Jaroslav Hasek Las Aventuras Del Buen So

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DOSSIER INTER LITTERAS (nueva serie) 4 (2022) [94-113] 94


doi: 10.34096/interlitteras.n4.11710

Jaroslav Hašek, Las aventuras


del buen soldado Švejk, y la
consolidación de una identidad
nacional
Jaroslav Hašek, The Good Soldier Švejk, and the consolidation of a
national identity

" Alfredo Martín Torrada


[email protected]

Fecha de recepción: 08/12/2021


Fecha de aceptación:23/04/2022

Resumen

Si bien los puntos de contacto entre literatura e identidad son múltiples y


constantes, ningún otro libro logró, tanto como Las aventuras del buen soldado Švejk,
de Jaroslav Hašek, erigirse como una obra en la cual el pueblo checo se viera reflejado.
Este trabajo está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional

El presente trabajo ahonda en las razones por las cuales la novela de Hašek ha
conseguido constituirse en un símbolo nacional. Su discurso antiimperial, el uso
de personajes plebeyos y la construcción de una literatura al ras del suelo, la
constante mirada hacia el interior de su pueblo, y la escritura producida directamente
desde el caos de las tabernas, son algunos de los puntos que este artículo analiza.

Palabras clave: Jaroslav Hašek; identidad; literatura checa; relato de taberna.

Abstract

Although the points of contact between literature and identity are multiple and con
stant, no other book managed, as much as The Good Soldier Švejk, by Jaroslav Hašek,
to consolidate itself as a novel in which the Czech people were reflected. This work
delves into the reasons why Hašek’s novel has managed to become a national symbol.
His anti-imperial discourse, the use of commoner characters and the construction
of a prosaic literature, the constant gaze towards the interior of his people, and the
writing produced directly from the chaos of the taverns, are some of the points that
this article analyze.

Keywords: Jaroslav Hašek; identity; Czech literature; tavern tale.


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La identidad de un pueblo se refleja y se resume


en el conjunto de las creaciones espirituales
que normalmente llamamos cultura.
Milan Kundera, Un occidente secuestrado. La tragedia de la Europa Central.

1.Introducción: Breve panorama histórico

Las relaciones entre literatura e identidad han sido trabajadas, desde el siglo
XIX hasta nuestros días, por un vasto número de autores y desde múltiples
perspectivas. La idea de Johann Herder de la lengua (y por tanto
la literatura) como espacio desde el cual emergen las identidades nacionales
(Casanova, 2001) es una de las perspectivas más recurrentes al momento de analizar los
vínculos entre literatura e identidad. Ya en nuestra literatura Lugones, en su Historia
de Sarmiento, señalaba que “los poemas homéricos formaron el núcleo de
la nacionalidad helénica” (en Altamirano, 1997, p. 204) y reclamaba para
descubrir los rasgos identitarios de la nación una revalorización del
Martín Fierro. Casi cien años más tarde, Timothy Brennan evidenciaba la vigencia
de la idea, al afirmar que “el surgimiento del Estado-nación en Europa a
fines del siglo XVIII y principio del XIX es inseparable de las formas de la literatura
de ficción” (2010, p. 71), y al recordar que “las naciones, […], son construcciones
imaginarias que dependen de un aparato de ficciones culturales en el cual la
literatura de ficción desempeña un papel decisivo (ibíd., p. 73).

Si bien la existencia de una literatura escrita en checo puede


establecerse a grandes rasgos a partir de la Dalimilova kronika (Crónica de Dalimil)
publicada en 1314,1 luego de la derrota en la Batalla de la Montaña Blanca, en 1620,2
toda la cultura checa (y con ella su literatura) quedó condenada al ostracismo
durante más de trescientos años. Debiendo esta esperar hasta el surgimiento de los
movimientos nacionales del siglo XIX para ser rescatada del olvido, luego
de haber encontrado refugio, durante todo ese tiempo, en las zonas rurales.

El punto de inflexión en la recuperación de la cultura y en el comienzo


de la refundación de la literatura checa se dio en el gesto ampuloso de volver
a producir literatura en lengua checa. Este proceso, que comenzó a dar sus
primeros pasos a través de tres nombres claves: los de Božena Němcová,
Karel Jaromír Erben y Karel Hynek Mácha. Cada uno de ellos (vinculados tanto
al romanticismo tardío, como a los movimientos nacionales del siglo XIX)
no alcanzó su momento de culminación sino hasta las primeras décadas

1 La crónica narra, basándose en la Chronica Boemorum, de Cosme de Praga, la historia del pueblo checo,
describiendo sus hazañas y exaltando su identidad.
2 La Batalla de la Montaña Blanca enfrentó, en el marco de la Guerra de los Treinta años a los rebeldes
bohemios contra las tropas del Sacro Imperio Romano Germánico. La derrota de los primeros significó la
recatolización del territorio, junto a un fuerte retroceso de la cultura checa y la germanización de la región.
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del siglo XX. Momento en que la literatura checa comenzó a producir un


caudal literario suficiente como para alojar en él los rasgos identitarios de
una nación.

Karel Hynek Mácha (1810-1836), máximo representante del romanticismo


checo y uno de los poetas más grandes en su lengua, fue uno de los primeros
en desligarse de la lengua alemana para comenzar a componer su obra en
su lengua natal. Su poema Máj (Mayo), obra capital que llegó a publicar
unos meses antes de su muerte, dio nombre al movimiento que reunió a los
escritores checos más importantes de la segunda mitad del siglo XIX, quienes
fueron los encargados de legitimar el valor del poema, exaltándolo como una
pieza de valor nacional.

Máj se nutre del tópico del parricidio involuntario (Vilém, un bandido que ha
sido expulsado de su casa cuando niño, mata a su padre sin saberlo, al descubrir
que este ha seducido a su prometida) para reflexionar acerca del valor de la vida,
la pérdida, la justicia, y la fugaz vitalidad del hombre. El poema, como todo
poema romántico, abunda tanto en la exaltación de la naturaleza como en la
exhortación de un pasado glorioso. Respecto a este punto, Bruno Meriggi
señala que uno de los principales motivos inspiracionales de Mácha fue “la pena
provocada por el contraste entre el esplendor recreado con la fantasía, a través
de la contemplación de las reliquias históricas, y la desolación de la
realidad contemporánea” (1974, p. 150). No hay que olvidar que tanto la región
de Bohemia, como Praga y sus alrededores, se habían convertido, bajo el
reinado de Carlos IV (emperador del Sacro Imperio Romano Germánico,
que había elegido a Praga como capital del imperio) en uno de los enclaves
políticos y culturales más importante de Europa. Es el mismo Meriggi
quien, además, destaca dentro de los hábitos del poeta la admiración por
“los paisajes dominados por las ruinas de los castillos que testimoniaban
con su muda magnificencia la gloria de épocas pasadas” (ibíd., p. 150).

