Eyra (5) by Margotte Channing

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EYRA

“Escribir es un oficio que se aprende escribiendo”


-Simone de Beauvoir-


“Escribo por la misma razón que respiro … porque si no lo hiciera, moriría.”
-Isaac Asimov-

“Para escribir un buen libro no considero imprescindible conocer París ni haber
leído el Quijote. Cervantes cuando lo escribió, aún no lo había leído.”
-Miguel Delibes-















ÍNDICE


UNO

DOS

TRES

CUATRO

CINCO

SEIS

SIETE

OCHO

NUEVE

DIEZ

UNO


Tinganes, Islas Feroe, Año 1115



a mujer montaba inclinada sobre el cuello de la yegua, intentando que
L galopara más deprisa, hasta que vio el mar, entonces, se irguió y lanzó un
grito de alegría. Cuando las pezuñas de Maia, su yegua, tocaron la arena, la
hizo frenar, y se lanzó al suelo desnudándose mientras lo hacía. Después de
quitarse la ropa, corrió a meterse en el mar helado, donde nadó con todas sus
fuerzas, alejándose rápidamente de la playa. No dejó de bracear hasta que
estuvo agotada, y se tumbó boca arriba en el agua dejándose llevar por las olas,
así se mantuvo unos minutos. Cuando comenzó a temblar, volvió rápidamente a
la orilla, porque el mar estaba demasiado picado, y si seguía alejándose, no
podría volver.
Maia la esperaba pacientemente, su padre se la había regalado siendo las
dos muy jóvenes, por lo que habían crecido juntas, y se entendían a la
perfección. Cuando llegó junto a ella, la abrazó y le dio un beso en el morro, que
Maia recibió con un suave relincho. Se vistió y volvió su mirada sonriente hacia el
enorme y oscuro océano, por el que siempre había sentido una gran atracción,
algo incomprensible para su padre.
Ya de vuelta, dejó la yegua en los establos, después de cepillarla y darle de
comer, entró en la casa y fue directamente al salón. Ya estaban desayunando,
por lo que se acercó sonriendo a dar un beso a su padre y luego se sentó a su
lado. El famoso jarl Sigmundur Brestisson, sonrió tiernamente a su hija, pero
observó la mirada despectiva que le dirigía su última concubina.
—¿De dónde vienes Eyra, hija mía?, veo que tienes el cabello húmedo—
ella miró con cariño el pelo blanco y los ojos azules de su padre.
—He ido a nadar al mar.
—¡Te lo he dicho Sigmundur!, ¡es una salvaje! —Eyra ni siquiera la miró, ya
estaba acostumbrada a sus insultos, y había descubierto hacía mucho tiempo
que era mejor no hacerle caso. Así que comenzó a comer del plato que una
esclava le había traído, esperando la contestación de su padre.
—Adair, sabes que no me gusta que hables así de mi hija— el anciano se
volvió hacia la joven mujer, con el ceño fruncido, no eran muchas las cosas que
conseguían que perdiera la paciencia, y una de ellas era que alguien tratara mal
a su adorada hija. Sin embargo, Adair insistía en hacerlo, de hecho, al
escucharlo, irguió la barbilla y contestó con rencor,
—¡Tendría que estar casada y lejos de aquí!, ¡yo vine para ser la señora de
esta casa, y no ella!, ¡hasta que no se vaya, los esclavos y todos los que viven en
la isla, no me reconocerán como el ama! —terminó la frase susurrándola, para
que no la escucharan los sirvientes—deberías casarla, Sigmundur. Al fin y al
cabo, varios hombres, incluso alguno rico, te han pedido que se la entregaras en
matrimonio, aunque no entiendo por qué alguien querría casarse con ella.
—No lo entiendes porque tu envidia hacia ella es tan grande, que no quieres
aceptar que Eyra es la mujer más bella de toda la isla, y probablemente de todo
el reino—suspiró sabiendo que, con esa contestación, tendría más problemas
con Adair, Eyra, disgustada, agachó la cabeza y dejó de comer. En momentos
como ése, cuando veía lo difícil que estaba siendo aquella situación para su
padre, lamentaba haberlo convencido para que le permitiera elegir a su futuro
marido. Motivo por el que todavía no se había casado.
—Padre, voy a la huerta—su padre asintió con la mirada triste, su vida era
un infierno desde que había aceptado a Adair como concubina, y no veía ninguna
posibilidad de anular el vínculo, ya que era prima del rey. El mismo monarca se la
había presentado como una viuda aún joven y bella, unos meses antes, y había
influido para que se produjera su unión. Sigmundur, pensando en su hija más que
en sí mismo, decidió aceptar sin imaginar que se odiarían nada más verse.
Eyra se acercó a la huerta, si no estaba montando a caballo, estaba allí, o
cocinando, cualquier cosa con tal de no estar parada, porque odiaba no hacer
nada. Su madre, muerta cinco años antes, le había enseñado a conocer y cuidar
las plantas medicinales, de las que tenían un gran número en la huerta. Solía
cuidarla ella misma, y cuando no le era posible por los compromisos de la casa,
se ocupaba alguno de los esclavos. Pero ese día cogió el azadón y comenzó a
remover varias filas nuevas de tierra, para plantar unas semillas que había
guardado del año anterior. Ahora le pareció un buen momento para usarlas.
Cuando terminó su trabajo, varias horas después, Amira, una esclava que
tenía su misma edad, diecisiete años, se acercó a ella.
—Eyra, es la hora de comer, tu padre pregunta por ti—se estiró limpiándose
el sudor y sujetándose la espalda, ya que le ardía por el dolor, debido a estar
tanto tiempo inclinada. Miró a Amira y sonrió
—Gracias Amira—dejó el cubo de agua con el que había regado las
semillas y el azadón, y se quitó el sobrevestido que usaba para no mancharse de
tierra, mientras entraba en la casa.
Su padre estaba solo en la mesa principal, y ella se sentó a su derecha, en
su sitio habitual.
—¿Dónde está Adair? —él sonrió haciendo que alrededor de sus ojos se
formaran muchas arrugas, de repente aparentó su edad, y era un hombre muy
mayor. La madre de Eyra había sido su tercera esposa, y según sus palabras la
única a la que había querido, y también la que le había dado a su única hija,
Eyra, desgraciadamente había muerto cinco años atrás intentando parir a su
segundo hijo.
—Al parecer no se siente muy bien, ha mandado decir que comería en su
habitación, pero intentaremos soportar su ausencia, ¿no te parece? —sonrió
pícaro al mirar a su hija, que también sonrió divertida—¡Cuánto te pareces a tu
madre, Eyra! —ella sintió que su pecho se hinchaba de orgullo, porque su madre
había sido una mujer muy buena y también muy bella. Últimamente hasta se
peinaba como lo hacía ella, con dos largas trenzas.
—Madre era mucho más bella que yo—susurró
—No te creas hija mía, era muy bella, pero tus ojos transmiten un espíritu
del que ella carecía. Si fueras un chico hubieras sido el mejor guerrero de mi
ejército, siendo una chica…—se encogió de hombros.
—Ya lo sé, ¡ojalá hubiera sido un chico! —su padre sonrió al escucharla
—No, siendo una chica, ¡pobre del hombre que se enamore de ti!, aunque,
por otro lado, también será muy afortunado—ella se rio a carcajadas al
escucharle.
—¡Padre!, a veces hablas sin sentido—él observó tranquilo su risa,
deseando que los dioses le concedieran vivir para ver cómo se unía al hombre
adecuado, aquel que supiera apreciar toda su valía.
—¡Señor, señor! —Horik, uno de los soldados que vigilaban la parte del
fiordo, corría hacia ellos con cara de asustado. Su padre se levantó al igual que
ella al verlo, y esperó que hablara.
—¡El vigía ha visto dos drakkar que vienen hacia aquí! —el anciano
contestó con notable tranquilidad,
—¿Cuánto falta para que lleguen?
—Pocos minutos, luego lo que tarden por tierra en llegar desde la playa,
como mucho una hora—su padre asintió y levantó la mano para que el hombre
dejara de hablar,
—Espera un momento—se volvió hacia su hija—hija mía, coge a las
mujeres, a todas, y llévalas al sótano, ya sabes lo que tienes que hacer. Bajad
agua y víveres, yo voy a hablar con los soldados, cuando estén todas abajo,
vuelve aquí. Quiero hablar contigo antes de que cerréis la trampilla por dentro—
Eyra asintió y salió corriendo.
Se limpió de un manotazo un par de lágrimas impropias de ella, que
amenazaban con caer de sus ojos, y corrió hacia la cocina, donde habló con
Amira y le pidió que reuniera a las esclavas, luego fue a por Adair que estaba
tumbada en su habitación, como casi siempre. Se puso histérica cuando le dijo
que fuera con ella porque estaban sufriendo un ataque, y comenzó a gritar, hasta
el punto de que tuvo que darle una bofetada para que se callara,
—¡Cállate Adair!, vamos a escondernos, hace años que mi padre mandó
excavar una cueva bajo la casa, por si ocurría esto. Lo único que tienes que
hacer es estar callada, ¿entiendes? —la mujer asintió mientras las lágrimas
corrían por sus mejillas.
Bajó a las mujeres al escondite, como le había pedido su padre, y les dijo
que no se movieran, porque volvería enseguida. Entonces corrió a buscarlo, pero
el salón estaba vacío. Salió fuera, y su corazón se encogió de dolor, al ver lo que
estaba ocurriendo en su hogar, los soldados corrían de un sitio para otro llevando
armas, y su padre, a pesar de su vejez, volvía a empuñar su vieja espada y su
escudo. Corrió hacia él muerta de miedo, porque su padre no podía luchar contra
un enemigo joven y fuerte,
—¡Padre! —él la miró desconcertado por un momento, hasta que recordó lo
que le había ordenado,
—¡Hija mía!, escúchame—la hizo entrar en la casa, aunque él no traspasó
el umbral—no debéis salir ocurra lo que ocurra, en caso de que todo se
solucione, yo mismo iré a por ti, sino…—se quedó mirando a su joven y bella hija,
seguro de no volverían a verse—sino—continuó— quiero que sepas que seré
feliz reuniéndome con tu madre. Y que estoy muy orgulloso de ti, nunca he
lamentado que no fueras un chico, aunque tú creyeras lo contrario,
—Padre—esta vez no pudo evitar que un puñado de lágrimas ardientes y
que quemaban en su garganta como el ácido, salieran de sus ojos y recorrieran
sus mejillas—por favor, permíteme que me quede contigo y te ayude, soy buena
con el arco, seguro que …
—¡Calla Eyra! —sonrió con tristeza al ver cómo lloraba—me iré tranquilo
sabiendo que tú estás a salvo, ¿no lo comprendes? —ella negó con la cabeza, no
podía dejarle sólo, pero un soldado los interrumpió,
—¡Señor!, ¡ya llegan! —su padre asintió al soldado, y abrazó a su hija
—Te quiero hija mía, que los dioses te protejan—ella se abrazó al cuello de
su padre, inspirando fuertemente para guardar su olor dentro de sí, y lo besó,
—Y yo a ti padre— los brazos de él la acogieron con ternura por última vez,
y después la envió con un ligero empujón en la dirección correcta.
Corrió hacia la cueva y se metió dentro bajando con dificultad las angostas
escaleras, luego, cerró la trampilla con cuidado, limpiando antes el suelo de
madera para que no se vieran las huellas alrededor de la trampilla. El resto de las
mujeres, que estaban al final de la cueva, hablaban entre ellas casi a gritos, Eyra
se acercó para decirles en voz baja,
—¡Callaos, ya están aquí!, si nos oyen estamos perdidas—se abrazó a sí
misma apoyándose en la pared, mientras temblaba en la oscuridad pensando en
su anciano padre.
Durante unos minutos le pareció que todo había sido un error hasta que, de
repente, escucharon el ruido de la lucha, y el de los gritos de los hombres que
caían fulminados, bajo el ataque indiscriminado de las hachas y las espadas. La
pelea duró bastante tiempo, las mujeres que estaban sentadas en el suelo de
tierra se abrazaban unas a otras intentando darse fuerzas, menos Eyra que se
mantenía en pie observando la trampilla, a través de ella se colaba una rendija de
luz, pequeña pero suficiente para poder vislumbrar algo entre las sombras.
Después de que cesara el ruido de la lucha, Eyra se estremeció al saber lo
que eso quería decir. Su padre y los pocos soldados que lo seguían no tenían
costumbre de pelear, y los que habían venido a invadir su tierra, seguramente sí.
Adair, comenzó a gemir con voz creciente, la esclava que tenía al lado intentó
hacerla callar, pero no le hacía caso. Eyra se acercó a ella y le dijo:
—Adair, tienes que calmarte, nos van a descubrir—pero la mujer estaba
muerta de miedo, y parecía incapaz de hacerlo, Eyra, cogiéndola por los brazos,
la sacudió ligeramente y volvió a susurrar—Adair, estás poniendo nuestras vidas
en peligro—entonces, la mujer la miró con ojos extraviados y gritó:
—¡Necesito salir de aquí!, ¡me ahogo, no puedo respirar! —salió corriendo
hacia la trampilla, y comenzó a dar golpes a la madera. Entre todas intentaron
sujetarla, pero comenzó a darles patadas, mientras seguía golpeando la trampilla
oculta con las manos. Por fin consiguió lo que buscaba, y la trampilla se abrió
desde el otro lado.
Uno hombre rubio, con una barba y melena muy largas, gritó, al verlas,
—¡He encontrado a las mujeres! —cogió a Adair y la arrastró hacia fuera
mientras ella pataleaba contra él, e intentaba darle puñetazos. Varios hombres
entraron a continuación y las cogieron arrastrándolas hacia la salida. A Eyra, la
atrapó uno muy grande, moreno y con ojos azules, agarrándola de un brazo, le
susurró entre los gritos de sus compañeros:
—Si no te resistes, no te haré daño—cuando salieron a la luz ella entornó
los ojos, y se quedó mirándole incrédula. Estaba segura de que habían ido para
violarlas y después matarlas, o peor todavía, capturarlas como esclavas. El
hombre, por su parte, observó a la joven mujer que había tenido la suerte de
capturar, y abrió la boca, inconsciente de lo que hacía. Tal era su gesto de
sorpresa que su amigo Ragnar, el jefe de la expedición, que pasaba a su lado en
ese momento, se rio al verle y le dijo:
—¿Tan fea es que te has quedado como una estatua, amigo? —se colocó al
lado de Hadar, de quien era amigo desde niño, y miró a la mujer que sujetaba por
el brazo y que los observaba como haría una reina con dos mendigos. Pero no le
importó, porque por primera vez en su vida, supo que todas las historias que le
había contado su padre sobre los berserkers eran ciertas. Hasta ese momento
las había considerado un cuento para viejas, pero su corazón dio un vuelco al ver
a la mujer dorada. Ella frunció el ceño mirando a aquel gigante pelirrojo y de
profundos ojos azules, y enseguida volvió la vista al hombre que la sujetaba y le
dijo,
—Tengo que encontrar a mi padre—Hadar asintió atontado, seguramente si
ella le hubiera pedido que se clavara su propia daga, lo habría hecho. Eyra
comenzó a andar recorriendo el salón observando a los caídos, pero no encontró
a su padre, entonces salió fuera, acompañada por Hadar que no había soltado su
brazo, y de Ragnar que observaba asombrado lo que ocurría. Entonces ella lanzó
un grito y salió corriendo soltándose de su agarre,
—¡Padre! —el anciano yacía inmóvil bajo un salvaje de los que habían ido a
invadirlos, ella apartó al desconocido con esfuerzo, sin recibir ayuda de ninguno
de los dos hombres que seguían observando lo que hacía, y se abrazó al
anciano. Pero su padre ya no estaba allí, Eyra sintió desgarrarse su corazón y
gritó sintiendo el mayor dolor de su vida, mientras lo acunaba entre sus brazos.
Con su mundo destrozado, cerró los ojos del anciano y besó su frente llena de
sangre, luego acarició un momento su pelo antes de que la apartaran de él,
—Está muerto, déjalo. Murió como un valiente, mis hombres lo enterrarán
más tarde—Ragnar la cogió del brazo haciéndola levantarse. Por alguna razón
se sentía mal al verla tirada y llorando junto al anciano—no sirve de nada que
llores—tiró de ella, pero Eyra se resistía a ir con él,
—¡No, déjame!, tengo que prepararle para el entierro, ¡es mi obligación, era
mi única familia! —Ragnar la miró con el ceño fruncido, los ojos azules
oscureciéndose por momentos, su voz sonó mucho más grave que antes cuando
dijo:
—Ya no dispones de ti para poder hacer lo que quieras, ahora me
perteneces como botín de guerra—Hadar iba a decir algo a su amigo, pero dio un
paso atrás al ver su mirada, ya sabía lo que eso significaba, la había visto otras
veces. Movió la cabeza y dejó que se llevara a la chica que se resistía con todas
sus fuerzas. Hadar no movió un dedo porque, cuando aparecía aquella extraña
luz azul en los ojos de Ragnar, nadie podía interponerse entre él y lo que quería.
Nadie que quisiera seguir viviendo, claro.
DOS

os invasores guardaron todo lo que encontraron de valor en bolsas, y
L cargando con ellas y arrastrando a las mujeres atadas, subieron a los barcos.
Eyra no dejó de pelear todo el camino y Ragnar, que era el que la llevaba, se
iba enfadando cada vez más por su testarudez, tanto que la amordazó para no
seguir escuchando sus insultos. De esa manera la subió al barco y la ató, aislada
del resto de las esclavas, al mástil del barco que estaba junto al timón, que
llevaría él. Con suerte, la travesía duraría solo dos días, pero tenía que
concentrarse para llegar lo antes posible a su hogar.
Frunció el ceño porque de repente, la imagen de su madre le vino a la
cabeza, y miró de reojo a la mujer que había tenido que arrastrar para poder
arrancarla de su tierra. Su madre también había sido capturada por su padre, y
aunque después se habían enamorado y habían vivido una vida llena de
felicidad, sabía que, al principio, ella había sufrido mucho, según ella misma le
había confesado. Sin embargo, gracias a su unión, el berserker de su padre se
había apaciguado, y, según sus propias palabras, desde entonces había dejado
de temer morir loco, algo que solía ocurrirles a los berserkers.

