?Esperame?Eva Alexander

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Espérame

Eva Alexander
Derechos de autor © 2020 Eva Alexander
Todos los derechos reservados

Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier similitud con personas reales, vivas o muertas, es una
coincidencia y no algo intencionado por parte del autor.

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni transmitida de cualquier forma o
por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor.

Diseño de la portada de: Eva Alexander


Contenido

Página del título


Derechos de autor
Sin título
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Epílogo
Libros de este autor
Sin título
Capítulo 1

¡Dios! Me he perdido.
Miré a todos los lados y no vi a ninguno de los invitados a la boda. Solo montones de turistas,
polvo y calor. Mi vestido largo y los tacones no eran el mejor conjunto para ir de visita a un
templo en medio de la nada.
Pero sí Elisa quiere algo hace todo para conseguirlo. Prueba de eso es que ayer en la
madrugada nos subimos al avión y volamos a un país desconocido.
No tan desconocido, pero es un país muy estricto con las personas que dejan entrar a su país.
Necesitas visado o una invitación de un residente. También una reserva en el hotel, seguro de
salud y suficiente dinero para gastar los cinco días que estarás en el país.
Sí, cinco días. Es lo máximo que puedes quedarte aquí. Me pregunto qué habrá en este lugar
para tenerlo todo tan estricto. Incluso nos han pedido el itinerario del viaje, tenemos todos los
días organizados peor que unos niños que van de viaje escolar.
Ayer poco después del almuerzo aterrizamos en Hadar, la capital del país. Nos tuvieron más de
una hora en el aeropuerto verificando nuestra documentación y las maletas. Keith, el padre de
Elisa estuvo al borde del infarto. Él es diplomático, acostumbrado a entrar en un país y que
cumplan todos sus deseos. Pues aquí no, aquí lo han tratado como a una persona normal.
Me ha gustado verlos, todos tan nerviosos, tan fuera de su hábitat natural. Ahora daría lo que
sea para ver a uno de ellos.
¡Dios! ¿Sabes cuál es mi mayor miedo? Perderme, no encontrar mi camino a casa, como Hansel
y Gretel. Claro que yo soy una mujer de veintiséis años, pero al encontrarme en un entorno
desconocido el miedo me paraliza y me convierto en una niña pequeña.
Miré hacia la izquierda, turistas. Miré hacia la derecha, nadie.
Elegí ir a la derecha, me pareció escuchar decir a Greta, la madre de Elisa, que la boda se
celebra en una parte del templo con el acceso restringido. Ignoré la señal que prohibía el paso y
caminé rápidamente por el pasillo.
Deseé tener tiempo para admirar el templo. Era maravilloso. Pinturas, ventanas con un tipo de
cristalería nunca visto, incluso el suelo era de algún modo especial. Parecía piedra, pero no se
escuchaba el sonido de mis tacones al pisar.
Me adentré más y más, hasta que me di cuenta de que de verdad estaba perdida. No como antes,
peor, como que iba a morir aquí y nunca encontrarán mi cuerpo. Mi corazón latía rápido, mi
respiración se había vuelto pesada... lo que me faltaba, un ataque de pánico.
—Esta es un área restringida, debe regresar al área principal.
La voz. Esa voz tuvo tanta impresión sobre mí que deseé ver a su dueño. La voz era sensual,
algo arrogante y ligeramente ronca. Me pregunto cómo será él. Así que me di la vuelta.
¡Oh, Dios!
Era hermoso, hermoso como un dios. Alto, musculoso. Tenía el cabello y los ojos negros más
extraños, era del mismo tono negro que su cabello. Negra como la noche, como sus cejas y sus
pestañas.
¿En qué estaba pensando Dios cuando lo hizo? El hombre era perfecto y su boca, apretada
ahora porque parecía molesto, probablemente por mi presencia, esa boca con labios carnosos y
simétricos estaba destinada a besar a una mujer hasta volverla loca. Llevaba vaqueros negros,
camisa blanca y chaqueta negra. Él era impresionante. Él era...
—¿Me has oído?
—Sí te escuché —murmuré—. El problema es que estoy perdida, por lo que volver al área
principal será algo difícil.
—Siga recto hasta la gran estatua blanca y luego gira a la izquierda —dijo él con esa misma
voz que hacía latir más de una parte de mi cuerpo.
—Por casualidad, ¿no sabes dónde se celebra la boda Mills-Oliver?
Él me miró unos momentos, parecía pensando seriamente sobre qué hacer conmigo.
—Vamos —dijo finalmente.
Él empezó a caminar y lo seguí sin rechistar. Sabía el camino fuera de este lugar así que iba a
seguirlo... ¡Oye! ¿Y si él me llevaba hasta algún lugar perdido y.…?
Vale, en serio ahora. ¿Qué me puede hacer? Por cómo se ve no necesita violar a las mujeres y
si soy honesta no creo que seré capaz de decir no si me lo propone.
Yo tampoco soy fea, eh, soy bastante guapa, aunque suena mal al decirlo yo misma. Un metro
setenta y cinco de altura, a veces me cuesta encontrar un hombre suficiente alto para mí, delgada y
con curvas. Delgada de que mi abdomen es plano gracias a las horas de gimnasio y las curvas
debido a las copas C.
Morena... espera, ¿morena? Sí, justo como él. Mis ojos son verdes, nada especial ahí, pero en
conjunto soy una mujer atractiva. Eso nos hace una pareja perfecta, con eso y la excitación que
siento solo con caminar a su lado, si decide llevarme a algún rincón escondido y tener sexo
salvajemente conmigo no diría que no.
De repente, estaba caminando y pensando en su cuerpo desnudo sobre el mío, él se detuvo y me
empujó hacia atrás hasta que mi espalda golpeó la pared.
¡Oh, carajo!
—Deberías decir que no, definitivamente deberías decir que no —susurró él.
Así que estaba atrapada entre la pared y este hombre alto, fuerte y sentía el calor que venía de
él. Mi cerebro dejó de funcionar, mi cuerpo se hizo con el control y puse mis manos sobre su
pecho. Humedecí mis labios y lo miré a los ojos.
—Voy a decir que sí.
Él sonrió y juro por Dios que casi tuve un orgasmo cuando lo vi. Estaba tan perdida en esa red
de deseos que no pensé en cómo él sabía lo que yo estaba pensando. Solo quería sentir su toque,
su cuerpo.
Se inclinó sobre mí, empujándome de nuevo hacia la pared y ahuecó mi rostro con sus grandes
manos. Me miró a los ojos por un rato y lentamente lo vi bajar la cabeza. Perdí todo pensamiento
coherente cuando sus labios tocaron los míos.
Su beso no fue amable, fue salvaje, fuerte y como nunca me habían besado. Su lengua estaba
devastando mi boca, estaba sintiendo el fuerte agarre de sus manos en mi cara, estaba tan mojada,
tan mojada. Lo necesitaba desesperadamente.
Gemí, pidiendo más.
Recibí menos.
Dio un paso atrás alejando su boca, alejando su cuerpo de mis deseosas manos.
—Lo pensaré —dijo.
Luego me agarró de la mano y caminó rápidamente hacia... no tengo ni idea de adónde me
estaba llevando. Parecía tan tranquilo y relajado mientras yo sentía exactamente lo contrario.
Lo pensaré.
Dijo que lo pensaría. ¿Eso qué diablos significa?
—¡Mira! —dijo él.
Miraba hacia abajo donde estaban mis amigos. Todos estaban sentados en sillas envueltas en
satén blanco. Sí, blanco. Elisa quería que nos vistiéramos de blanco, las decoraciones eran
blancas, todo era jodidamente blanco. Excepto ella, la novia vestía de rojo.
Loco, ¿no?
Así era ella, loca. No de ingresar en un psiquiátrico, solo una de esas personas que arrasan con
todo para conseguir lo que desean. Ahora te preguntarás qué hago yo aquí si tengo tan mala
opinión de ella. Es muy sencillo, mi padre se casó con su madre hace cinco años. Elisa es mi
hermanastra.
Desde arriba podía ver a su padre listo para llevarla hasta el altar dónde a dos pasos del novio
estaban las madres. La mía y la de ella. Ahí no había resentimientos y para alguien que no sabía lo
que yo sé sería idílico.
Sacudí la cabeza en un intento de alejar los recuerdos. Habían destruido bastante mi vida. Era
culpa de ellos que yo no tenía a un hombre en mi vida.
—A la izquierda tienes la escalera —dijo el hombre.
En algún momento había soltado mi mano y sumida en mis pensamientos no lo había notado. Se
giró y al verlo alejarse me sentí sola como nunca me había sentido en mi vida. Sabía que nunca lo
volvería a ver. Lo sabía. Por lo tanto, dejé la desesperación guiarme.
—¡Oye! —exclamé, él se detuvo y se giró.
Tengo que admitirlo, ni siquiera parpadeó cuando me vio correr hacia él. No se movió ni un
centímetro cuando salté en sus brazos, simplemente me agarró. Con mis manos sobre sus hombros
y las piernas alrededor de su cintura lo besé. Lo besé con todo lo que tenía, mostrándole mis
deseos ocultos, mis sueños.
Puse todo en ese beso. Lo di todo. Y lo tomó y me devolvió mucho más. Me dio el placer de su
boca sobre la mía, el fuerte toque de sus manos en mi trasero. Me dio esperanza.
—¡Espérame! —dijo con nuestros labios aun tocándose—. ¡Espérame!
Me dejó ir.
Me dejó.
Un minuto estaba en sus brazos disfrutando del beso más increíble, fantaseando con nosotros y
al siguiente lo estaba viendo irse. Eso fue todo, eso fue amor a primera vista. Miré el pasillo largo
y vacío durante mucho tiempo, esperando que volviera.
No lo hizo.
Finalmente, bajé las escaleras y me uní a la ceremonia de la boda. Todo el mundo estaba
prestando atención a los novios y yo estaba agradecida por ello. De esta manera pude colarme en
mi asiento sin tener que responder a sus preguntas.
Mi madre me odia, en realidad no, odia todo lo que no es perfecto y yo estoy lejos de ser
perfecta. Perderme era algo normal para mí de niña e incluso de adolescente. Con los años
aprendí a encontrar el camino a casa sin que ellos supieran que estaba perdida.
Estaba tan absorta en mis pensamientos, feliz de haber escapado, y no me di cuenta de que mi
madre me estaba mirando hasta que me susurró al oído.
—Ve al baño y arregla tu maquillaje.
Incliné la cabeza, lentamente, y la miré. Lo mismo que escuché en su voz, también lo vi en sus
ojos. Desprecio.
La ignoré, la mirada y el orden. No me moví de mi asiento hasta que el oficiante no declaró a
Elisa y a Jim, marido y mujer. Solo entonces me levanté y me fui a buscar los aseos.
Afortunadamente estaba vacío. El espejo me mostró por qué mi madre me había mirado de esa
manera. Labios rojos hinchados, sin lápiz labial. Tendrías que estar ciego para no ver que me
habían besado.
Entonces sí, además de ser una mujer torpe que se pierde casi todos los días, ahora era una
mujer pecadora. Según mi madre, toda mujer que deja que un hombre la toque y ese hombre no es
su marido merece arder en el infierno.
Ésa era la razón de su desprecio.
Ojalá pudiera ser lo suficientemente fuerte y decirle que lo sé, que los vi, que es la persona
menos indicada para juzgar. Otra capa de lápiz labial y estaba lista para volver. Llegué tarde. De
nuevo. El lugar estaba vacío y joder, el lugar se ve espeluznante como el infierno.
Tuve que tomar una decisión, vagar por los pasillos del templo una vez más con la esperanza
de que el apuesto hombre me encontrara de nuevo o quedarme aquí.
Me quedé.
Verás, nunca me han pasado dos cosas buenas seguidas así que pensé que encontrarme de nuevo
con él sería imposible. Tenía más probabilidades de convertirme en una momia.
Esperé, pensando que alguien vendría a recoger las sillas de la ceremonia.
Estaba equivocada. Nadie vino.
Me senté en una silla y lo hice durante mucho tiempo. Perdí la noción del tiempo porque saqué
mi teléfono y leí el último libro de mi autor favorito. Leo de todo, romance, terror, lo que sea, lo
leo.
De repente se apagaron las luces y fue entonces cuando me di cuenta de que estaba en
problemas. Grandes problemas.
El estómago decidió también que era el momento de recordarme que me había saltado el
almuerzo y que una tostada y un café no es sustento suficiente. ¿Por qué no desayuné más?
—Keira, eres una mujer adulta. No puedes esperar sentada a que vengan a rescatarte.
El móvil no tenía señal así que no podía llamar a nadie. No tenía idea por donde habían salido
los invitados a la boda. ¡Mierda! Eso me pasa por hacerle caso a mi madre.
¿Y qué si tenía el lápiz labial corrido? ¿A quién le importa?
Mi única oportunidad era él.
Sabía que tenía que subir la escalera e ir hacia la derecha. Hice eso mismo, pero primero me
quité los tacones. Subí las escaleras y me detuve allí arriba. Todo estaba oscuro, solo había
algunas luces pequeñas de vez en cuando, como las del metro, luces de emergencia.
—Joder, ¡vas a morir aquí, Keira!
Otro mal hábito mío, me hablo a mí misma. Pero ya dije eso, no soy perfecta. Caminé, no sé
cuánto, pero no pasó mucho tiempo hasta que el pasillo terminó. Había unas enormes puertas de
madera, bellamente diseñadas y me quedé allí admirándolas. En realidad, tenía miedo de
intentarlo y encontrar la puerta cerrada.
Se abrió sin que yo la tocara. La persona que salía se detuvo.
—Cuando le pedí que me esperara, me refería a su hotel —dijo el hombre.
Mi hombre, mi salvador.
—Sí, bueno, me perdí de nuevo.
Se rio y fue un sonido tan asombroso.
—¿Eso pasa a menudo? —preguntó él.
—Depende.
—¿De qué?
—Bueno, depende de cuáles sean tus planes. Si me va a llevar de regreso a mi hotel y pasar la
noche conmigo, le diré que sucede con bastante frecuencia.
—Ese no es mi plan —dijo y sentí mi corazón tonto llorar, pero él no había terminado—. Te
mantendré aquí conmigo, en mi cama y no solo una noche. Será para siempre.
Estaba teniendo problemas para procesar sus palabras y él lo encontró muy divertido. Se
acercó, puso un dedo debajo de mi barbilla y cerró mi boca abierta.
—¿Necesitas tiempo para pensarlo?
—Necesito más información, ¿qué vas a hacer exactamente conmigo? Porque si vas a
convertirme en una momia, prefiero arriesgarme y encontrar la manera de salir de aquí.
—Vamos, debes tener hambre.
Me tomó de la mano, abrió la puerta y entramos. Detrás de esas grandes puertas era un mundo
diferente, era mi mundo, no miles de años antes de que descubrieran la electricidad.
Era otra sala, iluminada y muy bien decorada. Tenía cuadros en las paredes, sillas cómodas,
alfombras mullidas en el suelo y flores frescas.
Lástima que me llevó a otro pasillo y otro hasta que llegamos a una sala que parecía una sala
de estar. Una sala de estar grande y lujosa. Grandes ventanas que me llamaron tan pronto como
entré. Solté su mano y fui hacia las ventanas. La vista era increíble, el templo en toda su belleza
iluminado con antorchas y en la lejanía el océano.
—Esto es hermoso, no puedo creer que sea la primera vez que escucho sobre este lugar.
—Nos gusta la tranquilidad y el resto del mundo no es conocido por su tranquilidad —explicó
él.
Lo sentí detrás mucho antes de que él pusiera sus manos en mi cintura. ¡Mierda! Su olor me
envolvió y todo lo que quería hacer era apoyarme en su pecho. Luché por no hacerlo, esto era una
locura.
Era un hombre guapo, el hombre que cada célula de mi cuerpo gritaba que era mío, pero aun así
ni siquiera sabía su nombre.
—Jace Young —susurró en mi oído.
Me volví para mirarlo y al hacer eso perdí sus manos, me soltó. ¡Maldita sea! Pero esto era
importante.
—¿Estás leyendo mi mente?
Jace sonrió y afortunadamente, para él no para mí, alguien llamó a la puerta.
—La cena está servida —dijo una mujer cuando se abrió la puerta.
Jace volvió a tomar mi mano y nos llevó a la habitación contigua. Sentí que se me saldrían los
ojos cuando vi el comedor. Era enorme y en la mesa probablemente caben cien personas.
—Ciento veinte —dijo mientras me ayudaba a sentarme a la mesa.
Luego se sentó y me miró con esa sonrisa en su rostro. Esa que me estaba derritiendo cada vez.
¡Maldita sea!
Pronto entraron dos mujeres con platos y platos de comida, tanta comida que me hizo
preguntarme dónde están las otras ciento dieciocho personas.
—Esta noche solo somos tú y yo —dijo Jace cuando las mujeres se fueron.
—Bien, entonces empieza a hablar.
—Empieza a comer y lo haré.
Así lo hice y él también.
Media hora después ya no tenía hambre, lo que tenía era información. Habló de sus planes, de
nosotros, de cómo será nuestra vida juntos. Habló de él y al hacerlo me asustó muchísimo.
Él era diferente y yo estaba jodidamente asustada. Me levanté lista para correr, pero me atrapó
antes de que pudiera llegar a la puerta. Me dio la vuelta y me quedé atrapada una vez más en sus
brazos.
—¿Lo sientes, Keira? ¿Sientes cómo late tu corazón cuando estoy cerca? ¿No escuchas tu
cuerpo rogando por mis caricias? Piénsalo. Esto sucede una vez en la vida. No habrá ningún
hombre en tu vida capaz de hacerte sentir así. Solo yo, Keira. Solo yo soy capaz de hacerte feliz,
de darte todo lo que tu corazón desee.
Lo estaba sintiendo, todo eso y más. Pero él, él venía con un precio, un cambio que no estaba
segura de poder hacer.
—Estoy asustada, Jace —murmuré.
—Lo sé, pero te prometo que valdrá la pena. Estaré allí contigo, sosteniendo tu mano, te lo
prometo. Di que lo harás, Keira, di que serás mía para siempre.
¿Cómo podría decirle que no a ese tono suave de su voz? ¿Cómo podría decirle que no al
hombre de mis sueños? ¿Cómo podría decir que sí a la aventura más aterradora de mi vida?
—No.
Capítulo 2

Cinco meses después


Por alguna razón bajar del coche y entrar en la casa de mi madre me aterraba. Me fui el día que
cumplí dieciocho y cada vez que vuelvo es lo mismo, un miedo, una ansiedad que me congela.
Pero aun así aquí estoy ya que mi madre llamó a las siete de la mañana exigiendo que vaya a
desayunar.
Si tuviera seis años me lo creería, pero mi madre no es que me odia o a lo mejor sí, ella no
soporta verme.
Soy demasiada alta.
Soy demasiado torpe.
Soy demasiado fea.
Soy demasiado morena.
Soy estúpida.
Soy gorda.
Sí, soy alta y algo torpe, pero no soy ni fea ni estúpida. Tengo ojos y un espejo, puedo mirarme
y decir que no soy como dice ella. Me gradué con honores así que estúpida tampoco. Aun así,
cada vez que estoy con mi madre sus críticas y miradas desaprobadoras me hunden en la miseria,
no por mucho, solo un par de días.
Me gustaría poder preguntarle por qué me trata así, pero no puedo. Las palabras no quieren
salir de mi boca, no importa cuánto lo intente.
Vamos a ver, soy una mujer fuerte e independiente con un sentido de la orientación inexistente,
así que si no tengo un GPS que me diga adónde ir me pierdo. Soy fuerte excepto cuando tiene que
ver con mi madre, es como si ella fuera mi kriptonita.
Veintiséis y le tengo miedo a mi madre.
Suspiro, cojo el bolso y bajo del coche. No puede ser tan mal, ¿no? Son las nueve de la
mañana, a mi madre no le ha dado tiempo de ponerse de malhumor.
¡Dios! ¿Por qué es tan difícil?
Empiezo a contar antes de tocar el timbre y lo hago hasta treinta y siete. Ana, la asistenta de mi
madre abre la puerta y me deja pasar. El sonido de mis tacones es lo único que se escucha en la
casa.
Camino hasta el salón donde no solo me espera mi madre, mi padre también está. Todas mis
esperanzas de salir rápidamente y sin muchos daños volaron por la ventana.
Mi padre compró esta casa, yo nací aquí igual que mi hermano mayor y vivimos juntos hasta
que un día él empacó su maleta y fue a vivir con su amante. La amante, vecina de al lado y amiga
de mi madre. Desde ese día mi padre no ha vuelto a la casa ni para cumpleaños ni para fiestas.
Si quiero verlo o hablar con él, algo que ocurre muy pocas veces, tengo que ir a la casa de él y
de Greta. Mi madrastra es una buena mujer si no entramos mucho en detalles como que engañó a
su marido, a su amiga y lo que ocurre en su casa el último viernes de cada mes.
Greta me gusta, ella siempre tiene una sonrisa para mí y aunque no parece mucho para mí sí lo
es. Me llama para preguntarme cómo me va, para invitarme a tomar un café, incluso recuerda mi
cumpleaños cosa que mi madre no hace. Ni mi padre ni mi hermano.
Patético, ¿no?
Mi madre es una mujer guapa, rubia, no muy alta por eso siempre se pone zapatos con tacón de
por lo menos diez centímetros, incluso ahora a las nueve de la mañana para estar por casa tiene
unas sandalias preciosas. Caras como el infierno, pero preciosas. Pagadas por mi padre que, para
conseguir el divorcio y el silencio de mi madre, aceptó mantenerla el resto de su vida.
¿Sabes esas mujeres de cincuenta años, ricas, que van a peluquería todo el día, de compras y al
club? Pues mi madre es una de esas mujeres y si la tuya no es así tienes que agradecerle a Dios.
No le deseo a nadie tener una madre así.
—¿Vas a quedarte en la puerta todo el día? —espetó mi madre.
¿Qué te dije?
—Buenos días —dije, entrando.
No me acerqué a ni uno de ellos, mi madre estaba sentada en el sofá, la espalda recta, las
piernas inclinadas a un lado con las rodillas y los tobillos juntos. La postura de la realeza como lo
llama ella. Mi padre está al otro lado del salón, muy guapo vestido con su traje si no fuera por el
ceño fruncido y la mandíbula tensa me hubiera acercado para darle un beso.
—Keira, te ves bien —dijo mi padre.
—Gracias, padre.
No papá, no papi. Nunca. Mamá tampoco, excepto si quería irme a dormir sin cenar.
Mi madre resopló y ese sonido bajó mi confianza a noventa y cinco por ciento.
—Siéntate, Keira —ordenó ella.
—¿Qué ocurre? —pregunté.
—Esta noche hay una fiesta en casa de Chad Ulrich —dijo mi madre y sentí como mi corazón
empezaba a latir queriendo salir de mi pecho—. Tienes cita en la peluquería y más tarde
entregarán en tu casa el vestido y los accesorios para la fiesta.
—No he recibido una invitación y aunque lo hubiera hecho no acudiría —dije.
—Iras y no se habla más —espetó mi madre.
—¡No!
Me puse de pie. Sí, mi confianza estaba a medias, pero Chad Ulrich era peor que mi madre.
Amigo de mis padres, aunque algo más joven, tenía alrededor de cuarenta, rico gracias al bufete
de abogados de su padre, atractivo y obsesionado conmigo.
Si mi madre hubiera sido una madre cariñosa habría sabido que problema tengo con Chad, pero
no lo era. Tenía quince años cuando empezó todo. Los padres de Chad eran amigos de mis padres
y venían a cenar cada semana. Chad también venía y me miraba de manera extraña. Yo tenía
quince, había averiguado a una temprana edad que era el sexo y no porque lo había querido, pero
sabía que significaba esa mirada y no me gustaba nada.
Al principio fueron las miradas, luego los toques accidentales, luego el exhibicionismo. Una
vez me atrapó en el aseo y me besó, le mordí la lengua y me dejó en paz. Otra, cuando nuestros
padres estaban en la terraza se tocó mientras me impedía salir corriendo.
Fueron unos meses hasta que encontré la manera de no bajar a cenar y como es que he
sobrevivido con la cantidad de tonterías que hice es un milagro. Tomé unas pastillas que
provocaban vómitos, otras para subir la fiebre. Un día le pedí a mi amiga Alice que me pegara, el
ojo morado me mantuvo a salvo en mi habitación durante dos semanas. Locuras que hace una para
protegerse cuando no tiene quién defenderla.
Finalmente, Chad se casó y dejó de venir a cenar, pero hace un año su esposa falleció en un
trágico y extraño accidente. Por desgracia nos encontramos en una fiesta y empezó de nuevo el
acoso.
Llamadas, tuve que cambiar el número de teléfono.
Flores y regalos a diario en mi oficina, tuve que pedirle a mi jefa que me dejara trabajar desde
casa.
Y ahora esto, me preguntó qué le habrá dicho a mi madre.
—Keira, es solo una fiesta —dijo mi padre.
—Para vosotros sí, para mi es una fiesta donde estaré a merced del hombre que me acosa
desde que tenía quince años.
—¿Pero tú eres estúpida? —gritó mi madre, se puso de pie y se acercó—. Chad es un buen
partido, deberías dar gracias a Dios por haber llamado su atención.
—¡No!
Me di la vuelta para irme.
—Keira, es tu hermano.
Me giré hacia mi padre.
—¿Qué pasa con Ben?
—Tiene problemas y solo Chad puede ayudarle. Ve a la fiesta, ayuda a tu hermano, Keira —
pidió mi padre.
Benjamín Evans. Mi hermano mayor bueno para nada. Desde los trece tiene problemas, con los
otros chicos que le hacen bullying y por eso tuvo que darles una paliza, con la policía que le acusó
de robar un coche solo porque estaba a un metro de dicho coche o de vender drogas cuando el
pobre estaba guardando la bolsa de un amigo.
Alan y Darcy Evans. Mis padres que creyeron en la inocencia de su hijo e hicieron todo lo
posible para resolver sus problemas. No me extraña que Chad es el único que lo puede ayudar, es
abogado y no de los buenos. A ver, es bueno, no pierde ni un juicio, pero sus métodos no son ni
legales ni justas. Y sus clientes, aunque son absueltos siempre son culpables.
—Pues págale más —le dije a mi padre.
—¡Por Dios, Keira! —exclamó mi madre—. Chad te quiere a ti y si no vas esta noche tu
hermano ira a la cárcel, ¿eso es lo que quieres?
—No quiero que Ben vaya a la cárcel, pero si es inocente no tiene nada de que temer, ¿no?
Mi madre evitó mi mirada y mi padre bajó la cabeza. Culpable, Ben era culpable como
siempre y yo debía entrar en la boca del lobo para salvarlo.
—No voy a ir a esa fiesta ni esta noche ni otra.
—¡Keira! Es tu hermano —espetó mi madre.
Ahora sí es mi hermano, toda mi vida fui un estorbo, una decepción para todos y ahora debía
sacrificarme por él.
—Me voy.
—Si te vas ahora será la última vez que me veas —amenazó mi madre.
A ver si pasa de verdad.
Salí y mientras caminaba hacia mi coche me di cuenta de que no estaba paralizada de miedo, ni
estaba temblando, ni mis piernas de goma. Cómo había ocurrido eso no tenía ni idea, será porque
había una amenaza más grande que mi madre.
Subí al coche y arranque, no quería estar ni un minuto más en la propiedad de mi madre. Y
mientras conducía pequeños detalles empezaron a llegar a mí mente.
Mi vecino es un pervertido, le gusta esperar en la entrada del edificio y subir en el ascensor
con las mujeres. Una vez dentro se acerca y huele el cabello de las mujeres, es espeluznante e
incómodo. Hace dos semanas intentó de nuevo olerme y le grité. Lo empujé contra la pared del
ascensor y amenacé con dispararle. Ni tengo ni sé usar un arma, pero el pervertido dejó de
esperarme en la entrada.
Antes de eso fue una compañera de trabajo que tenía la costumbre de olvidar su bolso en la
oficina cuando íbamos a comer y no me quedaba otra que invitarla yo. Un día se lo reproché y lo
hice delante de todos los compañeros.
Yo no era así, no soy así. Prefiero morderme la lengua a poner a alguien en una situación
incómoda, prefiero trabajar más a decir que no. Pero después de la boda de Elisa empecé a
cambiar y no entiendo por qué.
Será por lo que pasó en Hadar. ¡Dios! Qué vergüenza pasé. Me quedé encerrada en el templo y
si eso no era suficiente me bajó el azúcar y me desmayé. Las guardias me encontraron por la
mañana en la sala donde se había oficiado la boda.
Lo más extraño de todo eso es que no recuerdo nada, ni la boda ni perderme. Tengo unos vagos
recuerdos de la llegada al aeropuerto y luego nada, me desperté en el hospital. Sola. Nadie se
había dado cuenta de que estaba desaparecida.
Mierda de familia y amigos, pero no es de extrañar.
A lo mejor haber pasado una noche en un templo me habrá insuflado un poco de coraje, ¿quién
sabe? Y no es algo malo, por primera vez en mi vida pude levantarme y decirle no a mi madre.
De camino a casa pasé por el supermercado, mi nevera estaba vacía y podrías decir que soy
paranoica, pero no quería salir de casa en los próximos días. Chad no sabía mi dirección, pero
con la familia que tengo no me sorprendería que la tuviera.
Llené el carrito con todo menos comida sana, cogí una ensalada y unas manzanas solo por si
acaso entraba en coma por tanta comida basura. Pero estoy celebrando que soy valiente, que por
fin escapé de mi madre eso requiere chocolate y mucho azúcar.
Capítulo 3

Tres días estuve encerrada en casa trabajando, comiendo y viendo películas. Fue perfecto, pero
todo termina y el lunes tuve que ir a la oficina para una reunión. Elegí ponerme una falda tubo con
una camisa blanca que no era lo que normalmente me ponía para ir a trabajar, solía ir casual, pero
de repente me dio algo por arreglarme más de lo habitual.
El tráfico en Seattle por la mañana es horrible y en lugar de conducir pedí un taxi. Trabajo en
la empresa de joyería más grande del mundo en el departamento de diseño. Desde pequeña me ha
gustado confeccionar joyas, solía cambiar mis juguetes con mis amigas por collares de sus
madres. Las rompía y confeccionaba otras, anillos, pulseras y collares. Era mi pasión y después
de la universidad se convirtió en mi trabajo y uno muy bien pagado.
A mis padres no les importó qué estudiaba, alquilé un piso y me mudé después de graduarme
del instituto. Con el dinero de la herencia de mi abuela pagué mis estudios y ahora estoy
ahorrando para comprarme un piso. Lo que no sé si comprarlo en Seattle o irme a vivir a otra
ciudad. Un cambio no me vendría mal, estaría lejos de mi familia. Lejos de Chad también.
Habrá que pensarlo bien.
Llegué a la oficina con tiempo suficiente para tomarme un café con mis compañeros y ponerme
al día con los cotilleos. La reunión fue solo un pretexto de mi jefa para vernos, dijo que echaba de
menos gritarnos en persona y a las doce estaba de vuelta a mi casa.
Salí del ascensor y estaba buscando las llaves en el bolso cuando vi al administrador del
edificio al lado de la puerta.
—Señorita Evans, buenos días —dijo Ed Smith.
Era un hombre mayor y con un carácter insufrible. La última vez que tuve una avería en el
apartamento llamé a una empresa especializada solo para no tener que aguantar sus miradas
desaprobadoras. Como si yo tuviera la culpa por la tubería rota del cuarto de baño.
—Señor Smith, ¿qué tal?
—Muy bien, gracias. Estoy aquí para informarle de que tiene doce horas para desalojar el
apartamento.
—No entiendo —murmuré pasmada.
—Su contrato ha expirado y la administración decidió no renovarlo. Tiene doce horas,
señorita.
—Pero, señor Smith, eso no es correcto. No me pueden echar sin un preaviso de al menos dos
semanas.
—Mira señorita, no estoy de humor para escucharlo, pero le voy a decir algo. No pierda el
tiempo, recoge tus cosas y vete. Tengo ordenes de echarla a la calle si esta noche sigue en el
edificio. Que tenga un buen día.
El señor Smith me entregó los papeles y se fue. No sé cómo abrí la puerta, pero entré y me
senté para leer los documentos. Era una copia de mi contrato y en la última página había una línea
pequeña subrayada con rojo.
El propietario puede rescindir el contrato de arrendamiento en cualquier momento sin
notificar al inquilino de los cambios.
¿Cómo no lo he visto cuando firmé el contrato? Podía perder el tiempo y denunciar, pero solo
sería eso, perder el tiempo. Necesitaba mudarme y ya. Miré en el pequeño cuarto de estar repleto
de mis cosas, libros, cuadros, joyeros. Necesitaba ayuda y solo había una persona que podía
ayudarme.
—¡Dame ese contrato! —ordenó Alice después de abrirle la puerta.
Alice Ryder, mi mejor amiga desde que teníamos cinco años. Ella es abogada y su marido
trabaja en la oficina del fiscal. Seguramente está preparando el caso contra los dueños del edificio
mientras lee el contrato.
Ella entró en el apartamento y no se sentó, caminó leyendo.
—¡Estás jodida!
—Lo sé —dije.
—Podíamos denunciar, pero tardaríamos mucho tiempo y la verdad es que al final vas a
mudarte de esta mierda de edificio.
—¿Sí?
—Sí —dijo Alice sonriendo—. Tú te vienes con nosotros a la urbanización.
—¡Dios, no!
—Dios está ocupado, vamos a empacar. La empresa estará aquí en dos horas.
No había pensado más allá de empacar, solo quería irme antes de que el señor Smith llegase
para echarme. Quería quedarme unos días en un hotel mientras buscaba un apartamento, pero ir a
casa de Alice nunca había pasado por mi cabeza.
—Cariño, sabes que eres mi mejor amiga...
—Pero —continuó Alice mientras guardaba mis libros en una caja.
—Pero no puedo irme a vivir contigo y con Víctor.
—No te vienes con nosotros, vienes a nuestro edificio. Hay un par de apartamentos libres y ya
hablé con Patricia. Hay uno de dos dormitorios en la primera planta perfecto para ti.
Alice, mi mejor amiga y la persona que siempre está a mi lado. Y ahora seremos vecinas. Al
final tener que mudarme se convirtió en algo bueno.
Empacamos, la empresa de mudanza llegó y a las nueve en punto le entregué las llaves al señor
Smith. Alice se fue con el camión de los de la mudanza, dijo que nunca había subido en uno y los
hombres le ofrecieron un paseo.
Esa era Alice, rubia, ojos azules, un cuerpo y una cara que era la envidia de muchas mujeres,
flirteaba con todos y todas, pero era fiel a su marido. Llevaban casados dos años, pero eran
inseparables desde el primer día que se conocieron en la universidad. Ella estaba en el primer
año y él en el último y fue amor a primera vista.
De camino a lo que será mi nuevo apartamento me perdí dos veces y eso que iba a visitar a
Alice a menudo, pero estaba distraída. Llevaba viviendo en ese edificio ocho años y nunca
obligaron a nadie marcharse. Los vecinos eran buena gente, especialmente la señora Gareth que
vivía en el último piso y se encargaba de ponerme al día con lo que ocurría en la comunidad.
¿He dicho que me gustan los cotilleos? Pues sí, me encanta escuchar qué, quién y cómo. No
suelo compartir nada de lo que me cuentan sin importar cómo de interesante está el chisme.
Soy una cotilla a medias, escucho, pero no comparto.
Así que estaba bastante segura de que había algo extraño con mi desalojo. Alguien me quería
fuera de ahí, pero ¿quién?
Llegué a la urbanización Paradise, una de las mejores de la zona. No era muy cara, pero
tampoco barata. La mayoría de los vecinos eran jóvenes, entre veinte y treinta años, con un nivel
medio de vida igual que el mío. Tengo un buen trabajo y ahorros en el banco, así que se puede
decir que vivo bien.
Los edificios eran modernos con un toque especial, tenían algo que los hacía verse como un
hogar. Eran edificios de dos o tres plantas, con dos apartamentos por planta, situadas alrededor de
la piscina. Detrás estaba un jardín de verdad, con árboles y hierba, área de juegos para niños,
aunque no había muchos en la urbanización.
Mi apartamento estaba al fondo y el de Alice justo al otro lado.
—Voy a tener que comprar cortinas —dijo Alice cuando entré en el apartamento.
—¿Por qué? Las odias.
—Desde aquí se puede ver en mi dormitorio y, cariño, eres mi amiga, pero no quiero que veas
a mi hombre desnudo.
Me acerqué a ella y miré por la ventana de mi cuarto de estar repleto de cajas. Y sí, podía ver
su dormitorio.
—Ya lo he visto —murmuré.
Alice se giró.
—¡No! ¿Cuándo?
Me senté en una de las cajas y suspiré.
—Creo que fue hace unos tres años, ¿recuerdas esa noche cuando salimos con tus compañeras
de trabajo a esa discoteca exclusiva?
—Sí, te quedaste a dormir. ¡Oh, Dios! Ahora tendré que matarte —exageró Alice.
—Tampoco fue para tanto, el pobre salía de la ducha y yo estaba medio dormida. No he visto
nada, excepto el tatuaje.
—¿Qué? Pero eso es justo ahí, es que, de verdad, Keira. Espera, ¿has visto al Príncipe
Alberto?
—Estás cansada, Alice. Deberías ir a casa y a descansar —dije, pensando que el cansancio le
hacía ver príncipes.
—No, el piercing. ¿Has visto el tatuaje y no el piercing? —preguntó Alice.
Abrí la boca para hablar, pero nada salió. Mi experiencia sexual era en teoría, no en práctica,
pero aun así sabía que Príncipe Alberto era un piercing en el pene.
—Ahora entiendo por qué estás siempre sonriendo.
Alice se echó a reír y se sentó a mi lado en otra caja. Puso la cabeza sobre mi hombro.
—Tenemos que buscarte un novio, uno de esos hombres que te miran y se te caen las bragas.
Unos ojos negros destellaron en mi mente, un olor a madera. ¿Un recuerdo? No conozco a nadie
que tenga ese color tan peculiar de ojos y no había manera de olvidarlo si lo hubiera conocida.
Solo un instante de verlos en mi mente y ya me tenían agitada. Excitada.
¿Quién será ese hombre?
—Vale, búscalo y ya me avisas —acepté.
Nos quedamos sentadas en las cajas por mucho tiempo, hablando de todo y nada. Las dos
demasiado cansadas para movernos hasta que llegó Víctor y se la llevó. Era tarde, tenía que
guardar en la nevera la comida que había traído del apartamento, la cama estaba sin hacer y yo
solo quería dormir.
Guardé solo lo imprescindible en la nevera, puse una sábana sobre el colchón y me quedé
dormida sin ducharme, sin cepillarme los dientes, sin cenar.
Por la mañana desperté helada de frío, yo soy de esas personas que necesitan manta incluso en
verano. Me duché, comí cereales y luego me ocupé de sacar y guardar mis pertenecías.
Los muebles ya estaban más o menos dónde las quería, Alice se había encargado de decir a los
chicos de la mudanza dónde iba cada cosa. La televisión la dejé en el suelo ya que no sabía cómo
anclarla a la pared, tenía que pedirle ayuda a Víctor.
Patricia, la administradora de la urbanización llegó a mediodía con el contrato de alquiler y
esta vez lo leí antes de firmar. El alquiler era más barato que el de antes y me sorprendió mucho.
Se lo pregunté a Patricia y ella dijo que era una promoción porque era el último apartamento libre.
Me tomó todo el día organizar y limpiar el apartamento, pedí pizza cuando mi estomago rugió
de hambre. Pizza que al final la compartí con el chico que vino a instalar el cable y el internet.
Regalo de la urbanización.
Eso empezaba a molestarme, el apartamento vacante, el precio, el internet ya eran demasiadas
coincidencias. Pero nada ocurrió y olvidé el asunto.
Mi vida en la urbanización era perfecta.
Había instalado mi oficina en el segundo dormitorio y tenía vistas al jardín, si estaba cansada
solo miraba por la ventana y se me pasaba.
Uno de los edificios era especial para no tener que salir, había supermercado, spa, farmacia,
gimnasio e incluso había un médico y un pediatra disponible las veinticuatro horas. Me pregunté
por qué no me vine a vivir aquí antes.
Mi vida perfecta se vio ocasionalmente perturbada por mensajes de mi padre, mensajes que
borré sin leer. Bloqueé el número de mi hermano cuando empezó a llamar cada hora.
No quería pensar en qué significaban esas llamadas, elegí vivir en mi pequeño mundo de
fantasía.
Capítulo 4

Ven a tomar el sol.


