Criar Con Salud Mental

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SELLO Paidós

COLECCIÓN Divulgación
FORMATO 15,5 x 23,3 cm.
Una crianza Rústica con solapas
más sana SERVICIO
Otros títulos de la colección: y con sentido La doctora María Velasco Ghisleri es psi-
quiatra licenciada en Medicina y Cirugía,
La causa de los adolescentes
es posible y especialista en psicoterapia. Trabaja
PRUEBA DIGITAL
VÁLIDA COMO PRUEBA DE COLOR
Françoise Dolto desde hace dieciséis años como psiquia- EXCEPTO TINTAS DIRECTAS, STAMPINGS, ETC.
tra infanto-juvenil en el Hospital Ramón
Los bebés y sus madres y Cajal de Madrid y su labor profesional DISEÑO 02-05-2023 Marga
Donald W. Winnicott se centra en atender a los menores cuan-
do presentan un sufrimiento psíquico. EDICIÓN
El valor de cuidar La doctora María Velasco, Todos estos años de ejercicio de su pro-
Mª Ángeles Jové Pons la psiquiatra y psicoterapeuta fesión, así como de formación intensiva,
y Andrea Zambrano Calzado especialista en niños y la han ayudado a acercarse desde distin- CARACTERÍSTICAS

Criar con salud mental


adolescentes más conocida tas perspectivas a la infancia y sus proble-
Niños sin etiquetas dentro y fuera de las redes, mas, y a la realidad de la crianza de las IMPRESIÓN 4/0

Alberto Soler nos propone un libro para madres y de los padres y a comprender
y Concepción Roger ayudar a madres y padres a que el verdadero reto está en la preven-
criar a sus hijos de una ción de los trastornos mentales.
Por favor, ayúdame a vivir manera saludable mientras PAPEL
Jeanne Siaud-Facchin cuidan de su salud mental. Su pasión por la profesión la ha llevado
a compaginar su labor asistencial en la PLASTIFICADO Mate

Criar con salud mental es una mirada crítica a la sociedad actual, que consulta con colaboraciones en progra-
mas de televisión y de radio. Actualmente UVI Brillo
limita y muchas veces impide la crianza invadiendo la infancia y
la adolescencia, a la vez que es un texto esperanzador que muestra a es colaboradora habitual en «El progra-
ma de Ana Rosa», de Telecinco. Además, TROQUEL
los padres y las madres que una crianza serena y feliz es posible.
Un manual imprescindible para madres y padres. la doctora Velasco imparte conferencias
y desarrolla un importante papel de di- BAJORRELIEVE

En esta obra, la doctora Velasco nos acompaña en la difícil y fasci- vulgación y prevención en redes socia-
STAMPING
nante tarea de criar a nuestros hijos y responde a preguntas como: les a través de su cuenta de Instagram
¿qué es ser padre y madre?, ¿qué es la crianza?, ¿qué necesidades @DraMariaVelasco.
FAJA Tintas: 4 / 0
tienen nuestros hijos?, ¿por qué los menores y los adolescentes expre- Plastificado: Mate
san tanto sufrimiento?, ¿por qué la crianza actual produce ansiedad y
depresión?, ¿por qué nuestros hijos se enfrentan a una infancia y una
adolescencia más difícil?, ¿cómo lograr que se conviertan en adultos
GUARDAS
mentalmente sanos?, ¿qué es la felicidad de nuestros hijos?
INSTRUCCIONES ESPECIALES
En definitiva, nos encontramos ante un texto lleno de lúcidas reflexio-
nes e ideas que ayudará a los padres y las madres a cuidar de su mayor
regalo: el amor incondicional de sus hijos.

PVP 21,00 € 10324001

PAIDÓS Divulgación Diseño e ilustración de la cubierta: © Chuwi García,


Agencia WeJazz
www.paidos.com Adaptación del diseño original: Planeta Arte & Diseño
www.planetadelibros.com PAIDÓS Fotografía de la autora: © Belén Martí Junco

C_Criar con salud mental.indd 1 2/5/23 15:54


23mm
1ª edición, junio de 2023

La lectura abre horizontes, iguala oportunidades y construye una sociedad mejor. La propiedad
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© María Velasco Ghisleri, 2023

© de todas las ediciones en castellano,


Editorial Planeta, S. A., 2023
Avda. Diagonal, 662-664
08034 Barcelona, España

Paidós es un sello editorial de Editorial Planeta, S. A.


www.paidos.com
www.planetadelibros.com

Maquetación: Sacajugo.com
Ilustraciones: Freepick.com y Agencia WeJazz

ISBN: 978-84-493-4104-5
Depósito legal: B. 9.080-2023
Impresión y encuadernación en Huertas Industrias Gráficas, S. A.

Impreso en España – Printed in Spain


Sumario
Prólogo de Dra. Lucía Galán Bertrand.............................................. 11
Introducción....................................................................................... 15

Parte 1. Aclarando ideas 23


1.  ¿Qué es un niño? ¿Qué es la infancia?
¿Por qué es tan importante?............................................... 25
2.  ¿Qué es ser madre y padre? ................................................. 49
3.  ¿Qué necesitamos para ser madres y padres
«suficientemente buenos»?.................................................. 75

Parte 2. Por una crianza con sentido 97


4.  Los padres más perdidos de la historia................................ 99
5.  La crianza y sus diferentes modelos..................................... 119

Parte 3. Aprender a educar sin invadir 147


6.  La infancia precoz. La importancia de los comienzos.......... 149
7.  La infancia............................................................................. 173
8.  La latencia.............................................................................. 205
9.  La pubertad y la adolescencia............................................... 235

Parte 4. Los tiempos difíciles del siglo xxi 265


10. La infancia y la adolescencia más difíciles........................... 267
11. Identidad, sexualidad y género en la infancia...................... 303
12. La escuela y sus problemas................................................... 343

Epílogo. La infancia es un tema de todos ......................................... 369


Bibliografía......................................................................................... 389
Agradecimientos................................................................................. 395
Capítulo 1

¿Qué es un niño?
¿Qué es la infancia?
¿Por qué es tan importante?
Si existe para la humanidad una esperanza de salvación y
ayuda, esta no podrá venir más que del niño, porque en él
se construye al hombre.
Maria Montessori

Un niño no es un proyecto de adulto, sino que un adulto


es lo que queda del niño.
Ana María Matute

Desde hace miles de años, los seres humanos evolucionamos sin freno,
en una carrera darwiniana que garantiza que nuestra especie no solo
no se extinga, sino que, gracias a un proceso transgeneracional, haya
podido habitar y dominar al resto del mundo animal.
Gracias a esta enorme evolución, nos hemos vuelto más hábiles
y resistentes, más inteligentes y longevos y somos capaces de sortear,
muchas veces con éxito, los miles de obstáculos de toda índole con los
que nos encontramos cada día al despertar.
Aprendimos a cobijarnos construyendo casas, elaborando prendas
de abrigo y dominando el fuego. Aprendimos a defendernos no solo de
los grandes depredadores, de las lluvias torrenciales y de las angustiosas
sequías, sino también de las pequeñas bacterias y los invisibles virus
que arrasaban pueblos enteros sin que nadie viera la amenaza llegar.
26 • CRIAR CON SALUD MENTAL

