MEP Depresión, Ansiedad e Insomnio
MEP Depresión, Ansiedad e Insomnio
MEP Depresión, Ansiedad e Insomnio
insomnio
A)
INTRODUCCIÓN
Fundamentalmente, este texto fue diseñado con el fin de proveer las herramientas necesarias
para el diagnóstico y el manejo farmacológico de los pacientes adultos con trastornos por
depresión, ansiedad e insomnio. El resto de los conceptos indispensables para el correcto
abordaje de estas patologías (entrevista, manejo familiar, etc.) no se desarrolla en este capítulo.
B)
OBJETIVOS
C)
CONTENIDOS
MEP modificado de “Depresión, ansiedad e insomnio”, original de Marcela Botargues y Esteban Kuten.
Colaboración: Paula Chávez. Supervisión editorial Paula Carrete, Alejandrina Lo Sasso y Yamila Mahumud.
Servicio de Medicina Familiar y Comunitaria del Hospital Italiano de Buenos Aires
1 GENERALIDADES Y
DIAGNÓSTICO DE LA DEPRESIÓN
Y LA DISTIMIA
Depresión
La depresión es uno de los desórdenes psiquiátricos más comunes, su frecuencia se incrementa
en forma constante desde la Segunda Guerra mundial y se cree que será, junto a la obesidad,
una de las patologías más frecuentes en este siglo XXI. Se calcula que del 6 al 12% de los varones
y del 9 al 26% de las mujeres van a presentar un episodio de depresión en el transcurso de su
vida.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que 121 millones de personas padecen
depresión. Esta cifra es muy significativa si tenemos en cuenta que 37 millones tienen enfermedad
de Alzheimer y 50 millones, epilepsia. El pico de mayor incidencia se da entre los 35 a 45 años
en las mujeres y después de los 55 años en los varones, aunque puede aparecer en cualquier
etapa de la vida. La prevalencia de depresión aumenta con la edad, y llega al 10% en mayores
de 65 años y al 20% en mayores de 80 años. Se calcula que el 15% de los pacientes con depresión
se suicida. Además, los desórdenes depresivos provocan un deterioro significativo de la calidad
de vida y un gran gasto en salud por la múltiple utilización de servicios y por la pérdida de días de
trabajo. Utilizaremos los términos depresión y depresión mayor como sinónimos.
Los pacientes que presentan depresión se caracterizan por generar una elevada demanda al
sistema médico debido a la gran cantidad de consultas que realizan por síntomas somáticos. No
obstante, es frecuente observar la falta de reconocimiento de la depresión, tanto por parte del
médico como por parte del paciente, como causa del padecimiento. Esto genera respuestas
inadecuadas (análisis de laboratorio, medicación y consultas innecesarias). Se estima que solo el
32% de los pacientes con este tipo de patología recibe un tratamiento adecuado.
Según los criterios del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales 5 (en inglés
DSM-5), la depresión se caracteriza por la presencia de al menos cinco de los criterios que se
enumeran a continuación, durante un período de dos semanas, y estos deben provocar un cambio
respecto a la actividad previa. De estos criterios, el primero o el segundo (o ambos) deben estar
siempre presentes: 1) Estado de ánimo deprimido la mayor parte del día, casi todos los días, referido
por el propio paciente (por ejemplo, se siente triste, sin esperanza) u observado por otras personas
(por ejemplo, lo ven lloroso); 2) Pérdida del interés o de la capacidad para el placer en todas o casi
todas las actividades; 3) Pérdida importante del peso (del 5% o más) sin hacer dieta o aumento de
peso; 4) Insomnio o hipersomnia; 5) Agitación o enlentecimiento psicomotor; 6) Fatiga o pérdida de
energía todos los días; 7) Sentimientos de inutilidad o de culpa excesivos o inapropiados; 8)
Disminución de la capacidad para pensar o concentrarse o tomar decisiones, casi todos los días; 9)
Pensamiento recurrente de muerte (no solo temor a la muerte); y 10) Ideación suicida recurrente
con o sin un plan específico o intento de suicidio. Además, 1) Los síntomas causan malestar
clínicamente significativo o deterioro en el área social, laboral, etc.; 2) El episodio no puede atribuirse
a los efectos fisiológicos de una sustancia o a otra afección médica; 3) El episodio no se explica
mejor por otro trastorno psiquiátrico y 4) Nunca ha habido un episodio maníaco o hipomaníaco
(excepto que estos episodios sean debidos a los efectos de una sustancia u otra afección médica).
No hay que olvidarse que se puede estar observando la fase depresiva de una enfermedad bipolar
o maníaco-depresiva (ver más adelante). Para no hacer diagnósticos errados ni comenzar
tratamientos incorrectos, se debe hacer un buen interrogatorio preguntando al paciente por
síntomas de manía o de euforia no justificada (en el período sintomático actual o en anteriores).
En el caso que se presente algún episodio de manía, el diagnóstico es de trastorno bipolar tipo I
(incluso si todavía no se han presentado episodios depresivos).
La hipomanía se diferencia de la manía porque puede durar solo cuatro días y porque el episodio
no es lo suficientemente grave como para provocar deterioro laboral, social o para requerir
internación. En ningún caso se desarrollan síntomas psicóticos.
nhibi
El diagnóstico de trastorno bipolar tipo II puede establecerse si el paciente está actualmente
hipomaníaco, nunca ha estado maníaco (en ese caso sería tipo I), ha tenido episodios depresivos
mayores y su trastorno no se debe a la ingestión de sustancia ni a una enfermedad médica. Es
decir que para diagnosticar el tipo II, es necesario haber padecido algún episodio depresivo
mayor.
Como el abordaje de estos pacientes es materia del especialista, es importante poder reconocerlos.
Puede darse la circunstancia de que veamos al paciente en fase de depresión o que se trate de un
primer episodio de depresión en un paciente bipolar ya que, en los pacientes bipolares, el inicio
con depresión es más frecuente que el inicio con manía o hipomanía. Incluso pueden desarrollarse
varios episodios depresivos antes que uno de manía o hipomanía.
Hay ciertos factores, como los estresores psicosociales o algunos fármacos (sobre todo los
antidepresivos), que pueden precipitar los episodios agudos de manía o hipomanía. Existen una
serie de predictores que ayudan a identificar qué paciente tiene más posibilidades de realizar un
viraje a la manía o hipomanía. Son: historia familiar de trastorno bipolar, aparición de los síntomas
antes de los 25 años, inicio en posparto y presencia de síntomas psicóticos o de numerosos
episodios depresivos muy frecuentes.
En la depresión, una manera de evaluar la gravedad del episodio actual o más reciente es
considerar la cantidad de síntomas presentes. Se considera que con hasta cuatro, el cuadro es
leve y hasta seis es moderado. Con ocho síntomas el cuadro es grave y debe explorarse si hay
síntomas psicóticos asociados.
Un hombre de 58 años, casado, consulta por pérdida de peso (del 9% de su peso previo). Al
interrogarlo, relata que los síntomas comenzaron varias semanas antes. Cuenta que tiene
problemas con su negocio, se pelea con su esposa todo el día y desde hace un mes su hija mayor
no le habla, “se confabuló con la madre”, dice. Está triste la mayor parte del día, no le interesan
sus actividades y tiene problemas para recordar lo que debe realizar. Le cuesta levantarse por la
mañana, motivo por el cual no va al negocio todos los días. Reconoce que algunas veces piensa
en la muerte. No cree que haya salida y está casi seguro de que se va a separar. El examen físico
es normal. No presenta síntomas maníacos ni ideas suicidas, no toma alcohol ni consume drogas.
Este paciente presenta un claro síndrome depresivo. Es interesante subrayar que la consulta se
realiza por la disminución del peso. Esto lleva a considerar si estamos frente a una depresión o a
otra enfermedad que tiene como manifestación síntomas depresivos. Sin embargo, la ausencia
de otros síntomas orgánicos y el hallazgo de un examen físico normal inclinan más la balanza al
diagnóstico de depresión.
Es importante resaltar que el médico siempre escucha “una campana”, es decir, un lado
de la historia. En estos, casos es fundamental contar con más datos y con la opinión de
los otros integrantes del grupo familiar. En las consultas siempre hay tres integrantes:
el paciente, el médico y la familia (presente o no).
En este caso el médico debería evaluar si el paciente está presentando ideas paranoides (“todos
confabulan contra mí”) para descartar un episodio psicótico (y, en ese caso, indicar la evaluación
psiquiátrica).
Aunque las causas secundarias de depresión son poco frecuentes, deben ser
descartadas por el médico.
A un hombre viudo de 65 años que presenta un cuadro de neuritis posherpética de varios años
de evolución se le hace diagnóstico de depresión (8 criterios positivos). Se le propone tratamiento
pero se niega a ser tratado o a concurrir al servicio de psiquiatría.
Este paciente tiene depresión y una enfermedad crónica con dolor. Ante esta circunstancia, se
debe realizar una búsqueda a fondo de ideas o planes de suicidio. La ideación suicida es más
común, pero a veces es vaga (“Pienso que la única salida es la muerte”). El plan suicida implica
que el paciente tiene en mente cómo (arma, tren, balcón, soga), cuándo (horario, situación
familiar, etc.) y dónde llevará a cabo el suicidio. Cuando existe un plan, el paciente debe ser
evaluado por un psiquiatra de guardia e internado hasta recibir esta asistencia o hasta que, una
vez medicado, no presente la ideación suicida. Es fundamental tener claro que la decisión de
medicar y derivar a psiquiatría deben ser indicaciones del médico de familia que atiende al
paciente. Por otro lado, si no se logra la consulta con el especialista o se duda de que el paciente
tome la medicación, se deben armar redes de contención del paciente, buscando aliados
familiares.
El médico siempre debe estar atento al riesgo suicida del paciente deprimido y tener
lazos fluidos con el servicio de psiquiatría.
Según los criterios del DSM 5, el trastorno distímico o trastorno depresivo persistente se
caracteriza por: 1) Estado del ánimo crónicamente deprimido, la mayor parte del día de la
mayoría de los días. Este es exteriorizado por el sujeto o por los demás, durante al menos dos
años. Los síntomas no son tan incapacitantes como en la depresión y se deben presentar dos o
más de los siguientes: a) pérdida o aumento de apetito, b) insomnio o hipersomnia, c) falta de energía o
fatiga, d) baja autoestima, e) dificultad para concentrarse o para tomar decisiones y f) sentimiento de
desesperanza; 2) Durante el período de dos años de la alteración, el sujeto no ha estado sin
síntomas durante más de dos meses seguidos; 3) No debe haber ningún episodio de depresión
durante los primeros dos años de la alteración, como tampoco episodios de manía, bipolares o
ciclotímicos; 4) La alteración no aparece en el transcurso de un trastorno psicótico crónico
(esquizofrenia o trastorno delirante) y no se debe a ingestión de sustancia o enfermedad médica;
5) Los síntomas no se pueden atribuir a los efectos fisiológicos de una sustancia (droga o
medicamento) o a otra afección médica (por ejemplo, hipotiroidismo) y 6) Los síntomas producen
un deterioro laboral, social o de otra actividad importante para el individuo.
