Aec4 Eib Andino Secundaria 5 Experiencia4 Recurso1 2

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EXPERIENCIA DE APRENDIZAJE 4 | ACTIVIDAD 1 | VII CICLO

5.° grado
RECURSO 1
RECURSO 1
La cultura de crianza: comida y
biodiversidad eny biodiversidad
La cultura de crianza: comida el mundo andino
en el mundo andino

Este es un ejemplo de la crianza de la comida:

En los Andes, la comida es vivenciada como una persona que cría a los humanos, mientras es también
criada por estos. El término kawsay, en quechua ayacuchano, es otro nombre que se le da a la semilla en
cuanto es percibida como una persona que propicia la regeneración de la vida de los runas. Como dice
don Dámaso Mendoza Galindo de Quispillacta:

«Todo producto es kawsay, es nuestra vida, si no fuera así no viviríamos... Un kawsay es igualito que
nosotros, por eso le llamamos kawsay, está vivo (kawsachkanmiki) y nosotros también vivimos con ellos
(paywanmi Kawsanchik)» Machaca M. 1996: 118-119.

En otro sentido, los aymaras consideran que la vida es un tejido y la comida la trama (qepa) del tejido. La
qepa es —como dice Walter Chambi— «el que da cuerpo y forma a la vida». (Chambi, W. 1999:1). De este
modo, la comida es una persona equivalente a los humanos, que se halla en la base misma del tejido de
la vida; es Mama kawsay, madre vida y generadora de vida (Carrillo, P. 1998:141). Si es madre vida, no
puede restringirse solo a los miembros de la comunidad humana, sino a todo cuanto existe. Cada miembro
de la colectividad natural tiene su comida, en particular la deidad Pachamama, la madre de todo cuanto
existe. Como nos informa don Santos Vilca, de Conima, Puno:

«La kusa siempre ha sido la chuwa de la Pachamama, es su buen alimento, así siempre había sido desde
antes... El llampu o untu para la chacra es su fuerza, con esto renueva sus fuerzas... nuestros uywiris
—deidades— nos atienden, nos dan ropa, nos despiojan y ellos, ¿con qué también van a criar, van a vestir
a sus hijos?, por eso, debemos darles alimentos, ayudarles para que críen a sus hijos». (Chambi N. et al.
1998:64).

En las instituciones oficiales vinculadas a la salud, la noción de comida está asociada a una visión analítica
de los alimentos. La comida se reduce a proteínas, grasas, hidratos de carbono y vitaminas, entre otros
aspectos. Se separa así, el origen y las maneras de producir la comida, su preparación, las modalidades de
comer, y las cosmovisiones que les confieren un sentido particular; de aspectos cuantitativos y universales
de la nutrición humana, estableciéndose unidades de medida que funcionan a manera de indicadores del
bienestar. Se es mal alimentado si se está por debajo de estos indicadores promedio 3200 calorías por
día, e hiperalimentados si se está por encima de ellos. Predomina en los medios oficiales, una visión
objetiva y racional de la comida y poco importan las culturas alimentarias específicas en las que los
estándares de lo que significa comer bien, varían de cultura a cultura.

Existen culturas de productos, como la papa, el pescado, la yuca, el maíz, la leche, el arroz, etc., alrededor
de los cuales giran los demás componentes de la comida. La dieta adecuada de un pueblo, puede significar
insuficiencia o incluso puede ser dañina para otro. Es el caso de la ingesta de leche en culturas que no
tienen en la leche animal su fuente principal de alimento. Hay pues estómagos y estómagos (estómagos
interculturales). No hay un estómago universal. El estómago universal o más bien global, es parte y
creación del mercado mundial de alimentos.

Estos «estómagos culturales», para el caso andino, funcionan de modo diferente en las áreas rurales y en
las urbanas. Mientras que, en las primeras, se hallan bastante bien sintonizadas con los ciclos agrícolas y
lo que la propia naturaleza les brinda, en las urbanas donde el mercado coloca alimentos al margen de las
condiciones locales de producción, el estómago se acostumbra a una dieta promedio global asociada al
funcionamiento del mercado mundial de alimentos.

Así, en el Perú, el estómago urbano se ha venido articulando al mercado mundial de alimentos a base de
trigo, arroz, leche y grasas. El consumo urbano de papas, maíz amiláceos y frijoles ha variado en sentido
negativo en las últimas décadas (Grillo, 1989:135) mientras las culturas rurales siguen, a pesar de la

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penetración de sustitutos, todavía en grado importante sincronizadas con las oscilaciones de la diversidad
productiva de la chacra y de la naturaleza como del ciclo ritual y festivo.

