vez en
cuando para saber que estáis bien.
—Lo haré, nana, no te quepa la menor duda.
Me llevo al niño a la cama después de recoger todo, Giovanna nos deja a solas a los nueve en
el patio y regreso con ellos llevando una botella de whisky, hielo y vasos.
—Espero que solo sea una copa, hermano —me dice Brian, al verme salir.
—Tranquilo, que, como máximo, me voy a permitir dos de estas al día, y siempre por la
noche.
—Podrías haberte venido con nosotros, sabes que siempre tendrás un puesto en nuestra
empresa —comenta Stefano.
—Lo sé, pero no quiero exponerme a eso de nuevo. Solo que…
—¿Qué? —pregunta Brian.
—He pensado ser vuestro socio, si os parece bien. Puedo daros un poco de dinero y formar
parte del equipo, aunque no iré a ninguna misión, al menos, mientras que Enzo siga siendo un
niño.
Se miran entre ellos, como hablando sin pronunciar una sola palabra, y acaban mirándome de
lo más sonrientes.
—Sabes que siempre serás nuestro Alfa, así que, bienvenido de nuevo —contesta Emmanuel.
—Solo os pido una cosa.
—Lo que sea, jefe —dice Óscar.
—A partir de ahora, llamadme Tony. Antonino murió la noche que lo hizo Chesca, con ella se
fue mi vida.
—Como tú quieras, no hay problema.
—Yo quiero decir algo —nos giramos al escuchar hablar a Luana—. Quiero aprender, que me
enseñéis todo lo que sabéis para ser una luchadora.
—¿Estás de coña? —pregunta Brian.
—No, hablo completamente en serio. Y no soy la única —mira al resto de chicas y, una a una,
sonríen antes de hablar.
—Yo quiero aprender todo lo que Emmanuel pueda enseñarme de ordenadores, creo que
podríamos ser de gran ayuda en las misiones —dice Amila.
—Y yo quiero ser una de las mejores tiradoras, como Óscar —asegura Nina.
—Madre mía, hemos creado unos monstruos, señores —comenta Stefano.
—Lo veo bien, creo que podríamos tener un gran equipo con ellas guardando nuestras
espaldas —asegura Óscar.
—Apoyo la moción —contestamos Emmanuel y yo, al unísono.
—Perfecto, os habéis vuelto todos locos —protesta Brian—. Dame esa puta botella, que el
whisky lo necesito yo esta noche.
Reímos todos, pero sé que Luana lo hace con la mejor de las intenciones.
Nosotros las rescatamos una vez de aquel infierno en el que llevaban dos años, viviendo
asustadas y sin poder defenderse.
Ahora quieren ser dueñas de sus vidas, así como una ayuda para los chicos.
Sé que a Brian le va a costar la misma vida hacerlo, pero se acabará adaptando al cambio que,
estoy seguro, será para bien.
Como lo haremos Enzo y yo, en una nueva casa, una nueva ciudad, en un país donde sé que,
lo que está por llegar, será todo cosas muy buenas.
12

Madrid, diciembre de 2011


Segundas Navidades sin ella, las primeras en nuestra nueva casa, y no las hemos celebrado.
No tengo ganas de preparar cenas, ni de decorar la casa o poner el árbol, ni tan siquiera he
aceptado ir a las celebraciones que han hecho en la embajada estas noches importantes.
Hoy acaba el año, uno que empezó para mí, siendo una mierda con todas las letras, el peor de
mi vida sin lugar a dudas.
Pero, tras esos meses de autodestrucción, cambió a mejor, y ahora solo espero que, todo lo
que esté aún por llegar, sea bueno.
El que no celebre esta época del año como hacíamos con Chesca, no quiere decir que no le
compre regalos a mi hijo, eso no faltará nunca, por lo que la mañana del veinticinco, bajé a la
chuchería de Leo, en la que compro el desayuno todos los domingos y, tras tomarlo con él, le
dije que buscara por la casa a ver si le había dejado Papá Noel algún regalo.
Y claro que lo había hecho, en la habitación que aun teníamos libre.
Como solía hacer Chesca, le coloqué todos los regalos juntos y en orden. Una bicicleta, un
coche teledirigido, algunos juegos de mesa, peluches, coches para su colección, cuentos y ropa.
No había escatimado en nada, y no es que quisiera suplir la falta de su madre, o la carencia de
ese amor que solo ella podía darle, comprándole regalos, pero me juré que no iba a faltarle nada
mientras me tuviera a mí.
Le prometí que hoy comeríamos fuera, además de ir a esquiar al centro comercial donde
tienen la pista de nieve artificial más grande de la zona.
Durante el día mientras trabajo no le veo, pago a una chica para que se haga cargo de
recogerlo del colegio, darle de comer, merendar, ayudarlo con los deberes y bañarlo antes de que
yo llegue justo para la hora de cenar.
Sí, tengo un horario que no me permite disfrutar de él como quisiera, como hacía en Italia
cuando trabajaba para el secretario, pero acabo de empezar aquí como quien dice, y no puedo
empezar a pedir exigencias.
—¡Papá! —grita cuando me ve entrar en casa.
—Hola, hijo. ¿Te has portado bien?
—Sí, te lo puede decir Estela.
—Ajá, ha sido un niño bueno, así que, se ha ganado el ir a esquiar —corrobora ella, y me hace
sonreír levemente, ese es un gesto que me cuesta mucho desde que se fue la mujer de mi vida.
—Entonces, venga, nos vamos.
Estela se despide hasta dentro de dos días, puesto que el primer día del año lo tengo libre y
voy a pasarlo en casa con mi hijo, y nosotros salimos de casa para coger el coche y pasar la tarde
fuera.
En el camino me cuenta que Estela ha estado llorando toda la mañana, cuando le preguntó por
qué, ella contestó que había roto con su novio y que se había marchado de la ciudad.
Pobre cría, a los veintidós años y ya sufriendo por amor. Pero anda que no le quedaba todavía.
En cuanto llegamos al centro comercial, Enzo se pone de lo más emocionado, la verdad es
que son pocas las veces que puedo pasar una tarde así con él, salvo los fines de semana, y en esos
momentos tan solo quiero que disfrute y sea feliz.
Primera parada, una pizzería, hoy es su día y si quiere comer pizza, ¿quién soy yo para
negárselo?
No me considero un padre de lo más estricto, simplemente creo que, de vez en cuando, hay
que consentir a nuestros hijos con algo que a ellos les guste, y por suerte Enzo, es un niño que
jamás se queja si le toca comer verdura dos veces en semana.
Pizza, gofres, batidos, y estamos listos para empezar la tarde de diversión.
—¡Hala! Qué pista más grande, papá —dice Enzo, mirándolo todo, cuando entramos y vamos
a la zona de nieve.
—Sí, así que, no te despistes mucho y siempre cerca de mí, ¿de acuerdo?
—Sí, papá.
Cogido de mi mano, así va todo el camino en la fila de espera hasta que nos toca a nosotros.
Cogemos lo necesario, pido que nos acompañe un monitor que le ayude a él, y entramos a
ponernos en marcha.
—Hola, soy Pedro, vuestro monitor —saluda sonriente un muchacho que debe tener poco más
de veintiséis años.
—Hola —sonríe mi hijo, agitando la mano—. Yo soy Enzo, y él es Antonino, mi papá.
—Encantado de conoceros, chicos. ¿Habéis esquiado alguna vez?
—Hace muchos años, creo que se me habrá olvidado, y a él, ni te cuento —confieso.
—Tranquilos, que vamos a dar unos primeros pasos de recordatorio.
Y así se nos van un par de horas con Pedro, esquiando, riendo y pasando esa última tarde del
año, diferente a tantas otras y, sobre todo, a la anterior, esa en la que cenamos porque Giovanna
preparó una comida decente, pero que yo acabé bebiendo para soportar el dolor.
Juré que no volvería a caer en aquello, que la bebida se había acabado y aún más el sexo,
prueba de ello era que tan solo me tomaba una copa alguna noche, después de un largo día en el
que su recuerdo había estado presente, y no había vuelto a estar con una mujer desde la noche
antes en la que Luana me abrió los ojos.
Al paso que iba, o me volvía virgen de nuevo, o acababan canonizándome en El Vaticano.
Mal asunto ese, puesto que había renegado de todo lo que tenía que ver con Dios y su séquito.
Estaba en guerra con Él, desde hacía meses, para mí tan solo había alguien importante ahí
arriba, y era ese ángel que siempre nos acompañaría a Enzo y a mí.
—Vamos a tomar un chocolate caliente, ¿qué te parece? —pregunto, cuando salimos de
esquiar, donde la temperatura es fría para simular a la perfección una auténtica pista de nieve.
—Sí, vamos —sonríe, cogiéndome la mano de lo más feliz.
Paramos en una cafetería donde hay una camarera joven que, al ver a mi hijo, sonríe con esa
simpatía que tienen muy pocas personas.
—Qué niño más guapo. Eres el primero que viene esta tarde y, ¿sabes una cosa?
—No —contesta Enzo.
—Te has ganado una ración de tarta de manzana a la que invita la casa. Hoy todos lo que han
venido son hombres de lo más maleducados —frunce los labios, y aquello me saca una leve
sonrisa— ¿Qué os pongo, chicos? Además de la tarta —hace un guiño.
—Dos tazas de chocolate caliente, por favor —contesto.
—Ahora mismo.
—Es guapa y simpática, ¿verdad, papá? —pregunta Enzo, cuando la vemos entrar detrás de la
barra, donde empieza a prepararlo todo.
—Sí, lo es.
Me llega un mensaje de Brian que abro de inmediato, es un vídeo que han hecho los ocho para
desearnos a Enzo y a mí, una feliz noche. Bien sabe ese capullo que no celebro estas fechas, ni
las celebraré nunca, pero se empeña en mandarme estos mensajes.
—Os echamos de menos, chicos —dice Luana, sonriendo—, pero siempre estáis aquí con
nosotros —se señala el corazón.
Uno a uno, pero todos juntos en pantalla, van hablando, diciéndole a Enzo que tiene un poco
de dinero en la cuenta que le abrieron las Navidades pasadas, esa en la que le metieron dinero
también por su cumpleaños hace unos meses.
La camarera nos trae la merienda y vuelve a sus quehaceres, hasta que veo que resopla y trata
de parecer educada ante un hombre que se ha sentado en la barra.
Cuando veo que le coge la muñeca para retenerla y ella intenta soltarse, le pido a Enzo que me
espere en la mesa.
—¿Todo bien por aquí? —pregunto, y ella ni siquiera sonríe.
—No es asunto tuyo, solo estoy intentando conseguir una cita con ella.
—Pues, mucho me temo que no quiere. Si así fuera, no tendría esa cara de querer que te
marches.
—¿Tú quién coño eres, gilipollas? —La suelta, se pone en pie y, al ver la diferencia de altura
que hay entre ambos, le veo tragar con fuerza.
—El que te va a sacar de aquí de una patada, como no la dejes. Y, para futuras ocasiones,
procura no volver a esta cafetería. Olvida que existe. ¿Me he explicado con claridad? —contesto.
—Sí.
Se marcha y ella me da las gracias, insiste en que invita la casa, pero soy yo quien no accede,
así que le pago las consumiciones y le doy una generosa propina.
Cuando acabamos, regresamos a casa y pasamos por nuestro restaurante chino favorito,
compramos comida para llevar y ya tenemos la cena lista.
Nada más llegar, Enzo se baña mientras yo preparo todo y pongo una película para verla
juntos, sentados en el sofá, al estilo indio, para despedir el año y recibir al nuevo.
A las doce y un minuto, abrazo a mi hijo cuando me felicita el año, recogemos todo y nos
vamos a la cama.
Sí, un año que acaba, otro que comienza, y la esperanza de que pueda ver crecer a mi hijo sin
más incidentes ni desgracias.
13

Madrid, marzo de 2012


—Gracias por quedarte esta noche, Estela —le digo, antes de salir de casa.
—No se preocupe, señor Carusso. Es mi trabajo.
—No, trabajas de día, no de noche.
—Eso no tiene importancia, horas extra —me hace un guiño mientras me arregla la corbata.
La miro, con la ceja arqueada, y ella se disculpa.
—Es la costumbre, a mi ex también se la arreglaba antes de que se fuera a trabajar. Lamento
haberlo incomodado.
—No me has incomodado, solo me sorprendió que hicieras algo así.
—Papá, ¿ya te vas?
—Sí, hijo, así que pórtate bien con Estela, ¿de acuerdo?
—Claro, como siempre.
Beso a Enzo en la frente, me despido de Estela y salgo de casa camino de la embajada.
Hoy dan una cena en honor al embajador, que ha venido desde Italia para ver cómo van las
negociaciones con Francia, para algo que quieren llevar a cabo entre ambas embajadas. Yo, ante
esas cosas, prefiero no preguntar.
La última vez que quisieron hacer negocios con el embajador de mi país, la cosa se les fue de
las manos y me quitaron a Chesca.
Cuando llego a la embajada aparco en mi plaza y voy directo a ver a los chicos que están
trabajando en el turno de esta noche, en la sala de cámaras, el resto lo hace vigilando todo el
perímetro, así como las zonas más concurridas de gente.
Toda prevención es poca a la hora de proteger, no solo al embajador del país, sino al que
ostenta ese mismo cargo en esta parte del mundo.
—Buenas noches, ¿qué tal todo?
—Buenas noches, jefe. Bien, todo bien. Sin incidentes.
—Esperemos que sea así el resto de la noche. Voy a ver a los demás.
Recorro toda la embajada, comprobando que mis hombres están donde deben, no puede
quedar ni un solo punto muerto y sin vigilancia, puesto que sería un fallo de seguridad de los
gordos.
Varias de las mujeres que trabajan en el equipo de seguridad me reciben de lo más simpáticas,
eso suele pasar, ante el resto del mundo nos presentamos como hombres y mujeres serios, pero
entre nosotros tenemos esas leves muestras de simpatía.
—El secretario Costa, preguntó por usted cuando llegó —me indica Bianca, una de mis
mejores activos—. Dijo que lo esperaba en la sala.
—Gracias, ahora iré a verle.
Termino la ronda por el recinto, entro a la embajada y de nuevo visito a mi equipo de dentro.
Hasta que llego a la sala en la que, en cuanto el secretario Costa me ve aparecer, sonríe
despidiéndose de quien sea el hombre con el que hablaba para venir a saludarme.
—Antonino, cuánto tiempo, hijo —con un afectuoso abrazo, así es como me recibe mi
antiguo jefe.
—Sí, bastante. ¿Cómo le va, señor secretario?
—Bien, bien, aunque desde que pediste aquella excedencia, han pasado varios escoltas por mi
vida, ninguno puede compararse contigo, salvo Alessandro —mira hacia la puerta que da al
jardín, donde había estado él antes, y veo a un hombre casi tan grande y fuerte como yo, que no
quita ojo a mi antiguo jefe—. Es el más decente que he tenido, y el que más tiempo lleva en el
puesto.
—Seguro que es bueno, el problema es que usted habrá estado comparándolos a todos
conmigo.
—Eso me temo, hijo, eso me temo. Pero, dime, ¿cómo está el pequeño Enzo?
—Cada día más grande, antes de que me dé cuenta se convertirá en un hombre.
—Eso seguro. ¿Estás bien aquí, en este puesto?
—Sí, señor secretario, estoy mejor que bien. El no tener que salir de un lado a otro llevando a
alguno de los altos cargos, es lo que necesitaba para mi tranquilidad.
—Secretario Costa, es un placer verle de nuevo —lo saluda un hombre alto, y bien trajeado,
que le estrecha la mano.
—Marco Ferrara, el placer es mío. Deje que le presente a Antonino Carusso, el mejor jefe de
seguridad que tenemos.
—Señor Ferrara.
—Señor Carusso. Encantado de conocerlo.
Tras estrecharle la mano, se une a nosotros su hermano pequeño, Carlo. El señor secretario
me cuenta que son los dueños de MC Consultores, la asesoría que no solo se encarga de llevar la
contabilidad de nuestra embajada y otras muchas, aquí en Madrid, sino de montar todos los
equipos informáticos.
Cuando avisan que es la hora de entrar al comedor, mi antiguo jefe me pide que lo acompañe
en su mesa, esa misma en la que coincido con los hermanos Ferrara, que resultan ser dos
hombres de lo más interesantes.
El señor secretario les pone, con mi consentimiento, al tanto de los motivos que me llevaron a
pedir un traslado, dejando mi Italia natal.
Al saber que tengo un hijo, ambos aseguran que habrían hecho lo mismo que yo, poner
distancia de por medio en todos aquellos recuerdos, aunque no vayamos a olvidar nunca a mi
esposa.
—¿Qué tal llevas el trabajar todo el día y ver al pequeño Enzo, solo por las noches, Antonino?
—pregunta el señor secretario.
—Es complicado, nos echamos de menos mutuamente, pero se sobrelleva.
—Siempre fue un niño que entendía muy bien a lo que te dedicabas.
—Sí, y ahora más que nunca. A pesar de estar los dos solos, entiende que este es mi trabajo.
Cuando la cena acaba y comienza el baile, es el momento en que todo se descontrola.
Varios hombres armados entran en la embajada, disparando hacia el techo a modo de aviso.
Me hago rápidamente con la radio de uno de mis hombres y voy llamando uno a uno, a todos
los que trabajan encargados de vigilar el perímetro, pero no obtengo respuesta.
Llamo a la sala de cámaras y me indican que ellos siguen viendo las imágenes en directo y
que están todos bien, pero yo sé que eso es imposible.
Cuando finalmente se dan cuenta que no son más que grabaciones, puesto que en una de ellas
me ven a mí, envío a varios de los hombres que están en el interior de la embajada a ver si queda
alguien con vida, de sobra sé que es imposible, pero al menos tenemos que cerciorarnos.
Los asaltantes van todos con la cara cubierta, encapuchados, vestidos de negro y armados
hasta los dientes. Desde luego que, a tomar una copa no han venido, pero no pienso dejar que se
lleven a nadie de los presentes en este salón.
—Nadie resultará herido, si todos cooperan —dice uno de ellos, con un leve acento de algún
país de Europa del Este.
Mal, amigo, muy mal.
—Vayan llenando esas bolsas con todas sus joyas, así como el dinero en metálico que lleven
en este momento en la cartera —pide otro, que lanza varias sacas al suelo, a los pies de algunos
de los invitados.
—Jefe —escucho por el auricular—, están todos inconscientes, es como si los hubieran
gaseado.
—Llamad a la Policía, y pedid ambulancias. Esta gente solo viene a robar.
Son ocho hombres, por lo que podremos reducirlos sin el menor esfuerzo antes de que llegue
la Policía, vamos, que se los acabaremos sirviendo en bandeja.
Me pongo de acuerdo con mis hombres y, sin que se percaten de que algunos de ellos suben
hacia la planta superior, desde donde pueden disparar sin ser vistos, yo me quedo en el salón y
me acerco al que debe ser el cabecilla del grupo.
—¿Dónde crees que vas, amigo? —me pregunta.
—A pedirte por las buenas que os marchéis, no creo que queráis estar aquí cuando llegue la
Policía.
—Antes de que esos imbéciles pongan un pie aquí, te aseguro que estamos fuera.
—Claro, y yo soy Mary Poppins. En serio, salid de aquí ahora que podéis.
—Y una mierda, no nos iremos sin lo que hemos venido a buscar.
—Mira, no soy partidario de que la gente robe, pero, ¿no habría sido mejor una sucursal
bancaria? Allí hay mucho más dinero en las cajas fuertes.
—Pero las joyas buenas están aquí, en los cuellos y manos de vuestras putas italianas.
Llegados a ese punto, se acaba mi paciencia.
Un movimiento rápido de muñeca y desenfundo la pistola que siempre llevo a la espalda, un
tiro limpio y el tipo acaba agarrándose la rodilla de la que emana sangre a borbotones.
Lo siguiente, es una sucesión de disparos que impactan limpiamente en los hombros de los
otros siete.
Heridas limpias, fáciles de operar y sin que ninguno de ellos deba morir.
Para cuando llega la Policía, tenemos a los ocho hombres reducidos y bajo control, todos los
asistentes me felicitan, pero yo siento que he vuelto a ponerme en peligro, exponiéndome a que
mi hijo se quede solo.
Si ese fuera el caso, si me pasara algo, Brian tiene un documento firmado de mi puño y letra
en el que figura que Enzo Carusso, pasaría a quedar bajo su tutela. No dejaría a mi hijo en manos
de nadie que no fueran él y los chicos.
—Antonino, siempre tan eficiente —el señor secretario me da una palmada en el hombro, a
modo de felicitación.
—Desde luego, has salvado la vida de todos nosotros —me dice Marco Ferrara.
—Señor secretario, en estas ocasiones es cuando me planteo dejarlo todo, porque no puedo
permitir que mi hijo se quede sin padre, como se quedó sin madre.
Para mí ha terminado la noche, ya iré por la mañana a hablar con la Policía y ayudarles en el
informe, ahora solo pienso en una cosa, y es en volver a casa con mi hijo.
—Antonino —me giro al escuchar que me llaman, y veo a Carlo Ferrara con las manos en los
bolsillos—. Me gustaría hacerte una oferta de trabajo.
—Ya tengo un trabajo, señor Ferrara.
—Aun así, pasa mañana por la noche por mi local, tendremos una conversación y, estoy
seguro, que llegaremos a un acuerdo.
Cojo la tarjeta que me entrega, es negra y con un nombre en ella. La Tentazione.
No he oído hablar de ese lugar en todo el tiempo que llevo en Madrid, pero algo me dice que
será un bar de copas, y ese tal Carlo, querrá ofrecerme un puesto como seguridad o algo así.
Genial, de militar, a jefe de seguridad de la Embajada de Italia en Madrid, pasando por ser el
escolta personal del señor secretario italiano, y acabar siendo un simple portero de discoteca. Es,
simplemente, maravilloso.
14

¿Qué coño me ha llevado a venir aquí esta noche?


No lo sé, no tengo una respuesta clara a esa pregunta, pero aquí estoy, en la calle donde está el
local de Carlo Ferrara.
No he bajado del coche, llevo sentado en él cerca de dos horas y, en ese tiempo, he visto
entrar y salir a varias personas. Parejas solas, grupos de parejas, mujeres solas y en grupo, así
como hombres.
Desde luego, las copas en ese lugar deben valer una pasta, porque van todos elegantemente
vestidos, para ser un jueves por la noche.
Miro la tarjeta, una y otra vez, dándole vueltas entre los dedos, y vuelvo a mirar la puerta.
No hay portero en la calle, por lo que ahí, ya sí que no sé qué tipo de puesto irá a ofrecerme, y
no creo que sea el de bailarín o camarero, porque esas no son mis mejores cualidades. Bueno,
servir whisky se me da bien, y supongo que poner hielo en un vaso y abrir una botella de
refresco, tampoco sería algo complicado para mí.
Finalmente me decido a salir del coche, está empezando a llover y me acerco rápidamente a la
puerta, donde veo un botón como de un telefonillo, y llamo.
Sin preguntar, la puerta se abre y veo a una mujer vestida de negro, sonriente, que me da la
bienvenida.
—¿Es la primera vez que viene? —pregunta, cuando cierra la puerta tras nosotros.
—Sí, me dio esta tarjeta Carlo Ferrara, quería verme aquí por un trabajo.
—Oh, vaya, así que eres tú. Te esperaba hace rato —vuelve a sonreír.
—Lo siento es que…
¿Qué? ¿Qué cojones vas a contarle a esta mujer? ¿Lo idiota que has sido quedándote sentado
en el coche, pensando si bajar o no? Muy maduro, claro que sí.
—Tranquilo, me dijo que tienes un hijo y que tal vez te retrasaras.
—Sí, eso, justo por eso —bendito seas, hijo mío, por servirme de excusa barata en este
momento.
—Ten, ponte el antifaz para que nadie pueda reconocerte, por favor. Ahí dentro todo el
mundo lo lleva.
—¿Por qué?
—Ya te lo explicará Carlo, espero que aceptes trabajar con nosotros, a las chicas y a mí, que
nos encargamos de la puerta, nos vendría genial tener a alguien como tú, vigilando quién entra.
—¿Tan peligroso es esto? Mira que soy de asustarme poco, ¿eh?
—No, pero, digamos que, en ocasiones, ha venido algún que otro cliente nuevo pasado de
copas y a nosotras nos cuesta evitar que se cuelen.
—Ya entiendo.
Me coloco el antifaz, traspaso la cortina y entro en una sala donde lo que más llama la
atención es la barra de bar, con dos camareros, un hombre y una mujer con el mismo uniforme,
sirviendo copas a quienes están ahí sentados.
Luz tenue, música de lo más sensual y varias mesas al fondo en las que hombres, mujeres y
parejas charlan mientras disfrutan de una copa.
—¿Qué le pongo? —me pregunta la camarera cuando me siento.
—Un whisky, doble. Y, si puedes avisar al dueño de que he llegado, te lo agradezco.
—Tú debes de ser el hombre que esperábamos. Ahora mismo lo llamo.
—Gracias.
Y es lo primero que hace, llamar a Carlo y después servirme la copa.
—Me alegro de que aceptaras mi invitación —dice la voz de Carlo, a mi espalda.
—Si te soy sincero, no sé qué demonios hago aquí —contesto, y cuando lo miro veo que él
también lleva un antifaz.
—Yo sí, escuchar la mejor oferta de empleo de tu vida. Coge el whisky, o tómatelo si quieres,
voy a enseñarte todo esto.
Miro a nuestro alrededor y la gente entra y sale de una de las dos puertas que hay al final de la
sala.
Cojo el whisky y me lo tomo de un trago, no sé por qué algo me dice que lo iba a necesitar
antes de ver todo lo que estaba a punto de encontrarme.
—Bueno, esta es la Sala Samarkanda, como ves, es el bar del local, punto de reunión,
encuentro, y primer contacto entre las parejas que quieren ir más allá.
—Espera, ¿esto es un local de sexo? —pregunto, porque algo me imaginaba.
—Sí, y no me digas que vas a escandalizarte, o que eres monje, porque tienes un hijo.
—Ni, lo primero, ni lo segundo, aunque bueno, casi llevo una vida monegasca.
—¿Desde qué perdiste a tu esposa? —pregunta, mientras me lleva hasta una puerta que abre y
me hace pasar primero.
—No, unos meses después. Digamos que, tras el dolor y el duelo de las primeras semanas, me
di a la bebida y al sexo duro.
—Pues déjame decirte unas palabras. Bienvenido a tu nueva casa. Si quieres poder disfrutar
del sexo sin compromiso, aquí podrás hacerlo.
—Si acepto el trabajo, vendré a eso, a trabajar.
—Si aceptas el trabajo, lo cual no dudo que así será, tendrás mi permiso para quedarte por la
noche después de que se cierre el local, para desfogarte con una de las socias cuando quieras.
Comenzamos la visita guiada, como si de la excursión a un museo se tratara, por la Sala
Luxor, esa en la que varios hombres con el albornoz del local esperan en filas a que alguien al
otro lado de la pared, ya sea hombre o mujer, les haga una felación.
—A esta primera ronda, invita la casa. Si quieres que te alivien un poco, cuando acabemos de
hablar puedes entrar ahí.
—La verdad, amigo, es que me gustaría saber quién me come la polla, ¿sabes? —Carlo suelta
una carcajada ante mi respuesta, y yo hago un amago de sonrisa, pero casi no se me nota.
—Bueno, en ese caso, te llevaré a una de las habitaciones de la Sala Bangkok y que una de las
chicas te dé un masaje con un final de lo más feliz.
—Joder, ¿me estás tentando para que trabaje aquí?
—Puede, pero sé que lo harás, en cuanto te diga la razón de más peso de todas.
—¿Y esa es?
—Ya lo sabrás después. Sigamos.
Claro que seguimos, por la Sala Bizancio, la del BDSM donde el dolor se mezcla con el
placer para satisfacer a quienes disfrutan de esa práctica.
La Sala Kioto, donde las relaciones entre dos hombres y una mujer están permitidas, así como
en la siguiente, la Sala Beijing, lo están las que se llevan a cabo entre dos mujeres y un hombre.
Sala Bangkok, esa en la que las parejas se dan masajes unos a otros, o solo se lo da una chica
o un chico al cliente que lo desee.
En la Sala Babilonia las relaciones entre varias personas, ya sean todos hombres y una sola
mujer, o viceversa, así como diversas parejas a la vez, están más que permitidas.
Sala París, exclusiva para parejas de una en una.
Sala Katmandú, donde las parejas pueden disfrutar de un baño, bien sea después de haber
estado en una de las salas anteriores, o como único lugar en el que pasar la velada, puesto que,
por lo que veo, cada bañera está rodeada de una cortina que las cubre, impidiendo que el resto
sepa lo que ocurre tras ella, salvo por lo sonidos, porque escucharse, sí que se escuchan los
gemidos.
—Y, por último, la Sala Zanzibar —anuncia Carlo, cuando llegamos a una sala con un gran
jacuzzi en el centro, rodeado de camas con dosel y sofás en el que la gente también disfruta del
sexo libre.
—¿Qué haría yo aquí? Y no me digas que dar masajes, porque, aunque se me da bien el
asunto, no creo que tenga manos de masajista.
—Serías el portero, tu trabajo consistiría en dar paso a los socios, así como a quienes quieran
entrar, siempre que consideres que están en plenas facultades, ya hemos tenido algún que otro
borracho que ha intentado entrar, creyendo que esto era un puticlub y, como ves, nada más lejos
de la realidad. Aquí no tenemos prostitutas, todas las mujeres que entran, lo hacen
voluntariamente. El sexo siempre es consentido y todos los implicados deben estar de acuerdo.
La discreción en este trabajo es importante, tenemos socios de alto poder adquisitivo y la
privacidad de todos y cada uno de ellos, es primordial.
—Necesito una copa —contesto, saliendo de la sala del gran jacuzzi para volver al bar.
Le pido un whisky a la camarera y Carlo, se sienta a mi lado.
—Ahora, la razón de peso para que aceptes este trabajo.
—¿Y es?
—Es un horario nocturno, te permitirá estar en casa con tu hijo durante el día, para que no te
piernas ni un solo momento importante de su vida. Sí, sé que estás pensando que tendrás que
dormir de día, pero, si te paras a pensar, dormirás por la mañana cuando el crío esté en el
colegio, tienes la tarde para estar con él, y volver a venir justo después de que le bañes y cenéis
juntos.
—Es tentador, no digo que no, pero, no sé si es lo que quiero.
—Qué prefieres, ¿arriesgar tu vida como lo hiciste anoche? A ver, aquí podrás ir armado,
tienes licencia, ¿verdad? —pregunta, y yo asiento— Pues ya está, protegidos todos estaremos
contigo. A ti no te harán nunca nada, como mucho intentar darte un puñetazo, pero, estoy seguro
que se romperán la mano si lo consiguen.
—¿Puedo pensarlo?
—Por supuesto, pero ambos sabemos que no hay mucho que pensar, estás a punto de aceptar.
Y lleva razón el muy cabrón, no es que haya mucho que pensar puesto que, si sigo trabajando
en la embajada, aunque solo sea como jefe de seguridad y de los escoltas, en cualquier momento
puede volver a ocurrir algo como lo de la noche anterior y me vería de nuevo con el temor a que
Enzo, se quedara solo.
Trabajar de noche es una putada, pero al menos tendría el resto del día para estar con mi hijo.
Podría contar con Estela, sé que no le importará quedarse a dormir en casa, así que…
—Acepto —digo, antes de que me arrepienta, tras dar un buen trago a mi whisky.
—Ni siquiera sabes el sueldo, pero supongo que imaginarás que será bastante bueno.
—Más te vale, tengo un crío al cuidar y del que espero hacer un hombre de provecho.
—Estoy seguro de ello. No te vas a arrepentir, Antonino.
—Tony —contesto, mirándole—. Llámame Tony, que impone más y me hace parecer aún
más duro y malote.
Carlo suelta una carcajada y me da una palmada en la espalda.
—Creo que nos vamos a llevar bien, aunque, también creo, que te convertirás en un grano en
mi culo.
—¿No voy a tener término medio para ti? —Arqueo la ceja.
—Mucho me temo que no, pero seremos buenos amigos, eso seguro. Bienvenido a La
Tentazione, Tony, donde todo lo que pase en ella, se queda en ella, o tal vez no. Y ahora, deja
que te dé un masaje una de las chicas.
Me lleva a la Sala Bangkok y, tras meterme en una de las habitaciones, me siento en la cama a
esperar.
—Espero que no me odies por esto, Chesca. Solo acepto el trabajo para poder pasar más
tiempo con nuestro hijo. Ti amo, amore —digo, con los codos apoyados en las rodillas y mirando
al suelo de la habitación.
15