Una paciente de 46 años, que ha consultado a su médico innumerable cantidad de veces por su
colon irritable, ahora lo consulta por hiperfagia. Aunque no aumentó de peso, siempre presentó
un índice de masa corporal (BMI) de 26 (sobrepeso) y ahora que tiene más confianza, le comenta
esta preocupación. Refiere que no le pasa nada en especial ni tiene ningún problema pero
confiesa que siente un gran desgano, que no tiene iniciativas, que no es optimista frente a su
futuro y que a medida que el tiempo pasa, siente que su vida está cada vez más pobre. Hace más
de dos años que se siente así y solo se sintió bien cuando se fue a visitar a su familia a Santiago
del Estero.
La clasificación del DSM 5 ordena los trastornos del ánimo con un sesgo psiquiátrico, es decir,
discrimina bien a la población que consulta al especialista. Sin embargo, en la práctica del
médico de familia existen pacientes que no cumplen los criterios de depresión ni distimia,
pero tienen síntomas de alteración del ánimo intermitentes o crónicos. A estos pacientes se los
solía agrupar como pacientes con desorden submbral (o, antiguamente, “depresión menor”,
término ya en desuso). Estos desórdenes tienen una prevalencia del 8 al 10%, y cerca del 20%
de ellos progresa a depresión. Para referirse a estos pacientes en el DSM 5 ya no se utiliza la
denominación desorden subumbral. Se usan los términos Trastorno depresivo especificado (si es
que se aclara el motivo especifico: depresión breve recurrente, depresión con síntomas
insuficientes o episodio depresivo de corta duración) o Trastorno depresivo no especificado (si no
se aclara el motivo).
En resumen, la depresión es un cuadro episódico de por lo menos dos semanas de duración con
cinco a nueve criterios de depresión. La distimia es un cuadro crónico con menos cantidad de
criterios de depresión (hasta cuatro criterios) y estos son menos graves y discapacitantes. Existen
cuadros episódicos con menor cantidad de criterios de depresión (dos a cuatro). En este grupo
se incluyen pacientes con depresión mayor que han remitido o que han tenido recaídas de menor
intensidad.
La principal pregunta que el médico debería hacerse cuando piensa en definir diagnósticos es si
la distinción entre uno y otro tiene utilidad en la práctica. En este caso, la respuesta es compleja:
en parte no y en parte sí. Es negativa porque muchos pacientes con distimia o con cuadros que
no cumplen estrictamente con los criterios de depresión pueden beneficiarse con el abordaje
psicoterapéutico y psicofarmacológico de la depresión. Es positiva porque, como dijimos, existe
una clara diferencia en el pronóstico de las diferentes entidades. Además, se observa un mayor
efecto beneficioso del tratamiento farmacológico en la depresión mayor que en los otros
desórdenes y también un mayor efecto de la psicoterapia en los desórdenes subumbral. En la
práctica, la elección del tratamiento se define por la intensidad de los síntomas, la edad del
paciente, sus expectativas, su capacidad de introspección, etcétera.
2
MANEJO DE LOS PACIENTES
CON DEPRESIÓN Y DISTIMIA
Como se dijo anteriormente, la depresión es una enfermedad muy prevalerte que lleva al suicidio
al 3.5% de la población general de deprimidos y al 15% de los pacientes deprimidos que han
requerido internación (pocas enfermedades tienen tan alta mortalidad). Lo llamativo es que solo
el 32% de los pacientes que la padecen recibe tratamiento. La evolución natural de la depresión
es a una resolución espontánea en 3 a 24 meses, pero el 75% vuelve a recaer en caso de no
haberse instaurado tratamiento.
El diagnóstico de depresión es difícil de aceptar. Por lo general, los pacientes tienden a negar que
están deprimidos, debido a que existe un mito de que la depresión es una debilidad del ánimo o
del carácter, que no es tratable (o que quien la padece no se va a recuperar), que están locos o
que van a depender siempre de una medicación. Debido a esto, es importante detenerse a
explicarle al paciente que la depresión es una enfermedad tratable, que existe una predisposición
genética a tenerla (antecedentes familiares), que las drogas antidepresivas no producen
dependencia y muchos pacientes tienen una respuesta favorable a los antidepresivos comunes.
Psicoterapia
Sola o combinada con medicación es una opción para los pacientes con depresión significativa
que afecta la calidad de vida. La preferencia del paciente y la accesibilidad a la psicoterapia
influyen en su elección. En los pacientes con depresión leve se recomienda iniciar psicoterapia
como primera opción y reservar el tratamiento farmacológico para los que no responden luego de
doce semanas. Los pacientes con depresión severa o de larga evolución (más de dos años) o
recurrente se benefician con el tratamiento combinado.
El tratamiento psicoterapéutico debe ser conducido por médicos o psicólogos con experiencia en
este tipo de terapias. Puede involucrar no solo a la persona deprimida sino también a su familia.
Es frecuente que las familias de los pacientes con enfermedades crónicas como la depresión se
desorganicen y comiencen a funcionar en forma inadecuada. El efecto de las enfermedades
crónicas sobre las familias de los pacientes, el trabajo que debe realizar el médico de familia con
ellas para incorporarlas al tratamiento (involucrarlas en la administración de la medicación,
disminuir las horas de soledad de los pacientes, acompañar al paciente a los controles médicos,
etc.), no se desarrollan en este capítulo.
Hasta hace unos años, y en función de la evidencia publicada, se consideraba que la eficacia global
de los antidepresivos era del 60 a 70%. Sin embargo, investigaciones recientes han hallado un
sesgo de publicación a favor de aquellos estudios de investigación que mostraban efectos positivos
de los antidepresivos. Al volver a analizar la evidencia (incluyendo los estudios con resultados
negativos) se halló que el tratamiento con ISRS y con ATC es globalmente mejor que el placebo
en los casos de depresión moderada a severa pero no mucho mejor. Se calculó que el efecto
beneficioso sería, en realidad, 50% menos que lo que se creía anteriormente. De todos modos, los
antidepresivos constituyen una herramienta útil con la que los médicos de atención primaria pueden
contar. Para ello es preciso estar familiarizados con los diferentes fármacos disponibles y sus
características.
La fase aguda
Dura entre cuatro y doce semanas, concluye cuando se consigue la remisión del cuadro. Se
denomina remisión cuando hay una reducción sintomática tal que el paciente no presenta los
criterios diagnósticos mínimos de un episodio depresivo. En caso que no se logre la remisión (por
ejemplo, un paciente que solo mejora parcialmente), las posibilidades de recaídas son mayores.
En esta etapa habrá que: a) Elegir el antidepresivo; b) Garantizar la adherencia al tratamiento (la
mayoría de los abandonos terapéuticos ocurren en los primeros meses de tratamiento, lo que
facilita las recaídas a largo plazo); y c) Lograr la remisión del cuadro.
Cada vez existen más opciones entre las drogas antidepresivas. Los inhibidores selectivos de la
recaptación de serotonina, los antidepresivos tricíclicos, los inhibidores de la recaptación de
serotonina y norepinefrina y los antidepresivos atípicos son los más utilizados en atención
primaria. A continuación se desarrollan los elementos que hay que tener en cuenta para elegirlos.
Los ISRS son drogas más nuevas que presentan efectos colaterales más tolerables que
antidepresivos más antiguos como los tricíclicos.
Los ISRS presentan interacciones con los antidepresivos tricíclicos (pueden empeorar la
depresión, producir delirios o convulsiones), con los inhibidores de la monoaminoxidasa (IMAO),
con el litio y la carbamazepina (ansiedad, inquietud, confusión, escalofríos, incoordinación e
insomnio) y con todas aquellas drogas que se metabolizan a través del citocromo P450
(midazolam, omeprazol, terfenadina, eritromicina e hidrocortisona). Los ISRS están
contraindicados en pacientes que reciben o recibieron IMAO o antipsicóticos como la tioridazina
en las cinco semanas previas.
a2) Los antidepresivos tricíclicos (ATC) fueron las primeras drogas utilizadas para el tratamiento
de la depresión. Inhiben la recaptación de noradrenalina y serotonina (efecto antidepresivo) y
bloquean los receptores muscarínicos, los histamínicos H1 y los alfa1 adrenérgicos (causantes de
los efectos secundarios atropínicos, la ganancia de peso y la sedación y la hipotensión ortostática,
respectivamente). Sus ventajas son su eficacia y seguridad probadas a largo plazo y su menor
costo. Por otro lado, su principal inconveniente son los efectos adversos que producen, que hace
aumentar el costo indirecto por múltiples consultas médicas y problemas de adherencia. Su uso ha
disminuido en la actualidad desde la aparición de nuevas drogas. Como hemos mencionado, son
especialmente útiles en pacientes con comorbilidades que se benefician con esas drogas y
permiten evitar la polimedicación (por ejemplo, en pacientes con migraña y depresión resulta útil la
amitriptilina).
Es importante recordar que los ATC pueden presentar interacciones con otros fármacos. Entre los
fármacos que aumentan el efecto de los ATC se hallan: difenilhidantoína; diuréticos (mayor efecto
hipotensor), aspirina (AAS), neurolépticos, alcohol, isoniacida, benzodiazepinas,
antiparkinsonianos (mayor efecto anticolinérgico), anticonceptivos orales y antipsicóticos (mayor
efecto anticolinérgico). Entre los que disminuyen el efecto se encuentran: clonidina; griseofulvina;
propranolol; rifampicina y el tabaquismo.