Aprendimos a alimentarnos mejor, perfeccionando las técnicas y uten-


silios de caza, dominando los cultivos e innovando maneras culinarias
que hoy son fuente de inspiración.
Comprendimos que vivir en grupo nos hacía más fuertes, nos per-
mitía conseguir más cosas y nos ayudaba a sobrevivir mejor. Desarrolla-
mos la medicina, la ciencia, la filosofía, el arte y la industria y creamos
de la nada la civilización en la que vivimos hoy.
Pero, de todos los cambios que los seres humanos hemos experi-
mentado a largo de nuestra breve historia, hay uno que es clave y deci-
sivo para comprender lo que nos ha permitido evolucionar tanto como
especie: el momento en que nuestro ancestro el Homo, hace cuatro mi-
llones de años, se irguió y comenzó a caminar sostenido, solamente,
por sus pies.
Este milagro evolutivo nos permitió no solo liberar nuestras manos,
que se convirtieron en hábiles herramientas, correr más rápido y ver el
mundo desde una nueva perspectiva. Sino también, obligó a la mujer
a parir a sus bebés antes de tiempo, en un estado de inmadurez neuro-
lógica que les permitía atravesar una pelvis, ahora mucho más estrecha,
que es la que hace posible que la mujer pueda ponerse en pie, caminar
y correr.
Si observamos la naturaleza que nos rodea, vemos que los elegan-
tes caballos, los increíbles elefantes y los inteligentes y alegres delfines
paren crías que a los pocos minutos de nacer ven, se levantan y em-
piezan a caminar o a nadar. Sin embargo, cuando nacemos nosotros,
tardamos un mes en ver con claridad, seis meses en poder sentarnos,
siete meses en poder coger con la mano un juguete, un año en poder
sostenernos erguidos y comenzar a caminar y dos años en hablar y
correr con soltura. Llegamos al mundo completamente vulnerables
y dependientes de los cuidados de los demás, siendo inmensamente
sensibles a todo lo que nos sucede en la infancia. Pero esta inmadurez
cerebral con la que nacemos, que supone una evidente desventaja para
la supervivencia individual, con respecto a otras especies, es el secreto
de la enorme evolución del ser humano, ya que esa misma plasticidad
e inmadurez también nos ha permitido desarrollar y transmitir las
impresionantes capacidades que subyacen en los profundos cambios
en nuestra especie.
Aclarando ideas • 27

El secreto de la evolución humana

Para que podamos comprender mejor de lo que estamos hablando,


podríamos dividir las estructuras y las funciones del sistema nervioso
en dos. Una, más primitiva, la compartimos con el resto de los seres
vivos de este bello planeta y tiene que ver con la supervivencia. Modu-
la el ritmo de la respiración y el latido cardíaco. El sueño, la digestión
y la temperatura corporal. Nos hace gritar de miedo o tiritar de frío,
reconocer el alimento, apartar la mano si nos hacemos daño o cerrar
los ojos si nos deslumbra la claridad. Estas funciones están localizadas
en las partes más primitivas e inferiores anatómicamente hablando del
sistema nervioso y están ya presentes y funcionando en el momento
en que nos pare nuestra mamá. Estas funciones son integradas y coor-
dinadas entre ellas en zonas más superiores del cerebro, el órgano más
complejo y desconocido del organismo. Al cerebro le llegan todas las
señales que recogemos del entorno a través de los órganos de los senti-
dos y, también, la información que se genera en nuestro interior, tanto
de los distintos órganos como del sistema endocrino e inmunológico.
En el cerebro se integra toda la información recibida y se elaboran las
respuestas necesarias, que nos mantienen conectados y adaptados a lo
que nos rodea en un equilibrio dinámico al que llamamos salud.
Pero el cerebro no solo recibe e integra la información y responde,
sino que también tiene sus propias funciones. Las funciones mentales
que, aunque innatas, necesitamos que otras personas nos ayuden a de-
sarrollar.
Nos referimos a capacidades tan diversas como el lenguaje, el modo
y la forma de comunicarnos y reconocer lo que nos rodea, de dar sen-
tido a las contrariedades y adaptarnos (capacidad de frustración), de
hallar soluciones a las dificultades con las que nos encontramos, de
sonreír y de llorar, de jugar y disfrutar y de vivir las cosas con humor
y serenidad. De crear música, arte o tecnología. De aprender de lo que
nos sucede, de prestar atención a los estímulos y poderlos discriminar.
De hacernos preguntas, buscar respuestas, encontrar porqués y nece-
sitar de un más allá. De desarrollar el concepto que tenemos de noso-
tros mismos (identidad), darnos un valor (autoestima) y comprender
y aceptar el lugar que ocupamos en este mundo y en la vida de los
28 • CRIAR CON SALUD MENTAL

demás. De la manera en que nos defendemos de las cosas que nos da-
ñan (defensas). De recordar y anhelar; temer y soñar. De resistir y cre-
cer ante situaciones complicadas (resiliencia), de los valores y la ética
que mueve y sostiene nuestros pasos, de poder reconocer y compren-
der las necesidades de otras personas (mentalización) y de ser capaces
de sentir lo que sienten los demás (empatía). De necesitar conectar y
ser escuchados, mirados y comprendidos; de necesitar ser abrazados y
abrazar; ser amados y amar.
En definitiva, en el cerebro se encuentran los rasgos y necesidades
que nos definen…, y todo lo que somos en realidad.
Todas estas capacidades mentales y emocionales tienen como
objetivo fundamental habilitarnos para sobrevivir. Y eso implica po-
der vivir en sociedad (familia, clan, grupo…). Somos seres sociales,
es algo que nos define como especie y necesitamos por naturaleza
formar parte de un grupo que nos sustente, nos dé sentido y nos
aporte dignidad.
Todas las capacidades mentales están presentes cuando nacemos,
pero necesitan ser activadas y desarrolladas por quienes nos cuidan
y acompañan en la infancia, sin los cuales no lograríamos sobrevivir,
hablando simbólica y literalmente.