Era viernes poco antes de mediodía cuando recibí el mensaje de Alice y aprovechando que mi
jefa no era muy estricta con las horas de trabajo, bajé a la piscina. No me puse el bañador, era
primavera, el sol brillaba, pero no me apetecía quitarme la ropa delante de mis vecinos.
Me puse un vestido corto de tirantes y fui a encontrarme con Alice, ella estaba en una tumbona
mirando muy concentrada un todoterreno negro aparcado delante de mí edificio.
—Hola, ¿qué haces?
—¡Shh, siéntate! —dijo ella.
Me senté en la otra tumbona y miré el todoterreno. Era un coche grande, nuevo y caro, pero no
tenía nada de interesante.
—¿Quieres comprarte uno de esos? —le pregunté.
—No, estoy disfrutando de mi derecho a admirar a otros hombres —explicó ella.
—Ah, ¿sí?
—Sí, y Keira, ese hombre es el sueño de cualquier mujer. Si no amaría a Víctor con toda mi
alma pensaría seriamente en ir a por él.
—Tiene que ser bueno —musité.
Alice flirteaba, bromeaba, pero nunca la vi tan fascinada por un hombre. No podía esperar para
ver el hombre que la tenía fascinada.
—¿Bueno? Moreno, alto, cuerpo musculoso. Tiene una manera de caminar que te hace pensar
en un depredador...
—Hala, ya no me interesa. No quiero ser la presa de nadie.
—Tú espera y ya verás. Le sonrió a Patricia y la pobre se quedó embobada, lo miró con la
boca abierta un cuarto de hora. Juro que se le estaba cayendo la baba.
—Estás exagerando.
—No, te apuesto lo que quieras que vas a mojar tus bragas en menos de lo que le toma bajar la
escalera. Mira —dijo Alice.
Miré.
Deseé no haberlo hecho.
Él estaba bajando la escalera de mi edificio, alto, moreno y todo lo que había dicho Alice. Los
vaqueros resaltaban sus piernas fuertes y algo más que me hizo entender porque Patricia se quedó
salivando. Una camiseta negra de manga corta dejaba ver unos brazos gruesos, fuertes y el pecho
que podía jurar que no tenía ni un gramo de grasa en ese cuerpo.
Miré.
Deseé tocarlo. Deseé sentir sus manos sobre mi cuerpo. Lo vi levantándome en brazos,
empujándome contra la pared y devorar mi boca. Vi su mano subiendo mi falda y tocar mi muslo,
vi su mano desaparecer entre mis piernas. Juro que sentí sus dedos penetrándome.
—Te lo dije, ¿no? —preguntó Alice.
—Calla, que estoy a punto de tener un orgasmo —dije, y ella se echó a reír.
Y él.
Él me miró, podía sentir su mirada a pesar de tener sus ojos ocultos detrás de unas gafas de sol.
Sonrió, me sonrió. Vi como las comisuras de su boca se levantaban en una sonrisa atractiva,
pícara y por un momento pensé que sabía cómo me sentía. Sabía que al mirarlo me había excitado.
Pero no, siguió con su camino hasta el coche de dónde sacó una caja. Seguí mirando mientras
caminaba de regreso a su apartamento que aparentemente estaba al lado del mío.
—Te lo dije, ¿no? —repitió Alice.
—Pues sí, ahora dime cómo demonios voy a trabajar sabiendo que ese hombre está al otro lado
de la pared.
—Y no solo eso, compartís la pared del dormitorio.
—¡Dios! Ya sabía yo que esto era demasiado bueno para ser verdad —me quejé.
—Solo tú puedes quejarte de tener un vecino guapo.
—Ese hombre no es guapo, Alice. Es un orgasmo caminante —exclamé.
—Lástima que no esté disponible —intervino Patricia.
Ella se sentó con nosotras, mirando hacia la puerta del nuevo vecino. Era joven, guapa y no
tenía ni un pelo de tonta lo que me hizo preguntar si fue una buena idea permitir a ese hombre
mudarse aquí.
Se estaba mudando y en menos de una hora tenía a tres mujeres babeando por él. Una
felizmente casada, la otra luciendo un anillo de compromiso en el dedo y yo, la única soltera,
decepcionada por saber que no estaba disponible.
—¿Tiene novia? —preguntó Alice.
—No lo sé, lo escuché hablar por teléfono. Decía que vino a Seattle por ella y no iba a
renunciar hasta convencerla de volver.
Él salió de nuevo de su apartamento y lo miré con un ojo crítico. Parecía perfecto y aun así una
mujer lo había abandonado.
—Tendrá algún fetiche raro —murmuré.
—¿Machista? —preguntó Alice.
—Podría ser.
—No, adicto al trabajo —añadió Patricia—. Eché un vistazo a su apartamento y tiene una de
las habitaciones llena de computadoras.
—Lástima —susurré.
Patricia se despidió diciendo que tenía trabajo y dos minutos después Alice hizo lo mismo,
pero ella no iba a trabajar. Llamó a Víctor para decirle que se fuera antes del trabajo. Puse las
manos sobre los oídos para no escuchar lo que le pidió. Una cosa es babear juntas por un hombre
y otra muy diferente escuchar cómo le pedía a su novio tomarla.
—¡Alice!
Ella me guiñó el ojo y se fue. No sé por qué me quedé, por tonta o por aburrida, pero lo hice y
cada vez que mi nuevo vecino aparecía lo seguía con la mirada. Era como si una fuerza mayor que
mi voluntad me empujaba a mirarlo.
Llevaba las cajas del coche a su apartamento y pasaba dentro de tres a cinco minutos. No
miraba hacia dónde yo estaba y mentiría si dijera que no estaba decepcionada. Tuve que
recordarme a mí misma varias veces que el hombre estaba aquí para reconquistar a su mujer.
Cuando lo vi subir al coche y alejarse me fui a mi apartamento, había hecho el tonto suficiente.
Subí por la escalera exterior que por lo que me comentó Patricia las construyeron así para tener
más seguridad en caso de incendio, y una vez delante de mí puerta me di cuenta de que no tenía la
llave.
—¡Tienes que estar bromeando! —exclamé.
Empujé la puerta esperando que por algún milagro se abriera, pero no. Suspiré, hoy no era mi
día. Apoyé la frente en la puerta y pensé en cómo podía entrar. Pedirle la llave extra a Alice no
era una opción, hace un cuarto de hora vi a Víctor llegar y ni muerta iba a interrumpirlos. Llamar a
un cerrajero tampoco podía ya que mi teléfono estaba dentro.
—¿Puedes ser más torpe? —me pregunté en voz alta.
—Normalmente no soy torpe.
Esa voz.
Giré y ahí estaba mi vecino.
¡Jesús!
De cerca estaba más que espectacular, era de tirar por la ventana todas las inhibiciones, de
olvidar que tienes un novio o un marido en casa. Sus ojos negros me miraban con una intensidad
nunca vista, había algo en ellos que te decía tu-eres-la-única-mujer-para-mí.
Ahora entiendo a Patricia, vaya si la entiendo. Yo estaba haciendo lo mismo, mirándolo con la
boca abierta y no lo sabía hasta que él se acercó. Su cabello era fino y largo, los labios finos
esbozando una sonrisa.
Espera, ¿qué?
Estaba hipnotizada y desperté cuando sentí sus dedos debajo de mi barbilla, presionando suave
para cerrar mi boca.
Esto no está pasando, ¿no? Que alguien me diga que el hombre más guapo que he visto en mi
vida no acaba de verme babear cómo una estúpida enamorada.
—Yo, eh...yo olvidé las llaves dentro y no puedo entrar —dije lo primero que vino a la cabeza.
—¿No tienes una llave escondida debajo del felpudo?
—No, ¿tú sí?
—No, no la tengo, pero es lo que la gente hace y deberías hacerlo si olvidas la llave a menudo.
—Consejo apuntado.
—Jace, me llamo Jace —dijo él, extendiendo la mano.
—Keira, encantada.
Él tomó mi mano y si no tuviera las bragas mojadas por esa sonrisa increíble, la manera en que
apretó mi mano y acaricio la palma con su dedo lo hubiera conseguido.
—¿Tú no tienes novia? —pregunté, mi boca no esperó la confirmación de mi cerebro y dijo lo
que estaba pensando.
Solté mi mano y di un paso atrás sonrojada.
—No, no tengo novia.
—¡Ah! Voy a —balbuceé caminado de espaldas pensando en cómo desaparecer.
—Vas a mirar por donde vas, dos pasos más y vas a romperte el cuello al caer por las
escaleras —me advirtió él.
Me detuve y miré, pues sí, era verdad.
—Vaya, gracias —murmuré.
—Patricia tiene copia de las llaves de todos, ¿quieres que la llamé para traerte la tuya?
—Claro, si no es molestia.
Me quedé ahí mirando cómo llamaba a Patricia y pensé que Dios hizo un error al crear a este
hombre. Era demasiado guapo, demasiado atractivo, era un peligro para las mujeres.
—¿Keira?
Y la voz profunda. Y la manera de pronunciar mi nombre. Es oficial, he perdido la cabeza por
mi vecino en un cuarto de hora.
—Keira, Patricia dice que va a tardar media hora. ¿Quieres esperar en mi apartamento? —me
preguntó.
—No. Sí —balbuceé.
—Vamos, iba a pedir una pizza. ¿Te gusta con piña o sin? —preguntó Jace caminando hacia su
apartamento.
Lo seguí. Sí, soy tan ¿loca, desesperada, enamorada?
Jace abrió la puerta y me dejó pasar. El apartamento era una copia del mío, pero con mejores
muebles y menos libros. Y menos cajas. Conté diez cajas mientras lo espiaba desde la piscina y
ahora no había ni una a la vista. O era super organizado o había metido todas las cajas en una de
las habitaciones.
—¿Quieres algo de beber? Tengo cerveza y refrescos.
—Una cerveza y la pizza sin piña, por favor —dije.
—Siéntate, ahora vuelvo.
Fui a sentarme en el sofá y mientras esperaba a Jace admiré los cuadros. Tenía dos paredes
cubiertos con ellos, paisajes, retratos, abstractos. Uno de los retratos era de una mujer morena, la
cabeza inclinada el cabello largo ocultando su rostro. Solo se podían ver sus labios rojos. Había
algo familiar en los hombros desnudos, en el cuello, en el tono de la piel. ¿Qué era?
—Aquí tienes —dijo Jace extendiendo la mano con una botella de cerveza.
—Gracias, bonito cuadro.
—Gracias —murmuró.
Él se sentó al otro lado del sofá.
Tomé un sorbo de mi cerveza.
Él miraba el cuadro.
Tomé otro sorbo.
Él me miró.
Tomé otro sorbo.
Él sonrió.
—No lo hagas —le pedí.
—¿Qué no haga qué?
—No te hagas el tonto conmigo, Jace. Sabes muy bien que efecto tienes sobre las mujeres así
que te estoy pidiendo reducir un poco el volumen de tu atractivo.
—¿Y cómo propones que haga eso?
—Pues empieza por no sonreír.
—Dime Keira, ¿y si en lugar de reducir lo aumento?
Mis manos temblaron cuando puse la botella sobre la mesa y mis piernas igual cuando me puse
de pie. Me había dado cuenta de que fue una mala idea, no debería haber aceptado su invitación.
Él era peligroso.
Tenía novia.
¿O no? Él dijo que no y es posible que Patricia escuchase algo fuera de contexto, ¿no? Y si está
soltero no tengo por qué salir corriendo. Podía dejar que lo intente, que me conquiste, que me haga
sentir deseada.
El timbre de la puerta me regaló unos momentos preciosos para seguir pensando, pero no lo
hice. Jace de espaldas era mucho más interesante.
—Pizza —dijo dejando la caja sobre la mesa de café—. Y la llave.
Cogí la llave y la guardé en el bolsillo. Ahora era el momento de decidir, quedarme o correr a
la seguridad de mi propio apartamento. Jace me miraba como si supiera que estoy a punto de
tomar una decisión.
—Keira.
Solo eso, mi nombre. Sus ojos.
—Pizza —murmuré.
Jace sonrió y mientras mi corazón y mis hormonas saltaban de alegría, mi cerebro intentaba
advertirme de algo. ¿Pero de qué? No lo sabía, era solo un presentimiento y no era fuerte como
para hacer frente a mi corazón.
—No te vas a arrepentir —dijo Jace.
—Espero que no —susurré cuando él se fue a la cocina.
Volvió con platos y servilletas y nos sentamos de nuevo en el sofá, esta vez Jace estaba mucho
más cerca. Tan cerca que me tocaba con su brazo cada vez que se inclinaba para coger otro trozo
de pizza.
—Dime, Jace, ¿qué te trae a la urbanización?
—Trabajo.
—¿Qué tipo de trabajo?
—Uno confidencial —respondió él.
—Verás, Jace, esto no funciona así. Yo pregunto, tú contestas, es así como llegamos a
conocernos.
—Yo tengo una idea mejor —dijo.
Levanté la mano y la puse en su pecho cuando quiso acercarse. Su rostro estaba a centímetros
del mío, su mano sobre mi rodilla deslizándose arriba y la mirada en sus ojos no dejaba lugar a
dudas.
Lo quería, de verdad lo quería. Sentir sus labios, saber si besaba dulce y suave o era agresivo,
tomando lo que quería y lo único que tenía que hacer la mujer era seguirlo. Sería salvaje, no sé
cómo lo sabía, pero lo hacía.
—¡Keira!
—¿Sí?
—Tienes treinta segundos para tomar una decisión.
—¿Qué decisión?
Jace maldijo y se inclinó un poco más.
—Te quedas y te beso, te vas y esta noche te llevo a cenar y después te beso.
—Me voy —murmuré.
—Bien, vete antes de perder el poco control que me queda.
Me puse de pie arrepintiéndome en el momento en que dejé de sentir sus manos sobre mí. A lo
mejor podría quedarme para...
—¡Keira! —me advirtió Jace.
—Me voy —repetí, caminé hasta la puerta y la abrí—. ¿Elegante, casual?
—Casual. A las siete.
—Nos vemos, Jace —me despedí.
—Nos vemos, Keira.
Cerré la puerta y me fui a mi apartamento. Todo estaba igual, como lo había dejado un par de
horas antes, pero algo había cambiado. Los colores brillaban, el sol también, parecía que yo
estaba flotando.
Algo cambió y no sabía si al final sería algo bueno, pero al menos iba a estar en buena
compañía.
Capítulo 5

Casual.
Sí, claro. Mi vestido negro a la altura de las rodillas con falda de vuelo y escote generoso no
era casual, era elegante y sexy. Me giré mirándome en el espejo, desde atrás todo normal, pero de
frente donde el sujetador cumplía con su propósito era un problema.
Pero al fin y al cabo Jace dijo casual y casual puede ser sexy también, ¿no? Descarté los
pendientes de perlas que eran mis favoritos y elegí unos aros grandes de oro rosa otro de mis
favoritos. Diseño propio ya que cuando se trata de joyas no juego, tienen que ser mías o no me las
pongo.
Delante de mí tocador, eligiendo los accesorios me di cuenta de que soy una pija como decía
Alice. Nunca lo había visto así, pero mientras me arreglaba para salir con Jace tuve que darle
razón a mi amiga.
No me conformé con unos jeans y un top, tuve que ponerme uno de mis mejores vestidos, de
marca. O sea, caro. Zapatos igual, de tacón alto, elegantes. Y luego las joyas, como he dicho antes,
mías, excepto el reloj. Ese era regalo de mi abuela, me lo dejó en su testamento ya que sabía que
mi madre haría lo imposible para quitármelo.
El Rolex se lo regaló mi abuelo en su primer aniversario de boda y ella no se lo quitó nunca.
Era de oro blanco con 263 diamantes que brillaban como el primer día. Era una obra de arte, pero
no por eso me gustaba tanto. Era por lo que representaba, el amor de mis abuelos, un amor
verdadero que aguantó el paso del tiempo, cincuenta y tres años de matrimonio con sus buenas y
malas.
El abuelo, Lance, falleció a sus ochenta y dos por un infarto. Pasó de repente y la abuela no
puedo seguir sin él, dos meses más tarde falleció mientras dormía. Yo tenía diez años y fui la
única de la familia que lloró en el funeral. Los otros miembros de mi familia se quedaron al lado
de la tumba viéndose aburridos.
A veces me preguntó si no se equivocaron en el hospital y mi verdadera familia estará en algún
otro lugar. Unos padres cariñosos, orgullosos de tenerme como hija.
Terminé de arreglarme con el último toque, el anillo. Uno solo, un diseño que fue una obsesión
desde que volví de la boda de Elisa. Era un anillo complicado en oro amarillo, blanco y rosa, una
banda gruesa y en el centro un corazón calado rodeado de un símbolo que no tenía ni puñetera idea
de lo que significaba. Era una mezcla de una serpiente, dos espadas y corazones pequeños. Era
extraño como el infierno y un poco espeluznante y por eso le añadí diamantes.
Así que estaba preparada para salir a cenar con mi vecino, el guapísimo Jace con los ojos
negros como la noche y la sonrisa arrebatadora. Cinco minutos antes de la siete llamaron a la
puerta y sonriendo por los nervios fui a abrir.
Alice y Víctor.
—Te lo dije, ¿no? Nos conocemos tan bien que mírala, está lista para salir con nosotros —dijo
Alice después de echarme un vistazo.
Víctor sacudió la cabeza y me guiñó el ojo.
—Nena, mírala tú —le dijo él a Alice—. ¿A ti te parece que se arregló así para ir a comer
hamburguesa con nosotros?
Alice que había entrado y estaba en la cocina buscando algo de beber en la nevera se detuvo y
me miró con atención.
—Si me dices que vas a salir con Chad el pervertido voy a encerrarte en el armario.
—¡No! —exclamé haciendo una mueca.
—¿Entonces con quién vas a salir? —preguntó Alice.
Justo en ese momento se escuchó un golpe en la puerta y Víctor abrió antes de poder hacerlo
yo. Él giró la cabeza y me miró con una expresión extraña.
—¿Quién es? —inquirió Alice, y como la estaba mirando vi el momento en que se dio cuenta
de quién era mi cita.
Alice estaba tan sorprendida que olvidó que tenía una lata de refresco en la mano y la dejó
caer, pero ni el ruido la hizo despertar de su asombro.
—Keira —dijo Jace.
Me giré sonriendo y con dificultad conseguí no poner la misma cara de Alice. Jace vestido con
jeans, camisa negra y americana era incluso más guapo.
—Jace, justo a tiempo. Mis amigos ya se iban —dije.
—Será que no —intervino Alice —. Tú, en el dormitorio, ahora.
—Discúlpame un momento —le dije a Jace y seguí a Alice a mi dormitorio.
Ella me esperaba con las manos en las caderas y una expresión de mala leche que no auguraba
nada bueno.
—Tiene novia, Keira. ¿Por qué carajo sales con él?
—No la tiene, él me lo dijo —susurré cerrando la puerta.
—¿Y tú lo has creído? Este tipo de hombre está acostumbrado a mentir.
—No te entiendo, Alice.
—Que quiere sexo, que está engañando a su novia contigo —espetó ella.
Sacudí la cabeza, creí a Patricia, pero luego le creí a él cuando me dijo que estaba soltero. Él
no me mentiría, ¿o sí? Me miré en el espejo, soy una mujer guapa, pero hay otras mil veces más y
Jace podía tener a cualquiera y ni siquiera tenía que esforzarse. Solo tenía que mirarlas con un
poco de interés y ellas acudirían a su lado.
No tengo nada que ver con él, no tengo nada que mantenga su interés por más de unas horas lo
que tomaría convencerme de que me vaya a la cama con él. Por alguna razón Jace decidió que yo
valía el esfuerzo de llevarme a cenar, estará aburrido o Dios sabe qué.
Pero al final de la noche, después de la cena y algo de tiempo en su cama o la mía, yo me
quedaría sola con el recuerdo de unos momentos de placer en sus brazos.
—¡Jesús! ¿Qué estoy haciendo? —murmuré.
—Keira, lo siento. No quería explotar tu burbuja de ilusiones —dijo Alice abrazándome.
—Has hecho bien. Ve y dile que tengo dolor de cabeza o algo.
—No, vamos a cenar los cuatro ya que sería una pena no enseñar este vestido —propuso ella.
—Bien, pero Alice, tienes que prometerme algo.
—Lo que sea, nena.
—No me dejes sola con él.
—Tienes mi palabra. Ahora vamos a pasarlo bien.
Íbamos a pasarlo de alguna manera y no era bien. Nos reunimos con los dos hombres en el
cuarto de estar y por la expresión de Jace pude ver que la charla de ellos tampoco había sido de
su agrado. Seguramente Víctor lo había amenazado con echarle todo el cuerpo de policía encima.
—Cambio de planes, chicos —dijo Alicia —Doble cita, ¿a qué es una idea genial?
Resignación, eso expresaban los ojos de Jace y enfado. Si hubiera mirado mejor hubiera visto
el dolor también, pero no lo hice. Sonreí y él no me la devolvió. Seguimos a Alice y a Víctor fuera
del apartamento, Jace cerca de mí, pero lejos al mismo tiempo. Cerré la puerta y juntos
caminamos hasta la puerta de la urbanización.
Alice hablaba de ese restaurante de la esquina dónde preparaban las mejores hamburguesas
con queso del mundo. Víctor iba tranquilo a su lado como siempre, ella hablaba por los dos.
Jace a dos pasos a mi lado, callado, tenso y sin mirarme. Alice tenía razón, él solo quería pasar
una noche conmigo y si no estuviera concentrada en no tropezar con mis tacones de diez
centímetros me hubiera echado a llorar por la decepción.
—¡Joder con las puñeteras amigas! —espetó Jace.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Nada, Keira —murmuró él.
Suspiré.
Jace enfadado no era menos guapo y me daba una rabia que no podía tenerlo en mi vida por
más tiempo. Nunca conocí a un hombre que me hiciera sentir tanto y tan rápido y no sabía si la
relación funcionaría, pero por lo menos quería una oportunidad.
Me estaba quejando por mis sueños rotos y no prestaba atención por donde caminaba hasta que
de repente tropecé. Vi el suelo acercarse y supe que iba a estrellarme fuerte, pero no. El brazo de
Jace me atrapó y me agarré con fuerza a él. Giré la cabeza y lo encontré mirándome divertido.
Me irritó como el infierno sentir su fuerza, me sostenía con solo un brazo y al mismo tiempo
sonreía. Y no solo eso me molestaba, también era mi reacción a su cercanía. Mi piel hormigueaba,
mi respiración se aceleró y él nada.
—Yo que tú no estaría tan seguro —susurró mientras me incorporaba.
—¿Segura de qué?
—Nada, Keira. Nada.
—Vuelve a decir nada y... —me callé por qué no encontré nada con que amenazarle y el
maldito lo sabía ya que se echó a reír.
—Vamos —dijo Jace y tomó mi mano.
Miré nuestras manos y sí, intenté que me soltase, pero no mucho. Mi mano en la suya se siente
demasiado bien y al menos estaré más segura si él me sostiene.
Buena excusa, Keira.
Llegamos al restaurante y los intentos de Alicia de que me sentará entre ella y Víctor fueron en
vano y terminé al lado de Jace. Él se veía diferente, algo enfadado y tenso. En ese momento yo
también lo estaba. Enfadada digo. Sí, el hombre es guapo y ¿solo por eso tiene que ser un
mentiroso?
¿Y qué si quiere solo una noche conmigo? Mejor, ¿no? Con todos los traumas que tengo sobre
el matrimonio lo último que necesito es casarme. Que sea lo que Dios quiere.
Decidida le guiñé el ojo a Alicia que puso los ojos en blanco, era nuestra señal y ella, aunque
no estaba contenta con mi decisión iba a respetarla. También me dirá que tenía razón y me
acompañará mientras lloro por mi corazón roto.
Sonreí mientras miraba la carta y elegía una ensalada, la hamburguesa con queso no era una de
mis favoritas.
—Jace, ¿en qué trabajas? —preguntó Alice cuando el camarero se fue.
—En la empresa de la familia —respondió Jace jugando con la botella de cerveza.
Mis ojos iban de su rostro a sus dedos que acariciaban la botella, dibujando algo, un patrón
conocido solo por él.
—¿Y con qué se ocupa la empresa? —continuó ella.
—Alice, Jace no es uno de tus testigos —dije.
—Es candidato a novio y yo como tu mejor amiga tengo derecho a interrogarlo —apuntó Alice.
Por debajo de la mesa puse la mano sobre su muslo tratando de atraer su atención ya que seguía
concentrado en la botella.
—Ignórala —le dije a Jace.
No sé si fueron las palabras o el toque, pero cuando giró la cabeza hacia mi corazón se detuvo.
Había tanto en sus ojos, sentimientos, pensamientos, es como si estuviera tratando de decirme
algo, pero no pude entenderlo.
—Finanzas, inmobiliaria, industria —enumeró él.
Miré a Alicia y ella de nuevo puso los ojos en blanco.
—¿Sabes que pones mucho los ojos en blanco? —le pregunté.
—Ella no, pero yo sí —respondió Víctor.
—¿Y qué? No tengo otra manera de demostrar lo que me hacen sentir —se defendió ella.
—¿Cómo qué no? —preguntó Víctor y empezó a enumerar las cosas que podía hacer.
Poco a poco la tensión desapreció, la conversación fluyó sin más contratiempos, la comida era
excelente, la cerveza fría y la cena fue un éxito. Jace no habló mucho, solo intervino cuando le
preguntaba algo, se limitó a escucharnos y a mirarme de una manera que me hacía sonrojar.
Ni una vez lo he pillado mirando mi escote, ni una sola vez y eso me hacía dudar. ¿Qué hombre
no lo hacía? Víctor, pero él era amigo mío, casi un hermano así que no cuenta. De camino al
servicio más de un hombre se me quedó mirando y Jace nada.
Pero en cambio, sonreía y a veces pensé que podría leer mis pensamientos como ahora que
estaba mirando a su plato, pero podía ver las comisuras de su boca levantadas.
De repente cambió. Enderezó la espalda, sus músculos se tensaron y buscó con la mirada algo
o a alguien en el restaurante. Lo encontró y había tantas ganas de cometer asesinato en sus ojos que
no pude resistir y miré.
¡Jódeme!
¡Maldita sea mi suerte!
Pelirroja, alta con piernas kilométricas y tonificadas, un rostro de diosa, una risa cristalina.
¡Dios! Esa mujer era como Jace, era la mujer perfecta para él. Pero no estaba sola, un hombre que,
aunque era guapo parecía soso al lado de ella. El hombre le dijo algo y la expresión de ella
cambió de divertida a reservada.
Estaba pendiente de ella y no vi a Jace levantarse de la silla y acercarse a la mujer. Ella no se
sorprendió al verlo, le sonrió justo antes de que él la tomara del brazo y alejarla del hombre.
Hala, una escena de celos. Lo que me faltaba.
—Te lo dije —murmuró Alice.
—Ya, es que no es mi día de suerte.
—Nena, ni tu día ni tu año —dijo ella.
Mientras tanto Jace volvía a la mesa, la mujer hablando en voz baja. Él la empujó en su silla.
—Ni una palabra, Ariadna —espetó Jace.
—Pero no es lo que tu piensas —se quejó la mujer.
Ariadna, incluso su nombre era interesante.
—No te muevas de ahí —ordenó Jace antes de darse la vuelta y volver al bar donde lo
esperaba el otro hombre. Al final sí que habrá pelea.
—Hola, Keira. Yo soy Ariadna.
Me volví hacia la mujer sorprendida.
—¿Cómo sabes mi nombre?
Ariadna sonrió, la misma sonrisa de Jace, la que te hacía pensar que ellos sabían algo que tu
no. Miré a Alicia y ella se encogió de hombros.
—Jace me dijo que tenía una cita contigo y por lo que veo es una doble. Tienes que decirme
cómo lo has convencido, no es muy sociable, pero eso ya lo sabes, ¿no?
—Eh, no. Lo he conocido hoy —dije.
—Sí, claro. Que anillo más bonito, ¿puedo verlo?
Asentí y extendí la mano. Ariadna lo estudió con atención y pasó la uña del dedo por el
símbolo.
—¿Me harás uno igual?
—¿Cómo sabes que lo hice yo? —pregunté.
Ella mordió su labio y buscó con la mirada a Jace que justo llegaba.
—¿Has visto el anillo de Keira? Es precioso.
—Lo he visto y creo que ahora es un buen momento de cerrar la boca, Ariadna —dijo Jace.
Lo miré consternada por el tono usado y creas o no, Ariadna soltó mi mano y bajó la mirada.
—Lo siento —murmuró ella.
Jace cogió una silla de una mesa cercana y se sentó a mi lado. No lo miré, de nuevo estaba en
ese punto donde me preguntaba qué diablos buscaba yo aquí con este hombre.
Ariadna levantó la cabeza rápidamente y miró a Jace, luego a mí. Asustada. No tenía idea de lo
qué estaba pasando, pero no era justo que una mujer tuviera miedo.
—¿Quieres cenar, Ariadna? La ensalada está muy rica —dije.
—No, no quiere —respondió Jace.
—No te estaba preguntando a ti —espeté.
—Keira, no te metas —me ordenó él.
Ignoré la exclamación de Alicia, ignoré la furia que veía en los ojos de Jace.
—¿Te importaría repetir eso? —le pedí a Jace.
—No, gracias —dijo rápidamente Ariadna—. Ya he cenado y, además, tengo que irme.
Ella hizo ademan de levantarse, pero una mirada de Jace la hizo cambiar de opinión.
—Jace, no. Dime que no lo has llamado —continuó ella.
—Era él o padre —dijo Jace.
—¿Por qué no puedes ser un buen hermano por una vez en tu vida y ponerte de mi lado, Jace?
Por una maldita vez.
Oh, mierda.
Ariadna era su hermana.
Antes de poder analizar los nuevos datos Ariadna perdió todo el color de su rostro y el
culpable era un hombre. ¿Dónde carajo vivía esta gente y qué comían? El hombre era igual que
Jace y Ariadna, alto, guapo y con el mismo atractivo inusual.
Era rubio y tenía los ojos verdes más increíbles que había visto en mi vida, un cuerpo
musculoso cubierto por un traje negro y lo más extraño de todo es que escuché la exclamación de
Alice, la risa de Víctor que se dio cuenta de la reacción de su esposa a la apariencia del hombre,
pero yo no sentí nada.
Era guapo, igual que Jace, pero a mí no me provocaba nada. Ni un cosquilleo ni un latido de
corazón acelerado. No lo encontré atractivo ni por un momento, sabía que lo era, pero mis
hormonas estaban inmunes.
Extraño, muy extraño.
—Ari, vámonos —dijo el hombre.
No saludó, no sonrió, nos ignoró a todos excepto a Ariadna.
—No. No voy contigo, tengo permiso para estar una semana aquí y voy a quedarme.
—Ari, estás poniendo mi paciencia a prueba —le advirtió él.
—¿Tu paciencia? —gritó ella poniéndose de pie—. ¿Y qué pasa con lo que yo quiero? Solo
quiero ser libre por una maldita semana, quiero ir a dónde quiero cuándo quiero y con quién
quiero. Quiero ser libre.
—¿Quieres ser libre, Ari? Piénsalo bien antes de contestar.
Jace gruñó a mi lado, pero al mirarlo vi que estaba mirando a su hermana. Por lo visto el
ultimátum del hombre no era de su agrado.
—Sí, quiero ser libre —dijo finalmente Ariadna.
El aire en el restaurante pareció congelarse en un instante.
—¡Killian! —dijo Jace.
—Muy bien, Ari. Si ese es tu deseo eso tendrás —dijo el hombre y tomó la mano de ella. Lo vi
quitar el anillo de su dedo, vi como temblaba la mano de ella.
Eso no estaba bien, para nada.
Él se dio la vuelta y sin otra palabra más se marchó. Ariadna se dejó caer en la silla y se
cubrió el rostro con las manos. No sé si estaba llorando o riendo, por los sonidos que hacía podía
ser cualquiera de las dos.
—Lo has jodido, Ariadna —declaró Jace.
—No, no lo hizo ella. Lo hiciste tú —espeté.
—¿Yo?
—Sí, tú. ¿Por qué lo llamaste?
—Porque Killian es mi amigo y el prometido de mi hermana y tiene derecho a saber que ella
está con otro hombre.
—Ella no...
—Sí que estaba —me interrumpió Ariadna y cuando la miré vi que estuvo llorando, tenía los
ojos rojos por llorar un minuto, ¿cómo era eso posible? —. No pensé, Jace. Solo quería ser como
Keira por un día.
Resoplé y ella me miró con una ceja enarcada.
—No quieres ser como yo, Ariadna. No te conozco, ni a ti ni a tu prometido, pero te juro que
en el momento en que te quitó el anillo sentí mi corazón romperse en dos. Ese hombre daría la
vida por ti y no me preguntes cómo lo sé, pero te digo que haría lo que sea si tuviera la
oportunidad de tener un hombre así en mi vida.
Ariadna no perdió el tiempo, se puso de pie, pero Jace intervino de nuevo.
—Ariadna, no.
—Pero Jace, tengo que hablar con Killian —dijo ella.
—Sí, pero ahora no es el mejor momento. Sabes cómo reacciona él cuando está enfadado.
—Necesito decirle que sí quiero casarme con él antes de que sea demasiado tarde —dijo
Ariadna.
Ella miró a su hermano con los ojos en lágrimas y él maldijo.
—Quédate con Keira hasta que vuelva, ¿me has entendido?
Y se fue. Jace se marchó sin decir adiós y los primeros cinco minutos pensé que iba a volver en
poco tiempo. Pero pasó un cuarto de hora, Ariadna pidió una hamburguesa. Pasó media hora,
Alice y Víctor tomaron otra cerveza. Y cuando ya había pasado una hora decidí que era el
momento de marcharme.
—Tengo que quedarme contigo, ¿recuerdas? —dijo Ariadna.
—Entonces ven conmigo —propuse.
Los cuatro caminamos hasta la urbanización, nos despedimos en frente de mi edificio y Keira y
yo subimos a mi apartamento.
Me despertó el timbre y maldije cuando vi que eran las cinco de la madrugada. ¿Quién podría
llamar a mi puerta a esta hora?
Anoche esperamos a Jace hasta pasadas las doce y viendo que me caía de sueño Ariadna
aceptó dormir en el sofá cama de mi oficina. Ella no tenía la llave del apartamento de Jace y no
quería ir a un hotel.
Ariadna me gustaba, era divertida, un poco juvenil, pero era una chica interesante. Y era
malísima en guardar secretos. Había algo que yo no debería saber y ese algo aparecía en la
conversación constantemente, ella intentaba cambiar de tema, pero era un desastre.
Era un misterio y no del bueno, había conocido a Jace hace un día y que tuviera un secreto que
me concernía era preocupante.
Bajé de la cama, me puse la bata sobre el pijama y fui a abrir. En la pantalla del telefonillo vi a
Jace, suspiré y le abrí.
—Hola —susurró él.
—Ariadna está durmiendo y yo haré lo mismo en un segundo. Adiós —dije e intenté cerrar la
puerta.
—Keira.
Jace pronunció mi nombre y no pude cerrarle la puerta en la nariz, parecía triste y no tenía
sentido. ¿Qué hombre se entristece por echar a perder una cita? Él extendió la mano, cogió las
llaves del apartamento del cuenco del aparador y tomó mi mano. Me sacó del apartamento y yo no
se lo impedí.
Bajamos la escalera y caminamos hasta el jardín, ahí Jace se sentó en un banco y es cuando yo
protesté.
—Hace frío, si me siento me voy a congelar.
Jace se quitó la cazadora y la puso sobre mis hombros.
—El banco está frío.
Jace tiró de mi mano y me sentó en su regazo.
—¿Algo más que objetar? —preguntó.
—Déjame un minuto —le respondí, haciéndolo sonreír—. Tu hermana es una mujer muy
interesante —dije después de unos momentos en silencio.
Él estaba callado y yo demasiado concentrada en cómo y dónde estaba. De noche, solos, su
brazo alrededor de mi cintura, la mano sobre mi muslo desnudo. Idiota o no, Jace era una tentación
que no era capaz de resistir.
—Si por interesante quieres decir malcriada, entonces sí, lo es.
—No era eso lo que quería decir —expliqué.
—No he convencido a Killian, el compromiso está roto —me informó él.
—¿Por qué lo dices de esa manera? Como si fuera el fin del mundo.
—Es complicado, Keira.
—Claro, tan complicado como el secreto que Ariadna no puede compartir conmigo o cómo me
siento cuando estás a mi lado, ¿verdad?
Estaba oscuro, pero aun así vi cómo cambió su expresión. Bajó la mirada a mis labios y sin
querer los humedecí. Solo con eso lo sentí endurecerse, no era difícil notarlo ya que estaba
sentada en su regazo. Incliné la cabeza esperando su beso, estaba segura de que llegaría.
—Eres peligrosa, lo sabes, ¿no? —preguntó él sin apartar la mirada de mis labios.
—Bésame o cuéntame sobre Killian y Ariadna.
—Besarte es una mala idea, Keira.
—¿En serio? —espeté poniéndome de pie—. Tú eres el que se enfadó por que le arruinaron las
posibilidades de echar un polvo.
Jace se levantó y yo di un paso atrás al ver la furia en sus ojos. Luego otro y otro hasta que
sentí la pared a mi espalda.
—¿De verdad crees eso, Keira?
—Sí —murmuré.
—No confías en mí.
—No.
—Entonces no hay nada más que decir. Te acompaño a tu apartamento —dijo él.
Tuve la impresión de que algo había sucedido, algo que de nuevo yo no estaba consciente y él
no quiso informarme. Todo era demasiado complicado y a mí me gustan las cosas fáciles.
Volvimos al apartamento y Ariadna nos estaba esperando en la puerta. Ella miró preocupada a
Jace, pero no dijo nada. Me dio las gracias por dejarla dormir en mi apartamento y luego se fue
con Jace.
Él no se despidió.
Capítulo 6
Ariadna

—¿Qué dijo Killian? —le pregunté a Jace en cuanto entramos en su apartamento.


