Teología Pastoral Ramos

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Instituto Superior Tecnológico de Ciencias Religiosas y Educación en Valores “San Pedro”

Seminario Mayor San Pedro”

TEOLOGÍA PASTORAL

P. Manuel Cedeńo

Portoviejo, Abril 2018

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Instituto Superior Tecnológico de Ciencias Religiosas y Educación en Valores “San Pedro”

TEXTO BASE

RAMOS GUERREIRA Julio A., Teología Pastoral, Biblioteca de Autores


Cristianos, Madrid 20065.

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PRESENTACIÓ N
En el ámbito de la teología pastoral es peligroso hablar de un manual
porque sugiere siempre un tiempo histórico y una forma de concebir dicha
teología a todas luces superados.
Los manuales de pastoral surgieron en las primeras épocas del
desarrollo de esta disciplina teológica, estuvieron dedicados a la iluminación
práctica de la tarea de los pastores de la Iglesia y se concibieron como una
especie de recetario o vademécum al que se podía acudir en la más variada
casuística. Caracterizados por su poca o nula profundidad teológica, hacían
frente a una manera concreta de
concebir el ministerio pastoral.
El paso de la historia hizo que fueran desapareciendo. La nueva forma
de concebir las ciencias teológicas, la concepción de una acción pastoral cuya
autoría pasa de la exclusividad de los ministros al protagonismo de todo el
pueblo de Dios, y, de un modo especial, la extensión del mismo concepto de
acción pastoral desde las tareas de los pastores a toda la acción de la Iglesia y
a las relaciones de la Iglesia con el mundo arrinconaron la época de la
manualística y aconsejaron otra literatura para los tratamientos pastorales.
Tanto es así que prácticamente no existen ya manuales de teología
pastoral y su problemática es más abordada por los artículos especializados
puntuales que por una sistematización global para el uso escolar. La práctica
carencia de ellos en nuestra lengua es una buena prueba de su misma
dificultad en un momento en que, por otra parte, el lenguaje eclesial se está
refiriendo siempre a lo pastoral.
Junto a esto hay que añadir que el tratamiento de una realidad eclesial
desde su acción dinámica desaconseja un método de acercamiento más
estático y ahistórico, como puede ser el de un manual.
El que toda teología ha de tener una proyección pastoral y ha de ser en
sí misma pastoral es afirmado por todos; una teología que no lleve a una
acción eclesial o que no sirva para la misión de la Iglesia se sitúa fuera de lo
que deben ser sus coordenadas. El que lo pastoral sea teológico es muchas
veces más repetido que existencialmente vivido en la tarea de la Iglesia Y sin
embargo, quizá una de las necesidades primeras que se presenta hoy a la
acción pastoral es su sustrato teológico para que sea verdaderamente acción
eclesial. Ya que un manual debe dedicarse más a lo comúnmente admitido que
a la toma de postura en cuestiones concretas y candentes de la vida eclesial, a
lo que ha de ser asegurado como sustrato de todo tratamiento actual del tema
más que a la defensa de posturas personales, hemos dividido el tratamiento en
las dos partes clásicas en nuestro tema:
En la primera, fundamental, analizamos la acción pastoral, sus
fundamentos bíblicos, la historia de su teología, sus distintos imperativos.

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En la segunda, especial, entramos en el análisis y conocimiento de las


distintas acciones eclesiales de nuestra Iglesia Particular, de las estructuras
que la sustentan. Para ello, hemos dividido la segunda parte para estudiar el
Método Prospectivo, base teórica de nuestro Plan Global de Pastoral
Arquidiocesano.
Al hacerlo así y al tomar esta opción, sabemos que se quedan fuera de
nuestro tratamiento muchos de los temas que pueden ser incluidos en una
teología pastoral. También sabemos que hoy la palabra pastoral ocupa tanto
espacio en la reflexión y en la vida de la Iglesia que es imposible abordarlos en
una obra de este tipo.

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SIGLAS Y ABREVIATURAS
AAS Acta Apostolicae Sedis (Roma 1909-).
ACTSYN Acta Synodalia Sacrosancti Concilii Oecumemci Vaticam II (Roma
1970-1980).
AG VATICANO II, Decreto Ad gentes, 7 diciembre 1965.
CaCo COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATFQUESIS, La
catequesis de la Comunidad. Orientaciones pastorales para la
catequesis en España, hoy (Madrid 1983).
CalCa Catecismo de la Iglesia Católica (Roma 1992).
CD VATICANO II, Decreto Christus Dominus, 28 octubre 1965.
CFC FLORISTÁN C.-TAMAYO J. J. (ed ), Conceptos fundamentales
del cristianismo (Madrid 1993).
CFP FLORISTÁN C.-TAMAYO J. J. (ed ), Conceptos fundamentales
de pastoral (Madrid 1984).
CIC Código de Derecho Canónico (Roma 1983).
CL JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Christifideles laici, 30
diciembre 1988.
CLIM CONFERFNCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Los cristianos laicos.
Iglesia en el Mundo (Madrid 1992).
CT JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Catechesi tradendae, 16
octubre 1979.
DGPC Directorio General de Pastoral Catequética (Roma 1971).
DV VATICANO II, Constitución dogmática Dei Verbum, 18 noviembre
1965.
EN PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 8
diciembre 1975.
GS VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 7 diciembre
1965.
HPTh ARNOLD F, X.-RAHNER. K.-SCHURR V.-WEBER L. M.-
KLOSTERMANN. F. (ed), Handbuch der Pastoraltheologie
Praküsche theologie der Kirche in ihrer Gegenwart (Friburgo d. B.
1970-1972).
LG VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, 21
noviembre 1964.
MS FEINER J.-LOHRER M. (ed ), Mysterium Salutis. Manual de
Teología como historia de la salvación (Madrid 1969-1975).
PDV JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Pastores dabo vobis, 25
marzo 1992.
PO VATICANO II, Decreto Presbyterorum ordinis, 7 diciembre 1965.
RICA Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos (Roma 1972).
RM JUAN PABLO II, Encíclica Redemptoris missio, 7 diciembre 1990.

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SC VATICANO II, Constitución Sacrosanctum Concilium, 5 diciembre


l963.
SM RAHNER K. (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia teológica,
(Barcelona 1972-1976).

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CAPÍTULO I
LA TEOLOGÍA PASTORAL

A diferencia de otras disciplinas teológicas, el estatuto científico de la


teología pastoral ha sido y es discutido 1. Si para comenzar el tratamiento de
cualquier materia, debemos ante todo definirla y aclarar qué pretende, cuál es
su materia, su finalidad, los medios que usa, etc., hacerlo en teología pastoral
es difícil tanto por la evolución que esta temática ha sufrido dentro de los
estudios teológicos desde sus inicios, hace poco más de dos siglos, como por
la gran cantidad de connotaciones que el término «pastoral» tiene en nuestro
lenguaje.
La palabra «pastoral» es una de las más usadas en el lenguaje teológico
actual. Las disputas y los pareceres encontrados en torno al carácter pastoral
de los distintos tipos de metodologías teológicas han sido y son constantes.
Pero no es la teología solamente el ámbito donde el término pastoral está
presente. La pastoral desborda la terminología teológica para entrar en el
espacio de lo que es la normalidad del lenguaje eclesial. No es necesario ser
perito en teología para utilizar un código lingüístico en el que la palabra pastoral
esté presente. Basta con estar familiarizado con la práctica eclesial, con la
acción de la Iglesia y sus distintas dimensiones, y la de sus diferentes
miembros, para utilizar con una cierta asiduidad tal término.
Por otra parte, hemos entrado en un tiempo en el que el uso del término
«pastoral» puede ser tan amplio que sus contornos queden difuminados sin
saber realmente a qué hacemos mención, pero estando seguros de que
debemos utilizarlo para dar actualidad a nuestro lenguaje y a nuestra misma
comprensión teológica. A veces, hasta corremos el peligro de incluir bajo dicha
palabra aquellas áreas dispersas de las distintas disciplinas teológicas que no
sabemos dónde situar. Basta con hacer un recorrido por diferentes bibliotecas
de teología o por distintas librerías de temas religiosos para apreciar qué se
incluye en el apartado pastoral. El análisis puede ser tan amplio y tan confuso
que no nos aclare nada.
Pero también puede ocurrimos lo contrario: encontrarnos con bibliotecas
o librerías teológicas en las que la sección pastoral no exista porque todo lo
que hoy podemos incluir bajo tal denominación se encuentra incluido en los
apartados dedicados a otras áreas. En este caso, la pastoral no es considerada
como disciplina teológica, sino más bien como el punto de vista desde el que
son abordadas las distintas disciplinas. Parece entonces que el adjetivo
pastoral no es

1
Este estatuto, junto al valor teológico y el sentido eclesial, ha necesitado fundamentación durante los dos
siglos de existencia de la teología pastoral. Cf. SZENTMARTONI, M, Introducción a la Teología
Pastoral (Estella 1994), 10.

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propio para acompañar al sustantivo teología y que ambos términos de alguna


forma se rechazan. La pastoral sería quien calificara la práctica de la Iglesia,
mientras que la teología permanecería en el ámbito de la reflexión
especulativa.
No cabe duda de que hemos de aclarar qué entendemos por pastoral si
no queremos perdernos en vaguedades sin especificar. Tanto sincrónica como
diacrónicamente su uso normal está caracterizado por la ambigüedad y por la
falta de precisión, de tal manera que se hace confuso y complejo. «Pastoral»
es una palabra cuyo significado ha variado continuamente en el correr de los
últimos dos siglos ampliando cada vez más su radio de acción, y así su materia
se ha referido primero al trabajo de los pastores, después a las tareas
intraeclesiales, por último al diálogo con el mundo y al compromiso por el
cambio de sus estructuras. El mismo método usado en su reflexión unas veces
ha sido inductivo y otras deductivo 2. Cuando hemos hablado de teología
pastoral, en ocasiones nos hemos limitado a señalar las consecuencias
operativas de la dogmática y, en otras, ha gozado de autonomía propia dentro
del conjunto de los estudios teológicos.
Esta relación con la dogmática ha sido la causa de que algunos autores
duden del estatuto epistemológico de la teología pastoral 3, limitándose a
entender por tal el extraer las conclusiones operativas que en toda dogmática
han de estar presentes. Si este estatuto no queda fijado, la teología pastoral se
limita a una ciencia de conclusiones que por sí misma no tiene razón de ser y
solamente puede ser comprendida como una óptica nueva en el tratamiento de
los temas dogmáticos. El mismo problema podría estar presente en otras
materias teológicas, como la moral, la escritura o la historia que han ido
adquiriendo carta de ciudadanía en los estudios teológicos por tener claros sus
objetivos, su finalidad y su recorrido metodológico. También sin ellos
podríamos reducir estas asignaturas a ópticas distintas de la dogmática o a
visiones necesarias o parciales para conseguir un tratamiento dogmático
integral.
Pero, a la vez, el uso lingüístico de «teología pastoral» en cada
momento incluye lo mismo aspectos reflexivos que operativos; no sabemos
bien si sus connotaciones se refieren al campo de lo teórico o de lo aplicado.
2
Cuando la filosofía se centró en el problema del conocimiento, es decir, en la tarea de obtener
conocimientos fiables acerca de la realidad, se empezó a prestar atención a la cuestión del método. Esta
preocupación por lo metodológico condujo a la afirmación de que había dos tipos de métodos. El primero
de ellos es el método inductivo. El filósofo inglés Francis Bacon (1561-1626) fue quien lo estudió
minuciosamente proponiéndolo para todas las ciencias. El método inductivo intenta ordenar la
observación tratando de extraer conclusiones de carácter universal desde la acumulación de datos
particulares. Así, Bacon proponía un camino que condujera desde cientos y miles de casos individuales
observados hasta el enunciado de grandes leyes y teorías de carácter general, por lo que el conocimiento
tendría una estructura de pirámide: una amplia base cimentada en la observación pura hasta la cúspide, en
donde colocaríamos las conclusiones de carácter general y teórico. El método deductivo estaba vinculado
históricamente a las ciencias formales: a la lógica, las matemáticas y la geometría. Así funciona el método
deductivo: a partir de principios generales y, con la ayuda de una serie de reglas de inferencia, se
demuestran unos teoremas o principios secundarios.
3
2 Cf. CALVO, F. J., «Teología Pastoral/Teología Práctica», en CFC, 1337.

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Cuando esto sucede, encontramos dificultades para llamar pastoral a un


discurso reflexivo teológico sobre la práctica eclesial o nos parece que
desvirtuamos el término al hacer referencia exclusiva a la acción pastoral
puntualmente considerada.
Se impone, antes que nada, delimitar el término para utilizarlo
correctamente dentro del vocabulario teológico. Esto es, comencemos esta
materia deslindando los contornos para saber a ciencia cierta de qué hablamos
y a qué nos referimos cuando la titulamos con el nombre de «teología
pastoral», sustantivo y adjetivo que parecen no estar muy de acuerdo por
referirse uno al mundo del pensamiento y otro al de la acción.

I. UN PRIMER ACERCAMIENTO
Indudablemente, el empleo lingüístico de la palabra «pastoral» tiene una
primera connotación que es la de la práctica y la acción en la vida de la Iglesia.
Podemos hacer una primera aproximación al término y decir que
comúnmente lo empleamos para referirnos a lo práctico en la Iglesia, al trabajo
que se realiza concretamente dentro de ella. En este caso, serían campos
distintos de la pastoral las diferentes acciones eclesiales. De la misma manera
que en nuestro lenguaje normal contraponemos el obrar al ser, en teología
situamos el actuar eclesial frente al ser eclesial y hacemos de ambos objeto de
dos diferentes disciplinas teológicas. Mientras la teología dogmática
eclesiológica estudiaría el ser de la Iglesia, el terreno de la teología pastoral
estaría en la acción, en la tarea que en ella se desarrolla cada día. Con tal
connotación nos referimos comúnmente a la pastoral en la vida de la Iglesia, ya
utilicemos este término como sustantivo, como adjetivo o acompañado de
algún genitivo.
Una segunda posibilidad de acercamiento al término sería la de fijarnos
en otro que hemos convertido en su antónimo: muchas veces entendemos la
pastoral en su contraposición a lo doctrinal 4. Algo muy distinto es, en nuestro
lenguaje, lo doctrinal y lo pastoral; y hemos señalado para lo doctrinal el ámbito
académico reducido a un determinado número de personas y para lo pastoral
el ámbito de las acciones abarcadas por la vida eclesial con un espectro mucho

4
«En particular, en el lenguaje eclesiástico, "pastoral" es entendido en su delimitación en confrontación
con "doctrinal". Mientras "doctrinal" sugiere la impresión de "claramente establecido" e "inmutable",
"pastoral" habla de difuminación de contornos y de flexibilidad un cierto grado de contingencia, propio
de cuanto se refiere no a verdades intelectualmente percibidas, sino a realidades históricas tomadas en su
concreción.
Si "doctrinal", especialmente si está en conexión con "dogmático", habla de nivel abstracto de
comprensión y del carácter teórico de la argumentación, "pastoral" se refiere, por el contrario, a todo lo
que es concreto y operativo; si "doctrinal" y "dogmático" (...) juntamente con "escolástico" requiere un
cierto tecnicismo de expresión y una determinada cientiftcidad de exposición, "pastoral" indica, por el
contrario, una modalidad en cierto modo divulgativa y un esfuerzo de consonancia con la que se presume
ser la sensibilidad media de los destinatarios y, por eso, capaz de llegar y hacerse entender por una
cantidad más vasta de oyentes» SEVESO, B., Edificare la Chiesa. La teologia pastorale e i suoi problemi
(Turín 1982), 45.

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más amplio. Desde esa comprensión, hemos aplicado calificativos


contrapuestos a cada uno de los términos, y así:
— lo doctrinal es inmutable y eterno, mientras que lo pastoral es flexible,
contingente e histórico;
— lo doctrinal es abstracto y teórico, mientras que lo pastoral es concreto y
operativo;
— lo doctrinal es científico, mientras que lo pastoral es divulgativo.
En el mismo currículo de los estudios teológicos, las asignaturas
comprendidas dentro de la denominación «doctrinal» pasarían a formar parte
de las asignaturas fundamentales o troncales, mientras que las pastorales o
prácticas tendrían una importancia secundaria situándose entre las asignaturas
complementarias.
Estas dos contraposiciones (ser-obrar; doctrinal-pastoral), que pueden
guardar en sí una importante parte de verdad, no son toda la verdad. La mera
contraposición es, al menos, simplista, porque, de hecho:
— no existe ningún ser que no se manifieste en el obrar a la vez que lo
sustenta, ni existe ningún obrar que no sea manifestación y epifanía del mismo
ser. Ser y obrar, más que oponerse, se autoimplican y se autoexplican;
— tampoco el terreno de lo doctrinal y lo pastoral pueden darse aisladamente.
Una doctrina teológica incapaz de iluminar una práctica y que no lleve a la
realización de la Iglesia y de su misión en el mundo es pura especulación que
poco tiene que ver con la teología, y una práctica pastoral que no esté
asentada sobre una sólida fundamentación teológica no pasa en muchas
ocasiones de ser una aventura o un mero experimento del que con frecuencia
tenemos que lamentarnos más tarde.
No podemos, por tanto, hablar de pastoral olvidándonos del ser de la
Iglesia o de lo doctrinal. Es más, no puede haber una práctica seria y
consecuente que no tenga a la reflexión como uno de los elementos
componentes de su proceso5. De hecho, nuestro tratado va a situarse ahí, en
esa conjunción de lo teórico con lo práctico, de lo reflexivo con lo operativo,
necesaria en toda acción eclesial. Toda acción pastoral, toda acción eclesial
consecuente con el ser de la Iglesia, ha de tener un momento primero reflexivo
que, situado en el interior de la misma acción, la fundamenta y la hace
necesaria. Desde él, la acción adquiere identidad y se sitúa en la globalidad del
obrar eclesial.
Podemos formularlo al contrario. En toda acción de la Iglesia hay un
componente de reflexión, aunque ciertamente algunas veces sea implícita, que
la ha generado y que le ha marcado su objeto y su finalidad. Ese componente
reflexivo va a ser el contenido de este manual. Porque este componente no
puede estar separado de la acción misma, el teólogo pastoralista, aunque no

5
4 En cuanto al problema de la teoría y la práctica, cf LEHMANN, K., «Das Theone-Praxis-Problem und
die Begründung der Praktischen Theologie», GREINACHER, N ,«Das Theone-Praxis-Problem ín der
Praktischen Theologie», y SAUTER, G., «Der Praxisbezug aller theologischen Disziphnen», en
KLOSTERMANN, F.-ZERFASS, R. (ed),Praktische Theologie heute (Munich 1974), 81-131.

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se identifica con el agente pastoral, no puede estar al margen de él ni hacer


una reflexión que no le incumba y le sirva.

II. TRES ESTRATOS EN LA PASTORAL


Cuando hablamos de pastoral, estamos empleando, por consiguiente, un
término plurivalente que, de alguna manera, conviene deslindar y aclarar. En
concreto, usamos la palabr
a en tres estratos o niveles sucesivos que van a dar origen a distintos
tratamientos. Son éstos:

1. La pastoral fundamental
Un primer nivel reflexivo sobre la acción pastoral de la Iglesia es el que se
pregunta por la misma acción en sí misma considerada 6. En un terreno previo a
cada una de las acciones concretas, la Iglesia puede y debe preguntarse qué
hace y de qué manera se manifiesta en la acción su propio ser 7. Lógicamente,
este primer nivel de comprensión de la acción pastoral está fuertemente
influenciado por la conciencia del mismo ser eclesial. La reflexión pastoral es
deudora directa de la teología eclesiológica no por ser una conclusión de su
tratamiento, sino por ser su manifestación epifánica. En este nivel no podemos
hablar de teología pastoral prescindiendo de sus raíces eclesiológicas, de la
misma manera que podemos decir que una eclesiología que no exige una
acción pastoral es, en sí misma, reductora.
Es natural porque a grandes rasgos podemos decir que, mientras la
eclesiología estudia el ser de la Iglesia, la pastoral estudia el obrar, y ambos
están perfectamente trabados. Por eso, el estudio de la eclesiología y el de la
teología pastoral han tenido una historia paralela. La pastoral no es una mera
consecuencia operativa de la eclesiología dogmática, sino que están en
interconexión profunda. De hecho, el modo de considerar a la Iglesia en sus
elementos constitutivos influye necesariamente en la manera como ella existe
en el tiempo y en el espacio. Rahner habla de una eclesiología esencial y una
eclesiología existencial para señalar la mutua implicación a la vez que los
distintos modos de tratamiento de la realidad eclesial 8.
Esta misma realidad fue puesta claramente de manifiesto en la historia
del Concilio Vaticano II. A la constitución dogmática Lumen Gentium siguió la
promulgación de la constitución pastoral Gaudium et Spes. Ambas
constituciones, que son el origen de los tratados de teología de la Iglesia y de
teología pastoral tal y como los hemos estudiado durante los últimos 30 años

6
Cf. SCHUSTER, H., «Ser y quehacer de la teología pastoral», en Concilium 3 (1965), 8.
7
«La teoría inmanente a la actuación creyente y eclesial pue
de ser objeto de reflexión científica; con ello nos encontramos en medio de la disciplina teológica de la
teología práctica Desarrolla así una teoría teológica de la praxis cristiana y eclesial, tal como llega de la
historia, se realiza hoy y continúa hacia el futuro». ZULEHNER, P. M , «Teología práctica», en
EICHER, P , Diccionario de conceptos teológicos, 11 (Barcelona 1990), 530.
8
Cf. RAHNER K., «Ekklesiologische Grundlegung», en HPTh, I, 121-122.

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de vida eclesial, forman parte de un proyecto común de tratamiento de una


misma Iglesia9.
A este tratamiento pastoral fundamental le corresponde el análisis de las
distintas concepciones históricas de la acción pastoral desde las premisas
eclesiológicas en las que se funda10.
De la misma manera, por encima y anteriormente a toda pastoral
situacional, le corresponde una profundización de la acción eclesial en sí desde
sus referencias básicas: la continuidad de la misión de Jesucristo, la progresiva
e histórica configuración hacia el Reino y el destino de esa acción en la
evangelización del mundo11. Desde las tres referencias surge una criteriología
pastoral12 y, desde ellas también, diferentes dimensiones de la acción pastoral
que han de ser posibilitadas.
El desarrollo especial de alguna de estas dimensiones o la opción
situacional por alguna de ellas trae como consecuencia el tema de los modelos
de acción pastoral13, tema complejo en su formulación, pero evidente en sus
distintas realizaciones.
Porque la acción pastoral tiene un presente, un pasado y un futuro, la
consideración de la historia y de la identidad de la acción lleva a la teología
pastoral a un planteamiento posterior de la acción eclesial que implica la
proyección y la programación pastorales14 como exigencia del mismo ser y de
sus criterios e imperativos.
El estudio de la acción pastoral en sí misma considerada implica también
el conocimiento global de los agentes de pastoral 15 para distinguir con claridad
quién es quién en la acción y qué acciones en concreto corresponden a cada
uno de los agentes.

2. La pastoral especial
Un segundo nivel que podemos encontrar en el uso del término pastoral
es el que se refiere a la acción de la Iglesia en una situación determinada. Ya
no se trata de contemplar la acción en sí misma y de hacer una teoría sobre la
acción, sino del contraste entre lo que es la acción pastoral en sí y su
realización histórica en cada una de las estructuras y acciones pastorales
concretas.
En este caso, contemplamos la acción de la Iglesia en el hoy de la
historia con un objetivo muy determinado: la proyección de una acción nueva
que responda con más autenticidad a lo que la acción pastoral debe ser.
Por ello, los contenidos de la pastoral especial, que son las estructuras y
las acciones pastorales tal y como hoy están presentes en la Iglesia, deben ser
9
Cuando el cardenal Suenens propuso la división de los dos tratamientos de la Iglesia, partía de una
premisa común Cf. ACTSYN I/IV, 222-225.
10
Cf capítulos 3 y 4.
11
Cf capitulo 5.
12
Cf capítulo 6.
13
Cf capítulo 7.
14
Cf capitulo 8.
15
Cf capitulo 9.

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tratados con una metodología 16 que incluya tres apartados claramente


delimitados:
— El análisis fenomenológico y valorativo de las realidades eclesiales
pastorales. En determinados fenómenos y estructuras, este análisis ha de
llevar consigo un conocimiento de la historia de la estructura en sí para poder
valorar también su carácter temporal y su respuesta a exigencias concretas de
evangelización.
Cuando nos situamos en este primer momento metodológico, no
prescindimos del primer nivel de la teología pastoral, sino que encontramos en
él la criteriología válida para poder conocer y valorar críticamente la realidad
pastoral concreta. Esta criteriología, que es teológica, hace en sí mismo
teológico el análisis y todo el proceso metodológico posterior.
Es importante afirmar esto por el carácter interdisciplinar que la teología
pastoral tiene y que, en ocasiones, ha propiciado un rechazo de otras materias
teológicas porque no la consideran tal. El uso de otras ciencias para el
conocimiento de la realidad es necesario en la teología pastoral 17, pero, a la
vez, es relativo. Está al servicio del análisis teológico de las realidades
eclesiales. Tradicionalmente hemos llamado ciencias auxiliares a las que
cumplen esta tarea de ayudar relativamente al conocimiento. Su uso es
necesario, y, en caso contrario, más que de conocimiento hemos de hablar de
aproximaciones.
Pero, a la vez, no podemos identificar un análisis y un conocimiento
realizado por las ciencias auxiliares con el método, los objetivos o las
conclusiones de la teología pastoral. Pueden formar parte de su camino
metodológico, pero nunca suplantarlo. Están al servicio del análisis teológico,
en el que siempre es necesario cotejar si la salvación de Dios pasa y se
encarna en unas determinadas estructuras pastorales.
Porque la Iglesia tiene una dimensión intrínseca de visibilidad y de
sociedad, puede ser abordada en su conocimiento por aquellas ciencias que
estudian directamente la realidad. Pero si prescindimos de que la Iglesia es
también objeto de fe, tendríamos que decir que esas ciencias han estudiado
una parte de su verdad, pero no la totalidad de su ser eclesial 18.
El análisis y la valoración teológicos incluyen el uso de la teología
dogmática, especialmente de la eclesiológica, para identificar la acción de la
Iglesia en el conjunto de la mediación de la salvación y la gracia, para ponerla
en relación con la misión evangelizadora, para encontrar en ella la forma
sacramental de la acción de Dios.

16
Cf MIDALI M., Teologia pastorale o pratica, (Roma 1985), 349-357.
17
Cf GS 62.
18
Conviene tener esto en cuenta en una época en la que los análisis sociológicos, psicológicos,
pedagógicos o incluso económicos sobre la Iglesia son frecuentes y aparecen con asiduidad en los medios
de comunicación social Son visiones importantes que la teología pastoral ha de tener en cuenta, pero no
se identifican por sí mismos con la teología pastoral. Es más, a veces estos mismos análisis son el cuerpo
de tratados de pastoral o de artículos especializados; llamar a esto teología pastoral es hacer un seno
reduccionismo de su ser y de su tarea en la Iglesia.

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— La proyección de una situación nueva de la acción eclesial. La cual,


partiendo de la situación analizada, aproxime más la realidad a su modelo. Esto
es, la teología pastoral tiene una función crítica, dinámica y dinamizadora en el
conjunto de las realidades eclesiales 19. Su análisis tiende a la transformación y
al cambio de las estructuras para que en ellas se encarne mejor la esencia
misma de la Iglesia y de su acción.
También en este caso, la conexión con la teología pastoral fundamental
es clara. Se trata de hacer realidad concreta lo reflexivamente abordado para
que la acción de la Iglesia sea en verdad acción eclesial y supere los
impedimentos y las dificultades que una historia y una concreción determinadas
han unido a esa misma acción.
La tensión entre el ser y el deber ser está en la base de esta proyección
pastoral. La teología pastoral debe proyectar el deber ser como función
identificada dentro de las ciencias teológicas, específica de su ser, y como
servicio eclesial que está llamada a prestar. De este modo, uno de los campos
de la teología pone en relación estrecha la vida eclesial con las materias
ideológicamente abordadas en las otras disciplinas.
La teología pastoral ha de encontrar después, en el tercer nivel, la
programación pastoral como complemento de la proyección y como puente
necesario entre los teólogos pastoralistas y los agentes pastorales. En este
sentido, podemos claramente hablar de la utilidad de una teología pastoral.
— La descripción de unos imperativos de acción. De la distancia entre la
situación dada y la deseada, entre el ser y el deber ser, surgen los medios que
posibilitan el paso. Estos medios son los imperativos de acción.
Cuando nos situamos en el terreno de la teología pastoral, estos
imperativos no son acciones, sino direcciones de la acción. A la teología
pastoral no le corresponde poner en práctica unas acciones determinadas o
unos objetivos operativos, sino trazar las grandes líneas de acción en las que
se tienen que encarnar acciones posteriores. Se trata fundamentalmente de
salvar la distancia entre lo dado y lo proyectado por medio de exigencias
básicas en las que han de encontrar su razón de ser las acciones pastorales.

3. La pastoral aplicada
Pasamos en ella del terreno de lo reflexivo a lo operativo, de la
universalidad a la concreción, del pensamiento a la acción. Su campo ya no
está en el interior de los estudios teológicos, sino en la vida concreta de la
Iglesia.
En la normalidad de nuestro lenguaje, el término pastoral se identifica
con este nivel en multitud de ocasiones y es porque en él se realiza la acción y
porque para él existe la reflexión teológica previa.

19
«La teología pastoral tiene también una función en la misma realización de la Iglesia Ejerce una
constante función crítica frente a la Iglesia y sus formas de acción. Somete las estructuras de la Iglesia a
un examen crítico y busca formas y estructuras del quehacer pastoral adecuadas a la situación»
CALVO, F. J , «¿Que se entiende por teología pastoral?», en Vocaciones 59 (1973) 54.

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Los agentes de la pastoral aplicada no son los teólogos pastoralistas,


pero su ministerio y su función en la vida de la Iglesia son también necesarios.
Su relación con los teólogos pastorales es la misma que entre la teología
pastoral y la acción pastoral: una se realiza para la otra. Del mismo modo que
la reflexión pastoral encuentra su destino en la planificación y realizaciones
pastorales, los teólogos pastoralistas hacen un servicio a la edificación
concreta de la Iglesia que se realiza en cada una de sus programaciones.
El agente de teología pastoral es, entonces, el responsable de hacer
operativo lo que antes ha sido reflexivo y hacer casuística lo que ha sido
universalmente tratado. Es una correa de transmisión entre el pensamiento y la
acción, pero no irreflexiva e irresponsable. Todo lo contrario: la teología
pastoral le sirve de apoyo y de concienciación para un ministerio en la vida de
la Iglesia en el que la responsabilidad, la libertad, la originalidad y la creatividad
entran directamente en juego. La teología pastoral hace posible que esta
acción sea más reflexiva, tenga una fundamentación mayor y pueda ser
identificada como auténtica acción eclesial o pastoral.

III. ESPECIFICIDAD DE LA TEOLOGÍA PASTORAL


Desde lo dicho, tenemos que afirmar que la teología pastoral
tiene:
 un ámbito: los estudios teológicos;
 una referencia próxima: la concepción eclesiológica;
 una referencia última: la fe de la Iglesia;
 un objeto: la acción de la Iglesia;
 dos campos: la acción en sí misma considerada o en sus realizaciones
históricas concretas;
 un método: el análisis valorador de la situación concreta eclesial para,
desde la proyección de una situación nueva, trazar los imperativos
básicos de la acción;
 una ayuda: las ciencias auxiliares que, con carácter interdisciplinar,
ayudan al conocimiento de la realidad;
 una finalidad próxima: iluminar la práctica eclesial concreta y darle las
pautas para su identificación;
 una finalidad última: servir a la misión eclesial.
Desde esta especificidad tenemos que afirmar la existencia de la
teología pastoral en el interior de los estudios teológicos. Es más, cumple una
función necesaria en la teología y que no es cubierta por ninguna de las demás
disciplinas teológicas.
Desde esta misma especificidad abordaremos el tratamiento de los
temas de teología pastoral en esta obra.

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IV. ALGUNAS ACLARACIONES


Deslindada la especificidad de la teología pastoral, es conveniente
concluir este capítulo haciendo las siguientes aclaraciones que ayuden a
señalar aún más sus contornos específicos:
1. La primera es que la teología pastoral es fundamentalmente teología. El
sustantivo es teología y el adjetivo es pastoral. Por tanto, hemos de estudiar
este tratado con metodología teológica. Hacer de él una reflexión desde la fe y
hacerlo desde el dato revelado y desde el magisterio de la Iglesia que entran
en diálogo con las situaciones históricas del mundo.
2. Nos movemos en el campo de una asignatura universitaria y con caracteres
de universalidad. Ni nos centramos en acciones concretas ni queremos hacer
de la teología pastoral un taller de actividad eclesial, unos planteamientos
pragmáticos que contrarresten los otros planteamientos teóricos teológicos. Se
trata de moverse en el terreno previo a la acción, en el de la reflexión
iluminadora que se hace realidad después en cada una de las acciones. Lograr
una estructuración mental teológico-pastoral, es poner el fundamento para la
mejor práctica.
3. El objeto de su estudio, el obrar de la Iglesia, es un objeto de fe y desde la fe
ha de ser tratado. No es posible hacer una distinción entre la Iglesia entendida
desde la eclesiología y desde la pastoral. Si la Iglesia es un misterio de fe en su
concepción teológica, en su ser, también ha de serlo en el estudio y en las
exigencias de su obrar. La práctica pastoral ha de estar fuertemente
influenciada por la concepción eclesiológica. Esta práctica no puede olvidarlo y
tratar a la Iglesia como una simple institución humana. El concepto de realidad
divino-humana derivada de la encarnación en la Iglesia nunca puede ser
olvidado en el estudio del obrar de la Iglesia.
4. A la vez, la teología pastoral ejerce una función crítica en el interior de la vida
de la Iglesia y tiene la función de, enfrentando la autenticidad de su ser teologal
con las realizaciones prácticas de acción, buscar las líneas fundamentales de
su autorrealización20. En este sentido, es plenamente teológica no sólo por el
fundamento de su capacidad crítica, sino también por los criterios de acción
que se proponen. Estos criterios no están al margen sino que brotan de la fe de
la Iglesia y de la comprensión teológica.
5. Esto no impide el que la Iglesia, por su dimensión humana, pueda ser
estudiada por otras ciencias 21, descrita fenomenológicamente, analizada
sociológicamente, o comprendida desde sus caracteres societarios. Sin
embargo, eso no es teología pastoral. Estos estudios son necesarios si no
20
«En este sentido podemos decir que la teología pastoral tiene una dimensión crítica ya que tiene una
tarea de delimitación de objetivos, tareas, actitudes, prioridades y sistemas organizativos eclesiales Por
su naturaleza no es una crítica subjetiva e idealista sino una crítica reconstructora de la imagen eclesial
auténtica; es decir, busca el marco teológico desde el cual discernir lo que hacemos, y habla de las
condiciones de la acción de la Iglesia y de su imagen real, de cara a ayudar en la elaboración de su
desarrollo» PRAT I PONS R., Compartir la alegría de la fe Sugerencias para una teología pastoral
(Salamanca 1988), 48.
21
En cuanto a la relación de la pastoral con sus ciencias auxiliares, cf. CFRIANI, G , Introducción a la
teología pastoral (Madrid 1966), 213-249.

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queremos quedarnos en concepciones teóricas y etéreas, pero nunca podemos


confundir la teología pastoral con ellos. La pastoral tiene que contar con sus
datos, pero sin confundirse con ellos.
6. Por último, la teología pastoral no es un absoluto en la acción y en la práctica
de la Iglesia. A ella le toca indagar, sacar consecuencias prácticas de la
teología dogmática, marcar caminos y pautas de comportamiento para la vida
de la Iglesia, pero ella no es quien decide la práctica eclesial. Su quehacer es
un servicio, pero la práctica concreta es obra de todos y los distintos ministerios
tienen un importante papel en las decisiones que se han de tomar. La teología
pastoral, como toda teología, se presenta como un servicio en diálogo con los
otros servicios y ministerios eclesiales. En ella, tampoco se pueden confundir
teología y magisterio22. Los dos son servicios a la Iglesia, pero no se
confunden. Lo importante es que vivan en un diálogo clarificador respetando
cada uno lo que es propio del otro.

22
Cf. ANTÓN, A., «Magisterio y Teología dos funciones complementarias en la Iglesia», en Seminarium
29 (1989) 351-382.

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CAPÍTULO II
FUNDAMENTOS BÍBLICOS DE LA TEOLOGÍA PASTORAL
El término pastoral, que hoy aplicamos comúnmente a la acción de la
Iglesia, encierra una primera connotación que es la de la tarea del pastor. La
evolución histórica de las ideas teológicas y pastorales ha llevado a la revisión
profunda de este vocablo, de su amplitud y de sus distintas dimensiones. De
hecho, y lo veíamos en el capítulo anterior, bajo un solo término se encierran
distintas posibilidades de comprensión y la misma historia ha sido origen de un
cambio profundo en su entendimiento.
El paso en sus contenidos de la teología pastoral a la teología
práctica, o el paso de la pastoral del ministerio ordenado a la acción de la
Iglesia, es claramente significativo de esta evolución. Denominándose
siempre con el mismo término, las realidades eclesiales a que ha hecho
referencia la palabra pastoral han sido muy diversas. Indudablemente una de
las razones del cambio de concepciones teológicas y pastorales que se ha
dado en la reciente historia ha sido la de los estudios bíblicos. Entre los
movimientos renovadores del comienzo de este siglo ocupa un lugar importante
por la trascendencia de su influjo en los niveles cognoscitivos y prácticos de la
teología.
Por eso, al menos brevemente, es necesario que acudamos a los
fundamentos bíblicos del término pastoral y de la primera acción de la
Iglesia y que los sistematicemos para encontrar los orígenes de nuestro
tratamiento y rastrear las características normativas que siempre han de
enmarcarlo.
Nuestro recorrido ha de ser necesariamente sintético, marcando las
direcciones fundamentales que nos indica la acción pastoral de Cristo y
de la Iglesia en los textos de la revelación.

I LA PASTORAL EN LA TERMINOLOGÍA BÍBLICA


La idea y la realidad del pastoreo están profundamente arraigadas
en la cultura de Israel Su origen nómada, su alusión continua a la época
peregrinante y los avatares de una historia en la que la movilidad de sus gentes
caracterizó su propio ser hicieron que la figura del pastor en su doble vertiente
de jefe y compañero23 adquiriera importancia como referencia religiosa en su
comprensión de Dios y en su misma autocomprensión de pueblo Dios y
aquellos que actúan en su nombre reciben el nombre de pastores, mientras
que el pueblo se caracteriza por ser el rebaño que sigue sus pasos por la
senda de la alianza

23
Concepto «Pastor y rebaño», en LFON-DUFOUR, X , Vocabulario de teología bíblica (Barcelona
1972). 651-654.

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a) En el Antiguo Testamento, tres son las características que aparecen


en esa doble referencia.
— Más que definición de Dios, el nombre de pastor sirve para
ilustrar la historia de Israel desde el amor que Dios le ha tenido.
El mismo acto de constitución del pueblo en el éxodo es ya concebido en
Israel desde la terminología pastoril La acción de sacar al pueblo de la
esclavitud y su conducción por el desierto es comprendida desde la imagen del
rebaño y de las ovejas (Sal 78,52). Esta acción comprende el haber escuchado
sus súplicas viendo su situación (Ex 3,7), el haberlo liberado de la tierra de
esclavitud (Dt 5,6) y el haber guiado posteriormente con bondad al pueblo que
había salvado (Ex 15,13).
La constitución del pueblo ha convertido a Israel en propiedad personal,
reino de sacerdotes, nación santa (Ex 19,5-6) El cuidado de Dios con su
propiedad es continuamente expresado también en términos pastoriles la guía
continua, la protección en cada momento, la liberación de los enemigos y la
misma entrega y repartición de la tierra se leen en esta clave (Sal 78,53-55) En
algunas ocasiones,
ese cuidado está expresado en términos de ternura: «como pastor pastorea
a su rebaño, recoge en brazos a los corderitos, en el seno los lleva y trata con
cuidado a las paridas» (Is 40,11).
La acción de Dios encuentra una respuesta en el pueblo que se confiesa
tanto personalmente (Sal 23,1-6) como colectivamente (Sal 100,3) rebaño que
llama pastor a su Señor.
La oración que Israel le dirige también está expresada en términos
pastoriles la que confiesa, la que suplica y la que reconoce las propias culpas
Es más, la salida de la situación angustiosa es vista como acción del Dios
pastor a quien se le pide el cuidado nuevo y continuo. También tanto en las
situaciones personales (Sal 119,176) como en las colectivas (Sal 80,2), el
pecado y la reconciliación son iluminados por la relación oveja-pastor.
Esta acción benevolente de Dios con su pueblo expresada en términos
pastoriles no se agota en un pasado del que se hace memoria, sino que ilumina
un presente por el que se pide y asegura un futuro basado en el amor mostrado
en el reconocimiento de la propia historia. Así, la vuelta del exilio es
contemplada como nueva reunión de las ovejas dispersas y como nueva
conducción a la tierra de los antepasados (Is 49,1-26, Zac 10,8-10) y la
restauración soñada por los profetas es identificada con la vuelta de las
ovejas al aprisco, del rebaño a sus pastizales (Miq 2,12) Sión será el lugar
donde el resto del rebaño disperso se congregará nuevamente (Miq 4,6-7).

— El nombre de pastor es también designación para los servidores


de Dios que están a la cabeza del pueblo Dios pastorea a su pueblo, a su
rebaño, por medio de pastores elegidos por él para que realicen su tarea Así,
por analogía con la acción divina y como mediación de dicha acción, el nombre
de pastor es aplicado al hombre que está a la cabeza del pueblo.

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Desde lo dicho, está claro que el primer pastor y el prototipo de lo que ha


de ser un pastor en Israel es Moisés «Tú guiaste a tu pueblo como rebaño por
la mano de Moisés y de Aarón» (Sal 77,21) Después de Moisés, Josué es
elegido para que no quede la comunidad como rebaño sin pastor (Núm 27,17).
Más tarde, llegado el tiempo de la instauración de la monarquía, David es
también elegido para apacentar al pueblo (2 Sam 5,2).
El pastoreo de los hombres siempre es evaluado por la fidelidad al
pastoreo de Dios En este sentido, la Biblia siempre habla de los buenos y de
los malos pastores. El prototipo, en tiempos proféticos, del buen pastoreo es
David que, siendo pastor, cambió su rebaño por el del Señor y lo apacentó bien
(Sal 78,70-72), mientras que la infidelidad de muchos pastores a la tarea
encomendada ha sido manifiesta en la historia de Israel. Las más duras
recriminaciones bíblicas han sido para los pastores que, en vez de la
tarea encomendada, se han valido de su misión en beneficio propio (Ez
34, Zac 11,4-17). La suerte del rebaño está en parte unida a la suerte del
pastor, cuya herida supone la dispersión de las ovejas (Zac 13,7).

— El nombre de pastor es reservado de un modo especial para la


situación que ha de venir. Los tiempos mesiánicos anunciados por los
profetas se mueven en la misma terminología y aplican el tema pastoril al
anuncio de la salvación futura. Como en otras ocasiones y en otros temas de la
historia de Israel, el pasado es la garantía y la certeza de lo que va a venir.
La infidelidad de los pastores de Israel pone en cuestión el mismo
pastoreo y la fidelidad de Dios. Por eso, la reacción de Dios ante la mala
gestión de los pastores infieles es la de ponerse a sí mismo al frente del rebaño
(Ez 34,10-16), anunciando nuevos tiempos para su pueblo.
La restauración del pueblo está unida a un «les daré pastores
según mi corazón» (Jer 3,15). El resto de Israel tendrá buenos pastores
(Jer 23,3-4).
Entre todos los textos bíblicos del Antiguo Testamento, destaca la
profecía de Ezequiel en la que, junto a la recriminación de los pastores infieles
y a la certeza del pastoreo salvífico de Dios, se promete un nuevo pastor (Ez
34,23-31) caracterizado por los atributos del pastoreo y la fidelidad de David,
en el que se significa de un modo especial la capacidad de unir a los
pueblos24. La terminología de la alianza es empleada de nuevo para ilustrar la
situación esperada, esta vez en clave pastoril: Dios será su pastor y el
pueblo será su rebaño.
En conclusión, podemos decir que la acción salvadora de Dios para su
pueblo ha sido presentada en Israel en términos pastorales y que esta acción
se ha desarrollado a través de mediaciones humanas no siempre fieles a lo
encomendado. Dado que la fidelidad de Dios está por encima de la respuesta
humana, su pastoreo exige una novedad en el comportamiento de sus pastores

24
Cf. VON RAD, G., Teología del Antiguo Testamento (Salamanca 21973), II, 295.

20
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que exprese en radicalidad la acción de Dios. Esta situación nueva se identifica


con los tiempos mesiánicos.
b) En el Nuevo Testamento Cristo aparece interpretando su historia y
su misión desde el ámbito religioso-cultural de su pueblo y comprendiendo
también desde la terminología pastoril su propia obra. Los textos del Antiguo
Testamento que hemos repetido sirven de marco de referencia para
comprender la autoconciencia de Jesús y para hablar de su tarea como la del
pastor esperado. Tres afirmaciones básicas pueden resumir sus palabras en
torno al tema:
— La situación del pueblo que él encuentra es la del rebaño sin pastor
(Mt 9,36; Me 6,34). El pueblo que ha sido comprendido como rebaño está en
una situación que mueve a compasión al mismo Jesús, que actúa para sacarlo
de ese estado. Más tarde, los escritos apostólicos confesarán que, gracias a su
acción, las ovejas descarriadas han vuelto al pastor (1 Pe 2,25).
— El mismo se presenta como el buen pastor anunciado por los profetas
para la época mesiánica.
La terminología joánica del buen pastor está adornada de imágenes y de
ideas que lo ilustran: la única puerta del redil a diferencia de otros que han
venido antes, el que conoce y es conocido, el que camina delante de su rebaño
y hace posible el seguimiento, el que hace vivir, y, sobre todo y de manera
especial, el que da la vida por su rebaño (Jn 10,1-18). Las palabras puestas en
la boca de Jesús son la contraposición clara a la recriminación de Ezequiel
para los pastores infieles.
Junto a la proclamación de Jesús como buen pastor, se introduce la
novedad del universalismo para su rebaño. Las ovejas que no son del redil
judío también le pertenecen y van a ser agregadas al rebaño que él conduce
para que haya un solo rebaño y un solo pastor (Jn 10,16).
La fe posterior en Jesús como el Cristo lo ha confesado como «el gran
pastor de las ovejas» (Heb 13,20).
— Eligió y llamó pastores.
Aunque es verdad que la terminología pastoril no es abundante a la hora
de denominar a los discípulos, sí es cierto que la elección en libertad de los que
quiso para que le acompañaran y para enviarlos (Me 3,1-19) y la permanencia
de este grupo a su lado durante su vida está remarcada en los evangelios
hasta que, después de la Pascua, son enviados a continuar su obra contando
con su nueva presencia (Mt 28,18-20). La misión de Cristo comprendida como
la del pastor ha sido encomendada a los que vivieron con él.
Lo que implícitamente hemos dicho del grupo, está claramente
explicitado en el caso de Pedro. El Jesús postpascual le encomienda la tarea
de apacentar sus ovejas y sus corderos después de una triple confesión de
amor (Jn 21,15-17).
El pastoreo de Jesús se une así al pastoreo de los que él envía y, por
eso, puede ser llamado el príncipe de los pastores que dará a su vuelta la
corona a los pastores fieles (1 Pe 5,4).

21
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En resumen, una de las claves de la autoconciencia de Jesús está en la


misión del pastor anunciado y esperado por el Antiguo Testamento cuya tarea
es la de la fidelidad al Padre para hacer posible su obra, para ser auténtico
mediador. Por eso, la acción de Jesús ha sido llamada acción pastoral y la
acción posterior de su Iglesia ha llevado el mismo nombre, de la misma manera
que han sido llamados pastores aquellos que la sustentaban.