Somos mucho más que nuestros genes

Cuando nacemos, lo hacemos con un sistema nervioso que está


completo en su estructura, es decir, anatómicamente ya constituido por
los cien mil millones de neuronas y el billón de diferentes células que
lo conforman y que contienen las distintas estructuras y áreas especia-
lizadas, donde se encuentran las capacidades que son la base de lo que
somos. Esas estructuras van a ser activadas, esculpidas y modeladas me-
diante fases de proliferación y poda de las conexiones interneuronales,
mediadas por la interacción de unos genes que se expresan y de unos
estímulos que, como hacía el cincel de Miguel Ángel en el mármol, es-
culpen y dan forma al cerebro individual de cada ser humano.
Los genes no solo son un legado de nuestros padres, sino de todas
las generaciones que los precedieron. Y para comprender la interacción
Aclarando ideas • 29

dinámica entre nuestros genes y los factores y circunstancias que nos


rodean y que van a ser esos golpes de cincel que nos esculpen y dan
forma, comencemos con una breve historia que suelo contar a mis pa-
cientes, los grandes y los chicos, para explicarles los increíbles avances
de las neurociencias.
Supongamos que cada uno de nosotros estamos hechos de un ma-
terial. Unos nacen siendo de hierro y otros de un transparente cristal.
Algunos somos madera de olivo y otros de un bello mármol rosado
de la Italia más septentrional. Este es el material con el que cada uno de
nosotros está hecho, condicionado por el legado genético de nuestros
ancestros y que va a ser moldeado y esculpido, como si de una figura se
tratara, dando lugar a la persona irrepetible en la que nos vamos convir-
tiendo al ir creciendo y madurando. Esos golpes de cincel podrán hacer
que un material inicialmente frágil se convierta en una escultura bella
y resistente o, por el contrario, que un exclusivo bloque de un hermoso
material acabe siendo una figura que no tenga sentido o enormemente
frágil que, finalmente, se rompa con la suave brisa que se despierta al
llegar el verano.
Pero ¿todo lo que nos sucede talla, esculpe y da forma al cerebro?
¿Todo lo que nos rodea nos define y condiciona? Lo cierto es que sí.
Nos definen y condicionan tanto las cosas positivas como las negativas;
lo que nos sucede en el cuerpo, en la relación con los demás y con el
mundo; las necesidades que tenemos cubiertas y las que no; lo que
nos sobra y lo que nos falta; lo que nos hacen sentir y lo que no expe-
rimentamos nunca; lo que podemos asumir y lo que nos sobrepasa…
Todo lo que nos sucede y rodea en la infancia y en la adolescencia va
«esculpiéndonos» hasta convertirnos en quienes somos. Sin embargo,
no todo lo que nos pasa deja en nosotros una huella de la misma mag-
nitud.
Distinguir qué es lo verdaderamente importante y comprender
qué situaciones, necesidades, vivencias, acciones y miradas son deter-
minantes en la crianza de los hijos es una cuestión de enorme relevan-
cia para las madres y los padres, quienes, sin embargo, han de aceptar
sus propias limitaciones de tiempo, fuerzas y capacidad a fin de ejercer,
desde la serenidad y no desde la culpa, su papel decisivo en la manera
y la dirección en la que se desarrollan sus hijos.
30 • CRIAR CON SALUD MENTAL

A lo largo de este libro, reflexionaremos juntos sobre cómo merece


la pena invertir nuestros recursos y energía para que nuestras hijas e
hijos crezcan con la mayor salud mental posible, base inequívoca de lo
que llamamos felicidad.
Esto es importante hoy más que nunca.
Muchos padres y madres acuden a la consulta angustiados y sin-
tiéndose sobrepasados e invadidos por la culpa infinita que sienten por
hacer, a veces, las cosas «mal».

Recuerdo la madre de un niño de cuatro años que vino a la consulta con


una coleta medio deshecha, los calcetines desparejados y un bolso que parecía
un kit de supervivencia —llevaba toallitas húmedas, caramelos, un coche de
juguete y un playmobil, tiritas, agua, un plátano, envoltorios de galletas usados,
un par de lápices de colores, alguna hoja llena de garabatos y unos cuantos
clínex a medio usar. Esta madre me contó con la voz entrecortada y los ojos
brillantes por unas incipientes lágrimas que no acababan de resbalar por sus
pálidas mejillas:
Me siento fatal conmigo misma porque a veces grito a mi hijo y tengo mie-
do de traumatizarlo, de hacerle mucho daño… Pero es que hay veces que estoy
tan cansada, tan agobiada por las cosas de la casa, del trabajo, de mis hijos y de
tantas cosas que atender y solucionar…
Por la mañana estoy mejor, pero llega la tarde y entonces le pido al niño
que se duche, pero él sigue jugando o me dice que no. Se lo pido muchas veces y
de buenas maneras. Le explico que es importante, que se hace tarde y que tene-
mos que cenar…, ¡que estoy cansada!, pero no me hace caso y al final le acabo
pegando un grito para que me obedezca. Y lo hace, pero entonces yo me siento
muy muy mal. Me siento mala madre. Mala persona. Tengo mucho miedo de
que ese grito lo traumatice y me lleno de culpa. Así que le pido perdón por los
gritos y vuelta a empezar. Estoy agotada y así un día tras otro, me desespero
cada vez antes por no saber cómo actuar…

Esta mujer joven acudía a la consulta para saber si su hijo tenía un


problema, porque era un niño con carácter y muy vital. Y ella, perdida
entre tanta información de la que hoy disponemos, no sabía cómo ejer-
Aclarando ideas • 31

cer su maternidad. Esta situación es la cotidiana de muchas madres y


muchos padres. La analizaremos desde distintas perspectivas a lo largo
del libro, pero ahora nos sirve de ejemplo para comenzar a preguntar-
nos qué es un estímulo y cómo debe ser dicho estímulo para tener la
capacidad de «traumatizar», modificar o condicionar el desarrollo del
funcionamiento cerebral de los hijos. Es decir, su personalidad y su ca-
pacidad para vivir con más o menos salud mental.
Un estímulo es cualquier información que llega al cerebro. Hay es-
tímulos internos, como los sueños, los recuerdos, las sensaciones físicas,
los cambios endocrinos e inmunológicos, las emociones y los pensa-
mientos y hay estímulos externos, como la mirada de las personas con
las que nos cruzamos, la música que se escapa por un callejón, la luz do-
rada de una puesta de sol, el frescor de la mañana, la llamada de un ser
querido, una piedra en el camino o el beso de nuestra madre al desper-
tar. Todos estos estímulos, internos y externos, hacen que reaccionemos
(es decir, nos provocan a su vez emociones, acciones, pensamientos…)
para que nos podamos adaptar.
Un estímulo o una situación son traumáticos, es decir, que inciden
negativamente en el desarrollo psíquico y emocional de un niño cuan-
do desbordan su capacidad de elaboración o protección frente a él. O
por su enorme intensidad y brusquedad en su aparición, que impide
que podamos activar los mecanismos de defensa mentales (en el caso
de los niños, sus mecanismos de defensa son menores y menos eficaces
que en los adultos). O porque se prolongan en el tiempo y agotan los
recursos de la persona para protegerse de él.

¿Qué es lo traumatizante?

