Los Límites Del Perdón en El Pensamiento de Hannah
Los Límites Del Perdón en El Pensamiento de Hannah
Los Límites Del Perdón en El Pensamiento de Hannah
Introducción
En los últimos tiempos el concepto de perdón, no obstante su origen cristiano, ha cobrado
gran relevancia en el ámbito de interés de la filosofía política. Los pedidos públicos de perdón
por parte de instituciones y representantes estatales que han tenido lugar en el escenario
mundial dirigen el interés de los teóricos políticos hacia la acción de perdonar y sus
implicancias en el ámbito jurídico-político y del derecho. Hannah Arendt, en su carácter de
pensadora política, se aboca al análisis de la noción de perdón entendida como una forma de
la acción y como una categoría clave a la hora de reflexionar sobre el problema del mal,sus
consecuencias y sus agentes.
La pensadora considera que por medio del perdón es posible liberar al individuo de su acto
pasado y de las consecuencias del mismo. Ahora bien, la autora sostiene que el perdón no es
omniabarcante puesto que según su criterio hay hechos que, por la magnitud de su horror,
trascienden las posibilidades de la acción humana, a saber: el mal totalitario, un mal
imperdonable. Respecto a la relación entre dicho mal y el perdón, Derrida (2003) sostiene, en
contraposición con la propuesta arendtiana, que el perdón en sentido puro, lejos de no aplicar
y en virtud de su pureza, debe estar siempre vinculado a lo imposible, es decir, a lo
imperdonable, puesto que es desde ese lugar desde donde se actualiza su capacidad
revolucionaria y su facultad de cambiar el curso de la historia. Esta capacidad de introducir la
novedad y de insertarse en la realidad existente, revolucionándola, vincularía estrechamente
las nociones de perdón y natalidad, ambas categorías inherentes a la concepción arendtiana de
la acción.
1
categorías de natalidad y perdón. Finalmente se argumentará que es en la acción de perdonar
el mal absoluto donde la natalidad entendida como la capacidad de hacer lo inesperado y
hasta lo improbable, es elevada a la cúspide de sus potencialidades y reafirmada en su
condición de milagro.
1.1. La acción
Arendt (2009) se aboca al análisis de la noción de vita activa, concepto que alude a tres
actividades propias del género humano: labor, trabajo y acción. La labor es definida como la
actividad propia del proceso biológico del cuerpo humano por medio de la cual se logra la
supervivencia. La condición humana de la labor es la vida. Por trabajo la autora entiende
aquella actividad que le proporciona al individuo un mundo artificial de cosas. En tal sentido, el
trabajo no está inmerso en el ciclo natural de la vida del hombre, sino que lo trasciende en la
durabilidad del producto de dicha actividad. Arendt no reduce el mundo creado por el trabajo
a su utilidad sino que lo concibe como “la verdadera morada humana (…), interpuesta no solo
entre ser humano y naturaleza, sino (…) entre uno y otro ser humano, (…) de manera que al
mismo tiempo separa y une” (JONAS, 2000, p. 31).
La condición humana del trabajo es la mundanidad. Por último, la acción es entendida como la
actividad que acontece “entre” los hombres y que no requiere de la mediación de cosas o de
materia alguna. Su condición humana es la pluralidad, condición indispensable de toda vida
política. “Estas tres actividades y sus correspondientes condiciones están íntimamente
relacionadas con la condición más general de la existencia humana: nacimiento y muerte,
natalidad y mortalidad” (ARENDT, 2009, p. 22).
Para Arendt, es el discurso compartido el que le otorga realidad a los hechos, es mediante la
materialización de la acción y el discurso que los seres humanos se diferencian unos de otros y
se igualan en su pluralidad. Mediante la palabra y la acción el ser humano se inserta en el
mundo y, por medio de la acción, además, inicia una cadena nueva de acontecimientos.
Es en la acción humana donde Arendt ancla la idea de que los hombres no han nacido para
morir sino para iniciar algo nuevo en el mundo.
