05 Lopezrodriguez
05 Lopezrodriguez
145
146 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos
en Hispania. Revista española de Historia, núm. 226 (mayo-agosto 2007), pp. 413-454; y Spe-
culum. Vidas y trabajos del Archivo de la Corona de Aragón, Valencia, Editorial Irta, 2008.
3 Esta es la postura adoptada en el folleto de Ramon Planes, Laureà Pagaroles y Pere
Puig, L’Arxiu de la Corona d’Aragó: Un nou perfil per a l’Arxiu Reial de Barcelona, Barcelona,
2003, que de algún modo se recogió en el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006, en
su disposición adicional decimotercera.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 147
*****
Las noticias referentes a la documentación de los reyes aragoneses y a su ar-
chivo comienzan a proliferar desde mediados del siglo XIII, con la ampliación
de los dominios de la Corona de Aragón. Consta la existencia de depósitos de
documentos reales en el monasterio de Sijena, en el de San Juan de la Peña, en
las casas de templarios u hospitalarios, y en el propio Palacio Real de Barcelona.
Aquí, en realidad, hasta el tiempo de Pedro el Grande parece que había un con-
junto caótico en el que se mezclaban las escrituras, el tesoro y las armas del rey,
además de los libros, que también se consideraban un tesoro. De este tesoro o
camera regia se encarga el camerarius (un cargo que es un desdoblamiento del
antiguo de reboster)5. Su existencia nos consta por una orden de 1286 dada por
Alfonso el Liberal a Pere de Sant Climent para localizar dos documentos que
sus embajadores debían llevar a Roma, de los cuales se tomaría traslado visado
por el arzobispo de Tarragona y cuyos originales debían devolverse a su lugar.
Estos documentos, que eran el testamento de Pedro el Grande y la donación en
vida de sus reinos a su hijo, se encontraban in domo repositi palacii nostri en una
caxia blancha en cuyo interior había quedam candelaria, cuyas llaves, de la caja
y de la candelaria, tenía el rey y las envía. Una vez sacados los traslados, deberá
devolver las llaves al reboster Pere de Tàrrega6.
Tras un largo proceso de acumulación de fondos documentales, finalmente
Jaime II ordenó, en 1318, que unas cámaras de ese Palacio Real de Barcelona,
las cuales había dejado libres la ampliación de la capilla palatina, fueran desti-
nadas a su archivo para que allí fuesen colocados «els registres, els privilegis e els
altres scrits de la sua cancelleria e dels altres fets de la sua cort». Lo situó en el
piso inferior, porque al mismo tiempo ordenó que en el piso superior se debía
construir otra cámara similar en la cual «fossen conservades e estoyades les sues
joyes d’aur e d’argent e les robes e els apparellaments de la sua cambra», que
constituyó el llamado archivo de las armas y ropas de la cámara real7.
Este decreto verbal, cumplido a rajatabla, se considera el acta de funda-
ción de nuestra institución. Allí pasó a conservarse la documentación que
hasta entonces se había ido acumulando, por disposición del monarca, en la
casa de la Orden del Hospital en Barcelona, donde durante los años prece-
dentes se habían concentrado a su vez fondos procedentes de diversos depó-
sitos, algunos ya mencionados: el del monasterio de Santa María de Sijena
(Huesca), el de San Juan de la Peña (Huesca), el de la casa del Temple en
Zaragoza, el del monasterio de Montearagón, el de Santes Creus, más los
existentes en otras casas de funcionarios, eclesiásticos y palacios reales disper-
sos por todos los reinos del rey de Aragón (como el de Calatayud). ¿Por qué
ocurrió así? Hasta que la recuperación del Derecho romano no culminó su
obra con plenitud (y eso sólo sucedió a lo largo del siglo XIV), la autoridad
del rey había dependido más de sus armas y sus castillos que de sus archivos.
Pero un monarca pobre y no demasiado poderoso como era el aragonés tuvo
la idea de desarrollar un sofisticado sistema de información. Jaime II era un
13 Ordenaciones fetes per lo molt alt Senyor En Pere terç rey Darago sobra lo regiment de tots los
officials de la sua Cort, Barcelona 1850: Colección de documentos inéditos del Archivo General
de la Corona de Aragón, publicada por P. de Bofarull, vol. 5.
14 J. Trenchs y A.M. Aragó, Las cancillerías de Aragón y Mallorca desde Jaime I a la muerte de
Juan II, en Folia Parisiensia. 1, Zaragoza, 1983, con abundante bibliografía; A. M. Aragó y J.
Trenchs, «Los registros de la cancillería de la Corona de Aragón (Jaime I y Pedro II) y los regis-
tros pontificios», en Annali della Scuola Speciali per Archivisti e Bibliotecari dell’Università di Roma,
152 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos
XII (1972), pp. 26-39; R.I. Burns, Societat i documentació en el regne croat de València, Valencia,
1988; J. Trenchs y R. Conde, «Registro y registración bajo Pedro el Grande», en XI Congresso
di Storia della Corona d’Aragona, Palermo, 1984, vol. IV, pp. 397-407; R. Conde y Delgado de
Molina, «Análisis de la tipología documental del siglo XIV: fuentes del Archivo de la Corona
de Aragón», en Cuadernos de Historia. Anexos de la revista Hispania, 8 (1977), pp. 47-69; F. Sevi-
llano Colom, «De la cancillería de la Corona de Aragón», en Homenaje a Martínez Ferrando,
Madrid, 1968, pp. 451-480; del mismo, «Apuntes para el estudio de la cancillería de Pedro IV el
Ceremonioso», en Anuario de Historia del Derecho Español, XX (1950), pp. 137-241.