II. LAS DIRECCIONES DE LA ACCIÓN DE JESÚS


El repaso por los textos bíblicos nos ha llevado a la comprensión de la
tarea de Jesús como acción pastoral por la conciencia que él mismo tenía de
ser el pastor esperado que hace posible el pastoreo de Dios sobre su pueblo.
Detengámonos ahora brevemente en las direcciones de la acción de Jesús
para encontrar en ellas el origen de la misma acción de la Iglesia y de sus
pastores.
Normalmente, en los últimos tiempos, hemos descrito la acción pastoral
de Jesús continuada por la vida de la Iglesia desde los tres oficios de profeta,
sacerdote y rey. Es más, incluso se han escrito cristologías sobre esta base 25.
Sin embargo, el triple ministerio ha sido poco desarrollado en la historia de la
teología, aunque sí hay un desarrollo de su doctrina. Se comienza este
desarrollo a finales del XVIII y ya en nuestro siglo se construyen sobre él las
encíclicas Mediator Dei y Mystici Corporis. El Vaticano II continúa esta temática
y la aplica, como era tradicional, al ministerio de los obispos 26, al que están
asociados los presbíteros, pero la extiende también como participación de
Cristo a todo el Pueblo.
El desarrollo de la eclesiología en el último siglo, la concepción de la
Iglesia como Pueblo de Dios, el estudio sacramental de su mediación salvífíca
y la profundización en los ministerios y carismas de todos los que comparten la
misión de la Iglesia han hecho que hoy veamos la acción eclesial en la totalidad
de sus miembros como continuación de la acción de Cristo 27.
Este triple ministerio está, sin duda, presente en estas tres dimensiones
que vamos a abordar en la vida de Jesús.
25
ALFARO J., «Las funciones salvíficas de Cristo como Revelador, Señor y Sacerdote», en MS, III/I,
721-754.
26
Cf ALFARO J., ibid.
27
«La mediación absoluta de Jesucristo es el fundamento y la norma, pero también el límite de la
actividad mediadora de la Iglesia ( .) La pastoral, pues, es la mediación salvífica que se realiza en la
Iglesia y por medio de la Iglesia. Si consideramos a la Iglesia como el Pueblo de Dios y el misterio de
Cristo en su sentido pleno de su carácter divino-humano, entonces hemos de afirmar que el sujeto de la
pastoral es la Iglesia entera, dentro de una ordenación determinada por el llamamiento cristiano general
y por el ministerio y los carismas, y estructurada jerárquicamente de acuerdo con la diversidad de
cometidos» FEIFEL E., «Pastoral», en FRIES, H. (ed ), Conceptos Fundamentales de la Teología
(Madrid 1966), III, 365-366. Por eso, cuando hablamos de las dimensiones de la acción de Jesús,
hablamos de dimensiones continuadas hoy por la acción eclesial y en las que tienen una tarea específica
los ministerios de sus pastores. Como diremos más veces a lo largo de esta obra, nos conviene distinguir
desde el comienzo entre la acción pastoral y el ministerio pastoral El triple ministerio de Jesús es
continuado de alguna manera por todos los creyentes y el mismo ritual del bautismo habla de entrar a
formar parte de un pueblo de profetas, sacerdotes y reyes.

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1. La relación con el Padre


El estudio de Jesucristo presente en las cristologías de hoy nos muestra,
ante todo, el carácter relacional de su existencia. Jesús no se presenta como
absoluto y último, sino que hace referencia siempre a alguien que es más que
él, al Padre28. La autoridad de su palabra, la libertad ante la ley y la tradición y
la fuerza de sus obras son interpretadas por él mismo desde un origen
relacional que las convierte en revelación del Padre.
Este Padre, llamado con el nombre cariñoso y familiar de Abba, es
determinante para la conciencia y la misión de Jesús. El secreto de su
identidad no puede ser desvelado prescindiendo de esta pieza clave con quien
continuamente se relaciona. Ahora bien, esta relación no le convierte en el
teórico de Dios que define sus cualidades y propiedades, sino en su enviado
que pone en práctica el comportamiento del mismo Dios ante el mundo. «Jesús
no dio lecciones sobre Dios, sino que lo puso en juego: hizo de su vida una
"exégesis" o una narración de Dios»29.
La principal manifestación de esta referencia última de su vida está en la
práctica de la oración. Desde ella Jesús concibe su ser y su tarea, desde ella
encuentra sentido a los acontecimientos centrales de su vida: está presente en
el origen de su vida pública (Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc 4,1-13), en la elección
de los apóstoles (Lc 6,12), en la resurrección del Lázaro (Jn 11,41-42), antes
de la subida a Jerusalén (Mt 17,1-13; Mc 9,1-13), en la cena (Jn 17,1-26), antes
de ser
entregado (Mt 26,36-56; Mc 14,32-40; Lc 22,39-53), en el final de su vida (Mt
27,46).
La relación es tal que el Dios a quien nadie ha visto nunca, por él se nos
ha dado a conocer (Jn 1,18). Quien lo ha visto a él ha visto al Padre (Jn 12,44-
45). Su mensaje está centrado en Dios y procede de Dios 30. Sus obras son la
manifestación de cómo Dios actúa. Su confianza en él está por encima incluso
de su fracaso histórico.
Esta relación es tan única que, aunque los discípulos sean invitados
también a dirigirse a Dios como Padre, siempre habrá una diferencia entre mi
Padre y su Padre31.
La acción de Jesús en su relación al Padre se traduce en fidelidad
mutua. Para él, su comida ha consistido en hacer su voluntad (Jn 4,34). A su
plan es fiel hasta la muerte. El Padre le es fiel últimamente y lo resucita de
entre los muertos, lo sienta a su derecha y derrama su Espíritu sobre los suyos.
El misterio pascual autentifica esta relación convirtiendo a Jesús en único
camino de acceso a Dios.

28
Cf TAMAYO J. J., «Jesucristo», en Diccionario abreviado de pastoral, 244.
29
GONZÁLEZ FAUS J. I., «Aspectos antropocéntricos de Dios en Jesús», en Sal Terrae 971 (1994),
636.
30
SCHILLEBEECKX E., Jesús La historia de un viviente (Madrid 1981), 559.
31
Cf. JEREMÍAS J., El mensaje central del Nuevo Testamento (Salamanca 1966), 30-31.

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2 La proclamación del Reino


En el centro de la misión de Jesús se encuentra el Reino de Dios. El ha
venido para proclamar que está cerca (Mc 1,15) Tampoco encontramos una
clarificación intelectual de lo que es el Reino, pero sí podemos decir que es
central en su vida porque a él se refieren sus palabras, sus obras son la señal
de que ha venido y su misma existencia es la manifestación. Este Reino tiene
las características:
— Del protagonismo de Dios en su decisión, en su gratuidad y en su
amor,
— De la definitividad en su manifestación y en la postura que se tome
ante él;
— De la salvación del hombre porque supone la bienaventuranza que
comienza ahora y que tendrá su plenitud escatológica.
Este Reino entra en la historia transformando su realidad desde las
mismas obras de Jesús La liberación del mal físico realizada en los milagros y
del mal moral significada por ellos es su manifestación. El Reino establece la
comunión, la que tiene Jesús con el Padre que comienza a vivir con sus
discípulos (Mt 12,46-50, Me 3,31-35) y la que se ofrece a los pecadores
transformando su situación. Las comidas de Jesús (Mt 8,10, Mc 2,15) son la
manifestación de esta comunión.
Las palabras de Jesús ilustran la llegada del Reino dando el sentido
preciso a sus gestos que pueden ser ambiguos. Las parábolas son la narración
en clave de alegoría y metáfora de la plenitud que entraña. La vida misma de
Jesús es la clave interpretativa, la parábola última del Reino.
Con la vida de Jesús el Reino adquiere características nuevas que no
encontramos en la revelación anterior32.
— La centralidad del mismo Jesús en el mensaje del Reino. El que lo
anuncia se convierte en su contenido Por eso, la entrada en el Reino se decide
mediante la aceptación de Jesús por la fe
— Su llegada gratuita y para todos, extendiéndose en un universalismo
que rompe los particularismos judíos y se apoya en una misericordia que
incluye el perdón de los pecados
— Su llegada preferente para aquellos que, a primera vista, se
considerarían excluidos de él los pobres, los pecadores, los enfermos, los
extranjeros, los niños, las mujeres33.
El Reino de Dios como verdad se manifiesta últimamente en el misterio
pascual de Jesucristo. En él ha quedado destruido el pecado como prototipo
del mal moral y la muerte como prototipo del mal físico. La acción gratuita de
Dios ha ido más allá de la historia de los hombres y ha confirmado la
pretensión de Jesús como realidad

32
Cf BUSTO SAIZ J. R., «Jesucristo», en CFC, 646
33
Todo el evangelio de Lucas es una muestra evidente de la preferencia de todos los marginados en la
acción de Jesús

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3 El grupo de los doce


La acción de Jesús y su tarea no pueden ser comprendidas al margen
de la libre elección (Mt 10,1-4) de los doce para que vivieran con él y para
enviarlos a la tarea del Reino (Me 3,1-19) Ellos participan de su intimidad y
comparten el significado de su vida.
Una doble razón justifica su elección y su papel relevante en la vida de
Jesús por una parte, su necesidad de asociar a otros a su misión y a la
multiplicación de su anuncio, por otra, la significación del nuevo pueblo que
comenzaba con la llegada del Reino 34. El número doce es claramente
manifestador de la convocación del Israel escatológico.
Este grupo, germen inicial de su Iglesia:
— Son creyentes que reconocen y confiesan a Jesús como Señor. Son
la muestra de que la fe es la llave del Reino (Mt 16,13-20).
— Son seguidores que han hecho de su vida un compartir el destino de
Jesús hasta beber su cáliz (Mt 20,23, Mc 10,39).
— Son convertidos que han transformado su realidad (Mc 10,28) y la de
sus vidas desde el contacto y la aceptación del mismo Jesús 35.
El misterio pascual convierte a los doce en apóstoles 36 y en primera
Iglesia. Los discípulos reciben el mandato de enseñar, bautizar y gobernar por
parte del Señor resucitado (Mt 28,16-20) y el Espíritu de Pentecostés
transforma su realidad desde la nueva presencia de Jesucristo que les hace
compartir su misión y comenzar la acción pastoral de la Iglesia.

III LA ACCIÓN DE LA PRIMERA COMUNIDAD CRISTIANA


El misterio de la Iglesia depende del misterio de la encarnación y Cristo,
enviado por el Padre, envía a su vez el Espíritu sobre la Iglesia 37. De este
modo, Cristo sigue presente en el mundo a través de la Iglesia de una forma
nueva, no encarnada sino pneumática. Gracias al Espíritu la Iglesia se
convierte en Cuerpo de Cristo y Cristo no está ausente de la comunidad
humana38, pero su presencia solamente puede ser entendida de una forma
nueva, desde el misterio de la Pascua.
La presencia de Cristo en la Iglesia y su relación con ella solamente
pueden ser entendidas desde el misterio de Pentecostés, porque se trata de
una presencia en el Espíritu39. El hace a Cristo presente y operante en su
Iglesia Por eso, cuando hablamos de la acción de la Iglesia, hemos de afirmar,
ante todo, que su ser depende del acontecimiento total de Cristo, está en
estrecha dependencia de la globalidad de su misterio 40. Es más, ella misma

34
Cf BUSTO SAIZ, J R , íbid , 648.
35
Cf FLORISTAN C., Teología practica 45.
36
Para Pablo, el encuentro con el resucitado es razón del apostolado.
37
Cf ALFARO o. c., 17.
38
Cf SCHILLWBEECKX E., «Iglesia y humanidad», en Concilium 1 (1965)65-94.
39
Cf BOFF L., Eclesiogénesis (Santander 1979), 38-39.

25
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entra a formar parte de este misterio, fuera del cual no tiene razón de ser La
Iglesia es misterio derivado del único misterio que es Cristo 41.
La acción de Jesús tiene su continuidad en la acción de una Iglesia que
surge del resto de Israel, del grupo de los discípulos de Jesús terreno y de la
recepción del Espíritu de Pentecostés, fruto de la Pascua 42. Si hemos llamado
pastoral a la acción de Jesús por sus connotaciones bíblicas, también
llamamos pastoral a la acción de una Iglesia que continúa en el mundo su
misión hasta su vuelta.
A partir del día de Pentecostés, la predicación apostólica, surgida de la
interpretación de la historia de Jesús desde su resurrección y comprendida
desde los profetas del Antiguo Testamento 43, va haciendo surgir una
comunidad eclesial cuyas características siempre hemos considerado
normativas para la Iglesia de todos los tiempos. Más que analizar la acción en
sí44 de la primitiva comunidad, analicemos los presupuestos reflexivos sobre los
que se construye su acción y las características que la definen como tal acción
eclesial o pastoral. Son éstas:
a) Es una acción que no es propia de la Iglesia, sino derivada Está en
conexión con el Señor Jesús, de quien depende en una continuidad de misión,
y es, por su misma esencia, trinitaria, fruto de la economía salvífica de toda la
Trinidad. Los apóstoles son conscientes, y así lo han testimoniado después los
evangelios brotados de sus catequesis, de que ellos continúan en medio del
mundo la tarea a la que había sido enviado Jesús por el Padre con la fuerza del
Espíritu «Como el Padre me envió, así los envío yo, reciban el Espíritu Santo»
(Jn 20,21).
Esta acción trinitaria tiene el protagonismo de la vida de la primera
Iglesia y es fundamentación clara de toda la acción pastoral de los apóstoles y
de las primeras comunidades cristianas Antecede a toda reflexión Cuando
todavía no existía la teología, ya existía la acción pastoral que surge de la
misión del Hijo que la Iglesia continúa en el mundo Y para que esta acción
exista, el Espíritu de Jesús, fruto de su Pascua, hace presente de una forma
nueva a Cristo en medio de su comunidad.
Por ello, la acción pastoral de los primeros cristianos no es propia ni es
considerada como tal, sino que siempre se repetirá el «en nombre de Jesús»
(Hech 2,38, 3,6, 4,18, 10,48) La Iglesia se siente el nuevo Cuerpo por el que
Cristo se hace presente y actúa en medio del mundo Quien ha hecho posible
esta nueva «encarnación» ha sido el Espíritu de Dios.
La presencia del Hijo por el Espíritu en la comunidad.

40
Para profundizar en este tema, cf ALFARO, J , «Cristo, Sacramento de Dios Padre La Iglesia,
Sacramento de Cristo glorificado», en Gregorianum 48 (1967) 5 27.
41
Cf LUBAC, H DF, Paradoja y misterio de la Iglesia (Salamanca 1967), 34-35.
42
Cf SCHLIER, H , «Eclesiología del Nuevo Testamento», en MS, IV/I, 217-218.
43
Cf SCHNACKENBOURG, R, La Theologie du Nouveau Testament (Brujas 1961), 43.
44
" Para un estudio de esta acción, cf FLORISTAN, C , «La acción pastoral de la Iglesia primitiva», en
Teología practica (Salamanca 1991), 53-80.

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— Exige que la Iglesia viva en continua fidelidad No es función propia


sino derivada la suya, y el evangelio de Jesús es lo que tiene que anunciar
(Hech 4,19-20),
— No se impone, sino que se acepta en libertad. De esta manera la
acción de Dios entra en el juego de la libertad con la acción del hombre que, de
la misma manera que deja traslucir esa acción, puede oscurecerla e incluso
impedirla,
— No acepta detenciones y progresivamente va avanzando. Así vemos
que una Iglesia surgida en Jerusalén con muy pocos hombres por los años
treinta, está extendida por el mundo conocido en los años setenta. El
protagonismo del Espíritu está claramente señalado en los Hechos de los
Apóstoles, especialmente en aquellos momentos de importancia o en los que
se juega el futuro de la vida de la
Iglesia bautismo de Cornelio (Hech 10,44-48), primera gran salida a los gentiles
(Hech 13,2-4), concilio de Jerusalén (Hech 15,8).
b) La acción pastoral tiene como elementos constitutivos el anuncio del
evangelio (centrado en el acontecimiento pascual), el cambio de vida (con todo
lo que ello supone de ser en el mundo) y la recepción de los sacramentos
(especialmente el bautismo y la eucaristía). Es significativo el discurso de
Pedro en Pentecostés (Hech 2,14-41). Después de haber anunciado a Jesús
muerto y resucitado, le preguntan qué tienen que hacer para salvarse; la
respuesta de Pedro es el arrepentimiento y la recepción del bautismo.
— Anuncio explícito del Señor Jesús, que vamos a ver repetido en cada
capítulo de los Hechos. Los apóstoles son testigos de su vida, muerte y
resurrección y hacen de Jesús el objeto directo de su proclamación, aunque a
veces sea escandalosa o les acarree la persecución Son sabedores de que
Jesucristo es el objeto de su predicación y lo específico que ellos tienen que
aportar al mundo.
— Cambio de vida como consecuencia de este anuncio Los apóstoles lo
piden y pronto vemos la realidad de la conversión. Aceptar al Señor Jesús
implica aceptar la totalidad de su persona, sus valores y postura ante la vida y
el mundo como sentido y configuración de la existencia creyente Ser discípulo
es más que aceptar una doctrina; es, sobre todo, compartir una vida La
conversión de los cristianos entra en conflicto con un mundo que vive desde
otros presupuestos y su novedad encuentra frecuentemente el rechazo.
— Recepción del bautismo, que implica la comunión con Cristo y con la
Iglesia a través de la celebración sensible de los gestos de la salvación A
través de estos gestos, el Espíritu de Pentecostés llega a los cristianos y los
frutos de la Pascua, el perdón de los pecados y la incorporación a la
comunidad de los salvados, son recibidos por quienes los celebran Esta
celebración tiene siempre como autora a la comunidad cristiana que en ella se
realiza y se constituye como
Tal.

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Estos tres elementos traen como consecuencia la salvación, que debe


ser entendida tanto en un sentido histórico como escatológico. La salvación
intramundana, la salvación hecha ya realidad en el seno de la comunidad
creyente, es promesa y anticipo de la salvación escatológica en la plenitud del
Remo que la comunidad espera y hacia la que avanza La comunidad se llama
de «salvados» (Hech 2,47).
c) La acción pastoral de la Iglesia crea una comunidad con rasgos y
características propios, signos de su identidad, a la vez que conforma distintas
estructuras para hacerlas posibles y para que la acción pastoral sea realizada
Su realidad es la de la pequeña fraternidad que puede realizar con autenticidad
sus signos de identidad. Como características propias, los Hechos señalan:
Asistencia asidua a la enseñanza de los
apóstoles, vida en común con un cierto tipo de
reparto de bienes; fracción del pan comunitaria,
oración (Hech 2,42-47, 4,32-35 y 5,12-14).
A la vez sabemos que las catequesis se desarrollaban de una
determinada manera y siguiendo temas y estructuras no siempre idénticos La
vida en común necesitaba ministerios y organización. La eucaristía, en la que el
memorial de Jesús era a la vez recuerdo dinámico que ponía a la Iglesia en
contacto con su Señor y la impulsaba a manifestar en su vida el amor que
Jesús vivió45, iba teniendo sus plegarias propias y se celebraba conforme a
unas normas; la oración iba adquiriendo sus esquemas, etc. Es cierto que la
comunidad cristiana de los Hechos y las posteriores fueron mucho más
creativas que las nuestras y tuvieron una libertad de acción que respondía a
una estructuración concreta de la Iglesia, pero lo que queremos ahora destacar
es que las acciones pastorales crean en la Iglesia características de vida y
estructuración de esas características, aunque para la Iglesia posterior las
características hayan sido normativas y las estructuras no.
d) La estructuración de la Iglesia que brota de las acciones pastorales y
la misma acción pastoral entran en contacto con los distintos hombres y
tiempos evolucionando según las exigencias de la evangelización. Los
apóstoles y sus comunidades fueron muy libres para dar estas respuestas y
para cambiar las estructuras de la Iglesia 46. Podemos decir que las acciones
pastorales cambian para que siga manteniéndose la acción pastoral La
organización concreta, los ministerios de la comunidad, las formas de oración,
los lugares, etc , van respondiendo a las exigencias que el tiempo y el lugar van
presentando a la Iglesia.
Estos cambios suelen responder a:

45
Cf LEON-DUFOUR, X , La fracción del pan Culto y existencia en el Nuevo Testamento (Madrid 1983),
156.
46
La obra de BROWN, R E, Las Iglesias que los apóstoles nos dejaron (Bilbao 1986) es una buena muestra
de la diferencia de las estructuras eclesiales en los distintos textos apostólicos.

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— Las distintas personas. No es lo mismo evangelizar a un judío que a


un pagano. Lo vemos claramente en el estudio del Nuevo Testamento. Los
evangelios tienen diferencias notables dependiendo de los destinatarios. Las
catequesis en ellos contenidas son de distinto signo y varían incluso en la
temática. Recordemos los cambios que ha de realizar la comunidad cristiana al
admitir a los no judíos. La decisión de no escandalizar a los que proceden del
judaísmo para algunas prohibiciones (Hech 15,29) es muestra clara de que
pronto
tenemos una comunidad configurada de muy distinta manera y con diferentes
leyes.
— Las distintas necesidades de la vida comunitaria que la Iglesia tiene y,
para solucionarlas, varía sus estructuras Es famoso el caso de los problemas
de las viudas que trae consigo la institución del primer ministerio, el de los
diáconos (Hech 6,1-7). El llamado primer concilio se reúne para dar respuesta
a una necesidad que la Iglesia tiene y a la que hay que atender (Hech 15,1-33).
Más tarde seguirá sucediendo lo mismo. La expansión del cristianismo
presenta distintas necesidades para la evangelización que irán haciendo surgir
nuevas estructuras eclesiales.
— La situación histórico-socio-cultural del mundo. Pronto nos
encontramos en la primitiva comunidad la diferencia entre la comunidad judía y
la helenista. Los viajes de Pablo son una magnífica prueba de que el primer
discurso evangelizador se hace desde muy distintos presupuestos según
quienes sean los destinatarios (Hech 17,16-34). Después va a presentarse la
mentalidad romana. Estas situaciones influyen poderosamente en la
configuración concreta de la Iglesia, que, para su acción pastoral, se basa en
muchas ocasiones en los moldes culturales de los hombres e incluso
aprovecha sus mismas estructuras como plataforma de evangelización. Y es
lógico que así sea, porque sin esa encarnación cultural, difícilmente podría la
Iglesia realizar su misión y su tarea.
Podemos decir que la autorrealización de la Iglesia pasa por el diálogo
con la historia y con los elementos de la historicidad. El hoy del mundo, de la
cultura y de la historia entra en contacto con la acción pastoral de la Iglesia; la
Iglesia dialoga con ellos para encarnar su acción en formas y estructuras que
den respuesta a ese hoy. El lenguaje, los edificios, las vestiduras, la estructura
jurídica, la estructura mental, los moldes filosóficos, etc., son asumidos por el
evangelio y puestos al servicio de la evangelización. Solamente así puede
encarnarse en un contexto cultural. Aunque este diálogo puede ser costoso y
fuente de problemas, es absolutamente necesario para que la misión de la
Iglesia, la tarea para la que ha nacido, siga realizándose.
e) La acción pastoral de la Iglesia entra en estrecha relación con la
teología y con el magisterio. Es más, es una acción que resulta del ejercicio
cada vez más notable de estos ministerios. ¿Desde dónde brota la acción
concreta por la que la Iglesia opta para dar la respuesta concreta a cada
situación? ¿Puede darse una acción indiferente o probar distintos experimentos

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para ver cuál es el que tiene un resultado más eficaz? ¿Dónde tiene la misma
Iglesia los recursos para optar por las acciones? El servicio de la teología y el
magisterio tienen un importante papel en las acciones pastorales. La historia de
la primera comunidad así nos lo demuestra.
— Cuando Pablo tiene que optar por medidas concretas en el caso de
los judaizantes, no toma una decisión acomodada a su manera concreta de
ver, sino que hace teología de la universalidad de la salvación. La situación real
de la Iglesia es fuente de una reflexión teológica que en sus primeros
momentos no existe, porque solamente quiere repetir la acción de su Señor,
pero que, posteriormente, se va haciendo necesaria por la pluralidad de
situaciones, por la aparición de problemáticas totalmente nuevas y por el
mismo diálogo, apologético o no, con la cultura y el pensamiento circundantes.
No se entiende una acción pastoral nueva sin una teología que la sustente.
Entre los servicios que el pensamiento aporta a la Iglesia hay que destacar el
de ir fijando la propia tradición 47. El concepto de salvación, de Iglesia, de
evangelización, etc., se hace visible y captable en las acciones pastorales, pero
son éstas también las que obligan a la teología a adentrarse en diferentes y
nuevas temáticas. Este diálogo entre la pastoral y la teología ha sido siempre
provechoso y fecundo. Ha hecho que la teología no se ande por las ramas y
que las acciones pastorales hayan sido serias. La dirección de la influencia
siempre ha sido doble: unas veces han sido las necesidades de la
evangelización las que han impulsado el pensamiento y la reflexión teológicos,
otras ha sido el mismo pensamiento quien ha señalado a la Iglesia caminos de
acción y opciones concretas en su actividad pastoral. En todo este desarrollo
no podemos olvidar la acción del Espíritu que conduce a la Iglesia y que se
vale también de la tarea del pensamiento para realizar su obra.
— Pedro decide el bautismo de los primeros gentiles (Hech 10,47-48).
Pablo y Bernabé suben a Jerusalén para solucionar el problema de la Iglesia
de Antioquía (Hech 15,2). Pablo hace cambiar el comportamiento de la Iglesia
de Corinto y se siente con el poder necesario para hacerlo, etc. Cada una de
las comunidades cristianas creadas va teniendo un responsable último desde la
autoridad apostólica. La expansión del cristianismo por la tarea evangelizadora
va sembrando comunidades cristianas en las que se articula un servicio de
autoridad, aunque al comienzo sea más indeterminada y no siempre coincida
en su estructuración. Poco a poco la Iglesia fue creando un ordenamiento de su
vida y de sus ministerios al servicio de esa vida. Entre sus tareas, se van
destacando las de conservar la herencia apostólica y las de distinguir entre la
recta y la falsa doctrina48, servicio inexcusable para ir fijando la regla de la
propia fe. En definitiva, las últimas decisiones de la acción pastoral no
corresponden a la teología ni a la acción carismática, tan presente en la

47
Cf. TREVIJANO, R., Orígenes del Cristianismo. El trasfando judío del cristianismo primitivo (Salamanca
1995), 374-378.
48
Cf. LOHSE, E., Teología del Nuevo Testamento (Madrid 1978), 251-255.

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primera comunidad, sino al servicio de la jerarquía 49, que, sin oponerse a otras
funciones, comienza a ser esencial para la vida de la Iglesia. Ella es
responsable, en muchas ocasiones, de la acción pastoral por que, entre sus
tareas, está la del discernimiento. La teología ha clarificado y ha situado la
problemática profunda de la acción, pero la acción ha sido decidida por las
distintas cabezas de la Iglesia que son también cabezas pastorales en ella.

49
«Los carismas y su función edificante no se contradicen en absoluto con lo que llamamos "ministerio".
Este surge en la Iglesia desde el principio, sea en la forma que fuere y de un modo más o menos reflejo.
Su punto de arranque está ya en el boceto eclesial del grupo de discípulos de Jesús terreno,
concretamente en la función escatológica de los “doce”, y después va adquiriendo vigencia en el
“ministerio”, es decir, en la elección, instauración y otorgamiento de la potestad, en el mandato y misión
po parte de los “apóstoles” que son los responsables de la Iglesia. Después, el apostolado se va
desprendiendo de los oficios posapostólicos en todos los sentidos» SCHLIER H., Lc 2, 21.

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CAPÍTULO III
HISTORIA DE LA TEOLOGÍA PASTORAL
La pastoral como disciplina teológica tiene una historia reducida. Aunque
en verdad que su terminología primera está unida a los planteamientos y la
recepción del Concilio de Trento 50. Podremos decir que su historia
académica y su desarrollo están unidos a la moderna concepción
eclesiológica y, no tienen más de dos siglos de existencia.

En estos dos siglos, las ideas eclesiológicas han influido poderosamente


en las concepciones pastorales, a la vez que la misma vida eclesial ha ido
planteando cuestiones eclesiológicas y urgiendo soluciones de tipo teorico que
han iluminado después la práctica eclesial. Por ello, dentro de las dimensiones
que nos impone este tratado, queremos centrarnos de un modo especial en
la relación de las ideas eclesiológicas con las ideas pastorales, en la
influencia mutua y en el planteamiento común de distintas cuestiones. Cabe
recalcar que la teología pastoral no cuenta con una historia uniforme en
todo lo largo y ancho lde la Iglesia. Fundamentalmente ha sido una
teología desarrollada en los países de lengua alemana, especialmente en
la época de su nacimiento y de su primer desarrollo. Su llegada a otros
países ha sido posterior y no siempre ha crecido marcada por los distintos
pasos que vamos a señalar. En concreto, en España, tenemos que hablar de
un desarrollo muy posterior, a veces tardío con relación a las ideas europeas, y
sin haber hecho propias las distintas etapas de su desarrollo.

Casi podemos decir que fue el acontecimiento del Vaticano II, con toda
su problemática anterior y posterior, el que hizo que la teoría y la práctica
pastoral de la Iglesia española se encontraran con las ideas que la teología
centroeuropea había ya desarrollado ampliamente.

I. EL NACIMIENTO Y EL PRIMER DESARROLLO


1. La primera configuración
Cuando el tres de octubre de 1774 51 nace la teología pastoral al
hacerse efectiva la reforma universitaria emprendida por María Teresa de
Austria, hay tres factores históricos que, presentes en su nacimiento,

50
Como antecedentes de los tratados de teología pastoral, se suelen citar: San Pedro Canisio utiliza por
primera vez el nombre Teología Pastoral. 1585: MOLANUS J., publica Theologiae practicae compendium,
separando de la teología formal especulativa una teología practica. 1591: BINSFEL P., obispo auxiliar de
Tréveris, escribe el primer libro sobre esta materia, siguiendo la mentalidad del Concilio de Trento:
Enchiridion Theologiae Pastoralis.
51
Ya en el año anterior se había dado un intento para la creación de una teología pastoral dedicada a los
clérigos menos dotados.

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configuran fuertemente la orientación que va a tomar durante sus primeros


años:
a) La unilateralidad visible y jerárquica de la teología postridentina en su
concepción eclesiológica que, en la polémica antiprotestante, se había
centrado solamente en algunos aspectos parciales de la doctrina tradicional.
b) El josefinismo del imperio austríaco 52 que, en su concepción
absolutista, quiere poner a la Iglesia al servicio de su poder y como medio para
mantenerlo.
c) La decadencia de las ciencias teológicas que, en aras de la polémica
de los años anteriores, solamente han girado con muy poca vitalidad en torno a
temas jurídicos y canónicos con fines claramente apologéticos.
La pretensión de la reforma estaba en «poner la universidad bajo la guía
recta de la administración estatal y hacer el estudio, en la medida de lo posible,
fructuoso para los intereses del Estado». El encargado de llevar a la práctica la
reforma universitaria en el campo de la teología fue el canonista F. S.
Rautenstraucht, abad benedictino de la facultad teológica de Praga, que hace
la reforma de los estudios que aprobaría la emperatriz, y en ella aparece por
primera vez la pastoral con entidad propia.
La utilidad de la pastoral es simple y clara. Aparece englobando
una serie de asignaturas de tipo práctico con las que los pastores
completarían su estudio teórico de cuatro años. En el último año de
teología, quinto de sus estudios, aprenderían el uso de las ideas
teológicas para la cura animarum.
Aparecen ya entonces las asignaturas englobadas en ella marcadas por
una serie de constantes que se repetirán en los años posteriores:
1.— La exclusividad de la persona del pastor como único objeto de
estudio de la teología pastoral. En él se centra toda la actividad de la Iglesia y
la nueva asignatura quiere hacer de él un «pastor bonus» preparándolo para la
actividad pastoral.
2.— Los deberes de los pastores agrupados en torno a las tareas del
enseñar, santificar y regir a su grey.
3.— El método del estudio, rigurosamente deductivo, que iba de los
principios teóricos estudiados durante los cuatro años anteriores de teología a
las aplicaciones prácticas.
No podemos olvidarnos del josefinismo que guiaba toda la operación. El
sacerdote era entendido como un funcionario estatal. La teología, que estaba

52
Se denomina josefinismo al sistema de relaciones entre la Iglesia y el Estado que se intentó imponer a
finales del siglo XVIII. Recibe su nombre del Emperador José II de Austria (1780-1790), que fue uno de
los principales autores del sistema. En él la Iglesia debería estar subordinada al Estado en todos sus
aspectos externos (disciplinares y de derecho interno de la Iglesia) en atención al interés del Estado en
promover el bien común, lo que llevaba -según sus promotores- a interesarse por el bien espiritual de
sus súbditos. En efecto, el canciller Kaunitz, uno de los protagonistas de los hechos, declaró que «le
importa mucho al Príncipe que el Dogma permanezca conforme al Evangelio, y que tanto la disciplina
del clero como el culto se ajusten a las necesidades del bien público, no menos que el determinar con
libre criterio a quién, sea éste quien fuese, pueden confiarse cosas de tanta trascendencia».

33
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en franca decadencia, ayudaba a esta pretensión de un Estado absolutista que


consideraba a los pastores funcionarios espirituales para la formación de
buenos cristianos que serían, a su vez, buenos ciudadanos. Este rasgo
josefinista, al menos en los primeros tiempos de producción de la teología
pastoral, aparece recalcado e, incluso, exagerado.
Nace así esta nueva disciplina, que surge más como un arte y una
técnica que como una verdadera ciencia. Su contenido es, sobre todo, un
compendio de normas para las situaciones que el pastor puede encontrar en el
ejercicio de su ministerio. Su razón de ser es, ante todo, pragmática y esta
característica pasará a todos los manuales que aparecerán posteriormente.
Es denominada indistintamente teología pastoral y teología práctica
(dependiendo si el acento caía más en el sujeto de la acción o en su objeto),
aunque el nombre de pastoral es el que se cita más. Con todo, hay que
conceder un valor a la nueva asignatura que nace con estas características: ha
puesto en conexión a la teología con la sociedad. Es verdad que con una
sociedad con sus características muy determinadas, pero ahí se encuentra el
campo donde se desarrollarán ya desde entonces los estudios pastorales: la
conexión de la teología con la situación concreta de la Iglesia. La teología
no es entendida al margen de la vida, sino que concluye iluminando su
realidad y siendo origen de la acción de la Iglesia en ella.
Hasta mediados del siglo XIX podemos decir que la pastoral se rige por
estas coordenadas, que tienen muy poco de teológicas.

2. Orientaciones renovadoras del siglo XIX


Aunque los manuales de tendencias josefínistas iban imponiéndose y se
publicaban en amplio número, la reforma de las ideas eclesiológicas que había
tenido lugar en Tubinga en el primer tercio del XIX se hizo notar fuertemente en
el campo de la teología pastoral. La nueva eclesiología nacida de la mano
de J. A. Mohler, que había descubierto para la Iglesia la vida como concepto
fundamental, su dependencia del Espíritu y su relación con el Verbo
encarnado, repercute con claridad en el ámbito de la teología pastoral.
Es verdad que tanto la reforma eclesiológica como la pastoral tienen
que esperar casi un siglo para que sus ideas sean aceptadas por la globalidad
de la Iglesia y que ambas solamente suponen una luz en medio del camino,
pero también es cierto que en ellas se encuentra el origen de una forma nueva
de concebir la Iglesia y su acción pastoral que iba a dar abundantes frutos.
Dos son los ejes en torno a los que gira la reforma de la concepción
pastoral:
1. La orientación bíblico-teológica de la escuela de Tubinga. De la
misma manera que en las ideas eclesiológicas, Tubinga supuso en pastoral el
paso de una teología de la ilustración a una teología del romanticismo. La obra
de J. S. Drey y, sobre todo, la de J. M. Sailer suponen una mayor incidencia del
aspecto bíblico-teológico que del pragmático y utilitario de la época
anterior.

34
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Sailer va a centrar la tarea del pastor en el servicio a una revelación que


se continúa en el mundo por medio de la Iglesia. Es, por tanto, la Sagrada
Escritura la base de la teología pastoral. Desde ella y en el tejido vivo de una
Iglesia que la guarda, la pastoral intenta formar al pastor en los contenidos de
la predicación, para que ella sea continuación de la palabra de Jesucristo,
revelador del Dios Amor.
Una concepción de este tipo prima claramente la predicación y la
catequesis por encima del resto de tareas pastorales, pero ha tenido el gran
mérito de situar la misión del pastor en una concepción eclesiológica al servicio
de la revelación, superando así las tendencias de tipo utilitario de la teología
pastoral anterior. Situar la teología pastoral y la acción de la Iglesia dentro
de unas coordenadas cristológicas, eclesiológicas y salvíficas supone un
verdadero avance. Buscar la identidad del pastor en la obra de Cristo que
la Iglesia continúa supone una auténtica renovación, aunque
lamentablemente se siga identificando al sacerdote, al pastor, con la
Iglesia.
Parece que toda la misión de Cristo se continúa solamente en él y,
por ello, su mejor definición es la de alter Christus, definición que siempre
ha tenido un gran éxito en los tratados de espiritualidad sacerdotal.
2. La orientación eclesiológica de A. Graf. Orientación que surge a
mediados del siglo XIX también en la escuela de Tubinga. Es el resultado
en la teología pastoral del renacer eclesiológico de toda la escuela, y
especialmente de J. A. Mohler. Tanto es así que muchos autores han visto su
obra como pura eclesiología. Sin embargo, lo que Graf ha intentado con su
estudio ha sido fundamentar científicamente una teología pastoral
católica que, hasta entonces, ni era teología ni se mantenía a niveles
distintos del pragmatismo empírico.
El punto de partida de Graf se sitúa en la centralidad de la Iglesia y en su
concepto de teología como autoconciencia de esa misma Iglesia:
— Identificado con los conceptos románticos de la escuela de Tubinga
desarrollados por sus colegas, entiende la Iglesia como un conjunto orgánico,
como un sujeto activo, como permanencia histórica de la obra salvadora de
Dios realizada en la historia, como anunciadora de tal salvación a la
humanidad. La Iglesia es un organismo viviente que «se edifica a sí
misma».
— Junto a este concepto de Iglesia la teología es la «autoconciencia
científica de la Iglesia». En esa autoconciencia coloca Graf las asignaturas
teológicas y coloca también la teología práctica como la parte de la teología
que se ocupa de la conservación, desarrollo y realización de la Iglesia en el
futuro, de su autoedificación. Una concepción así hace que la pastoral
encuentre un estatuto científico dentro de la teología y deje de ser apéndice o
conclusión práctica de las asignaturas anteriormente estudiadas. Ahora es una
parte esencial del estudio teológico claramente interrelacionada con las demás.
Por otro lado, deja de ser la asignatura que tiene como objeto la

35
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preparación de los pastores; lo que hace ahora es desarrollar teológicamente


una de las dimensiones de la misma Iglesia. Por ello, el nombre de teología
práctica es preferido al de teologia pastoral.
La obra de Graf, de indudable valor por el cambio de óptica y por las
repercusiones posteriores, implica sin duda una novedad que ha podido ser
exagerada. Se ha dicho que comienza la eclesiología de comunión, que es un
verdadero tratado eclesiológico, que ha supuesto el hallazgo del camino de
toda pastoral. Simplemente conviene situarla en su momento histórico. Hay que
encuadrarla dentro de la renovación eclesiológica de Tubinga y de la
concepción romántica. Como la obra de Móhler, representa un momento
aislado y fecundo que tardará mucho tiempo en dar sus frutos; obras de
un siglo después nos recordarán las intuiciones de Graf, pero desde nuevas
perspectivas eclesiológicas que aún no estaban presentes en su obra.
Fue una lástima que su discípulo J. Amberger, que se propuso concluir
su obra, abandonara su planteamiento al no concebir la Iglesia como
comunidad orgánica que se construye dinámicamente en la historia, sino como
realidad perfectamente establecida, con lo que el concepto de autoconstrucción
carece de razón de ser. Con ello, la pastoral es vista en su dependencia del
derecho canónico y no de la esencia de la Iglesia, visión propia de su maestro.
El nombre de teología pastoral vuelve a ser utilizado y el pragmatismo de la
época anterior vuelve para que los pastores estén al servicio de esa Iglesia
perfectamente establecida.

3. Unidad de eclesiología y pastoral en su nacimiento


Hemos podido apreciar que el nacimiento de la teología pastoral
está claramente marcado por las ideas eclesiológicas de su tiempo. La
pastoral de la Iglesia es reflejo mismo de esas ideas. El paralelismo lo
apreciamos de manera especial en que:
— Se da un concepto de Iglesia, tanto en eclesiología como en pastoral,
muy marcado por los aspectos visibles, especialmente por los jerárquicos. De
este modo, los conceptos pastorales van a desarrollarse atendiendo a la tarea
de los pastores, en los que se centra toda la misión de la Iglesia.
— Al darse un concepto eclesiológico dominado por la noción de
sociedad perfecta, la pastoral se detiene especialmente en los medios que
aseguran el funcionamiento de dicha sociedad.
— Cuando surge un concepto nuevo de Iglesia, también surge un
concepto nuevo de teología pastoral. En el mismo ámbito y con las mismas
personas.
— Es decisivo para la renovación de las dos materias el encuentro de
las ideas eclesiológicas con las románticas. La vida, el dinamismo, la comunión
están en la base de la renovación.
— La renovación se realiza especialmente por el redescubrimiento del
aspecto interno eclesial. La animación del Espíritu o la fundamentación
cristológica de la Iglesia sustituyen un desarrollo teológico que potencia la

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visibilidad externa y jurídica por la vitalidad interior procedente de la presencia


divina.
— La misma repercusión eclesial tiene la nueva eclesiología como la
nueva teología pastoral. El alcance de una y otra son similares y el tiempo en
que estuvieron olvidadas también. La renovación previa al Vaticano I no fue
compartida por la generalidad de la Iglesia.
— Tanto la eclesiología como la pastoral de la época se caracterizan por
el poco nervio teológico. La cientifícidad de ambas es muy pobre y su teología
es bastante restrictiva. Elementos fundamentales de la noción eclesial
permanecen en el olvido.
— Las dos disciplinas están marcadas por la polémica y por las
reacciones de tipo apologético. Lejos de ser creativas y profundizar en el propio
ser, se detienen en crear las seguridades necesarias para su pervivencia y
para defenderse de los ataques. Cuando se da un planteamiento lejano a la
polémica, ambas renacen y adquieren nueva vitalidad.
— Por último, vemos que el renacer de ambas disciplinas se da cuando
entran en contacto con el mundo que las rodea. No son ajenas a la situación de
su tiempo. Las ideas románticas en diálogo con las ideas eclesiológicas han
sido fecundas para la teología y para la pastoral. Este diálogo es significativo y
fuente de creatividad teológica.

II. LA ÉPOCA DE LOS MANUALES DE PASTORAL


Los manuales de finales del siglo pasado y del primer cuarto de nuestro
siglo se caracterizan por la visión eclesiológica brotada del desarrollo del
Concilio Vaticano I. Un concilio suele marcar una época en la vida de la Iglesia,
es un acontecimiento eclesial de primer orden, y ciertamente así lo fue el
Vaticano I. Aunque poco tiempo después las ideas sobre la Iglesia cambiaran
tanto en la teología como en la misma doctrina pontificia, sin embargo, en la
doctrina teológica común y escolar estas ideas estuvieron marcadas por la
recepción de lo que había sido el acontecimiento conciliar.

1. Los manuales de pastoral


Una idea está en la base de todos los manuales: que la tarea del
pastoreo de Jesús, su obra salvífica, es continuada por la Iglesia a través de
sus órganos visibles establecidos por el mismo Cristo como sujetos del
gobierno pastoral. La referencia bíblica del buen pastor es aplicada
directamente a los pastores de la Iglesia y su oficio. El oficio es definido en
términos de cura animarum.
Dos son, por tanto, las ideas centrales que d
efinen los campos de estudio de los manuales:
1.— La tarea pastoral de Jesucristo, buen pastor, continuada en la
Iglesia a través de sus pastores y articulada desde los tria munera, profético,
sacerdotal y real, con sus respectivas misiones de enseñar, santificar y regir.

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2.— La cura animarum como concreción de esa tarea, entendida desde


una visión antropológica de tipo dualista e individualista.
En cuanto a los contenidos de la acción pastoral, los manuales van
polarizándose en el ministerio real, en la hodegética 53, en la tarea de regir la
comunidad, ya que los contenidos de las otras misiones van encontrando su
puesto en otras asignaturas teológicas: homilética, catequética y liturgia. El
tratamiento suele ser jurídico y descriptivo de técnicas pastorales.
La teología pastoral es considerada así como una ciencia aplicada.
Tomando como base las ideas teológicas desarrolladas por la dogmática, ella
se encarga de sacar las conclusiones válidas para la vida y la acción de la
Iglesia. La pastoral es teología como corolario, como apéndice de la dogmática.
Es desarrollo práctico de algunos elementos estudiados en los diversos
tratados.
Los manuales se convierten en un auténtico recetario de consejos
pastorales que, tomando su base en la dogmática, intentan iluminar las
distintas situaciones que el pastor puede encontrar en el ejercicio de su
ministerio. Las divisiones y las subdivisiones se multiplican en ellos y la
catalogación de acciones y de consejos se realiza con el fin de favorecer el
estudio.

2. Una excepción en este tiempo


En el terreno pastoral germinan en este tiempo algunas ideas que no se
conforman con el esquema de los manuales y que quieren ser pioneras en la
Iglesia de un nuevo hacer que esté en consonancia con los problemas de la
sociedad y entre en diálogo con ellos. Es significativa en este sentido la obra de
H. Swoboda, que cambia de raíz el método teológico de la teología pastoral e
inicia una forma de actuar que será después asumida por los pastoralistas de la
pastoral de conjunto. Su libro, lejos de partir de las ideas de la dogmática, parte
de la situación concreta de las parroquias de las ciudades para las que las
situaciones de los manuales no sirven y se hace nuevas preguntas. Aboga por
soluciones concretas que rompen los esquemas de los anteriores libros de
pastoral, pero que plantean a la Iglesia la eficacia en su obrar. La nueva
situación social de las ciudades es la que le ha llevado a un nuevo
planteamiento de la acción pastoral en la Iglesia. Es verdad que su libro está
prácticamente limitado al tema de la parroquia, pero la preocupación pasará
después de unos años a la complejidad de la acción pastoral de la Iglesia.

53
Hodegética significa, guiar o mostrar el camino. Como término técnico de la pedagogía histórica es, en
esencia, la doctrina de dar instrucciones. La tarea de la Hodegética es transmitir "el propósito de los
estudios académicos y su metodología" (Horst Kunze). La hodegética se apega al estudio de la disciplina
y gobierno de los alumnos... "consiste en la educación ética y estética en primer lugar, cuyo objeto es
influir sobre los sentimientos y la voluntad y formar el carácter del educando". La hodegética (del griego
odeghéo = guío) se refiere al munus regendi, es decir, a la dirección de las almas y al gobierno de la
comunidad, y a la buena administración de sus bienes espirituales y materiales.

