Liz Green - Neptuno

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UN ESTUDIO ASTROLÓGICO

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Neptuno ejerce una importante influencia en la psique


colectiva, que se manifiesta en las tendencias -religiosas,
políticas, artísticas- de la época.
En este libro, Liz Greene estudia a fondo todos los temas
relacionados con Neptuno: la confusión y la ambigüedad, el
sacrificio y la redención, el pecado y la expiación, la
imaginación y la inspiración, el misticismo y la fusión, la
música y la poesía, el exilio y el olvido... Y io hace partiendo de
una concienzuda investigación a lo largo de la historia en todas
las esferas en las que Neptuno ejerce su poderosa influencia.

ISBN 94-7953-189-4

COLECCION NUEVAS TENDENCIAS


EN ASTROLOGIA 9 531898
JLiz ureene

NEPTUNO Un estudio astrológico


La astrolugía tiene un símbolo planetario para describir
todos los anhelos humanos, y esc símbolo es Neptuno. En
este libro realmente enciclopédico, Liz Greene nos había
del anhelo Je redención, que puede ser tina predisposición
innata tan primordial e irresistible como el instinto de
procreación. El anhelo de redención es el deseo de
disolverse en las aguas -maternales o cósmicas- del tiempo
previo al nacimiento, v csrá presente en rodos los ámbitos
de la vid| humana: en la mitología, la religión, la
psicología, !a política, el arte, la moda...
Este completísimo estudio de Neptuno se basa en las
propias investigaciones y experiencias de Liz Greene,
tanto en el piano profesional como en el persona!, y
también en aportaciones tomadas ded trabajo de otros
investigadores, astrólogos o no, que han contribuido a
ampliar nuestro conocimiento de este planeta. Incluye
capítulos dedicados a Ja mitología y la psicologíade
Neptuno, al Neptuno esotérico y el Neptuno político, y a
la estrecha relación de este planeta con el encanto y con el
arte, sin olvidar, por supuesto, las descripciones de
Neptuno en las casas, en aspecto con utros planetas y en
sinasrría y cartas compuestas.
Liz Greene

NEPTUNO
Un estudio astrológico

EDICIONES URANO
Argentina - Chile - Colombia - España
México - Venezuela
Indice

Cartas natales ................................... ................................... . ........... 8


Introducción ....................................................................................... 11

Primera parte: Fons et Origo


LA MITOLOGÍA DE NEPTUNO

1. La creación ......................................................................................... 25
2. En pos del milenio ............................................................................. 59
3. La venida del redentor ....... . ............................................................ 91

Segunda parte: Hysteria Coniunctionis


LA PSICOLOGÍA DE NEPTUNO

4. El descubrimiento del inconsciente ...»............................................ 135


5. El Neptuno psícoanalítico ....................... . ......................................... 169
6. El Liebestod ........................................................................................ 211

Tercera parte: Anima Mundi


NEPTUNO Y EL COLECTIVO

7. El Neptuno esotérico ........................................................................ 259


8. Neptuno y el encanto ......... . .............................................................. 295
9. El Neptuno político ............................................................................ 331
10. Neptuno y el artista .......................................................................... 363
Cuarta parte: Ferculum Piscarium
EL RECETARIO DE NEPTUNO

11. Neptuno en las casas .......................................................................... 409


12. Neptuno en aspecto ........................................................................... 457
13. Neptuno en sinastría y en cartas compuestas ................................... 499

Conclusión .................................................................................................... 537


Las fuentes de los datos natales .................................................................. 541
Notas .............................................................................................................. 549
Bibliografía .................................................................................................... 569

LISTA DE CARTAS NATALES


Carta 1: Meher Baba ................................................................................... 128
Carta 2: Billy Graham ................................................................................. 129
Carta 3: C. G. Jung ...................................................................................... 131
Carta 4: Franz Antón Mesmer ................................................................... 138
Carta 5: Julie ................................................................................................. 200
Carta 6: Laurence Olivier ............................................................................. 237
Carta 7: Vivien Leigh ................................................................................... 238
Carta 8: Carta compuesta de Olivier y Leigh ............................................ 245
Carta 9: Elizabeth Taylor ............................................................................. 247
Carta 10: Richard Burton ............................................................................. 248
Carta 11: Carta compuesta de Taylor y Burton ......................................... 253
Carta 12: Bhagwan Shree Rajneesh ............................................................. 285
Carta 13: Diana, princesa de Gales ............................................................ 326
Carta 14: Estados Unidos de América .......................................................... 354
Carta 15: República Popular de China ...................................................... 356
Carta 16: Alemania, República de Weimar ............................................... 357
Carta 17: Alemania, Tercer Reich ............................................................. 359
Carta 18: República Democrática Alemana .............................................. 360
Carta 19: Leonardo da Vinci ...................................................................... 372
Carta 20: Jean-Jacques Rousseau .................................................................. 379
('arta 21: Robcrt Schumann ......................................................................... 400
La canción de Aengus el Vagabundo

Eché a andar por el bosque de avellanos porque sentía un fuego


en la cabeza, y corté y descortecé una rama y le até una baya
con un hilo; y cuando echaron a volar mariposas blancas y se
alejaron como estrellas titilantes, la dejé caer en un arroyo y
pesqué una pequeña trucha plateada.

Tras haberla dejado en el suelo fui a avivar con mi aliento la


llama, pero algo crujió en el suelo mientras alguien pronunciaba
mi nombre.
Se había convertido en una joven resplandeciente, y con flores
de manzano en el cabello, que me llamó por mi nombre y echó a
correr perdiéndose en el aire destellante.

Aunque envejezca en mis vagabundeos por hondonadas y


colinas, alguna vez volveré a encontrarla, y tomándola de las
manos, la besaré en los labios, y caminaremos entre largas
hierbas multicolores, y cosecharé hasta el final del tiempo las
plateadas manzanas de la Luna y las manzanas doradas del Sol.

WlLLIAM BUTLER YEATS

)
l
Introducción

¿Por ventura mana la fuente por la misma


abertura agua dulce y agua amarga?
EPÍSTOLA DE SANTIAGO, 3,11

El anhelo de redención es un daimon antiguo, extraño y con tantas cabezas como una hidra,
que mora incluso dentro de las almas más terrenales y prosaicas. En ocasiones elocuente y
otras veces mudo, la aspiración de este daimon es lograr la unión confusamente percibida
con un Otro inefable, que todo lo ve y todo lo ama, y en cuyo envolvente abrazo se puede
encontrar el alivio definitivo de los ásperos límites de la condición mortal y del aterrador
aislamiento de la individualidad que, aunque inconscientes, se encuentran en lo más hondo
de toda vida. A pesar de que no adjudiquemos al Otro ningún nombre divino, y orientemos
en cambio nuestra devoción y nuestro anhelo hacia no reconocidos sustitutos como la
humanidad, la familia, la naturaleza, el arte, el amor o el Estado, esta búsqueda es incon-
fundible, y no se la puede tomar por ningún otro sentimiento más individualizado, como el
deseo, la pasión, el amor o la admiración por una persona o cosa determinada. Las marcas
distintivas del anhelo de redención son, en primer lugar, que es precisamente eso, un
anhelo; en segundo lugar, que es compulsivo y absoluto, y que a menudo choca
violentamente con los valores individuales, y finalmente, que su meta no es la relación, sino
más bien la disolución.
Hemos ido creando imágenes del Otro desde que nuestros antepasados del Paleolítico
empezaron a conjurar al caballo, el mamut y el bisonte mágicos haciéndolos emerger de la
pared en blanco de la caverna, y no sólo como un medio de conseguir ayuda sobrenatural
para la caza, sino también porque siempre hemos tenido necesidad de sentir que ahí fuera
hay Algo que nos resguarda de la transitoriedad y la insignificancia de una vida mortal. De
todos los animales, el ser humano es el único que crea rituales y obras de arte con el
designio específico de volver a conectarse con una fuente divina de la cual provenimos y a
la cual, después de la muerte, podemos retornar. Freud especuló con la posibilidad de que
una aspiración tan persistente al retorno sagrado sea una sublimación del anhelo incestuoso
de la felicidad que brindaban el útero y el pecho, una sublimación expresada en símbolos
que preservan la intensidad y la autenticidad del anhelo inconsciente, pero que consiguen
eludir la vergüenza y la culpa abrumadoras que acechan a los infractores del antiguo tabú.
Jung contempló la posibilidad de que el anhelo de redención fuera innato, es decir, una
predisposición arque- típica tan primordial e irresistible como el instinto de procreación. La
principal revelación de Símbolos de transformación,' esa obra seminal que constituyó el
anuncio del alejamiento junguiano del camino señalado por Freud, es que lo que nos
impulsa a generar esas imágenes trascendentes de la redención no es la áspera moralidad del
censor interior, sino la psique inconsciente, que intenta transformar su propia condición
instintiva, tan compulsiva y predestinada, por obra de la influencia mediadora de los
símbolos que va creando. A los ojos de Jung, no es la sociedad ni el superyó sino el alma, la
responsable, en última instancia, de la transformación de la libido en bruto en una obra de
arte religiosa, en el noble ideal humanitario, en la sobrecogedora dignidad del rito sagrado,
en la profunda y cruelmente hermosa labor alquímica e iniciática de transformar en oro lo
que hay de plomo en el ser humano. En otras palabras, lo que llamamos Dios es en realidad
la Naturaleza, esa naturaleza ctónica* que se describe en el concepto freudiano del ello y
que intenta liberarse de su propia inercia oscurecida por la muerte, escogiendo la vía de una
evolución gradual, no sólo en el ámbito de la forma, como la veía Darwin, sino también en
el de la expresión y de la conciencia. Y el instrumento de tal transformación es esa facultad
que eternamente se nos escapa y nos esquiva y a la que llamamos imaginación.
Es posible que tanto Jung como Freud estén en lo cierto, aunque al principio parece
que Jung se muestra más halagüeño para la motivación humana y ejerce mayor atracción
sobre las personas con inclinaciones espirituales. Las manifestaciones del anhelo de
redención tienen rasgos tanto de incesto como de trascendencia. Además, plantean un
profundo dilema moral, ya que abarcan no sólo nuestra multitud de intentos de experimen-
tar y expresar lo eterno, sino también muchas de las formas más horrendas de adicción,
locura y desintegración mental y física con que ha tenido que enfrentarse en nuestra época
la medicina más bien que la religión. Ya no podemos seguir hablando en tono susurrante de
la voz de Dios cuando la personalidad, e incluso el cuerpo de alguien, se desmoronan en
pedazos ante los dictados de esa voz y pierden la capacidad de afrontar hasta las exi gencias
más elementales de la vida terrenal. ¿Cuándo un artista deja de ser una mera personalidad
trágica o un loco para convertirse en un genio divinamente inspirado cuyos excesos
toleramos porque su propio sufrimiento dignifica el nuestro? ¿Cuánto es el talento que hay
que manifestar para que eso justifique, digamos, que alguien se corte una oreja como Van
Gogh, o cometa un parricidio como Richard Dadd, quien, sin duda predestinado por su
apellido,† pensó que su padre era realmente el Diablo disfrazado con la ropa de su
* Oícese de las divinidades infernales (I lados, Héoate, las limitas, ere.) de la mitología griega, Ku relación con
el mundo superior, las divinidades crónicas representaban la vida que se manifiesta sobre la Tierra; respecto de las
profundidades, eran consideradas dioses de los Infiernos. (N. tlA
† I'JI inglés, (Lido íLulfly sí^mfira «papá». (N, del ¡i)
progenitor? ¿Cuándo hemos de pensar que un visionario deja de ser un lunático para
convertirse en un santo? El criterio, ¿dependerá del número de siglos transcurridos entre la
era de la fe y la era de la ciencia? ¿Qué diríamos hoy de las visiones claramente eróticas de
san Antonio, que se parece de forma muy sospechosa a un esquizofrénico paranoide, o de
los estigmas, no menos eróticos, de san Francisco, que fácilmente podría encontrar
alojamiento en cualquier pabellón psiquiátrico con un diagnóstico de «trastorno histérico
de la personalidad»? Hubo en su momento centenares de santos que con facilidad, si bien de
forma postuma, fueron reconocidos como tales por el común de los mortales, pese a que, a
menudo, sus méritos no incluían otra cosa que una virginidad irreductible, un final
horroroso y la alegación de un par de curaciones milagrosas obtenidas con un fragmento de
tela o una astilla de hueso. Hoy en día, el Vaticano se muestra bastante más cauteloso. El
punto de vista colectivo sobre la realidad actualmente predominante ya no confía en los
milagros; la virginidad irreductible inspira más bien perplejidad y lástima que respeto y
reverencia; un final horroroso está al alcance de cualquiera, y las exigencias impuestas a la
canonización se han vuelto un poco más severas.
¿Qué es, entonces, este intenso anhelo que justifica cualquier sacrificio, este clamor
eterno por alejarse del erial de la encarnación? ¿Es verdaderamente la clara voz del alma
que se hace oír a través de los muros de la prisión de la materia? ¿O es quizás el desesperado
mecanismo de defensa de nuestra Frágil personalidad, estropeada y tenazmente
infantilizada por unos padres incompetentes y limitados por su propia tendencia a la
regresión, todo ello sumado a la mala disposición o a la incapacidad para asumir la difícil
incursión en la jungla cotidiana de la vida y de la muerte? ¿Cómo podremos nosotros, en
nuestra búsqueda incansable de mesías y gurus que puedan ayudarnos a abrazar lo inefable,
establecer la diferencia entre un Cristo y un Hitler? De maneras muy diferentes, ambos
emergieron en respuesta al clamor de un pueblo desesperado en su búsqueda de redención.
Sin embargo, parece que este cuestionamiento genera resentimiento en los que creen que su
corrección política, o su espiritualidad más evolucionada, los conducirá automáticamente a
captar la diferencia, no sólo entre un falso mesías y uno auténtico, sino además entre los
aspectos amorosos y destructores de su propia personalidad. He oído expresar a muchos
astrólogos, sanadores y sacerdotes expresar el sentimiento de que la espiritualidad es algo
aparte, que trasciende el dominio de la psicología y que no se debería estudiar ni denigrar
con los burdos instrumentos de la indagación psicológica. Tampoco quienes muestran una
inclinación ideológica están exentos de la convicción absoluta de que sus propias
motivaciones se encuentran por encima de cualquier análisis psicológico, ya que ellos no
piensan más que en el bienestar de la sociedad. Pero todo lo que experimenta un ser
humano pertenece al ámbito de la psique y, por consiguiente, es algo psicológico; porque
son el cuerpo, la mente, el corazón y el alma de una persona los que perciben e interpretan
cualquier cosa a la que decidamos llamar realidad. Toda experiencia es subjetiva, porque el
ser humano que la tiene es un individuo. Y si nuestras convicciones políticas y espirituales
son demasiado valiosas para permitirnos ser sinceros en lo tocante a nuestros motivos
extremadamente humanos, preguntémonos qué queda en pie entre nosotros y la insensata
destrucción física y psíquica de amantes, padres, hijos, cónyuges, amigos y hasta naciones
enteras en nombre de la redención.
La astrología tiene símbolos planetarios para describir todos los impulsos humanos, y el
anhelo de redención es tan humano como los demás, Y su símbolo es Neptuno, el dios
romano de las profundidades del mar. Al igual que con Urano y Plutón, planetas
desconocidos para los antiguos y que fueron descubiertos hace menos de doscientos años,
los astrólogos lo tienen difícil para explicar con precisión a las mentes escépticas cómo y
por qué Neptuno recibió un nombre mitológico que describe de forma tan adecuada su
significado simbólico. El anhelo de redención es el deseo de disolverse en las aguas -
maternales, cósmicas, o ambas- del tiempo anterior al nacimiento. Los astrónomos
bautizaron al planeta antes de que los astrólogos iniciaran su labor de observar y registrar
cómo se expresaba en el horóscopo. Es probable que dentro del marco de referencia causal
del pensamiento científico moderno sea imposible explicar el fenómeno que se oculta tras
semejante simultaneidad. Para explicarlo, se necesita un marco de referencia diferente, e
incluso tal vez un modo distinto de ver el mundo. Mi análisis de Neptuno en los capítulos
siguientes se basa en mis propias investigaciones y experiencias, tanto en el nivel
profesional como en el personal, y también en el trabajo de otros investigadores, astrólogos
o no, que han contribuido a aumentar nuestros conocimientos sobre este planeta. Si se le
hubiera dado el nombre de alguna otra deidad no acuática, como Pan o Vulcano, yo habría
llegado a la conclusión de que había sido erróneamente bautizado. Tal como son las cosas,
el nombre está bastante bien, pero no es perfecto, Neptuno debería haber sido bautizado
con el nombre de una diosa (y no un dios) del mar. La fuente de la vida con que queremos
fundirnos lleva un nombre masculino, pero se muestra con rostro femenino.
El anhelo de redención es algo que, para decirlo con la palabra clave preferida por la
astrología para referirse a Neptuno, induce a confusión, A veces aparece como una
aspiración radiante orientada hacia aquello que nos une y nos abarca a todos. Otras veces se
manifiesta como un aferramiento, triste y en ocasiones incluso paralizante, a la fantasía
primaria de las aguas uterinas antes de que tuviera lugar el nacimiento y, por consiguiente,
antes de que surgieran el sufrimiento, la separación y la soledad. Para describir lo primero,
la literatura religiosa cuenta con todo un lenguaje rico y conmovedor. Para describir lo
segundo, la bibliografía psicoanalítica abunda en un lenguaje difícil y, en ocasiones, torpe.
Ambas tienen algo valioso que aportar a nuestro entendimiento de Neptuno, y trataré de
ello con mayor profundidad en los capítulos de este libro que así lo requieran. Lo esencial
de estos dos rostros aparentemente contradictorios de Neptuno es lo mismo: la diferencia
reside en la forma en que se experimenta el anhelo de redención y en la medida en que
puede ser incorporado a la realidad individual de modo tal que mejoren la vida en vez de
destruirla. Muchos astrólogos se precipitan un poco al catalogar como «espiritual» a
Neptuno. En las aguas neptunianas hay algunos habitantes verdaderamente espeluznantes,
que hacen que a su lado Tiburón parezca un plato de arenque en escabeche, y a los que se
suele restar importancia aludiéndolos con eufemismos tales como «engaños» y «falsas
creencias». De igual manera, a menudo hay un profundo significado en lo que
convencionalmente se llama patología, adicción o locura, y es probable que el individuo
que es presa de la forma peculiar de crisis nerviosa que genera Neptuno termine en última
instancia por ver más, y más lejos, que el médico que lo trata. ¿Qué es un engaño? ¿Qué es
una falsa creencia? ¿Quién engaña a quién y sobre qué? ¿Y dónde está, como bien podría
preguntar cualquier neptuniano, el libro con las reglas que nos proporcionen una definición
de la realidad tan inamovible que finalmente podamos saber con certeza si ese Otro, que es
el objeto de nuestro anhelo, sólo es el opio de las masas, o si está vivo y a salvo en la gran
unidad trascendente que llamamos vida, o si no es más que otra palabra para decir Madre?
Cualquier intento de entender a Neptuno nos impone la necesidad de descender por
cursos de agua indirectos. Ninguna esfera del esfuerzo humano está desprovisto del anhelo
de redención, y por consiguiente debemos estar preparados para estudiar no sólo la
psicología individual, sino también ámbitos como el mito, la política, la religión, la moda y
las artes. En sus descripciones de Neptuno, la bibliografía astrológica tiende, con ciertas
excepciones,1 a mostrarse curiosamente limitada, aunque el enorme cuerpo de escritos
psicoanalíticos sobre la histeria, la ansiedad de Ja separación, la idealización, la
identificación proyectiva, la fusión con un objeto, el masoquismo y el narcisismo primario
se ocupe casi exclusivamente de temas neptunianos. Es raro que en los textos astrológicos se
presente a Neptuno como benéfico sin reservas; por lo común, lo que se menciona es más
bien el engaño, las falsas creencias y la adicción, además de la obligación y la renuncia
kármícas, Pero estos términos son insuficientes si lo que queremos es ofrecer al cliente, al
paciente o a nosotros mismos un auténtico atisbo interior. De hecho, puede que la persona
que tiene a Venus o a la Luna en un aspecto difícil con Neptuno, o a este último en la casa
siete, se incline hacia el engaño, las falsas creencias, la decepción y la renuncia en asuntos
de amor. Pero, ¿por qué? Si una persona como ésta no puede afrontar los problemas que se
ocultan tras su tendencia a envolver a su pareja en una bruma de idealización, y no está
dispuesta a enfrentarse con su dolo rosa necesidad de una autosuficiencia interior, no habrá
una reflexión filosófica y espiritual que le impida repetir una y otra vez el modelo, sea en el
nivel que fuere. Y, en vez de aceptar las apariencias, es preciso desafiar y cuestionar la
extraña y desconcertante pasividad que en ocasiones lleva a una persona como ésta a
declarar que aquello debe de ser el «karma» y que, por lo tanto, toda esperanza de
realización personal ha de ser sacrificada en aras de un propósito superior. También hay
otras personas que se dejan devorar por los remolinos emocionales de Neptuno, y lo más
frecuente es que se trate precisamen- ¡v de la pareja o de los hijos del neptuniano, que quizá
no puedan darse el lujo de justificar su propia infelicidad refugiándose en la creencia de que
a los seres evolucionados se les exige que sufran más.
El empobrecimiento de la definición astrológica es comprensible, porque nuestro
daímon de mil cabezas es realmente proteico. Cambia de forma con tal rapidez que es difícil
ver las conexiones que existen entre sus diversas manifestaciones, ¿Cuál podría ser, por
ejemplo, la relación entre la histeria, esa antigua dolencia que los griegos creían generada
por un «útero errante», y el mundo enigmático de los fenómenos ocultos, [un tema] que
pocos psiquiatras (excepto aquellos excéntricos como Jung, que tenía al Sol en cuadratura
con Neptuno) considerarían digno de una investigación seria? ¿O entre los tan buscados
«poderes psíquicos», que tanto fascinan al explorador ingenuo del dominio espiritual, y la
adicción al alcohol y las drogas que degrada y destruye tantas vidas? ¿O entre la adicción y
la «experiencia cumbre oceánica» descrita por la psicología transpersonal? ¿O entre la
psicología transpersonal y las estrellas de cine? ¿O entre las estrellas de cine y los políticos
de la izquierda radical?
No es imposible formular conceptos claros sobre el significado de Neptuno como un
impulso arquetípico que hay en el interior de la psique humana, ni tampoco relacionar este
planeta con observaciones empíricas de pautas de comportamiento, visiones del mundo,
complejos y sentimientos individuales y colectivos. Lo que es difícil es la antipática paradoja
de siempre: ¿cuándo se trata de un anhelo de lo transpersonal y hay que rendirle homenaje
como tal, y cuándo es una regresión infantil que es preciso encarar con un realismo
compasivo? ¿Y cuándo es ambas cosas? Quizás aquí resida la verdadera naturaleza del
engaño neptuniano. Dado el espectro de opuestos que, al parecer, simboliza Neptuno, y que
va desde los extremos de la desintegración física y psíquica hasta la luz de la revelación
interior que transforma la vida, es prácticamente imposible afirmar de modo terminante
cuándo una de estas manifestaciones se está haciendo pasar por la otra. Una sed espiritual
muy profunda, pero no reconocida, puede disfrazarse como una adicción o como un
desesperado retraimiento o evasión de la realidad, así como lo que suponemos —y
llamamos— un alma iluminada bien puede ser un aparente adulto con el narcisismo
emocional de un bebé, que se defiende de la vida negándose a abandonar el País de Nunca
Jamás. El padre, la madre, la pareja o el consejero que siempre se sacrifica, puede terminar
por revelarse finalmente como un pulpo devorador, así como el que nos parece un desecho
humano —el ladrón, la prostituta, el drogadicto o el vagabundo— puede estar más
impregnado de auténtica compasión liiituana que un ejército de médicos, psicólogos,
asistentes sociales y políti- eos que proclaman en voz bien alta su amor por la humanidad
valiéndose de palabras y hechos aprobados por el colectivo. Tal como afirman las brujas de
Macbeth:

Lo bello es horrible y lo horrible es bello:


revoloteemos a través de la bruma y del aire inmundo/

El dilema de Neptuno no reside en una falta de modelos psicológicos que podrían


proporcionarnos un vocabulario con términos más ricos que «engaño» o «falsa creencia»,
sino en la incertidumbre moral, a veces literalmente enloquecedora, que acompaña al
anhelo de redención. Se podría disimular con una aparente bondad la insondable voracidad
del niño aún sin formar que manotea contra las cerradas puertas del útero materno. O
podría estar realmente en contacto con alguna realidad mayor que prive de sentido a
nuestra condición de seres aparte, con lo que nuestras propias creaciones y acciones se
verían suavemente agraciadas con el poder de curación de ese otro ámbito, aunque a
menudo la persona no tenga conciencia del don que posee. Nunca se puede estar seguro, y
menos aún de uno mismo. Cuanto más seguro esté uno de su propia impecabilidad, es
cuando mayor es la probabilidad de equivocarse con Neptuno. Precisamente cuan do la
persona cree estar viviendo y expresando sin ninguna duda su amor, es cuando se pone más
en evidencia el problema del complejo parental inconsciente, Y precisamente cuando está
sufriendo la indignidad de la crisis nerviosa y la disolución, se acerca más a una luz extraña
y difusa: la de una puerta mágica que, al abrirse, da acceso a los secretos sagrados que, tal
como los de Melusina,* se desvanecen a la fría luz de lo que se suele definir como «cordura».
Siempre ha habido una conexión curiosamente flexible entre lo que llamamos locura y
lo que llamamos unión con lo divino. Para los antiguos griegos, la locura era el hecho de
estar poseído por una deidad. Para el cristiano medieval, era estar poseído por un demonio,
lo cual sólo es otra forma de decir lo mismo. Cuando el aborigen australiano emprende una
peregrinación a pie por el desierto, según nuestra terminología psiquiátrica sufre una locura
temporal; pero en su propio contexto eso quiere decir que se ha convertido en uno con la
tierra y los antepasados. También el chamán entra así en el trance extático que, visto a
través de la lente de la conciencia racional, es en realidad un episodio psicótico, Neptuno
puede simbolizar las manifestaciones supremas y más elevadas del amor, la gracia y la
visión creativa de que son capaces los seres humanos en esos momentos en que el
reconocimiento de la unidad esencial reemplaza a la terrenal ilusión de separación.
Igualmente, Neptuno puede encarnar los impulsos devoradores más desesperados y
destructivos de que son capaces los seres humanos cuando no se han enfrentado con el
miedo a la soledad y a la muerte. ¿Cuál es la verdad? Probablemente, las dos cosas. Para
muchas personas, el dominio de Neptuno puede ser un problema considerable porque
constituye una especie de «vaca sagrada» que, según ellas, no debería estar sujeta a la misma
inspección cuidadosa que se aplica a otras esferas de la experiencia humana. De ahí que
deba yo arriesgarme a generar cierto antagonismo en esta clase de lectores al plantear
cuestiones que afectan a la santidad del sacrificio y a la fascinación del altruismo y la
generosidad. Con este cuestionamiento, no se descubren monstruos, ni tampoco deidades
intocables, sino sólo seres humanos, que ya son de por sí bastante misteriosos sin necesidad
de confundir los términos. Pero es precisamente lo esencial de esta condición humana lo
que es tan difícil de incluir en el mundo neptuniano, porque la humanidad tiene demasiado

* Personaje fabuloso cuya madre, un hada, le concedió el don de tener los sábados la parre inferior del cuerpo
en forma de serpiente. Aparece citado por primera vez en el Riinuw de Méluüne, en el siglo xiv. (N. del IL)
de aquello que los órficos llamaban «lo titánico», es decir, la esencia de Saturno, que es a la
vez el eterno enemigo de Neptuno y su eterno complemento. Por desgracia, las personas
con mayores dotes imaginativas suelen ser también las que, al mismo tiempo que anhelan
desesperadamente manifestar su potencial, sabotean con la mano izquierda lo que buscan
con la derecha. Por lo tanto suelen enredarse en una serie de infortunios materiales,
enfermedades y sacrificios, tanto en el ámbito emocional como en el físico, sin llegar jamás
a expresar en su plenitud la riqueza que albergan dentro de sí, porque, en algún nivel
profundo y al parecer inaccesible, creen que ese sufrimiento habrá de purificarlas y vol-
verlas más aceptables a los ojos de ese Otro al que buscan. Aun reconociendo, como todos
deberíamos hacer, que el sufrimiento y el sacrificio forman parte de la vida, tengo fuertes
dudas con respecto a las formas en que se usa y abusa de tales términos y a lo que con
frecuencia esconden. En interés de esas personas, he intentado describir de un modo más
claro el mundo neptuniano.
En el momento en que escribo esto, Neptuno se encuentra todavía en su prolongada
conjunción con Urano. Aunque el momento exacto de la conjunción haya pasado, estos dos
planetas seguirán moviéndose el uno dentro del orbe del otro durante un tiempo
considerable.4 En el mundo astrológico es mucha y de gran calidad la investigación
centrada en el significado de estos encuentros, tan poco frecuentes como profundamente
importantes, de los planetas exteriores, y todos los que practicamos la astro- logia nos
hemos encontrado con clientes cuya carta natal ha sido fuertemente movilizada por estos
contactos, y como resultado de ello han experimentado importantes conmociones, tanto en
el ámbito interno como en el externo. También las cartas de diversas naciones nos han
proporcionado múltiples revelaciones relacionadas con cambios políticos y económicos,
tales como la unificación de las dos Alemanias, que ha tenido lugar durante esta
conjunción. Todos sabemos que estamos en una época de conmoción y de crisis. De ahí que
en estos momentos sea de particular importancia entender a Neptuno, ya que las
necesidades, las defensas y los sentimientos neptunianos son ahora especialmente intensos
y forman parte de la vida cotidiana de todo el mundo. El anhelo de redención es una
experiencia humana fundamental, pero en algunas esferas de la sociedad parece como si el
diluvio de las aguas neptunianas hubiera borrado totalmente cualquier capacidad de
reconocer y asumir opciones y responsabilidades personales. Es posible entender muchos de
nuestros problemas sociales más difíciles en este contexto, y comprenderlos puede
contribuir a que el individuo sea más consciente de los motivos que se ocultan tras sus
decisiones, compromisos y actos. Por esta razón, uno de los capítulos se titula: «El Neptuno
político», ya que la política ha sido siempre uno de los ámbitos del esfuerzo humano en
donde el anhelo de redención —aunque se lo haya llamado con otros nombres- se ha
encontrado más auténticamente en su casa.
El lector que no desee otra cosa que encontrar un «recetario» de interpretaciones de
Neptuno en la carta natal puede pasar a la última sección del libro, donde hallará
descripciones del planeta en las casas, en aspecto con otros planetas, en sinastría y en cartas
compuestas. Sin embargo, el material de las secciones precedentes, incluyendo los capítulos
dedicados a los mitos y temas religiosos relacionados con el tema y a la extraña historia del
descubrimiento y la exploración del inconsciente, me ha resultado inapreciable para
entender a Neptuno. También tiene relación con el tema la influencia neptuniana en la
psique colectiva, por mediación de las tendencias de la moda, de los cultos espirituales y
religiosos y del arte. Sea cual sea la orientación particular de cada cual en el estudio y el
trabajo astrológicos, el mejor medio para expresar el significado de este planeta es el mundo
de las imágenes, y espero que esta visión interior estimule también en alguna medida al
lector. Por eso he empezado allí donde empieza Neptuno, en los mitos de la creación a
partir del agua, del Paraíso perdido y recuperado, del Diluvio y
del Milenio, Al principio me abstuve de intentar interpretar demasiado al pie de la letra
todas estas imágenes, porque lo que activa la imaginación y hace que el tono afectivo y
sentimental de Neptuno llegue en mayor medida a la comprensión consciente es más
bien la explicación que la definición.
Si bien esta es mi manera de trabajar con cualquier símbolo astrológico, , resulta
especialmente apropiada para Neptuno, que se escabulle de las palabras clave tal como se
escurre el agua a través de un colador. Así, con una mano agarrando firmemente el libro de
oraciones y la otra en el cochecito de bebé, podemos iniciar la persecución del esquivo
Neptuno, empezando por esos productos espontáneos de la imaginación humana por medio
de los cuales suele expresarse el inconsciente.
PRIMERA PARTE

Fons et Origo

LA MITOLOGÍA DE NEPTUNO

Y vi un nuevo cielo y una nueva tierra, pues el primer cielo y la primera tierra
habían desaparecido, y el mar no existía ya.

Y vi la ciudad sagrada, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, desde Dios,
preparada como una novia que se ha engalanado para su esposo.

Y oí una gran voz que desde el trono decía: «Esta es la tienda de Dios entre los
hombres, y él morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y él será su Dios».

Y Dios enjugará todas las lágrimas de sus ojos; y no habrá más muerte, ni duelo,
no habrá más llanto ni más pena, porque las cosas primeras ya han pasado.

Y el que estaba sentado en el trono dijo: «He aquí que hago nuevas todas las
cosas».

Y me dijo: «Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Y al que


tuviere sed le daré de balde a beber de la fuente del agua de la vida».
APOCALIPSIS, 21, 1-6
1
La creación

Del agua proviene toda vida.


EL CORÁN

La mitología de Neptuno se inicia con la mitología del agua. En el simbolismo


astrológico, Neptuno es el regente de Piscis, el tercer signo del trígono de
agua; y el dios con cuyo nombre se designa al planeta es el señor de las
profundidades oceánicas. Pero incluso si se hubiera dado otro nombre a este
planeta, el lenguaje del agua brota espontáneamente de los labios de quienes
están teniendo la experiencia de importantes tránsitos y progresiones en que
participa Neptuno. Una y otra vez he oído a personas con un total
desconocimiento de la astrología describir sus sentimientos y percepciones en
momentos tan críticos con imágenes como ahogarse, sentirse anegado, ir a la
deriva, disolverse, sumergirse, inundarse y fluir con la corriente. En
momentos como estos, también los sueños reflejan el dominio del agua:
maremotos, barcos que se hunden, cañerías que se rompen y lavabos
inundados, casas anegadas y lluvias torrenciales. Los seres humanos describen
con gran precisión, aunque por lo común de forma inconsciente, el trasfondo
arquetípico de cualquier experiencia vital importante. El vocabulario de
Neptuno es el del agua, y el agua, en los mitos de todas las culturas y en todas
las épocas, simboliza la sustancia primaria, fons et origo, la fuente de toda
creación.
Los mitos del agua se resisten particularmente a cualquier definición
precisa de su significado. Al ser tan vastos y tan esquivos, faltar por lo general
en ellos los personajes humanos y presentarnos en cambio la creación del
universo, su importancia psicológica parece estar relacionada con expe-
riencias primitivas de las que apenas llegamos a tener una débil conciencia,
(ionio iodos los mitos son, de una manera ti otra, el retrato que nos ofrece
la psique de sus propios procesos, estos relatos de la creación son, en cierto
nivel, imágenes de los procesos de la concepción, la gestación y el nacimiento
humano, proyectados sobre el cosmos y vistos como el nacimiento del
mundo. También el nacimiento humano sucede en más de una forma, ya que
no alude a la salida física del bebé del útero, sino también el nacimiento de
una identidad individual que se separa del mar indiferenciado de la psique
colectiva. El mundo previo «anterior» que nos describen los antiguos mitos de
la creación a partir del agua es algo que jamás podremos «recordar» como
podemos evocar, por ejemplo, los conflictos emocionales y sexuales de la
pubertad. Los recuerdos individuales dependen de que haya un yo que
recuerde, y en el ámbito de las aguas neptunianas todavía no hay ningún
«yo».
Tanto en el mito como en los sueños, el agua es una imagen de todo lo
todavía no formado y potencial, la prima materia de la que provienen todas las
formas y a la cual terminarán por regresar, ya sea por obra de su propia e
inevitable desintegración o bien en medio de un cataclismo divinamente
impulsado. El agua existe en el comienzo y regresa al final de cada ciclo cós -
mico; existirá incluso al final de la creación, y seguirá conteniendo las semi-
llas de mundos futuros que esperan germinar en sus profundidades. Si de-
seamos captar con mayor plenitud este significado antiguo y sagrado del agua,
es preciso que nos pongamos en contacto con nosotros mismos mediante una
percepción arcaica, preverbal e infinitamente más sensual de la vida. El
primer atisbo que tiene un niño de la magia y el misterio del mar nos dirá más
sobre el carácter sobrecogedor del agua que ningún análisis erudito de los
antiguos ritos religiosos. La forma en que, al final de un día agotador, nos
relajamos al sumergirnos en un baño caliente nos revela mejor el poder de
curación y recuperación del agua de lo que jamás podría captar el intelecto: la
forma en que el agua se desliza deliciosamente sobre la piel, su poder de
relajar los músculos doloridos, su manera de ofrecer al cuerpo la sensación
seductora de flotar sin esfuerzo. Las imágenes míticas del agua se conectan
con nuestras primeras experiencias corporales y con las sensaciones exquisitas
de ser tranquilizados, arrullados, bañados, protegidos y limpiados. Y aquí no
se trata sólo de fantasías sensuales; esas sensaciones son también, aunque no
lo recordemos, nuestro pasado. Todos hemos iniciado la vida en las aguas
uterinas, y nuestro primer alimento fue la leche, Y a partir de las vivencias
que tiene el niño, y no sólo las del parto, sino también las de una inmersión
no querida o accidental, también podemos entender mucho de lo referente a
los monstruos de las profundidades marinas de que nos hablan los mitos
acuáticos: la sensación de ahogo, el pánico ciego, el terror de algo sin fondo,
como unas fauces gigantes ávidas de sumergirnos en el olvido. Las personas a
quienes les asusta nadar en aguas profundas pueden captar mejor cuál es la
base más honda de su miedo si indagan en las imágenes de Neptuno. El
enorme éxito de las películas cuyo tema central es el monstruo que acecha en
las profundidades del mar -desde La criatura de la Laguna Negra a Tiburón- da
testimonio de lo aterradoras y sin embargo irresistiblemente seductoras que
pueden ser tales imágenes incluso para una conciencia moderna y hastiada.
Voluntaria o no, la inmersión en el agua expresa, en lenguaje mítico, un
retorno a la preexistencia, un retorno que se produce en la muerte y en el
arrebato de la experiencia mística, y también en el mundo crepuscular del
trance inducido por las drogas. También puede suceder en cualquier
momento en que las emociones más primarias rebrotan e inundan la con-
ciencia hasta tal punto que el «yo» desaparece. En ciertos momentos y para
ciertas personas, esto puede parecer una vivencia deliciosa y llena de encanto,
en especial si la vida se muestra con ellas fría, áspera y frustrante. Pero para la
persona que ha luchado duramente para ganarse su propio lugar en el mundo
como alguien útil y eficaz, es aterradora, porque parece un heraldo de la
locura y la impotencia, y de la total inutilidad de cualquier esfuerzo. No
podemos recordar lo que es no tener forma, a no ser cuando nos sentimos
inundados por experiencias oceánicas, y éstas van seguidas generalmente por
una especie de imprecisión que las desdibuja, dejando en la memoria «huecos»
como los que uno podría encontrarse después de una borrachera, Pero aunque
no conservemos el recuerdo, a lo largo de los tiempos nos hemos imaginado y
representado esta especie de vida previa como algo relacionado con el agua,
tanto en la mitología como en el simbolismo religioso y en el arte. También el
hecho de que la vida surja del agua es un milagro que nos plantea la cuestión
de cómo algo puede provenir de la nada, porque es una repetición del acto de
la creación, del cual nació el nuevo universo, flamante, resplandeciente y
libre de pecado, o de cómo emerge a la luz del día el recién nacido, todo sucio
de sangre y fluidos corporales. El agua y la vida subacuática nos fascinan
ahora como siempre lo han hecho. Si los dentistas inteligentes tienen acuarios
con peces de colores en la sala de espera es porque el terror a la anestesia y al
torno, compartido igualmente por niños y adultos, resulta mitigado en alguna
medida por el ritmo hipnótico de la pacífica existencia acuática. También una
fuente sigue siendo para nosotros tan mágica como lo era en el mundo
antiguo, y los cineastas hábiles nos presentan con frencuencia a los
enamorados citándose junto a sus aguas iluminadas por la luna para
sumergirse mejor en la corriente de sus sentimientos. Asimismo, pescar es
algo milagroso para un niño, y sigue siéndolo para muchísimos adultos.
Atrapar un pez es como recibir una bendición que va más allá del mundo
concreto del sedal, las moscas y el cebo, ya que lo que nos entrega su tesoro
es, en realidad, la gracia del río, el lago o el mar. Así, en prácticamente todos
los ritos iniciáticos, al igual que en la ceremonia cristiana del bautismo, la
inmersión en el agua nos purifica de la corrupción del pasado y nos hace
renacer; y estos procesos se producen en un ámbito oculto y secreto al que no
tenemos acceso, a no ser a través de las puertas de la fantasía.

La madre agua en la mitología mesopotámica


Desde los tiempos prehistóricos, el agua ha simbolizado la fuente esencial de
la vida y de la fertilidad, tanto para los seres humanos como para el universo.
Así pues, la presencia del agua, ya sea en forma de mar, lago, río, arroyo o
manantial, señala la materialización de la divinidad original. Todos los lugares
sagrados del Neolítico y de la Edad del Bronce estaban situados junto a una
fuente de agua o encima de ella, y su significación era mucho mayor que las
obvias consideraciones prácticas de que servía para beber y para lavarse: se la
veía como una fuente sagrada. En aquellas culturas posteriores que llegaron a
tener panteones de dioses más sofisticados y rituales de adoración más
complejos, el altar del templo se situaba generalmente junto a una fuente o
manantial, cuya misteriosa aparición desde las profundidades era interpretada
como una penetración del mundo terrenal por parte de la deidad creadora de
vida que presidía el ámbito sin forma e invisible de aquí abajo y del más allá.
Esta manifestación visible del divino origen de la vida siempre estuvo
personificada por una entidad creadora femenina que se fertilizaba a sí
misma, o por una diada macho-hembra cuyo principal poder residía en su
parte femenina. La experiencia humana del mundo uterino antes de la
existencia de un yo individual es, en el lenguaje del mito, la de un poder
maternal oceánico y absoluto.
El mito sumeno del origen del mundo, que se remonta hacia el tercer
milenio antes de Cristo, nos ha llegado por mediación de la civilización
babilónica, que absorbió a la cultura sumeria y alcanzó la época de su flore- t
inm uto ilutante el reinado del enérgico Hammurabi (1792-1750 a.C,). No se
lian conservado documentos de la versión babilónica del relato de la i ir.u
tón, peto la totalidad de la historia, que se remonta a cinco mil años itu.lt,
lotnta paite del texto i onocido como b'.numa Elish, hallado en la
biblioteca del rey Asurbanipal de Asiria, que gobernó desde el
año 668 al 630 a.C, Si hay mitos de la creación anteriores a éste, no
tenemos noticia de ellos. Enuma Elish significa «cuando arriba» (las
palabras iniciales del poema); el texto está registrado en siete tablas
de arcilla y abarca en total un poco más de mil líneas. Así, nos
encontramos por primera vez con el mundo mítico de Neptuno en
Oriente Medio, en la época de los súmenos, que pusieron las bases
de nuestra cultura occidental. Y para los súmenos, todo se inició
con el agua.
En las tablas sumerias que nos han quedado, a la diosa Nammu, cuyo
nombre se escribe con el ideograma «A», que significa «mar», se la describe
como «la Madre que dio nacimiento al cielo y a la tierra».' La palabra nammu
o namme admite otra interpretación, la que le da Nicholas Cam- pion, quien
sugiere que se la puede equiparar aproximadamente con esencia, hado o
destino.2 Las dos interpretaciones se relacionan, ya que la fuente divina es
también la esencia y el destino de toda vida, que de ella emerge y a ella
retorna. El mito sumerio no ofrece explicación alguna del origen del mar
primitivo, que sólo es, sin más ni más. También en otros relatos de la creación
encontraremos que esta es una característica a prio- ri de la deidad original, y
una peculiaridad de la descripción mítica del nacimiento del universo; si
vamos retrocediendo, no podemos llegar más allá de Algo que ha estado
siempre ahí. El sentimiento subjetivo de una fuente eterna, que está más allá
de los límites del tiempo y el espacio y trasciende el pensamiento lógico, es
característico de Neptuno. La diosa Nammu es la imagen más antigua que se
conserva de esta fuente neptuniana. En la lengua sumeria, la palabra con que
se designa el agua significa también esperma, concepción y generación. La
gran madre mar de los sumerios es partenogenética; es a la vez el esperma que
fertiliza y el útero receptor y húmedo; es macho y hembra, andrógina e
indiferenciada, imagen a la vez del originario caos cósmico y del informe y
oscuro mundo uterino.
Los babilonios asumieron el mito sumerio de la creación a partir del mar
y siguieron elaborándolo. El Enuma Elish nos dice que en el comienzo sólo
existía el agua: Apsu, el océano de agua dulce, y Tiamat, el océano de agua
amarga y salada. De la unión de estas dos deidades, macho y hembra, pero

(N. del K)
contenidas ambas en el seno de la imagen única y urobórica * del mar,
nacieron los otros dioses.

* De Uroboros, la serpiente que se muerde la cola, símbolo de la totalidad cósmica.


Cuando arriba el cielo no estaba (todavía) bautizado,
(y) abajo la tierra no había sido (aún) llamada por un nombre;
cuando el primitivo Apsu, que los generó,
Mummu (y) Tiamat, de quien todos ellos nacieron, todavía
mezclaban juntas sus aguas, y no había aún praderas para
pastoreo (y) ni (siquiera) una marisma con juncos se veía;
cuando ninguno de los (otros) dioses había llegado a ser, ni
habían sido (aún) llamados por (sus) nombréis, y sus) destinos
no estaban todavía establecidos,
(en ese momento), dentro de ellos fueron creados los dioses.3

A medida que la progenie de Tiamat y Apsu crecía, nos cuenta el Enuma


Elish, el ruido y el griterío se volvieron insoportables para sus padres. Por eso,
Tiamat y Apsu idearon un plan para aniquilar a su bulliciosa progenie. Pero
los jóvenes dioses lo descubrieron y, en defensa propia, destruyeron a Apsu,
su padre. Entonces Tiamat se trabó en una lucha mortal con sus hijos, de los
cuales el más fuerte y el más audaz era Marduk, el dios del fuego, que retó a
su madre a un combate singular; le echó su red para inmovilizarla, y cuando
ella abrió la boca para tragárselo, le partió el corazón con una flecha. Con su
cuerpo desmembrado creó la bóveda superior del Cielo y la bóveda inferior
de la Tierra, y consumó así la creación del mundo manifiesto.
En su debido momento estudiaremos más a fondo lo que pueden sugerir,
en términos psicológicos, estas imágenes cósmicas, y de qué manera se las
puede relacionar con el símbolo astrológico de Neptuno. Pero hay ciertas
cosas esenciales de las que se puede tener un atisbo a partir del antiguo relato,
y quizá la más importante de ellas sea la naturaleza ambivalente de la fuente
primaria de la vida. Tras haber generado a sus hijos en el seno de su cuerpo de
agua, Tiamat decide bruscamente que ya está harta de ellos. El ámbito uterino
no es sólo un lugar de felicidad, ya que la creadora puede, por razones que
ella conoce mejor que nadie, decidirse a desmantelar su creación. La dualidad
inherente a los mundos prenatal y posnatal del niño, en parte una fusión
paradisíaca, en parte el terror de la completa extinción, está vividamente
presentada en Tiamat. Ella está envuelta en la oscuridad, como el lugar de
nuestro origen. También podría venir al caso que insistiera aquí en que en el
Enuma Elish la creación del mundo a partir de las profundidades sin forma del
mar se logra mediante un acto de separación violenta. No hay alternativa
posible. Es una imagen de la lucha necesaria para arrancar la existencia
independiente del seno del inconsciente primordial, y se la podría entender
como un relato de la lucha a vida o muerte del niño por emerger, y al mismo
tiempo como la batalla por formarse una identidad separada fuera de la psique
de la familia y el colectivo. Tiamat no es un útero y un pecho que brinden
amor incondicional. Es una serpiente marina cósmica y monstruosa y, desde
el punto de vista de Marduk, debe ser destruida y transformada. Marduk es
para nosotros una imagen de cierto estadio de la evolución humana, desde el
cual el antes paradisíaco lugar de origen se ve ahora como un sitio peligroso
en vez de placentero. Pero Tiamat es también algo más que un monstruo que
hay que matar, porque sus ecos siguen haciéndose oír a través de los mitos
subsiguientes, y están llenos de nostalgia. Aunque el Enuma Elish no nos dice
que Marduk llegara a lamentar su acto de separación violenta, en términos
humanos parece que la destrucción de la unidad primordial da como
resultado inevitable la pena y la nostalgia de la fusión ahora perdida, además
de generar también un persistente miedo a las represalias.
La muerte de Tiamat no es más que una ilusión, ya que su presencia se
prolonga eternamente en el mundo que se ha creado a partir de su cuerpo. El
mito babilónico hace alusión a esta paradoja en la Epopeya de Gilgamesh, cuyo
original sumerio se remonta al segundo milenio antes de Cristo. En términos
históricos, Gilgamesh fue un rey de la antigua ciudad sumeria de Uruk. En
términos psicológicos es, como la mayoría de los héroes míticos, una imagen
del yo independiente, espléndido y poderoso, y sin embargo en perpetuo
conflicto con los poderes divinos. En el relato se empeña en encontrar el
Árbol de la Inmortalidad, que se perdió en la época de la destrucción del mar
primordial y de la creación del mundo; porque con la derrota de Tiamat llega
la inevitabilidad de la muerte. La vida eterna sólo puede existir cuando uno
vive dentro del cuerpo de la fuente eterna. Gilgamesh debe empezar por
atravesar el océano cósmico hasta la Isla de los Bienaventurados, donde
Utnapishtim, el héroe del Diluvio, vive con su esposa en una felicidad eterna.
Esta pareja siempre joven lo baña con las aguas de la curación y le habla del
Árbol de la Inmortalidad, que crece en el fondo del mar. El héroe encuentra
el árbol y, aunque en el camino se ha herido y destrozado las manos, le
arranca una rama y escapa. Una vez que ha atravesado sano y salvo el océano
cósmico, y ha vuelto a poner los pies en su país, se detiene a pasar la noche
junto a un arroyo, creyendo que su premio está a salvo. Pero una serpiente
sale del agua, le roba la rama y se la come, con lo cual se desprende de su piel
y se vuelve inmortal. Al verlo, Gilgamesh, el héroe, se sienta y se pone a
llorar.4 Así reclama su parte Tiamat, la madre mar, disfrazada como una
humilde serpiente de agua, y los seres humanos se quedan con su destino
mortal y su eterna nostalgia. Quizá, bajo la influencia de Neptuno,
recordemos el Arbol de la Inmortalidad, escondido en las profundidades del
mar cósmico, y en nuestra lucha con el dolor y el sacrificio, nos esforcemos
por volver a conectarnos con la unidad que perdimos al emerger en nosotros
la conciencia individual. Pero, si hemos de tomar el relato de Gilgamesh
como una afirmación psicológica válida, también hemos de vivir con el
conocimiento de que, tarde o temprano, nuestra posesión de la eternidad se
revelará como algo transitorio y, una vez más, volveremos a perder el Árbol.
Gran parte de las imágenes del mito cananeo, estrechamente relacionado
con la historia hebrea de la creación que nos ofrece el Génesis, proviene de
relatos de origen sumerio y babilónico. En este mito, a Tiamat se la llama
Asherah, la «Señora del Mar» y la «Madre de los Dioses». En Siria se la cono-
cía como Astarté, la «Virgen del Mar» y la «Señora de las Aguas»; el signifi-
cado original de su nombre es «matriz» o «lo que se genera en la matriz». 5
También se la llamó Ashthoreth, Anath o Ashtar; en Mesopotamia se la
conocía como Ishtar, y entre los filisteos y los fenicios, como Atargatis, la
diosa pez. En ocasiones, en la lengua ugarítica o cananea se la designa sim -
plemente como Elath, es decir, «Diosa». Era la progenitora de todos los dio ses
y se la representaba frecuentemente como una figura maternal benéfica que
no sólo amamantaba a su propia progenie sino también a algunos príncipes
humanos. Al rostro más feroz de la fuente primordial, que era parte
integrante del monstruo marino Tiamat, se lo apartaba de la imagen, auspi-
ciosa para la vida, de Asherah, para hacerlo residir en la figura cananea, más
sombría, del aborrecible monstruo Lotan (el Leviatán hebreo), que moraba en
las profundidades del mar. A Lotan o Leviatán se lo conoce también como la
Serpiente Tortuosa, y en el mito cabalístico se lo equipara con Liüth, «quien
seduce a los hombres para que sigan caminos tortuosos». 6 Lilith no sólo es una
seductora, sino también una devoradora de niños, «a quienes hace reír
alegremente en sueños para luego estrangularlos sin piedad y así apoderarse
de sus almas inocentes e introducirse en ellas.» 7 Aunque se rebaje a Tiamat de
su condición de fuente cósmica a la de súcubo malévolo, no se llega a
despojarla de su poder terrorífico.
En el segundo de los dos mitos de la creación del Génesis (el Yahvista) *
tenemos un relato de cómo Yahveh, al igual que Marduk, se trabó en un
violento combate con las aguas y castigó a Lotan o Leviatán, el monstruo de
múltiples cabezas, tras lo cual creó el día y la noche, el firmamento, los
cuerpos celestes y el orden de las estaciones, un tema que se retoma en Isaías,
27, 1:

Aquel día castigará Yahveh, con


* Pícese de un documento considerado como la fuente más antigua del Pentateuco, que se
caracteriza por designar a dios con el nombre de YHWH (Yahweh, «el que hace ser»), en lugar de
É.lohim (plural o superlativo de Él, dios). (TV, del K)
su dura, grande y fuerte espada,
a Leviatán, la serpiente huidiza,
a Leviatán, la serpiente tortuosa;
y matará al monstruo del mar,

Tiamat, el nombre babilónico de la madre mar, se relaciona etimológi-


camente con la palabra hebrea tehom, lo profundo, que aparece en el primer
mito de la creación del Génesis (el código Sacerdotal);

La tierra era un caos informe, y las tinieblas cubrían la


superficie del abismo, mientras el espíritu de Dios se cernía
sobre las aguas.

Así como el viento ardiente de Marduk horadaba las sombrías profun-


didades de Tiamat, el espíritu de Elohim se cernía sobre el oscuro rostro del
abismo. Así como Marduk extendió la mitad superior del cuerpo materno
como si fuera un techo, con las aguas del Cielo por encima y las aguas de la
Tierra por debajo, en el Génesis Elohim hizo el firmamento y separó las aguas
que estaban arriba de aquellas que estaban abajo. Y así como Marduk
conquistó a Tiamat, Dios conquistó a Leviatán. En un texto cabalístico del
siglo XV, se interpreta la afirmación midráshica según la cual Dios «enfrio^ al
Leviatán hembra en el sentido de que hizo estéril a Lilith, para que ya no
pudiera tener progenie." Sin embargo, en el folclore judío de épocas poste-
riores Leviatán no es solamente monstruoso, sino también hermoso y amado
por Dios.

El que gobierna sobre los animales del mar es el leviatán. [...]


Originariamente fue creado macho y hembra. [...] Pero cuando pareció
que uniendo sus poderes, una pareja de estos monstruos podría aniquilar
la tierra entera, Dios mató a la hembra. Tan enorme es el leviatán que
para saciar su sed necesita toda el agua que el Jordán vierte en el mar. [...]
Pero el leviatán no es sólo grande y luerte; está, además,
maravillosamente hecho. Sus aletas irradian una luz brillante, que al
propio sol oscurece, y también de sus ojos mana tal esplendor que con
frecuencia llega a iluminar súbitamente el mar. No es extraño que esta
maravillosa bestia sea el juguete de Dios, con el que Él se entretiene. 1
Lo interesante es que en esta descripción Leviatán se haya vuelto macho,
porque Dios ha destruido o esterilizado la parte femenina de la unidad
urobórica original. Esta es una forma de buscar solución al problema de
Neptuno, y tampoco es excepcional entre los mortales, pero su eficacia fuera
de los dominios de la mitología es cuestionable.
Llegados a este punto, es apropiado introducir la imagen neptuniana del
pez. Tiamat es una serpiente de mar, pero es también un leviatán, un pez
gigante. Dondequiera que veamos representaciones de algún monstruo de las
profundidades, son invariablemente una curiosa fusión de ambos. Ya mucho
antes de que llegara a convertirse en una de las imágenes dominantes del
cristianismo, el pez estuvo vinculado, por mediación de los mitos de Oriente
Medio, con la figura de la gran diosa del mar que personifica el origen de la
vida. Se puede representar como un pez al poder de animación y fertilización
del agua, al igual que a su inconstante progenie divina; y también se puede
representar las mandíbulas devoradoras de la fuente como la boca del pez que
se tragó a Jonás y volvió a expulsarlo. Así, el pez es .simultáneamente el falo
de la madre mar, que se genera a sí misma, su boca voraz y devoradora y el
hijo dios a quien da nacimiento y al que vuelve a tragarse. Esta imagen de la
madre mar halla su expresión más sintética en la diosa fenicia Atargatis, a
quien se representa como la «casa de los peces», con una cola de pez. También
Astarté o Asherah tenía originariamente la forma de un pez. " La madre pez,
dadora de vida, es el mar primitivo que protege al feto, que es el dios aún por
nacer; una imagen mítica que refleja nuestra propia vivencia física directa del
tiempo anterior al nacimiento. La vida y el mito se entretejen en el embrión
humano, que inicia su desarrollo como una entidad semejante a un pez, con
órganos similares a las branquias, que le permiten vivir en el seno de las aguas
uterinas. Antes del nacimiento, madre e hijo están fundidos en la imagen del
pez. Y el niño pez que emerge de las aguas se convertirá finalmente en el
redentor que, como luego veremos, es portador de un destino especial y
trágico.
El símbolo de los peces que tan familiar es para los astrólogos como
representación pictórica del signo de Piscis, está inextricablemente vinculado
con el antiguo mito de la madre mar y su divina progenie. El pez meridional y
más pequeño de la constelación es el hijo, cuya naturaleza y destino
estudiaremos con más atención después; el septentrional y más grande es la
diosa madre, que personifica la fuente de toda creación." Ambas figuras tienen
una importante relación con el Neptuno astrológico, que, como el signo de
Piscis, contiene una dualidad intrínseca." Tiamat es simultáneamente una
devoradora y generadora de niños, ya que la extinción acecha a todo aquello
que existe en estado físico. Esta es la desagradable verdad que, pese a su acto
de heroísmo, hubo de afrontar Gilgamesh. Las aguas que dan la vida también
se levantarán un día para anegarla. El anhelo y el terror conviven en la
relación entre la madre mar y su progenie, Tiamat, Asherah, Ashteroth,
Ashtar, Ishtar, Astarté, Atargatis, Anath y Leviatán no son más que
variaciones del tema de la gran madre mar, progenitora de toda vida y
destructora final de todo lo que ella misma crea.

La madre agua en Egipto


Egipto es tan antiguo como Sumer, y sigue habiendo eruditas controversias
sobre la cuestión de si la escritura cuneiforme de los sumerios precedió o
siguió a los jeroglíficos egipcios. Pese a lo inevitable de la fertilización cruzada
entre Egipto y el valle del Tigris y el Éufrates gracias al comercio, las
invasiones y las migraciones, la cultura y la mitología egipcias evolucionaron
como una entidad distinta y sumamente individual, configurada por el
peculiar fenómeno de una tierra casi sin lluvias, cuya fertilidad dependía por
completo de los caprichos del Nilo, tan poderoso como temperamental. Ya
desde la época de los griegos, las complejidades de la mitología egip cia han
sido un problema para los eruditos, porque cada ciudad dio a los diversos
dioses sus propios nombres, les atribuyó diferentes historias y asoció con ellos
distintos animales, Pero el relato egipcio de la creación sigue un camino recto,
que conduce inevitablemente al agua.
Para captar la sutil peculiaridad de la cosmología egipcia debemos con-
siderar el milagro del Nilo, porque las tierras del Alto y el Bajo Egipto, aparte
de los terrenos más pantanosos del Delta, al no tener casi lluvias, no contaban
más que con las inundaciones anuales del gran río que fertilizaba sus riberas.
Desde que se construyó la presa de Asuán, ya no se producen aquellas grandes
inundaciones anuales a causa de las cuales los cocodrilos se paseaban
despreocupadamente y entraban en las casas de ladrillo en busca de su
almuerzo. Pero hubo una época en que, hacia junio de cada año, la tierra se
secaba y el pueblo empezaba a preocuparse por la próxima crecida. Entonces,
a mediados de julio, las aguas empezaban a subir, irrigando las áreas bajas
próximas al curso del río. A comienzos del otoño la inundación llegaba a su
punto más alto, y en invierno la retirada de las aguas había dejado una capa de
sedimentos, abundante en minerales, que daba al suelo la fertilidad necesaria
para las cosechas de la siguiente estación. En primavera los culi i vos crecían
con fuerza, y estaban listos para la cosecha antes de que se reiniciara la
estación seca, a comienzos del verano. Este ciclo de la inundación anual
estaba profundamente grabado en la conciencia de los antiguos egipcios, y se
reflejaba en su cosmología. Pero por detrás del especial carácter de la
mitología egipcia subyacía la familiar imagen arquetípica de una fuente
femenina de las aguas.

Año tras año [el egipcio] veía cómo su mundo se disolvía en un desierto
acuático, y seguidamente reaparecía, primero como una estrecha franja o
montículo de tierra nueva, a medida que la inundación retrocedía.
Tercamente interpretaba esta reaparición como causada no por la subida
de las aguas, sino por la elevación de la tierra. [...] En breve tiempo, lo
que había sido un árido montículo que se asomaba sobre las aguas era una
floreciente espesura de plantas con su vital acompañamiento de insectos y
pájaros. [...] De las aguas del Caos, que contenían los gérmenes de las
cosas de una forma rudimentaria, se había generado una materia
primordial que fue, en el Primer Tiempo, la base sobre la cual se inició el
trabajo de la creación.13

Los egipcios llamaban Nun o Nenu a las aguas primordiales, y de Nun se


alzaba, año tras año, el primer montículo, que personificaba a Amón-Ra o
simplemente Ra, el dios del Sol que se genera a sí mismo. A diferencia del
relato babilónico de Marduk y Tiamat, el hecho de que la luz solar emerja de
la oscuridad ctónica se da aquí como un suceso claramente pacífico; no hay
batallas entre los dioses, ni tampoco nadie que desmembre a la madre agua. Se
trata sólo de un ciclo, regido por la ley divina y del cual depende por
completo la existencia humana. Es importante considerar desde un punto de
vista psicológico este fatalismo de la representación egipcia de la creación del
mundo, porque no todos los individuos ni todos los colectivos experimentan
la aparición de la vida al estilo del sanguinario combate entre Marduk y
Tiamat. Decidir si tal pasividad es «saludable» no es una cuestión que admita
respuestas fáciles. En las primeras imágenes egipcias de la creación hay una
extraña belleza transitoria. Una de las primeras versiones del mito nos dice
que, antes de que hubiera vida, el mundo era un mar de oscuridad sin límites,
de donde emergió un enorme y luminoso capullo de loto, que trajo al mundo
luz y perfume. El loto se convirtió en símbolo del Sol, que daba la impresión
de surgir cada mañana del caos de las oscuras aguas, tal como el primer
montículo emergía año tras año de la crecida del río; y por consiguiente, el
loto era también un símbolo del dios del Sol. 11 Todavía hoy, el visitante del
gran templo de Karnak, consagrado a Amón- Ra, puede ver en la sala hipóstila
una vasta selva de columnas que se elevan desde la oscuridad, cada una de
ellas coronada por el despliegue de pétalos de la flor de loto, que refleja en la
eternidad de la piedra el milagro del dios del Sol que emerge de las aguas.
Nun es la más antigua de las deidades egipcias, y en ocasiones se escinde
en una pareja integrada por Nun y Naunet. Aquí hay una dualidad macho-
hembra como la de Tiamat y Apsu. Nun es una serpiente acuática urobórica,
que envuelve a la tierra nacida de ella, y al final del mundo volverá a
recuperar en sus profundidades todo lo que de ella haya nacido. La figura
jeroglífica que significa «Dios» en un sentido unificado y monoteísta es muy
antigua y se remonta a la invención de la escritura; su forma aparece en el
nombre de Nun, que sugiere una deidad invisible unificada que se alza por
detrás de la miríada de imágenes con cabeza de animal que normalmente
asociamos con el antiguo Egipto. Este poder original es el caos de las aguas
que precede a toda creación. A Nun se la asocia también con (o es lo mismo
que) Hapi, el antiguo dios del Nilo a quien se llamaba «el Primitivo»,
representado por un hombre de pelo largo y con los pechos de una mujer
anciana. La forma andrógina de Hapi, en la que se combinan las fuerzas
masculina y femenina, creadoras de la vida, personificaba al gran río. A las
aguas primordiales se las llamaba también methyr, «la gran inundación», y se
las representaba mediante la imagen de una vaca, la diosa Ha- thor, conocida
como el «abismo acuoso del cielo». Al igual que a Asherah, se la representaba
a veces amamantando al joven príncipe que llegaría a ser faraón. A la deidad
acuática y bovina Hathor, que -como Tiamat— era capaz de descontrolarse
totalmente y hacer de toda la creación una carnicería, se la conocía también
como Nut, Net o Neith, la Señora del Oeste, que sin necesidad de consorte dio
a luz a su hijo Ra u Osiris, con lo que nos proporciona una imagen más del
mar como madre partenogenética. Nut, cuyo nombre también está conectado
con «ntr», ese antiguo jeroglífico que designa a Dios, es agua por encima y por
debajo, «madre de los dioses», vida y muerte, la serpiente del mundo que
todos los años, con la inundación del Nilo, genera, destruye y vuelve a
generar a su progenie. La jarra de agua es el símbolo jeroglífico de Nut, «la
que reúne y vierte hacia abajo la lluvia desde el cielo».' 5 Así, pese a la
complejidad de sus nombres y de sus imágenes, el mito egipcio, al igual que
sus equivalentes de Oriente Medio, veía el origen de la vida en una matriz
cósmica de naturaleza acuosa.
Como en los mitos sumerio-semíticos, la imagen del pez aparece también
en Egipto, cosa nada sorprendente, ya que donde hay agua hay generalmente
peces; y en Egipto, al igual que en Oriente Medio, el pez simbolizaba tanto a
la madre agua como a su divina progenie. A Nut se la representaba en
ocasiones con forma de pez, y con el nombre de Hatmehit, el título local que
recibía en el Delta, se decía de ella que era «la que existe antes de los peces»,
Pero el simbolismo más importante del pez se le concedía a Osiris, el dios
niño que Nut dio a luz y que en el mito egipcio terminó por convertirse en la
gran víctima redentora, en un relato notablemente similar a la historia de la
vida de Cristo. Osiris, a quien en su centro de adoración de Ábidos se
representaba como un pez, es una versión más compleja y refinada del
primitivo dios del sol Amón-Ra, que surgió de las profundidades de Nun, su
padre y su madre a la vez. El destino mítico de esta compleja deidad nos
permite comprender en buena medida las dimensiones más incómodas de la
ambivalente relación de la madre agua con su divino hijo. Osiris fue
desmembrado por el oscuro dios Set, a quien se representaba como un gran
cocodrilo o serpiente de río (la versión egipcia de Leviatán, la fuerza fálica y
destructiva de la madre mar), y su pene fue engullido por un pez. Aunque
pudieron reconstruir a Osiris, su pene jamás reapareció, y tuvieron que
sustituírselo por uno hecho de arcilla.
En cierto nivel, el relato sugiere que el falo del dios era lo único que
tenía de mortal o corruptible, ya que estaba hecho de arcilla, la sustancia con
que Ptah, el dios artesano, formó a los seres humanos en su torno "de alfarero.
Osiris, pese a su naturaleza divina, es por lo tanto vulnerable por medio de su
sexualidad. A diferencia de Marduk o de Yahveh, a quienes se representa con
el carácter heroico de conquistadores de lo profundo, Osiris no podía ganar su
batalla con el monstruo acuático sin hacer un terrible sacrificio. Su castración
y la consiguiente herida incurable constituyen una de las imágenes más
vividas e inquietantes del conjunto de los mitos neptunianos, ya que nuestra
sexualidad es lo que nos hace más vulnerables a la inundación de las aguas,
aunque para protegernos movilicemos los poderes divinos de la conciencia. La
invasión de lo profundo se produce con gran frecuencia más bien por obra de
un sentimiento genital que espiritual, a pesar de que generalmente la unión
física que al comienzo parece un aspecto tan deseable de los vínculos
románticos neptunianos se espere que sea sólo la puerta de entrada hacia la
«unión de almas» que se dará más adelante. El fatalismo que se puede ver en
la aceptación pasiva, por parte de los egipcios, de la inundación cíclica se halla
también presente en el mito de Osiris, a quien, derrotado por su oscuro
adversario, nunca se lo llega a recomponer totalmente. Se pueden ver estos
mitos de la creación como otros tantos modos de percibir la experiencia de la
vida y, tal como sucedía con los antiguos egipcios, la persona que
inconscientemente se identifique con semejante visión arquetípica del mundo
esperará su inexorable destino sin ninguna sensación de tener algún poder,
aunque sea temporal, sobre la fuerza regresiva de la madre agua. Así Osiris, a
diferencia de sus heroicos equivalentes de Oriente Medio, siguió siendo para
los egipcios una deidad agridulce y conmovedora del mundo subterráneo, que
les prometía una redención que sólo podría producirse en el más allá, pero
jamás mientras estuvieran investidos de su forma mortal.

La madre agua de los celtas


La referencia más antigua que tenemos de los celtas como pueblo no proviene
de ellos mismos, sino de un relato de viajes por España y el sur de Francia,
citado en un estudio de costas realizado en el siglo VI a.C. por un personaje
llamado Rufus Avienus."’ Hacia el 500 a.C., los celtas o keltot vuelven a
aparecer mencionados por Hecateo de Mileto, Medio siglo después, Herodoto
se refiere a ellos en relación con las fuentes del Danubio. La información que
tenemos sobre los celtas y sus dioses es confusa y proviene de varias fuentes
distintas, tanto grecorromanas como de la propia tradición celta. Aunque los
mitos celtas fueran repetidos hasta la saciedad y nos queden de ellos relatos
heroicos en prosa (como el ciclo del Ulster y el Mabi- nogion), los celtas no
dejaron ningún escrito que se parezca a una crónica religiosa de la creación
como el Enuma Elísh, Debemos acudir a los Comentarios sobre la guerra de
las Galios, de Julio César, y a la abundante herencia de cuentos y leyendas
populares de los irlandeses, escoceses, galeses e ingleses, que nos dan un
atisbo de la orientación mística de este voluble pueblo. A partir de estas
fuentes, queda claro que el agua, para los celtas, era fons et origo, el centro de
su vida espiritual.
Los celtas entendieron el agua como un elemento espiritual, fluido,
misterioso y vivificante, pero también caprichoso y destructivo. El agua,
especialmente la de los manantiales, fue para ellos fuente de curación y rege-
neración. Se trata de un tema que hemos encontrado ya en una dimensión
más cósmica en el mito sumerio del Árbol de la Inmortalidad que crecía bajo
las aguas del mar cósmico. Pero los celtas prefirieron el símbolo, más fácil de
expresar, del caldero mágico para personificar las propiedades curativas del
agua. Por ejemplo, Dagda, una deidad irlandesa de la fertilidad, poseía un
caldero mágico de inagotable abundancia, fuente de rejuvenecimiento e
inspiración. No es necesario ser psicoanalista para entender que el caldero es
una imagen del útero, el cuerpo de la madre agua de la que proviene toda
vida; y la inmersión rítmil en el agua del recipiente mágico (o el hecho de
bebería) limpia, sana y renueva, Pero los calderos eran sumamente ambiguos
para los celtas, al igual que la propia madre agua. Los cimbrios sacrificaban a
los prisioneros de guerra cortándoles el cuello sobre calderos, y a aquellos
recipientes se los consideraba sagrados; en ocasiones, se sacrificaba a las
víctimas ahogándolas en una cuba con agua. El caldero mágico de Neptuno
podría, como el agua misma, encarnar los significados duales de la vida y la
muerte.
Los celtas adoraban el agua hasta tal punto que, como homenaje, depo-
sitaban ritualmente sus mayores tesoros en ríos, lagos y arroyos. En el
Támesis se encontró un gran tesoro de armas y ornamentos de oro célticos, y
en otros ríos, como el Sena y el Severn, y en los lagos de Irlanda y Gales, se
han hallado collares (los llamados torques) y monedas de oro. Esta costumbre
celta de arrojar donaciones u ofrendas en pozos, fuentes y ríos se mantuvo
hasta bien entrada la época romana, como se ve en la ciudad romana de Bath,
originariamente un asiento de los celtas. Esas ofrendas se dedicaban al
misterio de la vida como tal, y así lo revelaron tanto las mareas como las
esquivas profundidades de mares, lagos, ríos y manantiales. También se puede
interpretar estas donaciones como un método para aplacar la fuerza
destructiva del agua, ofrendándole aquellas posesiones que eran más valiosas
para el donante. En esta práctica podemos ver asomar otro importante tema
neptuniano que más adelante estudiaremos con mayor profundidad: el
sacrificio de las formas exteriores con las que se identifica el yo, con el fin de
aproximarse más a la fuente y de mantener a raya sus caprichosos enfados.
La personificación celta del agua era la gran diosa creadora que los
irlandeses llamaban Danu y los galeses Don. Era la madre de la Tuatha De
Danann, la raza de los dioses. Su rostro oscuro recibía el nombre de Domnu,
que significa «abismo» o «mar profundo», porque como en los ca- naneos
Asherah y Lotan, los aspectos dadores y destructores de vida se mantenían
cuidadosamente separados en la mitología celta, Danu ha dado su nombre a
muchos ríos de Gran Bretaña y Francia, y también a la gran vía fluvial rusa
que es el Don, que fluye hacia el este de Ucrania hasta Rostov, Parece que
también los nombres de los ríos que desembocan en el mar Negro, el Dniéper
y el Dniéster, tienen que ver con esta deidad. Pero lo más significativo de
todo es que reclama para sí el Danubio [Doñau], en cuya cuenca se originó esa
cultura que formó las raíces del reconocible estilo celta. La diosa del agua
también hace su aparición bajo otros nombres en todas las regiones en donde
se instalaron los celtas. En Francia hay pruebas directas de la adoración del
río, con un templo situado en la fuente del
Sena, consagrado a la diosa Secuana; el nombre del rio Mame se deriva de
Matrona, «madre divina». También son sugerentes los nombres de los ríos en
Gran Bretaña. El Dee proviene de Deva, «diosa» o «ser sagrado». Clyde viene
de Clora, la «divina lavandera». A la diosa celta Brigantia o Brigit se la
recuerda en el rio Braint de Anglesey, y en el Brent de Middlesex. Los ríos
irlandeses Boyne y Shannon encarnan a las diosas Boinn y Sinainn. Todas
estas deidades son manifestaciones de la gran Danu, y es típico de los celtas el
hecho de que, en vez de dejarnos un antiguo poema épico como el Enuma
Elish, grabado en piedra para legar su memoria a la posteridad, nos hayan
dejado en cambio los nombres de los ríos de prácticamente la totalidad de
Europa para que den testimonio de su poder. 17 Su carácter fluido, expresado
en una relación siempre cambiante con la naturaleza, reflejaba fielmente el de
ellos mismos.
La sensación de las correspondencias -de que una cosa correspondía a
otra— se expresaba en la religión celta; es una intuición que acompaña a
la humanidad desde la época del chamanismo. La idea de que el mundo
entero está entrelazado e interrelacionado se encuentra también en las
raíces del pensamiento budista. Para los celtas, el mundo toma forma por
medio de cambios o metamorfosis. Los héroes sufrieron transformaciones
que los llevaron de ser cuidadores de cerdos a ser cuervos, monstruos
marinos o reyes de Irlanda. Los dioses brujos cambian de forma, se hacen
invisibles a voluntad y se manifiestan de diferentes maneras. [...] Para
ellos, la forma material jamás era rígida y autónoma, como la vemos hoy;
nunca era una mera «cosa» o algo de su propia creación, sino siempre algo
líquido, danzarín, lleno de la «alteridad» del espíritu. Una cosa podía
transformarse en otra porque nada era definitivo ni estaba completo:
todas las cosas tenían una potencialidad infinita.18

El pez encuentra su lugar también en el folclore celta, no sólo como


símbolo fálico, sino también como una imagen de la fecundidad del agua y de
sus propiedades renovadoras de la vida. El salmón y la trucha eran sagrados
para los celtas, y a los peces que habitaban en los manantiales de curación se
los veía como espíritus guardianes y personificaciones de la madre agua. Pero
la madre agua como pez o melusina no siempre era una entidad benigna. Los
celtas no se hacían más ilusiones sobre su aspecto devorador que los
babilonios. Aunque a primera vista quizá parezca difícil ver a la monstruosa
Tiamat en las deliciosas ondinas de la tradición celta, las tendencias
devoradoras de ambas son las mismas. Las muertes humanas jamás estuvieron
muy alejadas de las tradiciones populares de ríos y lagos, ya que estaba muy
difundida enrre los celtas la creencia de que las deidades acuáticas exigían
regularmente sacrificios humanos además de ornamentos y monedas de oro.
En Escocia se decía que el río Spey exigía una vida por año, mientras que

el Dee, ávido de sangre, necesita tres al año;


pero el bueno del Don no precisa ninguna.'9

Los ríos galeses Llyn Gwernan y Llyn Cynwich dan motivo a relatos
similares referentes a las deidades del agua que necesitaban sacrificios anuales.
Cuando había pasado más de un año se podía oír el clamor de una voz: «¡La
hora ha llegado, pero el hombre no!», tras lo cual se veía cómo un hombre se
precipitaba de cabeza al lago, movido por la compulsión de responder a la
llamada de la diosa.20
De este rico cuerpo del folclore céltico provienen muchos relatos de
melusinas y espíritus del agua. ¥1 fidealzia un espíritu femenino que rondaba
por Loch na Fideil, en Gairloch, y un demonio hembra conocido como
luideag («harapo») merodeaba por las costas de Lochan, en Skye, El glaistigera
mitad mujer y mitad cabra, y se creía que moraba detrás de las cascadas y en
los vados. Todas estas criaturas son modelos en miniatura de Danu-Domnu, la
madre agua, y expresan su naturaleza engañosa de una forma menos cósmica.
Vale la pena considerar uno de estos típicos relatos folclóricos en su totalidad.
Aunque la historia que sigue llegó al siglo XIX después de ser repetida durante
generaciones, es típica de las leyendas de espíritus acuáticos femeninos que
abundan en el folclore de Gran Bretaña, Irlanda y el norte de Europa. Nada
nos transmite mejor que estos relatos tan característicos la atmósfera de
voluble magia, belleza y siniestra seducción con que los celtas impregnaban
su agua sagrada, y tal vez nada más pueda presentarnos de manera tan
delicada el carácter ambiguo del Neptu- no astrológico, que se puede
reconocer fácilmente aunque se disfrace con una cola de sirena.

El hombre de Camuatíes y la sirena

Una vez, en una vieja cabaña de piedra de Cury, cerca de Lizard Point, vivía un
hombre llamado Lutey. De mediana edad, era tranquilo y de voz suave, y como
sus hijos habían crecido, se habían ido y ya no vivían con él, llenaba sus horas de
ocio pescando y recogiendo barricas de ron, carne salada, objetos de bronce y
lardos de lino: restos de naufragios que el mar llevaba desde los bar- eos
hundidos o encallados hasta las rocas de la costa. Aunque su mujer era
rezongona, él estaba contento con el paso de los días y de los años. Pero su vida
estaba destinada a cambiar.
Ün brumoso día de primavera, Lutey vagabundeaba con su perro entre las
rocas, por debajo de su choza, para ver si el mar le había traído algún nuevo
tesoro. De pronto oyó un débil grito, tan tenue que apenas se lo podía escuchar
por encima del ruido de las olas. Se dirigió hacia el lugar de donde provenía el
sonido, atravesando un montón de piedras que rodeaban una pequeña depresión
en la playa. Con la marea alta, el agua entraba y salía libremente de ella, pero al
bajar la marea se formaba allí un pequeño estanque aislado del mar. Era un lugar
cambiante y mágico, y Lutey sabía que en sitios como ese extraños espíritus
podían introducirse en el mundo de los mortales. Miró atentamente el pequeño
estanque y vio que a su vez, desde las profundidades, un par de ojos de color
verde mar le devolvían la mirada.
Lutey se fijó mejor y vio un hermoso rostro pálido, semioculto por largos rizos
de cabello de un oro rojizo. Al principio pensó que era una muchacha, pero
después vio que en las caderas, debajo del agua, su cuerpo se transforma ba en
una larga cola, lisa y brillante, cubierta de escamas.
—¡Ayúdame! —susurró ella-. Ayúdame a volver al mar. Puedo darte poderes
si me ayudas a volver al mar.
Lutey se inclinó y la sacó del agua. Ella le echó los brazos al cuello y él la
llevó a la arena. Era tan ligera como una nube.
-Dime cuál es tu mayor anhelo —le dijo la sirena- y, sea lo que fuere, lo
tendrás.
Lutey miró hacia el mar, bajó los ojos a la arena que tenía bajo los pies y dijo:
—Quiero el poder de sanar. Quiero romper los hechizos malignos.
La sirena sonrió, asintiendo:
—Concedido. ¿Qué otra cosa quieres?
Lutey se adentró más con ella en el mar, hasta que las olas le llegaron a las
rodillas, rodeándoselas de espuma.
—Quiero que estos poderes pasen a mis hijos, a sus hijos y a los hijos de sus
hijos, para que el nombre de mi familia sea por siempre reconocido y respetado.
—Hecho está -respondió la sirena-. Por tu bondad, recibirás ambos dones. —
Y como símbolo de su promesa se quitó una peineta de marfil de sus largos
cabellos y se la puso en la mano.
Lutey sintió, como si fuera una embriaguez, la atracción de la marea. En la
cosra, su perro empezó a aullar. La sirena bajó la cabeza hasta que finalmente
tuvo la boca junto al oído de él.
—Quédate conmigo —le susurró—. No hay nada que te retenga en tierra.
Lutey empezó a defenderse como pudo, luchando por arrancarse del cuello los
brazos de ella. El perro se lanzó al agua y comenzó a tironearle la pernera
del pantalón. Tambaleándose, Lutey dejó ir a la sirena, e instintivamente
sacó su cuchillo. Ella, con un poderoso coletazo, empezó a nadar hasta
ponerse fuera de su alcance, ya que, como a muchas otras criaturas de su
mundo marino, el hierro le daba miedo.
—Has hecho una elección estúpida —le dijo—, aunque, como eres
bondadoso, mantendré mi promesa. ¡Adiós! Pero dentro de nueve años
volveremos a encontrarnos.
Luego se sumergió en las profundidades, y Lutey vio cómo su cabello,
ondeando como una llama, desaparecía bajo las olas. Trabajosamente
volvió a la costa y subió hasta su choza, sujetando la peineta en una mano
y el cuchillo en la otra.
Su mujer estaba esperándolo en la puerta.
—¿Qué has estado haciendo? —lo increpó—. Calado hasta los huesos,
¡y no me traes más que un trocito de hueso como botín del naufragio de
esta tarde!
—Es una peineta —le respondió Lutey.
—Es una hilera de dientes de una mandíbula de tiburón —replicó su
mujer.
Él miró lo que traía en la mano y se dio cuenta de que ella estaba en
lo cierto, pero no lo soltó.
La promesa de la sirena se cumplió. Lutey rompió los hechizos de
multitud de brujas, con lo que salvó la situación de los granjeros cuyos
rebaños se estaban muriendo, y también sanó a niños enfermos a quienes
se había desahuciado. Al final ya no le quedó tiempo para pescar ni para
recoger restos de naufragios. Su reputación de sanador se difundió por
toda la comarca, y los pobres acudían a él cuando se hallaban en
dificultades. Si no podían darle dinero, le llevaban humildes presentes:
aceite de pescado o una buena soga. Uno por uno, sus hijos amarraron las
barcas y las abandonaron para unirse a él. También ellos,
misteriosamente, habían recibido el don de la curación, de cuyo origen
Lutey jamás habló. Con los años, se fue volviendo cada vez más retraído,
y con frecuencia se iba, solo, hasta el estanque formado por las mareas
para sentarse allí a mirar el mar.
Un día, nueve años después de su primer encuentro con la sirena,
cogió sus redes y después de decirle a su mujer que se iba a pescar, se
dirigió hada su barca.
Pero aquel no era un buen día para pescar. Coléricas, las olas azotaban
las barcas en el puerto, y el cielo estaba oscurecido por nubes que pasaban
rápidamente, como si las impulsara el aullido del viento. Los hijos de
Lurey se miraron, azorados, y el menor siguió a su padre para cuidar de
que no le sucediera nada malo, pero no hubo quien pudiera disuadirlo de
salir al mar. La pequeña barca saltaba y se sacudía a merced de las olas,
sin que él hiciera nada por gobernarla. Entonces, de repente, emergió del
agua una cabeza resplandeciente. La sirena no había cambiado, aunque
Lutey ya era viejo, con el pelo ralo y gris. Mientras su hijo los miraba
desde la costa, la sirena le hizo un ademán. Él se puso de pie y se arrojó a
las olas.
—¡Me ha llegado la hora! —le gritó a su hijo, se tiró al agua y
desapareció.
El hechizo de la sirena se mantuvo durante generaciones, y los Lutey
de Cury llegaron a ser famosos por sus poderes curativos y de brujería.
Pero la sirena, igualmente, se cobraba su precio. Cada nueve años, con la
misma regularidad de las mareas, algún descendiente de Lutey se perdía
en el mar.11

La madre agua hindú


Hasta el momento, hemos examinado los mitos de tres grandes culturas que
contribuyeron a la evolución de la psique occidental moderna: la de Oriente
Medio, la egipcia y la céltica. En todas ellas el agua es una imagen de la fuente
urobórica de la vida: es ambigua, se autofertiliza y refleja la experiencia
prenatal y posnatal que el niño tiene de la madre, como una entidad divina
nutricia y destructora a la vez. En el mito hindú de la creación nos
volveremos a encontrar con los mismos temas, pero presentados con una
sutileza filosófica que puede proporcionarnos una considerable comprensión
intuitiva del mundo interior de Neptuno. En el corazón de la concepción
hindú del universo subyace una imagen rítmica de nacimiento y retorno: la
vida vuelve perpetuamente al mar cósmico en donde se originó, y se produce
entonces el nacimiento de un universo nuevo, que a su vez se disolverá
también en las aguas originarias. Es frecuente que se entienda en un sentido
negativo el profundo fatalismo de esta visión hindú de la vida. Aquí no hay
caldero mágico ni podremos hallar un Arbol de la Inmortalidad, no hay un
día del Juicio Final con una Segunda Venida, ni Paraísos o Val hallas* donde
puedan morar durante toda la eternidad las almas de los justos y de los
valientes. La última realidad son las aguas del no ser.
Hemos visto ya que los diferentes mitos de la creación reflejan ambientes
emocionales diferentes: violento en el caso de los babilonios, ambiguamente
cooperativo en el de los celtas, pasivo en el de los egipcios. Se puede ver que
esta diversidad de matices refleja las diferentes percepciones del ser humano
enfrentado con una experiencia primaria arquetípica. Consideradas en
función de la psicología del individuo, estas diferencias dependen del
temperamento de la persona que pasa por la experiencia, de la edad que tenga
y de su nivel de evolución. Lo mismo es válido aplicado al colectivo. La
vigorosa civilización babilónica entendía nuestra llegada a la vida como una
batalla cósmica, mientras que los egipcios la veían como parte

' Valhalla es el paraíso tic los dioses en la mitología germana y escandinava. (N. delE.)
de un acontecer pacífico y benigno, pero inevitablemente cíclico, sobre el
cual ellos no ejercían control alguno. Los celtas definieron su relación
cambiante con la fuente por mediación del sacrificio, la propiciación y la
poesía, es decir que percibieron a la humanidad como parte integral y activa
de la danza cósmica. En el mito hindú tropezamos con lo que al principio
parece la visión más pasiva y desalentadora de todas, ya que se ve la propia
vida humana como una pura ilusión. Desde el punto de vista psicológico, esto
sugiere una identificación completa con la madre urobórica del estado
prenatal. El sentimiento de una existencia independiente es frágil y se
extingue rápidamente, y la vida es entonces un sueño y un hastío. Todos estos
sentimientos, indudablemente, pertenecen al dominio de Neptuno.
Pero esta visión del cosmos —rítmica, oceánica, inconfundiblemente
femenina y esencialmente neptuniana— sólo le parece negativa a una menta-
lidad occidental que no siempre puede ver más allá de las recompensas y
castigos inmediatos de una vida individual. Es, sin duda, bastante menos
negativa que la creencia en que, pese a la desigualdad básica de la vida y la
definición sumamente subjetiva del «pecado», no tenemos más que una única
oportunidad que determinará si nos asamos por toda la eternidad o nos
regocijamos en el Paraíso con los ángeles. Mircea Eliade expresa de forma
muy sucinta su propia opinión sobre el asunto:

No estoy seguro de que se la pueda considerar una visión pesimista de la vida. Es


más bien una visión resignada, impuesta simplemente por el hecho de ver la
pauta que establecen el agua, la luna y el cambio. El mito del diluvio, con todo lo
que implica, muestra lo que puede valer la vida humana para una «mente»
diferente de la mente humana; desde el «punto de vista» del agua, la vida humana
es algo frágil que periódicamente ha de ser devorado, porque el desti no de todas
las formas es disolverse para volver a aparecer. Si las «formas» no se regeneraran
disolviéndose periódicamente en el agua, se desmoronarían, agotados sus poderes
creativos, y al final se extinguirían.11

Para los hindúes, el mar cósmico es la Madre Divina de quien emerge


toda vida. En el sur de la India se la representa con los ojos saltones y se la
llama «la de los ojos de pez». Sus nombres son Maha-Kali (Tiempo Poderoso)
y Nitya-Kali (Tiempo infinito), y desde el 2500 a.C. ha dominado las culturas
del valle del Indo. Cuando no había creación ni existían el Sol, la Luna, los
planetas ni la Tierra, y cuando la oscuridad estaba envuelta en oscuridad,
entonces sólo existía la Madre, la Sin Forma, Maha-Kali. Después de la
destrucción del universo, al final de cada gran ciclo, ella recoge las semillas
para su próxima creación. Después de la creación, su poder originario reside
en el universo. Ella genera cada mundo fenoménico y después lo impregna.
La esclavitud de la existencia física se la debemos, pues, a ella, pero también la
iluminación que libera. Debido a su maya—su ilusión o hechizo—, los seres
humanos nos enredamos en la rueda del renacimiento, por medio del
irremediable cordón umbilical de sus deseos, y mediante su gracia, que es la
sabiduría que proporciona el sufrimiento, nos liberamos. Se la llama la
Salvadora, y es quien quita las cadenas que nos atan al mundo. A esta gran
madre agua neptuniana invoca un himno que forma parte del Tantrasara:

¡Oh, Madre! ¡Causa y Madre del Mundo!


¡Eres el Unico Ser Primordial,
Madre de innumerables criaturas,
creadora de los propios dioses, incluso de Brahma, el Creador,
de Visnu, el Protector, y de Shiva, el Destructor!
Oh, Madre, al cantar tus elogios purifico mi habla.
Así como sólo la luna deleita al blanco loto nocturno y sólo el
sol al loto del día, así, amada Madre, sólo Tú deleitas al universo
con tus miradas/3

El concepto de maya— un término del que, al igual que sucede con el


karma, últimamente se ha abusado bastante en los círculos esotéricos— es
fundamental no sólo para el hinduismo, sino también para Neptuno y para la
psicología de quienes están fuertemente identificados con la visión del mundo
característica de este planeta. Dado que al universo manifiesto no se lo
entiende como una «cosa» real, sino como una emanación proveniente del
mar cósmico, el mundo material es un vehículo transitorio por mediación del
cual circula la sustancia de la Madre Divina. Por consiguiente, la realidad tal
como la conocemos sólo es una ilusión o un espejismo. Nosotros, y lo que
llamamos vida, somos el sueño de Maha-Kali. Esta idea es profundamente
inquietante para la mente occidental, más concreta, que considera los sueños
como una ilusión y los objetos físicos como realidad. Para los hindúes, una
vida individual sólo es un sueño entre muchos, soñados todos por el mar
cósmico, y los acontecimientos de esta vida son las emanaciones de su
sustancia, así como nosotros creemos que nuestras propias imágenes oníricas
se generan en nuestro cerebro. Por lo tanto, una muerte individual no es más
que el final de un sueño. De la misma manera que un occidenral
psicológicamente complejo podría destilar el significado de un sueño y
olvidarse de las imágenes una vez que ha conseguido un atisbo de su esencia,
también el mar cósmico extrae el significado esencial del sueño que es una
vida humana, y ésta queda rápidamente olvidada.
Es sorprendente el contraste entre el poder seductor y absoluto de la
Divina Madre hindú y el poder monstruoso, pero relativo, de la Tiamat
babilónica, ¿Qué podría decirnos esto sobre las diferentes percepciones
humanas de la misma experiencia? Quizá la diferencia resida en la fuerza y la
solidez de la conciencia del yo en relación con la madre primordial. Mar-
duk, matricida y hacedor del mundo, es una deidad de fuego y masculina, una
imagen del poder luchador y del impulso a la autoexpresión, los únicos que
pueden rescatar la existencia independiente arrancándola de la amenazadora
atracción regresiva del útero. También él personifica una visión extrema,
porque si nos identificamos con esta fuerza solar y marciana del yo, la única
visión que tenemos de la vivencia de las aguas originarias y de todos los
anhelos y necesidades aún embrionarios que éstas representan es algo
aterrador y destructivo. Esta es una de las vivencias que tenemos de Neptuno:
la de un devorador de quien uno ha de defenderse para poder mantener su
propia realidad. En la carta natal, las cuadraturas de Neptuno con el Sol y con
Marte, especialmente si estos últimos están emplazados en signos de fuego o
de tierra, pueden reflejar una percepción de esta clase. Por el contrario, el
hindú ve a la Madre Divina como el único deleite auténtico del universo. El
sentimiento del yo es tan primario y tan frágil que la experiencia que se tiene
de él es la de un mero sueño; hay una inmersión prácticamente total de la
identidad individual en la fuente de agua originaria. Y como todo significado
reside en ella, la propia vida y la propia muerte no significan nada. Esta es
otra vivencia de Neptuno: la de un estado de felicidad cósmica, cuya
enormidad trasciende hasta tal punto las necesidades, sentimientos y valores
personales que éstos no sólo llegan a ser insignificantes, sino incluso
desdeñables. En la carta natal, puede ser que los trígonos entre un Neptuno
angular y el Sol o la Luna, combinados con una acentuación del elemento
agua o de la casa doce, reflejen esta percepción. No podemos estar seguros de
cuál será la actitud que domine la conciencia cuando consideramos el
emplazamiento de Neptuno y sus aspectos en el horóscopo; se ha de tener en
cuenta toda la carta, al igual que factores externos como los antecedentes
familiares y los valores que rigen la cultura en cuyo seno ha nacido la
persona, Pero podemos estar seguros de que, si cualquiera de estos extremos
domina, tarde o temprano su opuesto encontrará la manera de invadir la vida
del individuo.
Para los hindúes el mundo no es más que maya, una palabra que significa
simplemente «materia», Maya es también «arte», aquello por lo cual se
produce una apariencia. Podemos empezar a ver por qué hay vínculos tan
estrechos entre el «arte» de la Madre Divina, que crea formas a partir de esta
«materia», y la capacidad del artista individual para crear a partir de la
imaginación. Igualmente hay vínculos entre maya como materia y lo que
Mesmer llamaba el «fluido universal» y Jung «la psique objetiva». La Madre
Divina en calidad de maya carece de forma; se autogenera y es la creadora y
destructora de la realidad manifiesta, incluso del yo individual que tan con-
vencido está de que se ha generado a sí mismo. Cualquiera que haya experi-
mentado la peculiar y sincrónica manera en que circunstancias e incluso
objetos aparentemente fijos se mueven y cambian hasta producir la expe-
riencia adecuada en el momento preciso, reconocerá la naturaleza mágica de
este «algo» que, para los hindúes, es la única realidad. Maya es la distri bución
o creación de formas; es también cualquier espejismo, treta, artificio, engaño,
trampa, hechicería u obra de brujería. Los propios dioses son productos de
maya, las creaciones espontáneas de un fluido divino indiferenciado.
Así es como maya, la Madre Divina, no sólo produce los dioses, sino
también el universo donde ellos actúan. Incluso la imagen de la Madre es un
truco de maya, porque maya no tiene forma propia. Lo que la percibe como
«ella» es la imaginación humana, y, sin embargo, la imaginación humana es
ella, quizás en la forma más pura que podamos experimentar. Por
consiguiente, el proceso creativo —trátese de un libro, un cuadro, una pieza
de música o una nueva y original receta de cocina— no soy «yo» cuando
empleo «mi» imaginación, sino la imaginación que se autoexpresa mediante el
vehículo que es «mi» vida, que a su vez es un producto de la misma materia
prima. Los artistas han reconocido siempre en el mar de la inspiración una
fuente divina y se han sumergido en ella; por eso, probablemente, con
frecuencia se los considera locos, y a menudo terminan siéndolo. Maya es el
poder supremo que genera y anima la gran exhibición teatral del cosmos. Al
parecer, Shakespeare conocía este secreto, y por ello sugirió que el mundo
entero es un escenario, con todos los hombres y mujeres como meros actores.
En las enseñanzas del hinduismo, a maya se la conoce como Shakti, la
«energía cósmica». Lo interesante es que la palabra shakti, o sakti, es también
la que designa los órganos sexuales femeninos, Maya-Shakti es el aspecto
femenino, maternal y protector del ser supremo. Pero su carácter en el mito
hindú es, tal como podíamos esperar, indigno de confianza, pese al
Tantrasara. Tras haber generado el universo, envuelve a sus criaturas en su
obra perecedera y las hechiza más allá de lo soportable hasta que, al igual que
los hombres de Ulises en la isla de Circe, se convierten en bestias debido a su
obsesiva avidez de redimirse mediante los objetos sobre los cuales proyectan a
maya. El objetivo del pensamiento filosófico hindú ha sido siempre descubrir
el secreto del velo de maya, para que así el ser humano pueda atravesarlo y
llegar a una realidad que trascienda esa pirotecnia física, emocional e
intelectual que impide una auténtica toma de conciencia. Se trata, pues, de
una filosofía cuyo objetivo es el desapego, porque maya inmoviliza a sus
creaciones medíante el poder compulsivo del deseo. El mero intento de
rechazar la materia de su creación por medio de ascetismo o represión es
engañoso, porque eso también es deseo: el deseo de liberarse del deseo o de
evitar que el deseo haga daño. Para la mentalidad hindú, lo único que
finalmente puede liberarnos de maya es la saciedad y la desilusión repetidas a
lo largo de muchas encarnaciones, y un profundo reconocimiento de la
naturaleza cíclica del universo.
El agua, en el mito hindú, es la principal materialización de maya, la
esencia de la deidad, que sustenta la vida y circula a través de sus creaciones
en diversas formas: lluvia, savia, semen, leche y sangre. Todas ellas son sus-
tancias mágicas, los poderes generativos y regenerativos de la Madre Divina.
Así pues, sumergirse en las aguas significa ahondar en el misterio de maya, ir
en pos del secreto último de la vida. Ilimitadas e imperecederas, las aguas
cósmicas son simultáneamente la fuente de todas las cosas y su temida tumba.

Mediante un poder de autotransformación, la energía del abismo genera o asume


formas individualizadas, dotadas de una vida temporal y de una limitada
conciencia del yo. Durante un tiempo, las alimenta y las sostiene con su savia
vivificante. Después vuelve a disolverlas, sin misericordia ni distinción alguna, en
la misma energía anónima de donde surgieron. Esta es la obra, este es el carácter
de Maya, el útero maternal que todo lo consume.24

El mito hindú postula una sucesión interminable de mundos creados que


finalmente son devorados por el océano primitivo de donde emergieron. Los
elementos vuelven a fundirse en un fluido indiferenciado, y la luna y las
estrellas se disuelven. No hay otra cosa sino una ilimitada extensión de agua.
Este es el intervalo de una noche de Brahma. Al agua también se la representa
como una gran serpiente, relacionada con Tiamat, la serpiente madre. Al dios
Vishnu, preservador de los universos, e igualmente emanación de la Madre
Divina, se lo representa en el arte hindú recostado sobre los anillos de una
serpiente prodigiosa llamada Ananta, que quiere decir «interminable». Dentro
del dios hay un nuevo cosmos. Luego, de su cuerpo él hace brotar un único
loto —para los hindúes, igual que para los egipcios, el loto es la divina flor
solar de la vida que emerge—, con mil pétalos de oro puro. Entonces Vishnu
revela a Brahma, el dios creador, sentado en el centro del loto de oro, y
Brahma, a su vez, crea el nuevo universo.
En la India, los ríos rebosan de una poderosa mitología. Se los considera
divinidades femeninas, madres que conceden el alimento y la vida. En el arte
hindú, sus representaciones son indistinguibles de la imagen de Ganga, la
Madre Divina, la diosa del Ganges a quien se conoce como la madre que
concede prosperidad y asegura la salvación. Lava los pecados de aquellos
cuyas cenizas o cuyos cadáveres han sido confiados a sus aguas, y les asegura
un renacimiento feliz. El Ganges es la gracia divina que fluye de forma tan -
gible, fertilizando los arrozales e inundando de pureza el corazón de los
devotos que se bañan en su fecunda corriente. Es frecuente que el occidental
que visita la India se sienta abrumado por el espectáculo de tantas personas,
pobres y sucias, amontonadas en el agua, sin dar la menor importancia a las
enfermedades que podrían estar contagiando o contrayendo. Pero para el
hindú, el mero contacto físico con el cuerpo de la diosa Ganga transforma al
devoto y lo libera de maya. Los componentes inferiores de la naturaleza
terrena se transforman, y la carne mortal se convierte en la encarnación de la
esencia divina del reino supremo de la eternidad.
Los mitos hindúes relacionados con el agua presentan de una forma
particularmente descriptiva el mundo interior de Neptuno, porque el hastío
del mundo y el anhelo de sumirse en el olvido, que con tanta frecuencia
experimenta la persona con un Neptuno natal fuerte, se expresan aquí en los
más profundos términos filosóficos. Parece haber una gran afinidad entre el
individuo neptuniano y la visión hindú del mundo, algo perfectamente
comprensible si consideramos que un planeta dominante en el horóscopo
natal es una lente a través de la cual la persona capta sus experiencias vitales e
interpreta la vida. Como todos vemos a través de nuestras respectivas lentes, y
éstas son muy selectivas, percibimos a nuestro alrededor lo que está
esencialmente dentro de nosotros mismos, y al contemplar los ciclos
interminables (y a menudo al parecer sin sentido) del nacimiento y la muerte
en un mundo acosado por el sufrimiento, Neptuno llega a la conclusión de
que lo que importa es el lugar donde se origina la vida, y no la vida en sí. La
identificación con la fuente desvaloriza el yo y la vida individual; ya nada
importa, porque de todas maneras todo es ilusorio. Incluso podríamos
expresar este anhelo de disolución en el mar cósmico como un deseo de
muerte, aunque no sea tanto un impulso de autodestrucción activo y agresivo
cuanto un ansia de sumirse en el olvido del retorno sagrado.

Las deidades griegas del agua


Los mitos griegos referentes a la naturaleza y el significado del agua nos
sumergen en una inmensamente fértil proliferación de imágenes. En esta
fiesta de las deidades del agua encontraremos muchas que pueden ayudarnos
a explicar el mundo de Neptuno. Sin embargo, la rica complejidad del mito
griego no oculta la simplicidad esencial de la fuente de agua. El poder
primario de la madre agua en el mito griego arcaico terminó por ceder a la
presión de un competidor masculino. Esta misma transición parece haber
sucedido en el mundo subterráneo de los griegos, que al principio estuvo
regido por una deidad fálica femenina a quien en épocas posteriores se
representó solamente con el falo: el dios masculino Hades. Pero, a pesar de la
definitiva apoteosis del dios de la tierra Poseidón como señor indiscutido del
mar, la primera personificación griega del mar es femenina, y se relaciona con
todas las madres mar anteriores, tanto en sus formas personales como
transpersonales, beatíficas o aterradoras. Si deseamos entender al Neptuno
astrológico, debemos retroceder más allá del agresivo y desenfrenado
Poseidón, que con el tiempo fue absorbido por el romano Neptuno, de quien
el planeta recibió su nombre.
En el mito pelásgico de la creación, que es el relato griego más antiguo
del origen del mundo que poseemos, 25 en el comienzo no existía más que
Eurínome, la diosa de todas las cosas, que emergió desnuda del Caos —o para
decirlo de otra manera, Caos, al igual que la Maya hindú, se presentó como la
diosa—, pero no encontró nada sustancial donde apoyar los pies. En un
extraño eco del Génesis, separó el cielo del mar, danzando sola sobre sus olas.
En su soledad, creó a la serpiente Ofión, se apareó con ella y, asumiendo la
forma de una paloma, puso el Huevo Universal de donde provino toda la
creación. La diosa Eurínome tenía muchos aspectos, uno de los cuales era
Euribia, soberana del mar. Era también Tetis («la que decide»); Ceto, el
monstruo marino que corresponde al Leviatán hebreo y a la babilónica
Tiamat, y Nereo, que personificaba al agua como elemento físico. Sean cuales
fueran sus nombres, a estas alturas ya deberíamos reconocerla.
Hasta ahora, esta diosa creadora es prácticamente idéntica a todas las
figuras que ya conocemos. El monstruoso rostro fálico de Eurínome no sólo lo
hallamos encarnado en Ceto, sino también en la serpiente Ofión, que al igual
que la Ananta de los hindúes, la Domnu de los celtas y la Lotan de Oriente
Medio, está cuidadosamente escindida de la diosa en sí. Pero en la época de
Homero, varios siglos después, el cambio previsible ya se había producido.
Homero llama al origen de la vida Océanos, el comienzo de todas las cosas.
Esta deidad masculina era un dios del agua que poseía un inagotable poder
engendrador. Su río llegaba hasta los bordes más remotos de la Tierra, y
volvía a fluir sobre sí mismo formando un círculo, como Ananta, la gran
serpiente interminable de los hindúes. Cada río, manantial, lago o fuente —y
de hecho, el mar entero— brotaba continuamente de su poderosa y eterna
eyaculación. Cuando el mundo terminó por quedar bajo el dominio del Zeus
olímpico, sólo a Océanos se le permitió retener su antiguo título y lugar como
frontera entre la realidad terrestre y el Otro Mundo. Pero Océanos no
gobernaba solo: compartía el dominio de las aguas con la diosa Tetis, y ésta,
como ya hemos visto, es la misma que la antigua madre pelásgica del agua,
Eurínome, la creadora originaria. El mito de Océanos, tal como sugiere
Graves, es una versión tardía del mito pelásgico. En la época de Homero, la
madre agua ya tenía que compartir su poder con su consorte, que luego
terminó por reclamar todo el mérito.
A estas alturas, las deidades griegas del agua empezaron a subdividirse y
multiplicarse, y sus peripecias fácilmente alcanzarían para llenar ellas solas un
volumen. Vale la pena detenerse en una de las más extrañas de estas figuras
del agua, ya que puede ayudarnos a entender otras dimensiones de Nep- tuno,
además de sus atributos primordiales como madre agua, dispensadora de la
vida y la muerte. El Anciano del Mar, conocido como Proteo o Nereo, es
varón, pero también es sin duda un aspecto de la diosa Tetis. Proteo significa
«primer hombre», y encarna el poder profético de la fuente primigenia. Puede
cambiar de forma, como la Divina Madre hindú; es fluido e inasible, y sin
embargo posee el poder de prever el diseño del futuro. Como el cosmos en su
totalidad emerge del útero de la madre agua, ésta conoce, de un modo natural,
el plan de su evolución y su definitivo final, porque está hecho de su propia
«materia». Se trata de una idea que posteriormente encontró eco en la de la
Providencia divina, la convicción cristiana de que Dios sabe lo que ha de
sucederles a todas sus criaturas, grandes y pequeñas, porque Él las creó.
El poder profético que emana del agua es una idea antigua que no se
limita al mito griego ni al hindú. Los babilonios llamaban al océano el «hogar
de la sabiduría», y representaban sus dotes proféticas en la extraña figura de
Oannes, mitad hombre y mitad pez, quien emergió del Golfo Pérsico y reveló
a los seres humanos la cultura, la escritura y la astrología. El tipo de profecía
asociado con el agua es diferente de los poderes oraculares de deidades como
Apolo, o de seres humanos míticos como Casandra y Tiresias. No es un don de
previsión intuitiva, sino más bien un conocimiento íntimo de todas las idas y
venidas de los propios hijos, porque no son algo aparte de uno mismo. Se
parece más a aquello que llamamos «psíquico», porque hay una identidad
entre el creador y la creación. En la astrolo- gía tradicional se asocia a
Neptuno con los poderes psíquicos, pero este término puede generar una
confusión total, y no nos ayuda a esclarecer cuál es el significado de tales
facultades. Más bien que indicar un nivel superior de integración de la
personalidad o de la conciencia, con frecuencia el psiquis- mo de Neptuno
parece estar conectado con una carencia, en ocasiones destructiva, de límites
del yo, una confusión de identidades entre uno mismo y el otro, y entre el
mundo de la luz y el mundo del inconsciente. Esta carencia de límites refleja
la fusión psíquica del niño muy pequeño con su madre. Es una experiencia
común, para una madre, la de «saber» de alguna manera cuándo a su hijo le
duele algo o se siente mal, lo mismo que el niño puede «captar» y expresar las
emociones que la madre reprime en momentos de ansiedad, malhumor o
retraimiento. Una fusión de esta clase también puede darse cuando una
persona no relacionada con la situación sueña o «sabe» que habrá un
accidente o un desastre natural, como si hubieran desaparecido las fronteras
entre la piel individual y saturnina de esa persona y las aguas neptunianas de
la psique colectiva. En la figura de Proteo nos encontramos con el psiquismo
neptuniano representado en forma de mito.
Podemos seguir nadando sin detenernos en las nereidas, los tritones, las
sirenas, Escila y Caribdis y todas las demás fascinantes, eróticas, sabias, sana-
doras, monstruosas y crueles deidades del agua que los griegos representaron
de forma tan entusiasta y diversa, puesto que describen lo que hemos visto ya
en los mitos de otras culturas. Pero debemos referirnos al dios Poseidón, a
quien los romanos llamaban Neptuno. En su forma más antigua, esta deidad
no estaba específicamente asociada con el agua. Según afirma A. B. Cook, «el
Poseidón helénico no era, originariamente, otra cosa que una forma
especializada de Zeus»,2í Hijo de los titanes Cronos y Rea, hermano (o doble)
de Zeus y, al igual que éste, consorte de Deméter, la madre Tierra, Poseidón
era un dios de la fertilidad asociado con la cría de ovejas, caballos y toros.
Señor de los terremotos, se lo representaba como un enorme toro negro que
golpeaba el suelo con las patas en su vasta caverna subterránea,
desmoronando montañas y palacios. Su tridente, antes de que asumiera su
forma posterior para ensartar peces, se relacionaba no sólo con la vara coro-
nada por una flor de loto que lucía el propio Zeus, sino también con el rayo
que era otro de sus atributos.2' En ocasiones, se lo representaba exhibiendo
ambos. No es mucho lo que el Poseidón preclásico puede decirnos sobre el
Neptuno astrológico, pero al final le dieron como consorte a Anfitrite, la diosa
del mar, y al igual que tantos otros dioses griegos, poco a poco fue usurpando
los poderes de su mujer. Al dejar de ser simplemente un dios de la fertilidad,
Poseidón se convirtió en el soberano independíente del océano, y su tridente,
como la peineta de la sirena de Cornualles, quedó asociado con los dientes de
la monstruosa pero descolmillada madre mar. 28 Al comprometerse con el mar,
el carácter originariamente terreno de Poseidón parece haber asumido los
caprichos y la volubilidad de su compañera más antigua. Así, en el mito
clásico llegó a convertirse en un dios indómito e infiel, falto de cualidades
morales, indiferente a los otros dioses, los hombres y la historia, meciéndose
en su propio oleaje.
Antes de que Roma llegara a ser un gran imperio, las tribus itálicas, al
igual que los celtas, adoraban a muchas deidades locales del agua, una de las
cuales fue originariamente Neptuno. Sin embargo, la mayor parte de ellas
eran mujeres; la ninfa Yuturna regía las aguas tranquilas y los ríos, mientras
que la ninfa Egeria presidía una fuente y una gruta en el Lacio, y predecía el
destino de los recién nacidos. Muchas de esas ninfas locales, asociadas por lo
común con arroyos, poseían el don de la profecía. El río Tíber estaba regido
por el dios Tiberino, y para impedir que inundara sus riberas, todos los años
las vírgenes vestales arrojaban a sus poco fiables aguas veinticuatro maniquíes
de mimbre, los vestigios civilizados de los antiguos sacrificios humanos. 29
Finalmente, los romanos unieron su Neptuno local con el Poseidón griego y
adoptaron a Neptuno como el regente indiscutible del mar. El poeta Manilio
lo nombró guardián de la constelación de Piscis. En Roma, los artistas
disfrutaban representándolo en elegantes mosaicos junto a su consorte
Anfitrite y acompañados ambos de una corte de nereidas, tritones, delfines,
pulpos y diversos monstruos marinos, entre ellos hipocampos y cabras con
cola de pez. Previsiblemente, es fácil ver tales mosaicos en todas partes donde
encontremos restos de baños romanos. Pero Neptuno y su séquito acuático, a
pesar de esta trivialización, aparecen también en sarcófagos y monumentos
funerarios. Franz Cumont señala que esas imágenes iban asociadas con la
muerte y el pasaje del alma desde este mundo al otro. 30 Aunque en los días de
su gloria, Roma orientó cada vez más la mirada hacia las regiones celestes en
busca del sitio de descanso final para el alma humana, igualmente la imagen
más antigua del mar como lugar de donde vinimos y a donde un día debemos
regresar se mantuvo siempre presente por debajo de la acariciada esperanza
de una inmortalidad sideral.
£[ significado mítico del agua
Hay muchos otros mitos que describen los orígenes de la vida a partir del
agua, y reflejan la naturaleza ambigua de la madre agua. Incluso los recios
relatos de los climas nórdicos mantienen el tema eterno del agua como fuente
divina de la vida y la muerte, y como guardiana de secretos divinos. Ran, la
diosa escandinava del mar, que reclamaba a los barcos su cuota de sacrificios
humanos, tenía en su palacio submarino un caldero mágico que otorgaba la
vida eterna. Las doncellas del Rin del Nibelungenlied [La canción de los
nibelungos] ocultaban bajo las aguas del río el oro con que Wag- ner forjó una
de las obras musicales más grandes jamás escritas. Estas imágenes son
universales e intemporales, y apenas hemos visto una pequeña muestra de
ellas. Los mitos que narran la creación a partir del agua son una efusión
espontánea de la imaginación humana, que en ellos describe la experiencia
arquetípica de la fuente de la vida. Son también poderosos símbolos de la
vivencia subjetiva de la madre durante esa época anterior e inmediatamente
posterior al nacimiento, cuando la identidad individual todavía no está
formada. En sus imágenes están contenidas las sensaciones físicas, intensas y
abrumadoras, del útero, el canal del nacimiento y el pecho materno. Y hay
también emociones primitivas, como un irresistible anhelo y un tremendo
terror, una penetrante felicidad y una espantosa repugnancia, que ya de
adultos nos dejan atónitos cuando emergen bruscamente al mundo de la luz
del día y allí se proyectan sobre personas y situaciones. No es nada extraño
que a mucha gente le resulte difícil enfrentarse con las emociones
neptunianas cuando en el horóscopo el planeta tiene fuertes aspectos natales
o está activado por tránsitos o progresiones; porque estos son sentimientos
cósmicos e infantiles al mismo tiempo. Un conjunto de imágenes tan vasto
como el de la creación del universo debería decirnos que nos estamos
enfrentando con experiencias que no pertenecen a ninguna época que poda-
mos «recordar», porque la memoria es el hilo de continuidad de la experiencia
del yo, el contenedor de la sensación de ser «yo».
Así pues, el Neptuno astrológico no nos habla de la relación física y
emocional del individuo con la madre personal, de la misma manera en que lo
hace la Luna en una carta natal, a menos que se relacione con ese ámbito más
definido por mediación de un aspecto natal con la Luna o por el hecho de
estar emplazado en la décima casa. La relación personal implica la existencia
de una sensación, por muy endeble que sea, de estar separado, de ser orro. Los
sentimientos neptunianos son difusos, rudimentarios, difíciles de expresar y
de naturaleza transpersonal, y al decir esto no estoy equiparando
«transpersonal» con «espiritual». Cuando tenemos la vivencia de la Luna, ya
hemos nacido, y hemos empezado a registrar en el nivel corporal y emocional
cierta sensación de independencia individual en relación con una madre que
cada vez se configura más como una entidad aparte. Pero Neptuno se refiere a
una época en que todavía no habíamos emergido de la materia informe de la
preexistencia. Así, teniendo presente el mito de la creación, podemos
empezar a abordar el Neptuno astrológico considerando que, en el horóscopo,
el planeta simboliza el anhelo de regresar a la fuente de la vida, al mundo
eterno del agua y el útero, donde la identidad individual vuelve a disolverse
en ese Otro que le dio nacimiento. La casa en donde está emplazado
natalmente Neptuno puede revelarnos bastantes cosas sobre la esfera de la
vida que será la receptora y portadora de nuestras proyecciones inconscientes
de esta fuente urobórica. Nuestras reacciones ante sus sustitutos pueden
reflejar un vasto espectro de emociones: un profundo anhelo del Árbol de la
Inmortalidad, una huida aterrorizada ante el Diluvio que se acerca, o una
irresistible compulsión a presentar batalla tal como Marduk combatió con
Tiamat para salvar la vida y crear el mundo. O bien podemos tener la vivencia
de una mezcla de todas esas experiencias. Una parte de la realidad externa que
a otros podría parecerles relativamente poco complicada se puebla, vista a
través de la lente de Neptuno, de fantasías extrañas, sueños, anhelos y
terrores, y de poderes desconocidos que señalan hacia atrás, a los mismos
comienzos de la vida. Y entonces es cuando experimentamos una secreta
identificación con la fuente, cuya gran intensidad, si no tomamos conciencia
de ella, impregnará nuestra actitud hacia el mundo y los demás, hasta el
punto de provocar confusión, engaños y la extraña pasividad del niño
pequeño, a menos que podamos empezar a explorar esa secreta fantasía e ir
despojándola suavemente de las cosas exteriores, de las ideologías y las
personas a las que estamos apegados. Todas las imágenes míticas que hemos
examinado describen la nostalgia con que nos quedamos tras haber perdido la
unidad originaria, y las pruebas y sufrimientos que es preciso superar para
recuperar en parte el poder de curación de la fuente. Y el tema del Paraíso,
perdido y algún día recuperado, conduce inevitablemente hacia el tema de la
separación original; porque la recompensa que buscamos después de la muerte
no es diferente del ámbito del que salimos en el amanecer de la vida.
2
En pos del milenio

Luego Yahveh Dios plantó un jardín en el Edén, al oriente, y colocó allí


al hombre que había formado. E hizo Yahveh Dios brotar del suelo toda
clase de árboles gratos a la vista y de frutos sabrosos, y además, en medio
del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal.
Génesis 2, 8-9

La mitología del Paraíso es tan antigua y universal como la de la creación.


Pero el Paraíso es más bien una cuestión humana que un asunto cósmico. No
tiene que ver tanto con el comienzo del mundo como con la naturaleza y el
destino de hombres y mujeres; y además nos presenta la nostalgia neptuniana
en una conmovedora visión del retorno del alma tras su exilio en el páramo
estéril de la vida terrena. Mientras que los grandes mitos de la creación
describen dramas cósmicos tan vastos y abstractos que es imposible narrarlos
en términos personales, las imágenes del Paraíso están mucho más cerca del
corazón humano. La creación a partir del agua es una metáfora de la
concepción y el nacimiento, pero el Paraíso es el mundo de los que ya han
nacido y están inmersos en la felicidad del pecho materno. Nuestro hogar
perdido, que sólo podemos recuperar en el otro lado, después de la muerte, o
mediante la intervención violenta de un apocalipsis, expresa de un modo
sumamente poético el tono afectivo de Neptuno, con su nostalgia de la
inocencia perdida y del eterno abrazo de una deidad amorosa con quien
podamos permanecer para siempre.

Al oeste del Edén


Cualquier viaje por los ríos del Paraíso debe comenzar por ese lugar que
constituye el centro de nuestra herencia occidental: el Jardín del Edén. El

V)
paisaje del Edén tiene muchos paralelos emocionales con el dominio acuático
primario que acabamos de explorar. Pero contiene un motivo que no aparece
en los relatos de la creación, pese a ser sumamente importante para
comprender la forma en que experimentamos a Neptuno: la Caída. El «pecado
original» de Adán y Eva, que no sólo tiene lugar en el Génesis sino tam bién
en los mitos del Paraíso de muchas otras culturas, es la causa principal de
nuestro alejamiento de Dios y la razón de que hayamos sido expulsados del
lugar de la felicidad y de la vida eterna. También es nuestro pecado lo que se
interpone entre nosotros y nuestra unión con la fuente, y lo que nos mueve a
expiarlo mediante el sufrimiento y el sacrificio para que un día podamos ser
merecedores del perdón y se nos permita regresar al Paraíso. Aunque los
detalles varíen entre los relatos de diferentes culturas, generalmente es alguna
especie de «mal» lo que desgarra la trama del Paraíso y marca el comienzo del
largo y espinoso camino de la historia humana. Si bien en los mitos de la
creación —que describen muy literalmente «actos de Dios», incluso el brutal
asesinato de Tiamat— no se presenta un conflicto perceptible entre el bien y
el mal, en los mitos del Paraíso sí que hay implícita una clara postura moral.
A nosotros nos parece difícil renunciar a la creencia en que debe de haber
alguna razón para que estemos aquí fuera y no allí dentro. Y es imposible
captar el ambiguo mundo de Neptuno sin examinar más atentamente este
problema moral, que es esencial para el significado y la expresión del planeta
en la psicología individual.
Será útil que empecemos por los antecedentes del Edén. Como era
previsible, el relato, tal como lo presenta el Génesis, tiene un paralelo en la
mitología sumerio-babilónica, en el jardín divino de Dilmun, donde no
existían la enfermedad ni la muerte y donde los animales salvajes no eran
presa los unos de los otros.

La tierra de Dilmun es un lugar puro, la tierra de Dilmun es un lugar limpio, la


tierra de Dilmun es un lugar limpio, la tierra de Dilmun es un lugar lumi-
[noso.
En Dilmun el cuervo no grazna,
ni el milano real emite gritos de milano,
no mata el león
ni el lobo se apodera del cordero.
Nadie sabe de un perro que haya matado a un niño,
ni de un cerdo que devore los cereales. [...]
El enfermo de los ojos no dice que está mal de la vista
ni el que tiene jaqueca que le duele la cabeza.
Los viejos de Dilmun no se quejan de ser viejos. [...]
El cantante no da gritos
ni se lamenta junto a las murallas de la ciudad.1

En el comienzo, una vez que fue creado el mundo, Enki, el dios del agua,
pidió a su madre, Nammu, el mar primordial, que le ayudara a modelar una
criatura nueva con un poco de arcilla, y la pusiera a trabajar para cuidar de
Dilmun, la morada de los dioses. El arreglo resultó tan satisfactorio que Enki
hizo otros seres humanos, que empezaron a multiplicarse. Durante un
tiempo, dioses y mortales vivieron felizmente juntos en la tierra de Dilmun.
Enki creó también todas las plantas necesarias para la vida y el placer de los
seres humanos: pepinos, manzanas, uvas, higos y otras cosas deliciosas.
Después de la Caída, cuya historia veremos en breve, Dilmun se convirtió en
la morada exclusiva de los inmortales, como lo había sido ya antes de la
creación de los seres humanos. Pero a Utnapishtim (a quien conocemos mejor
como Noé) y a su mujer se les permitió vivir allí por toda la eternidad después
del gran Diluvio que fue enviado para lavar los pecados del mundo. Los
paralelos entre Dilmun y el Edén son obvios, pero lo interesante es que el
«pecado original» del primer hombre sumerio difiere bastante del cometido
por el hebreo. El mito de Adapa, a quien el Génesis llama Adán, parece haber
estado muy difundido durante la antigüedad en Oriente Medio; incluso se
encontró un fragmento de él entre los archivos de el-Amarna, en Egipto.
Adapa y Adán tienen nombres similares, pero con esto se acaba la semejanza.
Aunque era un mortal, a Adapa se lo presenta en ocasiones como el hijo
de Enki, dios del agua y —al igual que tantos otros miembros de la mítica
progenie masculina de la madre agua- también una imagen del poder fálico y
creativo de esta última. Enki había creado a Adapa como «el modelo del
hombre» y le había dado la sabiduría, pero no la vida eterna. Una de las
obligaciones de Adapa era abastecer de pescado a los dioses. Un día, mientras
él estaba pescando, el Viento del Sur sopló hasta volcarle el bote. En un
acceso de furia (evidentemente, Enki había infundido a su creación un
manifiesto mal genio), Adapa rompió un ala al Viento del Sur, que se pasó
siete días sin poder soplar. Cuando Anu, el supremo dios del cielo, observó la
ausencia del Viento del Sur, envió a Ilabrat, su mensajero, a averiguar la
razón de aquello. Cuando volvió, Ilabrat le contó lo que había hecho Adapa.
Anu ordenó entonces que lo llevaran a su presencia. Enki, el dios del agua,
aconsejó prudentemente a su hijo cómo debía conducirse en presencia de
Anu. Debía vestirse de luto y aparecer ante él con el pelo y la ropa en
desorden, e inventarse un cuento sobre su pena por la desaparición de dos
dioses del mundo de los hombres, que lo había perturbado hasta el punto de
que, en su desequilibrio, había atacado ciegamente al Viento del Sur. Pero
cuando Anu le ofreciera el pan y el agua de la muerte, Adapa debía
rehusarlos. Todo sucedió como Enki había predicho y Adapa, gracias a su
piedad, se ganó el favor de Anu, quien le perdonó el incidente con el Vien to
del Sur. Después, Anu ofreció a Adapa el pan y el agua de la vida, con la
intención de conferir así la inmortalidad al hombre. Pero Adapa, obedeciendo
las instrucciones de su padre y sin haber entendido bien la naturaleza del don
que se le ofrecía, lo rehusó. Ante ello, Anu se rió y le pregun tó por qué había
actuado de forma tan extraña. Cuando Adapa le explicó que había seguido el
consejo de Enki su padre, Anu le dijo que al hacerlo se había privado del don
de la inmortalidad. Aunque posteriormente Adapa reinó sobre la tierra con
múltiples privilegios y dignidades, a partir de entonces el infortunio y la
enfermedad fueron, para siempre, la herencia de la raza humana.2
La historia es curiosa, porque aquí el pecado original, en vez de ser, como
en el caso de Adán, la desobediencia de la voluntad de Dios, es una
obediencia desmesurada y no meditada, cuyo resultado es la pérdida del don
de la vida eterna para toda la humanidad. Quizá pueda ser provechoso hacer
conjeturas sobre qué puede significar esta extraña inversión del relato del
Génesis. ¿Hemos «caído» en el sufrimiento y en la muerte no porque Adán
haya actuado con independencia sino porque aceptó ciegamente el dictado
divino? Por sugerente que pueda ser desde el punto de vista teológico este
relato más antiguo de la Caída, hace ya tiempo que sufrió la transformación
impuesta por la moral que caracteriza a la cultura judeocristiana. Al Paraíso,
tal como está guardado desde hace tiempo en la psique colectiva de
Occidente, se lo representa como el lugar originario de la felicidad que hemos
perdido a causa de ese atributo humano, sumamente ambiguo, que Neptuno
evita de forma tan tenaz: el poder de la opción individual.

Con la aparición de un yo hecho y derecho queda abolida la situación


paradisíaca; la condición infantil, en que la vida estaba regulada por algo
más grande y omnímodo, toca a su fin, y con ella la dependencia natural
de ese amplio abrazo. Podemos pensar en esta situación paradisíaca desde
el punto de vista religioso y decir que todo estaba controlado por Dios, o
podemos afirmar lo mismo desde el punto de vista ético diciendo que
todavía todo era bueno y que el mal no había entrado aún en el mundo.3

El Paraíso como morada celestial que aguarda a las almas de los justos
después de la muerte es un tema tan antiguo como el Paraíso antes de la
Caída.4 Tal como podíamos esperar, es idéntico en la forma y en el clima
emocional al desaparecido Jardín de donde el primer hombre y la primera
mujer fueron expulsados por una deidad implacable y enfurecida. El lugar de
nuestro origen, en donde una vez existimos en perfecta fusión con el Otro
divino, es lo mismo que el lugar de nuestro definitivo retorno, siempre y
cuando hagamos lo necesario y redimamos de alguna manera el «agravio»
original realizando las acciones correctas y profesando las creencias adecuadas
durante nuestra estancia en la Tierra. El ansia de Neptuno se derrama como
una inundación en ambas direcciones: la nostalgia por el hogar perdido y el
anhelo de la reunión final que nos espera en alguna parte, en alguna época, en
un lejano futuro. A muchos occidentales de la era moderna, la idea religiosa
de una vida edénica futura les parece intelectualmente absurda, Pero la
nostalgia y el anhelo no han desaparecido, y, por consiguiente, la esperanza
de una feliz reunión, por ahora relegada al inconsciente, se proyecta sobre
algún momento futuro de esta vida, cuando llegue la pareja «adecuada», o
cuando aparezca el trabajo «perfecto», o cuando de alguna manera,
mágicamente, todo termine por «estar bien». Estos sentimientos son humanos
y universales; todos, en alguna ocasión, los experimentamos. Son las
manifestaciones características del anhelo y la nostalgia neptunianos, que nos
recuerdan que, pese a nuestras tribulaciones actuales, hay Algo que terminará
por responder alguna vez a nuestra llamada. Estos sentimientos pueden
inspirar y reforzar la esperanza, particularmente durante un tránsito de
Saturno o de Plutón que nos ponga a prueba. Pero puede que a la persona que
tenga una propensión excesiva hacia Neptuno, el sueño de ir en pos de una
vida mágica después de la actual —en la que todo el sufrimiento de nuestra
condición de seres aparte ya no exista y volvamos al estado de fusión primaria
— aplaste su capacidad de vivir en la realidad del presente.
La palabra «paraíso», que se usa para describir tanto el Edén como la vida
futura (así como también muchas vivencias sensuales o eróticas durante esta
vida) proviene de los términos persas pairi («alrededor») y daeza («pared»).
Paraíso significa, pues, «un recinto amurallado». Semejante a un útero, este
recinto amurallado contiene después de la muerte exactamente lo que
contenía antes del nacimiento. En la tradición occidental, el Paraíso no es
sólo un lugar donde se congregan las delicadas sombras incorpóreas de los
muertos, como eran para los griegos los Campos Elíseos. En las primeras
enseñanzas de Zoroastro (ca. 1400 a.C.), que más tarde influyeron en las
creencias escatológicas de los judíos del siglo VI a.C., y finalmente en la
percepción cristiana del más allá, estaba incluida la resurrección corporal, y
del amurallado jardín de las delicias se podía disfrutar tanto sensualmente
como en otros niveles, tal como en su momento disfrutaron de él Adán y
Eva.5 En el cristianismo paulino, el cuerpo resucitado es claramente un
cuerpo, aunque sea más espiritual que material. San Pablo no definió lo que
quería decir con ese carácter «espiritual» del nuevo cuerpo, pero dio a
entender que no tendría la anatomía ni la fisiología del cuerpo terrenal,
porque Dios destruiría tanto el estómago como el alimento que éste contu-
viese.6 Dicho de otra manera, sería un cuerpo sin los apetitos que tantas
complicaciones causaron a Adán y Eva. La diferencia entre el Paraíso anterior
y el Paraíso posterior no reside en sus imágenes ni en su tono afectivo, sino
en la presencia de esos problemáticos deseos humanos que aseguran que la
dicha eterna de antes de la vida y la dicha eterna de después de la vida
queden separadas por un doloroso lapso de encarnación y expiación.
En Génesis 2,15-17 queda clarísimo qué condiciones existían en el Edén
para asegurar la continuación del estado paradisíaco original:

Así, pues, tomó Yahveh Dios al hombre y lo puso en el Jardín del Edén,
para que lo cultivara y lo guardara. Y dio Yahveh Dios al hombre este
mandato: «De todo árbol del jardín puedes comer libremente, mas del
árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día en que de él
comieres, morirás sin remedio».

Así, sin que sea necesario insistir en el tema por el momento, podemos
llegar a dos conclusiones: que la felicidad paradisíaca y el conocimiento del
bien y del mal (es decir, la conciencia, sobre todo de tipo sexual) se excluyen
mutuamente, y que la posesión de lo segundo destruye lo primero. La
conciencia implica la facultad de elegir, que a su vez exige la definición de un
yo independiente, capaz de tomar decisiones basadas en valores individuales,
algo que constituye lo opuesto de la fusión con la voluntad de Dios, del padre
o la madre o del colectivo. El conocimiento del bien y del mal es, en realidad,
la condición necesaria para separarse de la fuente. Sin embargo, como tantas
veces se ha señalado en textos tanto teológicos como psicológicos, en última
instancia fue Dios quien puso ahí el fruto, como invitándolos a que se lo
comieran. Forma parte del Jardín, y de la condición humana, y existe ya en
potencia incluso en el líquido amniótico. ¿Para quién ha sido creado, si nadie
ha de comerlo? Y si está vedado a los seres humanos, entonces, ¿por qué Dios
creó a Adán y Eva con el tipo de curiosidad peligrosa (o saludable) que
necesita, finalmente, desafiar a su propio creador? Y para empezar, ¿de dónde
vino la serpiente? También ella fue creada por Dios y
forma parte del Jardín. A menos que queramos afirmar que el Dios del
Génesis es un malicioso estafador o un psicópata, para estas cuestiones no hay
respuesta, por más que los teólogos sigan esforzándose por encontrarla. Pero
tal vez eso sea, precisamente, lo más importante del relato del Edén: que sus
cuestiones morales no tienen respuesta. La naturaleza de la vida nos impone
la imposibilidad de permanecer en el útero, porque nos moriríamos, como le
habría pasado a Marduk si no hubiera presentado batalla. Al final, debemos
salir a la luz como entidades físicas independientes, con necesidades
instintivas y emocionales que, tarde o temprano, entrarán en conflicto con la
voluntad de la madre y nos obligarán a pasar por la doloro- sa experiencia de
la separación. Si la miramos como una historia psicológica, la pérdida del
Edén está investida de una inevitabilidad equiparable a la del nacimiento; y el
sentimiento de culpabilidad que acompaña a nuestro anhelo de regresar no es
menos arquetípico, además de inevitable. Todo depende de la medida en que
tengamos conciencia de ello, y de cómo lo expresemos en nuestra vida.
En hebreo, Edén significa «deleite» o «lugar de deleite». El Edén es un
jardín de las delicias amurallado, en el centro del cual se alzan los dos árboles,
el del conocimiento y el de la vida eterna, como el árbol que Gilgamesh
encontró en las profundidades del mar cósmico. Desde el centro del Edén,
cuatro ríos fluyen de una fuente inagotable, en las cuatro direcciones, para
regar el mundo. El Edén es, pues, una fuente de agua, como la Madre Divina
de los hindúes, cuyos ríos nutren la Tierra. El paisaje del Edén es una
imaginativa representación de cómo se siente un bebé cuando mama, en
unidad con su creadora y nutriéndose sin esfuerzo ni dolor alguno. El Zohar
cabalístico hace un curioso comentario sobre las aguas del Edén:

[...] La Y [en referencia a YHWH, las cuatro letras sagradas que componen el
nombre inefable de Dios] hizo nacer un río que brotaba del Jardín del Edén y era
idéntico a la Madre. La Madre quedó encinta de los niños, la W, que era el Hijo,
y la segunda H, que era la Hija, y los dio a luz y los amamantó [...]. 7

Este texto esotérico, sin reticencia alguna, establece una relación mani-
fiesta entre los ríos del Edén y la divina madre agua; y el Hijo y la Hija, los
primeros seres humanos, nacieron de ella. Estos Hijos, cuyos nombres, Ailán
y Eva, significan respectivamente «tierra» y «vida», infringieron las reglas al
comer del fruto prohibido, y fueron expulsados del Jardín, con lo mal
nacieron como seres mortales. Y Dios (la Madre), temiendo que iomieran el
Iruto del árbol de la inmortalidad como habían hecho con el del árbol del
conocimiento, los maldijo y, tras haberlos expulsado, situó en la entrada
oriental del Edén dos querubines con espadas llameantes que blandían en
todas las direcciones para cerrar el paso hacia el árbol de la vida. Actualmente
somos demasiado complejos para tomarnos como una historia real y concreta
el relato de un jardín amurallado, situado en algún lugar al este de la cuenca
de los ríos Tigris y Eufrates (o, según las últimas teorías, en Madagascar), con
una serpiente que sabía hablar, una primera mujer hecha de la costilla del
primer hombre y dos árboles maravillosos cuyos frutos no se podían comer
porque Dios lo había prohibido. Pero esta imagen obsesionante de un Paraíso
perdido subyace profundamente en todos nosotros. Su antigüedad y su
universalidad proclaman que es de naturaleza arquetípíca; el Edén es una
experiencia humana esencial, ya sea el Dilmun de los sumerios, los Campos
Elíseos de los griegos, el País de la Eterna Juventud de los celtas, el Valhalla
de los escandinavos, el Castillo del Grial de la leyenda medieval, una botella
de ginebra, una dosis de ácido o los brazos del ser amado. El Edén es una de
las descripciones míticas más poderosas del mundo interior del Neptuno
astrológico, porque al parecer el individuo que se encuentra bajo el hechizo
de este planeta no puede olvidar las aguas del Paraíso, ni puede tampoco dejar
de intentar escupir ese fruto que fue el origen de todo el problema. El anhelo
de volver a ser admitido en el Edén puede convertirse en la preocupación de
toda una vida, aunque no siempre se reconozca. Hoy en día tenemos otros
nombres para el Edén.
El relato del Paraíso y la Caída no fue un invento de los israelitas, ni se
limita tampoco a la mitología de Sumer, Babilonia y Canaán, de donde pro-
viene la historia del Génesis. Ni el fruto prohibido es siempre un fruto. Para
los griegos era el fuego. Los ecos del robo del fuego sagrado, por obra del titán
Prometeo, resuenan en otros mitos indoeuropeos, y su resultado fue que la
humanidad se viera afligida por todas las angustias de la condición mortal.
Antes de tan catastrófico suceso, la vida era fácil y pacífica: hombres y
mujeres vivían en una Edad de Oro, en perfecta armonía con la Tierra y con
los dioses. En realidad, el creador de los seres humanos fue Prometeo, que
además les enseñó las artes de la arquitectura, la astrología, las matemáticas,
la navegación, la medicina y la metalurgia. Pero Zeus se fue poniendo cada
vez más celoso del aumento de los talentos y facultades creativas de estas
notables criaturas, y decidió destruirlas. Perdonó a los hombres ante las
súplicas de Prometeo, pero les negó el don del fuego, que podría haberlos
equiparado con los dioses. Prometeo, negándose a aceptar este injusto límite,
impuesto a las potencialidades futuras de su creación, robó una chispa del
carro de fuego del Sol y la llevó a la Tierra, oculta en un tallo hueco de
hinojo, Zeus castigó de un modo terrible a Prometeo, y se vengó de todo el
género humano enviando a la Tierra a la irresistible Pandora. Con ella iba una
caja que contenía todos los sufrimientos que podían atormentar a la
humanidad: la locura, la pasión, la violencia, la codicia, la traición, la
enfermedad y la vejez.
La versión griega de la Caída, por más que su historia sea muy distinta de
la del pecado de Adán y Eva, nos plantea el mismo dilema moral, aunque su
carácter trágico y heroico, típicamente griego, contrasta con lo que Nietzsche
llamaba las «inclinaciones femeninas» del Génesis, es decir, la picara
desobediencia, la descripción engañosa, la seducción, la codicia y la
concupiscencia. Aunque Prometeo sea de naturaleza divina, es un titán, un
espíritu de la Tierra, como Cronos-Saturno, y aun estando por encima del
común de los mortales, no deja de ser inferior a las deidades olímpicas.
Podríamos considerarlo como un daimon, es decir, un atributo personificado
del alma humana. En la figura griega de Prometeo, como en los personajes del
Génesis, Nietzsche vio una osada impiedad, un valiente logro alcanzado
desafiando los celos de los dioses. Sin embargo, al igual que Adán y Eva, el
titán desobedeció, y tanto él como la humanidad fueron castigados; y la feliz
Edad de Oro, con la tranquilidad y la abundancia de que habían disfrutado
hombres y mujeres, se desintegró dando lugar a la tosquedad y la violencia de
la Edad del Hierro, en la cual, si hemos de creer a Hesíodo, todavía seguimos
debatiéndonos.
El estado de inocencia infantil que precede a la Caída es una exigencia
para disfrutar del Paraíso después de la muerte, porque es precioso haber
expiado el pecado de Adán y Eva para que el querubín nos permita entrar.
Vale la pena fijarse en que la maldición que Dios impone a Adán y Eva con-
siste en los dolores del parto y la dificultad de ganarse la vida, es decir, las dos
características más básicas de lo que llamamos ser adultos. El hecho de que
uno llegue a ser padre o madre y el de hacer frente a las propias respon-
sabilidades materiales son profundas expresiones de separación de los propios
padres y de superación de la dependencia infantil, tanto en el aspecto físico
como en el emocional. El estado de obediencia a la voluntad de Dios en un
lugar de deleite perfecto e inmutable es el del bebé lactante. Juntos, los
nombres de Adán («tierra») y Eva («vida») describen sucintamente el cuerpo
físico con su fuerza vital, y esto sugiere que la expulsión del Jardín del Edén
es una imagen del nacimiento físico. Es también una imagen de madurez y
autonomía psicológicas, y refleja además la renuncia a la inocencia
inconsciente e irreflexiva de los años anteriores a la pubertad. El ciclo de
Saturno en tránsito mientras va formando diferentes aspectos con su empla-
¿amiento natal es la representación astrológica de este proceso. El viaje hacia la
madurez no es una línea recta que vaya de A a B con un modo y un ritmo de
crecimiento «normales» y definidos; es una senda serpenteante, que vuelve sobre sus
propios pasos y cuya normalidad depende de la naturaleza y el destino propios y
peculiares de cada persona. Definir la madurez del individuo es tan difícil como
definir el amor. Pero, sean cuales fueren sus diversas expresiones, en el núcleo del
proceso subyace la necesidad psicológica inherente a la maldición con que Dios señaló
a Adán y Eva. Llegar a ser padre o madre —algo que no implica necesariamente el
acto físico de engendrar un niño— es un símbolo de que uno no sólo se ve como un
hijo o una hija, sino también como alguien en sí mismo, que está solo en el universo,
tiene la responsabilidad de descubrir su propio significado y su propósito y ya no
depende de la autoridad parental (ni colectiva) para adoptar sus propios valores y
tomar sus decisiones. Y también la autosuficiencia en el nivel material es un símbolo,
que refleja la capacidad de afrontar la vida solo, sin confiar más que en los propios
recursos interiores. Y son precisamente estas experiencias las que intenta evitar la
nostalgia neptuniana.
El conocimiento del bien y el mal, y de nuestro viejo y sucio mundo con sus
egoísmos, límites y compromisos, es el difícilmente ganado conocimiento de Saturno,
que incluye la carga de las responsabilidades mundanas, el dolor de la toma de
decisiones, los conflictos del amor y la sexualidad (no deberíamos olvidar a la lujuriosa
cabra capricorniana), los retos de la soledad y la autosuficiencia, y la frustración dé no
encontrar respuestas permanentes para la desigualdad y la injusticia de la vida sobre la
Tierra. Comparado con todo esto, el Edén, desde el punto de vista neptuniano, es la
única opción posible, ya que la vida mortal es un erial. La melancolía agridulce de
Neptuno, que se expresa de la forma más intensa en la música y en la poesía, refleja la
profunda tristeza del exilio. La pérdida del Edén y la pétrea dureza del mundo
saturnino de la encarnación son los temas principales del escritor galés Arthur
Machen, que nació con el Sol en conjunción con Quirón en Piscis, y con una oposi -
ción casi exacta entre Saturno en Libra y una conjunción Venus-Neptuno en Aries.
Lamentablemente, sus mágicas historias, bellamente trabajadas y profundamente
inquietantes, son poco conocidas por el público en general. Todos los relatos de
Machen se centran en la creencia de que

... aunque vivimos muy tierra adentro, tenemos recuerdos del gran y profundo
mar, el pelagus vastissimum Dei, de donde hemos venido. [...] El celta ve la
totalidad dej universo material como un vasto símbolo, y el arte es un gran
conjuro que, en buena medida, puede restaurar el paraíso que hemos perdido.*
un yvi UCL rnitcnuf U7

Es difícil saber sí se traca realmente de una visión celta del mundo o de cómo lo
ve un individuo de naturaleza fuertemente neptuniana. Quizás ambas cosas sean
verdad; la mitología celta, como hemos visto, no sólo hace pensar en Neptuno por sus
temas ultramundanos relacionados con el agua, sino también por sus características
emocionales y su presentación. Por otra parte, en los siglos XVIU y XIX, los poetas del
romanticismo alemán adoptaron la misma visión de la vida y del arte, y difícilmente se
los podría llamar celtas.9 En el relato titulado «N», Machen ofrece su visión del Edén y
de la Caída:

El señor Glanville solía insistir en una consecuencia, generalmente no recono-


cida, de la Caída del Hombre. «Cuando el hombre cedió —acostumbrada a decir
— a la misteriosa tentación que da a entender el lenguaje figurado de la Sagrada
Escritura, el universo, originariamente fluido y servidor de su espíritu, se
solidificó y se desplomó sobre él, abrumándolo bajo su peso y su masa iner te.» Le
pedí que me explicara con más claridad esta notable creencia, y comprobé que, en
su opinión, aquello que ahora consideramos como la inquebrantable materia era
principalmente, para decirlo con su fraseología singular, el Caos Celeste, una
sustancia blanda y dúctil que podía ser moldeada por la imaginación del hombre
incorrupto para darle cualquier forma que él deseara que tomase. «Por más
extraño que pueda parecer —añadió—, las invenciones disparatadas (como
nosotros las consideramos) de las Mil y Una Noches nos dan alguna idea de los
poderes del homoprotoplastus, La próspera ciudad se convierte en un lago; la
alfombra nos transporta en un mero instante, o más bien sin tiempo, de un
extremo al otro de la tierra; el palacio surge de la nada al pronunciarse una
palabra. Magia, llamamos a todo esto, al tiempo que nos burlamos de la
posibilidad de tales hechos; pero esta magia de Oriente no es más que una
colección confusa y fragmentaria de actividades que formaron parte de la
naturaleza originaria det hombre, y del fíat [hágase] que por entonces a éste le
fue confiado.»10

El escrito de Machen nos proporciona una notable descripción del Edén perdido
y de su contraste con el mundo gris de «tierra adentro». Pero tal vez el retrato más
impresionante de ese «peso» y esa «masa inerte» que aplastan a los seres humanos
después de la Caída se encuentre en la poesía de T. S. Kliot, para quien la readmisión
en el Edén era lo finalmente buscado en la conversión a la fe católica. Su complejo
poema The Waste Land [La tierra baldía |, con su aterradora invocación de un mundo
sin agua, es una de las mayores imágenes de la desolación espiritual que nos ha dado el
siglo XX.
En coniraste con este árido paisaje de la encarnación, el Paraíso
como visión de una recompensa finura reúne inevitablemente a su
alrededor las
imágenes del agua. El Dios del Antiguo Testamento promete
concretamente la bendición del agua al pueblo de Israel en Isaías
41,18-20:
Sobre cumbres peladas haré manar ríos; en medio de los valles, fuentes; con-
vertiré el desierto en pantanos; la tierra seca, en manantiales. Pondré en el
desierto cedros, acacias, mirtos y olivos; colocaré en la estepa enebros, y juntos
olmos y cipreses, para que vean y conozcan, adviertan y comprendan a la vez que
la mano de Yahveh ha obrado esto, que el Santo de Israel lo ha creado.
En los libros apócrifos de Enoch, el Paraíso se nos presenta como un
lugar para los elegidos, los justos y los santos. Está situado en el borde extre-
mo del cielo, y los cuatro ríos del Paraíso son de leche, miel, aceite y vino.
Este Paraíso no es simplemente un trozo de tierra verde prometido a los
israelitas; es una vida después de la vida, la Tierra de los Bienaventurados. La
visión mesiánica y milenaria del nuevo mundo después del cataclismo del
apocalipsis es al mismo tiempo terrenal y celestial, y los elegidos, estén
muertos o aún vivos, resucitarán y se transformarán, en un mundo limpio de
pecado. Podemos oír este mensaje en muchos canales de televisión esta-
dounidenses, aunque parece que, tanto últimamente como en los tiempos
medievales, la admisión al Paraíso no exige tanto que haya uno lavado sus
pecados como que haya hecho una apropiada contribución monetaria. Pero la
promesa del Paraíso, en este mundo o en el otro, es un mensaje poderoso,
seductor e hipnótico no sólo para los individuos, sino también para sociedades
enteras. No hay más que considerar sus efectos en la historia de la cristiandad,
en la que el carácter sanguinario y demente de las Cruzadas y de la
Inquisición, por no mencionar más que dos episodios, se vio acicateado por la
garantía de una recompensa celestial. La misma disposición a cometer hechos
terriblemente sanguinarios con el fin de alcanzar después de la muerte la
inocente beatitud de una matriz celeste se puede observar también en algunas
doctrinas religiosas no cristianas. E igualmente se puede ver en casos
individuales en que Neptuno se descontrola, y en los que, en un desesperado
esfuerzo por atar a otra persona en un estado de fusión permanente, se
justifica una considerable cantidad de crueldad y destructividad psicológicas.

El jardín de las delicias medieval


La tradición de los profetas judíos, entre ellos Ezequiel, ejerció una profunda
influencia no sólo en la escatología cristiana primitiva, sino también en la
teología celestial de la Edad Media. En este caso, el retorno al Paraíso estaba
inextricablemente vinculado con la espiritualidad apocalíptica, y se lo veía
como la recompensa de los justos después del milenio y del día del Juicio
Final. Algunos extractos de la literatura medieval sobre el Paraíso ayudan a
comprender la naturaleza de esta Nueva Jerusalén, que, pese a la violencia de
las imágenes apocalípticas, no deja de ser idéntica al Edén del Génesis y al
Dilmun de los babilonios, ütfrid von Weissenburg, un monje y poeta alemán
del siglo IX, prometió a sus compañeros de los monasterios rurales que
después del apocalipsis «los lirios y las rosas florecerán siempre para ti, su
aroma será dulce y jamás se marchitarán. [...] Su fragancia nunca cesará de
insuflar una eterna bienaventuranza en el alma». 11 El Elucidario, un difundido
manual monástico del mismo período, coincidía con él: «El castigo por el
pecado, es decir, el frío, el calor, el granizo, la tormenta, el rayo, el trueno y
otras incomodidades, desaparecerá por completo», y la tierra «estará adornada
eternamente con flores de dulce aroma, lirios, rosas y violetas que jamás se
marchitarán».12 También los visionarios urbanos como Savonarola esperaban
un Paraíso bucólico, con el añadido de algunos muros cuajados de piedras
preciosas:

[Las puertas del cielo] [...] estaban flanqueadas por una altísima muralla de
piedras preciosas, y daba la impresión de que rodeara el universo entero. [...] Al
levantar los ojos vimos un campo muy extenso, cubierto de deliciosas flores del
Paraíso. Por todas partes, con un leve murmullo, fluían arroyos cristalinos. Una
vasta multitud de animales mansos, como ovejas blancas, armiños, conejos y otras
criaturas inofensivas, todas ellas más blancas que la nieve, jugaban
placenteramente entre las diferentes flores y la verde hierba que crecía junto a
los arroyos. [...] Mientras estábamos hablando [con san José], me acerqué al trono
y vi venir una gran multitud de niños vestidos de blanco, con las manos llenas de
fragantes florecitas blancas...5

Aunque sería fácil encontrar un poco empalagoso el tono emocional de


esta imagen paradisíaca del siglo XV, estas mismas imágenes —las flores, las
aguas, los animales benignos, los inocentes niños vestidos de blanco- reapa -
recen insistentemente en la literatura religiosa de los últimos veinte siglos. En
el mundo secularizado de hoy en día ya no forman parte de nuestra visión
colectiva de la inmortalidad; las encontramos en cambio en los anuncios de la
televisión y de las revistas y en las películas románticas, y un extraterrestre
que acabara de descender de su nave espacial bien podría pensar que se puede
conseguir que lo admitan a uno en el Paraíso si usa el champú adecuado o
come el chocolate apropiado. Lactancio, el apologista cristiano del siglo III
que tanta influencia tuvo sobre el emperador Constantino después de que se
declarara al cristianismo religión oficial del Imperio romano, ofrece su propia
versión:

El sol será siete veces más brillante que ahora. La fertilidad de la tierra se des-
plegará y ésta producirá espontáneamente los mejores frutos. Las rocas de la
montaña rezumarán miel, los arroyos serán de vino y los ríos rebosarán de leche.
En ese tiempo, el mundo se regocijará. Alegre estará la naturaleza entera,
liberada y salvada del gobierno del mal, la impiedad, el crimen y el error.
Durante este tiempo, las fieras no se alimentarán de sangre ni las aves de pre sas,
sino que serán todos los animales pacíficos y serenos. Leones y terneros estarán
juntos en el pesebre, el lobo no se apoderará de la oveja, el perro no cazará, y no
matarán las águilas ni los halcones. 14

Lamentablemente, estos autores no nos dicen si, una vez pasado el mile-
nio, nuestro recién resucitado cuerpo «espiritual» será capaz de aburrirse.
Por supuesto que el deseo sexual como tal no tiene lugar en el Paraíso; no
se ha de repetir el resultado del pecado de Adán. Sin embargo, en estas
descripciones medievales hay una curiosa lascivia que revela el inconfundible
erotismo de los niños pequeños. El Elucidario declara que en el Paraíso los
bienaventurados podrán volver a la desnudez:

Estarán desnudos, pero destacarán por su modestia, y no se ruborizarán a causa


de ninguna parte de su cuerpo más de lo que se avergüenzan ahora de tener los
ojos hermosos.'5

Y san Agustín da una de las mejores descripciones de lo que podría casi


ser la respuesta medieval al «porno blando»:

[En el día del Juicio Final] ambos sexos se elevarán. Porque no habrá lujuria, que
es la causa de la vergüenza. Porque antes de que pecaran estaban desnudos, y ni
el hombre ni la mujer se avergonzaban. Así, todos los defectos desaparecerán de
esos cuerpos, pero su estado natural será preservado. El sexo femenino no es un
defecto, sino un estado natural, que entonces no conocerá el contacto sexual ni el
parto. Habrá partes femeninas no adecuadas para su antiguo uso, sino ajustadas a
una nueva belleza, que no excitará la lujuria en quien la contemple, sino que
inspirará alabanzas de la sabiduría y la bondad de Dios, que creó lo que no existía
y lo liberó de la corrupción.11’

No es necesario mencionar la obvia relación existente entre la inocente


desnudez bucólica del Paraíso medieval y el esfuerzo por recrearla en núes-
tros modernos «campamentos naturistas». Desde luego que, en el marco de un
bello entorno natural, la gente puede desnudarse con facilidad, pero la
inocencia tiende a ser más esquiva.
La más bella expresión de la visión medieval del Paraíso es la que nos
ofrece Dante en la Divina comedia. En este caso, el Paraíso es inseparable de
la radiante figura de Beatriz, la imagen que él nos presenta del alma divina
que lo guía a través de los nueve círculos celestes:

Y, bajo la forma de un río, contemplé


una corriente de luz esplendorosa, entre riberas
donde el milagro primaveral se daba resplandeciente.
Y por el río arrojadas, vivientes chispas de luz
se encendían por todas partes entre las flores,
y allí, al igual que rubíes incrustados en oro, brillaban;
después, como la aromática fragancia las embriagara,
volvían a hundirse en la mágica corriente:
cuando una se hundía, fogosa otra en su lugar se alzaba. 17

El Paraíso de Dante está encaramado en el pico más alto del Purgatorio, y


está formado por una serie de círculos, cada uno más elevado y más radiante
que el anterior; todos juntos forman la imagen de una gran rosa. En contraste
con los círculos del Infierno, los del Paraíso están poblados por un tipo de
seres humanos cada vez más elevado. Beatriz, el gran amor de Dante, que
murió siendo muy joven y sin haber hablado jamás con él, puede recorrerlos
todos, porque es idéntica a la Virgen entronizada en el centro. Así pues, no es
Dios Padre, sino Dios Madre quien en realidad preside el Paraíso de Dante; y
aquí nos encontramos abiertamente con esa misma fons et origo femenina
encerrada en las antiguas aguas míticas de donde en su momento emergió la
vida. Erich Neumann, en su libro titulado The Great Mother [La Gran
Madre], hace el siguiente comentario sobre Dante:

Así, en el poema de Dante, la sagrada rosa blanca que pertenece a la Virgen es la


flor final de la luz, que se revela por encima del nocturno cielo estrellado como el
supremo despliegue espiritual de lo terreno. [...] Y la reina sentada con su hijo en
la falda, entronizada en el centro del paraíso, rodeada por los Evangelistas y las
Virtudes, es una vez más el yo femenino como centro creativo del mandala. 1*

El Paraíso cristiano medieval no es simplemente un desaparecido estado


de bienaventuranza e inocencia, un jardín de las delicias que en su momento
estuvo amurallado y en donde a los seres humanos se les ha prohibido la
entrada a causa de su pecado. Es también el Reino del Cielo, una morada de
paz eterna y de redención después de la muerte, donde el cuerpo, restaurado,
recupera su estado translúcido, inmortal, prenatal e incorrupto. El Paraíso
medieval es un lugar donde los muertos duermen en un jardín lleno de flores:
una imagen que difiere muy poco de la que nos da Virgilio del Elíseo con sus
«frescas praderas regadas por riachuelos». Esta imagen no es únicamente
bíblica; es también pagana. El verdor, las flores, la mansedumbre de los
animales, el aire perfumado y el agua que fluye son las deliciosas imágenes
que acompañan a la promesa de resurrección, y quizá se deba a ese erotismo
apenas encubierto el hecho de que tales imágenes empezaran a perder
popularidad en la iconografía religiosa después del siglo XII, y que hayan
reaparecido en la iconografía del amor romántico en todos los siglos
posteriores.

El Paraíso dejó de ser un fresco jardín de flores cuando un cristianismo depurado


se sublevó contra estas imágenes sensuales y las consideró supersticiosas.
Hallaron entonces refugio entre los negros estadounidenses, como se ve en las
películas inspiradas por ellos, que muestran el cielo como una verde pradera o un
campo de nieve inmaculada.1’

A lo largo de los siglos, a las exigencias que planteaba la entrada en este


reino tan semejante a un útero se las ha interpretado con grados muy diversos
de flexibilidad y de fanatismo. Pero ya sea que tales condiciones incluyan o
no la pureza sexual, la falta de codicia, el amor al prójimo o cualquier otra
virtud colectivamente reconocida, todas ellas apuntan en la misma dirección:
la renuncia al deseo (que es una afirmación de la realidad individual, y por
consiguiente un factor de separación) y el hecho de limpiar la mancha del
cuerpo físico, que es el portador del deseo. Lactancio es tan conocedor de las
condiciones para entrar en el Paraíso como de sus imágenes:

Las almas de los hombres son eternas y no las aniquila la muerte, sino que
aquellos que fueron justos regresan a la sede celestial de su origen, puros, impa-
sibles y bienaventurados. Por otra parte, son transportados a esos afortunados
campos en donde disfrutan de maravillosos deleites. Sin embargo, las almas de los
perversos, como se mancharon con malos deseos, ocupan un lugar intermedio
entre la naturaleza mortal y la inmortal y tienen debilidades por contagio de la
carne. Adictas a los deseos de la carne y a la lujuria, llevan cierta mancha
indeleble y terrena que con el paso del tiempo llega a invadirlas por completo.™
Así pues, el único que puede entrar en el jardín amurallado es el niño
pequeño, y a nosotros se nos dice que retornemos a ese estado de maravillado
asombro, apertura e inocencia que teníamos antes de que, en la pubertad,
emergiera la identidad sexual, e incluso antes del nacimiento. Es útil
reflexionar sobre las formas en que muchos padres proyectan esta imagen de
paradisíaca inocencia sobre sus hijos, sin hacer caso de la compleja indi-
vidualidad del niño y convirtiéndolo en portador del potencial de redención
de la familia. Como resultado de esta profunda proyección arquetípi- ca,
como colectivo, nos resulta muy difícil aceptar el hecho de que un niño
pueda sentir y expresar celos, maldad, rabia o rencor, y hasta ser capaz de
actos delictivos intencionados. Suponemos que los niños no pueden mentir, y
cuando descubrimos que un niño se comporta como un adulto malévolo, nos
lanzamos a la caza del chivo expiatorio (generalmente un mal padre o una
mala madre, o un mal Gobierno que no ejerce de forma adecuada su función
parental con respecto a la sociedad), en vez de aceptar, aunque nos duela, que
nuestros sueños arquetípicos de redención puedan estar contaminados por la
áspera realidad de The Crucihle [El crisol], de Arthur Miller, o de El señor de
las moscas de William Golding. En 1993, el asesinato de James Bulger, un
pequeño de tres años, cometido por dos niños de nueve y diez años,
conmovió al público británico, no sólo por la salvaje crueldad del crimen,
sino también porque las acariciadas fantasías sobre la inocencia infantil
habían sufrido un daño irreparable.
Para Neptuno, el peso de la vida terrena, llena de pecado, puede parecer
demasidado difícil de soportar, y la renuncia es la llave que abre la puerta
custodiada por el ángel de la espada llameante. El anhelo neptuniano de
retornar al Paraíso va acompañado de modo inevitable de un intenso senti-
miento de culpabilidad, profundamente incorporada en la experiencia del
cuerpo físico como tal, y que en toda la literatura religiosa referente al Pa-
raíso constituye un tema manifiestamente notorio. No tiene nada de asom-
broso que cuando una culpa arquetípica pesa de un modo abrumador sobre el
sentimiento individual del propio valor, la reunión con la fuente pueda llegar
a implicar la destrucción voluntaria (aunque sea inconsciente) del cuerpo,
mediante la enfermedad, la adicción o incluso la muerte.

El otro lugar
Si el Paraíso es la recompensa de los justos, cabe preguntarse adonde van
quienes no lo son. Naturalmente, las rigurosas exigencias para la reunión
/o UJT. 1V11 1 UJJL
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con la fuente han de excluir a muchísimos mortales que no pueden o no


quieren pagar el precio necesario, ya sea éste la pureza sexual del cristianismo
medieval, la actitud vital griega de la aceptación de los límites del propio
destino, o el coraje y la persistencia en la batalla de los escandinavos. La
naturaleza del precio que hay que pagar depende en última instancia de la
naturaleza del Otro a quien se ha de reverenciar, y las imágenes de la fuente
asumen múltiples rostros en la mitología. Pero allí donde hay relatos del
Paraíso los hay también de su opuesto. Ya sea que este lugar de sufrimiento
pretenda describir las miserias de la vida terrena o bien una morada de tor-
mentos eternos después de la muerte, la mitología del infierno es tan omni -
presente como la del cielo, y es igual de importante para Neptuno. Cada una
de ellas invoca inevitablemente a la otra, y ambas están ligadas al eje central
del merecimiento y la falta de mérito, del bien y el mal, de la santidad y el
pecado. Junto a los Campos Elíseos de los griegos, por ejemplo, estaba el
terrorífico y oscuro ámbito del Tártaro, donde aquellos que habían pecado
contra los dioses se veían sometidos a eternos tormentos. El Paraíso
escandinavo del Valhalla, donde los héroes se ganaban el derecho de jaranear
con los dioses y veían satisfechos todos sus deseos sensuales, encontraba su
contrapartida en el Niflheim, el mundo de los muertos comunes y corrientes
y sin ningún mérito, un lugar de frío cortante y noche interminable. Su
ciudadela era Hel, de donde viene la palabra inglesa helL, que significa infier-
no, y estaba presidida por un horrible monstruo hembra del mismo nombre.
Es interesante señalar, de paso, que en la Inglaterra de Isabel I, la palabra
hellst utilizaba en el argot para designar los genitales femeninos. Si el Paraíso
es un retorno a la madre eternamente amorosa de nuestras fantasías
prenatales, entonces el Infierno es la madre que siempre nos rechaza, nos
atormenta, hace surgir nuestros sentimientos eróticos infantiles y nos deja
librados a la miseria de nuestras necesidades insatisfechas.
Las imágenes míticas del Infierno tienen una curiosa semejanza, al igual
que las imágenes míticas del Paraíso. Si los «maravillosos deleites» a que alude
Lacrando son una recompensa extrañamente voluptuosa para los impolutos,
los tormentos del otro lugar no son menos voluptuosos. La sombría y
espectral iconografía de la Edad Media, que nos ofrece un exceso de
recordatorios sumamente sensuales de los frutos de la corrupción, sigue
presentándose ante nosotros en las modernas películas de terror, como la
versión más reciente de Drácula dirigida por Coppola. El Infierno, en las
mitologías de todo el mundo, está Heno de imágenes de las frustraciones y
sufrimientos del cuerpo que ha sido abandonado a los tormentos de sus
propios deseos. Una eternidad de sed y hambre, de asarse y helarse, de cor
tes, golpes, heridas, humillación y vergüenza, soledad y tinieblas sin fin,
forma parte de los Infiernos de cualquier cultura. Si consideramos que estas
omnipresentes formas del sufrimiento físico no son más que metáforas, vemos
en seguida que lo que inconscientemente estamos describiendo es el Infierno
de nuestras necesidades instintivas cuando quedan insatisfechas. El Infierno
es el lenguaje del niño pequeño desatendido, y también el de un Neptuno
frustrado. Estamos ávidos de afecto, sedientos de amor; ardemos de deseo y
nos desgarra la angustia de la separación; los anhelos conflictivos nos
destrozan, y la soledad o el rechazo por parte del ser amado nos dejan
helados. Las imágenes del Infierno dan cuerpo al vocabulario de todas las
privaciones emocionales y físicas que cabe concebir: no sólo las sexuales, sino
también las necesidades más primarias de alimento, calor, seguridad y
pertenencia. El extraño y profundamente enigmático tríptico de Hierony-
mus Bosch conocido como El jardín de las delicias arrastra a quien lo con-
templa primero a un paisaje edénico, donde el primer hombre y la primera
mujer pasean de la mano con Dios; después a un mundo deliciosamente libre,
donde todos los deseos corporales están satisfechos en una de las imágenes
más extraordinarias de desenfreno erótico que nos ofrece la historia de la
pintura, y finalmente a un paisaje oscuro y terrorífico iluminado por unos
fuegos espectrales, donde las formas humanas se retuercen y se debaten en su
tormento a manos de los demonios. El cuadro del Bosco nos dice más de esta
dimensión visceral del Infierno que quinientas páginas de Lac- tancio. El
Infierno es el lugar donde una deidad materna que nos rechaza nos ha dejado
abandonados en un sufrimiento sin liberación y sin respiro. El Paraíso es el
lugar donde finalmente nos unimos con ella, sin pecado y en una paz eterna,
adormecidos nuestros sentidos por la saciedad, dormidos en brazos del ser
amado, en el consuelo del pecho eterno.
En las enseñanzas gnósticas, el Infierno es la vida terrena: una expresión
psicológicamente más elaborada de los sentimientos de Neptuno que la pre-
sentación del Infierno como el otro mundo o como un mundo subterráneo.
He conocido a muchas personas con un Neptuno fuerte en su carta natal que
me han expresado el sentimiento de que «ellas, para empezar, no querían
estar aquí», porque la vida duele demasiado. Tanto el Infierno de los gnósticos
como el cristiano describen la misma experiencia, la del dolor de estar
separados de la fuente. La diferencia está en que, en el pensamiento gnóstico,
el Infierno no dura más que el tiempo de una encarnación, pero en la
doctrina cristiana se prolonga durante toda la eternidad. El gnosticismo fue
un movimiento religioso de origen precristiano, cuyas raíces se hunden en
(¡recia y en Persia, pero que creció hasta convertirse a la vez en un
competidor del cristianismo primitivo y en una poderosa influencia que pesó
sobre él. La visión del mundo de los gnósticos pasó después a los movimientos
religiosos de la Edad Media por mediación de sectas heréticas, como los
citaros o los albigenses, y sigue estando de moda entre los grupos esotéricos
que esperan el milenio como un tiempo en que el horror y la corrupción del
mundo moderno se transformarán en una nueva Edad de Oro del amor y la
fraternidad. El Infierno como encarnación siempre ha formado parte de la
vida interior de Neptuno.
Los mitos gnósticos nos refieren el origen del alma en el mundo de la luz,
la tragedia de su caída y su encarcelamiento en la Tierra, su tormento en el
cuerpo y su liberación y retorno final al reino celestial. Aunque los cultos
gnósticos fueron muchos, los temas esenciales son los mismos. El alma -el
verdadero yo interior- es una chispa de una celestial figura de luz. En la
enseñanza órfica, a esta figura se la llama Dioniso. Hace mucho, muchísimo
tiempo, Dioniso fue conquistado por los poderes daimónicos * de la oscuridad,
que lo destrozaron y se repartieron los trozos. Después usaron estos
fragmentos de luz como el «pegamento» necesario para crear el mundo
temporal a partir del caos de la oscuridad, porque estaban celosos del reino de
la luz y querían tener uno propio donde ellos pudieran gobernar. Si alguna
vez los fragmentos de luz prisioneros consiguieran liberarse, entonces el
mundo temporal se desintegraría y volvería a su estado caótico primordial.
Por consiguiente los daimon vigilaban celosamente las chispas de luz que
habían robado y que ahora están encerradas en los seres humanos. Los
daimon intentan sumirnos en un estado de estupor y embriagarnos,
haciéndonos dormir para que nos olvidemos de nuestro hogar celestial. A
veces sus intentos tienen éxito, pero en otras ocasiones la conciencia de
nuestros orígenes celestes se mantiene despierta. Entonces, la persona sabe
que está prisionera en un mundo ajeno y extraño, y ansia la redención. La
deidad suprema, en algún momento del pasado o del futuro, se compadece de
las chispas de luz prisioneras y ha enviado —o enviará- a su hijo a la Tierra
para redimirlas. Y cuando el redentor haya terminado su tarea, y todas las
chispas de luz hayan regresado a casa, el mundo tocará a su fin y retornará a
su caos original, y la oscuridad se quedará sola.21
¿Qué es lo que hace pedazos nuestra unidad originaria, si no el poder
daimónico de nuestros deseos? En esta extraña cosmología tenemos una
imagen notablemente clara del «pecado original» que nos arrojó fuera del
Paraíso. Pero aquí no hay ningún error humano que sea responsable de este

* Del griego daimon, divinidad o espíritu bueno o malo, adscrito al destino de una
persona, una ciudad, etcétera. (N. del E.)
pecado, que no fue cometido por Adán y Eva, sino por los daimon. Es como si
el deseo individual incluyera una oscura fuerza autónoma externa que entra
en conflicto con el yo «verdadero» y funciona como una niebla maligna que
nos ciega a la visión de nuestra propia naturaleza y de nuestro lugar de
origen. El estudioso de las doctrinas esotéricas reconocerá en seguida los
sentimientos dualistas y curiosamente pasivos expresados en esta visión del
mundo, que es tan moderna como antigua. Tal vez el estudioso de la filosofía
política reconozca también estos sentimientos, expresados en otros términos.
La expresión actual del pensamiento gnóstico se puede encontrar en muchas
sectas místicas cristianas y cuasiorientales. Incluso se la puede encontrar
entre los astrólogos que adoptan el punto de vista de que debemos
«trascender» las dimensiones inferiores de la carta natal, e incluso ésta en su
totalidad, para volver otra vez a casa, como si todo en la carta, a excepción de
Neptuno, nos hubiera sido impuesto por poderes daimónicos.
La vida es así un Infierno en donde estamos inconscientemente prisio-
neros, y el hogar originario materno y espiritual es nuestro derecho de naci-
miento. El mito gnóstico nos proporciona una profunda comprensión de los
sentimientos subjetivos —aunque con frecuencia sean inconscientes- de la
persona sometida a una fuerte influencia de Neptuno. El himno gnóstico que
figura a continuación expresa de modo excelente este sentimiento:

¿Quién me arrojó a Tibil [el mundo terrenal]?


