Liz Green - Neptuno
Liz Green - Neptuno
Liz Green - Neptuno
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ISBN 94-7953-189-4
NEPTUNO
Un estudio astrológico
EDICIONES URANO
Argentina - Chile - Colombia - España
México - Venezuela
Indice
1. La creación ......................................................................................... 25
2. En pos del milenio ............................................................................. 59
3. La venida del redentor ....... . ............................................................ 91
)
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Introducción
El anhelo de redención es un daimon antiguo, extraño y con tantas cabezas como una hidra,
que mora incluso dentro de las almas más terrenales y prosaicas. En ocasiones elocuente y
otras veces mudo, la aspiración de este daimon es lograr la unión confusamente percibida
con un Otro inefable, que todo lo ve y todo lo ama, y en cuyo envolvente abrazo se puede
encontrar el alivio definitivo de los ásperos límites de la condición mortal y del aterrador
aislamiento de la individualidad que, aunque inconscientes, se encuentran en lo más hondo
de toda vida. A pesar de que no adjudiquemos al Otro ningún nombre divino, y orientemos
en cambio nuestra devoción y nuestro anhelo hacia no reconocidos sustitutos como la
humanidad, la familia, la naturaleza, el arte, el amor o el Estado, esta búsqueda es incon-
fundible, y no se la puede tomar por ningún otro sentimiento más individualizado, como el
deseo, la pasión, el amor o la admiración por una persona o cosa determinada. Las marcas
distintivas del anhelo de redención son, en primer lugar, que es precisamente eso, un
anhelo; en segundo lugar, que es compulsivo y absoluto, y que a menudo choca
violentamente con los valores individuales, y finalmente, que su meta no es la relación, sino
más bien la disolución.
Hemos ido creando imágenes del Otro desde que nuestros antepasados del Paleolítico
empezaron a conjurar al caballo, el mamut y el bisonte mágicos haciéndolos emerger de la
pared en blanco de la caverna, y no sólo como un medio de conseguir ayuda sobrenatural
para la caza, sino también porque siempre hemos tenido necesidad de sentir que ahí fuera
hay Algo que nos resguarda de la transitoriedad y la insignificancia de una vida mortal. De
todos los animales, el ser humano es el único que crea rituales y obras de arte con el
designio específico de volver a conectarse con una fuente divina de la cual provenimos y a
la cual, después de la muerte, podemos retornar. Freud especuló con la posibilidad de que
una aspiración tan persistente al retorno sagrado sea una sublimación del anhelo incestuoso
de la felicidad que brindaban el útero y el pecho, una sublimación expresada en símbolos
que preservan la intensidad y la autenticidad del anhelo inconsciente, pero que consiguen
eludir la vergüenza y la culpa abrumadoras que acechan a los infractores del antiguo tabú.
Jung contempló la posibilidad de que el anhelo de redención fuera innato, es decir, una
predisposición arque- típica tan primordial e irresistible como el instinto de procreación. La
principal revelación de Símbolos de transformación,' esa obra seminal que constituyó el
anuncio del alejamiento junguiano del camino señalado por Freud, es que lo que nos
impulsa a generar esas imágenes trascendentes de la redención no es la áspera moralidad del
censor interior, sino la psique inconsciente, que intenta transformar su propia condición
instintiva, tan compulsiva y predestinada, por obra de la influencia mediadora de los
símbolos que va creando. A los ojos de Jung, no es la sociedad ni el superyó sino el alma, la
responsable, en última instancia, de la transformación de la libido en bruto en una obra de
arte religiosa, en el noble ideal humanitario, en la sobrecogedora dignidad del rito sagrado,
en la profunda y cruelmente hermosa labor alquímica e iniciática de transformar en oro lo
que hay de plomo en el ser humano. En otras palabras, lo que llamamos Dios es en realidad
la Naturaleza, esa naturaleza ctónica* que se describe en el concepto freudiano del ello y
que intenta liberarse de su propia inercia oscurecida por la muerte, escogiendo la vía de una
evolución gradual, no sólo en el ámbito de la forma, como la veía Darwin, sino también en
el de la expresión y de la conciencia. Y el instrumento de tal transformación es esa facultad
que eternamente se nos escapa y nos esquiva y a la que llamamos imaginación.
Es posible que tanto Jung como Freud estén en lo cierto, aunque al principio parece
que Jung se muestra más halagüeño para la motivación humana y ejerce mayor atracción
sobre las personas con inclinaciones espirituales. Las manifestaciones del anhelo de
redención tienen rasgos tanto de incesto como de trascendencia. Además, plantean un
profundo dilema moral, ya que abarcan no sólo nuestra multitud de intentos de experimen-
tar y expresar lo eterno, sino también muchas de las formas más horrendas de adicción,
locura y desintegración mental y física con que ha tenido que enfrentarse en nuestra época
la medicina más bien que la religión. Ya no podemos seguir hablando en tono susurrante de
la voz de Dios cuando la personalidad, e incluso el cuerpo de alguien, se desmoronan en
pedazos ante los dictados de esa voz y pierden la capacidad de afrontar hasta las exi gencias
más elementales de la vida terrenal. ¿Cuándo un artista deja de ser una mera personalidad
trágica o un loco para convertirse en un genio divinamente inspirado cuyos excesos
toleramos porque su propio sufrimiento dignifica el nuestro? ¿Cuánto es el talento que hay
que manifestar para que eso justifique, digamos, que alguien se corte una oreja como Van
Gogh, o cometa un parricidio como Richard Dadd, quien, sin duda predestinado por su
apellido,† pensó que su padre era realmente el Diablo disfrazado con la ropa de su
* Oícese de las divinidades infernales (I lados, Héoate, las limitas, ere.) de la mitología griega, Ku relación con
el mundo superior, las divinidades crónicas representaban la vida que se manifiesta sobre la Tierra; respecto de las
profundidades, eran consideradas dioses de los Infiernos. (N. tlA
† I'JI inglés, (Lido íLulfly sí^mfira «papá». (N, del ¡i)
progenitor? ¿Cuándo hemos de pensar que un visionario deja de ser un lunático para
convertirse en un santo? El criterio, ¿dependerá del número de siglos transcurridos entre la
era de la fe y la era de la ciencia? ¿Qué diríamos hoy de las visiones claramente eróticas de
san Antonio, que se parece de forma muy sospechosa a un esquizofrénico paranoide, o de
los estigmas, no menos eróticos, de san Francisco, que fácilmente podría encontrar
alojamiento en cualquier pabellón psiquiátrico con un diagnóstico de «trastorno histérico
de la personalidad»? Hubo en su momento centenares de santos que con facilidad, si bien de
forma postuma, fueron reconocidos como tales por el común de los mortales, pese a que, a
menudo, sus méritos no incluían otra cosa que una virginidad irreductible, un final
horroroso y la alegación de un par de curaciones milagrosas obtenidas con un fragmento de
tela o una astilla de hueso. Hoy en día, el Vaticano se muestra bastante más cauteloso. El
punto de vista colectivo sobre la realidad actualmente predominante ya no confía en los
milagros; la virginidad irreductible inspira más bien perplejidad y lástima que respeto y
reverencia; un final horroroso está al alcance de cualquiera, y las exigencias impuestas a la
canonización se han vuelto un poco más severas.
¿Qué es, entonces, este intenso anhelo que justifica cualquier sacrificio, este clamor
eterno por alejarse del erial de la encarnación? ¿Es verdaderamente la clara voz del alma
que se hace oír a través de los muros de la prisión de la materia? ¿O es quizás el desesperado
mecanismo de defensa de nuestra Frágil personalidad, estropeada y tenazmente
infantilizada por unos padres incompetentes y limitados por su propia tendencia a la
regresión, todo ello sumado a la mala disposición o a la incapacidad para asumir la difícil
incursión en la jungla cotidiana de la vida y de la muerte? ¿Cómo podremos nosotros, en
nuestra búsqueda incansable de mesías y gurus que puedan ayudarnos a abrazar lo inefable,
establecer la diferencia entre un Cristo y un Hitler? De maneras muy diferentes, ambos
emergieron en respuesta al clamor de un pueblo desesperado en su búsqueda de redención.
Sin embargo, parece que este cuestionamiento genera resentimiento en los que creen que su
corrección política, o su espiritualidad más evolucionada, los conducirá automáticamente a
captar la diferencia, no sólo entre un falso mesías y uno auténtico, sino además entre los
aspectos amorosos y destructores de su propia personalidad. He oído expresar a muchos
astrólogos, sanadores y sacerdotes expresar el sentimiento de que la espiritualidad es algo
aparte, que trasciende el dominio de la psicología y que no se debería estudiar ni denigrar
con los burdos instrumentos de la indagación psicológica. Tampoco quienes muestran una
inclinación ideológica están exentos de la convicción absoluta de que sus propias
motivaciones se encuentran por encima de cualquier análisis psicológico, ya que ellos no
piensan más que en el bienestar de la sociedad. Pero todo lo que experimenta un ser
humano pertenece al ámbito de la psique y, por consiguiente, es algo psicológico; porque
son el cuerpo, la mente, el corazón y el alma de una persona los que perciben e interpretan
cualquier cosa a la que decidamos llamar realidad. Toda experiencia es subjetiva, porque el
ser humano que la tiene es un individuo. Y si nuestras convicciones políticas y espirituales
son demasiado valiosas para permitirnos ser sinceros en lo tocante a nuestros motivos
extremadamente humanos, preguntémonos qué queda en pie entre nosotros y la insensata
destrucción física y psíquica de amantes, padres, hijos, cónyuges, amigos y hasta naciones
enteras en nombre de la redención.
La astrología tiene símbolos planetarios para describir todos los impulsos humanos, y el
anhelo de redención es tan humano como los demás, Y su símbolo es Neptuno, el dios
romano de las profundidades del mar. Al igual que con Urano y Plutón, planetas
desconocidos para los antiguos y que fueron descubiertos hace menos de doscientos años,
los astrólogos lo tienen difícil para explicar con precisión a las mentes escépticas cómo y
por qué Neptuno recibió un nombre mitológico que describe de forma tan adecuada su
significado simbólico. El anhelo de redención es el deseo de disolverse en las aguas -
maternales, cósmicas, o ambas- del tiempo anterior al nacimiento. Los astrónomos
bautizaron al planeta antes de que los astrólogos iniciaran su labor de observar y registrar
cómo se expresaba en el horóscopo. Es probable que dentro del marco de referencia causal
del pensamiento científico moderno sea imposible explicar el fenómeno que se oculta tras
semejante simultaneidad. Para explicarlo, se necesita un marco de referencia diferente, e
incluso tal vez un modo distinto de ver el mundo. Mi análisis de Neptuno en los capítulos
siguientes se basa en mis propias investigaciones y experiencias, tanto en el nivel
profesional como en el personal, y también en el trabajo de otros investigadores, astrólogos
o no, que han contribuido a aumentar nuestros conocimientos sobre este planeta. Si se le
hubiera dado el nombre de alguna otra deidad no acuática, como Pan o Vulcano, yo habría
llegado a la conclusión de que había sido erróneamente bautizado. Tal como son las cosas,
el nombre está bastante bien, pero no es perfecto, Neptuno debería haber sido bautizado
con el nombre de una diosa (y no un dios) del mar. La fuente de la vida con que queremos
fundirnos lleva un nombre masculino, pero se muestra con rostro femenino.
El anhelo de redención es algo que, para decirlo con la palabra clave preferida por la
astrología para referirse a Neptuno, induce a confusión, A veces aparece como una
aspiración radiante orientada hacia aquello que nos une y nos abarca a todos. Otras veces se
manifiesta como un aferramiento, triste y en ocasiones incluso paralizante, a la fantasía
primaria de las aguas uterinas antes de que tuviera lugar el nacimiento y, por consiguiente,
antes de que surgieran el sufrimiento, la separación y la soledad. Para describir lo primero,
la literatura religiosa cuenta con todo un lenguaje rico y conmovedor. Para describir lo
segundo, la bibliografía psicoanalítica abunda en un lenguaje difícil y, en ocasiones, torpe.
Ambas tienen algo valioso que aportar a nuestro entendimiento de Neptuno, y trataré de
ello con mayor profundidad en los capítulos de este libro que así lo requieran. Lo esencial
de estos dos rostros aparentemente contradictorios de Neptuno es lo mismo: la diferencia
reside en la forma en que se experimenta el anhelo de redención y en la medida en que
puede ser incorporado a la realidad individual de modo tal que mejoren la vida en vez de
destruirla. Muchos astrólogos se precipitan un poco al catalogar como «espiritual» a
Neptuno. En las aguas neptunianas hay algunos habitantes verdaderamente espeluznantes,
que hacen que a su lado Tiburón parezca un plato de arenque en escabeche, y a los que se
suele restar importancia aludiéndolos con eufemismos tales como «engaños» y «falsas
creencias». De igual manera, a menudo hay un profundo significado en lo que
convencionalmente se llama patología, adicción o locura, y es probable que el individuo
que es presa de la forma peculiar de crisis nerviosa que genera Neptuno termine en última
instancia por ver más, y más lejos, que el médico que lo trata. ¿Qué es un engaño? ¿Qué es
una falsa creencia? ¿Quién engaña a quién y sobre qué? ¿Y dónde está, como bien podría
preguntar cualquier neptuniano, el libro con las reglas que nos proporcionen una definición
de la realidad tan inamovible que finalmente podamos saber con certeza si ese Otro, que es
el objeto de nuestro anhelo, sólo es el opio de las masas, o si está vivo y a salvo en la gran
unidad trascendente que llamamos vida, o si no es más que otra palabra para decir Madre?
Cualquier intento de entender a Neptuno nos impone la necesidad de descender por
cursos de agua indirectos. Ninguna esfera del esfuerzo humano está desprovisto del anhelo
de redención, y por consiguiente debemos estar preparados para estudiar no sólo la
psicología individual, sino también ámbitos como el mito, la política, la religión, la moda y
las artes. En sus descripciones de Neptuno, la bibliografía astrológica tiende, con ciertas
excepciones,1 a mostrarse curiosamente limitada, aunque el enorme cuerpo de escritos
psicoanalíticos sobre la histeria, la ansiedad de Ja separación, la idealización, la
identificación proyectiva, la fusión con un objeto, el masoquismo y el narcisismo primario
se ocupe casi exclusivamente de temas neptunianos. Es raro que en los textos astrológicos se
presente a Neptuno como benéfico sin reservas; por lo común, lo que se menciona es más
bien el engaño, las falsas creencias y la adicción, además de la obligación y la renuncia
kármícas, Pero estos términos son insuficientes si lo que queremos es ofrecer al cliente, al
paciente o a nosotros mismos un auténtico atisbo interior. De hecho, puede que la persona
que tiene a Venus o a la Luna en un aspecto difícil con Neptuno, o a este último en la casa
siete, se incline hacia el engaño, las falsas creencias, la decepción y la renuncia en asuntos
de amor. Pero, ¿por qué? Si una persona como ésta no puede afrontar los problemas que se
ocultan tras su tendencia a envolver a su pareja en una bruma de idealización, y no está
dispuesta a enfrentarse con su dolo rosa necesidad de una autosuficiencia interior, no habrá
una reflexión filosófica y espiritual que le impida repetir una y otra vez el modelo, sea en el
nivel que fuere. Y, en vez de aceptar las apariencias, es preciso desafiar y cuestionar la
extraña y desconcertante pasividad que en ocasiones lleva a una persona como ésta a
declarar que aquello debe de ser el «karma» y que, por lo tanto, toda esperanza de
realización personal ha de ser sacrificada en aras de un propósito superior. También hay
otras personas que se dejan devorar por los remolinos emocionales de Neptuno, y lo más
frecuente es que se trate precisamen- ¡v de la pareja o de los hijos del neptuniano, que quizá
no puedan darse el lujo de justificar su propia infelicidad refugiándose en la creencia de que
a los seres evolucionados se les exige que sufran más.
El empobrecimiento de la definición astrológica es comprensible, porque nuestro
daímon de mil cabezas es realmente proteico. Cambia de forma con tal rapidez que es difícil
ver las conexiones que existen entre sus diversas manifestaciones, ¿Cuál podría ser, por
ejemplo, la relación entre la histeria, esa antigua dolencia que los griegos creían generada
por un «útero errante», y el mundo enigmático de los fenómenos ocultos, [un tema] que
pocos psiquiatras (excepto aquellos excéntricos como Jung, que tenía al Sol en cuadratura
con Neptuno) considerarían digno de una investigación seria? ¿O entre los tan buscados
«poderes psíquicos», que tanto fascinan al explorador ingenuo del dominio espiritual, y la
adicción al alcohol y las drogas que degrada y destruye tantas vidas? ¿O entre la adicción y
la «experiencia cumbre oceánica» descrita por la psicología transpersonal? ¿O entre la
psicología transpersonal y las estrellas de cine? ¿O entre las estrellas de cine y los políticos
de la izquierda radical?
No es imposible formular conceptos claros sobre el significado de Neptuno como un
impulso arquetípico que hay en el interior de la psique humana, ni tampoco relacionar este
planeta con observaciones empíricas de pautas de comportamiento, visiones del mundo,
complejos y sentimientos individuales y colectivos. Lo que es difícil es la antipática paradoja
de siempre: ¿cuándo se trata de un anhelo de lo transpersonal y hay que rendirle homenaje
como tal, y cuándo es una regresión infantil que es preciso encarar con un realismo
compasivo? ¿Y cuándo es ambas cosas? Quizás aquí resida la verdadera naturaleza del
engaño neptuniano. Dado el espectro de opuestos que, al parecer, simboliza Neptuno, y que
va desde los extremos de la desintegración física y psíquica hasta la luz de la revelación
interior que transforma la vida, es prácticamente imposible afirmar de modo terminante
cuándo una de estas manifestaciones se está haciendo pasar por la otra. Una sed espiritual
muy profunda, pero no reconocida, puede disfrazarse como una adicción o como un
desesperado retraimiento o evasión de la realidad, así como lo que suponemos —y
llamamos— un alma iluminada bien puede ser un aparente adulto con el narcisismo
emocional de un bebé, que se defiende de la vida negándose a abandonar el País de Nunca
Jamás. El padre, la madre, la pareja o el consejero que siempre se sacrifica, puede terminar
por revelarse finalmente como un pulpo devorador, así como el que nos parece un desecho
humano —el ladrón, la prostituta, el drogadicto o el vagabundo— puede estar más
impregnado de auténtica compasión liiituana que un ejército de médicos, psicólogos,
asistentes sociales y políti- eos que proclaman en voz bien alta su amor por la humanidad
valiéndose de palabras y hechos aprobados por el colectivo. Tal como afirman las brujas de
Macbeth:
* Personaje fabuloso cuya madre, un hada, le concedió el don de tener los sábados la parre inferior del cuerpo
en forma de serpiente. Aparece citado por primera vez en el Riinuw de Méluüne, en el siglo xiv. (N. del IL)
de aquello que los órficos llamaban «lo titánico», es decir, la esencia de Saturno, que es a la
vez el eterno enemigo de Neptuno y su eterno complemento. Por desgracia, las personas
con mayores dotes imaginativas suelen ser también las que, al mismo tiempo que anhelan
desesperadamente manifestar su potencial, sabotean con la mano izquierda lo que buscan
con la derecha. Por lo tanto suelen enredarse en una serie de infortunios materiales,
enfermedades y sacrificios, tanto en el ámbito emocional como en el físico, sin llegar jamás
a expresar en su plenitud la riqueza que albergan dentro de sí, porque, en algún nivel
profundo y al parecer inaccesible, creen que ese sufrimiento habrá de purificarlas y vol-
verlas más aceptables a los ojos de ese Otro al que buscan. Aun reconociendo, como todos
deberíamos hacer, que el sufrimiento y el sacrificio forman parte de la vida, tengo fuertes
dudas con respecto a las formas en que se usa y abusa de tales términos y a lo que con
frecuencia esconden. En interés de esas personas, he intentado describir de un modo más
claro el mundo neptuniano.
En el momento en que escribo esto, Neptuno se encuentra todavía en su prolongada
conjunción con Urano. Aunque el momento exacto de la conjunción haya pasado, estos dos
planetas seguirán moviéndose el uno dentro del orbe del otro durante un tiempo
considerable.4 En el mundo astrológico es mucha y de gran calidad la investigación
centrada en el significado de estos encuentros, tan poco frecuentes como profundamente
importantes, de los planetas exteriores, y todos los que practicamos la astro- logia nos
hemos encontrado con clientes cuya carta natal ha sido fuertemente movilizada por estos
contactos, y como resultado de ello han experimentado importantes conmociones, tanto en
el ámbito interno como en el externo. También las cartas de diversas naciones nos han
proporcionado múltiples revelaciones relacionadas con cambios políticos y económicos,
tales como la unificación de las dos Alemanias, que ha tenido lugar durante esta
conjunción. Todos sabemos que estamos en una época de conmoción y de crisis. De ahí que
en estos momentos sea de particular importancia entender a Neptuno, ya que las
necesidades, las defensas y los sentimientos neptunianos son ahora especialmente intensos
y forman parte de la vida cotidiana de todo el mundo. El anhelo de redención es una
experiencia humana fundamental, pero en algunas esferas de la sociedad parece como si el
diluvio de las aguas neptunianas hubiera borrado totalmente cualquier capacidad de
reconocer y asumir opciones y responsabilidades personales. Es posible entender muchos de
nuestros problemas sociales más difíciles en este contexto, y comprenderlos puede
contribuir a que el individuo sea más consciente de los motivos que se ocultan tras sus
decisiones, compromisos y actos. Por esta razón, uno de los capítulos se titula: «El Neptuno
político», ya que la política ha sido siempre uno de los ámbitos del esfuerzo humano en
donde el anhelo de redención —aunque se lo haya llamado con otros nombres- se ha
encontrado más auténticamente en su casa.
El lector que no desee otra cosa que encontrar un «recetario» de interpretaciones de
Neptuno en la carta natal puede pasar a la última sección del libro, donde hallará
descripciones del planeta en las casas, en aspecto con otros planetas, en sinastría y en cartas
compuestas. Sin embargo, el material de las secciones precedentes, incluyendo los capítulos
dedicados a los mitos y temas religiosos relacionados con el tema y a la extraña historia del
descubrimiento y la exploración del inconsciente, me ha resultado inapreciable para
entender a Neptuno. También tiene relación con el tema la influencia neptuniana en la
psique colectiva, por mediación de las tendencias de la moda, de los cultos espirituales y
religiosos y del arte. Sea cual sea la orientación particular de cada cual en el estudio y el
trabajo astrológicos, el mejor medio para expresar el significado de este planeta es el mundo
de las imágenes, y espero que esta visión interior estimule también en alguna medida al
lector. Por eso he empezado allí donde empieza Neptuno, en los mitos de la creación a
partir del agua, del Paraíso perdido y recuperado, del Diluvio y
del Milenio, Al principio me abstuve de intentar interpretar demasiado al pie de la letra
todas estas imágenes, porque lo que activa la imaginación y hace que el tono afectivo y
sentimental de Neptuno llegue en mayor medida a la comprensión consciente es más
bien la explicación que la definición.
Si bien esta es mi manera de trabajar con cualquier símbolo astrológico, , resulta
especialmente apropiada para Neptuno, que se escabulle de las palabras clave tal como se
escurre el agua a través de un colador. Así, con una mano agarrando firmemente el libro de
oraciones y la otra en el cochecito de bebé, podemos iniciar la persecución del esquivo
Neptuno, empezando por esos productos espontáneos de la imaginación humana por medio
de los cuales suele expresarse el inconsciente.
PRIMERA PARTE
Fons et Origo
LA MITOLOGÍA DE NEPTUNO
Y vi un nuevo cielo y una nueva tierra, pues el primer cielo y la primera tierra
habían desaparecido, y el mar no existía ya.
Y vi la ciudad sagrada, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, desde Dios,
preparada como una novia que se ha engalanado para su esposo.
Y oí una gran voz que desde el trono decía: «Esta es la tienda de Dios entre los
hombres, y él morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y él será su Dios».
Y Dios enjugará todas las lágrimas de sus ojos; y no habrá más muerte, ni duelo,
no habrá más llanto ni más pena, porque las cosas primeras ya han pasado.
Y el que estaba sentado en el trono dijo: «He aquí que hago nuevas todas las
cosas».
(N. del K)
contenidas ambas en el seno de la imagen única y urobórica * del mar,
nacieron los otros dioses.
Año tras año [el egipcio] veía cómo su mundo se disolvía en un desierto
acuático, y seguidamente reaparecía, primero como una estrecha franja o
montículo de tierra nueva, a medida que la inundación retrocedía.
Tercamente interpretaba esta reaparición como causada no por la subida
de las aguas, sino por la elevación de la tierra. [...] En breve tiempo, lo
que había sido un árido montículo que se asomaba sobre las aguas era una
floreciente espesura de plantas con su vital acompañamiento de insectos y
pájaros. [...] De las aguas del Caos, que contenían los gérmenes de las
cosas de una forma rudimentaria, se había generado una materia
primordial que fue, en el Primer Tiempo, la base sobre la cual se inició el
trabajo de la creación.13
Los ríos galeses Llyn Gwernan y Llyn Cynwich dan motivo a relatos
similares referentes a las deidades del agua que necesitaban sacrificios anuales.
Cuando había pasado más de un año se podía oír el clamor de una voz: «¡La
hora ha llegado, pero el hombre no!», tras lo cual se veía cómo un hombre se
precipitaba de cabeza al lago, movido por la compulsión de responder a la
llamada de la diosa.20
De este rico cuerpo del folclore céltico provienen muchos relatos de
melusinas y espíritus del agua. ¥1 fidealzia un espíritu femenino que rondaba
por Loch na Fideil, en Gairloch, y un demonio hembra conocido como
luideag («harapo») merodeaba por las costas de Lochan, en Skye, El glaistigera
mitad mujer y mitad cabra, y se creía que moraba detrás de las cascadas y en
los vados. Todas estas criaturas son modelos en miniatura de Danu-Domnu, la
madre agua, y expresan su naturaleza engañosa de una forma menos cósmica.
Vale la pena considerar uno de estos típicos relatos folclóricos en su totalidad.
Aunque la historia que sigue llegó al siglo XIX después de ser repetida durante
generaciones, es típica de las leyendas de espíritus acuáticos femeninos que
abundan en el folclore de Gran Bretaña, Irlanda y el norte de Europa. Nada
nos transmite mejor que estos relatos tan característicos la atmósfera de
voluble magia, belleza y siniestra seducción con que los celtas impregnaban
su agua sagrada, y tal vez nada más pueda presentarnos de manera tan
delicada el carácter ambiguo del Neptu- no astrológico, que se puede
reconocer fácilmente aunque se disfrace con una cola de sirena.
Una vez, en una vieja cabaña de piedra de Cury, cerca de Lizard Point, vivía un
hombre llamado Lutey. De mediana edad, era tranquilo y de voz suave, y como
sus hijos habían crecido, se habían ido y ya no vivían con él, llenaba sus horas de
ocio pescando y recogiendo barricas de ron, carne salada, objetos de bronce y
lardos de lino: restos de naufragios que el mar llevaba desde los bar- eos
hundidos o encallados hasta las rocas de la costa. Aunque su mujer era
rezongona, él estaba contento con el paso de los días y de los años. Pero su vida
estaba destinada a cambiar.
Ün brumoso día de primavera, Lutey vagabundeaba con su perro entre las
rocas, por debajo de su choza, para ver si el mar le había traído algún nuevo
tesoro. De pronto oyó un débil grito, tan tenue que apenas se lo podía escuchar
por encima del ruido de las olas. Se dirigió hacia el lugar de donde provenía el
sonido, atravesando un montón de piedras que rodeaban una pequeña depresión
en la playa. Con la marea alta, el agua entraba y salía libremente de ella, pero al
bajar la marea se formaba allí un pequeño estanque aislado del mar. Era un lugar
cambiante y mágico, y Lutey sabía que en sitios como ese extraños espíritus
podían introducirse en el mundo de los mortales. Miró atentamente el pequeño
estanque y vio que a su vez, desde las profundidades, un par de ojos de color
verde mar le devolvían la mirada.
Lutey se fijó mejor y vio un hermoso rostro pálido, semioculto por largos rizos
de cabello de un oro rojizo. Al principio pensó que era una muchacha, pero
después vio que en las caderas, debajo del agua, su cuerpo se transforma ba en
una larga cola, lisa y brillante, cubierta de escamas.
—¡Ayúdame! —susurró ella-. Ayúdame a volver al mar. Puedo darte poderes
si me ayudas a volver al mar.
Lutey se inclinó y la sacó del agua. Ella le echó los brazos al cuello y él la
llevó a la arena. Era tan ligera como una nube.
-Dime cuál es tu mayor anhelo —le dijo la sirena- y, sea lo que fuere, lo
tendrás.
Lutey miró hacia el mar, bajó los ojos a la arena que tenía bajo los pies y dijo:
—Quiero el poder de sanar. Quiero romper los hechizos malignos.
La sirena sonrió, asintiendo:
—Concedido. ¿Qué otra cosa quieres?
Lutey se adentró más con ella en el mar, hasta que las olas le llegaron a las
rodillas, rodeándoselas de espuma.
—Quiero que estos poderes pasen a mis hijos, a sus hijos y a los hijos de sus
hijos, para que el nombre de mi familia sea por siempre reconocido y respetado.
—Hecho está -respondió la sirena-. Por tu bondad, recibirás ambos dones. —
Y como símbolo de su promesa se quitó una peineta de marfil de sus largos
cabellos y se la puso en la mano.
Lutey sintió, como si fuera una embriaguez, la atracción de la marea. En la
cosra, su perro empezó a aullar. La sirena bajó la cabeza hasta que finalmente
tuvo la boca junto al oído de él.
—Quédate conmigo —le susurró—. No hay nada que te retenga en tierra.
Lutey empezó a defenderse como pudo, luchando por arrancarse del cuello los
brazos de ella. El perro se lanzó al agua y comenzó a tironearle la pernera
del pantalón. Tambaleándose, Lutey dejó ir a la sirena, e instintivamente
sacó su cuchillo. Ella, con un poderoso coletazo, empezó a nadar hasta
ponerse fuera de su alcance, ya que, como a muchas otras criaturas de su
mundo marino, el hierro le daba miedo.
—Has hecho una elección estúpida —le dijo—, aunque, como eres
bondadoso, mantendré mi promesa. ¡Adiós! Pero dentro de nueve años
volveremos a encontrarnos.
Luego se sumergió en las profundidades, y Lutey vio cómo su cabello,
ondeando como una llama, desaparecía bajo las olas. Trabajosamente
volvió a la costa y subió hasta su choza, sujetando la peineta en una mano
y el cuchillo en la otra.
Su mujer estaba esperándolo en la puerta.
—¿Qué has estado haciendo? —lo increpó—. Calado hasta los huesos,
¡y no me traes más que un trocito de hueso como botín del naufragio de
esta tarde!
—Es una peineta —le respondió Lutey.
—Es una hilera de dientes de una mandíbula de tiburón —replicó su
mujer.
Él miró lo que traía en la mano y se dio cuenta de que ella estaba en
lo cierto, pero no lo soltó.
La promesa de la sirena se cumplió. Lutey rompió los hechizos de
multitud de brujas, con lo que salvó la situación de los granjeros cuyos
rebaños se estaban muriendo, y también sanó a niños enfermos a quienes
se había desahuciado. Al final ya no le quedó tiempo para pescar ni para
recoger restos de naufragios. Su reputación de sanador se difundió por
toda la comarca, y los pobres acudían a él cuando se hallaban en
dificultades. Si no podían darle dinero, le llevaban humildes presentes:
aceite de pescado o una buena soga. Uno por uno, sus hijos amarraron las
barcas y las abandonaron para unirse a él. También ellos,
misteriosamente, habían recibido el don de la curación, de cuyo origen
Lutey jamás habló. Con los años, se fue volviendo cada vez más retraído,
y con frecuencia se iba, solo, hasta el estanque formado por las mareas
para sentarse allí a mirar el mar.
Un día, nueve años después de su primer encuentro con la sirena,
cogió sus redes y después de decirle a su mujer que se iba a pescar, se
dirigió hada su barca.
Pero aquel no era un buen día para pescar. Coléricas, las olas azotaban
las barcas en el puerto, y el cielo estaba oscurecido por nubes que pasaban
rápidamente, como si las impulsara el aullido del viento. Los hijos de
Lurey se miraron, azorados, y el menor siguió a su padre para cuidar de
que no le sucediera nada malo, pero no hubo quien pudiera disuadirlo de
salir al mar. La pequeña barca saltaba y se sacudía a merced de las olas,
sin que él hiciera nada por gobernarla. Entonces, de repente, emergió del
agua una cabeza resplandeciente. La sirena no había cambiado, aunque
Lutey ya era viejo, con el pelo ralo y gris. Mientras su hijo los miraba
desde la costa, la sirena le hizo un ademán. Él se puso de pie y se arrojó a
las olas.
—¡Me ha llegado la hora! —le gritó a su hijo, se tiró al agua y
desapareció.
El hechizo de la sirena se mantuvo durante generaciones, y los Lutey
de Cury llegaron a ser famosos por sus poderes curativos y de brujería.
Pero la sirena, igualmente, se cobraba su precio. Cada nueve años, con la
misma regularidad de las mareas, algún descendiente de Lutey se perdía
en el mar.11
' Valhalla es el paraíso tic los dioses en la mitología germana y escandinava. (N. delE.)
de un acontecer pacífico y benigno, pero inevitablemente cíclico, sobre el
cual ellos no ejercían control alguno. Los celtas definieron su relación
cambiante con la fuente por mediación del sacrificio, la propiciación y la
poesía, es decir que percibieron a la humanidad como parte integral y activa
de la danza cósmica. En el mito hindú tropezamos con lo que al principio
parece la visión más pasiva y desalentadora de todas, ya que se ve la propia
vida humana como una pura ilusión. Desde el punto de vista psicológico, esto
sugiere una identificación completa con la madre urobórica del estado
prenatal. El sentimiento de una existencia independiente es frágil y se
extingue rápidamente, y la vida es entonces un sueño y un hastío. Todos estos
sentimientos, indudablemente, pertenecen al dominio de Neptuno.
Pero esta visión del cosmos —rítmica, oceánica, inconfundiblemente
femenina y esencialmente neptuniana— sólo le parece negativa a una menta-
lidad occidental que no siempre puede ver más allá de las recompensas y
castigos inmediatos de una vida individual. Es, sin duda, bastante menos
negativa que la creencia en que, pese a la desigualdad básica de la vida y la
definición sumamente subjetiva del «pecado», no tenemos más que una única
oportunidad que determinará si nos asamos por toda la eternidad o nos
regocijamos en el Paraíso con los ángeles. Mircea Eliade expresa de forma
muy sucinta su propia opinión sobre el asunto:
V)
paisaje del Edén tiene muchos paralelos emocionales con el dominio acuático
primario que acabamos de explorar. Pero contiene un motivo que no aparece
en los relatos de la creación, pese a ser sumamente importante para
comprender la forma en que experimentamos a Neptuno: la Caída. El «pecado
original» de Adán y Eva, que no sólo tiene lugar en el Génesis sino tam bién
en los mitos del Paraíso de muchas otras culturas, es la causa principal de
nuestro alejamiento de Dios y la razón de que hayamos sido expulsados del
lugar de la felicidad y de la vida eterna. También es nuestro pecado lo que se
interpone entre nosotros y nuestra unión con la fuente, y lo que nos mueve a
expiarlo mediante el sufrimiento y el sacrificio para que un día podamos ser
merecedores del perdón y se nos permita regresar al Paraíso. Aunque los
detalles varíen entre los relatos de diferentes culturas, generalmente es alguna
especie de «mal» lo que desgarra la trama del Paraíso y marca el comienzo del
largo y espinoso camino de la historia humana. Si bien en los mitos de la
creación —que describen muy literalmente «actos de Dios», incluso el brutal
asesinato de Tiamat— no se presenta un conflicto perceptible entre el bien y
el mal, en los mitos del Paraíso sí que hay implícita una clara postura moral.
A nosotros nos parece difícil renunciar a la creencia en que debe de haber
alguna razón para que estemos aquí fuera y no allí dentro. Y es imposible
captar el ambiguo mundo de Neptuno sin examinar más atentamente este
problema moral, que es esencial para el significado y la expresión del planeta
en la psicología individual.
Será útil que empecemos por los antecedentes del Edén. Como era
previsible, el relato, tal como lo presenta el Génesis, tiene un paralelo en la
mitología sumerio-babilónica, en el jardín divino de Dilmun, donde no
existían la enfermedad ni la muerte y donde los animales salvajes no eran
presa los unos de los otros.
En el comienzo, una vez que fue creado el mundo, Enki, el dios del agua,
pidió a su madre, Nammu, el mar primordial, que le ayudara a modelar una
criatura nueva con un poco de arcilla, y la pusiera a trabajar para cuidar de
Dilmun, la morada de los dioses. El arreglo resultó tan satisfactorio que Enki
hizo otros seres humanos, que empezaron a multiplicarse. Durante un
tiempo, dioses y mortales vivieron felizmente juntos en la tierra de Dilmun.
Enki creó también todas las plantas necesarias para la vida y el placer de los
seres humanos: pepinos, manzanas, uvas, higos y otras cosas deliciosas.
Después de la Caída, cuya historia veremos en breve, Dilmun se convirtió en
la morada exclusiva de los inmortales, como lo había sido ya antes de la
creación de los seres humanos. Pero a Utnapishtim (a quien conocemos mejor
como Noé) y a su mujer se les permitió vivir allí por toda la eternidad después
del gran Diluvio que fue enviado para lavar los pecados del mundo. Los
paralelos entre Dilmun y el Edén son obvios, pero lo interesante es que el
«pecado original» del primer hombre sumerio difiere bastante del cometido
por el hebreo. El mito de Adapa, a quien el Génesis llama Adán, parece haber
estado muy difundido durante la antigüedad en Oriente Medio; incluso se
encontró un fragmento de él entre los archivos de el-Amarna, en Egipto.
Adapa y Adán tienen nombres similares, pero con esto se acaba la semejanza.
Aunque era un mortal, a Adapa se lo presenta en ocasiones como el hijo
de Enki, dios del agua y —al igual que tantos otros miembros de la mítica
progenie masculina de la madre agua- también una imagen del poder fálico y
creativo de esta última. Enki había creado a Adapa como «el modelo del
hombre» y le había dado la sabiduría, pero no la vida eterna. Una de las
obligaciones de Adapa era abastecer de pescado a los dioses. Un día, mientras
él estaba pescando, el Viento del Sur sopló hasta volcarle el bote. En un
acceso de furia (evidentemente, Enki había infundido a su creación un
manifiesto mal genio), Adapa rompió un ala al Viento del Sur, que se pasó
siete días sin poder soplar. Cuando Anu, el supremo dios del cielo, observó la
ausencia del Viento del Sur, envió a Ilabrat, su mensajero, a averiguar la
razón de aquello. Cuando volvió, Ilabrat le contó lo que había hecho Adapa.
Anu ordenó entonces que lo llevaran a su presencia. Enki, el dios del agua,
aconsejó prudentemente a su hijo cómo debía conducirse en presencia de
Anu. Debía vestirse de luto y aparecer ante él con el pelo y la ropa en
desorden, e inventarse un cuento sobre su pena por la desaparición de dos
dioses del mundo de los hombres, que lo había perturbado hasta el punto de
que, en su desequilibrio, había atacado ciegamente al Viento del Sur. Pero
cuando Anu le ofreciera el pan y el agua de la muerte, Adapa debía
rehusarlos. Todo sucedió como Enki había predicho y Adapa, gracias a su
piedad, se ganó el favor de Anu, quien le perdonó el incidente con el Vien to
del Sur. Después, Anu ofreció a Adapa el pan y el agua de la vida, con la
intención de conferir así la inmortalidad al hombre. Pero Adapa, obedeciendo
las instrucciones de su padre y sin haber entendido bien la naturaleza del don
que se le ofrecía, lo rehusó. Ante ello, Anu se rió y le pregun tó por qué había
actuado de forma tan extraña. Cuando Adapa le explicó que había seguido el
consejo de Enki su padre, Anu le dijo que al hacerlo se había privado del don
de la inmortalidad. Aunque posteriormente Adapa reinó sobre la tierra con
múltiples privilegios y dignidades, a partir de entonces el infortunio y la
enfermedad fueron, para siempre, la herencia de la raza humana.2
La historia es curiosa, porque aquí el pecado original, en vez de ser, como
en el caso de Adán, la desobediencia de la voluntad de Dios, es una
obediencia desmesurada y no meditada, cuyo resultado es la pérdida del don
de la vida eterna para toda la humanidad. Quizá pueda ser provechoso hacer
conjeturas sobre qué puede significar esta extraña inversión del relato del
Génesis. ¿Hemos «caído» en el sufrimiento y en la muerte no porque Adán
haya actuado con independencia sino porque aceptó ciegamente el dictado
divino? Por sugerente que pueda ser desde el punto de vista teológico este
relato más antiguo de la Caída, hace ya tiempo que sufrió la transformación
impuesta por la moral que caracteriza a la cultura judeocristiana. Al Paraíso,
tal como está guardado desde hace tiempo en la psique colectiva de
Occidente, se lo representa como el lugar originario de la felicidad que hemos
perdido a causa de ese atributo humano, sumamente ambiguo, que Neptuno
evita de forma tan tenaz: el poder de la opción individual.
El Paraíso como morada celestial que aguarda a las almas de los justos
después de la muerte es un tema tan antiguo como el Paraíso antes de la
Caída.4 Tal como podíamos esperar, es idéntico en la forma y en el clima
emocional al desaparecido Jardín de donde el primer hombre y la primera
mujer fueron expulsados por una deidad implacable y enfurecida. El lugar de
nuestro origen, en donde una vez existimos en perfecta fusión con el Otro
divino, es lo mismo que el lugar de nuestro definitivo retorno, siempre y
cuando hagamos lo necesario y redimamos de alguna manera el «agravio»
original realizando las acciones correctas y profesando las creencias adecuadas
durante nuestra estancia en la Tierra. El ansia de Neptuno se derrama como
una inundación en ambas direcciones: la nostalgia por el hogar perdido y el
anhelo de la reunión final que nos espera en alguna parte, en alguna época, en
un lejano futuro. A muchos occidentales de la era moderna, la idea religiosa
de una vida edénica futura les parece intelectualmente absurda, Pero la
nostalgia y el anhelo no han desaparecido, y, por consiguiente, la esperanza
de una feliz reunión, por ahora relegada al inconsciente, se proyecta sobre
algún momento futuro de esta vida, cuando llegue la pareja «adecuada», o
cuando aparezca el trabajo «perfecto», o cuando de alguna manera,
mágicamente, todo termine por «estar bien». Estos sentimientos son humanos
y universales; todos, en alguna ocasión, los experimentamos. Son las
manifestaciones características del anhelo y la nostalgia neptunianos, que nos
recuerdan que, pese a nuestras tribulaciones actuales, hay Algo que terminará
por responder alguna vez a nuestra llamada. Estos sentimientos pueden
inspirar y reforzar la esperanza, particularmente durante un tránsito de
Saturno o de Plutón que nos ponga a prueba. Pero puede que a la persona que
tenga una propensión excesiva hacia Neptuno, el sueño de ir en pos de una
vida mágica después de la actual —en la que todo el sufrimiento de nuestra
condición de seres aparte ya no exista y volvamos al estado de fusión primaria
— aplaste su capacidad de vivir en la realidad del presente.
La palabra «paraíso», que se usa para describir tanto el Edén como la vida
futura (así como también muchas vivencias sensuales o eróticas durante esta
vida) proviene de los términos persas pairi («alrededor») y daeza («pared»).
Paraíso significa, pues, «un recinto amurallado». Semejante a un útero, este
recinto amurallado contiene después de la muerte exactamente lo que
contenía antes del nacimiento. En la tradición occidental, el Paraíso no es
sólo un lugar donde se congregan las delicadas sombras incorpóreas de los
muertos, como eran para los griegos los Campos Elíseos. En las primeras
enseñanzas de Zoroastro (ca. 1400 a.C.), que más tarde influyeron en las
creencias escatológicas de los judíos del siglo VI a.C., y finalmente en la
percepción cristiana del más allá, estaba incluida la resurrección corporal, y
del amurallado jardín de las delicias se podía disfrutar tanto sensualmente
como en otros niveles, tal como en su momento disfrutaron de él Adán y
Eva.5 En el cristianismo paulino, el cuerpo resucitado es claramente un
cuerpo, aunque sea más espiritual que material. San Pablo no definió lo que
quería decir con ese carácter «espiritual» del nuevo cuerpo, pero dio a
entender que no tendría la anatomía ni la fisiología del cuerpo terrenal,
porque Dios destruiría tanto el estómago como el alimento que éste contu-
viese.6 Dicho de otra manera, sería un cuerpo sin los apetitos que tantas
complicaciones causaron a Adán y Eva. La diferencia entre el Paraíso anterior
y el Paraíso posterior no reside en sus imágenes ni en su tono afectivo, sino
en la presencia de esos problemáticos deseos humanos que aseguran que la
dicha eterna de antes de la vida y la dicha eterna de después de la vida
queden separadas por un doloroso lapso de encarnación y expiación.
En Génesis 2,15-17 queda clarísimo qué condiciones existían en el Edén
para asegurar la continuación del estado paradisíaco original:
Así, pues, tomó Yahveh Dios al hombre y lo puso en el Jardín del Edén,
para que lo cultivara y lo guardara. Y dio Yahveh Dios al hombre este
mandato: «De todo árbol del jardín puedes comer libremente, mas del
árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día en que de él
comieres, morirás sin remedio».
Así, sin que sea necesario insistir en el tema por el momento, podemos
llegar a dos conclusiones: que la felicidad paradisíaca y el conocimiento del
bien y del mal (es decir, la conciencia, sobre todo de tipo sexual) se excluyen
mutuamente, y que la posesión de lo segundo destruye lo primero. La
conciencia implica la facultad de elegir, que a su vez exige la definición de un
yo independiente, capaz de tomar decisiones basadas en valores individuales,
algo que constituye lo opuesto de la fusión con la voluntad de Dios, del padre
o la madre o del colectivo. El conocimiento del bien y del mal es, en realidad,
la condición necesaria para separarse de la fuente. Sin embargo, como tantas
veces se ha señalado en textos tanto teológicos como psicológicos, en última
instancia fue Dios quien puso ahí el fruto, como invitándolos a que se lo
comieran. Forma parte del Jardín, y de la condición humana, y existe ya en
potencia incluso en el líquido amniótico. ¿Para quién ha sido creado, si nadie
ha de comerlo? Y si está vedado a los seres humanos, entonces, ¿por qué Dios
creó a Adán y Eva con el tipo de curiosidad peligrosa (o saludable) que
necesita, finalmente, desafiar a su propio creador? Y para empezar, ¿de dónde
vino la serpiente? También ella fue creada por Dios y
forma parte del Jardín. A menos que queramos afirmar que el Dios del
Génesis es un malicioso estafador o un psicópata, para estas cuestiones no hay
respuesta, por más que los teólogos sigan esforzándose por encontrarla. Pero
tal vez eso sea, precisamente, lo más importante del relato del Edén: que sus
cuestiones morales no tienen respuesta. La naturaleza de la vida nos impone
la imposibilidad de permanecer en el útero, porque nos moriríamos, como le
habría pasado a Marduk si no hubiera presentado batalla. Al final, debemos
salir a la luz como entidades físicas independientes, con necesidades
instintivas y emocionales que, tarde o temprano, entrarán en conflicto con la
voluntad de la madre y nos obligarán a pasar por la doloro- sa experiencia de
la separación. Si la miramos como una historia psicológica, la pérdida del
Edén está investida de una inevitabilidad equiparable a la del nacimiento; y el
sentimiento de culpabilidad que acompaña a nuestro anhelo de regresar no es
menos arquetípico, además de inevitable. Todo depende de la medida en que
tengamos conciencia de ello, y de cómo lo expresemos en nuestra vida.
En hebreo, Edén significa «deleite» o «lugar de deleite». El Edén es un
jardín de las delicias amurallado, en el centro del cual se alzan los dos árboles,
el del conocimiento y el de la vida eterna, como el árbol que Gilgamesh
encontró en las profundidades del mar cósmico. Desde el centro del Edén,
cuatro ríos fluyen de una fuente inagotable, en las cuatro direcciones, para
regar el mundo. El Edén es, pues, una fuente de agua, como la Madre Divina
de los hindúes, cuyos ríos nutren la Tierra. El paisaje del Edén es una
imaginativa representación de cómo se siente un bebé cuando mama, en
unidad con su creadora y nutriéndose sin esfuerzo ni dolor alguno. El Zohar
cabalístico hace un curioso comentario sobre las aguas del Edén:
[...] La Y [en referencia a YHWH, las cuatro letras sagradas que componen el
nombre inefable de Dios] hizo nacer un río que brotaba del Jardín del Edén y era
idéntico a la Madre. La Madre quedó encinta de los niños, la W, que era el Hijo,
y la segunda H, que era la Hija, y los dio a luz y los amamantó [...]. 7
Este texto esotérico, sin reticencia alguna, establece una relación mani-
fiesta entre los ríos del Edén y la divina madre agua; y el Hijo y la Hija, los
primeros seres humanos, nacieron de ella. Estos Hijos, cuyos nombres, Ailán
y Eva, significan respectivamente «tierra» y «vida», infringieron las reglas al
comer del fruto prohibido, y fueron expulsados del Jardín, con lo mal
nacieron como seres mortales. Y Dios (la Madre), temiendo que iomieran el
Iruto del árbol de la inmortalidad como habían hecho con el del árbol del
conocimiento, los maldijo y, tras haberlos expulsado, situó en la entrada
oriental del Edén dos querubines con espadas llameantes que blandían en
todas las direcciones para cerrar el paso hacia el árbol de la vida. Actualmente
somos demasiado complejos para tomarnos como una historia real y concreta
el relato de un jardín amurallado, situado en algún lugar al este de la cuenca
de los ríos Tigris y Eufrates (o, según las últimas teorías, en Madagascar), con
una serpiente que sabía hablar, una primera mujer hecha de la costilla del
primer hombre y dos árboles maravillosos cuyos frutos no se podían comer
porque Dios lo había prohibido. Pero esta imagen obsesionante de un Paraíso
perdido subyace profundamente en todos nosotros. Su antigüedad y su
universalidad proclaman que es de naturaleza arquetípíca; el Edén es una
experiencia humana esencial, ya sea el Dilmun de los sumerios, los Campos
Elíseos de los griegos, el País de la Eterna Juventud de los celtas, el Valhalla
de los escandinavos, el Castillo del Grial de la leyenda medieval, una botella
de ginebra, una dosis de ácido o los brazos del ser amado. El Edén es una de
las descripciones míticas más poderosas del mundo interior del Neptuno
astrológico, porque al parecer el individuo que se encuentra bajo el hechizo
de este planeta no puede olvidar las aguas del Paraíso, ni puede tampoco dejar
de intentar escupir ese fruto que fue el origen de todo el problema. El anhelo
de volver a ser admitido en el Edén puede convertirse en la preocupación de
toda una vida, aunque no siempre se reconozca. Hoy en día tenemos otros
nombres para el Edén.