Cuando la puerta se abre, miro hacia ella y veo entrar a una mujer de esas que, aun sin verle el
rostro por completo, sabes que es preciosa.
Bastante más baja que yo, cuerpo con curvas, unas piernas en las que más de un hombre se
habrá perdido, y esa manera de caminar, segura, firme y sensual.
—Hola, soy Romina —sonríe cuando llega a mi lado, tendiéndome la mano.
—Encantado.
—Me ha dicho Carlo que sea tu compañía esta noche.
—Sí, bueno, yo…
—Es tu primera vez aquí, a que sí —vuelve a sonreír, y yo asiento—. Tranquilo, que no
muerdo ni me como a nadie. Vamos a empezar por un masaje, a ver si te quito esos nervios.
Genial, un tío como yo, grande, fuerte y curtido en mil batallas, nervioso. De chiste, vamos.
Menuda impresión se debe haber llevado esta mujer.
—Quieres que te desnude yo, o lo haces tú.
—Lo hago yo, no te preocupes.
—Voy cogiendo lo que necesito. Puedes entrar en el baño —señala la puerta a mi espalda— y
coger una de las toallas.
Es hago, entro en cuarto de baño y, antes de empezar a quitarme ropa, me miro en el espejo.
¿Qué demonios hago aquí, y sobrio?
Yo follaba cada noche después de beber hasta olvidarme de todo, no así, sin más alcohol que
sangre en las venas.
Me apoyo en el lavabo con los ojos cerrados hasta que me decido a quitarme la ropa, todo, y
coloco una toalla en mis caderas, con la que salgo a la habitación y veo a Romina, encendiendo
unas velas aromáticas.
—Oh, ya estás aquí —sonríe, y me encanta ese modo en el que lo hace, tan dulce, tan
inocente.
—Romina, ¿cuántos años tienes?
—Por qué, ¿tienes miedo de romperme, o algo?
—Pues casi, soy el doble de grande y fuerte que tú.
—Veintiocho. Anda, ven, túmbate en la cama bocabajo.
Hago lo que me pide, coloco ambos brazos bajo la almohada y noto que Romina se sienta
sobre mis muslos.
—Qué tatuaje tan bonito —dice, pasando las yemas de los dedos por él—. Es un ángel
precioso.
—Sí, lo es.
Cierro los ojos y recuerdo el día que me decidí a hacerlo, poco antes de mudarme con Enzo a
Madrid.
De algún modo quería llevar a Chesca siempre conmigo, por lo que pedí al chico que tatuaba
que me hiciera una mujer envuelta en las alas de un ángel, y eso cubre toda la espalda.
Horas de estar tumbado, durante varios días, hasta que nuestro ángel, el de Enzo y mío, estuvo
completo.
Noto un líquido empezar a caer en la espalda, pequeñas gotas que Romina va esparciendo por
toda ella, hasta que noto de nuevo esas pequeñas y delicadas manos extenderlo con un masaje.
La verdad es que me relaja bastante. Poco a poco, noto cómo se me van destensando los
músculos y hasta diría que me está entrando sueño, pero me mantengo despierto, solo faltaba que
me durmiera con semejante belleza sobre mí.
Se levanta y comienza a masajearme las piernas, lo hace despacio, apretando en puntos
concretos, como si supiera lo que hace.
—¿Eres masajista, Romina?
—Ajá, sí, titulada desde hace algunos años.
—Y, ¿qué haces en un sitio como este?
—Pues dar masajes, obvio —escucho su risa, y es tan dulce, como de una niña pequeña, que
me saca una leve sonrisa a mí.
—Sí, pero, aparte de lo obvio.
—Soy socia del club, bueno, en parte. Empecé dando solo masajes, pero un día, hubo un socio
que, no sé, tenía algo, y acabamos teniendo sexo después de su masaje. Hablé con Carlo, me hice
socia pagando menos cuota, y aquí estoy, haciendo que la gente disfrute de estas manitas,
además de otras cosas, y disfrutando yo del sexo.
—No tienes pareja, por lo que deduzco.
—No la necesito, al menos por el momento. ¿Sabes el dicho de por un trozo de chorizo, no te
lleves el cerdo entero?
—No sé si era realmente así.
—Como sea. Soy fisioterapeuta, tengo mi propia clínica, vivo por y para mi trabajo, no quiero
enamorarme aún, ya lo hice una vez y salí con el corazón bastante mal parado. Así que, la vida
son dos días, vamos a vivirla como queramos sin hacerle daño a nadie.
—Bien dicho.
—Date la vuelta, toca la parte delantera.
—A sus órdenes, jefa.
—Huy, de jefa nada.
Me coloco boca arriba y ella se sienta sobre mis muslos, demasiado cerca de mi miembro,
para comenzar a masajearme el pecho.
Cada vez que baja por el vientre, se acerca peligrosamente a esa parte que llevaba tanto
tiempo dormida.
Sí, he dicho bien, llevaba, porque la muy hija de puta se está comenzando a despertar ahora
mismo.
Cierro los ojos, respiro con calma y tratando de controlar que eso no vaya a más, pero es que
es imposible cuando noto esas manos tocándome.
—Te has vuelto a poner tenso —escucho que me dice Romina.
—No es verdad —miento, con los dientes apretados.
—A ver, grandullón, relájate y, si tienes una erección, no me voy a asustar ni a salir
corriendo, ¿eh? Míralo por el lado bueno, acabaremos disfrutando los dos.
Abro los ojos, la miro y, además de su sonrisa, me hace un guiño que me deja loco.
¿Es posible que me desee esta pequeña mujer, sin que yo tenga que estar borracho como una
jodida cuba?
Resoplo, me relajo y dejo que pase lo que tenga que pasar.
Y pasa, por supuesto que pasa.
Romina suelta una risita, se levanta para masajearme las piernas y, cuando acaba de nuevo en
uno de los muslos, noto que aparta la toalla.
Lo siguiente que siento son sus manos, cubiertas de ese aceite, cubriendo mi miembro y
llevándolo arriba y abajo despacio.
—Si sigues así —consigo decir tras unos minutos, con la voz entrecortada— vamos a tener un
problema.
—¿Por?
—Pues, porque no quiero correrme como un puto adolescente, por eso.
—¿Hace mucho que no tienes sexo?
—Demasiado, demasiado.
—Oh.
Romina para, abro los ojos y veo que, tras quitarse el albornoz y quedar completamente
desnuda, se desliza por mis piernas hacia atrás, se inclina y comienza a lamerme el miembro,
despacio, como si fuera la leve caricia de una pluma.
—Romina…
—Relájate, y disfruta. Solo será un momento, después, puedes follarme como tú necesites. Y
sin miedo, no me voy a romper.
Cuando abre los labios y acoge toda mi erección en su boca, se me escapa un jadeo.
Poco a poco, va lamiendo mientras juro que me tengo que agarrar a las sábanas, porque hacía
mucho, mucho tiempo, que no me daban placer de ese modo.
Solo Chesca, mi esposa, lo había hecho. Las mujeres que pasaron por mis manos los meses
posteriores a su muerte, tan solo fueron polvos rápidos.
—Romina, para —le pido, porque no quiero correrme en su boca.
—¿No te gusta?
—Claro que sí, pero…
—Puedes acabar ahí, no serías el primero —se encoge de hombros.
—No, no. Ven, te toca.
—¿A mí? —pregunta, frunciendo el ceño.
—Hombre, por supuesto. No pensarás que soy un egoísta que solo quiere que le chupen la
polla y le dejen echar un polvo. No soy así. Bueno, hace tiempo… Nada, olvida esa parte de mi
vida, yo la estoy olvidando.
La cojo por la cintura, la recuesto en la cama y, tras separarle las piernas colocándome entre
ellas, le beso los muslos y voy hacia su sexo, ese que me recibe húmedo. Paso la punta de la
lengua por él y Romina jadea, enredando los dedos en mi pelo.
Me centro en ella, en darle placer y hacer que llegue al orgasmo entre temblores, jadeos y
gritos que me sacan una leve, muy leve, sonrisa.
—Ahora sí, vamos a follar, Romi —le hago un guiño, y veo que ella se mordisquea el labio.
Tras colocarme un preservativo, voy entrando poco a poco, hasta que doy una estocada rápida
y estoy profundamente enterrado en ella, que arquea la espalda, agarrándose a mis brazos, con un
grito.
Le coloco ambas piernas alrededor de mi cintura, la sostengo por las nalgas y comienzo a
penetrarla una y otra vez, rápido, fuerte, liberando todo aquello que llevo guardado dentro,
mientras ella jadea, grita y me pide que no pare.
La hago girarse, colocándola con ambas rodillas y codos sobre la cama y la penetro desde
atrás, aferrándome a su cintura mientras doy una estocada tras otra.
Hasta que la llevo a ese momento de éxtasis y yo la sigo poco después.
Me dejo caer sobre su espalda, la noto respirar con dificultad y, por un momento, me siento
como una mierda, como una puta basura.
Ella no es como las demás mujeres que he utilizado para esto, no lo es.
—Lo siento, no debería…
—¿Por qué te disculpas? —pregunta, girándose y haciendo que me recueste sobre ella.
El sentir que juguetea con mi pelo, hace que me relaje un poco y cierre los ojos.
—Yo nunca he sido así, solo lo fui durante unos meses. Esto me ayudó a liberarme del dolor.
—Ey, no me has hecho daño, si es lo que crees —dice, para calmarme—. Al contrario, me has
excitado mucho.
—Creo que, desde que empecé en aquella espiral de autodestrucción, cambié a lo que has
visto ahora.
—¿Cómo puedo llamarte?
—Soy Tony, y dentro de poco seré el portero de local.
—¡Vaya! Carlo no me había dicho eso.
—Pues ya lo sabes.
—Creo que no me equivoco, cuando te digo esto. No has estado con una mujer en mucho
tiempo, porque el dolor ese que dices… fue porque perdiste a alguien, ¿verdad?
—Sí, a mi esposa.
—Lo siento. Pero, ¿qué te parece si llegamos a un acuerdo?
—Dime —la miro y ella está sonriendo, se inclina y me besa la frente.
—Nunca besaré tus labios, sé que esos siempre le pertenecerán a ella. No me voy a enamorar
de ti, ni tú de mí, podrás estar con otras mujeres, igual que yo con otros hombres. Pero, siempre
que lo necesites, acude a mí para ser el que eras hace meses.
—No creo que sea buena idea, puedo perder el control y…
—Tony, no voy a romperme, y sé que, por mucho que pierdas el control, jamás me harías
daño. Aunque no lo creas, he visto el dolor en tus ojos desde que entré por esa puerta.
—Seré un amante que dé igual que recibe, pero no esperes que te haga el amor.
—Ni se me había pasado por la cabeza. Tú me vas a follar, duro —hace un guiño y vuelve a
besarme, esta vez en la mejilla—. Dime, ¿tenemos acuerdo?
—Lo tenemos, pero será cuando termine de trabajar.
—Por mí, perfecto. Y ahora, voy a la ducha que estoy pringosa de aceite —sonríe, se levanta
y entra al cuarto de baño.
Ahí me quedo yo, en la cama, tapándome los ojos con el brazo mientras pienso en lo mucho
que ha cambiado mi vida desde que la perdía a ella y, mucho me temo, que lo seguirá haciendo
durante mucho tiempo.
16

Madrid, junio de 2015


—Buenas noches —saludo a una pareja de socios que llega, como cada sábado, a la misma
hora.
Abro la puerta y entran a La Tentazione, donde las fantasías secretas de cualquiera, pueden
hacerse realidad.
Son cerca de las once, la noche parece tranquila y el ir y venir de socios y clientes nuevos, ha
sido constante desde que abrimos.
Imelda, la mujer que se encarga de la casa de Carlo, es quien ha estado cuidando a Enzo por
las noches, y es que Estela encontró trabajo como administrativa, de lo que había estudiado, en
una empresa de Sevilla y ahí que se fue, dejando atrás todo lo que le había hecho pasarlo mal,
como hice yo al venirme de Italia.
—Hola —miro hacia la izquierda, el lugar del que viene la voz, y veo a una morena menuda,
de ojos verdes y rostro angelical, que sonríe tímidamente.
—¿Te has perdido? —Arqueo la ceja, porque esta criatura no debe tener más de dieciocho
años.
—Espero que no, vengo a ver a Orlena, es por un trabajo.
—¿Trabajo? ¿Qué clase de trabajo?
—Masajista.
—No me jodas. ¿Cuántos años tienes?
—Veinte —frunce el ceño.
—Por Dios, aún eres una niña.
—¡Oiga! —grita, poniendo ambos brazos en jarras— No soy ninguna niña.
—Tu cara dice lo contrario. Si entras ahí, vas a ser un corderito al que querrá comerse más de
un lobo.
Ella mira la fachada, vuelve a mirarme a mí, y de nuevo a la fachada.
—¿Vas a entrar, o a mirarnos a la puerta y a mí toda la noche, preciosa?
—Voy a entrar, no soy ningún corderito —contesta, toda ofendida, y camina hasta la puerta.
—¡Te veo a la salida! Y, si te contratan, quiero ser el primero en recibir un masaje —le digo,
pero ella cierra con un portazo—. Viva la delicadeza, joder con el corderito.
La noche va pasando, y no he visto salir a esa morena que vino buscando trabajo.
Y de masajista, joder, ¿en qué piensa Orlena? En esa sala, ya se sabe que algunos clientes
buscan el final feliz después del masaje.
Pero bueno, si la chiquilla está dispuesta a trabajar como masajista… ¿tántrica, se llama?
No sé, como sea, ya es mayorcita, como bien ha dicho ella.
Varios socios llegan casi a última hora de la noche, esos que vienen buscando a una mujer en
concreto, a Romina, la habitual en mis noches más duras.
Sí, ella sigue siendo la única con la que me acuesto entre esas cuatro paredes, el jefe lo sabe y
está bien con ello, no le importa puesto que dice que todos los que trabajamos aquí podemos
hacer lo que queramos, siempre que sea consensuado por todas las partes implicadas.
Joder, se nota que tiene un buen abogado el jefe, porque lo bien que habla el muy capullo…
Y, hablando del rey de Roma, nunca mejor dicho, ahí está, saliendo del local, respirando
hondo, pasando por mi lado como si no estuviera aquí.
—Y que me digas que no es por esa rubia… —digo, para llamar su atención.
Por mucho que él se empeñe en hacernos creer al resto del mundo que no está perdidamente
enamorado de Orlena, la relaciones públicas del local, no se da cuenta de que falla
estrepitosamente, al menos, conmigo.
A mí, un hombre que sabe leer perfectamente los movimientos y los gestos de las personas,
¿en serio cree que me engaña? Lo único que hace es engañarse a sí mismo, nada más.
Carlo se gira, con cara de muy pocos amigos, y me señala con el dedo.
—Te estás buscando el despido, capullo —arqueo la ceja, porque esa amenaza la he oído
varias veces dese que trabajo aquí, hace poco más de dos años.
—¿Sabes lo más gracioso de esto, jefe? —Camino hacia él, con las manos en los bolsillos, no
sonrío porque eso lo hago muy, pero que muy pocas veces desde hace años.
—Ilústrame, por favor —se cruza de brazos, esperando que hable, y ahora es cuando llega mi
golpe maestro.
—Que algún día, todos y cada uno de los que entráis ahí, acabaréis rendidos a los pies de una
mujer, esa que, sin que os deis cuenta, se os meterá en la piel, en el corazón y el cabeza, y nunca
podréis sacarla. Todos, jefe, recuerda mis palabras —le aseguro, llevándome dos dedos a la sien.
—Inclúyete, Tony, porque juro que algún día veré cómo se cae esa coraza que tienes.
Recuerda mis palabras —me hace un guiño y se marcha.
Pues no tiene fe el señor Ferrara en que eso me pase a mí, a mí, que, si no fuera por el sexo
con Romina alguna noche, ya estaría a punto de ingresar en un monasterio de monjes
franciscanos.
La noche termina y el corderito no ha salido del local.
Despido a los últimos clientes, puesto que así me lo ha indicado la chica que está en el pasillo
esta noche, y entro cerrando con llave para tomar una copa con el resto en la barra.
Cuál es mi sorpresa cuando entro en la sala, al ver a la morena sentada hablando con Orlena.
—¿Aún sigues aquí, corderito? —pregunto, sentándome a su lado.
—Vaya por Dios —protesta, resoplando antes de girarse—. Pues sí, y lo que te queda por
verme, que soy la nueva de la familia.
—¿Está hablando en serio, Orlena?
—Sí, Tony, muy en serio. Thais empieza el lunes como masajista.
—Pero, a ver, que yo me entere. ¿También vas a hacer mamadas y echar polvos? —Lo sé, he
sido brusco e insensible, no suelo serlo, pero quiero que esta cría sepa dónde se está metiendo.
No todos los clientes lo piden, es cierto, pero hay quien sí lo hace y no quisiera que ella se
viera obligada a algo que no quiera.
—Si se da el caso, sí, total, no creo que nadie me vaya a joder más de lo que lo ha hecho mi
ex. Orlena, gracias por la oportunidad, de verdad. Nos vemos el lunes —se levanta y va hacia la
puerta, pero, no sé por qué, no puedo permitir que lo haga.
—Espera, Thais —le digo, cogiéndola de brazo, pero con cuidado.
—¿Qué quieres? No voy a volver a ser una idiota sumisa nunca más con un hombre. Hasta
estoy pensando en volverme lesbiana, a ver si las mujeres me hacen menos daño.
Veo que está a punto de llorar y, ante la mirada de todos, la cojo en brazos y me la llevo a la
sala de los masajes.
—¿Qué te pasa? Eres muy joven para sufrir y decir algo así.
—Yo tenía una familia, unos padres que me querían. Me tuvieron siendo bastante mayores, la
verdad, pero no eran unos carcas, al contrario, eran de lo más modernos. Bueno, eso no viene al
caso ahora mismo —dice, secándose las lágrimas de las mejillas—. Tengo veinte años, estuve
saliendo con un chico desde los diecisiete, mis padres murieron el año pasado y él se encargó de
cuidarme, solo que no lo hacía por lo que yo pensaba, sino que, poco a poco, me ha ido
desplumando. Me engañó y se quedó con la herencia que me habían dejado mis padres, lo fue
gastando poco a poco, mientras además se follaba a otras. No tengo nada, ni siquiera la casa que
con tanto cariño y amor compraron mis padres y me dejaron, tuve que malvenderla hace tres
meses, cuando todo acabó con ese mal nacido. Me queda poco dinero de aquello, puesto que
vivo de alquiler en un pequeño apartamento, así que, sí, este trabajo es cuanto necesito. Se paga
bien y los masajes sé hacerlos. Si tengo que chupas pollas y follar…
—No lo vas a hacer, de eso me encargo yo. Mañana hablo con Orlena y el dueño para que a ti
no se te pida hacer nada de eso. Y, en cuanto al alquiler, deja que te ayude también en eso. El
dueño conoce a los gerentes de una inmobiliaria, seguro que pueden encontrarte algo más
económico y por aquí cerca.
—¿Y voy a tener que acostarme contigo por estos favores?
—Que no se te vuelva a pasar semejante gilipollez por la cabeza, ¿de acuerdo? A mí solo me
vas a dar masajes, que paso muchas horas ahí fuera de pie, y eso me carga los músculos.
—¿Eres un ángel de la guarda, o algo así?
—Puede ser —contesto, haciéndole un guiño mientras me encojo de hombros—. Lo que te
dije cuando entraste, iba en serio. Voy a ser el primero al que le des un masaje, así que, empieza
a prepararlo todo, corderito.
—Pero, ¡no me llames así! —protesta, resoplando y volteando los ojos.
—Vale, vale —medio sonrío, porque yo ese gesto le tengo olvidado.
Aviso a Orlena de que cierren ella y los demás, que me quedo hablando con Thais, disfruto de
un buen masaje durante la hora siguiente.
—Creo que voy a tener que poner orden entre los lobos de este lugar —digo, cuando termino
de vestirme.
—¿Por qué?
—Porque tus manos vas a ser muy peligrosas, pequeña.
—¿Lo he hecho bien? —pregunta, con esa inocencia que desearía no tuviera que perder
nunca.
—No te escandalices, pero me ha costado controlar a mi… ya sabes, para no tener una
erección de caballo y que salieras corriendo.
—¡Ay, por Dios! Lo siento, yo no pretendía…
—Tranquila, que no ha pasado nada. Además, sé que no te habría obligado a hacer algo que
no quisieras, no soy así —le beso la frente y ella me abraza—. Y ahora, vámonos, te llevo a casa.
—Tony —dice, cuando vamos a salir de la habitación.
—Dime, pequeña.
—¿Vas a cuidar de mí?
—Solo si tú quieres que lo haga.
—Sí, quiero que lo hagas.
—En ese caso, cuenta con ello. Si alguien te molesta, déjale claro que estás bajo mi cuidado,
que no se te olvide.
—Vale.
—Venga, que se hace tarde.
Dejamos el local y llevo a Thais a su casa. En cuanto la veo entrar en ese desvencijado
edificio, en una de las zonas de la ciudad donde ni siquiera llevaría a vivir a mi peor enemigo,
por la de robos y droga que se ve en esas calles, llamo a Carlo, exponiéndome a que me mande a
tomar por culo, o peor.
—Más vale que se esté quemando la ciudad por la llegada del Apocalipsis, Tony.
—Bonita madera de saludarme, jefe.
—No me toques los cojones, y habla.
Le cuento todo, lo de la nueva chica, la situación en la que está y que quiero ayudarla, y me
dice que no me preocupe, que por la mañana hablará con los de la inmobiliaria para encontrarle
algo mejor.
Y vuelvo a casa, poniendo así fin a una noche más en el mundo de La Tentazione.
17

Madrid, diciembre de 2019


—Tony, en serio, ¿qué te pasa? Te has quedado más blanco que la pared —dice, acercándose
a mí.
Pero es que no puedo ni hablar, ¿cómo cojones le digo que es la viva imagen de mi difunta
esposa?
—Tony —no puedo dejar de mirarla a los ojos, y, cuando está a unos pocos centímetros de mí
y me acaricia la mejilla, es como volver atrás en el tiempo.
Cierro los ojos, y la veo a ella, mirándome con esa sonrisa que me desarmaba por completo.
Hasta juraría que estoy sintiendo su tacto, y es imposible, completamente imposible, porque fui
yo quien la encontró sin vida en aquel invierno.
—Por favor, dime que estás bien —susurra y cuando abro los ojos veo que se pone de
puntillas para abrazarme, rodeándome por el cuello.
Por un momento, me pierdo en aquellas noches en las que mi esposa me abrazaba así antes de
que nos fuéramos a dormir, y siento el impulso de llevar mis manos sobre las caderas de Alana.
No es ella, me digo una y otra vez, pero esto se siente tan real, tan Chesca.
—Abrázame, por favor —me pide, sollozando, y no puedo evitarlo.
La rodeo por la cintura, pegándola más a mí, aspiro en su cuello y acabo dejando un beso en
esa suave piel que me recibe erizándose ante el contacto de mis labios.
—Gracias —dice, devolviéndome al momento presente, haciendo que abra los ojos y la
imagen de mi esposa desaparezca.
—No tienes que darlas, cuando lo necesites —me encojo de hombros y la aparto.
—¿Qué te ha pasado? —pregunta, cuando voy a salir de la habitación, entrelazando su mano a
la mía.
—Me recuerdas a alguien, eso es todo.
—Espero, que, para bien, no vaya a ser que sea una ex psicópata que tuviste, y me eches sin
miramientos de tu casa. Mira, que ya se me ha hecho la boca agua con el desayuno que has
comprado.
—Vamos a despertar a los chicos.
—Sí, sí, despiértalos tú, yo voy sirviendo todo en el salón —sonríe, vuelve a besarme la
mejilla y sale caminando descalza por el pasillo.
—Esto tiene que ser una puta broma —digo, acercándome a la puerta de la habitación de
Enzo.
Si es que juraría que, hasta su manera de andar, cuando se levantaba por las mañanas, es la
misma que tiene Alana.
Llamo, pero no contestan, así que abro con cuidado, y llamando a mi hijo.
—Enzo, ya es hora de levantarse —digo, contemplando la misma imagen de antes.
Por favor, solo pido que no se haya acostado con esta chiquilla, porque tendrá unos padres a
quienes mi hijo deberá respetar, vamos, digo yo.
—Enzo, hijo, despierta —vuelvo a llamarle, esta vez, zarandeándole un poco el pie.
—¿Qué hora es? —pregunta al fin.
—Las nueve, venga, que he traído chocolate para todos.
—Ya vamos, papá —contesta mirándome.
—¿Algo que contarme? —Arqueo la ceja, y hago un leve movimiento para señalar a la chica
que tiene entre sus brazos.
—Seguimos siendo puros, tranquilo —sonríe.
—Anda, venga, que tenemos visita.
—¿Quién ha venido? ¿Luana y los demás?
—No, es otra persona. Venga, despierta a tus amigos, asearos y a desayunar.
—Vale, danos media hora.
Asiento, salgo de la habitación y cierro la puerta antes de ir hasta la cocina.
Y ahí está Alana, como si conociera mi casa desde hace años, sacando tazones, platos, vasos
y…
—¿Has hecho café? —pregunto, al ver que está la cafetera encendida.
—Ajá, si no me tomo uno, no soy persona.
Otra cosa más que comparte con mi esposa, vale, supongo que con cientos de personas más en
el mundo, pero, joder ¿en eso también tenía que ser como Chesca?
—Creí que ibas a tomar chocolate con churros.
—También, también, tranquilo que mi metabolismo es buenísimo. Como, y no se me va a las
caderas —contesta, levantando un poco la camiseta para enseñarme una de ellas.
Dios, ¿cómo puede ser que la vea tan jodidamente sexy así vestida?
Me giro, frotándome la cara con ambas manos, pero no se me va esa imagen.
—No tienes la casa decorada, ¿no te gusta la Navidad?
—No es mi época favorita del año.
—Vaya, con lo que me gusta a mí decorar el árbol.
Preparo la mesa mientras salen los chicos, me tomo un café con Alana en la cocina y, cuando
estamos lavando las tazas, escuchamos las risas de las chicas.
—No seas muy severo con ellos, que se les ve enamorados —murmura, haciéndome un guiño.
—Buenos días —me giro al escuchar la voz de Enzo.
—¿Alana? —pregunta Lilly, la chica que estaba con él en la cama, al verla en la cocina.
—Buenos días, hermanita. Buenos días, cuñadito.
—¿Hermanita? —pregunto, sorprendido.
—Papá, ¿qué hace Alana en casa?
—Esperad, porque me voy a volver loco —pido, sentándome en una de las sillas del salón—
¿Esta chiquilla es tu hermana?
—Sí, mi hermana pequeña.
—Por eso no te has sorprendido al verlos juntos, porque, conoces a mi hijo, por lo que veo.
—Sí, se ha quedado en casa a dormir alguna noche.
—¿Qué noche, Enzo Carusso? —pregunto, algo enfadado— ¿Alguna de esas en las que ibas a
dormir en casa de Fer?
—Nos ha pillado, colega —murmura Fer.
—Te he oído, chaval.
—Lo siento, señor Carusso.
—Ya estamos con lo de señor, me vais a dar el día entre todos, que ella ya me llamó viejo
cuando llegamos —protesto, señalando a Alana.
—¿Vas a contarme por qué está ella aquí? Y no me digas que es un ligue, que me muero,
papá.
—Tranquilo, Enzo, que no soy un ligue de tu padre. Vamos a desayunar, y después, cuando
nos quedemos los cuatro solos, hablamos, ¿de acuerdo? —pide Alana, y se hace con el control de
la situación como si fuera la dueña de la casa.
Nos sentamos los seis a desayunar y es cierto eso que decía ella, veo a mi hijo enamorado de
esa chiquilla con la que ha dormido.
Me siento extraño al tener aquí a una mujer a la que no conozco de nada, tan solo de unas
horas y porque la he ayudado a escapar de su jefe, por llamarlo de alguna manera y ser educado.
Pero estoy sorprendido de que ni siquiera supiera que Lilly tenía una hermana mayor.
No dejo de pensar en lo que me dijo, que quería dejar ya ese trabajo como scort porque había
reunido el dinero que necesitaba.
Ahora lo entiendo, el motivo que la llevó a dedicarse a ello, lo hizo por su hermana pequeña.
Cuando Enzo y Lilly vuelven a la cocina después de despedir a Fer y Sofi, Alana y yo
estamos terminando de guardar todo en el lavavajillas.
—¿Vais a decirnos ya de qué os conocéis? —pregunta mi hijo, apoyándose en la barra que
separa la cocina del salón.
—Claro, porque, que tú me hubieras presentado a tu cuñada, no entraba en tus planes,
¿verdad?
—Lo iba a hacer, papá, estaba esperando a la noche de Fin de Año, pero, como siempre, tú te
irías después a trabajar.
—Perfecto, ahora mi hijo me anda con secretos.
—No protestes, Tony, que no es mal chico. En casa se comporta, desde luego.
—Gracias por hacérmelo saber, Alana, al menos ya sé que no he educado a un delincuente.
—¿Por qué has venido con el padre de Enzo, Alana? —pregunta Lilly esta vez.
—Verás, peque —le dice, cogiéndole las manos—. Sabes que iba a dejar el trabajo.
—Un momento —levanto la mano, temiéndome lo peor— ¿Ella sabe cuál era tu trabajo?
—Sí, sabes cuál es mi trabajo.
—Era, porque desde esta noche no trabajas para ese hijo de mala madre.
—¿Sabes quién es su jefe, papá?
—Enzo, dime por favor que tú no sabes a qué se dedicaba Alana.
—Es scort.
—Mierda —murmuro, pasándome las manos por el pelo.
—Bueno, como iba diciendo —escucho hablar a Alana—, sabes que quería dejarlo, pues esta
noche se lo he vuelto a decir a él y… ya sabes que, si se enfada, lo paga con nosotras.
—Hijo de puta.
—¡Enzo! —grito, mirando a mi hijo tras escucharlo hablar de ese modo.
—¿Qué, papá? No es la primera vez que le pega, ese Bosco es un cabrón.
—Para, Enzo.
—Enzo, tranquilo, cariño —le dice Alana, acariciándole la espalda—. Tu padre me ayudó a
esconderme y que no me encontrara. Estoy segura que habría sido mucho peor.
—Por el amor de Dios, ¿cuántas veces la has visto magullada, hijo?
—En los últimos dos años, que llevo saliendo con Lilly, más de las que puedo contar con los
dedos de las manos, y de los pies. En los anteriores, que solo éramos amigos y estudiábamos en
su casa, unas cuantas más.
—¡¿Llevas años aguantando que te trate como si fueras su puto saco de boxeo?! —grito,
dando un golpe en la mesa mientras me pongo en pie.
—Con veintidós años me quedé al cargo de una niña de doce, tuve varios trabajos, pero eso
no paga las facturas, este lo iba a hacer, y tuve que decidir entre, sacar a mi hermana adelante, o
ver cómo los servicios sociales me la quitaban. Créeme, cualquier mujer en mi lugar habría
hecho lo que fuera por su hermana o un hijo, de eso no te quepa la menor duda.
Y sé que tiene razón, por lo que no puedo debatir ese asunto.
—Vamos a dormir un poco, que al menos tu noche y la mía han sido demasiado largas. Los
chicos se quedan preparando la comida, ¿de acuerdo? —miro a Enzo y Lilly, que asienten— Por
la tarde iremos a vuestra casa, para que recojáis lo necesario, y os instaláis con nosotros. Y no
hay discusión posible sobre el tema, ¿estamos? —Señalo a Alana con el dedo y esta asiente.
La cojo de la mano y, ante la mirada de mi hijo y su hermana, la llevo por el salón y el pasillo
hasta mi habitación.
—¿Voy a dormir contigo?
—No hay más habitaciones, y no voy a consentir que duermas en el sofá.
—Vale, vale —murmura, viéndome entrar en la cama.
—A qué esperas, ¿a qué me quede dormido para entrar? Vamos, que no muerdo.
La veo tragar con fuerza, se mete en la cama y se queda ahí, en el borde, acurrucada, dejando
una buena distancia entre los dos.
Resoplo, me giro dándole la espalda y cierro los ojos a ver si consigo dormir, aunque solo
sean un par de horas.
18

Me despierto al notar que tengo a alguien sobre mi pecho, algo raro puesto que hace años que
duermo solo y sin abrazar a nadie.
Cuando abro los ojos veo a Alana, rodeándome con el brazo por la cintura, completamente
dormida.
Y es tan Chesca en este momento, que la mano se me va sola a su mejilla, la acaricio, le
coloco un mechón detrás de la oreja y dibujo el contorno de su rostro con el dedo.
Es tan bonita, y se la ve tan calmada. Vuelvo a su mejilla, donde tiene el corte y la
magulladura. Si vuelvo a tener a ese hijo de puta delante, le reviento la cabeza.
Alana se remueve, me abraza aún más fuerte y entonces se despierta.
—Huy —se mordisquea el labio al ver dónde estaba dormida.
—¿Has podido descansar? —pregunto, cuando se sienta en la cama y veo que se despereza,
estirándose como si estuviera en su casa.
—Ajá, sí. Y muy bien, la verdad. Hacía tiempo que no dormía tan a gusto. Se nota que el
colchón es bueno —dice, mientras da saltitos sentada en él y, claro, a mí, ¿dónde se me van los
ojos sin querer? Pues a sus pechos, esos que, bajo la tela de la camiseta, se intuyen turgentes y no
dejan de moverse.
Resoplo levantándome y voy directo al cuarto de baño, necesito refrescarme la cara.
—¿Estás bien? —pregunta ella a mi espalda, cuando estoy apoyado en el lavabo.
—Sí, perfectamente. Vamos a comer.
En cuanto pongo un pie en el pasillo, escucho la risa de Lilly, así como la de Enzo.
Cuando llegamos al salón, están terminando de poner la mesa y el guiso que han preparado
huele de maravilla.
—Ya creí que tendríamos que ir a despertaros —dice Enzo al vernos.
—Casi, tu padre es un dormilón —ríe Alana.
—¿Perdona? Me he despertado antes que tú, que hasta babeabas.
—¿Yo, babear? Venga, hombre, pero si soy una dama, no babeo.
—Lo que tú digas —me encojo de hombros.
Entonces noto que se me sube a la espalda, rodeándome la cintura con ambas piernas, como si
fuera una monita enganchada a su madre, y comienza a tirarme de las orejas.
—Retira eso, no estaba babeando, me habría dado cuenta.
—Asúmelo, princesita, babeas mientras duermes.
—¡No babeo!
—Desde luego, parecéis dos críos, menudo ejemplo para nosotros —veo a Enzo, cruzado de
brazos, que intenta no reír, pero al final acaba estallando en una sonora carcajada, cuando Alana
me pide ayuda para que la baje de mi espalda—. Creo que tu hermana y mi padre, al final se van
a llevar bien y todo.
—Espero que sí, porque van a ser familia —contesta Lilly.
—Se acabó, me voy a poner seria ya, hombre. Venga, todo el mundo a la mesa. Por cierto,
¿qué comemos que huele tan bien?
—Es un guiso que me enseñó a preparar Imelda, la mujer que me cuidaba cuando era niño.
—Ya no le cuida, se puede quedar solo en casa siempre y cuando no me líe ninguna —digo,
cogiendo los platos.
—Mi padre no es muy de cocinar, yo le pedí a Imelda que viniera alguna tarde a enseñarme,
así que.
—Lilly, no dejes escapar a este niño en tu vida, que es una joyita —dice Alana, simulando
susurrar, pero lo dice de modo que todos la escuchemos.
—Pues como su padre —arqueo la ceja.
—No lo dudo, señor seriote, pero apenas te conozco.
—Pues has dormido con él, hermanita.
—Ahí le doy la razón a Lilly —contesto.
—No me ha dejado otra opción, decía que en el sofá no iba a dormir —protesta Alana, con el
ceño fruncido.
—Hombre, más que nada porque los chicos estaban aquí, ibas a haber dormido poco, la
verdad.
Ella va a hablar, pero acaba quedándose callada. Nos sentamos a la mesa y comemos mientras
Lilly le dice a Alana, que la ha llamado Emma para ver dónde estábamos.
—Tengo que llamarla, déjame tu móvil, peque —le pide a Lilly, que se lo da cuando se
levanta—. Hola, guapa, soy yo. Tranquila, todo está bien.
Sale por el pasillo y escucho que se cierra una puerta, intuyo que será la de mi habitación, así
que dejo que hable tranquilamente con su amiga mientras los chicos y yo recogemos la mesa.
Preparo café y ellos van a la habitación de Enzo a echarse un rato, al parecer se acostaron
bastante tarde y apenas habían dormido, y mientras preparaban la comida le dieron un repaso de
limpieza a la casa.
Estoy tomándome el café sentado en mi rincón de salón, cuando Alana se reúne conmigo.
—¿Y los chicos?
—En la habitación, descansando un rato.
—¿Tú no te echas una siesta?
—No, aunque esta noche voy a necesitar bastantes bebidas energéticas para no dormirme en
el trabajo.
—Venga, vamos a la cama —dice, cogiéndome la mano y haciendo que me levante del sofá.
Dejo el vaso vacío sobre la mesa y voy tras ella.
¿Por qué no me resisto? Es que no puedo hacerlo, es como si un imán me atrajera hacia ella
todo el tiempo.
Cuando entramos en la habitación, hace algo que me deja a cuadros. Se pega a mí, poniéndose
de puntillas, y me planta un beso en los labios mientras me coge con ambas manos por las
mejillas.
—No suelo ser así, de verdad, pero es que estoy un poquito excitada desde que me he
despertado y te he visto a mi lado.
—¿Y eso? —Arqueo la ceja.
—No lo sé.
—Alana…
—Sé lo que me vas a decir, tranquilo. No voy a intentar seducirte. Venga, acuéstate que yo
me voy al sofá.
Sale de la habitación y me deja ahí, mirando la puerta con cara de idiota.
¿Qué coño acaba de pasar? Me dice que está excitada, me besa y yo, ¿ni siquiera intento
arrancarle la ropa? Joder, si esto me lo hace Romina, no dura con la camiseta puesta ni medio
segundo.
Y no es que no me haya llamado la atención, que, además del gran parecido físico con
Chesca, Alana es perfecta en todos los sentidos. Vamos, que tuve que controlarme para que no se
me pusiera dura cuando la vi dando saltitos en la cama.
Joder, y la voy a tener en mi casa unos días, lo que me faltaba. Me cago en la puta, ahora
entiendo a Carlo más que nunca.
Todo el tiempo con la tentación delante de los ojos, madre mía, no sé cómo no se volvió loco.
Porque sí, no conozco a Alana de nada en absoluto, pero es innegable que hace que se
despierten mis instintos, todos ellos, no solo el del deseo, sino también el de protección.
Me meto en la cama intentando no pensar, y acabo quedándome dormido, desde luego que
noto esas horas que no he descansado antes de comer, puesto que suelo levantarme bastante más
tarde y hacer una comida casi merienda.
El sonido de llamada de mi teléfono me despierta, lo cojo de la mesilla de noche y veo el
nombre de mi jefe.
—¿Se está quemando el negocio? —pregunto.
—Espero que no.
—Pues no me molestes.
—Qué mal despertar tienes, viejo.
—Otro con lo de viejo. Hay que joderse. Soy mayor, mayor, no viejo. Bueno, qué coño, soy
un maduro interesante.
—Claro, claro. ¿Qué tal anoche?
—Bien.
—¿Algo que contarme?
—¿Qué te ha dicho Magnus?
—Lo que deberías haberme dicho tú. ¿Hubo algún problema con el tipo que la pegó?
—No, ninguno. Se fue y ya.
—¿La dejaste en casa sana y salva?
—Sí, está aquí conmigo.
—Espera, ¿En tu casa?
—Sí. ¿Estás sentado, jefe?
—Uf, eso me suena a historia larga, espera, que me sirvo un whisky.
—Qué cabrón eres —lo escucho reírse y, cuando me dice que ya está sentando, empiezo a
contarle todo.
Sé que Carlo es una tumba, no contará nada ni hará que Alana se sienta incómoda si va alguna
vez por el local, pero es que cuando le digo que es la cuñada de mi hijo, le escucho escupir el
trago de whisky que había dado.
—¡No me jodas! ¿Y no la conocías?
—Si ni siquiera sabía que estaba saliendo con una compañera de clase, y llevan dos años, jefe.
—Hostia, tengo que hablar con mi pequeña Shelby, hay cosas que no se le pueden ocultar a
un padre.
—Tengo licencia de armas, recuerda que te puedo llevar a unas clases y darte una licencia.
—Deja, deja, ya jugué a Rambo una vez, espero no repetir.
—Vale.
—Oye, y va a dejar ese trabajo, ¿verdad?
—Sí, y como no me fio de ese pijo con ínfulas de marqués, les he dicho que iremos a por
algunas cosas a su casa para que se vengan aquí unos días.
—Antonino Carusso, de nuevo al rescate de una dama en apuros.
—No te pases, jefe.
—No me paso, solo digo la verdad. Mira Thais, la ayudaste desde el primer día. Dime que no
fue así.
—Sí, lo fue.
—Bueno, dile a Alana que venga esta noche contigo al local, si sabe servir copas, la contrato.
—¿Hablas en serio?
—Sí, a no ser que tenga usted algún problema con eso, señor Carusso.
—Ninguno, ninguno.
—Bien, pues me paso luego a veros.
—¿Y tus chicas?
—Se van a quedar viendo Lilo y Stich, me la sé de memoria ya —ríe, colgamos y dejo de
nuevo el móvil en la mesita.
Cuando Carlo Ferrara le ofrece un puesto a alguien en su negocio, es porque sabe que puede
contar con la discreción de esa persona, de no ser así, yo no llevaría tantos años siendo su
hombre de máxima confianza en ese lugar.
Son casi las siete, he dormido suficiente, así que me levanto para vestirme y salir para la casa
de las chicas. cuanto antes recojan sus cosas, mejor, menos tiempo estarán expuestas a que ese
cabrón pueda encontrarlas.
Porque sé que seguirá buscándola.
19