La acción de la que es capaz el hombre trae ínsita la noción de natalidad, el discurso, por su
parte, a través de la pluralidad humana expresa la distinción y singularidad de cada individuo.
A su vez, la acción requiere del discurso para completarse puesto que es por medio de la
palabra que se visualiza el sujeto actuante. La acción y el discurso acaecen “entre” los
hombres, en la trama de las relaciones humanas, de modo que no pueden darse en
aislamiento, es decir, se desvanecen en situación de soledad, son frágiles en relación con los
2
procesos y productos de la labor y el trabajo y requieren de la recepción de otros que los vean,
los oigan y los recuerden (BIRULÉS, 2002) . A diferencia de la materialidad de los procesos y
productos de la labor y del trabajo, la acción y el discurso no dejan tras de sí ningún rastro
concreto sino que requieren de los otros, de su memoria y sus narraciones, para poder
perdurar en el tiempo.
secundario en la teoría política de la autora. Sin embargo, a finales del siglo pasado dicho
concepto comenzó a ser objeto de análisis de los estudios críticos, los cuales le otorgaron una
relevancia de la que había carecido hasta ese momento. Se comenzó a observar que la noción
de natalidad aparecía en casi todas las obras de Arendt, y que su rol no era secundario o
complementario sino que cumplía una función central en los pasajes y argumentos en los
cuales era utilizada. “[E]l término (…) es siempre la bisagra entre una concepción fatalista del
desarrollo de los asuntos humanos y la afirmación de las posibilidades de los hombres para (…)
torcer los destinos del mundo” (Bagedelli, 2011: 37).
Como expone Bagedelli (2011), es a partir de esta obra que Arendt introduce el concepto en
reediciones de escritos anteriores, a saber: Arendt (1998, 2001).
En relación a lo expuesto, Tsao (2010) remarca que existe una diferencia significativa entre la
interpretación arendtiana de la obra de Agustín que se encuentra en la primera edición de Los
orígenes del totalitarismo (publicado en 1951 pero finalizado dos años antes, en 1949) y la que
se observa en La condición humana (1958). Tal transformación anunciaría una reorientación
3
del pensamiento de la autora por medio de la cual el concepto de natalidad cobra la relevancia
política que Arendt le concede a partir de la última etapa de su producción teórica.
Arendt (2009) afirma que lo nuevo que llega al mundo con el nacimiento de cada hombre lo
hace en forma de milagro, pues el individuo, al ser capaz de acción, tiene la posibilidad de
hacer lo inesperado, hasta lo improbable. La experiencia de dicha capacidadhumana es la que
da fe y esperanza a los asuntos humanos. “El milagro que salva al mundo (…) de su ruina
normal y ‘natural’ es (…) el hecho de la natalidad, en el que se enraíza ontológicamente la
facultad de la acción” (Arendt, 2009: 266). La autora hace hincapié en la particularidad e
irrepetibilidad de cada nacimiento, en el hecho de la natalidad, a la que sin vacilar designa
como “el milagro de la vida” (Kristeva, 2001).
En este sentido, la natalidad es concebida no solo como un proceso natural, sino como un
acontecimiento que en su acaecer establece una ruptura con dicho proceso. Por lo dicho,
Bárcena (2002) entiende que la natalidad se convierte en la categoría política clave del
pensamiento arendtiano, en tanto se la entiende no solo como reproducción de la vida sino
como la interrupción del proceso vital.
[L]os hombres, aunque han de morir, no han nacido para eso, sino para comenzar algo nuevo.
(…) Con la creación del hombre, el principio del comienzo entró en el mundo; lo cual,
naturalmente, no es más que otra forma de decir que, con la creación del hombre, el principio
de la libertad apareció en la tierra (Arendt,1995: 107).