15 Cfr. R. Conde, Reyes y archivos cit., de donde están sacadas las noticias que siguen.
16 C. López Rodríguez, «El Archivo Real de Barcelona en tiempos de Fernando I de Ante-
quera (1412-1416)», en Signo. Revista de la cultura escrita, 12 (2003), pp. 31-60.
17 Reales Órdenes de 1416, julio 20 (Barcelona); y de 1416, noviembre, 7 (Sant Boi de Llo-
bregat), para que el zalmedina de Zaragoza obligue a Juan de Tudela a entregar al archivero
unos registros del rey Fernando, en R. Conde, Reyes y archivos cit., pp. 254-255, docs. 54 y
55, respectivamente.
18 R. Conde, Reyes y archivos cit., docs. 270 y 271, p. 642.
19 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 272, pp. 643-644.
20 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 273, pp. 644-645; C. López Rodríguez, Patri-
monio regio y orígenes del maestre racional del reino de Valencia, con la reproducción del acta
de su fundación y la de creación del Archivo del Real (después General, hoy llamado del Reino),
promulgadas en las Cortes de 1419, Valencia, 1998.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 153
21 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 190, pp. 493-495; B. Canellas Anoz, «Del oficio
del Mestre Racional de la Cort en el Reino de Aragón (1420-145)», en Aragón en la Edad
Media, núm. 16 (2000), pp. 145-162.
22 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 56, pp. 255-256.
23 R. Conde, Reyes y archivos cit., docs. 191 y 192, pp. 495-496.
24 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 58, pp. 257-258; y del mismo autor, Las primeras
Ordenanzas cit.
25 Como escribano, a Pablo Nicolás se le encomendó durante el Interregno de 1410-12 el
proceso contra los asesinos del arzobispo de Zaragoza (Francisco Sevillano Colom, «Can-
cillerías de Fernando I de Antequera y de Alfonso V el Magnánimo», en Anuario de Historia
154 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos
Archivo real cuatro cofres y una caja de escrituras sobre los asuntos que había
tramitado hasta esa fecha26. En conjunto, las piezas de la colección de Cartas
Reales Diplomáticas de los años 1416 a 1419 constituyen más de un tercio
de las totales conservadas para el reinado del Magnánimo. Que se trata de los
papeles de este secretario, lo demuestra el hecho de que hay 59 cartas dirigidas
al propio Pablo Nicolás, algunas de carácter estrictamente personal y fami-
liar. Desde 1420, tras el primer viaje de Alfonso a Italia, y ya fallecido Pablo
Nicolás, el carácter de esta serie de Cartas Reales Diplomáticas cambia: son más
variopintas y en conjunto, da la impresión de ser unos pocos papeles desorde-
nados que quedaron en las oficinas de la cancillería y donde solo encontramos
cuatro que hagan referencia a la política internacional.
Este es un dato llamativo. Al contrario de lo que ocurre con la docu-
mentación del tiempo de Jaime II o Pedro IV, son muy contadas las cartas
recibidas procedentes de autoridades extranjeras, o despachos o informes
de embajadores y representantes del rey de Aragón, que debieron ser muy
del Derecho Español, XXXV (1965), p. 193). Fue notario del Compromiso de Caspe y secreta-
rio del rey Fernando I (Josep Trenchs y Ángel Canellas: «La cultura dels escribes i notaris
de la Corona d’Aragó, 1344-1479», en Caplletra, 5. Revista de filologia. Barcelona, 1988, p.
32; y de los los mismo autores, Cancillería y cultura. La cultura de los escribanos y notarios de la
Corona de Aragón (1344-1479), p. 99). Intervino en el proceso contra el conde de Urgel, cuya
sentencia leyó como secretario del rey y como tal fue quien recibió sus últimas voluntades.
Continuó como secretario de Alfonso el Magnánimo hasta fines de 1419 (Francisco Sevi-
llano Colom, «Cancillerías» cit., pp. 194-195). Por su actuación al servicio del soberano
en las negociaciones del Concilio de Costanza recibió grandes prebendas, tanto ante la corte
pontificia (Francisco de Bofarull y Sans, Felipe de Malla y el Concilio de Costanza. Estudio
histórico-biográfico. Documentos justificativos y correspondencia diplomática de los embajadores
aragoneses. Gerona, 1882, pp. 96 y 98-103), como sobre las rentas patrimoniales del monarca
aragonés (Vicente Ángel Álvarez-Palenzuela, «Últimas repercusiones del Cisma de Occi-
dente en España», en En la España medieval, vol. 8 (1986), pp. 61.