Para los ATC, la dosis de comienzo de tratamiento para ir probando tolerancia siempre debe ser
baja (50 mg con la mayoría, excepto para nortriptilina que se comienza con 25 o 12.5 mg), ya que
así se disminuye la intensidad de los efectos adversos. La amitriptilina es útil cuando hay alguna
comorbilidad por la cual el paciente tendría un beneficio adicional, como cefaleas tensionales,
fibromialgia o insomnio. La dosis se aumenta progresivamente para probar la tolerancia y
monitorear la adaptación al fármaco. En el cuadro 2 se presentan las dosis iniciales y máximas
de estas drogas. En los ancianos es preferible optar por drogas con menos efectos adversos o
bien utilizar la mitad o el tercio de las dosis de comienzo habitual y e incrementarla cada cinco a
siete días. Es frecuente que, ante la aparición de efectos secundarios, muchos pacientes decidan
abandonar el tratamiento. Para evitarlo, es fundamental explicarles los efectos esperables de la
medicación (cuándo va a comenzar su acción y qué puede pasar los primeros días de las tomas),
resaltando que los efectos adversos son transitorios y desaparecen a los pocos días.
Explicarles a los pacientes los efectos secundarios de un fármaco enfatizando que son
transitorios previene el abandono del tratamiento.
Dicho en otras palabras, si un paciente dice que utilizó 25 mg de amitriptilina en una oportunidad,
pero refiere que se encontraba como “borracho” todo el día, indica una mayor sensibilidad al efecto
sedante y sugiere que, de usar nuevamente una medicación con efecto sedante, habrá que
comenzar con una dosis mínima (12.5 mg de amitriptilina dos horas antes de dormir) durante un
tiempo mayor (una semana) hasta que se produzca tolerancia a dicho efecto.
El efecto beneficioso sobre el sueño o sobre el ánimo que tiene lugar al principio del tratamiento
puede no estar relacionado con la droga o su dosis, sino también con otros factores como una
buena relación médico-paciente, una escucha empática, el efecto del seguimiento médico. Este
beneficio se puede observar con dosis muy pequeñas. El efecto antidepresivo comienza a
manifestarse luego de las cuatro a seis semanas de tratamiento.
Cuando la venlafaxina se utiliza en dosis menores de 150 mg por día, se produce una inhibición
selectiva de la recaptación de serotonina (igual a un ISRS), pero cuando es usada por encima de
estas dosis, además inhibe la recaptación de noradrenalina. Sus efectos adversos suelen ser
dosis dependientes. Puede provocar alteraciones del sueño (tanto sedación como insomnio),
cefaleas, efectos gastrointestinales (más frecuentes), anorexia, constipación, aumento de la
presión arterial diastólica y alteraciones sexuales similares a los ISRS. Existen presentaciones de
liberación lenta (XR) que permiten administrar el fármaco una vez por día; en caso contrario, se
da en dos a tres tomas diarias. La dosis de inicio es de 37.5 mg durante una semana y después
se indican 75 mg. En los ancianos no es necesario usar dosis bajas pero habrá que tener
precaución por la posibilidad de que provoque hipotensión ortostática.
La duloxetina es un inhibidor del citocromo P 450, mientras que el resto de los fármacos de este
grupo no presentan dicha actividad. Este tipo de antidepresivos está contraindicado en pacientes
que hayan recibido tratamiento con inhibidores de la monoaminooxidasa en las últimas dos
semanas, por el riesgo de desarrollar síndrome serotoninérgico. Debe usarse con cuidado en
pacientes que están bajo tratamiento con litio, clomipramina o ISRS y está contraindicada en
pacientes con glaucoma de ángulo estrecho, insuficiencia renal severa (clearence de creatinina
menor de 30 ml/minuto) o insuficiencia hepática. Sus efectos adversos son similares a los ISRS
y desaparecen al cabo de algunas semanas. Al igual que con los ISRS, la suspensión del
tratamiento debe realizarse en forma gradual.
El milnacipram es muy poco utilizado en atención primaria, por lo que no nos extenderemos en
su descripción.
energizantes, son dosis dependientes y se relacionan con la rapidez de aumento de dosis al inicio
La agomelatina, por su estructura similar a la melatonina, actúa sobre los receptores MT1 y MT2,
aportando efectos beneficiosos sobre trastornos del sueño y alteraciones del ritmo circadiano, por
lo que es útil en pacientes con insomnio. Esta droga también antagoniza los receptores 5-HT2C,
lo que a su vez aumenta la liberación de dopamina y norepinefrina. Puede ser hepatotóxica, por lo
que debe evitarse en pacientes con enfermedad hepática.
a5) Otros antidepresivos son los moduladores de la serotonina como el trazodone y nefazodone
y los inhibidores de la monoaminooxidasa: tranilcipromina y fenelzina. No nos extenderemos en su
descripción ya su uso no es frecuente en atención primaria.
El cuadro 2 resume las dosis y modo de administración de los antidepresivos más comunes y el
cuadro 3 compara sus efectos adversos.
Droga Dosis inicial por Dosis total por Rango terapéutico Tomas diarias
día (mg) día (mg) (mg) 1
Inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina
Citalopram 20 20 a 40 10 a 40 Una
Escitalopram 10 10 a 20 5 a 30 Una
Fluoxetina 20 20 a 60 10 a 80 Una (M)
Paroxetina 20 20 a 40 10 a 50 Una (N)
Sertralina 50 50 a 200 25 a 300 Una (M o N)
Antidepresivos tricíclicos
Amitriptilina 25 150 a 300 10 a 300
Clomipramina 25 100 a 250 25 a 300
Desipramina 25 150 a 300 25 a 300 Una a tres
Imipramina 25 150 a 300 10 a 300
Nortriptilina 25 50 a 150 10 a 150
Inhibidores de la recaptación de serotonina y norepinefrina
Desvenlafaxina 50 50 50 a 400 Una
Duloxetina 30 a 60 30 a 120 20 a 120 Una a dos
Venlafaxina3 37.5 a 75 75 a 375 75 a 450 Una a tres
Venlafaxina LP 37.5 75 a 225 75 a 225 Una
Milnacipram 12.5 12.5 a 100 25 a 100 Una a dos
Antidepresivos atípicos
Agomelatina 25 25 a 50 25 a 50 Una (N)
Bupropion 150 150 a 300 150 a 450 Una a dos (M)2
Mirtazapina 15 15 a 45 7,5 a 60 Una (N)
Otros antidepresivos
Fenelzina 15 15 a 90 7.5 a 90 Tres
Nefazodone 200 300 a 600 50 a 600 Dos
Tranilcipromina 10 30 a 60 10 a 60 Tres
Trazodone 100 200 a 500 100 a 600 Una (N)
Referencias: 1: Las dosis más bajas pueden ser útiles para iniciar o mantener el tratamiento en ancianos,
enfermos clínicamente comprometidos (por ejemplo, con enfermedad renal o hepática), sensible a la
medicación o con bajo índice de masa corporal. Las dosis más altas pueden ser efectivas para pacientes que
toleran la medicación pero no responden a dosis más bajas; 2: Lejos de la hora de dormir porque puede
provocar insomnio; 3: Existe una formulación XR que puede indicarse una vez al día. M: mañana; N: noche.
La facilidad de uso se refiere a que cuanto más sencillo se plantea un tratamiento (menos dosis,
tomas únicas, etcétera), se observa una mayor adherencia y respuesta a la medicación. Una vez
que se decidió medicar a un paciente y que se definió la droga más conveniente para él, hay que
instruirlo sobre cuánto y cuándo tomarla. Esta indicación depende, como dijimos antes, de las
características farmacocinéticas de la droga, del paciente y de la continencia del medio familiar.
Existen diferentes formas de prescribir (una sola toma o más de una), cada una con sus ventajas
y desventajas. La ventaja de la toma única es que se toma toda la medicación en un solo
momento. Esto es ideal cuando la depresión cursa con inhibición (el paciente no tiene voluntad
de tomar la medicación), cuando hay alteraciones de memoria (mayor riesgo de ineficacia o
toxicidad) o cuando no hay garantía de adherencia al tratamiento. Este tipo de toma también es
más cómoda para los familiares, ya que muchas veces hay que responsabilizar a uno de ellos
para la administración del fármaco. Las tomas por día se han simplificado mucho con los ISRS
ya que habitualmente se indican en una sola dosis matinal. En caso de que haya mayor
somnolencia se indica tomarlo a la noche.
Los antecedentes de buena respuesta permiten, salvo contraindicaciones específicas, elegir las
drogas que ya fueron efectivas en el paciente o en familiares directos. De igual forma, se deberían
evitar las que no fueron efectivas.
Las características clínicas del cuadro permiten seleccionar determinados fármacos cuyos
efectos no relacionados estrictamente con el efecto antidepresivo pueden beneficiar al paciente.
Es necesario recordar que en cada paciente pueden darse patrones de síntomas con diferente
peso. Por ejemplo, si las dificultades del sueño prevalecen, podrá indicarse un antidepresivo con
un perfil más sedativo (mirtazapina, amitriptilina); si predomina la inhibición, podrá optarse por
uno con un perfil más activador (sertralina, bupropion). En caso de que la disminución del peso y
del apetito sean los síntomas más prevalentes, podrá pensarse en indicar amitriptilina, paroxetina
o mirtazapina. A pesar de estas consideraciones, es obvio que cualquier antidepresivo que mejore
la depresión terminará por mejorar los síntomas.
Con respecto al costo del fármaco, debe recordarse que los tratamientos se extienden por
tiempos prolongados (lo que implica un determinado costo económico) y que el abandono del
tratamiento se vincula con un mayor porcentaje de recaídas. Por eso, solo se justifica utilizar un
fármaco de mayor costo si otro más económico no fue bien tolerado o resultó ineficaz.
Finalmente, al elegir el antidepresivo también hay que tener en cuenta las contraindicaciones y
los riesgos en determinadas poblaciones como cardiópatas, hepatópatas, etcétera.
Cualquiera sea el antidepresivo elegido para comenzar el tratamiento, es necesario esperar cuatro
a seis semanas para objetivar la acción antidepresiva del fármaco (mejoría en el ánimo o en el
apetito, sentimiento de más energía, etcétera). Por el contrario, para el efecto sedante, el tiempo
de latencia es más corto (una semana).
La mayor tasa de abandono se produce entre el primer y el tercer mes de tratamiento. Una de las
principales causas es la aparición de los efectos adversos antes que los efectos terapéuticos
(recordar la latencia de seis semanas). En la primera semana suelen mejorar la ansiedad, el
insomnio y el apetito; en la segunda y tercera, la energía y la libido (aunque puede aumentar
riesgo de suicidio), y entre la cuarta y la sexta, la tristeza y el pesimismo. Es importante explicarles
esto a los pacientes, ya que la aparición de los efectos adversos en el primer tiempo y la falta de
mejoría rápida lo desalientan y favorecen el abandono del tratamiento. La contención telefónica
o las visitas semanales también mejoran la adherencia y reducen la tasa de abandono.