El relato del Paraíso y la Caída no fue un invento de los israelitas, ni se
limita tampoco a la mitología de Sumer, Babilonia y Canaán, de donde pro-
viene la historia del Génesis. Ni el fruto prohibido es siempre un fruto. Para
los griegos era el fuego. Los ecos del robo del fuego sagrado, por obra del titán
Prometeo, resuenan en otros mitos indoeuropeos, y su resultado fue que la
humanidad se viera afligida por todas las angustias de la condición mortal.
Antes de tan catastrófico suceso, la vida era fácil y pacífica: hombres y
mujeres vivían en una Edad de Oro, en perfecta armonía con la Tierra y con
los dioses. En realidad, el creador de los seres humanos fue Prometeo, que
además les enseñó las artes de la arquitectura, la astrología, las matemáticas,
la navegación, la medicina y la metalurgia. Pero Zeus se fue poniendo cada
vez más celoso del aumento de los talentos y facultades creativas de estas
notables criaturas, y decidió destruirlas. Perdonó a los hombres ante las
súplicas de Prometeo, pero les negó el don del fuego, que podría haberlos
equiparado con los dioses. Prometeo, negándose a aceptar este injusto límite,
impuesto a las potencialidades futuras de su creación, robó una chispa del
carro de fuego del Sol y la llevó a la Tierra, oculta en un tallo hueco de
hinojo, Zeus castigó de un modo terrible a Prometeo, y se vengó de todo el
género humano enviando a la Tierra a la irresistible Pandora. Con ella iba una
caja que contenía todos los sufrimientos que podían atormentar a la
humanidad: la locura, la pasión, la violencia, la codicia, la traición, la
enfermedad y la vejez.
La versión griega de la Caída, por más que su historia sea muy distinta de
la del pecado de Adán y Eva, nos plantea el mismo dilema moral, aunque su
carácter trágico y heroico, típicamente griego, contrasta con lo que Nietzsche
llamaba las «inclinaciones femeninas» del Génesis, es decir, la picara
desobediencia, la descripción engañosa, la seducción, la codicia y la
concupiscencia. Aunque Prometeo sea de naturaleza divina, es un titán, un
espíritu de la Tierra, como Cronos-Saturno, y aun estando por encima del
común de los mortales, no deja de ser inferior a las deidades olímpicas.
Podríamos considerarlo como un daimon, es decir, un atributo personificado
del alma humana. En la figura griega de Prometeo, como en los personajes del
Génesis, Nietzsche vio una osada impiedad, un valiente logro alcanzado
desafiando los celos de los dioses. Sin embargo, al igual que Adán y Eva, el
titán desobedeció, y tanto él como la humanidad fueron castigados; y la feliz
Edad de Oro, con la tranquilidad y la abundancia de que habían disfrutado
hombres y mujeres, se desintegró dando lugar a la tosquedad y la violencia de
la Edad del Hierro, en la cual, si hemos de creer a Hesíodo, todavía seguimos
debatiéndonos.
El estado de inocencia infantil que precede a la Caída es una exigencia
para disfrutar del Paraíso después de la muerte, porque es precioso haber
expiado el pecado de Adán y Eva para que el querubín nos permita entrar.
Vale la pena fijarse en que la maldición que Dios impone a Adán y Eva con-
siste en los dolores del parto y la dificultad de ganarse la vida, es decir, las dos
características más básicas de lo que llamamos ser adultos. El hecho de que
uno llegue a ser padre o madre y el de hacer frente a las propias respon-
sabilidades materiales son profundas expresiones de separación de los propios
padres y de superación de la dependencia infantil, tanto en el aspecto físico
como en el emocional. El estado de obediencia a la voluntad de Dios en un
lugar de deleite perfecto e inmutable es el del bebé lactante. Juntos, los
nombres de Adán («tierra») y Eva («vida») describen sucintamente el cuerpo
físico con su fuerza vital, y esto sugiere que la expulsión del Jardín del Edén
es una imagen del nacimiento físico. Es también una imagen de madurez y
autonomía psicológicas, y refleja además la renuncia a la inocencia
inconsciente e irreflexiva de los años anteriores a la pubertad. El ciclo de
Saturno en tránsito mientras va formando diferentes aspectos con su empla-
¿amiento natal es la representación astrológica de este proceso. El viaje hacia la
madurez no es una línea recta que vaya de A a B con un modo y un ritmo de
crecimiento «normales» y definidos; es una senda serpenteante, que vuelve sobre sus
propios pasos y cuya normalidad depende de la naturaleza y el destino propios y
peculiares de cada persona. Definir la madurez del individuo es tan difícil como
definir el amor. Pero, sean cuales fueren sus diversas expresiones, en el núcleo del
proceso subyace la necesidad psicológica inherente a la maldición con que Dios señaló
a Adán y Eva. Llegar a ser padre o madre —algo que no implica necesariamente el
acto físico de engendrar un niño— es un símbolo de que uno no sólo se ve como un
hijo o una hija, sino también como alguien en sí mismo, que está solo en el universo,
tiene la responsabilidad de descubrir su propio significado y su propósito y ya no
depende de la autoridad parental (ni colectiva) para adoptar sus propios valores y
tomar sus decisiones. Y también la autosuficiencia en el nivel material es un símbolo,
que refleja la capacidad de afrontar la vida solo, sin confiar más que en los propios
recursos interiores. Y son precisamente estas experiencias las que intenta evitar la
nostalgia neptuniana.
El conocimiento del bien y el mal, y de nuestro viejo y sucio mundo con sus
egoísmos, límites y compromisos, es el difícilmente ganado conocimiento de Saturno,
que incluye la carga de las responsabilidades mundanas, el dolor de la toma de
decisiones, los conflictos del amor y la sexualidad (no deberíamos olvidar a la lujuriosa
cabra capricorniana), los retos de la soledad y la autosuficiencia, y la frustración dé no
encontrar respuestas permanentes para la desigualdad y la injusticia de la vida sobre la
Tierra. Comparado con todo esto, el Edén, desde el punto de vista neptuniano, es la
única opción posible, ya que la vida mortal es un erial. La melancolía agridulce de
Neptuno, que se expresa de la forma más intensa en la música y en la poesía, refleja la
profunda tristeza del exilio. La pérdida del Edén y la pétrea dureza del mundo
saturnino de la encarnación son los temas principales del escritor galés Arthur
Machen, que nació con el Sol en conjunción con Quirón en Piscis, y con una oposi -
ción casi exacta entre Saturno en Libra y una conjunción Venus-Neptuno en Aries.
Lamentablemente, sus mágicas historias, bellamente trabajadas y profundamente
inquietantes, son poco conocidas por el público en general. Todos los relatos de
Machen se centran en la creencia de que
... aunque vivimos muy tierra adentro, tenemos recuerdos del gran y profundo
mar, el pelagus vastissimum Dei, de donde hemos venido. [...] El celta ve la
totalidad dej universo material como un vasto símbolo, y el arte es un gran
conjuro que, en buena medida, puede restaurar el paraíso que hemos perdido.*
un yvi UCL rnitcnuf U7
Es difícil saber sí se traca realmente de una visión celta del mundo o de cómo lo
ve un individuo de naturaleza fuertemente neptuniana. Quizás ambas cosas sean
verdad; la mitología celta, como hemos visto, no sólo hace pensar en Neptuno por sus
temas ultramundanos relacionados con el agua, sino también por sus características
emocionales y su presentación. Por otra parte, en los siglos XVIU y XIX, los poetas del
romanticismo alemán adoptaron la misma visión de la vida y del arte, y difícilmente se
los podría llamar celtas.9 En el relato titulado «N», Machen ofrece su visión del Edén y
de la Caída:
El escrito de Machen nos proporciona una notable descripción del Edén perdido
y de su contraste con el mundo gris de «tierra adentro». Pero tal vez el retrato más
impresionante de ese «peso» y esa «masa inerte» que aplastan a los seres humanos
después de la Caída se encuentre en la poesía de T. S. Kliot, para quien la readmisión
en el Edén era lo finalmente buscado en la conversión a la fe católica. Su complejo
poema The Waste Land [La tierra baldía |, con su aterradora invocación de un mundo
sin agua, es una de las mayores imágenes de la desolación espiritual que nos ha dado el
siglo XX.
En coniraste con este árido paisaje de la encarnación, el Paraíso
como visión de una recompensa finura reúne inevitablemente a su
alrededor las
imágenes del agua. El Dios del Antiguo Testamento promete
concretamente la bendición del agua al pueblo de Israel en Isaías
41,18-20:
Sobre cumbres peladas haré manar ríos; en medio de los valles, fuentes; con-
vertiré el desierto en pantanos; la tierra seca, en manantiales. Pondré en el
desierto cedros, acacias, mirtos y olivos; colocaré en la estepa enebros, y juntos
olmos y cipreses, para que vean y conozcan, adviertan y comprendan a la vez que
la mano de Yahveh ha obrado esto, que el Santo de Israel lo ha creado.
En los libros apócrifos de Enoch, el Paraíso se nos presenta como un
lugar para los elegidos, los justos y los santos. Está situado en el borde extre-
mo del cielo, y los cuatro ríos del Paraíso son de leche, miel, aceite y vino.
Este Paraíso no es simplemente un trozo de tierra verde prometido a los
israelitas; es una vida después de la vida, la Tierra de los Bienaventurados. La
visión mesiánica y milenaria del nuevo mundo después del cataclismo del
apocalipsis es al mismo tiempo terrenal y celestial, y los elegidos, estén
muertos o aún vivos, resucitarán y se transformarán, en un mundo limpio de
pecado. Podemos oír este mensaje en muchos canales de televisión esta-
dounidenses, aunque parece que, tanto últimamente como en los tiempos
medievales, la admisión al Paraíso no exige tanto que haya uno lavado sus
pecados como que haya hecho una apropiada contribución monetaria. Pero la
promesa del Paraíso, en este mundo o en el otro, es un mensaje poderoso,
seductor e hipnótico no sólo para los individuos, sino también para sociedades
enteras. No hay más que considerar sus efectos en la historia de la cristiandad,
en la que el carácter sanguinario y demente de las Cruzadas y de la
Inquisición, por no mencionar más que dos episodios, se vio acicateado por la
garantía de una recompensa celestial. La misma disposición a cometer hechos
terriblemente sanguinarios con el fin de alcanzar después de la muerte la
inocente beatitud de una matriz celeste se puede observar también en algunas
doctrinas religiosas no cristianas. E igualmente se puede ver en casos
individuales en que Neptuno se descontrola, y en los que, en un desesperado
esfuerzo por atar a otra persona en un estado de fusión permanente, se
justifica una considerable cantidad de crueldad y destructividad psicológicas.
[Las puertas del cielo] [...] estaban flanqueadas por una altísima muralla de
piedras preciosas, y daba la impresión de que rodeara el universo entero. [...] Al
levantar los ojos vimos un campo muy extenso, cubierto de deliciosas flores del
Paraíso. Por todas partes, con un leve murmullo, fluían arroyos cristalinos. Una
vasta multitud de animales mansos, como ovejas blancas, armiños, conejos y otras
criaturas inofensivas, todas ellas más blancas que la nieve, jugaban
placenteramente entre las diferentes flores y la verde hierba que crecía junto a
los arroyos. [...] Mientras estábamos hablando [con san José], me acerqué al trono
y vi venir una gran multitud de niños vestidos de blanco, con las manos llenas de
fragantes florecitas blancas...5
El sol será siete veces más brillante que ahora. La fertilidad de la tierra se des-
plegará y ésta producirá espontáneamente los mejores frutos. Las rocas de la
montaña rezumarán miel, los arroyos serán de vino y los ríos rebosarán de leche.
En ese tiempo, el mundo se regocijará. Alegre estará la naturaleza entera,
liberada y salvada del gobierno del mal, la impiedad, el crimen y el error.
Durante este tiempo, las fieras no se alimentarán de sangre ni las aves de pre sas,
sino que serán todos los animales pacíficos y serenos. Leones y terneros estarán
juntos en el pesebre, el lobo no se apoderará de la oveja, el perro no cazará, y no
matarán las águilas ni los halcones. 14
Lamentablemente, estos autores no nos dicen si, una vez pasado el mile-
nio, nuestro recién resucitado cuerpo «espiritual» será capaz de aburrirse.
Por supuesto que el deseo sexual como tal no tiene lugar en el Paraíso; no
se ha de repetir el resultado del pecado de Adán. Sin embargo, en estas
descripciones medievales hay una curiosa lascivia que revela el inconfundible
erotismo de los niños pequeños. El Elucidario declara que en el Paraíso los
bienaventurados podrán volver a la desnudez:
[En el día del Juicio Final] ambos sexos se elevarán. Porque no habrá lujuria, que
es la causa de la vergüenza. Porque antes de que pecaran estaban desnudos, y ni
el hombre ni la mujer se avergonzaban. Así, todos los defectos desaparecerán de
esos cuerpos, pero su estado natural será preservado. El sexo femenino no es un
defecto, sino un estado natural, que entonces no conocerá el contacto sexual ni el
parto. Habrá partes femeninas no adecuadas para su antiguo uso, sino ajustadas a
una nueva belleza, que no excitará la lujuria en quien la contemple, sino que
inspirará alabanzas de la sabiduría y la bondad de Dios, que creó lo que no existía
y lo liberó de la corrupción.11’
Las almas de los hombres son eternas y no las aniquila la muerte, sino que
aquellos que fueron justos regresan a la sede celestial de su origen, puros, impa-
sibles y bienaventurados. Por otra parte, son transportados a esos afortunados
campos en donde disfrutan de maravillosos deleites. Sin embargo, las almas de los
perversos, como se mancharon con malos deseos, ocupan un lugar intermedio
entre la naturaleza mortal y la inmortal y tienen debilidades por contagio de la
carne. Adictas a los deseos de la carne y a la lujuria, llevan cierta mancha
indeleble y terrena que con el paso del tiempo llega a invadirlas por completo.™
Así pues, el único que puede entrar en el jardín amurallado es el niño
pequeño, y a nosotros se nos dice que retornemos a ese estado de maravillado
asombro, apertura e inocencia que teníamos antes de que, en la pubertad,
emergiera la identidad sexual, e incluso antes del nacimiento. Es útil
reflexionar sobre las formas en que muchos padres proyectan esta imagen de
paradisíaca inocencia sobre sus hijos, sin hacer caso de la compleja indi-
vidualidad del niño y convirtiéndolo en portador del potencial de redención
de la familia. Como resultado de esta profunda proyección arquetípi- ca,
como colectivo, nos resulta muy difícil aceptar el hecho de que un niño
pueda sentir y expresar celos, maldad, rabia o rencor, y hasta ser capaz de
actos delictivos intencionados. Suponemos que los niños no pueden mentir, y
cuando descubrimos que un niño se comporta como un adulto malévolo, nos
lanzamos a la caza del chivo expiatorio (generalmente un mal padre o una
mala madre, o un mal Gobierno que no ejerce de forma adecuada su función
parental con respecto a la sociedad), en vez de aceptar, aunque nos duela, que
nuestros sueños arquetípicos de redención puedan estar contaminados por la
áspera realidad de The Crucihle [El crisol], de Arthur Miller, o de El señor de
las moscas de William Golding. En 1993, el asesinato de James Bulger, un
pequeño de tres años, cometido por dos niños de nueve y diez años,
conmovió al público británico, no sólo por la salvaje crueldad del crimen,
sino también porque las acariciadas fantasías sobre la inocencia infantil
habían sufrido un daño irreparable.
Para Neptuno, el peso de la vida terrena, llena de pecado, puede parecer
demasidado difícil de soportar, y la renuncia es la llave que abre la puerta
custodiada por el ángel de la espada llameante. El anhelo neptuniano de
retornar al Paraíso va acompañado de modo inevitable de un intenso senti-
miento de culpabilidad, profundamente incorporada en la experiencia del
cuerpo físico como tal, y que en toda la literatura religiosa referente al Pa-
raíso constituye un tema manifiestamente notorio. No tiene nada de asom-
broso que cuando una culpa arquetípica pesa de un modo abrumador sobre el
sentimiento individual del propio valor, la reunión con la fuente pueda llegar
a implicar la destrucción voluntaria (aunque sea inconsciente) del cuerpo,
mediante la enfermedad, la adicción o incluso la muerte.
El otro lugar
Si el Paraíso es la recompensa de los justos, cabe preguntarse adonde van
quienes no lo son. Naturalmente, las rigurosas exigencias para la reunión
/o UJT. 1V11 1 UJJL
rNEJT 1 UINU
* Del griego daimon, divinidad o espíritu bueno o malo, adscrito al destino de una
persona, una ciudad, etcétera. (N. del E.)
pecado, que no fue cometido por Adán y Eva, sino por los daimon. Es como si
el deseo individual incluyera una oscura fuerza autónoma externa que entra
en conflicto con el yo «verdadero» y funciona como una niebla maligna que
nos ciega a la visión de nuestra propia naturaleza y de nuestro lugar de
origen. El estudioso de las doctrinas esotéricas reconocerá en seguida los
sentimientos dualistas y curiosamente pasivos expresados en esta visión del
mundo, que es tan moderna como antigua. Tal vez el estudioso de la filosofía
política reconozca también estos sentimientos, expresados en otros términos.
La expresión actual del pensamiento gnóstico se puede encontrar en muchas
sectas místicas cristianas y cuasiorientales. Incluso se la puede encontrar
entre los astrólogos que adoptan el punto de vista de que debemos
«trascender» las dimensiones inferiores de la carta natal, e incluso ésta en su
totalidad, para volver otra vez a casa, como si todo en la carta, a excepción de
Neptuno, nos hubiera sido impuesto por poderes daimónicos.
La vida es así un Infierno en donde estamos inconscientemente prisio-
neros, y el hogar originario materno y espiritual es nuestro derecho de naci-
miento. El mito gnóstico nos proporciona una profunda comprensión de los
sentimientos subjetivos —aunque con frecuencia sean inconscientes- de la
persona sometida a una fuerte influencia de Neptuno. El himno gnóstico que
figura a continuación expresa de modo excelente este sentimiento:
Después llegó la tormenta. Adad tronaba; Nergal echó abajo las puertas
que cerraban el paso a las aguas oceánicas; Anunnaki alzó sus antorchas,
«encendiendo la tierra como si ardiera con su resplandor». Los dioses consi-
guieron, incluso, aterrorizarse a sí mismos y, encogiéndose de miedo, se
acurrucaron contra los muros del cielo. Pero entonces Ishtar se fue calmando
y levantó la voz para lamentar su propia acción, mientras los demás dioses
lloraban con ella. La tormenta rugió furiosamente durante seis días y seis
noches; al séptimo día se calmó, y Utnapishtim miró hacia fuera y vio que
todas las vidas humanas habían vuelto a ser barro. En el Génesis, el mito del
Diluvio no difiere de este relato más que en pequeños detalles; por ejemplo, la
tormenta dura cuarenta días y no siete, y a Utnapishtim se le llama Noé. Hay
otra diferencia que vale la pena señalar. La deidad babilónica que inicia el
Diluvio es femenina, mientras que el Dios del Génesis es masculino. Aunque
Ishtar en el relato babilónico y Yahveh en el hebreo prometen fielmente no
volver jamás a infligir a la humanidad semejante castigo, se comprende que
esta promesa se acogiera con cierta desconfianza. Desde un punto de vista
psicológico, el terror del Diluvio sigue vivo en el corazón de quienes están
vinculados con Neptuno; y en los sueños del Apocalipsis, el Milenio y el día
del Juicio Final, puede ser incluso un acontecimiento esperado.
Los egipcios también tenían su mito de la destrucción como castigo de la
humanidad. Ra, el dios del Sol, había enviado a su emisaria, Hathor, la diosa
con forma de vaca, a destruir a todos los seres vivos. De hecho, aquí como en
Babilonia, la destructora es la misma diosa que en un principo fue la creadora.
Pero Ra se compadeció e ideó un plan para hacer siete mil jarras de cerveza
de cebada, teñida con ocre rojo para que pareciera sangre, y la virtió en los
campos hasta que tuvo una profundidad de veintidós centímetros. Cuando, al
amanecer, Hathor vio brillar, con la luz del sol, este mar sangriento que
reflejaba la belleza de su rostro, se quedó fascinada y empezó a beber;
finalmente, al emborracharse, se olvidó de su furia contra la humanidad.2
Inevitablemente, los griegos tenían también su Diluvio, enviado por un
furibundo Zeus para aniquilar a la raza humana. En una versión de este mito,
la furia de Zeus la desencadenaron los actos impíos de los hijos de Licaón, que
asesinaron a su hermano Níctimo y prepararon con él un caldo. 28 Pero la
versión griega más conocida del Diluvio está vinculada con el pecado de
Prometeo, como resultado del cual se desató la destrucción de Zeus para
castigar al ladrón del fuego sagrado. AI parecer, la caja de Pandora no era
suficiente. El héroe del Diluvio griego se llamaba Deucalión, era hijo de
Prometeo y su padre le había aconsejado, como Ea advirtió a Utna- pishtim,
que construyera un arca. Deucalión la llenó de vituallas y subió a bordo con
Pirra, su mujer. Entonces sopló el Viento del Sur, cayó la lluvia, y los ríos,
subiendo con una rapidez asombrosa, bajaron rugiendo al mar y arrasaron
todas las ciudades de la costa y de la llanura. El mundo entero quedó
sumergido, y todas las criaturas mortales, salvo Deucalión y Pirra,
• 29
perecieron.
Quizás el más raro de los mitos del Diluvio sea el que proviene del
Mahabharata, la epopeya india que cuenta la historia de Manu, una especie de
Noé de la India. Un día, mientras estaba sentado en el bosque, Manu vio a un
pez que se asomaba del río para pedirle que lo protegiera de un pez más
grande que quería comérselo. De buen grado, Manu lo puso en un recipiente
de barro y cuidó de él hasta que llegó a ser muy grande. Entonces el pez le
pidió que lo llevara al Ganges, pero cuando llegaron al río, declaró que era
demasiado grande incluso para el Río Sagrado y le pidió que lo llevara al
océano. Manu obedeció y lo soltó en el mar, tras lo cual el pez le dijo que la
disolución del universo estaba cerca, de acuerdo con el ritmo del gran ciclo
cósmico. Le dio entonces instrucciones para la construcción de una gran arca
y le dijo que llevara consigo todas las diferentes semillas que enumeraban los
brahmanes en los días de antaño; le prometió además que volvería a salir de
las aguas, adoptando la forma de una bestia marina con cuernos, para
ayudarle durante la terrible inundación que se avecinaba. Manu hizo todo lo
que el pez le dijo y botó su arca al mar. Entonces el pez salió a la superficie, y
Manu le ató una cuerda a los cuernos. El mar inundó la costa y había agua por
todas partes; hasta el cielo y el firmamento se disolvieron. Durante muchos y
largos años, Manu flotó sobre las aguas; y cuando fue creado un nuevo
universo, el pez lo llevó hasta el pico más alto del Hima- vat. Entonces le
reveló que en realidad era Brahma, y finalmente bendijo a Manu,
concediéndole el don de crear una nueva humanidad.30
Hay otros mitos del Diluvio, así como hay otros mitos de la creación.
Estos pocos que hemos visto nos dan una clara imagen del destino que
aguarda a una humanidad corrupta si los dioses se enfurecen lo suficiente.
Preguntémonos ahora con qué nos estamos enfrentando al contemplar estas
inquietantes imágenes de un castigo celeste. La mitología del Diluvio lleva implícito
un sentimiento de pecado, unido al terror de ser aniquilados por una divinidad
parental enfurecida. La palabra inglesa sin, que quiere decir «pecado», proviene del
latín sons, que significa «culpable». A su vez, la palabra inglesa guilt, que quiere decir
«culpa», proviene del anglosajón gieldan, que significa «devolver» o «pagar una deuda».
El pecado y la culpa se relacionan con una deuda que se tiene con el creador, la deuda
de la vida en sí, y para pagarla se exige obediencia y sacrificio. No es necesario que me
detenga aquí a profundizar en las implicaciones psicológicas de esta deuda cuando se
confunde la imagen arquetípica del creador divino con la vivencia personal de la
madre que nos trajo al mundo. Cualquier muestra de una individualidad
independiente podría acarrear un terrible castigo. Me he encontrado con este miedo,
profundo pero inexplicable, en muchas personas que tienen un Neptuno fuerte: el
miedo a que si uno se atreve a realizarse y a ser feliz siguiendo en la vida un camino
«ilícito» o «desobediente», de un modo u otro todo le saldrá mal, el Diluvio lo atrapará
y terminará por destruirlo. Como criaturas pecadoras que somos, culpables de un
rechazo primario e imperdonable de nuestra deuda de vida, expulsados de nuestro
paradisíaco hogar originario, estamos en perpetuo peligro de hundirnos cada vez más
profundamente en la corrupción, hasta que llegado ese momento caiga sobre nosotros
una venganza final que ha de terminar borrando totalmente de la faz de la tierra esta
forma de vida pecadora, con lo que se prepara el camino para un nuevo cosmos, un
nuevo Edén y una nueva humanidad.
Hay siempre un superviviente, más libre de pecado que la mayoría, y hay
también un dios padre que advierte al elegido que ha de construir un barco.
Independientemente de que interpretemos esta intervención salvadora de una deidad
masculina como una imagen del papel protector del padre en la infancia o como una
imagen de algún espíritu protector dentro de nosotros mismos, este elemento es parte
integral del mito del Diluvio,31 así como también lo es de Neptuno, y refleja el papel de
redentor que asume el pequeño pez macho, es decir, aquello en nosotros que se
mantiene aparte de nuestra identificación con la fuente oceánica, y que puede salvar-
nos de la extinción en nuestra propia inundación emocional. Podemos empezar a
intuir cuál es la forma de abordar a Neptuno cuando contemplamos a este misterioso
protector espiritual interno que forma parte, igual que Euki o La, de la progenie del
mar originario. Pues el arca es una especie de contenedor o límite del yo, un
recipiente sellado hecho de madera y calafateado. En realidad, es el alambique del yo
corporal, laboriosamente reali
I
El Apocalipsis hoy
El cristianismo ha tenido siempre una doctrina sobre los «últimos tiempos» o el «final
de los días». El milenarismo cristiano se refiere a la creencia en que, después de su
Segunda Venida, Cristo establecerá en la Tierra un reino mesiánico, un segundo Edén,
sobre el cual reinará durante mil afros antes del Inicio final. I .os ciudadanos del reino
mesiánico scián los fieles dolien
tes, y la Segunda Venida será un Apocalipsis. Esta difundida creencia en una
destrucción y transformación inminentes del mundo, que actualmente se está
volviendo tan popular como lo fue en el siglo I a.C., se fundamenta en los
antiguos Libros Proféticos de los judíos (al fin y al cabo, Jesús era judío). En
estos libros, como hemos visto, encontramos la imagen de una nueva
Palestina, que será nada menos que otro Edén, el Paraíso recuperado sobre la
Tierra. Pero antes de que esta Nueva Jerusalén sea devuelta a los fieles, deberá
haber un Día de la Ira, cuando el sol, la luna y las estrellas se oscurezcan, los
cielos retumben, la tierra tiemble y las aguas se desaten. También el Diluvio
volverá, pese a la promesa de Yahveh, Y en medio de este cataclismo, los no
creyentes serán juzgados y expulsados.
La imagen central del pensamiento apocalíptico es que el mundo está
dominado por un poder tiránico y perverso, de una destructividad sin límites,
más bien «daimónico» que humano, aunque los seres humanos sean sus
agentes. En esto resuenan algunos de los temas del gnosticismo que hemos
visto ya antes, porque el pensamiento apocalíptico tiene un fuerte matiz
gnóstico. La tiranía del poder maligno será cada vez más escandalosa, el
sufrimiento de sus víctimas más intolerable, hasta que súbitamente sonará la
hora en que los creyentes que sufren puedan levantarse para derribar a sus
opresores. Entonces, a su vez, los elegidos heredarán el dominio de la tierra, y
esta será la culminación de toda nuestra historia. Al principio, puede parecer
que esto no tiene nada que ver con el Diluvio, pero en realidad, el antiguo
héroe del Diluvio, llámesele Ziusudra, Utnapishtim, Noé, Deucalión o Manu,
es ni más ni menos que el elegido de Dios. Es el hombre sin pecado, obediente
a la voluntad de Dios y que por lo tanto paga escrupulosamente su deuda, y es
rescatado del cataclismo de las aguas cuando todos los demás perecen. El
Diluvio que venga será simplemente una repetición del espectáculo del
Diluvio que ya tuvimos, salvo que esta vez en el arca habrá más elegidos. En
ciertos círculos fundamentalistas cristianos se especifica el número exacto:
144.000. Los que inconscientemente se identifican de forma demasiado literal
con el mítico héroe del Diluvio pueden llegar a creerse libres de toda culpa;
son los demás los corruptos y los que merecen el castigo. Aquí podemos
empezar a ver los rasgos de la ambigua psicología del martirio, cuyo objetivo
final es el dominio de la tierra entera; tiene unas raíces muy extrañas y
enmarañadas, es muy difícil de superar debido al poder absoluto que promete
(y que en ocasiones confiere), y es fundamental para el mundo interior de
Neptuno.
Norman Cohn, en su libro The Pursuit of the Millenium [En pos del
milenio],32 presenta con gran claridad los rasgos comunes de las sectas mile-
naristas. Primero, son colectivas; la salvación es algo para que lo disfruten los
fieles como grupo. Segundo, ven la salvación como un acontecimiento
concreto de esta vida: ha de tener lugar en la Tierra y no en el Cielo; el ansia
del Edén —o, si uno prefiere mantenerse en una postura psicológica nada
sentimental, el ansia de esa fusión perdida con la madre que Freud denomi-
naba narcisismo primario— debe ser satisfecha mientras el cuerpo todavía
pueda disfrutarlo. Tercero, las sectas milenaristas creen que la salvación es
inminente. Cuarto, la salvación ha de ser total: transformará la vida sobre la
Tierra en un estado de perfección, en un Paraíso recuperado. Y quinto, la
salvación debe ser milagrosa: será lograda por los hombres y las mujeres, pero
sólo con la ayuda de Dios, según su voluntad y en el momento que Él elija.
Para aquellos que están identificados con la visión milenarista, estas
creencias son vividas, reales e indiscutibles. A quienes no lo están, les pare-
cen, en el mejor de los casos, inofensivas y raras, y en el peor, patológicas y
destructivas. A mí no me preocupa si la doctrina milenarista es verdadera o
falsa, porque pertenece al dominio de la teología y no de la psicología. Tam -
poco entra en el campo de la astrología, aunque a esta última se la haya usado
durante siglos para apoyar la creencia de los milenaristas en la inminencia del
día del Juicio Final.” Pero la visión apocalíptica también puede ser una
fantasía sumamente personal, aunque inconsciente, sepultada en lo más
hondo del corazón del individuo dominado por Neptuno. En este contexto,
cabría entender el milenarismo como la expresión de un profundo
sentimiento interior de impotencia y desvalimiento frente a los poderes
tiránicos del «exterior», con las fantasías compensatorias de una venganza
divina que inevitablemente acompañan a semejante pasividad. Esto, como
señaló con tanta agudeza Melanie Klein, es el mundo «esquizoparanoide» del
niño muy pequeño. Y aunque el sufrido devoto que está limpio de pecado, el
perverso daimon que inflige un tormento terrible y el dios padre que al
intervenir aporta la salvación están en realidad dentro del propio individuo,
hombre o mujer, Neptuno no destaca por su capacidad para reflejar con
claridad complejidades interiores de tal magnitud. Lo más frecuente es que
esta dinámica termine por ser expresada en la vida ordinaria, ya que los
mártires tienen su propia manera de movilizar en los demás mortales una
crueldad considerable. Quizás una de las razones sea que es comprensible que
quienes se ven confinados al papel del poder tiránico reaccionen coléri-
camente ante la agresividad inconsciente que perciben en la perpetua vícti -
ma. Sin embargo, la experiencia de la impotencia en la vida y la de estar
prisionero dentro del cuerpo y en el ambiente son fuentes de sufrimiento muy
reales para quienes, como los gnósticos, recuerdan su hogar divino. En estas
turbias aguas tenemos un nuevo atisbo del daimon neptuniano de múltiples
cabezas, cuyas tácticas pueden ser en ocasiones mucho más sucias de lo que
parecen, pero cuya visión puede contener la percepción de una realidad que
trasciende los límites de Tibil.
Nuestra gran visión milenarista occidental es la del Apocalipsis:
Vi subir del mar una Bestia que tenía diez cuernos [...]. Y le fue permitido librar
guerra contra los santos, y vencerlos; y le fue dado el poder sobre toda tribu,
pueblo, lengua y nación. [...] Y vi cómo el cielo se abría, y se veía allí un caballo
blanco; y al que sobre él montaba se le llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia
juzga y libra batalla. [...] Y los ejércitos que hay en el cielo lo seguían montando
en caballos blancos y vestidos de finísimo lino blanco, nítido. [...] Y fue agarrada
la bestia, y con ella el falso profeta que había hecho los prodigios, en presencia de
ella, con los cuales había embaucado a los que recibieron la marca de la bestia y a
los que adoraban su imagen. Ambos fueron arrojados vivos a un lago de fuego que
ardía quemando azufre. [...] Y vi las almas de quienes habían sido decapitados por
dar testimonio de Jesús y de la palabra de Dios, y que no habían adorado a la
Bestia [...] y vivieron y reinaron con Cristo durante mil años.
Ciertos rasgos de este texto nos resultan familiares; por ejemplo, la bestia
que emerge del mar y personifica el maligno poder tiránico que atormenta a
los fieles. A estas alturas ya deberíamos reconocerla. Aunque los problemas
interiores reflejados por esta visión los trataré con mayor profundidad en el
contexto de la psicología individual en el capítulo 5, no está de más reiterar
aquí que la pugna apocalíptica es, en última instancia, una batalla contra el
sufrimiento de la vida terrenal. Expulsado del feliz hogar originario por el
hado del nacimiento, arrojado a la prisión de la carne, torturado por el dolor
de la separación y por las ansias compulsivas de los instintos, el individuo
busca la salvación por medio de la disolución o la destrucción de aquello que
tan terrible tormento le impone: su propio cuerpo, la «bestia que salió del
mar». Tiamat, la madre monstruo, es una imagen no sólo de nuestra fuente,
sino también de nuestra propia naturaleza instintiva. La madre devoradora de
nuestras fantasías infantiles y arquetípicas está viva y goza de buena salud en
las exigencias de nuestra propia carne y en nuestro corazón hambriento. El
segundo Edén, que se manifestará en la Tierra después del Apocalipsis, es una
restauración de la unidad originaria. Sin embargo, la profunda paradoja
implícita en esta visión es que la bestia marina de origen ctónico que debemos
destruir y las aguas del Paraíso que son la recompensa de los fieles, son lo
mismo. Ambas son divinas, y ambas son la madre. Aquí hay una escisión
interna donde el bien y el mal, el pecado y la redención, son idénticos el uno
al otro, mientras el individuo se debate lleno de confusión intentando separar
lo que siempre ha formado una unidad: los peces grandes y los pequeños, el
creador y lo creado, el dios y el mortal, el espíritu y el cuerpo. Es probable
que, para Neptuno, el final apocalíptico del tormento corporal no se
encuentre en la muerte física; bien puede ser la enfermedad, la adicción o la
locura, todas ellas sustitutos excelentes con los que se alcanza el mismo fin. Y
desde este mar de confusión resuena el eterno clamor por un salvador que
pueda hacer que el dolor y la soledad desaparezcan. Entonces es cuando,
finalmente, el individuo se formula la pregunta decisiva de Neptuno: ¿cuándo
llegará mi redentor?
3
La venida del redentor
Porque yo recibí del Señor lo que os he entregado: que el Señor Jesús, la noche
en que fue traicionado, tomó el pan, y habiendo dado gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en memoria mía». Y
después de haber cenado, tomó también el cáliz y dijo: «Este cáliz es la Nueva
Alianza en mi sangre. Cuando bebáis, hacedlo en memoria mía». Porque siempre
que comáis este pan y bebáis del cáliz, estaréis proclamando la muerte del Señor,
hasta que venga.
1 Corintios 11, 23-26
•M
individuo neptuniano ve en la materia el dominio de los demonios de la
oscuridad. Así, al redentor se lo ve por lo general como una figura a quien no
la mueven los afectos, para decirlo en términos psicológicos. Hombre o mujer,
es un ser puro, bueno y misericordioso, asexuado o por lo menos no dominado
por las necesidades sexuales, libre de agresividad y de cólera, capaz de amar
incondicionalmente y dispuesto a cualquier sacrificio por las almas perdidas
que fueron confiadas a su cuidado. Son los atributos de la madre buena
idealizada, vista con los ojos del niño pequeño, aunque en el mito
generalmente, pero no al cien por cien, el redentor sea varón.
Una vez más, la etimología es interesante. La palabra «redentor» se deriva
del latín redemptio, que significa literalmente «volver a comprar». Nuestro
pecado constituye una deuda por pagar, porque se ha violado la obligación a
priori con nuestro creador o no se ha hecho caso de ella, y nuestro castigo es
estar encarcelados en la prisión de la vida material. El redentor nos rescatará
del infierno del aislamiento y pagará nuestro rescate. En el núcleo de esta
búsqueda de redención está la esperanza de que algún Otro nos proporcione la
energía, la esencia y el sufrimiento necesarios para hacernos sentir limpios y
queridos. Parece desvanecerse la posibilidad de que los seres humanos,
expulsados del Paraíso y esforzándose por llevar la carga de una oscura pérdida
de la gracia, podamos encontrar en nosotros mismos la capacidad de
perdonarnos y de amarnos para que podamos llevar a cabo el acto de
redención. Tanto en la larga y turbulenta historia de las religiones como en
otras esferas de la vida (social, política, emocional y sexual) hemos intentado
obstinadamente, y hemos pagado por ello un elevado precio, encontrar
nuestra salvación en algo o en alguien diferente de nosotros mismos.
E incluso si creyéramos haber hallado un redentor, no habríamos salido
de nuestras dificultades. Mientras necesitemos encontrar afuera alguien que
sea más digno y valioso que nosotros, tarde o temprano terminaremos odiando
al mismo ser que idealizamos, simplemente por lo indignos que nos hace
sentir. Y la única alternativa que tendremos será odiarnos a nosotros mismos.
No podemos escapar de la lógica de la idealización, porque siempre lleva
consigo una rabia inconsciente. Por eso destrozamos, crucificamos, insultamos
y humillamos cruelmente a nuestros redentores: porque nuestra fantasía de su
perfecta bondad nos hace sentir horriblemente malos, o si no, nos convertimos
en nuestras propias víctirpas, ofreciendo el cuello al hacha del verdugo que
empuña un redentor convertido en tirano. ¿Y qué hay de aquellos mortales
que en vez de buscar un redentor afuera, se identifican ellos mismos con el
arquetipo y se lanzan en busca de pecadores para salvarlos? Al final» codo
termina siendo un juego de espejos. Esas almas tenazmente santas que se
ofrecen con alegría para que las crucifiquen con el fin de salvar al pecador que
no se arrepiente, tienden a conseguir que todo el mundo se enfurezca con
ellas. No por eso dejan de habitar las aguas neptunianas, ni están menos
colmadas, secretamente, del sentimiento del pecado, y su castigo es su propio
sufrimiento a manos de su rebaño. El drama de Neptuno es siempre una
representación de cómo el pez grande se come al chico. Mientras nadamos a
ciegas en esas aguas, tendemos a escoger un papel para nosotros, y siempre
encontramos a alguien que represente al otro. Pero no hay que olvidar que los
papeles son intercambiables.
La búsqueda del redentor es común en la historia personal de cada cual,
especialmente en los individuos cuya carta natal está dominada por Neptuno.
No dudo de que haya obligaciones que tenemos para con algo mayor que el yo,
ni cuestiono la necesidad de que, en momentos críticos de la vida,
renunciemos a algo o lo sacrifiquemos con el fin de recordar y renovar ese
vínculo. Este es el significado más profundo de los tránsitos y progresiones de
Neptuno en el horóscopo, pero tendemos a confundir el objeto externo con la
realidad interior y terminamos haciendo que no sólo nuestros redentores lo
sean al pie de la letra, sino también nuestros sacrificios. Que el salvador
celestial esté tan a menudo asociado míticamente con el pez, con las aguas y
con las características de Neptuno y de Piscis no debería sorprendernos
cuando reflexionamos sobre las imágenes, tan antiguas y universales, de los
capítulos anteriores. La bienaventuranza débilmente recordada de nuestra
fuente de agua —no importa que la llamemos Dios, madre o inconsciente
colectivo— es tan antigua e innata que es inevitable que, al igual que nosotros,
el redentor que buscamos emerja de las aguas. Hombre o mujer, es un ser
humano como nosotros y, por lo tanto, está sometido al sufrimiento de la
encarnación. Y, sin embargo, de alguna manera este ser mágico es también
más que humano, ya que carece del carácter instintivo propio de todo ser
puramente mortal y, por consiguiente, está más cerca de esa deidad, padre o
madre, a quien nos esforzamos por acercarnos, es enviado por ella o incluso es
su hijo. Este redentor, ya sea un dios hecho hombre que ofrece su propia carne
para salvar a la humanidad, como Orfeo o Jesús, o bien una amante que da su
vida para liberar el alma condenada de su amado, como Senta en El holandés
errante, sólo puede realizar su tarea mediante un acto de autoinmolación por
amor. El salvador debe ser una víctima para poder rescatar a las almas per-
Los hijos de Dios precristianos
Cabe preguntarse qué aspecto tiene este divino emisario en la mitología, y qué
cualidades encarna. En la cultura occidental, el comienzo obvio es la figura de
Jesús, pero es necesario que miremos más allá de ella, porque el redentor,
como descendiente encarnado de la divinidad, es una figura mucho más
antigua de lo que sugiere el mensaje cristiano. Una de las primeras imágenes
del redentor que sufre se puede encontrar, como ya hemos visto, en la
mitología egipicia: el dios Osiris, desmembrado por su hermano (o su madre) y
que, a pesar de haberse quedado sin falo, preside y guía, en su condición de
regente del mundo subterráneo, las almas de los muertos. En las figuras que a
continuación estudiaremos reaparece de diversas formas la imagen del
redentor castrado o célibe. Aquí se da de manera simbólica la liberación de la
mancha corporal que, para Neptuno, es lo único que puede volver a abrir las
puertas del Paraíso. La Iglesia católica es lo suficientemente liberal como para
considerar la historia de Osiris, que es mucho más antiguo que Jesús, como
una prefiguración de su propia doctrina, lo cual, sin dejar de ser arrogante, por
lo menos es mejor que hacer simplemente caso omiso del antiguo salvador de
almas egipcio.
En la agonía de Osiris —el hijo y a la vez el doble del dios sol—, podemos
ver relaciones obvias con la crucifixión y con la paradójica identidad y dua-
lidad de Dios y Cristo. Si miramos más en profundidad este mito y las formas
en que se expresa en la cultura egipcia, podemos entender el papel especial del
faraón como equivalente temporal de la figura de Cristo (y del Papa, el
Pontifex maximus o «gran hacedor de puentes») en la cultura occidental. La
redención no puede suceder sin alguna forma de encarnación, ya que de otra
manera no hay prueba alguna de la disposición de Dios a padecer por sus
criaturas. Sin esta recíproca experiencia del sufrimiento, no hay un sentido de
la unidad con lo divino. Para el egipcio, el faraón era la encarnación mortal
del redentor Osiris; era simultáneamente dios y hombre. Mientras que el dios
gobernaba en el mundo de más allá de la vida, el faraón gobernaba en este
mundo, asumiendo sobre sí sus cargas por su pueblo. Aunque a una
mentalidad del siglo XX esto le parezca una creencia arcaica y primitiva, no
hemos de olvidar que la visión neptuniana del mundo es efectivamente arcaica
y primiriva, que pertenece tanto al oscuro momento anterior al amanecer de
la historia como al oscuro momento anterior al amanecer del mundo del niño
pequeño, y que todos tenemos a Neptuno en el horóscopo. En nuestra
fascinación periodística, bastante sádica, por los problemas y vicisitudes
personales de la realeza moderna, hemos olvidado precisamente lo que la
santidad de la monarquía ha simbolizado en realidad a lo largo de la historia.
Por eso estas personas, de lo más humanas y corrientes, nos parecen tan
fascinantes, y por eso, al mismo tiempo que las idealizamos, mostramos una
horrible tendencia a disfrutar viéndolas sufrir, e incluso tal vez haciéndolas
sufrir.
En el centro mismo del símbolo de la monarquía está la unidad del dios
redentor y del rey. Al rey no se lo veía como un gobernante en el sentido
político, sino como un recipiente divino, y en los tiempos prehistóricos esta
interpretación mítica de la monarquía se representaba concretamente
mediante el sacrificio ritual del monarca a intervalos regulares, para asegurarse
el favor de los dioses, la fertilidad de la tierra y la supervivencia y prosperidad
del pueblo.1 La fascinación compulsiva que la realeza sigue ejerciendo en el
mundo moderno —pese a las ruidosas voces de quienes sostienen que es una
institución arcaica y que gasta una cantidad excesiva del dinero de los
contribuyentes— señala la potencia de este símbolo del redentor de la nación,
mortal como todos nosotros y sin embargo, misteriosamente, también el
portavoz de los dioses, y que pagará la deuda del pueblo pecador. De este
arquetipo se nutrió Hitler, ya que le permitió controlar la psique colectiva del
pueblo alemán haciendo que proyectaran sobre su figura el antiguo mito de
Sigfrido. Así, el rey es a la vez el sacerdote y la víctima del sacrificio, es decir,
un mesías, un «ungido».
Al faraón egipcio se lo veía como el hijo del dios Osiris, idéntico a su
divino padre y sin embargo humano y, por consiguiente, sometido al naci-
miento y la muerte. Estaba vinculado con su fuente espiritual por mediación
de una tercera entidad a quien los egipcios llamaban Ka-mutef, el «toro de su
madre», una versión egipcia del Espíritu Santo. A esa tercera entidad se la veía
como una especie de fuerza vital invisible, un espíritu procreador del que
estaban infundidos tanto el dios como el rey y que fertilizaba a la madre del
faraón tal como más adelante el Espíritu Santo fertilizó a María para así dar
lugar al nacimiento de Cristo. En Egipto no encontramos una Inmaculada
Concepción, aunque el tema se da en otras partes fuera de la doctrina
cristiana. Los cristianos devotos se concentran en un único acontecimiento
histórico, el nacimiento de Jesús, como la venida del hijo de Dios al mundo
para la redención de la humanidad; pero la promesa de Dios se renueva
perpetuamente mediante la intervención milagrosa del Espíritu Santo en las
ceremonias del bautismo y de la misa. Para el egipcio devoto, esta renovación
se producía cada vez que un nuevo faraón ascendía al trono, en una
reconstrucción cíclica de la encarnación divina.
Este proceso mágico por cuya mediación un mortal se convierte en reci- píente o
portador de algo inmortal es la proyección de una de las características de la
dinámica de Neptuno, Una persona normal y corriente —una estrella de cine,
un guru, un líder político, un cantante, o una modelo- llega de alguna manera
a estar infundida de ese mana divino que lleva consigo una promesa de
redención. Fundirse con el recipiente o portador, ya sea sexual o
espiritualmente, o de ambas maneras, es por consiguiente sinónimo de
fundirse con el dios. La naturaleza de la idealización neptuniana es en realidad
una experiencia de participation mystique con el arquetipo del redentor. Por
su propia naturaleza, el proceso es inconsciente; lo único que nos queda es el
sentimiento de exaltación que acompaña al mero hecho de estar en presencia
del elegido. Una vez, en 1966, estuve en un concierto de los Beatles en un
estadio de Nueva York, en donde cuarenta mil personas gritaban, se
desmayaban, tenían orgasmos espontáneos (o al menos daban esa impresión) y
sin duda habrían desgarrado literalmente las carnes de sus ídolos con un
auténtico estilo dionisíaco si hubieran estado lo bastante cerca. Es difícil
entender la intensidad de una reacción en masa de tales características en un
mundo moderno supuestamente racional, de la misma manera que todavía
sigue aterrorizándonos reconocer el asombroso poder psicológico de Hitler, tal
como se ponía de manifiesto en las concentraciones masivas de Núremberg.