26 ACA, Colección Historia del Archivo, caja V: «Inventari de les scriptures que·n Paulo
Nicholas, secretari del senyor rey, ha lexats en l’archiu», en 8 fols. Por una nota autógrafa al
margen del fol. 4r, se deduce que el inventario es anterior a septiembre de 1415. El conjunto
estaba constituido por «lo caxó major», con 77 ítems, relativos a procesos, pliegos de cartas;
«lo caxó menor», lleno de «de letres que estan en massos», con 2 ítems, relativos uno a 13
registros del sello secreto, y el otro a 3 cuadernos; «la caxa pocha cubierta de terç», con 30
ítems, conteniendo procesos, traslados de bulas, cartas e incluso «una bossa de pergamí hon
ha algunes notes»; además, «l’altra caxa», con 73 ítems, de cartas, cuadernos, pliegos, manua-
les,…; y finalmente un «cofre quart», con 28 ítems, que comprenden, entre otros, algunos
relativos a la elección como rey de Fernando de Antequera, el proceso contra el conde de
Urgel, las ordenanzas de Zaragoza, y documentación sobre el Concilio de Costanza, inclu-
yendo 68 bulas de convocatorias al Concilio, cada una con cinco sellos.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 155
numerosos. Faltan casi por completo las de las autoridades italianas, salvo
casos muy puntuales. Hay una del emperador Segismundo, otra del rey de
Inglaterra, dos de la reina de Francia, dos de los embajadores de Inglaterra,
ocho del conde y vizconde de Foix, dos de los duques de Berry, dos del
duque de Borgoña y conde de Flandes, otra del condestable de Francia,
cuatro del conde de Armagnac, tres del vizconde de Narbona, una del du-
que de Orleans, algunas de los arzobispos de Santiago y de Toledo, otra del
almirante de Castilla, otra del duque de Saboya, una de la Universidad de
París,… casi todas de los primeros años del reinado. Muy poca cosa para lo
que debió ser un riquísimo archivo diplomático. Lo más revelador es que
hay sólo cinco de Carlos, rey de Navarra, y una del rey y otra de la reina de
Castilla (aparte de la numerosa documentación ligada a las paces de 1430 a
1436, que ingresó en un solo depósito)27, a pesar de la importancia familiar
que los asuntos de estos reinos tuvieron para el Magnánimo. Y, quizá, esa sea
la razón de su ausencia, como veremos.
Esto es, al contrario de lo que ocurre con Jaime II o Pedro IV, lo que fal-
ta casi por completo es la documentación de carácter diplomático que, dadas
las dimensiones de la política internacional del Magnánimo, debió ser muy
nutrida. Lo sabemos por numerosas referencias documentales. Nos consta,
por ejemplo, que el estrecho colaborador del rey, Alfonso de Borja, obispo de
Valencia y presidente del Consejo Real, inició (desde el mismo momento en
que dejó al monarca para hacer su entrada en Roma el 12 de julio de 1444 tras
ser promovido a cardenal) una intensa correspondencia con el Magnánimo,
mediante la cual le enviaba datos e informaciones que le podían interesar así
como consejos de todo tipo. Fueron muchas las cartas que el cardenal escribió
a su rey desde su nueva dignidad, pues la relación entre ambos siguió siendo
estrecha. En sus escritos a Alfonso de Borja y a otros, el monarca hace referencia
a la abundante correspondencia que recibe del cardenal desde Roma. «Rebudes
havem algunes letras vostres ab molts avisaments, los quals molt vos regraciam
e·us reputam a gran complacència, pregant-vos, seguint vostro bon costum,
27 La abundante documentación relativa a las paces con Castilla, tanto la emitida como la
recibida, y las cartas generadas por los diputados encargados de acordar y ejecutar las paces
con este reino, iniciadas en 1430 y que se prolongaron hasta 1436, muy copiosa respecto de
la conservada en papeles sueltos, la ingresó en el Archivo el 17 de abril de 1477 Joan Sellent,
antiguo escribano real (ACA, Memorial, 51, fols. 70v.-71r.) y debía formar en realidad unos
pocos legajos que después se mezclaron.
156 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos
34 A. Ryder, The Kingdom of Naples under Alfonso the Magnanimous, Oxford, 1976, p. 254,
citando un documento editado por José M.ª Madurell Marimón, Mensajeros barceloneses
en la corte de Nápoles de Alfonso V de Aragón (1435-1458), Barcelona, 1963, p. 409.
35 Real Academia de la Historia, Colección Salazar y Castro, A-5, fols. 15 a 37.
36 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 57, p. 257.
37 R. Conde, Las primeras Ordenanzas cit.
158 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos
38 ACA, Real Cancillería, Pergaminos de Juan II, núm. 201; J. E. Martínez Ferrando,
«Datos para el estudio de la cancillería de los príncipes que disputaron la Corona de Aragón a
Juan II», en Acta historica et archeologica, (Barcelona), núm. 5-6 (1984-1985), pp. 225-241.
39 R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 64, p. 265.
160 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos
SALA SUPERIOR
Registros desde el infante Alfonso.
Registros de reyes «Intrusos».
21 cofres ferrats llenos de documentos.