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3. Relaciones con las ideas eclesiológicas


El Concilio Ecuménico Vaticano I fue un acontecimiento eclesial de
primer orden que dejó su impronta tanto en el desarrollo de las ideas
eclesiológicas como en el de las pastorales. El largo tiempo de recepción del
Concilio hace que durante aproximadamente cincuenta años se repitan
continuamente las ideas que del aula conciliar habían salido. Tanto en
eclesiología como en pastoral el hecho produce un estancamiento y una
opción. Estancamiento porque la creatividad de este período es casi nula,
limitándose a repetir las ideas conciliares; opción porque, de las dos tendencias
eclesiológicas llegadas al Concilio, la que suponía la tradición postridentina
triunfa sobre la minoritaria que había brotado en Tubinga y había llegado al
aula conciliar de la mano de los teólogos del Colegio Romano. La nueva
eclesiología y la nueva teología pastoral deberán dormir en el olvido y la
eclesiología de corte apologético y la pastoral de los manuales serán las que
estén presentes en los centros universitarios y en la formación de los futuros
sacerdotes.
— Las tendencias postvaticanas se caracterizan por una fuerte
unilateralidad en el tema de la jerarquía y la autoridad en la Iglesia. En la
eclesiología la jerarquía ocupa el centro del estudio eclesiológico y en pastoral
la figura del pastor, claramente jerarquizada, acapara sobre ella la tarea de
continuar en la Iglesia el pastoreo de Jesucristo. La totalidad del Pueblo de
Dios y los laicos están totalmente ausentes de los tratados teológicos, a no ser
que aparezcan como sujetos pasivos y receptivos de lo que es la acción
pastoral en la Iglesia.
— El tratamiento de las ideas eclesiológicas y de las ideas pastorales
sigue un método fundamentalmente escolástico, con una estructuración rígida y
con una abundancia de divisiones y subdivisiones. Dentro de una metodología
de este tipo, es difícil que los temas de realidades que corresponden a la
gracia, al misterio y a lo sobrenatural puedan ser tratados con la profundidad
requerida. Encontramos una superficialidad que vuelve a una historia que, en
gran manera, ya había sido superada o había comenzado a poner los cimientos
de la superación En el ser y en el actuar de la Iglesia hay muchas realidades
que no son fácilmente manipulables.
— Tanto la eclesiologia como la pastoral pecan de ahistoricismo.
Desarrollan la doctrina del ser y del actuar eclesial sin tener en cuenta la
sociedad con la que están en dialogo y sin que esa historia haga a la Iglesia
sus propias preguntas Esta ausencia de historicidad hay que entenderla tanto
fijándose en el presente como en el pasado de la vida de la Iglesia Él pasado,
normativo en algunas ocasiones e iluminador en otras, no es asumido por la
reflexión teológica Asi, eclesiologia y pastoral carecen de incidencia en la
misma marcha de la Iglesia Precisamente la renovación posterior vendrá por la
escucha de la situación histórica y por el dialogo renovador con ella.
— La eclesiologia y la pastoral se preocupan unilateralmente y con
exageración del tema de la institución, al que, cada una desde su perspectiva,

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defienden Las dos disciplinas tienden a asegurar esta institución como garantía
del autentico ser de la Iglesia De este modo, los caracteres visibles de la Iglesia
son los que prevalecen en su estudio y, aunque los tratados de pastoral estén
destinados al cuidado de las almas, este cuidado se desarrolla por la segundad
de elementos visibles en la vida de la Iglesia La santidad de las almas parece
el resultado exacto de la puesta en practica de unas normas concretas sobre el
funcionamiento de las instituciones.
— No todos siguieron los mismos caminos, tanto en una disciplina como
en la otra Aunque las ideas nuevas no fueron reconocidas en el campo de la
eclesiologia y en el campo de la pastoral, lo cierto es que existen autores que,
con su obra, siguen aportando una doctrina renovada dentro de la teología
postvaticana La siembra de su olvido fue ampliamente recompensada por el
fruto posterior, fruto que ellos mismos ya no vieron Tanto en el terreno del
magisterio como en el de la teología no se puede decir que los cincuenta años
posteriores al Vaticano I fueron perdidos y que no hubo ideas nuevas que
renovaran el panorama existente

III LA RENOVACIÓN ECLESIOLOGICA Y SUS REPERCUSIONES


PASTORALES TEÓRICAS
El periodo entre las dos guerras, que tantos frutos tuvo en eclesiologia,
impone una profunda reflexión a la pastoral Y viceversa No olvidemos que la
renovación de la eclesiologia fue en gran manera urgida por la renovación
pastoral de la vida de la Iglesia Esta misma renovación, tanto de la vida
pastoral como de las ideas eclesiologicas, hace que la reflexión pastoral se vea
desbordada por los acontecimientos

1 La insuficiencia de los manuales


La invalidez de los manuales para la vida y la acción de la Iglesia era
patente Ni su lenguaje correspondía a la problemática real, ni una
centralización en las tareas del pastor-párroco descritas en los manuales
abordaba ya los interrogantes surgidos en las parroquias de las ciudades
surgidas en la revolución industrial, ni los nuevos problemas de
descristianizacion de nuestro mundo estaban contemplados allí. Otros
movimientos renovadores de la practica pastoral de la Iglesia en los comienzos
de nuestro siglo hacían ver como ingenuos los planteamientos de los manuales
de pastoral.
— Había cambiado la situación social de un mundo en el que la Iglesia
tiene que ejercer su misión Ante esa situación la acción de la Iglesia no podía
ser la misma, ni la figura del pastor y de las estructuras pastorales podía
permanecer inmóvil,
— había cambiado la misma conciencia que la Iglesia tiene de si misma
y de su misión desde unos nuevos planteamientos eclesiologicos,

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— habían surgido nuevas realidades en la Iglesia que impulsaban a la


renovación el contacto con los orígenes, fruto de la renovación de los estudios
bíblicos y patrísticos, el movimiento litúrgico, el movimiento laical, el
movimiento ecuménico Las aportaciones de todos estos movimientos no
estaban recogidas en los manuales.
La teología pastoral, desde esta situación, cambia radicalmente su
mismo método de tratamiento de las realidades eclesiales. Para ello:
— asume con claridad las nuevas ideas eclesiologicas desde las que
quiere replantearse su misma concepción de la acción de la Iglesia,
— entra en contacto con la realidad social del mundo haciendo de su
misión algo mas efectivo y mas real, planteándose seriamente la incidencia de
la Iglesia sobre la sociedad concreta con la que vive,
— abandona los intentos sistemáticos de hacer teología pastoral de los
manuales y afronta problemas puntuales desde las revistas de pastoral, con lo
que se agiliza la reflexión,
— se crean los institutos de pastoral como ayuda eficaz a quienes se
dedican directamente a las actividades pastorales, especializándolos en las
distintas áreas.
Es difícil hacer en este periodo una división clara de las tendencias de la
teología pastoral Pensemos que los autores renovados por las nuevas
corrientes eclesiológicas van a convivir con los autores de la pastoral de
conjunto y, tanto unos como otros, van a vivir en no pequeño número el
acontecimiento eclesial del Vaticano II. Por eso, los distintos matices de la
teología pastoral que ahora estudiaremos se intercambian entre ellos y no
podemos considerarlos hijos solamente de una tendencia eclesiológica.
Simplemente vamos a intentar situarlos desde los acentos más profundos de
su obra teniendo en cuenta que no es una orientación exclusiva y que no
podemos cerrarlos a otras influencias. Hacemos una clasificación de todos
estos autores desde las ideas fundamentales de sus obras más importantes.

2. La repercusión pastoral de la teología del Cuerpo místico


La época situada entre las dos guerras mundiales fue de una gran
creatividad eclesiológica. La eclesiología renovada del siglo XIX que dormía en
el olvido, la nueva visión de las encíclicas eclesiales de León XIII 54 y los
movimientos renovadores de comienzos de siglo propician un despertar
eclesiológico fecundo que gira en torno al concepto de Iglesia como Cuerpo
místico de Cristo. Aunque este concepto fue también origen de ideas erróneas
y favoreció un misticismo no siempre correcto a cuyo paso tuvieron que salir las
intervenciones magisteriales55, sin embargo la visión eclesiológica iluminada
por las ideas cristológicas tuvo grandes repercusiones de tipo teórico y de tipo
práctico.

54
Especialmente la Satis cognitum y la Divinum illud encíclicas del Papa Leon XIII.
55
La más clara fue la encíclica Mystici Corporis de Pío XII, del 29 de junio de 1943, que marcó con
claridad los límites dentro de los que una teología del Cuerpo místico puede desarrollarse.

41
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— En esa corriente debemos situar la obra de C. Noppel, que lleva a la


pastoral dos de las problemáticas más claras de su época: la eclesiología del
Cuerpo místico y el apostolado de los seglares en la vida de la Iglesia.
Como los grandes teólogos y pastoralistas del XIX, quiere devolver a la
pastoral su base eclesiológica, perdida en una hodegética de tipo pragmático.
Para ello se vale de la doctrina eclesiológica del Cuerpo místico, en la que
encuentra la base de una pastoral más eclesial y menos individualista. Su
objeto es la edificación del Cuerpo de Cristo, tarea que rompe el individualismo
anterior para construir una acción pastoral de tipo comunitario.
Pasamos así de un trabajo pastoral centrado en la cura animarum a una
tarea caracterizada por la guía de la comunidad. Esta comunidad eclesial tiene
su mejor expresión en la vida y en la estructura parroquial.
Noppel, como antes lo había hecho Graf, vuelve a poner en estrecho
contacto la eclesiología con la pastoral. Mientras que aquélla estudia la estática
de la Iglesia, ésta estudia su dinámica. De este modo, el estatuto científico de
la pastoral vuelve a ser revalorado en el interior de la teología.
El que el objeto de la teología pastoral sea la construcción del Cuerpo
místico y no la tarea de los pastores favorece la inclusión en la teología
pastoral del apostolado de los laicos, tema presente en su tiempo de un modo
especial por el desarrollo de la Acción Católica y de sus bases teóricas.
Noppel, fiel a la teología y a la práctica pastoral de su época, entiende el
apostolado de los laicos como participación en el apostolado jerárquico.
Aunque su concepción de la teología del laicado es aún pobre, sin embargo sí
hay que señalar la apertura de las ideas pastorales al campo del laicado desde
concepciones eclesiológicas.
— Más claras son las influencias de la teología del Cuerpo místico y de
las ideas cristológicas aplicadas a la eclesiología en la obra de Fran Xaver
Arnold, heredero de los antiguos pastoralistas alemanes de la escuela de
Tubinga. Como ellos, intenta convertir la pastoral en teología, alejándose del
análisis de hechos concretos o de consejos de tipo pragmático. Su interés está
en encontrar el lugar de la acción pastoral en la obra de la salvación. De la
misma manera que la teología kerigmática había buscado las dimensiones
teologales de la predicación, Arnold busca esas dimensiones para la acción.
Encuentra el lugar fundante de la acción pastoral en la mediación de la
salvación, a través de la cual se realiza el proceso de la salvación. Esta
mediación está en continuidad y ha de entenderse desde la acción de Cristo,
verdadero y único mediador de la salvación. Y aquí es donde las ideas
cristológicas sirven de fundamento para las eclesiológicas y para su
concepción pastoral.
El dogma calcedónico, el principio teándrico, humano-divino, de las dos
naturalezas en Cristo es el que ilumina en profundidad la razón de ser de la
acción pastoral y su modo concreto de realización. En la Iglesia se da una
actuación divina y una actuación humana que confluyen en la acción pastoral
de una manera similar al dogma cristológico. La acción de la Iglesia no sólo

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continúa la mediación de la acción de Cristo en el mundo, sino que la continúa


además desde un esquema similar. La Iglesia, como Cuerpo de Cristo,
continúa la mediación de la salvación y su acción pastoral solamente es
auténtica cuando se respeta tanto la parte de Dios como la parte del hombre.
Lógicamente la acción de Dios es prioritaria y la humana está a su
servicio, pero su conjunción hace imposible el naturalismo pastoral, que
concede a la actividad de la Iglesia el protagonismo y la capacidad de dar la fe
y el amor, y el quietismo pastoral que margina la contribución personal en el
acontecimiento salvífico y hace depender todo de Dios. En realidad, con Arnold
los temas de la Mystici Corporis dedicados a la eclesiología se repiten ahora
dedicados a la acción pastoral de la Iglesia. Tanto la concepción eclesial como
la pastoral encuentran en Cristo el paradigma de sus estructuras.
Y es justamente en el encuentro de lo divino con lo humano, como en el
caso de la ontología de Cristo, donde la Iglesia encuentra la raíz de una
teología pastoral en totalidad y no reductora.
Habiendo planteado así su teología pastoral, es lógico que se olvide la
pastoral para los pastores y que la acción de la Iglesia se abra a todos sus
miembros, que pasan a ser ya sujetos activos de esta acción.
— También en Francia P. A. Liégé parte de una concepción
eclesiológica para su exposición pastoral. Aunque distingue claramente lo que
es eclesiología y lo que es pastoral, y pone la función pastoral en el orden del
obrar eclesial, la eclesiología impone una criteriología desde la que él
desarrolla los imperativos de la acción pastoral. Fiel a su tiempo, también pone
como objeto de la teología pastoral la edificación del Cuerpo de Cristo, con lo
que la teología pastoral adquiere un carácter dinámico y el hoy de la historia se
sitúa en el centro de su tratamiento.

3. Relaciones eclesiología-pastoral en la teología del Cuerpo místico


El período de entreguerras con sus repercusiones posteriores es de una
extraordinaria fecundidad y renovación tanto de la teología eclesiológica como
de la teología pastoral. En ambas disciplinas se da el retorno a las fuentes
renovadoras del siglo XIX con el triunfo en la teología y en el magisterio de las
nuevas corrientes. Tras el paréntesis, largo paréntesis, del periodo de
recepción del Vaticano I, la eclesiología de la interioridad, el misterio y la
comunión se impone a la de la visibilidad y el juridicismo, mientras que la
pastoral eclesiológica y con carácter científico se impone a una pastoral propia
de la manualística basada solamente en los hechos concretos y los datos de la
experiencia sin un sólido nervio teológico. Para ambas materias, la noción de
Cuerpo místico de Cristo aplicada a la Iglesia sirvió de eje renovador en torno
al que se aglutinaron las ideas eclesiológicas y las pastorales. Nuevamente
encontramos paralelismos en el transcurso de estos años:
— La interioridad en el ser y en el obrar triunfa claramente sobre una
concepción meramente externa y juridicista. No es que se dé un desprecio y un
abandono de las características externas, sino que se encuentra para ellas el

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más claro fundamento. Lo jurídico en la Iglesia y el obrar visible son


manifestaciones de una vida interior que la Iglesia lleva consigo y que aparece
en todas sus manifestaciones. De ahí la exigencia de que todo lo externo en la
Iglesia tenga un carácter sacramental, significativo.
— El concepto de Cuerpo místico de Cristo hace que la Iglesia se
comprenda en su ser y en su actuar en continuidad con el ser y el obrar de
Cristo. La mediación que supuso su cuerpo como momento central y cumbre
de la revelación y de la obra salvífíca de Dios para con el hombre continúa en
la vida de la Iglesia hasta que llegue el retorno del Señor. Esta continuidad
hace que la Iglesia se valore y se considere a la luz de Cristo y que, desde él,
juzgue y critique cada momento de su obrar. La Iglesia no es absoluta, sino que
hace referencia siempre al ser y al actuar de su Señor.
— El concepto de Cuerpo místico de Cristo hace también que el ser y el
obrar de la Iglesia tengan características propias, repitan estructuras, del ser y
del obrar de Cristo. El dogma calcedónico de las dos naturalezas hace que la
Iglesia considere en unidad al Espíritu que habita en ella y la visibilidad externa
de sus instituciones. De la misma manera, el principio divino-humano de Arnold
o el principio cristológico de Liégé insisten en la conjunción en el actuar de la
Iglesia de la acción del Dios que salva y del hombre que, con su obediencia,
colabora en la obra de Dios.
— Desde este concepto de Cuerpo místico de Cristo hay que evitar las
concepciones reductoras tanto eclesiológicas como pastorales que insisten
unilateralmente sobre uno de los aspectos olvidándose del otro o
despreciándolo. El misticismo y el naturalismo son errores presentes en
eclesiología y en la pastoral de la Iglesia que son refutados dentro de una
concepción del Cuerpo místico aplicada tanto a una como a otra.
— El haber centrado en Cristo la capitalidad de la Iglesia ha traído como
consecuencia una valoración de todos los miembros de la Iglesia. La tarea de
la jerarquía es ahora valorada como tarea de unos miembros, pero ello no
impide que el resto de los miembros de la Iglesia sean contemplados en su
acción dentro de una sana concepción de la distribución de los carismas y
ministerios. Gracias a esta revaloración de la tarea de todo el Pueblo de Dios,
la teología pastoral comienza a ver como sujeto de toda la acción pastoral de la
Iglesia a todos los bautizados, rompiendo así un clericalismo presente desde el
nacimiento de la teología pastoral.
— La renovación que tuvo como centro el concepto de Cuerpo místico
de Cristo fue el paso importante para otras concepciones eclesiológicas y
pastorales que iban a convivir con esta renovación o a sucedería de inmediato.
La renovación eclesiológica y de la teología pastoral duraría muy poco tiempo,
comparándola con otras ideas eclesiológicas o pastorales precedentes, pero
sería la fuente de nuevas concepciones que, a partir de ahora, no se presentan
como ruptura alternativa, sino como explicitación de lo ya dado.

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IV. LA RENOVACIÓN ECLESIOLÓGICA Y SUS REPERCUSIONES


PASTORALES PRACTICAS
La renovación eclesiológica y pastoral propiciada por el concepto de
Cuerpo místico no duró muchos años. De hecho, la encíclica Mystici Corporis
de Pío XII marcó el momento cumbre de su desarrollo y también el inicio de su
decadencia, que no se dio por olvido, sino por profundización en las ideas
logradas. En el campo teórico tenemos que hablar de la eclesiología del Pueblo
de Dios, de la eclesiología de comunión o de la eclesiología del sacramento
universal de salvación para captar sus consecuencias reflexivas; y en pastoral
tenemos que hablar de la pastoral de conjunto para apreciar sus repercusiones
en el campo de la acción eclesial. Pero hemos de advertir que la pastoral de
conjunto sin la época que hemos analizado carecería de fundamento. Es más,
no podemos separar estos autores de la renovación pastoral que ahora
estudiaremos, aunque el centro de su gravedad pase ahora del mundo alemán
al mundo francés.

1. La pastoral de conjunto. Planteamientos


Las técnicas pastorales y su reflexión teológica subyacente que hoy
conocemos con el nombre de pastoral de conjunto tienen su origen en el
movimiento pastoral surgido en Francia a raíz de la segunda guerra mundial y
que llega hasta el Concilio Vaticano II que consagró muchas de sus
inspiraciones. Sus aspiraciones y adquisiciones, que llenaron la década de los
cincuenta en Francia, superaron la geografía y la época de sus planteamientos
y llegan al hoy de la acción pastoral.
Por ello, en este momento de la historia de la teología pastoral, tenemos
que hablar de ella como reflexión teológica y como profundización reflexiva en
la acción de la Iglesia antes que hablar de ella como técnica concreta. La
pastoral de conjunto nace como una profunda reflexión teológica, urgida por la
situación de la Iglesia, que prepara y aporta los criterios para una solución. En
ella, más que en ningún otro momento hasta ahora, nos encontramos con la
unión profunda entre teoría y práctica, aspiración suprema de toda la pastoral.
El análisis de una realidad de descristianización, el análisis de
insuficiencia y de ineficacia de las estructuras y prácticas pastorales existentes
y el análisis de la poca incidencia misionera de la vida cristiana en los
ambientes donde se desarrollaba hacen que surja un planteamiento pastoral
nuevo al servicio de la eficacia de la acción en la Iglesia.
Surgen entonces, junto a la reflexión pastoral, estructuras y técnicas
pastorales nuevas para dar respuesta evangelizadora a la acción de la Iglesia:
los movimientos especializados de la Acción Católica francesa,
el movimiento de los curas obreros,
el movimiento de la renovación parroquial en Francia.
Una idea aparece clara desde el comienzo: la importancia de la situación
y la necesidad de su conocimiento para el planteamiento de la acción pastoral

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que quiera ser misionera en medio de ella. El conocimiento de esta realidad


daba, a grandes rasgos, los siguientes resultados:
— Diferente estructuración social en la Iglesia y en el mundo. Mientras
que la importancia de los grupos sociales cada vez es mayor, tanto ideológica
como estructuralmente, y la incidencia de ellos sobre los individuos es
determinante, la Iglesia permanece en una pastoral de tipo individualista que
ignora la configuración social de nuestro mundo. Así vemos cómo grandes
masas sociales han dejado en conjunto de pertenecer a la Iglesia.
— La Iglesia, con una gran cantidad de agentes, medios y posibilidades,
no es eficaz en sus planteamientos y en sus resultados porque no ha logrado
poner todo lo que tiene al servicio de una acción común y conjuntarse desde
ella. Su planteamiento pastoral de cara a esta sociedad concreta no existe
porque la ignora en su configuración y la conjunción de todos sus medios para
la misión en medio de ella brilla por su ausencia.
— El resultado es que sociedad e Iglesia caminan por sendas paralelas
sin posibilidad de un encuentro efectivo. El mundo tiene sus leyes y su
configuración concreta y la Iglesia se mueve en ambientes propios sin
incidencia misionera. Incluso los creyentes, que viven en los ambientes
sociales y en los ambientes eclesiales, no han encontrado caminos de unión
entre unos y otros, haciendo de su presencia en el mundo una presencia sin
fuerza misionera.
— Si la Iglesia está constituida por la misión, tiene que romper una
tradición que basa la acción eclesial solamente en el culto, tiene que hacer
planteamientos de diálogo, tiene que aprender del mundo la eficacia en sus
planteamientos, tiene que comprender la importancia que sobre los individuos
ejercen los grupos sociales, tiene que abrir sus fronteras y reavivar sus fuerzas
misioneras. En una palabra, la relación y el diálogo de la Iglesia con el mundo
deben estar en la fuente misma de la acción pastoral.
Para ello, se desarrolla toda una teología de la misión, que en estos
años será la fuente de una renovada acción pastoral y que bebe de la
renovación eclesiológica acontecida en los años anteriores, y se desarrollan
también técnicas pastorales nuevas destinadas a la eficacia de la Iglesia en la
misión. La nueva estructuración social está exigiendo que la Iglesia no se
anquilose en sus estructuras y cree estructuras nuevas de cara a la misión.
Como respuesta a esta situación y a estas intuiciones, surge en la
Iglesia, especialmente en la francesa, la pastoral de conjunto que después se
extendería por el continente europeo y llevaría muchas de sus intuiciones al
aula conciliar del Vaticano II.
Su renovación no fue automática, sino fruto de un proceso en el que las
intuiciones pastorales fueron afianzándose.En 1961 se celebra en Friburgo
(Suiza) el Primer Congreso Internacional de Pastoral. En él triunfa el término y
los contenidos de la «pastoral de conjunto». En España, en enero de 1967, el
Secretariado Nacional de Pastoral organizó la primera sesión sobre la pastoral
de conjunto. Boulard, su gran maestro, estuvo presente en ella.

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2. La pastoral de conjunto. Realizaciones


El camino de descubrimiento de la pastoral de conjunto incluyó los
siguientes pasos:
— El descubrimiento y el estudio de la situación de la sociedad. El «de
conjunto» en un primer momento se refiere a la conjunción de fuerzas en los
ambientes sociales;
— El descubrimiento de la necesidad de conjuntar en la Iglesia los
distintos medios y agentes para su misión desde un planteamiento pastoral y
una programación común;
— El descubrimiento de la Iglesia diocesana como unidad pastoral,
respondiendo a la unidad teológica, y como centro de conjunción y
programación de la acción pastoral eclesial. De este modo, la misma pastoral
de conjunto aportó desde el terreno de la acción importantes intuiciones para el
camino de redescubrimiento de la teología de las iglesias locales. La misma
figura del obispo y de su ministerio queda fortalecida pastoralmente, siendo el
motor y el animador pastoral del conjunto diocesano.
Bajo la denominación de pastoral de conjunto laten, pues, dos
problemas que quieren ser abordados: por una parte, el tema de la
evangelización descubierto desde una profundización en la misión; por otra, el
tema de la eficacia, tantas veces descuidado en la práctica pastoral que se
mueve por intuiciones, con desorganización, en anarquía de esfuerzos, en
fragmentariedad, etc. La eficacia exige unidad de intentos, continuidad de
acción y tiempos largos de realización.
Para insistir en esta eficacia, es necesario:
— El conocimiento del mundo y de la relación concreta de la Iglesia con
él, tarea previa a toda programación o acción pastoral. Para este conocimiento,
la Iglesia necesita la ayuda de ciencias no estrictamente religiosas y la
metodología propia de esas ciencias;
— La integración de las acciones eclesiales que termine con la
fragmentariedad presente en la acción pastoral. Los autores de la pastoral de
conjunto abogan por una integración de actividades tanto en el espacio como
en el tiempo: proyectos que abarquen mayores zonas pastorales y proyectos a
más largo plazo que unifiquen e identifiquen la acción;
— La coordinación de los agentes de pastoral y el descubrimiento y
potenciación de nuevos agentes conjuntados en nuevas estructuras. La figura
del laico militante y de los movimientos laicales se agranda en este período por
la importancia dada a la misión en los ambientes;
— La dirección de la acción sobre conjuntos humanos concretos. Sobre
una acción pastoral construida solamente desde la parroquia, la pastoral de
conjunto se fija en las zonas humanas, es decir, en la unidad social elemental
de la vida de un grupo de personas. Su realidad es sociológica y está tomada
de la geografía humana, de las relaciones entre individuos de un territorio que
permite el desarrollo de todas las dimensiones significativas de la existencia
humana.

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3. Relaciones con la eclesiología sacramental de la época


Aunque la eclesiología de la Iglesia como sacramento universal de
salvación y la teoría pastoral de la pastoral de conjunto se dan unidas en el
tiempo, no podemos ver una unión tal que nos haga descubrir totalmente a una
dependiendo de la otra o con todos sus fundamentos en ella. Como nos ocurrió
en el apartado precedente, solamente podemos encontrar un estrecho
parentesco entre ambas, pero no los aspectos teóricos y prácticos de la misma
doctrina. La pastoral de conjunto es solamente una de las consecuencias de
una eclesiología que iba a dar muchos más frutos y que, además, no iba a
centrarse solamente en este tiempo determinado. Sin embargo, esto no nos
impide buscar también en esta época una serie de paralelismos entre la
doctrina eclesiológica y la doctrina pastoral, porque ciertamente están
presentes:
— La primera coincidencia es la misma renovación que está en la raíz
de ambas. Tanto la concepción eclesiológica sacramental como la pastoral de
conjunto rompen con esquemas fijos desde hacía siglos en la doctrina y en la
práctica pastoral de la Iglesia. Ambas son el resultado de una autocrítica
profunda que la Iglesia se hace tanto en su doctrina como en su acción. Buena
parte de esta renovación se debe a la concepción sacramental de la Iglesia,
que ha descentralizado a la misma Iglesia desde Cristo a quien continúa en la
misión, desde el Reino significado, instaurado y celebrado por ella y desde el
mundo a quien la Iglesia sirve y para quien ella es. Estos elementos
fuertemente marcados por la teología provocan un abandono de la pastoral
centrípeta de la Iglesia para comenzar una pastoral de misión y de servicio que
años más tarde sería consagrada por los trabajos del Concilio Vaticano II.
— La misma concepción sacramental de la Iglesia repercute en un
concepto de misión y de evangelización que anteriormente no era subrayado
en la acción pastoral de la Iglesia. Si la Iglesia es sacramento de una salvación
que no sólo es significada, sino también realizada de una forma histórica, la
atención doctrinal y pastoral de la Iglesia no se dirigirá ya solamente al interior
de su vida en la que esta salvación se realiza, sino que comenzará a
preocuparse por los destinatarios de esta salvación y por los medios
necesarios para que llegue a ellos. La doctrina va a incluir fuertemente al
mundo dentro del tratado eclesiológico y la pastoral de conjunto va a surgir
como remedio a una falta de evangelización por parte de la Iglesia a una serie
de ambientes. El revalorizado concepto de misión, tan teórico y tan práctico, va
a ocupar ahora uno de los espacios esenciales de la eclesiología y de la
pastoral.
— Este diálogo con el mundo urgido por el mismo concepto sacramental
de la Iglesia no se da solamente en una dirección, sino que la Iglesia escucha
también la voz del mundo y escruta en él los signos de los tiempos, como más
tarde diría el Vaticano II. En concreto, la pastoral de conjunto ha tomado el
mundo en su estructuración social, las características de las relaciones
sociales, la configuración de los ambientes, las influencias de las élites en las

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masas, etc. Como respuesta a la realidad social, la Iglesia ha estructurado su


evangelización y su acción pastoral, ha iniciado la evangelización de los
ambientes, ha descubierto la dimensión pastoral del concepto de diócesis, ha
puesto en crisis la tradicional pastoral parroquial desde la eficacia en el mundo,
etc. La teología sacramental aplicada a la Iglesia ha hecho que la
significatividad de la Iglesia exija un conocimiento y una escucha de la voz del
mundo.
— La eclesiología sacramental unida a la del Pueblo de Dios ha
aportado una gran riqueza al laicado y a su misión en el mundocomo misión
propia. Ha sido la eclesiología del Pueblo de Dios quien ha descubierto
nuevamente el puesto central del bautismo en la vida de la Iglesia y la misión
compartida por todos los bautizados. Desde ella, la pastoral ya no es tarea de
los pastores de la Iglesia, sino de todo el pueblo de Dios, que, desde su
bautismo, comparte la misión de la Iglesia. Desde esta conciencia del propio
bautismo, surgirá también la realidad pastoral del laico militante, tan necesaria
para la pastoral de conjunto y para la evangelización de los ambientes. Este
laico verá ya su apostolado como desarrollo de la misión bautismal y no como
delegación de la jerarquía. Esta misma doctrina será la fuente de los
movimientos apostólicos especializados como forma nueva de la tarea pastoral
de la Iglesia.
— Todos estos elementos tanto sacramentales como pastorales han
llevado a la acción de la Iglesia a una concepción más integral y menos parcial-
territorial. Antes de esta eclesiología, la acción de la Iglesia estaba radicada en
las parroquias y, dentro de ellas, el culto ocupaba el puesto central. Ahora las
parroquias comienzan a verse en la unidad diocesana y en el conjunto de una
zona humana al servicio del cual están, la vida eclesial comienza a
preocuparse de una evangelización que preceda al culto para que el culto sea
realmente tal. Podemos decir que nuevos aspectos de la vida de la Iglesia han
aparecido en su pastoral o han sido revitalizados.
— Como nos ocurrió en el tiempo anteriormente analizado, tanto el tema
doctrinal de la sacramentalidad de la Iglesia como la pastoral de la acción
conjunta han desbordado los límites de su tiempo para comenzar a ser doctrina
comúnmente asumida y práctica compartida. La celebración del Vaticano II
contribuyó en gran manera a esta realidad.

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CAPÍTULO IV
LA CONSTITUCIÓN PASTORAL DEL VATICANO II
A lo largo del recorrido histórico que hemos desarrollado en el capítulo
precedente, siempre hemos encontrado una diversidad de enfoques del
problema eclesiológico y, como consecuencia, del problema pastoral. Las
concepciones jurídicas y comunitarias, internas y externas de la vida eclesial,
se han intensificado unilateralmente en las visiones teológicas, o en las del
magisterio, o en sus repercusiones pastorales, o en las de todos entre sí,
resultando que más de una vez teología, magisterio y acción pastoral no se han
dado la mano en el tiempo, sino que han tenido que pasar los años para que la
concepción de la Iglesia de los teólogos haya repercutido en los documentos
magisteriales o en la acción de la Iglesia.
Sin embargo, el Concilio supone la colaboración de la teología y el
magisterio en el mismo trabajo y también el trabajo común de teólogos con
distintos modos de pensar y de obispos con concepciones eclesiológicas muy
diferentes. El gran resultado de la tarea conciliar, después de largos y pesados
trabajos, son unos documentos que, votados por la inmensa mayoría, suponen
el encuentro real en una serie de puntos fundamentales de todos los miembros
y tendencias.
De este modo, podemos considerar al Vaticano II como el final de un
desarrollo eclesiológico que se ha mostrado en diversas tendencias y
corrientes. Por supuesto, este final en el encuentro de todo este período
histórico que nos está ocupando supone el inicio de una nueva evolución en la
que hoy nos situamos.
La Constitución pastoral es una de las muestras más claras de cómo
distintas tendencias ideológicas presentes en el Concilio llegaron a un texto
final en el que la gran mayoría de padres conciliares estaban de acuerdo.
Siendo el último documento del Concilio, muestra uno de los aspectos de su
historia que continuamente se repitió en él.

I. EL PUESTO DE LA CONSTITUCIÓN EN EL CONCILIO VATICANO II


Lo que fue un final en el encuentro no fue así desde el comienzo. A los
trabajos del Concilio llegaron reflexiones teológico-eclesiológico-pastorales
diferentes:
— por una parte, estaba la de aquellos que concebían la Iglesia desde
su exterioridad jurídica;
— por otra, la de aquellos que partían del misterio de comunión con
Cristo desarrollado por la teología del Cuerpo místico;
— por otra, la de aquellos que partían de los nuevos conceptos
sacramentales aplicados a la Iglesia.

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Desgraciadamente no todas estas corrientes estuvieron presentes en los


trabajos preparatorios, con lo que el enfrentamiento en el aula conciliar fue
grande y alargó un trabajo concebido de manera muy distinta. Pero fue la
ocasión de la exposición en profundidad delante del magisterio de la Iglesia de
las nuevas tendencias que, de una forma global, triunfaron sobre las antiguas y
fueron asumidas por la inmensa mayoría de los presentes.
En cuanto a las ideas pastorales, digamos que en esta ocasión sí
estuvieron claramente relacionadas con las teológicas. La constitución pastoral
del Concilio fue posterior a la constitución dogmática sobre la Iglesia y, por ello,
la concepción teológica influyó poderosamente en el desarrollo y en la
discusión de la constitución pastoral.
En realidad, fue deseo expreso del Concilio el tratar el tema de la Iglesia
tanto desde la dogmática como desde la pastoral, tanto en su visión interna y
mistérica como en su proyección hacia el exterior en la acción práctica.
Nosotros nos detenemos directamente en la Constitución pastoral por ser el
tema de nuestro estudio, siempre dando por supuestas las ideas presentes en
la Constitución dogmática.
Cuando Pablo VI abría la segunda sesión conciliar y recordaba la figura
de su predecesor Juan XXIII, que había convocado el Concilio, hablaba de que
«la doctrina cristiana era palabra generadora de vida y acción» y de que el fin
pastoral había sido antepuesto al fin dogmático.
Esta tarea, presente ya en la Constitución dogmática y en el resto de
documentos conciliares, iba a ser cumplida especialmente en la Constitución
pastoral. Dentro de la historia de la teología pastoral en la Iglesia, este texto
ocupa un lugar destacado por haber sido el punto de confluencia de las nuevas
teorías pastorales y de las nuevas tendencias eclesiológicas, por haber sido la
primera gran palabra dada por la Iglesia al mundo de una manera semejante,
por ser la primera vez que un concilio redactaba un texto de tales
características, porque de su redacción ha brotado un nuevo sentido de la
pastoral y de la presencia de la Iglesia en el mundo.
Cuando el 7 de diciembre de 1965 era votada la Constitución pastoral y,
con ella, se concluían los trabajos conciliares, una amplia mayoría del
episcopado mundial (2.309 placet contra 75 non placet; en la última
congregación general del día anterior habían sido 2.111 contra 251) respaldaba
un texto que cuatro años antes, al comienzo del Vaticano II, hubiera sido
impensable.
Tanto es así que ni sus ideas ni sus palabras figuraban en ninguno de
los setenta esquemas que las distintas comisiones habían preparado
previamente como base para las discusiones conciliares. Por eso, la
Constitución pastoral es el resultado del mismo fenómeno conciliar: surgió en
él, dentro de la problemática de sus discusiones, y fue su último fruto, no
solamente por ser el último documento votado, sino por recoger en él, y en
ocasiones madurar en él, las ideas que estaban presentes a lo largo de cuatro

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amplias sesiones y de tres intersesiones llenas de trabajo y de acontecimientos


tanto para la Iglesia como para el mundo.
El texto causó un tremendo impacto; ya lo había causado anteriormente
cuando toda la prensa mundial se había disputado la manera de acceder a su
secreta redacción. Hoy, muchos años después quizá sigue siendo el texto más
famoso del Concilio. Y, sin embargo, es quizá el texto más incompleto. Y esto
por dos razones:
a.— La primera, por su precipitación. Comparado en su historia con
otros documentos, debería haber sido trabajado, al menos, durante otro
período de sesiones con la intersesión correspondiente. Su paso por el aula
conciliar fue demasiado rápido y la corrección, traducción e incorporación de
las distintas enmiendas se realizó más de noche que de día, con un ritmo
vertiginoso de trabajo. Pero el Concilio no podía esperar más. Lo que había
sido pensado para pocos meses de maduración se estaba desarrollando ya en
su cuarto año con la consecuente paralización de casi todo en la Iglesia.
Terminar con aquel período de sesiones era un acuerdo ya adoptado antes de
comenzarla. Ya era más importante comenzar a ver los frutos del Concilio con
su renovación que seguir trabajando en el aula.
b.— La segunda, por el carácter mismo del documento. Queriendo ser
un texto relativo al papel de la Iglesia en el mundo de hoy, no cabe la menor
duda de que ese hoy ya ha pasado y es historia. De ahí que sus ideas sean
actualmente menos importantes que su espíritu. Pero fue ese espíritu quien
llenó a la Iglesia de esperanza y de signos de renovación. Como tal texto, hoy
sigue siendo el más representativo del Vaticano II y la muestra más palpable de
lo que su celebración supuso para la vida de la Iglesia contemporánea.
El texto, por ser pastoral, es fruto de una mentalidad y de una época. El
“aggiornamento” y la lectura de los signos de los tiempos fueron temas
continuamente citados para reflejar el diálogo con el mundo, el desarrollo y
progreso de la tradición en una acción pastoral en sintonía con el hombre, y el
ver la realidad como reveladora de Dios y de sus planes cuando se mira en
profundidad. Esta lectura de los signos de los tiempos refleja con claridad el
intento de la Constitución por valorar una serie de hechos presentes en nuestra
historia e integrarlos en la historia de la salvación para deducir una acción
adecuada. En definitiva, se trata de entrar en diálogo con una historia que en
estos precisos momentos tenía unas características muy determinadas.
Lejos de la ausencia de todo compromiso, la postura radical de la
Constitución pastoral es la de comprender la historia humana como señal
reveladora de Dios y a la vez campo donde la visión de Dios transforma las
realidades desde la esperanza del Reino. Cuando el Reino llegue, la historia
humana habrá sido consumada por una sola realidad y ya no será posible
distinguir entre Iglesia y Mundo, entre historia humana e historia de salvación.
Por fidelidad a estos términos del «aggiornamento» y de los «signos de
los tiempos» que llevan a una postura de diálogo y compromiso, el texto de la
Constitución está, lógicamente, muy unido al momento histórico en el que fue

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escrito. Muchas veces se ha hablado del optimismo que refleja ante la situación
del mundo y del progreso. Quizá era entonces uno de los signos de los tiempos
que hoy ya no puede ser leído de la misma manera.
Existía ciertamente un optimismo generalizado que hablaba de la
bondad del hombre, del poder de su inteligencia, de la belleza de sus
realizaciones y de la esperanza en un futuro que estaba claramente a su
alcance. Y, dados los presupuestos de los que parte la Constitución, ese
optimismo se manifiesta en la redacción conciliar y hace de ella un texto muy
unido a un contexto. Hoy habría que hablar de una manera muy diferente. Pero
precisamente ese lenguaje refleja su carácter pastoral.
La historia conciliar fue difícil para la redacción del documento y la
metodología empleada iba a ser realmente nueva y fuente de un distinto
quehacer teológico. Entramos en ambos temas porque en su tratamiento está
gran parte del conocimiento de lo que fue la misma Constitución.

II. ALGO DE SU HISTORIA


En los orígenes del Concilio, para nada figuraba la idea de un texto
semejante. Ni la metodología, ni los temas, ni la tradición conciliar hubieran
podido aconsejarlo. Pero en el mismo inicio del Concilio hay un mensaje
conciliar para todos los hombres que comienza a presagiar la dirección en la
que iban a realizarse los trabajos. Hoy se sabe que la idea procedía de la
teología, de Congar y Chenu concretamente, pero que tuvo que ser presentada
por el respaldo y la firma de importantes padres conciliares. Siendo un mensaje
importante por su actitud, pasa desapercibido para los trabajos de la primera
sesión conciliar.
El texto de la Constitución pastoral comienza a discutirse en el aula
conciliar en la tercera sesión, entre los días 20 de octubre y 10 de noviembre
de 1964. Sin embargo, cuando el texto llega a las congregaciones generales,
es fruto ya de una larga historia y tres textos lo han precedido: el de la
primavera de 1963, el de Lovaina (o de Malinas) de septiembre de 1963, y el
de Zurich de febrero de 1964.
Su origen hay que situarlo en la primera sesión conciliar, en la 33a
congregación general en la que se discutía apasionadamente el primer
esquema de Iglesia que pronto hubo de ser sustituido. En ella, en una famosa
intervención, el cardenal Suenens piensa que el Vaticano II ha de ser el
Concilio de la Iglesia, de la «Ecclesia Christi, lumen Gentium», y para ello
propone que el tratamiento de la Iglesia tenga dos partes: De Ecclesia ad intra,
en la que la Iglesia ha de responder a la pregunta ya formulada y que había de
ser formulada tantas veces en el Concilio: Ecclesia, quid dicis de te ipsa? Y De
Ecclesia ad extra, en la que la Iglesia ha de responder a los interrogantes del
mundo de hoy. El cardenal pide que las futuras tareas conciliares avancen por
este camino, que se revisen desde ahí los esquemas y que se cree un
secretariado para los problemas del mundo de hoy. El aplauso de los padres

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conciliares y la insistencia en las siguientes intervenciones en las ideas


propuestas por Suenens hacen ver que, desde ese momento, en el Concilio se
ha optado por una doble temática en torno a la Iglesia que ha de desarrollarse
desde una gran unidad, pero con distintos planteamientos, destinatarios,
temáticas y metodologías.
De hecho Suenens en su intervención repetía las ideas claves de las
palabras que el papa Juan XXIII había pronunciado en el radiomensaje La
grande aspettazione un mes antes de comenzar el Concilio. En él se hablaba
de la Iglesia como luz de las gentes y de las dos formas de considerar su
misterio, hacia dentro y hacia fuera.
Dentro de la problemática que planteó la historia de su redacción, sería
conveniente resaltar las dificultades que provenían de:
a.— el abordar por primera vez un concilio realidades cambiantes y que
no pertenecían tradicionalmente a realidades magisteriales La inclusión y
exclusión de los anexos fue la prueba más evidente de cómo se planteó y se
discutió este tema,
b.— las dudas sobre el valor magisterial de un documento de este tipo.
¿Cuál es la temática de un documento de un concilio? ¿Qué valor dogmático
tiene? ¿A quién tiene que ser dirigido, solamente a los cristianos o también a
todos los hombres?
c.— el universalismo en una temática y un desarrollo que rompe
definitivamente el eurocentrismo en la doctrina y en los planteamientos de la
Iglesia,
d.— la postura que el texto plantea, que no es justamente la de la
evangelización del mundo, tal y como entonces se entendía esta palabra, sino
la de entrar en diálogo con la situación actual de la humanidad. Por eso, ni hay
una filosofía ni una teología sobre el mundo en el texto,
e.— el método que se llego a adoptar. En vez de partir desde principios
teológicos de los que se va deduciendo la doctrina conciliar, se parte de hechos
sociológicamente observados en los que pueden reconocerse los signos de los
tiempos, de la misma manera que lo había hecho Juan XXIII en la Pacem in
terris,
f.— el descubrimiento progresivo de una antropología cristiana que
había de ser la base del diálogo entre la Iglesia y el mundo Su descubrimiento
fue lento, pero fue finalmente el eje vertebrador de la doctrina de la
Constitución.
Cuando el texto se presenta en el Concilio, ya llevaba una estructura
muy parecida a la actual cuatro capítulos a los que sigue una serie de cinco
anexos dedicados a problemas concretos y que no formarían parte del texto
conciliar.
Como respuesta a la problemática que había presidido toda su
redacción, y que estaba muy presente en el ánimo de los padres conciliares, el
obispo Guano en la «relatio» habla de la renovación de la Iglesia por la
apertura al mundo y cifra esta apertura en razones teológico-cristológicas de la

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misma manera que Cristo, participando de la naturaleza humana, nos hizo


participes de su divinidad, asi la Iglesia, participando de la vida de los hombres,
les participa la vida de Dios El paralelismo Cristo-Iglesia, en su relación con el
mundo, está en la base de la presentación del esquema.
Desde este paralelismo con el misterio de Cristo, que había sido
desarrollado en su ontología por la Lumen gentium, los padres conciliares
analizan el tema del dialogo con el mundo De ahí brota una de las ideas que va
a estar siempre presente y que recogerá la futura redacción, la respuesta de la
Iglesia a los problemas e inquietudes humanos no es una respuesta técnica,
sino eclesial, la respuesta desde el sentido y la doctrina de Cristo.
En torno a este paralelismo entre el misterio de Cristo y el de la Iglesia
se desarrollaron gran parte de las intervenciones y de las enmiendas
solicitadas por los padres conciliares tanto en el aula conciliar como por escrito
La linea cristocéntrica que Pablo VI había marcado para el Concilio en la
ceremonia de apertura de la segunda sesión conciliar hace también su fuerte
aparición en la constitución de Ecclesia ad extra.
Partiendo del esquema discutido y de las numerosas aportaciones de los
padres conciliares tanto orales como escritas, el esquema se rehace y se
prepara un texto nuevo En los primeros meses de 1965, en Ariccia, cerca de
Roma, surge un nuevo texto que, revisado y retocado, va a ser enviado a los
padres para su discusión en la ultima sesión conciliar. El texto que resulta tiene
ya la misma estructuración que el aprobado finalmente. Consta de dos partes
claramente definidas una que te ata el aspecto general de las relaciones de la
Iglesia con el mundo, dividida en cuatro capítulos, y otra que se detiene en
aspectos concretos, dividida en cinco capítulos procedentes, de los cinco
anexos del texto antiguo que ahora forman parte del texto de la Constitución
Ambas partes están precedidas de un prologo Sustancialmente el texto de este
nuevo esquema permanecerá hasta la aprobación definitiva.
Es importante señalar que esta redacción nueva, que fundamentalmente
sera definitiva, no parte del dato cristológico en sus sucesivos capítulos, sino
más bien del fenomenológico. El dato cristológico estará al final de cada
capítulo para iluminar y dar sentido a la realidad expuesta anteriormente desde
su concreta manifestación. Cristo no se el origen del desarrollo de la temática
del esquema, sino que es puesto al final como la gran aportación que la Iglesia
hace a los problemas y realidades mundanos. En este sentido, nos
encontramos con una nueva forma de proceder de la metodología conciliar en
este esquema.
El trabajo para la preparación del nuevo esquema y de sus sucesivas
correcciones fue realmente vertiginoso. El tiempo era breve y ya estaba claro
que la cuarta sesión conciliar sería la última. Y en esta última sesión conciliar el
texto pasa por las congregaciones generales (21 de septiembre al 8 de octubre
del 65), se elabora un «textus recognitus» después de examinar las 20.000
enmiendas que es votado en sus diferentes partes y, por último, un «textus
denuo recognitus» tras el examen de los modos. Afortunadamente el 7 de

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diciembre, en la novena sesión pública, todo estaba listo para su aprobación


definitiva. El breve espacio de tiempo no deja que se hagan modificaciones
sustanciales y quizá el texto definitivo no tuvo la madurez que hubiera logrado
un texto estudiado durante más tiempo. Sin embargo, fue votado y aprobado
definitivamente por una inmensa mayoría de padres conciliares el 7 de
diciembre de 1965 que cerraba el Concilio dando el texto de la Iglesia «ad
extra». La finalidad del Concilio estaba cumplida.
Después del rápido recorrido por la historia de la redacción de la
Constitución pastoral, es conveniente que subrayemos las siguientes ideas:
— El texto no es separable de la Lumen gentium. Nacen en un proyecto
común después de la primera sesión. Y la redacción de la Constitución
dogmática influye directamente en la pastoral. En más de una ocasión, el
diálogo en la sala conciliar aclarará que no es necesario poner en una lo que ya
está en la otra.
— Aunque no sea separable, caminan de muy distinta manera. Las
características propias de la Constitución pastoral retrasaron todos sus pasos
porque eran nuevas en los trabajos conciliares y no todos lo entendían o lo
querían. Son nuevos sus destinatarios (todos los hombres), es nuevo el método
(inductivo y no deductivo) y es nuevo el valor magisterial (dialogal, no
dogmático). Todo ello en torno a una materia nueva (el mundo, no la Iglesia).
Sin embargo todo lo nuevo no es absoluto y no puede ser visto separado de la
otra Constitución.
— El tono y el talante de la Constitución pastoral es el diálogo. Diálogo
no abstracto, sino con un mundo concreto y con una situación concreta de la
humanidad. Tanto la situación de la Iglesia como la de la humanidad son
mudables y no eternas; de ahí que el valor constante de la Constitución sea el
de la actitud tomada y no el de todas sus afirmaciones, que pueden cambiar al
encontrarnos en situaciones distintas. Fue muy difícil que los padres conciliares
entendieran esto. La presencia de afirmaciones de muy distinto valor hacía que
se quisieran eliminar partes (caso de los anexos) o que se quisiera definir lo
que en el proyecto no se quería (caso del término mundo, que finalmente se
describe, pero no se define).
— El talante dialogal de la Constitución va haciendo aparecer poco a
poco el término en el que la Iglesia se encuentra con el mundo: el hombre.
Para ello va haciéndose necesaria en el transcurso de las discusiones y de la
redacción una antropología cristiana que sea en verdad lo que la Iglesia ofrece
al mundo y el centro de mira del tratamiento de todos sus problemas. Esta
antropología tardó en aparecer y en estructurarse, pero después sería uno de
los puntos de la Constitución que más frutos daría y que sigue vivo hoy.
— La polémica y las fuertes objeciones puestas al texto tienen poco que
ver con la realidad de lo que ocurría en el Concilio. Parece que, en este caso,
pocos padres conciliares dieron mucho que hacer, pues, de hecho, no se
corresponden las objeciones ni su número con las votaciones. Sin embargo, el
clima de caridad y diálogo hizo pulir mucho la Constitución, de manera que la

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aceptación final fue grande. Esto también ha acarreado problemas a la misma


redacción y a su resultado final. El texto ha querido ser tan conciliador que, en
algunas afirmaciones, ha permanecido ambiguo o no ha llegado a decir todo lo
que se hubiera esperado de él. El problema no es sólo de la Gaudium et spes,
sino de gran parte de los documentos conciliares. Hubo un gran interés en todo
el Vaticano II en la presencia de la opinión de las minorías y en que el
consenso fuera el mayor posible para crear unidad en vez de confusión.