Sin embargo, es mucho lo que podemos aprender de todo esto, y de Neptuno,
cuando nos ponemos a considerar el mito del redentor hecho hombre.
De nada sirve discutir, como hacen algunos historiadores de las religiones,
hasta qué punto los dioses redentores babilónicos y egipcios, o bien figuras
griegas como Orfeo y Dioniso, influyeron en la doctrina cristiana. Es obvio
que lo hicieron. La religión babilónica configuró profundamente al judaismo
durante la cautividad del pueblo judío en Babilonia, tal como podemos ver en
las similitudes entre Dilmun y el Edén, entre Utnapishtim y Noé, y entre la
batalla de Marduk con Tiamat y la de Yahveh con Levia- tán. Además el
judaismo recibió una fuerte influencia del pensamiento helenístico, ya que el
reino de Judea estuvo durante algún tiempo regido por la dinastía tolemaica
griega tras la muerte de Alejandro Magno, y después fue gobernado por los
romanos, que aportaron su herencia helenística a todos los territorios que
conquistaron. Además, los temas religiosos egipcios no sólo influyeron en los
judíos durante el tiempo que éstos estuvieron en Egipto, sino que pasaron al
sincretismo helenístico durante el gobierno de los Tolomeos y se mantuvieron
a lo largo de los primeros siglos de la era cristiana, inyectando no sólo los
mitos y doctrinas de Osiris, sino también los de Orfeo y Dioniso, en las
arterias, cada vez de mayor calibre, del cuer-
po mítico del cristianismo. También podríamos considerar al Purusha, el
«primer hombre» de la filosofía hindú, cuyo cuerpo fue sacrificado para hacer
el mundo, y a la figura persa de Gayomart, otro «primer hombre» —además de
hijo del dios de la luz— que fue víctima de la oscuridad del mundo, de la cual
habría de ser liberado por mediación del sufrimiento humano. Es probable que
estas figuras también hayan influido en el pensamiento helenístico y, por lo
tanto, en los inicios del cristianismo. Pero el redentor y víctima divino, que
voluntaria o involuntariamente se ofrece para el sacrificio con el fin de crear el
mundo o de salvarlo del mal, es una figura arquetípica más vieja que el tiempo,
y refleja una profunda y eterna necesidad de la psique de los seres humanos.
Debido a ello es inútil e infructuoso atribuir exclusivamente a la «transmisión
cultural» las sorprendentes similitudes entre Osiris, Atis, Dioniso, Orfeo, Mitra
y Cristo. Incluso se podría sugerir que es igualmente inútil hablar de
«prefiguración» como si, entre todos estos redentores, sólo uno tuviera el
derecho de ser proclamado como tal, y los demás no fueran más que torpes
tanteos míticos meramente intuitivos.
Durante los dos siglos que precedieron y siguieron inmediatamente a lo
que la mayoría llama el amanecer de la era cristiana —y que muchos astrólo-
gos llaman el amanecer de la era de Piscis—, parece haber habido una racha
de redentores. Esto no tiene nada de extraño, ya que las imágenes y el tono
emocional de la constelación zodiacal a través de la cual se mueve el punto
vernal se pueden ver en seguida en los nuevos valores religiosos que van
emergiendo desde los inicios de la era, y al fin y al cabo Piscis está regido por
Neptuno. Aunque hay figuras como el egipcio Osiris, el sirio Ichthys, los
babilónicos Tammuz y Oannes y el frigio Atis que se remontan mucho más
atrás en la prehistoria, sus imágenes y las formas en que se los adoraba
sufrieron por aquella época cambios significativos, y se produjo una prolife-
ración extraordinaria de cultos de redentores que se difundieron con una
intensidad mística totalmente desconocida para el mundo antiguo en cual-
quier época anterior. Las profecías judías del Final de los Días y de la venida
inminente de un rey mesías no fueron más que un aspecto del fenómeno,
listos nuevos cultos de redentores, que incluían al cristianismo primitivo,
compartían una preocupación por el perfeccionismo, la experiencia visionaria,
la abstinencia sexual y el martirio, todos ellos atributos fácilmente reco-
nocibles del ámbito de Neptuno.
En el siglo IV de la era cristiana, cuando el ya decadente Imperio romano
iba desmoronándose bajo la presión incesante de las invasiones de los bárbaros,
y el Imperio bizantino acababa de empezar su largo y glorioso milenio de
florecimiento, tres de estos redentores se disputaban la posición de religión
oficial del Imperio: Mitra, Orfeo y Jesús. Los dos primeros integrantes de esta
trinidad de redentores tienen raíces mucho más antiguas. Pero en el siglo II
a.C. habían alterado radicalmente sus características anteriores y se habían
vuelto escatológicos. Ambos cultos se difundieron por todo el Imperio,
formando parte del cuerpo de lo que ahora se conoce, en términos generales,
como gnosticismo. Dicho de otra manera, eran cultos cuya promesa de
redención de la corrupción mundana dependía de una experiencia mística
interior de «conocimiento». Ambos veían en el cosmos un gran campo de
batalla entre la oscuridad y la luz, y consideraban que el cuerpo humano
estaba hecho de la sustancia de la oscuridad, así como el espíritu del hombre
era un fragmento de la luz. Aunque algunas sectas gnósticas, entre ellas la de
los maniqueos, identificaban a su redentor con Jesús, y sus seguidores eran por
consiguiente cristianos gnósticos o «heréticos», el culto de Mitra jamás se
fundió con su rival, que acabaría por tener más éxito. También, más de un
historiador ha señalado que
La elección del cristianismo como religión del Imperio tuvo una moti-
vación tanto política como económica. El sucesor de Diocleciano, el empe-
rador Constantino, un gobernante astuto que se daba clara cuenta de la
necesidad de mantener la cohesión religiosa en el Imperio, se vio presionado
para elegir aquella religión que contaba con el apoyo de los partidarios más
poderosos y más influyentes políticamente. En el año 312 optó por el
cristianismo, y sólo aquellas personas con una inclinación imaginativamente
herética podrían hacer conjeturas fructíferas respecto de cómo sería hoy
nuestro siglo XX en caso de haberse producido esa «enfermedad mortal» de la
que habla Renán. Los más devotos tal vez supongan que de hecho no hubo
otra opción y que Constantino actuó bajo la inspiración divina. El famoso
relato de su visión del «signo de la cruz» en el cielo, la víspera de la batalla, y
su posterior sueño con una figura luminosa, que más tarde fue identificada
como la de Cristo y que le ordenó que inscribiera en los escudos de sus
soldados el «emblema celestial de Dios», es la historia cristiana de su
conversión, pero el propio Constantino no reconoció de forma inmediata estos
símbolos como cristianos, sino que simplemente dio por sentado que Dios,
fuera cual fuera el nombre que se le diera, estaba de su parte. Posteriormente
hubo cristianos influyentes que lo instruyeron sobre el significado del extraño
símbolo que había visto en los cielos (y que en realidad era una cruz con un
lazo en la parte superior, y se prestaba a diferentes interpretaciones); y así fue
como el mundo occidental se hizo cristiano.
De todos los cultos orientales, ninguno fue tan severo como el mitraísmo, ninguno
alcanzó una elevación moral equiparable, ninguno podría haber tenido
tan fuerte influencia sobre la mente y el corazón.’
[...] la indicación de que el aquí y el más allá no están irrevocablemente opues tos
el uno al otro, de que forman un solo mundo, de que alguien que esté dotado de
un poder de visión más que humano (expresado en la figura de la canción
profétiqa y casi divina) o dotado de una capacidad para el amor más que humana,
puede conocer esa totalidad mayor, puede pasar desde aquí al más allá y volver, y
puede «redimir» a los demás, otorgándoles este mismo poder, dándoles una «nueva
vida».u
infierno.
Notables son, sin duda, las inusuales precauciones que rodean la creación de
María: inmaculada concepción, extirpación de la mancha del pecado, virginidad
para siempre. [...] Al aplicarle estas medidas excepcionales, se eleva a María a la
condición de una diosa, y pierde por consiguiente algo de su condición humana:
no concebirá a su hijo en pecado, como todas las otras madres, y él, por lo tanto,
tampoco será jamás un ser humano, sino un dios. 1’
En este aspecto el redentor, único entre las criaturas mortales, está libre
de la maldición de Adán; y la vida de abstinencia sexual de Cristo (que en
ningún pasaje de los Evangelios se establece de forma explícita, pero que la
doctrina de la Iglesia siempre ha presentado como un hecho) lo pone en
condiciones de pagar la deuda de la corrupción carnal del común de los
mortales.
Él es la viña, y los que dependen de él son las ramas. Su cuerpo es pan que se ha de
comer, y su sangre vino que se ha de beber; él es también el cuerpo místico
formado por la congregación. En su manifestación humana, es el héroe y Dios
hecho hombre, nacido sin pecado, más completo y perfecto que el hombre
normal, que comparado con él es como un niño con respecto a un adulto, o como
un animal (una oveja) con respecto a un ser humano. 20
El Espíritu Santo
El Espíritu Santo es una de las imágenes más complejas de la doctrina cris-
Allí donde los juicios y los destellos de comprensión intuitiva se transmiten por
medio de la actividad inconsciente, es frecuente que se los atribuya a una figura
femenina arquetípica, el anima o madre amada. [...] En vista de ello, el Espíritu
Sanco tendería a cambiar su carácter neutro por uno femenino. [...] El Espíritu
Santo y el Logos se funden en el concepto gnóstico de Sophia. 21
Cabe preguntarse con qué nos enfrentamos aquí. Este invisible «aliento»
femenino (una emanación de lo divino, que tiene el poder masculino de
fertilizar, y que sin embargo puede ser compartido y experimentado por los
seres humanos como algo que reconforta y une) es una imagen nítidamente
neptuniana y tiene mucho en común con la Maya hindú, que después de
generar el cosmos «se queda atrás», encarnada en los seres humanos. El
redentor cristiano es capaz de redimir porque se ha llenado con este «aliento»;
ha nacido con él porque su madre ha sido fertilizada por él y no por un
hombre, y este aliento se activa con el rito del bautismo, la inmersión en el
agua. Cristo lo transmite a sus discípulos, que a su vez lo transmiten a su
rebaño. Es la quintaesencia de la sanación espiritual, que puede ser transmitida
de una persona a otra, canalizada por los fieles que están reunidos «en mi
nombre», y que, sin embargo, «sopla donde quiere», derramando una gracia
inesperada sobre el no creyente, eludiendo a veces perversamente al más
ardiente de sus devotos.
Quienes se abren a este «aliento» neptuniano, al que Jung
denomina .inspiración», inmediatamente lo reconocen. Puede aparecer en el
ambiente expeuaute del rito religioso, cuando los miembros de la
congregación se ven traspasados por un inexplicable sentimiento de unidad y
por alguna pirseiuia más profunda y misteriosa. Pero también puede surgir
entre los músicos y su público. Y se da además en el teatro, donde la magia
puede descender del mismo modo sobre los actores y los expectadores. Los
griegos creían que invocarlo era el verdadero propósito del teatro como rito
sagrado. Puede aparecer durante una sesión psicoanalítica o incluso
astrológica, en los momentos más inesperados, cuando se habla de cualquier
cosa que no tiene nada de «religiosa»; pasa misteriosamente entre los amantes;
puede revelarse en hospitales y pabellones psiquiátricos, en medio del dolor y
la desesperación. Y no es un visitante desconocido durante el proceso de crea-
ción, cuando la imaginación empieza a asumir proporciones extrañas y
numinosas,* y uno se encuentra unido con algo que es en realidad el verdadero
creador. Relacionar el Espíritu Santo de la doctrina cristiana, representado
como una paloma blanca, con estas otras vivencias, quizá sea un punto de vista
herético. Pero se trata de la misma experiencia, invocada por el anhelo y el
modo de percibir las cosas que los astrólogos denominan Nep- tuno. Es el
«material» de intercomunicación de Maya, que se infdtra en toda la creación,
haciéndose súbita y caprichosamente accesible a través del denso velo de los
sentidos. Dicho de otra manera, es la experiencia psicológica de la fusión con
algo que es «otro», que trasciende las fronteras del yo individual y nos ofrece
un atisbo del Edén. Y podría no llamarse necesariamente Espíritu Santo, lo
cual no significa que esta sea una definición incorrecta. Pero igualmente se la
podría llamar la música de Orfeo, Ka- mutef † o el mar cósmico.
La misa
La misa es, entre otras cosas, un rito o ritual orientado a invocar y renovar la
vivencia de sanación y purificación del Espíritu Santo. Quienes participan en
ella se ponen en contacto con el misterio central del redentor al tomar la
hostia y el vino consagrados, que no sólo simbolizan el cuerpo y la sangre de
Cristo, sino que en ese momento también se convierten literalmente en él.
Aquí hay una extraña resonancia de la cosmogonía órfica, donde los titanes,
seres terrestres, consumen la carne de Dioniso, el nacido de la luz, con lo que
se impregnan de la chispa divina, y no sólo ellos, sino también la raza humana
que nace de sus cenizas. La importancia central de la comestibilidad del dios y
de la transmisión del numen (o sea, de la naturaleza divina) por mediación de
* Del latín numen, divinidad o naturaleza divina. (N. del E.)
† La versión egipcia del Espíritu Santo. Véase pág. 95. (TV. delE.)
este acto se aclara cuando observamos el ritual de la misa. La práctica de una
ofrenda ritual de carne es muy antigua y universal, aunque originariamente la
bestia sacrificada (y en épocas más primitivas y tenebrosas, el hombre o la
mujer sacrificados) estaba destinada a alimentar a los dioses, y se creía que el
humo del holocausto transportaba el alimento a su celestial morada. En una
etapa posterior se llegó a ver en el humo como tal una forma espiritualizada de
ofrendar la carne, y de esta idea se derivó el uso del incienso, que es todavía
una parte fundamental del ritual de la Iglesia. Los cultos de redentores de los
comienzos de la era de Piscis asumían la forma de una misa o comida
ceremonial, que incluía la ingestión simbólica de la carne y la sangre del
redentor. Esto permitía que el iniciado participara de la vivencia de la unidad
con él y, por lo tanto, con la fuente. El relato más antiguo de la ceremonia de
la misa cristiana se encuentra en 1 Corintios 11, 23-26, y se cita al comienzo
de este capítulo.
Es obvio que escribir sobre la misa es muy diferente de la experiencia de
un cristiano creyente que participa en ella. La esencia neptuniana se escapará
siempre de toda descripción, porque es un suceso fugaz y profundamente
subjetivo. Lo mismo se podría decir de los sentimientos que experimentamos
al escuchar una pieza musical especialmente conmovedora, o al presenciar una
obra teatral con la que nos sentimos muy identificados. El estado de fusión
perdura solamente mientras la música o la representación continúa; después se
desvanece, pero algo ha cambiado en nosotros. El propósito de la misa, el más
fundamental de los ritos cristianos, es invocar una vivencia del divino
redentor, haciendo que el creyente se concentre en la purificación y la
expiación necesarias para volver a conectarse con una realidad que es, más que
histórica, eternamente viviente. No es una casualidad que hablemos de la
Madre Iglesia, y aunque sería inexacto e injusto describir el poder emocional
de la Iglesia como un mero sustituto de la madre personal, son muchos los ríos
que desembocan en las aguas neptunianas.
Jung escribió extensamente sobre la importancia psicológica de la misa,” y
vale la pena que examinemos aquí muchas de sus ideas. Él sugiere que en ei
sacrificio de la misa se fusionan dos conceptos distintos, definidos por dos
términos griegos: deipnon, que significa «comida», y thysia, que significa lauro
«sacrificio» o «matanza» como «resplandor» o «llamarada». Este lili lino se
relaciona con el fuego del sacrificio, en el cual se consume la olicnda hecha a
los dioses. El primer término tiene que ver con la comida i omp.ii lilla por
quienes participan en el sacrificio, en que se creía que estaba píeseme el dios.
Deipnon es también una comida «sagrada», en la que se i l i m e n alimentos
«consagrados». Es necesario considerar con más detenimiento el término
«consagrado», porque en este contexto es donde el vino se convierte en la
sangre del redentor y el pan en su carne. «Consagrar» proviene de la misma
raíz que «sacrificar»; significa «santificar con» o «santificar juntos». ¿Cómo
santificamos cosas tan sumamente mundanas como el pan y el vino? La
respuesta es: juntos. El acto de transformar una cosa en otra mediante una
participation mystique colectiva no se produce solamente en el contexto del
rito religioso. En un contexto más prosaico, sacralizamos la entrañable postal
de san Valentín que un enamorado perdido hace mucho tiempo nos envió
años atrás, porque encarna el amor de aquel que ya no está y vuelve a unirnos
otra vez con él. Sacralizamos los objetos que atesoramos desde nuestra niñez,
como el osito de peluche que guardamos como una reliquia en una vitrina o
un rizo de bebé, porque esos objetos encarnan una experiencia perdida de
inocencia y vuelven a conectarnos con una familia, real o imaginaria, que nos
amaba. La consagración es convertir una cosa de la vida cotidiana en
receptáculo de algo perdido, pasado, trascendente e invisible, a lo que el
corazón ha concedido la condición de redentor.
En un nivel más profundo, todas las reliquias religiosas han sido consa-
gradas. Aunque al intelecto moderno pueda parecerle ridículo imaginar que la
calavera de un mártir muerto hace mucho tiempo pueda curar una parálisis o
devolver la fertilidad a una mujer estéril, la fe que deposita el creyente en la
persona sagrada simbolizada por ese objeto, y su identificación con ella, lo
transforman en algo más que un trozo de hueso: tiene mana, la sustancia
transformativa de los dioses. Se trata de un objeto que, para los fieles, no sólo
simboliza, sino que también posee, el espíritu redentor del salvador o del
santo. Cuando esta unidad total e instantánea se da entre el devoto, el
redentor y el objeto, ciertamente pueden ocurrir milagros. Si estos milagros se
deben a la «verdad» de la doctrina o al poder de sanación de la psique del
creyente, es una cuestión que no tiene respuesta. Quizá lo único que importe
sea que, para el creyente, es verdad. La consagración es indudablemente un
misterio, y como la belleza, está en los ojos de quien la contempla. Cada
religión reivindica sus curaciones milagrosas logradas por mediación de sus
propias y santas reliquias y de los nombres de sus dioses, y cada una de ellas
presenta razones de peso para que se acepte que tales curaciones efectiva-
mente se han producido. Sea cual sea su fragancia, el incienso siempre parece
elevarse hasta el Cielo.
La consagración lleva implícita, pues, la transformación de la sustancia
mundana en la esencia del redentor. La amarillenta postal del «día de san
Valentín» se transforma en el amado ausente; el polvoriento osito de pelu- che
guarda el amor y la ternura de la infancia perdida; la calavera guardada en su
caja de cristal en la iglesia abandonada se convierte en la fe, el valor y el poder
de sanación del santo. Estamos en el reino de Neptuno, y hemos proyectado
en el objeto algo que, a su vez, produce cambios dentro de nosotros mismos,
pero, ¿cuáles? El pan se convierte en carne, el vino se transforma en sangre.
Esto implica un milagro en el momento de la transubstancia- ción. El pan y el
vino son de lo más normal, y el sacerdote es simplemente un hombre, o, desde
hace poco, una mujer. Los miembros de la congregación también son seres
humanos y llevan día tras día el peso de sus pecados. Pero el ritual de la misa
toma esta realidad ordinaria y la va transformando paso a paso; y en ese
momento, para el creyente, Cristo, por obra y gracia del Espíritu Santo, está
presente en el tiempo y en el espacio, es el alimento del participante, y por
mediación de la mente, el cuerpo y el corazón de éste, difunde el milagro de la
redención. La misa crea una unidad mística, infundiendo la presencia viviente
de Cristo en el sacerdote, la congregación, el pan, el vino y el incienso. Así, el
rito representa de forma condensada la vida y la pasión de Cristo. El don
ofrecido es la propia víctima redentora, y también el sacerdote y la
congregación, que hacen ofrenda de sí mismos, y todos están mágicamente
unidos. Un cristiano devoto quizás insistiría en que lo que realiza este milagro
es en realidad el pan y el vino, transformados en el momento de la
consagración en el cuerpo y la sangre de Cristo. Igualmente, podría ser algún
poder misterioso de la psique del propio individuo, capaz de fluir y derramarse
sobre esos objetos, y por lo tanto de conferirles poder. El objeto se convierte
en un talismán mágico, pero la auténtica magia está en el creyente.
La serpiente que se muerde la cola. Véase pág. 29, nota. (N. del E.)
El bautismo
Hasta el siglo III de nuestra era, la misa se celebraba generalmente con agua,
algo que no es nada sorprendente, ya que el redentor surge de las aguas de la
fuente eterna, Dios y madre combinados, y su sangre no es, en el fondo, roja ni
está llena de pasiones marcianas, como la nuestra, sino que está hecha del icor
traslúcido de Neptuno, Hay una prefiguración de esta comunión con agua en
el Evangelio de san Juan 7, 37-38:
El último día, el mayor de la fiesta, estaba allí, Jesús, y exclamó con voz fuerte:
«Quien tiene sed, que venga a mí y beba. De quien cree en mí, como ha dicho la
Escritura, manarán de sus entrañas ríos de agua viva».
Pero quien beba del agua que yo le daré, ya no tendrá sed jamás, pues el agua que
yo le daré se convertirá dentro de él en manantial que brote para la vida eterna.
La crucifixión
Ahora hemos de considerar el símbolo central del relato cristiano, que nos
presenta una de las imágenes más poderosas del sacrificio de la tradición
religiosa occidental. La crucifixión, al igual que la mayoría de las imágenes
cristianas, es un tema mítico muy antiguo. En la tradición teutónica, el dios
Wotan estuvo durante nueve días y nueve noches sufriendo, colgado de
Yggdrasil, el Árbol del Mundo, para así llevar a cabo su propia resurrección.
La cruz, como el árbol, es uno de los símbolos más antiguos de la Gran Madre
y de la encarnación en su mundo carnal. Tanto el Árbol de la Vida que
Gilgamesh encontró en el fondo del mar cósmico, como el Árbol del
Conocimiento que crecía en el Jardín del Edén, le pertenecen, de manera que
no debería sorprendernos que el redentor, a la vez humano y divino, padezca
su mayor tormento al ser clavado voluntariamente en el árbol madre de la
materia, del cual el resto de nosotros estamos involuntariamente suspendidos.
En el siglo VII, a Cristo se lo representaba como el Dios Colgado, sujetado,
como Wotan, al Árbol de la Vida. Esta es la imagen que ha llegado hasta
nosotros en la carta de tarot del Colgado. Para Neptuno, lo que separa es la
encarnación, y la mortalidad es el sufrimiento fundamental. Sin embargo, lo
que constituye la expiación del pecado original y el precio que se paga por
volver a ser admitido en el Edén es la aceptación de esta crucifixión: una
imagen del aprisionamiento de Neptuno en el mundo de Saturno, cuyo
símbolo astrológico es la luna creciente (el alma) coronada por una cruz. Pero
si se cumple pacientemente la sentencia, con pleno conocimiento de la ofensa,
entonces es también la puerta del retorno.
La crucifixión de Cristo es análoga a la desmembración de Orfeo y de
Dioniso, a la matanza del toro de Mitra y a la castración de Atis. Es tanto una
imagen de la encarnación como de la penitencia. El mundo de la materia, que
es el dominio de Saturno, tiene el carácter de la «cuaternidad», cuya
representación más pura es la cruz. Cualquier cosa fijada en una cuaternidad
sugiere la encarnación, porque la realidad concreta está representada por los
cuatro elementos y las cuatro direcciones. 24 El «verdadero» nacimiento del
divino redentor no es su salida física del útero virginal, sino el sufrimiento
voluntario de su carne mortal. En la doctrina cristiana, la crucifixión es un
suceso conocido y aceptado de antemano. Jesús el hombre abraza este destino
por la humanidad aprisionada, y aquí se nos presenta el tema de un sacrificio
realizado por compasión, una experiencia en la que se comparte la suerte
humana, ofrecida para redimir los pecados de los hijos de Adán y Eva. Es
mucho lo que, a partir de este símbolo central, podemos entender de la forma,
extrañamente pasiva, en que el individuo dominado por Neptuno soporta con
tanta frecuencia su infelicidad, e incluso se regocija en ella, algo que suele ser
motivo de perplejidad tanto para la persona afectada como para el astrólogo o
el psicoterapeuta que intenta ayudarla. En ocasiones parece que ningún
destello de comprensión intuitiva ni ninguna sugerencia positiva fuera capaz
de modificar la adicción al dolor del neptuniano. Pero la buena disposición
con que el redentor acoge y acepta el sufrimiento en nombre de sus ovejas
perdidas nos dice algo sobre la pauta inconsciente que está actuando en el
nivel personal. Si sólo «expresando» el mito del autosacrificio del redentor se
alcanza realmente una solución al dolor de la separación que sienten tan
agudamente los nativos que tienen un Neptuno fuerte, es un tema que
veremos con mayor detenimiento más adelante. Pero un martirio personal de
esta clase es tanto una identificación inconsciente con el redentor como una
invocación de él, por más irreligioso que pueda ser el individuo en su vida
consciente.
Es obvio que el tema del sufrimiento voluntariamente aceptado y de la
renuncia a la felicidad terrena está en el centro mismo de la visión cristiana de
la redención. Los descendientes de Adán y Eva sólo pueden conseguir que se
los readmita en el Paraíso si aceptan sin reservas los sufrimientos que les
impone la vida. A veces, en la historia del cristianismo, esta creencia en la
necesidad de mi dolor voluntario ha asumido algunas formas más bien
grotescas, como el autocastigo ritual de los flagelantes de la Edad Media, o la
famosa autocastración de Orígenes (que no parece tanto una imitación de
Cristo como una imitación de Atis). Lo peor fue que esta actitud culminó en la
convicción de que también el cuerpo de los demás, con o sin su
consentimiento, debía sufrir para que pudieran salvarse. Así, la Iglesia dio
nacimiento a las torturas de la Inquisición española y a la quema ritual en la
hoguera de brujas y herejes. Igualmente, hay una dignidad y una serenidad
sobrecogedoras en el espíritu con que los citaros de orientación gnóstica, que
se veían, quizá justificadamente, como los únicos «verdaderos» cristianos y los
únicos herederos auténticos de la fe inicial previa a la influencia paulina, se
dirigían cantando hacia las llamas desde Montsegur. Hay muchos más
ejemplos, tanto modernos como antiguos, de personas que se han enfrentado
hasta la muerte a tormentos físicos terribles con el tranquilo coraje de un
sacrificio voluntario. Como de costumbre, Neptuno es ambiguo, y en las aguas
turbias del martirio muestra una faz simultáneamente horrorizada y beatífica.
Quizás el carácter de Neptuno no sea cristiano en un sentido doctrinal, pero
ciertamente tiene que ver con el sacrificio, y el hecho de trascender la
separación mediante el sufrimiento voluntario es un sentimiento expresado
comúnmente por quienes se identifican con la visión del mundo de este
planeta.
A veces la crucifixión autoimpuesta de Neptuno se expresa mediante una
renuncia a toda felicidad personal: la actitud de que «está bien» sentirse
desdichado y desvalido y de que, de alguna forma, la frustración y el tormento
que experimenta el nativo en su interior al renunciar a la satisfacción personal
darán como resultado la redención en este mundo o en el próximo. La
dimensión visual de la crucifixión es sumamente sugerente. Nos presenta a
alguien clavado por las manos y los pies, lo cual es una imagen de la parálisis,
ya que no puede hacer nada ni ir a ninguna parte. Freud creía que la
amputación de las manos y los pies en los sueños era un claro símbolo de
castración, ya que las manos y los pies son los instrumentos de nuestra
potencia en la vida. También podemos ver en la crucifixión una imagen de la
frustración: la imposibilidad de satisfacer los deseos del cuerpo, cuyo resultado
es la liberación del espíritu. Cuando decimos que «cada cual tiene que cargar
con su cruz», nos referimos a algo que no podemos modificar, que depende de
nuestra suerte o de nuestro destino, y que de alguna manera, si lo asumimos
voluntariamente, hará de nosotros personas mejores.
El acto de hacer un sacrificio consiste en primer lugar en dar algo que me per -
tenece. [...] Lo que doy es esencialmente un símbolo, algo de múltiples signifi-
cados, pero que debido a mi inconsciencia de su carácter simbólico, se adhiere a
mi yo, porque forma parte de mi personalidad. De ahí que, explícita o implí -
citamente, haya una demanda personal vinculada con cada cosa que doy, [...] Por
consiguiente, lo que doy siempre lleva consigo una intención personal, porque el
mero hecho de darlo no es un sacrificio. Sólo se convierte en sacrificio si renuncio
a la intención implícita de recibir algo a cambio. 2’
Los comentarios de Jung sobre la naturaleza del sacrificio son sumamente
interesantes en el contexto de la dinámica de Neptuno. Jung consideraba la
crucifixión como un «verdadero» sacrificio. Sin embargo, si el sacrificio es un
martirio voluntario realizado con la esperanza de la redención, se convierte en
lo contrario. Hay una demanda personal ligada con esa entrega, que entonces
no es en modo alguno un sacrificio. Es un trato, un intento de negociar con
Dios o con la vida. Distinguir la diferencia puede ser uno de los factores más
importantes cuando se trata de trabajar de forma constructiva con un Neptuno
natal difícil.
La necesidad neptuniana de fusión exige que se renuncie a una identidad
independiente. El cuerpo es la primera gran expresión de una existencia
independiente, porque el nacimiento, irrevocablemente, pone término al
Edén. La piel nos delimita y crea una barrera que nos separa de la madre, y la
experiencia de habitar un cuerpo es lo que, en última instancia, nos aísla de
ella. He oído expresar este sentimiento a muchas personas con contactos
Venus-Neptuno y Luna-Neptuno en su carta natal, quejándose de que cuando
hacen el amor, el cuerpo «les estorba», impidiendo un estado de fusión total
con la otra persona. Para mucha gente, el sexo es lo más cerca que pueden
llegar del estado de fusión original. Pero a pesar de la penetración, la realidad
física del cuerpo aún sigue desempeñando su función separadora. El único
lugar donde podemos tener la vivencia de dos corazones latiendo al unísono es
el útero. Los deseos del cuerpo también nos separan, porque definen sujeto y
objeto, el que quiere y el que es querido. Cuando han sido insuficientemente
satisfechos, o no lo han sido en absoluto, los deseos traen consigo las
intolerables vivencias del rechazo, la desilusión, la frustración y la soledad. La
redención neptuniana reside en el retorno a la unidad; la unidad exige el
sacrificio de un yo separado, y el cuerpo aparece como el gran culpable
arquetípico que no quiere dejar de agarrarse firmemente a la existencia
autónoma. Los deseos personales, ile la dase que sean, también generan
culpables, porque nuestra ganancia conlleva la pérdida, la envidia o el enojo
de otra persona. Por lo (auto, fingimos que ya no deseamos nada. Sin embargo,
todo esto es un i meque, porque siempre se tiene la idea de una «ganancia», se
piensa en un objetivo: el Edén que nos espera al final del camino de espinas.
Jung llega a sugerir que lo que damos normalmente, por lo cual no recibimos
nada a cambio, lo sentimos más bien como una pérdida que como una vía
hacia la redención. El sacrificio también debe de sentirse como una pérdida,
porque entonces las demandas del yo ya no sirven. El grito de Cristo en la cruz
(«¿Por qué me has abandonado?») es el momento del verdadero sacrificio. Si
nos sacrificamos con la esperanza puesta en el Cielo, entonces más valdría que
no nos molestáramos en hacerlo, porque todavía estamos apostando por una
recompensa final. Se podría llegar incluso a sugerir que un verdadero sacrificio
sólo puede darse cuando uno renuncia a su demanda del Paraíso perdido.
Paradójicamente, a lo que hay que renunciar es a la esperanza misma de la
redención.
Así pues, el «verdadero» sacrificio implica ofrendarnos sin esperanza de
redención, ni por parte del acto ni por parte de quien lo recibe. Creo que este
es el significado más profundo de Neptuno: no hemos de renunciar a nuestra
felicidad ni a las cosas que nos brindan alegría, sino a la negociación que
llevamos a cabo secretamente, con la esperanza de que otra persona nos
redima. Por eso es tan frecuente que los tránsitos de Neptuno indiquen una
época en que sentimos que podemos dar como nunca antes, pero en que se nos
niega cualquier recompensa por lo que damos. Por lo general, la negociación
ha sido profundamente inconsciente, y es el tránsito de Neptuno lo que al
final hace que se tome conciencia de la dinámica del proceso. Lo que queda
después del diluvio neptuniano es uno mismo: un yo desnudo, vulnerable y
desenmascarado, y sin embargo, paradójicamente más sabio y más fuerte
gracias a que le ha sido revelada su propia tendencia a manipular. La vida suele
exigirnos que hagamos esta forma sutil de sacrificio cuando Neptuno está
activado en la carta. Si no reconocemos nuestra propia dinámica interna,
puede que sea necesario un sacrificio de verdad que funcione como el
desencadenante que nos haga llegar a comprenderla. Pero ir ansiosamente en
pos de tales sacrificios externos es algo muy sospechoso. Tal como ha
reconocido siempre el hinduismo, el deseo del desapego es en sí mismo un
deseo, y el éxtasis de la autoinmolación no es otra cosa que una forma más de
adicción. Mientras estudiaba el tránsito de Neptuno en aspecto con diversos
planetas natales en las cartas de mis clientes astrológicos y terapéuticos, he
observado este proceso de sacrificar una fantasía de redención que a uno le es
muy querida, por mediación de la pérdida de una persona, cosa o situación
sobre la cual se ha proyectado la imagen del redentor. Al parecer siempre hay
una oportunidad de descubrir dónde hemos estado haciendo un trueque y, por
lo tanto, de entender mejor la naturaleza del amor, que contiene respeto, en
contraste con la el anhelo de la fusión original, que puede pisotear otras
fronteras. El tránsito, sin embargo, no garantiza que aprovechemos tal
oportunidad. Es más frecuente que achaquemos la pérdida generada por los
tránsitos difíciles de Neptuno a la falta de corazón de otra persona, y vayamos,
como era de prever, en busca de un nuevo redentor.
Esta idea central [para el orfismo] de que todo existía al principio reunido en una
masa confusa, y de que la creación fue un proceso de separación y división, con el
corolario de que el final de nuestra era será un retorno a la confusión primitiva, se
ha repetido con diversos grados de coloración mitológica en muchas religiones y
filosofías religiosas/7
Carta 3. C. G. Jung. Nacido el 26 de julio de 1875, 7,32 p.m. LMT[Local Mean
1 i me, hora media local], 19.02,00 GMT [Greenwich Mean Time, hora media
de (ircenwich], Kesswil, Suiza. Casas de Plácido, Fuente: Los datos me fueron
proporcionados por la hija de Jung, Gret Baumann-Jung, a su vez astróloga.
Las fuen- KA híbliográficas astrológicas dan diversos ascendentes
(Internationales Horoskope- 1 r\ihon da 27° de Capricornio, mientras que
Marc Edmund Jones, en Sabían ^vinbals, da 20° de Acuario). En el
Compendium ofNativities de Fowler se indica la misma fuente que la mía y se
da el ascendente Acuario que aparece arriba.
Hysteria Coniunctionis
LA PSICOLOGÍA DE NEPTUNO
I (S
redentores, sino por formas muy especiales del sufrimiento humano, es
necesario que atravesemos dos portales estrechamente vinculados que siguen
siendo un misterio incluso para la medicina y la psicología del siglo XX: la
hipnosis y la histeria.
La hipnosis, tal como se la entiende ahora, fue descubierta por medio del
tratamiento de la histeria. Pero, con otros nombres, esta técnica ha
desempeñado un papel en la curación desde siempre, desde que los seres
humanos empezaron a establecerse en comunidades tribales. Hace muchísimo
tiempo que los médicos brujos, los hechiceros y hechiceras, los chamanes y
los sacerdotes se valen de lo que son sin duda técnicas hipnóticas, aunque
raramente las hayan admitido como tales; y a lo largo del tiempo, los
fenómenos de la hipnosis han sido atribuidos generalmente a la intervención
de los dioses. Hoy podemos ver la hipnosis en funcionamiento en los rituales
de las tribus africanas y polinesias y de los indios americanos. Tanto el faquir
hindú sobre su lecho de clavos como el danzarín del fuego del sur del
Pacífico, que pasa imperturbable a través de las llamas, utilizan la anestesia
hipnótica, como tal vez lo hicieran también los primeros mártires cristianos.
En el antiguo Egipto había «templos del sueño»; un papiro de hace tres mil
años expone un procedimiento en el cual cualquier hipnotizador moderno
reconocería instantáneamente el método hoy habitual para poner en trance a
una persona. En los templos dedicados a Asclepio en Epidauro, Pérgamo y
Cos, se sumía a los enfermos en un sueño hipnótico, y gracias al poder de la
sugestión tenían visiones de los dioses. Y las pitonisas de Apolo profetizaban
cuando se hallaban en un estado de trance extático, algo que no sólo
comparten muchos médiums espiritualistas actuales, sino también el
sonámbulo sometido a hipnosis profunda, y el histérico cuando es presa de
una crisis alucinatoria.
El primitivo ceremonial de los ritos de curación y de iniciación vuelve a
representar los grandes mitos de la tribu, mientras que se utilizan las
poderosas propiedades hipnóticas de los coloridos trajes, simbólicamente
evocadores, las salmodias, la música y la danza para unificar a los partici-
pantes en una totalidad psíquica. También los santuarios y lugares sagrados
como Lourdes se hacen eco de esta conjuración; la impresionante belleza del
lugar, la Fuente y la Gruta, la majestad del ritual, la pompa y el boato de las
procesiones, el perpetuo murmullo de las plegarias que continúa día y noche,
y la sensación, en el visitante, de una creciente expectación van creando la
misma participation mystique que las ceremonias tribales. En todos estos ritos
de curación, Neptuno se manifiesta por mediación de la fusión psíquica del
sanador, el paciente, la comunidad y el dios. Hemos visto ya que esta es la
dinámica esencial no sólo de las celebraciones eucarísticas de los dioses
redentores paganos, sino también de la misa. Además, estamos en el dominio
de Neptuno porque el ritual y la compenetración [rapport] son las técnicas
hipnóticas más poderosas conocidas por la humanidad; destruyen las barreras
de la conciencia de un yo individual, desencadenando potencialmente el
Diluvio y, sin embargo, abriendo también las puertas del Edén.
El término «hipnosis» (que viene de Hipno, el dios griego del sueño) fue
acuñado por el médico escocés James Braid durante la década de 1840,
coincidiendo con el descubrimiento del planeta Neptuno. Pero el trabajo de
Braid, por más importante que fuera para la evolución posterior de la teoría
psicoanalítica, se edificó sobre los injustamente criticados experimentos del
médico vienés Franz Antón Mesmer. La historia del descubrimiento de esta
puerta de acceso al inconsciente, que en los siglos siguientes ha tenido tan
profundas ramificaciones para la psicología, la psiquiatría, la medicina y el
espiritualismo, es de veras fascinante, ya que el propio Mesmer fue una
especie de víctima redentora. Su concepto del «fluido universal» es
neptuniano de cabo a rabo, tal como lo fueron sus pacientes, y también la
pauta de su vida.
Un breve examen de la carta natal de Mesmer (véase carta 4) no revela
un Neptuno fuerte: no está emplazado en un ángulo, ni en aspecto con el Sol,
como sucede en las cartas de Meher Baba, Billy Graham y C. G. Jung. Se
encuentra en su propia casa natural, la doce, pero no forma ningún aspecto
mayor con ningún planeta personal, a excepción de un sextíl con Venus,
aunque está en semicuadratura con Mercurio y Saturno, Sin embargo, está
fuertemente conectado con los otros dos planetas exteriores, formando un
trígono con Plutón y una oposición con Urano. A partir de ello podemos
conjeturar que, a pesar de que la generación en que nació Mesmer haya
estado fuertemente afectada por aspiraciones e ideales colectivos simbolizados
por esta potente configuración de los planetas exteriores,' él mismo, por
temperamento, era pragmático (Mercurio en conjunción con Saturno en
Tauro), ferozmente individualista (Sol en Géminis en trígono con una
conjunción Luna-Marte en Acuario), y tendía a exagerar su propia
importancia (Sol en oposición con Júpiter en Sagitario en la quinta casa). Sin
embargo, a medida que vaya exponiendo su historia, veremos que tanto el
desarrollo de su concepto del fluido universal como su accidentada carrera -
que terminó por establecer su nombre en la historia de la psicología— son
hechos que tuvieron lugar durante poderosos tránsitos de Neptuno.
Carta 4. Franz Antón Mesmer. Nacido el 23 de mayo de 1734, 8.00 a.m. LMT [Local
Mean Time, hora media local], 07.24.00 GMT [Greenwich Mean Time, hora media de
Greenwich], en Iznang am Bodensee, Alemania. Sistema de casas de Plácido. Fuente:
Internationales Horoskope-Lexikon, p. 1039.
El teatro griego, como las fiestas dionisíacas, era una vivencia neptuniana
aprobada por la colectividad. Pero mientras que los ritos dionisíacos servían
principalmente a las necesidades de las mujeres, oprimidas, frustradas y des-
valorizadas, el teatro era para todo el mundo. El teatro griego estaba consagrado
a Dioniso, y los actores eran sus servidores. Las máscaras que llevaban
proclamaban el carácter arquetípico de sus papeles, porque la vivencia dioni-
síaca pretendía ser universal, y no personal. Su principal objetivo era la ai tur-
sis, una unificación psíquica colectiva semejante a la misa, que vinculaba a los
actores, el público y la deidad en una profunda comunicación emocional de
piedad por la suerte de la humanidad y la reverencia ante los dioses. Ahora
hablamos de catarsis para referirnos a cualquier descarga de emociones repri-
midas que sirva para purificar y renovar. Es la «crisis» de Mesmer, la inundación
de la tierra por el mar. En Grecia el público no era tan correcto ni se
comportaba tan bien como nosotros ahora; entonces gemían, gritaban, lloraban,
maldecían y sufrían con los actores. Es interesante señalar que la palabra griega
para designar al actor era hypocrités, de la cual se deriva nuestro término
«hipócrita», definido como alguien que «oculta su verdadero carácter». Aquí
reconocerán fácilmente los estudiosos de la astrología una de las dimensiones
más difíciles de la naturaleza neptuniana.
Los griegos siempre situaron sus tragedias al mismo nivel que sus comedias,
y estas últimas eran invariablemente burdas, fúlicas y obscenas. También esta
era una experiencia unifícadora y formaba parte de Dioniso, que regía todo lo
que fuera abandono extático, tanto del espíritu como de los sentidos. La histeria
del teatro y la de los ritos dionisíacos eran formas de reconocimiento profundas
y complejas de un anhelo que era un don divino y que, si no se lo reconocía ni
se lo vivía, conducía a la enfermedad del cuerpo y el alma, pero que
adecuadamente canalizado aportaba una experiencia regenerativa de unión con
la fuerza vital universal. Y como en los tiempos modernos se ha puesto de moda
presentar la ópera y el teatro con áridos comentarios ideológicos según la
opinión política del director, y nuestros ritos religiosos se han convertido en
fláccidos acontecimientos sociales, no es sorprendente que hoy la histeria sea
una enfermedad que pertenece al ámbito de la psiquiatría.
La histeria en la Salpetriére
El trabajo pionero de Charcot y Janet y las primeras investigaciones de Freud y
Jung se centraron principalmente en la histeria. Como hemos visto, esta
exploración psicológica del mundo de Neptuno surgió de las teorías del
mesmerismo, que se inició en las últimas décadas del siglo XVIII, como parte del
movimiento general hacia la racionalización de los misterios de la vida que hoy
conocemos como Ilustración. Gracias a los escritos de aquellos hombres
tenemos hoy un conciso cuadro clínico de la histeria. A este conjunto de
escritos se lo ve actualmente como algo limitado y superado, debido en parte a
que los conceptos de enfermedad y normalidad son un reflejo del canon cultural
de la época. Aun así, puede proporcionarnos una visión considerablemente
profunda de las patologías neptunianas. La mayoría de los pacientes de los
pabellones de la Salpetriére eran mujeres, que presentaban síntomas somáticos
(parálisis de los miembros, ceguera, temblores incontrolables) sin causa orgánica
aparente, o bien sufrían de alucinaciones, accesos emocionales, mutismo u otras
manifestaciones histéricas características. A este grupo de problemas psi-
cosomáticos se les dio el nombre de «histeria de conversión», con el cual se
quería dar a entender que los dilemas emocionales, al estar suprimidos y ser
inaccesibles para la personalidad consciente, se «convertían» en síntomas
corporales que simbolizaban el conflicto originario. No es sorprendente que la
mayoría de estos conflictos suprimidos, cuando se los investí- gaba mediante
hipnosis, resultaran ser de naturaleza erótica y estar vinculados con figuras
parentales.
Aunque como médico Charcot creyera que la causa última o final de la
histeria residía en la constitución innata de la paciente, como estudioso del alma
jamás perdió de vista el efecto de la mente sobre el cuerpo. En una de sus
conferencias dijo lo siguiente a sus alumnos:
Nada podría hacer pensar más en Neptuno que la «parálisis producida por la
imaginación», ya que como nos ha venido diciendo el hinduismo desde hace
más de veinte siglos, la sustancia «demasiado sólida» del cuerpo se vuelve fluida
y maleable de acuerdo con la voluntad de la psique. En el pasaje arriba citado,
Charcot se va aproximando lentamente a lo que más adelante llegó a ser la
teoría principal de Freud sobre la causa de los problemas neuróticos: un
«complejo» muy cargado emocionalmente de recuerdos, ideas y sentimientos
asociados que, debido a su naturaleza inaceptable, han terminado por disociarse
de la conciencia y empiezan a sabotear el bienestar emocional y físico de la
persona.
Charcot continúa:
Es bien sabido que en ciertas circunstancias una idea puede producir una
parálisis, y también puede ser causa de que ésta desaparezca. [..,] En sujetos
en un estado de sueño hipnótico es posible originar, por sugestión o por
intimación, una idea o un grupo coherente de ideas asociadas que poseen al
individuo, se mantienen aisladas y se manifiestan mediante los
correspondientes fenómenos motores.
Hubo un momento en que el trabajo de Charcot se elevó por encima del nivel de su
tratamiento general de la histeria y dio un paso adelante que le aseguró para
siempre la gloria de haber sido el primero en explicar la histeria. [..,] Se le ocurrió la
idea de reproducir por medios artificiales parálisis como las que él ya antes había
diferenciado cuidadosamente de los trastornos orgánicos; con este fin, hipnotizó a
pacientes histéricos hasta sumirlos en un trance profundo. Consiguió así una
demostración impecable y con ella probó que estas parálisis eran el resultado de
ideas específicas que se adueñaban del cerebro del paciente en momentos de
especial disposición. Así se descubrió por primera vez el mecanismo de los
fenómenos histéricos.”
Este apego, que se desarrolla de acuerdo con el tratamiento que los pacientes
requieren, alcanza proporciones extraordinarias si el trance profundo y la sugestión
forman parte de él. Los antiguos magnetizadores, que con frecuencia, aunque sin
saberlo, trataban a personas histéricas, ya lo habían observado y describieron
repetidas veces el fenómeno. Tal vez, en honor del heroico perío do del
magnetismo, deberíamos llamarlo «pasión magnética»...’
El trance hipnótico
' Aunque su gran importancia se les escapó, uno de los rasgos más fascinantes de
la histeria que reconocieron ya los primeros seguidores de Mesmer era que la
personalidad histérica es sumamente sugestionable. Una intensa
susceptibilidad a las órdenes hipnóticas se añade al familiar abanico de los
síntomas histéricos, y esta exagerada sugestibilidad, que refleja una intensa
«compenetración» con el hipnotizador, revela una dimensión importante de
la personalidad sin límite. El vínculo entre una sugestibilidad extrema y la
histeria era especialmente interesante para Charcot, quien llegó a la conclu-
sión de que una pronunciada susceptibilidad a la hipnosis -indicada por la
capacidad de deslizarse en un profundo trance hipnótico- era idéntica a la
sugestibilidad implícita en el síntoma de «conversión» del histérico. Dicho de
otra manera, la persona histérica se autohipnotiza inconscientemente y se
sume en un estado somático determinado para evitar un conflicto interno. La
configuración especial del entorno del individuo y de sus necesidades
personales es lo que «sugiere» la naturaleza específica de la sima- ción
somática. O, dicho en términos más simples, los síntomas histéricos siempre
parecen curiosamente hechos a medida para las necesidades inconscientes del
enfermo. Por consiguiente, según Charcot, se podría considerar el trance
hipnótico como un estado patológico o enfermizo.
En la escuela de Nancy, una investigación paralela de la sugestión hipnótica
condujo a Bernheim a conclusiones diferentes. El creía que la sugestibilidad
hipnótica no era algo limitado a la personalidad histérica, sino un fenómeno
psicológico universal que en mayor o menor medida, inducido y regulado por la
sugestión, se podía producir en cualquiera. Así polarizados, Charcot y Bernheim
se enzarzaron durante un tiempo en una batalla bastante violenta por definir el
dominio de la hipnosis y su significado. Charcot admitió que a él no le
interesaba especialmente le petit hypnotism, es decir, los fenómenos hipnóticos
menores que podían producirse en quienes no tenían una fuerte predisposición
histérica. Lo que a él le interesaba era legrandhypnotisme, que era un aspecto
muy obvio de la particular patología de sus pacientes. Sin embargo, si
comparamos las investigaciones de estas dos importantes figuras del principio de
la historia de la psicología, podemos ver que probablemente los dos tengan
razón. La histeria, como reflejo de una dimensión todavía informe, plástica e
infantil de la naturaleza humana, existe en mayor o menor medida en todo el
mundo, y es probable que sea una propiedad de la psique inconsciente. Por lo
tanto, todos somos en alguna medida sugestionables a través de la puerta de
entrada simbolizada en la carta natal por Neptuno. Pero cuando la histeria
domina la personalidad, ocultando profundas heridas emocionales y sirviendo
indirectamente a necesidades instintivas reprimidas que no pueden encontrar
una canalización hacia el exterior más saludable, entonces podemos empezar a
entenderla como una patología, con la extremada sugestibilidad hipnótica que la
acompaña.