Miró la brújula y giró el timón para cambiar el rumbo y volver a su casa, con
la seguridad que le daba la experiencia. Para él, el mar era un segundo hogar, su
padre había reconocido años atrás, siendo un excelente marinero, que Ragnar
era el único de sus hijos que navegaba mejor que él. Era de los primeros vikingos
que había empezado a utilizar, para orientarse, una brújula comprada en un
mercado árabe, en uno de sus viajes. Por la noche no la utilizaba, porque se
orientaba mediante las estrellas, entonces era cuando más le gustaba llevar el
timón, cuando todos dormían, y él, sólo, medía sus fuerzas con la naturaleza.
Pasaron varias horas antes de que empezara a sentir el cansancio, y
entonces le hizo una seña a Hadar para que lo sustituyera, su amigo se acercó
enseguida y cuando lo hizo, Ragnar se estiró agotado. Echó un vistazo a la
esclava observándola largamente, ahora que estaba dormida.
—Ten cuidado con ella, es una fierecilla—puso la mano en el hombro de su
amigo, que asintió con una sonrisa tímida mirándola, y Ragnar rio por lo bajo
sabiendo lo enamoradizo que era—no se te ocurra desatarla— Hadar lo miró sin
contestar, y se sintió obligado a ordenárselo con más firmeza— Hadar, hasta que
no vuelva, no la toques. Esta es peligrosa.
—Es muy pequeña—le miró incrédulo.
—Sí, pero nos odia, ten en cuenta que su padre ha muerto por nuestra
culpa, por cierto, ¿sabes quién lo mató?
—Fui yo—Hadar puso cara de arrepentimiento—no le vi venir y cuando se
me echó encima, le clavé la espada instintivamente—movió la cabeza pesaroso
—espero que, al menos, su viaje al otro mundo haya sido rápido, y que se haya
encontrado con sus seres queridos—expresó su deseo en voz alta.
Como siempre que lo escuchaba hablar así, se sorprendía de la bondad de
su amigo, apretó por última vez su hombro y se dio la vuelta dirigiéndose al otro
costado del barco, donde la mitad de la tripulación ya estaba dormida. Se
envolvió en su capa de pieles, y se tumbó sobre la madera oscura de la cubierta,
en un lugar separado de los demás. Y en cuanto apoyó la cabeza en la madera,
se quedó dormido.
Eyra despertó de una pesadilla en la que un monstruo pelirrojo de ojos
azules la perseguía para matarla, y se encontró con que la pesadilla era real. Le
dolían mucho las manos porque Ragnar se las había apretado tanto que no podía
moverlas, y las muñecas se habían hinchado y estaban despellejadas, por haber
intentado soltarse repetidamente. Llevó sus muñecas a la boca para intentar
quitarse la mordaza, pero tampoco pudo hacerlo, entonces, se sentó despacio,
porque también la había atado por la cintura al timón y no podía moverse
demasiado, miró al frente, y vio que el hombre que llevaba el timón no era el
mismo. Lo recordó, era el que la había atrapado en primer lugar, sus ojos
parecían más humanos que los de su jefe, y más amables.
—No llores por favor—lo miró sorprendida, y se llevó las manos a la cara
porque no se había dado cuenta de que estaba llorando. Lo miró y señaló su
mordaza pidiéndole, sin palabras, que se la quitara. Él pareció dudar, y
finalmente, se inclinó hacia ella para susurrar—te la quitaré si me prometes que
no gritarás, si lo haces, tendremos problemas los dos, porque mi amigo Ragnar
no consiente que lo desobedezcan—ella, desesperada, asintió con la cabeza,
estaba deseando poder cerrar la boca, y le dolían mucho los labios, por lo fuerte
que Ragnar le había apretado la mordaza.
El hombre miró sobre su hombro y vio que todos, incluyendo a las otras
mujeres que habían capturado, estaban durmiendo, y se inclinó sobre ella, con un
experto movimiento le desató la mordaza, quedándose con ella en la mano
derecha, y volvió a sujetar el timón. Eyra sintió que le subía un sollozo a la boca
al sentir que podía volver a hablar, pero lo reprimió y susurró con la voz
estremecida a su captor:
—Gracias—él la sonrió contento y viendo que estaba más tranquila, le
preguntó,
—¿Quieres agua? —Eyra asintió sin hablar, porque sentía la lengua
hinchada y reseca. Hadar se acercó a un barril que había detrás de ellos, y
sumergió una copa para llenarla y se la dio. Ella bebió hasta la última gota,
porque se imaginó que, cuando se despertara el monstruo, ya no volvería a
probar el agua. Cuando vació la copa se la devolvió y, volvió a darle las gracias.
Por raro que pareciera, a pesar de ser un hombre enorme como los demás, no le
parecía tan amenazante—¿quieres más?
—No, de momento no, gracias—él volvió a asentir y siguió dirigiendo la
nave.
Cuando Ragnar se despertó, se dejó mecer unos segundos sobre la
cubierta, sonriendo. Le atraían las cosas salvajes porque él mismo reconocía que
también lo era, su madre siempre decía, riendo, que era el más vikingo de todos
sus hijos. Él se sentía muy orgulloso de serlo, ya que siempre había preferido la
cultura de su padre a la de su madre, que era cristiana y para él, excesivamente
blanda. Cuando Ragnar, siendo niño, había preguntado a su padre extrañado por
ese aspecto de su madre, éste le había dicho,
—No creas que te gustaría más que tu madre fuera una vikinga auténtica,
como las madres de tus amigos. Tenemos suerte de que tu madre sea tan
bondadosa, cuando seas mayor te darás cuenta de que es una bendición que
sea así. Da gracias a que nunca has sentido su mano en tu cara más que para
hacerte una caricia, o curarte una herida—Ragnar todavía recordaba la
vergüenza que había sentido, por el reproche cariñoso de su padre. Nunca más
volvió a preguntarse por qué, su padre se había unido a una extranjera, y cuando
creció, entendió lo necio que había sido, al no saber valorar la joya que su padre
había tenido la suerte de capturar, tantos años atrás.
Se sentó estirándose, y miró a su alrededor. Sus ojos se encontraron con
las tres mujeres que estaban atadas juntas, al fondo del barco, y giró la cabeza
buscando a la otra, a la única que le interesaba. Estaba hablando con Hadar y
parecía sonreír a su amigo, al verlo sintió cómo si un fuego subiera por su
estómago y enarcó las cejas, porque no entendía lo qué le ocurría, pero sintió la
necesidad, imparable, de separarlos. Cuando se levantó, los dos volvieron la
vista hacia él, su amigo al ver su mirada azul incandescente supo lo que le
ocurría, y miró a la mujer preocupado, luego volvió a mirar a Ragnar,
—Deja el timón, te relevaré— Hadar, pareció dudar durante unos segundos,
pero finalmente asintió. No miró a la mujer antes de irse, sabía que era mejor
para ella que no lo hiciera.
Ragnar miró al frente, hacia la línea del horizonte, y se estabilizó sobre la
cubierta abriendo las piernas, porque el mar estaba algo picado, la embarcación
se movía bastante, motivo por el que se había despertado. Miró de reojo a la
mujer, pero ella estaba decidida a no hacerlo, eso lo molestó, e hizo que clavara
su mirada en ella, entonces observó las marcas rojizas que tenía en la comisura
de los labios, y que afeaban su blanca piel.
—¿Cómo te has quitado la mordaza? —ella se encogió de hombros y se
tocó los labios con la punta de los dedos, pero hizo una mueca por el dolor,
Él frunció el ceño indignado porque no contestara, y miró acusador hacia
Hadar, pero ya se había dormido. Volvió a mirar a la mujer sin saber por qué
estaba tan enfadado con ella, y entonces ella le devolvió la mirada, con todo el
odio que sentía hacia él. En ese instante Eyra pudo observar cómo el color de
sus ojos se fue volviendo más brillante, aunque seguía siendo azul. Y cuando le
escuchó hablar de nuevo, su voz era mucho más grave, como si alguien que no
era él hablara desde dentro de su cuerpo,
—¿Cómo te atreves a mirarme así, muchacha? — ella desvió la mirada,
asustada, porque nunca había visto que a ningún hombre le cambiaran el color
de los ojos y la voz. Ragnar al ver que ella miraba hacia el suelo, se enfadó aún
más,
—¡Esclava! —levantó la voz adrede, pero ella no contestó y siguió con la
mirada perdida, aunque su mandíbula se había apretado. Él sentía cómo la
sangre corría por sus venas a toda velocidad, y no recordaba otro momento de su
vida en el que hubiera estado tan enfadado. A pesar de ello, inspiró hondo
intentando tranquilizarse y miró al frente, pero ella, inconscientemente, le dijo,
—¡Te maldigo demonio rojo! —él entrecerró los ojos al escuchar la
maldición, y apretó los labios—¡espero que, cuando termines tus días en la tierra,
no entres en el Walhalla, sino que acabes siendo un juguete de Hela, la hija de
Loki, en el inframundo! ¡y que tu sufrimiento sea eterno! —era la peor de las
maldiciones, la que le negaba la felicidad en la otra vida.
Entonces Ragnar sintió que un velo rojo cubría su visión, y que un pitido se
instalaba en sus oídos, sacudió la cabeza y volvió a mirarla. Ella pareció darse
cuenta de lo que había hecho, pero incapaz de disculparse, cerró la boca y
guardó silencio, tozuda.
A partir de entonces, el berserker tomó el control de la mente del hombre, y
éste levantó la cabeza y emitió un rugido que hizo que se despertaran todos, los
vikingos y las tres mujeres, que aún dormían. Abandonando el timón, la cogió por
las muñecas sin tener en cuenta la mueca de dolor que hizo ella, y le quitó la
cuerda de la cintura, Eyra luchaba como podía contra él, pero no tenía fuerza
suficiente para oponerse a semejante gigante, ya que al menos le llevaba treinta
centímetros de diferencia, y unos cincuenta kilos de peso. La arrastró sin ningún
cuidado hacia el palo mayor, donde cogió el cabo de una de las cuerdas que
había allí sujetas, y desató sus muñecas para hacer que se abrazara al mástil, y
volvió a atarlas en esa posición. Cuando terminó, la observó con una sonrisa
despiadada, y ella se estremeció al ver la crueldad en sus ojos,
—Te arrepentirás de lo que has dicho. Antes de lo que crees, pedirás
perdón por ello, porque te juro que no dejaré de castigarte hasta que lo hagas—el
susurro junto a su oído hizo que ella se estremeciera de miedo, por un lado y por
otro, consiguió que jurara morir antes que pedir perdón. Cerró los ojos y se
encomendó al Dios cristiano de sus padres, rogó porque le diera valor para
aguantar hasta el final, no le importaba morir si así escapaba de esta pesadilla.
Ragnar cogió un látigo, le rompió el vestido por la espalda, y comenzó con
el castigo, los latigazos se sucedían ante la mirada incrédula del resto de los
hombres y mujeres, que observaban atemorizados lo que ocurría. Después del
tercer golpe, Hadar se acercó decidido a su amigo que seguía empuñando el
látigo, aunque hacía unos segundos que se había quedado quieto, aturdido,
mirando el suelo. Se colocó ante él y le dijo en voz baja,
—Ragnar, ¿qué te ocurre?, tú nunca habías pegado a una mujer…—los
ojos azules de su amigo se levantaron del suelo y lo miraron, de nuevo habían
vuelto a su color normal. Pareció extrañado al ver el látigo en su mano y cuando
vio la espalda de la mujer, lo soltó asqueado y se acercó con rapidez a ella para
desatarla. Mientras lo hacía, observó las tres heridas diagonales que sangraban y
que comenzaban a hincharse, señales que tardarían en desaparecer, y movió la
cabeza odiándose profundamente por lo que acababa de hacer. Su amigo estaba
en lo cierto al decir que nunca había pegado a ninguna mujer, y tampoco había
consentido que ninguno de sus hombres lo hicieran. Cuando la desató, recibió en
sus brazos el cuerpo de la muchacha, que se había desmayado. Entrecerró los
ojos al ver su palidez y cómo sus labios estaban ensangrentados, seguramente
porque se los había mordido para no suplicar y parar así el castigo. La levantó
con cuidado en sus brazos, y la llevó a un costado del barco. Rodeado por el
silencio del resto de los ocupantes del barco, se arrodilló en la cubierta y la
colocó boca abajo, para que no le doliera la espalda más de lo necesario. Hasta
que llegaran a su tierra, poco más podría hacer por ella.

TRES


yra se despertó al sentir un fuerte dolor en la espalda, intentó huir de la cama
E en la que estaba tumbada, pero unas manos fuertes la aprisionaron contra el
colchón, y le fue imposible. Mientras respiraba agitadamente con la cara
sobre la almohada, escuchó la voz de una mujer desconocida, que parecía hablar
de ella,
—Que no se mueva Ragnar, se le han infectado las heridas, por eso no se
despertaba—la mujer dejó pasar unos segundos antes de susurrar— creo que
tiene fiebre—la curandera miró a su amo preocupada, la muchacha llevaba dos
días durmiendo profundamente, desde que había llegado. Ragnar mientras tanto,
había estado inusualmente huraño, todos los esclavos estaban asombrados, por
la dureza con la que había castigado a aquella frágil muchacha. Era todo muy
extraño, ya que, a pesar de su comportamiento con ella, la había llevado a su
propia cama para que se curara, y cuando habían intentado llevarla a otra
habitación, se había negado. Eso había provocado que Siv, su concubina, se
enfadara, ya que solía dormir aquí con él, y esos días lo había tenido que hacer
en su dormitorio.
Ragnar se agachó para que Eyra le viera la cara, y le dijo:
—Estate quieta—intentó moderar su voz para no asustarla, pero ella, al
verlo, agrandó los ojos debido al miedo, y comenzó a patalear y a mover los
brazos intentando liberarse, mientras gritaba como si estuviera frente a su peor
pesadilla.
Al escuchar los gritos, Hadar entró en la habitación. Había estado
esperando en el salón para hablar con su amigo, pero no pudo evitar entrar
temiendo que Ragnar hubiera vuelto a perder la razón por la mujer. Cuando
traspasó el umbral del dormitorio se quedó parado sin saber qué hacer, su amigo,
que parecía muy enfadado, sujetaba a la muchacha por la cintura, intentando no
tocar su espalda que se veía hinchada y roja, mientras ella, muy agitada,
sollozaba con la cara congestionada intentando escapar de él. Helga, una
esclava anciana que había vivido antes en casa de los padres de Ragnar, por lo
que lo conocía desde niño y que ahora era la curandera de su casa, permanecía
algo apartada observándolo todo con la boca abierta.
—Ragnar, déjame que hable con ella, por favor—su amigo lo miró y asintió
con un gesto rápido. Hadar se acercó a ellos, preocupado porque la muchacha
hubiera perdido la razón. Aunque Ragnar solo le sujetaba las muñecas, ella
seguía peleando contra él y gritando como si le fuera la vida en ello.
—Eyra—Ragnar lo miró asombrado porque conociera su nombre, él se lo
había tenido que preguntar a las otras esclavas cautivas, para poder saberlo—
tranquilízate por favor, solo quieren curarte la espalda— pero ella no escuchaba,
continuaba luchando contra Ragnar intentando huir, sin importarle si se hacía
daño al hacerlo. Hadar se acercó más y le cogió la cara con la máxima suavidad
que pudo, e hizo que lo mirara. Cuando lo consiguió, los ojos de ella parecieron
tranquilizarse un poco, aunque todo su cuerpo seguía temblando por la tensión,
—Eyra, tienes que estarte quieta, para que puedan curarte—ella negó con
la cabeza, aunque segundos después, sintió como sus piernas ya no la
sostenían, y se dejó caer contra su enemigo sin poder evitarlo. Ragnar la tomó en
sus brazos con cuidado y la llevó a la cama. Mientras ella gemía por el dolor y la
debilidad, él se volvió hacia la curandera,
—Deprisa, cúrala ahora—observó los débiles movimientos de la muchacha
extrañado—¿qué le ocurre?
—Por lo que me has contado no ha comido desde hace días, y ha bebido
muy poca agua, su cuerpo no aguanta más.
—En cuanto la cures, comerá—ordenó, mientras sentía un nudo en su
estómago al pensar que ella podía morir.
—No—murmuró Eyra con la cara oculta entre sus brazos—déjame morir
malnacido, prefiero morir, a vivir siendo tu esclava—Hadar cogió a su amigo del
brazo, y lo llevó aparte para hablar con él.
—Ragnar, esto no conduce a nada, si sigues peleándote con ella, morirá en
pocos días. Si quieres que se recupere, tienes que dejarla—susurró.
—¿Qué quieres decir?
—Deja que la lleve a mi casa unos días, yo me encargaré de su
recuperación. Mira, mi esclava, tiene buena mano para los enfermos, y puede
hacerle las curas que diga Helga…
—No—contestó Ragnar, pero su mirada volvió a la muchacha que seguía
quejándose, y cada vez con menos fuerzas,
—Ragnar ¿qué te ocurre con esta muchacha? —Hadar movía la cabeza
negando lo que veían sus ojos—nunca te había visto actuar así, en el barco temí
que te hubieras vuelto loco.
—No lo sé, pero siento una ira terrible cuando discute conmigo, cuando se
enfrenta a mí…no sé lo que le haría—se encogió de hombros avergonzado por
su comportamiento— en el barco el berserker tomó el control sobre mí, yo nunca
le hubiera hecho daño, tú lo sabes.
—Pero quieres que se cure ¿no? —Ragnar asintió con un golpe seco de la
cabeza, y tomó una decisión
—Está bien, puedes llevarla a tu granja, pero solo por unos días, en cuanto
esté mejor, la traeré de vuelta.
—De acuerdo—Ragnar, después de una última mirada, se fue sin mirar
atrás, aunque ya se arrepentía del acuerdo al que había llegado con su amigo de
la infancia.
Cuando se cerró la puerta, Hadar le hizo una seña a la curandera para que
esperase un momento y se sentó en la cama junto a la muchacha, ella lo miró
con lágrimas en los ojos. Parecía agotada y ahora tenía temblores, seguramente
por la fiebre, intentó levantar la cabeza buscando a Ragnar, pero enseguida la
dejó caer. Hadar decidió que ese era el mejor momento para hablar con ella,
—Ya se ha ido, es muy importante que me escuches Eyra, te van a curar la
espalda, y si comes y bebes, aunque sea un poco, te sacaré de aquí. Ragnar ha
aceptado que vengas a mi casa, ¿lo harás, te quedarás quieta para que te cure
Helga? —ella asintió, sin fuerzas para hablar, porque su pelea con el demonio la
había dejado exhausta. Cerró los ojos, mientras la anciana limpiaba sus heridas,
luego notó que le extendía algo por la espalda que hizo que las heridas
escocieran mucho, pero al poco tiempo dejaron de molestarle. Finalmente, vendó
su espalda con una tela limpia, y le ayudó a ponerse un vestido que no era el
suyo. Poco después le trajo un poco de caldo y pan, comió un poco y Hadar al
verlo, salió con una sonrisa de la habitación. Estaba preparando su caballo,
cuando su amigo lo encontró en los establos,
—¿Cómo ha ido? —continuó colocando la silla, mientras le contestaba
—Bien, Helga ha podido curarla, y ha comido un poco—Ragnar asintió y le
dijo
—Te lo agradezco Hadar, pero no te hagas ilusiones, la muchacha es mía, e
iré a por ella en cuanto se encuentre mejor—Hadar lo miró de frente, pero decidió
que ese no era el momento para pelear por ella, y le dijo
—Está bien—Ragnar se fue al salón a beber todo el hidromiel que pudiera.
Llevaba varios días solo pendiente de Eyra, sin hacer caso prácticamente a nada
más, lo que le había provocado varios problemas con Siv, su concubina. Ésta
apareció poco después, se sentó a su lado y comenzó a beber con él. Al hacerlo
se pegó tanto a su cuerpo, que hubiera sido imposible separarlos a menos que lo
hicieran con un cuchillo.
Ragnar sentía que le bullía la sangre en las venas, y le molestaba mucho la
cercanía de Siv, aunque no sabía por qué, ya que siempre había sentido una
fuerte atracción hacia ella. Siv era pelirroja como él, tenía los ojos verdes como
los de un gato, y era una mujer bellísima. Además, él se había encariñado con
ella, porque ya llevaban juntos dos años, desde pocos meses después de que se
quedara viuda.
Siv tenía su propia granja, y al principio de hacerse amantes, él solía ir a su
casa a pasar la noche, volviendo a su casa al día siguiente, pero no un día, casi
sin darse cuenta, se mudó con él. Hasta ahora no le había molestado, pero cada
vez se volvía más posesiva, y prácticamente, ya actuaba como una esposa. De
hecho, habían discutido varias veces por Eyra desde que había llegado, Siv,
contenta por fin al pensar que se había deshecho de ella, comenzó a hablar sin
darse cuenta de que metía la pata.
—Me ha dicho una de las esclavas que la nueva esclava se va con Hadar,
gracias Ragnar—se apoyó en él con la mirada agradecida, convencida de que él
había tomado esa decisión debido a sus discusiones. Ragnar, en lugar de dejar
que pensara lo que quisiera, le dijo,
—Se la lleva para que se recupere, pero luego volverá aquí. Siv, hay algo
que quiero decirte desde hace tiempo—bebió el resto de la copa de hidromiel
antes de continuar, dudó un momento porque no quería hacerle daño. La
consideraba una buena amiga, le había contado cosas que no había compartido
con nadie, y le dolía lo que iba a decirle, pero no soportaba los engaños—esto ya
no funciona, no me siento a gusto—observó aturdido cómo Siv, la madura y
tranquila Siv, se levantaba de golpe mirándolo con auténtico horror, y le echaba
encima el contenido de su copa. Él se irguió sobre ella, mientras el líquido le
escurría por el pelo y la barba, y ella en ese momento, consciente de lo que había
hecho, se tiró al suelo, a sus pies, para suplicarle,
—¡Perdona, por favor!, ha sido sin querer, no lo he pensado, ¡perdóname, te
lo suplico! —él se inclinó para ayudarla a levantarse, pero ella se negaba
agarrada a su pierna
—Siv, por favor, no hagas esto, levántate—ella sollozaba
descontroladamente, todavía agarrada a su pierna—los esclavos que pululaban
habitualmente por el salón habían salido corriendo para no estar delante de la
gran pelea que se avecinaba—por favor—al ver que seguía arrodillada a sus
pies, claudicó, aunque sabía que era un error—está bien, lo pensaremos durante
unos días, pero levanta, por favor
—¡Sí, perdóname!, dame otra oportunidad, sé lo que piensas, crees que no
podré darte un hijo, pero sí que podré, te lo aseguro. Sólo tienes que darme algo
de tiempo—accedió a levantarse, y se arregló como pudo, aunque las lágrimas
habían dejado huella en su rostro. Poco después, se fue a su habitación con la
excusa de cambiarse de ropa, aunque la verdad era que estaba avergonzada por
su comportamiento y que prefería estar a solas un rato.
Ragnar se sirvió otra copa y escuchó unos pasos en la entrada del salón,
era su amigo Hadar, que se acercó a él
—¿Ya os vais? —él asintió sorprendido ya que había visto la última parte de
la escena con Siv,
—Siento lo de Siv, creía que estabas contento con vuestro arreglo— Ragnar
lo miró a los ojos asintiendo,
—Yo también lo creía, pero ahora pienso que me he estado conformando
con lo que tenía a mano— se acercó más a su amigo—si tienes cualquier
problema, mándame llamar. De todas maneras, iré a verte en unos días—su
amigo se colgó el morral que siempre llevaba, y asintió despidiéndose con un
apretón de manos.
Ragnar observó cómo se iba, sintiéndose extrañamente abandonado.