A Tibil, ¿quién me arrojó?
¿Quién selló los muros a que este mundo se asemeja y me
lanzó a su interior?
¿Quién me inmovilizó con esta cadena tan intolerable de
llevar?
¿Quién me atavió con este manto tan variado de forma y
color?

¿Quién me confinó en la morada de la oscuridad?

¿Por qué me habéis arrebatado de mi hogar y traído a esta


prisión,
y encarcelado en este horrible cuerpo?

¿Dónde están las fronteras de este mundo de oscuridad?


¡K1 camino que hay que recorrer es largo e inacabable!22
Después del Diluvio
Si los mitos del Paraíso y del Infierno son comunes a todas las culturas, lo
mismo sucede con los mitos de la purificación de los pecados de la humani-
dad. La imagen del Diluvio, enviado por los dioses para depurar de corrup-
ción la Tierra, es tan antigua como la imagen de la creación a partir de las
aguas, y una de las narraciones más difundidas que conocemos. A diferencia
de la expiación individual que describen los teólogos medievales y que
requiere un acto consciente de reparación, el Diluvio es una especie de
castigo global e indiscriminado, iniciado por los dioses y no por la conciencia
culpable de una persona que sufre, y por eso mismo, en muchos aspectos, más
atrayente. Después de todo, lo único que se tiene que hacer es esperarlo.
Aunque hay pruebas arqueológicas de fuertes terremotos, erupciones
volcánicas y maremotos en la región mediterránea durante el segundo
milenio antes de Cristo,23 los mitos del diluvio aparecen en países en donde
no es posible que ocurran semejantes catástrofes naturales. 24 Estos relatos
aparecen invariablemente ligados a la cólera divina generada por la
transgresión humana. El tema de un castigo terrible que algún día le será
infligido a la humanidad corrupta nos sigue acompañando, en ocasiones
representado por las imágenes religiosas del Apocalipsis, y otras veces por el
tipo de angustia arquetípica que expresamos al hablar de la inminente
destrucción del planeta por obra de un holocausto nuclear o de un cometa al
colisionar con la Tierra. Podría parecer que este es el tema principal del mito
del Diluvio: Dios, o los dioses, o la gran madre oceánica, al principio se
muestran tolerantes con el pecado de desobediencia, pero finalmente llegará
la represalia, y el terror de la destrucción y el éxtasis de la reunión se funden
en una sola imagen, la del Diluvio.
La base del relato bíblico del Diluvio se encuentra en una historia babi-
lónica, que a su vez proviene de los sumerios. La primera versión que existe
en una lengua europea fue escrita en griego por Beroso, un babilonio, astró-
logo y sacerdote de Marduk, que fundó una escuela de astrología en la isla
griega de Cos, y de quien se cree que fue maestro de arte en el mundo hele-
nístico. Hacia aproximadamente el año 275 a.C. escribió también, con el
título de Babyloniaca, una historia de su país, que se iniciaba con el mito de la
creación y explicaba el relato del Diluvio. Durante largo tiempo, su relato fue
el único conocido en Occidente, pero en el último siglo se han encontrado
pruebas mucho más antiguas. Hay tres versiones asirias del relato del Diluvio.
La primera se encontró en las excavaciones de Nínive, y se remonta al siglo
VII a.C. Formaba parte de la Epopeya de Gilgamesh babilónica, transcrita,
como el Enuma Elish, por aquel intrépido recopilador de mitos antiguos que
fue el rey Asurbanípal. La segunda versión asiria fue descubierta en las
excavaciones de Kuyunjik y es muy similar a la primera. También formaba
parte de la biblioteca de Asurbanipal. La tercera versión asiria, que provenía
igualmente de la biblioteca real, ofrece una variación interesante: antes de
que se les ocurriera la solución final del Diluvio, los dioses castigaron a la
humanidad con hambrunas, pestes y esterilidad de los campos, las personas y
los rebaños.
Posteriormente a las tablillas asirias se encontraron otras versiones babi-
lónicas más antiguas del relato. La primera fue descubierta en Nippur y se
remonta a la primera dinastía babilónica, ca. 1844-1505 a.C. Aunque es muy
poco lo que queda de ella, tiene la antigüedad suficiente para decirnos que el
mito del Diluvio es anterior a las erupciones volcánicas de Santorini y Creta.
La segunda versión babilónica fue descubierta en Sippar y data del reinado de
Ammi-saduqa de Babilonia, ca. 1702-1682 a.C. La versión más antigua de
todas es la sumeria, que fue hallada en Nippur y coincide con la versión del
rey sumerio List, ca. 2120-2065 a.C., que divide la historia de su país en dos
períodos, «antes» y «después» del Diluvio, En lo esencial, todos estos relatos
son idénticos. La historia del Diluvio se remonta a nuestras primeras raíces y
es una parte de nuestra herencia mítica tan antigua como la que se refiere a la
creación de la vida a partir del agua.
Poco nos queda de la versión sumeria del mito, de la cual sólo se encon-
tró el tercio inferior de una tablilla. Pero este vestigio nos dice que los dio ses
decidieron destruir a la humanidad por ruidosa y desordenada. Pese a esta
decisión, Enki, el dios del agua, que había sido el creador de los primeros
seres humanos, decidió salvarlos por medio de Ziusudra, un rey sabio y
piadoso a quien dio instrucciones para construir una embarcación enorme.
Las diversas versiones asirio-babilónicas nos dan un relato más completo.
Ziusudra se llama en ellas Xiusthrus, Atrahasis («sumamente sabio») o
Utnapishtim («el de larga vida»).25 A través de la pared de su choza de juncos,
Ea (el nombre babilónico de Enki) le susurró a Utnapishtim que los
inmortales, provocados por la diosa Ishtar, a quien ya hemos conocido con
otros nombres, habían decidido destruir la Tierra mediante un diluvio. Le dijo
que construyera una nave en la cual debía reunir «la semilla de todas las cosas
vivientes». Le especificó las dimensiones y la forma de la embarcación, que
había de ser un cubo perfecto, y le dio instrucciones detalladas de todo lo que
debía cargar a bordo:

I odo lo que tenía cargué en ella;


todo lo que tenía de plata en ella cargué;
todo lo que tenía de oro cargué en ella;
todos los seres vivos que tenía en ella
cargué.
A toda mi familia llevé a bordo de la nave.
Las bestias del campo y las criaturas
salvajes, y a todos los artesanos hice
subir a bordo.26

Después llegó la tormenta. Adad tronaba; Nergal echó abajo las puertas
que cerraban el paso a las aguas oceánicas; Anunnaki alzó sus antorchas,
«encendiendo la tierra como si ardiera con su resplandor». Los dioses consi-
guieron, incluso, aterrorizarse a sí mismos y, encogiéndose de miedo, se
acurrucaron contra los muros del cielo. Pero entonces Ishtar se fue calmando
y levantó la voz para lamentar su propia acción, mientras los demás dioses
lloraban con ella. La tormenta rugió furiosamente durante seis días y seis
noches; al séptimo día se calmó, y Utnapishtim miró hacia fuera y vio que
todas las vidas humanas habían vuelto a ser barro. En el Génesis, el mito del
Diluvio no difiere de este relato más que en pequeños detalles; por ejemplo, la
tormenta dura cuarenta días y no siete, y a Utnapishtim se le llama Noé. Hay
otra diferencia que vale la pena señalar. La deidad babilónica que inicia el
Diluvio es femenina, mientras que el Dios del Génesis es masculino. Aunque
Ishtar en el relato babilónico y Yahveh en el hebreo prometen fielmente no
volver jamás a infligir a la humanidad semejante castigo, se comprende que
esta promesa se acogiera con cierta desconfianza. Desde un punto de vista
psicológico, el terror del Diluvio sigue vivo en el corazón de quienes están
vinculados con Neptuno; y en los sueños del Apocalipsis, el Milenio y el día
del Juicio Final, puede ser incluso un acontecimiento esperado.
Los egipcios también tenían su mito de la destrucción como castigo de la
humanidad. Ra, el dios del Sol, había enviado a su emisaria, Hathor, la diosa
con forma de vaca, a destruir a todos los seres vivos. De hecho, aquí como en
Babilonia, la destructora es la misma diosa que en un principo fue la creadora.
Pero Ra se compadeció e ideó un plan para hacer siete mil jarras de cerveza
de cebada, teñida con ocre rojo para que pareciera sangre, y la virtió en los
campos hasta que tuvo una profundidad de veintidós centímetros. Cuando, al
amanecer, Hathor vio brillar, con la luz del sol, este mar sangriento que
reflejaba la belleza de su rostro, se quedó fascinada y empezó a beber;
finalmente, al emborracharse, se olvidó de su furia contra la humanidad.2
Inevitablemente, los griegos tenían también su Diluvio, enviado por un
furibundo Zeus para aniquilar a la raza humana. En una versión de este mito,
la furia de Zeus la desencadenaron los actos impíos de los hijos de Licaón, que
asesinaron a su hermano Níctimo y prepararon con él un caldo. 28 Pero la
versión griega más conocida del Diluvio está vinculada con el pecado de
Prometeo, como resultado del cual se desató la destrucción de Zeus para
castigar al ladrón del fuego sagrado. AI parecer, la caja de Pandora no era
suficiente. El héroe del Diluvio griego se llamaba Deucalión, era hijo de
Prometeo y su padre le había aconsejado, como Ea advirtió a Utna- pishtim,
que construyera un arca. Deucalión la llenó de vituallas y subió a bordo con
Pirra, su mujer. Entonces sopló el Viento del Sur, cayó la lluvia, y los ríos,
subiendo con una rapidez asombrosa, bajaron rugiendo al mar y arrasaron
todas las ciudades de la costa y de la llanura. El mundo entero quedó
sumergido, y todas las criaturas mortales, salvo Deucalión y Pirra,
• 29

perecieron.
Quizás el más raro de los mitos del Diluvio sea el que proviene del
Mahabharata, la epopeya india que cuenta la historia de Manu, una especie de
Noé de la India. Un día, mientras estaba sentado en el bosque, Manu vio a un
pez que se asomaba del río para pedirle que lo protegiera de un pez más
grande que quería comérselo. De buen grado, Manu lo puso en un recipiente
de barro y cuidó de él hasta que llegó a ser muy grande. Entonces el pez le
pidió que lo llevara al Ganges, pero cuando llegaron al río, declaró que era
demasiado grande incluso para el Río Sagrado y le pidió que lo llevara al
océano. Manu obedeció y lo soltó en el mar, tras lo cual el pez le dijo que la
disolución del universo estaba cerca, de acuerdo con el ritmo del gran ciclo
cósmico. Le dio entonces instrucciones para la construcción de una gran arca
y le dijo que llevara consigo todas las diferentes semillas que enumeraban los
brahmanes en los días de antaño; le prometió además que volvería a salir de
las aguas, adoptando la forma de una bestia marina con cuernos, para
ayudarle durante la terrible inundación que se avecinaba. Manu hizo todo lo
que el pez le dijo y botó su arca al mar. Entonces el pez salió a la superficie, y
Manu le ató una cuerda a los cuernos. El mar inundó la costa y había agua por
todas partes; hasta el cielo y el firmamento se disolvieron. Durante muchos y
largos años, Manu flotó sobre las aguas; y cuando fue creado un nuevo
universo, el pez lo llevó hasta el pico más alto del Hima- vat. Entonces le
reveló que en realidad era Brahma, y finalmente bendijo a Manu,
concediéndole el don de crear una nueva humanidad.30
Hay otros mitos del Diluvio, así como hay otros mitos de la creación.
Estos pocos que hemos visto nos dan una clara imagen del destino que
aguarda a una humanidad corrupta si los dioses se enfurecen lo suficiente.
Preguntémonos ahora con qué nos estamos enfrentando al contemplar estas
inquietantes imágenes de un castigo celeste. La mitología del Diluvio lleva implícito
un sentimiento de pecado, unido al terror de ser aniquilados por una divinidad
parental enfurecida. La palabra inglesa sin, que quiere decir «pecado», proviene del
latín sons, que significa «culpable». A su vez, la palabra inglesa guilt, que quiere decir
«culpa», proviene del anglosajón gieldan, que significa «devolver» o «pagar una deuda».
El pecado y la culpa se relacionan con una deuda que se tiene con el creador, la deuda
de la vida en sí, y para pagarla se exige obediencia y sacrificio. No es necesario que me
detenga aquí a profundizar en las implicaciones psicológicas de esta deuda cuando se
confunde la imagen arquetípica del creador divino con la vivencia personal de la
madre que nos trajo al mundo. Cualquier muestra de una individualidad
independiente podría acarrear un terrible castigo. Me he encontrado con este miedo,
profundo pero inexplicable, en muchas personas que tienen un Neptuno fuerte: el
miedo a que si uno se atreve a realizarse y a ser feliz siguiendo en la vida un camino
«ilícito» o «desobediente», de un modo u otro todo le saldrá mal, el Diluvio lo atrapará
y terminará por destruirlo. Como criaturas pecadoras que somos, culpables de un
rechazo primario e imperdonable de nuestra deuda de vida, expulsados de nuestro
paradisíaco hogar originario, estamos en perpetuo peligro de hundirnos cada vez más
profundamente en la corrupción, hasta que llegado ese momento caiga sobre nosotros
una venganza final que ha de terminar borrando totalmente de la faz de la tierra esta
forma de vida pecadora, con lo que se prepara el camino para un nuevo cosmos, un
nuevo Edén y una nueva humanidad.
Hay siempre un superviviente, más libre de pecado que la mayoría, y hay
también un dios padre que advierte al elegido que ha de construir un barco.
Independientemente de que interpretemos esta intervención salvadora de una deidad
masculina como una imagen del papel protector del padre en la infancia o como una
imagen de algún espíritu protector dentro de nosotros mismos, este elemento es parte
integral del mito del Diluvio,31 así como también lo es de Neptuno, y refleja el papel de
redentor que asume el pequeño pez macho, es decir, aquello en nosotros que se
mantiene aparte de nuestra identificación con la fuente oceánica, y que puede salvar-
nos de la extinción en nuestra propia inundación emocional. Podemos empezar a
intuir cuál es la forma de abordar a Neptuno cuando contemplamos a este misterioso
protector espiritual interno que forma parte, igual que Euki o La, de la progenie del
mar originario. Pues el arca es una especie de contenedor o límite del yo, un
recipiente sellado hecho de madera y calafateado. En realidad, es el alambique del yo
corporal, laboriosamente reali
I

zado mediante el esfuerzo humano ordinario, humilde y terreno, pero dotado de


la resistencia suficiente para aguantar la furia de las aguas originarias. Y así como en
nuestro interior llevamos todo lo que representa Nepruno, —la fuente primaria, el
dios padre protector, el superviviente elegido v la gran inundación emocional del
Diluvio—, también llevamos el arca, que representa nuestra capacidad de flotar sobre
las aguas manteniéndonos secos, independientes y contenidos hasta que,
inevitablemente, e! Diluvio se acaba y nos deja solos en un mundo limpio y purificado.
El arca no es ni una imagen de represión (porque se vale de las olas en vez de intentar
frenarlas) ni de ahogamiento (ya que se mantiene a salvo sobre las aguas). Esto es una
paradoja de la que trataremos más adelante.
No es nada extraño que, aunque vaya implícito un gran terror, en la amenaza
mítica del Diluvio haya también un gran anhelo de é!. Tal vez, después de todo, podría
ser lo mejor; quizá nos lo merecemos. Por lo menos se acabarán la culpa, el
sufrimiento, la soledad y la separación de la fuente. Hay al mismo tiempo el miedo a la
muerte y el deseo de morir, y esta forma especial de ambivalencia neptuniana con
respecto a la muerte está directamente vinculada con el sentimiento del pecado y de la
corrupción de la carne que engendra la separación. Adán y Eva pecaron una vez, y
toda la humanidad quedó contagiada por aquella mancha; a ello le siguió una espiral
descendente que sólo es posible esquivar medianre un agotador esfuerzo de expiación
y sacrificio individual, merced a la venida de un redentor, o por medio de una gran
depuración colectiva que nos haga desaparecer a todos de una buena vez y para
siempre. En el próximo capítulo veremos el tema del redentor, y más adelante el de la
expiación individual; pero por el momento lo apropiado es explorar la manera en que
el miedo del Diluvio se convierte en la esperanza del Apocalipsis, que es bienvenido
porque, a pesar de la violencia de sus imágenes, promete (a los fieles, por lo írsenos) un
retorno a ese amurallado jardín de las delicias dentro del cual fluyen las aguas de la
vida eterna.

El Apocalipsis hoy
El cristianismo ha tenido siempre una doctrina sobre los «últimos tiempos» o el «final
de los días». El milenarismo cristiano se refiere a la creencia en que, después de su
Segunda Venida, Cristo establecerá en la Tierra un reino mesiánico, un segundo Edén,
sobre el cual reinará durante mil afros antes del Inicio final. I .os ciudadanos del reino
mesiánico scián los fieles dolien
tes, y la Segunda Venida será un Apocalipsis. Esta difundida creencia en una
destrucción y transformación inminentes del mundo, que actualmente se está
volviendo tan popular como lo fue en el siglo I a.C., se fundamenta en los
antiguos Libros Proféticos de los judíos (al fin y al cabo, Jesús era judío). En
estos libros, como hemos visto, encontramos la imagen de una nueva
Palestina, que será nada menos que otro Edén, el Paraíso recuperado sobre la
Tierra. Pero antes de que esta Nueva Jerusalén sea devuelta a los fieles, deberá
haber un Día de la Ira, cuando el sol, la luna y las estrellas se oscurezcan, los
cielos retumben, la tierra tiemble y las aguas se desaten. También el Diluvio
volverá, pese a la promesa de Yahveh, Y en medio de este cataclismo, los no
creyentes serán juzgados y expulsados.
La imagen central del pensamiento apocalíptico es que el mundo está
dominado por un poder tiránico y perverso, de una destructividad sin límites,
más bien «daimónico» que humano, aunque los seres humanos sean sus
agentes. En esto resuenan algunos de los temas del gnosticismo que hemos
visto ya antes, porque el pensamiento apocalíptico tiene un fuerte matiz
gnóstico. La tiranía del poder maligno será cada vez más escandalosa, el
sufrimiento de sus víctimas más intolerable, hasta que súbitamente sonará la
hora en que los creyentes que sufren puedan levantarse para derribar a sus
opresores. Entonces, a su vez, los elegidos heredarán el dominio de la tierra, y
esta será la culminación de toda nuestra historia. Al principio, puede parecer
que esto no tiene nada que ver con el Diluvio, pero en realidad, el antiguo
héroe del Diluvio, llámesele Ziusudra, Utnapishtim, Noé, Deucalión o Manu,
es ni más ni menos que el elegido de Dios. Es el hombre sin pecado, obediente
a la voluntad de Dios y que por lo tanto paga escrupulosamente su deuda, y es
rescatado del cataclismo de las aguas cuando todos los demás perecen. El
Diluvio que venga será simplemente una repetición del espectáculo del
Diluvio que ya tuvimos, salvo que esta vez en el arca habrá más elegidos. En
ciertos círculos fundamentalistas cristianos se especifica el número exacto:
144.000. Los que inconscientemente se identifican de forma demasiado literal
con el mítico héroe del Diluvio pueden llegar a creerse libres de toda culpa;
son los demás los corruptos y los que merecen el castigo. Aquí podemos
empezar a ver los rasgos de la ambigua psicología del martirio, cuyo objetivo
final es el dominio de la tierra entera; tiene unas raíces muy extrañas y
enmarañadas, es muy difícil de superar debido al poder absoluto que promete
(y que en ocasiones confiere), y es fundamental para el mundo interior de
Neptuno.
Norman Cohn, en su libro The Pursuit of the Millenium [En pos del
milenio],32 presenta con gran claridad los rasgos comunes de las sectas mile-
naristas. Primero, son colectivas; la salvación es algo para que lo disfruten los
fieles como grupo. Segundo, ven la salvación como un acontecimiento
concreto de esta vida: ha de tener lugar en la Tierra y no en el Cielo; el ansia
del Edén —o, si uno prefiere mantenerse en una postura psicológica nada
sentimental, el ansia de esa fusión perdida con la madre que Freud denomi-
naba narcisismo primario— debe ser satisfecha mientras el cuerpo todavía
pueda disfrutarlo. Tercero, las sectas milenaristas creen que la salvación es
inminente. Cuarto, la salvación ha de ser total: transformará la vida sobre la
Tierra en un estado de perfección, en un Paraíso recuperado. Y quinto, la
salvación debe ser milagrosa: será lograda por los hombres y las mujeres, pero
sólo con la ayuda de Dios, según su voluntad y en el momento que Él elija.
Para aquellos que están identificados con la visión milenarista, estas
creencias son vividas, reales e indiscutibles. A quienes no lo están, les pare-
cen, en el mejor de los casos, inofensivas y raras, y en el peor, patológicas y
destructivas. A mí no me preocupa si la doctrina milenarista es verdadera o
falsa, porque pertenece al dominio de la teología y no de la psicología. Tam -
poco entra en el campo de la astrología, aunque a esta última se la haya usado
durante siglos para apoyar la creencia de los milenaristas en la inminencia del
día del Juicio Final.” Pero la visión apocalíptica también puede ser una
fantasía sumamente personal, aunque inconsciente, sepultada en lo más
hondo del corazón del individuo dominado por Neptuno. En este contexto,
cabría entender el milenarismo como la expresión de un profundo
sentimiento interior de impotencia y desvalimiento frente a los poderes
tiránicos del «exterior», con las fantasías compensatorias de una venganza
divina que inevitablemente acompañan a semejante pasividad. Esto, como
señaló con tanta agudeza Melanie Klein, es el mundo «esquizoparanoide» del
niño muy pequeño. Y aunque el sufrido devoto que está limpio de pecado, el
perverso daimon que inflige un tormento terrible y el dios padre que al
intervenir aporta la salvación están en realidad dentro del propio individuo,
hombre o mujer, Neptuno no destaca por su capacidad para reflejar con
claridad complejidades interiores de tal magnitud. Lo más frecuente es que
esta dinámica termine por ser expresada en la vida ordinaria, ya que los
mártires tienen su propia manera de movilizar en los demás mortales una
crueldad considerable. Quizás una de las razones sea que es comprensible que
quienes se ven confinados al papel del poder tiránico reaccionen coléri-
camente ante la agresividad inconsciente que perciben en la perpetua vícti -
ma. Sin embargo, la experiencia de la impotencia en la vida y la de estar
prisionero dentro del cuerpo y en el ambiente son fuentes de sufrimiento muy
reales para quienes, como los gnósticos, recuerdan su hogar divino. En estas
turbias aguas tenemos un nuevo atisbo del daimon neptuniano de múltiples
cabezas, cuyas tácticas pueden ser en ocasiones mucho más sucias de lo que
parecen, pero cuya visión puede contener la percepción de una realidad que
trasciende los límites de Tibil.
Nuestra gran visión milenarista occidental es la del Apocalipsis:

Vi subir del mar una Bestia que tenía diez cuernos [...]. Y le fue permitido librar
guerra contra los santos, y vencerlos; y le fue dado el poder sobre toda tribu,
pueblo, lengua y nación. [...] Y vi cómo el cielo se abría, y se veía allí un caballo
blanco; y al que sobre él montaba se le llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia
juzga y libra batalla. [...] Y los ejércitos que hay en el cielo lo seguían montando
en caballos blancos y vestidos de finísimo lino blanco, nítido. [...] Y fue agarrada
la bestia, y con ella el falso profeta que había hecho los prodigios, en presencia de
ella, con los cuales había embaucado a los que recibieron la marca de la bestia y a
los que adoraban su imagen. Ambos fueron arrojados vivos a un lago de fuego que
ardía quemando azufre. [...] Y vi las almas de quienes habían sido decapitados por
dar testimonio de Jesús y de la palabra de Dios, y que no habían adorado a la
Bestia [...] y vivieron y reinaron con Cristo durante mil años.

Ciertos rasgos de este texto nos resultan familiares; por ejemplo, la bestia
que emerge del mar y personifica el maligno poder tiránico que atormenta a
los fieles. A estas alturas ya deberíamos reconocerla. Aunque los problemas
interiores reflejados por esta visión los trataré con mayor profundidad en el
contexto de la psicología individual en el capítulo 5, no está de más reiterar
aquí que la pugna apocalíptica es, en última instancia, una batalla contra el
sufrimiento de la vida terrenal. Expulsado del feliz hogar originario por el
hado del nacimiento, arrojado a la prisión de la carne, torturado por el dolor
de la separación y por las ansias compulsivas de los instintos, el individuo
busca la salvación por medio de la disolución o la destrucción de aquello que
tan terrible tormento le impone: su propio cuerpo, la «bestia que salió del
mar». Tiamat, la madre monstruo, es una imagen no sólo de nuestra fuente,
sino también de nuestra propia naturaleza instintiva. La madre devoradora de
nuestras fantasías infantiles y arquetípicas está viva y goza de buena salud en
las exigencias de nuestra propia carne y en nuestro corazón hambriento. El
segundo Edén, que se manifestará en la Tierra después del Apocalipsis, es una
restauración de la unidad originaria. Sin embargo, la profunda paradoja
implícita en esta visión es que la bestia marina de origen ctónico que debemos
destruir y las aguas del Paraíso que son la recompensa de los fieles, son lo
mismo. Ambas son divinas, y ambas son la madre. Aquí hay una escisión
interna donde el bien y el mal, el pecado y la redención, son idénticos el uno
al otro, mientras el individuo se debate lleno de confusión intentando separar
lo que siempre ha formado una unidad: los peces grandes y los pequeños, el
creador y lo creado, el dios y el mortal, el espíritu y el cuerpo. Es probable
que, para Neptuno, el final apocalíptico del tormento corporal no se
encuentre en la muerte física; bien puede ser la enfermedad, la adicción o la
locura, todas ellas sustitutos excelentes con los que se alcanza el mismo fin. Y
desde este mar de confusión resuena el eterno clamor por un salvador que
pueda hacer que el dolor y la soledad desaparezcan. Entonces es cuando,
finalmente, el individuo se formula la pregunta decisiva de Neptuno: ¿cuándo
llegará mi redentor?
3
La venida del redentor

Porque yo recibí del Señor lo que os he entregado: que el Señor Jesús, la noche
en que fue traicionado, tomó el pan, y habiendo dado gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en memoria mía». Y
después de haber cenado, tomó también el cáliz y dijo: «Este cáliz es la Nueva
Alianza en mi sangre. Cuando bebáis, hacedlo en memoria mía». Porque siempre
que comáis este pan y bebáis del cáliz, estaréis proclamando la muerte del Señor,
hasta que venga.
1 Corintios 11, 23-26

La redención necesita de un redentor. Por su misma naturaleza, el anhelo de


redención implica sentir algo dentro de lo cual uno necesita que lo salven:
algún pecado o mancha que se ha de expiar, limpiar o transmutar. Incluso
cuando se proyecta el pecado al exterior y se ve como el fruto de un mal o
una tiranía que actúa en el mundo, en última instancia, se reconozca o no, le
pertenece a uno mismo. Como se siente que este pecado forma parte del ser
humano, independientemente de que se produzca por mediación de los
apetitos corporales, de la codicia, de los sentimientos destructivos, de la
desobediencia a los mandamientos de Dios o de los padres, o de algo tan
global como la Caída, la intercesión y la misericordia parecen ser nuestras
únicas esperanzas de salvación. Esta intercesión debe ser ofrecida por una
figura que encarne un nivel de pureza, santidad o sabiduría superior al que
uno mismo posee. Después de todo, la redención sólo puede provenir del
emisario de la misma divinidad a quien uno ha ofendido. Esta es la
consecuencia natural, inevitable y arquetípica del sentimiento del pecado,
incluso si éste es inconsciente. En el mundo neptuniano, el pecado está ligado
con el delito de la separación, cuyo resultado es la pérdida del Edén.
Generalmente, se hace responsable de este pecado a la naturaleza instintiva y
a la vida mundana cpie lleva el cuerpo. Como en los cultos gnósticos, el

•M
individuo neptuniano ve en la materia el dominio de los demonios de la
oscuridad. Así, al redentor se lo ve por lo general como una figura a quien no
la mueven los afectos, para decirlo en términos psicológicos. Hombre o mujer,
es un ser puro, bueno y misericordioso, asexuado o por lo menos no dominado
por las necesidades sexuales, libre de agresividad y de cólera, capaz de amar
incondicionalmente y dispuesto a cualquier sacrificio por las almas perdidas
que fueron confiadas a su cuidado. Son los atributos de la madre buena
idealizada, vista con los ojos del niño pequeño, aunque en el mito
generalmente, pero no al cien por cien, el redentor sea varón.
Una vez más, la etimología es interesante. La palabra «redentor» se deriva
del latín redemptio, que significa literalmente «volver a comprar». Nuestro
pecado constituye una deuda por pagar, porque se ha violado la obligación a
priori con nuestro creador o no se ha hecho caso de ella, y nuestro castigo es
estar encarcelados en la prisión de la vida material. El redentor nos rescatará
del infierno del aislamiento y pagará nuestro rescate. En el núcleo de esta
búsqueda de redención está la esperanza de que algún Otro nos proporcione la
energía, la esencia y el sufrimiento necesarios para hacernos sentir limpios y
queridos. Parece desvanecerse la posibilidad de que los seres humanos,
expulsados del Paraíso y esforzándose por llevar la carga de una oscura pérdida
de la gracia, podamos encontrar en nosotros mismos la capacidad de
perdonarnos y de amarnos para que podamos llevar a cabo el acto de
redención. Tanto en la larga y turbulenta historia de las religiones como en
otras esferas de la vida (social, política, emocional y sexual) hemos intentado
obstinadamente, y hemos pagado por ello un elevado precio, encontrar
nuestra salvación en algo o en alguien diferente de nosotros mismos.
E incluso si creyéramos haber hallado un redentor, no habríamos salido
de nuestras dificultades. Mientras necesitemos encontrar afuera alguien que
sea más digno y valioso que nosotros, tarde o temprano terminaremos odiando
al mismo ser que idealizamos, simplemente por lo indignos que nos hace
sentir. Y la única alternativa que tendremos será odiarnos a nosotros mismos.
No podemos escapar de la lógica de la idealización, porque siempre lleva
consigo una rabia inconsciente. Por eso destrozamos, crucificamos, insultamos
y humillamos cruelmente a nuestros redentores: porque nuestra fantasía de su
perfecta bondad nos hace sentir horriblemente malos, o si no, nos convertimos
en nuestras propias víctirpas, ofreciendo el cuello al hacha del verdugo que
empuña un redentor convertido en tirano. ¿Y qué hay de aquellos mortales
que en vez de buscar un redentor afuera, se identifican ellos mismos con el
arquetipo y se lanzan en busca de pecadores para salvarlos? Al final» codo
termina siendo un juego de espejos. Esas almas tenazmente santas que se
ofrecen con alegría para que las crucifiquen con el fin de salvar al pecador que
no se arrepiente, tienden a conseguir que todo el mundo se enfurezca con
ellas. No por eso dejan de habitar las aguas neptunianas, ni están menos
colmadas, secretamente, del sentimiento del pecado, y su castigo es su propio
sufrimiento a manos de su rebaño. El drama de Neptuno es siempre una
representación de cómo el pez grande se come al chico. Mientras nadamos a
ciegas en esas aguas, tendemos a escoger un papel para nosotros, y siempre
encontramos a alguien que represente al otro. Pero no hay que olvidar que los
papeles son intercambiables.
La búsqueda del redentor es común en la historia personal de cada cual,
especialmente en los individuos cuya carta natal está dominada por Neptuno.
No dudo de que haya obligaciones que tenemos para con algo mayor que el yo,
ni cuestiono la necesidad de que, en momentos críticos de la vida,
renunciemos a algo o lo sacrifiquemos con el fin de recordar y renovar ese
vínculo. Este es el significado más profundo de los tránsitos y progresiones de
Neptuno en el horóscopo, pero tendemos a confundir el objeto externo con la
realidad interior y terminamos haciendo que no sólo nuestros redentores lo
sean al pie de la letra, sino también nuestros sacrificios. Que el salvador
celestial esté tan a menudo asociado míticamente con el pez, con las aguas y
con las características de Neptuno y de Piscis no debería sorprendernos
cuando reflexionamos sobre las imágenes, tan antiguas y universales, de los
capítulos anteriores. La bienaventuranza débilmente recordada de nuestra
fuente de agua —no importa que la llamemos Dios, madre o inconsciente
colectivo— es tan antigua e innata que es inevitable que, al igual que nosotros,
el redentor que buscamos emerja de las aguas. Hombre o mujer, es un ser
humano como nosotros y, por lo tanto, está sometido al sufrimiento de la
encarnación. Y, sin embargo, de alguna manera este ser mágico es también
más que humano, ya que carece del carácter instintivo propio de todo ser
puramente mortal y, por consiguiente, está más cerca de esa deidad, padre o
madre, a quien nos esforzamos por acercarnos, es enviado por ella o incluso es
su hijo. Este redentor, ya sea un dios hecho hombre que ofrece su propia carne
para salvar a la humanidad, como Orfeo o Jesús, o bien una amante que da su
vida para liberar el alma condenada de su amado, como Senta en El holandés
errante, sólo puede realizar su tarea mediante un acto de autoinmolación por
amor. El salvador debe ser una víctima para poder rescatar a las almas per-
Los hijos de Dios precristianos
Cabe preguntarse qué aspecto tiene este divino emisario en la mitología, y qué
cualidades encarna. En la cultura occidental, el comienzo obvio es la figura de
Jesús, pero es necesario que miremos más allá de ella, porque el redentor,
como descendiente encarnado de la divinidad, es una figura mucho más
antigua de lo que sugiere el mensaje cristiano. Una de las primeras imágenes
del redentor que sufre se puede encontrar, como ya hemos visto, en la
mitología egipicia: el dios Osiris, desmembrado por su hermano (o su madre) y
que, a pesar de haberse quedado sin falo, preside y guía, en su condición de
regente del mundo subterráneo, las almas de los muertos. En las figuras que a
continuación estudiaremos reaparece de diversas formas la imagen del
redentor castrado o célibe. Aquí se da de manera simbólica la liberación de la
mancha corporal que, para Neptuno, es lo único que puede volver a abrir las
puertas del Paraíso. La Iglesia católica es lo suficientemente liberal como para
considerar la historia de Osiris, que es mucho más antiguo que Jesús, como
una prefiguración de su propia doctrina, lo cual, sin dejar de ser arrogante, por
lo menos es mejor que hacer simplemente caso omiso del antiguo salvador de
almas egipcio.
En la agonía de Osiris —el hijo y a la vez el doble del dios sol—, podemos
ver relaciones obvias con la crucifixión y con la paradójica identidad y dua-
lidad de Dios y Cristo. Si miramos más en profundidad este mito y las formas
en que se expresa en la cultura egipcia, podemos entender el papel especial del
faraón como equivalente temporal de la figura de Cristo (y del Papa, el
Pontifex maximus o «gran hacedor de puentes») en la cultura occidental. La
redención no puede suceder sin alguna forma de encarnación, ya que de otra
manera no hay prueba alguna de la disposición de Dios a padecer por sus
criaturas. Sin esta recíproca experiencia del sufrimiento, no hay un sentido de
la unidad con lo divino. Para el egipcio, el faraón era la encarnación mortal
del redentor Osiris; era simultáneamente dios y hombre. Mientras que el dios
gobernaba en el mundo de más allá de la vida, el faraón gobernaba en este
mundo, asumiendo sobre sí sus cargas por su pueblo. Aunque a una
mentalidad del siglo XX esto le parezca una creencia arcaica y primitiva, no
hemos de olvidar que la visión neptuniana del mundo es efectivamente arcaica
y primiriva, que pertenece tanto al oscuro momento anterior al amanecer de
la historia como al oscuro momento anterior al amanecer del mundo del niño
pequeño, y que todos tenemos a Neptuno en el horóscopo. En nuestra
fascinación periodística, bastante sádica, por los problemas y vicisitudes
personales de la realeza moderna, hemos olvidado precisamente lo que la
santidad de la monarquía ha simbolizado en realidad a lo largo de la historia.
Por eso estas personas, de lo más humanas y corrientes, nos parecen tan
fascinantes, y por eso, al mismo tiempo que las idealizamos, mostramos una
horrible tendencia a disfrutar viéndolas sufrir, e incluso tal vez haciéndolas
sufrir.
En el centro mismo del símbolo de la monarquía está la unidad del dios
redentor y del rey. Al rey no se lo veía como un gobernante en el sentido
político, sino como un recipiente divino, y en los tiempos prehistóricos esta
interpretación mítica de la monarquía se representaba concretamente
mediante el sacrificio ritual del monarca a intervalos regulares, para asegurarse
el favor de los dioses, la fertilidad de la tierra y la supervivencia y prosperidad
del pueblo.1 La fascinación compulsiva que la realeza sigue ejerciendo en el
mundo moderno —pese a las ruidosas voces de quienes sostienen que es una
institución arcaica y que gasta una cantidad excesiva del dinero de los
contribuyentes— señala la potencia de este símbolo del redentor de la nación,
mortal como todos nosotros y sin embargo, misteriosamente, también el
portavoz de los dioses, y que pagará la deuda del pueblo pecador. De este
arquetipo se nutrió Hitler, ya que le permitió controlar la psique colectiva del
pueblo alemán haciendo que proyectaran sobre su figura el antiguo mito de
Sigfrido. Así, el rey es a la vez el sacerdote y la víctima del sacrificio, es decir,
un mesías, un «ungido».
Al faraón egipcio se lo veía como el hijo del dios Osiris, idéntico a su
divino padre y sin embargo humano y, por consiguiente, sometido al naci-
miento y la muerte. Estaba vinculado con su fuente espiritual por mediación
de una tercera entidad a quien los egipcios llamaban Ka-mutef, el «toro de su
madre», una versión egipcia del Espíritu Santo. A esa tercera entidad se la veía
como una especie de fuerza vital invisible, un espíritu procreador del que
estaban infundidos tanto el dios como el rey y que fertilizaba a la madre del
faraón tal como más adelante el Espíritu Santo fertilizó a María para así dar
lugar al nacimiento de Cristo. En Egipto no encontramos una Inmaculada
Concepción, aunque el tema se da en otras partes fuera de la doctrina
cristiana. Los cristianos devotos se concentran en un único acontecimiento
histórico, el nacimiento de Jesús, como la venida del hijo de Dios al mundo
para la redención de la humanidad; pero la promesa de Dios se renueva
perpetuamente mediante la intervención milagrosa del Espíritu Santo en las
ceremonias del bautismo y de la misa. Para el egipcio devoto, esta renovación
se producía cada vez que un nuevo faraón ascendía al trono, en una
reconstrucción cíclica de la encarnación divina.
Este proceso mágico por cuya mediación un mortal se convierte en reci- píente o
portador de algo inmortal es la proyección de una de las características de la
dinámica de Neptuno, Una persona normal y corriente —una estrella de cine,
un guru, un líder político, un cantante, o una modelo- llega de alguna manera
a estar infundida de ese mana divino que lleva consigo una promesa de
redención. Fundirse con el recipiente o portador, ya sea sexual o
espiritualmente, o de ambas maneras, es por consiguiente sinónimo de
fundirse con el dios. La naturaleza de la idealización neptuniana es en realidad
una experiencia de participation mystique con el arquetipo del redentor. Por
su propia naturaleza, el proceso es inconsciente; lo único que nos queda es el
sentimiento de exaltación que acompaña al mero hecho de estar en presencia
del elegido. Una vez, en 1966, estuve en un concierto de los Beatles en un
estadio de Nueva York, en donde cuarenta mil personas gritaban, se
desmayaban, tenían orgasmos espontáneos (o al menos daban esa impresión) y
sin duda habrían desgarrado literalmente las carnes de sus ídolos con un
auténtico estilo dionisíaco si hubieran estado lo bastante cerca. Es difícil
entender la intensidad de una reacción en masa de tales características en un
mundo moderno supuestamente racional, de la misma manera que todavía
sigue aterrorizándonos reconocer el asombroso poder psicológico de Hitler, tal
como se ponía de manifiesto en las concentraciones masivas de Núremberg.
Sin embargo, es mucho lo que podemos aprender de todo esto, y de Neptuno,
cuando nos ponemos a considerar el mito del redentor hecho hombre.
De nada sirve discutir, como hacen algunos historiadores de las religiones,
hasta qué punto los dioses redentores babilónicos y egipcios, o bien figuras
griegas como Orfeo y Dioniso, influyeron en la doctrina cristiana. Es obvio
que lo hicieron. La religión babilónica configuró profundamente al judaismo
durante la cautividad del pueblo judío en Babilonia, tal como podemos ver en
las similitudes entre Dilmun y el Edén, entre Utnapishtim y Noé, y entre la
batalla de Marduk con Tiamat y la de Yahveh con Levia- tán. Además el
judaismo recibió una fuerte influencia del pensamiento helenístico, ya que el
reino de Judea estuvo durante algún tiempo regido por la dinastía tolemaica
griega tras la muerte de Alejandro Magno, y después fue gobernado por los
romanos, que aportaron su herencia helenística a todos los territorios que
conquistaron. Además, los temas religiosos egipcios no sólo influyeron en los
judíos durante el tiempo que éstos estuvieron en Egipto, sino que pasaron al
sincretismo helenístico durante el gobierno de los Tolomeos y se mantuvieron
a lo largo de los primeros siglos de la era cristiana, inyectando no sólo los
mitos y doctrinas de Osiris, sino también los de Orfeo y Dioniso, en las
arterias, cada vez de mayor calibre, del cuer-
po mítico del cristianismo. También podríamos considerar al Purusha, el
«primer hombre» de la filosofía hindú, cuyo cuerpo fue sacrificado para hacer
el mundo, y a la figura persa de Gayomart, otro «primer hombre» —además de
hijo del dios de la luz— que fue víctima de la oscuridad del mundo, de la cual
habría de ser liberado por mediación del sufrimiento humano. Es probable que
estas figuras también hayan influido en el pensamiento helenístico y, por lo
tanto, en los inicios del cristianismo. Pero el redentor y víctima divino, que
voluntaria o involuntariamente se ofrece para el sacrificio con el fin de crear el
mundo o de salvarlo del mal, es una figura arquetípica más vieja que el tiempo,
y refleja una profunda y eterna necesidad de la psique de los seres humanos.
Debido a ello es inútil e infructuoso atribuir exclusivamente a la «transmisión
cultural» las sorprendentes similitudes entre Osiris, Atis, Dioniso, Orfeo, Mitra
y Cristo. Incluso se podría sugerir que es igualmente inútil hablar de
«prefiguración» como si, entre todos estos redentores, sólo uno tuviera el
derecho de ser proclamado como tal, y los demás no fueran más que torpes
tanteos míticos meramente intuitivos.
Durante los dos siglos que precedieron y siguieron inmediatamente a lo
que la mayoría llama el amanecer de la era cristiana —y que muchos astrólo-
gos llaman el amanecer de la era de Piscis—, parece haber habido una racha
de redentores. Esto no tiene nada de extraño, ya que las imágenes y el tono
emocional de la constelación zodiacal a través de la cual se mueve el punto
vernal se pueden ver en seguida en los nuevos valores religiosos que van
emergiendo desde los inicios de la era, y al fin y al cabo Piscis está regido por
Neptuno. Aunque hay figuras como el egipcio Osiris, el sirio Ichthys, los
babilónicos Tammuz y Oannes y el frigio Atis que se remontan mucho más
atrás en la prehistoria, sus imágenes y las formas en que se los adoraba
sufrieron por aquella época cambios significativos, y se produjo una prolife-
ración extraordinaria de cultos de redentores que se difundieron con una
intensidad mística totalmente desconocida para el mundo antiguo en cual-
quier época anterior. Las profecías judías del Final de los Días y de la venida
inminente de un rey mesías no fueron más que un aspecto del fenómeno,
listos nuevos cultos de redentores, que incluían al cristianismo primitivo,
compartían una preocupación por el perfeccionismo, la experiencia visionaria,
la abstinencia sexual y el martirio, todos ellos atributos fácilmente reco-
nocibles del ámbito de Neptuno.
En el siglo IV de la era cristiana, cuando el ya decadente Imperio romano
iba desmoronándose bajo la presión incesante de las invasiones de los bárbaros,
y el Imperio bizantino acababa de empezar su largo y glorioso milenio de
florecimiento, tres de estos redentores se disputaban la posición de religión
oficial del Imperio: Mitra, Orfeo y Jesús. Los dos primeros integrantes de esta
trinidad de redentores tienen raíces mucho más antiguas. Pero en el siglo II
a.C. habían alterado radicalmente sus características anteriores y se habían
vuelto escatológicos. Ambos cultos se difundieron por todo el Imperio,
formando parte del cuerpo de lo que ahora se conoce, en términos generales,
como gnosticismo. Dicho de otra manera, eran cultos cuya promesa de
redención de la corrupción mundana dependía de una experiencia mística
interior de «conocimiento». Ambos veían en el cosmos un gran campo de
batalla entre la oscuridad y la luz, y consideraban que el cuerpo humano
estaba hecho de la sustancia de la oscuridad, así como el espíritu del hombre
era un fragmento de la luz. Aunque algunas sectas gnósticas, entre ellas la de
los maniqueos, identificaban a su redentor con Jesús, y sus seguidores eran por
consiguiente cristianos gnósticos o «heréticos», el culto de Mitra jamás se
fundió con su rival, que acabaría por tener más éxito. También, más de un
historiador ha señalado que

si el cristianismo se hubiera visto frenado al nacer por alguna enfermedad mortal,


el mundo se habría vuelto mitraísta.2

La elección del cristianismo como religión del Imperio tuvo una moti-
vación tanto política como económica. El sucesor de Diocleciano, el empe-
rador Constantino, un gobernante astuto que se daba clara cuenta de la
necesidad de mantener la cohesión religiosa en el Imperio, se vio presionado
para elegir aquella religión que contaba con el apoyo de los partidarios más
poderosos y más influyentes políticamente. En el año 312 optó por el
cristianismo, y sólo aquellas personas con una inclinación imaginativamente
herética podrían hacer conjeturas fructíferas respecto de cómo sería hoy
nuestro siglo XX en caso de haberse producido esa «enfermedad mortal» de la
que habla Renán. Los más devotos tal vez supongan que de hecho no hubo
otra opción y que Constantino actuó bajo la inspiración divina. El famoso
relato de su visión del «signo de la cruz» en el cielo, la víspera de la batalla, y
su posterior sueño con una figura luminosa, que más tarde fue identificada
como la de Cristo y que le ordenó que inscribiera en los escudos de sus
soldados el «emblema celestial de Dios», es la historia cristiana de su
conversión, pero el propio Constantino no reconoció de forma inmediata estos
símbolos como cristianos, sino que simplemente dio por sentado que Dios,
fuera cual fuera el nombre que se le diera, estaba de su parte. Posteriormente
hubo cristianos influyentes que lo instruyeron sobre el significado del extraño
símbolo que había visto en los cielos (y que en realidad era una cruz con un
lazo en la parte superior, y se prestaba a diferentes interpretaciones); y así fue
como el mundo occidental se hizo cristiano.

El interés no estriba tanto en que se produjera la visión como en la forma en que


se entendió: la interpretación cristiana fue implantada en la mente del
emperado'r, y si Osio, el obispo español, estaba ya en su compañía, debemos tener-
en cuenta la influencia del hombre que habría de orientar tantos de los contactos
posteriores del. emperador con la Iglesia.3

Quizás el emperador actuó por inspiración divina, o tal vez estuviera


políticamente inspirado, lo que' puede ser —o no— la misma cosa. Pero tanto
los cultos órficos como el de Mitra, ambos enormemente influyentes, como
también el extraño culto de Atis, con sus sacerdotes eunucos, pueden ayu-
darnos, mediante sus temas sin duda neptunianos, a captar con más claridad la
imagen arquetípica de la víctima redentor. •

Los misterios de Mitra


Al mitraísmo se lo podría considerar como la francmasonería del mundo
romano. Nadie está bien seguro de cuándo datar ni dónde situar sus orígenes.
El dios Mitra aparece mencionado en la India, en los Vedas, y también formó
parte de las enseñanzas del persa Zoroastro. Su nombre significa «amigo», y al
parecer, se remonta al siglo IX a.C.4 Pero el mitraísmo que emergió tan
vigorosamente en el Imperio romano era muy diferente de la deidad etérea y
solar de los Vedas, que, a semejanza de su homólogo persa, tenía, como
función principal vigilar el cumplimiento de pactos y juramentos, y
simbolizaba el poder dé la verdad. En la época en que su culto apareció en
Occidente, hacia el amanecer de la era cristiana, Mitra se había consolidado
como un auténtico redentor, en el sentido en que lo hemos estudiado: en parte
hombre y en parte dios, hijo del dios de la luz, pero sometido al sufrimiento de
la'encarnación para salvar al mundo. Su culto se lúe extendiendo, en especial
entre los soldádos y los comerciantes, y los restos tle sus cámaras subterráneas
dedicadas al culto, bien conocidas entre los estudiosos de vestigios romanos de
Gran Bretaña, se han encontrado en lugares situados tan al norte como la
MuraIIa.de Adriano. Los seguidores de Mitra no estaban obligados a una
lealtad exclusiva, sino que se Ies-permitía, i orno hoy en día a los masones,
seguir cualquier forma externa de práctica religiosa que les gustara. Pero
estaban limitados por severos votos de silencio, que al parecer observaban con
sacrosanto terror. A causa de tal silencio, gran parte de las enseñanzas y ritos
del culto a Mitra siguen siendo desconocidos en la actualidad.
Los paralelos entre Mitra y Jesús son obvios, y no es nada sorprendente
que a los primeros cristianos este culto les pareciera aterrador y perjudicial.
Hijo del supremo dios de la luz, Mitra veía desde el Cielo el sufrimiento de la
humanidad a manos de los poderes de las tinieblas. Con afectuosa compasión,
y de acuerdo con la voluntad de su divino padre, se encarnó en la Tierra y, en
el solsticio de invierno (23 de diciembre), nació de una virgen en forma de
niño humano, sin más testigo que unos pocos pastores. Así, al igual que Cristo,
Mitra personifica la luz del Cielo que penetra en la oscuridad del mundo de la
forma más humilde, en la noche más larga del año. Es interesante observar
que tanto Mitra como Jesús se encarnan bajo el signo de Capricornio, regido
por Saturno, el Señor del Mundo, y están atados a la cruz de la materia para
cumplir con su destino.5 Asimismo como Jesús, en su forma humana Mitra
tuvo que hacer frente a muchas pruebas y sufrimientos, y celebró una última
cena con sus discípulos antes de regresar al Cielo; y en el fin del mundo, que
llegará con una violencia apocalíptica, volverá para juzgar a la humanidad
resucitada y terminará conduciendo a los elegidos a una bienaventurada
eternidad, tras haber atravesado un río de fuego. Incluso las respectivas
iconografías del mitraísmo y el cristianismo son de un paralelismo
impresionante. A Mitra se lo representaba a menudo como un niño divino,
sosteniendo en la mano el globo terráqueo, así como en la iconografía
medieval el Niño Jesús aparece sosteniendo la esfera terrestre coronada por
una cruz.
Pero allí donde la imagen central del relato cristiano es la crucifixión, en
el culto mitraico es el taurobolio, la matanza del toro cósmico, que fue la
primera creación del dios de la luz. El dios ordenó a su hijo que sacrificara al
toro para hacer posible la generación de los seres humanos. Mitra, de acuerdo
con la voluntad de su padre, inició la persecución con ayuda de su fiel sabueso,
encontró al toro, le echó la cabeza hacia atrás, lo sujetó por las narices con la
mano izquierda y con la derecha le hundió una daga en el cuello. De la sangre
del toro brotaron cereales y otras formas de vida, entre ellas la raza humana.
El señor de la oscuridad envió inmediatamente a sus servidores, cuyos jefes
eran el escorpión y la serpiente, a lamer la sangre vivificante. 4 Pero de nada le
sirvió, porque se extendió por toda la Tierra. A partir de entonces, el dios de
las tinieblas ha tratado continuamente de destruir a la humanidad, incluyendo
entre sus armas un gran
Diluvio que una vez asoló la Tierra entera. Pero Mitra es el mediador invisible
entre el Cielo y la Tierra, el amigo de la humanidad que asiste a los fieles en su
lucha contra la malignidad del principio del mal. No sólo es un firme
compañero en la adversidad, sino que, como antagonista de los poderes
infernales, asegura el bienestar de sus seguidores tanto en la Tierra como en la
vida futura.

Cuando el genio de la corrupción se apodera del cuerpo después de la muerte, el


espíritu de la oscuridad y los mensajeros celestes Luchan por la posesión del alma
que ha abandonado su prisión corporal. Sometida a proceso en presencia de Mitra,
si sus méritos superan a sus fallos en la balanza divina, es defendida de los agentes
de Ahriman, que intentan arrastrarla a los abismos del infierno. Finalmente se la
conduce a las regiones etéreas donde reina Ormuzd en la luz eterna. 7

La imagen mitraica del taurobolio es una de las más familiares para


nosotros gracias a las representaciones —estatuas y cuadros— que nos han
quedado. Al principio puede parecer que aquí termina la semejanza entre
Mitra y Cristo, porque Mitra no es crucificado ni sufre otro padecimiento que
la encarnación misma. Es el toro quien ha de sufrir este doloroso destino. Sin
embargo, en esta imagen todavía podemos percibir los elementos de ese
pronunciado ascetismo que impregnó la naturaleza de todas las figuras
redentoras de este período histórico; porque el toro es uno de los símbolos más
antiguos de potencia sexual y fertilidad, y su destrucción representa el
sacrificio o la sublimación de los deseos del cuerpo. O sea que, después de
lodo, Mitra no está lejos de Osiris, que tuvo que sacrificar su falo, puesto que el
toro es en realidad la dimensión fálica del propio Mitra. Una vez más nos
encontramos con la imagen de la castración en relación con el redentor
neptuniano.
Mitra y el toro son, por consiguiente, dos aspectos de la misma figura. 1,1
toro es el falo del dios, sacrificado para que el espíritu pudiera ser redimido. I
Insta el amanecer de la era de Piscis, hubo muchos dioses que sufrían S.H i ificio,
así como hubo muchos reyes sacrificados que eran su encarna- t ion ." Pero la
principal función de estas deidades nunca consistió en condu- i tt a los seres
humanos hacia el ascetismo con la esperanza de lograr así la icdeiu ión y la
inmortalidad. Más bien fue favorecer la abundancia de la vida v la fertilidad de
la Tierra. Ni siquiera Osiris, pese a su propia castra- i mi!, llegó jamás a invitar
a los seres humanos a renunciar al placer sexual |MM el bien del alma. En la
figura de Cristo, este rechazo del mundo carnal es bastante obvio. En la de
Mitra, se refleja en el sacrificio del toro, y en la importancia que su culto da a
la lealtad, la fidelidad, la fraternidad masculina y el control de los deseos del
cuerpo. Tal como dice Cumont:

De todos los cultos orientales, ninguno fue tan severo como el mitraísmo, ninguno
alcanzó una elevación moral equiparable, ninguno podría haber tenido
tan fuerte influencia sobre la mente y el corazón.’

Más adelante veremos cómo el culto de Orfeo, de la misma manera que el


mitraísmo y el cristianismo, difería también de la simple adoración de un dios
o del hijo de un dios que sufre sacrificio como medio de asegurarse la
protección divina para el Estado o la fertilidad de la tierra. Estos dioses
redentores neptunianos ofrecían a sus seguidores un nuevo beneficio: un
camino hacia la redención que los alejaba de la corrupción del cuerpo, una
purificación del pecado y de la escoria del mundo material, y después del Final
de los Días, la reunión con la fuente espiritual en un más allá de pura
bienaventuranza.
Es el papel de salvador espiritual lo que, desde el punto de vista histórico,
es tan nuevo y tan importante en relación con nuestros dioses redentores
neptunianos. Con el amanecer de la era de Piscis empezó a esbozarse, entre el
ámbito del cuerpo y el del espíritu, una extraña e irremediable escisión, que
parece ser algo inherente a la visión neptuniana del mundo. Como los dos
peces que representan los voraces apetitos del cuerpo y los anhelos de
redención del espíritu, unidos para siempre por una cadena imposible de
romper, el dualismo de la experiencia neptuniana de la vida es similar al de los
antiguos devotos de Mitra. El mundo de la Tierra es corrupto y está limitado
por la condición mortal, mientras que el mundo del Espíritu es incorruptible y
ofrece la única salvación posible del sufrimiento. Y es preciso sacrificar algo,
que generalmente se entiende como la naturaleza del deseo. Un punto
discutible es si esta visión del mundo es o no «patológica»; la definición de la
patología es un reflejo de la definición de la normalidad, que es notoriamente
flexible dependiendo del marco de referencia que uno adopte. El dualismo es
una percepción arquetípica (aunque no la única) de la vida, y ha dominado la
época de la historia que cae bajo el dominio de los Peces, de la misma manera
que inconscientemente domina también la psique de la persona neptuniana.
Su «patología» está en su expresión destructiva en la vida de ciertos individuos,
y no en su esencia. Es también una visión casi atrozmente paradójica, ya que la
redención celestial en los brazos de la fuente divina, que se promete como
recompensa por el sufrimiento y el sacrificio, es idéntica a la felicidad sensual
que se experimenta en los brazos dé ese mismo cuerpo (madre o mundo) que
es el emblema de la malignidad de la carne. Es un tópico psicológico decir que
si alguien, hombre o mujer, se identifica exclusivamente con la mitad de un
par de opuestos, es porque inconscientemente está poseído por la otra mitád.
Donde esto es más evidente es en la huida neptuniana de la sensualidad, que
genera una imagen de redención que lleva el inconfundible sello de esa misma
sensualidad. Cuando consideramos la figura de Mitra, podemos ver que él, al
igual que sus hermanos redentores, es uno de los representantes del pez
pequeño, unido a la gran madre pez del deseo por el yugo que representa el
cordón umbilical del nacimiento físico: lo que la destruye y que sin embargo
es, secretamente, la otra mitad de sí misma.
Orfeo el Pescador
La enseñanza de Mitra era en parte escatológica, es decir que preparaba a sus
devotos para una existencia espiritual después de la muerte. También el
cristianismo es escatológico, en particular aquellas sectas que aguardan un
apocalipsis inminente. E igualmente lo era el orfismo, porque los seguidores de
Orfeo enseñaban que el cuerpo era la tumba del alma, que la vida terrena era
una pista de pruebas, y que uno sólo podía asegurarse la bienaventuranza en la
otra vida por medio de las enseñanzas y rituales revelados personalmente por
el propio Orfeo, el hombre dios. En el mito griego más antiguo, Orfeo era un
bardo tracio, originariamente un sacerdote (y tal vez el hijo) de Apolo, y cuya
música estaba dotada de un poder extraordinario. A medida que su figura fue
evolucionando con el tiempo, se le atribuyó la reforma del culto extático de
Dioniso, el dios de la vegetación, de un modo más conforme con la sensatez y
con Apolo. Dioniso es una deidad muy antigua que al principio fue sólo una
personificación de la naturaleza y que representaba el nacimiento,
crecimiento, decadencia y renacimiento del principio vital. Gradualmente fue
evolucionando hasta convertirse en una especie de dios redentor (aunque la
redención que ofrecía fuera en este mundo y no en el otro), que sufrió como
Osiris, porque los titanes lo hicieron pedazos y, tras haber renacido, la celosa
Hera terminó por enloquecerlo. Dioniso ofreció a los seres humanos el éxtasis
divino por mediación del abandono sensual a sus desordenados misterios. 10
Dioniso tiene una importante relación mítica con Neptuno, porque representa
en gran parte el éxtasis caótico de este planeta cuando hace locuras. Al fin y al
cabo, su sustancia sagrada era el vino. El viejo Orfeo no le habría puesto
muchas objeciones, ya que él mismo cantaba en un estado de éxtasis, pero para
el «nuevo» Orfeo que hizo su aparición en la época helenística y romana, la
descarada carnalidad y el salvajismo inherentes a los antiguos misterios
dionisíacos eran anatema. Orfeo fundó lo que Joscelyn Godwin llama «una
actitud dio- nisíaca ascética y contemplativa, que tenía el mismo objetivo de
liberarse de las condiciones terrenas, pero persiguiéndolo de manera más
consciente, controlada e intelectual».11 Dicho de otra manera, Orfeo reformó
la imagen de Dioniso, transformando las celebraciones libidinosas del dios del
vino y del éxtasis en una gran doctrina metafísica del pecado y la redención, e
imponiendo a sus seguidores un ideal ético de pureza y sacrificio.
No sabemos si Orfeo existió en realidad. En Roma lo consideraban como
una persona real, un maestro inspirado divina o semidivinamente, y un ava-
tar como Pitágoras o Jesús, pero su linaje mítico implica una esencia más bien
arquetípica que humana. Desde luego que estos conceptos no se excluyen
necesariamente el uno al otro; el arquetipo y el personaje histórico pueden
coincidir. Lo que se conoce ahora como orfismo, un incierto y escurridizo
conjunto de enseñanzas que abarca desde una compleja cosmogonía hasta una
serie de requisitos para vivir «correctamente», es muy posterior al mito del
bardo de dulce voz. Aunque el orfismo como culto parece haberse iniciado, de
manera fragmentaria, en el sur de Italia y Grecia durante el siglo VI a.C., no
llegó a alcanzar gran popularidad antes del final de la era helenística tardía y
de la era romana, porque no cuadraba con los valores religiosos colectivos de
los griegos. Siguió siendo una especie de culto «marginal» que, aunque ejercie-
ra una poderosa influencia sobre filósofos como Platón, era también demasiado
místico para encontrar sitio en el panteón oficial de las ciudades estado
griegas. Pero en la época en que Roma había extendido su poder sobre Grecia
y los reinos helenísticos, Orfeo el cantor se había convertido en el «pescador
de hombres». Fue creciendo en estatura hasta convertirse en una verdadera
víctima redentora, un ser a medias humano y a medias divino, prácticamente
un doble de Cristo. En torno de sus enseñanzas se había generado un corpus
de doctrinas religiosas sin duda alguna monoteístas, y sus canciones se habían
convertido en himnos que revelaban los secretos del origen del universo, la
naturaleza de Dios y el medio por el cual el alma podía trascender los límites
de su prisión corporal y alcanzar la felicidad de una unión eterna con lo divi-
no. La esencia neptuniana de Orfeo reside en

[...] la indicación de que el aquí y el más allá no están irrevocablemente opues tos
el uno al otro, de que forman un solo mundo, de que alguien que esté dotado de
un poder de visión más que humano (expresado en la figura de la canción
profétiqa y casi divina) o dotado de una capacidad para el amor más que humana,
puede conocer esa totalidad mayor, puede pasar desde aquí al más allá y volver, y
puede «redimir» a los demás, otorgándoles este mismo poder, dándoles una «nueva
vida».u

Así como a Cristo se lo crucificó, y al toro de Mitra se lo mató y su san gre


fue derramada sobre la Tierra, las mujeres enfurecidas de Tracia hicieron
pedazos a Orfeo: el pez chico fue finalmente devorado por el grande al final de
su trascendente pero fatal ciclo. En sus Sonetos a Orfeo, Rilke lo llama un
«dios perdido», un «rastro interminable»: la llave o el hilo de oro que conduce
a un misterio mayor, que debemos perseguir y recuperar.” Orfeo está aquí
mucho más cerca de Cristo que de Mitra, porque lo desmembrado es su propio
cuerpo, no el símbolo desplazado de un toro cósmico. Vale la pena estudiar un
poco la cosmogonía órfica, porque, por más extraño que pueda parecerles
incluso a los versados en la mitología griega clásica, puede ofrecernos una
revelación adicional de la naturaleza de lo que el orfismo —y Neptuno-
entiende por «redención».
A diferencia de las sagas de la creación que ofrecen Homero y Hesíodo, la
cosmogonía órfica es peculiar y extraña. Cumont y otros autores han sugerido
que, en su concepción y debido a su inherente dualismo, el orfismo «no es
griego», e incluso que es «asiático». Sin embargo, como al parecer emergió por
primera vez en la Italia meridional, es inexacto, por no decir arrogante, culpar
de todas las influencias dualistas al enigmático Oriente, como si no tuvieran
nada que ver con la evolución psicológica occidental y se hubieran
«importado» del «exterior». Neptuno está tanto en los horóscopos occidentales
como en los orientales. En el comienzo del cosmos órfico no existía más que el
Tiempo —una especie de nada o vacío cósmico con inteligencia—, que los
órficos representaban como una figura con cabeza de león, alas de águila y una
serpiente enroscada alrededor de un cuerpo humano que llevaba grabados los
signos del zodíaco o estaba rodeado de ellos. El Tiempo, a quien también se
llamaba Aión, creó el huevo de plata del universo, del que salió el
primogénito, Fanes, conocido también como Dioniso. Fanes era una deidad
andrógina y urobórica de la luz y la bondad, cuyo nombre significa «traer luz»
o «resplandecer».
1 lasta aquí vamos bien; ya nos hemos encontrado con la imagen de un
dios de la luz primogénito y andrógino que emerge de un vacío o de un
abismo liquido para dar nacimiento al universo. También así nació del diluvio
original Ra, el dios del Sol egipcio, tal como el Brahnia hindú emergió de las
aguas cósmicas de Maya. El orfismo repite el antiguo relato, Fanes creó
primero una hija, Nicte, la Noche, de quien él era a la vez padre y madre. Con
ella engendró luego a Gea, Urano y Cronos, los conocidos titanes de la
mitología griega. A su vez, Cronos engendró á Zeus, que de hecho era, pues, el
nieto de Fanés-Dionísq. Pero Zeus sólo podía llegar a dominar el mundo
s¡ devoraba a su abuelo, el dios original. Aunque los órficos consideraran a
Zeus como el mayor dios de su época, no era su favorito. Su preferido era en
realidad Dioniso, pero aquí es donde la cosmogonía órfica empieza a volverse
demasiado confusa, porque el Dioniso al que se prefería, a diferencia de Fanes-
Dioniso, era hijo de Zeus. Sin embargo, como Zeus ya había devorado a su
abuelo, el nuevo Dioniso era a la vez hijo y abuelo del rey de los dioses, y
había renacido como hijo de Zeus pero conservando su antiguo derecho a ser
el dios de la luz primogénito.
Según las enseñanzas órficas, el atributo de la divinidad no es algo inhe-
rente a la persona del dios ni exclusivo de ella, y sólo puede transmitirse
mediante el acto generador. Se trata de una chispa o esencia divina, que se
puede comer y digerir. El carácter comestible de la deidad, y la posibilidad de
que así la esencia divina pueda ser transmitida a los mortales, son carac-
terísticas importantes no sólo del orfismo, sino también de Neptuno. Es
necesario que, a lo largo de nuestra investigación de la naturaleza del redentor
neptuniano, tengamos siempre presente el simbolismo de la celebración
eucarística, durante la cual los fieles se comen el cuerpo del dios, y que no es
exclusivamente una peculiaridad del cristianismo, sino también del mitraísmo
y del orfismo. Y tampoco hemos de olvidar el deseo arquetípico de
desmembrar y devorar a quienes nos parece que son portadores de la chispa de
la divinidad. Esta imagen de hacer pedazos metafóricamente al redentor (o a
las personas sobre quienes se lo proyecta) para comérselo es una de las
características más inquietantes del anhelo neptuniano; es una imagen a la vez
arcaica e infantil, porque esta es precisamente la forma en que el bebé ingiere,
al mamar, la divinidad de la madre. Las idealizaciones neptunianas tienen un
carácter extrañamente voraz, y con frecuencia he oído decir a quienes son
objeto de ellas que la sensación es la de que te están «comiendo vivo».
También de alguien que nos parece físicamente atractivo de una manera
especial —con frecuencia un niño pequeño o un animalito de compañía—
solemos decir que «está para comérselo». La que habla aquí es la boca del pez
grande, lista para tragarse al redentor a quien ha creado de su propia sustancia.
Al igual que el Dioniso griego, el órfico terminó desmembrado a manos de
los titanes. Pero aquí empieza a revelarse el carácter «no griego» (lo que es en
realidad un sinónimo académico de finales del siglo XIX para describir una
emoción incivilizada) del orfismo; porque los titanes, tras haber despedazado a
su presa, se la comieron, Zeus se vengó de la destrucción de su hijo
destruyendo a los titanes con un rayo. De sus cenizas se generó la raza
humana, de naturaleza titánica y terrible (en pocas palabras, terrena, y por
ello perteneciente más bien al ámbito de la oscuridad que al de la luz). Y sin
embargo, gracias al hecho de que los titanes comieran la carne del divino
Dioniso, la raza humana que emergió de sus carbonizados restos contiene una
esencia divina: los fragmentos de esa chispa de luz cósmica proveniente de
Fanes-Dioniso. Esta visión de la condición humana como una dualidad,
compuesta de un lado oscuro y terrenal y de otro luminoso y espiritual, es
esencial en el orfismo. El cuerpo (titánico) es malo, pero el espíritu (dioni-
síaco) es bueno. El crimen de los titanes es el pecado original de los órficos,
que encuentra su paralelo en la tradición judeocristiana en la Caída de Adán.
Esta creencia refleja la desvalorización de la vida terrena característica de los
órficos, que estaban convencidos de que, para redimirse, los seres humanos
deben repudiar lo que llevan en sí de titánico para buscar exclusivamente la
identificación con lo dionisíaco. En otras palabras, la redención depende de
que el alma recuerde cuál es su verdadera fuente y se mantenga fiel a ella, y
exige una total negación del cascarón terrenal en que se encuentra atrapada
por mediación del proceso del nacimiento físico.
El cuerpo es, por lo tanto, la prisión del alma, que busca reunirse con su
fuente divina. A esta reunión se orientaban los ritos y rituales del orfismo. Los
órficos creían en un justo castigo celestial y apocalíptico contra el mal, y se
entregaban a prácticas ascéticas como medio de trascender el cuerpo terrenal.
Cualquier complacencia en los placeres sensuales constituía un pecado contra
el mundo de la luz y terminaría por suscitar una terrible venganza. Esta
creencia en un castigo divino contra todo lo que hay de titánico en la
naturaleza humana conducía inevitablemente a un concepto órfico del
Infierno, un lugar de agonía para quienes repudiaran su auténtica naturaleza
dionisíaca. Es verdad que ciertas sectas órficas adoptaron la idea de que la vida
misma era el Infierno, pero para otras, el Infierno era una vida futura más
horrible incluso que la encarnación. El Infierno órfico es muy diferente del
Tártaro de los griegos, que era un lugar de tormento reservado exclusivamente
a aquellos a quienes su orgullo llevaba a querer ir más allá de los límites
mortales que se les había asignado. En el orfismo, el gran pecado no era el
orgullo desmesurado, sino la negativa a aceptar la redención. Obstinadamente
titánicos, hombres y mujeres podían persistir en la negación de su «verdadera»
naturaleza, apegándose a la satisfacción del cuerpo y de sus deseos; y cuando al
final llegara la venganza del Cielo, estas almas impenitentes ya estarían condenadas
para siempre, a la manera clásica milenarista.

Su fe en un justo castigo, en la purificación y en la expiación, hizo que los


órfi- cos se formaran una visión muy particular del más allá. Para los
impuros y los malhechores crearon un más allá de inmundicia y
tormento, al que bien podríamos llamar infierno. Los órficos fueron los
descubridores griegos del
•r* 14

infierno.

Tras haber empezado siendo un amable cantor, Orfeo evolucionó hasta


convertirse en un gran «pescador de almas», con lo que es sin duda un gemelo de
Cristo, un hijo de Dios encarnado en un cuerpo humano, cuyas enseñanzas ofrecen el
único camino posible a la redención. En Orfeo resuena también, de un modo diferente
y más romántico, el eco neptuniano de la asexualidad o la castración del redentor; ha
tenido un amor (Eurídice) y lo ha perdido, y consagra el resto de su vida a lamentarlo.
La nostalgia del amor idealizado y perdido, en comparación con el cual todos los demás
amores posibles revelan sus carencias, es una pauta característica de Neptu- no, como
lo es también la huida de lo femenino, puesto que el «nuevo» Orfeo, al igual que Mitra
y Jesús, no tocará a ninguna mujer. En las Metamorfosis de Ovidio se lo presenta como
homosexual. Orfeo el Pescador también nos proporciona otra característica neptuniana
en su relación con la música y la poesía. Bajo la influencia de las enseñanzas
pitagóricas, el orfis- mo vio en las canciones del bardo una imagen de la Música de las
Esferas, y su lira de siete cuerdas ocultaba la clave de la armonía cósmica. Siglos más
tarde, Orfeo se convirtió en el símbolo principal de la imaginación creadora y del
mundo del arte como forma de hacer accesible el Paraíso en la Tierra. En este contexto
lo utilizaron pintores como Gustav Moreau y poetas como Rilke. 15 El pesimismo
metafísico del orfismo está impregnado del abatimiento neptuniano. Y neptuniana es
también la historia de la muerte trágica del poeta, porque por mediación del
sufrimiento que comparte con la humanidad, Orfeo está más cerca de ella y es más
accesible que la figura, imponente pero por eso mismo inabordable, del divino creador,
y nosotros podemos participar tanto de sus canciones como de su dolor. La víctima y
redentor es siempre Uno de Nosotros.
El desmembramiento de Orfeo, al igual que la crucifixión de Cristo, señala el final
del aspecto mortal del redentor. Pero así su aspecto divino queda liberado y vive
eternamente, una premonición del destino de sus fieles. El sufrimiento físico le permite
sentir compasión por todos los mortales que sufren. El sabe lo que es pecar, porque se
ha encarnado en un cuerpo manchado por el pecado; por eso puede identificarse con
los pecados de la humanidad y asumirlos, y así pagar nuestra deuda. La palabra
«compasión» significa «sufrir con»; no hay compasión posible si uno jamás ha pecado. Si
el redentor no ha sufrido por haber pecado, al igual que nosotros, no podemos creer en
la redención que nos ofrece, porque, ¿cómo puede saber de qué se trata, a menos que
también se haya sentido manchado y desgarrado por las compulsiones titánicas? Y si
podemos sentir compasión por él, sentimos que somos de su misma clase y no unos
meros niños ciegos y estúpidos que necesitan ser conducidos por alguien
indudablemente más sabio y más poderoso. Cuando empezamos a investigar en las
formas más personales en que se puede experimentar al redentor neptuniano,
entendemos mejor por qué las personas que elegimos son siempre las que están heridas,
las que sufren, y no las que son «normales». La fusión de la compasión y la adora ción da
como resultado una de las dimensiones más poderosas de la búsqueda neptuniana.16

Atis y la imagen de la castración


Atis jamás llegó a tener la popularidad de Mitra ni de Orfeo, por una razón muy obvia:
sus sacerdotes eran eunucos que se autocastraban. A comienzos del Imperio romano se
hicieron muchos intentos por suprimir los aspectos más cruentos de los violentos ritos
del culto, pero la imagen del dios mutilado continuó ejerciendo una peculiar
fascinación sobre un selecto grupo de creyentes. El culto en sí va era muy antiguo en el
inicio de la era cristiana. Su forma originaria, consagrada no solamente al joven y
hermoso pastor, sino también a Cibeles, su madre divina, se originó en Asia Menor más
o menos siete mil años antes de Cristo, y era típica de aquellas religiones crónicas que
reverenciaban a la Gran Madre y a su efímero consorte como símbolos de fertilidad y
del ciclo de las estaciones. Al igual que en el caso de las figuras de Oriente Medio
Tammuz y Adonis, la muerte y el renacimien- 10 de Atis reflejaban el ciclo de muerte y
renovación anual de la naturaleza. I’ero el culto de Atis, como el de Mitra y el de
Orfeo, fue sufriendo cambios a l comenzar la era de Piscis, y el joven dios de la
vegetación se transformó en un redentor espiritual. Su autocastración, una de las
imágenes más desagradables de la mitología antigua, es un patético símbolo del repudio
neptuniano de la sexualidad, que la gente de hoy (incluso quienes no son re I i -
giosos) puede Concretar de múltiples y sutiles maneras. Atis era hijo de la gran
diosa Cibeles, la «Madre de los pueblos y de los dioses»'. A medida que su hijo
crecía, Cibeles füe inflamándose de pasión por su belleza, hasta que lo
convirtió en su amante y le impuso un solemne voto de fidelidad. Durante un
tiempo, todo anduvo bien en lá incestuosa pareja, pero un día Atis conoció a
una ninfa encantadora, de quien se enamoró, y rompió su voto al probar los
placeres de una unión entre iguales. Cibeles, en un violento ataque de dolor y
celos, castigó'al joven con una locura provocada por la culpa, y éste, en su
delirio, se Castigó por su traición cortándose los genitales, para no cometer
nunca más el pecado de la infidelidad. Cuando murió a causa de sus heridas,
Cibeles lo lloró y transformó su cadáver en un pino, que se convirtió en el
símbolo de su espíritu perdurable.
En época más tardía, los misterios de Atis se fusionaron con ciertos cultos
órficos, y la figura de Cibeles fue degradada, pasando de ser una reverenciada
aunque ambigua fuente de la vida y de la fertilidad, a convertirse en una
imagen de la terrible avidez del cuerpo, que sepulta el resplandor de la luz
espiritual en el oscuro mundo de la materia. Bajo la influencia de la naciente
era de Piscis, en la locura y el sacrificio de Atis no se vio tanto una renovación
de su voto a la diosa como una solución definitiva al problema de la
compulsión sexual. En la castración y la muerte del dios no se veía una
tragedia, sino una redención; y aunque en el siglo II la castración ya se
expresaba simbólicamente en el celibato, y los sacerdotes hacía mucho tiempo
que no danzaban hasta llegar a un frenesí extático y a la automutila- ción el
Día de la Sangre, las imágenes del rito original se mantuvieron en todo su
salvajismo. A veces se sacrificaba un toro para simbolizar la castración,
haciéndose eco del taurobolió mitraico. El devoto permanecía de pie bajo una
plataforma sobre la cual se sacrificaba al animal, de modo que la sangre, al
derramarse sobre él desde arriba, sustituyera a su propio sacrificio, lavándolo
hasta dejarlo limpio.17
Páralos primeros cristianos, naturalmente, estos ritos eran repugnantes,
no sólo por las razones obvias, sino también porque, al iguál que Mitra, Atis
era alguien demasiado cercano: El Día de la Sangre, y todas las otras
celebraciones relacionadas con el dios, tenían lugar cada año durante la
semana de la primera luna llena del equinoccio de primavera, simultánea-
mente con la celebración cristiana de la Pascua. Por consiguiente, en el nuevo
imperio cristiano el culto fue implacablemente suprimido, aunque se
entendiera que sus ritos simbolizaban los mismos temas promulgados en las
enseñanzas cristianas. Atis también generába inquietud en los primeros cris-
tianos porque se decía que había nacido partenogenéticaménte de Cibeles, sin
tener un padre mortal. De todos los dioses redentores de la era de Piscis, él es
el más ajeno al espíritu occidental moderno. Sin embargo, la autocas- tración
es un poderoso motivo neptuniano, que con frecuencia expresan en un nivel
psicológico quienes no son capaces de (o no están dispuestos a) enfrentarse
con el doloroso proceso de separación de la madre en la medida suficiente para
experimentar la pasión, una emoción separadora. La pasión exige que el yo
esté lo bastante formado para desear a otra persona como alguien diferente de
uno mismo, y, por lo tanto, uno ha de correr el riesgo del rechazo y del
sufrimiento. De hecho, la palabra «pasión» viene del latín passio, que significa
«sufrir». La pasión es, por lo tanto, una de las formas que adquiere el Infierno.
El anhelo erótico de Neptuno es de una curiosa pasividad; en la fusión no hay
pasión alguna. A la persona que se enfrenta con el dilema de un Neptuno
poderoso combinado con las fuertes pasiones de factores astrológicos como
Aries o Escorpio, o bien con un Plutón o un Marte dominantes, bien puede
parecerle que la autocastración simbólica de la impotencia sexual, una
enfermedad debilitante, una adicción o una actitud de pasividad general y de
autosacrificio es la única solución posible del conflicto.

Los símbolos cristianos


Muchos de los temas y de las imágenes más importantes del relato cristiano
son característicamente neptunianos, y son compartidos por las figuras de
otros redentores. Aquí, la cuestión no es si Jesús era o no el «verdadero»
mesías. Psicológicamente, todos los dioses redentores son «verdaderos». El
cristianismo, como cualquier otro enfoque religioso, tiene muchas variantes y
múltiples híbridos, que acentúan e interpretan de diferentes maneras los
ingredientes fundamentales de la historia. Y lo que debemos considerar son
los propios símbolos, porque la figura arquetípica de la víctima redentora,
cargada de motivos tanto cristianos como paganos, se fundirá inconsciente-
mente con las personas, instituciones e ideologías sobre las cuales proyectemos
el anhelo neptuniano. Si consideramos al redentor no como un auténtico
mesías pasado o futuro, sino como una imagen que pertenece a la psique de
cada persona, entonces tanto la historia del nacimiento, la vida, la crucifixión
y la resurrección de Cristo como el propio ritual cristiano asumen una gran
significación como representaciones de un viaje interior.
Cuando la dinámica de la proyección se da en relación con la víctima
redentora, tiene tendencia a generar algunos resultados muy inquietantes y
con frecuencia dolorosos, especialmente en el ámbito de la fantasía romántica.
Enamorarse de alguien a quien secretamente percibimos como Orfeo, Atis,
Mitra o Cristo, e intentar establecer con esa persona una relación de carne y
hueso, al mismo tiempo que inconscientemente la transformamos en el pan y
el vino del banquete eucarístico, es probable que termine por generar heridas
y desilusiones muy profundas. También es evidente que tanto la dimensión
sexual de una relación de esta clase como los detalles comunes y corrientes de
la vida cotidiana terminarán por plantear enormes problemas. Y, sin embargo,
gran parte del aturdimiento característico de Neptuno en la vida personal se
genera en la identificación del redentor arquetípico con personas y situaciones
de la vida de cada día. Debido a la importancia que siguen teniendo en la
cultura moderna, los símbolos cristianos pueden proporcionarnos una
compresión intuitiva de la naturaleza de la redención que buscamos y de los
medios por los cuales intentamos alcanzarla.

Nacer de una virgen


Nacer de una virgen, un rasgo que Jesús comparte con Mitra y Atis, se puede
interpretar como la última de una larga línea de creaciones parteno- genéticas
de la madre oceánica. Como aparte de ella nada existe, todo lo que ella genera
ha nacido de una virgen. Desde un punto de vista psicológico, el mundo de la
fantasía del recién nacido aún no ha dado cabida a un padre terrenal, porque
la fusión completa entre la madre y el hijo excluye cualquier otra relación. En
las primeras semanas posteriores al nacimiento, no hay otra realidad que la de
la madre; ella es la totalidad del mundo, y la única capaz de dar y destruir la
vida. A un bebé de dos semanas no hay manera de explicarle que, en realidad,
el esperma de papá también formaba parte de la ecuación. Nuestra vivencia
física inicial es enteramente del cuerpo de la madre, y es muy común entre los
niños la fantasía de que el padre de verdad es otro, un extraño misterioso, y no
el hombre que vive en casa y a quien llaman papá. Este «otro» tiene un
trasfondo arquetípico, porque en el mito es siempre un dios, o incluso Dios.
Los héroes del mito griego descienden siempre simultáneamente de un linaje
divino y otro humano, y por lo común el progenitor divino es el padre.' 8
Mientras el niño no alcanza la edad suficiente para entender, no tiene más
progenitor que, para decirlo con palabras de Rider Haggard, Ella, La que Debe
Ser Obedecida. El padre es lo suficientemente abstracto y trascendente como
para no amenazar de ninguna manera el vínculo primario del bebé con la
madre. Los esfuerzos del padre moderno por participar en el nacimiento de sus
hijos pueden ser muy útiles, en un nivel emocional, para él y su mujer, pero
dudo de que el bebé sea capaz de reconocer en esa participación la presencia
de una entidad independiente exterior al mágico estado de fusión.
Nacer de una virgen representa una encarnación libre de la mancha de la
carnalidad, y por consiguiente libre del Pecado Original. María, a su vez
concebida milagrosamente, es inmaculada, y por ello el único receptáculo
adecuado para el dios hecho hombre que desciende del Cielo con el fin de
«rescatar» a la humanidad del Pecado Original.

Notables son, sin duda, las inusuales precauciones que rodean la creación de
María: inmaculada concepción, extirpación de la mancha del pecado, virginidad
para siempre. [...] Al aplicarle estas medidas excepcionales, se eleva a María a la
condición de una diosa, y pierde por consiguiente algo de su condición humana:
no concebirá a su hijo en pecado, como todas las otras madres, y él, por lo tanto,
tampoco será jamás un ser humano, sino un dios. 1’

En este aspecto el redentor, único entre las criaturas mortales, está libre
de la maldición de Adán; y la vida de abstinencia sexual de Cristo (que en
ningún pasaje de los Evangelios se establece de forma explícita, pero que la
doctrina de la Iglesia siempre ha presentado como un hecho) lo pone en
condiciones de pagar la deuda de la corrupción carnal del común de los
mortales.

Él es la viña, y los que dependen de él son las ramas. Su cuerpo es pan que se ha de
comer, y su sangre vino que se ha de beber; él es también el cuerpo místico
formado por la congregación. En su manifestación humana, es el héroe y Dios
hecho hombre, nacido sin pecado, más completo y perfecto que el hombre
normal, que comparado con él es como un niño con respecto a un adulto, o como
un animal (una oveja) con respecto a un ser humano. 20

Así nosotros, psicológicamente niños, impulsados y desgarrados por


nuestras necesidades instintivas, en nuestra pugna por liberarnos de nuestra
dependencia de la fuente materna y sin embargo anhelando al mismo tiempo
regresar a la bienaventuranza del olvido, buscamos la bendición y el socorro
de quien ha sacrificado estas compulsiones corporales y por ello está liberado.
Pero cabe preguntarse si este sacrificio debe asumir la forma de una supresión
o disociación literal, ya que ambas son formas de autocas- ttación. (^ui/.á la
solución podría ser más sutil. «Sacrificio» viene de los términos latinos sacer,
«sagrado», y facere, «hacer». Significa, literalmente, «hacer sagrado». Lo que ha
empezado como algo profano y compulsivo debe ser transformado en algo
sagrado y voluntario. Es preciso infundirle un significado mayor que el de
saciedad o el de obediencia a lo debido, que revele la expresión de una fuente
más elevada o más profunda. Esto es bastante diferente de renunciar a algo. No
es a la cosa misma a lo que hemos de renunciar, sino a nuestra identificación
con ella.
Dicho de otra manera, y parafraseando la pregunta que tuvo que hacer
Parsifal cuando se vio ante el Grial: ¿A quién sirve? Si el cuerpo (el toro de
Mitra, los genitales de Atis, la carne mortal de Orfeo y de Cristo) no sirve más
que a la necesidad narcisista de autogratificación del bebé, entonces no es
«sagrado». Sigue estando atrapado en el pecado original, todavía impedido de
volver a conectarse con la fuente divina e incapaz de encontrar ningún valor
ni significado en la vida mortal. Entonces no existimos más que para comer,
dormir, copular y morir, y efectivamente la vida se convierte en Tibil, * porque
la desesperación nos acecha cada vez que se nos pasa la embriaguez. Si el
cuerpo y sus placeres sirven como receptáculo de algún centro más profundo
del corazón y el alma, entonces el divino redentor desciende realmente a la
Tierra, a vivir dentro del ser humano. La vida ordinaria deja de serlo porque
cada momento importa y es la calidad, y no la cantidad, lo que rige la elección.
Sin embargo, la carne no puede encarnar este centro más profundo si ha
habido un repudio que la ha vuelto super- flua, como sucedió con el molesto
pene de Atis. Enfocado de esta manera, el rechazo neptuniano de los instintos
es un fraude. No hay un auténtico sacrificio, sino sólo un intento de huida. Se
nos deja con una amputación autoínfligida, cuyo resultado es el papel de
víctima, el resentimiento perpetuo, y la incapacidad tanto de valorar la vida
como de valorarnos a nosotros mismos.

El Espíritu Santo
El Espíritu Santo es una de las imágenes más complejas de la doctrina cris-

* La prisión del mundo terrenal. (N. delE.)


tiana. El propio Cristo es el Espíritu Santo; Jesús, el hombre, primero es
engendrado por el Cristo divino, que más tarde se introduce en él, y después
de que el hombre ha muerto, el Cristo o Espíritu Santo perdura como
reconfortador y redentor, el «aliento» o pneuma invisible que trae la expe-
rienda de la unidad entre Dios y el hombre. A lo largo de los siglos, las
interminables discusiones teológicas sobre la naturaleza del Espíritu Santo han
sido las causantes de algunas graves heridas en el cuerpo del cristianismo, de
las cuales la división entre el catolicismo en Occidente y la Iglesia ortodoxa en
Oriente no es la menor. Podemos alcanzar una visión más profunda si
evitamos estas discusiones para fijarnos en cambio en el Espíritu Santo en el
cristianismo primitivo, ya que la juventud de cualquier edificio religioso tiene
una refrescante manera de presentar sus símbolos animados todavía del fuego
interior de la revelación individual. Los cristianos gnósticos veían en el
Espíritu Santo a la Madre espiritual, y lo consideraban como una entidad
femenina. Es lo que se expresa en el concepto de Sophia, el término griego que
significa «sabiduría».

Allí donde los juicios y los destellos de comprensión intuitiva se transmiten por
medio de la actividad inconsciente, es frecuente que se los atribuya a una figura
femenina arquetípica, el anima o madre amada. [...] En vista de ello, el Espíritu
Sanco tendería a cambiar su carácter neutro por uno femenino. [...] El Espíritu
Santo y el Logos se funden en el concepto gnóstico de Sophia. 21

Cabe preguntarse con qué nos enfrentamos aquí. Este invisible «aliento»
femenino (una emanación de lo divino, que tiene el poder masculino de
fertilizar, y que sin embargo puede ser compartido y experimentado por los
seres humanos como algo que reconforta y une) es una imagen nítidamente
neptuniana y tiene mucho en común con la Maya hindú, que después de
generar el cosmos «se queda atrás», encarnada en los seres humanos. El
redentor cristiano es capaz de redimir porque se ha llenado con este «aliento»;
ha nacido con él porque su madre ha sido fertilizada por él y no por un
hombre, y este aliento se activa con el rito del bautismo, la inmersión en el
agua. Cristo lo transmite a sus discípulos, que a su vez lo transmiten a su
rebaño. Es la quintaesencia de la sanación espiritual, que puede ser transmitida
de una persona a otra, canalizada por los fieles que están reunidos «en mi
nombre», y que, sin embargo, «sopla donde quiere», derramando una gracia
inesperada sobre el no creyente, eludiendo a veces perversamente al más
ardiente de sus devotos.
Quienes se abren a este «aliento» neptuniano, al que Jung
denomina .inspiración», inmediatamente lo reconocen. Puede aparecer en el
ambiente expeuaute del rito religioso, cuando los miembros de la
congregación se ven traspasados por un inexplicable sentimiento de unidad y
por alguna pirseiuia más profunda y misteriosa. Pero también puede surgir
entre los músicos y su público. Y se da además en el teatro, donde la magia
puede descender del mismo modo sobre los actores y los expectadores. Los
griegos creían que invocarlo era el verdadero propósito del teatro como rito
sagrado. Puede aparecer durante una sesión psicoanalítica o incluso
astrológica, en los momentos más inesperados, cuando se habla de cualquier
cosa que no tiene nada de «religiosa»; pasa misteriosamente entre los amantes;
puede revelarse en hospitales y pabellones psiquiátricos, en medio del dolor y
la desesperación. Y no es un visitante desconocido durante el proceso de crea-
ción, cuando la imaginación empieza a asumir proporciones extrañas y
numinosas,* y uno se encuentra unido con algo que es en realidad el verdadero
creador. Relacionar el Espíritu Santo de la doctrina cristiana, representado
como una paloma blanca, con estas otras vivencias, quizá sea un punto de vista
herético. Pero se trata de la misma experiencia, invocada por el anhelo y el
modo de percibir las cosas que los astrólogos denominan Nep- tuno. Es el
«material» de intercomunicación de Maya, que se infdtra en toda la creación,
haciéndose súbita y caprichosamente accesible a través del denso velo de los
sentidos. Dicho de otra manera, es la experiencia psicológica de la fusión con
algo que es «otro», que trasciende las fronteras del yo individual y nos ofrece
un atisbo del Edén. Y podría no llamarse necesariamente Espíritu Santo, lo
cual no significa que esta sea una definición incorrecta. Pero igualmente se la
podría llamar la música de Orfeo, Ka- mutef † o el mar cósmico.

La misa
La misa es, entre otras cosas, un rito o ritual orientado a invocar y renovar la
vivencia de sanación y purificación del Espíritu Santo. Quienes participan en
ella se ponen en contacto con el misterio central del redentor al tomar la
hostia y el vino consagrados, que no sólo simbolizan el cuerpo y la sangre de
Cristo, sino que en ese momento también se convierten literalmente en él.
Aquí hay una extraña resonancia de la cosmogonía órfica, donde los titanes,
seres terrestres, consumen la carne de Dioniso, el nacido de la luz, con lo que
se impregnan de la chispa divina, y no sólo ellos, sino también la raza humana
que nace de sus cenizas. La importancia central de la comestibilidad del dios y
de la transmisión del numen (o sea, de la naturaleza divina) por mediación de
* Del latín numen, divinidad o naturaleza divina. (N. del E.)
† La versión egipcia del Espíritu Santo. Véase pág. 95. (TV. delE.)
este acto se aclara cuando observamos el ritual de la misa. La práctica de una
ofrenda ritual de carne es muy antigua y universal, aunque originariamente la
bestia sacrificada (y en épocas más primitivas y tenebrosas, el hombre o la
mujer sacrificados) estaba destinada a alimentar a los dioses, y se creía que el
humo del holocausto transportaba el alimento a su celestial morada. En una
etapa posterior se llegó a ver en el humo como tal una forma espiritualizada de
ofrendar la carne, y de esta idea se derivó el uso del incienso, que es todavía
una parte fundamental del ritual de la Iglesia. Los cultos de redentores de los
comienzos de la era de Piscis asumían la forma de una misa o comida
ceremonial, que incluía la ingestión simbólica de la carne y la sangre del
redentor. Esto permitía que el iniciado participara de la vivencia de la unidad
con él y, por lo tanto, con la fuente. El relato más antiguo de la ceremonia de
la misa cristiana se encuentra en 1 Corintios 11, 23-26, y se cita al comienzo
de este capítulo.
Es obvio que escribir sobre la misa es muy diferente de la experiencia de
un cristiano creyente que participa en ella. La esencia neptuniana se escapará
siempre de toda descripción, porque es un suceso fugaz y profundamente
subjetivo. Lo mismo se podría decir de los sentimientos que experimentamos
al escuchar una pieza musical especialmente conmovedora, o al presenciar una
obra teatral con la que nos sentimos muy identificados. El estado de fusión
perdura solamente mientras la música o la representación continúa; después se
desvanece, pero algo ha cambiado en nosotros. El propósito de la misa, el más
fundamental de los ritos cristianos, es invocar una vivencia del divino
redentor, haciendo que el creyente se concentre en la purificación y la
expiación necesarias para volver a conectarse con una realidad que es, más que
histórica, eternamente viviente. No es una casualidad que hablemos de la
Madre Iglesia, y aunque sería inexacto e injusto describir el poder emocional
de la Iglesia como un mero sustituto de la madre personal, son muchos los ríos
que desembocan en las aguas neptunianas.
Jung escribió extensamente sobre la importancia psicológica de la misa,” y
vale la pena que examinemos aquí muchas de sus ideas. Él sugiere que en ei
sacrificio de la misa se fusionan dos conceptos distintos, definidos por dos
términos griegos: deipnon, que significa «comida», y thysia, que significa lauro
«sacrificio» o «matanza» como «resplandor» o «llamarada». Este lili lino se
relaciona con el fuego del sacrificio, en el cual se consume la olicnda hecha a
los dioses. El primer término tiene que ver con la comida i omp.ii lilla por
quienes participan en el sacrificio, en que se creía que estaba píeseme el dios.
Deipnon es también una comida «sagrada», en la que se i l i m e n alimentos
«consagrados». Es necesario considerar con más detenimiento el término
«consagrado», porque en este contexto es donde el vino se convierte en la
sangre del redentor y el pan en su carne. «Consagrar» proviene de la misma
raíz que «sacrificar»; significa «santificar con» o «santificar juntos». ¿Cómo
santificamos cosas tan sumamente mundanas como el pan y el vino? La
respuesta es: juntos. El acto de transformar una cosa en otra mediante una
participation mystique colectiva no se produce solamente en el contexto del
rito religioso. En un contexto más prosaico, sacralizamos la entrañable postal
de san Valentín que un enamorado perdido hace mucho tiempo nos envió
años atrás, porque encarna el amor de aquel que ya no está y vuelve a unirnos
otra vez con él. Sacralizamos los objetos que atesoramos desde nuestra niñez,
como el osito de peluche que guardamos como una reliquia en una vitrina o
un rizo de bebé, porque esos objetos encarnan una experiencia perdida de
inocencia y vuelven a conectarnos con una familia, real o imaginaria, que nos
amaba. La consagración es convertir una cosa de la vida cotidiana en
receptáculo de algo perdido, pasado, trascendente e invisible, a lo que el
corazón ha concedido la condición de redentor.
En un nivel más profundo, todas las reliquias religiosas han sido consa-
gradas. Aunque al intelecto moderno pueda parecerle ridículo imaginar que la
calavera de un mártir muerto hace mucho tiempo pueda curar una parálisis o
devolver la fertilidad a una mujer estéril, la fe que deposita el creyente en la
persona sagrada simbolizada por ese objeto, y su identificación con ella, lo
transforman en algo más que un trozo de hueso: tiene mana, la sustancia
transformativa de los dioses. Se trata de un objeto que, para los fieles, no sólo
simboliza, sino que también posee, el espíritu redentor del salvador o del
santo. Cuando esta unidad total e instantánea se da entre el devoto, el
redentor y el objeto, ciertamente pueden ocurrir milagros. Si estos milagros se
deben a la «verdad» de la doctrina o al poder de sanación de la psique del
creyente, es una cuestión que no tiene respuesta. Quizá lo único que importe
sea que, para el creyente, es verdad. La consagración es indudablemente un
misterio, y como la belleza, está en los ojos de quien la contempla. Cada
religión reivindica sus curaciones milagrosas logradas por mediación de sus
propias y santas reliquias y de los nombres de sus dioses, y cada una de ellas
presenta razones de peso para que se acepte que tales curaciones efectiva-
mente se han producido. Sea cual sea su fragancia, el incienso siempre parece
elevarse hasta el Cielo.
La consagración lleva implícita, pues, la transformación de la sustancia
mundana en la esencia del redentor. La amarillenta postal del «día de san
Valentín» se transforma en el amado ausente; el polvoriento osito de pelu- che
guarda el amor y la ternura de la infancia perdida; la calavera guardada en su
caja de cristal en la iglesia abandonada se convierte en la fe, el valor y el poder
de sanación del santo. Estamos en el reino de Neptuno, y hemos proyectado
en el objeto algo que, a su vez, produce cambios dentro de nosotros mismos,
pero, ¿cuáles? El pan se convierte en carne, el vino se transforma en sangre.
Esto implica un milagro en el momento de la transubstancia- ción. El pan y el
vino son de lo más normal, y el sacerdote es simplemente un hombre, o, desde
hace poco, una mujer. Los miembros de la congregación también son seres
humanos y llevan día tras día el peso de sus pecados. Pero el ritual de la misa
toma esta realidad ordinaria y la va transformando paso a paso; y en ese
momento, para el creyente, Cristo, por obra y gracia del Espíritu Santo, está
presente en el tiempo y en el espacio, es el alimento del participante, y por
mediación de la mente, el cuerpo y el corazón de éste, difunde el milagro de la
redención. La misa crea una unidad mística, infundiendo la presencia viviente
de Cristo en el sacerdote, la congregación, el pan, el vino y el incienso. Así, el
rito representa de forma condensada la vida y la pasión de Cristo. El don
ofrecido es la propia víctima redentora, y también el sacerdote y la
congregación, que hacen ofrenda de sí mismos, y todos están mágicamente
unidos. Un cristiano devoto quizás insistiría en que lo que realiza este milagro
es en realidad el pan y el vino, transformados en el momento de la
consagración en el cuerpo y la sangre de Cristo. Igualmente, podría ser algún
poder misterioso de la psique del propio individuo, capaz de fluir y derramarse
sobre esos objetos, y por lo tanto de conferirles poder. El objeto se convierte
en un talismán mágico, pero la auténtica magia está en el creyente.

El significado interior de la consagración no es una repetición de un


acontecimiento que sucedió una única vez en la historia, sino la
revelación de algo existente en la eternidad, un rasgón en el velo de las
limitaciones temporales y espaciales que aparta al espíritu humano de la
visión de lo eterno. Este acontecimiento es necesariamente un misterio,
porque concebirlo o describirlo está más allá del poder del hombre. 21

Si una transformación tan misteriosa se genera más bien en el individuo


que en el objeto y en la doctrina, entonces podemos extender más nuestro i
ampo de investigación. Buscamos la redención no sólo por mediación de las
sustancias de la misa, ni de las sagradas reliquias, ni de la preciada crea- i ion
de nuestros propios y perdidos paraísos. También podemos recurrir a
•aistaiuias neptunianas más oscuras, como la heroína o el alcohol. En este
contexto podemos empezar a entender la relación de Neptuno con el adicto.
La adicción es un tema complejo, y cualquiera que alguna vez haya intentado
hacer un trabajo terapéutico con un heroinómano o un alcohólico, sabrá que
mientras la mano derecha del adicto se tiende desesperadamente hacia la
libertad, la izquierda está secretamente encadenada a la milagrosa redención
que se oculta en la droga» No hay lógica capaz de penetrar en este mundo
neptuniano, porque para el adicto —hombre o mujer— la sustancia,
obviamente destructiva, es la carne y la sangre del redentor, lo único capaz de
liberarlo de la cárcel de la encarnación y de abrirle las puertas enrejadas del
Paraíso que perdió hace tanto tiempo. Para el individuo que busca ciegamente
la redención por intermedio de un objeto consagrado, el sexo también puede
convertirse en una droga neptuniana. En una situación como esta, el objetivo
no es en modo alguno el placer sensual ni la relación con una pareja, sino más
bien borrar toda conciencia de la soledad y de la angustia. Algunas parejas de
individuos atrapados en este dilema me han hablado de la incómoda sensación
que tienen de que su amante, su marido o su mujer «no está presente» durante
el acto sexual; y es que en esta clase de contacto sexual lo que se busca no es
hacer el amor con una persona real. Es una especie de masturbación, algo que
se enrosca sobre sí mismo como el uroboros* con el anhelo de sumirse una vez
más en el inconsciente olvido del útero.
Generalmente, se asocia la adicción con sustancias como la heroína o el
alcohol. Por lo común no pensamos que una persona sea «adicta» de esta
manera neptuniana al placer sexual, ni tampoco a una disciplina espiritual ni
al ejercicio físico. Sabemos que la comida puede convertirse en una adicción;
la amplia variedad de lo que se conoce como «trastornos alimenticios» es
buena prueba de ello. No quiero dar a entender que en realidad todos los que
comen de forma compulsiva ni todas las personas bulímicas o las ano- réxicas
vayan en busca de algo espiritual. Lo más frecuente es que con los bollos de
crema se estén comiendo a una arquetípica madre «buena» cuya leche no está
contaminada, y que a quien vomita la persona bulímica y rechaza la anoréxica
sea a la madre «mala» que les ha cerrado despiadadamente las puertas del cielo.
Pero allí donde Neptuno es poderoso, ya sea natalmente o por tránsito o
progresión, es necesario ver lo que en realidad se está representando. La
adicción, al igual que el ritual de la misa, lleva implícita una transformación
de la sustancia ordinaria en la carne mágica del redentor.

La serpiente que se muerde la cola. Véase pág. 29, nota. (N. del E.)
El bautismo
Hasta el siglo III de nuestra era, la misa se celebraba generalmente con agua,
algo que no es nada sorprendente, ya que el redentor surge de las aguas de la
fuente eterna, Dios y madre combinados, y su sangre no es, en el fondo, roja ni
está llena de pasiones marcianas, como la nuestra, sino que está hecha del icor
traslúcido de Neptuno, Hay una prefiguración de esta comunión con agua en
el Evangelio de san Juan 7, 37-38:

El último día, el mayor de la fiesta, estaba allí, Jesús, y exclamó con voz fuerte:
«Quien tiene sed, que venga a mí y beba. De quien cree en mí, como ha dicho la
Escritura, manarán de sus entrañas ríos de agua viva».

El mismo tema se puede hallar en Juan, 4, 13-14:

Pero quien beba del agua que yo le daré, ya no tendrá sed jamás, pues el agua que
yo le daré se convertirá dentro de él en manantial que brote para la vida eterna.

La equiparación del agua con la sustancia transformativa del redentor se


puede encontrar a lo largo tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
También se la puede hallar posteriormente en el simbolismo de la alquimia.
En estas imágenes, el agua ya no es el violento Diluvio que destruye a los
malvados, sino el fluido vivificante que confiere la inmortalidad espiritual. Al
agua sagrada se la equipara con Cristo y también, como ya hemos visto
ampliamente demostrado por los mitos precristianos, con el redentor pagano
que emerge de las aguas de la divina madre oceánica. El agua es asimismo el
Espíritu Santo, fluido a la vez que invisible, y se lo puede hallar en la pila
bautismal, donde el hombre o la mujer interior se renueva y se ve purificado
del mal, tal como al devoto hindú lo purifican y lo elevan las aguas sagradas
del Ganges. La ceremonia del bautismo no se celebra con regularidad, como la
misa, sino que se le ofrece al recién nacido, acogiéndolo en la congregación y
limpiándolo del pecado carnal de los padres; y se le ofrece al converso, que al
igual que el niño, entra en una vida nueva. El agua del bautismo, como el pan
y el vino de la misa, es una sustancia transformada, porque está consagrada.
No es simplemente ese líquido clorado que sale del grito, sino que se ha
convertido en el cuerpo fluido del propio redentor.
Las conexiones entre la ceremonia cristiana del bautismo y los ritos y
mitos de purificación de otras culturas son obvias. El agua, la sustancia del
creador original, es también la sangre del redentor, de modo que dispersa el
mal y restablece la inocencia del estado prenatal. El folclore ha preservado la
idea de su eficacia contra el mal en la antigua creencia de que las brujas no
pueden atravesar el agua. La encontramos incluso en El mago de Oz, donde
Dorothy destruye a la Malvada Bruja del Oeste dándole un buen remojón. Esta
creencia arquetípica se muestra también en la personalidad obsesiva, en sus
ritos repetitivos de lavarse las manos, como si el poder de redención del agua
fuese a limpiar de alguna manera la psique de su carga de culpa (generalmente
sexual). He conocido a muchos psicoterapeutas y sanadores que practican el
simple ritual de lavarse las manos después de una sesión particularmente
difícil con un paciente o cliente. Hemos llegado una vez más a la tierra baldía
de Eliot, donde la falta de agua es la falta de conexión con el origen de la vida;
donde la soledad, la corrupción y la muerte pasan a formar parte de los
desechos del desierto, y donde el trueno y la lluvia purificadora son un
bautismo que renueva totalmente la sustancia del cuerpo del redentor,
idéntica a la sustancia del manantial.

La crucifixión
Ahora hemos de considerar el símbolo central del relato cristiano, que nos
presenta una de las imágenes más poderosas del sacrificio de la tradición
religiosa occidental. La crucifixión, al igual que la mayoría de las imágenes
cristianas, es un tema mítico muy antiguo. En la tradición teutónica, el dios
Wotan estuvo durante nueve días y nueve noches sufriendo, colgado de
Yggdrasil, el Árbol del Mundo, para así llevar a cabo su propia resurrección.
La cruz, como el árbol, es uno de los símbolos más antiguos de la Gran Madre
y de la encarnación en su mundo carnal. Tanto el Árbol de la Vida que
Gilgamesh encontró en el fondo del mar cósmico, como el Árbol del
Conocimiento que crecía en el Jardín del Edén, le pertenecen, de manera que
no debería sorprendernos que el redentor, a la vez humano y divino, padezca
su mayor tormento al ser clavado voluntariamente en el árbol madre de la
materia, del cual el resto de nosotros estamos involuntariamente suspendidos.
En el siglo VII, a Cristo se lo representaba como el Dios Colgado, sujetado,
como Wotan, al Árbol de la Vida. Esta es la imagen que ha llegado hasta
nosotros en la carta de tarot del Colgado. Para Neptuno, lo que separa es la
encarnación, y la mortalidad es el sufrimiento fundamental. Sin embargo, lo
que constituye la expiación del pecado original y el precio que se paga por
volver a ser admitido en el Edén es la aceptación de esta crucifixión: una
imagen del aprisionamiento de Neptuno en el mundo de Saturno, cuyo
símbolo astrológico es la luna creciente (el alma) coronada por una cruz. Pero
si se cumple pacientemente la sentencia, con pleno conocimiento de la ofensa,
entonces es también la puerta del retorno.
La crucifixión de Cristo es análoga a la desmembración de Orfeo y de
Dioniso, a la matanza del toro de Mitra y a la castración de Atis. Es tanto una
imagen de la encarnación como de la penitencia. El mundo de la materia, que
es el dominio de Saturno, tiene el carácter de la «cuaternidad», cuya
representación más pura es la cruz. Cualquier cosa fijada en una cuaternidad
sugiere la encarnación, porque la realidad concreta está representada por los
cuatro elementos y las cuatro direcciones. 24 El «verdadero» nacimiento del
divino redentor no es su salida física del útero virginal, sino el sufrimiento
voluntario de su carne mortal. En la doctrina cristiana, la crucifixión es un
suceso conocido y aceptado de antemano. Jesús el hombre abraza este destino
por la humanidad aprisionada, y aquí se nos presenta el tema de un sacrificio
realizado por compasión, una experiencia en la que se comparte la suerte
humana, ofrecida para redimir los pecados de los hijos de Adán y Eva. Es
mucho lo que, a partir de este símbolo central, podemos entender de la forma,
extrañamente pasiva, en que el individuo dominado por Neptuno soporta con
tanta frecuencia su infelicidad, e incluso se regocija en ella, algo que suele ser
motivo de perplejidad tanto para la persona afectada como para el astrólogo o
el psicoterapeuta que intenta ayudarla. En ocasiones parece que ningún
destello de comprensión intuitiva ni ninguna sugerencia positiva fuera capaz
de modificar la adicción al dolor del neptuniano. Pero la buena disposición
con que el redentor acoge y acepta el sufrimiento en nombre de sus ovejas
perdidas nos dice algo sobre la pauta inconsciente que está actuando en el
nivel personal. Si sólo «expresando» el mito del autosacrificio del redentor se
alcanza realmente una solución al dolor de la separación que sienten tan
agudamente los nativos que tienen un Neptuno fuerte, es un tema que
veremos con mayor detenimiento más adelante. Pero un martirio personal de
esta clase es tanto una identificación inconsciente con el redentor como una
invocación de él, por más irreligioso que pueda ser el individuo en su vida
consciente.
Es obvio que el tema del sufrimiento voluntariamente aceptado y de la
renuncia a la felicidad terrena está en el centro mismo de la visión cristiana de
la redención. Los descendientes de Adán y Eva sólo pueden conseguir que se
los readmita en el Paraíso si aceptan sin reservas los sufrimientos que les
impone la vida. A veces, en la historia del cristianismo, esta creencia en la
necesidad de mi dolor voluntario ha asumido algunas formas más bien
grotescas, como el autocastigo ritual de los flagelantes de la Edad Media, o la
famosa autocastración de Orígenes (que no parece tanto una imitación de
Cristo como una imitación de Atis). Lo peor fue que esta actitud culminó en la
convicción de que también el cuerpo de los demás, con o sin su
consentimiento, debía sufrir para que pudieran salvarse. Así, la Iglesia dio
nacimiento a las torturas de la Inquisición española y a la quema ritual en la
hoguera de brujas y herejes. Igualmente, hay una dignidad y una serenidad
sobrecogedoras en el espíritu con que los citaros de orientación gnóstica, que
se veían, quizá justificadamente, como los únicos «verdaderos» cristianos y los
únicos herederos auténticos de la fe inicial previa a la influencia paulina, se
dirigían cantando hacia las llamas desde Montsegur. Hay muchos más
ejemplos, tanto modernos como antiguos, de personas que se han enfrentado
hasta la muerte a tormentos físicos terribles con el tranquilo coraje de un
sacrificio voluntario. Como de costumbre, Neptuno es ambiguo, y en las aguas
turbias del martirio muestra una faz simultáneamente horrorizada y beatífica.
Quizás el carácter de Neptuno no sea cristiano en un sentido doctrinal, pero
ciertamente tiene que ver con el sacrificio, y el hecho de trascender la
separación mediante el sufrimiento voluntario es un sentimiento expresado
comúnmente por quienes se identifican con la visión del mundo de este
planeta.
A veces la crucifixión autoimpuesta de Neptuno se expresa mediante una
renuncia a toda felicidad personal: la actitud de que «está bien» sentirse
desdichado y desvalido y de que, de alguna forma, la frustración y el tormento
que experimenta el nativo en su interior al renunciar a la satisfacción personal
darán como resultado la redención en este mundo o en el próximo. La
dimensión visual de la crucifixión es sumamente sugerente. Nos presenta a
alguien clavado por las manos y los pies, lo cual es una imagen de la parálisis,
ya que no puede hacer nada ni ir a ninguna parte. Freud creía que la
amputación de las manos y los pies en los sueños era un claro símbolo de
castración, ya que las manos y los pies son los instrumentos de nuestra
potencia en la vida. También podemos ver en la crucifixión una imagen de la
frustración: la imposibilidad de satisfacer los deseos del cuerpo, cuyo resultado
es la liberación del espíritu. Cuando decimos que «cada cual tiene que cargar
con su cruz», nos referimos a algo que no podemos modificar, que depende de
nuestra suerte o de nuestro destino, y que de alguna manera, si lo asumimos
voluntariamente, hará de nosotros personas mejores.

El acto de hacer un sacrificio consiste en primer lugar en dar algo que me per -
tenece. [...] Lo que doy es esencialmente un símbolo, algo de múltiples signifi-
cados, pero que debido a mi inconsciencia de su carácter simbólico, se adhiere a
mi yo, porque forma parte de mi personalidad. De ahí que, explícita o implí -
citamente, haya una demanda personal vinculada con cada cosa que doy, [...] Por
consiguiente, lo que doy siempre lleva consigo una intención personal, porque el
mero hecho de darlo no es un sacrificio. Sólo se convierte en sacrificio si renuncio
a la intención implícita de recibir algo a cambio. 2’
Los comentarios de Jung sobre la naturaleza del sacrificio son sumamente
interesantes en el contexto de la dinámica de Neptuno. Jung consideraba la
crucifixión como un «verdadero» sacrificio. Sin embargo, si el sacrificio es un
martirio voluntario realizado con la esperanza de la redención, se convierte en
lo contrario. Hay una demanda personal ligada con esa entrega, que entonces
no es en modo alguno un sacrificio. Es un trato, un intento de negociar con
Dios o con la vida. Distinguir la diferencia puede ser uno de los factores más
importantes cuando se trata de trabajar de forma constructiva con un Neptuno
natal difícil.
La necesidad neptuniana de fusión exige que se renuncie a una identidad
independiente. El cuerpo es la primera gran expresión de una existencia
independiente, porque el nacimiento, irrevocablemente, pone término al
Edén. La piel nos delimita y crea una barrera que nos separa de la madre, y la
experiencia de habitar un cuerpo es lo que, en última instancia, nos aísla de
ella. He oído expresar este sentimiento a muchas personas con contactos
Venus-Neptuno y Luna-Neptuno en su carta natal, quejándose de que cuando
hacen el amor, el cuerpo «les estorba», impidiendo un estado de fusión total
con la otra persona. Para mucha gente, el sexo es lo más cerca que pueden
llegar del estado de fusión original. Pero a pesar de la penetración, la realidad
física del cuerpo aún sigue desempeñando su función separadora. El único
lugar donde podemos tener la vivencia de dos corazones latiendo al unísono es
el útero. Los deseos del cuerpo también nos separan, porque definen sujeto y
objeto, el que quiere y el que es querido. Cuando han sido insuficientemente
satisfechos, o no lo han sido en absoluto, los deseos traen consigo las
intolerables vivencias del rechazo, la desilusión, la frustración y la soledad. La
redención neptuniana reside en el retorno a la unidad; la unidad exige el
sacrificio de un yo separado, y el cuerpo aparece como el gran culpable
arquetípico que no quiere dejar de agarrarse firmemente a la existencia
autónoma. Los deseos personales, ile la dase que sean, también generan
culpables, porque nuestra ganancia conlleva la pérdida, la envidia o el enojo
de otra persona. Por lo (auto, fingimos que ya no deseamos nada. Sin embargo,
todo esto es un i meque, porque siempre se tiene la idea de una «ganancia», se
piensa en un objetivo: el Edén que nos espera al final del camino de espinas.
Jung llega a sugerir que lo que damos normalmente, por lo cual no recibimos
nada a cambio, lo sentimos más bien como una pérdida que como una vía
hacia la redención. El sacrificio también debe de sentirse como una pérdida,
porque entonces las demandas del yo ya no sirven. El grito de Cristo en la cruz
(«¿Por qué me has abandonado?») es el momento del verdadero sacrificio. Si
nos sacrificamos con la esperanza puesta en el Cielo, entonces más valdría que
no nos molestáramos en hacerlo, porque todavía estamos apostando por una
recompensa final. Se podría llegar incluso a sugerir que un verdadero sacrificio
sólo puede darse cuando uno renuncia a su demanda del Paraíso perdido.
Paradójicamente, a lo que hay que renunciar es a la esperanza misma de la
redención.
Así pues, el «verdadero» sacrificio implica ofrendarnos sin esperanza de
redención, ni por parte del acto ni por parte de quien lo recibe. Creo que este
es el significado más profundo de Neptuno: no hemos de renunciar a nuestra
felicidad ni a las cosas que nos brindan alegría, sino a la negociación que
llevamos a cabo secretamente, con la esperanza de que otra persona nos
redima. Por eso es tan frecuente que los tránsitos de Neptuno indiquen una
época en que sentimos que podemos dar como nunca antes, pero en que se nos
niega cualquier recompensa por lo que damos. Por lo general, la negociación
ha sido profundamente inconsciente, y es el tránsito de Neptuno lo que al
final hace que se tome conciencia de la dinámica del proceso. Lo que queda
después del diluvio neptuniano es uno mismo: un yo desnudo, vulnerable y
desenmascarado, y sin embargo, paradójicamente más sabio y más fuerte
gracias a que le ha sido revelada su propia tendencia a manipular. La vida suele
exigirnos que hagamos esta forma sutil de sacrificio cuando Neptuno está
activado en la carta. Si no reconocemos nuestra propia dinámica interna,
puede que sea necesario un sacrificio de verdad que funcione como el
desencadenante que nos haga llegar a comprenderla. Pero ir ansiosamente en
pos de tales sacrificios externos es algo muy sospechoso. Tal como ha
reconocido siempre el hinduismo, el deseo del desapego es en sí mismo un
deseo, y el éxtasis de la autoinmolación no es otra cosa que una forma más de
adicción. Mientras estudiaba el tránsito de Neptuno en aspecto con diversos
planetas natales en las cartas de mis clientes astrológicos y terapéuticos, he
observado este proceso de sacrificar una fantasía de redención que a uno le es
muy querida, por mediación de la pérdida de una persona, cosa o situación
sobre la cual se ha proyectado la imagen del redentor. Al parecer siempre hay
una oportunidad de descubrir dónde hemos estado haciendo un trueque y, por
lo tanto, de entender mejor la naturaleza del amor, que contiene respeto, en
contraste con la el anhelo de la fusión original, que puede pisotear otras
fronteras. El tránsito, sin embargo, no garantiza que aprovechemos tal
oportunidad. Es más frecuente que achaquemos la pérdida generada por los
tránsitos difíciles de Neptuno a la falta de corazón de otra persona, y vayamos,
como era de prever, en busca de un nuevo redentor.

Quién es adecuado para ser redentor


Hay muchas clases de redentores, y no todos ellos son conscientes de su papel.
Los hay que han ofrecido a sus seguidores una esperanza y una sana- ción
auténticas, mientras que otros han resultado parecerse más a Tiamat ataviada
con prendas monásticas. Pero debido a la identificación entre el redentor y
aquellos a quienes intenta salvar, podemos esperar que tanto el avatar que
enseña la senda del sacrificio como los sufrientes que buscan la redención,
estén fuertemente marcados por Neptuno. Por eso es útil considerar
brevemente cuál es el papel de este planeta en las cartas de tres de estos
nativos que, ya sea por su propia elección consciente o gracias a la devoción y
al empeño de sus seguidores, han asumido en el siglo XX el papel de redentor.
Los ejemplos que siguen no se proponen dar una interpretación de la vida ni
de las motivaciones de cada una de estas personas, pero la importancia de
Neptuno en estas cartas, en las que forma un aspecto difícil con el Sol, es
impresionante en relación con la manera de ver el mundo de estos nativos y
con la visión de la redención que simboliza este planeta.
A Meher Baba (véase carta 1), uno de los grandes maestros espirituales de
este siglo, se lo podría considerar un ejemplo característico. Aquí el Sol está
emplazado en Piscis en la primera casa, en cuadratura con Neptuno en la
cuarta. El padre de Meher Baba era un hombre profundamente religioso que
estaba por la mitad de la cincuentena cuando nació su hijo; su mujer sólo tenía
dieciséis años. No es necesario que nos entretengamos en las implicaciones
psicológicas de estos antecedentes, pero no ha de sorprendernos que desde su
niñez a Meher Baba le atrajeran la soledad y la meditación. En 1913, cuando
Saturno en tránsito se estacionó sobre su Neptuno y activó la cuadratura natal
Sol-Neptuno, el joven estuvo bajo la influencia de una famosa santona
musulmana, cuyas enseñanzas le inculcaron un sentimiento de su alto destino,
y cayó durante un año en estado de trance. Tras haberse recuperado, estudió
con un gran maestro hindú y posteriormente Itmdó muchas escuelas,
mediante las cuales difundió las doctrinas orienta-
Carta 1, Meher Baba. Nacido el 25 de febrero de 1894, 4.35 a.m., LMT [Local Mean
Time, hora media local], 23.54.00 GMT [Greenwich Mean Time, hora media de
Greenwich], en Poona, India, Casas de Plácido. Fuente: Fowler’s Compendium of
Nativities, edición a cargo de J. M. Harrison (L. M. Fowler, Londres, 1980).

les en Occidente y las occidentales en Oriente. Entre 1936 y 1949 se dedicó a


trabajar entre los «santones» de la India y sufrió grandes penurias. Desde 1925
hasta su muerte, acaecida el 30 de enero de 1969, se mantuvo en continuo
silencio, comunicándose sólo por señas.
Billy Graham (véase carta 2), el evangelista estadounidense, es de carácter
muy diferente, notablemente marciano y de naturaleza fogosa, con el Sol en
Escorpio en la casa ocho, una conjunción Luna-Marte en Sagitario en la
novena en conjunción con el Medio Cielo, y Aries en el Ascendente.
Carta 2. Billy Graham. Nacido el 7 de noviembre de 1918, 3,30 p.m., EST
[Eastern Standard Time, hora estándar del este], 20,30.00 GMT [Greenwich
Mean Time, hora media de Greenwich], en Charlotte, Carolina del Norte.
Casas de Plácido. Fuente: Hans-Hinrich Taeger, Internationales Horoskope-
Lexikon (Hermán Bauer Verlag, Friburgo, Alemania, 1992).

Esta exhibición, bastante violenta, de energía e intensidad concuerda con un


hombre que se pasó la vida defendiendo con la pasión de un cruzado su
particular visión de Dios. Veía la salvación no como un suave desapego del
mundo terrenal, sino como una heroica batalla con las fuerzas del mal. En él,
el espíritu milenarista era muy fuerte. Sin embargo, el Sol también está en
cuadratura con Neptuno, que esta vez se encuentra en Leo, en la casa quima.
A uno tal vez no se le ocurriría inmediatamente comparar a Billy
Graham con Meher Baba, el apacible e introvertido místico indio, Pero esto
nos recuerda con claridad lo diferentes que son sus respectivos trasfondos
arquetípícos: la actitud religiosa de los hindúes y la de los protestantes esta -
dounidenses. Por otra parte, era de esperar que el Sol en Escorpio en cua-
dratura con Neptuno en Leo en la quinta casa generase un tipo de pirotec nia
espiritual que jamás provocaría el Sol en Piscis en cuadratura con Neptuno en
Géminis en la cuarta. Sin embargo, la búsqueda de redención implícita en las
enseñanzas de estos dos hombres es esencialmente la misma.
La tercera carta es la de Cari Gustav Jung, un horóscopo a estas alturas
bien conocido de los estudiosos de la astrología (véase carta 3). Aunque Jung
fuera en muchos aspectos una criatura muy de este mundo y no llevara una
vida demasiado ascética, no obstante dedicaba gran parte de su extraordinaria
energía y de sus capacidades al estudio de las raíces de la necesidad religiosa en
la psicología humana. Si «sufría» o no en el sentido más obvio es discutible, ya
que físicamente era un hombre muy sano y contaba con la necesaria seguridad
material, pero en su interior padecía una terrible sensación de aislamiento. A
pesar de las credenciales psiquiátricas y el enfoque empírico que
caracterizaban a Jung el científico, Jung el místico llenaba su trabajo de una
visión del mundo que es, en lo esencial, tan neptuniana como la de los dos
maestros religiosos que acabo de describir. Su preocupación por la redención
se revela en su concepto de la individuación como objetivo de la vida,
reflejado en una unión entre el yo y el Sí mismo: el hieras gamos o
matrimonio sagrado de la alquimia. Una vez más el Sol, emplazado aquí en
Leo en la sexta casa, está en cuadratura con Neptuno, esta vez en la casa tres,
en Tauro. El concepto del inconsciente colectivo tiene una estrecha afinidad
con la antigua visión órfica de un cosmos viviente unificado, si es que no es
idéntico a ella. La cita que toma Diógenes Laercio de la literatura órfica -«Todo
llega a ser a partir del Uno y se resuelve en el Uno»— 26 se podría aplicar
fácilmente a la filosofía junguiana de la psicología. En su trabajo sobre la
alquimia, Jung exploró realmente en profundidad la idea de la sustancia
primaria, que tanto amaban los órficos y que volvió a aflorar como la prima
materia de las obras alquímicas de la Edad Media y del Renacimiento. Tal
como explica Guthrie:

Esta idea central [para el orfismo] de que todo existía al principio reunido en una
masa confusa, y de que la creación fue un proceso de separación y división, con el
corolario de que el final de nuestra era será un retorno a la confusión primitiva, se
ha repetido con diversos grados de coloración mitológica en muchas religiones y
filosofías religiosas/7
Carta 3. C. G. Jung. Nacido el 26 de julio de 1875, 7,32 p.m. LMT[Local Mean
1 i me, hora media local], 19.02,00 GMT [Greenwich Mean Time, hora media
de (ircenwich], Kesswil, Suiza. Casas de Plácido, Fuente: Los datos me fueron
proporcionados por la hija de Jung, Gret Baumann-Jung, a su vez astróloga.
Las fuen- KA híbliográficas astrológicas dan diversos ascendentes
(Internationales Horoskope- 1 r\ihon da 27° de Capricornio, mientras que
Marc Edmund Jones, en Sabían ^vinbals, da 20° de Acuario). En el
Compendium ofNativities de Fowler se indica la misma fuente que la mía y se
da el ascendente Acuario que aparece arriba.

Para Jung, el final del proceso de individuación no consistía en un retorno


a la confusión inicial, sino en una nueva integración de la psique que • O I I H ,ua

en el centro al Sí mismo y no al yo, reparando así los estragos de ■la sepa


ración y la división» que se ocultan detrás de tantos males humanos, < iiai i.is al
énfasis del elemento tierra en la carta de Jung, esta es una visión neptuniana
bien cimentada y más fácil de integrar en la vida moderna, Pero no por eso
deja de ser neptuniana. En la psicología de Freud no hay redención, sino
solamente la posibilidad de que, mediante una sincera confrontación con
nosotros mismos, aceptemos nuestra propias compulsiones, por más
conflictivas que sean, y aprendamos a vivir con ellas. Freud jamás prometió
que el psicoanálisis liberaría a nadie de Tibil. En la psicología analítica
junguiana, la redención es una posibilidad, aunque no una recompensa
garantizada, en esta vida. Sin embargo, en su cosmología, el redentor está
dentro.
SEGUNDA PARTE

Hysteria Coniunctionis

LA PSICOLOGÍA DE NEPTUNO

Mi amor está en las montañas. Dejando el rápido cortejo se echa al suelo.


Lleva la sagrada pelliza de cervato; persigue a la cabra y la mata y se
deleita con la carne cruda. [...] Del suelo mana la leche, mana el vino,
mana el néctar de las abejas. Fragante como el incienso de Siria es el
humo de la antorcha de pino que sostiene en alto nuestro báquico guía.
[...] «¡Evohé!», grita, y sigue luego, aún más fuerte: «¡Seguid, bacantes, la
resplandeciente gloria del Tmolo y sus ríos de oro, cantad a Dioniso con
la profunda resonancia de las panderetas: al estilo báquico, con los gritos
y los cantos de los frigios, glorificad al dios Baco mientras la flauta de
tonos dulces y sagrados toca felices himnos para las bacantes que
marchan hacia las montañas, hacia las montañas». Entonces ciertamente
la doncella bacante se regocija y retoza con sus ágiles pies como un
potrillo al lado de su madre en la pradera.

EURÍPIDES, Las bacantes


4
El descubrimiento del inconsciente

Estos astutos poderes de persuasión hay que atribuirlos a la histeria, porque en


ésta hay siempre tanto sentimiento y tal don natural para la actuación que, por
más que mientan y exageren, los histéricos encontrarán siempre gente lo
bastante crédula para creerles. Incluso los médicos se dejan engañar a menudo
por sus ardides.
C. G. JUNG

Los temas neptunianos siempre han inspirado al poeta, el novelista, el pintor,


el músico y el dramaturgo, y han alimentado las grandes epopeyas míticas del
mundo. Algunas de las expresiones más vividas de temas neptunianos se
pueden encontrar también, a lo largo de los siglos, en las prácticas curativas,
porque es inevitable que tanto el anhelo de redención como el disgusto por la
encarnación que lo acompaña se manifiesten en determinadas enfermedades
mentales y físicas, así como en formas características de curación. La
terminología psicológica es relativamente nueva, y surge de una serie
específica de acontecimientos durante el siglo X V I I I , cuando, gracias al
trabajo de Franz Antón Mesmer, el fundador de la moderna psicología
profunda, se «descubrió» lo que hoy llamamos el inconsciente. Por supuesto,
con otros nombres, se lo había descubierto ya mucho antes. El propio
Mesmer, que también era un estudioso de la astrología y de la alquimia de
Paracelso, lo sabía, pese a su pretensión de que había revelado algo nuevo y
«científico» a una naciente Ilustración. Los poderes curativos del mundo
neptuniano, al igual que sus enfermedades, ocuparon siempre un lugar
importante no sólo en la medicina primitiva, sino también en la religión
primitiva. Para seguir el rastro de Neptu- no a través de esas aguas, habitadas
no por madres oceánicas e hijos

I (S
redentores, sino por formas muy especiales del sufrimiento humano, es
necesario que atravesemos dos portales estrechamente vinculados que siguen
siendo un misterio incluso para la medicina y la psicología del siglo XX: la
hipnosis y la histeria.
La hipnosis, tal como se la entiende ahora, fue descubierta por medio del
tratamiento de la histeria. Pero, con otros nombres, esta técnica ha
desempeñado un papel en la curación desde siempre, desde que los seres
humanos empezaron a establecerse en comunidades tribales. Hace muchísimo
tiempo que los médicos brujos, los hechiceros y hechiceras, los chamanes y
los sacerdotes se valen de lo que son sin duda técnicas hipnóticas, aunque
raramente las hayan admitido como tales; y a lo largo del tiempo, los
fenómenos de la hipnosis han sido atribuidos generalmente a la intervención
de los dioses. Hoy podemos ver la hipnosis en funcionamiento en los rituales
de las tribus africanas y polinesias y de los indios americanos. Tanto el faquir
hindú sobre su lecho de clavos como el danzarín del fuego del sur del
Pacífico, que pasa imperturbable a través de las llamas, utilizan la anestesia
hipnótica, como tal vez lo hicieran también los primeros mártires cristianos.
En el antiguo Egipto había «templos del sueño»; un papiro de hace tres mil
años expone un procedimiento en el cual cualquier hipnotizador moderno
reconocería instantáneamente el método hoy habitual para poner en trance a
una persona. En los templos dedicados a Asclepio en Epidauro, Pérgamo y
Cos, se sumía a los enfermos en un sueño hipnótico, y gracias al poder de la
sugestión tenían visiones de los dioses. Y las pitonisas de Apolo profetizaban
cuando se hallaban en un estado de trance extático, algo que no sólo
comparten muchos médiums espiritualistas actuales, sino también el
sonámbulo sometido a hipnosis profunda, y el histérico cuando es presa de
una crisis alucinatoria.
El primitivo ceremonial de los ritos de curación y de iniciación vuelve a
representar los grandes mitos de la tribu, mientras que se utilizan las
poderosas propiedades hipnóticas de los coloridos trajes, simbólicamente
evocadores, las salmodias, la música y la danza para unificar a los partici-
pantes en una totalidad psíquica. También los santuarios y lugares sagrados
como Lourdes se hacen eco de esta conjuración; la impresionante belleza del
lugar, la Fuente y la Gruta, la majestad del ritual, la pompa y el boato de las
procesiones, el perpetuo murmullo de las plegarias que continúa día y noche,
y la sensación, en el visitante, de una creciente expectación van creando la
misma participation mystique que las ceremonias tribales. En todos estos ritos
de curación, Neptuno se manifiesta por mediación de la fusión psíquica del
sanador, el paciente, la comunidad y el dios. Hemos visto ya que esta es la
dinámica esencial no sólo de las celebraciones eucarísticas de los dioses
redentores paganos, sino también de la misa. Además, estamos en el dominio
de Neptuno porque el ritual y la compenetración [rapport] son las técnicas
hipnóticas más poderosas conocidas por la humanidad; destruyen las barreras
de la conciencia de un yo individual, desencadenando potencialmente el
Diluvio y, sin embargo, abriendo también las puertas del Edén.
El término «hipnosis» (que viene de Hipno, el dios griego del sueño) fue
acuñado por el médico escocés James Braid durante la década de 1840,
coincidiendo con el descubrimiento del planeta Neptuno. Pero el trabajo de
Braid, por más importante que fuera para la evolución posterior de la teoría
psicoanalítica, se edificó sobre los injustamente criticados experimentos del
médico vienés Franz Antón Mesmer. La historia del descubrimiento de esta
puerta de acceso al inconsciente, que en los siglos siguientes ha tenido tan
profundas ramificaciones para la psicología, la psiquiatría, la medicina y el
espiritualismo, es de veras fascinante, ya que el propio Mesmer fue una
especie de víctima redentora. Su concepto del «fluido universal» es
neptuniano de cabo a rabo, tal como lo fueron sus pacientes, y también la
pauta de su vida.
Un breve examen de la carta natal de Mesmer (véase carta 4) no revela
un Neptuno fuerte: no está emplazado en un ángulo, ni en aspecto con el Sol,
como sucede en las cartas de Meher Baba, Billy Graham y C. G. Jung. Se
encuentra en su propia casa natural, la doce, pero no forma ningún aspecto
mayor con ningún planeta personal, a excepción de un sextíl con Venus,
aunque está en semicuadratura con Mercurio y Saturno, Sin embargo, está
fuertemente conectado con los otros dos planetas exteriores, formando un
trígono con Plutón y una oposición con Urano. A partir de ello podemos
conjeturar que, a pesar de que la generación en que nació Mesmer haya
estado fuertemente afectada por aspiraciones e ideales colectivos simbolizados
por esta potente configuración de los planetas exteriores,' él mismo, por
temperamento, era pragmático (Mercurio en conjunción con Saturno en
Tauro), ferozmente individualista (Sol en Géminis en trígono con una
conjunción Luna-Marte en Acuario), y tendía a exagerar su propia
importancia (Sol en oposición con Júpiter en Sagitario en la quinta casa). Sin
embargo, a medida que vaya exponiendo su historia, veremos que tanto el
desarrollo de su concepto del fluido universal como su accidentada carrera -
que terminó por establecer su nombre en la historia de la psicología— son
hechos que tuvieron lugar durante poderosos tránsitos de Neptuno.
Carta 4. Franz Antón Mesmer. Nacido el 23 de mayo de 1734, 8.00 a.m. LMT [Local
Mean Time, hora media local], 07.24.00 GMT [Greenwich Mean Time, hora media de
Greenwich], en Iznang am Bodensee, Alemania. Sistema de casas de Plácido. Fuente:
Internationales Horoskope-Lexikon, p. 1039.

El mago que llegó de Viena


En el momento del nacimiento de Mesmer, en 1734, la teoría y la práctica de
la medicina eran francamente bárbaras. Aunque el término «histeria» había
sido acuñado en la Grecia antigua, y era ya desde entonces conocido por los
médicos, los métodos convencionales para tratar esta dolencia, en ese extraño
territorio fronterizo entre cuerpo y psique, habían ido degenerando poco a
poco desde que, durante los siglos iniciales del cristianismo, se fueron
cerrando los últimos templos paganos de curación. Sin embargo, a aquel
hombre de treinta y dos años, médico titulado, que en 1766 hizo su aparición
en las capitales más importantes de Europa, no se lo podía identificar del todo
con su formación convencional. En sus viajes había acumulado considerables
conocimientos de las teorías antiguas y renacentistas relacionadas con la
astrología, la alquimia, la curación magnética y la interconexión entre mente
y cuerpo. Además, llegó a Viena precisamente cuando Neptuno en tránsito, al
pasar de Leo a Virgo, se aproximaba a una cuadratura con su Sol natal en la
casa once. Mientras tanto, Saturno en tránsito había pasado sobre su Sol natal,
estaba acercándose al punto medio Sol-Neptuno, y no habría que esperar
mucho para que formara una conjunción con su Neptuno natal. Mesmer llegó
a Viena imbuido de un sentimiento de misión cósmica, tocado por el pneuma
de ámbitos más misteriosos.
Descubrió que podía poner a sus pacientes en estado de trance valiéndose
de «pases», es decir, haciendo movimientos amplios y lentos delante de la cara
y el cuerpo del enfermo. Al principio los hacía con imanes, pero después, a
medida que sus teorías se volvían más coherentes y su actitud más segura, se
limitó a usar las manos como lo hacen hoy los hipnotizadores modernos. En
ese estado, se podía inducir en el paciente —por lo común una mujer, pero
también con relativa frecuencia un hombre— una «crisis», caracterizada por
la aparición de convulsiones y de un violento estallido emocional, tras lo cual
se producía un alivio de los síntomas. Durante algún tiempo, Mesmer fue
acumulando una lista impresionante de curaciones de pacientes a quienes la
comunidad médica había declarado incurables. Además, se dio cuenta de que
el trance, la crisis y la curación dependían de una especial identificación
emocional entre él y su paciente, a la que llamó «compenetración», aunque en
los círculos psico- analíticos de hoy en día se la conoce como transferencia y
contratransferencia. Jung la llamó participation mystique, el misterio de la
fusión psíquica. Es posible que el tránsito de Neptuno en cuadratura con el
Sol natal de Mesmer durante este período indicara una identificación crecien-
te con el sanador y redentor arquetípico, y también un aumento de la
receptividad ante este tipo de fusión psíquica, como consecuencia de lo cual
él habría podido penetrar más libremente en los conflictos emocionales de sus
pacientes. Los tránsitos de Neptuno, especialmente en relación con el Sol o
con Saturno, a menudo coinciden con períodos durante los cuales en la vida
de un individuo se producen fenómenos «psíquicos», porque la piel del yo se
vuelve más porosa y los anhelos más profundos cicla persona están más cerca
del umbral de la conciencia.
Aunque sus éxitos aparentemente milagrosos con pacientes hasta enton-
ces incurables lo hicieron famoso en toda Europa, no consiguieron granjearle
las simpatías de sus colegas. Como era una persona dotada de considerable
penetración intuitiva y sentido común, Mesmer sabía que estaba trabajando a
ciegas con unas energías sumamente misteriosas. Pero como médico y como
hombre ansioso de alcanzar el reconocimiento público, necesitaba contar con
una teoría respetable y capaz de superar las más rigurosas pruebas
intelectuales de la época. Finalmente, formuló su doctrina, que sólo podría
haber surgido del dominio de Neptuno. Según él, la totalidad del universo
flotaba en un fluido semejante al éter que lo interconectaba todo, y un cuerpo
físico influía en otro mediante las vibraciones que se transmitían a través de
ese medio invisible. Esta era también la base sobre la cual él creía, siguiendo
las antiguas fuentes, que funcionaba la astrología, puesto que las energías de
los planetas se transmitían a través del fluido. El cuerpo humano, a su vez, lo
contenía y estaba influido por él. La enfermedad era el resultado o el reflejo
de un flujo inadecuado de la misteriosa sustancia. Ciertas personas tenían un
don especial; estaban dotadas de una cantidad particularmente grande o
poderosa del fluido universal (el propio Mesmer, con el Sol en oposición con
Júpiter, se consideraba un destacado ejemplo de ello) y podían influir en los
polos magnéticos de otro cuerpo y reequilibrarlos simplemente transmitiendo
esa sustancia invisible, mediante el contacto corporal, con pases efectuados
con las manos o incluso por mediación de objetos inanimados, como un
recipiente con agua que primero hubiera sido «magnetizada» (o consagrada)
por el toque del sanador.
En la doctrina de Mesmer hay una considerable verdad psicológica, pero
no fisiológica, y sus argumentos no impresionaron al profesorado de la
Facultad de Medicina de la Universidad de Viena. Finalmente, Mesmer ter-
minó metido en un lío con una mujer y tuvo que irse de la ciudad. Este
episodio, que fue crítico en su vida, tuvo lugar mientras Neptuno seguía
adentrándose en Virgo hasta formar una cuadratura con su Neptuno natal. La
mujer en cuestión tenía dieciocho años, era hermosa y, como para demostrar
que en realidad la vida imita al arte, se llamaba Maria Theresa Paradies. Maria
tenía una ceguera funcional. Fiabía perdido la vista a los tres años, pero nunca
le habían descubierto en los ojos ningún problema orgánico. Además, tenía
un talento musical considerable y sus interpretaciones públicas, presentada
como «la pianista ciega», le habían valido una pensión para su padre,
concedida por la emperatriz María Teresa en reconocimiento del don de su
hija. Lamentablemente, no tenemos su carta natal. Es probable que la
verdadera neptuniana fuera ella en lugar de Mesmer, no sólo por sus datos
biográficos (y por la posición de Venus en sextil con Nep- tuno en la carta
natal de él), sino por el hecho de que cuando se dan poderosos tránsitos de
Neptuno, es frecuente que el relato mítico de la víctima redentora se
introduzca en nuestra vida por mediación de otras personas que de alguna
manera personifican al planeta. Mesmer sabía que los problemas subyacentes
en el estado de María eran más bien emocionales que físicos, ya que,
físicamente, sus ojos eran normales. Cuando los padres acudieron a él como
última esperanza, accedió a hacerse cargo de su curación. La joven padecía
también una profunda depresión con accesos de delirio. A lo largo de años
había sido víctima de muchos esfuerzos, tan crueles como ineficaces, para
devolverle la vista, que la habían dejado asustada, nerviosa y propensa a
graves ataques de pánico. Cien años más tarde, en la época de Charcot, a una
mujer con sus síntomas se la habría diagnosticado como histérica y se habría
procurado profundizar en sus conflictos emocionales, pero en la Viena del
siglo XVIII, la comunidad médica aún no estaba en condiciones de ver las cosas
de esta manera. Mesmer se la llevó a su casa como paciente residente, y todos
los días la hacía entrar en trance para someterla a los pases que, según él creía,
habrían de transferir su propio y saludable fluido universal al organismo
dañado de Maria. La hizo pasar por numerosas «crisis», y poco a poco ella
empezó a diferenciar la luz de la oscuridad y a distinguir borrosamente los
rasgos faciales de su redentor.
Pero, como suele suceder con la histeria, la desaparición del síntoma ori-
ginal fue seguida por la aparición de otro: Maria empezó a sufrir de vértigo.
Al mismo tiempo, los conflictos subyacentes en la familia, y no sólo en Maria,
también comenzaron a salir a la superficie. A medida que la vista de su hija
seguía mejorando, al padre empezó a inquietarle la idea de que su hija viviera
en casa de Mesmer, en contacto con él y sometida a su poder. Además, su
habilidad como pianista se resintió, ya que su recién recuperada vista se había
convertido para ella en motivo de confusión y de incertidumbre. Pero si deja-
ba de tocar el piano, ya no cobrarían la pensión. Los padres de Maria decidie-
ron sacarla de casa de Mesmer, aunque se negaban a reconocer sus verdaderas
razones. Su decisión fue la misma que repetidas veces se puede ver trágica-
mente llevada a la práctica en los pabellones psiquiátricos actuales, donde el
paciente «identificado» empieza a mejorar y toda la familia, cuyos miembros
están inconscientemente implicados en la enfermedad, cierra filas en el
empeño de arrancarlo del tratamiento, para así evitar las largas y dolorosas
confrontaciones que la curación, inevitablemente, exigiría de ellos.
Cuando el matrimonio Paradies llegó a casa de Mesmer para llevarse a
Maria, ella se aferró patéticamente de la chaqueta del médico, negándose a
irse. Frau Paradles estalló en un frenesí de gritos y pataleos, exigiendo que su
hija le fuera devuelta y acusando a Mesmer de abuso sexual. Herr Para- dies
se lanzó sobre él con una espada. Maria, aterrorizada y desgarrada entre sus
lealtades, se encerró en su interior y sufrió un acceso de convulsiones. Su
madre la sujetó y la arrojó contra la pared. Aunque Mesmer consiguió
hacerlos salir de su casa, los padres recurrieron a las autoridades y Maria se
vio forzada a regresar al «hogar» parental, donde, cosa nada sorprendente,
volvió a quedarse ciega. Uno se pregunta quién, en una familia así, es el ver-
dadero histérico. Un Neptuno fuerte y difícil en la carta natal, lo que es bien
probable en el caso de Maria, sugiere no sólo la posibilidad de tales problemas
en el individuo, sino también que la persona se esté haciendo cargo de la
histeria de una familia o incluso de un grupo social más amplio. Pero en la
Viena del siglo XVIII estas ideas todavía no eran válidas. Neptuno aún no
había sido descubierto, y menos aún la terapia familiar. Mesmer tuvo que
pagar el precio de la identificación con el arquetipo: lo borraron del registro
médico y lo echaron de Viena. Se dirigió a París, con la esperanza de que allí
sus ideas fueran recibidas de un modo más inteligente y comprensivo. Por
entonces, Urano en tránsito estaba pasando por Géminis y se aproximaba a
una conjunción con el Neptuno natal de Mesmer y a una oposición con su
propio emplazamiento natal. Mesmer se fue de Viena amargamente
desilusionado e impregnado del sombrío sentimiento del martirio.
Por desgracia, la carrera de Mesmer en París se ajustó a un guión similar
de popularidad entre sus pacientes y calumnia por parte de las sociedades
médicas. Urano continuó su tránsito en conjunción con el Neptuno natal y en
oposición con su propio emplazamiento, destacando una escisión innata entre
la visión mística y el entendimiento científico. Esta oposición parece haberse
expresado en el conflicto que Mesmer experimentó externamente. Su fama
era enorme, y sus curaciones estaban bien documentadas y eran
incontestables, pero a él la comunidad médica lo rechazaba sin contempla-
ciones. Su reacción fue volverse cada vez más extravagante y recalcitrante,
asumiendo la actitud de un genio incomprendido, una reacción nada extraña
en alguien con las configuraciones de su carta natal (particularmente la
cuadratura entre sus conjunciones Luna-Marte y Mercurio-Saturno, com-
binada con la oposición Sol-Júpiter), ya que una persona con el tipo de
intensidad e inflexibilidad que describen tales imágenes planetarias tiende a
resentirse ferozmente ante cualquier intento de recortarle su libertad de
pensamiento o de acción, en especial si esta actitud proviene de figuras de
autoridad. El emplazamiento de Saturno en la décima casa en cuadratu-
ra con Marte en la séptima ofrece una resistencia aún más feroz al poder, que
el nativo experimenta como algo que le es impuesto desde fuera. Sin
embargo, en 1778, el pueblo de París adoraba a sus excéntricos. Después de
todo, estaban en la era de la Ilustración, y sólo faltaban tres años para el
descubrimiento de Urano. Los dioses de la elite eran Newton y Voltai- re. El
descubrimiento del globo de aire caliente y del pararrayos dio más base a la
ferviente creencia en que la mente humana no tardaría en dominar los
poderes ocultos de la naturaleza. También se extendían las subterráneas
corrientes revolucionarias, al igual que las del ocultismo, porque París, ade-
más, estaba lleno de adivinos, nigromantes, alquimistas y magos. Esta sub-
cultura de lo oculto estaba preparada para dar la bienvenida a Mesmer. Pero
él, tironeado entre el misticismo y la ciencia, los rechazaba con desprecio,
pues se consideraba un científico y no abandonaba su determinación de llegar
a ser reconocido por su teoría del fluido universal.
Mesmer terminó por convencer a dos representantes de la Real Sociedad
Francesa de Medicina de que visitaran su clínica. Al llegar, tan conservadores
personajes se encontraron con una de las escenas más estrafalarias que jamás
hubieran presenciado. La sala de consulta, amplia y lujosamente decorada,
rebosaba de personas provenientes de todas las clases sociales: aristócratas de
peluca empolvada y chorrera de encaje se mezclaban sin ningún problema
con los pobres más desharrapados. Mesmer, un auténtico hijo de Hermes, era
por encima de todo ecléctico en la elección de sus pacientes. En el centro de
la habitación destacaba un baquet, una gran tina de agua magnetizada llena
de varillas de metal. Docenas de mujeres estaban de pie con una mano
apoyada sobre una de las varillas, algunas de ellas casi desvanecidas, otras en
diversos estados convulsivos, algunas chillando y llorando, otras con la
mirada fija e inexpresiva, en estado de trance. A algunas, los asistentes las
iban llevando a las bien acolchadas habitaciones «de crisis». Durante todo el
tiempo, se oía la música de una pequeña orquesta de cámara, y Mesmer
presidía esta neptuniana bacanal ataviado con una capa de encaje dorado y un
traje de seda púrpura, acompañando en ocasiones a los músicos con su
armónica de cristal. Todo aquello fue demasiado para los caballeros de la
Sociedad de Medicina. Y lo peor de todo era que los pacientes mejoraban.
Mientras Neptuno en tránsito llegaba al nadir* de la carta natal y for-
maba un trígono con el Sol natal, a Mesmer lo echaron de París. Pero ya
había conseguido ser el primero en establecer una escuela, la Société de

* I .l Inium ( '<K‘li o l'(nulo drl ( üclo. (N. fiel li.)


;
l’Harmonie, donde enseñaba a los médicos la ciencia (o arte) del mesmeris- mo.
Aunque su propia carrera fuera rodando rápidamente cuesta abajo, acosada por
el creciente ostracismo y repudio de sus discípulos, su escuela fue originando
otras escuelas, y el estudio y la práctica del mesmerismo se difundieron por
todas las capitales europeas. En 1815, Mesmer murió oscuramente en un
pueblecito alemán junto al Bodensee (lago Constanza). En su tránsito, Neptuno
ya había entrado en Sagitario, oponiéndose a su propio emplazamiento, y
formando una conjunción con el Urano natal, mientras Plutón en tránsito
llegaba a la mitad de Piscis hasta formar una cuadratura en T con la oposición
natal Neptuno-Plutón de Mesmer. Quizás eso le dio ocasión de descubrir por fin
la verdad sobre el fluido universal.
Pero en el momento de su muerte, el mesmerismo estaba firmemente
establecido en los que durante el siglo siguiente se convertirían en los dos
grandes centros europeos de la investigación psiquiátrica: la escuela de Nancy y
la de la Salpetriére de París.
La teoría de Mesmer del «magnetismo animal» siguió pareciendo suma-
mente cuestionable a ojos de la comunidad médica, pero algunos discípulos de
Mesmer llevaron el trabajo de éste mucho más lejos de lo que él jamás se había
atrevido, porque ellos no tenían nada personal que defender ante la comunidad
científica. El más importante de estos investigadores fue el marqués Armand
Jacques Chastenet de Puységur. Este bonachón aristócrata francés magnetizó a
un joven pastor que, a diferencia de los refinadísimos histéricos parisienses,
jamás había oído hablar de la crisis que se suponía había de ocurrir durante el
estado de trance. El muchacho, llamado Víctor, se sumió calladamente en un
trance muy profundo, es decir, sus sentidos parecían seguir en estado de alerta,
incluso hiperalerta, pero en realidad se encontraba en un profundo estado
hipnótico durante el cual obedecía dócilmente las sugerencias verbales que se le
hacían, y al salir de él era incapaz de recordar lo que había dicho durante el
trance. De Puységur se dio cuenta de que las crisis y las convulsiones eran
innecesarias; no eran más que parte del magnífico espectáculo jupiteriano de
Mesmer, con su exhibición de rayos y truenos, y los pacientes, muy
sugestionables, le proporcionaban amablemente y sin la menor coacción las
manifestaciones que él deseaba. De Puységur entendió también que el estado de
trance por sugestión y la compenetración entre el mesmerizador y el sujeto
eran, de hecho, los factores responsables de la curación. Este caso fue la primera
observación crítica de un sujeto hipnótico. De Puységur había descubierto
simultáneamente la hipnosis y el papel que tenía en ella la sugestión, aunque
este nombre tuvo que esperar a que James Braid lo incluyera en su
nomenclatura, casi medio siglo más tarde.
Tras un breve período de popularidad pública a finales del siglo XVIII, el
magnetismo animal aparentemente desapareció, a no ser por el silencioso
trabajo que continuó en las escuelas de Nancy y la Salpetriére, pero tuvo un
extraño vástago: el mesmerismo llegó a ser identificado con el movimiento
espiritualista que empezó a surgir en Estados Unidos durante la década de 1840
(coincidiendo con el momento del descubrimiento del planeta Neptuno). El país
entero no tardó en contagiarse de un gran anhelo de contacto con el mundo
espiritual. Los grupos, folletos, periódicos y congresos espiritualistas
proliferaban. A comienzos de 1852, esta ola neptuniana atravesó el Atlántico, y
en menos de un año había inundado toda Europa. Las sesiones de espiritismo
eran sumamente neptunianas, y requerían de quie- nens participaban en ellas
un estado de participarían mystique, fenómenos físicos como mesas que se
movían solas, ruidos extraordinarios y manifestaciones de fluido o
«ectoplasmas» eran de rigueur. Se consideraba el trance como un estado
mediúmnico por mediación del cual las entidades desencarnadas podían
comunicarse. Aunque la epidemia fue cediendo poco a poco, muchos grupos
espiritualistas se mantuvieron activos, y aún hoy siguen estándolo. Sea lo que
sea lo que se piense de él, este mundo neptuniano, apenas tenuemente
iluminado por la luz de la razón, y que exploraremos más a fondo en el capítulo
7, proporcionó un material inapreciable a los investigadores de la psique
humana, que siguieron construyendo silenciosamente un edificio de
comprensión de la dinámica del inconsciente. Más entrado ya el siglo XIX,
Bernheim, un médico de la escuela de Nancy, siguió profundizando el trabajo
iniciado por De Puységur sobre el trance hipnótico profundo a la luz de las
investigaciones, más recientes, de James Braid sobre el hipnotismo. Bernheim
promulgó una teoría de la sugestión en relación con los pacientes histéricos a
quienes ponía en trance. Al mismo tiempo, Charcot, uno de los grandes
innovadores de la investigación psiquiátrica, formuló, en el hospital parisiense
de la Salpetriére, su propia teoría de la relación entre histeria e hipnotismo.
Sobre la base de esta investigación intensiva de algunos de los pasillos más
esquivos y misteriosos del sufrimiento humano, terminaron por hacer su
aparición Sigmund Freud y C. G. Jung. Las puertas del inconsciente se abrieron
de par en par; y amaneció la era de la psicología profunda y de la psiquiatría
dinámica.
¿Qué es la histeria y qué es la hipnosis? Al principio, puede parecer más
fácil responder a la primera de estas cuestiones que a la segunda, ya que en la
mayoría de los textos de psiquiatría tenemos definiciones aparentemente
sensatas. Pero tanto la histeria como la hipnosis son peces resbaladizos a la hora
de atraparlos, y al final, ambas se escapan a una explicación racional.
Empezaremos por la histeria, que tiene un pedigrí más antiguo, y que es la
enfermedad neptuniana par excellence. Sin embargo, ni siquiera llamarla
«enfermedad» es realmente apropiado. Aunque se la suele considerar como una
enfermedad o un «trastorno de la personalidad», la histeria es una propiedad de
la psique humana en general, y existe en mayor o menor grado en todos, al igual
que Neptuno. Un Neptuno enloquecido y fuera de control en una persona es
una criatura muy característica. Pero como cada símbolo astrológico refleja un
espectro de expresiones creativas y destructivas que emergen del mismo núcleo
arquetípico, no hay ningún planeta que sea simplemente «bueno» o «malo». Los
llamados maléficos, Marte y Saturno, pueden proteger la vida gracias a su
realismo, su fuerza y su coraje, mientras que los llamados benéficos, Venus y
Júpiter, pueden destruirla a causa de su ciega ingenuidad, su
autoengrandecimiento y su despilfarro. Cualquier planeta en exceso, que aplaste
a otros factores del horóscopo, exhibe tanto su propia y peculiar patología como
los dones que lo caracterizan. A diferencia de la rigidez paralizante y la actitud
defensiva de Saturno, o de la escalofriante disociación y fragmentación de
Urano (o de la destructividad para- noide de Plutón), los estados de
perturbación emocional vinculados con el rostro más problemático de Neptuno
expresan, con mayor o menor gravedad, un carácter cuya mejor descripción es
la de «extático». «Extasis» es una palabra proveniente de una raíz griega que
significa «estar uno junto a uno mismo» o «estar fuera de uno mismo». El
Diluvio es una imagen al alcance de la mano: el mar inunda la tierra; el yo es
poroso o sólo está parcialmente formado, y se desintegra —de buena o mala
gana— frente a los abrumadores anhelos arcaicos de fundirse con una fuente
primaria.
El éxtasis neptuniano puede expresarse como una extrema emotividad o a
través de diversos síntomas físicos característicos, de los cuales, en la actualidad,
la medicina ortodoxa sólo reconoce la condición de psicosomáticos en unos
pocos. O bien el estado de éxtasis puede ser un Edén oculto en donde la persona
se refugia, dejando que los demás esperen fuera del jardín amurallado,
desconcertados ante su expresión relajada y serena de bebé satisfecho. Estos
efectos también pueden surgir espontáneamente desde dentro, o ser inducidos
por el alcohol u otras drogas, pero su tono emocional es siempre inconfundible.
La persona ya no está contenida en los límites de una identidad diferenciada,
sino que se ha vuelto borrosa, se ha disuelto y ha desaparecido. Incluso cuando
se observa la expresión de emociones dramáticas, y al parecer auténticas, la
sensación que uno tiene no es la de un individuo que siente estas cosas, sino la
de una inundación de algo muy primario y sin conexión con ninguna identidad
coherente. El éxtasis neptuniano es a la vez el de la madre oceánica y el del
niño divino. Es una regresión al estado de felicidad prenatal, una vivencia
oceánica de la unión con la divinidad, y al mismo tiempo, una erupción de furia
primitiva ante cualquier amenaza de separación. La pérdida neptuniana de todo
límite o frontera es tanto una invasión como una evasión. La disolución de los
contornos de la identidad del yo no sólo da como resultado una gran vulnera-
bilidad ante el mundo saturnino y la consiguiente resistencia a verse arras trado
a la solitaria y abrasadora luz del día, sino que genera también una enorme
ansiedad, de modo que la persona que se siente presa de ese abrumador anhelo
intenta, sin darse cuenta, desbaratar las fronteras de los demás, incluso de los
extraños, para así alcanzar la fusión que busca. Entonces los demás responden
de un modo extrañamente ambiguo ante ese Nep- tuno enloquecido, porque
tratan de hallar una entidad coherente y definida, y fracasan: en lugar de ello se
encuentran con una cosa informe y frágil. Sin embargo, la potencia y la
influencia de ese algo informe es, en ocasiones, asombrosa, porque una persona
así puede ejercer gran poder sobre los demás, valiéndose de los medios
emocionales más sutiles. Junto con el desvalimiento del bebé, llega el poder
arquetípico de tejer hechizos de esa diosa creadora que es Maya, la hechicera.
Una de las descripciones más vividas de este «arte» se puede ver en la
película Solaris, del director ruso Andrei Tarkovsky, Aunque a primera vista es
una historia de ciencia-ficción, nos muestra un extraño planeta que tiene el
poder de devolver al individuo, como si fuera un espejo, la imagen de todos los
anhelos profundamente sepultados en su psique inconsciente, y de
manifestarlos de forma alucinatoria, para el placer inicial y el horror final de los
visitantes. El poder proteico de identificarse con la psique de otra persona, y de
«convertirse» sin esfuerzo alguno en aquello que el otro secretamente anhela, es
uno de los mayores dones artísticos y terapéuticos del temperamento
neptuniano, Pero si falta un núcleo esencial de integridad y de sinceridad con
uno mismo —y en algún nivel fundamental, esto faltará siempre si quedan
heridas inconscientes de la infancia que no han sido examinadas—, entonces el
don se convierte en un gran riesgo. La identificación con un arquetipo siempre
da poder, pero es un poder prestado, y por consiguiente una trampa, y
finalmente, en el nivel humano, puede ser muy destructiva si se ve contaminada
por la necesidad de compensar las carencias sufridas en las primeras etapas de la
vida. La identificación con Neptuno invoca la fascinación seductora y la magia
acuática de ambos personajes míticos: la madre oceánica creadora y el redentor
divino, que es su hijo. Pero en manos de una personalidad profundamente
herida y aún sin
formar, este poder de encantamiento se pone al servicio de los anhelos del
bebé, a expensas de todos los demás, por más grande que sea el don. Por esta
razón, a la personalidad histérica, tal como se la conoce en psiquiatría, se la
equipara con las formas más escandalosas de engaño, manipulación y
chantaje emocional.

La tradición griega de la histeria


El término griego «histeria» significa «matriz». Literalmente, hysterai se tra-
duce como «las últimas partes». La descripción de los problemas sociales
causados por los caprichos de este misterioso órgano aparece en Sobre las vír-
genes,2 un breve tratado hipocrático donde el autor atribuye los síntomas físicos
de la histeria (parálisis o temblor de los miembros, ceguera funcional —como la
de Maria Paradies—, sordera funcional, respiración entrecortada, dolor en el
pecho, hinchazón en la garganta, dolor en la ingle o en las piernas, desmayos,
erupciones cutáneas, trastornos digestivos, espuma en la boca y diversas
disfunciones sexuales) a la sangre menstrual que ha fluido en dirección
contraria y ha inundado los restantes órganos del cuerpo, entre ellos el cerebro.
En otros tratados hipocráticos, se dice que el propio útero se pasea por el
cuerpo, haciendo travesuras hasta que se puede conseguir que vuelva otra vez al
lugar que le corresponde. Sin embargo, y pese a su extraordinaria ignorancia de
la anatomía femenina, los médicos griegos tenían bien claro que una forma
peculiar de emotividad frágil o inestable acompañaba a estos síntomas físicos y
los distinguía de los problemas de origen orgánico. Se observaba por lo general
una fácil y a veces violenta oscilación en los esta, dos de ánimo, acompañada
por expresiones incontenibles de emoción —risa, cólera o llanto-, generalmente
inapropiadas en la situación real o sin conexión con ella. Se consideraba que era
más probable que la histeria afectase a viudas y vírgenes que a las mujeres
casadas, y en el tratamiento se incluía por lo común una «prescripción» de
matrimonio y de contacto sexual, una cura pragmática y tal vez degradante,
pero no obstante con frecuencia de una eficacia espectacular para el frustrado
anhelo neptuniano de tener alguien con quien fundirse. Los griegos se daban
perfecta cuenta de que las manifestaciones más teatrales de la histeria eran
principalmente de origen erótico, por más disfrazadas que estuvieran de fervor
religioso.

El pelo en desorden, la cabeza echada hacia atrás, los ojos desorbitados,


el cuerpo arqueado y tenso o bien retorciéndose, la inmovilidad súbita,
son todas
características que se pueden encontrar en los gráficos relatos de lo que
sucedía en el pabellón de Charcot en la Salpetriére, y también en las
ménades pintadas en los vasos áticos y en las descripciones de los rituales
haitianos de vudú contemporáneos. De hecho, es probable que estos
movimientos corporales expresen en cada caso un significado similar: la
excitación y el éxtasis sexual, el parto, el anhelo de liberarse de
restricciones y el esfuerzo por conseguir una fusión con poderosas
imágenes de la fantasía.3

Los griegos comprendían también el fenómeno de la histeria de grupo, y


Las bacantes de Eurípides sigue siendo una de las descripciones teatrales más
aterradoras de este estado colectivo. De hecho, para la mentalidad griega el
problema de la histeria era dionisíaco, independientemente de que se diera en
una persona o en un grupo. Se veía el abandono de las ménades durante los ritos
dionisíacos como una expresión de éxtasis colectivamente aprobada, simbólica y
por lo general muy creativa, y no se las consideraba como personas que tenían
un ataque de histeria. Dioniso, el dios de la fuerza vital unificadora e invisible
que está detrás de toda realidad manifiesta (lo que Mesmer llamaba «fluido
universal»), de hecho presidía el estado de éxtasis, al que sólo se consideraba
patológico cuando, por ser expresión de anhelos inexpresados e insatisfechos,
interfería en la vida personal. Dicho de otra manera, la histeria como
enfermedad era el resultado más bien de una carencia que de un exceso de
Dioniso. Porque si al dios no se le reconocía de la forma debida lo que era suyo,
él se lo tomaba de mala manera. En los estados extáticos de posesión divina, la
tensión iba subiendo gradualmente hasta el momento en que el dios se hacía
cargo de la situación y la persona dejaba de ser dueña de sí, y por lo general ya
no guardaba recuerdo alguno de lo que venía después. Es la amnesia
característica que encontramos en la gente que se ha emborrachado a fondo,
renunciando a toda pretensión de mantener el control del yo y comportándose
de manera claramente dionisíaca, y que a la mañana siguiente dice que no
recuerda nada. El individuo no reconoce su propio comportamiento, tal como
sucede después de un trance hipnótico profundo. Durante cierto tiempo, otra
cosa —que tanto puede ser el alcohol como el dios o el inconsciente (o los tres)
— se hace cargo de la situación. Es una especie de pequeño Diluvio: las aguas
arrasan la Tierra hasta limpiarla, y la vida puede volver a empezar, libre de los
pecados del pasado, incluso de los que la persona pueda haber cometido
mientras se encontraba en el estado extático. Este mismo olvido, tan conve-
niente, se produce en la personalidad histérica después de alguno de los
estallidos de emoción más espectaculares.
Las ménades Locas de Las bacantes empiezan siendo amas de casa y madres
obedientes sometidas al gobierno del rey Penteo, más bien demasiado
saturnino, y, por decirlo sin exagerar, se sienten intensamente frustradas por la
vida que llevan. Pero por mediación del éxtasis del dios, se ponen en contacto
con una fuerza vital universal y andrógina, y entonces se rebelan, se apropian
de Las funciones y los poderes masculinos, abandonan sus telares y a sus hijos,
empuñan las armas y derrotan a los hombres. De esa manera, despedazando
animales jóvenes y blandiendo el tirso (un falo gigante ligeramente disfrazado)
expresan su furia hacia los hijos que las tienen esclavizadas. Penteo, el
gobernante sumamente racional, pero también muy estúpido, en cuyo reino se
produce la sublevación, las amenaza con capturarlas y ponerlas de nuevo a
trabajar en sus tareas domésticas. Como resultado, literalmente pierde la cabeza,
y Freud lo interpretó como una pérdida simultánea del pene y de la cordura. La
furia soterrada bajo las manipulaciones emocionales de la histeria es castradora
y vengativa. Penteo lleva la separación hasta tal extremo que paga un precio
terrible por ella. Al parecer, los griegos, como Charcot y los investigadores que
lo siguieron, veían en la histeria el estado par excellence de una continua
represión a gran escala, no de ningún deseo sexual adulto por una determinada
persona, sino del ilimitado anhelo erótico del bebé de fundirse con su fuente
divina.

Tiresias: Esta es la divinidad a quien tú ridiculizas; no hay palabras para describir la


magnitud que alcanzará su poder en toda la Hélade. [..,] Él inventó el líquido de la
uva y se lo dio a los mortales. Cuando han bebido su cupo de este líquido, se les
quita la pena. Les da sueño y les hace olvidar los pesares cotidianos. No hay mejor
medicina para los problemas. Las libaciones que hacemos son el dios mismo que
asegura nuestra paz con los dioses, de modo que por mediación de él la humanidad
puede obtener bendiciones. [.,.] Es un dios profético, y no es pequeño el don de
profecía que tienen aquellos a quienes, como si estuvieran poseídos, su espíritu
llena. Cada vez que el dios entra en el cuerpo con su plena fuerza, toma posesión de
los hombres y les hace predecir el futuro. [...] Escúchame, Penteo. No supongas que
la mera fuerza influye sobre los hombres. Que tu imaginación enferma no crea que
eres sabio. Da al dios la bienvenida al país, vierte las libaciones, cíñete la cabeza y
diviértete.4

Según Aristóteles, hay tres formas de locura: el éxtasis (o locura erótica), la


manía y la melancolía. En el primero podemos reconocer al histérico. Es
interesante que esta forma de locura vaya asociada en la mente griega con los
poderes psíquicos, como Tiresias le dice a Penteo en la obra teatral. Sea hombre
o mujer, el loco puede ver visiones y profetizar, como la pitonisa del oráculo de
Apolo en Delfos. Estamos en un terreno reconocido como neptuniano. En el
pensamiento griego, el estado de éxtasis se hallaba estrechamente conectado
con la imaginación y con el don de la visualización. El mundo oceánico de la
fantasía y los sueños irrumpe a través de las fronteras de los sentidos, y la
distinción entre lo que es real y lo que es imaginario se derrumba. La locura de
Neptuno reside en la incapacidad de llegar a un compromiso entre lo racional y
lo irracional, o dicho de otra manera, entre el dominio de la madre oceánica y el
pequeño trozo de tierra al que llamamos el yo individual, que depende de las
funciones de Saturno para sobrevivir, En la histeria, la creatividad poética —es
decir, el poder de infundir en la experiencia humana individual el proteico
mundo subacuático de imágenes y sentimientos universales y unificadores—, se
desliza hacia peligrosas deformaciones de la realidad.

