Mateo 13
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HOMILIA 45
EXPLICACIÓN DE LA PARÁBOLA
Vosotros, pues —prosigue el Señor—, escuchad la parábola del
sembrador. Y ahora les explica el Señor lo que ya hemos
comentado sobre la tibieza y el fervor, sobre la cobardía y el valor,
sobre las riquezas y la pobreza, haciéndoles ver el daño de lo uno
y el provecho de lo otro. Luego les expone los diferentes modos de
virtud. Porque, misericordioso como es, no nos abrió un solo
camino ni nos intimó: "El que no produzca ciento por uno, está
perdido". No, también el que produzca sesenta se salva; y no sólo
el de sesenta, sino también el de treinta. Así lo dispuso el Señor
para hacernos fácil la salvación. ¿Es que tú no puedes guardar la
virginidad? Cásate honestamente. ¿No tienes fuerza para hacerte
pobre? Da por lo menos limosna de lo que tienes. ¿No puedes con
la carga de la pobreza? Reparte por lo menos tus bienes con
Cristo. ¿No quieres desprenderte por Él de todo? Dale por lo
menos la mitad, dale la tercera parte. Hermano y coheredero tuyo
es. Hazle también aquí tu coheredero. Cuanto a Él le dieres, a ti
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mismo te lo das. ¿No oyes lo que dice el profeta: No desprecies a
los que son de tu mismo linaje? (Is 58,7) Pues si no es lícito
despreciar a los parientes, mucho menos a quien, aparte ser Señor
tuyo, tiene también contigo el título de parentesco y muchos otros
que se juntan al de su soberanía. Y es así que Él te hizo entrar a la
parte de tus bienes sin haber recibido nada de ti, sino empezando
Él por hacerte ese inefable beneficio. ¿No será, pues, el colmo de
la ingratitud que ni con ese regalo suyo te hagas misericordioso ni
le pagues esa gracia, siquiera le devuelvas poco por mucho? Él te
ha hecho heredero de los cielos, y ¿tú no le das parte ni de tus
bienes de la tierra? Él, sin mérito alguno tuyo, antes bien cuando
eras enemigo suyo, te reconcilió consigo, y ¿tú no correspondes al
que es tu amigo y bienhechor, cuando antes que por el reino de los
cielos, antes que por todos sus otros beneficios, tenías justamente
que darle gracias por el mero hecho de dignarse darte a ti nada? Y
es así que, cuando un criado convida a su señor a su mesa, no
cree hacer, sino recibir un favor; mas aquí sucede lo contrario.
Porque no fue el criado, sino el Señor, quien convidó primero a su
mesa, ¿y ni aun así le convidas tú a Él? Él te introdujo primero bajo
su techo, ¿y tú no le recibes ni segundo? Él te vistió cuando
estabas desnudo; ¿y tú ni aun después de eso le recibes contigo
cuando es forastero? Él te dio primero a beber de su cáliz, ¿y tú no
le das a Él ni una gota de agua fría? Él te dio a beber de su Espíritu
Santo, ¿y tú no le alivias a Él ni su sed corporal? Te dio a beber de
su Espíritu, cuando eras digno de castigo, ¿y tú no le miras cuando
Él está sediento? ¡Y todo eso cuando sólo le puedas dar de lo que
es suyo!
HOMILIA 46
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EXHORTACIÓN FINAL: IMITEMOS A LOS
A P ÓS T O L E S E N L O QU E F U E R ON D E
VERDAD ADMIRABLES
Considerando, pues, todo esto, imitemos a los apóstoles en
aquello en que fueron de verdad grandes. ¿En qué fueron, pues,
grandes los apóstoles? Oíd lo que dice Pedro: He aquí que nos-
otros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué
h a b r á , pues, para nosotros? Y escuchad también lo que Cristo les
contesta: Vosotros os sentaréis sobre doce tronos. Y: Todo el que
dejare casas, o hermanos, o padre, o madre, recibirá el ciento por
uno en este siglo y heredará la vida eterna. D e s p r e n d á m o n o s ,
pues, de todo lo terreno y consagrémonos a Cristo, a
fin de hacernos iguales a los apóstoles, según la sentencia del
mismo Cristo, y gozar de la vida eterna por la gracia y
a m o r de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder
por l o s s i g l o s d e l o s s i g l o s . A m é n .