La fase de continuación
Su objetivo es evitar las recaídas y sostener los logros clínicos. Esta fase comienza una vez
establecida la remisión (ya pueden haber pasado dos meses de tratamiento); cuanto más larga
es esta fase, menor es el riesgo de recaídas. Se debe continuar con la dosis establecida en la
fase anterior (con la cual se logró la remisión). Una vez concluida esta fase y si no hay síntomas
de recaída, se considera la finalización del tratamiento. De esta forma se comienza a retirar
lentamente el fármaco. La supresión debe ser gradual para evitar los síntomas por suspensión
abrupta del fármaco y la recurrencia temprana. La única droga que escapa a esta recomendación
es la fluoxetina por su prolongada vida media.
El tiempo que el paciente con depresión debe continuar medicado es variable: en pacientes
menores de setenta años que tienen un primer episodio de depresión se debe continuar por lo
menos seis a nueve meses luego de establecida una mejoría constante objetiva y subjetiva, y en
los mayores de setenta años se continúa hasta dos años luego de la mejoría. Si el paciente
La fase de mantenimiento
Tiene como objetivo prevenir las recurrencias (es decir, un nuevo episodio depresivo). Se
considera continuar el tratamiento en aquellos pacientes con mayor riesgo: antecedentes de tres
episodios depresivos, distimia previa al episodio de depresión, historia familiar de depresión,
formas muy graves de depresión con síntomas psicóticos, episodios depresivos muy cercanos,
comorbilidad con abuso de sustancias, respuesta parcial en la fase de continuación.
La duración de esta etapa es variable y oscila entre dos a cinco años, aunque algunos pacientes
que muestran síntomas de recaídas con la suspensión del tratamiento pueden necesitar
medicación de por vida.
Respuesta al tratamiento
A pesar que el efecto de la medicación puede variar según cada paciente, se han determinados
predictores clínicos de buena respuesta. Estos son: 1) Antecedentes de eficacia de los
antidepresivos; 2) Alteraciones manifiestas del peso; 3) Depresión de comienzo solapado, con
variación diurna, con insomnio medio o tardío, con conducta inhibida o agitada y sin alteraciones
del sensorio. Inversamente, se proponen como predictores de inadecuada respuesta: 1) Depresión
crónica (más de dos años de evolución); 2) Comorbilidad con diversas situaciones (abuso de sustancias,
trastorno de ansiedad, trastornos de personalidad); 3) Falta de sostén social; 4) Relaciones
interpersonales conflictivas; y 5) Síntomas psicóticos.
Es esperable que entre el 50 y el 80% de los pacientes deprimidos tengan una remisión
completa luego del tratamiento. Por otro lado, es común que en los primeros meses,
luego de la suspensión del antidepresivo, haya una mayor incidencia de recaídas.
El aumento de la dosis de un mismo fármaco ante la falta de respuesta recién debe considerarse
a las cuatro a seis semanas de tratamiento si es que no hubo ni mejoría parcial.
Los pacientes con ideación suicida requieren un control médico más estricto. Se debe
controlar semanalmente la adherencia al tratamiento, la evolución y la ideación suicida.
Interconsulta a psiquiatría
La interconsulta está indicada cuando el paciente: a) No mejora luego de ocho semanas a dosis
terapéuticas (puede que hayan transcurrido más semanas habiendo un aumento de dosis); b) Tiene
contraindicados determinados antidepresivos y hay efectos adversos intolerables que no permiten el
abordaje; c) Se presenta con delirio, alucinaciones o estupor depresivo (no responde, no habla);
y d) Tiene riesgo suicida.
Es un remedio que proviene de una hierba cuyo mecanismo de acción podría ser la inhibición de
las monoaminooxidasas A y B, con algún efecto sobre la recaptación de aminas, aumentando los
niveles presinápticos de dopamina, serotonina y norepinefrina. Durante un tiempo consituyó una
opción no convencional para el tratamiento de la depresión. Sin embargo, la evidencia en cuanto
a su eficacia es inconsistente por lo que no recomendamos su uso.
Los trastornos por ansiedad representan una de las entidades más comunes en salud mental.
Se estima que afecta al 17% de la población (principalmente, femenina) en algún momento de
sus vidas. Menos de un tercio de aquellos que la padecen buscan atención médica.
Es frecuente observar personas que padecen algún grado de ansiedad. Sin embargo, existen
casos de mayor severidad que requieren de una intervención médica y, muchas veces, de
medicación (psicofármacos). Tomemos el ejemplo de un paciente que concurre frecuentemente
a la guardia por presentar episodios de ansiedad que lo invalidan para desarrollar sus tareas
cotidianas. Es probable que este paciente se beneficie con un tratamiento, ya que su vida está
siendo gravemente afectada por el cuadro de ansiedad. Diferente es el caso de una paciente que,
en una consulta habitual, le comenta a su médico que está ansiosa por un trabajo nuevo que
tiene, pero esta ansiedad no dificulta su vida cotidiana.
La ansiedad es un síntoma que puede estar presente en diferentes patologías. Existen tres
entidades que se presentan estrechamente ligadas y que, a veces, resulta difícil diferenciar en un
paciente con ansiedad. Ellas son la depresión, el abuso de sustancias y las enfermedades que
producen ansiedad como síntoma secundario. La asociación entre depresión y ansiedad es
estrecha. Cerca del 60% de los pacientes deprimidos presentan, en algún momento, un trastorno
por ansiedad como crisis de angustia o ansiedad generalizada (ver más adelante) y viceversa.
Cuando ambas entidades coinciden, lo más frecuente es que el trastorno de ansiedad haya
precedido al trastorno afectivo (depresión). Como veremos más adelante en el capítulo, la
interrelación entre la ansiedad y la depresión es tan importante que ambas entidades, en general,
se tratan conjuntamente.
Otro factor que considerar es el abuso de sustancias como el alcohol, el café, la cocaína o
sustancias estimulantes que, en general, pueden simular un cuadro de ansiedad y desorientar al
médico. Para ello, es fundamental realizar una historia clínica exhaustiva, tratando de detectar el
uso de fármacos ansiogénicos (estimulantes, simpaticomiméticos, anticolinérgicos, antagonistas
dopaminérgicos, etc.), como también el síndrome de abstinencia a benzodiazepinas, drogas o
alcohol.
Los médicos de familia tienen que investigar la posibilidad de que la ansiedad se asocie
con el abuso de sustancias, a efectos adversos de medicamentos y a enfermedades
concomitantes.
a) Trastorno de pánico
Vale aclarar que aunque son característicos del trastorno de pánico, los ataques de pánico
también pueden presentarse en el contexto de otros trastornos de ansiedad, de otros trastornos
mentales y de otras enfermedades.
La tríada diagnóstica del trastorno podría resumirse como: ataque de pánico, ansiedad
anticipatoria y conductas evitativas.
Es importante tener en cuenta que para hacer el diagnóstico de trastorno de pánico, las crisis no
deben estar acompañadas de otra enfermedad concomitante, ni de ingestión de sustancias y no
deben estar justificadas por otros cuadros de desorden, como fobias o trastornos postraumáticos,
etcétera.
Esta puede ser la presentación de un trastorno de pánico, que compromete la vida social y laboral
del paciente. En la evaluación hay que descartar el abuso de sustancias (por ejemplo, la cocaína
puede producir cuadros similares) y la presencia de una fobia específica, que se diferencia porque
está claramente ligada a un objeto o situación específica. El examen físico debe orientarse a
descartar la presencia de otra enfermedad que pueda simular una crisis de pánico, como el
hipertiroidismo (en este, la sintomatología es persistente, a diferencia de la angustia o el pánico
en que los síntomas son episódicos) o el feocromocitoma (más raro).
Las crisis de angustia son una causa frecuente de consulta en los servicios de guardia
y su diagnóstico debe ser tenido en cuenta en la evaluación de las consultas
(principalmente las precordialgias). La correcta evaluación y el diagnóstico ahorran
estudios innecesarios y evitan que los pacientes hagan consultas que no les reportarán
beneficios.
Una vez hecho el diagnóstico, hay que explicarle al paciente la causa de sus síntomas y los pasos
que seguir hasta que se alivien (consultas programadas, medicación, etcétera). Hay que
desalentar las consultas de urgencia o a múltiples profesionales, ya que el seguimiento por un
solo médico de confianza es de mayor ayuda para los pacientes.
b) Agorafobia
La agorafobia se caracteriza por miedo o ansiedad intensos provocados por la exposición real o
anticipatoria a al menos dos de las cinco siguientes situaciones: 1) uso del transporte público; 2)
estar en espacios abiertos (por ejemplo estacionamientos, plazas, puentes, etc.); 3) estar en
espacios cerrados (por ejemplo teatros, cines, etc.); 4) hacer fila o estar en medio de una multitud,
5) estar fuera de la casa solo. La persona que padece agorafobia presenta
pensamientos de que algo terrible puede suceder y evita estas situaciones debido a la dificultad
Es un subtipo de ansiedad muy común, con una prevalencia en la población del 3%. El comienzo
de los síntomas es gradual y el curso de la enfermedad es crónico, con remisiones y recaídas. Se
puede presentar concomitantemente con otro trastorno de ansiedad.
Los siguientes criterios hacen diagnóstico de este cuadro: 1) Existe un estado de preocupación
constante, difícil de controlar; 2) Esta ansiedad y preocupación sobre acontecimientos o
actividades es excesiva y se prolonga por más de seis meses; 3) La ansiedad y preocupación se
asocian a por lo menos tres de los siguientes síntomas (que deben persistir más de seis meses):
inquietud o impaciencia, fatiga fácil, dificultad para concentrarse o tener la mente en blanco,
irritabilidad, tensión muscular, alteraciones del sueño; 4) Los síntomas (ansiedad, preocupación
o síntomas físicos) provocan malestar clínicamente significativo, deterioro social, laboral o en
alguna otra esfera importante para el paciente; 5) El trastorno por ansiedad no se origina por la
sola presencia de un objeto o situación (por ejemplo, pasarlo mal en público en una fobia social);
y 6) No hay otra causa que la justifique (ingestión de sustancias o enfermedad médica
concomitante).
