BARANGER. W. Conclusiones y Problemas Acerca Del Objeto
BARANGER. W. Conclusiones y Problemas Acerca Del Objeto
BARANGER. W. Conclusiones y Problemas Acerca Del Objeto
875 a 889
*Conclusiones y problemas
acerca del objeto
Willy Baranger
Quien haya leído las páginas que anteceden habrá tenido amplia oportuni-
dad de convencerse de la riqueza del concepto de objeto en psicoanálisis, así
como de la increíble cantidad de confusiones que ahí se originan. Nada
mejor, si uno trata de desenredar esta madeja, que referirse a la multiplicidad
de sentido de la palabra “Objekt” en el texto freudiano. Sin querer exagerar en
la discriminación, lo cual nos llevaría, en el caso límite, a una fragmentación
corpuscular del sentido, podemos diferenciar un cierto número de acepcio-
nes principales, cada una de las cuales contiene una problemática intrínseca
y suficientemente distinta de las demás para que sea imprescindible conside-
rarla como categoría aparte.
Desde luego, todas estas acepciones tienen elementos en común, y las
problemáticas están interrelacionadas. Estas categorías, por ejemplo, se
vinculan con el objeto de la percepción y del conocimiento, sin que por ello
podamos afirmar que tienen su principal origen o fundamento en ellos. El
objeto de la pulsión mantiene con el objeto de la percepción un vínculo
sumamente laxo; percibimos de continuo una multitud de cosas sin valor
pulsional y, por otra parte, ciertos objetos pulsionales de importancia pri-
mordial nunca pueden ser percibidos (v. gr. el falo ausente de la madre
fálica). Dentro de los objetos pulsionales, los que se refieren a las pulsiones
del yo presentan características esencialmente distintas a los objetos de la
libido. El “apuntalamiento” (“Anlehnung”) de la libido sobre las pulsiones
del yo tiende a confundir las dos categorías objetales correspondientes y a
colmar el hiato que las separa, encaminando así el pensamiento analítico
posfreudiano hacia dificultades insolubles. El pecho percibido –objeto
natural– se confunde de este modo con el pecho alimenticio –objeto de las
pulsiones del yo– y con el pecho objeto de la libido. La unidad aparente del
objeto natural nos hace perder de vista la pluralidad radical de las cate-
gorías objetales.
entre la libido narcisista y la libido objetal, reconociendo que tan sólo una
parte de la primera es trasformable en la segunda, y al establecer (ya
desde el ángulo objetal) la oposición entre las elecciones narcisistas y las
elecciones “por apuntalamiento”. Además, el narcisismo introducido
ubica en forma decisiva la relación sujeto-objeto en un nivel en el cual la
oposición fundamental que rige la percepción entre el perceptor y lo per-
cibido deja de ser vigente: lo prueba la posibilidad del enroque entre
ambos. La dualidad originaria de las líneas objetales abre a su vez, por la
posibilidad de combinación de elementos de origen narcisista y de origen
directamente objetal, una problemática compleja, ya que todo hace pensar
que ambas clases de elementos no tienen idéntico status metapsicológico.
En “Duelo y melancolía”, Freud descubre con toda claridad una nueva
categoría objetal. Este objeto amado, odiado, perdido o muerto que “prosi-
gue su existencia intrapsíquica” después de producida su pérdida en el
mundo externo, es algo muy distinto del objeto de la pulsión, del objeto de
la identificación primaria, o del narcisismo. M. Klein lo llama “objeto intro-
yectado” y le confiere un papel determinante en la formación de las instan-
cias psíquicas, yo y superyó (siguiendo en esto a Freud, quien destaca, en
muchos escritos ulteriores a “Duelo y melancolía”, la importancia y univer-
salidad del proceso introyectivo). Esta clase de objetos no se comportan en
absoluto como “representaciones”, y mantienen procesos complejos de
intercambio con las instancias. Fairbairn, teniendo en cuenta estos procesos,
denomina a estos objetos “estructuras endopsíquicas”, yendo un poco más
lejos que M. Klein en su cosificación. Pero no por ello se aparta de una cier-
ta línea –evidentemente fecunda– de las descripciones de Freud.
Si no queremos omitir otra categoría objetal igualmente importante,
que presenta también su originalidad irreductible a cualquiera de las cate-
gorías antes enumeradas, tendremos que mencionar las “imagos” o figu-
ras protagonistas de los mitos universales de la cultura de las “novelas”
históricas que modelan la vida de los individuos. Pertenecen al acervo de
las “Urphantasien” y presentan un carácter que calificaríamos de arquetí-
pico, si no respetáramos la voluntad de Freud de evitar toda confusión
entre sus propias conclusiones y las teorías de Jung.