El hombre que no se permite esta suspensión de su facultad de poner a prueba la


realidad no puede disfrutar del teatro, y la persona que se la permite de un modo
demasiado completo está loca. [...] Bien puede ser [...] que Dioniso sea un dios de la
ilusión y que, como tal, esté sumamente dotado para ser el dios del teatro. 5

El teatro griego, como las fiestas dionisíacas, era una vivencia neptuniana
aprobada por la colectividad. Pero mientras que los ritos dionisíacos servían
principalmente a las necesidades de las mujeres, oprimidas, frustradas y des-
valorizadas, el teatro era para todo el mundo. El teatro griego estaba consagrado
a Dioniso, y los actores eran sus servidores. Las máscaras que llevaban
proclamaban el carácter arquetípico de sus papeles, porque la vivencia dioni-
síaca pretendía ser universal, y no personal. Su principal objetivo era la ai tur-
sis, una unificación psíquica colectiva semejante a la misa, que vinculaba a los
actores, el público y la deidad en una profunda comunicación emocional de
piedad por la suerte de la humanidad y la reverencia ante los dioses. Ahora
hablamos de catarsis para referirnos a cualquier descarga de emociones repri-
midas que sirva para purificar y renovar. Es la «crisis» de Mesmer, la inundación
de la tierra por el mar. En Grecia el público no era tan correcto ni se
comportaba tan bien como nosotros ahora; entonces gemían, gritaban, lloraban,
maldecían y sufrían con los actores. Es interesante señalar que la palabra griega
para designar al actor era hypocrités, de la cual se deriva nuestro término
«hipócrita», definido como alguien que «oculta su verdadero carácter». Aquí
reconocerán fácilmente los estudiosos de la astrología una de las dimensiones
más difíciles de la naturaleza neptuniana.
Los griegos siempre situaron sus tragedias al mismo nivel que sus comedias,
y estas últimas eran invariablemente burdas, fúlicas y obscenas. También esta
era una experiencia unifícadora y formaba parte de Dioniso, que regía todo lo
que fuera abandono extático, tanto del espíritu como de los sentidos. La histeria
del teatro y la de los ritos dionisíacos eran formas de reconocimiento profundas
y complejas de un anhelo que era un don divino y que, si no se lo reconocía ni
se lo vivía, conducía a la enfermedad del cuerpo y el alma, pero que
adecuadamente canalizado aportaba una experiencia regenerativa de unión con
la fuerza vital universal. Y como en los tiempos modernos se ha puesto de moda
presentar la ópera y el teatro con áridos comentarios ideológicos según la
opinión política del director, y nuestros ritos religiosos se han convertido en
fláccidos acontecimientos sociales, no es sorprendente que hoy la histeria sea
una enfermedad que pertenece al ámbito de la psiquiatría.

La histeria en la Salpetriére
El trabajo pionero de Charcot y Janet y las primeras investigaciones de Freud y
Jung se centraron principalmente en la histeria. Como hemos visto, esta
exploración psicológica del mundo de Neptuno surgió de las teorías del
mesmerismo, que se inició en las últimas décadas del siglo XVIII, como parte del
movimiento general hacia la racionalización de los misterios de la vida que hoy
conocemos como Ilustración. Gracias a los escritos de aquellos hombres
tenemos hoy un conciso cuadro clínico de la histeria. A este conjunto de
escritos se lo ve actualmente como algo limitado y superado, debido en parte a
que los conceptos de enfermedad y normalidad son un reflejo del canon cultural
de la época. Aun así, puede proporcionarnos una visión considerablemente
profunda de las patologías neptunianas. La mayoría de los pacientes de los
pabellones de la Salpetriére eran mujeres, que presentaban síntomas somáticos
(parálisis de los miembros, ceguera, temblores incontrolables) sin causa orgánica
aparente, o bien sufrían de alucinaciones, accesos emocionales, mutismo u otras
manifestaciones histéricas características. A este grupo de problemas psi-
cosomáticos se les dio el nombre de «histeria de conversión», con el cual se
quería dar a entender que los dilemas emocionales, al estar suprimidos y ser
inaccesibles para la personalidad consciente, se «convertían» en síntomas
corporales que simbolizaban el conflicto originario. No es sorprendente que la
mayoría de estos conflictos suprimidos, cuando se los investí- gaba mediante
hipnosis, resultaran ser de naturaleza erótica y estar vinculados con figuras
parentales.
Aunque como médico Charcot creyera que la causa última o final de la
histeria residía en la constitución innata de la paciente, como estudioso del alma
jamás perdió de vista el efecto de la mente sobre el cuerpo. En una de sus
conferencias dijo lo siguiente a sus alumnos:

Intentemos reconocer, al menos en parte, el mecanismo de la producción


de parálisis histéricas traumáticas. [...] Debemos seguir un curso
aparentemente desviado y volver una vez más sobre un tema al que ya
hemos prestado atención. Me refiero a esas notables parálisis a las que se ha
denominado parálisis psíquicas, parálisis que dependen de ideas o parálisis
producidas por la imaginación. Ahora bien, obsérvese que no digo parálisis
imaginarias, porque estas parálisis motrices de origen psíquico son
objetivamente tan reales como las que dependen de una lesión orgánica; y
los pacientes las simulan, como pronto verán ustedes, mediante una serie de
características clínicas idénticas, que hacen que sea muy difícil
diagnosticarlas/

Nada podría hacer pensar más en Neptuno que la «parálisis producida por la
imaginación», ya que como nos ha venido diciendo el hinduismo desde hace
más de veinte siglos, la sustancia «demasiado sólida» del cuerpo se vuelve fluida
y maleable de acuerdo con la voluntad de la psique. En el pasaje arriba citado,
Charcot se va aproximando lentamente a lo que más adelante llegó a ser la
teoría principal de Freud sobre la causa de los problemas neuróticos: un
«complejo» muy cargado emocionalmente de recuerdos, ideas y sentimientos
asociados que, debido a su naturaleza inaceptable, han terminado por disociarse
de la conciencia y empiezan a sabotear el bienestar emocional y físico de la
persona.
Charcot continúa:

Es bien sabido que en ciertas circunstancias una idea puede producir una
parálisis, y también puede ser causa de que ésta desaparezca. [..,] En sujetos
en un estado de sueño hipnótico es posible originar, por sugestión o por
intimación, una idea o un grupo coherente de ideas asociadas que poseen al
individuo, se mantienen aisladas y se manifiestan mediante los
correspondientes fenómenos motores.

Esto ha dejado ya de ser sorprendente, debido a que nuestra información


psicológica es cada vez mayor, y nos inclinamos a recelar de las dolencias que
no muestran ninguna causa orgánica y de las personas que suelen sufrirlas.
El término «psicosomático» forma parte de nuestro lenguaje cotidiano, aunque
generalmente lo utilicemos para describir las enfermedades ajenas y no las
propias. Pero es necesario que recordemos la enorme importancia que tuvo este
descubrimiento para el mundo médico del siglo XIX, cuando el poder de la
psique sobre el cuerpo estaba sepultado en el olvido desde los tiempos del
paganismo. Freud expresó elocuentemente la gran importancia de esta
penetración psicológica en su homenaje necrológico a Charcot:

Hubo un momento en que el trabajo de Charcot se elevó por encima del nivel de su
tratamiento general de la histeria y dio un paso adelante que le aseguró para
siempre la gloria de haber sido el primero en explicar la histeria. [..,] Se le ocurrió la
idea de reproducir por medios artificiales parálisis como las que él ya antes había
diferenciado cuidadosamente de los trastornos orgánicos; con este fin, hipnotizó a
pacientes histéricos hasta sumirlos en un trance profundo. Consiguió así una
demostración impecable y con ella probó que estas parálisis eran el resultado de
ideas específicas que se adueñaban del cerebro del paciente en momentos de
especial disposición. Así se descubrió por primera vez el mecanismo de los
fenómenos histéricos.”

El histérico es, por consiguiente, una persona cuya voluntad se halla


dividida en dos; por un lado, quiere llevar una vida plenamente funcional, y por
el otro, desea seguir siendo un inválido. Para la visión nada sentimen tal de
Charcot, parecía haber una profunda terquedad que se oponía a cualquier
sugestión de liberarse de esas «ideas» inconscientes que causaban el problema,
algo así como si el hecho de estar enfermo y la condición de víctima fueran, en
última instancia, menos dolorosos para el paciente que el reconocimiento de la
verdad sobre sus propios sentimientos y el reto que significaba llevar una vida
independiente. Aquí podemos reconocer en seguida el anhelo de fusión que es
tan característico de Neptuno. El carácter evasivo del histérico, tan escurridizo
como un pez -algo que puede convertir a una persona por lo demás directa y
sincera en un bypocrités habitual tan pronto como se escarba demasiado en el
«complejo de ideas» reprimido—, es un fenómeno con el que todos los
psicoterapeutas han tropezado. Y este puede ser el caso incluso en aquellas
personas a quienes de ninguna manera se puede llamar «histéricas» según la
fórmula diagnóstica originaria. De hecho, se puede aplicar a todos nosotros
siempre que se pida a Neptuno que explique su comportamiento. Aunque en las
décadas siguientes se ampliaron las definiciones de la histeria dadas por Janet,
Breuer y Freud hasta el punto de incluir en ellas no sólo las manifestaciones
psicosomáticas sino también las puramente psicológicas, el deseo inconsciente
de seguir estando enfermo se mantuvo como un rasgo característico de la
histeria. Es una manifestación sumamente común y humana del anhelo
neptuniano de regresar a la felicidad de la fusión con la fuente, el deseo de que
un ser donador de vida, fuerte y capaz, nos cuide, nos consienta con
benevolencia, nos ame incondicionalmente y nos proteja de los terrores del
mundo «exterior».
Otra característica sorprendente de los experimentos hipnóticos de Charcot
con la histeria fue la intensidad del vínculo que se establecía entre el médico y
el paciente. Como hemos visto, Mesmer fue el primero en dar cuenta de este
apego, al que denominó «compenetración», y él creía que este estado de fusión
era necesario para que se produjera la cura. Lo que no estaba tan claro era en
qué consistía esta compenetración y cómo llegaba a establecerse. Ciertamente,
Mesmer tenía plena conciencia tanto de sus connotaciones eróticas (ya que esa
fue la razón de que se lo expulsara de Viena) como del componente de
dependencia y de disposición a dejarse llevar. Lo que Charcot descubrió fue que
la personalidad histérica (o quizá debiéramos decir simplemente la personalidad
sin formar) tendía de un modo inevitable a exagerar el apego llevándolo mucho
más allá de lo que es habitual en la relación médico-paciente, hasta el punto de
que este último se convertía casi en una extensión de la voluntad del médico.
Pierre Janet, al formular sus propias ideas sobre los descubrimientos de Charcot,
escribió:

Este apego, que se desarrolla de acuerdo con el tratamiento que los pacientes
requieren, alcanza proporciones extraordinarias si el trance profundo y la sugestión
forman parte de él. Los antiguos magnetizadores, que con frecuencia, aunque sin
saberlo, trataban a personas histéricas, ya lo habían observado y describieron
repetidas veces el fenómeno. Tal vez, en honor del heroico perío do del
magnetismo, deberíamos llamarlo «pasión magnética»...’

Si tenemos presente el estado de identificación total que se observa en las


vivencias neptunianas, podemos ver que la «pasión magnética» a que se refiere
Janet es realmente una experiencia de fusión psíquica como la del bebé con la
madre. El paciente, sin formar y sin límites, se funde con la personalidad del
médico, y con la peculiar sensibilidad de Neptuno, intuye qué es lo que se le
pide y procura ofrecerlo, incluso hasta el punto de manifestar los mismos
síntomas que el médico, conscientemente o no, espera que tenga. Esta
misteriosa capacidad para ofrecer al sanador el síntoma adecuado se produce
regularmente hoy en día en muchas formas de psicoterapia, se haya
diagnosticado o no una histeria en sentido clínico. Por eso tantos pacientes de
psicoanalistas freudianos tienen sueños rebosantes de imágenes orales, anales y
fúlicas tan significativas para el psicoanalista, mientras que el psicólogo
junguiano puede quedarse maravillado y complacido ante la frecuencia con que
sus pacientes le cuentan sueños llenos de procesos alquímicos, mandalas y
símbolos del Sí mismo. Una vez más, hemos entrado en la sala de espejos de
Neptuno.
Las razones de que Freud abandonara la hipnosis como método clínico son
de sobras conocidas. Mientras una de sus pacientes se sometía, hipnotizada, a un
tratamiento catártico, de pronto, al despertarse, lo abrazó con una considerable
intensidad erótica. Más adelante, Freud declaró que en aquel momento había
captado «el misterioso elemento que actuaba por detrás del hipnotismo», es
decir, la «pasión magnética» de los mesmeristas, a la que ahora, empleando el
lenguaje de la moderna psicología profunda, llamamos «transferencia erótica».
Pero si abandonamos la terminología clínica, se nos hará evidente que no sólo
en la consulta del psicoterapeuta se produce un movimiento tan poderoso hacia
la fusión psíquica. Sucede por todas partes, le pasa a todo el mundo, y en mayor
o menor medida está presente en todas las personas, independientemente de su
sexo. Ni siquiera es necesario que su objeto sea humano. Y el anhelo erótico
neptuniano, que es en realidad el deseo compulsivo de regresar al Edén, es
siempre la fuerza motivadora.
Actualmente tenemos múltiples etiquetas diagnósticas para describir los
diversos estados de perturbación psíquica en que pueden caer los seres
humanos. En el lenguaje psiquiátrico, la histeria se ha vuelto una etiqueta cada
vez más sospechosa, que se emplea cada vez menos, sobre todo desde que los
casos de «histeria de conversión», tan frecuentes en París y en Viena en el siglo
XIX, prácticamente han desaparecido de los pabellones psiquiátricos. Lo más
frecuente es que el trastorno de la personalidad histérica del siglo XX no
produzca síntomas físicos, aunque pueda incluir una hipocondría extrema. Los
tiempos han cambiado, los papeles morales y sexuales se han modificado, y
ahora tenemos nuevas enfermedades para satisfacer un canon cultural diferente
y las distintas expectativas de nuestros médicos. Pero tal vez el componente
histérico de la personalidad humana, incrustado en alguna parte dentro de cada
uno de nosotros, siga mostrando su notable elasticidad neptuniana y se limite
simplemente a producir nuevas variedades de éxtasis, a las que ahora llamamos
«psicosis maníaco-depresiva», «esquizofrenia», «autismo funcional»,
«personalidad epiléptica» o «trastorno alimentario». Hasta es posible que la
histeria goce de perfecta salud en aquellas enfermedades que estamos
convencidos de que son orgánicas porque tienen concomitantes fisiológicos y
porque algunas de ellas pueden matar, como las enfermedades cardíacas, el
cáncer, la mononucleosis infecciosa, la
esclerosis múltiple y esa dolencia de reciente aparición que sin duda Char- cot
habría acogido con un bufido de reconocimiento, llamado encefalomie- litis
miálgica.
En la época de Charcot, a la mayoría de los estados de locura (salvo los
que estaban directamente vinculados con causas orgánicas como las lesiones
cerebrales o la sífilis terciaria) se los incluía bajo la amplia etiqueta de histeria,
Y pese a los recientes esfuerzos por aislar un gen de la esquizofrenia, es
posible que estuvieran en lo cierto. El gran misterio que descubrieron Mes-
mer y sus seguidores fue el carácter extraordinariamente fluido y creativo de
la psique, capaz de disociarse a voluntad de lo que encuentra insoportable en
sí misma, y de reproducir su sufrimiento en un cuerpo que parece estar
totalmente a sus órdenes. Charcot no se limitaba a hipnotizar a personas
histéricas, sino que también trabajaba con pacientes de esclerosis múltiple (un
nombre que él mismo acuñó). Aunque era en primer lugar un médico clínico,
y no ignoraba las implicaciones fisiológicas de los síntomas que iban
acompañados por cambios corporales discernibles, también creía que incluso
dolencias aparentemente orgánicas como la esclerosis múltiple tenían un
componente histérico. En la actualidad, esto ofendería a muchas personas que
padecen tales enfermedades y las consideran totalmente somáticas, pero es
posible que Charcot tuviera razón.

El trance hipnótico
' Aunque su gran importancia se les escapó, uno de los rasgos más fascinantes de
la histeria que reconocieron ya los primeros seguidores de Mesmer era que la
personalidad histérica es sumamente sugestionable. Una intensa
susceptibilidad a las órdenes hipnóticas se añade al familiar abanico de los
síntomas histéricos, y esta exagerada sugestibilidad, que refleja una intensa
«compenetración» con el hipnotizador, revela una dimensión importante de
la personalidad sin límite. El vínculo entre una sugestibilidad extrema y la
histeria era especialmente interesante para Charcot, quien llegó a la conclu-
sión de que una pronunciada susceptibilidad a la hipnosis -indicada por la
capacidad de deslizarse en un profundo trance hipnótico- era idéntica a la
sugestibilidad implícita en el síntoma de «conversión» del histérico. Dicho de
otra manera, la persona histérica se autohipnotiza inconscientemente y se
sume en un estado somático determinado para evitar un conflicto interno. La
configuración especial del entorno del individuo y de sus necesidades
personales es lo que «sugiere» la naturaleza específica de la sima- ción
somática. O, dicho en términos más simples, los síntomas histéricos siempre
parecen curiosamente hechos a medida para las necesidades inconscientes del
enfermo. Por consiguiente, según Charcot, se podría considerar el trance
hipnótico como un estado patológico o enfermizo.
En la escuela de Nancy, una investigación paralela de la sugestión hipnótica
condujo a Bernheim a conclusiones diferentes. El creía que la sugestibilidad
hipnótica no era algo limitado a la personalidad histérica, sino un fenómeno
psicológico universal que en mayor o menor medida, inducido y regulado por la
sugestión, se podía producir en cualquiera. Así polarizados, Charcot y Bernheim
se enzarzaron durante un tiempo en una batalla bastante violenta por definir el
dominio de la hipnosis y su significado. Charcot admitió que a él no le
interesaba especialmente le petit hypnotism, es decir, los fenómenos hipnóticos
menores que podían producirse en quienes no tenían una fuerte predisposición
histérica. Lo que a él le interesaba era legrandhypnotisme, que era un aspecto
muy obvio de la particular patología de sus pacientes. Sin embargo, si
comparamos las investigaciones de estas dos importantes figuras del principio de
la historia de la psicología, podemos ver que probablemente los dos tengan
razón. La histeria, como reflejo de una dimensión todavía informe, plástica e
infantil de la naturaleza humana, existe en mayor o menor medida en todo el
mundo, y es probable que sea una propiedad de la psique inconsciente. Por lo
tanto, todos somos en alguna medida sugestionables a través de la puerta de
entrada simbolizada en la carta natal por Neptuno. Pero cuando la histeria
domina la personalidad, ocultando profundas heridas emocionales y sirviendo
indirectamente a necesidades instintivas reprimidas que no pueden encontrar
una canalización hacia el exterior más saludable, entonces podemos empezar a
entenderla como una patología, con la extremada sugestibilidad hipnótica que la
acompaña.
La sugestibilidad es, sin duda alguna, un atributo de toda la humanidad, aunque no
se dé en todos en la misma medida. [...] Según la opinión popular, se considera que
las mujeres son en general más sugestionables y más susceptibles a la hipnosis que
los hombres. Pero la literatura médica se muestra casi unánime en el rechazo de esta
idea. [...] Toda la investigación demuestra que los niños son hipnotizables casi en un
ciento por ciento, desde el momento en que
son capaces de entender y obedecer las instrucciones necesarias hasta los cator- ^ 10
ce anos.

La última frase de esta cita, tomada de un texto Sobre hipnotismo escrito


hace casi cuarenta años, merece que se la considere con mayor profundidad.
Aunque para explicar el fenómeno de la hipnosis se ha echado mano de teorías
más recientes, como la de la «conformidad social», hoy no estamos más cerca de
entenderlo de lo que estábamos cuando se escribió el libro que acabo de citar.
Según los autores, o bien todos los niños son histéricos hasta los catorce años, o
bien reflejan un carácter natural fluido y sin límites que mengua al llegar a la
pubertad. Desde el punto de vista astrológico, los cambios psicológicos de la
pubertad vienen indicados por la primera oposición de Saturno con su
emplazamiento natal. Aquí podríamos reflexionar fructíferamente sobre los
vínculos entre la pubertad y la expulsión de la primera pareja del Jardín del
Edén como castigo por el pecado original del conocimiento carnal. Podemos
representar la pubertad con la imagen de comer el fruto prohibido, porque es
una especie de nacimiento: la aparición del sentimiento de una identidad sexual
propia y una conciencia creciente del deseo sexual.
Con este rito de pasaje aparece el conflicto con el progenitor del mismo
sexo, que ahora se convierte en un rival. El niño o la niña púber puede
reproducirse, y por lo tanto convertirse en padre o madre (o en un dios o una
diosa capaz de crear) por derecho propio. Las fantasías infantiles de fusión con
el amado dios padre o la amada diosa madre, que se han ido fijando por medio
de las heridas sufridas en la niñez, tienden a aflorar de nuevo en la pubertad de
una manera mucho más amenazadora, porque ahora el cuerpo ya es lo bastante
mayor, y está equipado sexualmente en la medida suficiente para convertir en
realidad la fantasía de un modo muy distinto. Para muchos jóvenes, los cambios
fisiológicos que acompañan al proceso son difíciles e inquietantes, y no es raro
que un adolescente sensible e imaginativo pase en este momento por una fase
de intensa religiosidad, como si pudiera evitar la escandalosa llegada de los
oscuros impulsos del cuerpo regresando al refugio que brindan los brazos y el
útero de la divini dad. Durante este proceso es también cuando la mayoría de
los anorexicos (generalmente chicas) empiezan a poner de manifiesto sus
compulsiones, que podemos considerar, en parte, como una fuga hacia un
estado anterior a la pubertad, sin menstruación y, por consiguiente, sin la
amenaza de la enemistad de la madre. En la pubertad, como en el nacimiento
físico, el anhelo de fusión se manifiesta más intensamente porque se plantean
nuevos desafíos en el mundo exterior, y es inevitable que Neptuno y el ansia de
regresar a la fuente sean más patentes. Con frecuencia, los tránsitos difíciles de
Saturno activan las fantasías neptunianas como vía de escape del dolor y el
conflicto, incluso cuando el Neptuno natal no está directamente afectado por el
tránsito. El estado de fusión con la psique de la madre es parte natural de la
niñez; en las semanas inmediatamente posteriores al nacimiento es total, y
después va disminuyendo poco a poco con los años, hasta que el cuerpo púber,
con su recién adquirida sexualidad, destruye la capacidad de identificarse con
una figura parental andrógina que es también la fons et origo divina.
La edad emocional de la personalidad histérica está en general muy por
debajo de los catorce años. Las características de la histeria son adecuadas e
inevitables en la infancia, pero sumamente perturbadoras en la edad adulta,
como dejan bien en claro las citas siguientes:

La personalidad histérica difiere por igual de la psicótica y de la neurótica.


Aunque físicamente madura, la persona sigue estando emocionalmente
estancada y se siente incapaz, pero no se aparta por completo de la realidad.
Como su inadaptación le impide afrontar de un modo adecuado la vida, sus
síntomas se convierten en una excusa que le permite una fuga parcial, ya
que tienden a atraer la atención y la simpatía que anhela y le ofrecen una
coartada para rehuir el trabajo: está demasiado enferma. Estos síntomas son
un escudo, y por lo tanto se complace en ellos. Pueden ser cualquier cosa,
como la simulación de los síntomas de una enfermedad, o bien presentarse
como ataques convulsivos, ceguera, sordera, mutismo, parálisis,
contracturas, dolores corporales, etcétera. Y si bien el engaño puede ser
deliberado, lo más frecuente es que sea inconsciente.11

En el párrafo anterior es posible detectar esa característica falta de simpatía


hacia el histérico tan familiar a los psiquiatras, psicoanalistas y psicólogos, por
no hablar de los hijos ni de los cónyuges. Esta animosidad es todavía más
evidente y está más claramente expresada en la cita siguiente:

Hay amplias diferencias en el comportamiento histérico, pero muchos de


los que padecen esta afección se quejan fuertemente de su enfermedad,
proclamando ante la familia y los amigos lo desdichados que son y jurando
que harían cualquier cosa por volver a estar bien. Sin embargo, la persona
histérica prefiere subconscientemente seguir estando enferma porque
obtiene ventajas de ello. Por eso se resiste a curarse. A diferencia del
psicótico, suele ser muy sugestionable y fácil de hipnotizar, aunque a veces
ofrezca resistencia. Sea cual sea la psicoterapia que se emplee, el histérico se
complace en su estado, de modo que la curación se vuelve difícil. Cuando
parece que hay un alivio, tiende a recaer. Cuando se elimina un síntoma,
aparece otro. Si los síntomas desaparecen por sugestión hipnótica, como
con frecuencia sucede, al día siguiente vuelven a presentarse, o son
reemplazados por otros. Aunque en ocasiones se cura, el histérico es la
desesperación de todos los profesionales.12
Nos sentimos relativamente cómodos con (o al menos no nos extrañan) las
manipulaciones y los manejos indirectos de nuestros hijos en busca de amor
incondicional y de atención absoluta, pero el mismo comportamiento en un
adulto es mucho más desagradable. Tal vez esto se deba a que, en el caso del
adulto, gira alrededor de un núcleo de intensos sentimientos agresivos y
eróticos que en el niño todavía no han llegado a constituir una carga
inconsciente tan grande, aunque también hay casos en que el comportamiento
excesivamente manipulador de un niño puede provocar en los padres, maestros
y hermanos un violento enojo. Pero podemos tolerar más y entender mejor que
un niño exija un amor total y omnímodo, porque sabemos que necesita nuestra
protección y que algún día crecerá. Cuando nos encontramos con esta avidez
desmesurada en un adulto, especialmente en nuestra pareja, la empatia
desaparece. Nos sentimos atrapados, y tenemos miedo de que esta situación
dure toda la vida. Además, es muy difícil enfrentarse al manipulador
sufrimiento del histérico sin sentirse culpable. Después de todo, nos han
educado con la precisa consigna ética de amar al prójimo, y aunque por lo
general no logremos cumplir con éxito esta tarea, nos sigue gustando vernos
como personas decentes y agradables. Además, Neptuno se asegura de que
también nosotros sintamos la necesidad de ser amados y aceptados, y de que no
nos guste ser expulsados del útero acogedor de la aprobación colectiva. Y
precisamente con este anhelo neptuniano de lograr el amor y la aceptación de
todos juegan, de forma tan desvergonzada, las propensiones neptunianas del
histérico.
El comportamiento histérico en otra persona es indiscutiblemente desa-
gradable. A nadie le gusta sentir que lo utilizan, lo manipulan y lo devoran, en
particular cuando el devorador se empeña en proclamar que en realidad está
sacrificándose y mostrándose afectuoso. Cuando vemos un personaje así en el
teatro o en el cine, siempre suscita en el público una reacción de intensa
incomodidad. Pero el enojo y en ocasiones la evidente crueldad que con tanta
frecuencia provoca en los demás el comportamiento histérico de un adulto
también puede deberse a que todos tenemos a Neptuno arrinconado en alguna
parte, y no nos gusta ver que alguien exhibe de forma tan flagrante esos anhelos
infantiles de regresar a la preexistencia que nosotros nos empeñamos tanto en
negar para así llegar a ser «adultos». La persona que menos tolerante se muestra
con tal comportamiento, por lo general tiene inconscientemente el mismo
problema. Todas las diversas tácticas de la histeria están orientadas hacia la
consecución de alguna forma de «beneficio secundario», ya se trate de conseguir
amor, atención, cuidado, afecto físico, comprensión o apoyo material, sin
ninguna contribución por parte del «enfermo». Pero igualmente se las puede
considerar como esfuerzos para obtener lo que todo ser humano quiere. El
problema es que estos esfuerzos se expresan de manera encubierta, sin
arriesgarse a la ruptura de la unidad psíquica mediante una comunicación
directa y sincera. Pedir lo que uno quiere es una función de Marte en el
horóscopo, y Marte, al igual que Saturno, es por naturaleza el polo opuesto de
Neptuno, porque representa la afirmación de los deseos individuales, y esto
significa el fin de la fusión. La tendencia neptuniana a querer lo que la otra
persona quiere es un recurso característico para mantenerse fundido con la
personalidad del otro. Si hay diferencias, podría haber conflicto, rechazo y
soledad. O aunque sólo haya diferencias, esto para Neptuno ya es bastante malo.
El neptuniano puede ponerse histérico no porque sus necesidades sean más
patológicas de lo normal; son necesidades arquetípicas y muy humanas. Verlas
como algo meramente infantil es tener una imagen errónea de un anhelo
humano fundamental. Pero es una cuestión de grado. Es frecuente que la
persona con un Neptuno fuerte sienta que no puede soportar ni siquiera un
grado mínimo de separación o de alejamiento. La angustia que le produce la
soledad es casi intolerable, porque evoca la árida tierra baldía que hay fuera de
las puertas del Edén, donde imperan el sufrimiento y la muerte. En casos extre-
mos, esto puede justificar que uno satisfaga sus necesidades por cualquier medio
que sea necesario, incluso una enfermedad que lo debilite, destruyendo no sólo
su propia libertad, sino también la de los demás.
A la hipnosis profunda se la puede considerar como un estado histérico
porque implica una fusión con el hipnotizador. El sujeto renuncia a su
autonomía y, sumisamente, abre ante el otro sus fronteras psíquicas, como hace
el bebé con la madre. Aunque hay hipnotizadores que sostienen que consiguen
la inducción hipnótica sólo con la sugestión verbal (de ahí la miríada de
grabaciones de «autoayuda» en las que una voz va salmodiando de un modo
monótono que uno se siente cada vez más soñoliento y relajado), yo he hablado
con muchos hipnotizadores sensatos que admiten libremente que experimentan
una peculiar sensación de sumergirse, junto con el sujeto, en el trance
hipnótico, y que esta sensación la tienen tanto en el nivel corporal como en el
psíquico. El hipnotizador que está en contacto con sus propios sentimientos
neptunianos tiene la vivencia directa de la fusión psíquica que se produce, hasta
el punto de llegar a compartir las reacciones somáticas del sujeto. La hipnosis es
una experiencia conjunta, y reconstruye el estado originario de la fusión entre
la madre y el bebé en las primeras semanas de vida del niño.
Es útil examinar ciertos aspectos del fenómeno de la hipnosis. En ocasiones
parece como si la personalidad dominada por Neptuno anduviera por el mundo
en un perpetuo estado de semihipnosis, aterradoramente sugestionable por
cualquier cosa que pase. El concepto de «conformidad social» no justifica
nuestra sugestibilidad como colectivo, que nos lleva a ser dolorosamente
vulnerables a la manipulación por parte de instituciones religiosas, comerciales
y políticas. La capacidad de ser susceptible a la hipnosis es, como hemos visto,
variable. En general, se requiere cierto grado de confianza en el hipnotizador,
incluso de empatia con él, además de ese misterioso atributo que es la
sugestibilidad. Los hipnotizadores coinciden generalmente en que hay ciertas
clases de personas muy difíciles de hipnotizar. El psicótico, el alcohólico y el
drogadicto pueden plantear problemas insuperables, porque el trance hipnótico
exige que se entregue al hipnotizador el control del propio yo, y en las tres
condiciones mencionadas, el yo que habría que ceder ya ha desaparecido. Pero
las personas excesivamente racionales no son menos difíciles de hipnotizar,
aunque ello se deba más bien a una actitud defensiva llevada al extremo que a la
falta de sugestibilidad. La sugestibilidad es inconsciente y puede darse en otras
situaciones vitales cuando uno menos se lo espera, como sucede con el hechizo
del enamoramiento.
La profundidad de un trance hipnótico se mide por ciertas reacciones
características. El estado «hipnoide» implica una sensación de relajación o
somnolencia, que puede ir acompañada de parpadeos. Un trance hipnótico
ligero viene indicado por una catalepsia parcial, es decir que se puede dar
instrucciones a la persona para que experimente una rigidez inusual en diversos
grupos musculares, como los de los párpados y los miembros, acompañada por
una respiración lenta y profunda y una sensación de desapego o de estar
flotando. A estas alturas empieza a darse fuertemente el estado de
«compenetración» entre hipnotizador y sujeto. En el trance intermedio, el
hipnotizador puede inducir una amnesia y una anestesia parciales, y el sujeto
aceptará como reales ilusiones táctiles, como picores, la sensación de
quemadura, o bien un sabor o un olor determinados. En el trance profundo, que
Charcot consideraba como un concomitante de la personalidad histérica, el
sujeto puede abrir los ojos, aunque las pupilas estarán dilatadas y fijas, y también
es posible conseguir una hiperagudeza en las percepciones sensoriales. En
ocasiones se producen fenómenos de clarividencia o telepatía. Incluso se puede
inducir una amnesia y una anestesia completas, y sugerencias posthipnóticas
muy extravagantes serán obedientemente seguidas. Hay algo aún más
extraordinario: se puede dar al sujeto instrucciones para que controle funciones
corporales orgánicas como el latido del corazón, la presión sanguínea y la
digestión. Se le puede provocar ampollas en la piel, y también aliviarle síntomas
físicos aparentemente imposibles de tratar, como una psoriasis de toda la vida,
lo cual implica que dichos síntomas empiezan siendo histéricos. Es posible
hacer aflorar desde las acuosas profundidades de la psique recuerdos perdidos de
todas las etapas de la vida, producir alucinaciones por sugestión e inhibir
cualquier actividad espontánea sometiéndola al absoluto control del
hipnotizador.
Cuando un hipnotizador actúa en un escenario, a muchos observadores les
resulta difícil creer que esas cosas estén sucediendo realmente, y les parece en
cierto modo más seguro suponer que a los «conejillos de Indias» escogidos entre
el público ya les han enseñado antes cómo han de seguir el guión. Pero los
fenómenos hipnóticos son auténticos y profundamente inquietantes, aunque
más no fuera porque aún no comprendemos su verdadera naturaleza ni su
dinámica. Bernheim, de la escuela de Nancy, pensaba que la hipnosis era una
forma modificada del sueño. Pero mientras que en el sueño natural la
conciencia está en suspenso total, en la hipnosis está decididamente presente,
aunque de un modo mucho más restringido. Como pasa entre un bebé y su
madre, el mundo del sujeto está colmado por la presencia y la voz del
hipnotizador. La respiración y el funcionamiento del corazón en el estado de
hipnosis, aunque un poco más lentos, son esencialmente iguales que durante la
vigilia; pero en el sueño son muy diferentes. El reflejo rotular (la sacudida
espasmódica de la pierna cuando se da un golpecitp en la rótula) también es
idéntico en la hipnosis y en el estado de vigilia; en cambio, en el sueño casi no
se obtiene respuesta a este estímulo. Visto fisiológicamente, el trance hipnótico
no es un estado de sueño,
Pierre Janet postulaba un complejo de ideas y sentimientos conectados
entre sí -vinculados por lo común con conflictos eróticos centrados en una
imagen parental- que son rigurosamente suprimidos de la conciencia y se
ocultan tras la «voluntad conflictiva» del histérico. El resultado de esto es una
especie de escisión de la personalidad, en la cual el complejo inconsciente cobra
vida propia en oposición directa a la voluntad del yo. Janet creía que la hipnosis
produce artificialmente una escisión similar de la personalidad entre sus
componentes conscientes e inconscientes, y estos últimos son los que dominan
en el trance hipnótico. Pero la disposición a dejarse escindir por medio de la
sugestión hipnótica depende de que en el sujeto exista ya algún tipo de escisión.
Janet sostenía, haciéndose eco de su maestro, Charcot, que el complejo
reprimido subyacente en las manifestaciones histéricas también subyace en la
extrema sugestibilidad característica del sujeto sumido en un trance profundo.
Dado que en todo ser humano existe algún tipo de escisión, grande o pequeña,
entre la conciencia del yo y las complicadas y a menudo conflictivas
necesidades de la psique en su totalidad, todos los seres humanos tienen alguna
susceptibilidad a la sugestión, incluyendo su propia autosugestión.
La compenetración, que tanta importancia cobra en la hipnosis, es uno de
los aspectos más misteriosos del fenómeno. Mesmer pensaba que su causa se
encontraba en la fusión de los fluidos universales del médico y el paciente. Bajo
la influencia de un poderoso tránsito de Neptuno, definió esta compenetración
como una sustancia invisible que fluía, en un movimiento de ida y vuelta, entre
dos personas, o en el interior de un grupo más grande, algo como el Espíritu
Santo. Aunque a partir de Braid los hipnotizadores han sostenido que es la
sugestión, y no la transmisión de alguna «materia» misteriosa, lo que
desencadena la hipnosis, hay dimensiones del trance hipnótico que afectan al
hipnotizador, como si éste y el sujeto se hubieran convertido en una única
entidad. Mesmer era una persona extravagante y difícil, pero no era el chiflado
que nos han pintado generaciones posteriores de psicólogos. Lo curioso sobre la
compenetración hipnótica es que el sujeto hipnotizado sólo responderá a las
sugestiones de la persona que lo hipnotizó, a menos que se le haya dado la
instrucción específica de obedecer a un tercero. Esto indica una profunda
participation mystique. Si se tratara realmente de una reacción mecánica, una
persona hipnotizada sería receptiva a las órdenes de cualquiera. También es
evidente que el sujeto desea en una medida extraordinaria complacer al
hipnotizador, y que llevará a la práctica sus instrucciones incluso si éstas son
evidentemente ridiculas, embarazosas o desagradables. Este abrumador deseo de
agradar se da incluso si en la vida normal el sujeto es una persona difícil e
intratable. También existe una intensa necesidad de «interpretar» un papel y de
fingir —de ser un hypocrités—, y así identificarse con los deseos del
hipnotizador. Esto ocurre incluso si tales deseos no han sido expresados o, lo
que es aún más extraño, aunque el propio hipnotizador no tenga conciencia de
ellos. La misma plasticidad es aplicable al histérico, que tiene un don muy nota-
ble: el de obtener, por mediación de una especie de misteriosa ósmosis, toda
clase de informaciones privadas y a menudo inconscientes sobre terceras
personas, que después usará en su desesperada búsqueda de intimidad de formas
a veces bastante perversas y crueles. Asimismo, los síntomas histéricos reflejan
esta forma de actuar, porque el histérico no sólo producirá el síntoma que le
proporcione el máximo «beneficio secundario», sino también aquel que le pida
inconscientemente su médico. Los síntomas, al igual que el largo de las faldas, se
ajustan a la moda. Una vez más, estamos nadan- tío en las aguas de la fusión
madre-bebé, con la peculiar vinculación telepática que se da en este vínculo, el
primero de todos.
Los métodos usados para la inducción hipnótica son en sí mismos fasci-
nantes de estudiar. Todos estamos familiarizados con los vistosos pases del
hipnotizador que actúa en un escenario, que tal como hacía Mesmer en los días
del magnetismo animal, nos obsequiará con un buen espectáculo, moviendo las
manos de un lado a otro por delante del rostro del sujeto de la forma más teatral
posible. En ocasiones se echa mano de una elaborada parafernalia mecánica,
como pueden ser luces intermitentes o ruedas giratorias, o cualquier cosa
brillante suspendida de una cadena. Estos recursos son útiles en un cabaret, o
con un sujeto nuevo, por la sencilla razón de que todos sabemos que son las
herramientas del hipnotizador. Los objetos son sugestiones directas de la
inevitabilidad de la hipnosis. Sin nada más que una voz tranquila y calmada se
puede inducir el trance hipnótico, si la empatia entre sujeto e hipnotizador es
suficiente. Pero las tretas profesionales del hipnotizador —el mundo artificioso
e.ilusorio de maya— no son la única esfera que debemos considerar para
entender hasta qué punto son universales los mecanismos de inducción de la
hipnosis.
Tal como ya hemos visto, el ritual es una técnica inmensamente poderosa
para inducir un estado hipnótico, tanto en el individuo como en el grupo.
Salmodiar plegarias, entregarse al ritmo obsesivo de un tambor o a los
movimientos rítmicos de la danza, son recursos que se van introduciendo e
infiltrando por debajo de las fronteras de la conciencia individual y van
abriendo gradualmente la puerta que separa la luz del día de la penumbra del
mar primordial. No menos ritualistas y dionisíacos son las luces estroboscópicas
y el persistente latido visceral de la música disco. Si podemos ampliar nuestra
imagen de la hipnosis más allá del caricaturesco sujeto soñoliento desparramado
en una silla y llegar al crepuscular abaissement du niveau mental, el «descenso
del nivel de la conciencia» que acompaña a toda clase de ritos religiosos y
desfiles políticos de todos los tiempos, podemos empezar a tener un atisbo de lo
que es Neptuno en el nivel de la masa. Todos somos susceptibles a la sugestión
del mundo de los símbolos arquetí- picos, porque ellos nos abren fisuras en la
conciencia; si se invoca este sustrato inconsciente de la psique, de buena gana
renunciamos a la autonomía individual que nos caracteriza. Y ya dentro de este
ámbito neptuniano, agitados y reavivados todos nuestros rudimentarios apetitos
y anhelo de redención, fácilmente podemos pasar del edificante drama del ritual
religioso a la terrorífica histeria masificada de la manifestación social o política
que se desmanda, y no importa si esto significa prender fuego a un gueto negro
en el sur de Estados Unidos, destrozar los escaparates de las tiendas judías en
Múnich, atacar físicamente al compañero de trabajo que se niega a unirse a la
huelga o destrozar estadios de fútbol y apalear a los espectadores que apoyan al
club contrario.
La subida del Tercer Reich no «sucedió» simplemente y de forma más o menos
accidental como resultado del maligno carisma de un solo hombre. Por el contrario,
fue algo cuidadosamente planificado y meticulosamente orquestado. Con un
sobrecogedor nivel de autoconciencia y de complejidad psicológica, el Partido Nazi
asumió la tarea de activar y manipular el impulso religioso del pueblo alemán. [...]
No sólo apelaba al intelecto, sino también al corazón, al sistema nervioso, al
inconsciente. Y para lograrlo se valía de muchas de las técnicas más antiguas de la
religión: un ceremonial elaborado, con cánticos, repeticiones rítmicas y el hechizo
de la oratoria, el color y la luz. Las célebres reuniones de Núremberg no eran
asambleas políticas como las que se realizan hoy en Occidente, sino
representaciones teatrales astutamente preparadas, del tipo que constituía, por
ejemplo, un componente importante de los festivales religiosos griegos. Todo -los
colores de los uniformes y de las banderas, el emplazamiento de los espectadores, la
hora nocturna, el uso de focos y reflectores, el sentido del momento oportuno-
estaba calculado de un modo preciso. [...] Las caras de la muchedumbre son la
imagen de una beatitud estúpida, de una estupefacción vacía y cautivada,
perfectamente intercambiables con las caras de una reunión de fanáticos religiosos. 13
Es una imagen aterradora de lo que es la hipnosis a gran escala, usada con el
más destructivo de los propósitos. Y sin embargo, cuando nos sometemos a la
liturgia profundamente conmovedora de un ritual religioso, nos estamos
ofrendando del mismo modo con la fe de un niño. Por desgracia, no siempre
somos lo bastante hábiles para distinguir lo que es sagrado de lo que es impío y a
veces atroz. El mundo de la publicidad comercial se vale de técnicas hipnóticas
para bombardear al espectador con un torrente de imá genes evocadoras
sumamente simbólicas, que pulsan en cada uno de lioso tros el botón del
paraíso, para así persuadirnos de que tal o cual producto o un determinado
candidato político nos proporcionará salud, belleza, amor y una felicidad sin
límites. Por supuesto, el intento de rechazar la invasión de este mundo de
evocadores símbolos termina por demostrarse inútil, y aunque no lo fuera,
parece como si necesitáramos contar, en algún ámbito de nuestra vida, con un
lugar donde se nos permita la expresión del anhelo dio- nisíaco. Es en verdad
necesario tomarse muy en serio el relato griego de Punteo y las ménades,
porque si excluimos de la vida la necesidad de fusión, esa exclusión genera
enfermedad y locura, y nos arroja violentamente a una insufrible tierra baldía.
Entender que la hipnosis y la histeria son aspectos de la vida, que todos somos
sugestionables y que con la racionalidad sola no se puede garantizar la eficacia
de las fronteras personales, podría ayudarnos a encontrar un lugar donde
podamos dar expresión creativa a Neptuno, sin por eso dejar de mantener esa
individualidad tan duramente ganada que es lo único que de verdad puede
protegernos de la infección del demagogo. El propio Hitler es quien nos dice
dónde somos más vulnerables:
En un mitin de masas [...] queda eliminado el pensamiento. Y como este es el estado
mental que necesito, porque me asegura la mejor caja de resonancia para mis
discursos, ordeno a todos que vayan a los mítines, donde se vuelven parte de la
masa, les guste o no, tanto los «intelectuales» y burgueses como los trabajadores. Yo
me mezclo con el pueblo, y sólo hablo con ellos como masa. 14
La sugestibilidad, un atributo neptuniano, es una parte inevitable y
necesaria de la condición humana, porque no sólo refleja nuestras escisiones y
divisiones psíquicas, sino también el grado de nuestra apertura a los demás y de
nuestra necesidad de pertenencia a una unidad vital más amplia. Pero de igual
modo podemos entender que es un componente capaz de resultar literalmente
letal para nosotros, como individuos y como grupo. Los complementos de la
sugestibilidad, es decir, los rasgos de carácter que pueden equilibrarla de
manera constructiva y no represiva, son la conciencia, los valores y la
autosuficiencia individuales. La sugestibilidad del adulto puede ser creativa e
inspiradora; la del niño es necesaria e inevitable. Pero la sugestibilidad del niño
que pretende ser adulto no augura nada bueno, porque más o menos cualquier
cosa puede parecerle un redentor.
Astrológicamente, los atributos de la identidad individual en que se apoya
la vida vienen indicados sobre todo por las funciones del Sol, Marte y Saturno,
que son los planetas «egoístas», los que reclaman la autorrealiza- ción, la
autoafirmación y la autopreservación. Neptuno es congénitamente incapaz de
decir «yo», con lo cual toca la nota que a Hitler tanto le gustaba encontrar en
sus mítines. Una de las armas más importantes contra la autonomía consiste en
esgrimir con ánimo de manipular la palabra «egoísta», sin que importe que sea
una madre quien se la diga a un hijo que expresa sus ideas y sentimientos de
independencia, el enamorado a una pareja que tiene otras preocupaciones en la
vida, o un líder político a los opositores que se han atrevido a estimular la
confianza de la gente en sí misma. Las acusaciones de egoísmo provocan miedo
y culpa en el corazón del niño que las recibe, y estas emociones pueden
perdurar en la edad adulta y generar un sentimiento de pecado con respecto a
cualquier impulso que refuerce la solidez y el valor de la propia individualidad.
Y, tal como nos dice el Gran Dictador, ese es el estado mental que él exige.
5
El Neptuno psicoanalítico

Los histéricos padecen principalmente de recuerdos.


SlGMUND FREUD

A finales del siglo XIX, el creciente cuerpo de investigación médica y psi-


quiátrica había establecido importantes vínculos entre los estados de suges-
tibilidad extrema y la propensión a la histeria. De ello había surgido la ima-
gen de una estructura de la personalidad según la cual en la psique existen
«reductos» subdesarrollados independientes de la conciencia. Tales «reductos»
contienen sentimientos y recuerdos inaceptables para el yo consciente, pero
que, por mediación de diversos síntomas físicos y emocionales que expresan
el conflicto de forma simbólica, ejercen una verdadera tiranía sobre la vida
del individuo. En este conflicto se puede percibir el choque entre las
compulsiones «pecaminosas» y la necesidad de expiación tan característica de
Neptuno, aunque en el trabajo psicoanalítico se ponga más bien el acento en
los factores personales y patológicos que en la naturaleza arque- típica y
teleológica de las dificultades emocionales. Estas teorías sobre la histeria
formaron la piedra angular de lo que más adelante llegaría a ser la teoría
psicoanalítica clásica. El núcleo de las imágenes míticas que ya hemos
estudiado nos ofrece tanto el paisaje interior del complejo como un atisbo de
su significado más general.
En la raíz de esta forma peculiarmente neptuniana de sufrimiento se
encuentran sentimientos y fantasías que se han mantenido en un estado
infantil. Mientras que el cuerpo crece y el intelecto se desarrolla, persiste un
estado emocional de una fusión beatífica, tanto erótica como mística, con una
deidad paren tal que es toda amor y protección. En el mundo del bebé, la
dimensión
5
!(»■>
sensual es tan dominante como la vivencia psíquica de la unidad, porque en
esta etapa de la existencia el cuerpo y los sentimientos son indistinguibles.
Tanto por razones ambientales como constitucionales, el niño que se va
convirtiendo en adulto no puede —o no quiere— afrontar las necesarias
experiencias de separación psicológica que constituyen un puente entre el
mundo arquetípico del Edén y el mundo humano de las relaciones y la
encarnación en el cuerpo. El yo, es decir, el centro de la personalidad
individual, no llega a cuajar del todo, y, de forma periódica o permanente, el
dominio arquetípico de las deidades del mar invade la vida ordinaria, a veces
de manera muy destructiva. Entonces, las puertas del Edén no se abren a una
vida fertilizada por un sentimiento de unidad y de significado, sino que
simplemente no se abren, y el núcleo de la individualidad queda aprisionado
tras las murallas del Jardín del Paraíso.
Y mientras el resto de la personalidad madura a su alrededor, este secreto
Edén interior, con su árbol de la inmortalidad y sus aguas que lo nutren
eternamente, sigue siendo una influencia que tiene un peso enorme sobre
muchas de las opciones y acciones del individuo, por más que vistas desde
fuera parezcan libres. Sin embargo, como se trata de una unión incestuosa,
conlleva siempre un hondo sentimiento de pecado. Cuando el individuo se
siente amenazado por los desafíos del mundo exterior, el terror y la rabia se
manifiestan mediante síntomas que tratan de manipular al entorno y
conseguir que retire la amenaza sin dejar de castigar el pecado. Esta es la
dinámica de lo que los primeros psicoanalistas llamaban histeria, y es también
la dinámica de un Neptuno descontrolado. Desde el punto de vista
astrológico, un Neptuno poderoso, en conjunción con un ángulo o bien
formando aspectos mayores con otros puntos importantes de la carta natal,
como el Sol o la Luna, describe una propensión innata a permanecer
muchísimo tiempo en el Edén. Que esto sea «bueno» o «malo» depende de si
uno es capaz de expresar también el resto del horóscopo. Las aguas del Paraíso
pueden fertilizar dones extraordinariamente creativos y generar una elevada
sensibilidad ante el sufrimiento humano. No todos aquellos que tienen un
Neptuno fuerte son histéricos, a menos que ampliemos la definición de
histeria para incluir todas las tácticas de manipulación psicológica orientadas
hacia la fusión. Son rasgos que se dan en todos los seres humanos, y que
forman la base tanto del arte y de la religión como de la sintomatología
histérica.

Breuer, Freud y los Estudios sobre la histeria


En 1888 Freud empezó a emplear la sugestión hipnótica para provocar en sus
pacientes la evocación de recuerdos reprimidos y la consiguiente liberación
emocional. Había pasado varios meses con Charcot en la Salpetriére,
observando las demostraciones que hacía el maestro de los efectos del hip-
notismo sobre los histéricos. También había visitado Nancy para aprender las
técnicas de sugestión que con tanto éxito estaban utilizando allí Lié- beault y
Bernheim, pero no llegaba a captar la verdadera base de la patología histérica.
El doctor Joseph Breuer, que era muchos años mayor que él y tenía consulta
en Viena, había curado a una joven enferma de histeria valiéndose de un
procedimiento muy nuevo (que en realidad no lo era, ya que Mesmer lo había
descubierto un siglo atrás); se basaba en el supuesto de que la histeria era el
producto de un trauma psíquico olvidado por la persona. El tratamiento
consistía en hipnotizar al paciente y hacer aflorar el trauma, un proceso que
iba acompañado por la correspondiente catarsis emocional, idéntica a la
«crisis» de Mesmer, aunque los pacientes de este último la expresaban
mediante de una violenta descarga somática en lugar de hacer una
recapitulación verbal de un acontecimiento tremendamente doloroso que
tuvo lugar en la infancia y luego fue reprimido. Ambos terminaron por seguir
caminos distintos, pero la colaboración entre Freud y Breuer condujo
finalmente al primero de ellos a la elaboración del sistema compuesto de
teoría y técnica al que acabaría por dar el nombre de psicoanálisis. Aunque es
obvio que el significado de Neptuno no incluye la totalidad de la teoría
psicoanalítica, el carácter fluido, creativo, manipulador y generador de
fantasías que posteriormente Freud y Jung atribuyeron al inconsciente, nos
interesa, y mucho, en relación con nuestro tema astrológico. Ya lo hemos
encontrado una y otra vez en la mitología del agua.
En 1895, Freud y Breuer publicaron conjuntamente sus Estudios sobre la
histeria.1 Es imposible subestimar la importancia de esta obra, ya que organiza
por primera vez la teoría básica de la esencial dicotomía psíquica entre
consciente e inconsciente, así como el fenómeno de la compenetración
(actualmente llamado «transferencia» en el marco clínico, o «proyección» en
la vida cotidiana). Si bien el enfoque astrológico de Neptuno no es
exclusivamente «espiritual», se lo encara por lo general desde el ángulo
junguiano, con su concepto del oceánico inconsciente colectivo, I’ero los
primeros trabajos de Freud también son válidos, si no más apropiados, porque
nos proporcionan una manera de entender cómo se da la vivencia oceánica en
la historia personal del individuo y sus relaciones con la vida cotidiana. A
Freud no se lo considera habitualmente como un autor «espiritual». El mismo
se declaró ateo, y por ello es frecuente que se le rehuya en los círculos
astrológicos. Es más popular en los ambientes políticos, porque su
desconfianza de la religión y su visión de la sociedad como un perpetuo
campo de batalla de fuerzas antagónicas hace que a muchos marxistas sus
teorías les parezcan atractivas. La calificación de espiritual se le concede
generalmente a Jung, a quien se puede considerar de un modo más obvio
como ciudadano de la llamada Nueva Era. Pero según Freud, para describir al
impresionante genio creador del «ello» hay que llamarlo, como mínimo,
«numinoso». Hemos visto ya que la dimensión erótica de Neptuno es tan
fuerte como la mística. Se comprobará también, a partir del material del caso
que presento al final de este capítulo, que es esencial que quienes padecen de
las típicas dificultades neptunianas tengan, si quieren encontrar alguna
solución creativa a sus conflictos, cierta comprensión no sólo de la dinámica
infantil, sino también de la mítica.
El punto de vista freudiano sobre la histeria parte de la hipótesis de que el
histérico, por razones constitucionales (o, como podríamos decir nosotros,
astrológicas) es eróticamente más precoz que otros niños. Además, debido a
esta básica «emotividad» (o apertura a los estímulos sensuales y emocionales),
en estos niños el impacto de las relaciones con los padres es más fuerte,
alcanza mayor profundidad y se prolonga durante más tiempo que en los
otros. En la pubertad, cuando se inician las primeras fantasías sexuales
diferenciadas, todos los recuerdos infantiles de fusión, real o imaginaria,
afloran con gran fuerza a la superficie, acompañados por las correspondientes
sensaciones corporales, no menos intensas. Si, además, profundas heridas y
humillaciones van asociadas con los anhelos insatisfechos del niño, irán
marcando el tono de la actividad manipuladora, que más adelante se volverá
«histérica». Dado que a todos los impulsos y reacciones de tipo sexual se los
siente con tal intensidad, fuertes sentimientos de vergüenza y aversión
tienden a cristalizar alrededor de cualquier necesidad que refleje la vida
autónoma del cuerpo.
Así se va formando el complejo: una combinación de las primeras nece-
sidades eróticas incestuosas, con la humillación y la desilusión que éstas
conllevan, las fantasías compensatorias de un estado de fusión que en realidad
al niño le fue negado —incluso con malos tratos— o se interrumpió
demasiado bruscamente, y una violenta rabia por tener que abandonar tan
pronto el paraíso para pasar a una situación de soledad y privación perma-
nentes en el mundo exterior. Naturalmente, este complejo, al estar tan car-
gado de sentimientos y recuerdos eróticos, de dependencia y de agresividad,
es inaceptable para la personalidad consciente. Es el Pecado Original del
cuerpo, al que el individuo culpa inconscientemente de cada rechazo de los
padres y más tarde de los demás, y al que reprime medíante la vergüenza y la
aversión contra sí mismo. Más adelante, a veces en la pubertad y en oca-
sioncs en la edad adulta, cuando el individuo conoce a alguien que le despierta
sentimientos de amor y de atracción erótica, su reacción es un conflicto violento y
aparentemente insoluble, porque el complejo se ha reactivado con toda su abrumadora
intensidad original. El anhelo choca con el miedo, las necesidades eróticas con la
agresividad, y todo esto proporciona el marco adecuado para que aparezca una
enfermedad real o —si no hay síntomas somáticos— un comportamiento voluble e
incontrolable, encaminado inconscientemente a destruir la relación, haciendo que la
pareja se aleje y convirtiendo al individuo en una víctima.
Al principio, Freud estaba convencido de que un trauma físico real había
provocado la negación, el rechazo o la deformación de las primeras necesidades
eróticas del histérico. Suponía que los síntomas histéricos estaban siempre
simbólicamente vinculados con esa herida originaria.

La conexión [entre el trauma y el síntoma] no es tan simple. Sólo consiste


en lo que se podría llamar una relación «simbólica» entre el motivo
causante y el fenómeno patológico, una relación como la que las personas
sanas establecen en los sueños. Por ejemplo, una neuralgia puede seguir a
un dolor mental, o un vómito a un sentimiento de aversión moral.
Hemos estudiado a pacientes que suelen emplear muchísimo esta forma
de simbolización.2

En esta primera etapa, Freud supuso que el complejo contenía recuerdos de un


acontecimiento definido, como podía ser un abuso sexual paren- tai, o un rechazo
particularmente humillante.

Los recuerdos que se han convertido en determinantes de los fenómenos


histéricos persisten durante largo tiempo con una asombrosa frescura y
con toda su intensidad afectiva. [...] Estos recuerdos no están a
disposición del pacienrc. Por el contrario, son experiencias que se hallan
totalmente ausentes de su memoria cuando se encuentra en un estado
psíquico normal. [...] La escisión de la conciencia, que es tan
sorprendente en los conocidos casos clásicos bajo la forma de «conciencia
dual», está presente en un grado rudimentario en toda histeria, y [...] una
tendencia a tal disociación, y por tanto a la aparición de estados de
conciencia anormales (a todos los cuales aplicaremos el término de
«hipnoides»), es el fenómeno básico de esta neurosis.’

Finalmente, se establece de forma categórica la naturaleza de aquello que se ha


olvidado, es decir, del núcleo del complejo:
El factor sexual es, con mucho, el más importante y el que más resultados
paro- lógicos produce.'
El énfasis que se pone en que la base de las perturbaciones psicológicas
del adulto se encuentra en la sexualidad infantil es lo que el lego asocia
inmediatamente con la teoría freudiana; y muchas personas se sienten
ofendidas por el hecho de ver reducidos a algo tan primitivo sus mejores
sentimientos y aspiraciones. Esta crítica es particularmente característica de
la naturaleza neptuniana, que suele evitar toda confrontación con el ámbito
del cuerpo y la importancia de sus impulsos instintivos. Además, es frecuente
que se tome demasiado al pie de la letra el uso que hace Freud de la palabra
«sexual», como una representación de la lujuria adulta. Tal como
supuestamente dijo Jung, incluso el pene es un símbolo fálico; y el contacto
sexual no es más que una de las múltiples facetas de la experiencia erótica. Y
empleo la palabra «erótico» en vez de «sexual» por razones muy específicas.
Cuando nos ocupamos de Neptuno, no estamos tratando con el tipo de
actividad sexual física que astrológicamente cabría asociar con Marte o
Venus. Y el erotismo neptuniano tampoco es lo mismo que la pasión
plutoniana. La vivencia de la pasión indica una conciencia lo bastante
diferenciada para poder desear activamente a otra persona. Como ya hemos
visto, el anhelo neptuniano no reconoce la «alteridad» del otro. No hay «yo»
ni «no yo»; sólo hay una unidad que los abarca a ambos. El bebé no corteja el
pecho de la madre; simplemente da por sentado que está ahí, como una
extensión suya. El dios Eros, de cuyo nombre se deriva la palabra «erótico»,
no era un dios de la fornicación, sino la personificación de un gran vínculo y
un poder unificador de magnitud cósmica. Es una deidad más próxima al
«fluido universal» de Mesmer que a la lujuria y las relaciones sexuales.
Neptuno no busca el coito, sino la disolución. Pero esta fusión del yo y la
fuente no es una mera experiencia extracorporal. Es algo profunda y
absolutamente sensual, aunque concierna a la capacidad de inclusión de un
ser y no al encuentro y apareamiento de dos seres. La precocidad erótica
inherente al histérico, indicada muy sucintamente en la carta natal, está
relacionada con Neptuno, y no con Marte, Venus ni Plutón; y en el nivel
personal, en la infancia, se expresa como una necesidad abrumadora de fusión
con la figura parental. No todos los bebés necesitan lo mismo. El niño con un
fuerte componente uraniano puede rehuir un exceso de intimidad emocional
y física, y el que es muy saturnino quizá se aferre a rutinas y rituales que
simbolizan una presencia parental segura, pero que al mismo tiempo
preservan la autonomía personal. Si por lo menos parte de la necesidad
neptuniana de unidad encuentra una respuesta afectuosa en la niñez, y los
padres manejan el proceso de separación psicológica con
más suavidad que aspereza, la sintomatología histérica no es un
destino ineluctable. En cambio, podríamos esperar una intensa vida
imaginativa y una necesidad constante de íntima compañía. Estas
características no son en modo alguno patológicas, sino que
describen simplemente a un tipo de ser humano dotado de empatia,
sensible y fluido. El erotismo y la emotividad neptunianos son
diferentes de los expresados por los demás planetas, pero sin ser
menos válidos ni apropiados. Sin embargo, si durante la niñez se
combinan una naturaleza neptuniana y un ambiente de carencia
emocional y sensual, o bien áspero y manipulador, los resultados
pueden ser catastróficos.
Con el tiempo, Freud empezó a cuestionarse su teoría del trauma. Si
todos los traumas descritos primero bajo hipnosis y después por mediación de
la técnica de «asociación libre» le hubieran sucedido de verdad a la gente,
entonces casi todas las personas que él conocía habrían sufrido abusos
sexuales en algún momento de su niñez, una conclusión evidentemente
absurda, incluso en Viena. Freud estudió entonces la posibilidad de que un
trauma imaginario pudiera ser tan poderoso como uno real. Los «recuerdos»
que él había considerado como fuentes de la histeria se fueron mostrando
gradualmente más bien como fantasías simbólicas que como hechos reales.
Esas fantasías podían convertirse en realidad por medio de un acon-
tecimiento, o bien ser el reflejo de hechos psíquicos más bien que físicos,
como corrientes ocultas y no expresadas de violencia en la familia. Freud
terminó por reconocer que una fantasía puede ser tan poderosa como un
hecho físico, y que puede suscitar un sentimiento de vergüenza y de repul-
sión incluso más abrumador, ya que uno no puede culpar de ella a nadie más
que a sí mismo. Así, los sentimientos incestuosos inconscientes del padre o de

la madre, al combinarse con fantasías de naturaleza erótica en el niño, pueden


convertirse en el «recuerdo» de una unión que jamás tuvo
Hasta el día de hoy, la cuestión de la realidad de los traumas sexuales de
la infancia sigue preocupándonos. A medida que los casos de abuso sexual
infantil se van multiplicando en la prensa, nuestro enfoque ha empezado a
polarizarse de manera muy inquietante. Algunos asistentes sociales, psicote-
rapeutas y psiquiatras suponen que todas las historias de abuso sexual son
literalmente ciertas, incluso cuando la persona, hombre o mujer, ha recor-
dado «de repente» que fue objeto de abusos sexuales cuarenta años atrás, y
después de haber mostrado cierta propensión a ser parco con la verdad en
otros aspectos de la vida. Otros suponen que los recuerdos de abuso sexual
que aparecen de forma inesperada en épocas posteriores de la vida son siem-
pre fantasías que sirven a las más oscuras necesidades del paciente de com-
placer a su terapeuta, y que responden también a la intención deliberada,
aunque inconsciente, de herir o destruir a un padre o una madre que no ha
cometido mayor pecado que manifestar una insensibilidad totalmente equi-
parable a la de la mayoría de la gente. La misma polarización se observa en
nuestra actitud hacia los niños pequeños que se quejan de que se ha abusado
de ellos. O bien están mintiendo desvergonzadamente, o son demasiado
pequeños para tener esa capacidad de mentir, lo cual significa que hay que
retirarle de inmediato la custodia al progenitor acusado. El abuso sexual de los
niños es una realidad, y en mayor medida de lo que nos gustaría creer, pero es
un asunto muy complicado y no se trata sólo de un progenitor «malo» que
comete tal atrocidad en el seno de una familia feliz y que está funcionando
bien. Además, la atención que en los últimos tiempos dedica la prensa a este
problema ofrece un arma estupenda a quienes, conscientemente o no, desean
vengarse de un modo apocalíptico de un miembro de la familia que no les ha
brindado la devoción absoluta de la que se sienten merecedores. Y los abusos
sexuales durante la niñez no conducen invariablemente, ni siquiera por lo
general, a trastornos histéricos de la personalidad. Lo más frecuente es que
provoquen desconfianza, autodenigración y un terrible sentimiento de haber
sido traicionado por el otro progenitor, ya que el niño siente que debería
haber sabido lo que sucedía y haberlo protegido mejor. A veces parece, al leer
con atención los periódicos, que como colectivo, y a pesar de las
investigaciones pioneras de Freud hace ya un siglo, todavía no queremos
reconocer las complejidades del lado neptuniano del alma humana.
Aquí estamos, verdaderamente, nadando en aguas de Maya, porque la
fenomenología de la histeria, en su totalidad, va surgiendo poco a poco como
un problema psíquico autogenerado. No se puede responsabilizar de él a nin-
gún problema fisiológico, ni hay ningún suceso catastrófico de la infancia del
que se pueda decir categóricamente que lo haya creado. No es que la persona
histérica elija de un modo consciente su pauta de comportamiento, ni siquiera
que ésta sea «falsa». El dolor es real, aunque su verdadera naturaleza pueda
ocultarse en aguas más misteriosas. Es un drama que se representa totalmente
dentro del mundo interior imaginario de la persona que sufre, y ese drama es,
en el nivel más profundo, la historia de Adán y Eva. En cada detalle, la perso-
nalidad histérica se ajusta a ese antiguo relato, desde la felicidad de la unidad
originaria hasta la aparición de la serpiente, desde que la pareja come el fruto
prohibido hasta su expulsión del Paraíso, con el sufrimiento y la vergüenza
del cuerpo, ya en el otro lado de las murallas. No quisiera aventurarme tanto
como para sugerir que todas las enfermedades que afligen a los seres humanos
son de origen histérico, pero debo admitir que, con respecto a muchas de
ellas, aún sigo preguntándomelo. El extraño mundo de los fenómenos hipnó-
ticos nos enseña, de una manera maravillosamente teatral, hasta qué punto
nuestro cuerpo es sugestionable y cómo expresa, obediente y con total preci-
sión, nuestros conflictos psíquicos. Muchas de nuestras dolencias son enor-
memente manipuladoras, por su naturaleza y por el momento en que apare-
cen, y aunque debamos considerar siempre los factores fisiológicos, no
debemos olvidar nunca nuestro dolor y nuestra furia por haber sido expulsa-
dos del Edén.

La fusión y la separación
Una gran parte de los escritos psicoanalíticos posteriores a Freud está dedi-
cada a las etapas iniciales de la formación de la identidad individual. Mela-
nie Klein y D. W. Winnicott se interesaron particularmente en el tema, dado
que ambos psicoanalizaban a niños pequeños. Y no podemos comprender a
Neptuno sin entender algo del mundo imaginativo del niño que se esfuerza
por descubrir su propia realidad. Como todos hemos sido bebés, tenemos una
base para nuestra investigación. Los dilemas neptunianos siempre implican
algo que todavía no se ha formado. Por consiguiente, es necesario que
estudiemos más de cerca las etapas de desarrollo de la niñez, concentrándonos
en lo que podría «ir mal» —tanto en el entorno como en el interior del propio
niño- y dañar el delicado equilibrio entre el anhelo neptuniano y los demás
factores de la personalidad.
Entre los autores psicoanalíticos, Winnicott es uno de los más fáciles de
leer, ya que una gran cantidad de sus conferencias publicadas iban dirigidas a
padres y madres normales y corrientes, y no exclusivamente a sus colegas en
el campo terapéutico. Muchas de sus formulaciones son sumamente valiosas
para el astrólogo, que puede trabajar en una única sesión con clientes no
familiarizados con la jerga psicoanalítica y que no suelen comprometerse en
la prolongada empresa de un psicoanálisis freudiano o kleiniano de una
frecuencia de cinco días a la semana.

El lugar en el que viven los bebés es un sitio extraño, donde todavía no se ha


producido separación alguna de lo que no es yo, de modo que aún no hay un Y'O.
[...] No es que el bebé se identifique con la madre, sino que no conoce ninguna
madre ni ningún otro objeto externo a sí mismo; incluso enunciarlo de esta
manera es erróneo, porque todavía no hay un sí mismo. Se podría decir que el
bebé, en esta tempranísima etapa, no es más que un potencial. 5

Podemos identificar este «sitio extraño» como el mundo de Neptuno, el


Edén de la fusión entre la madre y el bebé. Winnicott también describe esta
primera fase de la infancia:

Para el bebé, lo primero que hay es una unidad que incluye a la madre. Si todo va
bien, llega a percibir a la madre y a todos los demás objetos viéndolos como «no
yo», de manera que ahora hay «yo» y «no yo». [...] Esta etapa de los comienzos del
YO SOY sólo puede convertirse en realidad si el bebé se va consolidando a sí mismo
en la medida en que el comportamiento de la figura materna sea suficientemente
bueno. [...] Así que, por lo que se refiere a esto, ella es al principio una ilusión
que el bebé tiene que ser capaz de rechazar y sustituirla luego por la incómoda
unidad del YO SOY que lleva implícita la pérdida de la unidad originaria en que
estaba sumido y que es lo seguro. El yo del bebé es fuerte si cuenta con el apoyo
del yo materno para fortalecerlo; de no ser así, es débil. 6

En otras palabras, sólo si la madre satisface de forma suficiente las nece-


sidades del Edén, podrá el niño ir abandonando las aguas neptunianas sin
ofrecer resistencia, y asumir tanto las cargas como las alegrías de una vida
individual.
El énfasis que pone Winnicott en el papel de la madre en la formación de
la «unidad del YO SOY» no tiene en cuenta las pautas inherentes con que todo
astrólogo se encuentra siempre que examina un horóscopo natal. Pero,
independientemente de dónde esté emplazado Neptuno y de lo difíciles que
puedan ser sus aspectos, la diferencia entre una personalidad neptuniana
capaz de arreglárselas con sus idiosincrasias y una personalidad infantil,
desvalida y sin formar, reside en buena parte en el vínculo entre madre e hijo.
Con frecuencia parece como si los contactos problemáticos de Neptuno
reflejarán el entorno, especialmente si están implicados los indicadores
maternos, es decir la Luna y la décima casa. Sin embargo, lo que en última
instancia nos dice la carta natal es la forma en que percibimos el mundo y
cómo reaccionamos ante él. Nuestras percepciones pueden ser verdaderas,
pero son selectivas, y nuestras reacciones son sumamente individuales. E
incluso con un Neptuno difícil, el desarrollo del yo es un proceso por el que
pasan todos los recién nacidos y que cada uno de ellos padece de una manera
u otra. Los emplazamientos planetarios no pueden decirnos si la personalidad
sobrevivirá o no fuera del Edén. Se limitan a describirnos líneas generales del
proceso, con qué conflictos interiores se encontrará y con qué recursos cuenta
para resolverlos. Es probable que la madre que «no es suficientemente buena»
no sea otra cosa que la desdichada portadora, muy a su pesar, de muchas
generaciones de conflictos familiares, y quizá nos veamos enfrentados no sólo
con dificultades psicológicas, sino también con problemas somáticos
heredados que se viven como un «destino», porque han formando parte de la
trama de la familia desde hace tanto tiempo que se han convertido en algo
prácticamente inevitable. Pero cuando la persona está muy dañada, y se
encuentra además bajo la compulsión negativa de Neptuno, el tipo de apoyo
que por lo general necesita recibir, por lo menos al principio, del
psicoterapeuta o asesor psicológico, es el ofrecimiento de un contenedor
«suficientemente bueno» para ayudar a una personalidad infantil y todavía sin
formar a descubrir cómo apoyarse en la vida, es decir, un arca de salvación.
Por más problemático que pueda parecer Neptuno en la carta natal, la
persona nunca está en una situación de desvalimiento irrevocable ni
condenada sin esperanza a una supuesta pauta «kármica» de sufrimiento. Uno
no puede encargar un Neptuno nuevo, bien aspectado o menos destacado, ni
tampoco hay que desearlo. Pero sí se puede trabajar con el problema de una
madre que no fue «suficientemente buena».
Esta expresión de Winnicott, «una madre suficientemente buena», ha
resultado muy positiva en los círculos terapéuticos para aligerar un nivel de
perfección imposible que se les exigía de un modo implícito a las madres. La
«madre suficientemente buena», sean cuales fueren sus fallos (y pueden ser
considerables), es capaz de proporcionar a su hijo el apoyo emocional
necesario para que llegue a desarrollar una personalidad razonablemente
integrada, que puede o no ser neptuniana. En un niño que no haya nacido
bajo la influencia de un Neptuno poderoso, los problemas familiares pueden
reflejarse en otra clase de dificultades emocionales, simbolizadas por otros
planetas. Si el niño posee la ilimitada intensidad imaginativa y cróti ca,
además de peculiarmente receptiva, tan propia de Neptuno, el hecho de que
la madre no llegue a proporcionarle un apoyo «suficientemente bueno», por
lo común tendrá como resultado uno u otro de los problemas que caracterizan
a Neptuno.
El rasgo predominante [de la madre «suficientemente buena»] puede ser su
disposición y su capacidad de desviar su interés por sí misma hacia el bebé. [...]
En la madre puede haber'dos tipos de trastornos que afecten a esta cuestión. En
un extremo se encuentra la madre cuyo interés por sí misma es demasiado
compulsivo para abandonarlo. [...] En el otro extremo está aquella que tiende a
estar siempre preocupada, en cuyo caso el bebé se conviene en su preocupación
patológica. [...] La madre patológicamente preocupada no sólo sigue
identificándose durante demasiado tiempo con su bebé, sino que además
reemplaza de repente su preocupación por el bebé por sus preocupaciones
anteriores. [...] Cuando la madre normal se repone de su preocupación por el
bebé, le proporciona una especie de destete. El primer tipo de madre enferma no
puede destetar a su hijo porque, en realidad, éste nunca la ha tenido, de manera
que hablar de destete no tiene sentido; el otro tipo de madre enferma no es capaz
de destetarlo, o tiende a hacerlo súbitamente, sin la menor consideración por la
necesidad del bebé de que le retiren el pecho de forma gradual. 7

Astrológicamente, la madre «interesada por sí misma de un modo com-


pulsivo» podría estar representada en la carta natal de su hijo por aspectos
difíciles (incluyendo la conjunción) de la Luna con Saturno, Urano o tal vez
Marte, o bien por el emplazamiento de uno u otro de estos planetas
independientes en el Medio Cielo o en la casa diez. Entonces, el niño nep-
tuniano puede tener la vivencia de la madre como una persona distante,
encerrada en sí misma, ambiciosa, explosiva, irritable, impaciente o siempre
enfadada. A veces, esto es el reflejo de una situación real, y la madre posee
fuerza, ambición, determinación y un espíritu independiente, pero no ha
encontrado el valor o la capacidad necesarios para expresar esta parte de sí
misma a la vez que asume el papel de madre. En estos casos, puede que,
debido a sus propias inseguridades, «sacrifique» sus impulsos y ambiciones
independientes. Entonces, su necesidad de libertad y autoridad permanece
inconsciente, y el niño interpreta su frustración como un rechazo. En oca-
siones, el niño tiene la vivencia de su madre como alguien aterradoramente
incoherente, que un día le demuestra amor y afecto, y al siguiente, rabia y
hostilidad. Con menos frecuencia puede suceder que la madre exprese su
naturaleza independiente a expensas de la familia, y que el niño se sienta
completamente olvidado y desatendido. Nunca podemos estar seguros de la
medida en que una madre es culpable, pero sí podemos identificar una
incompatibilidad fundamental entre las necesidades y la naturaleza de la
madre y las de su hijo neptuniano. Aunque cualquier consejero psicológico ha
de ser capaz de sentir empatia por el sufrimiento de un cliente, y también es
necesario que éste sienta compasión por sí mismo, el principal objetivo no es
vapulear a la madre, sino ayudar a la persona a aceptar su propia
individualidad en toda su complejidad. El rostro patológico de Neptuno no
suele convertirse en un problema vital importante a menos que los senti-
mientos de carencia emocional que expresa el niño se basen en algo real.
Pero la yuxtaposición de estos dos factores -el rechazo encubierto o mani-
fiesto de la madre, y la sensibilidad y dependencia del niño— es lo que pro-
voca la intensa reacción de negarse a abandonar las aguas del Paraíso.
La madre demasiado «preocupada», es decir, la que es incapaz de renun-
ciar a su fusión con el niño, puede estar representada en la carta natal de éste
por configuraciones difíciles de la Luna con Neptuno o con Plutón, o por el
emplazamiento de la Luna, Neptuno o Plutón en el Medio Cielo o en la casa
diez. A veces, esto puede indicar una madre cuya personalidad no está
formada, y que encuentra su propio significado fundiéndose con sus hijos y
viviendo a través de ellos. La vivencia que el niño tiene de una madre como
ésta es la de una mártir o víctima, siempre~deprimida. También puede sentir
que sus propios límites están constantemente amenazados, aunque de un
modo sutil, porque la madre le infunde un sentimiento de culpabilidad y de
obligación emocional hacia ella. Cualquier esfuerzo por establecer una
identidad separada provoca en ella rechazo y represalias. Vuelvo a insistir en
que nunca podemos estar seguros de que la madre sea realmente tan
manipuladora y dependiente como la percibe su hijo. En todo caso, éste
experimenta las necesidades emocionales de su madre como una exigencia de
posesión absoluta. El niño neptuniano, enfrentado con semejante dilema, no
puede soportar la soledad de la rebelión, y es probable que crezca intentando
aplacar a todo el mundo por el terror de las consecuencias de decir «no». A
veces, ambas imágenes de la madre —la de una persona acuosa y sin forma y
la de alguien que rechaza y se mantiene a distancia— se presentan juntas,
reflejadas por configuraciones como una cuadratura en T de la Luna con
Neptuno y Urano, o bien con Neptuno y Saturno. Esto indica una madre que
a veces es demasiado invasora, mientras que otras pierde bruscamente todo
interés por su hijo. Es probable que el niño neptuniano necesite un tiempo de
destete más suave y prolongado. Además, un niño con estos aspectos
conflictivos en su carta natal puede ver a su madre como una persona
emocionalmente incoherente porque él mismo lo es. Pero, tal como decía
Winnicott, la «madre suficientemente buena» sabe cómo se puede sentir el
bebé y es capaz de responder con sensibilidad a las necesidades fluctuantes de
su hijo.
Un examen más minucioso del papel de la madre en los problemas nep-
tunianos no la señala como culpable de todos los males de Neptuno. Para
muchas personas puede ser necesario que miren más allá de su idealización
protectora de los antecedentes parentales y examinen con realismo los pro-
blemas, tanto por comisión como por omisión, que han ido pasando de padres
a hijos. Pero el propio individuo, hombre o mujer, con una disposición innata
que ha reaccionado de determinadas maneras ante un historial
inevitablemente imperfecto, es en última instancia el responsable de la cura-
ción y del cambio. Todos tenemos que enfrentarnos con la herencia psíquica
y somática que nuestros padres tuvieron que encarar antes que nosotros, y
que se ha convertido en una de las fuentes de nuestro propio sufrimiento y de
nuestros bloqueos; y no sólo es compasivo, sino también realista partir de la
base de que hay poquísimos padres malos de verdad que destruyan
deliberadamente a sus hijos. Más bien son muchísimos los que, aun siendo tan
afectuosos y buenos como pueden, simplemente no llegan a tener conciencia
de los conflictos de los que sus hijos son víctimas involuntarias. Así lo
expresa, de manera tan sucinta como útil, Francés Tustin en su trabajo sobre
el autismo y las barreras autistas en adultos perturbados. Aunque debamos
considerar siempre el papel que desempeña una herencia familiar negativa en
relación con la parte más difícil del espectro neptuniano, es importante tener
en cuenta lo que ella dice:

Yo simpatizo muchísimo con estas madres [deprimidas], [...] No solía considerarse


que esta clase de depresión requiriera una hospitalización. Iba asociada con
sucesos que forman parte de las vicisitudes ordinarias de la vida, y que incidían
en un punto sensible de la madre en un momento de especial vulnerabilidad. Por
ejemplo, podía ser que la familia se hubiera mudado de casa, o que el padre
hubiera tenido que estar mucho tiempo fuera, o que la madre estuviera viviendo
en un país extranjero, como también podía tratarse de un matrimonio mixto
(desde el punto de vista racial o religioso, o desde ambos), o de la muerte de un
familiar afectivamente importante, o bien podía haber parientes que se
entremetieran, o aniversarios importantes en la época del nacimiento del niño.
En parte, las dificultades de una madre pueden provenir de que no se sienta
apoyada por el padre. (Esto puede ser una repetición de sentimientos que se
remontan a su propia infancia.) En estos casos, para ir tirando pese a su depre sión
y su falta de confianza, ella se aferrará a su hijo como si éste formara parte de su
cuerpo, y esto puede suceder tanto antes de que el nacimiento se produzca como
después. Lo que ella teme es el «agujero negro» que significará el reconocimiento
de que el niño se ha separado de ella [...].
Sin embargo, muchas madres relativamente normales se deprimen como
resultado de ciertos acontecimientos que las perturban, sin que por eso sus hijos
se vuelvan auristas. Estoy convencida de que hay algo en la naturaleza del niño
que lo predispone al autismo. Por eso me ha parecido más fructífero investigar la
contribución del niño a su propio trastorno que concentrarme en la de la madre.
Es probable que podamos hacer algo por él, mientras que no podemos cambiar la
madre que le ha tocado."
Problemas neptunianos como las enfermedades histéricas, la adicción y la
tendencia al desvalimiento y a sentirse una víctima, es probable que se
resistan tercamente a curarse mientras la persona no tenga en cuenta los
conflictos que pertenecen a la primera infancia y trabaje con ellos. Esto no
significa necesariamente un psicoanálisis hecho y derecho. Los enfoques
terapéuticos son muchos, y aunque los practicantes de diferentes escuelas
discrepen fuertemente entre sí en lo teórico y en el enfoque global, hay una
amplia variedad de perspectivas psicológicas que pueden ofrecer ayuda a largo
plazo si el terapeuta posee la sensibilidad, la integridad y el compromiso
necesarios para reconocer con empatia la realidad interior de su cliente.
Quizás el espíritu solo no pueda proporcionar la curación, aunque eso sería lo
que preferiría Neptuno; Mefistófeles siempre sale por la misma puerta por
donde entró. En el caso de Neptuno, esta puerta es el vínculo parental
originario. Por lo general, se necesita alguna clase de alianza terapéutica (se la
llame como se la llame) para que la persona pueda enfrentarse a los terrores
de la soledad, el vacío y la aniquilación, comparados con los cuales las aguas
del olvido pueden parecer muy tentadoras. Por más «culpables» que sean los
padres, al final los problemas esenciales de la fusión y la separación deben
encararse como una responsabilidad del propio individuo. El misterioso factor
de la predisposición inherente, sobre el cual la carta astral puede
proporcionar tantos datos útiles, quizá determine desde el comienzo si uno
acabará por convertirse en víctima de la dimensión patológica de Neptuno. Y
el no menos misterioso factor de la opción individual puede determinar si
seguirá siéndolo.

El bebé sólo inicia un proceso de desarrollo personal y real si tiene una madre
suficientemente buena. Si los cuidados maternales no son sufi cientemente Inte
nos, el niño se convierte en una colección de reacciones a la inmisión, y no llega
a formarse en él un verdadero yo...s

Ese yo aún sin formar, porque no ha sido emocionalmente «destetado»,


entra en la edad adulta añorando la madre que no estuvo presente en un
principio: un lugar de contención seguro en donde el germen primordial del
yo pudiera desarrollarse. Una persona así, sean cuales íueren la aptitudes que
haya cultivado de acuerdo con las otras configuraciones de la carta natal,
jamás renuncia al anhelo neptuniano de volver al Edén. La preexistencia y la
postexistencia, como hemos visto en los mitos del Paraíso, son lo mismo en la
imaginación humana. El anhelo de fusión con el «objeto originario», l.t madre
buena y omnipotente, puede experimentarse como un ansia de la muerte. El
deseo de morir de Neptuno no es violento. Es el lento y sensual deslizamiento
en la disolución que proporciona la psicosis, las drogas y el alcohol.

El comienzo [de la vida] es una soledad esencial. [...] El estado previo al de la


soledad es el de una falta de vida, y el deseo de estar muerto es, por lo común, un
deseo disfrazado de no estar todavía vivo. La vivencia del primer despertar da al
ser humano la idea de que hay un pacífico estado de «falta de vida» al que es
posible llegar mediante una regresión extrema. La mayor parte de lo que
comúnmente se dice y se siente en relación con la muerte hace referencia a ese
primer estado anterior al de estar vivo.1'
El estado de «falta de vida» que tan intensamente busca la personalidad
neptuniana no es sólo una vivencia de fusión con un sustituto de la madre, ni
una trascendencia extática de uno mismo; es un estado precorporal, libre de
los conflictos y los apetitos de los instintos. La persecución compulsiva de la
espiritualidad a expensas de la vida del cuerpo pertenece al mismo contexto
que el evidente deseo de muerte del drogadicto o el alcohólico, o que la
emotividad regresiva del histérico. Todas estas expresiones rechazan la
soledad y la autonomía del hecho de ser uno mismo, que impide el retorno al
Jardín del Paraíso. Tal como explica Winnicott:

Llega una etapa en la que el niño se ha convertido en una unidad, en alguien


capaz de sentir: YO SOY; tiene una parte interior, puede dominar sus tormentas
instintivas y también controlar las tensiones y presiones que surgen de su reali-
dad psíquica personal. El niño ya es capaz de deprimirse, y esto es un logro del
crecimiento emocional."

Una curiosa característica de la persona sometida a la compulsión de


Neptuno es que jamás parece tener una «verdadera» depresión, que es una
aceptación de nuestra oscuridad, nuestra suciedad, nuestra ambivalencia y
nuestra condición de seres separados. La personalidad neptuniana tiene muy
poca capacidad para contener la angustia, y ante un conflicto puede ser presa
del pánico y expresar ciegamente sus emociones, y suele confiar en que los
demás la salven. También es Neptuno el que habla a través de la voz de la
persona que siempre dice: «¡Pero es que no puedo evitarlo!» cuando se le
plantea el desafío de contener sus intensas necesidades emocionales. Casi
cualquier experiencia emocional es lícita, menos el proceso, obstinado y
lamentable, de refugiarse dentro de uno mismo en momentos de gran con-
fusión. Uno puede ascender al ámbito de lo cósmico o hundirse en la desin-
legración corporal y física; arrojarse en los brazos del padre o la madre, de un
hijo, un amante, la pareja, un guru o una ideología, pero siempre se esfuerza
por escapar de ese duro terreno saturnino que exige que se tome la realidad,
incluso la propia, tal como es. Neptuno puede imitar una auténtica depresión,
con abrumadores sentimientos de culpabilidad y de odio por sí mismo, y una
especie de trágica melancolía que interpreta la vida como un valle de
lágrimas; en ocasiones puede incluso mostrar la propensión a autoinfligirse
dolores terribles. Pero raras veces aceptará la sustancia saturnina que forma el
núcleo de su «yo» como una posible arca que pueda servirle para surcar las
aguas. De este modo, la persona no aprende a confiar en sí misma ni tampoco
a respetarse, porque eso depende del descubrimiento de su capacidad de ser
independiente. Por eso, con frecuencia a los demás les resulta difícil
simpatizar con el sufrimiento de Neptuno. Aunque sin duda es real, también
tiene algo de la líquida interpretación del actor, y con frecuencia carece de la
resistencia y la autenticidad del dolor de Saturno.

La persecución del sufrimiento


El sufrimiento neptuniano puede ser a la vez autoinfligido y manipulador.
Tanto si se entiende que la base de esto es una vergüenza profunda de la
fantasía del incesto como si se ve en ello el anhelo de llegar a ser digno de la
unión con la divinidad mediante la humildad nacida del dolor, es frecuente
que la persona neptuniana dé la clara impresión de estar enamorada de su
propia desdicha. Tal como declara el Otelo de Shakespeare:

No tienes tú la mitad del poder de herirme


del que tengo yo de sentirme herido.

La personalidad histérica puede valerse inconscientemente del dolor con


propósitos de manipulación, en la esperanza de atraer la simpatía y la
protección de los demás, al mismo tiempo que cumple con la obligación
interior de autocastigarse. La palabra que con más frecuencia usamos para
describir este comportamiento es masoquismo. El comportamiento maso-
quista, tanto si se expresa exclusivamente en el ámbito sexual como si cons -
tituye una pauta psicológica vital más general, pertenece al mundo de Nep-
tuno. Su núcleo reside en un centro arquetípico familiar integrado por
sentimientos de vergüenza, una necesidad de expiación mediante el sulri-
miento, una expresión indirecta de agresividad y un poderoso anhelo de
redención. Al masoquismo se lo puede considerar como una patología, pero
también como la expresión personal de una necesidad más profunda, e
inconsciente, de experimentar el sufrimiento de la condición humana. Ambas
maneras de verlo son igualmente valiosas para entender a Neptuno.
El interés clínico por el masoquismo data de los primeros días del psi-
coanálisis. En épocas anteriores de la historia, por lo general no se lo consi-
deraba como una patología; porque estaba profundamente incrustado en el
pensamiento cristiano.

Antes de que la ciencia considerase el masoquismo como una enfermedad, la


religión veía en él una curación. La Iglesia medieval consideraba el sacramento
de la Penitencia como una parte de su ministerio general para la «curación de
almas». El lenguaje de los primeros libros penitenciales cristianos es un lenguaje
médico. [...] La penitencia es un «remedio» y una «medicina para el pecado». 12
Definir el masoquismo sólo como una patología es un manera sesgada y
simplista de abordar un problema sumamente complicado. Cuando nos
enfrentamos con su complejidad lo hacemos con una especial desventaja
debido a que el masoquismo está inextricablemente enredado con la idea,
muy valorada en todo el ámbito de nuestra tradición religiosa occidental, de
que el sufrimiento es un medio de acercarse a Dios. Pero cuando la persona
busca ayuda en un astrólogo o en un psicoterapeuta porque no puede
liberarse de un ciclo de sufrimiento físico o emocional autoinfligido, entonces
tenemos el pleno derecho de hablar de patología, porque el individuo lo está
experimentando de ese modo, y se ve inmediatamente que el marco de
referencia psicoanalítico es adecuado.
La palabra «masoquismo» proviene de Leopold von Sacher-Masoch, que a
fines del siglo XIX publicó varias novelas cortas autobiográficas que lo
hicieron famoso en Alemania y Austria debido al estilo florido con que des-
cribía temas como la sumisión voluntaria a la esclavitud, la humillación
sexual, la crueldad y el abuso físico y psicológico. Aunque Krafft-Ebbing
acuñó el término para denotar formas muy específicas de conducta sexual, el
uso que hacen de él las escuelas psicoanalíticas es mucho más amplio, e
incluye el comportamiento llamado «masoquismo moral» que se describe a
continuación.

Quizá la mejor definición que se pueda dar del masoquismo moral sea la de una
pauta, que se mantiene durante toda la vida, de dificultades o fallos,
inconscientemente preparados, en múltiples áreas de funcionamiento. En nuestra
sociedad, se trata del perdedor, la persona que tiene que estar siempre
tropezando innecesariamente o incluso fracasando. [...] La gratificación
sexual subyacente, que es muy obvia en la perversión, no es visible para
el observador, ni tampoco el paciente la experimenta como tal.13

Se trata del tema característico de la tendencia neptuniana a convertirse


en una víctima, vista a través de una lente psicoanalítica. A veces (aunque no
siempre), la conexión con la sexualidad se mantiene oculta, pero la necesidad
de castigo o expiación es obvia. Implacablemente, el masoquista moral intenta
satisfacer sus rudimentarios anhelos incestuosos mediante la persecución del
dolor, la subyugación y la humillación, ya sea a manos de la autoridad o del
destino. No importa que experimentemos nosotros mismos esta compulsión o
la observemos en otra persona; siempre es una mezcla profundamente
inquietante de sufrimiento placentero, autocompasión, desvalimiento
premeditado, impotencia y cólera reprimida, que es muy difícil de soportar,
afrontar y desenmarañar.
Los principales escritos de Freud sobre el masoquismo incluyen los Tres
ensayos sobre la sexualidad, publicados en 1905, y El problema económico del
masoquismo, publicado en 1924. Sus primeras formulaciones son pesadas y
difíciles de leer. Empezó postulando la idea de un instinto agresivo o sádico
invertido, y más adelante desarrolló el concepto de un instinto innato de
autodestrucción inherente al inconsciente junto con el instinto de placer.
Freud veía el masoquismo como un reflejo de una fijación o detención del
desarrollo en un punto en el que la excitación erótica se fundía con el dolor,
la sumisión y la humillación. Al masoquismo se lo podría definir como el
hecho de encontrar placer en el dolor, y Freud llegó finalmente a la conclu-
sión de que esa fusión de placer y dolor proviene de la terrible culpa y la gran
angustia que provocan los deseos incestuosos. Por consiguiente, cualquier
experiencia de satisfacción placentera va acompañada automáticamente de la
necesidad de castigarse a uno mismo. Es una especie de expiación instantánea
que se produce en el mismo momento que el pecado, con lo cual se anticipa a
la venganza de Dios o del padre o la madre, mientras que al mismo tiempo la
persona está reclamando el fruto prohibido. Esta necesidad de expiación
instantánea no se da solamente en la esfera sexual, donde se ha violado el
tabú originario del incesto, sino que puede adherirse a cualquier cosa en la
vida que se convierta en objeto de deseo, ya sea una persona, una ambición
profesional o una vivencia interior de confianza en uno mismo y de
autoestima. La expiación compulsiva del masoquismo generado por la culpa
puede conducirnos a destruir nuestras relaciones, perpetrar nuestro propio
fracaso material, estropear nuestras entrevistas de trabajo, hacer naufragar
nuestros proyectos creativos y adoptar toda clase de comportamientos
autodestructivos y denigrantes para nosotros mismos. Puede hacer que nos
enamoremos de quienes nos rechazan, insultan y humillan, o de aquellas
personas cuyas propias necesidades de manipulación nos convierten la vida
en un infierno de frustraciones. Podemos ver con especial claridad sus huellas
en la esfera de la vida indicada por la casa donde está emplazado Neptuno en
el horóscopo natal.
Los autores psicoanalíticos posteriores siguieron discutiendo y elabo-
rando las especulaciones originales de Freud. Wilhelm Reich se interesó por
los elementos agresivos del comportamiento masoquista; creía que las per-
sonas masoquistas utilizan el sufrimiento que ellas mismas se infligen para
defenderse de las consecuencias de su rabia. Esta premisa se refleja en el
resentimiento (y no en la simpatía que cabría esperar en cambio) que provoca
en los demás el comportamiento de alguien que se convierte a sí mismo en
una víctima, ya que los demás perciben, aunque no se den cuenta de ello, que
la pasividad del masoquista oculta sentimientos mucho más próximos al odio.
La agresividad implícita en el comportamiento masoquista es, en términos
clínicos, un reflejo de la fantasía apocalíptica del día del Juicio Final, cuando
los gobernantes malvados y tiránicos del mundo serán castigados y
derrocados, y los justos y los que sufren heredarán la Tierra. Reich veía a un
futuro masoquista en la persona que en su niñez se ha visto excesivamente
frustrada y herida, pero su propia pasividad innata y su miedo a la separación,
combinados con unos padres intratables, dan como resultado defensas muy
profundas contra la posibilidad de desencadenar su agresividad. De este
modo, Reich describía de forma muy sucinta los sentimientos que provoca un
conflicto Marte-Neptuno, a menudo indicado por un aspecto difícil entre
estos dos planetas, emplazados en signos dominantes. Este conflicto interno se
vuelve aún más problemático cuando los padres no son lo «suficientemente
buenos». Una vez más nos enfrentamos con una reacción química de un
temperamento innato frente al entorno. La agresividad pasiva, tan obvia en el
tipo de comportamiento en que el sujeto se convierte a sí mismo en una
víctima, es sin embargo muy difícil de encarar, tanto en un cliente
terapéutico como en uno astrológico, porque en el momento de tal
confrontación, la persona intentará invariablemente suscitar sentimientos de
culpa en su «perseguidor», lo cual suele ser de gran eficacia, porque pulsa el
botón neptuniano del otro.
Karen Horney consideraba al masoquista como alguien que ha estable-
cido el «valor estratégico del sufrimiento» como defensa contra sus propios
sentimientos de debilidad e insignificancia y su desmedida necesidad de
aprobación y afecto. Abrumado por un insoportable sentimiento de impo-
tencia frente a un mundo que lo rechaza o lo frustra, el masoquista se
sumerge en una orgía dionisíaca de tormento que, por el hecho de ser
autoinfligido, le permite hacerse la ilusión de su propio poder y de su libre
elección. Así, el éxtasis del dolor o del fracaso repetido se convierte en una
defensa contra los sentimientos de desvalimiento total, porque parece como si
su sufrimiento se hallara bajo su propio control; se trata de un mecanismo al
que con frecuencia se ennoblece llamándolo «autosacríficio». Esto puede
parecer increíblemente perverso, pero es que en la locura neptuniana hay un
método. La descripción que hace Horney del masoquismo se pone de
manifiesto en la peculiar resistencia que esta victima de sí mismo muestra a
cualquier ayuda auténtica. Para el masoquista es importante contrarrestar los
intentos de ayudarle del psicoterapeuta y del astrólogo, porque así puede
mantener la ilusión de que él es lo bastante poderoso para rechazar a los
demás. La mayoría de quienes trabajan en psicoterapia con este tipo de
clientes han experimentado en carne propia esta resistencia, y los
psicoterapeutas con formación psicoanalítica, cuando tratan con pacientes de
esta clase, ven sus propios sentimientos de desvalimiento e impotencia como
una contratransferencia (el cliente quiere conseguir que el terapeuta sienta la
impotencia que él mismo no quiere sentir). Pero muchos astrólogos, al no
estar familiarizados con los planteamientos psicológicos, terminan
simplemente por sentirse vaciados, frustrados y socavados, y con el tiempo, si
se repite este tipo de encuentros, pueden experimentar una grave pérdida de
confianza en sí mismos. El comportamiento masoquista es una manera de
asumir la omnipotencia haciendo que los demás se sientan culpables e
impotentes, Y también es una forma de asumir el control mediana- el hecho
de hacerse más daño a uno mismo del que puedan hacerle los demás.

La esencia del masoquismo es la íntima conexión entre dolor y placer. (...1 En la


búsqueda o persecución del dolor, la incomodidad o la humillación, ya sea en el
nivel físico o en el psíquico, es donde lo desagradable se vuelve gratifican te o
placentero; pero es probable que tanto la búsqueda como el placer sean
inconscientes. En realidad, a menudo el masoquista, sin tener conciencia de lo
que hace ni de la satisfacción que obtiene de ello, sólo es consciente del sufri-
miento, que él percibe como impuesto desde fuera por el destino o por otras
personas, a quienes culpa coléricamente de su dolor. Y, sin embargo, muchas
veces es inconfundible la evidente satisfacción en la voz de la persona que sufre,
o en el brillo de sus ojos, al anunciar otro fracaso o una nueva humillación,
arrebarando la derrora de las fauces mismas de la victoria. 14
Esto sí que es patología. Aunque podamos sentir una compasión profunda
por el sufrimiento interior que reflejan tales pautas de comportamiento, sería
muy difícil idealizar estas compulsiones capaces de destruir vidas llamándolas
«desinteresadas» o «evolucionadas». Son escurridizas, manipuladoras e
indiscutiblemente sucias, aunque también muy humanas. Cuando
atravesamos el velo de esta manera tan característicamente neptuniana, de
enfrentarnos con impulsos y deseos poderosos pero inaceptables, nos
adentramos en el dominio del bebé. Es de esperar que el consejero astrológico
sea capaz de persuadir a la persona, prisionera de su tendencia a convertirse
en víctima, de que investigue algunas de las motivaciones más profundas de
tal comportamiento, de modo que pueda obtener un enfoque más directo y
creativo de los demás y de la vida. No es demasiado útil decirle a un cliente
así que sus sacrificios son «kármicamente necesarios». Que puedan o no ser
necesarios en otros niveles más sutiles es algo que está por verse; pero la
verdad no se puede descubrir por otro medio que una confrontación sincera.
Nada hay de romántico en el masoquismo cuando se lo contempla desde
un punto de vista psicoanalítico. Por eso, quizá, muchos astrólogos se
muestran renuentes a considerar esta manera de abordar a Neptuno como un
complemento importante del enfoque arquetípico, el espiritual o el pre-
dictivo. La precisa interpretación de Helen Meyers del masoquismo, que
ofrezco a continuación, no es algo que suelan incluir los textos astrológicos
sobre Neptuno, pero mi experiencia con nativos neptunianos, tanto en el
nivel psicoanalítico como en el astrológico, me ha enseñado que deberían
tenerlo en cuenta.
El dolor y el sufrimiento del masoquismo son el precio que se paga por la agre-
sividad y los deseos edípicos prohibidos e inaceptables, para así evitar el peligro
de la venganza, el perjuicio y el abandono. [,..] La agresividad se dirige hacia
friera, ya que el masoquista provoca la cólera de los demás y los invita a hacerle
daño, y con su dolor intenta provocarles sentimientos de culpabilidad. 15
Entonces, ¿todos nuestros sacrificios deben quedar invariablemente
reducidos a este núcleo nada atractivo? No sugiero que haya de ser así. Al
enfoque psicoanalítico, debido tal vez a la ausencia de un fuerte contacto Sol-
Neptuno en la carta de Freud, no le interesa la redención, y por lo tanto
puede permitirse ser sincero respecto de los seres humanos tal como son. Al
mismo tiempo, el psicoanálisis, como cualquier otra teoría psicológica, puede
por sí mismo convertirse en una forma de redención para aquellos
profesionales neptunianos que se adhieren a sus doctrinas como si éstas pro-
vinieran de una revelación divina. Por consiguiente, es probable que un freu-
diano fervoroso no sea capaz de identificar aquellas esferas de la expresión
humana que trascienden lo puramente instintivo. El sentimiento erótico
infantil podría estar expresando algo más profundo y universal. Es posible que
los conflictos edípicos constituyan la base de las pautas de comportamiento
masoquistas, pero cuando está en juego Neptuno, no es mala idea plantearse
la cuestión. En el masoquismo neptuniano hay también otras dimensiones
significativas, que por lo común, aunque no siempre, están entretejidas con la
historia personal de la familia. Sería absurdo suponer que todos los actos
espontáneos de generosidad y altruismo no son otra cosa que sublimaciones
de un secreto deseo de sufrir enraizado en el sentimiento de culpabilidad
edípico. Pero las complicadas pautas infantiles de la personalidad masoquista
se entremezclan con las más nobles aspiraciones neptunianas de tal manera
que a menudo es muy difícil desenmarañarlas. Un anhelo de sanar el
sufrimiento de la humanidad puede coincidir con un deseo de sanar tanto el
sufrimiento de la madre como el de la propia infancia.

Un trasfondo genético común [...] en el sadomasoquismo es una relación con una


madre deprimida y relativamente inaccesible; en ocasiones, de un modo
inoportuno, claramente seductora, pero la mayor parte de las veces insensible y
distante... Estas madres están resentidas por la carga que representa la respon-
sabilidad de cuidar a un niño. Desean ser ellas quienes reciban cuidados. Envidian
a su hijo por su nueva oportunidad en la vida, su autonomía, sus capacidades, su
fuerza, su juventud, su atractivo. [...] Sienten que esa autonomía no ha de ser
respetada, sino destruida, al servicio de una intensa necesidad."'

La sensibilidad neptuniana al sufrimiento de los demás es un hecho psi-


cológico, tan evidente en la niñez como en la edad adulta. En la inlancia, no
se puede percibir ese sufrimiento con objetividad; incluso a un adulto maduro
y perspicaz le resulta bastante difícil desapegarse de él lo .suficiente para
entenderlo. Un bebé no puede mirar a su madre deprimida y desilusionada y
llegar a esta conclusión; «Ah, bueno, ella también tuvo dificultades con sus
padres y tiene la misma necesidad que yo de que la abracen y la protejan, así
que es natural que me pida a mí que alivie su dolor y su soledad en vez de
responder a los míos». Visto con los ojos del niño, el mundo entero está lleno
de sufrimiento, porque al principio de la vida la madre es el mundo. No hay
otra curación que la renuncia a las propias necesidades emocionales, a fin de
lograr una apariencia de seguridad en el ambiente. Como el pequeño
neptuniano capta indicaciones no expresadas de la misma manera que un
buen actor intuye las fluctuaciones del interés de su público, este niño
emocionalmente dotado es quien más sufrirá en su contacto con una madre
demasiado necesitada. El mensaje es bastante claro: No existas
independientemente de mí, porque sin ti yo no soy nada ni tengo nada y tú
eres lo único que me salva del sufrimiento y la soledad. ¿Qué niño sensible
podría resistirse a semejante súplica? Ciertamente, los hijos de Neptuno no.
Identificarse con la madre significa identificarse también con su sufrimiento.
Una de las dimensiones más profundas del «masoquismo moral» es que la
persona no se atreve a ser feliz, porque serlo significa abandonar una unidad
originaria madre-hijo basada en el hecho de compartir la decepción y la
condición de víctimas. Cualquier logro que uno alcance en su propia vida es
un acto de separación, y es sumamente difícil separarse de algo que jamás se
ha tenido.
Así es como el niño neptuniano puede cargar con la onerosa tarea de
redimir a la madre, una actitud que quizá mantenga en la vida adulta, cuando
la identificación con el papel de víctima y salvador lleva al individuo a
intentar «salvar» a su pareja dañada o enferma. O la persona puede sentirse
atraída por profesiones de ayuda a los demás que nada tengan que ver con su
temperamento, o que la destruyan anímicamente debido a un exceso de
trabajo, frustración o a una burocracia intolerable, sólo porque se siente
impulsada a salvar a un padre o una madre que sufra y que secretamente sigue
siendo un niño pequeño. Esta es la dimensión más sombría de la necesidad
neptuniana de cura, y con frecuencia indica una madre que ha puesto sobre
los hombros del hijo el manto de redentor. No es sorprendente que sean
tantos los neptunianos en las profesiones asistenciales, ni tampoco que con
tanta frecuencia estén ellos mismos agotados y enfermos, acosados por
problemas físicos y emocionales, incapaces de poner límites y de reclamar
para sí mismos el tiempo y el dinero necesarios. La línea que separa al sanador
y su paciente desvalido y dependiente es borrosa, como lo es también la que
hay entre el hijo dependiente y desvalido y su dependiente y desvalida
madre.
Es necesario que examinemos con más cuidado la etiqueta de «espiritual»
que tan frecuentemente se le pone a esta clase de vida sacrificada, porque allí
donde encontramos el libro de oraciones encontraremos también el cochecito
de bebé. Ya sea que se la formule en el lenguaje religioso convencional o en
términos sociológicos, la combinación de altruismo e infantilismo funciona de
maneras muy complejas en la persona que se identifica con el arquetipo de la
víctima redentora. Se necesita tener cierto coraje para adoptar esta
perspectiva más profunda, porque el autosacrificio es, por lo común, algo que
el colectivo considera como el más noble de los actos.
Stuart Asch observa que ha sido institucionalizado por la Iglesia durante
muchos siglos, bajo la forma de una doctrina que predica la renuncia y el
sufrimiento en este mundo a cambio de recompensas en el otro; de esta
manera consigue, si el creyente se siente muy desdichado, mitigar la culpa y
producir una especie de gratificación narcisista al mismo tiempo.17
El problema con que aquí nos enfrentamos es el de distinguir entre una
compasión que se identifica fácilmente con el sufrimiento ajeno y reacciona
con el deseo de sanar o consolar, aunque sea a sus propias expensas, y un
masoquismo que dicta que esa respuesta tiene que ser absoluta y excluir
cualquier satisfacción o alegría personal. Lo difícil es encontrar el equilibrio,
que además es algo sumamente individual. Aquí no hay líneas directrices que
delimiten la «normalidad». Pero no se puede encontrar ninguna clase de
equilibrio si no se investiga la dimensión masoquista del autosacrí- ficio. De la
misma manera, es probable que la escuela de masoquismo sexual cuyos
instrumentos son cadenas y látigos, y a la que generalmente el colectivo no ve
como «espiritual», pueda reflejar en un nivel más profundo lo que Lyn Cowan
llama «una actitud religiosa hacia la sexualidad», es decir, un esfuerzo por
hacer descender a ésta, la más terrenal de las expresiones vitales, un destello
del mundo transpersonal de las aguas divinas. También puede indicar un
esfuerzo por expiar la agresividad física y el narcisismo inherentes en el acto
sexual, convirtíéndolo así en algo «sagrado» y aproximándolo a Dios.
El éxtasis del sufrimiento es un tema común en el cristianismo medieval.
Uno de los ejemplos más espeluznantes es el de los flagelantes, para quienes la
penitencia significaba un castigo corporal que llegaba a lo grotesco, y el dolor
era tan grande que se transformaba en un intenso placer erótico. Una
excelente, aunque horripilante, descripción de este tipo de fusión de dolor y
placer se puede ver en la película The DeviU of l.oudon [Los demonios de
Loudon], que sigue siendo uno de los mejores ejemplos que nos ofrece la
ficción de hasta qué punto puede ser borrosa la línea que sepa ra lo espiritual
de lo erótico, y el autosacrificio del masoquismo.

Los flagelantes «veían en su penitencia una imitatio Christi colectiva, dotada de


un especial valor escatológico». También el pueblo en general creía que realizaba
un acto de penitencia colectiva que haría que el mundo se dirigiera más rápido
hacia el milenario reinado de Cristo.18

Al éxtasis religioso del sufrimiento se lo suele vincular con la visión


milenarista, porque (conscientemente o no) el flagelante espera el día del
Juicio Final, cuando los malos serán castigados y a los inocentes se les con-
cederá el poder sobre el mundo. Puede que, para muchas modernas víctimas
neptunianas, el día del Juicio Final no tenga ninguna connotación espiritual
manifiesta; puede ser simplemente el día que el abogado especializado en
divorcios consigue dejar sin un duro al marido infiel, o que la empresa que te
ha dejado en la calle se declara en quiebra. Ese estado de ansiosa expectativa
escatológica se puede observar en la actitud de mártires de muchas personas
dominadas por Neptuno, a quienes se puede ver frecuentemente reuniendo
«puntos espirituales» para el día, remoto y no especificado, en que todos los
sacrificios les sean reconocidos y compensados en efectivo. Este es el espíritu
con que la madre destructiva transmite a su hijo el sentimiento de una deuda
emocional que ella puede reclamarle en cualquier momento, aunque sea a
título postumo. Esta pauta, profundamente inconsciente pero capaz de ejercer
un tremendo poder, puede ocultarse tras el impulso característico de los que
se han identificado con el papel de redentores: deben salvar el mundo sin
pérdida de tiempo, con una prisa espantosa, como si escondida en alguna
parte estuviera su madre, esperando que le paguen todos sus sacrificios y
empezando ya a impacientarse.
Sin embargo, como somos mortales y existimos en un cuerpo, nos está
vedada la vivencia espiritual de la unidad, a no ser en momentos muy fugaces.
Desde este punto de vista, el sentimiento de vergüenza que nos provoca
nuestra codicia y nuestro egoísmo es apropiado. El Edén del amor universal
no es sólo nuestra compulsión narcisista primaria, sino también nuestro ideal
más elevado, y puede arrancarnos de nuestra insignificante vida de absorción
en nosotros mismos para transportarnos a un reino de gran exaltación y
belleza. El dilema reside en el abismo existente entre nuestros ideales y
nuestra condición humana ordinaria, y en la forma en que intentamos salvar
esta brecha. El amor y el arte son dos de los canales más creativos que nos
ofrece Neptuno para tender este puente. En ambos dominios es imposible
beber realmente de las aguas del Jardín del Paraíso si nos ocultamos. Hay,
desde luego, algo de sagrado en el hecho de ofrecerse generosamente, sin
esconder ninguna etiqueta con el precio. De la misma manera, hay algo de
profano y corrupto en el sufrimiento autoinfligido con la idea de reunir
puntos para ganar el cielo. Y Neptuno es capaz de ambas cosas.

Pasar del martirio al masoquismo es también pasar de la culpa a la


vergüenza.
[...] La culpa comienza con la ley; la vergüenza comienza cuando caes en
la cuenta de que hay un Sí mismo mayor que tú. El vocabulario de la
culpa incluye términos como justo e injusto, crimen y castigo,
culpabilidad y rectificación. [...]
La vergüenza pertenece a la dimensión del alma e implica la inexistencia
de antídoto, la permanencia de la deficiencia, la imposibilidad de
rectificación. [...] Es el sentimiento de una carencia permanente, de una
insuficiencia, una incapacidad que no se puede rectificar ni corregir
mediante ninguna actividad del yo. [...] La culpa es una categoría moral y
jurídica; la vergüenza pertenece a la vivencia religiosa de la psique.15

La vergüenza que tan a menudo forma parte de la psicología de Neptuno


es un reconocimiento profundo de la imperfección del ser humano y de su
incapacidad. Se relaciona con la humildad, y no con la humillación. La
humildad es lo que hace posible la compasión y una sensación de pertenecer a
la raza humana. La humillación, que es el producto del lado más oscuro e
infantil de Neptuno, puede disfrazarse de humildad, pero generalmente el
resultado es que otra persona termine por verse humillada, tal como sugieren
las fantasías inconscientes más sádicas del benévolo y amable neptuniano.

El ideal del yo
En 1914 Freud introdujo por primera vez el concepto de «ideal del yo». Se
trata de uno de los aspectos más fundamentales de la teoría psicoanalítica, y
es también una excelente definición clínica del anhelo neptuniano. En algu-
nos textos de astrología se equipara a Neptuno con el inconsciente colectivo y
se le atribuyen, por consiguiente, poderes globales transpersonales. Pero es
importante recordar que todos los planetas, en el simbolismo astrológico,
representan impulsos psicológicos fundamentales, que aunque sean univer-
sales o arquetípicos en el sentido de que son comunes a todos, dentro del
horóscopo de un ser humano expresan una determinada orientación y un
conjunto peculiar de necesidades. Esto es válido tanto para los planetas
exteriores como para los interiores. Aunque Urano, Neptuno y Pintón sean
transpersonales en el sentido de que reflejan un estrato de la psique humana
más colectivo, vinculado con movimientos y valores de una dimensión
general y social, sin embargo actúan en el seno de una carta individual y
contribuyen al carácter complejo de la personalidad individual. La simple
equiparación de Neptuno con el inconsciente colectivo es un desacierto,
porque todos los planetas representan algo arquetípico, y por eso mismo todos
encarnan, de una manera u otra, el inconsciente colectivo. Neptuno simboliza
un anhelo de experiencias emocionales y de la imaginación, y una
predilección por ellas. Se trata de vivencias de un tipo especialmente primario
y, por consiguiente, «de otro mundo». Este ámbito de la experiencia es muy
específico, se expresa mediante sentimientos de transitoriedad y de hastío, y
también por medio de imágenes de redención y disolución. De ello resulta
una visión del mundo ni más ni menos arquetípica que la de cualquier otro
planeta.
El concepto de ideal del yo, que Freud describió por primera vez y fue
posteriormente desarrollado por Janine Chasseguet-Smirgel, puede ayudarnos
a describir a Neptuno como una dinámica particular dentro de un ser humano
individual, aunque esta dinámica, al ser colectiva, haya actuado también a
través de muchos movimientos sociales y religiosos en el transcurso de la
historia.

Incapaz de renunciar a una satisfacción que ya una vez ha experimentado, el


hombre «no está dispuesto a desprenderse de la perfección narcisista de su niñez»
e «intenta recuperar bajo la nueva forma de un ideal del yo esa perfección de la
infancia que ya no puede retener. Lo que proyecta ante sí como su ideal es el sus -
tituto del narcisismo perdido de su niñez, en la cual él era su propio ideal». M

El «narcisismo perdido» de la infancia, en que el niño es su propio ideal,


es otra manera de describir el estado de fusión entre el bebé y la madre, en el
cual el niño tiene la vivencia del poder omnipotente y dador de vida de la
madre como parte de su propio ser. Se trata del mar como matriz de Nammu
y Tiamat, en el que toda vida es eterna. Es también el Edén, donde Adán y
Eva son uno con Dios y por lo tanto participan del poder y la inmortalidad de
Dios, Las imágenes míticas de este lugar originario expresan con gran elo-
cuencia la seducción que emana de su perfección perdida. La persona que está
fuertemente influida por Neptuno es aquella que nunca abandona el estado
primario de fusión. Freud pensaba que nadie lo abandona jamás del todo, y la
astrólogía confirma su diagnóstico: todos tenemos a Neptuno oculto en algún
lugar de la carta natal. Pero mucha gente se las arregla para llegar a un
acuerdo con el ideal del yo en la medida suficiente para que la brecha
existente entre la realidad personal y la omnipotencia perdida no produzca un
tormento excesivo. Entonces, la persona puede expresar su aspiración al ideal
de maneras sumamente gratificantes y creativas.

Hacer dinero (o despreciarlo), ser dueño de una lujosa mansión suntuosa (o


jactarse de un estilo de vida bohemio), vestirse de forma divertida u original, criar
hijos guapos y agradables, practicar una religión, aficionarse a la bebida, adoptar
una determinada ideología, amar y ser amado, escribir un libro inteligente, crear
una obra de arte... Todas estas cosas representan las diferentes maneras en que
uno intenta reducir la brecha entre el yo y su ideal. Sin embargo, no es menos
cierto que, más allá y por encima de la búsqueda de estas satisfacciones en sí
mismas, el hombre está inspirado por algo más profundo, más absoluto, algo
permanente que trasciende el contenido variable, de las formas diversas y
efímeras que él da a su deseo fundamental de volver a encontrar una perfección
perdida. Estos intentos, a pesar de que no son más que etapas de un camino que
sólo conduce a la muerte, inspiran al hombre en la vida.* 1

La búsqueda de la unión con el ideal del yo se revela en todas aquellas


esferas de la vida en donde anhelamos «algo» inefable e indescriptible que ha
de aliviar nuestra soledad y asegurarnos la inmortalidad. Este puede ser un
sentimiento delicioso, y parece que somos felices pagando la entrada para ver
cualquier película que haga vibrar esa cuerda en nuestro corazón, aunque sólo
sea con relativa habilidad. El romanticismo melancólico de Neptuno nos hace
amar los nocturnos de Chopin, al ET de Spielberg, a la Narnia de C. S. Lewis,
o la desaparecida Inglaterra eduardiana de Merchant e Ivory. Estas imágenes
son a la vez profundamente enriquecedoras (aunque quizá ya no sean
adecuadas en la sociedad actual) y capaces de establecer uniones profundas
entre los seres humanos. El mismo anhelo nos motiva para crear cosas bellas
que nos vuelvan a conectar con la perfección que hemos perdido.
Si la búsqueda del ideal del yo se frustra tanto y está tan llena de sufri -
miento que la persona suprime de la conciencia todos esos anhelos, la vida
llega a no representar otra cosa que un prefacio de la muerte. Peor aún, para
alguien así todos los que son capaces de manifestar maneras creativas de
perseguir el ideal se convierten en objeto de envidia y odio. Esta es la diná-
mica de cierto tipo de enfoque intelectual de la vida, cuya meta es aplastar
todo aquello que rio sea funcional y reducir a cenizas todo sentimiento esté-
tico. Sin embargo, se da la paradoja de que cuando un individuo rechaza con
tanta obstinación el ideal, su horóscopo natal muestra inevitablemente el
mismo predominio de Neptuno.22 En lo fundamental, no hay diferencia entre
los dos; por lo común, los enemigos son secretamente idénticos en muchos
sentidos. Pero, en vez de identificarse con el mundo neptuniano en el nivel
consciente, puede ser que en cambio una persona así intente destruirlo,
porque su identificación es inconsciente y por lo tanto profundamente
amenazadora para el yo. La persona con un Neptuno dominante puede
convertirse en una víctima impotente de la vida, siempre perseguida por un
mundo que le exige un nivel imposible de resistencia y de autosuficiencia.
Pero de igual manera puede terminar siendo un burlón que se mola de todo,
un escéptico a ultranza, un virulento destructor de todo aquello que no sea
racional, alguien que denigra la fantasía romántica, o un materialista
dialéctico que anhela reducirlo todo a un funcionamiento mecánico. Por lo
general estas personas, mediante la perversa intervención del «destino»,
llevan a remolque a su padre, su madre, su pareja, un hijo o un paciente
claramente neptuniano.
Hay un elemento dentro del mundo psicoanalítico que se ha identificado
con este último. El marxismo se ha apropiado de ciertos sectores de la
comunidad psicoanalítica, produciendo una extraña variedad de dogma
religioso disfrazado de teoría psicológica y social «científica». Tal vez sea este
elemento lo que resulta tan poco atractivo para el neptuniano que se ha
dedicado a la astro- logia y otras variantes esotéricas y considera que el marco
de referencia psicoanalítico es ofensivo y destructor del alma. Sin embargo,
está claro a partir del trabajo de autores como Janine Chasseguet-Smirgel que
el hecho de comprender la dimensión infantil de la búsqueda del ideal del yo
y reconciliarse con ella no tiene por qué desvalorizar nuestra necesidad de
mantenernos conectados con lo que ya estaba ahí antes del «yo». Hay
demasiados misterios alrededor de la cuestión del ideal del yo como para
creer que se lo explica considerándolo «sólo» como la madre personal. En
primer lugar, el ideal es diferente para cada persona, incluso si se trata de
hermanos que han compartido la misma madre. Esto sugiere no sólo una
predisposición innata de la personalidad, sino también algo que trasciende a
esta última y que está más cerca de la idea junguia- na del Sí mismo; es decir,
tanto un potencial innato de compleción y realización del individuo como
una visión fundamental de la unidad de la vida.

En último término, toda vida es la realización de una totalidad, es decir, de un sí


mismo, razón por la cual a esta realización se la puede llamar también «indi -
viduación». La vida está ligada a portadores individuales que la realizan y es
simplemente inconcebible sin ellos. Pero cada portador está encargado de un
destino y una meta individuales, y sólo la realización de ambos da sentido a la
vida.23

Sin esta sensación interior del destino individual no tendría demasiado


sentido preocuparse por nada. El descubrimiento de un propósito es algo
sobrecogedor y hermoso cuando le pasa a otra persona, y en uno mismo
constituye una experiencia transformadora que renueva la vida. Quizá la
sensación de un destino individual sea la expresión más creativa de lo que el
psicoanálisis llama el ideal del yo, porque es la razón de todos nuestros
esfuerzos.

Término griego que significa «confianza». (N. delE.)


Independientemente de lo que piense el mundo sobre la vivencia religiosa, quien
la tiene posee un gran tesoro, una cosa que se ha convertido para él en una fuente
de vida, significado y belleza, y que ha dado al mundo y a la humanidad un
esplendor nuevo. Esta persona tiene pistis * y paz.24

Lo que Jung llamaba la función religiosa de la psique se relaciona ínti-


mamente con este esfuerso interior. El ideal del yo de Freud, como un
retorno a la fusión con la madre primordial, y la función religiosa de Jung,
como el sentimiento de algo diferente del yo y que es la meta de la aspiración
humana, son dos maneras diferentes de mirar lo mismo. Ambas deben ser
tenidas en cuenta, aunque con frecuencia el papel del astrólogo, como el del
psicoterapeuta, consiste en facilitar la toma de conciencia de la primera para
que así se pueda liberar la segunda.

La persecución del sufrimiento: un caso de ejemplo


La carta 5 corresponde a una dienta de mi consulta astrológica a quien lla-
maré Julie. Su desdichada historia emocional y el sufrimiento que ella misma
se infligió, y que durante muchos años pareció ser la única solución, nos
proporcionan un vivido ejemplo de la forma en que opera el rostro más
sombrío de Neptuno en la psique humana. El esfuerzo de Julie por afrontar y
solucionar sus dificultades puede enseñarnos mucho sobre cuán esquivos
llegan a ser a veces los problemas neptunianos. Sin embargo, también a ellos
—al igual que a todos los problemas humanos— se los puede integrar, cuando
no «curar», en una vida que encuentre sus recompensas en este lado de la
puerta del Jardín del Paraíso.
El ambiente en el que creció Julie, una estadounidense que residía de
forma intermitente en Inglaterra, era indudablemente privilegiado. Era la
mayor de cuatro hermanos y la única niña en una familia de considetable
riqueza y de nivel social elevado, y al principio parecía ser la bija peí leda en
un ambiente perfecto. El padre era un hombre de negocios de gran éxito, que
se retiró temprano para poder disfrutar de su pasatiempo lavo- rito: la cría de
galgos para carreras. La madre, también de buena familia, no había recibido
educación universitaria, ni jamás había trabajado para ganarse la vida, pero
era inteligente y capaz, y participaba activamente en las sociedades benéficas
de la localidad. Tras haber crecido en un ambiente idílico, estudiado en las
mejores escuelas y satisfecho todas las expectativas sociales y académicas
depositadas en ella, la primera vez que vino a
IC«*
Carta 5. Julie. No se dan los datos del nacimiento por razones de intimidad. Sistema de
casas de Plácido. Nodo verdadero. Fuente: Certificado de nacimiento.
verme, a comienzos de 1990, Julie me describió su niñez como «comple-
tamente feliz». Sus padres eran «maravillosos», su madre era «perfecta» y su
padre «brillante», y ella se llevaba «muy bien» con sus tres hermanos. Julie
sonreía siempre que tenía que responder a mis preguntas. Era atractiva,
inteligente, simpática, elegante, educada; en una palabra, encantadora.
Cuando los clientes dicen que su infancia ha sido completamente feliz y en su
carta natal aparece una configuración como la gran cruz cardinal de Julie
(situada en los ángulos e involucrando las dos casas paren- tales y la Luna
natal, con un Neptuno dominante y angular presidiéndola), se le puede
perdonar al astrólogo que tenga sus dudas. La idealización
es una de las defensas humanas más poderosas y profundamente arraigadas, y
es característica de un Neptuno herido. Para que la persona sane, tarde o
temprano habrá de enfrentarse con sus idealizaciones. Pero primero tiene que
haber un yo lo suficientemente fuerte como para poder vivir sin ellas.
Julie recurrió a la consulta astrológica porque estaba «confundida» res-
pecto de la «dirección» que debía tomar. Como contaba con el generoso apoyo
material de su familia, no necesitaba trabajar, pero quería hacer algo con su
vida. Me contó entonces que tenía todo el cuerpo —cuello, pecho, abdomen,
piernas y brazos, todo cuidadosamente oculto bajo mangas largas, un cuello
alto y una falda larga con leotardos opacos— cubierto de una erupción
terrible, que le habían diagnosticado como psoriasis.” Mientras me explicaba
aquello siguió sonriendo, como si el sufrimiento de su cuerpo no tuviera nada
que ver con ella. Había probado gran cantidad de tratamientos alternativos,
pero nada detenía el progreso de la erupción, que era insoportablemente
dolorosa y además humillante. La vergüenza que le inspiraba su cuerpo la
había llevado a rechazar cualquier tipo de intimidad física con otra persona
desde que se había iniciado la psoriasis, dos años atrás. Como era una devota
de numerosos gurus y disciplinas espirituales, tenía una vaga idea de alguna
deuda kármica proveniente de una vida anterior y que ahora estaba pagando.
No estaba dispuesta a considerar la psicoterapia como un medio de abordar
sus dificultades. Tras constatar los tránsitos que se aproximaban de Urano y
Neptuno en conjunción con su Quirón, en oposición con su Urano y
activando en su totalidad su gran cruz natal, y la aproximación mucho más
lenta de Marte progresado en cuadratura con Quirón y Urano y en
conjunción con el Descendente y la Luna en su carta natal, parecía urgente
que Julie fuera más allá de sus defensas para adentrarse en el dolor y la rabia
que interiormente debía de estar sintiendo. Era obvio que iba a presentarse
una crisis que, a lo largo de los años siguientes, podía reconstruirla o
destruirla. Pero ella no estaba prepararla para dejarse ayudar de un modo que
no fuera evitando la confrontación consigo misma.
No había pasado un año cuando Julie volvió a ponerse en contacto con-
migo. Había tenido un grave accidente de coche y se había fracturado un
fémur que no se le estaba curando bien. La psoriasis había empeorado. De
forma imprecisa me dio a entender que, de algún modo, aquello era culpa
mía. Sus padres le insistían en que volviera a casa para que ellos pudieran
cuidarla. Ella habla ido a visitarlos a Nueva York, y aunque su familia se había
comportado de un modo «maravilloso», Julie admitió que se había sentido
«claustrofóbica» y había regresado a Inglaterra con alivio. Por otro lado, se
había comprometido con un hombre a quien conocía desde hacía varios años,
y que parecía quererla con verdadera devoción. Aunque tenía un «pequeño»
problema con la bebida, en todo lo demás era «perfecto». Y como el
matrimonio y la maternidad eran proyectos que ella siempre había anhelado
concretar (hasta que se entremetió la psoriasis), había aceptado la propuesta.
Se habían conocido en el otoño de 1987, cuando Saturno en tránsito estaba en
Sagitario, en cuadratura con su conjunción natal Venus- Marte en Piscis.
Aunque no estuviera enamorada de él, Julie se sintió halagada por su evidente
amor por ella, y él hacía que se sintiese «segura». Lo había llevado al otro lado
del Atlántico para presentárselo a sus padres, y a ellos les había gustado. El
único problema era la perspectiva de que ella se instalara permanentemente
en Inglaterra, tan lejos de ellos. Su novio había regresado a Inglaterra
mientras ella se quedaba en Nueva York intentando resolver el conflicto con
sus padres.
En aquel momento, en el invierno de 1988, Plutón en tránsito en
Escorpio estaba estacionario en oposición con su Júpiter natal en la casa siete.
Como era de prever, Julie conoció a otro hombre. Por primera vez en su vida,
sintió una atracción sexual abrumadora y se convirtieron en amantes. Aunque
en ese momento Julie ya tenía treinta y cinco años, su experiencia sexual se
limitaba a su prometido, no por razones morales, sino debido a una no
reconocida aversión. Sus ideas sobre el amor no eran sólo idealistas, sino
francamente órficas. Prometió a su nuevo amante que rompería la relación
con su prometido y volvería con él. Cuando llegó a Inglaterra, se dio cuenta
de que no podría cumplir su promesa. En cambio, tuvo el primer brote de
psoriasis. Afligida y avergonzada, rompió ambas relaciones, y permaneció sola
durante dos años antes de acudir a mi consulta astrológica. Sólo tras haberse
visto sometida a considerables presiones, había consentido en casarse con su
antiguo novio, cuando él estuvo bien al tanto de su problema de piel sin que
aquello pareciera importarle.
La renuencia de Julie a hablar de su dilema emocional, que sólo emergió
en la segunda sesión, es tan reveladora como la naturaleza del dilema en sí.
Intentó ocultar el hecho de que el accidente de coche había ocurrido antes de
que transcurriera una semana desde el anuncio formal de su compromiso.
Esta lamentable «coincidencia» entre el compromiso y la lesión, que ni
siquiera la propia Julie podía pasar por alto, se produjo cuando Saturno en
tránsito estaba en conjunción con su Mercurio y en cuadratura con su
Neptuno, Quirón en tránsito estaba en cuadratura con su Saturno, y Neptuno
en tránsito iba a formar una conjunción con su Quirón natal en la casa tres.
Todas estas configuraciones en tránsito sugieren miedo, un ansia de escapar,
autoengaño y la activación de profundos sentimientos de dolor e incapacidad.
No era sorprendente que ella sintiera una gran renuencia a comprometerse.
Sin embargo, hizo el comentario de que no estaba «realmente segura de
querer casarse» mientras salía de mi despacho al final de la consulta. Yo sugerí
que un enfoque psicoterapéutico me parecía adecuado debido a su continua
confusión emocional y su indecisión. Le di el teléfono de un colega
psicoanalista y ella lo aceptó. Pasaron dos años antes de que volviera a saber
de Julie, y descubriera si había actuado según mi recomendación.
En ese momento, Urano y Neptuno estaban bien atrincherados en su
gran cruz natal, Plutón en tránsito formaba cuadratura con su propio
emplazamiento natal, y Marte progresado había llegado a su Descendente y
estaba en conjunción con su Luna. Saturno en tránsito había finalizado su
aspecto con la gran cruz y se aproximaba a una conjunción con el Sol natal en
Acuario. Julie acudió a su tercera cita conmigo con unas gafas oscuras que
disimulaban un ojo sumamente morado. En los dos años que habían pasado
desde su última visita, se había casado con su prometido, había quedado
embarazada y había sufrido un aborto. Su marido bebía demasiado, y estaba
volviéndose cada vez más violento, hasta el punto de que ella temía por su
propia seguridad. El fémur fracturado había soldado mal, dejándole como
secuela una cojera permanente. La psoriasis había empeorado y era cada vez
más aguda. Le habían recetado antidepresivos y se había tomado todo el
frasco; como resultado, se despertó en un hospital tras un lavado de estómago,
con la garganta en carne viva y su problema de piel bien expuesto para que
todos lo vieran. Entonces telefoneó a mi colega, porque finalmente se le había
ocurrido que lo que las aguas neptunianas le estaban ofreciendo eran
tiburones, en vez de los frutos del Paraíso. Por fin se enfrentaba con el hecho
de que ella misma era su propia víctima.
Neptuno es poderoso en la carta natal de Julie. Está en conjunción con el
Ascendente, en oposición con la Luna, en cuadratura con el Sol, Mercurio,
Quirón y Urano, y el regente de la carta, Venus, está emplazado en su signo
Piscis, en la quinta casa. La percepción que tiene Julie de la realidad y de sí
misma está profundamente imbuida de fantasías neptunianas del Edén
perdido. En el fondo, ella es un alma idealista, receptiva y refinada, que ha
tenido grandes dificultades para enfrentarse con un trasfondo familiar
enmarañado y emocionalmente complicado. Quizás el contacto más sor-
prendente de su carta natal sea la conjunción en ascenso de Saturno y Nep-
tuno en Libra en cuadratura con el Sol, que sugiere un conflicto profundo
entre su necesidad de conectar a tierra sus ideales estéticos y espirituales, y su
ansia de escapar de un mundo feo e imperfecto. En los capítulos 10 y 12 hay
un estudio más extenso de la relación entre Saturno y Neptuno, en función
del conflicto arquetípico que simbolizan estos dos planetas. Aquí me limitaré
a subrayar la dificultad con que se enfrenta toda la generación que tiene esta
misma conjunción en Libra en cuadratura con Urano en Cáncer para
reconciliar la realidad del mundo con la visión, siempre presente, del Jardín
del Paraíso. Julie no es la primera persona que conozco, nacida en este grupo
de edad, que ha somatizado su conflicto. En la astrología médica tradicional,
Saturno rige la piel y los huesos. Y tanto la psoriasis como la lesión mal
sanada en la pierna hacen pensar en límites imprecisos y en un sentimiento
de solidez y de estructura interior más bien débil. La rabia de Julie por haber
tenido que encarnarse en un mundo que siente como demasiado espantoso
para poder soportarlo sólo puede expresarse mediante el empeoramiento de la
erupción. Marte y Venus en conjunción en Piscis, bajo el dominio de
Neptuno, indican una naturaleza sensual y refinada, tanto en el aspecto
emocional como en el sexual. Para lo que menos sirve esta conjunción es para
expresar firmeza y autoafirmación. Julie se ha sentido siempre acosada por el
terror de no ser querida.
Al final ya no pudo evitar el enfrentamiento con el problema de sus
«maravillosos» padres. El hecho de que el Sol y la Luna formen parte de una
configuración con Neptuno sugiere una herencia parental colmada de
idealización infantil. Cada cual a su manera, tanto el padre como la madre de
Julie, son, en el nivel emocional, niños con la fantasía del matrimonio
perfecto, el padre y la madre perfectos y los hijos perfectos, que viven todos
felices en un Edén lleno de verdor, con dóciles galgos y suaves muñecos de
peluche. Ambos estaban protegidos de k vida por una seguridad material
fácilmente adquirida, o sea que no habían tenido que hacerse cargo de su
propia incapacidad para enfrentarse a dificultades. Para ellos, Julie no fue
nunca una niña de verdad. Era la princesita de papá y la muñe- quita de
mamá, y su receptividad neptuniana a las profundas corrientes emocionales
del ambiente le hizo tomar conciencia desde muy temprana edad de que la
única moneda que se aceptaba en aquella tienda era la perfección. Como era
bonita y despierta, pudo dar lo que se esperaba de ella sin esfuerzo aparente, y
como buena hija de Neptuno, fue siempre una estupenda actriz. El precio que
pagó por el amor fueron sus sentimientos y su alma. La rabia de Julie era
global y apocalíptica, aunque ella no tuviera la menor idea de su fuerza.
La Luna, por progresión secundaria, se había ido alejando de sus cua-
draturas con Urano y Quirón antes de que ella naciera; es posible que estos
aspectos natales separativos indiquen una gran angustia y un profundo
resentimiento inconscientes de la madre mientras Julie aún no había nacido,
Incluso en el verdadero Edén, la serpiente también había hecho su trabajo,
Después, cuando ella tenía entre cinco y seis meses, la Luna progresada se
puso en cuadratura con Mercurio y en oposición con Neptuno, y hacia los
nueve meses en oposición con Saturno. En estos primeros meses de vida de la
niña, el clima emocional debió ser sumamente tenso; es probable, aunque no
lo sé con seguridad, que sus padres estuvieran pasando por un período de
peleas e infelicidad entre ellos, y de todo aquello Julie no se perdió nada. Su
sentimiento de fragilidad emocional es enorme, y el mundo exterior está
lleno de horribles amenazas y peligros. Su Luna está en el Descendente, lo
que sugiere que para Julie siempre ha sido difícil reconocer sus propios
sentimientos apasionados y agresivos (Luna en Aries), y que tiende a
proyectarlos, respondiendo como una buena actriz a todos los «pies»
emocionales que le dan los demás.
Junto con Neptuno como indicador de sus padres, también Urano refleja
su percepción de su madre, al estar emplazado en el Medio Cielo, aunque en
la novena casa, Julie no encontraba seguridad en su madre. De niña estaba
siempre angustiada, esperando una catástrofe en cualquier momento. Ese
estado de ansiedad crónica se ha mantenido hasta la edad adulta. Aunque no
es obvio en la superficie, sí es uno de los factores que contribuyen a las
erupciones cutáneas, que en parte son un reflejo de su constante aprensión.
También la imagen que tiene Julie de su padre es complicada. Lo ha
idealizado (Sol en cuadratura con Neptuno), pero también está resentida (Sol
en cuadratura con Saturno) porque él le parecía distante, retraído y sin
interés alguno por la verdadera identidad de ella. El Sol en la casa cuatro
indica un profundo vínculo con ese padre a quien necesitaba, pero que en
realidad nunca tuvo; Mercurio en la cuarta refleja su percepción de él como
alguien inteligente, pero excesivamente crítico, y (guitón, emplazado en la
tercera pero en conjunción con el IC, sugiere que el padrees un hombre
secretamente herido por la vida y, como resultado de ello, capaz de infligir
mucho daño a los demás. Ella lo adora, lo necesita y lo odia, y su consiguiente
pauta de relación tiene mucho que ver con la confusión y la ambivalencia de
sus sentimientos.
Que a Julie la ha asustado siempre la posibilidad de una relación de inti-
midad con un hombre se ve claramente en su desinterés hasta el momento
del tránsito de Plutón en oposición con Júpiter. Este tránsito significó un
poderoso despertar sexual. Júpiter en Tauro, en sextil con Venus y Marte y
emplazado en la casa siete, sugiere que ella proyectaba su propia y jubilosa
sexualidad en otras personas, en vez de asumirla como parte de su propia
naturaleza. Pero la verdadera rúbrica astrológica de sus dificultades sexuales
es el poderoso Neptuno, que le daba la seguridad de no convertirse todavía en
una mujer. En esta carta parece que los aspectos lunares difíciles de Urano,
Neptuno y Quirón describieran lo que Winnicott denomina la «madre
patológicamente preocupada», que oscila entre preocuparse en exceso por el
bebé y retraerse bruscamente dejando que el pequeño se las arregle solo. Julie
nunca tuvo «madre suficiente», ya fuera porque su madre estaba realmente
preocupada pero sólo de vez en cuando disponible, o bien porque sus ritmos
emocionales, demasiado inestables, armonizaban mal con las fluctuaciones
anímicas de la niña. Por la descripción de Julie, parecería que ambas
posibilidades se alternaban. Al no poder interiorizar una imagen materna
positiva, congruente y capaz de brindarle apoyo emocional, Julie permaneció
en un estado infantil y sólo podía reaccionar según la forma en que los demás
querían que fuese. Su sexualidad no estaba «inhibida», simplemente no estaba
desarrollada; a los treinta y cinco años sus respuestas eróticas seguían
estancadas en una edad aproximada de entre seis y nueve meses, cuando la
Luna progresada formó sus oposiciones con el Saturno y el Neptuno natales.
Pese a su «despertar» durante el tránsito de Plutón en oposición con su
Júpiter natal, la culpa y la angustia de Julie seguían excluyendo una relación
duradera que fuera emocional y sexualmente satisfactoria. Su novio parecía
seguro, lo que en realidad significaba que en ese matrimonio ella podría
seguir siendo una niña. El problema que él tenía con el alcohol refleja el des-
valimiento y el caos subyacentes en sus padres. Para ella el matrimonio era,
en realidad, una huida de la condición de adulta, un intento de volver al
útero de donde la había expulsado su respuesta sexual a su amante estadouni-
dense. Su conflicto se manifestaba de tal manera que sus síntomas, como la
mayoría de los de origen psicosomático, describían vividamente lo que sentía.
La piel le ardía y le picaba, y tenía que rascarse hasta que se lastimaba para
detener la irritación. La erupción cutánea servía también al propósito incons-
ciente de asegurarse de que durante un tiempo podría romper todas las rela-
ciones, con lo cual evitaría completamente el conflicto. Sin embargo, tampoco
podía soportar la soledad, y al final optó por casarse, contra las protestas de su
propia psique, expresadas a través del accidente de coche que siguió a su
compromiso. Es posible que el aborto espontáneo se produjera por razones
puramente físicas, pero también puede ser que un estado de extrema tensión
y de angustia, por no hablar de su ambivalencia, haya reforzado el efecto de
cualquier factor orgánico existente. Y tampoco debe parecer sorprendente
que su marido tuviera también un problema neptuniano, ya que Julie proyec-
taba su desvalimiento y su rabia inconscientes en la pantalla que él le ofrecía.
Y probablemente, la violencia de él se veía exacerbada por el hecho de que
sabía, quizá de un modo inconsciente, que ella nunca lo había querido.
Los tránsitos en aspecto con los planetas natales, como la conjunción
Urano-Neptuno que activó la gran cruz de Julie, nos dicen cuándo se pondrá
en marcha una pauta psicológica determinada, inherente a la carta natal. En
el curso de una vida, los emplazamientos natales se ven activados muchas
veces, de forma regular por desencadenantes menores como los tránsitos de la
Luna, y pocas veces por desencadenantes mayores como los tránsitos de los
planetas exteriores. Cada vez toma vida el mismo tema arquetípico, aunque
sus expresiones externas puedan variar, y para la persona que no reflexiona
no parezcan tener conexión alguna. Aquello que somos se manifiesta por
mediación de esa constante entrada y salida de nuestros personajes internos
en el escenario de nuestra vida externa. La relación de Julie con su marido
comenzó cuando Saturno en tránsito se puso en cuadratura con su conjunción
Venus-Marte, lo que sugiere que ella estaba sintiendo una soledad y una
frustración considerables en el momento en que lo conoció, y es probable que
haya visto en él a un posible redentor debido a su sentimiento subyacente de
desvalimiento e irrealidad. Cuando Julie conoció a su amante, se activó su
Júpiter natal bien aspectado en Tauro, y ella se sintió feliz, optimista,
deseable, estimulada por el deseo y, por primera vez en su vida, sexualmente
satisfecha. Al activarse la gran cruz, fue el anuncio de un largo período
durante el cual Julie tendría que afrontar los conflictos más profundos y
fundamentales de su vida. Por la gran cruz habían transitado muchas veces
planetas de movimiento más rápido, pero nunca antes se había producido un
tránsito tan poderoso como el de Urano y Neptuno. 26 Como esta
configuración está dominada por Neptuno en ascenso, era inevitable que la
crisis de Julie invocara el mito arquetípico de la víctima redentora que
siempre ha estarlo en funcionamiento en su interior. En su familia, ella había
sido la redentora, la que se esforzaba por mantener intactas las fantasías de
perfección de sus padres. Después, cuando se relacionó con un hombre de
quien creyó que podría redimirla, fue él quien demostró estar, a su vez,
necesitado de que lo redimieran. Julie buscó apoyo en múltiples sanadores y
gurus, que tras haberle prometido la redención, la defraudaron, de manera
que siguió siendo una víctima hasta que intentó quitarse la vida, y fue
entonces cuando descubrió que en realidad quería vivir.
En términos generales, a Julie el trabajo terapéutico la ha ayudado.
Ahora está divorciada, y aunque siempre tendrá que andar con su cojera, este
símbolo de imperfección corporal ya no le parece una carga terrible. La
psoriasis le reaparece de vez en cuando, pero no con mucha frecuencia, y
raras veces con la gravedad de antes; en cuanto a los cambios interiores que
han generado estos otros externos, son más sutiles aunque no menos impor-
tantes. Julie tuvo que pasar por una fase necesaria de furia y odio hacia su
familia, acompañada por la inevitable autocompasión neptuniana, pero ha
aprendido a tomar distancia en relación con ellos a la vez que acepta que los
ama y los necesita. Reconoce que su madre es psicológicamente más joven
que ella, y esto le ha producido un sentimiento de compasión por ella y por sí
misma. También puede comprender la idealización de su padre como un
redentor y amante secreto, y ver su desesperada necesidad de complacerlo
como un repudio de su propia identidad femenina madura. Entiende que
haberse convertido en una mujer la habría enfrentado con su madre como
rival, y que era más «seguro» para ella mantenerse psicológicamente como
una niña. Y está empezando a reconocer en su «masoquismo moral» un
castigo que se autoinfligía por deseos y necesidades que sentía como
alarmantes e inaceptables en cuanto anuncios de separación de su fantasía de
fusión con la familia.
Julie seguirá siendo una romántica en busca de una unión perfecta en un
mundo perfecto, y es probable que nunca supere su tendencia a la idea-
lización y a la desilusión. Pero ahora tiene una relación mejor con Saturno, y
es más capaz de ser realista sin ponerse necesariamente a la defensiva, y de
tener autodominio sin rigidez. Ha logrado una mayor autenticidad, y ya no
recurre a su encanto como un medio de alcanzar el amor. Siempre le quedará
la nostalgia del Jardín del Paraíso, pero en esa nostalgia ya tiene cabida el
humor además del patetismo. La presencia de Venus, el regente de su carta,
en conjunción con Marte en la quinta casa y la fuerte implicación de Mer-
curio con la conjunción Saturno-Neptuno hacen pensar que su mundo de
fantasía, intensamente activo, necesita expresarse a través de alguna forma de
arte, puede que como escritora, ya que la combinación Mercurio-Neptu- no
está naturalmente dotada para la narrativa. A Julie le falta aún descubrir su
quinta casa y reconocer que la belleza, la alegría y el trabajo creativo son
medios de redención tan válidos como el intento de salvar lo irrecuperable.
Al igual que muchas personas heridas que han sanado hasta cierto punto por
intermedio de terceros, ha hablado vagamente de que quiere «ayudar a los
demás». A pesar de (o tal vez debido a) la fuerza que tiene Neptuno en su
carta, esto no significaría necesariamente una realización para ella, que se ha
pasado la mayor parte de su vida necesitando que la necesiten y siendo lo que
otros querían que fuese. Su Neptuno necesita tomar cuerpo, y no seguir
desencarnado en nombre del autosacrificio. A los padres no se los puede
culpar del anhelo neptuniano de la hija de regresar a las aguas primordiales,
ni de su resistencia, profundamente arraigada, a cualquier cosa que no sea la
perfección, tanto en ella misma como en la vida. Estos son atributos de su
propia alma, con los cuales Julie debe reconciliarse tomando sus propias
decisiones y asumiendo su responsabilidad. Que haya sido capaz de
reconocerlo así me parece un testimonio excelente de que la tendencia
neptuniana a convertirse en víctima de uno mismo no es un destino ineluc-
table con el que se deba vivir siempre.
6
El Liebestod *

Tú eres mi camino; si me rehuyes, me extravío,


Tú eres mi luz, ciego me dejas si te ocultas.
Tú eres mi Vida; si de mí te apartas, me muero.
FRANCIS QUARLES

Puede ser que en la época actual, la redención no nos parezca el problema


candente que era hace mil años. En los países occidentales, uno no conoce a
mucha gente —salvo los sacerdotes— que hayan consagrado conscientemente
su vida a una búsqueda de unión con lo divino. La época de los grandes
místicos pertenece al pasado, y a los flagelantes y anacoretas se los encuentra
hoy generalmente en los pasillos de los hospitales psiquiátricos, disfrazados de
histéricos y esquizofrénicos. Y cuando nos encontramos con personas que
parecen más o menos cuerdas y con los pies en la tierra, y que sin embargo se
preocupan por Dios, más bien tendemos a sentirnos un poco incómodos y a
mostrarnos excesivamente corteses, como si estuviéramos frente a un animal
rarísimo. Desde los años sesenta, a ambos lados del Atlántico ha florecido una
subcultura de tendencias esotéricas, florecimiento que se refleja en una
proliferación de gurus y comunidades espirituales. Esta subcultura, al igual
que los cultos mistéricos de finales del Imperio romano, ha adoptado la
astrología como parte de su visión del mundo, y el astrólogo, a su vez, recibe
muchos clientes que buscan a alguien que los oriente en su evolución
espiritual. A una situación así-se la podría considerar como el equivalente
moderno de la preocupación medieval por la salva-

* 1.a muerte de amor. En alemán en el original. (TV. delE.)

UI
ción, pero la subcultura esotérica de hoy es de reducidas dimensiones, y ella
misma ha contribuido a generar su propio aislamiento del colectivo. Es fre-
cuente que sus miembros se nieguen a participar en ningún diálogo creativo
con puntos de vista más materialistas, reaccionando a la rigidez de la visión
científica del mundo con su propia rigidez, y estableciendo en ocasiones con
todo lo mundano una polarización como la de un niño neptuniano con un
temido y odiado padre saturnino.
Hoy en día, las metas del colectivo son más prosaicas, cosa que quizá no
esté tan mal, puesto que debido en parte al creciente realismo de nuestras
aspiraciones, la calidad de vida en nuestra época es enormemente mejor de lo
que era en los días en que se consideraba que el Segundo Advenimiento esta-
ba próximo. Por más que tendamos a idealizar el pasado (una propensión
neptuniana relacionada con el mito griego de la Edad de Oro), en aquellos
tiempos más inocentes la esperanza de vida no llegaba a un promedio de
treinta años, y las vicisitudes impuestas por continuas guerras y plagas, y por
la violencia y el caos generalmente imperantes en la sociedad tendían a hacer
de aquellos treinta años algo más bien desagradable. Nuestro relativamente
sólido sistema de justicia, y la libertad de expresión y de prensa que en la
actualidad damos por sentada (llevándola en ocasiones hasta el absurdo) sim-
plemente no existían; en cuanto a la posibilidad de ascender de nivel social
gracias al propio esfuerzo, habría sido inimaginable. Una mujer era afortuna-
da si conseguía sobrevivir al parto, y su hijo si sobrevivía a la infancia. Cual -
quier hombre o mujer que expresara en público una opinión religiosa signifi-
cativamente diferente de la que tenía la principal autoridad eclesiástica corría
el peligro de ir a la hoguera, bajo acusación de herejía o de brujería. Tal vez
en nuestros días la redención parezca menos urgente porque la vida terrena
en los países occidentales, aunque se oigan quejas característicamente nep-
tunianas, se parece mucho menos al Infierno que en aquellos tiempos.
Pero si bien el anhelo de redención ya no se expresa en los términos reli -
giosos convencionales, tampoco ha perdido nada de su enorme fuerza, aun-
que hoy es más probable que lo sintamos en el estado que conocemos como
enamoramiento. A pesar de que todos deberíamos tener por lo menos un par
de veces la experiencia del más delicioso tormento de la condición humana,
muchos de los clientes más desdichados con quienes he trabajado, envueltos
en las brumas de un Neptuno difícil, expresan su impotencia y su dolor
mediante el vehículo del amor romántico.

El amor romántico es el mayor sistema de energía individual que existe en la


psique occidental. En nuestra cultura, ha suplantado a la religión como domi-
nio en donde hombres y mujeres van en busca de significado, trascendencia,
totalidad y éxtasis. [...] Porque el amor romántico no sólo significa amar a
alguien, sino estar enamorado, es decir, «estar en el amor». Se trata de un fenó-
meno psicológico muy específico. Cuando estamos enamorados, creemos haber
encontrado el significado esencial de la vida, que se nos revela en otro ser
humano. [...] Súbitamente, la vida parece poseer una totalidad, una intensidad
sobrehumana que nos eleva por encima del plano ordinario de la existencia. 1

Enamorarse puede ser algo fascinante, que nos enriquece y transforma, y


por lo general bien vale la desilusión que inevitablemente sobreviene cuando
uno se enfrenta con la difícil tarea de aprender a relacionarse con otra
persona. Sin embargo, hay quienes se enamoran pero no para establecer una
relación de pareja que haga que se sientan realizados durante toda la vida, o
se enamoran dos o tres veces pero no van adquiriendo experiencia y claridad
de visión con cada uno de esos encuentros, antes de hallar lo que buscan. En
cambio, se quedan atrapados en el torturante anzuelo de una obsesión
constante por alguien a quien no pueden llegar a poseer, o bien se sienten
repetidas veces heridos y se quedan aturdidos por haber tomado una serie de
decisiones desastrosas. O si no, lo que los atormenta, dentro ya de una
relación de pareja estable, es una sucesión de breves fascinaciones
compulsivas que al parecer les invaden como si fueran obra de un destino
implacable y que cada vez les hunden más en la desdicha. Otra posibilidad es
que estas personas estén enamoradas de alguien que siempre abusa de ellas,
que las traiciona reiteradamente, o que, con la implacabilidad de un bebé, les
exige ni más ni menos que una entrega total en cuerpo y alma. Lis víctimas de
tales amores no pueden liberarse, porque la red de fascinación de Neptuno las
ha inmovilizado en la actitud perenne de la víctima redentora. Esto es lo que
les suele pasar a las personas que tienen un alto grado de imaginación y de
sensibilidad, y que podrían (y lo anhelan desesperadamente) llevar una vida
más feliz. Para ellas, en el amor romántico no queda ningún esplendor
después de la luna de miel. Es una adicción infernal que, como si se tratara de
heroína o alcohol, termina por destruir toda esperanza y todo respeto por uno
mismo. Interpretar tales situaciones como «kármi- cas» o buenas para la
«evolución del alma» es algo peor que inútil, es destructivo. Tampoco hay que
enorgullecerse de aceptar semejante desdichas «por los niños», ya que
generalmente son ellos los que reciben en herencia el modelo de sufrimiento,
al ir aprendiendo que las relaciones humanas son una especie de Infierno. Es
necesario que examinemos cómo y por qué Neptuno puede volverse tan
malévolo en el dominio del amor, y qué es lo que podría hacer la persona
para liberarse del martirio sin destruir la visión romántica que por
equivocación lo produjo.
El amor cortés
El tipo de situación extrema que acabo de describir puede estar indicado en la
carta natal por emplazamientos como Venus en oposición o en cuadratura
con Neptuno, Neptuno en la casa séptima o en la octava con aspectos
problemáticos, o el Sol o la Luna en aspecto difícil con Neptuno y conectados
con la casa séptima o la octava, por regencia o por estar emplazados allí.
También Marte puede estar vinculado con Neptuno, lo que sugiere un ele-
mento adicional de adicción sexual o de masoquismo. Como es obvio, estos
aspectos solos no son «causa» de un sufrimiento crónico en el terreno amo -
roso. Para tejer un diseño así se necesitan muchos hilos, incluyendo las
hebras de un determinado tipo de niñez. Es útil tener presente un término
psiquiátrico, «superdeterminación», aplicable a una enfermedad o un estado
patológico que no tiene una sola raíz, sino muchas, cada una de las cuales por
sí sola podría ser un desencadenante suficiente, pero que reunidas crean el
sentimiento de un destino irresistible. Además, una persona puede pasar por
una dolorosa experiencia neptuniana en el dominio del amor cuando otro
planeta (generalmente Venus o Marte) progresa hasta formar un aspecto
mayor con su Neptuno natal, o cuando Neptuno en tránsito forma un aspecto
mayor con un planeta natal (por lo general Venus, Marte o la Luna). Una vez
que ha pasado el aspecto, también pasa el sufrimiento, y esa experiencia no se
repite. Sin embargo, la dinámica siempre es la misma, ya se trate de un
episodio aislado o de un guión que se repite. En este último caso, debido a
una predisposición innata a aferrarse a las puertas del Paraíso, el individuo no
puede romper el molde.
En su libro The Psychology ofRomantic Love [La Psicología del amor
romántico], Robert Johnson remonta el fenómeno de nuestra preocupación
occidental por el enamoramiento a los siglos XII y XIII y al culto del amor
cortés. Describe este último como la irrupción en el inconsciente colectivo de
una poderosa imagen arquetípica femenina, hasta entonces negada por una
cultura demasiado rígida y patriarcal. El Neptuno astrológico es «femenino»
en su asociación con los sentimientos, la imaginación y el mundo oceánico de
la simbiosis entre madre e hijo, y es por consiguiente el símbolo de una
necesidad emocional humana universal. Debido a que en los temas del amor
cortés resuena el eco de los temas de Neptuno, será útil que estudiemos con
más profundidad este extraño capítulo de la historia social antes de considerar
la expresión individual de Neptuno en los encuentros románticos. El amor
cortés no desapareció después de su florecimiento a lo largo de esos dos siglos
de dinamismo creativo. Sigue vivo y goza de buena salud en el inconsciente.
Al igual que la visión gnóstica de un hogar celestial que atrae a la chispa
espiritual salida de la oscuridad de la materia, el sueño del amor cortés es una
parte fundamental del mundo de Neptuno.
No sabemos con exactitud cuándo empezó el amor cortés a convertirse
en un modelo de relación. Lo único que ha llegado a nosotros es la expresión
de su pleno florecimiento en las canciones de los trovadores y los romances
de los poetas, entre ellos Chrétien de Troyes. El motivo central del amor
cortés era el caballero que desinteresadamente adoraba a una dama
inalcanzable, que constituía su ideal. Ella era su musa, la encarnación de la
belleza, la bondad y la gracia que lo motivaba para ser noble, espiritual y
magnánimo. El amor cortés exigía —por lo menos en su expresión poética, si
no en su versión cotidiana— que la relación entre los enamorados no se diera
en el plano físico. Al romper la barrera de la abstinencia se destruía la validez
del vínculo, o sea que el caballero y su dama jamás podían tener un contacto
sexual. Por lo común, ella estaba casada con un noble, con frecuencia mucho
mayor (el matrimonio solía disponerse sin consultarla), a quien estaba ligada
para siempre, y era probablemente la madre de sus hijos. A los ojos de su
rendido caballero, su experiencia sexual y maternal no disminuía su pureza,
pero a él lo dejaba con la única alternativa sexual de mujeres de clase baja o
de una esposa «ordinaria» con quien pudiera satisfacer sus deseos físicos y
cumplir con su obligación de mantener su linaje.
El amor cortés no podía existir dentro del matrimonio, ya que la mujer se
habría convertido entonces en una simple mortal, dejando de ser un símbolo
de la eterna aspiración del hombre. Ella debía seguir siendo inalcanzable por
causa de su matrimonio y de su posición social, generalmente superior a la de
él. Él, a su vez, se mantenía fuera del alcance de ella no sólo debido a sus
constantes ausencias para llevar a cabo peligrosas hazañas caballerescas, sino
también por el carácter estricto de los votos matrimoniales que la
comprometían. Y como telón de fondo de esta unión fantástica, estaba la
figura respetada, pero amenazadora, del señorial marido, cuya presencia
frenaba la concreción real del deseo, al mismo tiempo que le servía también
de estímulo. Nada hay tan seductor como lo prohibido; ese es el incentivo que
proporciona un enorme y prolongado poder al complejo de Edipo. Era
necesario que los amantes cortesanos ardieran de pasión y sintieran el uno
por el otro un intenso deseo que jamás podrían satisfacer. Así, mediante su
sufrimiento, podrían tener una vivencia más elevada del amor, capaz de
unirlos en el éxtasis del mundo divino. Y por poco talento que tuviera el
caballero, podría escribir algunos poemas muy aceptables.
Visto desde la perspectiva de una época en que la sexualidad es mucho
más libre, el amor cortés parece en el peor de los casos algo profundamente
patológico y perverso, y en el mejor, algo sin sentido, por no decir estúpido.
Hoy en día es raro encontrar a una persona que por propia voluntad vaya en
busca de una relación de este tipo movida por una aspiración específicamen te
romántica y religiosa, aunque se podría ver una pauta similar en la relación
del monje con la Virgen o de la monja con Cristo. Y, sin embargo, la
dinámica subyacente en ella no nos ha abandonado, y forma una parte
importante de la definición freudiana del ideal del yo. Aunque las relaciones
amorosas de hoy son generalmente tanto sexuales como románucas, esto no
siempre las hace reales. El hecho de no poder conseguir a alguien, una exi-
gencia explícita del amor cortés de la Edad Media, ejerce con frecuencia una
atracción compulsiva sobre Neptuno, tal como la luz atrae a las polillas. A
menudo podemos ver, tanto en la persona que sufre como en su horóscopo,
algo que es totalmente obvio para todo el mundo salvo para la víctima: el
deliberado, aunque inconsciente, sabotaje de cualquier posibilidad de esta-
blecer una relación que pueda funcionar en la vida cotidiana. Y este puede ser
el caso incluso cuando la persona proclama a voz en grito que lo que más
desea es comprometerse en una relación de pareja estable.
Una parte de la persona muy influida por Neptuno puede interesarse por
la frustración y el sacrificio, lo cual la llevará a elegir inconscientemente un
amor que en el fondo es inalcanzable. La barrera podría ser tanto un
compromiso previo contraído por alguna de las partes como la distancia
geográfica, un código ético -religioso o espiritual— que prohíbe la unión, o
algún problema físico o emocional insoluble que convierte la relación en algo
permanentemente insatisfactorio. El amante escurridizo puede estar
físicamente presente, e incluso ser el cónyuge legítimo, pero la inalcanzabíli-
dad se puede presentar de muchas maneras. El desinterés sexual, la enferme-
dad, una incapacitación permanente, la infidelidad crónica, el alcoholismo,
alguna drogadicción o una carrera que exige estar viajando continuamente no
son más que unas pocas de la gran cantidad de opciones que se le ofrecen a
quien se consagra al sufrimiento. También puede ser que la inalcanzabili-
dad, al igual que la belleza, exista sólo en los ojos de quien la mira. Si yo
quiero de ti más amor del que tú eres humanamente capaz de ofrecerme,
entonces, por más que me ames, para mí eres inalcanzable.
Si el lector se las ha arreglado para digerir algo de la teoría psicoanalítica
que he presentado antes, aquí reconocerá sin duda las pautas comunes del
masoquismo, cuya causa es la profunda necesidad de expiar algún pecado.
También se pondrá de manifiesto la naturaleza edípicay profundamente
incestuosa del triángulo del amor cortés, que genera su propia culpa y, por
consiguiente, necesita su propio castigo. Pero si todo esto parece de una cruel
falta de romanticismo, también podemos adoptar el punto de vista
teleológico, que es igualmente válido y aplicable a Neptuno. Por otra parte,
las dos perspectivas no se excluyen la una a la otra. Al deseo de lo inalcanza-
ble se lo puede entender, por más perverso que parezca, como un mecanismo
psíquico inteligente, porque abre las puertas al ámbito de la fantasía creativa
además de producir una frustración y una desdicha enormes. Lo primero
proporciona el significado y el «propósito» más profundos de la experiencia,
mientras que lo segundo es el precio emocional y físico que pagamos. Pero
para descubrir este rostro más creativo de Neptuno, donde el amor imposible
se convierte en la puerta de acceso a las riquezas del mundo interior, uno
debe empezar por enfrentarse sinceramente con el hecho de que algún
interés tiene en que el ser amado sea inalcanzable, y de que las raíces de gran
parte del sufrimiento se hunden en el pasado, en la «novela sentimental
familiar» de la primera infancia.
Los trovadores provenzales de los siglos XII y XIII inmortalizaron en sus
canciones lo esencial del amor cortés. Algunas de ellas fueron escritas por
mujeres. El amor cortés no era en modo alguno un afán puramente mascu-
lino, como tampoco lo es Neptuno. Al menos en el papel, la noble dama sufría
tanto como su caballero. Quienes deseen captar plenamente el aroma de este
extraño sueño neptuniano que ha seguido inquietándonos durante tantos
siglos, vale la pena que consigan no sólo traducciones de la poesía, sino
también versiones actuales de aquella música melancólica y perturbadora,
que en gran parte ha sido bellamente grabada por grupos europeos de música
antigua. Dos ejemplos excelentes son I Trovatori, grabado por I Madrigalistí
di Genova para Ars Nova, y las Cansos de Trobairitz, grabado por Hesperion
para Reflexe. Quedan muchos más poemas trovadorescos que melodías;
hemos heredado sólo unas 250 melodías diferentes para más de 2.500 poemas.
Sin embargo, todos los poemas fueron compuestos para ser cantados. La
música y la letra se combinaban en interpretaciones de extraña belleza,
independientemente de que se hubieran compuesto y escrito por separado o
se improvisaran en el momento de la ejecución.
Los historiadores se han preguntado con frecuencia si la lírica trovado-
resca, gran parte de cuyas composiciones contienen «claves» simbólicas
específicas, no habrá sido un medio de transmitir ciertas enseñanzas religiosas
heréticas como las de los citaros. Pese a estar prohibida en la Francia
medieval, esta secta cristiana gnóstica se había difundido mucho, y reflejaba
el antiguo dualismo que ya hemos encontrado en los cultos a un redentor
durante el Imperio romano. El intrincado conjunto de reglas para el «com-
portamiento correcto» que se expresaba en la poesía, particularmente en los
temas de amor, tenía un carácter ritualista que recuerda, si es que en reali dad
no los parodia, los rituales del culto católico. Durante los siglos XII y XIII,
Europa pasó por un resurgimiento de lo que Franz Cumont habría calificado
de sentimiento y pensamiento «asiáticos». Es probable que este movimiento
llegara a Occidente por intermedio de los cruzados, que por primera vez en
muchos siglos establecieron contacto con las tradiciones literarias, artísticas y
espirituales de Grecia, Bizancio y la Arabia helenizada, y redescubrieron su
propia herencia religiosa perdida. A partir de la herejía de los cátaros y hasta
llegar al cristianismo místico que encontró su expresión más elevada en la
«mariolatría» (el culto de la Virgen), el dualismo neptuniano, con su poderosa
visión redentora y su deidad inconfundiblemente femenina, se derramó sobre
Europa occidental. Este desarrollo histórico confirma la observación de
Johnson de que el amor cortés reflejó un cambio importante en la psique
colectiva, un cambio que el astrólogo bien podría definir como una
inundación neptuniana.2

Está claro, entonces, que los siglos XII y XIII fueron testigos de la irrupción en
nuestra cultura de poderosos deseos, antes reprimidos, que buscaban una cana-
lización a través de las formas disponibles de la religión, el arte y la literatura. El
perfil tolerante de la Madre se elevó desde su lugar en el inconsciente hasta
invadir la parte central de nuestra mente.3

Las canciones de los trovadores expresan un único dilema emocional, en


el que la dicha del amor se mezcla con el sufrimiento y el dolor de la pasión
no correspondida o correspondida sólo a medias. La naturaleza fantástica y en
el fondo impersonal de este amor está claramente implícita en la forma en
que a la amada inaccesible se la ensalza con frases convencionales, casi vacías,
como si todos los poetas estuvieran tratando de describir a la misma dama,
que jamás aparece ni remotamente como una mujer real. La misma
característica se advierte también en los poemas escritos por mujeres. El
caballero es de una curiosa insipidez convencional, como si fuera un tipo (o
un arquetipo) y no una persona real. Los anhelos y sufrimientos del poeta
están expresados con gran derroche de palabras, pero la
ti ueoestoa

causa de la angustia parece menos importante que el efecto. Tal vez sea
este el punto principal de todo. Lo que preocupa al poeta no es la realidad de
la amada, sino las emociones que ella despierta en su enamorado. De hecho,
la amada es una especie de espejo. Lo que el enamorado ve no es una perso na,
sino una esencia esquiva, oscuramente atisbada, una proyección de algo que
está en su propio interior. Dicho de forma más brutal, el amor cortés es un
amor narcisista, tal como nos lo dice uno de los propios poetas:

No tengo ya poder sobre mí mismo desde el día en que ella me dejó mirar
dentro de sus ojos, en ese espejo que tanto me complace. Desde que me
he visto en ti, espejo, mis profundos suspiros me matan, y estoy perdido,
como el bello Narciso que se perdió en el manantial.4

En este estado hipnótico de fascinación romántica, lo que uno experi-


menta es la exaltación y la omnipotencia inherentes a la prímerísima fusión
con la madre dadora de vida, que Freud llamaba el ideal del yo. Dicho de otra
manera, lo que uno ve en los ojos del ser amado es el reflejo de esa «imagen
del alma» interior, a la que Jung llamaba anima [en el caso del hombre] o
animas [en el de la mujer] y que es un símbolo del poder creati 7 vo y el
misterio de la psique inconsciente. Dos milenios antes, Platón lo expresó con
más elegancia que cualquiera de los dos:

Así es la experiencia que los hombres denominan amor, pero cuando


oigas cómo la llaman los dioses, probablemente te hará sonreír por su
extrañeza. [...] Todo enamorado desea que la persona amada sea de la
misma naturaleza que su propio dios, y cuando la ha conquistado, la guía
para que camine por las sendas de su dios, y que imite su imagen,
modelándose sobre ella. [...] Así ama, y sin embargo no conoce a quien
ama; no comprende ni es capaz de explicar lo que le ha sucedido; como
aquel que se ha contagiado con una enfermedad ocular de otra persona,
no puede explicárselo, porque no se da cuenta de que su amante es como
si fuera un espejo en donde él se contempla. Y cuando está a su lado,
contiene la respiración de angustia; cuando está ausente, igualmente
comparte su anhelar y ser anhelado, puesto que posee ese amor
contrapuesto que es la imagen del amor.5

Aunque en la vivencia del enamoramiento están en juego muchos y muy


complejos factores psicológicos que van más allá de la persona real por la que
suspiramos, no es una mera sublimación. Inevitablemente, cada vez que nos
enamoramos están presentes elementos narcisistas; pero el potencial de
transformación de esta vivencia es igualmente obvio y apropiado.
Más fundamentalmente, parece que también hubiera cambios en el sentimiento
de sí misma de la persona que está enamorada. El amor suscita en nosotros algo
positivo; en el mejor de los casos, nos proporciona una sensación de bondad,
recuperación, armonía y reciprocidad. Debido a la forma en que cada enamorado
ve en el otro lo mejor de si mismo, puede aflorar a la superficie el valor de cada
uno de ellos, antes sepultado o inconsciente. Esta es la bondad por la cual el amor
se afana. El enamorado se siente expandido, toma conciencia de nuevos poderes y
de una recién hallada bondad dentro de sí mismo. Intenta ser todo lo que hay de
mejor en sí mismo, [...] La persona amada ve en el amante todo lo bueno de lo
cual éste apenas si se daba cuenta. Con frecuencia, lo que nos enamora es la
fascinante imagen de nosotros mismos que nos devuelven los ojos del amante,
una imagen que hace que nos amemos a nosotros mismos, y por lo tanto que
podemos amar a otras personas."