Una paciente, desde hace unos seis a ocho meses (no recuerda bien) comenzó con distintos
síntomas, entre los que se destacan palpitaciones y sensación de falta de aire. Repite una y otra
vez: “me siento mal, me siento mal”. Del interrogatorio se detecta que come apurada, engorda
aunque no tiene mucho apetito, no tiene deseo sexual ni puede dormir bien y refiere que se
despierta varias veces a la noche. Los síntomas tienden a empeorar y le cuesta ir al consultorio
porque no aguanta esperar en la sala de espera. A veces deja el carrito del supermercado lleno
porque no puede terminar de hacer la cola para pagar. Está tomando 6 mg de bromazepan desde
hace muchos años y, si no lo toma, no puede dormir. Le pide al médico, en forma desesperada,
que la ayude. Vive en su casa con su marido y una hija, y durante casi todo el día cuida a uno de
sus nietos.
Este es un típico caso de ansiedad generalizada. En estos pacientes, es común que se sospeche
el diagnóstico por su actitud ya que son huidizos, no pueden ni contar los síntomas que tienen,
prefieren estar parados, quieren salir rápidamente del consultorio y no toleran las pausas ni
interrogatorios prolongados.
d) Fobia específica
Quienes sufren fobia a los animales, al entorno natural o situacional suelen presentar activación
del sistema nervioso simpático; mientras que aquellos que padecen fobia a la sangre, inyecciones
o heridas, suelen presentar una respuesta vasovagal.
El trastorno de ansiedad social se manifiesta con el miedo o ansiedad intensos en una o más
situaciones sociales en las que la persona está expuesta a la evaluación de los demás y teme ser
evaluado negativamente por presentar síntomas de ansiedad (rubor, sudoración, temblores, etc.)
o parecer aburrido, desagradable, loco, tonto, etc. Algunas personas temen ofender a los demás
y, consecuentemente, ser rechazados. En los niños se manifiesta en las reuniones con otros niños
de la misma edad y no sólo con los adultos y puede expresarse con llanto, rabietas o fracaso al
hablar en situaciones sociales. Puede presentarse ansiedad anticipatoria mucho tiempo antes de
la situación social en cuestión, que termina intentando ser evitada. El miedo o la ansiedad pueden
manifestarse con variada intensidad y a veces como un ataque de pánico. El miedo, la ansiedad
y la evitación causan malestar clínicamente significativo, persisten por un mínimo seis meses y no
pueden atribuirse a otro trastorno mental u otra enfermedad médica o al consumo de alguna
sustancia.
Una pianista de 27 años consulta a su médico porque con el paso del tiempo (sus síntomas
empezaron a los 17), cada vez le fue más difícil tocar en público. Su actividad se fue limitando a
enseñar música en su casa. Ella es consciente de que su miedo es excesivo, pero que no puede
evitarlo. Antes de cada concierto se le presentan diferentes síntomas, como palpitaciones,
náuseas, miedo a enloquecer e hiperventilación.
En este ejemplo, la persona limitó su actividad para evitar una situación que le produce la fobia.
Es consciente de lo que le pasa y de lo irracional de esto, pero no puede evitarlo. Los síntomas
son provocados en una situación clara y reconocible. Por otro lado, para evitar la situación fóbica,
se generan conductas evasivas. Esta es una fobia social.
Diagnóstico adecuado
Realizar un diagnóstico correcto significa ser muy minuciosos al interrogar sobre la presencia de
síntomas. A muchas personas se les hace difícil ponerles nombre a los síntomas, refiriéndose a
ellos como una sensación de inquietud o de nerviosismo. Es fundamental determinar la fecha de
comienzo y su relación con lo que le estaba pasando al paciente en ese momento
(desencadenantes), como también poder ver la actitud de este ante la presencia de los síntomas.
Por otro lado, muchos de los pacientes han recibido, en algún momento de su vida, un tratamiento
farmacológico para la ansiedad o un psicofármaco, lo que hace necesario determinar el tipo, la
dosis y la duración de la medicación que recibieron.
Considerando que la ansiedad es una experiencia humana universal y que los desórdenes por
ansiedad no lo son, las preguntas que nos hacemos en el consultorio son: ¿cuándo debemos
tratar a un paciente con síntomas de ansiedad? ¿Cuál es el mejor abordaje para este paciente en
particular? ¿Cuál es la droga más útil para comenzar el tratamiento?
Se debe tratar a todo paciente que presente síntomas por ansiedad (inquietud, irritabilidad, tensión
muscular, sudoración, boca seca, diarrea, náuseas, palpitaciones, temblor, dificultad para conciliar
el sueño) de tal magnitud que interfieran en su calidad de vida. La percepción que tiene el paciente
de la ansiedad no debe tomarse como único criterio para decidir medicarlo o no, ya que en
ocasiones el paciente no la percibe. Es importante estar seguro del tipo de desorden de ansiedad,
para poder ofrecerle la medicación apropiada. Por otro lado, también se podría medicar para
prevenir el desarrollo de complicaciones (como la agorafobia, en los trastornos de pánico).
Se recomienda tratar a todo paciente que presente síntomas de ansiedad que interfieran
con su calidad de vida o a aquellos pacientes en los que se desea prevenir el desarrollo
de complicaciones. Antes de indicar tratamiento farmacológico de la ansiedad, se
deben considerar los síntomas, la afectación de calidad de vida y el riesgo de abuso de
sustancias.
Al atender a un paciente con este problema, es importante: mostrar comprensión de los síntomas
y contenerlo, estar disponible para consultas sobre los síntomas o los efectos indeseados de las
drogas y explicar cuáles son los objetivos del tratamiento destacando los tres componentes del
trastorno (A, AA, CE). Para optimizar la adherencia habrá que avisarle al paciente sobre la latencia
de las drogas en la mejoría de los síntomas (recordar que antes que el beneficio terapéutico
pueden experimentarse los efectos adversos).
El tratamiento farmacológico se realiza con dos tipos de drogas: los antidepresivos y las
benzodiazepinas (BZD). Ambos grupos han demostrado su eficacia en los trastornos de la
ansiedad. Existen otros fármacos que también han demostrado eficacia como la buspirona.
Los antidepresivos son los fármacos de primera línea en el tratamiento del trastorno de pánico
(con y sin depresión como comorbilidad). La mayor dificultad para el uso exclusivo de estas drogas
radica en la latencia para el comienzo de su efecto (no menos de tres semanas), por lo tanto, al
comenzar el tratamiento es conveniente asociar una BZD. De esta forma el paciente siente alivio
más rápidamente. El riesgo de esta asociación es que después cueste suspender la BZD, ya sea
por dependencia o porque el paciente percibe como muy eficaz el efecto de esta droga. Por eso
es importante aclararle al paciente cuál es el objeto de usar una combinación de drogas y que,
transcurrido cierto tiempo, la BZD será suspendida.
No es raro que los pacientes que sufren trastornos de ansiedad sean muy susceptibles a los
efectos adversos de la medicación, por lo cual se recomienda comenzar con dosis inferiores a las
terapéuticas y subirlas al cabo de una semana.
Por su eficacia y baja tasa de efectos adversos, los ISRS son las drogas de elección
para el manejo de los pacientes con trastorno por crisis de angustia. Los ATC también
son eficaces pero sus efectos adversos son más notorios. Debido a la latencia en el
efecto de estas drogas, en algunos casos es necesario agregar una BZD por tiempo
limitado al comienzo del tratamiento para mejorar los síntomas más rápidamente.
Entre las BZD se recomienda utilizar las que tienen acción más larga como el clonazepam, ya
que de este modo hay menos incidencia de ansiedad de rebote en los intervalos interdosis,
aunque drogas de acción más corta como el lorazepan y el alprazolam, también han demostrado
ser eficaces. Se comienza con 0.25 a 0.5 mg de clonazepam en dos tomas diarias con
incrementos graduales cada tres días hasta la dosis que suprime la crisis de pánico o los síntomas
de ansiedad (generalmente, 1 mg dos o tres veces por día). No se recomienda el uso de BZD si
existen antecedentes de abuso de sustancias o alcohol, polimedicación, dolor crónico o
desórdenes severos de la personalidad, ya que los pacientes con estos problemas tienen mayor
riesgo de abuso. El tiempo de tratamiento con BZD debe ser el menor posible, para evitar las
situaciones de dependencia, abuso y abstinencia (ver más adelante “Uso adecuado de las
benzodiazepinas”).
Las BZD utilizadas a largo plazo (más de seis semanas) desarrollan dependencia. Esto significa
que deben ser retiradas muy lentamente para evitar el síndrome de deprivación. Nunca deben
discontinuarse abruptamente, ya que pueden aparecer síntomas de abstinencia muy
desagradables y riesgosos para el paciente. Las BZD difieren entre sí en su potencia (dosis para
lograr un efecto determinado; a mayor potencia, menor dosis), este dato es necesario para
intercambiar una BZD por otra. En el cuadro 4 se exponen las dosis equivalentes entre las
diferentes BZD.
Droga Dosis usual diaria Rango de dosis Tomas diarias Equivalencia Vida media eficaz*
Midazolam1 7.5 a 15 mg Una hora antes *Ultracorta
de acostarse
Alprazolam 0.5 a 2 mg 0.75 a 10 mg 2a4 0.5 mg Corta
Lorazepam 2 a 4 mg 2 a 6 mg 2a3 1 mg Corta
Clonazepam 0.5 a 1 mg 0.5 a 4 mg 1a2 0.25 mg Intermedia
Bromazepam 1.5 a 3 mg 1.5 a 3 mg 2a3 3 mg Intermedia
Diazepam 2 a 10 mg 2 a 10 mg 3a4 5 mg Larga
Estazolam1 0.5 a 1 mg 1 a 2 mg Media hora antes Corta
de dormir
* Ultracorta: 2 a 3 horas; corta: 12 a 24 horas; intermedia: cerca de 24 horas, y larga: mayor de 24 horas.
1. Son hipnóticos que no se utilizan para el tratamiento de la ansiedad
Una vez que pasan tres semanas de tratamiento, puede comenzar a retirarse lentamente la BZD.
La fase aguda del tratamiento, generalmente, dura doce semanas. A esa altura deben haber
desaparecido los ataques de pánico y disminuido la ansiedad anticipatoria y las conductas
evitativas. La duración del tratamiento es de un año si hubo remisión completa de las tres esferas
sintomáticas, pudiendo prolongarse o reiniciarse ya que las recaídas son frecuentes. Como regla
general, la suspensión de los antidepresivos debe ser gradual (el 25% de la dosis cada 15 días).
Es importante explicarle al paciente que se espera que los síntomas vayan mejorando en forma
progresiva y desaparezcan al mes de haber comenzado la medicación (momento en donde se
debe reevaluar la dosis y la eficacia del tratamiento). Si no se observa respuesta en dosis
adecuadas a las doce semanas, debe solicitarse la interconsulta con un especialista.