(Algunos libres larguets scrits que parlen de consells, de tiempos de Juan I y Alfonso V y sus
lugartenientes, que saca para colocar los Intrusos).
Armarios superiores: 6, ciudad de Valencia; 7, Órdenes militares. Armarios inferiores:
1, Sobrarbe; 2, Ejea; 3, Teruel; 4, Tarazona; más otros tres de cuyo contenido nada dice.
SALA INFERIOR
Una caja con Usatges de Cataluña, Ordenanzas de Casa y Corte de Pedro IV, testamentos
reales, bulas pontificias, procesos de Cortes.
Dos sacos con documentos arrollados (cartes canonades).
Fuera de los armarios, sobre unos maderos, los dos volúmenes del Liber Feudorum maior.
Registros de Cancillería desde Jaime I a Jaime II.
Volúmenes diversos.
Procesos de jueces de la curia regis.
Procesos contra el conde de Ampurias, contra el conde de Foix, un libro sobre rentas de
Mallorca, un volumen con bulas, unas Costums de Lleida, etc.
Una caja con sacos con escrituras.
Armarios 1 a 8: 1, Cataluña; 2, Barcelona; 3, Lérida y Pallars; 4, Gerona; 5, Tarragona; 6,
Mallorca; 7, concordias entre reyes; 8, Cerdeña y Córcega.
Armarios 1 a 5: 1, reino de Aragón; 2, Zaragoza; 3, vacío; 4, Negocios entre reyes; 5, reino
de Valencia.
Registros de Pedro IV y Leonor de Sicilia.
Memoralia feudorum et regaliarum quae dominus rex habet distincta per vicarias Cataloniae.
Algunos memoriales.
Por esa época, pues, y no sabemos desde cuándo, parece que el Archivo
real había pasado a ocupar la parte alta donde en tiempos estuvo el archivo de
las armas y ropas de la cámara real. Más interesante resulta el hecho de que,
como se ve por la relación de Carbonell, la documentación se desglosa por su
ubicación física, y está integrada por tres grandes conjuntos, cuyos principios
organizativos son diferentes, aunque los archiveros trataron de homogenizarlos:
162 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos
46 Alberto Torra Pérez, «Los registros de la cancillería de Jaime I», en Jaume I. Commemo-
ració del VIII centenari del naixement de Jaume I. Volum I, Barcelona, 2011, pp. 211-229.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 163
47 F. Udina Martorell, Guía del Archivo cit., pp. 192-195; R. Conde, «Análisis» cit.
48 Las describen Beatriz Canellas Anoz y Alberto Torra Pérez, Los registros de la canci-
llería de Alfonso el Magnánimo, Madrid, 2000.
49 F. Arribas Arranz, «Los registros de la cancillería de Castilla», en Boletín de la Real Aca-
demia de la Historia, CLXII (1968), pp. 171-200; y CLXIII (1969), pp. 143-162.
164 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos
abrió camino así a unos errores que se han perpetuado50. A principios del siglo
XIX, el archivero Próspero de Bofarull dio a la serie de registros, a la cual incor-
poró algunos volúmenes que propiamente no eran tales, un número correlati-
vo, del 1 al 6.189, más la serie de registros de los reyes intrusos, con su propia
numeración del 1 al 197. Con esta operación consagró su clasificación y les dio
el aspecto con el cual los ha conocido la historiografía de los dos últimos siglos.
Muy distinto es el caso de los pergaminos. Nos consta que al menos hasta
1328, los pergaminos, conservados en sacos, se guardaban en grandes cajas.
Fue el primer archivero titular, Pere Perseya, quien puso los fundamentos del
sistema de clasificación del Archivo real. Las escrituras en pergaminos se agru-
paron en sacos y estos a su vez por armarios, con un criterio fundamentalmente
territorial, complementado con algunas materias específicas. El inventario de
Perseya refleja una organización en veinte armarios51: siete para Aragón (el de
los negocios generales de Aragón, más los de las sobrejunterías de Zaragoza,
Huesca, Sobrarbe y la Litera, Ejea, Teruel y Albarracín, y Tarazona); cuatro para
el reino de Valencia (el de negocios generales de este reino, más los de la ciudad
de Valencia, los del distrito entre el río Ulldecona y el Uxó, y los del distrito
desde el río Júcar y ultra Sexonam); seis para Cataluña (el de negocios gene-
rales del Principado, más los de las veguerías de Barcelona y el Vallès, Lérida
y Pallars, Gerona y Besalú, Tarragona, y condado de Osona); dos armarios
generales (el de Negocios entre reyes –de Aragón, Castilla, Portugal y otros, in-
cluidos el reino de Granada–, y testamentos reales); más finalmente uno con la
documentación relativa a las órdenes militares del Hospital, Temple y Montesa.
Los pergaminos se agrupaban, dentro de cada armario y saco, por rúbricas, que
se correspondían también a territorios, por lo general, o a negocios concretos.
La cantidad de documentos reseñados bajo sus correspondientes rúbricas no
sobrepasa el número de ocho. Los armarios quedan abiertos a nuevas incorpo-
raciones de documentos.