III. EL MÉTODO DE LA CONSTITUCIÓN PASTORAL


«El gozo y la esperanza, las lágrimas y angustias del hombre de
nuestros días, sobre todo de los pobres y de toda clase de
afligidos, son también gozo y esperanza, lágrimas y angustias de
los discípulos de Cristo, y no hay nada verdaderamente humano
que no tenga resonancia en su corazón. La comunidad que ellos
forman está compuesta de hombres que, reunidos en Cristo, son
dirigidos por el Espíritu Santo en su peregrinación hacia el Reino
del Padre, y han recibido, para proponérselo a todos, el mensaje
de la salvación. De ahí la experiencia vital que le hace sentirse, y
serlo en realidad, íntimamente solidaria con la humanidad y con
su historia»56.
El famoso número 1 del prólogo de la Constitución nos está indicando ya
el método con el que se va a proceder en el trabajo. Método que, como ya
hemos visto en las páginas anteriores, no siempre fue bien entendido por los
padres conciliares y causó gran parte de los problemas de su paso por las
congregaciones. Analizando las ideas del número, podemos decir:
— Los miembros de la Iglesia coinciden con los hombres de nuestros
días y de cada época en la vivencia de la misma experiencia humana. Quien
pertenece a la Iglesia no se aleja por ello de una experiencia de vida con los
hombres, a su lado, y compartiendo el mundo.
— Los miembros de la Iglesia, al lado de los hombres, tienen una
identidad creyente, procedente de Cristo y en dirección al Reino, que les hace
vivir en el mundo de una manera determinada.
— Esa identidad creyente la han recibido para la misión, para ofrecerla a
los hombres con quienes conviven como posibilidad de salvación para ellos y
para el mundo.
— El vivir con los hombres y el tener una misión hacia ellos hace que la
Iglesia tenga una postura de apertura y de amor hacia todo lo humano y hacia
la humanidad misma.
La Constitución no parte, como era tradicional en los concilios anteriores,
de una fe que se va explicitando y de la que se van deduciendo tanto las ideas
teológicas como las aplicaciones prácticas. Partir de la fe solamente es posible
en textos dirigidos a los creyentes y es el origen de un método concreto de
quehacer teológico. Pero cuando el Concilio quiere dirigirse a todos los

56
GS 1.

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hombres, este método no vale, ya que contiene apriorismos no por todos


aceptados. Más que ser causa de diálogo puede cerrarse en la intransigencia.
La revelación en la Constitución pastoral no es un apriori, sino que es
tratada como ofrecimiento hecho por la Iglesia desde una vida llena de sentido
en el mismo compartir los acontecimientos y las experiencias humanas. Tanto
es así que algunos números, como los dedicados al ateísmo, ven en la vida de
los creyentes un impedimento para que algunos hombres lleguen a la fe.
Por ello, el diálogo se ha situado en la temática en la que el creyente y
todos los hombres pueden encontrarse: la situación concreta de su historia. El
método conciliar va a partir de la situación fenomenológica para llegar,
inductivamente, a la revelación y a su centro que es Cristo.
El Cristo en quien termina la reflexión de cada parte de la Constitución
es también el origen de la postura de la Iglesia que, continuando en el mundo
su misma obra, quiere llevar la salvación a las distintas situaciones humanas y
a la totalidad del hombre. Cristo también realizó su obra encarnándose en el
mundo y compartiendo con diferentes hombres distintas situaciones a las que
su presencia supuso salvación. Es desde el mismo Cristo, cuya obra continúa
la Iglesia, desde donde es válido el tratamiento de temas típicamente humanos
y la metodología concreta optada por el Concilio.
Sin embargo, esta metodología no es puramente inductiva. La situación
es considerada como el origen de la reflexión, pero no todo el camino se ajusta
a ella y solamente le da respuesta. La situación de la humanidad es el origen,
pero no un origen que ciñe todo el discurrir, sino que sirve para plantear
cuestiones y dar respuestas que trascienden a las situaciones
fenomenológicamente descritas. La postura creyente que la Iglesia ofrece a la
situación concreta procede también de un don que es respuesta integral a la
complejidad de lo que es el hombre y se ofrece como salvación a todo lo que
implica su misterio, no solamente a la situación ofrecida.
De ahí que la Constitución tenga un valor teológico por encima de la
respuesta eclesial a la situación y que no podamos ceñir solamente su valor
magisterial al momento histórico con el que está conexa.
La lectura creyente de la realidad y el ofrecimiento de esta lectura a los
hombres es también deducción del acontecimiento supremo de la revelación,
de la obra de Cristo. La situación une a los hombres, la situación cuestiona,
pero la postura concreta de la Iglesia ante la situación desborda sus propios
límites y no se deja encasillar por ellos. Por eso, hemos repetido que no es
separable de la Constitución dogmática.
Una metodología puramente inductiva sería reductora para la revelación
y haría que dependiera solamente de las situaciones históricas, mientras que la
salvación de Jesucristo que la Iglesia ofrece salva la situación concreta desde
una concepción integral del hombre, de la historia y de su salvación. Ocultar
aspectos de esta salvación para ceñirse solamente a los acontecimientos de la
historia que han de ser salvados será a partir de la Gaudium et spes el peligro
que tiene que evitar su propio método.

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Analizado el método nuevo de la Constitución pastoral, podemos


preguntarnos sobre sus precedentes. ¿Ha sido un método que ha nacido para
la Constitución o ya se estaba empleando en la vida de la Iglesia y ha pasado
al Concilio en este momento? A medida que el Concilio ha sido estudiado, se
va constatando que su novedad consistió más que nada en hacer doctrina
universal de la Iglesia lo que ya era doctrina teológica o doctrina pastoral en
algunos ámbitos eclesiales. El Concilio fue un gran medio para que la
renovación teológica que venía fraguándose desde comienzos de siglo, y muy
especialmente desde el período de entreguerras, llegara a hacerse doctrina
general. Gracias a su celebración, hubo una conciencia clara de la nueva
teología que, sin ella, hubiera tardado muchos años en hacerse conciencia
eclesial.
En concreto, podemos ver como precedentes del método de la
Constitución pastoral:
a) Los pastoralistas y teólogos franceses del período posterior a la
segunda guerra mundial que dieron origen a todo el movimiento que hemos
llamado con el nombre de «pastoral de conjunto». Junto a este grupo y
prácticamente unidos a él, hemos de hablar de los movimientos apostólicos
que, injertados en el tronco común de la Acción Católica, desarrollaron un
método propio de análisis de la realidad y de compromiso eclesial con su
revisión de vida.
El método de la revisión de vida de los movimientos apostólicos ha sido
sin duda el precedente más claro del método empleado por la Constitución
pastoral. En él se mezclan lo inductivo y lo deductivo, la lectura creyente de la
realidad con la iluminación que viene desde la Palabra de Dios y la revelación.
La situación es motivo para la reflexión que vuelve a la situación con la acción
creyente. La situación no se cierra sobre sí misma, sino que se abre en una
universalización de situaciones y de actitudes que se confrontan con el
evangelio.
b) La encíclica Pacem in terris de Juan XXIII, publicada después de la
primera sesión conciliar, cuando se estaban dando los primeros pasos para la
elaboración del primer esquema de lo que sería después la Constitución
pastoral.
El método que sigue la encíclica es muy similar al que será utilizado
después en la Gaudium et spes. Convendría destacar estas ideas:
— Las cuatro primeras partes de la encíclica (sobre la convivencia
humana, las relaciones entre los poderes públicos y los individuos, las
relaciones entre los Estados, el establecimiento de una comunidad mundial)
están elaboradas desde la conciencia de la naturaleza humana. Esta
conciencia es común a todo hombre y, por tanto, no se deriva de la revelación,
aunque en ella encuentre una clara explicitación. Por esta razón puede
encabezarse por primera vez una encíclica destinándola «a todos los hombres
de buena voluntad». En la humanidad hay una razón para el diálogo.

59
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— La quinta parte (de recomendaciones pastorales) habla de la


presencia de los cristianos en las instituciones civiles y del deber que tienen de
participar en la vida pública. Son ellos a través de su actuación los que
cristianizan la vida social.
— Al hablar de esa presencia, se señala la autonomía del mundo y cómo
tienen que actuar los cristianos de acuerdo con las leyes propias de cada
técnica o actividad.
— Se señalan también las opciones plurales y dinámicas con las que el
cristiano puede intervenir en estos asuntos; opciones plurales que la Iglesia no
puede escoger por su dificultad técnica y que han de ser perfeccionadas día a
día.
— Existe la posibilidad de una amplia colaboración entre los cristianos y
los hombres que observan los principios de la ley natural, sean creyentes o no.
Esta colaboración en la empresa común es la base del diálogo.
c) La encíclica Ecclesiam suam, primera encíclica de Pablo VI y, de
acuerdo con la tradición pontificia, programática de su pontificado. Encíclica
que tardó tiempo en salir precisamente por las implicaciones y relaciones con el
documento conciliar. No podemos menos de relacionar el acontecimiento
conciliar y esta encíclica.
En primer lugar, porque repite los temas que Pablo VI expuso en el
discurso de apertura de la segunda sesión.
En segundo, porque sus directrices encontrarían un claro reflejo en las
dos constituciones sobre la Iglesia.
El capítulo I en la Lumen gentium, el III en la Gaudium et spes, el II en
ambas.
Desde una introducción en la que se afirma el doble sentido «ad intra» y
«ad extra» del documento y la necesidad de conocer la hora presente de la
humanidad, se pasa a sus tres partes:
a)la Iglesia debe profundizar la conciencia de sí misma,
b) debe renovarse y
c) debe dialogar con el mundo moderno.
Nos interesa ante todo la tercera parte. Aunque no se analizan las
circunstancias actuales de la humanidad porque conscientemente se deja este
análisis para el Concilio, sí se exponen claramente las razones para este
diálogo que fundamenta el método de la Constitución pastoral:
— la diferencia entre la Iglesia y el mundo desde la raíz bautismal del
cristiano. Esta diferencia no separa, sino que envía a la misión y es raiz de la
evangelización;
— la revelación, como origen de la Iglesia, que siempre ha consistido en
un diálogo entre Dios y el hombre. Diálogo que es expresado en la oración y
que es narrado en la historia de la salvación;
— el método de este diálogo revelador que se continúa en la Iglesia:
gratuito, fruto del amor, no hecho desde la respuesta, no excluyente, gradual,
ofrecido en libertad y sin imposiciones;

60
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— la presencia encarnada de la Iglesia en medio del mundo. Ofrece su


salvación desde dentro. Su postura dialogal es el servicio;
— el universalismo de su mensaje. Los contenidos de la revelación en la
Iglesia son para todos y unen a todos: no creyentes, creyentes, cristianos y
católicos.
Hay que recalcar cómo la encíclica concluye hablando del diálogo en el
interior mismo de la Iglesia como signo ante el mundo de su misma posibilidad
y del poder del diálogo para crear comunión y para unir a los hombres.
Entre las consecuencias de esta metodología y de los temas abordados
por la Constitución, hay que citar la forma de construir teología que ha
adoptado la teología de la liberación. En ella es claro el partir de la situación
real de la humanidad para aportarle la salvación de Jesucristo como praxis
liberadora y eficaz para la transformación de dicha realidad. La reflexión
teológica es en ella el acto segundo de una praxis y su sentido es volver a la
misma praxis. La situación es la clave hermenéutica para hacer una relectura
de la Palabra de Dios.
Aunque muchos de los aspectos de la teología de la liberación hayan
sido criticados y sigan siendo hoy fuente de viva polémica, hay que reconocer
que su método, tomado de la Constitución pastoral, ha logrado el que la
situación concreta esté en la base de la teología y de la acción de la Iglesia. La
teología tiene así la capacidad de iluminar e interpretar la vida concreta de los
hombres a la luz de la palabra de Dios y muestra que ella ha sido dada para el
hombre. Nada de lo humano es ajeno a la misión de la Iglesia, que tiene una
salvación capaz de llegar a todo hombre en cualquiera de sus situaciones.
Vemos, pues, que el método adoptado por la Constitución pastoral es
algo más que una medida coyuntural. Se trata del resultado de la metodología
teológica de los últimos años y el punto de partida para el quehacer teológico
posterior, como bien nos han demostrado los años postconciliares.

IV. EL CRISTOCENTRISMO DE LA CONSTITUCIÓN


¿Cuál es la novedad que el cristiano y la Iglesia aportan al mundo como
lo específico en su diálogo? Indudablemente a Cristo, con todo lo que él
supone de sentido, de vida, de esperanza y de acción. Cristo es el centro en
torno al que gira toda la Constitución pastoral tanto en su temática como en su
construcción.
Y otra vez se manifiesta aquí el paralelismo entre la Lumen Gentium y la
Gaudium et Spes. Podríamos decir que el cristocentrismo es el aspecto en el
que se unen profundamente las dos doctrinas. Aunque curiosamente se hable
más del cristocentrismo de la Constitución dogmática, que parte de Cristo para
iluminar el misterio de la Iglesia, la Constitución pastoral está estructurada en
torno a Cristo que remata cada una de sus partes y de sus divisiones, dando al
texto una gran unidad.

61
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También aquí la Constitución pastoral se mantiene fiel a la petición


formulada por Pablo VI cuando, después de su elección papal, pidió que el
tema del tratamiento eclesial en el Concilio se hiciera desde Cristo y desde su
misterio. No es de extrañar que Pablo VI pidiera esta toma de postura al
Concilio e influyera directamente desde ella en su redacción porque realmente
toda su riquísima doctrina eclesiológica está construida sobre un fuerte
cristocentrismo57.
Lo que cambia, con relación a la Constitución dogmática, es el lugar de
este cristocentrismo que está determinado por la doble metodología. Mientras
que en la Lumen Gentium es el punto de partida para la reflexión conciliar, en
la Gaudium et Spes es el punto de llegada. El dato cristológico se encuentra al
final de cada capítulo para iluminar la realidad que se ha expuesto desde su
manifestación fenomenológica. Cristo es la novedad que la Iglesia ofrece a los
hombres en cada uno de los problemas y de las realidades mundanas que
antes han sido descritos.
Bajo toda la Constitución, que se desarrolla con un concepto sacramental de la
Iglesia, está latiendo la concepción sacramental de Cristo, cuya
sacramentalidad se continúa en la sacramentalidad de la Iglesia. En el
siguiente esquema podemos ver cómo está formulado el dato cristológico en la
Constitución:

ESQUEMA DE LA CONSTITUCIÓN GAUDIUM ET SPES


Sumario: 1—3
Prólogo: 4—10
I. La Iglesia y la vocación del hombre
Dato Cristológico Iglesia
Dignidad de la persona humana: 11 22 41 Cristo
la comunidad humana: 23 32 42 Y
la actividad humana: 33 38-9 43 Reino
45
44
II. Algunas cuestiones concretas
Matrimonio y familia: 47-52
Cultura: 53-62
Vida económica y social: 63-72
Política: 73-76
Paz y Comunidad de los 77-90
pueblos:

CONCLUSIÓN 91-93

57
Cf. RAMOS GULRREIRA, J. A., «El cristocentrismo de la reflexión eclesiológica de Pablo VI», en Diálogo
ecuménico 24 (1989) 5-40 y 247-288.

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V LAS IDEAS DE LA CONSTITUCIÓN


Entendiendo así la relación de la Iglesia con el mundo, la postura
fundamental es el dialogo, pero un diálogo que consiste en algo más que en el
intercambio de ideas y en la discusión sobre ellas para encontrar más luz El
diálogo, tal y como se expresa en la Constitución pastoral, implicaría además
— El respeto por la autonomía del mundo y por las estructuras humanas
El mundo es capaz de darse esas estructuras desde las que construye su
propia historia58 Y la Iglesia las respeta porque valora y aprecia lo que ellas son
Este reconocimiento implica que no es misión de la Iglesia marcar esos rumbos
ni definir los caminos que el mundo ha de seguir para construir su historia.
Desde los fenómenos naturales hasta las opciones políticas, la Iglesia sabe
que no pertenece a su cometido el trazar los rumbos.
— El compromiso con el mundo para construir su historia. El respeto no
supone lejanía o división, como si a la Iglesia le fuera indiferente esa
construcción o como si viera que su trabajo excluye esa misma construcción En
el mundo se desarrolla el trabajo del cristiano y de la Iglesia codo con codo con
los demás hombres. La novedad de la Iglesia es para el mundo y se manifiesta
en la tarea transformadora de la realidad que el cristiano desarrolla. El dialogo
asi no es sólo intelectual, sino que se da en el compromiso, en la acción, donde
el cristiano se encuentra con el resto de los hombres. Conjugar autonomía del
mundo con compromiso cristiano implica más opciones de sentido que
programas de acción por parte de un texto magisterial, aunque el cristiano
concreto, individual o grupalmente, tenga que actuar con acciones concretas y
técnicas. En realidad, lo que la Constitución se propone, al menos en su
primera parte, es el diálogo con la humanidad para «orientar la mente hacia
soluciones plenamente humanas» En este sentido, su misión es religiosa y no
técnica, no sirve para construir un mundo que se edifica desde sus propias
mediaciones, sino para servir al hombre desde la respuesta a sus preguntas
fundamentales proponiéndole sus valores con la convicción de que lo cristiano
es lo auténticamente humano. Las preguntas son claramente formuladas:
«¿Qué piensa el hombre de la Iglesia? ¿Qué criterios fundamentales deben
recomendarse para levantar el edificio de la sociedad actual? ¿Qué sentido
ultimo tiene la acción humana en el universo?» 59.
La respuesta a estas preguntas desde la situación concreta y humana no
va a ser otra distinta de Cristo, cuya palabra y obra iluminan al hombre y cuya
palabra y obra continúan actuando en la sacramentalidad de la Iglesia. El ser
sacramental de la Iglesia con respecto al mundo 60 tiene su origen en la
sacramentalidad de Cristo, en su encarnación, que por medio del Espíritu
Santo es universalizada e interiorizada. Lo que Cristo fue para el mundo en su
encarnación, en el hoy de la historia lo es la Iglesia. De este modo, gracias a la
acción del Espíritu en la Iglesia, la misión de Cristo se universaliza a todos los
58
GS 36.
59
Ibid 11.
60
Cfr. LG 1.

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hombres de todos los tiempos y Cristo sigue significando y siendo la salvación


de los hombres y del mundo 61 Pero ello solamente es posible desde la
encarnación, desde la entrada en la carne y en el mundo de los hombres.
Desde el concepto sacramental, queda claro que el cristiano y la Iglesia
pertenecen a este mundo, están en relación íntima con el, son signo salvador
en medio de él, y son esperanza para los hombres porque el camino de Cristo
es también el suyo Esta misma concepción sacramental de la Iglesia implica la
misión y el estar en el mundo desde las categorías sacramentales la Iglesia es
para el mundo signo del Reino y la Iglesia es en el mundo presencia de la
salvación intrahistóricamente realizada. Su ser es, así, servicio a este mundo y
su vida es invitación a encontrar la salvación en ella.

1 La primera parte
— Dentro de este fuerte cristocentrismo que preside toda la
Constitución, especialmente en su primera parte, el capítulo primero de la
primera parte de la Constitución ofrece la persona de Cristo como sentido
último que resuelve la pregunta misma por el hombre.
«En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el
misterio del Verbo encarnado ( ) En el, la naturaleza
humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también
en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su
encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo
hombre»62

Estas afirmaciones son, sin duda, la razón y el origen de todo diálogo y


del encuentro, en la persona del hombre, de la Iglesia con el Mundo.
— El capítulo segundo, que se centra en la comunidad humana,
concluye con el n.32 que habla de Cristo encarnado no sólo viviendo en
comunidad, sino formando una comunidad nueva que será la plenitud y la
perfección de las relaciones humanas; esta comunidad, que es gracia y será
total al final de los tiempos, se vive y se anuncia ya a los hombres en la Iglesia.
«Esta índole comunitaria se perfecciona y se consuma en
la obra de Jesucristo (...). Esta solidaridad debe
aumentarse siempre hasta aquel día en que llegue su
consumación y en que los hombres, salvados por la gracia,
como familia amada de Dios y de Cristo hermano, darán a
Dios gloria perfecta»63.
El encuentro de la Iglesia y del Mundo en la escatología en una única
comunión, fruto de la acción y la redención de Jesucristo, es razón también

61
Las ideas básicas de la Constitución respaldan asi todo el giro cnstocentnco de la eclesiologia que
venia produciéndose desde comienzos del siglo xix y que se había manifestado con fuerza en la
eclesiologia de entreguerras.
62
GS 22.
63
Ibidem. 32.

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para una presencia y una acción de la Iglesia en el Mundo intentando una


comunión que se dirija hacia ese final definitivo.
— El capítulo tercero, que habla de la actividad humana, concluye con
los n.38-39 en los que se afirma que Cristo nos enseña como ley fundamental
de perfección humana y de transformación del mundo el mandamiento del
amor, que Cristo por su muerte y resurrección ha logrado el señorío de una
humanidad nueva, que en él se nos han revelado los cielos nuevos y la tierra
nueva, que la Iglesia ha comenzado ya a vivir por la fe y los sacramentos este
nuevo orden de vida, lo anuncia y lo anticipa con su actividad.
«El Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas,
hecho Él mismo carne y habitando en la tierra, entró como
hombre perfecto en la historia del mundo, asumiéndola y
recapitulándola en sí mismo (...) Constituido Señor por su
resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en
el cielo y en la tierra, obra ya por la virtud de su Espíritu en el
corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del
mundo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo
también con ese deseo aquellos generosos propósitos con
los que la familia humana intenta hacer más llevadera su
propia vida y someter la tierra a este fin»64.
La terminología y los contenidos de la teología sacramental, tal y como
se estaban desarrollando en aquella época, están claros en el texto.
Sacramentalidad de Cristo como origen de la sacramentalidad de la Iglesia a
través de las que Dios actúa haciendo posible la salvación actual como signo,
promesa y realidad histórica de la definitiva.
En estos tres capítulos generales de la primera parte, el tema de Cristo
está presente dando el último sentido al hombre, a su actividad y al mundo; y la
Iglesia está unida a Cristo en cuanto que es depositaría de este sentido y lo
ofrece continuamente a los hombres como un servicio.
Pero en la Gaudium et Spes no sólo aparece el Verbo encarnado como
una referencia al pasado, sino, y sobre todo, como una esperanza de futuro. El
cuerpo del Verbo, gracias a la resurrección, introduce en la humanidad la
novedad a la que todo hombre está llamado; gracias a su Espíritu derramado,
esa novedad llegará y comienza a ser posible ya ahora en la Iglesia
congregada en su nombre. La Iglesia es vista así también como un servicio a la
nueva humanidad y al nuevo Cuerpo de Cristo; como la comunidad en la que,
gracias al Espíritu, la vida nueva comienza a ser realidad, anuncio y fermento
para el mundo. Indudablemente esta visión escatológica de la encarnación es
bastante nueva en el magisterio de la Iglesia y ha podido llegar gracias a la
distinción entre Iglesia y Reino.
— Las ideas trazadas por los tres primeros capítulos son el fundamento
del capítulo cuarto, en el que se aborda la misión de la Iglesia en el mundo
actual. Realmente ya están dadas las pautas para que, lejos de toda mera
espiritualización o reflexión abstracta en el ser de la Iglesia, la encarnación en

64
Ibidem. 38.

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las realidades mundanas sea el único camino de la misión de la Iglesia. La


Iglesia valora y realiza su misión en un mundo real que necesita ser salvado y
convertido en signo del Reino de Dios. Y por ello, la Iglesia y el mundo se
encuentran en su camino y lo recorren juntos. La Iglesia tiene una finalidad
para el mundo desde el acontecimiento de Cristo, que es a la vez salvación de
toda esclavitud y anticipo del Reino; el mundo y la Iglesia caminan juntos
siendo ésta fermento y servicio para aquél. De este modo se explican las
dualidades en la Iglesia: el ser humana y divina, el ser visible e invisible, el ser
temporal y escatológica. El capítulo cuarto de la primera parte de la Gaudium
et Spes representa todas las consecuencias operativas de la teología
sacramental eclesiológica.
La misión de la Iglesia supone para el mundo el descubrimiento de la
verdadera humanidad, el sentido de su existencia humana, la dignidad de la
persona, la inviolabilidad de sus derechos (n.41), no sólo como teoría e
iluminación, sino también como compromiso con ellos. La encarnación de
Cristo supone para la Iglesia una completa visión antropológica, ya que en
Cristo, en su humanidad concreta e histórica, está el verdadero hombre y
quicumque Christum sequitur, Hominem perfectum, et ipse magis homo fit. La
misión de la Iglesia es de orden religioso, pero capaz de dar las pautas para la
construcción de la comunidad humana; de este modo no se identifica con
ningún sistema concreto, puede dar luz a todos y puede unir distintos sistemas
(n.42). La misión de la Iglesia es exigencia en las labores temporales de los
cristianos sin que la esperanza del Reino pueda entrañar un desarraigo de este
mundo; todo lo contrario, exige su transformación (n.43). De este modo la
Iglesia no se recluye en el terreno de las ideas o del mero anuncio; más bien
pone por obra lo que anuncia y va transformando el mundo desde los planes de
Dios.
La misión de la Iglesia es así compromiso con el mundo en el que
está encarnada.
Toda esta misión eclesial también ha recibido y recibe bienes del mundo.
El intercambio es asi completo. El capítulo cuarto concluye reconociendo la
Iglesia lo que ha recibido del mundo (n.44); gracias a la cultura de la
humanidad, la Iglesia ha podido conocerse mejor, expresarse y acomodarse a
los tiempos. La Iglesia tiene necesidad del mundo para realizar su misión, del
mundo concreto y preciso que en cada momento de la historia la acompaña; lo
cual exige de la Iglesia un conocimiento cultural y una adaptación histórica para
que el mensaje de salvación pueda encarnarse y llegar ciertamente a los
hombres de todo tiempo y lugar. El final del capítulo, como en los anteriores, se
centra en Cristo como recapitulador del mundo y de la Iglesia (n.45).
El capítulo cuarto de la Gaudium et Spes supone así el mayor esfuerzo
hecho por el magisterio de la Iglesia en orden a sacar las consecuencias
prácticas de la doctrina de la encarnación de Cristo y de la sacramentalidad de
la Iglesia. Desde Cristo encarnado, la Iglesia cree y fomenta un hombre
comprometido en la historia concreta, transformador del mundo y de sus

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estructuras, instaurador del Reino de Dios. Gracias a la doctrina de la


encarnación, la gracia llega al mundo por medio del hombre. Y centrando esta
idea, es la encarnación de Cristo la que descubre el papel auténtico del hombre
en medio del mundo que la Iglesia anuncia y vive; pero Cristo como
acontecimiento completo, como pasado histórico y como presente y futuro
escatológico.
La Gaudium et Spes ha descubierto para la Iglesia el compromiso con el
mundo que supone la fe y la doctrina de la resurrección. Esta plasmación de la
fe en la resurrección como motor de la historia es el valioso logro de las
intervenciones de los padres conciliares, especialmente los orientales. Su
esfuerzo ha dado una visión y una plenitud nueva a la doctrina de la
encarnación en la Iglesia; la encarnación, con todo lo que ella supone, produce
frutos de resurrección tanto en Cristo como en la Iglesia. No es solamente la
mirada hacia atrás, hacia el Cristo encarnado, la que compromete la acción de
la Iglesia con el mundo en el que vive, sino también la mirada hacia el futuro,
hacia el Cristo resucitado final de la Iglesia y del mundo, que mueve la acción
desde la esperanza para hacer histórica ya una salvación y una situación en la
que el Reino de Dios esté presente.

2. La segunda parte
Puestos todos estos presupuestos, la Constitución pastoral pasa en su
segunda parte a analizar concretamente problemas urgentes de la humanidad:
la familia, la cultura, la vida económico-social, la comunidad política, la paz en
el mundo, todos aquellos problemas que en un principio no se veían como
objeto de una constitución conciliar, pero ahora, puestas las bases de la
primera parte de la Gaudium et Spes, tienen perfecta cabida y son exponente
concreto de la doctrina de la encarnación.
No nos detenemos ni entramos en el desarrollo de todas las ideas que,
en este terreno, están presentes en la Constitución. En nuestra temática, nos
interesaba más el análisis de su forma de hacer teología y de tratar las
realidades mundanas y el diálogo de la Iglesia. La doctrina concreta en torno a
los temas de la segunda parte es más histórica y está sujeta a cambios
culturales y a las nuevas situaciones de la humanidad.
Sin embargo, es preciso que hagamos alguna referencia a unas cuantas
ideas que van a iluminarnos después en el camino de algunos temas
pastorales.
En cuanto al tema de la cultura, el texto conciliar hace tres afirmaciones
fundamentales65:
— La necesidad de que la fe esté encarnada en una cultura concreta, ya que
solamente así puede llegar en profundidad a los hombres y formar parte de su
vida. El Evangelio ha necesitado y necesita siempre la cultura de los pueblos.

65
Cfr. GS 58.

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— La no identificación de la fe con ninguna cultura de manera exclusiva e


indisoluble. La afirmación es el resultado de las intervenciones numerosas de
padres que pedían una ampliación en los límites y horizontes de una Iglesia
con un tratamiento europeo y occidental a la hora de hacer un tratamiento
pastoral. A la vez se afirma la capacidad del cristianismo para entrar en
comunión con distintas formas culturales, comunión que enriquece a las dos
partes.
— La no reducción de la fe a cultura, ni la asunción sin más de toda cultura
como vehículo expresivo de la fe. La necesidad de inculturación de la fe no es
automáticamente una bendición de la cultura en general ni de cada cultura con
todos sus elementos específicos.
La Iglesia se encarna culturalmente para una misión propia, la
evangelización, y, desde ahí, purifica y eleva, perfeccionando y restaurando en
Cristo los elementos culturales configuradores de cada pueblo. Desde esa
afirmación, la Iglesia reclama una cultura íntegra e integral para los hombres,
sin que los elementos culturales se disgreguen y se atomicen perdiendo una
imagen universal de hombre66.
Desde estos presupuestos, el cristiano es invitado a un diálogo cultural y
a una presencia en el mundo de la cultura que pueda traducirse en un verter el
mensaje evangélico en los moldes culturales de cada época y de cada pueblo.
En cuanto a la vida económica, la presencia de la Iglesia en la sociedad
se traduce en el esfuerzo por un progreso integral que haga al hombre más
hombre y ponga a su servicio todos los intereses puramente económicos 67.
Dentro de esta visión, el trabajo es visto como el elemento fundamental
de la vida económica, superior a todos los demás elementos que tienen un
papel instrumental68. La relación trabajo-hombre es explicitada en el texto y ha
de caracterizar esa presencia del cristiano en la sociedad. Desde esa relación
han de ser contemplados muchos elementos del mundo laboral como
consecuencias: derecho al trabajo, remuneración, participación en la vida de la
empresa, organización económica, conflictos laborales, etc.
En cuanto a la comunidad política, también ella misma es comprendida
desde el servicio a una vida plenamente humana que se traduce en la
consecución del bien común como ámbito de auténtica humanidad.
Dada la diversidad humana y la diversidad situacional, el principio
general mantenido por la Iglesia no puede convertirse en opción concreta por
un régimen determinado ni por unos gobernantes 69; sin embargo, la Iglesia
alaba y estima a los que se dedican al ejercicio de la política y anima a sus
fieles al respeto, a la participación y a la profesionalidad 70 de una tarea que ha
de ser entendida como servicio.

66
Cfr. GS 61.
67
Cf. GS 64-65.
68
GS 67-68.
69
GS 74.
70
Cf.GS 75.

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La presencia cristiana en la sociedad a través del compromiso político,


ya sea individual o asociado, no ha de ser identificada con la presencia de la
Iglesia ni con la opción de sus pastores. La Iglesia no se siente ligada a ningún
sistema político, sino que desarrolla su misión en la pluralidad de sistemas;
pero, como la Iglesia y la comunidad política buscan el bien del hombre, ambas
tienen la vocación de encontrarse en una cooperación mutua que se traduce en
eficacia71.
Desde estos presupuestos, la Constitución aborda uno de los temas más
candentes en aquellos momentos, el fomento de la paz y de la comunidad de
los pueblos72, cuando estaban aún latiendo las secuelas de una guerra
mundial, la humanidad se iba concienciando del peligro de la guerra total por el
desarrollo del armamento atómico y el asentamiento de las Naciones Unidas
hacía pensar en una autoridad universal como camino y arbitro por todos
aceptado de una solución global para la humanidad.
En definitiva, la segunda parte de la Constitución traduce en
problemática concreta los principios trazados en la primera parte, de corte más
doctrinal y teológico. Las consecuencias operativas tienen mucho que ver con
una situación concreta de la humanidad a la que la Iglesia quiere aportar su luz
y su participación constructiva.
El camino que se ha elegido para esta colaboración dialogal ha sido el
expuesto en toda la primera parte: el del hombre como valor supremo de la
creación y del orden social al que la Iglesia valora desde el misterio salvador de
Jesucristo. El diálogo nace de que Iglesia y Mundo buscan lo mismo, que el
hombre triunfe, aunque la búsqueda sea por procedimientos y por medios
diversos. Esa búsqueda hace que la Iglesia se autocomprenda como servidora
del
hombre73.

VI. VALORACIÓN PASTORAL DEL VATICANO II


Aunque hemos centrado la reflexión en la Constitución pastoral
Gaudium et Spes, todos los documentos del Vaticano II tienen una intención
pastoral. Es más, desde ellos se pide que toda la teología de la Iglesia sea
pastoral para poder llevar a los nombres de nuestro tiempo la revelación de
Dios de modo que sea comprensible para ellos y encuentren en ella su
salvación. El mismo intento del Concilio en sí ya es pastoral por querer
responder a este reto.
De todas formas, es importante que señalemos algunos puntos en los
que el Concilio habló con voz clara y se han convertido ya en logros
irrenunciables para el actuar de la Iglesia:

71
Cf. GS 76.
72
Capítulo quinto de la segunda parte de la Constitución.
73
27 Cf. CONGAR, Y. M, «Iglesia y Mundo en la perspectiva del Vaticano II», en CONOAR-PEUCHMAURD
(ed.), La Iglesia en el mundo de hoy (Madrid 1970), III p 37. 44.

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— La recepción con carácter magisterial de la teología presente en los


tiempos preconciliares y que suponía una auténtica alternativa a otras formas
anteriores de hacer teología. Esta opción tiene sus múltiples repercusiones
pastorales: el triunfo de una eclesiología de comunión sobre una eclesiología
jurídica, el carácter mediador del ser y la actividad eclesial, la distinción entre
Iglesia y Reino, la sacramentalidad de la Iglesia, la concepción de Iglesia como
Pueblo de Dios, la complementariedad de las distintas imágenes para la
comprensión del carácter mistérico de la Iglesia, etc.
— La concepción de la revelación de una forma histórica y abierta a
cuyo servicio está la Iglesia. El concepto de Iglesia como servidora de la
Palabra, que implica una continua meditación y avance para poderla ofrecer en
su palabra y en su acción a los hombres de hoy. No se trata la revelación como
proclamación de verdades formuladas, sino de autocomunicación de Dios a los
hombres que hoy se sigue realizando a través de la mediación de la Iglesia.
— La valoración de las distintas culturas humanas que hace surgir el
concepto de inculturación para la eficacia y la realidad de la evangelización.
Esta inculturación entra en diálogo más directo con los distintos hombres y
hace que se diversifique de forma sustancial la acción pastoral de la Iglesia.
Esta acción ya no consiste en repetir en todos los lugares y de la misma
manera cada una de las acciones, sino en acomodarlas y expresarlas en el
lenguaje propio de cada hombre.
— La concepción de la función pastoral de Cristo, en sus tres oficios,
continuada por toda la Iglesia. El Vaticano II sigue centrando en estos tres
oficios —sacerdotal, profético y real— la acción pastoral de la Iglesia, como era
tradicional en la teología pastoral, pero ahora el cristiano es incorporado a
estas funciones por el bautismo, con lo que todo cristiano es sujeto de la acción
pastoral de la Iglesia.
— La igualdad fundamental de todo cristiano en la Iglesia derivada de
una explicitación de la teología bautismal. La pertenencia al Pueblo de Dios es
anterior a toda división de carismas y de ministerios y es la que constituye la
dignidad de todos los miembros de la Iglesia. La colocación y el desarrollo del
segundo capítulo de la Lumen Gentium con su discusión supuso un gran
avance en la concepción eclesial y en la actividad pastoral. El sacerdocio, el
profetismo y la tarea transformadora de la historia desde el Reino es imperativo
de todo cristiano.
— La distinción, dentro de una eclesiología de comunión, de carismas y
ministerios para la edificación de la Iglesia y como muestra de la
corresponsabilidad de todo el Pueblo de Dios. La dignidad esencial de todo
cristiano desde su bautismo es diversificada por los dones del Espíritu y por las
tareas conferidas por la misma Iglesia para que, en la comunión, toda la Iglesia
realice la función pastoral.
— El protagonismo comunitario de la acción de la Iglesia y, en especial,
de las iglesias locales, que son consideradas como auténticas Iglesias porque
en ellas subsiste la plenitud de la Iglesia. En el interior de la comunidad, y como

70
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servicio a ella, el ministerio de los obispos, presbíteros y diáconos ha quedado


mejor definido y delimitado.
— La vocación laical al apostolado y el carácter secular que le es propio
y particular, no exclusivo, y que hace de los laicos miembros insustituibles y
con una parte propia en la misión de la Iglesia. Se elimina así una concepción
del apostolado laical como participación en el apostolado jerárquico.
— La opción de la Iglesia por la evangelización como conjunto global de
su tarea en el mundo. Esta acción evangelizadora es integral y sustituye una
acción eciesial muy basada en el culto, tarea sectorial de la Iglesia.
— El diálogo con el mundo en torno a temas estrictamente mundanos a
los que la Iglesia ofrece la novedad del evangelio de Jesús y el trabajo de sus
cristianos desde opciones tomadas desde ese evangelio.
De esta forma, la acción pastoral de la Iglesia se convierte también en
transformadora del mundo desde las exigencias del Reino y es posibilidad de
diálogo con quienes, desde otros presupuestos, buscan un mundo y una
sociedad transformados similarmente.
Todos estos logros conciliares son realmente irrenunciables y la historia
de la acción pastoral posterior al Vaticano II ha mostrado la capacidad que han
tenido para dar una nueva imagen de Iglesia.
Junto a ellos, y refiriéndonos más directamente a la Constitución pastoral
y a la acción pastoral postconciliar, hemos visto insuficiencias que han
procedido:
— del tratamiento conciliador de algunos temas en el Concilio. Este
tratamiento ha sido la causa, algunas veces, de falta de criterios claros sobre
algunos puntos concretos;
— de la nueva situación del mundo y de la Iglesia años después. La
Constitución se ha ceñido a un momento concreto y este momento ya no es el
de hoy;
— del mismo desarrollo de los temas conciliares que, en su crecimiento,
han planteado nuevos problemas pastorales a los que hay que dar respuesta.
Todos estos temas hacen que el Concilio Vaticano II comience a sonar
entre los jóvenes como un acontecimiento de otra generación y distante en el
tiempo, mientras que aquellos que lo vivieron lo consideran como el gran
acontecimiento eclesial de los últimos siglos y el que produjo una mayor
renovación para la vida de la Iglesia.
Mientras para unos la doctrina conciliar es adquisición en la que ya han
nacido y se han educado, para otros ha supuesto un cambio total en su
mentalidad y en su forma concreta de concebir la Iglesia.
Podemos decir que hoy nos encontramos aún en época de recepción
conciliar. Un concilio siempre en la historia ha necesitado una época más o
menos larga para que su doctrina se haga doctrina de todo el pueblo. De ahí
que nos encontremos con una doble realidad sumamente significativa:

71
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— parte de las ideas y renovaciones conciliares aún no han sido


recibidas y puestas en práctica por los miembros del pueblo, tanto clérigos
como laicos;
— el mundo y la Iglesia han cambiado su situación de tal manera que
muchas de las enseñanzas conciliares no responden ya al mundo de hoy y a la
Iglesia de hoy.
Junto con la valoración sumamente positiva del acontecimiento conciliar
en la Iglesia, debemos decir que tan importante como el valorar y recibir su
doctrina es recibir su espíritu, es decir, su capacidad de diálogo con un mundo
concreto y su capacidad de llevar la revelación de Dios en Jesucristo a los
problemas actuales de la humanidad. Por ello, la mejor fidelidad y recepción del
Vaticano II es no detenerse en él y considerar que fue la última palabra de la
Iglesia al mundo, sino caminar por las sendas que él abrió: la del diálogo y la
renovación, la de la puesta al día constante de la Iglesia para llevar la salvación
a los hombres y la de la escucha atenta de los nuevos signos de los tiempos a
través de los cuales Dios sigue manifestándose.

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CAPÍTULO V
RAICES ECLESIOLOGICAS DE LA TEOLOGÍA PASTORAL
Analizada la historia de la teología pastoral desde sus fundamentos
eclesiológicos, y habiéndonos detenido de un modo especial en la redacción de
la constitución pastoral del Vaticano II, pasemos ahora a contemplar el
panorama eclesiológico desde el que vamos a continuar el estudio de la
teología pastoral.
Si hasta este momento nos hemos preguntado siempre por la
concepción eclesiológica que subyacía a toda propuesta pastoral, es lógico que
también ahora nos preguntemos por la concepción eclesiológica que va a estar
por debajo de todo nuestro tratamiento de teología pastoral, tanto fundamental
como especial.

I. LA NUEVA ÓPTICA ECLESIOLOGICO-PASTORAL DEL VATICANO II


El punto de partida necesario para la concepción eclesiológica hoy ha de
ser el Vaticano II. Nos encontramos aún hoy en un momento de recepción del
Concilio y podemos decir que sus ideas no son aún patrimonio ni teórico ni
práctico de todos los miembros de la Iglesia. Por eso, partimos del Concilio
como obligado punto de referencia.
En un acercamiento simple y sencillo a los documentos conciliares,
inmediatamente surge un concepto de Iglesia caracterizado por su ser relativo
El Vaticano II intentó ser una reflexión profunda sobre el ser de la Iglesia En
mas de una ocasión resonó en el aula conciliar la misma pregunta Ecclesia,
quid dicis de te ípsa? Y la respuesta a esta pregunta siempre fue dada por
referencia a otras realidades Lejos del concepto triunfalista que había
engrandecido a la Iglesia hasta altas cotas y había hecho de ella una realidad
casi absoluta, el Vaticano II la ha definido como servidora y ha intentado aclarar
sus relaciones con las realidades a las que sirve para poder desentrañar su
esencia.
Toda teología pastoral tiene siempre una base eclesiológica La
concepción de Iglesia en cada período histórico siempre ha llevado parejas
unas determinadas formas de actuación y un determinado discurso teológico
que las legitima y hasta las exige El diálogo de la dogmática eclesiológica con
los distintos momentos historíeos ha hecho posible una teología sobre la acción
eclesial que unas veces ha sido el origen de dicha acción y, en otras
ocasiones, ha sido la reflexión posterior por ella causada. Por eso, el trazar los
puentes entre la eclesiología y la pastoral ha sido necesario para que la
pastoral sea verdaderamente teológica y no una improvisación irreflexiva en
determinados momentos que exigen actuaciones eclesiales. Si una reflexión
sobre el ser y el quehacer de la Iglesia no esta claramente delimitada en la

73
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mente de los agentes de pastoral, no es posible ni una acción coherente ni una


teología sobre dicha acción.
Un recorrido histórico por la teología pastoral desde su nacimiento nos
ha hecho ver cómo distintas concepciones eclesiológicas han marcado el
rumbo de esta disciplina y como el mismo actuar de la Iglesia ha sido la causa
de determinados giros eclesiológicos. La historia de estas dos materias ha
recorrido similares caminos y experimentado los mismos procesos de
transformación exigidos por la misma vida de la Iglesia. Es natural que así sea,
ya que el camino metodológico de la teología pastoral exige la presencia de
criterios eclesiológicos para que pueda realizarse Tanto el análisis de la
situación existente como la proyección de una nueva situación, y como la
descripción de los pasos necesarios para ir desde la situación dada hasta la
situación deseada, necesitan una criteriología teológico-eclesiológica para ser
realizados con rigor. De hecho, es tarea de la teología pastoral fundamental
describir y trazar esos criterios desde los que toda la acción pastoral de la
Iglesia tiene sentido y fundamentación. Si ellos nos faltaran, la acción pastoral
de la Iglesia perdería su raíz teológica y su puesto dentro de las distintas
disciplinas de la teología.
Al vivir hoy en la época de recepción de los documentos del Vaticano II,
es lógico que la Iglesia en su vida esté haciendo continua referencia a la
eclesiologia que brota de dichos documentos para fundamentar su acción
pastoral Es verdad que la eclesiología no se ha detenido en el Vaticano II y que
ha seguido caminando urgida por el mismo acontecimiento conciliar4, pero hay
que decir que en la generalidad del Pueblo de Dios la concepción eclesial que
surge del Vaticano II y la imagen de Iglesia allí forjada es la pretendida en la
acción Aunque es cierto que nuevas acciones eclesiales han ido más allá de
las constituciones conciliares y que determinados grupos exigen una acción
pastoral que traspasa los límites de dichos documentos, la vida de la Iglesia
normalmente está buscando cómo ser fiel a lo que el Concilio trazó tres son
continuamente los puntos de referencia a los que el Concilio hace alusión para
desvelar el ser de la Iglesia. Y estos tres puntos se caracterizan por definir a la
Iglesia por su relación con ellos y, a la vez, por marcarle unas determinadas
exigencias al estar siempre en tensión dialéctica con ella. Estos tres puntos de
referencia son Cristo, el Reino y el mundo. Por supuesto no se trata de
realidades totalmente distintas o de compartimentos estancos, con Cristo, «el
Reino ya está en medio de vosotros» y, hablando del mundo, podemos
recordar la frase paulina «todo fue creado por él y para él»74 Aun teniendo esto
claro, metodológicamente es rica la distinción para comprender el misterio de la
Iglesia.
Estos tres puntos de referencia necesarios para la comprensión de la
Iglesia, lo son también para la fundamentación de la acción pastoral. Si el ser y
el obrar se implican, si la eclesiología y la pastoral han de estar
interrelacionadas, el haber entendido el ser de la Iglesia desde estas
74
Lc 17,21, Col 1,16.

74
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relaciones, tal y como lo ha hecho el Vaticano II, implica una acción pastoral
que se caracterice igualmente por esta triple referencia. De hecho, la historia
de la teología pastoral la ha ido descubriendo paulatinamente.
Si el Concilio Vaticano II descubre esta noción de Iglesia como servicio a
otras realidades que, tanto en su ser como en su obrar, van a ir configurando
su esencia, es lógico que opte por el término sacramento para desvelar su
misterio. Ya en la teología anterior al Concilio había estado presente y se
recogen en él los frutos de la reflexión anterior. Sacramento habla de una
realidad significante y de otra significada a la que se sirve desde el signo. Tras
una teoría eclesiológica que había concentrado sus esfuerzos en el mismo ser
de la Iglesia, el Concilio opta por una eclesiología centrífuga, que busca su
centro de gravedad en aquellas realidades a las que sirve y desde las que se
entiende.
Y lo mismo ocurre con la acción pastoral. Tras una acción que siempre
buscó a la misma Iglesia como término de lo pretendido, la pastoral tiende
ahora a buscar fundamentalmente esos núcleos referenciales que son los que
dirigen el actuar eclesial. No se trata de que la Iglesia se busque a sí misma,
sino que busque a Cristo, al Reino y al mundo. La acción pastoral se convierte
también en una acción centrífuga, que va desde el interior de la Iglesia hacia
las realidades servidas por ella. Este servicio devuelve al actuar eclesial sus
raíces evangélicas.
Es necesario, por tanto, que intentemos entrar en las relaciones que
unen a la Iglesia con las realidades a las que sirve y veamos las implicaciones
que, tanto para su ser como para su obrar, tanto para la eclesiología como para
la pastoral, comportan. Inmediatamente nos damos cuenta de que las
relaciones son dialécticas. Por una parte tienden a la identificación, pero, por
otra, señalan claramente sus diferencias. Y es esa tensión la que, en realidad,
hace vivir a la Iglesia y es fuente de todo su obrar.
Sin Cristo, sin Reino y sin mundo, la Iglesia perdería su razón de ser,
pero cualquier identificación absoluta con ellos haría que la Iglesia perdiera su
identidad y equivocara su puesto en la economía salvífica. Lo mismo nos
ocurre en la acción pastoral: si la Iglesia se coloca a la suficiente distancia de
estas tres referencias, si las busca con su acción pero no se identifica con
ellas, entonces estará realizando su tarea y será fiel a su misión.
Históricamente está claro que errores en la acción pastoral de la Iglesia
han tenido como causa el no saber distinguir entre la Iglesia y estas
referencias, ya sea por olvido de alguna de ellas, ya sea por haberse querido
identificar con ellas. Tan peligroso ha sido para la acción pastoral el
reduccionismo como la absolutización.

II. LAS TRES REFERENCIAS OBLIGADAS


Veamos directamente estas relaciones y concluyamos cada una de ellas
con las exigencias que comporta para la acción pastoral. No olvidemos que su

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tratamiento aislado se realiza en función de la claridad, y no porque sean


referencias totalmente independientes. Las implicaciones mutuas son
constantes.

1. Cristo
Indudablemente sólo podemos concebir la Iglesia partiendo de su
relación con él. Cuando Pablo VI inauguraba la segunda sesión conciliar en
otoño de 1963, pedía a los padres conciliares que intentasen dar una noción
clara de lo que la Iglesia es y les recordaba que solamente esto es posible en
la medida en que se haga desde Cristo 75. Meses más tarde, cuando concluyó la
sesión, la encíclica Ecclesiam suam76, quizá la mejor encíclica eclesiológica de
todos los tiempos, volvía a recoger y repetir las mismas enseñanzas.

