A.G. Bajo La Puerta de Los Susurros
A.G. Bajo La Puerta de Los Susurros
A.G. Bajo La Puerta de Los Susurros
—Es que las cosas han sido muy difíciles últimamente —dijo
ella, como si él no hubiera hablado en absoluto—. Traté de
mantenerlo en secreto, sin embargo, tendría que haberlo
notado.
Ella palideció.
—Sra. Ryan…
Se sintió aliviado.
—Exactamente.
Su labio tembló.
Él se estremeció.
—Hablando de contratar...
Ella sollozó.
Él dijo:
—Está despedida.
Ella parpadeó.
—Yo... ¿qué?
***
[4] Antiácidos.
Capítulo 2
Su funeral fue poco concurrido. Wallace no se sentía
contento. Ni siquiera podía estar seguro de cómo había
acabado allí. En un momento, había estado contemplando
su cuerpo. Y luego parpadeó y se encontraba ante una
iglesia, cuyas puertas estaban abiertas mientras las
campanas repicaban. Desde luego, no le sirvió de nada ver
el destacado letrero que había en la fachada. Se leía:
‘CELEBRACIÓN DE LA VIDA DE WALLACE PRICE’. Si era
sincero consigo mismo, aquel cartel no le gustaba. No, no le
gustaba nada. Quizás alguien que estuviera dentro pudiera
explicarle qué diablos estaba ocurriendo.
Principalmente.
Bueno.
Naomi dijo:
El sacerdote asintió.
Wallace la miró.
La extraña se atragantó.
A no ser que…
Eso era.
Naomi suspiró.
Ella no lloró.
En cambio, estornudó.
Naomi lo ignoró.
El sacerdote asintió.
Wallace la miró.
Ella resopló.
—Estas muerto.
Y así fue como supo que esto no era real. ¿Un ataque al
corazón? Y una mierda. Nunca fumaba, se alimentaba lo
mejor que podía y hacía ejercicio cuando se acordaba. Su
último examen físico había terminado con el médico
diciéndole que si bien su presión arterial era un poco alta,
todo lo demás parecía estar en orden. No podía estar
muerto de un ataque al corazón. Eso no era posible. Se lo
dijo, seguro de que eso sería el final.
Se erizó.
Se erizó.
—Quiero que sepas que me fue bien con mi flaco... no. ¡No
me distraeré! Exijo que me digas lo que está pasando en
este mismo segundo .
—Está bien —dijo ella—. Así que no tienes miedo. Está bien.
De todos modos, es un momento difícil para cualquiera.
Necesitas ayuda para hacer la transición. Ahí es donde entro
yo. Estoy aquí para asegurarme de que dicha transición sea
lo más fluida posible. —Ella hizo una pausa. Entonces—: Eso
es todo. Creo que me acordé de decir todo. Tuve que
memorizar mucho para conseguir este trabajo, y podría
haber olvidado un detalle aquí y allá, pero esa es la esencia.
—Transición.
Mei asintió.
—¿A qué ?
Ella sonrió.
—Sí.
Ella le sonrió.
Ella asintió.
No pidió un deseo.
Él la miró fijamente.
Ella asintió.
Ella dijo:
—¿Un qué?
—Ay. Te gusto. Eso es dulce. —Ella rio—. Pero sólo soy una
Segadora, Wallace. Mi trabajo es asegurarme de que llegues
al barquero. Él se encargará del resto. Ya lo verás. Una vez
que lleguemos a él, todo irá sobre ruedas. Hugo tiende a
tener ese efecto en la gente. Él te explicará todo antes de
que cruces, cualquiera de esas molestas y persistentes
preguntas.
—Por supuesto.
Ella rio.
No, no lo estaba.
***
Ella por su parte no lo apuró. Permanecieron allí mientras el
cielo comenzaba a teñirse con tonos rosados y anaranjados
mientras el sol de marzo se ocultaba en el horizonte.
Estuvieron allí incluso cuando llegó la prometida
excavadora, que la mujer manejaba hábilmente con un
cigarrillo entre los dientes y el humo saliendo de su nariz. La
tumba se llenó más rápido de lo que Wallace esperaba. Las
primeras estrellas empezaban a aparecer cuando ella
terminó, aunque eran débiles debido a la contaminación
lumínica de la ciudad.
Miró a Mei.
Ella le sonrió.
Dijo:
Ella dijo:
—¿Y en la muerte?
Mei dijo:
Espera.
Mei lo miró.
No lo sabía bien.
Su padre dijo:
—¿Entiendes la muerte?
***
—Oh, lo sé. Es más fácil con los niños, si puedes creerlo. Los
adultos son los que suelen ser el problema.
CHARON'S CROSSING
TÉ Y PASTELES
—No lo entiendo.
Mei suspiró.
—¿Qué?
***
No sabía lo que esperaba después de leer el cartel. Nunca
había entrado en algo que pudiera llamarse una casa de té.
Había tomado su café matutino en el carrito frente al
edificio de oficinas. No era un hipster. No tenía un moño ni
un sentido irónico de la moda, ni siquiera su ropa actual. Las
gafas que solía llevar para leer eran, aunque caras,
utilitarias. No pertenecía a algo que pudiera describirse
como una casa de té. Qué idea más absurda.
¿Y... adobe?
—¿Cómo lo sabes?
La miró fijamente.
—¿Pero?
La miró boquiabierto.
—¿Vives aquí?
Wallace palideció.
—Ah, sí, pero esta noche es diferente. Así es como van las
cosas. ¿Listo?
—Claro que no. Pero sólo hay una manera de arreglar eso,
¿no?
Ella se rió.
No le decepcionó.
—¿Qué?
El hombre dijo:
Wallace lo apartó.
Hugo asintió.
Dijo:
El hombre dijo:
Wallace parpadeó.
El hombre asintió.
—¿Qué?
Hugo asintió.
Wallace se erizó.
