El Casco de Beto
El Casco de Beto
El Casco de Beto
Beto atajaba bien la pelota hasta el año mil novecientos ochenta y dos, y sus preocupaciones pasaban por terminar el secundario
de adultos, conseguir un buen trabajo, ser buen arquero y también, buena gente.
Pero le tocó el servicio militar. Y fue conscripto. Y le tocó la guerra de Malvinas.
De repente fue soldado y tuvo que aprender a manipular un fusil FAL, usar bazuca, poner trampas explosivas, navegar por las
noches sin ser visible al enemigo y tuvo que aprender a matar para defender la propia vida.
Junto a otros chicos como él, soportó frío, hambre, dolor y supo conformar al estómago con pedazos de cordero mal cocidos y
sopa de arvejas.
Su destino fue Monte Longdom. Allí esperó el arribo de los ingleses.
Beto fue parte del último combate en aquella noche del once de junio cuando un mortero enemigo atravesó su casco. Y cayó
herido y fue arrastrado con casco y todo por sus compañeros de combate que lo dejaron a resguardo hasta el final de la batalla.
Así fue como el soldado malherido fue tomado prisionero por el enemigo.
—iVolvé, Beto, volvé! iNene volvé! iDespertá! —le dijo la abuela Tita.
Y Beto abrió los ojos. Y estaba en una sala del Hospital de Comodoro Rivadavia. Había pasado mucho tiempo de la última batalla.
Beto reconoció a su padre que lo miraba con alivio.
—¿Y la abuela Tita? —preguntó Beto inmediatamente.
Su padre movió tristemente la cabeza y murmuró:
—Quédate tranquilo hijo, ahora tenés que descansar...
Pero Beto notó pena en la voz de su padre y se dio cuenta que la abuela Tita ya no estaba entre ellos.
Esa misma noche Beto entre sueños tiró las cosas que se hallaban sobre la mesita junto a la cama del hospital. Buscaba el casco
de soldado, su casco, en cuyo interior había escrito su nombre y apellido en letras de imprenta. El ruido de las cosas al caer lo
despertaron y el joven se dio cuenta que ya no estaba en el campo de combate y que su casco, su querido casco que lo habla
salvado de la muerte, habría quedado quizás perdido, olvidado, durante aquella noche de junio.
La guerra que acababa de terminar se parecía a tantas otras. Pero esta se llevó a los jóvenes y muchos quedaron en las islas o en
el fondo del mar. Y Beto, prisionero de los tormentosos recuerdos se echó a llorar. Lloró por sus amigos que quedaron allá. Lloró
por la abuela de la que no pudo despedirse. Lloró por su casco de soldado. Lloró. Y pasaron treinta años y un día de aquella
maldita guerra. Y ese día Beto estaba en el trabajo cuando atendió el teléfono. Era su amigo:
— iHola Beto! iTu casco! iEntrá a la página web de la subasta!
Y Beto sorprendido, encendió la notebook y entró a la página que le indicó su amigo. iEl casco! ¡Ahí estaba la publicación con una
foto de su casco!
CASCO DE SOLDADO ARGENTINO DE LA GUERRA DE MALVINAS, decía el aviso de venta.
Beto se desesperó. El corazón se le vino a la boca atragantándolo. Alguien tenía su casco y alguien lo vendía como si tal cosa. Lo
reconoció de inmediato. Amplió la fotografía para observarlo mejor. Recorrió cada rotura... Ahí estaba el agujero. Por ese agujero
pasó la bala que a los veinte años lo dejó sordo, sin visión en un ojo, sin control del brazo y pierna del lado izquierdo. Ahí estaba
el casco que le salvó la vida. Muy conmovido, Beto sintió que era una parte de él lo que se estaba ofertando en la subasta. Pero…
¿Qué podía hacer para recuperarlo? ¿Cómo recuperarlo?
Entonces, hizo todo lo que estuvo a su alcance. Movió cielo y tierra para conseguirlo. Pero su casco estaba tan lejos y las cuentas
no le daban para comprarlo. Sus amigos, la gente toda, se ofreció para hacer una colecta. Pero Beto, agradecido, no quiso. Eran
tantas las necesidades de la gente. No podía permitir que se sacrificasen por él. Por eso no quiso aceptar donaciones.
Así fue como vio con angustia y dolor que su casco pasó a manos de otro coleccionista inglés. Entonces, Beto, desanimado, le
perdió el rastro.
Aunque tiempo más tarde, otra vez el casco apareció en subasta. En esta ocasión a un precio mayor.
CASCO DE SOLDADO ARGENTINO DE GUERRA DE MALVINAS TIENE VALOR HISTÓRICO Y MILITAR. SU DUEÑO SOBREVIVIÓ A LA
ÚLTIMA BATALLA.
Y nuevamente la desesperación se apoderó de Beto. Pero el precio de diez mil quinientas libras esterlinas era inalcanzable para
él. Otra vez sobrevinieron los recuerdos, las angustias, las noches sin dormir. De nuevo en la vidriera de la subasta digital, estaba
su casco y él quería recuperarlo. Entonces, sus amigos se movieron con rapidez difundiendo la noticia. Hicieron lo posible y lo
imposible. Pero el precio seguía siendo inalcanzable. El tiempo de la subasta llegó pronto a su término. Y media hora antes del
cierre, el ex combatiente de Malvinas vio con tristeza que la oferta de su casco desaparecía de la página web. Y Beto lloró. Lloró
por las malditas guerras. Lloró por los chicos que quedaron allá. Lloró por el dolor de tantos y por él. Y también por su casco.
Algunos días después, una carta enviada por el propio coleccionista inglés llegaba a manos de Beto. En pocas líneas el hombre le
explicaba que tuvo que sacar el casco de la subasta debido a los insultos y amenazas recibidas. Y que lo había vendido, pero que
pronto tendría una sorpresa. Treinta y siete años después el casco viajaba en avión haciendo el camino de regreso. Y una mañana
de marzo Beto fue invitado por otro argentino a tomar un café en Buenos Ares. El desconocido residía en Gran Bretaña. Y por fin
aquel día Beto recuperó su casco.
El casco que era su alma. El casco que salvó su vida cuando habla cumplido apenas veinte años.