Eyra estaba preparando la masa para el pan del día siguiente, ya que a
todos los de la casa parecía gustarles. En su tierra, su padre, siempre le decía
que tenía muy buena mano para la cocina, y cuando quería comer algo
especialmente suculento, solía pedirle a ella que lo guisara. Mientras amasaba
con cuidado, ya que todavía le tiraban las cicatrices de la espalda, pensaba en la
suerte que había tenido, porque había escapado de las manos del monstruo.
Hadar era distinto, la trataba con bondad, era un hombre paciente y justo
con todos. Él mismo trabajaba la tierra junto con Bjorn el esclavo de la casa.
Desde hacía un par de días, cuando ya se encontraba mejor, ella había
empezado a salir de su habitación, y a ayudar en lo que podía, aunque nadie se
lo había pedido.
La granja de Hadar era mucho más pequeña que la de Ragnar, y tenía solo
una pareja de esclavos, por ese motivo él tenía que ayudar en los trabajos de la
tierra. Uno de los cautivos era un hombre, Bjorn, con el que todas las mañanas
salía para trabajar, y la otra, Mira, que era la mujer de Bjorn. Ambos parecían
felices de su situación y reconocían ante ella que Hadar era un amo compasivo,
muy diferente a Ragnar. Eyra había llegado a un acuerdo con Mira, según el cual
ella haría comida, y así la otra mujer podría dedicar más tiempo a la limpieza de
la casa, además Eyra ayudaría también en el huerto.
Se apartó el pelo húmedo de la frente, mientras envolvía la masa en un
paño húmedo para dejarla reposar, y, estaba limpiando la mesa, cuando escuchó
su nombre y se volvió hacia la entrada de la cocina. Ragnar estaba de pie
esperando, y observándola con aquellos ojos azul oscuro como el océano. Se
acercó a ella y Eyra miró alrededor buscando algo para defenderse, encima de la
mesa había un cuchillo y lo cogió empuñándolo como un arma, amenazándolo
con él. Él sonrió al verla, y siguió avanzando hasta colocarse lo más cerca
posible, pero a una distancia en la que ella no pudiera alcanzarle.
—Veo que estás mejor—la miró de arriba abajo, consiguiendo que se
sintiera desnuda, ella se ruborizó sorprendida, porque no esperaba que él la
mirara de esa manera.
—¡No te acerques!, ¡te lo clavaré, te lo juro! —Ragnar la miró a los ojos y
siguió acercándose a pesar del cuchillo, entonces, alargó el brazo izquierdo como
si fuera a quitárselo, y ella aprovechó para hacerle un corte en el antebrazo. Eyra
observó horrorizada la herida, y él aprovechó para robarle el cuchillo con la mano
derecha, y tirarlo sobre la mesa, cogiéndola luego por las muñecas. Así la
mantuvo sujeta, sin permitir que le pegara, mientras ella pataleaba y gritaba
—Tranquilízate, fiera—a pesar de sus palabras, su mirada era de
admiración. Poco a poco, fue pegando su cuerpo al de Eyra, hasta que sujetó sus
dos brazos con una mano, y con la mano izquierda, por donde le caía un delgado
hilo de sangre, le acarició la mejilla suavemente—he venido a verte, y a pedirte
perdón por lo que te hice—ella lo miró rencorosa.
—¡No te creo! ¡suéltame, asesino! —él sintió que volvía a hervirle la sangre,
lo que le ocurría cuando ella lo trataba así, pero en esta ocasión no perdería la
cabeza hasta el punto de emplear la violencia.
En estos días había recordado una de las charlas que les había dado su
padre, a sus hermanos y a él mismo, sobre lo que sentirían dentro de sí cuando
su berserker encontrara a su andsfrende, su alma gemela. Era la mujer
imprescindible para no perder la cordura, y poder tener una larga y feliz vida. Y
recordó cómo les dijo, que al principio podían no comprender lo que sentían,
reaccionando violentamente.
Mientras mantenía sujeta a la pequeña mujer que luchaba contra él con
todas sus fuerzas, se inclinó hacia ella poco a poco, hasta que vio cómo el miedo
aparecía en su cara, por eso le dijo,
—Tranquila, no te haré daño—entonces la besó, primero únicamente posó
los labios en los suyos, pero luego, su lengua intentó entrar en su boca, pero ella
mantenía los labios cerrados. Él notó incrédulo cómo los latidos de sus dos
corazones se acompasaron, latiendo cada vez más rápido, lo que le demostró
que ella también estaba excitada—abre la boca—susurró, ella negó con un
insulto, resistiéndose, pero él sujetó su cabeza con fuerza y consiguió entrar en
ella con la lengua, y probarla. Su sabor lo inundó como si fuera algo que hubiera
estado esperando toda la vida, todos sus sentidos se vieron colmados por ella, su
tacto, su olor y ahora su sabor. Su berserker gritaba de alegría sabiendo,
instintivamente, que había encontrado aquella por la que lloraba desde hacía
varias vidas.
Ragnar por fin separó su cara mirándola sorprendido, después de mucho
pensar había decidido ir a casa de su amigo, y probar a besarla, seguro de que
no funcionaría, pero por primera vez desde hacía muchos años, su berserker
estaba callado, tranquilo. Normalmente, vivía continuamente malhumorado,
incluso había llegado a pensar que ese era su verdadero carácter, pero ahora
mismo estaba más tranquilo que nunca desde que él recordara, y tenía la
atemorizante seguridad que la culpable era la pequeña muchacha que mantenía
entre sus brazos, y que lo miraba con cara de odio. De repente escucharon algo
que les hizo separarse:
—¡Ragnar! ¿qué haces aquí? —Eyra aprovechó para correr junto a Hadar
que la abrazó contra él, satisfecho por su reacción. Ragnar se irguió mirando a su
amigo con una majestuosidad que recordaba a su padre, el gran Erik “El Rojo”, y
su berserker de nuevo se puso en pie de guerra, ante la posibilidad de que le
arrebataran su única posibilidad de supervivencia.
CUATRO


agnar intentó no enfadarse al ver cómo lo rechazaba, porque se decía que
R era normal que sintiera miedo hacia él. Pero su parte más irracional se
sentía ofendida al ver cómo se aferraba a su amigo, suplicando que la
protegiera de él. Aun sabiendo que tenía razón al comportarse así, se estremecía
de ira al verlos abrazados, a pesar de todo, su voz sonó tranquila cuando le dijo a
su amigo:
—Quiero hablar contigo en privado—Eyra frunció el ceño al escucharle, ya
que imaginó que hablarían sobre ella, y se giró para pedir a Hadar que no la
dejara en sus manos, pero no hizo falta, porque en sus ojos vio que no tenía
intenciones de hacerlo. Instintivamente, aunque él no se lo había dicho, sabía lo
que sentía por ella
—Eyra, por favor, ve a tu habitación—Hadar, siempre la había tratado con
respeto— te avisaré cuando hayamos terminado—ella asintió y bajó la cabeza
caminando deprisa hacia su dormitorio, sin levantar la mirada para no cruzar su
mirada con la de Ragnar, quien la siguió con la vista hasta que desapareció.
—Vamos al salón—siguió a Hadar, que había suspirado al ver la resolución
en su mirada. El dueño de la casa conocía muy bien la cabezonería de Ragnar, y
esperaba no tener que enfrentarse a él, pero tampoco dejaría que se la llevara
sin oponer resistencia.
Se sentaron en dos de las sillas que había junto a una mesa alargada en la
sala, y se miraron fijamente, cada uno intentando averiguar lo que pensaba el
otro. No había bebidas ni comida, porque ambos sabían que aquella no era una
visita de cortesía de un amigo hacia otro, sino la de un hombre que venía a
reclamar algo que consideraba suyo.
—Espero que esto no dañe nuestra amistad, eres el mejor amigo que tengo,
y sé bien lo leal que eres—se irguió en la silla echando la cabeza hacia atrás
mirándolo con seriedad— pero no puedo permitir que te quedes con ella—Ragnar
entrecerró los ojos al ver el gesto de disgusto de su amigo. Hadar se inclinó hacia
él, con expresión decidida y le dijo,
—Ragnar, no quiero robarte ni aprovecharme de ti, tú me conoces. Entiendo
que, por derecho de saqueo, ya que tú eras el jefe de la expedición, consideres a
Eyra de tu propiedad, y estoy dispuesto a pagar lo que consideres justo por ella—
el aludido entrecerró los ojos incrédulo, porque conocía muy bien la situación
económica de su amigo. Su corazón sufrió durante un momento, al darse cuenta
de que aquello significaría la destrucción de su amistad. Pero enseguida se dijo
que no podía ceder, ya que para él era cuestión de vida o muerte.
—No podrías pagar su precio, Hadar—éste frunció el ceño y le dijo,
—Estoy dispuesto a cambiártela por la tierra junto al río que siempre has
querido, tú mismo me dijiste que me darías el precio que pidiera.
—¡Pero si nunca has querido venderla!
—Eyra es importante para mí, Ragnar—se inclinó hacia él para confesar—
quiero que sea mi mujer. Si fuese mía me ocuparía de que fuera feliz, esa sería
mi principal obligación para con ella. Por favor Ragnar, tú puedes tener cientos de
esclavos, todos los que quieras, te lo pido como amigo.
Ragnar lo miró y dudó, aunque se le retorcía el estómago al pensar en ellos
juntos, pero todo se precipitó al entrar Eyra corriendo. Había estado escuchando
a Hadar y corrió a abrazarle feliz, no porque lo quisiera, sino agradecida porque
se creía salvada. Después de todo por lo que había pasado, de la muerte de su
padre y su secuestro, se había dado cuenta de que el futuro no se veía tan
terrible junto a Hadar. Se abrazó a su cuello, susurrando una palabra en su oído,
que repitió continuamente: gracias.
Aquello hizo que Ragnar volviera a la dura realidad, y esta era que no podía
soportar verla en brazos de otro hombre, y sería así siempre. Estaba seguro, a
estas alturas, de que Eyra era su andsfrende, por lo que se levantó mirándolos
fijamente. No habló ni hizo nada a la espera de que Eyra se calmara, y poco
después, ella y Hadar lo miraban expectantes. Al verlos abrazados como si él no
estuviera y harto de ser el malvado de aquella historia, una idea venenosa se
coló en su cabeza, sabiendo que jugar sucio sería la única manera de conseguir,
que ella saliera de aquella casa por su propia voluntad.
—Veo que Eyra está muy encariñada contigo—Eyra frunció el ceño por el
tono venenoso del demonio y su sonrisa—eso es porque no le has contado la
verdad de lo ocurrido con su padre—la muchacha se volvió hacia Hadar, que se
había puesto pálido y rehuía su mirada, pero ella se colocó ante él y le dijo,
—¿Tienes que contarme algo, Hadar? —él negó con la cabeza, pero la
intuición de la muchacha le dijo que mentía. Asqueada volvió la vista a Ragnar,
pero no la miraba victorioso, como esperaba, sino que sus ojos parecían tristes.
Después de unos minutos de silencio de los dos hombres, decidió preguntar a su
enemigo,
—¿Qué tienes que decir? —Ragnar admiraba su valentía, lo miraba de
frente, de igual a igual, a pesar de que debía temer la respuesta. Él miró por
última vez a Hadar, esperando que fuera él el que hablara, pero este seguía sin
hacerlo y continuó mirando al suelo.
—Hadar, dime la verdad, ¿qué ocurrió con mi padre? —cuando la miró,
tenía los ojos llenos de lágrimas, seguro de que, aquel acto involuntario, había
conseguido que perdiera a la que consideraría para siempre, el amor de su vida.
Inspiró con fuerza y habló con voz grave y arrepentida, pero Ragnar endureció su
corazón ante el dolor de su amigo, porque él la necesitaba para sobrevivir, era así
de sencillo,
—Fue un accidente, yo estaba de espaldas a él y sentí que alguien se me
echaba encima, para protegerme, al darme la vuelta, alargué mi espada y se la
clavó él mismo con el impulso de la carrera. Su muerte me ha perseguido todos
los días desde que te conozco, porque sabía que, si te enterabas, podía
separarme de ti—se acercó a ella, y Eyra no se movió, porque todavía intentaba
aceptar lo ocurrido—nunca fue mi intención hacerle daño Eyra, yo ni siquiera
tendría que haber ido a aquella incursión, pero le falló un hombre a Ragnar y me
pidió que lo acompañara ¡Por favor, te pido perdón!, sabes que te quiero, no te lo
había dicho hasta ahora, pero mi mayor deseo es que seas mi esposa—ella se
volvió hacia él, y mirándolo con todo el desprecio que pudo, lo escupió en la cara.
Mientras él la contemplaba perplejo, ella se acercó a Ragnar y le dijo:
—Iré contigo—Hadar y Ragnar la miraron con los ojos como platos,
incrédulos, ante el sentido del honor y la valentía de aquella mujer.
—¡Eyra! —Ragnar no era el único que podía utilizar métodos sucios para
conseguir su propósito—recuerda lo que te hizo Ragnar en el barco, hay muchas
ocasiones en las que no puede controlar sus impulsos. No querrás vivir con un
hombre así, estarás a las órdenes de sus caprichos—Eyra caminaba hacia la
salida, pero al escucharlo, se volvió y le contestó,
—Ojalá me mate, creo que esa es la única venganza que me queda contra
los dos—sonrió irónica—si no consigue hacerlo él, es posible que yo lo ayude—
Ragnar viendo su estado, la agarró del brazo y se la llevó, no tuvo que obligarla,
porque ella caminaba a su lado sin quejarse. La subió a su caballo y al ver que
tenía frío porque solo llevaba un vestido de lana, le echó por encima su capa de
pieles. Ella no se quejó, ni lo agradeció parecía como si estuviera algo ida, rodeó
su breve cintura con los brazos, y salieron al galope para volver a su casa. Por el
camino, de vez en cuando, la miraba, pero ella se mantenía en el caballo sin
hablar, ensimismada. La misma situación continuó cuando llegaron a su casa,
entonces la puso en las manos de Helga explicándole que no se encontraba bien,
y la anciana se la llevó hacia la zona de la cocina, mientras él se sentaba frente a
la chimenea del salón. Estaba nervioso, la conciencia le remordía por lo ocurrido
con su amigo, aunque también creía que no había tenido más remedio que
hacerlo, ya que no quería luchar contra Hadar.

Eyra se sentía como si nada de lo que ocurría le afectara, ni siquiera sentía
dolor por el engaño de Hadar. Era como si no le afectara lo que pasaba a su
alrededor, se había refugiado en su interior y no hablaba con nadie. La anciana
que la había curado unos días antes le hizo beber una infusión que le dio sueño,
y luego la llevó a un dormitorio, que imaginó que sería el de las esclavas, porque
había varios jergones en el suelo. Se tumbó donde le dijo Helga y notó como la
arropaba y luego se iba, mientras ella permanecía con los ojos ardientes
observando la oscuridad, sintiendo como si la cabeza le fuera a explotar.

Ragnar había sacado un mapa que había conseguido en una de sus últimas
incursiones, y lo observaba atentamente, mientras bebía de su copa de vez en
cuando. Seguía sentado frente al fuego, donde le gustaba estar a menudo,
cuando estaba en casa.
Que ella estuviera allí, a su alcance, hacía que le fuera casi imposible no ir a
buscarla, de hecho, se tenía que contener continuamente para no hacerlo. Solo
se controlaba porque sabía que había sufrido un duro golpe y quería que se
recuperara, pero no sabía durante cuánto tiempo podría soportar tenerla tan
cerca, y no llevarla a su cama. Se giró al escuchar ruido de pasos, era Siv y su
cara no era de felicidad precisamente, después de observar su expresión, volvió
su vista al fuego, sabiendo que se avecinaba otra de sus escenas,
—¿Cómo te has atrevido? —se quedó a su lado, de pie, escupiendo sus
reproches. Aunque luego se arrepentiría, estaba harto de los celos enfermizos
que mostraba continuamente,
—Siéntate Siv, y hablemos tranquilos.
—¡No!, ¡el otro día me dijiste que volveríamos a estar juntos, como antes!, ¡y
hoy vuelves a traer a esa puta! —él volvió la vista con fiereza hacia ella, con la
mirada más dura que nunca le había visto.
—Jamás vuelvas a insultarla en mi presencia. Esa muchacha todavía no se
ha unido a ningún hombre, y su situación actual no ha sido elegida por ella, no
como la tuya, así que te exijo que no vuelvas a llamarla así—Siv sintió cómo su
boca temblaba sin control, en ese momento supo que lo había perdido. Pero se
negó a aceptarlo,
—¡Por favor!¡haré lo que quieras!, si es necesario, cógela como segunda
concubina, no me quejaré, ¡te lo juro! —él la miró apenado, a pesar de que se
había enfadado al escucharla, sabía que habían hablado por ella los celos y el
dolor. Pero ya no podían seguir así.
—Siv, creo que es mejor que te vayas cuanto antes—ella lo miraba negando
con la cabeza, él al verla, se puso de pie para insistir con calma, pero con
seriedad—Te doy las gracias por estos años que hemos estado juntos, pero
quiero que te vayas hoy mismo—respiró hondo al ver cómo comenzaba a
sollozar— lo digo por consideración hacia ti, quiero que esa muchacha sea mi
mujer, y no creo que tú debas estar aquí—la mujer, entonces, salió corriendo y se
fue a su habitación. Ragnar observó que Helga miraba desde la entrada y le hizo
una seña para que entrara, mientras él volvía a sentarse con un suspiro,
—Amo, la muchacha se ha quedado dormida—él asintió,
—¿Dónde está?
—En la habitación de las esclavas.
—Está bien, esta noche que duerma allí, pero a partir de mañana estará
solo a mi disposición, díselo a todos bien claro. Es mi esclava personal—la
anciana le observó con la boca abierta durante un momento, hasta que vio la
expresión de él—y tú y el resto de las esclavas, ayudad a recoger sus cosas a
Siv, se vuelve a su granja—la miró fijamente antes de añadir—quiero que esté en
su casa antes de que caiga la noche—Helga incrédula por lo que estaba
ocurriendo, salió lo más deprisa que pudo del salón. Tenían mucho trabajo por
delante, porque la viuda tenía muchas pertenencias, y estaba segura de que no
se lo pondría fácil, pero prefería enfrentarse a la viuda antes que a su amo.
Ragnar comenzó a escuchar los ruidos de las cosas que Siv estaba
rompiendo en el cuarto, y decidió ir a dar una vuelta por los campos con su
caballo, mientras daba tiempo para que se cumplieran sus órdenes. Pero,
inconscientemente, galopó hasta la granja de su padre, Erik “El Rojo”. Dejó el
caballo en los establos y saludó efusivamente al viejo Jim, que se hizo cargo de
él, para luego dirigirse a la casa familiar. Erik le esperaba en la puerta para
abrazarlo con fuerza antes de entrar,
—Tu madre no está, se ha ido al pueblo a comprar, pero por lo que veo, me
parece que quieres hablar conmigo y no con ella—se dio la vuelta y entró seguido
por Ragnar, que se preguntaba cómo era posible que supiera tal cosa.
Su padre le ofreció un vaso de hidromiel y se sentó frente a él en la mesa,
—Enseguida comeremos, pero dime qué te ha traído hasta aquí, hijo mío—
Ragnar sonrió, e intentó bromear con su padre, porque realmente no sabía muy
bien qué decirle.
—¿No crees posible que solo haya venido a verte, padre? —Erik sonrió,
exactamente igual que él, ya que era el hijo que más se le parecía, y contestó,
—No lo creo, porque tú rara vez vienes solo de visita, y tienes una mirada—
se puso serio y sus ojos azules se oscurecieron—algo extraña—Ragnar bajó la
vista hacia su copa y dio otro trago, entonces comenzó a hablar.
—Estos días he recordado lo que nos contabas de pequeños, sobre las
andsfrendes y lo que tendríamos que hacer al encontrarlas—su padre observó
impresionado que su hijo parecía avergonzado—me temo que la he encontrado,
padre, y he cometido un error imperdonable con ella—miró a su padre, pero este
no abrió la boca para dejar que se explicara—la capturé en una incursión, y a su
lado me sentía muy nervioso, enfadado y excitado a la vez… y no supe
reconocerla, al principio algo que hizo me enfadó tanto que…
—¿Qué hiciste? —su padre lo temía porque conocía su fuerte carácter, muy
parecido al suyo
—La castigué con el látigo—observó a Erik que había agachado la cabeza,
pesaroso.
—Hijo mío—movió la cabeza como si no pudiera creer lo que le había dicho
—aunque no hubiera sido tu andsfrende, te he enseñado siempre que, al
contrario de lo que piensan otros vikingos, no es de hombres pegar o castigar a
las mujeres. Tú nunca lo habías hecho con ninguna otra, ¿por qué con ella sí?
—No lo sé padre, solo sé, que en su presencia no me puedo controlar, y no
sé cómo lo haré para no volver a hacerle daño. ¿Conoces alguna manera en la
que pueda doblegar al berserker, para que no vuelva a ocurrir lo mismo?, no creo
que pudiera soportar volver a dañarla de ninguna manera—su padre dudó, pero
finalmente asintió con la cabeza,
—¿Cuál? —al ver que no contestaba, insistió—padre por favor
—Tienes que poseerla, de la manera más completa para que no haya dudas
por parte de ninguno de los dos, ni en vuestro cuerpo ni en vuestra mente, de que
os pertenecéis. Solo así, el berserker que hay en tu interior se calmará y podrás
gobernar sobre él, el resto de tu vida, así me ocurrió a mí cuando me uní a tu
madre. Y no dudo que así ha ocurrido con tus hermanos, pero tendrás que tener
cuidado en las primeras uniones, ya que la pasión que sentirás es tan fuerte, que
será muy difícil que no seas brusco con ella. Por propia experiencia te aconsejo
que, lo antes posible, intentes ganarte su confianza, si es que puedes. Será lo
mejor para los dos.
Ragnar se quedó mirando a su padre e inspiró hondo, tenía mucho en qué
pensar.
CINCO

e despertó y miró a su alrededor, pero no pudo distinguir nada porque la
S oscuridad era total, entonces se incorporó en el jergón sobre el que estaba
tumbada y escuchó la respiración de las otras tres mujeres que dormían en
la misma habitación. Se levantó, intentando no hacer ruido, y cogió sus zapatillas
en la mano para ponérselas cuando ya no hubiera peligro. Cerró la puerta
suavemente y comenzó a andar por el pasillo sin saber muy bien a donde iba,
entonces fue consciente de que había dormido todo el día y parte de la noche, y
de que por eso dormían el resto de los habitantes de la casa. Abrió la puerta de la
calle, y se cubrió con una capa de pieles que había colgada en la entrada, luego
salió después de calzarse. Estaba todo nevado, debía ser la primera nieve de la
temporada, miró al frente donde estaba el acantilado, luego a su derecha, donde
se veía un camino en pendiente por el que se podía bajar a la playa, y
mordiéndose el labio inferior, dio la vuelta a la casa y observó el río que cruzaba
la granja, y que la separaba de un gran bosque. Desde allí no podía ver qué
había detrás, tendría atravesarlo para saberlo, pero parecía la única vía de
escape posible.
Observó el cielo, en el que había una luna llena enorme, motivo por el que
veía perfectamente y se dirigió hacia los establos, abrigándose todo lo que pudo
con la capa. Se reprochó a sí misma no haber cogido algo de comida y más ropa,
pero ya no volvería atrás, porque sabía que era una suerte haber salido de la
casa tan fácilmente. Entró en la construcción de madera agradecida por el calor
que emanaban los caballos, alguno de ellos al escucharla, relinchó suavemente.
Se acercó a una yegua blanca que la observaba con ojos tranquilos, y le acarició
el morro dejando que el animal la oliera, no la ensilló por miedo a tardar
demasiado y que apareciera alguien, además estaba acostumbrada a montar a
pelo, pero sí le puso las bridas. Luego la montó dirigiéndose al paso en dirección
al río, y lo cruzó por la parte menos honda continuando hacia el bosque, después,
hasta que los árboles no la ocultaron de la vista, no respiró tranquila.