—Mira, Hugo, Mei dijo que podías ayudarme. Dijo que tenía
que traerme a ti porque eres el barquero, y se supone que
debes hacer... algo. Admito que no estaba prestando
atención a esa parte, pero ese no es el punto. No sé qué
tipo de fraude estás llevando a cabo aquí, y no sé quién te
ha metido en esto, pero realmente preferiría no estar
muerto si es posible. Tengo demasiado trabajo que hacer, y
esto ha sido un terrible inconveniente. Tengo clientes. Tengo
un informe para el final de la semana que no puede
retrasarse. —Se quejó, con la mente acelerada—. Y tengo
que estar en el juzgado el viernes para una vista a la que no
puedo faltar. ¿Sabes quién soy? Porque si lo sabes, entonces
sabes que no tengo tiempo para esto. Tengo
responsabilidades, sí, responsabilidades extremadamente
importantes que no pueden ser ignoradas.
Mei suspiró.
Hugo resopló.
—Está bien.
Wallace se relajó.
Wallace lo hizo.
Hugo suspiró.
Hugo asintió.
—Soy un idiota.
—Y estoy muerto.
—Y estoy muerto.
—¿Qué?
El hombre lo miró.
—¿Sí?
—Estás muerto.
Hugo le sonrió.
Sólida.
Hugo asintió.
—No.
Estaba en su casa.
Parpadeó lentamente.
Volvió a parpadear.
Dijo:
Hugo dijo:
—Tienes preguntas.
—¿No lo sabes?
Mei se rió.
—Es verdad.
—Por exceso.
Hugo dijo:
—Estás de pie.
—¿Qué?
—Sí.
—¿Por qué?
Hugo lo miró.
Por cada paso que Hugo daba hacia él, Wallace daba un
paso atrás en respuesta. Nelson se asomó al borde de la
silla, con una mano apoyada en la parte superior de la
cabeza de Apollo. La cola del perro se movía al compás de
un silencioso metrónomo.
[1] Caronte es una figura de la mitología griega: es el barquero que lleva las
almas de los muertos al Hades, donde serán juzgadas para decidir su lugar de
descanso. Los griegos creían que los muertos necesitaban una moneda para
pagar a Caronte por sus servicios, así que les ponían una en la boca a los
difuntos. En inglés Caronte se escribe Charon y la casa de té se llama Charon's
Crossing como algo burlón.
Agarró el picaporte.
Su mano la atravesó.
Mei dijo:
No se abrieron.
Nada.
Gritó:
Al menos lo intentó.
No funcionó.
Él podía verla.
Lo que significaba...
Atravesó la nevera.
Mei suspiró.
***
Nelson suspiró.
—Wallace.
—La gasolinera.
Nelson suspiró.
—Eso no es...
—Lo estoy.
—Y tú estás muerto.
Nelson resopló.
—No quería...
Nelson se rió.
Hugo suspiró.
—Abuelo.
—Abuelo.
—Abuelo.
—¿Eh? —dijo Nelson, ahuecando su oído—. No puedo oírte.
Debo estar quedándome sordo. Qué pena me da. Como si
mi vida no fuera ya lo suficientemente dura. Nadie debería
hablarme durante el resto de la noche para que pueda
recuperarme.
Nelson resopló.
Hugo se rió.
—Un poco más que eso. Esta fue una de mis primeras.
Cumple diez años la semana que viene.
Wallace parpadeó.
—¿Cómo es eso?
Hugo dijo:
Hugo sonrió.
Hugo suspiró.
Se encogió de hombros.
—Lo sé. Pero es sólo un té. Nada para ponerse tan nervioso.
No lo hizo.
—Kübler-Ross[1].
—¿Qué?
—No.
—No lo fue.
Hugo le ignoró.
Hugo dijo:
—¿De acuerdo?
—Son plantas.
—Estás loco.
—¿No te molesta?
—Es cierto.
Wallace le siguió.
—¿Por qué?
—Ya lo hice.
—¿Qué dijo?
—¿Y Apollo?
—No lo sé.
Wallace parpadeó.
—¿Qué?
Wallace balbuceó.
—¿Qué no lo es?
Hugo sonrió.
—¿Vienes?
***
—¿Tu habitación?
Wallace se estremeció.
—¿Qué?
—Claro.
—Mei.
—Y’voy.
—Mei.
—Neslahra
Él asintió.
—Bien. —Se dio la vuelta y atravesó la pared para salir de
su habitación.
***
***
Al menos lo intentó.
—Aceptación.
—¿Qué?
Wallace se burló.
—Ven aquí.
Wallace lo hizo.
—No.
—¿Qué?
—Que no podía ser real. Que tenía que haber algún error. Tal
vez sólo un sueño horrible.
Nelson suspiró.
Dijo:
—No lo sé.
—No quiero...
—Así es.
El estómago de Wallace se retorció extrañamente. No era
diferente al gancho que tenía en el pecho, aunque ardía
más.
—Ah —dijo Nelson—. Por supuesto que no. ¿De qué quieres
hablar?
—¿Por qué tenemos que hacer todo esto? —dijo Wallace con
desgana—. No tiene sentido.
—Oh, amigo —dijo Mei—. Todavía es muy temprano para
tener que lidiar con tu angustia existencial. Al menos deja
que me despeje más antes de tener que aguantar
semejante cagada.
Hugo sonrió.
—¿Qué es esto?
—Sígueme el juego.
Hugo asintió.
Wallace dijo:
Hugo se rió.
Al final, se levantó.
***
Wallace le ignoró.
Nelson se lució.
—Eso es.
—Sí, ya lo veo.
—¿Qué? ¿Funcionó?
Nelson resopló.
Hugo suspiró.
—No lo harás. El abuelo te está tomando el pelo. Deberías
haber visto la primera vez que consiguió cambiarse de ropa.
Acabó llevando un disfraz completo de conejo de Pascua.
—¡Cámbiame!
—Wallace, mírame.
Hugo asintió.
Hugo sonrió.
—No, supongo que no soy yo. No está tan mal, creo. Tienes
las piernas para hacerlo.
Lo hizo.
—Supongo.
Hugo asintió.