El recién nacido es un otro que por primera y única vez adviene al mundo y al hacerlo
introduce una nota de heterogeneidad en la pluralidad de seres humanos de la que es parte. A
través de dicha pluralidad se abre la posibilidad de la revelación de los seres humanos en su
indiscutible singularidad mediante sus acciones y palabras (López, 2011).
4
1.3. El perdón
Antes de comenzar a exponer la caracterización arendtiana del perdón, es preciso remarcar
que la exposición y el análisis de dicho concepto acarrean un número de dificultades que
deben tenerse presentes, principalmente si se considera que la autora no le dedica al
mencionado concepto ningún tratado ni ensayo especial, sino que su abordaje debe ser
rastreado a lo largo de toda su obra. Madrid Gómez Tagle (2008) se refiere a la problemática
del perdón en la teoría arendtiana como sujeta a dos dificultades, a saber: la dificultad
arqueológica y la genealógica. La primera se relaciona con la necesidad de reconstrucción
conceptual que se requiere para poder aprehenderla y la segunda con la tradición que
enmarca, por un lado, el concepto mismo de perdón y, por otro, el marco de análisis
arendtiano. A los efectos del objetivo de esta investigación se le dedicará mayor atención a la
dificultad arqueológica.
5
Es decir, una consideración de la persona desde la distancia que establece el mundo existente
entre dos seres humanos.
En cuanto a la transgresión, Arendt (2003b) especifica que existen diferentes tipos: aquellas
faltas con las que el individuo se enfrenta en la cotidianeidad de su existencia y que son
resueltas por medio del castigo o del perdón, y aquellas ofensas que despiertan en la persona
el sentimiento de que jamás deberían haber sucedido y de que el agente de las mismas nunca
debería haber nacido.
Respecto del perdón como modo de responder a la transgresión, la autora sostiene que es
exactamente lo contrario a la venganza, concebida por Arendt como una re-acción que no
pone fin a la falta sufrida sino que, por el contrario, obliga a que el sujeto vengativo
permanezca inmerso en el proceso desencadenado por la acción transgresora y no pueda
interrumpir la cadena de consecuencias que toda acción implica. “[L]a venganza (…) es la
reacción natural y automática a la transgresión (…) que (…) puede esperarse e incluso
calcularse” (Arendt, 2009: 260)12. El perdón, en cambio, conserva la impredecibilidad
inherente a la acción de la cual es un exponente. “[P]erdonar es la única reacción que no re-
actúa simplemente, sino que actúa de nuevo y de forma inesperada” (Arendt, 2009: 260). El
perdón rehabilita la acción y permite su continuidad, el individuo que perdona no perdona la
falta cometida, el asesinato, el robo, sino que el perdón se dirige a la persona que transgredió
la norma, que cometió la falta, y no a la obra fallida en sí (Vargas Bejarano, 2008).
Respecto a la noción de castigo, Arendt (2009) sostiene que es una alternativa al perdón pero
no su opuesto. Según la autora, existe un impedimento natural a la hora de castigar aquello
que no puede ser perdonado y viceversa. El mal totalitario es una ofensa que ejemplifica la
mencionada imposibilidad de perdonar y castigar puesto que transciende, en la magnitud de
su horror, tanto la esfera del ámbito humano como las potencialidades del hombre.
Arendt (2003c) hace hincapié en que el problema con los crímenes totalitarios radica
precisamente en que sus perpetradores renunciaron voluntariamente a toda cualidad humana
por lo que “no quedó nadie” que pueda ser susceptible de castigo o de perdón.
Es en este sentido que Arendt afirma que el peor mal que existe es aquel realizado por seres
humanos que renunciaron a su condición de personas. Si se tiene en cuenta que el perdón es
una forma de la acción y que el mal acaecido durante el régimen totalitario surge como
resultado de la anulación de la misma, la conclusión a la que se arriba es que ambas nociones,
perdón y mal absoluto se encuentran en planos separados e incomunicables.