HOMILIA 47
HOMILIA 48
HERODES SE CONMUEVE
Por aquel tiempo llegó hasta Herodes, el tetrarca, la fama de
Jesús. Del tetrarca se trata, pues el rey Herodes, padre del
actual, aquel que ordenó la matanza de los niños, había
muerto ya. Y no sin motivo indica el evangelista el tiempo, sino
para que nos demos cuenta del orgullo y desdén de Herodes. No
se enteró, en efecto, en los comienzos de las cosas de Jesús,
sino después de infinito tiempo. Tales son los que están en el
poder y se rodean de mucho fausto. Sólo tardíamente se
enteran de estas cosas, pues es poco el caso que hacen de
ellas. Mas considerad, os ruego, cuán grande cosa sea la virtud,
pues Herodes teme a Juan aun después de muerto y el miedo le
obliga a filosofar sobre la resurrección. Porque dijo—nos
cuenta el evangelista— a sus servidores: Éste es Juan, a quien yo
mandé matar. Juan ha resucitado de entre los muertos, y por eso
obran en él los poderes milagrosos. ¿Veis el miedo exagerado?
Porque entonces no se atrevió a decirlo a los de fuera, sino que
empezó por hablar así con sus servidores. Sin embargo, su opinión
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era soldadesca y absurda, pues muchos habían resucitado de
entre los muertos y ninguno había hecho lo que hacía Jesús. A
mi parecer, hay en las palabras de Herodes tanto de puntillo de
honor como de miedo. Tales son, en efecto, las almas que no
se guían por la razón, en las que muchas veces se da la extraña
mezcolanza de pasiones contradictorias. Lucas, por su parte, nos
dice que las gentes decían: Éste es Elías, o Jeremías, o uno de
los profetas antiguos (Lc 9,7 y sig.); mas Herodes, queriendo
decir algo más discreto que los otros, dijo lo que dijo. Lo
probable es que Herodes primero negara los dichos de las
gentes sobre que Jesús era Juan—muchos, en efecto, lo
afirmaban—, y que él, por punto de honor y como una gloria,
replicara: ''A Juan le mandé yo matar". El caso es que lo mismo
Marcos (Mc 6,16) que Lucas nos cuentan que Herodes solía decir:
Yo hice decapitar a Juan. Mas una vez que la voz se propagó,
Herodes acaba por decir lo mismo que el valgo.
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Los modernos no opinan como San Juan Crisóstomo. El crimen de
Herodes Antipas consistió en haber tomado la mujer de su hermano cuando
éste aún vivía, no sin haber antes repudiado a su propia mujer, hija del rey
nabateo Aretas. 623
cuando se abalanzó a cometer aquella iniquidad. Cuando era
momento de haber dado libertad al encadenado, entonces fue
cuando a las cadenas añadió el asesinato. Escuchad aquellas
de entre las doncellas, o, más bien, escuchad también aquellas de
entre las casadas que con vuestros bailes y saltos y deshonrando
muestro común sexo hacéis que tales crímenes se cometan en
los matrimonios ajenos. Escuchad también los hombres que
frecuentáis esos convites espléndidos y llenos de embriaguez, y
temed el abismo que os abre el diablo. Porque con tanta
fuerza se apoderó entonces del desgraciado Herodes que llegó
éste a jurar dar a la bailarina hasta la mitad de su reino. Así lo
dice expresamente Marcos: Le juró: Todo lo que pidieres te lo
daré, aun cuando fuere la mitad de mi reino (Mc 6,23). Tal era la
estima que hacía de su imperio, tan cautivo se hizo de su pasión,
que estaba dispuesto a renunciar a él por un simple baile de
una chiquilla.
HOMILIA 49