Vivir Aprendiendo A Morir Final
Vivir Aprendiendo A Morir Final
Vivir Aprendiendo A Morir Final
El misterio de la vida y la muerte del ser humano ha sido un asunto altamente debatido
por diferentes corrientes de pensamiento y escuelas filosóficas a lo largo de la historia de la
humanidad. La incertidumbre que genera lo desconocido suele llevar al sujeto a preguntarse por su
posibilidad de existencia o razón de existir.
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(en latín Parcae) o las Moiras en la antigua Grecia eran tres hermanas hilanderas que controlaban
el hilo de la vida de cada mortal e inmortal en el nacimiento, el matrimonio y la muerte. Tejían
el destino de los seres humanos, en un enorme muro de bronce que nadie podía borrar; cortaban con
unas tijeras el hilo que marcaba la longitud de la vida y en ese momento la persona Moria. Hilaban
lana blanca, entremezclada con hilos de oro que representan momentos dichosos en la vida de las
personas y lana negra para los periodos tristes.
El pueblo griego conocía también la figura de Perséfone. Su historia tiene un gran poder
emocional: una doncella inocente raptada por el Señor del inframundo, el dolor de una madre, la
diosa Deméter, por el rapto y la desaparición de su hija y finalmente el regreso de la hija
provocando el cambio de estación. Perséfone era además la terrible Reina de los muertos, cuyo
nombre no era seguro pronunciar en voz alta y a la que se referían como «La Doncella». En la
Odisea, cuando Odiseo viaja al Inframundo, alude a ella como «Reina de Hierro».
Igualmente, Tánato o Tánatos, en griego antiguo “muerte”, era la personificación de la muerte sin
violencia. Su toque era suave, como él de su gemelo Hipnos, el sueño. La muerte violenta era el
dominio de sus hermanas las Keres, amantes de la sangre.
El orfismo inspirado en los escritos de Orfeo se basaba en el mito del dios Dionisio, hijo
de Zeus y Perséfone. De acuerdo con sus principios, los seres humanos se esfuerzan por librarse del
elemento titánico o representación del mal, propio de su naturaleza y buscarían preservar lo
dionisiaco, o divino, naturaleza de su ser siguiendo los ritos órficos de purificación y ascetismo. A
través de una serie de reencarnaciones, los seres humanos se preparan para la vida después de la
muerte. Si han vivido en el mal, serán castigados; pero si han vivido en la santidad, después de su
muerte sus almas se liberarán completamente de los elementos titánicos y se reunirán con la
divinidad.
La escuela pitagórica, altamente influida por el orfismo aunó las creencias éticas,
sobrenaturales y matemáticas en una visión espiritual de la vida, valorando preferentemente la vida
contemplativa. El principal propósito de los seres humanos seria la purificación de sus almas,
mediante el cultivo de virtudes intelectuales, la abstención de los placeres de los sentidos y la
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practica de diversos rituales religiosos. Pitágoras creía en la metempsicosis, doctrina filosófica y
religiosa según la cual las almas transmigran después de la muerte a otros cuerpos mas o menos
perfectos, lo cual significa reencarnación o paso del alma de un hombre a otro.
Platón, influido por Pitágoras y los Órficos considera al hombre como un compuesto de
alma y cuerpo. El cuerpo al ser realidad física es cambiante, corruptible y destructible, de ahí que le
de poca importancia; lo presenta siempre con connotaciones negativas: “cárcel” de la que el alma
aspira a liberarse, o “caparazón” que le impide al alma contemplar las ideas. Lo más importante es
el alma, preexiste al cuerpo en un lugar indeterminado (Hiperuranio) o mundo inteligible o de las
ideas. Es formada allí por el “Demiurgo” o espíritu. Es espiritual e inmortal y encarna en un cuerpo
por la acción del “Demiurgo”, y cuando el cuerpo muere, como ella es inmortal, vuelve a reencarnar
en sucesivas reencarnaciones y en tal sentido la unión con el cuerpo es accidental.