En cuanto al sujeto del perdón, Arendt (2009) menciona que es el mismo “quién” que se revela
en el discurso y en la acción. La facultad de perdonar y de hacer promesas, en tanto preceptos
morales, surge directamente de la voluntad del individuo, “[e]l perdón perdona el qué en aras
del quién restituyéndolo a su cualidad de agente libre” (Hilb, 2013b: 44). Arendt (2002)
distingue con claridad la noción de perdón del concepto de reconciliación puesto que esta se
encuentra íntimamente relacionada con el acto de comprender. “[C]omprender el
totalitarismo no supone perdonar nada, sino reconciliarnos con un mundo en el que tales
cosas son posibles” (Arendt, 2002: 18)
6
.
Vargas Bejarano (2008) señala que la reconciliación tiene su espacio en aquellos ámbitos
donde ni el perdón ni el castigo pueden actuar. La reconciliación se dirige al mundo, no actúa
de manera interpersonal, y su objetivo es el restablecimiento de la comunidad humana
mediante la acción política. El perdón no es la condición ni la consecuencia de la comprensión,
es una acción única que culmina en un único acto. La comprensión, por su parte, no se vincula
con las personas sino que se relaciona con sus acciones y con los acontecimientos (Di Pego,
2007), el acto de comprender no tiene fin, sino que se renueva constantemente.
El pensador observa que, desde la Segunda Guerra Mundial y hasta la actualidad, cada vez son
más recurrentes en el ámbito global las escenas que hacen público tanto el arrepentimiento
como el pedido de perdón por parte de diferentes instituciones públicas con el objetivo de
resolver o dar un cierre a diferentes situaciones de violencia política. La proliferación de estas
escenas de arrepentimiento y de petición de“perdón”significa, sin duda, una urgencia
universal de memoria (…) y este acto de memoria, de autoacusación, de arrepentimiento, de
comparición, hay que llevarlo, a la vez, más allá de la instancia jurídica y de la instancia del
Estado-nación (DERRIDA, 2003, p. 8).
Derrida (2003) analiza la noción de perdón como una categoría enmarcada en lo que él
denomina la tradición abrahamánica, de modo que abarca las tres religiones más importantes
de la humanidad: el islam, el cristianismo y el judaísmo. El supuesto del que parte Derrida es
que existe lo imperdonable y la pregunta que ello le sugiere es si acaso el perdón en sentido
estricto únicamente se actualiza en la acción de perdonar lo imperdonable. El perdón, cuando
está al servicio de una finalidad determinada, cuando está condicionado, deja de ser puro y
desinteresado; el perdón no tiene como consecuencia la normalización ni es normativo en sí
mismo sino que, por el contrario, debe ser y permanecer excepcional, “como si pudiera
interrumpir el curso normal de la temporalidad histórica” (DERRIDA, 2003, p. 12). A los ojos del
pensador, si el perdón alcanza solo aquello que parece perdonable, la idea misma del perdón
se desvanece. En este punto se llega a lo que Derrida da en llamar la aporía del perdón, es
decir, “el perdón perdona solo lo imperdonable”(DERRIDA, 2003, p. 12).
7
Derrida (2003) pone énfasis en el error en el que caen algunos críticos al establecer una
correlación inequívoca entre los conceptos de crimen de lesa humanidad, imprescriptibilidad y
lo imperdonable. Que los crímenes contra la humanidad no prescriben es una realidad del
derecho vigente, pero deducir de esto y de la magnitud del horror al que remiten la
imposibilidad del perdón no se sustenta en evidencia alguna. En primer término porque la
noción de perdón es y debe mantenerse ajena al ámbito jurídico y del derecho y, en segundo
lugar, porque la experiencia demuestra que hay casos en los que el perdón es otorgado no
obstante la inmensidad del mal perpetrado. Y, de manera inversa, casos en que no se
perdonan transgresiones que podrían considerarse de menor gravedad. En otras palabras, el
perdón no puede medirse, calcularse ni establecerse como consecuencia lógica de ningún
razonamiento, o, como expresa Derrida, el perdón se mantiene fuera de la lógica condicional
del intercambio.