Hay importantes vínculos entre la curación que se experimenta al estar


enamorado y la que se alcanza por medio de la fusión con figuras como maes-
tros, líderes espirituales o religiosos, consejeros y terapeutas. También ellos
pueden ser un vehículo para el enamoramiento, llegue o no a hacerse cons-
ciente el componente erótico. En todos estos casos, la vivencia de la unidad
emocional, en particular si se da sin contacto sexual, puede echar abajo las
barreras de un yo que se mantiene demasiado rígidamente a la defensiva o
que está distorsionado, convertido en una especie de «falso» sí mismo, que
aplasta la vida que lleva dentro. Entonces, las aguas neptunianas sirven a su
función mítica de disolver, limpiar y renovar, como el Diluvio que elimina a
todos los malos y permite que la humanidad vuelva a empezar.
Las dificultades surgen cuando uno intenta permanecer para siempre en
esas aguas, cosa que puede ocurrir si el espejo del enamorado es la única
fuente del sentimiento que la persona tiene de su propio valor. También
aparecen dificultades cuando la experiencia se concreta mediante el contacto
sexual, algo que si bien puede permitir que la relación se vuelva más sólida y
satisfactoria en el nivel cotidiano, también rompe el vínculo originario. Por
esta razón suscita un particular odio el sacerdote, guru o terapeuta que seduce
físicamente a su feligresa, discípula o paciente, o se deja seducir por ella.
Sobre estas cosas, cuando suceden en otras esferas de la vida, no nos
detenemos a pensar dos veces, pero en estos contextos «sagrados» inspiran la
misma repugnancia que los abusos cometidos con niños, ya que en un nivel
profundo se trata precisamente de eso. La dificultad reside en determinar cuál
de las dos partes es el niño, y con frecuencia lo son ambas. En un acto así
podemos reconocer la infracción simbólica del tabú del incesto y la
destrucción prematura de una vivencia que, aun siendo frágil y esquiva, está
dotada potencialmente de un hondo poder de curación. Es triste, pero estos
incidentes son parte inevitable del mundo de Neptuno, y los provocan tanto
el guru o el terapeuta como el discípulo o el cliente, ya que todos ellos
pueden debatirse en las aguas neptunianas.
La función de espejo implícita en el amor cortés no es diferente de la que
desempeña el actor dotado de talento. Es una cualidad proteica, que depende
de que las fronteras del yo sean borrosas, lo cual posibilita una profunda
vivencia de fusión, aunque, contrariamente a la opinión popular, esta fusión
no se da de hecho con la otra persona. Nadie puede hacer de espejo si está
demasiado sólidamente definido como individuo; cuanto más nítidos son los
contornos de la propia personalidad, menos capaz es uno de devolver
interminablemente a la otra persona el reflejo de las difusas profundidades de
su propia alma. Por eso ciertos «ídolos» de la escena y de la pantalla, siempre
adictos al elixir neptuniano, suscitan en su público una adoración tan intensa,
al mismo tiempo que, como individuos, se debaten impotentes en una bruma
de depresión y soledad que los arrastra a menudo al alcoholismo y la
drogadicción, porque se han pasado la vida haciendo de espejo de otras
personas pero sin haber llegado nunca a descubrir quiénes son en realidad
ellos mismos. Mucha gente, al enamorarse, inconscientemente empieza a
representar el consagrado ritual neptuniano de transformarse en un espejo
para la idealizada imagen del alma del ser amado. Esto puede suceder de las
maneras más sutiles, y por lo general sin que uno se dé cuenta en absoluto de
lo que está haciendo. Pero el proceso exige inevitablemente que la naturaleza
y las reacciones del propio individuo se adapten en la medida necesaria para
que puedan reflejar los inexpresados sueños y necesidades de redención del
otro. El agua siempre toma la forma del objeto con el que entra en contacto.
Dos personas entregadas a este tipo de diálogo inconsciente (que en realidad
es un recíproco esfuerzo de fusión con la fuente) tienden a generar una
atmósfera que les da una sensación de éxtasis mágico, pero que con
frecuencia, al ser tan excluyente y parecer un trance, provoca en los demás
una sensación de aislamiento e irritación. La verdad es que no a todo el
mundo le encantan los enamorados, por la sencilla razón de que ver cómo
otras personas se deslizan a través de las enrejadas puertas del Edén puede
provocar una envidia considerable en quienes se quedan fuera. A esto se
refieren cortésmente los franceses al hablar de folie h deux, porque de hecho
es una especie de locura, si la definimos como el estado en que el yo
consciente está inundado por el reino arquetípico. Una madre totalmente
inmersa en la experiencia de amamantar a su hijo recién nacido, genera la
misma atmósfera excluyente de quien se encuentra en estado de trance; y
muchos padres, todavía atados por un poderoso cordón umbilical a sus
propias necesidades inconscientes de fusión, se enfrentan sin esperarlo, en
tales momentos, con intensos sentimientos de celos, rabia y soledad que, al
ser demasiado difíciles de admitir debido a la vergüenza que provocan,
pueden dañar más adelante su relación con el hijo,
Pero una vez pasada la luna de miel, durante la cual, al mirar el espejo
mágico, sentimos que la otra persona es la suma de todos los ideales que
alguna vez hemos soñado o deseado y también, sin la menor duda, el com-
pañero o la compañera del alma a quien hemos conocido durante múltiples
encarnaciones y que ahora finalmente volvemos a encontrar, empezamos una
vez más a sentir nostalgia de la tierra firme y a actuar de acuerdo con nuestra
verdadera personalidad. Entonces se produce la «primera disputa» y la
serpiente levanta la cabeza en medio del Jardín del Paraíso; y nos vemos
arrojados a una relación auténtica, para sacar de ella lo mejor o lo peor, como
queramos. Sin embargo, quienes tienen un fuerte vínculo con Nep- tuno
siguen tercamente con el juego del espejo, porque no pueden soportar la ¡dea
de renunciar al Edén por un amor más prosaico y humano, Y como no hay
nadie que sea puramente neptuniano, desde luego tendrán que bloquear de
forma más o menos permanente la expresión de otros aspectos de su
personalidad, más fuertes y definidos, en particular las funciones del Sol,
Marte y Saturno. Así es como diez años después, uno sigue diciendo: «Sí, mi
amor, me parece bien lo que tú quieras », cuando lo que en realidad quiere
decir es: «No, diablos, ¿es que acaso yo no cuento?». Pero ese «yo» nunca llega
a pronunciarse, porque los espejos no hablan. El resultado inevitable de este
proceso, que puede durar meses o años, es un resentimiento profundo y
corrosivo, que a su vez encuentra formas de expresión encubiertas y a veces
odiosas, como las reflejadas en el mito por el rostro castrador y devorador de
la madre mar primordial. Y así uno debe abandonar el Edén después de todo.
Pero entonces, siempre le parece que es la naturaleza insensible de la otra
persona lo que ha destruido aquel amor ideal.
En el tema del espejo resuena el eco del vínculo entre la madre y el bebé,
ya que por mediación de esta capacidad de la madre de hacerle de espejo, el
niño va descubriendo gradualmente su identidad individual. Al comienzo de
la vida necesitamos un espejo para percibirnos; si no lo tuviéramos, ¿cómo
sabríamos qué aspecto teñemos o qué somos? Una vez que las líneas generales
de la personalidad ya están fijadas internamente (por intermedio de lo que en
lenguaje psicoanalítico se podría llamar introyección del «objeto bueno»), el
espejo va perdiendo importancia. Empezamos a aceptar que estamos
separados de los demás y vamos descubriendo maneras de ser núes- tro
propio espejo a medida que cultivamos nuestros propios gustos y valores,
nuestro trabajo y nuestros afanes creativos, nuestros amigos, colegas y
amantes, y también nuestra relación con nuestra propia vida interior. Pero si
la madre —la que Winnicott llamaría «una madre no suficientemente
buena»— no recibió a su vez la suficiente atención de su propia madre y no
llegó a formarse, entonces no puede funcionar como espejo, porque ella
misma sigue aún en busca del espejo donde pueda discernir los rasgos de su
propia realidad. Entonces exigirá al niño que se convierta en su espejo. La
verdad es que (independientemente del sexo del hijo) la madre se enamora
del niño y así, por medio de éste y de la forma en que le responde, tiene la
vivencia de sí misma como una persona buena, afectuosa y valiosa. El niño
neptuniano, tan dotado por naturaleza para ello, no tardará en descubrir que
devolver ese fiel y exacto reflejo es un recurso excelente para comprar amor y
aprobación. Así queda establecida la pauta. El actor, al igual que el
psicoterapeuta, debe valerse de ese arte de convertirse en espejo para llevar a
cabo su trabajo con éxito. Lo que generalmente no se reconoce es que el
entrenamiento se inicia al nacer.7 Cuando consideramos las imágenes de las
canciones trovadorescas, nos encontramos una y otra vez con la figura de
Narciso, que se enamoró de su propia imagen reflejada en un estanque. El
Pozo de Narciso, que figura en muchos de los poemas, es lo mismo que el
Pozo del Amor, al que se puede tomar tanto en sentido literal como sim-
bólico, ya que el pozo es también la matriz. El amor de Neptuno va en busca
de una recreación de la fusión primaria de la infancia, con toda su intensidad
erótica. Por eso es necesario no ver con demasiada claridad al ser amado, ni
tampoco a uno mismo.

Porque aproximarse demasiado a la imagen es romperla, así como aproximarse


demasiado a la dama es descubrir una mujer real cuyas emociones no pueden
menos que perturbar la sensual soledad del «verdadero amor».'

El salón de los espejos neptuniano


El dominio de Neptuno es lo que conecta el mito con la infancia. Así pues, es
útil considerar la imagen del espejo tal como se expresa en la mitología de los
cultos de redentores con que se inicia la era de Piscis. Inevitablemente, es una
imagen que desempeña un papel importante en los primeros textos gnósticos.
En la poesía del amor cortés, el espejo de los ojos de la amada devuelve al
enamorado el reflejo de una preciosa esencia del alma que de otra manera
permanecería presa en las tinieblas. Pero en la enseñanza gnós- tica, el reflejo
del amor narcisista es traicionero, porque es una imagen de la Caída. Siempre
que Neptuno hace su aparición en el reino del amor, surge una profunda
ambivalencia. ¿Se trata de una verdadera unión de almas, que me elevará
hacia la luz, o es sólo un encantamiento seductor capaz de arrastrarme a las
tinieblas y de producir dolor y sufrimiento? En uno de los mitos gnósticos de
la creación, el primer hombre, tras haber sido creado por Dios, vivía como un
auténtico hijo de la luz hasta que lo vencieron el aburrimiento y la pereza.
Entonces pidió a Dios que le diera el poder de crear y gobernar por derecho
propio. Dios se lo concedió, pero las consecuencias fueron desdichadas.

El [primer hombre] que tenía pleno poder sobre el mundo de las cosas mortales y
sobre los animales irracionales mediante la Armonía, habiendo atravesado la
bóveda celeste, mostró a la Naturaleza inferior la hermosa forma de Dios. Cuando
ella contempló al que tenía en sí mismo la belleza inagotable y todas las fuerzas
de los Gobernadores combinadas con la forma de Dios, le sonrió con amor,
porque había visto el reflejo de esta bellísima forma de Hombre en el agua, y su
[propia] sombra sobre la Tierra. Él también, al ver su reflejo en el agua notó que
se le parecía, lo amó y deseó morar en él. En seguida su deseo se convirtió en
realidad, y él llegó a habitar la forma desprovista de razón. Y la Naturaleza,
habiendo recibido dentro de sí al amado, lo abrazó plenamente y ambos se
mezclaron, porque estaban inflamados de amor.’

Aquí el espíritu humano, el divino hijo de la luz, ve reflejada en las


oscuras aguas de la Naturaleza su propia y radiante belleza, y debido a la
fascinación que le inspira su propia imagen, queda atrapado en la encarna-
ción. Este extraño relato gnóstico nos habla de una dinámica que puede darse
tanto entre la madre y el niño como entre enamorados. La madre (la
Naturaleza) se ha enamorado del potencial divino de su hijo (el espíritu), que
es también el redentor que ella ansia; y el hijo a su vez se enamora del reflejo
de su propia divinidad en los ojos de la madre. Ser idealizado de esta manera,
ya sea por el padre, la madre, un hijo, un amante, un discípulo o un paciente
(o incluso por toda una muchedumbre), es una experiencia seductora en
grado sumo, porque nos hace sentir gloriosamente sanados de nuestra
pecadora condición humana. Al creernos capaces de redimir al ser amado,
nosotros mismos nos volvemos dignos de amor y nos sentimos redimidos.
Plenos como estamos del éxtasis de la omnipotencia divina, ante nuestros ojos
se despliega el verde paisaje del Edén.
No hay ser humano que en alguna ocasión no necesite un poco de este
amor neptuniano, en especial cuando se ha sentido herido y socavado. Sin
embargo, hay personas que son adictas a esta vivencia porque sin ella dejan
de existir. Pero el coste es muy superior a todo lo que puedan imaginarse. De
hecho, es la Caída en su forma más sutil y profunda, porque conduce a un
infierno de vacío y autoaborrecimiento secreto. Y sin embargo, ¿qué
neptuniano, ansioso de que se le abran una vez más las puertas del Edén,
puede resistírsele? Envuelto en la capa de la idealización, al nativo le resulta
difícil aceptar su mediocridad, porque lo vulgar no puede entrar en el Paraíso.
Y como toda relación, con el tiempo, revela su propia humanidad y
disminuye así la fantasía de perfección, puede ser necesaria una «dosis»
regular de adoración proveniente de una fuente nueva e intacta. Esta es una
de las pautas clásicas del Neptuno enamorado y no se debe a la volubilidad ni
a la frialdad, que son dos de las apariencias que puede asumir a los ojos de
aquellos a quienes el nativo ha herido.
Muchas personas influidas por Neptuno sienten esa desesperada necesi-
dad de que se las idealice, en vez de que se las ame tal como son. Tienen
miedo de que, si las «ven», eso signifique un rechazo definitivo. Hay veces en
que el ideal de la perfección va asociado con la belleza física; en otras
ocasiones con cualidades espirituales, y a veces se lo busca en un corazón
capaz de amar incondicionalmente. De cualquier manera en que el individuo
se imagine que su propia condición humana común y corriente es insu-
ficiente, es probable que un empeño compulsivo en ser lo que ningún ser
humano podrá ser jamás vaya socavando su posibilidad de ser feliz. Tal como
cabría esperar, el mundo del teatro, el cine y la música moderna está lleno de
personas así. La necesidad de ser idealizado puede que no dé origen a ningún
talento en especial, pero no hay duda de que es la fuente de la compulsión a
ser famoso. Marilyn Monroe, con Neptuno en Leo en conjunción con el
Ascendente, en trígono con Venus y en oposición con una conjunción Luna-
Júpiter en Acuario en la casa siete, es un excelente ejemplo de esta dinámica.
De una manera diferente, las profesiones de ayuda a los demás también pecan
de lo mismo. Y tampoco están exentos de ello los médicos convencionales, ya
que a uno se lo puede idealizar también como salvador, y no sólo como a
alguien dotado de una belleza que lo haga digno de amor. Y el fenómeno del
—o la— paciente que se enamora de su psicotera- peuta no es más frecuente
que el de la mujer prendada del cirujano plástico que le ha devuelto la
juventud o el del soldado tullido fascinado por la enfermera que le ayuda a
aprender otra vez a andar. Incluso puede ser que, como todos tenemos a
Neptuno en la carta natal, también todos necesitemos representar de alguna
manera este papel, por más pequeño que sea, en el contexto de cualquier
relación amorosa importante. Y cuando ya no podemos hacerlo, nos sentimos
disminuidos.
A la necesidad de identificarse con una imagen arquetípica para sentirse
digno de amor se la llama, en lenguaje psicoanalítico, una herida narcisista.
La persona no se siente real ni valiosa en sí misma; sólo tiene la desesperada
avidez de adorar y que la adoren, para poder mirarse a sí misma en el espejo
de esos otros ojos enamorados. Sin embargo, la sombra de la idealización es
larga y oscura. Cuanto más imperfectos, pecadores, corrompidos e indignos
nos sentimos, más aumenta nuestra idealización de los demás, y en esa misma
medida necesitamos que nos idealicen para sentir que valemos algo. Neptuno
está siempre dispuesto a ofrecernos su magia romántica cuando nos
despreciamos a nosotros mismos, y las más trágicas aventuras amorosas
neptunianas que he visto tuvieron lugar cuando ninguna de las dos personas
tenía el más mínimo sentimiento de autoestima. La belleza del amor
romántico no es en sí ni patológica ni destructiva. Es uno de los grandes
dones de la vida. Pero cuando la autoestima de alguien y la imagen que tiene
de sí mismo están dañadas, o cuando se trata de una persona aún no formada
y que tiene miedo de la vida, el amor romántico de tipo neptuniano puede
conducir a conductas compulsivas de una profunda autodegrada- ción.
Entonces, a la pérdida de los sueños hechos trizas puede seguir una oleada de
furia destructiva que se abate sobre uno mismo y sobre los demás. Un yo
relativamente fuerte puede enfrentarse con la inevitable humanización de la
persona amada y de sí mismo, porque con el tiempo, otras vivencias
emocionales igualmente valiosas van ocupando el lugar de la idealización. Y
la adaptación del yo a la vida exterior asegura que se reconocerá al ser amado
desde el principio como una persona, y no tan sólo como una bella imagen.
Así, sigue habiendo una medida saludable de idealización, como parte de ese
amor que continúa, mientras que para la persona dominada por Neptuno el
otro ni siquiera es real en absoluto, porque ella tampoco es real para sí misma.
La proyección de la propia autodevaluación del enamorado sobre la persona
amada es uno de los factores más comunes de todos los que intervienen en el
desequilibrio de una relación amorosa. Quizá sea el más fácil de entender de
todos los mecanismos, y halle su mejor expresión en el famoso aforismo de
Groucho Marx: «Jamás querría pertenecer a ningún club que me aceptara a mí
como socio». Trasladado al ámbito del amor, esto quiere decir simplemente que si
el enamorado tiene una autoestima lo bastante baja, considera que cualquiera que
lo ame de verdad es, por definición, una persona deficiente y con mal gusto. [...]
Sin duda, este mismo mecanismo explica la fascinación romántica que producen
las personas que se muestran un poco inabordables o reservadas, es decir que
poseen lo que se podría llamar el atractivo del distancia- miento narcisista. 10

Neptuno, como es fluido, estará tan encantado de representar el papel del


enamorado como el de la persona amada en la dinámica del amor cortés.
Estos papeles, como en una sala de espejos, son secretamente intercambiables.
Neptuno es al mismo tiempo el pez grande y el chico, es tanto el redentor
como el caos de las pasiones de las que buscamos que nos rediman. Neptuno
es a la vez Atis y Cibeles, Mitra y el toro, Orfeo y las bacantes ebrias que lo
despedazan. Hasta puede desempeñar el papel del marido engañado en el
drama del amor cortés, porque él (o su equivalente femenina, la esposa
engañada) es tan importante para el desarrollo de la narración como la
apasionada, pero frustrada, pareja edípica. Por eso es difícil saber, cuando
vemos ciertos emplazamientos en un horóscopo, como Neptuno en la casa
siete o Venus en oposición con Neptuno, qué personaje será el que el nativo
elija interpretar, y cuáles les serán ofrecidos a los demás actores que
igualmente tienen necesidad de participar en el drama. Esta dinámica se pone
de manifiesto en la sinastría, donde es común encontrarse con que la historia
del amor cortés no está indicada solamente por las configuraciones de
Neptuno en las cartas natales de los nativos, sino también por los contactos de
otros planetas con Neptuno entre las dos cartas. También es frecuente que
haya progresiones en las que esté implicado Neptuno de una carta a la otra;
por ejemplo, que el Sol progresado de una persona forme una conjunción con
el Neptuno natal de la otra. Y con frecuencia se puede observar que un
tránsito de Neptuno activa planetas natales en ambos horóscopos. Si llegamos
a entender en alguna medida el mundo interior de Neptuno, podremos prever
en líneas generales cómo se desarrollará la historia, pero no cuáles serán las
opciones escogidas.
Por ejemplo, si mi Venus forma conjunción con tu Neptuno, puede que
en mi presencia tú experimentes —ya sea por mediación de mi afecto por ti
(Venus) o bien (si es que aún no nos conocemos) simplemente debido a
alguna cualidad innata en mí que a ti te resulta agradable— un profundo
anhelo de fusión con la fuente primordial (Neptuno). Si los tránsitos son lo
suficientemente poderosos, puede que te sientas inspirado, tanto en el ámbito
espiritual como en el erótico (Neptuno). De la misma manera, puedes sentirte
enfadado y amenazado por la fuerza de tus propios anhelos. Si llega a
establecerse una relación, intentarás devolverme la imagen (Neptuno) de lo
que tú crees que yo más deseo y valoro (Venus). Sin embargo, es probable que,
al mismo tiempo, tu miedo a perder autonomía (Neptuno) y tu resentimiento por
tener que borrarte a ti mismo te conduzcan a un sutil intento de socavar mi
sentimiento de mi propio valor (Venus). Incluso puedes tener la fantasía de verme
desvalida y humillada (Neptuno proyectado), porque, conscientemente o no, es así
como tú te sientes. Es posible que Neptuno, siempre haciendo de espejo, pero jamás de
forma directa, y pese a toda su idealización, pueda finalmente herir y frustrar a Venus,
debido al resentimiento interior que una dependencia como ésta genera. Sin embargo,
si la relación fracasa, Neptuno culpará a Venus de ser engañosa y mani puladora. Y si, a
su vez, mi Neptuno se opone a tu Venus o a tu Luna, la idealización y la desilusión
serán mutuas. Entonces habremos expresado en la realidad el sueño, lleno de dolor,
del amor cortés. Y si además nuestras dos cartas natales indican una predisposición
innata a los dones y problemas neptunianos, entonces probablemente no será la
primera vez, para ninguno de los dos, que un sueño de este tipo haya florecido y se
haya desintegrado, dejando tras de sí rabia, desilusión y autocómpasión.
Jung, en su obra, describe al anima típica (aunque él no menciona el animus
típico, nosotros podemos sacar nuestras propias conclusiones) en relación con el
proceso de devolver la imagen como un espejo. Él sugiere que hay algunas mujeres
que, debido a razones tanto constitucionales como ambientales, no tienen un
sentimiento sólido de sí mismas. Se identifican en cambio con la figura arquetípica del
anima, del eterno femenino, que es mítica y representa en parte el poder de redención
del inconsciente. Una persona así adquiere, por consiguiente, una especie de poder,
porque con frecuencia es irresistible para mucha gente. La identificación con el anima
genera un aura de fascinación y seducción que parece como si se lo ofrecie ra todo a
todos; y generalmente, a la puerta hay una cola de ptetendientes desesperados, pero
no correspondidos, cada uno de los cuales va en busca de la realización de un sueño
inefable.

Esto [el complejo materno en una mujer] conduce a la identificación con la madre y a la
paralización de la iniciativa femenina en la hija. Lo que se produce entonces es una proyección
completa de su personalidad sobre la madre. [...] La hija lleva la existencia de una sombra, con
frecuencia visiblemente absorbida por la madre hasta quedar seca, y prolonga la vida de su
madre medíante una especie de continua transfusión de sangre. Pero estas doncellas exangües
no son, en modo alguno, inmunes al matrimonio. Por el contrario, y a pesar de su apariencia de
sombras y su pasividad, alcanzan una elevada cotización en el mercado matrimonial. En primer
lugar, están tan vacías que un hombre puede atribuirles casi cualquier cosa que se le ocurra.
Además, su inconsciencia llega hasta tal punto que el inconsciente saca una increíble canti dad
de antenas invisibles que, como si realmente fueran los tentáculos de un pulpo, devoran todas
las proyecciones masculinas, algo que a los hombres les complace enormemente. [...] El
notorio desvalimiento de la chica es un atractivo muy especial."

En este párrafo, Jung describe el telón de fondo psicológico de una receta


neptuniana para el desastre matrimonial: un complejo inconsciente que da como
resultado una mujer incapaz de separarse de su madre y de convertirse en un
individuo por derecho propio. A pesar del hecho de que Jung describiera lo que
observaba en Suiza en una época socialmente mucho menos «informada» que la
nuestra, sus observaciones no han perdido vigencia. Yo he conocido a muchas mujeres
con esta dificultad, aunque en estos días ya no sean de ningún modo, al menos no
siempre, esos seres desvalidos que nos presenta Jung. Muchas han ocultado el
problema, tanto a sus ojos como a los ajenos, valiéndose de una máscara de
competencia y autosuficiecia. Sin embargo, siguen permaneciendo sin formar. Pueden
pasarse la vida entera sacrificando su realización personal, no a su propia madre (a
quien con frecuencia desprecian conscientemente como modelo), sino a los sufrientes
sustitutos de la madre: amantes, maridos, amigos, hijos y clientes, a quienes
secretamente esperan redimir y de quienes esperan que las rediman. Este tipo de
conducta, evidente si el resto del horóscopo sugiere un temperamento más
dependiente, encubierta en el caso contrario, con frecuencia está indicada por
combinaciones difíciles de la Luna y Neptuno en la carta natal.
Jung empieza después a describir lo que él llama un «Eros superdesarro- llado»,
algo que puede emerger cuando una mujer lucha con demasiada violencia para
liberarse de la sumisión a la madre. Si el yo forma defensas rígidas, mientras el cordón
umbilical inconsciente que la une a la madre sigue intacto, el resultado no sólo puede
ser la feminista militante (excepcional en la época de Jung), sino también la mujer
fatal tan despreciada por el movimiento feminista. Esta destructora de matrimonios
sin escrúpulos está huyendo de una madre puramente instintiva, sin forma y de modo
inconfundible hecha a imagen de Tiamat. A su vez, la madre es la naturaleza
instintiva y emocional no desarrollada de la hija, que por su parte sigue siendo un ser
ávido e informe; pero este lado de su naturaleza se proyecta sobre la esposa del
hombre elegido.

1.a intensificación por reacción del Eros de la hija está dirigida a algún hombre que deba ser
rescatado de la preponderancia del elemento femenino maternal en su vida. Una mujer de
este tipo interviene instintivamente cuando se siente provocada por el
inconsciente de la pareja matrimonial, y perturbará esa comg- didad tan peligrosa
para la personalidad de un hombre, pero que éste suele ver como fidelidad
matrimonial. [...] Este tipo de mujer dirige el rayo fulminante de su Eros sobre un
hombre cuya vida está sofocada por la solicitud maternal, y al actuar así provoca
un conflicto moral. Sin embargo, sin ello no puede haber conciencia de la
personalidad.’2

Al principio quizá parezca difícil entender cómo es que la mujer «desva-


lida» puede tener tanto que ver con la mujer fatal, o con la que rechaza vio -
lentamente, en nombre de una ideología, todos los símbolos colectivos de la
feminidad. Sin embargo, por poco que uno se lo piense, caerá en la cuen ta de
que los dos primeros tipos que acabo de describir irán inevitablemente hacia
su mutuo y decisivo encuentro por medio del cuerpo y la psique
atormentados del hombre que ambas desean. Y lo más frecuente es que la
tercera sea la hija nacida del matrimonio de la primera mujer, y se pase la
vida luchando contra el desvalimiento y la condición de víctima que ella
identifica no solamente con su madre, sino con todo el género femenino.
Neptuno favorece los triángulos, y éstos son de un tipo muy específico. La
identificación con la madre puede generar, en cualquier mujer neptuniana,
una carencia de identidad definida que la lleva, de manera compulsiva, a
verse siempre a sí misma en relación con un Otro a quien ella pueda servirle
de espejo. Neptuno se siente igualmente feliz tanto en el papel de la fiel
esposa que es engañada, como en el de la amante eternamente frustrada («Sé
que él me ama, pero no puede dejar a su mujer por los niños»), Y Neptuno
también representará a la víctima de un opresivo mundo patriarcal, cuya
cólera militante oculta el hecho de que el verdadero opresor no es el padre de
fuera, sino la madre de dentro.

La desilusión neptuniana
¿Qué sucede cuando de hecho se obtiene el objeto inalcanzable? Probable-
mente, quienes tengan contactos difíciles de Neptuno con Venus, Marte, el
Sol o la Luna ya conocerán la respuesta; se sufre una desilusión. A veces, esta
desilusión se expresa como una «desconexión» del cuerpo del ser amado.
Visto de cerca, noche tras noche, ya no tiene nada de mágico, sino que es
simplemente humano, y además envejece; el mismo enamorado a quien antes
tanto inflamaba la mera fantasía de los placeres eróticos que algún día podrían
llegar a ser suyos, ahora se fija con cruel insistencia en la mancha que la
persona amada tiene en el mentón, en el vello superfluo sobre su labio
superior, en el ligero «michelín» de su cintura o en su mal aliento de las
mañanas. La perfección sólo puede mantenerse en el mundo de la fantasía, y
cuando una fantasía se precipita cielo abajo como Icaro con las alas rotas,
entonces es necesario que otra venga a ocupar su lugar. El mundo está lleno
de desdichadas mujeres de mediana edad que han visto cómo las
abandonaban por frescas muchachas en flor. Esto se debe, en parte, a que el
marido no puede enfrentarse con el envejecimiento del cuerpo de su mujer, o
lo que es aún más importante, del suyo propio. También puede ser un poco
porque algunas de esas mujeres, al igual que sus maridos, también son adictas
al sueño de la fusión, y jamás han llegado a ser individuos por derecho propio.
De ahí que puedan dejar de interesar a su pareja, porque no son interesantes
para sí mismas. El envejecimiento implica mortalidad, y no hay lugar para
ella en el Paraíso, como tampoco es bienvenida allí la identidad individual.
En el reino del amor neptuniano, una de las mayores fuentes de sufrimiento
para ambos miembros de la pareja es esta inexplicable y con frecuencia
permanente pérdida del deseo sexual frente a la realidad física del ser amado.
Por más hermosos que sean, los cuerpos se interponen en el camino de la
fusión originaria, ya que convocan la angustia de la fantasía del incesto y sus
posibles y terribles consecuencias, así como el miedo a la muerte.
En ocasiones, las complejidades románticas de Neptuno se expresan en
forma de impotencia o carencia de respuesta física, y esto suele ocurrir tan
pronto como el ser amado está sexual mente disponible. Es común que esto
suceda en las primeras etapas de una aventura amorosa, cuando las expecta-
tivas tropiezan con la angustia, y la perspectiva de la intimidad invoca el
espectro del rechazo, Pero a veces el problema se vuelve crónico. Puede que
uno se sienta muy estimulado por una pareja a quien secretamente desprecia,
como podría ser una prostituta o alguien proveniente de un grupo social o
racial «inferior», y que, en cambio, la persona con quien está emocionalmente
comprometido no le interese ni le excite demasiado. Jung consideraba que
este problema se debía a una «escisión» del anima o el animus, porque los
sentimientos eróticos se mueven en un sentido y la idealización en otro, y
parece como si estuvieran condenados a no coincidir jamás en la misma
persona. Se trata de una manera nada extraña de mantener a raya la angustia
implícita en los elementos incestuosos de la atracción neptuniana. Una
situación desdichada no sólo para la pareja de la persona que padece el
problema, sino también para esta última, que se puede ver abrumada por una
buena cantidad de culpa y vergüenza, y debido a ello puede terminar
infligiendo mucho daño, aunque no tenga la intención de hacerlo.
La escisión entre cuerpo y espíritu es fundamental para la visión dualista
del mundo característica de Neptuno. Si la examinamos desde una perspectiva
más bien psicológica que mítica, estamos otra vez en el dominio del ideal del
yo. Pero la unidad originaria de la vivencia erótica y emocional se ha roto.
Esto puede suceder cuando la relación entre la madre y el niño se ha
«sexualizado», o dicho de otra manera, cuando la madre se comporta de un
modo seductor, provocando en su hijo sentimientos prohibidos, aterradores
por su poder y por sus implicaciones. No es que haya un abuso sexual del
niño. Por lo común, este comportamiento seductor es completamente
inconsciente, y no va acompañado de ningún tipo de intervención física
activa. Da igual de qué sexo sea el niño, porque no se trata de un deseo sexual
activo, sino de un erotismo indiferenciado. Puede surgir debido a que la
madre sea desdichada en su matrimonio, y encuentre sumamente estimulante
la experiencia de amamantar, el contacto con la piel del bebé y la intimidad
emocional con él. También puede generarse cuando la madre ve en su hijo a
un redentor para su propio sufrimiento, e instintivamente intenta atarlo a ella
mediante la manipulación inconsciente de sus necesidades emocionales y
eróticas. Es un fenómeno bastante común, dada la ignorancia colectiva
general de lo que es nuestro yo más profundo. Pero al niño neptuniano, que
ya de por sí carga con un exagerado sentido del pecado, puede dejarle
cicatrices sexuales perdurables. El tabú del incesto es una frágil barrera, y
para cualquier niño es bastante difícil enfrentarse con sus sentimientos
eróticos y la angustia que le producen. Si es la madre misma quien rompe el
tabú, convirtiendo inconscientemente a su hijo en un amante fantaseado,
puede ser que al niño, una vez convertido en adulto, la excitación erótica y la
necesidad de posesión le resulten tan amenazadoras que no pueda soportarlas.
.
En ocasiones, la desilusión neptuniana no es específicamente sexual, sino
que va infiltrándose como un miasma que poco a poco va generando la
sensación de que la relación ha perdido su «magia». El ser amado ya no es un
progenitor divino que adora al niño y está permanentemente pendiente de él;
cada vez hay más momentos en que tiene otros intereses, está de mal humor
o deja ver graves fallos humanos. Lo peor de todo es que este ex redentor
puede terminar necesitando también que lo rediman. Ha dejado de servir de
espejo, y la promesa del Paraíso ha resultado ser un engaño. La sensación de
separación que esto conlleva suele conducir a una soledad intolerable, que
sólo se puede mitigar encontrando otra persona o cosa que proporcione la
necesaria dosis de fusión. De otra manera, la situación puede provocar una
furia y una amargura terribles.

Por supuesto que, en cuanto a la naturaleza y la suerte de las idealizaciones


amorosas, existe una variedad enorme. En un extremo se encuentran las ideali-
zaciones más primitivas, faltas de todo realismo, y en el otro las de tipo más
diferenciado y realista. Cuanto menos realistas y más neuróticas sean las ideali -
zaciones, más probable es que se rompan con el tiempo, generando al hacerlo una
buena cantidad de rabia.13

La idealización neptuniana —la proyección de la imagen del redentor


sobre el ser amado— no es intrínsecamente «neurótica», pero desde luego no
es nada realista, ya que ningún ser humano puede proporcionarnos la salva-
ción divina. Otra persona podría ser el catalizador de la inspiración y de una
apertura del corazón que nos deje vislumbrar las aguas sanadoras de Neptuno.
Esta es la faz más creativa del Neptuno enamorado. Pero el redentor no es la
persona en sí, sino que está dentro de nosotros. Las idealizaciones que cuando
se hacen trizas dejan como secuela una completa desesperación y una
oscuridad total son idealizaciones que han arrasado con la realidad porque,
para empezar, la persona jamás quiso tener una verdadera pareja. Este es con
frecuencia el caso de los que «aman demasiado», aunque es discutible si las
emociones que aquí están en juego corresponden al amor o a algo mucho más
primario. El Liebestodde la literatura romántica —la muerte de amor que
Wagner expresó de forma tan exquisita en Tris- tán e Isolda, y que Neptuno
siempre tiene la esperanza de encontrar en las relaciones humanas— tampoco
es algo «neurótico», pero sí primario. Su arcaísmo reside en su naturaleza
arquetípica, porque esta clase dé «amor» es realmente una disolución en las
aguas del olvido. Aquí, la pasión erótica es la puerta de entrada, no la
realización, y la desilusión es su precio. Si la desilusión es lo bastante grande,
y la personalidad no está lo suficientemente formada para contener la cólera y
el dolor, el precio también puede ser la muerte. No hay nada de romántico en
la persona que se ha suicidado (en el nivel que sea) porque el ser amado se ha
ido, ni tampoco en quien destruye (igualmente en el nivel que sea) a una
pareja que le ha sido infiel. Estos actos no brotan de ningún fascinante crimen
pasional plutoniano. Lo que expresan es la destructividad apocalíptica de un
Neptuno abandonado.
En ocasiones, es posible encontrar en el reino de la imaginación el bál-
samo que atempere la inevitable desilusión romántica del neptuniano. El
proceso creativo es muy parecido al del enamoramiento, y sin embargo exige
una interpretación individual, además de la terrenal disciplina de convertir la
visión en realidad. Quizá las idealizaciones neptunianas, al no pertenecer a la
otra persona, sino a nuestra propia alma, tengan como «intención» final la de
llegar a expresarse en formas creativas. Todos cargamos sobre los hombros,
como si fuera un equipaje superfluo, con nuestros anhelos de la infancia, y
debemos encontrar una manera de caminar erguidos a pesar de la carga. Sin
embargo, a diferencia de Dante, Novalis, Berlioz o Donne, es probable que no
encontremos fácilmente el valor necesario para expresar nuestros sueños
defraudados por mediación de vehículos como la poesía o la música, porque
nos da miedo revelar nuestra falta de «talento» a los ojos de un colectivo
crítico. Pero debemos intentarlo, por los demás tanto como por nosotros
mismos, aunque nos dediquemos a nuestro trabajo creativo en privado y
guardemos bajo llave los resultados. No es poca hazaña y requiere un esfuerzo
enorme hacer algo creativo con lo que Nep- tuno nos presenta como
patología emocional. En cada uno de nosotros, Neptuno está siempre
dispuesto a quejarse de que nuestras relaciones nos abandonan. En el
momento, estas quejas suenan legítimas, pero son muy diferentes, en el tono
y en el motivo, del reconocimiento de una incompatibilidad profundamente
arraigada. Sin embargo, la triste actitud de mártir tampoco soluciona nada; no
es más que la otra cara de la moneda neptuniana. Para el neptuniano,
aprender a distinguir entre sí mismo, el ser amado y la fuente divina puede
llegar a convertirse en una forma de redención más modesta, pero también
más práctica y factible.

Neptuno enamorado: dos casos de ejemplo


La vida amorosa de los actores famosos está, generalmente, saturada de
Neptuno, Ello se debe en parte a la frecuencia con que los actores son nep -
tunianos; la profesión también lo es en gran medida, y la idealización
romántica forma parte inevitable de la atracción entre dos «estrellas» que
están acostumbradas a representar casi cualquier personaje, pero no a ser ellas
mismas. Las relaciones entre estrellas suelen empezar en los escenarios
teatrales o los platós cinematográficos, donde los dos actores representan el
papel de enamorados. Posteriormente, estas relaciones pueden desencadenar
tanto una feroz rivalidad profesional como una profunda desilusión, o
alcanzar cumbres de belleza y éxtasis inaccesibles para el resto de los morta-
les, y sin embargo terminar hundiéndose en el oscuro abismo de la violencia
emocional y física, de la adicción o de la locura. A través de los amores y las
penas de los famosos, nosotros disfrutamos de una mínima parte de la
fascinación y la magnificiencia del reino oceánico de Neptuno. Incluso en
esta década de escepticismo y de hastío que precede al próximo milenio,
inmersos como estamos en preocupaciones sociales, políticas y ambientales
que reclaman nuestra urgente atención, no hemos dejado de sentirnos fasci-
nados por la cadencia del amor neptuniano.
Las historias de dos famosos matrimonios entre celebridades de nuestro
siglo —Laurence Olivier y Vivien Leigh, y Richard Burton y Elizabeth Tay-
lor— pueden revelarnos mucho sobre la forma en que funciona y actúa Nep-
tuno en el dominio del amor romántico. Estas aventuras amorosas no tienen
ya el poder de escandalizarnos como antes lo hacían; sucedieron hace mucho
tiempo, y pertenecen a una época en que abandonar al marido o a la mujer
era algo grave. Sin embargo, lo que nos cuentan es intemporal. No nos
ofrecen la lasciva sordidez de escándalos más recientes, porque todavía están
lo suficientemente cerca del sueño del amor cortés como para conservar una
especie de inocencia romántica frente a la cual, hoy en día, tendemos a
mostrar una actitud cínica cuidadosamente cultivada. Y entre estas dos
historias de amor hay también unas fantásticas correspondencias, cosa nada
sorprendente, ya que estamos ante una pauta arquetípica que —una vez que
se desencadena— sigue su propio curso pese a todos los esfuerzos conscientes
de los participantes. Ambas relaciones fueron duraderas; lo que mantuvo
juntas a estas parejas era algo considerablemente más sólido que los sueños
neptunianos del Edén. Sin embargo, ambos matrimonios se vieron acosados
por situaciones neptunianas como enfermedades, crisis, problemas con el
alcohol, violentas peleas, infidelidad, una pasión extática y una terrible
desilusión. Ninguna de las dos parejas tuvo descendencia, aunque deseaban
desesperadamente tener un hijo de su unión. Ambas relaciones terminaron
cuando cada miembro de la pareja encontró un nuevo amor. Pero en ambos
casos, uno de los dos en realidad jamás se recuperó de la ruptura del
matrimonio y murió pocos años después.

«Larry y Viv»
Como no es este el lugar apropiado para ofrecer una historia completa de la
vida de nuestros dos protagonistas, remito al lector a las respectivas biogra-
fías. Quizá lo más revelador de todo sean las películas que protagonizaron
estos talentosos actores, que se cuentan entre los mejores que jamás haya
dado el cine. Vivien Leigh sufrió durante gran parte de su vida de una
depresión maníaca que fue agravándose con los años, Al mismo tiempo que
esto convertía su vida personal (al igual que la de Laurence Olivier) en un
infierno, imprimió a ciertas interpretaciones suyas un poder y una magia
poco comunes. Sus mejores papeles fueron el papel de Scarlett O’Hara en Lo
que el viento se llevó y el de Blanche DuBois en Un tranvía llamado deseo. Olivier
cuenta entre sus méritos con muchas excelentes interpretaciones en el
escenario y en la pantalla, pero su primer papel cinematográfico, el del
atormentado Heathcliffe de Cumbres borrascosas, fue particularmente suge-
rente. Cuando la naturaleza astrológica de un actor está en armonía con el
papel que interpreta, pueden suceder cosas extraordinarias. El estudiante de
astrología puede aprender mucho sobre Plutón examinando, en la carta de
este actor, la cuadratura de Plutón en ascenso con Saturno, sumamente
adecuada para interpretar a un personaje creado por una autora que tenía a
Plutón en conjunción con Saturno y en trígono con un Ascendente Escorpio,
del que era el regente. (Véanse cartas 6 y 7.)
Olivier y Leigh, ambos actores jóvenes y ambiciosos, los dos ya casados y
con un hijo cada uno, se conocieron durante las Navidades de 1935, cuando él
tenía veintiocho años y ella veintidós, y se enamoraron apasionadamente.
Neptuno en tránsito, rondando alrededor de la mitad de Virgo, se estacionó
en el grado 16 de este signo, junto a la Luna natal de Olivier y en trígono con
su Marte en Capricornio en la octava casa. Neptuno también formaba una
cuadratura con su Ascendente. A lo largo de los meses siguientes, mientras la
relación florecía, Neptuno siguió moviéndose hacia delante y hacia atrás en
contacto con estas posiciones natales. Estos tránsitos no son raros como
indicadores de una relación romántica intensa y apasionada, en particular si
es «ilícita». Las casas tradicionalmente asociadas con el amor (la quinta) y la
expresión sexual (la octava) están ambas en juego, y la conjunción de
Neptuno en tránsito con la Luna hace pensar en la aparición de anhelos
extáticos que se remontan a las primeras etapas de la vida. Neptuno también
estaba activo en su carta progresada. El Ascendente progresado estaba a
menos de un grado de la conjunción con el Neptuno progresado, mientras
que el Medio Cielo progresado formaba un trígono con el Neptuno natal. AI
parecer el joven Laurence, independientemente de que lo deseara de forma
consciente o no, estaba a punto de enfrentarse con el Diluvio.
La carta natal de lord Olivier no es extraordinariamente neptuniana. Ni
el Sol ni la Luna forman aspecto con Neptuno, ni el planeta se encuentra
emplazado en ninguno de los ángulos. Con Plutón en ascenso en cuadratura
con la Luna, da la impresión de que buena parte de su carisma prove-
Carta 6. Laurence Olivier. Nacido el 22 de mayo de 1907 a las 5.00 a.m. GMT [Greenwich Mean Time,
hora media de GreenwicK], en Dorking, Inglaterra. Sistema de casas de Plácido. Nodo verdadero. Fuente:
Internationales Horoskope-Lexikon.

nía del magnetismo sexual ligeramente siniestro de Plutón, expresado a través de la agilidad
intelectual y física y la brillantez técnica de un Ascendente Géminis. Sin embargo, en la
carta de Olivier el Sol y Mercurio están en la casa doce, la casa natural de Neptuno, lo que
sugiere una profunda receptividad al mundo acuoso de la psique colectiva. Era capaz de
representar cualquier papel porque se podía identificar con todos. Además, su Neptuno está
en conjunción exacta con su Júpiter en Cáncer, y Júpiter rige su casa siete; y esta conjunción
se opone a la conjunción natal Marte-Urano en Capricornio en la casa ocho. Por lo tanto, en
las relaciones y las cuestiones sexuales piulemos esperar hallarnos con el idealismo
romántico de Neptuno
Carta 7. Vivien Leigh. Nacida el 5 de noviembre de 1913 a las 5.30 p.m. LMT [Local Mean
Time, hora media local], 11.37 a.m. GMT [Greenwich Mean Time, hora media de
Greenwich], Darjeeling, India. Sistema de casas de Plácido. Nodo verdadero. Fuente:
Internationale! Horoskope-Lexikon,

y con su anhelo de fusión, opuestos a un elemento de autoafirmación, en


ocasiones despiadado, y a una formidable capacidad de desenmarañarse de
cualquier situación enredada que pudiera amenazar su autonomía personal. En
realidad, una de las principales decepciones de Leigh fue que él se apar tó de ella
en el aspecto sexual; aparentemente, porque el trabajo consumía todas sus
energías, pero probablemente también porque las exigencias emocionales de ella
activaron su conjunción Marte-Urano y lo empujaron a un brusco retraimiento.
Dado el predominio de la tierra y la propensión a la independencia de la carta
de Olivier, la conjunción Marte-Urano le resultaba más fácil de expresar,
mientras que tendía a proyectar en su trabajo de actor y sobre las mujeres de su
vida la vulnerabilidad y el carácter místico de Neptuno. Con el paso de Neptuno
en tránsito sobre su Luna natal, se encontró con sus propios anhelos caóticos
encarnados en otra persona.
La carta de Vivien Leigh tampoco es extraordinariamente neptuniana. Ni el
Sol ni la Luna forman aspectos con Neptuno, pero este planeta está emplazado
en un ángulo, al final de la tercera casa en conjunción con el Imum Coeli.
También está en conjunción con Marte, uno de los regentes de su casa siete.
Igualmente, forma una cuadratura amplia con Venus, regente de la carta, y un
trígono con Mercurio en la séptima. Finalmente, está en oposición con Urano
en el Medio Cielo. Podríamos esperar que también ella expresara a Neptuno por
mediación de sus relaciones, pero un Neptuno angular es más poderoso que uno
emplazado en una casa sucedente, y esta carta favorece a Neptuno porque está
muy dominada por el elemento agua. Hay en realidad un gran trígono de agua,
formado por el Sol, Plutón y Quirón. Tres planetas en Cáncer, uno en Escorpio
y uno en Piscis sugieren que el ámbito del sentimiento se expresa mucho más y
de un modo más abierto que en el carácter de Olivier. Además, sólo Júpiter está
emplazado en un signo de tierra (aunque el Ascendente está en Tauro), lo cual
indica una naturaleza que podría tener dificultades para adaptar la fantasía a los
límites de la realidad externa.
El historial de trastornos psicóticos de Leigh podría estar vinculado con
muchos factores diferentes de su carta natal. No hay un solo emplazamiento ni
una única configuración que represente la «firma» de su enfermedad maníaco-
depresiva. Su predominio de signos fijos indican una gran fuerza, pero también
sugiere que, una vez establecidos, sus deseos y objetivos podrían chocar
violentamente con la realidad. Con su Marte natal en conjunción con Neptuno,
podía recurrir a un comportamiento escandalosamente manipulador para
desgastar a su oponente. La conjunción de la Luna y Urano en el Medio Cielo y
Neptuno en el Imum Coeli indican muchás dificultades con sus padres, cuyo
propio matrimonio debe de haberle parecido constantemente al borde del
derrumbe. La conjunción Luna-Urano también describe una gran tensión y
ansiedad que, arraigadas ambas en su infancia, deberían de acosarla toda la vida.
La conjunción de Marte y Neptuno en Cáncer en la tercera casa indica una
percepción de la realidad fácilmente distorsionada por sus estados de ánimo y
sus fantasías, y una profunda dependencia del amor y la aprobación de los
demás que podía dificultar su capacidad para tomar decisiones. La cuadratura
entre Saturno y Quirón describe un sentimiento de profunda incapacidad
personal (Saturno en la segunda) y
de soledad (Quirón en la casa once). Cuando conoció a Olivier, Neptuno en
tránsito estaba activando esta cuadratura natal Saturno-Quirón, al formar una
cuadratura casi exacta con Saturno. Al mismo tiempo, Plutón en tránsito se estaba
moviendo hacia delante y hacia atrás por encima de su Neptuno natal. Como el
emplazamiento de Neptuno en el Imum Coeli se relaciona con la percepción que
Vivien tenía de su padre, vale la pena señalar que aquel hombre era un tenorio
crónico, además de ser un actor aficionado, y que su hija lo adoraba. 14 La llegada
de Olivier a su vida coincidió con la aproximación de su Venus progresado al
Descendente, un indicador tradicional de amor y matrimonio. Pero el encuentro
se produjo también bajo el tránsito de Plutón sobre su Neptuno natal, por lo cual
estaba vinculado con la activación de su profunda nostalgia de un padre
idealizado pero esquivo, a quien en realidad ella nunca había podido llegar.
La relación amorosa, al principio secreta pero posteriormente proseguida a la
vista del público, no perdió intensidad durante los años previos al matrimonio de
la pareja, algo nada sorprendente, ya que Neptuno funciona por lo general en su
nivel óptimo cuando el amor está lleno de ansiedad y expectativas. Hay veces en
que Neptuno y el matrimonio pueden ser una combinación desastrosa, como bien
sabían los trovadores. Olivier describió su relación como «un amor puro, intenso,
incontenible y apasionado».15 Ninguno de los dos consiguió obtener el divorcio
rápido que esperaban, y ambos terminaron por abandonar hogar, pareja e hijos
para irse a vivir juntos. Durante este período, Neptuno y Plutón en tránsito
continuaron en conjunción con la Luna de Olivier y el Neptuno de Leigh
respectivamente. Entretanto, Saturno en tránsito pasó a formar una oposición con
la Luna de Olivier y una cuadratura con su Ascendente. A pesar de su estado de
fascinación, él sufría un dolor y un remordimiento considerables por la ruptura
de su vida doméstica. Ella no parecía sentir remordimiento alguno. Quirón en
tránsito se estaba moviendo por encima de su Saturno natal, mientras Neptuno en
tránsito seguía en cuadratura con él. Pero en aquel momento no expresó
emocionalmente estos desafortunados aspectos de desdicha e incertidumbre. Por
más frágiles que fueran, sus estados anímicos no habían llegado aún a la gravedad
que más adelante obligaría a recurrir a los sedantes, la hospitalización y el elec-
troshock. Por más culpa y angustia que sintiera (ya que, después de todo, había
recibido una educación católica), suprimió hasta el menor signo de tales
sentimientos. Durante este período, Leigh consiguió el objetivo profesional que
más deseaba —el papel de Scarlett O’Hara—, pero aborrecía Hollywood, donde la
pareja vivía en aquel momento. Allí su relación no
fue estigmatizada, como había de suceder más adelante con la de Burton y Taylor.
En todo caso, a «Larry y Viv» se los veía como una valiente y brillante luz en una
época en que el mundo se iba sumergiendo en la oscuridad de la guerra. En
diciembre de 1939, la revista estadounidense Photo- play publicó los siguientes
comentarios neptunianos:

Cada uno de ellos tiene un hijo a quien quizá jamás le permitan volver a ver.
Probablemente tendrán que escuchar comentarios bastante severos sobre ellos, ya que
los ingleses no tienden a suavizar [sus palabras sobre] este tipo de asuntos. Todo esto, a
Larry y Vivien les preocupa terriblemente. Ambos comparten una pasión y una
vitalidad que los lleva a estar muy preocupados por todo, pero cada uno se preocupa
más que nada por el otro. Esta es su mayor preocupación, muchísimo más que el
dinero, sus respectivas carreras, los amigos, la dureza con que se hable de ellos e incluso
la vida misma.16

Olivier y Leigh se casaron finalmente el 31 de agosto de 1940. Plutón en


tránsito se había apartado entonces del Neptuno natal de ella para atrincherarse en
su Imum Coeli, formando oposición con su Urano natal. Se trataba nada menos que
de la destrucción y reconstrucción de todo su mundo. Júpiter en tránsito se
estacionó en el grado 15 de Tauro, en oposición con su Sol natal, en conjunción con
su Ascendente y en oposición con su Venus progresado, reflejando las grandes
expectativas de Vivien. Pero Saturno en tránsito, moviéndose en conjunción con
Júpiter en tránsito, también se estacionó en el grado 14 de Tauro. Su nuevo
matrimonio le impondría restricciones, sufrimiento y desilusión, aunque en ese
momento ella no lo supiera. Quirón en tránsito había ocupado el lugar de Plutón en
tránsito al final de Cáncer, y estaba en conjunción con su Neptuno natal cuando se
casaron. Una vez más, se subrayaba el vínculo oculto entre su padre y su nuevo
marido. Entretanto, Neptuno en tránsito empezó a moverse hacia delante y hacia
atrás en cuadratura con el Plutón natal de Olivier y en oposición con su Saturno.
Siempre dueño de su vida, se enfrentaba ahora con una situación sobre la cual no
tenía control alguno. Sin embargo, Urano en tránsito se aproximaba a una
conjunción con su Mercurio y su Sol. Esta conjunción, que tardaría casi tres años en
ser exacta, marcó la culminación de su carrera.
Al principio, las mágicas aguas de Neptuno no habían mostrado signo alguno
de tiburones. Pero Leigh no era constante en su trabajo y con frecuencia los críticos
se ensañaron con ella. Su inestabilidad emocional se hizo más pronunciada. Según
Alexander Walker:
Por ese entonces, Vivien hizo un descubrimiento [...] que habría de frustrar sus
ambiciones y que terminaría por alterar su equilibrio emocional para el resto de su vida.
Descubrió que el papel que acababa de representar se interponía entre ella y el que a
continuación tendría que interpretar. Cada vez que se había entregado a un papel
durante un período prolongado [... ] le resultaba difícil desprenderse de aquella
experiencia, sacársela de la cabeza e incluso borrarse el diálogo de la memoria. Años
después [...] llegó a superponer los papeles que representaba, de modo que se le
acumulaban como identidades diferentes, apiladas fuera de la vista y de la mente
mientras las cosas iban bien, pero de pronto e incontrolablemente, volvían a adueñarse
de ella en los momentos de crisis.17
También sufrió repetidos abortos, y después del segundo de ellos, en junio de
1944, tuvo la primera crisis psicótica grave. Durante este período, Plutón en
tránsito, tras haber completado su oposición con el Urano natal de Vivien, se puso
en oposición con su Luna y se estacionó en el punto medio Luna-Urano en el
momento de su crisis nerviosa. Neptuno en tránsito se estacionó en cuadratura con
su Plutón natal, con el que Saturno en tránsito formó una conjunción. Urano en
tránsito se puso en cuadratura con su Quirón natal, mientras Quirón en tránsito se
estacionaba- en cuadratura con su propio emplazamiento natal. Este formidable
despliegue de aspectos indica un profundo dolor, angustia, confusión, la sensación
de una incapacidad terrible y una feroz erupción de sentimientos, entre ellos una
rabia enorme. Probablemente estos sentimientos no sólo los provocaba el aborto del
niño, sino también la separación de su hija y su ex marido, así como un dolor muy
antiguo relacionado con su padre. Por alguna razón, el sueño de la redención no
había llegado a materializarse. Los estados maníacos y depresivos de Leigh se
repitieron cada vez con más frecuencia en los años siguientes. Olivier, incapaz de
comprender lo que le estaba sucediendo, procuró brindarle su apoyo, pero no llegó
a darle el amor absoluto e incondicional que ella le exigía. En 1949, Vivien le
anunció que había dejado de amarlo y se embarcó en una aventura amorosa con el
actor Peter Finch. Neptuno en tránsito se aproximaba entonces a una conjunción
con su Venus natal; la redención volvía a atraerla por mediación de otro redentor.
Neptuno también estaba formando una cuadratura con la conjunción Júpiter-
Neptuno de Olivier en oposición con Marte y Urano. El romance que se había
iniciado con aspectos benignos de Neptuno en tránsito se desmoronaba ahora bajo
el peso de los adversos. Aunque no se divorciaron, empezaron a pasar cada vez
menos tiempcrj untos. La aventura amorosa de Leigh con Finch continuó de forma
intermitente durante un período de crisis nerviosas cada vez más graves. Saturno y
Neptuno en tránsito formaron entonces cuadratura con la conjunción natal Marte-
Neptuno de Leigh. Olivier no sólo no se molestó por la aventura amorosa de Vivien
con Finch, sino que le ofreció su ayuda si necesitaba ser hospitalizada. El hecho de
que, en medio de esta pesadilla neptuniana, él consiguiera mantener no sólo la
cordura, sino también la calidad de su trabajo, es un testimonio de la capacidad de
resistencia característica de Tauro. Al final, pidió el divorcio cuando conoció a Joan
Plowright, que se convirtió luego en su tercera y última esposa. El divorcio tuvo
lugar en diciembre de 1960, mientras Neptuno en tránsito reducía la velocidad
hasta estacionarse a 11 grados de Escorpio, en conjunción con el Sol de Leigh y en
trígono con la conjunción Júpiter-Neptuno de Olivier. Para Leigh, este tránsito de
Neptuno sugiere una amarga desilusión final y significa la renuncia a un sueño de
toda la vida. Pese a que inició una nueva relación, su mala salud fue en aumento
hasta su muerte, sólo seis años y medio después, de una combinación de
tuberculosis con un exceso de medicación, lo cual hace pensar que una vez que se le
cerraron para siempre las puertas del Paraíso, para ella no tenía mucho sentido
seguir adelante.
Al comparar las cartas nos encontramos con que, tal como cabía esperar,
Neptuno es muy activo en la sinastría. El de Leigh está en una cuadratura casi
exacta con la Venus de Olivier. Ella idealizaba el atractivo y la elegancia de él, y es
probable que respondiera también al aura de soledad (Venus en la casa doce) que
era una parte tan importante del magnetismo de Laurence. Probablemente sentía
que él necesitaba que lo redimieran (y sin duda era así, teniendo a Venus en la
doce). Además, el Neptuno de Leigh está en conjunción con el nodo norte en la
tercera casa de Olivier, lo que sugiere que ella idealizaba también el poder de él
para llegar a los demás valiéndose de sus dotes para la expresión verbal. A su vez, el
Neptuno de Olivier está en cuadratura con la Venus de Leigh, y en trígono con su
Sol. Él también la idealizaba, y no sólo por su belleza, sino también por la pro -
fundidad y la complejidad de sus emociones. En este mismo capítulo, ya he
esbozado un diálogo típico de los aspectos Venus-Neptuno entre dos cartas. Ahora
podemos verlo representado en la vida real. Al final, Olivier se sentía devorado por
su mujer, y fue distanciándose cada vez más en la medida en que se sentía
manipulado por sus constantes crisis nerviosas. Ella, a su vez, se sentía
desilusionada y traicionada por él, y su creciente rabia la convirtió en un ser cada
vez más difícil de tratar. Es probable que, aunque ella iniciara el final de la relación
mediante su aventura amorosa con Finch, en algún nivel aquello tuviera la
intención de ser un aliciente para reavivar la pasión de Olivier, El hecho de que él
lo aceptara con tolerancia, a ella debió de parecerle el peor de los insultos. Desde
luego, en la sinastría hay muchos otros contactos además de los aspectos Venus-
Neptuno en ambas direcciones. Algunos de ellos, como la Luna de Olivier en
trígono con el Ascendente de Leigh y en sextil con su Sol, son contactos que
tradicionalmente significan armonía y compatibilidad. Otros, como la Luna de
Olivier en cuadratura con el Saturno de Leigh, son augurios tradicionales de
fricción y descontento emocional, Pero el poderoso intercambio Venus-Neptuno,
visto en el contexto de los tránsitos y progresiones de Neptuno activos en la época
en que ambos iniciaron su relación, refleja todos los temas del amor romántico
neptuniano, con su éxtasis y su amarga decepción, su encanto y su tragedia, y con
su amplio espectro de vivencias que van desde lo sórdido hasta lo inefable.
Por último, vale la pena examinar brevemente la carta compuesta de esta
relación, ya que enfoca con gran nitidez los aspectos cruzados de Venus y Neptuno,
En la carta compuesta, los dos planetas están en conjunción (carta 8), y también en
oposición con Urano, indicando no sólo la pauta característica de la idealización
romántica y la desilusión, sino también un conflicto entre este anhelo de fusión y
un poderoso impulso a mantener la autonomía dentro de la relación, a cualquier
precio. La conjunción Venus- Neptuno de la carta compuesta cae sobre Marte en la
carta natal de Leigh; la naturaleza mítica de la relación amorosa representaba para
ella no sólo un poderoso estímulo sexual, sino también un elemento destructivo que
amenazaba con socavar su independencia y su capacidad de tomar decisiones.
Inclinada ya a tener una visión distorsionada del mundo que la rodeaba, era
particularmente incapaz de ver las cosas con claridad cuando estaba en compañía
de su marido. Los emplazamientos de la carta compuesta que forman aspectos
próximos a la exactitud con los planetas natales de las personas afectadas, pueden
revelar de manera muy precisa la forma en que la energía de una relación afecta a
los individuos comprometidos en ella. La conjunción Venus-Neptuno de la carta
compuesta cae sobre el nodo norte de Olivier. También hay una cuadratura exacta
entre la Luna y Quirón en la carta compuesta que choca con el Sol natal de Olivier.
El matrimonio favoreció su carrera, pero sus complejidades emocionales dañaron su
sentimiento de su propio valor, frustrando su necesidad, característica de Tauro, de
estabilidad y de tener una vida privada pacífica. También hay que mencionar los
tránsitos de Neptuno y en aspecto con él en la carta compuesta. En el momento en
que se casaron, el tránsito de Quirón en conjunción con Venus y Neptuno en la
carta compuesta describe tanto la fascinación
Carta 8. Carta compuesta a partir de las de Vivien Leigh y Laurence Olivier. Sistema de casas
de Plácido. Esta carta compuesta, así como la carta 11, se basa en los puntos medios de cada
par de emplazamientos natales, incluyendo el ASC, el MC
y las cúspides de las casas.

romántica como la capacidad de herirse el uno al otro que mantenía unida a esta
pareja. Es frecuente que Quirón en tránsito sirva de desencadenante y haga que se
materialicen cuestiones que están todavía latentes o en proceso de formarse. Lo he
visto desempeñar esta función tanto en cartas individuales como en cartas
compuestas; tiene un carácter terreno que, en cierto modo como Saturno, cristaliza
tanto el potencial perjudicial como el útil. El ¡Jebestad del compuesto Venus-
Neptuno de la carta compuesta se convirtió en un verdadero matrimonio cuando
Quirón en tránsito formó una conjunción con ella. Cuando Saturno en tránsito se
opuso a la conjunción
Venus-Neptuno en la carta compuesta, el matrimonio y el Liebestodfinalizaron,
destruidos por la intrusión de la áspera realidad. En el momento de la muerte de
Leigh, Neptuno en tránsito formaba una cuadratura exacta con el Sol de la carta
compuesta. El matrimonio terminó oficialmente cuando Neptuno en tránsito formó
una conjunción con el Sol de Leigh; en un nivel más profundo, se acabó cuando se
puso en cuadratura con el Sol de la carta compuesta. El triste final tanto de la
relación como de la vida de Vivien estuvieron saturados, al igual que el matrimonio
en su totalidad, del anhelo neptuniano de volver al origen.

«Pockface» y «Fatso»
La historia de Richard Burton y Elizabeth Taylor no evoca el mismo sentimiento de
tragedia romántica, en parte quizá porque, como actores, nunca llegaron al mismo
nivel profesional. La convivencia de los Burton estuvo frecuentemente desprovista
del más mínimo autodominio, y es difícil sentir en su caso la misma empatia que
con Olivier y Leigh. Esto puede deberse en parte a la irrefrenable carrera conyugal
de ella, que si por un lado la hizo célebre, por otro le restó dignidad, y quizá
también a la gran cantidad de películas realmente tontas que ambos hicieron en sus
respectivas y largas carreras. Sin embargo, Neptuno estuvo incluso más activo en
esta relación. Por eso no es nada sorprendente que se enamorasen apasionadamente
mientras interpretaban a Marco Antonio y Cleopatra en una película llena de
descarados excesos neptunianos, de esos que a veces se describen como lo peor de
las ya de por sí malas películas «de romanos». Es indudable que la película se inició
bajo la influencia dominante de Neptuno y con Mercurio retrógrado, ya que fueron
necesarios cuatro años de caos —enfermedades, actores que firmaban y rompían
contratos, directores y guionistas que aparecían y se esfumaban, y un continuo
montar, desplazar, desmontar y volver a construir escenarios— antes de que se
pudiera empezar siquiera a filmar.
Al igual que Olivier y Leigh, Burton y Taylor estaban casados y tenían sus
respectivas familias cuando empezaron su relación. (Véanse las cartas 9 y 10.) El
matrimonio de Burton era sólido y tradicional; Taylor ya arrastraba tras de sí una
retahila de maridos. Cuando filmaron su primera escena juntos, en enero de 1962,
Neptuno en tránsito estaba estacionario en el grado 13 de Escorpio, en conjunción
con la Luna de Taylor y activando su cuadratura en T natal, formada por la Luna,
Júpiter y Quirón. Nos encontramos aquí con el mismo tránsito de Neptuno sobre la
Luna que experi-
Carta 9. Elizabeth Taylor. Nacida el 27 de febrero de 1932, 2.00 a.m. GMT, [Greenwich
Mean Time, hora medía de Greenwich], Londres, Inglaterra. Sistema de casas de Plácido.
Nodo verdadero. Fuente: Intemationales Horoskope-Lexikon.

mentó Olivier cuando conoció a Vivien Leigh. Plutón en tránsito se estaba


moviendo hacia delante y hacia atrás por encima del Neptuno de Taylor,
oponiéndose a su conjunción Marte-Sol-Mercurio. Quirón en tránsito formó
una conjunción con estos últimos y una oposición con su Neptuno. Estos
poderosos tránsitos que involucran al Neptuno natal sugieren no sólo una
intensidad emocional obsesiva, sino también una experiencia profundamente
dolorosa. La carta natal de Taylor está de hecho dominada por Neptuno. El
Sol está en conjunción con Marte y Mercurio en Piscis, y los tres están en
oposición con Neptuno, que forma también una cuadratura muy próxima a
la exactitud con el Ascendente. En esta carta no hay contac-
Carta 10. Richard Burton. Nacido el 10 de noviembre de 1925, 11.00 p.m. GMT,
[Greenwich Mean Time, hora media de Greenwich], Pontrhydyfen, Gales. Sistema
de casas de Plácido. Nodo verdadero. Fuente: Internationales Horoskope-Lexikon.

to Venus-Neptuno; en cambio, nos encontramos con una conjunción exacta de Venus


y Urano en Aries en la cuarta casa. Todo esto es más anárquico que romántico, y hace
pensar en un vínculo intenso, pero sumamente inestable, con el padre en una etapa
temprana de la vida. Con este problema de niñez sin resolver, y con el Sol, Marte y
Mercurio, regente de la séptima casa, en oposición con Neptuno, Liz intentaba
redimirse por mediación de los numerosos hombres con quienes se casó y que luego
descartó o perdió. Profundamente vulnerable, cargaba con múltiples cicatrices
emocionales de su infancia que se relacionaban con su madre, indicadas por la
cuadratura en T de la Luna natal. Ha demostrado tener bastante predilección
histérica por el papel de víctima y la enfermedad crónica, y la bebida (al igual
que el hecho de comer compulsivamente) no era menos atrayente para ella
que para Burton. Es significativo que, cuando lo conoció, esta Luna sitiada
estuviera activada por un tránsito de Neptuno. Quizás ella sintió, como debió
de haber sentido Cleopatra en su momento, que finalmente había llegado su
redentor, padre y madre unidos en una única figura. David Jenkins, hermano
de Burton y autor de una reciente biografía suya, se refiere en ella a los
asombrosos paralelos entre Taylor y Burton y los personajes históricos a
quienes representaron, y cita lo que dice el especialista en Shakespeare R. H.
Case sobre Marco Antonio y Cleopatra:

Admitamos que está lejos de ser el más noble de los mundos, ya que las
dos figuras principales no muestran ni mucho menos la naturaleza
humana en lo que tiene de más noble. Pero, siendo lo que son, su
recíproca pasión los eleva a la más alta cumbre que son capaces de
alcanzar. Es una gran necedad negar a la pasión de ambos el nombre de
«amor» y descartarla de un plumazo como «mera lujuria». Sin duda no es
el tipo más elevado de amor; es por completo un egoísmo á deux, y no
tiene el poder de inspirar nada fuera de sí mismo, pero lleva en sí algo que
debería formar parte del tipo más elevado de amor, y por lo menos es la
pasión de unos seres humanos y no de animales, del espíritu tanto como
del cuerpo.18

Por más ridículo que pueda haber parecido posteriormente el matrimonio


Burton-Taylor, al principio contenía todo lo que hay de conmovedor y bello
en este elocuente párrafo.
La carta natal de Burton también muestra una preponderancia de Nep-
tuno: está en conjunción con el Ascendente en Leo; forma una cuadratura con
la conjunción Sol-Saturno en Escorpio, un sextil con Marte y un gran trígono
con Venus y Quirón. Prácticamente todas las esferas de la vida de Burton se
vieron afectadas por el romanticismo y el anhelo de redención de Neptuno, y
debido a la posición destacada de este planeta en el Ascendente, la relación de
Burton con el mundo exterior estaba intensamente teñida por una imagen
mitificada de sí mismo. Quería serlo todo. Se acepta generalmente que tenía
un talento extraordinario. Sin embargo, el alcohol parecía poseerlo. Le
carcomía un sentimiento de inferioridad, sugerido por la conjunción Sol-
Saturno en la casa cuatro y relacionado con su padre y con la humildad de sus
orígenes, algo que al parecer le atormentó toda su vida. La compensación se la
proporcionó Neptuno en ascenso en Leo. Gracias a la fama que alcanzó pudo
ser una especie de Parsifal, el salvador de su
padre herido (también un bebedor empedernido), de su madre (una mártir
que prematuramente se empujó a sí misma a la tumba), de sus numerosos
hermanos, y de la pobreza y las privaciones de sus comienzos. A diferencia de
Olivier, cuyo Plutón en ascenso en cuadratura con Saturno indica una fuerte
autosuficiencia, Burton necesitaba desesperadamente que lo amaran. Cuando
conoció a Taylor en los platós de Cleopatra, Neptuno en tránsito se había
estacionado exactamente en sextil con su Luna y en trígono con su Plutón.
Entretanto, su Ascendente progresado había llegado a una conjunción exacta
con la Luna natal, y su Luna progresada en Capricornio formaba un trígono
exacto con el Ascendente progresado y la Luna natal, y una oposición con el
Plutón natal. La estación en tránsito de Neptuno activó estos importantes
aspectos progresados. El Sol progresado se había movido hasta formar un
trígono con Neptuno, al que le faltaba sólo un minuto para ser exacto del
todo cuando Burton y Taylor se enamoraron. Es probable que él
experimentara una profunda pasión, una vulnerabilidad emocional, una
necesidad y una certidumbre mística como jamás se había permitido sentir
antes. Frente a aspectos como estos, uno se inclina a cuestionar pro-
fundamente el significado de palabras como «decidir» o «elegir». Sin embargo,
durante el último año Saturno en tránsito se había estado moviendo hacia
delante y hacia atrás en la casa siete de Burton, en oposición con su Neptuno
natal; ahora el planeta finalizaba su última oposición, en compañía de Júpiter
y Marte en tránsito. La fantasía romántica y los sueños extravagantes
chocaban con la realidad de todo aquello a lo que él tendría que renunciar si
abandonaba su vida anterior y se sumergía en las aguas neptunianas
siguiendo los dictados de su corazón. Uno de los primeros indicadores del
precio que tendría que pagar fue que su hija Jessica, que siempre había tenido
dificultades de comunicación (posteriormente diagnosticadas como audsmo),
se retrajo por completo cuando él abandonó a su mujer, y nunca más volvió a
hablar. .
Tras haberse desembarazado así de sus respectivas parejas, Burton y Tay-
lor se casaron a comienzos de 1964. Neptuno en tránsito se estacionó de
nuevo, exactamente sobre la conjunción natal Saturno-Sol de Burton. Su
instinto de autodefensa se debilitó, y sus fantasías se reforzaron; la redención
estaba al alcance de la mano. La conjunción Sol-Saturno de Burton en
conjunción con la Luna de Taylor, indica un vínculo mucho más sólido que
el del Liebestodneptuniano. Poco antes de su muerte, y ocho años después de
que él y Taylor se hubieran divorciado por segunda vez, Burton le dijo a su
hermano que «aunque viviera hasta los cien años, siempre amaría a esa
mujer».Pero parece como si Neptuno hubiera inyectado en la relación un
idealismo imposible, atrayendo a dos personas carismáticas, pero de una avidez
desesperada, al interior de un sueño que ninguno de los dos podía sustentar. El
tránsito de Neptuno sobre la conjunción Sol-Saturno de Bur- ton también
refleja la desintegración de su hogar y el trágico retraimiento de su hija, por el
cual -quizás equivocadamente- él cargó durante el resto de su vida con un
terrible remordimiento. En el momento del matrimonio, Neptuno estacionado
estaba aún cerca de la Luna de Taylor, con lo que se mantenía el estado de
exaltación emocional que se había iniciado dos años antes,- cuando se
conocieron. Urano estaba al principio de Virgo, en conjunción con el Neptuno
de ella, en oposición con su conjunción Sol- Mercurio y en cuadratura con su
Ascendente. Esto indica un sentimiento de euforia y libertad frente a la
omnipresente oposición natal Sol-Neptuno, con su melancolía profundamente
arraigada, su tendencia al papel de víctima y su sensación de pérdida. Tanto él
como ella estaban firmemente decididos a hacer caso omiso de los sombríos
pronósticos de un público escandalizado, e insistían en que seguirían riéndose
veinte años después, porque su matrimonio continuaría siendo tan feliz como lo
era en ese momento.
Sin embargo, los problemas neptunianos de ambos se aseguraron de que el
público, que en realidad jamás los perdonó, fuera el último en reír. El alcohol
resultó ser una maldición para ellos, unido a su manifiesta incapacidad para
contener una hostil rivalidad recíproca, y a la propensión de ambos a las escenas
exageradas. Al igual que Olivier y Leigh, también ellos anhelaban un hijo que
sellara su unión, pero a ella, tras un parto difícil en un matrimonio anterior, le
habían aconsejado que no tuviera más hijos. Burton, desesperado por tener un
hijo (había tenido dos hijas de su primera mujer), añadió esta circunstancia a su
creciente lista de decepciones. Taylor dependía cada vez más de los somníferos
y del alcohol, y a esas alturas Burton ya era un completo alcohólico. A finales
del verano de 1973 decidieron separarse. Neptuno en tránsito se estacionó
entonces cerca del Ascendente de Taylor y del Mercurio de Burton, y formó
una cuadratura con la oposición Sol-Neptuno de ella. Ninguno de los dos pudo
encontrar las fuerzas ni la claridad necesarias para llegar a un final definitivo.
Durante los tres años siguientes, mientras Neptuno vagaba por el primer
decanato de Sagitario, ellos fluctuaron: se divorciaron y se volvieron a casar, y
finalmente se divorciaron por segunda vez en 1976. En ese momento, Neptuno
en tránsito estaba en cuadratura con la Luna de Burton, rememorando de una
forma más dura el sextil que ya habían formado cuando la pareja se conoció.
Para él, la peor desilusión se produjo cuando rompieron definitivamente. Para
ella, es probable que haya tenido lugar antes, cuando Neptuno en trán-
sito formó una cuadratura con su oposición natal Sol-Neptuno. Sin embargo,
aunque ambos tuvieron otras parejas antes de la muerte de Burton en 1984,
ninguno de los dos perdió nunca el lugar de honor en el afecto del otro. Uno no
puede menos que compadecerse de las dos esposas siguientes de él, a ninguna de
las cuales se le permitió olvidar el amor perdido del gran sueño neptuniano.
Una vez más, Neptuno destaca en la sinastría entre las dos cartas. El
Neptuno de Burton forma un amplio trígono con la conjunción Venus- Urano de
Taylor. Él idealizaba tanto la belleza de ella como su fuerte auto- afirmación que
le dio muy mala reputación entre los actores y directores con quienes trabajó. El
Neptuno de Taylor está en conjunción con la Luna de Burton, un contacto muy
poderoso y mucho más difícil. Ella idealizaba la sensibilidad y la delicadeza
emocional de él, y quería desesperadamente ser lo que él necesitaba que fuera,
pero al mismo tiempo dejaba que él se sintiera agobiado, socavado y traicionado.
El Neptuno de Taylor está también en trígono con la Venus de Burton, y tal
como pasaba con Olivier y Leigh, aquí vemos una vez más la fuerte idealización
que cada uno de ellos desencadenaba en el otro con estos contactos recíprocos
entre Venus y Neptuno. Pero Taylor y Burton eran dos neptunianos
empedernidos, acostumbrados desde que nacieron a su propio caos interno, y
cada uno comprendía bien las debilidades del otro, es decir que estaban más
capacitados para asegurarse de que la magia siguiera formando parte de la
relación durante mucho más tiempo. En realidad, jamás desapareció. Olivier y
Leigh eran, en muchos sentidos, temperamentalmente opuestos, y su capacidad
de empatizar era limitada. Burton y Taylor, ambos con el Sol en un signo de agua
y en un aspecto difícil con Neptuno, se parecían muchísimo.
El intercambio Venus-Neptuno en sinastría aparece destacado en la carta
compuesta de Burton y Taylor por una oposición entre Venus y Neptuno (carta
11). La Venus de la carta compuesta está en estrecha oposición con el Neptuno de
Burton, y es indudable que la intensidad (y en ocasiones la evidente histeria) de
la relación ayudó a socavar el sentido de la realidad de él y contribuyó a que se
fuera refugiando en un mundo mágico y mayor que el real. Las valiosísimas joyas,
entre ellas el diamante Krupp, que regaló a su mujer durante los primeros años
de su matrimonio, reflejan esta inmersión cada vez mayor en la fantasía; eran
objetos de adorno que no habrían parecido fuera de lugar en el plató de Cleopatra.
En la carta compuesta, Neptuno, al igual que el Neptuno natal de Taylor, se
opone a la conjunción Sol-Marte-Mercurio de ella, formando una oposición casi
exacta con su Marte natal. Esto sugiere que la emotividad y el erotismo
Carta 11. Carta compuesta de Elizabeth Taylor y Richard Burton. Sistema de casas
de Plácido.

extáticos de la relación despertaron en ella no sólo el deseo sexual, sino también


una furia y una competitividad profundas, y expresó esta rabia a través de
muchas trifulcas subidas de tono a las que se dio una gran publicidad. Los motes
que ambos se aplicaban —«Pockface» y «Fatso» [«Cara picada» y «Gordi»]— son a
la vez afectuosos y crueles. Especialmente intensa es la oposición de la Venus de
la carta compuesta con el Neptuno natal de Burton en cuadratura con su
conjunción Sol-Saturno. Por más que la pareja intentara resolver sus problemas,
el fracaso de la relación vino a sumarse al sentimiento de fracaso personal del
propio Burton, acentuando aún más su inclinación a evadirse por medio del
alcohol y finalmente de la muerte. F.n los ocho años que siguieron a la
separación definitiva de la pareja, él fue asumiendo cada vez más el papel de
víctima: padeció diversas incapacidades físicas y se sometió a varias dolorosas
operaciones de columna, además de ir resbalando, como es típico del alcohólico,
por la pendiente de la desintegración física. Aunque la causa de su muerte fue
diagnosticada como una hemorragia cerebral, la verdadera causa fue una
sobredosis de Neptuno,
Burton murió el 5 de agosto de 1984. En ese momento, Plutón en tránsito
acababa de pasar por última vez por encima de su Marte natal, tras haberse
estacionado allí un mes antes. Su sentimiento de frustración y derrota debió ser
abrumador. Urano en tránsito estaba estacionado en cuadratura con el Sol de
Taylor y en conjunción con su Ascendente. Quirón en tránsito se encontraba en
su Descendente, formando también una cuadratura con su Sol. Esta poderosa
oposición Urano-Quirón en tránsito también contactó con el Mercurio natal de
Burton en la cuarta casa. El impacto de la configuración en la carta de Taylor
refleja claramente su dolor y su pérdida, y la medida en que ella seguía ligada a
él, aunque ya llevaran varios años divorciados. La muerte de Burton, como la de
Vivien Leigh, no fue un suicidio manifiesto. Generalmente, las enfermedades
físicas como la tuberculosis o un derrame cerebral no se las achaca a causas más
sutiles, pero no es tan fácil separar el cuerpo y la psique en nítidos
compartimientos estancos, y menos aún cuando tratamos con Neptuno. La
adicción a la bebida de Burton, al igual que la dependencia de Leigh de los
medicamentos, no podía llevar finalmente más que a un único resultado. Taylor,
en muchos sentidos la más resistente de los dos, ha sobrevivido muy bien. La
verdadera tragedia está en el hecho de que se desperdició un gran talento. Y no
se puede culpar enteramente al matrimonio de ello, porque formaba parte del
hábito de Burton de cortejar ese estado de disolución que, para muchos
neptunianos, es la única manera posible de resolver el hastío de la existencia
mortal. Él mismo describió, mejor de lo que podría hacerlo ningún biógrafo ni
astrólogo, las dimensiones más sombrías de Neptuno.

Lo horrible es que [el alcohol] es tan fácil, tan sociable, tan grato... No tienes más que
sentarte en un bar y mirar cómo alguien te va sirviendo. Yo empecé a beber porque
no podía enfrentarme con el hecho de salir al escenario sin haber tomado un trago.
Me calmaba los nervios, pero después me los destrozó.

Si lo llamáis autodestrucción, en mi caso lo es, porque los sufrimientos cada vez


mayores los causa el deseo de morir.
Ya veis que en realidad el fallo no es mío: son los constantes altibajos. Esos
son mis antecedentes, y yo soy la víctima. Soy la auténtica voz sombría de la
parte torturada de mi mundo. Aunque me gusta que me consideren muy
macho y un fuerte y vigoroso galés que juega al rugby, capaz de hacer
cualquier cosa sin más herramienta que las manos —incluso de adueñarme
del mundo, por supuesto—, la realidad no es esa en absoluto.
La realidad es que en mí hay una debilidad básica, y toda esa otra imagen
es meramente superficial. Necesito que una mujer me arranque de esa
debilidad. Y una mujer siempre lo ha hecho, ya fuera Sybil o Elizabeth hasta
que la situación se volvió bastante absurda, o Susan, y ahora es Sally.

Para salvarme han sido necesarias estas damas delicadas, frágiles y hermosas,
pero de carácter fuerte.™
TERCERA PARTE

Anima Mundi

NEPTUNO Y EL COLECTIVO

Los corderos que tan mansos y dóciles acostumbraban ser y de tan poco
apetito, dícenine ahora que se han convertido en devoradores tan
grandes y feroces que se tragan y engullen incluso a los propios hombres.

TOMÁS MORO, Utopía

257
7
El neptuno esotérico

Engañosas son las enseñanzas de la Verdad Oportuna.


La Verdad Final es aquello sobre lo cual medito.
MlLAREPA, Doce engaños

Misticismo es una palabra ambigua. Generalmente, quienes se consideran a sí


mismos realistas la aplican a aquellos que no parecen enterarse mucho del
mundo que los rodea, y también la utilizan los que se consideran normales
para oponerse a quienes parecen distanciados de las adecuadas preocupacio-
nes sociales. También es frecuente que se equipare actitud mística con la cre -
dulidad, la confusión y la ignorancia de los correctos principios científicos.
Solitario y sin amigos, el misticismo se gana las sospechas no sólo del científi-
co, el hombre de negocios y el académico, sino también del clero. Aunque
todas las religiones formales, antiguas y modernas, contienen elementos mís-
ticos, dentro del cuerpo exotérico de estos sistemas religiosos se ve al
misticismo, y siempre se lo ha visto, con desconfianza, y hasta se lo ha
condenado abiertamente. A los cultos mistéricos del mundo romano, entre
ellos el cristianismo primitivo, se los consideraba como subversivos y
peligrosos, no sólo para la estructura religiosa convencional de la época, sino,
lo que es incluso más importante, también para la autoridad del propio
Estado. Aunque el trasfondo filosófico de tales enseñanzas ha interesado
siempre a parte de la intelectualidad instruida, a lo largo del tiempo los cultos
mistéricos de un redentor y de tipo milenarista han contado principalmente
con el favor de los pobres y los desheredados, ya que prometen algo que
trasciende las lamentables desigualdades del mundo temporal, al mismo
tiempo que ofrecen un alivio para la soledad y las amargas secuelas de la
tragedia personal.
7
2V)
La polarización entre la senda mística y la ortodoxia es inevitable, en la
medida en que la visión inspiradora individual de un maestro, mesías, guru o
avatar es interpretada, reinterpretada, corregida y finalmente incorporada
como dogma en la estructura de una jerarquía religiosa establecida que se
opone a cualquier visión nueva y «herética». La vivencia religiosa personal de
primera mano siempre ha sido más auténtica que las ofertas de segunda mano
de la autoridad religiosa colectiva. Por otra parte, es menos probable que la
doctrina de una institución religiosa moderada resulte distorsionada por las
quimeras de la patología personal de los místicos. La polarización arquetípica
de lo esotérico y lo exotérico ha perdurado hasta el presente. Lo mismo que al
principio fue el cristianismo para Roma, lo son también la cabala para el
judaismo exotérico, el sufismo para el Islam exotérico y las comunas
espirituales de la Nueva Era para el actual cristianismo exotérico. 1 Estas
escisiones reflejan la eterna lucha entre Neptuno y Saturno, algo tan
intrínseco en las instituciones religiosas como en los individuos. De hecho,
ciertos cultos mistéricos o sendas místicas pretenden conscientemente ser
subversivos, y con frecuencia van de la mano con una ideología social y
política que espera —o intenta crear mediante su propio poder anárquico— el
advenimiento apocalíptico del Milenio.
La visión esotérica o espiritual del mundo se yergue en nítido contraste con la
visión consensuada del mundo, que es básicamente materialista. El punto de vista
esotérico representa una definición de la realidad que se opone diametralmente a
aquella en función de la cual vive la mayor parte de la gente en nuestro mundo
posmoderno, Y lo más importante: la perspectiva esotérica representa también
una moral alternativa que, según el parecer de muchos, no es en modo alguno
una moral, sino más bien la negación de los valores morales. 1
La palabra «místico» proviene del griego mystes, que era un sacerdote de
los misterios, o mysterion, una ceremonia religiosa secreta. Uno de los dic-
cionarios que tengo define el misticismo como «el hábito o tendencia del
pensamiento y el sentimiento religiosos de quienes buscan la comunión
directa con Dios o con lo divino; nebulosidad e irrealidad del pensamiento»,
Esta interpretación de la experiencia mística es característica de la manera en
que se suele ver a todas las enigmáticas aguas tributarias de Neptuno. O bien
uno se entrega a la experiencia extática con total confianza y con una alegre
despreocupación o incluso una aversión por toda explicación racional, o
mantiene un profundo escepticismo ante un ámbito de la experiencia que es
evidentemente subjetivo y está abierto a los más asombrosos abusos,
manipulaciones y autoengaños infantiles. Las razones para el escepticismo son
indudablemente válidas. Es difícil, por ejemplo, reconciliar el exaltado
misticismo de Rajneesh, que pretendía ser un iluminado, con sus noventa y
tres Rolls Royces y la finca de 26.000 hectáreas que adquirió hacia el final de
su vida. Sin embargo, los fundamentos para darle crédito también son válidos,
y se basan en su poder para despertar y sanar, como ocurre en otros ejemplos
de lo que George Feuerstein llama «locura sagrada». Con palabras que se
atribuyen a Bernadette de Lourdes, para quienes creen en Dios no es
necesaria ninguna explicación; para los que no creen, ninguna explicación es
posible. Y en cuanto a la «nebulosidad e irrealidad del pensamiento», más de
un buen místico bien podría afirmar que el Dios con quien uno busca unirse
es mucho más difícil de describir de lo que la ortodoxia jamás podría
imaginarse.
Ningún planeta tiene derechos exclusivos sobre la espiritualidad, y todos
tienen su propio enfoque de lo divino. A los dioses planetarios de la astrología
antigua se los consideraba como personificaciones de los atributos del Uno; y
cualquiera de estos planetas, dominante en un horóscopo individual, podría
proporcionar una visión del mundo válida (aunque incompleta) y una ruta
adecuada para lo que Platón llamaba las «realidades eternas». James Hillman
define los arquetipos como «modos de percepción», que es una manera
excelente de entender cómo funciona un planeta cuando es fuerte en la carta
natal. Uno percibe y evalúa el mundo a través de la lente de la pauta
arquetípica que más se parece a su mente, su corazón, su cuerpo y su alma. La
persona mercurial puede tener tanta profundidad espiritual como cualquier
otra, pero la brillante luz de lo numinoso se le revelará en el milagro del
pensamiento, el lenguaje, el ingenio y la artesanía. También la persona
saturnina puede ser profundamente espiritual, pero es probable que evite el
sentimentalismo que personaliza a Dios, y reconozca en cambio la presencia
de la divinidad en las leyes inmutables que sostienen el universo material. De
ahí que, en su trabajo estadístico, Gauquelin encontrara que un Saturno
culminante era una característica de los horóscopos de científicos, algunos de
los cuales expresan su propia forma de adoración yendo en busca de la verdad
científica. Es probable que el plutonia- no descubra lo divino en el abismo, a
través de una pasión compulsiva y encuentros sellados por el destino, o bien
gracias a la sabiduría de esos instintos que nos sirven de apoyo cuando
nosotros mismos ya no podemos sostenernos. Es probable que la personalidad
marciana llegue a tocar lo divino en esos inspirados actos de coraje y de valor
tan inesperados como nobles; quizás el jupiterino persiga las claves de un
significado cósmico por mediación del naciente reconocimiento de que cada
experiencia en la vida nos enseña una lección sobre el crecimiento del alma.
Urano, como Descartes, puede descubrir la deidad en el poder de la razón y el
inagotable espíritu de progreso del ser humano. En cuanto a Quirón, tal vez
atisbe el rostro de Dios en el poder de la compasión humana para sanar
aquello que la vida ha lastimado, y es probable que Venus tenga la vivencia de
una realidad superior o más profunda en las maravillas de la armonía y la
simetría musical o matemática, o bien en la evidente belleza de la naturaleza
y de la forma humana.
Como son muchos los modos de percepción arquetípicos, en el mundo
existen, y siempre han existido, muchas religiones; porque cada una de ellas
tiene rasgos de una particular perspectiva arquetípica que encuentra eco en
sus partidarios, pero que puede suscitar la indiferencia e incluso la animosidad
de aquellos para quienes tal visión de la divinidad es profundamente
inapropiada. Neptuno no es más espiritual que Mercurio, Saturno o Marte,
porque no es el Uno, sino sólo uno de los planetas, y refleja por lo tanto sólo
una determinada percepción arquetípica de lo divino. Esta percepción es sin
ninguna duda mística, en cuanto depende de un estado emocional de fusión y
experimenta la deidad como una fuente incondicional de amor maternal,
aunque la conciencia racional le dé un rostro masculino y le atribuya un
rostro masculino. El neptuniano no es un seguidor de la ortodoxia, por más
que pueda ir en busca de —o convertirse en— el guru carísmático que fascina
a sus seguidores con la promesa de la eterna bienaventuranza, ya sea en este
mundo o en el más allá. Sin embargo, incluso cuando Neptuno entra en la
iglesia, la mezquita, la sinagoga o el templo, vestido con un atuendo aceptable
para el colectivo, lo que lo lleva allí no es el atractivo intelectual ni la fuerza
moral de la doctrina tradicional, sino la experiencia extática de que lo saquen
de sí mismo. Este enfoque de la experiencia religiosa fue bellamente
expresado en el siglo XVI por san Juan de la Cruz, en el poema titulado «Coplas
hechas sobre un éxtasis de harta contemplación»:

Estaba tan embebido, tan


absorto y ajenado, que se
quedó mi sentido de todo
sentir privado, y el espíritu
dotado de un entender no
entendido, toda ciencia
trascendiendo.
[...] Este saber no sabiendo
es de tan alto poder, que los
sabios arguyendo jamás le
pueden vencer; que no llega
su saber a no entender
entendiendo, toda ciencia
transcendiendo.

Y es de tan alta excelencia


aqueste sumo saber, que no
hay facultad ni ciencia que la
puedan emprender; quien se
supiere vencer con un no
saber sabiendo, irá siempre
trascendiendo.

Y, si lo queréis oír, consiste


esta suma ciencia en un
subido sentir de la divinal
esencia; es obra de su
clemencia hacer quedar no
entendiendo, toda ciencia
trascendiendo.3

En los poemas de san Juan de la Cruz está implícita la sugerencia de que


lo que él ha experimentado no sólo trasciende el conocimiento, sino que de
hecho es inaccesible a la persona común y corriente, por más inteli gente o
buena que ésta sea, a menos que tenga la capacidad de «beber tic su
maravillosa fuente». Esta implicación de un misterio que quien lo conoce no
puede explicar, o no está dispuesto a hacerlo, tiende a generar una des-
confianza y un antagonismo considerables entre aquellas personas a las que,
ya sea de forma deliberada o bien inadvertidamente, se las ha hecho sentir
excluidas del círculo mágico de los que tienen el privilegio de estar iniciados
en los misterios de Neptuno. Neptuno tiene el notable «don» de suscitar en los
demás el enojo e incluso la crueldad, aunque por lo general adopte una
religión de amor. Esto se debe en parte a que con frecuencia la visión místi ca
es, tal como afirma Feuerstein, algo diametralmente opuesto a la moralidad y
la jerarquía social convencionales de la época. También se inclina hacia el
elitismo espiritual combinado con el igualitarismo político, por lo menos en lo
que se refiere al orden establecido, que cuestiona y desafía, aunque a veces
también dentro de sus propias filas. Pero es probable que la propensión de
Neptuno a atraer sobre sí las burlas o la persecución en la esfera religiosa
(independientemente de que uno sea un adepto de los Hermanos del Libre
Espíritu durante el siglo XV o un sannyasin de nuestro siglo) tenga raíces más
profundas, como sucede en el nivel psicológico personal. El martirio religioso
autoimpuesto del esoterista suele estar estrechamente vinculado con la
posesión de un misterio del que las personas espiritualmente menos valiosas o
evolucionadas se verán por siempre excluidas; y en una actitud como esta
ocultan todas las fantasías infantiles de omnipotencia divina en estado puro.
Dada la predisposición de Neptuno a sentirse una víctima de la vida
terrena, la posesión de un privilegio espiritual puede resultar irresistiblemente
atractiva, y ofrece una compensación satisfactoria por todo el sufrimiento, la
debilidad, la impotencia y la desesperanza que la persona neptuniana tiene
que soportar. Norman Cohn escribe, refiriéndose a las sectas místicas de la
Edad Media:

Quienes se adherían a tal salvador se veían a sí mismos como personas santas,


precisamente debido a su completa sumisión al salvador y a su devoción no menos
incondicional a la misión escatológica tal como él la definía. Eran sus hijos
buenos, y como recompensa compartían su poderío sobrenatural. 4

La identificación con el poder del líder o del guru no es únicamente una


característica de los cultos místicos medievales; hoy también se la puede ver
en muchas sectas y cultos esotéricos. La relación entre esta actitud religiosa y
la descripción freudiana del narcisismo primario es obvia. Sin embargo, y pese
a la agobiante atmósfera emocional que con frecuencia acompaña a la pérdida
de las fronteras personales, en esa comunión íntima y directa con Algo o
Alguien -sea cual fuere el nombre que optemos por darle— hay un enorme
poder de curación, tanto de uno mismo como de los demás, que forma parte
de la experiencia mística. Los líderes espirituales, sus motivaciones y su ética
personal pueden ser sumamente cuestionables, pero a menudo los miembros
de la comunidad espiritual hablan de extraordinarias transformaciones
personales logradas por medio de la intensidad de la devoción fusionada de
todos ellos. Y hay también una razón muy pragmática por la cual el místico,
hombre o mujer, no comunica su experiencia, y es que ésta es, la mayoría de
las veces, incomunicable. Los secretos de los misterios son secretos no
simplemente porque nadie quiera revelarlos, sino en ocasiones porque nadie
puede.
A lo largo de los siglos, Neptuno siempre ha aportado su matiz peculiar a
los movimientos religiosos,’ Esto no quiere decir que cualquier culto, secta o
denominación en particular sea exclusivamente neptuniano. En el momento
en que se organiza una secta, empieza ya a participar de la propensión
saturnina a la estructuración, y es probable que su doctrina incluya elementos
de otras perspectivas arquetípicas, como el espíritu de cruzado de Marte, un
impulso uraniano a reformar la sociedad o una compulsión plu- toniana a
destruir los cimientos de otros edificios religiosos más antiguos y establecidos.
Más bien se trata de que el anhelo místico siempre ha formado parte, aunque
en ocasiones secretamente, de toda institución religiosa colectiva, así como es
también la esencia de muchos «caminos» individuales. Los cultos extáticos de
redentores de finales del Imperio romano estuvieron en buena parte
dominados por el anhelo neptuniano de fusión con lo divino. Al principio, el
cristianismo estuvo empapado de Neptuno, y fundamentalmente formó el
canal principal por donde pudieron fluir las aspiraciones de redención de la
inminente era de Piscis.6 La estructura de la Iglesia, con su compleja jerarquía
que se empezó a desarrollar en el reinado del emperador Constantino, ya no
es neptuniana, sino saturnina, especialmente en la época en que escribo esto,
cuando el Papa actual parece decidido a mantener un enfoque rígidamente
saturnino no sólo en lo referente a las mujeres, la sexualidad y el control de la
natalidad, sino también en lo que respecta a la astrología y el psicoanálisis. 7 El
misticismo cristiano sigue vivo y goza de buena salud tanto en la Iglesia
católica como en la protestante; pero se lo mira con suma cautela, no vaya a
ser que se pase de los límites y llegue así a socavar la estructura tan
laboriosamente edificada. Hay una serie de novelas de Susan Howatch 8 que
ofrecen con gran penetración un análisis fascinante del papel que desempeña
el misticismo dentro de la Iglesia anglicana moderna. Recomiendo estas
novelas al lector que, como yo, tenga la impresión de que cualquier discusión
teológica sobre el misticismo, si no tiene en cuenta la psicología de los seres
humanos que tienen la vivencia de la dimensión neptuniana de la realidad,
puede fallar en el intento de comunicar la naturaleza de la experiencia o sus
posibles ramificaciones.

Neptuno en la Nueva Era


El Neptuno esotérico no sólo está vivo sino que goza de buena salud en
muchos de los movimientos espirituales alternativos de hoy en día, así como
en imágenes que, pese a ser antiguas, aún siguen siendo capaces de conmo-
vernos. Entre las miríadas que existen, el Santo Grial es una de las imágenes
neptunianas de salvación más poderosas, complejas y perennes. Ya hemos
visto sus antecedentes en el caldero mágico de la inmortalidad, oculto bajo las
aguas míticas de la creación; y su forma de matriz refleja fielmente la
naturaleza femenina de la fuente de vida a la que pertenece. El Grial, pagano
en su origen, terminó por ser absorbido en la imaginería mítica cristiana y se
convirtió en el cáliz del que bebió Jesús en la Ultima Cena. Pero la dimensión
del cristianismo medieval de donde surgieron las leyendas del Grial,’ llena del
dualismo y los anhelos neptunianos, ya hacía tiempo que una Iglesia cada vez
más dominada por Saturno la consideraba herética; la intención de la
sanguinaria cruzada contra los albigenses fue borrar del mundo cristiano todo
rastro de ella. Así, el Grial llegó a estar asociado con una tradición esotérica
oculta y prohibida, y para algunos cultos mistéricos de hoy, particularmente
en Gran Bretaña y en Francia, sigue siendo la imagen quintaesencia! de la
salvación espiritual. Tan indestructible es su poder simbólico que, así como
proporcionó a Wagner el tema para Parsifal, la última y más grande de sus
óperas, puede incluso asumir la forma de una reliquia arqueológica
descubierta por Indiana Jones. “
Los orígenes de la leyenda del Grial se remontan, según ciertas sectas
esotéricas de nuestro siglo, a los comienzos del cristianismo gnóstico, 11 una
afirmación cuya verdad o falsedad es imposible de demostrar, algo en sí
característico de Neptuno, Disponemos de una considerable bibliografía sobre
el gnosticismo de los primeros siglos de la era cristiana, pero no hay en ella
mención alguna de la leyenda del Grial. Por otra parte, las características
esenciales de la leyenda, en particular su énfasis en la pureza moral, el
sufrimiento y la trascendencia del mundo físico, reflejan muchos de los temas
fundamentales de la enseñanza gnósúca, en el espíritu si no en la letra. Una de
las características de este y otros temas espirituales neptunianos es que, para
sus partidarios, el Grial pertenece a una única «tradición» arcana transmitida
secretamente a lo largo de muchos siglos, una fuente espiritual a partir de la
cual cada generación puede redescubrir las realidades eternas. Al sentimiento
de familiaridad, de «vuelta al hogar», que con tanta frecuencia acompaña a la
vivencia mística neptuniana, se lo explica generalmente suponiendo que es
una verdad absoluta, oculta a los ojos de quienes han estado cegados por el
materialismo, pero inmediatamente reconocible para los dotados de
discernimiento espiritual. Sin duda, hace mucho tiempo que el dualismo y los
temas de redención neptunianos nos acompañan. Pero en vez de ver a
cualquiera de sus temas en solitario como perteneciente a una tradición oral y
escrita continua, a veces reivindicada sin derecho alguno, podría ser más útil
entender el mundo místico de Nep- tuno como arquetípíco y por lo tanto
perpetuamente recurrente allí donde haya seres humanos, tanto si transmiten
un cuerpo de enseñanzas específico como si no. La universalidad de los temas
neptunianos —la necesidad del sufrimiento y el sacrificio, el hecho de
compartir las posesiones personales o renunciar a ellas, la obediencia absoluta
al líder del culto o al guru, la inminente destrucción del mundo, la Segunda
Venida o algún otro advenimiento similar de un avatar espiritual u otro ser
sobrenatural, la aniquilación de los perversos y la salvación de los elegidos—
se puede ver fácilmente entre una amplia diversidad de grupos y cultos
contemporáneos, pese a que cada uno de ellos pretenda que su visión cósmica,
ofrecida por su fundador, es la única totalmente verdadera e indiscutible. Un
buen ejemplo es la secta Emin, fundada en 1972, cuando Neptuno en tránsito
entró por primera vez en Sagitario. Su fundador es un londinense de clase
obrera llamado Ray- mond John Schertenlieb, que se hace llamar «Leo» (por
su signo solar) y a quien sus seguidores ven como un semidiós. Ha producido
un caudal inmenso de textos místicos, muy influidos por la cosmología hindú,
de la que se impregnó mientras servía en la India como miembro de la Fuerza
Aérea británica. Sobre este culto, William Shaw escribe lo siguiente:

En el centro de su creencia está la noción de que han establecido contacto con un


vasto y poderoso «mundo invisible» que las antiguas civilizaciones conocían, pero
con el que nosotros hemos perdido contacto debido a nuestra confianza ciega en
la ciencia, la racionalidad y la industrialización, [...] Los Emin rezuman un amor
premilenario por el inminente desastre. 11

Las reivindicaciones de una antigua tradición mística formaban parte


esencial de algunos movimientos espirituales de la primera mitad del siglo XX,
como la Sociedad Teosófica y el LUCÍS Trust. Estos dos, al igual que los Emin y
la International Society for Krishna Consciousness, más recientes, estuvieron
sin duda alguna fuertemente influidos por la doctrina oriental, y —con
frecuencia, de buena fe— injertaron en el árbol del pensamiento esotérico
cristiano muchos conceptos fundamentales de la antigua tradición hindú,
como el del karma, el de maya y la existencia de los Maestros o Adeptos.
Otros grupos pretenden que sus orígenes se remontan a la tradición espiritual
celta, y los hay también que, como el Jesús Army, se pueden identificar como
cristianos, pero se parecen más a las comunas místicas del cristianismo
medieval que a las Iglesias modernas, católica o protestantes. Y en esta época
de nuevos cultos de redentores, hay vías neptunianas todavía más extrañas. La
Aetherius Society, fundada por George King, pretende que su guru recibe su
sabiduría directamente de los extraterrestres. Pero sea cual fuere la tradición
esotérica que invoquen, y la fuente divina de la sabiduría canalizada, los
temas subyacentes son los mismos.
En términos generales, la mayor parte de los grupos y enseñanzas esoté-
ricos parece que cumplen una función válida y valiosa para las personas que se
entregan a ellos. Puede ser que tal función no siempre sea un sentimiento de
conexión con una realidad superior; también puede ser la cuestión, mucho
más fundamental, de tener compañía humana en medio de una soledad y una
desesperanza insoportables. Si tal compañía es real o ilusoria es uno de los
grandes enigmas de Neptuno. Aquellos que tienden a ser escépticos podrían
sugerir que el culto es un pobre y con frecuencia peligroso sustituto de un
sentimiento más «normal» de la familia. Sin embargo, ¿cuántas familias están
libres de engaño, explotación e incluso de ilusorios vínculos afectuosos que en
realidad ocultan propósitos mucho más destructivos? Es fácil centrarse en la
persona dañada, necesitada de ayuda debido a sus evidentes problemas
psicológicos y manipulada para que adopte creencias cuestionables y un
comportamiento que socave su ya precario asidero en el sano juicio. Todos los
cultos tienen ex miembros a quienes les encanta hablar de lo que les pasó a
discípulos que enloquecieron debido a las presiones impuestas por el grupo y
su guru. Sigue pendiente la cuestión de si realmente es el culto lo que arroja
por la borda a ese tipo de personas, o si de todas maneras ya iban por ese
camino y habrían terminado desintegrándose independientemente de la
compañía en que estuvieran; y además, si no habrían ido a parar a cualquier
frío e impersonal establecimiento psiquiátrico en vez de hallar el abrazo, con
frecuencia más comprensivo y compasivo, de sus compañeros de creencias.
Algunos cultos esotéricos, vistos desde fuera, dan la impresión de ser
inofensivos pero evidentemente tontos, como sucedió con la extraña comuna
que se formó en Cornualles alrededor de la ambigua figura de Holy John.
Durante dos años, a finales de los ochenta, los miembros de esta pequeña
comunidad que William Shaw describe como «una colección de inadaptados,
hippies y viajeros de la nueva era que se consideraban los desposeídos de Gran
Bretaña,»” se instalaron en chozas primitivas en una cantera abandonada en el
desolado promontorio de Kenidjack. Allí, bajo la orientación cada vez más
autoritaria de su líder, un antiguo comerciante en antigüedades que había
tenido una visión mientras cumplía una condena por un delito menor de
posesión de drogas, adoraban a una gran diosa de la Tierra, a quien llamaba la
Señora, y a su consorte, Pan, que iban a volver a gobernar Gran Bretaña para
salvarla del inminente desastre ecológico. Habría inundaciones y parte de las
tierras se perderían para siempre; todos los coches serían devorados por las
aguas; los injustos se dispersarían; el viejo mundo perecería, dejando paso al
amanecer de una nueva era artúrica, y de las aguas emergería la antigua tierra
mítica de Lyonesse, Pero cuando llegó la fecha declarada del milenio,
Lyonesse no emergió de las aguas. Durante un tiempo, el culto se mantuvo en
la zona, pero gradualmente sus seguidores se dispersaron desilusionados. Es
fácil hacer de lado el episodio calificándolo de tonto y lastimoso, el romántico
sueño de poder de un individuo inestable que logró con engaño que un grupo
de buscadores crédulos y psicológicamente infantiles lo aceptaran. Sin duda,
es así. Pero, como sucede siempre con el mundo de Neptuno, las personas
involucradas experimentaron cosas que no podían negar tan fácilmente, y
quizá tampoco nosotros podríamos hacerlo. Shaw cita a un ex practicante del
culto, llamado Nick;

Una noche [,..] él tuvo una visión de extraordinaria claridad mientras estaba de
pie sobre los acantilados. De repente, la luz de la luna llenó el cielo y vio un árbol
genealógico, con sus padres en la raíz y una extraña sucesión de figuras históricas
que iban abriéndose hacia el cíelo. Entonces le pareció oír una voz que decía;
«Todos esos rostros, todas esas personas, vivieron para que pudiera suceder este
momento. [...] Sé una luz, una esperanza y un corazón».14

Lyonesse y Holy John resultaron ser una total decepción para Nick, pero
la visión y su indiscutible realidad emocional permanecieron.
Otros grupos esotéricos son más siniestros. Unos pocos son francamente
terroríficos, porque con frecuencia, la relación maestro-discípulo no sólo está
llena de la participation mystique neptuniana entre el hipnotizador y un sujeto
muy sugestionable, sino también de las más oscuras compulsiones de un
Plutón renegado y paranoide, tanto en el líder como en sus discípulos. Este
tipo de grupos no sólo puede conducir a «curaciones» y vivencias de
transformación milagrosas, sino también a tragedias como la acontecida en el
Templo del Pueblo, en Guyana, cuando los miembros de la secta se suicidaron
bebiendo cianuro junto con con su líder, Jim Jones, el 18 de noviembre de
1978. Igualmente aterrador fue el caso de la secta de los davidianos, dirigida
por David Koresh, muchos de cuyos miembros resultaron muertos por balas o
por el fuego cuando los agentes del FBI intentaron liberarlos de su mesías
elegido. Y en el otoño de 1994, miembros del culto suizo conocido como el
Templo del Sol se quemaron vivos en compañía de su líder. Sin embargo,
incluso con ejemplos tan aterradores de los abismos de horror que puede
alcanzar la devoción neptuniana, sigue siendo legítimo preguntarse quién es
realmente el responsable. En una época en que proliferan los cultos, es de
esperar que un poder establecido que está en contra de ellos vea a las
comunidades esotéricas como grupos plagados de técnicas de «control mental»
que socavan el libre albedrío de sus miembros y los reducen a la condición de
víctimas de la explotación y el abuso. Vivimos en una época de nuevas
cacerías de brujas, a medida que la tensión generada por la proximidad del
nuevo milenio va en aumento y pulsa el botón neptuniano en todos nosotros.
Shaw señala que:

Cuando cualquier culto roza contra un mundo exterior hostil, las actitudes se
endurecen y se queman las naves. Los ataques sólo sirven para confirmar todo lo
que la gente ya creía.15

Y sugiere que las tragedias del Templo del Pueblo y de los davidianos
bien pueden haber sido exacerbadas, si no totalmente causadas, por la para-
noia de la actitud adversa a los cultos que los rodeaba.

La paranoia de los cultos con respecto al mundo exterior se nutre de la para noia
del mundo exterior con respecto a los cultos, que se nutre de la paranoia de los
cultos. Es la historia del perro que se muerde la cola. 16

Las técnicas de «desprogramación» actualmente de moda en Estados


Unidos pretenden romper los vínculos emocionales de los miembros con el
culto, en ocasiones valiéndose de medios violentos. El resultado suele ser que
el ex miembro se convierte en un virulento exponente de la gente contraria al
culto, que siente que abusaron de él y lo explotaron. Neptuno el devoto se
convierte en Neptuno proyectado, a medida que la persona aprende a
identificarse con el conservadurismo saturnino contra la subversión
neptuniana.

Estimulados a creer en la ideología terapéutica de la víctima y el violador, llegan a


creer que jamás optaron por unirse a un culto, sino que simplemente los
hipnotizaron para que lo hicieran, o los obligaron a hacerlo. Todas las complejas
relaciones de fe, amor, y confianza mutua que habían compartido, y en las que
con tanto empeño habían trabajado junto con otros miembros del mismo culto,
no eran más que una tremenda y cínica mentira. [...] Desde el punto de vista de
una víctima, lo que una vez sintieron como afecto puede parecer de pronto una
explotación...17
Ahora nos encontramos verdaderamente en aguas neptunianas; porque,
¿quién está explotando a quién? ¿Y dónde se encuentra la verdad? Quizá los
que están fuertemente influidos por Neptuno respondan abrazando en cuerpo
y alma su dominio, a expensas de los valores individuales y de la libertad de
elección. También pueden entrar en una violenta lucha contra la atracción
amenazadora de las aguas, mediante la proyección de las dimensiones más
destructivas de Neptuno sobre un chivo expiatorio adecuado, y el mundo de
los cultos esotéricos es excelente para ello. El guru y el discípulo neptunianos
se estrechan la mano y el corazón en una mutua confabulación que les
proporciona la vivencia de la fusión que ambos tanto necesitan. La única
verdad que probablemente descubramos al final es que desesperarse es
humano, y también lo es intentar hallar a través de otras personas —ya se
trate de líderes o de seguidores— la aceptación, el amor y la salvación que no
podemos encontrar dentro de nosotros. Pero nuestra desesperación nos pone
en gran peligro, al mismo tiempo que suscita compasión. Shaw expone muy
sucintamente sus observaciones, y mi propia experiencia a través de los años
me lleva a coincidir por completo con él:

Después de haber pasado años observando a las personas que ingresan en cultos,
todavía no ha visto a nadie que haya sido persuadido por otra cosa que no fuera su
propia ansia de creer.18

Los planos superiores


La canalización es un fenómeno espiritual popular. Consiste en la transmisión
de sabias enseñanzas provenientes de otros planos de la existencia, a los que
generalmente se percibe como «superiores». La canalización puede provenir
de entidades incorpóreas como los Maestros desencarnados, de extraterrestres
de buena voluntad o de una fuente impersonal como los «registros akásicos» o
la «memoria de la naturaleza». Las sabias enseñanzas así obtenidas forman la
base no sólo de muchos cultos nuevos, sino también de las desviaciones de un
cuerpo de enseñanzas que cuenta con una mayor aprobación del colectivo,
porque mediante el mensaje canalizado una determinada persona recibe
milagrosamente una visión nueva y más iluminada del camino espiritual. Se
usa el término «canalización» porque la persona afirma que no es más que un
recipiente o un canal para un conocimiento incontaminado proveniente del
mundo invisible. La canalización, al igual que cualquier otro fenómeno
neptuniano, no es nueva. El Oráculo de Delfos canalizaba las crípticas
respuestas de Apolo a las preguntas de los mortales mientras se encontraba en
un trance inducido por drogas, y los Libros Sibilinos, que tanto amaron los
romanos, eran profecías del futuro canalizadas por mujeres que, si nos atene-
mos a cualquier evaluación psiquiátrica actual, se encontraban evidentemente
en un estado histérico. En la época de Mesmer, personas hipnotizadas emitían
a veces torrentes de extrañas declaraciones, en ocasiones en una lengua
extranjera que desconocían cuando estaban despiertas. «Hablar en lenguas» es
una antigua expresión para designar la canalización, que sigue gozando de
buena salud en muchas sectas cristianas, en particular en el sur de Estados
Unidos. Ser un médium, para los mensajes de familiares muertos o de maes-
tros desencarnados, es una forma de canalización que se hizo célebre durante
el movimiento espiridsta de mediados del siglo XIX y que se sigue practicando
en la actualidad. Los llamados «psíquicos», como Edgar Cayce, 15 canalizan
información sobre vidas anteriores y afirman que reciben su conocimiento de
un «registro» universal etérico o astral en el que está registrada la totalidad de
la experiencia humana. La transmisión puede producirse cuando la persona se
encuentra en un estado parecido al de trance, o, con menor frecuencia,
cuando la conciencia está presente, pero voluntariamente se ha «hecho a un
lado» para permitir que hable la voz espiritual. A la canalización se la acepta
sin la menor reserva en muchos círculos esotéricos, que al parecer conectan el
canal y a la persona que escucha o lee con una fuente de vida superior. Y es
también, cosa nada sorprendente, objeto de escepticismo e incluso motivo de
burla entre aquellos que han observado con preocupación la enorme brecha
que con tanta frecuencia existe entre la supuesta santidad de la fuente y el
carácter cuestionable del canal humano.
Es difícil, por ejemplo, reconciliar la moralidad pagada de sí misma de
Alice A. Baiiey y su apenas disimulado racismo con la naturaleza crística
atribuida a su maestro, el Tibetano. El Leo que ya antes he mencionado,
fundador de la secta Emin, pretende poseer poderes ocultos como resultado de
su canalización, que le permiten curar la leucemia y el cáncer de médula ósea.
En una entrevista para el Putney and Wandswortb Guardian, dijo al periodista:
«Estimo que debo de ser el hombre más brillante que jamás hayas conocido». 20
George King, el fundador de la Aetherius Society, recibió «la comunión»
proveniente de sus amados extraterrestres en 1954, cuando estaba haciendo la
colada en su habitación de Maida Vale:

Una voz resuelta que parecía resonar dentro de su cabeza le anunció: «¡Prepárate!
¡Estás a punto de convertirte en el portavoz del Parlamento Interpla-
netario!».21
Es probable que algunas de estas personas, aunque no todas, se dirijan
contentísimas al banco a ingresar sus beneficios. Algunas muestran un fana-
tismo racial o religioso apenas disimulado del que no se hacen personalmente
responsables. Pese a todo, en realidad no sabemos lo que es la canalización.
Los que responden a enseñanzas canalizadas identifican la fuente como
perteneciente a una dimensión espiritual y más elevada de la existencia. Las
enseñanzas son a veces increíblemente elaboradas y apenas comprensibles
(intentan, por ejemplo, leer La doctrina secreta en la cama, tomándose una taza
de chocolate caliente). En muchos ejemplos de canalización, si no en todos,
no hay ninguna intención calculada ni consciente de engañar. Sea cual fuere
el material, y venga de donde viniere, el canal no tiene conciencia de estar
familiarizado con él, y es frecuente que, en el estado ordinario de vigilia, no
sea capaz de formular ideas tan complejas ni de expresarlas con tanta claridad.
La canalización no se limita exclusivamente a las enseñanzas; también se
puede canalizar energía. Muchos sanadores espirituales afirman que no son
más que receptores del amor y la luz de Dios, que pasan a través de ellos,
llegan al paciente y tienen un efecto mágico sobre el cuerpo y la mente
enfermos. Sea lo que fuere lo que el sanador hace, con frecuencia funciona, a
despecho de la perplejidad y la irritación de la comunidad médica ortodoxa.
Una vez más, parece que el estado neptuniano de fusión psíquica,
independientemente del dios o el poder a quien se le atribuya, invocara
dentro de la persona algo que desafía las leyes conocidas de la materia y la
medicina. También la meditación en grupo aspira con frecuencia a la
canalización de la energía sanadora positiva, y a menudo resulta que la
participation mystique entre los miembros del grupo es algo más que la suma de
las partes. Es necesario considerar estas experiencias de curación de carácter
espiritual o religioso en el contexto del trabajo de Mes- mer y el de Charcot,
porque el estado de fusión psicológica con el sanador puede proporcionar el
tan ansiado antídoto para la herida envenenada originaria de la separación
infantil. Aún no sabemos con qué profundidad podría estar implicada tan
temprana herida en la enfermedad física, ni tampoco podemos evaluar el
grado en que el hecho de regresar a un estado prenatal de aquiescencia y
confianza totales podría modificar una enfermedad al parecer incurable,
independientemente de que la energía canalizada sea divina o, lo que no es
menos misterioso, no sea más que el poder del amor y la compasión humanos.
O tal vez ambas cosas sean en realidad lo mismo. La curación espiritual no es
falsa ni simulada, pero sí algo que elude la cuestión de la responsabilidad indi-
vidual. Cuando se atribuye una curación a Dios, que actúa por mediación del
sanador o del maestro, se le pueden atribuir también muchas otras cosas, algu-
ñas de ellas sumamente destructivas. El hecho de reconocer con precisión qué
clase de poder es el que en realidad está actuando puede hacer de contrapeso a
esa identificación inconsciente con la divinidad que afecta con mucha
frecuencia tanto a los maestros y sanadores neptunianos como a sus discípulos
y pacientes.
Hay vínculos importantes entre la canalización, tal como se la entiende
en los círculos esotéricos, y el proceso que tiene lugar cuando el artista «se
hace a un lado» para dejar que aflore una imagen o una idea. Muchos
escritores, pintores, escultores, actores y músicos describen la peculiar
sensación de que una obra se está creando sola y de que ellos no son más que
los artesanos que le dan los toques finales para el consumo externo. Mozart
componía como si lo estuviera haciendo al dictado; «escuchaba» la música que
podía oír mentalmente. Berlioz también afirmaba tener esta misma
experiencia, al igual que Noel Coward. En ocasiones, Schumann componía en
estado de trance, y creía que el espíritu de Schubert y el de Mendelssohn le
sugerían los temas musicales en sueños. A veces, el artista atribuirá a una
fuente divina el poder creativo autónomo que actúa por mediación de sus
ojos, sus oídos y sus manos. La relación de Neptuno con el artista, y su
emplazamiento en los horóscopos de los artistas mencionados, se estudia con
más profundidad en el capítulo 10. Pero aquí es oportuno un comentario
sobre la estrecha relación entre la canalización espiritual y la creatividad
artística. La diferencia, y es una importante diferencia, estriba en que el
artista participa conscientemente en la obra, configurándola y puliéndola de
tal modo que al final acaba siendo el producto de una colaboración estrecha
entre el yo y el Otro, y acepta el fracaso como parte de las limitaciones que
impone la condición humana. En la canalización no existe tal colaboración, y
por consiguiente no se asume responsabilidad alguna por el buen o mal
resultado. En este contexto, aparte de la profunda desilusión que puede
provocar el fracaso, hay un riesgo mayor de autoengrandecimiento por parte
del sanador, una pérdida de discernimiento y juicio por parte del paciente, y
una dependencia recíproca que puede arruinarles la vida a los dos.
Es difícil examinar un tema tan delicado como el de la canalización sin
riesgo de ofender a alguien. Algunos de sus elementos están claramente vin-
culados con un estado histérico, en el que se ha producido una disociación
extrema entre el yo y el inconsciente, y donde el inconsciente ha asumido
una naturaleza autónoma, como si fuera una «entidad». No cuesta nada
burlarse de lo lejos que pueden llegar algunos miembros de la comunidad
esotérica californiana, donde hay tantos maestros hindúes, jefes indios norte-
americanos, extraterrestres, sabios mandarines chinos y familiares difuntos
haciendo cola para transmitir su sabiduría, que uno se pregunta si habrá algo
así como un control astral del tráfico aéreo. Y sin embargo, aquí hay un mis-
terio que no se puede hacer de lado tan a la ligera. Ciertas obras «canalizadas»
tienen un gran poder psicológico, y hablan tanto al corazón como al intelecto.
Reflejan una visión arquetípica del mundo que es coherente y fácilmente
identificable. Es la visión del mundo de Neptuno, y el mensaje anuncia que
todos somos Uno. Pero la lógica del lenguaje y la cosmología hacen que ese
Uno sea tan accesible para la mente como para los sentimientos. Ejemplos de
este tipo de canalización más refinado son los libros de Seth escritos por Jane
Roberts,21 y la obra, a veces ilegible pero de todas maneras de una resonancia
inquietante, de Alice Bailey. Cuando uno lee con cierta penetración psicoló-
gica libros como éstos, y hace caso omiso de la jerga especializada peculiar de
las obras canalizadas, o bien la traduce en términos más accesibles, puede des-
cubrir profundas verdades, lo cual es claramente la razón de que estas obras
tengan el poder de llegar a tantas personas.
En su autobiografía, Bailey describe su primera experiencia de ser «con-
tactada» por el Tibetano, el Maestro cuya sabiduría ella afirmaba que estaba
canalizando.

Oí lo que me pareció una clara nota música, emitida desde el cielo, resonando en
la colina y dentro de mí. Entonces escuché una voz que decía: «Deberán escribirse
ciertos libros para el público. Y tú puedes escribirlos. ¿Lo harás?».
Inmediatamente respondí: «No, de ninguna manera. No soy una vulgar psíquica,
ni quiero dejarme ser atrapada en ello».25

Tras haber rechazado por segunda vez lo que le proponía la «voz», cuenta
Bailey que finalmente accedió a probar, y recibió los primeros capítulos de su
primer libro, Iniciación humana y solar. Y vuelve a insistir en que

[...] el trabajo que hago de ninguna manera está relacionado con la escritura
automática. [...] Asumo una actitud de atención positiva e intensa. Retengo el
pleno control de todos mis sentidos de percepción [...]. Sencillamente escucho,
anoto las palabras que oigo y registro los pensamientos que se introducen uno tras
otro en mi cerebro. [...] En lo dictado por el Tibetano nunca be cambiado nada.
De haberlo hecho, no me hubiera dictado nada más. 25

Bailey difiere de los demás cuando afirma que es consciente durante el


proceso de canalización. Pero sí es como los demás cuando afirma que es el
humilde vehículo de una fuente de sabiduría superior que desea que sus
enseñanzas sean accesibles a una humanidad ciega y atolondrada, que busca
una guía de otro mundo. Dada la propensión de Neptuno a identificarse con la
figura de redentores, es probable que muchos de los que pretenden canalizar
una sabiduría o una energía superiores, sufran la misma profunda sensación
de aislamiento impotente que afecta a aquellos a quienes intenta ayudar. La
vida de muchos psíquicos y médiums está llena de enfermedades, de
infelicidad, de considerarse víctimas de cualquier tipo. Bailey y Cayce son dos
ejemplos característicos. Más que suponer que la fuente superior exige un
canal enfermo y doliente, podemos considerar que el canal, a fin de
identificarse con el redentor arquetípico, inconscientemente necesita
experimentar el sentirse víctima como parte de su equipamiento psicológico.
Como muchos artistas, pueden temer que, si dejan de sufrir, perderán la
conexión divina. La validez de este punto de vista abre un serio interrogante.
Sin embargo, la mayor parte de las personas que he conocido y que poseen, o
dicen poseer, el don de la canalización, nos dan la espalda si se les habla de
análisis psicológicos o de un enfoque terapéutico de sus problemas.
Aparentemente es preferible, al menos para los neptunianos, mantener un
sentido secreto de la divinidad permaneciendo inconscientemente
identificado con el redentor sufriente. Como el mítico Aquiles, que prefirió
una gloria breve pero imperecedera a una vida larga pero anodina, Neptuno se
aferrará de buen grado a un suelo ardiente a cambio de un breve sorbo de las
aguas de la fuente.

La experiencia cumbre oceánica


La psicología transpersonal es un campo de investigación relativamente
nuevo. Durante los años sesenta y setenta, Roberto Assagioli, Abraham Mas-
low, Charles Tart, Ira Progoff y Viktor Frankl hicieron importantes aportes a
un cuerpo de investigación y de interpretación en constante crecimiento. 25
Ellos mismos, a su vez, construían sobre los cimientos que había puesto
mucho tiempo atrás Jung, quien subrayaba la autonomía del instinto religioso
y estaba preparado para reconocer las experiencias espirituales sin cuestio-
narlas, y no sólo como una expresión del narcisismo primario. La búsqueda de
una legítima psicología del alma también debe mucho a la visión del mundo,
en parte política, en parte mística, de los hippies de la década de los sesenta, y
a su interés por los estados de conciencia alternativos inducidos por las drogas
y las prácticas orientales de meditación, entre ellas el yoga. En el campo de la
psicología transpersonal se ha hecho un intento de salvar la antigua brecha
neptuniana entre el libro de oraciones y el cochecito de bebé aplicando
métodos empíricos de investigación y de análisis, al tiempo que se reconocía
la realidad de las vivencias que, por su propia naturaleza, son un reto para el
entendimiento racional. En ocasiones, este intento de unir psicología y
religión ha producido enfoques psicoterapéuticos de un idealismo imposible,
con un deliberado desprecio del aspecto más oscuro de la motivación humana.
Otras veces ha proporcionado inspiradas intuiciones sobre la validez, el
significado y el poder de transformación de los estados alterados de
conciencia. En el mundo astrológico, también la psicología transpersonal ha
despertado siempre más interés que el enfoque psicoanalítico. Los psicotera-
peutas inteligentes de todas las tendencias son capaces de reconocer la necesi-
dad de contar con muchos mapas diferentes para explorar las selvas y páramos
desconocidos de la psique humana. De la misma manera, también los
astrólogos necesitan tener más de un mapa para explorar las corrientes desco-
nocidas de las aguas neptunianas.
Tal como sucede con otras escuelas de psicología, tampoco el enfoque
transpersonal está totalmente unificado en lo referente a su filosofía, su teoría
o su práctica. Pero hay ciertos criterios generales respecto de los cuales
parecen estar de acuerdo las diversas clases de terapia transpersonal. Un
principio central lo constituye la transformación de la conciencia, que enri -
quece la vida y que puede resultar del encuentro de la persona con un nivel
de la realidad más profundo o más elevado, que trasciende las fronteras del
yo. Las experiencias transpersonales se presentan de muchas formas y con
variados atuendos, pero la mayor parte de ellas no son ostentosas. Aunque
muchas personas se hayan tropezado con ellas en algún momento de su vida,
es probable que no reconozcan la naturaleza de la experiencia, sino que
perciban solamente los sentimientos resultantes: sentirse sanado, apoyado y
en contacto con una nueva sensación de significado.

Se pueden ver estas experiencias como una prueba existencial inmediata de que
Alguien o Algo se cuida de uno, sin que importe si se lo concibe como una fuerza
religiosa o no, como Dios, la Vida o la Naturaleza. [...] Las experiencias
transpersonales sobrevienen con frecuencia durante períodos de estrés y deses-
peración; la cumbre se eleva directamente desde el abismo. 26

Otro punto fundamental en el enfoque transpersonal es la idea de que


somos de naturaleza dual. Tenemos un ego —un yo «pequeño»— y tenemos
(o mejor dicho, nuestra personalidad individual es la expresión de) un yo
superior o más completo que es el auténtico centro de nuestro ser, y con el
cual nos encontramos en el curso de experiencias transpersonales. Este yo
s u p e r i o r es la fuente de nuestro «destino» y de nuestra sensación de un sig-
niñeado en la vida. Paradójicamente, al mismo tiempo que este es el núcleo
esencial de una individualidad peculiar, la experiencia que tenemos de él nos
proporciona una profunda sensación de relación con los demás y de
compasión por ellos. Si nos identificamos exclusivamente con el ego, estamos
prisioneros, aislados y separados de nuestro propio centro. Pero tan pronto
como el ego se debilita a causa de la enfermedad, el estrés, los esta dos
alterados de conciencia inducidos por drogas, sueños muy intensos, una gran
conmoción emocional o cualquier práctica voluntaria de orden físico o
psicológico del tipo que sea (como el yoga, la meditación, la fantasía guiada o
la imaginación activa), trascendemos nuestras limitadas identificaciones y nos
volvemos conscientes de algo diferente que hay dentro de nosotros y que
sana, renueva, limpia y restaura nuestra fe en la vida como lugar de bondad,
belleza y significado.
Desde luego, esta interpretación dualista del ser humano no es nueva. Se
la puede encontrar en Platón,27 y muchos de los ejercicios mágicos de los
primeros neoplatónicos, como Plotino, Proclo y Jámblico, iban dirigidos al
logro de lo que hoy podríamos llamar una experiencia cumbre. Así era la
«magia natural» de Marsilio Ficino, tal como se la practicó durante el Rena-
cimiento.28 Pero la razón de que a la psicología transpersonal se la llame psi-
cología es que, desde los años sesenta (cuando Neptuno estuvo en tránsito por
Escorpio), ha habido un intento de observar, registrar y clasificar los estados
alterados de conciencia, no desde el punto de vista de una fe o de una
cosmología religiosa, sino a partir de un cuerpo de conocimientos probado
sobre la dinámica psicológica y del testimonio directo de las personas
afectadas. Sin duda, la psicología misma puede ser simplemente otra forma
más sutil de cosmología religiosa, como afirman quienes están en contra de la
psicoterapia. La brecha entre el edificio científico del psicoanálisis y las
enseñanzas esotéricas canalizadas de Alice Bailey no es tan grande como se
podría pensar. Pero si bien es probable que en última instancia no haya nada a
lo que se pueda considerar una observación objetiva de fenómenos tan
sumamente subjetivos, por lo menos dentro de esta rama de la psicología se
está haciendo algún esfuerzo por unir a Neptuno y Saturno, y deshacerse así
de la convicción neptuniana de que la razón es la enemiga de la fe.
Las experiencias transpersonales suceden con mayor frecuencia en
momentos de gran crisis. En ocasiones, van asociadas con el difícil paso por la
pubertad, pero son más típicas de la mitad de la vida, cuando la propia
identidad establecida puede haberse vuelto demasiado rígida, sin dejar mar-
gen para que surjan de las dimensiones no desarrolladas de la personalidad.
No es por coincidencia que, durante el decenio que va de los treinta y ocho a
los cuarenta y ocho años —el período durante el cual es más común que se
den tales experiencias—, todos pasemos por esos tres grandes ciclos astroló-
gicos que abarcan lo que, con un típico eufemismo, llamamos «crisis de la
mitad de la vida». Urano se opone a su emplazamiento natal, Saturno se opone
a su emplazamiento natal, y Neptuno forma una cuadratura con su
emplazamiento natal. Desde el punto de vista de la psicología transpersonal,
difíciles síntomas en este período crítico de la vida pueden reflejar la
orquestación oculta del yo superior. La depresión, la pérdida de significado, la
enfermedad física e incluso la crisis psicótica pueden llevar implícita no una
profunda patología subyacente, sino una fuerza creativa que está buscando
destruir pautas y actitudes vitales ya gastadas. Así, puede que, debido a la
rigidez y a una sobreidentificación, lo que antes se sentía como normalidad se
haya convertido en algo destructor de la vida, y que lo diagnosticado como
enfermedad sea en realidad la superficie, no demasiado agradable a la vista, de
un secreto proceso de curación. Muchos problemas que dentro de un marco
de referencia psicoanalítico cabría referir a heridas de infancia que todavía
persisten y supuran, si se los contempla desde este punto de vista pueden ser
los signos externos de una profunda crisis espiritual que se ha de reconocer y
validar como lo que es para que la vida siga adelante de forma creativa. El
anhelo de redención puede surgir porque uno no es capaz de aceptar la vida
tal como es. Igualmente, puede surgir porque un exceso de «realismo», unido
a una renuencia a aceptar la propia realidad, ha hecho de la vida algo
estancado y desconectado de las fuentes del corazón y el alma.
Hay muchas clases de experiencia transpersonal, y no todas ellas son
estados de fusión con la fuente. Puesto que cada planeta tiene su propia forma
de espiritualidad, es probable que la naturaleza de aquello que trasciende lo
personal no se revele de la misma manera a todas las personas que se
encuentran con lo que la psicología transpersonal llama «el yo superior».
Algunas experiencias cumbre pertenecen más bien a la mente que al corazón,
y conllevan una revelación sobrecogedora de las pautas secretas subyacentes
en la vida. Podría ser posible, tal como hacen algunos analistas freu- dianos,
kleinianos, existencialistas e incluso junguianos que conozco, considerar el
enfoque de la psicología transpersonal en su totalidad como un mero
ordenamiento, o bien como una fantasía sublimada de regreso al útero. Esta
postura parcial refleja la actitud defensiva de un Saturno asustado. Las
experiencias transpersonales pueden ser amenazadoras para las personas
saturninas, no sólo a causa de la naturaleza tan particular del encuentro (que
no se puede medir ni evaluar estadísticamente), sino también porque hay
algunas dimensiones muy misteriosas de la psique humana que están más allá
del control de la voluntad personal. Puede que no sea necesario, ni siquiera
exacto, llamar espirituales o divinas a estas dimensiones. Sin embargo, son sin
duda transpersonales: están más allá de lo personal. A Neptuno se lo puede
ver por un instante con toda claridad en esa forma de experiencia
transpersonal conocida como «oceánica». La esencia de lo que se experimenta
no es neptuniana, pero el carácter de la experiencia sí lo es. El principal
problema con las experiencias oceánicas es que son sumamente difíciles de
comunicar sin dar la impresión de ser un hippy de los años sesenta drogado
con hachís. A diferencia del hachís, tales experiencias tienden a ser adictivas,
y dado que hacen pensar en el Edén, movilizan no sólo los procesos de
curación dentro de la psique, sino también un vago infantilismo. La persona
neptuniana es la más propensa a este tipo de experiencia transpersonal y, cosa
nada sorprendente, es también aquella a quien puede resultarle más difícil
integrar posteriormente la experiencia.
En su ensayo «Trascendental Meditation as an Adjunct to Therapy» [La
meditación trascendental como coadyuvante en la terapia], Harold H.
Bloomfield cita un ejemplo del tipo oceánico de experiencia cumbre en el
caso de una mujer a quien llama Anne. Estas son sus palabras:
Fue increíble. Al abrir los ojos me encontré con la habitación llena de luz, de un
resplandor dorado que lo dejaba todo nuevo y radiante. Era como volver a ver el
mundo por primera vez, y me hizo brotar las lágrimas. Todo era tan bello, tan
precioso. Me sentía santificada y completa. La vida era profundamente buena; las
guerras, los altercados y las quejas parecían algo absurdo. El amor, el amor
universal, era la única realidad. [...] Pero yo no lo estaba pensando; simplemente
lo sabía. No había miedo, sino sólo luz, amor, y una paz imposible de describir,
que lo abarcaba todo; el tiempo estaba inmóvil, cada momento parecía ser infinito
y maravilloso. [...] Pero tan grande como fue el sentimiento mientras duró (y duró
aproximadamente ocho horas, para después ir disminuyendo poco a poco durante
otras diez), así me sentí de aplastada cuando pasó. Fue peor que si hubiera perdido
al mismo tiempo a mi marido, mis hijos, mis padres y mis mejores amigos. Me
sentía como una proscrita, a quien le hubieran cerrado en la cara, de un portazo,
todo acceso al reino de lo espiritual. Sin esa amplia conciencia amorosa, sentía la
existencia como algo superficial y fútil.”

Bloomfield pasa luego a explicar que después de un estado extático de este


tipo, «cuando la sensación de conocer y de haber experimentado la unidad de
la vida, el amor y el júbilo empieza a disiparse, la experiencia puede ir seguida
de una crisis personal».30 El potencial de curación de este tipo de experiencia
es obvio. Su verdadera naturaleza es un misterio que no puede ser reducido
simplemente a la condición de un estado fantaseado de fusión con una madre
divina y Creadora. La sobrecogedora inteligencia que se revela, y que
encuentra sentido en una pauta vital hasta entonces disparatada e
incomprensible es, si no divina en el sentido religioso tradicional, algo que
trasciende sin duda alguna toda capacidad de comprensión del yo consciente.
Pero las propiedades adictivas de la experiencia cumbre oceánica, en par-
ticular para una persona que ya encuentra la vida demasiado parecida a Tibil,
son igualmente obvias.
En la vivida descripción ofrecida más arriba, Neptuno está dibujado con
gran claridad, tanto en lo referente a la naturaleza de la experiencia de unidad
como en lo que respecta a la naturaleza del sufrimiento y la culpa cuando
después se le cierran a uno en las narices las puertas del Paraíso. Es
precisamente en esta clase de coyuntura donde puede ser tan vitalmente
necesaria la sabiduría de un enfoque más reductor, en combinación con la
validación de la experiencia; porque el sentimiento de desvalorización y
desesperación que se expresa en el ejemplo que acabo de citar se vincula
generalmente con antiguos y profundos problemas de la infancia, y con un
difícil proceso de separación en los primeros años de vida. Aquí es donde
Neptuno tiene más necesidad del realismo y la contención de Saturno.
Lamentablemente, también es aquí donde muchas personas que intentan
ayudar trabajando en el campo de lo transpersonal no consiguen guiar al
individuo para que integre su experiencia en la vida cotidiana ni para que
comprenda con mayor profundidad por qué se siente tan culpable y despo-
jado. Se empeñan, en cambio, en enseñar a la persona cómo sacar partido de
la vivencia oceánica mediante técnicas que trascienden la conciencia del yo, o
bien borran todo rastro de ella. La dinámica interna de Neptuno es la de una
adicción permanente al Paraíso. En la experiencia cumbre oceánica podemos
ver no un sustituto simbólico de la fusión con la fuente, sino un estado
alterado de conciencia en el que las fronteras se han desplazado y uno ha
vuelto a entrar en el Jardín después del nacimiento y sin haber muerto. El
dominio que nos proporciona esta experiencia de curación no es Neptuno en
sí. No sabemos qué es, pero la función psíquica que nos permite vislumbrarlo
de un modo oceánico está simbolizada por Neptuno en la carta natal, ya sea
que la experiencia se dé de forma espontánea, o bien sea inducida por el
Éxtasis o el LSD. También es neptuniana la insistencia en que es ese mundo, y
no éste, el único que tiene valor y merece que se contraiga con él un
compromiso, y en que la personalidad individual es indigna, no tiene ninguna
importancia y ya ha pasado su fecha de caducidad. Neptuno abre la puerta a
las experiencias extáticas de disolución, pero también nos hace adictos a ellas,
polarizándonos en contra de la vida terrena en vez de permitirnos entender
ambas dimensiones de la realidad como parte del propósito de ese mismo yo
superior que uno acaba de encontrar.
Dentro del campo de la psicología transpersonal hay muchas técnicas
pensadas para ayudar a la gente a tener una vivencia del ámbito transpersonal.
Algunas incluyen fármacos, otras recurren a ejercicios de respiración y otras
utilizan la imaginación en técnicas de visualización. Todas pueden ser eficaces
para ciertas personas en ciertos momentos. Pero sin disciplina, discernimiento
y una comprensión intuitiva de los motivos subyacentes en la búsqueda, por
parte tanto del terapeuta como del cliente, todas pueden ser peligrosas en
muchos niveles. Las fronteras entre la psicoterapia transpersonal y la
seudopsicoterapia que practican algunas sectas y comunas espirituales no
están vigiladas ni se exige pasaporte para atravesarlas. Dado que Neptuno
desempeña un papel tan importante en la psicología no sólo de los clientes
atraídos por este tipo de enfoques, sino también de quienes lo practican, el
estado de fusión que tan deseable parece puede enriquecer la vida, o no. Es
probable que la persona desdichada que lo abandonó todo para irse a pasar
muchos años en un ashram de Rajneesh, y que después volvió con una nueva
sensación de conexión y un mayor respeto por sí misma, sea más sabia que la
persona que cada mes va a ver al psiquiatra para que le recete otro frasco de
antidepresivos, y de hecho, mucho más que el psiquiatra que, para empezar, le
recetó el medicamento. Y también puede serlo más que el paciente que sigue
acudiendo fielmente a la consulta del psiquiatra cinco veces por semana en su
undécimo año de psicoanálisis. Asimismo, hay comunas que pueden ser
paraísos ambiguos para quienes aún no han nacido psicológicamente, y
algunas personas se siguen quedando dentro del mundo uterino de sus pare-
des mucho después de que las aguas se hayan enfriado, y justifican su inercia
con la excusa de profundizar en la iluminación. Como siempre, no sabemos lo
suficiente para juzgar. Todo depende de la persona, sea ésta la que cura o la
que es curada. Sin embargo, quizá sea apropiado sugerir una vez más que
Neptuno tiene el poder de curar las heridas que él mismo produce. La expe-
riencia cumbre oceánica puede, en última instancia, proporcionar el senti-
miento de amor incondicional que es lo que más ansia el herido buscador de
Neptuno. Y vislumbrar el Edén más allá de las fronteras puede que no sea
infantil ni signifique que se huye de la vida, sino que sea más bien una visión
auténtica de lo que hay detrás de la vida, no sólo antes del nacimiento o des-
pués de la muerte, sino en todo momento, eternamente presente.
La aparición del gura
Aunque el guru ha sido una figura familiar y respetada en la India desde hace
muchos siglos, debemos dar las gracias a John, Paul, George y Ringo por haber
introducido este concepto en Occidente a escala masiva. Aunque la Sociedad
Teosófica de Madame Blavatsky intentara injertar la filosofía y las técnicas
orientales de trabajo espiritual en el cristianismo del siglo XX, la cosmología
elitista de la Sociedad Teosófica y su cuestionable política interna sólo
consiguieron atraer a una pequeña minoría de buscadores espirituales. Pero
con la llegada del Maharishi y el movimiento de meditación trascendental,
reforzado por la exhortación de Timothy Leary a «iluminarse, sintonizar y
desprenderse», a fines de los años sesenta toda una generación de jóvenes
empezó a adoptar una visión del mundo que bien se podría llamar
neptuniana. La evaluación de las implicaciones de esta tremenda revolución
cultural y espiritual debe hacerse en gran parte en un debate sobre las
expresiones de Neptuno en la política y las artes, dos temas que cuentan cada
uno con su propio capítulo en este libro. Pero el guru indio sigue estando con
nosotros de múltiples formas y maneras, que van desde lo sublime hasta lo
ridículo y la imitación descarada; y la promesa de la iluminación y de la
trascendencia del yo no ha perdido nada de su atractivo, para quienes tienen
un Neptuno dominante, desde su llegada a nuestras costas traída por la marea
del Sergeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band.
La iluminación es, en el contexto de la senda mística de Oriente, un
estado en el que uno se desidentifica del yo. Los sentimientos, pensamientos y
sensaciones físicas son dimensiones de la conciencia del yo, y por con-
siguiente nos distraen de la percepción de la realidad que hay más allá.
Incluso la sensación de ser «yo» es una distracción. La iluminación, vista por
el buscador occidental que adopta las disciplinas de Oriente, surge de la
comprensión profunda de la naturaleza ilusoria de la separación impuesta por
la existencia material. Esto refleja el concepto hindú de maya. Lo que el yo
percibe como realidad —incluso la conciencia que tiene de sí mismo— no es
más que el sueño del gran mar cósmico. El estado de bienaventuranza que se
experimenta mediante la unión con el mar cósmico corta con todos los apegos
de las pasiones y permite a la persona alcanzar una serenidad extraordinaria,
vacía de conflicto y de deseo. Las prácticas meditativas y yóguicas del guru
tienen el propósito de ayudar al discípulo a liberarse de la presión de la
identificación con la realidad externa y, en última instancia, de la fantasía de
que existe algo que se pueda llamar «yo». Esto es Neptuno elevado, por
encima de rodos los demás planetas, a la categoría de Verdad
Final. El estado del no ser es preferible a cualquier vivencia de la realidad
temporal, por más dichosa que sea.
Con frecuencia se ha planteado la cuestión de si combinar los enfoques
psicológicos, tan diferentes, de las culturas de Oriente y Occidente median te
un cuerpo de enseñanzas que, en esencia, desvaloriza lo individual, puede ser
de algún valor para la psique occidental. En Occidente, la importancia de la
conciencia individual y de la autoexpresión surgió de los estratos más
profundos de la psique colectiva y de un modo orgánico, tal como emergió en
Oriente la importancia del desapego. Hasta podríamos generalizar, y
considerar que la espiritualidad occidental arraiga en un enfoque solar, 31
mientras que la de Oriente es sin duda neptuniana. Parece que las diversas
culturas evolucionaran siguiendo sendas arquetípicas diferentes, percibieran
de disdnta manera la naturaleza de lo divino y tuvieran que hacer su contri -
bución peculiar y propia a la historia de la evolución religiosa del ser humano.
No hay ningún enfoque que tenga todas las respuestas. La espiritualidad
occidental, que abarca ciertos preceptos neptunianos, pero sin perder jamás de
vista la importancia del yo como recipiente del alma, es fundamentalmente
diferente de la tradición hindú de maya y la liberación de la rueda del karma.
En Occidente siempre hemos vinculado la comprensión de la divinidad con la
importancia de recrear el cielo sobre la tierra por medio del esfuerzo
individual; las vidas y los actos de servicio individuales son importantes. El
anhelo neptuniano de redención y de fusión con la fuente de la vida puede
impregnar tanto el misticismo oriental como el occidental, pero el éxito de la
integración de ambos enfoques en Occidente parece depender de si es o no es
posible conectar a.tierra, en la vida cotidiana, la vivencia del ámbito
transpersonal, permitiéndonos así participar en ambos mundos. Esto es algo
que los gurus inteligentes saben, y por ello se aseguran cuidadosamente de
adaptar las prácticas espirituales de Oriente a las necesidades de la psique
occidental. Sin embargo, es probable que esta comprensión consciente no esté
al alcance del discípulo neptuniano que está decidido a sacrificar el yo de una
vez por todas, con tal de escapar del dolor de la vida.

Rajneesh y los ashrams


Los movimientos espirituales de los años setenta y ochenta fueron iniciados
principalmente por gurus indios trasplantados a Occidente, y atrajeron a
grandes cantidades de jóvenes desdichados y descontentos a quienes los ele-
-L^,t i 11yi-nfiv cjttics ti.ts Á.U J

Carta 12. Bhagwan Shree Rajneesh. Nacido el 11 de diciembre de 1931, 5.13 p.m.
(hora oficial de la India), 11.43.00 (hora media de Greenwich), en Kuchwada, Jubal,
India. Sistema de casas de Plácido. Fuente: datos facilitados por un contacto personal.

mentos saturninos de la cultura occidental les resultaban tremendamente


dolorosos, opresivos y carentes de todo sentido. La época de los grandes gurus
se produjo, tal como cabía esperar, con el tránsito de Neptuno por Sagitario, y
parece haber pasado, en su mayor parte, con la llegada del planeta a
Capricornio. Pero algunos elementos siguen estando con nosotros, y algunas
prácticas, como la meditación trascendental, se han adaptado tan
concienzudamente a las necesidades occidentales que, convertidas a un sis-
tema de valores capricorniano, hoy se las enseña a los ejecutivos como un
medio sumamente eficaz de aliviar el estrés. En Gran Bretaña, el Partido de
la Ley Natural es un magnífico ejemplo de este movimiento fluido de Nep-
tuno desde Sagitario a Capricornio; ahora la meditación trascendental se ha
abierto paso en la política británica.
Vale la pena examinar con más cuidado el fenómeno de uno de nuestros
gurus más famosos, y no para determinar la validez del guru o de sus
enseñanzas (una empresa probablemente imposible a no ser sobre una base
individual), sino para entender mejor a Neptuno.
La carta 12 es la de Bhagwan Shree Rajneesh, conocido por sus discípulos
como Osho, que nació y recibió el nombre de Rajneesh Chandra Mohán en
1931, en una pequeña aldea situada cerca de Jabalpur, en la India. Era el
mayor de una familia de siete hermanos y cinco hermanas, y fue criado por
sus adinerados abuelos maternos, que lo mimaron hasta echarlo a perder. La
muerte de su abuelo lo hundió en la tristeza, y se convirtió en un solitario que
rehuía cualquier forma de intimidad. Más adelante describió su aislamiento
con estas palabras; «[...] Nunca me he iniciado como miembro de la sociedad;
siempre he sido una persona reservada y solitaria».32 Afirmaba haber tenido su
primera experiencia de conciencia extática (samadhi) a los siete años. También
dijo que su primera iluminación tuvo lugar en 1953, cuando tenía veintiún
años, el día del equinoccio de primavera. Después de esta «explosión» dejó de
estar identificado con su cuerpo. De paso, vale la pena señalar que en esta
fecha, entre otros poderosos movimientos planetarios, Urano en tránsito se
estacionó a menos de un grado de la oposición exacta con su Luna natal en la
casa ocho, tradicionalmente la casa de la «muerte».
A pesar de su iluminación, Rajneesh continuó sus estudios. Asistió a la
Universidad de Saugar y se licenció en filosofía en 1957. Durante los nueve
años siguientes enseñó filosofía, y sólo renunció a su profesión para consa-
grarse a la regeneración de la vida espiritual de la humanidad. Durante una
serie de conferencias que dio en Bombay, anunció a un público escandalizado,
impregnado del puritanismo hindú, que la sexualidad era algo natural y
divino. En ese momento quedó sembrada la semilla de la oposición a sus
enseñanzas en la India, donde se hizo aún más impopular al referirse a Gan-
dhi, precisamente en el año en que se celebraba el centenario de su nacimien-
to, tachándolo de masoquista, hindú chovinista y pervertido. Tras un período
que pasó viajando, Rajneesh se instaló junto con un pequeño grupo de segui-
dores. En 1971 empezó a llamarse y hacerse llamar Bhagwan, que significa «el
Dios encarnado». En 1974 se mudó a Poona, y en 1979 su próspero ash- ram
tenía ya doscientos residentes permanentes, la mayor parte de ellos
extranjeros. Entonces, la Fundación Rajneesh intentó comprar un pequeño
valle para trasladar allí a su creciente grupo de discípulos, pero el Gobierno de
la India se lo impidió. En 1981, Rajneesh hizo voto de silencio. Esto coin cidió
con un viaje secreto a Estados Unidos. Para conseguir la residencia se casó con
la hija de un millonario griego que tenía la nacionalidad estadounidense. Vale
la pena señalar que durante esa época de inestabilidad, cuando Rajneesh
estaba consiguiendo cada vez más seguidores en todo el mundo, al mismo
tiempo que iba teniendo problemas cada vez mayores con las autoridades
gubernamentales, Neptuno en tránsito en Sagitario había llegado a la
conjunción con su Sol natal después de atravesar el Descendente y entrar en
la casa siete, mientras Plutón en tránsito formaba una cuadratura exacta con
su oposición natal exacta Saturno-Plutón. El primer tránsito describe con
precisión el sentimiento de misión divina de que estaba imbuido; el segundo,
la forma en que se afirmaba en su oposición a las fuerzas «exteriores», tan
recalcitrantes y tan a la defensiva como él mismo.
La Fundación Rajneesh adquirió una finca de 26.000 hectáreas cerca de
Antelope (Oregón), que en esa época era una pequeña aldea de cuarenta
personas. Se hicieron planes para la construcción furtiva de una ciudad,
Rajneeshpuram, en donde se esperaba alojar a cincuenta mil discípulos, y se
empezaron a llevar a la práctica con gran decisión. En el proyecto se invir-
tieron ciento veinte millones de dólares. Las ambiciones del asbram en la
política local se combinaron con un comportamiento militarista cada vez más
claro, y ciertas actividades criminales terminaron por conducir a inves-
tigaciones de la policía, el FBI y los funcionarios de inmigración. En 1984,
Rajneesh rompió su voto de silencio. Un año más tarde empezó a acusar a su
directora, Ma Anand Sheela, de una amplia variedad de delitos. El 16 de
septiembre de 1985 decretó el final del «rajneeshismo», dejando a millares de
seguidores desorientados y desilusionados. Rajneesh estuvo encarcelado
durante un corto tiempo, se lo condenó a diez años de prisión con la sentencia
en suspenso y finalmente lo expulsaron de Estados Unidos. Se fue a la India,
donde murió en enero de 1990, cuando Neptuno en tránsito, tras algunos
movimientos de avance y retroceso sobre su Marte, su Mercurio y su Venus,
había atravesado la cúspide de la casa ocho y se acercaba a la conjunción con
su Luna natal.
Rajneesh sigue siendo un enigma. Su estilo de vida y su personalidad
estuvieron llenos de contradicciones asombrosas. Como dice George
Feuersteín;

Tenemos aquí a un guru que, según sus propias palabras, no estaba en su cuerpo;
que declaraba no desear seguidores, y sin embargo, durante años fue el dirigente
espiritual de miles de hombres y mujeres, y les exigía una devoción exclusiva; que
se presentaba como un renunciante, pero odiaba que le sacaran fotografías debido
a su calvicie; que favorecía a los ricos e influyentes y se mos tró a favor de la
adquisición de 93 Rolls Royces; que afirmaba haber sido totalmente iluminado, y
sin embargo sentía la necesidad de usar con regularidad óxido nitroso y se pasaba
el tiempo mirando vídeos de forma compulsiva para disipar el aburrimiento, y
que permitía que un grupo de mujeres ávidas de poder dirigieran su vasta
organización y su propia vida,3’

Es de esperar que Neptuno domine el horóscopo de un guru espiritual. En


el caso de Rajneesh este planeta es sumamente importante, pero está
contrapesado por otros factores. Aunque está en estrecha conjunción con el
Imum Coeli y forma trígonos con Marte, Mercurio, Venus y la Luna, así como
una sesquicuadratura con Saturno y una semicuadratura con Plutón, el
disponedor o determinante de la carta es Saturno, y el elemento dominante es
la tierra. Los aspectos benignos de Neptuno con Marte, Mercurio, Venus y la
Luna sugieren clarividencia, imaginación, sutileza, receptividad a los
sentimientos y las necesidades emocionales que los demás no expresan, y las
dotes de manipulación de un buen publicista. También son evidentes un
profundo sentimiento de no tener un hogar y el anhelo de crear un paraíso
terrenal donde vivir, indicados por Neptuno en la base de la carta. Pero la
estructura general de la carta natal de Rajneesh se basa en una polarización
fuego-tierra, con el gran trígono del Sol, Urano y Júpiter contrapesado por
siete planetas, uno de ellos el regente de la carta, en el elemento tierra. Es
fácil rechazar a Rajneesh considerándolo un «timador» sumamente listo, un
ingenioso estafador que envolvía a Neptuno de forma muy atrayente para la
ingenua psique occidental y luego se iba al banco matándose de risa por el
camino. Indudablemente, hay una gran parte de verdad en esta valoración,
pero no es el cuadro completo. El gran trígono de fuego combina las dotes
verbales intuitivas de Júpiter en Leo en la tercera casa con la energía, la
amplitud intelectual y la capacidad de comunicación del Sol en Sagitario en la
cúspide de la séptima y la intransigente iconoclasia de Urano en Aries en la
casa once. Se trata de una configuración carismática que garantiza que, a pesar
de su propensión a una arrogancia y un autoen- grandecimiento
considerables, Rajneesh era un maestro y pensador inspirado. Astuto,
mundano y autocrático, su stellium en Capricornio, dominado por Saturno y
con la conjunción Luna-Saturno en oposición con Plutón, se aseguraría de
mantener secretos sus auténticos motivos sin aceptar otra ley que la suya
propia. Se podría esperar que haya configuraciones como éstas
en la carta de un poderoso líder político o de un gran empresario, y hasta
cierto punto, Rajneesh era ambas cosas.
Ni el hombre ni su perdurable influencia pueden explicarse declarando
simplemente que era un charlatán. Tampoco se resuelve el enigma afirmando
que fue un Maestro iluminado perseguido por las fuerzas malignas de una
sociedad materialista. Yo no le debo ninguna lealtad personal ni jamás he
tenido compromiso alguno con él, ni me he sentido atraída por sus
enseñanzas ni por sus ashrams. Pero mi experiencia con muchos clientes que
adoptaron el camino del sannyasin e intentaron integrarlo en su vida, con
diversos grados de éxito o de fracaso, me ha demostrado que podemos
aprender más, tanto de los dones como de los peligros de Nep- tuno, si
intentamos entender el fenómeno del movimiento iniciado por Rajneesh
desde una perspectiva más calmada y objetiva. Aunque él puede que lograra
equilibrar a Neptuno con otros atributos más mundanos, con frecuencia sus
seguidores no lo consiguieron; su mensaje era neptuniano, y lo que es más
importante, también lo era el profundo anhelo colectivo que llevó a la
proliferación de tantas comunidades neptunianas formadas en su nombre.
George Feuerstein critica abiertamente a Rajneesh, dibujando a grandes
rasgos las dimensiones más destructivas de la vida en el ashram. Quizás esto se
deba a que echó una muy necesaria mirada objetiva sobre el culto, o tal vez
sea porque, tal como él mismo admite, estaba comprometido con otro guru.
También pueden ser ambas cosas. Un culpable de las consecuencias
desagradables de la vida en el ashram parece haber sido el modo autoritario
con que Rajneesh trataba a sus devotos, indicado en parte por la configuración
(fuertemente controladora) Luna-Plutón-Saturno en su carta natal, activada
en la época en que adquirió la propiedad en Oregón y comenzó a soñar con su
futura ciudad. También la tendencia a la grandiosidad y la automitificación
del gran trígono de fuego apunta a su actitud autocrática. Según Feuerstein,
Rajneesh convirtió su propio ashram en una especie de campamento de trabajo
que exigía un esfuerzo enorme y una absoluta sumisión. Esto hizo que
muchos devotos terminaran enfermos y agotados, incapaces de emitir
opiniones lógicas y sensatas, y en algunos casos los empujó al suicidio. En
palabras del propio Rajneesh:
[...] Te vuelves idiota, ¡y pareces un idiota! La gente dirá que estás hipnotizado o
algo así, que no eres el mismo de antes, y es verdad, pero es como una especie de
conmoción. Y es algo bueno, porque destruirá el pasado, [...] Ese es el significado
de sannyas [renunciación] y del discipulado: que tu pasado ha sido totalmente
arrastrado por las aguas; tu memoria, tu yo, tu identidad, todo tiene que irse. 34

Aunque Rajneesh era demasiado saturnino para renunciar a los logros


mundanos según el modelo de Meher Baba y otros gurus, ciertamente sabía
pulsar el botón neptuniano en sus discípulos. Después del derrumbamiento de
su imperio espiritual, muchos de sus devotos se encontraron sumidos en una
profunda crisis psicológica, dándose cuenta de que habían estado viviendo
como autómatas. Los gurus pueden crear dependencia, y el hábito no es fácil
de abandonar. Pero volvemos otra vez a la pregunta imposible de responder:
¿quién es el responsable? ¿El guru o el discípulo? El anhelo de redención
neptuniano es claramente visible en la pasividad de muchos de los seguidores
de Rajneesh, porque él era —y aún sigue siendo— una encarnación de la
fuente divina que ellos anhelaban. Se podría sostener que esta etapa de
dependencia es necesaria en la relación entre guru y discípulo, y que si el
guru es realmente un iluminado, será capaz de llevar al discípulo más allá del
vínculo madre-niño hasta que llegue a tomar conciencia de su fuente interior
de sabiduría y bienaventuranza. De igual manera se podría sostener que es
responsabilidad del individuo descubrir su propia verdad interior.
Para poner a sus discípulos en contacto con sus bloqueos emocionales (o,
tal como sugiere Feuerstein, con su resistencia al guru), Rajneesh fue ideando
diversas técnicas terapéuticas destinadas a producir una catarsis, seguida por
la anhelada transformación de la conciencia. Es útil recordar aquí el trabajo
de Mesmer, un personaje no menos autocrático que Rajneesh y que también
exigía a sus pacientes una sumisión total, además de que su propósito era
provocar una «crisis» catártica idéntica. Algunas veces, la terapia intensiva de
Rajneesh se prolongaba a lo largo de varios días, e implicaba malos tratos
verbales, contactos sexuales en grupo y violencia física. A quienes se negaban
a participar se los consideraba egocéntricos, fríos y antisociales. En el ashram
imperaba la coacción, tanto sutil como manifiesta. La forma neptuniana de
dominación mediante la culpa, tan diferente de la descarada intimidación de
que hacen gala con frecuencia Marte o Plutón, es evidente en la acusación de
que quienes no obedecen al guru son egoístas y no están evolucionados
espiritualmente, y en el hecho de amenazarlos con el ostracismo impuesto por
la comunidad.