Ragnar se despertó inquieto, como cuando estaba en medio de una batalla,
estaba a punto de lanzarse a por su espada, pero respiró hondo y se concentró
en escuchar, pero no había ningún ruido que le hubiera despertado, era algo
distinto. Había pasado algo, algo que lo urgía a levantarse, se puso los
pantalones y encendió una vela. Con ella en la mano, salió hacia la habitación de
las esclavas, que dormían cerca de la cocina para aprovechar el calor que se
desprendía de allí. Abrió la puerta y alumbró hacia los jergones, cuando llegó al
último, el que estaba a su derecha, comprobó que estaba vacío. Las mujeres, a
las que había despertado, lo miraban asustadas, aunque Helga fue la única que
se atrevió a hablar
—¡Amo! ¿qué ocurre? —pero él no podía perder tiempo hablando, corrió
como si le fuera la vida en ello hasta la salida, y luego se quedó parado fuera,
observando los caminos y escuchando los ruidos de la noche. Giró la cara hacia
la espalda de la casa, por donde le pareció haber escuchado el relincho de un
caballo. Cuando se aseguró de ello, corrió de hacia los establos, y comprobó que
faltaba Hallie, una de sus yeguas. Montó a Thor, su caballo de guerra, y salió a
buscar a Eyra apretando la mandíbula, y rogando, que no le hubiera pasado
nada.
Eyra avanzaba con dificultad a través del bosque, pero con tozudez, segura
de que, si lo conseguía, sería libre. Cuando salió fuera de la protección de los
árboles y vio lo que había frente a ella, casi se echa a llorar. Era un impresionante
fiordo imposible de sortear incluso con el caballo, la única opción para coger otro
camino era volver sobre sus pasos, y atravesar de nuevo el bosque. Acarició
distraída el cuello de la yegua y dio la vuelta para intentarlo, mientras rezaba para
que no se hubiera levantado nadie aún. Pero no era su día de suerte, Ragnar
venía trotando con su caballo a través del bosque como un loco. Cuando la vio, la
miró fijamente y se acercó a ella, mientras él y Thor echaban grandes nubes de
vapor al respirar, debido al frío
—Jamás podrás escapar de mí, cuanto antes lo aceptes mejor—ella sintió
como si le hirviera la sangre en las venas al escucharlo. Todas las afrentas, los
sufrimientos, y las humillaciones, de repente se unieron en su cabeza, y, sin
pensarlo, se volvió loca y se lanzó contra él. Ragnar, que no esperaba el ataque,
cayó al suelo junto con ella, y le sujetó las manos en cuanto pudo, pero no antes
de que le arañara las mejillas, la muchacha parecía una salvaje,
—¡Estate quieta, no quiero hacerte daño! —a pesar de que consiguió
sujetarle las manos, ella seguía gruñendo y moviendo su cuerpo intentando
atacarlo. Él consiguió poner los brazos encima de su cabeza, tumbándose sobre
ella,
—Está bien, tranquilízate Eyra, así no vas a conseguir nada—ella continuó
gimiendo por la frustración y moviéndose debajo de él, sin darse cuenta de que la
mirada del hombre se estaba transformando por la excitación—no te muevas así,
muchacha…no—pidió, pero ella continuó luchando.
Instantes después, él también dejó de razonar. Excitado al máximo, la besó
forzándola y metió su lengua para acariciar la de ella, pero Eyra se la mordió
haciendo que él levantara la cabeza con la lengua dolorida y el ceño fruncido. Su
voz destilaba rencor cuando le dijo,
—Creo que he sido demasiado blando contigo—con manos crueles le hizo
separar las piernas, y se colocó en el hueco que habían formado. Sin hablar más
rompió sus bragas, y le levantó el camisón, entonces ella gritó con todas sus
fuerzas:
—¡Nooooooooooooooo! —él, sonriendo con maldad, empuñó su polla como
si fuera una espada, y entró en ella sin ningún cuidado. Luego le lamió la boca y
la cara, mientras ella movía la cabeza de un lado a otro, como si quisiera negar lo
que ocurría, y las lágrimas, por fin, rodaban por sus mejillas. Ragnar, poseído por
el berserker, sorbió sus lágrimas como si fueran el vino más preciado, y comenzó
a moverse sobre ella, con fuerza y rapidez al principio, y luego más lentamente.
Cuando estuvo algo más tranquilo, intentando que se excitara y disfrutara
del momento, chupó sus pechos, y los acarició largamente, procurando que se
uniera a él, pero ella había girado la cabeza para no verlo, mientras su pecho se
agitaba por los sollozos.
Cuando Ragnar rugió por su liberación, se quedó unos instantes sobre ella,
observándola. Luego, se apartó, y se arrodilló sobre la hierba respirando
agitadamente.
—Lamento que tu primera vez haya sido así, no era mi intención, pero me
has presionado demasiado—se sentía profundamente arrepentido, y más cuando
acercó su mano a la cara de ella para retirarle el pelo de la boca, y ella se
encogió asustada. Con una maldición se levantó y ató la yegua de ella a su
caballo, luego, a pesar de sus protestas, la levantó en sus brazos y la sentó ante
él, cabalgando juntos hasta la casa.
Cuando llegaron a su habitación, ella parecía excesivamente tranquila, lo
que él aprovechó. Con un lienzo mojado, le lavó la sangre y el semen de su
cuerpo, e hizo que se acostara en su cama. Ella se dejó hacer como si fuera una
niña pequeña, luego, se tumbó junto a ella, y abrazándola se durmió, mientras
Eyra se quedó despierta con los ojos aterrorizados
A partir de ese día, las cosas cambiaron, Ragnar le ordenó que durmiera
con él todas las noches, y siempre había alguien vigilándola. Ella no hablaba, ni
con él ni con nadie, y el vikingo no había vuelto a tocarla, excepto para dormir,
cuando la abrazaba con suavidad. Ella no sabía cómo, pero ese abrazo
conseguía que se sintiera segura. Su traidor cuerpo se fiaba de ese monstruo con
el que vivía, aunque su cabeza no lo hiciera.
Una mañana, Ragnar tabaleaba en la mesa del salón esperando a que ella
llegara. Cuando se dio cuenta de que no lo haría, decidió llamar a Helga, la
anciana acudió enseguida,
—Amo—se inclinó ante él asustada, porque sabía lo que le ocurría.
—Helga, he ordenado que viniera Eyra a desayunar conmigo.
—Sí amo, pero dice que no tiene hambre.
—¡Me da igual que tenga hambre o no! He dicho que venga, ¿tengo que ir
yo a buscarla? —dio un puñetazo en la mesa que sobresaltó a la anciana, Eyra
que lo escuchó desde la cocina donde estaba trabajando, se limpió las manos
para ir junto a él. No podía consentir que el malhumor provocado por ella, lo
pagaran otras personas. Se presentó en el salón, y después de echar una mirada
a Helga para que se fuera, se sentó a la mesa. Ragnar, muy enfadado, señaló las
gachas que le habían traído y dijo:
—Come—ella siguió sentada sin hacerlo, no podía obligarla a comer, al fin
había encontrado algo en lo que él no podía ganar—¡maldita sea Eyra, no
puedes estar más tiempo sin comer! —observó sus delicadas facciones, que ya
acusaban la falta de alimento. Él sabía lo que estaba haciendo, ya estaba más
delgada, y bajo sus ojos había unas grandes ojeras oscuras—si no lo haces tú
sola, te obligaré a comer—ella lo miró como retándole a hacerlo y él frunció el
ceño, ¿acaso se pensaba que no sería capaz de obligarla?, pero enseguida supo
que después vomitaría, ya se había dado cuenta de lo tozuda que era. Tenía que
pensar en algo para obligarla, quizás si la amenaza no fuera contra ella…
—De acuerdo, está bien. Jugaremos a tu modo, pero entonces pondremos
nuevas reglas—sonrió con la misma ironía que ella— lo mismo que comas tú,
desde ahora mismo, será lo único que coman el resto de las esclavas.
—No serás capaz—susurró Eyra con la voz seca. Se sentía casi incapaz de
hablar por la falta de agua, él la miró para que viera la decisión en sus ojos.
—No te equivoques conmigo, para mí tú eres mucho más importante que
ellas, así que imagínate si seré capaz o no… —en ese momento ella cogió la
cuchara y comenzó a comer, él hizo lo mismo, y no volvieron a hablar de ello.
Después de eso, se estableció una frágil paz en la que ambos intentaban no
chocar. Todas las comidas las hacía en su presencia, para estar seguro de que
comía bien, y luego ella se levantaba y volvía a la cocina, siendo seguida por la
mirada ansiosa de él. Eyra había conseguido que su discusión con él no afectara
a ninguno de los otros habitantes de la casa, todos esclavos. Además, había
empezado a ayudar en la cocina, y él mismo se lo había agradecido en una de
las cenas, aunque ella no le había contestado, porque evitaba hablar con él.
Otro día, la despertó de noche, ella lo miró con el ceño fruncido sin saber
qué ocurría,
—Vamos, levántate, no seas remolona, no te arrepentirás—Eyra hizo una
mueca, iba a decirle que había estado toda la tarde cocinando y estaba agotada,
pero él había estado trabajando en los campos junto con los otros hombres, y sin
embargo no parecía cansado.
—Está bien, ya voy—se quitó el camisón al ver que él salía, para ponerse el
vestido encima, sin darse cuenta de que se había quedado en la puerta
observándola. Pero un sexto sentido la avisó y lo vio, entonces él se acercó a
ella. Eyra mantenía el vestido ante ella como si fuera un escudo, pero él no lo
tocó, sino que, parándose a pocos centímetros de su cuerpo, acarició su cuello
con suavidad, y bajó con la misma mano hasta sus pechos, donde le pellizcó un
pezón y luego observó su reacción. Ella lo observaba con miedo, le había hecho
demasiado daño, entonces dio un paso atrás y dijo:
—Perdona, vístete, voy a por algo para que te pongas encima—volvió
minutos después con capas para los dos, a ella la cubrió con la más pequeña, y
luego le puso un cinturón encima para sujetársela—así no se moverá, hay mucho
aire. Vamos—la cogió de la mano, y la guio fuera de la casa. Preparó en un
momento a Thor que relinchaba y pataleaba ansioso, Eyra abrió la boca algo
asustada porque era un caballo enormemente grande, pero no le dio tiempo a
decir nada. Ragnar la levantó sin esfuerzo y la colocó encima del animal, luego él
se subió tras ella, y se pusieron en marcha.
En esta ocasión sintió que la experiencia de montar con Ragnar tras ella
protegiéndola, era diferente a todo lo que hubiese imaginado. Estaba abrigada y,
además, se sentía segura rodeada por sus brazos, mientras veía cómo pasaba la
tierra rápidamente a los lados del caballo, que corría como si disfrutara al hacerlo,
y ella solo tenía que preocuparse de mantenerse erguida y disfrutar. Incluso
cuando atravesaba el bosque, el caballo lo hizo con una seguridad y una rapidez
como no había visto nunca.
Cuando vio que Ragnar la llevaba al mismo sitio donde había tomado su
virginidad unos días antes, por un momento se le ocurrió que volvería a hacerle lo
mismo, y se aterró al pensarlo.
Él, al sentir cómo temblaba su delicado cuerpo, hizo una mueca de asco
contra sí mismo, y la apretó suavemente contra él, intentando que se sintiera más
tranquila. Por fin salieron del bosque y llegaron a la punta del fiordo, todo estaba
nevado, bajó del caballo y levantó los brazos para bajarla, pero ella estaba
mirando el cielo con la boca abierta. Ya había empezado.
—¿Qué es eso?¡es precioso! —él sonrió contento por haberla traído, y la
bajó con cuidado, luego, manteniéndola enganchada por la cintura, la acompañó
hasta el borde del fiordo. La vista desde allí era impresionante, y manteniéndola
apretada contra él, se quedaron mirando el espectáculo.
Las luces verdes, zigzagueaban como rayos por el cielo como si bailaran
unas con otras, indiferentes a quien las estuviera mirando. Los dos las
observaron con una sonrisa, sabiendo que estaban en presencia de uno de los
fenómenos naturales más impresionantes de la tierra,
—Mi padre nos decía de pequeños que esos fuegos eran dragones que
luchaban entre ellos, ¿en tu tierra no se veían? —la miró sonriente, ella negó con
la cabeza y le devolvió la mirada, esta vez sin miedo.
—No, ¡es precioso, casi parece magia!
—Yo creo que son algo natural, porque todos los años, por esta época, se
repiten. Siempre vengo a verlas, y quería que tú las vieras conmigo—no le dijo lo
más importante, que su padre también había llevado a su madre a verlas muchos
años atrás, cuando supo que era su andsfrende. Se miraron durante un largo
instante, en el que ella sintió que algo dentro de ella se ablandaba, y una sonrisa
tímida asomó a sus rostros cuando volvieron a mirar la aurora boreal, con las
manos unidas. Era un buen comienzo.



SEIS


urante los siguientes días se instaló entre ellos una rutina cómoda, dormían
D y comían juntos, pero él no volvió a tocarla excepto para abrazarla en la
cama. Eyra, si no fuera por alguna mirada ardiente que había visto en un
descuido de él, o algún encontronazo accidental con su pene, duro como el hierro
en la cama, habría pensado que ya no la deseaba.
Estaba ayudando a Helga, cuando Liska, otra esclava, entró corriendo para
que la siguiera,
—¡Eyra!, ven—la mujer rio al ver la cara de asco de Eyra, porque estaba
quitando las tripas a un pescado, y odiaba hacerlo—han venido muchos hombres
de las granjas de alrededor, ¡vamos!, límpiate las manos y ven— la noche
anterior había venido a la granja un vecino de Ragnar, para quejarse porque una
manada de lobos que le estaba matando al ganado. Se lavó las manos
rápidamente con un agua y sal para quitarse el olor, y mientras se las secaba,
salió detrás de la muchacha.
Se quedaron en la entrada del salón, donde podían escuchar a los
hombres, porque hablaban a gritos. A Eyra le parecía imposible que se pudieran
entender, por eso no le extrañó que Ragnar gritara para hacerse oír
—¡Escuchad, hablad de uno en uno!, ¡Knutsen!, ¡habla tú primero! —Eyra
ya había oído hablar de ese hombre, Ragnar decía que era, de todos sus
vecinos, el que tenía más sentido común,
—Ragnar, amigos, escuchadme, sabéis que soy hombre de paz, nunca he
ido a una incursión, ni me gusta la guerra, aunque sé que en ocasiones es
necesaria—era un hombre de poca estatura, pelo corto gris, y mirada tranquila—
tampoco me gusta hacer daño a los animales, pero he deciros que esto está
ocurriendo, porque hace un par de años, cuando fuimos a cazar los lobos que
estaban acabando con nuestros rebaños, no matamos a todos, fuimos blandos y
dejamos a una hembra con sus dos lobeznos vivir—el hombre pesaroso, movió
la cabeza—fue un error, y reconozco que yo fui uno de los que lo cometió, por
eso ahora, propongo que no perdonemos a ninguno de ellos, ni adulto ni
cachorro. Porque uno de esos cachorros es, un enemigo seguro dentro de unos
meses. Yo estoy preparado para salir cuanto antes, terminemos de una vez con
todo esto, amigos—todos asintieron y comenzaron a gritar alzando las espadas o
las armas que habían llevado. Ragnar los observaba, serio y algo apartado del
grupo. Eyra, no supo por qué, sintió la necesidad de ir con él, pero esperó a que
terminara de hablar para convencerle:
—Está bien, nos iremos enseguida, id saliendo fuera y montad vuestros
caballos, dadme unos minutos—mientras salían la veintena de hombres por el
pasillo, ella junto con Liska, se retiró unos pasos a la oscuridad para que no las
vieran. Y en cuanto los extraños hubieron desaparecido, se acercó a él, Ragnar,
intuyendo su presencia levantó los ojos. Siempre que la miraba así, sentía que la
recorría un escalofrío, sus ojos eran luminosos como el sol, casi incandescentes,
pero estaba muy serio, incluso, parecía…apesadumbrado.

—Eyra—observó su rostro y cogió sus manos. Tirando de ellas la acercó a
él—¿qué quieres pedirme? —ella lo miró con el ceño fruncido, porque no sabía
cuándo había aprendido tanto de ella, pero no había tiempo para preguntas.
—Tengo que acompañaros—él sonrió y acarició su mejilla suavemente,
negando con la cabeza, pero antes de que pudiera hacerlo de palabra, le dijo—es
importante para mí Ragnar—ahora el que fruncía el ceño era él, asombrado por
lo que le hacía sentir aquella mujer. No necesitaba gritar ni exigir, solo pedía, y a
él le costaba un esfuerzo enorme negarle nada, porque su mayor deseo era
agradarla,
—No es seguro Eyra…
—No me separaré de ti, por favor Ragnar—le sonrió con algo de su antigua
picardía—últimamente me he portado muy bien…—él sonrió como respuesta y
suspiró claudicando, no podía luchar contra ella si se ponía así, aunque esperaba
no arrepentirse
—Está bien, pero vendrás en mi caballo, y si tengo que pelear con un lobo,
te quedarás donde yo te diga, aunque intentaré que vayamos algo alejados de las
primeras filas.
—¿Y eso? —estaba sorprendida—hubiera pensado que irías el primero.
—En la guerra sí, pero para matar animales no, —se encogió de hombros
algo avergonzado—si no hay más remedio lo hago, sobre todo si es para comer,
pero no me gusta—sorprendido, observó cómo ella se acercaba y lo enlazaba por
el cuello, poniéndose de puntillas, para llegar hasta él. Entonces lo besó
dulcemente, incluso introdujo su lengua entre sus labios, cuanto terminó, los dos
respiraban más deprisa, y él le preguntó
—¿Y esto por qué?
—Porque me gusta lo que has dicho, a mí me encantan los animales, en
casa de mi padre tenía muchos y yo me encargaba de alimentarles todos los días
—lo sonrió—me estás empezando a gustar Ragnar—él le dio un beso rápido en
los labios, y dijo
—Coge tu capa—ella corrió a su habitación y volvió al pasillo, donde él
esperaba para salir juntos. El resto de los hombres estaban a caballo hablando
entre ellos, y se los quedaron mirando con la boca abierta, pero ninguno se
atrevió a decir nada a Ragnar cuando este cogió a su más reciente esclava, y la
colocó en su caballo, montando a continuación tras ella para galopar hacia los
bosques.
Eyra, dos horas después, estaba totalmente arrepentida por haber ido, ya
habían matado a cuatro lobos, y había presenciado las muertes de cada uno de
ellos. A pesar de que no miró en ninguno de los casos, escuchó sus quejidos, y
los gritos victoriosos de los humanos, también. Ragnar veía cómo cada vez se
iba poniendo más pálida, pero no dijo nada, porque tenía que aprender de sus
errores, ella había querido ir, así que lo haría con todas las consecuencias. De
repente, el vikingo irguió la cabeza y vio uno de ellos frente a su caballo
—Eyra—susurró, la muchacha lo miró inquisitiva y siguiendo su mirada
observó al lobo que había frente a ellos—baja despacio del caballo, está a punto
de atacar—detrás de ellos había una serie de arbustos que impedían que
huyeran por allí, Eyra bajó deslizándose, y una vez en tierra observó cómo lo hizo
Ragnar de un salto, con el hacha en su mano derecha,
—Coge a Thor de las riendas y pégate a los arbustos del fondo—así sabría
que estaba segura, porque el lobo tendría que matarlo para poder ir a por ella. El
animal enseñó los dientes agachando la cabeza con el pelo del lomo erizado,
gruñendo rabioso, Ragnar también gruñó y enseñó los dientes. Estando Eyra en
peligro, no había animal al que no mataría mil veces para protegerla.
La muchacha observó cómo el lobo saltaba hacia él, babeando y rugiendo
como loco, Ragnar aguantó su envite y levantó el hacha mortal, entonces ella
apartó la mirada, porque sabía lo que ocurriría, y la bajó hacia sus botas, porque
prefería no verlo. Entonces vio junto a sus pies, una bolita de pelo que jugaba con
la nieve, y que luego se sentó y la miró con la cabeza ladeada. Era un cachorro
de lobo, seguramente el que había atacado a Ragnar era la madre, por eso
estaba en ese estado de furia, porque intentaba proteger a su hijo. Se agachó a
cogerlo, y el cachorro le lamió la nariz apoderándose de su corazón,
—¡Ya está Eyra, ven, nos volvemos a casa!, busquemos a los demás y…—
se quedó callado al ver la estampa de la muchacha con el lobezno en brazos.
Ambos lo miraban con las cabezas juntas—suéltalo, lo mataré lo más
rápidamente posible—ella, al escucharlo, sintió que se le rompía el corazón,
—¡No! —él frunció el ceño con la mirada que solía poner cuando se ponía
tozudo—por favor Ragnar, no lo mates, te lo ruego.
—Morirá de todas maneras, la que me ha atacado era su madre, aún estaba
mamando, sería peor para él morir de hambre.
—Por favor, deja que me lo lleve a casa—la miró como si estuviera loca.
—No sabes lo que dices—se acercó con la mano extendida para quitárselo,
Eyra escuchó las voces de los demás, sabía que no quedaba tiempo.
—Ragnar, haré lo que tú quieras a cambio, te lo juro. —él entrecerró los
ojos, y dejó caer la mano—sé que quieres que te pertenezca totalmente, y lo
haré, si dejas que me quede con él y lo cuide. Me entregaré totalmente a ti, seré
tuya, te juraré fidelidad, y te daré mi palabra de no volver a huir.
—¿Lo estás diciendo en serio? ¿todo por quedarte con un lobo? —ella
asintió, sentía que su intuición la había traído aquí para salvar la vida de ese
animal. Él la miró durante un largo minuto y contestó—está bien, pero no
permitiré que no cumplas tu promesa.
—La cumpliré, lo he jurado—extendió la mano para juntar su antebrazo con
el de él, como hacían los guerreros. Él, con igual solemnidad, abrazó su
antebrazo, aunque ella notó una ligera caricia de su pulgar en el suyo.
—Ven, te subiré al caballo, esconde al lobo, preferiría no tener que
pelearme con todos los vecinos. De momento al menos, que no sepan nada de
esto, esperemos que seas capaz de educarlo para que no se coma el resto de los
animales de la granja, porque si no, con promesa o sin ella, no podré mantenerle
con vida—ella asintió y dejó que la subiera, luego salieron al galope de allí.
Cuando llegaron a la casa, el día transcurrió rápidamente, había una tensión
extraña entre ellos que solo ellos dos notaron, porque todos estaban muy
distraídos por la presencia de “Lobo”, que era como había decidido llamarlo Eyra.
Lo había llevado a la cocina, y con una tela había intentado darle leche de la
vaca, pero él jugaba con la tela y no bebía. Helga pensó que quizás fuera capaz
de beber de un cuenco, y llenaron uno con leche y agua, para que la leche no
fuera tan fuerte, eso le encantó, y estuvo bebiendo un poco hasta que decidió
jugar con él y acabó tirándolo todo por el suelo. Helga y Liska la miraban como si
se hubiera vuelto loca por recoger semejante animal, y después de eso se lo llevó
a su habitación, allí los encontró Ragnar.
Había estado esperando todo el día para llevarla a la cama, quería que
estuviera tranquila cuando ocurriera, por eso salió a trabajar unas horas a los
campos y luego fue a bañarse al río, intentando estar lo más presentable posible.
Después, entró en su habitación y sonrió al verla jugar con el animal, estaba
tumbada frente al fuego riendo a carcajadas.
—Dámelo, eres un lobo malo—él lobito gruñía mientras tiraba con los
dientes de una tela, se estaba divirtiendo, a juzgar por cómo movía el rabo.
—Eyra—ella soltó la tela y el lobo se cayó sentado de culo mientras los
miraba a los dos. Al ver a Ragnar se acercó a él corriendo y se subió en dos
patas para reclamar su atención, él miró a la muchacha sin entender.
—Quiere que lo cojas—el vikingo enarcó las cejas y lo hizo, entonces el
lobo le dio un lametón en la nariz que hizo que riera, y lo acariciara junto a las
orejas.
—Es como un perro
—Sí— no dijo nada más, solo los observó un momento, luego se levantó—
sé a qué has venido Ragnar, estoy preparada—él escuchó un temblor en su voz,
pero no podía hacer nada, solo demostrarle que no había nada que temer. Para
ayudarla, se acercó a la mesa y sirvió dos copas del vino que solía tener en su
habitación
—Bebe Eyra, esto te ayudará—le acercó una copa de vino, y él bebió de
otra, ella se acercó al fuego mientras paladeaba el líquido rojo oscuro. Le trajo
buenos recuerdos porque en casa de su padre lo había bebido muchas veces, ya
que él era un gran aficionado al vino, más que al hidromiel. Sintió cómo el alcohol
la calentaba por dentro, y conseguía que se relajaran un poco sus músculos,
rígidos desde que lo había visto. Miró al lobito, que daba vueltas persiguiendo su
propio rabo, junto a la puerta. Cuando se quiso dar cuenta, tenía un par de
manos sobre los hombros, lo primero que hizo Ragnar fue quitarle la copa y
dejarla sobre una mesa.
El vikingo la atrajo a sus brazos antes de que Eyra pudiera pensar en nada,
y sus labios se apoyaron con fuerza en los suyos. Sus musculosos muslos se
apretaban contra sus piernas, y sus manos recorrían acariciantes su espalda.
Intentó no luchar contra su abrazo, y él siguió acariciándola con suavidad, hasta
que ella se sintió igual de excitada que él. Su boca separó sus labios con
exigencia y una de sus manos se movió sobre su vestido, acariciándole uno de
los pechos, luego lo abarcó apretándolo un poco, lo justo.
Se interrumpió de pronto, y tomando a Eyra en brazos la acercó a la cama
que estaba solo a dos pasos, pero no la dejó en ella porque parecía disfrutar por
el simple hecho de tenerla en sus brazos. Eyra observó sus ojos, de nuevo se
habían vuelto más oscuros, y brillaban como las estrellas, transmitiendo su
necesidad, ella, sabía que nada lo detendría esta vez, y tampoco quería que lo
hiciera,
—Después de esto ya no seremos dos, sino uno —ella frunció el ceño al
escuchar su voz, no parecía la misma que un momento antes, era como si otra
criatura hablara por él. Se atrevió a preguntar, aunque una sospecha hacía
tiempo que inundaba su alma,
—¿Quién eres? —él sonrió mientras la tumbaba y se sentaba junto a ella,
volvió a posar la palma de su mano izquierda sobre su pecho y luego se inclinó,
mordisqueando su pezón sobre la tela. Ella gimió sin poder evitarlo, cuando se
irguió de nuevo, contestó a su pregunta,
—Soy Ragnar—su voz aún se había hecho más grave, consiguiendo que
ella lo observara como hipnotizada—y algo más, algo contra lo que he luchado
toda mi vida, pero tú vas a hacer que eso sea diferente desde hoy—nuestra unión
hará que vuelva a ser libre, el espíritu que mora en mí desde siempre se
doblegará a mi voluntad. Por eso eres tan importante, Eyra.
—No entiendo nada de lo que dices—ella se erguía apoyándose en un
codo, observando su cara. Él sabía que cuanto más la hiciera esperar, sería peor
para ella, porque más temería la unión.
—Se acabó la conversación—se levantó de la cama y empezó a quitarse los
pantalones y la camisa, ella por un momento pensó en huir, pero al parecer él
conocía incluso sus pensamientos,
—No lo intentes, Eyra —dijo, cuando ella miró hacia la puerta intentando
calcular si le daría tiempo a huir— porque ya no hay marcha atrás.
Eyra contempló fijamente el cuerpo desnudo de él, y de nuevo sintió miedo,
porque recordó el daño que le había hecho días antes en el fiordo. Se deslizó
fuera de la cama y corrió hacia la puerta, pero él se movió con rapidez y la agarró
por el vestido con una mano, y con la otra por las trenzas que flotaban tras ella, y
la hizo volver a sus brazos. Ragnar consiguió que se volviera para poder ver su
expresión,
—No tengas miedo, te prometo que nunca volveré a hacerte daño—agarró
con las dos manos el cuello del vestido y lo rasgó de arriba abajo, dejándolo caer
al suelo. Luego le quitó las bragas, y sujetándola por el brazo, la contemplo, por
fin, desnuda frente a él. Con la mano izquierda recorrió su cuerpo desde el cuello
hasta las caderas, pasando por sus pechos, y su coño, luego volvió a subir, y la
atrajo a sus brazos de nuevo, para besarla. Esta vez ella lo dejó hacerlo, y sus
lenguas danzaron juntas durante largo rato. Él, levantó la cara con ojos
incandescentes,
—Te protegeré con mi vida, aún no sabes lo importante que eres para mí,
Eyra, pero lo sabrás—ronroneó y volvió a sorber de sus pechos.
—No te entiendo Ragnar—el aulló de felicidad, aullido que imitó lobito, y
volvió a levantarla en brazos, tumbándola sobre la cama. Después se colocó
encima de ella y su cuerpo alto y musculoso se rozó sensualmente contra el
suyo. Eyra volvió a responder a otro de sus besos con los que sentía que le
robaba el alma. Cuando él se apartó, ella enmarcó la cara del vikingo con sus
manos y observó sus ojos, donde pudo ver su pasión por ella, una pasión
arrolladora que ella, por primera vez, estaba deseando experimentar.
SIETE