En este sentido, es necesario distinguir y analizar la tensión existente entre el perdón puro,
incondicional, infinito y gratuito que le es brindado al culpable en tanto culpable, respecto del
perdón condicional que mide la falta y se otorga según su proporción, bajo la condición del
arrepentimiento y la transformación del transgresor. Derrida (2003) sostiene que el perdón
condicional ya no perdonaría al culpable sino a una versión diferente y mejorada del mismo.
Esta concepción tradicional del perdón se construye sobre el supuesto de que el perdón tiene
un sentido que se ve determinado ya sea por la promesa de la salvación futura, por la
búsqueda de la reconciliación, de la expiación o de la redención. Con respecto al análisis
realizado por Arendt respecto al concepto de perdón, y, a modo de ejemplo, Derrida menciona
lo que a su criterio son las dos suposiciones de la pensadora, a saber: que la acción de
perdonar es una posibilidad humana y que no se puede perdonar aquello que no puede ser
castigado. Derrida (2003) sostiene que el perdón es una suerte de locura de lo imposible, lo
cual, en vez de descalificarlo lo describe en su incomprensible realidad. Así concebido, el
perdón “es quizás la única cosa que ocurre, que sorprende, como una revolución, el curso
ordinario de la historia, de la política y del derecho” (DERRIDA, 2003, p. 19).
Es en este sentido que el perdón se mantiene heterogéneo respecto al orden político puesto
que en este nivel, y como se expuso, la acción de perdonar se concibe como una transacción o
negociación que responde a la lógica del imperativo hipotético kantiano. Derrida está
convencido de que el perdón no debe incluirse en el marco de la reconciliación principalmente
porque en el caso de esta última, siempre entra en escena un tercero y la acción de perdonar
debe llevarse a cabo, necesariamente, entre dos singularidades. Derrida (2003) insiste en
remarcar que existe una tensión entre la concepción incondicional y condicional del perdón,
tensión que se mantiene desde los orígenes abrahamánicos de dicho concepto. El perdón
incondicional debe ser dado gratuitamente, sin condición alguna, sin embargo, en su veta
condicional, el perdón se otorga solo bajo la condición del arrepentimiento y la posterior
transformación del transgresor. La conclusión a la que arriba el autor es que si nuestra idea de
perdón se derrumba desde el momento en que se la priva de su polo de referencia absoluto, a
saber, de su pureza incondicional, no obstante continúa siendo inseparable de lo que le es
heterogéneo, a saber, el orden de las condiciones, el arrepentimiento, la transformación,
cosas todas que le permiten inscribirse en la historia, el derecho, la política, la existencia
misma (DERRIDA, 2003, p.24).
8
Los dos polos mencionados, el incondicional y el condicional, son irreductibles uno al otro
pero, al mismo tiempo, indisociables. No hay manera de que el perdón se efectivice, de que
transforme la realidad, si su pureza no se compromete con una serie de condiciones. Las
decisiones y las responsabilidades deben tomarse en el “entre” que une-separa dichos polos.
El perdón puro, incondicional, dice Derrida (2003), para tener su sentido propio debe no tener
sentido, finalidad alguna, debe permanecer ininteligible. Ahora bien, en el momento en que la
víctima entra en comunicación con el transgresor, en cuanto lo comprende, el proceso de
reconciliación ha comenzado y junto con él se ha dado inicio, también, a la acción usual de
perdonar, la cual, a criterio del pensador, remite a muchas cosas menos al perdón.