Entro en el salón y ahí están los tres, sentados en el sofá riendo como críos, bueno, a mi lado
es lo que son.
Alana va vestida con unos vaqueros, jersey, los tacones de la noche anterior, y el pelo
recogido en una coleta alta.
Desde luego, se la ve incluso más joven de lo que es así vestida.
—Aquí llega el bello durmiente —dice, con esa sonrisa, cuando me ve—. Estás mejor así, con
vaqueros, pareces hasta más joven.
—¿Más joven? —Arqueo la ceja.
—¿Menos viejo? —sonríe, enseñando los dientes.
—Mira, puedes pedir empleo como modelo para anunciar pasta de dientes.
—Hombre, claro que sí, sonrisa Profident la mía, que mi dinero me costó tenerla así de
perfecta.
—¿Serás mentirosa? El dentista no te ha visto a ti en la vida, Alana. No le haga caso, señor
Carusso, que mi hermana siempre ha tenido una dentadura perfecta.
—Lilly, si quieres que tú y yo nos llevemos bien, más vale que no me llames señor Carusso.
—Llámale suegro, hermanita, que, total —Alana se encoge de hombros, volteo los ojos y voy
a la cocina por un vaso de agua.
Las risas de esos tres llegan hasta aquí y, por primera vez en muchos años, la casa no está tan
silenciosa y triste como de costumbre.
—¿Te has enfadado conmigo? —pregunta Alana, abrazándome por la cintura— Jolín, qué
grande eres, no llego.
—Yo muy grande, o tú muy pequeña.
—Sí, puede ser lo segundo también.
¿Cuántas veces tuve esta misma conversación con Chesca, y la respuesta fue la misma que la
suya?
Cierro los ojos y dejo caer la cabeza mientras sigo apoyado en la encimera con ambas manos.
—Tony, no hace falta que nos acojas aquí, podemos ir a casa de Emma, de verdad.
—Si me aseguras que estaréis bien allí, os llevo donde me digas.
—Eso espero.
—Alana —me giro, cogiéndole las manos, colocándolas a su espalda mientras la abrazo
pegándola a mí. La veo tragar y noto que se ruboriza—. Lilly es la novia de mi hijo y, si algo
conozco a Enzo, sé que no la va a dejar, en eso creo que ha salido a mí —digo, más como un
pensamiento para mí mismo—, así que, si está en mi mano protegeros, lo voy a hacer. Esa niña
ya es mi familia, además de Enzo, y, por ende, tú.
—Me vas a hacer llorar, con lo dura que soy yo.
—No lo dudo. Anda, si estáis listos, vamos a tu casa.
Alana asiente y, sin soltarme la mano, me lleva al salón.
—¿De dónde has sacado la ropa? —pregunto, ya que acabo de caer en que llegó con un
vestido.
—Es de mi hermana, ventaja de que tengamos la misma talla.
—Y de que ella se fuera a quedar conmigo en casa hasta mañana —contesta Enzo.
—Ah, ese dato lo desconocía —arqueo la ceja.
—Ni tiempo me dio a decírtelo.
—En fin, tener hijos para esto…
Cojo las llaves del coche, la cartera, y salimos de casa para bajar al aparcamiento.
Una vez en el coche, Alana se sienta delante conmigo, mientras que los chicos lo hacen
detrás.
En cuanto pone la radio, no tarda en subir el volumen.
—¡Navidad, Navidad, dulce Navidad! —comienza a cantar, y juro que, si no fuera por lo que
me costó el jodido equipo de música, le habría dado un puñetazo. Pero solo lo apago.
—¿Qué haces?
—Quitar esa tortura.
—Son villancicos, hombre. Un poco de espíritu navideño, señor seriote.
—Te dije que no me gustan estas fechas, por lo tanto, tampoco los putos villancicos.
—Vale, lo siento —contesta, con la voz apagada y mirando por la ventana.
Escucho a Enzo resoplar en la parte de atrás, miro por el retrovisor y Lilly le está susurrando
algo, pero él, tan solo niega.
Se me hace raro ver a mi hijo adolescente llevando a una chica pegada a él, que tiene el brazo
por encima de sus hombros.
Supongo que tendré que acostumbrarme a verlo así más a menudo, máxime cuando lleva dos
años de relación con ella.
Joder, dos años y yo sin saberlo. Como si hubiera estado viviendo en la otra punta del país, o
del mundo.
Cuando llegamos a la dirección que me ha dado Alana, sin volver a decir una sola palabra
más en todo el camino, aparcamos a unos metros del edifico y vamos caminando.
Alana va delante, sola, con los brazos cruzados y más callada que una estatua. Enzo y Lilly la
siguen, abrazados y charlando, mientras que yo voy el último, alerta por si nos sorprende
alguien. Ellos no lo saben, pero llevo el arma conmigo.
—Es un quinto sin ascensor —dice al fin, mirándome—. Espero que no te canses demasiado.
—Tranquila.
Subimos en ese mismo silencio, tan solo roto por los villancicos que salen de las casas de sus
vecinos, así como de las risas de estos.
Al llegar a la puerta de su casa, veo que Alana frunce el ceño cuando gira la llave.
—Qué raro, juraría que cerré antes de irme. ¿Tú viniste anoche, Lilly?
—No, yo no.
Cuando va a abrir la puerta, se lo impido, poniéndome delante de ella.
Abro y, al entrar, sé que forzar la cerradura no la han forzado, pero han destrozado el piso.
—Dime una cosa, Alana —me giro para mirarla—. Te dejaste el bolso en el coche, ¿verdad?
—Sí, ¿por?
—Porque han entrado con tu llave, y se ve que estaba cabreado.
Entra en el piso y, al ver todo tirado por el suelo, se lleva las manos a la boca.
—Menos mal que estabas en su casa, peque, si no… —Alana comienza a llorar y su hermana
la abraza.
Desde luego, menos mal que la niña estaba en casa con mi hijo, de lo contrario, estaríamos
ante algo mucho peor ahora mismo.
—Tienes que poner una denuncia.
—No puedo, irá a por mí.
—Y qué quieres, ¿que la próxima vez sea peor?
—No voy a ir a la Policía.
—Tranquila, que van a venir ellos —saco el móvil del bolsillo y llamo a Saúl, ese hombre se
ha convertido en el policía de confianza de todos cuantos tenemos relación con Carlo, o las
personas a las que el poli conoce.
—Dime, Tony.
—Lamento molestarte, pero necesito que vengas o me mandes una patrulla si no estás de
servicio.
—¿Al local? Aún es pronto, ¿no?
—No, no, al local no. Te paso ahora la ubicación.
—Vale, pero, dime qué me voy a encontrar.
—Han entrado en una casa y destrozado todo. Van a poner una denuncia.
—¡No voy a poner una mierda! —grita Alana, desde el salón.
—¿Quién es esa mujer? —pregunta Saúl.
—Una larga historia —contesto.
—Vale, eso son… cuatro cervezas el sábado antes de comer. Venga, mándame la ubicación
que voy para allá.
Cuelga, le mando un mensaje con la dirección y me dice que en diez minutos estará por aquí.
Alana no deja de maldecir, así como de agradecer a Enzo, que convenciera a su hermana de
no quedarse sola en casa la noche de Nochebuena.
Cuando la escucho sollozar en la habitación, me acerco y la veo de rodillas en el suelo,
recostada sobre la cama.
—Ey, ¿qué pasa, preciosa? —Me arrodillo a su lado, frotándole la espalda.
—No pensé jamás que Bosco pudiera hacer algo así. Si hasta ha roto el marco de la última
foto que tenemos con nuestros padres.
—No llores, por favor, me mata verte así. No puedo ver llora a una mujer.
—Le odio, no debí nunca aceptar ese trabajo.
—Alana —la cojo por la cintura mientras me levanto y, tras sentarme en su cama, la coloco a
ella sobre mi regazo, acariciándole la espalda mientras ella no deja de llorar—. Lo hiciste por
Lilly, así que no te martirices por ello.
—Lilly —llora aún más fuerte, agarrándose a mi jersey—. A saber, lo que le habría hecho si
hubiese estado en casa.
—No podéis quedaros aquí, ni siquiera en casa de tu amiga. Os venís con nosotros, ¿de
acuerdo?
—Vale —sorbe por la nariz, se seca las lágrimas de los ojos y las mejillas, y me mira—.
Gracias, Tony, de verdad.
—No me las des más veces, anda. Venga, coge todo lo que necesites, que Lilly ya está en ello,
y en cuanto llegue mi amigo el poli, ponéis la denuncia.
—Está bien.
La ayudo a guardar ropa en un par de bolsas de deporte, coge el dinero que tenía guardado en
una caja de zapatos en el fondo del armario, y volvemos al salón justo cuando llaman al timbre.
Abro y me encuentro con Saúl vestido de uniforme.
—¿Qué pasa, Tony?
—Gracias por venir.
—Joder, la que han liado aquí —dice Andrés, que viene con él.
—Ya ves, un jefe un poco cabrón que tiene.
—¿Esto lo ha hecho su jefe? —Saúl arquea la ceja, asiento y cuando ve a Alana, ambos se
presentan— ¿Por qué haría algo así tu jefe, Alana?
—Pues nada, que se entere todo el mundo que soy puta —contesta, dejándose caer en el sofá.
—Scort de lujo, preciosa, eres scort de lujo —le digo, sentándome a su lado.
—Para el caso, lo mismo es, Tony. Me pagan por follar.
—Vale, a ver, que nos estamos desviando del allanamiento de morada.
—Ni eso ha hecho el muy cabrón de Bosco, ya que me dejé el bolso en su coche con mi
documentación y las llaves de casa.
—O sea, que ha entrado con tus llaves, pero te ha destrozado el piso.
—Eso parece.
—Cámaras aquí no hay, ¿verdad? —pregunta Andrés.
—En el edificio, no, en mi casa, tampoco, pero el señor de la tienda de abajo, tiene un par de
ellas.
—Voy a verle, a ver si puede enseñármelas.
Andrés sale del piso mientas Alana le cuenta lo ocurrido a Saúl, que, ni la juzga, ni la mira de
malas maneras, tan solo le dice lo mismo que todos, que aceptó ese trabajo para sacar a su
hermana pequeña adelante.
Saúl hace fotos, empieza a redactar lo ocurrido y cómo nos encontramos el piso al entrar, y
Andrés vuelve diciendo que sí, que el anciano de la tienda tiene grabaciones y, al saber que
habían entrado en casa de Alana, se las ha enseñado.
—¿Es este? —pregunta, enseñándole una foto a Alana.
—Sí, es Bosco.
—Genial, pues venga, a poner la denuncia, preciosa. Y busca un buen abogado, que el tipejo
tiene pinta de ser un pijo de narices.
—Tú lo has dicho, Andrés, yo lo vi anoche —corroboro.
—Solo me faltaba meterme en un lío denunciando a mi jefe, el tío más podrido de dinero que
conozco. Me voy a gastar todo lo que he ahorrado, en un abogado.
—No te preocupes por eso, conocemos a algunos buenos abogados —le digo, besándole la
frente.
Incluso Saúl y Andrés, nos ayudan a recoger un poco ese desastre, mientras viene un cerrajero
al que hemos llamado para que cambie la cerradura, pues solo faltaba que el cabrón de Bosco,
intentara entrar otra vez.
Cuando acabamos, volvemos a mi casa, pero antes compramos unas pizzas para cenar.
Esas que devoramos como si lleváramos un mes sin probar bocado.
—Estaban riquísimas —dice Lilly.
—Sí, es que Giuseppe hace las mejores pizzas italianas de todo Madrid.
—Te doy la razón, cuñado —sonríe Alana.
—Espero que hayas cogido algún vestido bonito —le digo a Alana, mientras recogemos.
—¿Por? ¿Me vas a llevar a cenar fuera alguna noche?
—Trabajo de noche, ¿recuerdas?
—Vaya, es verdad. ¿Entonces?
—Te vienes hoy conmigo, mi jefe quiere conocerte, hablar contigo y, si sabes servir copas,
tienes un nuevo trabajo.
—¿En serio? —Me mira con los ojos muy abiertos.
—Sí.
—¡Ay, Dios mío! Pues… Tengo el vestido que llevaba anoche y… y… ¡Sí! Ahora vuelvo.
Sale corriendo por el pasillo y regresa diez minutos después, me llama y, cuando me giro, veo
que lleva un vestido azul marino de lana, entallado y que le hace un cuerpo perfecto.
—¿Crees que con esto voy bien para ir a ese lugar?
—Perfecta.
—Obvio, me tengo que maquillar un poco, y bueno, arreglarme el pelo.
—Pues venga, a la ducha y a prepararte, que yo voy a hacer lo mismo.
—Ahora mismo, señor seriote —me hace el saludo militar y, cuando la veo volver corriendo
hacia la habitación, juro que se me forma una de esas sonrisas que en contadas ocasiones me han
visto en estos últimos años.
Aviso a los chicos de que van a quedarse solos y que, por favor, no abran a nadie y me avisen
si pasa algo, ambos asienten y siguen viendo la película que acababan de poner.
Me ducho en el cuarto de baño del pasillo y, cuando acabo, voy a mi habitación para vestirme,
solo que no contaba con lo que mis ojos estaban a punto de ver y que, por mucho que yo
quisiera, no podría olvidar, persiguiéndome no solo esa imagen, sino la locura que estaba a punto
de cometer.
20

Escucho sollozos que vienen del cuarto de baño, a pesar del sonido del agua de la ducha, así
que entro para ver si Alana está bien.
Abro la puerta y, lo que yo pensaba que eran sollozos, han resultado ser gemidos. Los de ella,
a quien veo a través de la mampara de la ducha, que está tan entretenida bajo el agua, con una
mano apoyada en los azulejos, y la otra escondida entre las piernas.
Me quedo ahí como un puto mirón mientras la veo mordisquearse el labio, jugando con su
sexo cada vez más rápido y yo, lejos de marcharme, cierro la puerta sin que me oiga, echo el
cerrojo y dejo caer al suelo la toalla que llevaba en las caderas.
Ni qué decir tiene, que mi amiga de ahí abajo se ha puesto firme en cuestión de segundos ante
tan sensual y excitante imagen.
Cuando abro la mampara y Alana se da cuenta de que estoy ahí, grita por el susto, pero no la
dejo que diga una sola palabra, le cubro la boca con una mano tras pegarla a la pared, y llevo la
otra a su entrepierna.
Cuando le pellizco el clítoris veo que cierra los ojos y suelta el aire por la nariz, está de lo más
húmeda y excitada, y yo no puedo negar lo evidente, también estoy excitado.
La penetro con el dedo y lo hago rápido, como lo estaba haciendo ella cuando la he
interrumpido, solo que mi dedo es más grueso que el suyo, y no es por dármelas de importante,
pero Romina no se queja de ellos cuando juego por ahí abajo y la llevo al orgasmo en cuestión de
unos minutos.
Como tampoco lo hace Alana, que se estremece y me muerde la mano cuando se corre
mirándome a los ojos.
Le destapo la boca y no dejo ni que se recomponga.
Me arrodillo ante ella, le separo aún más las piernas y comienzo a lamerle el clítoris una y
otra vez, sin parar, sujetándole las nalgas para que no cierre las piernas en ningún momento.
Ella grita, jadea, y noto que se sostiene a mis hombros cuando voy aún más rápido.
Unos segundos más, y estalla en un nuevo clímax que la deja laxa, pegada a la pared.
—No hemos acabado, pequeña —le aseguro, apoyando la frente en la suya.
—¿Me vas a hacer el amor? —pregunta, mirándome a los ojos.
—No, yo no hago el amor, lo mío es follar rápido y duro.
—Coño, ni que fueras el Grey de los libros.
—Ese a mi lado es un crío, te lo aseguro. ¿Preparada? —pregunto, cuando la cojo por las
caderas, haciendo que me rodee la cintura con las piernas.
La veo tragar, noto que empieza a formarse una sonrisa en mis labios, pero evito que ella lo
vea cuando, mientras la penetro de una sola estocada y con fuerza, hundo el rostro en su cuello y
lo mordisqueo.
—¡Por Dios! —grita, entre jadeos.
—Ese no entra en mi casa, estamos en guerra —le aseguro, mientras la sostengo a pulso y la
penetro con fuerza, enterrándome en ella hasta el fondo.
Alana sigue jadeando, gritando y pidiéndome que no pare, lo que no pienso hacer, puesto que
me ha excitado verla tocarse, y algo tiene que me atrae a ella y no puedo evitar desearla.
Le lamo los pezones, los mordisqueo una y otra vez, mientras ella se agarra con fuerza a mis
hombros.
La bajo, colocándole ambas manos sobre los azulejos, las piernas bien separadas y las caderas
elevadas, y es así como vuelvo a penetrarla, entrando y saliendo rápido y con fuerza, mientras no
deja de gemir y gritar.
Hasta que noto que ambos estamos a punto de corrernos y jugueteo con su clítoris para
ayudarla a hacerlo. Cuando la escucho gritar y veo que se agarra con los dedos a la pared, sé que
ha llegado al orgasmo, así que salgo de ella y acabo sobre la parte baja de su espalda, con jadeos
cortos, hasta que no puedo evitar recostarme sobre ella, abrazarla y besarle el hombro.
—¿A qué ha venido esto, señor seriote? —pregunta, cuando me incorporo, se gira y coge el
gel para enjabonarme.
—Te vi un poco necesitada de un par de manos extra.
—¿Solo un par de manos? —Arquea la ceja.
—Vale, y alguna cosa más.
—Pues hijo de mi vida, qué bien has hecho en entrar a ayudarme.
—Ah, ¿sí? —pregunto, cogiendo el gel para enjabonarla.
—Sí, sí. Estaba yo pensando en ti, pero vamos, que mi dedito en comparación con el tuyo, no
es nada más que un fideíllo.
—Así vas relajada a la entrevista de trabajo.
—¿Lo has hecho por eso? —Frunce el ceño— Joder, ni que tu jefe fuera un ogro.
—No, lo he hecho porque me ha excitado verte, espero que no te haya molestado lo que ha
pasado aquí —le beso la frente.
—No, no, tú repite cuando quieras, hombre. Vamos, gustirrinín para el cuerpo que me llevo.
Como dice Emma, ande yo satisfecha, que me quiten lo “follao”.
—Venga, vamos a vestirnos, o no llegamos.
—Sí, sí, a ver si te van a despedir por mi culpa, o me quedo yo sin trabajo, que es peor
todavía.
Me besa en la mejilla, salimos de la ducha para secarnos y, después de dejar su toalla de
nuevo colgada, va a la habitación desnuda como si estuviera sola.
Supongo que, una vez que se folla con alguien, la confianza aumenta y la vergüenza mengua,
no sé.
Pues nada, salgo como ella, desnudo como mi madre me trajo al mundo. Cojo la ropa y,
mientras ella se seca el pelo, desnuda, que quede claro, me voy vistiendo.
Cuando acabo me siento en la cama y la observo vestirse. Hasta el modo en que lo hace me
recuerda a Chesca.
Sé que es una locura lo que ha pasado entre nosotros, que no debería volver a pasar, pero la
voy a tener en mi casa unos días, no sé cuántos, y va a ser imposible no verla desnuda.
Tendré que proponerme a mí mismo mantener las distancias, esto es algo que no puede volver
a repetirse, no puedo mezclarme con la hermana de mi nuera, joder, ¿qué tipo de familia
seríamos?
Alana sería la madrastra de Enzo, y, además su cuñada. Y Lilly, mi nuera y mi hija.
Por Dios, se me está empezando a ir la cabeza.
—¿Estás listo, señor seriote?
—Sí, vamos.
De nuevo Alana me coge de la mano, me levanto y así salimos al salón, donde los chicos
están de lo más acaramelados en el sofá viendo la película.
—Vaya, por fin salís de la habitación —dice Enzo— ¿No encontrabais la ropa, o qué?
—Hijo, a callar.
—Mira, no le interesa lo que le digo. Que digo yo que, si has hecho algo con esta chiquilla, al
menos habrás usado protección, ¿verdad, jovencito?
—Enzo, te estás jugando que te deje un mes sin salir.
—Perfecto, un mes encerrado en casa con mi niña —le besa la sien a Lilly, que se sonroja,
Alana se ríe y yo acabo resoplando.
—No os acostéis muy tarde. Y si haces algo con esta chiquilla, tenéis preservativos en el
cajón de mi mesilla.
—¡Papá, por el amor de Dios!
—Ahora te haces el vergonzoso, anda que… Vamos, Alana.
Salimos de casa y, mientras Alana va soltando alguna que otra sonrisilla, yo no dejo de pensar
en lo que acabo de hacer.
¿Es que me he vuelto loco, o qué? ¿Qué cojones me ha pasado? Enajenación mental
transitoria, eso puedo alegar.
Porque, de que me he debido de volver loco para follarme a esta chiquilla al día siguiente de
conocerla, es un hecho irrefutable.
21

En el camino no hemos dicho ni una palabra, ninguno de los dos, vamos, que parecía que
estábamos en un velatorio.
Silencio sepulcral, no llevaba puesta ni la radio del coche.
Aparco y vamos hacia la puerta, abro con mi tarjeta y le cedo el paso.
Una vez cierro la puerta, la veo girarse con el ceño fruncido.
—¿Te pasa algo, Tony?
Vaya, he vuelto a ser Tony, no su señor seriote, así que, la cosa es seria.
—No, ¿por qué preguntas?
—No sé, estás pensativo, no has hablado en todo el camino…
—Tú tampoco —la corto.
—Porque no quería meter la pata. Bueno, mira, no sé, da igual.
Vuelve a girarse y continúa caminando por el pasillo hasta la cortina que da acceso a la sala
del bar.
Me mira antes de abrirla y entra sin siquiera esperarme.
Cuando llego, la veo en la barra con un vaso de lo que creo es whisky, se lo toma de un trago
y le da las gracias a Elisa.
—¿Necesitabas un trago para los nervios? —pregunto, sentándome a su lado.
—Va a ser eso, sí. Oye, Elisa, ¿el jefe dónde está?
—En su despacho.
—Pues dile que voy para allá, que tengo una entrevista de trabajo.
—Ahora lo llamo, guapa —Elisa sonríe y va al teléfono.
Alana se levanta y, dejándome ahí sin hacerme el menor caso, comienza a andar hacia la
puerta del pasillo que lleva al despacho de Carlo.
Me levanto antes de que entre, y una vez abre la puerta, la agarro por las caderas pegándola a
la pared.
—¿Qué te pasa conmigo, florecilla?
—¿Florecilla? —Frunce el ceño.
—No se me ha ocurrido otro nombre.
—Pues llámame Alana, que así me bautizó mi madre —contesta, cruzándose de brazos.
—¿Voy a tener que cambiar lo de florecilla, por fierecilla?
—A-la-na. Llámame así, o no me llames. Y déjame, que ya voy tarde.
Me aparta de un empujón, bueno, la he dejado porque sé que no habría podido moverme en la
vida, y se va hacia el despacho caminando con ese contoneo de caderas, que sé que lo hace a
propósito.
Tras dos golpecitos en la puerta del despacho de Carlo, me mira y me hace una burla
sacándome la lengua antes de entrar.
Y sonrío, juro que acabo de hacerlo en cuanto ha dejado de mirarme para entrar. Yo,
sonriendo, ese gesto que tan pocas veces he mostrado en los últimos años.
Un poco más desde que conocí a ciertas señoritas que han ido viniendo por el local, y que han
conquistado los corazones de más de uno.
Regreso al bar, me tomo un whisky y cuando llega la hora salgo a ocupar mi puesto.
Las mismas caras de cada noche, muchas nuevas y algunas que vienen con esa mezcla de
temor y curiosidad por lo que van a encontrarse entre estas cuatro paredes.
—Tony, ¿cómo va la noche? —pregunta Magnus.
—Tranquila por el momento.
—Eso está bien.
—Carlo está dentro, por si quieres saludarlo.
—¿Qué hace aquí ese idiota? Pensé que no vendría hasta mañana.
—Y yo, pero como tú le contaste lo de Alana, me preguntó anoche, le hablé de ella, y quiso
hacerle una entrevista para ver si la podía contratar como camarera.
—O sea, que tenemos chica nueva en el paraíso.
—¿Paraíso? —Arqueo la ceja.
—Claro, tío, el paraíso de las tentaciones.
—Cabrón eres un rato, anda, pasa antes de que te vete la entrada.
—¿A mí? ¿Al socio soltero más fiel de todos? Venga, hombre.
—Nos vemos después.
—Eso está hecho, con una copa en la mano, amigo.
Vuelvo a quedarme solo, comienza a llover y me refugio en el techo que tenemos en la
entrada.
Poco después la puerta se abre y veo que Alana asoma la cabeza.
—Psst, psst. Señor seriote —sonrío sin que me vea, puesto que me ha hecho gracia que me
llame susurrando.
—Dime, fierecilla.
—Soy la nueva camarera de La Tentazione —de nuevo saca la lengua haciéndome una burla,
cierra la puerta y se va.
Acabo riendo, pero en el fondo estoy jodido porque, no solo voy a tener a mi pequeña
florecilla furiosa en casa, sino también aquí.
Vamos, que lo llevo jodido si quiero evitar caer de nuevo en la tentación.
La noche avanza, los socios van y vienen a disfrutar de ella, así como de los placeres de la
carne, y yo solo cuento los minutos para que acabe el día.
Uno de los más intenso, en el que todo comenzó con una pequeña mujer asustada huyendo de
alguien.
—Me voy a casa —la voz de Carlo, me devuelve al presente.
—Haces bien, tus chicas estarán deseando verte.
—No, mis chicas llevan dormidas ya un par de horas, o más. Orlena se nota de lo más cansada
con el embarazo.
—Es normal, a Chesca le pasaba igual. Era una marmotilla.
—Oye, con respecto a eso…
—A qué, ¿a lo marmotilla que va a ser tu chica? —sonrío levemente.
—No, a Chesca. Imagino que te habrás dado cuenta de un pequeño detalle con Alana.
—Si, por pequeño te refieres a que se parecen, sí, me he dado cuenta.
Carlo es el único que ha visto fotos de mi esposa, y es porque, al principio de conocernos y
trabajar para él, en la fecha de aniversario del día que la encontré, me emborraché tanto, que mi
hijo se asustó y fue a él a quien llamó.
Me encontró tirado en el sofá, abrazado a la foto de Chesca, y desde entonces, ni una
borracheara más, ni una foto de ella en casa.
Carlo se encargó de guardarlas todas en una caja en la habitación de Enzo, sin que yo sepa
dónde.
—¿Se parecen, dices? Joder, podrían pasar por mellizas.
—No me digas, te recuerdo que yo estuve casado con Chesca, y que voy a tener a Alana en mi
casa unos días, además de aquí.
—Pues espero que sepas diferenciar quién es quién. Vamos, que no desees a esa chiquilla, ni
te la folles.
—Tu consejo llega tarde, jefe.
—¿Cómo? No me irás a decir que…
—Sí, me la he follado.
—Joder, Tony —Carlo cierra los ojos y niega.
—No digas nada, que bastante jodido estoy yo.
—No, no digo nada. Ya sabes que peores cosas he hecho yo por amor.
—¿Quién ha dicho nada de amor? —Frunzo el ceño.
—Bueno, todo se andará —se encoge de hombros y empieza a caminar en dirección al
aparcamiento.
—¿Y te vas a ir así, sin más? —pregunto, y tan solo levanta la mano a modo de despedida.
Cojonudo, lo que me faltaba, que tire la piedra y esconda la mano.
Tras despedir a los últimos en salir, entro al loca y cierro, dispuesto a tomarme una copa.
Y ahí está ella, tras la barra, recogiendo con Christopher, mientras Elisa sirve un whisky a
Magnus, y al verme me pone uno.
—¿Qué tal tu primera noche? —pregunto, sentándome donde está ella.
—Bastante bien, no he roto ninguna botella, pero me tendré que aprender bien los
combinados y eso, Christopher me va a preparar una chuleta —sonríe, mira a su compañero y
este, sin cortarse un pelo, le da un beso en la mejilla, demasiado cerca de la comisura de los
labios.
¿Ella lo ha evitado? ¿Le ha dicho algo? No, nada, absolutamente nada.
Me tomo la copa mirando a uno y otra, se les ve la mar de a gusto juntos, con tal complicidad,
que pareciera que fueran amigos desde hace años.
Pero, ¿y a mí por qué cojones me molesta eso?
—Tony, me alegro de que Alana esté entre la familia —dice Thais, frotándome la espalda.
—Sí, el jefe ha hecho un buen fichaje.
—Anda, que se te van los ojitos a ella —susurra, la miro arqueando la ceja, y se encoge de
hombros—. No lo niegues, que llevo observándote un rato desde ahí atrás.
—¿Y tú desde cuándo eres como Batman, pequeña?
—Seré su hija y mi madre me tuvo engañada toda la vida, oye.
—Anda, recoge y vete a casa.
—Me lleva Christopher, se me estropeó el coche —frunce los labios.
—Joder, hoy tenéis muy solicitado al pipiolo del camarero —protesto.
—Huy, huy. ¿Son celos eso que intuyo, grandullón?
—¿Celos? ¿Yo? ¿De él? —Señalo a nuestro compañero— Por favor, es un niño a mi lado.
—Tony —la voz de Romina, hace que me gire hacia la zona que lleva a los pasillos.
Ahí está, tan sensual como siempre, con un vestido negro ceñido, de pronunciado escote, que
deja poco a la imaginación.
Aquella chiquilla de veintiocho años que conocí la primera noche que entré a este lugar, se ha
convertido en toda una femme fatale que no le teme a nada, ni a nadie.
Es más adulta, más mujer, y el cuerpo que tiene está hecho para el más absoluto de los
pecados.
—Hola, Romi —la recibo como siempre, apoyando una mano en su cintura mientras ella me
besa la mejilla.
—No me han dejado muy satisfecha esta noche —susurra, mordisqueándome el lóbulo de la
oreja— ¿Vamos a la sala?
Lo dice con ese tono tan provocativo y sensual, acompañado de esos leves mordiscos, y el
dedo viajando por mi pecho, que, como siempre que ella me reclama, o yo lo hago.
Acabo levantándome y llevándola a la Sala Kioto, esa que suele quedarnos más a mano para
un encuentro de sexo rápido y duro, como yo necesito.
22

Ni tiempo casi le doy cuando cruzamos la puerta de la sala, que ya la tengo sujeta por ambas
muñecas, a su espalda, mientras soy yo quien le mordisquea esta vez a ella el cuello, mientras
con la mano libre le acaricio el muslo despacio, notando bajo la yema de mis dedos cómo se
estremece con ese leve contacto.
Romina jadea, sé que quiere tocarme, pero no se lo permito.
No esta noche, cuando necesito ser yo quien lleve el control de todo.
Camino llevándola a la cama, donde la giro, sin soltarle las muñecas y, tras quitarme la
corbata, se la anudo a ellas, impidiéndole que se mueva.
—Joder, Tony, ¿me vas a atar? —pregunta, sorprendida, puesto que nunca lo he hecho.
—Sí —contesto de lo más escueto.
Me pego a su espalda, llevando la mano izquierda al escote del vestido, liberando uno de sus
pechos, ese que masajeo y aprieto haciendo que Romina jadee y grite, en esa mezcla de dolor y
placer que a ella también sé que le gusta.
Levanto la tela del vestido con la otra mano, después de una leve caricia en el muslo, y voy
directo a ese punto que me espera ansioso, deseoso y con ganas de recibir atenciones.
Entro bajo la tela de la ropa interior y ahí está, esa humedad que sabía que iba a encontrar.
Si algo tiene Romina que no deja de sorprenderme, es lo rápido que se excita cuando estamos
juntos.
Comienzo tocando ese pequeño botón con pellizcos que la hacen enloquecer, al tiempo que
doy un tirón al pezón. Romina me contesta con un grito y llevando las caderas hacia atrás, de
modo que se encuentra con la erección que ya ha empezado a formarse bajo mi pantalón.
Con mi mano cubro todo su sexo, dejando que la palma roce el clítoris, mientras con el dedo
la penetro, poco a poco.
La muy diabla comienza a moverse al ritmo que marco, rozando con sus nalgas mi erección, y
eso no hace más que provocarme aún más.
La llevo al orgasmo en cuestión de segundos, dejándola temblorosa entre mis brazos.
No le libero las manos cuando, manteniéndola con los pies en el suelo, la recuesto en la cama
sobre su vientre, le separo las piernas levantándole el vestido y tras liberar mi erección, ponerme
el preservativo y arrancarle, literalmente, la tanguita, la penetro de una certera embestida, de esas
que ella conoce.
Rápida, fuerte, y enterrándome en los más profundo de su cuerpo.
Así es como se lo hago, agarrándola por las caderas, escuchándola gemir, jadear y gritar
pidiéndome más.
Que la penetre más rápido, más fuerte. Y en ese momento lo hago.
Dejo a un lado el hombre que es padre de familia, el portero del local, el serio o el irónico,
para ser el que libera el dolor y la rabia en encuentros como este.
—Tony —jadea, y noto que ambos estamos listos para ese clímax que yo he provocado y los
dos buscábamos.
Una, dos, seis embestidas más, y me corro apretando los dientes mientras escucho gritar a
Romina.
Salgo de ella, voy a asearme al cuarto de baño y la dejo ahí, recuperando el aliento.
Cuando regreso, sigue en la misma postura, le desato las manos, ayudándola a levantarse, y la
beso en la frente mientras nos abrazamos.
Puede parecer algo extraño ese gesto después del momento vivido, pero ambos sabemos lo
que significan estos encuentros para nosotros, es el momento en que liberamos nuestros
demonios.
—Me has roto la braguita —sonrío levemente al escucharla—, y eran de las caras, guapito.
—Lo siento, mañana te traigo un conjunto nuevo.
—Deja, deja, que querrás que lo use contigo y, uf, después de lo de esta noche, ya voy servida
hasta el sábado que vuelva a buscarte.
—¿En serio no te deja satisfecha ningún socio? —Arqueo la ceja.
—Claro que sí, tonto, pero ya sabes que intuyo cuando tú necesitas un exorcismo.
—Hostia, ¿ahora se llama así a echar un polvo rápido?
—¿Has visto cómo cambia el cuento?
—Anda, ve a asearte y vámonos.
—Me tiemblan las piernas, no sé si voy a poder caminar.
—Pues nada, te saco en brazos del local.
—¿En plan, recién casados? —Pone tal cara de miedo que, si fuera capaz de soltar una
carcajada, la soltaría.
—No, más bien, a lo “Oficial y Caballero”.
—¡Oh, por favor! Muero con Richard Gere.
—Ese es como yo, un madurito sexy.
—No, tú eres un madurito sexy, ese hombre ya tiene setenta años.
—Pero sigue gustando a las mujeres, yo de mayor, quiero ser como él.
—Te recuerdo que él tiene pelo, tú no.
—Touché.
Romina se ríe, va al cuarto de baño y, cuando regresa, me besa en la mejilla y salimos hasta la
sala de bar, donde me encuentro a Alana, sentada en la barra, con un whisky en la mano y con el
rostro de haber llorado.
—Mierda, me olvidé de ella —murmuro, y Romina me mira arqueando la ceja.
—¿Qué pasa con la camarera nueva?
—Es una larga historia.
—Hum, y te has acostado con ella.
—Joder, ¿es que lo llevo escrito en la cara?
—No, pero me lo acabas de decir tú, yo no tenía ni idea.
—Mira que eres bruja.
—Me voy, que creo que necesitáis estar a solas.
Otro beso en la mejilla, esta vez, Alana lo ve y se bebe el contenido del vaso de un trago.
—¿Qué haces bebiendo?
—Pues eso, bebiendo mientras esperaba a que usted acabara de follar con “miss cirugía”.
—No está operada —arqueo la ceja.
—Mira qué bien te lo sabes. En fin… —Se levanta, cogiendo el bolso— ¿Nos podemos ir ya,
o queda alguien con quien desahogarte otra vez?
—Alana…
—No, si me da igual. Sé que no soy más que una puta, pero, oye, suelo cobrar por ello.
Alégrate, contigo lo hice gratis —se gira y la retengo cogiéndole la mano.
—No vuelvas a decir eso, en la vida. No eres ninguna puta.
—Claro que lo soy, y de las caras. Quinientos pavos el polvo.
—No sigas.
—¿O qué?
—No quiero discutir.
—¿Y si yo sí quiero? O esto es una relación unilateral.
—¿Quién ha hablado de relación?
—Bueno, relación de compañeros de piso, quise decir. Aunque, mira, mejor me busco un
hotel y me voy allí con Lilly.
—Ni hablar, os quedáis en mi casa.
—No voy a volver a dormir contigo.
—Pues yo me voy al sofá.
—¡Ah, no! El sofá para mí, que no quiero quitarle el trono al rey de la casa.
—Alana, ¿cuánto has bebido?
—¿Y a ti qué te importa? —grita, y comienza a llorar— Mierda, otra vez —protesta,
girándose para secarse las lágrimas.
Me acerco a ella, la abrazo por la espalda y trata de soltarse, pero no se lo permito.
—Siento haberme olvidado que estabas aquí, florecilla.
—Qué bien.
—No llores, por favor —susurro, apoyando la barbilla en su hombro y besándole el cuello.
Y me quedo así durante unos minutos con ella, abrazándola y respirando ese aroma que, para
mi sorpresa, me tranquiliza.
Es como si de un bálsamo se tratara.
—Sé que no somos nada, pero, no pensé que después de hacerlo conmigo en tu casa, lo harías
con otra aquí.
—Romina es la chica con la que habitualmente lo hago, no hay nada más que sexo, ambos
sabemos a lo que vamos a esas salas.
—Ya, bueno…
—Te dije que lo mío es el sexo rápido y duro, ella lo entiende.
—Yo también podría entenderlo —murmura, sin mirarme.
—Alana, tú eres distinta a ella, a todas las demás que han pasado por mi vida desde que perdí
a la madre de Enzo.
—¿Cómo fue eso?
—No quiero hablar de ello —le beso la frente y ahora soy yo quien la coge de la mano para
salir del local—, en otro momento, tal vez.
—Y, ¿vamos a volver a…?
—No lo creo —la corto, puesto que sé a lo que se refiere, y esa sin duda ha sido la mayor
estupidez que he cometido en mi vida.
Cierro, tras cerciorarme de que todo está en orden, y vamos al coche para regresar a casa.
—¿Podemos ir mañana a poner la denuncia a Bosco? —pregunta, mirando por la ventana,
unos minutos después— Bueno, dentro de un rato, quiero decir.
—Claro, descansamos un poco y después vamos. Llamaré a Saúl, para que lo sepa.
—Gracias.
—Ey —le cojo la mano, entrelazando nuestros dedos y dejo un beso en ella. Ese simple gesto
me hace revivir de nuevo aquellos momentos en los que era a Chesca, a quien se lo hacía—. No
tienes que darme las gracias, voy a ayudarte en lo que pueda, a cuidar de ti y de Lilly, ahora sois
nuestra familia, de Enzo y mía.
Ella asiente y veo que está llorando, le seco las lágrimas y no le suelto la mano en todo el
camino.
Tiene algo, no solo ese gran parecido con mi esposa, que me atrae a ella y que me grita que la
ayude, que la proteja.
Y voy a hacerlo, porque sé que sería lo que Chesca, querría que hiciera.
23