La sugestibilidad es, sin duda alguna, un atributo de toda la humanidad, aunque no
se dé en todos en la misma medida. [...] Según la opinión popular, se considera que
las mujeres son en general más sugestionables y más susceptibles a la hipnosis que
los hombres. Pero la literatura médica se muestra casi unánime en el rechazo de esta
idea. [...] Toda la investigación demuestra que los niños son hipnotizables casi en un
ciento por ciento, desde el momento en que
son capaces de entender y obedecer las instrucciones necesarias hasta los cator- ^ 10
ce anos.
La fusión y la separación
Una gran parte de los escritos psicoanalíticos posteriores a Freud está dedi-
cada a las etapas iniciales de la formación de la identidad individual. Mela-
nie Klein y D. W. Winnicott se interesaron particularmente en el tema, dado
que ambos psicoanalizaban a niños pequeños. Y no podemos comprender a
Neptuno sin entender algo del mundo imaginativo del niño que se esfuerza
por descubrir su propia realidad. Como todos hemos sido bebés, tenemos una
base para nuestra investigación. Los dilemas neptunianos siempre implican
algo que todavía no se ha formado. Por consiguiente, es necesario que
estudiemos más de cerca las etapas de desarrollo de la niñez, concentrándonos
en lo que podría «ir mal» —tanto en el entorno como en el interior del propio
niño- y dañar el delicado equilibrio entre el anhelo neptuniano y los demás
factores de la personalidad.
Entre los autores psicoanalíticos, Winnicott es uno de los más fáciles de
leer, ya que una gran cantidad de sus conferencias publicadas iban dirigidas a
padres y madres normales y corrientes, y no exclusivamente a sus colegas en
el campo terapéutico. Muchas de sus formulaciones son sumamente valiosas
para el astrólogo, que puede trabajar en una única sesión con clientes no
familiarizados con la jerga psicoanalítica y que no suelen comprometerse en
la prolongada empresa de un psicoanálisis freudiano o kleiniano de una
frecuencia de cinco días a la semana.
Para el bebé, lo primero que hay es una unidad que incluye a la madre. Si todo va
bien, llega a percibir a la madre y a todos los demás objetos viéndolos como «no
yo», de manera que ahora hay «yo» y «no yo». [...] Esta etapa de los comienzos del
YO SOY sólo puede convertirse en realidad si el bebé se va consolidando a sí mismo
en la medida en que el comportamiento de la figura materna sea suficientemente
bueno. [...] Así que, por lo que se refiere a esto, ella es al principio una ilusión
que el bebé tiene que ser capaz de rechazar y sustituirla luego por la incómoda
unidad del YO SOY que lleva implícita la pérdida de la unidad originaria en que
estaba sumido y que es lo seguro. El yo del bebé es fuerte si cuenta con el apoyo
del yo materno para fortalecerlo; de no ser así, es débil. 6
El bebé sólo inicia un proceso de desarrollo personal y real si tiene una madre
suficientemente buena. Si los cuidados maternales no son sufi cientemente Inte
nos, el niño se convierte en una colección de reacciones a la inmisión, y no llega
a formarse en él un verdadero yo...s
Quizá la mejor definición que se pueda dar del masoquismo moral sea la de una
pauta, que se mantiene durante toda la vida, de dificultades o fallos,
inconscientemente preparados, en múltiples áreas de funcionamiento. En nuestra
sociedad, se trata del perdedor, la persona que tiene que estar siempre
tropezando innecesariamente o incluso fracasando. [...] La gratificación
sexual subyacente, que es muy obvia en la perversión, no es visible para
el observador, ni tampoco el paciente la experimenta como tal.13
El ideal del yo
En 1914 Freud introdujo por primera vez el concepto de «ideal del yo». Se
trata de uno de los aspectos más fundamentales de la teoría psicoanalítica, y
es también una excelente definición clínica del anhelo neptuniano. En algu-
nos textos de astrología se equipara a Neptuno con el inconsciente colectivo y
se le atribuyen, por consiguiente, poderes globales transpersonales. Pero es
importante recordar que todos los planetas, en el simbolismo astrológico,
representan impulsos psicológicos fundamentales, que aunque sean univer-
sales o arquetípicos en el sentido de que son comunes a todos, dentro del
horóscopo de un ser humano expresan una determinada orientación y un
conjunto peculiar de necesidades. Esto es válido tanto para los planetas
exteriores como para los interiores. Aunque Urano, Neptuno y Pintón sean
transpersonales en el sentido de que reflejan un estrato de la psique humana
más colectivo, vinculado con movimientos y valores de una dimensión
general y social, sin embargo actúan en el seno de una carta individual y
contribuyen al carácter complejo de la personalidad individual. La simple
equiparación de Neptuno con el inconsciente colectivo es un desacierto,
porque todos los planetas representan algo arquetípico, y por eso mismo todos
encarnan, de una manera u otra, el inconsciente colectivo. Neptuno simboliza
un anhelo de experiencias emocionales y de la imaginación, y una
predilección por ellas. Se trata de vivencias de un tipo especialmente primario
y, por consiguiente, «de otro mundo». Este ámbito de la experiencia es muy
específico, se expresa mediante sentimientos de transitoriedad y de hastío, y
también por medio de imágenes de redención y disolución. De ello resulta
una visión del mundo ni más ni menos arquetípica que la de cualquier otro
planeta.
El concepto de ideal del yo, que Freud describió por primera vez y fue
posteriormente desarrollado por Janine Chasseguet-Smirgel, puede ayudarnos
a describir a Neptuno como una dinámica particular dentro de un ser humano
individual, aunque esta dinámica, al ser colectiva, haya actuado también a
través de muchos movimientos sociales y religiosos en el transcurso de la
historia.
UI
ción, pero la subcultura esotérica de hoy es de reducidas dimensiones, y ella
misma ha contribuido a generar su propio aislamiento del colectivo. Es fre-
cuente que sus miembros se nieguen a participar en ningún diálogo creativo
con puntos de vista más materialistas, reaccionando a la rigidez de la visión
científica del mundo con su propia rigidez, y estableciendo en ocasiones con
todo lo mundano una polarización como la de un niño neptuniano con un
temido y odiado padre saturnino.
Hoy en día, las metas del colectivo son más prosaicas, cosa que quizá no
esté tan mal, puesto que debido en parte al creciente realismo de nuestras
aspiraciones, la calidad de vida en nuestra época es enormemente mejor de lo
que era en los días en que se consideraba que el Segundo Advenimiento esta-
ba próximo. Por más que tendamos a idealizar el pasado (una propensión
neptuniana relacionada con el mito griego de la Edad de Oro), en aquellos
tiempos más inocentes la esperanza de vida no llegaba a un promedio de
treinta años, y las vicisitudes impuestas por continuas guerras y plagas, y por
la violencia y el caos generalmente imperantes en la sociedad tendían a hacer
de aquellos treinta años algo más bien desagradable. Nuestro relativamente
sólido sistema de justicia, y la libertad de expresión y de prensa que en la
actualidad damos por sentada (llevándola en ocasiones hasta el absurdo) sim-
plemente no existían; en cuanto a la posibilidad de ascender de nivel social
gracias al propio esfuerzo, habría sido inimaginable. Una mujer era afortuna-
da si conseguía sobrevivir al parto, y su hijo si sobrevivía a la infancia. Cual -
quier hombre o mujer que expresara en público una opinión religiosa signifi-
cativamente diferente de la que tenía la principal autoridad eclesiástica corría
el peligro de ir a la hoguera, bajo acusación de herejía o de brujería. Tal vez
en nuestros días la redención parezca menos urgente porque la vida terrena
en los países occidentales, aunque se oigan quejas característicamente nep-
tunianas, se parece mucho menos al Infierno que en aquellos tiempos.
Pero si bien el anhelo de redención ya no se expresa en los términos reli -
giosos convencionales, tampoco ha perdido nada de su enorme fuerza, aun-
que hoy es más probable que lo sintamos en el estado que conocemos como
enamoramiento. A pesar de que todos deberíamos tener por lo menos un par
de veces la experiencia del más delicioso tormento de la condición humana,
muchos de los clientes más desdichados con quienes he trabajado, envueltos
en las brumas de un Neptuno difícil, expresan su impotencia y su dolor
mediante el vehículo del amor romántico.
Está claro, entonces, que los siglos XII y XIII fueron testigos de la irrupción en
nuestra cultura de poderosos deseos, antes reprimidos, que buscaban una cana-
lización a través de las formas disponibles de la religión, el arte y la literatura. El
perfil tolerante de la Madre se elevó desde su lugar en el inconsciente hasta
invadir la parte central de nuestra mente.3
causa de la angustia parece menos importante que el efecto. Tal vez sea
este el punto principal de todo. Lo que preocupa al poeta no es la realidad de
la amada, sino las emociones que ella despierta en su enamorado. De hecho,
la amada es una especie de espejo. Lo que el enamorado ve no es una perso na,
sino una esencia esquiva, oscuramente atisbada, una proyección de algo que
está en su propio interior. Dicho de forma más brutal, el amor cortés es un
amor narcisista, tal como nos lo dice uno de los propios poetas:
No tengo ya poder sobre mí mismo desde el día en que ella me dejó mirar
dentro de sus ojos, en ese espejo que tanto me complace. Desde que me
he visto en ti, espejo, mis profundos suspiros me matan, y estoy perdido,
como el bello Narciso que se perdió en el manantial.4
El [primer hombre] que tenía pleno poder sobre el mundo de las cosas mortales y
sobre los animales irracionales mediante la Armonía, habiendo atravesado la
bóveda celeste, mostró a la Naturaleza inferior la hermosa forma de Dios. Cuando
ella contempló al que tenía en sí mismo la belleza inagotable y todas las fuerzas
de los Gobernadores combinadas con la forma de Dios, le sonrió con amor,
porque había visto el reflejo de esta bellísima forma de Hombre en el agua, y su
[propia] sombra sobre la Tierra. Él también, al ver su reflejo en el agua notó que
se le parecía, lo amó y deseó morar en él. En seguida su deseo se convirtió en
realidad, y él llegó a habitar la forma desprovista de razón. Y la Naturaleza,
habiendo recibido dentro de sí al amado, lo abrazó plenamente y ambos se
mezclaron, porque estaban inflamados de amor.’
Esto [el complejo materno en una mujer] conduce a la identificación con la madre y a la
paralización de la iniciativa femenina en la hija. Lo que se produce entonces es una proyección
completa de su personalidad sobre la madre. [...] La hija lleva la existencia de una sombra, con
frecuencia visiblemente absorbida por la madre hasta quedar seca, y prolonga la vida de su
madre medíante una especie de continua transfusión de sangre. Pero estas doncellas exangües
no son, en modo alguno, inmunes al matrimonio. Por el contrario, y a pesar de su apariencia de
sombras y su pasividad, alcanzan una elevada cotización en el mercado matrimonial. En primer
lugar, están tan vacías que un hombre puede atribuirles casi cualquier cosa que se le ocurra.
Además, su inconsciencia llega hasta tal punto que el inconsciente saca una increíble canti dad
de antenas invisibles que, como si realmente fueran los tentáculos de un pulpo, devoran todas
las proyecciones masculinas, algo que a los hombres les complace enormemente. [...] El
notorio desvalimiento de la chica es un atractivo muy especial."
1.a intensificación por reacción del Eros de la hija está dirigida a algún hombre que deba ser
rescatado de la preponderancia del elemento femenino maternal en su vida. Una mujer de
este tipo interviene instintivamente cuando se siente provocada por el
inconsciente de la pareja matrimonial, y perturbará esa comg- didad tan peligrosa
para la personalidad de un hombre, pero que éste suele ver como fidelidad
matrimonial. [...] Este tipo de mujer dirige el rayo fulminante de su Eros sobre un
hombre cuya vida está sofocada por la solicitud maternal, y al actuar así provoca
un conflicto moral. Sin embargo, sin ello no puede haber conciencia de la
personalidad.’2
La desilusión neptuniana
¿Qué sucede cuando de hecho se obtiene el objeto inalcanzable? Probable-
mente, quienes tengan contactos difíciles de Neptuno con Venus, Marte, el
Sol o la Luna ya conocerán la respuesta; se sufre una desilusión. A veces, esta
desilusión se expresa como una «desconexión» del cuerpo del ser amado.
Visto de cerca, noche tras noche, ya no tiene nada de mágico, sino que es
simplemente humano, y además envejece; el mismo enamorado a quien antes
tanto inflamaba la mera fantasía de los placeres eróticos que algún día podrían
llegar a ser suyos, ahora se fija con cruel insistencia en la mancha que la
persona amada tiene en el mentón, en el vello superfluo sobre su labio
superior, en el ligero «michelín» de su cintura o en su mal aliento de las
mañanas. La perfección sólo puede mantenerse en el mundo de la fantasía, y
cuando una fantasía se precipita cielo abajo como Icaro con las alas rotas,
entonces es necesario que otra venga a ocupar su lugar. El mundo está lleno
de desdichadas mujeres de mediana edad que han visto cómo las
abandonaban por frescas muchachas en flor. Esto se debe, en parte, a que el
marido no puede enfrentarse con el envejecimiento del cuerpo de su mujer, o
lo que es aún más importante, del suyo propio. También puede ser un poco
porque algunas de esas mujeres, al igual que sus maridos, también son adictas
al sueño de la fusión, y jamás han llegado a ser individuos por derecho propio.
De ahí que puedan dejar de interesar a su pareja, porque no son interesantes
para sí mismas. El envejecimiento implica mortalidad, y no hay lugar para
ella en el Paraíso, como tampoco es bienvenida allí la identidad individual.
En el reino del amor neptuniano, una de las mayores fuentes de sufrimiento
para ambos miembros de la pareja es esta inexplicable y con frecuencia
permanente pérdida del deseo sexual frente a la realidad física del ser amado.
Por más hermosos que sean, los cuerpos se interponen en el camino de la
fusión originaria, ya que convocan la angustia de la fantasía del incesto y sus
posibles y terribles consecuencias, así como el miedo a la muerte.
En ocasiones, las complejidades románticas de Neptuno se expresan en
forma de impotencia o carencia de respuesta física, y esto suele ocurrir tan
pronto como el ser amado está sexual mente disponible. Es común que esto
suceda en las primeras etapas de una aventura amorosa, cuando las expecta-
tivas tropiezan con la angustia, y la perspectiva de la intimidad invoca el
espectro del rechazo, Pero a veces el problema se vuelve crónico. Puede que
uno se sienta muy estimulado por una pareja a quien secretamente desprecia,
como podría ser una prostituta o alguien proveniente de un grupo social o
racial «inferior», y que, en cambio, la persona con quien está emocionalmente
comprometido no le interese ni le excite demasiado. Jung consideraba que
este problema se debía a una «escisión» del anima o el animus, porque los
sentimientos eróticos se mueven en un sentido y la idealización en otro, y
parece como si estuvieran condenados a no coincidir jamás en la misma
persona. Se trata de una manera nada extraña de mantener a raya la angustia
implícita en los elementos incestuosos de la atracción neptuniana. Una
situación desdichada no sólo para la pareja de la persona que padece el
problema, sino también para esta última, que se puede ver abrumada por una
buena cantidad de culpa y vergüenza, y debido a ello puede terminar
infligiendo mucho daño, aunque no tenga la intención de hacerlo.
La escisión entre cuerpo y espíritu es fundamental para la visión dualista
del mundo característica de Neptuno. Si la examinamos desde una perspectiva
más bien psicológica que mítica, estamos otra vez en el dominio del ideal del
yo. Pero la unidad originaria de la vivencia erótica y emocional se ha roto.
Esto puede suceder cuando la relación entre la madre y el niño se ha
«sexualizado», o dicho de otra manera, cuando la madre se comporta de un
modo seductor, provocando en su hijo sentimientos prohibidos, aterradores
por su poder y por sus implicaciones. No es que haya un abuso sexual del
niño. Por lo común, este comportamiento seductor es completamente
inconsciente, y no va acompañado de ningún tipo de intervención física
activa. Da igual de qué sexo sea el niño, porque no se trata de un deseo sexual
activo, sino de un erotismo indiferenciado. Puede surgir debido a que la
madre sea desdichada en su matrimonio, y encuentre sumamente estimulante
la experiencia de amamantar, el contacto con la piel del bebé y la intimidad
emocional con él. También puede generarse cuando la madre ve en su hijo a
un redentor para su propio sufrimiento, e instintivamente intenta atarlo a ella
mediante la manipulación inconsciente de sus necesidades emocionales y
eróticas. Es un fenómeno bastante común, dada la ignorancia colectiva
general de lo que es nuestro yo más profundo. Pero al niño neptuniano, que
ya de por sí carga con un exagerado sentido del pecado, puede dejarle
cicatrices sexuales perdurables. El tabú del incesto es una frágil barrera, y
para cualquier niño es bastante difícil enfrentarse con sus sentimientos
eróticos y la angustia que le producen. Si es la madre misma quien rompe el
tabú, convirtiendo inconscientemente a su hijo en un amante fantaseado,
puede ser que al niño, una vez convertido en adulto, la excitación erótica y la
necesidad de posesión le resulten tan amenazadoras que no pueda soportarlas.
.
En ocasiones, la desilusión neptuniana no es específicamente sexual, sino
que va infiltrándose como un miasma que poco a poco va generando la
sensación de que la relación ha perdido su «magia». El ser amado ya no es un
progenitor divino que adora al niño y está permanentemente pendiente de él;
cada vez hay más momentos en que tiene otros intereses, está de mal humor
o deja ver graves fallos humanos. Lo peor de todo es que este ex redentor
puede terminar necesitando también que lo rediman. Ha dejado de servir de
espejo, y la promesa del Paraíso ha resultado ser un engaño. La sensación de
separación que esto conlleva suele conducir a una soledad intolerable, que
sólo se puede mitigar encontrando otra persona o cosa que proporcione la
necesaria dosis de fusión. De otra manera, la situación puede provocar una
furia y una amargura terribles.
«Larry y Viv»
Como no es este el lugar apropiado para ofrecer una historia completa de la
vida de nuestros dos protagonistas, remito al lector a las respectivas biogra-
fías. Quizá lo más revelador de todo sean las películas que protagonizaron
estos talentosos actores, que se cuentan entre los mejores que jamás haya
dado el cine. Vivien Leigh sufrió durante gran parte de su vida de una
depresión maníaca que fue agravándose con los años, Al mismo tiempo que
esto convertía su vida personal (al igual que la de Laurence Olivier) en un
infierno, imprimió a ciertas interpretaciones suyas un poder y una magia
poco comunes. Sus mejores papeles fueron el papel de Scarlett O’Hara en Lo
que el viento se llevó y el de Blanche DuBois en Un tranvía llamado deseo. Olivier
cuenta entre sus méritos con muchas excelentes interpretaciones en el
escenario y en la pantalla, pero su primer papel cinematográfico, el del
atormentado Heathcliffe de Cumbres borrascosas, fue particularmente suge-
rente. Cuando la naturaleza astrológica de un actor está en armonía con el
papel que interpreta, pueden suceder cosas extraordinarias. El estudiante de
astrología puede aprender mucho sobre Plutón examinando, en la carta de
este actor, la cuadratura de Plutón en ascenso con Saturno, sumamente
adecuada para interpretar a un personaje creado por una autora que tenía a
Plutón en conjunción con Saturno y en trígono con un Ascendente Escorpio,
del que era el regente. (Véanse cartas 6 y 7.)
Olivier y Leigh, ambos actores jóvenes y ambiciosos, los dos ya casados y
con un hijo cada uno, se conocieron durante las Navidades de 1935, cuando él
tenía veintiocho años y ella veintidós, y se enamoraron apasionadamente.
Neptuno en tránsito, rondando alrededor de la mitad de Virgo, se estacionó
en el grado 16 de este signo, junto a la Luna natal de Olivier y en trígono con
su Marte en Capricornio en la octava casa. Neptuno también formaba una
cuadratura con su Ascendente. A lo largo de los meses siguientes, mientras la
relación florecía, Neptuno siguió moviéndose hacia delante y hacia atrás en
contacto con estas posiciones natales. Estos tránsitos no son raros como
indicadores de una relación romántica intensa y apasionada, en particular si
es «ilícita». Las casas tradicionalmente asociadas con el amor (la quinta) y la
expresión sexual (la octava) están ambas en juego, y la conjunción de
Neptuno en tránsito con la Luna hace pensar en la aparición de anhelos
extáticos que se remontan a las primeras etapas de la vida. Neptuno también
estaba activo en su carta progresada. El Ascendente progresado estaba a
menos de un grado de la conjunción con el Neptuno progresado, mientras
que el Medio Cielo progresado formaba un trígono con el Neptuno natal. AI
parecer el joven Laurence, independientemente de que lo deseara de forma
consciente o no, estaba a punto de enfrentarse con el Diluvio.
La carta natal de lord Olivier no es extraordinariamente neptuniana. Ni
el Sol ni la Luna forman aspecto con Neptuno, ni el planeta se encuentra
emplazado en ninguno de los ángulos. Con Plutón en ascenso en cuadratura
con la Luna, da la impresión de que buena parte de su carisma prove-
Carta 6. Laurence Olivier. Nacido el 22 de mayo de 1907 a las 5.00 a.m. GMT [Greenwich Mean Time,
hora media de GreenwicK], en Dorking, Inglaterra. Sistema de casas de Plácido. Nodo verdadero. Fuente:
Internationales Horoskope-Lexikon.
nía del magnetismo sexual ligeramente siniestro de Plutón, expresado a través de la agilidad
intelectual y física y la brillantez técnica de un Ascendente Géminis. Sin embargo, en la
carta de Olivier el Sol y Mercurio están en la casa doce, la casa natural de Neptuno, lo que
sugiere una profunda receptividad al mundo acuoso de la psique colectiva. Era capaz de
representar cualquier papel porque se podía identificar con todos. Además, su Neptuno está
en conjunción exacta con su Júpiter en Cáncer, y Júpiter rige su casa siete; y esta conjunción
se opone a la conjunción natal Marte-Urano en Capricornio en la casa ocho. Por lo tanto, en
las relaciones y las cuestiones sexuales piulemos esperar hallarnos con el idealismo
romántico de Neptuno
Carta 7. Vivien Leigh. Nacida el 5 de noviembre de 1913 a las 5.30 p.m. LMT [Local Mean
Time, hora media local], 11.37 a.m. GMT [Greenwich Mean Time, hora media de
Greenwich], Darjeeling, India. Sistema de casas de Plácido. Nodo verdadero. Fuente:
Internationale! Horoskope-Lexikon,
Cada uno de ellos tiene un hijo a quien quizá jamás le permitan volver a ver.
Probablemente tendrán que escuchar comentarios bastante severos sobre ellos, ya que
los ingleses no tienden a suavizar [sus palabras sobre] este tipo de asuntos. Todo esto, a
Larry y Vivien les preocupa terriblemente. Ambos comparten una pasión y una
vitalidad que los lleva a estar muy preocupados por todo, pero cada uno se preocupa
más que nada por el otro. Esta es su mayor preocupación, muchísimo más que el
dinero, sus respectivas carreras, los amigos, la dureza con que se hable de ellos e incluso
la vida misma.16
romántica como la capacidad de herirse el uno al otro que mantenía unida a esta
pareja. Es frecuente que Quirón en tránsito sirva de desencadenante y haga que se
materialicen cuestiones que están todavía latentes o en proceso de formarse. Lo he
visto desempeñar esta función tanto en cartas individuales como en cartas
compuestas; tiene un carácter terreno que, en cierto modo como Saturno, cristaliza
tanto el potencial perjudicial como el útil. El ¡Jebestad del compuesto Venus-
Neptuno de la carta compuesta se convirtió en un verdadero matrimonio cuando
Quirón en tránsito formó una conjunción con ella. Cuando Saturno en tránsito se
opuso a la conjunción
Venus-Neptuno en la carta compuesta, el matrimonio y el Liebestodfinalizaron,
destruidos por la intrusión de la áspera realidad. En el momento de la muerte de
Leigh, Neptuno en tránsito formaba una cuadratura exacta con el Sol de la carta
compuesta. El matrimonio terminó oficialmente cuando Neptuno en tránsito formó
una conjunción con el Sol de Leigh; en un nivel más profundo, se acabó cuando se
puso en cuadratura con el Sol de la carta compuesta. El triste final tanto de la
relación como de la vida de Vivien estuvieron saturados, al igual que el matrimonio
en su totalidad, del anhelo neptuniano de volver al origen.
«Pockface» y «Fatso»
La historia de Richard Burton y Elizabeth Taylor no evoca el mismo sentimiento de
tragedia romántica, en parte quizá porque, como actores, nunca llegaron al mismo
nivel profesional. La convivencia de los Burton estuvo frecuentemente desprovista
del más mínimo autodominio, y es difícil sentir en su caso la misma empatia que
con Olivier y Leigh. Esto puede deberse en parte a la irrefrenable carrera conyugal
de ella, que si por un lado la hizo célebre, por otro le restó dignidad, y quizá
también a la gran cantidad de películas realmente tontas que ambos hicieron en sus
respectivas y largas carreras. Sin embargo, Neptuno estuvo incluso más activo en
esta relación. Por eso no es nada sorprendente que se enamorasen apasionadamente
mientras interpretaban a Marco Antonio y Cleopatra en una película llena de
descarados excesos neptunianos, de esos que a veces se describen como lo peor de
las ya de por sí malas películas «de romanos». Es indudable que la película se inició
bajo la influencia dominante de Neptuno y con Mercurio retrógrado, ya que fueron
necesarios cuatro años de caos —enfermedades, actores que firmaban y rompían
contratos, directores y guionistas que aparecían y se esfumaban, y un continuo
montar, desplazar, desmontar y volver a construir escenarios— antes de que se
pudiera empezar siquiera a filmar.
Al igual que Olivier y Leigh, Burton y Taylor estaban casados y tenían sus
respectivas familias cuando empezaron su relación. (Véanse las cartas 9 y 10.) El
matrimonio de Burton era sólido y tradicional; Taylor ya arrastraba tras de sí una
retahila de maridos. Cuando filmaron su primera escena juntos, en enero de 1962,
Neptuno en tránsito estaba estacionario en el grado 13 de Escorpio, en conjunción
con la Luna de Taylor y activando su cuadratura en T natal, formada por la Luna,
Júpiter y Quirón. Nos encontramos aquí con el mismo tránsito de Neptuno sobre la
Luna que experi-
Carta 9. Elizabeth Taylor. Nacida el 27 de febrero de 1932, 2.00 a.m. GMT, [Greenwich
Mean Time, hora medía de Greenwich], Londres, Inglaterra. Sistema de casas de Plácido.
Nodo verdadero. Fuente: Intemationales Horoskope-Lexikon.
Admitamos que está lejos de ser el más noble de los mundos, ya que las
dos figuras principales no muestran ni mucho menos la naturaleza
humana en lo que tiene de más noble. Pero, siendo lo que son, su
recíproca pasión los eleva a la más alta cumbre que son capaces de
alcanzar. Es una gran necedad negar a la pasión de ambos el nombre de
«amor» y descartarla de un plumazo como «mera lujuria». Sin duda no es
el tipo más elevado de amor; es por completo un egoísmo á deux, y no
tiene el poder de inspirar nada fuera de sí mismo, pero lleva en sí algo que
debería formar parte del tipo más elevado de amor, y por lo menos es la
pasión de unos seres humanos y no de animales, del espíritu tanto como
del cuerpo.18
Lo horrible es que [el alcohol] es tan fácil, tan sociable, tan grato... No tienes más que
sentarte en un bar y mirar cómo alguien te va sirviendo. Yo empecé a beber porque
no podía enfrentarme con el hecho de salir al escenario sin haber tomado un trago.
Me calmaba los nervios, pero después me los destrozó.
Para salvarme han sido necesarias estas damas delicadas, frágiles y hermosas,
pero de carácter fuerte.™
TERCERA PARTE
Anima Mundi
NEPTUNO Y EL COLECTIVO
Los corderos que tan mansos y dóciles acostumbraban ser y de tan poco
apetito, dícenine ahora que se han convertido en devoradores tan
grandes y feroces que se tragan y engullen incluso a los propios hombres.
257
7
El neptuno esotérico
Una noche [,..] él tuvo una visión de extraordinaria claridad mientras estaba de
pie sobre los acantilados. De repente, la luz de la luna llenó el cielo y vio un árbol
genealógico, con sus padres en la raíz y una extraña sucesión de figuras históricas
que iban abriéndose hacia el cíelo. Entonces le pareció oír una voz que decía;
«Todos esos rostros, todas esas personas, vivieron para que pudiera suceder este
momento. [...] Sé una luz, una esperanza y un corazón».14
Lyonesse y Holy John resultaron ser una total decepción para Nick, pero
la visión y su indiscutible realidad emocional permanecieron.
Otros grupos esotéricos son más siniestros. Unos pocos son francamente
terroríficos, porque con frecuencia, la relación maestro-discípulo no sólo está
llena de la participation mystique neptuniana entre el hipnotizador y un sujeto
muy sugestionable, sino también de las más oscuras compulsiones de un
Plutón renegado y paranoide, tanto en el líder como en sus discípulos. Este
tipo de grupos no sólo puede conducir a «curaciones» y vivencias de
transformación milagrosas, sino también a tragedias como la acontecida en el
Templo del Pueblo, en Guyana, cuando los miembros de la secta se suicidaron
bebiendo cianuro junto con con su líder, Jim Jones, el 18 de noviembre de
1978. Igualmente aterrador fue el caso de la secta de los davidianos, dirigida
por David Koresh, muchos de cuyos miembros resultaron muertos por balas o
por el fuego cuando los agentes del FBI intentaron liberarlos de su mesías
elegido. Y en el otoño de 1994, miembros del culto suizo conocido como el
Templo del Sol se quemaron vivos en compañía de su líder. Sin embargo,
incluso con ejemplos tan aterradores de los abismos de horror que puede
alcanzar la devoción neptuniana, sigue siendo legítimo preguntarse quién es
realmente el responsable. En una época en que proliferan los cultos, es de
esperar que un poder establecido que está en contra de ellos vea a las
comunidades esotéricas como grupos plagados de técnicas de «control mental»
que socavan el libre albedrío de sus miembros y los reducen a la condición de
víctimas de la explotación y el abuso. Vivimos en una época de nuevas
cacerías de brujas, a medida que la tensión generada por la proximidad del
nuevo milenio va en aumento y pulsa el botón neptuniano en todos nosotros.
Shaw señala que:
Cuando cualquier culto roza contra un mundo exterior hostil, las actitudes se
endurecen y se queman las naves. Los ataques sólo sirven para confirmar todo lo
que la gente ya creía.15
Y sugiere que las tragedias del Templo del Pueblo y de los davidianos
bien pueden haber sido exacerbadas, si no totalmente causadas, por la para-
noia de la actitud adversa a los cultos que los rodeaba.
La paranoia de los cultos con respecto al mundo exterior se nutre de la para noia
del mundo exterior con respecto a los cultos, que se nutre de la paranoia de los
cultos. Es la historia del perro que se muerde la cola. 16
Después de haber pasado años observando a las personas que ingresan en cultos,
todavía no ha visto a nadie que haya sido persuadido por otra cosa que no fuera su
propia ansia de creer.18
Una voz resuelta que parecía resonar dentro de su cabeza le anunció: «¡Prepárate!
¡Estás a punto de convertirte en el portavoz del Parlamento Interpla-
netario!».21
Es probable que algunas de estas personas, aunque no todas, se dirijan
contentísimas al banco a ingresar sus beneficios. Algunas muestran un fana-
tismo racial o religioso apenas disimulado del que no se hacen personalmente
responsables. Pese a todo, en realidad no sabemos lo que es la canalización.
Los que responden a enseñanzas canalizadas identifican la fuente como
perteneciente a una dimensión espiritual y más elevada de la existencia. Las
enseñanzas son a veces increíblemente elaboradas y apenas comprensibles
(intentan, por ejemplo, leer La doctrina secreta en la cama, tomándose una taza
de chocolate caliente). En muchos ejemplos de canalización, si no en todos,
no hay ninguna intención calculada ni consciente de engañar. Sea cual fuere
el material, y venga de donde viniere, el canal no tiene conciencia de estar
familiarizado con él, y es frecuente que, en el estado ordinario de vigilia, no
sea capaz de formular ideas tan complejas ni de expresarlas con tanta claridad.
La canalización no se limita exclusivamente a las enseñanzas; también se
puede canalizar energía. Muchos sanadores espirituales afirman que no son
más que receptores del amor y la luz de Dios, que pasan a través de ellos,
llegan al paciente y tienen un efecto mágico sobre el cuerpo y la mente
enfermos. Sea lo que fuere lo que el sanador hace, con frecuencia funciona, a
despecho de la perplejidad y la irritación de la comunidad médica ortodoxa.
Una vez más, parece que el estado neptuniano de fusión psíquica,
independientemente del dios o el poder a quien se le atribuya, invocara
dentro de la persona algo que desafía las leyes conocidas de la materia y la
medicina. También la meditación en grupo aspira con frecuencia a la
canalización de la energía sanadora positiva, y a menudo resulta que la
participation mystique entre los miembros del grupo es algo más que la suma de
las partes. Es necesario considerar estas experiencias de curación de carácter
espiritual o religioso en el contexto del trabajo de Mes- mer y el de Charcot,
porque el estado de fusión psicológica con el sanador puede proporcionar el
tan ansiado antídoto para la herida envenenada originaria de la separación
infantil. Aún no sabemos con qué profundidad podría estar implicada tan
temprana herida en la enfermedad física, ni tampoco podemos evaluar el
grado en que el hecho de regresar a un estado prenatal de aquiescencia y
confianza totales podría modificar una enfermedad al parecer incurable,
independientemente de que la energía canalizada sea divina o, lo que no es
menos misterioso, no sea más que el poder del amor y la compasión humanos.
O tal vez ambas cosas sean en realidad lo mismo. La curación espiritual no es
falsa ni simulada, pero sí algo que elude la cuestión de la responsabilidad indi-
vidual. Cuando se atribuye una curación a Dios, que actúa por mediación del
sanador o del maestro, se le pueden atribuir también muchas otras cosas, algu-
ñas de ellas sumamente destructivas. El hecho de reconocer con precisión qué
clase de poder es el que en realidad está actuando puede hacer de contrapeso a
esa identificación inconsciente con la divinidad que afecta con mucha
frecuencia tanto a los maestros y sanadores neptunianos como a sus discípulos
y pacientes.
Hay vínculos importantes entre la canalización, tal como se la entiende
en los círculos esotéricos, y el proceso que tiene lugar cuando el artista «se
hace a un lado» para dejar que aflore una imagen o una idea. Muchos
escritores, pintores, escultores, actores y músicos describen la peculiar
sensación de que una obra se está creando sola y de que ellos no son más que
los artesanos que le dan los toques finales para el consumo externo. Mozart
componía como si lo estuviera haciendo al dictado; «escuchaba» la música que
podía oír mentalmente. Berlioz también afirmaba tener esta misma
experiencia, al igual que Noel Coward. En ocasiones, Schumann componía en
estado de trance, y creía que el espíritu de Schubert y el de Mendelssohn le
sugerían los temas musicales en sueños. A veces, el artista atribuirá a una
fuente divina el poder creativo autónomo que actúa por mediación de sus
ojos, sus oídos y sus manos. La relación de Neptuno con el artista, y su
emplazamiento en los horóscopos de los artistas mencionados, se estudia con
más profundidad en el capítulo 10. Pero aquí es oportuno un comentario
sobre la estrecha relación entre la canalización espiritual y la creatividad
artística. La diferencia, y es una importante diferencia, estriba en que el
artista participa conscientemente en la obra, configurándola y puliéndola de
tal modo que al final acaba siendo el producto de una colaboración estrecha
entre el yo y el Otro, y acepta el fracaso como parte de las limitaciones que
impone la condición humana. En la canalización no existe tal colaboración, y
por consiguiente no se asume responsabilidad alguna por el buen o mal
resultado. En este contexto, aparte de la profunda desilusión que puede
provocar el fracaso, hay un riesgo mayor de autoengrandecimiento por parte
del sanador, una pérdida de discernimiento y juicio por parte del paciente, y
una dependencia recíproca que puede arruinarles la vida a los dos.
Es difícil examinar un tema tan delicado como el de la canalización sin
riesgo de ofender a alguien. Algunos de sus elementos están claramente vin-
culados con un estado histérico, en el que se ha producido una disociación
extrema entre el yo y el inconsciente, y donde el inconsciente ha asumido
una naturaleza autónoma, como si fuera una «entidad». No cuesta nada
burlarse de lo lejos que pueden llegar algunos miembros de la comunidad
esotérica californiana, donde hay tantos maestros hindúes, jefes indios norte-
americanos, extraterrestres, sabios mandarines chinos y familiares difuntos
haciendo cola para transmitir su sabiduría, que uno se pregunta si habrá algo
así como un control astral del tráfico aéreo. Y sin embargo, aquí hay un mis-
terio que no se puede hacer de lado tan a la ligera. Ciertas obras «canalizadas»
tienen un gran poder psicológico, y hablan tanto al corazón como al intelecto.
Reflejan una visión arquetípica del mundo que es coherente y fácilmente
identificable. Es la visión del mundo de Neptuno, y el mensaje anuncia que
todos somos Uno. Pero la lógica del lenguaje y la cosmología hacen que ese
Uno sea tan accesible para la mente como para los sentimientos. Ejemplos de
este tipo de canalización más refinado son los libros de Seth escritos por Jane
Roberts,21 y la obra, a veces ilegible pero de todas maneras de una resonancia
inquietante, de Alice Bailey. Cuando uno lee con cierta penetración psicoló-
gica libros como éstos, y hace caso omiso de la jerga especializada peculiar de
las obras canalizadas, o bien la traduce en términos más accesibles, puede des-
cubrir profundas verdades, lo cual es claramente la razón de que estas obras
tengan el poder de llegar a tantas personas.
En su autobiografía, Bailey describe su primera experiencia de ser «con-
tactada» por el Tibetano, el Maestro cuya sabiduría ella afirmaba que estaba
canalizando.
Oí lo que me pareció una clara nota música, emitida desde el cielo, resonando en
la colina y dentro de mí. Entonces escuché una voz que decía: «Deberán escribirse
ciertos libros para el público. Y tú puedes escribirlos. ¿Lo harás?».
Inmediatamente respondí: «No, de ninguna manera. No soy una vulgar psíquica,
ni quiero dejarme ser atrapada en ello».25
Tras haber rechazado por segunda vez lo que le proponía la «voz», cuenta
Bailey que finalmente accedió a probar, y recibió los primeros capítulos de su
primer libro, Iniciación humana y solar. Y vuelve a insistir en que
[...] el trabajo que hago de ninguna manera está relacionado con la escritura
automática. [...] Asumo una actitud de atención positiva e intensa. Retengo el
pleno control de todos mis sentidos de percepción [...]. Sencillamente escucho,
anoto las palabras que oigo y registro los pensamientos que se introducen uno tras
otro en mi cerebro. [...] En lo dictado por el Tibetano nunca be cambiado nada.
De haberlo hecho, no me hubiera dictado nada más. 25
Se pueden ver estas experiencias como una prueba existencial inmediata de que
Alguien o Algo se cuida de uno, sin que importe si se lo concibe como una fuerza
religiosa o no, como Dios, la Vida o la Naturaleza. [...] Las experiencias
transpersonales sobrevienen con frecuencia durante períodos de estrés y deses-
peración; la cumbre se eleva directamente desde el abismo. 26
Carta 12. Bhagwan Shree Rajneesh. Nacido el 11 de diciembre de 1931, 5.13 p.m.
(hora oficial de la India), 11.43.00 (hora media de Greenwich), en Kuchwada, Jubal,
India. Sistema de casas de Plácido. Fuente: datos facilitados por un contacto personal.
Tenemos aquí a un guru que, según sus propias palabras, no estaba en su cuerpo;
que declaraba no desear seguidores, y sin embargo, durante años fue el dirigente
espiritual de miles de hombres y mujeres, y les exigía una devoción exclusiva; que
se presentaba como un renunciante, pero odiaba que le sacaran fotografías debido
a su calvicie; que favorecía a los ricos e influyentes y se mos tró a favor de la
adquisición de 93 Rolls Royces; que afirmaba haber sido totalmente iluminado, y
sin embargo sentía la necesidad de usar con regularidad óxido nitroso y se pasaba
el tiempo mirando vídeos de forma compulsiva para disipar el aburrimiento, y
que permitía que un grupo de mujeres ávidas de poder dirigieran su vasta
organización y su propia vida,3’
Una vez que se ha establecido el [culto] colectivo, nadie se atreve a romper filas y
decir: «Un momento. Lo que estamos haciendo es una verdadera estupidez».
Una vez que has empezado a hacer pedazos la realidad y a reconstruirla de una
forma diferente, ya no quieres salirte de la fda por temor de que toda esa precaria
estructura se venga abajo.35
Llevado a cabo por un maestro espiritual con sus confiados discípulos, no es una
locura sagrada, sino una transgresión imperdonable. Por más innegable que pueda
ser la influencia positiva de Rajneesh sobre miles de esperanzados buscadores
espirituales, tampoco cabe duda de que su falta de discernimiento y sus
peculiaridades personales causaron bastante daño a muchas personas. [...] De
todos los gurus contemporáneos, quizá sea el mayor responsable de haber defor-
mado la imagen que tiene la gente de la relación entre el guru y el discípulo... 36
,>*)S
años antes la virginidad era la condición sirte qua non antes del matrimonio?
¿Y por qué una determinada moda, como la minifalda, ha de expresar esa
afirmación de libertad mejor que cualquier otra igualmente erótica? Y esta
quizá sea la pregunta más importante para nuestra exploración de Nep- tuno:
¿por qué tantas personas habitualmente sensatas se contagian de esta
compulsión abrumadora que lleva al anhelo masivo de participar en el sueño
de la moda?
Es frecuente que la moda sea objeto de burlas, en especial por parte de
aquellos que se sienten impelidos a hacer valer enérgicamente su individuali-
dad enfrentándose al colectivo. Sin embargo, también el individualismo
puede ser una moda, algo que muchos individualistas no llegan a compren
der. Quizás el lector recuerde la irónica sabiduría retratada en una escena de
la película de los Monty Pythons La vida de Brian, en la que centenares de
personas, amontonadas ante la entrada de la casa de su mesías elegido,
salmodiaban al unísono: «¡Somos todos individuos!». La moda también puede
ser objeto de desprecio entre quienes se consideran intelectual, espiritual o
moralmente por encima de tendencias tan disparatadas, triviales o egoístas.
Sin embargo, estar ideológicamente en desacuerdo con la moda también es,
en ciertos círculos, estar de acuerdo con otra moda, la de las consignas de la
ideología, y representa el mismo tipo de afirmación de pertenencia a un
colectivo que puede ser el traje de Armani o el pañuelo de Gucci entre la
gente adinerada de Londres. Rechazar por estas razones el maquillaje y las
prendas de vestir que están de moda da como resultado una brigada de gente
que sigue la moda de no ir a la moda y que son de una curiosa uniformidad,
ya que tienden a parecerse tanto entre sí como las impecables modelos que
desfilan por la pasarela. En última instancia, de una manera u otra todos
estamos contagiados por la moda, ya sea que la rechacemos o que nos
sometamos a ella. También la política y la religión siguen la moda, aunque los
poseídos por la verdad absoluta, en cualquier momento que sea, puedan
resistirse a admitir que la energía que alimenta su convicción se genera en
una siempre cambiante participation mystique colectiva. La propia astro- logia
ha estado y ha dejado de estar de moda en diversas épocas de la histo ria, y
dentro de ella también hay modas que dictan si el estudiante ha de salir
corriendo a comprarse un libro de William Lilly, zambullirse en el análisis
junguiano o esforzarse por aprender griego clásico.
La moda, como el agua, se escabulle cuando uno intenta definir en dónde
reside su misterioso poder. ¿Quién inicia una tendencia? ¿Quién decide que
hay que llevar tal o cual altura del dobladillo, color, maquillaje o corte de
pelo? ¿O bien qué canción, qué película o qué novela conseguirá recaudar
millones? Y si es posible encontrar a ese mago, ¿en dónde reside su poder?
¿Cómo «saben» ciertas personas, sean diseñadores de moda, cineastas, músicos
o escritores, que, por ejemplo, Parque jurásico será la película de 1993, mientras
que el momento de James Bond ya ha pasado? Culpar a la industria
publicitaria de ser la «causante» del éxito de un producto determinado es
absurdo; la publicidad es la bocina de la moda, no su creadora, y además,
también está sometida a los dictados de la moda; no hay más que mirar una
serie de anuncios de televisión de las tres o cuatro últimas décadas para ver
cómo se hacen eco de las melodías cambiantes del Flautista de Hamelin, No hay
ninguna publicidad, por más que se inunde con ella el mercado, que obligue a
la gente a comprar lo que no le alegra el corazón; y los publicistas listos deben
poseer una intuición tan formidable como las personas creativas que confían
en las campañas publicitarias para difundir sus creaciones. Cuando
intentamos agarrar la médula de la moda, se nos funde como los sueños de
Neptuno. Y sin embargo, las industrias que dependen de la moda, en
particular las de las prendas de vestir, los cosméticos, el cine y la música
moderna, generan montones de dinero en efectivo, tan enormes como
indudablemente tangibles, que llevan a quienes han tropezado con el tesoro
secreto de Melusina mucho más lejos de lo que les prometían sus sueños más
descabellados.
Aunque hablar de moda pueda sonar despectivo cuando se usa el término
para describir movimientos religiosos o espirituales, fácilmente podemos
observar cómo funciona la poderosa dinámica de la identificación psicológica
de las masas en la rápida difusión de cualquier culto o movimiento religioso.
Durante los reinados de los emperadores Antoninos, en el siglo II de nuestra
era, estuvieron de moda los cultos a redentores. En la actualidad, la moda en
ciertos círculos estadounidenses es la canalización espiritual, micn tras que en
otros lo que se lleva es el cristianismo fundamentalista. Cuando alguien está
identificado emocionalmente con un determinado pimío de vista colectivo, le
resulta ofensivo ver que se lo tacha de «moda». Sin embargo, cualquiera que
haya estado presente en un macroconcierto de música moderna, como el de
Woodstock, reconocerá en el éxtasis histérico del público algo sumamente
afín a la histeria que se da en muchos mítines políticos y reuniones religiosas.
Las personas dejan de ser individuos. Ya no tienen una opinión; están
poseídas por la opinión.
La relación entre la estrella de la música moderna y el guru es muy estre-
cha. Aunque quizá no nos demos cuenta de ello, en la decisión de comprarnos
un par de téjanos de marca gastados y desteñidos pesa inconfundiblemente el
anhelo nepruniano de redención mediante la identificación con una
desaparecida Edad de Oro saturnina del Salvaje Oeste, que forma parte, sin
embargo, de un conjunto de objetos e imágenes simbólicos —talismanes
neptunianos— pertenecientes a nuestros sueños de salvación. La típica casa
campestre con el techo de paja y los rosales que trepan alrededor de la puer ta
no nos hace pensar, mientras Neptuno continúa en tránsito por Capricornio,
en lo que cuesta impermeabilizar el techo, ni en el problema de las ventanas
que cierran mal y la falta de un buen aislamiento térmico, ni en la terquedad
de los funcionarios de planificación ni en la necesidad de pulverizar
quincenalmente los rosales para protegerlos contra las cochinillas y los
pulgones. Lo que nos promete es el Paraíso recuperado. Para esta clase de
propiedades, pese al alto coste de su restauración y su mantenimiento, jamás
ha habido tanta demanda como ahora en el mercado inmobiliario británico. 1
Los sueños que están de moda van cambiando de imágenes —aunque su
contenido emocional fundamental se mantiene— coincidiendo
aproximadamente con el tránsito de Neptuno a través de los diferents signos
zodiacales. Siempre tendremos ilusiones y sueños, pero las formas simbólicas
mediante las cuales el redentor nos llama van cambiando, y durante un
tiempo se muestran como la noble visión artúrica de Leo, la humildad que
lleva a Virgo a borrarse y a idealizar el servicio, el sueño de Libra de un amor
perfecto en una sociedad perfecta y libre de conflictos, la pasión de Escorpio
por transformarse y su flirteo con la muerte, el optimismo evolutivo de
Sagitario y su búsqueda del conocimiento universal o la nostalgia de
Capricornio de la desaparecida Edad de Oro, veinte o cincuenta o cien mil
años atrás, cuando todos sabíamos lo que estaba bien y lo que estaba mal, y no
existía la «cultura del gamberrismo», ni los centros comerciales gigantes
estropeaban el paisaje de un Edén libre de pesticidas.
La moda es la forma en que se expresa, en el mercado, esa cualidad
esquiva que llamamos «encanto». Cuando intentamos estar a la moda, espe-
ramos volvernos «encantadores». El encanto pertenece a Neptuno, y es difícil
de definir. Es algo que nos hechiza, que nos fascina; la palabra misma lo dice;
«encantar» originariamente quería decir «someter a poderes mágicos». El
encanto del actor, de la estrella de la música moderna, del político caris-
mático o del héroe del fútbol es algo sutil, invisible e imposible de reproducir
por medios artificiales. El encanto no se puede crear conscientemente; si se
intenta, el público se mostrará cortés, pero la próxima vez no comprará
entradas. Como la moda, también el encanto depende del espíritu de la época.