Platón pensaba que la muerte es un cambio de lugar para el alma y que cuando una
persona moría, el alma se liberaba de la cárcel del cuerpo, para después ir al mundo divino y eterno
de las ideas. Saber que vas a morir es lo que hace que la vida sea única. En el Fedro, escribe cómo
el alma humana, de acuerdo con el descubrimiento de la verdad que haya alcanzado, nacerá en un
tipo de cuerpo o en otro. Estas existencias suponen pruebas para que las almas se perfeccionen.
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El alma sensitiva propia de los animales ejerce en ellos las funciones de percepción,
deseo, movimiento y en algunos casos memoria. El alma racional propia de los seres humanos
ejerce en ellos la función del pensar, tanto teórico como practico. Los diferentes tipos de almas
forman una serie tal que el tipo superior presupone el inferior, pero no a la inversa. Ésta teoría sobre
el alma representa una especie de “animismo biológico”, ya que reconoce en todos los niveles de la
vida, unos principios vitales distintos a los cuerpos, que son las almas. Todos los seres vivos han de
ser comprendidos dentro del carácter “teleológico” de la naturaleza en general.
En el caso especifico del hombre, cuya alma es “racional”, su fin propio ha de venir
especificado por las exigencias de la propia realidad. Y no se piense que el fin señalado por su
“naturaleza” estriba sólo en desarrollar el “pensamiento teórico” como lo señala en la Metafísica:
“todos los hombres desean por naturaleza saber”, sino que también, como lo señala en la Ética a
Nicómaco, el hombre tiene por naturaleza “buscar la felicidad”, luego la racionalidad lo lleva a un
pensamiento practico.
“Sensación”, es el nivel más bajo del conocimiento, que el hombre comparte con los
animales. La sensación se produce por los datos que reciben los sentidos.
Entendimiento “pasivo o paciente”, que trabaja con los datos que recibe de la
imaginación, todavía en potencia o sin forma.
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Entendimiento “activo o agente”, que elabora a través de un proceso de abstracción, los
conceptos con los que operamos en nuestros razonamientos.
En las primeras palabras de su “Ética a Nicómaco”, Aristóteles nos recuerda que “todo
arte y toda investigación y del mismo modo toda acción y elección del hombre, tienden a algún fin”.
Toda acción humana persigue una finalidad y el fin último del actuar humano no es una realidad
trascendente, como el bien platónico, sino algo que se consigue “realizándolo” en el actuar de la
vida. La ética es un saber practico y “praxis” es aquel tipo de actividad cuyo fin no trasciende la
actuación misma.
La existencia del alma no ha escapado su abordaje desde la ciencia. Francis Crick, físico
y biólogo ganador del Premio Nobel en 1962 por describir junto con James Watson, la estructura
tridimensional de doble hélice del ADN en 1953, dedicó más de 50 años a buscar lo que podemos
entender en términos religiosos como el alma, y en términos científicos como la conciencia. La
encontró, según él, en medio de una marea de neurotransmisores e intrincadas estructuras
cerebrales, cuyo peso es de unos 21 gramos y desaparece al morir. Crick se dedicó a la búsqueda
científica de la conciencia y sus resultados fueron publicados en el libro La hipótesis asombrosa. La
tarea de hallar el alma en el cerebro fue, en sus palabras, equiparable a indagar en la caja negra de
un avión, ya que la estructura interna de la masa encefálica resulta desconocida e intrigante. Medio
siglo después supo que la existencia del alma dejaría de ser un tema filosófico para pasar a ser un
problema empírico.