Božena Němcová (1820-1862) y Karel Jaromir Erben (1811-1879), por su parte,


se destacaron en la investigación, recolección y recopilación de cuentos
folklóricos checos y leyendas tradicionales (tal como lo hicieran los hermanos
Grimm en Francia), rescatando del olvido y la oralidad un cúmulo de narraciones
en las que cobran vida personajes y figuras del imaginario popular.
El intenso trabajo de ambas personalidades permitió llenar un vacío que la profunda
germanización de la región había dejado dentro de la cultura checa. Muchas de
estas narraciones, de las que se han nutrido con el paso del tiempo múltiples
propuestas artísticas (desde versiones teatrales, hasta películas de animación
y programas de televisión), se han ido instalando en el colectivo imaginario con
tal fuerza que han terminado convirtiéndose en parte de “la conciencia cultural
de la nación” (Gebhartová, 2006, p. 28). Cuentos como “Dlouhý, Široký a
Bystrozraký” (“El alto, el gordo y el buenavista”), “Pták Ohnivák a liška Ryška”
(“El pájaro de fuego y la zorra pelirroja”) o “Čert a Kača” (“El diablo y Cata”)3

3 El primer cuento describe las formas en que los tres personajes a los que hace referencia el título combinan
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no sólo ayudaron a reforzar la construcción identitaria a partir de los valores que


de ellos se desprendían, sino que, además sirvieron para reforzar los lazos con la
cultura eslava, al poseer muchos de ellos diferentes versiones dentro de esa cultura.
Esta filiación con el eslavismo (cuyo punto más álgido tuvo lugar con la concreción
del Congreso Paneslavo de Praga, en 1848) fue una de las estrategias a través de las
cuales se buscó limitar el poder imperial, con el fin de potenciar la soberanía de
los pueblos eslavos.

Božena Němcová, además, fue autora de Babička (La abuela), novela que ya desde
su subtítulo, “Obrazy z venkovského života” (“Pinturas de la vida rural”), anuncia
la intención del relato. En ella, bajo una estética realista, y elaborada a partir de
cuantiosos rasgos autobiográficos, la autora retrata la vida y costumbres checas
del ambiente rural, a partir de sus recuerdos de infancia. Babička, de la cual se
hicieron hasta cuatro versiones cinematográficas, fue la primera novela que
retrató la vida común de aquellas familias de aldeas, en las que, durante tanto
tiempo, habían encontrado refugio rasgos fundamentales de la identidad checa
(entre ellos, como ya se ha mencionado, el de la mismísima legua).

Uno de los acontecimientos literarios más llamativos, dentro de la construcción


identitaria checa, fue el del supuesto hallazgo de dos manuscritos datados en
el siglo XIII, encontrados en las localidades de Dvůr Králové y de Zelená Hora,
en 1818 y 1819 respectivamente. Ambos documentos fueron presentados
como antiguos manuscritos medievales que contenían piezas poéticas en checo
antiguo, en las que, siguiendo la tradición de los grandes cantares de gesta,
se “exaltaban las heroicas hazañas de los checos y sus triunfos sobre los
pueblos limítrofes” (Meriggi, 1974, p. 138). Aunque recibidos con suspicacia,
el hallazgo de los manuscritos no dejó de causar entusiasmo en las almas
anhelantes de adosar a la historia checa un pasado glorioso, sobre el cual
reconstruir su identidad nacional. A pesar del descrédito progresivo que fue
cayendo sobre los manuscritos, no fue, sin embargo, hasta fines del siglo XIX que
Tomáš Garrigue Masaryk (años más tarde primer presidente de Checoslovaquia)
consiguió sentenciar definitivamente la falsedad de los documentos, al presentar
pruebas conclusivas sobre su falsificación.

Masaryk, principal impulsor de la unión entre checos y eslovacos para


la formación de la primera república checoslovaca, entabló durante sus
últimos años amistad con Karel Čapek, autor a quien le encargó la escritura de
un libro que reflejara sus conversaciones, y las inquietudes que atravesaban
esa amistad. En ese libro, Hovory s T. G. Masarykem (Diálogos con Masaryk),
Čapek ofrece unas cuantas muestras acerca de cuáles eran las posiciones de

sus poderes (uno es capaz de estirarse a voluntad, el segundo de ensancharse, el último de ver a lo lejos y de
romper objetos con su vista) para ayudar al príncipe que les dio cobijo a rescatar a la princesa. El segundo, que
cuenta con distintas versiones rusas, polacas y croatas, entre otras, es un relato de postas, en el que el menor
de los príncipes (y, por supuesto, el único de valor entre sus hermanos) debe ir consiguiendo un objeto tras otro
para poder satisfacer los deseos del padre. En el último, a partir de su astucia, el protagonista (un pastor humil-
de y generoso), consigue al mismo tiempo liberar a un diablo de una obstinada amante, corregir a un príncipe
altanero y egoísta, y expulsar, finalmente, al mismo diablo al que había ayudado, de su pueblo para siempre.
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uno de los padres de la patria sobre la identidad checa. Por ejemplo, respecto
a la lengua y las tensiones lingüísticas que se vivían durante los años del
imperio, o incluso sobre el nacionalismo y el sentido de pertenencia:

Aprendí alemán de pequeño de mi madre. Aunque el alemán nunca fue una


segunda lengua materna para mí. De eso me volví consciente también cuando
llegué a la escuela alemana en Hustopeč. Los niños se reían de mi alemán, y yo
la pasaba feo en las materias de escritura. […]. Cuando mi libro Suicidio salió,
un reconocido escritor alemán lo leyó y encontró alrededor de una docena de
eslavismos en el libro. Incluso en entornos alemanes hablo exclusivamente
checo (Čapek, 1995, p. 75).
Cuando niño no tenía un concepto de nacionalismo más que el sentimiento
por mi propio pueblo, Čejkovice. El nombre de la parroquia vecina era Podvorov
[…], pero nosotros, por supuesto, la llamábamos Potvorov […], y los chicos de
Podvorov cantaban una canción que comenzaba: “A los niños de Čejkovice, los
meteremos en los urinales”. Cada domingo cruzábamos golpes con la pandilla
de Podvorov para ver quién haría sonar las campanas de la iglesia. Ahí hay una
idea acerca del nacionalismo en una sola palabra. En Brno fue donde comencé
a comprender qué significaba realmente ser checo. […]. La conciencia nacional
se cristalizó en mí con el conocimiento de la historia. […].
Incluso, aunque no tengamos libros checos, sí tenemos canciones checas.
En la escuela secundaria, los checos nos juntábamos y cantábamos muchas
canciones folklóricas tal como las conocíamos (ibíd., pp. 59-60).4

A pesar de haber construido una obra cosmopolita, mayormente ligada al


género fantástico y a la ciencia ficción, Čapek produjo también narraciones
en las que los rasgos identitarios checos y el problema de la identidad cobran
protagonismo. Ya sea a partir de los escenarios y personajes que pueblan el relato,
como del argumento que lo compone. En su novela Hordubal, que narra el
regreso de Juraj Hordubal a su tierra natal luego de ochos años en América (y a
pesar de lo que él mismo aclara: “si bien este libro, […], se apoya en un hecho real, es
y pretende ser sólo ficción, y ni siquiera aspira a ningún tipo de autenticidad
folklórica” [Čapek, 2011, p. 7]), Čapek exalta la geografía de la región y ofrece
un retrato de la vida en el interior de la antigua Checoslovaquia. En Povětron
(El meteorito) el tema de la identidad se ubica directamente como eje central
de la trama: ante la llegada de un misterioso paciente (sin identificación
alguna y con el rostro desfigurado) un cirujano, un vidente, un interno y un poeta
intentarán, a partir de los pocos datos que poseen y de las inconexas palabras que
el accidentado va soltando en sus delirios, descubrir y reconstruir su identidad.