Copiar el peinado de una estrella, su manera de vestir, su maquillaje o sus
gestos no nos proporciona su encanto, aunque las enormes ganancias
obtenidas por industrias como la de la moda y la cosmética den testimonio de
que, por más que sepamos ya todo esto, seguimos depositando nuestra fe en lo
imposible.
El encanto no se limita a la juventud. Como pasaba con la Cleopatra de
Shakespeare:
¡Maisie se quedó horrorizada cuando vio la nueva línea juvenil de 1923! ¡Pero
la llevó al precio de su salud y de su apariencia! 14
[...] una combinación de una belleza de última moda y una Virgen bizantina. [...]
Su rostro, valiente y despierto, contempla con ilusión y prudencia el mundo
laboral. Trabajadora, hilandera, la mujer conserva pese a todo la gracia de un
lirio.7
Barry Norman comenta que los años treinta representaron la edad de oro
de la industria cinematográfica estadounidense.8 No había mucha com-
petencia europea: Alemania, que había visto huir o morir exterminada a la
mayoría de su población creativa, estaba cada vez más absorbida por la pro-
ducción de películas de propaganda, al igual que Italia, Francia intentó crear
un festival internacional de cine en Cannes, pero tuvo que esperar a que
pasara la guerra. Los grandes estudios de Hollywood, que funcionaban como
potentes y eficaces máquinas, controlaban la industria, y las películas se
ideaban teniendo ya presentes a determinadas estrellas: Cable, Tracy, Cagney,
Cooper, Garbo, Davis, Crawford y muchos más. Así, hechas a medida como
un traje de Savile Row, las películas de este período, realizadas con habilidad,
elegancia y estilo, como Lo que el viento se llevó, han ido encontrando su lugar
en todas las listas de clásicos. La sutileza y complejidad de la trama eran
importantes; Alfred Hitchcock dirigió Treinta y nueve escalones y La señora
desaparece. Los guiones, inteligentes y bien pensados, eran importantes;
novelas como Cumbres borrascosas proporcionaron material para películas. La
inventiva y la preocupación por el deber moral de Virgo se expresaron no
tanto en temas para películas (quizá con la notable excepción de El mago de
Oz) como en la evolución del arte y oficio de hacer películas. Hollywood se
convirtió en un crisol internacional que, con un eclecticismo auténticamente
mercurial, importaba actores, directores y productores extranjeros. En Gran
Bretaña, John Grierson hizo su propia contribución al fundar el movimiento
británico de documentales,
¡Uau! ¡Qué explosión! Los años sesenta. Aquello cobró vida de una manera
pura, exagerada, loca, ruidosa, cautivadora. Los Beatles, Hendrix, Joplin, los
Velvet Underground irrumpieron de un modo realmente maravilloso. 11
En este momento, los hijos del boom de natalidad de la posguerra ya tenían edad
para ir solos al cine, y sus gustos no eran los de sus padres. Al fin y al cabo, esos
eran los movidos años sesenta, la época de la permisividad, la democracia, la
rebelión juvenil y el Vietnam, y esta generación más joven buscaba películas que
reflejaran el estado anímico y las emociones del momento. Penn captó ese estado
de ánimo en Bonnie and Clyde, Dennis Hopper en Buscando mi destino, Sam
Peckinpah en Grupo Salvaje, Mike Nichols en El graduado, y George Roy HiU en
Dos hombre y un destino.12
Llegó la seductora y provocativa Brigitte Bardot, junto con Marilyn
Monroe, Jayne Mansfield y una serie de estrellas italianas no menos seduc-
toras y provocativas, como Claudia Cardinale, Monica Vitti y Sofia Loren. En
Italia, Fellini inició su período más extravagante con La dolce vita, Ocho y
medio y Satiricón. Visconti dirigió Los condenados. El atractivo misteriosamente
peligroso de las películas de James Bond (que se iniciaron en 1962 con Dr. No)
llevó al estrellato cinematográfico al misteriosamente peligroso Sean
Connery, mientras que el cine británico producía clásicos tan obsesivos como
Mirando hacia atrás con ira y La soledad del corredor de fondo. En Suecia, la
industria cinematográfica estaba dominada por el enigmático Ing- mar
Bergman, quien, entre muchas otras películas dirigió El silencio, y esas visiones
cinematográficas tan características de Escorpio que constituyeron El séptimo
sello. En Alemania, Rainer Werner Fassbinder se introdujo enérgicamente en
el mundo del cine con El amor es más frío que la muerte. También de Suecia llegó
Yo soy curiosa, una película con un contenido sexual tan explícito que se la
consideró prácticamente pornográfica. En Estados Unidos, Cowboy de
medianoche, de John Schlesinger, una película en la que Jon Voigt hace el
papel de un muchacho del campo que llega a Nueva York para ofrecer sexo a
cambio de dinero a mujeres solitarias, se convirtió en la primera película
clasificada «X» que fue premiada por la Academia.
Flexibilidad sexual. ¡Eh! Esto es un juego. La gente joven comprende que vestirse
como una fulana no refleja la conducta moral de nadie. ¿No serán esas jolies
madames con trajecitos de Chanel las verdaderas fulanas? Lo que yo ofrezco es
igualdad de sex appeaü*
La década del «yo», como la llamó Tom Wolfe, se inició cuando Neptuno
miraba hacia horizontes lejanos. En la moda, las opciones se habían ampliado
hasta el punto de que las mujeres podían vestirse exactamente como querían,
sin necesidad de mantener una imagen de sí mismas coherente; el concepto
de «estar de moda» ya no era patrimonio de las casas de alta costura, sino de
quien quisiera autoafirmarse de una forma personal e imaginativa. A medida
que Neptuno iba adentrándose en Sagitario, las revistas de moda defendían
con entusiasmo la moda «gitana». No contenta con inspirarse en una única
fuente étnica, la moda estadounidense buscaba una inspiración global, y las
faldas podían ser del largo que a cada cual más le gustara, siempre que fueran
cómodas. El sujetador y la faja, esos grandes moldeadores artificiales del
cuerpo femenino, desaparecieron primero de los reportajes fotográficos de la
moda y después de los guardarropas femeninos. Los conjuntos clásicos de
prendas que hacían juego alternaban con el estilo étnico de propia creación,
como preludio de una nueva época en que vestirse se convirtió en algo
relajado y sin complicaciones. Se desecharon los signos de riqueza más
ostentosos: las grandes joyas, la abundancia de pieles y las prendas llamativas
y extravagantes. Al ir en aumento la conciencia de la amenaza que
significaban para las especies en peligro de extinción, las pieles fueron
pasando de moda. A este mundo que empezaba a ver tantas cosas bajo una luz
nueva, se incorporaron los gurus y los cultos esotéricos de los años setenta, y
la moda se espiritualizó a medida que la espiritualidad iba poniéndose de
moda. Las estrellas de cine femeninas debían su atractivo no solamente a la
cara y el cuerpo, sino también a una conciencia social y espiritual
públicamente proclamada. Shirley MacLaine escribió libros sobre la
meditación y la reencarnación, mientras que el «multisexual» David Bowie
ganaba fama y fortuna con el disco titulado Ziggy Stardust and the Spiders from
Man.
El cine también se adhirió a un universo y una imaginación sin límites.
En 1975, Steven Spielberg, que entonces tenía 28 años, con su Sol natal en
Sagitario en perfecta armonía con el tránsito de Neptuno, dirigió Tiburón, y se
descubrió así un público cinematográfico nuevo y mucho más joven con
edades entre los doce y los veinticuatro años— que no se sentía inclinado a
profundizar en los grandes enigmas de la vida.
[,..] No les interesaban las películas con «mensaje» político, social o de cual quier
otra clase; lo que querían era acción, emoción, violencia, sexo y carcajadas.1'1
Tiburón se convirtió en la película más lucrativa de la historia del cine,
aunque no por mucho tiempo. Los beneficios que George Lucas obtuvo
fueron aún más galácticos después del éxito mundial de La guerra de tas galaxias
y sus continuaciones. Los cineastas no tardaron en darse cuenta, en aquellos
años dominados por Júpiter, de que si se realizaba una película para el público
adecuado —las generaciones jóvenes y ávidas de emociones fuertes—, aquello
equivalía prácticamente a una autorización para imprimir dinero. El director
Peter Bogdanovích describió este período como la época de la
«juvenilización» de las películas. Todo movimiento incesante y desasosegado
pasaba por «acción», y el desenlace habitual de cualquier historia de misterio
o de aventuras era una persecución salvaje o una escena de violencia
general.15 El celestial puer aeternus presidió también la época de las
interminables continuaciones —Loca academia de policía IVy Viernes 13 VI- y las
series de aventuras atestadas de efectos especiales y acción trepidante, como
la trilogía de Indiana Jones, la de Regreso al futuro, la serie de cuatro películas
de Superman, Los cazafantasmas y Los gremlins. Se produjo también un cine más
intelectual pero inevitablemente con un carácter universal o filosófico:
películas como Apocalypse Now de Coppola, Annie Hall de Woody Alien y
Encuentros en la tercera fase de Spielberg, seguidas por la película más
puramente sagitariana de todos los tiempos (no sólo por su tema, sino por los
beneficios que produjo: 700 millones de dólares): ET,
Ayer vi por esta calle a una mujer joven, muy elegante con su traje de Chanel, y
los bocones, el bolso, el cinturón y los zapatos. Sin embargo, hace veinte años su
madre se vestía exactamente igual, como su abuela cuarenta años atrás. Es
increíble. Ya veis que Chanel comprendía lo que era el atractivo. 16
Los «trajes de poder», con sus enormes hombreras, llegaron cuando hubo
una gran prosperidad económica mundial y desaparecieron cuando vino la
crisis. Los trajes clásicos, intemporales y bien cortados de Gior- gio Arman i y
Ralph Lauren, hechos para durar muchos años, reemplazaron a la
extravagancia de una «nueva moda» anual, y la nostalgia endémica de
Capricornio empezó a hacer que los ojos de la alta costura se volvieran hacia
el pasado. La moderación también está triunfando sobre la exhibición en otras
esferas de la vida, no sólo en la del vestir. Los vehículos todoterreno, los
huevos de corral y la jardinería orgánica se han convertido en lo que está de
moda para afirmar la «conciencia verde» y la vida rural tradicional, aunque la
gente viva en la ciudad y nunca conduzca sus «tanques de diseño» por ningún
lugar más agreste que las calles del pueblo. Los ingredientes «naturales»
aseguran la venta de un producto, y la empresa Body Shop ha empezado a
socavar los beneficios de las grandes firmas cosméticas. La recesión
económica, combinada con la creciente toma de conciencia de la pobreza y la
superpoblación mundiales, ha hecho que se ponga de moda lo pasado de
moda; ahora, los excesos no se permiten a menos que se trate de prendas
simples, discretas y hechas de fibras naturales como el cachemir o la seda.
Todos los líderes mundiales visten trajes grises y tienen un aspecto
uniformemente respetable. A la «mujer mayor» se le ha descubierto un nuevo
encanto, estimulado por la terapia de reemplazo de hormonas y por series
televisivas estadounidenses como Dallas y Dinastía; los encantos de la
experimentada y autosuficiente mujer de más de cuarenta años ejercen, como
un vino de calidad, un atractivo más sutil y duradero que el de las jovencitas
con escasa experiencia y menos cerebro, y en las series familiares de
televisión, las amas de casa han sido reemplazadas por mujeres trabajadoras y
dedicadas a su carrera, impecablemente vestidas por Armani, que hacen que
sus machistas jefes parezcan tontos.
En el mundo cinematográfico, la burbuja de las películas en serie terminó
por estallar con la llegada de la recesión. La antigua fórmula había dejado de
funcionar, porque nadie sabía ya cómo predecir un éxito de taquilla. Las
grandes aventuras, las fantasías, los crímenes y los pistoleros no atraen ya a
las multitudes, Barry Norman señala irónicamente que es indudable que el
público va teniendo mayor discernimiento a medida que el dinero escasea
más.17 Merchant y Ivory lucharon por los Oscars con obras de época
artesanalmente trabajadas, Una habitación con vistas y Regreso a Howard’s End,
que evocan una perdida Edad de Oro saturnina; y Steven Spielberg, en
armonía como de costumbre con las invisibles corrientes neptunianas, pasó
sin esfuerzo de la jupiterina ansia de ver mundo de Indiana Jones a los
encantos paleolíticos de Parque jurásico y de allí al patetismo histórico pro-
fundamente conmovedor de La lista de Schindler. La película de Kevin Costner
Bailando con lobos reescribió con una voz más auténtica la historia de Estados
Unidos, como lo hizo también muy seriamente JFK, de Oliver .Sume. El silencio
de los corderos nos hizo tomar conciencia a todos del psicópata que llevamos
dentro, mientras que Ken Loach, en 1994, con su película Ladybird,
Ladybirdnos llamó la atención sobre los servicios sociales que hay en nuestra
sociedad, lo cual a veces se reduce a lo mismo. En esta época de Neptuno en
Capricornio, con su creciente conciencia social, Norman dice:
[...] A comienzos de esta década [la de los noventa] se notaba sin duda alguna que
había habido algún intento de reflejar una actitud de más atención y afecto hacia
la gente; [...] por lo menos es un adelanto frente a la creciente escala da de
violencia, y en muchos casos [frente] al mensaje de que la codicia es buena, de los
éxitos populares de los años ochenta,18
Uno de los símbolos más adecuados para llegar a hacerse una imagen de lo que es
el encanto es imaginarse el plano astral [...] como una comarca envuelta en una
espesa bruma de densidades variables. Las luces ordinarias del hombre ordinario,
que son similares a las de los faros delanteros de un coche, con un resplandor que
sólo se bastan a sí mismos, no sirven más que para intensificar el problema, sin
llegar a penetrar las nieblas ni la bruma. [...] Nos revelan el estado de la niebla,
pero nada más. Lo mismo sucede en el plano astral en relación con el encanto; la
luz autoinducida y autogenerada que posee el hombre jamás llega a penetrar ni a
disipar la oscuridad, ni los miasmas ni la niebla. La única luz que puede disipar las
brumas del encanto y liberar a la vida de sus malignos efectos es la del alma... 2”
El encanto del trabajo creativo sin un auténtico motivo. No está claro qué es
exactamente lo que Bailey entendía por «un auténtico motivo», pero es
característico de Neptuno justificar muchas cosas en nombre de la creati-
vidad, aun cuando nunca se produzca nada, o aunque lo producido sólo tenga
significado para su propio creador. Muchos neptunianos idealizan la facultad
de la fantasía, y dan por sentado que estar exento de las exigencias de la vida
ordinaria es derecho inherente al temperamento imaginativo. Este encanto
puede estar relacionado con los aspectos Sol-Neptuno y Satur- no-Neptuno, y
quizá también con un Neptuno fuertemente aspectado en la quinta casa, en
especial en una carta en la que domine el elemento fuego. Forma la base de la
convicción, en modo alguno excepcional, de que una personalidad creativa
debería estar subvencionada por los demás, tanto en el aspecto emocional
como en el económico. Es probable que no entre en los cálculos el hecho de
que todos tenemos la capacidad para alguna forma de expresión personal
creativa, y podemos por lo general encontrar una manera de alimentarla
respetando los límites mundanos. Otra dimensión de este encanto es la
necesidad de identificarse con el artista como figura de poder y de magia. Se
trata de otra expresión de la fusión con la creadora divina, que con su conjuro
saca a la vida del vacío. Es posible que para crear algo, lo que fuere, sea
necesario cierto grado de narcisismo. Como de costumbre, todo es cuestión de
equilibrio.
El encanto del conflicto, con el objetivo de una justicia y una paz imposibles.
Este encanto ha generado muchas guerras en todas las épocas, y se lo puede
ver en diversos lugares en nuestro mundo moderno. Se vincula con lo que
Bailey llamaba el encanto del fanatismo. La «guerra santa», objeto de la
adoración de diversas comunidades religiosas a lo largo de la historia, también
puede reflejar este encanto, en el que el martirio por la fe, unido a una
conflagración lo más destructiva posible, supera a cualquier objetivo más
razonable, como pueden ser la cooperación mutua, el respeto entre
comunidades o naciones y una vida mejor para la gente. En ocasiones, es
típico de Neptuno provocar violentos conflictos y crisis porque uno sólo se
siente vivo e importante cuando está trabado en una lucha a muerte, como la
de Marduk y Tiamat. Se siente así vinculado con el mundo mítico, donde los
héroes divinos se entregan periódicamente al éxtasis de la guerra en nombre
de un ideal imposible.
El encanto del conflicto se vincula también con el del deseo de morir, del
que ya he hablado. La nobleza de la causa, cuando una persona está
impregnada del anhelo neptuniano, puede encubrir la necesidad que tiene de
justificar su existencia identificándose con la martirizada víctima redentora,
en vez de contribuir, de un modo humilde pero más auténtico, al bienestar de
los demás. Este encanto puede estar indicado por un aspecto Marte-Neptuno
combinado con un contacto Júpiter-Neptuno, y tal vez por un Neptuno
fuertemente aspectado en la casa nueve. Esto también puede formar parte de
la visión personal de un aspecto Sol-Neptuno cuando otros factores de la carta
(como pueden ser un énfasis en Aries o en Sagitario, o Marte emplazado en la
casa nueve) sugieren un innato espíritu de cruzado.
Estos no son más que algunos de los encantos que enumera Bailey en su lista,
que en realidad es un amplio resumen de los puntos flacos de Neptuno.
Probablemente no haya ningún ser humano que no muestre uno u otro de
ellos, cuando no la mayoría. Leer la lista de encantos de Bailey es como leer
un texto de medicina o de psiquiatría: cuando uno lo ha terminado, le parece
que padece todos los males descritos, del primero al último. A los encantos
enumerados por Bailey se los podría interpretar como una crítica deprimente
de la naturaleza humana, para la cual el encanto ha sido siempre, y continúa
siéndolo, una droga adictiva que puede introducirse en todas las esferas de la
vida. Cuando estamos «encantados», estamos ciegos, no sólo como individuos,
sino también como colectivo. Y sin embargo, dudo de que existieran nuestras
grandes obras de arte, nuestro patrimonio de visiones religiosas y espirituales,
y nuestros logros sociales y científicos, si no fuéramos todos tan propensos al
encantamiento. No podemos limitarnos a rechazar el encanto tachándolo de
fuerza corruptora, ni verlo como sugiere Bailey, como un impedimento para
alcanzar una auténtica sabiduría espiritual. El supuesto de que hay algo que se
pueda considerar una verdadera sabiduría espiritual es, de por sí, una
admisión tácita de la penetrante y omnipresente influencia del encanto. No
podemos escapar de nuestra necesidad de él, pero sí podemos considerar
nuestra propia propensión con humor e ironía. Y también podemos aprender
no sólo a admirar, sino a mostrar el encanto, sin necesidad de vender el alma.
Un caso de encanto: la princesa de Gales
Independientemente de lo que uno pueda pensar de la familia real británica y
el difícil matrimonio entre el príncipe y la princesa de Gales, pocas personas
cuestionarían el encanto de Diana. Bien ha demostrado su capacidad para
despertar la adoración del público, y no sólo en Gran Bretaña sino en el
mundo entero. Lo que sí se ha cuestionado mucho es la autenticidad de su
radiante imagen pública, ya que, aunque ésta haya sido corroborada hasta
cierto punto en la vida real, Diana, como muchos otros neptunianos, también
es capaz de suscitar profundas sospechas y rechazo. Tanto sus amigos como
los medios de comunicación suelen presentarla como una santa de nuestro
siglo, cortada por el mismo patrón que la madre Teresa: una persona
profundamente comprensiva y comprometida, portavoz apasionada de todos
los desdichados de esta vida. Su íntima amiga Carolyn Bartholo- mew ha
dicho:
Yo no soy una persona tremendamente espiritual, pero creo que ella [Diana]
nació para hacer lo que está haciendo, y ella sin duda alguna lo cree. Ya [antes de
su boda con el príncipe Carlos] estaba rodeada de esa aura dorada que impedía a
los hombres ir demasiado lejos; tanto da que les hubiera gustado como que no,
porque jamás sucedió. De alguna manera, estaba protegida por una luz perfecta. 27
Ella lo considera un mal padre, un padre egoísta. [...] Cuando hablé con ella del
tema [una fotografía de prensa del príncipe montando a caballo con los niños en
Sandringham], estaba literalmente obligándose a contener su furia porque
pensaba que esa fotografía daría una imagen de él como buen padre, mientras que
ella sabía cuál era la verdad.2’
Carta 13. Diana, princesa de Gales. Nacida el 1 de julio de 1961, 7.45 p.m. BST
[British Summer Time, hora de verano británica], en Sandringham (52° 50’ N, 0 o 30’
E). Sistema de casas de Plácido. Nodo verdadero. Fuente: Intemationales
Horoskope-Lexikon,
la casa diez, indicando la imagen que ella presenta al mundo y, por mediación
de su trígono con el Sol, también los valores que adopta como individuo. Pese
a los demás aspectos poderosos, resueltos, voluntariosos y completamente
anárquicos que hay en la carta —en particular la cuadratura en T que implica
a Urano en conjunción con Marte en conjunción con Plutón (Marte =
Urano/Plutón) en oposición con la Luna y Quirón (Marte = Luna/Quirón) y
en cuadratura con Venus (Marte = Venus/Plutón)—, Diana se ha presentado
constantemente ante los demás, y quizás ante sí misma, como neptuniana. La
pasividad y el martirio autoinfligido característicos de Neptuno se dejan
entrever en este comentario suyo:
La noche antes de la boda estuve muy tranquila, mortalmente tranquila. Me
senda como el cordero que va al sacrificio. Yo lo sabía y no podía hacer nada al
respecto.”
Un cuarto de siglo más tarde, sigue siendo un momento que ella es capaz de
imaginarse mentalmente, y todavía puede evocar los dolorosos sentimientos de
rechazo, pérdida de confianza y aislamiento que significó para ella la ruptura del
matrimonio de sus padres.1
.MI
El descubrimiento de Urano en 1781, por ejemplo, estuvo flanqueado por
dos grandes revoluciones: la estadounidense (1776) y la francesa (1789). Estos
dos conflictos estaban arraigados en lo que los astrólogos han llegado a
reconocer como una idea característicamente uraniana: la adopción de unos
derechos humanos fundamentales e inalienables como base de la estructura
social y política. Ambas naciones adoptaron una Constitución y una
Declaración de Derechos que estipulaban con precisión en qué consistían esos
derechos inalienables. La democracia —el derecho de un pueblo a participar
en su propio gobierno- no es un concepto nuevo. Los filósofos griegos
escribieron extensamente sobre él; las antiguas ciudades-Estado de Grecia
intentaron encarnarlo, con diversos grados de éxito. 1 Pero, en resumidas
cuentas, el Estado democrático griego era una democracia para una minoría
selecta; los extranjeros, los esclavos y las mujeres no tenían voto. Todos los
animales son iguales, como dijo cierta vez George Orwell, pero algunos son
más iguales que otros. Suiza, el Estado democrático más antiguo del mundo, se
fundó en 1291,2 casi cinco siglos antes del descubrimiento de Urano. Pero la
Alianza Eterna de Schwyz, Uri y Unterwalden era una confederación y no una
democracia tal como la entendemos hoy. Como era de esperar en una entidad
con el Sol en Leo, la Alianza Eterna Suiza reflejaba un enfoque intensamente
individualista del gobierno, arraigado más bien en sus propias necesidades
peculiares e inmediatas que en consideraciones ideológicas generales, en una
época en que gran parte del resto de Europa aún seguía estando bajo el
dominio del emperador del Sacro Imperio romano. El descubrimiento de
Urano, sin embargo, coincidió con un nuevo nivel colectivo de comprensión
del concepto de democracia. Aunque la Revolución francesa degeneró en un
baño de sangre, y a pesar de que muchos de los líderes del mundo aún sigan
ignorando en la práctica la idea democrática, la gran afirmación uraniana de
los derechos humanos sigue motivando a las naciones y los pueblos.
No es sorprendente, por lo tanto, que en la época del descubrimiento de
Neptuno, en 1846, el Romanticismo influyera fuertemente en la literatura, el
arte, la religión y la sensibilidad europeos, 3 y también generara una visión
nueva y muy idealista de una Europa espiritualmente unida. A diferencia de
las anteriores aspiraciones de conquistadores como Alejandro, Augusto,
Carlomagno y Napoleón, este sueño de unir a diversos pueblos no tenía como
objetivo satisfacer las ambiciones expansionistas de un gobernante, sino hacer
patente en la sociedad la unidad espiritual de todos los seres humanos. La
expresión «Estados Unidos de Europa» se escuchó por primera vez en un
discurso pronunciado en Ruán el 25 de diciembre de 1847 por un abogado
apellidado Vésinet, y durante el año siguiente la prensa internacional se centró
en este movimiento, de motivación fundamentalmente pacifista y religiosa,
que comenzó entonces a difundirse con rapidez por toda Europa, dando como
resultado la formación de grupos y congresos como la Peace Society [Sociedad
por la Paz] en Gran Bretaña (fundada en 1850). Víctor Hugo, dirigiéndose a
uno de estos congresos por la paz, celebrado en París en 1850, decía:
Llegará el día en que tú, Francia, tú, Rusia, tú, Inglaterra, tú, Alemania,
todas vosotras, naciones del continente, sin perder vuestras características
distintivas ni vuestra gloriosa individualidad, os consolidaréis en una
unidad más estrecha y elevada. [...] Llegará el día en que estas dos grandes
agrupaciones que se enfrentan entre sí, los Estados Unidos de América y
los Estados Unidos de Europa, se darán la mano a través de los mares,
intercambiando sus mercancías, su comercio, su industria, sus artes y su
genio, regenerando el mundo, colonizando los desiertos, mejorando la
creación bajo la mirada del Creador.4
Profeta a la vez que visionario, Hugo tenía el Sol en conjunción con Venus
y Plutón en Piscis, en sesquicuadratura con Neptuno en ascenso en Escorpio, y
Mercurio en Piscis en trígono con Neptuno. 5 Posteriormente, en un artículo
titulado «El futuro», publicado en 1867, añadía:
En el siglo XX habrá una nación extraordinaria. Será grande, sin que eso le
impida ser libre. Será ilustre, rica, considerada, pacífica, amistosa con el
resto de la humanidad. [...] En el siglo XX se la llamará Europa, y en los
siglos siguientes, aún más transformada, se la llamará Humanidad/
Las utopías escapistas incluyen todos los mitos universales, leyendas y folclore
sobre jardines del Edén, edades de oro, campos Elíseos, tierras de Cokaygne y otros
paraísos más o menos primitivos situados en tiempos y lugares remotos, y todas las
complejísimas adaptaciones literarias del tema, desde la Comedia Antigua
ateniense hasta la ciencia ficción contemporánea. La utopia de la reconstrucción,
por otra parte, es una teoría política seria y peculiar de Occi dente, una tradición
persistente sobre la posibilidad de una sociedad perfecta, y que define la perfección
principalmente en función de la desaparición del conflicto social. 14
Esta es, por supuesto, la versión griega del Edén, y podríamos rechazarla
como la mera visión que tiene un poeta de la inocencia perdida. Pero la Edad
de Oro de Hesíodo no se limita a ser un mito; es también un comentario moral
y social presentado como una fábula, que influyó profundamente en la utopía
política «clásica» o «elevada» que vino después. La conversión de la mítica
Edad de Oro en un modelo para un Estado ideal es no sólo el mensaje de la
República Ae. Platón, sino también el de las utopías cínica y estoica del siglo III
a.C. En estas sociedades perfectas, la visión neptuniana del mundo se pone en
seguida de manifiesto, ya que la propiedad —ese gran símbolo de
independencia y de autosuficiencia— es invariablemente comunal, un rasgo
que puede extenderse incluso hasta la abolición de las viviendas separadas y los
matrimonios estables; también los compañeros sexuales son comunales, y a los
niños los educa la comunidad. El tema de la propiedad comunal, que sigue vivo
en el socialismo del siglo XX, y goza de tan buena salud como en la visión ideal
de Platón, está profundamente incorporado en el pensamiento político de
Neptuno, y merece un examen más completo. Es un precepto muy antiguo,
que se practicaba ya en las comunidades pitagóricas del siglo VI a.C., al igual
que en el cristianismo primitivo. Lo encontramos claramente expresado en los
Hechos de los Apóstoles (2,44-47):
Y todos los que hablan abrazado la fe vivían unidos y tenían todas las cosas en
común, y vendían posesiones y sus bienes y los repartían entre todos según las
necesidades de cada cual. Cada día asistían unánimemente al templo, y partiendo
el pan en sus casas, compartían el alimento con alegría y sencillez de corazón,
alabando a Dios y teniendo el favor de todo el pueblo. Y el Señor agregaba
diariamente a la comunidad a los que se iban a salvar.
Una teoría como esta supone que todos los miembros de una nación comparten un
fondo común de pensamientos adquiridos en la historia y transmitidos a través de
ella, y una voluntad común de continuar conviviendo como nación en el futuro.
Por consiguiente, cuando una nación se organiza en estado, expresa el nivel actual
de desarrollo de ese fondo colectivo de pensamientos, recuerdos, esperanzas,
miedos y deseos, es decir, del inconsciente colectivo.35
Neptuno está más asociado que ningún otro planeta con la subversión, debido
quizás a que es el que rige los ideales y los vínculos con la «sociedad ideal». De ahí
que no sólo rija el socialismo y todas las nuevas visiones y sueños de la sociedad
perfecta, sino también a las personas que promueven estos sueños. Representa la
necesidad de un colectivo que sea perfecto, pero también rige los engaños y por
consiguiente la desilusión, así como el encanto, las artes, la moda, la imagen que
una nación tiene de sí misma y la que presenta a los demás. [...] Debido a su
asociación con la confusión y el engaño, también puede regir la guerra. [,..]
Asimismo, es el regente de los escándalos, que son el resultado de la confusión y el
engaño.58
Carta 14. Estados Unidos de América. 4 de julio de 1776, 5.10 p.m. LMT [Local Mean
Time, hora media local], 22.10.00 GMT [Greenwich Mean Time, hora media de
Greenwich], Filadelfia, Pennsylvania (39“ 5T N, 75“ 04’ O). Sistema de
casas de Plácido. Nodo verdadero. Fuente: The Book of World Horoscopes.
Es probable que la nostalgia neptuniana no sea un factor importante en el
tema natal de una nación, del mismo modo que puede ser relativamente
oscuro en el horóscopo individual (como sucede en la carta natal de Karl
Marx). Entonces los sueños neptunianos puede que no dominen todos los
valores colectivos. Encontramos un buen ejemplo de esta relativa «ausencia»
de visión neptuniana en el horóscopo de Estados Unidos, en el cual Nep- tuno
no está en aspecto ni con el Sol ni con la Luna (carta 14). Forma una
conjunción amplia con el Medio Cielo desde la casa nueve, y está en cua-
dratura con Marte en Géminis en la séptima. Pero yo no diría que esta sea una
carta neptuniana, en particular porque no hay ningún contacto Sol-
Nepcuno y, por consiguiente, ninguna inclinación a esperar una salvación que
provenga del Gobierno ni a ver el liderazgo como algo semidivino. Las
aspiraciones estadounidenses son más bien jupiterinas que neptunianas, tal
como se podía esperar de una conjunción Sol-Júpiter y un ascendente Sagi-
tario, y no están centradas en la inmersión del individuo en la psique de la
masa, sino en la igualdad de oportunidades para todas las personas, tanto en la
salud como en la riqueza y la búsqueda de la felicidad. No hay una filosofía
colectiva del sufrimiento y el sacrificio en nombre del bien público. Es difícil
considerar neptuniana a una nación que protege con tal ferocidad el derecho
de sus ciudadanos de poseer armas de fuego. Aunque Estados Unidos tenga una
buena cantidad de cuícos religiosos raros y a menudo fanáticos (al fin y al cabo,
tiene a Neptuno en la casa nueve), el misticismo neptuniano, tanto en el
ámbito religioso como en el político, se ha mantenido siempre aislado como
parte de una subcultura de los desposeídos. La poderosa y más bien inquietante
influencia del cristianismo fundamentalis- ta en la toma de decisiones
políticas, tiende a ser de naturaleza más saturnina que neptuniana, y parece
reflejar la cuadratura casi exacta Sol-Saturno en la carta nacional. Pese a la
importancia que dan a la fe religiosa, los estadounidenses jamás han tendido a
una visión utópica de la sociedad. El especial aroma de la ideología política
neptuniana que hemos estado estudiando, siempre ha sido reprobado por esta
nación intensamente individualista, cuyo fantasma durante la mayor parte del
siglo XX ha sido la amenaza de la «subversión» neptuniana proveniente del
bloque comunista.
En contraste directo, vendrá bien examinar el horóscopo de la República
Popular de China (carta 15). Cuando Mao Tse-tung proclamó la nueva
república y fue designado presidente del Gobierno, tanto el Sol como Mercurio
estaban en conjunción con Neptuno en Libra. Aquí tenemos una entidad
nacional cuyos objetivos y valores formulados de un modo específico son
totalmente neptunianos; y ni siquiera la actual conjunción Urano- Neptuno,
que ha derrocado los Gobiernos de todos los estados comunistas de Europa
oriental, ha conseguido destronar los ideales neptunianos intrínsecos en la
formación de la China moderna. Aunque la comprensión plena de las
complejidades de la historia china moderna exige un conocimiento político y
económico del país mayor que el que yo tengo, no obstante es posible, incluso
con una información limitada, reflexionar sobre la paradoja, particularmente
neptuniana, de la masacre de un millón de campesinos que tuvo lugar cuando
el Gobierno comunista de la República Popular llegó al poder en 1950-1951.
La casi deificación de Mao, el líder de la revolución marxista, lambión refleja la
conjunción del Sol y Neptuno, sugiriendo que
Carta 15. República Popular de China. 1 de octubre de 1949, 12.00 p.m. CCT [hora
china], 04.00.00 GMT [Greenwich Mean Time, hora media de Greenwich], Pekín,
China (39° 55’ N, 116° 25’ E). Sistema de casas de Plácido. Nodo verdadero. Fuente: The
Book of World Horoscopes.
el liderazgo político de la nación se mezcla con una imagen del redentor que,
aunque de forma inconsciente, es de una naturaleza a todas luces religiosa. El
tránsito de Plutón sobre la conjunción Sol-Neptuno del tema nacional, que
tuvo lugar de 1975 a 1978, coincidió con una prolongada lucha entre maoístas
y revisionistas, y la revolución cultural de Mao llegó a su fin. En medio de este
tránsito, el 9 de septiembre de 1976 se produjo la muerte de Mao. Sin embargo,
pese a haber sido rebajado a la condición de redentor de segunda, la nación no
ha repudiado por completo su filosofía ni lo hará mientras no se produzca una
revolución importante que proporcione al colectivo un nuevo horóscopo natal.
Carta 16. Alemania, República de Weimar. 9 de noviembre de 1918, 12.00 p.m. CET
[Central Euro pean Time, hora centroeuropea], 11.00.00 GMT [Greenwich Mean Time,
hora media de Greenwich], Berlín, Alemania (52° 30’ N, 13° 22’ E). Sistema de casas de
Plácido. Nodo verdadero. Fuente; The Book of World
Horoscopes.
Vale la pena considerar, como ejemplo final, tres cartas que reflejan tres
etapas enormemente diferentes de la evolución política de Alemania. La pri-
mera es la de la República de Weimar, proclamada el 9 de noviembre de 1918,
después de la abdicación del emperador Guillermo II, cuando Neptuno se
hallaba estacionario en el cíelo (carta 16). El sistema imperial llegó a su fin en
Alemania con la revolución socialista que arrasó el país y dio por resultado una
nueva entidad nacional, que tendía más bien al federalismo que a un Estado
u n i t a r i o centralizado, con una conjunción Sol-Venus en Escorpio en cuadra-
tura con Neptuno en Leo en su horóscopo natal. El idealismo emocional,
intenso pero sin un objetivo concreto, de esta entidad nacional, nacida de un
vago sueño de nacionalismo y libertad del yugo imperial, halló finalmente su
redentor en enero de 1933, cuando Hitler fue nombrado canciller de la Repú-
blica de Weimar y una conjunción Sol-Saturno en tránsito se opuso a Neptuno
en la carta natal de la República. Como hemos visto, el Saturno natal de Hitler
en Leo cae sobre el Neptuno de la República de Weimar, con lo que, al
principio, pareció que el nuevo canciller fuera la encarnación misma del anhe-
lo de redención del pueblo.3’
La carta siguiente (carta 17), que refleja el nacimiento de la Alemania nazi,
nos ofrece la energía, muy diferente, de una conjunción Sol-Saturno como
símbolo del yo nacional. Alemania sólo se convirtió en un estado unitario
centralizado con la llegada del régimen nazi, e irónicamente, bajo el gobierno
de Hitler el país disfrutó del único período de verdadera unidad política de su
historia, hasta su reciente reunificación. Mercurio también está en conjunción
con Saturno en esta carta, lo que indica la rigidez de la ideología nazi. Sin
embargo, Neptuno está sutilmente activo, en quincun- cio tanto con el Sol
como con Saturno, y formando un trígono con Venus en Capricornio. La
mitología de la época nazi, que se apropió de la mitología del movimiento
romántico del siglo anterior para ponerla al servicio de sus propios fines, estaba
llena de visiones apocalípticas y ecos del Sturm und Drang* en ninguna parte
tan evidentes como en ese repulsivo género de arte que idealizaba las virtudes
físicas del cuerpo ario. El «Reich de los mil años», con sus águilas, su eficiente
sistema de carreteras y su arquitectura monumental, fue también un intento de
resucitar las imágenes de la antigua gloria imperial romana, una «Edad de Oro»
que regresaría posteriormente bajo el gobierno de Hitler. Este fue también, a
su manera, un régimen neptuniano, que evidenció la pauta tirano-víctima, tan
característica de la combinación Saturno-Neptuno cuando se sale de cauce en
el terreno político.
La tercera carta (carta 18) es la de la República Democrática Alemana.
* Tempestad y empuje. Movimiento literario alemán del siglo XVIII opuesto a la Ilustración. (N.
delE.)
Alemania Oriental había estado sometida desde 1945 a la administración
soviética, y hasta 1949 no fue proclamada estado independiente. Aquí el Sol a
13° 54’ de Libra está en estrecha conjunción con Neptuno a 14° 53’ de Libra,
junto con Mercurio, y el sueño utópico volvió bajo la forma del Gobierno
comunista. Como en una carta nacional el Sol simboliza el lide-
Carta 17. Alemania, Tercer Reich, 31 de enero de 1933, 11.15 a.m. CET [Central
European Time, Hora centroeuropea], 10.15.00 GMT [Greenwich Mean Time, hora
media de Greenwich], Berlín, Alemania (52° 30’ N, 13° 22’ E). Sistema de casas de
Plácido. Nodo verdadero. Fuente: The Book of WorldHoroscopes.
Carta 18. República Democrática Alemana. 7 de octubre de 1949, 1.17 p.m. LMT [Local
Mean Time, hora media local] 12.17.00 GMT [Greenwich Mean Time, hora media de
Greenwich], Berlín, Alemania (52° 30’ N, 13° 22’ E). Sistema de casas de Plácido. Nodo
verdadero. Fuente: Intemationales Horoskope-Lexikon.
El artista y el inconsciente
La fantasía es una actividad creativa esencial en la infancia, a medida que el
niño va abandonando gradualmente su fusión psíquica con la madre y
empieza a funcionar como un ser independiente. En este caso, la fantasía sirve
a un propósito de transición: llena el oscuro vacío que hay entre la seguridad
del abrazo maternal y el mundo solitario y aterrador de la existencia
autónoma, al generar imágenes y sentimientos que van construyendo un
puente entre los dos. Lo que en psicología se llama el «objeto transicio- nal»
(el sonajero, la lamparilla nocturna, el juguete blando) se convierte en una
pequeña parte de la madre cuando se embellece mediante la fantasía, que
permite que, pese a estar solo, el niño sobreviva a la oscuridad de la noche. Se
mantiene así algo del sentimiento narcisista originario de poder y potencia,
porque la fantasía transforma el terror y la humillación del desvalimiento y
hace posible que se den simultáneamene el contacto y la separación. La
batalla con el dragón y la gloriosa promesa del hieros gamos, el matrimonio
sagrado que espera al héroe al término de su búsqueda, son imágenes míticas
que representan la lucha de cada niño por independizarse de su madre y
relacionarse con ella como individuo. Pero el desarrollo de la fantasía puede
verse obstaculizado. La madre quizá dependa demasiado de una constante
atención a su hijo, o tal vez se muestre tan distante que el niño sienta una
insoportable inseguridad cada vez que intenta retirarse a su propio mundo
interior. Entonces, el proceso esencial de separación jamás se completa, y
generalmente se presentan dificultades más adelante, cuando este niño, una
vez adulto, se enfrenta con la experiencia de la soledad. Se trata de un
problema que los textos psicoanalíticos abordan con frecuencia, 4 y que está
muy relacionado con la incapacidad de muchas personas para concederse el
tiempo, el espacio y la intimidad necesarios para aventurarse en el reino de la
imaginación. La tremenda ansiedad que experimentan algunas personas
cuando intentan realizar cualquier tarea creativa se relaciona directamente
con este dilema.
El problema de Neptuno no es la incapacidad de fantasear, sino la incli-
nación a hacerlo demasiado. La separación es un proceso más largo y doloroso
para el niño dominado por Neptuno. El mundo transicional entre el bebé y la
madre se convierte en el mundo transicional entre el adulto y la promesa de
redención. Esto puede ser un aspecto del impulso creativo de Neptuno; la
fantasía se convierte en un medio de lograr la fusión con la fuente divina.
Pero también puede ser una forma de eludir la existencia autónoma. La
facultad ae fantasear, en vez de servir como fuente de imágenes e ideas
creativas, se convierte en una huida de la realidad. Es frecuente que el
neptuniano no pueda dar una forma concreta a sus fantasías porque el mundo
de la fantasía sigue siendo un sustituto del útero, estático en lugar de fluido,
un lugar de indoloro olvido más bien que un puente entre lo humano y lo
divino. Andar el mundo neptuniano en la forma significa renunciar al
narcisismo primario que proporciona al bebé su sentimiento de omnipotencia
divina. E incluso si se construye el puente, y la imagen llega a encarnarse,
puede que el artista neptuniano sea incapaz de separarse de ella lo suficiente
como para ver su obra en perspectiva; entonces, permanece como el genio
inapreciado, los productos de cuya creación, por inmaduros o defectuosos que
sean, están exentos de la necesidad de refinamiento o de traducción a un
lenguaje que los demás puedan entender. Winnicott, al describir el caso de
una paciente adicta a las fantasías improductivas, afirma:
Tan pronto como esta paciente empezó a llevar algo a la práctica, como por
ejemplo pintar [...], se encontró con las limitaciones que la hacían sentirse
insatisfecha porque tenía que renunciar a la omnipotencia a la que se aferraba en
la fantasía.5
£1 Romanticismo
La idealización del artista y del arte culminó con el Romanticismo que inundó
toda Europa y Rusia desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX. No es
nada sorprendente que este movimiento llegara a su culminación poco antes
del descubrimiento de Neptuno. Aunque está vinculado de un modo
inextricable con los movimientos políticos nacionalistas y socialistas descritos
en el capítulo anterior, el Romanticismo fue esencialmente una revolución
cultural opuesta al racionalismo, cuyos dogmas fundamentales, tal como los
expresaron los artistas que se identificaban con él, eran sin duda alguna
neptunianos. La visión romántica percibía el mundo como un organismo vivo,
en el cual la naturaleza era el velo y el receptáculo de las misteriosas
operaciones de la deidad. El mundo estaba, pues, rebosante de magia,
presidido por invisibles fuerzas daimónicas a las que sólo era posible
comprender mediante un incondicional abrazo de lo irracional. Mientras que
la visión uraniana del mundo, típica de la Ilustración, valoraba a los seres
humanos por su capacidad para razonar y para transformar la sociedad por
medio del poder del intelecto, lo que la visión neptuniana del Romanticismo
valoraba en ellos eran sus aspiraciones imaginativas y espirituales, su
profundidad emocional y su creatividad artística.
Este tipo de movimientos históricos se pueden vincular generalmente
con el simbolismo de los planetas exteriores, o con combinaciones de los
planetas exteriores entre sí, porque se trata de movimientos que surgen de la
sustancia misma de la psique colectiva y sólo llegan a individualizarse por
mediación de los esfuerzos creativos (y los planetas personales) de artistas.
Cada poeta, pintor, compositor, novelista y dramaturgo del Romanticismo
expresó los temas universales neptunianos de una manera sumamente per-
sonal. Algunos se identificaron casi por completo con sus principios funda-
mentales, mientras que otros intentaron sintetizar ciertos elementos con otros
enfoques artísticos. Goethe, por ejemplo, estaba muy identificado con el
Romanticismo en su juventud: su primera producción fue una obra de teatro,
G'ótz vori Berlichingen, que señaló la entrada del Sturrn und Drangen la literatura
alemana, y escribió después una novela romántica, Los sufrimientos del joven
Werther, que obtuvo del público el mismo tipo de respuesta masiva que recibió
recientemente el estreno cinematográfico de I’arque jurásico. De haber habido en
aquella época algo así como camisetas con la efigie del joven Werther, es
indudable que se habrían vendido muy bien. Pero cuando Goethe llegó a la
madurez, había seguido avanzando, y del Fausto ya no se puede decir que sea
«romántico»; más bien abarca y trasciende todas las categorías artísticas
conocidas. A diferencia de la mayor parte de sus contemporáneos del
movimiento romántico, Goethe no estaba dominado por Neptuno. 12 Aunque
su Luna está en Piscis en sesquicuadra- tura con Neptuno, Plutón es mucho
más poderoso en su carta natal (como planeta regente, emplazado en su
propio signo en la primera casa y en cuadratura con el Sol en Virgo), y la
sobriedad de un Saturno igualmente fuerte (en estrecha conjunción con el
Ascendente, en trígono con la Luna y disponiendo de Marte en Capricornio
en trígono con el Sol) fue disciplinando cada vez más los excesos literarios de
su romanticismo juvenil. Por otra parte, William Blake, con el Sol en
Sagitario en trígono con Neptuno en Leo en la primera casa, y Saturno en
Acuario en oposición con Neptuno, 13 siguió siendo leal durante toda su vida a
la visión romántica, sosteniendo que el objetivo supremo del arte era expresar
lo inexpresable, que la poesía debe ser necesariamente oscura y que «el
mundo de la Imaginación es el mundo de la Eternidad».13
Podemos empezar a entender la relación de Neptuno con el arte no sólo
estudianto la psicología individual del artista, sino también examinando el
capítulo favorito de Neptuno de la historia del arte. Pero primero debemos
situar este capítulo en el contexto histórico apropiado.
Cuando pensamos en las relaciones infinitas que las bellas artes tienen entre sí
y con las ciencias, es pura cuestión de lógica concluir que están regidas por el
mismo y único principio. Ese principio es la armonía. 17
Carta 20. Jean-Jacques Rousseau. 28 de junio de 1712, 2.00 a.m. LMT [Local
Mean Time, hora media local], 01.35.00 GMT [Greenwich Mean Time, hora
media de Greenwich], Ginebra, Suiza (46° 12’ N, 6° 9’ E). Sistema de casas de Plá-
cido, Nodo verdadero. Fuente: Intemationdles Horoskopc-Lexikon.
La música puede representar cosas que no podemos oír, mientras que es imposible
que el pintor pinte cosas que no podemos ver; y el gran genio de un arre que
actúa sólo mediante el movimiento consiste en usar el movimiento incluso para
dar la imagen del reposo. La somnolencia, la calma de la noche, la soledad, el
silencio incluso, figuran entre las escenas que puede representar la música. En
ocasiones el sonido produce el efecto del silencio; a veces el silencio produce el
efecto del sonido. [...] El arte del músico consiste en sustituir la imagen invisible
del objeto por la de los movimientos que su presencia provoca en la mente del
espectador. [...] El músico no sólo mueve a voluntad las olas del mar, sino que
atiza las llamas de un fuego, hace fluir los arroyos, caer la lluvia y precipitarse los
torrentes; puede agrandar el horror de un ardiente desierto, ensombrecer los
muros de una mazmorra, o bien calmar una tormenta, suavizar el aire y despejar
el cielo, y hacer, con su orquesta, que una fresca brisa atraviese los bosques.'*
[La luna al elevarse inunda el valle discante con una luz suave... Algo
misterioso ha tocado el jardín con su encanto.]
BARQUERO [a la distancia, mientras se acerca poco a poco]:
¡Hala, hala! En los bosques el viento suspira.
¡Hala, hala! Río abajo se desliza la barca.
¡Ay! Canta bajo, viento, canta bajo.
VRETCHEN: ¡Escucha! He aquí el Jardín del Paraíso. Escucha cómo cantan los
ángeles.
SALI: NO, sólo son los barqueros en el río.
BARQUERO [más cerca]:
A nuestro alrededor dispersos nos rodean
los hogares donde la gente vive hasta
morirse.
Nuestro hogar siempre está cambiando, y
nosotros los viajeros vamos pasando.
Oh, sí, los viajeros vamos pasando.
SALI: ¿Nosotros los viajeros vamos pasando? ¿Iremos por el río a la deriva?
VRETCHEN: ¿Y seguir para siempre a la deriva? Muchos días lo he pensado.
Nunca podremos estar unidos, y sin ti no puedo vivir. ¡Oh, que me dejen
entonces morir contigo!
SALI: Ser feliz un fugaz momento y después morir, ¿no sería acaso la eterna
alegría?