El fundamento teológico
La intervención de Pablo VI apoyaba la nueva forma de concebir el
esquema de Ecclesia tras el primer fracaso en diciembre del 62. Desde ella, la
Iglesia ha de ser entendida en continuidad con el misterio de la encarnación o,
quizá mejor dicho, formando parte de ese misterio, si entendemos el misterio
de Cristo como el «Christus totus» agustiniano al que hace referencia el papa
en su opción eclesiológica77 y que es así recuperado para la teología de la
Iglesia. Dentro
del misterio de Cristo se encuentra el misterio eclesial, dentro de la fe en Cristo
se halla la fe en la Iglesia. En realidad, la Constitución dogmática Lumen
Gentium comprende el ser de la Iglesia desde el misterio de la plenitud de
Cristo, misterio superior y totalizante que abarca tanto el de la encarnación
como el de la Iglesia. Las mismas palabras iniciales ponen en relación a la
Iglesia con la luz de las gentes que es Cristo.
Cuando esto sucede en el aula conciliar en los comienzos de la segunda
sesión, está concluyendo una larga historia que, teológica y magisterialmente,
ha intentado unir la cristología y la eclesiología para mutuamente iluminarse y
comprenderse. Desde el misterio de Cristo, desde su encarnación, se entiende
el misterio de la Iglesia. Esta referencia cristológica de la eclesiología ha sido
un elemento purificador de tendencias eclesiológicas extrañas y recuperador de
una interioridad eclesial tantas veces perdida por concepciones jurídicas y
societarias.
Esta historia comenzó en Tubinga cuando J. A. Möhler, tras darse
cuenta de que su primera gran obra eclesiológica no solucionaba la
problemática que plantea la visibilidad eclesial por haber basado su concepción
solamente en el Espíritu, busca la fundamentación de la visibilidad eclesial en
la encarnación del Verbo y construye una eclesiología sobre bases
cristológicas. Desde entonces, con sus avances y sus retrocesos, siempre ha
75
Cfr.ACTSYN Il/I, 187.
76
Al comenzar la encíclica, Pablo VI hace relación al discurso de apertura de la segunda sesión
conciliar con el que forma una estrecha unidad. Cf. AAS 56(1964) 610.
77
Cf. ACTSYN II/I, 188.

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habido una línea eclesiológica que ha querido comprender el misterio eclesial a


la luz del de Cristo y ha basado en él la existencia de elementos divinos y
humanos (sin confusión y sin separación, como dice el dogma de Calcedonia)
en la Iglesia que, de alguna manera, continúa y reproduce su misterio.
Esta línea, que pasa por los teólogos del Colegio Romano de la segunda
mitad del XIX y que es discutida y rechazada en el aula conciliar del Vaticano I,
es ampliamente aceptada por la renovación eclesiológica de entreguerras y
consagrada por la eclesiología del Cuerpo místico. Antes el papa León XIII
dedicó una encíclica a recoger el paralelismo teológico entre el misterio de
Cristo y de la Iglesia dentro de la temática general de la unidad eclesial 78 y más
tarde la encíclica de Pío XII sobre el Cuerpo místico señaló claramente los
límites y posibilidades de este paralelismo79.
Sin lugar a dudas, este camino de reflexión eclesiológica desde el ser de
Cristo y del paralelismo de los dos misterios siempre tuvo un problema: el de la
deificación de la Iglesia y el del triunfalismo eclesial, que quizá llegó a su
culmen en tiempos de la eclesiología del Cuerpo místico. Por ello, fue preciso
introducir un elemento corrector que señalase tanto la diferencia entre la Iglesia
y Cristo como la profunda unidad de sus misterios. Este elemento vino dado
por la categoría de sacramento aplicada a la Iglesia. La Iglesia no es Cristo,
sino sacramento de Cristo.
Desde la comprensión de la humanidad de Cristo como sacramento del
encuentro con Dios, ya que en ella Dios no sólo es significado y revelado, sino
que actúa salvíficamente en el mundo, la Iglesia es vista en continuidad con
esa humanidad por la que la acción salvífica de Dios entra definitivamente en la
historia. Quizá por esta razón, más que por otras de corte misticista, se puede
llamar a la Iglesia con propiedad «Cuerpo de Cristo».
Es, por consiguiente, más en el terreno del obrar que en el del ser donde
hay que situar el paralelismo entre Cristo y la Iglesia. La Iglesia está llamada a
continuar en el mundo la mediación salvífica de la humanidad del que es su
Señor. Precisamente por ser su Señor, nunca puede ser identificada con él y
siempre tiene que existir la distancia que, junto con el Cuerpo de Cristo, está

78
“Nos referimos a la encíclica Satis cognitum, del 29 de jumo de 1886 En ella León XIII
recupera para la teología eclesial magisterial el concepto de Cuerpo de Cristo en el que se
unen esencialmente los elementos visibles y los invisibles de modo que existen
equilibradamente. La unión de ambos elementos en la Iglesia es comparada con la unión en
Cristo de la naturaleza humana y la naturaleza divina. De la identidad en la misión entre Cristo y la
Iglesia, se deduce un paralelismo en el ser para poder llevarla a cabo.
79
Publicada el 29 de junio de 1943, sale al paso de una serie de concepciones erróneas de la
unión del cristiano con Cristo o de la Iglesia con Cristo propiciadas por el excesivo entusiasmo
con que algunos acogieron las nuevas aportaciones que el dogma cristológico daba al
eclesiológico La encíclica supone, en palabras de CONGAR, Y M, «una condenación motivada
contra toda la teología del Cuerpo místico que estableciera una identidad en el ser entre Cristo
y sus miembros De hecho, ahí está la línea divisoria entre una teología ortodoxa y una teología
errónea», Santa Iglesia (Barcelona 1965), 92.

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iluminada por la imagen de «Esposa»80. Para poder continuar esta mediación,


es lógico que la estructura teándrica de Cristo sea de alguna manera
reproducida por el ser de la Iglesia.
Quien, en último término, explica la continuidad y la discontinuidad, la
unión y la diferencia entre Cristo y la Iglesia, es el Espíritu Santo, que, con una
pneumatología más señalada que desarrollada, es vista en el Vaticano II como
garante de la unidad a la vez que como protagonista de la distinción 81. La
estructura teándrica de la Iglesia aparece más desde la misión del Espíritu que
desde la del Hijo, aunque estén íntimamente interrelacionadas y no puedan
comprenderse la una sin la otra.

La repercusión pastoral
Todo lo dicho a nivel eclesiológico tiene unas repercusiones claras en la
acción pastoral. La primera es que esta acción no es propia, sino derivada.
Está en conexión con el Señor Jesús, de quien depende en una continuidad de
misión. La Iglesia no es dueña de su acción ni libre a la hora de señalarla. No
es la decisión de la mayoría de sus miembros la que ha de señalar su camino.
Solamente es acción pastoral aquella que continúa el pastoreo de su Señor en
medio del mundo. La Iglesia se siente el nuevo cuerpo por el que Cristo se
hace presente y actúa en medio de los hombres. Quien hace posible esta
nueva «encarnación» es el Espíritu del resucitado que, como fruto de su
Pascua, llena las realidades eclesiales y se vale de ellas para continuar la obra
salvífica.
El que la Iglesia continúe la obra de Cristo, pero sin ser él, implica
también una diversidad a la hora de entender la presencia de la divinidad en la
acción de la Iglesia. Mientras que en el Verbo encarnado la divinidad estaba
ligada a la humanidad en la unión hipostática y así toda acción de Cristo tenía
como sujeto a la persona divina, no ocurre lo mismo en el caso de la acción de
la Iglesia. El Espíritu Santo no asume la personalidad de los creyentes, ni de la
estructura eclesial, con lo que podemos decir que no todo en la Iglesia es obra
suya; más bien habría que aclarar que hay que buscar su causalidad por la vía
de la alianza y la fidelidad más que por la vía del ser. Las acciones divinas y
humanas no son separables, pero indudablemente tampoco confundibles. De
este modo, ni hay que atribuir a la causalidad humana lo que procede de Dios,
ni hay que hacer a Dios sujeto responsable de todas las acciones humanas en
la Iglesia.
No podemos hablar de la acción humana y de la acción divina en la
Iglesia desde una unión hipostática que no respetara los límites entre la
trascendencia divina y la Iglesia o sus miembros, pero sí podemos hablar
desde una acción derivada del plan salvador de Dios que tiene su
manifestación en Cristo y se extiende a todos los hombres gracias al don del

80
La imagen de esposa, citada por la LG 6, sirve de contrapeso a la de Cuerpo de Cristo. La
esposa muestra la altendad, la distinción entre Cristo y la Iglesia.
81
16 Fundamentalmente dos citas de la LG lo muestran La identidad en el Espíritu.

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Espíritu. Desde la salvación dada en Cristo, la Iglesia aparece como un misterio


derivado que recibe del mismo Cristo estructuras similares a su misterio,
estructuras que reflejan la humanidad y la divinidad del que es su Señor.
Precisamente por no repetir el ser de la Iglesia la unión hipostática, es posible y
real la presencia del pecado en su acción; pecado del que es responsable el
hombre por no seguir las sendas del Espíritu que habita en la Iglesia. El pecado
presente en la Iglesia muestra, por una parte, que la divinidad no es sujeto de
toda la acción pastoral de la Iglesia y, por otra, que el hombre puede ser infiel
al Espíritu del Señor que ilumina a la Iglesia, pero que no actúa infaliblemente
en ella, a no ser en los hechos sacramentales y en momentos especiales de su
vida.
Por todo lo dicho, Cristo, en su distinción respecto a la Iglesia, es
siempre una instancia crítica para la acción pastoral. Desde su obra y su
palabra la Iglesia ha de renovarse siempre para que su misión sea continuada
en la historia. Una acción pastoral que no se deje juzgar por el Señor de la
Iglesia y que tome rumbos propios puede oscurecer la misión de Cristo que se
continúa en la Iglesia. Cristo ha de ser para la acción pastoral continuamente
llamada y motivo de conversión. Con ello la Iglesia, lejos de adoptar posturas
triunfalistas, realiza su misión en la humildad de quien, siendo tantas veces
infiel a la obra de Cristo, intenta en fidelidad continuarla y hacerla presente en
el mundo.
Toda acción pastoral es, pues, solamente comprensible a la luz de la
misión de Cristo que la Iglesia continúa en nuestro mundo y en nuestra historia.
Esta continuidad de la misión se da dentro de una tensión dialéctica entre
Cristo y la Iglesia posibilitada por el Espíritu de la Pascua de Jesús. Gracias a
él, los lazos entre Cristo y la Iglesia son grandes en las estructuras dentro de la
unidad de misión; pero es también el Espíritu quien garantiza una distinción de
misterios en los que las relaciones solamente pueden ser comprendidas desde
la analogía. Ello hace que se dé siempre una distancia entre la Iglesia y Cristo
que se convierte en llamada continua a la fidelidad y en urgencia de
conversión. Adoptando esta postura de comportamiento, la Iglesia de Jesús irá
logrando actualizar la acción pastoral de su Señor y hacer presente en el
mundo la eficacia salvadora de su obra. Cristo, por su Espíritu, sigue actuando
en la acción pastoral de su Iglesia.

2. El Reino
Desde la eclesiología sacramental del Vaticano II, el tema del Reino de
Dios es afrontado de una forma nueva. Tras una identificación, presente en la
teología y en el magisterio anterior desde San Agustín, entre la Iglesia y el
Reino, las estructuras sacramentales aplicadas a la Iglesia por la teología
prevaticana y asumidas plenamente por el aula conciliar hacen que se deriven
tres consecuencias importantísimas para el estudio de la Iglesia.
La primera es que hay que distinguir claramente entre la Iglesia y aquello
que es significado sacramentalmente por ella. La Iglesia significa la salvación

79
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definitiva y total del hombre y del mundo que se ha manifestado en Cristo y que
será realidad plena y gozosa para todos en el Reino de Dios. Esto implica la
distinción entre significante y significado, entre Iglesia y Reino de Dios a cuyo
servicio está la Iglesia, sin que pueda de este modo caer en el peligro de una
divinización o absolutización que negara esta referencia.
La segunda consecuencia, derivada de la primera, es que, si la Iglesia
no es el Reino, camina hacia él; se encuentra en una situación peregrinante en
la que el camino que ha de recorrer le indica continuamente lo inacabado de su
ser y de su misión. Por ello, la categoría de Pueblo de Dios reaparece
fuertemente dentro de esta eclesiología. Pueblo de Dios hace referencia a este
carácter peregrinante de la Iglesia hacia la nueva tierra prometida, hacia el
Reino de Dios que de alguna manera ya está presente y actuante en Cristo y
en su Iglesia, pero que espera su total consumación escatológica.
La tercera es que la Iglesia no agota la significatividad y el servicio al
Reino, y que otras realidades mundanas, con las que la Iglesia tiene que entrar
en diálogo y trabajar en colaboración, son también señal de la llegada del
Reino a nuestro mundo y semilla en el corazón de hombres que no pertenecen
a sus estructuras visibles.

El fundamento teológico
Es importante hacer estas precisiones, porque la distinción entre Iglesia
y Reino no siempre ha estado presente en los documentosmagisteriales y en la
teología católica, con un evidente peligro tambien de triunfalismo. Es verdad
que nunca puede ser separado el Reino de Dios, tal y como aparece en la
revelación, de Cristo y de su Iglesia, pero la relación incluyente no implica la
identificación. De este modo, la tensión Reino-Iglesia va a mostrarse como un
elemento purificador de la eclesiología en el sentido de que no permitirá la
identificación de lo divino con lo humano ni la demasiada separación de ambas
realidades82.
Por otra parte, la tensión Reino-Iglesia, al marcar el carácter
peregrinante del Pueblo de Dios, no absolutizará lo que es propio de la etapa
de camino y se fijará más en la unidad y comunión de todos hacia la que
caminamos. Con ello, tanto la eclesiología como la teología pastoral dejan de
ser jerarcología83 para ampliar su mirada a todo el Pueblo y descubrir la Iglesia
en su totalidad y profundizar en el ser y en la misión de todos los miembros.

82
«El Reino se muestra así como elemento purificador en la eclesiología, evitando dos posibles
errores: una excesiva fusión de los elementos humano-divinos componentes de su esencia,
que conduciría a una divinización de la Iglesia, y una exagerada desconexión entre ellos, que
la consideraría una mera organización o comunidad humana», HERNÁNDEZ, J J., o c , 135.
83
El término «jerarcología» ha sido acuñado por CONGAR, Y M , para indicar la tendencia
eclesiológica postridentma que, confrontándose con el protestantismo, se centraba solamente
en los aspectos jerárquicos de la Iglesia Cf Jalones para una teología del laicado (Barcelona
M965), 62-63. La teología pastoral en sus etapas pasadas tiene la misma tendencia y se
reduce a la acción de los sacerdotes en la Iglesia. La superación de esta tendencia en los dos
tratados se da simultáneamente.

80
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Esta visión nueva de la realidad eclesial va a suponer también un


encuentro de la Iglesia con la humanidad al caminar hacia el Reino en el que
ambas están llamadas al encuentro definitivo y plenificador del hombre. De
este modo, las consecuencias prácticas de esta concepción van a ser grandes
y el tema de la encarnación de la Iglesia en las diferentes estructuras humanas
va a quedar iluminado por una nueva luz. La Iglesia camina hacia el Reino;
éste es su objetivo. Y el Reino es la realización plena, total y definitiva del
hombre en todos sus aspectos y en todas sus aspiraciones. La Iglesia tiene,
así, un punto de contacto real con todo hombre y un ofrecimiento para cada
uno de ellos. La Iglesia se siente encontrada con el hombre, empeñada con el
hombre y comprometida con el hombre. Se hace servidora de la humanidad
porque el fin no está en ella, sino en el Reino. De ahí que, por una parte, deba
empeñarse con toda acción y opción auténticamente humanizadora del
hombre, ya que es camino y anticipación del Reino, y, por otra, juzgar y criticar
desde el Reino y su manifestación en Cristo toda realidad y aspiración humana.
Así la Iglesia puede y debe abrir un camino de esperanza para la humanidad,
servicio cada vez más necesario en el mundo en el que nos movemos.
La Iglesia cree, anuncia y espera un futuro de plenitud humana; ella
debe ser signo de que esta plenitud es posible. Por ello, la Iglesia supone una
esperanza para la humanidad, esperanza que se manifiesta en el anuncio de
un hombre perfecto desde el hombre Cristo y en la denuncia de todo logro
humano que se considere definitivo y absoluto. Esta apertura al futuro debe
impedir, pues, toda divinización del presente tanto en el interior de la Iglesia
como en el mundo en el que la Iglesia está presente. Con ello, la eclesiología
se hace histórica y dinámica.
La no identificación de la Iglesia con el Reino aporta un último dato
importante para la comprensión eclesiológica y para la acción pastoral: el que
los valores del Reino exceden los límites visibles de la Iglesia. Esto es, la
Iglesia no agota dentro de su visibilidad y de sus estructuras la significatividad
del Reino de Dios, que, incluso anónima y no explícitamente, puede
encontrarse en otros lugares, en los hombres de buena voluntad, en todo
esfuerzo por una mejor humanidad.

La repercusión pastoral
En concreto, ¿cómo vive la Iglesia en su acción pastoral esa tensión
hacia el Reino?, ¿qué exigencias le plantea el Reino a su acción histórica,
mientras camina hacia él? La Iglesia realiza toda su acción pastoral con una
referencia clara al Reino: lo anuncia por medio de su evangelización, lo
instaura84 por medio de su comunión y su servicio, y lo celebra por medio de su
liturgia. Todo lo que la Iglesia realiza es anuncio y señal para el mundo de la
salvación que está por venir, a la vez que ella la vive ya sacramentalmente e
intrahistóricamente.
84
Somos conscientes de la dificultad del término «instaurar». No significa tanto hacer de la
llegada del Reino una tarea humana cuanto poner a la Iglesia al servicio de su venida como
don. Cfr. BLÁZQUEZ R., o.c, 41.

81
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Toda la acción pastoral de la Iglesia es, como vemos, dinámica y


progresiva desde la tensión escatológica que señala el camino hacia el Reino y
desde la presencia ya actual de la salvación definitiva que empuja
continuamente hacia la plenitud. Por ello, la Iglesia no es nunca una realidad
acabada y, si lo considerara así algún día, habría perdido elementos esenciales
de su ser y de su misión. Tanto desde su significatividad para los distintos
hombres como desde su camino hacia el Reino, la Iglesia es una realidad que
se construye y se desarrolla. Ningún momento de su peregrinación puede ser
ya considerado el Reino, ni ningún momento de su historia puede ser
absolutizado. De ahí que toda su vida haya de ser percibida como una realidad
dinámica y en proceso de edificación.
El tema del Reino no es separable del de Cristo. Si la acción pastoral de
la Iglesia quiere continuar en la historia la misión de Cristo y extenderla a todos
los hombres y a todos los tiempos, necesariamente esa misión tiene que tener
como centro el Reino de Dios. Para Cristo fue el objeto de su predicación y el
intento de toda su vida; para la Iglesia ha de serlo de la misma manera. Cristo
urge a la Iglesia desde su fundación y desde su presencia pneumática. El
Reino la urge desde el final al que tiende y que la impulsa en la esperanza. Por
ello, el Reino se convierte también en un elemento purificador y renovador de
toda la acción pastoral. La Iglesia en su obrar ha de hacer presente en su seno
y en el mundo la novedad del Reino.
Esta es la razón por la que la Iglesia se mueve dinámicamente hacia el
Reino y no puede detenerse en ningún momento de los conseguidos en su
historia. Cualquier parada autocomplaciente sería olvidar el término al que está
llamada. Su acción pastoral siempre tiene que ser nueva y renovada,
dejándose juzgar por el final que espera y que ya actúa operativamente en ella.
De ahí que la Iglesia viva continuamente construyendo y autoedificándose.
Por último, la constatación de que los valores del Reino están más allá
de los límites visibles de la Iglesia implica una apertura a los signos de los
tiempos y un diálogo con el mundo que abre el abanico de la acción pastoral
hacia nuevas posibilidades. La Iglesia necesita comprometerse desde la
definitividad del Reino con toda situación que lo signifique y con todo trabajo
que lo haga presente entre los hombres. Su palabra a todo hombre y su tarea
al lado de todos los que sirven al Reino es imperativo necesario de su misión.

3. El mundo
Continuar la misión de Cristo en el anuncio y la instauración del Reino
tiene unos destinatarios: los hombres, a los que la Iglesia quiere ofrecer su don.
Entenderse como sacramento de Cristo y como sacramento del Reino es para
aquellos que comprenden ese significado y a los que va dirigida su
significatividad. La Iglesia no puede entenderse sin el mundo y sin los hombres
donde está implantada y hacia donde está enviada su tarea evangelizadora.
Ellos son el término de la misión, el sujeto de la evangelización.

82
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El fundamento teológico
Hablar del mundo y de los hombres no es hablar de algo distinto de la
Iglesia. La Iglesia está en el mundo, sus hombres son de este mundo, sus
estructuras y elementos visibles también lo son, en su recorrido histórico
comparte con los hombres alegría y esperanzas, tristezas y angustias 85. Pero
tampoco se da la identificación. La Iglesia no es el mundo. La diferencia está
en el Reino anunciado e instaurado por Cristo que la Iglesia aporta al mundo
como novedad salvífica. El Reino es para el mundo, y la Iglesia sirve a ambos
para que el mundo se salve. La presencia en la Iglesia de esa salvación
históricamente realizada es ofrecimiento de un mundo nuevo a la vez que
alternativa para los valores y actitudes fundamentales de este mundo.
Nuevamente tenemos la tensión dialéctica causa de la acción pastoral, que, en
este caso, ha de ser misión, encarnación y diálogo.
Para que la comunicación entre la Iglesia y el mundo sea posible, no
debe extrañarnos que la situación cambiante de la humanidad haya motivado
transformaciones profundas en el actuar de la Iglesia. El descubrimiento de las
exigencias de la encarnación de la Iglesia en las estructuras de este mundo
nos lleva a afirmar la necesidad de cambios en su vida para seguir siendo
signo de Dios y para que su salvación llegue a los distintos hombres. Y junto a
las variaciones en el mundo está su mismo ser peregrinante, en camino,
inacabado, que, hasta que llegue la plenitud del Reino, va enriqueciéndose con
sus hombres, adaptándose a sus necesidades, dando distintas respuestas,
mientras su esencia continúa siendo la misma.

La repercusión pastoral
Siguiendo las pautas del misterio de Cristo, de su encarnación, es
necesario que la Iglesia en su acción pastoral asuma los elementos culturales
de cada pueblo y de cada época histórica. Como el Verbo de Dios asume la
naturaleza humana, sin destruirla, para transformarla, así la Iglesia toma y
asume los elementos culturales de cada pueblo para que sean su vehículo de
expresión, a la vez que ellos mismos son transformados. Una fe no encarnada
en la cultura de un pueblo habría invalidado su incidencia real porque perdería
su capacidad de expresión y de comunicación. Ello no quiere decir que la fe se
identifique con la cultura, ya que, además de distinguirse de cada una de ellas,
tiene un carácter universal frente al particularismo de cada cultura. Pero lo que
sí es cierto es que un desligarse de la cultura sería un drama para la fe. Este es
uno de los grandes retos para la Iglesia de hoy y así lo reconocía el Congreso

85
Cfr. GS 1.

83
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Evangelización y hombre de hoy, realizado por la Iglesia española86. La


evangelización necesita una renovada encarnación cultural.
Una fe así encarnada ha de ser la respuesta última a los interrogantes
humanos, porque la fe en el Señor Jesús da una nueva visión del hombre en la
que su apertura a la trascendencia encuentra una respuesta satisfactoria. Por
ello, la causa del evangelio, que la Iglesia anuncia y vive, supone una nueva
visión antropológica que responde a las cuestiones últimas sobre el sentido del
hombre e instaura en el mundo una serie de valores trascendentes que
relativizan todos los demás valores.
Esta respuesta a las inquietudes de los hombres solamente tiene un
nombre: Cristo. En él el mundo ha conocido la plenitud de la humanidad y la
Iglesia sigue mostrándolo como única verdad en el desciframiento del misterio
humano, como único camino hacia el futuro de una humanidad mejor y como
única vida que merece ser plenamente vivida. Y si Cristo es respuesta al
nombre desde su humanidad, la Iglesia se encuentra necesariamente con el
mundo en el hombre. El es la única tarea para la humanidad y para la Iglesia.
Esto puede entrañar, y de hecho entraña hoy, el peligro de disolver la
misión de la Iglesia en un humanismo. Si es verdad que el Cristo que la Iglesia
anuncia es la revelación de la auténtica y nueva humanidad, si es verdad que
«el cristocentrismo del Nuevo Testamento ha evidenciado que la causa de Dios
es la causa del hombre», podríamos correr el peligro de centrarnos
exclusivamente en el hombre o de intentar enlazar con Jesús ignorando su
Iglesia, incluso oponiéndolo a ella, peligro muy presente en nuestros días. Pero
ello mismo supondría el negar la doctrina de la encarnación. Es imposible
hablar de un Jesús que no sea sacramento de Dios; precisamente su misterio
último de humanidad está en ser signo que revela plenamente al Padre. Y la
Iglesia continúa esa misión, mantiene viva la memoria del misterio de Cristo y,
gracias a su Espíritu, hace participar de ese misterio de modo que los hombres
de hoy puedan seguir siendo signos de Dios y de su presencia en medio del
mundo. Querer deslindar el misterio del hombre del de Cristo, del de Dios y del
de la Iglesia es tarea imposible para el que tiene la fe. Todos se implican y
solamente es posible la comprensión de cada uno de ellos desde la
complejidad de todos.
La Iglesia se distingue del mundo por su misterio de comunión. En la
Iglesia, por el Espíritu, el hombre comulga con Cristo y, en Cristo, con Dios. Y
esa comunión se manifiesta externamente y se realiza en la comunión humana.
La Iglesia no sólo es misterio de comunión, sino también misión de comunión.

86
«La fe debe segregar cultura; y el creyente está llamado a dialogar con la cultura. La
impregnación de la cultura por la fe es un punto de conexión importante para el anuncio
cristiano. La diferencia entre la comprensión cristiana del hombre y el mundo y las
antropologías y cosmovisiones dominantes es grave. El reducidísimo número de intelectuales
cristianos es preocupante. Los que entre nosotros generan cultura son casi todos "increyentes",
"pos-creyentes" o "para-creyentes". La presencia de cristianos confesantes en el seno de las
llamadas "minorías cognitivas" es harto escasa y apenas perceptible». Evangelización y
hombre de hoy. Congreso (Madrid 1986), 178.

84
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La Iglesia está llamada a ser fermento de comunión en el mundo, a anticipar y


a realizar aquí ya y ahora el Reino de Dios que es comunión. Por ello su tarea
no es sólo el anuncio en medio de los hombres, sino también la creación e
instauración de la comunión del Reino. Esto compromete seriamente la vida de
la Iglesia en un trabajo de unidad, de romper barreras humanas y de liberación
de todo lo que en el mundo, siendo fruto del pecado, impide la comunión de los
hombres.
Mientras se compromete en la comunión humana, ella misma ha de ser
signo del futuro al que estamos llamados, que se anticipa y se prepara en su
seno. Así su compromiso se convierte en llamamiento y en signo del Reino.
Quizá la gran afloración de comunidades en la Iglesia después del Vaticano II
es la señal de esta nueva conciencia eclesial, pero estas comunidades han de
tener muy presente que su comunión está referida al mundo para abrirse a él,
ser un llamamiento a sus inquietudes, y trabajar por hacer del mundo esa
koinonía. Una comunidad cerrada sobre sí misma sería un antitestimonio de la
misión de la Iglesia.
En esa comunión se encuentra el futuro de la humanidad. Al final de los
tiempos, todos los hombres hermanados en la casa del Padre serán Cuerpo de
Cristo, cuando Cristo sea todo en todos. Entonces ya no hará falta la Iglesia
como estructura visible y sólo permanecerá la comunión. Mientras ese
momento llega, la Iglesia se distingue y no se confunde con la humanidad, sino
que es signo para ella de la nueva humanidad en Cristo. La humanidad y la
Iglesia permanecen en tensión en este mundo.
Pero ya en este mundo en la Iglesia se da, dentro de los límites de su
pobreza y de su pecado, la nueva humanidad, aunque más como anuncio que
como realización. De la misma manera que el cuerpo de Cristo encarnado es,
más que instrumento de salvación, salvación en sí mismo que se ha eternizado
en la resurrección, la comunión en la Iglesia es, además de signo de salvación
para la humanidad, salvación en sí misma que espera ser plenificada al
participar de la resurrección de Cristo. En ese momento, el misterio de Cristo y
el de la Iglesia se habrán encontrado al final abrazando a todos los hombres.

III. OTROS TEMAS ECLESIOLOGICOS COMPLEMENTARIOS


La eclesiología que brota del Vaticano II nos ha ayudado a ver el ser de
la Iglesia y la acción pastoral de la Iglesia en esta triple referencia que enmarca
la misma misión eclesial. Pero es necesario que complementemos estas
referencias, al menos esquemáticamente, con alguno de los temas
eclesiológicos tan explicitados en el Vaticano II para que estudiemos también
desde ellos las repercusiones subsiguientes en la acción pastoral.

1. El Pueblo de Dios
Quizá ha sido la categoría eclesiológica que más hemos utilizado
después del Concilio y que señala ciertamente características claras para su

85
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acción pastoral. En su formulación y explicitación están contenidas estas


exigencias para la acción:
— Protagonismo pastoral de la totalidad de la Iglesia. Tras épocas pasadas en
las que la acción pastoral de Cristo era continuada por los pastores, únicos
agentes pastorales en la Iglesia, el Vaticano II nos ha mostrado una acción
pastoral evangelizadora de la que es agente la totalidad del Pueblo. Con ello, la
importancia de todos los miembros de la Iglesia queda fuera de dudas.
— Explicación de una teología bautismal desde la que se construye la igualdad
esencial de todos los miembros del Pueblo de Dios. En una teología anterior,
parecía más importante, a la hora de concretar la misión de la Iglesia, el
sacramento del orden, desde el que se hacia una auténtica división de los
miembros de la Iglesia. La eclesiología del Vaticano II ha revalorizado y puesto
en su lugar el sacramento de incorporación a Cristo y a la Iglesia por el que se
participa plenamente de la misión y que concede una igualdad esencial a todos
los bautizados.
— Corresponsabilidad de todos los bautizados en la misión eclesial, de modo
que ya nadie es sujeto pasivo en la acción pastoral. En distintos niveles y con
diferentes responsabilidades, todos los miembros del Pueblo de Dios tienen su
voz, su importancia, su misión concreta y su responsabilidad en la vida de la
Iglesia.
— Distribución de carismas y ministerios en una unidad caracterizada por el
pluralismo. Dentro de la igualdad esencial de todos los miembros del Pueblo de
Dios, el Espíritu Santo distribuye carismas y ministerios para la edificación de la
misma Iglesia y para su significatividad sacramental. Ya que la misión de Cristo
es individualmente inabarcable y nadie puede apropiársela en exclusiva, la
distribución de tareas que convergen en la unidad hace posible que la totalidad
de la Iglesia sea la portadora de la misión y que la referencia a la unidad sea la
verificación de cada tarea.

2 El sacramento universal de salvación


La teología prevaticana había sido rica en el estudio de las categorías
sacramentales aplicadas a Cristo y a la Iglesia. El Concilio asume estas
categorías para hablar de la Iglesia como sacramento universal de salvación 87,
con sus características deducibles:
— Descentralización de la Iglesia, que, al ser sacramento de Cristo, hace
referencia a él en su ser y en su obrar. La Iglesia se entiende a sí misma como
continuación sacramental del misterio de Cristo y portadora de su misión,
contenido de su acción pastoral.
— Ser para el mundo, ya que el carácter significativo del sacramento ha de
tener siempre en cuenta a aquellos a quienes el signo va dirigido.
— Importancia de todo lo visible en la Iglesia desde la significatividad
sacramental. Con ello, las estructuras pastorales encuentran su verdadero
puesto y su verdadero criterio de autentificación En la medida en que está
87
LG 1.

86
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sirviendo para el anuncio y la instauración de la salvación de Cristo, son


necesarias en la vida de la Iglesia ya que en su visibilidad se manifiesta a la
vez que se vive la salvación de Jesucristo.
— La salvación intrahistóricamente realizada. El signo sacramental no sólo
anuncia la salvación, sino que también la contiene. Con ello, la Iglesia en cada
una de sus comunidades y realidades no solo es señal, sino salvación
intrahistóricamente vivida. La unidad del género humano entre sí y con Dios es,
en plenitud, futuro esperado, pero contingentemente es realidad ya palpable y
visible en la vida y en la acción pastoral de la Iglesia.

3 La eclesiología de las Iglesias locales


Eclesiología fruto de los movimientos renovadores anteriores y de una
profundizacion y sistematización teológicas maduras que influyeron
notablemente en el aula conciliar. La Iglesia local se presenta como el lugar
donde emerge y se hace visible todo el ser de la Iglesia. El Espíritu Santo que
congrega, el evangelio anunciado, la eucaristía celebrada, la presidencia desde
la sucesión apostólica y la comunión con el resto de iglesias hacen que la
Iglesia esté presente en un lugar determinado. Con ello:
— La referencia diocesana de toda acción pastoral es criterio de veracidad de
la misma acción. En su entronque diocesano la acción pastoral encuentra los
elementos de su eclesialidad y la vida en comunión con el resto de acciones y
estructuras pastorales.
— La mirada universalista y más allá de toda frontera que toda acción pastoral
ha de tener en el horizonte de la comunión de las Iglesias que forma la
catolicidad. Lejos de cerrar la acción sobre sí misma, el carácter diocesano de
cualquier acción pastoral abre a su misma comunidad a la comunión con el
resto de las Iglesias, a la vez que encuentra en esa misma comunión el ámbito
de autentificación de la misma acción
— Importancia del ministerio episcopal desde la misma acción pastoral que se
programa, se realiza y se avalúa en torno a él, y que lo constituye en auténtica
cabeza de la Iglesia por ser también cabeza pastoral.

4. El binomio comunión-misión
En su tensión la Iglesia vive y se desarrolla. Quizá la primera recepción
del Vaticano II ha caminado más por la senda de la comunión y la segunda por
la de la misión como elemento correctivo de una eclesiología que podía ser
parcial.
— La comunión es misionera porque, a imagen de la Trinidad de quien
procede, se verifica por la apertura y por la misión. Es comunión abierta que
tiende a crecer, que tiene por vocación la integración de toda la humanidad en
el seno de una comunión divina y de una comunión humana sacramental.
— La misión aporta la comunión. Es misión que llama a la comunión, que
procede de ella y a ella tiende. De esta manera, en la Iglesia la misión es
constitutiva de su propio ser, que no puede ser definido sin incluir la tarea

87
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evangelizadora. Solamente una Iglesia que rompe sus fronteras para ser
fermento de evangelización, de comunión y de una nueva humanidad, con su
mensaje y su actuación en medio del mundo, es fiel al envío que la constituye.
La visión eclesiológica que hemos descrito deriva claramente hacia
opciones pastorales que han de ser definidas criteriológicamente. A la vez, son
tan amplias que pueden dar origen a distintas estructuraciones pastorales
eclesiales desde la opción significativa por cada una de ellas.

88
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CAPÍTULO VI
CRITERIOS DE ACCION PASTORAL
Hemos hablado en más de una ocasión de la diversidad de la acción
pastoral de la Iglesia desde el tiempo y el espacio, desde la pluralidad de las
situaciones humanas. Sin embargo, la acción pastoral de la Iglesia, toda acción
pastoral, tiene un origen, una dirección y un destino comunes. La Iglesia
continúa en el mundo la mediación sacramental de Cristo y quiere aportar a
todos los hombres de todos los tiempos y lugares la salvación acaecida en el
misterio pascual; a la vez, se encamina hacia su consumación escatológica y
sirve en su sacramentalidad a este mundo. Esta continuidad de la obra de
Cristo potenciada por su Espíritu, esta dirección hacia el Reino y este destino
hacia el mundo aseguran a la Iglesia una identidad en su obrar.
Por ello, podemos hablar de criterios de acción pastoral, criterios
comunes a todas las acciones de la Iglesia para que sean de verdad tales.
Criterios que se han de apoyar, por lo tanto, en el acontecimiento de Cristo que
la Iglesia continúa y perpetúa en el tiempo. Desde estos criterios, la acción de
la Iglesia puede ser reconocida como tal, pero a la vez han de ser exigencia a
la hora de realizar acciones eclesiales, a la hora de optar por ellas y a la hora
de hacer cualquier tipo de propuestas pastorales.
Criterios, por tanto, teológicos porque parten de una concepción de
Iglesia y de acción pastoral brotada de la fe. Criterios que brotan de una
identidad eclesial fruto de la revelación y de su acontecimiento central, la
encarnación y el misterio pascual de Nuestro Señor Jesucristo que manifiesta
el Reino y salva a nuestro mundo.
Estos criterios han de estar presentes en todas las fases de la
metodología de la teología pastoral:
a) en el análisis de las situaciones eclesiales;
b) en la proyección de situaciones nuevas;
c) en la estrategia para dar el paso de unas a otras.
Si estos criterios no están presentes, no podríamos llamar «pastorales»
a las acciones eclesiales porque no estarían puestas en continuidad con el
misterio salvador de Jesucristo.
Estos criterios tienen su fundamento en las mismas raíces eclesiológicas
de la acción pastoral. Por ello, vamos a abordarlos dividiéndolos y situándolos
en las tres grandes referencias de la acción pastoral a las que hemos dedicado
el capítulo anterior.

89
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I. CRITERIOS QUE BROTAN DE LA CONTINUIDAD DE LA MISIÓN DE


CRISTO
1. Criterio teándrico
La Iglesia continúa en el mundo la misión de Cristo, sin ser continuidad
de su ser, como veíamos en el capítulo pasado. El Concilio Vaticano II nos ha
hablado de su naturaleza desde una analogía con el misterio de la
encarnación. Es verdad que la unión hipostática no está presente en la Iglesia y
que cada persona en ella continúa la misión desde una estructura personal
completa y libre, pero también es cierto que la estructura teándrica de la
encarnación de alguna manera se repite en la estructura eclesiológica. Por
consiguiente, en la acción pastoral se mezclan la acción divina y la acción
humana análogamente a como la naturaleza humana y la divina se han unido
en Cristo en una unión personal.
Quiere esto decir que ambas acciones han de ser respetadas en cuanto
tales y que de ambas surgen exigencias concretas para la vida pastoral 88.
De la misma manera que en Cristo la acentuación unilateral de una de
las naturalezas dio origen a las herejías cristológicas de los primeros siglos,
también en la vida pastoral de la Iglesia distintos acentos en cada una de las
partes han dado origen a desviaciones pastorales de dos signos:
a).- La acentuación de la acción divina en la vida de la Iglesia ha dado
origen a un quietismo pastoral caracterizado por la ausencia del trabajo
pastoral y de su responsabilidad humana en aras de una concepción del ex
opere operato mal entendida en lo sacramental y trasvasada de lo sacramental
a otras dimensiones pastorales. En este caso, una pastoral no programada, o a
la espera, o enemiga de cualquier tipo de modificación ha podido ser la
muestra más clara de una acción que confia sencillamente en la acción divina
sin que se deje un espacio para la parte humana y para que se asuma y se
realice responsablemente.
b).- La acentuación de la parte humana ha llevado históricamente a un
naturalismo pastoral que, prescindiendo de la autoría de Dios en la historia de
la salvación y en cada salvación personal, ha comprendido la acción eclesial y
la institución como producto de la iniciativa y de los intereses humanos. En este
caso, no se deja lugar a la gracia, todo está programado, los efectos son o
quieren ser proporcionales a las causas y a las acciones propuestas, y Dios
permanece como una referencia última sin que su acción sea planteada ni
percibida. La Iglesia es una sociedad más y su programación pastoral se
identifica con la de cualquier otro tipo de sociedad.
Contra estas concepciones, tenemos que afirmar una misión eclesial que
continúa en el mundo la misión del Hijo enviado por el amor que el Padre tuvo y
tiene al mundo, y realizada por el camino de la encarnación de dicha misión en
hombres que responden en obediencia y en responsabilidad personales y libres
88
Arnold, F. X., ha sido el teólogo pastoralista que mejor ha desarrollado en sus obras este
argumento.

90
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a los planes de Dios. Lo que ha sido una constante en toda la historia de la


revelación continúa hoy caracterizando la acción pastoral. Lejos de una
actuación basada en el milagro continuo, Dios realiza sus planes desde los
hombres que los secunden. La Iglesia, personal y comunitariamente, está
concebida desde este esquema.
La Iglesia en su ser responde a esta prioridad de Dios. No es producto
de las fuerzas humanas, sino la respuesta a la elección, a la convocación de
Dios. Por eso, la Iglesia es anterior a nuestra libertad de pertenecer a ella,
aunque no exista una Iglesia separada de los hombres, ya que no es el
resultado de nuestra elección o participación. Por eso, tiene elementos que se
imponen y no derivan de nosotros mismos.
Pero, a la vez, el Dios que sigue llamando y ha convocado a la Iglesia en
la efusión del Espíritu de Pentecostés realiza su actuación desde la misión
eclesial en la respuesta libre y responsable de los hombres. El trabajo humano
en la pastoral de la Iglesia condiciona así normalmente los planes salvadores
de Dios, ya sea positiva o negativamente. Esta estructura de la salvación exige
la mediación humana de la misma manera que, en el misterio de la
encarnación, exigió la mediación cristológica 89.
Por ello, la acción pastoral continúa siendo el lugar de la actuación y del
protagonismo de Dios en la historia. Ello lleva consigo:
— una actitud de fe siempre presente en la acción eclesial;
— la confianza y la esperanza en que Dios sigue actuando en ella;
— el no manipular a Dios al servicio de ningún interés en ninguna de las
acciones pastorales;
— el dejar realmente a Dios el protagonismo de la acción pastoral y no
empeñarnos en tantos otros protagonismos;
— el hacer que la acción pastoral de la Iglesia lleve realmente al
encuentro del hombre y del mundo con Dios;
— el confrontar continuamente la acción pastoral con la acción de Dios y
con su revelación;
— el dar cabida, en definitiva, al misterio en la acción eclesial.
La oración, la celebración, la contemplación pertenecen intrínsecamente
a la acción pastoral y descubren a la Iglesia la presencia y la acción últimas de
Dios en ella, a la vez que las exigencias que esta acción de Dios tiene sobre
ella.
Al mismo tiempo, la acción pastoral es el lugar de la colaboración
humana a los planes de Dios con un trabajo consciente y responsablemente
trazado. Ello lleva consigo la honradez en el trabajo pastoral y su seriedad,
cuya falta en el agente de pastoral no es suplida por el Espíritu Santo. La
disponibilidad hacia esos planes, su confrontación con los planes de Dios, el

89
«Si Dios Padre nos ha salvado por medio de Jesucristo, muerto y resucitado, en su divinidad
y en su humanidad, además del criterio' teocéntrico hemos de tener presente el criterio de la
humanidad de Jesucristo como gran mediación y primer sacramento, del cual la humanidad de
la Iglesia será el sacramento general». PRAT I PONS, R., Compartir la alegría de la fe, 73.

91
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trabajo por hacerlos realidad pertenecen a hombres que, habitados, enviados y


asistidos por el Espíritu del Resucitado, responden en libertad a su misión en la
Iglesia.

2. Criterio sacramental
La Iglesia, que ha sido concebida en el Vaticano II como sacramento de
salvación90, realiza también su acción pastoral de una forma sacramental. Su
sacramentalidad brota de la del mismo Cristo para continuar en medio del
mundo la mediación sacramental ejercida por su cuerpo. La estructura
sacramental está en estrecha relación con la analogía con el Verbo encarnado.
En este sentido, la Iglesia es cuerpo de Cristo, y quien hace posible la
continuación de su sacramentalidad es el Espíritu de Pentecostés.
Cuando hablamos de sacramento desde la concepción tradicional,
hacemos referencia a lo visible y a lo invisible, al signo y a la eficacia. También
esos mismos niveles inciden directamente en la acción pastoral:
a).- Toda acción pastoral está al servicio del aspecto mistérico de la
Iglesia, es decir, de la comunión de Dios con los hombres y de los
hombres entre sí. Es la finalidad de la acción pastoral y es el efecto de su
misión. Por ello, la acción de la Iglesia busca el encuentro del hombre con Dios
que identifica tal acción. Si Dios no pasa por la historia en la Iglesia o el hombre
no se encuentra con el Dios que se le ofrece, la acción pastoral puede quedar
reducida a un ámbito de exterioridad que oculta su misma verdad. Este aspecto
mistérico, que es el determinante en la concepción eclesiológica del Vaticano II,
es también un absoluto en la acción pastoral tanto en el sentido de que, desde
él, han de ser relativizadas todas las acciones como en el de que él sea el
buscado significativamente en todas ellas.
b).- Toda acción pastoral tiene un elemento externo de visibilidad
necesario en la noción misma de sacramento. Esta dimensión sacramental
manifiesta y es camino para la comunión interna. Las estructuras pastorales
o el elemento institucional de la Iglesia no son el añadido a una concepción
teológica espiritualista, sino el componente necesario y también identificador de
una acción eclesial. Es verdad que, integrándose con el elemento interno,
ambas partes actúan como significante y significado y que el significado
impone sus exigencias al significante, pero sin el elemento institucional, la
acción pastoral podría perderse en un puro subjetivismo. La institución en la
Iglesia es necesaria, aunque los niveles de institución sean distintos en su ser y
en su significado y aunque desde el mismo criterio sacramental tengamos que
revisar después la naturaleza y las opciones dentro de las instituciones. Dentro
de este mismo criterio de encarnación, debe ser abordado todo el tema del
ministerio y de la apostolicidad, tema eclesiológico fundamental que atañe
intrínsecamente al ser de la Iglesia, a su constitución y al discernimiento de sus
acciones pastorales91.

90
Cf.LG 1.

92
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La responsabilidad sobre la conservación y transmisión de la fe, la


actualización sacramental del misterio pascual y de sus frutos, la referencia
para la unidad de la Iglesia, no pertenecen a una visibilidad optativa, sino que
pertenecen intrínsecamente al misterio eclesial que, por ser sacramental, tiene
necesariamente una estructura visible.
c).- Toda estructura y acción pastoral por su carácter sacramental es
significativa, esto es, hace referencia a algo que está más allá de lo sensible.
Esta referencia no es algo meramente convencional, sino que está posibilitada
por el carácter simbólico de la acción que, por sí misma, transciende la
visibilidad para hacer presente y operante la invisibilidad. Una estructura
pastoral o una acción pastoral son más simbólicas en la medida en que hacen
presente en su vertiente histórica la salvación escatológica. Las acciones
pastorales de la Iglesia son salvadoras porque en ellas mismas la vida nueva y
la salvación se hacen carne en nuestra historia.
d).- Toda acción pastoral se caracteriza también por su eficacia en
medio de nuestro mundo. No solamente significa la salvación, sino que hace
presente la salvación allí donde opera por medio de su compromiso servidor
con este mundo. De este modo, la acción pastoral no es ajena a la
construcción de nuestra historia, sino que le aporta lo que constituye su
identidad para que el mundo se salve. La acción pastoral no es solamente una
alternativa ofrecida a nuestro mundo, sino compromiso y trabajo en él para que
este mundo se abra a la salvación.
Estas cuatro vertientes de la sacramentalidad están ciertamente
presentes en el cuerpo de Cristo cuya sacramentalidad continúa la Iglesia. El
cuerpo eclesial continúa desde un esquema similar su acción pastoral para
asegurar una identidad en la misión. En su vertiente negativa, tendríamos que
decir que la acción de la Iglesia:
— no puede liberarse de la institución y de la visibilidad quedando
reducida a un espiritualismo desencarnado;
— no puede favorecer la institución por la institución, dejando al margen
lo que pueda ser significado por ella, o valorar la institución por encima de la
comunión a cuyo servicio está;
— no puede desentenderse de los significados y significantes humanos
a la hora de plantear sus acciones y sus instituciones. Una revisión de toda su
visibilidad es inherente a su concepción sacramental;
— no puede permanecer en su actuación encerrada en los niveles
intraeclesiales sin que abra comprometidamente el mundo a la esperanza. Su
salvación es para el mundo y, en medio de él, tiene que emerger hecha historia
y abierta a la plenitud escatológica.
El problema que plantea hoy este criterio de sacramentalidad es serio y
precisa de opciones pastorales claras. Un cambio cultural como el que estamos
viviendo lleva consigo una referencia distinta en los signos, en las acciones y
91
Algunos autores dan importancia especial a este criterio y hablan de él como criterio de
apostolicidad. Cf. PRAT I PONS, o.c, 78.

93
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en las estructuras. Para conservar la acción pastoral es preciso, en muchas


ocasiones, cambiar aquella visibilidad en la que la acción está encarnada. El
discernimiento de los significantes es hoy exigido por el significado último.

