Este documento discute la relación entre la gracia y la naturaleza humana. Explica que la gracia eleva y perfecciona la naturaleza sin abolirla, creando armonía en lugar de oposición. Sin embargo, debido a la caída humana, existe un conflicto temporal entre las inclinaciones naturales y los llamados de la gracia. Este conflicto se ve reforzado por factores externos y propios errores. Esto crea una lucha interna entre el "hombre viejo" y el "hombre nuevo" creado por
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Este documento discute la relación entre la gracia y la naturaleza humana. Explica que la gracia eleva y perfecciona la naturaleza sin abolirla, creando armonía en lugar de oposición. Sin embargo, debido a la caída humana, existe un conflicto temporal entre las inclinaciones naturales y los llamados de la gracia. Este conflicto se ve reforzado por factores externos y propios errores. Esto crea una lucha interna entre el "hombre viejo" y el "hombre nuevo" creado por
Este documento discute la relación entre la gracia y la naturaleza humana. Explica que la gracia eleva y perfecciona la naturaleza sin abolirla, creando armonía en lugar de oposición. Sin embargo, debido a la caída humana, existe un conflicto temporal entre las inclinaciones naturales y los llamados de la gracia. Este conflicto se ve reforzado por factores externos y propios errores. Esto crea una lucha interna entre el "hombre viejo" y el "hombre nuevo" creado por
Este documento discute la relación entre la gracia y la naturaleza humana. Explica que la gracia eleva y perfecciona la naturaleza sin abolirla, creando armonía en lugar de oposición. Sin embargo, debido a la caída humana, existe un conflicto temporal entre las inclinaciones naturales y los llamados de la gracia. Este conflicto se ve reforzado por factores externos y propios errores. Esto crea una lucha interna entre el "hombre viejo" y el "hombre nuevo" creado por
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La gracia supone la naturaleza
(Grandmaison, La vida interior del apóstol)
GRACIA Y NATURALEZA
La gracia (habitual) es, según la doctrina de la Iglesia, una vida divina y,
por consiguiente, no debida, que Dios nos comunica mediante una adopción que nos hace participantes de los méritos de Jesucristo. Esta vida divina se adapta a nuestra vida natural, sin aboliría, sin absorberla, pero sí elevándola, como el injerto utiliza la savia del tronco de inferior calidad para hacerle sustentar frutos sabrosos (es san Pablo quien hace esta comparación). La gracia, en sí misma, lejos de contradecir a la naturaleza, la transforma, la perfecciona, tiende a divinizarla, la eleva a un orden mejor, superior, trascendente. Hay pues, en último término, no ya oposición sino armonía entre la naturaleza y la gracia. Sin embargo, porque nuestra naturaleza, nuestra vida puramente humana (abstracción hecha del auxilio divino, sobrenatural), si bien no está en modo alguno viciada en su fondo e irremediablemente corrompida (lo que constituye el error de Lutero) está empero caída y en condición miserable, espiritualmente descentrada en relación al fin último, sobrenatural, que Dios le ha asignado, ocurre por ello que se establece un conflicto, una oposición temporaria y accidental, pero viva y sentida, entre nuestras inclinaciones naturales, demasiado humanas y carnales, por una parte, y los reclamos espirituales, divinos, sobrenaturales, de la gracia por otra. Esta oposición innata, original, se ve aun reforzada en nosotros por la atmósfera malsana y nociva en que vivimos las más de las veces, los malos ejem- plos que recibimos, las faltas de aquellos de quienes en alguna medida dependemos, y sobre todo por nuestras propias faltas. De ahí procede el estado de lucha que se establece entre el mal yo, "el hombre animal que no comprende lo que viene del Espíritu de Dios'' (1 Cor 2,14), y el mejor yo, el hombre nuevo creado en nosotros por Dios, que nos incorpora a la familia divina, nos hace hijos de Dios y hermanos de Cristo. De ahí viene que, a menudo y por largo tiempo, la victoria y el crecimiento de este hombre nuevo, el desarrollo en nosotros de la vida superior, espiritual, cristiana, implicarán un esfuerzo costoso, sacrificios, y parecerán oponerse a la expansión natural, estorbarla, debilitarla, e incluso contradecirla. Sólo lentamente y al fin de un proceso tales sacrificios aparentes o reales se verán manifiestamente compensados, contrapesados y superados por logros de orden espiritual en donde todo aquello que la naturaleza humana deseaba normalmente volverá a encontrarse, en una medida y según un modo incom- parablemente mejores. Entonces veremos que, según la doctrina de Jesús, la mortificación es la ruta austera que lleva a una vida más abundante, y la "cruz" es el camino de la gloria y de la felicidad.
EL VASO DE ARCILLA
Paréceme que, en la mayoría de los casos, se pasa por tres fases en la
dirección de las almas. En un primer momento se tiene una visión justa en su fondo, pero un poco corta y cartesiana, incompleta, de la profunda diferencia entre lo auténticamente espiritual y sus remedos. Y uno se ve llevado a suponer estos últimos, y a ver ilusiones, sin más, en los estados mixtos en los que aparecen el factor nervioso, el temperamento, la reacción de las pasiones humanas y de la enfermedad. Más adelante, alertados por una dura experiencia, nos vemos tentados de adoptar criterios positivistas, médicos y casi de orientación freudiana, porque hemos comprobado, aun en los mejores y a menudo sin que ellos mismos tengan conciencia de ello, esa mezcla. Y también vemos que, aun en la vida de los santos, tal mezcla está presente. Verdad es, sin duda, que existen santos muy sanos, muy equilibrados en todos los órdenes, ya sea en una vida corta, como Juana de Arco, en una vida de mediana duración, como santo Tomás de Aquino, o en una vida larga, como san Vicente de Paul. Pero vemos también santos —y de los más grandes: san Pablo, santa Teresa de Avila— que han padecido enfermedades durante largos períodos de su vida, y algunos —como santa Margarita María— que prácticamente nunca han dejado la condición de enfermos. Y por último tenemos el caso de grandes espirituales, como el P. Juan José Surin, que indiscutiblemente han sido "grandes nerviosos". Entonces, nos vemos tentados de generalizar y de reducirlo todo a la explicación fisiológica, simplista. Finalmente se llega, a mi entender, a una concepción más justa, más completa, verdaderamente real, de las cosas. Esta manera de ver atempera la primera (de la cual conserva la orientación general, que era la buena) mediante la segunda (en la que se ha aprendido mucho, en cuanto al dosaje de los elementos en juego, y en cuanto a la interpretación global, matizada, de los hechos). Esta manera de apreciar se fundamenta en la verdad completa, que es ésta: la llama espiritual encendida por Dios en nuestros corazones humanos es en sí misma pura y divina, pero "la llevamos en vasos de arcilla" no solamente frágiles, sino además groseros, a veces rajados, llenos de escorias. Nuestra vida interior se halla siempre así marcada con el sello de nuestra nada, moldeada en sus modalidades, contaminada a veces en cierta medida por miserias de salud, de temperamento, de pasiones humanas.
REESE, Eduardo, 2006 La Situación Actual de La Gestión Urbana y La Agenda de Las Ciudades en Argentina. Puntos 1 y 2. en Revista Medioambiente y Urbanización. Versión Digital PDF