SALÍ y VRETCHEN:
Ved cómo los rayos de luna besan las
praderas, y los bosques y las flores, y el río,
cantando suavemente, se desliza y parece
que nos llame.
Escucha, lejano, el murmullo de la música
cuyos ecos vibrantes despiertan, se agitan,
laten, aumentan y débilmente se
extinguen.
Allí donde los ecos osan llegar,
¿nosotros no hemos de atrevernos a ir?
Mira, nuestro lecho nupcial nos aguarda.
[Van hacia el bote cargado de heno. El VIOLINISTA MISTERIOSO aparece en la
galería de la posada, tocando frenéticamente su violín.]
VRETCHEN: Mira, por delante de nosotros va mi guirnalda. [Se quita el
ramillete del pecho y lo arroja al río. De un salto, SALI sube al bote y lo
desata.] SALI: ¡Y yo arrojo por la borda nuestra vida! [Quita el tapón del
fondo del bote y lo arroja al río; después se deja caer sobre el heno en los
brazos de ella.] BARQUERO [a la distancia]: ¡Eh, que los viajeros vamos
pasando!
Ralph Vaughan Williams era quince años menor que Elgar y diez años
menor que Delius. Vaughan Williams no expresó la dimensión trágica del
romanticismo neptuniano; se las arregló para terminar su Sinfonía número 9
poco antes de su muerte, a los ochenta y seis años. Su familia tenía dinero, y
él no fue víctima de la enfermedad ni de un amor desgraciado. Pero Neptuno
no sólo es poderoso en su carta natal (Sol en oposición con Neptuno, Saturno
en cuadratura con Neptuno), sino que vive también, y goza de buena salud,
en su música. Pese a la fuerza de Neptuno en su carta, Vaughan Williams
nunca pudo identificarse por su temperamento con el Sturm und Drangde la
escuela romántica alemana; quizá su personalidad fuera demasiado
equilibrada y cuerda. Rechazó la tradición del siglo XIX alemán en favor de la
canción folclórica inglesa y de la herencia de la música coral isa- belina. Hizo
«trabajo de campo» para reunir la música popular en el estado más puro en
que se podía encontrar, porque tenía sentimientos intensamente nacionalistas
respecto de la música, y no con fines de propaganda política, sino porque las
melodías antiguas y sencillas y las progresiones de acordes arcaicas le parecían
la encarnación de la esencia del alma inglesa. Pese a tal restricción deliberada
de las fuentes de la inspiración musical, siempre se las arregló para evitar lo
que Schonberg llama «la escuela musical del salón de té». Sus composiciones
no son bonitas —las sinfonías son «obras toscas con una fuerte dosis de
disonancia»—,’5 pero son extrañas, misteriosas, conmovedoras e inquietantes.
«Ningún compositor puede abrigar la esperanza de transmitir un mensaje
universal —afirmó Vaughan Williams—, pero sí es razonable esperar que
tenga un mensaje especial para su propio pueblo.»40 Para él, el artista como
portavoz del colectivo estaba integrado en una apreciación realista de los
límites de una vida y unas capacidades individuales.
A Vaughan Williams lo siguieron Gustav Holst, Roger Quilter, Arnold
Bax, Frank Bridge, John Ireland, Arthur Bliss, Edward Alexander Mac
Dowell, Peter Warlock (seudónimo de Philip Heseltine; su decisión de
utilizar un seudónimo es reveladora), Granville Bantock, Herbert Howells,
William Walton, y finalmente sir Michael Tippet, nacido en 1905. Muchos, si
no la mayoría, de estos compositores no son nada conocidos fuera de
Inglaterra. Y más vale que la cuestión de su grandeza -o de su falta de ella—
la dejemos para el crítico musical y el musicólogo. Lo que los une es su
identificación con la música y la filosofía musical del Romanticismo. Por las
razones que ya he dado, es de esperar que en estas cartas natales haya
contactos entre el Sol y Neptuno y/o Saturno y Neptuno, como en los casos de
Elgar, Delius y Vaughan Williams, Semejante criterio puede parecer burdo y
simplista: ¿qué hay de Neptuno en relación con los otros planetas, en especial
con Mercurio y Venus? ¿Y qué pasa con los puntos medios y los armónicos?
Evidentemente son importantes. Pero en el caso de cualquier persona que se
vincule de un modo consciente con una visión neptuniana del mundo, como
lo fue el Romanticismo, es probable (aunque no forzoso) que el Sol y/o
Saturno, los planetas que definen el yo individual, se encuentren en estrecho
contacto con Neptuno, Por otro lado es una desventaja no contar con los
datos completos del nacimiento; cuando no se conoce el Ascendente, y la
posición de la Luna tiene un abanico de posibilidades de trece grados, es
necesario contar con un criterio simple como éste. Y también es razonable
suponer que, si una persona con aspectos astrológicos natales como Sol-
Neptuno o Saturno-Neptuno tiene talento para la música, lo más probable es
que sus composiciones expresen sentimientos neptunianos tan identificables
como el anhelo místico, la melancolía y la falta de límites -identificables no
solamente por mí, sino por los críticos, biógrafos y musicólogos— a través de
lo que Rousseau se complacía en llamar «el poder de la melodía».
Así pues, una revisión de los compositores románticos ingleses antes
mencionados, basada en los aspectos Sol-Neptuno y Saturno-Neptuno, da el
siguiente resultado: Elgar, como ya hemos visto, tenía a Saturno en trígono
con Neptuno. Delius tenía a Saturno en oposición con Neptuno. Vaug- ham
Williams tenía al Sol en oposición con Neptuno, y a Saturno en cuadratura
con él. Holst tenía al Sol en quincuncio con Neptuno, y a Saturno en
cuadratura con él. Quilter tenía al Sol en oposición con Neptuno, al igual que
Bax. Bridge tenía al Sol en un sextil exacto con Neptuno. Ireland tenía al Sol
en cuadratura con Neptuno. Bliss tenía al Sol en sextil con Neptuno, y a
Saturno en cuadratura con él. MacDowell tenía al Sol en cuadratura con
Neptuno, y a Saturno en oposición con él. Warlock tenía a Saturno en
sesquicuadratura con Neptuno. Bantock tenía al Sol en trígono con Neptuno.
Howells tenía al Sol en sesquicuadratura con Neptuno y a Saturno en trígono
con él. Walton tenía al Sol en cuadratura con Neptuno, y a Saturno en
quincuncio con él. Y Tippett (que aún vive en el momento en que escribo
esto) tiene al Sol en oposición con Neptuno.41
No conozco las probabilidades estadísticas de que cada uno de los indi-
viduos pertenecientes a este grupo de compositores románticos ingleses
muestre en su carta natal aspectos Sol-Neptuno o Saturno Neptuno, o en seis
casos de quince, ambos. No soy Michel Gauquelin ni me interesa «demostrar»
mediante estadísticas el vínculo existente entre Neptuno y la música
romántica inglesa. Simplemente he encontrado lo que esperaba encontrar,
dada la naturaleza de Neptuno y la de la música. Lo más revelador de todo es
la suite Los planetas, de Gustav Holst, en la cual el compositor nos ofrece una
interpretación musical directa del propio Neptuno. Ningún astrólogo
interesado en entender a este planeta debería dejar de escuchar el «Neptuno»
de Holst. Como sabamos su hora exacta de nacimiento, podemos señalar que,
además de tener al Sol en quincuncio con Neptuno y a Saturno en cuadratura
con él, también tenía a la Luna en cuadratura con Neptuno.42 Es probable que
entendiera el simbolismo del planeta no sólo en un nivel intelectual, sino
también en una dimensión emocional profunda.
Tal como sucede en todas las esferas de la actividad artística, definir lo
que es un «gran» compositor es algo sumamente difícil. En el fondo, se trata
de juzgar el consenso general, y este juicio debe basarse en el transcurso de un
tiempo suficiente —para obtener lo que Neumann llama «una mayor
conciencia»— antes de que se pueda confiar en él, incluso con cautela. Sim-
plemente porque a la Radio 3 de la BBC le hayan llovido una gran cantidad de
peticiones de los oyentes tras haber puesto una determinada pieza musical,
eso no significa que el autor sea un gran compositor; simplemente, es popular
esta semana, este mes o esta década. Como ya hemos visto, al transitar por los
signos, Neptuno indica las tendencias de la moda, y tanto la música «culpa»
como la música «ligera» siguen las modas. Elgar se unió al montón de músicos
descartados bajo la fría luz de la época neoclásica, con su rebelión contra el
Romanticismo, particularmente durante el auge modernista del período 1920-
1940, cuando Neptuno en tránsito no formaba ningún aspecto mayor con la
cuadratura Urano-Plutón en tránsito y los críticos ensalzaban las estridentes
disonancias de Stravinski y Bartók. Hasta los años sesenta, en que Urano y
Plutón en tránsito formaron aspectos benignos con Neptuno, tal como lo
habían hecho cuando nació Rousseau, la mayoría de los músicos se habrían
burlado de la simple idea de que Elgar fuera un compositor importante, Y
también está el factor adicional de la importancia social y política de un
compositor para una determinada cultura; en su propia época, a Wagner lo
expulsaron de Alemania, pero fue sumamente popular en los tiempos del
nazismo, porque los líderes lo identificaban con Sigfrido.
También es muy difícil definir el «arte». ¿Por qué a Bob Dylan (Neptuno
en trígono con el Sol, la Luna, Júpiter, Saturno y Urano) se lo ha de considerar
menos artista que a Mendelssohn? Con su música fue el portavoz de Estados
Unidos en la década de 1960 tal como Mendelssohn lo fue de la Inglaterra
victoriana con la suya. El tiempo que dura la popularidad nos dice algo sobre
el atractivo universal de un artista, aunque puede que no indique un talento
mayor que el de otros. La mera habilidad no significa grandeza, ni siquiera
cuando se combina con una popularidad universal; la unión de habilidad, una
popularidad universal y perdurable y un estilo innovador quizás empiece a
aproximarse a lo que buscamos, pero incluso entonces andamos a tropezones,
porque hay artistas cuya obra puede desaparecer de la conciencia histórica sin
más razón que el hecho de que, debido a dificultades de orden económico,
social o político, o a su carácter modesto, no llegaron a ser lo suficientemente
conocidos durante su vida o poco después, y el consenso general sólo puede
favorecer con su voto aquello que conoce. Nuestra definición del arte
depende también de un consenso colectivo que, todavía imbuido del elitismo
prerromántico, tiende a repudiar productos creativos como la música popular
o étnica, al igual que las artes «híbridas» manchadas por el pecado de ser
comerciales (es decir, importantes en la vida cotidiana), como pueden serlo la
música compuesta para el cine y el amplio mundo del diseño escénicos, de
interiores, de muebles y de ropa.43
Neptuno no destaca solamente en las cartas de los compositores román-
ticos, sino también en las de la mayoría de aquellos a quienes se considera
grandes compositores. Y esto no ha de sorprender, ya que de todos los medios
de expresión artística, la música es el que está más cerca del mundo fluido de
Neptuno. La música romántica podría encarnar las expresiones más obvias del
sentimiento neptuniano porque es la más melodiosa y la que está menos
limitada por estructuras formales. Pero la música en sí es esencialmente
neptuniana. A diferencia de la pintura, la escultura, la poesía o la novela, la
música es el medio artístico por excelencia de la participation mys- tique. Quizás
el teatro la siga muy de cerca. Pero el teatro exige la respuesta del intelecto
tanto como la de las emociones; no se puede escuchar una obra teatral cuando
no se entiende el diálogo. Sin embargo, sí que se puede reaccionar de un
modo muy intenso a la música —incluso a la ópera— sin que sea necesario
entender sus dimensiones intelectuales y estructurales, porque habla
directamente al corazón y al alma. Su inmediatez y su fugacidad emocionales
sólo explican en parte el porqué del efecto que ejerce. Los líderes religiosos y
políticos se han valido desde tiempo inmemorial de la música para convocar a
la gente y encaminarla en una determinada dirección emocional, que tanto
puede llevarlos hacia lo sublime como a comportamientos cruelmente
destructivos. La solemnidad de un himno y la metálica pirotecnia de una
buena marcha son dos ejemplos bien obvios. La omnipresencia del «himno
nacional» da testimonio de la importancia que tiene la música en el
establecimiento de un vínculo que, para bien o para mal, liga y unifica a una
nación.
¿Por qué el Concierto para violoncelo de Elgar hace que nos sintamos
melancólicos, mientras que la primera aria de Papageno de La flauta mágica nos
eleva el espíritu? ¿Por qué los diferentes ritmos provocan reacciones distintas,
tanto emocionales como físicas? Quizás el ritmo, incluso más que la melodía,
sea la dimensión más básica del poder mágico de la música, ya que mientras
estamos en el útero materno compartimos el ritmo del latido del corazón de
nuestra madre. El cuerpo funciona de acuerdo con el ritmo primario del
corazón, tal como los ciclos de las estaciones funcionan de acuerdo con el
ritmo primario de la revolución de la Tierra alrededor del Sol, y también los
cuerpos celestes se mueven siguiendo pautas rítmicas. Aquí entramos en el
cosmos mítico de Pítágoras, en donde la música, que se inicia como número y
se manifiesta como ritmo y armonía, es el atributo esencial del Uno. Aunque a
los compositores románticos les interesaba más la experiencia emocional
directa que ninguna teoría intelectual del cosmos, la música siempre estuvo
estrechamente vinculada con la astrología en el mundo antiguo, porque a
ambas se las veía como dos aspectos del mismo principio. La música fue
también una dimensión fundamental del arte de la medicina en los grandes
santuarios de curación del mundo grecorromano, en donde Apolo, el señor de
la música, y su hijo Asclepio simbolizaban el poder de la «simpatía» cósmica
para curar el sufrimiento del alma.
Algo empezó a resplandecer y a latir, y ese algo era uno. Brillaba con un
resplandor trémulo, pero era uno. [...] Ese uno\o era todo, sin nada que se
le opusiera. Era la totalidad. Yo soy la totalidad. Eso tenía la posibilidad
de ser cualquier cosa, y todavía no era el Caos (el umbral de la
conciencia). Toda la historia y todo el futuro están eternamente en él.
Todos los elementos están mezclados, pero todo lo que puede ser está
ahí.45
Finalmente, Scriabin se convenció de que estaba sumergido en el ritmo
del universo, y empezó a identificarse con Dios. Acosado constantemente por
problemas de dinero, planeaba una gran obra musical, el Mysteríum, una «obra
sumamente trastornadora porque debía sintetizar todas las artes y hablar a
todos los sentidos, una obra extravagante, fantástica y multimedia de sonido,
vista, olfato, tacto, danza, decorado, orquesta, piano, cantantes, luz,
esculturas, colores, visiones».4*3 El Mysteríum abarcaba el fin del mundo y la
creación de una nueva raza de seres humanos, y habría de establecer la
grandeza de Scriabin a los ojos del público. El compositor se declaraba
inmortal, el verdadero Mesías, y deseaba que el Mysteríum se interpretara en
un templo semiesférico en la India. Pero antes de que hubiera tenido tiempo
de escribir la obra, murió de un envenenamiento de la sangre, como resultado
de un carbunco en el labio, a los cuarenta y tres años.
Ciertos compositores, como Debussy, que no tenían al Sol ni a la Luna ni
a Saturno en aspecto con Neptuno, no encajan tampoco en nuestra fantasía de
la vida desdichada del artista. Y hay otros con un Neptuno dominante, como
Vaughan Williams, que llevaron una vida relativamente estable, pero
expresaron a Neptuno por mediación de su género musical. La cuestión de si
lo que describe Neptuno es la música o la pauta de la vida es un tema
fascinante. Tal vez esto dependa en última instancia de si la persona expresa a
Neptuno o se ve abrumada por él; o, dicho de otra manera, de si uno es capaz
de traducir lo inefable a su propio lenguaje, arraigado en su experiencia y sus
valores personales (como lo hizo Vaughan Williams) o si se identifica tan
estrechamente con el arquetipo, y no quiere o no puede soportar la vivencia
de un yo independiente, que se ve «condenado» a protagonizar la tragedia
arquetípica de la víctima redentora (como le pasó a Scriabin). Pero, ya sea que
su vida fuera trágica o serena, en las cartas de grandes compositores aparece
un porcentaje extraordinariamente alto de aspectos fuertes Sol-Neptuno,
Luna-Neptuno y, una vez más, Saturno- Neptuno. La mayor parte de los
compositores enumerados a continuación tienen por lo menos uno de estos
contactos, y en ocasiones, los tres. 47 Esta lista es evidentemente incompleta, y
tal vez el lector se pregunte por qué en ella falta su compositor favorito. Pero
incluso sin ellos, la preponderancia abrumadora de contactos de Neptuno con
los luminares y con Saturno, al igual que con el Ascendente, es algo que habla
por sí solo.
Ferculum Piscarium
EL RECETARIO DE NEPTUNO
Aquí me ves de pie a tu lado, y oyes mi voz; pero te digo que todas
estas cosas —sí, desde esa estrella que acaba de asomar en el cielo hasta
la sólida tierra bajo nuestros pies—, digo que todas ellas no son más
que sueños y sombras: las sombras que ocultan a nuestros ojos el
mundo real. Sí que hay un mundo real, pero está más allá de este
hechizo y esta visión, más allá de estas «cacerías en Arras, sueños de
una profesión», más allá de todo ello, como detrás de un velo.
ARTHUR MACHEN, The Great God Pan
•10')
víctima y su perseguidor. Podemos tratar de salvar a esas víctimas —que son
secretamente nuestro propio yo herido- de un poder destructivo del mundo
exterior, que también está oculto en nuestra propia alma. Y anhelamos que
nos libere del sufrimiento un redentor que en realidad también pertenece a
nuestra propia alma. En la esfera de la vida representada por la casa natal de
Neptuno, nos encontramos en una sala de espejos; somos al mismo tiempo el
sanador, el perseguidor y la víctima, y tal vez tengamos un atisbo, mediante la
experiencia de la compasión, de un sentimiento de unidad que nos ofrece
redimirnos de la solitaria prisión de nuestra existencia mortal.
Cuando nos encontramos con Neptuno, tendemos a perder nuestra
objetividad y nuestra sensación de separación, de ser «otro». Estamos cegados
y cegamos a los demás, engañamos y nos engañan, pero siempre vamos en
busca de la fusión que nos espera al final del camino, por más que neguemos
tales sentimientos. Dejamos de ser individuos para fundirnos en el mar de lo
colectivo. Con la pérdida de las fronteras individuales puede producirse tanto
la apertura del corazón como la castración de la voluntad. Quizá se nos exija
un sacrificio, a menudo concreto, pero fundamentalmente es nuestro sueño
de redención lo que debemos sacrificar antes de poder empezar a distinguir
entre las fantasías que acariciamos y lo que hay de verdad ahí fuera, y dejar de
ser víctimas de nosotros mismos. Este es el gran desafío de Neptuno. La
identificación proyectiva -es decir, el hecho de atribuir a otra persona
aspectos de nosotros mismos y después sentirnos, en un nivel inconsciente,
fusionados con ella— es el procedimiento natural de Neptuno. Y como en el
mundo de Neptuno no distinguimos entre el yo y el tú, es probable que no
podamos reconocer nuestro anhelo de redención en los objetos y las personas
con quienes nos hemos fundido.
En los párrafos que siguen iré aplicando casa por casa estas observaciones
generales sobre la forma en que se expresa Neptuno en las casas del
horóscopo. Pero el principio sigue siendo el mismo. Una casa es un ámbito
neutral de la vida, que «amueblamos» de acuerdo con la naturaleza de nuestra
propia esencia. Manilio decía que cada casa del horóscopo es como un
templum, y este término latino puede ayudarnos a entender qué significan las
casas.1 Templum quiere decir «templo», que en la época de Manilio era un
edificio vacío o un lugar designado como dominio sagrado, carente de todo
carácter numinoso mientras no se emplazaba en él la estatua del dios para
rendirle culto. Por mediación de cada templum de la carta natal tenemos,
gracias a los planetas allí emplazados, la vivencia de los dioses o poderes
arquetípicos que son en realidad el diseño inteligente de nuestra propia alma.
Neptuno en la casa uno
La casa seis es tan mística como la doce, ya que ambas se relacionan con
la síntesis de la vida terrenal y con lo que hay por debajo o más allá de ésta.
En la doce, que es la casa natural de Neptuno, nos apartamos de la encarna-
ción para fundirnos con la fuente divina, haciendo desaparecer las fronteras
individuales. En la casa seis, nos apartamos de la fuente para definir nuestra
vida por mediación de las fronteras y rituales que encarnan aquello que
hemos dejado atrás. Nuestros «deberes» de la sexta casa no son sólo tareas
mundanas, sino algo sagrado que, como un ritual religioso, pone en orden el
cosmos y crea una sensación de estar conectado con una vida más vasta. En la
sexta casa, «servicio» no se refiere a ayudar a los demás en el sentido
ordinario, porque no es a otras personas a quienes servimos, sino a Dios o a
los dioses, cuya naturaleza se expresa mejor por medio de aquellas tareas y
habilidades que tienen un significado divino. Esta labor de tender puentes
entre la tierra y el cielo no es siempre, ni siquiera generalmente, consciente
en la persona. De hecho, tampoco lo son las actividades de las otras casas, en
cuanto a su significado más profundo. Pero los planetas en la casa seis se
comportan de un modo ritualista y obsesivo, porque intentamos ordenar sus
energías y pautas arquetípicas y encarnarlas en la vida ordinaria. Y, como
sabe cualquier miembro del clero, dentro de la trama del ritual es donde
mejor se canaliza y contiene a los poderes transpersonales.
Cuando Neptuno está en la sexta casa, la deidad que busca encarnarse es
la fuente oceánica. Esto constituye un dilema intrínseco, porque Neptuno no
tiene inclinación alguna a soportar los límites que esta casa le impone, razón
por la cual es frecuente que lo veamos en sus manifestaciones menos
atractivas. Una expresión característica de la acuosa carencia de forma de
Neptuno es la hipocondría: la persona teme verse inundada por el caos
invisible y lo proyecta sobre el cuerpo a través de la fantasía de sufrir una
enfermedad mortal. Neptuno en la sexta también puede estar vinculado con
dolencias misteriosas que escapan del diagnóstico o el tratamiento de la
medicina ortodoxa, dolencias que en gran parte, e incluso totalmente, pueden
ser de naturaleza psicológica, y que expresan en el nivel somático la nostalgia
y el desvalimiento característicos de Neptuno. También el cuerpo en sí puede
tener una predisposición neptuniana, y entonces es sumamente sensible a las
intrusiones del entorno. No son raras las alergias y las afecciones cutáneas
como el eczema y la psoriasis, que sugieren una incapacidad para mantener
fuera el mundo exterior. El estrés reflejado en tales síntomas también puede
estar relacionado con Neptuno, porque es frecuente que el nativo se sienta
una víctima desvalida al encontrarse con las tareas de la vida cotidiana. En
vez de encontrar vehículos que le permitan encarnar los anhelos
neptunianos, es probable que tienda a escapar de la amenaza de las aguas, y
entonces el cuerpo expresa de maneras características las necesidades y los
sentimientos de Neptuno. En su descripción de Neptuno en la sexta, Ebertin
habla no sólo de «poderes curativos magnéticos», sino también de «una
sensibilidad patológica», dos atributos que reflejan la porosidad de Neptuno y
su inclinación a fundirse con los objetos externos en un estado de
participation mystique. Los poderes curativos de Neptuno en la sexta pueden
ser reales, pero también pueden resultar una fuente de gran sufrimiento, y es
necesario que el nativo establezca sus fronteras personales si no quiere
absorber los conflictos, el estrés y el sufrimiento de aquellos a quienes intenta
sanar. Cualquier persona con Neptuno en la casa seis que quiera dedicarse a
una profesión de ayuda al prójimo ha de tener sumamente claros los motivos
más profundos de su elección laboral, porque el anhelo de cuidar de los demás
puede estar vinculado con el hecho de sentirse inconscientemente enfermo,
desvalido y como una víctima ante un mundo caótico y desordenado.
A la sexta casa se la asocia también tradicionalmente con el trabajo, ya
que el cumplimiento de nuestras tareas cotidianas es una representación
simbólica en el nivel exterior de lo que somos interiormente. Pero hace ya
tiempo que la idea del trabajo como un acto sagrado ha desaparecido de
nuestra conciencia, y hoy en día el trabajo no es otra cosa que un medio de
ganar dinero. El ideal político de que cada persona se sienta feliz de hacer su
aportación a la colectividad según sus propias habilidades refleja la visión
utópica del trabajo que tiene Neptuno en la sexta. La humildad del sabio
budista que acepta con tranquilidad las tareas «serviles» no proviene de nin-
gún espíritu de servilismo ni del deseo de «hacer el bien», sino que refleja la
comprensión consciente de que en el más ínfimo de los rituales mundanos se
puede vislumbrar el orden divino que hay detrás de toda manifestación de la
vida. Puede que esta clase de servicio no implique directamente a otras
personas y que la mejor forma de expresarlo sea mediante habilidades o
labores artesanales que canalizan el poder creativo de la imaginación. Nep-
tuno en la sexta también tiende a idealizar el trabajo, lo cual puede crear
dificultades si se trabaja con otras personas o para una gran empresa. No todos
estos nativos perciben el trabajo a través de la visión redentora de Neptuno, y
hay quien puede ser propenso a la explotación. También es probable que a
alguien le resulte difícil enfrentarse con los asuntos prácticos de maneras
rectas y honestas. Aquí, quien engaña y el engañado se dan la mano en el
lugar de trabajo, porque el nativo tanto puede convertirse en receptor pasivo
como en perpetrador inconsciente de una buena cantidad de manipulación y
actos deshonestos, por descuido, por no querer ver las cosas o por incapacidad
para reconocer los límites normales. Neptuno en la sexta también puede
excederse en sus sueños de redención, hasta tal punto que la persona sienta
que en realidad ella no debería trabajar.
La combinación de opuestos puede ser sumamente gratificante si uno es
capaz de encontrar un equilibrio entre los extremos. Neptuno, como regente
natural de Piscis y de la casa doce, tiene una antipatía innata por Virgo y la
sexta casa. Es fácil polarizar, e incluso tratar de erradicar la amenaza
neptuniana del caos (lo cual puede dar como resultado fobias, alergias e
hipocondría) o tratar de evitar las exigencias de la vida cotidiana (lo cual
puede dar como resultado que el nativo se sienta víctima de las exigencias del
cuerpo y del mundo). Neptuno en la sexta casa da lo mejor de sí cuando se
entiende la naturaleza del ritual y el carácter sagrado del aquí y ahora. En
algunas casas del horóscopo —la séptima, por ejemplo-, podemos reconocer la
importancia de ese especial ámbito de la vida. En otras hemos olvidado —o
quizá jamás hayamos descubierto-, que los asuntos de esas casas son tan
valiosos, importantes y necesarios para nuestro bienestar interior como otras
actividades, aparentemente más interesantes. Cuando en la carta natal, una
casa tiene como inquilino a un determinado planeta, esta esfera de la vida se
convierte en un templum habitado por una deidad, y requiere de nosotros
más conciencia que otra que esté vacía. Los planetas que están en la sexta nos
piden el reconocimiento de nuestra interconexión con el mundo invisible, y
además, que hagamos lo posible por expresar esta relación en los rituales de
nuestra vida cotidiana. Con Neptuno en la sexta, el mundo invisible es
oceánico y rebosa de nostalgia. Si es posible dar forma a esta visión mediante
trabajos de artesanía, otras habilidades y rituales, entonces la vivencia de la
unidad con la vida puede hacer que aprendamos a saborear cada uno de sus
momentos y cada aspecto de la existencia física como algo lleno de belleza y
significado.
La casa diez tiene que ver con el colectivo en una relación de tú a tú;
cultivamos habilidades y talentos y obtenemos un prestigio o una autoridad
que después ofrecemos a un mundo (y a una madre) que está «ahí fuera». El
mundo puede responder positiva o negativamente, pero —incluso cuando
Neptuno está en la décima— sigue estando «ahí fuera». También la casa once
tiene que ver con la colectividad, pero nos relacionamos con ella de un modo
diferente. Nos unimos a la gran familia humana de la que formamos parte por
medio de aspiraciones e ideales compartidos. Esto no sólo da significado a
nuestros esfuerzos, sino que además nos alivia de la soledad del camino de
autoformación que culmina allí donde culmina el horóscopo: en el médium
coeli de la carta. En la casa once ya no estamos solos, sino que pertenecemos.
A nuestro alrededor están esas almas de mentalidad afín que -ya sea que
compartan nuestro gusto por la televisión o nuestro gusto por la filosofía—
validan lo que somos en la medida en que nos aceptan. «Yo» se convierte en
«nosotros» y nuestra vida entra en un contexto más amplio mediante la
fusión, en el nivel mental, con la sociedad en la que vivimos. Mucho se ha
escrito sobre la «conciencia de grupo» en los círculos esotéricos y en los de la
psicología humanista, y se la presenta a veces como un ideal al cual debemos
aspirar. Sin embargo, puede que la conciencia de grupo no tenga tanto
encanto. Cuando el grupo se junta para ofrecer una muestra de gamberrismo
futbolístico o racista, no se puede hablar de una conciencia más evolucionada.
Sin embargo, actividades como estas también forman parte de la casa once.
Tanto los grupos como los amigos que elegimos son un reflejo de nuestros
propios ideales y valores, que resuenan en una entidad más vasta. Cualquier
nobleza que podamos aportar a ese dominio de la vida depende de quiénes
somos y de cómo respondemos a los planetas natales emplazados en esa casa.
Neptuno en la once necesita pertenecer a algún grupo, sin importar que
sea profesional, vecinal, ideológico, espiritual o de personas que compartan
una afición. Para el nativo, el grupo es la fuente de redención sin la cual se
encuentra perdido, despojado y solo; los éxitos personales, profesionales y
creativos no significan nada sin este contexto más amplio. Neptuno en la casa
once indica una aguda conciencia social y una gran sensibilidad hacia las
necesidades emocionales del colectivo, y esto a veces conduce al nativo a un
compromiso de servir a la gran familia humana que puede llenar toda la vida.
La redención se encuentra así a través de quienes la necesitan, porque nos
salvamos mediante el acto de salvar a los demás. Los elementos del altruismo
neptuniano son complejos, e incluyen tanto necesidades infantiles como una
auténtica sensibilidad a la interconexión entre todos los seres humanos. Pero
si el nativo no es capaz de enfrentarse con la soledad, corre el peligro de que
su idealización del grupo lo sumerja en un colectivo que erosiona los valores y
la integridad personales. Ebertin habla de «la búsqueda de uniones de almas
[...], metas y aspiraciones nobles [...], una persona que fácilmente se deja
influir por los demás».23 Las «uniones de almas» de la casa once no son
emocionales, amorosas ni sexuales, sino encuentro de espíritus y mentes que,
para Neptuno en la casa once, son un antídoto de la soledad de la
encarnación. La base de la búsqueda neptuniana no es la satisfacción personal,
sino el sentimiento de una vida consagrada a un objetivo más vasto, y lo ideal
sería que la pareja del nativo se comprometiera en la misma tarea o
compartiera sus creencias espirituales o políticas. A Neptuno en la casa once
puede resultarle difícil aguantar relaciones en las que la pareja (o el amigo) es
emocionalmente compatible pero tiene objetivos diferentes. Un interesante
ejemplo de esta dinámica en un nivel no personal es la carta de la fundación
de Alcohólicos Anónimos, cuyo propósito es ayudar al individuo mediante su
identificación con un grupo de compañeros que sufren por la misma causa.
Aquí Neptuno está en Virgo en la casa once, en oposición con Saturno, en
trígono con el Sol y en conjunción con la Luna. 24 No podemos obtener una
comprensión más clara y profunda de lo que es Neptuno en la casa once que
la que nos proporciona la carta de un grupo.
Quien tiene a Neptuno en la casa once es, con frecuencia, un animal
político. Si esperásemos que mostrase una tendencia a la utopía, estaríamos en
lo cierto. Pero los sueños utópicos no se limitan a la izquierda política. La
nostalgia neptuniana del Edén, expresada a través de la casa once, evoca el
sueño de una sociedad perfecta. La definición de la perfección y de los medios
por los cuales alcanzarla la encontramos tan fácilmente en el nacionalismo
romántico como en el socialismo romántico. El nacionalismo puede no ser
particularmente romántico. Por ejemplo, Neptuno está en la casa once, en
conjunción con Plutón, en la carta de Joseph Goebbels, el jefe de propaganda
de Hitler.25 Con este ejemplo no intento sugerir que Neptuno en la undécima
sea el responsable del camino que escogió este hombre en su búsqueda de
poder. Pero Goebbels tenía una especial sensibilidad para percibir las
corrientes ocultas en el colectivo que lo rodeaba, y una notable capacidad
para manipularlas. Fue capaz de «vender» el sueño de Hitler valiéndose de sus
propias y especiales dotes intuitivas, porque sabía con exactitud cuál era la
clase de Alemania que el pueblo quería inconscientemente. Era un monstruo,
pero también estaba absolutamente entregado a la creación de su visión de la
sociedad perfecta, y se creía justificado al recurrir a cualquier medio para
lograrlo. Sin duda, la conjunción de Neptuno y Plutón contribuyó a la
crueldad con que llevó a cabo su tarea. Aunque sea un ejemplo aterrador de
un Neptuno totalmente descontrolado en la casa once, se diferencia más bien
en grado que en. estilo de cualquier persona que, yendo en busca de su propia
redención, decida «convertir» a los demás a una determinada visión de la
perfección. Y puede enseñarnos algo saludable sobre los anhelos neptunianos,
cuando se proyectan sobre la sociedad sin el poder mediador de la integridad
personal.
Lo más frecuente es que los sueños utópicos de Neptuno se centren en
compartir recursos y responsabilidades, ya sean personales o gubernamenta-
les, con los miembros más débiles de la sociedad. El todo es más importante
que sus partes. Durante dos tránsitos distintos de Neptuno por Acuario,
Tomás Moro escribió su Utopía y Marx el Manifiesto comunista. Como la
undécima es la casa natural de Acuario, estas obras nos ofrecen una muestra
de la visión política más típica de Neptuno cuando está emplazado en ella. La
unidad entre las personas es la expresión mundana del amor divino, y la
redención sólo es posible cuando la humanidad reconoce la fraternidad
mundial. Si el nativo consigue equilibrar con suficiente realismo esta visión
exaltada, concretará sus sueños, que además podrán constituir una valiosa
contribución para mejorar la vida de otras personas. Si Neptuno no está debi -
damente contenido, puede que el nativo se identifique por completo con el
papel del redentor, con lo cual tal vez suprima o perjudique otras necesidades
personales, no menos importantes. Uno también puede sentirse amargamente
desilusionado cuando la sociedad no quiere la salvación que uno le ofrece. A
Neptuno en la casa once a menudo le falta discernimiento a la hora de ele gir
colegas ideológicos, y puede encontrarse con que es víctima de un colectivo
que, tras haberle ofrecido la redención, acaba siendo un monstruo que lo
devora, al exigir de sus seguidores una obediencia absoluta.
Con frecuencia, las comunidades esotéricas o espirituales son atractivas
para Neptuno en la casa once. También lo es la percepción de una determi-
nada senda espiritual como el medio para redimir a la humanidad. Por
ejemplo, en la carta del papa Juan Pablo II, Neptuno está en Leo en la casa
once, en conjunción con Júpiter. 26 Ningún otro pontífice en la historia ha
escrito un libro para el gran público con el fin de predicar el catolicismo a un
colectivo espiritualmente poco instruido.17 La sinceridad del compromiso del
Papa con su fe es incuestionable. Que tal compromiso sea o no apropiado para
toda la humanidad es sumamente cuestionable. Aquí, Neptuno en la casa
once se dedica de un modo incansable y de todo corazón a la tarea de redimir
a los demás, sin considerar la posibilidad de que la redención, como la
totalidad de la creación de Dios, pueda asumir muchas formas. Neptuno en la
casa once no se siente intrínsecamente atraído por la vida monástica. Hay
demasiada necesidad de implicación directa en la evolución espiritual
humana. La vida social es también la vida de la familia, en sentido amplio y
ya no determinada por vínculos de sangre. A menudo, a la persona con
Neptuno en la casa once, su verdadera familia la ha herido y desilusionado, en
particular su madre, y eso hace que establezca una relación de tipo madre-
hijo con el grupo con el que se vincula. En cuanto a quién hace el papel de la
madre y quién el del hijo, una vez más nos encontramos en la sala de espejos
de Neptuno. El nativo puede ser cualquiera de los dos; pero secretamente, es
siempre ambos.
Las amistades de la casa once están arraigadas en intereses o ideales
compartidos, y es probable que en ellas haya poca interacción emocional de
tipo personal. Sin embargo, cuando Neptuno está en la undécima, las amis-
tades tienden a poner en juego intensas corrientes emocionales ocultas,
debido al anhelo de fusión de Neptuno. Hay amigos especiales que pueden
mostrarse como figuras redentoras, sin las cuales el nativo se siente huérfano
y proscrito. Esto ayuda a establecer vínculos profundos y duraderos, pero
también puede resultar claustrofóbico para aquellas personas cuya naturaleza
les exige más espacio para respirar. Neptuno es intensamente posesivo, como
un niño con su madre, o una madre con su hijo. La naturaleza simbiótica de la
amistad neptuniana puede producir también mucho dolor y desilusión,
porque las idealizaciones de Neptuno a veces dan como resultado el
sentimiento de haber sido traicionado si el amigo no se dedica a uno de una
forma total y absoluta. Asimismo, puede que uno intente redimir a los amigos
que son víctimas de la vida; Neptuno en la casa once suele sentirse
fuertemente atraído por los «casos perdidos» a quienes todos los demás han
renunciado ya a rescatar, y también por aquellos que están enfermos o los que
acaban errando el camino debido a trágicas circunstancias. Estas pautas
reflejan el mito de la víctima redentora en activo dentro de la trama de esta
importantísima dimensión de las relaciones humanas. Neptuno en la casa
once puede indicar sentimientos de unidad con los amigos, de una intensidad
casi mística, que implican no sólo una devoción y una compasión sin reservas,
sino también una auténtica disposición a hacer cualquier sacrificio. Amistades
como estas pueden llevarnos tan cerca de las puertas del Edén como es posible
llegar a estarlo en esta vida. Quizá tengamos que pagar un alto precio en
sufrimiento por vislumbrar de un modo tan privilegiado la fuente divina,
pero no es probable que Neptuno en la casa once se ponga a discutir el precio.
Puesto que la casa doce describe la vivencia personal que el nativo tiene
de la fuente, se relaciona también con la herencia, pero aquí no se trata de la
herencia de los padres tal como la describen las casas cuatro y diez. Nues tro
legado de la casa doce nos hace retroceder mucho más, hasta el reino de lo
que en China llaman los ancestros. Aquí se hunden nuestras raíces más
profundas, tanto en lo que se refiere a la raza como a la religión, los orígenes
nacionales y la cultura de la que proviene nuestra familia. Aunque repu-
diemos este pasado más remoto y nos identifiquemos sólo con el presente y
con la vida que nos hemos ido labrando en el mundo, siempre está ahí la casa
doce para recordarnos que somos herederos de imágenes, mitos, tradiciones,
sentimientos y sueños que pertenecen no sólo a nuestros padres, sino a
nuestros abuelos y bisabuelos, y a la «estirpe» de donde provenimos. Desde la
casa doce vuelven a nosotros, para acosarnos, los fantasmas del distante
pasado: los secretos de familia celosamente guardados, la olvidada ortodoxia
religiosa de un bisabuelo, la historia durante tanto tiempo callada del suicidio
de una tía abuela y la «clarividencia» de la tatarabuela, la pobreza del
inmigrante y las persecuciones religiosas de hace doscientos años. También
los daimons de lugares olvidados habitan en la casa doce, al igual que el país
que hace tanto tiempo abandonamos, las melodías populares y los tótems
ancestrales de la tribu. Y más atrás incluso que todo esto siguen estando los
mitos primordiales de los orígenes y la evolución del ser humano. Con todo
ello están sintonizados los planetas emplazados en la casa doce de nuestra
carta natal. No es nada sorprendente que, con lo poco informados que
estamos sobre la realidad y el poder del inconsciente colectivo, la casa doce
nos dé tantos problemas.
Neptuno en la casa doce es un transmisor de la riqueza, la oscuridad y la
luz de lo que existió antes que nosotros. La duodécima es la casa de lo previo
al nacimiento, y describe por lo tanto el período del embarazo materno,
cuando estábamos dentro de las aguas uterinas. Como medio para la
transmisión de los temas arquetípicos del colectivo ancestral, Nep- tuno en la
doce está particularmente sintonizado con sentimientos e imágenes de
sufrimiento y redención. Es probable que las cuestiones religiosas que
pertenecen a la herencia familiar sean particularmente poderosas, y es
importante que el nativo se informe sobre su herencia espiritual; si estos
temas son dominantes en la psique de la familia, siempre estarán con la
persona que tenga a Neptuno en la casa doce. Si permanece inconsciente,
Neptuno en este emplazamiento puede mostrarse compulsivo y abrumador,
amenazando con engullir al yo con el poder de su nostalgia, que es en
realidad el poder de muchas personas que murieron hace ya largo tiempo y
contribuyen, cada una con su propia nostalgia, a un imperativo psíquico cada
vez mayor. El poder de la imaginación y la capacidad de expresar imágenes de
forma creativa, también pueden ser un tema apremiante de la herencia
familiar, y quizá sea necesario que el nativo encuentre vehículos artísticos
para fantasías más antiguas y mayores que las suyas. No es nada sorprendente
que a la duodécima se la denomine la casa de la propia perdición; si no somos
conscientes de este vasto anhelo ancestral de volver a casa, quizá nos
aseguremos de que se nos lleve a rastras, pese a nosotros mismos.
Ebertin habla de «misticismo, ensoñación y actividades artísticas; [...] la
vida interior o psíquica está abierta a la influencia externa; [...] un ansia de
drogas y narcóticos».” Una inclinación al retraimiento, la ensoñación y el
misticismo es lo que podríamos esperar cuando el nativo experimenta la
nostalgia primaria pura, sin estar adulterada por ningún sustituto. El don de la
sensibilidad a imágenes de redención tan poderosas es también el don del
artista. La entrega a una senda religiosa o espiritual puede ofrecer consuelo
para la melancolía y el hastío característicos de Neptuno, y además
proporcionar un medio de redimir no sólo la propia soledad, sino también las
víctimas del pasado. Neptuno en la casa doce puede asumir la carga de
redimir los pecados y la desdicha de la familia, y tiene una especial tendencia
a identificarse con el salvador que sufre. Por esta razón, el nativo con este
emplazamiento, si se mantiene inconsciente y sin formar, puede convertirse
en el receptáculo o el chivo expiatorio de conflictos familiares que se
remontan a muchas generaciones. Ciertas formas de desintegración mental y
física, que son un modo de expresar la acumulación de antecedentes
familiares llenos de dificultades y desdichas, pueden estar relacionadas con
Neptuno en la casa doce si el nativo no es capaz de contener sus propias
experiencias interiores. En este contexto podemos vincular la drogadicción
con este emplazamiento del planeta.
Para Neptuno en la casa doce, el inconsciente colectivo, con su inacaba-
ble y fértil corriente de fantasías y sueños arquetípicos, también puede con-
vertirse en símbolo de redención, y el nativo se vuelve adicto a los poderes
creativos de la psique, eludiendo las relaciones con el mundo exterior a fin de
beber de las aguas universales de la fuente. El nativo puede verse como una
figura crística, venida para salvar a un mundo que sufre. No se trata aquí de la
ideología de la casa once, con su visión de una sociedad perfecta, sino de una
identificación emocional absoluta con las victimas de la vida. Como en
ocasiones lo político se convierte en el escenario donde se expresa el
sentimiento religioso, Neptuno en la casa doce puede respaldar una filosofía
política defensora de los desheredados, porque la herencia familiar ha
impulsado inconscientemente al nativo a redimir un pasado oculto. En este
contexto, viene al caso recordar la carta natal de Tony Benn, diputado labo-
rista del Parlamento británico. Neptuno, junto con la Luna, está emplazado
en la casa doce, y ambos forman cuadratura con Saturno. Al tepudiar su título
heredado de par, con el fin de servir a la izquierda política, 30 Benn tuvo un
gesto que no es meramente político; también es la afirmación de una
profunda obligación de redimir algo que lleva en su interior, y cuyas raíces se
remontan a mucho antes de su propio nacimiento y se hunden en la historia
de su familia.
La línea entre Neptuno en la doce como visionario, artista y sanador, y
Neptuno en la doce como adicto, enfermo o psicótico es muy incierta.
Emplazado en esta casa, es mucho lo que Neptuno nos enseña sobre nuestras
definiciones de la cordura, muy limitadas y a veces francamente estúpidas. La
experiencia cumbre mística u «oceánica» no es nada fuera de lo común con
Neptuno en la casa doce, y puede redimir y hacer que la vida resulte más
plena. Pero el nativo también puede sentirse tan abrumado por ella que se
identifique totalmente con un portavoz de Dios. En determinados contextos,
esto puede ser apropiado; una persona con Neptuno en la doce tiene más
probabilidades que la mayoría de nosotros de reconocer la divinidad esencial
de la totalidad de la vida. Sólo cuando el narcisismo primario domina la
escena, y el nativo considera que nadie más comparte su condición de
portavoz, podemos empezar a preocuparnos. La aparente locura de Neptuno
puede ser sumamente cuerda, aunque esté en sintonía más bien con el mundo
interior que con el exterior. Pero algunas personas con este emplazamiento,
especialmente si Neptuno forma aspectos difíciles con planetas personales
importantes, son incapaces de mantener cerrados sus diques contra la
inundación de la psique colectiva. Entonces es probable que expresen
inconscientemente el significado tradicional de la casa doce, y se pasen la vida
entre rejas, ya sea de un modo intermitente o permanente.
La persona con Neptuno en la casa doce quizá no considere que necesita
ayuda, y tal vez en realidad no la necesite, a menos que constituya un peligro
para otros o que sea víctima de compulsiones que no puede controlar. El
eterno enemigo de Neptuno es también su eterno amigo, y una pequeña dosis
de realismo saturnino puede ser de gran ayuda para un Neptuno en la casa
doce que se debate en aguas profundas, aunque un exceso de Saturno puede
provocar la misma inundación que el nativo intenta evitar. Quizá no menos
importante sea la función de Mercurio, el regente natural de la sexta casa.
Jung creía que cuando se trabaja con un paciente inundado por imágenes y
compulsiones arquetípicas, entender la naturaleza simbólica del material
podría tener un considerable poder curativo y ayudar a la persona a
mantenerse a flote pese a la fuerza de las aguas. E incluso si se llega a una
crisis, es probable que la capacidad personal para valerse de la experiencia de
forma constructiva dependa en parte de que el nativo comprenda en claros
términos psicológicos lo que le sucedió. Entenderlo es especialmente
importante para aquellas personas con Neptuno en la doce que tienen una
carta con un énfasis en el aire o en la tierra, porque tal como nos dice el
cuento de hadas de Rumpelstiltskin, saber el nombre de una cosa la
desmitifica y la vuelve accesible. Mercurio, en su mítico papel de guía de
almas, puede ofrecer a Neptuno en la casa doce un sistema de apoyo que,
aunque sea de naturaleza intelectual, constituye un arca muy útil frente al
diluvio.
«Neptuno es fuerte en su propia casa», observa Howard Sasportas. 51 El
reto consiste en contener su fuerza y trabajar con ella de tal manera que la
vida continúe en vez de desintegrarse. En relación con este emplazamiento de
Neptuno por casa, el más receptivo e imaginativo, es preciso volver a
considerar cuidadosamente nuestras definiciones de la normalidad y la
cordura. A veces es necesario alternar períodos de retraimiento, e incluso de
una especie de disolución, con otros de participación activa en el mundo
exterior. Sólo la persona puede decidir cuál es el equilibrio apropiado. Pero
Neptuno en la doce, dado que indica una herencia ancestral que va mucho
más allá del nativo, no tolerará supresiones. Es probable que el anhelo
neptuniano de redención y de retorno a la fuente de la vida haya sido
suprimido o negado durante muchas generaciones, y quien tenga a Neptuno
en la doce deberá decir, tal como afirmó una vez Harry Truman: «Yo soy el
responsable».
1
2
Neptuno en aspecto
Neptuno y la Luna tienen mucho en común. Los dos rigen signos de agua, y
ambos se relacionan con la madre y la maternidad, y con la necesidad de
pertenencia. Los contactos Luna-Neptuno en el horóscopo natal indican a
menudo empatia, bondad, delicadeza de sentimientos y una facultad imagi-
nativa sumamente desarrollada. Igualmente, tales contactos tienen la repu-
tación de indicar desdicha, particularmente en lo que se refiere a enferme-
dades físicas y dificultades de relación. Por más acuosa que sea, la Luna tiene
mucho que ver con el cuerpo y representa las necesidades instintivas del
nativo. Como es tan intensamente personal, describe exigencias muy
específicas para la satisfacción física y emocional. Las necesidades personales
definen a un individuo con tanta claridad como las exigencias, más agresivas,
solares o marcianas. Por detrás de la Luna siempre hay un «yo», aunque sea
instintivo, como también lo hay por detrás del Sol, y Neptuno es el enemigo
del «yo». Encontrar un equilibrio operativo entre las necesidades individuales
de la Luna y los anhelos universales de Neptuno nos exige que nos
aseguremos de que el deseo de fusión con otras personas no impida la
expresión de nuestros propios sentimientos, deseos y necesidades corporales;
pero igualmente debemos asegurarnos de que la dependencia de la seguridad
material y emocional no suprima el anhelo de ir más allá de la esfera de la
vida familiar «normal», tanto en el ámbito emocional como en el imaginativo.