—El compromiso está roto y no hay vuelta atrás.
¡Mierda!
Esta vez sí que la he jodido y bien, mi padre no me va a perdonar. Killian tampoco. Tenía que
arreglarlo, pero no sabía cómo.
—Consecuencias, Ariadna, siempre conseguiste salirte con la tuya sin pagar las consecuencias.
Deberías haber aprendido hace años.
—Lo sé, me lo llevas diciendo años. Haz algo útil y dime cómo lograr que Killian me perdone.
—No tienes cómo, está decidido.
—Tiene que haber algo, Jace.
—No lo hay y déjalo estar. Paga por tus errores y sigue con tu vida —dijo él.
Jace se marchó de la habitación y dos minutos después escuché el agua de la ducha. Pagar por
mis errores.
Lo haría si no tuviera que pagar por el resto de mi vida. Triste, sola, sin pareja, sin niños, sin
ninguna alegría. Pagaré, pero primero intentaré arreglar la situación. Aproveché que Jace todavía
no había salido de la ducha y me marché.
Killian seguía en la ciudad y sabía que si podía hablar con él lograría que cambiase de
opinión. Me subí a un taxi que me llevó a la casa de él. Tuve suerte y la furgoneta del personal de
limpieza estaba saliendo por la puerta y pude colarme dentro.
Él estaba arriba así que subí y entré en su dormitorio. Aquí ya no tuve suerte, Killian estaba
saliendo en ese momento del cuarto de baño. Desnudo. Desnudo.
Yo soy virgen.
Es la única regla que no rompí, mi virginidad era para mi futuro marido, para Killian, pero si
no conseguía su perdón la virginidad sería mía para siempre. No hay otro hombre en el mundo
para mí.
He visto hombres desnudos en las películas, en las revistas, pero nunca sentí ese calor entre
mis piernas, nunca sentí las ganas de tocarlo. Hasta ahora.
—Demasiado tarde, Ari —dijo Killian.
Odiaba cuando leía mis pensamientos.
—Y yo odio cuando tú no lo haces —continuó él.
—¿Podemos hablar un momento?
—No.
Killian entró en el vestidor, eligió un traje y se vistió. Lo miré fascinada, no sé por qué me
parecía tan interesante ver cómo se ponía el pantalón o cómo abrochaba los botones de la camisa.
Él resopló.
—La puerta está detrás, Keira. Haznos un favor a los dos y úsala.
—Quiero casarme contigo.
—Demasiado tarde.
—Killian, sabes qué significa esto para los dos. ¿Cómo puedes condenarnos a los dos a esa
vida?
—Fácil, exactamente cómo lo hiciste tú todos estos años.
—Ahora lo entiendo y...
—¡No, Ari! Te esperé durante años. Querías ver Europa, esperé. Querías estudiar arte, esperé.
Querías vivir tu juventud, esperé. Pero lo que no puedo hacer, Ari, es esperar mientras tú sales
con otros hombres. Por ahí no paso, no voy a aceptar que me trates cómo a un idiota. Te lo di todo
pensando que un día llegarás a sentir algo por mí, algo más que deber, que obligación, pero veo
que no pasará.
Bajé la mirada.
La vergüenza, el dolor de saber que fui una malcriada era demasiado. Ni siquiera podía
mirarlo a la cara. Se terminó y solo había un culpable. Yo.
Me aproveché de la posición de mi padre, de su amor, del poder que tenía sobre Killian e hice
todo lo quise, todo lo que a las otras mujeres les estaba prohibido. Al final lo pagaré y muy caro.
No siento por Killian lo que él siente por mí, ese amor indestructible nunca tocó mi corazón.
Pero él es mío, no habrá otro y eso es lo que me asusta. He perdido la oportunidad de tener una
vida completa al lado de mi compañero del alma y ahora lo que me espera es dolor y soledad.
A él también le espera lo mismo, pero Killian es un hombre, para ellos no es tan duro. No es
justo, él podrá disfrutar de otras mujeres mientras yo solo pensar en dejar que me toque otro
hombre estaré sufriendo un dolor atroz.
Yo solo quería vivir como lo hacen todas las mujeres del mundo, respirar libre sin un padre o
un prometido pendiente de cada movimiento y cada palabra. No es mucho pedir, ¿no?
No habrá boda ni noche de bodas.
No habrá niños ni Navidades alegres.
No habrá un hombre con amor en los ojos mirándome desde el otro lado de la mesa.
—¡Adiós, Killian! —murmuré.
Salí de su dormitorio y de su casa.
Caminé.
La gente me miraba en la calle.
Caminé.
Los coches pitaban cuando perdida en mis pensamientos caminaba por la carretera.
Caminé.
El móvil en mi bolso vibraba con llamadas incesantes hasta que lo tiré en un cubo de basura.
Caminé.
El sol, la lluvia, la nieve me acompañaron.
Caminé hasta que el camino se terminó.
***
Killian
—¡Maldita mujer! ¡Maldita mujer!
—Recuerda que esa mujer es mi hija, Ward —dijo Reed.
—El que lo olvidó eres tú, mi señor. Si no hubieras cedido a todos sus caprichos ahora
estaríamos casados y no buscándola en todo el maldito mundo —espeté.
—Ariadna volverá, solo necesita aclarar su mente —intervino Michelle.
La madre de Ariadna era todo lo que la hija no era. Una mujer segura de sí misma, confiable,
inteligente y sabía lo que se suponía que debía hacer en cada momento. Ella era la mano derecha
de su marido en todo, sabía cuándo y cómo calmarlo.
Yo necesitaba a una mujer así en mi vida, pero el destino me dio a Ariadna. Una malcriada que
solo pensaba en ella misma. En ningún momento se detuvo a pensar en mí, en cuanto la necesitaba,
en que difícil era para mi despertarme cada mañana y hacer mi trabajo. Ella no sabía que el
mundo estaba en peligro, ella no sabía nada más que quería ser libre.
Pues eso tendrá, libertad, y será hasta el fin del mundo. Voy a encontrarla porque es mi trabajo
y desobedecer a Reed significaba mi muerte, pero no más. Es la última vez.
La puerta del grande salón se abrió y entró Jace. Él no se veía mejor que anoche y no pude
ignorar el hecho de que los dos teníamos muy mala suerte con las mujeres. Ni Ariadna ni Keira se
comportan cómo debían.
¡Malditas mujeres!
Y no era tan difícil hacernos felices. Yo necesitaba mi anillo en el dedo de Ariadna, su apellido
unido al mío y a ella en mi cama. Ella hubiera tenido lo que deseaba porque yo soy peor que
Reed, no había nada en el mundo que no hiciera por mi mujer.
Quería ver el mundo, se lo daría.
Quería vivir sola en la mansión que le regaló su padre, se lo daría.
Quería ser mi esposa solo una vez al mes, se lo daría.
Lo único que no le daría era la libertad para divertirse con otros hombres. No, sus ojos, su
sonrisa, todo era mío y solo mío.
Jace lo tenía peor que yo, Keira no tenía ni idea de lo que estaba pasando y él no quería decirle
la verdad. Si lo pienso bien yo tampoco lo haría, la primera vez no le fue tan bien.
—Hijo, no tú también —se quejó Michelle y se inclinó para recibir el beso de su hijo.
—Buenos días, madre —dijo Jace—. Padre, ¿qué ocurre ahora?
—Ariadna ha desaparecido —le respondió Reed.
—¿Cómo es eso posible?
—No lo sabemos —dije.
Jace se giró para mirarme y sacudió la cabeza al darse cuenta de lo que había pasado.
—A veces parecéis niños —espetó Michelle—. Jace, deja de tratar a Keira como si fuera una
muñeca de porcelana, dile la verdad y seguid con vuestras vidas.
—Porque eso tuvo muy buenos resultados la última vez —murmuró Jace.
Michelle miró a su marido y murmuró algo que le hizo reír.
—Keira es tuya, lucha por ella —continuó ella—. Y tú, Killian, sé el hombre que quiero para
mi hija. Eres fuerte y justo lo que ella necesita, encuéntrala y enciérrala en tu casa hasta que se dé
cuenta de lo que tiene.
—¿Tengo su permiso para usar todos los métodos que considero oportunas para traer a su hija
a casa? —pregunté.
—Que el cielo nos perdone ya que nuestra hija no lo hará, pero sí. Tienes nuestro permiso —
dijo Reed.
Me incliné ante la pareja y me marché dejando a Jace con ellos. Tenía que encontrar a mi
mujer.
Capítulo 7

Dos días pasaron sin ver a Jace.


Fui al supermercado esperando encontrarme con él.
Pasaron otros tres días.
Bajé a la piscina con mis cuadernos para trabajar y así verlo cuando salía de su apartamento.
Dos días más.
Lo envié a mierda y salí de compras con Alice. Me gasté un dineral en vestidos y lencería.
¿Por qué? Ni idea, pero fue divertido y durante unas horas olvidé a Jace.
—Acuéstate con él y acaba de una vez —dijo Alice cuando estábamos a la cola esperando para
comprar café.
—¿Qué dices?
—En serio, Keira. Jace está cómo el fruto prohibido y hasta que no te lo sacas de la mente no
podrás seguir con tu vida.
—No tiene sentido lo que estás diciendo, Alice —dije.
—Te sientes atraída por él, ¿no? —preguntó y asentí—. Todo iba bien hasta que abrí la boca y
dije que él solo quería echar un polvo. Hazlo, ten sexo con él y verás que pronto será nada más
que un recuerdo. Hay algo que no está bien con Jace, tan guapo y soltero no tiene sentido.
Seguramente es malo en la cama y si no es capaz de hacerte olvidar tu nombre no vale la pena.
Sacudí la cabeza, la ignoré y pedí mi café con doble de nata y chocolate. Más tarde en mi
apartamento estuve muy pendiente de los sonidos que llegaban desde el otro lado de la pared.
Nada, solo silencio.
Una semana después de la peor cita del mundo mi jefa me llamó a la oficina por una reunión
urgente. Salí de mi casa vestida con jeans y camisa y menos mal que tropecé antes de abrir la
puerta y vi que iba en zapatillas de casa. Me puse lo primero que encontré, los zapatos que llevé
la noche que salí con Jace. Más tarde pensaré que eran malditos ya que mi día será igual que la
cita con él.
—Hola Gladys —saludé a la secretaria de mi jefa.
—Keira, pasa. Lin te está esperando —dijo ella sin mirarme a los ojos.
En ese momento supe que algo no estaba bien y cuando entré en la oficina de Lin tuve la
confirmación. Lin era una mujer de mediana edad, el cabello caoba y ojos azules que siempre
reflejaban lo que sentía. Para los empleados era algo bueno ya que no había sorpresas, sabías lo
que iba a pasar en cuanto te miraba, si iba a regañarte o felicitarte por tu trabajo.
En mi caso era la primera opción.
—Siéntate, Keira.
—Lin —murmuré.
Me senté, mis piernas temblando. No hice nada malo, mis diseños están entre los mejores de la
empresa, los clientes que desean una joya personalizada están muy contentos conmigo.
—Estás despedida.
—Tengo un contrato firmado hasta el fin del año —le recordé.
—Vamos a pagar por incumplimiento del contrato, no te preocupes.
Veinte o treinta por ciento de mi sueldo era nada en comparación con lo que ganaba trabajando
para la empresa.
—¿Por qué, Lin?
—La versión oficial es que tus diseños no cumplen con los estándares de la empresa, pero si
me prometes mantener esto entre tú y yo puedo decirte cuál es la verdadera.
Puedo guardar secretos mejor que nadie, hay uno que se quedó grabado en mi mente y a pesar
de verlo delante de mis ojos cada vez que miró a mis padres no se lo conté a nadie. Ni siquiera a
Alice.
Asentí y Lin me miró con pena. Tan mal, ¿eh?
—La suegra del presidente es Mariah Peters, ella fue la que insistió en tu despido.
Mariah, la presidenta del club de mi madre.
Mi madre usó sus amigas para despedirme, para hacerme pagar por no ayudar a mi hermano.
¡Hija de...!
Mi madre lo pagará, no importa cómo o cuándo, pero juro que me lo pagará. Me destrozó la
vida con sus críticas, con su indiferencia y cuando dije no al prostituirme por salvar a su precioso
hijo bueno-para-nada de la cárcel hizo lo posible para echarme del trabajo.
—Keira, tengo una amiga en Los Ángeles y estará encantada en contratarte.
—Gracias, Lin. Lo pensaré —dije y me puse de pie.
—Keira, vete de Seattle. Vete y no mires atrás.
Asentí y salí de la oficina. El secreto de mi madre no era tan secreto y me pregunto cuántas
personas lo saben, cuántas personas temen abrir la boca y decir la verdad.
Pasé por la oficina de Recursos Humanos donde firmé el despido y recogí mi último cheque.
Volví a casa perdida en mis pensamientos. Necesitaba alejarme de mi familia, irme a un lugar
donde no podrán encontrarme.
Podía vivir sin ellos, pero no podía sin Alice. Era mi hermana, mi mejor amiga, la única
persona de mi vida que importaba. Pero tendría que hacerlo, marcharme por protegerla. Me
echaron de mi apartamento que seguramente fue idea de mi madre, luego del trabajo y la próxima
será Alice. No quiero que le hagan daño por mi culpa.
Llegué a mi apartamento, me quité los zapatos y fui directo a la cocina. En el armario detrás del
tarro de arroz y el de azúcar estaba la botella de vodca que compré un día que quise darle una
sorpresa a Alice. A elle le gustaba un cocktail de vodka y fresas y se lo preparé.
Ahora no tenía fresas, pero necesitaba alcohol y era lo único que tenía. Tomé un sorbo que me
quemó la garganta. El otro no fue tan mal y después de poner hielo en el vaso fue incluso mejor.
Me llevé la botella al sofá y admiré el jardín. Conté las hojas del árbol cercano a mi ventana
mientras tomaba pequeños sorbos de mi vaso. Sabía que tenía que tomar una decisión y cuál era,
pero elegí no pensar y dejar que el vodka se lleve el dolor, el miedo, la impotencia.
Algún tiempo después que podría haber sido horas por lo que yo sabía fui a la nevera a por
más hielo y por desgracia ya no quedaba. Jace. Él podría tener hielo así que con el vaso en la
mano salí de mi apartamento y llamé a su puerta.
Era mi día de suerte. Jace abrió y se veía tan guapo que me faltó muy poco para no lanzarme a
sus brazos. Mi miró y mi cerebro, aunque no estaba funcionado a plena capacidad me avisó de que
él no estaba muy feliz de verme. Eso era por decirlo bonito, él estaba furioso.
—Eres muy guapo enfadado —dije sin darme cuenta de que estaba balbuceando.
—Y tú estás borracha.
Apoyé el hombro contra el marco de la puerta y levanté el vaso.
—¿Tienes hielo?
—Tengo café —dijo tomando la copa de mi mano.
—¡Oye! Que es mío —me quejé entrando en el apartamento.
Jace se dirigió hacia la cocina y lo vi verter el contenido del vaso al fregadero.
—Jace, lo necesito.
—No, el alcohol no es una buena idea. No importa qué problema tengas, el alcohol no es la
respuesta, Keira.
—¿Qué sabrás tú de problemas? —grité—. Tú que eres tan guapo y perfecto, nadie se atrevería
a hacerte nada, pero a mí sí.
—¿Qué te han hecho, Keira?
—Me han despedido, mi madre me ha despedido —murmuré en voz baja.
De repente me había quedado sin fuerzas, ya no quería beber, ya no quería nada.
—Busca otro trabajo, no es el fin del mundo —dijo Jace.
—No lo entiendes, no me dejará. Me echó del apartamento y ahora con solo una palabra
consiguió que me echaran del trabajo y no solo eso, mañana hará lo mismo. Pasado mañana
encontrara la manera de echarme de aquí y me quedaré en la calle. Luego irá a por Alice, no se
detendrá hasta que no vaya a ponerme a disposición de Chad.
—¿Chad? —preguntó él, pero yo no lo escuché. Estaba perdida, mi cerebro nublado por el
alcohol. Ni siquiera lo vi acercarse.
—No quiero hacerlo, no sé qué me hará, pero no será bueno. El sexo es malo o al menos es lo
que pensaba hasta encontrarte a ti, ¿sabes que por primera vez me sentí excitada por un hombre
cuando te vi bajar las escaleras?
Jace no respondió, tomó mi rostro en sus manos e inclinó mi cabeza hacia atrás. Tenía ojos
bonitos, negros y ahora parecía que había una tormenta ocurriendo ahí. Casi podía ver la tormenta
en ellos y escuchar los truenos.
—Nena, vuelve a Chad. ¿Quién es?
—No quiero —murmuré, y puse las manos sobre sus hombros—. Bésame.
—¡Chad!
—No, bésame, hazme tuya, aunque sea por una vez, aunque tengas novia que te espera en algún
sitio, aunque sea un polvo de una noche. Hazlo, quiero saber que se siente al estar con un hombre.
—¡Maldita sea, Keira! No puedo.
—Por favor, Jace. Solo una vez —imploré.
—Lo haré cuantas veces lo deseas, pero nuestra primera vez no será contigo borracha.
—Lo recordaré todo mañana, lo prometo —dije mientras besaba su cuello. Su piel estaba
caliente y suave, ¿los hombres tienen la piel suave?
—Vale, nena. Vamos a la cama.
Me levantó en brazos y me llevó a no sé dónde. Cuando me dejó sobre una cama me di cuenta
de que me había llevado a su cama. Sonreí feliz, finalmente pasara. Sentí sus dedos en los botones
de mis jeans, sonreí y me quedé dormida.
Capítulo 8

Alguien me estaba mirando.


Alguien entró en mi apartamento, en mi dormitorio mientras dormía y seguía aquí. Podía
escuchar su respiración, sentir sus ojos sobre mí.
Chad. Por fin se cansó de esperar y vino a por mí.
Mi madre. Quería darme una última oportunidad antes de destrozar mi vida del todo.
O podría ser mi hermano, sabía cómo abrir una cerradura. Lo escuché un día hablando con sus
amigos, jactándose de que entró en la oficina del director de su colegio y modificó sus notas. Ben
tenía diez años. Debería haber sabido desde ese momento de que algún día sus problemas me
alcanzarán.
—Keira, sé que estás despierta.
Abrí los ojos y vi a Jace sentado en un sillón al lado de mi cama. Yo no tengo un sillón
amarillo en el dormitorio. Ni un cuadro en la pared ni sábanas de seda.
¡Oh, Dios!
El vodka. Seguramente me emborraché y me acosté con él.
¡Oh, Dios!
Me senté en la cama y vi que tenía puesta una camisa azul de hombre.
—Jace, buenos días —murmuré.
—Déjame adivinar, no recuerdas nada de lo ocurrido anoche.
Él no parecía enfadado, pero tampoco muy contento. Una mirada al reloj de la mesilla de noche
me hizo darme cuenta de que eran las diez de la mañana y que esa podría ser la razón por su
mirada.
Seguramente habré rotó alguna regla de los polvos de una noche y tendría que estar fuera de su
casa antes de la salida del sol.
—Eh, debería irme —dije echando a un lado las sábanas.
—No vas a ningún lado, Keira. Tenemos que hablar.
—¿Puedo ir al cuarto de baño antes?
Jace asintió y bajé de la cama. Me encerré en el cuarto de baño y al mirarme en el espejo no vi
nada extraño. El maquillaje resultó ser cómo dijo Alice, resistente. No tenía el rímel corrido ni
otras manchas, no era perfecto, pero al menos no parecía un espantapájaros. Bueno, un poco sí ya
que dormir con el cabello suelto tenía ese efecto sobre mi larga melena.
Me encargué de mis asuntos, enjuagué la boca con agua y volví al dormitorio. No sé qué pasó
anoche, pero no tuve sexo con Jace. Tenía la ropa interior puesta y no me sentía extraña, digo yo
que al perder tu virginidad debes sentir algo a la mañana siguiente, ¿no?
Jace no estaba cuando volví y antes de poder salir corriendo que es lo que quería hacer, entró
en el dormitorio con dos tazas de café.
—¡Siéntate! —ordenó, y me hizo un gesto con la cabeza hacia la cama.
El café olía demasiado bien y mi cerebro lo necesitaba así que me senté en la cama con la
espalda apoyada contra la cabecera. Tomé la taza de Jace y esperé. Sentado en el sillón me miraba
ceñudo.
—Chad —dijo.
—¿Qué pasa con Chad? —pregunté sorprendida.
—Keira, estoy al límite así que por favor sé buena y cuéntame.
Chad.
Contarle a mi vecino de que tenía un acosador o lo que mierda era Chad, no parecía buena
idea, pero tampoco era mala. Por si acaso me pasaba algo era bueno si alguien sabía que pasaba.
—Es un amigo de mis padres que tiene una obsesión conmigo. Mi hermano está en problemas y
Chad es el único que puede sacarlo de la cárcel. La parte mala es que el precio lo tengo que pagar
yo.
—Él te quiere.
—Me quiere a su disposición por una noche y yo no estoy dispuesta a prostituirme por mi
hermano. Pero mi familia no lo ve de la misma manera, piensan que no pasa nada, que debería
saltar de alegría porque Chad me desea.
—Hay más que eso —dijo Jace.
—¿Más? No, solo que mi familia hará lo que sea necesario para sacar a mi hermano de la
cárcel. Echarme de mi apartamento, despedirme de mi trabajo y solo es el comienzo.
Él no dijo nada, me miró como si no estuviera ahí y eso me dio tiempo a estudiarlo. Estaba
igual, la misma expresión en su rostro, pero al mismo tiempo algo había cambiado.
—Tienes dos opciones Keira, vienes conmigo o te llevo a casa de mis padres hasta que pueda
encargarme de tu familia y de tu acosador.
La propuesta era tan descabellada que me eché a reír y si no hubiera sido por Jace que me
quitó la taza de café de la mano habría manchado las sábanas de café.
—No veo qué es tan divertido, Keira.
—Jace, no te conozco y quieres que me vaya a casa de tus padres. ¿Qué les vas a decir? Mamá,
papá, esta es mi vecina, se queda con vosotros mientras voy y... ¿cómo vas a encargarte de Chad?
—Tengo un trabajo que hacer y es urgente, no puedo perder el tiempo así que toma una decisión
ahora —dijo él.
Hablaba en serio.
Tenía que elegir entre quedarme en Seattle a esperar el siguiente golpe de mi familia, irme a
Los Ángeles donde me esperaba un trabajo nuevo y nada más o Jace. Guapo, fuerte Jace. No sé
nada de él, pero la determinación que veo en sus ojos es suficiente para saber que me protegerá y
eso es lo que necesito, que alguien me proteja.
—Buena decisión —dijo Jace, se puso de pie y extendió la mano—. Vamos a tu apartamento a
por tus cosas.
Puse mi mano en la suya y me levanté de la cama. Él estaba tan cerca y no pude resistirme, besé
la comisura de su boca.
—Gracias —susurré.
—Regla número uno, Keira, no tienes que agradecerme por cuidar de ti. Nunca.
Asentí y caminé con él a través del apartamento, luego fuera hasta el mío. Saludé a Patricia que
se quedó pasmada al verme vestida con una camisa saliendo del apartamento de Jace. Sonreí
cuando Jace cerró la puerta. Lo sé, soy mala, pero no hay nada mejor que un poco de envidia
femenina para subirte el ánimo.
—¿A dónde vamos? —le pregunté a Jace mientras iba a mi dormitorio.
—Idaho.
—¿Qué trabajo...? —Jace me echó una mirada que me hizo cerrar la boca en un instante.
Idaho. Bien.
No sabía cuánto tiempo íbamos a estar ahí así que empaqué de todo y al hacerlo me di cuenta
de que estaba poniendo en la maleta todas mis prendas favoritas. Cuando fui a recoger mis
cuadernos supe que algo no estaba bien.
—¿Jace?
—Sí, Keira.
—¿Por qué siento que me voy para siempre?
Jace caminó hasta donde estaba yo y se pegó a mi espalda. Puso sus manos en mis caderas y
besó mi sien.
—Porque tu corazón, tu instinto sabe algo que tu cerebro se niega a reconocer.
—¿Qué es eso?
—Paciencia, Keira, lo sabrás a su debido tiempo.
Ya.
Lo único seguro era que sentía por Jace algo más que atracción, aunque parecía una locura. Me
voy con él y mientras hace su trabajo yo averiguaré qué es lo que hay entre nosotros.
En ese momento mis hormonas reaccionaron a la cercanía de Jace y mi mente se unió a la fiesta
llenándose de imágenes de nosotros dos. Estábamos desnudos, de pie en una habitación oscura.
Jace me sostenía, mis piernas alrededor de él y las manos sobre sus hombros. Tenía la cabeza
hacia atrás y Jace estaba besando mi cuello.
Podía sentir sus labios sobre mi cuello, la dureza de sus músculos debajo de mis manos y la
otra entre mis piernas. Parecía tan real, era real al menos para mi cuerpo. Sentí mis pezones
endurecerse y una necesitad que por primera vez latía entre mis piernas. Mi piel hormigueaba con
deseo, mi respiración estaba acelerada y mi corazón a punto de salir de mi pecho.
—Tranquila, nena —susurró Jace en mi oído.
Sentí sus labios en mi lóbulo, su aliento y gemí. Me moví inquieta y sentí su reacción.
—¿Jace?
—Es normal, Keira. Siempre estoy duro cuando estás a mi lado, incluso cuando no estás y
pienso en ti.
Humedecí mis labios.
—Quizás es hora de hacer algo al respecto —dije.
—¡Jesús, Keira! Lo haremos, créeme, lo haremos.
Me di la vuelta en sus brazos pensando en que por fin pasaría, pero él sacudió la cabeza.
—Termina de empacar, nena, no tenemos tiempo.
Hice una mueca y él se echó a reír. Tocó mis labios con los suyos por un instante antes de
alejarse. Suspiré y continué con lo que tenía que hacer. Por un momento me costó recordar qué
estaba recogiendo, pero sentí la mirada de Jace, vi la diversión brillar en sus ojos y recordé.
Mientras tomaba una ducha Jace preparó el desayuno que comí de pie. Él no dijo nada, pero lo
atrapé mirando su reloj cada poco tiempo. Se nos estaba acabando el tiempo.
—Listo —dije tragando el último trozo de tostada.
—¿Te he dicho cuánto me gustas? —preguntó él.
Mi corazón dejó de latir, miles de mariposas empezaron a bailar en mi estómago y no era por
la comida, mis mejillas se sonrojaron de placer y mi boca esbozó la sonrisa más grande.
—No —susurré.
—Recuérdame que te lo diga más tarde —dijo.
—Que gracioso eres —espeté mientras lo miraba caminar hacia la puerta.
Tomó mis maletas, sí, era más de una porque en serio, ¿qué mujer se va por un tiempo
indefinido solo con una maleta? Yo necesito tener opciones, a veces me pongo jeans y camiseta y
no hay problema. Pero hay días que quiero brillar y eso no lo puedo hacer con lo que cabe en una
mochila.
Hoy es uno de esos días, me puse un vestido de manga corta, azul, que a primera vista parecía
normal. Y digo normal porque es lo que era hasta que caminaba y la apertura en la parte delantera
de la falda dejaba ver mi muslo. Un paso en falso y enseñaría el tanga.
Zapatos de tacón y medio joyero en mis muñecas, dedos y alrededor del cuello. Jace me había
mirado divertido al salir del dormitorio, pero luego vio la falda y como se abría y toda la
diversión desapareció.
Esperé al lado del coche de él hasta que fue a recoger sus cosas y estaba a punto de llamar a
Alice cuando escuché mi nombre.
Elisa.
Mi hermanastra. No éramos amigas ni enemigas. No me gustaba como yo tampoco le gustaba a
ella, pero desde el primer momento decidimos guardar nuestros sentimientos para nosotras. Si la
veo por la calle la saludó y nada más, si nos vemos en casa de su madre hablamos del tiempo y de
la última película que vimos.
Elisa será como mi madre, todavía no, pero con el tiempo llegará. Y si ella está aquí ahora es
porque mi madre la envió, mi padre no, porque él es más de hacer las cosas el mismo. No necesita
intermediarios.
—Elisa, buenos días.
—Serán para ti, Keira —espetó ella.
Eso es lo que decía, ella es morena como yo, unos ojos azules preciosos, guapa hasta que abre
la boca o hasta que te mira con desprecio y odio.
—No sé qué te pasa...
—¿No sabes? ¿Cómo puedes ser tan egoísta y dejar a tu hermano pudrir en la cárcel? Tu pobre
madre está en el hospital y tú estás aquí como si nada.
Escuchar que mi madre estaba ingresada me preocupó, pero luego recordé que estoy esperando
su próximo movimiento. Lo que no entiendo es por qué envió a Elisa, ella no tiene ni una
posibilidad de convencerme.
—Si mi hermano pudrirá en la cárcel es porque lo merece, yo no tengo la culpa de eso.
—No vas a preguntar qué le pasa a tu madre, ¿no?
—La verdad es que no, no quiero saberlo. Pero creo que lo puedo adivinar, ¿infarto?
—¡Dios! Darcy tiene razón, eres una mujer mala.
—Gracias, Elisa. Si esto es todo lo que tenías que decir ya puedes irte.
Ella sonrió y esa sonrisa me puso los pelos de punta. ¿Qué mierda pasaba con esta gente?
—No, tengo que entregarte algo. Un regalo de Chad —dijo ella y sacó un sobre de su bolso.
Extendió el sobre, pero no lo tomé y ella lo dejó sobre el capó del coche.
—Que tengas un buen día, hermana —se despidió ella.
La vi caminar hasta la limusina que la esperaba a la entrada de la urbanización y antes de subir
pude ver a un hombre dentro del coche. Chad. Me recorrió un escalofrío y aguanté la respiración
hasta que vi la limusina desaparecer.
Miré mi reflejo en la ventana del coche de Jace y no vi nada extraordinario. Sí, soy guapa, pero
no tan guapa como para que los hombres pierdan la cabeza por mí. Hay miles y miles de mujeres
más guapas, más inteligentes y dispuestas a ser el juguete sexual de Chad. Su obsesión no tenía
sentido.
El sobre parecía gritar mi nombre y no sabía si abrirlo o tirarlo a la basura. Al final elegí
abrirlo, pero justo cuando extendí la mano para cogerlo volvió Jace. Abrió la puerta del coche y
me ayudó a subir. Esperé mientras él guardaba una bolsa en el maletero y luego subió al coche.
—¿Qué es eso? —preguntó mirando el sobre que tenía en mi regazo.
—Un regalo de Chad —contesté y luego le expliqué el último movimiento de mi madre.
Jace tomó el sobre y lo abrió. Miré el contenido y deseé no haberlo hecho. Fotos, fotos de una
mujer morena, desnuda y con el rostro oculto por el cabello largo. Si no lo supiera diría que esa
mujer era yo. Eso no era todo, la mujer estaba atada, amordazada, en diferentes posiciones cada
una peor que la anterior. Había cinco fotos en la que se podía ver la mujer siendo objeto de
diferentes actos sexuales.
Personalmente no tengo nada en contra de los gustos de las personas, cada uno es libre de hacer
lo que le plazca, pero a mí no me gusta ni el sadomasoquismo, ni las orgias ni nada de lo que esas
fotos exponían.
—¡Hijo de puta enfermo! —exclamó Jace guardando las fotos en el sobre, pero una se cayó.
Grité.
Jace me rodeó con sus brazos y enterré la cara en su pecho, pero la imagen no se iba de mi
cabeza. La mujer estaba muerta, un corte en la garganta y otros más en todo el cuerpo.
Ven a mí o así terminará tu vida.
Las palabras escritas con mayúsculas y en rojo eran claras. El peligro era peor de lo que me
imaginaba, no era solo una noche de perversiones lo que él quería de mí.
—Keira, amor, mírame —dijo suavemente Jace.
Sacudí la cabeza, no quería moverme. En sus brazos me sentía a salvo y no quería dejar de
sentirme de esa manera.
—Te prometo que nadie se acercará a ti, Keira. Nadie, confía en mí.
—No puedes prometerme eso, no puedes estar conmigo todo el tiempo —dije.
—Tú no te preocupes por eso, solo recuerda que nada ni nadie te lastimará.
Asentí y después de unos momentos Jace puso una mano en la parte de atrás de mi cuello,
inclinó mi cabeza y me miró a los ojos.
—Llama a Alice y cuéntale lo que pasó, ¿de acuerdo?
¡Dios!
Alice, ¿qué hice?
—Tú no hiciste nada, Keira. Son ellos, así que dile a tu amiga que tenga cuidado y olvídalo.
—Víctor se pondrá furioso —dije buscando el móvil en mi bolso.
La conversación con Alice no transcurrió muy bien, ella gritó, maldijo, imploró que volviera a
casa donde ella podía cuidarme. Pero sus clases de karate o la pistola que guardaba Víctor en la
mesilla de noche no iba a ayudar si Chad venía a por mí.
—Todo estará bien —me aseguró Jace cuando colgué.
El problema era que no confiaba mucho ni en sus palabras ni en mi suerte.
Capítulo 9