yra sintió lo que significaba ser parte de otra persona, comenzó a notar, por
E primera vez, el esfuerzo que Ragnar estaba haciendo para ser suave con
ella, por ejemplo, con los besos que derramaba en sus pechos, su estómago
y sus piernas. Era muy persuasivo, y ella no pudo evitar que sus propias manos
recorrieran los músculos de su espalda, acariciándolo. Él volvió a hundir el rostro
en su cuello aspirando su olor, y tocó sus trenzas maravillado, las deshizo y
estuvo un rato frotando su cabello entre los dedos como si estuviera asombrado
por su suavidad.
—Mírame Eyra—ella lo hizo y sintió cómo se aceleraba su corazón, porque,
al hacerlo, se sintió querida. Nadie la había mirado nunca así, ni siquiera su
padre. Ragnar sonreía como si supiera algo que ella desconocía, y separó más
las piernas de la muchacha para poder arrodillarse entre ellas, luego, las levantó
por detrás de las rodillas hasta colocarlas junto a la cabeza de Eyra, cuando ella
comenzó a darse cuenta de lo que él quería hacer, ya era tarde para quejarse. Se
sentía totalmente expuesta, entonces lo miró, y supo que eso era lo que él había
estado esperando, porque, lentamente, agachó la cabeza y, sin romper el
contacto visual, lamió su vulva de arriba abajo, repitiendo el movimiento dos o
tres veces, luego la separó con los dedos, y rozó suavemente con la lengua su
clítoris al principio, y cada vez lo fue chupando con más fuerza, mientras
penetraba su vagina con dos dedos.
Eyra sintió como si un rayo la recorriera el cuerpo, y aspiró con la boca
abierta una gran bocanada de aire, mientras que se mantenía en tensión
esperando,
—¡No!, ¡para Ragnar! —soltó un gemido estrangulado, pero solo consiguió
que él redoblara sus esfuerzos—ahora usaba un dedo para acariciar su clítoris, y
la lengua para penetrarla, como resultado ella comenzó a gemir al ritmo de sus
caricias, y a mover las caderas, y entonces ocurrió. Nunca había sentido nada
igual, por un momento le pareció estar flotando sobre la cama, aunque no se
había movido. Él esperó a que ella terminara su orgasmo, mientras continuaba
bebiendo la miel que manaba de su cuerpo, y luego, con cuidado, volvió a dejar
sus piernas extendidas sobre la cama. Se tumbó sobre ella, intentando no
aplastarla, y tomando su cabeza entre las manos, la besó, metiendo la lengua en
su boca. Ella abrió los ojos y contestó al beso, aunque medio dormida. No
entendía lo que acababa de ocurrir, el hombre culpable de hacerle el mayor daño
que había sufrido en su vida, era también el responsable de haberle dado el
mayor placer que había sentido nunca, algo que nunca hubiera imaginado que
fuera posible.
Cuando Ragnar se separó de ella, la miró a los ojos, los de él parecían
felices, los de ella aturdidos,
—Todavía queda lo mejor, andsfrende—ella frunció el ceño, porque pensaba
que habían terminado—pero no tengas miedo, será igual de bueno que lo que
has notado hace un momento.
—No sé…—todavía sentía cómo palpitaba su coño, aunque comenzaba a
reaccionar a la rigidez de la polla que se rozaba contra ella.
Ragnar sabía que era mejor no seguir hablando, por lo que colocó su pene
en la entrada de su coño, y la besó largamente, luego, hizo lo mismo con sus
pechos porque había notado que le gustaba mucho, la miró mientras lo hacía, y
vio cómo ella se mordía los labios para no volver a gemir.
—Grita si quieres, me gusta cuando lo haces.
—Yo no grito
—Sí que lo haces—le gustaba que le contestara, pero sorbió con fuerza un
pezón y ella cerró los ojos extasiada, entonces aprovechó para penetrarla con un
golpe de cadera. Ella gimió y lo miró con el ceño fruncido,
—¿Por qué no fue así la otra vez? —él sintió una gran ternura hacia ella,
porque era tan inocente como una niña
—Porque la primera vez duele, pero ya no te dolerá más
—Seguro que me mientes, todos mentís—recordó a Hadar, pero Ragnar se
puso serio para contestar.
—Yo no, nunca te mentiré—ella apartó la cara, claramente incrédula,
—Seguro que le dijiste lo mismo a tu concubina, y luego la echaste— él
comprendió que eso era algo que rondaba su cabeza y que la preocupaba,
levantó la cabeza con decisión, porque no dejaría que hubiera dudas entre ellos.
—Mírame Eyra—esperó a que lo hiciera—lo mío con Siv no tiene nada que
ver con esto, era un arreglo temporal que nos convino a los dos. Esto es para
toda la vida, te juro por lo más sagrado para mí que no te miento, ni te mentiré,
aunque creo que eso me traerá muchos problemas—bromeó—pero no lo haré,
¿de acuerdo? —ella dudó, pero asintió, deseaba darle una oportunidad, y
esperaba hacer lo correcto. El vikingo lanzó un gruñido de felicidad por su
respuesta, y sus labios se precipitaron ávidos sobre la boca entreabierta de ella.
Cuando finalmente ella también lo besó, sintió que había triunfado en la batalla
más importante de su vida.
—¿Me deseas, Eyra? —la cara de ella ardía por la excitación, pero él
esperaba su respuesta casi sin aliento.
Eyra volvió la cabeza avergonzada, pero Ragnar exigió, con rudeza:
—Dime que me deseas, o ¿eres tú la que miente? —ella giró la cabeza con
rapidez para mirarlo
—No —logró decir al fin Eyra con voz entrecortada— te deseo… Ragnar.
Volvió a moverse dentro de ella, y consiguió crear una tormenta que se
extendió por su frágil cuerpo, hasta que jadeó en voz alta y todo volvió a estallar,
haciendo que casi perdiera el conocimiento. Él parecía realmente endemoniado,
porque siguió taladrándola sin piedad, hasta que consiguió que volviera a sentir
placer, solo entonces él se dejó ir, y ocultó con un rugido, la cabeza en su cuello,
su lugar preferido.
—Ya no puedo más, por favor Ragnar—miró su rostro y se apartó para
dejarla descansar. Tumbado de costado, echó hacia atrás con mano cariñosa, el
pelo revuelto que le cubría la cara. Eyra cerró los párpados, extrañamente
tranquila, por fin se sentía segura, como si hubiera vuelto a casa, y sintiéndose
así, se durmió. Él siguió observándola largo rato, todavía sin saber cómo manejar
los sentimientos que bullían en su interior.

Volvía a hacer pan de nueces, porque Ragnar había dicho que era su
preferido. Eyra se había aclimatado bastante bien a su nueva vida, y ambos se
estaban acostumbrando el uno al otro. Sonrió bebiendo un vaso de agua al
recordar la noche anterior en la que él, prácticamente, no le había dejado dormir.
Continuó con la comida que estaba preparando para esa noche, quería darse
prisa porque luego quería bañarse y vestirse para la visita de los padres de
Ragnar, Erik e Yvette. Ragnar le había dicho que su padre había mandado un
hombre avisando que vendrían esa noche si le venía bien, y por supuesto él
había aceptado. Esa mañana habían ido a comprar al mercado lo necesario para
una cena especial, y Ragnar le había regalado un vestido nuevo, lo que había
hecho sonreír a Eyra todo el camino de vuelta.
Cuando terminó, dejó a Helga para que vigilara los platos, y corrió hacia la
habitación que compartía con Ragnar, allí cogió jabón y una toalla, y se dirigió al
río. En su tierra se bañaba así, a menos que hiciera demasiado frío para poder
soportarlo, porque odiaba no bañarse entera, prefería aguantar el frío y poder
lavarse bien.
Observó que no hubiera nadie en los alrededores, y dejó su ropa escondida
tras unos arbustos, y se fue introduciendo en el agua poco a poco, en un sitio que
había descubierto días atrás y que estaba bastante escondido. Le encantaba,
porque podía alargar su baño lo que quisiera ya que nadie iba nunca por allí.
Mientras nadaba para entrar en calor antes de comenzar a lavarse el pelo, se dio
cuenta de que, aunque aún no era feliz del todo, había dejado de estar amargada
desde el momento en que había aceptado su nueva vida.
Sabía que era una suerte haberse entendido con Ragnar, en la cama
disfrutaban los dos como niños, y se llevaban bien, ella no aspiraba a nada más
después de haber visto de cerca la desdichada unión de su padre con la malvada
de su madrastra, a quien, por cierto, no había vuelto a ver. Ragnar le había dicho
que ella y las otras dos esclavas que la acompañaban, se las había quedado su
segundo al mando, que había pagado por dicho “privilegio”.
Después de bañarse por entero, salió sintiéndose mucho mejor, y se secó
rápidamente antes de volver a la casa, sin darse cuenta de que unos ojos
malvados habían seguido sus movimientos.
Se puso su vestido nuevo de terciopelo azul, y se dejó el pelo suelto, ya que
Ragnar le había pedido que lo hiciera, porque le gustaba que lo llevara así.
Cuando se arregló, volvió a la cocina para ver cómo iba todo, la carne ya estaba
terminada, y las patatas se estaban asando en la lumbre, además, había hecho
un postre que estaba en la fresquera de la despensa. Fue al salón, y observó que
ya habían puesto la mesa, caminó por allí recordando cuántas noches había
presidido la mesa de su padre, pero enseguida sacudió la cabeza, porque había
descubierto que la única manera de sobrevivir e intentar ser feliz, era aceptar la
vida como venía, y sacar el mayor provecho de ella.
Escuchó un ruido en la puerta y se acercó a abrir, ya que no había nadie
más para hacerlo. Era una mujer joven, bellísima,
—Hola, tú debes ser Eyra, ¿no? —ella asintió sonriendo
—Sí, ¿y tú quién eres? —la mujer sonrió divertida, al ver que no se
imaginaba quién era
—Soy Yvette, la madre de Ragnar—Eyra movió la cabeza negando, y le dijo
—Es imposible, no puedes tener edad suficiente para ser su madre—Yvette,
con una carcajada alegre, la abrazó sin previo aviso, mientras decía
—¡Eres encantadora!, cuando tengas algún problema con el bruto de mi
hijo, cuenta conmigo y te ayudaré en lo que pueda—Eyra sintió avergonzada
cómo se humedecían sus ojos, no podía creer que después de todo lo que había
pasado, sintiera ganas de llorar por un abrazo—¿qué te ocurre hija?—Yvette
entró y cerró la puerta, luego echó un brazo sobre los hombros de Eyra, que era
igual de pequeña que ella, y la llevó hasta el salón, la muchacha contestó
sorprendida consigo misma por sentirse así,
—No sé, es que no recuerdo a otra mujer que me haya abrazado con tanto
cariño,
—¡Criatura de Dios!, ¿y tu madre? —Yvette tenía un corazón bondadoso, y
también sintió llenarse sus ojos de lágrimas.
—Murió hace años, la echo mucho de menos.
—Ahora me tienes a mí. Recuérdalo, si me necesitas, te ayudaré en lo que
pueda—miró a su alrededor—¡qué bonito está esto Eyra, y qué limpio!, nunca
había visto así la casa de mi hijo. Me parece que Ragnar ha sido muy afortunado
dando contigo, esperemos que lo merezca—sonrió traviesa
—¿Quieres algo de beber? ¿o prefieres una infusión?
—Pues como lo ofreces, prefiero una infusión, me gustan mucho.
—Espera un momento, iré a por ella
—Claro, muchas gracias—se sentó en una silla junto a la mesa, mientras su
mirada se paseaba sobre el salón, que había sido limpiado a fondo esa misma
mañana.
—¡Helga!, ha llegado la madre de Ragnar, y quiere una infusión, ¿sabes de
qué le gusta? —la anciana asintió sonriente y metió la mano en uno de los
cuencos que había sobre la mesa de la cocina, luego, llenó una taza con el agua
caliente que siempre había sobre el hogar, y lo tapó con un plato,
—Estará en unos minutos, luego solo tienes que endulzarlo con una
cucharada de miel, es infusión su favorita—mientras buscaba la miel que estaba
casi helada porque estar guardada en la despensa, y se peleaba para sacar una
cucharada, la infusión estuvo lista, y se la llevó a la madre de Ragnar.
—¡Está deliciosa! —Eyra se había sentado frente a ella—mi marido y mi hijo
están recorriendo la granja. Antes de que vuelvan, permíteme que te invite a la
fiesta que damos en unos días, por el Solsticio de Invierno—Eyra la miró sin
saber qué decir
—No sé…si Ragnar quiere…por supuesto que iré.
—¡Claro que querrá!, pero tú también puedes decidir si quieres ir o no, ¿te
apetece venir? —Eyra sonrió feliz.
—Sí, me encantaría.
—Estupendo entonces, y dime, ¿cómo os lleváis mi hijo y tú?
—Yo creo que bien, la verdad. Ahora ya no discutimos, y cada vez nos
llevamos mejor.
—¿Y nada más? es decir ¿no hay veces en las que, si estás separada de
él, te parece que no puedes respirar? —la muchacha negó con la cabeza, e
Yvette asintió—está bien, es posible que vosotros lo sintáis de otra manera—
pareció que iba a añadir algo más, pero se calló al escuchar la puerta, porque los
hombres habían llegado.

Ragnar estaba sentado junto a su padre, al lado del fuego, porque Erik
quería hablar con él, pero él estaba distraído, su mirada volvía una y otra vez,
hacia Eyra que hablaba y reía con su madre. Estaba muy contento de que fuera
así, por supuesto, pero tenía la sensación de que se estaba riendo más con su
madre, que con él durante las semanas que llevaba a su lado.
—Ragnar ¿puedes dejar de mirar a esa muchacha durante unos minutos?
—su hijo lo miró con los ojos brillando con un fuego azul incandescente, que le
recordó otros tiempos en los que a él le ocurría lo mismo, y se sintió feliz por la
dicha que le esperaba a su hijo mayor, aunque podía ver que el berserker todavía
no estaba domado—hijo, ¿tienes algún problema con ella?
—No padre, todo va bien.
—Pero el berserker todavía está en pie de guerra, ¿no es así? —Ragnar
que nunca renunciaba a una pelea, y siempre hablaba claro, se encogió de
hombros sin contestar, volviendo a mirar a la muchacha.
Hasta la cena no supieron cuál era el verdadero motivo de la visita de los
padres de Ragnar,
—Hijo, tengo que ir a Birka a llevar un cargamento de pieles, las tengo
acumuladas desde hace tres años, y necesito que me acompañes. Sé que no es
buen momento para ti, pero no te lo pediría si no fuera importante—Ragnar miró
a su madre, porque sabía a quién se debía realmente esta petición. Su padre
jamás habría reconocido que necesitaba ayuda, pero el año anterior, cuando iba
a ir a la ciudad de Birka a vender las pieles, cayó enfermo, estuvo grave y les
hizo recordar a todos que no era un jovencito—su madre asintió
disimuladamente, para pedirle que aceptara. Miró entonces a Eyra, porque no
quería dejarla sola, si le ocurriera algo, él ya no podría vivir.
—Por supuesto Eyra se puede venir conmigo a casa el tiempo que estéis
fuera, ¿te gustaría hija?, después de todo, pocos días después son las
celebraciones del Solsticio, y os podéis quedar ya en casa hasta después de la
fiesta—miró a Ragnar ilusionada por lo que le iba a decir— Vendrán todos tus
hermanos Ragnar, hace demasiado tiempo que no nos juntamos todos. Rognvald
y su mujer ya han llegado, pero están pasando unos días en casa de unos
amigos —Eyra se encogió de hombros sin saber qué decir, aunque luego, viendo
que Erik necesitaba a su hijo, y Ragnar dudaba si aceptar, por ella, asintió
mirándole. Yvette parecía muy bondadosa, no le importaría pasar más tiempo con
ella, Ragnar miró fijamente a su andsfrende mientras contestaba,
—Te acompañaré padre—Erik sonrió y levantó la copa de hidromiel para
chocarla con la de su hijo. Las dos mujeres los observaban absortas.