A un equilibrio así sólo se puede llegar si uno está dispuesto a prescindir del
encanto del autosacrificio y es capaz de aprender a poner límites a una
propensión inherente a la manipulación emocional y al martirio.
Puede que sea útil reflexionar un poco sobre las primeras vivencias emocio-
nales, particularmente en relación con la madre personal, cuyo principal
indicador astrológico es la Luna.
El «descontento divino» de Neptuno llevará el centro de atención de la
Luna, inherentemente puesto en la familia o el clan, más allá de las fronte ras
de nuestra esfera vital inmediata. La combinación Luna-Neptuno puede así
indicar una profunda compasión por los necesitados y por quienes tienen
miedo, un sentimiento tan común en los seres humanos, y particularmente
por quienes se siente solos. La persona con un aspecto Luna-Neptuno
entiende la necesidad de los demás de un amor incondicional, y ella misma
necesita que le den ese amor, y puede que se sienta profundamente vinculada
no sólo con algunos pocos amigos y miembros de la familia, sino con el
mundo que sufre en su totalidad. Pero si no se tienen en cuenta sus propias
necesidades emocionales, el nativo puede convertirse en el resentido servidor
de las exigencias de los demás, un ser eternamente hambriento que, sin
embargo, sigue ofreciéndose como alimento a cada boca ávida que aparece en
su camino. Con un contacto entre la Luna y Neptuno, puede suceder que la
necesidad del nativo de que lo necesiten domine toda su vida. Hay veces en
que la avidez ilimitada de este aspecto no llega a ser reconocida por la
personalidad consciente, en particular si la carta muestra una actitud más
autosuficiente por medio de una acentuación del aire y la tierra, o un Saturno
o un Urano dominante. Entonces el nativo quizá tenga la vivencia de su
aspecto Luna-Neptuno a través de una pareja o un hijo necesitado, exigente o
enfermo, o bien en el nivel profesional, por mediación de aquellos a quienes
intenta ayudar o sanar. Un contacto Luna-Neptuno también puede expresarse
de un modo inconsciente por intermedio del cuerpo físico, que se convierte
en la voz del bebé que no puede expresarse ni comunicar de otra manera su
hambre y su vulnerabilidad.
La Luna indica tanto las primeras vivencias de la relación entre madre e
hijo como la naturaleza de la herencia maternal arquetípica. Su posición y sus
aspectos en la carta natal describen, a menudo con gran precisión, el clima
emocional de la infancia. Las progresiones lunares secundarias ofrecen una
valiosa comprensión intuitiva, porque cualquier aspecto lunar apli- cativo con
un planeta en el momento del nacimiento llegará a ser exacto en los nueve
meses después del parto, y cualquier aspecto separativo habrá sido exacto en
algún momento de los nueve meses que preceden al nacimiento. Dicho de
otra manera, los aspectos lunares progresados abarcan aproximadamente un
período que va desde la gestación hasta nueve meses después de la llegada de
uno al mundo. Por ejemplo, una conjunción Luna-Urano aplicativa en el
momento del nacimiento y que por progresión secundaria llegará a la
exactitud cuatro meses después de éste, sugiere desorganización e
inestabilidad, ya sea emocional o física, en el cuarto mes de vida. Por lo tanto,
la ansiedad crónica que con frecuencia acosa a la persona con aspectos Luna-
Urano en la edad adulta puede ser el reflejo de una experiencia confusametne
recordada de incertidumbre o conmoción que se remonta a la infancia.
Comprender la conexión existente entre la proyección al futuro de los miedos
característicos de los aspectos Luna-Urano (fantasías de accidentes de avión,
explosiones de gas, separaciones súbitas) y las vivencias emocionales del
pasado puede ayudar al nativo a enfrentarse mejor con su inquietante
impresión de que todo le irá muy mal.
De la misma manera, los aspectos Luna-Neptuno describen experiencias
del pasado que pueden convertirse en expectativas para el futuro. La persona
con algún contacto Luna-Neptuno puede haber sido el hijo «favorito», el que
tenía un vínculo especial y misterioso con la madre, y dar por supuesto, en la
vida adulta, que los seres amados le han de proporcionar una atención
emocional absoluta y constante. El hecho de ser el hijo favorito suele
conllevar que se tenga que pagar un alto precio. Con frecuencia, los preferidos
son los niños en quienes el padre o la madre, en vez de percibir su verdadera
identidad, sólo ven una oportunidad de volver a vivir su propia vida
incumplida. Se trata sin duda alguna de una fusión, pero a un coste elevado
para el niño, porque lo más probable es que cuando llegue a la edad adulta
compruebe que se siente solo e irreal sin el constante refuerzo emocional que
antes recibía. La tendencia al sacrificio de los aspectos Luna- Neptuno es a
veces un intento de recuperar ese primer estado de fusión. En sus expresiones
más difíciles, estos contactos pueden estar vinculados con adicciones ai
alcohol y otras drogas, y también con trastornos alimentarios, lo cual no es
sorprendente si entendemos la avidez por estas sustancias o por la comida
como el anhelo de una fuente materna de amor incondicional. Los elementos
compulsivos de la avidez característica de los aspectos Luna-Neptuno sugieren
que en vez de tener la experiencia de una madre sólida y estable, el nativo ha
tenido en cambio la vivencia de un éxtasis en el cual cada uno nutría al otro, y
su madre se ha mostrado como una figura arquetípica de un tremendo poder
emocional. Un contacto Luna-Neptuno puede indicar una madre que ha
sufrido mucho, con frecuencia a manos de un mal marido. Hay veces en que
el sufrimiento se vincula con problemas no personales, como la guerra o la
pobreza, o bien la madre estuvo enferma física o psíquicamente cuando el
niño era pequeño. Sea cual fuere la situación de la infancia, es probable que la
arquetípica víctima redentora, que es también la madre mar Tiamat,
oscurezca la verdadera identidad y el carácter real de la madre personal.
Esta combinación de ser devorado y al mismo tiempo amado «desinte-
resadamente» puede generar un profundo sentimiento de culpabilidad, que
para la persona con un contacto Luna-Neptuno es uno de los principales
tormentos de su mundo interior. Ese sentimiento, experimentado por el
nativo una vez adulto, puede verse movilizado por cualquier acto «egoísta»
que implique ponerse primero a sí mismo y no a la madre o a algún sustituto
de ella. Un aspecto Luna-Neptuno no indica una «mala madre». Por lo común,
lo peor que se puede decir de ella es que probablemente sea, desde el punto de
vista psicológico, una niña, y tengan la edad que tengan, desde un par de
semanas a ochenta años, los niños tienden a ponerse muy difíciles cuando no
sienten satisfechas sus necesidades. Tampoco podemos dar a nuestros hijos lo
que nosotros mismos no tenemos, y si en la edad adulta seguimos todavía en
busca del Paraíso, lo más probable es que intentemos encontrarlo por
mediación de nuestros hijos. Pero para el niño con un contacto Luna-
Neptuno, que es sumamente sensible a cualquier cambio emocional en los
demás, la desdicha de la madre puede asumir proporciones míticas, y uno se
siente impulsado a mitigar su sufrimiento. En la edad adulta, el principal
tormento para un nativo con uno de estos contactos suele ser un vago pero
constante sentimiento de culpabilidad, que surge como resultado de cualquier
expresión de independencia emocional. Con frecuencia, por debajo de la
idealización de la madre, se oculta una profunda cólera, porque la persona con
un aspecto Luna-Neptuno se siente como si nadie la tuviera en cuenta ni la
cuidara, y además, profundamente manipulada. Es muy importante que
aprenda a decir que no, porque esto implica moderar el exagerado
sentimentalismo que a menudo acompaña a cualquier experiencia del amor. Y
es necesario que este nativo aprenda primero a ser la Luna y a reconocer el
valor fundamental del propio bienestar físico y emocional, antes de echarse a
la espalda la responsabilidad de satisfacer las necesidades de los demás.
Además de empatia y sensibilidad, los nativos con estos contactos pueden
mostrar una sensualidad sumamente refinada y un intenso aprecio de las
texturas, los olores, los sabores, los colores, los sonidos y el movimiento, que
pueden expresarse creativamente de diversas formas si el resto de la carta es
favorable para ello. Tan sensible es el cuerpo cuando se tiene un contacto
Luna-Neptuno, que puede haber una propensión a todo tipo de alergias,
especialmente a las relacionadas con la comida. El mundo exterior al Jardín
del Paraíso quizá resulte demasiado áspero y agresivo, y el cuerpo expresa el
disgusto de los sentimientos. Las adicciones y las alergias son dos dimensiones
del mismo dilema neptuniano. Si el nativo con un contacto Luna-Neptuno
puede tomar una actitud interior lo bastante maternal como para
contrarrestar la extrema vulnerabilidad que siente al verse enfrentado con la
dureza del mundo, es probable que logre que las reacciones alérgicas
desaparezcan al menos en parte, pero este tipo de sensibilidad se mantendrá
siempre. El refinamiento de los aspectos Luna-Neptuno también puede
conferir un gran encanto, tacto y amabilidad, expresados tanto en la vida
social como en la ayuda a los demás o la enseñanza. En la historia personal de
quien tiene un aspecto Luna-Neptuno quizás haya habido un exceso de madre
y una falta de cuidados maternales. Sin embargo, tras esta ambigua situación
personal se esconde el problema mayor del ser humano de un aislamiento
intrínseco, y la dependencia absoluta que puede existir entre los miembros de
una familia, heridos por la vida y temerosos de que los abandonen, que
buscan el Edén los unos en los otros. Luna-Neptuno, más que ningún otro
aspecto planetario, comprende profundamente la tragedia de la soledad
humana.
La sensación de que la vida nos ha herido es algo que todos compartimos. Hay
muchos tipos de heridas, y muchos factores astrológicos que indican
experiencias de dolor, desilusión, frustración y soledad. Uno de los planetas
que más nos hieren en la vida es Saturno, que describe la sensación de verse
privado de algo fundamental para llegar a adquirir confianza en uno mismo y
en el propio valor. El dolor de Saturno es personal, y generalmente se lo
puede relacionar con las primeras experiencias de la vida, en las que -debido a
veces a las circunstancias y en otras ocasiones a fallos de los padres, que no
reconocen las necesidades ni los valores del niño- uno aprende a proteger su
propia vulnerabilidad con defensas que, a su vez, pueden ser causa de nuevas
heridas más adelante. Saturno es difícil, pero tratable mediante el esfuerzo
individual. Aunque no se pueda cambiar el pasado, sí se puede crear una
sensación interior de solidez y autenticidad que sana el dolor ocasionado por
la pérdida. La manera de herir de Quirón es bastante diferente. Las
experiencias desdichadas, aunque quizás hayan sido desencadenadas por
individuos, aluden a una herida colectiva mayor que, por su propia naturaleza,
no se puede curar en el curso de una sola vida. Quirón nos devuelve el reflejo
de la naturaleza imperfecta e injusta de la vida, sin el alivio de ningún medio
posible de deshacer lo que le han hecho a nuestro cuerpo y a nuestra alma.
Cuando tenemos la vivencia de Quirón, nos enfrentamos con aquello que no
se puede sanar. Sólo podemos intentar adquirir una actitud filosófica que nos
permita aprender del dolor, porque las heridas de Quirón son el producto de
muchas generaciones de ceguera humana, y nos dejan con la sensación de
estar irrevocablemente cubiertos de cicatrices. La pérdida de la inocencia no
es redimible. Una vez perdida, se ha perdido para siempre. La serenidad es un
valioso sustituto, pero no es lo mismo. Cuando Quirón está en aspecto con
Neptuno, el anhelo de redención adquiere una nueva y apasionada urgencia, y
el resultado puede ser una continua y desesperada búsqueda de algo que nos
sirva de escapatoria, ya que no de sanación. O bien podemos adoptar una
resignación de mártir que va destruyendo toda nuestra fe en la vida. Los
contactos Quirón-Neptuno pueden llevarnos a una amargura y una
desesperación extremas. Menos comúnmente, como en el caso de Helen
Keller (que los tenía en conjunción en Tauro en la sexta casa), 23 pueden
conferir un coraje y una aceptación del dolor que trascienden tanto la razón
como la fe, y que sin embargo tienen un poder curativo extraordinario para
todos aquellos que están en presencia del nativo.
La naturaleza del dolor de Quirón es problemática para muchas personas
que trabajan en los campos de la curación y el asesoramiento psicológico,
porque parece como si el reconocimiento de que no se puede cambiar algo
constituyera una admisión de derrota. En la comunidad esotérica, eso provoca
cólera, porque pone en tela de juicio las fantasías neptunianas de la salvación
final y de la transformación mágica del sufrimiento. A este respecto, Quirón
es tan enemigo de Neptuno como Saturno. Tiene en común con Saturno su
exigencia de que se ha de aceptar la vida tal como es, en lugar de desear que
sea de otro modo. A veces Quirón expresa su desafío mediante la disminución
o la herida física. Aunque se puede trabajar, tanto en un nivel fisiológico como
psicológico, con muy diversas enfermedades, hay estados físicos que ningún
esfuerzo es capaz de alterar. Puede que sean congénitos, o que se deban a
lesiones que no son «culpa» de nadie. Forman parte de la dimensión trágica de
la existencia humana, y los retos que plantean, tanto a quien sufre la
enfermedad como a quienes lo rodean, son enormes. Es probable que Neptuno
reaccione con una violenta intensidad a tan inmerecido sufrimiento humano.
La identificación con el pecador arquetípico puede generar un corrosivo sen-
timiento de «maldad» y culpabilidad. La identificación con la fuente divina
puede generar la fantasía de haber sido «elegido». La identificación con la
víctima arquetípica puede generar una abrumadora autocompasión, unida a
una convicción, profundamente arraigada, de que otras personas deberían
pagar por el sufrimiento de uno; o lo que es más común, una búsqueda
frenética de un método que le permita a uno forzar, hasta abrirlas, las puertas
del Edén y tener acceso a la milagrosa curación de todos sus sufrimientos. A
eso se debe que los santuarios de curación medievales y las clínicas de los
curanderos hayan estado siempre rebosantes de almas desesperadas y
tremendamente decepcionadas. La medida en que
Dios está dispuesto a intervenir sigue siendo, para las personas con contactos
Quirón-Neptuno, un debate abierto.
Al principio, el sanador herido, personificado por Quirón, puede parecer
idéntico a la víctima redentora divina. Pero el papel que desempeña Quirón
en el mito es el de un maestro, no el de un mesías. En la religión
grecorromana, el centauro jamás alcanzó la posición de redentor objeto de
culto que tuvieron Orfeo o Asclepio, tal vez porque el hecho de que fuera
mitad caballo excluía toda pretensión de convertirlo en prototipo del ser
humano perfecto. Quirón, a pesar de su forma fantástica, es simplemente
demasiado humano para ser reconocido como redentor. El nativo que se
identifica con la combinación Quirón-Neptuno puede de hecho convertirse
en un sanador, pero si Neptuno socava el realismo de Quirón, la compasión y
el deseo auténtico de sanar y educar pueden quedar contaminados por el
autoengrandecimíento sin límites del bebé omnipotente. A uno lo han
elegido; su condición de herido es algo «predestinado» y es la señal del favor
divino; uno es capaz de realizar cualquier cosa. Si los esfuerzos del nativo
fracasan, puede caer en el terrible pozo de la rabia y la desesperación más
negras. La dimensión más sombría de los aspectos Quirón-Neptuno reside en
su predilección por el veneno emocional que, debido a la globali- dad de su
cólera, puede generar fantasías apocalípticas. Los demás también deben sufrir.
En el mito, al centauro lo hieren en la cadera o en el muslo, es decir, en la
mitad animal, no en la divina. Es probable que la sensación de Quirón de estar
herido se relacione con la imperfección corporal o la fealdad. Neptuno,
inherentemente opuesto a todo lo corporal, quizá responda con un abrumador
sentimiento de pecado y una compulsión a trascender lo que es mortal e
imperfecto. Con frecuencia, la experiencia quironiana de estar aislado del
grupo se vincula con cuestiones de discriminación social o racial, o bien con la
difícil situación de ser hijo o nieto de inmigrantes. Estos son problemas
universales, y son básicamente imposibles de resolver en otro nivel que no sea
el de la conciencia del colectivo, es decir, se trata de un proceso que con toda
probabilidad, si es que llega a tener lugar, requerirá un tiempo muy largo. La
vivencia de la exclusión, si no conduce al exclusivismo, puede ser un poderoso
generador de compasión, así como un trampolín para el tipo de
autosuficiencia interior que le falta a Neptuno. Respecto de esto, los aspectos
Quirón-Neptuno pueden ser muy capaces de reforzar la personalidad, aunque
el nativo quizá necesite tener muchas experiencias extremas antes de hacer las
paces con la naturaleza humana y con el mundo.
El mundo de Quirón -la inocencia irrevocablemente perdida, el hecho de ser
diferente y estar herido, la soledad— nos exige que ampliemos nuestra
percepción de la realidad, y que tomemos la distancia suficiente para ver
nuestra condición de víctimas dentro de una perspectiva más amplia. Nep-
tuno aporta a estas experiencias humanas fundamentales un cansancio de la
vida y un anhelo de redención del sufrimiento terreno, y evocando fantásticos
sueños de salvación y venganza, es capaz de arrasar con los laboriosos
esfuerzos quironianos por encontrar un sentido en el sufrimiento. A su vez,
puede también verse abrumado por la cólera defensiva de Quirón, hasta el
punto de que el nativo no se compadezca de nadie más que de sí mismo. Sin
embargo, si es capaz de mantenerse en el justo medio entre estos dos planetas,
ambos tan profundamente conectados con el misterio del sufrimiento
humano, entonces Quirón puede ofrecer a Neptuno el realismo y la tolerancia
de la vida que éste tanto necesita. Neptuno, a su vez, es capaz de brindar a
Quirón la visión de un universo bondadoso que dé significado y dignidad a la
infelicidad personal, aunque no pueda aliviarla. La combinación Qui- rón-
Neptuno proporciona comprensión intuitiva y otros dones al nativo que desee
afrontar el problema del sufrimiento interesándose por las dificultades ajenas,
ya se trate de dedicarse activamente a una profesión de ayuda a los demás, o
de realizar una obra creativa que exprese no sólo la desesperación de la
humanidad, sino también su sueño del anhelado retorno.
4'W
alma, a la indestructibilidad de los vínculos de amor por los siglos de los
siglos, y a la promesa de una sabiduría y una gracia que surgen del dolor y la
pérdida. Si la personalidad Todavía no está formada, el derrumbamiento del
sueño puede ser Totalmente devastador, porque constituye una especie de
extinción. Pero si las funciones de Saturno y Jas del Sol están ya razona-
blemente bien integradas en la personalidad, entonces hay suficiente auto-
dominio y realismo para hacer frente a cualquier decepción o dolor que
pueda sobrevenir y consolidar así la experiencia neptuniana como una
dimensión permanente y creativa de la propia vida.
Para muchas otras personas, románticas más bien en el sentido coloquial
del término que en el filosófico, la unión de almas es una etapa deliciosa, pero
efímera, del encantamiento. Puede seguir creciendo hasta convertirse en un
amor maduro, aunque lo más frecuente es que termine en una desilusión y en
la completa desaparición del interés. Es algo para disfrutarlo y saborearlo,
pero que no se ha de tomar en serio a menos que uno quiera acabar haciendo
el tonto. Es cuestión de darse el gusto, pero sin firmar nada. Se trata de una
manera aparentemente sensata y equilibrada de enfrentarse con las relaciones
neptunianas, pero con la que se corre el peligro de que, a la larga, le salga a
uno el tiro por la culata. Para rendir homenaje a Dioniso sin terminar como
Penteo, es necesario atreverse a ser tonto y, como el Loco del Tarot, seguir
andando por el borde del precipicio sin más guía que la visión y la voz de un
corazón de niño. Aunque encubierto por el sentimiento, nuestro Saturno
interior es capaz de mantener su tiránico control, en vez de funcionar como
un contenedor de la experiencia interior. Entonces no hay ningún bautismo
purificador de las aguas neptunianas, ninguna renovación de la vida; y sí
puede haber, esperando entre bambalinas, un dios muy colérico. Para muchas
personas que trabajan en las profesiones de ayuda a los demás, la unión de
almas no es más que la proyección o la transferencia de las fantasías
parentales idealizadas. Quizás aquellos que en la niñez pagaron un precio
demasiado alto por el amor neptuniano definan la unión de almas como un
estado de locura pasajera y potencialmente destructiva, que en el mejor de los
casos uno evita, y del cual, si no le queda otro remedio que pasar por él, se
recupera lo antes posible. Tal vez Saturno intente erradicar completamente a
Neptuno, ejercitando la más sombría de sus funciones míticas, la de castrador
y devorador. Sin embargo, en una relación, el resultado de la pérdida de
Neptuno es un desierto de aburrimiento y soledad emocional, que a veces
lleva a la depresión e incluso a la enfermedad, porque la fuente de donde
mana la vida se ha secado.
Cuando está fuertemente activado en sinastría, Neptuno describe a
menudo la vivencia de «viajar unidos». Sin embargo, este viaje puede darse
inconscientemente. Es posible que uno experimente un estado como este sin
reconocer la idealización y la identificación psíquica que lo caracterizan.
Como la inundación primaria neptuniana asusta a muchas personas, puede
que uno sólo tome conciencia de una rabia, un miedo o un deseo de destruir o
de hacer daño inexplicables. La dinámica neptuniana en sinastría no produce
inevitablemente un matrimonio por amor o una unión sexual. También
puede expresarse en una relación de maestro y alumno, de guru y discípulo o
de padre e hijo, así como entre amigos, o entre un actor y gente del público, o
entre un escritor ya fallecido y el admirado lector que lee su obra un siglo
después. A veces la distancia, o la falta de oportunidad de convertir la
relación en algo cotidiano, refuerza el sentimiento de un profundo
compromiso entre dos almas, e incluso es necesaria para que éste tenga lugar.
También puede ser que la vivencia de la unión de las almas excluya el
contacto sexual. La relación quizás esté inconscientemente organizada de tal
modo por una de las partes, o por ambas, que la consumación sexual sea
incompleta o decepcionante, o que se vea restringida por circunstancias
insuperables. La presencia de alguna frustración, pasajera o definitiva, suele
formar parte de la expresión de Neptuno en sinastría.
El amor neptuniano no es menos importante ni menos válido cuando
surge del niño hambriento que cuando brota del alma. Pero en el primer caso
suelen darse pautas de comportamiento menos saludables que socavan la
intimidad del vínculo. Dentro de una relación neptuniana, la disolución de
las fronteras del yo invoca anhelos de fusión con una fuente de amor
omnipotente e incondicional. Las intuiciones psicológicas pueden ser parti-
cularmente valiosas si a uno de los miembros de la pareja o a ambos les
resulta difícil enfrentarse con el hecho de ser un individuo separado. El exa-
men de los temas del martirio y la manipulación inconscientes puede ayudar
a romper una pauta de pasividad autodestructiva, independientemente de que
uno haya asumido en ella el papel del pez grande o el del chico. También
puede iluminar zonas en donde la idealización dificulta el desarrollo de una
mayor autosuficiencia. A veces, no tener en cuenta esta perspectiva puede dar
como resultado sentimientos de desvalimiento y rabia que, a pesar del karma,
lleguen a dejar amarga y profundamente decepcionado al nativo. Cualquier
relación neptuniana con otra persona nos señalará, a menudo dolorosamente,
las áreas en donde todavía no hemos nacido.
¿Quién es el redentor y quién el redimido? ¿Quién es el que engaña y quién el
engañado? Si hay fuertes contactos neptunianos entre las dos car tas, puede ser
cualquiera de las dos personas, porque —como pasa con todos los aspectos en
sinastría- los sentimientos y las acciones de una de ellas desencadenan
reacciones en la otra, y ambas se encuentran en la galería de los espejos. Si
Saturno en la carta de un hombre se opone a Venus en la de una mujer, es
probable que cualquiera de los dos o ambos terminen por infligir dolor.
Saturno se siente amenazado por la gracia natural y la sensualidad de Venus,
y entonces puede que el hombre rechace a la mujer para protegerse. O bien
su propia inseguridad hace que se comporte de manera crítica y exigente, lo
cual terminará por empujar a su pareja venusiana a buscar afecto en otra
parte. A Venus se la puede «culpar» porque carece de la profundidad
necesaria para entender la complejidad saturnina, pero el verdadero punto de
partida de estos guiones, tan desdichados y por desgracia tan comunes, está en
los sentimientos inconscientes de miedo y envidia y el deseo simultáneo de
poseer y destruir de la persona saturnina. De modo similar, el punto de
partida del encantamiento y el engaño reside en la persona neptuniana, que
ve en el otro a un redentor y es víctima de una inundación de anhelos
primarios. Es probable que Neptuno intente desempeñar cualquier papel que
se le exija, incluso el de redentor, con tal de que lo amen y lo sanen. Sin
embargo, uno puede sentirse a la vez inundado, impotente y
permanentemente resentido frente a una dependencia tan grande. Con
frecuencia, es la otra persona la que se siente «engañada» o «cegada» por la
propensión neptuniana a hacer de espejo, y la que termina sintiéndose herida.
Sin embargo, quien realmente está ciego es Neptuno, debido a una fusión de
su imagen interior primordial y la otra persona, porque al vislumbrar en el
rostro de su pareja la anhelada salvación del dolor y la soledad terrenales,
quizá se niegue a permitir que surja de las brumas una persona de carne y
hueso. Enfrentada con semejantes exigencias, puede que la pareja se muestre
engañosa o evasiva, en vez de arriesgarse a desencadenar el dolor y la rabia de
Neptuno.
Neptuno siempre reacciona ante los planetas de otra persona como
Neptuno. Aquí no hay ambigüedad. Pero la expresión de sus aspectos en
sinastría depende en gran medida del nivel de conciencia de ambas personas,
así como de los otros planetas involucrados. Alguien con Neptuno en
conjunción con Saturno, que encuentre a su alma gemela gracias a la con -
junción de este par de planetas con el Sol o la Luna de la otra persona, puede
enamorarse por completo. Pero el persistente miedo a fallar y ser rechazado,
indicado por un Saturno problemático, puede provocar una intensa necesidad
de autocontrol y hacer que el nativo se comporte de un modo muy cruel.
Quizás encuentre excusas para abandonar al ser amado, y después culpe a la
otra persona de haberlo embriagado con sus seductoras manipulaciones. Así
puede que se empiece por tener la vivencia de Neptu- no como una
inundación emocional que arrasa con todo, y se termine rechazándolo como
una proyección. Por el contrario, alguien que tenga a Neptuno en conjunción
con la Luna en Escorpio y en trígono con Venus en Cáncer en la casa doce, y
que encuentre igualmente a su alma gemela reflejada en la carta natal de otra
persona, puede continuar valorando lealmente la belleza y el significado de la
experiencia mucho después de que su amante se haya ido. Entonces es el otro
quien desempeña el papel del que engaña, y Neptuno el de víctima, porque la
inundación primaria de los sentimientos, aceptable y natural para la persona
neptuniana, desencadena el pánico en una pareja que se siente atrapada.
Neptuno indica nuestro grado de apertura a las vivencias de fusión con una
fuente originaria, y nuestro anhelo de redimirnos de la prisión de la
mortalidad. Cuando nos encontramos con alguien cuyo tema natal activa
fuertemente ese lugar de nuestro interior, el más vulnerable, puede suceder
cualquier cosa, desde lo ridículo a lo sublime.
Este hexagrama indica que alguien débil alcanza el poder, ocupa el centro del
escenario y responde a la fuerza creativa. A alguien así se le llama el amado. Lo
que se describe en el texto que antecede es el funcionamiento del principio crea-
tivo, que tiene una fuerte influencia clarificadora. [...] Tarde o temprano, una
persona fuerte y dotada debe ponerse al mando y dirigir a la que es más débil. 1
En la lista siguiente cito diversas fuentes de datos natales para las cartas que he utilizado en
el libro. Los astrólogos contemporáneos saben que los datos del nacimiento pueden ser
conjeturales, y que aun siendo relativamente de fiar, es fácil que muestren una variación de
hasta media hora en los registros autorizados. Ni siquiera el certificado de nacimiento
emitido por un hospital puede garantizar una precisión absoluta. En este libro no empleo
los horóscopos para demostrar estadísticamente la validez de la astrología, ni como un
método para determinar hechos específicos que podrían exigir una gran precisión en cuanto
a los grados del Ascendente, el Medio Cielo y las cúspides de las casas. Mi intención es la de
ilustrar con ejemplos las diversas pautas psicológicas que actúan en las personas y en el
mundo, y que reflejan la atmósfera y la manera de ver las cosas que caracterizan a Nep-
tuno. Alguna variación en la hora en muchos casos, e incluso el carácter conjetural de
algunos datos, no bastan para alterar los aspectos mayores que implican a Neptuno, ni
tampoco modifican las configuraciones por tránsito y por progresión lo suficiente como
para tener que interpretarlas de un modo diferente. Usar estos datos es perfectamente
legítimo y útil cuando lo que se persigue es ilustrar los principios psicológicos y no prever
el momento exacto de acontecimientos específicos. Los lectores deben tener en cuenta que
los datos correspondientes a personas famosas y acontecimientos también pueden cambiar
por obra de nuevas investigaciones. Las siguientes fuentes de datos no son exhaustivas, pero
a los lectores interesados les proporcionan una base desde donde iniciar la búsqueda.
Carta 1. Meher Baba (25 de febrero de 1894, 4.35 a.m. LMT, 23.54.00 CMT el 24 de febrero, Poona, India). Mi
1980).
hiente fue el Fowler’s Compen- dium of Nritivities, «lición de J. M. Harrison, (1,. M. Powler, Londres,
Harrison da como fuente una biografía, The Last Days ofMerwan S. Iraní, El exhaustivo
compendio de Hans-Hinrich Taeger titulado Interna- tionales Horoskope-Lexikon (Hermann
Bauer Verlag, Friburgo, Alemania, 1992) coloca la carta de Meher Baba en el Grupo 3, lo
cual significa que las fuentes no figuran citadas en otros compendios y por consiguiente no
se puede hacer una evaluación adecuada de los datos; puede que no sea fiable, pero
igualmente puede ser relativamente exacta. Él da las 4.35 a.m. LMT como hora del
nacimiento, pero indica como lugar Bombay. En Astro-Data II, Lois Rodden cita igualmente
el 25 de febrero de 1894, en Bombay, India, 4.35 a.m. LMT. Rodden dice que Kraum, en
Best ofthe National AstrologicalJournal (1979), cita las 5.00 a.m, LMT de una fuente privada.
Rudhyar (en American Astrology, marzo de 1938) también cita las 4.35 a.m. LMT como hora
oficial del nacimiento, ligeramente rectificada. Marc Edmund Jones, en The Sabían Symbols
in Astrology (Aurora Press, 1993), también da las 4.35 a.m. LMT. Yo no diría que esta carta
sea conjetural, pero sí que puede haber hasta 25 minutos de variación en la hora de naci -
miento.
Carta 3. C. G. Jung (26 de julio de 1875, 7.32 p.m. LMT, 19-02.00 GMT, Kesswil,
Suiza). Con la carta, que aparece en la página 131, menciono diversas fuentes para la hora
del nacimiento de Jung. Taeger da como hora de nacimiento las 7.20 p.m. LMT, y coloca la
carta en el Grupo 3 (las fuentes no figuran en otros compendios). También observa que hay
discrepancias entre los diversos compendios, en los que la hora varía desde las 7.20 p.m. a
las 7.41 p.m. LMT. En Astro-Data II, p. 321, se mencionan más datos y fuentes. Aquí la
variable es de unos 20 minutos. Creo que la hija de Jung, que es astróloga, debe de haber
verificado esta información.
Carta 4. Franz Antón Mesmer (23 de mayo de 1734, 8.00 a.m. LMT,
7.24.0 GMT, Iznang, Bodensee, Alemania). Los datos provienen de Inter- nationales
Horoskope-Lexikon, de Taeger, que coloca la carta en el Grupo 3 (las fuentes no figuran en
otros compendios). Las fuentes que da Taeger son las siguientes: The Penfield Collectíon, Los
Angeles, 1979, por vía de Mauri- ce Wemyss, Notable Nativities, Londres, 1938; Lois Rodden,
Astro-Data II (Rodden da las 8.00 a.m. LMT, pero indica que la fecha es conjetural); NCGR
Journal, por vía de McEvoy; Preuss, Glückssterne- Welche Gestirns- konstellation haben
Erfolgreiche (Baumgartner Verlag, Hannover, Alemania), donde figura como hora de
nacimiento las 5.00 a.m. LMT, lo cual da un Ascendente a 14° de Géminis; y Osterreichische
Astrologische Gesellschaft, que también da las 5.00 a.m. como hora de nacimiento. Dadas las
tres horas de discrepancia, se han de tomar con cautela estos datos, pero la interpretación
de los aspectos natales y de los tránsitos sobre la carta natal no se altera.
Carta 5. Julie. Se reservan los datos por razones de intimidad, pero como provienen de
un certificado de nacimiento emitido por un hospital, se los ha de considerar relativamente
fiables.
Carta 6. Laurence Olivier (22 de mayo de 1907, 5.00 a.m. GMT, Dor- king, Inglaterra).
Taeger clasifica esta carta como perteneciente al Grupo 2b, lo cual significa que la fuente
está constituida por biografías. Él considera estos datos bastante fiables, aunque en cierta
medida discutibles. No menciona discrepancias en su lista de fuentes, que son: The Penjield
Callee- tion, Los Ángeles, 1979; Jacques de Lescaut, Encyclopedia ofBirth Data, Vol. 6, 600
Personalities, Bruselas, 1988; Lois Rodden, The American Book ofCharts (Astro-Data II,). (ACS
Publications, San Diego, California, 1980); Grazia Bordoni, Date di Nascita Interessanti, vol. I,
CIDA, Turín,
Carta 9. Elizabeth Taylor (27 de febrero de 1932, 2.00 a.m. GMT, Londres, Inglaterra).
Taeger coloca esta carta en el Grupo 2p, porque proviene de una autobiografía o escrito
autobiográfico, y por lo tanto, se ha de considerar bastante fiable. Cita como fuentes a Lois
Rodden, Data News, 1989, por vía de una biografía que contiene una declaración personal en
la que ella misma da las 2.00 a.m. como su hora de nacimiento; Mercury Hour, ed. Edith
Custer (Lynchburg, Virginia), que está de acuerdo; Rodden, Data News, 1988, que vuelve a
dar la hora de nacimiento como proveniente de una declaración personal. Se ha de señalar
que Rodden, en Astro- Data I, dio originariamente como hora del nacimiento las 7.48
p.m„ pero la rectificó en dos números de Data News. Penfield da las 8.00 p.m., y Jan
Kampherbeek, en Cirkels (Schors, Amsterdam, 1980), da la 1.30 a.m. La hora citada por la
misma Elizabeth Taylor, las 2.00 a.m., es probablemente bastante fiable.
Carta 10. Richard Burton (10 de noviembre de 1925, 11.00 p.m. GMT, Pontrhydyfen,
Gales), He usado los datos de Taeger, quien incluye esta carta en el Grupo 4, una maraña de
horas de nacimiento diferentes, y por consiguiente se ha de tratar con gran cautela. Taeger
da como fuente a Marc Penfield, The Penfield Collection, en donde cita las 11.00 p.m. como
proveniente de una «fuente personal». Lois Rodden, en Astro-Data II (ACS Publications, San
Diego, 1980), cita el Astrological Quarterly, verano de 1967, en donde Beryl Sidney da las 8.26
p.m., mientras que G. Kissinger, en DellMagazine, diciembre de 1975, da las 5.55 a.m. Grazia
Bordoni, en Date di Nascita Interessanti, vol. 1, da las 7.58 p.m. y cita a Rodden como fuente.
Debido a la naturaleza cuestionable de los datos, la conjunción de Neptuno con el
Ascendente puede o no ser correcta, por más que dé la impresión de que «encaja». Pero el
cuadro de los aspectos sigue siendo el mismo, incluyendo la cuadratura, sumamente
importante, de la conjunción Sol-Saturno con Neptuno. También los aspectos significativos
en la carta compuesta con Elizabeth Taylor siguen siendo los mismos, y los tránsitos y
proyecciones son igualmente operativos y pertinentes.
Carta 12. Bhagwan Shree Rajneesh (11 de diciembre de 1931, 5.13 p.m. IST, 11.43.00
GMT, Kuchwada, India). Mis datos provienen de
un contacto personal relacionado con el movimiento de Rajneesh. Taeger da como hora las
6.00 p.m. IST o 12.30.00 GMT e incluye la carta en el Grupo 2p, ya que los datos le fueron
suministrados de un modo oficial por el Rajneesh Centre de Poona, Aunque esto sigue
dando un Ascendente Géminis, desplaza la conjunción Luna-Saturno a la casa siete. Él
considera sus datos bastante fiables. Lois Rodden, en Astro-Data V, da las 5.13 p.m. IST,
basándose en una afirmación proveniente del Ashram y citada por Edwin Steinbrecher en
Prívate Data CoUection, Nueva York. Heinz Specht, en Astro Digest (Ebertin Verlag), también
da las 5:13 p.m. IST. Hay una discrepancia de 47 minutos entre la hora que da Taeger y la
que dan los otros, incluyendo mi propia fuente. Es posible que el Ashram diera dos horas
diferentes para el nacimiento, ya sea debido a una confusión o a oscuras razones.
Carta 13. Diana, princesa de Gales (1 de julio de 1961, 7.45 p.m. BST, Sandringham,
Reino Unido). Taeger incluye esta carta en el grupo 2m, porque los datos del nacimiento
provienen de una declaración de un miembro de la familia. Sus fuentes son: Astrological
Association Journal, Londres (que afirma que la hora la dio la madrastra de Diana); John y
Peter Filby, Astronomy for Astrologers (p. 233, donde indica que los datos los dio la madre de
Diana); Lois Rodden, Astro-Data ///(hora dada por la madre). Como todos parecen estar de
acuerdo en estos datos, incluyendo fuentes oficiales en el Palacio de Buckingham, se ha de
considerar que la hora es bastante fiable.
Carta 14. Estados Unidos de América (4 de julio de 1776, 5.10 p.m. LMT, 22.10.00
GMT, Filadelfia, Pennsylvania). Nick Campion, en The Book of World Horoscopes, dedica un
largo estudio a las diversas cartas usadas para el nacimiento de Estados Unidos. Este
horóscopo se publicó por primera vez en 1787, once años después de haberse firmado la
Declaración de Independencia, Lamentablemente, hay dos cartas en circulación, una
levantada para las 4.50 p.m. LMT, y la otra para las 5.10 p.m. LMT, de las cuales he usado la
última. Remito al lector al texto referente al tema en The Book of World Horoscopes
(Cinnabar Books, Bristol, Inglaterra, 1995). Aunque estos datos se han de emplear con
cautela, quizá no sean tan dudosos como piensan muchos astrólogos.
Carta 18. República Democrática Alemana (7 de octubre de 1949, 1.17 p.m. LMT,
12.17.00 GMT, Berlín, Alemania). Según The Book of World Horoscopes, la proclamación de
la RDA en esta fecha incluía las regiones sometidas a la administración soviética desde
mayo de 1945- Campion da una carta de mediodía por falta de datos fiables sobre la hora.
Taeger da la 1.17 p.m. CET, que es la hora que yo he utilizado. Su lista de fuentes completa
es la siguiente: Kosmobiologische Jabrbucher (Ebertin Verlag); E. H. Troinski, Prívate Data
Collection; Astrolog (que da la 1.45 p.m. CET), y Glenn Malee, International Horoscopes, que da
las 11.00 a.m CET. La hora que da Taeger (la 1.17) se ha de tratar con cautela, pero la
configuración que viene al caso, es decir, la conjunción Sol-Neptuno en oposición con la
Luna y en cuadratura con Urano, no se altera dentro del margen de discrepancia de 2 horas
y 45 minutos.
Carta 19. Leonardo da Vinci (25 de abril de 1452, 10.30 p.m, LMT,
21.46.0 GMT, Vinci, Italia). Taeger incluye esta carta en el Grupo 3 (fuentes no
mencionadas en los compendios y que por lo tanto pueden o no ser fiables, porque son
imposibles de verificar). Sus fuentes son: Thomas Rign, Astrologische Menschenkunde
(Friburgo, 1956); Reinhold Ebertin, Pluto-Entsprechungen (Aalen, 1965), y Kampherbeek,
Cirkels —800 Horos- kopen van Bekende Mensen (Schors, Amsterdam, 1980), todos los cuales
dan las 10.30 p.m. LMT. Penfield da las 10:00 p.m. y da como fuente a Leonardo, el diario
de su padre, donde se dice que el momento fue «tres horas después de la puesta del sol».
Lois Rodden, en Astro-Data II, da las 9.40 p.m. Como la fuente original es el padre, es
probable que estos datos sean relativamente fiables, dado que las diferencias entre las
diversas horas, que oscilan entre los 30 y los 50 minutos, no alteran los aspectos mayores.
Carta 20. Jean-Jacques Rousseau (28 de junio de 1712, 2.00 a.m. LMT, 1.35.00 GMT,
Ginebra, Suiza). Taeger incluye esta carta en el Grupo 4, lo que significa que no es de fiar,
ya que hay una gran discrepancia entre las horas dadas. Por lo tanto, es una carta que ha de
ser tratada con cautela. Taeger cita las siguientes fuentes: The Penfield Collection, que da las
2.0 a.m. y cita el Ascendente Géminis por la vía de Barbault; Thomas Ring, Astrobgische
Menschenkunde (Friburgo, 1956), que dice que «se desconoce la hora», y Jacques de Lescaut,
Encyclopedia ofBirth Data, vol. 7, (Bruselas, 1989), que da como hora las 6.30 p.m. LMT,
proveniente de J. P. Nicola. Pese a lo dudoso de la hora de nacimiento, los aspectos del
poderoso Neptuno natal no cambian.
Introducción
Capítulo 1
1. S. H. Hooke, Middle Eastern Mythology (Penguin, Londres, 1985), p. 24.
2. Nicholas Campion, The Great Year (Arkana, Londres, 1994), pp. 48-49.
3. Alexander Heidl, The Babylonian Génesis (University of Chicago Press, Chicago,
1942), p. 18.
4. S. H. Hooke, ob. cit., pp. 54-55.
5. Anne Baring y Jules Cashford, The Myth ofthe Goddess (Penguin, Londres, 1991), p. 460.
6. Raphael Patai, The Hebreui Goddess (Avon Books, Nueva York, 1978), p. 214.
7. Ibíd., p. 222.
8. Ibíd., p. 215.
9. Louis Ginzberg, Legends ofthe Bíble (The Jewish Publication Society of America, Phi-
ladelphía, 1956), p. 14.
10. Erich Neumann, The Origine andHistory of Consciousness (Princeton University Press,
Princeton, NJ, 1954), p. 71.
11. Los griegos asociaban la constelación de Piscis con Afrodita (la Astarté siria y la Ish- tar
mesopotámica), que se precipitó, junto con su hijo Eros, al río Éufrates, asustada por el ataque del
monstruo Tifón; entonces se convirtieron en dos peces, que más tarde fueron colocados en el zodíaco.
Los autores clásicos latinos, como Manilío, dicen que los peces de la constelación de Piscis
transportaron a Venus y a su hijo fuera de peligro. El pez grande también estaba asociado con el
monstruo que fue enviado para devorar a Andrómeda y al que destruyó el héroe Perseo, hijo de Zeus;
esto parece una derivación obvia de la historia de Tiamat y Marduk, Véase Richard Hinkley Alien,
Star Ñames: Their Lore and Meaning (Dover, Nueva York, 1963), pp. 336-344.
12. En Astronómica, de Manilio, Piscis está bajo la protección de Neptuno, el dios del mar. Esra es
la primera asociación documentada entre los dos, aunque en esa época se desconocía la existencia del
planeta.
13. Cyril Aldred, The Egyptians (Thames Hudson, Londres, 1984), pp. 71-72. [Hay traducción al
castellano: Los egipcios, Ed. Orbis, Barcelona, 1986.]
14. Robert A. Arinour, Gods and Myths of the Ancient Egypt (American University in Cairo Press,
El Cairo, 1986), p. 11.
15- Baringy Cashford, ob. cit. (n“. 5), p. 257.
16. Miranda Creen, The Gods of the Celts (Alan Sutton, Gloucester, Inglaterra, 1986), p. 1. [Hay
traducción al castellano: Los mitos celtas, Akal, Madrid, 1995.]
17. Michad Sénior, Myths ofBritain, Guild Publishing, Londres, 1979.
18. Anne Bancroft, Origins ofthe Sacred(Arkana, Londres, 1987), p. 92.
19. Janet y Colin Bord, Sacred Waters (Paladín, Londres, 1986), p. 150.
20. Ibfd., pp. 150-151.
21. Basado en una historia contenida en Water Spirit, en «The Enchanted World Series», Tíme-
Life Books, Amsterdam, 1987.
22. Mircea Eliade, Pattems in Comparatíve Religión (New American Library, Nueva York, 1974),
p. 211.
23. Citado en Joseph Campbell, OrientalMythology (Souvenir Press, Londres, 1973), p. 39. [Hay
traducción al castellano: Mitología oriental, Alianza Editorial, Madrid, 1991.]
24. Heinrích Zímmer, Myths and Symbols in Lndian Art and Civilization (Princeton University
Press, Princeton, NJ, 1972), p. 34. [Hay traducción al castellano: Mitos y símbolos de la Lndia, Siruela,
Madrid, 1995.]
25. Véase Robert Graves, The Greek Myths, Penguin, Londres, 1955- [Hay traducción al
castellano: Los mitos griegos, Alianza Editorial, Madrid, 1995 ]
26. A. B. Cook, Zeus: A Study in Ancient Reliñon (Biblo and Tannen, Nueva York, 1965), p. 582.
27. Véase el estudio de Cook sobre la derivación del tridente en la obra anteriormente citada, pp.
786-798.
28. Un antiguo escarabajo etrusco de Calcedonia muestra al joven dios, sin barba y subiendo a un
carro. Con la mano derecha agarra un rayo, y con la izquierda un tridente. A sus pies está acurrucado
un pequeño monstruo marino, rotalmente encogido de miedo. (Véase Cook, Zeus, ob. cit., p. 795, fig.
760.)
29. Laroussc, Encyclopedia of Mythology, Hamlyn, Londres, 1975.
30. Franz Cumont, Astrology and Religión Among the Greeks and Romans (Dover Publi- cations,
Nueva York, 1960), p. 105.
Capítulo 2
1. S. H. Hooke, Middle Eastem Mythology, ob. cit. (1, 1), p. 114.
2. Ibfd., pp. 56-58.
3. Erích Neumann, The Origins andHistory of Consciousness, ob. cit. (1, 10), pp, 114115.
4. Para un minucioso examen histórico de las imágenes del Paraíso después de la muerte, véase
Colleen McDannell y Bernhard Lang, Heaven: A History, Yale University Press, Londres, 1988. [Hay
traducción al castellano: Historia del cielo, Taurus, Madrid, 1990.]
5. McDannell y Lang, ob. cit., p. 12.
6. Ibíd,, p. 35
7. Raphael Patai, The Hebrew Goddess, ob. cit. (1, 6), p. 127.
8. Arthur Machen, The Collected Arthur Machen, ed. a cargo de Christopher Palmer (Duckworth,
Londres, 1988), p. 3.
9. En el capítulo 10 puede verse un estudio del papel de Neptuno en las cartas de los poetas y
compositores románticos, en particular de los aspectos entre Saturno y Neptuno.
10. Machen, ob. cit. (n°. 8), pp. 312-313.
11. McDannell y Lang, Heaven: A History, ob. cit. (n°. 4), p. 70.
12. Ibíd., pp. 71-72.
13. Compendium Revelationum, citado en Apocalyptic Spirituality, edición a cargo de Bernard
McGinn (SPCK, Londres, 1980), p. 241.
14. Citado en Apocalyptic Spirituality, ob cit., p. 73.
15. McDannell y Lang, Heaven: A History, ob. cit. (n°. 4), p. 84.
16. Ibíd., pp. 62-63.
17. Dante Alighieri, Paraíso, Canto XXX.
18. Erich Neumann, The Great Mother (Princeton University Press, Ptínceton, NJ, 1963), p. 326.
19. Phílíppe Ariés, L’homme devant La mort (Seuil, París, 1983, 2 vols.). La autora cita según la
versión inglesa, The Hour ofOur Death (Alien Lañe, Londres, 1981), p. 26. [Hay traducción al
castellano: El hombre ante la muerte, Taurus, Madrid, 1992.]
20. McGinn, Apocalyptic Spirituality, ob. cit. (n°. 13), p. 66.
21. Rudolph Bultmann, Primitive Christianity, Thames Hudson, Londres, 1983.
22. Textos mándeos del Ginza, citados en Rudolph Bultmann, ob. cit., p. 164.
23. Hay algunas controversias sobre la datación de las pruebas. Las erupciones volcánicas que
cercenaron una gran parte de la isla de Santorini (Thera) parecen haber tenido lugar alrededor del
1500 a.C., cincuenta años antes de la destrucción de la Creta minoica. No se ha determinado si una
única erupción volcánica creó una ola gigantesca que coincidió con el terremoro que derribó el
palacio cretense de Cnosos, o si hubo una serie de erupciones en la región (Dr. Nanno Marinaros, Art
and Religión in Thera, Atenas, 1984).
24. Para un estudio exhaustivo de los miros del Diluvio de todo el mundo, véase Thr Flood Myth,
Alan Dundes (ed.), University of California Press, Berkeley, 1988.