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La base para su descubrimiento fue la observación. “Lo que vemos y la manera como lo
interpretamos producen la acción de una gran cantidad de señales neuronales por todo el cerebro,
catalogando, emulando, recordando y midiendo. Es lo que llamamos “tomar conciencia” de donde
estamos, pero ésta es más que la transmisión de información y su proceso”. Para Crick, cuando
observamos algo, el córtex visual responde al estímulo y ciertos grupos de neuronas se disparan
muy de prisa y en sincronía –tal como lo hace un cardumen en el mar-. Este proceso fue
denominado Teoría de la oscilación, porque las neuronas reaccionan de manera perfectamente
sincrónica. Cuando realizó la prueba con sonido en personas invidentes, las neuronas funcionaron
de la misma forma, y esto lo llevo a identificar la zona (conciencia-alma) que gobernaba dichas
acciones. Es por ello que al morir, y sólo al morir, la actividad eléctrica y química de nuestro
cerebro se detiene realmente.
El curso de la vida hasta el último acto. ¿Una cuestión de Azar o asunto del destino?
La incertidumbre del futuro siempre ha preocupado a los seres humanos. Que el guion de
nuestra vida esté previamente escrito, determinado por algo o alguien pude tranquilizar a unos; para
otros, sólo es un modo de eludir la responsabilidad de las propias acciones.
Los estoicos, siguiendo a Heráclito afirmaban que todo lo que hay en la naturaleza está
regido por una “razón o logos”. La naturaleza es el orden de toda la realidad del universo y se rige
por una “razón” que es providente y dirige sabiamente el destino de las cosas y de los hombres. El
destino es el principio interno activo de la naturaleza, mientras que la materia es el principio pasivo.
En tal sentido, la materia no se mueve por sí misma, sino que recibe el movimiento generado por el
destino. Por tanto, el destino se encarga de dotar de cualidades y movimiento a la materia. Todo lo
que existe se encuentra en el estado en el que está y se mueve acorde con el destino, dado que éste
es la causa de todo estado cualitativo y de movimiento. “Estos dos principios son eternos e
indestructibles y no es posible que uno exista independientemente del otro. Por ello se encuentran
siempre unidos, siendo la razón la que guía a la materia a través de todas las generaciones y los
cambios del cosmos” (Gómez p.62).
Si bien, el destino es determinante de todo lo que sucede, se puede escoger vivir acorde o
no a él. Para ilustrarlo, se supone que el destino es un trineo en movimiento perpetuo, y el individuo
es un perro que está atado a él. Si el perro decide moverse en dirección del trineo, experimentará un
trayecto cómodo y sin complicaciones, mientras que, si el perro decide que no quiere seguir el
camino del trineo, su recorrido será poco placentero. En tal sentido, los deseos y voluntades de los
individuos pueden coexistir con el destino. Dado lo anterior, los estoicos consideran como principio
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de vida “vivir en conformidad con la naturaleza”. Para alcanzar la conformidad, el hombre necesita
la “virtud”, que para ellos significa “aceptación al destino”, “imperturbabilidad ante cualquier
situación por adversa que sea” y vivir una vida “austera”. Practicando la virtud, el hombre llegará a
la “apatía” (apatheia), es decir, a un estado ideal de indiferencia positiva que conduce a una vida
feliz. A pesar de esto, un individuo puede obrar intentando llevar la contraria al destino.
Hado, fatalidad, sino; la creencia en que algo o alguien escribió el futuro de los seres
humanos no es compartida por todos. Diversas culturas, concepciones religiosas, escuelas y líneas
de pensamiento han adoptado diferentes posturas en distintos momentos con más o menos
aceptación.
Así, por ejemplo, en 1970 se publicó el libro El azar y la necesidad del premio nobel de
medicina Jacques Monod. Convirtiendo en título el pensamiento de Demócrito “Todo lo que existe
en el mundo es fruto del azar y la necesidad”, la obra reflexiona desde la ciencia sobre el mundo
hasta el ser humano. Fue un best-seller y suscitó numerosos debates, porque afirmaba que la vida
era un simple accidente en la historia de la naturaleza: “El hombre vive en un mundo que es sordo a
su música, y tan indiferente a sus esperanzas como a sus sufrimientos y crímenes”. El ser humano
sería accidental y superfluo; estamos en el mundo de pura “chiripa” -si los dinosaurios no hubieran
desaparecido, no existiríamos- y al universo le importa un bledo si nos extinguimos. Para otros, el
azar sólo sería una excusa: todo tiene un motivo para suceder y las casualidades nunca son tales.