Ahora bien, a los efectos de que tal complementariedad sea corroborada es imprescindible, en
este apartado, ahondar en las cuestiones nodales que hacen al hilo argumental de las teorías
9
de ambos autores respecto al perdón, así como también analizar las divergencias y los posibles
puntos de encuentro de ambas propuestas teóricas. Una vez hecho esto, se intentará dar
argumentos en pos de la hipótesis de la complementariedad en tanto se cree que, si se toma
en consideración la concepción arendtiana del perdón y de la acción (específicamente el hecho
de la natalidad), y se la fusiona con la propuesta de Derrida, el perdón podría ser visto como la
máxima y más completa expresión de la acción humana, así como también se vería ampliado
su arco de alcance (si se lo analiza desde la óptica arendtiana). Al mismo tiempo, se considera
indispensable evaluar si dicha fusión implicaría necesariamente una distorsión de la teoría de
la acción propuesta por Arendt.
10
de la proporción, el perdón se instala en el pensamiento derridiano como una “locura de lo
imposible” (ROJAS ÁVILA, 2013, p. 180).
Derrida (2003) se refiere al perdón puro como un gesto de locura en tanto no responde a
ningún tipo de lógica ni es la conclusión de ningún razonamiento. Es inexplicable y, de alguna
manera, puede ser inentendible. La pureza del perdón radica en que se da sin condición
alguna, no responde a ningún tipo de intercambio puesto que no requiere del arrepentimiento
ni de la transformación del transgresor. La inaccesibilidad racional del perdón, esta suerte de
“secreto”, es una condición que, a criterio de Derrida, debe permanecer intacta, absoluta.
Arendt (2009), por su parte, le atribuye a la condición natal de la acción humana un halo
milagroso por su capacidad de irrumpir en el mundo de manera inesperada e imprevisible y de
cambiar el curso de la cadena causal de los acontecimientos.
Los conceptos de locura y milagro no son equivalentes, sin embargo podría decirse que
comparten ciertas características o se encuentran relacionados en determinados aspectos. De
hecho, la tradición occidental cuenta con diversos casos en los que los hacedores de milagros
han sido tildados de locos por aquellos ajenos a sus creencias y, al igual que la locura, el
milagro no puede ser entendido ni explicado racionalmente. Ambos conceptos comparten la
condición de ser espontáneos, inesperados, imprevisibles, ilógicos e inexplicables. Y si bien se
podría objetar que el “milagro de la acción” al que hace referencia la teoría arendtiana
responde a una decisión deliberada y meditada por parte del individuo, cuestión que lo
pondría en oposición con la concepción tradicional de la locura, la semejanza que aquí se
establece entre milagro y locura no pretende ser exhaustiva sino que responde a la intención
de marcar algunos puntos de encuentro que permitan establecer una relación entre ambos
conceptos.
Ahora bien, si se tiene presente, por un lado, que la acción en sentido arendtiano tiene la
capacidad de revolucionar el mundo por medio de la interrupción de la cadena causal de los
acontecimientos, y que tal facultad se fundamenta en las nociones de natalidad y perdón y,
por otro lado, que el perdón puro derridiano se caracteriza por irrumpir de manera
revolucionaria en el mundo, en el sentido de que “[e]sa es quizás la única cosa que ocurre, que
sorprende, como una revolución, el curso ordinario de la historia, de la política y del derecho”
(DERRIDA, 2003, p. 19), puede afirmarse que, en el marco del pensamiento arendtiano, la
acción alcanzaría su punto máximo al perdonar el mal totalitario.
Como se vio, según las propias palabras de la autora no hay lugar para el castigo ni la
venganza, la reconciliación, por su parte, se vincula estrechamente con la comprensión y
ambas aplican al mundo en el que el mal totalitario tuvo lugar, no así a los perpetradores de
dicho mal ni al mal en sí mismo. En lo que respecta al perdón, el análisis arendtiano se limita a
11
sostener que no aplica al mal acaecido durante el régimen nazi por ser un modo de la acción,
la cual fue anulada durante el mencionado gobierno totalitario.
Queda en evidencia, así, que la única opción que Arendt encuentra en lo que a los agentes del
mal absoluto respecta es la muerte,específicamente, el ahorcamiento.