Esa noche Ragnar fue especialmente insaciable, partiría en dos días, y no
sabía cómo dormiría por las noches sin tenerla en sus brazos, le parecía
imposible hacerlo. Cuando los dos alcanzaron el placer, la abrazó con fuerza, y
notó cómo ella hacía lo mismo. Las palabras que debía decir esperaban en su
boca, pero no salieron de allí, aunque no sabía por qué. Ya la amaba más que a
nada, pero no pudo decírselo, quizás porque no sabía lo que ella sentía. Era un
cobarde con ella, aunque no tenía miedo a nada más en la vida, besó su frente
en silencio, e inspiró hondo observando la luna que se colaba por la ventana,
deseando, deseando….


OCHO


u padre esperaba con el resto de los hombres en el barco frente a la playa, y
S él se colocó, para despedirse, frente a la pequeña mujer que había
conseguido ser tan importante en su vida, pero antes de que pudiera decirle
nada, se echó en sus brazos y él la abrazó mientras la respiraba, con el rostro en
su cuello,
—Tranquila, volveremos en una semana como mucho—se separó de ella
sonriendo—cuando vuelva, hablaremos—ella asintió con los ojos cálidos y tristes
por su marcha. Era la primera sorprendida por sus sentimientos, porque hasta
que le había visto recoger sus cosas, no había sabido lo que sentía.
—Te voy a echar mucho de menos, Ragnar—la sonrisa de él estuvo a punto
de cegarla, y como respuesta la besó, diciéndole sin palabras lo que sentía,
—Eyra yo…—los gritos de su padre llamándolo, hicieron que maldijera en
voz alta y que le diera otro beso rápido. Luego, a su pesar, la empujó suavemente
hacia los brazos de su madre—cuídala madre, porque es lo más importante que
tengo en la vida—sonrió a las dos mujeres que reinaban en su corazón y corrió a
través del agua hacia el barco, mientras que Eyra lo miraba llorando, e Yvette la
abrazaba sonriente al ver el cariño que los unía. Lobito ladró triste por la marcha
de Ragnar, pero sin moverse del lado de su ama.
Hasta que no desapareció el drakkar de su vista, no entraron en la casa, y lo
hicieron abrazadas por la cintura, mientras Lobo daba brincos alrededor de Eyra,
intentando llamar su atención. Los dos primeros días pasaron sin pensar, y, el
tercero, cansada ya de estar sentada en el salón con Yvette mientras ella tejía, se
decidió a preguntarle algo que le rondaba la cabeza,
—Yvette, ¿te importa que ayude en la cocina?, puedo hacer eso o trabajar
en el huerto, porque los demás trabajos de mujeres no se me dan demasiado
bien.
—No tienes que hacer nada hija, estás aquí como invitada.
—Me gustaría hacerlo, no quiero estar dándole vueltas a la cabeza sin parar
—Yvette la observó y le hizo un gesto para que volviera a sentarse a su lado
—Siéntate hija, dime, ¿qué te preocupa?, los hombres vendrán en cinco
días. Ragnar volverá a tu lado antes de que te des cuenta, solamente han ido a
vender las pieles, no es como cuando van a una incursión o a la guerra,
—Lo sé—estaba muy nerviosa, aunque no sabía por qué, miró a Lobo que
estaba tumbado a sus pies, observándola y moviendo el rabo. Yvette siguió la
dirección de su mirada sonriendo
—Nunca he visto un lobo que actuara como este, ni siquiera sabía que
podían convivir con los humanos, ¿tuviste tú alguno cuando eras pequeña?
—No, pero en casa siempre teníamos perros, y cuando lo encontré, tan
pequeñito—lo acarició entre las orejas, donde más le gustaba—no pude permitir
que lo mataran, era un ser inocente— Lobo lamió sus dedos provocando la risa
de las dos mujeres—creo mañana iré a casa a por el resto de mi ropa—estaba
tan aturdida cuando Ragnar la trajo a casa de sus padres, que había dejado la
mayoría de sus cosas allí, sin darse cuenta.
—Si vas por la tarde, te acompañaré. Por la mañana tengo que ir a ver a
unos vecinos que tienen a su bebé muy enfermo, y les llevaré algunas cosas.
—No te preocupes Yvette, volveré enseguida, hasta dejaré a Lobo aquí
contigo, para que no me retrase—su suegra la miró indecisa, pero luego asintió
—Está bien, como quieras, le diré a Olaf que te acompañe.
—No es necesario, iré a caballo, y no pararé hasta llegar allí, no te
preocupes, de verdad.
—Está bien, como quieras, y ya que vas a ir, por favor, cuando vengas trae
algo de la mezcla que hace Helga para el dolor de cabeza, porque se me olvidó
pedírsela la última vez que estuve allí, y es lo único que consigue que se me
quite el dolor cuando tengo una de mis jaquecas.
—Claro que sí, ahora me voy a la cocina a echar una mano, así no seguiré
preocupándome.

Los dos hombres se escondieron detrás de unos árboles, desde donde
podían vigilar la entrada de la granja. Cuando estuvieron sentados, uno de ellos
sacó algo de carne seca del morral y la compartieron, eran morenos, con el pelo
y la barba largos y descuidados y en general con aspecto de sucios.
—¿Estás seguro de que no está?
—No, ayer no apareció en todo el día. Por eso decidí ir a por ti, por si
tenemos que esperar varios días. No la he visto desde el otro día, cuando estuvo
bañándose desnuda en el río, ¡vaya mujer! —el otro, más grande y fuerte que él,
asintió con la boca llena, y volvió a preguntar,
—Dime otra vez cuánto nos pagan…
—Diez monedas de oro, cinco para cada uno, pero hay que llevarla intacta,
porque quieren hacer con ella algún tipo de brujería. La que nos paga fue muy
clara, no podemos tocar a la muchacha porque si no, no le serviría, habló de algo
de los fluidos, pero era tan asqueroso que preferí no escucharlo—los dos
hermanos se miraron asqueados, mientras comían con las manos negras de
suciedad. A ninguno de los dos les gustaban las brujas.
Al día siguiente, muy temprano, Eyra se fue a la granja de Ragnar, iba a
recoger su ropa, pero además le apetecía montar a caballo, porque se había
despertado muy intranquila. Al principio pensaba que sería por el viaje de Ragnar,
pero ahora sentía que había algo más, le parecía que estaba a punto de ocurrir
algo, aunque no sabía qué era. Dejó que el caballo corriera a su aire, a través de
los campos. Las dos granjas estaban muy cerca la una de la otra, por eso no le
pareció necesario que le acompañara nadie, porque tardaría solo diez minutos en
llegar. Dejó la montura en el establo y se metió en la casa pasando ante el salón,
donde se quedó observando lo vacío que estaba, la silla donde se sentaba
siempre Ragnar parecía más grande, se volvió y caminó hacia la cocina llamando
a Helga, la anciana salió a su encuentro y sonrió al verla
—¡Eyra! ¡creía que te quedarías al menos una semana allí! —ella asintió
acercándose a ella
—Sí, pero he venido a por mi ropa, me la dejé aquí, la bolsa estaba hecha,
pero se me olvidó en el dormitorio. Voy a por ella y luego me vuelvo a casa de los
padres de Ragnar—cuando ya caminaba por el pasillo hacia el dormitorio de
Ragnar, se giró hacia Helga recordando la petición de Yvette
—¡Helga, se me olvidaba!, Yvette me ha pedido que me des algo de la
mezcla que haces para el dolor de cabeza.
—No tengo hecha, pero tardaré poco en prepararla.
—Está bien, mientras iré un momento al huerto, porque allí no tienen casi
hierbas para cocinar, y me llevaré unas pocas. Vuelvo enseguida—Helga asintió
mientras iba a la cocina a preparar su mezcla especial contra las jaquecas, y
Eyra salía por la puerta delantera para ir al huerto. No vio a nadie, pero la
vigilaban, desde su escondrijo, los dos hombres que la buscaban desde el día
anterior. El hermano mayor susurró en el oído del pequeño,
—Corre a buscar los caballos—cuando su hermano fue a por ellos, él siguió
los pasos de la muchacha sin hacer ruido. Cuando llegó a su lado, la observó
inclinada sobre unas plantas, que recortaba con un cuchillo pequeño, le tapó la
boca y enseguida le puso una mordaza, atándosela a la nuca. Luego, ató sus
manos, pero ella no dejaba de resistirse, de manera que le dio un golpe en la
cara con el puño que hizo que se desmayara, así consiguió atarla por fin y cargar
con ella. Cuando salía de allí, ocurrieron varias cosas a la vez, su hermano llegó
con los caballos, y cuando iba hacia ellos con la muchacha en brazos, una vieja
salió gritando de la casa,
—¿Qué hacéis? ¡soltadla! —el secuestrador subió corriendo al caballo, y
salieron galopando. Helga llegó tropezando hasta el huerto mientras observaba,
aterrorizada, lo deprisa que galopaban los caballos. Se llevó la mano a la boca
asustada, y, enseguida, corrió a buscar ayuda, tenía que llegar lo más
rápidamente posible a la granja de Erik e Yvette.
Ésta escuchó lo que le dijo Helga poniéndose pálida, y cayó sentada en la
silla que había tras ella.
—¡Dios mío! ¿qué le voy a decir a mi hijo? —se frotó la cara angustiada,
porque había visto el amor que sentía su hijo por Eyra. Pero no podía quedarse
quieta, haría lo posible por ayudarla,
—¿Reconociste a los que se la llevaron?
—No, no los había visto nunca—la anciana sabía, como todos en la granja,
que su amo se volvería loco si la muchacha no aparecía. No había más que
verlos juntos durante los últimos días, para saber que no aceptaría su
desaparición.
—Los hombres no volverán hasta dentro de cinco días, a menos que
hagamos algo—se levantó y salió de allí a toda prisa, seguida por Helga—mi hijo
Rongvald está cerca, en casa de unos amigos. Iré a buscarlo, y le diré a Olaf que
me acompañe, tú quédate aquí por favor, necesito que lo hagas por si pasa algo
más. Yvette salió corriendo hacia los establos para coger dos caballos.
Menos de una hora después, Rognvald se despedía de su esposa, para
volver con su madre y Olaf, el esclavo de confianza de su padre, a la granja de
sus padres. Aprovechó el camino para que le diera más información,
—¿Realmente es tan importante esa esclava para Ragnar, madre? —ella
asintió, mientras se mordía el labio preocupada
—Sí, hijo, creo que por fin ha encontrado a su andsfrende—su hijo la miró
sorprendido, ya que su hermano mayor era el que más había tardado en
encontrar la mitad perdida de su alma.
—No quiero ni pensar que algo así, le ocurriera a mi esposa—pero Yvette
había estado pensando cómo podían avisar a Ragnar de lo que ocurría.
—Hijo, puedes coger el barco de tu padre—Erik tenía dos Drakkar, uno de
ellos, recién construido, podía ser conducido por dos tripulantes, Rognvald la miró
sonriendo travieso, porque le había pedido el barco a su padre varias veces para
probarlo, y siempre se había negado.
—Se va a enfadar contigo—le dijo.
—No bromees, esto es demasiado importante, tu padre quemaría cien
barcos si con eso asegurara vuestra felicidad.
Llegaron rápidamente a casa, y Rognvald, mientras salían de los establos,
le dijo a Olaf,
—Creo recordar que sabes navegar—el hombre contestó muy serio,
—Mejor que tú
—Lo vamos a ver enseguida. Madre, mientras revisamos el barco, que nos
traigan agua y algo de comida. La nave que construyó padre es muy rápida, pero
tardaremos al menos un par de días en cogerlos—Yvette salió corriendo mientras
llamaba a Helga y a Liska para que la ayudaran. Rognvald y Olaf llegaron a la
playa, donde admiraron en silencio el Drakkar que, con el ancla echada y las
velas enrolladas, se mecía al compás del mar.
—Tu padre me invitó a dar una vuelta con él cuando lo terminó, nunca he
viajado en un barco más manejable y rápido que éste—los dos suspiraron
mirándolo, y entraron en el agua para subirse en él y comenzar a preparar la
salida.
Erik era un gran carpintero, aunque no le gustaba que se lo dijeran, porque
la mayor parte de su vida había tenido que guerrear para conseguir lo que tenía y
preferían que lo consideraran un guerrero, pero cuando Rognvald pasó la mano
por la madera del Drakkar, se dio cuenta de que su padre no era un simple
carpintero, era un artista. Sabía que había tardado un par de años en construirlo,
y que lo había hecho él solo, porque no había querido que nadie lo ayudara.
Admiró la altura del mástil, y el fiero dragón que había tallado en el mascarón de
proa, para asustar a sus enemigos.
—¡Rognvald, hijo! — su madre ya estaba en la playa, donde estaban
dejando los víveres que había pedido. Bajó para recogerlos, mientras Liska y
Helga volvían a la casa a por el resto de las cosas. Lo subieron todo entre Olaf y
él, y luego se acercó a su madre para darle un abrazo rápido,
—No te preocupes madre, los alcanzaré, y volveré con mi hermano—Yvette
acarició un momento la mejilla de su hijo y asintió dando un paso atrás, Rognvald
volvió al barco, al que subió ayudándose de la cuerda que colgaba por la borda, y
luego, levaron el ancla y partieron.
Yvette se quedó mirando el barco hasta que desapareció, rogando a Dios
porque todos volvieran sanos y salvos.

Ragnar no podía dormir, esa noche se había acostado a la misma hora que
los demás, pero finalmente había sustituido a su padre frente al timón, para que
él por lo menos pudiera descansar. Envolviéndose mejor en su capa de pieles,
miró hacia el cielo estrellado, y luego hacia la brújula que temblaba junto al timón,
pendiente de cualquier cambio de rumbo. Cuatro horas después su padre le puso
la mano en el hombro, pero, aunque él se negó a irse, Erik “El Rojo” insistió
—Ragnar, no seas cabezota, descansa al menos un par de horas—su hijo lo
miró y frunció el ceño al ver sus ojos—¿qué te ocurre? —pero Ragnar se encogió
de hombros
—No lo sé, estoy nervioso, pero no sé por qué—respiró hondo y dejó el
timón a su padre—está bien, descansaré un rato, aunque no creo que pueda
dormir.
Se tumbó sobre la cubierta, apartado del resto de los hombres, cubierto por
su capa, cerró un momento los ojos, y contrariamente a lo que esperaba, se
durmió.
En su mente apareció Eyra, pero no como la había visto por última vez, sino
que estaba herida. Tenía la cara hinchada, estaba atada y amordazada, y la
llevaban dos hombres a caballo a través de la nieve, aunque no pudo ver dónde
estaban. Ella iba sentada delante de uno de ellos, y lloraba en silencio, Ragnar,
sobrecogido, pudo ver sus pensamientos como si estuviera dentro de ella. Así
pudo saber que estaba segura de que iba a morir, y que tenía mucho miedo, pero
que, sobre todo, sentía no haberse despedido de él. Cuando la imagen
desapareció de su mente, se sentó tirándose del cabello, medio enloquecido y
lanzando un aullido que hizo que se despertaran el resto de los hombres del
barco. Su padre, que había bloqueado el timón, se acercó a él, asustado al verle
así,
—¡Hijo!, ¿qué te ocurre? —jamás le había escuchado ese grito de
sufrimiento, Ragnar se levantó con los ojos ardientes, más azules que nunca, y
repletos de lágrimas.
—¡Padre!, ¡Eyra está en peligro!, tenemos que volver—su padre puso las
manos encima de sus hombros, y lo miró a la cara fijamente, luego se volvió
hacia el timón mientras gritaba:
—¡Atentos!, ¡viramos completamente! —los marineros que los
acompañaban no se atrevieron a preguntar lo que ocurría, aún atemorizados por
el aullido de Ragnar. Este, se colocó en la proa observando la oscuridad con ojos
fieros, aumentando por momentos sus ansias de venganza. Al amanecer, se
encontraron con Rognvald, que, a gritos desde el barco de Erik, les contó lo
ocurrido. Ragnar se volvió hacia su padre,
—Padre, ¿quieres seguir tú para vender las pieles?, yo puedo volver con
Rognvald —su padre frunció el ceño y le miró enfadado,
—¡No digas idioteces, y vamos a buscar a tu mujer!
Los dos barcos volvieron a toda vela hacia la granja de Erik, mientras
Ragnar prometía una muerte horrible a cualquiera que hubiera hecho daño a su
mujer.
NUEVE



yra estaba agotada y cuando el hombre la empujó del caballo, cayó en el
E suelo espatarrada, provocando la risa de los dos hermanos, pues por sus
palabras ya se había enterado de que lo eran. Enseguida, el que parecía
mandar, la agarró del vestido arrastrándola mientras ella intentaba seguirle el
paso, pero era difícil para ella hacerlo, porque, aparte del cansancio y el dolor
que sentía en todo el cuerpo, por un ojo no veía absolutamente nada debido a la
hinchazón. La parte derecha de la cara le latía por el dolor constante, y tenía las
manos y la boca en carne viva.
Sintió ganas de llorar, pero no lo hizo y volvió a pensar en Ragnar, porque
había descubierto que hacerlo le daba fuerzas. El hombre por fin la dejó junto a
un río que cruzaba el bosquecillo al que acababan de llegar, y ella los miró con el
ojo bueno, segura de que moriría en los próximos minutos. Se juró a sí misma
que no arrastraría el honor de su familia suplicando por su vida, y se quedó
arrodillada mirando el río, intentando calmarse, esperando su final.
—¿Sabes si tardará mucho? —estaban hablando entre sí y ella los
escuchaba sin mirarlos, porque no quería que se dieran cuenta de que lo hacía.
Aparentemente esperaban a alguien.
—No, hemos venido antes de tiempo, pero seguro que llegará enseguida—
amanecía, Eyra podía notar cómo el sol poco a poco iluminaba el día. Llevaba
con estos dos malditos un día entero, la tarde y noche anterior habían estado
escondidos en una cabaña, pero habían salido de allí poco antes de que
amaneciera, así que, en realidad, estaban muy cerca de la granja de Ragnar.
Lanzó una plegaria para que Dios le permitiera morir antes de que le pusieran un
dedo encima, aunque ya los había escuchado decir que si la violaban la persona
que los había contratado no los pagaría. Aunque eso no había evitado que la
pegaran, cuando creían que no cumplía sus órdenes demasiado rápido.
A pesar de las ataduras, consiguió sentarse con las piernas encogidas
contra el pecho, intentando pasar lo más desapercibida posible, apoyó después
la cabeza sobre las piernas, intentando descansar sin dormirse, aunque a veces
no podía evitarlo. No supo cuántas horas habían pasado cuando escucharon los
casos de un caballo acercándose. Los dos hombres se pusieron de pie, y ante
una señal del que mandaba, el otro la cogió de un brazo y la arrastró tras un
árbol, donde se escondieron. Desde allí pudieron ver cómo una mujer muy bella,
llegaba a caballo y se encaraba con el hombre:
—¿Dónde está la muchacha? —el bandido sujetó las riendas del caballo, y
le hizo un gesto con la mano para que le pagara
—Te daré el dinero en cuanto me des a la muchacha, además, ya te dije
que, si haces bien este trabajo, tendrás más, e igual de bien pagados. Si no me
engañas te irá muy bien conmigo, soy muy generosa.
—¡Hrolf!, sal con la muchacha, ¡que la señora la vea! —el hombre la cogió
por el cuello y la hizo andar hacia ellos. Cuando estaban a unos cuatro metros, la
hizo parar, y la desconocida observó a Eyra atónita
—¡Os dije que no la tocarais!
—Dijiste que no la violáramos, y a pesar de las ganas que teníamos, nos
hemos aguantado. Pero es algo rebelde, ¿verdad muchacha? —Eyra lo miró con
el único ojo que podía abrir, deseando poder ver, aunque fuera su última visión
antes de morir, cómo Ragnar acababa con todos ellos. Pero eso era imposible,
porque no podía encontrarla.
—Está bien, toma, átale esta cuerda a la cintura—Siv, pues era ella, le lanzó
un cabo de la cuerda y ella ató el otro a la silla de su caballo, luego les tiró una
bolsa que el mayor de los hermanos abrió para comprobar su contenido—ahí
está vuestra paga, diez monedas de oro, ya os avisaré en cuanto me surja otro…
trabajo—ellos asintieron mientras observaban incrédulos las monedas de oro,
porque era la mayor cantidad de dinero que habían visto nunca junta. Seguían
observando las monedas mientras ellas desaparecieron tras el bosquecillo.
Siv reía alocadamente mientras Eyra, totalmente agotada y con las piernas
heladas por ir andando sobre la nieve, intentaba seguir los pasos del caballo, que
la arrastraba sin piedad. A los pocos minutos, afortunadamente, llegaron a una
casa que se encontraba al otro lado del pequeño bosque. Siv bajó del caballo
dejándoselo a un esclavo que miró hacia otro sitio cuando vio a la mujer cautiva,
y se lo llevó, ella cogió la cuerda para sujetar a Eyra, y la enrolló en su muñeca.
Eyra estaba caída de rodillas frente a ella, con la cabeza agachada, y respirando
agitadamente,
—Así es como quería verte, ¡de rodillas! Por tu culpa he perdido a mi
hombre, porque echaste un conjuro sobre él, pero hoy voy a hacer que todo
vuelva a ser como era. He ido a ver a una hechicera que me ha dado la solución,
es una lástima que tengas que morir para conseguir mi felicidad, pero la vida es
así—Eyra observó la risa desequilibrada de la mujer, sabiendo que moriría a
manos de una loca, y lo que sufriría Ragnar cuando se enterara de lo ocurrido.
—No perdamos más tiempo, ¡vamos! —la hizo entrar en la casa y Eyra miró
alrededor asombrada. Todo estaba muy sucio, como si hiciera meses que nadie
limpiara—siéntate en esa silla—después, la ató a ella, sin quitarle las ligaduras
de las manos, ni la mordaza.
—No deberías haberte fijado en mi hombre—canturreó mientras cogía un
cuchillo muy afilado de la mesa, y lo limpiaba en su vestido—Ragnar era mío
hasta que lo embrujaste, y volverá a serlo—comenzó a mezclar varios líquidos de
diversos cuencos en una copa, consiguiendo que desprendieran un olor horrible,
y dejó caer su cuchillo en el líquido resultante—la daga ya se está empapando
con el líquido mágico, luego, en pocas horas, cuando caiga la noche, terminaré el
ritual. Cuando emitas tu última respiración, tu hechizo dejará de existir, y él
volverá a mí y ni siquiera te recordará. Pero tiene que ser cuando ya no esté el
sol en el cielo—de repente miró alrededor y pareció ponerse nerviosa—¡necesito
más plantas, no tengo suficientes! —entonces, salió corriendo.
Eyra sintió cómo le subía un sollozo a la garganta, pero se controló. Intentó
soltarse de las cuerdas, pero, aunque Siv estaba loca, no era tonta, y la había
atado perfectamente. A pesar de saber que era imposible desatarse siguió
luchando contra las cuerdas, sintiendo cómo le dolía todo el cuerpo, pero pensar
en su vikingo le daba fuerzas para seguir luchando.