Esta empatía de los pueblos andinos con su entorno, hace que en unos momentos se consuma más de
unos productos que de otros. Existen circunstancias donde se come de modo abundante y con un
sibaritismo consumado; "hasta el cuello", diría Marcela Machaca de Quispillacta, y el estómago soporta
bien; mientras en otras circunstancias —muchuy tiempo— el consumo se reduce a límites tolerables.
Como dicen don Benigno Álvarez y su esposa de Pucara, Puno.

«Ayaros -quinua silvestre- eso hasta nuestros padres nos hacían comer cuando no había cosecha, el Jipi
mezclado con mamaqaiñiwa se hacía tunta, eso lo molían y nos hacían comer. Esos años eran de muchuy,
al molido le echaban un poco de harina (puyuycusqa) con un poco de cal. No había chacras... Ahora tengo
cuarenta años, esos tiempos no alcanzaba, no teníamos para comer. Comíamos Jataqu (hat’aqu), mi
mama nos hacía comer eso porque no había quinua, qañiwa, también comíamos qapasu diciendo que
esto es ruqipapa, eso raspábamos...» (Savia Andina, 1999:1 76).

Pero, aún en estos casos, los alimentos son variados, la diversidad que se manifiesta a lo largo de todo el
año. En años «normales», cualquier familia campesina en los Andes produce más de una docena de
variedades de papa, habiendo quienes llegan hasta cincuenta, para citar solo un cultivo. El estómago rural,
se adapta bien a los turnos de las fuentes de oferta de alimentos en los que el signo es la variabilidad y no
la monotonía. De otro lado, ningún año es semejante a otro, de modo que la oferta alimenticia varía
también de año a año. Así, hay años de papa, mientras otros son de granos. En la visión andina, los
alimentos son personas que pasan turnos para alimentar a los runas (humanos). Pérez Baca nos brinda al
respecto el siguiente testimonio de un campesino cuzqueño:

«La planta de nabo, es una madre que nos cría durante los meses de carencia, cuando no hay cosechas
en el Jatun puquy (época de lluvias intensas). Junto con el arac papa son los únicos que mantienen y
satisfacen el hambre de los hombres. Durante la fiesta de la Virgen Purificación, que es el 2 de febrero,
una virgen vestida de amarillo que es la Mamacha Nabo o yuyu se retira bailando y cantando una canción
muy triste, diciéndole a los otros cultivos que su misión está ya cumplida; que se acabó el hambre de
todos los hombres del ayllu, que ahora les toca a ellos cuidar a esos q’ara wiksas o q’ala wiksas (en
quechua: barriga pelada, vacía). Por eso, a partir de este día el nabo empieza a desaparecer y pierde su
sabor y gusto porque ya existen otros productos que nos alimentarán. Con las primeras cosechas tenemos
comida nueva. Cuando ya está cerca la fiesta de los carnavales todos hacen el chaqu de todos los
productos nuevos de la chacra; con fiesta le hacemos, besando a los nuevos frutos, con cariño
agradeciendo a la Pachamama por la mikhuna (comida) que nos brinda» (Pérez Baca, L. 1996:66).

Así en unos casos, la oferta viene de la chacra, mientras en otros viene de la naturaleza (praderas,
bosques, ríos, lagos). En otras circunstancias el alimento viene de fuera de la chacra, sea por mecanismos
—de trueque, mercado—, o por migraciones estacionales. Oficialmente, estas sintonizaciones
alimentarias entre humanos y naturaleza que derivan en consumos cambiantes son apreciadas como
ignorancia y «malos hábitos de consumo» (Solorio y Revilla, 1992: 21).

Esta variedad de alimentos, llega acrecentada a la mesa con la diversidad de formas de preparación que
hace, por ejemplo, que la papa cuya conocida variabilidad: harinosas de cocción rápida y lenta, imillas,
amargas, aguanosas (ver: Espillico, P. 1998), brindan ya una gama heterogénea de sabores, llegan —en el
exquisito fogón campesino— a límites extremos de sabor, cuando ella es preparada para las distintas
festividades. Es como la yuca o el plátano para los selváticos, la raíz de una singular y variada culinaria
cultural. De otro lado, es sabido que el alimento de la tierra conserva sus aromas y olores chacareros
cuando llega a la mesa. Estos varían de fresco, recién cosechado, ha guardado cuando es almacenado.
Para cada ocasión existe una gama de preparados. Y en cada caso, el aliño campesino añadido no llega a
matar el sabor ni, por cierto, a crear uno nuevo. Hay tal finura en la elaboración de la comida que hace
del aliño un acompañante adecuado que está allí para acentuar o limar la aspereza, la calidez o la frescura
de un alimento. En un estudio sobre la comida en el altiplano juliaqueño, Vokral comenta lo siguiente:

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«En el sistema cálido/frío, no solo se encuentran clasificados los alimentos sino también las plantas,
animales, fenómenos naturales, enfermedades, comidas, etc. la clasificación de las comidas depende de
los ingredientes, especies y del proceso de preparación. Mientras más los alimentos a preparase estén
expuestos al calor, más cambian sus características originales. Al cocinarse no se cambian sus
características ya que equilibradamente se añaden a las comidas ingredientes secos (p. ej., chuno) y
frescos como hierbas...» (Vokral, 1991:291).

Las hierbas y los aderezos no están para pervertir los sabores de la naturaleza, sino para sintonizar la vida
de acuerdo a la variación del ciclo agroclimático particular de una región. En la cocina moderna, el aliño
crea el sabor (artificial), y su uso deriva en una técnica culinaria expresada en manuales que homogenizan
sabores en todo tiempo y espacio. Está allí para suplir las carencias de olor y sabor de los alimentos
creados por la agroindustria y el mercado mundial de alimentos, creadores de la ya planetaria escasez
alimentaria.

La cocina campesina misma es un espacio ritual de amparo y afecto. El fogón no es simplemente un


instrumento o medio para cocinar. En la visión de los aymaras el fogón es una deidad, es la qheri awicha.
Como nos amplía Paulina Espillino, de la asociación Paqalqu:

«La cocina es uno de los ambientes de mayor importancia para la familia campesina, porque allí está la
deidad más importante, cual es la qheri awicha (fogón). Esta es considerada como la abuela que nos
alimenta y esta vigilante de nuestras acciones. En su elaboración (construcción) se deposita el aytu que
consiste en coca, untu, azúcar; pidiendo que nos ayude en la cocción de los alimentos y sea beneficioso
para los miembros de la familia. Cada cierto tiempo, se le agradece dándole de comer lo que más le
apetece que es el auqa jinchu (aurículas del corazón) cada vez que se degüella ovino, alpaca o llama»
(Espillico, P. 1998:8).

Cuando la comida se reduce analíticamente a componentes de la dieta, los factores subjetivos, como el
ambiente, el afecto, la solidaridad, el respeto por la comida, la gratitud a quienes las hacen posible, se
desdibuja totalmente, e incluso llegan a ser factores perturbadores. Se impone la pulcritud, el orden, el
tiempo preciso y la soledad. La comida rápida, uniformizada y pasteurizada viene a constituirse en el
modelo a producir. La propaganda enajena a la familia de la peculiaridad, homogenizando gustos, sabores
y olores. La comida y el hogar devienen de algo íntimo y familiar a ser espacios de extensión del mercado
mundial de alimentos, en donde ya no se sabe a ciencia cierta qué es lo que se come. Como afirma Octavio
Paz:

«Nadie sabe, qué es lo que come cuando abre una lata o un paquete de comida prefabricada. la
desenvoltura de la industria es asombrosa; no lo es menos su impunidad. Viola los antiguos tabúes
alimenticios, mezcla las substancias, usa más de 3000 aditivos y compuestos químicos, da gato por liebre
y todo esto no en beneficio del gusto o de la salud sino como un negocio colosal…» (Paz, O. 1996:88).

Despojada la comida de sus atributos cualitativos, el comer, en cualquier circunstancia, deriva en un frío
acto individual o de la familia nuclear cada vez más pequeña. Para el caso, poco importa si comen otras
familias o la comunidad, menos la naturaleza u otros elementos del cosmos. El alimento viene a ser un
medio para cumplir el fin de estar físicamente sano y apto para el trabajo. La comida así, es altamente
racionalizada, cosificada, sin valor en sí misma, sino en cuanto satisface una necesidad definida en
términos del mantenimiento del organismo máquina. En los medios rurales, importa que coma la familia,
pero también la comunidad. La salud de todos los componentes, incluso de la comida misma es lo
importante.

Grimaldo Rengifo Vásquez

Para ampliar la información, podemos leer el siguiente libro: Comida y biodiversidad en el mundo andino
(Proyecto Andino de Tecnologías Campesinas [Pratec], 2000). http://www.pratec.org/wpress/pdfs-
pratec/comida-y-biodiversidad-en-el-mundo-andino.pdf

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