Los estímulos que llegan al cerebro van creando respuestas cere-


brales, que son las conexiones (sinapsis) entre las distintas neuronas. Si
esos estímulos son constantes y se repiten una y otra vez, se convierten
en esos golpes de cincel que nos tallan, dan forma y definen lo que pen-
samos, sentimos y hacemos y que también influyen en lo que desea-
mos y en cómo nos defendemos, así como en nuestra manera de estar
y comunicarnos con el mundo. En definitiva, en nuestras capacidades y
32 • CRIAR CON SALUD MENTAL

en nuestra manera de ser. Por ello, si una madre recurre siempre a gri-
tos, reproches o amenazas para que su hija le obedezca, le estará dando
un mensaje negativo en relación con su valor personal, lo que es el
amor y lo que se permite en una relación humana. Su hija creerá que la
agresividad está permitida cuando se está cansado o puede que deduz-
ca que sus preguntas no tienen valor porque no son escuchadas y, por
tanto, es mejor silenciarlas. Aprenderá que cuestionar a las personas
que necesita es peligroso y que someterse es la manera de asegurarse
que la quieren.
Pero si solemos hablar a nuestros hijos con una sonrisa llena de
firmeza y tolerancia, escuchamos y atendemos sus preguntas, mante-
niendo, eso sí, una jerarquía imprescindible para que la seguridad y la
coherencia reinen en casa, estaremos ayudándolos a desarrollar capaci-
dades tan importantes como la empatía, la seguridad, la capacidad de
poner límites, la tolerancia y la confianza. Y si un día perdemos la calma
porque nos sentimos desbordados por cualquier circunstancia, no ten-
dremos por qué cuestionar nuestra capacidad como padres o madres,
ya que el ambiente predominante en casa es de respeto, por lo que
nuestros hijos se sabrán considerados, valiosos y queridos.
Estaremos potenciando el desarrollo de capacidades que les permi-
tirán ser ellos mismos y expresarse, pero dentro de un entorno que tie-
ne límites y normas puestas por unos progenitores que también tienen
necesidades que deben ser reconocidas y respetadas.
Por otra parte, un suceso repentino de inmensa magnitud que im-
pida activar los mecanismos de defensa psíquicos para minimizar su
impacto puede dejar una huella permanente en una persona, pero de
manera más fácil y definitiva en el aparato psíquico infantil, que por
definición es más vulnerable por estar en construcción. La muerte de
una madre o un padre, la exposición a un entorno violento, un acci-
dente o una enfermedad inesperada son ejemplos de situaciones que
desbordan la capacidad de elaboración infantil, condicionando el desa-
rrollo psíquico.
No somos solo las miles de neuronas que alberga nuestro el cerebro
cuando nacemos. No somos un acierto o una casualidad. No somos
solo unos genes expresados, un destino asegurado o el legado de la
evolución de nuestros ancestros sin más.
Aclarando ideas • 33

Lo que somos es el resultado de las miles y complejas conexiones


interneuronales, que se van forjando y construyendo, podando y pro-
liferando, en respuesta a todo lo que nos acontece, nos rodea, nos pasa
y nos deja de pasar.
Podemos ser de un metal muy resistente, pero si sufrimos golpes
mal dados en la infancia, nos convertiremos en adultos frágiles, sin for-
ma ni sentido y nos «romperemos» con facilidad ante cualquier dificul-
tad de la vida. Del mismo modo, si somos de un cristal aparentemente
frágil, pero durante la infancia nos han cuidado y tallado con cariño y
atención, podremos acabar siendo personas adultas fuertes, flexibles y
resistentes que brillarán bajo el sol.

Recuerdo la historia de una mujer que acudió a verme porque llevaba años
sintiéndose triste, sin color en sus días, sin calor en sus noches y sin ganas ni
motivos por los que caminar más. Su pelo, sus rasgos, su ropa y hasta su postu-
ra corporal eran reflejo de su falta de vitalidad. De la ausencia de una esperan-
za imprescindible. Parecía un bello almendro sin flores ni hojas, quemado por
las heladas de un interminable y frío invierno que duraba ya una eternidad.
Dudaba de todo lo que hacía, creía que siempre molestaba, que sobraba, que
no tenía ningún valor para los demás. Había forjado su vida desde un papel de
persona invisible. No recordaba cuáles eran sus sueños, sus deseos, sus anhelos.
No recordaba la posibilidad de su felicidad.
En la terapia empezó a recordar cómo reía y cantaba cuando era muy niña,
sus disfraces más bonitos, sus pócimas secretas, su peluche preferido… y a su
madre de abrazos fáciles y blanditos, que un día se marchó de su lado, llevándo-
se toda la luz y la felicidad. Una madre que falleció cuando ella tenía cinco años,
lo que la obligó a irse a vivir con el único familiar que tenía. Una tía a la que
nunca había visto antes, que era una persona poco amigable y estricta, a la que
le gustaba el silencio y la soledad. De esta manera, pasó de vivir en un hogar en
el que se sabía querida a crecer en una casa en la que se sabía una obligación
moral. Aprendió a dar las gracias por la cama y la comida y se olvidó de las
risas, los juegos y la espontaneidad. Una semana tras otra. Una estación y una
más. Y aquella niña feliz y juguetona… olvidó quién era realmente confundien-
do su depresión con ser la mujer triste que acudió a mi consulta pidiendo un
poco de alivio para tanta soledad.
34 • CRIAR CON SALUD MENTAL

Tan importante es lo que hacemos


como lo que dejamos de hacer

El cerebro infantil va a ser moldeado fundamentalmente por dos


tipos de situaciones: las que suceden y las que no.
Como padres, estamos muy preocupados por las cosas que hace-
mos mal (errores, salidas de tono y desbordamientos emocionales, etc.)
que creemos que pueden dañar a nuestros hijos y buscamos sin alien-
to respuestas que calmen nuestras dudas y nos den seguridad. Somos
demasiado conscientes de que nuestros actos, palabras, miradas, gestos
y actitudes sostenidos en el tiempo tienen la capacidad de moldear a
nuestros hijos, determinando quiénes son y lo que podrán llegar a ser,
como hábiles y respetuosos cinceles, si tienen un cariz positivo, o como
invasivos y crueles martillos, si, por el contrario, son nocivos. Pero hay
otras situaciones que inciden en el desarrollo del cerebro humano y,
por tanto, en quienes llegamos a ser a las que no solemos dar la impor-
tancia decisiva que tienen. Nos referimos a todo aquello que necesitan
los niños para crecer y desarrollarse y que no estamos tan pendientes
de dar.
Actualmente, en las sociedades occidentales, por lo general vivimos
mejor y tenemos una gran cantidad de información, a la que acudimos
para poder convertirnos en los mejores padres y madres y evitar a nues-
tros hijos cualquier trauma derivado de nuestras actitudes o acciones y
eso está muy bien, pero no debemos olvidar que tan importante como
evitarles los traumas es darles estímulos positivos que les permitan desa-
rrollar todas sus capacidades y una buena salud psíquica y para ello nada
mejor que estar a su lado, compartir tiempo de juego juntos y demos-
trarles nuestro amor. Porque lo que falta y debería estar también daña.
Lo que es ausencia, silencio o soledad también daña. Lo que no permi-
te construir un sentido, un sostén y una relación íntima también daña.