Salimos de Seattle por la mañana, a mediodía Jace paró en una ciudad para comer. Ni sabía el
nombre ni me interesaba, solo quería alejarme lo más posible del peligro. Jace intentó mantener
una conversación, pero yo no estaba de humor.
Lo único que hice durante el viaje fue mirar por la ventana, perdida en mis pensamientos.
Bajaba del coche cuando Jace paraba para repostar e iba al servicio sin darme cuenta de que él
paraba en cada gasolinera que encontraba por el camino. Y eso no fue lo único que no vi, pero
tenía otras cosas en mi mente para preocuparme de las de Jace.
Se había oscurecido cuando Jace aparcó delante de un motel que parecía sacado de una
película horror. Lo que faltaba era un hombre con una motosierra contento de tener con quien
entretenerse esta noche.
—Dime que no nos quedamos aquí —le pedí a Jace.
—Lo siento, no hay otro hotel cerca.
Bajé del coche pensando que veré bastante pronto si Jace es capaz de protegerme. Era bastante
fuerte y alto, podría luchar contra un hombre con una motosierra. Concentrada en la lucha que
tomaba lugar en mi mente seguí a Jace a la recepción. El joven detrás del mostrador parecía
normal, pero ¿qué sabía yo cómo se veía un psicópata?
—Necesitamos reservar dos habitaciones —dijo Jace.
Tosí atrayendo su atención y él me miró con el ceño fruncido.
—Una, yo no duermo sola, excepto si quieres encontrar mi cuerpo sin vida por la mañana o no
encontrarme. Tú decides.
Jace sacudió la cabeza sonriendo y se giró hacia el joven.
—Una habitación.
—Muy bien, necesito una tarjeta de crédito —dijo el joven y dos minutos después nos
entregaba una llave.
—¿Has visto a esta mujer? —le preguntó Jace al joven y me detuve a medio girar.
¿Qué mujer? ¿Qué me perdí?
No podía ver bien la foto que Jace le enseñaba al recepcionista y tampoco podía pedirle que
me la enseñara.
—No, lo siento —dijo el joven.
Jace sacó su cartera y dejó dos billetes de cien dólares sobre el mostrador. El joven tomó el
dinero.
—No —repitió.
—Mira una vez más, morena, guapa, embarazada. Seguro que la has visto —intentó Jace.
¿En serio?
Patricia tenía razón, Jace no estaba disponible y estaba buscando a su mujer para convencerla
de que vuelva con él. Y como si no fuera suficiente ella estaba embarazada. ¡Dios! Un bebé de
Jace. Cuando vi las fotos que me envió Chad no tuve tantas ganas de matar a alguien como tenía
ahora.
¡Cabrón de mierda!
Luego me dice que me protegerá. Claro que lo hará, pero ¿de quién?
—No la vi —dijo de nuevo el joven.
No sé cómo, pero sabía que mentía y los otros dos billetes tampoco le convencieron de abrir la
boca y decirle a Jace lo que quería escuchar. Vi que Jace estaba perdiendo la paciencia y aunque
nunca lo vi perder el control no quise averiguar qué pasaba cuando lo hacía. Además, tenía prisa.
Quería decirle un par de cosas a Jace, el idiota que pensaba que podía mentirme y engañarme.
—Tim, tu nombre es Tim, ¿no? —pregunté al joven sonriendo.
—Sí, soy Tim.
—Hola, Tim. Yo soy Liz y la mujer que buscamos nos quiere robar a nuestro hijo. Ella solo
tenía que llevarlo durante nueve meses, ¿sabes? Es un vientre de alquiler y nos gastamos todo el
dinero para tener un hijo, pero ella quiso más y cuando le dijimos que no teníamos más se fue a
buscar a otra pareja que podía pagar más. No sabes que difícil ha sido, ese bebé es mi única
oportunidad de mantener a mi marido a mi lado. ¿Estás seguro de que no la has visto? Cualquier
cosa que nos puedes decir será de gran ayuda.
Olvidé decir que tenía una imaginación un poco fuera de lo normal y era buena actriz, mejor
dicho, podía convencer a alguien de cualquier cosa. Excepto a mi familia y a mi acosador, por lo
visto mis dotes no funcionaban con ellos. Pero con Tim sí, el pobre cayó. Creyó mi triste historia
desde la primera palabra.
—Alquiló una habitación hace tres noches, la escuché hablar por teléfono y mencionó algo de
Castleford.
Le agradecí al joven y salimos de ahí de prisa. Dos minutos después entramos en una
habitación que no estaba tan mal cómo pensaba. No era lujosa, pero estaba limpia. No había ni
polvo ni manchas, solo una cama bastante pequeña que tenía que compartir con un traidor.
—Lo has hecho muy bien —dijo Jace dejando mi maleta en el suelo.
—Claro, cualquier cosa por mi vecino que solo quiere recuperar a su novia embarazada, ¿o es
esposa?
—No confías mucho en mí, ¿no, Keira?
—¿Mucho? No confío nada en ti, Jace.
—Bien, en eso no puedo ayudarte. Tendrás que esperar y lo verás —dijo él y como si nada
abrió su bolsa de viaje, sacó algo de ropa y se fue al cuarto de baño.
Yo me quedé en el medio de la habitación de un motel espeluznante mirando la puerta del baño.
No sabía si gritar o entrar y darle con algo en la cabeza. Al final no hice ni una de las dos cosas,
me senté en la cama y esperé.
Pensé en la posibilidad de que la mujer que buscaba Jace no fuera su esposa o novia. Podría
ser cualquier cosa porque de otra manera su actitud no tiene sentido. Todo el día estuvo muy
pendiente de mí y su comportamiento iba más allá de la preocupación de un vecino.
¡A la mierda con todo esto!
Si tiene novia que me lo diga de una puñetera vez, necesito saber en qué me estoy metiendo.
Excepto lo obvio, quería meterme en la cama con Jace. Y si tenía novia no era justo, el destino no
sería tan cruel de poner en mi vida un hombre así con esa atracción que estaba por las nubes solo
para mostrármelo, pero no tenerlo.
Pero al fin y al cabo la vida no ha sido justa conmigo desde que nací, ¿por qué cambiaría
ahora?
—Porque mereces ser feliz y ya es la hora.
Jace había salido del cuarto de baño y estaba a dos pasos de mi mirándome. Se agachó sin
apartar sus ojos de mí.
—Eres mía, Keira —continuó Jace—. Fuiste mía desde el primer momento, pero me
rechazaste. Creíste a Alice y no lo que sentías por mí, que yo sentía lo mismo por ti no pasó por tu
cabeza en ningún momento. No quiero echar un polvo contigo, nena, los quiero todos. Te quiero en
mi cama por el resto de mi vida.
Quería creer en sus palabras, de verdad lo quería, pero era demasiado bueno para ser verdad.
Yo no era...
—¿Tú no eres qué, Keira? —dijo Jace y lo miré sorprendida.
—Si me dices que puedes leer mi mente voy a tener que salir y buscar una estaca.
—Nena, eso funciona con los vampiros.
Parpadeé, luego sacudí la cabeza. Jace no negó que podía leer mi mente y habló de vampiros
como si fueran de verdad. Lo estudié con atención y no encontré nada fuera de lo normal. Bueno,
era el hombre más guapo del mundo, mil veces mejor que Henry Cavill. Pero ser guapo no
significa que eres un ser sobrenatural.
—Keira, céntrate —me pidió él.
—Eh, vale —titubeé—. ¿De qué estábamos hablando?
—Te he dicho que eres la mujer de mi vida, ¿tienes algo que decir?
—Eh, ¿es muy pronto para saberlo? —pregunté.
Un segundo yo estaba sentada y al siguiente estaba acostada en la cama con Jace encima de mí.
Gemí cuando dejó todo su peso sobre mí. Puso su mano sobre mi muslo y abrió mis piernas para
colocarse mejor. Mordí mi labio para no dejar salir otro gemido.
—Espérame —susurró Jace en mi oído.
Una y otra vez. Un susurro, un beso y así hasta que recordé. Él era el hombre que me ayudó en
el templo, el hombre que besé, que me pidió que lo esperara. Me prometió todo lo que mi corazón
deseaba. Me besó.
Recuerdo quedarme encerrada en el templo, la cena que compartí con él y su petición. Quería
quedarme con él ahí, pero desperté en el hospital y él había desaparecido de mi mente.
Puse mis manos sobre su cabeza, agarré su cabello y lo obligué a mirarme. Ahí estaba, el
hombre que me hizo perder mi corazón y mi cabeza en un solo instante. El hombre que sabía que
era mío hasta el fin del mundo.
—Jace.
—Sí, Keira. El destino nos ha unido, eres mía como yo soy tuyo.
—No lo entiendo.
—Lo harás, nena. Solo ten paciencia.
Todo parecía sacado de una película, era increíble. Vamos a ver, nos conocimos en el templo,
lo olvido por una razón desconocida y nos reencontramos en Seattle. La atracción no ha
desaparecido, incluso es más fuerte. Pero no entiendo por qué lo olvidé, por qué no me dijo nada
la primera vez que nos vimos.
No entiendo nada.
—¿Quién es la mujer? —pregunté recordando lo que me tenía de malhumor.
—¿Quieres hablar cuando por fin te tengo debajo de mí, Keira?
—Pues ahora que lo mencionas...
Nada, que no me dejó terminar. Bajó la cabeza y me besó. ¿Has sentido alguna vez que todo
está bien, que tu corazón explotaría de felicidad, que no hay otro lugar en que deberías estar? Eso
es lo que sentí cuando sus labios tocaron los míos, estaba en casa, estaba a salvo y feliz.
El beso fue suave, empezó con pequeños besos en las comisuras de mi boca, con toques casi
imperceptibles de su lengua hasta que abrí la boca. Luego entró y el beso se convirtió en lo más
erótico que he vivido en mi vida.
Levantó la cabeza y me miró, no sé si buscaba una confirmación, pero lo que sea que estaba
buscando lo encontró. El deseo estaba claro en su rostro, los labios más llenos, los ojos más
oscuros. Parecía dominante, salvaje. La emoción me invadió como un maremoto.
Su boca bajó a mi cuello mientras sus manos tiraban de mi vestido y luego sentí sus dientes
raspando mi pezón. Gemí perdida en el placer que nunca había sentido. Lo volví a hacer cuando
me cubrió el pezón con la boca, lo metió dentro y empezó a succionarlo.
Ahuecó mi pecho mientras la otra mano estaba ocupada quitando mi ropa interior. Levantó la
cabeza de mi pezón para cubrir mis labios con los suyos. El beso fue áspero al igual que el fuerte
apretón de sus manos en mi trasero. Igual que la tela de sus jeans entre mis piernas.
Me besó hasta que sentí que podía perder la cabeza y luego me soltó, pero no por mucho
tiempo. Sus labios bajaron por mi cuello, sobre mi pecho, donde besó y lamió. Había tanto placer,
era tan bueno que dejé de ahogar mis gritos y dejé que llenaran la habitación del hotel.
Apreté mis manos en su cabello cuando trató de irse, pero no había forma de detenerlo. Jace se
estaba moviendo más abajo y yo sabía a dónde iba, lo sabía y estaba asustada como el infierno.
Sentí su aliento sobre mi carne, sobre mi clítoris y estaba perdida. Sus labios, su lengua me
devoraron una y otra vez.
El placer era increíble, me consumía, el deseo por él estaba fuera de control. El orgasmo llegó
antes de lo que pensaba, antes de lo que creía posible y grité su nombre. No fue suficiente, me
sentía vacía, necesitaba más.
—Te daré más —dijo Jace, leyendo mi mente ya que estaba segura de que no había abierto la
boca para hablar.
Envolví mis piernas alrededor de su cintura y lo esperé y no pasó mucho tiempo hasta que lo
sentí entre mis piernas. Esperando.
—¡Jace! —imploré.
—¡Mía, solo mía! —dijo.
Escuché su áspero grito mientras me penetraba por primera vez. Era duro y grande y suave y
demasiado bueno. Lo miré durante un momento y vi el hambre en sus ojos, la necesidad mientras
se movía, retrocediendo antes de hundirse dentro de mí una vez más. Y más y más hasta que lo
volví a sentir, el éxtasis se apoderó de mí. Sentí su liberación llenándome y se sintió extraño,
prohibido.
Me abrazó mientras pensaba en todo lo que he perdido por culpa de lo que vi cuando era
pequeña. Para mí el sexo era algo malo y me costaba dejarme llevar. Tenía citas, pero nunca
llegaba demasiado lejos con los hombres y lo quería, de verdad lo quería. Pero era imposible y
ahora Jace me mostró que el orgasmo en sus brazos es mil veces mejor que al que me acostumbre
durante mi adolescencia, en la ducha, a escondidas.
—Vamos a probar eso —susurró Jace.
—¿Qué vas a probar? —pregunté, y en lugar de contestar se levantó de la cama y me llevó con
él.
Caminamos hasta el cuarto de baño donde Jace abrió el agua de la ducha. Protestar ni siquiera
pasó por mi cabeza, lo seguí dentro de la ducha y lo dejé hacer conmigo lo que quería. Lavó mi
cabello, lavó mi cuerpo, a veces era lavar y otras era acariciar y besar. Y cuando me pidió que me
tocara lo hice.
Después me levantó en brazos y me folló con el agua cayendo sobre nosotros. Un toque, una
mirada, era suficiente para desearlo. No podía tener suficiente de él, necesitaba sentirlo cerca,
dentro. Era como una droga y mi cuerpo lo pedía a gritos.
Fue mi primera vez con un hombre, pero aun así sabía que esto no era normal, estas
sensaciones, ese deseo que en lugar de disminuir aumentaba con cada momento, con cada caricia.
Salimos de la ducha y pensé que una vez en la cama íbamos a dormir. Pero no, Jace me besó y
lo que yo pensaba que era un beso de buenas noches se convirtió en el preludio. Protestar cuando
cada célula de mi organismo pedía su toque, sus besos, el placer que iba a provocarme, era una
locura.
Así que respondí a sus besos. Besé su piel, mordí su cuello mientras él me penetraba con sus
dedos. Acaricié su pecho, lo besé, mordí sus pezones mientras él jugaba con mi cabello. Bajé un
poco más hasta encontrarlo duro y erguido esperándome y no lo defraudé. Lo lamí, lo besé, lo
chupé, hice todo lo que quería y sentía.
Por fin cuando mis ojos se cerraron conocía cada pedacito de su cuerpo y él del mío. Jace
sabía que no podía acariciar detrás de mi rodilla porque las cosquillas me mataban de risa. Yo
sabía que mis gemidos lo volvían salvaje. Jace sabía cómo y dónde tocarme para hacerme ver las
estrellas en menos de dos minutos. Yo sabía que le gustaba sentir mis dientes en su piel.
Por un breve momento antes de que se me llevara la oscuridad agradecí a la pesadilla que me
despertó esa noche cuando tenía seis años y me obligó a bajar en busca de mi madre. Sin eso Jace
no hubiera sido el primer hombre de mi vida.
Capítulo 10

—Buenos días —dijo Jace.


Abrí los ojos justo a tiempo para verlo inclinarse sobre mí con la intención clara de besarme.
—Tócame y será lo último que harás en esta vida —amenacé.
Mis palabras no tuvieron efecto, me dio un beso suave en la comisura de la boca sin dejar de
sonreír. Si tuviera fuerzas a lo mejor podría llevar a cabo mi amenaza, pero estaba agotada. Me
imagino que es normal teniendo en cuenta que dormí solo media hora.
Miré la ventana y vi a través de las cortinas que todavía no había salido el sol.
—Necesito una hora más o diez —dije.
—Tenemos que irnos ya, nena.
La urgencia en su voz me despertó más rápido que un café fuerte.
—¿Tengo tiempo para una ducha?
—Depende, sí tardas una hora entonces no —respondió él.
Murmurando sobre la vida injusta y como los hombres podían ducharse en tres minutos me
levanté de la cama y caminé al cuarto de baño. No fueron tres, más o menos quince minutos
después salía fresca y despierta para otro día que no sabía que iba a traer.
Me acerqué a la maleta para buscar algo para ponerme ya que en mis prisas para ducharme no
llevé nada de ropa. Dejé caer la tolla y me puse un conjunto de lencería blanco, luego los jeans.
—¡No! —escuché decir a Jace.
Me giré y lo vi sentado en el extremo de la mesa, los brazos cruzados sobre el pecho y una
mirada intensa en sus ojos. Esa mirada la conocía, la vi varias veces anoche y sé que a pesar de
tener prisa había muchas posibilidades de terminar en la cama con él dentro de mí si no me daba
prisa en vestirme.
No me entiendas mal, lo quiero, a él y a todo lo que puede hacerme, pero después de la noche
pasada no hay manera de sobrevivir a otro orgasmo. ¿Qué estoy diciendo? No aguantaría ni un
dedo. No hay parte de mi cuerpo que se haya quedado sin besar, lamer o tocar.
Mi cuerpo está tan sensible que ducharme fue una tortura, el agua cayendo sobre mi piel era
como una caricia despertando, preparando mi cuerpo por más y juro que no podía con más placer.
No podía.
—¡Ponte un vestido! —ordenó Jace.
—Ni muerta —resoplé.
—¡Nena!
—¡Jace!
Él perdió la paciencia y se acercó y aunque mi cuerpo me pedía que me alejara mi corazón me
dijo que no. Así que esperé los dos segundos que le tomó a Jace llegar hasta mí.
—Sé cómo te sientes, sé que tu cuerpo está despertando y que es algo nuevo para ti, pero no
soy un imbécil insensible que te va a tomar cuando tú no lo deseas. Tardarás unos días a
acostumbrarte a mí, a lo que te hago sentir y mientras tanto no voy a tocarte, pero quiero verte,
Keira. Quiero ver tus piernas largas, quiero ver tu precioso cuerpo envuelto en un vestido. No te
pido más, nena.
—¿Cuándo dices que no me vas a tocar te refieres a los besos también? —pregunté.
Sí, lo sé. Acaba de decir que no quiero que me toqué, pero mi cabeza está hecha un lío y
escucharlo decir que no me va a tocar junto al hecho de que nos separan meros centímetros y no
me toca me tiene un poco confundida.
—¿Un poco confundida? —preguntó él.
—Bien, Jace, vamos a hablar de cómo carajo puedes leer mi mente —espeté.
—Vamos a dejar esa conversación para más tarde —dijo él.
—Bien, Jace. Más tarde —dije dulcemente.
Lo rodeé para llegar a mi maleta y elegí el vestido perfecto. ¿No quería vestido? Pues eso iba a
darle. Era un vestido blanco de verano, holgado con manga larga y escote en v profundo, muy
profundo. Antes de ponerme el vestido me quité en sujetador ya que debido al escote no lo
necesitaba.
Cerré la maleta y me giré hacia Jace.
—Ya estoy lista —dije.
—Ya lo veo. Sabes que vas a pagar por eso, ¿no, Keira?
—Es posible, pero primero vas a pagar tú.
Dejamos la habitación del hotel, Jace cargó las maletas en el coche mientras yo devolvía la
llave a recepción. Tim estaba de nuevo detrás del mostrador y no solo me sonrió amable también
me ofreció el desayuno. Le agradecí y me fui de ahí con dos cafés para llevar y una bolsa con
donuts.
Jace tomó solo el café haciendo una mueca al ver los dulces que comí yo mientras él conducía.
—Tim dijo que la mujer no se fue sola, recordó que la vio subir a un coche con una mujer de
mediana edad —le dije a Jace.
—Ese Tim es un idiota.
—Posiblemente, pero me dio la matrícula del coche —sonreí mostrando el papel.
—Lo que yo decía, idiota.
—Lo que pasa es que estás enfadado que yo lo he convencido, ¿no?
—Eso también —reconoció Jace.
De repente se escuchó la voz de un hombre en el coche y me di cuenta de que Jace hablaba por
teléfono.
—Killian, tengo una matrícula que verificar —dijo Jace.
—Y yo tengo a una mujer que encontrar y atar a la cama para el resto de su vida —espetó el
otro hombre.
¿Killian, el prometido de Ariadna?
—¿Todavía no la has encontrado?
—No, por lo visto tu hermana pequeña es más lista que yo.
—Deja a Ariadna por cinco minutos y verifica la matricula.
Jace me pidió que le dijera el número a Killian y colgó en el instante en que pronuncié la
última palabra.
—¿Ariadna? —pregunté.
—Se escapó enfadada por el compromiso y ahora Killian tiene que encontrarla antes de que
haga una locura —explicó Jace.
—¿Locura como en emborracharse y acostarse con un extraño o como en tirarse desde un
puente?
—Como en hablar demasiado.
—Y seguro que ahora me dices que no tenemos tiempo para esa conversación —dije.
Jace tardó unos buenos momentos en contestarme y lo hizo cuando pensé que ya no lo haría.
—No es el tiempo, Keira. No quiero perderte.
—Vamos, Jace, no puede ser tan mal. Eres vampiro, ¿no?
Él se echó a reír, pero negó con la cabeza.
—¿Seguro? Mira que estaría dispuesta a dejarte chupar mi sangre —dije, muy seria.
—Segurísimo —me aseguró Jace.
—¿Hombre lobo? Por favor, dime que no. No me gusta el pelo.
Hice una mueca pensando en lobos y dientes. No, gracias.
—Lobo tampoco.
Respiré aliviada y pensé en qué otros seres sobrenaturales había.
—Fantasma no puedes ser —murmuré, y de nuevo escuché su risa—. Demonio, eso es. Eres un
demonio.
—Nuevamente incorrecto, puedo decírtelo si quieres —se ofreció Jace.
—No, viajar en coche es aburrido, así tengo algo para entretenerme.
Durante las próximas horas enumeré todas las criaturas sobrenaturales, místicas y de todo el
tipo que encontré en internet. Pasé de duendes a experimentos del gobierno que los convirtieron en
hombres con ADN animal. Incluso volví a mi primera teoría, la del vampiro sin importar que era
de día y Jace no se convirtió en cenizas con la salida del sol.
Tomamos una pausa para el almuerzo en una cafetería de carretera donde tuve que comer de
prisa ya que por alguna razón Jace estuvo tenso todo el tiempo. Pregunté sobre ello, pero me lanzó
una mirada que me decía claramente que debía seguir con mi comida. Esperé hasta que estuvimos
de nuevo en el camino para preguntar de nuevo y esta vez su respuesta fue que el lugar no estaba
seguro.
El lugar no estaba seguro.
Puse los ojos en blanco y continué mi búsqueda de la verdad. Killian llamó cuando estaba
exponiendo las razones que me hacían pensar que era un dios.
—El coche está a nombre de Linda Morris, hermana de Rachel. Abogada, vive en Seattle,
soltera.
—Bien, Killian —dijo Jace.
—Si ya no me necesitas voy a volver a buscar a mi mujer.
—Haz eso —murmuró Jace, pero Killian ya había colgado.
Decidí que era el momento de saber quién era Rachel, sabía que no tenía nada que ver con
Jace. ¿Cómo? Ni idea, será que la noche que pasé teniendo sexo con él ha conseguido freír mi
cerebro.
—Rachel —dije y Jace asintió.
—Mi amigo, Kurt, conoció a Rachel en un viaje de negocios. Pasaron un par de semanas juntos
y cuando él le pidió mudarse juntos ella aceptó. Al principio todo estaba bien, Rachel parecía
integrarse sin problemas, pero se quedó embarazada y empezaron los problemas. Ella
simplemente enloqueció, no quería ver a nadie, se lastimó, intentó lastimar al bebé. Finalmente, no
quedó otra opción que ingresarla en el hospital. Convenció a una enfermera para que le prestara
un teléfono y llamó a alguien, no sabemos quién, pero lograron sacarla del hospital.
—Creen que le hará daño al bebé.
—Sí, el médico que la trató nos advirtió que eso es lo que quiere. Matar al bebé. Necesitamos
encontrarla antes de que lo haga.
—Evitar que mate al bebé y que hable, ¿verdad?
Jace no respondió, pero la fuerza con que agarraba el volante era una respuesta bastante clara.
No podía imaginarme qué secreto guardaban, pero tenía que ser algo muy importante si esa mujer
quería matar a un bebé, a su bebé.
Durante un tiempo viajamos en silencio, pero mi mente seguía dando vueltas al asunto. Me
pregunté si lo que iba a contarme Jace iba a cambiar mi vida, si quería hacerlo por él. Pero como
no tenía toda la información era difícil tomar una decisión.
Pensé en qué estaría dispuesta a sacrificar para estar con él. El trabajo ya lo he perdido así que
no es un problema, la familia nunca fue un factor. Puedo vivir sin ellos, incluso sería mejor si
nunca más volviese a verlos. Luego estaba Alice, pero de todos modos iba a perderla al mudarme
a Los Ángeles.
Así que no tenía mucho que sacrificar, estaba libre para elegir, hacer lo que quiero.
Jace puso la mano en mi rodilla y sonreí, había aguantado más de medio día sin tocarme. No lo
hizo ni siquiera cuando paramos para comer y eché de menos su mano en mi espalda o en mi
cintura.
—La familia es importante, Keira —dijo él.
—Sí, lo es, pero cuando le importas, cuando te cuidan. Si lo único que hacen es ignorar,
criticar y llamar cuando necesitan que hagas algo por ellos, entonces no.
—Hay personas más frías, pero eso no significa que no te quieren.
—Jace, has visto las fotos que envió Chad. Mi madre me pide que vaya con ese hombre y
quedarme quieta y callada mientras me hace todo tipo de cosas que no quiero que me haga. Eso no
es frío, eso es una madre sin alma. Ni siquiera es una madre, solo porque me llevó en su vientre
nueves meses no la convierte en mi madre.
Recogí mi cabello en una coleta mientras intentaba relajarme, recordar a mi madre siempre me
enfadaba. Lo solté segundos después porque me molestaba.
—Cuéntame —me pidió Jace.
—¿No puedes leer mi mente? —pregunté y no era broma. Prefería que entrase en mi cabeza y
ver todo, desde mi infancia hasta ahora.
—¿Si digo que puedo vas a tener un ataque de ansiedad?
—No, sí, tal vez.
—Entonces mejor dejamos a tu familia para otro momento —propuso Jace.
—Vale, pero primero dime si la tuya es igual o en cambio son tan perfectos como tú.
Sus ojos se calentaron y supe que él había tenido la familia que se merecía. Y me contó sobre
sus padres, sobre su país y su vida ahí.
El país con la capital en Hadar estaba en el medio del océano rodeada de pequeñas islas la
mayoría sin habitar. La isla era lo suficientemente grande para cubrir todas las necesidades del
país, tenían fábricas para producir de todo y se importaban muy pocas cosas.
La población no llegaba a los tres millones habitantes, no había inmigración, todos los
habitantes nacieron en la isla y muy pocos decidían irse. Y por lo que dijo Jace la mayoría volvían
después de pasar poco tiempo fuera en el mundo real.
El padre de Jace, Reed, era el rey.
—¡No jodas! —exclamé cuando Jace pronunció la palabra rey.
—Te prometí que no lo haría, ¿recuerdas? —dijo Jace, divertido.
—Eres un príncipe, Jace.
—No, mi padre es el rey, el conductor del país, pero yo no soy ni príncipe ni heredero. Soy
como cualquier otro habitante del país, tengo mi trabajo, mi casa, no hay privilegios por ser el
hijo del rey. La que abusa de relación es Ariadna, fue la niña favorita del país y lo sique siendo,
pero eso la ha convertido en una persona egoísta.
Ariadna no me pareció egoísta ni nada por el estilo, era una mujer normal. Lo pasé bien con
ella durante las horas que estuvo en mi apartamento, incluso le gustó a Alice y a ella es muy difícil
que le gusté otra mujer.
—Desde fuera puede parecer normal, nena, pero hay mucho que no sepas de nuestro país, de
nuestra cultura.
—Ariadna dijo algo de que quería ser libre —le recordé.
—Ella y Killian llevan comprometidos muchos años y eso es algo inusual, la mayoría de las
parejas se casan enseguida. Pero Ariadna imploró a mi padre que la dejase ver el mundo y
después de conseguirlo quiso otra cosa y otra hasta hoy, hasta que Killian ya no pudo aguantar.
Hay reglas en mi país.
—Ya —dije recordando las medidas de seguridad que tuvimos que pasar para poder entrar
para la boda de Elisa.
—Para los extranjeros hay unas y para nosotros otras. Tienes que trabajar para la comunidad,
tienes que procrear.
—Vale, para ahí, Jace. ¿Procrear?
—Sabes qué es eso, ¿no? —preguntó Jace.
—Lo sé, pero no puedes obligar a alguien a tener hijos si no quiere.
Jace tensó la mandíbula y supe que había tocado un tema sensible. No sé si yo los quiero o no,
nunca pensé en ello. Pero lo hice ahora y llegué a la conclusión de que si era con Jace sí que me
gustaría ser madre.
La película que me estaba montando en mi cabeza con Jace en una isla paradisiaca, con dos
niños y viviendo felices estaba de locos.
—No es de locos, Keira.
—¡Sal de mi cabeza, Jace!
—Vale, ¿te sigo contando o has tenido suficiente de mi país?
—Déjame acostumbrarme a la idea de que eres un príncipe —bromeé.
Jace sacudió la cabeza sonriendo, yo hice lo mismo mirando por el parabrisas la puesta del
sol. Intenté recordar cuando fue la última vez que vi el sol ponerse o salir y no pude, siempre
había algo que hacer, pensamientos rodando en mi cabeza, miedos haciendo imposible disfrutar de
las pequeñas cosas.
Ahora tenía algo de miedo, pero sabía que con Jace a mi lado podría vencer cualquier cosa que
la vida decidiese poner en mi camino. Lo sabía.
Capítulo 11

Eran las tres de la madrugada cuando me desperté y vi que estaba sola en el coche. Después de
cenar en otra cafetería extraña en una carretera perdida en medio de la nada, Jace me preguntó si
tenía un problema si conducía en vez de detenernos en un hotel y descansar. Dije que no y me
ofrecí a conducir que es cuando él me lanzó una mirada incrédula. Parecía que me hubiera
ofrecido a tener sexo con él en medio del supermercado por la cara que puso.
En un momento recliné el asiento y tumbada ahí escuché a Jace contarme más sobre su país. No
era tan extraño, pero todavía faltaba lo más importante, lo que los hacía tan recios a contar al
mundo entero.
Las reglas, que era lo que me pareció extraño, eran muy sencillas. Cada habitante tenía que
trabajar a cambio de casa, comida y todo lo necesario. No cobraban como nosotros, todo estaba
gratis; si ibas a una tienda pasabas tu tarjeta de identificación y listo. Cuando viajaban fuera de la
isla tenía documentos de identificación y tarjetas visa como todos. No entendí muy bien cómo
funcionaba ese asunto, pero lo dejé pasar, la economía nunca fue mi punto fuerte.
Luego estaban los matrimonios, se casaban jóvenes y tenían hijos, normalmente uno o dos y ahí
vi los ojos de Jace oscurecerse, señal de que había algo que no me quería contar.
No había delincuencia y la única prisión del país la construyeron hace cincuenta años cuando
tomaron la decisión de dejar a los extranjeros visitar el país. Por lo visto los turistas no leían muy
bien el folleto de instrucciones antes de viajar y rompían un montón de reglas. Un gran número de
los delitos eran de acoso, las mujeres de la isla no se tomaban muy bien las miradas lascivas y la
manera de flirtear de los turistas.
Con cada palabra de Jace tenía más curiosidad por ver el país, cuando lo visité no me
interesaba demasiado. Era solo algo que estaba obligada a hacer, atender a la boda de Elisa. Pero
ahora la situación estaba diferente y aunque él no me lo dijo sabía que Jace me iba a pedir que
fuera a vivir con él.
Lo sabía.
Sabía que iba a decir que sí sin importar cuál era el secreto.
Me senté en el asiento y vi que el coche estaba aparcado delante de un motel. Justo en ese
momento Jace salió corriendo, subió al coche y arrancó antes de poder abrir la boca y preguntar
nada.
Ahogué un grito al ver sus manos cubiertas de sangre, lo miré y no vi ninguna herida.
—¿Jace?
—Llama a Killian —dijo él, pensé que me lo estaba diciendo a mí, pero luego escuché el tono
de la llamada.
—Jace —gruñó Killian en los altavoces del coche.
—Necesito a todos los hombres en Twin Falls, llama a H y dile que vaya al Hotel Rau, tiene
trabajo ahí.
—¡Jódeme! —exclamó Killian—. ¿Qué pasó?
—Me estaban esperando y no precisamente para tomar el té.
—¿Rachel?
—No estaba, pero conseguí averiguar que está en Twin Falls.
—Sabes que es una emboscada, ¿no? —preguntó Killian.
—Lo sé, pero no podemos permitir a Rachel matar al bebé.
—Voy a enviar refuerzos —dijo Killian y colgó.
Escuché la conversación y un escalofrío recorrió mi columna vertebral. No me había dado
cuenta hasta ahora de que toda esta situación era peligrosa. Pasaron unos minutos en que esperé a
que Jace se calmara, pero no lo hizo y empecé a asustarme. Él conducía con más velocidad de lo
normal y la carretera no estaba muy bien iluminada.
—¿Jace?
—¿Con quién hablaste, Keira? —preguntó él, su tono era frío y duro.
—No sé a qué te refieres.
—¿No? Por eso me esperaban dentro los hombres de Chad, porque tú no sabes nada.
—¿Cómo sabes que te estaban esperando a ti?
—Vamos a jugar a esto, ¿no? Vale, el coche de la hermana de Rachel estaba en el aparcamiento
y entré para preguntar por ella. En menos de un minuto estaba rodeado de hombres y uno de ellos
llamó a Chad para decirle que me tenían.
Eso no tenía sentido, un poco sí. Chad podría haber enviado a alguien a por nosotros, pero no
sabría donde estábamos o si íbamos a parar en ese hotel. Ese era un aspecto, el otro era un
misterio. Chad no podría saber nada de Rachel, ¿o sí?
—Es posible que...
—Que llamaste a Chad y le ofreciste algo a cambio de la libertad de tu hermano, ¿no, Keira?
Los míos para salvar a tu hermano.
—Crees que te he traicionado —murmuré.
—Sé que lo hiciste —declaró Jace.
No podía hablar más, ni el nudo en mi garganta ni las lágrimas me dejaban articular palabras.
Dolía, años y años de guardar el secreto de mis padres y ahora el hombre que pensé que iba a
estar a mi lado por el resto de mi vida me acusa de venderlo. ¿Vender qué?
No sé nada de él o de su pueblo. Que sea el hijo del rey de uno de los países más reservados
del mundo no es algo que pueda interesar a Chad. O lo poco que me ha contado de su país, nada
de eso es importante.
Mantuve la boca cerrada durante mucho tiempo, no tenía nada que decir. Ni siquiera quería
convencerle de que estaba equivocado. Él pensaba que era capaz de engañarlo, traicionarlo y eso
era algo que no podía aceptar. No importa que nos conocemos desde hace poco, yo no soy capaz
de hacer daño a nadie y menos a alguien inocente y Jace debería saberlo.
Pero a lo mejor sus palabras, sus acciones son nada más que una cortina de humo. ¿Para qué?
No tengo idea, posiblemente esté aburrido y quiere divertirse. No lo sé y ya no importa.
En cuanto pueda me iré, en la primera parada buscaré la manera de alejarme de él y ya veré lo
que haré después.
El teléfono de Jace sonó poco después y aunque no quería escuchar la conversación era
imposible no hacerlo.
—Hijo, ¿estás bien? —preguntó un hombre con voz grave, que no podría ser otro que el padre
de Jace.
—Sí, padre. No te preocupes.
—Estoy de camino...
—No, no vengas. Lo saben y tienes que estar ahí preparado por lo que pueda pasar —lo
interrumpió Jace.
—Lo saben. ¿Rachel habló?
—O Keira —dijo Jace, mirándome y no pude evitar estremecerme.
—No, Keira no haría algo así —me defendió el hombre que no conocía.
—¡Padre!
—Vale, tú sabrás, pero luego no me digas que no te advertí.
—Vale, ¿algo más?
—No, voy a enviar a mi guardia a ayudarte. Si necesitas algo más llámame.
Colgaron y de nuevo se instaló el silencio en el coche. Pero duro poco, unos kilómetros
después llegamos a otro hotel. Nunca supe que había tantos hoteles en las carreteras y no era
precisamente algo bueno. No me quedaría sola en uno ni muerta, preferiría dormir en el coche.
Jace aparcó delante de la entrada al hotel y se giró hacia mí. Su expresión no había cambiado
ni un ápice, por lo visto el silencio no le ayudó a darse cuenta de que yo era inocente.
—Iremos a reservar una habitación y no quiero escuchar ni una palabra. No harás nada
estúpido como tratar de escapar o pedir ayuda, ¿entendido?
—¿Ahora soy tu prisionera? —pregunté.
—Sí, ¿lo has entendido?
—Sí, alto y claro.
¿Qué pasó con los hombres que te conquistan con cariño y dulzura, con palabras bonitas y con
besos a la luz de la luna? Jace me trató bien solo la mitad del tiempo que pasamos juntos,
¿entonces por qué diablos pensé que podría ser el hombre para mí? Seguro que es por su cara
bonita, el cuerpo más que bonito y su... ¿qué más hay?
No hay nada. O eso es lo que yo pensaba mientras caminaba detrás de él hacia la recepción del
hotel. Nos dieron una habitación y durante los pocos metros que nos tomó llegar ahí me pregunté
qué pasaría dentro.
Jace abrió la puerta y se hizo a un lado dejándome entrar.
—¿Necesitas usar el baño? —me preguntó.
Lo miré con el ceño fruncido y asentí.
—¡Ve ahora! —ordenó.
Hice lo que me ordenó, pero solo porque necesitaba con urgencia ir. Cuando salí del cuarto me
agarró de la mano y me llevó hasta la cama.
—¿Qué haces, Jace?
No me respondió, me hizo sentarme en un extremo de la cama y como estaba pendiente de su
rostro y no de lo que hacía el sonido y el metal frío me tomaron por sorpresa. Me esposó a la
cama.
Tiré de las esposas creyendo que era una broma, pero solo conseguí lastimarme. Jace se había
alejado y estaba a punto de salir de la habitación.
—¿A dónde vas? No puedes dejarme así.
—Sí, puedo y te aconsejo no gritar. Cualquiera que venga a rescatarte te verá en ese vestido y
dudo mucho que dejarán pasar la oportunidad de disfrutar de tu cuerpo. Tú decides —dijo, y
salió.
Me dejó sola en una habitación de un hotel, esposada a la cama.
¡Dios! ¿Quién hubiera pensado que tengo tan mal gusto en los hombres? Sí es que tenía razón
Alice cuando dijo que Jace seguramente tenía algo malo. Hubiera preferido un pene pequeño a que
fuera un psicópata.
Capítulo 12
Jace

—H, ¿qué tienes? —le pregunté al hombre que era mi mejor amigo desde que teníamos tres
años.
H era nuestro experto en temas de seguridad fuera del país, él era el hombre que se encargaba
de mantener nuestros secretos a salvo.
—Problemas, eso es lo que tengo —respondió H.
Él frotó sus manos, luego cerró los ojos por cinco eternos minutos y cuando los abrió sus ojos
verdes estaban negros.
¡Joder! Eso no estaba bien.
—Cuéntame —le pedí.
—Rachel le contó a su hermana sobre el país —dijo H, y maldije el día que Keith la conoció
—. Ella no tiene la culpa, Zoey dice que tiene un tipo de psicosis causada por el embarazo, un
trastorno de esos raros imposible de prevenir y tratar.
Zoey era nuestra doctora, un genio y si ella dice que no hay cura estamos jodidos.
—¿Y los hombres eran cosa de la hermana?
—Sí, ella se lo contó a su jefe que es un gilipollas y lo planearon todo. Alguien los aviso de
que estabas siguiendo su rastro y tienen hombres en cada hotel esperándote. La noticia buena es
que por lo que pude averiguar solo la hermana y su jefe, Chad, sabe la verdad. No será difícil
encargarme de ellos.
—¿Chad Ulrich?
—¿Lo conoces?
Maldije una y otra vez.
—Suerte, lo vas a necesitar —dijo H, cuando entendió que había hecho.
Acusé a Keira de traicionarme y ella es inocente. Nunca va a perdonarme, pensé que ella era la
única que podía llamar a Chad e informarle sobre nosotros. Pensé que era una espía y que lo
nuestro no significaba nada para ella.
¡Maldita sea! ¿Por qué demonios la dejé marchar la primera vez?
—Porque eres idiota como todos nosotros —intervino Killian.
—Habla por vosotros, yo no tengo problemas con las mujeres —apuntó H.
—Tú solo llevas años culpando a Zoey por algo que hizo cuando era una niña —le reproché.
—Tú tienes a tu mujer esposada a la cama, acusada injustamente por traición —me devolvió
él, luego se giró hacia Killian—. Y la tuya está desaparecida y si no estuvieras tan furioso con ella
sabrías dónde está.
Killian le lanzó una mirada con los ojos entrecerrados.
—Sabes que puedo prohibirte volver a casa, ¿no? —amenazó a H.
—Podrías, pero me necesitan —se echó a reír H.
—Vale, vamos a ver si hay algo más que necesitamos saber. Tengo cosas mejor que hacer que
estar aquí charlando con vosotros —dije.
—Vamos —dijo H.
Lo seguimos hasta la parte de atrás del hotel y pude ver que no había rastro de lo que había
ocurrido antes. Los seis hombres que estaban dentro y se lanzaron sobre mí en cuanto pronuncié el
nombre de Rachel ya no estaban. Sus cuerpos habían desaparecido para siempre, eso es lo que
hacía H. También había borrado las pruebas de la lucha, la sangre y los muebles rotos.
Los únicos que dejé con vida y atados eran los empleados del hotel y la hermana de Rachel.
Los mismos que ahora estaban sentados en sillas en una habitación sin ventanas. Atados y
amordazados, dormidos. Todos excepto Linda Morris, la hermana de Rachel.
Ella nos miró desafiante y aunque mi padre me enseñó a no golpear a una mujer tuve ganas de
hacerlo. Seis hombres perdieron la vida por su culpa y solo era el principio, solo por su deseo de
tener lo mismo que nosotros.
—¿Qué problema hay? —le pregunté a H.
—Sin importar cuantas veces lo intento no hay manera de que ella renuncié. Volverá una y otra
vez hasta que no nos quedará más remedio que matarla.
—Mátala y ya está —dijo Killian.
—Por alguna razón yo no puedo hacerlo —explicó H.
Eso sí que era un problema de verdad. H no tenía ningún reparo en hacer lo que era necesario
para asegurar que nadie molestaría la tranquilidad y la paz de los nuestros. Pero la mujer es una
amenaza y no podemos dejarla con vida.
—Es la conexión que comparten con el bebé —dijo Killian.
H y Kurt eran hermanos y eso convertía a la mujer en familia, la tía del bebé de Kurt.
—Yo lo hago —continuó Killian.
—Muy bien, te esperamos fuera —dije y salí de la sala, H siguiéndome de cerca.
Una vez fuera respiré el aire de la noche, aire contaminado ni de cerca tan fresco como el de la
isla. El mundo se iba a la mierda, pronto no quedara nada más que basura y plástico. La mala
noticia es que con ellos nosotros también, eso si no me daba prisa en terminar el proyecto que
aseguraría nuestra supervivencia.
No es justo, estoy trabajando para encontrar la manera de mantener con vida a mi pueblo
mientras el resto de mundo va a morir de hambre y enfermedad. Pero para ellos es muy tarde, ni
siquiera un milagro puede salvar la Tierra de lo que vendrá. Y los únicos culpables son ellos y
nadie más, han ignorado todas las advertencias que les envió el planeta y ellos los descartaron sin
pensarlo dos veces.
No habrá un planeta limpio y saludable para sus nietos, solo un invierno que durará décadas o
incluso más.
—No hay nada que puedas hacer, Jace. Nadie puede hacer nada, es demasiado tarde —dijo H.
—Lo sé.
—Rachel está en el siguiente pueblo esperando a su hermana, ¿vas tú o yo?
—Yo, Keira podrá ayudar —murmuré, pensando en cómo haré que me perdone.
—Entonces iré a buscar a Ulrich.
—Cuidado con ese, algo no me huele bien ahí y de alguna manera está relacionado con la
familia de Keira.
—Vale, te mantendré informado —dijo H antes de desaparecer en la noche.
Esperé a Killian que no tardó en llegar. Vi en sus ojos lo que le había causado el hecho de tener
que matar y maldije a mi hermana. El control de Killian se debilitaba con cada día que pasaba y
sin Ariadna a su lado iba a ser un infierno. Para ellos y para nosotros.
—¿Tienes todo bajo control aquí? —me preguntó Killian.
—Sí, padre envió refuerzos por si acaso.
—Bien, voy a por tu hermana y que Dios se apiade de nosotros —dijo él.
—De todos nosotros —murmuré viendo a Killian perderse en la noche.
Volví al hotel pensando en cómo explicarle a Keira lo que estaba pasando. No lo conseguí, al
menos de una manera satisfactoria y cuando entré en la habitación la encontré dormida.
Estaba en posición fetal con el brazo esposado a la cabecera de hierro, temblando de frío. No
se despertó cuando le quité las esposas, tampoco cuando le quité los zapatos o cuando la cubrí con
la manta.
Me senté en la silla y la miré.
Fui un idiota al aceptar su rechazo el primer día que la vi en el templo. Debería haberla
encerrado en mi casa y con el tiempo la hubiera convencido de que su lugar estaba a mi lado.
Recuerdo que la vi y pensé que era otra turista perdida y era verdad, Keira estaba perdida ya
que no era difícil encontrar el camino en el templo. La atracción fue instantánea para ella solo
sexual, para mi mucho más. Supe que era mía y estaba tan feliz de haberla encontrado que no
pensé demasiado. Le dije la verdad y ella me rechazó.
Así sin más, sin ni siquiera pensarlo dos minutos.
No.
Y ahora cuando por fin el amor empezaba a brillar en sus ojos voy yo y arruinó todo. No podía
esperar a H, no. Tuve que abrir la boca y acusarla de traicionarme. A ver cómo mierda lo arreglo
ahora.
Poco antes de la salida del sol Keira despertó, me vio en la silla y me miró sin decir nada.
—No quiero saberlo —murmuró ella.
—¿Qué es lo que no quieres saber?
—Ese secreto que guardas, ese que es tan importante para ti. No quiero saberlo, ni ahora ni
nunca.
—Keira...
—No, estás arrepentido, lo veo en tus ojos, pero yo no puedo hacerlo, Jace. Anoche te fuiste y
tuve tiempo para pensar. A pesar de que me heriste con tu falta de confianza sé que no puedo vivir
sin ti, sé que lo nuestro es demasiado grande para echarlo a perder porque tú no confías en mí.
—Nena, actué...
Keira levantó la mano pidiendo silencio.
—Me da igual, lo hiciste y voy a intentar olvidarlo, pero no creas que lo haré siempre, Jace.
No sé cuánto puedo aguantar y cuantas veces podré perdonar, nunca tuve una relación y a pesar de
todo sé que lo nuestro vale la pena luchar por ello. Así que no lo jodas de nuevo, Jace.
Su reacción fue sorprendente, esperaba gritos, enfado y por lo menos semanas de pedir perdón,
de probar con todo hasta conseguir una sonrisa de ella. Pero no, ahí está ella mirándome tranquila,
esperando una respuesta.
—He sido un idiota —admití.
—Sí.
—Lo siento, no sabes cuánto —continué.
Silencio.
—Prometo no...
—No prometas algo que no sabes si puedes cumplir —dijo Keira.
Me levanté de la silla y fui a sentarme en la cama. Tomé su mano, la llevé a mi boca y con mis
labios sobre sus dedos, susurré: —Prometo amarte el resto de mi vida, prometo no herirte y si lo
hago sin darme cuenta no descansaré hasta remediarlo. Prometo hacerte sonreír cada día, hacerte
el amor cada día y cada noche. Prometo darte hijos y amarlos, protegerlos hasta el fin del mundo.
Te prometo que nada ni nadie nos separará, estaré a tu lado en lo bueno y lo malo. Y, Keira, juro
que no habrá nada más que felicidad en nuestras vidas.
Silencio.
Nada más que sus ojos nadando en lágrimas y con una expresión que nunca vi. Nada más que
mi corazón latiendo con fuerza y el suyo. Nada más que el sonido de nuestras respiraciones.
—Di que sí, Keira —le pedí, levantando su mano y mostrando el anillo que llevaba, el que
deslicé sin que se diera cuenta.
Mi anillo, el que recibí el día que nací. Una banda gruesa de oro blanco grabado con el escudo
de mi país y mis iniciales.
—Fue mío desde el momento en que abrí los ojos y tomé mi primera respiración en este
mundo. Fue mío como símbolo de nuestro amor, un recordatorio de que un día llegaras a mi vida y
me harás el hombre más feliz del mundo. Toma este anillo y sé mía para siempre.
Silencio.
Pero mientras la miraba preguntándome que estaba haciendo mal, que más necesitaba de mí,
ella tocó mi mano. Bajé la cabeza y la vi deslizar un anillo en mi dedo, el que había diseñado ella.
El que tenía el escudo de mi país.
—Toma este anillo y sé mío para siempre.
Mi Keira.
Mía.
Sostuve su mano mirando nuestros anillos, sintiéndome como el hombre más afortunado del
mundo.
—No, yo soy la mujer más afortunada —dijo Keira.
Sonreí, nuestra conexión era cada día más fuerte y pronto ya no habrá más secretos.
—Sal de mi cabeza —le pedí bromeando.
Vi su ceño fruncido antes de bajar la cabeza y besarla.
Capítulo 13