Ragnar bajó el primero del barco, y corrió hacia la casa de sus padres
seguido por Erik que intentaba seguir su ritmo, aunque por su edad le costara
hacerlo. Abrió la puerta de la casa, cuando casi llegaba a ella su madre, que lo
abrazó incrédula.
—¡Hijo mío, nunca me lo perdonaré! —se separó para mirarlo extrañada—
pero ¿cómo has venido tan pronto?, no os esperaba por lo menos hasta mañana.
—Nos dimos la vuelta ayer, cuando llevábamos la mitad del camino de
vuelta recorrido, nos encontramos con Rongvald que llegará enseguida, viene
detrás de nosotros.
—¿Por qué os distéis la vuelta?
—Soñé que Eyra estaba en peligro y cuando me desperté supe, no sé
cómo, que lo que había visto era cierto.
—Sí, tu padre y yo, en algunas ocasiones hemos sentido esa intuición,
cuando nos necesitábamos el uno al otro.
—Sí, él me lo dijo. Por eso me creyó en cuanto se lo conté, no lo puso en
duda, pero dime madre, ¿tienes idea de dónde puede estar?
—No hijo, pero espera un momento, que voy a buscar a Helga, ella vio a los
hombres que se la llevaron. La pobre corrió tras ellos, pero no fue capaz de
alcanzarlos—su madre volvió a la vez que entraba Erik, que había dejado fuera al
resto de los hombres.
Observó cómo su hijo se pasaba la mano por la melena pelirroja, más
nervioso de lo que lo había visto en toda su vida—no sé lo que haré si no llego a
tiempo—su padre se acercó hasta colocarse frente a él.
—Tranquilo Ragnar, tu hermano ya está llegando, y entre los tres la
encontraremos, no te preocupes—Ragnar frunció el ceño al notar que algo le
arañaba las piernas, al bajar la vista y ver a Lobo, lo cogió en brazos y el
cachorro, como hacía siempre, le lamió la nariz. Contuvo las ganas de hundir su
cara en el suave pelaje del animal y llorar como un niño, recordando a su mujer.
Pero no flaquearía cuando más lo necesitaba, cuando todo pasara, podría
preguntarse qué había hecho mal, y maldecir y rugir, ahora tenía que mantener la
cabeza fría. Cuando volvió a dejar a Lobo en el suelo, el animal corrió hacia la
puerta saliendo a la calle, y volvió a entrar ladrando, estaba muy nervioso, Erik lo
observaba extrañado,
—¿Qué le pasa? —Ragnar negó con la cabeza,
—No tengo ni idea—el animal volvió a acercarse y mirando a Ragnar volvió
a correr hacia la puerta, luego se sentó allí mientras lloraba al ver que no le hacía
caso.
—Es como si quisiera que fueras con él
—Querrá jugar—Erik asintió, pero no parecía muy convencido.
—Ragnar, aquí está Helga—la anciana venía limpiándose las manos, que
estaban manchadas de tierra, y se colocó frente a él esperando,
—Hola Helga, cuéntame cómo eran esos hombres, y qué hicieron.
—Eran morenos, e iban muy sucios, su ropa parecía vieja, como si fueran
mendigos. Cuando salía de la casa vi como uno de ellos pegaba a Eyra en la
cara, para obligarla a ir con ellos, luego, con ella desmayada, la llevó en brazos
hasta el caballo y él subió detrás. Los dos tenían caballo, pero no sé qué más
decirte, porque los vi poco tiempo, y además de lejos.
—¿Recuerdas haberlos visto antes?
—No, los recordaría, esos dos no son de por aquí—se encogió de hombros
—al menos yo no los conocía.
En ese momento llegó Rognvald que saludó a sus padres, antes de
acercarse a su hermano y quedarse junto a él. Erik se impacientaba,
—Debemos salir ya, hijo ¿por dónde quieres que empecemos a mirar? —
Ragnar se quedó pensativo, había algo que le daba vueltas en la cabeza.
—¡Qué raro que dos hombres desconocidos casualmente se lleven a Eyra!,
¿no te parece padre? —Erik aprovechó que Yvette se había ido con Helga para
decir,
—Hijo, ¿no será una venganza de alguien con el que hayas tenido algún
enfrentamiento? —Ragnar negó con la cabeza, no se acordaba de nadie. Volvió
la cabeza, enfadado hacia Lobo que seguía con aquella conducta tan extraña, fue
hacia él para regañarlo, pero Helga volvió deprisa para darle una tela
—Ragnar, acabo de recordar que este pañuelo lo llevaba Eyra ese día, lo
encontré en el lugar en el que forcejearon con ella—dejó la suave tela en las
manos del hombre y se fue… Entonces ocurrió algo sorprendente, Lobo, se
acercó corriendo a Ragnar y antes de que pudiera evitarlo, comenzó a oler la
tela, visiblemente nervioso. Luego miró a Ragnar y aulló con un sonido que les
puso a todos los pelos de punta, el instinto hizo que Ragnar no lo regañara, sino
que le acercara otra vez la tela al hocico. Miró a su padre, que había pensado lo
mismo
—Está oliendo a tu mujer en el pañuelo, si pudiéramos encontrar el último
rastro que dejó, seguramente podría llevarnos hasta ella,
—Eso estaba pensando, ¡vamos a mi casa, aquél es el último sitio donde
estuvo! —cogió a Lobo en brazos y corrió hacia la cocina, donde estaba su
madre y Helga
—¡Helga! Esto es muy importante, ¿dónde estaba Eyra exactamente
cuando la cogieron esos hombres?
—A la salida del huerto, ahí vi forcejeando a Eyra con uno de ellos, el otro,
mientras, esperaba con los caballos—Yvette escuchó todo asombrada, y aceptó
el beso que le dio su marido en la mejilla antes de que los tres corrieran a sus
caballos, y salieran después al galope en dirección a la granja de Ragnar. Al
llegar allí, solo bajó del caballo Ragnar con Lobo, y puso al animal sobre la tierra,
este, enseguida comenzó a olfatear como un loco, cogiendo enseguida una
dirección con la nariz pegada al suelo. Ragnar dejó las riendas de su caballo a su
hermano, y él decidió seguir a pie con Lobo, porque si subían al caballo podían
perder el rastro.
A veces salía corriendo y a veces parecía que había perdido el olor, y
cuando eso ocurría, le dejaba que volviera a oler el pañuelo, así continuaron un
par de horas, hasta que llegaron a una cabaña vacía. Lobo la recorrió de arriba
abajo varias veces, y volvió a salir al ver que su ama no estaba en ella.
—¡Lobo!, ¿dónde está? —consiguió hacer que el animal parara, y pudo ver
que estaba agotado, miró a su padre y su hermano—está muy cansado, vamos a
descansar unos minutos, todavía es un cachorro—lo llevó junto al río para que
bebiera. Su padre y su hermano bajaron de los caballos y observaron
estupefactos con cuanta paciencia esperó a que el animal bebiera, y luego lo
cogió de nuevo en brazos para llevarlo al lado de ellos.
—Nunca creí que te vería tan cariñoso con un animal, ¡y menos con un lobo!
—Sí, yo tampoco me lo creo la verdad, pero Eyra lo quiere mucho—el lobo,
que estaba sentado en su regazo, intentaba darle un lametón en la mejilla.
Ragnar lo miró con supuesta fiereza, para que no lo hiciera delante de su familia,
y consiguió se calmara un momento…pero cinco segundos después, pegó un
salto y le chupeteó de nuevo la nariz. Los tres hombres rieron sin poder evitarlo,
—Creo que voy entendiendo porqué le gusta tanto a tu mujer—Erik sonreía
comprensivo. Lobo era así, conseguía colarse en el corazón de la gente
—¿Te gustaría tenerlo un poco en brazos? —su padre pareció avergonzado
y negó con la cabeza, pero Rognvald que no tenía tantos escrúpulos y dijo
—¡A mí sí! —Ragnar se acercó y dejó al animal en brazos de su hermano, el
lobito pareció asustado al principio ante el olor desconocido, pero segundos
después, se sentó tranquilo en la misma posición en la que había estado sobre
Ragnar, y se quedó mirando a Rognvald con la lengua fuera, como si le sonriera.
El vikingo lo acarició entre las orejas, como había visto hacer a su hermano y
propuso, sorprendiéndose a sí mismo—me encantaría llevármelo a mi casa. Va a
ser un animal muy inteligente—miró a su hermano con una pregunta en el rostro
—Eyra me mata, si vuelve a casa y no está Lobo en ella. Quítatelo de la
cabeza, pero durante la próxima matanza de lobos que haya en tus tierras, como
la hay en todas por necesidad de vez en cuando, fíjate si hay cachorros y
recógelos. Cada vez estoy más convencido de que se puede domesticar a estos
animales.
—¿Tú crees? —Rongvald y Erik miraron al lobo asombrados, y él seguía
mirándolos sonriendo.
—Sí, voy a intentar que Lobo se acostumbre a los humanos y a los
animales, para que no los ataque. Veremos lo que ocurre, creo que él ya nos
considera como su familia—se levantó y volvió a dejar que el animal oliera el
pañuelo, entonces saltó del regazo de Rongvald y salió corriendo a través del
bosque, Ragnar hizo lo mismo detrás de él, mientras gritaba a su padre y su
hermano:
—¡Montad y seguidnos! —se dio la vuelta y corrió tras el lobo, que había
vuelto a coger el rastro y lo seguía entre gruñidos.

Eyra desistió de seguir luchando contra sus ataduras, agotada y convencida
de que iba a morir, cerró los ojos y pensó en él. No sabía si Ragnar podría
escucharla o no, o si eran solo imaginaciones suyas, pero intentaría decirle lo que
sentía, por lo menos moriría más tranquila si pensaba que él lo sabía.
Ragnar sintió su llamada dentro de él, y se arrodilló sobre la tierra a la vez
que sujetaba al animal, para no perderlo de vista, después, cerró los ojos para
poder comunicarse con ella. Escuchó cómo le decía que lo amaba, y luego se
despedía, pero antes de que pudiera contestar, rompió la comunicación y Ragnar
lanzó un aullido copiado por el Lobo. Gritó al animal mientras oía cómo su padre
y su hermano frenaban los caballos tras ellos, y le dijo
—¡Lobo, deprisa, se nos acaba el tiempo! —el animal lo miró con sus ojos
azules e inteligentes, casi humanos, y corrió siendo seguido por los tres hombres
y sus caballos.
DIEZ


iv volvió a entrar en la habitación con la ropa mojada y manchada de barro,
S como si hubiera estado revolcándose por la tierra, y sonrió con malicia al
volver a ver a la muchacha que tenía el rostro terriblemente hinchado, y que
la miró al entrar. Con el cuchillo en una mano, y varias matas de plantas en la
otra, se acercó a ella y, con un movimiento rápido del cuchillo, cortó su mordaza.
En ese momento decidió que quería hablar con ella antes de matarla,
—Sé que te llamas Eyra, quiero explicarte por qué tienes que morir hoy—
tarareó, Eyra la observó estremecida porque Siv la miraba con los ojos
extraviados, y moviendo los brazos de manera brusca, haciendo que el cuchillo
pasara, involuntariamente, cerca de su cara. De repente la miró fijamente y le
habló—Ragnar estaba contento conmigo, hasta que apareciste tú, con tu carita
de niña—gruñó, su enfado pareció aumentar de repente, y pegó su cara a la de
Eyra, gritándola y salpicándola de saliva—cuando me echó de su lado juré que lo
recuperaría, y que me vengaría de ti, y con este conjuro conseguiré las dos
cosas. Pero antes de matarte tengo que machacar estas plantas—agitó la mano
donde llevaba las plantas que había arrancado del campo — porque las necesito
para el brebaje mágico—en la mesa comenzó a separar algunas hojas y
machacarlas para echarlas luego al líquido pestilente que estaba fabricando.
Cuando levantó la cabeza, habló como si contestara a una pregunta de la
muchacha—sí, tienes razón—Eyra sintió apagarse su última esperanza al ver
anunciada su muerte en los ojos de aquella pobre loca, y volvió a lamentar no
haberse despedido de Ragnar—¡tienes razón!, no te he explicado lo que me
contó la bruja—cogió una copa vacía que había sobre la mesa y se la enseñó—
¡mira!, solo tengo que llenar esta copa con tu sangre y con las hierbas que tengo
aquí, y beberla antes de que mueras—sonreía casi con ternura— entonces,
conseguiré que él vuelva a mí, y tú desaparecerás de su mente para siempre, la
bruja me aseguró que, haciendo esto, no se acordará de ti nunca más.
—Estás equivocada, eres una pobre loca que no ve la realidad.
—¡No me llames loca! —empuñó el puñal y sin previo aviso, se lo clavó
encima del pecho, cerca del hombro. Eyra luchó por no desmayarse, pero no
pudo evitar perder la consciencia unos momentos. Cuando volvió a abrir los ojos,
la otra mujer había llenado la copa con su sangre y bebía de ella glotonamente.
Al verla despierta se relamió y le dijo,
—Ya casi está, ahora te desangrarás lentamente, pero no te dolerá, será
como si te durmieras— Eyra la veía con dificultad, aparte de los golpes en la
cara, estaba tan agotada, que tenía que luchar para permanecer despierta.
De repente, se abrió la puerta de la cabaña con golpe tan fuerte, que hizo
que se rompiera al chocar contra la pared, y entró Ragnar, que, al verla, se
acercó a ella corriendo. Entonces Siv, perdida en su realidad, corrió hacia él con
un hilo de sangre cayéndole por la barbilla, y con el puñal todavía en la mano.
Tiró del brazo del hombre que, medio loco, estaba desatando a Eyra, que se
había desmayado y sangraba a borbotones por la herida.
Cuando la loca consiguió que él la mirara, en la cara del vikingo se reflejó el
asco y el odio que sentía hacia ella, entonces Siv volvió a empuñar el cuchillo
para matar a la muchacha, pero Ragnar se lo arrancó de la mano, y la lanzó a
ella contra la pared. Al chocar su cabeza contra el muro, se escuchó un
chasquido desagradable, pero Ragnar no se molestó en comprobar si había
muerto, porque sabía que así era. Esa había sido su intención al empujarla con
semejante fuerza.
Ya sin tener que preocuparse de Siv, cogió el pañuelo de Eyra, gracias al
cual Lobo había conseguido llevarlos hasta allí, y lo utilizó para vendar
fuertemente la herida y que dejara de sangrar. Ragnar la llevó hacia su caballo
seguido por Lobo que gemía triste, cuando su padre y Rognvald bajaban de los
caballos, y se quedaron sobrecogidos al verlos,
—¡Vamos, volvamos a casa, está perdiendo mucha sangre! —cuando subió
sobre Thor, observó a Lobo que le ladraba exigiendo atención y le dijo a su
hermano—coge tú a Lobo, se merece ir a caballo toda su vida—Rognvald bajó a
por el cachorro que esperaba sonriente, como si esperara que lo hiciera.

Yvette corrió para preparar su propia habitación para Eyra, era la más
cómoda de la casa, y afortunadamente el fuego ya estaba encendido y Helga ya
había ido a la cocina para buscar la bolsa de los remedios. La muchacha había
despertado durante el viaje a caballo y se había quejado por el dolor, ahora miró
a Ragnar y sonrió al verle, aunque le seguía doliendo todo,
—No sé cómo puedes sonreír—gruñó él, ella levantó el brazo que no tenía
herido, con mucho esfuerzo, y acarició su mejilla
—Porque Dios me ha dado la oportunidad de verte una última vez, y decirte
que te quiero—él se puso pálido al ver que volvía a desmayarse,
—¡Madre! — Yvette le hizo que se apartara, y le puso un espejo bajo la
boca, y respiró tranquila al ver que se empañaba
—Tranquilo hijo, todavía respira—al ver los ojos de su hijo, miró a Erik, que
la entendió enseguida
—Hijo, vámonos, es mejor dejarlas tranquilas a las mujeres, así trabajarán
mejor—Ragnar se soltó del agarre de su padre, y se acercó a la cama, donde
depositó un beso en la frente de Eyra. Luego se volvió a su madre y le dijo
—Madre, sálvala si quieres que yo siga viviendo—su voz nunca fue tan
sincera como cuando dijo— es mi andsfrende, el todo para mi—después siguió a
su padre que lo esperaba en la entrada de la habitación, y cerró la puerta tras él.
Yvette y Helga se pusieron manos a la obra, había mucho que hacer.

Se despertó al sentir un fuerte dolor en el hombro, de nuevo se había
apoyado en el brazo sin querer mientras dormía, y la herida le palpitaba
terriblemente. Miró a su lado a Ragnar que dormía boca arriba, intentando no
acercarse demasiado a ella, por miedo a hacerle daño. Se sentó en la cama ya
que el dolor había hecho que se le pasara el sueño. Cuando se levantó, aunque
lo hizo con todo el cuidado que pudo, Ragnar se despertó sentándose también en
la cama.
—¿Dónde vas? —ella giró medio cuerpo para susurrar
—Voy a por agua, no tengo sueño—Ragnar se levantó
—Voy yo, no te muevas—ella volvió a sentarse mordiéndose los labios.
Cuando notó que Lobo le chupaba el dedo gordo del pie, señaló el camastro que
le había fabricado Ragnar al animal, y le dijo firme, pero cariñosamente,
—Ve a dormir, eres muy pequeño para estar despierto tan tarde—lobito se
fue despacio, y volvió a mirarla a medio camino intentando convencerla con la
mirada, pero ella volvió a señalar el camastro, hasta que el animal se tumbó
haciéndose una rosca.
—Muy bien Lobo, eres muy bueno.
Ragnar volvió con un cuenco con agua que acercó a su boca, para que ella
no tuviera que levantar el brazo. Eyra sabía que se sentía culpable porque la
responsable de lo ocurrido había sido Siv, su antigua concubina, y por mucho que
ella le decía que no le culpaba de nada, no conseguía que el antiguo Ragnar
apareciera de nuevo, este le parecía un desconocido demasiado sumiso.
—Tengo que hablar contigo. Ragnar—aprovechó que lo tenía a su lado, y le
puso débilmente la mano en un brazo—escucha, ahora sé lo que se siente al
creer que vas a morir. En ese momento te das cuenta de lo que importa de
verdad en la vida, y no es vivir en el pasado, ni asustada o enfadada, sino
aceptar tu vida con la mayor alegría posible, y eso es lo que quiero hacer de
ahora en adelante—carraspeó algo avergonzada—te quiero Ragnar, y me sentiré
muy feliz de que estemos juntos todo el tiempo posible, me gustaría que
tuviéramos hijos y….
—¿Qué dices mujer? —la interrumpió—hablas como si lo nuestro fuera algo
temporal—la miró enfadado, aunque no levantó la voz en ningún momento—
pues déjame que te diga que, en cuanto estés mejor nos casaremos, y por
supuesto que tendremos hijos—miró al animal que dormía en su cama, y que
había hecho posible que la encontrara a tiempo—aunque me atrevo a decir que
ya hemos ampliado la familia. Ella sonrió siguiendo su mirada porque pensaba lo
mismo. La abrazó con cuidado, por su herida, mientras sus ojos burbujeaban en
un azul incandescente, y una sonrisa de felicidad cambiaba su cara. Su
andsfrende no sabía que, con la ayuda de su familia, había organizado su boda
dentro de las fiestas del Solsticio de Invierno, dos días después, a la que
acudirían sus hermanos con sus familias, y los habitantes de la zona. Todos
habían prometido guardar el secreto porque era una sorpresa para la novia. Su
sonrisa se amplió pensando en la felicidad que la boda procuraría a su mujer, y
apretó suavemente su frágil cuerpo contra el suyo, mientras sus corazones
acompasaban sus latidos, como hacían siempre que estaban cerca el uno del
otro. Y siempre sería así.

La familia de Erik e Yvette se juntó por primera vez en mucho tiempo, para
la celebración de la boda, y estuvieron presentes todos sus hijos y los nietos que
ya habían nacido. Era el último hijo que se les casaba, y celebraron la fiesta en el
salón de Brattahild, su granja, rodeados de todos los amigos y vecinos que
habían venido a la ceremonia. Erik e Yvette, que estaban sentados en la misma
mesa que los novios, observaron, agarrados de la mano, cómo la pareja
mirándose a la cara, decía las palabras que les unirían para siempre. Entonces,
ellos mismos, se miraron a los ojos y, volvieron a ser los mismos que, tantos años
atrás, se habían amado con una pasión difícil de igualar.
Sonrieron al recordar cómo habían retozado esa misma mañana en la cama
antes de levantarse, y luego volvieron la vista hacia la pareja de novios, cuya
felicidad les rodeaba y contagiaba a los demás. El círculo se había completado,
pero no era el fin, sino el comienzo de una era, porque mientras hubiera niños en
su familia, existirían los berserkers, y su lucha por ser felices. Pero esa es otra
historia.




FIN


¡Gracias por leer esta historia!