Para demostrar la importancia de esos estímulos positivos para un


desarrollo emocional y psíquicamente sano, recordemos los casos de
niños que por circunstancias del destino fueron criados por animales.
Estos casos que inspiraron libros que, más tarde, se convirtieron en di-
vertidas películas como Tarzán o El libro de la selva, esconden una de las
Aclarando ideas • 35

realidades más decisivas de nuestra naturaleza. Cuando estos niños fue-


ron encontrados, no tenían lenguaje, no miraban a los ojos, caminaban
a cuatro patas, no conectaban con sus iguales y mataban sin piedad.
Estos niños crecieron ayudados por lobos o primates que les dieron
el calor suficiente, les enseñaron a mantenerse vivos, a buscar alimen-
tos, a resguardarse de la lluvia y a reconocer las amenazas, lo que les
permitió adaptarse al mundo animal y sobrevivir. Pero no pudieron
proporcionarles los estímulos y cuidados que nos diferencian del res-
to de animales y nos hacen personas: el reconocimiento emocional, la
creatividad decisiva, el narcisismo herido y reconstituido, la capacidad
para frustrarnos sin dañar, el manejo de la agresividad siempre presen-
te, la construcción de una sexualidad humanizada, el poder pensarnos
y reconocernos, el aprender a reconocer lo que quieren, sienten y pien-
san los demás… En definitiva, les faltó todo aquello que en la infancia
nos permite desarrollar las capacidades humanas, algo que solo pode-
mos experimentar conviviendo y siendo cuidados por otras personas.
Porque todas esas capacidades las desarrollamos en la relación humana
que establecemos con la persona o personas que nos ayudan a crecer
sanos física, emocional y psíquicamente. Nacemos seres humanos, so-
mos de la especie humana. Pero lo que nos hace personas, lo que hace
que podamos desarrollar todo lo que esa palabra implica, es otra perso-
na que nos ayuda a desarrollar las cualidades que nos definen como tal.

La mayor amenaza para el ser humano es él mismo

Aunque a veces sea difícil es necesario admitir que somos una espe-
cie altamente agresiva. Hemos sobrevivido en un mundo impredecible
y brutal y hemos llegado a dominar al resto de los seres vivos, por
nuestra inteligencia, por nuestra capacidad para adaptarnos y aprender,
pero también por nuestra capacidad para una enorme agresividad.
Desde el inicio de su historia, la humanidad siempre ha tenido que
enfrentarse a algún tipo de amenaza: el peligro de ser devorados por
otras especies, catástrofes climáticas, enfermedades que acababan con
la vida de miles de personas, hambre, frío, oscuridad…, pero, triste-
mente, la mayor amenaza para el ser humano siempre ha sido el propio
36 • CRIAR CON SALUD MENTAL

ser humano. Pese a haber construido civilizaciones increíbles y culturas


altamente complejas, no hemos conseguido disminuir nuestra capaci-
dad para la violencia, que ejercemos entre nosotros cada vez de una
manera más eficiente, sistemática, validada y muchas veces institucio-
nalizada (la esclavitud, el Holocausto, etc.).
Si no ayudamos a nuestros hijos a desplegar las capacidades que
evitan la violencia y humanizan a nuestra especie, proporcionándoles
ambientes libres de la violencia en todas sus posibles expresiones,
del caos y de la incoherencia, en los que se sientan mirados, escu-
chados y comprendidos y puedan desarrollar tanto la empatía como
aprender a manejar las emociones que les resultan desagradables o
difíciles (tristeza, ira, enfado…), a fin de que puedan llegar a ser per-
sonas emocionalmente sanas que no ejerzan la violencia contra ellas
mismas (absentismo escolar, consumo de drogas, autoagresiones, sui-
cidios, anorexia) ni contra las demás (bullying, acoso, agresiones a la
autoridad, abusos físicos, sexuales y emocionales), tanto para contro-
lar los vínculos y expresar la rabia y la frustración, como para evitar
la tristeza, la responsabilidad o simplemente como manera válida de
comunicación.

Lo que nos hace personas es el amor

Damos por hecho que nacemos frágiles, vulnerables y dependien-


tes, que los cuidados que precisamos de pequeños se refieren a la ali-
mentación y a no pasar frío, a que nos mantengan vivos y a evitar que
suframos de más, pero lo cierto es que nacemos frágiles, vulnerables y
dependientes. Sobre todo, de un amor que nos construye como per-
sonas, con cada mirada, con cada palabra, con cada caricia, con cada
gesto, que cuando parten del amor, nos aportan sentido, humanidad y
dignidad.
Cuando estudiaba la especialidad de Psiquiatría tras acabar la carre-
ra de Medicina, me llamaron poderosamente la atención los estudios
que René Spitz, médico y psicoanalista austríaco, realizó en 1945 ob-
servando a menores que vivían en orfanatos e instituciones o que esta-
ban ingresados en hospitales y separados de sus madres —en aquella
Aclarando ideas • 37

época, no se contemplaba que los niños estuvieran acompañados por


alguien conocido cuando necesitaban estar en un hospital—. Spitz se
dio cuenta de que estos niños, aunque tenían sus necesidades físicas
cubiertas por el personal sanitario (les proporcionaban alimentos y los
cuidados médicos que precisaban), al no recibir afecto y cariño de sus
padres y el personal desconocer la importancia de la faceta emocional
en los menores, entraban en un estado de tristeza progresiva y dejaban
de jugar, de expresarse y de interactuar, llegando a dejar de comer, lo
que era preludio de una muerte para la que por aquel entonces los
médicos no encontraban un porqué.
Fue Spitz quien dedujo que la privación emocional y de cuidados
maternos era la que producía las fatales consecuencias y promovió la
introducción de cambios imprescindibles en orfanatos y hospitales
para que los menores vieran también cubiertas sus necesidades afecti-
vas. Él encontró la causa de por qué los niños morían en los orfanatos,
a pesar de ser alimentados y abrigados. Porque se les privaba de las mi-
radas, los abrazos, las palabras y las caricias que no solo nos humanizan,
sino que necesitamos para sobrevivir.