Una vez que se ha establecido el [culto] colectivo, nadie se atreve a romper filas y
decir: «Un momento. Lo que estamos haciendo es una verdadera estupidez».
Una vez que has empezado a hacer pedazos la realidad y a reconstruirla de una
forma diferente, ya no quieres salirte de la fda por temor de que toda esa precaria
estructura se venga abajo.35

A pesar de la connivencia, los de voluntad débil cedían bajo semejante


ostracismo, incapaces de hacer frente al aislamiento impuesto por sus com-
pañeros, y se sometían tal como se esperaba de ellos, a experiencias para las
que a menudo no estaban preparados, ni emocional ni moralmente. Raj-
neesh tampoco tenía inconveniente en «servirse» de las discípulas del ash- ram.
Las seleccionaba según la talla de sujetador que utilizaban, y sólo las de pecho
abundante podían abrigar la esperanza de unirse al grupo selecto de sus
«médiums». Tales prácticas tuvieron como inevitable resultado acusaciones de
abuso sexual y de lavado de cerebro, formuladas tanto por observadores
externos como por aquellos discípulos que se las habían arreglado para
escapar. Este guión no es en modo alguno excepcional, ya que ha existido
desde la antigüedad en las sectas y cultos extáticos neptunianos, y en la
actualidad se formulan regularmente (y a menudo con razón) acusaciones
similares contra muchas comunidades alternativas de índole religiosa y
espiritual. Tal como señala Feuerstein:

Llevado a cabo por un maestro espiritual con sus confiados discípulos, no es una
locura sagrada, sino una transgresión imperdonable. Por más innegable que pueda
ser la influencia positiva de Rajneesh sobre miles de esperanzados buscadores
espirituales, tampoco cabe duda de que su falta de discernimiento y sus
peculiaridades personales causaron bastante daño a muchas personas. [...] De
todos los gurus contemporáneos, quizá sea el mayor responsable de haber defor-
mado la imagen que tiene la gente de la relación entre el guru y el discípulo... 36

Al leer esta nueva versión de la antigua historia, bien podríamos pre-


guntarnos cómo tantas personas pudieron dejarse engañar hasta el punto de
creer que semejante individuo era un iluminado. Pero lo mismo nos po-
dríamos preguntar de muchos episodios similares en la historia política y
religiosa. Incluso podríamos correr el peligro de condenarnos haciendo la
misma pregunta en relación con san Pablo o con el Papa. «¿Cómo puede ser
que tú me hayas engañado?», clama Neptuno. Y sin embargo, las «médiums»
de Rajneesh estaban tan ávidas de contacto sexual con el maestro como éste
de tenerlo con ellas, y no puede decirse que sus motivaciones fueran
inocentes, en vista de todo lo que ya hemos aprendido sobre las inclinaciones
edípicas de Neptuno. La sabiduría no reside en condenar los fallos del guru -y
en el caso de Rajneesh los fallos son muchos y obvios-, sino en reconocer el
abrumador anhelo de redención, espiritual e infantil al mismo tiempo, que
condujo a tanta gente a renunciar voluntariamente a todo sentimiento
individual del propio valor y a su autodeterminación. Hombre o mujer,
¿cuándo es el guru un auténtico iluminado, y cuándo es alguien tan herido y
perdido como los que acuden al ashram en busca de salvación? Por otro lado,
¿son estas cosas mutuamente excluyentes? Y de todas maneras, ¿importa algo?
Quizá la única respuesta a estas preguntas esté en la forma en que cada
cual se las arregla con su propio Neptuno. Las personas que pasaron por la
«experiencia Rajneesh» con resultados positivos superan en mucho a las que
salieron de ella sintiéndose manipuladas y heridas. En última instancia,
quienes se esforzaron por afrontar sus propios problemas de dependencia
estuvieron en condiciones de extraer de la experiencia lo que valía la pena, al
mismo tiempo que encontraban la fuerza necesaria para librarse de ella
cuando lo que se les exigía era demasiado. Dicho de otra manera: simplemente
crecieron y fueron capaces de considerar a Rajneesh y sus enseñanzas desde
un punto de vista más objetivo, sin negar por completo cualquier valor que
pudieran encontrar en ellas. Es el proceso arquetípico de separarse del
progenitor divino, con la inevitable desilusión que conlleva descubrir que,
lejos de ser una fuente inmortal y omnipotente de vida, es sólo una persona
con fallos, que hizo algunas cosas bien y otras mal. Es posible que uno de los
retos de Neptuno sea la necesidad de aprender que, en última instancia, no
podemos culpar de nuestras miserias a nuestros gurus, mesías y líderes
políticos, porque somos nosotros quienes, tras haberlos elegido, los seguimos
ciegamente sin haber hecho una suficiente evaluación individual de sus
enseñanzas y su política. Cuando nuestro guru nos falla, lo hacemos pedazos.
Pero entonces nos quedamos con nuestro antiguo anhelo y con nuestra
increíble capacidad para fabricarnos un nuevo mesías capaz de guiarnos de
vuelta al Jardín del Paraíso.
Hay similitudes entre las enseñanzas de Rajneesh y las teorías de Jung y
dé la psicología transpersonal, así como hay un parecido más que casual con
elementos de la tradición mística occidental que se remonta a las comunas
espirituales de la Edad Media. Particularmente esclarecedora es la siguiente
afirmación de Rajneesh:

Puedes haber asesinado, puedes haber sido un ladrón, un asaltante, un Hitler, un


Gengis Khan o cualquiera, el peor hombre posible, pero eso no tiene la menor
importancia. Una vez que te recuerdas a ti mismo, la luz está allí y todo el pasado
desaparece inmediatamente.37
Esto no sólo refleja el perdón que Cristo ofreció al pecador, sino que
también se hace eco del aforismo junguiano según el cual debemos afrontar, y
quizás incluso expresar durante un tiempo, las dimensiones más oscuras de la
personalidad para así llegar a estar enteroS. Rajneesh comprendía la psique
occidental y el problema de un Neptuno fuerte de forma mucho más sagaz de
lo que se suele reconocer. Manipuló desvergonzadamente a sus discípulos,
pero también tenía suficiente clarividencia para crear receptáculos
comparables a una matriz, donde las almas solitarias, perdidas y dañadas
pudieran encontrar la contención y la protección necesarias hasta que fueran
capaces de asumir una mayor responsabilidad por su propia vida. Los
elementos más oscuros y destructivos de los ashrams, y del propio Rajneesh,
son inconfundibles y repugnantes. Pero ¿eran estas comunas realmente menos
morales o menos eficaces que los pabellones del hospital psiquiátrico local,
donde la única solución a los sufrimientos de Neptuno reside en la
medicación forzada e incluso en la terapia de electroshock para adormecer la
aterrorizada desesperación de los que aún no han nacido psicológicamente? Y
Rajneesh, ¿era verdaderamente más autocrático y engreído que ciertos
psiquiatras de orientación organicista que, con su formación médica y su total
ignorancia de lo que es el encuentro terapéutico y de la realidad de la psique
inconsciente, aún siguen creyendo en una definición absoluta de la
normalidad? El viejo concepto de asilo (que proviene del término griego
ásylos, que significa «inviolable») como lugar de protección frente a los peli-
gros del mundo exterior, ya no se puede aplicar a nuestras instituciones psi-
quiátricas ni haciendo un gran esfuerzo de imaginación, ya que más bien
están diseñadas para mantener dentro a los enfermos y no para defenderlos
del mundo exterior. Sin embargo, a menudo un Neptuno desenfrenado, con
su camaleónica variedad de problemas psicológicos, se beneficia enor-
memente de la experiencia del asilo, un arca en donde puede tener lugar el
difícil pasaje a una personalidad independiente sin la censura del mundo
exterior. Es un dogma fundamental de la psicoterapia que gran parte de la
curación se produce porque el cliente o paciente puede ver al terapeuta como
el padre que se abstiene de formular juicios, un padre que no tuvo al
comienzo de su vida. Siempre seguimos anhelando aquello que nunca hemos
tenido. En la matriz del ashram de Rajneesh, desprovisto de límites y tolerante
con los más sombríos extremos del comportamiento humano, muchos
tuvieron la vivencia de una aceptación incondicional del niño que habían sido
y que en cierto nivel todavía eran.
Hubo discípulos de Rajneesh que no pudieron abandonar la matriz. Es
fácil culparlo a él de manipular a esas almas frágiles, que sin duda de todas
maneras habrían rechazado la vida, con o sin Rajneesh, y que incluso podrían
haber sido mucho más destructivas, para sí mismas y para los demás, si en
lugar del ashram las únicas sustancias neptunianas a su alcance hubieran sido
la heroína, el crack o el alcohol, ¿Y quién puede decir si la proclama de
iluminación de Rajneesh era verdadera o falsa? La experiencia cumbre puede
desdibujarse y los estados transpersonales son, al igual que Neptuno, fluidos y
propensos a desvanecerse en la normalidad de la vida cotidiana. Las visiones
neptunianas de unidad no están talladas en granito, sino escritas en el agua.
Además, quienes las reciben no provienen exclusivamente de las filas de la
gente «agradable» y normal. La unanimidad en la forma de vestir y el estilo de
vida dentro del ashram también alimentaba el anhelo neptuniano de fusión,
precisamente tal como lo hacen las tendencias de la moda; y una uniformidad
tan visible crea una sensación de conexión emocional con una vasta familia
internacional de compañeros que también sufren y buscan lo mismo. Cuando
estamos uniformados, ya no estamos solos; pertenecemos a un grupo. Con el
tránsito de Neptuno por Capricornio nos hemos vuelto más complicados con
respecto a lo que podría ofrecernos el guru. Siempre ha habido y siempre
habrá sectas y cultos de renegados espirituales, pero ahora buscamos nuestra
redención bajo nombres diferentes; hablamos de «espíritu comunitario» y de
«sociedad humanitaria». A medida que Neptuno vaya entrando en Acuario
encontraremos sin duda nuevos gurus, vestidos de políticos y científicos, por
mediación de cuya iluminada sabiduría podremos ir en pos de «las plateadas
manzanas de la Luna y las doradas manzanas del Sol».
8
Neptuno y encanto

La moda, aunque es hija de la Locura y guía de tontos,


gobierna a los más sabios y manda en el saber.
GEORGE CRABBE

La moda, como las aguas de Neptuno, está eternamente fluyendo. Es impo-


sible intentar predecirla, porque está hecha de la misma materia que los
sueños y puede desvanecerse de un modo tan mágico como apareció,
cediendo el paso a otra moda igualmente inexplicable. Ya pueden los soció-
logos hacer atinadas observaciones sobre los factores económicos, políticos o
sociales ocultos tras el hecho de que cantidades enormes de personas, sin
ninguna razón clara, hayan de gastarse en cierto estilo de prendas el dinero
que tanto les costó ganar, sin importarles un rábano que les sienten bien o
no, para luego desechar el valioso talismán porque ha llegado una moda
nueva tan imperativa y fascinante como fue en su momento la del año ante-
rior. La llegada de la minifalda en los años sesenta, por ejemplo, formó parte
de un movimiento social mucho más amplio orientado hacia una mayor
expresividad sexual. Astrológicamente, este contexto más amplío no sólo
estaba indicado por el tránsito de Neptuno por Escorpio, sino también por la
poderosa conjunción de Urano y Plutón en sextil con Neptuno que se
produjo durante esa década. Pero los sociólogos, generalmente, no tienen
acceso a esta información reservada. La perspectiva sociológica no hace más
que rozar la superficie del enigma de la moda, y las tendencias pueden estar
vinculadas con factores externos, como la prosperidad y las recesiones eco-
nómicas, pero sólo de una manera sincrónica y no causal. ¿Por qué había de
ponerse súbitamente de moda la libertad sexual cuando sólo unos pocos

,>*)S
años antes la virginidad era la condición sirte qua non antes del matrimonio?
¿Y por qué una determinada moda, como la minifalda, ha de expresar esa
afirmación de libertad mejor que cualquier otra igualmente erótica? Y esta
quizá sea la pregunta más importante para nuestra exploración de Nep- tuno:
¿por qué tantas personas habitualmente sensatas se contagian de esta
compulsión abrumadora que lleva al anhelo masivo de participar en el sueño
de la moda?
Es frecuente que la moda sea objeto de burlas, en especial por parte de
aquellos que se sienten impelidos a hacer valer enérgicamente su individuali-
dad enfrentándose al colectivo. Sin embargo, también el individualismo
puede ser una moda, algo que muchos individualistas no llegan a compren
der. Quizás el lector recuerde la irónica sabiduría retratada en una escena de
la película de los Monty Pythons La vida de Brian, en la que centenares de
personas, amontonadas ante la entrada de la casa de su mesías elegido,
salmodiaban al unísono: «¡Somos todos individuos!». La moda también puede
ser objeto de desprecio entre quienes se consideran intelectual, espiritual o
moralmente por encima de tendencias tan disparatadas, triviales o egoístas.
Sin embargo, estar ideológicamente en desacuerdo con la moda también es,
en ciertos círculos, estar de acuerdo con otra moda, la de las consignas de la
ideología, y representa el mismo tipo de afirmación de pertenencia a un
colectivo que puede ser el traje de Armani o el pañuelo de Gucci entre la
gente adinerada de Londres. Rechazar por estas razones el maquillaje y las
prendas de vestir que están de moda da como resultado una brigada de gente
que sigue la moda de no ir a la moda y que son de una curiosa uniformidad,
ya que tienden a parecerse tanto entre sí como las impecables modelos que
desfilan por la pasarela. En última instancia, de una manera u otra todos
estamos contagiados por la moda, ya sea que la rechacemos o que nos
sometamos a ella. También la política y la religión siguen la moda, aunque los
poseídos por la verdad absoluta, en cualquier momento que sea, puedan
resistirse a admitir que la energía que alimenta su convicción se genera en
una siempre cambiante participation mystique colectiva. La propia astro- logia
ha estado y ha dejado de estar de moda en diversas épocas de la histo ria, y
dentro de ella también hay modas que dictan si el estudiante ha de salir
corriendo a comprarse un libro de William Lilly, zambullirse en el análisis
junguiano o esforzarse por aprender griego clásico.
La moda, como el agua, se escabulle cuando uno intenta definir en dónde
reside su misterioso poder. ¿Quién inicia una tendencia? ¿Quién decide que
hay que llevar tal o cual altura del dobladillo, color, maquillaje o corte de
pelo? ¿O bien qué canción, qué película o qué novela conseguirá recaudar
millones? Y si es posible encontrar a ese mago, ¿en dónde reside su poder?
¿Cómo «saben» ciertas personas, sean diseñadores de moda, cineastas, músicos
o escritores, que, por ejemplo, Parque jurásico será la película de 1993, mientras
que el momento de James Bond ya ha pasado? Culpar a la industria
publicitaria de ser la «causante» del éxito de un producto determinado es
absurdo; la publicidad es la bocina de la moda, no su creadora, y además,
también está sometida a los dictados de la moda; no hay más que mirar una
serie de anuncios de televisión de las tres o cuatro últimas décadas para ver
cómo se hacen eco de las melodías cambiantes del Flautista de Hamelin, No hay
ninguna publicidad, por más que se inunde con ella el mercado, que obligue a
la gente a comprar lo que no le alegra el corazón; y los publicistas listos deben
poseer una intuición tan formidable como las personas creativas que confían
en las campañas publicitarias para difundir sus creaciones. Cuando
intentamos agarrar la médula de la moda, se nos funde como los sueños de
Neptuno. Y sin embargo, las industrias que dependen de la moda, en
particular las de las prendas de vestir, los cosméticos, el cine y la música
moderna, generan montones de dinero en efectivo, tan enormes como
indudablemente tangibles, que llevan a quienes han tropezado con el tesoro
secreto de Melusina mucho más lejos de lo que les prometían sus sueños más
descabellados.
Aunque hablar de moda pueda sonar despectivo cuando se usa el término
para describir movimientos religiosos o espirituales, fácilmente podemos
observar cómo funciona la poderosa dinámica de la identificación psicológica
de las masas en la rápida difusión de cualquier culto o movimiento religioso.
Durante los reinados de los emperadores Antoninos, en el siglo II de nuestra
era, estuvieron de moda los cultos a redentores. En la actualidad, la moda en
ciertos círculos estadounidenses es la canalización espiritual, micn tras que en
otros lo que se lleva es el cristianismo fundamentalista. Cuando alguien está
identificado emocionalmente con un determinado pimío de vista colectivo, le
resulta ofensivo ver que se lo tacha de «moda». Sin embargo, cualquiera que
haya estado presente en un macroconcierto de música moderna, como el de
Woodstock, reconocerá en el éxtasis histérico del público algo sumamente
afín a la histeria que se da en muchos mítines políticos y reuniones religiosas.
Las personas dejan de ser individuos. Ya no tienen una opinión; están
poseídas por la opinión.
La relación entre la estrella de la música moderna y el guru es muy estre-
cha. Aunque quizá no nos demos cuenta de ello, en la decisión de comprarnos
un par de téjanos de marca gastados y desteñidos pesa inconfundiblemente el
anhelo nepruniano de redención mediante la identificación con una
desaparecida Edad de Oro saturnina del Salvaje Oeste, que forma parte, sin
embargo, de un conjunto de objetos e imágenes simbólicos —talismanes
neptunianos— pertenecientes a nuestros sueños de salvación. La típica casa
campestre con el techo de paja y los rosales que trepan alrededor de la puer ta
no nos hace pensar, mientras Neptuno continúa en tránsito por Capricornio,
en lo que cuesta impermeabilizar el techo, ni en el problema de las ventanas
que cierran mal y la falta de un buen aislamiento térmico, ni en la terquedad
de los funcionarios de planificación ni en la necesidad de pulverizar
quincenalmente los rosales para protegerlos contra las cochinillas y los
pulgones. Lo que nos promete es el Paraíso recuperado. Para esta clase de
propiedades, pese al alto coste de su restauración y su mantenimiento, jamás
ha habido tanta demanda como ahora en el mercado inmobiliario británico. 1
Los sueños que están de moda van cambiando de imágenes —aunque su
contenido emocional fundamental se mantiene— coincidiendo
aproximadamente con el tránsito de Neptuno a través de los diferents signos
zodiacales. Siempre tendremos ilusiones y sueños, pero las formas simbólicas
mediante las cuales el redentor nos llama van cambiando, y durante un
tiempo se muestran como la noble visión artúrica de Leo, la humildad que
lleva a Virgo a borrarse y a idealizar el servicio, el sueño de Libra de un amor
perfecto en una sociedad perfecta y libre de conflictos, la pasión de Escorpio
por transformarse y su flirteo con la muerte, el optimismo evolutivo de
Sagitario y su búsqueda del conocimiento universal o la nostalgia de
Capricornio de la desaparecida Edad de Oro, veinte o cincuenta o cien mil
años atrás, cuando todos sabíamos lo que estaba bien y lo que estaba mal, y no
existía la «cultura del gamberrismo», ni los centros comerciales gigantes
estropeaban el paisaje de un Edén libre de pesticidas.
La moda es la forma en que se expresa, en el mercado, esa cualidad
esquiva que llamamos «encanto». Cuando intentamos estar a la moda, espe-
ramos volvernos «encantadores». El encanto pertenece a Neptuno, y es difícil
de definir. Es algo que nos hechiza, que nos fascina; la palabra misma lo dice;
«encantar» originariamente quería decir «someter a poderes mágicos». El
encanto del actor, de la estrella de la música moderna, del político caris-
mático o del héroe del fútbol es algo sutil, invisible e imposible de reproducir
por medios artificiales. El encanto no se puede crear conscientemente; si se
intenta, el público se mostrará cortés, pero la próxima vez no comprará
entradas. Como la moda, también el encanto depende del espíritu de la época.
Copiar el peinado de una estrella, su manera de vestir, su maquillaje o sus
gestos no nos proporciona su encanto, aunque las enormes ganancias
obtenidas por industrias como la de la moda y la cosmética den testimonio de
que, por más que sepamos ya todo esto, seguimos depositando nuestra fe en lo
imposible.
El encanto no se limita a la juventud. Como pasaba con la Cleopatra de
Shakespeare:

La edad no puede marchitarla, ni la costumbre debilitar


su infinita variedad.1

Además, el encanto es ambivalente. Una dimensión importante de su


poder reside en que, al igual que Neptuno, contiene opuestos aparentemente
irreconciliables. Bondad y maldad, inocencia y corrupción, espiritualidad y
carnalidad, se alternan fluidamente dentro de una misma naturaleza. Las
personas que son buenas de verdad no suelen ser fascinantes. Una vez más, es
la Cleopatra de Shakespeare quien nos ofrece una comprensión intuitiva de
esta paradoja:

[...] Otras mujeres hartan


los apetitos que alimentan, pero ella da más hambre
cuanto más la satisface; porque las cosas más viles se
convierten en sí mismas en ella.

El encanto tampoco se basa en la belleza física, aunque el carisma sexual


sea con frecuencia uno de sus principales aspectos. Pero el encanto erótico de
quien es verdaderamente fascinante no es fácil de definir. Mucha gente
fascinante es cualquier cosa menos físicamente atractiva en el sentido con-
vencional. El encanto del difunto Aristóteles Onassis, por ejemplo, no se
puede atribuir a su aspecto físico; en la mayoría de las fotos y en los reportajes
filmados en que se lo puede ver se parece muchísimo a un sapo ames de que
lo bese la princesa indicada. Y sin embargo, muchas mujeres -cmre ellas
algunas tan encantadoras como Maria Callas y Jacqueline Kennedy - lo
encontraban sexualmente fascinante, sin que su riqueza fuera explicación
suficiente para la fuerza del hechizo que ejercía.
El impacto de dos de los ídolos con más «encanto» de finales de los años
cincuenta, Elvis Presley y Brigitte Bardot (que se encumbraron a la fama en
1956, justo cuando Neptuno entraba en Escorpio), no se puede dar de lado
diciendo simplemente que eran guapos o tenían mucho atractivo físico.
Muchos actores y cantantes tan guapos como ellos o incluso más se han
esfumado sin dejar rastro después de una única actuación o de una sola can-
ción de gran éxito. Presley solía andar con un aspecto especialmente des-
aseado, sobre todo a medida que se hacía mayor. Bardot, en su juventud.
era más salvaje que clásicamente hermosa. Llegar a definir la esquiva cualidad
que tanto glamour [encanto, hechizo] confirió a estas dos personas es
sumamente difícil. En parte, debemos considerar el tránsito de Neptuno en
esa época para entender qué era lo que fascinaba al público, porque la ines-
perada popularidad de una nueva estrella suele relacionarse con fantasías
colectivas que acaban de surgir, de las que esa estrella es una encarnación. El
atractivo sexual tanto de Presley como de Bardot se relacionaba con el aura
sexual de ambos, evidente, agresiva, algo sombría y un poco cruel, que
respondía a los sueños del colectivo a medida que Neptuno iba saliendo de
Libra y entrando en Escorpio. Ambas estrellas dejaban entrever una cierta
ordinariez, amoralidad, la tendencia a romper tabúes e incluso la posibilidad
de elementos sádicos y masoquistas en sus contactos eróticos. La primera gran
película de Bardot, Y Dios creó a la mujer, la identificaba con la tentadora que
metió a Adán, y de paso a todo el género humano, en tremendas
complicaciones. En el mundo entero, Presley no sólo conquistó corazones,
sino que también despertó los instintos más primarios con su interpretación
del personaje de un convicto en la película Jailhouse Rock [El rock de la
cárcel].
El etéreo erotismo de Libra, arraigado en un clima de posguerra de una
belleza de cuento de hadas y un elegante encanto, se había desgastado ya a
mediados de los años cincuenta, y el colectivo echaba de menos algo un poco
más fuerte y picante. La redención entonces exigía un ángel caído. Si el sex
appeal es un elemento del encanto, es necesario no sólo que veamos el don de
reflejar las secretas fantasías eróticas del colectivo que tiene la fascinante
persona neptuniana, sino también que entendamos de qué manera refleja los
sentimientos e imágenes arquetípicos representados por el signo zodiacal por
donde está pasando Neptuno. Presley, por ejemplo, tenía en su carta natal al
Sol en trígono con Neptuno, y a Júpiter en Escorpio en sextil con ambos.’ En
la culminación de su carrera, la conjunción Urano-Plutón en Virgo pasó por
encima de su Neptuno y formó un trígono con el Sol, mientras que Neptuno
en tránsito, en sextil con Urano-Plutón en tránsito, se puso en conjunción
con su Júpiter en Escorpio y en sextil con su Sol natal. Así, la poderosa
configuración que había en el cielo en esos momentos, y que reflejaba el
espíritu de los años sesenta, se alineaba con su configuración natal, y él surgió
de la oscuridad de un destino de camionero para convertirse en una de las
principales personificaciones del «encanto» que hubo en su época.
El «encanto» está íntimamente vinculado con la capacidad de intuir y
representar sentimientos e imágenes que son universales, que se repiten
cíclicamente y que satisfacen los sueños y anhelos inconscientes de la psique
colectiva en cualquier época. A un caballero de los tiempos de Rubens,
Twiggy no le hubiera parecido encantadora en absoluto; habría pensado
simplemente que estaba muerta de hambre o que era presa de alguna terrible
enfermedad. Las damas de mejillas fofas y cara pálida de la época georgiana ya
no nos parecen encantadoras, sino que las vemos más bien como patatas
adornadas con encajes. En los años cuarenta todo el mundo fumaba y bebía, y
se consideraba fascinante comportarse como Humphrey Bogart y ser un poco
misterioso. Ahora, el fumador se ha convertido en un leproso, el hombre de
los anuncios de Marlboro es un antisocial que se apropia ilícitamente de los
fondos de los servicios de sanidad, y lo fascinante es estar tan
escrupulosamente limpio y ser tan políticamente correcto que quien te vea se
quede cegado por el resplandor del halo que te aureola la cabeza.
Con frecuencia, los neptunianos son sumamente fascinantes para la gente
de su propia época. No nos cuentan nada de su verdadera identidad, de sus
valores, de su grado de integridad personal, ni de sus motivos, opiniones y
creencias. Tienen el don de sintonizar con lo que el mundo necesita que sean,
y de reflejarlo de la forma exacta en que un bebé refleja las necesidades y
expectativas no expresadas de su madre. Estas necesidades colectivas van
cambiando según cuál sea la época, pero siempre habrá personas que tengan
la capacidad de personificarlas. Hay ocasiones en que este mágico don
neptuniano se combina con algún talento auténtico, incluso impresionante. A
veces es como el cuento del traje del emperador. Neptuno no es un indicador
de talento en la carta natal; lo que indica es el poder de estimular los sueños
de los demás. Nosotros, los soñadores, profundamente conmovidos porque
nuestro propio Neptuno está vibrando por simpatía, no nos preocupamos por
saber qué se oculta detrás de la imagen fascinante de nuestros ídolos, ni los
juzgamos con la misma perspicacia que a otras figuras públicas menos
deslumbrantes. Quitémosles el encanto y el público se quedará desilusionado;
dejemos que el actor, el político, el guru, el artista o el miembro de la familia
real revele sus flaquezas, las necesidades y debilidades humanas, y la
respuesta no será la compasión, sino la rabia. Por eso, en parte, nos sentimos
impulsados a destrozar violentamente a nuestros fascinantes ídolos
neptunianos, tal como los Titanes hicieron con Dioniso, cuando percibimos el
olor de la falibilidad. Y esta es también la razón de que, a sabiendas o no, los
niños neptunianos perpetúen sus propios mitos, aunque para hacerlo hayan
de recurrir a medios engañosos; porque saben muy bien que no es la
comprensión, sino el salvajismo, lo que se desatará si, al igual que Próspero,
también ellos queman sus libros de magia.
El encanto por tránsito:
80 años de Neptuno a través de los signos
Los TRÁNSITOS DE NEPTUNO POR LEO; De septiembre a diciembre de 1914, de
julio de 1915 a marzo de 1916, de mayo de 1916 a septiembre de 1928, y de
febrero a julio de 1929.

¡Maisie se quedó horrorizada cuando vio la nueva línea juvenil de 1923! ¡Pero
la llevó al precio de su salud y de su apariencia! 14

El horror de la Primera Guerra Mundial hizo trizas los valores sociales


existentes y transformó los papeles sexuales convencionales. Muchas mujeres
rompieron con el pasado para ir en pos de sueños y objetivos nuevos, y las
que buscaban una forma de vida fuera del hogar se vieron estimuladas por el
éxito de las sufragistas. Durante la guerra, las mujeres habían demostrado lo
que valían; las preocupaciones femeninas tradicionales fueron cuestionadas
frente a la creciente importancia que iba adquiriendo la autoexpresión indivi-
dual. Margaret Sanger y Marie Stopes hicieron campaña a favor de un mayor
acceso al control de la natalidad. El matrimonio había dejado de ser inevita-
ble, ya que en Inglaterra uno de cada siete hombres había muerto en la
guerra. Las mujeres consideraban la toma de conciencia política y una vida
laboral estimulante como atractivas alternativas al matrimonio. Muchas opta-
ron por expresar su nueva emancipación vistiéndose de la forma más parecida
posible a los hombres, usando chaquetas, chalecos, corbatas e incluso trajes de
corte sastre. La intención era transmitir una imagen de fuerza, poder e
individualidad. El predominio de la línea recta y simple terminó por llevar a
lo que Vogue describió como «un furor por el adecuado cuidado del cuerpo, y
la determinación de la mujer moderna a tener un aspecto tan juvenil como le
sea posible».5 Empezó la moda de tomar el sol en trajes de baño que no ocul-
taban demasiado, y los vestidos de noche de alta costura terminaron por ser
casi exclusivamente trajes de baile o de cóctel: diáfanos, destacaban la figura,
eran sumamente escotados y, sobre todo, estaban hechos para pasárselo bien.
Se empezó a usar, e incluso a aplicarse en público, un maquillaje evidente-
mente teatral. Los pechos se vendaban para hacerlos invisibles, y las faldas
cortas centraban la atención en las medias y los zapatos. Los jóvenes alegres
de los felices años veinte personificaron el relajamiento moral, la nueva deca-
dencia y el rutilante individualismo de la posguerra.
La guerra también galvanizó la naciente industria cinematografía esta-
dounidense. Entre 1914 y 1918, comprensiblemente, hacer películas no era
una de las principales prioridades en los países europeos. Así fue como a
finales de la década, Hollywood se había establecido firmemente como el
centro de esta industria, y así nació la época de los grandes estudios cinema-
tográficos. En aquellos primeros días, Hollywood tenía una atmósfera de
enclave real; una comunidad selecta, integrada por hombres y mujeres bellos
y famosos, cada uno de ellos un sol alrededor del cual describían su órbita
admiradores y lacayos; se conocían todos entre sí y se agasajaban unos a otros
organizando pródigamente fiestas tan bulliciosas como extravagantes. Lo que
se esperaba de las estrellas era que parecieran y se comportaran como
príncipes y princesas frente a su público, lleno de adoración; y, como la
realeza, los estudios formaron una jerarquía feudal en donde lo más
importante era la lealtad corporativa. Después de la guerra, los productores de
cine europeos empezaron a despertarse. El movimiento expresionista alemán,
cuya culminación en el ámbito del cine fue El gabinete del doctor Caligari,
describió la exteriorización del mundo interior con todas sus intensas
emociones y fantasías. Mientras Neptuno en Leo presidía en Estados Unidos
el culto a las estrellas, en otras partes favoreció un tipo diferente, pero
igualmente espectacular, de autoexpresión. Los rusos, conducidos por
Eisenstein con sus películas La huelga y El acorazado Potemkin, fueron
desarrollando avanzadas técnicas de edición y montaje de películas, que
permitían transmitir las emociones con mayor intensidad que las secuencias
lineales en el tiempo. La magnífica biografía cinematográfica de Napoleón,
dirigida por Abel Gance (uno de los Leo más conocidos de la historia), de
cinco horas de duración, quedó terminada en 1927, cuando Neptuno en
tránsito hizo conjunción con el Sol en la carta natal de Napoleón, y el
emperador —muerto ya desde hacía mucho tiempo— disfrutó de un fasci-
nante renacimiento. Esta película es el mejor ejemplo de las nuevas técnicas
del cine mudo, y se la suele considerar como una de las mejores que jamás se
haya hecho. Finalmente, el mismo año en que se terminó esta obra épica
francesa, toda la industria del cine se revolucionó cuando la Warner Brothers
introdujo en el mercado las películas sonoras con El cantor de jazz. Mientras las
películas fueron mudas, eran también internacionalmente comprensibles,
pero la introducción del sonido trajo consigo el problema de las diferentes
lenguas; y cada país empezó a hacer su propia y sumamente individual
contribución al arte cinematográfico.

Los TRÁNSITOS DE NEPTUNO POR VIRGO: De septiembre de 1928 a febrero de


1929, de julio de 1929 a octubre de 1942, y de abril a agosto de 1943.
Hay muchos escollos, porque cada detalle ha de ser correcto. [...] Hay que llevar
los zapatos adecuados, y también darse el tono necesario. No se debe llevar un
collar africano si no se luce con el aire adecuado; y para ponerse un sombrero de
pastor en Saint-Tropez hay que tener una seguridad absoluta. Tampoco es
cuestión de que te ruborices cuando alguien hace un comentario sobre tus
pantalones de piel.1
A medida que el desastre económico empezaba a asomar sobre el hori-
zonte, los dobladillos cayeron para cubrir modestamente las antes provoca-
tivas rodillas. La silueta alta, esbelta y elegante se presentó como el ideal de
belleza que estaba de moda. La lencería y una corsetería discreta eran esen-
ciales para una línea corporal estilizada. Las mujeres preferían sujetar las
medias con ligas que usar los temidos portaligas, que podían causar bultos
indiscretos bajo la ropa; las perfeccionistas tenían ropa interior especial para
cada traje o vestido, para evitar hasta las más mínimas arrugas. El estilo dejó
de ser la prerrogativa de unas pocas privilegiadas, a medida que revistas,
periódicos y películas empezaron a transmitir información sobre la moda a
todos los sectores de la sociedad. En Estados Unidos floreció la industria de la
confección, una ingeniosa y práctica respuesta mercuriana a las dificultades
económicas. Los trajes para mujeres, estupendamente cortados, copiaban el
corte inmaculado y las refinadas técnicas de confección de la sastrería
masculina de Savile Row, Las prendas londinenses adquirieron fama porque
estaban bien hechas y eran prácticas e informales. La depresión económica y
el aumento del desempleo redujeron mucho los beneficios de la industria de
la confección, pero a lo largo de los años treinta la industria de la ropa
deportiva tuvo un éxito enorme, al ser la semana laboral más corta y reali-
zarse una mayor actividad al aire libre. Estéticamente, la moda maduró: la
frivolidad, el exhibicionismo y los detalles extravagantes ya no se usaban. Las
telas simples y elegantes de la Grecia clásica y del Directorio francés
revivieron para los vestidos de noche. El Vogue estadounidense advertía a la
nueva «supermujer» que debía ser

[...] una combinación de una belleza de última moda y una Virgen bizantina. [...]
Su rostro, valiente y despierto, contempla con ilusión y prudencia el mundo
laboral. Trabajadora, hilandera, la mujer conserva pese a todo la gracia de un
lirio.7

Barry Norman comenta que los años treinta representaron la edad de oro
de la industria cinematográfica estadounidense.8 No había mucha com-
petencia europea: Alemania, que había visto huir o morir exterminada a la
mayoría de su población creativa, estaba cada vez más absorbida por la pro-
ducción de películas de propaganda, al igual que Italia, Francia intentó crear
un festival internacional de cine en Cannes, pero tuvo que esperar a que
pasara la guerra. Los grandes estudios de Hollywood, que funcionaban como
potentes y eficaces máquinas, controlaban la industria, y las películas se
ideaban teniendo ya presentes a determinadas estrellas: Cable, Tracy, Cagney,
Cooper, Garbo, Davis, Crawford y muchos más. Así, hechas a medida como
un traje de Savile Row, las películas de este período, realizadas con habilidad,
elegancia y estilo, como Lo que el viento se llevó, han ido encontrando su lugar
en todas las listas de clásicos. La sutileza y complejidad de la trama eran
importantes; Alfred Hitchcock dirigió Treinta y nueve escalones y La señora
desaparece. Los guiones, inteligentes y bien pensados, eran importantes;
novelas como Cumbres borrascosas proporcionaron material para películas. La
inventiva y la preocupación por el deber moral de Virgo se expresaron no
tanto en temas para películas (quizá con la notable excepción de El mago de
Oz) como en la evolución del arte y oficio de hacer películas. Hollywood se
convirtió en un crisol internacional que, con un eclecticismo auténticamente
mercurial, importaba actores, directores y productores extranjeros. En Gran
Bretaña, John Grierson hizo su propia contribución al fundar el movimiento
británico de documentales,

LOS TRÁNSITOS DE NEPTUNO POR LlBRA: De octubre de 1942 a abril de 1943, de


agosto de 1943 a diciembre de 1955, y de marzo a octubre de 1956.

Sobre todo, ¡cuidado con mi vestido de duvetina! Es platidorado, los


sexytonos
más de moda, con efecto princesa,’

Las austeridades impuestas por la guerra hicieron que cualquier moda, a


no ser la de la frugalidad y el patriotismo, estuviera mal vista. Pero inme-
diatamente después de la guerra, los estilos de vestir empezaron a tratar por
encima de todo de satisfacer el anhelo de la sociedad de una paz y una ele-
gancia asociadas con la belle époque, reviviendo el estilo eduardiano. Como
comprensible reacción a las exigencias de la guerra, ahora las mujeres querían
que se las viera como señoras hermosas y acomodadas. Subrayando este clima
romántico, en 1946 Vogue presentó sus colecciones con telones de fondo que
imitaban los cuadros de Bouchard y Fragonard. Los vestidos no sólo eran
desvergonzadamente bonitos, sino también muy adornados. Cada accesorio
era importante —ropa interior, zapatos de charol, sombreros, guantes y
sombrillas—, y todo tenía que ser de colores que armonizaran. Dior fue el
lucero del alba del mundo de la moda. El recién elegido Gobierno laborista
británico se empeñó en convencer al país de que el lujo innecesario era un
despilfarro antipatriótico, pero Neptuno en Libra le ganó la partida, y hacia el
final de la década de los cuarenta, la nueva moda de Dior se había adueñado
de las calles británicas, coincidiendo con un retorno del estilo de vida
tradicional femenino de casarse y ser madre. La cintura de avispa y la
abundancia del pecho y de las caderas configuraron una silueta que
proclamaba la fertilidad de las mujeres, dando lugar al boom de natalidad de
la posguerra; los grandes ojos de mirada inocente y los aniñados labios rosados
marcaban un fuerte contraste con las voluptuosas formas venusianas. La
industria de la corsetería disfrutó de una gran prosperidad, como si se tratara
de un proceso alquímico que perfeccionara lo que la naturaleza había dejado a
medio hacer; un vestido de noche prácticamente podía sostenerse en pie por
sí solo.
Durante la ocupación nazi, el cine francés estuvo más o menos parado,
porque cada guión tenía que ser aprobado por los censores alemanes o por los
del Gobierno de Vichy. El cine alemán, en gran parte en manos de Goebbels
durante los años de la guerra, era, para decirlo con palabras de Barry Norman,
«poco menos que repugnante».10 Pero el uso de las películas como propaganda
no se limitaba ni mucho menos a Alemania. En Gran Bretaña se parodiaba
desvergonzadamente al enemigo en películas como The Goose Steps Out,
mientras que thrillers como El paralelo 49 pretendían colaborar con el esfuerzo
bélico. Películas como Sangre, sudor y lágrimas, de Noel Coward, The Way
Ahead, de Carol Reed y la versión del Enrique Vde Shakespeare que presentó
Olivier exaltaron el heroísmo y la resistencia británicos. Después de la guerra,
los estudios de cine procuraron recuperar el público que había perdido debido
a la atracción ejercida por la televisión, y lo hicieron gastando dinero a manos
llenas en películas musicales y épicas que hacían que el mundo pareciera de
nuevo brillante y hermoso. El vestuario y los decorados, exquisitos pero
históricamente inexactos, de películas bíblicas como Los diez mandamientos de
De Mille y Ben Hurác Wyler, en las cuales quedó bien claro para el público
que Dios y los buenos siempre triunfan, hacían de complemento a la exquisita
frivolidad de Annie Get Your Gun, Oklahoma, Kiss Me Kate y Cantando bajo la
lluvia. La calidad de la actuación en realidad no importaba, y los guiones
solían ser sumamente banales. El espectáculo visual, la belleza de las estrellas
y una espléndida banda sonora eran lo único que se pedía, y Libra el
propagandista se convirtió en Libra el proveedor de deliciosas fantasías. De
Gran Bretaña surgió un gran número de comedias memorables, en las que
uno se quedaba con la tranquilidad de que los hombres eran caballeros y las
mujeres, damas; en cuanto a los malos, se los reconocía en seguida y siempre
terminaban mal.

Los TRANSITOS DE NEPTUNO POR ESCORPIO; De diciembre de 1955 a marzo de


1956, de octubre de 1956 a enero de 1970, y de mayo a noviembre de 1970.

¡Uau! ¡Qué explosión! Los años sesenta. Aquello cobró vida de una manera
pura, exagerada, loca, ruidosa, cautivadora. Los Beatles, Hendrix, Joplin, los
Velvet Underground irrumpieron de un modo realmente maravilloso. 11

A fines de los años cincuenta, la moda desafiaba a los padres, a la sociedad


e incluso a la gravedad. La minifalda, nacida en las calles y que iba trepando
hasta abrirse paso en los salones de alta costura, era una declaración
apasionada de la juventud contra sus mayores que resumía de un modo
implacable la cólera que la hipocresía y la superficialidad de los años de la
posguerra suscitaba en la nueva generación. Desde luego que la juventud
siempre ha sido rebelde, pero esta rebelión en particular era de una clase muy
típica de Escorpio. ¿Por qué no podían las chicas tener un aspecto
agresivamente erótico y tomar la iniciativa sexual? Después de todo, los
anticonceptivos estaban a su alcance. ¿Por qué disimular la violencia y la
muerte bajo un barniz de cortesía, cuando todo el mundo sabía cómo era en
realidad la vida? La generación de los beatniks se refugió en Greenwich
Village, emulando a sus ídolos, Jack Kerouac, William Burroughs y Alien
Ginsberg; en París, los desalentados existencialistas leían a Sartre y a Camus y
se congregaban en la Rive Gauche para cuestionar no solamente el con-
servadurismo de De Gaulle, sino también la misma existencia. La fotografía
de modas abandonó la árida artificialidad del estudio para salir a las calles. En
medio de este movimiento sísmico provocado por los jóvenes, irrumpió el
rock and roll con su ritmo abiertamente sexual, primero en los movimientos
provocativos de Elvis Presley y más adelante en una proliferación de grupos
musicales plutonianos entregados a excesos emocionales, sexuales y
narcóticos. Melodías con títulos como Sympathy for the Devil [Simpatía por el
diablo] y Nineteenth Nervous Breakdown [Diecinueve crisis nerviosas]
reemplazaron a Sweet Embraceable You [Eres dulce y abrazable]. Muchos de
estos músicos (entre ellos Jimi Hendrix, Jim Morrison, Brian Jones y Janis
Joplin) murieron por sobredosis de drogas a medida que Neptuno llegaba a los
últimos grados de Escorpio con un aguijón en la cola.
El encanto del sexo, del peligro y de la muerte también se mostraba cla-
ramente en el cine.

En este momento, los hijos del boom de natalidad de la posguerra ya tenían edad
para ir solos al cine, y sus gustos no eran los de sus padres. Al fin y al cabo, esos
eran los movidos años sesenta, la época de la permisividad, la democracia, la
rebelión juvenil y el Vietnam, y esta generación más joven buscaba películas que
reflejaran el estado anímico y las emociones del momento. Penn captó ese estado
de ánimo en Bonnie and Clyde, Dennis Hopper en Buscando mi destino, Sam
Peckinpah en Grupo Salvaje, Mike Nichols en El graduado, y George Roy HiU en
Dos hombre y un destino.12
Llegó la seductora y provocativa Brigitte Bardot, junto con Marilyn
Monroe, Jayne Mansfield y una serie de estrellas italianas no menos seduc-
toras y provocativas, como Claudia Cardinale, Monica Vitti y Sofia Loren. En
Italia, Fellini inició su período más extravagante con La dolce vita, Ocho y
medio y Satiricón. Visconti dirigió Los condenados. El atractivo misteriosamente
peligroso de las películas de James Bond (que se iniciaron en 1962 con Dr. No)
llevó al estrellato cinematográfico al misteriosamente peligroso Sean
Connery, mientras que el cine británico producía clásicos tan obsesivos como
Mirando hacia atrás con ira y La soledad del corredor de fondo. En Suecia, la
industria cinematográfica estaba dominada por el enigmático Ing- mar
Bergman, quien, entre muchas otras películas dirigió El silencio, y esas visiones
cinematográficas tan características de Escorpio que constituyeron El séptimo
sello. En Alemania, Rainer Werner Fassbinder se introdujo enérgicamente en
el mundo del cine con El amor es más frío que la muerte. También de Suecia llegó
Yo soy curiosa, una película con un contenido sexual tan explícito que se la
consideró prácticamente pornográfica. En Estados Unidos, Cowboy de
medianoche, de John Schlesinger, una película en la que Jon Voigt hace el
papel de un muchacho del campo que llega a Nueva York para ofrecer sexo a
cambio de dinero a mujeres solitarias, se convirtió en la primera película
clasificada «X» que fue premiada por la Academia.

Los TRÁNSITOS DE NEPTÜNO POR SAGITARIO: De enero a mayo de 1970, de


noviembre de 1970 a enero de 1984, y de junio a noviembre de 1984.

Flexibilidad sexual. ¡Eh! Esto es un juego. La gente joven comprende que vestirse
como una fulana no refleja la conducta moral de nadie. ¿No serán esas jolies
madames con trajecitos de Chanel las verdaderas fulanas? Lo que yo ofrezco es
igualdad de sex appeaü*
La década del «yo», como la llamó Tom Wolfe, se inició cuando Neptuno
miraba hacia horizontes lejanos. En la moda, las opciones se habían ampliado
hasta el punto de que las mujeres podían vestirse exactamente como querían,
sin necesidad de mantener una imagen de sí mismas coherente; el concepto
de «estar de moda» ya no era patrimonio de las casas de alta costura, sino de
quien quisiera autoafirmarse de una forma personal e imaginativa. A medida
que Neptuno iba adentrándose en Sagitario, las revistas de moda defendían
con entusiasmo la moda «gitana». No contenta con inspirarse en una única
fuente étnica, la moda estadounidense buscaba una inspiración global, y las
faldas podían ser del largo que a cada cual más le gustara, siempre que fueran
cómodas. El sujetador y la faja, esos grandes moldeadores artificiales del
cuerpo femenino, desaparecieron primero de los reportajes fotográficos de la
moda y después de los guardarropas femeninos. Los conjuntos clásicos de
prendas que hacían juego alternaban con el estilo étnico de propia creación,
como preludio de una nueva época en que vestirse se convirtió en algo
relajado y sin complicaciones. Se desecharon los signos de riqueza más
ostentosos: las grandes joyas, la abundancia de pieles y las prendas llamativas
y extravagantes. Al ir en aumento la conciencia de la amenaza que
significaban para las especies en peligro de extinción, las pieles fueron
pasando de moda. A este mundo que empezaba a ver tantas cosas bajo una luz
nueva, se incorporaron los gurus y los cultos esotéricos de los años setenta, y
la moda se espiritualizó a medida que la espiritualidad iba poniéndose de
moda. Las estrellas de cine femeninas debían su atractivo no solamente a la
cara y el cuerpo, sino también a una conciencia social y espiritual
públicamente proclamada. Shirley MacLaine escribió libros sobre la
meditación y la reencarnación, mientras que el «multisexual» David Bowie
ganaba fama y fortuna con el disco titulado Ziggy Stardust and the Spiders from
Man.
El cine también se adhirió a un universo y una imaginación sin límites.
En 1975, Steven Spielberg, que entonces tenía 28 años, con su Sol natal en
Sagitario en perfecta armonía con el tránsito de Neptuno, dirigió Tiburón, y se
descubrió así un público cinematográfico nuevo y mucho más joven con
edades entre los doce y los veinticuatro años— que no se sentía inclinado a
profundizar en los grandes enigmas de la vida.

[,..] No les interesaban las películas con «mensaje» político, social o de cual quier
otra clase; lo que querían era acción, emoción, violencia, sexo y carcajadas.1'1
Tiburón se convirtió en la película más lucrativa de la historia del cine,
aunque no por mucho tiempo. Los beneficios que George Lucas obtuvo
fueron aún más galácticos después del éxito mundial de La guerra de tas galaxias
y sus continuaciones. Los cineastas no tardaron en darse cuenta, en aquellos
años dominados por Júpiter, de que si se realizaba una película para el público
adecuado —las generaciones jóvenes y ávidas de emociones fuertes—, aquello
equivalía prácticamente a una autorización para imprimir dinero. El director
Peter Bogdanovích describió este período como la época de la
«juvenilización» de las películas. Todo movimiento incesante y desasosegado
pasaba por «acción», y el desenlace habitual de cualquier historia de misterio
o de aventuras era una persecución salvaje o una escena de violencia
general.15 El celestial puer aeternus presidió también la época de las
interminables continuaciones —Loca academia de policía IVy Viernes 13 VI- y las
series de aventuras atestadas de efectos especiales y acción trepidante, como
la trilogía de Indiana Jones, la de Regreso al futuro, la serie de cuatro películas
de Superman, Los cazafantasmas y Los gremlins. Se produjo también un cine más
intelectual pero inevitablemente con un carácter universal o filosófico:
películas como Apocalypse Now de Coppola, Annie Hall de Woody Alien y
Encuentros en la tercera fase de Spielberg, seguidas por la película más
puramente sagitariana de todos los tiempos (no sólo por su tema, sino por los
beneficios que produjo: 700 millones de dólares): ET,

Los TRÁNSITOS DE NEPTUNO POR CAPRICORNIO: De enero a junio de 1984, de


noviembre de 1984 a febrero de 1998, y de octubre a diciembre de 1998.

Ayer vi por esta calle a una mujer joven, muy elegante con su traje de Chanel, y
los bocones, el bolso, el cinturón y los zapatos. Sin embargo, hace veinte años su
madre se vestía exactamente igual, como su abuela cuarenta años atrás. Es
increíble. Ya veis que Chanel comprendía lo que era el atractivo. 16

Los «trajes de poder», con sus enormes hombreras, llegaron cuando hubo
una gran prosperidad económica mundial y desaparecieron cuando vino la
crisis. Los trajes clásicos, intemporales y bien cortados de Gior- gio Arman i y
Ralph Lauren, hechos para durar muchos años, reemplazaron a la
extravagancia de una «nueva moda» anual, y la nostalgia endémica de
Capricornio empezó a hacer que los ojos de la alta costura se volvieran hacia
el pasado. La moderación también está triunfando sobre la exhibición en otras
esferas de la vida, no sólo en la del vestir. Los vehículos todoterreno, los
huevos de corral y la jardinería orgánica se han convertido en lo que está de
moda para afirmar la «conciencia verde» y la vida rural tradicional, aunque la
gente viva en la ciudad y nunca conduzca sus «tanques de diseño» por ningún
lugar más agreste que las calles del pueblo. Los ingredientes «naturales»
aseguran la venta de un producto, y la empresa Body Shop ha empezado a
socavar los beneficios de las grandes firmas cosméticas. La recesión
económica, combinada con la creciente toma de conciencia de la pobreza y la
superpoblación mundiales, ha hecho que se ponga de moda lo pasado de
moda; ahora, los excesos no se permiten a menos que se trate de prendas
simples, discretas y hechas de fibras naturales como el cachemir o la seda.
Todos los líderes mundiales visten trajes grises y tienen un aspecto
uniformemente respetable. A la «mujer mayor» se le ha descubierto un nuevo
encanto, estimulado por la terapia de reemplazo de hormonas y por series
televisivas estadounidenses como Dallas y Dinastía; los encantos de la
experimentada y autosuficiente mujer de más de cuarenta años ejercen, como
un vino de calidad, un atractivo más sutil y duradero que el de las jovencitas
con escasa experiencia y menos cerebro, y en las series familiares de
televisión, las amas de casa han sido reemplazadas por mujeres trabajadoras y
dedicadas a su carrera, impecablemente vestidas por Armani, que hacen que
sus machistas jefes parezcan tontos.
En el mundo cinematográfico, la burbuja de las películas en serie terminó
por estallar con la llegada de la recesión. La antigua fórmula había dejado de
funcionar, porque nadie sabía ya cómo predecir un éxito de taquilla. Las
grandes aventuras, las fantasías, los crímenes y los pistoleros no atraen ya a
las multitudes, Barry Norman señala irónicamente que es indudable que el
público va teniendo mayor discernimiento a medida que el dinero escasea
más.17 Merchant y Ivory lucharon por los Oscars con obras de época
artesanalmente trabajadas, Una habitación con vistas y Regreso a Howard’s End,
que evocan una perdida Edad de Oro saturnina; y Steven Spielberg, en
armonía como de costumbre con las invisibles corrientes neptunianas, pasó
sin esfuerzo de la jupiterina ansia de ver mundo de Indiana Jones a los
encantos paleolíticos de Parque jurásico y de allí al patetismo histórico pro-
fundamente conmovedor de La lista de Schindler. La película de Kevin Costner
Bailando con lobos reescribió con una voz más auténtica la historia de Estados
Unidos, como lo hizo también muy seriamente JFK, de Oliver .Sume. El silencio
de los corderos nos hizo tomar conciencia a todos del psicópata que llevamos
dentro, mientras que Ken Loach, en 1994, con su película Ladybird,
Ladybirdnos llamó la atención sobre los servicios sociales que hay en nuestra
sociedad, lo cual a veces se reduce a lo mismo. En esta época de Neptuno en
Capricornio, con su creciente conciencia social, Norman dice:

[...] A comienzos de esta década [la de los noventa] se notaba sin duda alguna que
había habido algún intento de reflejar una actitud de más atención y afecto hacia
la gente; [...] por lo menos es un adelanto frente a la creciente escala da de
violencia, y en muchos casos [frente] al mensaje de que la codicia es buena, de los
éxitos populares de los años ochenta,18

Norman sugiere también que uno de los progresos más interesantes de


los últimos años es la vigorosa aparición de realizadores negros en el cine
estadounidense. En 1991, en Estados Unidos se produjeron diecinueve
películas en las que directores, actores, guionistas y, a menudo, también los
productores eran negros, lo que representaba más de lo que se había hecho en
toda la década anterior. Spike Lee y sus seguidores han realizado películas que
muestran la cultura, el orgullo y los problemas de los negros en Estados
Unidos, pero tal como los ven ellos mismos, y no «los liberales holly-
woodenses blancos y rosados», presentando en un papel simbólico a algunos
actores negros que recitan palabras escritas por otros. Es probable que, a
medida que Neptuno complete su tránsito por Capricornio, se produzca el
mismo fenómeno con otros grupos raciales y étnicos, tanto en Europa como
en Estados Unidos. El cine de esta época no sólo es el de la nostalgia de
Merchant e Ivory, sino también el de una incisiva observación de la realidad
social sin lealtad alguna a ningún partido político en particular. Esperemos
que el pánico que precede a un nuevo milenio, con sus correspondientes
respuestas extremas a los problemas colectivos, no haga abortar los hijos
creativos que este nuevo cine se prepara para dar a luz.

El encanto como una fuerza destructiva

La moda y el cine, así como la música moderna, son manifestaciones colec-


tivas visibles del encanto neptuniano. Son algo más que un mero entreteni-
miento frívolo o una satisfacción narcisista. Son una corriente necesaria en la
que nos sumergimos para sentirnos unidos al colectivo de nuestra época. Son
los portavoces de nuestros sueños inexpresados, Pero el encanto o la
fascinación es algo aún más profundo y más antiguo. En 1950, se publicó un
libro de Alice Bailey titulado Glamour: A World Problema Aunque esta obra
refleja el particular enfoque espiritual propio de Bailey, vale la pena examinar
con detenimiento sus ideas sobre el encanto, porque destacan muchos
problemas neptunianos de forma sumamente concisa (aunque negativa).
Según ella, el encanto [glamour] es una característica peligrosa y corruptora,
que es preciso erradicar o trascender para poder alcanzar una verdadera
visión interior de lo espiritual.

Uno de los símbolos más adecuados para llegar a hacerse una imagen de lo que es
el encanto es imaginarse el plano astral [...] como una comarca envuelta en una
espesa bruma de densidades variables. Las luces ordinarias del hombre ordinario,
que son similares a las de los faros delanteros de un coche, con un resplandor que
sólo se bastan a sí mismos, no sirven más que para intensificar el problema, sin
llegar a penetrar las nieblas ni la bruma. [...] Nos revelan el estado de la niebla,
pero nada más. Lo mismo sucede en el plano astral en relación con el encanto; la
luz autoinducida y autogenerada que posee el hombre jamás llega a penetrar ni a
disipar la oscuridad, ni los miasmas ni la niebla. La única luz que puede disipar las
brumas del encanto y liberar a la vida de sus malignos efectos es la del alma... 2”

La visión que tiene Bailey del encanto es particularmente antineptunia-


na, pese al hecho de que muchos de sus seguidores en las cuatro últimas
décadas han reaccionado con una devoción característicamente neptuniana a
la visión de redención que ella les ofrece. Incluso se podría decir que sus
escritos han adquirido un cierto encanto espiritual, de una manera que ella
misma ridiculizaba. Sin embargo, Bailey se muestra inflexible en lo que
respecta a la relación entre el encanto y la necesidad emocional, y a la medida
en que debemos dejar en suspenso nuestra capacidad de discernimiento
intelectual a fin de responder a la llamada del encanto.

El encanto y la emoción se hacen el juego el uno al otro, y generalmente el


sentimiento con respecto al encanto se vuelve tan fuerte que es imposible
someterlo con facilidad y de un modo eficaz a la luz del conocimiento. 21

Pese a la censura de Bailey, es posible disfrutar del encanto, ya sea del


propio o del de otras personas, sin caer en ninguna fascinación peligrosa ni
desgarrar violentamente hasta el último jirón de magia de nuestra vida. Lo
necesitamos porque nos transporta al interior del mundo mítico, donde los
colores son más brillantes, los sentimientos más intensos, y la vida tiene una
luminosidad y una belleza que compensa la monotonía y las dificultades de la
supervivencia diaria. Sin el encanto, el alma se nos muere de hambre y de
sed, y sin personas que nos fascinen no tenemos espejo en el que mirar el
confuso contorno de nuestros propios y más profundos anhelos arquetípicos.
Las familias reales siempre han sido una de las principales pantallas para la
proyección colectiva del encanto, porque pese a que estamos bien al tanto de
los fallos individuales de los personajes reales, inconscientemente seguimos
teniendo en cuenta la relación arquetípica de la realeza con lo divino. Por
esta razón los países sin familia real, como Estados Unidos y Francia, tienden
a reaccionar ante las figuras políticas fascinantes como si fueran reyes o reinas
(la familia Kennedy constituye un ejemplo excelente), y se sienten
compulsivamente fascinados por las familias reales de otras naciones, hasta tal
punto que desmienten así su rechazo político de esta institución «anacrónica».
Cuando el príncipe y la princesa de Gales visitaron Australia, ese bastión de
irreductible sentimiento republicano, un millón de personas se desplazaron
para verlos a medida que ellos viajaban de ciudad en ciudad. Según cuenta
Andrew Morton:

En ocasiones, la bienvenida era casi un frenesí. En Brisbane, donde trescientas


mil personas se amontonaron en el centro de la ciudad, la histeria se elevó por
lo menos tanto como la temperatura ambiente, que sobrepasaba los 35 grados.

Como sucede con todos los problemas neptunianos, enfrentarse de un


modo sensato con el encanto parece ser cuestión de equilibrio, es decir, de
mantener los valores individuales al mismo tiempo que se encuentra placer y
alimento en sus fugitivos deleites. De no ser así, nos quedaremos embelesados
a expensas de nuestras elecciones morales individuales, o bien nos
convertiremos en los empedernidos oponentes de todo aquello que secreta-
mente anhelamos. Bailey hizo una lista de los encantos que ella consideraba
típicos, y es una lista inquietantemente apropiada, porque muchas de estas
esferas de la vida están vinculadas con los sueños neptunianos. Se podría
incluso llegar a sugerir que cuando otro planeta está en aspecto con Neptuno,
el dominio propio de ese planeta queda teñido de encanto, y resulta más
difícil apreciar y expresar sus energías de la forma común y cotidiana. He
entresacado algunos de los encantos que figuran en la lista de Bailey/ 3 para
presentarlos seguidos de posibles conexiones psicológicas y astrológicas que
podrían dar motivo de reflexión. El lector comprobará sin duda que la mayor
parte de ellos, si no todos, pueden aplicársele personalmente, porque la lista
de Bailey, aun sin tener una relación explícita con la astrología, define
realmente la forma en que funciona Neptuno dentro de todos nosotros.
El encanto de la fuerza física. Puede que la fuerza física no sea un tema
neptuniano, pero la fascinación que ejerce sí lo es. Idealizamos a los atletas y
a los actores de cine musculosos, o bien admiramos nuestro propio cuerpo
cuando estamos en forma, porque la destreza física implica una potencia
divina. Uno de los atributos de la divinidad es el poder, y un cuerpo física -
mente fuerte, al igual que una deidad omnipotente, puede protegernos de los
terrores de la vida. El bebé necesita sentirse seguro y a salvo en los bra zos de
la madre o del padre, y en la primera infancia, la experiencia de tener una
madre gravemente enferma puede ser aterradora porque no parece ser el
bastión necesario para proteger al niño del abismo de la extinción. Además,
sin hacer el menor caso de las justificadas protestas del movimiento feminista,
nos obstinamos en idealizar el tipo de mujer físicamente «perfecto», pese al
hecho de que la forma en que definimos la perfección varía de acuerdo con el
tránsito de Neptuno a través de los signos zodiacales. 24 En cualquier época, sin
embargo, la perfección incluye por lo común el atributo de la juventud, lo
que sugiere que no es solamente la fuerza, sino también la fantasía de
inmortalidad lo que está ligado con este tipo de encanto. Los contactos
Venus-Neptuno y Luna-Neptuno tienen una clara relación con una
idealización excesiva del cuerpo físico, sea éste propio o ajeno, especialmente
si están involucradas las casas apropiadas (la segunda y la sexta). Lo mismo
sucede si Neptuno está emplazado en una de estas casas, en particular si
ehénfasis general de la carta natal está puesto principalmente sobre el fuego y
el aire. Los trastornos del comer, como la anorexia y la bulimia, pueden estar
arraigados en parte en una fuerte necesidad de regresar a las aguas uterinas,
de las que la perfección corporal, con sus insinuaciones de omnipotencia y de
inmortalidad, es un poderoso símbolo.

El encanto del aislamiento, la soledad y el distanciamiento. Este encanto se ha


visto personificado en el siglo XX por estrellas de cine como Greta Garbo,
James Dean y Clint Eastwood, que encarnan la magia del forastero y el
renegado. Este tipo de figuras son en realidad imágenes del arquetípico chivo
expiatorio, la víctima redentora que, pese al rechazo brutal que sufre por
parte del colectivo, muestra dignidad, nobleza, coraje e incluso santidad. El
personaje del solitario, en películas, novelas o en la vida pública, ejerce una
fascinación peculiar sobre el alma atormentada de aquellos que se sienten
forasteros, como también de los que secretamente sienten que han tenido que
renunciar a ser ellos mismos para formar parte de un grupo. Son evidentes los
vínculos psicológicos con el hecho de haber servido de chivo expiatorio en la
familia y de haber tenido una niñez solitaria. Hay un largo linaje de figuras
míticas que encarnan el encanto del aislamiento, y que van desde Orfeo a
Jesús de Nazaret. Esto puede estar indicado por contactos Sol-Neptuno o
Saturno-Neptuno, especialmente si signos más introvertidos, como Escorpio,
Capricornio o Virgo, aspectos importantes entre Saturno y Plutón o
emplazamientos fuertes en la casa ocho o en la doce, acompañan a un
Neptuno dominante en la carta.

El encanto del amor a ser amado. Se relaciona con la experiencia infantil de


un amor condicional, y con lo que Alice Miller denomina la «herida narcisis-
ta».25 En el nivel más fundamental, forma parte de la pauta del niño sensible
(a menudo neptuniano) a quien se ha educado desde la infancia en la creencia
de que debe ser el fiel espejo de las necesidades emocionales de la madre para
merecer amor y aprobación. En la edad adulta, cuando los demás no lo adoran
ni lo necesitan, se siente hueco, vacío, irreal e indigno. El sentimiento de
identidad personal, que depende en cierta medida de la imagen que devuelve
en la infancia el espejo materno, nunca tiene ocasión de desarrollarse sin estar
inextricablemente ligado a la urgente necesidad de satisfacer las expectativas
de los demás. El encanto del amor a ser amado, al parecer acosa
particularmente al terapeuta o consejero psicológico, que necesita de un
cliente dependiente y que lo adore, y a la estrella de cine o el ídolo de la
música moderna, que depende de la adoración de su público para definir su
realidad y su propio valor. También puede aflorar en las relaciones
personales, en las cuales lo que forma la base del vínculo es más bien la
embriagadora experiencia de una apasionada idealización de la otra persona
que un verdadero aprecio recíproco de la individualidad de cada una. Este
tipo de relaciones desemboca inevitablemente en graves dificultades, una vez
que pasa la etapa de la idealización, y parece entonces como si la relación
hubiera perdido toda su trascendencia. El amor a ser amado refleja una
profunda identificación con una imagen fascinante, que sirve como sustituto
de un sólido sentimiento de uno mismo. Esta es en parte la razón de que los
«matrimonios de celebridades» no suelan tener una esperanza de vida
superior a unas cuantas semanas o unos meses. Astrológicamente, este
encanto puede estar indicado por contactos fuertes entre Venus y Neptuno,
así como por un Neptuno poderoso emplazado en el Ascendente o en el
Medio Cielo, junto con configuraciones como Sol-Saturno, Venus-Saturno o
Sol-Quirón, que sugieren profundos sentimientos de incapacidad personal.

El encanto del autosacrificio. He examinado con cierto detenimiento esta


cuestión en particular, porque es un problema muy común en las profesiones
de ayuda a los demás, y también puede ser dominante en la vida familiar, en
donde uno u otro miembro de la familia —generalmente la madre- justifica
toda clase de comportamientos invasores y destructivos en nombre de su
amor desinteresado. También está vinculado históricamente con el martirio
religioso, ya que con frecuencia se lo toma como un signo indudable de la
verdad de un determinado punto de vista político o religioso. Otro de los
encantos de la lista de Bailey, el de la autocompasión, se relaciona con este
problema; como colectivo, somos especialmente propensos a él, y es raro que
nos paremos a pensar en el beneficio secundario implícito en algunos de los
actos de autosacrificio más aparatosos que realizamos por otras personas. Si
vemos a alguien «haciendo el bien», y con evidentes señales de estar
sufriendo por ello, en nuestro afán de percibirlo como a un santo tendemos a
hacer caso omiso de cualquier otra cosa que esa persona pueda estar haciendo.
Este es uno de los encantos más característicos de Neptuno, y
astrológicamente puede estar indicado en particular por contactos Sol-
Neptuno, sobre todo si en la carta domina el elemento agua (aunque Neptuno
en el Ascendente también puede contribuir a la sensación de que no vale la
pena cultivar o expresar la propia individualidad). El encanto del
autosacrificio en el amor también puede estar sugerido por aspectos entre
Venus y Neptuno, o por un Neptuno fuertemente aspectado y emplazado en
la casa quinta o en la séptima.

El encanto de la intriga. He aquí uno de los rasgos más ambiguos de los


aspectos Mercurio-Neptuno. No es que Mercurio-Plutón sienta aversión por
las maniobras sutiles, pero a Plutón no le interesa el encanto; en este caso
parece que la propia supervivencia dependiera del secreto y el disimulo. He
conocido a muchas personas con contactos Mercurio-Neptuno, al igual que a
otras con un Neptuno fuertemente aspectado en la casa tres, para quienes el
éxito en el engaño es más bien una fascinación personal que una defensa
necesaria. Si se da una suficiente inseguridad, indicada por otros factores de la
carta, y contando con el rico fondo de imaginación e inventiva que
representan los contactos entre Mercurio y Neptuno, puede que la persona
disfrute complicando las cosas y haciendo que los demás parezcan tontos sin
otro motivo que demostrar su propia superioridad en el terreno de la astucia y
la destreza. Cuando nos encontramos con esta clase de propensión, debemos
considerar forzosamente el fenómeno psicológico de la compensación, que
suele acompañar a profundos sentimientos de confusión y de inferioridad
intelectual. Pero en este encanto hay otra dimensión que, al parecer, Bailey
pasó por alto o se olvidó de mencionar. Se trata de la inclinación a crear
elaboradas redes de conexiones e interconexiones cósmicas que ofrecen a la
persona el sentimiento de estar en contacto con «realidades superiores», y de
las que se excluye a la gente menos evolucionada. La posesión de secretos
espirituales está vinculada con lo que Bailey llamaba el encanto de la
sabiduría, un problema particular de quienes están interesados en temas
esotéricos. No es únicamente una característica de los aspectos Mercurio-
Neptuno, sino que también puede estar indicado por contactos Sol-Neptuno
(uno no se siente real ni valioso a menos que esté sirviendo como portavoz de
lo divino), Marte-Neptuno (el desvalimiento y la impotencia se ven
compensados por la posesión de un conocimiento superior) y Júpiter-
Neptuno (un sentimiento de absoluta rectitud moral hace innecesario todo
autocuestionamiento).

El encanto del trabajo creativo sin un auténtico motivo. No está claro qué es
exactamente lo que Bailey entendía por «un auténtico motivo», pero es
característico de Neptuno justificar muchas cosas en nombre de la creati-
vidad, aun cuando nunca se produzca nada, o aunque lo producido sólo tenga
significado para su propio creador. Muchos neptunianos idealizan la facultad
de la fantasía, y dan por sentado que estar exento de las exigencias de la vida
ordinaria es derecho inherente al temperamento imaginativo. Este encanto
puede estar relacionado con los aspectos Sol-Neptuno y Satur- no-Neptuno, y
quizá también con un Neptuno fuertemente aspectado en la quinta casa, en
especial en una carta en la que domine el elemento fuego. Forma la base de la
convicción, en modo alguno excepcional, de que una personalidad creativa
debería estar subvencionada por los demás, tanto en el aspecto emocional
como en el económico. Es probable que no entre en los cálculos el hecho de
que todos tenemos la capacidad para alguna forma de expresión personal
creativa, y podemos por lo general encontrar una manera de alimentarla
respetando los límites mundanos. Otra dimensión de este encanto es la
necesidad de identificarse con el artista como figura de poder y de magia. Se
trata de otra expresión de la fusión con la creadora divina, que con su conjuro
saca a la vida del vacío. Es posible que para crear algo, lo que fuere, sea
necesario cierto grado de narcisismo. Como de costumbre, todo es cuestión de
equilibrio.

El encanto del conflicto, con el objetivo de una justicia y una paz imposibles.
Este encanto ha generado muchas guerras en todas las épocas, y se lo puede
ver en diversos lugares en nuestro mundo moderno. Se vincula con lo que
Bailey llamaba el encanto del fanatismo. La «guerra santa», objeto de la
adoración de diversas comunidades religiosas a lo largo de la historia, también
puede reflejar este encanto, en el que el martirio por la fe, unido a una
conflagración lo más destructiva posible, supera a cualquier objetivo más
razonable, como pueden ser la cooperación mutua, el respeto entre
comunidades o naciones y una vida mejor para la gente. En ocasiones, es
típico de Neptuno provocar violentos conflictos y crisis porque uno sólo se
siente vivo e importante cuando está trabado en una lucha a muerte, como la
de Marduk y Tiamat. Se siente así vinculado con el mundo mítico, donde los
héroes divinos se entregan periódicamente al éxtasis de la guerra en nombre
de un ideal imposible.
El encanto del conflicto se vincula también con el del deseo de morir, del
que ya he hablado. La nobleza de la causa, cuando una persona está
impregnada del anhelo neptuniano, puede encubrir la necesidad que tiene de
justificar su existencia identificándose con la martirizada víctima redentora,
en vez de contribuir, de un modo humilde pero más auténtico, al bienestar de
los demás. Este encanto puede estar indicado por un aspecto Marte-Neptuno
combinado con un contacto Júpiter-Neptuno, y tal vez por un Neptuno
fuertemente aspectado en la casa nueve. Esto también puede formar parte de
la visión personal de un aspecto Sol-Neptuno cuando otros factores de la carta
(como pueden ser un énfasis en Aries o en Sagitario, o Marte emplazado en la
casa nueve) sugieren un innato espíritu de cruzado.

El encanto de la percepción psíquica en vez de la intuición. Ya hemos


examinado con cierta profundidad la naturaleza de las dotes psíquicas nep-
tunianas. Pese al hecho de que a menudo van acompañadas de una penosa
carencia de fronteras personales, y pueden reflejar una individualidad más
bien informe e histérica que evolucionada, entre los grupos espirituales la
capacidad de experimentar manifestaciones psíquicas tiene un enorme
encanto. Muchos cultos esotéricos, como los Emin y la Escuela de la Ciencia
Económica, ofrecen «formación» en ciertos aspectos del desarrollo psíquico,
como la capacidad de ver las auras. Con frecuencia parece que se pasara por
alto la utilidad de tales aptitudes, tanto por parte del individuo como de la
sociedad en la que vive; los fenómenos psíquicos dan la impresión de tener
algo de la fragancia del prometido viaje de regreso a casa. Que tales
fenómenos ocurren es indiscutible frente a la multitud de experiencias de las
que se tiene constancia; pero, ¿por qué tienen ese encanto? Quizá den esa
impresión a muchas personas porque al parecer muestran una relación
especial con el divino mundo de la fuente, y tal vez sentimos que son lo más
cerca que podemos llegar de ese estado de fusión espiritual que es el objetivo
del sendero místico. También es posible, aunque aquí claramente desaparece
el encanto, que a algunas personas las manifestaciones psíquicas les
proporcionen una secreta sensación de unión con la fuente maternal,
confiriéndoles seguridad, protección y el favor de los padres. Sea cual sea el
tipo de evolución espiritual de que se trate —y se puede definir de tantas
maneras como personas hay en el mundo—, no parece que la idealización de
las dotes psíquicas ofrezca nada constructivo ni útil a nadie, y menos aún al
«psíquico». La mayor parte de los fenómenos psíquicos son interesantes
principalmente porque demuestran que existen otros niveles de la realidad
más allá del nivel material. Cuando las manifestaciones psíquicas se vuelven
fascinantes, en vez de servir como base para un cuestionamiento y una
investigación inteligentes, es probable que nos encontremos con indicadores
astrológicos como contactos Luna-Neptuno, Mercurio-Neptuno o Júpi- ter-
Neptuno, junto con una acentuación del elemento agua en la carta natal, o un
Neptuno fuertemente aspectado en la cuarta, la octava o la duodécima casa.

El encanto del materialismo. «Materialismo» es un término problemático,


dada la frecuencia con que lo emplean personas que tienen dificultades para
enfrentarse con las responsabilidades de la vida cotidiana contra aquellos que
han conseguido hacerse un lugar en el mundo. Es una palabra cargada de
resonancias políticas, y en ocasiones puede formar parte de la «política de la
envidia», tan característica de la ideología neptuniana. También se puede usar
el término para describir el sistema de valores de los pensadores científicos
«realistas», que se niegan a reconocer ninguna otra realidad que no sea la que
pueden medir y definir mediante instrumentos y estadísticas. Así,
«materialismo» se ha convertido en una palabra con múltiples connotaciones
peyorativas. Es probable que al utilizar este término Bailey se refiriera al
encanto del mundo de la forma, es decir, a la fascinación que ejercen no
solamente el dinero y el poder mundano, sino también las manifestaciones
físicas de lo divino, más bien que lo divino en sí. Este es el encanto particular
no sólo del científico, sino también de cierto tipo de astrólogo, que está tan
hechizado por su propia capacidad para predecir acontecimientos o acumular
estadísticas, que en él desaparece toda percepción del mundo interior y de la
psicología del individuo bajo el peso de una montaña de técnicas destinadas a
obtener resultados muy concretos. Los contactos Saturno-Neptuno pueden
estar relacionados con este encanto, al igual que un tema natal en el que
donde Neptu-
no es poderoso pero también domina la tierra, un elemento que no armoniza
con el mundo neptuniano.2*1

El encanto del sentimentalismo. Nos encontramos aquí con un término


difícil de definir. Uno de mis diccionarios dice: «Emoción conscientemente
elaborada o poco sincera; propensión a regodearse en lo que se siente;
afectación de los buenos sentimientos; sensiblería». Como el sentimentalismo
da la impresión de reflejar una fina naturaleza emocional, es difícil
considerarlo con objetividad cuando es uno mismo quien se lo está
permitiendo. Todas esas tarjetas de cumpleaños con gatitos mimosos, bebés
angelicales y rosas de estilo antiguo son, en nuestra sociedad, sacrosantas para
el colectivo, y constituyen un reflejo simbólico de la «bondad» tal como
aparece en las descripciones medievales del Cielo. Así, nuestra cultura se deja
llevar por el sentimentalismo en aspectos de la vida como la niñez y la
maternidad hasta tal punto que tanto los niños como las madres llegan a
sentirse del todo anormales si no se comportan como personajes de los dibujos
animados de Walt Disney; nos mostramos tan sentimentales en el amor que
ya no somos capaces de relacionarnos con sinceridad, y sólo W, C. Fields, que
evidentemente no padecía esta peculiar forma de encanto, podría haber
hecho el comentario de que «nadie que odie a los perros y a los niños puede
ser tan malo». Pero, ¿dónde reside el encanto del sentimentalismo? Quizás
esté conectado con el arte neptuniano del actor, cuyas expresiones del
sentimiento, sumamente estilizadas, reemplazan a una respuesta individual
auténtica. Si todos mostramos nuestros sentimientos de maneras consagradas
y socialmente aprobadas, entonces somos amados y amamos, y pertenecemos
a algún sitio. Astrológicamente, el sentimentalismo se puede vincular con
aspectos Venus-Nep- tuno y Luna-Neptuno, en especial en una carta natal
donde destaquen el aire y el agua (sobre todo Cáncer, Libra y Piscis) y donde
los valores individuales de Venus y las reacciones emocionales individuales
de la Luna estén sofocados por la necesidad de conseguir que la familia y la
sociedad acepten lo que uno necesita. El encanto del sentimentalismo está
imbuido de imágenes de pureza y de dulzura que traen a la memoria el
retrato que hace Lactancio de la vida después de la muerte, que excluye
deliberadamente la sangre, la carne, las pasiones y la naturaleza, a menudo
divisiva, de la individualidad. El sentimentalismo nos hace sentir más cerca
del Paraíso, porque no se limita a ser un sentimiento estilizado; es un senti -
miento despojado de su capacidad de encarnarse. No es sorprendente que la
naturaleza neptuniana pueda ser sumamente sentimental pero también pueda
estar muy confundida en lo que respecta a reconocer y expresar las reacciones
emocionales individuales.

El encanto de los Maestros y Salvadores del Mundo. Hemos


examinado ya este fenómeno en los capítulos anteriores. El anhelo
neptuniano puede aferrarse a una figura que parezca ofrecer la salvación, en
particular si la obediencia a un credo o a un conjunto de disciplinas
determinado nos alivia de la penosa carga de tener que reflexionar y tomar
decisiones como individuos. El encanto de ser un Maestro o Salvador del
Mundo brota de la misma raíz. No asocio con este encanto ningún aspecto
astrológico en particular, ya que parece ser parte intrínseca de la dinámica
neptuniana en todas las personas, aunque Neptuno en la casa nueve y los
contactos Júpi- ter-Neptuno, combinados con una buena dosis de Sagitario o
de Piscis, puedan contribuir a esta propensión.
***

Estos no son más que algunos de los encantos que enumera Bailey en su lista,
que en realidad es un amplio resumen de los puntos flacos de Neptuno.
Probablemente no haya ningún ser humano que no muestre uno u otro de
ellos, cuando no la mayoría. Leer la lista de encantos de Bailey es como leer
un texto de medicina o de psiquiatría: cuando uno lo ha terminado, le parece
que padece todos los males descritos, del primero al último. A los encantos
enumerados por Bailey se los podría interpretar como una crítica deprimente
de la naturaleza humana, para la cual el encanto ha sido siempre, y continúa
siéndolo, una droga adictiva que puede introducirse en todas las esferas de la
vida. Cuando estamos «encantados», estamos ciegos, no sólo como individuos,
sino también como colectivo. Y sin embargo, dudo de que existieran nuestras
grandes obras de arte, nuestro patrimonio de visiones religiosas y espirituales,
y nuestros logros sociales y científicos, si no fuéramos todos tan propensos al
encantamiento. No podemos limitarnos a rechazar el encanto tachándolo de
fuerza corruptora, ni verlo como sugiere Bailey, como un impedimento para
alcanzar una auténtica sabiduría espiritual. El supuesto de que hay algo que se
pueda considerar una verdadera sabiduría espiritual es, de por sí, una
admisión tácita de la penetrante y omnipresente influencia del encanto. No
podemos escapar de nuestra necesidad de él, pero sí podemos considerar
nuestra propia propensión con humor e ironía. Y también podemos aprender
no sólo a admirar, sino a mostrar el encanto, sin necesidad de vender el alma.
Un caso de encanto: la princesa de Gales
Independientemente de lo que uno pueda pensar de la familia real británica y
el difícil matrimonio entre el príncipe y la princesa de Gales, pocas personas
cuestionarían el encanto de Diana. Bien ha demostrado su capacidad para
despertar la adoración del público, y no sólo en Gran Bretaña sino en el
mundo entero. Lo que sí se ha cuestionado mucho es la autenticidad de su
radiante imagen pública, ya que, aunque ésta haya sido corroborada hasta
cierto punto en la vida real, Diana, como muchos otros neptunianos, también
es capaz de suscitar profundas sospechas y rechazo. Tanto sus amigos como
los medios de comunicación suelen presentarla como una santa de nuestro
siglo, cortada por el mismo patrón que la madre Teresa: una persona
profundamente comprensiva y comprometida, portavoz apasionada de todos
los desdichados de esta vida. Su íntima amiga Carolyn Bartholo- mew ha
dicho:

Yo no soy una persona tremendamente espiritual, pero creo que ella [Diana]
nació para hacer lo que está haciendo, y ella sin duda alguna lo cree. Ya [antes de
su boda con el príncipe Carlos] estaba rodeada de esa aura dorada que impedía a
los hombres ir demasiado lejos; tanto da que les hubiera gustado como que no,
porque jamás sucedió. De alguna manera, estaba protegida por una luz perfecta. 27

Desde esta perspectiva, Diana ha sido la víctima inocente de un marido


insensible e infiel y de una jerarquía familiar rígidamente convencional, y se
ha visto su rebelión como la expresión de un espíritu valiente y generoso en
lucha contra un sistema anticuado al que buena falta le hacía una vigorosa
sacudida. La biografía de Andrew Morton, desvergonzadamente tendenciosa,
que apareció cuando el escándalo en el matrimonio de los príncipes de Gales
estaba en su apogeo, ha contribuido muchísimo a cristalizar, a los ojos del
público, el mito de «Santa Diana», y millones de mujeres ven en ella un
modelo que imitar.
La otra Diana, la que encarna el rostro más sombrío de Neptuno, también
ha llamado la atención de los medios de comunicación, sobre todo entre los
periodistas que se han dado cuenta de que hay un patrón cuidadosamente
calculado en cuanto al momento y la naturaleza de las diversas historias que
han aparecido en la prensa. Diana salva a un vagabundo a punto de
ahogarse... casualmente, poco después de que en los periódicos se hubiera
publicado la enorme cantidad de dinero que gasta al año en ropa y eos-
méticos. Diana aparece en el telediario de la noche asistiendo a un aconte-
cimiento cultural en Hyde Park y luciendo un estupendo (y bastante indis-
creto) vestido negro de cóctel poco después de haber anunciado que no desea
seguir apareciendo en público y la misma noche en que por televisión se
transmite un reportaje favorable a su marido. Diana protesta vehemente-
mente por la forma en que la prensa invade su intimidad, pero poco des pués
se publican fotografías de ella tomadas durante un encuentro secreto con un
conocido periodista. A esta Diana no tan de fiar se la ha presentado como
emocionalmente infantil, alguien tan ávido de amor y atención que es capaz
de llegar a cualquier extremo de engaño y manipulación de los medios de
comunicación con tal de salirse con la suya. 28 Pero según una interpretación
menos benévola, furiosa porque su marido se ha negado a dejarse devorar por
la abrumadora marea de sus necesidades emocionales, Diana se ha embarcado
en una campaña vengativa, sutil y sobre todo sucia, orientada a socavar la
popularidad del príncipe Carlos, e incluso su futuro reinado. Al parecer, esta
Diana («el infierno no alberga furia mayor que una mujer despreciada») es el
polo opuesto de la Diana en el papel de «madre Teresa». Desde esta
perspectiva más sombría, Diana sólo se contentará con la abdicación de su
marido, con lo cual el trono pasaría directamente a su hijo mayor, el príncipe
Guillermo. La imagen pública de Diana parece estar cuidadosamente ideada
para pulsar el botón de Neptuno en la gente que la adora, ya que ha sabido
encarnar repetidas veces el arquetipo de la víctima redentora con la
consumada habilidad de una buena actriz. Sus admiradores están tan
hechizados por el altruismo, la compasión y las excelentes cualidades
maternales que ella manifiesta, que su marido debe parecerles
inevitablemente, por comparación, un hombre bruto e insensible. La inca-
pacidad de Carlos para apreciar a Diana y lo poco demostrativo que se
muestra con sus hijos en público se consideran, por consiguiente, como fallos
emocionales del príncipe. Morton cita las palabras de James Gilbey, un amigo
de Diana:

Ella lo considera un mal padre, un padre egoísta. [...] Cuando hablé con ella del
tema [una fotografía de prensa del príncipe montando a caballo con los niños en
Sandringham], estaba literalmente obligándose a contener su furia porque
pensaba que esa fotografía daría una imagen de él como buen padre, mientras que
ella sabía cuál era la verdad.2’

Al igual que en tantos otros casos de mujeres agraviadas por maridos


«descarriados», es probable que el carácter de la propia Diana tenga algo
que ver con el hecho de que su marido la rechace. Pero la Diana de la «furia
infernal» hace todo lo posible por asegurarse de que a la gente no se le pase
por la cabeza esta consideración.
No sabemos quién es la Diana auténtica. Podemos afirmar que no nos
importa; pero los periódicos publican lo que los lectores quieren leer, y ella
está siempre en primera plana. Quizá no sepamos nunca quién es, y tal vez ni
ella misma lo sepa, porque es imposible sondear hasta el fondo los
sentimientos y motivaciones de la personalidad neptuniana. Diana tiene una
habilidad única para polarizar a la gente, que le responde sin términos
medios: con adoración o con rechazo. Es muy posible que ambas imágenes de
ella sean acertadas, y esta es una de las fuentes más profundas de su encanto.
Sus extremos son muy extremos, y para muchas personas ella encarna lo
mejor o lo peor del arquetipo femenino. Si tuviera una personalidad mejor
definida, no atraería proyecciones tan poderosas; si fuera de tipo intelectual,
la mayoría de los lectores de la prensa amarilla no le harían caso o la
desdeñarían. Pero su carácter un tanto amorfo y su actitud tímidamente
seductora, combinados con lo que Morton llama «su misma normalidad», 30
contribuyen a su encanto. Sus rápidos cambios, fluidos e instintivos, del papel
de manipuladora histérica al de sanadora compasiva son a la vez inquietantes
y fascinantes, y al parecer ella no se disculpa por su ambigüedad. Deliberada o
inconscientemente (y lo segundo es lo más probable), tal como lo hizo antes
que ella Marilyn Monroe, se las ha arreglado para acaparar uno de los
mayores papeles arquetípicos del drama humano.
La carta natal de la princesa de Gales 31 (véase carta 13) muestra un
Ascendente en el grado 18 de Sagitario. Nicholas Campion, en su libro Born to
Reign [Nacida para reinar], afirma:

Hacia mediados de los ochenta, en Diana había madurado ya plenamente el amor


a la libertad asociado con este signo, junto con la confianza necesaria para llevar a
cabo sus obligaciones reales de una manera que en el palacio de Buckingham no
habían previsto. Empezó a expresar su desilusión privada con respecto al príncipe
Carlos mediante la competición en público, demostrando que era más capaz que
él de suscitar la adoración popular.32
Pero por más amante de la libertad y la independencia que sea el Ascen -
dente, en este horóscopo el Sol está en Cáncer, en trígono con Neptuno en
Escorpio con un grado de orbe, y formando parte de un gran trígono de agua
que también incluye a Quirón en Piscis. Neptuno está emplazado en

Carta 13. Diana, princesa de Gales. Nacida el 1 de julio de 1961, 7.45 p.m. BST
[British Summer Time, hora de verano británica], en Sandringham (52° 50’ N, 0 o 30’
E). Sistema de casas de Plácido. Nodo verdadero. Fuente: Intemationales
Horoskope-Lexikon,

la casa diez, indicando la imagen que ella presenta al mundo y, por mediación
de su trígono con el Sol, también los valores que adopta como individuo. Pese
a los demás aspectos poderosos, resueltos, voluntariosos y completamente
anárquicos que hay en la carta —en particular la cuadratura en T que implica
a Urano en conjunción con Marte en conjunción con Plutón (Marte =
Urano/Plutón) en oposición con la Luna y Quirón (Marte = Luna/Quirón) y
en cuadratura con Venus (Marte = Venus/Plutón)—, Diana se ha presentado
constantemente ante los demás, y quizás ante sí misma, como neptuniana. La
pasividad y el martirio autoinfligido característicos de Neptuno se dejan
entrever en este comentario suyo:
La noche antes de la boda estuve muy tranquila, mortalmente tranquila. Me
senda como el cordero que va al sacrificio. Yo lo sabía y no podía hacer nada al
respecto.”

Morton sigue diciendo:


Ella es un rehén de la fortuna, cautiva de su imagen pública, atada por las cir-
cunstancias de su peculiar posición de princesa de Gales y prisionera de su vida
cotidiana.34

Morton también cita a uno de los astrólogos de Diana, Félix Lyle:


Una de las peores cosas que le sucedieron fue que ¡apusieron sobre un pedestal
que no le permitía avanzar en la dirección que quería, y se vio obligada a preo-
cuparse por la imagen y la perfección. 3*

Todas estas citas transmiten el mismo mensaje: Diana no es en modo


alguno responsable del doloroso dilema en que se ha encontrado; sus difi-
cultades psicológicas las han «causado» los que la rodean; ella es una víctima,
dominada y casi destruida por fuerzas externas que están fuera de su control.
Excepcional entre los comentaristas, Nicholas Campion sugiere que el
horóscopo de Diana es el de una militante feminista. 36 La mayor parte de los
astrólogos de orientación psicológica reconocerían que la cuadratura en T de
la que ya he hablado no sólo indica un espíritu ferozmente independiente,
sino también una rabia honda e implacable contra quienes frustan su volun-
tad e incluso contra quienes le piden que transija. También hay un profundo
conflicto interior entre su intensa necesidad de seguridad (Sol en Cáncer,
Venus en Tauro, Luna en la casa dos) y una orgullosa determinación a man-
tener el control de su entorno y de su vida. Pero lo que ve el mundo exterior
no son este tipo de aspectos internos del horóscopo, sino los ángulos de la
carta, y si se retrocede un poco para mirar la dirección global de su vida, lo
que se ve es el Sol, con sus aspectos planetarios dominantes. Así pues, quienes
se interesen por algo más que sus bien torneadas piernas reconocerán el gran
trígono de agua en el que participan Quirón y Neptuno, y percibirán la ima-
gen arquetípica en que se unen víctima y sanador.
Las configuraciones planetarias no describen un destino externo
impuesto desde fuera, sino que reflejan nuestro propio carácter, lo que a su
vez nos conduce —consciente o inconscientemente— a crear o encontrar en
el mundo exterior aquello que somos por dentro. Y es también el carácter lo
que nos hace responder a los acontecimientos externos con interpretaciones y
reacciones sumamente individuales. Desde el punto de vista psicológico, es
válido considerar la niñez de Diana como un período de dolor y privación
emocional, pese a las galas externas de la riqueza y la posición social, y
entender en este contexto su lucha con la bulimia, en particular a la luz de su
naturaleza canceriana y neptuniana, tan sensible y vulnerable. Es igualmente
válido reconocer que mucha gente en el mundo experimentó privaciones de
uno u otro tipo durante su niñez. Pero una carta como la de Diana indica no
sólo una necesidad ilimitada de amor absoluto e incondicional, sino también
una naturaleza que no perdona ni olvida fácilmente insultos y agravios, y que
se inclina a culpar a los demás de las consecuencias de sus propias decisiones.
Ambos puntos de vista son válidos, y los dos describen las reacciones de un
Neptuno herido con una conjunción Marte- Plutón en oposición con la Luna
y Quirón.
La desintegración del matrimonio de sus padres cuando Diana tenía seis
años fue sin duda un acontecimiento profundamente traumático para ella.
Según Morton:

Un cuarto de siglo más tarde, sigue siendo un momento que ella es capaz de
imaginarse mentalmente, y todavía puede evocar los dolorosos sentimientos de
rechazo, pérdida de confianza y aislamiento que significó para ella la ruptura del
matrimonio de sus padres.1

Vale la pena señalar que en aquella época crítica de su niñez, Neptuno en


tránsito estaba en Escorpio y avanzaba en contacto con su cuadratura en T
natal, oponiéndose a su Venus y formando cuadraturas con su Luna y su
Urano. Los «dolorosos sentimientos de rechazo, pérdida de confianza y ais-
lamiento» son característicos de este difícil tránsito de Neptuno. Más ade-
lante, otros planetas colaboraron en reabrir la vieja herida. Urano en tránsito
por Escorpio activó la cuadratura en T a lo largo de 1980 y 1981, cuando el
príncipe Carlos la cortejaba, e hizo allí su estacionamiento final justo después
de su matrimonio; y Quirón, en tránsito por Tauro, la activó en 1982 y 1983,
cuando ella, durante el primer embarazo y después de éste, sufrió una grave
depresión, acompañada por violentos ataques de celos y una recurrencia de la
bulimia, y tal como se supo después, intentó suicidarse varias veces. Por
último Plutón, en tránsito por Escorpio, contactó con su cuadratura en T
natal en 1992-1993, coincidiendo con su separación formal del príncipe de
Gales y la publicación del libro de Morton. También vale la'pena señalar que
el Sol del príncipe Carlos, situado a 22° 25’ de
Escorpio, está en un aspecto casi exacto con esta reiteradamente «bombar-
deada» cuadratura en T, lo que sugiere que, se portara Carlos como se portase,
para ella era un recordatorio perpetuo de un doloroso conflicto interno, que
afloró por primera vez al exterior cuando, teniendo Diana seis años, su madre
dejó a su padre por otro hombre. Cuando necesitamos sanar una herida
interior, inconscientemente nos ponemos una y otra vez en aquellas
situaciones que nos encaran a lo que no deseamos afrontar. La forma en que
nos enfrentemos con este destino aparentemente cruel depende de nuestra
capacidad de mirar hacia dentro, y de la percepción de la vida que refleja
nuestra disposición innata. La mayor parte de las veces, Diana ha enfocado su
dilema a través de la lente de las percepciones neptunianas.
El encanto no se puede atribuir a ninguna configuración en particular de
una carta natal. Pero siguiendo la línea de la psiquiatría, que afirma que
siempre hay múltiples determinantes, digamos que puede producirlo una
combinación de muchos factores, cada uno de ellos, por sí mismo, fascinante.
La capacidad de Neptuno para devolvernos la imagen de nuestras más secretas
aspiraciones, anhelos y heridas es un importante ingrediente del encanto de
Diana. Siempre da la impresión de dirigirse al niño herido que hay en todos
nosotros; herida y privada ella misma de lealtad y de afecto, nos muestra la
posibilidad de que la víctima pueda levantarse y superar sus sufrimientos
mediante el valor y a la compasión. Además, Diana invoca el instinto
protector de quienes la admiran. Su aparente desvalimiento y su falta de
límites emocionales marcan un nítido contraste con la reserva del príncipe
Carlos, que por más dolido y herido que pueda sentirse, está obligado tanto
por su propia naturaleza como por su educación (Sol en Escorpio, Luna en
Tauro en trígono con Saturno en Virgo) a mantener la dignidad y el
autodominio.38 El gran trígono de agua de la carta de Diana también es una
configuración que puede estar relacionada con el encanto, en particular al
involucrar a Neptuno. En una carta natal, los grandes trígonos son figuras
sumamente ambivalentes, que indican una aptitud o talento natural en el
ámbito de los planetas y signos involucrados. A esta aptitud innata -que en el
caso de Diana es una capacidad para entender instintivamente las necesidades
emocionales de los demás— se la puede usar de manera creativa o
destructiva, o de ambas. En este último caso, el nativo suele salir impune,
porque no hay conflicto interno que pueda causar una lucha en el exterior.
Las dotes emocionales que posee Diana no son sólo empáticas, sino
prácticamente psíquicas.” También la convierten en alguien muy propenso a
manipular a la gente y le permiten explotar sin esfuerzo las necesidades y los
sueños de los demás. Cuando en una carta llena de contactos más turbulentos
aparece un gran trígono, como en este caso, lo más común es que el nativo «se
oculte» en él y, mientras le sea posible, proyecte el resto de sus aspectos sobre
«ganchos» adecuados. Esto crea una polarización, tanto en el interior de la
persona como en el mundo exterior. Y esta dicotomía extrema forma parte
del encanto de Diana.
En 1986, cuando Plutón en tránsito se puso en conjunción con el Nep-
tuno natal de Diana, al mismo tiempo que Neptuno en tránsito por Capri-
cornio llegaba a la oposición con su Sol natal, es probable que ella renunciara
finalmente a cualquier esperanza de poder salvar su matrimonio. Por lo
general, cuando hay movimientos planetarios de la importancia de éstos, que
implican a Neptuno, tanto natal como en tránsito, hacen aflorar a la superficie
de la conciencia no sólo las más hondas y antiguas fantasías neptunianas de
un amor y una fusión perfectos, sino también una profunda y, en el caso de
Plutón, definitiva desintegración de esas mismas fantasías. Estos tránsitos
también pueden liberar una rabia enorme. El Sol en trígono con Neptuno en
la carta natal describe asimismo la idealización romántica y la profunda
desilusión que sintió Diana para con su padre, quien a su vez debe de haberle
parecido una víctima redentora que había caído en las manos de una malvada
madrastra de cuento de hadas; y en su vida adulta, Carlos siguió esa misma
pauta cuando cayó en manos de Camilla Parker- Bowles. La relación de
Carlos con Camilla es la razón explícita que dio Diana de su amarga
decepción con respecto a él. Pero independientemente de con quién se
hubiera casado y de lo que él hubiera hecho o dejado de hacer, ella habría
pasado por esos tránsitos de Plutón en conjunción con su Neptuno y de
Neptuno en oposición con su Sol en ese momento de su vida. El doloroso
proceso que describen estos indicadores astrológicos dice más de los propios
sueños y expectativas de Diana y de sus complejos vínculos con su padre, su
madre y su madrastra, que de cualquier acto o actitud de su marido. Ningún
tránsito se limita a describir un acontecimiento externo. En 1989, cuando se
intensificaban los rumores de separación de su marido, Urano y Saturno en
tránsito se unieron a Neptuno en tránsito en oposición a su Sol natal. La
desilusión de Diana cristalizó entonces en la decisión de liberarse del dolor y
la opresión del matrimonio. Pero desde el punto de vista psicológico, este
matrimonio de cuento de hadas con un príncipe azul nunca fue, para
empezar, un matrimonio. Fue una gran fantasía, un Liebestod neptuniano, un
sueño glorioso que nació de la compleja reacción de una naturaleza romántica
ante las crueles heridas de su niñez, y que estaba condenado a muerte porque
jamás podría llegar a encarnarse en el mundo real.
9
El Neptuno político

Así me persuado totalmente a mí mismo de que no se podrá hacer entre los


hombres ninguna distribución igual y justa de las cosas si no se destierra y se
hace desaparecer la propiedad. Pero mientras ésta se mantenga, la mayor y
mejor parte de los hombres continuará con la pesada e inevitable carga de la
pobreza y el sufrimiento.
TOMÁS MORO, Utopía

Al lego que se introduce por primera vez en la astrología generalmente le


resulta difícil comprender la misteriosa sincronicidad entre los aconteci-
mientos históricos y el descubrimiento de un planeta nuevo. No sólo parece
que Urano, Neptuno y Plutón hayan obtenido, sin que se sepa bien cómo, los
nombres mitológicos «correctos», sino que su entrada en la esfera de la
conciencia humana coincidió con cambios y conmociones en los niveles
político, social, artístico, científico y religioso que reflejan fielmente la natu-
raleza del planeta en cuestión. No es que los principios simbolizados por estos
planetas sean nuevos. Los han ido expresando a lo largo de la historia, de
forma cíclica, personas y naciones. Situarlos en los horóscopos de personajes
que vivieron y murieron hace muchos siglos ha proporcionado una gran
cantidad de revelaciones, no sólo sobre el significado de esos planetas
«nuevos», sino sobre problemas y aspectos de la vida de esas personas que
pueden resultar inexplicables en función del carácter personal. Pero en el
momento en que se descubre un planeta hasta entonces desconocido, su
expresión cobra una fuerza nueva, que con frecuencia es revolucionaria,
porque la percepción consciente del colectivo, aunque de un modo aún
burdo, se ha puesto finalmente en consonancia con él.

.MI
El descubrimiento de Urano en 1781, por ejemplo, estuvo flanqueado por
dos grandes revoluciones: la estadounidense (1776) y la francesa (1789). Estos
dos conflictos estaban arraigados en lo que los astrólogos han llegado a
reconocer como una idea característicamente uraniana: la adopción de unos
derechos humanos fundamentales e inalienables como base de la estructura
social y política. Ambas naciones adoptaron una Constitución y una
Declaración de Derechos que estipulaban con precisión en qué consistían esos
derechos inalienables. La democracia —el derecho de un pueblo a participar
en su propio gobierno- no es un concepto nuevo. Los filósofos griegos
escribieron extensamente sobre él; las antiguas ciudades-Estado de Grecia
intentaron encarnarlo, con diversos grados de éxito. 1 Pero, en resumidas
cuentas, el Estado democrático griego era una democracia para una minoría
selecta; los extranjeros, los esclavos y las mujeres no tenían voto. Todos los
animales son iguales, como dijo cierta vez George Orwell, pero algunos son
más iguales que otros. Suiza, el Estado democrático más antiguo del mundo, se
fundó en 1291,2 casi cinco siglos antes del descubrimiento de Urano. Pero la
Alianza Eterna de Schwyz, Uri y Unterwalden era una confederación y no una
democracia tal como la entendemos hoy. Como era de esperar en una entidad
con el Sol en Leo, la Alianza Eterna Suiza reflejaba un enfoque intensamente
individualista del gobierno, arraigado más bien en sus propias necesidades
peculiares e inmediatas que en consideraciones ideológicas generales, en una
época en que gran parte del resto de Europa aún seguía estando bajo el
dominio del emperador del Sacro Imperio romano. El descubrimiento de
Urano, sin embargo, coincidió con un nuevo nivel colectivo de comprensión
del concepto de democracia. Aunque la Revolución francesa degeneró en un
baño de sangre, y a pesar de que muchos de los líderes del mundo aún sigan
ignorando en la práctica la idea democrática, la gran afirmación uraniana de
los derechos humanos sigue motivando a las naciones y los pueblos.
No es sorprendente, por lo tanto, que en la época del descubrimiento de
Neptuno, en 1846, el Romanticismo influyera fuertemente en la literatura, el
arte, la religión y la sensibilidad europeos, 3 y también generara una visión
nueva y muy idealista de una Europa espiritualmente unida. A diferencia de
las anteriores aspiraciones de conquistadores como Alejandro, Augusto,
Carlomagno y Napoleón, este sueño de unir a diversos pueblos no tenía como
objetivo satisfacer las ambiciones expansionistas de un gobernante, sino hacer
patente en la sociedad la unidad espiritual de todos los seres humanos. La
expresión «Estados Unidos de Europa» se escuchó por primera vez en un
discurso pronunciado en Ruán el 25 de diciembre de 1847 por un abogado
apellidado Vésinet, y durante el año siguiente la prensa internacional se centró
en este movimiento, de motivación fundamentalmente pacifista y religiosa,
que comenzó entonces a difundirse con rapidez por toda Europa, dando como
resultado la formación de grupos y congresos como la Peace Society [Sociedad
por la Paz] en Gran Bretaña (fundada en 1850). Víctor Hugo, dirigiéndose a
uno de estos congresos por la paz, celebrado en París en 1850, decía:

Llegará el día en que tú, Francia, tú, Rusia, tú, Inglaterra, tú, Alemania,
todas vosotras, naciones del continente, sin perder vuestras características
distintivas ni vuestra gloriosa individualidad, os consolidaréis en una
unidad más estrecha y elevada. [...] Llegará el día en que estas dos grandes
agrupaciones que se enfrentan entre sí, los Estados Unidos de América y
los Estados Unidos de Europa, se darán la mano a través de los mares,
intercambiando sus mercancías, su comercio, su industria, sus artes y su
genio, regenerando el mundo, colonizando los desiertos, mejorando la
creación bajo la mirada del Creador.4

Profeta a la vez que visionario, Hugo tenía el Sol en conjunción con Venus
y Plutón en Piscis, en sesquicuadratura con Neptuno en ascenso en Escorpio, y
Mercurio en Piscis en trígono con Neptuno. 5 Posteriormente, en un artículo
titulado «El futuro», publicado en 1867, añadía:

En el siglo XX habrá una nación extraordinaria. Será grande, sin que eso le
impida ser libre. Será ilustre, rica, considerada, pacífica, amistosa con el
resto de la humanidad. [...] En el siglo XX se la llamará Europa, y en los
siglos siguientes, aún más transformada, se la llamará Humanidad/

Cuando fue avistado por primera vez por el astrónomo J. G. Galle, el 23 de


septiembre de 1846, Neptuno estaba en conjunción exacta con Saturno a 25° de
Acuario.7 Esta es la clase de acontecimientos que los astrólogos consideran
muy edificantes, ya que tradicionalmente Saturno rige el principio de
consolidar ideas, pensamientos e imágenes dándoles forma concreta. Pero
como ya veremos, la conjunción Saturno-Neptuno significaba algo más que el
descubrimiento físico de ese inaprensible planeta. En el momento en que se
proclamó públicamente el concepto de los Estados Unidos de Europa, a finales
de 1847, Neptuno en tránsito había llegado al grado 28 de Acuario, mientras
que Saturno estaba en el grado 7 de Piscis, todavía dentro del orbe de la
conjunción. Finalmente, Neptuno entró en Piscis, su propio signo, en la
primavera de 1848. Pero aunque Neptuno se había materializado, no sucedió lo
mismo con los Estados
Unidos de Europa. El año 1848 resultó ser un año de insurrección masiva, de
revoluciones y guerras por todo el continente, un fuego encendido por los
incipientes sueños nacionalistas, tan místicos como los del movimiento
pacifista que se empeñaba en sofocar las llamas. En París, Sicilia, Nápoles,
Florencia, Roma, Turín, Venecia, el Piamonte, Berlín, Viena, Praga,
Estocolmo, Copenhague, Madrid y Budapest, los gobiernos se desmoronaban,
los mesías políticos locales proliferaban como las malas hierbas en un jardín, y
el pueblo se echó a la calle. En Irlanda se morían de hambre. Marx y Engels
publicaron su Manifiesto Comunista, que habían escrito durante la conjunción
Saturno-Neptuno. A. J. P. Taylor dice que «[...] las revoluciones de 1848
señalaron el fin del respeto al orden establecido, tanto en el interior de los
países como a nivel internacional».8 Nep- tuno, con su intrínseco dualismo, y
al parecer irreconciliable, había llegado al inconsciente colectivo con toda su
fuerza.
Así como la religión puede estar rebosante de política -sólo hay que
considerar la historia de la Iglesia católica-, también la política puede estar
llena de religión. Incluso Ronald Reagan lo reconoció al declarar en Dallas,
ante un público de diecisiete mil personas que se había reunido para una
oración ecuménica, que «[...] la religión y la política están necesariamente
relacionadas».9 A lo largo de la historia, tanto los mesías como los gobernantes
se han presentado ante sus seguidores como receptáculos de lo divino; pero
mientras que el gobernante encarna el poder y la autoridad celestial, el mesías
se proclamará siempre como el portavoz y redentor de los oprimidos. Cada vez
que una forma tradicional de vivir se ha desintegrado, y la fe en los valores
tradicionales ha mermado, el mesías neptuniano —ya sea espiritual o político
o, lo que es aún más frecuente, alguna compleja mezcla de ambos— florecerá
en medio de los pobres y los oprimidos, prometiéndoles no sólo la salvación en
el cielo, sino el poder, la riqueza y el desquite por los pasados agravios aquí, en
la tierra. Hemos examinado la psicología de este tema en la mitología del
milenio y en el fenómeno del guru, pero es necesario que volvamos a hablar de
él en el contexto de determinadas ideologías políticas, en particular de las que
tienen un carácter milenarista. La expresión política del anhelo de redención
no se limita a los cultos subversivos de comienzos del Imperio romano, ni a los
movimientos político-religiosos radicales de la Edad Media, sino que todavía
vivía y disfrutaba de excelente salud en el siglo XIX, y no menos rozagante
sigue ahora entre nosotros. Al acercarnos a un nuevo milenio, también
nosotros vamos viendo cómo se erosionan y se destruyen nuestros valores y
formas de vida tradicionales.
La doble naturaleza de la política neptuniana
Arnold Toynbee, en A Study ofHistory [Un estudio de la historia], hace algunas
observaciones relacionadas con las reacciones características de una sociedad
amenazada por la desintegración de las estructuras y los valores existentes.
Sugiere que, en una nación, la experiencia de la «incertidumbre espiritual» y
de la «derrota moral» puede impulsar a sus ciudadanos a la persecución de «una
quimera utópica como sustituto de un presente intolerable».10 Exactamente de
la misma manera, el individuo que es presa de la incertidumbre y la derrota
suele volverse hacia el mundo neptuniano y los talismanes mágicos de
Neptuno. En los movimientos gemelos del arcaísmo y el futurismo, afirma
Toynbee, se pueden ver dos intentos colectivos, al parecer opuestos, pero
ambos básicamente utópicos (o neptunianos), de evadirse de la realidad.

En estos dos movimientos utópicos se abandona el esfuerzo por vivir en el


microcosmos en vez de hacerlo en el macrocosmos, para correr en pos de un
mundo ideal que se podría alcanzar -suponiendo que tal cosa fuera realmente
posible- sin tener que enfrentarse a un arduo cambio del clima espiritual.11

Según Toynbee, este utópico sustituto de un enfoque realista de los pro-


blemas sociales y económicos se manifiesta o bien en un intento de volver a
una imaginaria Edad de Oro del pasado, o en un frenético salto hacia una
fantasía del futuro que hace caso omiso de los compromisos y adaptaciones
necesarios para crear un presente tolerable. Es posible ver este dualismo en los
sucesos políticos de 1846-1848: el rápido salto hacia el futuro, expresado por el
Movimiento de la Paz, en medio de la desintegración de Europa en guerras y
revoluciones locales, arraigadas en los sueños de un noble pasado nacional.
Uno de los principales impulsos hacia la forma arcaica de la utopía, dice
Toynbee, es el «virus del nacionalismo»:

Una comunidad que ha sucumbido a esta grave enfermedad espiritual tiende a


resentirse por su deuda cultural con la civilización de la cual ella misma no es más
que un fragmento, y en esta disposición mental dedicará gran parte de sus energías
a crear una cultura nacional restringida, a la que se pueda proclamar libre de
influencias extranjeras. En sus instituciones sociales y políticas, su cul- tára
estética y su religión intentará recobrar la pretendida pureza de una era de
independencia nacional previa a esta en que se encuentra incorporada a la
sociedad, más amplia, de una civilización supranacional. 12
Toynbee cita el ascenso de la Alemania nazi, con su atención centrada en
la «antigua esencia del germanismo», como un ejemplo fundamental de
violento arcaísmo. Actualmente, es posible observar elementos de este fenó-
meno en la antigua Yugoslavia, al igual que en Oriente Medio. En su forma
más extrema, el arcaísmo violento puede incluir el genocidio como recurso
para asegurar la «pretendida pureza».
Con frecuencia los astrólogos relacionan el fenómeno de la subida de
Hider al poder con el simbolismo de Plutón, y ciertamente, el descubrimiento
de este planeta no sólo coincidió con el ascenso del régimen nazi, sino con
toda una serie de dictadores, entre los cuales Stalin, Franco, Mussolini y Atta-
turk. Sin embargo, es posible que en los círculos astrológicos se culpe a Plutón
de muchas cosas que en realidad son neptunianas, o por lo menos un fuerte
cóctel Neptuno-Saturno, Neptuno-Urano o Neptuno-Plutón. Los dictadores no
son nada nuevo; siempre han estado con nosotros y aún siguen estándolo. Para
comprender por qué una nación se deja someter al poder de un dictador,
hemos de fijarnos no sólo en las corrientes psicológicas colectivas de la época,
sino también en el carácter de esa nación. La receptividad del pueblo alemán,
«espiritualmente inseguro» y «moralmente derrotado», a las brillantes
promesas hiderianas de salvación fue, en muchos aspectos, neptuniana.13 Él era
el mesías tan ansiado, la encarnación de la imagen solar de Sig- frido, y ellos
sus obedientes discípulos. Es probable que su «solución final» para la
restauración de una antigua e imaginaria pureza aria haya sido pluto- niana, o
quizá más exactamente saturnina en su despiadado absolutismo. Después de
todo, Saturno es el tirano arquetípico del mito, el que devoraba a sus hijos para
asegurarse el mando eterno. La carta natal del Tercer Reich muestra
orgullosamente una conjunción Sol-Saturno en la casa diez, y el propio Hider
también tenía a Saturno en esa casa, en conjunción con el Medio Cielo. Pero
tanto su mensaje como la fuente de su fascinación eran de naturaleza
mesiánica. El término «nacionalsocialismo» es por sí solo un ejemplo excelente
de la tesis de Toynbee. Lo interesante es que en la carta natal de Hider hay
también una conjunción sin aspecto Neptuno-Plutón, que sugiere la presencia
de una potente mezcla de anhelos de redención y la compulsión de destruir
totalmente las estructuras existentes, que en el momento en que él nació
fermentaban ya en la psique colectiva. Los autores de Mundane Astróloga
[Astrología mundial] dicen con respecto a esta conjunción cíclica de Neptuno
y Plutón que se produce cada 492 años:

Ambos planetas tienen que ver con la profundidad inconsciente y supercons-


ciente del colectivo, con una apertura a ideas e ideales colectivos superiores y
trascendentes. Nos parece que en cierto sentido esto se relaciona con las ideas e
ideales superiores de la época, y con los propósitos espirituales, cósmicos y
humanos más amplios que están a punto de manifestarse. Como ya señalamos, este
ciclo marca el tono de las aspiraciones subyacentes e irresistibles que domi nan la
época.14

Hitler, nacido bajo esta conjunción, pudo encarnar y expresar estas


«irresistibles aspiraciones», aunque mal se podría llamar «superior» a su par-
ticular interpretación de ellas.
A diferencia del violento arcaísmo de la Alemania nazi, Toynbee describe
como un arcaísmo «más suave, pero no menos corruptor» el de quienes
procuran combinar el llamamiento roussoniano a volver a la Naturaleza con la
visión de una era más antigua y supuestamente menos complicada de la
historia de Occidente. Este punto de vista neptuniano, a menudo sutilmente
elitista, pero en apariencia más comprensivo, refleja con claridad la nostalgia
de la perdida inocencia del Jardín del Paraíso. Una profunda sensación interior
de corrupción y pecado se equipara con la corrupción y el pecado del mundo
exterior. Pero tanto si es violento como si es suave, el arcaísmo tiende a la
restauración del Edén primitivo deshaciéndose de la serpiente, que resulta
invariablemente proyectada sobre un chivo expiatorio. Esto puede ser
constructivo cuando la serpiente aparece bajo la forma de contaminación
química y destrucción del medio ambiente, pero se convierte rápidamente en
un problema cuando se proyecta a la serpiente sobre todos los avances
tecnológicos y materiales, independientemente de que mejoren o no la calidad
de vida; y se transforma en un sombrío Diluvio neptuniano cuando se
identifica a la serpiente con cualquier grupo racial, religioso, social o nacional
que parezca «inferior», o se la proyecta sobre cualquiera cuyas opiniones,
forma de vida, preferencias sexuales o apariencia sean diferentes de las propias.
El arcaísmo es tan común entre los grupos políticos que idealizan una pasada
Edad de Oro como entre los grupos espirituales que idealizan una tradición
esotérica perdida. No es un fenómeno nuevo. Puede inclinarse con igual
frecuencia hacia la derecha como hacia la izquierda, y también muestra un
nítido (aunque generalmente no reconocido) parecido de familia con lo que
Toynbee llama futurismo.
La vana esperanza de que, sí se niega la realidad con suficiente fuerza, dejará de ser
real, constituye también la raíz de la forma futurista de la utopía. La visión
milenarista ha sido una de las manifestaciones más comunes del futurismo en las
épocas periódicas de crisis local en la historia de la civilización occidental, pero la
aberración también puede expresarse en términos no tan espectacularmente
religiosos. Hoy en día estamos más familiarizados con el futurismo en su aruendo
corrienre de revolución política» un concepto que niega la necesidad de someterse
a todo el dolor de la experiencia (pathei mathos) proclamando que los estadios
intermedios entre la miseria actual y la felicidad potencial se pueden salvar de un
salto, que nos hará avanzar mucho hacia el futuro, 15

El reino de Neptuno es siempre una sala de espejos. El comunista, empu-


jado por el sueño utópico de un mundo perfecto, se traba en un odio recí proco
con el fascista que se deja llevar por un sueño no menos utópico de un mundo
igualmente perfecto. Con frecuencia, sus métodos son idénticos, y lo único que
distingue al uno del otro es su definición de la serpiente. Los mili tantes
izquierdistas y los del frente nacional luchan en las calles de Londres; Arthur
Scargill y Margaret Thatcher se insultan mutuamente; Tony Benn predica
contra la «decadencia derechista» de Inglaterra, mientras que John Major,
desde el otro lado de la Cámara, censura la «cultura del gamberrismo» de la
izquierda; y los «viajeros» de la Nueva Era se pelean a puñetazos con los
xenófobos habitantes de los pueblos y aldeas en cuya tierras aspiran a llevar a
cabo sus festivales. Y sobre todo ello se cierne el miasma de lo «políticamente
correcto», que amenaza con amordazar juntos a la derecha, la izquierda y el
centro en nombre de otro sueño no menos utópico. A estas alturas ya se
debería ver con claridad que Neptuno, al contrario de lo que dice la opinión
astrológica popular, no simboliza necesariamente la política de la izquierda,
sino más bien un peculiar enfoque político muy imbuido de la romántica
visión del Paraíso perdido que se puede recuperar mediante la creación de una
sociedad perfecta. Hay neptunianos a ambos lados de la empalizada política, lo
cual depende de otros factores de la carta natal que describen los
temperamentos y valores individuales y la definición personal de la sociedad
perfecta. El nacionalismo romántico de Charles de Gaulle (que tenía el Sol y
Mercurio en Sagitario en oposición con Néptuno, la Luna en sextil con
Neptuno, y Marte en conjunción con Júpiter en trígono con Neptuno),
criticado a menudo por ser demasiado dictatorial, era tan utópico como el
socialismo romántico de Tony Benn (Sol en Aries en trígono con Neptuno en
Leo en la casa doce, Júpiter en quincuncio con Neptuno, y Saturno en
cuadratura con Neptuno), que es igualmente dictatorial. Pese al hecho de que
los líderes y los filósofos políticos neptunianos pueden despreciarse e incluso
tratar de destruirse los unos a los otros, tienen más en común de lo que ellos
creen. No se los reconoce por su afiliación a la derecha o a la izquierda, sino
por la visión global, la emotividad, la poesía y la total ceguera infantil que tan
frecuentemente tiñen su punto de vista político. Es imposible mantener el
anhelo neptuniano fuera de la política. Puede ser posible reconocer cuándo
uno se disfraza como el otro, y contrapesar a Neptuno con otras perspectivas
que posibiliten por lo menos una encarnación parcial de la visión sin llegar a
un baño de sangre, físico o psicológico.

Neptuno y el socialismo utópico


La naturaleza neptuniana del nacionalismo romántico, arraigado en la nos-
talgia de una perdida Edad de Oro, de pureza racial o nacional y de inde-
pendencia, no es algo que los astrólogos suelan reconocer. El socialismo
romántico de Neptuno se reconoce con más facilidad y es igualmente antiguo.
Ambos enfoques políticos comparten el anhelo de redención.

Las utopías escapistas incluyen todos los mitos universales, leyendas y folclore
sobre jardines del Edén, edades de oro, campos Elíseos, tierras de Cokaygne y otros
paraísos más o menos primitivos situados en tiempos y lugares remotos, y todas las
complejísimas adaptaciones literarias del tema, desde la Comedia Antigua
ateniense hasta la ciencia ficción contemporánea. La utopia de la reconstrucción,
por otra parte, es una teoría política seria y peculiar de Occi dente, una tradición
persistente sobre la posibilidad de una sociedad perfecta, y que define la perfección
principalmente en función de la desaparición del conflicto social. 14

Aquellos que se interesan por la utopía como teoría política comienzan


generalmente con Platón, quien parece haber inventado el concepto, si no la
palabra. Pero los griegos ya creaban visiones de sociedades ideales mucho antes
de Platón. Doyne Dawson, en su libro Cities ofthe Gods [Las ciudades de los
dioses], define dos aspectos de la tradición utópica, que no se suceden
necesariamente en el tiempo, ya que ambos pueden darse en cualquier época:
los dos expresan al Neptuno político, y cada uno de ellos puede apuntalar
sutilmente al otro. El primer aspecto es la utopía «folclórica», que incluye
mitos y fantasías de expectativas mesiánicas como los que ya hemos visto en
capítulos anteriores. El segundo es la utopía «política», es decir, las teorías
sociales, realistas y de reconstrucción de los filósofos antiguos y modernos.
Dawson divide esta segunda categoría en otros dos grupos: la utopía clásica,
como la que ofrecen Platón y sus imitadores, en la cual se describe la sociedad
ideal como un modelo teórico, y la utopía moderna (que es igualmente
antigua), en que la sociedad ideal se convierte en un programa para la acción
política.1 Independientemente de que la visión política utópica sea un ideal
inspirador o un plan de cambio social susceptible de ser puesto en práctica, lo
que revela en ella la presencia de las vías de agua subterráneas de los sueños
neptunianos es la creencia en la posibilidad de la perfección, es decir, de la
«desaparición del conflicto social».
Dawson pasa luego a dividir la literatura utopista de los griegos según dos
categorías, la folclórica y la política. Las utopías folclóricas de carácter mítico y
mesiánico se pueden hallar, por ejemplo, tanto en Homero como en Hesíodo.

En el comienzo, los inmortales que tienen su hogar en el Olimpo crearon la


generación dorada de los mortales, que vivían en el tiempo de Cronos, cuando él
era el rey del cielo. Vivían como si fueran dioses, con el corazón libre de todo
sufrimiento, por sí solos y sin dolor ni trabajos duros; no se encontraban en su
camino con una desdichada vejez, ni las manos ni los pies se les deformaban.
Disfrutaban en las fiestas y vivían sin problemas. Al morirse era como si se
durmieran. Todos los bienes les pertenecían. La fructífera tierra les prodigaba su
cosecha sin esfuerzo alguno, y era grande y abundante, mientras ellos, cuando
buenamente querían, tranquilamente se ocupaban de sus trabajos, rodeados de
cosas buenas.18

Esta es, por supuesto, la versión griega del Edén, y podríamos rechazarla
como la mera visión que tiene un poeta de la inocencia perdida. Pero la Edad
de Oro de Hesíodo no se limita a ser un mito; es también un comentario moral
y social presentado como una fábula, que influyó profundamente en la utopía
política «clásica» o «elevada» que vino después. La conversión de la mítica
Edad de Oro en un modelo para un Estado ideal es no sólo el mensaje de la
República Ae. Platón, sino también el de las utopías cínica y estoica del siglo III
a.C. En estas sociedades perfectas, la visión neptuniana del mundo se pone en
seguida de manifiesto, ya que la propiedad —ese gran símbolo de
independencia y de autosuficiencia— es invariablemente comunal, un rasgo
que puede extenderse incluso hasta la abolición de las viviendas separadas y los
matrimonios estables; también los compañeros sexuales son comunales, y a los
niños los educa la comunidad. El tema de la propiedad comunal, que sigue vivo
en el socialismo del siglo XX, y goza de tan buena salud como en la visión ideal
de Platón, está profundamente incorporado en el pensamiento político de
Neptuno, y merece un examen más completo. Es un precepto muy antiguo,
que se practicaba ya en las comunidades pitagóricas del siglo VI a.C., al igual
que en el cristianismo primitivo. Lo encontramos claramente expresado en los
Hechos de los Apóstoles (2,44-47):
Y todos los que hablan abrazado la fe vivían unidos y tenían todas las cosas en
común, y vendían posesiones y sus bienes y los repartían entre todos según las
necesidades de cada cual. Cada día asistían unánimemente al templo, y partiendo
el pan en sus casas, compartían el alimento con alegría y sencillez de corazón,
alabando a Dios y teniendo el favor de todo el pueblo. Y el Señor agregaba
diariamente a la comunidad a los que se iban a salvar.

Y de nuevo en los Hechos de los Apóstoles (4,32-35):


La multitud de los que creyeron tenía un solo corazón y una sola alma, y nadie
consideraba propio nada de lo que poseía, sino que todo lo tenían en común.
Y con gran fortaleza, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor
Jesús. Y gozaban todos ellos de gran estimación, porque no había pobre alguno
entre ellos, pues todos cuantos poseían tierras o casas, las vendían, aportaban el
producto de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se repartía,
dando a cada cual según su necesidad.
Y en el siglo IV de nuestra era lo encontramos elocuentemente expresado
por san Epifanio:

La justicia de Dios es una especie de imparcialidad e igualdad universal. [...] No


hay distinción entre ricos y pobres, pueblo y gobernantes, estúpidos e inteligentes,
mujeres y hombres, libres y esclavos. [...] Pero la abolición, contraria a la ley
divina, del uso comunitario y de la igualdad generó el robo de animales domésticos
y frutos.1’

De la misma manera encontramos su puesta en práctica en los enclaves de


los hippies en los años sesenta, al igual que en los askrams de Rajneesh y en
otras comunas espirituales de los setenta y ochenta. La visión mística de
Neptuno, aunque revestida de un atuendo político, aparece en la política
convencional como un programa de industrias de propiedad estatal y de
obligada redistribución de la riqueza.
En la visión que tiene Epifanio de la imparcialidad y la igualdad divinas
hay una gran fuerza emocional, que se refleja en la sociedad humana en la
forma de propiedad comunal. En cierto nivel, es fácil percibir la justicia y la
verdad interior de esta actitud, porque la propiedad comunal es el símbolo
visible de nuestra recíproca unidad y de nuestro reconocimiento del valor de
toda vida humana. Sin embargo, cuando en la vida cotidiana nos enfrentamos
con este precepto esencial del carácter ilimitado de Neptuno, su justicia
arquetípica puede verse atemperada por un sentimiento de amenaza y de
opresión, dependiendo de si lo que nos proponen dividir o compartir es
nuestro propio dinero y nuestras propiedades, o los ajenos. Además de los
inevitables problemas prácticos que plantea una igualdad impuesta por la ley,
en lugar de ser el resultado de una generosidad, también podemos percibir
aquí un desagradable tufo de narcisismo primario, proveniente de las aguas
subterráneas neptunianas, que declara que uno es hijo de la madre divina y,
por consiguiente, tiene derecho a todo, independientemente de cuáles sean su
contribución y su carácter. Aquí, como en todas partes, lo místico y lo infantil
se dan la mano en la insistencia neptuniana en la abolición de la propiedad
privada. Entonces, es comprensible que nos sintamos confundidos por la
ambivalencia de nuestras reacciones ante una visión política aparentemente
tan noble, y que optemos en cambio por cualquiera de los diversos
compromisos posibles, a los que Dawson llama utopías «rebajadas» o
«modernas», en las que la imagen de la sociedad ideal se presenta como una
crítica de las instituciones existentes, al mismo tiempo que como un modelo
para reformas más modestas y realistas. En la utopía «rebajada», se mantiene a
Neptuno y Saturno en un cuidadoso equilibrio que, pese a todo, cambia
continuamente. Se considera la sociedad ideal como una loable aspiración
surgida de las dimensiones más nobles del espíritu humano; pero también se
admite que la visión de la perfección es algo imposible de concretar en un
futuro cercano.
Aunque se pueden encontrar descripciones de una utopía «elevada» ya en
la República de Platón, la naturaleza global de esta obra muestra claramente
que su visión política debe más a la inspiración que al espíritu práctico, y que
su intención era más bien abrir la mente y el corazón del lector que
convertirse en una plataforma para la acción política. En las Leyes, Platón nos
ofrece una versión de una utopía «rebajada», gran parte de la cual se podría
llevar literalmente a la práctica como instrumento de mejora social. Sin
embargo, lo que se propone su Estado ideal, incluso en la utopía «elevada» que
nos presenta en la República, es más bien ser justo que edénico. Tiene tanto de
Saturno como de Neptuno. Se ocupa poco de la felicidad del ciudadano
individual, excepto en cuanto a cuál es la felicidad adecuada para una persona
que pertenece a cierta clase social.
La sociedad platónica ha disgustado y sigue disgustando a mucha gente, porque es
francamente no igualitaria, y no se excusa por ello. [...] Platón carecía de toda
noción de la igualdad del valor y la dignidad de todos los hombres tal como
establecen los derechos humanos/0
También veía con escepticismo el logro de un estado justo por mediación
de una progresiva reforma jurídica, y sugirió que sólo podía crearse si se
producía un cambio total en la forma de pensar y de sentir de la gente, una
mayor conciencia de la naturaleza humana que solamente se puede obtener
con una larga preparación, Y eso está muy lejos de la verdadera utopía
neptuniana. Para Platón, el instrumento de un cambio social paulatino es una
educación mejor y no la revolución; y no importa que la sociedad justa sea un
ideal inalcanzable, mientras sirva como ideal para que las personas justas
procuren llevarlo a la práctica en su propia vida. Para Platón, el responsable
último de cualquier mejora del mundo no es la masa, sino el individuo. Por lo
tanto, es improbable que satisfaga a los socialistas románticos neptunianos.
El texto esencial para todos los pensadores políticos neptunianos de
izquierda es la Utopía de Tomás Moro, esa gran novela filosófica escrita en 1516
por un hombre que tenía el Sol en Acuario en una cuadratura casi exacta con
Neptuno en conjunción con el Ascendente. 21 Como era de esperar, Neptuno
estaba en tránsito por Acuario, en conjunción con su Sol natal y en cuadratura
con su Neptuno natal, cuando Moro escribió su libro. Fue el primer escritor
que usó la palabra «utopía», que en griego significa «en ninguna parte». Su obra
nos ofrece un modelo de sociedad ideal que, aunque sujeta a veces a conflictos,
está milagrosamente libre de envidia. Cada miembro de ella está dispuesto, en
beneficio de todos, a aceptar con alegría la buena suerte de su prójimo. La
visión de Moro es una utopía a la vez «elevada» y «rebajada», ya que su
intención es inspirar, pero también servir de pauta para la acción. Está tan lejos
de su concreción práctica ahora como hace quinientos años, porque
deliberadamente no quiere ver las complejidades de la naturaleza humana,
como cualquier sueño arcaico de una perdida Edad de Oro. Sin embargo, por
fortuna o por desgracia (o por ambas cosas), la visión utópica de Moro siempre
estará con nosotros. Ha sido responsable de muchas guerras, muertes y actos de
crueldad y barbarie; ha contribuido a la creación de las aterradoras tiranías de
gobernantes como Stalin, Mao y Pol Pot; pero también ha inspirado
importantes cambios sociales que nos han llevado a tratarnos los unos a los
otros de un modo mucho más noble y compasivo de lo que se creía posible.
La palabra «socialismo» apareció por primera vez en Europa a comienzos
de la década de 1830, cuando Neptuno en tránsito abandonaba Capricornio
para entrar en Acuario (como sucederá en 1998). Tal como hemos visto, el
paso de Neptuno por los signos refleja una imagen fluida y cambiante de dónde
se encuentra la redención. Cuando este planeta pasa por Acuario, parece como
si el Edén nos llamara mediante ideales de progreso social y la sumersión de la
individualidad en beneficio del grupo. Tomás
Moro escribió su Utopía cuando Neptuno pasaba por Acuario en el siglo XVI.
Cuando transitó por ese signo en el siglo XIX, abundaba ya un tipo nuevo de
pobreza urbana, generada por la revolución industrial, y personas socialmente
concienciadas buscaron una solución radical a las condiciones desesperadas en
que vivía tanta gente. Ante ellas se elevaba la misma visión arquetípica que se
había alzado ante Moro. «Socialista» era el término usado para describir a
quienes procuraban reformar la sociedad y mejorar la suerte de los que Saint-
Simon llamaba «la clase más numerosa y la más pobre». 12 A veces igualitario y
en ocasiones- colectivista, el socialismo se convirtió en la bestia negra no sólo
de la burguesía industrial, sino también de los campesinos que, al igual que
muchos de los granjeros de hoy, querían —como es comprensible- seguir
siendo los propietarios de la tierra que habían cultivado durante toda su vida.
Sin embargo, el socialismo romántico, como filosofía, no surgió de una clase
trabajadora colérica y oprimida; hasta la década de 1850 fue defendido
principalmente por intelectuales compasivos y en su mayoría pacifistas, que
adoptaban una visión casi religiosa de una sociedad perfecta. La violencia de la
anarquía y la revolución no se convirtió en parte de su credo oficial hasta que
Saturno formó conjunción con Neptuno en Acuario en 1846 y presidió la
creación del Manifiesto comunista. En Francia, Charles Fourier, un exponente
típico de aquellos socialistas «caballeros», propuso una serie de comunidades
utópicas o «falansterios», formadas por hombres y mujeres cuidadosamente
escogidos y dedicados a diversas actividades, los cuales, según Fourier,
terminarían por formar una sociedad ideal. En un capítulo poco conocido de la
historia de Estados Unidos, uno de los seguidores de Fourier, Étienne Caber,
envió a un grupo de mil quinientos de estos hombres y mujeres a Tejas para
formar un falanste- rio donde toda la propiedad era comunal. El experimento
resultó ser un fracaso total. Entre 1840 y 1850, hubo una treintena de
comunidades como esta en Estados Unidos. La masa de la opinión pública
estadounidense mostró un completo desinterés por ellas.1’
El socialismo romántico coincidente con el tránsito de Neptuno por
Acuario en la década de 1830 y comienzos de la de 1840 era un socialismo
apasionado, compasivo, reformista y místico. Aunque ahora pueda parecer un
completo anacronismo de noblesse oblige por parte de la clase alta, todavía le
quedan defensores; Tony Benn, que renunció a su título hereditario de par del
reino para hacerse diputado por el Partido Laborista, es un buen ejemplo. Con
la llegada del socialismo marxista, en el terreno de la política neptuniana entró
un elemento totalmente diferente y, sin la menor duda, más despiadado.
Irónicamente, a Marx no se lo puede considerar neptuniano por más que
hagamos un esfuezo de imaginación. Aunque en el momento de su nacimiento
Neptuno estuviera en conjunción con Urano y en cuadratura con Plutón, no
forma aspectos mayores con ningún planeta personal ni está emplazado de
forma destacada en ningún ángulo de la carta.' 4 Como filósofo político con el
Sol y la Luna en Tauro, Marx adoptó el materialismo de Feuerbach y las ideas
dialécticas de Hegel, y presentó la historia como un vasto movimiento
predeterminado cuya fuerza impulsora era la lucha de clases. Creía que el
proletariado ¡ría en constante aumento a medida que fuera absorbiendo una
proporción creciente de la clase media y la clase media baja, y que cuando
hubiera tomado conciencia de su propia unidad y de su fuerza, se adueñaría
del poder mediante la revolución. Marx consideraba que su socialismo era
«científico», y de hecho, poco o nada hay de compasión o misticismo en él. Sin
embargo, como promesa de salvación pulsó el «botón neptuniano» en una
enorme cantidad de los pobres de este mundo, así como el «botón del poder»
en algunos aspirantes a dictadores, empezando por Lenin, que no tardó en
reconocer el atractivo de sus teorías en el mercado.
El mensaje del socialismo marxista es revolucionario y violento. Tal vez,
como Hitler, Marx fue el portavoz de los sueños de redención apocalíptica de
su propia generación, indicados por la combinación natal de Neptuno en
conjunción con Urano y en cuadratura con Plutón. También puede haber
estado expresando sus agravios personales contra sus padres, la sociedad y la
educación religiosa por medio de una filosofía política aparentemente
«objetiva». Los autores de Astrología mundial relacionan el socialismo marxista
con el ciclo de Saturno y Neptuno. La conjunción de estos dos planetas se
produce cada treinta y seis años. Marx no los tenía en aspecto; pero, como
hemos visto, una conjunción Saturno-Neptuno presidió la redacción del
Manifiesto comunista. Bajo la conjunción siguiente, en 1882, quedaron
establecidos los principales partidos socialistas europeos, y la revolución rusa
se produjo bajo la conjunción inmediatamente posterior, en 1917. Stalin murió
durante la siguiente, y la influencia soviética se extendió por África y el Tercer
Mundo. El derrumbamiento de la Unión Soviética se produjo durante la
conjunción más reciente, en Capricornio, que tuvo lugar en 1989, cuando
Urano entró también en Capricornio y se unió a Neptuno como lo había hecho
cuando Marx nació.25
Las configuraciones de Saturno y Neptuno son indicadores celestes de
aquellas coyunturas históricas durante las cuales se hacen esfuerzos —a veces
violentos, otras pacíficos— por concretar la encarnación del Edén. Los aspectos
entre estos dos planetas son de particular interés para las artes y los artis tas, y
en este contexto los veremos en el capítulo 10. En el 12 ofrezco una
interpretación psicológica general de los aspectos Saturno-Neptuno en la carta
individual. Pero también es necesario decir algo sobre la psicología de la
política que aflora cuando estos dos planetas están en contacto. Como, entre
otras cosas, Saturno simboliza nuestra necesidad, no sólo como individuos sino
como colectivo, de sobrevivir en el mundo físico, es por naturaleza un planeta
defensivo, orientado no al cambio ni al progreso, sino a la conservación de
aquellos sistemas y estructuras que garantizan la seguridad y la preservación de
la autonomía y la autoridad. A Saturno le preocupa profundamente el control,
porque es nuestro principal medio de supervivencia. Si podemos controlarnos,
controlar nuestro cuerpo, nuestros sentimientos, nuestro entorno, nuestras
relaciones, nuestra economía y quizás incluso nuestro futuro, eso significa que
no somos tan vulnerables a las vicisitudes de la vida. En el mejor de los casos,
Saturno es sanamente realista, fuerte, cortés y autosuficiente, capaz de sacar el
mejor partido posible del mundo tal como es, en vez de quedarse soñando
cómo podría ser o cómo fue alguna vez.
El individuo o el colectivo fuertemente saturnino está por lo general bien
equipado para enfrentarse con cualquier cosa que le depare la vida, gracias a su
buena adaptación a las exigencias del presente y a una resistencia inherente a
ponerse sentimental con respecto al futuro o al pasado. En el peor de los casos,
Saturno es un tirano; la necesidad de controlar se impone sobre cualquier otro
impulso y crea una dictadura absoluta, independientemente de que se trate de
la psique de una persona o de una nación. Es probable que quien se identifique
demasiado con Saturno intente negar o suprimir todo rasgo de dependencia,
vulnerabilidad o confusión, y lo mismo puede suceder con una nación en cuyo
tema destaque este planeta. La nostalgia neptuniana es lo que nos vuelve más
dependientes, vulnerables y confusos, y hace que estemos peor equipados para
enfrentarnos con las tensiones y esfuerzos de la existencia diaria. Así que estos
dos planetas, cuando se encuentran en aspecto, se enzarzan en una lucha
profunda, aunque a menudo inconsciente. En ocasiones, esto genera en el
nativo grandes dotes creativas y una capacidad notable para concretar sus
visiones. Pero lo más frecuente es que el resultado sea que los principios
fundamentales representados por uno u otro de los planetas se vean
forzadamente enterrados y terminen por ser proyectados hacia fuera. Saturno
se encuentra entonces prisionero de su propio miedo, condenado eternamente
a patrullar las murallas, desperdiciando sus dotes en una búsqueda estéril de las
fuerzas subversivas que jamás podrá terminar de echar a patadas. Y Neptuno se
convierte en el prisionero de su propia pasividad, condenado eternamente a
representar el papel de la víctima perseguida, desperdiciando sus dotes en
una niebla de autocompasión y vagos sueños apocalípticos.
La política de los contactos Saturno-Neptuno es con frecuencia extrema,
en pardcular con la conjunción y los aspectos difíciles. La política de la
derecha y la de la izquierda, a medida que van asumiendo sus papeles arque-
típicos, se van volviendo curiosamente similares. Da lo mismo que se lo llame
nacionalsocialismo o nacionalismo socialista; reciba el nombre que reciba, una
rosa siempre tendrá la misma dulce fragancia; el redentor de los oprimidos se
alza para derribar al perseguidor y luego se convierte en el nuevo perseguidor
de otros oprimidos, que deben a su vez buscar la libertad ■ por mediación de
un nuevo redentor. No importa que el chivo expiatorio subversivo sea la
nación alemana después de la Primera Guerra Mundial o los judíos alemanes,
el revolucionario bolchevique bajo el poder del zar o el intelectual disidente
bajo el dominio de Stalin: los contactos Saturno-Neptuno siempre requieren
un perseguidor y una víctima.
Cuando los planetas están en un aspecto «suave», la cosa puede ser más
fácil: los extremos no son tan violentos. Y sin embargo, los personajes son los
mismos. No es necesario que confiemos solamente en la observación del ciclo
Saturno-Neptuno para ver cómo se ha manifestado en la historia esta forma
particular de la redención neptuniana. También podemos fijarnos en las
cartas de personas y de instituciones políticas especialmente propensas a
tener esta visión de la vida y de la sociedad. Por ejemplo, Arthur Scargill, una
de las figuras más vociferantes de la moderna política británica, con un punto
de vista de tirano-víctima, tiene a Saturno y Neptuno en oposición. 26 Tony
Benn los tiene en cuadratura.27 Neil Kinnock, quien como líder del Partido
Laborista buscó medios más moderados de concretar la visión neptuniana, los
tiene en trígono.28 El Partido Laborista británico se creó bajo una oposición
de Saturno y Neptuno, y se consolidó para formar el Partido Laborista
Parlamentario cuando estos dos planetas estaban en trígono. 29 Pero, para que
el lector no piense que la visión saturnino-neptuniana del perseguidor y la
víctima se limita exclusivamente a los miembros de la izquierda política, es
preciso recordar que el ayatolá Jomeini tenía a Saturno y Neptuno en
oposición,” y lo mismo pasaba con Heinrich Himmler.’1
El socialismo «reformista» preferido por las naciones europeas, con su
énfasis en la mejora gradual por medio de la legislación, es incompatible con
la ideología violenta del marxismo, y debe más a la influencia del socialismo
romántico del siglo XIX que al Manifiesto comunista. Neptuno volverá durar
.1

en Acuario en 1998, pero no estará en conjunción con Saturno, y


como la historia tiende a repetirse en sus temas arquetípicos, si no en sus
manifestaciones concretas, podemos esperar que la visión utópica más suave de
Tomás Moro resurja con tanto poder de hechizar como en su época. Habrá,
ciertamente, otras conjunciones Saturno-Neptuno, y otras épocas en la historia
del futuro en que tirano y víctima se traben en violenta lucha. No es probable,
sin embargo, que el comunismo vuelva a instalarse entre nosotros en la forma
en que lo hemos conocido, porque aunque el sueño de redención neptuniano
sea eterno, las formas mediante las cuales intenta manifestarse no lo son, Al
igual que el nacionalsocialismo de Hitler, el socialismo marxista fue un sueño
evocado por el menos neptuniano de los soñadores, ofrecido a aquellos cuyas
desdichadas circunstancias y rudimentarios anhelos neptunianos, unidos a la
cólera y la envidia, tan comunes en los seres humanos, los hicieron sensibles a
la visión milenarista de un apocalipsis y a la promesa de la redención en la
Tierra.

La psicología del socialismo neptuniano


Psicológicamente, hay tres elementos principales en el socialismo neptuniano.
Un enfoque psicológico no implica que esté «bien» ni «mal» como ideología, de
la misma manera que la percepción neptuniana de la deidad no está «bien» ni
«mal» como visión general de lo religioso. Neptuno no es más que uno entre
once planetas,32 Pero la visión neptuniana del mundo puede teñir las
convicciones políticas de una persona, así como otras dimensiones de la vida.
El primer elemento de esta visión del mundo es, sin lugar a dudas, la
compasión, nacida de un sentimiento de identificación con el sufrimiento
ajeno: el reconocimiento instintivo de la condición común a todos los seres
humanos, independientemente de su riqueza, posición, talento o aparente
utilidad para la sociedad. El segundo es un sentido de una dimensión de la vida
más profunda o más espiritual (no necesariamente cristiana), que dignifica el
sufrimiento humano y ofrece a los ideales políticos un marco religioso y moral.
El tercero es el narcisismo primario, que produce un tipo de envidia
especialmente virulento. En el mejor de los casos, es posible que la envidia,
una característica que se encuentra en todo ser humano, actúe en algunos
individuos como un catalizador para el desarrollo de talentos y la enérgica
persecución de objetivos personales. Pero cuando se mezcla con un exceso de
las aguas neptunianas, el resultado puede ser la premisa básica,
superficialmente disfrazada de teoría política, de que si yo no puedo tener algo,
tú tampoco debes tenerlo. Este supuesto surge, en parte, de un furioso
sentimiento de impotencia que se genera cuando uno se siente como una
víctima: la reacción de un niño desvalido ante la injusticia de la vida y las
limitaciones de la realidad. En la Utopía de Tomás Moro, el elemento de la
envidia está ausente. En la vida real, sigue siendo una parte fundamental de la
naturaleza humana, que siempre ha conseguido estropear los experimentos
sociales neptunianos, como los fálansterios de Étienne Cabet. La política
neptuniana es casi siempre una incómoda mezcla de los tres ingredientes
arriba mencionados, y a veces es muy difícil distinguir cuál de ellos es el
dominante.
La visión de la unidad humana, con su consiguiente énfasis en una res-
puesta afectuosa y comprometida con las necesidades del colectivo, es en sí
misma uno de los productos más inspiradores del corazón y el espíritu
humanos. Pero, como todos los productos neptunianos, presenta una resis-
tencia fundamental a dejarse expresar en términos corrientes. El grado de
compromiso necesario para concretar esta visión de un modo práctico y, al
mismo tiempo, respetar las fronteras personales de los individuos en cada nivel
de la sociedad, constituye la roca en la que han encallado a lo largo de la
historia los políticos y los partidos políticos. A veces, la visión neptuniana
toma cuerpo con mayor o menor éxito, como en el caso del Informe Beve-
ridge de diciembre de 1942, que condujo a la formación del Servicio Nacional
de Salud británico. Puede ser que, en aquel momento, el tránsito de Neptuno
en trígono con Saturno (e igualmente en trígono con Urano y en sextil con
Plutón) creara la combinación adecuada de idealismo, realismo y pensamiento
innovador capaz de proporcionar una fórmula operativa. Sean cuales sean sus
fallos y limitaciones, la mera existencia del Servicio Nacional de Salud
británico da fe del poder de la visión neptuniana para cambiar la sociedad. Los
británicos que se pasan la vida quejándose amargamente de las imperfecciones
del sistema obtendrían una considerable comprensión de sus propias
expectativas neptunianas de contar con unos perfectos cuidados maternales si
pasaran por la experiencia de caer enfermos y sin dinero en un país donde no
existiera una institución como esta.
Pero los esfuerzos políticos neptunianos fracasan con no menor frecuen-
cia. La política del Gobierno laborista a comienzos de los años setenta dio
como resultado que la economía se viera paralizada por las huelgas, y con un
impuesto sobre la renta que podía llegar al noventa por ciento, gran cantidad
de los mejores profesionales de Gran Bretaña, desde médicos a científicos,
pasando por artistas y músicos, dejaron el país en busca de un domicilio donde
tuvieran derecho a disponer de más de una décima parte de sus ingresos. Los
pobres, a pesar de esta política perpetrada en su nombre, siguieron siendo
pobres; los fondos así obtenidos de «los que tienen», por alguna razón no
llegaron jamás a los bolsillos de «los que no tienen», sino que terminaron por
desperdiciarse en un edificio burocrático cada vez más difícil de manejar.
El dilema del socialismo neptuniano radica en parte en el elemento
infantil inconsciente de la visión política neptuniana, que está inextricable-
mente ligado al propio anhelo de redención de cada individuo. No es difícil ver
cómo el anhelo de un padre divino que brinde incondicionalmente su amor y
su apoyo puede transformarse en la visión de un Estado de las mismas
características. Igualmente se puede ver cómo los que se proclaman
representantes de los oprimidos, identificándose con la figura del redentor,
empiezan a mitificar su propia bondad, y a la luz de esta gloria mayor, se
olvidan de aquellos a quienes tenían la intención de redimir. Al fin y al cabo,
una madre sólo puede tener un hijo favorito. En casos extremos, esto puede
llegar a tal punto que la actitud fundamental subyacente deja de ser una
auténtica empatia por los propios compañeros y compañeras para convertirse
en la exigencia de un pecho omnipresente que lo alimente a uno y le
proporcione lo que necesita, y en un resentimiento corrosivo con aquellos que
tienen la autosuficiencia necesaria para proporcionárselo ellos mismos.
Tampoco es demasiado difícil reconocer la semejanza familiar entre el guru
carismático que necesita ávidos seguidores neptunianos y el político
carismático en busca de votantes neptunianos no menos ávidos. Este es el
elemento más sombrío de la política neptuniana, a la que se ha llamado con
razón la «política de la envidia». A los partidos políticos de izquierda se los ha
acusado con frecuencia (y en ocasiones justificadamente) de manipular de
forma desvergonzada los fondos públicos, e incluso de apropiarse de ellos, so
pretexto de «mejorar la situación de los pobres», sobre todo en los gobiernos
municipales. Lamentablemente, este problema, al que con tanta frecuencia se
vincula con agravios personales y cicatrices de infancia no menos personales,
puede llegar a ser tan destructivo que se deja de confiar en otras personas,
también miembros del partido y más sinceramente interesadas en la cuestión, a
causa del odio de sus colegas por cualquiera que se pueda identificar como una
víctima.
En el momento de escribir esto, el fenómeno de lo «políticamente
correcto» se está difundiendo por toda Norteamérica y ha llegado incluso a
infiltrarse en los bastiones saturninos de la sociedad británica. Aunque Estados
Unidos jamás haya siquiera coqueteado ni mucho menos mantenido un
romance con el verdadero socialismo,” Neptuno ha conseguido entrar en la
arena política estadounidense con este curiosísimo atuendo. Se puede decir
mucho en favor de un creciente reconocimiento público de la sensibilidad
religiosa, racial y social de los demás, y la erradicación de una terminología
racista y sexista sumamente ofensiva por parte de los medios de comunicación
es, en principio, algo que cualquier persona inteligente aplaudiría. Pero parece
que hemos cruzado una línea que amenaza con sumergirnos en la densa niebla
neptuniana. Un artículo publicado en The Times en junio de 1994 nos ofrece un
ejemplo excelente. Se relataba allí el caso de una mujer muy obesa que
amenazó con llevar a los tribunales al cine de su localidad porque no había
previsto asientos dobles para las personas que no podían acomodarse en los de
anchura normal. Sostenía que la gente como ella tenía los mismos derechos
que las personas delgadas, y que pasarlos por alto constituía un delito de
«persecución de una minoría». Sin duda, mi forma de describir el caso
provocará el enfado del lector «políticamente correcto». Así sea. Pero, ¿es a los
demás a quienes realmente corresponde adaptarse a la rabia y la envidia de
personas que son tan capaces como cualquier otra de enfrentarse y trabajar con
sus propias compulsiones personales? Aquí tenemos otra vez al bebé que exige
a su madre, en este caso la sociedad, y por lo tanto, el contribuyente, que
satisfaga, de un modo incondicional y sin discutir, las necesidades de una
personalidad sin formar y que se resiste a nacer. Yo no tengo el horóscopo
natal de la persona a quien se describe en The Times, pero no me cabe duda de
que Neptuno es muy fuerte en ella. En el mundo acuoso de Neptuno, el
sufrimiento personal y la cólera del nativo contra la madre que no le ha dado
lo suficiente pueden transformarse con facilidad en un enfoque político que va
en busca de un chivo expiatorio, sea el que fuere, para responsabilizarlo de
haber sido expulsado demasiado pronto del Edén.

Neptuno en el horóscopo nacional


Si en un horóscopo individual, un Neptuno dominante puede proporcionarnos
una comprensión intuitiva de las especiales actitudes sociales y polí- (icas que
indica el planeta, la misma función puede cumplir un Neptuno dominante en
el horóscopo de una nación. El campo de lo que se conoce como astrología
mundial es, como fuente de comprensión con respecto a Neptuno, tan valioso
como cualquier horóscopo personal; porque todo aquello que nace en un
momento determinado, ya se trate de un ser humano o de la entidad política
de una nación, tiene las características de ese momento.' 4 Las mismas leyes
psicológicas funcionan tanto dentro de la psique colectiva como en el interior
del individuo. Conceptos como el «cuerpo político» de Rousseau o el término
alemán Volkseele o «alma del pueblo» encuentran su paralelo en el lenguaje
psicológico en la descripción de Jung del inconsciente colectivo, encarnado y
expresado con igual claridad tanto por las naciones o estados como por los
individuos.

Una teoría como esta supone que todos los miembros de una nación comparten un
fondo común de pensamientos adquiridos en la historia y transmitidos a través de
ella, y una voluntad común de continuar conviviendo como nación en el futuro.
Por consiguiente, cuando una nación se organiza en estado, expresa el nivel actual
de desarrollo de ese fondo colectivo de pensamientos, recuerdos, esperanzas,
miedos y deseos, es decir, del inconsciente colectivo.35

El análisis de la carta de una nación puede revelar con gran precisión su


psicología: sus talentos innatos, sus puntos fuertes y débiles, sus miedos,
aspiraciones, conflictos, complejos y mecanismos de defensa, al igual que sus
más queridos mitos y valores. Las personas que viven en el seno de la
estructura colectiva de una entidad nacional pueden estar más o menos
influidas por la psique del grupo que las rodea, según cuál sea la medida en que
se identifiquen con dicho colectivo o en que se hayan esforzado por tener un
conjunto de valores relativamente independiente. Pero hasta la voluntad
individual más fuertemente definida estará, de un modo consciente o
inconsciente, configurada y afectada por el «fondo común» de esa totalidad de
la que forma parte, y en eso tiene bastante que ver ese anhelo de fusión cuyo
símbolo primario, en el horóscopo individual, es Neptuno. Por esta razón el
astrólogo debe tener siempre presente el colectivo en cuyo seno ha nacido una
persona, para entender cuál es el grado de apoyo o de conflicto que le ofrece
en su viaje evolutivo.
Al igual que un individuo, una nación puede ser más o menos consciente,
Algunas naciones son de una inconsciencia notable, y su población se deja
manipular y controlar fácilmente por aquellas poderosas figuras políticas y
religiosas que parezcan encarnar los elementos reprimidos, ya sean luminosos
u oscuros, del colectivo. De la misma manera, un individuo inconsciente está
abierto a la manipulación y el control de las personas e instituciones que
personifican las dimensiones ocultas de su propia personalidad. De esta
manera, como hemos visto, después de la Primera Guerra Mundial, Alemania
recurrió a Hitler porque éste era el portavoz del anhelo colectivo de redención
de todo el país.36 La conciencia de una nación depende de la evolución de la
conciencia (y por consiguiente, del desarrollo
del discernimiento, la reflexión y la autosuficiencia) de los individuos que la
constituyen. Al igual que una persona, una nación tiene un conjunto de
objetivos y valores (el Sol), una manera característica de expresarse (el
Ascendente), una forma de presentarse al resto del mundo (el Medio Cielo),
una serie de necesidades para sentirse segura (la Luna), un sistema de defensa
(Saturno), un instinto agresivo (Marte), un modo de comunicación (Mercurio),
un concepto de felicidad (Venus) y un conjunto de ideales que impregna sus
estructuras jurídicas y religiosas (Júpiter). Tiene también una visión de
progreso (Urano) y un impulso fundamental a sobrevivir ante las amenazas
externas o internas (Plutón). Nicholas Campion sugiere que la «clase
gobernante» de una nación está representada por el Sol y Júpiter, mientras que
la clase media y la «clase obrera» están regidas principalmente por la Luna. 3'
También se puede entender que el Sol nacional indica el tipo de liderazgo que
el pueblo tiende a elegir conscientemente, o bien a invocar
inconscientemente, mientras que la Luna indica las necesidades instintivas y
las respuestas emocionales características del pueblo.
Una nación también tiene anhelos de redención, indicados por su Nep-
tuno natal. Es en esta esfera donde las naciones, como el pueblo, son capa ces
tanto de las aspiraciones más nobles como de las más espantosas quimeras. En
Astrología mundial, los autores ofrecen una útil definición del papel de
Neptuno en el horóscopo nacional.

Neptuno está más asociado que ningún otro planeta con la subversión, debido
quizás a que es el que rige los ideales y los vínculos con la «sociedad ideal». De ahí
que no sólo rija el socialismo y todas las nuevas visiones y sueños de la sociedad
perfecta, sino también a las personas que promueven estos sueños. Representa la
necesidad de un colectivo que sea perfecto, pero también rige los engaños y por
consiguiente la desilusión, así como el encanto, las artes, la moda, la imagen que
una nación tiene de sí misma y la que presenta a los demás. [...] Debido a su
asociación con la confusión y el engaño, también puede regir la guerra. [,..]
Asimismo, es el regente de los escándalos, que son el resultado de la confusión y el
engaño.58

En pocas palabras, en la psique nacional este planeta funciona exacta-


mente de la misma manera que en la individual, y abarca un espectro de la
misma amplitud, según cuáles sean los planetas con que forme aspecto. Una
nación se vuelve «ilusa» cuando pierde su sentido de la identidad individual y
del propio valor (o quizá jamás lo haya tenido) y empieza a buscar la redención
a través de un ideal imposible que desvaloriza o destruye otras maneras
diferentes de enfocar la vida.

Carta 14. Estados Unidos de América. 4 de julio de 1776, 5.10 p.m. LMT [Local Mean
Time, hora media local], 22.10.00 GMT [Greenwich Mean Time, hora media de
Greenwich], Filadelfia, Pennsylvania (39“ 5T N, 75“ 04’ O). Sistema de
casas de Plácido. Nodo verdadero. Fuente: The Book of World Horoscopes.
Es probable que la nostalgia neptuniana no sea un factor importante en el
tema natal de una nación, del mismo modo que puede ser relativamente
oscuro en el horóscopo individual (como sucede en la carta natal de Karl
Marx). Entonces los sueños neptunianos puede que no dominen todos los
valores colectivos. Encontramos un buen ejemplo de esta relativa «ausencia»
de visión neptuniana en el horóscopo de Estados Unidos, en el cual Nep- tuno
no está en aspecto ni con el Sol ni con la Luna (carta 14). Forma una
conjunción amplia con el Medio Cielo desde la casa nueve, y está en cua-
dratura con Marte en Géminis en la séptima. Pero yo no diría que esta sea una
carta neptuniana, en particular porque no hay ningún contacto Sol-
Nepcuno y, por consiguiente, ninguna inclinación a esperar una salvación que
provenga del Gobierno ni a ver el liderazgo como algo semidivino. Las
aspiraciones estadounidenses son más bien jupiterinas que neptunianas, tal
como se podía esperar de una conjunción Sol-Júpiter y un ascendente Sagi-
tario, y no están centradas en la inmersión del individuo en la psique de la
masa, sino en la igualdad de oportunidades para todas las personas, tanto en la
salud como en la riqueza y la búsqueda de la felicidad. No hay una filosofía
colectiva del sufrimiento y el sacrificio en nombre del bien público. Es difícil
considerar neptuniana a una nación que protege con tal ferocidad el derecho
de sus ciudadanos de poseer armas de fuego. Aunque Estados Unidos tenga una
buena cantidad de cuícos religiosos raros y a menudo fanáticos (al fin y al cabo,
tiene a Neptuno en la casa nueve), el misticismo neptuniano, tanto en el
ámbito religioso como en el político, se ha mantenido siempre aislado como
parte de una subcultura de los desposeídos. La poderosa y más bien inquietante
influencia del cristianismo fundamentalis- ta en la toma de decisiones
políticas, tiende a ser de naturaleza más saturnina que neptuniana, y parece
reflejar la cuadratura casi exacta Sol-Saturno en la carta nacional. Pese a la
importancia que dan a la fe religiosa, los estadounidenses jamás han tendido a
una visión utópica de la sociedad. El especial aroma de la ideología política
neptuniana que hemos estado estudiando, siempre ha sido reprobado por esta
nación intensamente individualista, cuyo fantasma durante la mayor parte del
siglo XX ha sido la amenaza de la «subversión» neptuniana proveniente del
bloque comunista.
En contraste directo, vendrá bien examinar el horóscopo de la República
Popular de China (carta 15). Cuando Mao Tse-tung proclamó la nueva
república y fue designado presidente del Gobierno, tanto el Sol como Mercurio
estaban en conjunción con Neptuno en Libra. Aquí tenemos una entidad
nacional cuyos objetivos y valores formulados de un modo específico son
totalmente neptunianos; y ni siquiera la actual conjunción Urano- Neptuno,
que ha derrocado los Gobiernos de todos los estados comunistas de Europa
oriental, ha conseguido destronar los ideales neptunianos intrínsecos en la
formación de la China moderna. Aunque la comprensión plena de las
complejidades de la historia china moderna exige un conocimiento político y
económico del país mayor que el que yo tengo, no obstante es posible, incluso
con una información limitada, reflexionar sobre la paradoja, particularmente
neptuniana, de la masacre de un millón de campesinos que tuvo lugar cuando
el Gobierno comunista de la República Popular llegó al poder en 1950-1951.
La casi deificación de Mao, el líder de la revolución marxista, lambión refleja la
conjunción del Sol y Neptuno, sugiriendo que

Carta 15. República Popular de China. 1 de octubre de 1949, 12.00 p.m. CCT [hora
china], 04.00.00 GMT [Greenwich Mean Time, hora media de Greenwich], Pekín,
China (39° 55’ N, 116° 25’ E). Sistema de casas de Plácido. Nodo verdadero. Fuente: The
Book of World Horoscopes.

el liderazgo político de la nación se mezcla con una imagen del redentor que,
aunque de forma inconsciente, es de una naturaleza a todas luces religiosa. El
tránsito de Plutón sobre la conjunción Sol-Neptuno del tema nacional, que
tuvo lugar de 1975 a 1978, coincidió con una prolongada lucha entre maoístas
y revisionistas, y la revolución cultural de Mao llegó a su fin. En medio de este
tránsito, el 9 de septiembre de 1976 se produjo la muerte de Mao. Sin embargo,
pese a haber sido rebajado a la condición de redentor de segunda, la nación no
ha repudiado por completo su filosofía ni lo hará mientras no se produzca una
revolución importante que proporcione al colectivo un nuevo horóscopo natal.

Carta 16. Alemania, República de Weimar. 9 de noviembre de 1918, 12.00 p.m. CET
[Central Euro pean Time, hora centroeuropea], 11.00.00 GMT [Greenwich Mean Time,
hora media de Greenwich], Berlín, Alemania (52° 30’ N, 13° 22’ E). Sistema de casas de
Plácido. Nodo verdadero. Fuente; The Book of World
Horoscopes.

Vale la pena considerar, como ejemplo final, tres cartas que reflejan tres
etapas enormemente diferentes de la evolución política de Alemania. La pri-
mera es la de la República de Weimar, proclamada el 9 de noviembre de 1918,
después de la abdicación del emperador Guillermo II, cuando Neptuno se
hallaba estacionario en el cíelo (carta 16). El sistema imperial llegó a su fin en
Alemania con la revolución socialista que arrasó el país y dio por resultado una
nueva entidad nacional, que tendía más bien al federalismo que a un Estado
u n i t a r i o centralizado, con una conjunción Sol-Venus en Escorpio en cuadra-
tura con Neptuno en Leo en su horóscopo natal. El idealismo emocional,
intenso pero sin un objetivo concreto, de esta entidad nacional, nacida de un
vago sueño de nacionalismo y libertad del yugo imperial, halló finalmente su
redentor en enero de 1933, cuando Hitler fue nombrado canciller de la Repú-
blica de Weimar y una conjunción Sol-Saturno en tránsito se opuso a Neptuno
en la carta natal de la República. Como hemos visto, el Saturno natal de Hitler
en Leo cae sobre el Neptuno de la República de Weimar, con lo que, al
principio, pareció que el nuevo canciller fuera la encarnación misma del anhe-
lo de redención del pueblo.3’
La carta siguiente (carta 17), que refleja el nacimiento de la Alemania nazi,
nos ofrece la energía, muy diferente, de una conjunción Sol-Saturno como
símbolo del yo nacional. Alemania sólo se convirtió en un estado unitario
centralizado con la llegada del régimen nazi, e irónicamente, bajo el gobierno
de Hitler el país disfrutó del único período de verdadera unidad política de su
historia, hasta su reciente reunificación. Mercurio también está en conjunción
con Saturno en esta carta, lo que indica la rigidez de la ideología nazi. Sin
embargo, Neptuno está sutilmente activo, en quincun- cio tanto con el Sol
como con Saturno, y formando un trígono con Venus en Capricornio. La
mitología de la época nazi, que se apropió de la mitología del movimiento
romántico del siglo anterior para ponerla al servicio de sus propios fines, estaba
llena de visiones apocalípticas y ecos del Sturm und Drang* en ninguna parte
tan evidentes como en ese repulsivo género de arte que idealizaba las virtudes
físicas del cuerpo ario. El «Reich de los mil años», con sus águilas, su eficiente
sistema de carreteras y su arquitectura monumental, fue también un intento de
resucitar las imágenes de la antigua gloria imperial romana, una «Edad de Oro»
que regresaría posteriormente bajo el gobierno de Hitler. Este fue también, a
su manera, un régimen neptuniano, que evidenció la pauta tirano-víctima, tan
característica de la combinación Saturno-Neptuno cuando se sale de cauce en
el terreno político.
La tercera carta (carta 18) es la de la República Democrática Alemana.

* Tempestad y empuje. Movimiento literario alemán del siglo XVIII opuesto a la Ilustración. (N.
delE.)
Alemania Oriental había estado sometida desde 1945 a la administración
soviética, y hasta 1949 no fue proclamada estado independiente. Aquí el Sol a
13° 54’ de Libra está en estrecha conjunción con Neptuno a 14° 53’ de Libra,
junto con Mercurio, y el sueño utópico volvió bajo la forma del Gobierno
comunista. Como en una carta nacional el Sol simboliza el lide-

Carta 17. Alemania, Tercer Reich, 31 de enero de 1933, 11.15 a.m. CET [Central
European Time, Hora centroeuropea], 10.15.00 GMT [Greenwich Mean Time, hora
media de Greenwich], Berlín, Alemania (52° 30’ N, 13° 22’ E). Sistema de casas de
Plácido. Nodo verdadero. Fuente: The Book of WorldHoroscopes.

razgo, mientras que la Luna representa al pueblo, la oposición de la Luna a la


conjunción Sol-Neptuno hace pensar en un profundo conflicto interno entre el
Gobierno y las necesidades del pueblo. El Muro no se construyó tanto para que
la gente no pudiera entrar como para que no pudiera salir. En esta carta, quien
agrava la tensión y la inestabilidad es Urano, emplazado a 5o 01’ de Cáncer, en
cuadratura con la conjunción formada por el Sol, Mercurio y Neptuno. La
República Democrática Alemana abrió sus fronteras en 1989, cuando Saturno
y Neptuno en tránsito estaban en conjunción exacta a 10° de Capricornio, con
Urano en tránsito siguiéndolos de cerca

Carta 18. República Democrática Alemana. 7 de octubre de 1949, 1.17 p.m. LMT [Local
Mean Time, hora media local] 12.17.00 GMT [Greenwich Mean Time, hora media de
Greenwich], Berlín, Alemania (52° 30’ N, 13° 22’ E). Sistema de casas de Plácido. Nodo
verdadero. Fuente: Intemationales Horoskope-Lexikon.

a 2o de Capricornio, en oposición con Júpiter en tránsito a 10° de Cáncer, y


Quirón en tránsito a 16° de Cáncer. Su desaparición formal se produjo, sin
embargo, con la reunificación de las dos Alemanias el 10 de enero de 1990,
cuando Saturno en tránsito estaba a 18° 49’ de Capricornio, Neptu- no en
tránsito seguía en conjunción con él a 11° 49’ de Capricornio, el Ascendente en
tránsito estaba a 12° 2 T de Capricornio, y Urano en tránsito se hallaba a 5° 43’
de Capricornio. Todos estos tránsitos estaban en cuadratura con la delicada
conjunción natal Sol-Neptuno de la República Democrática Alemana, con sus
malogrados sueños utópicos. Y Urano en tránsito también estaba en oposición
exacta con el Urano de la República Democrática Alemana, el ápice de la
cuadratura en T natal formada por la conjunción Sol-Mercurio-Neptuno, la
Luna y Urano, lo que sugiere que los efectos de la crisis de la mitad de la vida
(que, más tarde o más temprano, a todos nos llega), individual o colectiva,
fueron particularmente explosivos, como les sucede con tanta frecuencia a las
personas que están aferradas a la visión neptuniana y luego descubren que la
vida no es así después de todo. La carta del momento de la reunificación
también es, desde luego, la carta natal de la nueva Alemania. El legado utópico
continúa siendo bien visible. El Sol está en cuadratura con Neptuno, que forma
conjunción con el Ascendente junto con Urano y Saturno. La Luna está en
Piscis. Es de esperar que la Nueva Alemania sea capaz de edificar de forma
constructiva sobre su historia neptuniana y los sueños frustrados de Neptuno.
1
0
Neptuno y el artista

Porque la Misericordia tiene un corazón humano,


un rostro humano la Piedad, y el Amor, divina
forma humana, y el atuendo humano la Paz.
Y es deber de todos amar la forma humana,
en el pagano, el turco o el judío;
donde moran la Misericordia, el Amor y la Piedad,
allí también mora Dios.
WlLLlAM BLAKE, The Divine Image

El arte y la magia son íntimos aliados. El poder de hacer algo de la nada, de


crear mundos a partir de la inaprensible materia de la imaginación, es un acto
en el cual interviene un elemento numinoso, incluso para quienes con
frecuencia se entregan a él. El artista ha tenido siempre un papel especial y
ambiguo en el mito y la leyenda, ya sea como profeta, proscrito, portavoz de
los dioses, instrumento de las fuerzas demoníacas o víctima del castigo,
humano o divino. El misterio del poder creativo aumenta debido a la mancha
del robo, porque la capacidad del arte de sacar algo de la nada lo convierte en
un dios, con lo cual invade el ámbito celeste, celosamente guardado y
protegido. El terrible destino de Prometeo es tan esencial para el mito del
artista como su ennoblecimiento como ser divino que nos aporta la cultura.

La mitología atribuye al artista dos clases de proezas: la de crear seres y la de


erigir edificios que llegan a los cielos o que rivalizan con las moradas de los
dioses en tamaño y magnificencia. Estas dos actividades usurpan la
prerrogativa de los dioses, y ambas son causa de castigo.1

Muchos y voluminosos libros se han escrito sobre el tema del artista, y


desde todos los puntos de vista posibles: estético, religioso, sociológico, psi-
cológico y político. Pero no ha disminuido el conflicto sobre la naturaleza del
arte, sobre qué es un artista, si es necesario estar psicológicamente enfermo o
dañado para ser creativo, si el artista recibe o no una inspiración «divi na», y si
es un producto de la época o si la época se anuncia, e incluso cobra forma, por
mediación del poder visionario del artista. Igualmente misterioso es el enigma
de por qué el arte ha de poseer semejante poder. Jung sugiere lo siguiente:

La influencia de un arquetipo, ya sea que tome la forma de una


experiencia inmediata o se exprese mediante la palabra, nos remueve
porque nos hace evocar una voz más fuerte que la nuestra. Cualquiera
que se exprese en imágenes primordiales habla con un millar de voces:
cautiva y subyuga, al mismo tiempo que saca la idea que intenta expresar
de lo ocasional y de lo transitorio, para llevarla al ámbito de lo
perdurable. Convierte nuestro destino personal en el destino de la
humanidad, y evoca en todos nosotros esas fuerzas benéficas que a veces
han permitido que la humanidad encuentre refugio ante el peligro y
sobreviva a la más larga de las noches. [...] Este es el secreto de las
grandes obras de arte y del efecto que ejercen en nosotros. El proceso
creativo, hasta donde somos capaces de seguirlo, consiste en la activación
inconsciente de una imagen arquetípica, y en elaborar y plasmar esta
imagen hasta convertirla en la obra acabada. Al darle forma, el artista la
traduce al lenguaje del presente, y hace que nos sea posible encontrar el
camino de regreso a las fuentes más profundas de la vida.2

Podría esperarse que se agradeciera al artista el hecho de ayudarnos a


«encontrar el camino de regreso», pero es más normal que se desconfíe de él y
se lo desprecie, e incluso, en ocasiones, que ese mismo colectivo al que la
visión artística ha conmovido e inspirado lo destruya. Quizás esto se deba a
que la «activación de una imagen arquetípica» puede generar incomodidad, e
incluso conmoción emocional, en el ánimo del lector, espectador u oyente, y
un despertar interior de esta índole puede no ser bienvenido por una
conciencia que se resiste al cambio. Tal vez los mismo artistas sean también
responsables de su propia crucifixión, porque semejante proximidad al
dominio de lo arquetípico trae consigo múltiples problemas psicológicos. Tal
como descubría Salieri en Amadeus, puede que el artista, lejos de ser un
receptáculo perfecto para la inspiración divina, sienta, hable y actúe de
maneras antisociales, anárquicas y caóticas que amenazan el orden estable-
cido. El Zeitgeist [espíritu del tiempo] que se expresa por mediación del
artista no siempre tiene buenos modales. Según Thomas Mann:

El arte no será jamás moral ni virtuoso en ningún sentido político, y el progreso


nunca podrá poner su confianza en el arte, porque éste tiene una tendencia
fundamental a ser indigno de confianza y traicionero; su deleite en lo escanda-
losamente irracional, su predilección por la «barbarie» que genera belleza, son
indestructibles. [...] Una fuerza irracional, pero poderosa; y el apego que siente
por él la humanidad demuestra que el hombre no es capaz de vivir solamente de
racionalismo ni está dispuesto a ello.1

Parece que el arte es como Neptuno: esquivo, subversivo, mágico y


tenazmente reacio a dejarse domar.
La interpretación astrológica suele csar de acuerdo en que Neptuno tiene
cierta relación con el artista. Incluso hay astrólogos que llegan a definirlo
como el planeta de la imaginación creativa, con lo cual dan a entender que
sólo aquellos que tienen en su cana natal un Neptuno fuerte pueden ser real-
mente creativos. Tal creencia es fácil de cuestionar con un detenido examen
de cartas natales de artistas famosos; se pueden encontrar, a lo largo del tiem-
po, innumerables ejemplos de artistas de todas las tendencias en cuyos temas
natales se refleja el poder creativo de otros planetas. En realidad, todos los
planetas pueden hacer su propia contribución creativa e indicar una forma
particular de visión artística,.así como cualquier planeta tiene su propia forma
de espiritualidad. Pero un Neptuno dominante en el horóscopo natal sugiere
una especial receptividad a ciertos sentimientos e imágenes que surgen de los
niveles más profundos y universales de la psique. Tales sentimientos e
imágenes se relacionan con los temas centrales de la fusión, la redención y el
retorno a la fuente, ¿Cuál podría ser entonces el verdadero papel de Neptuno
en el proceso creativo y en la vida del artista? ¿Se lo puede vincular con algún
medio de expresión artística en particular o con alguna escuela? ¿Y es posible
estimular conscientemente, de una manera constructiva y no destructiva, las
peculiares capacidades creativas de Neptuno?