Nelson se rió.
—No.
Wallace gimió.
***
No es que pudiera.
Nelson volvió a su silla frente a la chimenea. Wallace se dio
cuenta de que nadie intentaba sentarse en la silla, aunque
no podían ver que estaba ocupada. Apollo se movía de
mesa en mesa, moviendo la cola a pesar de ser ignorado.
Wallace se burló.
—¿Acaso aquí nadie dice nada sustancial?
Mei suspiró.
Wallace asintió.
—Hugo tuvo otro Segador antes que yo. Había estado con él
desde que empezó como barquero. Hubo... complicaciones,
y no sólo relacionadas con Cameron. El Segador presionó
cuando no debía, y se cometieron errores. Yo no lo conocía,
pero escuché las historias. —Se apartó el flequillo de la
frente—. Estamos aquí para guiar, para ayudar a Hugo y a la
gente que traemos aquí. Pero su primer Segador olvidó eso.
Pensó que sabía más que Hugo. Y no terminó bien. El
Gerente tuvo que involucrarse.
Wallace había oído ese nombre antes. Nelson lo había
llamado un tipo desagradable.
—¿El Gerente?
Hugo lo miró.
—No te entiendo.
Hugo se rió.
—No me conoces.
—Sé que piensas eso —dijo Hugo—. Pero espero que te des
cuenta de que no tienes que pasar por esto solo. ¿Puedo
hacerte una pregunta?
—¿Que?
—Define bueno.
—Estás dudando.
Dijo:
—Yo viví.
—Eso podría ser lo más honesto que has dicho desde que
llegaste aquí. ¿Podrías ver eso? Estás progresando. Eso es
estupendo.
—Lo... siento.
Fue esclarecedor.
Todo ese trabajo, todo lo que había hecho, la vida que había
construido. ¿Había importado? ¿De qué había servido todo?
Se encogió de hombros.
—Me gustan más los muertos que los vivos. Los muertos no
suelen preocuparse por las pequeñas molestias de la vida.
Hablando de eso.
—¿Qué?
Mei jadeó.
—Como, totalmente.
—¡Oye!
Ella se relajó.
Él frunció el ceño.
Ella resopló.
Parpadeó, confundido.
—¿Bien?
Ella asintió.
—Tal vez sea sólo yo, pero creo que me sentiría aliviada al
descubrir que hay cosas que desconozco. No puede ser
saludable lo contrario, ¿sabes?
—Obviamente —dijo débilmente—. Me he muerto.
—El reloj.
—¿El reloj?
Parecía impresionada.
Parpadeó.
—Oh. Yo... supongo que lo es. No tienes que decir nada si no
quieres.
Él asintió.
—Yo soy algo así —dijo ella—. Excepto que para los
fantasmas, no para los bichos, y no los frio cuando se
acercan. Se sienten atraídos por algo en mí. Cuando
empecé a verlos, no sabía cómo hacer que pararan. No fue
hasta que...
—¿Hasta qué?
Se sobresaltó.
Lo hizo.
***
—¡Qué buen chico! Ah, ya está —El fuego fue creciendo, con
las llamas brillantes—. Siempre se ha dicho que tener un
buen fuego y una buena compañía es todo lo que una
persona necesita.
Nelson resopló.
Wallace se acercó.
—Eso es maravilloso.
Wallace parpadeó.
—¿Lo es?
Hugo sonrió.
Nelson lo miró.
—¿Tienes hambre?
—No.
—Y no podemos dormir.
—Nada de eso.
Wallace gimió.
—Eso no es gracioso.
—Realmente no...
—Los arándanos[2].
—No me importa.
Silencio.
—Huh —dijo Nelson—. ¿Nada? ¿En serio? Ese fue uno de mis
mejores chistes. —Frunció el ceño—. Supongo que puedo
sacar la artillería pesada, si crees que eso ayudará. ¿Qué
hace un fantasma para estar seguro en un coche? Se pone
un cinturón de sábanas.
—Estar aquí.
—¿Por qué?
Y Wallace dijo:
—¿Esto?
—Ya veo.
Nelson sonrió.
—No lo haré.
—¿Qué?
—Pequeñas cosas. Le quito el bolígrafo de la mano o le
muevo la silla cuando intenta sentarse.
Dijo:
Hugo sonrió.
***
—Supongo.
Hugo se rió.
—Exactamente.
Wallace lo hizo.
—¿Qué ves?
—El cielo.
—¿Qué más?
Wallace lo miró.
Fracasó miserablemente.
Hugo asintió.
—Vaya.
—Sí —dijo Hugo—. Eso fue... algo más. Cogió a mis padres
por las manos, y exigí saber quién era y qué demonios
estaba haciendo en nuestra casa. Nunca olvidaré la
expresión de asombro en su cara. Se suponía que no podía
verlo.
—¿Cómo lo hiciste?
—Jesús.
Hugo asintió.
Wallace no lo sabía.
Hugo pareció dejarlo pasar.
Volvió la sonrisa.
Wallace gimió.
—Pues yo lo odio.
Hugo asintió.
Hugo parpadeó.
Hugo le sonrió.
Wallace se burló.
—Imbécil.
—Estuviste casado.
Wallace suspiró.
—¿Antes?
—¿Qué?
Wallace lo hizo.
Era un comienzo.
Y le aterrorizó.
—¿Qué más?
—Sin expectativas.
—¿Y?
—Y no puedo forzarlo.
Alcanzó la silla.
Su mano la atravesó.
Y oh, eso lo enfureció. Gruñó contra ella, golpeándola una y
otra vez, su mano siempre atravesando la madera como si
ella (o él) no estuvieran allí. Con un grito, le dio una patada
que, por supuesto, hizo que su pie atravesara también la
silla. El impulso llevó su pierna hacia arriba y se tambaleó
hacia atrás antes de caer al suelo. Parpadeó hacia el techo.
Dijo:
Wallace se levantó.
—¡Lo hice!
Lo hizo.
—¿Qué demonios?
—Huh —dijo.
Hugo sonrió.