Y después de mucho discutir, acabé metiendo a Alana en mi cama, sola, eso sí, pues yo me fui
a dormir al sofá.
Es cómodo, pero para estar sentado, porque dormir es imposible, y más para alguien de mi
tamaño, menudo, tortura vértebras.
Casi no he dormido, porque Enzo y Lilly, han estado preparando la comida en la cocina, con
lo cual, entre susurros y risitas, no he pegado ojo.
Ducha rápida para espabilarme, café como para un ejército, y a vestirme para ir a comisaría.
Pero, claro, en mi habitación está Alana, y cualquiera entra, no quisiera encontrarme otra
sorpresa como la del día anterior.
—Lilly.
—Dígame, señor Carusso.
—Llámame Tony, por Dios —protesto, pasándome la mano por la cara.
—Mejor, llámale suegro, preciosa.
—Enzo, no me toques la moral, que no está el horno para bollos.
—Ah, ¿no? Pues he metido un bizcocho a hacerse.
Sí, mi hijo ha sacado mi lado graciosillo irónico. Bueno, es que es como un clon mío, qué
cojones.
—No seas malo, Enzo. Dime, Tony, ¿para qué me llamabas?
—¿Podrías ir a mi habitación, a ver si está tu hermana visible? Necesito coger ropa.
—Voy. Si no está visible, puedo cogerte yo lo que me digas.
—Pues mira, sí, mejor. Cualquier vaquero y un jersey.
—Ahora vuelvo.
Lilly se marcha, justo después de que mi hijo le dé un beso en la mejilla, y yo me quedo
mirándolo.
—¿Qué? —pregunta.
—¿Por qué no me dijiste antes que tenías novia?
—Papá, era un crío, y no sabía si íbamos en serio, aunque, mira, dos años ya.
—A tu madre le gustaría, estoy seguro.
—Sí, a Alana también. Me recuerda a cómo era ella. Aparte de…
—Lo sé —miro mi taza de café, esa que tengo en la mano y no dejo de mover en círculos.
—Parecen hermanas, ¿a qué sí? —asiento.
—¿Se lo has dicho a Lilly? —pregunto, pero sin mirarlo.
—No, nunca lo he hecho.
—Mejor, no lo hagas aún.
—¿Se lo vas a decir a ella?
—Cuando llegue el momento.
—Dime una cosa, papá —Enzo se sienta a mi lado, lo miro y sonríe—. ¿Has sentido algo?
—Define, algo.
—Ya sabes, algo. O sea, deseo, atracción…
—Joder, ¿en serio estoy teniendo esta conversación con mi hijo de diecisiete años?
—¡Menudo gallina está hecho! —grita Alana desde la habitación, lo que hace que la
conversación con mi hijo se corte de golpe— ¡Tan grande, y tan cobarde!
Lilly aparece en ese momento por el salón, más roja que un tomate, me mira y se encoge de
hombros.
—No me ha dejado coger tu ropa.
—Genial.
—¡Ven tú a por ella, o sales en pijama! —grita Alana de nuevo.
—¿Qué le pasa contigo? —pregunta Enzo.
—Es una larga historia.
—Tenemos tiempo de escucharla, ¿verdad, preciosa?
—No es apta para menores —arqueo la ceja y ambos me miran con los ojos muy abiertos.
—Papá, no habréis…
No contesto, simplemente me levanto y voy a la habitación, esa que me encuentro con la
puerta abierta, y a una Alana malhumorada tirando ropa sobre la cama.
—A ver qué me pongo para ir a la Policía —murmura—. Porque, voy a denunciar a mi jefe
por entrar en mi casa, con mis llaves, sin mi permiso, después de que se enfadara conmigo por
querer de ser una más de sus putas, que me golpeara y salir corriendo. Y, claro, yo no quiero
parecer una puta, por muy de lujo que sea.
Está sollozando, así que no puedo evitar acercarme a ella por la espalda, despacio, y abrazarla
con fuerza.
—No eres ninguna puta, no al menos para mí —le aseguro, besándole el cuello.
—Pues ayer me trataste como tal.
—No, no lo hice. Te vi tocándote, me excité y sentí el deseo de hacértelo.
—De hacerme, ¿qué?
—Lo que te hice, florecilla.
—Me follaste, Tony, eso hiciste. Es lo que haces, ¿no?
—Sí, pero contigo… se sintió diferente.
—¿Diferente? No te entiendo.
—No me entiendo ni yo, te lo aseguro. Tienes algo…
—¿Dónde? —se mira, y me hace sonreír.
—No, tontita, me refiero a ti, que tienes algo que me atrae, algo que me hace querer
protegerte. No sé ni cómo explicarme.
—Pues vamos bien. Deja, que me visto para irnos.
—He venido por mi ropa ¿Me voy al baño del pasillo a vestirme, o lo hago aquí?
—Como quieras, es tu casa, solo faltaría que te echara de tu propio dormitorio —se encoge de
hombros.
Hago que se gire, pero no me mira, así que le cojo el rostro con ambas manos, secándole esas
furtivas lágrimas que aún quedan en ellas, y los ojos se me van a esos labios que me llaman
pidiendo que los bese.
Me inclino, Alana cierra los ojos y por un momento vuelvo a verla a ella, a Chesca, y estoy a
punto de cometer una locura, pero no lo hago.
Le beso la frente y la abrazo, pegándola a mi pecho, mientras enredo los dedos en su pelo y
vuelvo a sentir que el aroma que desprende me tranquiliza.
—Voy a vestirme —digo, unos minutos después, Alana asiente y se queda mirando toda la
ropa que ha dejado en la cama.
Al final se ha decantado por ir como yo, en vaqueros ajustados, un jersey y zapatos de tacón.
Está sexy a rabiar, y mi entrepierna opina lo mismo, porque ya está empezando a ponerse
firme.
Dios mío, qué tortura.
Salimos los cuatro de casa y llamo a Saúl, para decirle que nos vemos en comisaría, además,
aprovecho para llamar a Enok, comentarle un poco por encima el caso, y me dice que me manda
a su socia Rosaura.
Cuando llegamos a la comisaría y, tras preguntar por Saúl, nos pasan a una sala donde
esperamos a que llegue.
Lo hace apenas unos minutos después en compañía de Andrés, su pareja de trabajo. Rosaura,
tampoco tarda en aparecer.
—Bueno, ya veo que tenéis abogada —dice Saúl.
—Sí, me ha comentado Enok un poco por encima la situación mientras venía. Después nos
ponemos al día, chicos. Agentes, cuando quieran pueden comenzar a tomar declaración a mi
clienta.
Y eso hacen, Alana vuelve a contarles todo lo ocurrido en la madrugada del veinticuatro al
veinticinco de diciembre, y la posterior sorpresa al encontrar la casa patas arriba.
Ellos hacen firme la denuncia, adjuntándola al atestado de la tarde anterior, y en ella hacen
constar que hay pruebas irrefutables que confirman que fue Bosco, quien entró en el piso en
Alana.
Nos dejan a solas con Rosaura, que le entrega una tarjeta y le dice que no se preocupe, que su
bufete es uno de los mejores de la ciudad y que, si tiran bien de la manta, pueden sacar más de un
trapo sucio de ese hombre.
Cuando acabamos, volvemos a casa, donde comemos la lasaña que ha preparado Lilly, la
verdad es que para ser tan joven tiene buena mano con la cocina.
—Podrías dedicarte a esto, sé te da muy bien —digo, mientras recogemos la mesa.
—¿Cocinera? —pregunta.
—Sí, hay cursos y demás que puedes hacer.
—No estaría mal, preciosa. Hasta podrías poner algún día tu propio restaurante. Ya te veo con
estrellas Michelin y todo.
—Hala, a tanto no creo que llegara, Enzo —sonríe ella.
—¿Por qué no? Lilly, en la vida, hay que pensar que todo es posible. Ningún sueño, por difícil
que parezca, es imposible de lograr —le aseguro.
Alana no ha dicho nada en toda la comida, y la noto de lo más rara y distante.
Dejo a los chicos en el salón cuando veo que ella se va a la habitación, la sigo y entro sin
llamar.
—¿Qué te pasa? —pregunto acercándome, cuando la veo abrazándose a sí misma, mirando
por la ventana.
—He firmado mi sentencia de muerte, eso es lo que pasa —contesta.
—No digas eso —la abrazo, y ese gesto cada vez lo siento más cercano, más cálido, más…
natural.
—Es la verdad, Tony. He denunciado por agresión a mi jefe, además de por entrar en mi casa
con mis llaves y destrozarla. Ese hombre tiene mucho dinero, seguro que sus abogados son
mejores que la mía.
—No menosprecies a Rosaura, conozco a Enok desde hace tiempo, y el tío es bueno en lo
suyo. ¿Recuerdas el caso del empresario muerto en Navidad el año pasado? Ese que trascendió
tanto y se resolvió este verano.
—Sí, fue de lo más mediático
—Exacto. Pues el bufete de Enok, era el que llevaba el caso, concretamente, la que hoy es su
chica, que hacía las prácticas como becaria. Consiguieron ganarlo contra la parte demandante.
Son buenos en lo que hacen, florecilla, así que, tranquila, que va a salir todo bien —le beso la
sien y me quedo ahí con ella, abrazándola mientras contemplamos las vistas de la ciudad por la
ventana.
Y no pienso en soltarla, ni mucho menos, todo lo contrario, me encantaría poder quedarme así
con ella el resto del día, no ir a trabajar, no estar durante horas parado en la puerta del local a la
intemperie mientras ella sirve copas y se ve expuesta ante la mirada de otros hombres que
puedan desearla.
Espera… ¿Qué me importa a mí si la miran, la desean, o quieren pasar un rato con ella en una
de las salas?
Pues me importa, joder, me importa y mucho.
Y eso, damas y caballeros, es un serio problema.
24

Termino de vestirme y me asomo al cuarto de baño, donde veo a Alana maquillándose.


—¿Estás lista?
—Sí, ya salgo.
—Te espero en el salón, entonces.
Ella asiente mientras se da el último retoque con la barra de labios.
La verdad es que el uniforme le sienta bien, camisa blanca con falda, chaleco y pajarita
negros.
Enzo y Lilly están en el salón, centrados en el trabajo que tienen que presentar a la vuelta de
las vacaciones, por lo que no les molesto mucho y voy a la cocina a tomarme el café que había
dejado servido.
No tardo en escuchar el repiqueteo de sus tacones acercándose por el pasillo.
Cuando llega a la cocina, me quita la taza y da un sorbo, bebiéndose lo que queda, por lo que
la miro arqueando la ceja.
—Me dio el olor a café recién hecho, y no pude resistirme —se encoge de hombros.
—Podías haberte servido uno, en vez de quitarme a mí el mío.
—Si solo era un traguito de nada. No te quejes, anda. ¿Nos vamos?
—Sí, sí, mejor será que nos vayamos. Chicos —les llamo, cuando salimos de la cocina—, nos
vamos, cualquier cosa, a mi móvil.
—Vale, tranquilo papá. Nos iremos pronto a la cama.
—Adiós, parejita. Pero qué guapos sois, madre mía —dice Alana, mandándoles un beso, y
ellos sonríen.
Vamos en el ascensor sin decir nada hacia el aparcamiento, pero a ella la veo sonriente,
imagino que por ser su primer día oficial de trabajo.
En cuanto subimos al coche, enciende la radio y comienza a tararear la canción que suena.
Ni sé cuál es, así de perdido estoy en estos temas muchas veces.
Llegamos al local y baja antes de que me dé tiempo siquiera a quitar la llave del contacto.
—Sí que tienes ganas de trabajar, sí —digo, caminando tras ella.
—Ajá.
—¿Tan bien te trataron ayer?
—Sí, mejor que bien. Me sentí una más, como si llevara aquí toda la vida.
—Eso es bueno.
Abro, entramos y vamos directos a la barra, donde Alana no tarda en ponerse tras ella y
servirme una copa a mí, y otra para ella.
En esas estamos, tomando algo, cuando vemos llegar, poco a poco, al resto.
—Veo que te has hecho bien con el puesto —dice Christopher, que la saluda con un beso en
la mejilla, a lo que resoplo.
—Sí, solo espero que se me dé bien preparar los cócteles y combinados.
—Eso es cuestión de práctica, verás que sí.
Veo a Thais acercarse y sonreírme, me abraza cuando llega a mi lado y la veo hacer un
puchero.
—¿Qué pasa, preciosa?
—Mi coche a muerto definitivamente —se deja caer en el taburete y Elisa, le pone un
refresco.
—¿Y eso?
—Pues que ya es viejito, ten en cuenta que era de mi padre, y el motor ya no funciona.
Vamos, que, ponerle uno nuevo, o de segunda mano, pero decente, me sale casi igual que
comprarme un coche de segunda mano.
—Pues tranquila, que yo te busco uno —le hago un guiño y me contesta con una sonrisa.
Tras besarme en la mejilla, se marcha con el refresco a preparar la habitación de la sala de
masajes, encargándose de que no falte nada.
—Buenas noches, chicos —me giro al escuchar a Carlo, que no tarda en sentarse a mi lado.
—¿Cómo va eso, jefe?
—Bien, muy bien. ¿Ha llegado Thais?
—Sí, está en la sala.
—Bien, voy a hablar con ella.
—¿Hay algún problema? —Frunzo el ceño.
—No, tranquilo, solo voy a ofrecerle el puesto de relaciones públicas, y que se encargue del
almacén como hacía Orlena. Mi mujer se ha jubilado de manera anticipada.
—Ah, eso está bien. Seguro que Thais estará encantada con el cambio, le vendrá bien salir de
la sala.
—Lo sé, por eso he pensado en ella. Bueno, me la llevo al despacho para hablar. Nos vemos.
Termino de tomarme el whisky y escucho la risa de Alana, que está al otro lado de la barra
con Elisa y Christopher.
Verla así, sonriente y emocionada, me saca una leve sonrisa.
Joder, a ver si ahora he pasado de ser míster seriedad, a míster sonrisitas.
Voy a la calle y desempeño mi trabajo, ese consiste en dar la bienvenida a los socios, clientes
habituales que aún no han decidido dar el paso para ser socios, y esos nuevos que vienen
motivados por la curiosidad que les genera todo aquello que le cuentan sus amistades.
En estas dos primeras horas he ido entrando a la Sala Samarkanda solo para ver cómo estaba
Alana.
Y muy bien la he visto, mejor que bien, me atrevería a decir, mientras no dejaba de sonreír a
unos y otros.
Vale, sí, entiendo que es una de las primeras caras que se encuentran los clientes al entrar,
que, por estar en ese puesto atendiéndolos, debe ser simpática y educada, pero, ¿es necesario que
les ponga esas sonrisas?
A mí no me ha sonreído así todavía, y me jode, porque no sé por qué no lo ha hecho.
Vuelvo a salir, y solo media hora después de regresar a mi puesto, no puedo evitar entrar de
nuevo.
—Te invito a una copa, preciosa —le dice a Alana, uno de los tres hombres que hay en la
barra.
—No puedo, estoy trabajando.
—Y, ¿acompañarme a una de las salas?
—Menos aún, lo siento —sonríe siendo amable, para quitarse de encima a ese tipo, pero él
insiste.
—Venga, solo una copa, después haces un descanso y entras conmigo y mis amigos en la Sala
Babilonia.
—No me interesa, en serio. Estoy aquí para trabajar.
—Digo yo que podrás disfrutar de las salas, como imagino que hará el resto de empleados.
—Mire, caballero —se está enfadando, pero yo más, de eso no tengo duda—. Lo que haga el
resto de empleados —remarca bien esas palabras—, no es de mi incumbencia, y mucho menos
de la suya. Yo aquí vengo a hacer mi trabajo, que es poner copas y cobrar por ello.
—¿Cuánto me cobras por un polvo con los tres? Dime una cifra, y te pongo un cheque ahora
mismo.
—Pero… —no la dejo ni que hable.
Me acerco al tipo, le cojo por la chaqueta y hago que se levante.
—¿Qué coño haces, tío? —pregunta mirándome.
—Sacar la basura del local.
—¿Qué has dicho?
—Lo que has oído. Andando, para fuera.
—Venga, coño, ¿esto por una puta camarera que va pidiendo guerra?
No me paro a pensar mi siguiente movimiento, de haberlo hecho, no se habría llevado
semejante puñetazo en el pómulo izquierdo, haciendo que caiga al suelo.
—Si vuelves a llamarla puta a ella, o a cualquier otra de las chicas de este local, te reviento la
cabeza, gilipollas.
—Tony, para —escucho a Alana, cuando le doy un nuevo puñetazo.
—¡Tony! —Ese grito sí me hace parar, puesto que no es otro que Carlo.
Lo miro, mientras sigo sujetando a esta escoria por el cuello de la camisa.
—Le ha ofrecido dinero a la camarera para que se fuera a follar a la sala con él y con esos
dos.
—¿Cómo? —pregunta uno de los hombres que estaba con él— Te dije que este no es un local
de putas, Ernesto —protesta, acercándose—. Lo siento, Señor C, es la primera vez que viene.
—Y la última —le aseguro yo, a lo que el hombre me mira y asiente.
—Desde luego, no volverá a venir, os lo aseguro.
—Eso espero —contesta Carlo.
—Quita a este saco de mierda de mi vista, antes de que le dé otro —digo, dándole un empujón
hasta dónde están sus amigos, que cargan con él, apoyándoselo en los hombros para sacarlo del
local.
—¿Te has quedado relajado, colega? —pregunta Carlo, y me giro para mirarlo.
—No voy a consentir que les falten el respeto a las chicas.
—Y me parece perfecto, pero controla un poco esa fuerza, no vayamos a tener alguna vez un
disgusto. Vuelve a tu puesto, anda.
Miro a Alana que, sin necesidad de que yo le pregunte, ella me asegura que está bien.
Salgo de nuevo a la calle y pienso en el modo en que he perdido los papeles cuando ese tío se
ha interesado por mi florecilla.
Joder, ¿estoy pensando en ella como algo mío? Lo que me faltaba…
Me pego a la pared junto a la puerta, con los ojos cerrados, y tomo una bocanada de aire.
—Hola —vuelvo a abrirlos al escuchar una voz dulce y de lo más melodiosa—. Soy Emma.
¿Eres Tony?
—Sí —contesto, y ella sonríe.
A pesar del maquillaje, tiene cara de adolescente y, más aún, con ese tono azul de ojos y el
cabello castaño. Eso sí, la sonrisa, es de lo más pícara.
—Me dijo que me dejarías pasar, he venido a verla.
—¿Qué edad tienes, criatura?
—Veinticuatro años —contesta, con el ceño fruncido.
—Pareces más joven.
—Si quieres te enseño el DNI, pero, vamos, que soy mayor de edad —resopla.
—Pasa, anda.
—¡Gracias! —dice, dando saltitos al tiempo que comienza a aplaudir.
Pues qué bien, si tenía poco con Alana, ahora le añadimos a Emma. Mucho me temo que esas
dos van a revolucionar La Tentazione, más, si es que eso es posible.
25

Doy por finalizada una noche más de trabajo tras despedir al último grupo que abandona el
local.
Entro para tomarme una copa, como siempre, y veo a Magnus sentado en la barra charlando y
riendo con Emma, la amiga de Alana.
—Elisa, un whisky —se lo pido a ella, puesto que Alana está en el otro extremo con
Christopher, hablando de, a saber, qué.
Y me llega el sonido de su risa, esa que hace que me gire a mirarla y me quede absorto ante su
imagen.
Verla feliz, después de lo que ha pasado en apenas dos días, me alegra, pero me molesta no
ser yo quien provoque esa risa.
¿Por qué? Se supone que soy un hombre adulto y lo suficientemente maduro como para no
sentir celos de un crío como Christopher.
Y, ¿qué hago llamando celos a esto? Joder, si no es nada mío, tan solo alguien a quien conocí
por casualidad y a la que voy a ayudar.
—Te veo muy callado, colega —dice Magnus.
—Estoy algo cansado.
—Vaya por Dios, y yo que iba a proponerte irnos de copas ahora.
—Chicos, me marcho ya —me giro al escuchar a Carlo a mi espalda.
—Mañana más, jefe.
—Sí, no os vayáis muy tarde a casa, que Magnus tiene mucho peligro.
—Tranquilo, que, si hace falta, le mando allí en un taxi —contesto.
—¿Es que ahora eres mi niñera o algo así?
—No se me ha pasado por la cabeza.
—Bueno, qué, ¿nos tomamos una por ahí?
—No estoy solo, ya sabes —señalo donde está Alana, y ahí es hacia donde mira Magnus.
—¿Y si nos quedamos aquí? —pregunta Emma.
—Creí que te irías al cerrar.
—Tony, no me fastidies la noche que me lo estoy pasando muy bien aquí.
—Aquí, dónde, ¿en esta sala?
—Sí, no he entrado en ninguna de todas las que hay, pero oye, no me habría importado.
—Pues a eso le pongo yo solución —veo a Magnus pasarle el brazo por los hombros, y ella se
sonroja—. Cuando se marchen todos, te enseño el local —hace un guiño y ella traga con fuerza.
—Joder, no asustes a la chiquilla, hombre.
—No la he asustado, ¿verdad, preciosa?
—No, no.
—Ya estoy acabando, Tony —me informa Alana, apoyándose con ambos codos en la barra y
besándome la mejilla.
—¿Y eso? —Arqueo la ceja.
—Una muestra de cariño. No me irás a decir que nunca te hicieron una.
—Sí, alguna que otra.
—Bueno, pero las mías son mejores —me hace un guiño antes de girarse, y sigue colocando
botellas.
—Venga, nos tomamos aquí la última —asegura Magnus, a lo que veo que, tanto Emma
como Alana, sonríen y asienten.
Me termino el whisky mientras se van marchando todos, hasta que tan solo quedamos
nosotros cuatro.
No sé por qué, pero algo me dice que esto no puede acabar bien.
—Estamos solos, señoritas —dice Magnus, poniéndose en pie y yendo detrás de la barra para
coger una botella y servir cuatro chupitos—. Ya sabéis lo que se dice de este lugar.
—No, ¿qué? —pregunta Emma, con esa carita de ángel que tiene.
—Lo que pasa en La Tentazione, se queda en La Tentazione.
Cogemos los vasos y nos tomamos el chupito. Magnus no tarda en rellenarlos de nuevo, y
otro que nos bebemos antes de dejar el vaso sobre la barra con un golpe seco.
Y así, un chupito tras otro, nos terminamos la botella.
—Apunta que hay que pedir de esto —le dice Magnus a Alana—, esperemos que Carlo no
nos mate.
—Oye, ¿me puedo quitar el antifaz? —pregunta Emma— Él no lleva, y ya me ha visto en la
entrada. Alana me conoce de sobra, me ha visto hasta desnuda.
—¿En serio? —Magnus arquea la ceja, acercándose a ella y le rodea la cintura— ¿Te puedo
ver yo también?
—Huy, no, no. A mí no me ve desnuda un hombre, hasta la quinta cita por lo menos.
—Pues hoy te vas a saltar esa norma, preciosa.
Y, sin cortarse lo más mínimo, la coge en brazos y empieza a caminar hacia la puerta que da
al pasillo de las salas.
—¿No venís? Yo necesito un baño después de tanto chupito.
—¿Vamos al jacuzzi?
—Sí, preciosa, te llevo al jacuzzi —contesta, dándole una leve palmada en la nalga a Emma.
Miro a Alana, que me observa cómo esperando una respuesta, resoplo y le hago un leve gesto
con la cabeza para que vayamos con ellos.
Llegamos a la Sala Zanzíbar y Magnus deja a Emma en el suelo, cogiéndole la mano para
llevarla hasta uno de los sofás, donde empieza a desnudarla, poco a poco.
—Me da vergüenza —la escucho murmurar.
—Pues conmigo no la tengas. ¿Quieres que me quite el antifaz? —es la primera vez que
Magnus pregunta eso, y la verdad, dudo que lo haga, puesto que es uno de los hombres más
importantes a escala internacional.
—Sí —contesta ella, inclinando la mirada.
Y ante mi sorpresa, ese jodido rubio de ojos azules se quita el antifaz. Yo esto lo cuento, y se
creen que he bebido en exceso.
—Vaya, pero, si eres.
—Magnus, Magnus Holt.
—Dios mío, me voy a desmayar.
Que conste, que el rubio, ni es actor de cine, ni de televisión, ni cantante, ni nada que tenga
que ver con ese mundo, sino el dueño de Intranet Holt, una de las empresas más grandes
dedicada a la creación de páginas web y aplicaciones para móviles, entre otras cosas.
Ha salido varias veces en televisión por el éxito de alguna de esas apps, o por su asistencia a
ferias relacionadas con el mundo de la tecnología, móviles y demás.
—¿Puedo? —Magnus lleva ambas manos al antifaz de Emma, que asiente antes de que él se
lo quite— No me equivocaba al llamarte preciosa, realmente lo eres.
—Huy, ¿todos sin antifaz? Perfecto —dice Alana, que se lo quita y lo deja en el sofá.
—Fuera ropa, que vamos a darnos un bañito.
Magnus termina de desvestir a Emma, se desnuda él y veo que Alana también lo hace.
Mientras los tres entran en el jacuzzi con la ropa interior, yo me quedo sentado.
—¿No vienes, Tony? —pregunta Alana, a lo que contesto con un simple gesto de negación
moviendo la cabeza de un lado a otro.
—Déjale, es un poco aburrido el chaval.
—Te recuerdo que soy mayor que tú —protesto.
—Dos años, no te pases.
Lo dejo por imposible, me dejo caer hacia atrás en el sofá, con los ojos cerrados y la cabeza
apoyada en las manos entrelazadas.
Me evado del ruido que me rodea y me centro en mi respiración. No sé qué es lo que pueda
llegar a pasar en ese jacuzzi, pero ni siquiera quiero pensarlo.
Solo que eso es inevitable, puesto que no tardan en empezar a soltar risitas.
Respiro hondo, procurando no abrir los ojos, no mirar.
No quiero mirar, no quiero saber qué pasa entre esos tres en el jacuzzi. Sé que, si miro, me
arrepentiré de hacerlo, o me enfadaré, y acabaré dándole un puñetazo a uno de los socios más
importantes de este lugar.
Qué digo socio, forma parte del círculo más íntimo de amistades de Carlo, casi como un
hermano.
Si le diera un solo puñetazo, esa sería mi sentencia de muerte, bueno, no tanto, pero estaría
despedido y sin que a Carlo le temblara el pulso, lo más mínimo, al firmar mi finiquito.
26

Y acabo mirando, claro que lo hago, como el imbécil que soy.


¿Qué me encuentro? A Magnus besándose con Emma, mientras tiene a Alana también
abrazada y ella le está mordisqueando el cuello.
¿Dónde está la mano de Alana?
—Joder —me froto la frente al ver que, esa mano que no veía, está sumergida en el agua y,
por el movimiento de su brazo, sé lo que está haciendo.
Magnus les quita a las dos el sujetador, ese que ellas misma dejan caer y lo lanzan fuera del
jacuzzi.
¿Dónde acaba el de Alana?
Correcto, en mi cabeza. Encima de mi puta cabeza. Y no puedo pensar que ha sido casualidad
o mala suerte, porque la he visto mirarme en el momento en que lo lanzaba al aire.
Ahora es ella quien se está besando con Magnus, mientras Emma va besando y
mordisqueando su pecho.
—Creo que vamos a salir del agua mejor —dice Magnus, a lo que ambas sonríen y asiente.
Genial, simplemente genial. Voy a ver, de primera mano, un trío entre dos mujeres y un
hombre.
Cuando salen, van directos a una de las camas con dosel que hay en el otro extremo de la sala.
Emma se arrodilla delante de Magnus y, poco a poco, le baja el bóxer hasta quitárselo.
Él, se sienta en la cama, separando las piernas, y ella le coge el miembro con una mano para
empezar a tocárselo lentamente.
Hasta que la veo mover la cabeza, está de espaldas, pero sé perfectamente lo que hace, lamer
o chupar, como si no hubiera un mañana.
Alana me mira unos instantes, y sinceramente no se me pasa por la cabeza que sea capaz de
hacer lo que creo que va a hacer, pero claro que lo hace.
Es una mujer libre y sin pareja, puede tener sexo con quien le dé la gana.
En este caso, el afortunado es Magnus.
Tras besarle de nuevo, él comienza a masajearle los pechos, tirar de sus pezones haciéndola
gemir, y se los mordisquea mientras mete la mano por su braguita y comienza a tocarla.
Ella se mueve gritando de lo más excitada, mientras Emma, no baja el ritmo y sigue entre las
piernas de Magnus.
Cuando Alana se corre, hace que Magnus se recueste en la cama y, tras quitarse la tanguita, se
coloca sobre él, de modo que, sujetándola por los muslos para que mantenga las piernas bien
abiertas, empieza a lamerle el sexo mientras ella misma juguetea con sus pezones sin dejar de
mirarme.
Lo hace para provocarme, lo sé, para que me dé cuenta de lo que se siente al ver a alguien con
la que has echado un polvo, disfrutando del sexo con otra persona.
Ahora mismo estoy entre enfadado y excitado, una mezcla malísima que, si le añadimos la
rabia y el dolor que llevo dentro, es como una jodida bomba de relojería.
Alana no deja de moverse mientras Magnus la devora, literalmente, cerrando los ojos,
gritando y pidiéndole que no pare.
Cuando vuelve a mirarme, sé que está viéndome apretar la mandíbula, así como las manos.
No puedo evitar sentirme impotente de ver que es otro el que le da lo que yo puedo darle.
La muy diabla se mordisquea el labio mientras sube ambas manos por su torso, el cuello,
vuelve a bajar y, sin pudor alguno, comienza a tocarse mientras Magnus juega con la lengua en
su sexo.
Ahora sí que no aparta los ojos de los míos, se mueve mucho más rápido, grita aún más fuerte,
y acaba corriéndose de un modo tan brutal, que no puedo evitar haberme excitado.
No lo pienso más, me quito la corbata mientras voy hacia ella, la levanto de la cama
cargándola sobre mi hombro ante la mirada de Magnus y Emma que no dicen nada, y la llevo a
una cama algo más apartada de ellos.
Quiero intimidad, quiero poder follarla como necesito sin que nadie más me vea.
La dejo caer bocabajo en la cama, le inmovilizo las manos con la corbata alrededor de las
muñecas y, tras desnudarme, me pongo de rodillas frente a ella, llevando mi miembro a sus
labios.
—Abre la boca, florecilla.
—¿Y si no quiero?
—No te voy a obligar, pero me gustaría que lo hicieras con estos labios que me han estado
incitando mientras te los mordisqueabas —contesto, pasándole el pulgar por ellos.
—Me has atado —arquea la ceja—, ¿por qué?
—Quiero ver si puedes aguantar lo que voy a hacerte después de que tú me des placer, sin
tocarte.
—Seguro que puedo.
—Demuéstramelo.
No tarda en abrir los labios y acogerme en ellos, lamiendo de abajo a arriba sin dejar de
mirarme a los ojos, mientras yo, con una mano le pellizco el pezón y con la otra le sujeto la
melena, moviéndole la cabeza al ritmo que me gusta, ese que hace que me olvide de dónde y de
con quién estoy.
Llega un momento en el que tengo que cerrar los ojos del placer que me hace sentir, y es que
ella es capaz de llevarme al cielo sacándome del infierno que yo mismo construí hace tiempo.
Cuando estoy a punto de correrme me aparto, la recuesto en la cama y comienzo a
mordisquearle los pezones mientras la penetro con dos dedos. Lo hago rápido, fuerte y
llevándola al límite, para cortar antes de que alcance el ansiado clímax que espera.
Así varias veces, hasta que me suplica que, o le toque el clítoris y la ayude a correrse, o la
deje hacerlo, o desate sus manos para tocarse a sí misma.
Le separo aún más las piernas, colocándome entre ellas, y hago que me rodee las caderas con
ellas, me inclino y aspiro unos segundos ese aroma que me gusta, en el que me siento como en
casa por primera vez en años.
—Te voy a follar, florecilla, y no vas a querer volver a ponerme celoso con otro hombre.
¿Sabes por qué? —murmuro, con los labios muy cerca de los suyos.
—¿Por qué?
—Porque a partir de esta noche, tú solo vas a entrar conmigo en una de estas salas, y yo, solo
contigo.
La beso y, sin que lo espere, la penetro de una certera estocada, haciendo que se estremezca y
el grito que sale de sus labios, muera en ese beso.
Me incorporo, le agarro las caderas y comienzo a penetrarla una y otra vez, entrando y
saliendo, llegando a lo más hondo de ella, mientras grita con todas sus fuerzas.
Cuando acaba, corriéndose a chillidos, salgo de ella, puesto que con las prisas no me puse el
preservativo, y no puedo evitar acabar sobre su vientre.
Ella me mira, jadeante y con los ojos vidriosos por el deseo, me inclino y vuelvo a besarla,
hasta que noto que me abraza y nos hace girar en la cama para quedar sentada a horcajadas sobre
mi miembro.
—Así que, ¿te has puesto celoso de verme con Magnus? —pregunta, mientras se mueve
lentamente, rozando nuestros sexos.
—Yo no he dicho eso.
—Me has dicho que no voy a querer volver a ponerte celoso.
—Exacto, aunque los celos no van conmigo.
—Permíteme que lo dude, puesto que cuando tu amigo estaba saboreando mi dulce almíbar,
tú estabas más tenso que una cuerda de guitarra. Cabreado es poco, chato. Te faltaba el humo
saliendo de las orejas.
—No exageres, y deja de moverte o…
—¿O qué? Yo aguanto otro asalto, que lo sepas.
—¿Segura? Mira que soy muy grande y fuerte.
—Y yo puta, te recuerdo que me pagaban por esto.
—No vuelvas a llamarte así, florecilla —le pido, cogiéndola por las mejillas para besarla y
abrazarla con fuerza.
Me duele que se refiera a ella misma de ese modo, es como si Chesca lo hubiera hecho
después de todo lo que tuvo que pasar durante el tiempo que la tuvieron retenida.
Sé que hicieron con ella lo que quisieron, y solo espero que no le pase a Alana lo mismo,
porque no podría soportar pasar por aquello de nuevo.
—Oye, me vendría genial una ducha, ¿sabes? —dice, mientas juguetea con sus dedos sobre
mi pecho.
—Ahora mismo vamos a una de las salas a dárnosla.
—¿Has dicho en serio lo de llevarme a una de ellas?
—Por supuesto, siempre que quieras entrar conmigo, estaré dispuesto a hacerlo.
—Y tú, ¿no irás más con Romina?
—No, no lo haré.
—O sea, que vamos a tener exclusividad sexual.
—Si quieres llamarlo así, sí.
—En ese caso, señor seriote, puede usted estar tranquilo y no temer en acabar dentro, tomo la
píldora y me hago análisis mensuales, ya sabes, por lo de pu… —no la dejo acabar esa palabra,
ya que la beso mientras llevo la mano a su entrepierna y comienzo a tocarla de nuevo.
Giro con ella sobre la cama, sigo acariciándole el clítoris y penetrándola mientras ella me toca
a mí.
En apenas unos minutos, estamos los dos de nuevo de lo más excitados y se lo vuelvo a hacer,
esta vez con ella apoyada en rodillas y codos, agarrándola por las caderas, rápido y fuerte hasta
que ambos llegamos al orgasmo y nos dejamos llevar por el momento.
Es la primera vez, desde que perdí a Chesca, que lo hago con una mujer sin barreras de por
medio.
La beso, recogemos la ropa y vamos a la Sala París, donde nos damos una ducha entre besos
y caricias.
No había ni rastro de Magnus y Emma en la sala del jacuzzi, así que ambos suponíamos que
estarían en la de los baños, o en el bar.
Y es ahí justo donde nos los encontramos, de lo más acaramelados.
Salimos del local, nos despedimos en la calle y Magnus dice que lleva a Emma a su casa, lo
que no tengo claro es si será a casa de ella, o a la de él.
Otro que cae en la tentación de dejarse llevar por lo que siente por una mujer.
27

Despierto con una leve caricia en el pecho.