El artista y el inconsciente
La fantasía es una actividad creativa esencial en la infancia, a medida que el
niño va abandonando gradualmente su fusión psíquica con la madre y
empieza a funcionar como un ser independiente. En este caso, la fantasía sirve
a un propósito de transición: llena el oscuro vacío que hay entre la seguridad
del abrazo maternal y el mundo solitario y aterrador de la existencia
autónoma, al generar imágenes y sentimientos que van construyendo un
puente entre los dos. Lo que en psicología se llama el «objeto transicio- nal»
(el sonajero, la lamparilla nocturna, el juguete blando) se convierte en una
pequeña parte de la madre cuando se embellece mediante la fantasía, que
permite que, pese a estar solo, el niño sobreviva a la oscuridad de la noche. Se
mantiene así algo del sentimiento narcisista originario de poder y potencia,
porque la fantasía transforma el terror y la humillación del desvalimiento y
hace posible que se den simultáneamene el contacto y la separación. La
batalla con el dragón y la gloriosa promesa del hieros gamos, el matrimonio
sagrado que espera al héroe al término de su búsqueda, son imágenes míticas
que representan la lucha de cada niño por independizarse de su madre y
relacionarse con ella como individuo. Pero el desarrollo de la fantasía puede
verse obstaculizado. La madre quizá dependa demasiado de una constante
atención a su hijo, o tal vez se muestre tan distante que el niño sienta una
insoportable inseguridad cada vez que intenta retirarse a su propio mundo
interior. Entonces, el proceso esencial de separación jamás se completa, y
generalmente se presentan dificultades más adelante, cuando este niño, una
vez adulto, se enfrenta con la experiencia de la soledad. Se trata de un
problema que los textos psicoanalíticos abordan con frecuencia, 4 y que está
muy relacionado con la incapacidad de muchas personas para concederse el
tiempo, el espacio y la intimidad necesarios para aventurarse en el reino de la
imaginación. La tremenda ansiedad que experimentan algunas personas
cuando intentan realizar cualquier tarea creativa se relaciona directamente
con este dilema.
El problema de Neptuno no es la incapacidad de fantasear, sino la incli-
nación a hacerlo demasiado. La separación es un proceso más largo y doloroso
para el niño dominado por Neptuno. El mundo transicional entre el bebé y la
madre se convierte en el mundo transicional entre el adulto y la promesa de
redención. Esto puede ser un aspecto del impulso creativo de Neptuno; la
fantasía se convierte en un medio de lograr la fusión con la fuente divina.
Pero también puede ser una forma de eludir la existencia autónoma. La
facultad ae fantasear, en vez de servir como fuente de imágenes e ideas
creativas, se convierte en una huida de la realidad. Es frecuente que el
neptuniano no pueda dar una forma concreta a sus fantasías porque el mundo
de la fantasía sigue siendo un sustituto del útero, estático en lugar de fluido,
un lugar de indoloro olvido más bien que un puente entre lo humano y lo
divino. Andar el mundo neptuniano en la forma significa renunciar al
narcisismo primario que proporciona al bebé su sentimiento de omnipotencia
divina. E incluso si se construye el puente, y la imagen llega a encarnarse,
puede que el artista neptuniano sea incapaz de separarse de ella lo suficiente
como para ver su obra en perspectiva; entonces, permanece como el genio
inapreciado, los productos de cuya creación, por inmaduros o defectuosos que
sean, están exentos de la necesidad de refinamiento o de traducción a un
lenguaje que los demás puedan entender. Winnicott, al describir el caso de
una paciente adicta a las fantasías improductivas, afirma:

Tan pronto como esta paciente empezó a llevar algo a la práctica, como por
ejemplo pintar [...], se encontró con las limitaciones que la hacían sentirse
insatisfecha porque tenía que renunciar a la omnipotencia a la que se aferraba en
la fantasía.5

Un Neptuno fuerte en la carta natal no es, tal como suponen algunos


astrólogos, un sello infalible de capacidad creativa. Con gran frecuencia lo que
señala es una adicción a la fantasía que, al igual que todas las adicciones,
refleja una profunda renuencia a entrar en el dominio terrenal de Saturno. El
impulso creativo está presente en todos los niños. Si hay indicadores
astrológicos de este impulso fundamental, son el Sol y Saturno, porque la
encamación de la materia de que está hecha la fantasía es una función de la
conciencia del yo en vías de desarrollo. Encarnar la fantasía en forma material
es la manera en que la persona vuelve permanente el puente entre el no-ser y
una identidad definida.
Un Neptuno fuerte da acceso a las imágenes y los sentimientos arquetí-
picos que pertenecen a la mitología del Paraíso. El mundo de la fantasía
neptuniana, cuando toma cuerpo en formas artísticas, tiene el poder de hacer
resonar los acordes profundos del sufrimiento, la soledad y el anhelo de una
felicidad eterna que caracterizan al ser humano. Pero el impulso creativo —el
deseo de dar cuerpo al mundo de la fantasía— es un acto de afirmación de la
vida. Sin él, la actitud neptuniana de refugiarse en la fantasía es un acto de
repudio de la vida que, lejos de generar el impulso creativo, puede alimentar
un ansia de afincarse en el útero del Jardín del Paraíso, en vez de afrontar el
riesgo de la soledad y la mortalidad que acechan más allá de sus puertas. Este
es el dilema del artista neptuniano, que con frecuencia se enfrenta con un
profundo conflicto interior entre el deseo de nacer y el de seguir siendo
nonato, una vivencia especialmente fuerte en aquellos artistas que tienen
contactos Sol-Neptuno y Saturno-Neptuno, en particular los aspectos difíciles,
porque cada acto creativo contribuye al proceso de separación de la fuente.
Cuando Neptuno está vinculado con estos dos planetas, el artista debe
encarnar sus fantasías; sin embargo, todo esfuerzo es un paso que lo aparta de
la fuente de la vida y, por consiguiente, una especie de muerte.
Los planetas que están en aspecto con el Sol en la carta natal aportan sus
imágenes y características a nuestra percepción de quiénes somos y de lo que
da significado a nuestra vida. Como el Sol simboliza el sentimiento que tiene
el nativo de su identidad personal, sus aspectos —incluso más que el signo en
donde está emplazado— indicar los atributos y las percepciones arquetípicas
que la persona experimenta como «¿quien soy?» y «¿cuál es mi propósito?». El
Sol es, por lo tanto, un factor importantísimo en cuanto a la vocación del
individuo (a diferencia de su trabajo, que puede coincidir o no con su
vocación), porque encontramos satisfacción en ocupaciones que pueden
ofrecernos la máxima oportunidad de expresar estos íntimos sentimientos de
identidad y de finalidad u objetivo. El predominio de los aspectos Sol-
Neptuno en algunas de las personas mencionadas en capítulos anteriores, a
quienes me he referido como «neptunianas», es comprensible en este
contexto. El anhelo de redención se combina con el sentimiento de identidad
individual para producir una persona que hace de Neptuno una vocación. Él o
ella necesita encontrar canalizaciones que simultáneamente le ofrezcan un
mensaje de redención para los demás (como es el caso de los políticos, de los
artistas o de quienes se dedican a cuidar al prójimo) y le proporcionen un
sentimiento de redención personal por medio de la fusión con algo mayor que
él o ella misma.
Sin embargo, con los aspectos Neptuno-Saturno la cuestión no es querer
ser músico, poeta, sanador o filósofo político. De lo que se trata es de tener
que serlo, para poder enfrentarse con el constante conflicto interior entre las
estructuras y los límites de la vida terrena y el caótico torrente que acecha
más allá de las fronteras de Saturno. Quienes tienen a Saturno en aspecto con
un planeta exterior se encuentran perpetuamente sacudidos por fuerzas de la
psique colectiva, y deben encontrar alguna manera de tratar con ellas. Los
aspectos Saturno-Neptuno con frecuencia van asociados con la depresión, con
sentimientos de miedo y prohibición, y con fobias y adicciones de una u otra
clase.6 Es el rostro oscuro de estos aspectos. En muchos casos, el nativo se
identifica con los valores saturninos, tiene la vivencia del mundo neptuniano
como una amenaza tremenda y levanta barreras defensivas contra ella. Pero
entonces es probable que proyecte hacia fuera lo que teme interiormente,
produciéndose la característica angustia sin punto de referencia definido y la
sensación de estar socavado por fuerzas invisibles (los comunistas, los
«viajeros» de la Nueva Era, las enfermedades contagiosas) que con tanta
frecuencia acompañan a esta combinación de planetas en la carta natal.
Ciertas enfermedades físicas y psicosomáticas también están vinculadas con
esta combinación, en particular aquellas que se prolongan, que son difíciles de
diagnosticar y que hacen que la persona se sienta desvalida, que es la forma
que tiene el cuerpo de expresar un conflicto que el nativo siente como
insoluble o que es inconsciente. También Saturno puede convertirse en el
enemigo proyectado, si la persona se identifica con el mundo neptuniano.
Tony Benn, diputado del Partido Laborista en el Parlamento británico, es un
excelente ejemplo de esto; su Sol natal está en trígono con Neptuno,
estableciendo la base de sus valores políticos conscientes, mientras que
Saturno, que está en cuadratura con Neptuno y la Luna, proyectado hacia
fuera, vuelve para enfrentarse con él bajo la forma de las fuerzas crueles y
opresivas de la sociedad clasista y el capitalismo. En un caso como este no son
menores, en modo alguno, la ansiedad ni la tendencia a la depresión. Muchos
de los artistas de los que hablaremos más adelante siguieron este camino más
anárquico, alineándose con el socialismo romántico y viendo cualquier signo
de autoridad —social, religiosa, política o artística- como el enemigo.
Esto, por lo que se refiere al lado sombrío. Algunos elementos de miedo y
depresión pueden estar presentes también con los aspectos benignos, incluso
aunque el nativo haya encontrado maneras productivas de elaborar los
inevitables conflictos arquetípicos entre las necesidades de Saturno (de
estructura, estabilidad, permanencia, arraigo en la forma y autosuficiencia) y
las de Neptuno (de éxtasis, fusión, disolución, redención y retorno a la
fuente). Pero por excelentes razones, a los contactos Saturno-Neptuno se los
conoce también como «aspectos del artista», porque los mundos de la forma
física y la imaginación sin fronteras, que parecen excluirse mutuamente, se
encuentran, aunque sea de forma imperfecta, en la creación artística. Esta es
la única esfera del esfuerzo humano en donde la fantasía y la realidad pueden
dialogar sin que ninguna de ellas ampute elementos vitales de la otra. La
combinación Saturno-Neptuno también puede tender hacia la política o hacia
el lado más místico de las profesiones de ayuda a los demás, dando por
resultado un equilibrio operativo. Pero el dominio de lo político está
demasiado invadido por la envidia, la codicia y la frustración como para que
pueda dar cabida al Paraíso perdido de Neptuno, y el mundo de la sanación
espiritual está demasiado lleno de dolor físico, enfermedad y muerte. Es
probable que en estas esferas, Neptuno tenga que sufrir en exceso, y que esto
lo arrastre a una amarga desilusión. En el campo del arte, ha de ser tolerante
con la imperfección, pero no tiene que renunciar a la eternidad.
¿Esto significa que todas las personas con un contacto Saturno-Nep- tuno
deben ser artistas? Es obvio que no. Hay quienes, simplemente, no poseen
talento artístico, y también hay gente que se siente atraída con más fuerza por
otras actividades no menos importantes. Sin embargo, las personas con algún
aspecto Saturno-Neptuno, tarde o temprano, necesitarán adaptarse a la
separación que hay entre el mundo de la visión y el de la forma, porque
ninguno de los dos las abandonará. Y de hecho, también hay otros vehículos
astísticos además de los que convencionalmente se considera como tales. La
astrología, al fin y al cabo, es más un arte que una ciencia, y muchos
astrólogos piensan que las «realidades eternas» que describe el simbolismo
astrológico, contenidas dentro de las ordenadas pautas del horóscopo, son tan
decisivas y mágicas y están tan llenas de significado como la música para
Mozart. También la psicología profunda es más un arte que una ciencia; y el
dominio de los sueños, la imaginación activa y el caos de la psique
inconsciente, delimitados por el contenedor estructurado que es el proceso
terapéutico, también proporcionan un terreno común a los dos antiguos
enemigos. Para trabajar de forma constructiva con los aspectos Saturno-
Neptuno, necesitaremos hacer una nueva evaluación de lo que llamamos arte.
Si podemos reconocer como tal a cualquier tipo de esfuerzo que nos exija la
misma dedicación, habilidad e imaginación que la música y la pintura, la
poesía y el teatro, entonces sí: toda persona con un contacto Saturno-Neptuno
necesita, en algún ámbito de la vida, ser un artista.
No es sorprendente que muchos de los artistas de quienes hablamos
tengan a Saturno y Neptuno en aspecto en su carta natal. Con frecuencia, este
contacto va acompañado de un aspecto Sol-Neptuno, Luna-Neptuno o
Ascendente-Neptuno. La combinación Saturno-Neptuno es tan importante
para dar a estos artistas una dirección en la vida como la combinación Sol-
Neptuno, tal vez incluso más, porque cuando está en juego Saturno hay una
sensación de urgencia y de sufrimiento personal que nace de un conflicto —
incluso cuando el aspecto es un trígono o un sextil— que requiere algún tipo
de resolución. Puede que sean los aspectos de Saturno, más que los del Sol, los
que en el fondo describan las esferas donde podemos desarrollar nuestros
mejores talentos, y en el caso de los planetas exteriores, donde estemos más
en sintonía con las corrientes de nuestra época, (ion un contacto Saturno-
Neptuno, el mundo oceánico neptuniano, que es a la vez fuente de vida y
lugar de muerte, debe encarnarse en la vida del nativo.
Erich Neumann ofrece una interpretación psicológica del artista que nos
lleva directamente a las aguas neptunianas. 7 Pone de ejemplo a Leonardo da
Vinci para sugerirnos que, como rasgo inherente a su carácter, el artista está
particularmente relacionado con el arquetipo de la Gran Madre, y por lo
tanto, más sintonizado con la vida del inconsciente colectivo, con todas las
dificultades psicológicas intrínsecas en lo relativo a las fronteras personales y
a la identidad sexual. Según este punto de vista, las heridas sufridas en la
infancia no generan el talento creativo, como tampoco son la «causa» de
problemas psicológicos graves; en lugar de ello, es el hecho de tener una
puerta intrínsecamente abierta a la psique inconsciente lo que incrementa la
probabilidad de heridas en la infancia, y a ninguna persona que tenga un pie
en el dominio de lo arquetípico le resultará fácil escapar de los problemas
psicológicos en su proceso de adaptación al cuerpo físico y a las exigencias de
la realidad cotidiana. En su descripción de Leonardo, Neumann afirma:

Siempre estuvo más cerca de lo infinito que de lo finito, y de una manera


misteriosa y simbólica, vivió en el mito de la Gran Diosa. Para él, la figura del
Padre Espiritual, del gran demiurgo y dios del viento fecundante, permaneció
siempre en un lugar secundario al de la Gran Diosa, quien había escogido al niño
en la cuna y lo había colmado con sus dones, extendiendo las alas de su espíritu
sobre su vida y sobre el mundo. Para Leonardo, el anhelo de volver a ella, su
fuente y su hogar, no era sólo el anhelo de su propia vida, sino de la del mundo
entero.8

Y cita luego al propio Leonardo:

He ahí que la esperanza y el deseo de volver al propio país y de retornar al estado


primario del caos es como el que atrae a la mariposa hacia la luz, y el del hombre
que con un perpetuo anhelo espera con júbilo cada nueva primavera y cada nuevo
verano, y los nuevos meses y los nuevos años, considerando que las cosas que
espera son demasiado lentas en llegar, y no se da cuenta de que lo que anhela es
su propia destrucción. Pero este anhelo es en esencia el espíritu de los elementos,
que encontrándose aprisionado como el alma dentro del cuerpo humano, está
siempre ansioso de retornar a su sendero... ’

Neumann no especifica si su tesis se aplica también a las mujeres artistas.


Tampoco reconoce que en la psique colectiva existan otros arquetipos
Carta 19. Leonardo da Vinci. 25 de abril de 1452, 10.30 p.m. LMT [Local Mean Time,
hora media local], 21.46.00 GMT [Greenwich Mean Time, hora media de Greenwich],
Vinci, Italia (43° 45’ N, 10° 56’ E). Sistema de casas de Plácido. Nodo verdadero.
Fuente: Intemationales Horoskope-Lexikon.

dominantes además del maternal. La equiparación del inconsciente colectivo


con la Gran Madre procede de la obra de Jung, para quien el inconscien te
poseía las características numinosas de una deidad oceánica. Pero la inter-
pretación junguiana de la realidad estaba teñida, como la de todos nosotros,
por aquellos planetas fuertemente aspectados con el Sol natal. Dado que
obtenemos un sentimiento de significado personal en la vida por medio del
Sol, experimentamos los planetas estrechamente vinculados con el Sol en la
carta natal como si estuvieran infundidos de un poder que da vida y confiere
un propósito, y consciente o inconscientemente, estos planetas configuran
nuestra visión de lo divino. Este es el significado más profundo de la palabra
«vocación», que proviene del latín vocare, llamar. Es, en esencia, la llamada
de Dios. En el horóscopo de Jung, el Sol está en cuadratura exacta con
Neptuno.
En muchos casos, el retrato psicológico que hace Neumann del artista es
exacto. Pero se limita a aquellos artistas cuya fuente de inspiración e imágenes
son principalmente las aguas neptunianas. Las generalizaciones no siempre
son útiles, pero es posible que este tipo de visión artística se deje expresar más
fácilmente mediante la música. Leonardo no tenía ningún contacto Sol-
Neptuno ni Saturno-Neptuno; en su carta natal, los planetas que forman
aspecto con el Sol son Júpiter por (sextil), Saturno (oposición) y Plutón
(cuadratura). Y naturalmente Neptuno no está oscurecido en esta carta;
Mercurio está en oposición con él, emplazado en el punto medio entre
Saturno y Neptuno, Marte está en sesquicuadratura con Neptuno, Júpiter en
quincuncio y Venus en trígono, y la Luna y el regente de la carta —Júpiter—
están en Piscis (véase carta 19). En el nivel emocional, Leonardo era
claramente un hijo de Neptuno. Su obra, sin embargo, no nos habla de
redención. Pero la frecuencia de los contactos Sol-Neptuno y Saturno-Nep-
tuno entre los compositores que estaban, tal como dice Neumann, «más cerca
de lo infinito que de lo finito», es sorprendente, como veremos más adelante.
Los otros dos planetas exteriores también destacan en las cartas de los artistas,
pero principalmente en las de los escritores y pintores. Que un escritor, no
menos que un científico, pueda estar más bien impulsado por el espíritu
uraniano que por el neptuniano es algo que demuestran figuras como W. B.
Yeats (Sol en conjunción con Urano), Lewis Carroll (Sol en conjunción con
Urano), Jean Cocteau (Sol en cuadratura con Urano), Katherine Mansfield
(Sol en trígono con Urano) y Charles Dickens (Sol en cuadratura con Urano).
Plutón a su vez puede inspirar a grandes poetas como Goethe (Sol en
cuadratura con Plutón) y Milton (Sol en trígono con Plutón). Las imágenes y
los temas arquetípicos característicos de Plutón son inconfundibles en las
principales creaciones artísticas de estos dos escritores: Fausto y Lucifer.
Algunos artistas, entre ellos Henri Matisse (Sol en cuadratura con Neptuno,
en oposición con Urano y en trígono con Plutón) dan la impresión de que
estuvieran inspirados por los tres planetas exteriores a la vez. Aunque hay
excepciones, como la de Ernest Hemingway (cuyo único aspecto solar es una
cuadratura con Júpiter) y Guy de Maupassant (cuyo único aspecto solar es un
trígono con Saturno), los tres planetas exteriores aparecen una y otra vez en
contacto con el Sol en las cartas de grandes artistas de todas las tendencias.'"
Parece que estos aspectos de los planetas exteriores fueran la fuerza
motriz oculta tras un gran número de artistas cuyas obras ejercen influencia o
despiertan atracción más allá de su propia cultura y de su época. El pre-
dominio de Urano, Neptuno y Plutón en el campo artístico no es sorpren-
dente si entendemos que los planetas exteriores reflejan más bien movi-
mientos amplios en el seno de la psique colectiva que valores individuales
arraigados en la experiencia personal. En este sentido, la tesis de Neumann
queda demostrada: el artista es efectivamente el portavoz de la psique colec-
tiva. Sin embargo, no podemos equiparar la presencia o el nivel del talento
artístico con la actividad de los planetas exteriores en la carta natal. Así como
todos los cuadrados son rectángulos mientras que no todos los rectángulos son
cuadrados, los artistas con aspectos fuertes entre los planetas exteriores y el
Sol pueden poseer una perspectiva universal en lugar de una visión limitada
por su canon cultural; pero no todo el que tiene un fuerte aspecto entre un
planeta exterior y el Sol es un artista. De hecho, la mayoría de personas que lo
tienen no lo son. No estamos nada cerca de comprender la señal astrológica
del talento artístico. Aunque dentro de los círculos astrológicos se han hecho
muchos esfuerzos por identificar dicha señal, que van desde los símbolos
sabianos hasta las cartas del quinto armónico, los resultados obtenidos nunca
me han impresionado. Sigo estando convencida de que el talento artístico, al
igual que la inteligencia, es la misteriosa propiedad que se encarna y se
expresa a través de un medio sometido al tiempo y vinculado con la tierra:
una personalidad y una carta natal individuales. Factores como la herencia, el
ambiente y la elección individual también pueden desempeñar su papel en lo
que se refiere a alimentar o sofocar una predisposición artística. Lo único que
podemos deducir es que, cuando la visión artística está presente junto con la
capacidad de plasmarla en la forma, un Neptuno dominante en la carta natal
puede (especialmente si está relacionado con el Sol o con Saturno) señalar la
perspectiva arquetípica especial que más probabilidades tenga de teñir los
temas de la obra del artista (como lo hace de forma tan evidente Plutón en las
obras de Goethe y Mil ton).
Según la visión de Neumann, el artista «expresa y da forma» 11 al Zeit-
geist [espíritu del tiempo] característico de la época. Puede suceder que se
ajuste a un determinado canon cultural y que sus obras encarnen los valores
conscientes de una sociedad o una clase social determinada. En este caso su
obra se puede considerar importante, y esto será válido no sólo en la época del
artista, sino también en épocas posteriores; pero no es probable que sea
profética ni revolucionaria. O bien el artista, ya sea hombre o mujer, arras-
trado por fuerzas inconscientes tanto personales como colectivas, puede
rebelarse contra el canon cultural, con lo cual dará origen a una visión que se
enfrenta directamente con el orden establecido (religioso, político, artístico o
social) e incluso puede llegar a cambiarlo. Este es en particular el caso cuando
el Sol o Saturno están en contacto con un planeta exterior en la carta natal.
Visto dentro del contexto de su propia época, puede que no se lo considere un
«gran» artista, e incluso que parezca tan subversivo que sus obras sean
prohibidas o quemadas. Pero cuando se contemple su obra desde lo que
Neumann llama «una mayor conciencia», es probable que sea redescubierta
por las generaciones futuras, capaces de volver a evaluar y de reconocer su
importancia. El carácter intemporal de muchas grandes obras de arte
depende, en parte, de este nivel superior de conciencia que va más allá del
canon cultural de la época, y depende también del nivel superior de
conciencia del artista, que encuentra inspiración más bien en el reino arque-
típico que en el temporal.
Evidentemente, Neptuno es el espíritu que anima la obra de muchos
artistas. Leer la poesía o contemplar los cuadros de William Blake, que tenía
al Sol en trígono con Neptuno y a Saturno en cuadratura con él, no es una
mala introducción al dominio misterioso de este planeta, como no lo es
tampoco escuchar la música de Chopin, quien tenía al Sol, Venus y Plutón en
Piscis en cuadratura con Neptuno, y a Saturno en conjunción con este último.
Podemos esperar encontrarnos con temas, sentimientos e imágenes
neptunianos en las obras creativas de artistas en cuya carta natal aparezcan
aspectos como éstos. Neptuno también puede presidir un florecimiento
cultural importante, como parece haber sucedido con el Romanticismo del
siglo XIX. En este caso podemos esperar que Neptuno figure de forma desta-
cada en las cartas de los artistas que iniciaron el movimiento y le dieron
forma, y también que el mundo inefable de Neptuno fuera el foco principal
de la filosofía del arte del Romanticismo, así como de sus creaciones. A partir
de estudios como estos podemos aprender mucho sobre aquellas grandes
corrientes colectivas de carácter neptuniano que, a lo largo de la historia, han
ido configurando nuestra propia vida como individuos.

£1 Romanticismo
La idealización del artista y del arte culminó con el Romanticismo que inundó
toda Europa y Rusia desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX. No es
nada sorprendente que este movimiento llegara a su culminación poco antes
del descubrimiento de Neptuno. Aunque está vinculado de un modo
inextricable con los movimientos políticos nacionalistas y socialistas descritos
en el capítulo anterior, el Romanticismo fue esencialmente una revolución
cultural opuesta al racionalismo, cuyos dogmas fundamentales, tal como los
expresaron los artistas que se identificaban con él, eran sin duda alguna
neptunianos. La visión romántica percibía el mundo como un organismo vivo,
en el cual la naturaleza era el velo y el receptáculo de las misteriosas
operaciones de la deidad. El mundo estaba, pues, rebosante de magia,
presidido por invisibles fuerzas daimónicas a las que sólo era posible
comprender mediante un incondicional abrazo de lo irracional. Mientras que
la visión uraniana del mundo, típica de la Ilustración, valoraba a los seres
humanos por su capacidad para razonar y para transformar la sociedad por
medio del poder del intelecto, lo que la visión neptuniana del Romanticismo
valoraba en ellos eran sus aspiraciones imaginativas y espirituales, su
profundidad emocional y su creatividad artística.
Este tipo de movimientos históricos se pueden vincular generalmente
con el simbolismo de los planetas exteriores, o con combinaciones de los
planetas exteriores entre sí, porque se trata de movimientos que surgen de la
sustancia misma de la psique colectiva y sólo llegan a individualizarse por
mediación de los esfuerzos creativos (y los planetas personales) de artistas.
Cada poeta, pintor, compositor, novelista y dramaturgo del Romanticismo
expresó los temas universales neptunianos de una manera sumamente per-
sonal. Algunos se identificaron casi por completo con sus principios funda-
mentales, mientras que otros intentaron sintetizar ciertos elementos con otros
enfoques artísticos. Goethe, por ejemplo, estaba muy identificado con el
Romanticismo en su juventud: su primera producción fue una obra de teatro,
G'ótz vori Berlichingen, que señaló la entrada del Sturrn und Drangen la literatura
alemana, y escribió después una novela romántica, Los sufrimientos del joven
Werther, que obtuvo del público el mismo tipo de respuesta masiva que recibió
recientemente el estreno cinematográfico de I’arque jurásico. De haber habido en
aquella época algo así como camisetas con la efigie del joven Werther, es
indudable que se habrían vendido muy bien. Pero cuando Goethe llegó a la
madurez, había seguido avanzando, y del Fausto ya no se puede decir que sea
«romántico»; más bien abarca y trasciende todas las categorías artísticas
conocidas. A diferencia de la mayor parte de sus contemporáneos del
movimiento romántico, Goethe no estaba dominado por Neptuno. 12 Aunque
su Luna está en Piscis en sesquicuadra- tura con Neptuno, Plutón es mucho
más poderoso en su carta natal (como planeta regente, emplazado en su
propio signo en la primera casa y en cuadratura con el Sol en Virgo), y la
sobriedad de un Saturno igualmente fuerte (en estrecha conjunción con el
Ascendente, en trígono con la Luna y disponiendo de Marte en Capricornio
en trígono con el Sol) fue disciplinando cada vez más los excesos literarios de
su romanticismo juvenil. Por otra parte, William Blake, con el Sol en
Sagitario en trígono con Neptuno en Leo en la primera casa, y Saturno en
Acuario en oposición con Neptuno, 13 siguió siendo leal durante toda su vida a
la visión romántica, sosteniendo que el objetivo supremo del arte era expresar
lo inexpresable, que la poesía debe ser necesariamente oscura y que «el
mundo de la Imaginación es el mundo de la Eternidad».13
Podemos empezar a entender la relación de Neptuno con el arte no sólo
estudianto la psicología individual del artista, sino también examinando el
capítulo favorito de Neptuno de la historia del arte. Pero primero debemos
situar este capítulo en el contexto histórico apropiado.

La palabra «romanticismo» tiene más de un significado. Por un Lado, se la


puede emplear en un sentido restringido y bastante específico para
referirse a [...] la corriente de fuerzas culturales e intelectuales que
prevaleció después del declive del Siglo de la Razón y que fue en parte
una reacción contra los valores de esa época. [...] Por otro lado, la palabra
«romanticismo» se puede utilizar en un sentido más amplio para designar
cierto carácter o espíritu en el arte que contrasta con el clásico debido a
su libertad frente a formalismos y convenciones, su búsqueda de las
verdades del sentimiento y la imaginación, su interiorización y su
subjetividad.15

La dimensión más fundamental de este «carácter o espíritu en el arte» es


más bien mística que convencionalmente religiosa. Richard Tamas nos la
describe con mucha elocuencia:

A Dios se lo redescubrió en el Romanticismo; no al Dios de la ortodoxia o


el deísmo, sino al del misticismo, el panteísmo y el proceso cósmico
inmanente; no al patriarca monoteísta jurídico, sino a una divinidad más
inefablemente misteriosa, pluralista, omnímoda, de género neutro, o
incluso femenina; no a un creador ausente, sino a una fuerza creativa
numinosa que hay en el interior de la naturaleza y del espíritu
humano.11’

Si Neptuno «rige» alguna esfera artística en particular, seguramente es el


arte del Romanticismo.
Nacido en 1712, Jean-Jacques Rousseau fue el primero de los grandes
románticos. Como era de esperar, Neptuno es poderoso en su carta natal;
emplazado en Tauro en la casa doce, está en estrecha conjunción con la
Luna y en sextil con el Sol. También está en cuadratura con Saturno y con
Júpiter (los tres forman una cuadratura en T), y en semicuadratura con Venus.
Asimismo está en trígono con la conjunción Urano-Plutón en Virgo que —al
igual que la misma conjunción entre estos dos planetas en Virgo que se
produjo en los años sesenta— presidió una transformación total y en
ocasiones violenta del pensamiento colectivo y la conciencia social en las
primeras décadas del siglo XVIII. La conjunción Urano-Plutón de comienzos
del siglo XVIII estaba en trígono con Neptuno en Tauro; la de 1960 estaba en
sextil con Neptuno en Escorpio. En la visión social y metafísica radical de los
hippies del siglo XX resuenan ecos de la filosofía romántica russoniana: el
retorno a la naturaleza y a lo natural, la importancia de la pasión y la
imaginación, y el rechazo de la aridez y el empobrecimiento espiritual de la
industrialización. Este tipo de configuraciones cíclicas de los planetas
exteriores trae como secuela múltiples cambios sociales sincróni
cos. Pero su influencia mayor y más importante se genera muchos años des-
pués, por obra de los nacidos bajo esa configuración con sus planetas perso -
nales estrechamente vinculados con ella, y que tienen en sus manos la tarea
de encarnar la nueva visión. Rousseau, con el Sol y la Luna conectados con la
configuración Urano-Neptuno-Plutón, y con Saturno en cuadratura con
Neptuno, fue uno de ellos (véase carta 20).
A Rousseau se le reconoce generalmente el mérito de haber introducido
el Romanticismo en la historia cultural de Europa, con la publicación en 1761
de La nouvelle Héloíse, la primera «novela romántica». Sin embargo, antes de
soltar su novela sobre un público desprevenido, Rousseau se había
entretenido con el bosquejo de una nueva filosofía de la música. Su principal
oponente era Jean-Philippe Rameau, el gran portavoz francés de la tradición
musical clásica. A mediados del siglo XVIII, en París, al igual que en la mayor
parte de Europa, la música (a excepción de la ópera italiana) era académica,
autoritaria y elitista: proclamaba el esplendor de los reyes y el triunfo del
orden sobre el caos. Rameau, platónico declarado en su creencia de que la
música, las matemáticas y la geometría se originaban en el propio orden
cósmico, insistía en que el propósito de la música no era simplemente
complacer al oído, sino conferir al oyente el conocimiento de la realidad y
proporcionar, mediante el testimonio del oído, una confirmación del orden
racional de la creación.

Cuando pensamos en las relaciones infinitas que las bellas artes tienen entre sí
y con las ciencias, es pura cuestión de lógica concluir que están regidas por el
mismo y único principio. Ese principio es la armonía. 17
Carta 20. Jean-Jacques Rousseau. 28 de junio de 1712, 2.00 a.m. LMT [Local
Mean Time, hora media local], 01.35.00 GMT [Greenwich Mean Time, hora
media de Greenwich], Ginebra, Suiza (46° 12’ N, 6° 9’ E). Sistema de casas de Plá-
cido, Nodo verdadero. Fuente: Intemationdles Horoskopc-Lexikon.

Rousseau no estaba de acuerdo. Sostenía que la música era fundamen-


talmente diferente de las matemáticas, y que los seres humanos no estaban
gobernados por la razón, sino por la pasión. Y según él, aunque la música bien
podía ser la primera de las artes, el principio que la regía no era la armonía,
sino la melodía.

La música puede representar cosas que no podemos oír, mientras que es imposible
que el pintor pinte cosas que no podemos ver; y el gran genio de un arre que
actúa sólo mediante el movimiento consiste en usar el movimiento incluso para
dar la imagen del reposo. La somnolencia, la calma de la noche, la soledad, el
silencio incluso, figuran entre las escenas que puede representar la música. En
ocasiones el sonido produce el efecto del silencio; a veces el silencio produce el
efecto del sonido. [...] El arte del músico consiste en sustituir la imagen invisible
del objeto por la de los movimientos que su presencia provoca en la mente del
espectador. [...] El músico no sólo mueve a voluntad las olas del mar, sino que
atiza las llamas de un fuego, hace fluir los arroyos, caer la lluvia y precipitarse los
torrentes; puede agrandar el horror de un ardiente desierto, ensombrecer los
muros de una mazmorra, o bien calmar una tormenta, suavizar el aire y despejar
el cielo, y hacer, con su orquesta, que una fresca brisa atraviese los bosques.'*

Dicho de otra manera, toda la árida intelectualización sobre el minucioso


orden del cosmos y la supremacía de la razón y del progreso no importa nada.
La realidad es la naturaleza y el corazón humano; el propósito del arte es
conectar a los hombres y las mujeres con las fuerzas transpersonales del
mundo natural, un contacto que han perdido por culpa de la industrialización
de la ciencia, y que sólo se puede alcanzar por mediación de los sentimientos,
cuya expresión se logra en su forma más pura y armoniosa mediante la
melodía. Por más burdos y toscos que puedan haber parecido en un sentido
artístico, podemos ver expresados los mismos sentimientos por los grupos de
rock de los años sesenta.
Las imágenes interiores que Rousseau creía que se podían evocar
mediante la melodía son las de un Edén no estropeado por la corrupción de la
civilización humana. El propio Rousseau era profundamente religioso, pero el
objeto de su adoración era la naturaleza, en particular los paisajes agrestes que
ninguna mano humana ha tocado.19 El paisaje del Edén que él evocaba
demostró ser una fuente de inspiración y de renovación tanto en la pintura
como en la música y en la poesía. Sus teorías musicales prepararon el camino
para las óperas de Gluck y Mozart. La nouvelle Héloise era una obra de
ficción «disfrazada como un hecho para que así sirviera, al igual que la
melodía en la música, como la auténtica voz del sentimiento», 10 transmitiendo
una profunda comprensión de la experiencia humana en toda su inmediatez e
intensidad. Su influencia en la literatura fue enorme y permanente. Las
teorías sociales de Rousseau se abrieron paso en los grandes movimientos
políticos, tanto socialistas como nacionalistas, del siglo siguiente. Su propia
vida también estuvo fuertemente teñida por Neptuno; se identificó con la
figura arquetípica de la víctima redentora, y de acuerdo con ello sufrió a
manos de la sociedad. Para él, Cristo no era el Hijo de
Dios, sino un ser humano como él mismo, un hombre en quien se prefigu-
raban todos los oprimidos del mundo, un hombre bueno y maltratado.
El Romanticismo tuvo sus héroes y sus conquistadores, al igual que el
Clasicismo; pero lo que era nítidamente neptuniano en él fue la figura del
antihéroe, de la víctima, del hombre sufrido como el propio Rousseau. A los
poetas, proclamaba Shelley, un romántico posterior:

[...] desde la cuna, el dolor los introduce en la poesía;


y sufriendo aprenden lo que en su canto enseñan.21

Las ideas de Rousseau se difundieron en Alemania, donde el Romanti-


cismo halló su voz más poderosa, elocuente y controvertida. Uno de los pri-
meros en promulgar la nueva filosofía fue Johann Gottfried von Herder, un
pastor luterano que sostenía que el conocimiento de Dios se podía alcanzar
por mediación de una conciencia de la propia unidad con la totalidad. La carta
natal de Herder muestra a Neptuno en ascenso en Cáncer, en semi-
cuadratura con el Sol y en sextil con Saturno en conjunción con Mercurio. 22
Escribió un libro llamado El origen de las lenguas, en el cual elaboraba la idea
de Rousseau, de que el primer lenguaje humano fue la poesía, la verdadera
voz del corazón. Herder, a su vez, ejerció una poderosa influencia sobre el
joven Goethe. Otro de los primeros románticos arrastrados por la fuerza de
aquella corriente fue el poeta, conmovedoramente neptuniano, Friedrich von
Hardenberg (conocido por el seudónimo de Novalis), «intachable defensor de
un idealismo espiritual».25 En la carta natal de Novalis, el Sol en Tauro en la
segunda casa está en trígono con Neptuno en Virgo en la séptima.24 Como
indica este emplazamiento de Neptuno, su concepción del amor era
enteramente espiritual, y en ella resonaban ecos de los sueños cortesanos y
del Liebestod místico de los trovadores de la Edad Media. La gran pasión de su
vida, Sophie von Kühn, sólo tenía trece años cuando Novalis se comprometió
con ella, y quince cuando murió. En el curso de su corta vida, la búsqueda
filosófica de lo absoluto se convirtió para Novalis en una búsqueda
auténticamente religiosa. Creía que, puesto que se podía alcanzar la eternidad
mediante la imaginación, y la imaginación era el reino de la poesía, lo que de
ello se infería era que el poeta sabía más de la verdad última que el filósofo,
que disciplinaba la imaginación sometiéndola a las leyes de la lógica. El
verdadero hogar del poeta se hallaba en una perdida Edad de Oro, situada a
veces en el futuro, a veces en una tierra distante y extranjera. Novalis definía
el hecho de ser un romántico como «dar un significado superior a lo
ordinario, y la apariencia de infinitud a lo finito».2'
Para él, el mundo de lo visible y el de lo invisible eran uno, y sólo distinguía
la vida de la muerte porque prefería a esta última. Sus Himnos a la noche no
sólo expresan el anhelo romántico de lo infinito, sino una también inequívoca
ansia del olvido: el «sueño que es un soñar eterno». 26 Murió de tisis a los
veintinueve años. Evidentemente, el retorno de Saturno en tránsito a su
emplazamiento natal significó para él que ya era hora de regresar a casa.
La influencia del Romanticismo sobre la música fue extraordinaria. En
sólo un decenio, aproximadamente de 1830 a 1840, se modificó todo el
vocabulario armónico de la composición musical. De repente, los composi-
tores empezaron a usar acordes de séptima, de novena e incluso de undécima,
acordes alterados y semitonos cromáticos por oposición a la armonía diatónica
clásica. Los compositores románticos se deleitaban con combinaciones tonales
poco usuales, acordes sofisticados y disonancias que, si hubiera vivido todavía,
habrían llevado al pobre Rameau a taparse los oídos. El efecto era rico, sensual
y lleno de color, y hacía pensar en el infinito. Esta música, como estaba
íntimamente vinculada con la literatura romántica e inspirada por ella,
expresaba historias de pasiones y anhelos humanos y sobrenaturales, en lugar
de satisfacer las exigencias de Rameau de armonía, precisión y orden. Los
primeros compositores románticos seguían principalmente los pasos de Karl
María von Weber, puesto que tanto él como su música satisfacían la mayoría
de los criterios románticos. Nacido con Nep- tuno en trígono con una
conjunción Saturno-Plutón en la casa sexta, era un hombre tísico y enfermizo
con una deformidad congénita en la cadera, que cojeó durante toda su vida,
tan corta como interesante. Su ópera Der Freischütz [El cazador furtivo],
compuesta en 1820, era diferente de cualquier otra ópera jamás escrita, con su
«misterio y encanto, su evocación del poder del mal, su imagen de la
naturaleza y su colorido, fuerza e imaginación».27 Aunque la música de Weber
no sea hoy tan popular como lo fue inmediatamente después de su muerte, su
influencia en los compositores románticos que le siguieron —Mendelssohn,
Berlioz, Schumann y por último Wagner— fue enorme.
Era inevitable que el Romanticismo alemán, en cuanto fue impregnando
no solamente las artes, sino también las universidades, empezara a infiltrarse
en la política. Desempeñó un importante papel en las revoluciones e
insurrecciones de 1848, y su influencia continuó reverberando mucho más
lejos en el futuro, con resultados incalculables. A eso se debe que en épocas
recientes el Romanticismo alemán haya llegado a tener mala reputación,
porque el nacionalismo romántico que apareció por primera vez a finales del
siglo XVIII y comienzos del XIX como la visión de una Vaterland [«patria»]
espiritualmente unida, encontró su vía de expresión en la música de Wagner
y en la de Richard Strauss, y finalmente en la propaganda de Hitler. Mientras
estaba trabajando en este capítulo, de un modo sincrónico oí hablar de la
celebración de un festival en Londres en homenaje a los románticos
alemanes,28 que incluía no sólo una exposición de pintura, sino también
conferencias y conciertos dedicados a diversos compositores, desde Schumann
a Wagner. Como parte de la publicidad del festival, apareció un breve artículo
en The Times con el título de «Delicada diplomacia para el festival», que
decía:

En Alemania, el Romanticismo es un carbón ardiente político. El movimiento


romántico estaba estrechamente entrelazado con el nacionalismo, y en Alemania,
desde la época nazi, el nacionalismo parece estar «manchado» sin remedio...

El artículo continúa citando a Henry Meyric Hughes, uno de los direc-


tores de la galería Hayward encargado de las aportaciones al festival:

Esta es la primera exposición importante de arte alemán desde que se derribó el


muro [de Berlín], y el tema de que trata es delicado. [...] No tardamos en
descubrir que ninguna institución alemana podía arriesgarse a encargarse de ella.
Se mostraron dispuestos a colaborar, siempre que la iniciativa siguiera siendo
británica.25

No se puede culpar a los poetas y compositores románticos alemanes de


los siglos XVIII y XIX de la espantosa aplicación que dio Hitler a los mitos y las
visiones que ellos invocaron. Del mismo modo se podría culpar al
Romanticismo de los movimientos socialistas y comunistas que también
siguieron sus huellas, desde el momento en que, tal como afirma Toynbee,
podía encaminarse con igual facilidad tanto hacia el arcaísmo como hacia el
futurismo. Pero entonces, ¿a quién se ha de culpar? Neptuno siempre lleva
consigo el siniestro olor de la subversión; y la liberación del anhelo de
redención, sin los límites puestos por el realismo y el discernimiento satur-
ninos, puede abrir las compuertas al Diluvio tanto en el nivel colectivo como
en el individual. Y también podremos entender mejor el poder irresistible de
la promesa de salvación de Hitler si reconocemos que era algo que venía
fermentando desde hacía mucho tiempo en la psique colectiva, resumido en
el sueño romántico de una nación purificada, redimida espiritualmente y
unida por medio de las creaciones artísticas de sus profetas.
En otras partes de Europa, el Romanticismo encontró una extraordinaria
variedad de portavoces artísticos. Francia produjo a Hugo (Sol en sesquicua-
dratura con Neptuno) y a Balzac (Saturno en trígono con Neptuno), junto con
una notable colección de compositores que incluía a Berlioz (Luna en
conjunción con Neptuno) y Massenet (Sol en cuadratura con Neptuno, Luna
en trígono con Neptuno, Neptuno en conjunción con el Ascendente); Rusia
produjo entre otros a Pushkin (Saturno en trígono con Neptuno) y a ese nep-
tuniano puro que fue Tchaikovski (Sol en cuadratura con Neptuno, Saturno
en sextil con Neptuno); y multitud de otros poetas, pintores y compositores
aparecieron en España, Italia, Suiza y las naciones escandinavas. Ningún país
europeo escapó de la irresistible inundación del Romanticismo. Sudamérica se
encendió por obra de las revoluciones románticas, iniciadas por Simón Bolí-
var en Colombia. Sólo en Estados Unidos no hubo una verdadera aparición de
un movimiento romántico, lo cual posiblemente refleje la relativa oscuridad
de Neptuno en la carta natal estadounidense. Como sugiere Cranston:

Estados Unidos era demasiado hijo de la Ilustración, y su cultura estaba con-


figurada demasiado profundamente por el racionalismo y el empirismo del
siglo XVIII como para que el Romanticismo pudiera ser allí apreciado.*

Además, la fuerte tradición puritana de Estados Unidos era enemiga de


los libres vuelos de la imaginación fomentados por un Romanticismo cuyas
raíces se hundían en el misticismo católico de la Edad Media europea. A
Ralph Waldo Emerson se lo podría considerar un escritor romántico en el
sentido europeo, pero incluso él disfrazó cualquier incipiente inclinación
romántica neptuniana con el nombre de «trascendentalismo». Sin embargo, lo
irónico es que, en el siglo XX, Estados Unidos se constituyó en el centro
principal de la más omnipresente de todas las formas de arte romántico; el
cine.
El Romanticismo en Inglaterra fue en todos los sentidos más sobrio que
en Alemania, aunque con frecuencia sus exponentes no lo fuesen. Su origen
se puede remontar al filósofo Edmund Burke (Sol en sesquicuadratura con
Neptuno, Luna en cuadratura con Neptuno), quien, pese a ser un crítico feroz
de la política roussoniana, no dejó de hacerse eco de los ideales románticos de
Rousseau. En su obra A Philosophical Inquiry into the Origins ofour Ideas on
the Sublime and the Beautifiil [Indagación filosófica en los orígenes de
nuestras ideas sobre lo sublime y lo bello] ataca al racionalismo y postula que
lo mayor y más noble que hay en las artes es el infinito. El arte no debe
dirigirse a la razón, sino a la imaginación, ya que por medio de la imaginación
debe llegar a las pasiones; en el arte, la claridad es enemiga del en tu-
siasmo y de la experiencia directa de lo sublime. Luego afirma que la poesía es
superior a la pintura porque puede transmitir mejor la oscuridad y la
ambigüedad. Lo sublime es lo que fascina y deleita. El miedo forma parte del
encanto, que no tiene conexión alguna con la razón ni con las exigencias
morales.
Aquí tenemos a Neptuno sin disfraz. Burke tuvo una enorme influencia
en los poetas que lo siguieron, en particular Blake (Sol en trígono con Nep-
tuno), Coleridge (Saturno en conjunción con Neptuno), Wordsworth
(Saturno en semicuadratura con Neptuno), Shelley (Saturno en oposición con
Neptuno), Keats (Sol en conjunción con Neptuno) y Byron (Luna en
cuadratura con Neptuno, Saturno en trígono con Neptuno). Sin embargo, los
novelistas británicos del siglo XIX se mostraron reacios al Romanticismo, con
la notable excepción de Emily Bronté (Saturno en cuadratura con Neptuno)
cuando escribió Cumbres borrascosas. En su mayoría, los pintores británicos
tampoco confiaron en los resultados incalculables de lo que el poeta
simbolista francés Arthur Rimbaud (Saturno en cuadratura con Neptuno)
describió más adelante como «el sistemático desorden de los sentidos» en la
persecución de lo sublime. El Romanticismo no llegó a florecer plenamente
en Inglaterra hasta después de haber empezado a desintegrarse en el resto de
Europa, y entonces afloró de manera sorprendente durante la era victoria- na,
cuando menos se lo podría haber esperado. Sin embargo, la propia reina
Victoria, con Neptuno en conjunción con Urano, en trígono con Venus y
Marte, y en cuadratura con Saturno en Piscis, era profundamente romántica;31
y no debería sorprender el hecho de que en Inglaterra el Romanticismo
volviera a emerger por último en la arquitectura gótica victoriana, el movi-
miento prerrafaelista iniciado por Dante Gabriel Rossetti (Sol en trígono con
Neptuno, Saturno en oposición con Neptuno), el movimiento de Artes y
Oficios de William Morris (Sol en sextil con Neptuno, Saturno en trígono con
Neptuno) con su correspondiente filosofía política del socialismo romántico, y
finalmente la música de Elgar (Saturno en trígono con Neptuno) y los
compositores románticos ingleses que lo siguieron hasta entrado el siglo XX.

Neptuno y los compositores románticos ingleses

La música romántica inglesa es nacionalista en el sentido místico de una


invisible «inglesidad» esencial del espíritu, pero no es particularmente
política. Se inspira en la música popular y los mitos nacionales, y también en
los primeros compositores del Romanticismo europeo. Cronológicamente,
podemos empezar con sir Edward Elgar, nacido en 1857, a quien durante toda
su vida, y muchos años después, se consideró como la encarnación musical del
imperialismo, debido sobre todo a las marchas, como Pompa y circunstancia
que, sin que él lo deseara, se convertían en éxitos que personificaban la
grandeza del Imperio británico. También los cineastas modernos tienen
mucho que ver en ello, debido al uso habitual de la música de Elgar en
películas que, como Greystoke, presentan a la aristocracia eduardiana
deslizándose con elegancia por sus majestuosos hogares. Pero,
afortunadamente, esta imagen de Elgar va cambiando poco a poco. Ian
Parrott, en su biografía del compositor, cita un retrato anterior que lo
describe como

[...] un soñador neurótico y retraído, solitario e infinitamente triste.


«Encontrarse con el esnobismo, tanto social como artístico, le lastimaba.
[...] En alguna parte [...] algo o alguien lo hirió de forma tan profunda e
irreparable, que sin recuperarse jamás del todo [...] sepultó en su corazón
el secreto de aquella herida, que sólo se dejaba ver en la angustia y la
soledad de ciertos pasajes de su música.»31

En su juventud, Elgar estuvo influido por los compositores románticos


alemanes, en particular Schumann y Mendelssohn, y por Chopin. También
resuenan en su obra, y en la magnitud de las orquestas que utilizaba, ecos de
Brahms, Strauss y Wagner. Pero, igual como a Goethe cien años antes que él,
a Elgar no se lo puede definir exclusivamente como compositor romántico. A
veces se lo considera «posrromántico», con lo cual se quiere decir que vivió y
compuso demasiado tarde para formar parte del período oficialmente asignado
al Romanticismo, pero estuvo inspirado por el mismo espíritu musical. En
realidad, su obra abarca y trasciende todas las categorías artísticas habituales.
Por lo tanto, podemos suponer que, como en el caso de Goethe, su carta natal
no está dominada por Neptuno; sólo el trígono entre Saturno en Piscis y
Neptuno en Cáncer nos proporciona una indicación del mundo oceánico de
los verdaderos románticos.33 Como veremos, sin embargo, los contactos de
Saturno y Neptuno aparecen una y otra vez entre este peculiar grupo de
compositores ingleses.
Después de Elgar, Delius es el más importante (y el más romántico) del
grupo. En su carta natal no hay ningún contacto entre el Sol y Neptuno. 3*1
Pero Piscis está en ascenso, y Neptuno en la primera casa forma un sextil
exacto con la Luna. Saturno en Virgo se opone a Neptuno, que está en el
punto medio entre Venus y Quirón en Piscis; y esta configuración, poderosa y
profundamente melancólica, se expresa de un modo muy intenso en la música
de Delius. Nació en 1862, fue un niño débil y enfermizo, y murió a los setenta
y dos años, ciego y paralizado por los estadios finales de la sífilis que padecía.
Su vida fue muy animada y nada convencional; su visión del mundo era, tal
como él mismo admitía, pagana y panteísta; tenía un temperamento difícil e
intratable, especialmente al final de su vida. Su música es sutil, etérea, está
fuertemente influida por la melancolía de las arcaicas progresiones armónicas
de la música popular y, según algunos críticos, es demasiado nebulosa y carece
de definición formal. Delius rechazaba todas las formas establecidas, y el
enfoque academicista de la música nunca mereció otra cosa que su desdén.

No creo en el aprendizaje de la armonía ni del contrapunto. El


aprendizaje
mata el instinto, Para mí, la música es muy simple. Es la expresión de una
naturaleza poética y emocional.”

Para Delius, lo único que importaba era la «sensación de fluencia».


Schonberg afirma que su música es de un refinamiento exquisito, a menudo
con una oculta tendencia a la tragedia. 36 Sir Thomas Beecham lo describía
como «el mayor apóstol de nuestra época de emoción, sentimiento y belleza
en la música».37 Los títulos de sus diversas obras revelan por sí mismos sus
preocupaciones románticas: Sea Drifi, Walk to the Paradise Garden, Summer Night
on the River, Over the Hills and Far Away [A la deriva en el mar, Paseo al jardín
del paraíso, Una noche de verano en el río, Más allá de las colinas y muy
lejos]. Quizá su obra más intensamente neptuniana sea la ópera A Village
Romeo andJttliet [Un Romeo y Julieta de aldea], en donde el joven héroe y la
heroína prefieren ahogarse a sufrir la separación. Transcribo a continuación la
parte del libreto correspondiente al final de la ópera; no sólo el diálogo, sino
también las indicaciones escénicas, al igual que la música, representan
perfectamente la antigua nostalgia neptuniana. El propio Delius describió la
obra diciendo que expresaba, además del amor romántico, el «misticismo
panteísta», y afirmó que «la música [del final de la ópera] puede sugerir las
profundas aguas que los envuelven».18

Un Romeo y Julieta de aldea

[La luna al elevarse inunda el valle discante con una luz suave... Algo
misterioso ha tocado el jardín con su encanto.]
BARQUERO [a la distancia, mientras se acerca poco a poco]:
¡Hala, hala! En los bosques el viento suspira.
¡Hala, hala! Río abajo se desliza la barca.
¡Ay! Canta bajo, viento, canta bajo.
VRETCHEN: ¡Escucha! He aquí el Jardín del Paraíso. Escucha cómo cantan los
ángeles.
SALI: NO, sólo son los barqueros en el río.
BARQUERO [más cerca]:
A nuestro alrededor dispersos nos rodean
los hogares donde la gente vive hasta
morirse.
Nuestro hogar siempre está cambiando, y
nosotros los viajeros vamos pasando.
Oh, sí, los viajeros vamos pasando.
SALI: ¿Nosotros los viajeros vamos pasando? ¿Iremos por el río a la deriva?
VRETCHEN: ¿Y seguir para siempre a la deriva? Muchos días lo he pensado.
Nunca podremos estar unidos, y sin ti no puedo vivir. ¡Oh, que me dejen
entonces morir contigo!
SALI: Ser feliz un fugaz momento y después morir, ¿no sería acaso la eterna
alegría?
SALÍ y VRETCHEN:
Ved cómo los rayos de luna besan las
praderas, y los bosques y las flores, y el río,
cantando suavemente, se desliza y parece
que nos llame.
Escucha, lejano, el murmullo de la música
cuyos ecos vibrantes despiertan, se agitan,
laten, aumentan y débilmente se
extinguen.
Allí donde los ecos osan llegar,
¿nosotros no hemos de atrevernos a ir?
Mira, nuestro lecho nupcial nos aguarda.
[Van hacia el bote cargado de heno. El VIOLINISTA MISTERIOSO aparece en la
galería de la posada, tocando frenéticamente su violín.]
VRETCHEN: Mira, por delante de nosotros va mi guirnalda. [Se quita el
ramillete del pecho y lo arroja al río. De un salto, SALI sube al bote y lo
desata.] SALI: ¡Y yo arrojo por la borda nuestra vida! [Quita el tapón del
fondo del bote y lo arroja al río; después se deja caer sobre el heno en los
brazos de ella.] BARQUERO [a la distancia]: ¡Eh, que los viajeros vamos
pasando!
Ralph Vaughan Williams era quince años menor que Elgar y diez años
menor que Delius. Vaughan Williams no expresó la dimensión trágica del
romanticismo neptuniano; se las arregló para terminar su Sinfonía número 9
poco antes de su muerte, a los ochenta y seis años. Su familia tenía dinero, y
él no fue víctima de la enfermedad ni de un amor desgraciado. Pero Neptuno
no sólo es poderoso en su carta natal (Sol en oposición con Neptuno, Saturno
en cuadratura con Neptuno), sino que vive también, y goza de buena salud,
en su música. Pese a la fuerza de Neptuno en su carta, Vaughan Williams
nunca pudo identificarse por su temperamento con el Sturm und Drangde la
escuela romántica alemana; quizá su personalidad fuera demasiado
equilibrada y cuerda. Rechazó la tradición del siglo XIX alemán en favor de la
canción folclórica inglesa y de la herencia de la música coral isa- belina. Hizo
«trabajo de campo» para reunir la música popular en el estado más puro en
que se podía encontrar, porque tenía sentimientos intensamente nacionalistas
respecto de la música, y no con fines de propaganda política, sino porque las
melodías antiguas y sencillas y las progresiones de acordes arcaicas le parecían
la encarnación de la esencia del alma inglesa. Pese a tal restricción deliberada
de las fuentes de la inspiración musical, siempre se las arregló para evitar lo
que Schonberg llama «la escuela musical del salón de té». Sus composiciones
no son bonitas —las sinfonías son «obras toscas con una fuerte dosis de
disonancia»—,’5 pero son extrañas, misteriosas, conmovedoras e inquietantes.
«Ningún compositor puede abrigar la esperanza de transmitir un mensaje
universal —afirmó Vaughan Williams—, pero sí es razonable esperar que
tenga un mensaje especial para su propio pueblo.»40 Para él, el artista como
portavoz del colectivo estaba integrado en una apreciación realista de los
límites de una vida y unas capacidades individuales.
A Vaughan Williams lo siguieron Gustav Holst, Roger Quilter, Arnold
Bax, Frank Bridge, John Ireland, Arthur Bliss, Edward Alexander Mac
Dowell, Peter Warlock (seudónimo de Philip Heseltine; su decisión de
utilizar un seudónimo es reveladora), Granville Bantock, Herbert Howells,
William Walton, y finalmente sir Michael Tippet, nacido en 1905. Muchos, si
no la mayoría, de estos compositores no son nada conocidos fuera de
Inglaterra. Y más vale que la cuestión de su grandeza -o de su falta de ella—
la dejemos para el crítico musical y el musicólogo. Lo que los une es su
identificación con la música y la filosofía musical del Romanticismo. Por las
razones que ya he dado, es de esperar que en estas cartas natales haya
contactos entre el Sol y Neptuno y/o Saturno y Neptuno, como en los casos de
Elgar, Delius y Vaughan Williams, Semejante criterio puede parecer burdo y
simplista: ¿qué hay de Neptuno en relación con los otros planetas, en especial
con Mercurio y Venus? ¿Y qué pasa con los puntos medios y los armónicos?
Evidentemente son importantes. Pero en el caso de cualquier persona que se
vincule de un modo consciente con una visión neptuniana del mundo, como
lo fue el Romanticismo, es probable (aunque no forzoso) que el Sol y/o
Saturno, los planetas que definen el yo individual, se encuentren en estrecho
contacto con Neptuno, Por otro lado es una desventaja no contar con los
datos completos del nacimiento; cuando no se conoce el Ascendente, y la
posición de la Luna tiene un abanico de posibilidades de trece grados, es
necesario contar con un criterio simple como éste. Y también es razonable
suponer que, si una persona con aspectos astrológicos natales como Sol-
Neptuno o Saturno-Neptuno tiene talento para la música, lo más probable es
que sus composiciones expresen sentimientos neptunianos tan identificables
como el anhelo místico, la melancolía y la falta de límites -identificables no
solamente por mí, sino por los críticos, biógrafos y musicólogos— a través de
lo que Rousseau se complacía en llamar «el poder de la melodía».
Así pues, una revisión de los compositores románticos ingleses antes
mencionados, basada en los aspectos Sol-Neptuno y Saturno-Neptuno, da el
siguiente resultado: Elgar, como ya hemos visto, tenía a Saturno en trígono
con Neptuno. Delius tenía a Saturno en oposición con Neptuno. Vaug- ham
Williams tenía al Sol en oposición con Neptuno, y a Saturno en cuadratura
con él. Holst tenía al Sol en quincuncio con Neptuno, y a Saturno en
cuadratura con él. Quilter tenía al Sol en oposición con Neptuno, al igual que
Bax. Bridge tenía al Sol en un sextil exacto con Neptuno. Ireland tenía al Sol
en cuadratura con Neptuno. Bliss tenía al Sol en sextil con Neptuno, y a
Saturno en cuadratura con él. MacDowell tenía al Sol en cuadratura con
Neptuno, y a Saturno en oposición con él. Warlock tenía a Saturno en
sesquicuadratura con Neptuno. Bantock tenía al Sol en trígono con Neptuno.
Howells tenía al Sol en sesquicuadratura con Neptuno y a Saturno en trígono
con él. Walton tenía al Sol en cuadratura con Neptuno, y a Saturno en
quincuncio con él. Y Tippett (que aún vive en el momento en que escribo
esto) tiene al Sol en oposición con Neptuno.41
No conozco las probabilidades estadísticas de que cada uno de los indi-
viduos pertenecientes a este grupo de compositores románticos ingleses
muestre en su carta natal aspectos Sol-Neptuno o Saturno Neptuno, o en seis
casos de quince, ambos. No soy Michel Gauquelin ni me interesa «demostrar»
mediante estadísticas el vínculo existente entre Neptuno y la música
romántica inglesa. Simplemente he encontrado lo que esperaba encontrar,
dada la naturaleza de Neptuno y la de la música. Lo más revelador de todo es
la suite Los planetas, de Gustav Holst, en la cual el compositor nos ofrece una
interpretación musical directa del propio Neptuno. Ningún astrólogo
interesado en entender a este planeta debería dejar de escuchar el «Neptuno»
de Holst. Como sabamos su hora exacta de nacimiento, podemos señalar que,
además de tener al Sol en quincuncio con Neptuno y a Saturno en cuadratura
con él, también tenía a la Luna en cuadratura con Neptuno.42 Es probable que
entendiera el simbolismo del planeta no sólo en un nivel intelectual, sino
también en una dimensión emocional profunda.
Tal como sucede en todas las esferas de la actividad artística, definir lo
que es un «gran» compositor es algo sumamente difícil. En el fondo, se trata
de juzgar el consenso general, y este juicio debe basarse en el transcurso de un
tiempo suficiente —para obtener lo que Neumann llama «una mayor
conciencia»— antes de que se pueda confiar en él, incluso con cautela. Sim-
plemente porque a la Radio 3 de la BBC le hayan llovido una gran cantidad de
peticiones de los oyentes tras haber puesto una determinada pieza musical,
eso no significa que el autor sea un gran compositor; simplemente, es popular
esta semana, este mes o esta década. Como ya hemos visto, al transitar por los
signos, Neptuno indica las tendencias de la moda, y tanto la música «culpa»
como la música «ligera» siguen las modas. Elgar se unió al montón de músicos
descartados bajo la fría luz de la época neoclásica, con su rebelión contra el
Romanticismo, particularmente durante el auge modernista del período 1920-
1940, cuando Neptuno en tránsito no formaba ningún aspecto mayor con la
cuadratura Urano-Plutón en tránsito y los críticos ensalzaban las estridentes
disonancias de Stravinski y Bartók. Hasta los años sesenta, en que Urano y
Plutón en tránsito formaron aspectos benignos con Neptuno, tal como lo
habían hecho cuando nació Rousseau, la mayoría de los músicos se habrían
burlado de la simple idea de que Elgar fuera un compositor importante, Y
también está el factor adicional de la importancia social y política de un
compositor para una determinada cultura; en su propia época, a Wagner lo
expulsaron de Alemania, pero fue sumamente popular en los tiempos del
nazismo, porque los líderes lo identificaban con Sigfrido.
También es muy difícil definir el «arte». ¿Por qué a Bob Dylan (Neptuno
en trígono con el Sol, la Luna, Júpiter, Saturno y Urano) se lo ha de considerar
menos artista que a Mendelssohn? Con su música fue el portavoz de Estados
Unidos en la década de 1960 tal como Mendelssohn lo fue de la Inglaterra
victoriana con la suya. El tiempo que dura la popularidad nos dice algo sobre
el atractivo universal de un artista, aunque puede que no indique un talento
mayor que el de otros. La mera habilidad no significa grandeza, ni siquiera
cuando se combina con una popularidad universal; la unión de habilidad, una
popularidad universal y perdurable y un estilo innovador quizás empiece a
aproximarse a lo que buscamos, pero incluso entonces andamos a tropezones,
porque hay artistas cuya obra puede desaparecer de la conciencia histórica sin
más razón que el hecho de que, debido a dificultades de orden económico,
social o político, o a su carácter modesto, no llegaron a ser lo suficientemente
conocidos durante su vida o poco después, y el consenso general sólo puede
favorecer con su voto aquello que conoce. Nuestra definición del arte
depende también de un consenso colectivo que, todavía imbuido del elitismo
prerromántico, tiende a repudiar productos creativos como la música popular
o étnica, al igual que las artes «híbridas» manchadas por el pecado de ser
comerciales (es decir, importantes en la vida cotidiana), como pueden serlo la
música compuesta para el cine y el amplio mundo del diseño escénicos, de
interiores, de muebles y de ropa.43
Neptuno no destaca solamente en las cartas de los compositores román-
ticos, sino también en las de la mayoría de aquellos a quienes se considera
grandes compositores. Y esto no ha de sorprender, ya que de todos los medios
de expresión artística, la música es el que está más cerca del mundo fluido de
Neptuno. La música romántica podría encarnar las expresiones más obvias del
sentimiento neptuniano porque es la más melodiosa y la que está menos
limitada por estructuras formales. Pero la música en sí es esencialmente
neptuniana. A diferencia de la pintura, la escultura, la poesía o la novela, la
música es el medio artístico por excelencia de la participation mys- tique. Quizás
el teatro la siga muy de cerca. Pero el teatro exige la respuesta del intelecto
tanto como la de las emociones; no se puede escuchar una obra teatral cuando
no se entiende el diálogo. Sin embargo, sí que se puede reaccionar de un
modo muy intenso a la música —incluso a la ópera— sin que sea necesario
entender sus dimensiones intelectuales y estructurales, porque habla
directamente al corazón y al alma. Su inmediatez y su fugacidad emocionales
sólo explican en parte el porqué del efecto que ejerce. Los líderes religiosos y
políticos se han valido desde tiempo inmemorial de la música para convocar a
la gente y encaminarla en una determinada dirección emocional, que tanto
puede llevarlos hacia lo sublime como a comportamientos cruelmente
destructivos. La solemnidad de un himno y la metálica pirotecnia de una
buena marcha son dos ejemplos bien obvios. La omnipresencia del «himno
nacional» da testimonio de la importancia que tiene la música en el
establecimiento de un vínculo que, para bien o para mal, liga y unifica a una
nación.
¿Por qué el Concierto para violoncelo de Elgar hace que nos sintamos
melancólicos, mientras que la primera aria de Papageno de La flauta mágica nos
eleva el espíritu? ¿Por qué los diferentes ritmos provocan reacciones distintas,
tanto emocionales como físicas? Quizás el ritmo, incluso más que la melodía,
sea la dimensión más básica del poder mágico de la música, ya que mientras
estamos en el útero materno compartimos el ritmo del latido del corazón de
nuestra madre. El cuerpo funciona de acuerdo con el ritmo primario del
corazón, tal como los ciclos de las estaciones funcionan de acuerdo con el
ritmo primario de la revolución de la Tierra alrededor del Sol, y también los
cuerpos celestes se mueven siguiendo pautas rítmicas. Aquí entramos en el
cosmos mítico de Pítágoras, en donde la música, que se inicia como número y
se manifiesta como ritmo y armonía, es el atributo esencial del Uno. Aunque a
los compositores románticos les interesaba más la experiencia emocional
directa que ninguna teoría intelectual del cosmos, la música siempre estuvo
estrechamente vinculada con la astrología en el mundo antiguo, porque a
ambas se las veía como dos aspectos del mismo principio. La música fue
también una dimensión fundamental del arte de la medicina en los grandes
santuarios de curación del mundo grecorromano, en donde Apolo, el señor de
la música, y su hijo Asclepio simbolizaban el poder de la «simpatía» cósmica
para curar el sufrimiento del alma.

De alguna manera, en lugar de hablarnos de la alegría, la sinfonía de


Mozart crea alegría. La música es un ámbito de alegría. ¿Cómo es posible
tal cosa? Los griegos sabían la respuesta: la música y el alma humana son
dos aspectos de lo eterno. La una estimula poderosamente a la otra, y casi
con precisión científica, se podría decir que es gracias al especial
parentesco de las dos. De una velada en la ópera, si la música estuvo
bellamente interpretada, decimos que fue sublime, una experiencia
trascendente. Estas palabras se han convertido en vacías figuras del
lenguaje, pero surgen de la necesidad humana, profundamente arraigada,
de sentir una conexión con lo Absoluto, de trascender el mundo
fenoménico.44

Si la música nos conmueve de un modo tan profundo, es porque contacta


con lo que hay en nuestro interior que anhela fundirse con la fuente,
esquivando el intelecto, que separa, y uniéndonos en la visión compartida de
la inocencia perdida y del verdadero hogar del alma. En este sentido,
Rousseau tenía razón, y la música es el arte supremo, siempre y cuando se
evalúe el arte exclusivamente según los valores neptunianos. Puede que llegar
al Jardín del Paraíso no sea el único sueño de los seres humanos, pero es el
sueño que Neptuno alimenta dentro de nosotros. También es posible que el
jazz, más aún que la música romántica, sea la música más cercana al corazón
de Neptuno, porque lleva implícito todo esto y mucho más. El músico de jazz
improvisa, moviéndose espontáneamente con el fluir de la música y con el
conjunto con el que está tocando, sin otra limitación que las más tenues
estructuras de acordes y ritmos. Es probable que antes de que aprendiéramos
a escribir, incluso antes de que hubiéramos inventado el lenguaje, nos
sentáramos alrededor del fuego del campamento, dando golpes con los pies,
golpeando huesos contra las piedras y ululando al unísono.
Algunos compositores, románticos o no, coinciden con nuestra imagen
del genio trágico neptuniano, como bien lo ejemplifica el triste trío formado
por Mozart, Schubert y Schumann. Los tres murieron jóvenes, a los tres les
tocó, de una manera u otra, sufrir o ser víctimas, y todos tenían al Sol y la
Luna en aspectos mayores con Neptuno. Mozart y Schumann tenían fuertes
contactos Saturno-Neptuno. Cabe preguntarse si una vida trágica y una
muerte prematura, al igual que una visión musical neptuniana, no serán, pues,
la expresión inevitable de un Neptuno dominante. Otros compositores, como
Vaughan Williams, nos enseñan que no necesariamente; Neptuno puede
expresarse en la música sin tener por ello que enloquecer en la vida. Sin
embargo, los ejemplos musicales de la víctima redentora neptuniana son
terriblemente frecuentes. Uno de los más tristes fue Alexander Scriabin (Sol y
Saturno en cuadratura con Neptuno), quien al parecer se identificó casi
completamente con el mito neptuniano. De joven, su amor por Chopin era
tan grande que dormía con un volumen de sus composiciones debajo de la
almohada. Al ir madurando, sus ideas musicales se volvieron más oscuras y
místicas; leía a Nietzsche (Sol en trígono con Neptuno, Saturno en cuadratura
con Neptuno), devoraba los escritos de los teósofos, y empezó a considerar la
música como un ritual místico. A medida que sus composiciones se iban
volviendo cada vez más raras, lo mismo sucedió con él. Empezó a lavarse
compulsivamente las manos, y se ponía guantes cuando tenía que tocar
dinero. Narcisista en un grado extraordinario, se pasaba horas y horas
mirándose al espejo en busca de arrugas en la cara y signos de calvicie. Llegó a
ser sumamente hipocondríaco, y abusaba de ese talismán favorito de Neptuno
que es el alcohol. Además, dejó constancia en una serie de cuadernos de su
visión sin diluir del mundo neptuniano:

Algo empezó a resplandecer y a latir, y ese algo era uno. Brillaba con un
resplandor trémulo, pero era uno. [...] Ese uno\o era todo, sin nada que se
le opusiera. Era la totalidad. Yo soy la totalidad. Eso tenía la posibilidad
de ser cualquier cosa, y todavía no era el Caos (el umbral de la
conciencia). Toda la historia y todo el futuro están eternamente en él.
Todos los elementos están mezclados, pero todo lo que puede ser está
ahí.45
Finalmente, Scriabin se convenció de que estaba sumergido en el ritmo
del universo, y empezó a identificarse con Dios. Acosado constantemente por
problemas de dinero, planeaba una gran obra musical, el Mysteríum, una «obra
sumamente trastornadora porque debía sintetizar todas las artes y hablar a
todos los sentidos, una obra extravagante, fantástica y multimedia de sonido,
vista, olfato, tacto, danza, decorado, orquesta, piano, cantantes, luz,
esculturas, colores, visiones».4*3 El Mysteríum abarcaba el fin del mundo y la
creación de una nueva raza de seres humanos, y habría de establecer la
grandeza de Scriabin a los ojos del público. El compositor se declaraba
inmortal, el verdadero Mesías, y deseaba que el Mysteríum se interpretara en
un templo semiesférico en la India. Pero antes de que hubiera tenido tiempo
de escribir la obra, murió de un envenenamiento de la sangre, como resultado
de un carbunco en el labio, a los cuarenta y tres años.
Ciertos compositores, como Debussy, que no tenían al Sol ni a la Luna ni
a Saturno en aspecto con Neptuno, no encajan tampoco en nuestra fantasía de
la vida desdichada del artista. Y hay otros con un Neptuno dominante, como
Vaughan Williams, que llevaron una vida relativamente estable, pero
expresaron a Neptuno por mediación de su género musical. La cuestión de si
lo que describe Neptuno es la música o la pauta de la vida es un tema
fascinante. Tal vez esto dependa en última instancia de si la persona expresa a
Neptuno o se ve abrumada por él; o, dicho de otra manera, de si uno es capaz
de traducir lo inefable a su propio lenguaje, arraigado en su experiencia y sus
valores personales (como lo hizo Vaughan Williams) o si se identifica tan
estrechamente con el arquetipo, y no quiere o no puede soportar la vivencia
de un yo independiente, que se ve «condenado» a protagonizar la tragedia
arquetípica de la víctima redentora (como le pasó a Scriabin). Pero, ya sea que
su vida fuera trágica o serena, en las cartas de grandes compositores aparece
un porcentaje extraordinariamente alto de aspectos fuertes Sol-Neptuno,
Luna-Neptuno y, una vez más, Saturno- Neptuno. La mayor parte de los
compositores enumerados a continuación tienen por lo menos uno de estos
contactos, y en ocasiones, los tres. 47 Esta lista es evidentemente incompleta, y
tal vez el lector se pregunte por qué en ella falta su compositor favorito. Pero
incluso sin ellos, la preponderancia abrumadora de contactos de Neptuno con
los luminares y con Saturno, al igual que con el Ascendente, es algo que habla
por sí solo.

Albéniz: sin contactos Sol-Neptuno, Luna-Neptuno ni Saturno-Neptuno;


Bach: Saturno en oposición con Neptuno, Luna en conjunción con Neptu-
no (y Venus, Mercurio y Neptuno en conjunción en Piscis en la casa 12);
Barben Sol en trígono con Neptuno, Saturno en cuadratura con Neptuno,
Luna en sesquicuadratura con Neptuno;
Bartók: Luna en cuadratura con Neptuno;
Beethoven: Luna en cuadratura con Neptuno;
Bellini; Sol en conjunción con Neptuno;
Berlioz: Luna en conjunción con Neptuno;
Boccherini: Sol en trígono con Neptuno, Luna en oposición con Neptuno;
Boulez: Sol en sesquicuadratura con Neptuno, Saturno en cuadratura con
Neptuno;
Brahms: Saturno en trígono con Neptuno;
Britten: Sol en trígono con Neptuno, Neptuno en conjunción con el
Ascendente;
Bmckner: Sol en trígono con Neptuno, Saturno en quincuncio con Neptuno;
Charpentier: Sol en cuadratura con Neptuno;
Coates: Sol en cuadratura con Neptuno;
Copland: Saturno en oposición con Neptuno, Luna en sextil con Neptuno;
Coward: Sol en oposición con Neptuno, Saturno en oposición con Neptuno;
Delibes: Saturno en cuadratura con Neptuno, Luna en cuadratura con
Neptuno;
Donizetti: Saturno en trígono con Neptuno;
Dukas: Sol en oposición con Neptuno, Luna en sextil con Neptuno;
Dvorak: Sol en quincuncio con Neptuno, Luna en sextil con Neptuno;
Falla: Sol en quincuncio con Neptuno, Saturno en sextil con Neptuno;
Fauré: Sol en cuadratura con Neptuno, Saturno en conjunción con Neptuno;
Fenby: Saturno en trígono con Neptuno, Luna en cuadratura con Neptuno;
Franck: Saturno en trígono con Neptuno;
Gershwin: Sol en cuadratura con Neptuno, Luna en trígono con Neptuno;
Glinka: Saturno en sextil con Neptuno;
Gluclc Sol en sextil con Neptuno, Saturno en trígono con Neptuno, Luna en
sextil con Neptuno;
Gounod: Sol en oposición con Neptuno;
Goossens: Sol en conjunción con Neptuno, Saturno en trígono con Neptuno;
Grieg: Sol en trígono con Neptuno;
Haendel: Sol en conjunción con Neptuno (en Piscis en la casa doce), Luna en
trígono con Neptuno;
Haydn: Sol en sextil con Neptuno, Neptuno en oposición con el Ascendente;
Henze: Saturno en cuadratura con Neptuno;
Hindemith; sin contactos Sol-Neptuno, Luna-Neptuno ni Saturno-Nep- tuno;
J anace le Sol en trígono con Neptuno, Saturno en cuadratura con Neptuno;
Lalo: Saturno en trígono con Neptuno;
Liszt: sin contactos Sol-Neptuno, Luna-Neptuno ni Saturno-Neptuno (pero
Neptuno en conjunción con el Ascendente);
Mahler: sin contactos Sol-Neptuno, Luna-Neptuno ni Saturno-Neptuno (pero
Ascendente Piscis con Neptuno en la casa uno);
Massenet: Sol en cuadratura con Neptuno, Luna en trígono con Neptuno (y
Neptuno en conjunción con el Ascendente);
Messiaen: Sol en quincuncio con Neptuno, Luna en conjunción con Neptuno;
Meyerbeer: Saturno en oposición con Neptuno;
Mussorgski: Saturno en sextil con Neptuno, Luna en sesquicuadratura con
Neptuno;
Nielsen; sin contactos Sol-Neptuno ni Saturno-Neptuno;
OfFenbach: Sol en oposición con Neptuno, Saturno en cuadratura con
Neptuno, Luna en quincuncio con Neptuno;
Orff: Sol en quincuncio con Neptuno, Saturno en sesquicuadratura con
Neptuno, Luna en trígono con Neptuno;
Paganini: Luna en cuadratura con Neptuno;
Poulenc: Saturno en oposición con Neptuno;
Prokoviev: Saturno en cuadratura con Neptuno;
Puccini: Sol en cuadratura con Neptuno, Luna en trígono con Neptuno;
Rachmaninoff: Saturno en cuadratura con Neptuno;
Rameau: Saturno en oposición con Neptuno, Luna en cuadratura con Nep-
tuno, Neptuno en oposición con el Ascendente;
Ravel: sin contactos Sol-Neptuno ni Saturno-Neptuno (pero Neptuno en
conjunción con el Ascendente, y el Sol, la Luna y Mercurio en Piscis);
Respighi: Sol en sextil con Neptuno;
Rimsky-Korsakov: sin contactos Sol-Neptuno, Luna-Neptuno ni Saturno-
Neptuno (pero el Sol, la Luna, Mercurio y Júpiter en Piscis);
Rossini: sin contactos Sol-Neptuno ni Saturno-Neptuno;
Saint-Saéns: Saturno en cuadratura con Neptuno;
Satie: Luna en cuadratura con Neptuno;
Scarlatti: Sol en trígono con Neptuno;
Schonberg: Saturno en cuadratura con Neptuno;
Shostakovich; Saturno en trígono con Neptuno;
Sibelius: Sol en trígono con Neptuno, Saturno en quincuncio con Neptuno;
Stockhausen: Sol en conjunción exacta con Neptuno;
Strauss (Johann, padre): Luna en cuadratura con Neptuno;
Strauss (Johann, hijo): Sol (en Piscis) en trígono con Neptuno, Saturno en
sextil con Neptuno;
Strauss (Richard): Luna en quincuncio con Neptuno, Saturno en oposición
con Neptuno; •
Stravinski: Saturno en conjunción con Neptuno, Luna en sextil con Neptuno;
Tchaikovski: Sol en cuadratura con Neptuno, Saturno en sextil con Neptuno;
Verdi: Sol en sextil con Neptuno (y Neptuno en conjunción con el Ascen-
dente);
Villa-Lobos: sin contactos Sol-Neptuno ni Saturno-Neptuno (pero Neptuno
en conjunción con el Ascendente);
Vivaldi; sin contactos Sol-Neptuno ni Saturno-Neptuno;
Wagner: Luna en sextil con Neptuno;
Wolf: Sol en conjunción con Neptuno,
Historia de un caso: Robert Schumann

En el momento del nacimiento de Schumann 48 se estaba produciendo una de


las grandes configuraciones cíclicas de los planetas exteriores, y no era
precisamente feliz, (Véase carta 21.) Neptuno, en tránsito por Sagitario, estaba
en conjunción con Saturno, y ambos estaban en cuadratura con Plutón en
Piscis. Conocemos de primera mano algo de lo que significa Neptuno en
Sagitario, porque transitó por este signo en los años setenta y comienzos de
los ochenta, coincidiendo con un floreciente espíritu de optimismo y de
expansión espiritual y económica. Pero en este último tránsito, Saturno no
formó conjunción con Neptuno hasta que ambos llegaron a Capricornio; ni
tampoco Plutón estaba en cuadratura con él. La configuración que presidió el
nacimiento de Schumann sugiere pensar en una época de inquietud, durante
la cual las aspiraciones de tipo expansionista y casi religioso -que señalaron los
comienzos del nacionalismo romántico— chocaban con una poderosa
compulsión del colectivo a destruir todas las estructuras y sistemas existentes.
Un sombrío sentimiento de fatalismo y de tiranía se enfrentaba a un vago
optimismo sobre un futuro glorioso, y la áspera realidad del mundo, indicada
por la participación de Saturno en la cuadratura Neptuno-Plutón, demostró la
imposibilidad de mantener los ideales románticos frente a la destructividad
humana. En 1810, Napoleón asolaba Europa, adueñándose de grandes trozos
de los estados alemanes en su empeño por lograr un imperio unido. Como
consecuencia de ello, Alemania se vio barrida por una violenta ola de
sentimiento patriótico antiimperial, avivada por el florecimiento de su propio
nacionalismo romántico. En medio de este campo de batalla nació Schumann,
con el Sol en Géminis en oposición con Neptuno y Saturno y en cuadratura
con Plutón. Marte también estaba en Géminis, en conjunción con el Sol, en
oposición con Saturno y en cuadratura con Plutón. Aunque de carácter
esencialmente refinado, reflexivo y concienzudo (Sol en Géminis, Luna en
Virgo, Ascendente Capricornio), Schumann estaba por naturaleza, y a pesar
de sí mismo, abierto a las furiosas corrientes subterráneas del colectivo que se
movían en aquel momento en el mundo que lo rodeaba.
Con él la música romántica llegó a su pleno florecimiento. Fue el primero
de los compositores que se mostró totalmente anticlásico, y su música
prescindía casi por completo de las viejas formas. Más que ningún otro
compositor —incluso más que Chopin, cuyas formas musicales también fue-
ron en buena medida antíclásicas (y que nació bajo la misma configuración
Saturno-Neptuno-Plutón)—, fue Schumann quien estableció una estética
musical que se acercaba al impresionismo.
Estado anímico, color, sugestión, alusión... Todos estos elementos eran
importantes para Schumann, mucho más que componer fugas, sonatas o
rondós correctos. Invariablemente, su música tiene un giro caprichoso e
inesperado, una textura y una emoción caleidoscópicas, una intensidad de
expresión personal que sólo se puede medir en unidades astronómicas.
Naturalmente, todos los pedantes y académicos de Europa se apresuraron
a erigir a Schumann en cabeza de turco. Para ellos, sus obras eran el final
de la música, un signo de la degeneración de los tiempos. Su música les
parecía extraña, ámorfa, anárquica, algo salido del vacío.11

Schumann no sólo era romántico en su música, sino también en su


temperamento y en su manera de vivir. Era amable, introspectivo, idealista, y
se identificaba por completo con la literatura romántica de la época. Su padre,
que sentía una auténtica devoción por los escritores románticos
Carta 21. Robert Schumann, Nacido el 8 de junio de 1810, 9.10 p.m,, LMT
[Local Mean Time, hora media Local], 20.20.04 GMT [Greenwich Mean
Time, hora media de Greenwich], Zwickau, Alemania (50° 44’ N, 12° 29’ E).
Sistema de casas de Plácido. Nodo verdadero. Fuente; Fowler’s Compendium
ofNativities.

ingleses, era librero y editor de profesión. Rodeado de las novelas de sir


Walter Scott y de la poesía de Byron, a lo largo de su juventud el muchacho
respiró una atmósfera literaria totalmente neptuniana. El lado más oscuro de
Neptuno también ejercía su influencia en la trama psíquica de la familia. El
padre padecía lo que se llamaba entonces un «trastorno nervioso», y en sus
últimos años fue cualquier cosa menos estable. Su hermana Emilia, que sufría
de una deficiencia mental y física, terminó por suicidarse. Ya de joven,
Schumann temía que él también acabaría volviéndose loco, y esa obsesión lo
persiguió durante toda su vida.
En su juventud fue un devoto admirador de la obra de E. T. A. Hoff-
mann, a cuyos cuentos surrealistas puso música posteriormente el compositor
francés Offenbach. Hoffinann nació con la Luna en Piscis y un gran trígono
entre una conjunción Plutón-Sol-Mercurio en el Medio Cielo, Neptuno en la
quinta casa y Urano en la doce,” El carácter fantástico de la obra de Hoff-
mann influyó en la música de Schumann durante el resto de su vida. También
idolatraba las obras del escritor romántico Jean-Paul (Richter), quien había
declarado que sólo la música podría abrir las últimas puertas hacia el Infinito.
Pese a la evidente dedicación de Schumann a la música y la literatura, su
madre le insistió en que recibiera la imprescindible educación clásica (su
padre había muerto cuando el muchacho tenía dieciséis años), y él, que nunca
había sido bueno para defenderse cuando se veía sometido a presión, se puso
obedientemente a estudiar derecho cuando tenía veintiún años. Sin embargo,
Neptuno se lo había reservado para sí desde su nacimiento.

Si hubo alguna vez un compositor que estuviera predestinado a la música,


fue Roben Schumann. Había algo de tragedia griega en la forma en que la
música se introdujo en su cuna, se adueñó de él, lo nutrió y finalmente lo
destruyó. Desde el comienzo mismo, sus emociones fueron
excesivamente, tensas, de un modo anormal. Su mente era un delicado
sismógrafo sobre el cual la música registraba violentos impactos. [...] Él
mismo describió una vez cómo, de niño, se deslizó a hurtadillas al piano,
de noche, a tocar series de acordes, sin dejar de llorar amargamente todo
el tiempo. [...] Cuando se enteró de la muerte de Schubert, se pasó toda la
noche llorando.51

En la universidad, su práctica musical subrepticia le llevaba más tiempo


que los estudios jurídicos a los que se suponía que se dedicaba. Al mismo
tiempo, se estropeó un dedo con un artilugio destinado a fortalecer los dedos,
con lo que se arruinaron sus posibilidades como intérprete; así fue como la
composición se convirtió en una necesidad, puesto que era la única
canalización posible para sus dotes musicales. En 1831 aparecieron publicadas
sus primeras composiciones. Durante este período, Saturno en tránsito por
Virgo se puso en oposición con su Plutón natal, en cuadratura con su Neptuno
y su Saturno y también en cuadratura con su Sol y su Marte. Lejos de llorar la
muerte de la carrera profesional de un pianista en potencia, Schumann vio
cómo el mundo entero se abría ante él;

En las noches de insomnio tomo conciencia de una misión que se alza


ante mi como una cima distante. [...] La primavera misma está en el
umbral de mi puerta, mirándome; es un niño con ojos de color azul
celeste.51
Se podría sugerir que, mientras Saturno en tránsito formaba una gran
cruz con su cuadratura en T natal, su poder de encarnación orientaba la
dirección de la vida de Schumann hacia la creación.
Durante el primer período de su formación musical, Schumann se hizo
alumno de Wieck, el gran maestro de piano cuya hija Clara, por entonces una
niña, se convirtió más adelante en su mujer. Se casaron en 1840, exactamente
después de que Saturno en tránsito hubiera vuelto a su emplazamiento natal,
y de que Urano en tránsito formara una conjunción con su Plutón y activara
su cuadratura en T natal. También Clara era artista, y una de las mejores
pianistas de su tiempo; y fue en buena parte la responsable de que las
composiciones de su marido se llegaran a conocer en todo el mundo. Una de
las configuraciones más afortunadas de la carta natal de Schumann es el gran
trígono de agua formado por Venus en Cáncer en la casa siete, Urano y
Plutón. Es posible que esta configuración indique algo de su experiencia del
amor y el matrimonio. Su mujer no sólo era esposa y madre, sino también una
amiga, colega, musa y representante. Schonberg dice que este era un
matrimonio idílico, la unión de dos mentes extraordinarias. Clara estabilizó la
vida de Robert, y él inspiró la de ella. 53 Hicieron juntos varias giras de
conciertos, y ella demostró que tenía una influencia inapreciable en el trabajo
de su marido. Con un verdadero espíritu gemi- niano, Schumann también
participó activamente en la vida musical de su época, fundando y dirigiendo
un periódico musical e introduciendo a otro de sus compañeros románticos
neptunianos, Frederick Chopin, en el iluminado círculo del reconocimiento
público.
Como compositor, Schumann fue ampliamente reconocido durante su
vida, y ejerció una gran influencia con su autoridad como crítico. Sin
embargo, era un alma atormentada. A lo largo de toda su vida adulta, lo
carcomió el miedo obsesivo a la locura, debido en parte a la herencia familiar
y en parte a sus propios conflictos internos. El miedo a la locura no es raro
cuando se tiene un contacto Saturno-Neptuno (sin que importen demasiado
los problemas adicionales de la cuadratura de Plutón); yo he tropezado con él
en diversos grados en muchos clientes nacidos bajo la conjunción Saturno-
Neptuno de 1952-1953 (cuando Urano también estaba en cuadratura con
ambos). Ese tipo de miedo puede verse reforzado en una carta que indique un
énfasis consciente en la racionalidad y el autodominio, como de hecho sucede
con la combinación Sol en Géminis, Luna en Virgo y Ascendente Capricornio
de la carta de Schumann. La resonancia, débil pero omnipresente, de las aguas
neptunianas que lamen las murallas protectoras del yo, constituidas por las
defensas de Saturno, puede provocar un gran terror de las aguas profundas, ya
sean éstas internas o externas. Es un miedo del propio caos interior y del
anhelo del olvido. Schumann identificó al enemigo subversivo como algo
interno, y lo atribuyó a la historia de inestabilidad de su familia. En realidad,
podría haber estado igualmente justificado que lo hubiera proyectado al
exterior, puesto que en la época en que él llegó a la madurez, toda Europa
comenzaba a desintegrarse. Schumann, que vivió durante las grandes
erupciones de 1848 que siguieron al descubrimiento de Neptuno, fue al
parecer uno de esos «chivos expiatorios» psicológicos que R. D. Laing tendía a
idealizar y que son un frágil receptáculo para contener la locura del mundo
que los rodea. Si el artista es el portavoz de las visiones y aspiraciones del
colectivo, igualmente puede serlo de la psicosis colectiva. El propio
Schumann dijo:

A mí me afecta todo lo que pasa en el mundo: la política, la literatura, la


gente... Pienso sobre todo ello a mi manera, y después necesito expresar
musicalmente mis sentimientos. Por eso mis composiciones son a veces
difíciles de entender, porque están conectadas con intereses distantes; y a
veces no son muy ortodoxas, porque a mí cualquier cosa me impresiona y
me empuja a expresarla en forma de música.54

Al afirmar esto, Schumann expresaba lo que era un artículo de fe del


Romanticismo, haciéndose eco de Novalis, para quien «el alma del individuo
debe ser una con el alma del mundo». El problema está en que, de cuando en
cuando, también el alma del mundo puede enloquecer.
En algún momento, hacia 1851, Schumann empezó a perder el control de
sí. Tenía alucinaciones y oía armonías celestiales. Una noche se imaginó que
los espíritus de Schubert y Mendelssohn le habían traído un tema, y de un
salto se levantó de la cama para escribirlo. Como William Blake, tenía
visiones. Pero a diferencia de Blake, no podía vivir con ellas. A medida que
poco a poco fue desequilibrándose mentalmente, se refugió en su propio
mundo. En su interior, oía sin cesar la nota musical la, que no le dejaba hablar
ni pensar. Siempre callado e introvertido, hablaba cada vez menos. Afirmaba
que los ángeles le dictaban su música, mientras que los demonios, en forma de
tigres y hienas, lo amenazaban con el infierno. En 1854 intentó suicidarse (y
no era la primera vez) arrojándose desde un puente al Rin, A petición suya, lo
encerraron en un manicomio, donde murió dos años después, a la edad de
cuarenta y seis años. Durante esos tristes últimos años de su vida, mientras las
aguas inundaban la tierra, Neptuno en tránsito en Piscis se puso en
conjunción con su Plutón natal, en cuadratura con su propió emplazamiento
natal y después en cuadratura con su Saturno, su Sol y su Marte natales. El
genio musical que se encarnó cuando Saturno en tránsito activó su cuadratura
en T natal, y empezó a ser más ampliamente reconocido por el mundo cuando
Urano en tránsito contactó con esta misma configuración poniéndose en
conjunción con su Plutón natal, se acabó cuando Neptuno en tránsito llegó
allí y lo llamó finalmente de vuelta a casa.
La cuestión de si, para crear una gran obra, un artista debe sufrir de forma
tan drástica como Schumann, es probable que no tenga respuesta. Pero aquí lo
equivocado es la pregunta, aunque se formule constantemente en relación
con seres tan dotados como atormentados, y que además mueren jóvenes.
Schumann se identificó casi por completo con el ámbito arquetípico de donde
sacaba inpiración; sólo nominalmente vivía en el mundo físico, a pesar de
haber engendrado ocho hijos y del éxito cada vez mayor de su carrera.
Neptuno lo tenía acosado, y el abismo de las aguas se abría perpetuamente
bajo sus pies; ni siquiera la música podía liberarlo de sus sufrimientos. Al igual
que Novalis, era un enamorado del olvido, por más que, a diferencia de él, no
lo expresara con la misma sinceridad. Si hubiera vivido en nuestra época y se
hubiera sometido a un psicoanálisis a fondo, ¿habría seguido componiendo?
Probablemente. La terapia no cura a una persona de aquello que es su ser
esencial; en el mejor de los casos, le proporciona una conciencia más amplia e
integrada que le permite entender y afrontar mejor los conflictos que son
parte fundamental de su naturaleza. Pero la naturaleza de Schumann estaba
inextricablemente ligada a las corrientes colectivas del mundo en el que vivía,
debido a los poderosos aspectos de Neptuno y Plutón con su Sol y su Saturno
natales (y a la cuadratura entre Neptuno y la Luna). El tormento que sufría no
se puede atribuir exclusivamente a Neptuno; las cuadraturas de Plutón con el
Sol, Marte, Neptuno y Saturno indican una naturaleza proclive a la obsesión y
aterrorizada de su propio y oculto salvajismo, y la oposición entre Saturno y la
conjunción Sol-Marte sugiere una gran inseguridad personal y dificultad para
establecer un sentido equilibrado del propio valor. Pero tanto la conjunción
entre Neptuno y Saturno como la oposición entre Neptuno y el Sol y la
cuadratura entre Neptuno y la Luna describen a una persona psíquicamente
porosa y en aguada sintonía con los ilimitados anhelos de redención del
mundo neptuniano. Es probable que Schumann tuviera la posibilidad de
elegir en lo que respecta a la medida en que podía sumergir su propia
identidad en el espíritu de la época. Pero si realmente existía tal opción en
una cultura que no había inventado aún la psicología y que idealizaba la
autoinmolación del artista como una víctima redentora, es evidente que él
prefirió la alternativa romántica. Si hubiera nacido en nuestros días, es indu-
dable que lo habría reclamado un Zeitgeist diferente. Podría haber sido una
estrella de la música moderna o un actor de cine. El Zeitgeist de nuestro siglo
XX nos ha traído la psicología y la sociología como formas de orientarnos en
medio de la confusión de nuestros tiempos; en la época de Schumann, el
Romanticismo ofrecía soluciones más espectaculares: la mitificación de uno
mismo, el éxtasis, el sufrimiento trágico, el anhelo del olvido y la creación
artística como medios de fundirse con lo divino. Schumann necesitaba ser un
artista sufriente, más bien que un psicólogo, un sanador espiritual o un dipu-
tado laborista. Estaba configurado por el Romanticismo en no menor medida
que su música, y era imposible separarlo de su matriz arquetípica. En su
época, la miseria, la locura y una muerte prematura eran tan esenciales para el
mito del verdadero artista como la visión mística. Mozart y Schubert lo ha-
bían precedido ya por ese camino, y muchos otros lo seguirían también antes
de que el Zeitgeist romántico terminara por agotarse. Y a pesar de Nep- tuno,
es probable que en la actualidad ya no sea necesario un sufrimiento tan
extremo.

¿Qué es un poeta? Alguien que experimenta estados mentales


excepcionales, que en ocasiones pueden hacer que parezca excéntrico o
un loco, como si estuviera perdiendo el contacto con lo que
habitualmente se llama cordura. Es frecuente que componga su obra en el
curso de esta clase de experiencias, o inmediatamente después, y quizás el
fruto no sea comprensible ni siquiera para él mismo. Con frecuencia, la
poesía que se origina en estados semejantes a la posesión extática da la
impresión de ser portadora de una forma de autenticidad que la hace a la
vez reveladora y perturbadora. Sin embargo, es frecuente que aquellos
artistas más profundamente reveladores y perturbadores resulten
destruidos por la divina energía de la creación.
¿Qué es un poeta? Es alguien que debe sufrir la desintegración antes de
poder revelar la belleza y la verdad. Sin este proceso de destrucción
personal, su obra no puede alcanzar la autoridad profética de la verdadera
poesía. La voz del poeta que ha experimentado la muerte y la
desintegración puede llegar efectivamente a expresar verdades proféticas
que son intemporales y universales.”
CUARTA PARTE

Ferculum Piscarium

EL RECETARIO DE NEPTUNO

Es casi seguro que el pescado se encuentra entre los primeros alimentos


conocidos por el hombre. Y desde entonces, nada ha cambiado en la
actitud del ser humano hacia él: su demanda es hoy la misma de siempre,
cuando no mayor; su riqueza en proteínas y su falta de grasa
(particularmente en el pescado de agua dulce) hacen de él un alimento
ideal para las dietas más sanas de hoy en día. Además, es ligero y fácil de
digerir, y pot consiguiente con frecuencia forma parte de dietas
especiales, para niños o para personas enfermas.

ANTÓN MOSIMANN, Fish Cuisine


-i 07
1
1
Neptuno en las casas

Aquí me ves de pie a tu lado, y oyes mi voz; pero te digo que todas
estas cosas —sí, desde esa estrella que acaba de asomar en el cielo hasta
la sólida tierra bajo nuestros pies—, digo que todas ellas no son más
que sueños y sombras: las sombras que ocultan a nuestros ojos el
mundo real. Sí que hay un mundo real, pero está más allá de este
hechizo y esta visión, más allá de estas «cacerías en Arras, sueños de
una profesión», más allá de todo ello, como detrás de un velo.
ARTHUR MACHEN, The Great God Pan

La casa donde está emplazado Neptuno en el horóscopo natal es el ámbito de


la vida en donde buscamos la redención, el mundo «real» situado más allá del
velo. Si deseamos entender las diversas expresiones de Neptuno a través de las
casas, es necesario que tengamos presente su esencia arquetípi- ca. Cada
símbolo planetario tiene un significado esencial, distinto del de cualquier otro
símbolo planetario, y coherente sea cual fuere el nivel de expresión —físico,
emocional, intelectual, imaginativo— en la vida exterior e interior. Neptuno
representa nuestra nostalgia del Edén, una nostalgia que vuelve porosas las
fronteras del yo individual y deja que en él se infiltre el océano de la psique
colectiva. Por mediación de Neptuno buscamos nuestra fons et origo, el Paraíso
perdido que hemos de recuperar algún día. En nuestro anhelo percibimos
también nuestro riesgo, y tememos a la devoradora madre Tiamat que nos
engullirá, mientras alargamos los brazos implorando el socorro de María, la
madre que intercederá por nuestros pecados. Allí donde está emplazado
Neptuno en el horóscopo natal, somos a la vez el redentor y el redimido.
Podemos identificarnos inconscientemente con quienes son víctimas
desvalidas, y no reconocer el vínculo secreto entre la

•10')
víctima y su perseguidor. Podemos tratar de salvar a esas víctimas —que son
secretamente nuestro propio yo herido- de un poder destructivo del mundo
exterior, que también está oculto en nuestra propia alma. Y anhelamos que
nos libere del sufrimiento un redentor que en realidad también pertenece a
nuestra propia alma. En la esfera de la vida representada por la casa natal de
Neptuno, nos encontramos en una sala de espejos; somos al mismo tiempo el
sanador, el perseguidor y la víctima, y tal vez tengamos un atisbo, mediante la
experiencia de la compasión, de un sentimiento de unidad que nos ofrece
redimirnos de la solitaria prisión de nuestra existencia mortal.
Cuando nos encontramos con Neptuno, tendemos a perder nuestra
objetividad y nuestra sensación de separación, de ser «otro». Estamos cegados
y cegamos a los demás, engañamos y nos engañan, pero siempre vamos en
busca de la fusión que nos espera al final del camino, por más que neguemos
tales sentimientos. Dejamos de ser individuos para fundirnos en el mar de lo
colectivo. Con la pérdida de las fronteras individuales puede producirse tanto
la apertura del corazón como la castración de la voluntad. Quizá se nos exija
un sacrificio, a menudo concreto, pero fundamentalmente es nuestro sueño
de redención lo que debemos sacrificar antes de poder empezar a distinguir
entre las fantasías que acariciamos y lo que hay de verdad ahí fuera, y dejar de
ser víctimas de nosotros mismos. Este es el gran desafío de Neptuno. La
identificación proyectiva -es decir, el hecho de atribuir a otra persona
aspectos de nosotros mismos y después sentirnos, en un nivel inconsciente,
fusionados con ella— es el procedimiento natural de Neptuno. Y como en el
mundo de Neptuno no distinguimos entre el yo y el tú, es probable que no
podamos reconocer nuestro anhelo de redención en los objetos y las personas
con quienes nos hemos fundido.
En los párrafos que siguen iré aplicando casa por casa estas observaciones
generales sobre la forma en que se expresa Neptuno en las casas del
horóscopo. Pero el principio sigue siendo el mismo. Una casa es un ámbito
neutral de la vida, que «amueblamos» de acuerdo con la naturaleza de nuestra
propia esencia. Manilio decía que cada casa del horóscopo es como un
templum, y este término latino puede ayudarnos a entender qué significan las
casas.1 Templum quiere decir «templo», que en la época de Manilio era un
edificio vacío o un lugar designado como dominio sagrado, carente de todo
carácter numinoso mientras no se emplazaba en él la estatua del dios para
rendirle culto. Por mediación de cada templum de la carta natal tenemos,
gracias a los planetas allí emplazados, la vivencia de los dioses o poderes
arquetípicos que son en realidad el diseño inteligente de nuestra propia alma.
Neptuno en la casa uno

El Ascendente es el punto del nacimiento, y la primera casa, la casa natural de


Marte, representa la entrada de la persona en el mundo. No es sólo la
experiencia física del nacimiento, sino todos los nacimientos que se producen
a lo largo de la vida: cada situación en la cual, por medio de un acto de
voluntad independiente, intentamos imponer nuestra propia y personal
realidad al mundo exterior. Por lo tanto, la primera casa tiene que ver con el
sentimiento individual de potencia y eficacia en la vida externa. Nuestra
forma de expresar esta potencia es idéntica a la imagen que tenemos del
mundo exterior; nuestros métodos armonizan con nuestras proyecciones,
porque lo que vemos en el entorno es en realidad nuestra propia interpreta-
ción de él. Así pues, a lo largo del tiempo, nuestra percepción del mundo es lo
que configura el mundo y corrobora nuestras ideas preconcebidas.

Atribuimos a la vida las características del signo del Ascendente o de


cualquier planeta que esté cerca de él. Es la lente a través de la cual
percibimos la existencia, la visión que traemos a la vida, la forma en que
«delimitamos» el mundo. Y puesto que vemos el mundo de esa manera,
invariablemente actuamos y nos comportamos de acuerdo con nuestra
visión. Más aún, la vida responde a nuestras expectativas y nos devuelve
el reflejo de nuestro punto de vista.1

Neptuno en la primera casa, especialmente si está a menos de diez grados


del Ascendente, nos plantea un dilema inmediato, porque su naturaleza es la
antítesis de la de Marte. Allí donde Marte procura afirmar su poder sobre la
vida, Neptuno intenta evitar el nacimiento. Allí donde tenemos la vivencia de
Neptuno nos sentimos desvalidos e impotentes, porque estamos en manos de
poderes mayores que nosotros. Puede que la persona con Neptuno en la
primera casa sienta la experiencia del nacimiento físico como un proceso en
el cual no intervinieron para nada ni su voluntad ni su poder de decisión.
Dependió de la voluntad de la madre, o tal vez de la del médico o la partera,
pero no de la propia, y con frecuencia, el elemento arquetípico marciano de
lucha, inherente al proceso del nacimiento, se halla curiosamente ausente. He
visto este emplazamiento en la carta de muchas personas a cuya madre se le
administró algún fármaco que la dejó inconsciente durante el parto, y tanto la
madre como el bebé comparten el letargo y la lasitud resultantes. La
experiencia en su totalidad tiene lugar, por así decirlo, bajo el agua. En su
vida posterior, el nativo tiende a tener un trato con la realidad externa
caracterizado por la misma lasitud y pasividad. Quien tiene a Neptuno en la
primera puede sentirse secretamente castrado y muy angus- tiaclo cuando se
enfrenta con opciones y dificultades que le exigen una decisión o un acto de
voluntad definido, en particular si la situación implica algún riesgo de
separación o de soledad. En ocasiones, la persona adopta en cambio una
actitud de extraño fatalismo, como si de todas maneras la vida fuese irreal, y
por lo tanto no valiera la pena luchar por ella. Es probable que el intento de
eludir la responsabilidad personal socave los esfuerzos del nativo por marcar
una dirección coherente a su vida. Tanto lo bueno como lo malo serán «lo que
tenga que ser».
En vez de una potencia auténtica, Neptuno en la primera puede generar
una falsa potencia a manera de defensa contra el sentimiento de víctima. Es
probable que el nativo use su empatia y su imaginación para convertirse en lo
que el mundo espera, y que adquiera poder mediante su encanto,
mostrándose complaciente y reflejando las necesidades emocionales de los
demás. Un comportamiento de esta clase puede ocultar una personalidad
considerablemente fuerte; Neptuno en la primera puede ir acompañado por el
Sol en conjunción con Plutón en Escorpio, por ejemplo, o por el Sol en
cuadratura con Saturno en Capricornio. Pero también puede ser que la fuerza
no sea visible y que el nativo ni siquiera la reconozca. Con frecuencia,
Neptuno en la primera indica discreción y una sutil diplomacia; en lugar de
configurar el mundo exterior, la persona navega por él. Las necesidades de los
demás asumen la forma del redentor; fundirse con los otros en un éxtasis de
complacencia mutua es una forma de redención. A todo el mundo le gusta
una persona que tenga a Neptuno en ascenso, porque su objetivo es
complacer, y con frecuencia encarna la mágica fascinación de una sirena. Los
problemas surgen cuando otros factores de la carta, menos fluidos e
indefinidos, empiezan a agitarse y a encolerizarse por detrás del fácil encanto
de Neptuno.
En los textos astrológicos, Neptuno en la primera tiene la reputación de
ceguera y autoengaño. Ebertin habla de «hipersensibilidad, confusión, una
persona sin metas ni objetivos».3 Esto es comprensible, porque Neptuno
proyecta sobre el entorno y sobre los demás una vivencia mítica de reden-
ción. Toda interacción personal con otro individuo se convierte así en una
experiencia potencial de salvación; y como resultado de ello, la claridad, el
discernimiento y la iniciativa se desvanecen. Pero sólo se puede llegar a este
extremo destructivo de borrarse a uno mismo si no se tiene ningún sentido
del yo que equilibre el anhelo de disolución de Neptuno. En el caso de
alguien que tenga sus propios valores y opiniones, su necesidad de los demás
no hará desaparecer los límites de su identidad. Neptuno en la primera, a
menudo indica el talento especial del actor; Marilyn Monroe y
Richard Burton son dos de nuestros ejemplos más famosos y más tristes. La
tragedia de la vida de estas dos personas talentosas y carismáticas residía en su
fatal tendencia a identificarse de forma casi total con la imagen arquetí- pica
proyectada sobre ellas por ese mismo público que las adoraba. Su sentimiento
del propio valor se hallaba solamente en el ilusorio Edén de las drogas y el
alcohol, y al parecer, Marilyn se suicidó mediante una sobredosis. 4 El reto que
plantea el emplazamiento de Neptuno en la primera casa no reside en
ninguna propiedad intrínsecamente malévola del planeta, sino en la tarea de
equilibrar sus inclinaciones camaleónicas con una saludable dosis de
autoestima y autopreservación.
Neptuno en la primera puede indicar también el don especial del con-
sejero o el sanador, debido a su capacidad sin igual para adentrarse en los
sentimientos de los demás. Pero el nativo puede volverse adicto a los necesi-
tados. Se trata de un problema crónico de muchas personas dedicadas a las
profesiones de ayuda al prójimo; su dependencia secreta de que otros
dependan de ellas las lleva a trabajar en exceso, cobrar menos de lo justo,
hacer caso omiso de sus necesidades personales y, por último, acumular una
cantidad enorme de rabia y resentimiento inconscientes ante exigencias a las
cuales son incapaces de negarse. Con frecuencia, terminan por ponerse
enfermas y necesitar desesperadamente, aunque no lo admitan, que les ayu-
den a resolver su propio problema, que en definitiva es el mismo que el de sus
pacientes. En algún lugar del trayecto, y en nombre de su misión de salvar a
los que sufren, se les ha perdido su propio yo ordinario y cotidiano. Por detrás
de esta pauta característica podemos ver la identidad secreta del redentor y el
redimido, con la consiguiente pérdida de contacto con la realidad de los
límites personales. Básicamente, no es nada diferente del dilema de la estrella
de cine que ya no puede recordar cómo era aquello de vivir sin las frecuentes
inyecciones de sustancia del Edén para alimentar la creciente tiranía del
hábito.
Neptuno en la primera casa, si no cuenta con un yo sólido que le sirva de
base, puede indicar una personalidad profundamente manipuladora. Sin
embargo, no se trata de un rasgo orientado hacia un objetivo calculado, a
menos que otros factores más fríos y egoístas de la carta se alcen con el poder,
sino que se utiliza para asegurarse la experiencia de la fusión. La redención,
para un Neptuno emplazado en la casa uno, reside en el sentimiento de
ejercer poder sobre el entorno, pero este poder reside a su vez en la
impotencia, que le asegura la simpatía y el apoyo de los demás. Así el nativo
puede llegar a caracterizarse por una pauta de víctima que lo convierte en el
miembro pasivo de la pareja en una serie de relaciones difíciles.
Cuanto más necesario es uno, tanto más seguro se siente. Si la persona puede
expresar también algo de rectitud y sinceridad, la sensibilidad y la magia de
Neptuno serán una enorme ventaja para la personalidad. Y si su percepción
de las fronteras personales es lo bastante buena, Neptuno no invadirá
inconscientemente territorios ajenos. La forma en que este planeta se exprese
en la primera casa dependerá en gran medida de cómo se maneje el nativo
con el resto de la carta, especialmente con Marte, el regente natural de la casa
uno, y con Saturno, el complemento natural de Neptuno. Una de las
dificultades que se plantean cuando Neptuno está emplazado en la primera es
que, como bien dotado actor que es, su capacidad de encantar y complacer se
inicia en la niñez. Ya desde que nace aprende a seguir el ejemplo de los
demás. En la edad adulta, si no hay nadie a su alrededor que le haga de espejo
de Narciso, el nativo se puede ir sintiendo cada vez más aislado e irreal.
En ocasiones, Neptuno en la primera puede verse asociado con proble-
mas de drogas y alcoholismo. También está conectado con determinadas
enfermedades que implican cierto grado de desvalimiento y de dependencia
de los demás, y que en su forma más virulenta suelen ser debilitantes y de
evolución lenta, exigiendo prolongados períodos en cama o en silla de ruedas.
Me he encontrado con Neptuno en la casa uno en casos de esclerosis múltiple,
síndrome de «fatiga postviral», reacciones alérgicas extremas, psoriasis y asma,
y también con las habituales dificultades producidas por la adicción. 5 Aunque
en la actualidad la teoría médica considera que la esclerosis múltiple es una
enfermedad orgánica, no está de más recordar a Char-
cot. El hecho de refugiarse en los secretos placeres de la enfermedad y de
adicción parece surgir, en parte, de los sentimientos de impotencia e irreali-
dad que afligen al nativo cuando éste experimenta la soledad y la dureza de la
vida. Así, la enfermedad puede proporcionar un retorno simbólico a las
reconfortantes aguas uterinas, donde todas las necesidades están incondi-
cionalmente satisfechas. Como autoafirmarse implica siempre el riesgo de la
alienación y la soledad, es posible que el nativo se esfuerce por evitar la
expresión de Marte, que sin embargo puede mostrarse, aunque de un modo
inconsciente, en las exigencias que la enfermedad que lo debilita impone a la
familia y los amigos, y también, en su aspecto positivo, en el valor, a menudo
extraordinario, que el nativo demuestra tener al enfrentarse con la
enfermedad que lo paraliza. Pero las dolencias neptunianas también pueden
exhibir un gran componente manipulador en cuanto al momento en que se
producen las crisis. Las personas de su entorno deben adaptarse tanto emo-
cional como físicamente al enfermo, quien requiere por lo general un elevado
grado de atención, tal como sucede con un niño pequeño. Desde luego que no
es algo consciente ni calculado, pero en ocasiones hay una intención oculta o
«beneficio secundario» en estas «misteriosas» dolencias cuyas causas físicas
aún siguen eludiendo la comprensión de los médicos. Y también es posible
que no nos fijemos con la frecuencia suficiente en la rabia que se esconde tras
estas enfermedades y que quizá no sea solamente el resultado de la
incapacitación, sino también uno de los factores que la causan.
La apertura y la sensibilidad de un Neptuno en ascenso es un valioso y
mágico don, que puede expresarse por medio de una actividad creativa como
actuar o cantar, o mediante la no menos creativa actividad de la sana- ción, o
de un modo no tan obvio pero igualmente valioso, a través de la cordialidad y
la empatia en las relaciones humanas. De cualquier modo que exprese este
don, el nativo que tenga a Neptuno en la primera casa no está
intrínsecamente «afligido» por nada que arruine de forma permanente su
capacidad de arreglárselas en la vida. Pero la energía primordial de cualquier
planeta exterior necesita, en última instancia, de un yo individual fuerte que
la contenga y la exprese, para que no se convierta en una fuerza destructora
de la vida, y no solamente de la propia. En definitiva, lo que decide si los
dones de Neptuno en la primera casa han de conducir a las aguas del olvido o
a las de la vida es la solidez interior de la personalidad.

Neptuno en la casa dos


Así como la primera casa tiene que ver con la potencia, la segunda se rela-
ciona con la autonomía material y la formación de aquellos valores personales
que nos proporcionan una estabilidad y una continuidad interiores. La casa
natural de Tauro, regida por Venus, representa el cuerpo físico y la capacidad
del nativo para alimentarse, vestirse y sustentarse a sí mismo en el mundo,
material y psicológicamente. El dinero es nuestro principal símbolo colectivo
del propio valor, porque el precio que fijamos a lo que producimos es también
el valor que nos asignamos a nosotros mismos.
La tarea que hay que encarar ahora es la de elaborar más detalladamente
quiénes somos, consolidando más el sentido de un «yo» personal.
Necesitamos más definición, más sustancia, una mayor sensación de
nuestro propio valor y de nuestras capacidades. Necesitamos cierta idea
de qué es lo que poseemos y que podemos llamar propio. También
debemos tener alguna noción de lo que valoramos, de lo que nos gustaría
aumentar u obtener para, de acuerdo con ello, estructurar nuestra vida.1
En este ámbito práctico y nada espiritual, Neptuno puede mostrarse torpe
y difícil. La cuestión de la autonomía material se contradice totalmente con la
carencia neptuniana de fronteras. Los comienzos de la identidad individual,
en el amanecer de la vida, emergen de las sensaciones corporales, las primeras
de las cuales son el hambre y su satisfacción. El cuerpo es, pues, el elemento
fundamental del yo independiente. En este contexto será útil recordar la
teoría, nada neptuniana, de Freud de la analidad, esa etapa del desarrollo del
niño en que la capacidad de controlar los músculos del esfínter y la recién
descubierta sensación de dominio que surge de una defecación voluntaria en
lugar de inadvertida, echan los cimientos de posteriores sentimientos de
autocontrol y autosuficiencia. El cuerpo nos proporciona la sensación de que
podemos dominar el caos de nuestras necesidades emocionales, y ello hace
que nos sintamos a salvo. Saber que podemos valernos solos genera respeto
por nosotros mismos y la confianza necesaria para enfrentarnos con la vida
material.
Neptuno en la casa dos va asociado generalmente con dificultades eco-
nómicas. Muchas personas con este emplazamiento se pasan la vida luchando
con las exigencias materiales más simples. Por más talentos creativos que
puedan tener, suelen ser incapaces de «llegar a fin de mes», o bien pierden lo
que habían ganado debido a una especie de ceguera o descuido con respecto a
la administración del dinero que ganan. Pero los problemas de dinero no son
más que un síntoma del mar neptuniano de sentimientos y anhelos que están
encubriendo. Son muchas las personas con inclinaciones esotéricas a quienes
he oído afirmar que no pueden resolver sus problemas económicos «porque»
tienen a Neptuno en la casa dos. Quizá se quejen de que son vícti mas de un
mundo despiadadamente materialista, y sin embargo ellas mismas se hacen
cómplices de este proceso en la medida en que subvaloran sus propias
habilidades; y con frecuencia, otras personas terminarán pagando, ya sean los
padres, la pareja o el resto de los contribuyentes. La identificación secreta que
hace Neptuno entre víctima y redentor puede ser el elemento subyacente en
esta pauta. Un bebé supone correctamente que cuenta con alimentos y
protección física porque todavía no hay en él un yo separado que pueda
pensar desde el punto de vista de lo «mío». Pero cuando un adulto sigue
manteniendo inconscientemente el mismo supuesto, el resultado de ello
pueden ser muchos problemas materiales. La compasión de Neptuno también
puede manifestarse en la casa dos, porque es probable que su sentimiento de
unidad con los demás impulse al nativo a desprenderse de todo si alguien está
más necesitado que él, y con frecuencia se da un profundo sentimiento de
empatia con los que realmente no pueden valerse.
La disposición de una persona con Neptuno en la segunda casa a com-
partir sus recursos no es sólo una sincera generosidad, sino también una
manera compleja de expresar el vínculo madre-hijo. Si los que tienen a
Neptuno en la casa dos desean utilizar este desafiante emplazamiento del
modo más creativo posible, más vale que borren de su vocabulario la frase
«No puedo evitarlo» y la reemplacen por una expresión más sincera: «No
quiero evitarlo» o «Me da miedo evitarlo», Neptuno en la segunda casa puede
conllevar dificultades económicas, en parte porque el nativo no quiere tener
autonomía. Neptuno está ansioso de expiar los pecados del materialismo, la
sensualidad, la codicia y la envidia (aspectos todos del rostro más sombrío de
Venus) para poder disfrutar de los deleites del Edén sin sentirse culpable. La
persona con Neptuno en la casa dos puede decir que necesita trabajar en algo
válido o «elevado», lo cual es apropiado en muchos sentidos, ya que con
Neptuno en este emplazamiento, el recurso más valioso que uno puede tener
es un sentimiento instintivo de la unidad de la vida. Y sin embargo, ir en pos
de una vocación «elevada» significa con frecuencia escasez de dinero; eso que
es «válido» puede resultar invendible o, lo que es más frecuente, quizá la
persona no ponga demasiado empeño en darle una forma que lo haga fácil de
comercializar. Y por debajo, al acecho, puede estar el sentimiento neptuniano
de debilidad y desvalimiento, y la profundamente arraigada creencia de que
uno no se merece tener comodidades materiales aquí en la tierra.
A la segunda casa se la describe frecuentemente como la casa de los
talentos y los recursos, y los planetas emplazados en ella simbolizan aquellos
dones naturales que, una vez que les hemos dado forma concreta, nos pro-
porcionan un medio de vida y al mismo tiempo un sentimiento de nuestro
valor personal. Neptuno en la segunda casa puede arreglárselas en este
dominio tan bien como cualquier otro planeta, mientras mantiene su nece-
sario contacto con el reino oceánico, pues esto último se puede lograr sin
necesidad de ser pobre. Neptuno se dirige al anhelo de redención que hay en
todos nosotros. Expresado en el ámbito de la forma, Neptuno en la casa dos
puede indicar una capacidad de cultivar la autoestima y de alcanzar la
independencia material mediante la expresión práctica de la imaginación y
del sentimiento de unidad con la vida. Con frecuencia, la capacidad creativa
de la diosa hindú Maya —la que configura la «materia» en las formas de la
belleza— es innata en quienes tienen a Neptuno en la casa dos. El erotismo y
la sensibilidad de Neptuno pueden expresarse mediante formas artísticas
como la música y la danza, y el mejor modo de expresar el idealismo
neptuniano puede ser la elección de un trabajo que sirva para mejorar la vida
de los demás. Pero hay que contrapesar el terreno venusiano del valor
personal con la visión global de Neptuno, porque si no uno seguirá siendo un
bebé con talento que necesita una niñera, y puede que haya escasez de
niñeras bien dispuestas. La disciplina de Saturno también es esencial para
contrapesar un Neptuno emplazado en la segunda casa. ¿Cómo puede llegar a
componer música alguien que no se molesta en aprender las notas, las escalas
ni los arpegios, y no llega a crear un estilo individual?
Neptuno en la segunda casa exige una sincera confrontación con el viejo
problema incestuoso del pecado original, porque proyecta fácilmente el
extremo visceral de su espectro sobre la carne, y la casa dos es sumamente
carnal. Neptuno en la primera casa tiene la gran necesidad de aliarse con la
autoafirmación marciana, y a menudo se muestra en un nivel personal como
alguien enfermo o importante. Neptuno en la segunda tiene la gran necesidad
de aliarse con la autoestima venusiana, y puede mostrarse como una víctima
en el terreno económico y como alguien que sufre por no haber sabido
expresar sus talentos o porque no se los han reconocido. Pero con frecuencia
el nativo es inconscientemente tan devorador como aquellos a quienes acusa
de codicia; se trata de Tiamat manifestándose en el mundo terrenal de Tauro
al estilo habitual neptuniano dé la sala de espejos. Algunos procesos de
divorcio extremadamente sucios y deshonestos pueden originarse en un
Neptuno en la casa dos que se ha desmandado, y el miembro «ofendido» de la
pareja, que antes no hizo el menor esfuerzo por ser independiente, de repente
reclama nada menos que todo como recompensa. Si uno tiene la sinceridad
suficiente como para afrontar el reto de encontrar el equilibrio entre el Edén
y la realidad terrena, entonces podrá construirse una auténtica autonomía,
tanto económica como psicológica, sobre los cimientos de la imaginación y la
empatia que forman parte de la esfera propia de Neptuno. Pero no es buena
¡dea mantenerse por encima de cosas como el vil metal cuando Neptuno está
en la segunda casa. Así no se consigue más que asegurarse de que la
responsabilidad de ensuciarse las manos recaiga siempre en otra persona, que
al final puede hartarse de pagar las facturas. Cuando Neptuno está emplazado
en cualquiera de las casas de tierra —especialmente en la segunda, la más
terrenal de todas ellas—, puede que la palabra «espiritual» no sea siempre un
término útil. E incluso si uno se gana la vida como párroco o «psíquico», lo
que cuenta en la casa dos es que se está ganando la vida. No se puede lograr
esto sin reconocer que el reino venusiano del propio cuerpo, de los place res
sensuales y de las necesidades materiales no es menos sagrado que el mar
cósmico que fue el origen del cuerpo.
Neptuno en la casa tres
La tercera casa se asocia generalmente con la educación, la comunicación y el
habla. Representa el mundo de la mente, en particular el aspecto de ésta que
mira hacia fuera, al entorno, y quiere saber los nombres de las miríadas de
cosas con las que se encuentra. La casa tres indica las facultades de la
percepción, la categorización y la expresión, y la necesidad que tenemos de
adquirir un conocimiento del mundo y sus elementos como medio para
afrontar la vida. Nuestra forma de entender el mundo que nos rodea y de
formular nuestra experiencia de ese mundo está indicada por esta casa, al
igual que nuestras experiencias de la escuela y nuestra relación con hermanos
y compañeros, que configuran nuestra explicación de la realidad y tiñen
nuestras actitudes mentales en la edad adulta.

[...] Queremos crecer y conocer. Con ello se relaciona el desarrollo del


lenguaje y la capacidad de comunicarse y de dar nombre a las cosas. [...]
La mayor parte de los psicólogos afirman que no se desarrolla un
verdadero sentido de la individualidad mientras no se aprende el
lenguaje...7

El lenguaje y la capacidad de identificar una cosa como esa cosa y no


como otra, pertenecen a nuestra aptitud para establecer nuestras propias ideas
sobre la vida. Las ideas, no menos que las experiencias sensoriales, nos
definen como «nosotros», como personas diferentes de las demás. En la ter-
cera casa, uno tiene la idea de una «silla», que existe independientemente de
cualquier encuentro físico con una silla determinada, y nos permite recono-
cer «las sillas» cuando las vemos. Así como nombramos y categorizamos los
objetos, lo mismo hacemos con los seres humanos, empezando por nosotros
mismos. Uno es diferente de los demás porque tiene sus ideas y pensamientos
propios; y cuanto mayor es la diferenciación de las propias ideas, más nítido
es el perfil de uno mismo como individuo.
Para algunas personas, el placer de formular una idea y la urgente nece-
sidad de hacerlo como medio de afirmar su individualidad superan con fre-
cuencia la importancia de las experiencias físicas y emocionales que dieron
origen a esa idea. Igualmente urgente es el deseo de comunicarla, como un
modo de comparar la propia realidad con la de los demás. Así pues, la tercera
casa proporciona la función de separación y diferenciación, porque una vez
que una persona tiene una idea y la dice o la escribe, le pertenece totalmente
a ella y se convierte en una expresión de su identidad. En este sentido
Mercurio, el regente natural de la casa tres, es la antítesis de Neptu- no tanto
como pueden serlo planetas más obviamente egocéntricos, como Marte y
Saturno. Uno de los elementos transformativos más poderosos de la
psicoterapia es el que consiste en formular y expresar las experiencias
interiores, porque eso libera a la persona del contenedor secreto que es la
matriz —en donde todo está implícito y es indefinido—, permitiendo que la
luz de la identidad separada fluya a través de la magia de las palabras.
A la vaga incapacidad para expresarse que tan a menudo muestra un
Neptuno emplazado en la casa tres, y que tantas veces los maestros interpre-
tan erróneamente como falta de inteligencia o mala concentración, se la
puede entender como un esfuerzo, intenso pero inconsciente, por prevenir la
separación generada por las palabras y las ideas. Una de las dinámicas más
típicas de un Neptuno en la casa tres es una actitud ausente y despistada; el
nativo sólo recuerda aquellas cosas que no destruirán la tan anhelada fusión, y
se muestra renuente a decir nada que pueda generar discordia o
distanciamiento. En ocasiones, este mecanismo llega lisa y llanamente a la
duplicidad; Neptuno en la tercera puede indicar un elegante mentiroso cró-
nico, aunque no mienta de un modo calculado y su objetivo no sea engañar a
los demás. Lo más frecuente es que la insinceridad de Neptuno sea un
autoengaño (si hago como que eso no está ahí, tal vez se vaya) motivado por
el deseo de evitar la confrontación. Así, todo se resume en: «Odio herir los
sentimientos de la gente» o, con no menor frecuencia, en: «Como en realidad
yo no soy muy listo, ¿me harías tú el favor de pensar y hablar en mi
nombre?».
Una faceta más creativa de esta dinámica es la propensión neptuniana a
«pensar en imágenes». El matiz emocional y la imagen son lo que constituye
la memoria, más bien que un proceso de conexión de ideas y conceptos. Los
dones de Neptuno en la casa tres pueden ir desde una memoria fotográfica
hasta un talento considerable para la poesía, el arte de contar cuentos y la
pintura. Las cosas del mundo exterior no tienen nombres ni conceptos; tienen
matices emocionales, colores y formas, y se las recuerda más bien por su
universalidad que por su importancia personal. En vez de utilizar las ideas
para definir las diferencias entre uno y los demás, Neptuno en la tercera se
vale de imágenes para destacar similitudes e inducir sentimientos
compartidos. Pero la persona que tiene a Neptuno en la casa tres puede ser
deliberadamente imprecisa, y con frecuencia recurrirá a la muletilla del «No
puedo evitarlo» para referirse a su aparente incapacidad —que habría que
llamar con más propiedad «rechazo inconsciente»— para pensar con claridad
y hablar francamente. Neptuno en la tercera puede ocultarse tras una máscara
de aparente incapacidad para entender. Pero ningún planeta en la tercera, ni
en ninguna otra casa, indica el coeficiente intelectual ni la falta de
inteligencia. Sólo representa la forma en que una persona enfoca la for-
mulación y expresión de sus ideas sobre la vida. La visión neptuniana, debi do
a su resistencia a tomar forma concreta, ya sea en palabras o mediante la
expresión corporal, puede consistir en evitar por completo la cuestión de
pensar. El nativo es simplemente un mal estudiante, o le falta capacidad de
concentración, o es disléxico. O bien formula una vaga teoría sobre los males
del intelecto y desprecia a quienes valoran la claridad. O es tan impresionable
que la primera idea que se le ocurre el jueves depende de quién fue la última
persona con quien habló el miércoles. Todo esto son cortinas de humo
neptunianas.
El ingrediente mágico capaz de liberar de forma vivificante las maravi-
llosas capacidades imaginativas de Neptuno en la casa tres es la claridad
mercurial. Sin ella, la nostalgia neptuniana puede socavar no sólo la capacidad
de comunicarse con los demás, sino también la de aprender, e incluso la de
hablar. Cuando falta la claridad, el nativo es a la vez seducible y seductor, y el
diálogo —tanto consigo mismo como con otras personas— pocas veces es
sincero. Neptuno tiene un especial talento para dar a entender y para deducir,
un don inapreciable para un escritor creativo. Pero las deducciones que hace
pueden herir profundamente, y hasta con crueldad, lo cual no impide que al
día siguiente se niegue a reconocerlas como suyas, alegando que su
interlocutor lo entendió mal. Neptuno en la tercera puede sentirse víctima de
la incomprensión de los demás, y sin embargo, la cólera de esas otras personas
proviene generalmente del dolor causado por las invisibles flechas que
Neptuno lanzó de un modo inconsciente. Si uno no es capaz de decir lo que
siente y piensa, tampoco puede esperar que lo entiendan; y por lo común, esta
deliberada incapacidad de expresarse da como resultado la soledad y el
aislamiento. Entonces, el nativo espera al redentor que sea capaz de
entenderlo sin palabras. Sin embargo, cuando la persona con Neptuno en la
casa tres hace algún esfuerzo por expresarse en un lenguaje que los demás
puedan comprender, es más capaz que cualquier otra de ser alguien

[...] de una especial sensibilidad emocional, configurada no sólo por sus


propias experiencias y acciones, sino también por su modo de observar y
percibir el mundo. Tiene un talento particular que le permite expresar las
emociones humanas de una forma placentera para los demás. Este don es
tan misterioso que se le ha supuesto un origen divino. A la obra creada
por una persona así se la puede considerar Bella y Verdadera, y lo que
este artista transmite a su público es un sentimiento de afinidad con la
experiencia humana que, incluso si ésta es intensamente dolorosa, proporciona
una profunda satisfacción personal.8
Neptuno en la casa cuatro
A la cuarta casa se la asocia tradicionalmente con las raíces, el hogar y el
ambiente familiar. Aun se sigue discutiendo en cierta medida si representa la
vivencia del padre o la de la madre. Se trata de una controversia en la que por
el momento no quiero entrar, ya que está suficientemente tratada en otras
partes, y la interpretación que sigue refleja sólo mi punto de vista: que la casa
cuatro es el dominio del padre, del personal y, lo que quizá sea más
importante, del arquetípico. Cuando se lo enfoca a través de la lente del mito,
el padre encarna el ámbito del espíritu, haciendo referencia al progenitor
invisible que rige el reino de los cielos y sigue cuidando de sus hijos incluso
cuando éstos no tienen conciencia de ello. Este padre espiritual es un motivo
que se repite en las leyendas y los mitos de todas las culturas; es el que se
empareja con las mujeres mortales para engendrar una raza de héroes que
llevan a cabo la voluntad divina sobre la Tierra. Su invisibilidad y el hecho de
que confiera a su progenie una sensación de destino, se combinan para hacer
de la casa cuatro un ámbito misterioso, en donde se ha de buscar lo oculto.
Del padre arquetípico proviene el eterno destello de la vida divina que anima
el cuerpo desde dentro. En una determinada vida individual, esta vivencia de
una fuente espiritual en lugar de corporal puede estar más vinculada con la
madre, si en la infancia se dan circunstancias excepcionales. Pero por lo
común, experimentamos una relación de intimidad corporal con la madre
porque nacemos de su cuerpo, mientras que la distancia física con el padre
confiere a éste el carácter de alguien incognoscible. Y es esto lo que se refleja
en la imagen arquetípica del progenitor oculto, que encarna el significado
esencial de nuestro viaje por la vida.

El sentimiento de un «yo aquí dentro» que proporcionan el IC y la casa cuatro


presta una unidad interior a todos los pensamientos, sentimientos, percepciones y
acciones. De la misma manera que tenemos mecanismos biológicos de
automantenimiento y autorregulación, el IC y la cuarta casa nos sirven para
mantener en forma estable nuestras características individuales. 9

Cuando Neptuno está emplazado en la casa cuatro, el lugar de redención es el


reino de la fuente espiritual, encarnado en el padre personal. Y
dado que proyectamos la figura del redentor, el que simultáneamente sufre y
sana, en la casa ocupada por Neptuno, esta víctima y salvador impregnará la
vivencia del padre y teñirá la actitud emocional del nativo hacia él. La
realidad parece conspirar con esta proyección, como suele suceder con los
indicadores parentales en la carta natal; porque es frecuente que en la niñez
el padre esté físicamente ausente por razones diversas (separación, divorcio,
muerte...) o que haya sufrido demasiado o esté enfermo, física o psíquica-
mente. Es decir que puede servir como un gancho excelente para colgarle la
proyección, y cuanto más cerca esté Neptuno del IC, tanto más natural
parecerá el gancho. Con frecuencia, también el padre será muy neptuniano,
con un énfasis en su carta natal de Piscis o de la casa doce, o bien un Nep tuno
dominante en conjunción con un ángulo o en aspecto con el Sol o con la
Luna. El carácter esquivo e inaccesible de Neptuno, cuando se percibe en el
padre, parece devolver al nativo la imagen de la magia perdida del Paraíso,
incluso cuando este sentimiento es inconsciente.
La idealización desempeña un gran papel en esta clase sentimientos. Con
frecuencia, la compasión por la víctima y el anhelo de recibir el toque
sanador del redentor son poderosos componentes del vínculo emocional con
el padre, que puede haber tenido unas excepcionales dotes imaginativas,
aunque no las reconociera ni las expresara. Es frecuente que el nativo sienta
una gran tristeza relacionada con la vivencia que tuvo de su padre, porque
parecía inalcanzable o poco comunicativo. Si no reconoce estos complejos
sentimientos, puede haber una actitud consciente de rabia o desinterés. Pero
la búsqueda de un hogar espiritual perdido bajo la forma de un sustituto
paterno —con frecuencia un guru o un maestro espiritual— puede
convertirse en una motivación importante en la vida del nativo, sin que éste
reconozca en modo alguno el papel del padre personal en este anhelo. Esto no
significa que la búsqueda de una realidad más trascendente sólo sea una
sublimación del amor por el padre. Pero si se busca al amado padre espiritual
en sustitutos, el resultado generalmente será la desilusión neptuniana. Es
probable que una mujer que tenga a Neptuno en la casa cuatro busque al
padre redentor en hombres casados o por algún otro motivo inaccesibles, y se
pregunte por qué se da siempre esa pauta en su vida, pero no llegue a
reconocer sus profundos sentimientos por un padre a quien, en un nivel
consciente, cree que desprecia o que no le gusta. Un hombre con Neptuno en
la casa cuatro quizá trate de compensar, mediante una exhibición de fuerza y
racionalidad, todas las vivencias que tuvo de un padre débil que lo
decepcionaba. Y entonces puede que se pregunte por qué se siente perdido y
deprimido pese a todos sus logros externos, sin llegar a reconocer su nostalgia
de un padre de quien él cree que lo defraudó. La idealización neptuniana está
impregnada de una intensa nostalgia. Cuando cualquier persona con Neptuno
en la cuarta hace de lado al padre como alguien sin importancia, imposible de
amar o poco interesante, generalmente hay problemas mucho más profundos
bajo la superficie.
Quienes tienen a Neptuno en la cuarta casa pueden verse acosados por
una sensación de desarraigo. No hay un sitio físico que sea su hogar, ningún
pueblo, ciudad o país al que verdaderamente pertenezcan. El resultado de este
estado de descontento divino puede ser una persona que viaja por todas partes
sin establecerse en ninguna. Los sueños de encontrar o crear un entorno
perfecto pueden convertirse en un objetivo fundamental en su vida. En este
contexto, será útil estudiar a Neptuno en la casa cuatro en el tema de
Rajneesh (véase el capítulo 7). Sin embargo, por más doloroso que pueda ser
el anhelo neptuniano de un reino que no existe en la Tierra, también puede
permitir que el nativo evite esas identificaciones rígidas y exclusivistas con la
región o la nación que generan tantos prejuicios e intolerancia, Y lo más
importante es que esto puede abrir las puertas a un sentimiento de estar
conectado con la vida, independientemente de los deberes para con la familia,
la nación o la raza. Es posible mitigar en buena medida la tristeza de este
desarraigo neptuniano mediante una experiencia lunar de intimidad con otras
personas, especialmente aquellas con las que no se tienen vínculos de sangre.
La idealización del padre puede expresarse como una idealización de la vida
familiar, lo que con frecuencia resulta decepcionante. Cuanto mayores son las
expectativas que uno tiene de la familia como fuente de redención, más
dolorosa será la desilusión con la que tendrá que enfrentarse. Es probable que
el nativo necesite encontrar otra clase de familia, nacida de la amistad y de la
afinidad emocional, en donde pueda tener la experiencia de la realidad del
apoyo y el afecto humanos. Aunque el verdadero hogar quizás esté muy lejos
en el espacio y el tiempo, el hogar del compañerismo cotidiano puede ser,
para Neptuno en la cuarta, lo bastante gratificante como para hacer de este
mundo un lugar satisfactorio.

Neptuno en la casa cinco


A la quinta casa se la asocia tradicionalmente con los hijos y la creatividad.
Pero los «hijos» de esta casa no son necesariamente biológicos, y nuestra
progenie biológica no está representada aquí en el contexto de nuestra capa-
cidad de ser padre, sino como aquellas creaciones físicas sobre las cuales
proyectamos nuestras imágenes interiores de la inmortalidad y lo que es
especial. A la quinta casa se la podría llamar con más propiedad la casa del
niño interior, porque es la imagen arquetípica del niño divino que se oculta
detrás del sentimiento de ser alguien especial que va asociado con el Sol, el
regente natural de la quinta casa, y con la necesidad de «representar» y
expresar espontáneamente nuestro corazón de niños. Así pues, la quinta es
una casa tan «religiosa» como la novena, y tal vez más, puesto que la búsqueda
de significado que indica la casa nueve es un empeño en gran medida
intelectual, mientras que la experiencia de la divinidad interior que tenemos
por mediación de la quinta, que representa a la vez a nuestros hijos y nuestros
esfuerzos creativos, es directa, inmediata e irrefutable.
El niño divino con quien nos encontramos cuando Neptuno está en la
quinta casa es el niño Dios, el niño Mitra, la progenie del cielo y la fuente de
nuestra redención. Así pues, la expresión creativa puede convertirse en un
medio de salvación, a través del cual podemos dejar las tinieblas del mundo
material para unirnos con la fuente de la vida. Pero es probable que para ir en
pos de este espíritu creativo nos veamos impulsados a sufrir, porque la
creatividad aliada con un Neptuno en la casa cinco lleva consigo la visión
conmovedora de los poetas románticos. El artista debe sufrir para realizar su
creación, y a su vez, ella lo redime; sin embargo, el artista es también el
portavoz de lo divino, y en la sociedad asume el papel del redentor. No
debemos sorprendernos de encontrar a Neptuno en la quinta casa en las cartas
de poetas como E. T. A. Hoffmann, para quien la expresión creativa era nada
menos que la expresión del mismo Dios, o F, Scott Fitzgerald, cuya novela El
gran Gatsby es en realidad una interpretación novelada de Neptuno en la
quinta. La inmersión total en el reino de lo imaginario es una fusión con la
deidad, y volver a salir al mundo de la vida ordinaria es verse expulsado del
Edén y constituye una especie de muerte.
A la casa quinta se la conoce también como la casa del amor. Sin embar-
go, el amor descrito por esta casa es un reflejo del Sol como dador de vida, y
no algo específicamente sexual; tampoco es una relación entre iguales. El
amor solar es un resplandor sin límites que se derrama sobre personas y
objetos tal como el Sol brilla sobre la Tierra. Nuestras «aventuras amorosas»
de la quinta casa no se refieren en realidad a los demás como individuos. Nos
embarcamos en ellas para tener la vivencia de nuestra capacidad de amar a
quienes describen sus órbitas a nuestro alrededor tal como lo hace la Tierra
alrededor del Sol. Mediante el reconocimiento de nuestra propia capacidad de
amar, vislumbramos lo que hay de divino en nosotros mismos. Neptuno en la
quinta evoca el amor de los trovadores, para quienes la mujer amada es un
espejo, y la experiencia de la pasión es una puerta abierta hacia la unión con
lo inefable. El o la amante en sí tiene poca importancia. Ebertin, al describir a
Neptuno en la casa cinco, habla de «un amor por la belleza y el arte; [...]
prodigalidad, autoglorificación, pasión mal dirigida, seducción». 10 No es nada
sorprendente que la pasión neptuniana pueda estar «mal dirigida», ya que la
otra persona no es más que un espejo en donde el nativo vislumbra la
inmortalidad de su propia alma. Con una idealización tan profunda del amor,
es probable que se manifieste una cierta falta de discernimiento al elegir.
Neptuno en la casa cinco puede estar perdidamente enamorado del hecho de
«estar enamorado». Sin embargo, el amor y el sufrimiento pueden convivir,
porque mediante la experiencia del amor los que sufrimos nos redimimos, y
ofrecemos la redención a las demás personas que sufren. A Neptuno en la
quinta se lo vincula en ocasiones con el engaño en el amor, ya sea como
perpetrador o como víctima. Tampoco esto es sorprendente, debido a la
idealización extrema y la propensión a decepcionarse que aporta Neptuno a
las relaciones románticas.
Los planetas emplazados en la quinta describen cuáles son las cosas que
más naturalmente nos vemos inclinados a crear; la vivencia de la divinidad
por mediación de un planeta en la casa cinco se expresará en la forma de la
deidad con la que nos encontremos. Los productos creativos más caracterís-
ticos de Neptuno son aquellos que nos vinculan con la fuente oceánica de la
vida. Un Neptuno en la quinta casa, si se le ofrece la contención suficien te,
puede contribuir a que un talento artístico se exprese mejor valiéndose de
medios como la música, la poesía y el teatro. Y en la medida en que nuestros
hijos son también nuestras creaciones, podemos introducir la mitología
neptuniana de la víctima redentora en el dominio de nuestra progenie. Esto
puede crear muchas dificultades, ya que los hijos no son meras extensiones de
nuestro poder creativo solar, sino individuos por derecho propio, que también
tienen un Sol y una quinta casa en su propia carta natal. Con Neptuno en la
quinta, es probable que idealicemos a nuestros hijos en tal medida que ya no
podamos discernir su realidad independiente. Entonces sufriremos de verdad,
ya que, de una manera u otra, ellos se resistirán a esta supresión de su propia
identidad. Muchas personas con Neptuno en la quinta casa perciben en sus
hijos el resplandor de su propia divinidad potencial, incurren en el error de
rechazarlos y, como consecuencia de ello, se sienten como mártires y
víctimas. También es probable que Neptuno en este emplazamiento perciba el
hecho en sí de ser padre o madre como un martirio, la prueba de su amoroso
autosacrificio. O bien puede tratar de hacer de redentor de un hijo a quien ve
como alguien desvalido y vulnerable. Pero también puede que, secretamente,
el padre o la madre que tenga a Neptuno en la quinta casa busque la
redención por medio del amor y la dependencia de su hijo.
Los temas neptunianos del sacrificio y el sufrimiento también pueden
asumir otras formas en relación con los hijos. Dado que la renuencia neptu-
niana a definir fronteras puede teñir de una profunda inconsciencia las rela-
ciones amorosas, no son raros los embarazos «accidentales», ni siquiera en esta
época en que es tan fácil disponer de anticonceptivos seguros. Como resultado
de este tipo de inconsciencia, Neptuno en la quinta casa a veces puede verse
enfrentado con la desdichada experiencia del aborto. En ocasiones, el
embarazo «accidental» es un medio instintivo de atar a una pareja que se tiene
miedo de perder, y un matrimonio edificado sobre semejantes cimientos se
verá socavado desde el principio por la sensación de haber caído en una
trampa, de estar atado y de ser una víctima, por ambas partes. El niño que
nazca de esta unión puede creer, como suele suceder con los niños, que es el
responsable de toda la posterior desdicha y frustración de sus padres, y es
probable que reaccione convirtiéndose en el tipo de «carga» que, sin lugar a
dudas, convertirá a los padres en mártires. O bien éstos pueden terminar
separándose, y si esta decisión va seguida de la amarga batalla habitual por la
custodia del niño, Neptuno en la quinta casa puede sentirse víctima y mártir,
ya sea por la carga que representa ser padre o madre en solitario, o por
encontrarse con que le quitan al niño. En situaciones como esta, nadie gana, y
es un error buscar un culpable, ya que una persona joven atrapada en la
agonía de lo que parece una gran pasión, no suele reconocer la desesperada
necesidad neptuniana de fusión. Pero puede facilitar las cosas ser capaz de
discernir, por debajo de la tendencia de Neptuno a inclinarse reverentemente
ante un misterioso «karma», una pauta formada sobre elecciones y anhelos
inconscientes que, al fin y al cabo, son propios del nativo.
A veces, Neptuno en la casa cinco puede estar vinculado con una falta de
hijos no aceptada, o con un hijo física o mentalmente enfermo o disminuido.
En estos casos no se puede «culpar a Neptuno». Este tipo de situaciones
desdichadas también puede darse cuando no hay ningún planeta emplazado
en la quinta, o cuando hay uno aparentemente benigno como puede ser
Júpiter. La conclusión a que apuntan las pruebas astrológicas es que lo que
describe Neptuno no es un niño enfermo o disminuido, sino un tipo
particular de sufrimiento que el padre o la madre tiene propensión a
experimentar. Como todos somos diferentes, cada persona reacciona de un
modo distinto ante este reto al que le enfrenta la vida. Algunos padres se
enfadan y otros se resignan; los hay que ingresan al niño en una institución
tan pronto como pueden, mientras que otros lo tienen siempre en casa,
aunque los demás hijos sufran por esta decisión. Como nadie puede conocer a
fondo ni juzgar con razón de causa la situación de otra persona, tampoco
nadie puede decidir por otro cuál de las múltiples opciones posibles es la
«correcta». A Neptuno, un profundo sentimiento de culpabilidad y un anhelo
de redimirse mediante el sufrimiento pueden dictarle que la opción
«correcta» es la senda del martirio. Neptuno en la quinta, cuando se enfrenta
con el reto de criar a un niño disminuido, describe el trasfondo mítico de
sufrimiento y salvación con que el padre, y no el hijo, es probable que cargue
interiormente. Las recompensas de tal experiencia pueden ser la compasión y
una mayor apertura del corazón, como puede serlo también una profunda
sensación de comprensión de lo religioso o de lo espiritual. Asimismo puede
darse la tendencia a la autoinmolación del mártir, para quien el sufrimiento
proveniente de un hijo puede abrirle algún día las puertas del Paraíso. La
conciencia de los propios sentimientos es sumamente importante, y no sólo
por el bien del niño. En el caso de los que desean desesperadamente hijos sin
poder tenerlos, es probable que Ies resulte útil cuestionarse con sinceridad
qué valor puede tener la desesperación. Si Neptuno en la quinta ve a los niños
como un vehículo de redención, el hecho de no poder tenerlos seguramente
parecerá una sentencia de por vida de exilio del Paraíso. Pero puede que no
sea así cuando el deseo de tener hijos se vincula con necesidades menos
globales, que se podría satisfacer por otros medios, si no del todo, al menos en
parte. En tales casos, compadecerse de uno mismo no será la expresión más
constructiva de Neptuno en este emplazamiento. Puede que dentro del nativo
haya una parte más sabia que intenta expresar el anhelo de redención
neptuniano por medio de otra clase de hijos no corpóreos.
Cuando Neptuno está en la quinta casa, las soluciones creativas son
esenciales, porque las personas reales —hijos y amantes, por ejemplo— no
pueden cargar con las idealizaciones míticas de Neptuno sin terminar
cayéndose de sus respectivos pedestales. Es probable que la compasión y la
sensibilidad neptunianas reflejen un don especial para tratar con los niños, y
no sólo con los propios hijos. Pero la expresión más benigna del planeta en la
casa natural del Sol se da fundamentalmente por mediación de aquellos
vehículos creativos que pueden ofrecer una vivencia inmediata del misterio
que reside en lo más profundo del sentimiento del «yo». Hablar de «hij os», de
«especulación» y de «aventuras amorosas» para definir la casa cinco parece
más fácil, por lo menos al principio, porque son asuntos instintivos y no es
necesario reflexionar sobre ellos. El trabajo creativo exige la disciplina de
Saturno y la autodefinición del Sol, a las que Neptuno se resiste. Y sin
embargo, paradójicamente, sólo mediante el esfuerzo creativo puede saciarse
la sed neptuniana de redención, por lo menos en parte, descubriendo al niño
divino en nuestro interior.
Neptuno en la casa seis
La sexta casa siempre ha tenido mala prensa. Aparte de que se la equipara
generalmente con el deber, el servicio y la salud, también ha sufrido la
indignidad de que se le atribuyera la regencia de los animales pequeños. Pero
es una casa que no nos revelará sus secretos si no tenemos en cuenta la
naturaleza de Mercurio, que es su regente natural. Mercurio cumple muchas
funciones en la mitología, pero sea lo que fuere lo que esté hacien do -
proteger a los viajeros, ayudar a los ladrones, actuar como mensajero de los
dioses del Olimpo, inventar instrumentos musicales o guiar a las almas de los
muertos—, es el dios de las fronteras, de las encrucijadas y de las conexiones.
La casa seis es el lugar donde se encuentran lo que está arriba y lo que está
abajo. Aunque es una casa de tierra, es también el dominio en el que todo lo
que hemos ido desarrollando a través de las cinco casas que la preceden recibe
forma y arraigo en la vida cotidiana.

A través de los problemas de la sexta casa nos refinamos, perfeccionamos


y purificamos; en última instancia, nos convertimos en un «canal» mejor
para ser quienes somos."

La casa seis es tan mística como la doce, ya que ambas se relacionan con
la síntesis de la vida terrenal y con lo que hay por debajo o más allá de ésta.
En la doce, que es la casa natural de Neptuno, nos apartamos de la encarna-
ción para fundirnos con la fuente divina, haciendo desaparecer las fronteras
individuales. En la casa seis, nos apartamos de la fuente para definir nuestra
vida por mediación de las fronteras y rituales que encarnan aquello que
hemos dejado atrás. Nuestros «deberes» de la sexta casa no son sólo tareas
mundanas, sino algo sagrado que, como un ritual religioso, pone en orden el
cosmos y crea una sensación de estar conectado con una vida más vasta. En la
sexta casa, «servicio» no se refiere a ayudar a los demás en el sentido
ordinario, porque no es a otras personas a quienes servimos, sino a Dios o a
los dioses, cuya naturaleza se expresa mejor por medio de aquellas tareas y
habilidades que tienen un significado divino. Esta labor de tender puentes
entre la tierra y el cielo no es siempre, ni siquiera generalmente, consciente
en la persona. De hecho, tampoco lo son las actividades de las otras casas, en
cuanto a su significado más profundo. Pero los planetas en la casa seis se
comportan de un modo ritualista y obsesivo, porque intentamos ordenar sus
energías y pautas arquetípicas y encarnarlas en la vida ordinaria. Y, como
sabe cualquier miembro del clero, dentro de la trama del ritual es donde
mejor se canaliza y contiene a los poderes transpersonales.
Cuando Neptuno está en la sexta casa, la deidad que busca encarnarse es
la fuente oceánica. Esto constituye un dilema intrínseco, porque Neptuno no
tiene inclinación alguna a soportar los límites que esta casa le impone, razón
por la cual es frecuente que lo veamos en sus manifestaciones menos
atractivas. Una expresión característica de la acuosa carencia de forma de
Neptuno es la hipocondría: la persona teme verse inundada por el caos
invisible y lo proyecta sobre el cuerpo a través de la fantasía de sufrir una
enfermedad mortal. Neptuno en la sexta también puede estar vinculado con
dolencias misteriosas que escapan del diagnóstico o el tratamiento de la
medicina ortodoxa, dolencias que en gran parte, e incluso totalmente, pueden
ser de naturaleza psicológica, y que expresan en el nivel somático la nostalgia
y el desvalimiento característicos de Neptuno. También el cuerpo en sí puede
tener una predisposición neptuniana, y entonces es sumamente sensible a las
intrusiones del entorno. No son raras las alergias y las afecciones cutáneas
como el eczema y la psoriasis, que sugieren una incapacidad para mantener
fuera el mundo exterior. El estrés reflejado en tales síntomas también puede
estar relacionado con Neptuno, porque es frecuente que el nativo se sienta
una víctima desvalida al encontrarse con las tareas de la vida cotidiana. En
vez de encontrar vehículos que le permitan encarnar los anhelos
neptunianos, es probable que tienda a escapar de la amenaza de las aguas, y
entonces el cuerpo expresa de maneras características las necesidades y los
sentimientos de Neptuno. En su descripción de Neptuno en la sexta, Ebertin
habla no sólo de «poderes curativos magnéticos», sino también de «una
sensibilidad patológica», dos atributos que reflejan la porosidad de Neptuno y
su inclinación a fundirse con los objetos externos en un estado de
participation mystique. Los poderes curativos de Neptuno en la sexta pueden
ser reales, pero también pueden resultar una fuente de gran sufrimiento, y es
necesario que el nativo establezca sus fronteras personales si no quiere
absorber los conflictos, el estrés y el sufrimiento de aquellos a quienes intenta
sanar. Cualquier persona con Neptuno en la casa seis que quiera dedicarse a
una profesión de ayuda al prójimo ha de tener sumamente claros los motivos
más profundos de su elección laboral, porque el anhelo de cuidar de los demás
puede estar vinculado con el hecho de sentirse inconscientemente enfermo,
desvalido y como una víctima ante un mundo caótico y desordenado.
A la sexta casa se la asocia también tradicionalmente con el trabajo, ya
que el cumplimiento de nuestras tareas cotidianas es una representación
simbólica en el nivel exterior de lo que somos interiormente. Pero hace ya
tiempo que la idea del trabajo como un acto sagrado ha desaparecido de
nuestra conciencia, y hoy en día el trabajo no es otra cosa que un medio de
ganar dinero. El ideal político de que cada persona se sienta feliz de hacer su
aportación a la colectividad según sus propias habilidades refleja la visión
utópica del trabajo que tiene Neptuno en la sexta. La humildad del sabio
budista que acepta con tranquilidad las tareas «serviles» no proviene de nin-
gún espíritu de servilismo ni del deseo de «hacer el bien», sino que refleja la
comprensión consciente de que en el más ínfimo de los rituales mundanos se
puede vislumbrar el orden divino que hay detrás de toda manifestación de la
vida. Puede que esta clase de servicio no implique directamente a otras
personas y que la mejor forma de expresarlo sea mediante habilidades o
labores artesanales que canalizan el poder creativo de la imaginación. Nep-
tuno en la sexta también tiende a idealizar el trabajo, lo cual puede crear
dificultades si se trabaja con otras personas o para una gran empresa. No todos
estos nativos perciben el trabajo a través de la visión redentora de Neptuno, y
hay quien puede ser propenso a la explotación. También es probable que a
alguien le resulte difícil enfrentarse con los asuntos prácticos de maneras
rectas y honestas. Aquí, quien engaña y el engañado se dan la mano en el
lugar de trabajo, porque el nativo tanto puede convertirse en receptor pasivo
como en perpetrador inconsciente de una buena cantidad de manipulación y
actos deshonestos, por descuido, por no querer ver las cosas o por incapacidad
para reconocer los límites normales. Neptuno en la sexta también puede
excederse en sus sueños de redención, hasta tal punto que la persona sienta
que en realidad ella no debería trabajar.
La combinación de opuestos puede ser sumamente gratificante si uno es
capaz de encontrar un equilibrio entre los extremos. Neptuno, como regente
natural de Piscis y de la casa doce, tiene una antipatía innata por Virgo y la
sexta casa. Es fácil polarizar, e incluso tratar de erradicar la amenaza
neptuniana del caos (lo cual puede dar como resultado fobias, alergias e
hipocondría) o tratar de evitar las exigencias de la vida cotidiana (lo cual
puede dar como resultado que el nativo se sienta víctima de las exigencias del
cuerpo y del mundo). Neptuno en la sexta casa da lo mejor de sí cuando se
entiende la naturaleza del ritual y el carácter sagrado del aquí y ahora. En
algunas casas del horóscopo —la séptima, por ejemplo-, podemos reconocer la
importancia de ese especial ámbito de la vida. En otras hemos olvidado —o
quizá jamás hayamos descubierto-, que los asuntos de esas casas son tan
valiosos, importantes y necesarios para nuestro bienestar interior como otras
actividades, aparentemente más interesantes. Cuando en la carta natal, una
casa tiene como inquilino a un determinado planeta, esta esfera de la vida se
convierte en un templum habitado por una deidad, y requiere de nosotros
más conciencia que otra que esté vacía. Los planetas que están en la sexta nos
piden el reconocimiento de nuestra interconexión con el mundo invisible, y
además, que hagamos lo posible por expresar esta relación en los rituales de
nuestra vida cotidiana. Con Neptuno en la sexta, el mundo invisible es
oceánico y rebosa de nostalgia. Si es posible dar forma a esta visión mediante
trabajos de artesanía, otras habilidades y rituales, entonces la vivencia de la
unidad con la vida puede hacer que aprendamos a saborear cada uno de sus
momentos y cada aspecto de la existencia física como algo lleno de belleza y
significado.

Neptuno en la casa siete


Cuando Neptuno está emplazado en la séptima, el sueño del Paraíso se con-
vierte en la visión de una unión perfecta, en la que el nativo puede sentirse
abrazado, sustentado y amado incondicionalmente para siempre. Esta visión
muchas veces no es consciente. Las personas en quienes las funciones
racionales son fuertes, no llegan a darse cuenta de tales expectativas, y des-
mentirán con vehemencia que tengan este tipo de necesidades. Sin embargo,
la pauta se representa de acuerdo con el antiguo mito, experimentado a través
de la proyección. La acuosa felicidad del Edén puede mostrarse entonces
como las fauces sofocantes de un gran pez, ya que ambas dimensiones son
neptunianas, y se puede oír el grito familiar de quien no quiere terminar
devorado por una pareja dependiente y necesitada. «Confusión» es una
palabra adecuada para describir los sentimientos paradójicos con respecto a la
relación de pareja que indica un Neptuno en la casa siete. La confusión surge
del hecho de que el nativo, inconscientemente, intenta que la redención le
llegue por mediación de los demás.
Con Neptuno en la séptima, la búsqueda del redentor puede represen-
tarse literalmente. En este emplazamiento, Neptuno está predispuesto a
casarse con un sustituto paren tal, alguien que sea a la vez madre y padre, y
que al cabo de un tiempo comienza a devorar al nativo, como el gran pez; así
pues, el redentor se muestra como un amante que, a menudo creativo pero
herido por la vida, necesita que lo salven y ofrece la salvación al mismo
tiempo. Los dos peces están divididos, como Asherah y Lotan, y el nativo los
proyecta a los dos. Con igual frecuencia, la pareja o el cónyuge es una víctima.
La esperanza de la propia redención reside en «salvar» a esa pareja. Así pues,
Neptuno en la séptima puede asumir el papel del miembro «fuerte» de la
pareja frente al débil —el alcohólico, el drogadicto, la persona con graves
problemas emocionales—, con lo cual evita reconocer la realidad de sus
propias flaquezas y su fragilidad, Pero si tropieza con alguien más fuerte,
entonces aflora el niño pequeño y la aparente fuerza se desmorona, revelando
el caos y la vulnerabilidad subyacentes. Neptuno en la casa siete no está
predestinado a las relaciones decepcionantes, ni condenado por el «karma» a
renunciar a tener pareja. Pero el nativo puede mostrarse muy renuente a
afrontar los problemas en este ámbito. Las dificultades causadas por Saturno,
Urano, Plutón o Quirón en la casa siete pueden empezar también con la
proyección, como generalmente sucede con todos los planetas en esta casa,
pero una vez que se pone de manifiesto que lo que está en juego es una pauta
de conducta, el nativo suele mostrarse dispuesto a investigar qué es lo que
realmente está pasando, cosa que no sucede con Neptuno, incapaz de soportar
una luz demasiado brillante.
Quien busca la redención en los brazos de otra persona también puede
representar el papel de amante y destrozar alegremente un matrimonio con el
pretexto de «salvar» al pobre hombre —o mujer- atrapado por tan terrible
pareja. O bien puede ser él —o ella— la víctima engañada. A Neptuno en la
séptima le divierten los triángulos. Detrás de esa actitud de noble salvación de
otras almas perdidas hay un niño ávido que lo espera todo de una pareja, ni
más ni menos, y sin embargo puede no estar nada dispuesto a enfrentarse con
la enormidad de semejantes necesidades, ni con la desesperación de no verlas
satisfechas. Una conexión más fuerte con Saturno puede ser de gran ayuda, ya
que su realismo no sólo pondrá al descubierto los intentos de manipulación
del nativo, sino que también le dará la autosuficiencia necesaria para
encontrar el Edén en otra parte que no sea la pareja. Neptuno en la casa siete
puede tener dotes de consejero o una facilidad para ayudar a los demás a
satisfacer sus necesidades, y quizás este sea un vehículo más adecuado para
expresar al redentor mítico en las relaciones humanas. Pero no puede haber
curación, ni de uno mismo ni de los demás, mientras el bebé inconsciente
atribuya características divinas a los seres humanos.
Neptuno en la casa siete puede ser adicto a la persecución de lo inalcan-
zable, ya que el encanto y el carácter esquivo de aquello que no podemos
tener nos prometen interminables posibilidades de salvación. Una vez que
hemos establecido una relación de carne y hueso, Neptuno ya no puede
mantener sus idealizaciones. Esta dinámica subyace con frecuencia en la
propensión a elegir al ser amado entre las filas de los casados o de quienes no
se interesan demasiado por la sexualidad, e incluso entre quienes se han
consagrado a la vida religiosa. También puede alimentar el impulso auto-
destructivo que hace que muchas personas con Neptuno en la casa siete
renuncien a toda esperanza de una relación feliz, y soporten una unión des-
dichada porque creen que así podrán obtener una recompensa en algún dis-
tante futuro, antes o incluso después de la muerte. La inclinación al auto-
sacrificio que tantas veces manifiesta Neptuno en la casa siete puede estar
ocultando aguas sumamente turbias. Al final, puede que lo que se deba
sacrificar no sea la realización personal, sino la identificación con el redentor
y el redimido.
Con Neptuno en la séptima, necesitamos experimentar sus anhelos, sus
aspiraciones y su magia a través de los demás. Tal vez necesitemos también
estar rodeados de personas neptunianas. La atracción por aquellos que tienen
una tendencia artística o mística no es la misma que sentimos por aquellos
que son psicológicamente infantiles y nos devuelven la imagen de nuestro
propio infantilismo. A medida que nuestro equilibrio interior va en aumento,
nuestras atracciones cambian, aunque el núcleo arquetípico siga siendo el
mismo. Y la casa séptima tampoco se reduce a la relación íntima con un
cónyuge o un amante. En ocasiones se la llama la casa de los demás, porque
indica nuestro modo de acceder al mundo de los otros y nuestra manera de
relacionarnos con ellos. Los planetas emplazados en cualquiera de las casas
angulares tienden a expresarse por medio de los sucesos y las personas.
Neptuno en la siete depende de los demás para contar su historia, porque para
ser literales necesitamos de nuestros espejos. Generalmente, todos los
personajes del drama neptuniano -la madre oceánica devoradora, el redentor
divino y la víctima sufriente— terminan siendo proyectados en una u otra
etapa de la vida. Los demás generalmente pertenecen a uno de estos tres
grupos, y cualquiera que no encaje en ninguno de ellos tiende a pasar
inadvertido. También se puede dividir la sociedad según esta tríada, puesto
que Neptuno en la séptima suele tener inclinaciones políticas. Es probable
que las idealizaciones neptunianas se expresen principalmente en la vida
pública, y pueden conferir no sólo la capacidad de percibir las necesidades y
sufrimientos del colectivo, sino también una notable ceguera ante las propias
aspiraciones al poder.
Es importante que aquellos que tienen a Neptuno en la casa siete y
escogen moverse en este campo sean sinceros con respecto al grado de sub-
jetividad de su manera de ver la sociedad. El líder neptuniano puede con-
vertirse fácilmente en la víctima neptuniana, a quien la multitud hace peda-
zos, metafóricamente o incluso físicamente. Un ejemplo interesante de esto
en el mundo moderno es Erich Honecker, el líder marxista de la Alemania
Oriental antes de la calda del muro de Berlín. La carta de Honecker muestra
una conjunción de Neptuno con el Descendente, a tres grados de la cúspide.12
Aunque técnicamente esté en la sexta casa, cualquier planeta tan próximo al
Descendente se expresará a través de la séptima. Al principio, Honecker se
veía a sí mismo —y lo veían los demás— como el salvador del pueblo de
Alemania Oriental. A finales de 1989, cuando se desmanteló el muro, se había
convertido en el chivo expiatorio de la gente, porque sus métodos eran
idénticos a los de los gobiernos fascistas que con tanta virulencia había
combatido. Su ceguera con respecto a sí mismo es característica del lado más
sombrío de Neptuno; se convirtió en lo mismo que perseguía, y fue el
destructor de lo que intentaba salvar.
Ver a los demás a través de la lente de la nostalgia neptuniana es un don
ambiguo. Puede reflejar una sensibilidad notable al modo de funcionar del
mundo «de ahí fuera», así como de las personas con quienes se está en
estrecho contacto. Una sensibilidad como esta puede expresarse de muchas
maneras creativas y curativas. Pero el sufrimiento neptuniano al parecer
ocasionado por los demás, cuando el planeta está emplazado en la casa siete,
es en buena medida una creación propia, surgida de una mezcla de fantasías
idealizadas y necesidades infantiles, y también de la naturaleza de las
personas a quienes el nativo recurre para que participen en su propio drama.
Desilusionarse de los demás es el resultado natural de un Neptuno en la casa
siete. La capacidad del nativo para enfrentarse con esta desilusión, mediante
un suficiente reconocimiento de sus propios límites y de los ajenos, es lo que
determina si Neptuno en la séptima se creará una vida de víctima o una
existencia rica en relaciones gratificantes. Neptuno nunca está contento con
una interacción prosaica. La gloria del teatro debe infundirse en la vida,
porque el mundo entero es un escenario, y Neptuno en la casa siete es el
protagonista. Suprimir la nostalgia neptuniana no es la solución, porque
Neptuno volverá a entrar por la puerta de atrás, y hará su nueva aparición a
través de la pareja del nativo o de un público desagradecido que se ha puesto
en contra de su ídolo. Quizás el secreto resida en permitir a los demás que
sean míticos y humanos al mismo tiempo.
Neptuno en la casa ocho
Al igual que la casa sexta, la octava ha tenido mala prensa, aunque por razo-
nes muy diferentes. Generalmente se la mira con aprensión debido a su
relación con la muerte. Sería estúpido sostener que esta casa no tiene nada
que ver con la muerte, ya que cualquiera que haya estudiado cartas de per -
sonas que han muerto prematuramente se habrá encontrado con un énfasis de
uno u otro tipo en esta casa. Pero la cuestión, muy compleja, es si nos
enfrentamos con la muerte del cuerpo o con lo que hay más allá del cuerpo.
La casa ocho tiene que ver con los apuntalamientos invisibles de la realidad
física, y esto incluye no sólo lo que existe después de que el cuerpo desapa -
rece, sino también lo que existe durante la vida por debajo de las percepciones
sensoriales de la existencia material. Los planetas emplazados en la octava
tienden a expresarse como si fueran fuerzas daimónicas que irrumpen desde
un reino oculto. Como resultado de esta irrupción, puede producirse en
ocasiones la muerte física. Igualmente, pueden producirse otras clases de
muerte. Mientras que la segunda casa se refiere a aquellos valores que adqui -
rimos por medio de la continua experiencia de vivir, la octava se refiere a
aquellas coyunturas en que debemos someternos a lo que está oculto, en la
vida o en nosotros mismos, de modo que la vida pueda transformarse. En este
contexto, es posible ver la muerte física como uno de los muchos niveles
posibles en los que puede representarse el proceso de desintegración y
reconstrucción iniciado por el funcionamiento de patrones ocultos. En oca-
siones, también puede haber un elemento de complicidad inconsciente
cuando los planetas emplazados en la casa ocho se expresan por mediación de
la muerte física. El deseo de morir puede aflorar no sólo a causa de un
enfrentamiento con conflictos aparentemente irresolubles, o del hecho de
volver hacia dentro los impulsos destructivos, sino también de un rechazo
instintivo de la vida. Es necesario que estudiemos a Neptuno en la octava en
este último contexto.
Los planetas emplazados en la casa ocho, como surgen de niveles desco -
nocidos de la psique, es frecuente que destruyan las condiciones existentes y
provoquen una gran angustia y mucha ansiedad. Un ejemplo de ello es la
carta de la princesa de Gales, que vimos ya en el capítulo 8. Con Marte,
Plutón y Urano en conjunción en la octava, es como si fuerzas aparentemente
fuera de su control hubieran estado dominando su vida. La ruptura del
matrimonio de sus padres fue una expresión de la conjunción, aunque sería
más exacto decir que esta conjunción describe la violenta reacción emocional
de ella ante esa pérdida de seguridad, tanto en el aspecto emocional como en
el material.13 Sus ataques de bulimia son otra expresión de la misma
conjunción; compulsiones dotadas de una destructiva vida propia han roto su
paz tanto en el nivel del cuerpo como en el de la mente. La tragedia de su
matrimonio es una tercera expresión de esa conjunción, que no describe de
un modo literal los acontecimientos, sino la reacción de Diana frente a una
situación que no podía controlar. Cada vez que ella tiene la vivencia de estos
planetas en la casa ocho, una crisis vital anuncia una especie de muerte y la
necesidad de crear una nueva vida.
Con frecuencia se experimenta a Neptuno en la casa ocho de una manera
súbita y compulsiva. Los anhelos neptunianos que aún no han tomado forma
pueden irrumpir en la conciencia con una fuerza irresistible, porque el nativo
no se da cuenta de que los está sintiendo. La nostalgia de la fuente puede
convertirse, literalmente, en una búsqueda del olvido, como suele suceder en
el caso de las muertes por sobredosis de drogas. Un triste ejemplo de ello es el
de la cantante Janis Joplin, que murió en 1970 de una sobredosis de heroína.
En su carta natal, Neptuno, que forma un gran trígono con el Sol, Mercurio,
Saturno y Urano, y está además en cuadratura con la Luna, se encuentra en la
cúspide de la casa ocho.14 La búsqueda neptuniana de las aguas del Edén se
dio, tanto en la vida de Janis Joplin como en su muerte, de una manera
particularmente conmovedora. Un ejemplo más espeluznante es la carta de
Jim Jones, el líder de la secta del Templo del Pueblo, que en 1978 se suicidó
con sus discípulos tomando cianuro.15 Aquí nos encontramos también con
Neptuno en la octava, pero su único aspecto mayor con otros planetas es un
trígono exacto con Mercurio en la cuarta. Esta carta no está dominada por
Neptuno, como la de Joplin; el Sol está en conjunción con Quirón en Tauro,
en trígono con Saturno, en sextil con una conjunción Júpiter-Plutón, y en
cuadratura con Marte en Leo. Estos aspectos indican una naturaleza mucho
más enérgica y vigorosa. Sin embargo, cuando ya no le fue posible ejercer el
poder absoluto, Neptuno le señaló el camino de regreso. Cuando Neptuno
está emplazado en la octava, el redentor puede aparecer con el rostro de la
muerte.
Ebertin atribuye a Neptuno en la casa ocho «estados de depresión, mal-
dades, dolencias del alma o de la mente, a diferencia de las enfermedades del
cuerpo o el sufrimiento físico». 16 Es cierto que Neptuno en la octava se
relaciona con ciertos tipos de depresión o «dolencias del alma»; en un estado
como este, sin duda, Janis Joplin se quitó la vida. Pero hemos de entender con
qué clase de depresión u otra enfermedad nos estamos enfrentando para
poder trabajar de un modo más consciente con estos problemas en vez de
limitarnos a ser víctimas de ellos. La depresión neptuniana es la soledad del
exilio. En la persona que está en contacto con tales sentimientos, Nep- tuno
indica una melancolía agridulce, cíclica en lugar de constante, que por el
hecho mismo de ser consciente puede encontrar formas de expresión acordes
con la capacidad y los talentos de la persona. Pero no hay una irrupción
compulsiva, porque el nativo ya sabe que desea volver a casa. Muchos artistas
encuentran inspiración en esta profunda tristeza, que es una parte
fundamental de la visión neptuniana del mundo. Pero cuando Neptuno actúa
inconscientemente, puede que la «dolencia del alma» aflore de repente, con
una fuerza avasalladora, y que el nativo responda sin reflexionar a la llamada
de las aguas. Como estos sentimientos primarios dibujan con un marcado
relieve la crudeza de la vida mortal, anuncian la posibilidad (y la necesidad)
de una limpieza a fondo de la propia vida, que implica renunciar a las viejas
actitudes y los antiguos apegos que están obstruyendo el corazón y el alma.
Neptuno en la octava, cuando está activado por una progresión o un tránsito,
puede ser el profético heraldo de cambios vitales profundos y constructivos,
frente a los cuales los sentimientos de depresión y nostalgia son una respuesta
natural e inevitable, siempre y cuando el yo sea lo suficientemente fuerte para
reconocer el valor de esa experiencia.
La casa ocho describe aquellas coyunturas vitales en las que debemos,
como la serpiente, desprendernos de la piel vieja para renovarnos. General-
mente, una persona que tenga acentuada esta casa pasará por varias «en-
carnaciones» en el transcurso de una, porque es frecuente que su vida esté
marcada por importantes momentos de crisis en los que son necesarias
renovaciones drásticas. Una tranquila continuidad es algo que suele eludir a
quienes tienen muy poblada la casa ocho, y además, por medio de esas crisis
tomamos conciencia de algo más profundo que la realidad mundana de causas
y efectos. Nos encontramos entonces con una invisible realidad subyacente
que nos hace recordar que el yo no es el dueño de todo lo que se puede
contemplar. Los planetas emplazados en la octava nos dicen cómo
reaccionamos en estos momentos de crisis y cuáles son los estados emocio-
nales que tendemos a experimentar, aunque los atribuyamos al agente exter-
no aparentemente responsable de nuestra conmoción. Con Neptuno en la
casa ocho, puede que nuestras crisis se centren en temas como la separación,
la soledad y el desvalimiento; es probable que nuestras reacciones estén
impregnadas de tristeza y de nostalgia, y el agente que vislumbramos detrás
de la acción es la fuente oceánica de la vida, que tras habernos expul sado del
Edén, ahora nos llama de regreso a casa.
La sexualidad, tal como se refleja en la casa ocho, es una vivencia en la
que renunciamos a nuestra autonomía para dejarnos «penetrar» o «poseer» por
algo distinto del yo consciente. La casa ocho tiene que ver con la pérdida del
poder adquirido en la casa dos por medio de la autonomía individual y el
establecimiento de los valores personales. Cuando estamos abiertos a la otra
persona durante el acto sexual, ya no tenemos nosotros el control. En la
Inglaterra de la época isabelina, al acto sexual se lo llamaba la «pequeña
muerte». A menos que estemos falseando nuestras reacciones, somos presa de
fuerzas instintivas que al mismo tiempo son nosotros y no lo son, y eso lo
experimentamos a través de la pareja. Neptuno en la casa ocho puede indicar
una adicción a esta forma de perdernos a nosotros mismos, y es posible que el
acto sexual en sí llegue a convertirse en el redentor anhelado; el momento de
entrega total en mitad del orgasmo se transforma en el momento de reunión
con lo divino.