Es oficial.
He perdido la cabeza.
Jace me dejó esposada a la cama anoche y pensé que estaba loco, pero no tener nada más que
hacer analicé la situación. Mis sentimientos, lo que sentía cuando me miraba, lo que sentí cuando
creyó que lo había traicionado.
Jace era mi mundo, no había dudas sobre ello. Había algo dentro de mí que no podía ignorar,
que me aseguraba que confiar en él era la única opción, que si no lo haría me esperaba un futuro
de soledad y tristeza.
Recordé sus miradas, sus besos, sus caricias y lo perdoné. Así sin más, sus palabras, el hecho
de dejarme esposada, todo se borró por arte de magia dejando en mi corazón solo el amor.
Sí.
Estoy enamorada de Jace.
¿Cómo? ¿Cuándo?
No lo sé. Lo amo.
Es muy pronto, lo sé, pero ¿para que perder el tiempo? ¿Para qué esperar meses y meses hasta
decir las palabras si es lo que siento ahora?
Lo tomé por sorpresa, él esperaba furia y a cambio le di calma. Me declaró su amor y me
entregó su anillo, yo hice lo mismo. Ahora entiendo el símbolo que diseñé en mi anillo, era de él.
Un recuerdo.
Me desperté y lo vi al lado de mi cama, una mirada preocupada en su rostro y supe que había
tomado la decisión correcta. En este mismo instante con sus labios sobre los míos nada importa,
solo nosotros.
Me besó.
Poco. Corto. Suave. Yo necesitaba mucho más así que protesté cuando el separó nuestras
bocas.
—¡Jace!
—Lo sé, nena. Duele —respondió Jace, y soltó mi mano.
—¡No! Jace, te necesito —imploré, tomando su mano y colocándola sobre mi muslo.
—Me alejaré y será mejor, créeme —dijo él y perdí la paciencia.
Puse las manos sobre su pecho y lo empujé, cuando estuvo tumbado sobre la cama me senté a
horcajadas y me incliné para atrapar su boca en el beso que necesitaba. Salvaje y duro.
Las manos de él se posaron sobre mí espalda y solo un segundo después empezaron a recorrer
todo mi cuerpo. Por fin.
Lo besé, la necesitad que tenía de él era demasiado fuerte para controlarla, era como un ente
nuevo dentro de mí que gritaba por su toque. Mi piel hormigueaba, quemaba y solo sus caricias
conseguían traerle en alivio que necesitaba.
Pronto las caricias no fueron suficientes y bajé la mano para desabrochar sus jeans. Lo intenté,
pero como no había dejado de besarle y con sus manos atormentando mis pechos, fue imposible.
Al menos hasta que lo hizo él. Sentí el dorso de su mano tocándome a través de la fina seda de mi
tanga y enloquecí.
—Rápido, Jace, ¡rápido!
Él se movió tan rápido que no supe cómo se deshizo de mi tanga, solo que me empujó hacia
arriba y me guío hasta tomarlo. Luego solo existió el placer, los jadeos. Él y yo. Lo cabalgué hasta
que mis músculos empezaron a quemar por el esfuerzo y Jace me dio la vuelta cubriéndome con su
cuerpo.
Sentí la tela de su camiseta sobre mis pezones sensibles y quise pedirle que se la quité, pero mi
cerebro no envió la orden. Sentí la fuerza con la que me penetraba, con la que sus manos
agarraban mis caderas. Sentí el placer que nos cubrió, primero a mí y luego a él. Sentí su
liberación llenarme, escuché su gruñido.
Me sentí feliz y eso era lo único que importaba.
Sonreía acariciando la espalda de Jace cuando se escuchó un golpe en la puerta.
—Tienes que malditamente estar bromeando —explotó Jace, se levantó y abrochándose los
jeans fue a la puerta.
Me senté rápidamente, arreglé mi vestido y asentí cuando él se giró para mirarme. Luego vi mi
tanga rota en el suelo y me lancé a cogerlos justo cuando Jace abría la puerta.
—¡H! ¿Tú no tenías un trabajo que hacer?
—Tenemos problemas —contestó el hombre.
Lo vi cuando entró en la habitación y juro que me quitó el aliento. La misma belleza de Jace y
Killian, aunque Jace era el más guapo de todos, este hombre estaba bastante cerca.
Cabello de un rojo que seguro era la envidia de todas las mujeres, una barba del mismo tono y
unos ojos verdes hipnotizantes. El traje negro atraía la atención a su cuerpo fuerte y todo el
conjunto, ese pelo, los ojos, la sonrisa pícara, era increíble.
—¡Keira!
—¿Hmm? —murmuré, vi a Jace mirándome con el ceño fruncido.
—Tienes mi anillo en el dedo y hace un minuto me tenías a mi dentro de ti, ¿crees que podrías
dejar de babear admirando a otro hombre?
—Puedo intentarlo, pero no prometo nada —respondí.
Jace me lanzó una mirada que no me gustó mucho.
—Estás celoso, ¿no? —le pregunté y vi a H aguantar una risa.
¿Qué nombre es H? Será de hermoso, ¿no?
—Hero, su nombre es Hero —espetó Jace.
—A su disposición, dulce Keira —dijo Hero, puso la mano sobre el pecho y se inclinó.
—Un pla...
—¡Keira! —Jace me interrumpió.
—Relájate, Jace —dijo Hero—. Estamos bromeando.
—Claro, ¿qué te parece si la próxima vez que veo a Zoey la invitó a mi casa?
—A mi genial, no sé si a Keira le parecerá igual —respondió Hero.
La tensión en la habitación era tan densa que podías cortarla con el cuchillo y todo mi
bienestar, esa sensación de felicidad de antes desapareció remplazada por agobio.
—Jace, ¿por qué no vais a la cafetería a hablar? —propuse.
Jace asintió.
—No es buena idea dejar a Keira sola —dijo Hero.
—¿Qué está pasando?
—Ulrich —le respondió Hero a Jace.
Chad, maldito acosador.
Me levanté de la cama, caminé hasta mi maleta que no tengo idea de cuanto la trajo Jace a la
habitación y elegí un par de prendas. Ya en la puerta del cuarto de baño, giré hacia los hombres.
Me estaban mirando y no sé qué demonios estaba pasando, pero no era bueno.
—No quiero saberlo —dije, cerrando la puerta.
No, Chad era historia. Me iré a vivir a Alaska si hacía falta, no quiero volver a ver a ninguno,
ni a él ni a mi familia. Solo traen problemas y yo ya estoy harta. Quiero vivir tranquila. Me duché
y pensé en cómo convencer a Jace a venir conmigo a Alaska. Me tomé mi tiempo en secar y
arreglar mi cabello pensando que Jace necesitaba ese tiempo para hablar con Hero.
Luego, vestida con una camisa blanca y una falda de tubo de color negro, salí del cuarto de
baño. Jace estaba sentado en la cama con la espalda apoyada contra la cabecera, Hero en la silla.
Los dos tomando café como si nada, excepto las expresiones sombrías de sus rostros.
Caminé hasta la cama y cogí la taza de café de la mano de Jace, tomé un sorbo y se la devolví.
—Nena, hay uno en la mesa para ti —dijo Jace.
Miré en la esquina y vi en la mesilla una bandeja con un montón de platos. El desayuno en la
habitación, no pensé que este hotel ofrecía este tipo de servicios. Tomé la bandeja y fui a sentarme
en la cama. Enseguida empecé a comer, los muffins de arándanos estaban calientes.
—No hay nada mejor en el mundo que muffins de arándanos recién horneados —dije con la
boca llena.
No vi la mirada divertida que cambiaron los hombres, estaba demasiado concentrada en
devorar la comida. Anoche no había cenado y después de la manera en que Jace me tomó esta
mañana necesitaba sustento.
—Tenemos que hablar sobre Ulrich, Keira —dijo Jace.
—Y yo he dicho que no quiero saber.
—Si no lo sabes eso no significa que no es un problema, nena. Hay que tomar una decisión.
Lo que no sabía Jace era que yo ya había tomado una. No era legal, pero era justo. Alicia
defendió una vez un asesino y no uno cualquiera, el mejor asesino que se puede pagar. Ella le
ayudó en su lucha por la custodia de su hija, la exmujer era una perra que solo quería dinero y la
niña no le importaba nada.
Durante el proceso Alicia se ganó la confianza del hombre y aunque no reconoció que era un
asesino a sueldo estaba claro. No tengo millones de dólares para pagarlo, pero tampoco creo que
se necesita tanto dinero para encargar la muerte de alguien. Con Chad muerto los problemas se
acaban, ¿no?
—Sí, pero ha desaparecido —dijo Jace—. Dudo que el amigo de Alice pueda encontrarlo, si H
no puede, nadie puede.
—¿Desparecido?
—Sí, anoche. Salió de su casa de prisa y nadie sabe dónde está —explicó Hero.
Algo no tenía sentido aquí, ¿por qué Hero estaba buscando a Chad? Miré a Jace.
—La hermana de Rachel trabaja para Chad, fue ella la que me estaba esperando anoche en ese
hotel.
—No entiendo —murmuré.
—Rachel le contó a su hermana sobre nosotros y ella no pudo dejar pasar la oportunidad —
dijo Jace.
—Y Ulrich tampoco —continuó Hero—. Por lo que pude averiguar es un hombre peligroso y
que sepa la verdad nos pone en grave peligro. Tenemos que encontrarlo antes de que lo cuente a
más personas.
Si no lo ha hecho ya.
—Vale, ¿y ahora qué? —pregunté, mi apetito desparecido.
—Iremos a ver a Rachel, pero primero quiero que llames a Chad —dijo Jace.
—¿En serio? —Me eché a reír.
—Keira, el hombre está obsesionado contigo, Hero encontró fotos tuyas en su habitación y no
solo desde ahora. Hay fotos desde que tenías trece años, tiene un armario lleno de ropa y cosas
que te pertenecieron como ropa, peluches y libros. No importa lo que está planeando y cómo de
importante es obtener lo que tenemos, si lo llamas lo dejará todo y vendrá.
Saber que Jace está dispuesto a ponerme en peligro para salvar lo que sea que quería salvar me
hizo reconsiderar mi decisión.
—Keira, mírame —me pidió Jace.
Lo hice a pesar de no querer y encontré su mirada.
—No te pondré en peligro, ni por mi país ni por nada en el mundo. Lo único que te pido es que
lo llames y decirle que quieres verlo. Ni siquiera estarás en la misma ciudad.
—Vale —acepté, aunque no estaba convencida de que era una buena idea.
Terminé de desayunar y esperé a que Jace hiciese la llamada. Escuché la voz de Chad y sentí
que me recorría un escalofrío. Jace también lo sintió y me abrazó. Él estaba detrás, mi espalda
apoyada en su pecho.
Mentí, le dije a Chad que quería reunirme con él para hablar de mi hermano. La llamada no
duró más de dos minutos, suficiente para escuchar en su voz la alegría, la emoción que le causaba
saber que pronto me tendrá a su merced.
Colgué y corrí al baño, ni había levantado bien la tapa del inodoro cuando empecé a vomitar.
Vacié mi estomago sin darme cuenta de que Jace estaba ahí conmigo. Lo sentí cuando sin fuerzas
me senté en el suelo frío.
—No te tocará, te lo prometo —dijo Jace.
Sentí sus brazos en mis hombros, sus labios sobre mi frente. En sus brazos era fácil creerlo,
muy fácil. Jace me sostuvo durante mucho tiempo o es lo que me pareció a mí. Después de cepillar
mis dientes y lavar mi cara con agua fría volví a la habitación y vi que solo habían pasado veinte
minutos.
Hero ya no estaba ahí y Jace dijo que iba a organizar la cita con Chad. Le recordé que no
quería saber nada más sobre eso.
Recogí mis cosas, Jace las llevó al coche y partimos de nuevo. El sol brillaba, los pájaros
cantaban y a pesar de tener al hombre más maravilloso a mi lado no podía dejar de sentirme mal.
No podía decir cómo me sentía exactamente, estaba triste, preocupada y asustada.
Poco después de marcharnos del hotel Jace detuvo el coche y sin una palabra bajó. Rodeó el
coche, abrió mi puerta y me ayudó a bajar.
—¿Jace?
—Un minuto, Keira.
Tomó mi mano y nos adentramos en el bosque. Claro que después de tropezar por la quinta vez
Jace se detuvo y me levantó en brazos. Esperé un minuto, dos y tres y cuando por fin Jace se
detuvo y me puso de pie había perdido la paciencia.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunté.
—Necesito mostrarte algo —dijo.
Miré su rostro serio y me eché a reír al recordar una escena de una película de vampiros
adolescentes. Alicia era una fan de la saga y me había obligado a acompañarla a ver las películas.
Me sentí como esa chica, a punto de averiguar qué era mi novio. Pero Jace no brillaba en el
sol.
—Gracioso, Keira, muy gracioso —murmuró Jace.
Murmuré una disculpa que él ignoró. Lo vi agacharse y recoger una piedra. La sonrisa apareció
de nuevo en mi cara y despareció cuando vi a Jace apretar la piedra y romperla. Luego cogió otra
que rompió en pequeños pedazos. Y una más y otra.
—Eso es...increíble, Jace.
Increíble e inútil. ¿Para qué necesitas romper piedras?
—¡Jesús, Keira! —dijo Jace, sacudiendo la cabeza—. No son las piedras, es la fuerza. Puedo
romper el cuello de una persona en un instante. Tienes que ver que soy capaz de protegerte sin
importar la situación. Deja de sentir miedo, te prometí que no te pasará nada y voy a cumplir.
Relájate, confía en mí.
—Vale.
—¿Vale? —repitió él.
—Que sí —dije, acercándome y poner las manos en su pecho—. Desde que te conocí mi vida
ha sido una montaña rusa, malentendidos, celos, crisis de todo tipo, declaraciones de amor. Mi
cerebro tiene problemas para manejar todo eso, así que ten paciencia.
—Tendré toda la paciencia del mundo si me prometes algo —dijo Jace, metiendo las manos en
mi cabello e inclinando mi cabeza.
—¿Qué?
—Habla conmigo, no te cierres, no te quedes callada. Dímelo para poder ayudarte.
Asentí sin mencionarle el hecho de que supo que algo no estaba bien sin tener que decírselo yo.
Sonreí viendo la mirada exasperada en sus ojos. Me besó y después me tomó en brazos y me llevó
al coche. Ponerme falda y tacones había sido una mala idea.
Volvimos a la carretera y no mucho después Jace tomó un desvío, el camino estaba sin
pavimentar y por lo que pude ver en los alrededores era una zona muy poco circulada.
—Esto da miedo —murmuré, y cuando escuché a Jace resoplar continué—. Saber que puedes
protegerme no tiene nada que ver con el hecho de que este bosque es perfecto para una película de
terror. En cualquier momento podría aparecer una familia le caníbales o un hombre que quiere
hacer experimentos con humanos.
—Deberías dejar de ver películas, nena —dijo Jace.
No le dije que no eran películas sino libros. De alguna manera un libro de terror me daba
menos miedo que una película y era muy extraño, Alice se partía de risa cada vez que le contaba
el último libro que había leído. Ella no entendía cómo podían gustarme tanto leer sobre algo que
me provocaba miedo. Yo tampoco lo entendía.
—Hemos llegado —anunció Jace.
Deseé no haberlo hecho.
Estábamos delante de una casa que parecía a punto de caerse, era una cabaña de madera
pequeña. Las ventanas estaban rotas y al techo le faltaba una buena parte.
—¿Rachel está ahí? —pregunté.
—Sí, y tenemos que convencerla de que tiene que volver con Kurt.
—¿No puedes usar tus poderes secretos con ella?
—No, ese es H. Pero es peligroso durante el embarazo, no sabemos cómo va a reaccionar el
bebé.
Eché a un lado las preguntas sobre poderes y bajé de coche, una vez más me arrepentí de
ponerme zapatos de tacón cuando vi el camino de piedras que llevaba a la cabaña. Jace tomó mi
mano y me ayudó, una vez que llegamos al porche me soltó y abrió la puerta que hizo tanto ruido
que podría despertar a los muertos.
Seguí a Jace dentro de la casa, los sonidos que hacían mis tacones eran peor que el de la
puerta. Si queríamos sorprender a Rachel esa posibilidad se fue a la mierda. La cabaña no era
nada más que una sala, cuarto de estar, dormitorio y cocina. Sucia, muebles rotos llenos de polvo,
telarañas e incluso vi una cucaracha.
Jace se detuvo mirando alrededor y yo hice lo mismo, en ese momento escuchamos el sonido.
Débil, tan débil que pensé que me lo imaginé. Pero él también lo había escuchado ya que lo vi
caminar deprisa hasta la única puerta de la cabaña.
Abrió la puerta despacio y la vi.
Rachel, o al menos la mujer que pensaba que debía ser Rachel. Sentada en el suelo, la espalda
apoyada contra la bañera y la cabeza bajada. Vi las manos llenas de sangre y llevé la mano a la
boca para ahogar un grito.
Hemos llegado demasiado tarde.
Ella mató a su bebé.
Jace entró en el cuarto y se agachó al lado de la mujer. Pensé que quería verificar si estaba
viva o no, pero no era eso lo que pretendía. Recogió algo del suelo y se levantó. Al girarse vi un
bebé en sus brazos.
—¡Jace!
—¡Está vivo! —dijo él—. Necesitamos algo para limpiarlo y abrigarlo...
Dejé de escuchar y corrí fuera de la cabaña. En el porche me quité los zapatos porque no
quería romperme el cuello al correr. Abrí el maletero y luego una de mis maletas, cogí el neceser
que contenía mi trusa de primeros auxilios y un montón de camisetas. Luego recordé que había
empacado un pijama de invierno y abrí la otra maleta también. Cuando acabé corrí de nuevo hasta
la casa dejando las maletas abiertas y ropa tirada por todo el maletero.
Jace estaba sentado en el sofá con el bebé acunado a su pecho. Entre los dos conseguimos
limpiarle un poco la sangre y envolverle en mi pijama. Pero no lloraba. Respiraba, pero no
parecía normal.
—Sujétalo un momento —me pidió Jace.
Extendí los brazos y tomé el bebé. Lo acurruqué en mis brazos mientras veía a Jace salir de la
cabaña. El pequeño estaba quieto en mis brazos y lo miré para ver si seguía respirando. Abrió los
ojos.
El bebé abrió sus ojos. Azules como el mar.
Frío.
Parpadeé mirando en la cabaña. No había nadie, Jace no había vuelto. Con el bebé en brazos
caminé hasta el cuarto de baño donde Rachel seguía en el mismo lugar. No sabía si estaba viva o
muerta, pero juzgando por la cantidad de sangre que la rodeaba diría que era la segunda.
Frío.
Ahí estaba de nuevo ese susurro.
Bajé la cabeza y encontré la mirada del bebé.
Frío.
Me estaba hablando. El bebé me estaba hablando. O yo estaba perdiendo la cabeza, pero por si
acaso no lo hacía fui a coger otra camiseta y tapé al bebé. Lo mantuve cerca de mi pecho,
acunándolo y sin darme cuenta empecé a susurrar una canción de cuna.
Así me encontró Jace, caminando y cantando. Él llevaba una bolsa de dónde sacó un biberón y
cuando lo acercó a la boca del bebé este abrió los ojos. Me miraba como si me estuviera
preguntando si podía cogerlo.
—Jace, ¿el bebé me está hablando?
—Es posible —respondió Jace.
El bebé seguía mirándome y no cogía el biberón.
—Está bien, pequeño. Es leche, te dará fuerzas —dije con voz suave.
Tomó la tetina y empezó a chupar, miré a Jace que me estaba sonriendo y no solo eso. Tenía
algo en sus ojos que no auguraba nada bueno para mí.
—Montaña rusa, ¿recuerdas? —le pregunté a Jace—. Si quieres un bebé tendrás que esperar
unos años, como cinco o diez.
—Lo que tu digas, nena —murmuró él.
¡Maldita sea!
Estaré embarazada antes del fin del año si no antes.
El bebé tomó todo el biberón y se quedó dormido. Respiraba tranquilo y su expresión era una
de felicidad.
—¿Rachel?
—Está muerta, algo habrá ido mal durante el parto —dijo Jace—. H vendrá para encargarse de
todo.
—¿Y el bebé?
—Kurt se hará cargo de él, está de camino.
Hero llegó poco después, miró al bebé y nos echó. Protesté cuando Jace quiso llevar al bebé en
el asiento delantero del coche. Me miró sacudiendo la cabeza y me abrió la puerta de atrás del
coche. Subí con el bebé y me abroché el cinturón. Le pedí a Jace que buscara la primera tienda y
comprar una sillita para el bebé y todo lo que necesitaba.
En quince minutos Jace aparcó delante de una tienda.
—¿Así está bien? —me preguntó.
—Sí —respondí, poniendo el bebé en sus brazos.
—Toma mi tarjeta y no tardes mucho —me dijo antes de bajar del coche.
—Sí, señor.
Entré en la tienda y me volví loca. Compré ropa, pañales, crema, mantas, peluches y mil cosas
más que pensé que necesitaba un recién nacido. Dos empleados tuvieron que ayudarme a meter
todo en el coche y un tercero instaló la silla del bebé en el asiento trasero.
Jace me miró divertido mientras sentada en el asiento de atrás intentaba ponerle un pañal al
bebé sin despertarlo. Lo conseguí y no solo eso, lo vestí con un conjunto azul y lo puse en la silla.
—Ahora puedes arrancar —le dije.
—Sí, señora.
—¿Dónde vamos? —pregunté después de unos kilómetros.
—A casa de Kurt, nos espera ahí.
Miré al bebé que dormía plácidamente y me pregunté qué tipo de hombre era Kurt, si sabría
cuidar a un recién nacido. Sentía una conexión con el bebé, sentía que era mi responsabilidad, que
yo era la que tenía que asegurarse de que estaba bien.
—Kurt es joven, se graduó el año pasado —dijo Jace encontrando mis ojos en el espejo
retrovisor—. Pero es un buen hombre y sus padres son buena gente, ayudarán con el bebé.
—Vale.
—Nena, lo que sientes por el bebé es especial. Es una conexión que nadie y nada romperá.
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—Es la costumbre que la familia y los amigos de los padres visiten al recién nacido poco
después del parto. En ese momento el bebé elige a sus padrinos, a las personas que lo cuiden si
algo les pasa a los padres. Y él te eligió a ti, a ti te buscará cuando estará enfadado o cuando va a
necesitar hablar con alguien o escapar de su padre. Tendrá tu apoyo incondicional y tú tendrás su
amor.
—Pero yo no soy como vosotros —dije.
—Eres igual, Keira. Somos iguales, lo único que nos diferencia es unas pocas habilidades que
tú también tendrás dentro de poco.
—No quiero saberlo, ¿recuerdas, Jace?
Y no, quiero vivir en la ignorancia.
Capítulo 14
Ariadna

Nieve, nieve y más nieve.


No había nada más que nieve al otro lado de la ventana. Sentada en el sillón delante de la
chimenea miraba por la ventana a los copos cayendo. Es lo que llevo haciendo desde que Killian
me dejó.
Killian.
Nunca lo miré como a un hombre, siempre fue uno más cuando debía ser el hombre de mi vida.
Nunca me quedé hipnotizada por sus ojos verdes o por su sonrisa, aunque eso último hubiera sido
difícil. Killian nunca sonríe.
Nunca fantaseé con su cuerpo, nunca imaginé cómo sería su cuerpo desnudo, su piel tocando la
mía. Nunca. Y ahora es lo único que me queda para el resto de mi vida.
Fantasear.
Soñar con él. Soñar que un día entraría por esa puerta y me sonreiría. Se acercaría con su
particular forma de caminar, despacio, depredador. Me levantaría en sus brazos y me besaría. Me
haría el amor, me daría un hijo.
Fantasear.
No hay nada más inútil y doloroso que fantasear.
Si tuviera el poder iría atrás en el tiempo en el día que Killian me dio su anillo. Yo tenía veinte
años, dos más de lo que se acostumbra. La mayoría de las mujeres conocen desde niñas a los
hombres con quién se van a casar, se enamoran despacio o a primera vista, y al cumplir los
dieciocho se casan.
Yo no. Yo fui a visitar Europa posponiendo la ceremonia de compromiso. Cuando volví a las
insistencias de mi madre acepté comprometerme. Recuerdo el vestido rojo que me puse, los
zapatos y los pendientes de perlas. Y hasta ahora no recordaba la manera de mirarme de Killian,
no recordaba el deseo, no recordaba el hormigueo que sentí cuando tomó mi mano para deslizar el
anillo en mi dedo.
No lo recordaba.
Mentira, lo sentí como sentí también las mariposas en mi estómago y el latido acelerado de mi
corazón. Lo sentí y decidí ignorarlo. Quería ser libre, que tontería. Mi madre se casó con mi
madre y por eso no perdió su libertad, ni ella ni ninguna de las mujeres de la isla.
Pero yo quería vivir fuera y disfrutar de todas las ventajas de la isla. Divertirme en Paris o Los
Ángeles y volver a la isla para recargar mis fuerzas. Egoísta, lo quería todo sin dar nada a
cambio.
Me giré hacia la puerta cuando escuché la llave en la cerradura, la pareja entró y se detuvieron
en cuanto me vieron.
—¿Quién es usted? ¿Qué hace en nuestra casa? —preguntó el hombre.
La mujer me estudió sus ojos deteniéndose en mis pies y al bajar la mirada vi que iba descalza.
No recordaba haber perdido los zapatos, no recordaba cómo había llegado ahí. Pero esta no era
mi casa así que me puse de pie.
—Lo siento, solo necesitaba un lugar para pensar —dije.
Me dirigí hacia la puerta de la terraza y salí mientras escuchaba a la mujer llamándome. Sentí
la frialdad de la nieve debajo de mis pies. Sentí el frío por primera vez en mi vida y no era una
buena sensación. De hecho, era horrible.
Caminé a través del bosque, dejé el rio helado atrás y seguí hasta que ya no tuve a donde ir,
excepto abajo. Mi vida es un asco, pero incluso sintiéndome deprimida sabía que acabar en el
fondo de un precipicio no iba a resolver mis problemas.
Me senté en el suelo cubierto de nieve y luego me tumbé para ver caer los copos. Me pregunté
cuanto tiempo tardaría en estar enterrada bajo la nieve. Cuando empecé a sentir el frío penetrar en
cada parte de mi cuerpo cerré los ojos. Imaginé los labios de Killian sobre los míos, sus manos...
—Alrededor de tu cuello.
Su voz se escuchó tan claro en mi mente que sonreí. Sí, es posible que Killian prefiera matarme
y besarme será lo último en su mente. Me pregunto si sus besos son suaves o salvajes, aunque
conociéndolo diría que salvaje iba más con él.
—Deberías haberte quedado si querías saber cómo eran mis besos.
Claro, era justo lo que él diría.
—¡Maldita sea, Ari! ¡Abre los ojos!
Incluso el Killian de mi imaginación es rudo y mandón, pero abrí los ojos pensando que por lo
menos debería obedecer a una alucinación si no al hombre de verdad. Lo que yo no sabía era que
el Killian que me miraba era el real.
Lo miré sorprendida por como de bien se parecía la visión al verdadero Killian. Los brazos
cruzados sobre el pecho, la mirada intensa y hasta la mandíbula tensa.
—¡Ven aquí! —le pedí a la alucinación.
—Ari, deja las tonterías y levanta de ahí.
Lo miré detenidamente preocupada por lo furioso que sonaba. ¿Por qué el Killian que creó mi
mente está furioso conmigo? Debería cuidarme, mimarme, besarme.
—Encerrarte en el calabazo hasta que te aclares de una vez por todas —dijo él.
¡Oh!
Era él.
Furioso, nada fuera de lo normal ahí.
Atractivo, ¿cómo no lo he visto hasta ahora?
—¡Ari!
—¿Qué?
—Levántate, tengo cosas más importantes que hacer —dijo Killian.
—Estoy bien aquí, gracias —respondí.
Cerré los ojos.
Nadie había cambiado, él ya no me quería.
De repente sentí sus manos sobre mí, me levantó en brazos y empezó a caminar. Puse mis
brazos sobre sus hombros agarrándome con fuerza. No tenía mucha confianza en un Killian
enfadado, era capaz de tirarme en las aguas heladas de rio.
—No te quiero y lo que estás haciendo ahora mismo es prueba de ello. Eres una egoísta, no has
pensado en ningún momento en tus padres preocupados por tu desaparición o en que tengo un
trabajo que cumplir. No, Ariadna solo piensa en Ariadna. A no ser que...
Egoísta, ¿no?
Si lo era a lo mejor debería hacer lo que quería, ¿no? Lo dejé hablar sin escuchar sus palabras,
concentrada en la manera en la que se movían sus labios hasta que bajó la cabeza para mirarme.
Entonces levanté las manos hasta su cabeza, enterré mis dedos en su cabello y presioné mis labios
sobre las suyas.
Killian no me rechazó, no me empujó ni se alejó, solo continuó su camino conmigo en sus
brazos, con mi boca pegada a la suya. Odiaba no saber qué pensaba, seguramente creía que si no
me devolvía el beso iba a renunciar.
Pues no, quería un beso para atesorarlo hasta el final de mi vida e iba a conseguirlo. Presioné
un poco más sus labios, tracé el contorno con mi lengua, mordí suavemente. Fue en vano, Killian
no reaccionó.
Pero era suficiente, cerré los ojos disfrutando de la dureza de sus labios, de su brazo debajo de
mis muslos, de la suavidad de su pelo en mis dedos. Acaricié sus labios imaginado qué sentiría si
él me hiciese lo mismo.
Y de repente pasó.
Su lengua tocó mis labios, entró en mi boca y me besó de verdad. No sé cuánto duró, estaba tan
perdida en el beso, disfrutando, que no me di cuenta de que hemos llegado. El beso era dominante,
salvaje, exigente y no había otra opción que devolver lo mismo.
Killian entró en la casa, subió la escalera mientras yo estaba atrapada en el hechizo de su beso.
No lo supe hasta que no me puso de pie en la ducha y sentí el agua caliente cayendo sobre mi
cabeza.
Rompí el beso y lo miré, no me dio tiempo para preguntar y tomó mi boca de nuevo. Me besó,
escuché el sonido de tela rasgarse y luego sentí el agua sobre mi cuerpo desnudo. Me besó, sentí
sus manos acariciando mi espalda, mi trasero, mis muslos. Me besó, sentí su mano tocar mi centro.
—¡Killian!
Me besó de nuevo callando mis protestas. No podía entregarme sin el anillo.
—Eres mía, Ari, con o sin el anillo. Mía, recuérdalo, siéntelo en mis besos, en mis caricias.
Lo sentía.
¡A la mierda con las tradiciones! Killian me estaba besando, estaba en sus brazos y no había
nada más que deseaba en este momento.
Me besó, pero solo por un instante.
—Pero vamos a hacerlo bien —dijo él.
Protesté cuando me soltó, quería sus manos y su boca sobre mí. Lo vi meter la mano en el
bolsillo y sacar el anillo, el que fue suyo hasta la ceremonia de compromiso. Luego se convirtió
en mío, el único accesorio que no me quitaba.
Killian tomó mi mano y deslizó el anillo en mi dedo.
—Prometo ser la esposa perfecta, la mujer que mereces —dije rápidamente.
—No, Ari. Eso no es lo que quiero que me prometas. Prométeme que harás todo lo posible
para ser feliz a mi lado. Prométeme que intentarás amarme. Prométeme que amarás a nuestros
hijos.
Asentí, las palabras no podían pasar del nudo de mi garganta.
—Ariadna Young, te prometo que hacerte feliz será por lo que lucharé el resto de mi vida. Te
cuidaré, te protegeré y te amaré hasta el fin del mundo.
—¡Prometo! —dijimos los dos al mismo tiempo.
A continuación, todo fue mejor de lo que hubiera imaginado, Killian me hizo suya. Marcó cada
centímetro de mi piel con sus besos, con sus caricias. Ahí en la ducha descubrí lo que era el
placer, algo que nunca había sentido.
Horas más tarde, tumbada en la cama miraba a la ventana. La nieve continuaba caer y no pude
evitar sentir un escalofrío. Killian lo sintió y me apretó con los brazos.
—Te estás debilitando, debes volver a la isla —me dijo.
—Lo sé.
—¡Ari!
Levanté la cabeza y encontré su mirada exasperada.
—Hay algo que no está bien conmigo, Killian.
—Pues es lo que estoy diciendo.
—No es eso, Killian. Pensar en la isla me agobia, me paraliza, no quiero volver. Cada vez que
vuelvo recuerdo que es mi hogar, es donde pertenezco, pero solo me dura un par de días que es lo
que tardo en recobrar fuerzas. Luego empiezo a sentirme atrapada y solo quiero marcharme.
—¿Has hablado con tu padre sobre eso?
—No, me da miedo hacerlo.
—No soy un experto, pero puede ser porque no has encontrado algo que te haga sentir útil.
—Me escapé de ti durante años, Killian. Ignoré lo que sentía por ti, no escuché ni mi corazón
ni mi cerebro a pesar de saber que tú eres mi hombre.
—Ari, no sé lo que está pasando contigo y lo único que puedo decir es que vayamos despacio.
Vamos a casa y veremos que ocurre dentro de unos días, si no puedes vivir en la isla vamos a
buscar otro lugar.
—¡No!
Me levanté de la cama o al menos lo intenté ya que en cuanto puse los pies en el suelo Killian
puso las manos en mi cintura y me trajo de vuelta.
—No puedo pedirte eso, no lo harás —espeté.
—No me lo estás pidiendo, Ari. Eres mi mujer y quiero estar a tu lado no importa si son
cincuenta o quinientos años —declaró Killian.
—No puedo —murmuré, enterrando el rostro en su pecho—. No puedo.
—Sí puedes, Ari. Juntos podemos hacerlo todo, recuérdalo, juntos.
Me quedé dormida en los brazos de Killian, preguntándome qué diablos estaba mal conmigo.
¿Por qué no podría ser feliz en la isla al lado de uno de los hombres más atractivos y poderosos?
¿Por qué no podía dejar de sentirme como si ese no era mi lugar?
Nos quedamos dos días en la cabaña. Hablamos, cocinamos juntos, le enseñé a Killian a
preparar huevos revueltos. Hicimos el amor. Fue como una luna de miel que se terminó de repente
cuando me mareé y me caí por las escaleras.
Ni fuerza ni reflejos, ni siquiera pude cubrir mi rostro al ver acercarse el suelo. Me caí y
golpeé el borde de la escalera con la cabeza y después golpe tras golpe hasta que perdí el
conocimiento.
No lo sabía, pero Killian gritó al verme tendida en el suelo, mi rostro cubierto de sangre.
Desperté en el hospital, Zoey, nuestra doctora al lado de mi cama. Sus ojos azules mirándome
divertidos.
—Esta vez te has superado, Ariadna —dijo ella.
—Lo sé.
—Mañana estarás como nueva, tranquila.
—¿Killian?
—En el calabazo —dijo Zoey como si nada.
—¿Qué? —grité, me senté en la cama y miré a una de las tres mujeres que veía delante de mis
ojos—. ¿Cuál de las tres es la de verdad? —pregunté.
—Tienes conmoción cerebral, por eso la visión doble o triple.
—Muy bien, pero yo quiero saber por qué está Killian en el calabozo.
—Por agredirte, ¿por qué otra razón?
Killian, el jefe de seguridad de la isla, el hombre que llevaba años protegiéndonos estaba en el
calabozo por agredir a su prometida, la hija del rey. Era tan increíble que me eché a reír.
—Debería revisarte, por lo que veo el golpe fue más fuerte de lo que pensaba —dijo Zoey.
—Calla y ayúdame a bajar —le dije.
—Quieres ir al calabazo, ¿no? —preguntó ella y escuché la alegría en su voz.
—Tú estás muy aburrida aquí, ¿verdad?
—No tienes idea —respondió Zoey.
Me ayudó a bajar, luego a vestirme. Y sí que necesitaba ayuda, ni siquiera podía mantenerme
de pie sin ella. Me había quedado demasiado tiempo fuera de la isla.
—No —dijo Zoey—. El tiempo que pasaste fuera no es demasiado para causarte una debilitad
tan extrema. Algo más te pasó, pero no pude encontrar nada.
Un corazón roto, eso es lo que pasó.
Con la ayuda de Zoey llegué al calabazo donde Pat me prohibió entrar. Pat, mi compañero de
juegos, mi mejor amigo desde que tengo memoria.
—Tengo mis ordenes, Ariadna —dijo él.
—Llama a mi padre. Ahora.
Hablé en voz baja, pero aun así sentí las miradas de las otras personas y eran muchas. Sí, la
vida en la isla era idílica y todo eso, pero no había nada mejor que un buen cotilleo. Y la hija del
rey, débil y con la cabeza vendada, exigiendo entrar al calabazo era el chisme más importante de
los últimos treinta años.
No tuve que esperar mucho, creo que ni siquiera pasaron dos minutos hasta que vi entrar a mi
padre. Alto, moreno, fuerte y con la expresión más seria que he visto nunca en su rostro. Mi madre
caminaba a su lado, pequeña, rubia y preocupada.
—En mi oficina —dijo mi padre.
Con la ayuda de Zoey lo seguí. Él estaba furioso, pero yo estaba igual. Aguanté hasta llegar a
su oficina y cuando escuché el clic de la puerta al cerrarse, miré en los ojos de mi padre.
—¿Cómo has podido meterlo en el calabazo? —pregunté.
—Te lastimó —fue la respuesta de mi padre.
Negué con la cabeza.
—Killian, tu mano derecha desde hace décadas golpeó a tu hija. ¿De verdad crees eso, padre?
—Te trajo y, Ariadna, deberías haber visto en qué estado. Débil, ensangrentada. Lo único que
dijo era que él tenía la culpa, ¿qué podíamos pensar?
—No lo sé, a lo mejor deberías haber confiado en el hombre que el destino eligió para mí.
—Hija, no es tan sencillo —intervino mi madre.
—No, no lo es. Llevaba días sintiéndome débil, pero convencí a Killian a quedarnos un día
más en las montañas. Me mareé y me caí. Fin de la historia. Ahora iré a liberar a mi hombre —
declaré.
—Hija —llamó mi padre—. Lo siento.
No le respondí, salí por mí misma de la oficina y caminé hasta el ascensor. Zoey estaba a mi
lado en silencio y continuó de esa manera hasta llegar al sótano donde estaban las celdas. Pat que
nos esperaba me entregó una tarjeta.
—Número treinta y siete —me dijo.
Caminé por el largo pasillo sola, Zoey se quedó atrás con Pat. No sé por qué llamaban a este
sitio el calabazo, de prisión no tenía nada. Era un pasillo largo y amplio, con puertas a los dos
lados. Las celdas eran habitaciones simples, con cama y todo lo que podía necesitar la persona
que estaba condenada a quedarse ahí durante un tiempo.
Normalmente eran turistas que rompían nuestras leyes, los habitantes de la isla nunca lo hacían
y eso era gracias a Killian. La gente le tenía respeto y algo de miedo, nadie se atrevía a
enfurecerlo.
Y ahora él estaba ahí, encerrado como un delincuente. Eso no era lo peor, estaba segura de que
Killian pensaba que era su culpa. Por eso no se defendió y dejó a mi padre encerrarlo.
Llegué a la puerta y la abrí con la tarjeta. Entré y ahí estaba él, tumbado en la cama con el
brazo sobre la cabeza.
—Has fallado, Killian —dije, y como él no se movió continué—. Ni siquiera pasó una semana
y has roto tu promesa. Prometiste cuidarme y me desperté sola en el hospital, ¿me puedes decir
porque no estabas a mi lado, Killian?
Killian no respondió.
¡Maldito hombre testarudo!
Me acerqué a la cama y tiré de su brazo. Me miró e ignoré lo que vi en sus ojos. Culpa,
remordimientos.
—¿En serio, Killian? ¿Después de tantos años esperándome por fin me tienes y renuncias
porque me mareé y me hice daño?
—Cuidarte, protegerte, amarte —dijo Killian—. No cumplí mis promesas, Ariadna.
—No me llames Ariadna, sabes que no me gusta. Y es una estupidez, me caí. Nada más que un
golpe, nada que ponga mi vida en peligro —espeté.
—No se trata de eso.
—¿Y de qué se trata, esposo mío?
—Yo debería saber mejor, no debería haber cedido, pero fui débil. Me dejé convencer y tú
pagaste por ello.
—Eso no es así y lo sabes, ¿pero sabes qué? Quédate aquí con tu culpa, yo me voy a casa.
Me di la vuelta, no tenía paciencia por aguantar tonterías y menos aún de Killian. Él era un
hombre justo, pero ahora no tenía razón. La única culpable era yo. Yo y mi egoísmo. Quería pasar
más tiempo con él, solo nosotros dos alejados de todo y de todos. ¿Y qué si me caí? Estoy viva y
lo que debería haber sido el comienzo de mi vida con Killian se convirtió en una pesadilla.
Que se quedé en la celda, yo tengo cosas mejores que hacer. O no, pero en eso iba a pensar más
tarde.
—Ari —Killian me llamó cuando estaba a punto de abrir la puerta, giré la cabeza y lo miré—.
Podía escuchar el latido de tu corazón, podía ver tu pecho subiendo y bajando con cada
respiración, pero aun así tuve miedo. Vi el charco de sangre debajo de tu cabeza y sentí mi
corazón detenerse. Te quité el anillo, rompí el compromiso y sabía que nunca serás mía, pero
podría verte, sabría que estás viva, infeliz, pero viva. Ayer por un momento imaginé mi vida sin ti,
sin tu preciosa sonrisa, sin tus ojos y fue el infierno. No puedo hacerlo, Ari.
—¿Qué no puedes hacer?
—No puedo perderte.
—No lo harás. ¿Ahora podemos marcharnos de aquí? Este sitio no me gusta.
—Ari —dijo Killian, la a cuando estaba en la cama, pero al pronunciar la i estaba delante de
mí cogiendo mi cara en sus manos—. Seré una pesadilla, un marido controlador, obsesionado con
tu seguridad. Piénsalo bien, Ari. Todavía estamos a tiempo, nadie sabe qué pasó entre nosotros.
—Yo sí, y el resto lo sabrán pronto —dije, llevé una de sus manos y la bajé hasta mi vientre—.
Lo puedo sentir, Killian. Nuestro hijo está creciendo en mi vientre, piénsalo tú. Puedo irme para
siempre o puedo quedarme aquí contigo, con nuestro hijo.
—¿Estás segura, Ari? —preguntó, la sorpresa plasmada en su rostro.
Asentí.
Yo era la única de la familia que no tenía ninguna habilidad especial, ni leer la mente, ni soy
súper inteligente ni nada. Pero al despertarme y a pesar de todo el revuelo con el encarcelamiento
de Killian, lo sentí.
Sentí la forma en que mi cuerpo trabajaba para ayudar al pequeño embrión. Lo sentí y lo vi.
Solo tuve que cerrar los ojos y vi al bebé. Ahora hice lo mismo, cerré los ojos y abrí mi mente
dejando a Killian ver lo mismo que yo.
Compartí con él el milagro de la nueva vida, la que nosotros creamos, la que nos unirá para
siempre. Abrí los ojos y encontré a los de Killian. Me miraba con una intensidad que hizo mi
corazón latir con fuerza, temblar a mis piernas y lágrimas brotar de mis ojos.
—¿Te he dicho que te quiero? —me preguntó.
—No.
—Te quiero, Ariadna, te quiero tanto que necesitaré mil años para mostrarte cuánto.
—Yo...
—No —me interrumpió Killian, poniendo sus dedos sobre mis labios—. No necesito las
palabras, contigo en mis brazos mirándome feliz y con mi hijo creciendo en tu vientre tengo
suficiente.
—Vale, no te diré que estoy enamorada de ti, que no sé cuándo y cómo pasó —dije sonriendo.
—No lo digas, será tu secreto —murmuró Killian con los labios pegados a los míos.
Me besó y antes de que las cosas llegarán demasiado lejos Killian abrió la puerta y nos
marchamos del calabazo. A la mitad del pasillo me levantó en brazos y salimos del edificio,
Killian con la cabeza alta y yo con la cara escondida en su cuello. No quería ver las miradas
curiosas, pero al hacerlo me perdí el arrepentimiento reflejado en la cara de mi padre y la
felicidad en la de mi madre.
Killian me llevó a su casa, un edificio moderno de tres plantas. Lo único que vi fue la fachada
y las grandes ventanas del dormitorio de él. Y la cama.
Algo extraño ocurrió cuando me desperté la mañana siguiente en los brazos de Killian. Me
sentí feliz como nunca me había sentido, completa como si me hubieran devuelto una pieza que
faltaba.
Tal vez por eso estuve tan inquieta todos estos años, tal vez solo lo necesitaba a él. Tal vez.
Pronto lo sabré.
Capítulo 15
Keira