La teoría del objeto, como varias otras, ha ido desplegándose después de
Freud en un abanico de direcciones divergentes. Pero el origen de esta mul-
tiplicidad está en Freud mismo. Cada uno de sus continuadores eligió un
aspecto del concepto freudiano de objeto, una de sus líneas de elaboración,
y ninguno escapó a la tentación de tirar por la borda uno –o varios– de los
aspectos de la teoría freudiana del objeto. Desarrollaron ciertos aspectos, lle-
gando a veces más lejos que Freud, pero perdieron la riqueza inicial del con-
cepto. En su afán de alcanzar una concepción unificada del objeto, achataron
y empobrecieron la experiencia que este concepto intentaba resumir, sin por
ello disminuir ni aclarar en absoluto la problemática inherente.
878 WILLY BARANGER
Freud instaura la teoría analítica del objeto por medio de una ruptura con el
concepto de objeto de la percepción, u objeto natural. El objeto –en tanto que
interesa al psicoanálisis– no es el objeto natural sino, en primer término, el
objeto de la pulsión. En esto, el estudio de la perversión resultó para Freud
paradigmático. El prototipo según el cual debemos iniciar nuestro estudio
del objeto es el “corsé” femenino de los fetichistas de antaño: es ilustrativo el
“corsé” como objeto sofisticado, perimido, absurdo, antinatural.
Las afirmaciones de Freud acerca del pecho materno como “primer
objeto libidinal” han llevado a confusión. Reintegrar el pecho dentro de la
indefinida serie de los objetos, como uno de ellos, no nos da ningún dere-
cho a considerarlo prototipo de la serie. Al contrario, esta última conclu-
sión lleva –tal es la crítica de Lacan– a relegar el objeto libidinal a la chata
serie de los objetos naturales. Los observadores más agudos (M. Klein
antes que todos) han tratado de evitar este achatamiento: si bien para ella
el objeto interno es el “retrato” del objeto natural, por lo menos inicial-
mente es un retrato tan “fantásticamente distorsionado” por los procesos
proyectivos e introyectivos que resulta irreconocible. Sólo al cabo de una
larga evolución llegará el retrato a parecerse, más o menos, a su modelo.
Pero M. Klein –sostiene Lacan– queda presa de su pasión abrahamiana
por el principio de continuidad genética, es decir, presa de la antinomia
entre el objeto fijo de la necesidad biológica y el objeto arbitrario y anár-
quico de las pulsiones libidinales.
Con el descubrimiento del “objeto transicional”, Winnicott ensancha el
corte entre los objetos naturales y los objetos libidinales. Aunque se trata
de un objeto natural, Winnicott muestra que tiene un estatuto distinto de
los demás objetos de la percepción: está en la frontera del yo y del no-yo;
no pertenece, para el sujeto, al universo de las “cosas”, pero tampoco al
universo de los objetos imaginarios; está revestido de un intenso valor
libidinal, y, sobre todo, no sirve para nada. Además, su pérdida brusca o
su abandono no da lugar a ningún proceso de duelo, lo cual, en una pers-
pectiva kleiniana, no dejaría de ser harto sorprendente.
Trátese del objeto de la pulsión o del deseo, del objeto transicional, del
objeto introyectado, tanto como de los objetos de la identificación o del
narcisismo, y tanto como de las figuras míticas, el objeto empieza a inte-
Napoleón”, dice el loco de las historietas; o bien “Yo soy Sigmund Freud”,
si se trata de un psicoanalista.
Éstos son dos ejemplos de la circulación entre objeto y sujeto, circula-
ción que puede llegar, en casos extremos, a un enroque en el que cada uno
viene a ocupar el lugar del otro.
Desde el punto de vista de la relación entre sujeto y objeto, el descubri-
miento del narcisismo por parte de Freud no es menos escandaloso que el
descubrimiento del inconciente. En el fenómeno de la identificación, el inter-
cambio y la circulación entre sujeto y objeto no planteaba dificultades teóri-
cas demasiado graves: el sujeto podría apoderarse de algo del objeto hacién-
dolo parte suya o despojarse de algo suyo atribuyéndolo al objeto, sin
cambiar básicamente de ubicación. En el narcisismo, más todavía si se lo
entiende en su momento inicial y estructurante, el yo viene a ocupar el
lugar del objeto, mientras el sujeto está afuera. Recordamos que una de las
formulaciones de Freud es que, en el narcisismo, el yo se vuelve objeto del
ello (que se troca entonces en sujeto o adopta funciones de sujeto). Sólo
después de una evolución progresiva y lenta podrá el yo renunciar a su
rol de objeto y recuperar objetos en el mundo externo: primero semejantes
a sí mismo (elección narcisista) y sólo más tarde objetos complementarios.
El enroque inicial brusco cede el lugar a un proceso inverso, pero lento y
parcial. Lo mismo observamos en el análisis de ciertos pacientes narcisis-
tas cuya sexualidad se centraliza en el voyeurismo-exhibicionismo: el suje-
to se trasforma en objeto de fascinación para el partner sexual, mientras
éste es el encargado de la función de mirar, tan esencial para el sujeto.