Hugo suspiró.
***
***
Ella asintió.
—Gracias, Mei.
—Hola —dijo.
***
Wallace dijo:
No aparecieron.
La sudadera ya no estaba.
Ah, los botines seguían ahí, así que podía dar las gracias por
los pequeños favores, pero ahora llevaba un traje de licra
que no dejaba absolutamente nada a la imaginación. Para
colmo, no se trataba de un traje de licra normal y corriente;
no, como la vida posterior de Wallace era aparentemente
una farsa, el traje llevaba impresa la silueta de un
esqueleto, como si fuera un disfraz de Halloween, aunque
estuviéramos a finales de marzo.
Nelson suspiró.
***
—¿Qué?
Nelson resopló.
Wallace parpadeó.
Nelson se rió.
—¿Están ayudando?
—¿Sentir qué?
Mei no lo tenía.
—Mutilamos, entonces.
—Eso es. Esa será mi defensa. Estoy tan loca que no sabía
lo que hacía cuando puse arsénico en su té.
Hugo parpadeó.
Hugo suspiró.
Hugo se desinfló.
No ocurrió nada.
—Tómense su tiempo.
Nada.
—Esta vez no. ¿Hay algo más que pueda ofrecerle, Srta.
Tripplethorne?
—Oh, lo hay —dijo ella—. Pero los niños ven mis vídeos y no
quiero corromper sus preciosas mentes.
Wallace resopló.
Hugo lo miró.
—¿Qué ha pasado?
Hugo palideció.
—La.
—La.
Wallace se detuvo.
—D —susurró—. E. S. D. E. M. O. N...
Sus ojos ardían. No sabía por qué. Pero hizo lo que ella le
pedía. Apretó tan fuerte como pudo.
—Hola.
—Hola, Hugo.
—¿Todo bien?
Hugo dijo:
—Estás pensando en pedir disculpas, ¿verdad?
Wallace suspiró.
—¿No?
—Hiciste lo correcto.
—Le dije a una mujer que yo era Satanás y que iba a hacer
canibalismo con su buzo. —Hizo una mueca—. Eso no es
algo que jamás pensé que diría en voz alta.
—De acuerdo.
—Sí.
—Porque podía.
—¿Eso es todo?
Wallace suspiró.
—Wallace.
Gimió.
—Sí.
—Ella te lo contó.
—Sí. lo hizo. No le desearía eso a nadie. No puedo ni
imaginar lo que sería no tener a nadie que te escuche
cuando estás... —Se detuvo, recordando cómo había pedido
a gritos que alguien lo escuchara después de desvanecerse
en su oficina. Cómo había intentado que alguien, cualquier
persona, le viera. Se había sentido invisible—. No está bien.
—¿Por qué?
Luchó por encontrar algo que decir, algo que los distrajera a
ambos.
—Tal vez todo eso —dijo Wallace—. O tal vez nada de eso.
Dijiste que no sabes lo que hay al otro lado de esa puerta,
aunque ves las miradas de sus caras cuando cruzan. ¿Cómo
sabes que no hay ni cielo ni infierno? ¿Qué pasa si atravieso
esa puerta y me juzgan por todo el mal que he hecho y
supera todo lo demás? ¿Merecería estar en el mismo lugar
que alguien que dedicó su vida a... lo que sea? Como, no sé.
Una monja, o algo así.
Wallace suspiró.
Hugo dijo:
Sacudió la cabeza.
—Yo no...
—Té de menta —dijo Hugo—. Era tan fuerte, más fuerte que
casi cualquier té que haya preparado antes para alguien
como tú. No estabas enfadado. Estabas asustado y
actuabas como si estuvieras enfadado. Hay una diferencia.
—¿Cómo se llamaba?
—Lea.
—Es bonito.
—A su madre.
Hugo dijo:
—Oh, no.
—¿Qué es él?
—No —dijo Hugo, con la voz más fría que Wallace había oído
nunca—. No lo hice. Porque aunque se supone que un
Segador debe ayudar a un barquero, no le corresponde
obligar a una persona a algo para lo que no está preparada.
Hay orden, sí; el Gerente se nutre de él, pero también sabe
que estas cosas llevan su tiempo. En un momento, el
Segador estaba a mi lado, suplicando que lo escucharan, y
lo único que podía pensar era que sonaba igual que Lea. Y
luego se fue. Simplemente... desapareció de la existencia. El
Gerente ni siquiera movió un dedo. Yo estaba sorprendido.
Horrorizado. Y la culpa que sentí entonces, Wallace. Fue
abrumadora. Yo había hecho esto. Fue mi culpa.
—¿Recibió su merecido?
Wallace palideció.
—Yo...
—El Gerente dijo que lo hizo. Dijo que era lo mejor. Que la
muerte es un proceso, y que cualquier cosa que perjudique
ese proceso sólo es un perjuicio.
—Pero lo hiciste.
—¿A qué?
—¿Lo estoy?
—Sí.
Wallace resopló.
—¿Por qué?
—Encajo.
***
—Eso no me gustaría.
—¿Cómo eras?
—¿Qué lo es?
Sacudió la cabeza.
***
Se dio la vuelta...
—¿La habitación?
—¿Intentaste detenerlo?
—¿A quién?
Nelson suspiró.
—Él te lo dijo.
—Sí.
—Lo hice —dijo Nelson, pero sonó lejano, como si una gran
distancia los separara. Un sueño, los bordes nebulosos
alrededor de una fina membrana—. Lo intenté con todas mis
fuerzas. Pero no fui lo suficientemente fuerte. El Segador,
él... no quiso escuchar. Hice todo lo que pude. Hugo también
lo hizo.
—¿Lo era?
Siguió adelante.
Miró a su alrededor.
—Yo no... ¿Dónde está?
No era así.
Era sólo una puerta. En el techo, sí, pero seguía siendo sólo
una puerta. Era de madera, el marco alrededor pintado de
blanco. El pomo de la puerta era un cristal transparente con
un centro verde en forma de hoja de té. Los susurros que le
habían seguido por las escaleras habían desaparecido. El
insistente tirón del gancho en su pecho había disminuido.