3. Criterio de conversión
La Iglesia continúa en el mundo, como hemos visto, la mediación
sacramental ejercida por el cuerpo de Cristo. Sin embargo, la mediación del
cuerpo de Cristo y la mediación del cuerpo eclesial difieren en su mismo ser.
Mientras que la sacramentalidad de Cristo está apoyada por el dogma de la
encarnación que contempla la relación de las naturalezas desde la unidad
personal, la sacramentalidad de la Iglesia se apoya en la misión del Espíritu
Santo que actúa de una forma diferente, desde la alianza y el aliento.
De este modo, gracias al misterio de la encarnación, Cristo se convierte
en la revelación más perfecta de Dios, de modo que cada una de sus palabras
y obras son transparencia clara de su misterio y apertura de ese misterio a los
hombres. No podemos decir lo mismo de la palabra y de la acción pastoral de
la Iglesia. Porque no procede de la unión de lo divino y lo humano en la unidad
personal, la acción pastoral lleva consigo los caracteres de la pequenez, el
pecado y la contingencia. Porque el hombre conserva íntegra su libertad y su
responsabilidad en la acción pastoral, a veces lo demasiado humano puede
hacer que esa pastoral no sea pura transparencia de la acción divina y que
pueda llegar incluso a velar más que a revelar desde su pecado el mismo
rostro de Dios.
Esto hace que la peregrinación de la Iglesia en este mundo no sea
desde la perfección de su ser, sino que, en medio de su vida, el pecado esté
presente como infidelidad y la necesidad de conversión por la vuelta a sus
mismos fundamentos sea un imperativo constante para su acción.
La misma falta de unidad en la Iglesia, desde los niveles personales
hasta la comunión de las iglesias, es una manifestación clara de que el Espíritu
de Dios, artífice de la unidad, no está siempre presente en todas las acciones
pastorales. Si el Espíritu actuara no desde la analogía con la encarnación, sino
de una forma encarnada, en la Iglesia no existiría la posibilidad de pecado ni de
división.
No es que afirmemos que el pecado pertenezca a la esencia de la
Iglesia de la misma manera que la santidad. La Iglesia es santa y es pecadora
por dos motivos distintos, y, por eso, sus acciones han de estar marcadas por
la santidad y no por el pecado. El pecado no puede ser considerado nunca
como una nota de la Iglesia. Sin embargo, sí es una realidad con la que hay
que contar por su mismo carácter humano y por su carácter histórico.
Sin embargo, no podemos decir esto de todas las acciones eclesiales.
Existen unas acciones que, por la misma institución divina de la Iglesia, gozan
de la asistencia y de la presencia de la obra del Espíritu del Resucitado. Estas
son las acciones sacramentales, al menos en cuanto a su eficacia principal de
hacer presente y operante la salvación de Jesucristo en el corazón de la

94
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Iglesia. Pero estas acciones no pueden ser identificadas con todas las acciones
pastorales. A veces, hemos ensalzado unas y devaluado otras:
— Una postura pastoral presente con frecuencia en nuestra Iglesia ha
sido la de la identificación de toda acción con la autoría divina. Desde
posiciones poco críticas hemos visto en toda acción pastoral la mano y la
relación directa con Dios. Hasta nuestro lenguaje se ha contagiado de esta
postura: la voluntad de Dios ha sido esgrimida como argumento común.
Identificamos, entonces, toda postura contra la Iglesia como postura contra el
mismo Dios y hacemos de la Iglesia la encarnación permanente de la divinidad.
Esto es el triunfalismo.
— Por el contrario, en otras ocasiones, las mismas acciones
sacramentales o la palabra infalible o dogmática han sido identificadas con su
autor humano y en él se ha colocado la razón de su eficacia sin el
reconocimiento de la asistencia especial del Espíritu en ellas. Una mala teoría
del ex opere operantis, que ha podido pasar también de lo sacramental a lo no
sacramental, es frecuente como postura eclesial.
La Iglesia, en su distinción con Cristo, en su sentirse esposa 92 además
de cuerpo93, incluye la pastoral de la conversión y la celebra como
reconocimiento de la distancia que la separa de su Señor. Lo que celebra como
sacramento en su liturgia y lo que recibe infaliblemente como perdón y
misericordia lo hace fuente de vida, de reconciliación entre sus miembros, de
compromiso en el mundo, de comprensión realista de su acción pastoral.
Por eso, no absolutiza su acción como acción puramente divina, sino
que trata de confrontarla continuamente con el que es su paradigma, su ideal y
su Señor. La conversión continua, la purificación constante 94 como exigencia de
su mismo ser, se convierte así en criterio mismo para su acción pastoral. Las
reformas en la Iglesia son necesarias, pero realizadas desde su interior, desde
aquellos que han encontrado en su ser que la única Iglesia es ésta, pero que
debe ser renovada continuamente para que sea fiel.

II. CRITERIOS QUE BROTAN DEL CAMINO HACIA EL REINO


1. Criterio de historicidad
El haber contemplado la Iglesia en continuidad con la obra de Cristo nos
recuerda además otra de sus dimensiones constitutivas: la historia. El mismo
Cristo se sitúa en una historia de salvación en la que Dios ha ido realizando su
acción en la mediación de los sucesos históricos humanos. Inaugurada por él la
plenitud de los tiempos, la Iglesia vive en una historia teñida de escatología en
la que la plenitud está ya presente, pero aún no completamente manifestada.
La distinción entre Iglesia y Reino ha sido sumamente rica y purificadora de la

92
LG 6.
93
Ibidem 7.
94
Ibídem 8.

95
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eclesiología para comprender su ser y su obrar como camino hacia la


consumación escatológica.
La acción de la Iglesia goza de lo absoluto del Reino en la contingencia
de su ser temporal, de la perfección de Dios en la pobreza de su pecado. Su
ser peregrinante, dimensión fundamental de su ser Pueblo de Dios, marca e
identifica toda su acción pastoral con la dinamicidad de la historia. La tensión
entre la Iglesia y el Reino hace que:
— la Iglesia no se instale en un momento de la historia sintiéndose en la
definitividad del Reino, con lo que tiene que ser critica continuamente con su
mismo ser y su misma acción;
— la Iglesia reconozca el paso de Dios por su misma historia y avance
entre penumbras y venciendo con la fuerza del Resucitado sus propias
dificultades internas y externas95.
En medio de un mundo que se construye en la historia y formada por
unos hombres que tienen como dimensión constitutiva de su ser la historicidad,
la Iglesia actúa de una forma también histórica que se plasma en:
— Una respuesta de acciones y estructuras a las necesidades históricas
de la evangelización. Esto hace que determinadas acciones y estructuras
pastorales aparezcan y desaparezcan de su vida con la contingencia de lo
histórico, pero con la necesidad de la misión. A su vez, se precisa una
configuración histórica de las mismas acciones que necesitan sus procesos, de
preparación, de realización sucesiva y de término o superación.
— Un acompañamiento personal que respete el crecimiento y
maduración de cada creyente en su progresivo desarrollo. La evangelización
está constituida por distintas etapas y cada persona avanza en ella desde sus
peculiaridades personales. La Iglesia no puede prescindir de la historia
personal de cada hombre y construir a su lado una historia de salvación que la
ignora. Esto puede suceder bien por hacer una pastoral abstracta, para todos
por igual, que no conoce las circunstancias concretas en que se desarrolla, o
bien por impaciencia pastoral, por quemar todas las etapas en el menor tiempo
posible, por asegurar la acción a costa del tiempo. Este dualismo lleva a una
doble vida: la normal y la eclesial. Suele acabar en esquizofrenia con peligro
evidente para la vida eclesial que un día llega a destruirse. La acción pastoral
debe acompañar esta maduración progresiva y diversificarse personalmente,
sin perder nunca de vista el horizonte comunitario. Pastoral de edades y
crecimiento, pero siempre dentro de una pastoral comunitaria.
— Un progreso pastoral señalado por la distinción entre Iglesia y Reino
que implica la construcción pastoral siempre nueva desde la situación dada y
en camino hacia la situación esperada. En este sentido, la pastoral de
conservación es siempre infidelidad al mismo ser de la Iglesia y el encontrar
solamente en el pasado modelos de identificación pastoral supone un cerrar el
paso a la irrupción constante en la historia del Reino de Dios. El mismo ser de
la Iglesia está implicando un desarrollo progresivo de la acción pastoral que no
95
Cfr. LG 8.

96
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puede ser ciego y experimental, sino que se ha de inspirar continuamente en la


confrontación entre los valores del Reino y las situaciones históricas de la
humanidad.
Desde ahí hay que afirmar la necesidad de objetivos en la acción de la
Iglesia a largo plazo y no sólo acciones que responden a imperativos puntuales
o que se agotan en su mera realización. No trazarse estos objetivos ha traído
como consecuencia el que con frecuencia hayamos caminado a remolque de la
historia, sin que la Iglesia dé respuesta a las necesidades y a las situaciones de
los hombres, sino acomodando su ser y su actuar solamente a lo ya
comúnmente adquirido. Una pastoral de mantenimiento presenta siempre esta
dificultad.
La capacidad de otear la historia siempre ha tenido su ministerio en la
vida de la Iglesia: los profetas. Desde una postura a veces incómoda, ellos han
sacudido con frecuencia la conciencia eclesial para adelantarse a la historia,
señalar campos aún no roturados y abarcar acciones que aún no están
presentes en la pastoral. Distintos carismas en la Iglesia han ayudado a esta
comprensión peregrinante que da respuesta a las distintas necesidades
históricas.
De la misma manera que afirmábamos como necesaria la institución y la
jerarquía en la Iglesia, tenemos que afirmar la necesidad de los dones
carismáticos, que tienen igualmente su origen en el Espíritu del Resucitado. El
Espíritu está en el origen de los dones jerárquicos y carismáticos. No puede
separarse la referencia de la Iglesia a Jesús y al Espíritu, haciendo a uno
origen de la institución y a otro del carisma. Ambos proceden del Espíritu, fruto
de la Pascua de Jesús. Cuando actúan sin la necesaria unidad, están
mostrando el carácter contingente e histórico de la misma Iglesia.

2. Criterio de apertura a los signos de los tiempos


La afirmación de la distinción entre Iglesia y Reino de Dios no se agota
en la contemplación del misterio de la Iglesia en su soledad, sino que se abre a
una nueva visión del mundo en la que se encuentran también los rastros del
Reino.
Los valores del Reino no se encierran solamente dentro de los límites
visibles de la Iglesia, sino que la trascienden. El Espíritu de Dios ha suscitado
los valores del Reino en medio de la humanidad y del mundo sin que nosotros
tengamos la exclusividad sobre ellos.
Para que la Iglesia cumpla su misión, es necesario que escrute los
signos de los tiempos, que conozca el mundo en que vivimos con sus
esperanzas y aspiraciones96, que escuche también a través de su vida la voz
de Dios que le señala caminos para su misión.
Escrutar los signos de los tiempos implica:
— una lectura creyente de la realidad, esto es, pasar a través de la
simple materialidad de las cosas a su sentido y a su significación profunda para
96
Cfr. GS 4.

97
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la vida y para el hombre;


— una confrontación de esa realidad con el evangelio de Jesucristo para
discernir en ella qué es signo del Reino, que en su caso hay que potenciar, y
qué está en contra del Reino, para combatirlo en la acción pastoral;
— descubrir en esa realidad cuáles son los interrogantes más profundos
de los hombres y cuáles son las respuestas que ellos están esperando, cuál es
el sentido de la vida presente y de la futura y la mutua relación entre ambas 97
que ellos tienen en su actividad y cuál es el que la Iglesia ofrece;
— descubrir también la llamada de Dios desde esa realidad para una
actuación concreta de la Iglesia que aporte la salvación de Jesucristo a esa
misma realidad. Cuando hablamos tantas veces en la teología pastoral del
conocimiento de la situación como fuente de la acción pastoral en la Iglesia,
estamos refiriéndonos a este tipo de conocimiento que, traspasando lo
fenomenológico, confronta lo analizado con el evangelio y descubre los
caminos para la actuación de la Iglesia en esa misma realidad.
Para que la Iglesia pueda realizar su acción pastoral desde este criterio
de los signos de los tiempos, es necesario:
— Una actitud de apertura que rompa la intraeclesialidad y penetre en la
vida de los hombres. Ciertamente esta actitud de la acción pastoral es difícil en
un momento en el que la cultura circundante no es precisamente cristiana y en
el que la sociedad ya no es sociológicamente cristiana. En estos casos, la
postura del repliegue suele ser cómoda y da mayores seguridades, pero
manifiesta con claridad una falta de misión.
— Una valoración de este mundo como lugar de la presencia incipiente del
Reino. Esta valoración no se agota en la contemplación de la realidad, sino que
implica una tarea de explicitar el Reino en el mundo y hacer conscientes de ello
a los hombres.
Cuando hablamos de escrutar los signos de los tiempos, tal y como
hemos visto, no podemos limitarnos a una acción de discernimiento teológico
para señalar qué realidades de nuestro mundo están en la línea del Reino. Se
trata de algo más. También la acción de la Iglesia se compromete con estos
signos para que su discernimiento sea realmente pastoral.
Este discernimiento pastoral implica:
— Una postura crítica ante las ideas, ideologías y acciones comunes de
la humanidad. Los comportamientos y los pensamientos sociológicamente
normales no implican una lectura evangélica positiva, pero sí una llamada a la
Iglesia para que tome postura ante ellos. La Iglesia no puede desentenderse de
aquello que mueve a los hombres porque nada hay verdaderamente humano
que no encuentre eco en su corazón98.
— Una doctrina iluminadora del sentido de la realidad y de las opciones
básicas de sentido que han de estar subyaciendo en todo compromiso de
acción. El mensaje que la Iglesia ha recibido de su Señor implica el que lo
97
Idem.
98
GS 1.

98
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proponga a los hombres como ideal de vida y el que traduzca a cada momento
histórico las exigencias últimas de ese mensaje.
— Un compromiso concreto con la realidad asumido desde opciones
técnicas de cada uno de los cristianos. La doctrina iluminadora puede dar
origen a distintas encarnaciones de acción, pero sin ellas la doctrina misma
carecería de eficacia. Este compromiso concreto se traduce también en las
distintas presencias del cristiano en las mediaciones que este mundo tiene para
construirse.
— Una postura crítica ante las propias opciones, confrontándolas
continuamente con el evangelio, con la voz de la Iglesia y con los otros
creyentes, porque tampoco esas opciones, aunque broten de su misma
doctrina, encarnan en definitividad el Reino y son en sí mismas reformables.

3. Criterio de universalidad
La distancia entre la Iglesia y el Reino invita a la misma Iglesia a abrirse
a todos los hombres mientras camina hacia una salvación final en la que serán
incluidos todos. La universalidad de la salvación es imperativo y criterio para la
acción de una Iglesia que, gracias al Espíritu del Resucitado, interioriza,
actualiza y universaliza el misterio de Cristo como oferta para todos los
hombres. La Iglesia en su misión rompe las fronteras del tiempo y del espacio
para convertirse en ofrecimiento y en realidad de salvación para todo hombre
que la acepte.
Porque la salvación de Cristo es universal, la Iglesia ha de tener la
capacidad de encarnarse en las distintas culturas de los hombres y ser
salvación para las distintas características históricas de esos mismos hombres.
Esa salvación está ligada a su comunidad; de ahí que la invitación a la
salvación pasa por la invitación a formar parte de la comunidad eclesial en la
que los hombres celebran y viven dicha salvación. La Iglesia tiene que tener las
características que favorezcan la entrada, la participación y la vida de todos los
hombres en ella.
Este universalismo de la misión eclesial debe ser entendido tanto
cuantitativamente, llevar la salvación a todos los hombres, como
cualitativamente, hacer de todos los miembros de la Iglesia verdaderos agentes
de su acción pastoral.
— Contra el universalismo cuantitativo está el eclecticismo que
identifica el universalismo con la ausencia de criterios o la falta de crítica para
la evangelización. Puede tener manifestaciones muy dispares, desde las
posturas personales de tipo camaleón hasta la asunción aerifica de elementos
culturales sin la necesaria purificación que implica la encarnación. Cuando este
eclecticismo está presente, en el fondo late una falta de identidad que
repercute negativamente en la tarea de la evangelización porque elude todo
compromiso.
— Contra el universalismo cualitativo, toda metodología pastoral que
cierra sobre sí mismos los grupos o las tendencias en la Iglesia. Siempre que

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un grupo, comunidad o metodología se cierra sobre sí mismo, o está reservado


solamente para un determinado número y calidad de personas, o se cree de
una pureza superior a los otros, o entiende que solamente su método guarda la
esencia de la salvación, está perdiendo la eclesialidad que se abre a la
universalidad. Esta cerrazón puede ser también personal y se muestra en el
exclusivismo de algunos miembros en la marcha de la Iglesia, ya sean clérigos,
laicos o líderes. El Espíritu ha repartido entre los distintos miembros de la
Iglesia distintos dones y carismas para la edificación de todo el cuerpo y nadie
puede sentirse ajeno a esa edificación por autoexclusión o por ser eliminado.
Porque la Iglesia es universal, impulsa y favorece la acción misionera
como integrante de su esencia y componente de su acción pastoral. Y esto
tanto en el lugar de la acción pastoral como frente a las necesidades de la
Iglesia universal. Una comunidad que no sienta sobre sí las necesidades de la
misión, está anquilosada. La Iglesia continúa en el mundo la misión del Hijo y
ser misionera corresponde a su esencia.
Porque la Iglesia es universal en el protagonismo de su vida, ha de dar
importancia concreta a la colegialidad y a la corresponsabilidad como formas
de participar en ella y ha de hacer posible el que se encarnen en estructuras
que las hagan eficaces. Hoy esas estructuras son los diferentes consejos; ayer
pudieron ser otras, pero siempre han sido y son necesarias.
Dentro de este criterio, siempre la aceptación de los últimos y más
pobres ha sido signo de la auténtica universalidad y la verificación de la
evangelización. La opción prioritaria por los pobres, que la Iglesia ha ido
descubriendo progresivamente y en la que últimamente la teología
latinoamericana ha insistido con fuerza99, concreta en intensidad un criterio que
muchas veces hemos entendido sólo en extensión. No se trata solamente de
que sean objeto de la preocupación eclesial o de que sean recibidos en el
interior de la comunidad cristiana, sino, sobre todo, de que en ella encuentren
su puesto, en él sean dignificados y tengan también su protagonismo en la
acción evangelizadora. El Evangelio nos ha mostrado la importancia de la
relación de este tema con el Reino: la evangelización de los pobres es signo de
su llegada.

III. CRITERIOS QUE BROTAN DE LA PRESENCIA Y MISIÓN EN EL


MUNDO

99
En el tratamiento de los pobres, se ha ido dando una evolución dentro de la Teología de la
liberación. Los pobres han pasado de ser considerados como destinatarios de la misión de la
Iglesia y de la solidaridad de los cristianos a ser considerados como los interlocutores
privilegiados de la Iglesia, los protagonistas en la transformación de la sociedad y los
evangehzadores del proceso. Esto es, de tema de la teología han pasado a ser lugar teológico
y, más tarde, sujetos de la teología No se trata ya de una teología que versa sobre los pobres,
sino de una teología hecha desde ellos y que conceptuahza e intelectualiza una acción que
tiene a los pobres mismos por protagonistas.

100
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1. Criterio del diálogo


La misión de la Iglesia, como hemos visto en los criterios anteriores, no
se agota en sus vertientes intraeclesiales, sino que tiene como destinatario de
su acción al mundo. Como veíamos en el texto conciliar, este mundo son los
hombres que acompañan a la Iglesia o son acompañados por ella a lo largo de
su andadura histórica.
Haber situado la tarea de la Iglesia en una perspectiva histórica y
continuando la misión de Cristo nos lleva inmediatamente al tema de la
revelación, que el Concilio comprendió de una forma progresiva y que tiene su
plenitud en el misterio del Hijo encarnado. En esa revelación dada por Dios a
los hombres se apoya la autocomprensión de la Iglesia en la pastoral de su
palabra y la actitud dialogal al querer transmitirla.
Ya la primera renovación de la teología pastoral en el siglo XIX tuvo
como fuerza motriz el entendimiento de la Iglesia al servicio de la revelación y
todo el cristocentrismo de la reflexión eclesiológica de los dos últimos siglos ha
llevado a una comprensión de la Iglesia a la luz del misterio de Cristo, una de
cuyas dimensiones es, sin duda, la de la presencia de la revelación de Dios en
ella.
Esta autocomprensión eclesial ha querido poner a la Iglesia al servicio
de la revelación de Dios, de un Dios que sigue hablando a los hombres por el
ministerio de su Iglesia. Su revelación, que fue históricamente progresiva y que
tuvo su culminación en las palabras y obras de su Hijo, es hoy desvelamiento
continuo y progresivo de su misterio a los hombres en el ministerio de la
Iglesia.
La acción pastoral se entiende, así, como palabra dirigida al mundo que
actualiza la Palabra hecha carne para nuestra salvación. Toda acción de la
Iglesia y toda palabra que desentrañe su acción deben ser puestas al servicio
de la revelación de Dios.
No es de extrañar que, cuando la Iglesia se propuso como tema de una
constitución conciliar del Vaticano II el diálogo de la Iglesia con el mundo, lo
entendiera a la luz de la revelación. El papa Pablo VI, queriendo impulsar el
diálogo en la Iglesia, dedicó la tercera parte de su encíclica programática
Ecclesiam suam al diálogo como dimensión eclesial, necesaria hoy en toda
acción pastoral. A la hora de explicitar las exigencias de este diálogo, toma la
revelación de Dios como paradigma, ya que a su servicio se comprende el
diálogo eclesial. De la misma encíclica las tomamos 100:
— La palabra de la revelación nace de la iniciativa divina. También la
palabra eclesial ha de nacer de la iniciativa de una Iglesia que comprende su
don como tarea y su misión como propuesta a los hombres.
— La palabra de la revelación ha surgido del amor. La Iglesia es capaz
de ser palabra para el mundo y de ofrecerle su palabra en la medida en que
ame a ese mismo mundo.

100
Ecclesiam Suam 29.

101
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— La palabra de la revelación no se ajustó a los méritos de aquellos a


quienes iba dirigida. La Iglesia dialoga con el mundo desde la gratuidad que
funda su misión; su palabra no es intercambio comercial, sino gracia que
continúa lo que a ella le ha sido dado.
— La palabra de la revelación se propone, no se impone. La Iglesia,
lejos de todo fanatismo, hace de su palabra y de su misión una propuesta libre,
capaz de convencer solamente por su fuerza interna y por su servicio a la
salvación. No fuerza las conciencias, ni las decisiones, ni la libertad humana.
— La palabra de la revelación es para todos. El universalismo de la
salvación de Jesucristo es imperativo de acción para la Iglesia que quiere ser
servidora de su palabra precisamente por hacer de ella palabra dirigida a todo
hombre. El Espíritu se vale de la Iglesia para universalizar la Palabra en el
tiempo y en el espacio.
— La palabra de la revelación es progresiva. La Iglesia, desde el criterio
de historicidad que hemos presentado, acompaña al hombre y al mundo
respetando las leyes de su historia, de su crecimiento y de su maduración.
Hace de su palabra una palabra progresivamente meditada y una palabra
progresivamente propuesta para que acompañe al hombre.
El diálogo de la Iglesia en su relación al mundo desde la identidad que
hemos señalado exige también para la misma vida de la Iglesia unas actitudes
fundamentales:
— La identidad de la acción eclesial. Esta identidad está situada frente a
la identidad del mundo y caracterizada por la referencia a Cristo y al Reino. El
diálogo se disuelve en el monólogo cuando la falta de identidad impide
propuestas nuevas y diferentes. Una Iglesia que sabe cuál es su misión puede
hacer de ella tema de diálogo con el mundo.
— La apertura a los signos de los tiempos, tal y como hemos visto en los
anteriores criterios. Dialogar no es sólo lanzar el propio mensaje, sino recibir el
del otro para asumirlo o para criticarlo. La acción del mundo y la palabra que la
explica son fuente de diálogo para una Iglesia que está al servicio de la
revelación en la medida en que esté abierta a ese mundo.
— El diálogo en el mismo interior eclesial como muestra patente de su
poder transformador y de su carácter oferente. Una Iglesia que no posibilitara el
diálogo dentro de sus estructuras no podría presentar su ofrecimiento en
libertad.
En definitiva, hablar de un criterio de diálogo es entender la propia
misión desde perspectivas evangelizadoras.

2. Criterio de encarnación
El criterio sacramental nos hablaba de la necesidad de lo visible,
humano y estructural en la vida de la Iglesia para hacer de ello instrumento al

102
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servicio de la salvación de Jesucristo. Situábamos la raíz de este criterio en el


misterio mismo de la encarnación. Ahora bien, lo visible e instrumental humano,
los signos que llevan al mundo de la trascendencia, tienen consigo una
dimensión cultural que no puede ser olvidada en la acción pastoral ni en la
evangelización.
La encarnación de Jesucristo y su prolongación pneumática en el
misterio de la Iglesia implican un aspecto cultural que últimamente hemos
denominado inculturación. Para que el mensaje de Jesucristo y su misión
puedan entrar en un contacto dialogal con el mundo es necesario que se
encarnen en sus dimensiones culturales propias. Si no es así, el evangelio
nunca será asimilado por los pueblos y la estructura sacramental de la Iglesia
nunca será significativa; esto es, perderá su carácter sacramental, por no ser
comprensible. La separación entre la fe y la cultura se convierte así en el gran
drama del mundo moderno101.
Los dos acontecimientos fundadores de la Iglesia son manifestación
clara de cómo la acción de Dios se realiza a través de y asumiendo los moldes
culturales:
a) En la encarnación, el Hijo de Dios asume una cultura concreta. El
lenguaje, las tradiciones, el modo de vida, las esperanzas y todo aquello que
constituía a su pueblo en su individualidad ha sido asumido con la carne para
hacer de ello instrumento de salvación y para ser en sí mismo salvado
b) En Pentecostés, la salvación de Jesucristo, cumplida y plena, penetra
las distintas culturas de los hombres en las que pueden comprender el misterio
de Cristo, pueden vivir su salvación y pueden encontrar en el la respuesta a
sus interrogantes humanos culturalmente expresados Además, la acción del
Espíritu del Resucitado hace que las divisiones culturales no acaben siendo
señal de división entre los hombres, sino capacidad para entrar a formar parte
de una comunidad nueva y recreada 102 Así, Pentecostés es la antítesis de
Babel Cuando estamos hablando de culturas humanas, hacemos referencia a
los dos aspectos complementarios presentes en cada una de ellas
c) La cultura como producción El hombre cultivando su humanidad da
origen a elementos culturales103 Todas sus creaciones son cultura, las
realizaciones humanas son culturales La acción pastoral de la Iglesia es
también cultura de un pueblo
d) La cultura como medio Solamente el hombre se desarrolla como
hombre en medio de un patrimonio recibido como herencia cultural. Este
patrimonio se convierte para cada hombre en el ámbito vital donde crece y
donde vive. La acción pastoral se ejercita dentro de los moldes culturales de
cada pueblo y necesita esos moldes culturales para estar verdaderamente
encarnada

101
EN 20.
102
Cfr. Hech 2.
103
Cfr. GS 53.

103
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En términos evangelizadores diríamos el evangelio se anuncia y actúa


en la acción pastoral de la Iglesia gracias a la mediación de la cultura de cada
pueblo y, a la vez, su actuación crea cultura, modos de vida que son después
ámbitos de evangehzación Quizá el drama de hoy es no saber pasar de la
cultura como medio a la cultura como producción
Dentro de este criterio de encarnación cultural, tenemos que afirmar:
1.— La trascendencia de la revelación respecto a las culturas. Traducido
en acción pastoral, la misión de la Iglesia no se agota en la cultura del pueblo,
ni se puede reducir a cultura; no se identifica con ninguna cultura determinada,
sino que tiene la capacidad intrínseca de encarnarse en todas; no todos los
elementos culturales son aptos para encarnar la misión de la Iglesia, sino que
el evangelio sana, purifica y eleva las distintas culturas 104 Esta encarnación
cultural tiene, por consiguiente, el sello del mismo misterio pascual la muerte
que lleva a la vida
2.— La urgencia de la evangehzación de las culturas para que el
evangelio termine siendo vida y propiedad de los pueblos Un evangelio no
encarnado en moldes culturales es irrelevante y un evangelio que no produce
cultura es ineficaz y abstracto Pero a la vez, por el carácter universal del mismo
evangelio y gracias a la acción del Espíritu en la Iglesia
3.— la acción pastoral de la Iglesia abre cada cultura a un universalismo
donde es posible el diálogo cultural y la complementanedad de las culturas en
la fe,
4.— la acción pastoral de la Iglesia en la transmisión misionera de la fe
hace que una Iglesia con su cultura pueda ser elemento originante de otra
Iglesia105 Lejos de un colonialismo cultural, debemos hablar de un engendrar en
la fe y a la fe desde la asunción de elementos culturales,
5.— la acción pastoral de la Iglesia necesita un esfuerzo de
inculturaciónvdel evangelio en la cultura de hoy que está llamada también a
este diálogo vivificador.
«Este esfuerzo supondrá en los responsables de la
evangelización:1) una actitud de acogida y de
discernimiento critico, 2) la capacidad de percibir las
expectativas espirituales y las aspiraciones humanas de las
nuevas culturas, 3) la aptitud para el análisis cultural en
orden a un encuentro efectivo con el mundo moderno»106
Lejos de toda postura derrotista, la tarea del evangelio invita y exige la
encarnación en una cultura nueva.

104
GS 58.
105
«En virtud de la comunión católica que une todas las iglesias particulares en una misma
historia, las jóvenes iglesias consideran el pasado de las iglesias que les han dado nacimiento
como una parte de su propia historia Sin embargo, el acto decisivo de interpretación que
señala su madurez espiritual, consiste en reconocer esta anterioridad como originaria y no solo
como histórica» COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, La fe y la inculturacion,
Documento 1987, n 16.
106
Ibidem. 23.

104
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3 Criterio de misión
Gracias al Espíritu del Resucitado recibido en Pentecostés por los
apóstoles y transmitido sacramentalmente por el bautismo, la misión del Hijo es
continuada en la Iglesia y por la Iglesia Con la misión del Espíritu, la misión de
Cristo se ha eternizado en el espacio y en el tiempo. La Iglesia ha sido enviada
por la recepción del Espíritu Santo a continuar entre los hombres lo que
histórica y temporalmente vino a hacer Jesús. Esta misión es la que identifica a
la Iglesia y la que le da la razón más profunda de su unidad en el mundo.
El Espíritu siempre ha sido dado para algo. Esta misión es la de la
evangelización de todos los hombres, base de la identidad de toda acción
pastoral en ella. De esta misión participan todos los creyentes, cada uno desde
su puesto en la Iglesia107.
Dos posturas han podido impedir que esta misión haya sido la
configuradora de la Iglesia y del puesto de cada creyente en ella:
— La pérdida de identidad por una falta de conciencia de la
evangelización o por la disgregación de la misión. Y esta pérdida de identidad
se identifica con la pérdida de unidad en la Iglesia. Si los miembros de la Iglesia
se entienden desde misiones distintas y éstas no coinciden con la de Jesús ni
se dirige a los hombres, la Iglesia rompe su unidad y se autodestruye. Es
necesario, por tanto, que la Iglesia, que todos sus miembros, tengan conciencia
constante de su naturaleza y de su misión.
— El uniformismo que identifica la unidad de la misión con la carencia de
todo pluralismo en la Iglesia. Una forma de pensar, de actuar, de acción
pastoral para toda la Iglesia sin tener en cuenta ni los distintos agentes ni los
distintos destinatarios. Encuadrar de tal manera la acción de la Iglesia que no
sea posible la creatividad ni los riesgos. Es un peligro siempre presente en la
vida de la Iglesia porque implica facilidad y seguridad, pero implica también el
que todos los miembros de la Iglesia sean tenidos por menores de edad. En el
fondo, el uniformismo surge del miedo a lo que pueda cambiar, a lo que otros
puedan hacer; es, incluso, desconfianza del mismo Espíritu y de su acción en
la Iglesia.
Desde la centralidad de la misión continuada de Cristo y desde su
identidad en la acción pastoral de la Iglesia, surgen estas exigencias para su
vida y para su acción:
— Revalorizar el concepto de misión tanto en Cristo como en la Iglesia y
en cada una de sus acciones. Una pastoral construida sobre un mundo
sociológicamente cristiano miraba más la promoción de aspectos
intraeclesiales como acción pastoral que la salida al mundo. Hoy necesitamos
explicitar mucho más la teología de la misión como criterio evaluador de toda la
acción pastoral.
— Una conciencia clara de la misión como fundamento de la Iglesia y
necesidad para todos sus miembros108. Con frecuencia, esta conciencia está
107
RM 21-30.
108
Cfr. RM 5.

105
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ausente traduciéndose su ausencia en la pasividad, en la cerrazón sobre las


mismas estructuras y en la falta de protagonismo pastoral. Otras veces, se
confunde la misión de la Iglesia con otras misiones y ponemos el apellido de
eclesial a todo lo que se nos ocurre o nos valemos de las estructuras eclesiales
para fines que no son los suyos. En este caso, puede la Iglesia trabajar
afanosamente sin que al mundo le llegue el evangelio de Jesucristo.
— Necesidad de una pastoral de conjunto que conjugue perfectamente
la unidad en torno a la misión con el pluralismo. Cuando no existe, las acciones
plurales disgregan y amenazan la misión de la Iglesia. Y este aspecto de
disgregación no responde a la pluralidad, sino a la falta de unidad fundamental.
— Necesidad de una distribución de la acción pastoral desde el
pluralismo de los dones y de los carismas. Nadie en la Iglesia es capaz de todo
y todo no puede ser hecho como uno quiera. Hay acciones pastorales que son
pobres porque no se han potenciado los dones de todos los miembros de la
Iglesia, especialmente aquellas que deben ser evangelizadoras de los hombres
allí donde los hombres están.
— Nada ni nadie en la Iglesia puede agotar la misión de Jesús en su
estructura y en su persona. La misión de la Iglesia tiene que aparecer ante el
mundo por la unidad de todos los que, de una u otra manera, encarnan la
misión de Jesús, que no es agotada por nadie. El pluralismo en torno a la
unidad se convierte en signo de evangelización para el mundo, en fuerza
evangelizadora y en señal de su credibilidad.
La misión en la Iglesia se encamina hacia la comunión. De la comunión
trinitaria ha procedido y hacia ella se encamina englobando a todos los
hombres. Toda acción pastoral de la Iglesia, que participa de su misión, tiene
como fin la comunión. Para eso la Iglesia evangeliza (lo que hemos visto y
oído... se lo anunciamos para que entren en comunión con nosotros, y esta
comunión es con el Padre y con su hijo Jesucristo) 109, eso es lo que la Iglesia
celebra en su liturgia y en sus sacramentos, eso es lo que quiere instaurar
entre los hombres por medio de su servicio y eso es lo que definitivamente
permanecerá en el Reino; todo el resto cesará. Por tanto, todas las acciones
eclesiales están encaminadas hacia la comunión y guiadas por el amor. El
Espíritu conduce hacia ella a la Iglesia.

CAPITULO VII
MODELOS DE ACCION PASTORAL
A través del recorrido por la historia de la teología pastoral nos hemos
dado cuenta de que se ha dado una progresiva evolución de su concepto y de
su comprensión. También hemos subrayado cómo la evolución del concepto
pastoral se ha realizado en estrecha relación con la historia de la eclesiología
Desde cada concepción eclesiológica se ha trazado una comprensión de la
109
1 Jn 1, 1-3.

106
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teología pastoral. Y esto no se ha quedado en el terreno especulativo, sino que


ha descendido a la misma práctica pastoral, de modo que, a la vista de una
pastoral determinada, podemos preguntarnos con claridad por la teología
eclesiológica subyacente. La eclesiología concreta y la teología pastoral
concreta han dado origen a una práctica pastoral concreta.
Las nociones eclesiológicas barajadas a lo largo de la historia o las
distintas nociones empleadas en un momento dado nos descubren que la
Iglesia es una realidad compleja a la que se accede a través de sucesivas
aproximaciones que, en su conjunto, nos acercan a la realidad de un misterio
que siempre de alguna manera nos trasciende y, en su individualidad, resaltan
aspectos verdaderos de una totalidad que nunca hay que olvidar.
La utilización de las imágenes en el capítulo dedicado al misterio de la
Iglesia en la Constitución dogmática del Vaticano II 110 es una buena muestra de
estas sucesivas aproximaciones. Cada imagen guarda una parte de la verdad
eclesial y el conjunto sugiere un acercamiento a la totalidad del misterio.
También en la teología pastoral la acción de la Iglesia, que desborda tiempos y
espacios, se ha ordenado desde coordenadas distintas, teniendo como
referencia los conceptos eclesiológicos, las situaciones históricas en las que se
ha dado, los objetivos primordiales que intentaba conseguir. Esta distinta
ordenación de las acciones pastorales es lo que llamamos modelos de acción
pastoral.
Tendríamos que decir de estos modelos, lo mismo que de las imágenes
de Iglesia, que nunca son completos y cerrados, sino que se complementan
mutuamente para dar una visión total de la acción pastoral 111. El ordenamiento
de todos los factores que intervienen en la acción pastoral desde un «modelo»
puede ser una excelente metodología, pero puede caer en el petígro de
absolutizar parcialmente alguno de los aspectos de la edificación de la Iglesia o
creer que su organización agota toda la acción pastoral. Evidentemente una
realidad mistérica como es la Iglesia no puede ser agotada en su descripción ni
en su acción por una imagen o un modelo únicos. Muchas veces son acentos
que quieren ser resaltados en un momento concreto de la historia sin renunciar
a la tradición precedente y sin cerrarse a otras posibles formas de acción.
En palabras de Floristán112, «modelo o paradigma, en la acción pastoral,
es un proyecto operativo o plan concreto de actuación que relaciona de un
modo dinámico todas las tareas que intervienen en el proceso de la praxis».
Por consiguiente, al hablar de modelo de pastoral, hablamos de una acción de
la Iglesia estructurada y ordenada en torno a ideas básicas que son capaces de
relacionar todos los campos de dicha acción.

110
LG 1-8.
111
Sin embargo, en ocasiones se han contrapuesto los modelos. Incluso se ha dicho que en
Vaticano II conviven modelos distintos, especialmente en la LG y en la GS. Cf. RODRÍGUEZ
GARRAPUCHO, F., «Modelos de Iglesia. Perspectiva histórica y problemática actual»:
Salmanticensis 41 (1994) 390-391.
112
«Modelos de acción pastoral en la Iglesia Española», Iglesia viva 112 (1984). 293-302.

107
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¿EN QUE SENTIDO HABLAMOS DE MODELOS?


Hace unos años, el 18 de octubre de 1988, una nota doctrinal de la
Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe ponía en guardia sobre el uso de
la expresión «modelos de Iglesia».
En ella se desecha la intención de hacer reconstrucciones de Iglesia
conforme a unos paradigmas o modelos, ya que la Iglesia tiene su origen y
fundamento permanente en el don de Dios en Cristo. Reconociendo que la
Iglesia ha recurrido a lo largo de su historia a conceptos, expresiones y formas
de organización de su entorno cultural y social, habla del problema que surge:
«cuando, hablando de "modelos", se absolutiza una visión parcial
del misterio de la Iglesia y se cae en la tentación de encerrarse en
la propia posición justificada por el "modelo" de Iglesia que se ha
escogido; cuando, amparándose en un determinado "modelo", se
rechazan elementos o aspectos del ser constitutivo de la Iglesia; o
cuando se aplica sin más a la naturaleza de la Iglesia un "modelo"
social o político sin tener en cuenta la naturaleza peculiar de la
misma. En estos casos, el paso de un "modelo" eclesiológico a
otro se lleva a cabo sin apoyarse en la voluntad de Jesucristo,
Señor de la Iglesia, sino en motivos puramente externos a la
realidad original de la misma, fundados en puntos de vista muy
particulares del teólogo o pastor»113
Lo que la nota afirma sobre la eclesiología se vierte después sobre la
pastoral, ya que en ella el término «modelo» se emplea mucho más
frecuentemente para designar los proyectos operativos que dirigen la acción
pastoral. Si por modelo se entiende la pretensión de ordenar la realidad desde
intereses teóricos y prácticos, esto es, programar la acción pastoral de forma
metódica y ordenada, el término «modelo» es apropiado y alabado114.
Cuando la nota analiza el peligro de los modelos, se centra en la idea
fundamental de que es la Iglesia quien hace sus modelos para responder al
hombre y al momento y de que no son los modelos quienes constituyen y
hacen a la Iglesia. En definitiva, la Iglesia precede al modelo concreto de
acción pastoral y no es su fruto.
«Únicamente queremos advertir que la acción pastoral opera
sobre realidades ya constituidas, que pertenecen al ser mismo de
la Iglesia y tienen su origen en la voluntad de Cristo y en la acción
del Espíritu Santo y, por tanto, toda acción pastoral debe
custodiarlas fielmente. La programación y la acción pastoral no
podrán lograrlo si no recogen la tradición viva de la Iglesia, su
magisterio y la normativa actualmente vigente»115.
De ahí que ningún modelo de pastoral pueda prescindir de elementos
fundamentales de la acción pastoral de la Iglesia. Aunque sean enfocados con

113
Ibidem N. 2.
114
«Esta práctica de programación pastoral merece toda alabanza y apoyo por nuestra parte,
pues no vemos cómo puede llevarse adelante una acción pastoral lúcida y eficaz en las nuevas
situaciones en que se encuentra la Iglesia, sin que la sustente y dirija una adecuada
programación». Ibidem.
115
Ibidem. N.10.

108
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distintas ópticas y desde distintos presupuestos eclesiológicos, siempre han de


estar presentes:
la Palabra de Dios, la fe, la conversión y el bautismo;
la eucaristía, la reconciliación, la solidaridad, la oración;
los carismas, las tareas, la participación de todos, la autoridad en el
Señor.

Es la Iglesia, que precede a los modelos de su acción pastoral, la que


puede unir y compaginar modelos distintos porque la unidad fundamental está
en la base y en la posibilidad de la diversidad. La nota de la comisión episcopal
quiere ponernos en guardia contra la ruptura de la unidad apoyada en la
absolutización de modelos pastorales116.
Desde el análisis de esta nota, podemos concluir diciendo en qué
sentido hablamos de modelos de pastoral. Nos referimos a la programación
metódica y ordenada de todas las actividades pastorales que brota de la
comprensión de la Iglesia, y del hombre y del mundo hacia los que van
dirigidas sus acciones salvíficas.
Lógicamente el pluralismo tiene que ser admitido, pero también puede
ser criticado. Aunque los modelos tienen que convivir en la unidad de la Iglesia,
es el ser de la Iglesia la base que posibilita su misma crítica. En todo momento
y ante cualquier modelo, lo mismo que ante cualquier realidad pastoral, nos
podemos preguntar si la Iglesia se realiza como tal y realiza su misión a través
de ellos.
Bien es verdad que siempre corremos el peligro de las simplificaciones y
de las absolutizaciones. Normalmente ningún modelo tiene los elementos
únicos y excluyentes, ni son fácilmente aislables e identificables.
Unas veces estos modelos, tanto eclesiológico como pastorales, han
sido desarrollados siguiendo el desarrollo histórico y otras el sistemático.
Nosotros vamos a proponer los cuatro que, de modo general, se polarizan en
las cuatro dimensiones de la acción pastoral: la liturgia, la comunión, el anuncio
evangelizador y el servicio a los hombres. Al hacerlo somos conscientes de que
cada uno de los modelos podría subdividirse en otros, ser tratado de una forma
diacrónica o sincrónica. Sencillamente queremos mostrar cómo la organización
de la pastoral desde coordenadas distintas es respuesta a una situación e
implica unas exigencias de acción.

116
«Particularmente en los años pasados, no han faltado pastores que han dirigido sus
comunidades conforme a pretendidos "modelos de Iglesia" excluyentes. Se han contrapuesto,
en efecto, como irreconciliables en la práctica, un "modelo evangelizador" frente a otro
ritualista; un "modelo" meramente democrático y asambleano frente a otro jundicista; una
Iglesia del culto y de la oración y una Iglesia de la justicia, un "modelo" progresista, en fin,
frente a un "modelo" conservador. No se puede pasar por alto, además, que algunos, sin
afirmar expresamente su opción por un "modelo" concreto de Iglesia o de acción pastoral,
manifiestan con sus hechos la opción implícita por un "modelo" determinado y cerrado sobre sí
mismo Este es el caso, por ejemplo, de quienes reducen de hecho la acción pastoral a una
práctica ritualista». Ibidem. N 11.

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I. MODELO TRADICIONAL
Es el modelo que ha potenciado más directamente la acción litúrgica y
en torno a ella ha configurado una Iglesia que en el culto ha encontrado su
principal campo de acción y desde él se ha entendido. La misma configuración
cultual ha dependido y ha potenciado una imagen de Iglesia y unas acciones
pastorales que hoy perviven en muchos lugares.

1. Situación a la que responde


Tradicionalmente la Iglesia se ha comprendido y ha actuado en medio de
un mundo sociológicamente cristiano. La pertenencia de la mayoría de los
ciudadanos, al menos institucionalmente, a la Iglesia propiciaba una
autocomprensión basada en gran manera en el peso específico de esta Iglesia
en la sociedad.
Esta fuerza social estaba apoyada también por una cultura
eminentemente cristiana. La permanencia de la Iglesia en sociedades
concretas durante muchos años, la importancia de las obras realizadas por ella,
el tinte cristiano dado a la educación, las costumbres adquiridas, etc., habían
consolidado una cultura cristiana que, convertida en ambiental, transmitía
elementos y valores de la fe a aquellos que vivían en ella. El cristianismo era
uno de los medios normales para el desarrollo y el crecimiento del mismo
hombre.
Las mismas instituciones humanas, confesionalmente o no, se habían
implantado apoyando y favoreciendo la misma cultura.
Esta situación propiciaba, al menos, tres consecuencias fundamentales
para la vida de la Iglesia:
a.— una preocupación exclusiva por su vida interior, sin que los
ambientes extraeclesiales supusieran mucho a la hora de programar y
proyectar su acción pastoral;
b.— una seguridad de elementos adquiridos por osmosis en la cultura
ambiental que liberaba a la Iglesia de muchas tareas evangelizadoras, ya que
culturalmente eran transmitidos valores y contenidos cristianos;
c.— un reconocimiento social que, por una parte, facilitaba a la Iglesia la
ejecución de sus acciones y, por otra, no presentaba una actitud crítica ante las
mismas.

2. Ideas eclesiológicas básicas


En este modelo tradicional se parte de una imagen de Iglesia como
sociedad perfecta, esto es, aquella que tiene en sí misma todos los medios
para conseguir sus fines.
Su autocomprensión corresponde a la clásica figura piramidal. La Iglesia
se encuentra claramente estratificada y rígidamente están marcadas las
separaciones de sus estratos. Cada uno de ellos tiene relaciones de obediencia
con el que está encima y de mandato con el que está debajo. Cada capa
concede algo, no todo, de su poder a la capa siguiente. En una sociedad

110
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estructurada de esta forma, el complejo de leyes y normas es grande. De la


misma manera es comprendido el protagonismo y la autoría en la acción
pastoral. A medida que se va descendiendo en la pirámide la importancia de la
obra es menor y va creciendo la pasividad y la falta de responsabilidad ante
ella, unidas a un fuerte sentido de obediencia.
La imagen de sociedad perfecta lleva consigo también la separación del
mundo y de los Estados. Si ella tiene la salvación y de una forma completa, su
acción es centrípeta. Los hombres, para encontrarse con la salvación, tienen
que venir a ella. Sólo en ella se encuentra la salvación y lograrla se identifica
con la adhesión a su misma estructura.
Su perfección, por otra parte, no le deja apreciar con claridad su
distancia del Reino y su carácter peregrinante, de lo que se deduce un cierto
triunfalismo en sus planteamientos y la veneración a su mismo ser, estructuras
y realizaciones que tienen más marcado el carácter divino que la contingencia
humana.

3. Planteamiento pastoral
Una Iglesia así concebida y filosóficamente apoyada fuertemente por un
dualismo antropológico y con un concepto de salvación que es espiritual, hace
centrar su acción pastoral en la parte espiritual del hombre. No es tarea de la
Iglesia la edificación de este mundo más allá de lo que sea garantía para
realizar su labor espiritual.
De ahí que la acción pastoral propuesta sea la cura animarum realizada
fundamentalmente a través de la sacramentalización.
El tipo de hombre que busca el cuidado pastoral de la Iglesia es el
practicante, el que recibe los sacramentos que son los medios de la salvación.
La Iglesia garantiza la recepción de estos sacramentos al menos en sus
mínimos por medio de sus mandatos. Este hombre es entendido en su
individualidad y no en sus aspectos y en su ser comunitario. Piedad individual,
sacramentos individuales, caridad individual... Los aspectos sociales de la fe o
son ignorados o tienen escasa relevancia.
La acción pastoral es actuada activamente por medio de los sacerdotes y
recibida pasivamente por medio de los laicos. La misión de Cristo es
continuada en la Iglesia por la jerarquía que, a imagen del Buen Pastor, tiene
encomendada la Palabra, la sacramentalización y el cuidado de la comunidad.
Parece que la acción y misión de Cristo solamente es continuada por los
sacerdotes, mientras que el resto de miembros eclesiales no tienen
protagonismo pastoral ni participan de la misión.