En torno también a la identidad gira L’identité, segunda novela de Milan


Kundera escrita en francés, en la que Chantal, su protagonista, comienza a
sospechar que la identidad, aquello que nos define y nos compone como un yo,
es, en realidad, mucho más volátil de lo que parece. Esta interrogación acerca de
la identidad, su construcción y sentido, no representa una preocupación aislada
del autor, sino que atraviesa gran parte de su obra. Es, por ejemplo, la misma
interrogación que asalta al personaje de Teresa en La insoportable levedad

4 En inglés en el original. La traducción es propia.


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del ser (“Y si las distintas partes de su cuerpo empezasen a aumentar


y disminuir de tamaño hasta que Teresa dejase por completo de parecerse
a sí misma, ¿seguiría siendo ella misma, seguiría siendo Teresa?”
[Kundera, 2000a, p. 144]); o la que, ya en uno de sus primeros relatos (“El falso
autostop”), perturbará, en su primer día de vacaciones, a la pareja
protagonista, cuando el juego de roles que inician termine amenazando
sus propias construcciones identitarias, al punto de llevar a la amante a
recurrir para su defensa a la triste repetición tautológica del “yo soy yo”
(Kundera, 2000b, p. 100).5

Luego del fin de la primera república, y ya sin el sostén de la figura de Masaryk,


los rasgos identitarios que sirvieron como base para la creación del estado
checoslovaco comenzaron a debilitarse a partir del Acuerdo de Múnich.
El acuerdo, que significó un desprecio absoluto hacia la posición
de Checoslovaquia respecto al reclamo de Hitler sobre los Sudetes, puso en crisis
aquellos valores sobre los que la primera república se había fundado. Luego de
finalizada la segunda guerra mundial, y con el golpe de estado comunista de 1948,
el ideario socialista comenzó a reelaborar los símbolos identitarios, ubicando
a la figura del escritor y periodista Julius Fučík como máximo exponente de la
identidad nacional.

Fučík (1903-1943), quien “desde 1948 a 1989 […] estaba presente en estatuas, nombres
de calles, escuelas, sellos” (Ordoñez, 2020), fue autor del famoso relato autobiográfico
Reportáž psaná na oprátce (Reportaje al pie de la horca), en el que narra desde prisión
los días que van desde su captura por parte de la Gestapo hasta el día de su ejecución.
La consagración de la figura de Fučík trabajó hacia el interior de la identidad checa
como una de las formas de legitimar al régimen socialista, el cual con el correr de
los años comenzó a encontrar entre la población cada vez más resistencia. A pesar
del esfuerzo y de la operación llevada a cabo entorno a la construcción del mito
Fučík, las preguntas sobre los lazos que unían al pueblo checo con el universo eslavo
(un universo, de pronto, y especialmente desde la ocupación soviética del 68
vinculado a la imposición de un sistema totalitario) comenzaron a adquirir
relevancia, poniendo en foco los fuertes vínculos de la historia checa con
la Europa occidental. En su discurso de apertura del IV Congreso de la Unión
de Escritores Checoslovacos, de 1968, Milan Kundera señalaba que “primero por la
ocupación y luego por el estalinismo […] durante casi un cuarto de siglo, la cultura
checa fue desconectada del mundo, mutilada, reducida a instrumento de propaganda”
(Kundera, 1969, p. 45), para recordar más adelante que:

las naciones pequeñas no pueden defender su lengua y su identidad nacional si


no es por la importancia de su creación cultural y de los valores irremplazables
que en estas son afirmados. […].

5 Sobre el tema de la identidad en la obra de Kundera se ocupa puntualmente el artículo de Jesús Navarro Reyes
“Los flujos de la identidad en Milan Kundera”, disponible en: institucional.us.es/revistas/themata/22/24%20
navarro.pdf. Para el tratamiento de la identidad en “El falso autostop” puede leerse “Un viaje en falso auto-stop.
El tratamiento de la identidad en Kundera, a partir de uno de los relatos de ´El libro de los amores ridículos´”.
Disponible en: eslavia.com.ar/un-viaje-en-falso-auto-stop-el-tratamiento-de-la-identidad-en-kundera-a-par-
tir-de-uno-de-los-relatos-de-el-libro-de-los-amores-ridiculos/.
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Yo me horrorizo a veces de hasta qué punto nuestra cultura pierde ese carácter
europeo que los humanistas checos y del renacimiento tenían en tanto
aprecio. Las humanidades greco-latinas y la cristiandad, esas dos fuentes
fundamentales del espíritu europeo, son prácticamente ignoradas por el joven
checo culto de hoy (Kundera, 1969, pp. 46-47).

Años más tardes, en su ensayo “Únos západu aneb Tragédie střední Evropy”
(“Un occidente secuestrado. La tragedia de la Europa central”), Kundera
insistiría sobre el tema, volviendo a subrayar la importancia de occidente
para el pueblo checo y su identidad:

Por eso la Europa que yo llamo central siente el cambio de su destino después de
1945 no solamente como una catástrofe política sino como el cuestionamiento
de su civilización. El sentido profundo de su resistencia es la defensa de su identidad;
o dicho de otra manera: es la defensa de su occidentalidad (Kundera, 1984, p. 92).

Herederos de una lengua que los une irremediablemente al mundo eslavo,


pero parte al mismo tiempo de occidente, ubicados geográficamente
en el corazón de Europa, muchos de los títulos literarios checos más famosos
del siglo XX describen la vida de una nación sometida, una y otra vez, a las
invasiones y ocupaciones sufridas desde uno y otro lado.

Mientras que para Kundera, aún durante los últimos años de la Checoslovaquia
socialista, la pregunta acerca de la subsistencia de ciertos componentes
identitarios, que habían sido claves para su nación, seguía representando
un interrogante vigente, la cuestión acerca de la identidad checa y la
existencia nacional, al menos para algunos otros intelectuales, parecía en cambio
comenzar a cerrarse. En la larga entrevista que Václav Havel brindó a Karel
Hvížďala en 1986 mientras se encontraba en prisión, y en una respuesta que reproduce
casi literalmente la idea que esgrimiera Borges en “El escritor argentino y
la tradición”,6 el dramaturgo y posterior primer presidente de la República
checa declaraba:

Ser checo para mí es una evidencia, como lo es ser hombre, tener el pelo
rubio o vivir en el siglo XX. Si hubiera vivido en el siglo XIX, tal vez me hubiera
planteado la cuestión de mi identidad nacional, y puede que me hubiese preguntado
“si valía la pena”. Pero vivo ahora, y la cuestión de saber si hay que desarrollar o
disolver nuestra nación es algo que han decidido otros (Havel, 1992, p. 47).

La respuesta de Havel es una valoración insoslayable de la tarea


llevada a cabo por aquellos hombres que, a partir de mediados del siglo
XIX y durante las primeras décadas del siglo XX, se propusieron
robustecer una identidad durante años amenazada,creando las condiciones
necesarias para que esa identidad se mantuviera viva.