Cada vez que se realiza un aumento de dosis, se deben tener en cuenta los beneficios y los
riesgos, reevaluando la efectividad y monitoreando los efectos adversos. La mejor dosis es
aquella que alivia los síntomas con los menores efectos adversos.
Como se detalla en el contenido 2, es importante destacar que con los antidepresivos se debe
evaluar la mejoría sintomática a las dos semanas, aunque el efecto sedante puede comenzar
desde el primer día (principalmente, en los antidepresivos con mayor acción sedante como la
amitriptilina), y esperar cuatro a seis semanas antes de modificar la dosis o la droga. Antes de
Los ISRS han demostrado ser tan eficaces como las BZD en el tratamiento de los
trastornos por ansiedad y facilitan el tratamiento con un menor riesgo adictivo:
disminuyen los efectos adversos, evitan el ajuste de dosis según necesidad, evitan la
adicción y el uso crónico, y permiten finalizar el tratamiento en forma más sencilla. Sin
embargo, tardan más tiempo en lograr un control total de los síntomas.
Es frecuente observar pacientes que continúan tomando BZD crónicamente. Esto, generalmente
se debe a que cuando quieren dejarlas sufren de ansiedad de rebote o síntomas de supresión
muy comunes con las BZD de acción corta como el alprazolam. Para evitar el rebote o los
síntomas de supresión, cuando el paciente se encuentra medicado con una BZD de duración de
acción ultracorta, corta o intermedia, se debe reemplazar esta droga por la dosis equivalente (ver
el cuadro anterior) de una BZD de duración de acción larga como el diazepam o intermedia como
el clonazepam, ya que de esta manera disminuyen la incidencia y la severidad del síndrome de
supresión. Una vez que está recibiendo una dosis equivalente de diazepam o clonazepam, se va
diminuyendo 25% de la dosis total por semana, hasta discontinuar completamente la droga en un
período no menor a cuatro semanas. Otra posibilidad en pacientes que no lograron una remisión
de los síntomas de ansiedad o que presentan conjuntamente depresión es agregar un
antidepresivo y suspender la BZD en seis a ocho semanas con disminuciones paulatinas.
Los médicos de atención primaria suelen ser los primeros profesionales que abordan estos
pacientes y las herramientas farmacológicas disponibles son de gran utilidad, sobre todo mientras
se inicia una psicoterapia. De esta forma, tenemos la tarea de realizar diagnósticos diferenciales
y detectar comorbilidades (como depresión mayor, abuso de sustancias, etc.) y la difícil labor de
lograr que el paciente relacione su sintomatología física con la esfera psíquica. Así, habrá que
intentar mostrar los patrones de respuesta frente a las situaciones ansiógenas e indagar los
temores que puede haber detrás de la sintomatología.
1) Las BZD son drogas de primera línea en el tratamiento del TAG, sin embargo deben usarse por
el menor tiempo y la menor dosis posibles para evitar el riesgo de la dependencia (pensemos
cuántos pacientes vemos a quienes les han indicado una BZD “porque estaban ansiosos” y aún
hoy siguen usando la BZD). Los síntomas físicos (hipervigilancia, disnea, hipermotilidad del tracto
gastrointestinal, tensión muscular y palpitaciones) son los que mejor responden a las BZD. No así
la tendencia a la preocupación excesiva y la hipersensibilidad a las relaciones interpersonales.
Si no hubo respuesta en las primeras dos semanas, estaría contraindicado insistir con la BZD. En
caso de que el tratamiento sea eficaz, no habría por qué continuarlo más allá de la cuarta semana,
y se lo retira lentamente. Igualmente, puede volver a indicarse si es necesario.
2) Los antidepresivos tienen una eficacia comparable a las BZD, sin embargo ya hemos dicho
que tienen latencia de comienzo de acción de no menos de tres semanas. El fármaco más
evaluado es la imipramina, aunque también pueden utilizarse las drogas del grupo de ISRS y la
venlafaxina. El tratamiento debe extenderse por ocho a nueve meses por lo menos. Las dosis que
han demostrado eficacia son: paroxetina: 20 a 40 mg por día; sertralina: 50 mg por día;
escitalopram:10 mg por día; venlafaxina: 75 a 225 mg por día (en tres tomas o una toma XR);
imipramina: 50 a 150 mg por día.
3) La buspirona es otra alternativa el manejo del TAG. Tarda entre dos a tres semanas en iniciar
su acción ansiolítica. En varios estudios fue tan eficaz como las BZD pero con un menor potencial
de abuso, dependencia y abstinencia. Sería menos útil que las BZD en la mejoría de los síntomas
físicos, aunque mejora más que ellas la ansiedad subjetiva. Además, se potencia menos con el
alcohol y otros hipnóticos ya que no actúa por medio de los receptores gabaérgicos. La dosis
inicial es de 7.5 mg dos veces por día con incrementos graduales hasta 30 a 60 mg día en dos o
tres dosis diarias.
El tratamiento de primera línea de las fobias específicas se realiza mediante diferentes técnicas
psicoterapéuticas, entre las que se destaca el abordaje cognitivo conductual. El tratamiento
farmacológico depende del tipo de fobia que se trate. En algunas circunstancias específicas, como
el miedo a volar en avión, se puede indicar una BZD en iguales dosis que para el ataque de pánico
(ver antes), pero dos horas antes de la exposición a la situación fóbica (dos horas antes del vuelo
en avión). Esto disminuye la ansiedad anticipatoria.
Fobia social
Los pacientes con fobia social responden al tratamiento con ISRS (y no con ATC) a dosis habituales
(las drogas más evaluadas son la paroxetina y la sertralina). Las BZD, como el clonazepam y el
alprazolam, son efectivas pero no constituyen el tratamiento de primera línea. Los betabloqueantes
son útiles en fobias sociales leves y circunscriptas (ansiedad de desempeño en, por ejemplo,
cantantes, conferencistas, etc.). Se pueden indicar 10 a 40 mg de propanolol o 50 a 100 mg de
atenolol. Ambos se usan una hora antes de la exposición. Se sugiere realizar alguna prueba con la
droga antes de usarlas en la situación temida para ver el patrón de efectos adversos y que estos
no aparezcan justamente cuando se busca el efecto terapéutico.
Es frecuente que los pacientes soliciten medicación ansiolítica (BZD) simplemente porque su uso
es común y porque se sienten algo nerviosos. Iniciar a un paciente en el uso de psicofármacos no
debe ser un acto médico más y debe darse en el marco de una consulta donde se evalúa el cuadro.
Es habitual que los pacientes soliciten al final de la consulta médica “algo para los nervios” y que
no jerarquicen la prescripción como un acto médico. Ante el pedido de un ansiolítico, hay que
evaluar, en todos los casos, el motivo de la indicación, la posibilidad de abuso de sustancias y el
significado de la medicación para el paciente. Para muchos, la medicación aparece como una
solución a los síntomas, evitando la reflexión acerca de las causas, el contexto y las actitudes
personales que generaron y/o perpetúan la ansiedad. Dicho en otras palabras, es como si un
hipertenso solo demandara medicación antihipertensiva, pero comiera con sal, no bajara de peso
y no hiciera ejercicio. El marco en el cual se indican los ansiolíticos es clave en el éxito terapéutico
y en el pronóstico a largo plazo, y está relacionado con la compleja habilidad del médico de realizar
una adecuada entrevista clínica.
Las BZD son drogas muy eficaces pero potencialmente peligrosas, sobre todo por su poder
adictivo. El uso crónico es más común en pacientes mayores y en aquellos con enfermedades
crónicas o con problemas psiquiátricos crónicos.
El médico debe evaluar continuamente la necesidad del uso crónico de medicación para
detectar a los pacientes que abusan de ella.
Las BZD pueden modificar su efecto según su uso y esto puede presentarse en forma de tres
fenómenos:
Ante la discontinuación de la droga, puede aparecer una variedad de síntomas asociados, que se
denomina síndrome de discontinuación. Se han identificado tres tipos de este síndrome, que
son difíciles de diferenciar clínicamente, pero cada uno de los cuales tiene un tratamiento distinto:
1) Recurrencia: luego de la suspensión de la droga reaparecen, lentamente, los síntomas que
motivaron la indicación y que constituyen parte del trastorno de ansiedad diagnosticado. El
tratamiento se basa en la reinstauración de la medicación ansiolítica; 2) Rebote: es similar
al anterior, pero se lo distingue por la intensidad y transitoriedad del cuadro. Es de corta duración,
termina pocos días después de la suspensión de la droga y puede estar seguido por síntomas de
recurrencia. No implica la existencia de dependencia física. Un ejemplo típico lo constituye el
insomnio de rebote o el despertar temprano, que es transitoriamente más intenso que el previo a
la medicación. El tratamiento puede ser esperar o reinstaurar la droga suspendida; y 3) Supresión
o abstinencia: ocurre cuando, al suspender la medicación, el paciente aumenta su nivel de
ansiedad, miedo o insomnio. Implica algún grado de dependencia física, es autolimitado, y aunque
la recuperación es completa, la ansiedad puede recurrir. Se produce más frecuente y fácilmente
con BZD de corta duración.
Dificultades diagnósticas
La práctica médica (en especial, en el consultorio) nos enfrenta a los pacientes y a sus diferentes
problemas. A diferencia de otros problemas de salud, el manejo de la depresión y de la ansiedad
requiere de una habilidad compleja, que lleva al médico a “meterse” en el mundo del paciente, en
sus vínculos, sus miedos, su familia, es decir, en su historia. Desde allí, se puede realizar una
correcta evaluación y jerarquizar el impacto del síntoma en la vida del paciente y su familia.
minimizando o relativizando en muchas oportunidades los problemas que tienen. Además, los
Hemos citado que el médico de atención primaria debería recurrir a una “escucha empática”. Pero,
¿qué es la empatía? Con la empatía, el paciente tiene el sentimiento de ser comprendido. Para
lograrla, el médico debe escuchar e intentar comprender qué siente el paciente y, en un segundo
paso, comunicarle esta comprensión. De esta forma, la empatía descansa sobre dos componentes:
el cognitivo (se comprende lo que el paciente siente) y el comportamiento del médico (devolución
de la comprensión). El sentimiento de ser comprendido es intrínsecamente terapéutico.