¿Existe el destino? Definirlo como lo hace la Real Academia, “hado, fuerza desconocida
que se cree obra sobre los hombres y los sucesos”, no es decir gran cosa. ¿Qué o quién es esa fuerza
irresistible? ¿Por qué interfiere en la vida del ser humano? Se dice que todo tiene un motivo. Pero
¿Cuál? ¿Qué razón hay para quien muere al caerle una matera un día de vientos fuertes o a quien le
toca el premio mayor de la lotería? ¿No será que nos negamos a aceptar la aleatoriedad del mundo?
Es bien conocido en Psicología que el ser humano necesita encontrar razones para todo lo que
sucede. Si no las ve, las busca; y si no las encuentra, las inventa. ¿La creencia en el destino no es
una forma de amarrar todo y bien amarrado?
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brujas malévolas que definen el futuro de los hombres. Para los vikingos, el fin del mundo estaba
predeterminado por una gran y última batalla; Ragnarok. De ella se sabía que iba a suceder, quien
iba a luchar y el destino de los participantes, por tanto, es imposible evitar el destino. Así queda
reflejado en Macbeth, de Shakespeare, o en la ópera de Verdi La forza del destino. Contra esta
tendencia fatalista se tiene, La vida es sueño, de Calderón de la Barca, cuya moraleja es la falsa
predestinación del hombre y el triunfo de la libertad. “¿Que es la vida? Un frenesí, ¿Qué es la
vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es
sueño, y los sueños, sueños son.”
Mientras que nuestra idea de destino se la debemos a los griegos, cuyo paradigma es
Edipo, otras culturas presentan diversos planteamientos; ni hinduistas ni judíos creen en la
predestinación. Para ellos, el hombre es la única criatura del universo que goza de libre albedrio.
Totalmente distinto es el caso de los musulmanes. El sexto y último pilar de su fe es la creencia en
el destino – Al-Qadr, fijado por Alá. La creencia en un destino tampoco se puede separar de la
Psicología. Uno de los sesgos cognitivos de la depresión es el fatalismo; la indefensión ante los
sucesos se interpreta en función del destino. Así, por ejemplo, quienes creen en fenómenos
paranormales suelen creer poco en la probabilidad de las coincidencias, lo que les permite
interpretarlas como señales del destino.
La creencia en un destino depende en gran medida del entorno cultural o religión que se
profese. Muchas defienden el libre albedrio, para los sintoístas el futuro no está escrito, en cambio
para los musulmanes, creer en el destino significa creer en Dios, In sha’a Allah “Sucederá si es la
voluntad de Alá”.
En el islamismo se cree, al igual que los católicos, que al final serán juzgados según sus
obras, Sus buenas o malas acciones los llevaran al cielo o al infierno. El profeta más importante,
Mahoma, el que entrego el mensaje de Dios o Alá a la humanidad, intervendrá para que no se
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condenen en un infierno de siete pisos. Sólo hay una cosa que Alá no perdona, y es que crean en
otras divinidades. Alguien que diga que es musulmán y no lo sea comete un pecado tan grave que
nada puede salvarlo.
En su carta a Lucilio, Seneca expresa su filosofía, cuyo principio es: “llevar una vida
virtuosa ajustada a la sabiduría estoica”. La ética constituye el núcleo de su filosofía; en ella orienta
a Lucilio a llevar una vida virtuosa con la que será capaz de sobrellevar el destino, tanto si es un
dios el árbitro del universo como si es el azar quien lo gobierna. De esta forma, el senequismo se
constituye en un referente de sabiduría para la vida. El deseo de bienes, riquezas y honores es ajeno
al senequismo, toda vez que apartan al hombre de la vida virtuosa.