6 En su famosa frase Borges afirma: “No podemos concretarnos en lo argentino para ser argentinos: porque
o ser argentinos es una fatalidad, y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentinos es una mera
afectación, una máscara” (Borges, 1998, p. 203).
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2. Hašek: una literatura al ras del suelo: la identidad checa y el


hombre común

En su artículo “La nostalgia nacional de la forma”, Timothy Brennan destaca que


“la aparición del nacionalismo europeo coincide especialmente con una forma
literaria: la novela” (2010, p. 73). Luego, unas líneas más adelante agrega:

fue la novela la que históricamente acompañó el surgimiento


de las naciones, en la medida en que objetivó lo “único, aunque
diverso” de la vida nacional y remedó la estructura de la nación, una
mixtura de lenguas y estilos. En términos sociales, la novela pasó a
ser, junto con el diario, el principal vehículo de los medios impresos
nacionales, y contribuyó así a estandarizar el idioma, alentar la formación
cultural y eliminar la incomprensibilidad mutua. Pero hizo mucho más que
eso. Su forma de presentación les permitió a las personas imaginar una
comunidad especial que era la nación (ibíd., p. 73).

Por encima de los nombres ya mencionados, el de Jaroslav Hašek


se destaca por haber pasado a la historia como aquel autor que,
de manera más nítida, consiguió captar el espíritu de su pueblo.
En su obra, pero especialmente en la novela que le ha dado
fama (y que “ha quedado como un símbolo del pueblo checo”
[Gutiérrez Rubio. 2000]) se cifran en gran medida los rasgos identitarios
checos. Se trata de una novela en la que su protagonista no cuenta con otra
herramienta más que su astucia para enfrentarse a todo un imperio, una novela
en la que, en palabras de Monika Zgustová “los checos se ven como en un espejo”
(Zgustová, 2020).

La obra de Hašek, uno de los más destacados escritores checos de principio


de siglo XX, dialoga, desde una lengua y una tradición minoritarias, con los
grandes acontecimientos políticos de la época, afirmándose, al mismo
tiempo, como uno de los puntales del reclamo de un pueblo a la construcción de
su propia nación. En Las aventuras del buen soldado Švejk, los rasgos identitarios
checos se ven presentes, en primer lugar, a través de la reiteración de un fuerte
discurso antiaustríaco, que atraviesa toda la novela. Es un discurso que,
lejos de todo intelectualismo y politiquería, se encuentra instalado en la
cotidianidad de la vida ordinaria. Una vida de personajes plebeyos,
marginales y tramposos, cuya supervivencia depende tanto del pan que
consiguen cada día con el sudor de su frente, como de la astucia para
moverse dentro de una sociedad para la cual nunca han dejado de ser
descartables actores de reparto. Es de esa vida que les toca vivir a este tipo de
personajes (cargados, cada uno de ellos, de sus vulgares, urgentes, cómicas y
dramáticas necesidades y preocupaciones) de donde Hašek reúne el
material que necesita para la construcción de su novela, y también, de toda
su literatura.

El nacionalismo que recorre sus textos no es otro que el nacionalismo


declamado en los bares y tabernas que Hašek habita, y en los que el autor,
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literalmente, lleva a cabo la escritura de sus obras. Un nacionalismo cargado de


protesta, que nace del rechazo del hombre común a un imperio (y a una guerra
declarada por ese imperio) que no lo considera más que como carne de cañón.
Un imperio que no lo representa, y con el cual no quiere saber más nada:

En el edificio de la prefectura planeaba el espíritu de una autoridad extranjera


que comprobaba si la población estaba suficientemente entusiasmada con la
guerra. Salvo contadas excepciones –personas que negaban el hecho de ser hijo
de una nación que había de desangrarse por intereses que eran absolutamente
ajenos– la prefectura integraba un magnífico grupo de fieras burocráticas que no
se preocupan por nada que no fuera la cárcel y la horca con la finalidad exclusiva
de defender la existencia de los retorcidos artículos de la ley (Hašek, 2016, p. 68).

El comienzo mismo de Las aventuras del buen soldado Švejk, sin ir más lejos,
se da a partir de la noticia del atentado contra el archiduque Fernando
(desencadenante final de la primera guerra), que tiene como única respuesta
el desconocimiento burlón del propio Švejk:

–¿De qué Fernando habla señora Müllerová? –preguntó Švejk sin dejar
de masajear las rodillas– yo conozco a dos Fernandos. Uno es criado del droguero
Průša, aquel que una vez se untó por equivocación el cabello con pomada,
y también conozco a un tal Fernando Kokoška que recoge mierda de perro.
El mundo poco perdería sin ellos (ibíd., p. 27).

Este sentimiento anti imperial que recorre toda la novela funciona como un
recordatorio constante de la existencia de un pueblo subyugado, que había sido
el primero en levantarse contra el poder central en las revoluciones de 1848.7
Y alcanza sus puntos más álgidos en las burlas a cada uno de los estratos de poder
del Imperio, a los que Švejk vence y engaña constantemente.

Una idea cabal de la imagen con la que Hašek retrata al Imperio puede
encontrarse en la presentación del teniente Lukáš, oficial checo al servicio
del ejército imperial, a quien se describe como “un ejemplo típico del oficial
activo de la corrupta monarquía austríaca” (ibíd., p. 199). De forma
inmediatamente posterior a la presentación del personaje, la narración le
cede la voz al teniente Lukáš, quien, aunque “hablaba” y “escribía en alemán,
en cambio prefería leer libros en checo”, y “enseñaba en la escuela
de los voluntarios de un año […]: ´podemos ser checos si queréis, pero no
hace falta que nadie sepa nada´” (ibíd). Todo lo cual deja en claro que, a pesar
de los vaivenes y las derrotas políticas, para las primeras décadas del siglo XX,
la defensa de la identidad checa seguía vigente, manifestándose plenamente
en el rechazo a los Habsburgo, y en la indiferencia a la suerte que el Imperio

7 Durante este año se llevaron a cabo diferentes intentos revolucionarios dentro del Imperio
Austro-húngaro. Estas protestas y revueltas de carácter nacionalistas buscaban mayor libertad y autonomía para
las naciones menores que componían el imperio. El movimiento político liderado por el historiador František
Palacký, que presentó por primera vez un programa político que defendía el derecho natural del pueblo checo a una
existencia independiente, fue uno de los primeros, y más importantes, de los reclamos iniciados contra los
Habsburgo durante este periodo.
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pudiera correr. Sobre este rechazo e indiferencia se refiere Patrizia Runfola


en el capítulo de su ensayo Praga en tiempos de Kafka dedicado a Hašek:

En Praga, los checos entonaban un silencioso canto de resistencia, y se


servían de sus banderas con una eficaz fuerza simbólica. […]. Esta indolencia
aparente, que en realidad escondía una obstinada lealtad hacia un país
sometido, obligado durante siglos a fingir, se refleja en el protagonista del libro
Las aventuras del valeroso soldado Švejk […]. A diferencia de los
escritores vieneses, que contemplaban con melancolía o amargura el
desmoronamiento del imperio […], Hašek, como buen checo, consignó
despiadadamente en su libro los aspectos grotescos, las situaciones
humillantes, la imbecilidad sórdida y vil imperante en las comisarías.
(Runfola, 2006, p. 156).