Un silencio había caído en la casa alrededor de ellos como si
contuviera su propia respiración.
Dijo:
—¿Puedes sentirlo?
¿Qué?
—¿Estás bien?
[1] Cáscara.
—¿Estás bien?
—Sí, lo tenía.
—Así es.
—¿Importa?
—Sí.
—¿Por qué?
Hugo sonrió.
Wallace se resistió.
Wallace le ignoró.
Wallace resopló.
Hugo suspiró.
—Abuelo.
—No lo creo.
—Deberías.
Sonrió a Wallace.
***
Wallace parpadeó.
—¿Qué?
—A tu mujer.
Quería decir que sí, que había hecho todo lo posible para
asegurarse de que Naomi supiera que era la persona más
importante de todo su mundo.
—No. No lo hice.
—¿Por qué crees que fue así? —No había censura en su voz,
ni juicio. Wallace estaba absurdamente agradecido por ello.
—¿Lo hace? —Pensó que Hugo era del tipo que siempre
sonreía.
Wallace susurró:
—No que yo sepa. Es... no del todo mágico, creo. Más bien
una ilusión que otra cosa.
Hugo se rió.
—Fuiste fácil. Más fácil que casi todos los que había tenido
antes.
—¿Hierba?
Wallace suspiró.
—Una de esas cosas en las que dices una cosa, pero quieres
decir otra.
Hugo sonrió.
—Es tu segundo.
Invitado de honor.
Wallace tragó grueso mientras tomaba la taza de Hugo. No
se le escapaba que aquello era lo más cerca que podían
estar de tocarse. Sintió la mirada de Hugo mientras ambos
sostenían la taza más tiempo del necesario. Finalmente,
Hugo soltó la mano.
Hugo se rió.
Hugo dudó.
—¿Difícil?
Y Hugo dijo:
—Hola.
El hombre se estremeció.
—Hola. He oído cosas sobre ti. —Su voz era más ligera de lo
que Wallace pensó, aunque llevaba un trasfondo palpable
de algo más oscuro, más pesado.
—Lo es.
—¿Es tuya?
—Sí.
—¿Quiénes son?
El hombre dijo:
—¿Sabes mi nombre?
—Alan Flynn.
Hugo asintió. —
—¿Por qué?
—Sí.
—Sí.
—No puedes irte —dijo Mei. Dio un paso hacia él, pero Hugo
la retuvo. Espera, le dijo con la boca. Ella suspiró, con los
hombros caídos.
—Sí.
Alan trató de volcar las mesas, las sillas, todo lo que pudiera
agarrar. Se enfadó aún más cuando las sillas apenas se
movieron y las mesas no se movieron en absoluto. Les dio
patadas, pero fue inútil. Se paseó por la sala. Apollo gruñó
cuando se acercó demasiado a ellos. Wallace se puso
rápidamente en pie, interponiéndose entre Nelson y Alan,
pero éste los ignoró, con los ojos encendidos mientras
intentaba destruir todo lo que podía en vano.
***
Ella suspiró.
—Puedo manejarlo.
—¿Lo sabías?
—¿Saber qué?
Wallace se burló.
—Orden. Me estás diciendo que ese hombre es parte de un
orden. Ese hombre que sufrió y nadie se detuvo a ayudarlo.
Eso es en lo que crees. Esa es tu fe. Ese es tu orden.
Suspiró cansado.
Wallace se desinfló.
Subió y bajó por las hileras del jardín, dejando que sus
dedos pasaran suavemente por la parte superior de las
plantas, con cuidado de evitar las delicadas hojas. Miró más
allá, hacia el bosque. Se preguntó hasta dónde podría llegar
antes de que su piel empezara a escamarse. ¿Qué sentiría
al ceder? ¿Dejarse llevar? Debería haberle asustado más de
lo que lo hizo. Por lo que había visto, estaba vacío y oscuro,
una cáscara hueca de una vida vivida en otro tiempo.
Movimiento, a su derecha.
Wallace susurró:
El hombre dijo:
—¿A qué viene esa sonrisa?
Y Cameron dijo:
Fue hacia el final del tercer año cuando Zach dijo: —No me
siento bien. —Intentó sonreír, pero se convirtió en una
mueca. Y entonces sus ojos rodaron hacia atrás en su
cabeza, y se derrumbó.
Wallace dijo:
Era de Wallace.
Dijo:
Y Cameron dijo:
Hugo suspiró.
Ella suspiró.
—Déjalo ya.
—¿Qué?
***
Wallace le creyó.
Wallace parpadeó.
—¿Gracias?
—¿En serio?
—Sí.
—Bien.
Hugo parpadeó.
—No que yo haya oído. Son raros. —Su boca adoptó un giro
amargo—. Al menos eso es lo que me dijo el Gerente.
—Uh. ¿No?
—¿Por qué?
Wallace balbuceó.
—Vaya —dijo Mei—. Estoy tan contenta de haber corrido
hasta aquí para esto. —Golpeó los dedos contra la palma de
la mano. Una pequeña luz estalló antes de desvanecerse
tan rápidamente como había llegado—. ¿Alguna razón
específica?
***
—¿Y si no lo hace?
—¿Quién fue?
Nelson se rió.
—Nadie me escucharía.
***
—¿Qué?
Wallace parpadeó.
—Pero...
***
Mei resopló.
Hugo gimió.
Mei se rió.
—¿Cómo te fue?
—Anduvo bien.
—El Gerente.
—Sí.
—No te gusta.
—Hugo.
No lo hizo.
Dijo:
Hugo diría:
Y Wallace respondería:
Hugo reiría.
—¿Qué?
Nelson suspiró.
***
—Está perdida.
Hugo dijo:
Fin.
Excepto que Alan gritó:
—¡Nancy!
—Sí —jadeó Alan—. Sí. Estoy aquí. Dios mío, estoy aquí.
Escúchame, tienes que...
Wallace no pensó.