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ahí se parte y ahí se llega, se debe planear toda actividad dentro del horizonte que ésta marca. Por
tanto, la obsesión y el temor que genera la muerte pueden esclavizar al hombre, puesto que modifica
sus acciones, por lo que se debe liberar de este.
A pesar de que la vida y la muerte parezcan contrarios, están muy ligados, no hay una
frontera visible que las separe. La muerte acompaña a la vida hasta el final de su trayectoria, por
ello no debe causar sorpresa cuando llega el último aliento. Desde la perspectiva de Séneca, se debe
meditar y reflexionar sobre la mortalidad del ser humano a manera de preparación para la muerte.
La vida temporal depende de que tan bien se aproveche cada instante. Este pensamiento es también
aplicable a la muerte. Se debe morir de forma digna, sin importar en qué momento se presente. “Es
comprensible que Séneca aconseje a Lucilio: tú ni te entregarás, ni suplicarás por tu vida; debes
morir erguido e invicto ¿de qué sirve, además, beneficiarse de unos días o de unos años? Nacemos
para una lucha sin piedad” (Guadarrama p. 49).
Seneca vivió en carne propia el régimen de terror que impuso su tirano discípulo, el
emperador Nerón. Acusado de participar en una conspiración para derrocarlo, Nerón ordeno a
Seneca que se suicidara, lo que el filósofo hizo, abriéndose las venas como suprema muestra de su
creencia en la necesidad de aceptar resignado e impasible el destino.
Para Montaigne tiene una importancia central el “saber morir” definido como la
tranquilidad del ánimo en el momento de morir. Hace de él el asunto que incumbe a la filosofía
hasta el punto de convertirla en la preparación para la muerte. El saber vivir implica el saber morir.
Si sabemos vivir, aceptaremos nuestra finitud y nuestros limitantes, al hacerlo nada nos angustiará y
seguramente recibiremos la muerte sin temor.
En un sentido amplio, alguien que cuida de sí mismo sabe vivir, y esto significa vivir
conforme a la naturaleza. Podríamos entrever en esta afirmación la búsqueda de un tipo de estado
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natural de armonía, tan característico del romanticismo, o la reivindicación de una vida sin ninguna
comodidad o posesión, como bien lo hacían los cínicos, pero lo cierto es que vivir conforme a la
naturaleza se resume en vivir agradablemente y sin preocupaciones, de acuerdo con las cualidades y
los limitantes propios.
De acuerdo con esta manera de entender la contemplación, se puede decir que la filosofía
es el tratamiento de lo humano en cuanto apertura hacia los otros. La apertura debe ser entendida
como la consideración de los libros, de la historia o de las costumbres, de tal manera que se
adviertan las formas de vida y las comprensiones del mundo que sobrepasan y se oponen a las
propias, hasta el punto de constituir una “mirada más completa”, es decir, mirar la complejidad de
la naturaleza humana, tanto la propia como la del otro. Montaigne afirma que la contemplación del
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mundo está destinada a conocer el propio ser, dicho en otras palabras, necesitamos mirarnos en el
otro para saber quiénes somos y cómo debemos actuar. Pero lo más notorio está en que defiende el
hecho de tratar a los otros para percatarse de los obstáculos de lo inmutable y de lo único. Lo
considerado normal en algunos lugares es visto con desaprobación en otros, lo que se creía verdad
en un momento no resulta tan efectivo en otro, y un mismo problema, por más que se diga que ha
sido una constante histórica, no es abordado de igual forma ni dejado en los mismos términos.