[...] La intimidad física es también un alivio de la soledad [...]. Algunas de


estas personas también pueden sentir que entregarse sexualmente es una
manera de servir, complacer o incluso curar a otros. Además, puede ser
una forma muy conveniente de escapar de los problemas que las acosan
en otros ámbitos de la vida.17

Neptuno en la casa ocho puede indicar una capacidad para el placer


extático, e igualmente, en una carta que sea «impermeable a Neptuno», uno
puede llegar a temer su propia vulnerabilidad y por lo tanto trata de cerrar las
puertas. En el ámbito sexual, Neptuno en la octava está tan frecuentemente
asociado con la actitud de inhibición como con la de apertura, ya que no todo
el mundo es capaz de admitir tanta vulnerabilidad sin ponerse a la defensiva.
Si el nativo repudia a su Neptuno en la casa ocho, lo proyectará sobre su
pareja y la verá como una persona exigente o devoradora en el nivel
emocional y sexual. También es probable que de un modo inconsciente escoja
a un compañero sexualmente impotente o incapaz de funcionar, con lo que
evita su vulnerabilidad sin tener que admitir su propio miedo. Neptuno en la
octava puede aflorar también en esa profunda soledad que se oculta tras la
«depresión» o «dolencia del alma» que describe Ebertin.
El anhelo de lo invisible también puede conllevar una buena cantidad de
dones. Dado que las fronteras entre el yo y el inconsciente son fluidas, uno
puede comprender intuitivamente sentimientos, imágenes y anhelos que
pertenecen al colectivo, de lo cual resulta una aptitud para el trabajo
psicológico o psíquico que penetra muy por debajo de los estratos de la per-
sonalidad individual. El propio inconsciente puede aparecer como el reden-
tor, y es probable que los sueños y las fantasías tengan un significado y un
poder extraordinarios. El mayor peligro de Neptuno en la casa ocho se pre -
senta cuando nos olvidamos de que lo llevamos dentro, o bien cuando nos
identificamos tanto con él que nos olvidamos de nosotros mismos. El anhelo
de disolución no es patológico; es arquetípico. Tal vez tampoco nadie pueda
juzgar si otra persona tiene derecho a ir en busca de ese anhelo en su nivel
más literal, pero si se opta por la vida y no por la muerte, Neptuno en la casa
ocho puede ser un verdadero iniciado en los misterios.

Neptuno en la casa nueve


El misticismo neptuniano se encuentra como en su casa en el templum de
Júpiter, quizá porque generalmente se identifica a la fuente de la vida como
una deidad, en lugar de buscarla a través de sustitutos. Sin embargo, a la casa
nueve le concierne algo más que lo que solemos definir como religión, ya que
todos los caminos que conducen a una comprensión más amplia de la vida
pertenecen a su dominio. Muchos de ellos, como la educación superior, los
viajes y la publicación de libros, puede que no incluyan ninguna aspiración
religiosa identificable. Quizá fuera más adecuado definir a la novena como el
área de la vida en donde desarrollamos una visión del mundo o una filosofía
que nos permita integrar nuestras vivencias personales con los patrones
universales. La religión cumple con esta función mediante un concepto de
Dios; los cuestionamientos sociales, políticos, psicológicos y filosóficos de
otras esferas de interés para la casa nueve la cumplen mediante una manera
de entender la vida en la cual todo está relacionado con principios generales.
La novena es la casa donde intentamos entender las leyes subyacentes en
nuestra propia existencia, independientemente de que se las interprete como
divinas o como humanas, y en este caso en un sentido psicológico, legal o
socioeconómico. Cuando nos volvemos hacia lo divino, la naturaleza y las
intenciones de la deidad que percibimos están en gran parte definidas por los
planetas que tenemos en la casa nueve.
Cuando Neptuno está emplazado en la novena, se ve a Dios como una
fuente oceánica divina. Independientemente de la educación religiosa que
uno haya recibido, Dios como Amor es la deidad que con más frecuencia
reconoce un Neptuno en la casa nueve. La redención es entonces un tema
evidentemente religioso o espiritual, porque Neptuno en este emplazamiento
no se inclina a los enfoques que fuerzan un equilibrio entre lo humano y lo
divino mediante el hecho de experimentar la divinidad en la vida. A Neptuno
en la novena le importan el cielo y el infierno, así como la visión mile- narista
de un final del sufrimiento y el mal. Pero Neptuno no se limita a ser una
deidad de una compasión infinita según el modelo de Cristo. Es también la
fuente maternal, capaz de castigar, devorar y destruir; y en la psicología de
Neptuno en la casa nueve, el terror de Dios puede ser tan fuerte como el
anhelo de redención. El sacrificio y el sufrimiento son una parte importante
del pensamiento religioso de Neptuno, lo mismo que la exclusividad
espiritual. La religión no significa necesariamente redención, pero puede ser
un medio de vivir la mejor vida posible de acuerdo con la voluntad divina. A
ciertos enfoques dentro del judaismo, por ejemplo, les interesa la relación
entre el ser humano y Dios en función del comportamiento «correcto», y no
prometen ninguna fusión definitiva con la deidad, ya que una vida vivida
rectamente constituye su propia recompensa.
Ebertin describe a Neptuno en la casa nueve como «la facultad del pre-
sentimiento [...], la inspiración, una fantasía y una imaginación excesivas,
autoengaño debido a una falta de facultades críticas». 18 Esto puede aplicarse a
Neptuno en cualquier emplazamiento, pero uno de los principales problemas
de este planeta en la novena es la tendencia a proyectar la autoridad espiritual
y moral sobre los demás, de modo que el nativo se convierte en un ciego
seguidor de un credo que puede o no ser adecuado o saludable para él.
Neptuno en la novena también corre el peligro de pretender que conoce las
verdades religiosas absolutas; si éstas fueran simplemente válidas para el
creyente no plantearían dificultad alguna, pero la propia identificación
inconsciente con el redentor puede llevar, en más de un caso, a obligar a los
demás a que las acepten por la fuerza. Neptuno también puede proyectar la
redención sobre Dios, lo cual quizá suena perfectamente apropiado, ya que es
la base de la mayor parte de las aspiraciones cristianas. Pero tal vez sea
necesario que cuestionemos el supuesto de que Dios es una madre siempre
atenta que nos brinda su amor incondicional, que existe para satisfacer todas
nuestras necesidades personales y que nos perdonará incluso cualquier forma
de comportamiento infrahumano que adoptemos. Esta clase de Dios es
particularmente atrayente para quienes desean esquivar la responsabilidad de
sus acciones y elecciones en la vida cotidiana, y que si asisten con cierta
regularidad a la iglesia o desnudan su alma en el confesonario, esperan que,
por la sencilla razón de que «creen», se los disculpe por pegarle a su mujer,
tiranizar a sus hijos, darle puntapiés al gato y practicar todas las formas
posibles de fanatismo e intolerancia con los seres humanos. Este es el rostro
más sombrío de un Neptuno en la novena cuando, de forma semejante a como
lo hacen ciertas sectas fundamentalistas en Estados Unidos, empieza a recurrir
a medios sumamente cuestionables para instruir a sus ignorantes
correligionarios sobre las revelaciones de las que se siente depositario. No hay
lugar para la ética en estas aguas neptunianas, ni tampoco para la simple
cortesía humana, ni para el respeto por la inteligencia, los derechos o las
fronteras de los demás. Los redimidos se han nombrado a sí mismos
redentores, y lejos de parecerse a Cristo, se asemejan mucho más a la
monstruosa Tiamat, y van perpetrando en el nombre del redentor atrocidades
psicológicas e incluso físicas” que jamás se podrían encontrar en las
enseñanzas de Cristo.
Si cuenta con la contención de un yo capaz de reflexionar, Neptuno en la
casa nueve puede proporcionar una inspiración espiritual y artística que sea
conmovedora y auténtica. La «facultad del presentimiento» de que habla
Ebertin es la expresión de la presciencia psíquica de Neptuno, es decir, de su
capacidad para adentrarse en las corrientes emocionales de la psique colectiva
con una visión intuitiva de un futuro que está naciendo. Y esta visión del
despliegue de los acontecimientos históricos y del significado o propósito de
la evolución humana puede ser uno de los dones de Neptuno en la casa
nueve, la que rige al artista como profeta y portavoz de los dilemas morales y
religiosos del colectivo. Un buen ejemplo es Goethe, quien encabezó el
movimiento romántico alemán y personificó en Fausto no sólo el dilema
arquetípico del artista, sino también una visión profética del futuro de su
propia nación. En su carta, Neptuno está en Cáncer, emplazado exactamente
sobre la cúspide de la casa nueve, formando un gran trígono de agua con
Júpiter en Piscis y Plutón en Escorpio. Otro buen ejemplo es Bob Dylan, el
músico que fue el profeta de toda una generación de estadounidenses.
Mediante una visión creativa, Neptuno en la casa nueve trasciende las
fronteras de la propia cultura, y expresa los temas universales del sufrimiento
y la nostalgia del ser humano.
Neptuno en la novena puede mostrar predilección por la espiritualidad
mística y es capaz de ofrecer su lealtad a un guru o una filosofía que le exija el
sacrificio de posesiones o de creencias anteriores. Las comunas espirituales
son especialmente atractivas para un Neptuno en la casa nueve, pero la
idealización neptuniana de los lideres espirituales o religiosos puede llevar al
nativo a una profunda desilusión cuando no alcanza inmediatamente la ilu-
minación o la salvación. Y si no es demasiado capaz de tamizar las enseñanzas
recibidas valiéndose de su experiencia y de su propio sistema de valores,
Neptuno en la novena puede manifestar una peligrosa credulidad. Sin
embargo, una filosofía de amorosa obediencia a Dios constituye una senda
apropiada. La unió mystica no es una mera fantasía de Neptuno en la casa
nueve, y si bien en la esperanza de una relación con la divinidad habrá siem -
pre elementos de narcisismo primario, tampoco son tan raras las experiencias
transpersonales y profundamente conmovedoras de tipo oceánico. El reto
consiste en diferenciar entre la fuente divina y el maestro mortal que
pretende ser su vehículo, y en asegurarse de que el propio narcisismo no
genere un secreto autoengrandecimiento que socave la relación del yo con el
mundo exterior.
Los viajes son tradicionalmente uno de los dominios de la casa nueve.
Con frecuencia, las personas que tienen acentuada esta casa se sienten reno-
vadas y vigorizadas cuando viajan, porque hacerlo les permite adquirir una
perspectiva diferente y más amplia de su propia vida. Desde el punto de vista
de la casa nueve, viajar nos pone en contacto con un mundo más vasto, lleno
de actitudes, lenguas, costumbres y estilos de vida diferentes, que intensifican
nuestro sentimiento de que la vida en su totalidad tiene significado. Y para un
Neptuno en la novena, viajar puede proporcionar incluso una promesa de
salvación. La profunda sensación neptuniana de estar en el exilio significa que
el nativo no podrá encontrar nunca su hogar sobre la Tierra, porque su
verdadero hogar se encuentra más allá. Así pues, Neptuno en la novena puede
estar perpetuamente viajando, en busca de la cultura perfecta o del paisaje
perfecto. Quizás idealice algunos lugares, en particular aquellos a los que se
acude en peregrinación, como Lourdes para un católico devoto o Poona para
los seguidores de Rajneesh. La llegada física al lugar soñado puede significar
una decepción y una desilusión, pero Neptuno en la casa nueve también tiene
el don de infundir en los lugares que visita una magia y un significado que al
viajero pragmático se le escapan. Poblado así el lugar con las fantasías y los
sentimientos del acuoso mundo neptuniano, ni siquiera el ruido y el desorden
de los vehículos atestados de turistas bulliciosos llegan a destruir la belleza de
la visión interior, proyectada sobre la realidad externa.
Como Neptuno está vinculado con temas de redención, que nosotros
interpretamos como «religiosos» de acuerdo con la visión del mundo carac-
terística de la era de Piscis, podemos suponer que cuando Neptuno está en la
casa nueve, vemos una forma más pura de espiritualidad. Sin embargo,
conviene que recordemos que las definiciones colectivas de Dios no son
eternas, sino más bien peculiares de una época determinada. Al estudiar las
religiones anteriores a la era cristiana, como el budismo, o sistemas filosóficos
«paganos» como el platonismo, uno se sorprende ante la ausencia de la
nostalgia y el sufrimiento neptunianos. Esos enfoques eran, y para una gran
parte de la población mundial siguen siéndolo, una percepción tan válida de
la verdad religiosa como pueden serlo en Occidente las diferentes versiones
de la doctrina cristiana adoptadas desde el reinado de Constantino. Neptuno
en la casa nueve no es ni más ni menos religioso que cualquier otro planeta
emplazado en ella, pero a nosotros nos parece que lo es más porque se centra
en los temas de redención y el sacrificio, en cuyo contexto definimos nosotros
el «verdadero» sentimiento religioso. Igualmente, la sincera y en ocasiones
inquietantemente irreflexiva tendencia que muestra este planeta a
identificarse de forma absoluta con el redentor elegido, puede hacer que el
devoto neptuniano parezca más comprometido espiritualmente, lo cual
también es una percepción teñida por la visión del mundo característica de
Piscis, que equipara el compromiso espiritual con la obediencia a una fuente
externa de autoridad religiosa. Neptuno en la novena es visionario por
naturaleza, y puede indicar una honda captación intuitiva de las realidades
superiores o de las más profundas. Si no se le ponen límites, corre el riesgo de
caer en el fanatismo, pero una creencia sincera en la bondad de la deidad es
innata con un Neptuno emplazado en la casa nueve, tanto en la carta de una
nación como en la de un individuo, y mucho depende de que la conciencia,
sea la de una persona o la de un pueblo, pueda equilibrar la conmovedora
visión neptuniana de una fuente de amor con una buena dosis de reflexión,
objetividad y sentido común.

Neptuno en la casa diez


Esta es una casa compleja, porque no se refiere exclusivamente a la profesión,
el éxito y el prestigio en el mundo exterior. Esta última casa angular indica
también una dimensión muy especial de la madre o del arquetipo materno. Es
la madre cómo donadora de forma y la madre como el mundo físico. Cuando
un bebé emerge a la vida, la realidad física de la madre forma los parámetros
de su universo; la madre física y el mundo material son lo mismo. Los límites
del cuerpo de la madre y los confines de las leyes que ella impone configuran
esencialmente lo que percibimos como límites y confines del mundo que
habitamos; y lo que proyectamos en el mundo, después lo asumimos, tratando
de configurarlo bajo la forma de una «profesión». Cada niño encuentra un
determinado componente arquetípico en su madre, encarnado por ella. Este
componente tiñe más tarde la percepción que tiene la persona de lo que
espera el mundo de ella, y de cómo debe mostrarse para salir adelante en la
vida. Es una especie de herencia, pero no es un retrato objetivo de la madre.
Es más bien un retrato de lo que experimentamos al principio de nuestra
relación con ella, y más adelante en núes- tros esfuerzos por establecernos
como adultos independientes en un mundo lleno de límites y leyes. Los temas
indicados por los planetas que tenemos en la casa diez configuran lo que
suponemos en cuanto a nuestro lugar en la sociedad, cómo podemos
contribuir, las cuestiones sociales que defendemos o contra las que luchamos,
y la persona o «máscara» que adoptamos en sociedad. No es el
comportamiento de la madre personal, sino más bien la imagen mítica que
ella encarna para su hijo, lo que domina nuestras percepciones. Nuestros
objetivos materiales están, pues, profundamente vinculados con nuestras
primeras experiencias de los límites y fronteras establecidos por nuestra
madre.
Puede que Neptuno en la décima casa vea el mundo como un campo de
prisioneros para aquellos que necesitan ser redimidos. En estos casos, el hijo
suele ver a la madre como una víctima, alguien sobre quien, pese a su amor
incondicional, llueven inmerecidamente el dolor y la injusticia de la vida. Es
la mater dolorosa cuyas lágrimas lavan los pecados de la humanidad y cuyo
sufrimiento exige devoción y recompensa durante toda la vida. Si
posteriormente el hijo proyecta esta imagen sobre el mundo, lo ve lleno de
sufrimientos; de ahí que Neptuno en la décima suela orientarse hacia las
profesiones de ayuda a los demás, como medio de dar expresión a la pauta
arquetípica. Pero también es posible que el nativo con Neptuno en la casa
diez vea a su madre como una histérica, como las fauces abiertas de un gran
pez, alguien que, como dijo una vez Alejandro Magno, exige un alquiler
exorbitante por nueve meses de alojamiento. También la madre puede mos-
trar las dificultades psicológicas típicas de Neptuno, si ella misma no ha salido
aún de las aguas uterinas. Quizá no esté bien definida como individuo e
intente vivir para su hijo y por medio de él. La idealización y el anhelo de
fusión típicos de Neptuno pueden existir tanto en la madre como en el hijo; es
probable que ambos compartan un sueño de unión perfecta, donde no hay
soledad ni conflicto que puedan destruir la eterna felicidad del Edén. Lo que
constituye la salvación es satisfacer las necesidades de la madre, y más tarde
las del mundo. Las fronteras se desdibujan, y el niño puede sentirse llamado a
ser no solamente el redentor, sino también alimento para peces, es decir, lo
dan a luz, lo alimentan y después lo devoran.
La sensibilidad neptuniana para los mensajes no verbales de la madre se
puede extender también al colectivo por medio de esa otra vocación favorita
de Neptuno que es el mundo de la escena y la pantalla. En la participa- tion
mystique entre el actor y el público, Neptuno en la casa diez puede recrear el
estado de fusión original nutriéndose de una respuesta positiva, y
experimenta un profundo sentimiento de pérdida, angustia y desesperación si
el público rechaza su ofrenda. El colectivo se convierte así en la encarnación
de la fuente, que con su amor y su aprobación da la vida, mientras que con su
ira la amenaza. Neptuno en la décima casa indica una relación pro-
fundamente ambivalente tanto con el colectivo como con la madre personal.
AI convertirse en lo que «ellos» necesitan y quieren (que es lo mismo que la
madre quiere y necesita), Neptuno en este emplazamiento se asegura la
ilusión de un amor incondicional. Sin embargo, tal como pudieron comprobar
todos los emperadores romanos, la «bestia de múltiples cabezas» es tan
propensa a volverse en contra de sus redentores como a adorarlos.
Shakespeare dedicó a este tema muchas de sus obras, en particular Coriola-
no. Neptuno en la décima, por mediación del talento del actor, puede parecer
fascinante y misterioso a los ojos del público, pero también puede terminar
siendo una víctima, debido a una identificación inconsciente que
desencadena el mito de la víctima redentora en la vida mundana. Un buen
ejemplo de esta dimensión de Neptuno en la casa diez lo encontramos en la
carta de la princesa de Gales, que estudiamos ya en el capítulo 8.
Ebertin habla no sólo de «objetivos extraños», sino también del «logro de
los propios objetivos por medios retorcidos».20 Debido a la pasividad y la
sensación de desvalimiento típicas de Neptuno, el nativo puede sentir que su
progreso en la vida no está en sus propias manos. Cualquier esfuerzo por
hacer planes para el futuro suele ir acompañado de una actitud fatalista, y
puede que el nativo vaya a la deriva, de un trabajo a otro, sin ninguna moti-
vación interior y dependiendo de la ayuda de los demás. Así se convierte en
un niño que se conforma con satisfacer las ambiciones y expectativas de su
madre, ansioso de complacer, pero que no percibe en su propio interior
ningún impulso que lo lleve a tomar una decisión independiente. Para algu-
nas personas que tienen a Neptuno en la décima, la vocación no es una elec-
ción, sino una necesidad dictada por compulsiones inconscientes que —sin
importar que se las interprete como algo infantil, espiritual o una combina-
ción de ambas cosas— no admiten ninguna otra opción. Otras personas con
Neptuno en la casa diez ven el mundo como un lugar demasiado vasto,
confuso y abrumador, y sienten que no hay un «yo» capaz de reclamar su sitio
en él de un modo voluntario y consciente. Así pues, Neptuno en la décima
puede transformarse en una víctima de la sociedad, en un «perdedor», y no
por falta de capacidad, sino debido a un oscuro masoquismo que prefiere el
martirio antes que asumir una identidad definida. En estos casos, el nativo
puede sentirse, conscientemente, víctima de fuerzas sociales opresivas
(gobiernos conservadores, actitudes patriarcales, el capitalismo u otros buenos
ganchos para colgarles sus proyecciones de Saturno) y quedarse esperando el
milenio, cuando los malos sean derrotados y los mansos hereden la Tierra.
Si uno se identifica con la víctima redentora en calidad de proscrito
(como sucede con la mayor parte de los mesías en el contexto de su entorno
social), es probable que sienta que para conseguir cualquier cosa es necesario
engañar. Puede haber una necesidad urgente no sólo de actuar de forma
subversiva, sino también de que a uno lo descubran; la persona organiza
inconscientemente su propia caída, ya sea dejando indicios de actividad
deshonesta o bien enredándose con un colega o un socio comercial desho-
nesto. También puede ser que dé por sentados ciertos supuestos, por ejemplo,
que está por encima de la sociedad en que vive. En ocasiones, Neptuno en la
décima va asociado con escándalos. Un llamativo ejemplo de este tipo de
autosabotaje neptuniano nos lo ofrece el compositor y cantante estado-
unidense Chuck Berry, Durante los años sesenta y setenta logró una gran
popularidad gracias a su original mezcla de rock «duro» con música country y
western, con éxitos como Mabelline y Johnny Be Good, y un éxito mayor aún
con dos películas, Go, Johnny, Go y Let the Good Times Roll, y en 1984 obtuvo el
premio Grammy. En su carta natal, Neptuno está emplazado en Leo en la casa
diez, en sextil con el Sol en la doce, y forma una cuadratura en T con Saturno
en la primera y Marte en la séptima.21 A los dieciocho años le cayeron tres
años de cárcel por robar un coche, y en 1962, cuando tenía treinta y seis, lo
sentenciaron a otros tres años por atravesar un límite estatal con una
prostituta de catorce años. Se pasó además otros cuatro meses de cárcel por no
pagar 108.000 dólares del impuesto sobre la renta, y en 1988 lo acusaron de
dar una paliza a uno de sus cantantes. Fuera lo que fuese lo que iba
carcomiendo a Chuck Berry, ni la fama ni la fortuna lo curaron. Su carrera
encaja admirablemente con su Neptuno en la casa diez, porque perteneció a
un exclusivo panteón de cantantes de éxito que cumplieron los sueños de toda
una generación. Sin embargo, él mismo se aseguró de ser perseguido por la
ley. Es posible que en esta pauta compulsiva se estuviera expresando su
configuración natal Neptuno-Marte-Saturno, en la que el papel de Saturno lo
desempeñó la policía, y el de Marte, la propia e incontrolable violencia de
Berry.
Con Neptuno en la décima, es tan probable que el nativo esté noble-
mente inspirado para servir al colectivo como diabólicamente inspirado para
embaucarlo. O bien puede ser que haga un poco de cada cosa. Neptuno en la
casa diez no pierde jamás el talento del hypocrités. Tal vez el nativo no sea
demasiado neptuniano en otros aspectos, pero el mundo proyectará a
Neptuno en él porque a su vez él proyecta a Neptuno sobre el mundo.
Generalmente, hay un elemento de participarían mysríque en la vida pública
y profesional del nativo, y un elemento dramático en el papel que desempeña
a los ojos del mundo. No necesariamente se trata siempre de un gran mundo,
ni tampoco todos los que tienen a Neptuno en la casa diez se hacen famosos,
pero tienden a hacerse notar, debido a su característica mágica de hacer de
espejo, que activa las fantasías de quienes no les conocen bien. Pero el
misterio puede desvanecerse cuando la relación se profundiza. Quienes
siguen manteniéndose esquivos incluso en las relaciones más íntimas son los
que tienen a Neptuno en la primera casa o en la séptima. Pero inde-
pendientemente de que atraiga sobre sí la calumnia o la idolatría, el poder de
atracción de Neptuno en la décima es enorme, debido a su gran penetración
intuitiva en el funcionamiento interior del colectivo. Una persona rela-
tivamente consciente y que se conozca lo suficiente a sí misma como para no
identificarse con la representación mítica que se lleva a cabo en la escena
pública, puede poner este poder de atracción al servicio del mayor bien de la
sociedad o, como mínimo, utilizarlo para proporcionar un enorme placer
mediante la expresión de sus talentos creativos. Pero el necesario ingrediente
de la conciencia de uno mismo sólo puede aflorar si se parte de una con-
frontación sincera con los temas de redención que se congregan alrededor de
la relación con la madre. Sin esta comprensión interior, Neptuno en la décima
puede terminar siendo víctima de las fuerzas internas y externas del
colectivo, sobre las cuales el nativo en realidad no tiene control alguno.

Neptuno en la casa once


A la undécima se la llama a veces la casa de las esperanzas y los deseos, y
también la casa de los grupos.

En su nivel más profundo, la casa once [...] representa el intento de


trascender la identidad de nuestro ego y llegar a ser algo mayor de lo que
somos. La principal manera de lograrlo es identificándonos con algo más
vasto que el yo, como un círculo de amigos, un grupo, un sistema de
creencias o una ideología.22

La casa diez tiene que ver con el colectivo en una relación de tú a tú;
cultivamos habilidades y talentos y obtenemos un prestigio o una autoridad
que después ofrecemos a un mundo (y a una madre) que está «ahí fuera». El
mundo puede responder positiva o negativamente, pero —incluso cuando
Neptuno está en la décima— sigue estando «ahí fuera». También la casa once
tiene que ver con la colectividad, pero nos relacionamos con ella de un modo
diferente. Nos unimos a la gran familia humana de la que formamos parte por
medio de aspiraciones e ideales compartidos. Esto no sólo da significado a
nuestros esfuerzos, sino que además nos alivia de la soledad del camino de
autoformación que culmina allí donde culmina el horóscopo: en el médium
coeli de la carta. En la casa once ya no estamos solos, sino que pertenecemos.
A nuestro alrededor están esas almas de mentalidad afín que -ya sea que
compartan nuestro gusto por la televisión o nuestro gusto por la filosofía—
validan lo que somos en la medida en que nos aceptan. «Yo» se convierte en
«nosotros» y nuestra vida entra en un contexto más amplio mediante la
fusión, en el nivel mental, con la sociedad en la que vivimos. Mucho se ha
escrito sobre la «conciencia de grupo» en los círculos esotéricos y en los de la
psicología humanista, y se la presenta a veces como un ideal al cual debemos
aspirar. Sin embargo, puede que la conciencia de grupo no tenga tanto
encanto. Cuando el grupo se junta para ofrecer una muestra de gamberrismo
futbolístico o racista, no se puede hablar de una conciencia más evolucionada.
Sin embargo, actividades como estas también forman parte de la casa once.
Tanto los grupos como los amigos que elegimos son un reflejo de nuestros
propios ideales y valores, que resuenan en una entidad más vasta. Cualquier
nobleza que podamos aportar a ese dominio de la vida depende de quiénes
somos y de cómo respondemos a los planetas natales emplazados en esa casa.
Neptuno en la once necesita pertenecer a algún grupo, sin importar que
sea profesional, vecinal, ideológico, espiritual o de personas que compartan
una afición. Para el nativo, el grupo es la fuente de redención sin la cual se
encuentra perdido, despojado y solo; los éxitos personales, profesionales y
creativos no significan nada sin este contexto más amplio. Neptuno en la casa
once indica una aguda conciencia social y una gran sensibilidad hacia las
necesidades emocionales del colectivo, y esto a veces conduce al nativo a un
compromiso de servir a la gran familia humana que puede llenar toda la vida.
La redención se encuentra así a través de quienes la necesitan, porque nos
salvamos mediante el acto de salvar a los demás. Los elementos del altruismo
neptuniano son complejos, e incluyen tanto necesidades infantiles como una
auténtica sensibilidad a la interconexión entre todos los seres humanos. Pero
si el nativo no es capaz de enfrentarse con la soledad, corre el peligro de que
su idealización del grupo lo sumerja en un colectivo que erosiona los valores y
la integridad personales. Ebertin habla de «la búsqueda de uniones de almas
[...], metas y aspiraciones nobles [...], una persona que fácilmente se deja
influir por los demás».23 Las «uniones de almas» de la casa once no son
emocionales, amorosas ni sexuales, sino encuentro de espíritus y mentes que,
para Neptuno en la casa once, son un antídoto de la soledad de la
encarnación. La base de la búsqueda neptuniana no es la satisfacción personal,
sino el sentimiento de una vida consagrada a un objetivo más vasto, y lo ideal
sería que la pareja del nativo se comprometiera en la misma tarea o
compartiera sus creencias espirituales o políticas. A Neptuno en la casa once
puede resultarle difícil aguantar relaciones en las que la pareja (o el amigo) es
emocionalmente compatible pero tiene objetivos diferentes. Un interesante
ejemplo de esta dinámica en un nivel no personal es la carta de la fundación
de Alcohólicos Anónimos, cuyo propósito es ayudar al individuo mediante su
identificación con un grupo de compañeros que sufren por la misma causa.
Aquí Neptuno está en Virgo en la casa once, en oposición con Saturno, en
trígono con el Sol y en conjunción con la Luna. 24 No podemos obtener una
comprensión más clara y profunda de lo que es Neptuno en la casa once que
la que nos proporciona la carta de un grupo.
Quien tiene a Neptuno en la casa once es, con frecuencia, un animal
político. Si esperásemos que mostrase una tendencia a la utopía, estaríamos en
lo cierto. Pero los sueños utópicos no se limitan a la izquierda política. La
nostalgia neptuniana del Edén, expresada a través de la casa once, evoca el
sueño de una sociedad perfecta. La definición de la perfección y de los medios
por los cuales alcanzarla la encontramos tan fácilmente en el nacionalismo
romántico como en el socialismo romántico. El nacionalismo puede no ser
particularmente romántico. Por ejemplo, Neptuno está en la casa once, en
conjunción con Plutón, en la carta de Joseph Goebbels, el jefe de propaganda
de Hitler.25 Con este ejemplo no intento sugerir que Neptuno en la undécima
sea el responsable del camino que escogió este hombre en su búsqueda de
poder. Pero Goebbels tenía una especial sensibilidad para percibir las
corrientes ocultas en el colectivo que lo rodeaba, y una notable capacidad
para manipularlas. Fue capaz de «vender» el sueño de Hitler valiéndose de sus
propias y especiales dotes intuitivas, porque sabía con exactitud cuál era la
clase de Alemania que el pueblo quería inconscientemente. Era un monstruo,
pero también estaba absolutamente entregado a la creación de su visión de la
sociedad perfecta, y se creía justificado al recurrir a cualquier medio para
lograrlo. Sin duda, la conjunción de Neptuno y Plutón contribuyó a la
crueldad con que llevó a cabo su tarea. Aunque sea un ejemplo aterrador de
un Neptuno totalmente descontrolado en la casa once, se diferencia más bien
en grado que en. estilo de cualquier persona que, yendo en busca de su propia
redención, decida «convertir» a los demás a una determinada visión de la
perfección. Y puede enseñarnos algo saludable sobre los anhelos neptunianos,
cuando se proyectan sobre la sociedad sin el poder mediador de la integridad
personal.
Lo más frecuente es que los sueños utópicos de Neptuno se centren en
compartir recursos y responsabilidades, ya sean personales o gubernamenta-
les, con los miembros más débiles de la sociedad. El todo es más importante
que sus partes. Durante dos tránsitos distintos de Neptuno por Acuario,
Tomás Moro escribió su Utopía y Marx el Manifiesto comunista. Como la
undécima es la casa natural de Acuario, estas obras nos ofrecen una muestra
de la visión política más típica de Neptuno cuando está emplazado en ella. La
unidad entre las personas es la expresión mundana del amor divino, y la
redención sólo es posible cuando la humanidad reconoce la fraternidad
mundial. Si el nativo consigue equilibrar con suficiente realismo esta visión
exaltada, concretará sus sueños, que además podrán constituir una valiosa
contribución para mejorar la vida de otras personas. Si Neptuno no está debi -
damente contenido, puede que el nativo se identifique por completo con el
papel del redentor, con lo cual tal vez suprima o perjudique otras necesidades
personales, no menos importantes. Uno también puede sentirse amargamente
desilusionado cuando la sociedad no quiere la salvación que uno le ofrece. A
Neptuno en la casa once a menudo le falta discernimiento a la hora de ele gir
colegas ideológicos, y puede encontrarse con que es víctima de un colectivo
que, tras haberle ofrecido la redención, acaba siendo un monstruo que lo
devora, al exigir de sus seguidores una obediencia absoluta.
Con frecuencia, las comunidades esotéricas o espirituales son atractivas
para Neptuno en la casa once. También lo es la percepción de una determi-
nada senda espiritual como el medio para redimir a la humanidad. Por
ejemplo, en la carta del papa Juan Pablo II, Neptuno está en Leo en la casa
once, en conjunción con Júpiter. 26 Ningún otro pontífice en la historia ha
escrito un libro para el gran público con el fin de predicar el catolicismo a un
colectivo espiritualmente poco instruido.17 La sinceridad del compromiso del
Papa con su fe es incuestionable. Que tal compromiso sea o no apropiado para
toda la humanidad es sumamente cuestionable. Aquí, Neptuno en la casa
once se dedica de un modo incansable y de todo corazón a la tarea de redimir
a los demás, sin considerar la posibilidad de que la redención, como la
totalidad de la creación de Dios, pueda asumir muchas formas. Neptuno en la
casa once no se siente intrínsecamente atraído por la vida monástica. Hay
demasiada necesidad de implicación directa en la evolución espiritual
humana. La vida social es también la vida de la familia, en sentido amplio y
ya no determinada por vínculos de sangre. A menudo, a la persona con
Neptuno en la casa once, su verdadera familia la ha herido y desilusionado, en
particular su madre, y eso hace que establezca una relación de tipo madre-
hijo con el grupo con el que se vincula. En cuanto a quién hace el papel de la
madre y quién el del hijo, una vez más nos encontramos en la sala de espejos
de Neptuno. El nativo puede ser cualquiera de los dos; pero secretamente, es
siempre ambos.
Las amistades de la casa once están arraigadas en intereses o ideales
compartidos, y es probable que en ellas haya poca interacción emocional de
tipo personal. Sin embargo, cuando Neptuno está en la undécima, las amis-
tades tienden a poner en juego intensas corrientes emocionales ocultas,
debido al anhelo de fusión de Neptuno. Hay amigos especiales que pueden
mostrarse como figuras redentoras, sin las cuales el nativo se siente huérfano
y proscrito. Esto ayuda a establecer vínculos profundos y duraderos, pero
también puede resultar claustrofóbico para aquellas personas cuya naturaleza
les exige más espacio para respirar. Neptuno es intensamente posesivo, como
un niño con su madre, o una madre con su hijo. La naturaleza simbiótica de la
amistad neptuniana puede producir también mucho dolor y desilusión,
porque las idealizaciones de Neptuno a veces dan como resultado el
sentimiento de haber sido traicionado si el amigo no se dedica a uno de una
forma total y absoluta. Asimismo, puede que uno intente redimir a los amigos
que son víctimas de la vida; Neptuno en la casa once suele sentirse
fuertemente atraído por los «casos perdidos» a quienes todos los demás han
renunciado ya a rescatar, y también por aquellos que están enfermos o los que
acaban errando el camino debido a trágicas circunstancias. Estas pautas
reflejan el mito de la víctima redentora en activo dentro de la trama de esta
importantísima dimensión de las relaciones humanas. Neptuno en la casa
once puede indicar sentimientos de unidad con los amigos, de una intensidad
casi mística, que implican no sólo una devoción y una compasión sin reservas,
sino también una auténtica disposición a hacer cualquier sacrificio. Amistades
como estas pueden llevarnos tan cerca de las puertas del Edén como es posible
llegar a estarlo en esta vida. Quizá tengamos que pagar un alto precio en
sufrimiento por vislumbrar de un modo tan privilegiado la fuente divina,
pero no es probable que Neptuno en la casa once se ponga a discutir el precio.

Neptuno en la casa doce


En este emplazamiento, Neptuno está en su casa. En las aguas de su propio
templum podemos observarlo sin que el mundo exterior y las cosas y perso-
ñas que hay en él lo hayan contaminado. La casa doce, al igual que la sexta y
la octava, ha tenido mala prensa, y también es difícil de definir, como
Neptuno. Tradicionalmente conocida como la casa de la prisión, la reclusión y
la propia perdición, es una fuente de ansiedad para los estudiantes de
astrología que descubren que tienen planetas natales emplazados en ella, y si
se han fiado de los libros de texto más antiguos, sacan horribles conclusiones.

En su nivel más profundo, la casa doce [...] representa el anhelo de


disolución
que existe en todos nosotros, las ansias de regresar a la indiferenciación
de las
aguas uterinas, al estado de unidad originario.1'

Puesto que la casa doce describe la vivencia personal que el nativo tiene
de la fuente, se relaciona también con la herencia, pero aquí no se trata de la
herencia de los padres tal como la describen las casas cuatro y diez. Nues tro
legado de la casa doce nos hace retroceder mucho más, hasta el reino de lo
que en China llaman los ancestros. Aquí se hunden nuestras raíces más
profundas, tanto en lo que se refiere a la raza como a la religión, los orígenes
nacionales y la cultura de la que proviene nuestra familia. Aunque repu-
diemos este pasado más remoto y nos identifiquemos sólo con el presente y
con la vida que nos hemos ido labrando en el mundo, siempre está ahí la casa
doce para recordarnos que somos herederos de imágenes, mitos, tradiciones,
sentimientos y sueños que pertenecen no sólo a nuestros padres, sino a
nuestros abuelos y bisabuelos, y a la «estirpe» de donde provenimos. Desde la
casa doce vuelven a nosotros, para acosarnos, los fantasmas del distante
pasado: los secretos de familia celosamente guardados, la olvidada ortodoxia
religiosa de un bisabuelo, la historia durante tanto tiempo callada del suicidio
de una tía abuela y la «clarividencia» de la tatarabuela, la pobreza del
inmigrante y las persecuciones religiosas de hace doscientos años. También
los daimons de lugares olvidados habitan en la casa doce, al igual que el país
que hace tanto tiempo abandonamos, las melodías populares y los tótems
ancestrales de la tribu. Y más atrás incluso que todo esto siguen estando los
mitos primordiales de los orígenes y la evolución del ser humano. Con todo
ello están sintonizados los planetas emplazados en la casa doce de nuestra
carta natal. No es nada sorprendente que, con lo poco informados que
estamos sobre la realidad y el poder del inconsciente colectivo, la casa doce
nos dé tantos problemas.
Neptuno en la casa doce es un transmisor de la riqueza, la oscuridad y la
luz de lo que existió antes que nosotros. La duodécima es la casa de lo previo
al nacimiento, y describe por lo tanto el período del embarazo materno,
cuando estábamos dentro de las aguas uterinas. Como medio para la
transmisión de los temas arquetípicos del colectivo ancestral, Nep- tuno en la
doce está particularmente sintonizado con sentimientos e imágenes de
sufrimiento y redención. Es probable que las cuestiones religiosas que
pertenecen a la herencia familiar sean particularmente poderosas, y es
importante que el nativo se informe sobre su herencia espiritual; si estos
temas son dominantes en la psique de la familia, siempre estarán con la
persona que tenga a Neptuno en la casa doce. Si permanece inconsciente,
Neptuno en este emplazamiento puede mostrarse compulsivo y abrumador,
amenazando con engullir al yo con el poder de su nostalgia, que es en
realidad el poder de muchas personas que murieron hace ya largo tiempo y
contribuyen, cada una con su propia nostalgia, a un imperativo psíquico cada
vez mayor. El poder de la imaginación y la capacidad de expresar imágenes de
forma creativa, también pueden ser un tema apremiante de la herencia
familiar, y quizá sea necesario que el nativo encuentre vehículos artísticos
para fantasías más antiguas y mayores que las suyas. No es nada sorprendente
que a la duodécima se la denomine la casa de la propia perdición; si no somos
conscientes de este vasto anhelo ancestral de volver a casa, quizá nos
aseguremos de que se nos lleve a rastras, pese a nosotros mismos.
Ebertin habla de «misticismo, ensoñación y actividades artísticas; [...] la
vida interior o psíquica está abierta a la influencia externa; [...] un ansia de
drogas y narcóticos».” Una inclinación al retraimiento, la ensoñación y el
misticismo es lo que podríamos esperar cuando el nativo experimenta la
nostalgia primaria pura, sin estar adulterada por ningún sustituto. El don de la
sensibilidad a imágenes de redención tan poderosas es también el don del
artista. La entrega a una senda religiosa o espiritual puede ofrecer consuelo
para la melancolía y el hastío característicos de Neptuno, y además
proporcionar un medio de redimir no sólo la propia soledad, sino también las
víctimas del pasado. Neptuno en la casa doce puede asumir la carga de
redimir los pecados y la desdicha de la familia, y tiene una especial tendencia
a identificarse con el salvador que sufre. Por esta razón, el nativo con este
emplazamiento, si se mantiene inconsciente y sin formar, puede convertirse
en el receptáculo o el chivo expiatorio de conflictos familiares que se
remontan a muchas generaciones. Ciertas formas de desintegración mental y
física, que son un modo de expresar la acumulación de antecedentes
familiares llenos de dificultades y desdichas, pueden estar relacionadas con
Neptuno en la casa doce si el nativo no es capaz de contener sus propias
experiencias interiores. En este contexto podemos vincular la drogadicción
con este emplazamiento del planeta.
Para Neptuno en la casa doce, el inconsciente colectivo, con su inacaba-
ble y fértil corriente de fantasías y sueños arquetípicos, también puede con-
vertirse en símbolo de redención, y el nativo se vuelve adicto a los poderes
creativos de la psique, eludiendo las relaciones con el mundo exterior a fin de
beber de las aguas universales de la fuente. El nativo puede verse como una
figura crística, venida para salvar a un mundo que sufre. No se trata aquí de la
ideología de la casa once, con su visión de una sociedad perfecta, sino de una
identificación emocional absoluta con las victimas de la vida. Como en
ocasiones lo político se convierte en el escenario donde se expresa el
sentimiento religioso, Neptuno en la casa doce puede respaldar una filosofía
política defensora de los desheredados, porque la herencia familiar ha
impulsado inconscientemente al nativo a redimir un pasado oculto. En este
contexto, viene al caso recordar la carta natal de Tony Benn, diputado labo-
rista del Parlamento británico. Neptuno, junto con la Luna, está emplazado
en la casa doce, y ambos forman cuadratura con Saturno. Al tepudiar su título
heredado de par, con el fin de servir a la izquierda política, 30 Benn tuvo un
gesto que no es meramente político; también es la afirmación de una
profunda obligación de redimir algo que lleva en su interior, y cuyas raíces se
remontan a mucho antes de su propio nacimiento y se hunden en la historia
de su familia.
La línea entre Neptuno en la doce como visionario, artista y sanador, y
Neptuno en la doce como adicto, enfermo o psicótico es muy incierta.
Emplazado en esta casa, es mucho lo que Neptuno nos enseña sobre nuestras
definiciones de la cordura, muy limitadas y a veces francamente estúpidas. La
experiencia cumbre mística u «oceánica» no es nada fuera de lo común con
Neptuno en la casa doce, y puede redimir y hacer que la vida resulte más
plena. Pero el nativo también puede sentirse tan abrumado por ella que se
identifique totalmente con un portavoz de Dios. En determinados contextos,
esto puede ser apropiado; una persona con Neptuno en la doce tiene más
probabilidades que la mayoría de nosotros de reconocer la divinidad esencial
de la totalidad de la vida. Sólo cuando el narcisismo primario domina la
escena, y el nativo considera que nadie más comparte su condición de
portavoz, podemos empezar a preocuparnos. La aparente locura de Neptuno
puede ser sumamente cuerda, aunque esté en sintonía más bien con el mundo
interior que con el exterior. Pero algunas personas con este emplazamiento,
especialmente si Neptuno forma aspectos difíciles con planetas personales
importantes, son incapaces de mantener cerrados sus diques contra la
inundación de la psique colectiva. Entonces es probable que expresen
inconscientemente el significado tradicional de la casa doce, y se pasen la vida
entre rejas, ya sea de un modo intermitente o permanente.
La persona con Neptuno en la casa doce quizá no considere que necesita
ayuda, y tal vez en realidad no la necesite, a menos que constituya un peligro
para otros o que sea víctima de compulsiones que no puede controlar. El
eterno enemigo de Neptuno es también su eterno amigo, y una pequeña dosis
de realismo saturnino puede ser de gran ayuda para un Neptuno en la casa
doce que se debate en aguas profundas, aunque un exceso de Saturno puede
provocar la misma inundación que el nativo intenta evitar. Quizá no menos
importante sea la función de Mercurio, el regente natural de la sexta casa.
Jung creía que cuando se trabaja con un paciente inundado por imágenes y
compulsiones arquetípicas, entender la naturaleza simbólica del material
podría tener un considerable poder curativo y ayudar a la persona a
mantenerse a flote pese a la fuerza de las aguas. E incluso si se llega a una
crisis, es probable que la capacidad personal para valerse de la experiencia de
forma constructiva dependa en parte de que el nativo comprenda en claros
términos psicológicos lo que le sucedió. Entenderlo es especialmente
importante para aquellas personas con Neptuno en la doce que tienen una
carta con un énfasis en el aire o en la tierra, porque tal como nos dice el
cuento de hadas de Rumpelstiltskin, saber el nombre de una cosa la
desmitifica y la vuelve accesible. Mercurio, en su mítico papel de guía de
almas, puede ofrecer a Neptuno en la casa doce un sistema de apoyo que,
aunque sea de naturaleza intelectual, constituye un arca muy útil frente al
diluvio.
«Neptuno es fuerte en su propia casa», observa Howard Sasportas. 51 El
reto consiste en contener su fuerza y trabajar con ella de tal manera que la
vida continúe en vez de desintegrarse. En relación con este emplazamiento de
Neptuno por casa, el más receptivo e imaginativo, es preciso volver a
considerar cuidadosamente nuestras definiciones de la normalidad y la
cordura. A veces es necesario alternar períodos de retraimiento, e incluso de
una especie de disolución, con otros de participación activa en el mundo
exterior. Sólo la persona puede decidir cuál es el equilibrio apropiado. Pero
Neptuno en la doce, dado que indica una herencia ancestral que va mucho
más allá del nativo, no tolerará supresiones. Es probable que el anhelo
neptuniano de redención y de retorno a la fuente de la vida haya sido
suprimido o negado durante muchas generaciones, y quien tenga a Neptuno
en la doce deberá decir, tal como afirmó una vez Harry Truman: «Yo soy el
responsable».
1
2
Neptuno en aspecto

PENTEO: Dicen que ha llegado un extranjero, un brujo, un hechicero de


Lidia, de fragantes rizos dorados y faz rubicunda, y hechizos de amor
en los ojos. Se pasa los días y las noches en compañía de mujeres
jóvenes, fingiendo iniciarlas en los misterios báquicos. [...] ¿No es esto
bastante para hacer que un hombre sufra un dolor punzante con el
insolente descaro de ese misterioso extranjero?

EURÍPIDES, Las bacantes

La «visita» de Neptuno a otros planetas de la carta natal es como la de Dio-


niso a Perneo, Al igual que el dios de Las bacantes, Neptuno es sutil, encan-
tador e inquietante. Requiere una reacción más compleja que un control
rígido (la actitud agresiva de Penteo) o una obediencia irreflexiva (como la de
las furiosas bacantes). Es un extranjero que exige respeto, lo cual, para-
dójicamente, implica un respeto por uno mismo; exige un reconocimiento
del valor del olvido de uno mismo, sin sumergirse ciegamente en él, y una
renuncia al control dentro de unos límites cuidadosamente definidos; todo
esto permite a la vez la disciplina y el éxtasis. Estas exigencias paradójicas
quizá no sean tan difíciles como parecen, y hay muchas expresiones artísticas
que pueden satisfacerlas. También lo puede conseguir cualquier acto de
adoración ritual profundamente sentido, al igual que un compromiso con
otra persona, en el cual la compasión y la intimidad emocional estén con-
trapesadas por una clara sensación de las propias necesidades y fronteras.
Pero Penteo, como todos nosotros en un momento u otro, no se las arregla
demasiado bien en esta dimensión.
1
2 -1S7
PENTEO: Estas orgías vuestras, ¿qué forma toman?
EL EXTRANJERO: La ley no permite que los mortales profanos las conozcan.
PENTEO: ¿Qué beneficio conceden a los devotos?
EL EXTRANJERO: No está bien que tú lo oigas, pero vale la pena conocerlo,
PENTEO: Bien me adornas tú el relato, para despertar mi curiosidad.
EL EXTRANJERO: Las orgías del dios aborrecen al hombre que practica la
impiedad.
PENTEO: TÚ viste claramente al dios. ¿Cómo es?
EL EXTRANJERO: Como a él le complace ser; no soy yo quien se lo dicta.
PENTEO: Una vez mis, evitas diestramente el tema.
EL EXTRANJERO: Di palabras sabias a los estúpidos, y te tomarán por un
tonto.'

Penteo encarna a la vez la gran fuerza y el gran fallo de la conciencia del


yo. Es simultáneamente solar y saturnino. Primero intenta aliviar su angustia
haciendo preguntas simples, y sólo después se vale de una declaración de
autoridad. Sin embargo, al dirigirse al dios, no le hace las preguntas adecua-
das, y nosotros quizá tampoco.

Neptuno y los planetas interiores


Cualquier aspecto entre dos planetas describe una relación entre dos energías
vivas, ambas válidas y necesarias para el nativo, y las dos dispuestas a imponer
su propio camino. La dimensión más importante de la interpretación de un
aspecto no reside en que éste sea «fácil» o «difícil»; la cuestión es si —y cómo
— ambos planetas podrían colaborar activamente, de un modo en que,
aunque a veces se peleen, en última instancia se los reconozca a ambos como
partes de un único yo. Es aquí donde el papel de la conciencia es tan
importante, porque es el árbitro entre esas compulsiones psíquicas en pugna
que los antiguos veían como el destino. Pero, como si fuera un visio nario que
vaga, perplejo e incapaz de comunicarse, entre gente más extravertida, para
Neptuno no es fácil establecer una colaboración activa con otros planetas. La
Luna entiende algunos elementos del lenguaje neptuniano, porque la
necesidad de intimidad emocional les proporciona un terreno común. Pero la
Luna, que simboliza necesidades instintivas fundamentales, no tiende en
absoluto a la autoinmolación voluntaria. Venus, a quien se llama en ocasiones
la octava inferior de Neptuno, también es capaz de entender el lenguaje
neptuniano; ambos comparten el sentimiento de exaltación que se origina en
cualquier atisbo de belleza, tanto en las ideas como en el mundo de la forma.
Pero Venus no seguirá a Neptuno en su inmersión en las aguas del olvido,
porque lo que ella desea es el placer, no la extinción. El Sol puede hablar con
Neptuno del propósito de la vida, pero lo que él quiere es servir a lo divino
por medio de una encarnación activa y no de un sacrificio pasivo. También
Júpiter puede pasar el rato con Neptuno, ya que los dos comparten la regencia
de Piscis, y ambos van en pos de una vivencia de la realidad que trascienda los
límites terrenos. Pero las raíces de la religiosidad de J úpiter se hunden en la
filosofía, no en una fusión con lo divino, y su percepción de un cosmos con
sentido da como resultado un reconocimiento de la prodigalidad de la vida, y
una capacidad para expresar sus objetivos personales con fe y confianza. Para
Neptuno, hay que trascender la vida en lugar de explorarla, y el
conocimiento, por más universal que sea, dificulta la unió mystica. Mercurio
sólo se comunicará con Neptuno si es posible convertir la visiones
neptunianas en conceptos y habilidades creativas. Quirón es capaz de
compartir la percepción que tiene Neptuno del sufrimiento humano, pero lo
que busca es la sanación mediante el entendimiento, no el cese del dolor por
medio del no ser. En cuanto a Marte y Saturno, preferirían más bien no
intercambiar palabra con Neptuno.
Los aspectos de Neptuno con los planetas interiores simbolizan una
intrusión del mundo crepuscular de las aguas cósmicas en el mundo diurno de
la identidad individual, que presagia la imposibilidad de un contento normal
en la esfera de la vida regida por el otro planeta. La «visita» de Nep tuno a los
planetas interiores, todos los cuales tienen que ver con las necesidades de la
personalidad individual, no es ni buena ni mala; es simplemente una
afirmación de cierto daimon del destino individual, que vuelve la per-
sonalidad más receptiva a los anhelos de redención del colectivo, y le exige un
determinado tipo de esfuerzo a cambio de la revitalización de la vida que le
proporciona. A este daimon no se lo puede ignorar ni reprimir, ya que en caso
de hacerlo, tarde o temprano surgirá como un maremoto, sea éste de origen
interno o externo, que socavará las estructuras de la personalidad, en el nivel
psíquico y a menudo también en el físico. Igualmente, si debido a una
carencia de fronteras coherentes o a una falta de respeto por uno mismo, se le
permite arrollar las funciones que sirven al yo, la potencia vital del nativo
será destruida por su incapacidad de aceptar su condición de persona separada
de los demás. Entonces estará indefenso, en poder del complejo materno, por
más esotérico que sea el rótulo que le ponga, y se convertirá en una víctima
de la vida y de sí mismo.
Los aspectos difíciles de Neptuno pueden indicar tanto uno como otro
extremo, lo cual depende de la imagen global de la carta de la que forman
parte. Ambas reacciones eluden el reto de vivir con lealtad a lo que uno
mismo es en su totalidad, un requisito previo para que toda separación tenga
éxito. Neptuno no ha de hacer el papel de Dioniso con el Penteo que es
nuestro yo, destruyendo los cimientos de nuestra cordura y nuestra auto-
suficiencia. Tampoco tenemos que ser bacantes profesionales con dedicación
exclusiva, llevados sin control alguno por nuestra parce de una influencia
emocional a otra, como víctimas pasivas de nuestra ciega dependencia. A
Neptuno hay que verlo como una gran fuerza creativa, expresada de maneras
que reconocen y honran tanto el reino oceánico como las fronteras y las
necesidades mundanas de la persona. Con un Neptuno poderoso, no se puede
ser «normal», sea ello lo que fuere, pero es probable que uno sea una persona
sumamente interesante y vivificante. Es inevitable que nos equivoquemos con
Neptuno —muchas veces, y en ocasiones de un modo terrible— antes de que
empecemos a vislumbrar la posibilidad de un resultado que no sea un eco del
desenlace de Las bacantes, con nuestra propia cabeza a la vista de todos en lo
alto de un palo. De jóvenes, quizá sólo sintamos que algo invisible está
carcomiendo nuestra claridad y nuestra voluntad, y nos quedemos tristes y
confundidos porque la vida no es como el Edén. Tal vez nos falten la
resistencia saturnina y la confianza solar para soportar este tipo de
desilusiones; todo eso duele demasiado. Más adelante, cuando Saturno haya
retornado a su propio emplazamiento, e incluso después, cuando Urano se
oponga a su propio emplazamiento, seremos más capaces de dar con las
preguntas adecuadas.
Para la persona que ha erigido demasiadas defensas, la presencia de
Neptuno es aterradora; para aquella cuyas fronteras son débiles, es maravillosa
y crea dependencia, como el fatal anhelo de sumirse en el olvido de Novalis.
Hay veces en que se tienen a la vez ambas reacciones. Si no hay un yo
individual que se alce entre Neptuno y los planetas con quienes éste forma
aspectos, entonces Neptuno puede hacer lo que Dioniso le hace a Penteo, o el
nativo jamás llega a ser plenamente un individuo, sino que, en una
determinada esfera de la vida, se mantiene siempre hambriento y nonato.
Aunque no hemos de tomarnos la imagen que nos da Eurípides del dios como
una indicación de un propósito cruel y caprichoso de Neptuno, no estará de
más que la recordemos.

EL EXTRANJERO: Castiguemos a este hombre. Sacadlo primero de sus


cabales, hacedlo enloquecer un poco. Si está en sus cabales, no hay
ninguna probabilidad de que consienta en ponerse un vestido de mujer.
Pero si está fuera de juicio, se lo pondrá. [...] Llegará a conocer a Dioniso,
el hijo de Zeus, que es todo un dios, terrible en su poder, pero muy
benévolo con la humanidad.2
Los aspectos Neptuno-Sol
La muerte de cualquier hombre me disminuye,
porque estoy comprometido con la Humanidad; por
eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas;
doblan por ti,3

Cuando Neptuno está en aspecto con el Sol en la carta natal, la necesidad de


expresarse del nativo y su nostalgia de la falta de forma previa al naci miento
se ven obligadas a dialogar. El tema de la conversación, ya sea consciente o
inconsciente, es el propósito de la propia vida. El Sol y Neptuno no están
cómodos juntos, y generalmente es necesario llegar como mínimo al primer
retorno de Saturno para que el nativo empiece a ver un poco claro cómo vivir
con esta inquietante cohabitación. Que ello es posible ya lo sugerían los
griegos, que instalaron a ambos dioses en un santuario compartido en Delfos,
lo que ofrecía al devoto una alternancia rítmica entre la claridad solar y el
éxtasis ctónico, cada uno con su propia parte del año reservada para los
rituales apropiados. Como el Sol simboliza los valores y objetivos que se
desarrollan plenamente hacia la mitad de la vida y forman los cimientos de la
sensación del nativo de tener un destino personal, la persona con el Sol y
Neptuno en aspecto debe incluir el mundo neptuniano en el camino que ha
elegido seguir en la vida. De otra manera, es probable que un descontento,
una desilusión y una apatía recalcitrantes le vayan socavando todo lo que
intente hacer.
Todos los aspectos, tanto los difíciles como los suaves, exigen que se
exprese de algún modo el reino prenatal por medio de algo cultivado indi-
vidualmente, con preferencia (aunque no necesariamente) algo que pueda
constituir una vocación o profesión. La idea de incluir el mundo neptuniano
quizá parezca simple; aparentemente, lo único que hay que hacer es tener
pensamientos trascendentes. Pero el Sol es una fuerza dinámica que intenta
expresarse y realizarse; debe irradiar hacia fuera, hacia la vida, y tener alguna
influencia, aunque sea pequeña, sobre el mundo exterior. Si el nativo evita el
consuelo ilusorio de una «espiritualidad» escapista, debe hallar un modo de
expresar la teatralidad sensual y emocional de Neptuno, así como su anhelo de
fusión con lo divino. Y lo que es más importante, esta manera de expresarlo
debe ser individual. Las doctrinas, por más bellas y valiosas que parezcan, no
son individuales, a menos que se las haya elaborado por mediación de las
propias experiencias y valores.
Un aspecto Sol-Neptuno puede significar no sólo el músico, el actor, el
compositor, el dramaturgo, el poeta, el novelista, el pintor, el cineasta, el
fotógrafo, el astrólogo o el científico experimental que confía en la inspira-
ción, sino también el investigador empírico 4 o el terapeuta, consejero o
maestro que trabaja con los productos de la imaginación para curar por medio
de ellos, Neptuno también puede sentirse en su casa alimentando o
redimiendo un ambiente con resonancias del Edén. La empatia neptuniana
con el sufrimiento y la nostalgia del ser humano da un carácter universal a los
empeños creativos de la persona con un aspecto Sol-Neptuno, que es alguien
capaz de comunicarse en una lengua que todo el mundo entiende. Estas
formas de expresión son solares a la vez que oceánicas; aunque sean fluidas,
tienen cuerpo; necesitan un esfuerzo consciente, dedicación, elección
individual, contacto e imágenes sensuales, y una sutil interrelación con el
resto de la vida. Neptuno vuelve poroso al Sol, es decir, al yo, y lo abre a las
aguas del mundo invisible. Pero lo invisible no es sólo la luz trascenden te,
sino también la oscuridad primordial. Si intentamos amparar al pez chico y
prescindir del grande, la oscuridad puede infiltrarse por otros canales; el
alcohol, la drogadicción, los trastornos alimentarios compulsivos, las
dificultades sexuales o las enfermedades mentales o físicas que incapacitan y
desintegran. O bien puede ser que la experimentemos mediante la proyec-
ción, y por alguna jugarreta de humor negro del destino nos encontraremos,
en nuestra pareja o en un hijo, con la encarnación de todos los elementos
neptunianos más turbios, que son los que, dentro de nosotros mismos,
repudiamos más enérgicamente. Al igual que Penteo, la persona con un
aspecto Sol-Neptuno puede conseguir en un principio excluir al dios, pero
quizá termine casándose con un maníaco depresivo, un alcohólico o un
histérico, o dando a luz a un pequeño Dioniso que, cuando se hace mayor, se
convierte en un drogadicto.
La persona con un aspecto Sol-Neptuno anhela ser «sacada» de sí misma
mediante un acto de voluntaria sumisión a algo mayor o superior. El Sol es el
regente natural de la casa cinco, y esta casa no sólo tiene que ver con el
esfuerzo creativo, sino también con el amor. Tanto en el acto de amar como
en el de expresarnos creativamente, debemos abrirnos de verdad si queremos
ofrecer un reflejo auténtico de lo más íntimo de nosotros mismos. En ninguno
de estos dos ámbitos se puede fingir y esperar luego tener la experiencia de la
sensación de autenticidad personal del Sol. Pero abrirse no es lo mismo que
«renunciar al yo», sino ser uno mismo del modo más sincero, sin defensas ni
disfraces. Esos sueños tan comunes en que estamos desnudos en medio de una
multitud, en un lugar público, representan la dolorosa experiencia de ver
expuesto nuestro verdadero yo, la pérdida de una máscara o un papel social
aceptable. Esta necesidad solar de expresar un yo que es único y especial,
incluso exponiéndose a la soledad o a la desaprobación del colectivo, necesita
del contrapeso del anhelo de disolución de Neptuno. Si el Sol se ve anegado,
entonces la individualidad sólo puede darse a conocer por canales ocultos:
síntomas que justifican la demanda inconsciente del nativo de que se le haga
caso, o bien una pauta de relación en la que se es más especial cuanto más se
sufre, y la persona se convierte en una víctima de su pareja, un hijo, el padre o
la madre o un amigo «egoísta» y dominante. Si se suprime a Neptuno, pueden
aparecer síntomas que reflejan el desvalimiento y la dependencia del nativo, o
bien éste puede sentirse reiteradamente atraído por personas que son, a su
vez, víctimas desvalidas. Y es probable que experimente un anhelo intolerable
de algo desconocido e invisible, un anhelo de disolución que sólo puede verse
satisfecho mediante lo que los antiguos textos de astrología llaman «la propia
perdición».
Los contactos Sol-Neptuno, como todos los aspectos solares, describen
cómo ve uno a su padre. El nativo puede haber tenido la vivencia de un padre
que «desaparecía», que estaba emocional o físicamente ausente o débil y
enfermo. Es frecuente que haya una profunda idealización inconsciente del
padre, que a su vez puede haber sido neptuniano, y cuya carta natal quizá
revele contactos Sol-Neptuno o Luna-Neptuno, un Neptuno angular o una
acentuación de Piscis. Es probable que la imaginación creativa y la
receptividad psíquica hayan sido fuertes en la naturaleza del padre, y tal vez,
por el lado de los varones, desde varias generaciones atrás; pero, con
frecuencia, tales atributos han quedado sin cultivar, o están encubiertos por
preocupaciones más materialistas. Quizá parezca que el padre desperdició su
vida, que sus potenciales creativos se disiparon en el alcohol, las mujeres, la
depresión, la enfermedad o repetidos fracasos financieros. En algún nivel, el
padre, inaccesible pero fascinante, dañado pero ofreciendo la promesa del
éxtasis y la fusión, amado por sus hijos aunque fuera un fracaso como padre,
puede parecer una figura crística: un redentor necesitado de que lo rediman,
oculto detrás de una mujer más prosaica o alejado por ella.
El padre personal, fusionado con el padre arquetípico, es un símbolo para
el sentimiento de confianza y el poder creativo de sus hijos. Por eso
esperamos tanto de nuestro padre, que inevitablemente se equivocará, en un
sentido u otro, porque él también es mortal. A eso se debe que, en el
horóscopo, el Sol parezca representar lo que cada uno ha «heredado» de su
padre como parte de la materia prima de su propio destino individual. La
mítica búsqueda del héroe es, invariablemente, la exteriorización de un atri -
buto encarnado en este padre-dios.5 Cualquier planeta que esté en aspecto con
el Sol señala una determinada faceta del arquetipo paterno, y la «tarea» del
nativo consiste en afrontar y expresarla de la forma más creativa posible. El
padre neptuniano es el Orfeo desmembrado o el rey herido del Grial, a quien
la dureza de la vida, o su propia y humana carga de pecado, ha vuelto
impotente. La figura del padre interiorizada proporciona los rudimentos de
una sensación de propósito, así como la figura de la madre interiorizada
proporciona los rudimentos de una confianza instintiva en la vida. El padre
neptuniano es un espíritu que no se ha encarnado en la vida, y su hijo ha de
hallar su propio modelo para vivir con confianza en sí mismo. No es sor -
prendente que a tantas personas con contactos Sol-Neptuno les lleve mucho
tiempo conseguirlo.
Es frecuente que haya considerables potenciales creativos heredados del
padre. He conocido a muchas personas con aspectos Sol-Neptuno cuyos
padres tenían talento para actuar, interpretar o componer música, escribir o
pintar, aunque con frecuencia no podían sacarle rendimiento en la vida
exterior, o renunciaban a él, o no llegaban a expresarlo una vez embarcados
en el matrimonio y la paternidad. Es probable que el nativo con algún con-
tacto Sol-Neptuno tenga que pagar por el hecho de haber tenido un padre
soñador con un sentimiento de impotencia que lo devoraba por dentro. Tarde
o temprano, tendrá que cultivar su confianza en sí mismo «a partir de cero»,
porque su padre no pudo ofrecerle un buen modelo. Todos estamos en
desventaja por algo que alguien no hizo, porque nuestros padres son personas
y no arquetipos. Un contacto Sol-Neptuno no indica un padre mejor ni peor
que cualquier otro aspecto. El horóscopo tampoco ofrece ningún comentario
objetivo sobre si el padre y la madre de una persona son afectuosos o no,
buenos o malos, conscientes o inconscientes. Los indicadores parentales en
una carta natal señalan una pauta arquetípica experimentada primero por el
padre o la madre. Sol-Neptuno representa la pauta de la víctima redentora, el
artista y el visionario. El padre que desaparece se convierte en el dios que
desaparece y cuyo abrazo buscamos más allá de la vida. Para una mujer con
un aspecto Sol-Neptuno, la idealización del padre puede significar que,
cuando se enamore en la edad adulta, será de alguien que, en un nivel u otro,
no puede tener. O quizá rechace todas las relaciones con los hombres, porque
inconscientemente siente que ninguno se puede comparar con el padre divino
a quien, en el nivel consciente, es probable que haya despreciado. Los
hombres con contactos Sol-Neptuno suelen transferir estos sentimientos a
mujeres que, al personificar la fuente maternal divina, los eluden o los
devoran; o bien los transfieren a otros hombres, en quienes buscan
inconscientemente al amado padre espiritual que desapareció hace mucho
tiempo. Los aspectos Sol-Neptuno indican un enorme potencial imaginativo y
creativo, pero para llegar a expresarlo uno debe construir un sólido recipiente,
capaz de contener el vino sagrado.

Los aspectos Luna-Neptuno


Pero en su tela ella se deleita todavía
tejiendo las mágicas visiones del espejo,
porque a menudo en las noches
silenciosas un funeral, con penachos y
luces, y música, iba hacia Camelot.
O cuando la luna estuvo en lo alto,
llegaron dos jóvenes recién casados.
«Estoy medio harta de sombras», dijo la
Dama de Shalott.6

Neptuno y la Luna tienen mucho en común. Los dos rigen signos de agua, y
ambos se relacionan con la madre y la maternidad, y con la necesidad de
pertenencia. Los contactos Luna-Neptuno en el horóscopo natal indican a
menudo empatia, bondad, delicadeza de sentimientos y una facultad imagi-
nativa sumamente desarrollada. Igualmente, tales contactos tienen la repu-
tación de indicar desdicha, particularmente en lo que se refiere a enferme-
dades físicas y dificultades de relación. Por más acuosa que sea, la Luna tiene
mucho que ver con el cuerpo y representa las necesidades instintivas del
nativo. Como es tan intensamente personal, describe exigencias muy
específicas para la satisfacción física y emocional. Las necesidades personales
definen a un individuo con tanta claridad como las exigencias, más agresivas,
solares o marcianas. Por detrás de la Luna siempre hay un «yo», aunque sea
instintivo, como también lo hay por detrás del Sol, y Neptuno es el enemigo
del «yo». Encontrar un equilibrio operativo entre las necesidades individuales
de la Luna y los anhelos universales de Neptuno nos exige que nos
aseguremos de que el deseo de fusión con otras personas no impida la
expresión de nuestros propios sentimientos, deseos y necesidades corporales;
pero igualmente debemos asegurarnos de que la dependencia de la seguridad
material y emocional no suprima el anhelo de ir más allá de la esfera de la
vida familiar «normal», tanto en el ámbito emocional como en el imaginativo.
A un equilibrio así sólo se puede llegar si uno está dispuesto a prescindir del
encanto del autosacrificio y es capaz de aprender a poner límites a una
propensión inherente a la manipulación emocional y al martirio.
Puede que sea útil reflexionar un poco sobre las primeras vivencias emocio-
nales, particularmente en relación con la madre personal, cuyo principal
indicador astrológico es la Luna.
El «descontento divino» de Neptuno llevará el centro de atención de la
Luna, inherentemente puesto en la familia o el clan, más allá de las fronte ras
de nuestra esfera vital inmediata. La combinación Luna-Neptuno puede así
indicar una profunda compasión por los necesitados y por quienes tienen
miedo, un sentimiento tan común en los seres humanos, y particularmente
por quienes se siente solos. La persona con un aspecto Luna-Neptuno
entiende la necesidad de los demás de un amor incondicional, y ella misma
necesita que le den ese amor, y puede que se sienta profundamente vinculada
no sólo con algunos pocos amigos y miembros de la familia, sino con el
mundo que sufre en su totalidad. Pero si no se tienen en cuenta sus propias
necesidades emocionales, el nativo puede convertirse en el resentido servidor
de las exigencias de los demás, un ser eternamente hambriento que, sin
embargo, sigue ofreciéndose como alimento a cada boca ávida que aparece en
su camino. Con un contacto entre la Luna y Neptuno, puede suceder que la
necesidad del nativo de que lo necesiten domine toda su vida. Hay veces en
que la avidez ilimitada de este aspecto no llega a ser reconocida por la
personalidad consciente, en particular si la carta muestra una actitud más
autosuficiente por medio de una acentuación del aire y la tierra, o un Saturno
o un Urano dominante. Entonces el nativo quizá tenga la vivencia de su
aspecto Luna-Neptuno a través de una pareja o un hijo necesitado, exigente o
enfermo, o bien en el nivel profesional, por mediación de aquellos a quienes
intenta ayudar o sanar. Un contacto Luna-Neptuno también puede expresarse
de un modo inconsciente por intermedio del cuerpo físico, que se convierte
en la voz del bebé que no puede expresarse ni comunicar de otra manera su
hambre y su vulnerabilidad.
La Luna indica tanto las primeras vivencias de la relación entre madre e
hijo como la naturaleza de la herencia maternal arquetípica. Su posición y sus
aspectos en la carta natal describen, a menudo con gran precisión, el clima
emocional de la infancia. Las progresiones lunares secundarias ofrecen una
valiosa comprensión intuitiva, porque cualquier aspecto lunar apli- cativo con
un planeta en el momento del nacimiento llegará a ser exacto en los nueve
meses después del parto, y cualquier aspecto separativo habrá sido exacto en
algún momento de los nueve meses que preceden al nacimiento. Dicho de
otra manera, los aspectos lunares progresados abarcan aproximadamente un
período que va desde la gestación hasta nueve meses después de la llegada de
uno al mundo. Por ejemplo, una conjunción Luna-Urano aplicativa en el
momento del nacimiento y que por progresión secundaria llegará a la
exactitud cuatro meses después de éste, sugiere desorganización e
inestabilidad, ya sea emocional o física, en el cuarto mes de vida. Por lo tanto,
la ansiedad crónica que con frecuencia acosa a la persona con aspectos Luna-
Urano en la edad adulta puede ser el reflejo de una experiencia confusametne
recordada de incertidumbre o conmoción que se remonta a la infancia.
Comprender la conexión existente entre la proyección al futuro de los miedos
característicos de los aspectos Luna-Urano (fantasías de accidentes de avión,
explosiones de gas, separaciones súbitas) y las vivencias emocionales del
pasado puede ayudar al nativo a enfrentarse mejor con su inquietante
impresión de que todo le irá muy mal.
De la misma manera, los aspectos Luna-Neptuno describen experiencias
del pasado que pueden convertirse en expectativas para el futuro. La persona
con algún contacto Luna-Neptuno puede haber sido el hijo «favorito», el que
tenía un vínculo especial y misterioso con la madre, y dar por supuesto, en la
vida adulta, que los seres amados le han de proporcionar una atención
emocional absoluta y constante. El hecho de ser el hijo favorito suele
conllevar que se tenga que pagar un alto precio. Con frecuencia, los preferidos
son los niños en quienes el padre o la madre, en vez de percibir su verdadera
identidad, sólo ven una oportunidad de volver a vivir su propia vida
incumplida. Se trata sin duda alguna de una fusión, pero a un coste elevado
para el niño, porque lo más probable es que cuando llegue a la edad adulta
compruebe que se siente solo e irreal sin el constante refuerzo emocional que
antes recibía. La tendencia al sacrificio de los aspectos Luna- Neptuno es a
veces un intento de recuperar ese primer estado de fusión. En sus expresiones
más difíciles, estos contactos pueden estar vinculados con adicciones ai
alcohol y otras drogas, y también con trastornos alimentarios, lo cual no es
sorprendente si entendemos la avidez por estas sustancias o por la comida
como el anhelo de una fuente materna de amor incondicional. Los elementos
compulsivos de la avidez característica de los aspectos Luna-Neptuno sugieren
que en vez de tener la experiencia de una madre sólida y estable, el nativo ha
tenido en cambio la vivencia de un éxtasis en el cual cada uno nutría al otro, y
su madre se ha mostrado como una figura arquetípica de un tremendo poder
emocional. Un contacto Luna-Neptuno puede indicar una madre que ha
sufrido mucho, con frecuencia a manos de un mal marido. Hay veces en que
el sufrimiento se vincula con problemas no personales, como la guerra o la
pobreza, o bien la madre estuvo enferma física o psíquicamente cuando el
niño era pequeño. Sea cual fuere la situación de la infancia, es probable que la
arquetípica víctima redentora, que es también la madre mar Tiamat,
oscurezca la verdadera identidad y el carácter real de la madre personal.
Esta combinación de ser devorado y al mismo tiempo amado «desinte-
resadamente» puede generar un profundo sentimiento de culpabilidad, que
para la persona con un contacto Luna-Neptuno es uno de los principales
tormentos de su mundo interior. Ese sentimiento, experimentado por el
nativo una vez adulto, puede verse movilizado por cualquier acto «egoísta»
que implique ponerse primero a sí mismo y no a la madre o a algún sustituto
de ella. Un aspecto Luna-Neptuno no indica una «mala madre». Por lo común,
lo peor que se puede decir de ella es que probablemente sea, desde el punto de
vista psicológico, una niña, y tengan la edad que tengan, desde un par de
semanas a ochenta años, los niños tienden a ponerse muy difíciles cuando no
sienten satisfechas sus necesidades. Tampoco podemos dar a nuestros hijos lo
que nosotros mismos no tenemos, y si en la edad adulta seguimos todavía en
busca del Paraíso, lo más probable es que intentemos encontrarlo por
mediación de nuestros hijos. Pero para el niño con un contacto Luna-
Neptuno, que es sumamente sensible a cualquier cambio emocional en los
demás, la desdicha de la madre puede asumir proporciones míticas, y uno se
siente impulsado a mitigar su sufrimiento. En la edad adulta, el principal
tormento para un nativo con uno de estos contactos suele ser un vago pero
constante sentimiento de culpabilidad, que surge como resultado de cualquier
expresión de independencia emocional. Con frecuencia, por debajo de la
idealización de la madre, se oculta una profunda cólera, porque la persona con
un aspecto Luna-Neptuno se siente como si nadie la tuviera en cuenta ni la
cuidara, y además, profundamente manipulada. Es muy importante que
aprenda a decir que no, porque esto implica moderar el exagerado
sentimentalismo que a menudo acompaña a cualquier experiencia del amor. Y
es necesario que este nativo aprenda primero a ser la Luna y a reconocer el
valor fundamental del propio bienestar físico y emocional, antes de echarse a
la espalda la responsabilidad de satisfacer las necesidades de los demás.
Además de empatia y sensibilidad, los nativos con estos contactos pueden
mostrar una sensualidad sumamente refinada y un intenso aprecio de las
texturas, los olores, los sabores, los colores, los sonidos y el movimiento, que
pueden expresarse creativamente de diversas formas si el resto de la carta es
favorable para ello. Tan sensible es el cuerpo cuando se tiene un contacto
Luna-Neptuno, que puede haber una propensión a todo tipo de alergias,
especialmente a las relacionadas con la comida. El mundo exterior al Jardín
del Paraíso quizá resulte demasiado áspero y agresivo, y el cuerpo expresa el
disgusto de los sentimientos. Las adicciones y las alergias son dos dimensiones
del mismo dilema neptuniano. Si el nativo con un contacto Luna-Neptuno
puede tomar una actitud interior lo bastante maternal como para
contrarrestar la extrema vulnerabilidad que siente al verse enfrentado con la
dureza del mundo, es probable que logre que las reacciones alérgicas
desaparezcan al menos en parte, pero este tipo de sensibilidad se mantendrá
siempre. El refinamiento de los aspectos Luna-Neptuno también puede
conferir un gran encanto, tacto y amabilidad, expresados tanto en la vida
social como en la ayuda a los demás o la enseñanza. En la historia personal de
quien tiene un aspecto Luna-Neptuno quizás haya habido un exceso de madre
y una falta de cuidados maternales. Sin embargo, tras esta ambigua situación
personal se esconde el problema mayor del ser humano de un aislamiento
intrínseco, y la dependencia absoluta que puede existir entre los miembros de
una familia, heridos por la vida y temerosos de que los abandonen, que
buscan el Edén los unos en los otros. Luna-Neptuno, más que ningún otro
aspecto planetario, comprende profundamente la tragedia de la soledad
humana.

Los aspectos Neptuno-Mercurio


¡Imaginación! Te alzas por ti misma ante la
vista y la marcha de mi canción como un
vapor no engendrado. Aquí ese Poder, con
toda la fuerza de sus talentos, pasó a través de
mí, y me perdí como en una nube...7

Ebertin se refiere a la combinación de Neptuno y Mercurio como «la facultad


imaginativa».8 Entre sus rasgos positivos incluye una gran imaginación y una
captación de correlaciones sutiles; entre sus atributos negativos enumera un
discernimiento defectuoso, percepciones confusas y la tendencia a decir
mentiras. Mercurio, el dios de los ladrones y los mentirosos, valiéndose del
poder emocional de Neptuno y de su talento para la fantasía, puede entretejer
fascinantes ficciones, y estos contactos pueden indicar tanto a un buen
narrador como a un gran embustero. Después de todo, contar cuentos es una
forma de engañar, porque se nos conduce al interior de un mundo que,
durante un tiempo, nos parece absolutamente creíble, hasta que nos
acordamos de que, en realidad, sólo es una «ficción». La memoria también es
como contar cuentos, porque recordamos aquellos incidentes que nos
afectaron emocionalmente, mientras que olvidamos los que no llegaron a
tocarnos el alma. Para la persona con un contacto Mercurio-Neptu- no, la
verdad puede ser fluida y flexible, y los frutos de la imaginación tan reales
como los hechos literales. ¿Acaso una novela histórica, como The Mask of
Apollo [La máscara de Apolo], deJvlary Renault, es menos verdadera que una
historia erudita de la Atenas del siglo V? ¿O es falsa la Ilíada de Homero
porque en ella, además de las hazañas bélicas de los hombres, también
intervienen los dioses? Tal vez el profesor de literatura clásica de Oxford
afirme que la novela no es de fiar porque el autor «inventó» muchas cosas, y
que la historia sí lo es porque está basada en hechos. Pero como sabe cualquier
persona con un contacto Mercurio-Neptuno, los «hechos» son tan susceptibles
de interpretación subjetiva como un sueño.
Mercurio, como psicopompos o guía de las almas, extrae de las aguas
neptunianas el poder del encantamiento y el ritual, y una misteriosa com-
prensión intuitiva de los ámbitos ocultos del alma humana. Para quienes
tienen contactos Mercurio-Neptuno, el mundo interior es tan real como el
mundo de los objetos, o más; los símbolos y las imágenes son más sustan ciales
que la sustancia material, desprovista de color y de emoción. Los pen-
samientos y sentimientos inexpresados de los demás son más tangibles que la
ropa que llevan o el color de su pelo. Los dones de los aspectos Mercurio-
Neptuno son innumerables, y se los nota mucho más cuando el nativo intenta
expresar el reino fluido de Neptuno con un lenguaje que puedan comprender
quienes se encuentran rodeados de tierra por todas partes y no tienen acceso a
las aguas del mar primordial. El lenguaje no siempre está hecho de palabras;
puede constar de imágenes o música. Pero lo mejor de los contactos
Mercurio-Neptuno es su capacidad de construir puentes entre el Edén y el
mundo exterior, para llevar de uno a otro lado mensajes que hacen mella en el
corazón y la mente de los demás, estableciendo comunicación con un ámbito
incomunicable. El problema reside en la posibilidad de que el nativo no
siempre sea capaz de distinguir un mundo del otro. Al igual que un traductor
bilingüe que no puede recordar en qué lengua ha dicho algo, la persona con
un aspecto Mercurio-Neptuno puede empezar a reemplazar, en vez de
enriquecerla, la experiencia externa con los frutos de su imaginación, y lo que
es peor aún, llegar a creerse sus mentiras, confundiendo hasta tal punto el
mundo exterior y el interior que su modo de ver a la gente y los
acontecimientos quede irremediablemente deformado por sus propios anhelos
de redención. Como Mercurio-Neptuno necesita tener como mediador un yo
fuerte, es probable que, si la estructura de la personalidad es frágil, se adentre
demasiado en el mundo de la fantasía como si fuera real, y vea la realidad
como la representación de sus propias fantasías personales. Por esta razón, los
aspectos Mercurio-Neptuno se asocian no sólo con el hecho de decir mentiras
de un modo deliberado, sino también con delirios graves. El mundo exterior
puede verse cada vez más ensombrecido por guiones míticos. Entonces a los
demás, igual como a uno mismo, ya no les quedan papeles para representar,
aparte del de Tiamat o el de Cristo.
Situados a mitad de camino entre un mundo exterior vasto y extraño para
nosotros, seres solitarios, y un mundo interior que, por más nuestro que sea,
también es de todos y, por consiguiente, no menos vasto y extraño, debemos
registrar e identificar objetos y experiencias, sentimientos e imágenes,
averiguar de dónde provienen, agruparlos según sean benignos o ame-
nazadores y expresar lo que significan para nosotros en múltiples niveles.
Mercurio tiene en sus manos nuestra capacidad de ser conscientes de nuestra
propia existencia. Por esta razón los alquimistas medievales lo elevaron a la
condición del que realiza la transformación del plomo en oro en el ser
humano. Una de las formas más profundas e inquietantes de aumentar nuestra
comprensión de Mercurio consiste en trabajar con niños autistas en sumo
grado, que dan la impresión de haberlo dejado todo en suspenso. Poca o
ninguna comunicación llega a establecer el niño aurista con el mundo
exterior, y ningún acontecimiento externo consigue introducirse en las aguas
uterinas en las que está inmerso. Las experiencias emocionales no pueden
abrirse paso a través de las barreras ni producir otra reacción identi- ficable
que el terror o la furia. En cierto nivel, todos tenemos en nuestro interior
elementos de autismo, allí donde las líneas de comunicación se han cortado, o
donde lo que vemos ya no es lo que hay, sino lo que alguna vez hubo o lo que
creemos que hay. Los aspectos de Mercurio con otros planetas pueden sugerir
no sólo que somos capaces de tender puentes entre diferentes mundos, sino
también dónde somos incapaces de contactar con otro mundo exterior que no
sea este en el que estamos prisioneros. Los contactos Mercurio-Neptuno
pueden proporcionarnos un canal entre el reino de la imaginación y el
intelecto, y entre nosotros como individuos y la fuente oceánica. Igualmente,
pueden indicar puentes rotos y líneas telefónicas cortadas, allí donde el nativo
se encuentra encerrado a cal y canto en el Jardín del Paraíso, sin ver nada
fuera de sus paredes, como no sea la amenaza de la extinción.
Si Mercurio se ve inundado por Neptuno, nuestro trato con los demás
puede resultar profundamente distorsionado por los frutos de nuestra ima-
ginación. Cualquier cosa se justifica, hasta las formas más flagrantes de
engaño, para preservar nuestro mundo de fantasía de la intrusión de pensa-
mientos, sentimientos y deseos ajenos. Entonces recordamos cosas de un
modo raro, conversaciones que nunca tuvieron lugar, palabras que jamás
fueron pronunciadas, y atribuimos a los demás motivaciones tan destructivas
como las de Tiamat o tan santas como las de Cristo, pero que sólo existen en el
ojo del observador. Puede que nada de esto disminuya el poder de un contacto
Mercurio-Neptuno para utilizar el mundo arquetípico de un modo creativo.
El poeta, el novelista y el músico pueden tener exactamente el mismo talento
aunque sean unos tremendos mentirosos. Pero Mercurio también puede
empeñarse en sofocar a Neptuno, aterrorizado por el miedo de la
irracionalidad o incluso de la locura, y esgrimir las armas del intelecto para
combatir esos anhelos y sueños que le parece que socavan tan peligrosamente
la «verdad objetiva». En su batalla contra la inundación neptuniana, Mercurio
quizás intente suprimir toda tendencia a ser imaginativo, lo cual con
frecuencia da como resultado un carácter evasivo inconsciente, un desdichado
rasgo de quienes manipulan las estadísticas y ocultan información para
demostrar una «verdad» científica o política. Esto va acompañado por una
tendencia a proyectar a Neptuno en aquellas personas que parecen crédulas e
irracionales. Un magnífico ejemplo de esta dinámica es el famoso artículo
publicado hace varios años en The Humanist, en el que varios «eminentes»
científicos, empeñados en refutar la astrología (de la que afirmaban que era un
conjunto de mentiras y falsedades), tergiversaban, distorsionaban u omitían
alegremente el laborioso trabajo estadístico de Gauquelin. Los contactos
Mercurio-Neptuno son más creativos cuando el nativo puede reconocer, y lo
hace con toda sinceridad, su propia inclinación a mezclar la fantasía y los
hechos en una percepción más inclusiva de la realidad.
La educación presenta una especial serie de retos a las personas con con-
tactos Mercurio-Neptuno. Los valores hoy vigentes dan importancia a la
exposición de hechos; el pensamiento que se exige es más bien lineal que
asociativo, y las universidades insisten en la especialización. La idea platónica
de la educación -es decir, un despertar de la memoria del alma, que lleve a
una síntesis de las matemáticas, la astrología, la filosofía, la geometría, la
música y el desarrollo físico, formando un gran diseño que refleje la inter-
conexión del cosmos- no parece ser, en la actualidad, nada popular en las
escuelas de Occidente. En algunos institutos británicos les ha dado por lo
contrario: han arrinconado la aspiración «elitista» a un excelente nivel aca-
démico en beneficio de lo que hoy se llama «autoexpresión» en el aula, algo
que no tiene nada que ver con el mundo de la imaginación de los aspectos
Mercurio-Neptuno, ni con la educación en ningún sentido que quiera dársele
a la palabra; se limitan a justificar el hecho de que no se enseñe ortografía ni
puntuación, ni tampoco a expresarse de un modo coherente, y se enfrentan
con el problema de las diferencias intelectuales entre las personas
simplemente pretendiendo que tales diferencias no existen. Pese a esta ten-
dencia actual, la educación en nuestra sociedad define hoy la verdad de
maneras muy específicas, aceptables para la comunidad científica, y con fre-
cuencia profundamente ajenas a quienes tienen contactos Mercurio-Neptu-
no; a estos alumnos se los acusa de soñar despiertos, de pereza o incluso de
«incapacidad para el aprendizaje», porque les parece que las verdades que
fluyen por los intersticios que hay entre los hechos son más verdaderas que
los hechos mismos. No es frecuente que las instituciones educativas valoren el
talento de narrador de Mercurio-Neptuno en la misma medida en que valoran
las concienzudas investigaciones de Mercurio-Saturno y las habilidades
prácticas de Mercurio-Marte. Como consecuencia, la persona con un aspecto
Mercurio-Neptuno puede sentirse muy incapaz intelectualmente, debido en
parte al choque entre su propia manera de ver las cosas y el estilo colectivo
englobado en el canon cultural. La imitación, que es otro de los talentos de
estos nativos, puede ser un don espléndido para el actor, pero a un escolar
normal no le proporcionará las notas más altas. Lo más probable es que lo
acusen de plagio, una acusación que puede o no ser justificada.
Para la persona con un aspecto Mercurio-Neptuno, la mediación de la
conciencia es decisiva. Puede ser necesario reflexionar un poco sobre las
heridas que hayan acompañado a las primeras experiencias educativas.
Igualmente, quizás haya profundas heridas derivadas del hecho de que el niño
con un contacto Mercurio-Neptuno habla un lenguaje que los padres no
quieren o no pueden entender. Es probable que al niño imaginativo que se
expresa en un lenguaje simbólico lo castiguen por mentiroso antes de que
haya dicho ninguna mentira, o lo acusen de estupidez o de pereza men tal
porque el lenguaje simbólico es por naturaleza indirecto. El nativo con un
contacto Mercurio-Neptuno es un maestro de la inferencia, la deducción y el
doble sentido. Este don puede ser expresado de manera desenfadada por un
niño que, sin proponérselo, se escabulle por debajo de las barreras defensivas
del padre o de la madre, provocando así una cólera injustificada y un castigo
inmerecido. En última instancia, quien tiene un contacto Mercurio-Neptuno
necesita entender tanto la naturaleza de los talentos que posee como la de los
lastres que acarrea. La claridad, la disciplina mental y la buena disposición
hacia la comunicación no serán eficaces a menos que se exprese en un
lenguaje que los demás puedan entender, y esta es una de las lecciones más
importantes que necesita aprender la persona con un contacto Mercurio-
Neptuno. Es necesario rendir homenaje tanto a las verdades terrenas y
conceptuales como a las verdades oceánicas y cósmicas neptunianas. La
persona con un aspecto Mercurio-Neptuno tiene capacidad para reconocer
muchas facetas de la verdad, pero depende de su conciencia que las distinga
de tal manera que pueda expresarlas en el lugar apropiado.
Los aspectos Neptuno-Venus
Perseguía a una doncella y atrapé un junco.
¡Dioses y hombres, todos nos engañamos así!
Algo se nos rompe en el pecho, y sangramos.5

Los contactos de Neptuno y Venus se cuentan entre los aspectos más


románticos, tanto en el sentido coloquial de la palabra como en el histórico.
Venus no describe el amor en el nivel emocional, sino que más bien
representa un ideal de amor que encarna lo que el nativo ve como hermoso y
valioso. La relación venusiana nos permite descubrir nuestros valores; lo que
uno ama, eso es secretamente, y son estas las características que forman la
base del sentimiento del valor personal. Si está en aspecto con otros planetas
interiores, Venus encontrará su visión de la belleza encarnada en las personas,
los objetos y las vivencias de la vida cotidiana. La expresión de los valores
individuales a través del gusto personal crea una sensación de contento, y
cada día puede traernos felicidad por medio de los placeres de los sentidos y
los deleites de la compañía humana. A diferencia de Venus, Neptuno tiende a
la infelicidad crónica, porque nada en este mundo, por más hermoso que sea,
puede compensar las perdidas aguas del Paraíso, Dos de las manifestaciones
características de los contactos Venus-Neptuno son el «divino descontento»
en asuntos de amor y la interferencia en la capacidad para la felicidad
personal. Si su amante no es una persona perfecta, el nativo se siente
traicionado; si el ambiente no es perfecto, se deprime; si la sociedad no es
perfecta, se desespera; si su cuerpo no es perfecto, entonces anhela reducirlo,
agrandarlo, estirarse la piel o, si todo esto le falla, destruirlo, porque no puede
soportar nada que no sea la belleza impecable del Edén.
Venus-Neptuno es un contacto que con frecuencia va asociado con la
seducción y el magnetismo sexual; en el mundo del cine abundan los ejem-
plos, como Brigitte Bardot y Marilyn Monroe. Pero es bien probable que la
posesión del tipo de carisma que le permite a uno serlo todo para todas las
personas no sea un augurio de estabilidad y satisfacción para el futuro. Puede
que, inconscientemente, y por mediación de su sexualidad, el nativo se
identifique con la víctima redentora, e intente obtener un firme sentimiento
de su propio valor ofreciéndose a aquellos a quienes la vida ha lastimado. La
compasión e incluso la piedad pueden ser poderosos componentes de lo que el
nativo define como amor. La persona con un aspecto Venus-Neptuno también
puede sentirse atraída por quienes parece que le ofrezcan la redención; este es
el aspecto por excelencia de la persecución de lo inalcanzable. Los ideales en
el amor pueden ir unidos al sufrimiento y el sacrificio, y el nativo sólo verá
como auténtica una relación que implique dolor y expiación. La poesía del
amor cortés nunca está lejos de los sueños de la persona con un contacto
Venus-Neptuno, como tampoco lo está de su psicología el triángulo edípico.
Venus tiene que ver tanto con la rivalidad como con la armonía, porque no
podemos definir nuestro propio valor sin compararnos con otras personas. La
propensión venusiana a formar triángulos es tan evidente en la vida como en
los mitos de la diosa. Pero la variedad común del triángulo edípico que, si
hemos de creer a Freud, es una parte corriente de la experiencia infantil,
parece bastante más dramática en las aguas del mundo neptuniano. El padre o
la madre que uno busca es la fuente divina, y el pecado edípico no es el mero
deseo erótico ilícito, sino el anhelo de alcanzar, mediante la fusión, la
omnipotencia de la divinidad. Tal como escribió en una ocasión Plotino: «Lo
que nos interesa no es ser impecables, sino ser Dios».10 La persona con un
aspecto Venus-Neptuno no desea una pareja mortal en cuyo espejo pueda ver
reflejados sus propios valores; lo que busca es la unión con la deidad. Sólo en
ella podrá encontrar la absoluta belleza y la perfección.
Puesto que la perfección del Edén reluce detrás de las aspiraciones de la
persona con un contacto Venus-Neptuno con respecto al amor, la perfección
física o la falta de ésta puede llegar a ser uno de los principales temas en la
pauta de las relaciones del nativo, que suele tener la experiencia de un
desencanto no querido, pero inexorable, tan pronto como descubre que su
pareja es físicamente imperfecta. En algunas ocasiones, la desilusión puede
seguir a un único encuentro sexual, pero a veces va creciendo con el tiempo, a
medida que la pareja va mostrando esas mínimas, pero inconfundibles, señales
de envejecimiento que ponen en tela de juicio la inmortalidad del Paraíso. La
fantasía de una unión sexual perfecta suele estar tan alejada del mecanismo
del acto físico que este último puede resultar una profunda decepción, y la
desilusión nunca está muy lejos, como tampoco lo están el dolor y la rabia de
una pareja que no puede entender por qué la han rechazado por el simple
hecho de tener un cuerpo. Una de las dimensiones más difíciles de Venus-
Neptuno no es la tendencia al descontento del nativo —ya que a tales estados
de melancolía se los puede considerar como parte del tipo de amor que
implica sacrificio—, sino el sufrimiento causado a otras personas, que quizá
no sepan ver que el problema no reside en sus propios fallos físicos o sexuales.
Sin embargo, la perfección que busca el nativo con un contacto Venus-
Neptuno se puede vislumbrar en el arte, y es ahí donde estos aspectos
expresan uno de sus recursos más importantes. Incluso aunque el nativo no
esté dotado de talento musical, generalmente aprecia mucho la música, que
hace vibrar su nostalgia de una armonía absoluta y satisface muchos de sus
anhelos más insistentes. La poesía, la pintura, la novela y el teatro también
pueden evocar el Edén perdido que parece llamarle desde el rostro del ser
amado para luego desvanecerse con demasiada rapidez. Un detenido examen
de las cartas de artistas famosos revela una abundancia de contactos Venus-
Neptuno, aunque no se puede atribuir a esta combinación el impulso hacia el
trabajo creativo. Si este impulso no existe, el aspecto Venus-Neptuno puede
indicar un esteta y un enamorado del arte, en especial de ese arte romántico
que refleja los sueños de redención neptunianos.
Como Venus está tradicionalmente en exaltación en el signo de Neptu-
no, mucho se ha escrito sobre la armonía entre los dos planetas y sobre su
conexión con el amor universal. La empatia por la humanidad, en particular
por las víctimas de la vida, y una sensación de unidad mística con la totalidad
de la naturaleza, se expresan con frecuencia, de una manera delicada y
sensible, en la interacción de Venus-Neptuno con el mundo. Con igual
frecuencia, este contacto indica una tolerancia y una compasión ilimitadas
por el objeto de su amor idealizado, en ocasiones hasta el punto de que el
nativo está dispuesto a soportar toda clase de heridas y humillaciones. La
carencia de un «yo» de Neptuno suaviza la vanidad y el orgullo de Venus, y es
probable que el nativo esté sinceramente dispuesto a perdonar y sea muy
bondadoso. Pero los aspectos más sombríos del mundo neptuniano nunca
están demasiado lejos, y también puede ser que el nativo divida sus afectos
entre una Virgen idolatrada y una Tiamat a quien desprecia, o sus
equivalentes masculinos. Puede que la persona con un contacto Venus-
Neptuno muestre una crueldad y una dureza extremas hacia los que reciben
su proyección del monstruo marino primordial, y que al mismo tiempo
exprese una extraordinaria compasión y una inagotable generosidad hacia
quienes reciben su proyección de la víctima redentora. El amor universal de
Venus-Neptuno puede seguir siendo, como el límite de velocidad en las
autopistas italianas, un ideal al cual se aspira. Los hombres pueden proyectar a
Neptuno sobre una esposa-madre idealizada que les reclama su devoción y su
piedad, pero no su pasión sexual; esta clase de vínculo está cargado de
sentimientos de obligación y culpabilidad, con el agravante de la inclinación a
buscar la satisfacción venusiana en terrenos más turbios. En ocasiones, la
propensión a los triángulos es más prosaica y edípica de lo que la persona con
un aspecto Venus-Neptuno, con su inclinación hacia lo poético, está dispuesta
a reconocer. Las mujeres pueden proyectar cualquiera de los dos planetas
sobre una rival, o sobre otra mujer que represente para ellas un ideal de
atractivo sexual o de feminidad espiritual que sienten que les falta. O bien
pueden identificarse con este aspecto a expensas de otros factores de la carta,
con lo cual se condenan a sí mismas a no ser amadas como mujeres, sino como
sirenas o melusinas, y a menos que retengan su magia y su misterio, se verán
abandonadas por los amantes con contactos Venus- Neptuno que se
encuentran atrapados en la misma telaraña mítica.
Pese a todos estos peligros, los contactos Venus-Neptuno poseen y
pueden crear una magia extraordinaria. Su delicadeza, su poesía y su sen-
sibilidad romántica generan elevadas visiones de amor y armonía que pueden
conducir a la creación de obras de una gran belleza. La profunda infelicidad
que con tanta frecuencia indican estos aspectos en la vida personal no es,
contrariamente a la visión de estos nativos, un karma inevitable, ni la señal de
una espiritualidad superior. Lo más frecuente es que no sea más que el
producto de un conflicto edípico fuertemente teñido por los sueños míticos de
Neptuno, y sólo seguirá siendo psicológicamente inevitable en la medida en
que su dinámica continúe siendo inconsciente. Sin embargo, por más
penetración psicológica que haya alcanzado la persona con un aspecto Venus-
Neptuno, a menudo evitará cualquier intento de introspección referente a la
naturaleza de sus pautas de relación, a menos que el dolor llegue a ser muy
intenso. Sólo entonces se decidirá a considerar otro punto de vista que no sea
el de la tragedia romántica del amor cortés. Y cuando finalmente el nativo se
decida a preguntar, es necesario que el astrólogo pueda responder diciendo
algo más que: «Es tu karma». Si la persona con un aspecto Venus-Neptuno
puede llegar a sentir que vale lo suficiente, como cualquier otro ser humano, y
no exige lo imposible a sus seres queridos, puede conformarse con fugaces
visiones ocasionales del Edén, sin reclamar que le sean concedidas cada día.
Entonces podrá disfrutar plenamente del don de infundir en la vida ordinaria
una belleza exquisita, y de transformar las relaciones cotidianas entre dos
personas en una obra de arte.
Los aspectos Neptuno-Marte
De toda mi experiencia de amor os haré un
resumen;
qué pócimas, qué hechizos, qué conjuros
y qué poderosa magia,
pues de tales procedimientos se me acusa,
he empleado para seducir a su hija.11

En la bibliografía astrológica se han tratado muy injustamente los aspectos


entre Marte y Neptuno. Ebertin habla no sólo de «debilidad», sino también de
enfermedad, adicción, aversión por el trabajo y fanatismo. Concede que la
inspiración podría ser un producto de los aspectos benignos, pero se muestra
claramente renuente a encontrar nada agradable en este complejo
matrimonio planetario.12 Los aspectos «difíciles», en particular, se han aso-
ciado con los abusos sexuales y la magia negra. En ocasiones se describe
también la dimensión creativa de los contactos Marte-Neptuno, pero limi-
tándose generalmente al actor o al músico, y con frecuencia se los ve como
aspectos peligrosos, de los que hay que defenderse o que hay que «trascender».
No cabe duda de que los contactos Marte-Neptuno pueden manifestarse de
maneras problemáticas, pero lo mismo puede suceder con cualquier aspecto
de Neptuno, o para el caso, con cualquier aspecto planetario. Hay que mirar
por debajo de las pautas de comportamiento de los contactos Marte-Neptuno
para captar el significado esencial, para entender por qué aparecen
regularmente en las cartas de personas que tienen graves problemas con la
bebida o con las drogas, así como en las de otras con incapacidades físicas
graves de tipo neptuniano. Marte es el «brazo armado» del Sol; la agresividad
y el deseo son fundamentales para poder llevar una vida física y psicológica
independiente. Al querer algo, y al enojarse si no puede obtenerlo, el niño
empieza a separarse de la fusión originaria con la madre, y se crea una
sensación de su propia identidad física y de su potencia personal. En este
sentido, Marte es como Marduk, el dios babilonio del fuego que combate con
la madre mar para crear el mundo. Empezamos a ser nosotros mismos por
mediación de lo que queremos, y nuestros principales deseos son físicos,
pasionales y vitales, mucho antes de que la conciencia solar transforme la
libido primitiva en lo que llamamos objetivos y aspiraciones. Hablar de
identidad en un nivel abstracto es insuficiente; tarde o temprano, uno se ve
llamado a tomar posición y a luchar por la propia autonomía en la vida
exterior. Si las funciones de Marte están debilitadas, entonces el niño no
puede separarse como es debido, y es probable que cuando sea adulto tenga
dificultades para realizar sus objetivos y deseos, sean los que fueren. O bien el
nativo puede disociarse completamente de sus deseos y su agresividad,
empujándolos hacia el interior del inconsciente, donde, al no tener nada
mejor que hacer, se enconan. Entonces, esa rabia enterrada puede expresarse
de forma encubierta en la relación con los demás, o se interioriza y se vuelve
contra uno mismo.
Culpar a los padres por haber «creado» este problema es un enfoque
demasiado simplista. Aunque el entorno en el que crece un niño puede exa-
cerbar los conflictos marcianos, las semillas deben caer en un suelo fértil para
que puedan brotar. Debido al anhelo de fusión neptuniano, el nativo con un
contacto Marte-Neptuno evita de un modo innato expresar claramente su
voluntad. El Edén es un mundo sin Marte, porque la cólera y la unidad se
excluyen mutuamente; en el Paraíso, ningún animal se come a otro. Tampoco
la iniciativa individual, que es una extensión natural del deseo, es bien
recibida en el Jardín del Edén, donde se la interpreta como desobediencia. La
fusión se rompe, se comete el pecado original y el resultado inexorable de la
transgresión es la expulsión del Paraíso. Los deseos edí- picos son pecado en el
Edén, no porque reclamen la unión erótica, sino porque ni la madre ni el
padre ven la competencia con buenos ojos. De ahí que la persona con un
aspecto Marte-Neptuno intente satisfacer sus deseos al mismo tiempo que se
asegura de que nadie se ofenda. La sensibilidad neptuniana a los sentimientos
del colectivo transforma a Marte, que en vez del feroz guerrero de la Ilíada de
Homero aparece como un mago sutil, que comprende el poder de la
participation mystique y el enorme atractivo de la palabra «nosotros». La
persona con un contacto Marte-Neptuno tiene la capacidad de introducirse en
los sueños y los anhelos de los demás, expresando su «quiero» con tal
delicadeza que parece como si todo el mundo lo quisiera. Esto puede ser un
gran don, expresado de la forma más típica en territorios neptunianos; las
artes y la terapia. También puede representar una gran ventaja para el líder
político o militar. En todos estos casos, es necesario poseer la capacidad de
invocar la participation mystique. El actor debe estar sintonizado con el
público; el terapeuta o el consejero tiene que llegar a una compasiva
identificación con el cliente y ser capaz, de un modo sutil y no agresivo, de
hacer que exprese sus sentimientos e intuiciones. El líder político o militar
debe infundir ánimo a sus seguidores, ya que si no, la imposición de disciplina
sólo provocará rebelión.13 Al igual que Dioniso, el nativo con un aspecto
Marte-Neptuno es un seductor; pero es que hay ocasiones en que, como
colectivo, necesitamos que nos seduzcan. Este anhelo subyace en la esencia de
la adoración religiosa y en la catarsis provocada por la interpretación musical
o teatral. Es un sentimiento de aspiración compartida, sin el cual nos
quedamos abandonados en la tierra baldía, solos y sin esperanza. En el mundo
de Marte-Neptuno, el éxtasis tiene un objetivo.
El problema reside en la integridad de ese objetivo y en la forma en que
se lo persigue. Los deseos marcianos, inherentemente egocéntricos, cuando se
diluyen en las aguas neptunianas deben incluir a otras personas para que las
necesidades individuales puedan quedar satisfechas. Así el deseo queda limpio
de pecado, porque aparentemente pretende la salvación de todos. Este es el
espíritu de las Cruzadas, en las que una terrible barbarie quedó sancionada en
nombre de la redención, y en las que se puede ver el rostro de Tiamat por
debajo de los ornamentos sagrados. Y sin embargo, es también el espíritu de
Alexander Dubcek (que tenía a Marte en sextil con Neptuno), que luchó
desinteresadamente por su país. El heroico martirio tiene múltiples rostros,
algunos estrechamente relacionados con el terrorismo y el genocidio, y
algunos muy nobles. Si otros aspectos de la carta natal indican profundos
sentimientos de inferioridad e incapacidad —representados generalmente por
un Saturno o un Quirón problemáticos—, entonces puede ser la parte infantil
del nativo la que saque partido de la magia de un aspecto Marte-Neptuno, que
se convierte para él simultáneamente en una forma de evitar el rechazo y en
un medio de adquirir poder, sin hacerse cargo de la responsabilidad ni de las
consecuencias. En ese caso, la agresividad puede estar enmascarada por una
aparente docilidad, y la furia que acecha por debajo de la superficie quizá sea
el factor principal oculto tras la adicción al alcohol y las drogas, que refleja no
sólo cólera y un afán de vengarse de la vida, sino también el deseo de escapar
de ésta. Cuando el nativo no puede encontrar un medio claro (político,
militar, científico, artístico...) de expresar el heroísmo romántico de un
contacto Marte-Neptuno, puede que lo busque en aguas más sombrías. Una
persona con un aspecto Marte- Neptuno también puede elegir, como Charles
Manson (que los tiene en conjunción exacta), el papel de antihéroe, que
destruye a otros y se autodes- truye antes que soportar la monotonía de una
vida decente pero desprovista de encanto.
Para estos nativos, no es nada fácil dirigir hacia fuera la agresividad y el
deseo, debido a que esto les produce un gran miedo a la separación, hasta tal
punto que puede parecerles que es mejor no desear, lisa y llanamente. La falta
de interés sexual, sumada a una apatía general, acompañan muy a menudo al
alcoholismo y la drogadicción. El deseo de morir es obvio, como lo es también
un poco de masoquismo; pero si uno quiere simplemente
abandonar el escenario, existen medios menos dolorosos y más rápidos. Los
aspectos Marte-Neptuno se vinculan también con el masoquismo sexual, al
igual que con su contrario, el deseo de infligir dolor. Esta confusa mezcla de
deseos contradictorios, sentimiento de culpabilidad, anhelo de fusión, rabia e
impotencia refleja una fuerte pero retorcida identificación con la imagen
heroica de la víctima redentora, y no surge de ninguna «maldad» intrínseca en
los aspectos Marte-Neptuno, sino de una personalidad demasiado infantil para
enfrentarse con el reto de expresar el mito de una manera creativa y que
enriquezca la vida. La impotencia puede producir crueldad, como sabe
cualquier violador. Lo mismo se podría decir de la «magia negra» de los
contactos Marte-Neptuno. Es difícil definir esta expresión de manera sensata,
porque a uno le recuerda una novela de Dennis Wheatley, con ensalmos para
invocar a Asmodeo y restos de pollos sacrificados en el sótano. Sin embargo,
siempre habrá personas felices de sacar partido de la vulnerabilidad de la masa
neptuniana para conseguir el poder que desean; la mayor parte de los políticos
incurren un poco en ello, de una manera u otra, aunque generalmente sin
usar pollos. Los eslóganes políticos son una forma de encantamiento, y los
símbolos políticos una especie de amuleto. Y se puede observar la magia negra
en cualquiera que, debido a sus propias heridas e inseguridades, manipule el
inconsciente de otra persona para conseguir la omnipotencia primaria que
Neptuno secretamente desea. Que la persona con un aspecto Marte-Neptuno
emplee magia negra o magia blanca depende de su conciencia y de su
integridad personal.
También la idealización del sexo puede ser una preocupación de las per-
sonas con un aspecto Marte-Neptuno. En el mito hay muchas deidades, tanto
masculinas como femeninas, que no se dedican meramente a procrear, sino
que, con su inmenso encanto y su gran fertilidad, generan razas de héroes, y
son irresistibles tanto para los mortales como para los dioses. Estas imágenes
nos dicen algo sobre el mundo de fantasía sexual de Marte- Neptuno, A veces,
estos contactos, combinados con aspectos difíciles de Saturno o Quirón con
Marte, Venus o la Luna, indican al Don Juan, del sexo que sea, en perpetua
búsqueda de conquistas sexuales para afirmar su «divinidad». Más frecuente es
que indiquen la fantasía constante de tales conquistas, que puede generar un
sentimiento de descontento y frustración en las relaciones personales. Si los
miedos e inseguridades son lo suficientemente grandes, el nativo puede sentir
que hay una brecha tan ancha entre la fantasía y la realidad que la satisfacción
sexual en el nivel terrenal pierda todo su atractivo. Los aspectos Marte-
Neptuno pueden indicar el celibato de la monja o del monje, debido no
solamente a una vocación espiritual, sino también a que la unión con Dios es
preferible a la unión con carne mortal imperfecta. De la misma manera, el
nativo con un contacto Marte- Neptuno, a causa de su extrema sensibilidad a
las corrientes psíquicas más profundas, puede ser un amante exquisitamente
sensual y sensible, capaz de evocar los deleites del Edén; el placer sexual, en
lugar de provocar la expulsión del Jardín del Paraíso, se convierte en el
principal medio de regresar a él. Cuando la persona con un aspecto Marte-
Neptuno va por mal camino, puede ser terrible. Sin embargo, sin su magia
blanca, tendríamos un mundo muy empobrecido, porque no habría artistas
que nos proporcionaran un éxtasis dionisíaco, ni tampoco líderes, maestros,
científicos o sanadores que nos ayudaran a concretar nuestros sueños
colectivos.
Los aspectos Neptuno-Júpíter
Ver un mundo en un grano de arena y un
cielo en una flor silvestre, sostener el
Infinito en la palma de la mano y en una
hora abarcar la Eternidad.'4

Los corregentes de Piscis comparten el gusto por lo ilimitado. Cuando Júpiter


y Neptuno están en aspecto, el anhelo de extenderse más allá de los confines
materiales y mortales puede asumir muchas formas; pero es, sobre todo, la
señal del soñador y el visionario, del que tiene tanto una sincera comprensión
de la unidad de la vida como una ingenuidad temeraria con respecto a los
límites de ésta. Ni siquiera las dimensiones más turbias de los aspectos Júpiter-
Neptuno conllevan mezquindad ni malevolencia. Pero es probable que
reflejen una autoengrandecimiento psíquico inconsciente de vastas
proporciones, y que el nativo esté tan identificado con un sentimiento de
misión divina que haga caso omiso de las fronteras ordinarias, tanto de las
propias como de las ajenas. Ebertin describe la combinación de Júpiter y
Neptuno como «una felicidad aparente»; también menciona el idealismo, el
amor a la humanidad, el misticismo y el interés por el arte. Entre sus rasgos
negativos, dice que es «una persona fácil de seducir» y cita «una inclinación a
la especulación y el despilfarro». Entre sus mejores atributos destacan «una
naturaleza misericordiosa y compasiva» y «la obtención de beneficios sin
esfuerzo».15 Las personas con un aspecto Júpiter-Neptuno pertenecen a la
brillante e inocente progenie de los dioses: nunca desean mal a nadie, pero
con demasiada frecuencia esperan demasiado de la vida.
A Júpiter se lo asocia tradicionalmente con inclinaciones religiosas, y con
frecuencia se lo relaciona con la «fe». Simboliza nuestra necesidad de sentir
que la vida es algo benigno y que tiene un sentido; estamos protegidos por
Algo o Alguien, e incluso si tenemos que pasar por experiencias dolorosas y
desdichadas, aun así podemos beneficiarnos de ellas, porque estamos
«destinados» a aprender y crecer. Júpiter actúa tanto en el nivel racional como
en el intuitivo, y no es necesariamente religioso en el sentido de seguir un
credo determinado. Tanto el agente inmobiliario como el especulador bursátil
pueden ser sumamente jupiterinos, aunque nada religiosos; el deseo y la
capacidad de jugar o especular presuponen que tarde o temprano esa suerte,
esa buena fortuna que funciona como un principio básico de la vida, ha de
mirarnos con buenos ojos. El sueño de alcanzar algo a cambio de nada es
totalmente jupiterino. La vida siempre oculta una olla llena de oro al pie del
arco iris, y si uno no renuncia a buscarla, terminará por encontrarla. Las
raíces de esta actitud psicológica son profúndas, y de hecho religiosas, aunque
a veces lo sean de manera poco realista e infantil. La creencia jupiterina en la
suerte presupone también una sensación de ser alguien especial (¿por qué a
mí, y no a otra persona?) que espera, y algunas veces consigue, que la
abundancia del universo le llueva encima sin esfúerzo alguno. La creencia en
que tal vez los demás tengan que trabajar para lograr lo que quieren, pero
nuestras propias expectativas positivas nos proporcionarán gratuitamente lo
que deseamos, es sumamente jupiterina. Por el simple hecho de ser, uno se
merece lo mejor; y si lo mejor no nos llega, eso debe de significar que todavía
no es el momento, o será porque aún nos falta aprender alguna lección
especial, tras lo cual todo volverá a enderezarse. Con un sentimiento tan
profundamente arraigado de que al final la vida lo recompensará, uno puede
ser franco y generoso, porque no tiene ninguna necesidad de ponerse a la
defensiva para protegerse. Si ya hay quien cuida de nosotros, bien podemos
ser pródigos y no sólo dar cosas, sino darnos también a nosotros mismos. Y si
los demás pudieran ver esta gran verdad de la vida, también ellos
abandonarían las armas, abrirían las puertas y las carteras y reconocerían que
hay una benévola deidad que se ocupa de todo ser viviente.
Si Júpiter ve [imitada su expresión, particularmente por un exceso de
Saturno, entonces no creemos en el ratoncito que se lleva los dientes, en la
suerte ni en la bondad cósmica, y la vida nos parece un territorio inhóspito,
árido y difícil. Cuando nos identificamos con Júpiter a expensas de otras
visiones del mundo igualmente válidas, suponemos que la vida no tiene
límites y que nunca se encarnizará con nosotros. Y si lo hace, debe de ser a
causa de algún plan superior que, aunque por el momento nos parezca
incomprensible, ya se nos revelará algún día. También podemos suponer que
las fronteras de los demás, erigidas como autodefensa, son en el mejor de los
casos superfluas, y en el peor, patológicas; y podemos convencernos de que
tenemos derecho a juzgar moralmente a quienes nos parecen menos
humanitarios y generosos que nosotros. Una persona con un aspecto Júpiter-
Neptuno puede excederse en esta visión del mundo, con sus elementos
luminosos y oscuros. Júpiter inflama los anhelos neptunianos, y Neptuno
eleva la mirada de Júpiter por encima de la Lotería Nacional, hasta el reino
celestial. Cuando la intuición de un cosmos benévolo se une al anhelo de
fusión con la fuente de la vida, es probable que se vea con desdén la
difícilmente ganada sabiduría saturnina. La generosidad es auténtica e
ilimitada, pero el oportunismo también. Una deidad oceánica, fuente de un
amor incondicional, manda sobre todas las criaturas, grandes y pequeñas, y el
mensaje que constantemente se nos transmite por medio de cada misteriosa
sincronicidad de los acontecimientos es que las puertas del Edén están
siempre abiertas para los que se mantienen desapegados de las cosas de este
mundo. Esta actitud, paradójicamente, puede ir acompañada de ambición y
unos fuertes impulsos materiales. Pero cuando así sucede, es probable que los
logros y el dinero signifiquen muy poco; lo que importa es la prueba de que
uno es alguien especial que disfruta de una suerte cuya realidad se demuestra
cada vez que tiene éxito en algo.
En materia religiosa, el dios de la persona con un aspecto Júpiter-Nep-
tuno es una deidad que combina la compasión y el amor de Cristo con la
alegría y la abundancia de Papá Noel. Júpiter-Neptuno es una combinación
profundamente mística, aunque pueda funcionar muy bien en la carta de un
agnóstico o un ateo, que de un modo inconsciente transfieren su misticismo a
una especie de magia en el mundo de la forma. A comienzos de los años
setenta, cuando Neptuno transitaba por Sagitario, el signo de Júpiter, en
Estados Unidos se puso de moda un culto esotérico que promulgaba la simple
entonación de un mantra mientras uno visualizaba sus objetivos. Con una
inocencia absoluta, se proclamaba que si uno lo salmodiaba imaginándose, por
ejemplo, un flamante coche (había que especificar la marca, el modelo y el
color), la forma imaginada se impregnaría de energía en el nivel etérico y, de
una manera u otra, el coche se manifestaría. La escuela del «pensamiento
positivo», tan popular en Estados Unidos, le debe mucho a Júpiter-Neptuno;
porque tal como declara el Hamlet de Shakespeare:
Nada hay bueno ni malo, como no lo haga así el pensamiento

El poder de la visualización y del pensamiento positivo es un importante


elemento de la visión del mundo y los talentos de la persona con un aspecto
Júpiter-Neptuno. Al ser instintivamente consciente de la capacidad de la
imaginación para influir en la vida en múltiples niveles, es probable que este
nativo practique una forma suave de magia,* en la cual la imagen y el
símbolo atraen sobre sí la sustancia de la vida material, y rehacen la vida en
función de los sueños del nativo. Las personas con contactos Júpiter-Neptuno
a menudo son profundamente sensibles a lo simbólico, e incluso muy
conscientes de esas extrañas yuxtaposiciones de acontecimientos que los
cínicos llaman coincidencias, pero que estos nativos Júpiter-Neptuno saben
que son una señal de la intención divina. En el nivel creativo, estos aspectos
pueden aportar sus dotes imaginativas mediante muchos recursos artísticos
diferentes. La magia de los contactos Júpiter-Neptuno a veces enfurece a
quienes están hechos de un material más terrestre, porque con frecuencia
funciona. Júpiter conoce el secreto de cómo el propio optimismo y la propia
generosidad pueden impulsar a los demás a responder del mismo modo, y
Neptuno conoce el secreto de hasta qué punto la «realidad» es fluida y
maleable. Pero la magia también puede fallar si choca con la realidad de otras
personas que tal vez se nieguen obstinadamente a dejarse engatusar.
Asimismo, las visualizaciones de Júpiter- Neptuno suelen estrellarse contra
esas saturninas leyes fundamentales de la vida que ningún poder individual
del pensamiento positivo puede cambiar. Uno de los mejores ejemplos, no
sólo de la magia, sino también de la capacidad de autoengaño de estos
aspectos, se puede ver en la vida de Mary Baker Eddy, la fundadora de la
Iglesia de la Ciencia Cristiana. En su horóscopo encontramos una cuadratura
Sol-Júpiter, con Júpiter en el IC en trígono con Neptuno en el Ascendente. 17
Para quienes han podido curarse siguiendo sus principios, es una auténtica
redentora. Para aquellos que padecían una enfermedad grave y murieron
(esto incluye a niños cuyos padres no les dieron la oportunidad de elegir)
debido a una obstinada negativa a aceptar asistencia médica, esta visión no es
solamente arrogante, sino también destructora de la vida. Por detrás de la fe
infantil jupiterina en la generosidad de Dios, puede estar al acecho el
ilimitado autoengrandecimiento del narcisismo primario de Neptuno, capaz
de caminar sobre las aguas y de vencer a la misma muerte.
La profunda melancolía de Neptuno se vuelve menos opresiva mediante
su contacto con Júpiter. Uno puede reírse incluso en los peores momentos. El
anhelo de disolución no sólo es una nostalgia de la inconsciencia previa al
Nada hay bueno ni malo, como no lo haga así el pensamiento

nacimiento, sino también una búsqueda de la dicha eterna. Júpiter puede


sacar a la superficie lo mejor de Neptuno, y es capaz de equilibrar la tristeza
endémica neptuniana con su creencia en que se puede disfrutar de las bendi-
ciones del cosmos incluso mientras se soporta la encarnación. Los aspectos
Júpiter-Neptuno son místicos pero no masoquistas, y no tienden a ir en busca
del dolor como medio de redención. Sin embargo, los excesos emocionales del
histérico tienen mucho que ver con estos contactos, que pueden ser
intensamente dionisíacos en su fascinación por el abandono de uno mismo y
la teatralidad. El amor por la riqueza y el ritual puede llegar a expresarse en
una profunda apreciación de los colores, sonidos, perfumes, texturas y sabores,
estímulos en los que el nativo puede perderse totalmente. Es fácil comprender
por qué estos aspectos, si hay una estructura del yo sólida, son de un valor
enorme para cualquiera que trabaje en el campo de las artes. Igualmente,
podríamos tener presente al emperador Nerón, quien, con el Sol y Plutón en
Sagitario, en conjunción exacta con el Ascendente, y Júpiter, Neptuno y la
Luna formando en una estrecha cuadratura en T, mostró algunos de los exce -
sos emocionales y artísticos más exagerados de que se tenga constancia. 1' Aquí
no podemos ver ninguna clase de amoroso humanitarismo, pero sí podemos
comprobar lo que sucede cuando un mortal en una posición de poder se
identifica con un dios. A un contacto Júpiter-Neptuno, como a todos los
demás aspectos, hay que interpretarlo en el contexto de la carta en su totali-
dad, y en relación con los demás planetas con que está ligado. Puede aportar al
nativo la universalidad de su visión y su ilimitado anhelo de amor, creativi-
dad, logros materiales, trabajo humanitario o afanes espirituales. De la misma
manera, es probable que conlleve también una notable capacidad para enga-
ñarse a uno mismo y la tendencia al autoengrandecimiento, generando así
pérdidas y decepciones muy dolorosas, además de actos trágicos de autodes-
trucción. Como es habitual con cualquier aspecto de Neptuno, todo depende
de la capacidad del nativo para construir un arca y echarla a navegar.

Los aspectos Neptuno-Satumo


Dios aparece y Dios es Luz para esas pobres
almas que viven en la Noche, pero acaso se
muestre en forma humana a los que moran en
los dominios del Día.1’

En el emparejamiento de Saturno y Neptuno reside uno de los conflictos más


fundamentales de la vida. La forma y la falta de forma chocan, para encarnar
una visión o para negarse a nacer psicológicamente. En el capítulo 10 analizo
con cierto detalle el dilema de Saturno y Neptuno en relación con el artista, y
esas observaciones se pueden aplicar a los aspectos entre estos dos planetas
independientemente de que el nativo se dedique o no a lo que solemos definir
como trabajo artístico. Las personas con un contacto Saturno-Neptuno
también pueden identificarse profundamente con ideales políticos de tipo
utópico, y el ciclo Saturno-Neptuno está asociado con el ascenso y la caída del
comunismo. Por su propia naturaleza, los partidos políticos son un reflejo de
la combinación Saturno-Neptuno, en la medida en que buscan convertir su
visión social en una forma concreta. Por lo tanto, no es sorprendente
encontrar a Saturno en trígono con Neptuno en la carta del Partido Laborista
del Reino Unido, ni a Saturno en sesqui- cuadratura con Neptuno en la carta
del Partido Conservador británico. 20 Lo mismo es válido a un nivel individual;
uno puede sentirse eternamente tironeado por el conflicto entre las
limitaciones mortales y el carácter ilimitado de la visión neptuniana de la
redención del sufrimiento. Entre 1951 y 1953 nació toda una generación con
Saturno en conjunción con Neptuno en Libra, y este grupo, que estará en la
mitad de la vida cuando llegue el milenio, puede proporcionar al astrólogo
una considerable comprensión del significado de los contactos Saturno-
Neptuno a gran escala. Todo aquello que toca Saturno se ve arrastrado hacia
abajo, al mundo de la forma; todo aquello que toca Neptuno se ve arrastrado a
la disolución en las aguas prenatales. Los aspectos Saturno-Neptuno indican
una ambivalencia que dura toda la vida, y que en ocasiones puede impulsar al
nativo a realizar esfuerzos por escapar, sean estos obvios o encubiertos, y otras
veces exige que la imaginación se exprese en estructuras duraderas y
significativas. Ebertin habla de «sufrimiento, renuncia, ascetismo. [..,] La
disposición al sacrificio, a cuidar de los demás, el autodominio, la cautela, la
visión, y también la previsión».21 Los aspectos «difíciles» (incluyendo la
conjunción) indican a menudo una tendencia a asumir el papel de víctima. Sin
embargo, es probable que esta combinación de planetas no exija sufrimiento
ni renuncia, aunque a veces la autoinmolación puede ser la única manera de
enfrentarse a un conflicto que evoca un crónico y profundo sentimiento de
haber pecado.
Tendemos a tener la experiencia de Saturno primero a través de la pro-
yección, hasta que llegamos a reconocer dónde tomamos una actitud defen-
siva y actuamos con desconfianza y miedo. Saturno erige sus defensas prin-
cipalmente contra el desvalimiento, que es en buena parte una vivencia
neptuniana. También tendemos a proyectar a Neptuno, hasta que estamos
dispuestos a dejar ver nuestro niño interior. Las tácticas escapisras de Nep-
tuno se dirigen sobre todo contra nuestra condición de seres separados, que es
en buena parte una experiencia saturnina. Cuanto más fuerte es nuestro yo,
más aterrador nos parece Neptuno; cuanto más nos aferramos a las aguas
uterinas, más aterrador nos parece Saturno. Muchas personas que tienen a
estos planetas en aspectos fuertes proyectan uno de ellos y se identifican con
el otro, a veces durante toda la vida, a menos que la infelicidad personal las
lleve a cuestionarse a sí mismas. Neptuno se identifica con el hecho de ser
afectuoso, abierto y compasivo con los demás. Estar en situación de necesidad
no es algo que vea como humillante, sino como señal de un alma buena y
empática. Saturno se identifica con la autosuficiencia, con un comportamiento
aceptable para el colectivo y con el control de las emociones y los estados de
ánimo caóticos. No ve las fronteras como algo defensivo o frío, sino como algo
necesario para tener una actitud honorable y responsable hacia la vida. Por
supuesto, ambos puntos de vista son correctos, aunque al nativo puede
costarle mucho darse cuenta de ello.
La persona con un contacto Saturno-Neptuno suele tener firmes opi-
niones políticas, ya sean de izquierda o de derecha, y tiende a ver al enemigo
en términos globales. La ley, el orden y el mantenimiento de los valores
tradicionales son cosas que hay que alcanzar a cualquier precio, y a quienes
viven al margen de la sociedad (generalmente los jóvenes o los miembros de
minorías raciales) se los ve como subversivos, haraganes, drogadíctos e irres-
ponsables, y se considera preciso imponerles una dura disciplina. O bien la
igualdad es algo que hay que alcanzar a cualquier precio, y a quienes desean
estabilidad y quieren conservar aquello por lo que han trabajado (general-
mente personas de clase media y alta o los miembros de una mayoría racial) se
los ve como codiciosos, egoístas, inhumanos y merecedores de que se los
destruya, o, como mínimo, de que se redistribuyan obligatoriamente sus
propiedades, energías y tiempo. Es obvio que semejante polarización puede
generar un odio muy profundo. La tragedia está en que la polarización existe
primero dentro del nativo, que entonces procede a suscitarla en el mundo
exterior. Saturno desprecia las garras de Neptuno, y el lloriqueo con que
proclama: «Es que no puedo evitarlo; la culpa es de los demás». Neptuno
rehuye el gélido control de Saturno, y el desdén burlón con que éste le insiste
en que deje de lloriquear y se espabile. La combinación Saturno-Neptuno
puede hablar con cualquiera de las dos voces. Incluso dentro del campo
astrológico y del psicológico, es fácil ver a los planetas alineados en forma ción
de combate, esgrimiendo complejas justificaciones filosóficas para lo que es
esencialmente una lucha personal. Para que esta combinación realice su
enorme potencial de llevar a la práctica visiones y sueños, es preciso que el
nativo empiece por descubrir que ambas voces hablan desde su propio
interior.

Los aspectos Neptuno-Quirón


Sí, en el templo mismo del Deleite
tiene la velada Melancolía su santuario soberano,
aunque no lo vea nadie más que aquel cuya lengua
pueda aplastar contra el paladar las uvas de la
Alegría;
su alma saboreará la tristeza de su fuerza,
y entre sus nebulosos trofeos quedará colgada.^

La sensación de que la vida nos ha herido es algo que todos compartimos. Hay
muchos tipos de heridas, y muchos factores astrológicos que indican
experiencias de dolor, desilusión, frustración y soledad. Uno de los planetas
que más nos hieren en la vida es Saturno, que describe la sensación de verse
privado de algo fundamental para llegar a adquirir confianza en uno mismo y
en el propio valor. El dolor de Saturno es personal, y generalmente se lo
puede relacionar con las primeras experiencias de la vida, en las que -debido a
veces a las circunstancias y en otras ocasiones a fallos de los padres, que no
reconocen las necesidades ni los valores del niño- uno aprende a proteger su
propia vulnerabilidad con defensas que, a su vez, pueden ser causa de nuevas
heridas más adelante. Saturno es difícil, pero tratable mediante el esfuerzo
individual. Aunque no se pueda cambiar el pasado, sí se puede crear una
sensación interior de solidez y autenticidad que sana el dolor ocasionado por
la pérdida. La manera de herir de Quirón es bastante diferente. Las
experiencias desdichadas, aunque quizás hayan sido desencadenadas por
individuos, aluden a una herida colectiva mayor que, por su propia naturaleza,
no se puede curar en el curso de una sola vida. Quirón nos devuelve el reflejo
de la naturaleza imperfecta e injusta de la vida, sin el alivio de ningún medio
posible de deshacer lo que le han hecho a nuestro cuerpo y a nuestra alma.
Cuando tenemos la vivencia de Quirón, nos enfrentamos con aquello que no
se puede sanar. Sólo podemos intentar adquirir una actitud filosófica que nos
permita aprender del dolor, porque las heridas de Quirón son el producto de
muchas generaciones de ceguera humana, y nos dejan con la sensación de
estar irrevocablemente cubiertos de cicatrices. La pérdida de la inocencia no
es redimible. Una vez perdida, se ha perdido para siempre. La serenidad es un
valioso sustituto, pero no es lo mismo. Cuando Quirón está en aspecto con
Neptuno, el anhelo de redención adquiere una nueva y apasionada urgencia, y
el resultado puede ser una continua y desesperada búsqueda de algo que nos
sirva de escapatoria, ya que no de sanación. O bien podemos adoptar una
resignación de mártir que va destruyendo toda nuestra fe en la vida. Los
contactos Quirón-Neptuno pueden llevarnos a una amargura y una
desesperación extremas. Menos comúnmente, como en el caso de Helen
Keller (que los tenía en conjunción en Tauro en la sexta casa), 23 pueden
conferir un coraje y una aceptación del dolor que trascienden tanto la razón
como la fe, y que sin embargo tienen un poder curativo extraordinario para
todos aquellos que están en presencia del nativo.
La naturaleza del dolor de Quirón es problemática para muchas personas
que trabajan en los campos de la curación y el asesoramiento psicológico,
porque parece como si el reconocimiento de que no se puede cambiar algo
constituyera una admisión de derrota. En la comunidad esotérica, eso provoca
cólera, porque pone en tela de juicio las fantasías neptunianas de la salvación
final y de la transformación mágica del sufrimiento. A este respecto, Quirón
es tan enemigo de Neptuno como Saturno. Tiene en común con Saturno su
exigencia de que se ha de aceptar la vida tal como es, en lugar de desear que
sea de otro modo. A veces Quirón expresa su desafío mediante la disminución
o la herida física. Aunque se puede trabajar, tanto en un nivel fisiológico como
psicológico, con muy diversas enfermedades, hay estados físicos que ningún
esfuerzo es capaz de alterar. Puede que sean congénitos, o que se deban a
lesiones que no son «culpa» de nadie. Forman parte de la dimensión trágica de
la existencia humana, y los retos que plantean, tanto a quien sufre la
enfermedad como a quienes lo rodean, son enormes. Es probable que Neptuno
reaccione con una violenta intensidad a tan inmerecido sufrimiento humano.
La identificación con el pecador arquetípico puede generar un corrosivo sen-
timiento de «maldad» y culpabilidad. La identificación con la fuente divina
puede generar la fantasía de haber sido «elegido». La identificación con la
víctima arquetípica puede generar una abrumadora autocompasión, unida a
una convicción, profundamente arraigada, de que otras personas deberían
pagar por el sufrimiento de uno; o lo que es más común, una búsqueda
frenética de un método que le permita a uno forzar, hasta abrirlas, las puertas
del Edén y tener acceso a la milagrosa curación de todos sus sufrimientos. A
eso se debe que los santuarios de curación medievales y las clínicas de los
curanderos hayan estado siempre rebosantes de almas desesperadas y
tremendamente decepcionadas. La medida en que
Dios está dispuesto a intervenir sigue siendo, para las personas con contactos
Quirón-Neptuno, un debate abierto.
Al principio, el sanador herido, personificado por Quirón, puede parecer
idéntico a la víctima redentora divina. Pero el papel que desempeña Quirón
en el mito es el de un maestro, no el de un mesías. En la religión
grecorromana, el centauro jamás alcanzó la posición de redentor objeto de
culto que tuvieron Orfeo o Asclepio, tal vez porque el hecho de que fuera
mitad caballo excluía toda pretensión de convertirlo en prototipo del ser
humano perfecto. Quirón, a pesar de su forma fantástica, es simplemente
demasiado humano para ser reconocido como redentor. El nativo que se
identifica con la combinación Quirón-Neptuno puede de hecho convertirse
en un sanador, pero si Neptuno socava el realismo de Quirón, la compasión y
el deseo auténtico de sanar y educar pueden quedar contaminados por el
autoengrandecimíento sin límites del bebé omnipotente. A uno lo han
elegido; su condición de herido es algo «predestinado» y es la señal del favor
divino; uno es capaz de realizar cualquier cosa. Si los esfuerzos del nativo
fracasan, puede caer en el terrible pozo de la rabia y la desesperación más
negras. La dimensión más sombría de los aspectos Quirón-Neptuno reside en
su predilección por el veneno emocional que, debido a la globali- dad de su
cólera, puede generar fantasías apocalípticas. Los demás también deben sufrir.
En el mito, al centauro lo hieren en la cadera o en el muslo, es decir, en la
mitad animal, no en la divina. Es probable que la sensación de Quirón de estar
herido se relacione con la imperfección corporal o la fealdad. Neptuno,
inherentemente opuesto a todo lo corporal, quizá responda con un abrumador
sentimiento de pecado y una compulsión a trascender lo que es mortal e
imperfecto. Con frecuencia, la experiencia quironiana de estar aislado del
grupo se vincula con cuestiones de discriminación social o racial, o bien con la
difícil situación de ser hijo o nieto de inmigrantes. Estos son problemas
universales, y son básicamente imposibles de resolver en otro nivel que no sea
el de la conciencia del colectivo, es decir, se trata de un proceso que con toda
probabilidad, si es que llega a tener lugar, requerirá un tiempo muy largo. La
vivencia de la exclusión, si no conduce al exclusivismo, puede ser un poderoso
generador de compasión, así como un trampolín para el tipo de
autosuficiencia interior que le falta a Neptuno. Respecto de esto, los aspectos
Quirón-Neptuno pueden ser muy capaces de reforzar la personalidad, aunque
el nativo quizá necesite tener muchas experiencias extremas antes de hacer las
paces con la naturaleza humana y con el mundo.
El mundo de Quirón -la inocencia irrevocablemente perdida, el hecho de ser
diferente y estar herido, la soledad— nos exige que ampliemos nuestra
percepción de la realidad, y que tomemos la distancia suficiente para ver
nuestra condición de víctimas dentro de una perspectiva más amplia. Nep-
tuno aporta a estas experiencias humanas fundamentales un cansancio de la
vida y un anhelo de redención del sufrimiento terreno, y evocando fantásticos
sueños de salvación y venganza, es capaz de arrasar con los laboriosos
esfuerzos quironianos por encontrar un sentido en el sufrimiento. A su vez,
puede también verse abrumado por la cólera defensiva de Quirón, hasta el
punto de que el nativo no se compadezca de nadie más que de sí mismo. Sin
embargo, si es capaz de mantenerse en el justo medio entre estos dos planetas,
ambos tan profundamente conectados con el misterio del sufrimiento
humano, entonces Quirón puede ofrecer a Neptuno el realismo y la tolerancia
de la vida que éste tanto necesita. Neptuno, a su vez, es capaz de brindar a
Quirón la visión de un universo bondadoso que dé significado y dignidad a la
infelicidad personal, aunque no pueda aliviarla. La combinación Qui- rón-
Neptuno proporciona comprensión intuitiva y otros dones al nativo que desee
afrontar el problema del sufrimiento interesándose por las dificultades ajenas,
ya se trate de dedicarse activamente a una profesión de ayuda a los demás, o
de realizar una obra creativa que exprese no sólo la desesperación de la
humanidad, sino también su sueño del anhelado retorno.

Neptuno y los planetas exteriores


Los ciclos de los aspectos de Neptuno con Urano y Plutón señalan profundos
cambios en la psique colectiva. Ya hemos examinado brevemente estos
aspectos en los capítulos 9 y 10, en relación con los movimientos políticos y
culturales. Las corrientes indicadas por los aspectos de Neptuno con los
planetas exteriores pueden ser de orden político, religioso, científico o
artístico, y destacan aquellas épocas históricas durante las cuales el anhelo de
redención del colectivo se alía o bien se encuentra en violento conflicto con
cambios sociales y científicos innovadores y con poderosas compulsiones a
destruir los estilos de vida existentes para crear otros nuevos. Los niveles en
que pueden expresarse estos aspectos planetarios son dos. El primero es su
inmediato reflejo en el mundo. El segundo es su importancia en la carta natal
individual, porque son los nacidos durante estos grandes encuentros cíclicos
quienes, en última instancia, llevan consigo su significado y lo convierten en
una manifestación perdurable.
Los aspectos Neptuno-Urano
El hombre razonable se adapta al mundo; el irrazonable insiste en tratar de que
el mundo se adapte a él. Por consiguiente, todo progreso depende del hombre
irrazonable.24
El ciclo de Neptuno y Urano dura aproximadamente 172 años, de conjunción
a conjunción. Si consideramos una determinada conjunción como el
comienzo de un ciclo mayor, la totalidad del ciclo vuelve a empezar, dentro
de los seis grados de orbe del punto de partida, cada 21 conjunciones o 3.600
años.25 En el siglo XX se ha producido una conjunción en Capricornio entre
Urano y Neptuno. Se inició al final de 1987, llegó a la exactitud en febrero de
1993 y seguirá dentro de orbe, con ambos planetas a punto de entrar en
Acuario, hasta el comienzo de 1999. La conjunción anterior de Urano y
Neptuno llegó a la exactitud en 1821. Las precedentes tuvieron lugar en 1650
y 1478-1479. Como sucede con todos los tránsitos, los grandes movimientos
colectivos que esta importante combinación simboliza no aparecen de repente
cuando el aspecto es exacto. Son de gestación larga, anunciada generalmente
por presagios significativos, de la misma manera en que, en la vida de una
persona, los sueños y las coincidencias significativas pueden anunciar, a veces
con años de anticipación, una importante crisis vital que culmina al mismo
tiempo que el tránsito. Como la combinación Urano-Neptuno es una imagen
de un largo ciclo histórico, cualquier aspecto importante entre ambos planetas
se hará eco de los temas históricos indicados por aspectos anteriores, se
edificará sobre ellos, los desafiará y al mismo tiempo los encarnará. Como uno
de esos leitmotiven musicales que aparecen y desaparecen en El anillo de los
Nibelungos de Wagner, un contacto Urano-Neptuno representa una relación
periódica entre el ingenio, la inventiva y el deseo de progreso del espíritu
humano, y el anhelo, no menos humano, de abandonar el sufrimiento de la
vida para hallar, una vez trascendida ésta, la redención. Por naturaleza, los
aspectos Urano-Neptuno son utópicos, aunque el tipo de utopía concebida
pueda variar según cuál de los dos planetas domine.
La conjunción de 1478-1479 coincidió con el amanecer del Renacimiento
europeo. La visión social y científica progresista de Urano, combinada con la
imaginativa inspiración de Neptuno, tiende a producir cambios
revolucionarios en el pensamiento político, religioso y artístico, y no hay un
mejor ejemplo de ello que el gran florecimiento cultural que llamamos
Renacimiento. Los nacidos bajo aquella conjunción iniciaron la Reforma y
participaron en ella. La Reforma, con su visión más ilustrada de la divinidad,
fue un fruto inevitable de la introducción del pensamiento religioso,
filosófico, político y científico del Renacimiento platónico, neoplatónico y
hermético en el mundo católico medieval. Martín Lutero nació bajo esta
conjunción Urano-Neptuno que, cosa nada sorprendente, estaba en Sagitario,
que rige tradicionalmente el pensamiento religioso y filosófico. El ciclo de
1650, una vez más en Sagitario, es más difícil de definir en función de un
único movimiento importante como fue el Renacimiento. En Inglaterra
coincidió con la decapitación de Carlos I y el establecimiento de la Com-
monwealth bajo Oliver Cromwell. Indicó también la aparición del movi-
miento barroco en el arte, la arquitectura, la música y la literatura. Y hubo
una revolución intelectual y científica que, enfrentándose con el decreciente
poder de la Iglesia, terminó por conducir al amanecer de la Ilustración.
El ciclo de 1821 coincidió con la muerte de Napoleón y el surgimiento del
nacionalismo y el socialismo románticos en Europa, Estos movimientos
condujeron a la independencia de las antiguas colonias españolas y portu-
guesas en América Central y del Sur, y a la aparición en Europa de naciones
estado que aspiraban a la independencia. Esta conjunción Neptuno-Urano,
también en Sagitario, coincidió con el florecimiento del Romanticismo en el
arte, y con el nacimiento de Karl Marx y los grandes compositores románticos
Chopin y Schumann. La conjunción de 1993, aunque todavía estamos
demasiado cerca como para evaluarla adecuadamente, ha coincidido con la
caída del Telón de Acero y el establecimiento de una Europa unida. Todavía
no se pueden apreciar sus efectos en los niveles religioso y cultural. 26 Bajo los
auspicios de esta conjunción hemos entrando además en la era de la
tecnología informática, cuyas consecuencias a largo plazo, tanto en el dominio
económico como en el social, son por el momento incalculables.
También queda por ver qué harán con su patrimonio, en el siglo XXI, los
niños nacidos bajo esta conjunción. Hay figuras históricas como Lutero, Marx
y Schumann que encarnan la naturaleza revolucionaria y utópica de Urano y
Neptuno de maneras en que la mayoría de nosotros, por suerte o por
desgracia, no podemos abrigar la esperanza de hacerlo. Los demás aspectos de
estos dos planetas, que tienen lugar entre las conjunciones cíclicas, coinciden
también con grupos de personas que responden al tema básico, pero que lo
viven con más facilidad o más conflicto, según cuál sea el aspecto. Una
oposición de Urano y Neptuno se produjo a fines de 1904, en Capricornio y
Cáncer respectivamente, y se mantuvo hasta 1912. Una cuadratura entre
ambos planetas, en Cáncer y Libra respectivamente, ocurrió a comienzos de
los años cincuenta. Un trígono, que fue pasando de Tauro/Virgo a
Géminis/Libra, duró desde 1939 a 1945, coincidiendo exactamente con los
años de la Segunda Guerra Mundial, Esto último demuestra que los trígonos
en tránsito de estos planetas no indican necesariamente paz y armonía; por lo
menos, no en ese momento.27 En un nivel colectivo, todos estos grupos están
llamados a enfrentarse con un conflicto innato entre el poder del intelecto
humano para transformar la realidad y el anhelo del corazón humano de
encontrar una realidad totalmente diferente. En la medida en que estos
aspectos estén vinculados con los planetas interiores en la carta natal —
especialmente con el Sol, la Luna y, quizás el más importante, Saturno-, el
nativo expresará este conflicto arquetípico en su vida personal. Por eso, es
probable que las cuestiones indicadas por los planetas interiores lleguen a
asumir una intensidad y una importancia impresionantes, algo que puede
resultar difícil de entender para las personas en cuya carta no hay aspectos
como estos.

Los aspectos Neptuno-Flutón


Conocí a un viajero de una tierra antigua
que me dijo: Dos enormes piernas de piedra, sin tronco,
se alzan en el desierto. Cerca de ellas, en la arena,
yace semihundido y roto, un ceñudo rostro, cuyos labios
fruncidos y su mueca desdeñosa y Fría nos dicen
que su escultor conocía bien las pasiones
que todavía sobreviven estampadas en esas cosas sin vida;
nos hablan de la mano que las imitó y el corazón al que alimentaron.
Y en el pedestal se leen estas palabras:
«Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes.
¡Mira mis obras, oh poderoso, y desespera!».
Junto a ello, nada más resta. Alrededor de esas ruinas colosales,
desnudas y sin límites se extienden a lo lejos, solitarias, las arenas.®

Las conjunciones de Neptuno y Plutón se producen cada 492 años. La última


fue exacta en 1891-1892 en Géminis, y bajo esa conjunción nació Hitler. La
anterior se produjo en 1399. Los autores de Mundane Astrology [Astrología
mundial] sugieren que estos grandes acontecimientos celestes representan los
gérmenes de nuevas visiones del mundo, y que el más reciente anunciaba «el
actual movimiento acelerado hacia una cultura global».2’ Tenemos aquí una
visión optimista, y puede que a largo plazo sea correcta. Como yo no he
tratado directamente con personas nacidas bajo esta conjunción (ninguna de
ellas vive en la actualidad), no puedo evaluar su naturaleza partiendo de un
encuentro directo. El ejemplo de Hitler sugiere que la combinación del anhelo
de redención y una compulsión a aniquilar totalmente el orden anterior
puede dar como resultado una intensa visión milenarista que exige nada
menos que el fin del mundo antes de poder recuperar el Edén. Una versión
más suave de un contacto Neptuno- Plutón se puede observar en el
prolongado sextil entre ambos planetas que ha estado entrando y saliendo de
fase desde 1941 (cuando Neptuno estaba en Libra en sextil con Plutón en Leo)
y que se prolongará hasta el año 2035. Cuando Neptuno entró en Escorpio,
siguió estando en sextil con Plutón en Virgo; cuando entró en Sagitario, formó
el sextil con Plutón en Libra. En el momento de escribir esto, este sextil se
mantiene entre Neptuno en Capricornio y Plutón en Escorpio. El fenómeno
de un sextil tan prolongado se produce porque cuando Plutón se mueve a
través de los signos de otoño (Virgo, Libra, Escorpio y Sagitario), está más
cerca del Sol y su órbita es más rápida que cuando está en el extremo opuesto
del zodíaco, y durante largo tiempo le sigue los pasos a Neptuno, moviéndose
aproximadamente a la misma velocidad.
Todavía no estamos en condiciones de ver con cierta objetividad qué
significa este tránsito de casi cien años de duración, aunque se podría decir
que facilita la visión global de la cultura nacida bajo la conjunción de fina les
del siglo XIX. Neptuno-Plutón es un contacto que, al parecer, se expresa
principalmente en el nivel religioso -el propio Hitler promulgó una visión
esencialmente religiosa y escatológica disfrazada de política—, y el período
del sextil bien puede resultar una época de la historia en que tanto nuestra
comprensión de Dios como nuestras actitudes hacia la divinidad sufren
cambios masivos e irrevocables, que se iniciaron bajo la conjunción del año
1891, pero se han difundido durante el sextil de finales del siglo XX y
comienzos del siglo XXI. Los autores de Astrología mundial señalan que la
conjunción de 1399 coincidió con fuertes sentimientos milenaristas, y marcó
el final de la sociedad feudal y de la visión católica del mundo que dominaba
en la Edad Media. Una conjunción anterior, la de 411-412 de nuestra era,
anunció el fin del mundo pagano, mientras que la de 579-575 a.C. coincidió
con Pitágoras, Buda y Lao-Tse, y con el amanecer de la Grecia clásica. Se trata
de cuestiones cuya investigación es fascinante, y que son imposibles de definir
de ninguna manera científicamente aceptable. A lo largo de la historia, los
movimientos religiosos fluyen, como las aguas de Neptuno, por invisibles
canales subterráneos; a veces surgen a la manera de una fuente curativa, y en
otras ocasiones se comportan como un diluvio destructivo. Todos los nacidos
desde el año 1941 tienen alguna conexión con esta combinación de planetas,
dado que el sextil se ha mantenido prácticamente durante toda la segunda
mitad del siglo XX. Como nos hemos acostumbrado a cuestionar las religiones
existentes, damos por sentada la controversia religiosa. Los conflictos
religiosos de la última parte del siglo XX, que no sólo implican al cristianismo,
sino también al islam, son profundos y de difícil solución, pero forman parte
del entramado de nuestro mundo, y los nacidos después de la última Guerra
Mundial no pueden recordar una época en que tales conflictos no existieran.
Por esta razón es difícil hacer observaciones objetivas sobre un aspecto que
está tan profundamente incrustado en nuestra realidad psíquica.
1
3
Neptuno en sinastría
y en cartas compuestas

Hasta que los mares se sequen, querida,


y las rocas se fundan al sol,
te seguiré amando, querida,
mientras las arenas de la vida se escurran todavía.
ROBERT BURNS

La experiencia de encontrarse con un alma gemela es algo que se ha expre-


sado de miles de maneras a lo largo de los tiempos. Los escritos psicológicos
de nuestro siglo han intentado explicar el fenómeno en términos racionales,
pero lo único que han conseguido es aclarar algunos de sus aspectos. Nuestras
experiencias de fusión mística con otra persona dan la impresión de estar
predestinadas de un modo misterioso, y vistas retrospectivamente, parecen
revelar el funcionamiento de una inteligencia sobrecogedora. En este tipo de
relaciones se suele encontrar a Neptuno trabajando activamente entre las dos
cartas, natales o progresadas, así como en la carta compuesta. Este profundo
nivel de unión con otra persona es, para mucha gente, el acontecimiento más
hermoso, conmovedor y transformador que pueda darse en la vida, aunque
provoque sufrimiento. Independientemente de cuáles sean los complejos
parentales que estén en juego (y siempre los hay), y por más decepcionante
que pueda resultar el desenlace (y con frecuencia lo es), el carácter telepático
de la comunicación entre las dos personas cuando Neptuno está activo en
sinastría, ofrece un testimonio irrefutable, para quienes tienen inclinaciones
románticas, de una dimensión alternativa y más sagrada de la realidad. Esta
otra realidad se refiere a la vida eterna del

4'W
alma, a la indestructibilidad de los vínculos de amor por los siglos de los
siglos, y a la promesa de una sabiduría y una gracia que surgen del dolor y la
pérdida. Si la personalidad Todavía no está formada, el derrumbamiento del
sueño puede ser Totalmente devastador, porque constituye una especie de
extinción. Pero si las funciones de Saturno y Jas del Sol están ya razona-
blemente bien integradas en la personalidad, entonces hay suficiente auto-
dominio y realismo para hacer frente a cualquier decepción o dolor que
pueda sobrevenir y consolidar así la experiencia neptuniana como una
dimensión permanente y creativa de la propia vida.
Para muchas otras personas, románticas más bien en el sentido coloquial
del término que en el filosófico, la unión de almas es una etapa deliciosa, pero
efímera, del encantamiento. Puede seguir creciendo hasta convertirse en un
amor maduro, aunque lo más frecuente es que termine en una desilusión y en
la completa desaparición del interés. Es algo para disfrutarlo y saborearlo,
pero que no se ha de tomar en serio a menos que uno quiera acabar haciendo
el tonto. Es cuestión de darse el gusto, pero sin firmar nada. Se trata de una
manera aparentemente sensata y equilibrada de enfrentarse con las relaciones
neptunianas, pero con la que se corre el peligro de que, a la larga, le salga a
uno el tiro por la culata. Para rendir homenaje a Dioniso sin terminar como
Penteo, es necesario atreverse a ser tonto y, como el Loco del Tarot, seguir
andando por el borde del precipicio sin más guía que la visión y la voz de un
corazón de niño. Aunque encubierto por el sentimiento, nuestro Saturno
interior es capaz de mantener su tiránico control, en vez de funcionar como
un contenedor de la experiencia interior. Entonces no hay ningún bautismo
purificador de las aguas neptunianas, ninguna renovación de la vida; y sí
puede haber, esperando entre bambalinas, un dios muy colérico. Para muchas
personas que trabajan en las profesiones de ayuda a los demás, la unión de
almas no es más que la proyección o la transferencia de las fantasías
parentales idealizadas. Quizás aquellos que en la niñez pagaron un precio
demasiado alto por el amor neptuniano definan la unión de almas como un
estado de locura pasajera y potencialmente destructiva, que en el mejor de los
casos uno evita, y del cual, si no le queda otro remedio que pasar por él, se
recupera lo antes posible. Tal vez Saturno intente erradicar completamente a
Neptuno, ejercitando la más sombría de sus funciones míticas, la de castrador
y devorador. Sin embargo, en una relación, el resultado de la pérdida de
Neptuno es un desierto de aburrimiento y soledad emocional, que a veces
lleva a la depresión e incluso a la enfermedad, porque la fuente de donde
mana la vida se ha secado.
Cuando está fuertemente activado en sinastría, Neptuno describe a
menudo la vivencia de «viajar unidos». Sin embargo, este viaje puede darse
inconscientemente. Es posible que uno experimente un estado como este sin
reconocer la idealización y la identificación psíquica que lo caracterizan.
Como la inundación primaria neptuniana asusta a muchas personas, puede
que uno sólo tome conciencia de una rabia, un miedo o un deseo de destruir o
de hacer daño inexplicables. La dinámica neptuniana en sinastría no produce
inevitablemente un matrimonio por amor o una unión sexual. También
puede expresarse en una relación de maestro y alumno, de guru y discípulo o
de padre e hijo, así como entre amigos, o entre un actor y gente del público, o
entre un escritor ya fallecido y el admirado lector que lee su obra un siglo
después. A veces la distancia, o la falta de oportunidad de convertir la
relación en algo cotidiano, refuerza el sentimiento de un profundo
compromiso entre dos almas, e incluso es necesaria para que éste tenga lugar.
También puede ser que la vivencia de la unión de las almas excluya el
contacto sexual. La relación quizás esté inconscientemente organizada de tal
modo por una de las partes, o por ambas, que la consumación sexual sea
incompleta o decepcionante, o que se vea restringida por circunstancias
insuperables. La presencia de alguna frustración, pasajera o definitiva, suele
formar parte de la expresión de Neptuno en sinastría.
El amor neptuniano no es menos importante ni menos válido cuando
surge del niño hambriento que cuando brota del alma. Pero en el primer caso
suelen darse pautas de comportamiento menos saludables que socavan la
intimidad del vínculo. Dentro de una relación neptuniana, la disolución de
las fronteras del yo invoca anhelos de fusión con una fuente de amor
omnipotente e incondicional. Las intuiciones psicológicas pueden ser parti-
cularmente valiosas si a uno de los miembros de la pareja o a ambos les
resulta difícil enfrentarse con el hecho de ser un individuo separado. El exa-
men de los temas del martirio y la manipulación inconscientes puede ayudar
a romper una pauta de pasividad autodestructiva, independientemente de que
uno haya asumido en ella el papel del pez grande o el del chico. También
puede iluminar zonas en donde la idealización dificulta el desarrollo de una
mayor autosuficiencia. A veces, no tener en cuenta esta perspectiva puede dar
como resultado sentimientos de desvalimiento y rabia que, a pesar del karma,
lleguen a dejar amarga y profundamente decepcionado al nativo. Cualquier
relación neptuniana con otra persona nos señalará, a menudo dolorosamente,
las áreas en donde todavía no hemos nacido.
¿Quién es el redentor y quién el redimido? ¿Quién es el que engaña y quién el
engañado? Si hay fuertes contactos neptunianos entre las dos car tas, puede ser
cualquiera de las dos personas, porque —como pasa con todos los aspectos en
sinastría- los sentimientos y las acciones de una de ellas desencadenan
reacciones en la otra, y ambas se encuentran en la galería de los espejos. Si
Saturno en la carta de un hombre se opone a Venus en la de una mujer, es
probable que cualquiera de los dos o ambos terminen por infligir dolor.
Saturno se siente amenazado por la gracia natural y la sensualidad de Venus,
y entonces puede que el hombre rechace a la mujer para protegerse. O bien
su propia inseguridad hace que se comporte de manera crítica y exigente, lo
cual terminará por empujar a su pareja venusiana a buscar afecto en otra
parte. A Venus se la puede «culpar» porque carece de la profundidad
necesaria para entender la complejidad saturnina, pero el verdadero punto de
partida de estos guiones, tan desdichados y por desgracia tan comunes, está en
los sentimientos inconscientes de miedo y envidia y el deseo simultáneo de
poseer y destruir de la persona saturnina. De modo similar, el punto de
partida del encantamiento y el engaño reside en la persona neptuniana, que
ve en el otro a un redentor y es víctima de una inundación de anhelos
primarios. Es probable que Neptuno intente desempeñar cualquier papel que
se le exija, incluso el de redentor, con tal de que lo amen y lo sanen. Sin
embargo, uno puede sentirse a la vez inundado, impotente y
permanentemente resentido frente a una dependencia tan grande. Con
frecuencia, es la otra persona la que se siente «engañada» o «cegada» por la
propensión neptuniana a hacer de espejo, y la que termina sintiéndose herida.
Sin embargo, quien realmente está ciego es Neptuno, debido a una fusión de
su imagen interior primordial y la otra persona, porque al vislumbrar en el
rostro de su pareja la anhelada salvación del dolor y la soledad terrenales,
quizá se niegue a permitir que surja de las brumas una persona de carne y
hueso. Enfrentada con semejantes exigencias, puede que la pareja se muestre
engañosa o evasiva, en vez de arriesgarse a desencadenar el dolor y la rabia de
Neptuno.
Neptuno siempre reacciona ante los planetas de otra persona como
Neptuno. Aquí no hay ambigüedad. Pero la expresión de sus aspectos en
sinastría depende en gran medida del nivel de conciencia de ambas personas,
así como de los otros planetas involucrados. Alguien con Neptuno en
conjunción con Saturno, que encuentre a su alma gemela gracias a la con -
junción de este par de planetas con el Sol o la Luna de la otra persona, puede
enamorarse por completo. Pero el persistente miedo a fallar y ser rechazado,
indicado por un Saturno problemático, puede provocar una intensa necesidad
de autocontrol y hacer que el nativo se comporte de un modo muy cruel.
Quizás encuentre excusas para abandonar al ser amado, y después culpe a la
otra persona de haberlo embriagado con sus seductoras manipulaciones. Así
puede que se empiece por tener la vivencia de Neptu- no como una
inundación emocional que arrasa con todo, y se termine rechazándolo como
una proyección. Por el contrario, alguien que tenga a Neptuno en conjunción
con la Luna en Escorpio y en trígono con Venus en Cáncer en la casa doce, y
que encuentre igualmente a su alma gemela reflejada en la carta natal de otra
persona, puede continuar valorando lealmente la belleza y el significado de la
experiencia mucho después de que su amante se haya ido. Entonces es el otro
quien desempeña el papel del que engaña, y Neptuno el de víctima, porque la
inundación primaria de los sentimientos, aceptable y natural para la persona
neptuniana, desencadena el pánico en una pareja que se siente atrapada.
Neptuno indica nuestro grado de apertura a las vivencias de fusión con una
fuente originaria, y nuestro anhelo de redimirnos de la prisión de la
mortalidad. Cuando nos encontramos con alguien cuyo tema natal activa
fuertemente ese lugar de nuestro interior, el más vulnerable, puede suceder
cualquier cosa, desde lo ridículo a lo sublime.

Los aspectos Neptuno-Sol en sinastría


Como el Sol es el gran dador de vida, el poder creativo del Sol de una persona
desencadena la nostalgia del Neptuno de la otra. Independientemente de que
se trate del Sol natal o el progresado, la dinámica es la misma; con el primero,
la fascinación puede durar toda la vida, mientras que en el segundo caso
puede ser transitoria. Neptuno ve en el Sol una vitalidad y un carácter único
y especial que, aunque este último no se dé cuenta, parecen una promesa de
esperanza, dicha y salvación. Neptuno, confuso y sin forma, se deleita en la
luz y la fuerza del Sol. Aunque uno haya parecido siempre independiente e
individualista, un aspecto cercano a la exactitud del Sol de otra persona con el
propio Neptuno romperá los precintos que protegen las fronteras del yo y las
dejará abiertas. Una reacción frecuente es la idealización del carácter
«especial» y la capacidad de autoexpresión de la persona cuyo Sol está en
aspecto con nuestro Neptuno. Si otros contactos planetarios en sinastría son
armoniosos, el amor idealizado de Neptuno puede alcanzar la profundidad
necesaria para convertirse en una convicción de que la otra persona forma
parte de nuestro propio ser interior, de nuestro núcleo más profundo, y por lo
tanto es absolutamente fundamental para nuestra propia vida. Entonces
puede suceder que Neptuno el hypocrités se empeñe en satisfacer todas las
necesidades del Sol, la principal de las cuales es un público que lo adore y que
sepa apreciar su individualidad. Esto tal vez desemboque en una particular
pauta de relación, en la cual el Sol es el amante generoso y creativo, mientras
que Neptuno es el fiel espejo que se borra a sí mismo para reflejar a la otra
persona. Esta combinación de planetas en sinastría tiene un cierto regusto a
Pigmalión, porque el Sol siempre ama a un protegido. La dinámica está
representada con suprema elegancia en el hexagrama 13 del I Ching, que en
la traducción al inglés de John Blofeld se llama «Los amantes, el ser amado,
los amigos, personas de mentalidad afín, fraternidad universal».