Abro un ojo y veo a Alana ahí apoyada, deslizando el dedo en pequeños círculos.
—Buenos días —susurro, inclinándome para besarle la coronilla.
—Buenos días —me mira y sonríe.
—¿Qué tal has dormido?
—Bien, ya te dije que este colchón es una maravilla.
—¿Solo duermes bien por el colchón?
—Estoy acostumbrada a dormir sola, pero reconozco que me gusta que estés conmigo. Das
calorcito, que con este frío eso es de agradecer.
—O sea, que es porque soy como una estufa. Pues vamos bien —volteo los ojos.
—¡Qué bobo eres! —ríe, colocándose a horcajadas sobre mí.
Dejo las manos sobre sus caderas y no puedo resistirme a acariciarle los muslos. Tan solo
duerme con una camiseta larga por lo que sus piernas quedan expuestas y libres para mí.
Cuando se mordisquea el labio al rozarse con mi miembro, llevo el pulgar sobre su sexo, por
encima de la braguita, y comienzo a acariciarlo.
Alana cierra los ojos y jadea, haciendo que mi erección mañanera de un brinco bajo la tela del
pantalón.
Aparto su braguita y empiezo a tocarle el clítoris, ella se mueve despacio, de modo que la
fricción de nuestros sexos la enciende aún más.
La llevo al clímax así, en apenas unos minutos, tan solo tocándola. Libero mi miembro y la
coloco sobre él, penetrándola mientras va bajando lentamente, hasta que estoy completamente en
su interior y empieza a moverse.
Yo la ayudo guiándole con las manos, y comienza a moverse aún más rápido.
Verla así, follándome como una fierecilla, con la melena despeinada, el brillo en sus ojos y el
sonido de sus gemidos y jadeos rompiendo con el silencio de la habitación, es impresionante.
—Tony —grita, con las manos en mi pecho, agarrándose con tanta fuerza que noto cómo se
clavan sus uñas en mi piel.
Giro, quedando sobre ella, y la penetro aún más rápido y fuerte.
Cuando noto que está a punto de alcanzar el éxtasis, le toco el clítoris y en apenas unos
instantes se deja llevar por el deseo y grita con todas sus fuerzas.
Me inclino para besarla, evitando que siga gritando, puesto que no estamos solos en la casa,
los chicos podrían oírnos.
Y no es que me importe, ya son mayores para saber lo que ha pasado entre Alana y yo, pero,
un poquito de intimidad no me viene mal.
Me corro, la abrazo y nos quedamos así hasta que recobramos el aliento.
Cuando vi a Alana la primera vez, tan frágil a mis ojos, no pensé que fuera a ser capaz de
soportar mi manera de comportarme a la hora del sexo.
Bueno, para empezar, es que ni siquiera se me había pasado por la cabeza que fuera a
acostarme con ella.
—¡Buenas tardes, parejita! —escucho que grita Enzo desde el pasillo— Y, digo tardes,
porque ya es hora de comer. Venga, que se enfría el guiso.
—Joder —murmuro, escondiendo el rostro en el cuello de Alana.
—Creo que nos han pillado.
—Pero de lleno. Me siento como un adolescente, a ver con qué cara salgo yo a ver a mi hijo
ahora —la miro y veo que voltea los ojos.
—Pues con la que tienes, señor seriote. Por cierto, no te vendría mal sonreír de vez en cuando,
¿eh? No te van a cobrar por ello —dice, llevando los índices a la comisura de mis labios y
formando una sonrisa en ellos—. Uf, espero que la tuya sea más natural y bonita, esta da miedo.
—Pues ya me lo dirás cuando sonría —la beso y me levanto de la cama para ir al cuarto de
baño.
—Hala, qué tatuaje más bonito. ¿Es un ángel?
—Una mujer abrazada por las alas de un ángel —contesto, sin más.
Cierro la puerta del baño cuando entro y me maldigo por haberme acostado con ella, otra vez.
¿Qué cojones me pasa con ella? ¿Por qué no puedo evitar que esto pase? Ya no sé si lo hago
porque me atrae y me gusta, o porque veo a Chesca en ella.
Pero, joder, a mi esposa no me la follaba de ese modo, a ella le hacía el amor cada vez que la
tenía entre mis brazos.
Me apoyo en la pared mientras el agua va cayendo por mi cuerpo, cierro los ojos y vuelvo a
ver a Chesca, su sonrisa, su mirada, el modo en que caminaba, cuando me acariciaba la mejilla
después de hacer el amor.
Y entonces cambia.
No es Chesca a quien veo, no es mi dulce esposa, sino una joven y pizpireta Alana quien me
mira sonriendo.
—Tony —la escucho a mi espalda mientras me abraza, pegando la mejilla en ella— ¿He
hecho algo malo?
—No, florecilla, no has hecho nada —le aseguro, agarrándole una mano.
Nos quedamos así unos instantes, hasta que ella se aparta y poco después noto que me
enjabona la espalda después de dejar un beso en ella.
Me cubre entero con gel y espuma, me lava el pelo y siento que con ella puedo tener todo
cuanto una vez tenía, y más.
Con ella puedo ser yo mismo, y también el hombre que libera sus demonios con el sexo
fuerte.
Me giro para besarla y la pego a mí, necesito tenerla entre mis brazos, sentirla, saber que es
real y no una puta ilusión.
Joder, solo me faltaba estar soñando todo esto, desde que la conocí la primera noche.
Cuando acabamos de ducharnos, nos vestimos y salimos al salón, donde tanto Enzo como
Lilly, nos miran con una sonrisilla.
—¿Han dormido bien los señores? Porque el despertar, ha sido la bomba —dice mi hijo, sin
cortarse lo más mínimo.
—Cuñado, con un padre como el que tienes, mi despertar no merecía menos. Y qué, ¿tú eres
igual con mi hermana?
Al ver a Alana hacer esa pregunta moviendo las cejas arriba y abajo varias veces, no puedo
evitar que se me escape una carcajada.
Una vez que me tranquilizo, miro a todos y veo que están con los ojos muy abiertos.
—Lo siento, hijo, pero es que esta mujer tiene cada cosa.
—No, si no me sorprende eso, sino tú. Te has reído.
—¿Y?
—Nada, nada —coge a Lilly de la mano y va hacia la cocina.
Sé por qué lo ha dicho, y lo entiendo. No es muy normal verme reír, bueno, es que desde que
él era pequeño, no me ha vuelto a ver hacerlo.
Alana y yo ponemos la mesa, nos sentamos a comer y los chicos nos dicen que van a salir a
cenar con Fer y Sofi el sábado.
—Una cena antes de Fin de Año. Por cierto, papá, esa noche, ¿podremos salir a tomar algo
después?
—¿El treinta y uno?
—Sí.
—Deja que lo piense.
—Vamos, señor seriote —dice Alana, cogiéndome la mano por encima de la mesa—. Deja
que los chicos salgan, solo será un ratito de nada. ¿Verdad?
—Claro, iremos al bar del primo de Fer.
—Lo pensaré. Y es mi última palabra.
—Vale.
Después de comer, mientras se hace el café, Alana me ayuda a recoger todo para que ellos
sigan haciendo el trabajo, esta vez en la habitación de Enzo.
—Le sobreproteges mucho.
—Es mi obligación como padre, proteger a mi hijo.
—Tony, una cosa es protegerle, y, otra muy distinta, tenerle metido en una burbuja.
—¿Tú me vas a decir a mí cómo hacer mi papel de padre? ¿Tú, en serio? Te recuerdo que
para sacar a tu hermana adelante aceptaste un trabajo como prostituta, Alana, y ni siquiera se lo
ocultaste a ella. La has puesto en peligro, porque la noche que entró tu jefe en casa, si esa niña
hubiera estado allí, quién sabe qué demonios le habría hecho. Así que, no vengas a mi casa a
darme lecciones de nada, ¿me oyes? De nada. Porque llevo cuidando de mi hijo, yo solo, nueve
años, ¡nueve! Desde que asesinaron a mi esposa a sangre fría y sin miramientos, después de
haberla obligado a dejarse follar por varios hombres durante días, violarla aquella noche, hacerle
cortes por todo el cuerpo, y cortarle la garganta.
Lanzo el vaso que tengo en la mano contra la pared, haciendo que estalle en pedazos, y salgo
de la cocina.
Enzo viene por el pasillo, pero, una sola mirada mía le basta para volver a la habitación.
Entro en la mía, cerrando de un portazo, y doy un puñetazo en la pared que hace que me ardan
los nudillos.
—¡Joder! —grito, de rabia, por haber tenido que recordar aquella puta noche en la que se me
fue la vida.
Me paso las manos por el pelo, mientras camino por la habitación con los ojos cerrados, y me
siento como un león enjaulado.
Fallé a mi esposa, la fallé cuando más me necesitaba, no pude salvarla a tiempo, y la perdí.
Mi hijo perdió a su madre por mi culpa, y me perdió a mí durante meses, esos en los que el
dolor fue más fuerte para ambos.
¿Y me cuestiona Alana por querer proteger a mi hijo? Una mierda, no voy a dejar que lo haga.
Otro puñetazo, y vuelvo a la cocina.
28

Escucho los sollozos de Alana cuando entro, y la veo en el suelo, de rodillas, recogiendo los
cristales.
—¡Alana! —grito, al ver que tiene algunos cortes en las manos que no ha visto.
Se las cojo, haciendo que los vuelva a soltar en el suelo, la levanto y cargo con ella en brazos
para llevarla a mi habitación.
Cierro la puerta y voy al cuarto de baño, abro el grifo de agua y, tras sentarla en el mueble del
lavabo, pongo sus manos bajo el chorro para que se le vaya la sangre que hay.
—Quédate así un momento, voy a coger el botiquín —le pido, pero no me contesta, sigue
llorando—. Alana —le cojo ambas mejillas, me mira, pero es como si no me reconociera, y no
puedo evitar besarla.
Yo, que me dije a mí mismo que nunca besaría a otra que no fuera Chesca, no hago más que
besar a Alana una y otra vez, y más la besaría.
—Ya vuelvo.
Cojo el botiquín del armario que hay en la pared contraria y regreso con ella, que sigue
mirándose las manos mientras el agua se lleva la sangre que sale de los cortes.
Las limpio bien, pongo una pomada cicatrizante y las cubro con gasas, además de una venda.
—Florecilla, mírame —le pido, agarrándole las muñecas.
Ella lo hace, sin dejar de llorar, y me mata verla así. La abrazo, pegándola a mi pecho, y es
cuando el llanto se vuelve aún más fuerte, más desgarrador, soltando todo eso que lleva dentro.
—Lo siento, pequeña, no tenía que haberte gritado de ese modo, ni decirte esas cosas. Eres
una valiente por lo que has hecho para sacar a tu hermana adelante. De verdad que sí. Lo siento,
mi amor —cierro los ojos y le beso la frente.
Mi amor, dos palabras que dije tantas veces durante años, y que ahora ya creía olvidadas.
—Tienes razón, todo el mundo me verá siempre como una puta, nada más.
—No —le cojo el rostro entre mis manos, secándole las mejillas, mirándola fijamente a los
ojos—. Para mí no eres una puta, Alana. Ni tampoco para Lilly, ni para Enzo. Ellos saben lo que
has sacrificado para mantener a Lilly contigo.
—Es lo que soy, Tony, una puta, por mucho que lo adornen con las palabras de lujo al lado. Y
encima he denunciado al que era mi jefe, y puede que, no solo pierda el juicio, sino que tenga
que pagarle yo a él, y entonces, ¿qué pasará con Lilly?
—No pienses que vas a perder, porque te aseguro que no va a ser así. Vas a ganar, no estás
sola en esto, y Lilly tampoco. Es mi nuera, y yo por mi familia doy la vida si hace falta.
—¿Y yo qué soy para ti, Tony? —pregunta, sin dejar de mirarme a los ojos.
—Mi liberación, Alana. Tú has sido, eres y siempre vas a ser mi liberación.
—No lo entiendo —inclina la mirada y sigue llorando.
—Eres el ángel que otro ángel envió para liberarme de mi dolor, de mi coraza. Estoy
convencido que mi esposa Chesca quiso que nuestros caminos se encontraran.
—Dijiste que estaba…
—Muerta, sí. La asesinaron hace nueve años —cierro los ojos, veo a Chesca sonreír y hasta
me da la sensación de que se despide de mí con la mano. Y de nuevo es el rostro de Alana el que
aparece en mi mente—. Ven, quiero que veas algo.
La dejo en el suelo, seco sus mejillas antes de besarla y, pasándole el brazo por los hombros,
la saco de mi habitación para ir a la de Enzo.
Tras llamar con un par de toques, me da paso, asomo la cabeza y veo que está abrazando a
Lilly, que también llora.
—Hijo, saca la caja que escondió Carlo, ha llegado el momento.
—¿En serio?
—Sí.
Enzo asiente, besa a Lilly y se levanta de la cama.
Por un momento me quedo ahí parado, queriendo saber dónde han estado esas fotos todo este
tiempo, pero decido que no, que esos recuerdos se queden ahí guardados para que él, sea quien
pueda verlos cuando quiera o necesite ver a su madre.
Voy con Alana al salón, la dejo en el sofá y preparo café para este momento, el más difícil de
digerir por ella, estoy seguro.
Cuando regreso, los chicos están sentados en el otro sofá, y la caja sobre la mesa.
Le doy una taza a Alana, me siento, bebo un sorbo de la mía y, tras una gran bocanada de aire,
abro la caja y veo la foto que siempre he abrazado, desde aquella noche en la que enterré a mi
esposa.
Dejo la taza en la mesa, cojo el marco de la foto y se lo enseño a Alana, que la mira sin
entender, frunciendo el ceño mientras lo coge.
—¿Me conocías de antes? —pregunta, mirándome— Enzo, ¿me has hecho fotos para dárselas
a tu padre?
—No, Alana —contesto—. Esa no eres tú, florecilla, sino Chesca, mi esposa.
—¿Qué?
Veo la sorpresa en sus ojos, así como la incredulidad. Sé que sigue pensando que es ella, pero,
cuando vea el resto de fotos, esas en las que mi esposa está vestida de novia, embarazada, con
Enzo en sus brazos, o con él y conmigo, se dará cuenta que digo la verdad.
Se las muestro todas, igual que a Lilly, que no deja de decir que pasarían por hermanas por el
gran parecido físico entre ambas.
—Alana, siempre se ha dicho que todos tenemos un doble en alguna parte del mundo, y está
claro que tú eres la de Chesca —le dice Lilly.
—¿Cuántos años tenía cuando… murió?
—Veintiocho. Era una década mayor que tú.
Alana pasa el dedo por esa foto que me acompañó en mis peores momentos de dolor, en esas
noches en que me emborrachaba hasta caer dormido en el sofá, antes de que me diera al alcohol
y el sexo desenfrenado.
—Tenía una sonrisa muy sincera, se la ve feliz en todas las fotos —asegura, sin dejar de
tocarla.
—Lo era, Enzo la hacía feliz. Cuando desapareció supe que no habría sido por voluntad
propia, puesto que no abandonaría a nuestro hijo. A mí, tal vez, pero al niño, no.
—¿Qué pasó? —pregunta Lilly— Enzo nunca me lo ha contado.
—Porque nunca supo el verdadero motivo.
—Quiero saberlo ahora, papá.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—Nos la quitaron de la peor manera, y fui yo quien la encontró.
Comienzo a contarles todo, el modo en que me enteré que la habían secuestrado, el motivo,
que fue todo un error, pero aun así pedían un rescate millonario que yo, ni juntando el sueldo de
veinte vidas podría pagar.
Que me ofrecieron ayuda y la rechacé, hasta que llamé a mis antiguos compañeros del ejército
y, con el dinero que me dio el secretario del embajador, compraron lo necesario para esa misión
de rescate.
—A la que llegué tarde y me maldije, y aún lo hago, por ello —confieso, con los codos
apoyados en las rodillas, las manos cruzadas y la mirada perdida en algún punto del suelo.
—No fue tu culpa, papá.
—Yo creo que sí, pero no puedo cambiar el pasado, hijo.
—Tony, estoy segura de que ella no querría verte así, y tampoco habrá sido feliz de ver que
has perdido la sonrisa que tenías en esa foto.
Miro a Alana y sonrío mientras le acaricio la mejilla.
—Por eso me quedé mudo cuando te vi la primera vez en mi habitación, porque fue como
verla a ella.
—¿También por eso te has acostado conmigo?
—No, florecilla. Eso lo he hecho porque me gustas, me atraes y haces que te desee
constantemente. No había besado a ninguna mujer desde Chesca, pero contigo no puedo evitar
hacerlo. ¿Entiendes ahora por qué eres mi liberación? Me has ayudado a quitarme el dolor, pero,
sobre todo, la coraza que me había construido yo mismo.
—Eres la primera mujer que entra en esta casa, y en su habitación —confiesa Enzo.
—Y espero que seas la última —sonrío, la atraigo hasta mí y la beso.
—¿Yo cómo te llamo? ¿Cuñada o mamá? —pregunta Enzo, haciendo que todos riamos.
—Alana, que mamá me hace muy vieja —ríe ella.
—Cierto, solo me llevas diez años. Joder, papá, esto es raro. Somos una familia de lo más
atípica.
—Peores cosas se han visto, hijo.
En ese momento suena mi teléfono y veo que es Rosaura, la abogada que lleva la denuncia
que puso Alana. Ella sigue sin tener móvil por lo que le di el mío.
—Dime, Rosaura.
—Hola, Tony, tengo novedades. ¿Estás con Alana?
—Sí, espera que pongo el manos libres —dejo el móvil sobre la mesa y conecto el altavoz—.
Listo, cuéntanos.
—Hola, guapa, aquí tu abogada. A ver, tengo noticias sobre el crápula de tu jefe. No eres la
primera a la que pone una mano encima, además de entrar en tu casa. Por cierto, ese piso en el
que estás es suyo, él se encargó de hacer que la inmobiliaria te lo ofreciera, es su estrategia para
tener bien cogidas a sus chicas.
—¿Qué?
—Lo que oyes, como decía, no has sido la primera, este tío lo lleva haciendo ya mucho
tiempo. El caso es que le ha llegado la demanda, su abogado se ha puesto en contacto conmigo, y
me ha puesto de vuelta y media. Él también estaba, que debían tener el manos libres, y ha dicho
de ti que eres de todo, menos bonita. Pero tranquila, que sus amenazas hacia ti y hacia mí, las
tengo grabadas. A ver, la cosa se va a poner bastante fea, porque este tipejo no va a aceptar ni,
pagar un duro, ni pisar cárcel, vamos, que eso me da que va a intentar esquivarlo un montón,
pero tenemos al mejo hacker trabajando en esto y está buscando hasta entre las piedras para
darnos algo con lo que tirar para ir a por él y que esté tanto tiempo sin ver la luz del sol, que
cuando salga va a parecer un vampiro de lo pálido que va a estar.
—Bueno, queda todo en vuestras manos, Rosaura, yo me fio, si venís de parte de Tony.
—Por eso no te preocupes, que Enok es el mejor, y yo aprendí de él. Bueno, os mantengo
informados con lo que vayamos encontrando, ¿de acuerdo? Cuidaos mucho, parejita —cuelga y
escucho a Alana suspirar.
—¿Qué pasa, preciosa?
—No va a ser nada fácil, y temo que Bosco haga algo.
—Estáis aquí, conmigo, y no dejaré que os pase nada, te lo juro. Ya perdimos a una mujer
importante en nuestra vida, no volveremos a perder a otra. ¿Verdad, hijo?
—Verdad.
Alana me abraza, necesitando ese cariño y protección que le ha faltado desde que perdiera a
sus padres.
La beso en la frente y me recuesto en el sofá con ella así, acurrucada en mi pecho.
Se siente bien, natural. Y, por primera vez en años, no creo que esté haciendo nada malo por
querer proteger, cuidar y amar a otra mujer.
29

Sábado, y desde que ayer le contara todo a Alana, no ha dejado de querer estar conmigo en
ningún momento, tan solo por la noche mientras trabajábamos.
Los besos y esas muestras de cariño se han ido sucediendo continuamente, incluso Enzo, me
ha dicho después de comer que se alegra de verme sonreír de nuevo.
Sí, apenas hace unos días que conozco a esta mujer, pero soy lo suficientemente mayor para
saber que no quiero a ninguna otra en mi vida. Tal vez con el tiempo sea ella quien se canse de
estar con un viejo como yo, pero mientras esté a mi lado, la voy a hacer la persona más feliz de
la tierra.
—Papá, nos vamos a cenar —dice Enzo, cuando salen él y Lilly del pasillo cogidos de la
mano.
—Vale, tened cuidado, y divertíos, chicos.
—Tranquilo, lo tendremos.
Se despiden de nosotros, que estamos en el sofá viendo la televisión, y entonces se me ocurre
algo.
—Te invito a cenar fuera —digo, acariciándole el brazo.
—¿Qué dices? Si en nada nos tendremos que ir a trabajar.
—Bueno, pues salimos vestidos ya de casa y listo.
—Claro, voy con la pajarita puesta para que me confundan con una camarera del bar. Anda
que…
—Mujer, el chaleco y la pajarita te los pones en el trabajo. Venga, vamos a vestirnos,
florecilla —le hago un guiño, la cojo en brazos para levantarme con ella y, cuando la dejo en el
suelo le doy una palmada en el culo.
—¡Oye! A ver esas manos que, como te pongas juguetón, no salimos ni de la habitación.
—No, no, te prometo que salimos. Juguetón me pongo esta noche, después del trabajo, en una
de las salas —le susurro al oído, pegado a ella.
—Ay Dios, que me estás dando miedito.
—¿Miedito? ¿Por qué?
—¿A qué sala me vas a llevar? Mira que ya hemos probado la del jacuzzi.
—Pues elije una, la que tú quieras, que yo me encargo de pedirle a Thais, que nos la deje
preparada antes de irse.
—Define eso de que, la deje preparada.
—¿Confías en mí?
—Absolutamente.
—Pues eso —le hago un guiño, la beso y voy a coger uno de los trajes negros para el trabajo.
Nos vestimos como si fuéramos una pareja de años, sin ninguna vergüenza, todo lo contrario,
robándonos algún que otro beso, así como caricias.
—Ven, que tienes la corbata torcida, anda —me pide, una vez me he puesto la chaqueta—.
Ahora sí, ya estás guapo.
—Tú sí que estás guapa, florecilla —la beso y salimos
Cuando vamos por el aparcamiento para coger el coche, me parece escuchar pasos cerca, pero
miro alrededor y no veo a nadie.
—¿Dónde vas a invitarme a cenar? —pregunta, poco después de incorporarnos al tráfico.
—Ya lo verás.
—Bueno, al menos vamos elegantes —contesta, alisándose la falda del uniforme.
—Aunque fuéramos en chándal, te aseguro que nos darían una mesa.
—Sí, que no has reservado en ningún sitio.
—¿Quién dice que no?
—No te he viso llamar por teléfono.
—Mandé un mensaje, así que, tranquila.
Llegamos al restaurante italiano propiedad del hermano de uno de los hombres que estaban
bajo mi mando en la embajada italiana de aquí de Madrid, aparco cerca de la puerta y ella se
queda mirando la fachada con sorpresa.
Y no es para menos, está decorada en madera, con la puerta y las ventanas blancas, así como
un toldo que hay en la entrada, simulando a algunos hoteles.
Al entrar, el aroma de las especias nos recibe, así como la calidez de la estancia, la decoración
con esas fotos de Italia, mi bella Italia.
—Tony, bienvenido. Señorita —nos saluda Giacomo.
—Buenas noches —sonríe ella.
—Seguidme.
Vamos tras él, hasta la mesa que nos han preparado, deprisa y corriendo, en la terraza interior
que tienen, con unas preciosas vistas a un bonito parque que parece el jardín del propio
restaurante.
Eso sí, estamos solos en ella.
Guirnaldas de luces por el techado acristalado, la mesa en un rincón, con velas, una rosa roja
y una botella de vino en la cubitera.
—Esto es precioso —murmura Alana, cuando nos sentamos.
—Que disfrutéis la velada, chicos —dice Giacomo, tras servirnos el vino.
—Por la primera cena de muchas —levanto la copa, acercándosela a Alana, que sonríe y hace
lo mismo para que brindemos.
—Esto es muy romántico, señor seriote. Me siento como Reina, la perrita de “La Dama y el
Vagabundo”. Solo falta la…
Se queda callada y soy yo el que sonríe esta vez, al escuchar que comienza a sonar la melodía
de la canción de esa mítica película infantil, en su escena más romántica mientras ambos perros
cenan.
—Ay, Tony —suspira, apoyando los codos en la mesa y la barbilla en sus manos—. Si al final
vas a ser un romántico, con todo lo serio que eres, ¿eh?
—Reconozco que siempre lo fui con Chesca, supongo que esa parte de mí, ahora ha vuelto a
querer salir a flote.
—Me voy a acabar enamorando de ti, y no voy a querer que me dejes.
—¿Quién dice que quiera dejarte? —pregunto, cogiéndole la mano por encima de la mesa y
acariciándole la parte interna de la muñeca.
—Bueno, todo tiene un principio y un final. Algún día acabará esto que ahora comienza.
—Puede que sí, pero, mientras llega ese final, ¿por qué no nos limitamos a vivir el momento?
—Mira, que eso me suena a declaración y todo —se ríe.
—Es pronto para eso, florecilla.
—Lo sé, nos conocemos de cuánto, ¿tres días? Es una locura, pero siento mariposillas en el
estómago —susurra, nerviosa.
—A veces no importa el tiempo, puedes sentir algo muy fuerte por una persona en solo unos
días y querer que esté contigo para siempre, o llevar toda una vida al lado de alguien y que se
acabe esa magia del principio y muera el amor.
—Cómo se notan los quince años de diferencia que me llevas, hijo.
Sonrío y cuando nos traen la cena disfrutamos de ella, charlando de lo que harán nuestros
chicos en un año.
Alana está convencida de que Lilly, acabará decantándose por estudiar cocina, dice que es
algo que siempre le ha gustado y que yo le dijera que podía dedicarse a ello, le dio el
empujoncito que le faltaban, puesto que siempre había contado con su opinión, la de Enzo y sus
amigos, pero tener la visión de alguien que no la conocía, le ha dado ánimos para planteárselo de
verdad.
—Y Enzo, ¿qué quiere estudiar? —pregunta, cuando nos dejan el segundo plato.
—No quiere estudiar, por más que le digo siempre que tiene una mente de lo más
privilegiada. Se le dan bien las matemáticas y la informática, pero no hay manera de hacerle
entrar en razón. Insiste en seguir mis pasos.
—¿Quiere ser portero de La Tentazione? —arquea la ceja, mientras trata de contener la
sonrisa.
—No, pero tampoco sería un mal trabajo, te lo digo yo. Quiere entrar en el Ejército.
—Vaya, pues, es una decisión de lo más importante. Si lo destinan a alguna misión fuera del
país…
—Lo sé, y él también. Desde que me lo dijo cuando tenía catorce años, he intentado que se le
quite la idea de la cabeza, pero nada.
—Bueno, tal vez ahora que está Lilly en su vida, y que después de dos años parece que no se
van a separar, quizás acabe optando por estudiar una carrera.
—Eso espero.
Seguimos cenando y, cuando nos traen el postre, se levanta, cogiendo su móvil, para sentarse
en mi regazo y hacernos una foto.
—Quiero tener siempre un recuerdo de esta noche, Tony. Es mi primera cena romántica, que
lo sepas.
—¿En serio? No te creo.
—Sí, en serio. Con el único novio que tuve hace años, nunca salí a cenar así, y después…
Bueno, ya sabes, las cenas eran con hombres adinerados que se reunían con algunos clientes y
eso. Yo no era más que un adorno en la mesa.
—Eso se acabó, ¿me oyes? —le aseguro, rodeándola con los brazos por la cintura— Conmigo
tendrás muchas cenas de estas, te lo prometo.
—Hasta que se acabe lo bonito, empecemos a gritarnos, a insultarnos, odiarnos y tirarnos la
cristalería a la cabeza.
—¿Por qué debería pasar eso?
—Muchos matrimonios han acabado mal.
—No estamos casados.
—Es verdad, cambia matrimonio por… “¿follamigos?”
—No pienses más, no le pongas etiquetas a lo que hay, deja que fluya, avance y disfruta.
—Esa parte me gusta.
—¿Cuál?
—La de disfrutar.
—Pues hazlo, en todo el amplio sentido de la palabra. Disfruta y vive el momento, disfruta de
lo que vaya pasando y, sobre todo, del sexo —le hago un guiño y noto que se le sonrojan las
mejillas.
—Nerviosa me tienes, en pensar que me llevas esta noche a una sala.
—¿Ya has elegido?
—No, no he elegido.
—¿Puedo elegir yo?
—Mientras no sea la del BDSM.
—Ya te até —arqueo la ceja— y creo que te gustó.
—No me disgustó, pero no me dejabas correrme.
—Bueno, entonces vamos a la de los masajes.
—Vale, un masajito, ¡qué bien!
—Con final feliz.
—¡Hala! Ya me has puesto nerviosa otra vez.
—Ni que fueras virgen, florecilla.
—Sí, sí, la Virgen María soy, no te jode.
Suelto una carcajada, nos traen un par de copas de champán, puesto que no quiero que
bebamos más, ya que vamos a trabajar, brindamos y, tras dar por finalizada nuestra primera cita
oficial, de modo improvisado, salimos del restaurante cogidos de la mano para ir al local.
Cuando llegamos, saludamos a todos y nos preparamos para empezar la noche.
—Thais —la llamo, antes de que vaya al almacén.
—Dime, guapetón —sonríe.
—¿Puedes dejarme antes de marcharte preparada tu antigua habitación de masajes?
—Claro, ¿vas a llevar a Romina
—No, eso se acabó —contesto, mirando a Alana, y ella gira hacia donde estoy mirando y
sonríe.
—Me alegro de que dejes atrás esa etapa de tu vida. Alana es una chica encantadora.
—Y es igual que mi difunta esposa.
—¿Tiene el mismo carácter?
—No solo eso, pequeña, físicamente también.
—Vaya, así que es cierto eso que dicen de que todos tenemos un doble en alguna parte del
mundo. Vive, Tony, sé que a Chesca le gustaría que lo hicieras. Una vez me dijiste que te
alegrabas de verme sonreír de nuevo, y ahora soy yo la que se alegra de ver que tú lo haces. ¿Qué
quieres que te deje?
—Un antifaz para que no pueda ver, gel, las velas aromáticas encendidas y… bueno, ya sabes,
algunos juguetes.
—Vale, vale, yo miro lo que le puede gustar a ella, y que no la asustes siendo la primera vez
que entra contigo en una sala.
—Gracias, pequeña.
Me da un beso en la mejilla, como siempre, y sonríe antes de irse a comprobar que el pedido
de hoy ha llegado correctamente.
Miro a Alana por última vez, y salgo a ocupar mi puesto.
Comienza un nuevo turno en La Tentazione, los socios van llegando y el tiempo se me pasa
hoy más rápido que nunca.
Cuando quiero darme cuenta, es la hora de entrar de nuevo en la sala, y tomarme una copa
esperando que llegue el momento en que todos se marchen, para estar a solas con Alana.
30