Un momento, era una planta de té, inmóvil. Al siguiente,
estaba de nuevo frente a Alan, con la mano sobre su boca y
los dientes rozando su palma.
—Basta —siseó.
Hugo dijo:
***
¿Acaso importaba?
Se interrumpió, asustado.
No.
¿Verdad?
Esperó.
—¿Tu esposa?
—¿Qué?
—Eso es...
—¿Vago?
Hugo resopló.
—Supongo.
Hugo abrió los ojos de nuevo. Estaban más claros que antes.
Wallace parpadeó.
—Asegurarme de que...
—¿Cómo?
—Alan.
Wallace se sobresaltó.
—Ah. Gracias.
—Te subestimas.
—O conozco mis límites —replicó Wallace—. De lo que soy
capaz, aunque debería haber cuestionado algunas de las
decisiones que tomé. —Hizo una pausa—. Vale, quizá
muchas de las decisiones que tomé.
—Tienes fe en mí.
—¿Sí?
Y Hugo dijo:
***
—¿Quién es?
Hugo suspiró.
—Abuelo.
—Él es peor.
Mei jadeó.
—¿Qué?
Nelson le dio una palmadita en el hombro.
Harvey dijo:
—Alan, no.
Alan dijo:
—Realmente no debiste...
Y entonces se detuvo.
Wallace parpadeó.
No lo hizo.
No se movía.
Nadie le respondió.
Se había detenido.
El gancho. El cable.
Estaban muertos.
No era un truco.
Era real.
Y estaba aquí.
Wallace dijo:
Dijo:
Un niño.
Estaba solo.
Una.
Dos.
Tres veces.
—No te creo.
La puerta se abrió.
—Eres el Gerente.
El chico asintió.
—¿Perdón?
Wallace dijo:
—No lo sé.
El chico asintió.
—Lo sé.
—Es distinto.
—¿Perdón?
—Grosero.
Wallace palideció.
—Yo...
—Sí.
—¿Vienes, Wallace?
—¿Adónde lo llevas?
Siguió al Gerente.
—¿Por qué?
El chico se rió.
—Sí.
El chico suspiró.
El Gerente se rió.
—Yo...
—¿Qué?
—Pero...
—¿Y si me niego?
Y luego desapareció.
—Ha cruzado.
—Por supuesto.
***
***
Siete días.
No lo sabía.
***
—¿Qué?
—Nada.
Ella no le creyó.
—¿Qué pasa?
Ella dudó.
***
Wallace parpadeó.
—Fuera.
Al final, no lo hizo.
—¿Qué?
Hugo no le miró.
—Tu turno.
—¿Confías en mí?
Wallace se hundió.
Hugo dijo:
***
Fue Hugo.
El Gerente no vino.
Wallace asintió.
—¿Qué?
—¿Acaso importa?
—Pero...
Ella lloriqueó.
Nelson dijo:
—¿Qué?
—Lo soy.
—Todo.
***
Lo aceptó.
Y entonces lo supo.
***
Se encogió de hombros.
Mei se desinfló.
—¿Por qué?
—Porque tú importas.
—¿Soy importante?
Él gimió.
—Cállate.
Él se rió.
***
—Pero...
—No.
***
Nelson le sonrió.
—¿Eso crees?
Lo hacía.
—Ojalá...
Desdemona parpadeó.
—¿Perdón?
Desdemona le sonrió.
Sacudió la cabeza.
Hugo no respondió.
—¿Qué?
—¡Nancy!
—¡Nancy!
GORRIÓN.
Nancy se estremeció.
—¿Qué?
—Sí.
—No fui yo. Pero fue alguien muy importante para mí. Y
puedes creer cada una de las palabras escritas.
Él asintió.
—Eso es...
—¿Qué eres?
—¿Eso es todo?
Nelson se rió.
Nelson no respondió.
***
—Oh, Dios mío —dijo Mei—. Que Hugo nunca te oiga decir
eso. No, ¿sabes qué? He cambiado de opinión. Díselo, pero
asegúrate de que yo esté allí cuando lo hagas. Quiero ver la
expresión de su cara.
***
Ella no lo hizo.
—¿Hola?
Hugo dijo:
Naomi se rió.
—Sí.
Se estaba irritando.
Hugo dijo:
—Me habló del día de tu boda. Dijo que nunca había habido
nadie más hermoso que tú en ese momento. Era feliz. Y
aunque las cosas cambiaron, nunca olvidó la forma en que
le sonreías en aquella pequeña iglesia. —Se rió en voz baja
—. Dijo que le entró el pánico justo antes de la ceremonia.
Tuviste que hablar con él a través de una puerta para
intentar que se calmara.
Silencio. Luego:
—Pero no lo hizo.
Naomi lloriqueó.
Hugo se rió.
—Sí.
—Sí.
—Así fue.
—Sí.
Ella no respondió.
—Así es.
—No lo sabía.
—Lo hizo, ¿no es así? Para bien o para mal, lo estaba. Hugo,
no sé quién eres. No sé cómo conociste a Wallace, y no creo
ni por un minuto que fuera por el té. Lo... siento. Por tu
pérdida. Gracias, pero por favor no me vuelvas a llamar.
Estoy lista para seguir adelante. He seguido adelante. No sé
qué más decir.
—No necesitas decir nada más —dijo Hugo—. Te agradezco
tu tiempo.
Wallace se rompió.
Parecía alarmada.
—Lo sé. Pero no iré muy lejos. Sé lo que duré la primera vez.
Puedo soportarlo.
Mei parpadeó.
***
Hugo escuchó las explicaciones de Wallace. No respondió de
inmediato y Wallace pensó que iba a negarse. Finalmente,
dijo:
—¿Estás seguro?
Wallace asintió.
—Es peligroso.
Hugo suspiró.
—Sí.
***
—Lo sé.
—Lo haré.
No lo hizo.
Hugo siguió.
—¿Buen hombre?
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
La puesta de sol era brillante. Deseó haberse tomado más
tiempo para volver la cara hacia el cielo.
—Eso espero.