Perseya dejó incompleta la organización por armarios. El archivero Jaime
García, que ejerció su cargo entre 1440 y 1475, añadió otros armarios: el de
negocios entre los reyes de Aragón, Francia y Navarra; los de las veguerías de
Manresa, Montblanc, Cervera y Tàrrega, Tortosa, más el del condado de Urgel.
Con posterioridad a García se añadieron los de Cerdeña, Mallorca, Dotes Reales
y Vilafranca, y otros hasta llegar a los treinta armarios de finales del siglo XVI.
Como vemos, la clasificación de las escrituras sueltas en pergamino se hacía
en el Archivo según los principios que interesan al rey de Aragón, que son los
de administrar sus dominios patrimoniales, en este caso con unos criterios más
simplificados (también en razón de la específica naturaleza jurídica y diplomá-
tica de estas escrituras) que los de los registros, los cuales ya venían formados y
clasificados desde la oficina que los producía, según sus propios principios or-
ganizativos, y que respondían a una combinación de criterios propios de carác-
ter territorial, orgánico, diplomático y de materias. Este sistema de armarios y
sacos se mantuvo hasta el siglo XVIII, cuando el conjunto de pergaminos sufrió
una profunda reordenación en aplicación de los reglamentos del Archivo de
1738 y 1754. Salvo las bulas pontificias, todos los pergaminos fueron reunidos
en una sola colección, agrupados por soberanos, desde los condes de Barcelona,
y ordenados con un número correlativo dentro del epígrafe de cada soberano.
Rafael Conde, quien describe con detalle esta operación iniciada en tiempos
del mercedario Mariano Ribera, continuada por Francisco Javier de Garma y
culminada por Próspero de Bofarull, opina que se realizó más por razones prag-
máticas que eruditas, como habitualmente se aduce52. La consecuencia fue que
las procedencias se mezclaron, y ya no sólo las antiguas clasificaciones por terri-
torios y negocios, sino entre los fondos propios u orgánicos emitidos o recibi-
dos por la cancillería real con los pequeños o grandes fondos documentales sin
ninguna relación con aquellos y que durante siglos se habían ido incorporando,
por causas diversas, al Archivo, en su función de depósito documental al servi-
cio del rey53. Cuando se realiza un análisis detallado de esta documentación, la
realidad depara sorpresas. Esto ocurre a propósito, por ejemplo, de la colección
de pergaminos del tiempo de Jaime I, estudiada por Jaume Riera, quien ha
establecido una primera distribución de los antiguos fondos documentales que
la integran54, lo cual es bastante revelador del proceso de formación del ACA,
como veremos a continuación.
56 Alan Forey, The Fall of the templars in the Crown of Aragon, Aldershot-Burlington, 2001,
p. 190.
57 Ibídem, con referencia a ACA, Real Cancillería, reg. 279, fol. 166v.
168 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos
58 Ibídem, con referencia a ACA, Real Cancillería, CRD, Jaime II, 6143.
59 Ibídem, con referencia a ACA, Real Cancillería, reg. 279, fols. 197, 215, 243v.
60 Ibídem, con referencia a ACA, Real Cancillería, reg. 164, fols. 193v, 283v; y reg. 165,
fol. 186.
61 Ibídem, con referencia a ACA, Real Cancillería, reg. 165, fol. 207-207v; y CRD de
Jaime II, núm. 6.143; M. Vilar Bonet: «Datos sobre los archivos del Temple en la Corona
de Aragón al extinguirse la orden», en Martínez Ferrando, archivero. Miscelánea de estudios
dedicados a su memoria (Barcelona, 1968), pp. 497-498.
62 Ibídem, con referencia a ACA, Real Cancillería, reg. 281, fol. 126v.
63 Ibídem, con referencia a J. Rubió, R. d’Alós y F. Martorell: «Inventaris inèdits de
l’orde del Temple a Catalunya», en Anuari de l’Institut d’Estudis catalans, I (1907), pp. 406-
407, doc. 17; J. E. Martínez Ferrando, «La Cámara real en el reinado de Jaime II (1291-
1327). Relaciones de entradas y salidas de objetos artísticos», en Anales y Boletín de los Museos
de Arte de Barcelona, 11 (1953-54), 164-5, doc. 120; y ACA, Varia 1.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 169
64 Ibídem, con referencia a ACA, Real Cancillería, reg. 168, fols. 205, 274 y 291; reg. 169,
fols. 6v, 64r-v; reg. 171, fol. 81; reg. 281, fols. 231-231v, y 256.
65 Ibídem, p. 191, con referencia a ACA, Real Cancillería, reg. 190, fol. 105v.
66 S. Sobrequés, Els barons de Catalunya, Barcelona, 1980, pp. 85-90.
170 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos
74 F. Udina Martorell, El archivo condal de Barcelona en los siglos IX-X. Estudio crítico de
sus fondos, Barcelona, 1951.