Con el correr del relato, la burla al Imperio Austro-húngaro se irá


intensificando de tal forma que no habrá personaje austríaco que no sea
ridiculizado, llegando incluso hasta el insulto:

El coronel Friedrich Kraus, que poseía el título Von Zillergut, […] era
un idiota como pocos. Cuando contaba algo, siempre preguntaba a
todos los presentes si entendían las palabras más comunes. […]. Era tan
extraordinariamente estúpido que los oficiales lo evitaban siempre que
podían.(Hašek, 2016, p. 236-237).

Aunque no es hasta llegar al final del primer volumen –de los cuatro que
componen la novela– que los verdaderos sentimientos de Švejk respecto
a la guerra y a la monarquía, saldrán, sin ningún tipo de rodeo, a la luz:

–El emperador es un patata –declaró Švejk–. Siempre lo ha sido y después


de la guerra lo será todavía más.
–¡Y que lo diga! –declaró un soldado del cuartel–, un asno integral. Tal vez
ni sepa que estamos en guerra. Es posible que por vergüenza no se lo hayan
dicho. Y por lo que se refiere a su firma para el manifiesto de las naciones
del Imperio, es un engaño. La deben de haber puesto en la prensa sin su
conocimiento, él ya no puede pensar en nada.

–Está jodido –añadió Švejk con aire de suficiencia–. Se lo hace todo encima
tienen que darle de comer como a una criatura. No hace mucho, en la
taberna, un hombre contaba que el emperador tiene dos nodrizas que lo
amamantan tres veces al día.

–¡Ojalá todo esto acabara! –suspiró el soldado del cuartel–. ¡Que nos den
una paliza, pero que Austria-Hungría vuelva a tener paz!
Y así continuaron conversando. Švejk condenó a Austria-Hungría
definitivamente con estas palabras:
–Una monarquía tan estúpida como ésta no tiene derecho a existir
(ibíd., p. 243).

Estas opiniones vertidas no deben ser, sin embargo, entendidas como


simples comentarios aleatorios que Švejk y sus compañeros manifiestan al
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pasar. Muy por el contrario, es la misma narración la que deja en claro la


profunda representatividad de ese diálogo entre esos dos soldados, que
“continuaban expresando las opiniones del pueblo checo sobre la guerra”
(ibíd., p. 243-244). Siendo ésta una de las formas que elige Hašek para dejar en claro
cuál es la idea que le interesa transmitir acerca de la relación que unía a su pueblo
con el imperio de los Habsburgo.

La elección de la palabra “pueblo” por parte de la traductora Zgustová para


la expresión original českého člověka (literalmente “hombre checo”) 8
resulta significativa, porque pareciera querer captar el espíritu de ese tipo
de individuo que Hašek toma para la construcción de su obra. Personas
pertenecientes a los sectores trabajadores a los que también se refiere Radko Pytlík
al retratar al protagonista de la novela: “En este sentido Švejk se asemeja a una serie
de héroes plebeyos de cuento, granujas, pícaros avispados que en un momento dado
saben desarrollar la cantidad necesaria de energía e inteligencia” (Pytlík, 1983, p. 107).

Es también a ese hombre de pueblo, a ese hombre de raíz popular,


que encuentra inmediata identificación en el personaje de Švejk –quien
después de todo “representa a un sandio grotesco, prototipo del hombre común y
corriente de las calles praguenses” (ibíd., p. 125)– a quien Hašek en particular
parece dirigirse. Especialmente, cuando describe y presenta a su héroe en el
prólogo de la novela, como uno de aquellos tantos hombres, que, desapercibidos
y de a pie, caminan por las calles sin llamar la atención de nadie, y sin que de
ellos se sepa absolutamente nada:

Una gran época pide grandes hombres. Hay héroes desconocidos y oscuros,
privados de la fama y de la gloria históricas de un Napoleón. Un análisis de su
carácter empañaría hasta la gloria de Alejandro Magno. Hoy mismo podríais
encontrar, por las calles de Praga, a un hombre desaliñado que no se da cuenta
de la importancia que tiene para la historia de la magna época moderna.
Sigue su camino con humildad, no molesta a nadie ni le asedia ningún periodista
pidiéndole una entrevista.
Si le preguntarais cómo se llama, os contestaría con sencillez y modestia:
«Soy Švejk...».
Y sin duda este hombre tranquilo, descuidado y discreto es el viejo y buen soldado
Švejk, valeroso y heroico, cuyo nombre, en la época del Imperio austrohúngaro,
repetían todos los ciudadanos del reino de Bohemia; ni la república hará
empalidecer su gloria.

Quiero mucho a este buen soldado Švejk, y estoy convencido de que cuando narre
sus aventuras durante la Guerra Mundial, todos vosotros sentiréis por este héroe
humilde y desconocido la misma simpatía (Hašek, 2016, p. 17).

El éxito conseguido por la novela –una novela cuya primera legitimización


se dio “especialmente en la clase trabajadora”, antes de que una “editorial
de prestigio decidiera publicarla” (Zgustová, 2016, p. 11)– es comprensible

8 La frase completa del texto original es: Když oba potom jěště dále tlummočili názor českého člověka na válku
(Hašek, 1955, p. 208).
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también dado que el personaje de Švejk no es sólo representativo de los rasgos


identitarios del hombre anónimo y común, sino que, además, es un personaje que
se mueve siempre dentro de un universo habitado por personajes de esa misma
naturaleza. Casi todos, además, checos como él. Así ocurre con la señora Müllerová;
con el tabernero Pavilec, “célebre por sus groserías” (Hašek, 2016, p. 30); con el
pobre Břetislav Ludvík, apuñalado durante una discusión y protagonista de
una de las primeras anécdotas de Švejk; con el sargento mayor Řepa o con los
carceleros Klíma y Slavík. E, incluso, con aquellos personajes que más
espacio ocuparán en la novela; tal como son el propio teniente Lukaš; el sargento
mayor Vaněk; el voluntario de un año Marek (en parte una especie de alter ego
del propio autor); el cocinero Juradja; el capellán Martinec o el viejo
zapador Vodička. Así como también cualquier otro personaje que participe
de las incontables anécdotas que a cada momento relata Švejk.

De esta manera, la novela presenta el fiel reflejo de una geografía


pluricultural (compuesta especialmente por checos, judíos y alemanes) 9
pero en la cual cada cultura ocupaba estratos sociales diferentes: “La mayoría de
los checos pertenecía a un proletariado humilde, del que provenían las
bondadosas niñeras que criaban a los párvulos de las familias alemanas pudientes”
(Runfola, 2006, p. 18).

Es así como Hašek consigue construir una fábula completamente checa,


que apela al sentido de pertenencia y que refuerza las nociones de identidad
(“vamos al Kuklík–sugirió Švejk–. Podéis dejar las bayonetas en la cocina,
el dueño Sebarona es del Sokol, no hay nada que temer” [Hašek 2016, p. 129])10
y el anhelo de autonomía en el interior de una nación que había visto perdida,
siglos atrás, su propia soberanía.