Siempre que hablo de la imposibilidad de sobrevivir sin amor, recuerdo a


un niño pequeño, de aspecto frágil y enormes ojos negros, que apareció una
mañana de una semana cualquiera en mi consulta acompañado por una edu-
cadora del centro de menores en el que vivía. Lo trajo para que valorase como
psiquiatra su situación. Me llamó la atención que, cuando la mujer salió de la
habitación, el pequeño, al quedarse a solas conmigo, no expresó ningún tipo de
gesto o emoción.
Su mirada era profunda e inquietante. Su cabecita de pelo negro estaba
accidentada por extrañas calvas que él mismo se infligía, cuando se encontraba
con su vieja y ya no temida amiga, la soledad. Ningún gesto en su cara acom-
pañaba el lenguaje de vocabulario reducido que escupía a trompicones y en un
tono abrupto e inaudible, con su diminuta boca apretada. Dibujaba garabatos
negros, de formas oscuras y amenazantes, que preocupaban a sus profesoras. Y
no sabía jugar.
Me explicaron que había sido abandonado y maltratado por sus padres
durante su corta vida, unos padres que estaban siempre discutiendo entre ellos
38 • CRIAR CON SALUD MENTAL

y descargaban sobre su pequeño hijo su ira, su furia y su falta de humanidad.


Había sido un bebé no esperado ni deseado, al que no atendieron y al que no
miraron ni sonrieron y con el que nunca jugaron.
Al niño le creció el cuerpo, los brazos, las piernas y aprendió a caminar,
pero su corazón parecía impasible y petrificado. Paralizado en un latido que era
silencio eterno y del que las personas que lo cuidaban en la institución en la
que vivía pensaban que nunca podría escapar. Tras muchas sesiones de terapia
y la implicación de profesionales de diferentes especialidades que rodean a la
infancia (psiquiatras, psicólogos, pediatras, trabajadores sociales, educadores y
maestros) que creemos firmemente en la infancia y en la capacidad de recupe-
ración de los menores, empezamos a curar sus heridas con nuestra mirada llena
de esperanza y afecto. Su pequeño corazón congelado y defendido comenzó a
latir cada día más fuerte por un sentido encontrado y un valor propio que solo
reconocemos en la mirada de los demás. De la mano y despacito. Cada día,
sorteando el inmenso abismo de vacío, desconfianza y sinsentido que la falta de
amor y cuidados en la infancia produce sin piedad. Y una mañana de un día
cualquiera, este pequeño de mirada profunda comenzó a reírse y a mirarnos.
Creció su precioso pelo negro y aprendió a jugar.

La edad es un factor decisivo

La capacidad para dañar de los estímulos y circunstancias negati-


vos o la de construir y reparar de los estímulos y circunstancias que
resultan imprescindibles para que un niño madure y crezca con una
buena salud mental está muy relacionada con la edad. La vulnerabili-
dad es máxima en los primeros meses de vida por dos circunstancias
bien distintas.
La primera tiene que ver con el hecho de que el sistema nervio-
so central tiene un desarrollo dinámico, por lo que el impacto de los
acontecimientos o experiencias que nos suceden es mayor en las zonas
cerebrales que se están desarrollando que en las que ya están organiza-
das. El cerebro madura siguiendo un orden jerárquico, de abajo arriba,
de estructuras más básicas a otras más complejas y superiores, por lo
que un daño precoz incide en las estructuras que son cimiento y tiene
Aclarando ideas • 39

una repercusión en el desarrollo de las estructuras superiores —las que


regulan todas las funciones y capacidades exclusivamente humanas—,
que, en etapas posteriores de crecimiento, puede traducirse en desajus-
tes físicos, cognitivos, sociales o emocionales.
La segunda circunstancia es que, como los mecanismos de defensa
psíquicos que nos ayudan a disminuir el impacto de cualquier trauma
o daño los vamos desarrollando a medida que maduramos, cuanto más
pequeño es el niño, menos capacidades tiene para defenderse. No es
lo mismo dejar de abrazar a un bebé de un mes durante unas semanas
que hacerlo con un niño de diez años. Experiencias que pueden ser
bien toleradas por un niño más mayor implican una falta esencial de
experiencias imprescindibles en períodos más críticos de la infancia,
que pueden destruir literalmente a un bebé o crear una disfunción psí-
quica evidente en alguna de sus capacidades.
Podríamos decir que los estímulos que recibimos durante los pri-
meros tres años de vida son esos primeros grandes golpes de cincel, los
que moldean nuestra personalidad y nuestras capacidades psíquicas,
los que crean las bases que condicionan la manera que tenemos de vin-
cularnos con otras personas y el modo en que nos percibimos, entende-
mos y hablamos. Es en esos años cuando desarrollamos el sentimiento
de seguridad que nos permite tener interés por la vida y por salir al
mundo y ser conscientes del lugar que ocupamos en realidad.
La capacidad plástica del cerebro vuelve a ser de nuevo máxima en
la pubertad y la adolescencia, que es cuando se reactivan los procesos
de proliferación de las conexiones interneuronales y se produce una
poda de las conexiones que no utilizamos. Esta etapa es el último gran
período en el que nuevos golpes de ese cincel del que hemos hablado
completan y finalizan el proceso de maduración, cristalizando y que-
dando definida nuestra estructura psíquica adulta.
Con el tiempo, las cosas que nos suceden seguirán provocando re-
acciones que, si son frecuentes, continuarán condicionando lo que so-
mos, unas veces potenciando algunos aspectos y otras veces rompiendo
o matizando otros o bien reparándonos. Pero según vayamos cumplien-
do años, la repercusión de lo que nos pasa será menor en cuanto a la
estructura de nuestra personalidad y a la manera de vincularnos con
los demás y con las circunstancias que nos rodean.
40 • CRIAR CON SALUD MENTAL

¿Qué es un niño?

Llegados a este punto podemos comenzar a contestar esta pregunta


tan importante. Un niño es un ser humano dependiente, moldeable
y vulnerable que llega al mundo con las capacidades necesarias para
alcanzar una salud psíquica y emocional que le permita ser feliz, pero
que depende por completo de la mirada, el cariño, la atención y el res-
peto de quien le cuida para poder desarrollarlas. Es un maravilloso ser,
que es moldeable, pero no flexible, es decir, que no vuelve a su punto
de partida cuando algo que le sucede incide negativa o positivamente
determinando su desarrollo. Es un humano diminuto, sin voz propia,
ni manual de instrucciones, pero con todos sus derechos, que llega a la
vida de unos padres, siempre sorprendidos y muchas veces desconcer-
tados por lo que su hijo moviliza en cada uno ellos, en la relación de
pareja y en su visión del mundo en general.
Conocer y reconocer la trascendencia que tiene en nuestros hijos
la relación que establezcamos con ellos desde su infancia, el estilo de
crianza que apliquemos, los sentimientos y pensamientos que nos
despiertan a cada paso y las verdaderas necesidades que tienen y de
las que tenemos que ocuparnos y responder, lejos de abrumarnos de
responsabilidad y culpa debe impulsarnos a construir con ellos una
relación desde la esperanza, que nos movilice a buscar las respuestas
que no encontramos y la luz que nos ilumine cuando sentimos que
hemos perdido el camino.