Quizá la solución de Freud (el yo objeto del ello) no sea la más satis-
factoria ni la más inteligible, pero tiene el mérito de expresar este enroque
del sujeto y el objeto que caracteriza al narcisismo: la imagen especular
viene a ocupar el lugar del sujeto, mientras la mirada está en otra parte.
M. Klein, al describir el fenómeno de la identificación proyectiva, se
enfrenta con dificultades muy semejantes. Siempre estudió muy de cerca
la circulación entre sujeto y objeto, y sabemos que ella también tuvo que
forjar un concepto híbrido del yo. Admite por una parte la existencia de
un yo temprano dado como estructura heredada, cuyas funciones más
relevantes desde el ángulo psicoanalítico son la de percibir la angustia y
administrar los medios de defensa para no verse abrumado por ella. Los
más primitivos de estos mecanismos son el clivaje (splitting, la Spaltung de
Freud), la introyección y la identificación proyectiva. Por otra parte, el
pecho bueno introyectado forma el “núcleo” a partir del cual el yo se cons-
tituye progresivamente. Reencontramos aquí, expresada en otros términos,
la incompatibilidad entre un yo-función y un yo-objeto que vimos en
Freud. La identificación proyectiva-introyectiva da cuenta de los inter-
cambios entre sujeto y objeto: el yo primitivo, acosado por la angustia, se
cliva a sí mismo y se proyecta parcialmente en el objeto con el fin de
882 WILLY BARANGER
El objeto y la representación
te, su pérdida por abandono y la pérdida de algún ente abstracto (un ideal,
por ejemplo). Aun si, como es la regla, el ente abstracto siempre está referi-
do a personas concretas, pasadas o presentes, el duelo se vuelve aquí mucho
más metafórico y el objeto no tiene el mismo status que en el duelo stricto
sensu.
El trabajo del duelo es la paulatina trasformación de un objeto muerto-
vivo en una representación, en un conjunto de recuerdos como los demás.
El objeto no es el mismo cuando hablamos del objeto de la pulsión y
cuando hablamos del objeto del duelo.
El objeto no puede reducirse tampoco a una construcción significante. El
hombre (el sujeto) no es tan sólo un hueco habitado por palabras. Somos
hombres llenos de fantasmas podríamos decir –sin olvidar que estos fantas-
mas también hablan, y no con nuestras propias palabras o nuestra propia
sintaxis–. Hablar de representación, como lo hacía Freud, o de significante,
como lo hace Lacan, o de Letra, como lo hace Leclaire, no nos permite dar
cuenta del tipo de existencia objetal que Freud describe en “Duelo y
melancolía”. Que no se nos diga que estos fantasmas son metafóricos, que
se trata tan sólo de objetos imaginarios. Freud usa a veces el concepto de
objeto imaginario (o imaginado, fantaseado), pero no deja ninguna duda
de que se refiere entonces a algo muy distinto de lo que describe en el pro-
ceso de duelo, o algo que sí pertenece al orden de la representación. Estos
fantasmas son objetos de conocimiento: una ciencia de los fantasmas no
necesariamente es un fantasma de ciencia.
Ahora bien, en este momento se nos plantea un problema: ¿cómo
puede un trabajo sobre representaciones alcanzar a modificar algo que en sí
no es representación?
Nada nos asegura que las modificaciones de los objetos que se producen,
o que tratamos de producir, en el tratamiento psicoanalítico pertenezcan
a un modelo único. Si las discriminaciones que hemos propuesto corres-
ponden a una realidad, es de esperar, al contrario, que no sea así.
El intento de M. Klein de concebir toda la existencia objetal a partir del
modelo de la introyección, del objeto perdido en el duelo, si bien permite
una visión más sencilla y unitaria del objeto, tropieza contra dificultades
insalvables cuando quiere dar cuenta de ciertos fenómenos objetales. Para
dar un ejemplo: en términos kleinianos, el fetiche, con sus características
mágicas en la esfera genital (permitir la excitación y las consecución del
orgasmo), parecería provenir de manera bastante directa de un objeto idea-
lizado. Se trataría de una forma particular de idealización, limitada a la vida
sexual en sentido estricto. Encontraríamos una serie relativamente breve de
886 WILLY BARANGER
Algunas conclusiones
DESCRIPTORES: OBJETO / SUJETO / REPRESENTACIÓN / OBJETO INTERNO / OBJETO INTERNALIZADO / OBJETO “a” /
DUELO / OBJETO EXTERNO / IDENTIFICACIÓN / PERCEPCIÓN / INTROYECCIÓN / ESTADIO DEL ESPEJO / ELECCIÓN DE
OBJETO
KEYWORDS: OBJECT / SUBJECT / REPRESENTATION / INTERNAL OBJECT / INTERNALIZED OBJECT / OBJECT “a” / MOUR-
NING / EXTERNAL OBJECT / IDENTIFICATION / PERCEPTION / INTROJECTION / MIRROR STAGE / OBJECT CHOICE