Se acaba la jornada de trabajo, despido a las últimas parejas en salir del local, cierro y voy en
busca de mi florecilla.
Cuando entro en la sala, la veo reír por algo que le ha dicho Christopher, procuro no ponerme
celoso, aunque no soy así, pero no dejo que me moleste el hecho de que se lleve bien con ese
muchacho.
—Hola, preciosa —me siento en uno de los taburetes, me mira y sonríe antes de servirme un
whisky.
—Hola, bomboncito.
—¿Preparada para una noche inolvidable? —cojo el vaso y doy un trago.
—Nerviosa llevo toda la noche.
—Pues no tienes que estarlo, no voy a hacer nada que no quieras.
—Lo sé.
—Tony —a Alana le cambia la cara cuando escucha a Romina llamándome. Me giro y la veo
sonreír.
—Buenas noches.
—¿Me acompañas a la sala? Es sábado, y dije que te buscaría.
—Esta noche no —Alana suspira al escuchar—, ni ninguna otra tampoco. Han sido muchos
años, pero ya se acabó.
—Oh, vaya. No esperaba esa respuesta. ¿Dejas el local?
—No, simplemente voy a tener una pareja fija, más estable. Y no necesito descargar más
rabia, creo que, poco a poco, lo voy a ir superando todo.
—Pues me alegro, de verdad. ¿Es alguien de aquí?
—Sí, lo es —no puedo evitar que los ojos se me vayan a Alana, por lo que Romina se da
cuenta.
—Tienes buen gusto, sí señor. Y ella es una chica con suerte. Te deseo lo mejor, Tony, lo
mereces —me besa la mejilla, se despide de todos y se marcha.
Alana está dándome la espalda, pero sé que ha estado atenta a la conversación.
—Florecilla —se gira y sonríe con algo de tristeza— ¿Qué te pasa?
—Has dicho que vas a tener una pareja fija, más estable.
—Por supuesto, y esa eres tú.
—¿No echarás de menos todo lo que hubo antes de mí?
—No, porque también lo tendré contigo —le aseguro cogiéndole la mano—. Sé que no voy a
cambiar de la noche a la mañana, que habrá días que quiera hacerte el amor con calma, despacio,
pero el modo en que he tenido sexo estos últimos años, siempre estará ahí, y solo lo haré contigo.
Alana asiente, termina de recoger y cuando todos se marchan, me aseguro de que está bien
cerrado y la llevo a la sala de masajes.
En cuanto abrimos la puerta de la habitación, el aroma de las velas nos da la bienvenida,
iluminando la estancia con esa tenue luz que da un aire de lo más sensual.
—Hala, qué pasada.
—¿Te gusta?
—Sí, nunca habían hecho algo así por mí. Menuda manera de acabar la noche, señor seriote.
—Ya no soy tan serio, sonrío más que antes, y eso es gracia a ti, florecilla —le beso la frente,
me pego a su espalda y, rodeándola por la cintura, la llevo hasta la cama donde Thais, ha dejado
una caja negra con todo lo que he pedido.
—¿Y eso?
—Ábrelo, a ver qué nos encontramos.
—¿No sabes lo que hay dentro? —Frunce el ceño.
—No, solo algunas cosas. El resto, lo que haya escogido Thais.
—Ay madre, qué me da. Verás lo que me encuentro…
Se sienta en la cama y yo lo hago a su lado, sin soltarla ni separarme de ella.
Abre la caja y lo primero que vemos es el antifaz, así como una pluma negra y un bote de
aceite con aroma a canela y vainilla, igual que las velas.
—¿Un conejo morado de juguete? ¿En serio? —ríe, sacándolo de la caja.
—Eso es un estimulador de clítoris, florecilla —contesto, quitándoselo de las manos—. Sí,
tiene forma de conejo de juguete, pero no es una figurita de esas de adorno. Mira.
Lo pongo en marcha y, cuando ese pequeño y redondo objeto comienza a vibrar, así como a
mover lo que simulan ser las orejas del conejo, Alana abre los ojos.
—Y eso, va ahí, dices, ¿no?
—Sí, justo… —Subo la mano acariciándole el muslo, hasta llegar a su entrepierna, y le
acaricio el clítoris con el pulgar— aquí —le susurro en el oído y noto que se estremece.
Comienzo a besarle el cuello, sin dejar de jugar con el pulgar en su entrepierna, y noto que
ella las separa un poco más, dándome libertad de movimientos.
Continúo un poco más hasta que la veo agarrarse con fuerza a la sábana y sé que está a punto
de acabar, entonces paro y ella me mira, con el ceño fruncido y jadeando.
—Todavía, no preciosa —la beso y me pongo en pie.
—Espero que no estés así toda la noche, porque te dejo un mes sin poder tocarme.
—¿Acabamos de empezar con nuestra relación, y ya me estás amenazando, castigándome sin
sexo? —Arqueo la ceja.
—Tú verás. ¿Te haría gracia si te empezara a lamer tu cosa y te dejara a medias?
—Eso no va a pasar nunca. Ven aquí, anda.
La cojo de la mano para levantarla y comienzo a desnudarla despacio, tomándome mi tiempo,
deleitándome con esa piel que me llama para que la acaricie, y es lo que hago.
Recorro cada centímetro de su cuerpo con la yema de mis dedos, notando cómo se estremece
bajo mi tacto.
Cojo el antifaz para ponérselo y ella me lo impide.
—Solo es para que sientas cada una de las cosas que voy a hacer contigo, verás cómo el
placer es mucho más intenso.
—Bueno, tendré que fiarme de ti —se encoge de hombros y me deja colocárselo.
—Ahora, recuéstate bocabajo en la cama que vamos a empezar con el masaje.
Hace lo que le pido, me desnudo y, tras coger el bote de aceite, dejo caer algunas gotas en su
espalda, para extenderlo despacio, masajeándola por completo.
Sigo por las piernas, ella está de lo más relajada y tranquila, y eso me gusta, que confíe en mí,
que no tema el estar conmigo.
Le pido que se gire, quedando bocarriba, y le masajeo los pechos, pellizcándole los pezones,
bajo por el vientre y me desvío a una de las piernas, para subir por la otra, hasta que le rozo el
clítoris y la escucho jadear.
No necesito más para saber que está de lo más excitada.
Llevo ambas manos a su sexo y comienzo a tocarla, pellizcarla y penetrarla con dos dedos,
hasta que grita llegando al orgasmo.
—¿Qué tal, florecilla?
—Genial, por no ser una mal hablada.
—¿Cómo de mal hablada? —sonrío.
—Pues que estoy ahora mismo de puta madre. Relajada que no veas, y con un gustirrinín que
te mueres.
—Pues no hemos acabado.
—Ya imagino, ya.
Deslizo la pluma por una de sus piernas, subiendo despacio, rozándole el clítoris, que sé que
debe estar de lo más sensible. Sigo subiendo por el vientre, la veo que se contrae y se estremece,
y cuando llego a uno de sus pezones, se le pone erecto en el momento en que la pluma lo roza.
Cuando hago el mismo recorrido, pero bajando comenzando en el otro pezón, me inclino y
comienzo a lamerle el clítoris despacio. Veo cómo se contrae, cómo se agarra a las sábanas con
ambas manos y arquea la espalda.
Paro antes de que vuelva a correrse y la escucho resoplar.
—¿Qué pasa, florecilla?
—¿Ya empiezas a cortarme el punto? Chico, que me quiero correr a chillidos, por Dios.
—Deja a Dios, que estas cosas no las hacía.
—Desde luego, después de esto acabo en el infierno
—Pues yo creo que tengo ahí también mi parcelita reservada, creo que he sido demonio más
tiempo que ángel.
—Anda, tócame y hazme correr, por favor —me pide, levantando ambas manos, como si me
buscara para coger las mías, lo que hace que suelte una carcajada.
—No sea usted impaciente, señorita.
—Pues no me haga esperar, señor.
—Ya sabes lo que siempre se ha dicho. Lo bueno se hace esperar.
—Pues ya puede ser apoteósico, majo, porque, si no…
—Sí, sí, un mes sin que pueda tocarte.
—Vas aprendiendo, así me gusta. Va, dale con lo que sigue.
—¿Segura?
—Y deseosa. Me quiero correr, ¿recuerdas?
—Tus deseos, son órdenes para mí —susurro, inclinándome sobre sus labios para besarla.
—Pues venga, que se cumpla mi orden.
Cojo el estimulador de clítoris, ese que según ella es un conejo de juguete, y un vibrador. Me
he propuesto llevarla al cielo, y es lo que voy a hacer.
Pongo en marcha el vibrador, se lo paso por el sexo varias veces y ella jadea, hasta que la
penetro con él, dejándolo dentro, y comienza a mover las caderas.
Lo siguiente es el conejito, el cual coloco sus orejas una a cada lado del clítoris y lo pongo en
marcha.
—¡Joder! Me vas a matar, Tony.
—No, florecilla, ahora que he encontrado mi liberación, no voy a dejar que te pase nada.
Disfruta del momento, preciosa, que es solo para ti.
Mientras la penetro con el vibrador y el conejito le estimula el clítoris, ella grita y se mueve
hasta que, como ha dicho, acaba corriéndose a chillidos.
Le quito ambos aparatos, así como el antifaz, y me coloco entre sus piernas, mirándola a los
ojos.
—Hola, preciosa —susurro, antes de besarla— ¿Qué tal?
—Muerta, estoy muerta. No tengo fuerzas, te lo juro.
—¿Apoteósico? —Arqueo la ceja.
—Totalmente. Ahora ya, con el final, veré los fuegos artificiales seguro.
—Pues vamos a ello.
Comienzo a penetrarla despacio, sin apartar la mirada de sus ojos, y entonces presto atención
a la letra de la canción que suena en este momento.
«Do I wanna know?
[9]
If this felleing flows both ways? »
Sentimientos, esos que sé que he empezado a tener por Alana, y esa pregunta me viene como
anillo al dedo ahora mismo.
Ella dijo que tenía mariposas en el estómago, por lo que sí, los dos estamos empezado a sentir
algo por el otro.
Sigo penetrándola mientras Alana me rodea la cintura con las piernas, y cuando entrelaza las
manos en mi cuello, me atrae hacia ella y nos besamos como ambos deseamos.
No estoy follándola, esto no es solo un polvo más, un encuentro rápido y duro, esto es algo
más que eso.
Más carnal, con más sentimiento y con calma, notando piel con piel, haciéndole el amor
mientras nos dejamos llevar por cada beso, cada caricia.
«Maybe I’m too busy being yours to fall for somebody new
[10]
Now I’ve thought it through »
Enamorarse es una palabra demasiado importante y fuerte como para hablar de amor ahora
mismo, pero lo que tengo claro es que es con Alana, y solo con ella, con quien quiero estar.
Con ella puedo ser yo, en mi faceta más romántica y bonita, y en la más perversa y salvaje.
Ella me entiende, me complementa, y es cuanto necesito ahora mismo.
Acabamos a la vez, gritando, jadeantes, sudorosos y exhaustos, nos quedamos abrazados y
besándonos unos minutos antes de ducharnos y volver a casa.
A casa, esas dos palabras ahora adquieren el sentido que habían perdido hacía tantos años, que
cada noche espero que llegue el momento de poder regresar a ella, de la mano de Alana.
Cuando llegamos, voy a la cocina a tomarme un vaso de agua y ella va a la habitación de
Enzo, a ver qué tal están los chicos.
—No están ahí, Tony —dice, cuando me la encuentro en el salón.
—¿Cómo que no están?
—Pues eso, que no están. La cama está sin deshacer ni nada. Y no hay ninguna nota. ¿No te
ha llamado Enzo?
Saco el móvil del bolsillo, pero no, no veo ninguna llamada suya.
Llamo a Fer, que contesta adormilado y me dice que no están con él, que se despidieron y
cada uno regresó a su casa.
—Esto me huele mal, Alana —digo, cuando cuelgo al amigo de mi hijo—. Enzo no se iría sin
avisar.
—¿Dónde pueden estar? Tal vez en un hotel, no sé, igual querían tener su primera vez y les
dio apuro hacerlo en casa por si llegábamos y…
—No lo creo, Enzo sabe que puede hacerlo aquí, no me voy a enfadar. Por Dios, ya es casi un
adulto.
—¿Y dónde están, Tony? ¿Dónde está mi hermana?
—No lo sé preciosa.
En ese momento llaman al timbre, cosa que me extraña porque, de ser mi hijo, habría abierto
con su llave.
Cuando abro, encuentro un repartidor que me entrega un sobre a nombre de Alana.
—¿Quién sabe qué estoy aquí, además de Emma?
—Creo que sé quién es —y sí, cuando abro el sobre y veo unas fotos de mi hijo y Lilly,
atados a una silla y amordazados, sé quién es el hijo de puta que se los ha llevado—. Los tiene
Bosco.
—¡No! —grita, tapándose la cara con ambas manos, cayendo al suelo de rodillas mientras
empieza a llorar.
—Te juro que los traeré de vuelta, preciosa, te lo juro —le aseguro, arrodillado frente a ella,
mientras la abrazo.
La historia se repite, pero esta vez, no voy a dejar que mueran, no lo permitiré.
31

Alana no ha dejado de llorar desde que abrí el sobre.


Sigue en el sofá, tumbada, tapándose la cara con un cojín.
Cuando llaman a la puerta sé que es Saúl, ni una hora ha tardado en llegar desde que le llamé.
—Buenos días, gracias por venir tan rápido, chicos —les digo a él y a Andrés, su compañero.
—No hay que darlas. ¿Cómo está ella? —pregunta, mirando hacia el sofá.
—Ya ves, no ha parado de llorar, y no sé qué hacer para calmarla, te juro que no lo sé.
—Es normal, la niña es su única familia.
—Ahora nos tiene a Enzo y a mí también, somos una familia de cuatro.
—¿Estás seguro que ha sido ese tal Bosco? —pregunta Andrés.
—Lo intuí, la nota solo me lo confirmó —contesto, entregándole el sobre.
Al ver la foto y leer esa nota en la que pone que, o Alana retira la denuncia, o no volvemos a
ver más a los chicos, Saúl niega repetidamente con la cabeza.
—Esto no le ayuda en nada de cara al juicio, pero bueno. ¿Habéis llamado a la abogada?
—Sí, ya está de camino. Me ha dicho que hablaremos con el abogado de ese cabrón, para
ponerle las cosas claras. No sé yo si eso servirá de mucho, pero bueno.
Mi móvil empieza a sonar, voy al salón a por él y veo que es un número desconocido.
—Chicos, necesito una grabadora —digo, antes de descolgar.
Andrés se acerca con su teléfono en la mano, conecta la grabadora y cuando asiente,
descuelgo.
—¿Diga?
—Señor Carusso, cuánto me alegro de poder hablar con usted al fin.
—¿Quién es? —Frunzo el ceño, y veo que Alana se destapa la cara.
—¿No recuerda a los viejos amigos? Qué decepción.
—Le aseguro que, si le conociera, no me habría olvidado de usted.
—Entonces, permita que me presente. Soy Hans Vogel, hermano del hombre al que usted
asesinó hace nueve años con tres tiros a bocajarro.
Noto cómo mi cuerpo va cayendo, poco a poco, como a cámara lenta, hasta que me siento en
el sofá.
Como si de una película se tratara, todos los recuerdos de aquella maldita noche pasan por mi
cabeza, todos, sin excepción.
Sí, maté a un hombre, y no me arrepiento de ello, por mucho que esa imagen se quedara
grabada en mi mente y me persiguiera muchas noches de estos últimos años.
—¿Sigue ahí, señor Carusso? Veo que comienza a recordar.
—No lo he olvidado, no podría hacerlo puesto que esa noche sus hombres mataron a mi
esposa
Veo a Saúl y Andrés con los ojos muy abiertos, tan solo Carlo y Thais, sabían lo que le había
pasado a mi esposa, para el resto, ella simplemente había fallecido.
—Bueno, aquella noche ambos perdimos a personas importantes para nosotros. Mi hermano
tenía toda la vida por delante.
—Y mi esposa también, además de un hijo pequeño al que dejaron huérfano. No me venga
con sentimentalismos, y dígame qué quiere.
—Digamos que tenemos un conocido en común, y yo tengo a su hijo en mi poder.
—¿Cómo dice?
—Lo que oye, señor Carusso. Una vida, por otra. Su hijo tiene potencial para ser mi sucesor
en los negocios. Eso le correspondería a Kurt, pero, dado que usted me lo arrebató, me quedo
con Enzo.
—¡Ni se le ocurra tocarle un pelo a mi hijo! ¿Me oye?
—No se preocupe, no voy a hacerle daño. Lo que no puedo asegurarle es que la chica siga
intacta cuando la recuperen. Ese Bosco es un auténtico hijo de puta. Hasta el lobo de Caperucita
le tendría miedo.
—¡Lilly! —grita Alana, llorando, y Saúl la sujeta para que no venga a hablar.
—Veo que su novia lo está pasando mal. En fin, son cosas que pasan. Yo, que ustedes, haría
caso a la nota y retiraría la denuncia, si quieren recuperar con vida a esa niña. De lo contrario,
creo que tendrá una vida de lo más desagradable. Su novia es puta de lujo, pero a esa niña le
esperan los peores antros italianos.
Cuando miro a Saúl y Andrés, ambos asienten. No sé si el tal Vogel lo ha hecho a propósito, o
se ha ido de la lengua, pero al menos sabemos que los tienen en Italia.
Pero, ¿qué cojones hacen allí, si ese tío es de Suiza?
Cuando llaman al timbre, Saúl va a abrir y poco después entra con Rosaura, la abogada que
lleva la denuncia que Alana le puso a Bosco.
—Tiene hasta mañana para darme una respuesta, y le devolveremos a la niña, pero de su hijo
ya puede ir olvidándose.
—Jamás, ¿me oye? Jamás me olvidaré de mi hijo. Y le aseguro, pedazo de mierda, que voy a
recuperarlo con vida, algo que no me permitieron hacer con mi mujer.
—No creo que lo tenga fácil, señor Carusso, si se le ocurre hacer alguna tontería, tenga por
seguro que los hombres de Lungern, le parecerán una panda de girl scout en comparación con lo
que encontrará aquí.
—No me va a dar miedo, se lo aseguro. Y me da igual cuántos hermanos más tenga el pedazo
de mierda al que maté. Lo hice, y lo volvería a hacer. Y no dude que usted, y cuantos Vogel más
se pongan en mi camino correrán la misma suerte.
—En ese caso, señor Carusso, le deseo suerte. Le recuerdo que usted ya no es ningún militar,
ni tampoco el jefe de seguridad de la embajada, tan solo el portero de un local de copas.
Y cuelga.
Me recuesto en el sofá, con los ojos cerrados, pasándome las manos por el pelo una y otra vez.
¿Cómo es posible que me hayan encontrado? O, peor aún, ¿desde cuándo me han estado
siguiendo para saber cuáles eran mis movimientos?
—¿Quién era ese hombre, Tony? —pregunta Rosaura, la abogada.
—No le conozco, pero hace años maté a su hermano. Cabía la posibilidad de que me
encontraran, de todos los que fuimos a esa misión de rescate, yo era el único que no llevaba la
cara cubierta, no me importaba que me vieran.
—Se han llevado a mi hermana —miro a Alana, que está sentada en el sofá, abrazándose las
piernas, sin dejar de llorar.
—La tiene Bosco, preciosa —le digo, abrazándola—, pero te juro que no va a hacerle daño.
—Sí, si no retiro la denuncia, sí. Rosaura —la mira, y sé qué es lo siguiente que va a decir,
igual que la abogada, que niega repetidamente.
—Ni se te ocurra, niña —Rosaura la señala con el dedo antes de sentarse a su lado—. Sé lo
que se te ha pasado por la cabeza, y no, no vamos a retirar la denuncia.
—Si no lo hago, no volveré a ver a Lilly.
—Alana, no voy a permitir que le hagan nada a nuestros chicos, ¿me oyes? —le cojo ambas
mejillas para que me mire, seco esas lágrimas que no dejan de caer por ellas y la beso—. Te lo
juro, mi amor.
Me levanto y dejo a todos en el salón, solo hay algo que puedo hacer en este momento, pero
no lo haré solo, sé que mis hombres estarán ahí apoyándome en esto.
Me siento en la cama mirando el móvil que tengo entre las manos, incapaz de hacer esa
llamada que va a salvar la vida de mi hijo y su novia.
Pero debo hacerla, porque de esa ayuda extra depende que pueda rescatarlos. Ir yo solo en su
busca sería un suicidio.
Respiro hondo, marco el número y espero que descuelgue.
—¿Diga?
—Brian, soy yo, hermano —contesto.
—¿Tony? ¿Qué pasa? Son las cuatro de la mañana.
—Lo siento, aquí son las diez. No me acordaba de la diferencia horaria.
—No importa, si llamas a estas horas, es por algo urgente.
—Lo es. Los suizos tienen a Enzo.
—¿Qué dices? —por el tono de voz, sé que se ha despertado de golpe— No me jodas ¿Los
mismos suizos que…?
—Sí, los mismos. Necesito vuestra ayuda, porque no solo tienen a mi hijo, sino también a su
novia. Se ha aliado con alguien y… Bueno, cuando lleguéis aquí os pongo al corriente de todo.
—Me pongo en marcha ya mismo, informo al resto y nos vemos esta noche en tu casa.
—Gracias, hermano.
—No las des, ese chico es como un sobrino para nosotros. Vamos a encontrarlo, pero no será
como la última vez que fuimos a ver a esos putos suizos.
—Lo sé, esta vez él debe salir de allí con vida, me da igual si yo me quedo en el camino, pero
necesito que él salga de allí.
—Nos vemos en unas horas.
Cuelgo y me dejo caer sobre la cama. No quería involucrarlos de nuevo en algo así, pero sé
que es lo único que puedo hacer en este momento, pedir ayuda a los míos.
No por mí, sino por Enzo, por Lilly y por Alana.
—Tony —me giro hacia la puerta, que no había escuchado abrirse, y veo a Alana apoyada en
ella.
—Ven aquí, florecilla —le pido, extendiendo la mano.
Camina mientras se seca las lágrimas, se recuesta a mi lado, acurrucada, y la envuelvo entre
mis brazos, haciendo que se sienta protegida.
—Los vas a encontrar, ¿verdad?
—Te lo juro, mi amor.
—Me has llamado así varias veces.
—¿Te molesta? —pregunto, mientras le acaricio el brazo.
—No, todo lo contrario. Me gusta.
—Me alegro.
—Se los han llevado por mi culpa, lo siento mucho. No debí meteros a Enzo y a ti en esto.
—Ey, nos metimos solos. Eres la cuñada de mi hijo, y sé que te tiene mucho cariño. Estamos
juntos en esto, ¿de acuerdo?
—No quiere devolverte a Enzo.
—Lo hará, te lo aseguro. Y no me temblará el pulso si tengo que matar a alguien cuando vaya
a por nuestros chicos —le beso la frente y la abrazo aún más fuerte.
—No puedes ir solo, te matarán a ti.
—¿Quién dice que vaya a ir solo? Acabo de llamar a unos viejos amigos. Seremos cinco.
—Muy pocos, para los que posiblemente os estén esperando.
—Pocos, pero muy bien preparados. Todos formamos parte del Ejército hace años. Eran los
hombres de mi unidad.
—Vaya, ¿voy a ver a otros cuatro militares? Chico, como todos estén como tú… —eleva las
cejas y sonríe.
—¿Qué? No me digas que querrás montarte una fiestecita con ellos.
—Qué va, contigo tengo más que suficiente. Eres mi liberación, Tony.
Alana me besa, y sé que este es el momento en el que pararía el tiempo.
32

Cuando Alana está más tranquila, volvemos al salón con el resto y veo que Rosaura, ha
preparado café para todos.
—Vamos a llamar al abogado de Bosco, que le voy a poner los puntos y la comas a ese inepto
—dice, sentándose en el sofá antes de coger el móvil, marcar, y poner el manos libres.
—Buenos días, letrada. ¿A qué debo el honor de su llamada?
—Buenos días, letrado —contesta, con algo de retintín—. Pues, verá, es referente a las
novedades con las que me he encontrado esta mañana, y que me han sacado de la cama.
—¿Qué novedades?
—Su cliente ha secuestrado a la hermana pequeña de mi clienta, así como al novio de esta. Ha
enviado unas fotos y una nota amenazadora, pidiendo que se retire la denuncia si quiere volver a
ver a la niña con vida. Dígame, letrado, usted que es padre de una adolescente ¿Ve bien lo que ha
hecho su cliente?
—No tenía conocimiento de esos hechos, se lo aseguro —le ha cambiado la voz, ya no tiene
ese tono risueño y petulante de antes.
—Espero que esté en lo cierto, letrado, porque, de lo contrario, le aseguro que, tanto su
reputación, como su licencia, quedarían hechas cenizas en cuestión de segundos. Solo tengo que
hablar con el juez que lleva el caso.
—No sabía nada, Rosaura, se lo juro por mis hijas.
—Le creo, Héctor, por eso le pongo sobre aviso. Ese Bosco no es trigo limpio, he tirado del
hilo y he sacado algunos trapos sucios, si le añadimos el secuestro, se pasará un tiempo entre
rejas.
—Haga lo que tenga que hacer, Rosaura, me hago cargo.
—Más vale, abogado —intervengo, aunque sé que no debería—. Porque le juro que, como les
pase algo a los chicos, ese tío es hombre muerto.
—Tony, cálmate —me pide Saúl.
—Rosaura, estamos en contacto.
El abogado corta la llamada, y a mí se me llevan los demonios. De nuevo he dejado que se
lleven a alguien importante para mí, pero no voy a permitir que me lo arrebaten como hicieron
con ella.
Joder, si no hubiéramos estado anoche Alana y yo en el local después de trabajar, esto no
habría pasado.
O sí, ¿quién lo puede saber? Si a mí me tenían vigilado los putos suizos, y a ella el tal Bosco,
esto habría pasado tarde o temprano.
—¿Avisamos a la Policía? —pregunta Saúl.
—No, de esto me encargo yo. Ya he llamado a los chicos.
—Ah, vale, que vienen los otros G.I. Joe —contesta Andrés, a lo que acabo sonriendo.
—Estarán aquí por la noche, voy a necesitar que me pases la grabación, Andrés.
—Tranquilo, Alfa —me hace un guiño, llamándome del mismo modo que lo hicieron ellos
cuando fuimos a por la hija y los sobrinos de Carlo—, que esta noche, nos tienes aquí a mi socio
y a mí.
—No podéis estar, vamos a llevar a cabo una misión de la que nada sabrán las autoridades.
—De aquella tampoco supieron nada, y fuimos. Así que, no me vengas con tonterías. Te
vendrán bien un par de pistolas extras —me dice Saúl.
—No voy a quitaros la idea de ninguna manera, ¿verdad?
—No —responden ambos, al unísono.
—Vale, pues marchaos, os aviso cuando lleguen los chicos.
—Perfecto. Por cierto, señora abogada —Rosaura mira a Saúl cuando la llama— ¿De qué
trapos sucios hablaba antes?
—De ninguno, me tiré un farol, señor agente —le hace un guiño.
—Tranquilos que, si tiene alguno, mis hombres darán con ellos.
Saúl y Andrés se marchan, les he pillado en uno de sus días libres y van a descansar antes de
volver esta noche.
Rosaura habla de nuevo con el abogado de Bosco, tan solo para confirmar que sigue
manteniendo que no va a hacer nada por él, y que no va a llamar a la Policía, tal como han
pedido los secuestradores, y que lo deje todo en sus manos.
Antes de despedirse, dice que se viene esta noche también por si necesitamos ayuda, se
marcha y nos quedamos los dos solos de casa.
Cuando regreso al salón, escucho a Alana trasteando en la cocina.
—Florecilla —la abrazo por detrás, pegándome bien a ella, y le beso el cuello—. No llores
más —le pido, secándole las mejillas.
—Tendríamos que haber venido directos a casa después de trabajar. Tal vez… se los llevaron
antes de que subieran.
—Yo también me he sentido culpable, pero esto no es algo de anoche, preciosa, ya viene de
hace tiempo. A mí me han vigilado bien, desde luego, y a ti, supongo que Bosco estaría
esperando que aparecieras por tu casa, y nos siguió.
—No tendría que haberlo denunciado.
—¿Y qué habrías hecho? ¿Seguir trabajando para él y dejar que te golpeara de nuevo?
—Creo que hubiera sido lo mejor.
—No, ¿me oyes? —La giro, mirándola a los ojos— Eso no habría sido lo mejor. No te culpes
por algo que no podrías haber evitado.
—Pero es que sí que podría haberlo hecho. Empezando por no salir corriendo del coche,
tendría que…
—¿Qué, Alana? ¿Haberte quedado en el coche y que te matara? ¿Eso habría sido lo mejor
para ti? ¿Y para Lilly? —grito, apartándome de ella enfadado— No me jodas, ¿eh? La habrías
dejado sola.
—En unos meses cumplirá los dieciocho.
—¿Y qué? Sigue siendo una niña, por Dios.
—Tiene a Enzo, podría haberse quedado con él. Seguro que con vosotros le habría ido mejor.
No valgo para nada, ¿es que no lo ves, Tony? ¡Maldita sea!
—Ni se te ocurra volver a decir que no vales para nada, porque para mí, vales millones —le
cojo la barbilla y me mata verla llorar.
—Bosco tenía razón, solo valgo para abrirme de piernas.
—¡Olvida a ese cabrón! Eres mucho más que un par de piernas abiertas para follar. Métete
esto en la cabeza, Alana.
—Me da igual lo que digáis, voy a retirar la denuncia.
—No vas a hacer semejante gilipollez, no te lo voy a permitir.
—No podrás vigilarme constantemente.
—Como si tengo que atarte a la puta cama para que no te muevas de ahí hasta que vuelva.
—¿Volver de dónde? ¿Me vas a dejar sola?
—Tengo que ir a buscar a los chicos.
—Voy contigo.
—Ni hablar, te quedas aquí.
—¿Y si es lo que quiere Bosco? Que tú te vayas, me dejes sola, y así poder enviar a alguien a
buscarme, o peor, matarme.
—No te voy a dejar sola, Alana —la abrazo con fuerza, mientras ella sigue llorando—. Te
aseguro que no vas a estar sola.
—Tengo miedo, Tony. No quiero que le pase nada a Lilly.
—No le pasará nada, de verdad. Y allí no está sola, Enzo está con ella, tampoco dejará que la
toquen.
—Son dos niños, por mucho que vayan a cumplir los dieciocho.
—Pero son fuertes, y valientes como nosotros. Vamos a preparar algo para comer.
—No tengo hambre.
—Lo sé, pero tienes que comer algo. Solo faltaba que tú cayeras enferma, y tuviera que
preocuparme también de eso. Un poco de pasta al estilo italiano, ¿qué te parece?
—¿Vas a cocinar tú?
—Por supuesto que sí, ¿dudas de mis dotes culinarias?
—No, no para nada.
—Eso pensaba —la beso y nos ponemos manos a la obra a preparar la comida.
Es el único modo que se me ha ocurrido para tenerla distraída, sin que esté constantemente
pensando en Lilly.
No es que yo no lo haga, porque está claro que sí, que no puedo quitarme a ninguno de los dos
de la cabeza.
¿Cuánto tiempo llevarían vigilándonos a Enzo y a mí? Desde luego que saben bien dónde
trabajo, y dónde lo hice anteriormente.
Y algo que no logro entender es qué demonios hacen esos malditos suizos en Italia.
En cuanto lleguen los chicos nos pondremos en marcha, quiero saber todo lo que tenga que
ver con ese tal Vogel.
¿Qué relación tiene con Bosco? Porque no me creo que esto sea fruto de la casualidad.
—Esto huele que alimenta —dice Alana, sacándome de mis pensamientos, mientras remueve
la salsa que he preparado.
—Mejor sabrá, florecilla —la beso en la frente y retiro la pasta del fuego.
La dejo reposar mientras pongo la mesa y, cuando dejo a Alana sentada con una copa de vino,
voy a por todo para servirlo.
—Que aproveche —me dice con una sonrisa una vez estoy a su lado—. Hum, ¡qué bueno, por
favor! —exclama, tras dar el primer bocado.
—Me alegra que te guste.
—Pues sí que eres todo un manitas en la cocina, menuda sorpresa, señor seriote.
—¿De quién crees que aprendió Enzo? Aparte de las recetas que le enseñara Imelda.
—Desde luego, eres una joyita. ¿Cuándo dices que nos casamos? —pregunta sonriendo,
mientras hace un aleteo de pestañas, que ya quisieran muchas modelos.
—¿Me estás pidiendo matrimonio tú a mí? Joder, sí que se ha modernizado la vida desde que
me casé la primera vez.
—Solo te casaste una, ¿no?
—Sí, y siempre dije que sería la única.
—Bueno, tu amante también me vale. Si me cocinas así, hasta con ser tu compañera de piso
me conformo.
—¿Yo, compartiendo piso, a mis años? Madre Santa, para lo que he quedado.
—Oye, que, además de ayudarte a limpiar y llenar la nevera, te hago compañía por la noche.
—Eres mucho más que eso, y lo sabes.
—Si es que, en el fondo me quieres, que lo sé yo —hace un guiño mientras me señala.
—Pero muy en el fondo, ¿no?
—¡Serás! —protesta, frunciendo el ceño y cruzándose de brazos.
—Anda, come antes de que se enfríe, que esto hay que disfrutarlo caliente.
—Pues como a mí —murmura, sonrío y hago como el que no ha escuchado nada.
Me encanta esa parte picarona que tiene, además de su lado más tierno y dulce, esa inocencia
que, aunque no lo sea, aún está ahí.
Me gusta ella, así de simple, toda ella. Con sus luces y sus sombras, esas que ambos llevamos
a cuestas en nuestras espaldas.
Sé que me juré a mí mismo no caer rendido ante una mujer, no dejar que otra ocupara el lugar
que solo le pertenecía a Chesca. Pero con Alana, ha sido imposible no hacerlo.
Ella es la luz que necesitaba para mis momentos más oscuros.
33

La primera en llegar es Rosaura. Verla sin el traje que habitualmente lleva para ir al bufete, se
me hace raro, pero reconozco que los vaqueros le hacen parecer una veinteañera como Alana.
—Buenas noches, ¿habéis cenado? Porque traigo pizza —dice, cuando le abro la puerta.
—Pues me has leído la mente, iba a pedir ahora para todos.
—¿Ya han llegado?
—No, están de camino.
—Bien, no me he perdido nada aún. ¿Cómo está mi chica?
—En la cama, ahí lleva una hora.
—Pobrecilla, voy a verla.
—Como si estuvieras en tu casa —le digo, mientras cojo las pizzas para llevarlas a la cocina.
En ello estoy cuando vuelven a llamar, voy a abrir y ahí tengo a los dos policías.
—Pasad, Rosaura ha traído pizza para cenar.
—Genial, nosotros unas cervezas —Andrés levanta una nevera portátil y me hecho a reír.
—Desde luego, como si aquí no tuviera.
—Pues no lo sé, no te he visto beber nunca.
—Soy más de whisky.
—Sabía que teníamos que traer hielo, Saúl —protesta, haciendo un chasquido de dedos.
—¿Qué tal Alana? —pregunta Saúl, mientras Andrés va a la cocina a dejar las cervezas.
—Por ahí llega —contesto, al verla aparecer por el pasillo con Rosaura— ¿Has descansado,
preciosa? —la abrazo, y ella me besa el cuello, asintiendo— Bien, eso es lo que quería.
Voy a la cocina a por las pizzas cuando llegan los que faltaban. En cuanto abro, me quedo sin
palabras al ver a las chicas también.
—¿Qué hacéis vosotras aquí?
—Ayudar, a ver si te crees que, tratándose de Enzo y la novia, íbamos a quedarnos en el
cuartel general de brazos cruzados, limpiando las pistolitas —contesta Luana, tras darme un
abrazo.
—Joder, quién os ha visto, y quién os ve —sonrío.
Y sí, me alegra verlas, aunque no hemos perdido el contacto en todos estos años.
Pero, de las niñas asustadas que sacamos de aquella casa en el bosque, no queda
absolutamente nada.
Todas y cada una de ellas se han convertido en mujeres de armas tomar, y nunca mejor dicho,
puesto que se empeñaron en que los chicos las enseñaran a ser unas auténticas guerreras.
Vamos, que ahora tengo un equipo de ocho, porque yo sigo siendo el Alfa, aunque no los
lidere.
—No me irás a decir, que también tenéis nombres en clave —arqueo una ceja.
—Hombre, por favor, eso no se duda. Yo soy Delta —contesta Luana—. Amila es Gamma,
Yara es Kappa y Nina Zeta.
—No sé para qué pregunto.
—Si supieras lo decididas que estaban para ser parte del equipo, jefe —dice Óscar—.
Cualquiera les decía que no. Nina es un hacha disparando.
—Aprendí del mejor, calvito.
—Calvito, jefe, lo que tengo que aguantar —se queja.
—Amila es mi mano derecha en tema de ordenadores. Casi que puedo decir que ha superado
al maestro.
—Y eso es difícil, Emmanuel —sonrío.
—Pues para ella no, te lo aseguro.
—No me digas más, Yara, tú eres otro fenómeno del volante.
—Ahí le has dado, Tony.
—No quiero imagina el dolor de cabeza que tendrán estos cuatro cada vez que os llevan a una
misión.
—¿Por qué? —Luana me mira arqueando la ceja, pero guardo silencio ante la mirada de mis
hombres.
Sí, sé cuándo debo callarme con según qué temas.
—Bueno, ¿empezamos? —pregunta Brian.
—Mejor vamos a cenar, y os presento.
Los llevo al salón donde están Saúl, Andrés y Rosaura. Hago las presentaciones y sé
exactamente cuando han visto a Alana por primera vez, al ver ocho pares de ojos completamente
abiertos.
—Chicos, ella es Alana, la hermana mayor de Lilly, la novia de Enzo. Alana, te presento a los
hombres de mi equipo. Brian, Emmanuel, Stefano y Óscar. Ellas son Luana, Nina, Yara y Amila.
—Joder, es la viva imagen de Chesca —dice Óscar.
—Eso parece. Hola —saluda ella, levantando la mano mientras sonríe.
—Perdona, Alana, es que nos ha sorprendido ver lo mucho que te pareces a ella. Tony no nos
comentó nada.
—No os preocupéis, él puso la misma cara. Hasta creí que había visto un fantasma de lo
pálido que se puso.
—No era para menos, desde luego.
—¿Cenamos? —pregunta Rosaura— Se enfrían las pizzas que he traído. Menos mal que traje
de sobra, porque no sabía que, además de los G.I. Joe como dijo Andrés, vendrían también Lara
Croft y sus amigas.
—¿Quién de las cuatro es Lara? Porque, van todas igual vestidas, vaqueros y jersey. Como
ellos, vamos —dice Alana.
—Mira, Luana es Lara, no hay más que ver la pose que tiene, igual que la de Tony y Brian.
Nos miramos los unos a los otros y, sí, Luana tiene esa misma postura de líder que tenemos
nosotros. Desde luego, el nombre de Delta le va como anillo al dedo.
—Venga, a cenar que se enfría la pizza y se la calienta la cerveza —Andrés da una palmada
poniéndose en pie y va a la cocina, seguido de las chicas.
—Podías haberme dicho lo que íbamos a encontrarnos, para poner al resto sobre aviso.
—No caí, lo siento.
—Tío, ¿tu mujer tenía una hermana pequeña perdida o algo así? —pregunta Emmanuel.
—No, ni siquiera una prima.
—Joder, pues son dos gotas de agua.
—No hace falta que me digáis lo que ya sé, la veo cada día y la tengo cada noche en mi cama.
—Espera, espera, que me he perdido —Stefano levanta la mano— ¿Te has liado con ella?
—Llámalo así si quieres, pero es más que un lío.
—Se nos ha enamorado el jefe —escucho a Óscar a mi espalda.
—No creo que tanto, pero, dejemos que las cosas sigan su curso. Esa niña que está con mi
hijo es todo lo que Alana tiene, y no voy a permitir que les pase nada a ninguno de los dos. ¿Me
explico?
—Alto y claro, Alfa, alto y claro —contesta Brian.
Cuando vienen con la cena, nos sentamos en los sofás y el suelo para comer. Los chicos me
preguntan qué sabemos de los suizos y de ese aliado que le he comentado a Brian.
Les pongo al corriente de todo, desde la primera noche que vi a Alana, hasta la anterior,
cuando descubrimos que los chicos no habían vuelto a casa.
—No sé qué relación tiene Vogel con Bosco, pero quiero que empecéis por ahí —les pido a
Emmanuel y Amila.
—Chicos, si Bosco tiene trapos sucios, quiero que los encontréis. Pienso hundir a ese hijo de
puta en el juzgado. A ver si lo puedo meter en la cárcel una buena temporada.
—Joder con la abogada, viene pisando fuerte —dice Andrés.
—Agente, no me sea quisquilloso, que yo sé hacer muy bien mi trabajo.
—Me encantaría ser Bosco, el día que le machaques ante el juez.
—Te dejaré estar presente —contesta, señalándole con una sonrisa.
—Bueno, vamos a ponernos manos a la obra. Andrés, pásale a Emmanuel la grabación de la
llamada, a ver si puede sacar algo en claro de ahí. Habló de Italia, no sé si por equivocación, para
martirizarme y que me comiera la cabeza o qué, pero ahí lo dejó caer.
—Número oculto, ¿verdad? —pregunta Amila.
—Sí, pero si podéis rastrear algo…
—Si no vuelve a llamar, es complicado, pero intentaremos hacer lo que podamos, jefe.
—Mira que me resulta raro que te llamen así, cuando eres el portero de un local de sexo —
dice Alana.
—¿Un local de qué? —pregunta Óscar, y resoplo tras mirar a Alana.
—¿No lo sabían?
—No, no lo sabían.
—Lo siento.
—No, no, nada de disculpas, guapa. ¿Qué local es ese, y por qué no sabíamos nada? —
Stefano me mira con la ceja arqueada, y es Saúl quien habla sobre el local.
Les cuenta lo que sabe por Chiara y Leia, y le acaban sacando el nombre.
—Huy, pues yo quiero conocer ese sitio —dice Luana, de lo más sonriente.
—Lo que me faltaba… —protesta Brian, quien, desde luego, no se ha tomado nada bien las
palabras de nuestra chica.
—Bueno, centrémonos en buscar a Enzo, ya habrá tiempo de conocer el local —dice Amila,
cogiendo el maletín de su portátil.
Se sienta en la mesa y empieza a teclear, pidiéndole a Rosaura que le facilite todo lo que tenga
sobre Bosco.
—Veamos qué sacamos del baúl, señor Bosco —comenta, de lo más concentrada, con sus
gafas de pasta negras.
Mientras Brian llama por teléfono a alguno de sus múltiples contactos, con quien empieza a
hablar en lo que creo que es ruso, Emmanuel se centra en la llamada y la grabación, para ver si
consigue sacar algo en claro.
Stefano y Óscar, por su parte, también hablan con otros contactos, pidiendo lo necesario para
una misión de rescate a las que están más que acostumbrados.
Yo también lo estoy, fueron muchas en las que nos jugamos la vida los cinco, pero después de
desconectarme de todo aquello, y del paso de los años, van dos operaciones en las que
intervengo.
Y de las más importantes, puesto que, en la anterior, esos niños eran importantes para Carlo,
mi jefe, y esta vez, es la vida de mi hijo la que depende de mí.
Tan solo quiero poder traerles de vuelta a casa, sanos y salvos.
—Tony, tengo algo —esas palabras de Emmanuel, hacen que se me corte la respiración.
Lo miro y, con un mapa en la pantalla de su ordenador, me señala un punto concreto de Italia
que conozco, pero que muy bien.
Los suizos tienen a los chicos en mi antigua casa.
34

—¿No habías vendido la casa a unos franceses? —pregunta Luana.