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Según Jaspers, las situaciones-límite (miedo, sufrimiento, culpabilidad, lucha,
insatisfacción, muerte y otras) crean los marcos de la vida espiritual interior del hombre y de su
actividad práctica, forman los “límites” de la existencia, más allá de los cuales se extiende la
“nada”. Como quiera que las situaciones-límite tienen un carácter de fatalidad y de universalidad, el
hombre no puede evitarlas; su superación significa la pérdida de la “existencia”. Cree Jaspers que el
hombre puede tomar una resolución auténticamente moral para actuar si ha comprendido el carácter
fatal de las situaciones-límite. La teoría de las situaciones-límite desmoraliza al ser humano, le
condena a la indiferencia y el pesimismo.
La filosofía de Jaspers afirma que la vida sólo adquiere sentido en situaciones extremas
de enfermedad y muerte. En su concepto de la situación límite –muerte, sufrimiento, temor, culpa,
lucha– pone al hombre en la línea divisoria entre el ser y el no ser. Al caer en una situación límite el
hombre se libera, según Jaspers, de todos los convencionalismos, normas externas y criterios
generalmente aceptados, que lo dominaban antes y de este modo se concibe a sí mismo como
existencia. Al permitir al hombre que pase del ser “no auténtico” al auténtico, la situación límite lo
arranca de las trabas de la conciencia común, lo cual, según el existencialismo, no es capaz de hacer
el pensamiento teórico, científico. Todo lo que constituía antes el sentido de la vida del hombre
aparece ante él en la situación límite como ser ilusorio, como mundo de las apariencias; en tal
situación, el hombre empieza a comprender que este mundo lo separaba supuestamente del ser
real, trascendente respecto al mundo empírico. De este modo la situación límite permite a la
personalidad entrar en contacto con la trascendencia, con Dios.
Para Nietzsche, lo que depara el destino es incierto, por lo que, a pesar de que se intenten
cambiar los resultados de este, no se puede revertir lo sucedido. Debido a que la muerte es el
destino final de todos los seres, la posición que se adopté en torno a la dialéctica entre vida y muerte
va a determinar el modo en que una persona va a actuar o guiar su vida. Por tanto, el sufrimiento
que surge de la falta de libertad frente al destino, y por consiguiente el sufrimiento ante la muerte,
puede ser aminorado aceptando que no se puede cambiar el mundo. “Todo depende a través del
cristal por el cual se mire. Entonces, eso que queríamos que suceda, se transforma en otra cosa, en
algo que fue, que pasó, pero forma parte de nuestro presente, que lo hacemos presente de tal manera
que no nos lastime, que nos haga bien a pesar de todo su mal” (Diaz 2012).
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En vez de buscar un estado excepcional de la existencia, Heidegger decidió realizar una
investigación fenomenológica de los seres humanos en su cotidianidad. Mientras la fenomenología
e Husserl enfatiza la “experiencia” o “conciencia” de algo, Heidegger se propuso investigar la
experiencia de ser un ser humano típico; sostuvo que la existencia, como condición primordial del
mundo, afecta la totalidad del modo en que vivimos los seres humanos. Previo a todo, existimos,
“estamos”. Y según él, así debemos pensarnos si queremos comprender nuestra vida y nuestra
“cotidianidad”. Si el “Yo” es una característica esencial entonces se debe interpretar
existencialmente, por tanto, “Existo luego pienso”. En este sentido, Heidegger da vuelta a Descartes
y también a la historia de la filosofía pues antes de él, se pensaba que la existencia particular de una
persona no tenía efecto alguno en su ponderación de los temas filosóficos. Rousseau, Kant,
Nietzsche y hasta los maestros Zen creyeron que podían examinar la esencia de toda la humanidad.