***
Cameron.
—Muéstrame —susurró.
Y así lo hizo Cameron.
Intentó sonreír.
No lo consiguió.
Daño cerebral.
Daño cerebral.
Daño cerebral.
Cameron dijo:
Todos lloraron.
Cameron no lo hizo.
Dijeron:
Dijeron:
Decían:
Y finalmente, dijeron:
No lo estuvo.
Duró cuatro meses.
No le dolió, de verdad.
Fin.
No.
Cameron lo rechazó.
—Lo siento —le dijo Hugo—. Por todo lo que has perdido.
El Segador resopló.
Su piel se descamó.
***
QUERIDOS AMIGOS:
Charon's Crossing permanecerá cerrado durante los
próximos dos días debido a unas pequeñas
reformas.
ESPERAMOS VOLVER A SERVIRLES CUANDO
VOLVAMOS A ABRIR.
HUGO Y MEI
***
Cameron suspiró.
Cameron lo miró.
—Que hay que dejarse llevar, por mucho miedo que dé.
—Sí. —Lo dijo con una fiereza tan tangible que Wallace pudo
saborearlo en el fondo de su garganta, los restos de un
fuego que ardía y chispeaba.
Cameron lloriqueó.
—¿Tú crees?
***
Ella dudó.
—Wallace.
—Te tengo.
Él le sonrió.
***
—¿Qué?
Cameron parpadeó.
—Está listo.
—Oh. Eso es... —Miró a Hugo con los ojos muy abiertos—.
Conozco ese olor. Nosotros... teníamos un naranjo. En
nuestro patio trasero. Era... a Zach le gustaba acostarse
debajo de él y mirar la luz del sol a través de las ramas. —
Cerró los ojos mientras su garganta trabajaba—. Huele a
hogar.
Hugo asintió.
Excepto que...
Wallace sonrió.
***
—Va a cruzar.
—¿Ya?
Hugo asintió.
—Y quiere esto.
—Sí. Le dije que no había prisa, pero no quiso ni oírlo. Piensa
que ha perdido demasiado tiempo. Quiere ir a casa.
Wallace se rió.
—¿Qué?
—¿Qué?
—¿Estás listo?
—¿Para qué?
—Para mí.
Wallace se rió.
—Por supuesto.
—¿Eso crees?
Asintió.
Hugo dijo:
—¿Qué no es fácil?
—¿Pero?
Wallace dijo:
—Yo...
—Hola.
Wallace dijo:
—Hola, Hugo.
Hugo dijo:
—Me haces cuestionar las cosas. Por qué tiene que ser así.
Mi lugar en este mundo. Me haces desear cosas que no
puedo tener.
Wallace resopló.
—Quizá no indignado.
—¿Lo hiciste?
—Sí.
—Sí, quiero.
—Lo haces —aceptó Hugo—. Siéntate un rato, dices. Toma
una taza de té conmigo.
—¿Lo harás?
—Soy Wallace.
Hugo dijo:
—Puedes hacerlo.
—¿Puedo?
—¿Lo harás?
Hugo se rió.
Y Wallace dijo:
—Y luego tengo una más. Y luego otra. Y luego otra. ¿En qué
me convierte eso?
—¿Hugo?
—¿Sí?
—No me olvides. Por favor, no me olvides.
Lo tenían.
No lo tenían.
Asintió.
Zach.
—Lo hará.
—Me gritará.
—¿De verdad?
***
Abrazó a Nelson.
Dijo:
—¿Dolerá?
—¿Lo harás?
Al tercer piso.
Al cuarto piso.
Se detuvieron en el rellano.
Las flores talladas en la madera de la puerta florecieron en
el techo sobre ellos.
—¿Hugo?
—Estoy aquí.
La luz se desvaneció.
***
***
Tomaron el té como si fuera cualquier otro día, la mañana se
convirtió en tarde mientras fingían que nada cambiaba.
Wallace dijo:
Nelson suspiró.
Ella se rió.
La abrió.
—¿Es así? ¿Por qué no? Ella era, en el mejor de los casos,
distante. Tus dos padres lo eran. Dime, Wallace, ¿qué harás
cuando los vuelvas a ver? ¿Qué dirás?
El chico asintió.
Y Hugo dijo:
—No. No lo haré.
Hugo cruzó las manos sobre la mesa frente a él, con las
yemas de los pulgares juntas.
—Me has mentido.
—Cameron.
—Sí.
—Atravesó la puerta.
—Porque le ayudamos.
—Le dejaste ser como era. Me dijiste que no había nada que
pudiéramos hacer.
El chico se burló.
—Tal vez, pero al final todo salió bien. La madre de Lea está
en el camino de la curación. Cameron se reencontró a sí
mismo y continuó su viaje hacia el inmenso y sagrado más
allá. No veo el problema aquí. Todo el mundo es feliz. —
Sonrió—. Deberías sentirte orgulloso de ti mismo. Aplausos
para todos. ¡Hurra! —Aplaudió.
—¿Perdón?
—¿Qué?
Y Wallace dijo:
—Me soltaré.
Hugo se alarmó.
Wallace dijo:
—Yo...
Pero no lo hizo.
Wallace sonrió.
—No, no creo que eso sea del todo cierto. ¿Y si...? ¿Sabes
qué? Me estoy cansando de tu...
—¿Mi qué?
Dos.
Tres.
—Hugo.
—¿Qué, Mei?
Ella susurró:
Hugo se atragantó:
—¿Estás...?
—Hola.
—Hola, Hugo.
—¿Esto es real?
—Creo que sí.
Finalmente, se separaron.
Wallace no dudó.
Miraron al Gerente.
Mei dijo:
—Un Segador.
El Gerente asintió.
Frunció el ceño.
Los colores del cuarto piso eran más nítidos. Podía ver las
vetas de las paredes, las grietas finitas del suelo. Alcanzó a
Hugo y su mano lo atravesó. Entró en pánico hasta que el
Gerente dijo:
—¿Lo sabías?