Recuerdo un día en el que llegó a la consulta una adolescente acompañada


de sus padres adoptivos. Me contaron alarmados el terrible cambio que había
dado su hija. La adoptaron cuando tenía tres años y poco sabían de su vida
anterior, salvo que había vivido en varias instituciones antes de llegar al centro
al que ellos fueron a buscarla. Se adaptó rápidamente a su nueva vida, a un
nuevo colegio, a una nueva casa, a una nueva familia y se comportó como una
niña responsable, siguiendo sin problemas las indicaciones de sus padres, hasta
llegar a la adolescencia.
Esa niña buena e hiperadaptada parecía haberse ido para siempre del lado
de sus padres y haber sido sustituida por una adolescente que los retaba y cues-
Aclarando ideas • 41

tionaba constantemente con bastante vehemencia, sin remilgos y con muchas


ganas. Lo que para sus progenitores era una rebelión injusta que los llenaba
de miedo y pena al sentir que habían perdido a su hijita, para esta adolescente
peculiar, de pelo color arcoíris, era una oportunidad para reencontrase y saber
quién era realmente ella. Las heridas sufridas en su primera infancia habían
permanecido silenciadas hasta ese momento, pero ahora, en la adolescencia,
los cambios hormonales propios de esta etapa y los procesos consecuentes de
modelamiento cerebral las habían reabierto y puesto de manifiesto.
Su vulnerabilidad era de nuevo enorme, por lo que también era un momen-
to en el que cabía la posibilidad de restaurar las heridas que había sufrido y
seguir adelante con su vida si se aceptaba, con su pasado y su presente, sintién-
dose segura de sí misma y sabiendo que contaba con el amor y la aceptación
incondicionales de sus padres. La respuesta de los progenitores ante los cambios
de su hija era crucial.
Mi trabajo consistió en ayudarlos a comprender su sentimiento de pérdida
y a manejar la rabia, la impotencia y la incertidumbre que los invadía para
que pudieran seguir acompañando a su hija en esta nueva etapa. Su hija ado-
lescente necesitaba releer y resignificar su pasado y las vivencias de abandono
que tuvo, experimentando que podía separarse de sus padres de una manera
legítima y segura y reencontrarse con ella misma y solo podría hacerlo si ellos
resistían el miedo y la necesidad de control, si evitaban los reproches y le permi-
tían separarse con seguridad y sintiéndose comprendida. Fue así como esta jo-
ven logró reparar las heridas producidas por lo que vivió en su día siendo niña.

Los dos períodos de máxima vulnerabilidad cerebral, la infancia


más precoz y la adolescencia, son también los dos momentos vitales en
los que las personas tenemos más oportunidades de crecer y desarro-
llar nuestro aparato psíquico. Saber esto puede ayudarnos a que, como
madres y padres, aceptemos de una manera más ajustada a la realidad
las necesidades y características cambiantes de nuestros hijos.

Después de hablar sobre cómo se construye nuestro cerebro y


cómo todos los factores que nos determinan se relacionan entre sí, va-
mos a analizar otro de los grandes pilares en el devenir de las cosas, de
cuya trascendencia a menudo no somos conscientes. Nos referimos a
42 • CRIAR CON SALUD MENTAL

que los niños y adolescentes viven en un entorno, en una familia y en


una sociedad que les atribuye características, interpreta sus necesidades
e invade o respeta sus tiempos, sus derechos y su integridad.

La infancia es un concepto moderno

El ser humano ha dividido los períodos de su vida en función de las


circunstancias del momento, de la concepción de la sociedad dominante
y de sus necesidades en particular. Lo que hoy consideramos que preci-
san y requieren los niños para desarrollarse sanos física y psíquicamente
es muy diferente a lo que se pensaba no hace tantos años. Y esto es así
porque la visión del lugar que ocupan las niñas y los niños a lo largo del
tiempo ha cambiado enormemente durante la historia de la humanidad.
Esto es debido a que son seres frágiles y necesitados, sin voz ni capacidad
de defensa propias sobre los que es fácil imponer unas necesidades, negar
otras, proyectar conflictos, expiar culpas, extorsionar o abusar.
Hagamos un breve recorrido por nuestra historia que nos permi-
ta ser más conscientes de las dificultades que la población infantil ha
arrastrado hasta hoy.
Los antiguos griegos defendían el concepto del desarrollo integral
del ser humano y educaban a los niños en el arte de la lectura, la escri-
tura y el deporte. Más tarde, a partir de la pubertad, los instruían en
la literatura, la aritmética, la filosofía y el arte. Aristóteles, Plutarco y
Platón, entre otros, entienden la infancia como un período especial e
importante de la vida, con características propias.
Los niños en Roma o eran esclavos y realizaban trabajos como si
fueran adultos o recibían clases de prosa, teatro, poesía y técnicas de
oratoria, ya que los romanos daban mucha importancia a los buenos
oradores. Tanto en la Antigüedad clásica como en la Edad Media, el
infanticidio estaba legalizado. Se mataba a los menores por ser niñas,
por no poderlos cuidar, por tener malformaciones, por nacer de una
relación adúltera o por ser considerados ofrendas religiosas… El infan-
ticidio dejó de ser legal en el siglo iv, aunque se continuó practicando
en la Edad Media, momento en el que varias circunstancias tuvieron
consecuencias desastrosas para la población infantil.
Aclarando ideas • 43

Por un lado, como se carecía de conocimientos y métodos anticon-


ceptivos, la natalidad era muy alta, pero, por otro lado, como los cono-
cimientos médicos eran muy arcaicos y no se los alimentaba bien ni
se les prestaba atención por no ser productivos, la mortalidad infantil
por accidentes, desnutrición y enfermedades era elevadísima. Esto ha-
cía que las madres apenas se vincularan con sus hijos, a los que con
frecuencia no les ponían nombre hasta que superaban los seis o siete
años. Los niños trabajaban igual que los adultos desde los cinco años y
se los vendía, abandonaba y explotaba sexualmente.
Por influencia del cristianismo y del pecado original, se pensaba
que eran perversos y corruptos y que cargaban con una mancha en sus
almas, que se expresaba en sus conductas y necesidades más primarias,
hasta que podían ser purificados por el bautismo cuando tenían ocho o
nueve años. No hay imágenes de niños jugando en la Grecia y la Roma
de la Antigüedad y tampoco en la Edad Media. No había infancia. La
adolescencia no existía. No había una etapa de transformación entre la
infancia y la edad adulta. O se era un lactante frágil que sobrevivía o
un hombre pequeño de cinco o seis años al que se le ponía a trabajar.
En algunas clases sociales o en algunas culturas, los jóvenes tenían que
superar un rito, unas veces simbólico y otras peligroso, para ser consi-
derados hombres por su comunidad.
Las mujeres tenían otro destino.
Muchas eran asesinadas tras nacer porque se consideraba que una
mujer aportaba poco valor a la familia al no tener tanta fuerza física para
poder trabajar. En el caso de que esto no fuera así, cuando llegaba el mo-
mento, su padre negociaba su matrimonio, que muchas veces le resultaba
costoso, porque debía entregar a su hija con una dote, según la cual esa
mujer tendría mejor o peor fortuna o valdría muy poco o nada para los de-
más: se vendía su virginidad junto con su futuro al mejor postor, sin tener-
se en cuenta ni sus deseos ni su dignidad. Su único valor era proporcionar
descendencia. En el momento en que una joven tenía la menstruación, era
escondida y dejaba de poder salir a jugar. Se la consideraba la causa del pe-
cado del hombre, como Eva en la Biblia y si era vejada, violada o torturada,
debía asumir la responsabilidad de haber tentado a su agresor.
La mujer tenía la categoría de objeto, era solo una propiedad más
(la del padre, primero y la del marido, después), sin derecho a elegir,
44 • CRIAR CON SALUD MENTAL