Esto supone volver a pensar que significa ser humano, para lo cual Heidegger acuña el
termino DASEIN. Literalmente Da – ahí, sein – ser. Pero el castellano, a diferencia de otras lenguas,
nos da la posibilidad de precisar matices: sein – ser/estar, es decir, Dasein – “ser/estar-ahí”, o sea:
“la clase de ser que llamamos humano”,” el ser que somos, la entidad que somos, en la
especificidad de nuestro ser” y “la entidad fundamental que cada uno de nosotros descubre en la
afirmación yo soy”. Nada de reducirlo a un cuerpo biológico, a una mente, a un actor social, a un
factor económico, a una conciencia, ni a ningún otro preconcepto o visión parcial. Dasein –
ser/estar-ahí – la entidad humana especifica ¿se superpone a lo que llamamos ser humano? Para
Heidegger, el término crea un espacio en blanco, un área por llenar, y para hacerlo, se propone
realizar un análisis cuidadoso y abarcador del Dasein en su cotidianidad, reconociendo que los
sistemas filosóficos de occidente ignoran un rasgo central de todo conocimiento: “El Dasein es
arrastrado al arrojo; es decir, como algo arrojado dentro del mundo”.
Todo lo que uno puede hacer ya está regulado por el entorno social. Los seres humanos
particulares no tienen nada de singular. Nadie es un individuo autónomo, libre para elegir su propia
manera de existir. Aclaraba esto diciendo que los seres humanos están constituidos según su
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entorno. Los niños aprenden a actuar mediante la interacción social con los adultos. El uso de la
palabra “aprenden” es equivoca, pues supone que hay alguien que aprende. Los adultos que
interactúan con los niños no enseñan, sino que crean conductas en el niño que luego formaran lo
que llamamos una “persona”. Sólo cuando el recién nacido ha sido formado por su entorno se
convierte en Dasein. Las acciones -moverse, pensar, hablar, etc.- que van dando forma a nuestra
existencia son tan elementales, que nunca reconocemos cabalmente su significado.
Para Jean-Paul Sartre no hay ningún plan preconcebido que nos haga ser lo que somos;
no hemos sido hechos con ninguna finalidad determinada. Aunque existimos, no es a causa de
nuestra finalidad o de nuestra esencia. Nuestra existencia precede a nuestra esencia. Sostiene que a
menudo, las religiones han tratado el problema de la naturaleza del hombre por medio de una
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analogía con las creaciones humanas, es decir, la naturaleza humana estaría en la mente de Dios.
Incluso, muchas teorías sobre la naturaleza humana que no son religiosas aún tienen sus raíces en
concepciones de ese orden, ya que siguen insistiendo en que la esencia precede a la existencia o en
que hemos sido creados con una finalidad determinada. Al afirmar que la existencia precede a la
esencia indica que no hay naturaleza humana fija, ya que no hay ningún Dios que pueda diseñar
dicha naturaleza.
En cierta forma, Sartre expone una teoría sobre la naturaleza humana desde el momento
en que sostiene que somos seres obligados a encontrarle una finalidad a nuestra vida; dado que no
existe ningún poder divino que nos imponga una finalidad, somos nosotros mismos quienes
debemos definirnos. Sin embargo, definirnos nosotros mismos no sólo se reduce a ser capaces de
decir que somos en cuanto seres humanos, sino que implica irnos configurando como la clase de
seres en que hemos escogido convertirnos. Esto es lo que nos hace radicalmente diferentes de todos
los demás seres que hay en el mundo. Sartre nos invita a liberarnos de las formas habituales de
pensar y nos incita a afrontar las consecuencias de vivir en un mundo donde no hay nada
preconcebido. Para no ser arrastrados por pautas de comportamiento inconscientes, no podemos
ignorar la posibilidad de elegir como actuar.
Conclusiones
El instinto de conservación del ser humano y otros animales es una de las causas
primarias del temor a perder la vida. Por esta razón, los desastres naturales como los terremotos y
los huracanes, y las muertes que causan, generan tanto impacto psicológico en la población.