75 Ernst Posner, Archives in the Ancient World cit., pp. 183 y 196.
76 E. Lodolini, Archivistica. Principi e problemi, Milán, 1984, p. 139.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 173
entonces se redistribuyeron por los armarios según la rúbrica que les correspon-
diera. Se deshicieron, entonces, los posibles fondos documentales que hubieran
podido pervivir, y que habían llegado a manos del rey por cualquier vía de
adquisición patrimonial. Un ejemplo paradigmático es el archivo del prohom-
bre barcelonés Ricard Guillem y sus herederos, estudiado magistralmente por
Rafael Conde, que en 1160 pasó a propiedad del conde de Barcelona y después,
en un tiempo no determinado, ingresó en el Archivo real80.
El total de documentos conservados de Ricard Guillem y sus herederos es
de 99; de ellos, 74 corresponden a la actividad directa de Ricard Guillem. La
integración de parte de los bienes de Ricard Guillem en el patrimonio de Ramón
Berenguer IV (1131-1162) consignados por el sucesor de Guillem, Pere de
Barcelona, los condujo a ser custodiados en el archivo de condes de Barcelona.
De hecho, hay indicios de que el archivo de Ricard Guillem debió ser más volu-
minoso que el conjunto de documentos existentes en Archivo real. Pero con la
división de la herencia se partió también la documentación, como suele ocurrir.
La parte o los bienes que no pasaron a Pere Ricard y de este a Pere de Barcelona
tomó otro camino y ese no llevó al Archivo real. Desde este punto de vista, lo que
se adquirió con los bienes de Ricard Guillem y sus descendientes era el archivo
de Pere de Barcelona, último titular de los mismos. Y siguiendo la misma lógica,
se podría suponer que en tal archivo se comprendieran –y vinieran pues a formar
parte del archivo del conde– también los títulos de propiedad de los bienes ad-
quiridos por el mismo Pedro, el cual ampliaría la importancia del ingreso, pero
con límites difíciles de establecer. En 1160, bajo Ramón Berenguer IV, llegaron
al archivo del conde al menos los 99 documentos que se conservaban a mediados
del siglo XVIII (cuando se desmanteló el sistema de armarios y sacos): 90 origi-
nales, 1 copia coetánea, 1 copia de fines del siglo XII, 7 extraviados con referencia
en el inventario. Para entonces, hacía mucho que el fondo de Ricard Guillem y
herederos había perdido su identidad. Pasó cuando fue distribuido en los arma-
rios a principios del siglo XIV, con ocasión de la constitución del Archivo real
de Barcelona. Y con él la perdieron también otros posibles fondos incorporados
entonces. El conjunto que perteneció estrictamente a Ricard Guillem se distri-
buyó entre los armarios de Cataluña (4 pergaminos, en 3 sacos), Barcelona (16
pergaminos en 5 sacos), Tarragona (1 pergamino en 1 saco), Vic (1 pergamino
en 1 saco), y un armario posterior, sobre el cual volveremos, el de Montblanc (70
pergaminos en 3 sacos), más 9 pergaminos que carecieron de signatura.
armario hasta mediados del siglo XV, como sabemos. Aunque todas las piezas
del grupo de pergaminos procedentes del linaje Berga, por ejemplo, que tienen
una coherencia territorial, llevan la nota dorsal, del siglo XVIII, de haber sido
guardadas en el armario de Manresa85, no ocurrió lo mismo con los confiscados
a fines del siglo XIV-principios del siglo XV, como los sicilianos de los Alagona
o los del patrimonio Castellvell-Montcada. Como hemos visto, todos ellos fue-
ron examinados y marcados, pero sólo se extrajeron, en un tiempo indetermi-
nado, unos pocos que se guardaron en los armarios que se consideraron más
apropiados: de las 348 piezas de esta procedencia que corresponden al tiempo
de Jaime I, sólo se pasaron 5 al armario de Barcelona y otros 5 al de Vic, 2 al de
Lérida, y una sola pieza a los del Temple, Manresa, Tortosa y Vilafranca (estos
tres últimos armarios datan de mediados del siglo XV en adelante). Menos in-
terés despertaron los de los Alagona: de los 238 localizados como procedentes
de este origen, sólo se pasó una pieza a los armarios de Manresa, Valencia, y
Mallorca, y dos al de Vilafranca. El resto se apartó y quedó sin signaturas hasta
tiempos modernos.