Muchas veces, y sobre todo en atención primaria, los pacientes que padecen ansiedad o
depresión se presentan con síntomas inespecíficos. Los médicos perciben el diagnóstico de base
pero cuesta redireccionar al paciente hacia la comprensión de sus motivos de queja. Entonces,
es importante identificar ciertas situaciones que permiten este redireccionamiento y, a su vez,
conservar la empatía. A modo de ejemplo, pensemos en un paciente que, al expresar una
emoción, crea una oportunidad (se le llenan los ojos de lágrimas). Entonces, el médico explicita
el reconocimiento de la emoción y dice: “¿Algo le dio tristeza?” (usó una respuesta empática), y
luego dice: “Continúe” o “¿Cómo se siente acerca de eso?”. Cuando se realiza una intervención
de este tipo, es preciso continuar escuchando y dando respuestas empáticas al paciente. El
médico podría perder la oportunidad de usar la empatía si, al ver las lágrimas del paciente, intenta
abordar otro tema: “Bueno, veamos los análisis”. Del mismo modo, ciertas actitudes que pueden
darse en los médicos no son útiles en la conducta médica. Es decir, actitudes como, por ejemplo,
llorar si el paciente llora o enojarse porque parece incoherente el motivo de su tristeza son
conductas que no resultan terapéuticas.
La entrevista de FOCO
Como médicos de familia pensamos que es importante poder evaluar a los pacientes con tristeza,
síntomas de ansiedad o angustia u otros problemas teniendo en cuenta su contexto: su familia,
sus afectos, su trabajo, el momento en el que aparecen los síntomas, cuáles son los factores
desencadenantes, cuáles los aliviadores, etc. Es útil conocer cómo es la vida de la persona que
consulta, qué cree que la ha afectado, cómo piensa que se la puede ayudar, qué estrategias ha
pensado o puesto en marcha para aliviar sus síntomas o pedir ayuda. A partir de este abordaje
surgirán los diferentes caminos terapéuticos a adoptar ya que estos problemas no tienen un modo
único de presentación: se presentan en personas diferentes, con un bagaje de vivencias
personales, familiares y sociales particulares que complejizan cada caso.
En el Servicio de Medicina Familiar y Comunitaria del Hospital Italiano de Buenos Aires hemos
desarrollado y utilizamos una herramienta que llamamos FOCO, cuya sigla proviene de las
palabras Familia, Orientación y Contexto. La utilizamos para evaluar a los pacientes teniendo en
cuenta su contexto familiar y social y hacer una primera orientación de su tratamiento. Ofrecemos
esta herramienta a todos aquellos pacientes que consultan por síntomas de la esfera de la salud
mental. También la utilizamos para aquellos pacientes con dificultades surgidas a partir de otros
problemas de salud (por ejemplo, falta de adherencia al tratamiento, dificultades en la aceptación
de un diagnóstico, etc.). Para ello le explicitamos al paciente la propuesta de hacer una entrevista
de FOCO para dedicarnos a ese problema en particular y le indicamos que tome un doble turno
(en nuestro caso son 40 minutos) al cual puede acudir solo o con alguien de su familia o contexto
íntimo.
Durante la primera entrevista de FOCO, cada médico completa una ficha semiestructurada llamada
Ficha de FOCO de primera vez (la presentamos a continuación) que consta de siete preguntas y
Fecha
Motivación
Objetivos
Notas
El objetivo que nos planteamos al elaborar la ficha de FOCO ha sido básicamente el de registrar
el trabajo realizado por el médico (y el paciente) en un dispositivo específico, en relación con los
problemas psicosociales y/o contextuales y/o familiares. Creemos que utilizando esta herramienta
se puede plasmar de manera más adecuada lo que ocurre en la consulta clínica, logrando un mejor
acceso a la información.
A continuación definiremos los ítems que componen la Ficha de FOCO de primera vez.
Es importante destacar que estos son elaborados por el médico y no son preguntas que se le
formulan directamente al paciente.
Queja explícita del paciente: en este ítem se describe el motivo por el cual el paciente consulta
y que convoca al médico a realizar el FOCO.
¿Por qué ahora?: ante esta pregunta tratamos de definir los hechos o secuencias que motivaron
la consulta del paciente.
Relación con el contexto: en este punto, el objetivo del médico es identificar aspectos
contextuales que puedan estar relacionados con el motivo de consulta.
Motivación: este ítem apunta a quién motiva la entrevista de FOCO, es decir, si es el paciente
quien pide ayuda al médico para un tema específico o si es el médico quien detecta un determinado
problema y ofrece un FOCO.
Objetivos: una vez analizado y redefinido el problema en su contexto, el médico deberá plantear
cuáles son los objetivos que quiere lograr y cómo los alcanzará.
Plan para la próxima entrevista: en este ítem, el médico escribe lineamientos para la próxima
entrevista de FOCO sobre la base de lo sucedido en la actual.
No existe una receta para determinar qué pacientes sí y cuáles no se beneficiarán con
la psicoterapia. La decisión de realizar solo una terapia psicológica llega como
conclusión de la evaluación y el diagnóstico realizados en conjunto con el médico y,
dependerá, fundamentalmente, del paciente y de la gravedad de sus síntomas.
Veamos algunos casos en que consideramos que puede ser útil: a) Pacientes cuya problemática
conflictiva parece más jerarquizada en el transcurso de la consulta. Es decir, que le dan menos
relevancia a los síntomas físicos y al alivio sintomático; b) Pacientes que ya han tomado
medicación pero no han podido reflexionar acerca de la problemática que los llevó al conjunto
sintomático, o no han podido elaborar aspectos relacionados con su personalidad y modalidad de
respuesta frente a determinadas situaciones de la vida cotidiana; c) Pacientes que lo solicitan
explícitamente; d) Pacientes con alta capacidad de introspección y reflexión. Generalmente, son
aquellos que “prefieren charlar” con nosotros y que no mencionan ni quieren la medicación; e)
Pacientes que no tienen riesgo de mal pronóstico si no se los trata. Los mejores ejemplos de
necesidad de tratamiento farmacológico son el trastorno de pánico muy establecido y la depresión;
y f) Aquellos con buena experiencia previa con el tratamiento psicoterapéutico.
En general, la elección del tratamiento farmacológico dependerá mucho de cómo está el paciente
y del médico. El paciente condiciona el tratamiento según las características e intensidad de sus
síntomas. Por otro lado, el médico también es un factor fundamental a la hora de medicar, utilizará
drogas que esté habituado a indicar y que crea más convenientes según el perfil del paciente (es
frecuente que los efectos adversos de las drogas se utilicen a favor del paciente, por ejemplo,
amitriptilina a la noche en los pacientes con insomnio).
Una herramienta fundamental que tiene el médico para detectar este tipo de pacientes
es el seguimiento a lo largo del tiempo.
Conclusión
GENERALIDADES
6 DIAGNÓSTICO Y MANEJO DEL INSOMNIO
4
Es normal que las personas, alguna vez, experimenten cierta dificultad para conciliar el sueño.
Cuando esta dificultad se hace permanente y compromete el funcionamiento normal de la persona
durante el día, se denomina insomnio. Representa un gran problema de salud, ya que su
presencia está asociada al aumento de los accidentes automovilísticos, al consumo de alcohol, al
menor rendimiento laboral y a la somnolencia diurna.
Una de las primeras consideraciones que tener en cuenta es que existen personas que,
normalmente, duermen menos que el promedio de la población. Estas personas, a diferencia de
las que tienen insomnio, no tienen interferencias en su vida habitual por dormir menos.
Las manifestaciones clínicas del insomnio son la dificultad para conciliar o mantener el
sueño o la sensación de no haber descansado luego de dormir; es decir, situaciones
que alteran el funcionamiento normal del individuo.
En aquellos pacientes que consultan por alguno de estos motivos es fundamental interrogar sobre
los hábitos (actividad física antes de dormir, consumo de xantinas, etc.) y sobre el uso de
medicaciones (descongestivos nasales, anfetaminas, etc.) o drogas (cocaína) que puedan
provocar insomnio. También, es importante buscar si existe algún otro trastorno de base como
ansiedad, depresión u otra patología, así como apneas del sueño. Es fundamental conocer el
tiempo transcurrido desde la aparición de los síntomas y si el paciente ha tomado alguna
medicación para eliminarlo. Es necesario evaluar los hábitos: la hora de acostarse y de levantarse,
el tiempo de conciliación, si realiza actividades en la cama aparte de tener relaciones sexuales y
dormir (ver televisión, trabajar, leer) y el uso de alcohol o de medicaciones para inducir el sueño.
Esta entidad se clasifica, según el tiempo de duración, en insomnio de corto plazo o insomnio
crónico. El insomnio de corto plazo se caracteriza por durar hasta tres semanas y aparecer luego
de situaciones de ansiedad secundaria, como la muerte de un ser querido, una enfermedad leve,
trastornos en la situación familiar, etc. El insomnio crónico dura más de tres semanas y puede
estar originado en diferentes causas (hábitos, medicación o abuso de sustancias, problemas
psiquiátricos, enfermedades graves o crónicas, etcétera). También se lo puede clasificar en
insomnio de conciliación (el paciente no puede dormirse) y el de mantenimiento (el paciente
concilia el sueño, pero se despierta muchas veces). Como veremos, esta diferenciación facilita la
elección terapéutica ya que para el tratamiento del insomnio de conciliación se prefieren drogas
de rápido comienzo de acción y de vida media corta, mientras que para el de mantenimiento, se
prefieren drogas de vida media más prolongada.
Tratamiento no farmacológico
Para mejorar las condiciones del sueño, es útil indicarle al paciente que tenga en cuenta las
siguientes recomendaciones no farmacológicas:
Tratamiento farmacológico
No reemplaza a las medidas no farmacológicas y no debe utilizarse sin ellas, como única opción
para tratar el insomnio. Se recomienda no prolongar el uso de los fármacos más allá de las seis u
ocho semanas. En pacientes con insomnio secundario a depresión, los antidepresivos con mayor
poder sedativo (amitriptilina, nortriptilina, paroxetina, doxepina y trazodone).
Las drogas de elección para el insomnio transitorio de conciliación son los hipnóticos no
benzodicepínicos (ver luego) ya que al tener rápido comienzo de acción y corta duración inducen
el sueño rápidamente, sin producir sedación al día siguiente. Las benzodiazepinas (BZD) de
duración corta como el lorazepam, el midazolam y el estazolam también son una opción (ver cuadro
4); sin embargo, en términos generales se recomienda evitar las BZD por sus efectos adversos y
porque tienen un alto componente adictivo; su uso debería restringirse al tratamiento de los
pacientes con insomnio transitorio de mantenimiento o de conciliación pero con síntomas de
ansiedad diurnos. El flunitrazepam presenta una larga duración de acción y un efecto acumulativo
además, se ha cuestionado su seguridad a largo plazo y ha caído en desuso. El estazolam es una
alternativa en nuestro país para tratar el insomnio de mantenimiento (además de los
antidepresivos, drogas muy eficaces para el tratamiento del insomnio secundario a la depresión).