Este hexagrama indica que alguien débil alcanza el poder, ocupa el centro del
escenario y responde a la fuerza creativa. A alguien así se le llama el amado. Lo
que se describe en el texto que antecede es el funcionamiento del principio crea-
tivo, que tiene una fuerte influencia clarificadora. [...] Tarde o temprano, una
persona fuerte y dotada debe ponerse al mando y dirigir a la que es más débil. 1

La combinación del Sol y Neptuno puede levantar el ánimo e inspirar a


las dos personas, pero la naturaleza del aspecto tiene su importancia, al igual
que el emplazamiento de ambos planetas en las cartas individuales y el estado
de conciencia de ambos nativos. Los aspectos «suaves» dan margen a que el
éxtasis y la inspiración fluyan sin dificultad entre las dos personas, ya que
generalmente son moderados y no son compulsivos. La idealización no es
destructiva, si se basa en las verdaderas cualidades de la otra persona. Aunque
se la podría explicar desde una perspectiva psicoanalítica como un recuerdo
de la fusión originaria con la madre, Platón la entendía como el recuerdo del
alma en presencia del ser amado. La idealización puede hacer que queramos
dar lo mejor de nosotros mismos.
La conjunción del Sol de una persona con el Neptuno de otra es el más
poderoso de los aspectos. Sí es exacta, es difícil evitar la sensación de que la
relación está predestinada o es kármica. El Sol se siente obligado compulsi-
vamente a proteger y apoyar a Neptuno, que a su vez ve al Sol como un
redentor. La persona cuyo Sol está en conjunción con el Neptuno de otra
siente que es totalmente responsable de la felicidad y el bienestar de esa otra
persona. Con cuadraturas y oposiciones de orbe muy reducido, la atracción
puede set igualmente intensa, pero habrá expectativas imposibles que, unidas
a malas interpretaciones por parte de la otra persona, garantizan algunas
decepciones. Dado que los aspectos «difíciles» sugieren un conflicto innato
entre las ilimitadas necesidades de Neptuno y la realidad individual del Sol, es
frecuente que, al cabo de un tiempo, la persona cuyo Sol está en cuadratura o
en oposición con el Neptuno de la otra se sienta exprimida y usada; y es fácil
que los sueños neptunianos se hagan trizas en el momento en que el Sol
desplaza la atención sobre otro objeto o deja ver que, después de todo, es
humano y «egoísta».
También con los aspectos «suaves» puede aparecer un mutuo sentimiento
de decepción. Pero cuando llega el momento de la desilusión, ésta no es
necesariamente un anuncio del final de la relación ni del intercambio crea-
tivo que puede generar la colaboración del Sol y Neptuno. Puede que ambas
personas estén dispuestas a reconocer lo que está sucediendo, a hablar de sus
problemas tanto como haga falta y a aceptar los compromisos y reajustes
necesarios. Pero a Neptuno la expulsión del Jardín del Paraíso puede
parecerle una pérdida demasiado grande, porque le exige no sólo aceptar la
realidad de la otra persona, sino también cargar parte de la responsabilidad de
la redención sobre sus propios hombros. En ocasiones, Neptuno se enfurece y
se va en busca de otro redentor más de fiar, y la rabia de Neptuno, al igual
que la de Tiamat, puede ser total. O bien la persona decide que todos esos
estados anímicos no son más que tonterías de adolescente, y recurre al
cinismo como antídoto. Neptuno también puede llegar a creer que la única
manera de conseguir el amor del Sol consiste en mostrarse cada vez más
necesitado y dependiente. De esta manera, la persona cuyo Neptuno está en
trígono o sextil con el Sol de la otra puede convertirse inconscientemente en
una víctima crónica, enferma, desvalida y dependiente, para recordar al Sol
cuáles son las obligaciones de un redentor. Entonces el Sol, que al principio se
sentía halagado y complacido de ser el dador de vida, empieza a sentir que lo
manipulan y le chupan la sangre. También puede suceder que el sentimiento
de desilusión de Neptuno no sea suficiente para romper la relación, pero que
sí justifique algún pequeño engaño o chantaje. Finalmente, quizá Neptuno
acuse al Sol de aprovecharse deliberadamente de una persona vulnerable y
necesitada en el momento en que es más débil.
Es más probable que aparezcan estas manifestaciones tan poco atractivas
de la sinastría Sol-Neptuno si la persona que tiene a Neptuno en aspecto con
el Sol de la otra es poco consciente de su individualidad e intenta, como el
muérdago, vivir a expensas de su huésped. También pueden surgir
dificultades si la otra persona no tiene conciencia del poder de sus propios
impulsos y ve al otro como su propia creación. Por detrás de todas nuestras
reacciones en las relaciones personales hay un trasfondo arquetípico simbo-
lizado por cualquier aspecto fuerte en sinastría, especialmente si participa en
él un planeta exterior. El trasfondo arquetípico subyacente en los cornac- tos
Sol-Neptuno es el del creador divino y la progenie dependiente. Tanto si la
persona que tiene al Sol en aspecto con el Neptuno de otra es hombre o
mujer, la luminosidad del redentor se materializa ante Neptuno, como
portador del Santo Grial y mirando a través de unos ojos humanos. E inde-
pendientemente del sexo de la persona cuyo Neptuno está en aspecto con el
Sol de la otra, lo que ansia es el doloroso anhelo del alma de todas las criaturas
mortales que claman por ser redimidas de la prisión de la encarnación física.
Cuando entre las personas se representan dramas arquetípicos —y esto
siempre sucede si los contactos por sinastría son fuertes-, no es frecuente que
nos demos la vuelta para irnos tranquilamente. Tal vez huyamos, asustados
por el poder de lo que podría desencadenarse, pero la obra se repetirá con
otros actores, porque en última instancia, en un nivel u otro, debemos
representar nuestros mitos en la vida. Con algún esfuerzo por lograr un
equilibrio factible entre el realismo saturnino, la autodefinición solar y la
idealizada devoción neptuniana, el Sol puede servir como un modelo de
confianza en sí mismo y de autoexpresión que facilita la concreción de las
dotes imaginativas de Neptuno. Y éste, a su vez, puede ofrecer el don ina-
preciable de ayudar al Sol a que se sienta menos aislado en el viaje heroico y
solitario que implica llegar a convertirse en individuo.

Los aspectos Neptuno-Luna en sinastría


Los contactos entre Neptuno y la Luna implican muchas dimensiones de la
vivencia arquetípica de la madre, algo que abarca un amplio espectro de
estados emocionales, que van desde la necesidad de fusión del bebé hasta el
sentimiento de ser amados y necesitados que tan esencial es para todos
nosotros. Estos contactos pueden indicar un alto grado de dependencia
mutua, y también una profunda y recíproca empatia. Se da con frecuencia,
por parte de las dos personas, una fuerte necesidad de nutrir y cuidar al otro,
e incluso de «salvarlo» de la soledad y la oscuridad del mundo de «ahí fuera».
Pero estos aspectos también pueden indicar corrientes profundas muy
turbias, que se expresan en la resistencia a ser otra cosa excepto madre e hijo
el uno para el otro. La vivencia que Neptuno tiene de la Luna es la de un ser
idealizado que consuela y contiene, respondiendo totalmente a todas las
necesidades y anhelos inexpresados del niño interior. La sensación nep-
tuniana de estar contenido y protegido en una especie de estado uterino
trasciende el sexo de las personas involucradas. La Luna, al estar relacionada
con el cuerpo y los instintos, tiene un carácter terrenal y una estabilidad que
hacen que Neptuno se sienta seguro. La persona que tiene a Neptuno en
aspecto con la Luna de la otra ve a ésta (aunque de hecho sea un hombre)
como la redentora maternal de sus propias fantasías y sueños infantiles,
alguien que entiende sin necesidad de explicaciones, que se compadece por
más grave que haya sido la transgresión, que ama sin juzgar ni poner a prueba
y que siempre estará ahí para proporcionar calor emocional, abrigo, alimento
y perdón.

Tuyos son esos labios y la dulce sonrisa que veo, los


mismos que en mi infancia me consolaban; sólo la
voz les falta, pero con qué claridad dicen:
«No te aflijas, hijo mío, y apana todos tus miedos». 2

La Luna puede responder positivamente a este papel maternal —por lo


menos al principio— porque la necesidad de que a uno lo necesiten es un
aspecto fundamental de nuestro lado lunar. La Luna percibirá a menudo la
vulnerabilidad y el desvalimiento de Neptuno, aunque la otra persona haya
conseguido ocultarlos a los demás, y con frecuencia a sí misma, Neptuno
siente que finalmente ha dado con una persona a quien puede abrir su cora-
zón. Este aspecto en sinastría suele ser muy curativo, especialmente si la
persona cuya Luna está en contacto con el Neptuno de la otra sufrió priva-
ciones emocionales en la infancia. Al asumir el papel maternal, puede redimir
su propia niñez, además de ofrecer un contenedor para la nostalgia nep-
tuniana. Mediante esta conexión con un arquetipo poderosamente sanador,
los contactos Neptuno-Luna en sinastría pueden establecer un profundo y
perdurable vínculo de empatia y confianza capaz de suavizar el daño sufrido
por ambas personas y de cicatrizar las heridas infligidas por el pasado familiar.
Quizá surjan problemas si alguna actitud independiente se ve amenazada por
cualquiera de las dos partes. Neptuno puede llegar a depender demasiado de
la especial empatia de la Luna, y sentirse perdido y desconcertado ante la
intrusión de los amigos, el cónyuge o incluso un hijo. Si el contacto se da
entre los miembros de una pareja que tiene un hijo, el dolor y la des dicha tal
vez aparezcan debido al hecho de que el hijo reclame la atención del
progenitor que tiene la Luna en aspecto con el Neptuno del otro, pues éste
quiere ser él el hijo más querido. No es que Neptuno esté celoso en el sentido
habitual, ya que esta es una emoción demasiado individual y apasionada. La
verdad es que su evidente falta de celos puede ser fuente de resentimiento
para una pareja que se sienta desvalorizada por ello. La persona que tenga a
Neptuno en aspecto con la Luna de la otra, simplemente se sentirá desposeída
y vacía» y una vez en este lugar de pasividad sin esperanza, se volverá muy
manipuladora con objeto de llamar la atención de la Luna. Esto puede quedar
reflejado en el fracaso, la depresión o la enfermedad, recursos todos
inconscientemente orientados a restablecer la fusión originaria entre madre e
hijo.
A su vez, también la Luna es capaz de ser considerablemente posesiva (a
este respecto, la intensidad de Cáncer es igual e incluso mayor que la de
Escorpio), La persona cuya Luna está en aspecto con el Neptuno de la otra
puede exigir exclusividad, y resentirse de la necesidad neptuniana de estar
con otros y desear ser la única cuidadora de ese niño especial y mágico. La
Luna puede expresar su posesividad de maneras muy concretas, exigiendo a la
otra persona una constante presencia física. Es probable que Neptuno se
sienta abrumado, tanto por las exigencias de la Luna como por los senti-
mientos de dependencia que despierta en él, y entonces puede enfadarse y
asustarse, y rechazar a la Luna. O bien, desilusionado por la necesidad de la
Luna (se supone que el redentor no necesita nada para sí), se siente agraviado
y traicionado, por lo cual cree que el engaño o la venganza estarían justi-
ficados. En ocasiones, en una relación en la que están implicados aspectos en
sinastría entre la Luna y Neptuno, el clima puede volverse algo húmedo y
agobiante. Pero la gente es capaz de recurrir a manipulaciones a fin de sal-
vaguardar la intimidad en la relación, sin darse cuenta de lo que está hacien-
do. Es probable que en el fondo de su corazón la Luna desee que Neptuno siga
siendo siempre como un niño, y tal vez se tome mal cualquier intento de
independencia (que podría anunciar el final de la simbiosis) o cualquier
felicidad en la vida de Neptuno que no le haya llegado por mediación de ella.
Es probable que, inconscientemente, la persona que tiene a la Luna en
aspecto con el Neptuno de la otra procure socavar la confianza de esta última,
subrayando sus debilidades y restando importancia a sus puntos fuertes.
Todas las recompensas y dificultades del vínculo madre-hijo pueden
expresarse en este aspecto en sinastría, y no importa de qué sexo sean las
personas implicadas. El contacto puede producirse entre parejas hetero-
sexuales u homosexuales, entre amigos, o entre un padre o una madre de
verdad y su hijo. Hay ocasiones en que el Neptuno del padre o de la madre y
la Luna del hijo forman un fuerte aspecto en sinastría. Entonces, la falta de
forma del padre o la madre afecta al hijo, que inconscientemente se ve
llamado a hacer de progenitor de su padre o su madre.
Los aspectos en sinastría entre la Luna y Neptuno pueden crear un
intenso sentimiento de ser almas gemelas, la sensación de una «familia del
alma» que trasciende los vínculos biológicos. Los contactos Luna-Neptuno
pueden generar una atmósfera de confianza, segura y cálida, que ayude a
ambas personas a superar las dificultades de la vida. El clima de la relación es
más bien el de «compañeros del alma» que el de «almas enamoradas», y puede
implicar una considerable idealización recíproca de las cualidades
imaginativas y sensitivas de cada una de las dos personas. LA relación también
puede volverse pegajosa y claustrofóbica si uno de los dos es incapaz de ser un
individuo independiente aparte de la relación. Si el aspecto es «difícil», es
mayor la probabilidad de una idealización imposible, de malentendidos con
respecto a las necesidades de cada cual, de desilusión y de resentimiento.
Ninguno de los dos planetas se caracteriza por su actitud directa, y si están
desilusionados o dolidos es raro que lo expresen abiertamente; de ahí el
potencial destructivo de este contacto. Los aspectos en sinastría entre la Luna
y Neptuno pueden ser fuente de paz y apoyo emocional, y contribuyen a
sanar muchas heridas de la infancia. Cuando se expresan inconscientemente,
también pueden desatar entre las dos personas las fauces devo- radoras de la
antigua madre agua. Su expresión depende en gran parte de que ambos
nativos hayan conseguido, hasta cierto punto al menos, cortar el cordón
umbilical en su propia vida. Si uno de ellos no lo ha logrado, tarde o
temprano la felicidad del Edén se verá perturbada por la serpiente de la
posesividad, la manipulación y el engaño.

Los aspectos Neptuno-Mercurio en sinastría


Ante los fascinados ojos de Neptuno, Mercurio se convierte en Mercurius, el
alquímico obrador de magia y psicopompos o guía de las almas que aguardan
el momento de renacer. En la astucia, la destreza y la versatilidad de
Mercurio, al igual que en sus pies alados, Neptuno encuentra un elixir capaz
de persuadir al ceñudo ángel de la espada flamígera de que, por esta sola vez,
aparte la mirada. Incluso si la persona cuyo Mercurio está en aspecto con el
Neptuno de la otra no tiene demasiadas inclinaciones intelectuales, Neptuno
puede idealizar uno u otro de sus atributos, tanto físicos como mentales, y ver
en ella la amiga, compañera y guía capaz de dar respuesta a todos sus
interrogantes. Neptuno, a su vez, puede abrir la mentalidad pragmática de
Mercurio a los misterios del corazón y de la imaginación. Con frecuencia, el
diálogo entre estos dos es poético e inspirado, ya que Mercurio es capaz de
dar voz al inexpresado mundo de los sentimientos de Neptuno. El principal
problema reside en que ambos planetas, en las circunstancias adecuadas (o
inapropiadas), pueden ser desvergonzadamente mentirosos: Neptuno debido a
su natural condición de espejo y su necesidad de agradar a toda costa, y
Mercurio porque, para el dios de los embusteros y los ladrones, la verdad es
algo muy relativo.
Cuando el aspecto entre ambos planetas es muy estrecho, en especial si se
trata de una conjunción, puede darse una especie de comunicación telepática
entre las dos personas. Es probable que Neptuno intuya en qué dirección van
los pensamientos de Mercurio, y que éste exprese de forma espontánea algo
que la otra persona había estado rumiando. Un extraordinario ejemplo de este
intercambio es la relación entre el compositor Frederick Delius y Eric Fenby,
también compositor, que durante varios años sirvió de «amanuense» a Delius,
quien, ya mayor, estaba ciego y paralizado en la etapa final de una sífilis.
Delius le comunicó sus últimas composiciones tarareándole las melodías y
gritándole las notas; Fenby anotaba estos mensajes abreviados y los convertía
en partituras musicales. Entre otros fuertes aspectos por sinastría, el Mercurio
y el Ascendente de Fenby estaban en conjunción con el Neptuno de Delius. 3
Neptuno también puede llegar a depender de la capacidad de Mercurio para
la lógica, y de su memoria; como en el caso de Delius y Fenby, Neptuno
puede ser el artista con talento pero infantil, y Mercurio su agente o su
secretario personal. Menandro escribió en cierta ocasión que, en cada
hombre, el intelecto es Dios. Cuando hay contactos Mercurio-Neptuno en
sinastría, puede que, para Neptuno, el intelecto de Mercurio esté divinamente
inspirado. A Mercurio, a su vez, le encanta tener un oyente que aprecie con
tanta intensidad su rapidez mental, porque si Neptuno es un hypocrités,
Mercurio es un comediante hecho y derecho. Lamentablemente, el resultado
de esto suele ser que la persona cuyo Neptuno está en aspecto con el
Mercurio de la otra se sienta estúpida, desvalida e incapaz de expresarse en
presencia de los talentos de Mercurio, y asustada por esa agudeza mental o
práctica que tanto idealiza y de la que tanto depende. La parte de Virgo de
Mercurio, es decir, su competencia y eficiencia en el manejo de los asuntos de
la vida cotidiana, puede vestirse con el atuendo del redentor tan fácilmente
como lo hacen su parte de Géminis, con su brillante movilidad intelectual.
Con el tiempo, es posible que la persona que tiene a Neptuno en aspecto
con el Mercurio de la otra, ansiosa de agradar y a la vez dispuesta a absorber
las ideas, maneras de hablar, gestos y peculiaridades de Mercurio para
preservar su intimidad emocional, termine por suprimir sus propios talentos
mentales y prácticos. Puede ser que Neptuno vaya confiando cada vez más en
Mercurio para organizar sus asuntos y responder a todas las preguntas, sean
éstas cósmicas o triviales. También puede mostrarse propenso a decir aquello
que Mercurio quiera oír. Si percibe cierta falsedad o hipocresía en Neptuno,
Mercurio mostrará una desconfianza instintiva, ya que el dios de los ladrones
y de los mentirosos es un experto en detectar mentiras. También puede ser
que se irrite y se impaciente al ser una especie de cruce entre un secretario y
un guru, y que se sienta frustrado por los aparentes despistes de Neptuno y su
pereza mental. Entonces es probable que Mercurio, sin darse cuenta, lastime
a Neptuno con críticas desconsideradas, mientras que este último, a su vez,
quizás empiece a mentir abiertamente, en un intento desesperado de
complacer a Mercurio y de eludir sus ataques verbales. Si está lo bastante
asustado por el poder que ejerce Mercurio sobre sus pensamientos, es
probable que trate de sabotearlo, alterando sus planes, echando una cortina
de humo para confundirlo cuando discuten temas importantes y creando un
caos general. Aunque en el contacto entre estos planetas no hay ninguna
clara connotación erótica, el anhelo neptuniano de fusión es en sí mismo
erótico, y la persona que tiene a Neptuno en aspecto con el Mercurio de la
otra puede encontrar que la mente de ésta es bella y seductora.

Tan suave, tan dulce, tan argentina es tu voz que si pudieran


oírla, las almas en pena dejarían de hacer ruido para escucharte
mientras caminas por tu habitación mezclando melodiosas
palabras con laúdes de ámbar.4

Si este aspecto se da en el seno de una relación amorosa, puede indicar


una intensa fascinación. Pero la falta de franqueza, particularmente en asun-
tos emocionales, suele generar muchos problemas. Tal vez Mercurio tema
hablar con claridad, debido a la extrema sensibilidad de Neptuno a todo lo
que se pueda entender como rechazo; y éste, a su vez, evite la confrontación
porque las palabras son en sí instrumentos de separación.
Nos valemos de las palabras para decir quiénes somos y para definir
nuestra visión del mundo. Una vez que algo está dicho, ya no se lo puede
retirar, y de ello quizá surjan diferencias e incluso disputas. Aunque los dos
signos de Mercurio son capaces de mentir con toda la intención, la persona
mercurial tiene conciencia de ello y puede ejercer la función del discerni-
miento. Para mentir bien, hay que ser capaz de distinguir la verdad. Pero la
verdad, en las aguas neptunianas, es algo muy fluido, porque refleja los sen-
timientos del momento. Recordar lo que se dijo la semana pasada es un
ejercicio de memoria mercurial. Neptuno no suele recordar lo que dijo la
semana pasada, porque no eran más que palabras, y de todas maneras,
entretanto la situación emocional ha cambiado. O quizá cree que dijo algo
que no dijo, o recuerda haber dicho otra cosa. Neptuno es capaz de sacar de
quicio a Mercurio y de frustrarlo con esta actitud de aparente indiferencia
hacia la comunicación verbal, y es probable que la persona que tiene a Mer-
curio en aspecto con el Neptuno de la otra no entienda que no se dé la prio -
ridad a las palabras en el dominio de Neptuno. El lenguaje de Mercurio es
sutil pero preciso. El de Neptuno sugiere, infiere, implica e invoca, ocultan do
así mucho más de lo que revela. Una de las canalizaciones más positivas para
esta combinación en sinastría es compartir un proyecto creativo, en el que las
imágenes y los sentimientos de Neptuno puedan estructurarse y adquirir
sustancia gracias a la claridad y el discernimiento de Mercurio. En el trabajo
creativo, los diferentes modos de percepción y de expresión de los dos
planetas pueden hallar un terreno común en el que ambos sean apreciados. Si
Mercurio no subestima la inteligencia de Neptuno ni se impacienta con su
pensamiento circular, y si Neptuno está dispuesto a asumir la responsabilidad
de sus propias palabras e ideas, el flujo creativo puede llegar a ser mágico.
Incluso si el aspecto es difícil, tal vez indique una de esas raras ocasiones en
que dos personas realmente son capaces de escribir juntas un libro, un guión
cinematográfico o una composición musical. Y no es menos importante que
Mercurio y Neptuno sean capaces de mantener intacta la magia en la
comunicación cotidiana, algo que en última instancia puede ser más
perdurable que otros sueños a largo plazo, más románticos pero menos
viables.

Los aspectos Neptuno-Venus en sinastría


Los contactos entre Neptuno y Venus son tan románticos en sinastría como
en la carta natal. Venus es simultáneamente sensual y estética, reflejando el
hecho de que rige a Tauro y a Libra; y esta combinación de encanto físico y
gracia mental es lo que convoca poderosamente el anhelo neptuniano. Sin
embargo, puede que la dinámica sexual de este aspecto en sinastría genere
ciertas dificultades en una relación amorosa. Desde tiempos inmemoriales, los
intercambios entre Venus y Neptuno han servido de inspiración a la poesía y
la novela, porque el antiguo conflicto entre lo carnal y lo espiritual está
implícito en ellos, así como el dolor del deseo ilícito. Neptuno difiere de
Venus porque indica la devoción a una imagen idealizada en lugar del aprecio
de un individuo por parte de otro. Es frecuente que Neptuno fantasee con la
consumación física del amor
como una unión mística, pero los aspectos más burdos del acto sexual, con sus
ruidos y olores, y la fugacidad del placer que brinda, pueden pa- recerle una
violación de algo sagrado. Tal como escribió Catulo, después del coito todos
los animales están tristes. Venus puede inflamar las fantasías de Neptuno,
pero es probable que tenga que esperar mucho hasta que Neptuno haga algo
con ellas, y en cuanto a Neptuno, incluso es probable que se escape en el
momento crítico, o que se enfríe de forma inexplicable mientras hacen el
amor o inmediatamente después. El aprecio de Venus es más terrenal (aunque
el planeta esté emplazado en un signo de aire) y está más relacionado con las
cualidades de la otra persona, incluyendo las de su cuerpo; y además, a Venus
le encanta que también a ella la adoren por su propio cuerpo. Lo que Neptuno
ama en el otro es el alma. Venus, simplemente, ama al otro y quiere
demostrárselo de todas las maneras humanamente posibles. Esto puede
generar una gran ternura entre dos personas, pero también una amarga
desilusión.
Hay ocasiones en que las relaciones entre Venus y Neptuno no llegan a
«consumarse» en un sentido físico, o bien resultan decepcionantes en este
nivel. Puede ser que uno de los integrantes de la pareja busque, desde el
comienzo, otros placeres sexuales fuera, permitiéndose engaños considera-
bles, o que la relación sexual se vea limitada o cortada debido a obligaciones
previas. En ocasiones, el aspecto por sinastría se da entre dos personas a
quienes separa algún conflicto ocasionado por antecedentes raciales o reli-
giosos distintos, o que viven en países diferentes y no pueden desarraigarse.
También hay veces en que una de las personas está bien dispuesta, pero la
otra ha hecho votos religiosos. Sin embargo, el poder de Venus para invocar
los sueños de Neptuno proviene de una fascinación erótica firmemente
arraigada en el cuerpo. La idealización neptuniana puede hacer que la per-
sona que tiene a Venus en aspecto con el Neptuno de la otra se sienta más
bella y más digna de amor; la experiencia de tener a la propia Venus en un
fuerte aspecto con el Neptuno de un amante puede ser, por lo menos al
principio, maravillosamente curativa para muchas heridas de la infancia, y
quizás atenúe la sensación que todo ser humano experimenta de tener fallos o
defectos físicos. El contacto Venus-Neptuno en sinastría puede indicar el
estado del «enamoramiento» por excelencia, y un aspecto muy estrecho entre
estos dos planetas suele tener la fuerza suficiente para arrasar con otros
compromisos anteriores y anular incluso el duro cinismo saturnino con res-
pecto al amor y a la vida. El siguiente poema de John Donne expresa mag -
níficamente algunos de los sentimientos generados por los contactos Venus-
Neptuno.
Cuando el recíproco amor, de tal manera a dos almas
mutuamente anima, esa otra alma más poderosa que fluye de
ambas domina los fallos de la soledad.
Y entonces nosotros, que somos esa nueva alma, sabemos de
qué estamos hechos y compuestos, porque los Átomos de donde
crecemos son almas que ningún cambio puede invadir.

[,..] Y si algún otro amante, como nosotros,


ha oído este diálogo de uno solo,
dejémosle que siga observándonos, pues poco cambio
verá cuando hayamos dejado nuestro cuerpo.5

Sin embargo, este sentimiento de la eternidad y de la unión de almas


puede resultar tan abrumador que la persona que tiene a Neptuno en aspecto
con la Venus de la otra evite inconscientemente el acto sexual, aunque no
deje de fantasear sobre él. El anhelo de disolución neptuniano puede provocar
una profunda renuencia a participar en el intercambio individual que el
hecho de hacer el amor requiere. La persona que tiene a Venus en aspecto
con el Neptuno de la otra puede entonces empezar a preguntarse qué es lo
que ha ido mal, y quizá se muestre más directa al iniciar el contacto físico,
mostrándose a veces abiertamente seductora. Si Neptuno teme demasiado
perder el control, puede que acabe por acusar a Venus de manipulación
sexual, poniéndose insufriblemente moralista y proyectando todos los
vergonzosos deseos corporales sobre una pareja dolorida y atónita. Como
Neptuno está conectado con nuestros primeros sentimientos por nuestra
madre, la fascinación erótica neptuniana puede cargar con un matiz
incestuoso o ilícito, y la culpa que producen tales sentimientos inconscientes
es la causa de que la persona cuyo Neptuno está en aspecto con la Venus de la
otra vea a ésta como la tentadora arquetípica. Si ha habido perturbaciones en
la relación con la madre, una reacción como esta no es rara después de la
atracción inicial. Neptuno puede reaccionar al terror de caer presa del poder
sexual de Venus encontrándole cualquier defecto físico, y considerar
entonces que la fantasía es preferible a la verruguita que tiene Venus en el
hombro derecho, o a los tres cabellos grises, o a la ligera redondez de la
cintura y las caderas después de un agradable día de fiesta. Todo esto puede
ser el anuncio de una pérdida del interés sexual, o de la persecución de un
nuevo objeto erótico que parezca aproximarse más al ideal, hasta que
descubra que tiene una verruguita en el hombro derecho, o los pies planos.
Una de las dimensiones más desdichadas de los contactos entre Venus y
Neptuno se reía- dona con esta huida neptuniana de la realidad corporal del
amor de Venus, porque puede provocar mucho dolor. Una mínima toma de
conciencia de lo que se oculta tras estos mecanismos de defensa ayudará a que
ambas personas trabajen con el problema; Venus saldrá ganando en
compasión y sensibilidad, y Neptuno aprenderá a apreciar mejor la dimensión
física del amor.
Igualmente, Neptuno puede responder al poder de la fascinación de
Venus primero empeñándose hasta el agotamiento en complacer, y después
haciéndose la víctima. Tal vez intente chantajear a Venus mostrándose
necesitado y pegajoso, e incluso poniéndose enfermo, para obtener
declaraciones más fervientes de amor y lealtad. En la mitología, Venus no es
una diosa especialmente paciente ni comprensiva; es engreída y caprichosa, y
su objetivo son sus propios placeres. En el interior del individuo, Venus
puede reaccionar a los intentos de manipulación de Neptuno con un disgusto
cada vez mayor y una tendencia a buscar en alguna otra parte una pareja
menos patética. Un ejemplo de este desdichado guión lo tenemos en esas
relaciones establecidas en las que uno de los dos se ve rechazado y humillado
por el otro, de cuyas infidelidades tiene pleno conocimiento, pero es incapaz
de librarse de las garras de la idealización y se confabula con la expresión por
parte de su pareja de la superficialidad y la deslealtad del arquetipo
venusiano. Aquí, Venus desempeña el papel de quien seduce y engaña. O
bien la persona que tiene a Venus en aspecto con el Neptuno de la otra
simplemente se va, dolida y enojada, dejando a Neptuno con todos sus
anhelos insatisfechos, como una víctima de los engaños sexuales de los demás.
La sutileza, complejidad e intensidad de los contactos Venus-Neptuno en
sinastría subrayan la importancia que tienen los límites del yo y la franqueza
emocional, de modo que ambas personas puedan asumir su responsabilidad de
forma sincera y sensible. Venus puede ofrecer a Neptuno la oportunidad de
aportar emociones intensas e inspiradoras a la vida física; su amor más
terrenal y su capacidad para obtener contento pueden ayudar a curar en gran
medida la profunda soledad neptuniana y su disgusto por la encarnación. Con
los aspectos Venus- Neptuno en sinastría es probable que el amor sexual se
convierta en un vehículo de sentimientos extáticos de unidad con la vida.
Neptuno es capaz de abrir el corazón de Venus con una compasión que no se
basa en el mérito individual sino en la tristeza, la belleza, la tragedia y la
nobleza de todo amor humano.

Los aspectos Neptuno-Marte en sinastría


Como Marte y Neptuno son por naturaleza antitéticos, al principio podría
parecer que los aspectos fuertes en sinastría que se establecen entre ellos son
siempre problemáticos. Algunas descripciones de este emparejamiento son
francamente siniestras, ya que dan a entender que la persona que tiene a
Neptuno conduce a la que tiene a Marte por senderos de corrupción. Pero a
pesar de su mala prensa, esta combinación, manejada creativamente, puede
terminar siendo más satisfactoria para ambas personas que, por ejemplo,
Luna-Neptuno, cuyo impulso regresivo puede ser claustrofóbico tanto en una
relación sexual como en un contacto entre padre o madre e hijo, o que
Venus-Neptuno, de un romanticismo extremo que tal vez no llegue a tolerar
cosas como el envejecimiento o las más comunes debilidades humanas. La
tensión y la antipatía entre Marte y Neptuno a veces pueden volverse
destructivas, y entonces en el seno de una relación se instalan la crueldad y la
sensación de ser una víctima. Igualmente, estos contactos también pueden
generar una exaltación, una energía y un entusiasmo creativo enormes,
siempre y cuando se tenga alguna conciencia de la dinámica que está en
juego.
Debido a la fuerza y el vigor de Marte, Neptuno ve en él al redentor
como héroe: recio, potente, decisivo y capaz de hacer que las cosas sucedan
en el mundo. Aunque Marte esté emplazado en un signo suave o no agresivo
como Cáncer, Libra o Piscis, y la persona que lo tiene no se sienta nada
heroica, la que tiene a Neptuno seguirá idealizando el valeroso espíritu mar -
ciano, por más que éste se exprese de forma sensible y delicada. Neptuno ve a
Marte como una especie de paladín: el que luchará por él en sus batallas,
protegerá sus puntos vulnerables, se adueñará del mundo y tal vez también de
él. La atracción sexual entre Neptuno y Marte puede ser muy poderosa, pero
las fantasías son muy diferentes de las que se dan entre Neptuno y Venus.
Neptuno anhela sentirse dominado por la fuerza superior de Marte, aunque
con frecuencia le resulte muy incómodo reconocer tales sentimientos en un
nivel consciente, debido a la vulnerabilidad que implican. A un hombre cuyo
Neptuno esté en estrecha conjunción con el Marte de una mujer, y que esté
acostumbrado a verse como el que toma la iniciativa sexual, puede resultarle
inquietante y amenazador descubrirse anhelando una inversión de papeles, y
en ocasiones incluso se siente —y disfruta de ese sentimiento— dependiente
y desvalido en compañía de ella.
Marte, a su vez, tiende a lucirse en el papel de paladín y protector, y es
probable que quien tiene a Marte en aspecto con el Neptuno de la otra per-
sona se sienta más fuerte, más potente y más realizado porque ha encontrado
una causa digna de luchar por ella. Marte será feliz asumiendo el papel del
caballero andante, y Neptuno el de la doncella en peligro; independien-
temente del sexo de cada uno de los participantes en el guión, esta es la
dinámica arquetípica subyacente en el aspecto. Marte es san Jorge, o Perseo, o
Juana de Arco: alguien rebosante de una compasión desmañada pero sincera,
dispuesto a aniquilar al dragón y a rescatar al príncipe o a la princesa del
peligro, de la prisión o de la incomprensión del mundo. Neptuno puede
suscitar una mayor sensación de poder en Marte; éste, a su vez, puede con-
ducir a Neptuno a una comprensión consciente de su fragilidad y su espiri-
tualidad. Hasta ahí, nada que objetar; Neptuno inspira en Marte una visión
más amplia, y Marte proporciona a Neptuno un escudo contra el infortunio.
Pero como tantas veces Neptuno nos parece aterrador y peligroso debido a la
necesidad de control del yo, quien tiene a Neptuno en aspecto con el Marte
de otra persona puede negarse a reconocer su dependencia, o tal vez sienta
una profunda envidia inconsciente del vigor y el poder sexual de Marte. Un
miedo secreto, la envidia y la dependencia pueden llevar a Neptuno a socavar
la iniciativa y la confianza en sí mismo de Marte, y eso de maneras tan
manipuladoras que frustran a la otra persona y atizan en ella la cólera e
incluso la violencia. Marte no está hecho para librar peleas subacuáticas, y
cuando se lo acosa, prefiere la eficacia de un simple puñetazo o un
intercambio de gritos e insultos. Con no menos frecuencia, Neptuno puede
aficionarse a que le muestren el camino, y finalmente, Marte tal vez se canse
de tener que andar siempre con la armadura puesta, mientras Neptuno se
relaja tomando un baño caliente.
El carisma sexual de Marte, tal como lo ve Neptuno, puede dar la
impresión de que es poco de fiar y peligroso, porque en cualquier momento el
protector podría irse a proteger o conquistar a otra persona. En un esfuerzo
por atar al otro, Neptuno quizá trate de obtener protección mediante el
fracaso o la enfermedad o asumiendo el papel de víctima, o bien que vaya
socavando inconscientemente la potencia marciana valiéndose de formas
sutiles de rechazo y de evasivas que mantienen a Marte en la confusión y la
incertidumbre. Neptuno puede contrarrestar la necesidad marciana de una
acción claramente definida pidiéndole a Marte que tome las decisiones y
saboteando después los resultados, O bien puede recurrir a la coquetería
sexual y el engaño, y burlarse del estilo marciano de abordar las cuestiones
sexuales, más tosco pero más sincero. Neptuno es muy ducho en los guiones
clásicos, del tipo: «Esta noche no, pero mañana puede ser que sí»; Marte se ve
rechazado, pero jamás de forma directa, y al ansioso caballero lo mantienen
simultáneamente en la esperanza y la espera, cada vez más furioso y
frustrado, mientras que Neptuno se muestra virginal, tentador, o una peculiar
combinación de ambas cosas. Puede ser que esa coniitma frustración
desencadene la crueldad y la violencia de Marte, al igual que acosar a un oso
hará aflorar su ferocidad. Por detrás de esta triste representación está el
profundo miedo de la persona que tiene a Neptuno en aspecto con el Marte
de la otra de perder a su defensor, cuya fuerza y magnetismo sexual tiene tan
idealizados, porque sin él podría precipitarse en el abismo. Cuanto menos
capaz sea de expresar sinceramente su propia agresividad y su potencial
creativo, tanto más oscuras pueden ser las corrientes subterráneas.
La elevada intensidad del intercambio de estos dos planetas en aspecto
por sinastría puede generar no sólo un placer y una satisfacción sexuales
enormes, sino también una inspirada visión creativa en ambas personas. La
imaginación de Neptuno puede estar dirigida y conectada a la realidad por
Marte, tanto en lo que se refiere a hacer el amor como a proyectos creativos,
y si este contacto se da entre dos personas que trabajan juntas, el resultado
puede ser una combinación maravillosamente productiva y gratificante. Tal
vez esto sea más difícil entre padre e hijo, en particular si el hijo es Neptuno y
el padre Marte, porque la dinámica edípica puede estar teñida por temas más
sombríos. El ligero sadomasoquismo de Marte-Neptuno puede ser inofensivo
y hasta sumamente placentero entre adultos, pero muy destructivo si se
expresa dentro de la trama familiar. Neptuno posee el don de saber frustrar
con sutileza, algo que puede desencadenar la violencia en un Marte violento.
Los sentimientos de culpabilidad y vergüenza suelen exacerbar la confusión.
Sin embargo, la idealización, sea o no erótica, de los padres o de los hijos no
es intrínsecamente patológica. La patología entra en juego allí donde a la
inconsciencia se le suma una expresión ciega de las emociones. Marte-
Neptuno en sinastría pueden indicar una manipulación sexual encubierta,
una sutil crueldad y la pérdida de respeto por las propias fronteras y las de la
otra persona, pero los contactos Marte-Neptuno entre dos cartas no son
«peligrosos» ni «malos». Para dar lo mejor de sí, estos aspectos requieren más
autoconciencia que muchos otros contactos por sinastría, pero la recompensa
que se obtiene bien vale el esfuerzo.

Los aspectos Neptuno-Júpiter en sinastría


Como ambos son exploradores de los reinos espirituales, Júpiter y Neptuno en
aspecto por sinastría pueden indicar un profundo sentimiento de compromiso
espiritual o religioso compartido. La búsqueda de significado de Júpiter y su
visión optimista de un cosmos benigno pueden ofrecer a Neptuno una
esperanzadora validación de sus vagos e inexpresados anhelos, mientras que
el profundo y sincero sentimiento neptuniano de la unidad de la vida puede
profundizar el enfoque especulativo jupiteriano de lo numi- noso. Cuando el
contacto funciona de esta manera, es ennoblecedor, edificante y positivo en
cuanto aporta a ambas personas confianza y fe en la vida. Es probable que
Júpiter se sienta movido a buscar y proporcionar respuestas a la confusión
moral crónica de Neptuno, y que responda también a la profunda
vulnerabilidad de éste, así como a su aislamiento y su melancolía,
ofreciéndole una visión más dichosa de la bondad y la abundancia de la vida.
Y puede que Neptuno, a su vez, proyecte sobre Júpiter al sabio redentor y
maestro capaz de explicar de maneras inteligibles los misterios de la vida, y
en quien se puede confiar para que negocie un lugar para los dos en el
Paraíso,
No ha de sorprender a nadie que el contacto también pueda resultar un
triste caso de un ciego que guía a otro. A ambos planetas les molestan los
límites de la realidad mundana, aunque por diferentes razones, y los dos
pueden hacer caso omiso de estos límites en su búsqueda de lo sublime.
Júpiter quizás engatuse a Neptuno hasta que éste se vuelva loco, especial-
mente en asuntos de dinero, presentándole grandes planes para el futuro que
no sólo son inalcanzables, sino que pueden hacerse trizas al tropezar con
evidentes limitaciones materiales e incluso jurídicas. Neptuno, que suele
hacer de espejo a los magníficos planes de Júpiter, es muy capaz de alimentar
la natural propensión de éste al autoengrandecimiento, y así puede ofrecerse
como discípulo devoto y obediente en vez de mostrarse como un socio
realista y, cuando es necesario, como un crítico. Si ninguna de las dos
personas es propensa a expresar el mundo de Piscis, ya sea en la dimensión
artística o en la espiritual, es probable que los planetas choquen inconscien-
temente y que se compliquen la vida el uno al otro. En el dominio que ambos
rigen, se encuentran como en su casa, y sus excesos no son tan destructivos.
Pero cuando van en busca de Dios bajo la forma de la ambición mundana, es
probable que su ingenuidad socave o incluso ponga francamente en peligro la
estabilidad material de ambas personas y su adaptación al mundo exterior.
Los contactos por sinastría entre Júpiter y Neptuno pueden ser ricos y
fértiles en el nivel artístico. El generoso aporte jupiterino de estímulo y
optimismo puede infundir en Neptuno el coraje necesario para expresar sus
¡deas y visiones interiores, mientras que la devoción y la idealización neptu-
nianas pueden ayudar a expandir el intelecto y la imaginación de Júpiter, que
quizá ponga en marcha proyectos nuevos que no se animaría a emprender sin
la empatia y la lealtad de Neptuno. Así como cada planeta puede favorecer
en el otro la sensación de un universo más profundo y más amplío, también
pueden estimularse mutuamente sus facultades imaginativas. Si esto se
expresa de forma creativa, los resultados pueden ser extraordinarios. En el
nivel emocional, la estimulación mutua quizá sea más ambigua. Como
Neptuno ve al redentor en la benevolencia de Júpiter, es probable que espere
un constante e inagotable aporte de bondad, generosidad y sabiduría, pero
que haga caso omiso de otras cualidades, no menos importantes, de Júpiter,
las subvalore o simplemente las rechace mientras persigue ciegamente la
promesa jupiterina de salvación. Este contacto no tiene ninguna relación
intrínseca con las reacciones emocionales personales, pero puede complicar
otras cuestiones más claramente emocionales entre las dos personas. Si, por
ejemplo, el Neptuno de un hombre está en trígono con el Júpiter de una
mujer y se opone a su Saturno, la idealización que él hace de la sabiduría y la
bondad de ella pueden ser causa de que le cueste admitir los sentimientos de
frustración, dolor y cólera generados por el contacto Saturno-Neptuno. Más
adelante, a medida que la relación progrese, su desilusión puede ser mucho
mayor, precisamente por el tiempo que tardó en reconocer esos sentimientos.
El lado oscuro de la fe es el fanatismo, y a veces Júpiter y Neptuno pue -
den animarse el uno al otro a ponerse el disfraz del conocimiento absoluto.
Ninguno de los dos planetas se inclina a aplicar el discernimiento a las
creencias que aceptan intuitivamente, y como consecuencia de ello, puede
que cada una de las dos personas alimente la certidumbre de la otra de que
ambas son dueñas de las verdades espirituales definitivas. Esto no tiene por
qué estar mal necesariamente; una convicción de este tipo puede conducir a
una vida honesta y también a asumir el compromiso de mejorar la vida de los
demás. Sin embargo, Júpiter tiende por naturaleza a ser proselidsta, y con el
estímulo de Neptuno, que no destaca por su buen discernimiento, es probable
que intente hacer tragar por la fuerza la voz de su Dios particular a sus
desventurados seguidores. Neptuno es un hypocrités, pero Júpiter puede ser un
hipócrita desvergonzado. Un ejemplo interesante de este tipo de interacción
es la sinastría entre el evangelista estadounidense Jim Bakker y su mujer,
Tammy Faye Bakker.6 En el tema natal de él, Júpiter en conjunción con
Marte está a Io de Aries, en oposición con Neptuno a 25° de Virgo, y también
en oposición con el Neptuno de su mujer, a 29° de Virgo. Su Marte, a 29° de
Piscis, está en oposición exacta con el Neptuno de ella. La duplicación de los
aspectos natales y por sinastría de Neptuno se producirá inevitablemente con
las personas nacidas con sólo uno o dos años de diferencia, debido a la
lentitud del movimiento de Neptuno. Esto no altera el significado esencial.
Uno se encuentra afuera con lo que es por dentro.
Jim Bakker se dedicó a predicar por televisión, obteniendo ciento veintinueve
millones de dólares por año, y cayó en desgracia en mayo de 1987 al quedar al
descubierto la sordidez de su vida privada. Tanto él como su mujer habían
tenido comienzos humildes y sus convicciones religiosas eran profundas. A
finales de los años setenta estaban viviendo como potentados orientales. La
historia de las aventuras amorosas de él, que incluían relaciones
homosexuales, se agravó con un proceso por veinticuatro cargos de fraude y
conspiración, como resultado de los cuales fue enviado a prisión. A Tammy
Faye Bakker no la enviaron a prisión, pero tenía su propio historial
extraconyugal y se sabía que era adicta a los fármacos. De todo esto no se
puede culpar exclusivamente a los contactos entre Júpiter y Neptuno, pero los
aspectos natales y por sinastría entre estos dos planetas contribuyeron sin
duda a la arrogante presunción de los Bakker de que podrían seguir viviendo
indefinidamente de la hipocresía y el fraude. Los aspectos también habrían
seguido alimentando el compromiso religioso que en un principio los unió y
constituyó la base de su carrera.
Júpiter y Neptuno comparten el don de la visión y un amor al exceso. Tal
como nos lo dicen las antiguas canciones infantiles, cuando son buenos, son
muy, muy buenos; pero cuando son malos, son horribles. Júpiter el maestro y
filósofo puede infundir alegría y placer en los melancólicos sueños de
Neptuno; pero Júpiter el jugador y megalómano puede arrastrar consigo a
Neptuno en una espiral descendente de autodestrucción. Neptuno la víctima
puede manipular la generosidad y la buena fe de Júpiter, mientras que
Neptuno el devoto puede llevar a extremos peligrosos la auto- mitificación de
Júpiter, pero Neptuno el artista y visionario puede guiar suavemente a Júpiter
más allá del reino de la especulación intelectual y de las corazonadas
intuitivas, hasta el corazón mismo del misterio que ambos buscan tan
asiduamente.

Los aspectos Ncptuno-Saturno en sinastría


El encuentro de Saturno en una carta con Neptuno en otra es un enfrenta-
miento de opuestos arquetípicos. El dilema de la separación psicológica es
intrínseco a la combinación. En una relación de intimidad en la que haya
contactos entre estos dos planetas, es probable que la espinosa tarea de
aprender a ser tanto «yo» como «nosotros» termine por dominar sobre otros
problemas. Ningún otro aspecto en sinastría de Neptuno (a excepción, quizá,
de Quirón-Neptuno) es capaz de generar entre las dos personas tamo miedo,
una actitud tan defensiva y tantas tácticas vengativas inconscientes como
éste. Sin embargo, si las dos personas pueden llegar a un compromiso
operativo entre las necesidades y los valores dispares simbolizados por estos
planetas, ningún otro aspecto en sinastría es tan eficaz como éste para facilitar
la autosuficiencia, al mismo tiempo que se preserva el sentimiento de formar
parte de una unidad mayor. Las relaciones que involucran a Saturno-Neptuno
son en muchos sentidos un paradigma de los temas principales de este libro,
ya que a Neptuno sólo se lo puede entender realmente en el contexto de
Saturno, y viceversa. Es muy apropiado para el tema de este capítulo que
Saturno en tránsito, tradicionalmente exaltado en Libra (el signo asociado con
las relaciones) estuviera en conjunción con Neptuno en Libra entre 1951 y
1953; y a las personas nacidas bajo esta conjunción, que en el momento de
escribir esto se encuentran entre comienzos y mediados de la cuarentena, les
ha tocado aguantar últimamente no sólo otra conjunción Saturno-Neptuno en
Capricornio (a comienzos de 1990), en cuadratura con su Saturno-Neptuno
natal, sino también, más recientemente, la conjunción en tránsito de Urano y
Neptuno, asimismo en cuadratura con su Saturno-Neptuno natal. De estas
personas he aprendido mucho sobre los retos que plantean las combinaciones
de estos dos planetas, tanto en la vida individual como en las relaciones con
otras personas. A estos clientes, entre ellos muy particularmente a los que he
analizado, les debo muchas de las observaciones siguientes.
Neptuno ve la redención en la fuerza, el carácter mundano y la actitud
paternal de Saturno. No importa que la persona que tiene a Saturno en
aspecto con el Neptuno de la otra sea una mujer, ni que dé la clara impre sión
de no tener dichas características. Es probable que Neptuno reaccione como
un niño vulnerable ante una promesa de alguien más sabio, más terrenal y
más capaz de cargar con las responsabilidades mundanas en sus robustos
hombros. Quizás idealice el talento saturnino para sobrevivir porque puede
protegerlo de la oscuridad y el caos de ambos mundos, el interior y el
exterior. Incluso en un nivel no humano puede producirse esta respuesta.
Precisamente así fue como respondió Neptuno en la carta natal de la Repú-
blica de Weimar, vulnerable y carente de dirección, al Saturno natal de Adolf
Hitler: había llegado el redentor. Saturno, a su vez, puede estar fascinado por
el esquivo encanto de Neptuno, que sugiere una riqueza emocional y una
fertilidad imaginativa que siente que le faltan o que no puede expresar.
Saturno puede sentirse halagado por la dependencia neptuniana, y tal vez
ofrezca de muy buen grado la protección y la orientación de las que tan ávido
está Neptuno. Este paternalismo tiñe fuertemente la actitud de
Saturno, pero no es algo por lo que Neptuno, al menos al principio, se sien ta
disminuido, ni tampoco Saturno lo siente inicialmente como una carga. Todos
queremos creer que contamos con las fuerzas suficientes para hacernos cargo
de nuestra propia vida, y todos somos vulnerables, por mediación de nuestro
Saturno, a la necesidad de otra persona de que la dirijan. El papel de consejero
y protector hace que Saturno se sienta fortalecido y seguro de sí mismo, y es
un antídoto excelente, aunque temporal, para el perenne sentimiento
saturnino de incapacidad personal. Sin embargo, lo que se da entre estos
planetas no es una relación de iguales. Visto con ojos saturninos, Neptuno
parece perdido y frágil. Saturno puede ser generoso en su ofrecimiento de
apoyo, pero también reclamará el derecho, como el mecenas rico de un artista
pobre, de elegir en nombre de Neptuno y dirigir los talentos de éste. Y
llegados a este punto, es donde el contacto empieza a volverse conflictivo.
Como Saturno simboliza el impulso a anclar en la forma aquello que aún
no está formado, reacciona a las energías de los demás planetas empeñándose
en arraigarlos y estructurarlos. Esto exige una restricción de sus posibilidades,
lo cual es uno de los significados de la mítica castración de Urano por su hijo
Saturno. La castración implica la imposibilidad de seguir generando progenie.
Una vez suprimida la interminable fertilidad, sólo es real lo que existe ahora,
en el presente. Cuando Saturno dirige sobre Neptuno su función de
restricción y arraigo, el intento está condenado a la frustración. Durante un
tiempo, Neptuno puede mostrarse conforme, pero aunque tome la forma de
aquello que lo contiene, no tolera que lo definan demasiado. Al percibir la
amenaza de verse aprisionado, puede que se vuelva cada vez más escurridizo
y caótico, burlándose de todos los esfuerzos saturninos por obligarlo a
comprometerse y a ser coherente. Es probable que poco a poco vaya
convirtiendo sus verdaderos sentimientos, pensamientos y fantasías en algo
cada vez más secreto, poniéndolos así fuera del alcance de Saturno. Neptuno
el hypocrités también puede empezar a engañar, aunque generalmente de un
modo indirecto en lugar de mentir abiertamente. Neptuno el histérico
utilizará la enfermedad, física o psicológica, para protestar indirectamente
contra el encarcelamiento. Saturno, a su vez, si siente que su amada presa se
le escapa, puede poner en práctica inconscientemente esas maniobras
características encaminadas a dejar impotente a su enemigo: la crítica
destructiva, el desinterés, el rechazo emocional o sexual, el comportamiento
autoritario o posesivo, y una atmósfera general de tristeza y ncgativi dad que
deja a Neptuno con la sensación de no ser capaz de ofrecer ni de encontrar
alegría o inspiración. Los excesos dionisíacos tic Neptuno estarán mal vistos o
prohibidos, y en cuanto a sus sueños místicos, Saturno se los tomará medio en
broma, si es que les hace algún caso.
Aunque es probable que la persona que tiene a Neptuno en aspecto con el
Saturno de la otra se sienta humillada, dominada y socavada, sus protestas
rara vez serán directas. Atraída por Saturno debido a su sentimiento de
debilidad y vulnerabilidad, es probable que tema una confrontación con él,
porque entonces el protector podría irse. Neptuno tal vez exprese su rabia
convirtiéndose en una carga para Saturno por obra de alguna enfermedad, o
bien socavando su confianza con reacciones emocionales ambiguas o
retrayéndose en el ámbito sexual. Para evitar este tipo de actitudes, hace falta
que estas dos personas sean sinceras la una con la otra. La persona cuyo
Neptuno está en aspecto con el Saturno de la otra ha de cuestionar su propio
desvalimiento y asumir una mayor responsabilidad por sus decisiones y
acciones. En cuanto a la otra persona, ha de enfrentarse con su propio miedo
al rechazo y la pérdida, aprendiendo a confiar en el otro en lugar de limitarlo.
Con frecuencia, la envidia es fuente de gran sufrimiento para Saturno,
aunque generalmente no tiene conciencia de ella; allí donde nos sentimos
incapaces, tendemos a envidiar a los que nos dan la impresión de tener lo que
nos falta. La envidia puede ser causa de que Saturno intente que Neptuno sea
siempre una persona infantil y dependiente. A su vez, Neptuno quizá necesite
enfrentarse a ese aspecto infantil de su personalidad que, a pesar de que haya
otros emplazamientos más fuertes en la carta, está pidiendo que lo dominen.
La crítica favorita que Neptuno hace a Saturno es: «Estás tratando de
controlarme». Más sincero sería admitir que, sea cual fuere la inclinación
saturnina a dominar, lo que Neptuno quería, para empezar, era un padre o
una madre que lo controlase.
Cuando el contacto Saturno-Neptuno por sinastría funciona mal, tiende a
ir muy mal. Como la combinación activa heridas, anhelos y frustraciones de
la niñez, estos sentimientos pueden aflorar súbitamente en una relación
adulta con un poder emocional sobrecogedor. La intensidad de la rabia y del
deseo de infligir daño puede ser muy difícil de soportar para ambas personas,
porque es probable que se amen profundamente la una a la otra. Sin embargo,
el aspecto Saturno-Neptuno, aunque tienda a producir reacciones psicológicas
capaces de perturbar la relación, también puede llegar a generar un enorme
poder de saltación. Neptuno ofrece las aguas del Edén a la tierra baldía de
Saturno, aportando así renovación, esperanza y fe. Saturno puede ofrecer a
Neptuno la seguridad y la estabilidad suficientes para que este último se
arriesgue a expresar su visión de una forma creativa. El neptuniano herido,
aunque se resista a la encarnación, si cuenta con el apoyo de un Saturno
fuerte de otra persona, puede descubrir que confía en su condición humana y
que está dispuesto a hacer incursiones de vez en cuando más allá de las
puertas del Edén. Y el saturnino herido, cínico y desconfiado, quizá descubra
que, algunas veces por lo menos, es posible renunciar al control y dejar que
las aguas de la sanación hagan florecer el desierto.

Los aspectos Neptuno-Quirón en sinastría


Neptuno y Quirón se sirven mutuamente de espejos para poder ver sus res-
pectivas heridas. Cuando dos personas heridas por la vida se conocen y des-
cubren una recíproca empatia, el resultado puede ser transformativo para
ambas. Cualquier amor que se desarrolle entre ellas, sea de carácter sexual o
no, no estará arraigado en una fantasía de perfección, sino en un recono -
cimiento mutuo de la humanidad esencial de cada una. Ambos planetas
indican una profunda sensibilidad a las dificultades y desigualdades de la vida,
y por lo común, las dos personas cargan con una herencia familiar de dolor y
desilusión. Uno de los frutos de este contacto es la extraordinaria compasión
que son capaces de sentir tales personas la una por la otra, pero este fruto
exige un gran esfuerzo para que no se marchite sin haber llegado a madurar y
a desarrollarse plenamente. Es posible estar tan enamorado del dolor y el
sufrimiento que uno no pueda verse ni ver a los demás desde una perspectiva
equilibrada. Neptuno y Quirón tienden a reunirse en los rincones para
cuchichear sobre lo horrible que es la vida. Al estar tan familiarizados con la
postura del martirio, los dos pueden reaccionar (y no sólo ante el mundo, sino
cada uno ante el otro) como si fueran ellos los responsables de todo el dolor.
Hasta en el mejor de los casos, un contacto entre Quirón y Neptuno por
sinastría puede hacer que las dos personas se hieran la una a la otra. La
propensión de Neptuno al papel de víctima puede recordar a Quirón su
propio resentimiento y su frustración; y la cólera de Quirón, profundamente
arraigada, puede recordar a Neptuno su propio disgusto por la vida. Es
probable que Neptuno idealice a Quirón como un claro ejemplo de lo cruel
que puede llegar a ser la vida, con lo cual hará rebrotar constantemente en
Quirón el recuerdo de lo maltratado que ha sido, y socavará su actitud filo-
sófica, que es uno de sus atributos más creativos. Semejante idealización del
sufrimiento puede ser una actitud muy destructiva; es como estar recordáu
dolé continuamente a un disminuido físico su debilidad, su desdicha y su
permanente condición de víctima. Hay ocasiones en que esto puede set
importante y necesario, pero si se convierte en una actitud permanente se
vuelve muy destructivo. La idealización del dolor no es algo insólito cuando
los contactos Neptuno-Quirón se dan entre las cartas de un terapeuta y su
cliente. En realidad no importa quién sea Quirón y quién Neptuno. El cliente
puede tener depositada una «inversión» inconsciente en el mantenimiento de
su enfermedad o su desdicha, para que el terapeuta siga demostrándole su
preocupación y su empatia; a su vez, el terapeuta puede hacer una «inversión»
inconsciente en el mantenimiento de la enfermedad o desdicha del cliente,
para seguir sintiéndose necesario y continuar proyectando sobre el cliente a
su propio niño interior herido. En esta galería de espejos, a nadie le está
permitido ponerse mejor.
Ambos planetas suelen echar mano de unos mecanismos de defensa
feroces para no resultar heridos. Quirón puede descargar un torrente de sar-
casmos y críticas destructivas y refugiarse luego en un brusco retraimiento
emocional al enfrentarse con el sufrimiento pasivo de Neptuno, debido a lo
cual éste, sintiéndose una víctima, se hundirá en una autocompasión cada vez
más profiinda. Quirón puede mostrar la ferocidad de un animal herido. En el
mito, antes de que el sufrimiento lo transformara en el sanador arque- típico
que tanto les gusta invocar a terapeutas y astrólogos, era un cazador salvaje.
Por lo tanto, se puede suponer que, al principio, su reacción al verse herido
no fue muy elegante; cualquier animal herido, si puede hacerlo, reaccionará
con una violencia instintiva. La inclinación de Quirón a retraerse no combina
bien con la empatia, a veces invasora, de Neptuno; aunque tiende a la
autocompasión, Quirón prefiere lamerse él solo las heridas. Nep- tuno, por su
parte, suele reaccionar ante la actitud reservada de Quirón con su arma
favorita, que es hacer que el otro se sienta culpable. También es probable que
intente invocar al papel de sanador de Quirón, mostrándose desvalido y
enfermo. Todos tendemos a suponer, si ofrecemos a alguien la suficiente
empatia, que la persona se sentirá agradecida y nos responderá de la misma
manera. A Neptuno le gusta ser retribuido por lo que da con un aumento de
la intimidad emocional. En cambio, no hay planeta menos capaz de
proporcionar esta clase de intimidad que Quirón. Muchos terapeutas y
consejeros están familiarizados con el tipo de cliente que, cuando se le ofrece
simpatía y comprensión, reacciona con una furia salvaje y con deseo de hacer
daño. En las relaciones personales íntimas es probable que, en vez de ofrecer
empatia a cambio de empatia, Quirón ofrezca rabia.
Se necesita mucha sinceridad y una gran integridad personal para que dos
personas saquen lo mejor de esta combinación. Quirón ha de tomar la
distancia suficiente para reconocer que tanto la alegría como el dolor perte-
necen al patrimonio común de todos los seres humanos; y hay algo no menos
importante: debe tener la suficiente conciencia de sí mismo como para darse
cuenta de cuándo la desdicha desencadena en él un salvajismo inconsciente.
La inclinación de Neptuno a sufrir en silencio la crueldad exacerba el
problema de Quirón; un comportamiento así puede parecer desinteresado y
compasivo, pero sólo sirve para reforzar la identificación narcisista de
Neptuno con el redentor, a quien los mismos que él intenta salvar terminan
haciéndolo pedazos. Aun en el caso de que ambas personas crean que esos
intercambios tan crueles son buenos para el alma, es probable que sus hijos,
forzados a ser testigos de la carnicería emocional, no estén de acuerdo. El
intento de resolver los propios problemas ayudando a los demás es bastante
válido; es una de las razones fundamentales de que la gente se oriente hacia
las profesiones de ayuda al prójimo, sean éstas marginales u ortodoxas.
También constituye la base de muchas relaciones amorosas fundamentadas
tanto en la compasión como en la atracción. Para algunos signos zodiacales —
particularmente Cáncer, Piscis y Virgo—, la necesidad de que los necesiten es
un aspecto esencial de su naturaleza, y son más felices cuidando de un ser
humano con defectos que con alguien semidivino que puede arreglárselas
perfectamente bien solo. Pero si no se tiene alguna conciencia de la dinámica
Quirón-Neptuno, se corre el peligro de perpetuar el sufrimiento o la
enfermedad del otro, o los propios, en nombre de la sanación. Neptuno y
Quirón pueden confabularse en una compartida filosofía del sufrimiento, y si
bien esto quizá vaya acompañado de un intenso compromiso religioso o
espiritual, también es probable que dañe profundamente otras dimensiones
más alegres de la vida.
Aquellas relaciones en que intervienen contactos Quirón-Neptuno sue-
len ser profundas y duraderas, siempre y cuando ninguna de las dos personas
rehuya los importantes problemas que tal combinación indica. Aunque
generalmente esto implica cierto sufrimiento, es lo que pasa con cualquier
vínculo que produce cambios en la conciencia y en la manera de ver las cosas.
Quirón y Neptuno se sienten mutuamente atraídos por razones complejas,
incluyendo una necesidad, por parte de ambas personas, de sanar algo antiguo
y doloroso que ha estado enterrado bajo adaptaciones a la vida aparentemente
«normales». Si la amargura de Quirón o la tendencia a la manipulación de
Neptuno se les escapan de las manos sin advertirlo, esto puede provocar en
ambas personas una sensación cada vez mayor de haber caído en una trampa,
resentimiento y el deseo de castigar al otro. Cualquier abogado especializado
en divorcios tiene archivos llenos de datos de parejas así, que parecen
incapaces de separarse sin un terrible despecho y amargas recriminaciones
mutuas. La naturaleza primitiva de las emociones indicadas por estos dos
planetas puede empujar a personas por lo general agradables y educadas a
enredarse inadvertidamente en burdas mentiras y una actitud
tremendamente vengativa, porque se han activado anhelos y heridas de la
infancia. Sin embargo, esta combinación planetaria tiene también, para
quienes reconozcan el reto y lo afronten, un potencial profundamente sana-
dor.

Los aspectos de Neptuno con Urano y Plutón en sinastría


En una carta natal, los aspectos de Neptuno con estos dos planetas indican
necesidades, aspiraciones y anhelos generacionales que vinculan al nativo con
el Zeitgeist [espíritu del tiempo] de su época. Los contactos por sinastría de
Neptuno con Urano o Plutón indican la implicación de ambas personas en los
asuntos de su generación, puesto que cualquier individuo que tenga, por
ejemplo, a Neptuno en cuadratura con Urano, tendrá a Neptuno en
cuadratura con el Urano natal de la otra persona si sus edades son similares.
Este tipo de sinastría únicamente viene al caso si los planetas interiores o
personales de un nativo están en aspecto con planetas exteriores en la carta
natal y, por consiguiente, están en contacto con los mismos planetas
exteriores en la carta natal del otro. Entonces, las cuestiones generacionales se
personalizan y se introducen en la dinámica intelectual, emocional o sexual
de la relación. Pero, además de tales intercambios individuales, en todas las
personas pertenecientes a nuestro propio grupo de edad resuenan nuestras
configuraciones natales de planetas exteriores en su sinastría con nosotros.
Sufren los mismos conflictos y comparten la misma visión, porque oyen el
mismo redoble colectivo. Cuando nos sentimos cuestionados por personas
que pertenecen a grupos de edad diferentes y cuyos planetas exteriores están
en conflicto con los nuestros, es probable que sintamos las diferencias
generacionales e incluso una antipatía generacional.
Por ejemplo, los nacidos en Europa o en Estados Unidos entre 1905 y
1911, con Urano en Capricornio en oposición con Neptuno en Cáncer,
compartieron la vivencia de ambas guerras mundiales, una en su niñez
(cuando quizá perdieron a su padre o su madre), y la otra ya de adultos
(cuando tal vez perdieron al cónyuge, un hermano o un hijo). También
pasaron por la depresión económica de comienzos de los años treinta, y en
Europa, por la devastación y la escasez de alimentos del período de posguerra.
Así, dos personas nacidas en estos años, al establecer una reía- ción, pueden
sentir una empatia de forma instintiva la una con la otra no sólo por las
vivencias de escasez y pérdida de cada una de ellas, sino también por el
conflicto que comparten entre sus visiones de progreso y su desilusión con la
vida, ya que en cada una de las cartas, Urano estará también en oposición con
el Neptuno de la otra persona. A una pareja así puede resultarle difícil sentir
empatia con los nacidos a comienzos de los años cincuenta, que tienen a
Neptuno en Libra en cuadratura con Urano en Cáncer. Un padre de la
primera configuración Neptuno-Urano, cuyo Neptuno natal está en
cuadratura con el Neptuno de su hijo y en conjunción con su Urano, puede
encontrarse con que la independencia emocional del hijo y su resistencia a los
vínculos familiares (Urano en Cáncer), compartidas por muchos otros
miembros de este grupo de edad, desafían de un modo extremo su propia
idealización del sacrificio y el compromiso familiar, indicada por Neptuno en
Cáncer. Los sueños de un padre y un hijo como éstos pueden parecer
irremediablemente incompatibles. El padre ve la dedicación al hogar, a la
familia y a la nación como la vía hacia la redención, y el hijo vuelve la espalda
a todo esto porque lo ve como un sufrimiento y una claustrofobia emocional
innecesarios, y opta en cambio por una serie de relaciones idealizadas
(Neptuno en Libra), puesto que le parece que la salvación reside en encontrar
a la pareja perfecta.
La participación de los planetas personales en este tipo de configuracio-
nes en sinastría hace que los problemas de la colectividad produzcan frutos
amargos. Entonces no nos enfrentamos solamente con diferencias o simili-
tudes entre los ideales y las necesidades generacionales, sino también con
actitudes personales que chocan con las de la colectividad, o bien las apoyan.
A una persona nacida con el Sol en conjunción con Neptuno en Virgo, cuya
idealización del trabajo y del servicio, compartida por su generación, va
acompañada de un compromiso personal de llevar una vida útil, la irres-
ponsabilidad y el egocentrismo aparentes de una persona nacida con la Luna
en conjunción con Urano en Sagitario pueden parecerle exasperantes e
«incorrectos», y no solamente en un nivel emocional, sino en el de la propia
visión esencial del mundo. De la misma manera, a una madre nacida con el
Sol en Escorpio en cuadratura con Plutón en Leo puede resultarle difícil la
relación con su hija nacida con Venus en conjunción con Neptuno en
Escorpio. Aunque la conjunción del Sol de la madre con la Venus de la hija
pueda indicar una admiración y un afecto profundos, la lucha de la madre por
expresar su propio poder y su individualidad puede chocar con la intensa
idealización con que la ve su hija y su necesidad emocional. Los nacidos con
Pintón en Leo, como generación, identifican la autoexpresión con la
supervivencia; los nacidos con Neptuno en Escorpio, como generación,
idealizan la fusión emocional y sexual. Este conflicto, aunque no sea personal,
puede crear profundos malentendidos y heridas que sólo quedan
parcialmente explicados por el comportamiento y las actitudes conscientes de
ambas personas. Es probable que haya generaciones irrevocablemente en
guerra con respecto a sus necesidades y sus sueños.
Es común encontrar contactos de Neptuno con Urano o Plutón entre las
cartas de padres e hijos, así como entre las cartas de parejas de edades lo bas-
tante diferentes como para que tengan distintas configuraciones de los plane-
tas exteriores. Por ejemplo, muchos de los nacidos durante los años sesenta,
cuando Neptuno estaba en Escorpio, tuvieron en los años ochenta hijos naci-
dos con Plutón en Escorpio. Lo que para el padre es un sueño romántico de
redención a través de un encuentro intensamente emocional y sexual puede
ser, para el hijo que se convertirá en adulto en el siglo que viene, una
cuestión de supervivencia, nada romántica ni sentimental, en la que se ve
involucrada la acción implacable de la colectividad, movilizada en caso de
necesidad. Estos niños tienen a Neptuno en Sagitario o en Capricornio, y sus
sueños serán diferentes. En tales contactos en sinastría no hay ninguna
patología ni una predestinación innatas. Así como no hay dos personas
idénticas en sus necesidades y valores, tampoco hay en la colectividad dos
grupos separados por la edad y el movimiento de los planetas exteriores en
signos diferentes. Una mejor comprensión de esto podría ayudar a superar el
difundido supuesto de que algo anda mal en las personas mayores o menores
que nosotros porque no ven el mundo de la misma manera. Los aspectos en
sinastría de Neptuno con los otros planetas exteriores describen diferencias
generacionales que ponen en juego las fantasías colectivas de redención de la
persona cuyo Neptuno está en aspecto con el Urano o el Plutón de otra, y que
pueden o no armonizar con los instintos de supervivencia y los ideales
sociales y políticos de la otra persona. Sería tan inapropiado como utópico
esperar que nuestros padres y nuestros hijos quisieran las mismas cosas que
nosotros; el mundo va cambiando, y la conciencia humana también. Cuanto
mejor sea el diálogo personal, mayor será el mutuo entendimiento y la
amplitud de visión que puedan alcanzar ambas personas.

Los aspectos de Neptuno con los ángulos


Los ángulos de la carta son una imagen de la «cruz» de la materia en la que
nos encarnamos. A diferencia de los planetas, los ángulos no simbolizan
energías o impulsos que actúen en nuestro interior; representan la sustancia
física, emocional e intelectual, tanto individual como heredada, de que esta-
mos hechos, y a través de la cual los planetas se expresan en el mundo. Los
ángulos son, pues, una especie de destino, porque estamos limitados por ellos
en el tiempo y el espacio. Todas las casas del horóscopo están determi nadas
por los ángulos, al igual que el emplazamiento de los planetas en las casas; de
este modo, nuestros encuentros con el reino arquetípico se convierten en los
hechos de la vida humana cotidiana. La fisonomía del nativo también la
indican los signos emplazados en los dos ejes de la carta, y los planetas que
están en conjunción con estos ángulos —desde cualquiera de los dos lados—
tienden a expresar sus energías de formas concretas. En el nivel más
profundo, los ángulos representan la estructura de la encarnación,
simbolizando (aunque no de manera literal ni cronológica) la aparición
energética de la vida al amanecer, la culminación del poder al mediodía, las
adaptaciones y compromisos realizados en el crepúsculo como los primeros
pasos hacía la madurez, y el regreso al hogar a medianoche.
Cuando el Neptuno de una persona está en aspecto con cualquiera de los
ángulos de la carta de otra persona —sobre todo en conjunción (lo cual
automáticamente incluye una oposición con el ángulo opuesto) o en cua-
dratura—, es probable que Neptuno idealice la realidad física de la otra per-
sona y que vea su cuerpo, su personalidad, su pasado, su manera de relacio-
narse con el mundo y su lugar en la sociedad como una fuente de redención y
un consuelo para su soledad. Sin embargo, los ángulos de la carta no res-
ponden expresando sus propias energías sino que reciben los anhelos neptu-
nianos a la manera de un pararrayos. La persona cuyo Medio Cielo es recep -
tivo a los sueños de Neptuno puede encarnarlos por medio de su carrera, su
ambiente familiar o su posición en la sociedad, pero también puede que se
sienta socavado y confundido por las idealizaciones de Neptuno, que tal vez
le hagan recordar sus primeras experiencias con sus padres. La persona cuyo
Descendente recibe las fantasías de Neptuno quizá sienta una mayor empatia
hacia los demás por mediación de la intensidad emocional del vínculo, pero
también puede resultarle difícil expresar su individualidad frente a la
dependencia de Neptuno. Cualquier planeta de una carta natal que esté en
aspecto con los ángulos de otra persona, responderá a la realidad física de ésta
ofreciéndole su propia energía característica. Si quien expresa a Neptuno es
alguien capaz de hallar el equilibrio entre la fascinación y la comprensión,
entonces el receptor puede resultar alimentado e inspirado por la devoción
neptuniana. Si quien expresa a Neptuno es alguien que pugna por aferrarse a
la fantasía del Edén, puede que el receptor se sienta anegado.
sofocado, engañado o invadido por la carencia neptuniana de fronteras. Y
quizá Neptuno vea la belleza y la gracia, pero no llegue a reconocer que la
otra persona tiene necesidades e impulsos que, tarde o temprano, harán trizas
la ilusión de la perfección.
Un ejemplo triste, pero aleccionador, del intercambio de Neptuno con
los ángulos de otra carta es la relación del príncipe y la princesa de Gales. La
conjunción natal de Neptuno y Venus en Libra del príncipe Carlos está en
conjunción, a su vez, con el Medio Cielo en Libra de Diana, y en sextil con el
Ascendente de ella en Sagitario. Aunque el contacto por sinastría entre
Neptuno y el Medio Cielo sea una conjunción amplia, no por eso ha dejado de
representar su papel en la atracción, y posteriormente en la amarga
desilusión, que han caracterizado a este matrimonio. La conjunción Venus-
Neptuno del príncipe Carlos no armoniza con otros factores de su misma
carta. Su idealización inicial de la belleza y el carácter aparentemente
bondadoso y abierto de su mujer, expresado por el Medio Cielo en Libra y el
Ascendente Sagitario, lo condujo con gran rapidez a una sensación cada vez
mayor de decepción y engaño. A su vez, también Diana se ha sentido
engañada y decepcionada por la insensibilidad de su marido; su Neptuno está
en conjunción con el Mercurio de él, y en oposición con su Luna. Muchos
otros factores de la sinastría han contribuido a las dificultades de este
matrimonio. Pero los contactos entre Neptuno y el Medio Cielo y entre
Neptuno y el Ascendente no son raros en aquellas relaciones basadas tanto en
la imagen pública y la posición social como en un verdadero conocimiento
mutuo.
Que el Neptuno de una carta establezca algún contacto con el eje
Ascendente/Descendente o MC/IC de otra no es intrínsecamente bueno ni
malo. Nos habla de la fascinación y la idealización, pero no de lo que sucederá
como resultado. Estos aspectos no son dinámicos, como lo son los contactos
en sinastría entre planetas, y por lo tanto debemos considerarlos dentro del
contexto de los aspectos planetarios en sinastría, que determinan
esencialmente qué clase de energías es probable que se desencadenen en
ambas personas. Neptuno en aspecto con los ángulos, si hay la suficiente
concordia entre los otros planetas, puede contribuir a una relación en la que
se mantenga la magia del amor romántico o de la inspiración espiritual o
creativa. Si entre los otros planetas se da la suficiente antipatía, Neptuno en
aspecto con los ángulos puede contribuir a una sensación creciente de que el
paraíso se le escabulle y a una sensación cada vez mayor de desilusión,
desdicha y resentimiento. El redentor no puede redimir, ni tampoco aceptará
el ofrecimiento de redención de Neptuno. Como todas las combinaciones por
sinastría son una-mezcla de las dos personas, podemos esperar ambos
resultados en diferentes proporciones. Y como todos los aspectos en sinastría
de Neptuno, incluyendo los que forma con los ángulos, dependen de la
conciencia e integridad de las dos personas, nunca podemos estar seguros del
pez con que nos encontraremos una vez que consigamos penetrar en la
imagen y surja, de los acuosos sueños de Neptuno, la realidad concreta de los
seres humanos.

Neptuno en la carta compuesta


El anhelo de redención puede ser tan poderoso en una relación como en una
persona. Aun en el caso de que, según sus cartas natales, dos personas no sean
especialmente neptunianas, es posible que la carta compuesta revele un
Neptuno poderoso. Y dado que la carta compuesta describe las características
de la relación, esas dos personas han establecido un vínculo que genera
muchos más sueños neptunianos de los que habrían tenido si nunca se
hubieran conocido. El aspecto más poderoso de Neptuno en una carta
compuesta es un contacto fuerte con el Sol, porque entonces los objetivos
fundamentales de la relación, al igual que su significado esencial, están
teñidos por el anhelo neptuniano de fusión y de escapar del sufrimiento del
mundo mortal. Con frecuencia, relaciones así se basan en un compromiso
espiritual o artístico compartido. Si se puede contar con esta clase de
contenedor, es probable que los elementos neptunianos más oscuros no
lleguen a ser un problema demasiado grande. Pero donde no hay tal
posibilidad de contención, tal vez la relación imponga algún tipo de
abnegación que, con o sin el consentimiento de los nativos, niegue la
posibilidad de mantenerla en el mundo de la forma. En ocasiones, la relación
se establece debido a una culpa compartida o una obligación, como, por
ejemplo, un embarazo que no estaba planeado. No es sorprendente que
cuando un vínculo echa raíces en una inconsciencia compartida, pueda
resultar decepcionante. Con frecuencia la decepción es sexual, como sucede si
una o ambas partes no pueden o no quieren llegar a la consumación física, o
bien la satisfacción sexual está limitada por el compromiso, previo e
imposible de romper, de una de las dos personas con alguien más. Un
Neptuno fuerte en la carta compuesta puede indicar también una relación
fantaseada entre una estrella de cine o de la música moderna y un fan
enamorado que no puede abrigar la esperanza de un encuentro con su ídolo, a
no ser en el mundo de los sueños.
A las relaciones no sexuales de tipo neptuniano se las describe en oca-
siones como «platónicas», un término probablemente inapropiado, ya que
Platón, aunque postulara un amor que brotara de la afinidad de las almas
como forma suprema de vínculo humano, no mostraba aversión alguna a
disfrutar sexualmente con sus amantes. En cambio, es probable que una
relación dominada por Neptuno no permita el mismo placer a sus partici-
pantes. Detrás de la inevitabilidad aparente del sacrificio pueden estar los
inevitables temas neptunianos de la idealización y la identificación con la
fuente originaria de la vída. Esto no significa que las cartas compuestas donde
aparecen contactos entre el Sol y Neptuno indiquen siempre decepción y
desilusión; también pueden indicar un vínculo lleno de compasión e
inspiración, capaz de abrir el corazón de ambas personas. Pero Neptuno
muestra su rostro más creativo si se puede encontrar una forma de canalizar
sus sueños, un compromiso conjunto por mediación del cual sea posible
compartir el anhelo de redención sin que ninguna de las dos personas tenga
que proyectar demasiado sobre la otra. Trátese de una senda espiritual, de un
proyecto artístico o de un esfuerzo humanitario, este punto focal es esencial
para sacar el mejor partido posible de un aspecto como este en la carta
compuesta.
Venus-Neptuno, Luna-Neptuno y Marte-Neptuno son los aspectos en la
carta compuesta que pueden resultar más delicados, porque en esos casos es
más difícil desenganchar los propios sueños e idealizaciones de los de la
pareja. Al principio, una relación como esta suele generar expectativas emo-
cionales y sexuales sumamente elevadas; cuando la realidad les demuestra que
sólo son seres humanos, ambas personas pueden experimentar una desilusión
y un resentimiento profundos. Generalmente, los aspectos «difíciles» lo son
más aún, porque uno puede sentir que la brecha entre fantasía y realidad es
insalvable. Un Neptuno fuerte en contacto con otros planetas en una carta
compuesta hace que sea difícil alcanzar satisfacción en la esfera de la vida
regida por el otro planeta. Lamentablemente, la exaltación que con frecuencia
se experimenta quizá no sobreviva a la etapa inicial del enamoramiento. Es
probable que, de un modo inconsciente, una de las dos personas, o ambas,
intente desempeñar el papel de redentor; quizá la relación misma dé la
impresión de ofrecer redención para quienes han recibido heridas de amor en
el pasado. Una dependencia extrema puede ser causa de que ambas personas
se vuelvan profundamente manipuladoras y falsas. Los peligros son obvios, y
pueden ser muy dolorosos. Es posible que, si en una carta compuesta aparece
un Neptuno dominante pero mal aspectado, uno se lo piense dos veces antes
de establecer una relación así. Sin embargo, la seducción de Neptuno es tan
irresistible que, aunque esté advertido, es probable que uno caiga en su
hechizo.
Mucho depende de los aspectos que el Neptuno de la carta compuesta
forme con los planetas de la carta natal de cada individuo. Si, por ejemplo, en
la carta compuesta Neptuno está en Libra y se opone a la Luna natal en Aries
de una de las personas, al mismo tiempo que forma conjunción con el Marte
natal en Libra de la otra, la idealización y la dependencia emocional de la
relación pueden resultar invasoras y claustrofóbicas para la persona que tiene
a la Luna en Aries, al mismo tiempo que erosionan la autodeterminación de la
persona que tiene a Marte en Libra. Sin embargo, durante un tiempo, e
incluso periódicamente, si las dos personas son capaces de llevarse bien, este
Neptuno de la carta compuesta puede ofrecer a la Luna momentos de una
intimidad intensa y profundamente conmovedora, y a Marte una deliciosa
embriaguez sexual. Pero como el Neptuno de la carta compuesta activa una
oposición entre la Luna natal de una de las personas y el Marte natal de la
otra, cualquier sentimiento de desilusión o engaño mutuo que surja de los
sueños neptunianos hechos trizas es muy probable que vaya seguido de cólera
y peleas.
Como a los planetas de una carta compuesta no se los puede «procesar»
de la misma manera en que una persona puede trabajar y cultivar diferentes
niveles de expresión de los planetas de su carta natal, las cartas compuestas
dan una curiosa sensación de predestinación. Yo no creo que determinen el
futuro de una relación, pero ambas personas deben aprender a vivir con un
cierto modelo de energías, que se convoca cada vez que ellas interaccionan.
Toda relación contiene anhelos de redención, puesto que Neptuno está en
todas las cartas compuestas. El deseo de que el amor de otra persona nos sane
y nos salve es un aspecto fundamental del intercambio humano, y puede
proporcionarnos algunas de las dimensiones más exquisitas y significativas del
encuentro de dos personas. La nostalgia neptuniana es más poderosa en
algunas cartas compuestas que en otras, y puede dominar la carta compuesta
al igual que la individual. Entonces podemos hablar de una relación
neptuniana, y mientras mantengamos el vínculo con esa persona en
particular, seguiremos teniendo una relación neptuniana.
Sin embargo, la conciencia de ambas personas y su capacidad para
comunicarse tanto en el nivel intelectual como en el emocional y el sexual
son muy importantes en cuanto a los efectos de Neptuno. Así como podemos
encontrar un foco para el Neptuno de la carta compuesta en compromisos
compartidos que den vida al mundo neptuniano de forma creativa, también
podemos realzar ai Saturno de la carta compuesta estableciendo dentro de la
relación zonas en donde seamos personas autosuficientes, cada una de las
cuales aporta fuerza y autenticidad a las esferas de responsabilidad mutua y a
la construcción de una estructura material segura. Al igual que en las cartas
de los individuos, también en la carta compuesta Saturno es el que
complementa y contiene a Neptuno. Y puede ser adecuado que, dentro del
contexto de una relación, además de experimentar la desilusión y el engaño
de Neptuno, lo veamos también en su papel arquetípico del que ofrece
consuelo para el dolor de la condición mortal. De muchas maneras somos
redentores los unos de los otros, aunque tengamos los pies de barro, y el
mensaje de Neptuno en la carta compuesta puede ser que, tarde o temprano,
necesitaremos abandonar el control, no sólo de nosotros mismos sino de la
otra persona, a fin de tener la vivencia de la purificación y la renovación
compasivas que constituyen el don especial de Neptuno.
Conclusión

Hay muchos enfoques filosóficos de la astrología; aunque en ocasiones puedan dar la


impresión de estar en conflicto en aspectos como la interpretación y la técnica, todos brotan
de un único sistema simbólico cuyo lenguaje ha mantenido su coherencia a lo largo de
siglos de evolución, y cada enfoque puede aportar algo valioso a las personas que se sientan
atraídas por él.
Desde la época de su aparición en Babilonia y Grecia, la astrología ha provocado
siempre reacciones diferentes, no menos por parte de los astrólogos que de la gente en
general. Podemos encontrar el eterno problema del destino y el libre albedrío tratado y
estudiado tanto en los escritos de los astrólogos grecorromanos como en los de los Padres de
la Iglesia medieval y los filósofos del Renacimiento. Platón desdeñaba el uso de la astrología
en la adivinación, pero contemplaba con reverencia el orden inteligente del cosmos tal
como se refleja en las energías vivientes de los cuerpos celestes. Zenón creía que todo está
inexorablemente predestinado por los planetas, pero que el ser humano puede optar por la
adopción de una actitud de desapego que conduce a la serenidad interior. Ptolomeo
declaraba que las predicciones astrológicas a veces pueden estar equivocadas, porque tanto
las elecciones humanas como las interpretaciones erróneas pueden alterar los
acontecimientos reflejados en los cielos. Cicerón se mostró indeciso al respecto, ya que
cambió de opinión en dos tratados diferentes y terminó por llegar a la conclusión de que los
astros inclinan pero no obligan. Plotino, seguidor de Platón en cuanto al reconocimiento de
la absoluta importancia de la geometría celeste, consideraba que la adivinación era una
ocupación impropia del verdadero filósofo. Jámblico, como un milenio después Mar- silio
Ficino, no tenía inconveniente en utilizar un poco de magia astrológica para ayudar al
destino a cambiar de opinión. Cualquier discusión que hoy pueda plantearse sobre el papel
y la naturaleza del arte astrológico se ha oído ya muchas veces.
Por esta razón no hay una astrología «correcta», en el sentido de que un astrólogo deba
adoptar un fatalismo absoluto, ni tampoco tener una fe absoluta en el libre albedrío, el
neoplatonismo, el cristianismo, William Lilly, Alice Bailey, Jung, la psicología exístencial o
cualquiera de los híbridos de tales tendencias, como requisito previo al descubrimiento, en
el simbolismo astrológico, de intuiciones valiosas e importantes para uno mismo y para los
demás. Ultimamente, la tensión previa al milenio, que parece haber penetrado en todos los
niveles de la sociedad, también da la impresión de haberse contagiado no sólo a la astrología
sino a otras profesiones. Así como el fundamentalismo religioso y la fragmentación de una
visión unificada en un intenso sectarismo político, científico y espiritual han surgido a
modo de defensa contra una profunda inseguridad en el nivel colectivo, también ha hecho
su aparición el sectarismo astrológico, declarando lo que es «puro» por oposición a lo
«impuro», y lo que es «tradicional» por oposición a lo que es un «sucedáneo». Es
particularmente lamentable observar cómo los astrólogos se complacen en este tipo de
fragmentación, cuando ellos mismos están bajo la amenaza de un colectivo cada vez más
orientado a la caza y captura de chivos expiatorios y desesperado por arrancar de raíz la
causa de una infelicidad y una pérdida de esperanza tan difundidas. Quizá más que
cualquier otro consejero o asesor en estos momentos, el astrólogo puede ofrecer
explicaciones sensatas del porqué estamos en la situación en que estamos, y qué es lo que
podemos esperar para las décadas venideras. Para hacer este tipo de contribución, tal vez
haga falta estudiar más de un enfoque del tema, aunque uno no los utilice en la práctica, y
quizá también sea necesario entender que los enfoques distintos a nuestra manera de ver el
mundo y ajenos a nuestras áreas de competencia pueden ser igualmente válidos, e incluso
más, para personas diferentes de nosotros. El anhelo de redención de Neptuno,
desencadenado en parte por su actual conjunción con Urano, y en parte por las inevitables
tensiones psicológicas de un cambio de milenio y de era astrológica, nos ha contagiado a
todos, y todos ansiamos recibir respuestas absolutas, en una época en la cual cualquier res-
puesta objetiva estará inevitablemente contaminada por nuestros miedos y nuestros ocultos.
Es probable que a los estudiosos y practicantes de la astrología que ven a Neptuno
como una manifestación inevitable o kármica, este libro no sólo les parezca inapropiado,
sino que incluso les resulte ofensivo. Por otra parte, hay muchos astrólogos, por no hablar
de sus clientes, a quienes no les basta con que les digan que han de sufrir, sino que quieren
entender en qué están enredados y qué maneras posibles hay de salirse de ello. Para esas
personas es necesario un enfoque psicológico de Neptuno, y esto es algo que no exige
ninguna clase específica de exploración psicológica freudiana, junguiana, kleiniana,
existencialista, transpersonal o la que fuere. Lo que sí exige es respeto por el ser humano,
tanto interior como exterior. Ninguno de estos enfoques psicológicos puede
proporcionarnos la historia completa de cómo se llegó a un símbolo tan complejo y con
tanta multiplicidad de niveles. Tampoco basta únicamente con la psicología, aunque uno
sepa valorar todos estos puntos de vista diferentes; porque, como ya hemos visto, también
los mapas esotéricos son valiosos. Finalmente, es probable que necesitemos entender lo
psicológico como simplemente «aquello que pertenece a la psique», es decir, al ser humano
y sus experiencias. Incluso el tránsito de Neptuno que coincide con el hecho de que la
lavadora pierda agua es psicológico, en función de cómo nos enfrentemos con ello y de lo
que hayamos sentido al encontrarnos el suelo de la cocina inundado. El intento de obte ner
una astrología pura a partir de la psique individual que tiene la vivencia de los símbolos
astrológicos tanto en la vida interior como en la exterior, es una empresa sumamente
cuestionable, dado que entonces nos quedamos con una astrología sin relación alguna con
las experiencias emocionales, físicas, intelectuales, imaginativas y espirituales del ser
humano. De un vacío como éste se nutre la particular variante neptuniana de un redentor
autoengr andecido.
Aunque Plutón sea el más exterior de todos los planetas, en estos momentos está en la
parte de su órbita más cercana a la Tierra. Es posible que Plutón, aun siendo «más nuevo»
en cuanto al año en que fue descubierto, sea más accesible para nosotros (aunque tal vez
menos atractivo) porque, a pesar de su relación con el mundo subterráneo y su reserva, no
favorece los espejismos. Podemos sentir rechazo o miedo frente a la inexorable
implacabilidad de Plutón, que es, después de todo, la ley de la supervivencia en la jungla de
la vida y la muerte; podemos retroceder ante las compulsiones que en nuestro interior
sentimos como destino, y que nos despojan de nuestras defensas mediante el poder de su
absoluta necesidad. Pero en Plutón podemos ver aquello con que nos enfrentamos, incluso
aunque no lo comprendamos o nos parezca el enemigo de nuestros valores personales, tanto
morales como religiosos. Allí donde está involucrado Nepru- no, ni vemos ni sabemos lo
que sentimos, porque lo que este plantía toca dentro de nosotros pertenece a un tiempo en
que aún no reñíamos conciencia del «yo». Ciertas tendencias sociales y religiosas actuales
rellcjan c lara mente la búsqueda neptuniana de redención, tanto en aguas claras como
fangosas. Tenemos más conciencia que nunca del valor de toda vida, y como colectivo, nos
interesamos más por el destino de los infortunados, ya sean humanos o animales. También
hemos perdido los fundamentos de nuestras estructuras morales y religiosas tradicionales, y
en el caos posterior a esa pérdida, vamos a tientas buscando seguridad de maneras que
generan intolerancia, fanatismo, violencia y odio. En el siglo XX, el espíritu de Nep- tuno ha
estimulado la Convención de Ginebra, las Naciones Unidas, la Unión Europea, las
asociaciones de ayuda para aliviar el hambre en Africa y el Estado del bienestar. También
ha atizado el fuego del Holocausto y ha alimentado todas nuestras formas actuales de
mantener el ritual del chivo expiatorio, desde el neonazismo a la censura de lo
«políticamente correcto». Parece que nos hayamos olvidado de que podemos elegir.
No se trata de que Neptuno sea malévolo o maléfico. Cualquier malevolencia que se le
atribuya es la malevolencia de los seres humanos cuando desatan ciegamente su ansia de un
sueño primario. A todos nos gustaría ser redimidos, y a todos nos gustaría que otra persona
lo hiciera por nosotros. Al cliente le gustaría que el astrólogo le proporcionara la redención,
y al astrólogo le gustaría alcanzarla con la práctica de su arte. Buscamos la redención en
nuestros terapeutas y consejeros, en nuestros médicos, en nuestros políticos, en nuestra
familia, en nuestros amantes y nuestros cónyuges, en nuestros hijos y en Dios, lo definamos
como lo definamos. El mayor reto que nos plantea Neptuno no es si la redención es posible,
sino si estamos preparados para asumir, como individuos, la parte que nos corresponde en
ella, sin maltratar a nadie. Puede ser que, a medida que Plutón vaya saliendo de Escorpio
para entrar finalmente en Sagitario, como colectivo, vayamos entrando en un período
crítico para la revaluación de nuestros valores religiosos y morales. Por consiguiente,
podemos esperar tanto obsesiones como exámenes de conciencia, y tanto la necesidad de
destruir como la de transformar. En un clima como este, el hecho de no saber lo que
Neptuno está haciendo dentro de nosotros nos garantiza algunas formas sumamente
desagradables de crisis, tanto social como personal, en las esferas religiosa, moral y jurídica.
La redención puede estar, ciertamente, muy cerca. Pero si lo está, en cualquier nivel y de
cualquier forma, parcial o completa, podríamos empezar a preguntarnos qué es lo que
estamos dispuestos a hacer para conseguirla, y también a cuál de los múltiples rostros
neptunianos le asignaremos el papel de nuestro redentor a medida que se vaya aproximando
el final del milenio.
Las fuentes de los datos natales

En la lista siguiente cito diversas fuentes de datos natales para las cartas que he utilizado en
el libro. Los astrólogos contemporáneos saben que los datos del nacimiento pueden ser
conjeturales, y que aun siendo relativamente de fiar, es fácil que muestren una variación de
hasta media hora en los registros autorizados. Ni siquiera el certificado de nacimiento
emitido por un hospital puede garantizar una precisión absoluta. En este libro no empleo
los horóscopos para demostrar estadísticamente la validez de la astrología, ni como un
método para determinar hechos específicos que podrían exigir una gran precisión en cuanto
a los grados del Ascendente, el Medio Cielo y las cúspides de las casas. Mi intención es la de
ilustrar con ejemplos las diversas pautas psicológicas que actúan en las personas y en el
mundo, y que reflejan la atmósfera y la manera de ver las cosas que caracterizan a Nep-
tuno. Alguna variación en la hora en muchos casos, e incluso el carácter conjetural de
algunos datos, no bastan para alterar los aspectos mayores que implican a Neptuno, ni
tampoco modifican las configuraciones por tránsito y por progresión lo suficiente como
para tener que interpretarlas de un modo diferente. Usar estos datos es perfectamente
legítimo y útil cuando lo que se persigue es ilustrar los principios psicológicos y no prever
el momento exacto de acontecimientos específicos. Los lectores deben tener en cuenta que
los datos correspondientes a personas famosas y acontecimientos también pueden cambiar
por obra de nuevas investigaciones. Las siguientes fuentes de datos no son exhaustivas, pero
a los lectores interesados les proporcionan una base desde donde iniciar la búsqueda.

Carta 1. Meher Baba (25 de febrero de 1894, 4.35 a.m. LMT, 23.54.00 CMT el 24 de febrero, Poona, India). Mi
1980).
hiente fue el Fowler’s Compen- dium of Nritivities, «lición de J. M. Harrison, (1,. M. Powler, Londres,
Harrison da como fuente una biografía, The Last Days ofMerwan S. Iraní, El exhaustivo
compendio de Hans-Hinrich Taeger titulado Interna- tionales Horoskope-Lexikon (Hermann
Bauer Verlag, Friburgo, Alemania, 1992) coloca la carta de Meher Baba en el Grupo 3, lo
cual significa que las fuentes no figuran citadas en otros compendios y por consiguiente no
se puede hacer una evaluación adecuada de los datos; puede que no sea fiable, pero
igualmente puede ser relativamente exacta. Él da las 4.35 a.m. LMT como hora del
nacimiento, pero indica como lugar Bombay. En Astro-Data II, Lois Rodden cita igualmente
el 25 de febrero de 1894, en Bombay, India, 4.35 a.m. LMT. Rodden dice que Kraum, en
Best ofthe National AstrologicalJournal (1979), cita las 5.00 a.m, LMT de una fuente privada.
Rudhyar (en American Astrology, marzo de 1938) también cita las 4.35 a.m. LMT como hora
oficial del nacimiento, ligeramente rectificada. Marc Edmund Jones, en The Sabían Symbols
in Astrology (Aurora Press, 1993), también da las 4.35 a.m. LMT. Yo no diría que esta carta
sea conjetural, pero sí que puede haber hasta 25 minutos de variación en la hora de naci -
miento.

Carta 2. Billy Graham (7 de noviembre de 1918, 3.30 p.m. EST,


20.30.0 GMT, Charlotte, Carolina del Norte). Mi fuente fue el Internationale Horoskope-
Lexikon. Taeger clasifica esta carta como del Grupo 1, al que se considera relativamente
fiable porque el nacimiento quedó registrado. En Astro-Data II, Lois Rodden cita los mismos
datos, tomados del Book of American Chartsde Gauquelin.

Carta 3. C. G. Jung (26 de julio de 1875, 7.32 p.m. LMT, 19-02.00 GMT, Kesswil,
Suiza). Con la carta, que aparece en la página 131, menciono diversas fuentes para la hora
del nacimiento de Jung. Taeger da como hora de nacimiento las 7.20 p.m. LMT, y coloca la
carta en el Grupo 3 (las fuentes no figuran en otros compendios). También observa que hay
discrepancias entre los diversos compendios, en los que la hora varía desde las 7.20 p.m. a
las 7.41 p.m. LMT. En Astro-Data II, p. 321, se mencionan más datos y fuentes. Aquí la
variable es de unos 20 minutos. Creo que la hija de Jung, que es astróloga, debe de haber
verificado esta información.

Carta 4. Franz Antón Mesmer (23 de mayo de 1734, 8.00 a.m. LMT,
7.24.0 GMT, Iznang, Bodensee, Alemania). Los datos provienen de Inter- nationales
Horoskope-Lexikon, de Taeger, que coloca la carta en el Grupo 3 (las fuentes no figuran en
otros compendios). Las fuentes que da Taeger son las siguientes: The Penfield Collectíon, Los
Angeles, 1979, por vía de Mauri- ce Wemyss, Notable Nativities, Londres, 1938; Lois Rodden,
Astro-Data II (Rodden da las 8.00 a.m. LMT, pero indica que la fecha es conjetural); NCGR
Journal, por vía de McEvoy; Preuss, Glückssterne- Welche Gestirns- konstellation haben
Erfolgreiche (Baumgartner Verlag, Hannover, Alemania), donde figura como hora de
nacimiento las 5.00 a.m. LMT, lo cual da un Ascendente a 14° de Géminis; y Osterreichische
Astrologische Gesellschaft, que también da las 5.00 a.m. como hora de nacimiento. Dadas las
tres horas de discrepancia, se han de tomar con cautela estos datos, pero la interpretación
de los aspectos natales y de los tránsitos sobre la carta natal no se altera.

Carta 5. Julie. Se reservan los datos por razones de intimidad, pero como provienen de
un certificado de nacimiento emitido por un hospital, se los ha de considerar relativamente
fiables.

Carta 6. Laurence Olivier (22 de mayo de 1907, 5.00 a.m. GMT, Dor- king, Inglaterra).
Taeger clasifica esta carta como perteneciente al Grupo 2b, lo cual significa que la fuente
está constituida por biografías. Él considera estos datos bastante fiables, aunque en cierta
medida discutibles. No menciona discrepancias en su lista de fuentes, que son: The Penjield
Callee- tion, Los Ángeles, 1979; Jacques de Lescaut, Encyclopedia ofBirth Data, Vol. 6, 600
Personalities, Bruselas, 1988; Lois Rodden, The American Book ofCharts (Astro-Data II,). (ACS
Publications, San Diego, California, 1980); Grazia Bordoni, Date di Nascita Interessanti, vol. I,
CIDA, Turín,

Carta 7. Vivien Leigh (5 de noviembre de 1913, 5.30 p.m,, LMT,


11.37.0 GMT, Darjeeling, India). Taeger clasifica esta carta como perteneciente al Grupo
2b, porque la fuente de los datos son biografías que dan la puesta del sol como la hora del
nacimiento. Al igual que en el caso de Olivier, él considera que la hora es bastante fiable,
aunque hasta cierto punto discutible. Indica una discrepancia con Marc Edmund Jones,
quien no cita hora de nacimiento en el índice de The Sabían Symbols in Astrology (Aurora
Press, Santa Fe, 1993), pero da un Ascendente a 27° 30’ de Virgo. Hay también una
discrepancia de 14 minutos con Lois Rodden en Projiles ofWomen (Astro-Data I, American
Federation of Astrologers, Tempe, Atizona, 1979), que da como hora de nacimiento las 5.16
p.m. LMT y dice qvie está citada en las biografías como «puesta del sol». Parece que hubiera
cierto conflicto referente a la hora en que se produjo la puesta del sol en
Darjeeling el día del nacimiento. Véase también Grazia Bordoni, obra citada, The Penfield
Collection, The Astrological Association Data Section y Deutscher Astrologenverband
Datenbank.

Carta 9. Elizabeth Taylor (27 de febrero de 1932, 2.00 a.m. GMT, Londres, Inglaterra).
Taeger coloca esta carta en el Grupo 2p, porque proviene de una autobiografía o escrito
autobiográfico, y por lo tanto, se ha de considerar bastante fiable. Cita como fuentes a Lois
Rodden, Data News, 1989, por vía de una biografía que contiene una declaración personal en
la que ella misma da las 2.00 a.m. como su hora de nacimiento; Mercury Hour, ed. Edith
Custer (Lynchburg, Virginia), que está de acuerdo; Rodden, Data News, 1988, que vuelve a
dar la hora de nacimiento como proveniente de una declaración personal. Se ha de señalar
que Rodden, en Astro- Data I, dio originariamente como hora del nacimiento las 7.48
p.m„ pero la rectificó en dos números de Data News. Penfield da las 8.00 p.m., y Jan
Kampherbeek, en Cirkels (Schors, Amsterdam, 1980), da la 1.30 a.m. La hora citada por la
misma Elizabeth Taylor, las 2.00 a.m., es probablemente bastante fiable.

Carta 10. Richard Burton (10 de noviembre de 1925, 11.00 p.m. GMT, Pontrhydyfen,
Gales), He usado los datos de Taeger, quien incluye esta carta en el Grupo 4, una maraña de
horas de nacimiento diferentes, y por consiguiente se ha de tratar con gran cautela. Taeger
da como fuente a Marc Penfield, The Penfield Collection, en donde cita las 11.00 p.m. como
proveniente de una «fuente personal». Lois Rodden, en Astro-Data II (ACS Publications, San
Diego, 1980), cita el Astrological Quarterly, verano de 1967, en donde Beryl Sidney da las 8.26
p.m., mientras que G. Kissinger, en DellMagazine, diciembre de 1975, da las 5.55 a.m. Grazia
Bordoni, en Date di Nascita Interessanti, vol. 1, da las 7.58 p.m. y cita a Rodden como fuente.
Debido a la naturaleza cuestionable de los datos, la conjunción de Neptuno con el
Ascendente puede o no ser correcta, por más que dé la impresión de que «encaja». Pero el
cuadro de los aspectos sigue siendo el mismo, incluyendo la cuadratura, sumamente
importante, de la conjunción Sol-Saturno con Neptuno. También los aspectos significativos
en la carta compuesta con Elizabeth Taylor siguen siendo los mismos, y los tránsitos y
proyecciones son igualmente operativos y pertinentes.

Carta 12. Bhagwan Shree Rajneesh (11 de diciembre de 1931, 5.13 p.m. IST, 11.43.00
GMT, Kuchwada, India). Mis datos provienen de
un contacto personal relacionado con el movimiento de Rajneesh. Taeger da como hora las
6.00 p.m. IST o 12.30.00 GMT e incluye la carta en el Grupo 2p, ya que los datos le fueron
suministrados de un modo oficial por el Rajneesh Centre de Poona, Aunque esto sigue
dando un Ascendente Géminis, desplaza la conjunción Luna-Saturno a la casa siete. Él
considera sus datos bastante fiables. Lois Rodden, en Astro-Data V, da las 5.13 p.m. IST,
basándose en una afirmación proveniente del Ashram y citada por Edwin Steinbrecher en
Prívate Data CoUection, Nueva York. Heinz Specht, en Astro Digest (Ebertin Verlag), también
da las 5:13 p.m. IST. Hay una discrepancia de 47 minutos entre la hora que da Taeger y la
que dan los otros, incluyendo mi propia fuente. Es posible que el Ashram diera dos horas
diferentes para el nacimiento, ya sea debido a una confusión o a oscuras razones.

Carta 13. Diana, princesa de Gales (1 de julio de 1961, 7.45 p.m. BST, Sandringham,
Reino Unido). Taeger incluye esta carta en el grupo 2m, porque los datos del nacimiento
provienen de una declaración de un miembro de la familia. Sus fuentes son: Astrological
Association Journal, Londres (que afirma que la hora la dio la madrastra de Diana); John y
Peter Filby, Astronomy for Astrologers (p. 233, donde indica que los datos los dio la madre de
Diana); Lois Rodden, Astro-Data ///(hora dada por la madre). Como todos parecen estar de
acuerdo en estos datos, incluyendo fuentes oficiales en el Palacio de Buckingham, se ha de
considerar que la hora es bastante fiable.

Carta 14. Estados Unidos de América (4 de julio de 1776, 5.10 p.m. LMT, 22.10.00
GMT, Filadelfia, Pennsylvania). Nick Campion, en The Book of World Horoscopes, dedica un
largo estudio a las diversas cartas usadas para el nacimiento de Estados Unidos. Este
horóscopo se publicó por primera vez en 1787, once años después de haberse firmado la
Declaración de Independencia, Lamentablemente, hay dos cartas en circulación, una
levantada para las 4.50 p.m. LMT, y la otra para las 5.10 p.m. LMT, de las cuales he usado la
última. Remito al lector al texto referente al tema en The Book of World Horoscopes
(Cinnabar Books, Bristol, Inglaterra, 1995). Aunque estos datos se han de emplear con
cautela, quizá no sean tan dudosos como piensan muchos astrólogos.

Carta 15. República Popular de China (1 de octubre de 1949,


12.0 p.m. CCT, 4.00.00 GMT, Pekín, China). Es una caria «de mediodía» que he sacado de
The Book of World Horoscopes. Según Nick Campion, la proclamación oficial de la República
Popular de China tuvo lugar en esta fecha, pero no se ha verificado la hora, de modo que
Campion utiliza una carta de mediodía. Sin embargo, en una nueva edición de The Book of
World Horoscopes, usa una carta que presenta Charles Cárter en An Introduction to Political
Astrology, levantada para las 3.15 p.m, CCT, hora a la cual, según afirma Cárter, hizo la
proclamación por radio. Esta hora da un Ascendente a 5 a 57’ de Acuario y un MC a 27° 09’
de Escorpio. La conjunción Sol- Mercurio-Neptuno cae en la casa ocho. Sin embargo,
Campion dice que no ha podido verificar dicha información, de manera que esa hora (3.15
p.m.) no es fiable. Yo he preferido usar la carta de mediodía porque lo importante es la
conjunción Sol-Mercurio con Neptuno, no el grado del Ascendente. Taeger da una carta
totalmente diferente, fechada el 21 de septiembre de 1949, a las 9.30 a.m. CCT, la fecha de
la sesión inaugural de la Conferencia Consultiva Política Popular de China, en la cual Mao
Tse-tung proclamó la República, Sin embargo, según los principios de la astrología mundial,
esta carta no describe el momento en que la República se convirtió en una entidad oficial;
esto tuvo que esperar hasta la proclamación pública formal. Véanse los comentarios de
Campion sobre esta carta en la p. 117 de The Book of World Horoscopes.

Carta 16. Alemania, República de Weimar (9 de noviembre de 1918,


12.0 p.m. CET, 11.00.00 GMT, Berlín, Alemania). Fuente: Campion, The Book of World
Horoscopes. La fecha que aparece en la primera edición de este libro se basaba en el anuncio
de la abdicación del káíser Guillermo II, y la proclamación de la República de Weimar
realizada por el líder socialista Scheidemann, fuera del Reichstag. Aunque las fuentes
indican como hora la 1.30 p.m. CET, Campion usó una carta de mediodía porque las fuentes
no eran fiables. En la nueva edición de The Book of World Horoscopes, usa la carta levantada
para la 1.30 p.m., a pesar de lo dudoso de las fuentes. Taeger cita las 2.00 p.m. CET y da
como fuentes Astrolog (ed. Bruno Huber) y Astrologischer Auskunftsbogen; ambos dan como
hora las 2.00 p.m. El autor señala la discrepancia con Campion, con Herbert von Klóckler
en Astrologie ais Erfahrungswissenschaft (1988), con E. H. Troinski en Prívate Data Collection, y
Meridian (Friburgo), todos los cuales dan la 1.30 p.m. Como no es posible verificar las
fuentes, he preferido usar la carta de mediodía, puesto que la cuestión que viene al caso es
la conjunción del Neptuno de la República de Weimar con el Saturno de Hitler.
Carta 17. Alemania, Tercer Reich (31 de enero de 1933, 11.15 a.m. CET, 10.15.00 GMT,
Berlín, Alemania). Esta carta aparece en las dos ediciones de The Book of World Horoscopes, y
se basa en parte en la declaración escrita de Hermann Goering: «El lunes 31 de enero, a las
11 de la mañana, Adolf Hitler fue nombrado canciller por el presidente, y siete minutos
después estaba formado el gabinete y habían jurado los ministros». Sin embargo, según otra
versión, Hitler empezó insistiendo en una garantía de nuevas elecciones, demorando el
procedimiento hasta las 11.15 a.m., hora en que finalmente prestó el juramento (Joachim
Fest, Hitler). Aunque hay una discrepancia de quince minutos, no considero que por ello la
carta sea menos fiable o conjetural. Goering es sin la menor duda una fuente bastante preci -
sa, aunque desagradable; pero es probable que haya preferido no mencionar la demanda de
nuevas elecciones porque habría parecido una petulante por Hitler.

Carta 18. República Democrática Alemana (7 de octubre de 1949, 1.17 p.m. LMT,
12.17.00 GMT, Berlín, Alemania). Según The Book of World Horoscopes, la proclamación de
la RDA en esta fecha incluía las regiones sometidas a la administración soviética desde
mayo de 1945- Campion da una carta de mediodía por falta de datos fiables sobre la hora.
Taeger da la 1.17 p.m. CET, que es la hora que yo he utilizado. Su lista de fuentes completa
es la siguiente: Kosmobiologische Jabrbucher (Ebertin Verlag); E. H. Troinski, Prívate Data
Collection; Astrolog (que da la 1.45 p.m. CET), y Glenn Malee, International Horoscopes, que da
las 11.00 a.m CET. La hora que da Taeger (la 1.17) se ha de tratar con cautela, pero la
configuración que viene al caso, es decir, la conjunción Sol-Neptuno en oposición con la
Luna y en cuadratura con Urano, no se altera dentro del margen de discrepancia de 2 horas
y 45 minutos.

Carta 19. Leonardo da Vinci (25 de abril de 1452, 10.30 p.m, LMT,
21.46.0 GMT, Vinci, Italia). Taeger incluye esta carta en el Grupo 3 (fuentes no
mencionadas en los compendios y que por lo tanto pueden o no ser fiables, porque son
imposibles de verificar). Sus fuentes son: Thomas Rign, Astrologische Menschenkunde
(Friburgo, 1956); Reinhold Ebertin, Pluto-Entsprechungen (Aalen, 1965), y Kampherbeek,
Cirkels —800 Horos- kopen van Bekende Mensen (Schors, Amsterdam, 1980), todos los cuales
dan las 10.30 p.m. LMT. Penfield da las 10:00 p.m. y da como fuente a Leonardo, el diario
de su padre, donde se dice que el momento fue «tres horas después de la puesta del sol».
Lois Rodden, en Astro-Data II, da las 9.40 p.m. Como la fuente original es el padre, es
probable que estos datos sean relativamente fiables, dado que las diferencias entre las
diversas horas, que oscilan entre los 30 y los 50 minutos, no alteran los aspectos mayores.

Carta 20. Jean-Jacques Rousseau (28 de junio de 1712, 2.00 a.m. LMT, 1.35.00 GMT,
Ginebra, Suiza). Taeger incluye esta carta en el Grupo 4, lo que significa que no es de fiar,
ya que hay una gran discrepancia entre las horas dadas. Por lo tanto, es una carta que ha de
ser tratada con cautela. Taeger cita las siguientes fuentes: The Penfield Collection, que da las
2.0 a.m. y cita el Ascendente Géminis por la vía de Barbault; Thomas Ring, Astrobgische
Menschenkunde (Friburgo, 1956), que dice que «se desconoce la hora», y Jacques de Lescaut,
Encyclopedia ofBirth Data, vol. 7, (Bruselas, 1989), que da como hora las 6.30 p.m. LMT,
proveniente de J. P. Nicola. Pese a lo dudoso de la hora de nacimiento, los aspectos del
poderoso Neptuno natal no cambian.

Carta 21. Robert Schumann (8 de junio de 1810, 9:10 p.m. LMT,


20.20.0 GMT, Zwickau, Alemania). El Compendium ofNativities de Fow- ler da como
fuente a Thomas Ring, Astrobgische Menschenkunde (Friburgo, 1956). Taeger clasifica esta
carta como del Grupo 1, lo que significa que los datos se han tomado del Registro Civil o de
un certificado de nacimiento, y por lo tanto son relativamente fiables. Taeger da como hora
las 9.20 p.m. LMT, y cita como fuente a Lesley Russell, Brief Biographies for Astrological Studies
(Newcastle, Astrological Association). También cita a Rodden, Astro-Data III, que da las 9.30
p.m., y a Penfield, Leo y Jones, que dan la misma hora. Entre estas horas hay una
discrepancia de 20 minutos, que podría cambiar unos tres grados la posición del
Ascendente, pero yo considero la carta perfectamente viable para estudiar la posición y los
aspectos de Neptuno.
Notas

Introducción

1. C. G. Jung, Símbolos de transformación, Paidós Ibérica, Barcelona, 1993.


2. Para una descripción más completa de Neptuno, véanse Los dioses del cambio, de Howard
Sasportas (Urano, Barcelona, 1990), y Astrología, karrnay transformación, de Step- hen Arroyo (Kier,
Buenos Aires, 1994).
3. Shakespeare, Macbeth, Acto I, Escena Ia.
4. La conjunción continuará mientras ambos planetas se vayan moviendo de Capricornio a
Acuario, y no estará fuera de orbe hasta principios de 1999.

Capítulo 1
1. S. H. Hooke, Middle Eastern Mythology (Penguin, Londres, 1985), p. 24.
2. Nicholas Campion, The Great Year (Arkana, Londres, 1994), pp. 48-49.
3. Alexander Heidl, The Babylonian Génesis (University of Chicago Press, Chicago,
1942), p. 18.
4. S. H. Hooke, ob. cit., pp. 54-55.
5. Anne Baring y Jules Cashford, The Myth ofthe Goddess (Penguin, Londres, 1991), p. 460.
6. Raphael Patai, The Hebreui Goddess (Avon Books, Nueva York, 1978), p. 214.
7. Ibíd., p. 222.
8. Ibíd., p. 215.
9. Louis Ginzberg, Legends ofthe Bíble (The Jewish Publication Society of America, Phi-
ladelphía, 1956), p. 14.
10. Erich Neumann, The Origine andHistory of Consciousness (Princeton University Press,
Princeton, NJ, 1954), p. 71.
11. Los griegos asociaban la constelación de Piscis con Afrodita (la Astarté siria y la Ish- tar
mesopotámica), que se precipitó, junto con su hijo Eros, al río Éufrates, asustada por el ataque del
monstruo Tifón; entonces se convirtieron en dos peces, que más tarde fueron colocados en el zodíaco.
Los autores clásicos latinos, como Manilío, dicen que los peces de la constelación de Piscis
transportaron a Venus y a su hijo fuera de peligro. El pez grande también estaba asociado con el
monstruo que fue enviado para devorar a Andrómeda y al que destruyó el héroe Perseo, hijo de Zeus;
esto parece una derivación obvia de la historia de Tiamat y Marduk, Véase Richard Hinkley Alien,
Star Ñames: Their Lore and Meaning (Dover, Nueva York, 1963), pp. 336-344.
12. En Astronómica, de Manilio, Piscis está bajo la protección de Neptuno, el dios del mar. Esra es
la primera asociación documentada entre los dos, aunque en esa época se desconocía la existencia del
planeta.
13. Cyril Aldred, The Egyptians (Thames Hudson, Londres, 1984), pp. 71-72. [Hay traducción al
castellano: Los egipcios, Ed. Orbis, Barcelona, 1986.]
14. Robert A. Arinour, Gods and Myths of the Ancient Egypt (American University in Cairo Press,
El Cairo, 1986), p. 11.
15- Baringy Cashford, ob. cit. (n“. 5), p. 257.
16. Miranda Creen, The Gods of the Celts (Alan Sutton, Gloucester, Inglaterra, 1986), p. 1. [Hay
traducción al castellano: Los mitos celtas, Akal, Madrid, 1995.]
17. Michad Sénior, Myths ofBritain, Guild Publishing, Londres, 1979.
18. Anne Bancroft, Origins ofthe Sacred(Arkana, Londres, 1987), p. 92.
19. Janet y Colin Bord, Sacred Waters (Paladín, Londres, 1986), p. 150.
20. Ibfd., pp. 150-151.
21. Basado en una historia contenida en Water Spirit, en «The Enchanted World Series», Tíme-
Life Books, Amsterdam, 1987.
22. Mircea Eliade, Pattems in Comparatíve Religión (New American Library, Nueva York, 1974),
p. 211.
23. Citado en Joseph Campbell, OrientalMythology (Souvenir Press, Londres, 1973), p. 39. [Hay
traducción al castellano: Mitología oriental, Alianza Editorial, Madrid, 1991.]
24. Heinrích Zímmer, Myths and Symbols in Lndian Art and Civilization (Princeton University
Press, Princeton, NJ, 1972), p. 34. [Hay traducción al castellano: Mitos y símbolos de la Lndia, Siruela,
Madrid, 1995.]
25. Véase Robert Graves, The Greek Myths, Penguin, Londres, 1955- [Hay traducción al
castellano: Los mitos griegos, Alianza Editorial, Madrid, 1995 ]
26. A. B. Cook, Zeus: A Study in Ancient Reliñon (Biblo and Tannen, Nueva York, 1965), p. 582.
27. Véase el estudio de Cook sobre la derivación del tridente en la obra anteriormente citada, pp.
786-798.
28. Un antiguo escarabajo etrusco de Calcedonia muestra al joven dios, sin barba y subiendo a un
carro. Con la mano derecha agarra un rayo, y con la izquierda un tridente. A sus pies está acurrucado
un pequeño monstruo marino, rotalmente encogido de miedo. (Véase Cook, Zeus, ob. cit., p. 795, fig.
760.)
29. Laroussc, Encyclopedia of Mythology, Hamlyn, Londres, 1975.
30. Franz Cumont, Astrology and Religión Among the Greeks and Romans (Dover Publi- cations,
Nueva York, 1960), p. 105.

Capítulo 2
1. S. H. Hooke, Middle Eastem Mythology, ob. cit. (1, 1), p. 114.
2. Ibfd., pp. 56-58.
3. Erích Neumann, The Origins andHistory of Consciousness, ob. cit. (1, 10), pp, 114115.
4. Para un minucioso examen histórico de las imágenes del Paraíso después de la muerte, véase
Colleen McDannell y Bernhard Lang, Heaven: A History, Yale University Press, Londres, 1988. [Hay
traducción al castellano: Historia del cielo, Taurus, Madrid, 1990.]
5. McDannell y Lang, ob. cit., p. 12.
6. Ibíd,, p. 35
7. Raphael Patai, The Hebrew Goddess, ob. cit. (1, 6), p. 127.
8. Arthur Machen, The Collected Arthur Machen, ed. a cargo de Christopher Palmer (Duckworth,
Londres, 1988), p. 3.
9. En el capítulo 10 puede verse un estudio del papel de Neptuno en las cartas de los poetas y
compositores románticos, en particular de los aspectos entre Saturno y Neptuno.
10. Machen, ob. cit. (n°. 8), pp. 312-313.
11. McDannell y Lang, Heaven: A History, ob. cit. (n°. 4), p. 70.
12. Ibíd., pp. 71-72.
13. Compendium Revelationum, citado en Apocalyptic Spirituality, edición a cargo de Bernard
McGinn (SPCK, Londres, 1980), p. 241.
14. Citado en Apocalyptic Spirituality, ob cit., p. 73.
15. McDannell y Lang, Heaven: A History, ob. cit. (n°. 4), p. 84.
16. Ibíd., pp. 62-63.
17. Dante Alighieri, Paraíso, Canto XXX.
18. Erich Neumann, The Great Mother (Princeton University Press, Ptínceton, NJ, 1963), p. 326.
19. Phílíppe Ariés, L’homme devant La mort (Seuil, París, 1983, 2 vols.). La autora cita según la
versión inglesa, The Hour ofOur Death (Alien Lañe, Londres, 1981), p. 26. [Hay traducción al
castellano: El hombre ante la muerte, Taurus, Madrid, 1992.]
20. McGinn, Apocalyptic Spirituality, ob. cit. (n°. 13), p. 66.
21. Rudolph Bultmann, Primitive Christianity, Thames Hudson, Londres, 1983.
22. Textos mándeos del Ginza, citados en Rudolph Bultmann, ob. cit., p. 164.
23. Hay algunas controversias sobre la datación de las pruebas. Las erupciones volcánicas que
cercenaron una gran parte de la isla de Santorini (Thera) parecen haber tenido lugar alrededor del
1500 a.C., cincuenta años antes de la destrucción de la Creta minoica. No se ha determinado si una
única erupción volcánica creó una ola gigantesca que coincidió con el terremoro que derribó el
palacio cretense de Cnosos, o si hubo una serie de erupciones en la región (Dr. Nanno Marinaros, Art
and Religión in Thera, Atenas, 1984).
24. Para un estudio exhaustivo de los miros del Diluvio de todo el mundo, véase Thr Flood Myth,
Alan Dundes (ed.), University of California Press, Berkeley, 1988.
25. Daniel Hámmerly-Depuy, en The Flood Myth (ob. cit,, p. 59), sugiere que los ilíle rentes
nombres que aparecen en estas versiones se refieren a los títulos o epítetos adoptados por las diversas
regiones, pero que el héroe del Diluvio es el mismo,
26. Hooke, Middle Eastem Mythology, ob. cit. (1, 1), p. 48.
27. Ibíd., p. 74.
28. Robert Graves, The Greek Myths, ob. cit. (1, 25), p. XX.
29. The Flood Myth, ob. cit. (n“. 25), p. 127.
30. Donald A. Macken/ie, Indian Myth andLegend(The Gresham Publishing ('o., 1 mi dres, s.d.),
p. 140 [hay edición en castellano: India, ME Editores, Madrid, t‘>*>SJ, y The Flood Myth, oh. cit., p.
148.
31. En las versiones sumeria, babilónica y asiria, la deidad salvadora es Enki o Ea, el dios del agua.
En la versión de Beroso, el salvador es el dios Cronos (Saturno).
32. Norman Cohn, The Pursuit ofthe Millenium, Granada Publishing, Londres, 1970. [Hay
traducción al castellano: En pos del milenio, Alianza Editorial, Madrid, 1993.]
33. Véase Campion, The Great Year, ob. cit.(l, 2) para un estudio exhaustivo del pensamiento
milenarista y sus vínculos con la astrología a lo largo de la historia.
Capítulo 3
1. Hasta el siglo XX existía una tradición ampliamente aceptada en Gran Bretaña según la cual el
rey o la reina podían curar enfermedades de la piel como la escrófula mediante la imposición de
manos. Es el vestigio de una creencia muy antigua en el poder redentor del monarca reinante.
2. Ernest Renán, Marc-Auréle et la fin du monde antique (Calmann-Lévy, París, 1923), p. 579.
Franz Cumont, en Les religions orientales dans le paganismo romain (1929; trad. inglesa: Oriental
Religions in Román Paganism, Dover, Nueva York, 1956), hace una observación similar.
3. Robín Lañe Fox, Pagans and Christians (Penguin, Londres, 1988), p. 617.
4. Las exhaustivas investigaciones de Franz Cumont sobre el culto a Mitra, en el primer tercio del
siglo XX, fueron aceptadas como algo indiscutible hasta hace muy poco tiempo, y Cumont atribuyó un
indudable origen persa al dios redentor. Sin embargo, a pesar de su brillantez, manifestó fuertes
prejuicios -sobre el pensamiento y la cultura «asiática», en general, y en particular sobre los temas
astrológicos y cósmicos- que malogran la objetividad de su trabajo. Nuevas investigaciones realizadas
por David Ulansey ( The Origins ofthe Mithraic Mysteries, Oxford University Press, Oxford, 1989) y
Roger Beck {Plañetary Gods and Plañe- tary Orders in the Mysteries ofMithras, E. J. Bill, Leiden, 1988),
entre otros, han cuestionado los supuestos de Cumont. La doctrina de la ascensión celestial del
mitraísmo romano hunde sus raíces en la tradición cósmica y astrológica helenística, y tiene mucha
afinidad no sólo con el orfismo y el cristianismo, sino también con la filosofía platónica, la
neoplatónica y la estoica, aunque lleve el nombre de un dios persa.
5. El papel de Saturno en los misterios del mitraísmo fue sumamente importante; el grado más
elevado de iniciación, llamado Pater (padre), estaba bajo la «tutela» de Saturno. Véase Beck, Planetary
Gods and Planetary Orders, ob. cit. (n°. 4), pp. 85-90.
6. Ulansey y Beck (véase n°. 4) sugieren que la presencia del toro, el escorpión, la ser piente, el
perro, el cuervo y la copa, característica de la iconografía del taurobolío mitraico, refleja no una
batalla entre los dioses persas de la luz y la oscuridad, sino un mapa de las constelaciones a lo largo del
ecuador celeste entre los signos de Tauro y Escorpio, visible en el momento de la puesta helíaca de
Tauro. Se trata así de una imagen de los opuestos cósmicos, representada de modo que refleja los
principios de la génesis (la fertilidad de la tierra simbolizada por Tauro) y la apogénesis (la liberación
de la forma física simbolizada por Escorpio). Sin embargo, ambos autores aceptan la premisa de que
los ritos mitraicos tenían que ver con la redención del alma y su liberación de las fuerzas del destino
terrenal.
7. Cumont, Oriental Religions in Román Paganism, ob. cit. (n°. 2), p. 158.
8. Véase Sir James Frazer, The Golden Bough (Macmillan, Nueva York, 1936), que proporciona un
análisis exhaustivo de la figura del dios (la vegetación) que siempre resucita.
[Hay traducción al castellano: La rama dorada, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1991.]
9. Cumont, OrientalReligions in Román Paganism, ob. cit. (n°. 2), p. 159.
10. Para una descripción más completa de la naturaleza y las funciones del Dioniso griego de la
primera época, véase C. Kerenyi, Dionysus (Routledge & Kegan Paul, Londres, 1976).
11. Joscelyn Godwin, Mystery Religions in the Ancient World(Thames 8C Hudson, Londres, 1981), p.
144.
12. Charles Segal, Orpbeus: The Myth of the Poet (John Hopkins University Press, Baltimore,
1989), p. 144.
13. Rainer Maria Rilke, Sonetos a Orfeo, Lumen, Barcelona, 1984.
14. Walter Wili, «The Orphic Mysteries and the Greek Spirit», en The Mysteries (edición a cargo
de Joseph Campbell, Princeton University Press, Princeton, NJ, 1955), p. 76.
15. En el capítulo 10 se encontrará un estudio más completo de Neptuno en relación con el
artista.
16. Para un análisis claro y exhaustivo de las enseñanzas órficas y de su influencia en la filosofía y
la religión grecorromanas, véase W. K. C. Guthrie, Orpheus and Greek Religión (Princeton University
Press, Princeton, NJ, 1993). La creencia órfica en la reencarnación es especialmente importante para
la visión neptuniana del mundo. Hay algo de ironía en el hecho de que muchas de las creencias que
ahora se llaman de la «Nueva Era» sean en realidad de la «Vieja Era», como las que tienen tan
estrechas semejanzas con la antigua religión de misterios que surgió seis siglos antes de la era
cristiana.
17. Maarten J. Vermaseren, Cybele andAttis (Thames & Hudson, Londres, 1977), pp. 101-107.
18. Son notables excepciones Aquiles, cuya madre era la diosa del mar Tetis, y el héroe romano
Eneas, cuya madre era Venus.
19. C. G. Jung, Psicología y religión (Paidós Ibérica, Barcelona, 1995).
20. Ibíd.
21. Ibíd.
22. Ibíd.
23. Ibíd.
24. Para consultar antiguas fuentes sobre el significado simbólico del cuatro, la cruz, el cuadrado
y la tétrada, véase Platón, Timeo; Proclo, Comentarios a Euclides, y Campion, The Great Year, ob. cit. (1,
2).
25. Jung, ob. cit.
26. Guthrie, Orpheus and Greek Religión, ob. cit. (n°. 16), p. 75.
27. Ibíd.

Capítulo 4
1. En los capítulos 9 y 10 se examinan los ciclos de Neptuno en relación con los otros dos planetas exteriores.
2. Se encontrará un excelente análisis del enfoque griego de la histeria en Heroines and Hysterics, de Mary R.
Lefkowicz (Duckworth, Londres, 1981), pp. 12-25, donde se cita esta obra de Hipócrates y las de otros médicos
griegos.
3. Bennett Simón, Mind andMadness inAncient Greece (Cornell University Press, Itha- ca, Nueva York,
1978), p. 251.
4. Eurípides, Lar bacantes.
5. Simón, Mind and Madness ín Ancient Greece, ob, cít. (n°. 3), p. 147.
6. A, R. G. Owen, Hysteria, Hypnosis andHealing: The Work ofJ.-M. Charcot (Dennis Dobson, Londres,
1971), pp. 112-113. Las cursivas son de Charcot.
7. lbíd„ p, 113.
8. Ibíd., p. 123.
9. Ibíd., p. 173.
10. Leslie LeCron y Jean Bordeaux, Hypnotisme Today (Wilshire Books, Los Ángeles, 1959), p, 76,
11. Ibíd., p. 167.
12. Ibíd., p. 168.
13. Michel Baigent, Henry Lincoln y Richard Leigh, The Messianic Legacy (Jonathan Cape, Londres, 1986),
p. 136. [Hay traducción al castellano: El legado mesidnico, Martínez Roca, Barcelona, 1987.]
14. Citado en The Messianic Legacy, p. 138.
Capítulo 5
1. Sigmund Freud y Joseph Breuer, Escritos sobre la histeria, Alianza Editorial, Madrid, 4a ed.,
1988; Obras Completas, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1996, vol. I.
2. Ibíd.
3. Ibíd.
4. Ibíd.
5. D. W, Winnicott, The Family and Individual Developmem (Routledge & Chapman Hall,
Londres, 1965), p. 15.
6. D. W. Winnicott, Home Is Where We Start From (Penguin, Londres, 1986), p. 62,
7. ídem, The Family and Individual Development, ob. cit„ p. 15. Los corchetes son míos.
8. Francés Tustin, Autistic Barriers in Neurotic Patients (Karnac Books, Londres, 1986),
pp. 61-62.
9. Winnicott, The Family and Individual Development, ob. cit., p. 17.
10. ídem, Human Nature (Free Association Books, Londres, 1988), p. 132. Los corchetes son
míos.
11. ídem, Home Is Where We Start From, ob. cit. (n°. 6), p. 72.
12. Lyn Cowan, Masochism: A Jungian View (Spring Publications, Dallas, 1982), p. 19.
13. Stuart S. Asch, «The Analytic Concepts of Masochism: A Reevaluation», en Robert A. Glick
y Donald I. Meyers (eds.), Masochism: Current Psychological Perspectives (The Analytic Press, Hillsdale,
N.J., 1988), p. 100.
14. Helen Meyers, «A Consideration ofTreatment Techniques in Relation to the Func- tions of
Masochism», en Glick y Meyers (eds.), Masochism..., ob. cit., p. 178.
15. Ibíd., p. 179.
16. Stanley J. Cohén, «Sadomasochistic Excitemenr», en Glick y Meyers, Masochism..., ob. cit.,
pp. 45-46.
17. Asch, «The Analytic Concepts of Masochism», art. cit, (n°. 13), p. 113.
18. Cowan, Masochism: A Jungian View, ob. cit. (n°. 12), p. 22.
19. Ibíd„ p. 80.
20. Janine Chasseguet-Smirgel, The Ego Ideal (Free Association Books, Londres, 1985),
P 11
21. Ibíd., p. 8.
22. Es útil en este contexto considerar la carta natal de Franz Cumont, el intrépido investigador
de los antiguos cultos mistéricos citados en el capítulo 3. Los historiadores le deben mucho. Su
fascinación por los misterios, incluyendo su dimensión astrológica, lo impulsó obsesivamente a lo
largo de su vida. Sin embargo, siempre denigró esa visión del mundo, tildándola de «monstruosa» y
atribuyéndole una influencia vagamente «oriental» o «asiática» que al final destruyó los fundamentos
de la civilización grecorromana. Cumont tal vez no soportaba la idea de que sus amados intelectuales
grecorromanos no fueran realmente ingleses Victorianos (o belgas) vestidos de togas, ni que adoptaran
una visión de la realidad básicamente mística e intuitiva. Una rápida mirada a su carta natal nos
muestra a Neptu- no en cuadratura con el Sol y en conjunción con la Luna. (Fuente: Internationale!
Horosko- pe-Lexikon [Hans-Hinrich Taeger, Verlag Hermann Bauer, Friburgo, Alemania, 1992],
P. 355.)
23. C. G. Jung, Psicología y alquimia, Plazayjanés, Barcelona, 1989.
24. C. G. Jung, Psicología y religión, ob. cit. (3, 19).
25. Esta enfermedad de la piel, cuyo nombre proviene del término griego psora, «comezón», es
una de esas dolencias con respecto a las cuales la medicina ortodoxa nunca se ha puesto de acuerdo.
No se ha llegado a establecer una causa orgánica, aunque esto no es nada fuera de lo común. Parecida
al eccema, pero más virulenta, generalmente se admite que la psoriasis está vinculada con estados de
extrema tensión y con sentimientos agresivos inexpresados. A veces se atribuye a una reacción
«alérgica», aunque no queda claro a qué es alérgica la persona que la sufre. Esto puede reflejar la
alergia a la vida inherente a Neptuno.
26. Plutón, en tránsito por Libra, activó su gran cruz entre 1977 y 1982. Esto debió ocurrir
cuando Julie tenía entre 24 y 29 años, en el momento en que Saturno se reunió con Plutón al final de
Libra y formó su primera conjunción con su emplazamiento natal. No tengo ninguna información
sobre lo que sucedió en la vida de Julie en esa época. Debió de ser un período difícil para ella, y
seguramente fue entonces cuando surgieron las cuestiones de la separación parental y la aparición de
una individualidad definida. Sin embargo, el Plutón natal no forma parte de la gran cruz, y en cambio,
el Urano y el Neptuno natales sí. Cuando planetas en tránsito recrean la configuración original —
como en este caso, en que la conjunción en tránsito recuerda la cuadratura natal—, ya no pueden
seguir evirándose los problemas subyacentes.

Capítulo 6
1. Robert A. Johnson, The Psychology ofRomantic Lave (Routledge & Kegan Paul, Londres, 1984),
pp. xi-xn.
2. Quizá sea adecuado el hecho de que este período de florecimiento de los novadores y de sectas
como la de los cátaros esté encuadrado dentro de dos conjunciones Ulano Neptuno, formando un
ciclo complero. La primera conjunción tuvo lugar cu 1126 y man ó la aparición de esta visión del
mundo; la segunda ocurrió en 1308, cuantío el «tauliveno haitdóni co» de los papas de Avifión anunció un
período de persecuciones en masa, incluyendo la exterminación de los citaros (la «cruzada albigense») y la
destrucción de los caballeros templarios.
3. Paul Zweig, The Heresy of Self-Love (Princeton University Press, Princeton, N.J.,
1980), p. 94.
4. Ibíd., p. 9tí.
5. Platón, Fedro.
6. Ethel Spector Person, Lave and Fateful Encounters (Bloomsbury, Londres, 1989),
p. 68.
7. Se encontrará un penetrante estudio de la primera herida narcisista del sanador, consejero o terapeuta en
Alice Miller, The Drama ofBeinga Child (Virago, Londres, 1987). [Hay traducción al castellano: Por tu propio
bien, Tusquets, Barcelona, 1985.]
8. P. Zweig, The Heresy of Self-Love, ob. cit. (n°. 3), p. 98.
9. Del texto del siglo III Poimander, citado por P. Zweig, ob. cit., p. 11, Los corchetes son míos.
10. E. S. Person, Love and Fateful Encounters, ob. cit. (n°. 6), pp. 190-191.
11. Jung, Arquetipos e inconsciente colectivo, Paidós Ibérica, Barcelona, 1994.
12. Ibíd.
13. E. S. Person, Love and Fateful Encounters, ob. cit. (n. 6), p. 195.
14. Alexander Walker, Vivien (Orion Books, Londres, 1994), p. 43. [Hay traducción al castellano: Vivien
Leigh, Ultramar, Barcelona, 1989.]
15. Ibíd., p. 154.
16. Ibíd., pp. 178-179.
17. Ibíd., p. 184.
18. David Jenkins, Richard Burton: A Brother Remembered (Arrow Books, Londres, 1994), pp. 113-114.
19. Ibíd., p. 208.
20. Ibíd. La cita se encuentra en las pp. 186-187.

Capítulo 7
1. Se encontrará un inquietante informe sobre esta polarización en el mundo moderno, bien
patente en la intensificación de las proyecciones mutuas que desembocó en la destrucción de la secta
davídiana en Waco, Tejas, el 28 de febrero de 1993, en el libro de William Shaw Spying in Guru Land
(Fourth Estate, Londres, 1994). El autor cita los titulares de la prensa británica sobre el tiroteo y el
incendio, y afirma que «todos ellos repitieron la misma trama. Víctimas jóvenes, inocentes y
vulnerables son embaucadas para que renuncien a su dinero, su casa, su estilo de vida y su familia con
el fin de satisfacer la sed de un demonio loco de poder, un malvado depredador sexual que al final las
llevará a la muerte».
2. George Feuerstein, Holy Madness (Arkana, Londres, 1992), p. XIX.
3. Sanjuan de la Cruz, Obra completa, vol. 1 (Alianza Editorial, Madrid, 1991).
4. Norman Cohn, The Pursuit of the Millennium, ob. cit. (2, 32).
5. Se encontrarán excelentes observaciones sobre la búsqueda del Paraíso a través de la historia
religiosa en The Pursuit of the Millennium, de Norman Cohn (ob. cit., 2, 32), A World Elsewhere, de
Bernard Levin (Jonathan Cape, Londres, 1994), y Heaven: A History (Yale University Press, Londres,
1988; hay traducción al castellano: Historia del cielo, Tau- rus, Madrid, 1990).
6. Véase C. G. Jung, Aion (Paidós Ibérica, Barcelona, 1992), en particular los capítulos «El signo
de los peces» y «El significado histórico del pez», en los que trata del simbolismo del pez y de la figura
de la víctima redentora en relación con el cristianismo primitivo.
7. En una de sus encíclicas indica que visitar tanto a astrólogos como a psicoanalistas es una
ofensa particularmente grave contra la doctrina de la Iglesia.
8. Véanse Glittering Images, Glamourous Powers, Scandalous Risks y Ultímate Prizes, todas escritas
por Susan Howatch. Glamourous Powers trata en particular del papel y los problemas del místico
dentro de la Iglesia.
9. La primera mención literaria del Grial está en Parúval, de Wolfram von Eschenbach, pero en
este poema es una «piedra» alquímica, no una copa. La imagen de la copa parece que proviene de
Chrétien de Troyes.
10. A pesar del carácter aparentemente «adolescente» de películas como indiana Jones y el Santo
Grial, su atractivo para gente de todas las edades y niveles de educación da fe del poder de Neptuno
para suscitar respuestas en un profundo nivel colectivo.
11. Isabel Cooper-Oakley, Masonry and Medieval Mysticism (Theosophícal Publishing House,
Londres, 1900), p. 145.
12. W. Shaw, Spying in Guru Land ob. cit. (n°. 1), pp. 24 y 52.
13. Ibíd., p. XII.
14. Ibíd., p. XIX.
15. Ibíd., p. 163.
16. Ibíd., pp. 191 y 204.
17. Ibíd., p. 191.
18. Ibíd., p. 185.
19. Véase Jess Stearn, Edgard Cayce: The Sleeping Prophet (Bantam, Nueva York, 1983), si se desea
obtener información sobre Cayce y su labor. Con el Sol, Mercurio, Venus y Satur no en Piscis, y
Neptuno en conjunción con la Luna en la novena casa, Cayce nos proporciona un buen ejemplo
astrológico de una persona neptuniana dedicada a un trabajo neptuniano. [La obra está traducida al
castellano: Edgar Cayce, el profeta durmiente, Edaf, Madrid, 1994.]
20. W. Shaw, Spying in Guru Land, ob. cit. (n°. 1), p. 50.
21. Ibíd., p. 95.
22. Véanse Seth Speaks (Prentice Hall, Englewood Cliffs, Nueva Jersey, 1974) y The God of Jane: A
Psychic Manifestó (Prentice Hall, 1984).
23. Alice A. Bailey, Autobiography (LUCÍS Publishing Company, NuevaYork, 1951), p. 163. [Hay
traducción al castellano; Autobiografía inconclusa, Sirio, Málaga, 1988, p. 122.|
24. Ibíd., p. 123.
25. Los lectores interesados en este campo pueden consultar las siguientes obras: Roberto
Assagioli, Psychosynthesis (Viking Penguin, Nueva York, 1971) y The Act ofWill(Viking Penguin,
NuevaYork, 1974); Abraham Maslow, Toward a Psychology ofBetng (Van Nos trand Reinhold, Nueva
York, 1968; hay traducción al castellano: El hombre autorrealizado: hacia una psicología del ser, Kairós,
Barcelona, 9.a ed., 1991) y The Farther Reaches of Human Nature (Viking Penguin, Nueva York, 1971);
C. Tart, «Scientific Foundations for thr .S'tudy of Altered States of Consciousness», en Journal of
Transpersonal Psychology, 1972, 3; Vikloi Frankl, The Will to Meaning (NAL Duton, NuevaYork, 1988;
hay traducción al castellano- La noluntad de sentido, Hcrdcr, Barcelona, 3." ed., 1994) y ¡he
Unconscious (Vw/íToiti lisio ne Books, Nueva York, 1976; hay traducción al castellano: La presencia
ignorada de Dios, Herder, Barcelona, 9.a ed., 1994); I, Progoff, The Symholic and the Real (McGraw-Hill,
Nueva York, 1963). Una bibliografía muy completa de las primeras obras sobre este tema puede verse
en TranspersonalPsychology (véase siguiente nota).
26. Joseph Fabry, «Use of the Transpersonal in Logotherapy», en Seymour Boorstein (ed.),
Transpersonal Psychology ((Science & Behaviour Books, Palo Alto, California, 1980), pp. 85-86.
27. Véanse en particular el Pedro y el Ti meo, con sus discusiones sobre la naturaleza del alma.
28. Véase Francés A. Yates, Giordano Bruno and the Hermetic Tradition (Routledge & Kegan Paul,
Londres, 1964). [Hay traducción al castellano; Giordano Bruno y la tradición hermética, Ariel, Barcelona,
2.a ed., 1994.]
29. Harold H. Bloomfield, «Trascendental Meditation as an Adjunct to Therapy», en
S. Boorstein, Transpersonal Psychology, ob. cit. (n°. 26), pp. 132-133.
30. Ibíd„ p. 133.
31. Esto puede observarse en la importancia del dios Sol como creador del cosmos en los
primeros mitos religiosos de Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma, y también en las cultu ras celta y
teutónica. Incluso la figura de Cristo, aunque en muchos aspectos es una auténtica victima redentota
neptuniana, es solar en su asociación con la luz y el reino celestial, su poder para conquistar a las
legiones del Infierno y la individualidad de cada alma que está bajo su protección.
32. Rajneesh, Dimensions Beyond theKnown (Wisdom Garden, Los Ángeles, 1975),
p. 156.
33. G. Feuerstein, Holy Madness, ob. cit. (n°. 2), p. 65.
34. Citado en Holy Madness, p. 67.
35. W. Shaw, Spying in Guru Latid, ob. cit. (n°. 1), p. 38.
36. G. Feuerstein, ob, cit., p. 69.
37. Rajneesh, Tantra: The Supreme Understanding (Rajneesh Foundation, Poona, India, 1975), citado
en Holy Madness, p. 65.

Capítulo 8
1. En el momento en que escribo esto, constructores perspicaces de toda Gran Bretaña, que
esperan que los futuros compradores vuelvan las espaldas a las viviendas modernas «con todas las
comodidades», han empezado ahora a crear el «estilo tradicional» en sus nuevas casas utilizando
materiales como la piedra de Cotswold y ladrillos Victorianos reciclados.
2. Estas líneas y las siguientes pertenecen a la obra Antonio y Cleopatra, de William Shakespeare,
Acto II, Escena 2.
3. Carta natal sacada de J. M. Harrison (ed.), Fowlers Compendium of Nativities (L. M. Fowler & Co.,
Londres, 1980), p. 237.
4. Angus Wilson, Por Whom the Cloche Tolls, citado en Jane Mulvagh, Vogue History of 20th Century
Fashion (Viking Press, Londres, 1988), p. 48.
5. Jane Mulvagh, ob. cit., p. 52.
6. Cecil Beatón, citado en Jane Mulvagh, ob. cit., p. 84.
7. Jane Mulvagh, ob. cit., p. 88.
8. Barry Norman, 100 Best Films of the Century (Chapmans, Londres, 1992), p. 16. [Hay
traducción al castellano: Las cien mejores películas del siglo, CEAC, Barcelona, 1994.]
9. James Joyce, Finnegan’s Wake, citado en Jane Mulvagh, ob. cit., p. 122.
10. Barry Norman, ob. cit., p. 18.
11. Betsy Johnson, citado en Jane Mulvagh, ob. cit., p. 238.
12. Barry Norman, ob. cit., p. 31.
13. Jean Paul Gaultier, citado en Jane Mulvagh, ob. cit., p. 324.
14. Barry Norman, ob. cit., p. 32.
15. Ibíd., p. 34.
16. Marc Bohan, citado en Jane Mulvagh, ob. cit., p. 342.
17. Barry Norman, ob. cit., p. 45.
18. Ibíd., p. 50. Los corchetes son míos.
19. LUCÍS Press, Londres, 1950. [Editado en castellano con el título Espejismo, un problema mundial,
Sirio, Málaga, 1988.]
20. Ibíd.
21. Ibíd.
22. Andrew Morton, Diana: Her True Story (Michael O’Mara Books Ltd., Londres, 1993), p. 84.
[Hay traducción al castellano; Diana: su verdadera historia, Emecé, Barcelona, 1992.]
23. Alice Bailey, A World Problem, ob. cit. (n°. 19), pp. 120-123.
24. Es sumamente educativo observar cómo cambia la definición de belleza, tal como la expresan
las estrellas de cine, según los tránsitos de Neptuno. Compárese, por ejemplo, el encanto erótico de
Brigitte Bardot y Sofia Loren, que se encontraban en la cumbre de sus respectivas carreras cuando
Neptuno atravesaba Escorpio, con la imagen general más sana, franca y simpática de Doris Day
cuando Neptuno estaba en Libra, o con el atractivo aire de muchacho de Julie Christie cuando
Neptuno entró en Sagitario. Ahora que se encuentra en Capricornio, un cierto misterio envuelve a las
mujeres «mayores» que —como Joan Collins— dan por sentado que, al igual que un buen vino,
mejoran con el tiempo.
25. Véase Alice Miller, The Drama ofBeingA Child, ob. cit. (6, 7).
26. Véase, por ejemplo, la carta de Franz Cumont en el capítulo 3. Su fascinación por los
símbolos astrológicos paganos se reducía a los objetos arqueológicos en los que aparecían; su
significado subyacente y la visión del mundo que representaban lo desconcertaban y lo enfurecían.
27. A. Morton, Diana: Her True Story, ob cit. (n°. 22), p. 45.
28. El caso de las «molestas» llamadas anónimas que alguien hacía a Oliver Hoare, y que se
descubrió que provenían del teléfono privado de la princesa de Gales, afectó mucho a la prensa
británica durante el final del verano de 1994, y provocó que un gran número de periodistas y buena
parte de la opinión pública reconsideraran la imagen idealizada que tenían de esa «santa».
29. Morton, ob. cit., pp. 123-124.
30. Ibíd., p. 69.
31. Fuente de la carta: Internacionales Horoskope-Lexicon, ob. cit. (5,22).
32. Nicholas Campion, Bom to Reign: The Astrology ofEurope’s Roya I h'amitirs (< lliap mans»
Londres, 1993), p. 149.
33. Morton, ob. cit., p. 65.
34. Ibíd., p. 133.
35. Ibíd., p. 94. Las cursivas son mías.
36. Campion, Bom to Reign, ob. cit. (n°. 32), p. 148.
37. Morton, ob. cit,, p. 9.
38. Podría parecer que, mediante su aparición en un revelador reportaje de televisión y su
recientemente publicada biografía, escrita por Jonathan Dimbleby, el príncipe Carlos está
«cortejando» al público con tanta energía como su mujer. Sin embargo, tanto en el reportaje como en
el libro, hay una notable ausencia de culpabilízar a nadie con respecto a la ruptura de su matrimonio.
El príncipe mantiene siempre y en todo lugar su dignidad y su autodominio.
39. Morton cita dos ejemplos de su dotes psíquicas: Diana sintió, y así lo manifestó, una intensa
premonición de la grave apoplejía que sufrió su padre en diciembre de 1978, un día antes de que la
sufriera; y «supo» de repente, y también lo manifestó, que Allibar, el caballo del príncipe Carlos,
tendría un ataque al corazón y moriría; unos momentos después, el caballo sufrió un fuerte infarto de
miocardio.

Capítulo 9
1. La Atenas del siglo V a.C., durante la época de Perides, quizá fue la que se acercó más a la
democracia ideal. Bernard Levin, en A WorldElsewhere (Jonathan Cape, Londres, 1994), afirma que
«[...] Solón, Clístenes, Pericles; estos hombres [...] no sólo convirtieron una ciudad pobre y atrasada en
uno de los más importantes centros de la Antigüedad, estableciendo un sistema de leyes y relaciones
civiles que era un modelo en el mundo conocido, sino que también construyeron un escenario en el
que las glorias de Grecia podían mostrarse...».
2. Fuente de la carta: Nicholas Campion, The Book of World Horoscopes, Aquarian Press, Londres,
1988.
3. En el capítulo 10 se encontrará un estudio más completo de la relación de Neptuno con el
Romanticismo.
4. Jean-Baptiste Durocelle, Europe: A History oflts Peoples (Oxford University Press y Thames &
Hudson, Londres, 1990), p. 324.
5. Fuente de la carta: Certificado de nacimiento, datos provenientes de la colección de Gauquelin
publicados en Fowler's Compendium ofNativities, ob. cit. (8, 3), p. 148.
6. Durocelle, ob. cit., p. 324.
7. Saturno estaba a 25° 08’ de Acuario, y Neptuno a 25° 53’- Fuente: Intemationales Horoskope-
Lexikon, ob. cit. (5, 22), p. 1116.
8. A. J. P. Taylor, The Struggle forMastery in Europe, 1848-1915 (Oxford University Press, Londres,
1954), p. XXII.
9. Citado en David Nicholls, Deity and Dominatíon (Routledge, Londres, 1989), p. 2.
10. Arnold Toynbee, A Study of History (Oxford University Press y Thames & Hudson, Londres,
1972), p. 245. [Emecé Argentina publicó la traducción al castellano en 20 vols., y la del Compendio en
3 vols., en la década de los sesenta. En España Alianza Editorial ha publicado el Compendio con el
título de Estudio de la Historia, 3 vols., Madrid, 1970; múltiples reimpresiones.]
ll.Ibíd., p. 245.
12. Ibíd.
13. Véase la carta de la República de Weimar, estudiada más adelante en este capítulo, con su
conjunción Sol-Venus en Escorpio en cuadratura con Neptuno en Leo.
14. Michael Baigent, Nicholas Campion y Charles Harvey, Muntlane Astrology (Aqua- rian Press,
Londres, 1984), p. 178.
15. Arnold Toynbee, ob. cit, (n°. 10), pp. 246-247
16. Doyne Dawson, Cities ofthe Gods (Oxford University Press, Oxford, 1992), p. 3.
17. Ibíd,, p. 5.
18. Hesíodo, Los trabajos y los días, citado por Dawson, ob. cit., p. 13. [De la obra de Hesíodo han
publicado traducciones en castellano Akai, Alianza y Planeta-Agostini.]
19. San Epifanio, citado por Dawson, ob. cit., pp. 256-266.
20. Julia Annas, An Introduction to Plato ’s Repubhc (Oxford University Press, Oxford, 1981), pp.
172 y 183.
21. Fuente de la carta: Fowler’s Compendium ofNativities, ob. cit. (8, 3), p. 201.
22. Jean-Baptiste Durocelle, Europe: A History oflts People, ob. cit. (n°. 4), p. 302.
23. Ibíd., pp. 303-304.
24. Fuente de la carta: Fowler’s Compendium ofNativities, p. 201.
25. Véase Michael Baigent, Nicholas Campion y Charles Harvey, Mundane Astrology, ob. cit. (n°. 14), p.
182.
26. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon, p. 1344.
27. Fuente de la carta: ibíd., p. XXXX,
28. Fuente de la carta: ibíd., p. 858.
29. Fuente de la carta: The Book of WorldHoroscopes, ob. cit. (n. 2), pp. 335-336.
30. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexicon, p. 855.
31. Fuente de la carta: ibíd., p. 748.
32. Incluyo a Quirón, que tiene su propia y particular visión del mundo o modo arque- tlplco de
percepción.
33. El Partido Demócrata, considerado por muchos estadounidenses como demasiado
«izquierdista», es aproximadamente equivalente en su perspectiva y su política a los elementos más
moderados del Partido Conservador británico. Muchos ciudadanos británicos considerarían a los
elementos más conservadores del Partido Republicano francamente laicistas.
34. El libro ya citado de Michael Baigent, Nicholas Campion y Charles Harvey Munda- ne
Astrology (n°. 14) constituye una excelente introducción a este campo astrológico.
35. Ibíd., p. 98.
36. El Saturno natal de Hitler estaba en conjunción con el Neptuno de la carta de la República de
Weimar, que lo eligió como canciller. Siempre se encuentran importantes vínculos entre la carta de
una nación y la de una persona que la preside o dirige. Una comparación de los horóscopos natales de
presidentes de Estados Unidos con la carta de este país ofrece fascinantes revelaciones sobre lo que la
colectividad ha proyectado sobre los hombros que ha elegido y que pueden ser capaces o no de
satisfacer sus expectativas. Un buen ejrm pío es Bill Clinton, con su conjunción natal Mane-Neptuno
en el Ascendente en Libra, qur cae justo encima de Saturno en la carta de Estados Unidos. En el caso
de Hitler, la colccúvi dad buscaba su redención a través de él, y se equivocaron; en el caso de Clinton,
esto podría sugerir que él, inconscientemente, busca su propia redención por medio de la presklritua,
lo que constituye un error.
37. Baigent y otros, Mundane Astrology, ob. cit. (n“. 14), p. 103.
38. Ibíd., p. 224.
39. Véanse mis comentarios sobre los aspectos Neptuno-Saturno en sinastrla ni el»api tulo 13.
Capítulo 10
1. Ernst Kris y Otto Kurz, Legend, Myth and Magic in the Image of tke Artist (Yale Uni- versity
Press, Stamford, Connecticut, 1979), p. 84. [Hay traducción al castellano: La Leyenda del artista,
Cátedra, Madrid, 1982.]
2. C. G. Jung, «On the Relation of Analytical Psychology to Poetry», Collected Works, vol. 15,
Bollingen Series XX (Princeton University Press, Princeton, Nueva Jersey, 1966), §§ 129-130.
3. Thomas Mann, Richard Wagnery la música (Plaza & Janes, Barcelona, 1986).
4. Véanse las obras de D. W. Winnicott, especialmente Playing andReality, Penguin, Londres,
1980. [Hay traducción al castellano: Juego y realidad, Gedisa, Barcelona, 1982.]
5. Ibíd,, p. 35.
6. Véase, por ejemplo, Robert Pelletier, Planets in Aspect (Whitford, West Chester, Pennsylvanía,
1974), p. 319: «Soportarás tormentos extremos en tus relaciones personales, porque tendrás cada vez
más dificultades para distinguir a la persona sincera de la que no lo es [...], Esto podría representar
graves pérdidas económicas y emocionales. [...] Ten cuidado con los estados de ánimo depresivos,
porque pueden volverte vulnerable a las enfermedades psicosomáticas». Véase también Reinhold
Ebertin, The Combinarían of Stellar lnfluences (Ebertin-Verlag, Aalen, Alemania, 1960), p. 176: «[...]
Sufrimiento, renuncia, ascetismo [...], dolorosas o angustiosas inhibiciones emocionales,
circunstancias que socavan, todo esto conduce con facilidad a un estado de enfermedad, neurosis o
trastornos con causas difíciles de determinar».
7. Erich Neumann, Art and the Creative Unconscious, Princeton University Press, Nueva Jersey,
1959.
8. Ibíd., p. 79.
9. Ibíd., pp. 79-80.
10. Todas las cartas han sido sacadas del Fowler’s Compendium of Nativities, ob. cit.
(8, 3).
11. Erich Neumann, ob. cit., p. 94,
12. Fuente de la carta: Fowler’s Compendium of Nativities, p. 122.
13. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon, ob. cit. (5,22).
14. Citado en Maurice Cranston, The Román tic Movement (Blackwell Publishers, Oxford, 1994),
p. 53.
15. Ibíd., p. 138.
16. Richard Tamas, The Passion of the Western Mind (Harmony Books, Nueva York, 1991), p. 373.
17. Maurice Cranston, ob. cit., p. 7.
18. Ibíd., pp. 7-8.
19. Ibíd., p. 16.
20. Ibíd., p. 12.
21. Percy Busshe Shelley, «Julián and Maddalo», Oxford Dictionary of Quotations (Oxford
University Press, Londres, 1941), 1.543.
22. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon.
23. Maurice Cranston, ob. cit., p. 35.
24. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon.
25- Maurice Cranston, ob. cit., p. 37.
26. Ibíd.
27. Harold C. Schonberg, The Lives ofthe Great Composen (Abacus, Londres, 1992),
p. 118.
28. El festival se inauguró el 29 de septiembre de 1994.
29. The Times, 24 de septiembre de 1994.
30. Maurice Cranston, ob. cit., p. 145.
31. Su idealización del príncipe Alberto y las extrañas maneras en que buscaba «contactar» con su
espíritu después de su muerte, reflejan las indicaciones de su propio Neptuno. Tan conocida fue su
obsesión por el paradero post mortem de Alberto, que, según se cuenta, cuando el primer ministro
Disraeli se estaba muriendo y se le informó de que la reina esperaba que fuera para presentarle sus
respetos por última vez, él respondió: «No la dejéis entrar; sólo quiere pedirme que le dé un mensaje a
Alberto».
32. Ian Parrott, Elgar (J. M. Dent 8í Sons, Londres, 1971), p. 2.
33. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon, p. 459.
34. Fuente de la carta: ibíd., p. 387.
35. Harold C. Schonberg, The Lives ofthe Great Composers, ob. cit. (n°. 27), p. 451.
36. Ibíd., p. 452.
37. Sir Thomas Beecham, Frederick Deiius (Hutchinson, Londres, 1959), p. 221.
38. Arthur Hutchings, Deiius (Macmillan & Co., Londres, 1948), pp. 125-127.
39. Harold C. Schonberg, ob. cit., p. 455.
40. Ibíd., p. 454.
41. Todas las fechas de nacimiento están sacadas de Elgar, de Ian Parrots, ob. cit. (n°. 32). Los
datos completos de nacimiento de algunos de estos compositores se pueden encontrar en
Intemationales Horoskope-Lexikon y Fowler's Compendium of Nativities. He utilizado los siguientes
orbes: para las conjunciones, las cuadraturas, los trígonos y las oposiciones, 10 grados; para los sextiles,
6 grados; para los quincuncios y las sesquicuadraturas, 2 grados. Son los orbes que suelo emplear en la
interpretación de cartas.
42. Fuente de la carta: Fowler’s Compendium, p. 146.
43. Las obras de «grandes» compositores a menudo se han utilizado en películas, como, por
ejemplo, las de Elgar en Greystoke. Al estar muertos, no pueden oponerse a ello por el hecho de que la
película sea superficial o porque su grandeza se vea manchada por esa apropiación póstuma de su
trabajo. Por desgracia, el público poco instruido en el caso de la música conoce a Mahler sólo como el
autor del tema central de Muerte en Venecia. William Walton, uno de los compositores románticos
ingleses, compuso la banda sonora de la película Enrique Vde Lawrence Olivier. Sin embargo, era
admirado y respetado como un compositor serio antes de embarcarse en esa aventura, y Olivier lo
eligió porque lo consideraba un genio. Esta película, realizada al final de la Segunda Guerra Mundial,
formó parte del esfuerzo bélico nacional, y al fin y al cabo, el guión era de William Shakespeare. Pero
a los compositores que empiezan su carrera haciendo música para el cinc, se los suele conocer sólo por
la breve aparición de su nombre en los créditos, al principio (o al final) de la película. Sus obras, que a
veces son sublimes, raramente reciben la seria atención de los críticos musí cales, ni tampoco se
interpretan en salas de conciertos.
44. Jamie James, The Music of the Spheres (Little, Brown, Boston y Londres,
pp. 17-18.
45. Harold C. Schonberg, The Lives ofthe Great Composers, ob. cir. (n". 27), p. 401
46. Ibíd., p. 463.
47. Fuente de las cartas: Intemationales Horoskope-l.exikon, F'nuder’s Compemhum, y
Lois Rodden, Astro-Data IV(AFA, 1990). Sólo disponemos de los datos completos de nacimiento de unos cuantos
de los compositores de la lista, pero esto no es ningún impedimento para hacer un listado de los contactos Sol-
Neptuno y Saturno-Neptuno. He omitido aquellos compositores de los que ya he hablado, como Mozart, Schubert,
Scriabin y los románticos ingleses. Los orbes que he utilizado son los mismos que especifico en la nota 41.
48. Fuente de la carta: Fowler's Compendium, p. 259.
49. Harold C. Schonberg, ob. cit., pp. 138-139.
50. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon.
51. Harold C. Schonberg, ob. cit., p. 139.
52. Ibíd., p. 142.
53. Ibíd., p. 143.
54. Ibíd., p. 146.
55. Elisabeth Henry, Orpheus With His Lute: Poetry and the Renovalof Life (Bristol Clas- sical Press, Bristol,
Gran Bretaña, 1992), pp. 152 y 164.

Capítulo 11
1. Manilio, Astronomicon, Libro II (Edit. Barath, Madrid, 1982).
2. Howard Sasportas, Las doce casas (Edic. Urano, Barcelona, 1987), p. 42.
3. Ebertin, The Combination of the Stellar Influences, ob. cit. (10, 6), p. 50.
4. Si Marilyn Monroe se quitó la vida o alguien la «ayudó» a hacerlo, es un misterio. En este
último caso, sin embargo, sus aventuras amorosas con los Kennedy y sus imprudentes amenazas de
revelar públicamente detalles de ellas habrían constituido una forma más sutil de autodestrucción.
Ella, literalmente, «perdió pie», es decir, no entendía nada del mundo de intrigas políticas que la
rodeó al final de su vida.
5. En el capítulo 5 vimos la historia de un caso. Es casi innecesario decir que el emplazamiento
de Neptuno en la primera casa no es en sí una indicación de estas o cualesquiera otras enfermedades
físicas, pero cuando éstas se presentan, la nostalgia neptuniana del Edén es a menudo uno de los
factores psicológicos involucrados.
6. Howard Sasportas, Las doce casas, ob. cit., p. 47.
7. Ibíd., pp. 52-53.
8. Elizabeth Henry, Orpheus With Its Lute, ob. cit. (10, 55), p. 26.
9. Howard Sasportas, ob. cit., p. 59.
10. Ebertin, ob. cit., p. 51.
11. Howard Sasportas, ob. cit., p. 74.
12. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon, p. 760.
13. Debido al elevado índice de divorcios actual, una gran mayoría de la población expe rimenta
este tipo de crisis en su infancia. He observado innumerables casos de ello en personas que no tienen
planetas en la casa ocho.
14. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon, p. 817.
15. Fuente de la carta: ibíd., p. 814.
16. Ebertin, ob cit., p. 51.
17. Howard Sasportas, ob. cit., pp. 331-332.
18. Ebertin, ob. cit., p. 51.
19. Considérense, por ejemplo, los asesinatos del personal de dos clínicas de abortos de Estados
Unidos, cometidos por un fundamentalista cristiano en diciembre de 1994.
20. Ebertin, ob. cit., p. 51.
21. Fuente de la carta y datos biográficos: Astro-Data TV, ob. cit. (10, 47), p. 17.
22. Howard Sasportas, ob. cit., p. 98.
23. Ebertin, ob. cit., p. 51.
24. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon, p. 65.
25. Fuente de la carta: ibíd., p. 649.
26. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon, p. 808.
27. Papa Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza & Janés, Barcelona, 1995.
28. Howard Sasportas, ob. cit., p. 105.
29. Ebertin, ob. cit., p. 51.
30. Los lectores no familiarizados con las peculiaridades de la política británica deben saber que
una persona con título nobiliario no puede ser elegido miembro de la Cámara de los Comunes. Sin
embargo, sí puede formar parte de la Cámara de los Lores. Aunque los miembros de la Cámara de los
Lores pueden pertenecer a la izquierda política, Tony Benn no habría podido promulgar sus ideas
socialistas a través de la Cámara de los Lores de la manera en que se sentía llamado a hacerlo, por lo
cual sacrificó su herencia.
31. Howard Sasportas, ob. cit., p. 338.

Capítulo 12
1. Eurípides, Las bacantes.
2. Ibíd.
3. John Donne, «Devotions», en The Oxford Dictionary of Quotations (Oxford Univer- sity Press,
Londres, 1941), 186, 28.
4. Un buen ejemplo de Neptuno expresado en el campo de la ciencia es Thomas Alva Edison, que
tenía al Sol y Neptuno en estrecha conjunción en Acuario, ambos también en una conjunción fuera
de signo con Saturno en Piscis. Fuente de la carta: Fowler’s Compen- dium of Nativities, p. 91.
5. Por ejemplo, a Teseo, hijo del dios-toro Poseidón, se le exigió que matara al Minotau- ro, el
monstruo con cabeza de toro que simbolizaba el conflicto de su padre con el rey Minos. A Rómulo,
hijo de Marte, dios de la guerra, se le exigió que asesinara a su hermano Remo, más violento que él y
que había intentado matarlo. Estos héroes deben, en efecto, enfrentarse con la cara más oscura de la
deidad que los engendró, redimiendo así una parte del dios.
6. Alfred Tennyson, «The Lady of Shalott», en The Oxford Library ofEnglish Poetry, vol. III, John
Wain, ed. (Guild, Publishing, Londres, 1989), p. 81.
7. William Wordsworth, «Crossing the Alps», en Rattle Bag, Seamus Heancy y Tcd Hughes, eds.
(Faber & Faber, Londres, 1982), p. 116.
8. Ebertin, The Combination ofStellar Influences, ob. cit. (10, 6), p. 116.
9. Shelley, «Hymn of Pan», en The Oxford Dictionary of Quotations, ob. cit. (n". 3), '1'M.
10. Plotino, Enéadas, I, 2, 6, 2-3.
11. William Shakespeare, Otelo, Acto I, Escena 3.
12. Ebertin, ob. cit., p. 150.
13. Napoleón, por ejemplo, tenía a Marte y Neptuno en conjunción en Virgo. Lord Horario
Nelson los tenía en cuadratura (Marte en Escorpio y Neptuno en Leo). El empera dor Augusto, que fue
uno de los mayores manipuladores políticos de la historia, los tenía en sextil (Marte en Tauro y
Neptuno en Cáncer). Estos hombres no alcanzaron poderío mediante la imposición de la fuerza bruta,
sino porque fueron amados e idealizados.
14. William Blake, «Auguries of Innocence», en The Penguin Book of English Verse, John
Hayward, ed. (Viking Penguin, Londres, 1964), p. 243.
15. Ebertin, ob. cit., p. 164.
16. William Shakespeare, Hamlet, Acto II, Escena 2.
17. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon, p. 451.
18. Fuente de la carta: ibíd., p. 1126. Las palabras finales de Nerón para la historia mien tras lo
asesinabam expresan elocuentemente esta configuración: «¡Qué gran artista muere conmigo!».
19. William Blake, ob. cit. (n°. 14), líneas 130-132.
20. Fuente de las cartas: Campion, The Book of World Horoscopes, ob. cit. (9, 2), pp. 334-336.
21. Ebertin, ob. cit., p. 177.
22. John Keats, «Ode to Melancholy», en The Penguin Book of English Verse, ob. cit. (n. 14), p. 298.
23. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexicon, p. 844. Ciega y sorda de nacimiento,
Helen Keller es uno de los más nobles ejemplos del siglo XX de una persona que llevó una vida
dinámica y llena de sentido, a pesar de sus discapacidades aparentemente insuperables.
24. George Bernard Shaw, «Maxims for Revolutionists», en The Oxford Dictionary of Quotations,
ob. cit. (n°. 3), 490, 34.
25. Véase Baigent y otros, MundaneAstrology, ob. cit. (9, 14), pp. 178-180.
26. La última vez que la conjunción fue exacta cerca de este grado de Capricornio (19° 33’) fue en
el año 1707 a.C., cuando la antigua cultura minoica se derrumbó y los «bárbaros» helenos instauraron
nuevos dioses, un nuevo mapa político y una nueva cultura en el Mediterráneo.
27. Paradójicamente, muchos de los músicos que inauguraron el movimiento hippy, que floreció
en los años sesenta, nacieron bajo este trígono, como Bob Dylan y John Lennon. Los ideales de esta
generación -amor, paz, filosofía oriental y una sociedad renovada y más iluminada espiritualmente-
surgieron de este trígono, en medio del caos de la guerra.
28. Shelley, «Ozymandias«, en The Oxford Library of English Poetry, ob. cit. (n°. 6), vol. II, p. 436.
29. Baigent y otros, ob. cit., p. 178.

Capítulo 13
1. I Ching, The Book of Changes, traducción de John Blofeld (Mandala Books, Londres, 1965), pp. 114-115. [Hay
traducción al castellano de esta versión: I Ching, el libro del cambio, Edaf, Madrid, 2.a ed., 1982.]
2. William Cowper, «On the Receipt of My Mother’s Picture Out of Norfolk», The Oxford Library
ofEnglish Poetry, ob. cit. (12, 6), vol. II, p. 171.
3. La carta de Delius se estudia en el capítulo 10. La carta de Fenby está sacada del Inter-
nationales Horoskope-Lexikon, p. 539. Ken Russell escenificó esta relación en una película titulada
Canción de verano.
4. Robert Herrick, «Upon Julia’s Voice», en The Oxford Dictionary of Quotations, ob. cit. (12, 3),
247, 14.
5. John Donne, «The Extasié», tomado de The Penguin Book ofEnglish Verse, ob. cit. (12, 14).
6. Fuente de las cartas y datos biográficos: Lois M. Rodden, Astro-Data V(Data News Press, Los
Ángeles, 1991), pp. 7-8.
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