—¿Y ahora qué? —murmuré.


El cuarto de baño no me respondió. Ni las burbujas de la bañera donde estaba metida hasta el
cuello ni la copa de champan que Jace había dejado antes de marcharse. El día ha sido lleno de
incidentes cada uno más extraño que el otro.
Levanté la mano del agua para mirar el anillo que me dio Jace al declararme su amor. Las
promesas que me hizo se grabaron en mi mente y en mi corazón y no podía ser más feliz. ¿Era
demasiado pronto? Posiblemente, pero no me importa.
Yo creo que, si tienes la suerte de encontrar el amor que no lo dudes, no importa lo repentino o
surrealista que parezca. Hazlo, dale una oportunidad al amor, a la felicidad y si al final te rompen
el corazón al menos has sido feliz, has disfrutado de la vida.
La mañana se fue al traste con la llamada a Chad y empeoró en la cabaña. Ver a esa pobre
mujer sin vida fue difícil, no la conozco, pero aun así tardaré mucho tiempo en olvidar. El bebé
fue una sorpresa buena y extraña, me alegro de que llegamos a tiempo para salvar su vida. En la
conexión que tengo con el bebé y en todo lo que Jace me contó prefiero no pensar, eso entra en el
cajón de las cosas que no quiero saber.
La parte mala es que hay muchas cosas que van a ese cajón. Por ejemplo, Kurt, el padre del
bebé. Alto, guapo y demasiado atractivo. La verdad es que estuve tentada a preguntar qué les dan
de comer en esa isla, es que no es normal que todos sean tan guapos. Y sus padres... ¡Dios!
Llegamos a la casa y Jace me dijo que Kurt y sus padres nos esperaban dentro. Entré con el
bebé en brazos y vi a los tres en el vestíbulo de la entrada. Altos y guapos, Kurt y su padre
parecían hermanos en lugar de padre e hijo. La madre, Elena, me dio la impresión de invertir
mucho dinero en operaciones estéticas, pero luego la vi sonreír. Da igual como de bueno es el
cirujano plástico no puede hacer que una mujer de cincuenta años parezca de treinta.
Pero ahí estaban, todos contentos de ver al bebé que lloró cuando quise ponerlo en los brazos
de Kurt. Al final él aceptó a Elena y pude marcharme tranquila.
Jace condujo hasta el centro de la ciudad y reservó una suite en el Hilton. Pidió la comida al
servicio de habitaciones y después de sentarse en la silla mirándome comer me preparó la bañera.
Me dejó sumergida en el agua caliente con una copa de champan en la mano y se fue diciendo
que tenía un par de asuntos que atender. No tuve tiempo para preguntar qué asuntos o cuánto
tardaría.
Y eso había pasado hace bastante tiempo, el agua estaba fría y el champan caliente. Salí de la
bañera y vestida con el albornoz me tumbé en la cama. Después del día que tuve me quedé
dormida en un minuto.
Más tarde sentí a Jace tumbarse a mi lado, pero no pude hacer más que murmurar algo
ininteligible.

—Despierta, dormilona.
Abrí los ojos y vi a Jace en la cama conmigo. Esos ojos negros eran un peligro, parecían ver
dentro de tu alma y eso cuando eran serios como ahora. Cuando la lujuria se reflejaba en ellos era
mucho peor, no tenías ni una oportunidad de escapar.
—¡Buenos días!
—No exactamente, es la una —dijo Jace.
—¿De verdad? Nunca duermo más de ocho horas.
—Has tenido un par de días difíciles.
Podía decir eso de nuevo, difíciles. Pero se había terminado, ¿o no? La seriedad de Jace no
auguraba nada bueno y sinceramente necesitaba un respiro.
—Si digo de nuevo que no quiero saber, ¿me harás caso? —le pregunté.
—Keira, haré lo que tú quieras, pero recuerda, tú lo has pedido.
—Que sí, ahora dime qué haremos ahora.
—Depende de ti, podemos ir a Los Ángeles o a la isla.
—¿Podemos?
—Sí, Keira. Los dos. Yo puedo trabajar desde cualquier lugar —dijo él y si no lo hubiera
mirado con atención habría perdido esa nube que oscureció sus ojos por un momento.
—¿Trabajas? —pregunté.
Jace se echó a reír. —Soy escritor, Keira.
Parpadeé varias veces sin poder creer que un hombre como Jace podía pasar su tiempo delante
de una máquina de escribir.
—Ordenador, ¿y qué pensabas que era?
—No lo sé, pero los escritores no son tan guapos y musculosos —dije, ganándome una mirada
exasperada—. Por ejemplo, Jack Yancey es un hombre bajo y delgado, tiene ochenta años.
—Jack Yancey —repitió Jace.
—Sí, es el mejor autor del mundo, publica un libro al mes y seguro que no tiene tiempo para ir
al gimnasio y tonificar sus músculos.
Hablé sobre Yancey, sobre cuánto me gustan sus libros, le conté cuál era mi favorito e incluso
empecé a explicar lo que pensaba yo que iba a suceder en la próxima novela de la trilogía actual.
Jace me escuchó en silencio, pensativo.
—¿Qué pasa, Jace?
—Nada, me alegro saber que te gusta tanto, pero deberíamos hablar sobre donde iremos desde
aquí.
¡Mierda!
Siempre me pasaba lo mismo, empezaba a hablar contenta por encontrar a alguien dispuesto a
escuchar sobre Yancey no me di cuenta de que a Jace le molestaba. Podrían ser rivales, escribir el
mismo género y odiarse a muerte.
Ni siquiera le pregunté que escribía, si ha publicado algo. Soy una mala novia y por su
expresión no era el momento de pedir disculpas.
—La isla, ¿crees que podré encontrar trabajo?
—Sí, por eso no hay que preocuparse. Solo con las joyas que encarga mi padre para mi madre
tendrás trabajo suficiente —dijo Jace.
—¿Le regala muchas joyas? —pregunté.
—Mi madre quiere una joya cada vez que mi padre hace algo para enfadarla y eso pasa a
diario.
Sonreí pensando en sus padres, tenía ganas de conocerlos. Me gustaría saber de quien ha
heredado Jace los ojos y la sonrisa. Quién le ha enseñado a abrirle la puerta a una mujer o a
ayudarla subir al coche. Todas esas pequeñas cosas que convierte a un hombre en un caballero.
—La isla —acepté.
—¿Y lo de no quiero saberlo sigue de pie? —preguntó Jace.
Asentí. No estaba preparada para saberlo ni quería hacerlo. Si pasaba algo de nuevo como lo
de la emboscada no quería ser la sospechosa principal. Además, sabía todo lo que necesitaba
saber. Jace era un buen hombre.
—Vale, nena. Es tu decisión, pero ten en cuenta que hay cosas que no vas a entender, que no
podré contarte. Cosas importantes, Keira.
—Lo entiendo —dije, a pesar de sentir curiosidad.
—Entonces haré los preparativos.
Jace me besó antes de levantarse de la cama y coger su teléfono desde la mesilla. Suspiré
mientras lo miraba salir del dormitorio. Luego me levanté y me fui al cuarto de baño. Un cuarto de
hora después salí envuelta en una toalla y con el cabello mojado. Jace me miró por un instante y
de repente me encontré en la cama, besada, acariciada.
Todas las dudas que aparecieron en mi mente durante la ducha volaron al sentir la boca de
Jace, sus manos, su fuerza.
Y cuando horas después subimos al avión que nos llevaría a la isla estaba feliz y en paz. Una
tranquilidad se había apoderado de mi echando todas las dudas y las preocupaciones.
Kurt, sus padres y el bebé iban en el mismo avión y durante el vuelo hablaron sobre la isla,
sobre lo bonita que era y como de amable eran las personas. De vez en cuando sentía una
vacilación en sus palabras, como si recordaran que no debían hablar de eso, y mi decisión de no
saberlo comenzó a parecer una tontería.
Si iba a estar con Jace, vivir con él en su isla, tenía que saber a qué me enfrentaba. Además, no
era justo para los otros. No podían pasar todo el tiempo cuidando sus palabras por mí.
—Lo harán si es lo que deseas —susurró Jace en mi oído.
—Dame un par de días —le pedí.
Jace asintió y retomó la conversación con Kurt. Leer mi mente era extraño, pero un extraño
bueno. Me preguntó por qué no lo hizo después de la emboscada, por qué me acusó de traicionarlo
si con solo leer mi mente sabría la verdad.
Porque soy un idiota, por eso.
No iba a negarlo, lo fue. Le sonreí y puse la cabeza sobre su hombro, cerré los ojos e intenté
recordar todo lo que había visto la primera vez en la isla. No fue mucho ya que en unos minutos
me quedé dormida.
Horas después aterrizamos y cada uno se fue a su casa, Kurt con sus padres y el bebé. A
nosotros nos esperaba un coche con un chofer que le entregó una nota a Jace. La leyó y sacudió la
cabeza enfadado.
—¿Ocurre algo?
—Ariadna y sus líos, como siempre —dijo él.
Subimos al coche y esperaba más detalles sobre Ariadna, pero no las recibí. Jace se mantuvo
en silencio y la única señal de que sabía que estaba a su lado fue su mano sobre mi rodilla.
Me di cuenta de que no lo conocía, que he tomado la decisión más importante de mi vida
basándome en mi corazón, en una sensación que me decía que era lo correcto. Eso no ha
cambiado, seguía pensando de la misma manera, pero Jace, al Jace verdadero no lo conocía.
El coche se detuvo enfrente de una casa grande y Jace me ayudó a bajar. Miré la casa mientras
Jace ayudaba al chofer con las maletas. Una mansión de piedra inglesa rodeada de altos cedros y
robles. Dos plantas, fachada cubierta por rosas y hiedra. Ventanas y pequeños balcones perfectos
para sentarte y leer.
El exterior era perfecto, romántico y perfecto. No podía esperar a ver el interior.
—Ven —me dijo Jace y no dude ni un segundo en tomar su mano y caminar hacia la entrada de
la casa.
Jace abrió la puerta y me dejó pasar. La entrada era clásica y fresca y al adentrarme más vi que
el resto de la casa era igual. Luminosa, sencilla, acogedora. El salón que no tenía nada de inglés o
romántico era moderno con su sofá inmenso y la televisión que ocupaba la mitad de una pared.
Al lado del salón estaba una biblioteca que era el lugar perfecto para un escritor, dos paredes
del suelo al techo cubiertos por estanterías llenas de libros, otro igual solo que en el centro había
una chimenea y al fondo una gran ventana con cortinas gruesas de color verde.
Caminé hasta el escritorio que dominaba la sala, una preciosidad de madera de caoba. Me
imaginé a Jace sentado allí escribiendo libros sobre los que aún no me había atrevido a preguntar.
Me acerqué a una de las estanterías atraída por los libros. Me sorprendió encontrar todos los
libros de Yancey incluido el que está previsto de publicar dentro de dos meses. Cogí el libro y
miré la portada, la silueta de una mujer mirando la puesta del sol. Le di la vuelta y en la
contraportada estaban pocas palabras sobre el autor.
Jack Yancey
Escritor de ficción.
El primer libro fue publicado hace más de sesenta años y por eso pensaba que Yancey era un
anciano delgado y bajito. No había fotos ni entrevistas. Abrí el libro y mi corazón se detuvo al
leer la dedicatoria.
Para Keira, te volveré a encontrar, te convenceré de mi amor y viviremos felices para
siempre hasta que el destino decida que es hora de emprender una nueva aventura.
¿Coincidencia?
Jace era Jack Yancey.
Mi Jace era... ¡Jesús!
—No saber será bastante difícil si llevas media hora en la isla y ya has descubierto uno de los
secretos.
Me giré hacia la voz y vi a Jace en la puerta, las manos en los bolsillos de sus jeans y
sonriendo.
—¿Cuántos años tienes? —le pregunté y él arqueó una ceja—. Si tú eres Yancey deberías tener
por lo menos ochenta años.
—Por lo menos —dijo él, acercándose.
Pasó la mano sobre el tomo de los libros y es cuando lo vi. John Young, James Yakes, Jann
Yardd. Todos con las mismas iniciales, todos con el mismo género, el mismo estilo de escribir.
Cerré los ojos tratando de recordar cuál fue el primero en publicar, Yakes en mil ochocientos algo
o Yardd en...
—Mil ochocientos trece —dijo Jace.
Lo miré mientras hacía las cuentas. Mi novio, hombre, pareja, prometido era mayor que yo,
unos doscientos años mayor.
—Vampiro no eres —murmuré, haciéndolo reír.
Lo miré con el ceño fruncido y con ganas de pegarlo. Él tomó el libro de mi mano y lo puso de
nuevo en la estantería, luego me llevó hasta el sofá y me sentó en su regazo.
—¿Sientes? —preguntó, poniendo mi mano sobre su corazón—. Mi corazón late como el tuyo,
sangre corre por mis venas, mis pulmones necesitan oxigeno igual que los tuyos. Soy humano,
Keira.
—Un humano que puede leer mi mente, que es tan atractivo que todas las mujeres pierden la
cabeza en cuanto te ven, tan fuerte que eres capaz de romper piedras con tu mano sin ningún
esfuerzo. Inténtalo de nuevo, Jace.
—Soy humano y lo único que nos diferencia es la isla. Hay algo en el suelo, en el aire, no
sabemos muy bien donde, que nos hace vivir más que el resto de los habitantes del mundo. La
persona más longeva murió poco antes de cumplir mil trescientos años.
No podía creerlo, parecía algo sacado de uno de sus libros.
—Nena, es verdad. El cómo y por qué es un misterio, pero mi abuelo fue uno de los primeros
niños que nacieron en la isla —dijo Jace y me contó la historia de su abuelo.
Capítulo 16

Todd nació no sé sabe muy bien en qué año, creció en la isla junto a otros cientos de personas.
Vivian en casas construidas con hojas y ramas, cultivaban la tierra, cazaban y pescaban.
Hasta que un día un barco naufragó cerca de la isla y Todd que era un hombre inquieto y
aventurero aprendió a navegar y se marchó.
Navegó por océanos y mares hasta llegó a un país con el clima frío que le encantó. Se quedó
ahí muchos años, aprendió a escribir y a leer, aprendió a construir casas de madera y piedra.
Cada año decía que yo había aprendido suficiente y que era el tiempo de volver a su casa, pero
siempre aparecía algo que le llamaba la atención y se quedaba un poco más.
Año tras año hasta que un día al despertarse se dio cuenta de que había envejecido, que en
su deseo por aprenderlo todo había olvidado disfrutar de la vida. No tenía familia, amigos, no
tenía a nadie excepto a sus libros donde iba apuntado y dibujando lo que le parecía importante.
Sabía que no tenía mucho tiempo así que vendió sus pertenecías y compró otro barco que
llenó con todo lo que no había en la isla. Horas antes de marcharse del pueblo entró en la
taberna para tomar una cerveza por última vez y fue testigo de la paliza que le daba el dueño a
su hija, una joven que a pesar de tener el rostro ensangrentado y un brazo roto no hizo ni un
sonido. Aguantó en silencio los golpes y después se puso a limpiar.
Todd que no soportaba las injusticias preguntó a la chica por qué no se defendía.
—¿Defenderme? —había preguntado la joven—. Es mi padre, es lo único que tengo en la
vida. Fuera de esta taberna la vida es cruel, no sobreviviría sola ni un día.
—¿Y si te digo que puedo llevarte a un lugar donde lo único que tienes que hacer es
construirte una casa, cuidarla y donde nadie te haría daño?
—Entonces preguntaría que es lo que pides a cambio —respondió ella.
Todd le contó a la joven, Holly, que iba a casa y que estaba preocupado por si no iba a
llegar a tiempo. La necesitaba para poder explicar a sus amigos todo lo que había escrito en
sus diarios.
Holly no dudo y cuando su padre no estaba atento se escapó. Juntos, Todd y Holly, pusieron
rumbo a la isla. Tardaron más de lo que pensaba Todd y no solo por las tormentas. Se perdió,
buscó la isla durante meses y no la encontró.
En medio de una gran tormenta se perdió del todo, se arrepintió de haber traído a la chica
con él solo para morir en el medio del océano. Pero por la mañana le despertaron gritos de
alegría. Al principio pensó que eran piratas y subió con la espada en el mano decidido a luchar
hasta el último aliento.
No eran piratas, había llegado a casa. Se extrañó al encontrarlos a todos igual que el día
que se había ido, Todd tenía el cabello blanco y arugas, su cuerpo dolía con cada movimiento y
sus padres seguían jóvenes y saludables.
Durante su viaje vio a gente morir algo que en la isla no ocurría, vio a mujeres morir en los
partos y a hombres perder la vida por un pequeño corte en la mano. Era extraño y aunque lo
intentó no consiguió entender lo que pasaba. Incluso lo comentó con Holly que durante el viaje
se había convertido en su confidenta, pero ella no pudo ayudarlo.
Mientras tanto, cada noche reunía a todo el mundo y les contaba sus aventuras. De día
empezaron a construir casas con madera. Holly enseñó a las mujeres a tejer ya que
Todd había comprado un telar, la parte mala es que no había traído suficiente lana.
Todd estaba tan ocupado que no tenía tiempo para nada, dormía, comía y trabajaba, ajeno a
las miradas de Holly. Una mañana salió de su casa y saludó a Holly que vivía cerca. Ella no le
contestó, se quedó mirándolo con la boca abierta.
—¿Estás bien, Holly?
—Yo sí, pero tú no —le respondió ella, tomó su mano y lo llevó hasta el rio que pasaba por
detrás de las casas.
Todd que no entendía nada hizo lo que le pedía Holly y se miró en el agua. Vio su reflejo y no
podía creerlo. Se tocó la cara, se miró las manos y seguía sin poder creerlo.
Era joven de nuevo.
Había rejuvenecido. Tenía una nueva oportunidad de vivir, de hacer algo con su vida y lo
hizo. Convirtió a Holly en su mujer, construyó el templo para tener donde reunirse con todos
los habitantes de la isla, cultivaron los granos que trajo.
Vivió feliz durante años al lado de su mujer que tampoco envejecía, al lado del hijo que ella
le había dado. Pero al final la aventura lo llamaba de nuevo, había aprendido a llevar la
cuenta del tiempo y se preguntaba qué más había ocurrido en la otra parte del mundo.
Se marchó de nuevo con otro barco mejor y Holly lo acompañó. Juntos viajaron en busca de
nuevas ideas para poder ayudar a su pueblo. Esa fue su vida, veinte o treinta años fuera y luego
otros treinta en la isla hasta que un día se dio cuenta de que ya no tenía nada que aprender.
Todd murió mientras dormía cuando tenía novecientos años y su esposa un día después. Los
dos no aparentaban tener más de sesenta años.
La vida en la isla siguió adelante, creciendo sin que el resto de mundo supiese de su
existencia. Con el tiempo empezaron a desarrollar habilidades como leer la mente, caminar
rápidamente, un segundo estaba aquí y al otro estaba en el continente más cercano. Podían
manejar el fuego y el agua, podían hacer mucho más de lo que podía el resto del mundo.
Se dieron cuenta de que era algo que no debían compartir con el resto del mundo y
decidieron mantener el contacto al mínimo. Una sola persona estaba encargada de vigilar lo
que ocurría y desde hace mucho tiempo esa persona era Jace. Había otros que vigilaban y
cuidaban que nadie abriera la boca ya que viajar fuera de la isla no estaba prohibido para
ellos, hablar sí.
Había otras cosas que los diferenciaban de los demás, por ejemplo, el amor. Las mujeres
sabían desde muy temprana edad quién era el hombre de su vida y no podían estar con otro
hombre, solo había uno y si algo pasaba con ese hombre se quedaban solas por el resto de sus
vidas. Los hombres se daban cuenta de quién era su pareja cuando la mujer cumplía dieciséis
años, pero normalmente los padres de ella informaban al hombre.
La mayoría se casaban jóvenes, al cumplir los dieciocho y hasta que la mujer los cumplía el
hombre podía disfrutar de los placeres de la vida con otras. Pero no con las mujeres de la isla,
ellas estaban casadas o solteras esperando a su hombre. El adulterio no existía en la isla, era
algo inconcebible.
Y no todos los hombres viajaban fuera de la isla, pero algunos tenían que esperar muchos
años a su pareja y entonces lo hacían. Después de la boda eran fieles, tenían ojos solo para sus
mujeres algo que en el resto del mundo no ocurría.
Con el tiempo empezaron a buscar a sus parejas fuera de la isla y eso no siempre funcionaba
bien. Al principio las mujeres o los hombres quedaban encantados con la idea de vivir muchos
años, pero no duraba. A pesar de que la isla tenía mucho que ofrecer, el continente con sus
distracciones era mucho más interesante. A más de uno le borraron la memoria y lo devolvieron
a su casa.
Por eso, los que se casaban con alguien de fuera tenían hijos lo más rápido posible, ese hijo
era lo que los mantenía con vida al perder al amor de su vida.
Los hijos eran otro asunto, cada pareja tenía uno y raramente dos. Podría ser la manera de
la isla de mantener el equilibrio.
Intentaron por todos los medios averiguar qué era lo que los hacía vivir más tiempo, pero no
encontraron nada. Ni en el agua ni el aire, ni siquiera en la tierra.
Hace años con la tecnología y con la llegada del primer barco a la isla decidieron que era el
tiempo de salir a la luz. Abrieron el aeropuerto y el puerto y recibieron con los brazos abiertos
a los turistas. Lo que ellos no sabían es que al llegar a la isla estaban monitorizados
constantemente. Ni un turista se quedaba sin vigilar, ni uno.
De esa manera llevaban años más o menos tranquilos, viviendo sus vidas lejos del tumulto
de las grandes ciudades, lejos de las luchas por el poder y de la delincuencia. Pero tenían
miedo de que el resto de mundo conseguiría destrozar el planeta y no habría nada que hacer
para impedirlo.

—¿Ves, Keira? Soy tan humano como tú —dijo Jace al terminar su historia.
Vivir mil años, tener un hijo con la otra mitad de tu alma, ser feliz sin preocuparte por nada, era
un sueño para muchos, pero yo era uno de esos muchos.
—Dijiste que podríamos vivir dónde yo quería —le recordé.
—Sí, después de un mes fuera de la isla empieza a desaparecer el efecto. La fuerza, la habilitad
especial si la tienes que no la tiene todo el mundo. Si quieres mantenerte igual que en la isla tienes
que volver una vez al mes para recargar fuerzas, la parte mala es que no puedes pasar mucho
tiempo en el mismo lugar. Por eso la mayoría van por unos años y ven lo que hay ahí fuera,
disfrutan y luego vuelven a casa.
—Entonces puedes vivir entre los dos mundos para siempre.
—Se puede, pero no es fácil. Hay ciertos comportamientos que no podemos entender, actitudes
que nos hace difícil vivir allí, por ejemplo, Ariadna. Ella quería esa vida e ignoró lo que estaba
destinada para ella. Killian es su pareja y al rechazarlo continuamente se hizo daño a sí misma y a
él. En solo días se debilitó más que lo haría en años fuera de la isla. La isla los quiere juntos, es
su destino y al negarse pagó.
—Pero Killian rompió el compromiso.
—Lo hizo. Se sentía herido y no pensó más allá de herirla a ella también.
—Igual que tú —murmuré.
Jace me miró con el ceño fruncido.
—Nena, fui a ese hotel a preguntar sobre Rachel y en cambio me encontré a unos hombres
armados, preparados para atraparme y tuve que matar. Matar es algo que a pesar de que nos entran
desde pequeños a hacerlo, no nos gusta. Se toma un pedacito de nuestra alma cada vez que le
quitamos la vida a alguien.
—Jace...
—No, Keira. Escúchame, fui un idiota en el coche acusándote de traicionarme y en el hotel
cuando te esposé a la cama. Es algo imperdonable y es solo mi culpa. Me dejé cegar por la furia,
por el miedo y perdí el control. Por eso no pude leer tu mente y te hice daño. Otra mujer me
hubiera enviado a la mierda en un segundo, pero tú decidiste perdonarme, darme otra oportunidad
y eso no lo olvidaré nunca.
—Ahora escúchame tú a mi —le dije, poniendo la mano sobre su boca—. Toda mi vida he
deseado tener a alguien que me cuide, que me proteja, a quién le importe lo que me pasa y tú en
unos días hiciste todo eso y más. En solo días, Jace, a tu lado me sentí protegida, amada y por eso
te di otra oportunidad, porque sé que nada me pasara si te tengo a ti. Por eso no quería saber, si no
lo sé no puedes culparme y quiero eliminar todo lo que puede llevar a discusiones.
Jace besó mis dedos y luego quitó mi mano.
—Eso está jodido, lo sabes, ¿no? No puedes hacer una lista con todo lo que puede
desencadenar una pelea, no funciona así, nena.
—Sí que puedo, llevo años usando ese método con mis padres...
—Vamos a dejar a tus padres fuera por un momento, creo que hemos tenido suficiente por un
día. Hay cosas que no voy a tolerar, como flirtear con otros hombres, pero si tú o yo lo hago lo
hablamos. Comunicación y compromiso, Keira. Respeto y amor, eso es lo más importante en una
pareja. Sí quieres que funcione eso es lo que tenemos que hacer.
—Vale, ¿hay más secretos que descubrir o podemos comer algo? Estoy hambrienta.
—Y yo —murmuró Jace antes de besarme.
Yo me refería a comida, pero me dejé convencer por sus besos. Tarde, mucho más tarde me
llevó a la cocina donde nos esperaba la cena. Estaba tan cansada que casi me quedé dormida en la
mesa y ni siquiera sé cómo llegué arriba en el dormitorio.
Capítulo 17