Probablemente el deseo inconsciente de ser eterno es una de las razones más poderosas por las que
el hombre se interroga sobre la naturaleza de la muerte y del más allá; de ahí las ideas tan arraigadas
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sobre la inmortalidad del alma en las diferentes culturas y religiones; es una forma de negar la
muerte y adjudicarle una connotación de tabú, algo de lo que poco se habla. Los acontecimientos
traumáticos, además de generar cuadros de pánico respecto a la muerte, agudizan ciertos trastornos
de ansiedad en las personas más susceptibles. Las fobias, los trastornos obsesivos compulsivos y la
hipocondría reflejan un profundo temor a la muerte que se manifiesta por medio de una ansiedad
inconsciente e incontrolable.
Para muchos, la creencia en la vida en el más allá es un consuelo que les sirve para
sobrellevar la pérdida de un ser amado o ante la conciencia de que algún día tendrán que enfrentar
su propia muerte. El ser humano en general se siente más tranquilo si tiene “seguridad” de que, tras
fallecer, su espíritu seguirá con vida en un mundo más apacible. Incluso, personas que han sido
resucitadas tras un infarto aseguran haber visto su cuerpo ser atendido por un médico o estar en un
túnel oscuro donde al final se ve una luz. Y cuando regresan, tienen confirmada su teoría de la
inmortalidad y creen que por algunos segundos su alma se desprendió del cuerpo. Estas visiones -
llamadas así por los científicos- proporcionan tranquilidad al enfermo luego de experimentar un
severo trauma físico, lo que además acrecienta su fe en Dios. Estas experiencias en realidad son
bastante comunes en personas que han estado muy cerca de la muerte y desde la neuropsicología se
interpretan como una consecuencia de la interrupción de ciertos circuitos cerebrales, como la
actividad en la amígdala, la cual monitorea el ambiente y registra el miedo.
En algunos países como China o Mongolia, aprender a morir es un aspecto esencial del
arte de vivir el cual se expresa en textos como El libro tibetano de los muertos que contiene las
instrucciones detalladas para guiar al individuo en su viaje después de la muerte, así como la
preparación ante su fin biológico. A diferencia de occidente, los menores son instruidos para que
vayan aceptando que un día su existencia acabará, con el propósito de que, paradójicamente, tengan
una vida más plena, libre de temores y angustias. El tantra, por ejemplo, enseña que, para evitar un
final triste de nuestra vida, se debe recordar en todo momento que antes o después vamos a morir,
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por lo que es necesario contemplar nuestra propia muerte desde la infancia. “Es un ejercicio que
anima a llenar la vida de significado y a generar el refugio interno de las realizaciones espirituales.
Es la mejor forma de protegerse de los sufrimientos de la muerte y de lo que nos espera después.
Por el contrario, si la ignoramos, desperdiciaremos nuestra vida utilizándola para adquirir objetos
que habremos de abandonar y cometeremos acciones perjudiciales para conseguirlos. En cambio, si
durante la vida tomamos conciencia de nuestro final, tendremos siempre presente que el desarrollo
espiritual es más importante que los logros mundanos, y que nuestra estancia en este mundo es
transitoria”.
No obstante, a pesar de las evidencias mostradas por la ciencia y sus hipótesis sobre las
posibles causas de las experiencias místicas ante la muerte momentánea, el ser humano, a lo largo
de los siglos, ha demostrado su fe religiosa y su obsesión por fijar su existencia en lo eterno, las
cuales perduran como una forma de resistirse a pensar en una vivencia cuyo fin es la muerte física.
Las religiones al no estar sujetas a comprobación científica, sino sustentadas en actos de fe, en los
que participa más del 90% de la población mundial, continúan manteniendo firme una añeja
esperanza del ser humano; que su espíritu viva más allá de los limites terrenales. Cada religión tiene
su propia teoría de la vida eterna del alma, con similitudes y diferencias, pero siempre brindando
una esperanza a sus fieles seguidores.
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Bibliografía:
http://www.henciclopedia.org.uy/autores/AGenis/NietzschePensamientoMuerte.htm
https://www.javeriana.edu.co/cuadrantephi/zona-articular/pdfs/N.26/Montaigne-
Parametrizado.pdf
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