25. Daniel Hámmerly-Depuy, en The Flood Myth (ob. cit,, p. 59), sugiere que los ilíle rentes
nombres que aparecen en estas versiones se refieren a los títulos o epítetos adoptados por las diversas
regiones, pero que el héroe del Diluvio es el mismo,
26. Hooke, Middle Eastem Mythology, ob. cit. (1, 1), p. 48.
27. Ibíd., p. 74.
28. Robert Graves, The Greek Myths, ob. cit. (1, 25), p. XX.
29. The Flood Myth, ob. cit. (n“. 25), p. 127.
30. Donald A. Macken/ie, Indian Myth andLegend(The Gresham Publishing ('o., 1 mi dres, s.d.),
p. 140 [hay edición en castellano: India, ME Editores, Madrid, t‘>*>SJ, y The Flood Myth, oh. cit., p.
148.
31. En las versiones sumeria, babilónica y asiria, la deidad salvadora es Enki o Ea, el dios del agua.
En la versión de Beroso, el salvador es el dios Cronos (Saturno).
32. Norman Cohn, The Pursuit ofthe Millenium, Granada Publishing, Londres, 1970. [Hay
traducción al castellano: En pos del milenio, Alianza Editorial, Madrid, 1993.]
33. Véase Campion, The Great Year, ob. cit.(l, 2) para un estudio exhaustivo del pensamiento
milenarista y sus vínculos con la astrología a lo largo de la historia.
Capítulo 3
1. Hasta el siglo XX existía una tradición ampliamente aceptada en Gran Bretaña según la cual el
rey o la reina podían curar enfermedades de la piel como la escrófula mediante la imposición de
manos. Es el vestigio de una creencia muy antigua en el poder redentor del monarca reinante.
2. Ernest Renán, Marc-Auréle et la fin du monde antique (Calmann-Lévy, París, 1923), p. 579.
Franz Cumont, en Les religions orientales dans le paganismo romain (1929; trad. inglesa: Oriental
Religions in Román Paganism, Dover, Nueva York, 1956), hace una observación similar.
3. Robín Lañe Fox, Pagans and Christians (Penguin, Londres, 1988), p. 617.
4. Las exhaustivas investigaciones de Franz Cumont sobre el culto a Mitra, en el primer tercio del
siglo XX, fueron aceptadas como algo indiscutible hasta hace muy poco tiempo, y Cumont atribuyó un
indudable origen persa al dios redentor. Sin embargo, a pesar de su brillantez, manifestó fuertes
prejuicios -sobre el pensamiento y la cultura «asiática», en general, y en particular sobre los temas
astrológicos y cósmicos- que malogran la objetividad de su trabajo. Nuevas investigaciones realizadas
por David Ulansey ( The Origins ofthe Mithraic Mysteries, Oxford University Press, Oxford, 1989) y
Roger Beck {Plañetary Gods and Plañe- tary Orders in the Mysteries ofMithras, E. J. Bill, Leiden, 1988),
entre otros, han cuestionado los supuestos de Cumont. La doctrina de la ascensión celestial del
mitraísmo romano hunde sus raíces en la tradición cósmica y astrológica helenística, y tiene mucha
afinidad no sólo con el orfismo y el cristianismo, sino también con la filosofía platónica, la
neoplatónica y la estoica, aunque lleve el nombre de un dios persa.
5. El papel de Saturno en los misterios del mitraísmo fue sumamente importante; el grado más
elevado de iniciación, llamado Pater (padre), estaba bajo la «tutela» de Saturno. Véase Beck, Planetary
Gods and Planetary Orders, ob. cit. (n°. 4), pp. 85-90.
6. Ulansey y Beck (véase n°. 4) sugieren que la presencia del toro, el escorpión, la ser piente, el
perro, el cuervo y la copa, característica de la iconografía del taurobolío mitraico, refleja no una
batalla entre los dioses persas de la luz y la oscuridad, sino un mapa de las constelaciones a lo largo del
ecuador celeste entre los signos de Tauro y Escorpio, visible en el momento de la puesta helíaca de
Tauro. Se trata así de una imagen de los opuestos cósmicos, representada de modo que refleja los
principios de la génesis (la fertilidad de la tierra simbolizada por Tauro) y la apogénesis (la liberación
de la forma física simbolizada por Escorpio). Sin embargo, ambos autores aceptan la premisa de que
los ritos mitraicos tenían que ver con la redención del alma y su liberación de las fuerzas del destino
terrenal.
7. Cumont, Oriental Religions in Román Paganism, ob. cit. (n°. 2), p. 158.
8. Véase Sir James Frazer, The Golden Bough (Macmillan, Nueva York, 1936), que proporciona un
análisis exhaustivo de la figura del dios (la vegetación) que siempre resucita.
[Hay traducción al castellano: La rama dorada, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1991.]
9. Cumont, OrientalReligions in Román Paganism, ob. cit. (n°. 2), p. 159.
10. Para una descripción más completa de la naturaleza y las funciones del Dioniso griego de la
primera época, véase C. Kerenyi, Dionysus (Routledge & Kegan Paul, Londres, 1976).
11. Joscelyn Godwin, Mystery Religions in the Ancient World(Thames 8C Hudson, Londres, 1981), p.
144.
12. Charles Segal, Orpbeus: The Myth of the Poet (John Hopkins University Press, Baltimore,
1989), p. 144.
13. Rainer Maria Rilke, Sonetos a Orfeo, Lumen, Barcelona, 1984.
14. Walter Wili, «The Orphic Mysteries and the Greek Spirit», en The Mysteries (edición a cargo
de Joseph Campbell, Princeton University Press, Princeton, NJ, 1955), p. 76.
15. En el capítulo 10 se encontrará un estudio más completo de Neptuno en relación con el
artista.
16. Para un análisis claro y exhaustivo de las enseñanzas órficas y de su influencia en la filosofía y
la religión grecorromanas, véase W. K. C. Guthrie, Orpheus and Greek Religión (Princeton University
Press, Princeton, NJ, 1993). La creencia órfica en la reencarnación es especialmente importante para
la visión neptuniana del mundo. Hay algo de ironía en el hecho de que muchas de las creencias que
ahora se llaman de la «Nueva Era» sean en realidad de la «Vieja Era», como las que tienen tan
estrechas semejanzas con la antigua religión de misterios que surgió seis siglos antes de la era
cristiana.
17. Maarten J. Vermaseren, Cybele andAttis (Thames & Hudson, Londres, 1977), pp. 101-107.
18. Son notables excepciones Aquiles, cuya madre era la diosa del mar Tetis, y el héroe romano
Eneas, cuya madre era Venus.
19. C. G. Jung, Psicología y religión (Paidós Ibérica, Barcelona, 1995).
20. Ibíd.
21. Ibíd.
22. Ibíd.
23. Ibíd.
24. Para consultar antiguas fuentes sobre el significado simbólico del cuatro, la cruz, el cuadrado
y la tétrada, véase Platón, Timeo; Proclo, Comentarios a Euclides, y Campion, The Great Year, ob. cit. (1,
2).
25. Jung, ob. cit.
26. Guthrie, Orpheus and Greek Religión, ob. cit. (n°. 16), p. 75.
27. Ibíd.
Capítulo 4
1. En los capítulos 9 y 10 se examinan los ciclos de Neptuno en relación con los otros dos planetas exteriores.
2. Se encontrará un excelente análisis del enfoque griego de la histeria en Heroines and Hysterics, de Mary R.
Lefkowicz (Duckworth, Londres, 1981), pp. 12-25, donde se cita esta obra de Hipócrates y las de otros médicos
griegos.
3. Bennett Simón, Mind andMadness inAncient Greece (Cornell University Press, Itha- ca, Nueva York,
1978), p. 251.
4. Eurípides, Lar bacantes.
5. Simón, Mind and Madness ín Ancient Greece, ob, cít. (n°. 3), p. 147.
6. A, R. G. Owen, Hysteria, Hypnosis andHealing: The Work ofJ.-M. Charcot (Dennis Dobson, Londres,
1971), pp. 112-113. Las cursivas son de Charcot.
7. lbíd„ p, 113.
8. Ibíd., p. 123.
9. Ibíd., p. 173.
10. Leslie LeCron y Jean Bordeaux, Hypnotisme Today (Wilshire Books, Los Ángeles, 1959), p, 76,
11. Ibíd., p. 167.
12. Ibíd., p. 168.
13. Michel Baigent, Henry Lincoln y Richard Leigh, The Messianic Legacy (Jonathan Cape, Londres, 1986),
p. 136. [Hay traducción al castellano: El legado mesidnico, Martínez Roca, Barcelona, 1987.]
14. Citado en The Messianic Legacy, p. 138.
Capítulo 5
1. Sigmund Freud y Joseph Breuer, Escritos sobre la histeria, Alianza Editorial, Madrid, 4a ed.,
1988; Obras Completas, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1996, vol. I.
2. Ibíd.
3. Ibíd.
4. Ibíd.
5. D. W, Winnicott, The Family and Individual Developmem (Routledge & Chapman Hall,
Londres, 1965), p. 15.
6. D. W. Winnicott, Home Is Where We Start From (Penguin, Londres, 1986), p. 62,
7. ídem, The Family and Individual Development, ob. cit„ p. 15. Los corchetes son míos.
8. Francés Tustin, Autistic Barriers in Neurotic Patients (Karnac Books, Londres, 1986),
pp. 61-62.
9. Winnicott, The Family and Individual Development, ob. cit., p. 17.
10. ídem, Human Nature (Free Association Books, Londres, 1988), p. 132. Los corchetes son
míos.
11. ídem, Home Is Where We Start From, ob. cit. (n°. 6), p. 72.
12. Lyn Cowan, Masochism: A Jungian View (Spring Publications, Dallas, 1982), p. 19.
13. Stuart S. Asch, «The Analytic Concepts of Masochism: A Reevaluation», en Robert A. Glick
y Donald I. Meyers (eds.), Masochism: Current Psychological Perspectives (The Analytic Press, Hillsdale,
N.J., 1988), p. 100.
14. Helen Meyers, «A Consideration ofTreatment Techniques in Relation to the Func- tions of
Masochism», en Glick y Meyers (eds.), Masochism..., ob. cit., p. 178.
15. Ibíd., p. 179.
16. Stanley J. Cohén, «Sadomasochistic Excitemenr», en Glick y Meyers, Masochism..., ob. cit.,
pp. 45-46.
17. Asch, «The Analytic Concepts of Masochism», art. cit, (n°. 13), p. 113.
18. Cowan, Masochism: A Jungian View, ob. cit. (n°. 12), p. 22.
19. Ibíd„ p. 80.
20. Janine Chasseguet-Smirgel, The Ego Ideal (Free Association Books, Londres, 1985),
P 11
21. Ibíd., p. 8.
22. Es útil en este contexto considerar la carta natal de Franz Cumont, el intrépido investigador
de los antiguos cultos mistéricos citados en el capítulo 3. Los historiadores le deben mucho. Su
fascinación por los misterios, incluyendo su dimensión astrológica, lo impulsó obsesivamente a lo
largo de su vida. Sin embargo, siempre denigró esa visión del mundo, tildándola de «monstruosa» y
atribuyéndole una influencia vagamente «oriental» o «asiática» que al final destruyó los fundamentos
de la civilización grecorromana. Cumont tal vez no soportaba la idea de que sus amados intelectuales
grecorromanos no fueran realmente ingleses Victorianos (o belgas) vestidos de togas, ni que adoptaran
una visión de la realidad básicamente mística e intuitiva. Una rápida mirada a su carta natal nos
muestra a Neptu- no en cuadratura con el Sol y en conjunción con la Luna. (Fuente: Internationale!
Horosko- pe-Lexikon [Hans-Hinrich Taeger, Verlag Hermann Bauer, Friburgo, Alemania, 1992],
P. 355.)
23. C. G. Jung, Psicología y alquimia, Plazayjanés, Barcelona, 1989.
24. C. G. Jung, Psicología y religión, ob. cit. (3, 19).
25. Esta enfermedad de la piel, cuyo nombre proviene del término griego psora, «comezón», es
una de esas dolencias con respecto a las cuales la medicina ortodoxa nunca se ha puesto de acuerdo.
No se ha llegado a establecer una causa orgánica, aunque esto no es nada fuera de lo común. Parecida
al eccema, pero más virulenta, generalmente se admite que la psoriasis está vinculada con estados de
extrema tensión y con sentimientos agresivos inexpresados. A veces se atribuye a una reacción
«alérgica», aunque no queda claro a qué es alérgica la persona que la sufre. Esto puede reflejar la
alergia a la vida inherente a Neptuno.
26. Plutón, en tránsito por Libra, activó su gran cruz entre 1977 y 1982. Esto debió ocurrir
cuando Julie tenía entre 24 y 29 años, en el momento en que Saturno se reunió con Plutón al final de
Libra y formó su primera conjunción con su emplazamiento natal. No tengo ninguna información
sobre lo que sucedió en la vida de Julie en esa época. Debió de ser un período difícil para ella, y
seguramente fue entonces cuando surgieron las cuestiones de la separación parental y la aparición de
una individualidad definida. Sin embargo, el Plutón natal no forma parte de la gran cruz, y en cambio,
el Urano y el Neptuno natales sí. Cuando planetas en tránsito recrean la configuración original —
como en este caso, en que la conjunción en tránsito recuerda la cuadratura natal—, ya no pueden
seguir evirándose los problemas subyacentes.
Capítulo 6
1. Robert A. Johnson, The Psychology ofRomantic Lave (Routledge & Kegan Paul, Londres, 1984),
pp. xi-xn.
2. Quizá sea adecuado el hecho de que este período de florecimiento de los novadores y de sectas
como la de los cátaros esté encuadrado dentro de dos conjunciones Ulano Neptuno, formando un
ciclo complero. La primera conjunción tuvo lugar cu 1126 y man ó la aparición de esta visión del
mundo; la segunda ocurrió en 1308, cuantío el «tauliveno haitdóni co» de los papas de Avifión anunció un
período de persecuciones en masa, incluyendo la exterminación de los citaros (la «cruzada albigense») y la
destrucción de los caballeros templarios.
3. Paul Zweig, The Heresy of Self-Love (Princeton University Press, Princeton, N.J.,
1980), p. 94.
4. Ibíd., p. 9tí.
5. Platón, Fedro.
6. Ethel Spector Person, Lave and Fateful Encounters (Bloomsbury, Londres, 1989),
p. 68.
7. Se encontrará un penetrante estudio de la primera herida narcisista del sanador, consejero o terapeuta en
Alice Miller, The Drama ofBeinga Child (Virago, Londres, 1987). [Hay traducción al castellano: Por tu propio
bien, Tusquets, Barcelona, 1985.]
8. P. Zweig, The Heresy of Self-Love, ob. cit. (n°. 3), p. 98.
9. Del texto del siglo III Poimander, citado por P. Zweig, ob. cit., p. 11, Los corchetes son míos.
10. E. S. Person, Love and Fateful Encounters, ob. cit. (n°. 6), pp. 190-191.
11. Jung, Arquetipos e inconsciente colectivo, Paidós Ibérica, Barcelona, 1994.
12. Ibíd.
13. E. S. Person, Love and Fateful Encounters, ob. cit. (n. 6), p. 195.
14. Alexander Walker, Vivien (Orion Books, Londres, 1994), p. 43. [Hay traducción al castellano: Vivien
Leigh, Ultramar, Barcelona, 1989.]
15. Ibíd., p. 154.
16. Ibíd., pp. 178-179.
17. Ibíd., p. 184.
18. David Jenkins, Richard Burton: A Brother Remembered (Arrow Books, Londres, 1994), pp. 113-114.
19. Ibíd., p. 208.
20. Ibíd. La cita se encuentra en las pp. 186-187.
Capítulo 7
1. Se encontrará un inquietante informe sobre esta polarización en el mundo moderno, bien
patente en la intensificación de las proyecciones mutuas que desembocó en la destrucción de la secta
davídiana en Waco, Tejas, el 28 de febrero de 1993, en el libro de William Shaw Spying in Guru Land
(Fourth Estate, Londres, 1994). El autor cita los titulares de la prensa británica sobre el tiroteo y el
incendio, y afirma que «todos ellos repitieron la misma trama. Víctimas jóvenes, inocentes y
vulnerables son embaucadas para que renuncien a su dinero, su casa, su estilo de vida y su familia con
el fin de satisfacer la sed de un demonio loco de poder, un malvado depredador sexual que al final las
llevará a la muerte».
2. George Feuerstein, Holy Madness (Arkana, Londres, 1992), p. XIX.
3. Sanjuan de la Cruz, Obra completa, vol. 1 (Alianza Editorial, Madrid, 1991).
4. Norman Cohn, The Pursuit of the Millennium, ob. cit. (2, 32).
5. Se encontrarán excelentes observaciones sobre la búsqueda del Paraíso a través de la historia
religiosa en The Pursuit of the Millennium, de Norman Cohn (ob. cit., 2, 32), A World Elsewhere, de
Bernard Levin (Jonathan Cape, Londres, 1994), y Heaven: A History (Yale University Press, Londres,
1988; hay traducción al castellano: Historia del cielo, Tau- rus, Madrid, 1990).
6. Véase C. G. Jung, Aion (Paidós Ibérica, Barcelona, 1992), en particular los capítulos «El signo
de los peces» y «El significado histórico del pez», en los que trata del simbolismo del pez y de la figura
de la víctima redentora en relación con el cristianismo primitivo.
7. En una de sus encíclicas indica que visitar tanto a astrólogos como a psicoanalistas es una
ofensa particularmente grave contra la doctrina de la Iglesia.
8. Véanse Glittering Images, Glamourous Powers, Scandalous Risks y Ultímate Prizes, todas escritas
por Susan Howatch. Glamourous Powers trata en particular del papel y los problemas del místico
dentro de la Iglesia.
9. La primera mención literaria del Grial está en Parúval, de Wolfram von Eschenbach, pero en
este poema es una «piedra» alquímica, no una copa. La imagen de la copa parece que proviene de
Chrétien de Troyes.
10. A pesar del carácter aparentemente «adolescente» de películas como indiana Jones y el Santo
Grial, su atractivo para gente de todas las edades y niveles de educación da fe del poder de Neptuno
para suscitar respuestas en un profundo nivel colectivo.
11. Isabel Cooper-Oakley, Masonry and Medieval Mysticism (Theosophícal Publishing House,
Londres, 1900), p. 145.
12. W. Shaw, Spying in Guru Land ob. cit. (n°. 1), pp. 24 y 52.
13. Ibíd., p. XII.
14. Ibíd., p. XIX.
15. Ibíd., p. 163.
16. Ibíd., pp. 191 y 204.
17. Ibíd., p. 191.
18. Ibíd., p. 185.
19. Véase Jess Stearn, Edgard Cayce: The Sleeping Prophet (Bantam, Nueva York, 1983), si se desea
obtener información sobre Cayce y su labor. Con el Sol, Mercurio, Venus y Satur no en Piscis, y
Neptuno en conjunción con la Luna en la novena casa, Cayce nos proporciona un buen ejemplo
astrológico de una persona neptuniana dedicada a un trabajo neptuniano. [La obra está traducida al
castellano: Edgar Cayce, el profeta durmiente, Edaf, Madrid, 1994.]
20. W. Shaw, Spying in Guru Land, ob. cit. (n°. 1), p. 50.
21. Ibíd., p. 95.
22. Véanse Seth Speaks (Prentice Hall, Englewood Cliffs, Nueva Jersey, 1974) y The God of Jane: A
Psychic Manifestó (Prentice Hall, 1984).
23. Alice A. Bailey, Autobiography (LUCÍS Publishing Company, NuevaYork, 1951), p. 163. [Hay
traducción al castellano; Autobiografía inconclusa, Sirio, Málaga, 1988, p. 122.|
24. Ibíd., p. 123.
25. Los lectores interesados en este campo pueden consultar las siguientes obras: Roberto
Assagioli, Psychosynthesis (Viking Penguin, Nueva York, 1971) y The Act ofWill(Viking Penguin,
NuevaYork, 1974); Abraham Maslow, Toward a Psychology ofBetng (Van Nos trand Reinhold, Nueva
York, 1968; hay traducción al castellano: El hombre autorrealizado: hacia una psicología del ser, Kairós,
Barcelona, 9.a ed., 1991) y The Farther Reaches of Human Nature (Viking Penguin, Nueva York, 1971);
C. Tart, «Scientific Foundations for thr .S'tudy of Altered States of Consciousness», en Journal of
Transpersonal Psychology, 1972, 3; Vikloi Frankl, The Will to Meaning (NAL Duton, NuevaYork, 1988;
hay traducción al castellano- La noluntad de sentido, Hcrdcr, Barcelona, 3." ed., 1994) y ¡he
Unconscious (Vw/íToiti lisio ne Books, Nueva York, 1976; hay traducción al castellano: La presencia
ignorada de Dios, Herder, Barcelona, 9.a ed., 1994); I, Progoff, The Symholic and the Real (McGraw-Hill,
Nueva York, 1963). Una bibliografía muy completa de las primeras obras sobre este tema puede verse
en TranspersonalPsychology (véase siguiente nota).
26. Joseph Fabry, «Use of the Transpersonal in Logotherapy», en Seymour Boorstein (ed.),
Transpersonal Psychology ((Science & Behaviour Books, Palo Alto, California, 1980), pp. 85-86.
27. Véanse en particular el Pedro y el Ti meo, con sus discusiones sobre la naturaleza del alma.
28. Véase Francés A. Yates, Giordano Bruno and the Hermetic Tradition (Routledge & Kegan Paul,
Londres, 1964). [Hay traducción al castellano; Giordano Bruno y la tradición hermética, Ariel, Barcelona,
2.a ed., 1994.]
29. Harold H. Bloomfield, «Trascendental Meditation as an Adjunct to Therapy», en
S. Boorstein, Transpersonal Psychology, ob. cit. (n°. 26), pp. 132-133.
30. Ibíd„ p. 133.
31. Esto puede observarse en la importancia del dios Sol como creador del cosmos en los
primeros mitos religiosos de Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma, y también en las cultu ras celta y
teutónica. Incluso la figura de Cristo, aunque en muchos aspectos es una auténtica victima redentota
neptuniana, es solar en su asociación con la luz y el reino celestial, su poder para conquistar a las
legiones del Infierno y la individualidad de cada alma que está bajo su protección.
32. Rajneesh, Dimensions Beyond theKnown (Wisdom Garden, Los Ángeles, 1975),
p. 156.
33. G. Feuerstein, Holy Madness, ob. cit. (n°. 2), p. 65.
34. Citado en Holy Madness, p. 67.
35. W. Shaw, Spying in Guru Latid, ob. cit. (n°. 1), p. 38.
36. G. Feuerstein, ob, cit., p. 69.
37. Rajneesh, Tantra: The Supreme Understanding (Rajneesh Foundation, Poona, India, 1975), citado
en Holy Madness, p. 65.
Capítulo 8
1. En el momento en que escribo esto, constructores perspicaces de toda Gran Bretaña, que
esperan que los futuros compradores vuelvan las espaldas a las viviendas modernas «con todas las
comodidades», han empezado ahora a crear el «estilo tradicional» en sus nuevas casas utilizando
materiales como la piedra de Cotswold y ladrillos Victorianos reciclados.
2. Estas líneas y las siguientes pertenecen a la obra Antonio y Cleopatra, de William Shakespeare,
Acto II, Escena 2.
3. Carta natal sacada de J. M. Harrison (ed.), Fowlers Compendium of Nativities (L. M. Fowler & Co.,
Londres, 1980), p. 237.
4. Angus Wilson, Por Whom the Cloche Tolls, citado en Jane Mulvagh, Vogue History of 20th Century
Fashion (Viking Press, Londres, 1988), p. 48.
5. Jane Mulvagh, ob. cit., p. 52.
6. Cecil Beatón, citado en Jane Mulvagh, ob. cit., p. 84.
7. Jane Mulvagh, ob. cit., p. 88.
8. Barry Norman, 100 Best Films of the Century (Chapmans, Londres, 1992), p. 16. [Hay
traducción al castellano: Las cien mejores películas del siglo, CEAC, Barcelona, 1994.]
9. James Joyce, Finnegan’s Wake, citado en Jane Mulvagh, ob. cit., p. 122.
10. Barry Norman, ob. cit., p. 18.
11. Betsy Johnson, citado en Jane Mulvagh, ob. cit., p. 238.
12. Barry Norman, ob. cit., p. 31.
13. Jean Paul Gaultier, citado en Jane Mulvagh, ob. cit., p. 324.
14. Barry Norman, ob. cit., p. 32.
15. Ibíd., p. 34.
16. Marc Bohan, citado en Jane Mulvagh, ob. cit., p. 342.
17. Barry Norman, ob. cit., p. 45.
18. Ibíd., p. 50. Los corchetes son míos.
19. LUCÍS Press, Londres, 1950. [Editado en castellano con el título Espejismo, un problema mundial,
Sirio, Málaga, 1988.]
20. Ibíd.
21. Ibíd.
22. Andrew Morton, Diana: Her True Story (Michael O’Mara Books Ltd., Londres, 1993), p. 84.
[Hay traducción al castellano; Diana: su verdadera historia, Emecé, Barcelona, 1992.]
23. Alice Bailey, A World Problem, ob. cit. (n°. 19), pp. 120-123.
24. Es sumamente educativo observar cómo cambia la definición de belleza, tal como la expresan
las estrellas de cine, según los tránsitos de Neptuno. Compárese, por ejemplo, el encanto erótico de
Brigitte Bardot y Sofia Loren, que se encontraban en la cumbre de sus respectivas carreras cuando
Neptuno atravesaba Escorpio, con la imagen general más sana, franca y simpática de Doris Day
cuando Neptuno estaba en Libra, o con el atractivo aire de muchacho de Julie Christie cuando
Neptuno entró en Sagitario. Ahora que se encuentra en Capricornio, un cierto misterio envuelve a las
mujeres «mayores» que —como Joan Collins— dan por sentado que, al igual que un buen vino,
mejoran con el tiempo.
25. Véase Alice Miller, The Drama ofBeingA Child, ob. cit. (6, 7).
26. Véase, por ejemplo, la carta de Franz Cumont en el capítulo 3. Su fascinación por los
símbolos astrológicos paganos se reducía a los objetos arqueológicos en los que aparecían; su
significado subyacente y la visión del mundo que representaban lo desconcertaban y lo enfurecían.
27. A. Morton, Diana: Her True Story, ob cit. (n°. 22), p. 45.
28. El caso de las «molestas» llamadas anónimas que alguien hacía a Oliver Hoare, y que se
descubrió que provenían del teléfono privado de la princesa de Gales, afectó mucho a la prensa
británica durante el final del verano de 1994, y provocó que un gran número de periodistas y buena
parte de la opinión pública reconsideraran la imagen idealizada que tenían de esa «santa».
29. Morton, ob. cit., pp. 123-124.
30. Ibíd., p. 69.
31. Fuente de la carta: Internacionales Horoskope-Lexicon, ob. cit. (5,22).
32. Nicholas Campion, Bom to Reign: The Astrology ofEurope’s Roya I h'amitirs (< lliap mans»
Londres, 1993), p. 149.
33. Morton, ob. cit., p. 65.
34. Ibíd., p. 133.
35. Ibíd., p. 94. Las cursivas son mías.
36. Campion, Bom to Reign, ob. cit. (n°. 32), p. 148.
37. Morton, ob. cit,, p. 9.
38. Podría parecer que, mediante su aparición en un revelador reportaje de televisión y su
recientemente publicada biografía, escrita por Jonathan Dimbleby, el príncipe Carlos está
«cortejando» al público con tanta energía como su mujer. Sin embargo, tanto en el reportaje como en
el libro, hay una notable ausencia de culpabilízar a nadie con respecto a la ruptura de su matrimonio.
El príncipe mantiene siempre y en todo lugar su dignidad y su autodominio.
39. Morton cita dos ejemplos de su dotes psíquicas: Diana sintió, y así lo manifestó, una intensa
premonición de la grave apoplejía que sufrió su padre en diciembre de 1978, un día antes de que la
sufriera; y «supo» de repente, y también lo manifestó, que Allibar, el caballo del príncipe Carlos,
tendría un ataque al corazón y moriría; unos momentos después, el caballo sufrió un fuerte infarto de
miocardio.
Capítulo 9
1. La Atenas del siglo V a.C., durante la época de Perides, quizá fue la que se acercó más a la
democracia ideal. Bernard Levin, en A WorldElsewhere (Jonathan Cape, Londres, 1994), afirma que
«[...] Solón, Clístenes, Pericles; estos hombres [...] no sólo convirtieron una ciudad pobre y atrasada en
uno de los más importantes centros de la Antigüedad, estableciendo un sistema de leyes y relaciones
civiles que era un modelo en el mundo conocido, sino que también construyeron un escenario en el
que las glorias de Grecia podían mostrarse...».
2. Fuente de la carta: Nicholas Campion, The Book of World Horoscopes, Aquarian Press, Londres,
1988.
3. En el capítulo 10 se encontrará un estudio más completo de la relación de Neptuno con el
Romanticismo.
4. Jean-Baptiste Durocelle, Europe: A History oflts Peoples (Oxford University Press y Thames &
Hudson, Londres, 1990), p. 324.
5. Fuente de la carta: Certificado de nacimiento, datos provenientes de la colección de Gauquelin
publicados en Fowler's Compendium ofNativities, ob. cit. (8, 3), p. 148.
6. Durocelle, ob. cit., p. 324.
7. Saturno estaba a 25° 08’ de Acuario, y Neptuno a 25° 53’- Fuente: Intemationales Horoskope-
Lexikon, ob. cit. (5, 22), p. 1116.
8. A. J. P. Taylor, The Struggle forMastery in Europe, 1848-1915 (Oxford University Press, Londres,
1954), p. XXII.
9. Citado en David Nicholls, Deity and Dominatíon (Routledge, Londres, 1989), p. 2.
10. Arnold Toynbee, A Study of History (Oxford University Press y Thames & Hudson, Londres,
1972), p. 245. [Emecé Argentina publicó la traducción al castellano en 20 vols., y la del Compendio en
3 vols., en la década de los sesenta. En España Alianza Editorial ha publicado el Compendio con el
título de Estudio de la Historia, 3 vols., Madrid, 1970; múltiples reimpresiones.]
ll.Ibíd., p. 245.
12. Ibíd.
13. Véase la carta de la República de Weimar, estudiada más adelante en este capítulo, con su
conjunción Sol-Venus en Escorpio en cuadratura con Neptuno en Leo.
14. Michael Baigent, Nicholas Campion y Charles Harvey, Muntlane Astrology (Aqua- rian Press,
Londres, 1984), p. 178.
15. Arnold Toynbee, ob. cit, (n°. 10), pp. 246-247
16. Doyne Dawson, Cities ofthe Gods (Oxford University Press, Oxford, 1992), p. 3.
17. Ibíd,, p. 5.
18. Hesíodo, Los trabajos y los días, citado por Dawson, ob. cit., p. 13. [De la obra de Hesíodo han
publicado traducciones en castellano Akai, Alianza y Planeta-Agostini.]
19. San Epifanio, citado por Dawson, ob. cit., pp. 256-266.
20. Julia Annas, An Introduction to Plato ’s Repubhc (Oxford University Press, Oxford, 1981), pp.
172 y 183.
21. Fuente de la carta: Fowler’s Compendium ofNativities, ob. cit. (8, 3), p. 201.
22. Jean-Baptiste Durocelle, Europe: A History oflts People, ob. cit. (n°. 4), p. 302.
23. Ibíd., pp. 303-304.
24. Fuente de la carta: Fowler’s Compendium ofNativities, p. 201.
25. Véase Michael Baigent, Nicholas Campion y Charles Harvey, Mundane Astrology, ob. cit. (n°. 14), p.
182.
26. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon, p. 1344.
27. Fuente de la carta: ibíd., p. XXXX,
28. Fuente de la carta: ibíd., p. 858.
29. Fuente de la carta: The Book of WorldHoroscopes, ob. cit. (n. 2), pp. 335-336.
30. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexicon, p. 855.
31. Fuente de la carta: ibíd., p. 748.
32. Incluyo a Quirón, que tiene su propia y particular visión del mundo o modo arque- tlplco de
percepción.
33. El Partido Demócrata, considerado por muchos estadounidenses como demasiado
«izquierdista», es aproximadamente equivalente en su perspectiva y su política a los elementos más
moderados del Partido Conservador británico. Muchos ciudadanos británicos considerarían a los
elementos más conservadores del Partido Republicano francamente laicistas.
34. El libro ya citado de Michael Baigent, Nicholas Campion y Charles Harvey Munda- ne
Astrology (n°. 14) constituye una excelente introducción a este campo astrológico.
35. Ibíd., p. 98.
36. El Saturno natal de Hitler estaba en conjunción con el Neptuno de la carta de la República de
Weimar, que lo eligió como canciller. Siempre se encuentran importantes vínculos entre la carta de
una nación y la de una persona que la preside o dirige. Una comparación de los horóscopos natales de
presidentes de Estados Unidos con la carta de este país ofrece fascinantes revelaciones sobre lo que la
colectividad ha proyectado sobre los hombros que ha elegido y que pueden ser capaces o no de
satisfacer sus expectativas. Un buen ejrm pío es Bill Clinton, con su conjunción natal Mane-Neptuno
en el Ascendente en Libra, qur cae justo encima de Saturno en la carta de Estados Unidos. En el caso
de Hitler, la colccúvi dad buscaba su redención a través de él, y se equivocaron; en el caso de Clinton,
esto podría sugerir que él, inconscientemente, busca su propia redención por medio de la presklritua,
lo que constituye un error.
37. Baigent y otros, Mundane Astrology, ob. cit. (n“. 14), p. 103.
38. Ibíd., p. 224.
39. Véanse mis comentarios sobre los aspectos Neptuno-Saturno en sinastrla ni el»api tulo 13.
Capítulo 10
1. Ernst Kris y Otto Kurz, Legend, Myth and Magic in the Image of tke Artist (Yale Uni- versity
Press, Stamford, Connecticut, 1979), p. 84. [Hay traducción al castellano: La Leyenda del artista,
Cátedra, Madrid, 1982.]
2. C. G. Jung, «On the Relation of Analytical Psychology to Poetry», Collected Works, vol. 15,
Bollingen Series XX (Princeton University Press, Princeton, Nueva Jersey, 1966), §§ 129-130.
3. Thomas Mann, Richard Wagnery la música (Plaza & Janes, Barcelona, 1986).
4. Véanse las obras de D. W. Winnicott, especialmente Playing andReality, Penguin, Londres,
1980. [Hay traducción al castellano: Juego y realidad, Gedisa, Barcelona, 1982.]
5. Ibíd,, p. 35.
6. Véase, por ejemplo, Robert Pelletier, Planets in Aspect (Whitford, West Chester, Pennsylvanía,
1974), p. 319: «Soportarás tormentos extremos en tus relaciones personales, porque tendrás cada vez
más dificultades para distinguir a la persona sincera de la que no lo es [...], Esto podría representar
graves pérdidas económicas y emocionales. [...] Ten cuidado con los estados de ánimo depresivos,
porque pueden volverte vulnerable a las enfermedades psicosomáticas». Véase también Reinhold
Ebertin, The Combinarían of Stellar lnfluences (Ebertin-Verlag, Aalen, Alemania, 1960), p. 176: «[...]
Sufrimiento, renuncia, ascetismo [...], dolorosas o angustiosas inhibiciones emocionales,
circunstancias que socavan, todo esto conduce con facilidad a un estado de enfermedad, neurosis o
trastornos con causas difíciles de determinar».
7. Erich Neumann, Art and the Creative Unconscious, Princeton University Press, Nueva Jersey,
1959.
8. Ibíd., p. 79.
9. Ibíd., pp. 79-80.
10. Todas las cartas han sido sacadas del Fowler’s Compendium of Nativities, ob. cit.
(8, 3).
11. Erich Neumann, ob. cit., p. 94,
12. Fuente de la carta: Fowler’s Compendium of Nativities, p. 122.
13. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon, ob. cit. (5,22).
14. Citado en Maurice Cranston, The Román tic Movement (Blackwell Publishers, Oxford, 1994),
p. 53.
15. Ibíd., p. 138.
16. Richard Tamas, The Passion of the Western Mind (Harmony Books, Nueva York, 1991), p. 373.
17. Maurice Cranston, ob. cit., p. 7.
18. Ibíd., pp. 7-8.
19. Ibíd., p. 16.
20. Ibíd., p. 12.
21. Percy Busshe Shelley, «Julián and Maddalo», Oxford Dictionary of Quotations (Oxford
University Press, Londres, 1941), 1.543.
22. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon.
23. Maurice Cranston, ob. cit., p. 35.
24. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon.
25- Maurice Cranston, ob. cit., p. 37.
26. Ibíd.
27. Harold C. Schonberg, The Lives ofthe Great Composen (Abacus, Londres, 1992),
p. 118.
28. El festival se inauguró el 29 de septiembre de 1994.
29. The Times, 24 de septiembre de 1994.
30. Maurice Cranston, ob. cit., p. 145.
31. Su idealización del príncipe Alberto y las extrañas maneras en que buscaba «contactar» con su
espíritu después de su muerte, reflejan las indicaciones de su propio Neptuno. Tan conocida fue su
obsesión por el paradero post mortem de Alberto, que, según se cuenta, cuando el primer ministro
Disraeli se estaba muriendo y se le informó de que la reina esperaba que fuera para presentarle sus
respetos por última vez, él respondió: «No la dejéis entrar; sólo quiere pedirme que le dé un mensaje a
Alberto».
32. Ian Parrott, Elgar (J. M. Dent 8í Sons, Londres, 1971), p. 2.
33. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon, p. 459.
34. Fuente de la carta: ibíd., p. 387.
35. Harold C. Schonberg, The Lives ofthe Great Composers, ob. cit. (n°. 27), p. 451.
36. Ibíd., p. 452.
37. Sir Thomas Beecham, Frederick Deiius (Hutchinson, Londres, 1959), p. 221.
38. Arthur Hutchings, Deiius (Macmillan & Co., Londres, 1948), pp. 125-127.
39. Harold C. Schonberg, ob. cit., p. 455.
40. Ibíd., p. 454.
41. Todas las fechas de nacimiento están sacadas de Elgar, de Ian Parrots, ob. cit. (n°. 32). Los
datos completos de nacimiento de algunos de estos compositores se pueden encontrar en
Intemationales Horoskope-Lexikon y Fowler's Compendium of Nativities. He utilizado los siguientes
orbes: para las conjunciones, las cuadraturas, los trígonos y las oposiciones, 10 grados; para los sextiles,
6 grados; para los quincuncios y las sesquicuadraturas, 2 grados. Son los orbes que suelo emplear en la
interpretación de cartas.
42. Fuente de la carta: Fowler’s Compendium, p. 146.
43. Las obras de «grandes» compositores a menudo se han utilizado en películas, como, por
ejemplo, las de Elgar en Greystoke. Al estar muertos, no pueden oponerse a ello por el hecho de que la
película sea superficial o porque su grandeza se vea manchada por esa apropiación póstuma de su
trabajo. Por desgracia, el público poco instruido en el caso de la música conoce a Mahler sólo como el
autor del tema central de Muerte en Venecia. William Walton, uno de los compositores románticos
ingleses, compuso la banda sonora de la película Enrique Vde Lawrence Olivier. Sin embargo, era
admirado y respetado como un compositor serio antes de embarcarse en esa aventura, y Olivier lo
eligió porque lo consideraba un genio. Esta película, realizada al final de la Segunda Guerra Mundial,
formó parte del esfuerzo bélico nacional, y al fin y al cabo, el guión era de William Shakespeare. Pero
a los compositores que empiezan su carrera haciendo música para el cinc, se los suele conocer sólo por
la breve aparición de su nombre en los créditos, al principio (o al final) de la película. Sus obras, que a
veces son sublimes, raramente reciben la seria atención de los críticos musí cales, ni tampoco se
interpretan en salas de conciertos.
44. Jamie James, The Music of the Spheres (Little, Brown, Boston y Londres,
pp. 17-18.
45. Harold C. Schonberg, The Lives ofthe Great Composers, ob. cir. (n". 27), p. 401
46. Ibíd., p. 463.
47. Fuente de las cartas: Intemationales Horoskope-l.exikon, F'nuder’s Compemhum, y
Lois Rodden, Astro-Data IV(AFA, 1990). Sólo disponemos de los datos completos de nacimiento de unos cuantos
de los compositores de la lista, pero esto no es ningún impedimento para hacer un listado de los contactos Sol-
Neptuno y Saturno-Neptuno. He omitido aquellos compositores de los que ya he hablado, como Mozart, Schubert,
Scriabin y los románticos ingleses. Los orbes que he utilizado son los mismos que especifico en la nota 41.
48. Fuente de la carta: Fowler's Compendium, p. 259.
49. Harold C. Schonberg, ob. cit., pp. 138-139.
50. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon.
51. Harold C. Schonberg, ob. cit., p. 139.
52. Ibíd., p. 142.
53. Ibíd., p. 143.
54. Ibíd., p. 146.
55. Elisabeth Henry, Orpheus With His Lute: Poetry and the Renovalof Life (Bristol Clas- sical Press, Bristol,
Gran Bretaña, 1992), pp. 152 y 164.
Capítulo 11
1. Manilio, Astronomicon, Libro II (Edit. Barath, Madrid, 1982).
2. Howard Sasportas, Las doce casas (Edic. Urano, Barcelona, 1987), p. 42.
3. Ebertin, The Combination of the Stellar Influences, ob. cit. (10, 6), p. 50.
4. Si Marilyn Monroe se quitó la vida o alguien la «ayudó» a hacerlo, es un misterio. En este
último caso, sin embargo, sus aventuras amorosas con los Kennedy y sus imprudentes amenazas de
revelar públicamente detalles de ellas habrían constituido una forma más sutil de autodestrucción.
Ella, literalmente, «perdió pie», es decir, no entendía nada del mundo de intrigas políticas que la
rodeó al final de su vida.
5. En el capítulo 5 vimos la historia de un caso. Es casi innecesario decir que el emplazamiento
de Neptuno en la primera casa no es en sí una indicación de estas o cualesquiera otras enfermedades
físicas, pero cuando éstas se presentan, la nostalgia neptuniana del Edén es a menudo uno de los
factores psicológicos involucrados.
6. Howard Sasportas, Las doce casas, ob. cit., p. 47.
7. Ibíd., pp. 52-53.
8. Elizabeth Henry, Orpheus With Its Lute, ob. cit. (10, 55), p. 26.
9. Howard Sasportas, ob. cit., p. 59.
10. Ebertin, ob. cit., p. 51.
11. Howard Sasportas, ob. cit., p. 74.
12. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon, p. 760.
13. Debido al elevado índice de divorcios actual, una gran mayoría de la población expe rimenta
este tipo de crisis en su infancia. He observado innumerables casos de ello en personas que no tienen
planetas en la casa ocho.
14. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon, p. 817.
15. Fuente de la carta: ibíd., p. 814.
16. Ebertin, ob cit., p. 51.
17. Howard Sasportas, ob. cit., pp. 331-332.
18. Ebertin, ob. cit., p. 51.
19. Considérense, por ejemplo, los asesinatos del personal de dos clínicas de abortos de Estados
Unidos, cometidos por un fundamentalista cristiano en diciembre de 1994.
20. Ebertin, ob. cit., p. 51.
21. Fuente de la carta y datos biográficos: Astro-Data TV, ob. cit. (10, 47), p. 17.
22. Howard Sasportas, ob. cit., p. 98.
23. Ebertin, ob. cit., p. 51.
24. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon, p. 65.
25. Fuente de la carta: ibíd., p. 649.
26. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon, p. 808.
27. Papa Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza & Janés, Barcelona, 1995.
28. Howard Sasportas, ob. cit., p. 105.
29. Ebertin, ob. cit., p. 51.
30. Los lectores no familiarizados con las peculiaridades de la política británica deben saber que
una persona con título nobiliario no puede ser elegido miembro de la Cámara de los Comunes. Sin
embargo, sí puede formar parte de la Cámara de los Lores. Aunque los miembros de la Cámara de los
Lores pueden pertenecer a la izquierda política, Tony Benn no habría podido promulgar sus ideas
socialistas a través de la Cámara de los Lores de la manera en que se sentía llamado a hacerlo, por lo
cual sacrificó su herencia.
31. Howard Sasportas, ob. cit., p. 338.
Capítulo 12
1. Eurípides, Las bacantes.
2. Ibíd.
3. John Donne, «Devotions», en The Oxford Dictionary of Quotations (Oxford Univer- sity Press,
Londres, 1941), 186, 28.
4. Un buen ejemplo de Neptuno expresado en el campo de la ciencia es Thomas Alva Edison, que
tenía al Sol y Neptuno en estrecha conjunción en Acuario, ambos también en una conjunción fuera
de signo con Saturno en Piscis. Fuente de la carta: Fowler’s Compen- dium of Nativities, p. 91.
5. Por ejemplo, a Teseo, hijo del dios-toro Poseidón, se le exigió que matara al Minotau- ro, el
monstruo con cabeza de toro que simbolizaba el conflicto de su padre con el rey Minos. A Rómulo,
hijo de Marte, dios de la guerra, se le exigió que asesinara a su hermano Remo, más violento que él y
que había intentado matarlo. Estos héroes deben, en efecto, enfrentarse con la cara más oscura de la
deidad que los engendró, redimiendo así una parte del dios.
6. Alfred Tennyson, «The Lady of Shalott», en The Oxford Library ofEnglish Poetry, vol. III, John
Wain, ed. (Guild, Publishing, Londres, 1989), p. 81.
7. William Wordsworth, «Crossing the Alps», en Rattle Bag, Seamus Heancy y Tcd Hughes, eds.
(Faber & Faber, Londres, 1982), p. 116.
8. Ebertin, The Combination ofStellar Influences, ob. cit. (10, 6), p. 116.
9. Shelley, «Hymn of Pan», en The Oxford Dictionary of Quotations, ob. cit. (n". 3), '1'M.
10. Plotino, Enéadas, I, 2, 6, 2-3.
11. William Shakespeare, Otelo, Acto I, Escena 3.
12. Ebertin, ob. cit., p. 150.
13. Napoleón, por ejemplo, tenía a Marte y Neptuno en conjunción en Virgo. Lord Horario
Nelson los tenía en cuadratura (Marte en Escorpio y Neptuno en Leo). El empera dor Augusto, que fue
uno de los mayores manipuladores políticos de la historia, los tenía en sextil (Marte en Tauro y
Neptuno en Cáncer). Estos hombres no alcanzaron poderío mediante la imposición de la fuerza bruta,
sino porque fueron amados e idealizados.
14. William Blake, «Auguries of Innocence», en The Penguin Book of English Verse, John
Hayward, ed. (Viking Penguin, Londres, 1964), p. 243.
15. Ebertin, ob. cit., p. 164.
16. William Shakespeare, Hamlet, Acto II, Escena 2.
17. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexikon, p. 451.
18. Fuente de la carta: ibíd., p. 1126. Las palabras finales de Nerón para la historia mien tras lo
asesinabam expresan elocuentemente esta configuración: «¡Qué gran artista muere conmigo!».
19. William Blake, ob. cit. (n°. 14), líneas 130-132.
20. Fuente de las cartas: Campion, The Book of World Horoscopes, ob. cit. (9, 2), pp. 334-336.
21. Ebertin, ob. cit., p. 177.
22. John Keats, «Ode to Melancholy», en The Penguin Book of English Verse, ob. cit. (n. 14), p. 298.
23. Fuente de la carta: Intemationales Horoskope-Lexicon, p. 844. Ciega y sorda de nacimiento,
Helen Keller es uno de los más nobles ejemplos del siglo XX de una persona que llevó una vida
dinámica y llena de sentido, a pesar de sus discapacidades aparentemente insuperables.
24. George Bernard Shaw, «Maxims for Revolutionists», en The Oxford Dictionary of Quotations,
ob. cit. (n°. 3), 490, 34.
25. Véase Baigent y otros, MundaneAstrology, ob. cit. (9, 14), pp. 178-180.
26. La última vez que la conjunción fue exacta cerca de este grado de Capricornio (19° 33’) fue en
el año 1707 a.C., cuando la antigua cultura minoica se derrumbó y los «bárbaros» helenos instauraron
nuevos dioses, un nuevo mapa político y una nueva cultura en el Mediterráneo.
27. Paradójicamente, muchos de los músicos que inauguraron el movimiento hippy, que floreció
en los años sesenta, nacieron bajo este trígono, como Bob Dylan y John Lennon. Los ideales de esta
generación -amor, paz, filosofía oriental y una sociedad renovada y más iluminada espiritualmente-
surgieron de este trígono, en medio del caos de la guerra.
28. Shelley, «Ozymandias«, en The Oxford Library of English Poetry, ob. cit. (n°. 6), vol. II, p. 436.
29. Baigent y otros, ob. cit., p. 178.
Capítulo 13
1. I Ching, The Book of Changes, traducción de John Blofeld (Mandala Books, Londres, 1965), pp. 114-115. [Hay
traducción al castellano de esta versión: I Ching, el libro del cambio, Edaf, Madrid, 2.a ed., 1982.]
2. William Cowper, «On the Receipt of My Mother’s Picture Out of Norfolk», The Oxford Library
ofEnglish Poetry, ob. cit. (12, 6), vol. II, p. 171.
3. La carta de Delius se estudia en el capítulo 10. La carta de Fenby está sacada del Inter-
nationales Horoskope-Lexikon, p. 539. Ken Russell escenificó esta relación en una película titulada
Canción de verano.
4. Robert Herrick, «Upon Julia’s Voice», en The Oxford Dictionary of Quotations, ob. cit. (12, 3),
247, 14.
5. John Donne, «The Extasié», tomado de The Penguin Book ofEnglish Verse, ob. cit. (12, 14).
6. Fuente de las cartas y datos biográficos: Lois M. Rodden, Astro-Data V(Data News Press, Los
Ángeles, 1991), pp. 7-8.
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