—Sí, sí. Estás vivo de nuevo. Qué maravilla para ti. —Tenía
un aspecto sombrío—. Esto no es algo que deba tomarse a
la ligera, Wallace. En toda la historia, sólo ha habido una
persona que ha sido devuelta a la vida de esa manera.
Hugo farfulló.
Wallace abrió los ojos. Hugo llenó su mundo hasta que fue
todo lo que pudo ver.
—¿De verdad?
Hugo asintió.
—Gracias —susurró.
No respondió.
***
Hugo le sonrió.
Worthington suspiró.
***
—Un día —le dijo— harás esto por tu cuenta. Tienes que
creer en ti mismo, amigo. Sé que yo lo hago.
Era más de lo que él esperaba. Nunca pensó en la muerte
hasta que murió. Y ahora que había regresado, a veces
luchaba con el panorama general, el sentido de todo. Pero
tenía a Mei, a Nelson y a Apollo para recurrir a ellos cuando
las cosas se volvían confusas. Y Hugo, por supuesto.
Siempre Hugo.
Desdemona la ignoró.
—Tengo un don.
No lo hicieron.
Siempre se quedaban.
Escuchaban.
Aprendían.
—¿Nelson? —susurró.
—Estás seguro.
—Lo estoy.
***
Hugo lo miró.
Dijo:
—Mei.
***
—¿Sí?
—Gracias.
—¿Por?
—Por todo.
Nelson se rió.
Y Hugo dijo:
—¿Están seguros?
Y así lo hicieron.
Al tercero.
Al cuarto.
—Mei. Mírame.
Ella lo hizo.
Wallace se atragantó.
Hugo dijo:
No lo hizo.
—¿Hugo?
Hugo le miró.
Nelson dijo:
Dijo:
—Estoy en casa.
***
—Hola.
—Sonaba...
—Libre.
—¿Lo estás?
Hugo se rió.
Wallace gimió.
La luz se derramó.
Se giraron.
—Cuéntame.
Fin
Agradecimientos
Bajo la puerta de los susurros es una historia
profundamente personal para mí; por lo tanto, fue muy
difícil de escribir. Me costó mucho terminarla, ya que me
obligó a explorar mi propio dolor por la pérdida de alguien a
quien quería mucho, más de lo que lo había hecho antes, al
menos fuera de la terapia. Hay una especie de catarsis en el
duelo, aunque no solemos verla en medio de esta
experiencia. No diré que escribir este libro me ayudó a
sanar, porque eso sería una mentira. En cambio, diré que
me hizo sentir un poco más esperanzado que antes, de
forma agridulce. Si vives lo suficiente como para aprender a
amar a alguien, conocerás el dolor en un momento u otro.
Así es como funciona el mundo.
TJ Klune
11 de abril de 2021
INTRODUCCIÓN A LA COSECHA
PARA MEI
Bienvenida, MEIYING. Has sido asignada para recoger
SERES HUMANOS. Si ha habido un error administrativo y
se supone que no debes recoger SERES HUMANOS, por
favor presenta una solicitud al Gerente para obtener los
materiales correctos. Dado que el tiempo es esencial, tu
solicitud será revisada con la máxima urgencia.
Actualmente, el tiempo de espera es de DOS AÑOS SIETE
MESES DIEZ DÍAS.
INTRODUCCIÓN A LA COSECHA
¡Felicidades! Si estás leyendo esto, has sido seleccionado
para uno de los puestos más honorables del universo
conocido: ¡Segador! Cosechar es tan antiguo como el
tiempo mismo porque donde hay vida, la muerte
seguramente seguirá. La mortalidad es un tema denso y
complicado, y aunque esta introducción no es exhaustiva,
las siguientes 7598 páginas le proporcionarán un resumen
de lo que requerirá su nuevo trabajo. Tenga en cuenta que
cada cultura en el PLANETA TIERRA tiene sus propios puntos de
vista y costumbres cuando se trata de la muerte, por lo que
es importante que un Segador tenga una comprensión clara
de lo que eso podría implicar. El programa de cosecha es
intensivo, pero tiene que serlo. Nunca hay un momento en
que un sujeto sea más vulnerable. Es importante que un
Segador sea amable, cortés y empático, al mismo tiempo
que recuerda que el Segador representa el Universo. Eres el
rostro de la muerte y debes actuar en consecuencia: con
profesionalismo y diplomacia. Comencemos, ¿de acuerdo?
SECCIÓN I
¿QUÉ ES UN SEGADOR?
Los segadores tienen una larga historia en el PLANETA TIERRA.
Remontándose a los primeros días de la HUMANIDAD, la
cosecha ha desempeñado un papel importante en el paso
del final de la vida al comienzo de la eternidad, y se ha
representado de muchas formas diferentes.
Responder
Eficientemente
Y con
Paciencia,
Empatía y
Respeto
Esto es, por supuesto, sólo un ejemplo. Dado que los HUMANOS
vienen en TODAS LAS FORMAS, TAMAÑOS Y COLORES, se le pedirá que
adapte cada experiencia de Queridos Difuntos (QD) para
que coincida con ese QD específico. Un tamaño no sirve
para todos en la vida o la muerte, y es importante que el
Segador pueda tomar decisiones en una fracción de
segundo en función del QD que se le asigna. Lo que sigue es
una lista de 927 puntos destinados a ayudarlo a tomar
dichas decisiones. Por favor, asegúrese de memorizar cada
uno. Serás probado. ¡Si te equivocas en uno, es posible que
te borren la mente antes de que te devuelvan al lugar de
donde viniste!
SECCIÓN DXLI
¡UH OH! TU QD ESTÁ MOLESTO. ¿AHORA
QUE?
Has recibido una nueva tarea. Has revisado el archivo junto
con tu barquero y han ideado un plan para recuperar tu QD
para comenzar el proceso de transición. Recordando lo que
significa ser un Segador: responder de manera eficiente y
con paciencia, empatía y respeto, viaja al lugar donde le
espera su QD.
¡Oh, no!
¡Creemos en ti!
El Gerente
cc: Universo