Esta identificación del hombre común, del checo de a pie, con los personajes
que pueblan la novela es precisamente lo que resalta Jean-Richard Bloch en su
introducción a la edición francesa:

Hašek había creído un personaje que tenía justamente algo de Pickwick, de


Monsieur Prudhomme y del padre Ubu, de Panurgo y de Sancho Panza, pero tan
exactamente representativo del pequeño pueblo checo que este fantoche, […],
llegó a ser rápidamente popular en Praga. Por cierto, no en los salones ni en los
cenáculos, sino entre esa gente ingenua que lee un libro sin reparar en el nombre
del autor (Bloch, 1969, p. 8-9).

Tanto Josef Švejk, como el voluntario de un año Marek, o el teniente Lukaš,


o el sargento mayor Vaněk, son parte del ejército imperial, pero nunca dejan
de ser esos hombres comunes, sin riquezas ni títulos que los ampare,

9 “En los albores del siglo XX, residían en Praga cuatrocientos quince mil checos, diez mil alemanes y veinticin-
co mil judíos” (Runfola, 2006, p. 17).
10 El Sokol es una asociación deportiva tradicional checa de carácter nacionalista, fundada a mediados del siglo
XIX. Otras referencias a la identidad checa aparecen con la mención de la guerra de los Treinta años (en la que
se da la derrota en la Batalla de la Montaña Blanca) (p. 162), de las guerras husitas (que dan inicio a la guerra de
los Treinta años) (p. 306), y de la propia “historia de la nación checa” (p. 700).
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que intentan resguardar su subsistencia más o menos de la misma forma en


la que siempre lo han hecho. Aunque de pronto se encuentren con la amenaza
constante de la guerra. Sucede que el retrato que le interesa hacer a Hašek no se
apoya en la descripción de las diferentes formas en que seres cotidianos ven su
experiencia de vida trastocada por la traumática lucha en el frente (en la cual un
conjunto de personas es sometido a matar y morir); sino, más bien, en el retrato
de cómo la guerra se expande a todas las esferas de la vida, tiñendo de patetismo,
bajeza y crueldad incluso al mundo cotidiano. A esa vida que sigue su camino
más allá de la línea de combate.

A lo largo de las páginas de la novela no se encuentra, después de todo,


la descripción de las atrocidades, el horror y la muerte que el frente suscita.
Y sí, en cambio, el retrato de personajes que, sin otras herramientas más que
su propia fuerza, voluntad y astucia, trasladan al interior de la maquinaria
militar aquellos trucos y habilidades que les han permitido sobrevivir en una
sociedad que se les ha mostrado siempre indiferente, y que de pronto los convoca,
para que, con el sacrificio de su propia existencia, sostengan sus cimientos de pie.

Los rasgos autobiográficos (y aquellos pertenecientes a su entorno) con que


Hašek viste a sus personajes son uno de los más claros ejemplos del tipo social
sobre el cual el autor trabaja: Švejk vende perros callejeros camuflados como
perros de raza al igual que Hašek, el personaje de Marek bien puede leerse
como un alter ego del propio autor. Monika Zgustová recuerda que
“la novela tiene muchos elementos autobiográficos: unos cuantos personajes
de la obra son hombres y mujeres que habían existido de verdad y que tenían
los mismos nombres” (2016, p. 11). Y este interés por los marginales, los
desclasados, los humildes (que como Švejk recurren al engaño, a la pequeña
estafa, a los delitos menores) se extiende por fuera de la novela, para aparecer
también en el resto de la obra de Hašek.

Así ocurre en los cuentos “La expedición del ladrón Šejba” (que narra las
desventuras de un ladronzuelo desafortunado), en “Tres hombres
y un tiburón” (en el que un redactor de una revista sobre animales, el propietario
de un circo de pulgas y el dueño de una calesita deciden exhibir como vivo un
tiburón “artificialmente congelado”) y en “De cómo votó Cetlička” (cuyo
protagonista tiene prohibida su residencia en Praga y que tenía la
costumbre de escurrir “su mano hasta el fondo de los bolsillos” y marcharse
“sin ser notado” [Hašek, 1984, p. 68]), por mencionar sólo algunos. O incluso en los
relatos del “Ciclo de Bugulma”, donde el narrador Gašek, sin formación alguna y
de la noche a la mañana, es nombrado gobernador de una ciudad que no conoce.11
En todas estas narraciones lo que se repite es el retrato del hombre de a pie;
aquél que, sin estudios ni preparación, enfrenta y subsiste diariamente sin

11 Los rasgos autobiográficos del autor también están presentes en algunos de estos relatos. Al igual que el
personaje de “Tres hombres y un tiburón”, Hašek había sido redactor de “El mundo animal”, revista de la cual,
también al igual que el personaje, resultó despedido por escribir sobre animales inventados. Todos los cuentos
pertenecientes al “Ciclo de Bugulma” están inspirados en su propia experiencia como gobernador de esa ciudad
en 1918, al término de la primera guerra mundial.
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más recursos que su propia picardía y astucia. También en la serie de relatos


asociados a la creación del “Partido del progreso moderado dentro de los límites de
la ley” (incluidos en Pequeños cuentos de un gran maestro [1984], en los que otra vez la
biografía del autor se hace presente)12 vuelve a quedar claro cuál es el tipo social
sobre el que Hašek construye sus héroes, así como cuáles son aquellos a los que le
interesa ridiculizar. En estas breves piezas humorísticas, que bien contarían con la
complicidad de personajes como Švejk, o el ladrón Šejba, se presenta una aguda sátira
sobre los partidos burgueses que, indiferentes a la realidad del pueblo, enarbolan la
paciencia y los pequeños triunfos, como camino a la justicia social.

Los protagonistas de Hašek construyen, de esta manera, la imagen de un hombre


que, a sabiendas de que no está en condiciones de pararse de igual a igual frente
al adversario, no se rebela ante la subordinación. Pero consiguiendo, a pesar de
ello, que esa subordinación no implique la derrota, ni el renunciamiento a sus
lealtades y a sus propios intereses. Es la forma de obediencia típica de Švejk
–y aquí se podría agregar de toda una nación– quien, obligado repetidas veces
a enfrentarse a fuerzas superiores, es capaz de conseguir, gracias a su astucia y
sus tramoyas, resistir y perdurar, sin la necesidad de recurrir a enfrentamientos
o violencia alguna.

2.1. El relato de taberna


Tal como se ha mencionado, la literatura de Hašek mira hacia el interior
del ámbito nacional. E incluso en contextos internacionales, como lo es
la primera guerra mundial, su mirada se extiende siempre hacia adentro
(en Švejk, por ejemplo, siempre hacia el mundo del soldado y de su batallón,
siempre hacia el interior del ejército), omitiendo cualquier tipo de diálogo
con el resto de Europa, o con el mundo.