No fue un caso excepcional. Como ya sabemos, a partir de la aprobación de
las ordenanzas del Archivo de 1384, se produjo un cierto desinterés por la do-
cumentación no registral, lo que vino a sumarse a las complicaciones propias de
cualquier trabajo archivístico, más graves con los documentos sueltos. Como
estamos viendo, hubo importantes cantidades de pergaminos extra saccos. En
parte, eso se debió a la falta de un criterio claro que rigiera la adscripción de do-
cumentos a los armarios. Aunque fuera ya del período medieval, comentando
el altísimo número de documentos conservados en el armario de Montblanc,
el archivero Pere Benet escribió en 1601 que había allí tanta mezcla y caos que
se podía aplicar el dicho popular «mesclats cols y naps y fer olla podrida». Pero
esta situación se arrastraba desde tiempo atrás. Fue el archivero Pere Miquel
Carbonell, a fines del siglo XV, el primero en describir con cierto detalle el
contenido de dos grandes cajas de documentos que había en el archivo desde,
al menos, principios del siglo XV: textos de contenido jurídico, documentos
sobre el castillo de Besora o sobre Molins de Rei, memoriales y procesos de
cortes, bulas, pergaminos y cartas reales86. Hasta entonces, es de suponer que
no había habido un gran control archivístico sobre ellos. En la descripción de
los armarios que hizo Pere Benet en 1601, se refirió a esta situación de una
manera cruda y bastante expresiva: «es absolutamente indigno de un archivo de
esta categoría el que en los últimos doscientos años no se encontrara quien cla-
sificara y ordenara los documentos, como solo parcialmente están (…) Por ello
es preciso calificar estos armarios de profundísimo caos. Pues los documentos de
una veguería o de una sobrejuntería están mezclados con los de otras, y en los
armarios de los reinos de Aragón, Valencia, Mallorca y Cerdeña verás docu-
mentos relativos al principado de Cataluña, y viceversa. Entre ellos, el armario
de la veguería de Montblanc te hace bailar la cabeza: me pareció conveniente
retirar de él dos sacos, uno con rescriptos papales y otro con documentos de
escaso valor, que, en mi opinión, no estaban allí puestos a conciencia sino por
casualidad, y llevarlos a los armarios de las sobrejunterías de Sobrarbe y Ejea,
casi vacíos. Finalmente, es duro considerar que los armarios generales de los rei-
nos de Aragón y Valencia y el de nuestro principado de Cataluña, que no deben
contener documentos de tipo privado sino solamente los relativos a su historia,
estén tan confusos y perversamente organizados que su nombre de generales les
esté bien aplicados»87. Los trabajos posteriores llevados a cabo en el Archivo
durante los siglos XVIII y XIX tuvieron que hacer frente a la existencia de este
gran número de pergaminos sin signatura de armario y saco, lo que explica la
enorme diferencia entre los 8.127 ítems del inventario de Bernat Macip, redac-
tado a fines del siglo XVI, y las actuales 20.729 unidades de pergaminos de la
sección de Real Cancillería88.
Tal desorden dio problemas ya en tiempos medievales. En una carta sin
año, de mediados del siglo XIV, del 15 de marzo, el archivero Bartolomeu
89 Francisco de Bofarull, Historia cit., Prueba núm. LVI en pp. 88-89 del Apéndice.
180 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos
aytampoch hi havem res trobat daquest fet. Per que Senyor apar quels dits en-
cartaments son ixits del Archiu de manament vostre e despuys no y son tornats.
Veus Senyor quant mal se segueix can los originals ixen del Arxiu». Finalmente,
le comunicaba que seguiría buscando en los registros del rey Jaime II, por si
estas cartas hubieran sido registradas90. Esto animó a los archiveros a resistirse
a dejar salir del Archivo la documentación original, incluso por disposición del
monarca, si no era expresa y tajante, como ocurrió en 1370, cuando el archi-
vero se opuso al envío de un registro de la difunta reina Leonor de Portugal,
por orden del rey, al maestre racional en Valencia, porque el propio soberano
había ordenado con anterioridad que no saliera del Archivo, al encontrarse allí
registrado el testamento de la reina. Solo saldría si el monarca lo volvía a man-
dar expresamente: «vageus lo cor senyor –acababa el archivero– que per aquesta
manera se son perduts los encartaments de Muntesa qui per manament vostre
foren tramesos a Perpenya, on vos senyor erets, en temps den Matheu Adria e
depuys no se son tornats al Archiu»91.
Lo que nos vienen señalando estos episodios es que el proceso de acumu-
lación de documentos en el Archivo real, después Archivo de la Corona de
Aragón, fue constante desde sus inicios, y que estos fondos fueron tratándose
de una manera unitaria, hasta fusionarse en un nuevo fondo documental, com-
plejo, incoherente en ocasiones, y, desde luego, nada conforme con las abstrusas
teorías archivísticas contemporáneas. Para moverse entre aquella masa de docu-
mental, los archivos elaboraron numerosos inventarios y catálogos, conocidos
con el nombre de «memoriales», que son muy reveladores de los intereses que
animaban las búsquedas y los principios de organización del material archivís-
tico92. El ingreso de nuevos fondos y su grado de incorporación o asimilación
al Archivo fue distinto según las épocas. El rey Pedro el Ceremonioso fue quizá
uno de los más interesados en el Archivo y su documentación, lo que produjo
muchos quebraderos de cabeza a sus funcionarios. En una carta sin año dirigida
al protonotario Mateu Adrià, el archivero Bartolomeu des Puig intentó aclarar
90 Francisco de Bofarull, Historia cit., Prueba núm. LXV en pp. 98-99 del Apéndice.
Otro largo y muy expresivo informe de Magarola dirigido a Jaume Conesa, protonotario del
rey, narrándole con detalle las peripecias en la búsqueda de unos documentos ordenada por el
monarca, en R. Conde, Reyes y archivos cit., doc. 43, pp. 242-244.