instruirse o tener una profesión propia que le permitiera una indepen-


dencia económica. Solo tenía dos opciones: casarse con un hombre y
tener hijos o casarse con Dios. En ambos casos, su destino era vivir
dentro de una casa dedicada a cuidar a los demás.
A partir del Renacimiento, comenzó a haber personajes influyentes,
como Erasmo, Luis Vives y Comenius, que expresaron interés por los
niños y lo que necesitaban. Con la Revolución Industrial, la clase media
proliferó, disminuyó la necesidad de mano de obra infantil y apareció
el núcleo familiar. Los menores comenzaron a ser mejor alimentados y
cuidados físicamente y también pudieron empezar a recibir educación,
ya que al llenar las calles por no tener trabajo se abrieron las primeras
escuelas, un espacio muy importante para ellos, donde podían jugar y
aprender.
Sin embargo, se siguieron interpretando sus necesidades y conduc-
tas desde un prisma adulto o religioso, de forma que se los asociaba
con el demonio cuando tenían rabietas, robaban o delinquían o con los
angelitos, siendo, además, representados como tales en tantas pinturas.
En definitiva, aún no se veía a las niñas y los niños como seres con
pensamientos, emociones y necesidades propias, así como con deseos o
conflictos psíquicos que elaborar y gestionar.
Un hecho que tuvo una gran trascendencia para la población in-
fantil fue la aparición de métodos anticonceptivos, porque permitieron
que, por lo general, los hijos que nacían fueran con más frecuencia
deseados y estuvieran mejor cuidados. Esto fue determinante para la
mujer, ya que se pudo desligar la sexualidad de la reproducción, permi-
tiéndole organizar su vida y decidir en cierta manera sobre su materni-
dad. A partir de entonces, y poco a poco, la mujer podía elegir si quería
ser madre o no, cuándo ser madre, cuándo podía plantearse dedicarse
a estudiar y/o trabajar fuera de casa, o desarrollar otras facetas como la
escritura, el arte o la música. Más tarde, a mediados del siglo xix —es
decir, hace menos de ciento cincuenta años—, la ciencia comenzó a
tener a los niños como objeto de estudio y se planteó la necesidad de
que la educación infantil fuera obligatoria.
No es hasta el siglo xx cuando se reconoce la infancia como un
período con sus características, necesidades y derechos propios y se de-
clara al niño como persona con derecho a la identidad personal, la dig-
Aclarando ideas • 45

nidad y la libertad (Asamblea General de la Organización de Naciones


Unidas [ONU] de 1989).
Cuatro son los principales derechos de los niños, sobre los que he-
mos de basar la relación que tenemos con ellos, nuestra mirada y nues-
tra responsabilidad en su crianza y su crecimiento:

1. Participación. Los niños, como personas y sujetos de derecho,


pueden y deben expresar su opinión en los temas que les afec-
ten. Sus opiniones deben ser escuchadas y tomadas en cuenta
para la agenda política, económica y educativa de un país.
2. Supervivencia y desarrollo. Las medidas que tomen los Es-
tados para preservar la vida y la calidad de vida de los niños
deben garantizar un desarrollo armónico en el aspecto físico,
espiritual, psicológico, moral y social de los niños, consideran-
do sus aptitudes y sus talentos.
3. Interés superior del niño. Cuando las instituciones públicas
y privadas, las autoridades, los tribunales o cualquier identi-
dad tomen decisiones respecto de los niños, han de considerar
aquellas que ofrezcan el mayor bienestar para el menor.
4. No discriminación. Ningún niño debe ser perjudicado de
modo alguno por motivos de raza, credo, color, género, idio-
ma, casta, situación al nacer o por padecer algún tipo de impe-
dimento físico.

Nos anteceden personas que, desde su inquietud por conocer y


comprender al ser humano, el sentido de la responsabilidad y la bús-
queda del bien común, la valentía de desafiar conceptos y creencias
previas y la necesidad de defender a los que no tienen voz y son futuro,
han estudiado y luchado por el reconocimiento de la infancia y sus
derechos. Médicos, psiquiatras, psicólogos, enfermeras, maestros, traba-
jadores sociales, madres y padres y muchas otras personas trabajaron
para que se reconozca la infancia y la adolescencia como períodos críti-
cos y decisivos en la vida de las personas.
La infancia y la adolescencia son etapas de crecimiento y desarro-
llo, de construcción de la identidad, en las que se pueden potenciar
las fortalezas, trabajar las fragilidades y desarrollar los cimientos que
46 • CRIAR CON SALUD MENTAL

aporten a la vida un propósito y un sentido; pero también en las que


el niño aprende los límites y las dinámicas de un mundo al que nece-
sita adaptarse. Son períodos de la vida llenos de matices, necesidades y
características que los progenitores deben conocer y comprender para
poder respetar y acompañar a sus hijos de la mejor manera posible.
Desde hace un tiempo estamos cada vez más preocupados por los
niños y los adolescentes. Lo están tanto sus madres y padres, que se
encuentran con situaciones muy complejas que ellos no habían vivido
en su infancia ni en su adolescencia, como los profesionales que nos
ocupamos de la población infantil, en especial los que trabajamos en
salud mental. Es urgente que reflexionemos y conozcamos las necesida-
des reales de la población infantil y adolescente, qué es verdaderamen-
te importante que les demos y les enseñemos como madres y padres,
cómo debemos acompañarlos, cuáles son las dificultades que limitan y
condicionan nuestras funciones de madres y padres y la vida de nues-
tros hijos. A lo largo de los siguientes capítulos iremos profundizando
sobre estas y otras cuestiones, para poder recuperar la calma, la alegría
y la seguridad que necesitamos para acompañarlos en su infancia y su
adolescencia.

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