Tres días en la isla y estaba pensando que Jace me había mentido. No había nada especial ahí.
La casa de Jace era magnifica, pero igual que millones en Estados Unidos y en el mundo. El jardín
repleto de rosas perfecto para relajarte, aunque estaba bastante relajada sin tener que sentarme y
oler las rosas.
Iris, la mujer que vino la mañana siguiente de nuestra llegada, era la persona que cuidaba la
casa. Vamos, una ama de llaves de toda la vida. El primer encuentro fue un poco extraño, ella me
saludó fríamente y creo que fue por verme vestida con una camiseta de Jace y nada más en la
cocina preparando el desayuno.
Su actitud cambió minutos después cuando llegó Jace.
—Iris, buenos días —dijo Jace, acercándose y besando mi mejilla—. Veo que has conocido a
mi mujer.
Y eso fue todo, después de bajar la mirada hasta el anillo en mi mano izquierda su rostro brillo
con alegría.
Eso fue por la mañana, por la tarde Jace tuvo que ir a no sé dónde y yo me fui de compras.
Necesitaba ropa, zapatos y mil otras cosas. El chofer que nos recogió ayer en el aeropuerto me
llevó al centro comercial y me esperó. En las tiendas tampoco había nada fuera de lo normal,
excepto la actitud de los empleados.
A primera vista eran amables, fríos y amables, pero en cuanto notaban el anillo me trataban
como si fuese parte de su familia. A pesar de todo conseguí comprar lo que necesitaba, excepto mi
crema hidratante para el rostro. En realidad, no encontré ni uno de los productos de belleza que
buscaba. La única tienda del centro comercial vendía perfumes y productos de maquillaje, pero
nada de cremas antiarrugas.
De camino a casa me di cuenta de que no lo necesitan. Se quedan en la mejor edad, los treinta,
durante años y años. Luego me di cuenta de que yo tampoco iba a necesitar cuidados especiales.
Por lo que me comento Jace pronto iba a empezar a notar los cambios. Aunque en mi caso no iba a
ser algo muy significativo, tengo veintiséis y excepto un aumento en la fuerza no habrá nada más.
No podía esperar a poder romper piedras...o no. En serio, eso era una tontería. En la
cena Jace me contó que al día siguiente íbamos a cenar a casa de sus padres y me asusté. Iba a
conocer a los padres, ¿y si no les agradaba? ¿Y si hacía algo que no debía? ¿Y si...?
Así toda la cena, toda la noche hasta que Jace me hizo el amor dejándome sin fuerzas para
pensar. Pero llegó la mañana y Jace se fue al templo donde tenía su oficina. Por lo visto no era
solo escritor, él era el encargado de mantener al día los registros de la isla. Ahí anotaban todo lo
que ocurría, cada nuevo acontecimiento, cada nuevo poder adquirido por uno de los suyos.
Yo me quedé en casa para tortúrame pensando en la cena, en cómo conseguir la aceptación de
los padres de Jace. La solución llegó de Iris que me comentó que bonito era el anillo de Jace y
recordé que a la madre de él le gustan las joyas.
Cogí un cuaderno y dibujé la pulsera más bonita del mundo. Bueno, no era la más bonito, pero
estaba cerca. Luego me di cuenta de que no podía ir con un dibujo y con la ayuda de Iris llamé a
Ariadna. Ella llegó antes de poder dejar el teléfono sobre la mesa.
—Oh, yo quiero una igual —dijo ella, mirando el dibujo.
—Tendrás una o una docena, pero primero quiero saber si hay alguna posibilidad de que
alguien me dejé usar el taller por unas horas.
—Taller de joyería, déjame pensar. No, yo solo sé dónde comprarlas.
Puse los ojos en blanco, ella no era de gran ayuda. Pero luego llamó a Killian que le dijo
dónde podríamos ir. En los pocos minutos que duró la conversación con Killian la miré con
atención.
Ariadna era una mujer guapa, pero ahora brillaba. Sus ojos, la sonrisa. Iris también lo vio y me
hizo un gesto con la cabeza hacia el abdomen de Ariadna. Ella acariciaba su tripa con mucho
cuidado, sus dedos moviéndose en un círculo tocando solo con la punta.
Un bebé.
—¿Estás embarazada? —pregunté en cuanto colgó.
—Sí —dijo ella sonriendo—. Pero es un secreto.
—¿Por qué?
—Porque estoy enfadada con mis padres y no quiero que lo sepan.
Y de camino al taller de joyería me contó que pasó con Killian y sus padres. Pero mientras lo
hacía sentí en sus palabras el amor hacia sus padres y supe que el enfado no le duraría mucho.
Llegamos al taller que era un edificio grande rodeado de otros edificios iguales diferenciados
por el letrero. Estaba segura de que si me dejaba sola iba a perderme en medio minuto.
Ariadna me acompañó dentro y me dejó con Curtis que era el encargado del taller. Rechacé el
recorrido que me ofreció y le pedí que me dejara usar sus herramientas y materiales. Tardé
bastante en hacerla como yo quería, en algún momento Ariadna se fue dejándome sola, Curtis
igual. Se despidió diciéndome que cerrara la puerta cuando me fuera y concentrada como estaba
no me di cuenta de que estaba diciendo hasta que terminé y me encontré en ese gran edificio sola.
Pasé de sala a sala, subí escaleras, bajé escaleras y maldije. Maldije mi prisa al salir de casa
de Jace sin teléfono móvil, maldije a Ariadna por dejarme sola, maldije mi mala suerte. Luego
recé por si acaso la isla me escuchaba y me enviaba a Jace como la primera vez. Después de unos
minutos hablando con la isla como si fuera una persona real le pedí que me quitara ese terrible
sentido de la orientación.
Juro que escuché una risa, lo juro.
El sol se estaba poniendo cuando cansada me senté en el suelo al lado de unas escaleras a
esperar. No lo hice por mucho tiempo, Jace llegó y el sol todavía no había desaparecido así que
no era muy tarde.
—Me he perdido —dije al verlo.
—Lo veo —murmuró él muy serio, extendió la mano para ayudarme a levantarme—. Ven, es
tarde.
Jace estaba muy, pero que muy serio. Me ayudó y luego soltó mi mano, y no solo eso. Tuve que
seguirlo casi corriendo, él caminaba rápido y para mí no era fácil. Su humor no mejoró cuando vio
el coche delante del taller, subió sin mirarme.
¿En serio?
Su actitud no me gustaba nada y estaba a punto de preguntar qué pasaba con las parejas que a
pesar de ser almas gemelas no se llevaban bien. Intenté recordar si mencionó la rata de divorcios
en la isla.
Espera, que no hay divorcios. Te borran la mente y te envían de vuelta a tu casa. Más rápido,
barato y sin problemas.
El coche se detuvo y Jace bajó rápidamente, el chofer ni siquiera tuvo tiempo de acercarse a
abrir mi puerta y él ya estaba delante de la puerta. Bajé, vi que no estábamos en su casa y maldije.
La cena, Jace me había llevado directo a casa de sus padres. A mí que había salido de casa sin
mirarme en el espejo. El vestido verde camisero estaba bastante bien, pero no era adecuado para
conocer a los padres de tu novio, marido o sabe Dios lo que era Jace para mí. Y el cabello, un
desastre. Recogido en un moño en el alto de la cabeza con un lápiz.
Un lápiz.
No podría llamar a sus padres y decir que íbamos a tardar, no. Me trajo así, y mientras
esperaba junto a él a que abriera la puerta me pregunté si esto es lo que quería. A lo mejor
después de dos días se cansó de mí y no quería causarles buena impresión a sus padres. ¿Quién
sabe?
¿Y dónde estaba su don especial de leer mentes? ¿Por qué no leía mi mente para ver cuántas
ganas tenía de pegarle un tiro?
¡Hombres!
Después de la cena tendré que llamar a Alicia para pedir su opinión, seguro que ella sabe qué
demonios pasa por su cabeza.
Por fin una mujer nos abrió la puerta. No me esperaba que esa mujer fuera la madre de Jace,
pero lo era. Jace había heredado sus ojos de ella. Le lanzó una sonrisa antes de abrazarlo e
invitarlo a pasar. En el último momento él se giró y me hizo un gesto para que lo siguiera.
Quise marcharme.
¿Quién mierda se cree que es para tratarme así? Acepté ser su mujer, lo amo, vine aquí porque
es su casa y dos días después me trata como si le hubiera matado el perro.
Los seguí hasta un salón ignorando todo, la decoración, la elegancia de la casa. Todo. Ahí nos
esperaba un hombre, el padre de Jace. De nuevo, no tenías que ser adivino para saberlo. Tenían el
mismo color de cabello, la altura y ese porte autoritario.
Sonriendo se acercó y extendió la mano.
—Keira, es un placer conocerte por fin —dijo él y tomé su mano—. Jace no para de hablar de
ti.
—Encantada de conocerlo —respondí, devolviéndole la sonrisa. En ese momento recordé la
pequeña bolsa de papel y al soltar su mano le extendí la bolsa—. Escuché que se mete mucho en
líos y le he traído algo.
Sí, he mentido. El regalo era para la madre de Jace, pero no me gustó su recibimiento y como
su marido fue más amable decidí darle a él la pulsera. Jace dijo que le regalaba joyas a su esposa
cada vez que hacía algo y ella se enfadaba. Hoy el pobre iba a necesitar esa pulsera porque vi
cómo lo miraba ella cuando se acercó a mí.
—¿Qué es eso, Reed? —le preguntó ella.
—Un regalo, Michelle. Keira me ha traído un regalo —dijo él.
Miré a Jace que estaba más interesado en ponerse una bebida que en lo que estaba pasando
conmigo. Su madre me lanzaba dagas, o eran espadas directamente, con la mirada. Suspiré
entendiendo por primera vez el significado de las palabras demasiado bueno para ser verdad.
—Reed, fue un placer conocerte. Ahora si me disculpan no me siento bien —dije y sin esperar
una respuesta me fui.
Afortunadamente la puerta no estaba lejos y pude salir sin perderme. El sol se había ido y la
noche había tomado el lugar. No me gustaba mucho la oscuridad, pero estar donde no me querían
mucho menos así que caminé.
Esta vez no estaba perdida ya que en ningún momento supe dónde estaba. La zona parecía
residencial y mi plan de encontrar un hotel y reservar una habitación se fue a la mierda.
Verifiqué todas las casas por si alguna era de Jace, pero de nuevo no tuve suerte. Caminé hasta
la última casa y de ahí ya no había donde ir excepto a la playa. Me quité los zapatos y caminé por
la arena.
Me detuve cerca del mar y me senté. Rodeé las rodillas con mis brazos y puse mi cabeza ahí.
—¡Tonta, tonta y mil veces tonta!
¿Pero qué estoy diciendo? No es mi culpa, Jace tiene toda la culpa. Quise hacer algo bonito
para su madre y perdí la noción del tiempo. Eso no es un crimen, ¿no?
—Sí lo es.
Giré para ver quién habló y vi una mujer a dos metros de mí. Rubia, alta y guapa. ¡Dios! Que
harta estoy de tantas personas guapas, me dan ganas de gritar.
—Hazlo, nadie puede oírte —dijo ella.
—¿Todo el mundo puede leer la mente en esta isla? —le pregunté.
—No, solo yo.
Fruncí el ceño recordando todos los momentos en que Jace parecía saber lo que yo pensaba.
¿Me mintió?
—Por lo que veo Jace todavía no te ha contado todo sobre nosotros —dijo ella. Se acercó y se
sentó en la misma posición que yo—. Leer la mente es normal entre las parejas, con el tiempo
podrás leer la de Jace sin problemas. Pero leer la mente de todos es una habilitad que muy pocos
tienen, yo, Hero, Killian y Jace también podría, pero sería demasiado esfuerzo y no vale la pena.
—Gracias por la explicación —dije.
Miré el mar tratando de relajarme, de vaciar mi mente y poder encontrar una solución.
Comunicación, compromiso, amor y respeto.
Jace me ha fallado.
Yo he fallado.
—Los dos, pero él más —intervino la mujer de nuevo.
—¿Tú quién eres? —le pregunté.
—Zoey, la doctora jefa, psicóloga y todo lo que necesitas. Volviendo a los eventos de esta
noche, una de las reglas de la isla y una muy importante es la puntualidad. Puedo decir que esa era
la razón del comportamiento de Jace y su madre, por lo menos una parte.
—Una parte —murmuré.
—Era una noche especial, Keira. Para todos. Me imagino que Jace se puso nervioso cuando no
te encontró y Michelle, bueno, ella ya perdió a Ariadna esta semana. No es fácil perder a su hijo
también.
—Primero, Jace dijo que se vigila a todo el mundo en la isla. Hubiera sido muy fácil
encontrarme y segundo, Michelle no va a perder a su hijo. Estamos aquí, ¿no?
—Tienes razón ahí.
—Gracias.
—Pero Jace lleva años soltero y solo porque ha vivido más tiempo eso no significa que sabe
tratar a una mujer. Es solo un hombre y hará estupideces más de una vez. Mira a Reed, lleva
casado con Michelle quinientos años y todavía no la conoce muy bien. Todas las semanas tiene
que salir corriendo a la tienda a por un regalo para que lo perdone.
Menos mal que Reed es el rey, no quiero imaginarme cuanto se gasta en regalos. Pero esta no
era la vida que yo quería, Jace furioso, sin hablarme para los próximos mil años. Necesito
tranquilidad, felicidad en mi vida y tener que cuidar cada acción o palabra para no enfadar a Jace
no me parece ni tranquilo no feliz.
—Dale tiempo —dijo Zoey.
La miré enfadada por leer mis pensamientos, pero ella me guiñó el ojo como si nada.
—Tiempo tengo, Zoey, lo que no tengo es la habilidad de olvidar y perdonar. Me esposó a la
cama, me acusó de traicionarlo y lo perdoné. Y ahora esto, todo en una semana. No puedo hacerlo.
—Dale tiempo —repitió ella.
—Para ti es fácil de decir, seguramente tienes a un hombre perfecto esperando en casa con la
cena preparada —espeté.
—No, Keira. Lo tuyo es fácil, solo necesita un poco de paciencia y mucha comunicación. Lo
mío no tiene remedio —dijo Zoey.
Hasta ahora ella se veía relajada, incluso divertida por mi situación, pero ya no. Suspiró y se
tumbó en la arena mirando el cielo.
—No puedo leer mentes, ¿recuerdas? Cuéntame —le pedí.
—¿Estás segura? —preguntó y asentí, ¿qué diablos? Necesito que alguien me acompañe en mi
miseria—. Las chicas averiguan quién es su pareja a partir de los dieciséis, diecisiete y tienen
tiempo de conocerlo hasta la boda, pasan tiempo juntos, las fiestas, las vacaciones. Desde el
momento en que una chica descubre quién es su elegido su vida cambia, se vuelve el centro de
atención del hombre y ese hombre solo tiene un propósito en la vida, hacerla feliz.
—Suena bien —susurré.
Ella se rio tristemente.
—Sí, pero yo fui diferente. Descubrí que Hero era mi pareja cuando tenía ocho años y fue en el
peor de los momentos. Él era mayor que yo, ya estaba trabajando con el equipo de seguridad y la
noche en que soñé con él estaba en una misión. Sabía que estaba en peligro y salí de mi casa
corriendo hasta dónde iban a dispararlo. Tenía ocho años, olvidé que un disparo no iba a matarlo,
y fui a rescatarlo. Eso no salió como yo pensaba, sí conseguí evitar el tiroteo, pero lo hice
gritando: ¡No, no pueden disparar, es mi pareja!
¡Dios! Ella tenía una manera de contar que al cerrar los ojos parecía que estaba ahí, al lado de
Hero que estaba de rodillas mirando furioso y sorprendido a una niña con el cabello largo y
vestida en camisón rosa. Y las risas, oh, las risas de los hombres que los rodeaban.
—Se avergonzó y no quiso saber nada de mí, ni en ese momento ni años después cuando mi
padre fue a pedirle que cumpla con su deber. Sabe que quiero estar con él y él también lo quiere,
pero no quiere ceder.
—¿Solo por eso? —pregunté—. Hero me parecía un hombre inteligente, pero veo que tiene la
mente de un chico de instituto.
—Sí, es uno de los hombres más poderosos de la isla y se comporta como un adolescente —
concluyó Zoey.
—Así que estamos jodidas.
—Ya.
Me tumbé en la arena y las dos nos quedamos ahí pensando en los hombres de nuestras vidas
que en lugar de traer felicidad nos rompían el corazón.
Podía entender el enfado de Jace con la impuntualidad, pero había ido demasiado lejos con su
indiferencia. Simplemente podía haberme explicado, pero no. Él se enfadó y su madre igual.
Fruncí el ceño pensando en ella, ni siquiera se había dignado en saludarme. Me había mirado con
asco como si fuera una cucaracha.
Tal vez era mejor así, he vivido toda mi vida cuidando mis palabras para no molestar a mi
madre y no lo quiero revivir con mi suegra.
Después de un tiempo me cansé de darle vueltas al asunto y miré a Zoey, ella estaba dormida.
—No estoy durmiendo —dijo ella.
—¿Podrías hacerme el favor de dejar de leer mi mente?
—No, a pesar de tus traumas y problemas tu mente es como un tranquilizante para la mía. No
me he sentido tan relajada desde que tenía cinco años.
—Me alegro de que al menos alguien disfruta de estar cerca de mí. Ahora dime si hay un hotel
cerca.
—¿No iras a casa con Jace?
—No, ¿para qué? Si me quería a su lado podría haber venido a buscarme, pero no lo hizo así
que voy a quedarme en un hotel y aclarar mi cabeza.
Zoey suspiró, luego se levantó. La imité y juntas caminamos por la orilla del mar. No habíamos
caminado más de unos cientos de metros cuando ella se detuvo.
—Mira —dijo, señalando con la cabeza hacia una casa.
Jace.
Estaba en el alto de unas escaleras que bajaban a la playa, detrás el jardín y la casa. Estaba
cerca y no lo sabía.
—¿Te quedas o vienes conmigo? —preguntó Zoey.
Miré a Jace que no hizo ni un gesto, nos miraba con las manos en los bolsillos relajado.
—Muy relajado no está —susurró Zoey—. Sabe que hizo mal y pedir perdón no es lo suyo.
—Zoey, aprecio tu ayuda, de verdad, pero esto lo tiene que arreglar él. Ya es mayorcito para
saber que debe y que no hacer.
—Pobre —dijo Zoey, echándose a reír—. No sabe lo que le espera contigo.
La ignoré, cerré los ojos y tomé una decisión. No fue fácil decidir entre luchar y renunciar.
Luchar por conseguir una vida feliz con Jace, aguantar sus cambios de humor e indiferencia cada
vez que algo no era de su agrado. Renunciar y volver a casa, ¿qué casa?
No podía volver a Seattle, no tenía trabajo y Chad estaba ahí. Empezar de nuevo en otra ciudad
lejos de todo era la única opción, sola. Me pregunto si podría convencer a Jace borrar todos mis
recuerdos no solo los de él, entonces tendría un nuevo comienzo, una pizarra en blanco.
Sin malos recuerdos, sin corazón roto.
Pero en el otro lado estaba él. La vida que podría tener en la isla, aprender las reglas, ganarme
el cariño de Michelle, vivir sabiendo que en cada momento Jace pasara de mí.
No fue fácil.
Capítulo 18

Había salido el sol, podía verlo a través de las gruesas cortinas de la habitación. Amarillo, quien
pensó que el amarillo era un color apropiado para una habitación estaba loco. A mí me dan ganas
de quitarlas y tirarlas por la ventana.
No, no era justo por las cortinas. A la que quería tirar por la ventana era a mí misma. Me
arrepentía de mi decisión, quería volver a ese momento en la playa con Zoey y decirle que no
quería quedarme.
Pero no.
Me quedo.
Tomé la decisión de quedarme con Jace y esta mañana ya no estaba segura. Anoche me había
despedido de Zoey y subí las escaleras.
—Keira —dijo Jace.
—No, no quiero hablar. Solo déjame en paz —le pedí.
Entré en la casa y luego en la primera habitación de invitados. Me duché y me acosté, pero no
dormí más de un par de horas. ¿Qué mierda estaba haciendo con mi vida? ¿Por qué de repente
todo giraba alrededor de Jace?
Jace y sus besos.
Jace y su falta de confianza.
Jace y su amor.
Jace y su malhumor.
Jace, Jace, Jace.
¿Y qué pasa con Keira? ¿Qué pasa conmigo?
Jace no solo que no vino a buscarme, no hizo nada más que mirarme al subir las escaleras. Le
dije que no quería hablar y lo aceptó sin pronunciar una palabra, podría al menos haber susurrado
una disculpa.
¿Y ahora qué hago?
Bajé a la cocina para desayunar, Jace no estaba, Iris tampoco. Mejor, no tenía ganas de ver a
nadie. Desayuné, tomé una ducha y luego bajé a la playa con el último libro de Jace. Por lo menos
podría aprovechar y leer su libro.
Me atrapó desde las primeras palabras como siempre y aunque estaba enfadada con Jace no
puede negar que era un buen escritor, el mejor.
Pasé medio día en la playa sola. Comí un sándwich y leí un poco más. Lo que no hice fue
pensar. De todos modos, mi mente quería una cosa y el corazón otra. Estaba perdida y esta vez
nadie iría a rescatarme, solo yo podía hacerlo.
Jace llegó cuando estaba en la cocina preparando la cena.
—Hola —dijo.
—Hola.
Odio esto, odio mirarlo para ver si está de buen humor o no, odio no saber cómo comportarme,
odio ser una mujer débil que espera la aprobación del hombre para actuar.
—Voy a cenar con Killian y Ariadna —dijo Jace.
No me preguntó si quería ir, me informó de que se marchaba. Le sonreí fríamente y me di la
vuelta hacia la olla donde hervía la pasta. Espaguetis con salsa de tomate, lo único que sé
preparar y nadie se muere intoxicado.
Cuando me giré para coger una cuchara Jace había desaparecido. Yo le pedí que me dejara en
paz, ¿no? Pues ahí lo tengo. Paz y tranquilidad.
Cené sola. Me fui a la cama sola. Me desperté sola.
Segundo día igual.
Sola paseando sin rumbo por la casa. Jace apareció tarde, alrededor de las nueve de la noche,
me saludó y me miró un instante antes de encerrarse en la biblioteca.
Tercer día empezó, el sol apenas llevaba unos minutos en el cielo cuando bajé a la cocina. Me
había despertado con ganas de comer bizcocho de café y aun sabiendo que todos mis intentos de
preparar postres terminaron en la basura quería probar de nuevo.
Con la receta de la madre de Alicia en el móvil, un video con los pasos a seguir explicados
como para un niño de tres años entré en la cocina.
—Buenos días.
Me detuve en la entrada al ver a Jace sentado a la mesa.
—Buenos días —respondí.
Caminé hasta la nevera y saqué los huevos y el yogur, luego después de buscar en tres armarios
encontré la harina y el azúcar. Recordaba la lista de ingredientes e iba añadiendo los que me
faltaban y cuando los tuve todos en la encimera puse el video de Rita. Seguí sus instrucciones y en
menos de diez minutos metía el bizcocho en el horno.
—¿Has terminado de estar enojada conmigo? —preguntó Jace y giré hacia él tan rápido que
parecía un robot.
—No.
—Han pasado tres días, Keira. ¿Cuánto más voy a tener que esperar?
—Lo necesario para olvidar que me has decepcionado y convencerme a mí misma que no
volverás a hacerlo, pero los dos sabemos que eso pasará de nuevo, ¿no, Jace?
—¿Yo te he decepcionado? —preguntó incrédulo.
—Sí, Jace, tú. Pensé que eras el hombre perfecto, mi héroe y me demostraste que no es verdad.
Que soy invisible, que puedes ignorarme cuando te apetece, cuando no hago las cosas a tu manera.
El hombre del que me enamoré, el que me declaró su amor despareció y en su lugar hay otro que
no conozco, que no entiendo y no sé si quiero entender.
—¿Qué paso con respeto, comunicación...?
—Eso es una mierda y lo sabes. Fuiste tú el que lo olvidó, me llevaste a casa de tus padres sin
hablarme, tu madre me miró como si fuera un bicho —espeté.
Jace se levantó y lo primero que me vino a la cabeza fue echarme para atrás. Estaba furioso,
pero no iba a dejarlo asustarme. Se acercó y levanté la barbilla mirándolo a los ojos. Solo espero
que no está leyendo mi mente ahora mismo para saber que sí tengo un poco de miedo.
Aguantó mi mirada por un instante y luego dio un paso atrás. Y otro hasta que había tres metros
entre nosotros.
—Estaba enfadado y no actué como debía, te pido disculpas —dijo Jace.
—¿Te importa explicarme por qué estabas tan enfadado?
—La mayoría de nosotros encuentra muy pronto a su pareja, otros esperan unos pocos años,
pero yo no. Esperé en la isla durante años a que naciera mi pareja y no pasó, viajé a Europa y
América buscándola en vano. Y un día apareciste de la nada en una zona restringida de nuestro
templo. Te ofrecí todo, mi amor, la juventud eterna y me rechazaste, pero no renuncié. Fui a Seattle
a buscarte, a dar otra oportunidad a nuestro amor, a enamorarte antes de contarte la verdad sobre
mí. Hace tres días llegué a casa contento, esperando encontrarte lista para conocer a mis padres,
pero no estabas y tuve que buscarte. De nuevo.
—Solo quería...
—No entiendes, Keira. El día más importante de la vida de un hombre es cuando la familia de
su pareja llega a su casa para informarle sobre ello, el día que le declara su amor y el día que la
lleva a casa de sus padres por primera vez. La cena de esa noche era para mí lo que sería el día
de la boda para ti.
Era mi culpa. Por no estar donde él pensaba, por no hacer lo que se esperaba de mí. Mi culpa.
Estaba pasando de nuevo. ¿Cómo diablos elegí un hombre que me hacía sentir igual que lo
hacía mi madre?
Puedo entender que estaba enfadado, he arruinado lo que era un día importante para él, pero yo
no lo sabía. Además, no estaba de fiesta, estaba preparando un regalo para su madre.
—Esto no va a funcionar, Jace. Es mejor terminarlo antes de que sea demasiado tarde —dije.
—Me estás dejando.
—Sí —murmuré.
No.
Mi mente y mi corazón estaban luchando, al exterior estaba ganando la mente y pude mirar a
Jace sin llorar, pero en el interior sentía mi corazón romperse como lo había hecho él con las
piedras.
—¿Te importaría explicarme por qué? Te has dado cuenta de que la vida en la isla es
demasiado aburrida para ti, ¿no?
—Me he dado cuenta de que al estar en una relación contigo es una repetición de lo que he
vivido toda mi vida y no puedo hacerlo, Jace. No puedo vivir preguntándome cómo llegarás a
casa, si estarás de buen humor o tendré que esconderme en mi habitación para no molestarte. No
puedo y no quiero medir cada palabra, cada acción.
—Tu infancia y lo que has vivido no tiene nada que ver con nosotros, estás mezclando las
cosas.
—¿Tú crees? Entonces, dime Jace, ¿por qué me marché sola de la casa de tus padres, por qué
caminé horas sin saber dónde estaba, por qué tuvo que ayudarme Zoey a llegar a casa? ¿Dónde
estabas tú?
—Justo detrás, Keira, justo detrás de ti. Solo tenías que mirar y me hubieras visto.
¡Jesús!
Me di la vuelta y corrí hacia el cuarto de baño que estaba al lado del comedor. Me agaché
sobre el inodoro y vomité. Después de unos minutos cuando ya nada salía de mi estomago seguía
intentando sacarlo todo.
Sabía que Jace estaba detrás, pero no me di la vuelta. Bajé la tapa del inodoro y puse mi
cabeza ahí.
—Eres demasiado gorda. Son las primeras palabras que recuerdo de mi madre —dije, mi voz
apenas un susurro—. A los seis años comía ensalada y tomaba agua tres veces al día, vomitaba
después de cada una.
Sentí los dedos de Jace sobre mi hombro, su calor a mi espalda y continué.
—Gorda, estúpida, torpe. Me iba a la cama sin comer cada vez que tenían que venir a
buscarme cuando me perdía. Rezaba antes de dormir por mi mente y cuerpo sucio bajo la estricta
vigilancia de mi madre. Cada noche tenía que escribir en un diario todo lo que había hecho ese día
y entregárselo a mi madre y ella decidía por que debería pedir perdón. Nada de lo que hacía
estaba bien, si no comía para no adelgazar me enfermaba y tenían que llevarme al hospital. Si
estudiaba más las notas subían y la llamaban al colegio para felicitarla y no le gustaba cambiar su
rutina. Me odiaba, mi madre, y nunca supe por qué. Durante años pensé que era por que los vi,
pero todo empezó antes.
—¿Qué has visto, nena?
Abrí los ojos para no ver las imágenes, pero aun así los podía recordar claramente. Hombres,
mujeres, la vecina que vivía en la casa con el patio lleno de juguetes, el jefe de mi padre, el cura
que cada domingo nos sermoneaba sobre nuestros pecados. Todos desnudos en el salón de nuestra
casa ese viernes después de una de las cenas habituales.
—Tenía cinco años y me despertó una pesadilla, estaba demasiado asustada para importarme
que mi madre iba a regañarme, necesitaba estar con alguien capaz de protegerme de los
monstruos. Bajé en silencio y aunque los sonidos que llegaban desde el salón me parecieron
extraños no me detuve, pero me acerqué despacio. Miré dentro y vi a los invitados de mis padres
desnudos y practicando sexo. Yo no sabía que era eso, pero vi a mi madre con tres hombres y lo
que le hacían era lo más asqueroso, vil y atroz acto que existe. Y me miró, como si supiera que
estaba ahí, abrió los ojos y miró fijo en los míos.
—Nena, no más —me pidió Jace.
—Tienes que saberlo, Jace. Lo de mis padres no es sexo, no es sadomasoquismo, es
indescriptible. Mi madre va a la iglesia, me pide decencia cuando ella es miembro de esa secta.
—Nena...
—¡Joder, Jace! —espeté y giré la cabeza—. Míralo tú, mira en mi mente y dime si me
equivoco.
Jace negó con la cabeza, pero puse las manos en su rostro y lo miré fijo. Recordé cada detalle
de esa noche, cada acto, cada persona. Vi y sentí el momento en que entró en mi mente. Su
expresión se volvió oscura, tensó la mandíbula y las manos en mis hombros me apretaron con
fuerza.
—Era mala, es mala persona y toda mi vida hice todo lo posible para no molestarla. No puedo
hacerlo de nuevo, Jace.
—No lo harás, nena —dijo él.
Me levantó en brazos y me llevó a la cocina. Me sentó en una silla a la mesa y me trajo un café.
Luego sacó el bizcocho del horno y lo puso sobre la mesa.
—Tiene que enfriarse —dije viéndolo con el cuchillo en la mano.
—Vale, esperamos.
Tomé un sorbo de café e hice una mueca al sentir el sabor, corrí de nuevo al cuarto de baño
para cepillar mis dientes. Al volver vi que Jace no esperó y había cortado el bizcocho. Me senté y
lo regañé.
—Rita dice que no se puede cortar hasta que esté frío.
—¿Rita?
—La madre de Alice.
—Creo que Rita tiene más paciencia que yo, este bizcocho huele fenomenal y no pienso esperar
—dijo Jace.
¿Cómo diablos hemos pasado de vomitar en el cuarto de baño y orgias a bizcocho? Miré a Jace
y él evitó mi mirada. Minutos después cuando Zoey entró en la cocina me di cuenta por qué.
—¿Qué huele tan bien aquí? Da igual yo también quiero —dijo Zoey.
—Primero tienes que borrarle la memoria a Keira —declaró Jace.
¡No!
Pensé en dejarlo, en empezar de nuevo sin él, pero al escucharlo me di cuenta de que no quería.
Mi vida no sería igual sin él. Solo unos minutos antes dije que no podía soportar otra vez el
maltrato psíquico, pero a la mierda con todo. Si pude hacerlo cuando tenía cinco años
seguramente podré hacerlo veinte años después.
Pero miré a Jace y su expresión no invitaba a conversaciones, había tomado su decisión. Bajé
la cabeza al mismo tiempo que sentía las lágrimas mojar mis mejillas.
—Mira que eres idiota, Jace —dijo Zoey.
Sabía que pronto las lágrimas silenciosas iban a convertirse en un llanto en toda regla, con
sollozos incluidos y no quería estar ahí con ellos dos así que me puse de pie y corrí. Salón,
escalera, habitación. Me lancé sobre la cama y enterré la cabeza en la almohada.
—Keira.
Escuché su voz al mismo tiempo que sentí su mano en mi espalda, suave su voz, suave la
caricia. Si quería que dejara de llorar una caricia no era suficiente. Ni una ni mil.
—Vale, nena, llora —dijo él.
Sentí la cama moverse al tumbarse a mi lado, pero no me giré para preguntarle qué demonios
hacía.
—¿Joyas? No, que si quieres una la haces tú —murmuró Jace—. ¿Bombones? Hay una tienda
que vende las combinaciones más extrañas, seguro que con eso se te quita el enfado. O podríamos
ir de viaje, ¿dónde quieres ir? Keira, ayúdame un poco, ¿quieres? No sé qué hacer para que dejes
de llorar.
—No me alejes de ti —imploré.
—Keira, mírame —dijo
y lo hice a pesar de no verle bien con los ojos nadando en lágrimas—. No te estoy alejando, solo
quiero que seas completamente feliz y por eso Zoey está aquí, para borrar los recuerdos de esa
noche. Te ha marcado y lo entiendo, lo que viste fue muy jodido, pero tienes que olvidarlo.
—Entonces no quieres borrar tu recuerdo, no quieres romper conmigo.
—Keira, no. Si es lo que tú quieres lo haré, te borraré los recuerdos, pero volveré a buscarte
hasta convencerte de que pertenecemos juntos. Y mientras tanto aprenderé a ser menos idiota, a
pensar más en tus sentimientos que en los míos, ¿de acuerdo?
—Los dos tenemos mucho que aprender —dije.
—Eso haremos, Keira. Juntos.
Capítulo 19
Zoey

No hay quién entienda a los hombres, en serio. Jace está cometiendo error tras error y no importa
cuánto la ama y la necesita, él va a terminar por perderla si no espabila. Me senté en la silla que
ocupaba Keira y aproveché para cortarme un trozo de bizcocho.
Era increíble, tenía que recordar y pedirle la receta a Keira. Comí otro trozo esperando a que
la pareja arreglara de alguna manera la situación. Iba a por la tercera porción cuando entraron en
la cocina, tomados de la mano y felices. Bueno, Keira tenía los ojos rojos de llorar y Jace los
labios rojos por el labial de ella.
Otra pareja feliz, bla, bla, bla.
—Me voy —dije, levantándome—. Keira, quiero la receta del bizcocho.
—Vale —dijo ella.
—No tan rápido, Zoey. Quiero que borres los recuerdos de Keira, vio algo traumático de
pequeña y quiero que desaparezca de su memoria.
Keira parecía una mujer fuerte, no mostraba señales de debilidad o traumas que le impidan
vivir y disfrutar. Eso pensaba antes de adentrarme en su mente y averiguar cuál era el evento que
le dejó trauma.
—No puedo.
—¿Cómo qué no? —preguntó Jace.
—Déjame reformular, yo puedo borrar los recuerdos recientes, un día, una semana, un mes sin
que el resto se vea afectado. Para borrar ese único episodio debería borrar todo, pero Hero puede
hacerlo.
—Voy a llamarlo —dijo Jace y desapareció antes de poder pronunciar otra palabra.
El plan era marcharme antes de su llegada, pero Keira me ofreció un poco de bizcocho y no
pude negarme. Excusas, excusas, lo sé. Quería verlo, pero era más fácil echarle la culpa a Keira y
a la educación de mi madre que durante años me enseñó que nunca hay que rechazar una invitación
a comer.
Y ahí estaba, sentada y comiendo cuando él llegó. No me saludó, no me miró. Le sonrió a
Keira, la miró con atención como si quisiera meterse en su cabeza. Claro que para eso había
venido, para eliminar sus recuerdos.
—No es tan fácil como parece —empezó Hero y vi a Keira acercarse a Jace—. Puedo borrar
el recuerdo, pero los sentimientos se quedan. El odio que sientes hacia ellos no desparecerá,
seguirás odiándolos, pero sin saber la razón.
—¿Pero recordaré esta conversación?
—Sí, sí quieres —dijo Hero.
—Hazlo —le pidió Keira.
Medio minuto tardó Hero en leer la mente de ella y reorganizarlo todo. Medio minuto en lo que
pude admirarlo tranquila, sabía que toda su atención estaba en Keira. Medio minuto para
fantasear, para imaginar esas manos sobre mí, para preguntarme si se vería tan concentrado al
hacer el amor.
Medio minuto, poco para todo lo que había que admirar en él. El cuerpo musculoso lleno de
tatuajes ocultos debajo del traje que llevaba. Siempre vestía un traje como si no fuera lo
suficientemente guapo, tenía que ponerse esos pantalones a medida que se pegaban a sus fuertes
muslos y la americana que acentuaba su cintura.
Luego estaba el rostro. Piel perfecta, ojos verdes donde podías ahogarte si mirabas más de
unos segundos, labios llenos y duros, o al menos es lo que me parecía a mí. La barba, oh, esa
barba. Si lo nuestro continuaba de la misma manera moriría sin saber que se siente al ser besada,
sin saber cómo se sentiría esa barba sobre mi piel.
¡Malditas reglas! ¡Maldito Hero y su cabezonería!
Sí, soy tan rápida. En medio minuto puedo babear y enfadarme con él. Murmuré una despedida
y me fui sin mirar atrás.
Era sábado y aquí nadie trabajaba los fines de semana, eran para pasar con la familia. No tenía
ganas de pasar el día con mis padres haciendo barbacoa así que mentí diciendo que tenía dolor de
cabeza y me quedé en casa.
Nosotros no enfermamos y si lo hacemos es cuestión de minutos, todo se cura con rapidez aquí
y sin necesidad de tratamiento. Pero yo tenía dolores de cabeza debido a mi trabajo y Hero.
Todos mis sentimientos, el rencor mezclado con el deseo, me provocaban migrañas. Intenté
dormir y me desperté sudando. No estaba enferma, era por el sueño.
¿O sí?
Sí, algo no estaba bien conmigo. No podía sentirme de esta manera.
Me levanté de la cama y entré en el cuarto de baño. Mis pezones erectos eran visibles a través
de la fina tela de mi camiseta, el deseo brillaba en mis ojos. Y más abajo... cerré los ojos, pero
solo empeoró.
Algo no estaba bien.
Volví al dormitorio, me quité la camiseta y me puse el primer vestido que encontré. Descalza
salí de la casa por la puerta de la terraza y bajé a la playa. De allí caminé y en tres minutos llegué
a la casa de Hero.
Él no tenía entrada desde la playa y tuve que rodear la casa para llamar a su puerta. Lo vi
caminar despacio a través del cristal de la puerta, caminaba como si pensase que si tardaba mucho
me iría.
Abrió la puerta y me miró con una ceja arqueada.
—Tengo un problema —dije y sin esperar una invitación entré en la casa.
—No soy ni tu amigo ni tu familia, si tienes un problema eso no me concierne —declaró sin
cerrar la puerta.
Me acerqué y la cerré, me quedé cerca de él.
—No hay nadie más que me pueda ayudar —susurré.
—Zoey, no me interesa —espetó Hero.
Sabía que en unos segundos iba a echarme y llevada por la desesperación tomé su mano y la
puse sobre mi corazón.
—¿Sientes cómo late? Es así desde que vi las imágenes en la mente de Keira y hay más —
hablé en voz baja—. He tenido un sueño y me desperté excitada.
—¡Jesús Cristo, Zoey! —exclamó él, retirando su mano—. ¿Por qué carajo me lo estás
contando a mí?
—Hero, algo no está bien.
—No, Zoey. Todo está bien, vete a casa, toma un baño largo y ya lo verás.
—No lo entiendes, Hero —continué desesperada—. Soñé contigo haciéndome esas cosas.
¿Cómo puedo excitarme con eso? ¿Cómo? Hay algo malo dentro de mi cabeza, Hero, quítamelo —
imploré.
Le supliqué con palabras, con miradas, y fue en vano. Por su mirada intensa parecía que estaba
buscando algo, que estaba mirando en mi mente, pero lo sabría si lo hacía, ¿no?
—Por favor, Hero, ayúdame —intenté de nuevo.
Ahí estaba yo implorando a punto de caer de rodillas cuando de repente me empujó contra la
pared y cubrió mi boca con la suya. Por un instante me quedé paralizada, la boca cerrada, cada
músculo inerte. Solo un instante al darme cuenta de que Hero me estaba besando, de que su pecho
estaba pegado al mío, de que sus manos apretaban mi trasero con fuerza.
¡Sí!
Gemí y abrí la boca dejando entrar a su lengua. No tengo ni idea sobre besar o sexo, en teoría
sí tengo, pero en práctica no, así que lo imité. El juego de su lengua, las caricias, las mordidas.
Levanté mis brazos y los dejé sobre sus hombros, necesitaba acercarme más, sentir su cuerpo
pegado al mío, dentro de mí. Hero abandonó mi boca y bajó a mi cuello y después ahuecó un
pecho con su mano. Lo levantó a su boca y chupó el pezón.
Metí las manos en su cabello para sostenerlo justo en ese lugar donde su barba se sentía áspera
en mi piel y sus labios me volvían loca.
—¡Hero! —jadeé.
Necesitaba algo, ni yo sabía qué, pero lo quería ya. Hero ignoró mi plegaria y le dio el mismo
tratamiento al otro pecho. Lamiendo, chupando, mordiendo y cuando sentí su mano tocarme entre
las piernas exploté. Así, con solo un toque.
El placer fue a más, me quitó el tanga y metió dos dedos dentro de mí. El placer, las ansias de
sentirlo eran enormes y pedí más una y otra vez hasta que me penetró. Fue tan rápido, lo sentí en
mi entrada y luego dentro, duro, largo, grueso.
Bueno, demasiado bueno.
No tenía idea de cómo había llegado a tener mis piernas alrededor de su cintura, no tenía idea
de nada excepto de la dureza que sentía dentro de mí, de la espiral de placer, del cuerpo caliente
de Hero.
Estaba perdida en tantas sensaciones y el orgasmo me tomó por sorpresa. Gemí y luego grité
cuando Hero mordió mi hombro al dejarse llevar por el placer. Sentí el calor de su descarga
dentro, sentí las pulsaciones de su miembro.
Estaba perdida.
—No, Zoey. Acabas de encontrar el lugar al que perteneces —murmuró Hero.
Todavía dentro de mí empezó a caminar llevándonos arriba. Me dejó sobre la cama, me cubrió
con su cuerpo y empezó a moverse. Dentro y fuera. Suave y duro. Mirándome a los ojos, intentado
decirme algo que no llegué a entender.
Lo que siguió fueron horas de placer, de caricias, besos y nuevas sensaciones, descubrimientos
y silencio roto solo por mis gemidos o sus gruñidos.
Horas que se acabaron poco antes de la salida del sol. Segundos después de deslizarse fuera de
mí Hero fue al cuarto de baño y cerró la puerta. Me quedé en la cama, la ropa de cama
desordenada, almohadas en el suelo, y por un momento cerré los ojos. Quería dormir, hacía mucho
tiempo desde que no me sentía tan bien, tan relajada. Mis huesos parecían de goma y los músculos
igual.
Pasaron unos buenos minutos mientras intentaba reunir fuerzas para estirar la mano y coger una
manta para taparme. Lentamente la bruma que cubría mi cerebro se elevó y me di cuenta de que
Hero llevaba bastante tiempo en el cuarto de baño. Él no me dijo que debería quedarme. No me
dijo nada.
¡Jesús!
Por eso tardaba tanto, estaba esperando a que me fuera. Salté de la cama, recuperé mi vestido
del suelo y me marché mientras me lo estaba poniendo. En pocos minutos llegué a mi casa y me
metí directo en la ducha.
¿Qué hice?
Necesitaba ayuda no una noche de sexo. Bueno, sí que necesitaba el sexo, pero eso solo ha
empeorado nuestra situación. Maldita sea la madre de Keira y todos sus amigos o qué diablos eran
esos hombres.
Estaba pasando las manos enjabonadas sobre mi vientre cuando me di cuenta de que podría ser
peor. Podría estar embarazada.
Me aclaré rápidamente y sin secarme me puse el albornoz. No tomo precauciones ante el
embarazo, ni una mujer de la isla lo hace. La mayoría de las parejas tiene a su hijo poco después
de celebrar la unión y luego sin importar cuanto lo intentan no llega otro embarazo.
Hero es mi pareja y aunque no cambiamos las promesas él podría dejarme embarazada. ¡Jesús!
Me va a odiar, no es que hasta ahora me ha amado, pero si hay un bebé de camino nada y nadie
podrá hacer nada contra su furia.
Abajo en la entrada estaba mi maletín, lo cogí y fui a sentarme en el sofá. Saqué el aparato y
después de pinchar mi dedo dejé caer la gota de sangre en el cuadrante. Miré la pantalla
esperando ver ya el resultado como si no supiera ya que tardaba un minuto.
—¿Qué diablos estás haciendo?
Salté al escuchar la voz de Hero y si mi corazón no estuviera ya acelerado por el susto verlo
furioso lo hubiera hecho.
He dicho que iba a estar furioso, ¿no? Claro que esperaba que fuera otro a darle la noticia, mi
padre, por ejemplo. Sí, soy una cobarde.
—No estás embarazada —gruño él entrando en el salón.
Miré el aparato y tenía razón. No lo estaba. Suspiré aliviada.
—Ahora no, pero pronto —continuó Hero.
Vale, me he perdido una parte de la conversación.
—Zoey, sabes que no soy un hombre paciente así que termina con las tonterías —me advirtió.
—No sé de qué me estás hablando.
—¿Tú crees que puedes venir a mi casa, dejar que te tomé toda la noche y desaparecer por la
mañana como si nada?
Sí... la palabra tomó forma en mi cabeza, pero no llegó a salir de mi boca. Hero llegó a mi
lado, me levantó del sofá y me pegó a su cuerpo.
—No, la respuesta correcta es no, Zoey —dijo entre dientes.
—Eh... —titubeé.
—Eres mía, se acabaron las tonterías, ¿lo entiendes, Zoey?
—Sí, pero ¿lo haces tú? Tú fuiste el que no quiso nada conmigo, el que se negó a
comprometerse.
El recuerdo de todos los años esperando una señal de él, una mirada, una sonrisa, dolió. Años
enteros de rechazo y odio.
—No te odio, Zoey, nunca lo hice —susurró él.
—Entonces, ¿por qué? —le pregunté con la mirada fija en su cuello. No estaba valiente como
para mirarlo a la cara.
—En el momento en que apareciste ya sabía que necesitaba una mujer especial a mi lado. Ella
tenía que ser fuerte, confiar en mí, dejarme hacerle todas esas cosas que a algunos de nosotros les
parecían incorrectas. Y luego te vi, una niña de ocho años con un camisón rosa, asustada porque
iban a dispararme en el hombro. Sabía que no había forma de que pudieras tomarlo, serás
miserable conmigo y yo lo mismo. Elegí dejarte pensar que estaba avergonzado por tu actitud
cuando solo estaba tratando de salvarte del sufrimiento. Y anoche llamaste a mi puerta y
empezaste a hablar de cómo te sentías y lo perdí. Te hice mía, es oficial, Zoey. No hay más que
decir, pasaremos el resto de nuestras vidas juntos recuperando el tiempo perdido. Eso es algo que
nunca olvidaré, si solo te hubiera prestado un poco de atención...
—Si solo me hubiera esforzado más —le interrumpí—. No más, Hero. Lo que pasó o no pasó
está en el pasado, hoy empezamos la parte más bonita de nuestras vidas.
Vi en sus ojos que estaba cediendo a pesar de tener muchas cosas que decirme. En lugar de
continuar quitó las manos de mis hombros y lo vi quitarse el anillo.
—Zoey, prometo cuidarte, protegerte y amarte. Prometo hacerte olvidar todas las lágrimas que
lloraste por mí, todo el sufrimiento que te causé. Prometo hacerte sonreír cada día. Prometo
hacerte la mujer más feliz del mundo.
—Hero, prometo ser la esposa que te mereces, amarte y cuidarte —dije mientras Hero
deslizaba el anillo en mi dedo.
—Olvidaste obedecer —dijo él.
—No exactamente —dije y Hero me miró con una ceja enarcada—. Obedecer no es mi punto
fuerte—reconocí.
—Lo que sea —dijo antes de besarme y sellar nuestra unión.
Por fin era suya.
Por fin era mío.
Mucho más tarde después de horas de caricias, besos y otras cosas sucias y deliciosas, estaba
en la cocina mirando mi anillo y hablando con mi madre. Ella estaba en el séptimo cielo, por un
momento después de contarle sobre la unión pensé que le había dado un infarto, pero se había
recuperado rápidamente.
Por fin su hija tenía pareja. Por fin podría invitar a su yerno a cenar y regañarlo por dejarme
trabajar tanto. Por fin tendría tema nuevo de cotilleo con sus amigas.
—No te preocupes por eso —dijo Hero, se inclinó sobre mí, besó mi hombro y luego susurró
en mi oído libre—. Pronto será abuela y no tendrá tiempo ni de regañar ni de cotillear.
—¿Qué? —gritó mi madre en el teléfono.
Pero Hero se había marchado riendo. Mientras hablaba con mi madre hice de nuevo la prueba.
Positivo.
¡Maldito sea Hero y sus poderes!
Capítulo 20
Keira