A continuación, puedes leer el primer capítulo de
CAUTIVA, el libro uno de la saga CAUTIVAS DEL
BERSERKER.
Espero que hayas disfrutado de EYRA, me gustaría
conocer tu opinión. También puedes ponerte en contacto
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Si me quieres comentar alguna cosa, este es mi correo
personal: [email protected]


Gracias de nuevo y un beso,

Margotte Channing



CAUTIVA


ÍNDICE

UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
Epílogo


UNO



Borgarnes, Islandia, año 1087



a muchacha, a cuyo cargo estaba la clase, parecía sólo un poco más mayor

L que los alumnos. Vestía modestamente, con un vestido de lana de cuello alto
que en algún momento había sido negro, y que, ahora, tenía una tonalidad
extraña de gris. Y una cofia absurdamente fea. Esa forma de vestir,
asombrosamente, resaltaba su extraordinaria belleza. Poseía unos enormes e
inocentes ojos violetas, enmarcados en un óvalo perfecto. Era de nariz delicada y
labios generosos. Las cejas negras, resaltaban una piel blanca e inmaculada. Era
la joven más bella de la región. Sus manos, sin embargo, estaban llenas de callos
producidos por el arduo trabajo que realizaban todos los días.
- ¡Vamos niños, la tabla del cinco! - Yvette repetía con los ocho niños, de
diferentes edades, la lección. Todos prestaban atención, ya que preferían estar
allí, calientes, que trabajando con sus padres en el campo. Marianus, el monje
que se había hecho cargo de enseñar a leer a los adultos que aceptaron hacerlo,
cuando llegó al asentamiento, ahora había empezado a hacerlo con sus hijos,
cuando convencía a sus padres.
En las granjas, los niños empezaban a ayudar en el campo a los 5 o 6 años, por
lo que, para los padres, que necesitaban toda la ayuda que pudieran obtener,
suponía un gran sacrificio enviar a sus hijos a la escuela, privándose de un par de
manos, aunque fueran infantiles. Marianus le había enseñado cómo dar las
clases. Él salía cada mañana a visitar a los vecinos del asentamiento que más lo
necesitaran.
No le vería de nuevo hasta la noche, para la cena, muchas veces sin haber
comido nada desde el desayuno. Al ser un anciano, a menudo cuando volvía, lo
hacía tan cansado que tampoco cenaba y se iba directamente a la cama, pero
siempre decía que era su trabajo. Yvette reía, le daba de cenar, cuando la dejaba,
y le mandaba a la cama. A su edad no debería hacer ningún tipo de trabajo. No
sabía cuántos años tenía, pero su pelo ya era totalmente blanco.
Tocó la campana para terminar la clase y los niños salieron corriendo. La llevaron
los pergaminos con las tareas. Corregiría los trabajos por la tarde y borraría todo
con miga de pan, para volver a usarlos. Se despidió de ellos con una sonrisa.
Cuando se fueron, se quitó la cofia y las pocas horquillas que tenía, herencia de
su madre. Aunque no le gustaba tener que recogérselo todos los días, llevar el
pelo suelto en público era impensable.
Salió al huerto para quitar las malas hierbas y pasear un poco, le gustaba mucho
cuidar las plantas y, al estar cercado, no podían verla. Echó un vistazo a los
animales, aunque ya se había ocupado de ellos al amanecer. Luego, entró de
nuevo en la casa y volvió a recogerse el pelo, pronto vendría Marianus. Apartó el
guiso del fuego, y él llegó unos minutos después. Era digno de ver, un auténtico
monje irlandés. Medía 1,70 aproximadamente, siempre llevaba su hábito y
sandalias, aunque fuera pleno invierno, como ahora. Sus ojos eran negros y,
generalmente, risueños. Había nacido en una familia rica, y, por su fe, se había
hecho misionero. Era muy delgado, con una abundante mata de pelo blanco, y
una eterna sonrisa en su rostro. Y tenía un gran corazón.
Diez meses atrás se había presentado en casa del padre de Yvette, y le ofreció
su casa como solución temporal. Había llegado a sus oídos, que su madrastra
quería casarla con el soltero que ofreciera mejor dote a la familia. Uno de ellos
parecía estar más interesado que el resto, Olaf Baardson. Desde que ella
recordara, siempre la había perseguido. El padre de Olaf era el granjero más rico
de la zona. Yvette había conseguido evitarle durante años, pero en su situación
actual, imaginaba que no tendría más remedio que aceptar. Era un hombre
demasiado pagado de sí mismo, nunca hablaba con ella, sólo le daba órdenes.
Habían estudiado en la misma clase, con Marianus, y le conocía bien.
Le tenía algo de miedo. Él quería trabajar en el Alping, el parlamento islandés,
por lo que estaba estudiando leyes. Había escuchado que su padre, ya había
comprado el sillón vitalicio en el parlamento para su hijo.
- ¿No es pronto para cenar?
- Hola Marianus. Es la hora de siempre, ha anochecido hace rato, el guiso lo he
puesto para que estuviera a la hora de la cena.
- Podría ir a visitar a los Jensen, el pequeño está enfermo- este hombre no podía
estar tranquilo ni un minuto.
- Ya está mejor, me lo ha dicho su hermano en clase. Siéntate, tienes que estar
muy cansado- tenía mala cara.
- Sí, bueno, es la edad, soy un viejo- se sentó a la mesa con un suspiro. Ella le
puso un plato con el guiso de cordero y patatas, y un vaso de leche- Por cierto,
he visto al hijo de los Baardson, vendrá en un rato, quiere hablar contigo- la miró
serio, con tristeza- ya sabes sobre qué.
Ella se mordió los labios preocupada, puso su plato en la mesa, frente al anciano.
Sabía que era cuestión de tiempo, pero no se sentía preparada, aunque la
mayoría de las chicas de su edad ya estaban casadas. Se sentó y movió el guiso
para que se enfriara. De repente, se le había quitado el hambre.
- No sé qué hacer Marianus, sé que no debería pensármelo más, que es una
buena propuesta, es un hombre honrado y religioso.
- Sí, lo es, pero no tienes que hacerlo si no quieres, te puedes quedar aquí todo
el tiempo que quieras- ella sonrió negando con la cabeza, no quería crearle
problemas a Marianus después de lo bueno que había sido con ella. Olaf ya le
había dicho que, si no se casaba con él y seguía viviendo con el anciano, sería
perjudicial para él. Su familia era la que pagaba, casi totalmente, el
mantenimiento de la escuela.
- ¿Has ido a visitar a Christiansen?
- Sí, está destrozado. He intentado rezar con él, pero está demasiado enfadado,
me he quedado para hacerle compañía. Mañana volveré. Por lo menos su
hermana le lleva comida todos los días.
- Es horrible, quería mucho a su mujer, y perderla a ella y a su hijo en el parto es
demasiado duro.
Llamaron a la puerta, Yvette se incorporó para levantarse, pero Marianus le hizo
un gesto para que no lo hiciera, y se levantó para abrir. Era Olaf, como habían
imaginado. Ella se levantó para saludarle, era un hombre atractivo, y, como
siempre, el mejor vestido del asentamiento.
- ¿Quieres cenar Olaf?
- No, gracias, ya he cenado en casa- se sentó a su lado. Ella cogió la cuchara y
volvió a mover la comida. Se metió un trozo en la boca, para intentar alargar el
momento que sabía que se acercaba.
- Yvette, quiero que hablemos, casi he terminado mis estudios y ya está pagado
mi sillón en el parlamento, es decir que en unas semanas me iré a Keflavik, a
empezar mi labor. No quiero posponerlo más. Ya ha llegado la hora de que nos
casemos- ella le miró desesperada, luego se fijó en Marianus. Éste la miraba
triste, el monje negó con la cabeza, pero ella no quería que la única persona que
le había demostrado su amistad, pagase las consecuencias de su testarudez. En
realidad, no tenía otra opción más que casarse, así que tomó la decisión en ese
momento.
- Está bien Olaf, nos casaremos si es lo que deseas, ¿cuándo quieres que
hagamos la ceremonia?
- Tengo que arreglar algunas cosas, no me puedo creer que digas que sí ¡por fin!
- le brillaban los ojos, la cogió de la muñeca con fuerza. Yvette reprimió un gesto
de dolor, Olaf nunca se controlaba. Tiró de la mano para que la soltara, pero él la
apretó aún más.
- ¡Olaf Baardson!, ¡suéltala enseguida! - Marianus se levantó indignado.
- No la he hecho nada- levantó las manos en actitud defensiva.
- ¡No se va a casar contigo!, ¡eres un bruto! – Nunca había visto a Marianus tan
enfadado. Ella se acercó a él para tranquilizarle.
- Marianus, tranquilo, no pasa nada.
- ¡Sí, si pasa! ¿por qué nunca me has contado cómo te trata? - la miraba
enfadado.
- No hay nada que contar- miró a Olaf que se estaba poniendo de un color
remolacha muy poco favorecedor- no ha querido hacerme daño, es que tengo la
piel muy delicada- bajó la muñeca para que Marianus no viera la marca de dedos
que, estaba segura que habría allí, como le había ocurrido en otras ocasiones. Y
que en unas horas se volvería morada.
Marianus miró a la mujer que había acogido unos meses atrás, y a la que ya
consideraba una hija. Deseó ser más joven, y también que no dependieran de la
familia de ese pomposo que estaba en su cocina. Se rebeló ante la imagen de
que esa joven tan tierna y delicada, se entregara a ese patán para que la
maltratara durante el resto de su vida. Por desgracia conocía cómo funcionaban
la mayoría de los matrimonios de por allí, y no quería eso para Yvette. No era la
primera vez que pensaba en llevársela de allí y volver a Irlanda con su familia.
Sabía que le acogerían con cariño, tenía hermanos y sobrinos a los que les
gustaría verle.
- Está bien, Olaf, si no te importa, déjanos solos, no me encuentro bien, puedes
volver mañana.
- De acuerdo- también estaba de pie, se volvió rígido hacia la puerta, Yvette se
mordió los labios, conocía las venganzas de Olaf. Le temía por Marianus, no por
ella. Se iba a adelantar para hablar con él, e intentar calmarle, pero el monje puso
su brazo delante para evitar que siguiera andando. Le miró, pero estaba muy
serio. Olaf salió dando un portazo.
- Traerá problemas- le miró, Marianus estaba pensando algo. No la contestó.
- Siéntate Yvette.
- Está bien- se sentó en su sitio, frente a él. Estaba preocupada, tenía una mala
sensación, no le gustaba cómo se había ido Olaf.
-Esto no puede seguir así, no quiero que te cases con ese chico. Yvette, ¿has
visto cómo te ha mirado?, al día siguiente de casaros te pegará la primera paliza,
sino el mismo día. Nunca me había dado cuenta de lo obsesionado que está
contigo. Se me ha ocurrido algo, pero tengo que pensar en ello.
- Marianus, si no accedo, sabes lo que pasará, su familia dejará de ayudarte para
mantener la escuela, y los niños tendrán que volver al campo. No puedo
consentirlo.
- Yo me ocuparé de eso, nos iremos de aquí. A Irlanda, siempre he pensado que
me gustaría volver, por lo menos de visita. Lo prepararé todo para irnos.
- Marianus, ¡no podemos pagar el viaje!, no tenemos dinero.
- Tengo algo que puedo vender, lo guardaba para una emergencia.
- Pero, yo no me puedo ir ¿y los niños? ¿y los animales?
- Le puedo decir a la viuda Hobson que se ocupe de todo hasta que yo vuelva. La
idea es que, si te gusta aquello, te quedes con mi familia.
- Pero no conozco a nadie.
- No te preocupes, los irlandeses somos muy simpáticos- ella sonrió por la broma,
temblorosa.
- ¿Y qué vas a vender?
- Un colgante que me dio mi madre, es muy valioso. Lo venderemos en el puerto,
allí hay un hombre que se dedica a comprar joyas.
- Ah, Marianus, esto me parece una locura- bajó la cabeza mirándose las manos
y negando preocupada.
- No te preocupes por nada, tengo que pensar, me voy a dormir- se levantó de la
mesa - Tú descansa también. Mañana hablaremos sobre todo esto y decidiremos
qué hacer, qué es lo mejor para ti- el anciano se retiró dejándola asombrada.
Desde que ella recordara, nadie, exceptuando a su madre, se había preocupado
por lo que ella pudiera necesitar, o sentir. Su madre había muerto hacía muchos
años, ella era una niña. Su padre, enseguida se casó con una joven, a quien le
estorbaba esa niña callada con la que no tenía nada que ver. Se limpió una
lágrima decidida a no llorar, y recogió los platos para fregarlos y luego irse a la
cama. Tenía demasiado trabajo todos los días, para permitirse no descansar por
la noche.
La despertó un ruido extraño, un sonido lejano, le había parecido un grito,
rápidamente apagado. Estiró los brazos para desperezarse y se levantó helada,
buscando sus zapatos, no tenían alfombras e incluso con zapatos, si no te
movías, los dedos de los pies acababan como carámbanos. Iba a ponerse las
horquillas, pero decidió hacerlo más tarde. Metió su pelo dentro de la cofia, y la
ató, como siempre, bajo la barbilla con un lazo.
En la cocina, afortunadamente, había leche y huevos del día anterior. Preparó el
desayuno y, cuando estuvo listo, dio unos golpes suaves en la puerta de
Marianus, le extrañó que no estuviera ya levantado. Cuando ella iba a la cocina,
normalmente le encontraba allí. A veces con el desayuno ya hecho, esperándola.
Salió un momento después, ella ya tenía el fuego del hogar encendido, para que
fuera calentando la estancia.
- Buenos días hija ¿cómo has dormido?
- Bien, Marianus, aunque me he despertado un par de veces por el frío.
- Sí, dímelo a mí, cuando tengas mi edad, verás que hay cosas peores que pasar
frío. Que te duelan los huesos pasando frío, por ejemplo- sonrió tomando su
leche caliente. Yvette le sirvió los huevos como le gustaban y al lado, un cuenco
con unas gachas.
- Es demasiado, no puedo comer tanto.
- Ayer no cenamos ninguno de los dos, si no comemos no podremos hacer nada-
se sentó frente a él, y comenzó a tomar su desayuno.
- Tendríamos que ir hoy a ver a la viuda para preguntarle, lo primero, si se
quedaría unos meses cuidando todo. Creo que sí, pero tendremos que hablar con
ella.
- Yo no puedo ir, tengo que ocuparme de los animales. Bueno, ya lo sabes, y
luego vendrán los niños.
- Sí, de acuerdo, iré yo. Volveré lo antes posible.
Los dos levantaron la cabeza, en ese momento, sorprendidos, y salieron hacia la
puerta de la casa. Había un gran estruendo en la calle. Marianus abrió la puerta
quedándose un momento en la entrada, mientras intentaba asimilar lo que veían
sus ojos. Yvette, boquiabierta, permanecía tras el anciano observando aquella
pesadilla.
Docenas de hombres cabalgaban por las calles. Iban vestidos como los bárbaros
a los que temían tanto, solo con unos pantalones, y unas pieles atadas al pecho.
Todos tenían barba y pelo largo y gritaban al cabalgar. De repente, dos de ellos
frenaron sus caballos y entraron en la casa de sus vecinos, sacando a la calle a
los que vivían allí. Yvette observó asombrada cómo, ataban las manos de las dos
mujeres, la madre y la hija, y cuando el padre se acercó a socorrerlas, uno de
ellos le clavó una espada en el vientre. Ella se llevó la mano a la boca asustada.
Marianus salió a ayuda. Yvette extendió el brazo para intentar sujetarle,
consiguiendo solo rozar su hábito con la yema de los dedos. Fue la última vez
que le tocó.
Otro de los vikingos les vio y se acercó hacia ellos. Se dirigía hacia Yvette, el
anciano no le interesaba. Cuando el monje vio que iba a por ella, le cogió del
brazo, recibiendo una puñalada en el pecho. Marianus cayó en el sitio como
había vivido, sin un quejido. Corrió hacia él, pero el monstruo que le había
matado, la cogió por la cintura sin permitir que se moviera. Se rio obscenamente
al frenar sus intentos de escapar para socorrer al monje. La sujetó las manos con
una cuerda, y le levantó la cara con una mano oscurecida por la sangre. La
belleza de Yvette hizo que dejara de reír, luego, la subió al caballo, y montó
detrás mientras decía algo al otro vikingo que ya arrastraba a las otras dos
pobres mujeres.
Durante el breve trayecto hasta el puerto, estuvo llorando como no lo había
hecho en su vida, pensando en Marianus. Su captor, de vez en cuando, le
apretaba los pechos, hasta hacerla encogerse de dolor, pero no dijo nada. Sabía
que sería peor, había visto su mirada, era como la de Olaf. Había hombres que
disfrutaban haciendo daño a las mujeres. También pellizcó su cintura en varias
ocasiones, hasta que estuvo segura de que estaría llena de morados en unas
horas.
Había dos Drakkars atracados en el pequeño puerto de su pueblo, entre las
barcas de los pescadores. Las naves estrechas y alargadas de los vikingos, se
habían hecho tristemente famosas por sus incursiones para robar o para
conseguir esclavos secuestrando a hombres y mujeres. El hombre detuvo el
caballo y bajó arrastrándola tras él. Había dos vikingos vigilando el barco al que
subieron. Le gritaron algo, él les contestó y la zarandeó, lo que hizo que todos
rieran con ganas. Ella no se daba cuenta de nada, seguía viendo en su mente
cómo caía Marianus una y otra vez. Bajaron por unas escaleras estrechas al
interior de la nave. Ella tropezó y casi se cae, él se volvió y la sujetó para que se
mantuviera estable, a continuación, le dio un bofetón que hizo que le sangrara la
boca. Siguió tirando de ella hasta que llegaron frente a una puerta. Yvette se
retorcía porque sabía lo que vendría después. Prefería morir, la muerte para ella
sería recibida como una amiga. Él estiraba el brazo hacia el picaporte cuando
sonó un rugido que la hizo temblar, el monstruo que la mantenía sujeta se puso
rígido volviéndose hacia las escaleras.
- ¡Ingvarr! – quien profería esos gritos espeluznantes se presentó frente a ellos.
Ella se giró arrastrada por el monstruo y observó al hombre al que ese salvaje
temía.
Era pelirrojo, con el pelo peinado con trenzas, ojos azules como el hielo, y por lo
menos dos metros de estatura. Llevaba unos pantalones muy ajustados a las
piernas que eran enormemente musculosas, y su pecho, muy ancho, estaba
cubierto con una capa corta de piel de zorro blanco. Su actitud le indicó que era
el jefe. Se acercó al otro y le quitó la mano de la muñeca de ella, sin dejar de
gritarle, con una actitud muy agresiva. Luego, él mismo la sujetó, aunque no le
hizo daño.
Erik no se podía creer que su hermano le hubiera desobedecido después de
ordenarle que no saliera del barco, y ¡además volvía con una mujer! La culpa era
de él por permitir que viniera a la incursión, sabía, desde siempre, que no era de
fiar. Ingvarr intentaba provocarle, pero comenzó a andar por el pasillo arrastrando
a la muchacha con él.

- ¡Eres un cobarde!, no es extraño ¿qué se puede esperar del hijo de una puta
esclava? – se hizo un silencio terrible. Se paró, dejando a la mujer que les miraba
aterrada, aunque no les entendía, en el pasillo. Se acercó a su medio hermano y,
sacando la espada a una velocidad increíble, colocó la punta en su cuello.
- ¡Jamás vuelvas a hablar de mi madre!, no sé cómo me contengo, y no te
degüello aquí mismo como a un cerdo- Ingvarr al ver los ojos de Erik sabía que
esta vez se había pasado- ¿Estás de acuerdo en que eres un cerdo bocazas? –
el otro hombre, tozudo, no dijo nada, Erik, entonces, apretó un poco la espada, lo
suficiente para que comenzara a salir la sangre.
- Está bien, está bien, soy un cerdo bocazas- levantó los brazos en actitud de
súplica.
- Llegará el día en que tendré que matarte- masculló, Ingvarr se puso pálido al
escucharle.
Se volvió hacia su camarote, cuando pasó junto a ella, recogió su mano y
entraron en él. La soltó en cuanto entraron, ella se quedó de pie temblando, sin
ser capaz de hacer nada más. Se abrazó a sí misma rezando por morir en ese
instante.
Mientras Erik dejaba sus armas y la capa encima de la mesa, intentaba
tranquilizarse por lo que acababa de ocurrir. No había tenido intención de raptar
ninguna mujer para él, pero su hermano había desobedecido sus órdenes de no
salir del barco. Había habido numerosos muertos por su culpa y quiso darle una
lección quitándole la mujer que había raptado. Era el jefe, pero Ingvarr siempre
pondría en duda su autoridad. Se volvió resistiendo las ganas de maldecir, la
mujer ya parecía bastante asustada. Seguramente no aguantaría un invierno en
su tierra, se encogió de hombros y se colocó frente a ella para observarla.
Levantó su cara con la mano para observarla con tranquilidad. Era una belleza,
aunque, por su ropa, parecía una de esas monjas católicas, pero eso a él no le
importaba. Sus ojos miraban al suelo.
- Mírame- ella se sorprendió de que hablara su idioma- sí mujer, mi madre era
una esclava irlandesa, conozco tu idioma. Pero no pensé que aquí lo hablarais.
- Es un asentamiento que fundaron monjes irlandeses hace muchos años, casi
todos hablamos esta lengua- tiritaba al hablar, todo su cuerpo temblaba.
Él no escuchó nada de lo que dijo, solo observaba sus enormes ojos, tristes,
desesperanzados. Por primera vez en su vida, le afectó el dolor que distinguió en
la mirada de otro ser humano. Sus ojos se desplazaron hacia la fea marca de los
dedos de Ingvarr. Era su entretenimiento preferido, pegar a las mujeres. Después
de observar la pureza de su rostro, siguió por el cabello y vio la fea cofia, levantó
la mano, lo que hizo que ella se encogiera.
- No pego a las mujeres. Quiero verte el pelo- ella asintió. Se desató el lazo y se
quitó la cofia. Su pelo cayó libre, formando una masa de rizos negros con brillos
azules hasta media espalda. Él cogió un mechón como si estuviera hipnotizado, y
lo acarició con dos dedos. Al ver que ella temblaba más aún, cogió su capa, y se
la echó por encima, luego, se cruzó de brazos, mirándola con el ceño fruncido.
Asintió momentos después y le dijo:
- Está bien, a partir de ahora eres mía - salió después, cerrando la puerta por
fuera, ella se dejó caer en el suelo sollozando. … Si quieres seguir leyendo haz
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Espero que hayas disfrutado del capítulo Uno de CAUTIVA. Si quieres
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¡Muchas gracias y espero que sigas disfrutando de tus lecturas!

Margotte Channing

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