Siempre que se utilice una BZD para el insomnio se aconseja comenzar con una dosis baja,
aumentarla poco a poco y suspender paulatinamente luego de una o dos noches de sueño tranquilo,
sin prolongar el tratamiento más allá de tres semanas. El efecto de las BZD en el insomnio crónico
es limitado y controvertido. Se considera que, en estos pacientes, las BZD pueden aumentar el
tiempo total del sueño a lo sumo en veinte a cuarenta minutos; sin embargo,
en la práctica, vemos muchos pacientes adictos a las BZD que refieren que si no las usan no pueden
dormir (pensamos que lo que ocurre es que no duermen por efecto rebote; la solución a este
problema es difícil y solo se logra con técnicas adecuadas de desacostumbramiento y una gran
motivación del paciente).
Otros: muchos medicamentos tienen efecto sedante pero no se recomienda utilizarlos de rutina para
tratar el insomnio. Entre estas drogas se encuentran los antihistamínicos, los antipsicóticos, los
barbitúricos y los antidepresivos (estos son útiles en el tratamiento del inscomnio relacionado con la
depression). Melatonina: solo parece ser útil para pacientes que tienen síndrome de yet lag
(trastorno del sueño desencadenado por cambio en los husos horarios). Se usa por un tiempo breve.
Valeriana: hay pocos estudios de buena calidad que evalúen su eficacia y no parece ser mayor que
la de un placebo. Por esta razón y porque tiene efecto hepatotóxico se recomienda no utilizarla para
el tratamiento del insomnio.
7
GENERALIDADES, DIAGNÓSTICO Y MANEJO DEL
TRASTORNO OBSESIVO-COMPULSIVO Y DEL TRASTORNO
POR ESTRÉS POSTRAUMÁTICO
Trastorno obsesivo-compulsivo
Aunque este trastorno se ubicaba entre los trastornos de ansiedad, a partir del DSM 5 se lo define
como un trastorno separado, ubicado en el grupo Trastorno obsesivo-compulsivo y trastornos
relacionados. Su prevalencia es del 1 a 2% de la población. Se caracteriza por la presencia de
obsesiones o compulsiones (ver más adelante) que son lo suficientemente severas como para
causar ansiedad o interferir en la vida del paciente. Suele asociarse con depresión (más del 50%
de los casos, lo que aumenta el riesgo de suicidio), con trastornos de ansiedad y con el abuso de
alcohol. El trastorno obsesivo-compulsivo es de difícil manejo, principalmente por su gran
complejidad.
El DSM 5 define las obsesiones como pensamientos (por ejemplo de contaminación), impulsos
(por ejemplo de agredir a alguien) o imágenes (por ejemplo escenas de violencia) recurrentes y
persistentes que se experimentan, en algún momento durante el trastorno. El individuo los percibe
como intrusos e inapropiados y le causan malestar significativo o ansiedad. Estos pensamientos,
impulsos o imágenes no se reducen a simples preocupaciones excesivas sobre problemas de la
vida real, sino que pueden ser extrañas o irracionales y se intenta ignorarlas, suprimirlas o
neutralizarlas, mediante otros pensamientos o actos. Las compulsiones son definidas como
comportamientos o actos mentales de carácter repetitivo que el individuo realiza como respuesta
a una obsesión o de acuerdo a una regla que aplica de manera rígida. Su objetivo es prevenir o
reducir el malestar o evitar algún acontecimiento o situación negativos. Sin embargo, estos
comportamientos u operaciones mentales no están siempre conectados de forma realista con
aquello que pretenden neutralizar o prevenir.
Los patrones clínicos más frecuentes son el miedo a la contaminación (con lavados frecuentes de
manos o evitación de objetos “contaminados”), la obsesión de la duda (realizando conductas de
comprobación), la necesidad de simetría o precisión. No es raro que los pacientes mantengan por
años los síntomas en secreto, a veces surge la sospecha diagnóstica a partir de ciertos signos
clínicos, como manos agrietadas por lavado excesivo o lesiones en la boca por el cepillado
Los criterios del DSM 5 para definir el desorden obsesivo-compulsivo son: 1) la presencia de
obsesiones, compulsiones o ambas, en algún momento del trastorno, con reconocimiento de que
esas obsesiones resultan intrusas o no deseadas; 2) las obsesiones o compulsiones provocan un
malestar clínicamente significativo, representan una pérdida de tiempo (suponen más de una hora
por día) o interfieren marcadamente con la rutina del individuo, sus relaciones laborales o su vida
social; 3) el trastorno no se debe a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (drogas) o a
una enfermedad médica; 4) la alteración no se explica mejor por los síntomas de otro trastorno
(por ejemplo el comportamiento alimentario ritualizado de un individuo con diagnóstico de un
trastorno de la conducta alimentaria; las preocupaciones excesivas como las que aparecen en los
trastornos de ansiedad generalizada, las rumiaciones de culpa atribuibles a un trastorno depresivo
mayor, la preocupación por la apariencia vinculada a un trastorno dismórfico corporal, la
preocupaciones por padecer una enfermedad como en el trastorno de ansiedad por enfermedad).
Algunas personas que padecen trastorno obsesivo-complusivo pueden creer que sus creencias
probablemente son ciertas (poca introspección), muchas reconocen que probablemente no lo son
(introspección aceptable); y un mínimo porcentaje de pacientes manifiestan que están
completamente convencidos de que las creencias son ciertas (ausencia de introspección o
creencias delirantes).
El tratamiento debe ser instaurado por el especialista y se basa en el uso de ISRS o de un ATC,
como clomipramina y, eventualmente antipsicóticos. Es de utilidad la psicoterapia cognitivo-
conductual. El pronóstico es variable y los pacientes suelen requerir tratamientos muy
prolongados o de curso crónico.
Aunque este trastorno se ubicaba entre los trastornos de ansiedad, a partir del DSM 5 se lo define
como un trastorno separado, ubicado en el grupo Trastornos relacionados con trauma y factores
de estrés.
Su prevalencia varía del 1 al 14% en la población general. Ocurre en personas que han estado
expuestas a un evento severamente traumático como, por ejemplo, una guerra, una violación, un
accidente o un desastre natural. En estos pacientes, son muy frecuentes las comorbilidades:
alrededor del 80% padece depresión, trastornos de ansiedad y/o abuso de sustancias.
De acuerdo al DSM 5, los siguientes criterios hacen diagnóstico de trastorno por estrés
postraumático: a) amenaza o exposición real a muerte, a una lesión grave o a violencia sexual ya
sea por experiencia directa, presencia directa o conocimiento del suceso (afectó a un amigo o
familiar); también por exposición repetida a hechos traumáticos (por ejemplo, personal que asiste
en catástrofes o en hechos de violencia infantil); b) presencia de al menos uno de los siguientes
síntomas intrusivos luego del evento traumático: 1) recuerdos angustiosos recurrentes
involuntarios; 2) sueños angustiosos recurrentes relacionados con el trauma; 3) reacciones
disociativas (la persona siente o actúa como si se repitiese el hecho traumático); 4) malestar
intenso al exponerse a factores internos o externos que simbolizan el trauma y 5) reacciones
fisiológicas intensas a factores que simbolizan el evento traumático; c) evitación persistente de
estímulos asociados al trauma (por ejemplo evitación de recuerdos o de pensamientos vinculados
al suceso o evitación de estímulos externos que despierten recuerdos, pensamientos o emociones
asociados al evento); d) alteraciones negativas cognitivas y del estado de ánimo que comienzan
o empeoran luego del trauma, manifestadas por al menos dos de las siguientes características: 1)
incapacidad para recordar un aspecto importante del suceso, debido a amnesia disociativa y no a
otra causa; 2) creencias o expectativas negativas sobre sí mismo; 3) percepción distorsionada de
las causas o consecuencias del evento; 4) estado emocional negativo; 5) disminución
importante del interés o participación en
El tratamiento de este problema debe ser realizado por el especialista (psiquiatra) y debe estar
acompañado de una psicoterapia. El tratamiento de primera línea farmacológica es con ISRS con
la opción de asociar otros fármacos cuando no se logra el alivio buscado (a las seis a ocho
semanas). La duración total del tratamiento varía según cada caso.
En el abordaje de estos pacientes, es importante señalar dos puntos que se deben evitar. Por un
lado, y como fue destacado previamente, no hay que apurarse a indicar una BZD frente al paciente
ansioso, recordando que la comorbilidad del trastorno por estrés postraumático con abuso de
sustancias es alta. El segundo punto tiene que ver con el tipo de escucha. Con estos pacientes,
que han padecido un trauma, a veces muy reciente, se corre el riesgo de hacer muchas preguntas
acerca del hecho con el único fin de satisfacer la curiosidad sin que esto tenga una finalidad
terapéutica. Resulta contraproducente para los pacientes contar detalles de lo sucedido si esto no
es seguido de un espacio terapéutico adecuado.
ALGORITMO FINAL
NO
¿Tomó la medicación durante al menos Probar seis a ocho semanas con dosis
NO óptimas.
seis semanas?
SÍ
SÍ
SÍ NO
Utilizar un antidepresivo de otra
clase.
Mantener por lo menos seis meses
después de la mejoría inicial.
*La elección del antidepresivo depende de diversos factores: antecedentes del paciente, características
de la droga que puedan resultar de utilidad, experiencia del médico, etc.
MEP modificado de “Depresión, ansiedad e insomnio”, original de Marcela Botargues y Esteban Kuten.
Colaboración: Paula Chávez. Supervisión editorial Paula Carrete, Alejandrina Lo Sasso y Yamila
Mahumud. Servicio de Medicina Familiar y Comunitaria del Hospital Italiano de Buenos Aires
Algoritmo de manejo de los pacientes con ansiedad
SÍ
SÍ Tratamiento
Secundario a enfermedad
NO médica o a drogas
específico
NO
SÍ
Duran más de seis meses Trastorno por ansiedad
generalizada
ISRS. Betabloqueantes.
NO
BZD.
Social
Provocados por situación u objeto determinado SI Fobia
Específica BZD dos horas
antes de
exposición.
Psicoterapia.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
American Psychiatric Association: Practice Guideline for the Treatment of Patients with
Major Depressive Disorder, Third Edition, 2010
Hornstein L. Las depresiones, afectos y humores del vivir. Buenos Aires: Paidós, 2006.
(Psicología profunda).