—Sí, iban a trabajar en la embajada y esa les venía perfecta.
—¿Qué coño hacen entonces allí los suizos?
—No tengo ni puta idea, Óscar.
—Chicos, esto es interesante. Querías saber la conexión entre Vogel y Bosco, ¿verdad?
—Amila me mira y yo asiento— Bien, pues digamos que el pijo ese tiene un negocio de drogas
por esta zona y, ¿quién se la facilita?
—El suizo —contestamos todos al unísono.
—¡Bingo!
—¿Tú sabías algo de eso, Alana? —La miro y niega.
Sigue asustada y preocupada por la niña, es normal, la entiendo perfectamente porque yo, ya
pasé antes por esto.
—Ese cabrón se ha hecho de oro en unos años, tiene varias cuentas en Suiza, dónde si no,
claro —Amila voltea los ojos—. Algunas propiedades allí, en Grecia, Francia y casi toda España.
Vaya, tiene algunas denuncias de chicas por haberlas golpeado —sigue tecleando al tiempo que
nos cuenta todo—. Obviamente, las retiraron, y ellas se marcharon del país con un buen pellizco.
—¿A ti no te ha ofrecido dinero? —le pregunta Emmanuel a Alana.
—No, tan solo dijo que, si quitaba la denuncia, me devolvería a mi hermana con vida.
—Ese tío es un crápula. Por cierto, la casa de Italia está a nombre de un tal Max Vogel. ¿Es
quién te llamó? —dice Amila.
—No, se presentó como Hans Vogel.
—Hum, sí. Hans Vogel, nacido en Suiza el veinticinco de marzo de mil novecientos setenta y
tres, cuarenta y seis años tiene la criatura. Oh, pues es guapete, a pesar de ser un cabrón muy
grande.
—Amila, por Dios —protesta Emmanuel.
—Calla, cavernícola. A ver si es que no voy a poder mirar a los hombres.
—¿Qué más has encontrado? —pregunto.
—Es el mayor de seis, no, perdón, de siete hermanos. Joder, sus padres no debían tener
televisión. A él le siguen Amelie y Maila, gemelas, cuarenta y cuatro años. Después tenemos a
Peter, de cuarenta y dos, Walter de cuarenta, Emilia de treinta y ocho y el pequeño Kurt, que
falleció en dos mil diez con veinticinco años.
—Ese es al que matamos en Lungern.
—Lo maté yo, Brian.
—Tú apretaste el gatillo, hermano, pero las ganas eran de todos.
—¿Algo más?
—Sí, entre sus negocios, además de las drogas, están las armas, así como una empresa de
venta de coches de alta gama. Pero esta la tiene como tapadera para blanquear dinero de los otros
dos negocios.
—¿Qué tienes de Bosco?
—Vamos con el pijo. Bosco González, nacido en Madrid el treinta de agosto de mil
novecientos setenta y nueve. Estudió Economía y administración de empresas en la Universidad
Complutense de la misma ciudad, acabando la carrera con la nota más alta de su promoción. Así
le ha ido de bien en los negocios, vaya.
—Tiene a chicas trabajando como scorts para él —les hago saber a todos, que miran a Alana
y ella se sonroja.
—Sí, y también tiene una empresa de venta de coches, como el suizo.
—Desde luego, cuánta razón en el refrán, Dios los cría y ellos se juntan —dice Rosaura.
—¿Cuándo compró la casa el suizo? —pregunto, yendo por la botella de whisky.
—Hace cuatro años. Vaya, aquí hay algo sobre ti —contesta Amila.
Me bebo la copa de un solo trago, cierro los ojos y respiro hondo antes de ir a ver lo que sea
que ha encontrado sobre mí.
Cuando veo la pantalla, van apareciendo, una tras otra, varias fotografías mías antiguas, con
Chesca y Enzo, así como de estos cinco últimos años. Ese debe ser el tiempo que llevan
vigilándonos.
—Bien, sabemos dónde están, pero no cuántos son. Lo que necesito que me digáis ahora, es,
¿cuándo salimos para allá? —pregunta Saúl.
—Vosotros no vais a venir —le aseguro, señalando también a Andrés.
—Venga, hombre, que estamos de vacaciones y necesitamos un poquito de acción —dice
Andrés.
—Sois policías españoles, en Italia no tenéis ninguna autoridad. ¿Se os ha ido la cabeza, o
qué? —protesto.
—No —contestan ambos, tras mirarse unos segundos.
—No nos vino nada mal su ayuda la otra vez —comenta Brian.
—¿Ves? Beta nos necesita.
—Andrés, no vais a ir.
Mi móvil empieza a sonar y, al ver el nombre de mi jefe en la pantalla, recuerdo que no le
avisé de que ni Alana ni yo, iríamos a trabajar.
—Carlo, perdona que no te llamara antes.
—¿Dónde estás?
—En casa, con Alana y mis hombres.
—¿Tus hombres? ¿Qué coño me he perdido?
Le resumo un poco la situación, a lo que me grita que soy un gilipollas por no avisarle antes,
que él podría haberme dado dinero para el rescate. Me cuelga tras decirme que viene para mi
casa.
—Seguro que Carlo se apunta a la misión —comenta Andrés.
—A Carlo lo vamos a dejar al margen de esto, ¿de acuerdo? Tiene mujer, una hija y otro en
camino, así que nada de que se apunte a la misión. Por Dios, no vamos de excursión al Museo
del Prado.
—Joder, Tony, relájate un poco, ¿quieres?
—No puedo relajarme, Óscar, se han llevado a mi hijo por una venganza que pasó hace años.
Yo maté a ese hijo de puta, sí, y lo haría una y mil veces si fuera necesario, porque ellos mataron
a mi esposa. Y ahora se lleva a mi hijo para que sea su sucesor en los negocios, es que es de
chiste, no me jodas.
—Bueno, no es tan de chiste, cuando Vogel no tiene hijos, sus hermanas se desentendieron de
sus negocios turbios y no le hablan, y los dos hermanos que le quedan con vida, pues igual.
Todos tienen hijos, familias realmente ejemplares, y el único que siguió sus pasos fue Kurt.
—No voy a consentir que me arrebaten a mi hijo, ya me arrebataron a mi esposa.
—Chicos, lo tengo todo preparado —dice Stefano—. He conseguido el avión, furgonetas,
armas y un buen equipo.
—No me habéis dicho el dinero que necesitáis para esas cosas.
—Tony, olvídate de eso, todo corre de nuestra cuenta —me asegura Brian.
Asiento y me voy a la habitación, necesito estar a solas un momento, tengo demasiada
información que digerir en mi cabeza.
¿Cómo es posible que esa gente se haya unido para joderme la vida? Porque no solo me hacen
daño habiéndose llevado a Enzo, sino que también lo hacen con Lilly. Ni siquiera conocía a esa
niña, y ya la considero de la familia solo por ser la novia de mi hijo.
Y es la hermana de Alana, esa mujer que mi ángel envió para que me liberar de mi coraza, de
esas sombras que me perseguían cada noche.
—Se lo han llevado, Chesca —hablo con ella, aun sabiendo que, ni está aquí, ni puede oírme
—. Se han llevado a nuestro hijo. Ni siquiera he podido protegerlo a él, como no pude hacer
contigo. No voy a dejar que muera, te lo juro, voy a traerlo de vuelta a casa, mi amor.
Escucho un sollozo, me giro y veo a Alana tapándose la boca con ambas manos.
Sale corriendo de la habitación y voy tras ella hasta la de Enzo, donde la encuentro sentada en
el suelo abrazándose las piernas.
—¿Qué te pasa, florecilla?
—Te he escuchado. A ella la llamabas mi amor —susurra.
Así que es por eso, porque me ha oído hablando con mi esposa. Me siento a su lado, la cojo en
brazos y la siento en mi regazo, pegándomela bien al pecho.
—Fue mi primer amor, la mujer a la que más amé en la vida, la que me dio el regalo más
grande que podría haber imaginado jamás, a Enzo. Siempre la llamaba, mi amor.
—Entonces no me llames así, y no es que no me guste, es que quiero que ella siempre sea tu
amor.
—Y lo será, pero puedo tener más de uno, ¿no crees?
—No. Bueno, sí, pero no me llames como a ella, esas palabras le pertenecen a Chesca.
—¿Cómo quieres que te llame?
—Florecilla está bien, me gusta —se encoge de hombros mientras se seca las lágrimas.
—Voy a traer a Lilly de vuelta, te lo prometo.
—Lo sé, pero tengo miedo por ti.
—No lo tengas, he ido a muchas misiones como esta.
—Es culpa mía —murmura, acurrucándose en mi pecho.
—No, no lo es. Ya te dije que todo venía de antes, y mira, tenía razón.
No dice nada, tan solo se queda apoyada en mí, y así permanecemos los dos, en silencio, hasta
que llaman a la puerta y veo a Saúl.
—Carlo ha llegado.
—Ahora salimos.
Cuando Alana se levanta, me mira y vuelve a abrazarme.
—Quisiera estar así para siempre, Tony.
—Lo estaremos, te lo prometo, florecilla —beso su frente antes de cogerle la mano y
regresamos al salón con los demás.
Cuando Carlo me ve, empieza a negar repetidamente, sin decir nada, hasta que se acerca y me
abraza.
—Lo que necesites, cuenta con ello.
—Pues, para empezar, que me cubra alguien estos días. Y a Alana también. Y, si puedes
enviar a alguien para que vigile que no entre nadie sospechoso a mi casa, te lo agradezco. No
quisiera que se la llevasen a ella también mientras voy a por Enzo y la hermana de Alana.
—Sin problema, que se venga a casa con nosotros.
—No, no voy a poneros en peligro a ti y tus chicas, solo necesito a alguien las veinticuatro
horas en la calle.
—Dalo por hecho, hablo con antiguos compañeros tuyos de la embajada y estarán dispuestos
a venir.
—Gracias.
Sí, él es quien habla con mis antiguos compañeros, dado que suele asistir a muchas cenas en
la embajada.
—Tony, salimos mañana por la noche.
—Perfecto, Brian.
Alana me mira, comienza a llorar y la abrazo asegurándole que no pasará nada.
Mentiría si dijera que no estoy nervioso o no tengo miedo, por muy curtido que esté en estos
temas, siempre hay ambas cosas que te hacen comerte la cabeza.
Pero ahora mismo solo tengo una cosa en mente, y la voy a cumplir, así me cueste la vida.
Los voy a traer de vuelta a casa a los dos.
35

La noche se me había hecho larga, mucho más que todas aquellas en las que no conseguía
dormirme sin beberme una botella, o dos, de whisky.
Al menos tenía a Alana conmigo, solo que ella tampoco había pegado ojo que dijéramos,
puesto que se movió de un lado a otro, resoplando y murmurando que quería dormir.
La entendía a la perfección, yo estaba igual, por lo que el momento de levantarme, sin haber
descansado nada, era lo peor.
A Alana la dejo en la cama, cuando al fin consiguió dormirse eran cerca de las cinco de la
madrugada, por lo que con solo tres horas de sueño no iba a estar bien.
Al salir de la habitación lo primero que hago es asomarme a la de Enzo, como siempre que
llego a casa de trabajar, pero sigue vacía, intacta como cuando se marchó el sábado de casa.
Sé que voy a recuperarle, pero, ¿en qué condiciones? ¿Qué le estarán haciendo?
Solo de pensar en que puedan golpearle, o a la pobre Lilly hacerle cosas peores, me pone
enfermo.
Y no tengo que imaginar mucho, puesto que las chicas que ahora forman parte de mi equipo y
mi familia, esas cuatro que se vieron obligadas durante dos años a servir para el disfrute de
varios hombres, son prueba de lo que podrían hacerle a esa pobre niña.
Me preparo un café bien cargado y voy a tomarlo mientras observo las vistas de la ciudad.
Amanece lloviendo un poco, y es como si el día se hubiera puesto en consonancia con mi estado
de ánimo.
Eso, o que el ángel que Enzo y yo tenemos ahí arriba, está llorando por lo ocurrido.
Lo reconozco, me volví frío y cauteloso con respecto a algunas cosas, incluso escéptico a la
hora de creer en Dios, o lo que nos espere en el cielo, pero hasta diría que esa parte romántica
que una vez tuve, no se fue del todo.
Tras acabar el café voy al gimnasio, necesito descargar tensión y no hay mejor manera que
golpear el saco unas cuantas veces.
Música, guantes, y comienzo con un derechazo.
Izquierda, derecha, izquierda de nuevo, derecha, un golpe tras otro voy soltando toda la rabia
que llevo dentro, olvidándome de todo cuanto me rodea.
Y acabo gritando tras el dar el último golpe, tan fuerte y con tanta rabia, que lo descuelgo del
techo y lo veo caer al suelo con un golpe seco.
Me sobresalto al notar una mano en mi espalda, me quito los casos y al girarme veo a Alana.
—Menuda paliza le has dado a ese pobre —dice, con una sonrisa.
—Se lo merecía —me encojo de hombros.
—No lo creo, si no te había hecho nada. Ahora tendrás que volver a colgarlo.
—Después lo hago.
—¿Por qué no me has despertado?
—Apenas llevabas unas horas dormida. ¿Qué haces levantada ya?
—Son casi las diez.
Esto es lo que pasa cuando me encierro en el gimnasio, que se me pasa el tiempo y he estado
algo más de hora y media golpeándolo.
—Una buena hora para seguir en la cama —la cojo en brazos y voy con ella a la habitación.
—Está usted todo sudado, señor seriote —me rio al ver la cara de asco que pone, pero la muy
diabla se abraza a mi cuello y me besa con una pasión, que consigue que me estremezca, algo
nuevo para mí.
—Entonces, a la ducha.
—Eso me gusta.
Tras abrir el agua, comienzo a desnudarla mientras dejo que caiga y alcance la temperatura
adecuada.
Ella entra y me espera allí, mirándome con ese brillo en los ojos que me deja más que claro lo
que quiere.
Y yo estoy dispuesto a complacerla.
La beso mientras el agua cubre nuestros cuerpos, la alzo a pulso, me rodea las caderas con
ambas piernas y la pego a la pared, mientras llevo una mano a su entrepierna, donde me deleito
con la suave piel de su sexo.
Toco, pellizco y penetro, hasta que la humedad resbala en mis dedos y Alana grita tras
alcanzar el orgasmo.
—¿Golpeabas el saco para liberar lo que tienes dentro? —pregunta, con la frente pegada a la
mía, y yo asiento— Fóllame, Tony, fóllame como tú necesitas.
—Florecilla, temo hacerte daño cualquier día.
—No lo harás —contesta, acariciándome la mejilla.
Vuelvo a besarla, entregándole más de lo que pensé en estos años que alguna vez podría
hacer, y la coloco en la posición que quiero. De espaldas, apoyada a la pared, con las piernas
separadas y las caderas elevadas.
La penetro de una vez, rápido y agarrándola por las caderas, la escucho gritar y sigo entrando
y saliendo sin descanso, fuerte y hasta el fondo, como siempre he hecho.
Nos corremos a la vez, gritando, y la incorporo para poder besarla y abrazarla como también
necesito en este momento. No quiero ser un jodido cabrón insensible a sus ojos, que solo folla
duro para descargar la rabia y ya.
Tras la ducha, que nos damos entre besos, caricias y miradas cómplices, vamos a la cocina a
desayunar algo, ni eso siquiera había hecho cuando me levanté, tan solo llevaba un café en el
cuerpo.
En ello estamos cuando llegan los chicos para comentarme todo. El plan que han trazado, así
como la hora a la que vendrán a recogerme.
Alana se va a la habitación de Enzo y, cuando nos quedamos solos, voy a verla y la encuentro
sentada en el suelo, con uno de los jerséis de Lilly en las manos, mientras llora.
—Florecilla, me mata verte así.
—Necesito verla, Tony, saber que está bien.
—Lo está, confía en ello.
—Si le pasara algo…
—No le va a pasar nada porque yo no lo voy a permitir. La voy a traer de vuelta, ¿me oyes?
Vais a despedir el año juntas, te lo prometo.
—¿Contigo y Enzo?
—Por supuesto.
—Pero, tú odias la Navidad.
—Puedo hacer una excepción este año, y ver las campanadas, brindando con champán.
—Seguro que pasaremos esa noche solas —murmura.
—¿Por qué dices eso?
—Nada, cosas mías.
—Si piensas que te voy a pedir que os marchéis, estás muy equivocada. Desde que ese cabrón
entró en tu piso, esta es vuestra casa, y aquí os quiero tener hasta que seas tú quien te canses de
un viejo como yo.
—No eres viejo, solo mayor que yo —sonríe levemente, y eso es lo que yo quería.
—¿Madurito sexy? —arqueo la ceja y sonrío de medio lado.
—Muy sexy, leches, que estás para pecar y repetir.
—Menudo piropo.
—Y podría decirte más, pero soy una señorita —se seca las mejillas y me mira sonriendo.
—Vamos a preparar algo de comer, ¿qué te apetece?
—Pues hoy te voy a deleitar yo con algo que solía hacer mi madre.
—¿El qué?
—Tortilla de patatas.
—Me encanta —le hago un guiño, la cojo en brazos y me la cargo al hombro, mientras ella no
deja de reír.
Nos ponemos manos a la obra en la cocina y al menos ella vuelve a sonreír y reír, sin duda,
como decía Giovanna, la nana de Enzo, no hay nada como cocinar para hacernos olvidar y volver
a dejar que la risa inunde nuestra casa.
Tras la comida nos echamos en el sofá a ver la tele, y ahí es donde ella se queda dormida,
hasta que vuelve a despertar poco antes de la cena, pedimos unas pizzas y nos las tomamos
sentados en el suelo del salón, a estilo indio, viendo una película.
—Ahora, a la cama, señorita —la abrazo por detrás y la saco de la cocina para llevarla a la
habitación.
—¿Te quedas conmigo hasta que me duerma?
—¿No prefieres que deje una lámpara encendida?
—Por favor, no soy una niña pequeña —contesta, a lo que arqueo la ceja—. Vale, vale. Lo de
quedarte es como si lo fuera. En fin…
—Claro que me quedo, tonta —la beso antes de recostarla en la cama.
Me tumbo a su lado y ella se cobija en mi pecho.
Nos quedamos así en silencio, hasta que media hora después, Alana, se ha quedado dormida.
Cojo ropa para cambiarme, además de la que voy a llevar en una de las bolsas de deporte que
tengo, y me visto en la habitación de Enzo.
Cuando llegan los chicos nos organizamos bien con todo, el papel que tendrá cada uno en la
misión, así como encargarse de que, si me pasa algo, los chicos salgan con vida de la casa.
—Pero no te va a pasar nada —me asegura Luana—, eres muy joven para reunirte con el
creador.
—Ese y yo estamos peleados desde hace años, todavía le queda para que le perdone.
—Bueno, pero no empieces a decir que si te pasa algo te dejemos atrás, porque te doy con la
mano abierta y te la tatúo en la mejilla.
—¿Dónde está aquella chiquilla que me abrió medio desnuda la puerta hace nueve años?
—Se quedó en aquella casa. Ya soy más fuerte gracias a ti, y a los otros cuatro fortachones.
Rosaura llega justo a tiempo, cuando estamos listos para salir. Ella es quien va a quedarse con
Alana en casa el tiempo que yo esté fuera.
—¿Ibas a irte sin decirme adiós? —escucho su voz y se me parte el alma, está llorando.
—Florecilla, odio las despedidas.
—No, esto no es una despedida. Vas a volver, con tu hijo y mi hermana, y vamos a celebrar
Fin de Año juntos, brindando con champán después de ver las campanadas por la tele —llora,
golpeándome en el pecho con el dedo.
—Si me lo dices así, volveré.
—Más te vale —me abraza y llora con fuerza—. Te quiero, Tony, sé que es poco tiempo, pero
te quiero. No lo olvides, pase lo que pase, por favor.
—Tenemos que irnos, jefe —dice Brian, y asiento.
—Voy a estar bien, preciosa, te lo aseguro —la beso en la frente y me aparto.
Rosaura trata de calmarle el llanto, pero no puede, está a punto de tener una crisis de
ansiedad, y temo por ella.
La llevo a la cama, donde me abraza con fuerza, pidiéndome que no la deje sola y que regrese
a su lado.
Yara le trae una pastilla con un vaso de agua, que se toma, volviendo a recostarse, y en poco
tiempo está dormida.
—Un tranquilizante rápido y potente. Hasta mañana no se despertará, Tony —me dice, antes
de salir de la habitación.
Me despido de Rosaura, que me asegura que va a encargarse de que Alana esté bien, y
salimos de allí para ir al aeródromo en el que nos espera el avión que va a llevarnos a Italia.
Tantos años después de marcharme, regreso al lugar en el que nací, donde me enamoré y fui
feliz.
36

Italia, diciembre de 2019


Dos días llevamos en la ciudad, vigilando mi antigua casa, para saber exactamente con
cuántos hombres nos vamos a encontrar cuando entremos y saquemos a los chicos.
Dos días, en los que Alana no ha dejado de escribirme y decirme que me quería más de lo que
podía haberse imaginado, que no me olvide de eso.
No sé a qué viene, fue lo mismo que dijo la noche que nos despedimos, pero supongo que será
porque está demasiado susceptible con todo este asunto.
Ya el momento de dejarla allí en mi casa fue un drama que casi le cuesta un ataque de
ansiedad, menos mal que Yara le dio un tranquilizante.
Por más que intenté que nos marcháramos sin que ella lo supiera, no hubo manera. Se levantó
de la cama antes de que me fuera.
Los chicos no me han dejado salir de la casa donde nos alojamos, insistiendo en que es mejor
que no me vean.
Nadie se ha vuelto a poner en contacto conmigo, y eso, cuanto menos, es de lo más
sospechoso.
Pero no quiero ponerme en lo peor, porque no puedo perder a mi hijo, lo único que me queda
en la vida.
Sé que va a estar bien, Enzo es un fuerte, un guerrero como lo fue su madre hasta que se le
escapó la vida en aquella casa.
—Jefe, está todo listo. Lo haremos esta noche —me dice Brian, entrando en mi habitación.
—Perfecto.
—Los vamos a sacar de allí.
—Lo sé —contesto mirándole.
Brian vuelve a dejarme solo, cojo la cadena que llevo al cuello y contemplo esos dos anillos
que cuelgan de ella.
El de Chesca y el mío, los de nuestra boda, con los que nos prometimos amor hasta que la
muerte nos separara.
Fue poco tiempo el que estuvimos juntos después de aquel día, pero no cambiaría ni uno solo
de los momentos a su lado. Esos en los que su risa nos acompañaba cuando veía a Enzo hacer
alguna de sus gracias siendo aún un bebé.
O cuando me decía que me quería mirándome a los ojos, donde podía ver la verdad en ellos.
La perdí a ella, pero no ocurrirá lo mismo con mi hijo, ni con Lilly. Voy a sacarlos de allí con
vida, y llevarlos de nuevo a casa, con mi florecilla.
Me preparo con el equipo que me dio Stefano, y salgo a reunirme con el resto en el salón.
—Bien, vamos a ir en dos furgonetas, Saúl y Andrés, iréis con las chicas —Brian, en su papel
de Beta, comienza a organizarlo todo.
—Perfecto.
—Amila se queda aquí como apoyo, nos irá guiando en todo momento por radio.
—Tened, estos son nuevos, no los puede ver nadie —la sonriente Amila nos entrega unos
mini audífonos y, una vez nos los colocamos, habla hasta que le damos todos el ok con el pulgar.
—Ya sabéis que nos superan en número, la casa está en una zona residencial y debemos evitar
daños colaterales. Ojalá fuera algo tan sencillo como entrar, sacarlos y salir, pero no nos lo van a
poner fácil. Esos tíos están armados hasta los dientes y responderán con fuego.
—Los chicos son lo más importante, os lo digo a todos, por si me pasara algo.
—No te va a pasar nada, y como vuelvas a decir semejante estupidez, te juro que te quedas
aquí con Amila.
—¡Ey! A mí no me soltéis el marrón —protesta ella.
—Luana, si me pasara algo, sacáis a los chicos y os vais de la casa cagando leches,
¿entendido?
—No me pidas eso, a mí no —veo que se le humedecen los ojos, pero acaba aceptando—. De
acuerdo.
—Eso va para todos —insisto, y asiente, excepto Brian.
—¿Es que os habéis vuelto locos o qué? Joder, no lo entiendo, en serio que no lo entiendo.
—Brian.
—Vale, Tony, lo que tú digas. Entramos, sacamos a los chicos y, si la palma en el proceso, lo
dejamos ahí para que lo descuarticen y se lo den de comer a los perros.
—Tranquilo, rubito, que no va a llegar la sangre al río —dice Andrés.
—En marcha.
Dejamos a Amila en la casa y salimos, preparados para enfrentarnos a lo que sea que nos esté
esperando.
En la casa, por las fotos que han sacado y las grabaciones con unos mini drones de lo más
modernos que simulaban ser insectos, hemos podido contar hasta cuarenta hombres.
Una putada siendo nosotros tan solo diez, pero estamos de lo más preparados.
Sí, las chicas también. He tenido ocasión de verlas en acción en algunos vídeos que los chicos
grabaron para que ellas mismas pudieran ver sus fallos, y no tienen nada que envidiarles a ellos.
Son rápidas, silenciosas, se desenvuelven bien con cualquier arma de fuego o cuchillo, y no
tienen miedo.
Unas guerreras, en eso se convirtieron las cuatro niñas asustadas que rescatamos en Suiza.
Es noche cerrada, no hay nadie por las calles, ni tan siquiera algún pobre animal callejero. Es
como si todos fueran conscientes de que esta noche se va a librar una guerra en la ciudad.
No puedo quitarme de la cabeza la noche de hace nueve años, y no quiero que hoy se repita
aquello.
Amila nos va indicando por radio lo que nos queda para llegar, el punto exacto en el que es el
mejor lugar para dejar las furgonetas y el movimiento que ve a través de las cámaras en la casa.
Sí, nuestro pequeño hacker se metió en el sistema de grabación que tienen en la casa, y los
tiene muy bien vigilados desde esta mañana.
—Chicos, hay movimiento en el sótano, creo que es ahí donde tienen a Enzo y Lilly —nos
informa por radio—. Hay tres guardias en la puerta de acceso.
—Recibido —contesta Óscar.
No es que la casa en la que construí mi familia con Chesca, fuera una mansión, ni mucho
menos, no tiene tantas habitaciones, como tampoco teníamos un sótano, pero esa obra la hizo el
nuevo dueño hace un par de años, según las licencias y permisos que encontraron Emmanuel y
Amila.
—Estáis llegando, preparaos.
Stefano apaga las luces del coche y Yara hace lo mismo detrás nuestra, por lo que entramos
en el callejón oscuro y sin llamar la atención.
Bajamos, comprobamos que todos los equipos funcionan, y avanzamos en formación,
armados, camuflados y sigilosos hasta que vemos la casa.
—Atentos a cualquier movimiento —nos pide Brian.
Hay luces en la que en su día era mi cocina, además de en una de las habitaciones de la
segunda planta. El resto de estancias están todas en la más absoluta oscuridad.
—Épsilon, Omega y Zeta, por la parte trasera con Saúl y Andrés —ordena Brian, y los chicos
van pegados a la pared para no ser vistos.
—Chicos, movimiento en la terraza una de las habitaciones en la segunda planta.
—Recibido, Gamma —contesta Épsilon, o sea, Emmanuel.
—Nosotros vamos a ir por la principal, tened mucho cuidado —Brian me mira, y asiento.
Bien sabe él que, si por mí fuera, me serviría al puto suizo en bandeja de plata para que
liberara a los chicos.
Brian comienza a avanzar mientras Yara, Stefano y yo, le seguimos atentos a cuanto nos
rodea.
Está todo tan silencioso y en calma, que me tiene de lo más mosqueado, como si estuvieran
esperándonos.
Pero no es así, puesto que al entrar vemos a uno de los hombres de Vogel tras la reja y lo
pillamos tan de sorpresa, que Stefano le parte el cuello sin el menor esfuerzo.
—Uno menos —dice, haciendo un guiño.
—Bien, solo nos quedan treinta y nueve —contesta Yara, volteando los ojos.
—Mujer de poca fe. Que me los pongan en fila de uno, que acabo con ellos en un periquete.
—Madre mía, lo que tengo que aguantar, Alfa —protesta, y continua hasta llegar donde está
Brian.
Uno a uno vamos quitando hombres del medio hasta estar en la puerta principal de la casa, y
es entonces cuando escuchamos los primeros disparos en el interior.
—Nos han descubierto —informa Nina, y los siguientes minutos no se escucha otra cosa en el
silencio que los disparos de nuestras armas y las suyas.
Brian entra en la casa tras dar una patada en la puerta, le seguimos y disparamos a cualquier
punto desde el que nos atacan a nosotros.
Las balas nos pasan rozando, literalmente, por todo el cuerpo, pero por suerte para nosotros y
desafortunadamente para ellos, no nos da ninguna.
Los cuerpos de los suizos van cayendo como moscas, los disparos se suceden por todos los
rincones de la casa, y yo solo tengo una cosa en mente. Bajar al sótano.
—Gamma, necesito que me digas si el camino al sótano está despejado —le pido a Amila.
—Afirmativo, Alfa, tienes vía libre.
—Voy contigo —escucho a Brian a mi derecha.
—Ni hablar, voy solo. Tú quédate aquí con ellos, cubre a Delta —en cuanto menciono a
Luana, mi mano derecha y mejor amigo mira hacia donde está la pequeña luchadora, acorralada
y disparando cuanto puede.
Brian corre hacia ella y dispara hasta que acaba con los que la atacaban, momento que
aprovecho para escabullirme por el pasillo hasta dar con la puerta del sótano.
Los hombres están al otro lado, por lo que me tiro al suelo y abro fuego antes que ellos.
—Hombres abatidos, Alfa —me confirma Amila por radio, desde luego es una suerte contar
con ella en estos momentos, siendo los ojos de nosotros diez.
—Voy a entrar.
—Te tengo controlado.
—Gracias, pequeña.
Tras una patada a la puerta, entro y bajo las escaleras hasta llegar al sótano, en el que hay
varias puertas.
—La primera a la derecha creo que es la sala donde tienen las pantallas de televisión de las
cámaras —me va diciendo Amila—. Las tres siguientes, son habitaciones para que ellos
duerman. La del fondo a la izquierda puede ser una bodega, de ahí los he visto salir con botellas
de vino. Y la que está justo enfrente, es donde deben tener a los chicos.
—Recibido —contesto según avanzo por el pasillo del sótano.
Cuando llego frente a la puerta, miro a la cámara que hay apuntando hacia mí.
—Gamma, si me ocurre algo.
—Tranquilo, está todo controlado.
No lo sabe nadie, tan solo ella, puesto que le pedí que no se lo comentara al resto.
Le dije que se encargara de decirles que me habían herido y que no entraran a buscarme, que
mintiera diciéndoles que un par de hombres se habían encargado de sacarme de la casa sin ser
vistos, y que no hicieran nada por intentar encontrarme.
Abro la puerta y ahí están, mi hijo y Lilly, atados y amordazados a una silla, tal como los
vimos en las fotos, pero no están solos.
—Al fin nos vemos las caras, señor Carusso.
Reconocería esa voz en cualquier lugar, la de Hans Vogel, el hijo de puta que se llevó lo que
más quiero en el mundo.
Pero he venido a recuperarlo, y no me iré de aquí sin él.
37