—Deja de mirarme —le pedí a Jace.


—Me gusta mirarte —me respondió.
Puse los ojos en blanco y giré la cabeza hacia la televisión. La película estaba interesante, pero
el masaje que me daba Jace en los pies no me dejaba concentrarme. Eso unido a la manera en que
me cuida desde ayer me pone de los nervios.
Vale, lo reconozco, me gusta que esté pendiente de mí. Pero todo está bien, no me voy a
romper, no voy a llorar y Dios no quiera no voy a vomitar. Si hay algo que nunca deberías hacer
delante de tu hombre es vomitar y yo ya lo hice varias veces.
La última crisis fue superada, mis recuerdos traumáticos de la infancia ya no son tan
traumáticos. Al final Hero no borró el recuerdo, lo que hizo fue cambiar la percepción. Me hizo
verlo con los ojos y la mente de un adulto y aunque al principio me molestó luego lo entendí. Lo
que hacían mis padres era asunto de ellos, no de una niña pequeña. Nunca debí saberlo y si mi
madre hubiera sida una madre mejor no me habría convertido en una joven con problemas en
relacionarse con el sexo opuesto.
El recuerdo está ahí, pero la sorpresa, el miedo, ya no. El odio permanece, los resentimientos.
Pero eso ya está en el pasado y si tengo suerte nunca más tendré que verlos. A lo mejor debería
contarle a Jace sobre mi falta de sentimientos hacia mi familia. No les echo de menos ni siguiera
un poco.
En los últimos días no dormí bien y ahora gracias al masaje de Jace me quedé dormida en el
sofá. Me desperté por un momento cuando sentí que me levantó en brazos para llevarme a la cama.
No recuerdo cómo me quitó la ropa, estaba muerta de cansancio.
Por la mañana Jace me despertó antes de ir a trabajar, mucho antes de ir. Me hizo el amor y fue
dulce, suave y perfecto. La reconciliación perfecta. Se fue a trabajar después de prometerme que
iba a volver a comer conmigo.
Necesitaba buscar algo que hacer, no podía estar todo el tiempo en casa esperándolo. Ni
siquiera podía limpiar, Iris estaba un poco obsesionada con el orden. Vale, un poco más.
El otro día hice la cama por la mañana y me echó la bronca. A mí. La estaba mirando y no
podía creérmelo. No se calmó hasta que no prometí no volver a hacerlo. Jace me explicó que ella
era una persona muy ordenada, que necesitaba tenerlo todo hasta el milímetro de la manera en que
le gustaba. Iris trabajaba para Jace desde que se casó, al parecer su marido era el opuesto de ella
y para no acabar matándose el uno al otro ella venía a ordenar la casa de Jace. Luego se iba a su
casa son su adicción al orden saciado y no le gritaba a su pareja por dejar la ropa fuera de la
cesta.
Y yo pensaba que la isla era idílica, que las personas eran guapas y sin problemas. Pero me
equivocaba, ellos son iguales a nosotros. Excepto eso de que viven cientos de años.
Pasé la mañana en la piscina para dejar a Iris en la casa a tomar su dosis diaria de orden y
limpieza. Averigüé que había oficinas donde acudir para pedir un empleo, aunque yo hubiera
preferido empezar algo por mi cuenta. Un pequeño taller donde confeccionar mis joyas.
Me gusta trabajar con los clientes, ayudarlos decidir, elegir entre un modelo y otro, diseñar
algo para un evento especial o solo porque sí. Lo que no sabía era si había alguna ley sobre esto
en la isla. Además, estaba el pequeño asunto del dinero. Que no tienen una moneda.
No hay dinero. Ellos trabajan en lo que le gusta a cada uno y pueden tomar lo mismo de lo que
hay en la isla. Van a las tiendas y se llevan un vestido o lo que sea, pasan la tarjeta que es solo
para saber lo que hay que reponer. Todos los productos se fabrican en la isla, desde la ropa hasta
los electrodomésticos.
Y ahí es mi problema, ¿debería y podría trabajar gratis?
En eso estaba pensando cuando llamaron a la puerta y como Iris se había ido poco antes fui a
abrir. No me miré en el espejo antes de abrir y fue un error. Debería haber corrido arriba y
quitarme la camisa de Jace. Cepillar mi cabello también hubiera sido preferible.
Pero no, abrí la puerta y ahí estaba mi suegra, Michelle.
Guapa, elegante, seria.
Y yo no.
Guapa sí, para nada elegante, sorprendida y algo asustada.
—Keira, ¿puedo pasar? —preguntó ella.
Empieza bien, me quedé mirándola y ni siquiera la invité a pasar.
—Claro que sí —dije abriendo más la puerta y dejándola pasar.
Michelle caminó hasta el salón sin esperarme, se sentó en una silla y rechazó mi ofrecimiento
de una bebida. Mejor, así se marcharía más rápido. Me senté en el sofá y sentí su mirada sobre mí
mientras intentaba cubrir mis muslos.
—Puedo esperar si quieres subir y cambiarte —se ofreció Michelle.
No sé por qué lo hice, pero negué con la cabeza. No estaba cómoda y hubiera sido mejor estar
vestida con algo más que una camisa y un tanga.
—Vengo a disculparme por mi comportamiento —dijo ella.
La sorpresa se debió de notar en mi cara ya que la vi tensarse. Jace. Él se lo pidió. Claro, la
madre haría todo por su hijo y no estoy segura si estoy bien con ello. Pero no tengo otra opción
que aceptarlas.
—No te preocupes por ello —dije, sonriendo.
—No sabes mentir, Keira. ¿Te lo han dicho alguna vez?
—Eh, no he tenido quejas hasta ahora —murmuré.
—O sea que acostumbras a mentir —continuó ella.
—Sí, Michelle. Lo hago desde que era una niña pequeña, mentía porque si no lo hacía mi
madre me castigaba, me sentaba a la mesa con sus amigos cada viernes y sonreía como una niña
buena a pesar de estar aterrada por lo que sucedía una vez que yo me marchaba mi habitación.
Tuve que mentir toda mi vida para no molestar a mis padres y cuando Jace me contó sobre sus
padres estuve contenta. ¿Sabes por qué, Michelle? Porque pensé que por primera vez tendría una
familia real, una que se preocupara por lo que me pasa.
—Keira, esa noche...
—No importa, Michelle —la interrumpí—. Lo olvidaré porque amo a Jace y no quiero que eso
le lastime. No te preocupes, sonreiré y seré una buena nuera.
—Vas a sentarte a mi mesa, odiando cada minuto, ¿es así?
—Sí.
—Bueno, he de decirte que no pasará. Ni Jace ni mi marido son tontos, se darán cuenta
enseguida de que algo está mal y eso nos deja una sola opción. Llevarnos bien, pero de verdad.
—¿Y cómo propones hacerlo?
—Primero me vas a escuchar, Keira. No estaba enfadada porque habéis llegado tarde, lo que
no pude soportar fue el dolor de mi hijo y, Keira, un día lo entenderás que no hay nada peor para
una madre que el sufrimiento de un hijo. Y sí, te ignoré creyendo que tú eras la culpable. No pensé
que era un asunto de pareja y que no debería meterme. No, actué como una leona protegiendo a mi
criatura. No me tomé un minuto para mirarte, para ver el mismo dolor en tus ojos y por eso te pido
disculpas. En el momento en que Jace te declaró su amor te convertiste en una más de la familia.
Michelle se calló por un momento para darme tiempo a intervenir, pero no lo hice. No tenía
nada que añadir. Entiendo que quería proteger a su hijo, pero aun así su comportamiento me dolió.
—Vale, seré la mejor suegra del mundo. Ya lo verás, y contigo la nuera amable y sonriente
seremos una gran familia feliz.
—Y algo espeluznante —dije, echándome a reír solo por imaginarnos cenando juntos.
Michelle me sonrió y luego se puso de pie.
—Keira, gracias por recibirme y no dudes en acudir a mí por lo que sea.
Asentí y la vi darse la vuelta y caminar hacia la puerta. Ella dio el primer paso, se disculpó.
Nos esperan cientos de años de convivencia, ¿de verdad quiero tener una relación fría con mi
suegra?
—Michelle —la llamé y corrí detrás de ella, se giró y me miró con una ceja enarcada—.
Estaba pensando en abrir un taller de joyería y no tengo idea de cómo o sí puedo hacerlo, ¿me
puedes ayudar?
Su rostro brillo con excitación.
—¡Joyas! —exclamó.
—Sí, soy diseñadora y...
—Joyas —continuó Michelle, y tomó mi mano y volvimos al salón—. Cuéntame más.
Joyas.
Teníamos algo en común, la pasión por las joyas y en media hora estábamos conversando como
si fuéramos mejores amigas. Le traje un café y mientras ella hojeaba mis dibujos fui arriba para
ducharme y cambiarme.
—Quiero esta pulsera —dijo ella cuando volví al salón.
Michelle tenía el dibujo de su pulsera, la que causó todo ese malentendido. Pero al mismo
tiempo era la que le había regalado a su marido. Ahora sí que estaba metida en otro lio. ¿Qué hizo
él con la pulsera?
—¿Qué pasa? —preguntó Michelle.
Mentir, no llegar tarde, eran reglas de la isla y debería seguirlas, ¿no? Le conté lo que pasó ese
día, que quería llevarle un regalo y por eso llegamos tarde. Ni había terminado de explicar cuando
la vi buscar en el bolso y sacar su teléfono móvil.
—Ese hombre, maldito hombre —murmuró mientras tecleaba algo en el móvil.
No tuvo tiempo de hacer la llamada ya que de repente se escuchó la puerta y pasos corriendo.
Entraron tres hombres vestidos de negro, armados que los miré dos veces preguntándome cómo
podían moverse con tantas armas pegadas a sus cuerpos.
—Nivel de alerta uno —dijo uno de los hombres.
Michelle se puso de pie rápidamente.
—Michelle, ¿qué pasa? —pregunté viendo la preocupación en su rostro.
—Tenemos que irnos —dijo ella.
Tomó mi mano y me dirigió hacia la puerta.
—Tengo que llamar a Jace —dije.
—No hay tiempo, seguro que ya lo han avisado y nos está esperando.
De repente me encontré en un coche que iba a gran velocidad. Busqué el cinturón y lo puse, no
quería volar por el parabrisas en caso de accidente. No tardamos más de dos minutos en llegar a
lo que parecía una pared de roca. Se abrió como en por arte de magia y por un momento pensé que
alguien habría pronunciado ¡Ábrete, Sésamo!
El coche entró en lo que parecía un ascensor y sentí como bajábamos. Vale, retiro lo dicho. No
hay nada normal en esta isla. Otras puertas se abrieron y pasamos a una gran sala. Bajamos del
coche y nos escoltaron a través de pasillos interminables hasta un salón.
Muebles acogedores, cuadros en las paredes, alfombras mullidas y un bar con muchas botellas
de alcohol. Interesante.
—¿Michelle?
—Nivel uno, alerta máxima. Eso significa que nos están atacando —explicó ella.
Caminé hasta la primera silla y me senté. Mis piernas estaban temblando y mi corazón, bueno
era imposible escuchar algo salvo el latido. ¿Por qué no podría vivir tranquila más de dos días?
¿Por qué?
Cada vez que pensaba que iba a conseguirlo algo ocurría. Creía que sin mi familia podría
hacerlo, pero no. Algo tenía que ocurrir, nada más que un maldito ataque.
—¿Qué tipo de ataque? —pregunté.
—No lo sé todavía —murmuró Michelle.
—Raquetas, bombas atómicas, ¿de cuál? —continué.
—No importa el tipo, estamos a salvo. Tranquila, Keira, estamos preparados para esto y
aunque es la primera vez que ocurre Reed sabe lo que tiene que hacer para protegernos.
Vale. Reed era el rey, la persona más poderosa de la isla y sabría lo que hay que hacer.
Además, eran listos, ¿no? Seguramente tenían un plan de defensa.
Una vez que conseguí tranquilizarme empecé a preguntarme quién y por qué atacaría la isla.
Alguien sabía el secreto.
¡La boda!
Elisa tenía la boda organizada, la ceremonia en la iglesia, el banquete en el jardín de uno de
los mejores hoteles de la ciudad y de repente cambió de opinión. Su padre le enseñó fotos del
templo de la isla y ella quiso casarse ahí. Fue de un día para otro, pero todos conocíamos a Elisa
y no nos sorprendió.
Pero Jace dijo que hay que pedir visa con meses de antelación y había visto el control de
seguridad cuando llegué la primera vez. Era imposible conseguir las visas y las verificaciones de
todos los invitados a la boda en solo unos días.
¡Maldita sea!
Ellos tenían algo que ver con esto, estoy segura. El maldito club de los pervertidos.
—¿Quién, cariño? —preguntó Michelle.
—Mis padres y sus amigos —murmuré—. Creo que ellos tienen algo que ver con el ataque.
Le conté sobre Keith, el padre de Elisa y su empleo como diplomático, sus conexiones. La
familia de Chad también era una de las más ricas de Seattle y ellos ya intentaron una vez
secuestrar a Jace. Tenía sentido o al menos lo tenía en mi cabeza.
—Ven —dijo Michelle.
Juntas salimos del salón y seguimos por un pasillo largo que era de alguna manera familiar.
Llegamos a una puerta custodiada por dos guardias que por un momento creí que iban a
prohibirnos el paso. Pero abrieron la puerta y nos dejaron entrar.
Me detuve después de dar dos pasos. Eso era inmenso, una sala con escritorios y detrás de
cada uno había un hombre o una mujer trabajando, pantallas cubrían tres paredes del suelo hasta el
techo. Y en medio alrededor de una mesa redonda estaban los hombres. Jace, Reed, Killian, Hero
y otros que no conocía.
—Michelle, todo está bien. Vuelve al salón —dijo Reed.
—Quiero saber que está pasando —dijo ella.
Ignoré el cambio de réplicas ya que Jace se estaba acercando y cuando llegó a dos pasos de mí
me lancé en sus brazos.
—No pasa nada, nena. Lo tenemos todo controlado —susurró él.
—¡Jace!
Él se dio la vuelta y vio a su padre haciéndole un gesto para acercarse. Jace caminó hasta la
mesa sin soltarme y una vez ahí me ayudó a sentarme, Michelle estaba en la cabeza de la mesa al
lado de Reed.
—¿Qué pasa? —preguntó él a su padre.
—Al parecer nos han engañado —declaró su padre—. Keira recordó algunas cosas que
sucedieron en la boda y gracias a eso Killian ha conseguido encontrar a los que planearon el
ataque.
¿En tres segundos?
Miré a Killian con otros ojos, sí que eran especiales estos hombres. Escuché gruñir a Jace y lo
miré, pero no entendí a que venía eso.
—¿Quién? —preguntó Jace.
—Keith Mills es uno de ellos y la lista es muy larga —dijo Reed.
Luego Killian tomó la palabra y contó que había sucedido. Kurt le había hablado a Rachel de la
isla y ella se lo contó a su hermana, de ahí llegó a Chad y a Keith. Enviaron a Rachel a la isla a
conseguir información, pero ella se había vuelto loca y echado a perder el plan. Mientras tanto
Keith usó como tapadera la boda de Elisa para venir e investigar. En este momento veinte barcos
armados con raquetas se aproximaban a la isla y no solo eso, había un millar de soldados
esperando la orden de atacar.
—Lo tenéis todo controlado —murmuré.
—Sí, Keira, lo tenemos —me aseguró Jace.
Él me sonrió mientras yo ponía los ojos en blanco.
—Mira ahí —me pidió Reed mostrando hacia una de las pantallas. Pude ver la isla desde el
aire y a lo lejos los barcos, muy lejos, solo eran unos puntos blancos—. Y ahora un truco de magia
—continuó Reed.
La isla desapareció.
Todos estaban sonriendo, menos yo que esperaba desintegrarme o algo parecido.
—Es un escudo que hace invisible la isla —explicó Jace.
—¿Y si se acercan?
—No lo harán, a cinco kilómetros su radar dejará de funcionar, a cuatro todos los aparatos
electrónicos y a dos el motor.
—¿Y si disparan?
—Escudo antimisil —dijo Jace.
Pues sí que lo tenía controlado.
Cinco minutos después nos echaron, a Michelle y a mí, de la reunión de guerra. Al parecer
como pensaban terminar con la amenaza no era algo que deberíamos escuchar.
Media hora más tarde estaba sentada en la cama de una habitación de invitados en ese bunker
como lo llamaba Michelle. Cogí unos papeles del escritorio y empecé a dibujar. Cinco minutos
más tarde renuncié.
Estaba intranquila y no entendía por qué. Jace me ama, Michelle no es la bruja mala del cuento,
pronto tendré mi propio taller de joyas, estaba viviendo en una isla que con presionar un botón
desaparecía. ¿Qué más podía desear?
—Un bebé —dijo Jace.
Me di la vuelta con la silla y lo vi apoyado contra la puerta.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí?
—Unos cinco minutos, así que mi madre no es una bruja.
—¿Cuándo decías que podré leer tu mente? —pregunté.
—En unos meses, pero si te quedas embarazada será mucho antes.
—No, gracias —espeté.
—¿Seguro? —preguntó Jace acercándose.
—Segurísima —dije mientras movía la silla hacia atrás.
Pero la expresión en los ojos de Jace era obvia. Quería un bebé. En los tres segundos que le
tomó llegar hasta mí tomé la decisión de cumplir su deseo. ¿Y qué si no podía abrir el taller
ahora? Tendré cientos de años para hacerlo.
Y cuando Jace me levantó de la silla no me opuse. Él era mi felicidad.
Epílogo

Dos años más tarde

—No quiero oírlo —espeté, y Jace sonrió.


—Nena, tenemos que ir. Zoey quiere verte —dijo él.
Bueno, yo no quería verla. Ni a ella ni a nadie de esta maldita isla. Dos años han pasado desde
que llegué y pensé que todo estará genial. Lo fue los primeros meses.
Abrí el taller y el problema del dinero no era un problema en absoluto. Tenía acceso ilimitado
al depósito de oro y piedras, diseñaba lo que quería y la gente venía y se lo llevaba. A veces me
pedían algo especial y otras no, pero era lo que quería hacer y era feliz.
Michelle y Reed eran los mejores suegros del mundo, a veces incluso olvidaba que eran
suegros y no padres.
Lo de mis padres era un poco más complicado. Reed no quiso dejarles salir impunes y a lo
largo de unos meses cada uno de los que sabían del secreto de la isla terminaron en la cárcel.
Keith, el padre de Elisa, fue condenado por malversación de fondos. Treinta años ya que era
dinero destinado a ayudar a los niños enfermos de cáncer.
Mi padre, cuarenta años por tráfico de drogas y personas. No quise saber más detalles, excepto
que mi madre estuvo en el banquillo junto a él.
Chad se suicidó. No pregunté si tuvo ayuda, estaba segura de que sí.
Los otros, que eran bastantes, terminaron en la cárcel o en un manicomio. No paraban de hablar
de una isla en el medio del océano donde nadie envejecía. Una verdadera locura, ¿no?
Greta fue de los que se libraron, ella era inocente. Elisa no, pero ella terminó en la calle sin un
duro en el bolsillo y sola. Su marido, Jim, pidió el divorcio después de recibir unas fotos muy
comprometedoras.
Y casualidades de la vida mi hermano, el hombre que no hizo nada bueno en toda su vida, fue
declarado inocente. Vació las cuentas de nuestros padres y se fue a vivir a un país en África, abrió
una tienda de comestibles con su novia y vivía tranquilo.
Mi relación con Jace, bueno, iba bien hasta hace unos meses cuando me di cuenta de que me
escondía algo. Ese algo era algo doloroso, yo no podía concebir. Lo intentamos un año y medio
sin conseguirlo, pero pensé que era normal. Luego por causalidad escuché hablar a dos clientas y
averigüé que si una pareja no concebía en los primeros meses nunca lo hacía.
Jace lo sabía y no me lo dijo, según él por no herir mis sentimientos. Nunca estuve loca por
convertirme en madre, pero desde que estoy con Jace deseo tener un hijo suyo. Y no pasará.
Ahora quiere llevarme al hospital y seguro que es para que Zoey me inyecté algo para subirme
el ánimo.
—Nena, confía en mí —me pidió él.
Suspiré enterrando mi rostro en su cuello y él me rodeó con sus brazos. Era una desagradecida,
lo tenía todo y aun así me quejaba. Levanté la cabeza y presioné mis labios sobre las de Jace.
—Te amo —susurré.
—Yo también te amo, pero tenemos que irnos.
—Vale.
Me dejé llevar hasta el hospital, fuimos caminado y en dos minutos estábamos ahí. Sí, había
conseguido unos mini poderes como me gustaba llamarlas. Podía llegar al otro lado de la isla
caminando en cinco minutos, podía nadar kilómetros en segundos. Pero lo que no podía era volver
sin perderme.
Lo normal era que siendo esto una isla no podría perderme, pero yo era la prueba de que sí. Al
final puse un dispositivo de localización en mi reloj, en mi anillo y en cada joya que hice para mí.
Eso solo ayudó para que me encontraran y yo tenía que esperar a ser rescatada. A Jace le
encantaba venir a mi rescate, decía que así tenía una buena excusa para faltar al trabajo.
Llegamos al hospital y subimos a la consulta de Zoey, ella no estaba para nada feliz de vernos.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—Hero es un idiota —dije ella.
Esa no era una novedad, Zoey y Hero discutían constantemente, no de mala manera. Creo que
les gustaba ya que sus peleas duraban minutos.
—Túmbate y levanta la camiseta —ordenó Zoey.
Miré la camilla extrañada, las pocas veces que estuve para el chequeo nunca me hizo
tumbarme. Pero decidí hacerlo ya que no quería estar alrededor de una Zoey enfadada.
Jace vino a mi lado y tomó mi mano. Él sabía algo. Oh, y eso de leer su mente nunca pasó. Sigo
esperando para ver lo que se le pasa por la cabeza.
Zoey se sentó en la silla, encendió una pantalla y después de cubrir mi estomago con un gel frío
puso el ecógrafo sobre mi piel.
—Vamos a ver lo que tenemos aquí —murmuró ella.
¡Jesús!
Tenía un tumor, por eso ella me estaba haciendo una ecografía. ¿No decían que nadie se
enferma aquí?
—Y no lo hacen —dijo Zoey—. Estás embarazada.
Miré a Jace.
Él me miró.
Parpadeé.
Él me sonrió.
—Vamos a tener un bebé —dijo Jace.
Se inclinó y besó mis labios.
—Uno no —interrumpió Zoey.
—¿Cómo que uno no? —preguntó Jace con el ceño fruncido.
—Trillizos, ¿a qué ha valido la pena esperar?

Tres niños.
Llevó dos días repitiendo las mismas palabras, mirando los tres puntos en las imágenes de la
ecografía. Jace está encantado, Michelle y Reed igual, Zoey es la única que parece un poco
preocupada. Era la primera vez que existía un embarazo triple en la isla. Y yo, yo estaba en shock.
—Nena, ya han llegado —dijo Jace.
Fruncí el ceño pensando en quién debería llegar y tardé unos buenos momentos en recordar.
Alice y Víctor. Los llamé ayer para darles la noticia y Víctor me dijo que algo no estaba bien con
Alice, aunque ya lo había notado. Ella no exclamó de alegría, no gritó como era habitual en ella.
Al final Jace habló con Víctor y los invitó a pasar unos días en la isla. Y ahora estaban aquí.
—¡Alice! —grité feliz al verla entrar.
Ella sonrió y me abrazó.
Algo no estaba bien. No, algo estaba mal, pero mal hasta el infierno. Ella murmuró una excusa
y fue a descansar dos minutos después de llegar.
—¿Jace? —murmuré viendo subir a Alice y Víctor a la habitación de invitados.
—¿No quieres esperar a que te cuente ella? —me preguntó Jace abrazándome.
—No, dímelo.
—Alice está embarazada y tiene miedo. Tuvo un caso difícil con abuso y maltrato infantil y no
quiere traer un niño a este mundo —dijo Jace.
—Y sabe que si se niega puede perder a Víctor.
Él la amaba, pero desde el día uno le dijo que quería niños y si ahora ella decía que no
deseaba ser madre iba a ser un problema. No tengo dudas de que se aman, pero si uno quiere hijos
y el otro no es un grave problema que puede destruir una pareja.
—No te preocupes, Keira. Todo estará bien —declaró Jace.
Sí, confio plenamente en mi marido, pero esta vez lo miré dudando. Olvidé que Jace era mi
héroe y lo recordé horas después mientras estábamos cenando los cuatro en el jardín.
Con voz tranquila les contó sobre la isla, Alice y Víctor escucharon asombrados y al final
cuando Jace les habló sobre la posibilidad de venir a vivir aquí aceptaron sin pensárselo. Se
miraron un segundo y luego gritaron los dos al mismo tiempo: ¡Sí!
Y de esa manera llegué a tener en la isla a todas las personas que amo. Era perfecto. Siete
meses después Alice dio a luz a una preciosa niña rubia, Kate.
Mi embarazo pasó de la fecha prevista de parto, de las cuarenta semanas y de las siguientes
dos. Zoey estaba nerviosa y quería practicarme una cesárea, pero Jace se negó. Él dijo que los
niños iban a nacer cuando estuvieran preparados.
Así fue, tres semanas después nacieron los primeros trillizos. Jayden, Jared y Kiara. Dos niños
y una niña. Morenos como nosotros, los chicos heredaron mis ojos y la chica los de Jace. Era una
belleza, los tres, pero la pequeña iba a traer el infierno a la isla.
Felicidad.
Lo único que había y habrá en mi vida por cientos de años.
Amor, respeto, confianza y comunicación.

Fin
Si quieren saber cuándo publicaré mi próximo libro me pueden seguir en las redes sociales o
incluso pueden unirse a mi grupo de Facebook, Los libros de Eva Alexander.

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Libros de este autor
Felices para siempre (Encontrar la felicidad #1)
Isabella se enamoró cuando tenía dieciséis, siguió amándolo mientras el salía (no era exactamente
salir) con otras mujeres.
James se perdió en los ojos atormentados de una chica demasiado joven para él. Su única opción
fue esperar el momento oportuno.
Un par de citas llevan a una boda en Las Vegas, pero no a su felices para siempre. Para llegar allí
deberán superar más de un obstáculo. ¿Lo lograrán?

Mia (Encontrar la felicidad #2)


Una historia de amor, un cliché en toda regla.
Ella. Joven, guapa, insegura y virgen. Si, virgen. Pero solo durante las primeras páginas del libro.
Luego ya no. Es casi como si no lo fuera.
Él. Joven, atractivo, dominante y rico. Si, rico. Pero si ignoras el coche de dos millones de
dólares y el avión privado, casi podrás imaginar que es un pobre empresario.
Mia tiene un solo propósito en la vida: ser la esposa de Zein.
Zein también tiene uno: gobernar su país cuando su padre abandoné el poder.
Ella lleva años tratando de seducirlo y él lleva el mismo tiempo ignorando sus avances.
Y como en cualquier historia de amor hay una tragedia, que tampoco es una tragedia con
mayúsculas, solo algo para que les haga ver lo que de verdad importa en la vida.
¿Qué más hay?
Tenemos a otro hombre que le quiere reparar el corazón roto a Mia, una ex prometida de Zein. Y
algún que otro intento de secuestro y un poco más.

Sueño de felicidad (Encontrar la felicidad #3)


Ava es una mujer fuerte e independiente.
Pablo, otro hombre rico (lo sé, pero ¿qué puedo decir? Me encantan las novelas románticas
cliché).
¿Dónde estábamos? Ella lo odia, él la odia a ella. Pero en realidad los dos se mueren por estar
juntos. Pasan una noche juntos y luego él arruina todo. Y luego ella lo hace. Y luego él de nuevo.
Montones y montones de líos, secretos e incluso una sorpresa del pasado, los acerca y los hace
luchar por su amor.
¿Lo logrará Pablo? ¿Obtendrá el amor de su vida como lo hicieron sus hermanas?
¿Ava será lo suficientemente fuerte como para permitirse amarlo?

Ayala (Encontrar la felicidad #4)


Ayala tiene un don y ese don le dijo desde el primer momento que Linc era el hombre de su vida.
Durante tres meses tuvo razón. Después, las mentiras y secretos los separaron.
Dos años después decide empezar de nuevo, un nuevo trabajo y una nueva ciudad. Y adivina quién
es el sheriff de esa ciudad.
Se reencuentran y los secretos salen a la luz, pero el destino no quiere ponérselo tan fácil y cuando
alguien amenaza a Ayala, Linc está ahí para protegerla.
Tienen que perdonar, olvidar los errores del pasado y luchar para encontrar la felicidad.

El cuento de Evie (Encontrar la felicidad #5)


Namir es un hombre acostumbrado a ser libre, a disfrutar de la vida hasta que su tío le ofrece la
oportunidad de su vida, pero hay una condición.
Necesita una esposa.
Evie ha tenido una vida difícil y cuando pensó que todo estaba bien, su familia le recordó que se
necesitaba mucho más que una carrera para deshacerse de ellos.
Necesita escapar de su familia.
La solución perfecta para ambos es el matrimonio.
¿Qué puede ir mal?
Bueno, casi todo.
Como en cualquier cuento, hay brujas y dragones que matar antes de vivir felices para siempre,
hay atracción, hay mentiras. ¿Ganará el amor?

Simplemente Eva (Encontrar la felicidad #6)


Eva y Vladimir.
Ella tuvo un sueño y lo vio. Lleva años esperando por ese hombre capaz de quitarle el aliento con
solo una mirada.
Él la vio a través de la mira de su rifle. Lleva años esperando que ella crezca para poder hacerla
suya.
Llega el momento esperado, pero ni Eva ni Vladimir son capaces de hacerlo bien. Ella es muy
cabezota y él muy protector.
Organizaciones criminales, intentos de asesinato, fantasmas del pasado y corazones rotos harán de
esta historia una novela que te atrapará, el final digno de la serie Encontrar la felicidad.

El hombre perfecto (El pacto #1)


Colin está feliz con su vida de soltero. Tiene su trabajo y a su familia, en el amor no he la ido muy
bien y renunció a la idea de encontrar a una mujer con la que podría pasar su vida. Cada mañana
su chofer lo deja en la misma cafetería para comprarse un café, aunque su secretaria ya tiene uno
esperándolo. Y todo por verla a ella, la morena deslumbrante que nunca recuerda cómo le gusta el
café.

Olivia busca a un hombre guapo, divertido y que le haga sentir mariposas. Y tiene un posible
candidato, pero lo único que consigue de él es un gracias y una mirada distante.
Y ella cada mañana olvida hasta su nombre cuando el aparece.
Los dos tratan de ignorar la atracción que sienten. Durante días, durante meses.
La situación cambia con un traje manchado de café y un despido.
Añade unos intentos de secuestro, una hermana malvada o no, un pacto entre cuatro mujeres y
tienes una historia que te atrapará.
El pacto
Cuatro mujeres que amaban al mismo hombre. Cuatro mujeres encarceladas por el mismo hombre.
Cuatro mujeres decididas a reconstruir sus vidas.
Olivia tiene todo lo que siempre ha querido en su vida y todo lo que tiene que hacer es ser feliz
con su hombre perfecto. Su historia es El hombre perfecto.
En las siguientes novelas seguiremos los pasos de Sam, Liz y Sarah hacia el cumplimiento de sus
sueños.
Sam dice que no necesita nada, pero las otras tres mujeres le mostrarán que está equivocada.
Liz sabe lo que quiere y hará cualquier cosa para conseguirlo. El chantaje, el secuestro, la
seducción, todo para tener el anillo de John Ryder Brown en su dedo. Y a él en su vida para
siempre.
Sarah ... luchará para recuperar la casa de su abuela y lo hará contra su familia y contra el hombre
que hace temblar sus rodillas con solo una mirada.

Cumplir un sueño
Lidia pensaba que había encontrado el amor de su vida, que era una mujer con un matrimonio
feliz. Entonces llegó su marido con los papeles del divorcio y le demostró que todo era un
espejismo. Y se convenció de que envejecería sola.
Gareth sabía que la vida no podría ser mejor. Tenía dos hijos mayores, era un abogado exitoso y la
atención de las mujeres nunca le había faltado.
Pero entonces, una cadena de errores lo cambia todo.
Tres, ni más ni menos. Tres errores los unen para siempre. Pero, de nuevo, la vida nunca es fácil y
tendrán que pelear con una hija malcriada y celosa, con cambios hormonales y muchos
malentendidos. Y no debemos olvidar el secuestro.
En fin... para que los sueños se hagan realidad, tienes que luchar y creer. ¿Lo harán? ¿Lidia
conseguirá cumplir su sueño?

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