En los textos que giran en torno a Historia del Partido del Progreso
Moderado Dentro de los Límites de la Ley, la mirada de Hašek también apunta
hacia el interior del pueblo, dejando de lado cualquier consideración o
referencia al resto del mundo. En estas páginas, Hašek deja de lado las
coyunturas internacionales, para centrarse en el retrato satírico de la
política de su propia nación. En este diálogo constante con su propio pueblo
Hašek no deja de enfocar nunca la propia realidad, los rasgos identitarios
y la vida cotidiana del pueblo checo, cuyo punto central de encuentro son
las tabernas, a las que una y otra vez vuelve el autor de Švejk para crear y
nutrir su literatura:

Švejk surge de circunstancias completamente excepcionales. El retorno de su


hacedor de la Unión Soviética le devolvió a su antiguo tren de vida de bohemio.
Se movía no en los salones y cafés literarios, sino en los figones, cervecerías,
tabernas y cavas que fueron el taller donde tomó forma su genio creador […].
Fue en una pequeña cervecería llamada U Pánků […] y luego en el restorán

12 El partido fue fundado realmente por Hašek en Praga, en 1911, a través del cual llegó, incluso, a presentarse
como candidato dentro de las elecciones parlamentarias.
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U Kamenáče […] donde fueron pergeñados los primeros cuadernos del


Švejk, los cuales después vieron la luz en forma de folletos en edición
barata (Pytlík, 1983, pp. 125-126).

Uno de las características más destacadas de esta literatura de


taberna (que se desarrolla y se instala como tradición a partir de la producción
de Hašek) es la de producirse a partir de una escritura plebeya.13 Es decir, de una
escritura que se nutre lingüísticamente (aun cuando siempre sea a partir de la
mediación que el artificio cobra vida) de los mismos términos en los que la lengua
circula en su cotidianidad, conformando una literatura en la que, a simple vista,
no parece haber diferencias entre la lengua en la que se construye, y aquella
en la que se expresan sus destinatarios. A este respecto, Vavroušová destaca
a Hašek como “pionero en utilizar el lenguaje marcado, o sea, el checo hablado,
coloquial, incluso vulgar (se trata de una variante común del idioma checo no
estándar que está de acuerdo con la norma)” (2016, p. 121). Mientras que Pytlík,
por su parte, señala que:

El rasgo más distintivo del estilo de Hašek es su intención de describir las cosas
como son y dejar hablar a sus personajes con el verdadero lenguaje de las gentes a
las cuales representan. […]. “Esta novela no es un medio de pulimento para salón
de tertulias, ni un manual instructivo para aprender cuáles son las expresiones
que se deben usar en la sociedad. Es una imagen histórica de cierto tiempo” […]
escribió Hašek sobre sí mismo (1983, p. 104-105).

La influencia de la obra de Hašek se extiende sobre toda la Literatura checa,


alcanzando, incluso, a destacados autores como Pavel Kohout, 14
Milán Kundera (quién lo postula a la altura de los fundadores de la novela
moderna),15 Josef Škvorecký16 o Bohumil Hrabal. Este último, que de todos
es –indudablemente– quien más se ha nutrido de su legado, confiesa en
Quién soy yo la crucial importancia del mundo de las tabernas (y la de los
relatos que por allí circulan) en la conformación de su literatura:

13 “Nada es más importante para nuestra comunidad nacional que tomar plenamente conciencia de la
importancia vital de su cultura y de su literatura. La literatura checa –y ésta es una de sus particularidades–
no es apenas aristocrática; es una literatura plebeya, que se dirige a un amplio público popular. En esto
residen su fuerza y su debilidad. Su fuerza, porque ella está profundamente enraizada en el pueblo; su debilidad,
porque, insuficientemente emancipada, depende demasiado de su público checo” (Kundera, 1969, p. 46).
14 “Kohout se encuentra en la línea recta de una tradición tan firmemente anclada que quizás el lector checo
no llegue a advertirla. […]. Nos hallamos en ese pequeño mundo de todas las pequeñas ciudades checas, […],
tal como ocurría en la época de las aventuras de Švejk, que Kohout, no lo olvidemos, adoptó para la escena.
Pero, tampoco, en este caso, la referencia a Švejk es un simple detalle pintoresco; se sitúa en el mismo nivel que
el alma, o que el humor, es decir, en el nivel de relación entre la manera de pensar la vida y la manera de vivirla”
(Daix, 1977, p. 13-14).
15 “Me siento algo incómodo al situar a Jaroslav Hašek entre estos novelistas a los que, en mi ´historia personal
de la novela´, considero los fundadores de la modernidad novelesca; porque a Hašek le importó un comino ser
moderno o no” (Kundera, 2005, p. 83).
16 “¿Cómo negarle a Bertolt Brecht el sentido del humor? No obstante, su adaptación teatral de Las aventuras
del buen soldado Švejk prueba que jamás entendió la comicidad de Hašek. El humor de Škvorecký (como el de
Hašek o Hrabal) es el humor de los que están lejos del poder, no aspiran al poder y consideran que la Historia es
una vieja bruja ciega” (Kundera, 2009, p. 146).
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Y sólo después de haber conocido el mundo, de haber aprendido a darme a los


demás, de haberme dado cuenta en las tabernas, y no sin júbilo, que lo que yo
creía que sólo me ocurría a mí pasaba en realidad también a los demás, sólo
entonces empecé a tener coraje y a no sentirme tan solo. Y de tanto escuchar
a los demás me di cuenta de que mis mayores secretos, las cosas más terribles,
los momentos de más intensa soledad y de más tierna intimidad no eran mi
enfermedad secreta, […], que las mismas descargas que a mí me mortifican
oscilan en cada miembro de la comunidad, […], y es que habiendo escuchado
tantas confesiones en labios de otros empecé a creer que lo que a ellos les sucedía
en realidad me había ocurrido a mí, y convertí sus experiencias en mías. […].
Empecé a infundirme coraje para convertir las historias de taberna en mis propias
experiencias. La taberna nunca ha sido para mí un despacho o un confesionario,
nunca fui allí a preguntar nada, me limitaba a escuchar plácidamente, evitaba
cualquier parecido con el periodista que prepara un reportaje o un sondeo de
opinión pública, simplemente me sentaba y bebía y escuchaba y esperaba,
y de repente, como cuando, empujado por el ímpetu, por la necesidad, sin que lo
quiera me pongo a escribir, de igual modo en la taberna, la gente de mi mesa se
ponía a contar lo que podía parecer provocador y perverso… (s.f., pp. 15-16).

Cuantas tertulias habré presenciado, decenas de miles, habré escuchado decenas


de miles de historias, en mis tabernas habré embadurnado decenas de miles de
personas, no con mis monólogos sino con diálogos, diálogos que desembocan en
una conferencia que habitualmente no me corresponde, una conferencia con la que
otro concluye el parloteo de la taberna, esa cháchara de cervecería, como calificó
el profesor Václav Cerny a mis escritos, o esa verborrea de taberna, como llamó a
mis textos con lucidez el crítico Emanuel Frynta (ibíd., p. 21).

El vínculo entre estos dos autores centrales de la literatura checa y la deuda


de la obra de Hrabal para con la de Hašek son destacadas por Stanislav Škoda17
y por Monika Zgustová, 18 entre tantos otros. A través de la obra de Hrabal,
la tradición del relato de taberna, iniciada por Hašek se consolida como una
de las vertientes más características y populares de la literatura checa.

Pero además del uso de la lengua en sus versiones más prosaicas y de


la imitación de la oralidad, la recopilación y transcripción de anécdotas
(a través de intromisiones caprichosas en medio del relato) es otro de los
recursos característicos de Hašek, por medio del cual se cristaliza la
identidad nacional. La intromisión de estas anécdotas, que irrumpen el relato
principal, es otro de los aspectos que une a la novela con la cultura popular,
reproduciendo un esquema discursivo propio de las conversaciones
grupales, en las que cada acontecimiento es un posible catalizador de nuevas
anécdotas e historias, introducidas intempestivamente.