4. Acción pastoral
Las fundamentales son las acciones del culto sacramental que, de un
modo especial, tienen a la parroquia como plataforma de realización. Otras
acciones pastorales están puestas a su servicio y otras estructuras son
consideradas solamente como complementos. Así:

111
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— La acción catequética es entendida desde su relación con los


sacramentos que se van a recibir y para los que prepara. Esta catequesis tiene
que ver poco con la vida y, más bien, es entendida de forma memorística y
como un minicompendio de la dogmática. La preparación sacramental está en
proporción directa con el catecismo que se sabe. En el catecismo, la
enseñanza estaba bien organizada y era sistemática en su concepción.
— De la misma manera, la pastoral de la palabra era amplia, pero
situada también en el mismo contexto: misiones, ejercicios espirituales,
cursillos, retiros, que tenían como objetivo fundamental el llevar a los hombres
a la recepción sacramental.
— La vida comunitaria parroquial tendía especialmente a asegurar la
práctica y la recepción sacramental, a la vez que el control y la certeza de la
misma. El párroco, responsable de la parroquia y figura en torno a la que se
desarrollaba la acción pastoral, conocía a sus feligreses y llevaba el control de
su práctica sacramental.
— La caridad, entendida frecuentemente de un modo asistencial, más
que a la práctica pastoral correspondía a la acción individual o a la actividad
asociada de algunas estructuras eclesiales, sin que su unión con el resto de
acciones pastorales apareciera con claridad.
Vemos, pues, un modelo de acción pastoral en el que los aspectos
antropológicos eran muy poco considerados. La salvación era
comprendida especialmente desde el ex opere operato y el opus operantis
consistía en poner los medios necesarios que aseguraban la realización de la
acción sacramental. La práctica cristiana, además, estaba asegurada por una
especie de recetario que consistía en una ética derivada de las normas
canónicas y centrada en la práctica sacramental: cómo confesarse, cómo
celebrar la misa, cómo hacer la oración, etc. Y esto tanto para el sacerdote
como para el fiel que tenía que ser adoctrinado por él.

II. MODELO COMUNITARIO


Frente a una pastoral tradicional caracterizada por la práctica
sacramental, la aparición de las comunidades en la Iglesia como medio
concreto de vivir la fe y la eclesialidad ha renovado el panorama pastoral. Su
renovación ha venido marcada sobre todo por el descubrimiento y la
potenciación de la comunión y las comunidades en la Iglesia y, de un modo
general, por el señalar e incidir pastoralmente en todos los aspectos
comunitarios de la fe.

1. Situación a la que responde


Uno de los problemas planteados por la pastoral tradicional ha sido el de
la masificación. La concepción de la parroquia desde rígidos esquemas
territoriales y la ampliación del territorio y de la comunidad parroquiales

112
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ocasionada por la nueva configuración sociológica, especialmente la


ciudadana, han traído consigo un doble efecto:
a.— Por una parte, se ha perdido el sustrato sociológico sobre el que se
asentaba la comunidad parroquial y pastoral anterior. No existe ya una
comunidad hu
mana, unida por lazos de conocimiento personal, en la que el pastor pueda
atender de una forma racional su tarea pastoral.
b.— Por otra, una Iglesia redescubierta como comunión en los últimos
tratados eclesiológicos no puede traducir en la concreción de la comunidad la
vida parroquial. La masificación hace posible una realidad pastoral
administrativa, pero no comunitaria. Los lazos afectivos interpersonales están
ausentes de un tipo de pastoral caracterizado por la masificación.
Surge en esta situación el modelo comunitario, especialmente urgido por
la celebración del Vaticano II y, en concreto, por uno de los aspectos de su
doctrina más recibido por la totalidad del pueblo: el de la Iglesia como
comunidad. A este aspecto hay que unir sin duda la reacción antropológica
contra el anonimato y los totalitarismos que caracterizan hoy nuestra cultura ''.
Este modelo es especialmente adaptado para situaciones antiguas de
cristiandad que quieren renovar su vida y buscar la autenticidad por la vivencia
comunitaria de la fe. En un esquema de evangelizacien, este modelo se sitúa
más en la etapa pastoral y, en algunos casos, desde ella, viviendo en
comunidades cristianas, se intenta recuperar tanto la acción misionera como la
catecumenal. No cabe duda de que su intento y su acción van claramente en la
línea de la evangelización.
Desde él se intenta renovar la totalidad de la vida eclesial partiendo de
pequeñas comunidades que hagan realidad el ser comunitario de la Iglesia que
se ha de configurar como comunión de comunidades.

2. Ideas eclesiológicas básicas


Dos ideas básicas están sustentando este modelo, ambas procedentes
de la concepción eclesiológica del Vaticano II:
1.— De un lado, la concepción de la Iglesia como misterio de comunión
que tiene su origen en el misterio mismo de Dios y como misión que ensancha
la comunión e integra en ella. La Iglesia es para el mundo el sacramento del
poder convocador para los hombres de la misión dejada por Jesucristo y
vivificada continuamente por su Espíritu.
2.— De otro, la eclesiología del Pueblo de Dios que ha descubierto el
carácter profético, sacerdotal y real de todos los miembros de la Iglesia desde
la vocación bautismal, ha afirmado la igualdad esencial de todos ellos dentro de
una distribución orgánica de carismas y ministerios, y ha hecho a todos
partícipes de la misión y, por tanto, agentes de la vida pastoral.
Ambas ideas eclesiológicas desembocan en la comunidad como
estructura pastoral que permite vivir en autenticidad la fe y se ofrece como
renovación para la Iglesia.

113
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La renovación de la Iglesia desde esta estructura comunitaria está en el


punto de mira de todas las comunidades. Esta renovación puede darse desde
el cambio o desde la revolución. Las comunidades se presentan como
renovación o como alternativa para la situación actual de la Iglesia. Las que se
presentan como renovación de las estructuras de la Iglesia quieren seguir los
pasos de:
— la comunidad de base en la que los miembros celebran su fe y
realizan su evangelización. Esta comunidad está unida por fuertes vínculos
afectivos y es posible que se dé en ella también la comunidad de bienes y los
compromisos comunitarios compartidos;
— la parroquia entendida como comunidad de comunidades. En ella el
encuentro comunitario es más amplio y también el encuentro con elementos
eclesiales de los que la pequeña comunidad carece por su amplitud. El
entroncamiento comunitario con la parroquia es diverso en los diversos tipos de
comunidades;
— la Iglesia diocesana en la que se da la plenitud del ser de la Iglesia.
Esta Iglesia local solamente llegará a ser en plenitud comunidad cuando en su
base existan comunidades;
— la Iglesia universal en la que la comunión se manifiesta por medio de
la colegialidad, el intercambio de bienes entre las diócesis y la preocupación
por todas las iglesias.
Es conveniente notar que el modelo pastoral comunitario puede abarcar
todos estos pasos o cortarse en alguno de ellos, o esquivarlos. Puede
estructurarse de arriba abajo o de abajo arriba, con lo que pueden nacer
múltiples modelos o submodelos de pastoral con el mismo trasfondo
comunitario.

3. Planteamiento pastoral
La acción pastoral que se ha propuesto este modelo ha sido la de la
edificación de la Iglesia partiendo de la base de la pequeña comunidad hasta la
totalidad de la Iglesia como comunión de comunidades. Y hacer de cada
comunidad la célula de la Iglesia.
Es importante constatar en este modelo que se edifica a la Iglesia desde
la vida misma. No importa tanto la estructura dogmática e ideológica como la
vida real de la unidad en el amor de los que forman las pequeñas
comunidades.
Para configurar a la Iglesia de esta manera, se apela siempre a la
primera experiencia eclesial de los Hechos de los Apóstoles como normativa
para la Iglesia. Pero esta referencia a la vida de las primeras comunidades es
en sí misma plural. Era esencial la existencia de la Iglesia como comunidad,
pero el tipo concreto de comunidad, el «modelo», dependía de múltiples
realidades. De la misma manera, el configurar hoy a la Iglesia como comunidad
va a dar origen a varios tipos o «modelos» de comunidades que tienen en

114
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común esta recuperación concreta y esencial para la vida de la Iglesia que es


la comunidad.
— La estructura comunitaria y el modelo de comunidad no es único en la
Iglesia, sino plural. Atendiendo a lo que ya hemos dicho y a los distintos
acentos que el modelo comunitario puede remarcar, en la Iglesia han aparecido
tipos muy distintos de vivir la comunidad y tipos muy distintos de comunidades.
Todos tienen en común la renovación de la Iglesia desde la comunidad y la
vivencia comunitaria de la fe, pero las realizaciones concretas pueden ser muy
diferentes.
— El modelo comunitario ha sido también el origen de muchos grupos
eclesiales que, sin ser en sí mismos una comunidad, tienen elementos
comunitarios y se engarzan en alguno de los niveles comunitarios de la Iglesia,
fundamentalmente la parroquia o la diócesis. Estos grupos no pueden ser
llamados y no son en realidad comunidades porque carecen de elementos
esenciales de las comunidades, pero se integran en una estructura comunitaria
de Iglesia que los ha hecho posibles. El problema de estos grupos está, en
definitiva, en ese encuentro con la comunidad de la Iglesia que los haga
universales y abiertos.
— En toda esta estructura de comunidades y de grupos en los que se
vive el modelo comunitario, aparece el elemento carismático como nivelador
del institucional. En realidad, el carisma aparece donde hay vida, donde hay
participación y donde hay corresponsabilidad. Y todos estos elementos están
en las comunidades. De ahí que, con frecuencia, la tensión entre la institución y
el carisma aparezca de forma solapada o de forma abierta.

4. Acción pastoral
Un planteamiento pastoral de este tipo desemboca en acciones
pastorales claramente tipificadas. Convendría señalar lo siguiente sobre ellas:
— la comunidad es el elemento cristalizador de los demás elementos
eclesiales que están fuertemente presentes: el servicio al mundo, la
evangelización tanto hacia dentro como hacia afuera, y la liturgia;
— la comunidad intenta ser un signo vivo de salvación en medio de la
comunidad humana. Ya sea replegada sobre sí misma o transformando las
estructuras del mundo, la pequeña comunidad quiere ser un signo de la
salvación ya realizada y la muestra del poder transformador del amor;
— la estructura evangelizadora es muy fuerte. Las comunidades en sus
momentos de unidad dedican mucho tiempo a la evangelización de sus
miembros. En esta evangelización tiene una importancia decisiva la Palabra de
Dios como fuente y origen de toda evangelización;
— la liturgia comunitaria suele ser propia, aunque cada vez con más
frecuencia hemos ido viendo aparecer liturgias idénticas para los mismos
apellidos en las comunidades. En todas es común el tiempo amplio, la
participación y la espontaneidad, la escucha meditativa de la Palabra y la
escucha del hermano que la hace suya;

115
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— la participación de todos los miembros en la vida de la comunidad


es uno de los pilares de este modelo de acción pastoral; por
ello, la comunidad es fuente continua de distintos ministerios y funciones
dentro de ella;
— la vida comunitaria potencia ministerios, tanto ordenados como
laicales, llenos de contenido porque en el seno de la comunidad misma se
desarrolla su actuación. Se crean solamente aquellos ministerios que surgen
de las necesidades reales de la comunidad;
— la acción pastoral es edificada conjuntamente por toda la comunidad.
Todas las edades, las clases sociales, las situaciones de vida son integradas
dentro de un mismo proceso comunitario mostrando por una parte el signo de
la unidad en la Iglesia de todos los hombres y, por otra, la referencia concreta
de cada miembro a la totalidad de la comunidad.

III. MODELO EVANGELIZADOR


Con el término «evangelización» no nos referimos aquí a la misión
completa de la Iglesia, tal como aparece en la exhortación apostólica Evangelii
nuntiandl —en este caso son evangelizadores todos los modelos—, sino que lo
usamos restrictivamente aplicándolo al anuncio primero del evangelio que lleva
al que lo escucha a la fe y a la adhesión a la Iglesia.
Por consiguiente, este modelo quiere aglutinar en torno al tema de la
transmisión del evangelio todos los demás elementos de la vida y de la acción
eclesial y pastoral.
Más que un modelo ya hecho y constatable, es el modelo hacia el que
está tendiendo una Iglesia concreta, la europea, y del que España está
haciendo opción. Aunque está presente en la catolicidad de la Iglesia con
distintas variantes, vamos a referirnos de un modo especial a esas variantes en
el viejo mundo. En el lenguaje es bastante usual: la segunda evangelización,
de la que continuamente habla Juan Pablo II, los planes de pastoral de la
conferencia episcopal española, los congresos en torno a la evangelización y a
la parroquia evangelizadora.

1. Situación que está provocando este modelo


— Cristianismo sociológico que no es manifestación de una autenticidad
en la fe. Frente a unas estadísticas numerosas de cristianos, se da una
realidad muy pobre en la vida de la Iglesia, tanto en la doctrina como en el
testimonio y en el culto. Se manifiesta en: sacramentalización amplia que no
corresponde a la evangelización previa, con lo que se ha cambiado el orden
lógico o se han suprimido elementos esenciales en la vida de la Iglesia. Los
sacramentos así recibidos responden más a una costumbre social que a una
celebración de la fe; infantilismo religioso que se caracteriza por una asunción
no crítica de los contenidos de la fe y de las prácticas religiosas. Es frecuente el
encuentro con cristianos que, a nivel profesional, son universitarios y, a nivel de

116
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fe, son auténticos niños. Esto va haciendo crear la conciencia de que la fe es


algo trasnochado y anterior a la modernidad; separación entre fe y vida en
muchos creyentes, con lo que la fe no llega a ser totalizante en la configuración
personal y la acción pastoral se reduce solamente a algunos ámbitos de la
existencia.
— Presencia en la sociedad de una fuerte marginación y pobreza que
insistentemente pregunta a la Iglesia si sigue siendo signo de la llegada del
Reino el que los pobres son evangelizados.
— La situación que la tercera ponencia del Congreso de evangelización
llamaba «las naciones se salen de la Iglesia». Es la situación contraria a la que
trajo consigo el cristianismo sociológico. Se dio una conversión global al
cristianismo, con los dirigentes y las costumbres de la sociedad; todo se
cristianizó. Hoy vivimos la situación contraria, y parece que también de forma
global. La increencia está llegando a tener rango cultural.
Esta situación de los países católicos de la vieja Europa está obligando a
la Iglesia a hacerse un nuevo planteamiento de su evangelización desde
presupuestos distintos. Para ello, no hay que dar por supuesto nada, ni tener la
confianza en las bases culturales, sino asegurar la evangelización desde sus
mismos orígenes y hacer de los países tradicionalmente cristianos tierra de
misión.

2. Ideas eclesiológicas básicas


Fundamentalmente dos son las ideas que están en la base de un
modelo evangelizador:
a) la misión como autentificación de la comunión;
b) la sacramentalidad de la Iglesia que la hace significativa para el
mundo y eficaz en él.
Ambas ideas confluyen en una apertura de la Iglesia hacia el mundo
para el que la Iglesia se comprende como sacramento de salvación. Lejos del
centripetismo anterior, la Iglesia se siente enviada y ve en los hombres y en el
mundo los destinatarios de su ser y de su acción. La salvación no es impuesta,
sino ofertada. Esta nueva postura implica una serie de actitudes nuevas que
van a transformar la acción pastoral:
— El respeto. El mundo y los hombres tienen su propia y legítima
autonomía. Su dignidad no les viene de ser Iglesia o de estar llamados a ella.
La Iglesia respeta esa autonomía y acepta el que tengan sus propias
mediaciones y sus propias estructuras.
— Diálogo sobre la base común que los une: el hombre. La doctrina de
Cristo y de la Iglesia posee una concepción antropológica propia que la Iglesia
oferta al mundo.
— Servicio. Porque la causa del hombre es la causa de Dios y de la
Iglesia, todo aquello que dignifique al hombre ha de ser servido. Y en este
servicio la Iglesia se encuentra y dialoga con otros hombres que también sirven
al hombre.

117
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— Participación. En la edificación del mundo. Los miembros de la Iglesia


son los mismos ciudadanos de este mundo. Su fe los impulsa a edificarlo de
acuerdo con los planes de Dios.
— Pluralismo. Si el mundo tiene su autonomía propia y sus mediaciones
para edificarse, la Iglesia no tiene un paradigma concreto y técnico que
abarque todos los aspectos de la construcción de la sociedad. Los cristianos
desde su fe pueden optar por aquellas soluciones mundanas que se ajusten a
su conciencia.

3. Planteamiento pastoral
La preocupación evangelizadora quiere ahora concentrar en sí la
plenitud de acciones eclesiales. Se trata también de una acción sectorial, pero
con incidencia clara en toda la vida de la Iglesia: servicio evangelizador,
comunión evangelizadora, liturgia evangelizadora, etc.
Podemos decir que esta preocupación y este modelo de Iglesia supone
una nueva recepción de otro de los aspectos que estaba claro en el Concilio, la
evangelización. El Vaticano II fue un concilio eminentemente evangelizador y
su propuesta de diálogo con el mundo era evangelizadora. Quizá en el tiempo
postconciliar se ha olvidado un poco esta perspectiva y la Iglesia se ha
replegado sobre sí misma y sobre sus propias estructuras. Lo que sí es cierto
es que el modelo evangelizador de pastoral se está imponiendo y caminamos
hacia él, aunque hoy no es todavía realidad y lo vemos como una carencia en
nuestra Iglesia.
Ante esta situación la acción pastoral que la Iglesia se propone es lo que
se ha llamado la segunda evangelización, que, dicho de otra manera, supone la
evangelización de los alejados, la cercanía a los que se están alejando, la
reevangelización de los cristianos y la auténtica iniciación cristiana que sirva de
sustrato a una fe madura y auténtica.
Para que este modelo de pastoral y estas opciones pastorales sean
posibles, necesitaríamos, al menos, estas actitudes y estas exigencias en el
seno de nuestra Iglesia:
a.— Romper el concepto de pastoral de mantenimiento provocada
muchas veces por el miedo. En ocasiones, más que pastoral de mantenimiento
habría que hablar de pastoral de subsistencia. Este tipo de pastoral acaba con
la Iglesia. Dedicarse a conservar trae la consecuencia de que cada vez hay
menos que conservar.
b.— Valoración del mundo de hoy y del momento presente. La añoranza
de otros tiempos evangélicamente se llama infidelidad. Es al hombre de hoy y
al mundo de hoy al que hay que evangelizar. La misión de la Iglesia se realiza
en cada tiempo y éste es el que nos ha tocado vivir. El amor y la salvación de
Dios es para los hombres de nuestra historia y la Iglesia ha de ser sacramento
de ello. Esta valoración implica cercanía, encarnación, sintonía con sus
problemas, hablar el mismo lenguaje y, en definitiva, encuentro con este
mundo.

118
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c.— Junto a la valoración del mundo, la práctica sana del profetismo. No


todo lo que el mundo tiene es bueno. Hay aspectos de la vida humana que
tienen que ser denunciados desde su interior 117.
Valoración del mundo no es identificación, y la Iglesia, a través de su
función profética, debe mantener la debida distancia del mundo
precisamente porque lo ama.
— Unidad en la Iglesia en torno a su evangelización y a su vida. No está
reñida con el pluralismo. Pero no podemos nunca hacer de la evangelización
tarea propia de nadie, sino tarea eclesial, porque la finalidad de la
evangelización es la comunión con Dios y con los hombres, que no es
separable. La unidad tiene que llevar también a una pastoral de conjunto que
se manifieste como tal. La evangelización es de toda la Iglesia y, al realizarla,
la Iglesia ha de mostrarse unida.
— Intento de hacer de la Iglesia un lugar habitable que sea signo
evidente de la salvación histórica y realizada a la vez que invitación a entrar en
ella. Con frecuencia es la institución misma eclesial la que no es
evangelizadora porque no es signo de salvación y porque no transmite el gozo
de esta salvación realizada.

4. Acción pastoral
Para lograr este planteamiento pastoral, habría que potenciar las
siguientes acciones:
— Iniciación cristiana seria que incluya una celebración auténtica de
los sacramentos de iniciación. Recuperación del catecumenado en la Iglesia
que, aunque de forma diversa y plural, esté integrado en la celebración
sacramental. Dado que el bautismo y, en parte, la primera comunión no pueden
tener un catecumenado como tal, se insiste en el catecumenado de la
confirmación y en nuevos catecumenados, mejor neocatecumenados o
procesos de tipo catecumenal, para aquellos que ya han concluido
teóricamente la iniciación cristiana.
— Potenciación de la misión en la Iglesia caracterizada por:
preocupación por los ambientes, especialmente por aquellos que están más

117
La ponencia cuarta del Congreso de Evangelización nos señala unos cuantos en la España
de hoy:
«— La sexualidad y el matrimonio.
— La justicia social, subrayando en este momento el problema del paro con sus gravísimas
consecuencias personales, familiares, psicológicas y morales; el excesivo gasto público; la
evasión de capitales; la inversión creciente en armamentos para la defensa; y la fabricación y
envío de armas a otros países, sobre todo pobres.
— La falta de responsabilidad ciudadana, política y profesional.
— Los atentados contra la vida: el terrorismo, el aborto, la eutanasia, los suicidios, los
homicidios y la pena de muerte; la explotación económica, laboral, sexual, de los adolescentes.
— La falta de ética respecto a la verdad o a la fama debida a personas e instituciones.
— La búsqueda, en algunos casos, de intereses partidistas en la vida política y en la
administración, así como en el manejo de los medios de comunicación social al servicio de
oscuros intereses, con detrimento de lo que es la razón legitimadora de su existencia: el bien
común de la sociedad».

119
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alejados de la vida de la Iglesia: mundo de la cultura, del trabajo, de la juventud


rural;
promoción de un laicado participante y apostólico que hará presente la
misión de la Iglesia en medio del mundo. Una propuesta pastoral de este tipo
sería impensable sin un laicado maduro. Teología del laicado desde el
bautismo y la confirmación y asunción de la misión de la Iglesia como propia y
no delegada;
promoción de los movimientos apostólicos como evangelizadores de los
ambientes. Tras un tiempo de poca presencia y de poca eficacia, la Iglesia ha
valorado muy positivamente su existencia y ha notado su falta en la situación
actual. Estos movimientos pueden ser tanto parroquiales como
supraparroquiales; no son absolutos y encuentran principalmente en la Iglesia
diocesana su lugar de discernimiento y de comunión con el resto de estructuras
pastorales.
— Empeño y trabajo por la transformación social que se manifieste en:
acogida y cercanía a los pobres y a los últimos de la sociedad, haciendo de la
Iglesia lugar de su presencia. Es uno de los signos que hará más creíble a la
Iglesia y una de las verificaciones de la presencia del Reino; trabajo serio por el
cambio de estructuras sociales teniendo como centro de ellas al hombre. No
una Iglesia replegada, sino transformadora del mundo desde las exigencias del
Reino. La lucha y el trabajo por el cambio de estructuras implicará también el
diálogo con quienes lo hacen desde otros presupuestos;
participación en los lugares y plataformas en los que se plantea la
marcha y estructuración concreta de la sociedad. Esta tarea ha de ser
fundamentalmente laical y desde los presupuestos de la propia conciencia, sin
que la Iglesia como tal tenga un modelo concreto y definitivo de sociedad, pero
desde la convicción profunda de que el evangelio es fuerza creadora de un
mundo nuevo;
presencia pública de la Iglesia y testimoniante. Una de las características
de nuestra sociedad es el empeño porque el ámbito de la fe quede reducido a
la conciencia individual. Los cristianos también tienen su voz y su presencia
que es para el mundo. El respeto es necesario, pero de la misma manera lo es
el testimonio.
— Nueva espiritualidad desde la vida y la misión:
liturgia relacionada con la vida y origen de la misión para los cristianos
que la celebran. Normalmente nuestras liturgias tienen poco que ver con el
mundo que vivimos y con nuestras preocupaciones reales. La liturgia ha de ser
también signo de la presencia del Reino en el interior del mundo;
espiritualidad profunda desde el testimonio y los signos de los
tiempos. Oración nueva y compartida desde la realidad que se vive, en
la que se lean los acontecimientos y el mundo como lugar de la manifestación
de Dios y de la edificación del Reino;
búsqueda de una nueva encarnación cultural. Exigencia de primer orden
a la que todavía no hemos dado respuesta. Quizá por la lejanía de los

120
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intelectuales a la Iglesia. Pero una fe que no se manifiesta en los esquemas


culturales no tiene arraigo118;
atención preferencial a los jóvenes. La realidad es que en ellos está la
esperanza de la Iglesia. Una juventud alejada de la Iglesia no resagia buen
futuro. Hablamos de los jóvenes, no adolescentes, o de los matrimonios
jóvenes que están totalmente ausentes de la vida de la Iglesia. Hay algo cierto:
que lo que se les da no les vale y que un tipo muy determinado de pastoral
juvenil termina con la edad del uso maduro de razón. Es necesaria una pastoral
evangelizadora integral
que muestre al joven también su lugar en la Iglesia y lo introduzca
de lleno en la comunidad cristiana;
atención a la religiosidad popular. El pueblo tiene sus formas de
expresar sus sentimientos y de vivir su fe que no siempre coinciden con lo que
le muestran los intelectuales ni con lo que viven los curas. A través de lo que
llamamos religiosidad popular muchas veces ha mostrado su iniciativa en la
Iglesia y su participación. Tampoco es válida la postura de dar por bueno todo
lo que hay. Tenemos que partir siempre de la base de que la fe integra la
religión, pero también la purifica. La religiosidad popular no suele ser signo de
auténtica fe, necesita también ser evangelizada, pero sin caer en la postura
fácil de rechazar todo por mágico;
potenciación de las instituciones temporales cristianas. Es un tema muy
discutido y que no encuentra apoyo general. Si lo que hacen estas instituciones
es solamente labor de suplencia, es lógico que intentemos el que las mantenga
aquel a quien corresponde y que las vayamos dejando. Pero sabemos que no
es así, que hay muchas formas de servicio a los hombres en los que la Iglesia
ha de ser pionera porque traducen concretamente el servicio del evangelio. Lo
importante es que sepamos tener con ellas un discernimiento. No dejar que se
rijan por el espíritu del mundo ni hacer que sean un refugio contra el mundo. No
se trata de partir de la Iglesia como sociedad perfecta, sino de ofrecer la Iglesia
perspectivas para vivir, pensar y actuar en el mundo 119.

118
«La fe debe segregar cultura; y el creyente está llamado a dialogar con la cultura. La
impregnación de la cultura por la fe es un punto de conexión importante para el anuncio
cristiano. La diferencia entre la comprensión cristiana del hombre y el mundo y las
antropologías y cosmovisiones dominantes es grave. El reducidísimo número de intelectuales
cristianos es preocupante. Los que entre nosotros generan cultura son casi todos "increyentes",
"postcreyentes" o "paracreyentes". La presencia de cristianos confesantes en el seno de las
llamadas "minorías cognitivas" (donde se incuban las creaciones intelectuales, literarias,
estéticas, etc., y se conforman los estados de opinión de las mayorías) es harto escasa y
apenas perceptible. De otra parte, el que muchos cristianos se formen opinión sobre las
realidades de la Iglesia con las informaciones suministradas por órganos reticentes, e incluso
agresivos, es motivo de inquietud». De la tercera ponencia del Congreso Evangelización y
hombre de hoy.
119
«Con estas ofertas diferenciadas (otros grupos están llamados a presentar las suyas) la
convivencia se hace realmente más plural, más rica y más libre. Resulta pintoresco constatar
cómo hoy en España políticos laicos e ideólogos arreligiosos terminan coincidiendo con los
cristianos más conservadores en demandar a la Iglesia que se ocupe exclusivamente de las
almas y en exigir a los teólogos que circunscriban sus elucubraciones a los altos e
inescrutables misterios de la Trinidad, la unión hipostática y la predestinación. Como en los

121
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— Necesidad de una creatividad pastoral que sea auténticamente


evangelizadora. Estamos muy estancados en métodos y formas que conservan
lo que hay, pero no inciden en los que no están. Por otra parte, encontramos
con frecuencia métodos nuevos que no tienen la suficiente hondura
evangelizadora; simplemente sirven para llamar la atención. El momento de la
Iglesia de la vieja cristiandad necesita esfuerzo y trabajo serio para llevar a
cabo la reevangelización. Indudablemente vemos aparecer también nuevas
formas pastorales con incidencia evangelizadora. Hasta ahora son bastante
minoritarias, pero esperanzadoras. Tipos de comunidades, asambleas
parroquiales y diocesanas, objetivos de pastoral, etc., sí se están mostrando
como cauces nuevos para una pastoral evangelizadora y es necesario seguir
insistiendo por ahí.

IV. MODELO LIBERADOR


Este modelo es también sectorial. Se fija en un campo concreto de la
pastoral de la Iglesia y, desde él, quiere aglutinar todos los elementos
pastorales. En este caso, es fundamentalmente el servicio la dimensión de la
acción pastoral que pasa a primer término.

1. Situación a la que responde


El modelo liberador de acción pastoral ha brotado de la teología de la
liberación como dimensión práctica de esta misma teología. Por consiguiente,
la situación en la que nace y las causas de su nacimiento son las mismas que
las de la teología de la liberación, teniendo su geografía propia, que es América
Latina, aunque muchas de sus premisas puedan haber sido adoptadas como
principios pastorales en otros lugares donde la situación es semejante. Hoy ya
se habla de una teología de la liberación diversificada en América Latina y,
consecuentemente, de una práctica liberadora en lugares geográficos
diferentes.
La situación que urge una práctica pastoral liberadora es la de la
injusticia tanto personal como estructural que ha degradado al hombre hasta
situarlo en niveles infrahumanos. El pecado llevado a niveles estructurales,
culturales y de mediaciones ha llevado a grandes masas a vivir sus
consecuencias de tal modo que su misma dignidad personal ha quedado
dañada.
En esta situación, la celebración del Vaticano II, el uso del método
teológico de la Gaudium et Spes, el compromiso social creyente de muchos
miembros de la Iglesia y la utilización de las ciencias sociales para explicar el
subdesarrollo y sus causas, han hecho nacer una teología nueva caracterizada
por su método, diferente del de la teología tradicional y defensor siempre de su

mejores tiempos del liberalismo decimonónico, ciertos paladines de la postmodernidad


pretenden que la Iglesia se recluya en las sacristías (sacristías, por cierto, que tan bien les
vinieron a algunos en el régimen anterior para hacer su política)». De la cuarta ponencia de
Evangelización y hombre de hoy, Congreso.

122
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identidad, y dirigir la acción pastoral hacia la búsqueda del desarrollo integral


del hombre, de la salvación de Jesucristo dada en la historia, que sea lugar
teológico de su misma reflexión teórica.

2. Ideas eclesiológicas básicas


En la base de un planteamiento pastoral que quiere responder a esta
situación, habría que situar las siguientes ideas eclesiológicas:
— La concepción sacramental de la eclesiología, desarrollada
abundantemente en los años preconciliares, consagrada por el capítulo primero
de la Lumen Gentium e inspiradora de la teología y la práctica pastoral que han
recibido la doctrina conciliar. Según ella, la Iglesia, sacramento de la unión del
hombre con Dios y de los hombres entre sí, no sólo significa aquello que
simboliza, sino que lo realiza eficazmente ya aquí, en esta fase de la historia.
La salvación de Jesucristo penetra los corazones y las estructuras de los
hombres para transformarlos desde las exigencias del Reino.
— La eclesiología de las iglesias locales que ha visto en cada diócesis el
lugar donde emerge la Iglesia en su plenitud. Desde ella, las iglesias locales se
han concienciado como auténticos lugares de programación pastoral, han
hecho vida su legítima autonomía y han podido encarnar su ser y su acción en
respuestas evangelizadoras de situaciones determinadas y concretas.
— La distinción clara entre Iglesia y Reino que ha situado al Reino en
sus características absolutas en su relación con la Iglesia y a la Iglesia en su
servicio al Reino para significarlo y para instaurarlo en sus dimensiones
históricas. El Reino de Dios, no identificado con la Iglesia, sino impulsor desde
la esperanza y desde su instauración progresiva de su compromiso temporal,
es quien plantea unas concretas exigencias de acción a la misma vida eclesial.
— El diálogo con el mundo tal y como lo describe la constitución pastoral
Gaudium et Spes y la más reciente doctrina social de la Iglesia. Este no es
entablado solamente en los niveles intelectuales, sino en los del compromiso
por la búsqueda y la creación de una sociedad más justa en la que el hombre
sea verdaderamente hombre. La Iglesia no es ajena a la situación del mundo,
sino que todo lo humano encuentra verdaderamente eco en su corazón y se
traduce en un compromiso decidido de evangelización en la que esté presente
todo lo que pueda dignificar al mismo hombre.
Todas estas ideas eclesiológicas, puestas de manifiesto en la
celebración del Concilio, han servido de base para el desarrollo doctrinal y para
la práctica pastoral de teología de la liberación.

3. Planteamiento pastoral
Su propuesta pastoral es ésta: tomar conciencia de la situación social
(dato socioanalítico) en la que se ejerce la evangelización y transformarla para
que el anuncio de la salvación resulte eficaz. Conviene que recalquemos
algunas ideas:

123
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— la toma de conciencia de la situación. Se trata, pues, de una opción


pastoral que parte de la situación dada. Al principio está la realidad concreta.
No es posible transplantarla, ni prescindir de ella;
— el tema de la eficacia es central. La evangelización, el anuncio de la
salvación de Jesucristo, es buscada y querida fundamentalmente desde la
eficacia, porque es capaz de transformar la realidad y aportar la situación
nueva que el pueblo espera;
— la eficacia implica metas y medios en orden a la transformación de la
realidad social. Estos medios son las opciones pastorales desde las que se
busca la eficacia liberadora del evangelio.

4. Acción pastoral
— La catequesis como medio de activar el proceso de concienciación. El
modelo pastoral liberador sitúa a la catequesis como fuente de toda la praxis
liberadora porque se adquiere en ella la conciencia de la situación injusta y de
la nueva situación que ha de crear el evangelio.
La catequesis de la liberación tiene un fuerte componente profético tanto
por la denuncia como por el anuncio. No sólo sirve para tomar conciencia de la
situación de pecado en la que se está viviendo, sino también de la situación de
gracia a que invita el evangelio y que se hace real por la acción de los
cristianos.
Esta actitud profética se manifiesta:
A) hacia la sociedad y sus condiciones sociopolíticas que han de
sertransformadas;
B) hacia la Iglesia que en muchas ocasiones ha sustentado con su
teología y con su doctrina no crítica estas situaciones sociales.
C) De ahí que ei modeío liberador se sitúe siempre en una comunión
crítica con la Iglesia institucional. No es que quiera construir una
iglesia paralela, sino que quiere transformar la Iglesia a la que
pertenece.
— Iniciar un proceso de emancipación. Como este proceso tiene que ser
concreto y no puede quedar solamente en ideas, es necesario que los
cristianos asuman un proyecto histórico concreto, político, que quiere ser
mediación de la instauración histórica del Reino.
Aunque las distintas corrientes llegan a distintos compromisos, lo que sí
es incuestionable es que la instauración del Reino pasa por la mediación
política y la concienciación de la catequesis debe llevar a esa acción.
Entendemos política en una acepción más amplia que la partidista o la técnica,
aunque esto no quiere decir que sea excluida.
— El sujeto de este proceso emancipador es el Pueblo de Dios bajo la
inspiración de su Palabra. Quien tiene que lograr la transformación de la
sociedad y hacer del evangelio fuerza liberadora es el Pueblo.

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Las comunidades de base son el medio para hacer del Pueblo de Dios
sujeto de emancipación. En ellas la salvación es anunciada y vivida y en ellas
el evangelio se hace fuerza liberadora.
Estas comunidades son base para una nueva sociedad y para una
nueva Iglesia que no se construye desde arriba, sino desde el mismo pueblo.
De las comunidades surgen los ministerios y los carismas que son servicio a
las mismas y están así llenos de contenido.
Estas comunidades van a dar origen a una nueva comprensión teológica
de la Iglesia, a una nueva eclesiología que se construye desde ellas y desde la
categoría de Pueblo.
— Entrar en este proceso emancipador equivale a ser evangelizado. No
existen dos momentos distintos en la recepción del evangelio, sino que el
evangelio se recibe en la misma medida en que transforma la realidad de aquel
que lo recibe. La Iglesia es evangelizada y evangeliza en el mismo acto,
cuando el evangelio posee eficacia y transforma realmente las realidades
humanas.
Un evangelio sin fuerza transformadora y liberadora no es auténtico;
sería manipulado y puesto al servicio de otros intereses que no son los suyos.
No puede haber una recepción de la Palabra que anule su capacidad
transformadora.
— La pastoral liberadora hace una opción preferencial por los pobres.
De hecho, la acción de la Iglesia en favor de ellos es poner en activo la caridad,
la gran fuerza eficaz del evangelio. La escritura es leída desde esta óptica, en
función de legitimar una caridad eficaz.
Esta opción por los pobres hace que sean considerados como
conciencia crítica y como autores de la salvación, de la Iglesia y de la sociedad.
De ahí la importancia de su voz, que es llamada y evangelizaron para toda la
Iglesia. En realidad, la Iglesia ha de ser el lugar donde su voz pueda ser
pronunciada y oída, porque el evangelio se manifiesta a través de ellos.
— La liturgia está en estrecha conexión con la idea de liberación. En ella
celebra el Pueblo la meta que aún no ha conseguido y a la que aspira. Esta
salvación se ha dado en Cristo y es meta para el camino de liberación.
Los signos de la liturgia son eminentemente populares, comprendidos
por el Pueblo porque son sus propios signos.
— Valoración progresiva de la religiosidad popular en la que el Pueblo
ha manifestado sus inquietudes y sus ansias de liberación. Es uno de los
momentos importantes para que la Iglesia oiga su voz que se manifiesta tan
espontáneamente.
Hemos visto cuatro modelos de acción pastoral. Terminamos el tema
como lo comenzamos: recordando que los modelos no son completos y
cerrados. Es posible que, tal y como los hemos estudiado, no se den nunca y
que haya trasvases de elementos de unos modelos a otros. La realidad de la
vida de la Iglesia y de su acción pastoral es mucho más rica que la
catalogación que de ella podamos hacer. A veces, también es menos lógica

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que el estudio de la teología y, en la realidad, podemos encontrarnos con no


pocas incongruencias y con la existencia de modelos nada similares. Es
posible porque ni los modelos deben ser nunca contrapuestos ni ninguno es
absoluto. Más que nada son organizadores de una acción que ofrece la misma
salvación de Jesucristo transmitida sacramentalmente por la Iglesia. De ahí el
que ninguno pueda cerrarse ni ser cerrado a las influencias e intuiciones de los
otros.

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CAPÍTULO VIII
LA PROGRAMACIÓN PASTORAL
A lo largo de los capítulos precedentes, siempre hemos encontrado la
oposición entre un tipo de pastoral caracterizado por la uniformidad de la
repetición de acciones, métodos y finalidades, y otro tipo de pastoral en la que
la planificación, la creatividad y la atención a las realidades van marcando un
futuro plural de acuerdo con las exigencias de las situaciones diversas y de la
misma evangelización.
De hecho, los dos tipos de pastoral corresponden a dos modelos
eclesiológicos diferentes y a dos concepciones distintas de la tarea
evangelizadora de la Iglesia. Sin entrar en estos temas porque están siendo
repetidamente abordados a lo largo de la obra, sí hay que señalar que una
pastoral planificada para dar respuesta a las necesidades de la evangelización
es el resultado de las corrientes y movimientos renovadores de la pastoral de
todo este siglo.
La misma práctica pastoral nos está mostrando que una pastoral
caracterizada por la conservación está llegando a problemas de supervivencia
con la insatisfacción consecuente de sus agentes. El cansancio y la falta de
ilusión de muchos agentes y muchas acciones pastorales contrastan vivamente
con el nuevo ardor que repetidamente citamos como característica de una
nueva evangelización.
El problema de la inadecuación entre medios puestos y resultados
obtenidos sigue siendo un reto para la pastoral de la Iglesia. El tema de la
eficacia y la ineficacia de las acciones pastorales entra de lleno en esta
problemática.
De hecho, cuando Pablo VI escribió la exhortación apostólica Evangelii
Nuntiandi y hablaba de la evangelización como tarea de la Iglesia, más que
preguntarse por el contenido central de la misma, se hacía preguntas en torno
a la eficacia:
«¿Qué eficacia tiene en nuestros días la energía escondida de la
Buena Nueva, capaz de sacudir profundamente la conciencia del
hombre? ¿Hasta dónde y cómo esta fuerza evangélica puede
transformar verdaderamente al hombre de hoy? ¿Con qué
métodos hay que proclamar el evangelio para que su poder sea
eficaz?»120.
Cuando se ha comenzado a hablar en estos últimos tiempos de una
nueva evangelización como programa pastoral para la Iglesia hoy, los nuevos
métodos121 están siempre presentes en cualquier aproximación al tema.

120
EN 4.
121
En el discurso de Juan Pablo II al CELAM en Haití el 9 de marzo de 1983, cuando se
nombra por primera vez el término de nueva evangelización en el sentido que después
comúnmente se ha utilizado, ya está presente el tema de los nuevos métodos que más tarde va
a repetirse reiteradamente.

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Pues bien, la programación pastoral hoy se presenta como uno de esos


nuevos métodos que pueden hacer más eficaz la acción de la Iglesia para que
ella logre en realidad aquello que se propone. No se identifica con la eficacia
como tal ni agota la novedad de los medios en la evangelización, pero sí está a
su servicio. La Iglesia, que ha recibido la misión del anuncio del evangelio a
todos los hombres, ha de preguntarse en cada momento de su historia por la
forma concreta
de realizar esa misión para que resulte eficaz.

I. UNA PRACTICA PASTORAL INSUFICIENTE


Una mirada a la pastoral puesta en práctica hoy en la Iglesia nos
descubre fundamentalmente tres formas de trabajo en lo que a la programación
se refiere:
a) La pastoral basada en la repetición de acciones. Esta pastoral es la
típica de estructuras con muchos años de vida y de experiencia. Consiste en no
tener otra programación que la de realizar una vez más aquello que siempre se
ha hecho.
No es que no exista la acción pastoral. A veces es múltiple, variada y
aun compleja. Lo que hemos llamado pastoral tradicional no se ha
caracterizado por no saber qué había que hacer; más bien lo contrario: existía
toda una serie de acciones, con sus tiempos, sus agentes y sus destinatarios,
que llenaban de contenido las estructuras pastorales. La experiencia de
muchos años y los frutos de esta misma experiencia aconsejaban la realización
de las mismas acciones que hoy siguen siendo la tarea pastoral más presente
en la Iglesia.
La parroquia, al ser la estructura con más años en la vida de la Iglesia,
puede ser la que sea también más claro exponente de esta situación. Pero,
junto a ella, grupos de espiritualidad, asociaciones, movimientos, comunidades
o incluso la totalidad de muchas iglesias locales pueden vivir una situación
parecida en lo que se refiere a su acción pastoral.
b) La pastoral de la respuesta a situaciones nuevas. Caracterizada por la
improvisación o por la no integración de las acciones en el conjunto de la
actividad eclesial. Las dos manifestaciones son frecuentes en la vida de la
Iglesia tanto en las estructuras de siempre como en las de nueva creación.
Unas veces, las estructuras que tenemos se enfrentan a tareas que no
entran en su historia repetida. Entonces, desde la urgencia de la improvisación
se acometen nuevas acciones que no habían sido planificadas para dar
respuesta a una situación que se nos escapa de las manos. Con frecuencia,
estas acciones son pensadas para salir del paso o desde la ocurrencia de
cualquiera de los agentes pastorales que desde su individualidad da la
respuesta que cree oportuna.
En otras ocasiones, las acciones nuevas son contempladas de forma
puntual sin que su realización suponga nada para la pastoral practicada. Ante

128
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un acontecimiento o una necesidad en la vida de la Iglesia, se realizan


acciones aparte o se programan independientemente, sin que su ejecución
tenga nada que ver con la pastoral planificada o sin que supongan nada para
su futuro que permanece siendo el mismo.
De esta forma se responde en algunas estructuras a las programaciones
pastorales o a los planes que con frecuencia vienen desde fuera; no se asumen
y se consideran más como imposición que como vida propia. Se les deja un
pequeño puesto en las actividades tradicionalmente realizadas sin que la vida
pastoral cambie de rumbo.
c) La pastoral planteada desde objetivos amplios y vagos y sin una
planificación evaluable. El tema de la planificación poco a poco ha ido
incorporándose a la vida de nuestra Iglesia. Desde distintas plataformas se ha
ido exigiendo y el mismo contacto con realidades programadas ha tenido como
consecuencia una ampliación de la programación a muchas acciones
eclesiales. Pero se ha planteado el problema desde una programación muy
poco técnica.
Por una parte, se ha basado en objetivos tan amplios y vagos, ha
descrito objetivos tan generales, que después no ha sabido pasar a reflejarse
en objetivos específicos y operativos. Si repasamos hoy las diferentes
programaciones diocesanas, nos encontramos con títulos similares en la
mayoría de las diócesis y con una amplitud temática que no es traducible en
acciones y en programaciones específicas. La nueva evangelización, la
corresponsabilidad del laicado, la creación de la comunidad, etc., son temas
que pueden tener una bella formulación, pero no se traducen en una realidad
nueva.
Por otra, la falta de una planificación detallada y operativa hace
imposible la evaluación continua y final, con lo que el mecanismo mismo de la
programación falla. Es imposible saber evaluar, por la falta de medios, cómo un
objetivo concreto se va haciendo vida en nuestra acción pastoral.
Todo esto nos descubre que la programación necesita también su
técnica y su metodología.

II. CAUSAS DE ESTA PRACTICA PASTORAL


Son diversas y en cada situación podemos encontrar algunas. Podemos
señalar en especial las siguientes:
— La búsqueda de resultados inmediatos, algo tan de acuerdo con
nuestra psicología que difícilmente podemos prescindir de ella. Y ciertamente
una pastoral de tipo tradicional repetitiva tiene asegurada una serie de acciones
que se desarrollan con su acostumbrada puntualidad. Mientras que una
programación pastoral implica los largos plazos y los objetivos a cierta
distancia, con lo que entra consecuentemente la inseguridad en el camino, una
pastoral no programada parte de la seguridad que le da su propia historia.
— Un esplritualismo pastoral que prescinde y sospecha de técnicas
«demasiado humanas» para una acción al servicio de la gracia. Desde él,

129
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parece que aplicar a la acción pastoral técnicas de eficacia supone una


devaluación de la misma acción y una exagerada humanización de lo
sobrenatural. El tema lo tratamos detenidamente en los criterios de acción
pastoral, especialmente en todo lo que se refiere al protagonismo de Dios y a la
encarnación de Cristo como modelo de toda acción pastoral.
— El reparto de responsabilidades. Una acción programada se
caracteriza por la búsqueda y determinación de agentes para las distintas
acciones. En una pastoral tradicional, centrada en los clérigos como principales
agentes, es difícil el reparto de responsabilidades y el reconocimiento de la
mayoría de edad de los agentes. Pero también en una pastoral programada es
difícil que los distintos agentes quieran responsabilizarse de lo que les
corresponde. Sin duda, es más sencilla una acción desde la obediencia y
desde la ausencia de responsabilidades propias que aquella en la que entran a
formar parte muchas voluntades, muchas decisiones y muchos individuos.
— La dificultad de los proyectos de futuro. Dificultad que en nuestro
ámbito cultural se agrava por la vida al día y por el cambio continuo de
situación e incluso de valores. Una pastoral planificada tiende a objetivos de
largo plazo y hoy son costosos por la desconfianza en planes amplios. Tanto
las decisiones personales que implican un futuro como los planes previstos
para ser realizados a lo largo de muchos años encuentran hoy pocos
simpatizantes. Y la verdad es que los problemas más serios de la práctica
pastoral están pidiendo una planificación amplia y soluciones de futuro.
— La sospecha de tecnicismo y burocratización, resultado de unas
prácticas que necesitan programación, seguimiento, organigramas y discusión,
evaluación y rectificaciones continuas. Estas técnicas parecen propias de
oficinas y de funcionariado y no estamos acostumbrados a ponerlas en práctica
en la Iglesia, en la que la naturalidad y la carencia de burocracia presiden
nuestras acciones. Sería necesario distinguir entre las dos posturas para ver
que no son opuestas, sino que se complementan, y para valorar también el
trabajo bien hecho que implica y comporta su propia técnica. El tecnicismo de
un método no se opone a la naturalidad, sino a la improvisación.
— La dificultad del mismo método, que implica preparación, estudio,
análisis de la realidad, criterios teológicos, proyectos, evaluaciones, etc. No
cabe duda de que la pastoral de tipo tradicional no necesita todo esto y que ya
tenemos asegurados los medios y las personas para realizarla, mientras que
una planificación implica una dificultad mucho mayor. La dificultad estriba
fundamentalmente en la preparación y formación de agentes para un tipo de
pastoral nueva en la que no basta la buena voluntad, sino que es necesaria la
competencia y un cierto grado de profesionalidad. Pero lo que está en juego no
es la dificultad en sí, sino la evangelización a favor de la que la Iglesia tiene
que poner todos sus recursos. Si estos recursos implican dificultad, hay que
contar con ella y preparar para ella.