Y del mismo modo que tú apoyaste y cumplimentaste una política de unos hombres que no
deseaban compartir la tierra con el pueblo judío ni con ciertos otros pueblos de diversa nación
— como si tú y tus superiores tuvierais el derecho de decidir quién puede y quién no puede
habitar el mundo—, nosotros consideramos que nadie, es decir, ningún miembro de la raza
humana, puede desear compartir la tierra contigo. Esta es la razón, la única razón, por la que
has de ser ahorcado (ARENDT, 2003a, p. 166).
El análisis derridiano, por su parte, sostiene que el perdón en sentido puro solo cobra
relevancia cuando es dado a aquel que realizó el peor de los males y no se encuentra
arrepentido. Su capacidad revolucionaria, su locura, acaece en el momento en que se perdona
aquello que nadie espera ni entiende que sea perdonado.
El perdón, en este caso, parece ser una vivencia personal, interna, de la víctima que tiene lugar
al margen de la actitud que adopte el transgresor. No parece haber interacción ni intercambio
alguno entre ambos. En el caso arendtiano, por el contrario, el perdón se da en interrelación
estrecha entre la víctima y el transgresor, al punto de que la actitud de este último en el
momento de cometer el acto es una de las cuestiones a tener en cuenta por la víctima a la
hora de perdonar.
En la propuesta de Derrida (2003) se encuentra, quizá, una posible línea de acción que se
adecua al análisis arendtiano del perdón y el mal absoluto. Lejos de tergiversar o forzar la
teoría de Arendt, en el aporte derridiano se puede ver cómo el perdón puro, aquel perdón que
se da sin esperar nada a cambio y que responde al peor de los males, presenta las
características que la pensadora le atribuye a la acción en general (específicamente en relación
con el hecho de la natalidad) y al perdón en particular. El perdón puro que describe Derrida
12
(2003) puede ser concebido como la máxima expresión de las potencialidades de la acción
humana en sentido arendtiano. En el acto de perdonar al ejecutor del mal absoluto adviene el
milagro, es decir, aquello completamente inesperado e inentendible, un gesto de locura que,
en su hacerse realidad, no solo establece un nuevo comienzo sino que, al mismo tiempo, abre
un mundo infinito de posibilidades.
Conclusión
En el marco de la obra arendtiana el concepto de perdón adquiere un status de relevancia al
ser la única modalidad de la acción que tiene la facultad de revertir las consecuencias de los
actos del pasado y de dar inicio de forma inesperada y espontánea a una nueva cadena de
acontecimientos, capacidad que comparte con la noción de natalidad. Por ser un tipo de
acción, el perdón no tiene la capacidad de ejercer su poder en lo que respecta al mal
totalitario, una especie de mal que excede, en la magnitud de su horror, el ámbito humano de
la acción.
expuso el análisis del perdón condicional e incondicional (perdón puro) que brinda Derrida en
la entrevista que le realizara Wieviorka en 1999. El objetivo de la mencionada incursión en el
pensamiento derridiano fue poner en cuestión la concepción arendtiana del perdón con el
aporte del pensador, quien de manera explícita menciona el análisis de Arendt y,
específicamente respecto a la imposibilidad de perdonar el mal absoluto, disiente con la
pensadora. Por último, se toman los puntos clave de las concepciones del perdón de ambos
pensadores a los efectos de contrastarlas y analizar la posibilidad de que los aportes de una de
las propuestas (la derridiana) complementen y brinden una solución a los límites y las falencias
de la otra (la arendtiana).
A modo de conclusión, en este trabajo se pudo observar que la caracterización del perdón
puro que ofrece Derrida (2003) presenta características que se asemejan a la concepción
arendtiana de la acción de perdonar pero en sentido superlativo. Es decir, la facultad de
revolucionar y cambiar el curso de los acontecimientos que tiene el concepto de perdón en la
obra de Arendt se ve maximizada en el acto de perdonar el mal absoluto en el sentido de que
no existe nada más inesperado e inexplicable, nada más milagroso, que perdonar el mal
totalitario.
13