91 Francisco de Bofarull, Historia cit., Prueba núm. LXVI en pp. 100-101 del Apéndice.
92 Desde 1306, fecha del primero, hasta 1510, se conservan 78 obras de estas característi-
cas, algunas muy complejas y voluminosas. Fueron descritas minuciosamente por J. Riera i
Sans, Catálogo de memoriales e inventarios, siglos XIV-XIX (Archivo de la Corona de Aragón),
Madrid, 1999.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 181
93 Francisco de Bofarull, Historia cit., Prueba núm. LV en pp. 86-87 del Apéndice.
94 En una carta autógrafa de 3 de mayo de 1367 y dirigida al rey, el archivero Ferrer de
Magarola dice que por orden suya buscó los procesos contra el rey de Mallorca, «los quals
procesos Senyor havem trobats en un cofre qui era casa den Matheu Adria [protonotario] e
ara es en lo dit Archiu del qual nosaltres tenim cascun una clau» (Francisco de Bofarull,
Historia cit., Prueba núm. LXII en p. 95 del Apéndice, y pp. 61-62 de texto).
95 [J. Riera], Archivo de la Corona de Aragón, Madrid, 1999. p. 1.
96 ACA, Memoriales, 63. Descrito por J. Riera i Sans, Catálogo cit., p. 31, núm. 14.
97 ACA, Memoriales, 51. Descrito por J. Riera i Sans: Catálogo cit., p. 36, núm. 17.
98 ACA, Memoriales, 51, fol. 14r.
99 [J. Riera], Archivo de la Corona de Aragón cit., p. 10.
182 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos
100 R. Chabás Llorens, Historia de la ciudad de Denia, [Alicante, 1958, 2.ª edición], vol.
II, pp. 29 y ss.; J. L. Pastor Zapata, «Un ejemplo de “apanage” hispánico: el señorío de
Villena», en Instituto de estudios alicantinos, núm. 31 (1980), pp. 15-40; J. Camarena Mahi-
ques, Historia del distrito de Gandía, Gandía, 1965. Una descripción general de este archivo
nobiliario en Rafael Conde y Delgado de Molina: «El archivo de los Duques Reales de
Gandía», en I Congreso de Historia del País Valenciano. (Valencia, 1971). Actas I. Valencia,
1973, pp. 129-137.
101 Francisco de Bofarull, Historia cit., Prueba núm. LXXXIV en p. 132 del Apéndice,
referida a ACA, Cancillería reg. 2240, fol. 79v.
102 ACA, Colección Historia del Archivo, núm. 491.
El Archivo de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media | Carlos López Rodríguez 183
deró el sitio más idóneo, en tanto que lugar privilegiado de fe pública, que es
como la doctrina jurídica medieval concibe los archivos103. Nada sabemos hoy
del destino de esta caja, ni siquiera si tal depósito tuvo lugar. Pero bien hubie-
ra podido ocurrir que así hubiera sucedido, y que hoy esa documentación se
conservara, por deseo de sus propietarios y voluntad del rey, en el Archivo de
la Corona de Aragón, para desesperación y reto de ciertos archiveros actuales,
que hubieran iniciado un sinfín de estériles polémicas y reclamaciones sobre
el destino idóneo de esa documentación, sin que por aquel entonces a ningún
oficial se le pasara por la cabeza, ni en la más ilusa de sus elucubraciones, opo-
ner vagas y abstrusas razones competenciales, de carácter orgánico o funcional,
administrativas o archivísticas, a la decisión de su soberano.
*****
La larga, compleja y rica historia del ACA sirve también para reflexionar
sobre los principios metodológicos de la Archivística que, como hemos afir-
mado en repetidas ocasiones, no puede desligarse de la Historia, sin caer, en lo
que respecta a los archivos históricos, en un formalismo fuente de numerosos
errores y carente de utilidad práctica, la cual debería ser precisamente el obje-
tivo de la Archivística. Nos permite además discutir los límites del «principio
de procedencia» y sus excesos, cuando su aplicación se aleja de las prudentes
consideraciones fundadas en la práctica histórica, como proponía Lodolini104.
Para eso, este ya no es el lugar adecuado. No podemos, sin embargo, concluir
este trabajo sin hacer algunas referencias tangenciales a las polémicas contem-
poráneas sobre el ACA, que aparentemente se basan en sus orígenes históricos.
Lo que nos muestra el estudio de la formación de sus fondos (especialmente, de
los pergaminos y otros incorporados en la Edad Media) es que la imagen uni-
taria y coherente que trata de darse a un extinguido Archivo real de Barcelona
en contraposición al fraccionamiento y dispersión de los fondos del actual ACA
no ha existido nunca. Esa imagen del Archivo real de Barcelona responde, en
realidad, a una continua actividad de reclasificación y de reordenación, desde
sus orígenes en el siglo XIV hasta las grandes operaciones de los siglos XVIII y
XIX (y aun posteriores). En ese momento, de acuerdo con los criterios positi-
vistas de la época, pudo haberse hecho extensiva a los otros fondos que ingresa-
103 Elio Lodolini, Lineamenti di storia dell’Archivistica italiana (Dalle origini alla metà del
secolo XX), Roma, 1991, pp. 20-75.
104 E. Lodolini, Archivistica. Principi e problemi, Milán, 1984, pp. 127 a 169.
184 Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los reinos hispano-cristianos