Este valor adicional de Švejk –que ayuda a entender su fuerte vínculo con
la idiosincrasia checa y, por tanto, su gran aceptación popular– 19

17 “Tanto la obra de Jaroslav Hašek como la de Kafka fueron de inspiración para otro escritor checo, Bohumil
Hrabal” (Škoda, 2017, p. 16).
18 “Yo, la verdad, que ya había traducido mucho Hrabal, que tiene muchísimo de Švejk y se inspiró muchísimo
en Hašek y también es muy coloquial” (Zgustová, 2020).
19 “En 1921, el editor Franta Sauer convencía a su amigo, el intelectual-alborotador, Jaroslav Hašek, para que
escribiera las aventuras de uno de sus antiguos personajes, el soldado Švejk, durante la guerra. […]. El éxito fue
inmediato” (Ordoñez, 2009). “La novela tuvo éxito enseguida, el público enseguida empezó a comprarla como
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se presenta muchas veces a partir de diferentes fórmulas de inicio, que dan paso
a las digresiones que pueblan la novela. Cada una de estas fórmulas
(compuestas por la introducción de una zona geográfica [siempre checa],
la presentación de un personaje sobre el cual girará la historia, y una vaga
ubicación temporal marcada por el “una vez” o alguna construcción análoga:
“un día…”, “hace algunos años…”, “años atrás…”) 20 permite observar cómo
Hašek utiliza una construcción discursiva propia de la conversación oral para
desarrollar la novela. La saturación de este recurso (a través del cual
la novela se puebla de un sinfín de pequeños y medianos relatos
enmarcados) queda enunciada explícitamente en la voz del teniente
Lukaš, quien, con su paciencia ya agotada, ordena al insistente a Švejk:
“Déjeme en paz con sus historias, Švejk. […]. Le ordeno otra vez que no me
explique más historias, no quiero escuchar nada. Y cuando lleguemos
a Budějovice ya ajustaremos cuentas” (Hašek, 2016, p. 259).

Activa en la voz de Švejk, la intromisión de la anécdota, habilita una serie de relatos


enmarcados que, por su brevedad y repetición, se alejan de la utilización clásica
del recurso (caracterizada por su aparición aislada y más extensa), 21
incorporando a la novela un rasgo propio de la conversación oral.

Respecto al proceso de escritura de Hašek, Jaroslav Seifert brinda su testimonio


en su libro de memorias Toda la belleza del mundo:

A través de la Praga estival y de todas las tabernas existentes, Hašek escribió,


rodeado por sus amigos y compinches, que no querían respetar su trabajo de
ninguna manera, el volumen entero de Las aventuras del valeroso soldado Švejk.

Escribía en una esquina de la mesa y, cuando tenía escritas unas páginas, alguno
de sus compañeros llevaba el manuscrito al editor Synek, y éste le pagaba la
parte correspondiente al trabajo entregado […].

Quizás, si Hašek no lo hubiera ido escribiendo sobre las mesas cubiertas de


charcos de cerveza, entre la algarabía de las conversaciones de taberna, rodeado
de unos compañeros sedientos y para satisfacer esa necesidad de su pandilla,
quizás entonces el libro no habría sido escrito jamás, ni Hašek sería el Hašek
cuyo nombre es conocido hoy en toda Europa (2002, pp. 332-333).

Esta forma de escritura que describe Seifert, y que –tal como señala el poeta–
ubica a Hašek por encima de muchos de sus contemporáneos, abrirá las puertas
a un nuevo estilo narrativo. Uno que, con la consumación de Las aventuras

loco y se hicieron más y más ediciones” (Zgustová, 2020).


20 Algunos ejemplos son: “Recuerdo que una vez” (p. 41), “Un día en Mydlovary, cerca de Zliv, distrito de
Hluboká” (p. 65), “En Zikov, una vez un capellán…” (p. 176), “En Zderaz vivía un hojalatero, un tal Vejvoda…”
(p. 190), “Una vez, vi a un asistente que había caído prisionero…” (p. 198), “Hace algunos años, en Svitava había
un jefe de estación…” (p. 265), ”De acuerdo –dijo Švejk, descolgando el auricular–, le contaré algo muy adecuado
para esta situación. […]. En mi regimiento había un tal Šic, un buen hombre…” (p. 484), “Años atrás, cuando hacía
la mili, había un detective privado…” (p. 502), “En Budějovice había un subteniente…” (p. 635) (Hašek, 2016).

21 El recurso, tal como es presentado comúnmente, por otra parte, aparece en la novela, a través del
voluntario de un año Marek. Quien tras anunciar que “Os contaré una historia sobre El mundo de los animales”
(Hašek, 2012, p. 364) –revista que había existido realmente y en la que había trabajado Hašek como redactor–
se explayará sobre esa historia durante las siguientes seis páginas.
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Jaroslav Hašek, Las aventuras del buen soldado Švejk...

del buen soldado Švejk como texto fundamental de la literatura checa,


terminará influenciando, en mayor o menor medida, a muchos de los
escritores checos que vendrán después de él. No se trata (y aun cuando pueda
resultar reiterativo, es útil volver a repetirlo) de una literatura que, a la
manera de la gauchesca, se alimenta de lo popular (es decir, que se construye a partir
de la captación del lenguaje popular y la imitación de sus diálogos vernáculos).
Es, y en esto radica mucho de la singularidad del autor, una literatura que refleja
la literatura checa porque surge de lo popular. Una obra que se construye desde el
mismo corazón del pueblo, desde sus propias entrañas. Literalmente,
desde el mismísimo punto de encuentro de ese mismo pueblo: el bar y las tabernas.
Los movimientos que realiza Hašek poco tienen que ver con los de aquellos
autores letrados que, cual etnógrafos o turistas, se pasean por territorios foráneos, por
espacios ajenos, recolectando todo aquello que les resulte extraño o pintoresco.22

Autores documentados que, en busca del verosímil o la legitimidad del pueblo,


emulan la lengua popular. Muy por el contrario, los movimientos de Hašek
son los de alguien a quien, inmerso en el mismo instante de la escritura en ese
ambiente del cual su obra se alimenta, le alcanza, simplemente, con estar atento
a las palabras e historias que caen sobre su mesa para elaborar su literatura.

Porque finalmente será desde allí (desde esas mesas salpicadas de cerveza) que
entre trago y trago conseguirá Hašek condensar los rasgos más significativos
de la construcción identitaria checa, dando vida, al mismo tiempo, a una de las
obras más singulares de Europa.

22 En su cuento “Juan Muraña” Borges ironiza este artilugio literario. En el encuentro del narrador
–un alter ego del autor– y el personaje que actuará como narrador del relato enmarcado se produce el
siguiente diálogo:
-Me prestaron tu libro sobre Carriego. Ahí hablás todo el tiempo sobre malevos; decime, Borges, vos, ¿qué
podés saber sobre malevos?
- Me he documentado- le contesté (2001, p. 60)
ISSN 2683-9695 (en línea)
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