Vogel tiene un arma en la mano, pero no apunta a ninguno de los chicos, ni siquiera me
apunta a mí, a pesar de que yo sí lo hago con el fusil de asalto.
—Tira el arma al suelo —le ordeno, pero el muy cabrón tan solo se ríe.
—Ni lo sueñes, Carusso.
—Enzo, Lilly, ¿estáis bien? —ambos asienten, puesto que no pueden hablar, y respiro un
poco más aliviado, pero solo un poco, al ver que no tienen magulladuras ni rasguños.
—A diferencia de lo que puedas pensar, no les haría daño a dos niños como ellos. Incluso
puedes agradecerme que haya mantenido a esta pobre criatura aquí abajo y bien vigilada —dice,
apoyando la mano en el hombro de Lilly, que se sobresalta—. Si por mi socio hubiera sido, se la
habría dejado a mis hombres.
—No se diferencia mucho de ti, hace años saqué a cuatro niñas como ella de aquella maldita
casa.
—Eso fue cosa de Kurt, era igual que yo, pero bastante más impulsivo, yo jamás habría
consentido nada de aquello, me enteré demasiado tarde.
—Podrías haberlas liberado.
—Ya lo hiciste tú, fue en ese momento en el que me enteré de lo que habían hecho mis
hombres, viendo las grabaciones. No soy un monstruo como puedas pensar.
—Ah, ¿no? Te recuerdo que tú fuiste quien secuestraste a mi esposa, y por tu culpa aquellos
que eran tus hombres, la violaron y mataron a sangre fría.
—Te equivocas, los negocios que tu embajador no quiso hacer, no fue conmigo, sino con mi
hermano pequeño. Él se llevó a tu esposa, no yo.
—¿Tengo que creerte?
—Puedes hacerlo, o no, pero es la verdad.
—Suéltalos, no tienen nada que ver con esto. Fui yo quien mató a tu hermano, no mi hijo. Y
ella, ni siquiera la conocía hasta hace unos días.
—En eso estamos los dos de acuerdo, ella es un daño colateral, en mi caso, pero no en el de
mi socio. Digamos que, para conseguir que vinieras hasta mí, necesitábamos que todo fuera de lo
más convincente.
—¿De qué hablas?
Vogel sonríe, mientras camina de un lado a otro, hasta que se para de nuevo entre Enzo y
Lilly.
—Veo que esa puta de lujo hizo el papel de su vida, la podían nominar para los Goya.
—¿Cómo dices?
—Te engañó, Carusso. Esa puta te engañó tal como le pidió Bosco que hiciera.
Si dijera que en este momento me corre sangre por las venas, mentiría, porque seguro que se
me ha quedado congelada.
¿Qué mierda me está contando este cabrón sobre Alana?
¿Engañarme, ella a mí? No tiene sentido lo que me está diciendo.
—Veo que no me crees, pero tranquilo, que estás a punto de salir de dudas.
En ese momento se abre la puerta, cosa que me extraña puesto que no he escuchado a Amila
avisarme.
Al ver a Bosco, con ese aire de pijo gilipollas que tenía la noche que lo vi en el coche
buscando a Alana, y su estúpida sonrisa, sé que no me va a gustar lo que tengan que contarme.
—Bienvenido de nuevo a su casa, señor Carusso —dice, sentándose en uno de los sofás.
—Soltadlos ahora mismo, y dejad que se vayan.
—Ya veremos, por el momento, aquí están muy, pero que muy bien.
—Le comentaba a nuestro invitado, que tu puta hizo un buen trabajo —dice Vogel.
—El mejor de todos en el tiempo que lleva trabajando para mí.
—Verás, Carusso. Conocí a Bosco hace algunos meses, por negocios que tenemos en común,
le comenté que en Madrid había alguien a quien quería ver muerto, le enseñé fotos tuyas, de tu
familia y, cuando vio a tu esposa, me aseguró que una de sus chicas era exactamente igual a ella.
Lo pude comprobar con mis propios ojos, y le dije que la necesitaba para hacerte venir a mí. Ni
siquiera la pegó realmente, no a ella, es su favorita, digamos que mi amigo Bosco, es un poco
sentimental en ese aspecto. Tampoco entró en su casa para destrozarla, bueno, sí, pero algo que
ambos ya habían pactado. Aquella noche no llegó a ti por casualidad, Carusso, llevábamos
tiempo siguiéndote, sabíamos tus horarios y esa noche era la perfecta, puesto que su hermana no
estaría en casa. Con lo que no contábamos ninguno de nosotros, era con que tu hijo fuera el
novio de su hermana, pero, ya que nos traíamos al pequeño Carusso, ella entraba en el lote, de
ese modo su putita colaboraría aún más, dando más drama al momento.
No puedo creer lo que me está diciendo, debe ser una puta broma, porque esa mujer no tiene
ni una pizca de maldad, ni en la mirada, ni en el alma.
—Está en shock, le hemos dejado fuera de juego —dice Bosco.
Tengo que jugar mi baza, hacerles creer que ya lo sabía y no poner en peligro así a los chicos.
—Os ha salido mal el juego, estoy aquí, sí, pero ella misma me lo contó todo, la mañana que
recibimos tu nota.
—Imposible, no me la jugaría de esa manera, y menos, teniendo a su hermana en mi poder. La
puedo meter en cualquier burdel de mala muerte de aquí, en España, o en Suiza, y no volvería a
verla en la vida.
—¿Crees que no contábamos con ello? Por eso estoy aquí, para llevarla de vuelta a su casa.
Esta conversación se está grabando, la Policía está al tanto de todo y no tardarán en venir con
una simple y sencilla orden.
—Lo dudo, nos habríamos enterado de una operación policial de semejante envergadura,
tengo algunos polis en nómina —dice Vogel, pero le noto nervioso, por lo que mi farol está
haciendo efecto.
—¿Quién ha hablado de la policía italiana, Vogel? Las autoridades españolas, y las suizas,
están al tanto de todos vuestros chanchullos.
—Si tu puta nos la ha jugado, seré yo quien la mate, Bosco, ten eso por seguro —está furioso,
incluso apunta a su socio con la pistola.
—No harás nada, está bien vigilada y protegida.
—Esa puta, me aseguró que lo haría, con tal de poder dejar el trabajo y que no me llevara a su
hermana.
—Como dije, os ha salido mal el juego.
Escucho pasos en el pasillo y, al estar la puerta abierta, no tardo en estar completamente
seguro de que se trata de los chicos, al menos de algunos de ellos.
—¡Dispara! —grito, sabiendo que Óscar está ahí, y no me equivocaba.
Un tiro impacta en la frente de Vogel, y otro en la de Bosco.
Ambos caen al suelo y la sangre comienza a formarse en un gran charco a su alrededor.
Voy directo a por Enzo, lo desato y no puedo evitar abrazarlo con todas mis fuerzas.
—¿Estás bien de verdad, hijo?
—Sí, papá, lo estoy. Sabía que vendrías.
—Siempre, Enzo, siempre iré a sacarte de donde estés. Lilly, ¿cómo estás, pequeña?
—Bien, estoy bien.
—Salgamos de aquí, jefe, esto se va a llenar de polis en nada —dice Óscar.
¿Se puede saber por qué mierda no contestabas? —protesta Brian.
—Porque no oía nada, como si ahí dentro hubiera algo que anulara la frecuencia de la radio
—contesto.
—Es posible, Beta, no te pongas en plan madre con Alfa —escucho a Amila en mi oído.
—Qué bueno oírte de nuevo, Gamma. Te echaba de menos.
—Ay, ¡qué bonito eso que me has dicho, jefe! Un día nos vamos a cenar juntos.
—Gamma, para el carro que el jefe ya tiene novia.
—Te noto un poquito celoso, Épsilon —contesta ella.
—Sí, claro —voltea los ojos.
—No voltees los ojos, que nos vamos conociendo, chicarrón.
Sonrío al escucharlos, puesto que ese par sin duda tiene algo entre ellos, que no dudo que
acabe saliendo a la luz antes que después.
Pero no me quito de la cabeza eso que han dicho Vogel y Bosco sobre Alana. ¿Será cierto que
me ha engañado estos días?
Que todo fue una farsa para acercarse a mí, poder llevarse a mi hijo y hacerme ir a buscarlo
para poder matarme.
Me cuesta creerlo, de verdad que sí, puesto que no veo a mi florecilla con esa maldad con la
que me la han querido pintar ese par de cabrones.
—Señor Carusso —dice Lilly, cuando nos sentamos en la furgoneta—. Sé que no soy más que
una niña, pero le aseguro que mi hermana hizo todo aquello por protegerme. Bosco no iba a
permitir que dejara el trabajo, y le había dicho que me llevaría a mí en su lugar. La única forma
que ella vio de salvarnos a las dos era accediendo a hacer lo que hizo. Por eso la noche que la
conoció yo fui a dormir a su casa, ella me pidió que saliera por todo lo que había tramado Bosco,
pero le aseguro que Alana se ha enamorado de usted, como nunca antes la vi de ningún otro.
Ella comienza a llorar, tapándose la cara y Enzo, la abraza mientras le besa la coronilla.
La rabia, el dolor, la sensación de impotencia, todo eso que me acompañó durante años,
vuelve a mí con más fuerza.
Me la ha jugado, la única mujer por la que me liberé de mis demonios, de la coraza que yo
mismo forjé alrededor de mi maltrecho corazón, me la ha jugado de la peor manera.
Brian me mira, y no necesita preguntar para saber lo que viene ahora, puesto que ya pasamos
por esto una vez. No igual, ya que Chesca, no me engañó ni me la jugó, pero, si desaparecí
entonces, ¿por qué no hacerlo también ahora?
Necesito un tiempo para pensar, para asimilar que la mujer que no puedo sacar de mi cabeza a
pesar de conocerla de solo unos días, me la ha jugado, y de la peor manera.
38

Madrid, enero de 2020


Ayer empezó este nuevo año, que no sé qué me tendrá preparado, porque no es que la suerte
me haya acompañado en la última década.
Desde que regresamos de Italia, la misma noche que rescatamos a Enzo y Lilly, estoy en este
hotel, solo, pensando en todo lo que he vivido en apenas unos días con la mujer que creí que era
Alana.
Pero realmente es esa mujer, esa que combina a la perfección la dulzura e inocencia de su
carácter, con la picardía y el morbo a la hora de ser mi diabla particular.
Solo ella sabe cómo llevarme, cómo manejar ese lado que sale a flote en mis peores
momentos.
Y es solo con ella con quien quiero estar.
No, no es porque se parezca como una gota de agua a mi difunta esposa, en absoluto, es por
cómo es ella misma.
Una luchadora, entregada a su hermana, a dar lo mejor de ella misma solo por ver bien a los
que están a su lado.
La mujer que me devolvió la sonrisa sincera, la risa que tanto sorprendió a mi hijo, la que me
hizo sentir que podía volver a amar.
¿Amar? Sí, por supuesto, porque nunca antes, salvo con Chesca, estuve tan seguro de que
amaba a una mujer.
Y no lo esperaba, como es obvio, pero ya se sabe que el amor llega así, de esta manera, y uno
no se da ni cuenta.
Al menos eso dice la canción.
Si Alana ha conseguido descongelar mi corazón, recomponerlo un poco después de la pérdida
de la mujer a la que juré amar hasta el último de mis días, ¿acaso no merece que la escuche?
Apagué el teléfono en cuanto me subí al taxi que me trajo aquí, y no lo he vuelto a encender,
por lo que estoy completamente aislado del mundo y de todos los que me conocen.
Pero es hora de volver a la realidad, a mi vida, a mis rutinas.
Cojo el teléfono de la mesita de noche y voy a sentarme al sofá mirando por la ventana de la
habitación, las vistas de Madrid me han acompañado en estas horas de absoluta soledad. Y no he
bebido ni una sola copa, que eso ya no es solo un mérito, sino algo digno de estudio, yo sin
tomarme un whisky, increíble pero cierto.
Cuando lo enciendo comienzan a entrarme mensajes de llamadas perdidas de Enzo, Brian,
Luana, Carlo. Así como mensajes de todo tipo.
Enzo: Papá, las chicas se han ido, ni siquiera sé a dónde, no han regresado a su piso.
¿Dónde coño estás tú? ¿Otra vez me dejas solo? Eres un puto egoísta. Si no tienes intención de
dignarte a llamarme, al menos, tampoco vuelvas a casa, me las arreglaré bien solo.
No dudo que lo haría, además que los chicos no permitirían que se quedara solo en el mundo,
se lo llevarían con ellos a su casa y se encargarían de que fuera un hombre de provecho.
Pero no lo voy a abandonar, no podría hacer eso. Ya perdió a su madre siendo tan solo un
niño.
El siguiente mensaje es de Luana, con ella me tengo que reír sí, o sí, porque se metió, pero
que muy bien en el papel de madre de todos nosotros hace años, a pesar de ser una niña a ojos de
los chicos y los míos propios.
Luana: Antonino Carusso. Me parece muy mal por tu parte que te comportes como un niño
pequeño, es que ni Enzo hizo algo así cuando perdió a su madre. ¿Vuelves a dejarlo solo? No
tienes corazón, ya te lo digo, eso no se hace. Alana y Lilly se han marchado, no han dicho a
dónde, pero esa mujer se fue de aquí destrozada porque ni te molestaste en venir a verla. Espero
que no hayas vuelto a las andadas, porque te juro que te encuentro, me emborracho contigo, y te
echo un señor polvo que se te quita la tontería. ¿Me oyes? Quiero decir, ¿me lees? Más vale que
vuelvas a casa, o te traigo yo de los pelos, y piensa de cuales, porque en la cabeza no tienes.
Sé que lleva razón y que tengo que volver, que no me he comportado como un hombre, sino
como un cobarde, igual que cuando murió Chesca.
Me alejé de todo y de todos, me encerré en mí mismo y me metí en una espiral de
autodestrucción que pudo llevarme a no salir de ella. Solo Luana fue capaz de hacerme ver la
realidad y sacarme de allí.
Pero Enzo sigue conmigo, es lo único que me queda y no puedo dejarlo solo.
El siguiente mensaje, es de Carlo.
Carlo: Como no des señales de vida, mando a tus hombres a buscarte hasta que den contigo
y traigan tu culo a mi casa. Tienes a Orlena de los nervios y en su estado eso no es bueno. No
entiendo que huyas de ese modo, como si fueras un niño asustado. ¿Es que no piensas en tu
hijo? En estos años ha pasado por dos malas experiencias, igual que tú, y está solo en casa
saliendo adelante. Porque sí, se ha quedado en casa, no ha querido venir a la mía por si volvías.
Más te vale que lo hagas, o juro que soy yo el que te mata con mis propias manos.
Por supuesto que voy a volver, no dejaré solo a mi hijo, él me necesita, pero yo a él más, y no
solo a él, también a Alana.
Por mucho que me cueste creerlo, necesito a esa pequeña mujer para dormir tranquilo por las
noches.
Antes de ella, ¿cuántas veces pude dormir del tirón sin despertarme de madrugada para
beberme un whisky, o a dar unos cuantos golpes al saco de boxeo?
He perdido la cuenta en todos estos años.
El mensaje de Brian es mucho más escueto, pero en esa simple palabra lo dice todo.
Brian: Llámame.
Respiro hondo, marco el número del hombre al que considero un hermano, y espero que
conteste.
—Más vale que seas tú quien llama, y no la Policía o alguien del hospital para decirme que
estás muerto. Porque te juro que voy allí a revivirte solo para pegarte un tiro y mandarte al
infierno, gilipollas.
—¿Así saludas a los amigos? Qué modales, Brian, yo no te eduqué así —sonrío.
—Eres un imbécil, Tony. ¿Sabes cómo estamos todos de preocupados? Ni mensajes, ni
llamadas, ni una puta señal de vida. Nada.
—Tranquilo, que ya vuelvo a casa.
—Sí, como el turrón, por Navidad.
—No, a mí me llevan los Reyes Magos.
—Gilipollas.
—¿Cómo está Enzo?
—¿Te acuerdas de que tienes un hijo? Genial, el alcohol no te ha frito el cerebro.
—No he bebido nada estos días, puedes estar tranquilo.
—¡Alabado sea Dios!
—Sigo en guerra con él.
—Y con el mundo, por lo que sé ve.
—¿Dónde está Alana? —pregunto, porque estoy seguro de que él es el único que lo sabe.
—En casa de su amiga Emma, que, por cierto, tiene un lío con tu amigo Magnus.
—Se veía venir —contesto—. No la pierdas de vista, por favor. Habla con Enzo, llama a Lilly
y que convenza a Alana para salir de casa con ella, que la lleve a la dirección que te voy a
mandar en un rato, necesito hablar con ella esta noche.
—¿Va a haber boda? Para decirle a las chicas que compren vestidos y nos encarguen los
esmóquines.
—Déjate de bodas, anda, que aún es pronto.
—¿Pronto? Tío, llevas viudo nueve años.
—Pronto para asustar a la chiquilla, que hace unos días que nos conocemos.
—El amor no entiende de tiempo, amigo. Da igual si os conocéis de unos días o de muchos
años, si estáis predestinados, nada impedirá que acabéis juntos.
—Aplícate el cuento, colega.
—No sé a qué te refieres.
—Ya, ya. Sé te da muy bien hacerte el loco.
—Loco es el que hace locuras.
—¿Locuras como nuestras misiones?
—Por ejemplo.
—Pues eso. Consigue lo que te he pedido, por favor, te mando después dirección y la hora.
—Vale, suerte, hermano.
—La voy a necesitar, sí.
Cuelgo, llamo a Giacomo y reservo mesa, le pido que sea la misma que la otra vez, además de
algunas otras cosas, y me dice que no me preocupe, que estará todo tal y como quiero.
Llamo a Luana para que me traiga uno de los trajes que tengo en casa, además de mis cosas
de aseo, pero grita mandándome a la mierda antes de colgar, hasta que vuelve a llamar diciendo
que se alegra de que siga entre los vivos.
Desde luego, qué mal concepto tienen Brian y ella de mí, como si fuera a beber hasta
morirme.
La siguiente llamada que hago es a Carlo, se alegra de que esté bien y que vaya a retomar mi
vida, igual que Orlena, que me dice que ya estaba planeando el modo de estrangularme ella
misma si no reaccionaba.
Cuando llega Luana, se tira a mis brazos, literalmente, haciendo que pierda el equilibrio y
acabemos en el suelo.
—Menudo recibimiento.
—Era eso, o tirarte un jarrón en la cabeza —arquea la ceja—, pero si te dejo atontado, no te
iba a querer Alana, y yo necesito ir de boda alguna vez.
—¿Para qué quieres ir de boda?
—Para vivir algo bonito entre dos personas que se aman. Ver la felicidad que los rodea, el
brillo de sus ojos.
—¿Te has enganchado a alguna telenovela? —pregunto, aún en el suelo, porque no nos
hemos molestado ni en levantarnos.
—Sí, lo admito. Además de leer muchas novelas románticas en estos últimos años. Bueno, y
que quiero una noche de marcha con las chicas, a ver si podemos ir a un local de strippers.
—A los chicos les da un infarto como les digáis eso.
—Pues que se aguanten, que ya somos mayorcitas.
—Desde luego.
—Por cierto, ¿te ha dicho Brian que nos instalamos en la ciudad?
—¿Aquí en Madrid?
—Sí, vas a tener equipo para rato, jefe.
—Me alegro de eso, pequeña. Siempre es bueno tener a la familia cerca.
—Quién te iba a decir, que perderías una esposa, pero ganarías cuatro hijas.
—¿Hijas? Por Dios, no soy tan viejo. Hermanas pequeñas, en tal caso.
—Pues eso, cuatro hermanitas para nuestro hombretón.
Luana me abraza, le doy un beso en la frente y nos ponemos en marcha.
Sí, los dos, que ella dice que va a encargarse de que vaya a la cita con Alana hecho un pincel.
Comemos en la habitación del hotel, hablamos de estos últimos años y de la decisión que
tomaron todos de mudarse aquí, esa que, no tengo la menor duda, fue provocada porque Brian
sigue preocupado con que yo pueda hacer una locura, y me quiere tener bien vigilado.
A partir de hoy, tengo ocho niñeras cuidándome.
39

Cuando llego al restaurante, Giacomo me recibe con un afectuoso abrazo. Me lleva a la


terraza, donde todo está listo tal como pedí.
Velas en el suelo con un camino de pétalos de rosas desde la puerta hasta la mesa, donde hay
una vela en el centro junto a dos copas de vino.
La vista que el parque nos ofrece me regala esa calma que necesito ahora.
—También tengo la música, a tu señal la pongo en marcha —me indica, antes de salir y
dejarme solo.
Estoy nervioso como si fuera mi primera cita, como supongo que estaría mi hijo siendo
apenas un crío cuando salió con Lilly la primera vez.
Como recuerdo haber estado el día que fui a buscar a Chesca, para llevarla al cine y a aquella
pizzería donde ambos supimos que no nos volveríamos a separar jamás.
—Te he echado mucho de menos, Chesca —digo, mirando al cielo, a una de esas brillantes
estrellas que cubren el oscuro cielo la ciudad—, mucho. Me hiciste falta en tantos momentos de
mi vida, que maldije a aquellos desgraciados por arrancarte de mi lado de ese modo. Siempre te
quise y te querré, mi amor. Jamás me voy a olvidar de ti, no podría hacerlo, ya que fuiste la
primera mujer que me enseñó a amar, la primera a la que yo amé, la mujer que me dio un hijo.
Pero ha llegado ella, ese ángel que me liberó de todo. Tú lo sabes bien, pues estoy seguro que
tuviste algo que ver. Deséame suerte desde ahí arriba, amore, que la voy a necesitar.
Cierro los ojos y noto una leve brisa, miro alrededor, pero no hay ninguna ventana abierta, así
que sonrío al imaginar que ha sido Chesca.
—¿Tony? —respiro aliviado al escuchar la voz de Alana a mi espalda.
No estaba seguro de si vendría, cabía la posibilidad de que no lo hiciera, y no se lo echaría en
cara, puesto que he sido yo, el que no me he molestado en ir a mi casa, donde me espera, para
que viera que estaba bien.
Al girarme, me quedo sin aliento cuando la veo.
Está preciosa, tan bonita, que no puedo evitar que se me dibuje una sonrisa en los labios.
Lleva un vestido azul, de gasa, a la altura de las rodillas, la falda es de vuelo, por lo que puedo
intuir ante el movimiento que tiene la tela mientras camina hacia mí, corpiño ajustado hasta la
cintura y sin mangas, de modo que se le ve esa más que suave piel que tiene en los hombros.
—Estás bellísima, florecilla —le aseguro, cuando la tengo a solo unos centímetros de mí.
Y me muero por besarla, por abrazarla y jurarle que no volveré a desaparecer de ese modo,
pero tengo que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para no precipitarme.
—Tú también estás muy guapo. La camisa azul le da un poco de color a tus ojos.
Sí, he dejado a un lado el negro completo, cosa de Luana que se ha empeñado en que me
ponga esta camisa azul cielo, como ella la llamó, y que compró antes de llegar al hotel.
—No sé ni qué hago aquí, no debería haber venido —murmura, retirándome la mirada.
—Estás aquí por lo mismo que yo, cariño, porque no has podido dejar de pensar en mí.
—Tal vez, sí.
—Estoy seguro de ello —sonrío, cogiéndole la barbilla para que vuelva a mirarme—. Me está
costando la vida no besarte.
—¿Y por qué no lo haces? —me mira, con ese brillo en los ojos que me dejan claro que ella
lo desea tanto como yo, además de ese gesto que hace al mordisquearse los labios.
—No quiero precipitarme, no sea que me des una bofetada.
—Te la daría, pero no por besarme, sino por no haber ido a tu casa cuando llegasteis de Italia.
—No podía, cariño. Me habías engañado.
—No tuve otra opción, Tony, de verdad que no —confiesa, con los ojos vidriosos, a punto de
llorar.
Le cojo ambas mejillas, pasando los pulgares por sus ojos y llevándome esas primeras gotas
de dolor que salen de ellos.
—Lo sé, cariño, lo sé. Me ha costado, pero lo he aceptado. Sé que, como yo por Enzo, tú
harías lo que fuera por Lilly —asiente, y me abraza con fuerza, pegando su mejilla en mi pecho
—. Hay algo que quiero que escuches, y que lo hagas con mucha atención, por favor.
—Vale.
Miro hacia la puerta y ahí está Giacomo, junto a su esposa Lucía, que sonríe secándose las
lágrimas. Asiento y es la señal que él necesitaba para poner en marcha la música.
Los primeros acordes de guitarra comienzan a sonar en ese silencio que nos rodea a Alana y a
mí, ella se agarra con fuerza a mi camisa y solloza.
Es una canción que ella ha cantado en alguna ocasión en mi casa, y que he buscado hasta dar
con ella, para decirle todo lo que siento y voy a hacer de ahora en adelante.
«Recuerdo aquel día como si fuera hoy…»
La voz de Sebastián Yatra es justo lo que necesito para que sepa que estoy aquí, que no me
voy a ir, y que siempre, siempre, cuidaré de ella.
«Recuerdo todavía la vez que la besé…»
Jamás podré olvidarlo, porque fue la primera mujer a la que besaba después de perder a
Chesca.
Juré que mis labios no volverían a tocar otros que no fueran los suyos, hasta que Alana, se
cruzó en mi vida.
«Hay algo más, inexplicable como su mirada…»
Cuando me mira, veo todo aquello que necesito para saber que estoy en el lugar correcto, que
estoy en casa, que es la mujer a la que quiero tener a mi lado hasta que se me acabe la vida.
«Voy a cuidarte por las noches. Voy a amarte sin reproches…»
Alana llora aún más fuerte, la abrazo pegándola a mi pecho y le beso la frente.
No habrá ni un solo reproche por lo ocurrido, por la mentira que tejió alrededor de nuestra
historia, para mí, será como si no hubiera existido, por mucho que me doliera ser consciente de
que había sido capaz de mentirme de ese modo.
«Se llevó todo, se llevó tristeza…»
Así es, el huracán Alana llegó a mi vida para borrar de un plumazo todo lo malo que me
atormentaba desde hacía años.
[11]
«Me llevé sus lágrimas, llegaron risas… »
Esas que ella me devolvió, esas que durante tantos años habían estado olvidadas para mí,
como un viejo juguete en el desván.
—Te voy a amar siempre, Alana, porque has hecho que ya lo haga en tan poco tiempo —le
confieso, cogiéndole las mejillas con mis manos y, ahora sí, la beso como llevo deseando tanto
tiempo.
Ella me corresponde, rodeándome el cuello con ambos brazos mientras hago que nos
movamos al compás de la melodía de la canción.
—Siento haberte mentido, Tony —dice, cuando se aparta para mirarme.
—¿Por qué no confiaste en mí para contarme la verdad?
—No lo sé, tenía miedo. Y empecé a sentir cosas por ti.
—¿Cosas? ¿Qué cosas?
—Pues… cosas. Mariposas en el estómago y eso, ya sabes.
—Y deseo, también me deseabas.
—También, que la primera vez en tu ducha fue… uf.
—Ha habido muchas más, y las que aún están por llegar.
—¿En las salas de La Tentazione también?
—Sí, allí serás mi diabla. En casa será todo más tranquilo.
—Eh, yo quiero encuentros en la ducha como los que hemos tenido.
—Los habrá, florecilla —la beso y vamos a la mesa, donde, tras sentarnos, Giacomo nos sirve
la cena.
Me cuenta lo que ha hecho estos días, que ha sido dejar el piso en el que vivía con su hermana
y mudarse al de Emma, de modo temporal hasta que encuentre otro.
—Os mudáis a casa con Enzo y conmigo, nada de buscar otra cosa.
—No, no queremos molestar.
—Alana, no molestáis, sois nuestras chicas.
—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? Tu hijo y su novia, o sea, mi hermana pequeña,
van a irse a vivir juntos ya, siendo tan jóvenes.
—Llevan dos años juntos, cariño. Y, haciendo caso a las palabras de un amigo, el amor no
entiende de tiempo. Me da a mí que esos dos me hacen abuelo en unos cuatro años.
—Oye, si voy a ser la madrastra de Enzo, que es mi cuñado, el día que tenga un hijo, seremos
tíos y abuelos a la vez de ese bebé. Qué lío.
—No pienses en eso ahora, anda.
—Es que hay que pensarlo, o sea. Porque, si tú y yo tenemos un hijo, va a ser hermano de
Enzo, a la vez que sobrino y cuñado de Lilly.
—Deja los bebés para más adelante, cariño, vamos a disfrutar de lo que está empezando entre
nosotros.
—¿Y si tuviéramos una sorpresa?
—¿Estás embarazada? —Arqueo la ceja, porque no creo que así sea, pero podría darse el caso
puesto que no siempre todos los métodos anticonceptivos son fiables al cien por cien.
—No, pero algún día me gustaría ser madre.
—Y yo estaré encantado de darte todos los hijos que quieras.
—Bueno, tampoco te pases, que tú ya tienes una edad, y vas a parecer el abuelo.
—Te mato —contesto, negando al tiempo que sonrío.
Terminamos de cenar y vamos a casa, esa en la que espero que todo comience a ir bien entre
nosotros.
Y la hago mía una vez más, pero esta vez, diferente a todas las anteriores, mirándola a los ojos
y haciéndola saber, de ese modo, lo mucho que la quiero.
Epílogo

Cinco de enero, noche de Reyes, y Alana se empeñó en decorar la casa para la ocasión.
No pude negarme, ¿quién lo haría cuando pone esos ojitos? Nadie, y yo, mucho menos,
puesto que me propuse complacerla en lo que pidiera.
Y, si para ella es importante celebrar esta noche, para mí también debe serlo.
Lilly y Enzo, se ofrecieron a preparar la cena, algo que dijeron con lo que íbamos a chuparnos
los dedos. No sé, miedo me dan esos dos en la cocina, porque a saber, qué se les ocurre
experimentar con lo que deleitarnos.
Hablé con Brian sobre lo que me contó Luana, eso de que se instalan aquí de manera
definitiva, ya está todo más o menos organizado y han visto hasta la casa, un chalet grande a las
afueras de la ciudad, donde nadie les moleste ni sospechen a lo que se dedican, aunque va a ser
difícil evitar algo así.
Le propuse ser parte del equipo, solo si me necesitaba en alguna misión importante, puesto
que él y los chicos no dudaron en venir cuando ocurrió lo de Chesca, así como al pedirles ayuda
para encontrar a los niños de Carlo, y a mi propio hijo.
Se negó al principio, diciendo que eso sería exponerme a dejar sola a mi familia, pero tanto mi
hijo, como nuestras chicas, le dijeron que me aceptaran en el equipo, que dos manos extras
siempre son bienvenidas para poder encontrar a quien ha desaparecido.
Y lo hizo, aceptó a regañadientes, y ahora vuelvo a formar parte de ese equipo del que hace
tantos años fui el jefe.
—Tony, dice mi hermana que vayas un momento a la habitación —me pide Lilly, saliendo
por el pasillo.
Dejo la taza de café en la mesa del salón y voy a ver qué quiere mi florecilla.
—Dime, cariño.
—¿Le has comprado algún regalo a Enzo? Hay que dejárselos en el árbol esta noche.
—Sí, tranquila. Que no lo celebremos, no significa que no le compre nada a mi hijo. Eso
jamás lo habría permitido su madre.
—Más te vale, que me enfado y duermes un mes en el sofá.
—¿Ya me estás echando de la cama? Y acabamos de empezar a vivir juntos, no quiero
imaginar lo que harás cuando llevemos diez años.
—¿Me vas a aguantar tanto tiempo? —Arquea la ceja.
—Espero que mucho más, ¿por qué, no quieres?
—Sí, sí. Me va a encantar ser la joven, guapa, sexy y explosiva mujer de un adorable
ancianito.
—¿Me acabas de llamar ancianito?
—Hombre, me sacas quince años, tú me dirás. Cuando yo sea una madurita de cuarenta y
cinco años, tú serás un abuelo de sesenta.
—Disculpa, joven sexy y explosiva, pero hay hombres de sesenta años, que ya quisieran
muchos de treinta estar como ellos.
—También es verdad. Bueno, no es que vayas a ser como el abuelo de Heidi.
—Me falta pelo —contesto.
—Y barba.
—Y barriga.
—Tú deja que yo cocine, que te quito esa tableta de chocolate en un plis.
—¿Quieres hacerme engordar con algún propósito, joven florecilla? —pregunto, rodeándole
la cintura y pegándola a mi pecho.
—Claro, para que no te desee ninguna otra mujer. He visto cómo te miran en el local, están
todas deseando que les des lo suyo.
—Pues se pueden quedar con las ganas, que yo con mi diabla, voy más que servido —
contesto, cogiéndola en brazos y caminando hacia el cuarto de baño.
—¿Dónde vas? ¿Qué haces?
—A la ducha, que me ha dado calor de repente.
—¡Ah, no! vamos fuera, venga, Tony, por Dios, que estamos preparando la cena de Reyes.
—Los chicos están preparando la cena. Nosotros vamos a practicar una cosa.
—¿Qué cosa? No se te ocurra querer hacer aquí en casa cosas raras, que vivimos con dos
adolescentes vírgenes.
—Adolescentes vírgenes y llenos de hormonas, que estos no siguen vírgenes después de San
Valentín, ya verás.
Tras abrir el agua de la ducha y desnudarnos, entramos en ella y me pierdo en ese cuerpo que
tanto me gusta.
Lo cubro de besos y caricias mientras la enjabono, toco en su centro de placer y la llevo a uno
de esos orgasmos que ella libera con un grito.
La cojo en alza y la penetro mientras nos besamos, uniéndonos en uno solo bajo el agua que
baña nuestros cuerpos.
Acabamos a la vez, la pego a la pared y me quedo abrazado a ella unos minutos, disfrutando
del tacto de su piel y del calor que desprende junto al mío.
—¿Qué era eso que íbamos a practicar, señor seriote?
—Esto, lo de hacer bebés.
—¡Huy, lo que ha dicho! Aún es pronto, ¿no crees?
—Bueno, hay que practicar. ¿Cuántos hijos dijiste que querías?
—Al menos tres, o más, no sé —ríe ella.
—Pues por eso, hay que empezar a practicar ya, que uno tiene una edad y…
—Anda, si estás hecho un chaval.
—Sí, sí, claro.
Salimos para secarnos, volvemos con los chicos que están de lo más acaramelados en la
cocina, riendo, y sonrío al ver que esto es lo que realmente he necesitado siempre y no quería
reconocerlo.
Una casa llena de sonrisas, de esa bonita melodía que es la risa de una mujer, y ahora tenemos
dos que harán que nuestros días se vuelvan de colores.
Cuando los chicos aseguran que la cena está lista, vamos todos a vestirnos para después poner
la mesa y disfrutar de esos platos que, con todo el cariño del mundo, han preparado.
Y así pasamos la noche, entre risas, charla y sin que falten los gestos de cariño de Enzo con
Lilly, ni los míos con Alana.
Cuando ellos se van a la cama, Alana y yo colocamos sus regalos en el árbol. Estamos
llegando a la habitación cuando me dice que se le ha olvidado poner una cosa para su hermana,
así que regresa al salón y yo la espero en la cama.
—Listo, ya está —se acuesta a mi lado y la acojo entre mis brazos.
Se acomoda sobre mi pecho, pero no tardamos en comenzar a besarnos y dejarnos llevar por
las ganas y el deseo.
Tras hacerle el amor sin dejar de mirarla a los ojos, nos quedamos dormidos.
Una de esas pesadillas que me acompaña desde hace años me despierta, miro a Alana, que
sigue dormida, y me levanto sin hacer ruido para ir a beber agua.
Me pongo unos vaqueros, nada más, y salgo dejándola a ella descansar.
Después de mi paso por la cocina, voy al salón para comprobar que no se haya caído ningún
regalo, y veo una nota que lleva mi nombre sobre uno de ellos.
«Sé que te has levantado antes que ninguno, así que vas a abrir este regalo y espero que te
guste. No te enfades con Enzo, yo le pedí que me lo diera»
Retiro el papel que lo envuelve y me encuentro con una foto antigua, ampliada y enmarcada,
con los nombres y la fecha en que se tomó grabados en él.
Chesca, Enzo y yo, somos quienes aparecemos en ella. Fue tomada en las últimas Navidades
que celebramos juntos, once meses antes de que ella muriera.
No puedo evitar que me caigan las lágrimas, porque hacía demasiado tiempo que no veía esta
foto.
Mi mujer, mi amada esposa, tan llena de vida y con tantas cosas aún por hacer, sonriendo y
mirando a su hijo con el mismo amor con el que yo la miro a ella.
—Sabía que te levantarías pronto, pero no pensé que tanto —me seco las lágrimas al escuchar
a Alana, que me abraza por detrás, acariciándome el pecho desnudo.
—Me desperté con sed —miento, no quiero que sepa que aún tengo alguna pesadilla con
aquella maldita noche.
—Sé lo mucho que significa esta foto para Enzo y para ti, y quiero que esté en el salón de
casa.
—No puedo, Alana, no puedo tenerla.
—Sí, claro que puedes. Enzo me contó por qué están todas guardadas, y sí, vale, se quedan
todas ahí, pero esta, no, lo siento. Fueron las últimas Navidades que celebró tu hijo, y quiero que,
a partir de hoy, celebre todas contigo, con Lilly y conmigo. Ella es parte de vuestra vida, Tony,
de vuestro pasado. Sin ella, no nos habríamos conocido nunca.
—Va a ser raro volver a verla en esta foto, mientras que te veo a ti cada día.
—¿Más que el hecho de que parezca mi hermana melliza?
—Vale, tú ganas, eso es bastante más raro.
—Venga, vamos a ponerla en su sitio, donde siempre debió estar.
Alana me coge de la mano y vamos hacia el mueble del salón donde la pone justo en medio de
dos fotografías de Enzo.
—Ahí está perfecta.
Asiento, la abrazo desde atrás y le dejo un beso en el cuello.
—Te quiero, florecilla —susurro, con los ojos cerrados—. Gracias, gracias por aparecer en mi
vida, para ser mi liberación.
Esperamos que os haya gustado y si es así nos podéis seguir en las siguientes redes y en nuestras
páginas de Amazon ¡Gracias!
Facebook:
Dylan Martins
Janis Sandgrouse
Amazon:
Dylan Martins: relinks.me/DylanMartins
Janis Sandgrouse: relinks.me/JanisSandgrouse
Instagram:
@dylanmartinsautor
@janis.sandgrouse.escritora
[1]
Traducción: Seguí adelante
[2]
Traducción: El dolor y la lucha me siguieron
[3]
Traducción: Tengo ángeles a mi alrededor
[4]
Traducción: Seré un luchador hasta el final, hasta mi último aliento
[5]
Traducción: piccola – pequeña
[6]
Traducción: Ti amo amore mio, non dimenticarlo mai – Te amo mi amor, no lo olvides nunca
[7]
Traducción: Ti amo, bella Chesca – Te amo, hermosa Chesca
[8]
Traducción: La mia bella ragazza – Mi niña hermosa
[9]
Traducción: ¿Quiero saber? ¿Si este sentimiento fluye en ambos sentidos?
[10]
Traducción: Tal vez estoy demasiado ocupado siendo tuyo para enamorarme de alguien
nuevo ahora que lo he pensado. Canción – Do I Wanna Know
[11]
Canción: No hay nadie más

También podría gustarte