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III. DOS MODELOS ECLESIOLOGICOS


En el fondo de la diferencia entre una pastoral de tipo tradicional y una
pastoral planificada está la eclesiología subyacente. Dos tipos de concepción
eclesiológica están sustentando dos maneras distintas de comprender la acción
pastoral.
Quizá no podamos decir que la pastoral tradicional no estaba
planificada. Si existen unas acciones y éstas se realizan, si la acción pastoral
tiene sus estructuras, sus medios y sus personas, hay mente un tipo de
planificación presente. Lo que ocurre es que responde a una concepción de
Iglesia en la que la programación adquiere estas características:
— Es implícita. Se da por supuesta y todos la conocen. No hace falta
renovarla ni hacer consciente a nadie de ella, porque todos están incluidos ya
en el sistema por la misma repetición de los actos y de la pastoral. No es
necesario explicitarla en un plan porque está asumida por todos,
— Es ahistórica porque no parte de la situación a la que quiere
responder, sino a unos conceptos prefijados de acción pastoral y delas
estructuras que la sustentan. El mismo tipo de acción pastoral puede ser
repetido incluso durante siglos al no hacer referencia al mundo al que va
dirigida.
— Es universalista, de modo que, lejos de una encarnación cultural, puede
plantearse como acción de cualquier lugar de la Iglesia. Basada en las
estructuras existentes para las que se han determinado una serie de acciones,
en todos los lugares donde las estructuras existan las acciones serán
repetidas.
La programación pastoral, por el contrario, responde a un modelo
eclesiológico distinto que aporta sus características al mismo hecho de la
programación. Dentro de este modelo, la Iglesia se caracteriza:
— Por su estado de camino, en el que la vida pastoral no consiste en la
repetición de acciones, sino en un avance continuo en el que cada situación
lograda es el principio de una nueva situación deseada. La práctica pastoral no
se concibe de una forma estática, sino con la misma dinámica que caracteriza
a la misma naturaleza eclesial. La concepción de Pueblo de Dios peregrinante
ayuda perfectamente a este tipo de comprensión eclesiológica.
— Por su diálogo con el mundo, en el que no sólo aprende las técnicas
por las que él se desarrolla, sino que quiere responder también a sus mismas
situaciones. La programación pastoral misma responde a este diálogo porque
la Iglesia ha aprendido su técnica desde el mismo mundo; es una muestra más
de la lectura creyente de los signos de los tiempos. Pero, además, la Iglesia
concibe su acción en diálogo y como respuesta a las situaciones concretas y
distintas de los hombres, como respuesta a sus preguntas de cada momento
histórico.
— Por la comunión realizada en la acción conjunta. No se trata, por
tanto, de un mero concepto abstracto e intelectual de comunión, sino de la
lograda por aspirar a lo mismo, tener trabajos comunes y complementarios y

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agrupar a los hombres en tomo a la misma tarea 122. Es la comunión hecha


práctica como manifestación del misterio de comunión presente en la Iglesia
que la lleva a vivir de una determinada manera.
— Por la corresponsabilidad y la colegialidad, muestras de una teología
bautismal desarrollada en la que cada miembro de la Iglesia participa de la
misión global, se encuentra con los otros miembros para realizarla y comparte
tareas de las que se siente responsable. No es, por consiguiente, el resultado
de una eclesiología piramidal, sino de una acción pastoral entendida desde la
eclesiología de comunión.
Este modelo eclesiológico responde a la eclesiología postconciliar en la
que nos hemos situado en los capítulos anteriores. Desde ella, aunque se usen
técnicas de programación presentes en otros muchos lugares y plataformas no
eclesiales, la acción programada tiene una entidad propia que va a condicionar
todo lo que en sí misma es la programación. Lo que se programa es una acción
que es:
a.— Continuación de la misión que Jesús había recibido del Padre y a
través de la que Dios sigue actuando en medio del mundo, amando y salvando
a los hombres.
b.— Presencia sacramental del Reino que es don salvador
intrahistóricamente vivido y anuncio escatológico de un Reino trascendente
final de la Iglesia y del mundo.
c.— Salvadora del hombre concreto, a quien transforma por la
conversión de su corazón y del mundo en el que vivimos y a cuyas estructuras
también está dirigida para que se pongan al servicio del hombre y rechacen el
pecado.
Al servicio de esta acción concreta se programa y para que esta acción
tenga sus características propias, signo de su identidad. Por ello, la
programación debe caracterizarse por su docilidad al Espíritu y a su acción que
se canaliza a través de nuestros medios.
Por consiguiente, lo que la programación pastoral intenta es realizar esa
acción concreta identificada de la Iglesia de una forma eficaz y, para ello, pone
en juego a todas sus personas, agentes de la acción pastoral, con todas las
acciones que realizan y con todas las estructuras pastorales que las diferentes
personas han ido creando a través de los siglos para asegurar la posibilidad y
la realización de las acciones pastorales.
No es entonces la eficacia lo directamente pretendido, sino la acción
propia y característica de la Iglesia la que hay que realizar de una forma eficaz.
El mismo valor de la acción en cuanto tal está postulando la mayor eficacia
para ser lograda.
El mismo diálogo de la Iglesia con el mundo implica el que la Iglesia
aprenda técnicas mundanas y actúe siguiendo formas de actuación aprendidas
fuera de ella. En el diálogo, la Iglesia no sólo da; también recibe. Lo importante
122
Cf. CAPPELLARO, J. B. (ed.), Da massa a popolo di Dio. Progetto pastorale (Asís 1981),
147.

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es que lo aprendido en las técnicas del mundo se ajuste a la identidad de la


acción eclesial y sea servicio a esa identidad. La Iglesia no pierde nada por
ello; al contrario, se enriquece con el diálogo.

IV. LA PROGRAMACIÓN
Programar quiere decir situar en una organización todos los elementos
pastorales para lograr los fines que la acción de la Iglesia persigue. Esto
implica:
1.— Sistematizar y poner en relación los elementos de modo que
ninguno actúe por su cuenta y al margen del conjunto, sino que la interrelación
marque a cada elemento su puesto por la relación concreta que tiene con el
plan fijado;
2.— Abarcar la totalidad de elementos pastorales: los personales y no
personales, las acciones, las estructuras, medios, fines. En definitiva, todo lo
que compone la acción pastoral ha de ser incluido en un programa;
3.— Elaboración intelectual previa a la misma acción que la determina,
la precisa y la dirige. La programación implica, por tanto, un proceso reflexivo
en el que se va a decidir la organización concreta de los elementos pastorales
en orden a la consecución de unos objetivos determinados y optados.
La programación busca la eficacia y tiende a que los recursos con los
que contamos para la acción pastoral se ajusten a los objetivos trazados y den
el mayor rendimiento posible. Implica, por tanto, una técnica que tiene su
dificultad, pero que es puesta al servicio de la Iglesia y de su misión
evangelizadora para que esta misión pueda producir mejores frutos. Programar
implica conocer la realidad, conocer posibilidades, estudiar relaciones, poner
en práctica pasos determinados, evaluaciones diversas, etc., y necesita
también una formación tanto teórica como práctica en su misma técnica.
La programación pastoral está ligada a una situación determinada y a un
proyecto determinado, es el resultado de ambos o, mejor dicho, la forma de
pasar de la situación al proyecto. Consiguientemente, antes de cualquier
programación pastoral, hay que conocer la situación dada y explicitar la
situación deseada123 para poder trazar las líneas de una programación pastoral.
Teniendo en cuenta su situación y su ligazón con una situación y un
proyecto, la planificación pastoral responde a los siguientes interrogantes:
— «¿por qué y para qué se va a actuar? (motivos y finalidades)
— ¿qué se quiere conseguir? (objetivos)
— ¿dónde se va a actuar? (contexto)
— ¿a quiénes va dirigida? (destinatarios)

123
MIDALI, M., en su obra Teología pastorale o pratica. Cammino storico di una
riflessionefondante e scientifica (Roma21991), habla de estos tres pasos en el camino
metodológico de la teología pastoral: el conocimiento de la situación dada, la proyección de la
situación deseada y la fase estratégica de paso de una a la otra. Más tarde ha vuelto a repetir
su camino metodológico para la teología pastoral: cf. VANZAN, P. (ed.), La teología pastorale.
Natura e statuto scientifico (Roma 1993).

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— ¿cómo se va a actuar? (tareas a realizar y método)


— ¿con qué personas se cuenta? (responsables)
— ¿qué recursos materiales se necesitan? (medios)
— ¿cuándo y con qué plazos? (programación temporal)
— ¿cómo comprobar su realización? (evaluación)».
Relacionando los tres pasos metodológicos que hemos propuesto con el
método tradicional del ver-juzgar-actuar (que así queda superado) y con la
teología pastoral y la pastoral aplicada, tendríamos el siguiente cuadro:

Situación dada Situación deseada Planificación


Ver-Juzgar Actuar
Teoría Pastoral Practica Pastoral

Por consiguiente, el actuar tiene un momento reflexivo que corresponde


a la teología pastoral y un momento activo que corresponde a la pastoral
aplicada, mientras que el ver y el juzgar se condensan en el análisis de la
situación de la que partimos.
Explicitemos los tres momentos:

1. El análisis crítico de la situación


Consiste en evaluar la práctica pastoral existente desde su conocimiento
que la identifica y la contextualiza. Normalmente hay un conocimiento implícito
de la realidad pastoral que, en ocasiones, creemos suficiente para la
planificación. Sin embargo, convendría convertirlo en un conocimiento
riguroso.Constaría este conocimiento
de tres momentos.
a) Análisis fenomenológico: conocimiento de la realidad, que implica:
— El conocimiento del mundo donde se da la acción eclesial (este
conocimiento bien puede venir dado por ciencias auxiliares y no estrictamente
teológicas);
— El conocimiento de la acción que la Iglesia realiza en ese mundo;
— La interrelación de la acción de la Iglesia sobre el mundo determinado;
— El conocimiento del desarrollo histórico de una situación determinada para el
conocimiento de las causas de la situación presente.
b) Análisis crítico: correspondería a parte del juzgar en la metodología
tradicional. Se trata de dar una valoración a la situación analizada. Para ello:
— Es necesario tener una criteriología teológica, especialmente eclesiológica,
para descubrir si la esencia de la Iglesia se corresponde con su existencia, si
hay un actuar que se deriva claramente del ser.
— Es necesario tener modelos interpretativos desde los que poder evaluar la
acción pastoral.
c) Análisis soteriológico: conclusión de todo el análisis, y en elque hemos
de descubrir si en la situación analizada están presentes los planes de Dios y
su salvación. Esto es:

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— Si esa historia y esa situación en la que nos centramos y para la que


programamos es historia de salvación y no meramente historia humana.
— Si Dios está actuando en el mundo a través de esa situación pastoral con la
que está obrando la Iglesia. Es decir, descubrir si la acción pastoral analizada
es servicio a la actuación divina, a su plan de salvación sobre los hombres y
sobre el mundo.

2. Proyecto de la situación deseada


Construido lógicamente a partir de la situación evaluada y como
respuesta a la misma evaluación, ya que siempre que se evalúa corregimos,
replanteamos o intensificamos en los distintos aspectos de una realidad de
acción. El proyecto de una situación nueva:
a) Surge de la insatisfacción ante la práctica pastoral analizada o la
insuficiencia de las acciones pastorales para lograr los objetivos previstos. Sin
esta insatisfacción no necesitaríamos la proyección de otra, ni mucho menos
una programación nueva para lograrla.
b) Responde a una criteriología teológica, complemento o repetición de
la criteriología por la que juzgamos como insuficiente la práctica anterior
analizada. Por supuesto, en esta criteriología se plasman las ideas teológicas
de aquellos que quieren hacer una programación. Es tan importante la relación
teoría-práctica, teologíapastoral, que implícita o explícitamente siempre existe.
Por eso, ante situaciones similares podemos encontrarnos con prácticas
pastorales diferentes.
c) Se realiza por medio del trazado de objetivos con los que se quiere
dar respuesta a los desafíos descubiertos en el análisis valorativo de la realidad
pastoral.
Estos objetivos deben ir de lo teórico a lo práctico, de lo general a lo
operativo, de modo que podemos establecer tres órdenes en los objetivos:
1.— Objetivos generales, normalmente a largo plazo, que nos indican la
dirección en la que se debe situar la acción pastoral;
2.— Objetivos específicos, que suelen desarrollar y dividir
sectorialmente los objetivos generales señalando su incidencia en las grandes
acciones pastorales;
3.— Objetivos operativos, que dan el paso de la teoría a la práctica,
concretan cada uno de los objetivos específicos, se proyectan a corto plazo y
son ya claramente evaluables.
d) Ha de ser interiorizada por parte de todos los que van a ser sus
agentes. Dicho de otra manera, el proyecto de una situación nueva y su
plasmación en objetivos debe ser asumida por todos los que van a participar en
su realización, de modo que nadie quede al margen del proceso de proyección
para no quedar al margen del proceso de programación.
La mejor manera de ser asimilado un plan es que tomen parte,
directa o representativamente, en el proceso de su formulación todos
los implicados. De este modo, los distintos agentes se sentirán

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miembros activos del Pueblo de Dios y corresponsables de su misión.

3. La planificación o programación
Es la fase estratégica que hace pasar de la situación dada a una nueva
situación deseada por medio de una renovación y organización de la acción
pastoral:
a) la planificación siempre ha de partir de objetivos operativos;
b) en la programación, los objetivos se convierten en tareas y acciones
pastorales concretas que han de ser descritas y sistematizadas;
c) para las distintas acciones y tareas se han de señalar tiempos
determinados, con lo que se programa una acción pastoral a corto, medio y
largo plazo;
d) hay que señalar también con claridad las personas que van a
participar en ellas, teniendo en cuenta:
— los agentes, para la distribución de carismas y ministerios en la que cada
cual sepa realmente quién es y qué le corresponde;
— los destinatarios a los que se dirige la acción;
e) hay que precisar de la misma manera los lugares en los que la acción
va a desarrollarse;
f) y poner a disposición de la acción los medios necesarios para
realizarla: económicos, técnicos, institucionales...;
g) la programación ha de tener en cuenta siempre su misma evaluación,
ya sea la continua como la final. En la continua pueden corregirse los pasos y
rectificar el camino; en la final estamos poniendo la base para una
programación nueva. Cuando se evalúa, hay que tener en cuenta tanto si los
objetivos propuestos son alcanzables como si el método es el adecuado para
conseguir dichos objetivos.
Responder a todos estos pasos es posible, es más, es necesario en
cada una de las acciones pastorales para que conscientemente puedan ser
identificadas. Es verdad que, a veces, las situaciones complejas de la Iglesia y
de su acción hacen de esta programación una tarea llena de dificultades, pero
la misma complicación es acicate y urgencia para programar pastoralmente. Es
más frecuente el caso de no hacer ningún tipo de programación para
actuaciones sencillas o históricamente repetidas o situadas en pequeños
lugares o estructuras pastorales. Sin embargo, una mínima programación,
basada simplemente en los pasos enunciados, haría que la acción pastoral
fuera en estos lugares también mucho más reflexiva y estuviera mejor
identificada.

V. EVALUACIÓN DE LA PROGRAMACIÓN PASTORAL


Terminamos el tema poniendo de manifiesto una serie de valores
positivos que una recta programación aporta a la misma Iglesia y a su acción
pastoral:
1. La programación pastoral identifica la acción. Gracias a ella:

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— cada una de las acciones es puesta al servicio de los planes de Dios;


con ello, cada acción tiene su propia mística;
— la acción encuentra la iluminación desde la revelación —es puesta a
la luz de la Palabra— y desde la reflexión teológica;
— cada acción encuentra su puesto determinado en la Iglesia y en su vida.
2. La programación pastoral sirve a la comunidad cristiana. Gracias a ella:
— se desarrolla la comunión en la acción de los distintos miembros de la
Iglesia;
— hay un desarrollo de ministerios y servicios llenos de contenido que
renuevan la misma comunidad cristiana;
— pone a cada miembro de la Iglesia en su lugar y lo valora donde está
y con su acción concreta, que es vista desde la totalidad eclesial.
3. La programación pastoral renueva la Iglesia. Gracias a ella:
— hay una evolución de la acción pastoral que rompe el inmovilismo y la
pastoral de conservación;
— cambia continuamente las funciones y las estructuras eclesiales
llenando de contenido su ser al confrontarlo con sus distintos contenidos;
— sitúa a toda la Iglesia en un estado peregrinante en el que el avance y
el cambio se hacen necesarios.
4. La programación pastoral es un servicio a la evangelización. Gracias a ella:
— la Iglesia se pone al servicio del Evangelio desde sus exigencias para
el hoy de nuestro mundo;
— la Iglesia descubre su misión y vive pendiente de ella;
— la Iglesia está atenta al hombre de hoy, a sus circunstancias, y quiere
entablar un diálogo con él;
— la acción de la Iglesia se convierte en respuesta a los interrogantes
humanos;
— la acción de la Iglesia se desarrolla en su globalidad, y no
sectorialmente, con lo que el servicio evangelizador es más completo.
5. La programación pastoral es un servicio a la eficacia. Gracias a ella:
— se racionaliza la acción pastoral;
— se critica y evalúa continuamente el quehacer de la Iglesia;
— se descubre el valor de una metodología activa;
— se descubren y se afrontan las prioridades de la acción pastoral en un
momento dado;
— se da en la Iglesia un pluralismo sin eclecticismo, porque cada
agente, cada acción y cada estructura encuentran su puesto.
Cuando hoy hablamos de una nueva evangelización que encuentra las
razones de su novedad de un modo especial en sus medios, es necesario que
la programación pastoral sea identificada como tal y puesta al servicio de una
evangelización que no puede seguir consistiendo en la repetición de acciones
pastorales de siempre. La nueva situación del mundo y del hombre así lo exige.
Pero, además, esa misma programación puede renovar la Iglesia y sus
estructuras pastorales.

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CAPÍTULO IX
LOS AGENTES DE LA ACCIÓN PASTORAL
La programación pastoral y su realización conjunta necesita, como
hemos visto, unos agentes de pastoral que conozcan con claridad su
naturaleza y su misión. Ello nos dará una eficacia en el obrar, a la vez que
evitará los problemas pastorales que pueden ser originados tanto por las
interferencias como por las inhibiciones en las tareas de cada uno. Dedicamos
este capítulo a los tres grandes grupos de agentes pastorales que componen la
totalidad de la comunidad cristiana —laicos, religiosos y ministerio ordenado—,
intentando descubrir la teología que sustenta su ser y la tarea a la que en la
Iglesia están llamados.

I. LOS LAICOS
Para comenzar su tratamiento, es necesario partir de una realidad que,
ciertamente, ha cambiado mucho en los últimos años.

1. La realidad española del laicado '


Dos son las coordenadas desde las que hay que entender este cambio:
la recepción del Vaticano II, con una teología del laicado que recogía todo el
movimiento de renovación laical presente en la Iglesia desde los comienzos de
este siglo, y la situación política española, que influye directamente sobre esa
misma recepción.
Por ello, los años posteriores al Vaticano II pueden ser divididos en dos
etapas:
a.— los diez primeros años en el régimen anterior, caracterizados por la
crisis de los movimientos apostólicos, que, por una parte, manifestó la vitalidad
de un laicado militante, pero, por otra, quemó muchos esfuerzos y produjo
lamentables consecuencias;
b.— los años siguientes, caracterizados por la transición, la
consolidación de la democracia y la incorporación a Europa. Estos últimos se
han caracterizado por un tipo nuevo de laicado, con opciones determinadas en
el campo de las acciones, de las estructuras concretas y de las presencias.
La común dignidad en la Iglesia, procedente del bautismo y reflejada en
el capítulo II de la Lumen Gentium, se ha traducido en la participación y en la
potenciación de los laicos en estructuras y organismos de pastoral: catequesis,
caritas, consejos pastorales, economía, delegaciones... Sin embargo, el diálogo
con el mundo y la lectura de los signos de los tiempos potenciada por la
Gaudium et Spes y más tarde por la Evangelii Nuntiandi no han encontrado
tantos seguidores como los temas intraeclesiales.

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La situación social ya no es la misma, ni podemos tener el mismo


optimismo de fondo. Basta con leer el documento de nuestros obispos sobre la
moralidad pública3 para darnos cuenta de la realidad de hoy. Hay una situación
nueva en la configuración de nuestra sociedad que reclama una forma nueva
de ser Iglesia. La construcción del Reino de Dios no se identifica, como
continuamente queda claro, con las diversas formas de transformación social,
cultural y política. La Iglesia necesita replantearse en su acción la
transformación de las estructuras humanas, tarea especialmente laical ya que
los laicos viven en medio de esas estructuras.
Sin embargo, nos encontramos con sombras en la situación actual del
laicado que hacen difícil esta tarea de la evangelización en medio de las
estructuras humanas:
— La falta de iniciación cristiana y deformación postulada por: una
Iglesia nueva que ha querido cambiar de rostro en el Vaticano II no sólo en sus
aspectos superficiales, sino en la autoconciencia de su naturaleza y de su
misión; una sociedad nueva que ha cambiado radicalmente sus rasgos
culturales y que ya no asegura elementos de la formación cristiana en su seno.
Es más, la increencia comienza a ser o es ya un rasgo cultural.
El laicado se ha visto en su generalidad bastante descolgado del
proceso por no tener estructuras que hayan asegurado su iniciación a la fe o
por no haber hecho la Iglesia opciones concretas en esta dirección.
Acostumbrado a una actitud bastante pasiva en la acción eclesial, la
potenciación y el desarrollo de los elementos necesarios para afrontar una
nueva situación van siendo demasiado lentos y por cauces más capilares que
orgánicos. Sus actitudes y su concienciación han sido más intuitivas que
sistemáticas y globales.
La consecuencia es un serio reduccionismo en la misma concepción del
laicado y en su tarea en la globalidad de la evangelización.
Los laicos son conscientes de que todas las acciones de la Iglesia tienen
y deben tener una dimensión evangelizadora. Pero hay muchos grupos laicales
que no han asumido la transformación de la sociedad, el testimonio de vida, el
anuncio explícito de Jesucristo, la adhesión a la comunidad, la celebración de
la fe, el compromiso apostólico.
— La pervivencia del clericalismo propiciada: por una jerarquía que en
muchas ocasiones considera menores de edad a los laicos o quiere señalar
todos sus caminos; por un laicado que no reclama lo suyo o no actúa como tal,
especialmente en sus ámbitos de actuación más específicamente laicales 124.
124
«Hay que reconocer a todos los cristianos, y en especial a los seglares, la libertad para
adoptar opciones, emplear instrumentos de mediación, emprender iniciativas en la política, en
el trabajo y en la sociedad por propia decisión y bajo su personal responsabilidad. En este
campo, cada cristiano ha de ejercer su responsabilidad personal en conciencia, sin presiones ni
insinuaciones indebidas de parte de la comunidad eclesial ni de la autoridad eclesiástica (...).
La comunidad no está llamada a crear alternativas políticas, sociales o culturales que sean
obligatorias para los católicos, salvo en circunstancias excepcionales. La configuración de
estos planos de responsabilidad del cristiano genera malentendidos en los creyentes y no
creyentes, genera confusión, crea sospechas sobre la naturaleza de la misión de la Iglesia».

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La responsabilidad que genera una actuación laical auténtica muchas


veces no es asumida y se prefiere el caminar al dictado sin la responsabilidad
de las decisiones y de las opciones propias. En otras ocasiones, se teme un
laicado que pueda caminar por su cuenta y se prefiere, al menos, señalar el
marco constitucional en el que ha de ser desarrollada su acción. La crisis de los
movimientos en la época postconciliar fue una buena prueba de ello y las
dificultades que continuamente encuentra el CELCA para organizar el laicado
en nuestra Iglesia tienen en esa postura muchas de sus causas.
Aún es insuficiente el acompañamiento del ministerio pastoral al
apostolado seglar individual o asociado en sus coordenadas propias y
necesarias, y la Iglesia no está valorando este servicio pastoral debidamente.
— La primacía de la intraeclesialidad. Parece que el Vaticano II ha sido
más asumido en sus aspectos laicales intraeclesiales que extraeclesiales. La
participación en la vida de la comunidad cristiana como tal ha experimentado
un avance notable, mientras que la acción laical extraeclesial, en los ambientes
del mundo, no es considerada como parte esencial de la vida de la comunidad
cristiana y de sus laicos.
Un recorrido por la realidad de la Iglesia nos muestra un laicado tanto
personal como asociado trabajando en torno a la misma realidad eclesial; es
más, han aparecido estructuras pastorales que potencian la presencia y la
corresponsabilidad laical en la vida eclesial. Sin embargo, no es tan fácil
encontrar la presencia del laico como presencia de la Iglesia6 en el mundo, ni
se ha fomentado un asociacionismo laical con incidencia evangelizadora en las
estructuras temporales, ni se ve la actividad personal laical como acción
pastoral.
— La duplicidad de vida. En los años de la recepción del Vaticano II, el
diálogo Iglesia-Mundo ha corrido el peligro de convertirse en independencia de
los dos ámbitos en la vida del laicado. No se han sabido tender los puentes
entre la pertenencia a los dos de modo que la fe pudiera iluminar la totalidad
personal, repitiéndose así en los creyentes la famosa fragmentariedad del
hombre en nuestra cultura.
Junto al fenómeno de la secularización, que ha reconocido la autonomía
de las realidades temporales y ha posibilitado el diálogo y la mutua
colaboración, el secularismo se ha presentado como problema de múltiples
manifestaciones.
Los laicos han asumido e impulsado los cambios recientes de la
sociedad española. Sin embargo, han sucumbido a
— atribuir autonomía absoluta a las realidades temporales;
— legitimar la separación evangelio-cultura, fe-vida;
— aceptar un indiscriminado pluralismo sobre la base de lecturas
parciales del evangelio y del magisterio;

Intervención de Mons. G. DÍAZ MERCHAN en el sínodo del laicado (6-X-87) sobre la situación
de los laicos en España.

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— asumir la privatización de la fe y de la ética con inhibición de


responsabilidades y abandono al consumismo y hedonismo y falta de espíritu
crítico.
De esta manera, su fe, más que dar sentido y dirección a las realidades
mundanas, se ha desvirtuado sin ningún efecto; es más, asumiendo los valores
de este mundo en vez de los evangélicos.
— La falta de unidad entre las nuevas estructuras laicales. La época
postconciliar ha sido tiempo de nacimiento de muchos grupos laicales y con
variedad de dones.
Pero con falta de comunión afectiva y efectiva; con falta de diálogo y
comunión entre sí dispersándose las fuerzas; falta de inserción en la pastoral
evangelizadora de la Iglesia local y parroquial; insuficiente articulación entre
parroquias y apostolado de ambientes o específico; aceptando un
indiscriminado pluralismo sociopolítico; sin cauces de discernimiento y sin
presencia pública de las asociaciones y movimientos como tales.
De la misma manera, la variada presencia de líderes y maestros ha
hecho que su voz fuera muchas veces más querida y potenciada que una voz
común eclesial. El capillismo laical en estos tiempos puede ser un peligro para
la verdadera unidad, señal de la autenticidad de la Iglesia del Señor.

2. Naturaleza del laicado


Prácticamente hasta el Concilio Vaticano II el concepto del laicado
estuvo caracterizado por las notas negativas. En su definición estaba presente
lo que no era: ni pertenecía al orden sacerdotal ni a los religiosos en la Iglesia.
En una estructura piramidal, para ellos quedaba el estrato más bajo de la
organización eclesial caracterizado, ante todo, por la obediencia y la pasividad.
La teología preconciliar fue aportando elementos importantes para una
configuración de la teología del laicado que fue corroborada por el Vaticano II,
ampliada por su recepción y recogida una vez más por la doctrina y las
conclusiones del Sínodo del 87.
Podemos decir que la riqueza de la teología del laicado está en una
amplia síntesis de sus elementos tanto en el ser como en el obrar, en su
naturaleza y en su misión:
— en el ser: síntesis de elementos cristológicos, eclesiológicos y
seculares;
— en el obrar: síntesis de experiencia, formación y compromiso.
Encontramos hoy sensibilidades parciales que inclinan a configuraciones
y estructuraciones determinadas y distintas del laicado. Los problemas siempre
vienen por el reduccionismo de elementos necesarios. Es urgente hoy la
búsqueda de una visión integradora.
Analizamos todos estos elementos:

1) Síntesis en el ser
— Cristológicamente: el laico ha de ser definido positivamente desde su
participación bautismal en el sacerdocio, profetismo y realeza de Cristo:

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sacerdote que se caracteriza por el sacrificio y por la mediación. Hace de


su vida oblación y con todo su ser es puente, intermediario, entre Dios y los
hombres;
profeta cuya vida es denuncia y anuncio. Denuncia las situaciones
ajenas al Reino y anuncia con su palabra y con su acción un mundo nuevo en
el que es posible la justicia;
rey que hace de todo su ser servicio al Reino de Dios y coloca al hombre
como verdadero rey de la creación, haciendo que sea el sumo valor de lo
creado.
Esta configuración con Cristo hace que la vida laical se caracterice por el
seguimiento.
— Eclesiológicamente: el laico ha de ser definido por su participación
activa en la vida de la Iglesia9 desde una eclesiología de comunión. Esta
eclesiología es orgánica: implica la diversidad y la complementariedad en la
unidad del mismo Espíritu.
Desde ella, hay:
ministerios que derivan del orden y son realizados in Persona Christi
Capitis; ministerios que derivan del bautismo-confirmación y del matrimonio;
carismas para el bien y la utilidad de la Iglesia, de los hombres y del
mundo, que han de ser discernidos.
Aunque todavía no hay una clarificación terminológica en torno a estos
temas y se necesitaría, sí nos muestra una amplitud de posibilidades laicales.
La participación laical en la vida de la Iglesia puede adquirir dos
modalidades:
— individual: en ella la evangelizadón se hace capilar, constante e
incisiva;
— asociada: expresa tanto la naturaleza social de la persona como la
misma comunitariedad de la Iglesia. Hoy vivimos en un nuevo tiempo de
asociacionismo laical derivado de la misma teología bautismal.
Esta participación asociada muestra más claramente la unidad en torno
a la misión y a las misiones en la Iglesia.
— Secularmente: la condición eclesial del laico está también
caracterizada por su índole secular. Están llamados en el mundo:
para la propia santificación en medio del mundo;
para la santificación del mundo por medio de su trabajo y su presencia.
Esta índole secular es «propia y peculiar», pero no exclusiva 125. No es
correcto un tratamiento teológico que deja para los clérigos la tarea de la
construcción de la comunidad cristiana y para los laicos la de la construcción
del Mundo desde las exigencias del Reino. Hoy la teología ha querido mostrar
cómo la laicidad es característica de toda la Iglesia y no sólo del laicado y cómo
al laico le corresponde también la construcción de la comunidad cristiana.

125
Cfr. LG 31.

143
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La índole secular del laico abarca todos los campos y ambientes del
mundo, de manera que nada quede fuera de su acción evangelizadora, pero
revisten una importancia especial los campos de:
— la familia, para que ella sea la primera sociedad y la primera Iglesia;
— la sociedad, para que se impregne de los valores evangélicos por la
vida de los cristianos;
— las plataformas desde donde la sociedad se configura, en las que la
participación creyente es indispensable para que el evangelio incida
directamente en la transformación de las estructuras.

2) Síntesis en el obrar
— De experiencia religiosa. El laicado tiene una espiritualidad propia y
diferente a la de los demás miembros de la Iglesia, aunque coincida con ellos
en algunas prácticas. Lo importante es desde dónde se viven y para qué se
viven. Desde ahí, pertenece a la espiritualidad laical:
el alimento con la palabra de Dios;
la celebración sacramental y la oración;
la confrontación de su experiencia de Dios con la vida ordinaria a través
de una lectura creyente de la realidad.
Si separamos esta tercera característica de las anteriores, podemos
convertir la espiritualidad laical en terceras órdenes o en espiritualidad religiosa
camuflada.
— De formación. En ella el laico completa permanentemente su primera
catequesis catecumenal para aprender a vivir desde el espíritu y a
comprometer su vida en la transformación de las realidades temporales.
— De compromiso. No entendido como mera actividad o como
activismo, sino como acción estable y programada. Este compromiso unas
veces es individual y otras asociado; surge de una actitud continua de donación
y servicio desde la que se comprende la propia vida; y se desarrolla en el
interior de la realidad de la que el laico forma parte y a la que quiere cambiar
desde el evangelio.
Esta realidad puede ser la cristiana y el compromiso consiste en la
edificación de la misma comunidad, y puede ser temporal en la que el
compromiso cristiano hace emerger la realidad del Reino de Dios.
Uno de los peligros de la acción laical puede ser el buscar realidades
ajenas a la propia en las que querer ejercer la acción y olvidar que el laico es
precisamente la mediación eclesial para la transformación y evangelización de
la realidad en la que vive.

3. Asociaciones y movimientos de apostolado seglar


Cuando hablamos del laicado y de su misión que es la misión de la
Iglesia, es necesario distinguir, como lo hemos hecho, entre el apostolado
individual y el apostolado asociado. Nos encontramos hoy ante una nueva
época asociativa seglar de la Iglesia caracterizada por dos fenómenos:

144
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— El asociacionismo claramente laical liberado de concepciones


clericalizadas de su mismo fenómeno. Asociaciones en las que los laicos tienen
el protagonismo y en las que han encontrado tanto el lugar de su misión como
la profundización en la teología que lo sustenta.
— Las nuevas realidades de asociacionismo laical procedentes de la
celebración del Vaticano II y signo claro de su recepción que caminan por los
pasos de las estructuras comunitarias eclesiales más que por los de
estructuras estrictamente laicales y al servicio de su misión temporal en la
Iglesia. Sabemos que, tras la celebración conciliar, nuevas asociaciones de
este tipo han nacido y se han extendido con fuerza tanto por España como por
toda la Iglesia.
Lógicamente el asociacionismo no es razón para la división entre un
laicado de más y de menos categoría. Todo bautizado participa de la misión de
la Iglesia y puede estar injertado en ella de diferentes maneras sin que por ello
se destruya la unidad y dignidad básica de todos los miembros del Pueblo de
Dios, pero al fenómeno asociativo hay que darle una importancia especial en el
hoy de nuestra Iglesia por razones evangelizadoras:
— Nuestro mundo está estructurado desde una serie de interrelaciones
humanas de tal manera que solamente será permeable a la evangelización
cuando esa evangelización se presente en sus mismas claves metodológicas.
Fue el gran descubrimiento de la pastoral de conjunto que, surgiendo en
Francia en la década de los 40, rápidamente se extendió a toda la Iglesia por la
sensatez de sus planteamientos. A un mundo de interrelaciones sociales no se
le puede evangelizar desde esquemas individuales de acción. Es necesaria la
acción por ambientes, la conjunción de medios, la conjunción de personas, la
dirección de la acción hacia grupos determinados, etc.; todas esas medidas
que solamente pueden encontrarse en una pastoral asociada.
— Pero esto no está lejos del misterio mismo de la Iglesia que es un
misterio de comunión. Aunque es verdad que la comunión se puede vivir de
distintas formas y con diferentes niveles, no cabe duda de que el apostolado
asociado expresa y manifiesta mejor el ser comunional de la fe y de la Iglesia.
La participación, la corresponsabilidad, el apoyo mutuo, la comunión y la
comunidad son sacramentalmente más significativos que la individualidad.
— Razones de estrategia y de eficacia. Naturalmente no son las más
importantes en la vida de la Iglesia, donde la gracia desborda los medios
humanos, pero sí son razones planteables. La evangelización ha sido confiada
a nuestras manos y nosotros hemos de hacer que dé el mayor fruto posible.
Por ello el apostolado asociado es en la Iglesia:
— derecho, que brota del mismo bautismo y no de concesiones
jerárquicas;
— opción, que encarna una de las posibilidades de vivir la propia fe y la
eclesialidad.
El fenómeno asociativo en la Iglesia es de tal categoría en estos
momentos, que se impone el tema del discernimiento. El discernimiento ha de

145
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ser, en primer lugar, teológico. Pero mucho más complicado es el tema del
discernimiento pastoral, el de la elección concreta de algunas de estas
asociaciones para un aquí y un ahora, el de potenciar algunas de ellas y
apoyarlas por su relación directa con las necesidades evangelizadoras. Tema
que corresponde a cada una de las iglesias locales y de sus estructuras
pastorales. Sabemos que, en este sentido, últimamente nuestros obispos han
hecho una opción especial por la Acción Católica y por los movimientos
especializados también desde estructuras de corresponsabilidad, entre las que
destacan los distintos consejos pastorales.

4. La pastoral de juventud
Se ha manifestado en los últimos años como uno de los sectores de la
pastoral del laicado que merece un tratamiento nuevo, distinto e intenso por lo
que los mismos jóvenes suponen con su presencia en la sociedad. No vamos a
detenernos ahora en un tema que excede los planteamientos de este libro,
pero sí es conveniente hacer algunas afirmaciones sobre esta pastoral:
— Se trata de una pastoral ambiental, en cuyo ambiente, diversificado
en otros muchos M, la lejanía y la descristianización comienzan a ser
demasiado preocupantes.
— Se trata de una pastoral sectorial que, por las mismas características
de la juventud, difícilmente se integra en el conjunto de la acción de la Iglesia,
con lo que peligra su continuidad. Sin embargo, su evangelización es
especialmente importante porque en ella está el futuro de la Iglesia y de la
humanidad.
— La pastoral de jóvenes debe partir de un proyecto y debe ser
concebida como proceso con características iniciáticas. Solamente así
coincidirá con el sustrato humano para que sea una pastoral eficaz.
— Esta pastoral juvenil solamente es posible cuando hay una pastoral
de la Iglesia y una pastoral de conjunto. Muchos de los defectos que
achacamos a la pastoral de juventud proceden de que no hay una realidad de
Iglesia de la que parte la evangelización de los jóvenes y a la que tiende dicha
evangelización. «No puede existir una pastoral específica sin una pastoral de
conjunto. La pastoral de
jóvenes es la expresión concreta de la misión pastoral de la comunidad
eclesial orientada a la condición juvenil».
Desde hace años la subcomisión de juventud de la CEAS 126 viene
insistiendo en unas claves de pastoral de juventud cada vez más compartidas
por todos, que intentan también ser motivo de discernimiento para los grupos
juveniles que quieren un reconocimiento oficial distintas diócesis están
trabajando en torno a estas claves para lograr la unidad mínima en esta
pastoral y poder trabajar en conjunto. Son éstas:
— Presencia en los ambientes:
los jóvenes deben ser los evangelizadores de los jóvenes;
126
CELCA ESPAÑOL.

146
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la pastoral de juventud ha de ser una pastoral encarnada y no una


pastoral que saque al joven de sus ambientes para traerlo a los nuestros.
— Talante misionero. Se está presente en los ambientes para llevarles el
evangelio y no solamente para estar allí. Este talante misionero se ha de
mostrar tanto en la iluminación con la palabra proclamada desde el evangelio
de las distintas situaciones como en el esfuerzo por la transformación de la
realidad desde esa misma palabra creída y practicada.
— Descubrimiento y clarificación de la fe. Este descubrimiento de su fe
es lento, progresivo, sistemático y total. Tiene que descubrir la globalidad de la
fe y no solamente aspectos parciales.
— Descubrimiento de la Iglesia. Toda pastoral con Jos jóvenes ha de ser
también iniciación a la vida de la comunidad eclesial. Para eso, ha de ser
también descubrimiento de las realidades parroquiales y de las de la Iglesia
local.
— Opción por los pobres. En este momento, podemos decir que hay una
razón especial para que sea opción de la pastoral juvenil: el grupo de pobres y
explotados, en el sentido más amplio de la palabra, se encuentra en el mundo
de los jóvenes de una forma más significativa.
— Protagonismo de los jóvenes. Tanto en el sentido de ser
evangelizados como en el de evangelizar.
Estas claves quieren ser el lenguaje mínimo en el que estén todos de
acuerdo. El problema puede venir de que son tan amplias y pueden ser
encarnadas de tantas maneras que, de una u otra forma, todos caben dentro
de ellas.
Por ello, el último paso de la CEAS en pastoral de juventud ha sido la
creación de un proyecto-marco127. Este proyecto quiere ser el punto de partida
para la estructuración y el desarrollo de las distintas pastorales de juventud en
las iglesias diocesanas; algunas de ellas ya han elaborado los proyectos
propios.

II. LOS RELIGIOSOS


El Espíritu distribuye libremente sus carismas en la Iglesia para que sea
signo y testimonio de la presencia de Cristo en el mundo. Éstos carismas no se
contraponen; se complementan para, en su complementariedad, hacer
presente en el mundo la riqueza inabarcable del misterio de Cristo. Los
consejos evangélicos de la castidad, pobreza y obediencia son un don divino
que la Iglesia recibió de su Señor y que, con su gracia, se conservan
perpetuamente.
La autoridad de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, ha interpretado
estos consejos, ha regulado su práctica y ha determinado sus formas estables
de vivirlos l9. De este modo ha surgido la vida religiosa. Todo cristiano es un

127
CEAS, Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo. Proyecto marco de pastoral de juventud (Madrid
1992).

147
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carismático porque tiene la fe que le lleva a confesar con la ayuda del Espíritu
que Jesús es el Señor. Sobre el carisma fundamental de la fe se desarrollan
todos los demás, algunos de los cuales han sido institucionalizados por la
Iglesia configurando desde ellos formas estables de vida.
Los religiosos son llamados a poseer un don particular en la vida de la
Iglesia y para que contribuyan a su misión salvífica 128 por el Espíritu de Dios
que suscita los carismas de la pobreza, la castidad y la obediencia, que
significan y anuncian el reino futuro, manifiestan que ya está presente en medio
de nosotros y lo sitúan, junto con sus exigencias, por encima de todo lo
terreno129.
Por su consagración, los religiosos no se hacen extraños a la humanidad
o inútiles para el mundo. Están presentes en él de un modo profundo y
cooperan espiritualmente con los hombres para que la ciudad terrena se funde
siempre en Dios y se dirija a El130.
No hemos de entender, por tanto, la vida religiosa en un sentido
negativo, de renuncia, sino en la positividad de la perfección cristiana, del
desarrollo de las exigencias del bautismo y del seguimiento de Jesucristo.
De la misma manera que en el número anterior, analicemos la situación
de la vida religiosa, entremos en la teología que la sustenta y pasemos al
terreno de la acción pastoral para delimitar los campos propios de su vida en la
Iglesia.

1. Situación de la vida religiosa


Hablar de cambios actuales en la vida religiosa es necesario cuando los
cambios eclesiales y los cambios en el mundo han sido tan evidentes en los
últimos años. Y la vida religiosa se da en la Iglesia desde una significatividad
sacramental para nuestro mundo. Por ello, la misma fidelidad a su esencia le
ha exigido unas transformaciones teológicas y pastorales grandes. Podemos
situar los cambios en torno a tres grandes ejes:
— La configuración, durante el pasado siglo, de las bases del nuevo
mundo que estamos viviendo. Las formas productivas, las relaciones laborales,
la creación de nuevas clases sociales con las relaciones entre ellas, el
desarrollo de la ciudad industrial con sus problemas, etc., trajeron consigo el
desarrollo de nuevos carismas en la Iglesia que fueron respuesta de servicio y
de atención desde el evangelio a las nuevas necesidades de los hombres. Es
el tiempo de muchas y nuevas fundaciones que cambiaron el panorama y el
estilo de vida de las tradicionales órdenes religiosas. Este ritmo de fundaciones
no se ha interrumpido durante el presente siglo.
— La celebración del Concilio Vaticano II, con el problema de identidad
eclesial en él planteado. La Iglesia, ante un mundo nuevo y una nueva tarea de
evangelización, reformula su identidad para ser consciente de su naturaleza y

128
LG 43.
129
LG 44.
130
LG 46.

148
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de su misión ante esta situación. Ante este planteamiento de identidad, todos


los estamentos eclesiales, y todas las acciones pastorales, reformulan su
propio ser y la propia misión. También la vida religiosa se ve afectada por este
planteamiento que, en sus primeros momentos, fue crisis y, más tarde,
enriquecimiento.
— La lenta recepción del Vaticano II y la renovación de la teología y las
estructuras de la vida religiosa desde el trabajo sobre los textos conciliares en
una situación eclesial caracterizada por la misma recepción. Las distintas
instituciones han renovado sus constituciones, estatutos y reglamentos desde
la doctrina conciliar, a la vez que han querido adaptarse a las nuevas
situaciones de la humanidad y a su evangelización.
Estos tres grandes momentos han influido en la configuración de la vida
religiosa, en la profundización sobre su propio ser, en la situación de su misión
en relación con el resto de miembros eclesiales y en el descubrimiento de
nuevos campos de evangelización. De ahí se han derivado distintas
consecuencias:
— Ante todo, un notable enriquecimiento teológico y pastoral. Las
dimensiones cristológicas y pneumatológicas de una vida concebida desde la
radicalidad del seguimiento y desde la estructuración carismática se han
desarrollado en el pensamiento que las sustenta. El puesto de la Palabra, la
liturgia y la oración de la Iglesia en esa vida ha encontrado su centralidad. El
desarrollo de una vida comunitaria más evangélica y fraterna ha sido
sensiblemente experimentado. La identidad desde los carismas fundacionales
más claramente definida. La presencia y actuación en nuevas necesidades de
la Iglesia y de los hombres ha encontrado caminos plurales.
— También una problemática nueva, fuente unas veces de conflictos y
siempre de pasos ulteriores. El problema de la identidad ha tenido en los
últimos tiempos sus manifestaciones personales y comunitarias que han ido
desde la afirmación a la deserción y al desconcierto. El nuevo lugar en la vida
de la Iglesia ha provocado la cuestión de la relación de los religiosos entre sí o
la relación con las iglesias locales o con el ministerio ordenado tanto episcopal
como presbiteral. Otras veces ha sido el mismo problema ocasionado en
algunos casos por la relación de la vida religiosa con el ministerio presbiteral al
darse unidos. Afortunadamente estas manifestaciones han sido fuente de
reflexión posterior y de clarificación.
— Por último, las nuevas situaciones están planteando retos que van
apareciendo en la vida de la Iglesia y que van abriendo la vida religiosa a
nuevas posibilidades. El tema de las nuevas pobrezas, la injusticia estructural,
la educación de la juventud, las relaciones con una cultura naciente, la
presencia profética y testimoniante de la trascendencia en un mundo
secularizado, el papel de la mujer en la Iglesia y en la sociedad son cuestiones
que se presentan a la vida religiosa en terrenos que siempre ha cultivado y que
requieren nuevas respuestas. De la misma manera, la promoción y el cuidado
de las vocaciones en un mundo con las características culturales que tiene el

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nuestro y con los valores que persigue plantea una pastoral vocacional con
características distintas a la tradicional.

2. Teología de la vida religiosa


Es difícil encontrar hoy una definición clara de la identidad de la vida
religiosa en la Iglesia. ¿Qué es lo que en realidad constituye al religioso? Unas
veces hablamos de su significatividad escatológica 131, otras de la radicalidad en
el seguimiento de Cristo, otras de la realización de la comunión en la
comunidad, otras de ofrecer formas concretas de vida comunitaria a la Iglesia,
otras de ser el carisma frente a la institución, otras de ser encarnación desde
los votos de la proexistencia de Cristo132, otras de todo unido sin una
clarificación de conceptos133. Los mismos teóricos de la vida religiosa piensan
que una existencia configurada carismáticamente no tiene solamente un
aglutinante común, sino que la identidad gira en torno a distintos ejes.
Por ello, siempre hemos de contar con las siguientes dimensiones:
Vocación trinitaria:
— Dios como dedicación;
— Cristo seguido en radicalidad mediante los consejos evangélicos;
— El Espíritu Santo que hace posible la acogida de la vocación, la
fidelidad, la entrega y distribuye sus dones para el bien de la Iglesia y de la
humanidad.
Consagración: radica en el bautismo que quiere expresar la vida
religiosa en su plenitud por la radicalidad en el seguimiento de Cristo. En la
consagración, la Iglesia acoge y autentifica esa vocación y la pone al servicio
de su misión, mostrando visiblemente la elección divina y el don de la gracia
para posibilitarla y cumplirla.
Misión: Dios consagra para cumplir y realizar una tarea que se encuadra
en la misión de la Iglesia desde su espiritualidad carismática.
Dimensión profética y escatológica: dos dimensiones de un mismo
hecho que remarcan el carácter significativo de la vida religiosa para la Iglesia y
para el mundo:
— significatividad del Reino;
— de su presencia entre los hombres;
— de su carácter relativizador de todo lo presente.
Dimensión comunitaria: forma concreta de vivir los consejos evangélicos.
La comunidad es lugar de referencia para vivir la propia vocación, y referencia
131
Cfr. LG 24.
132
«La vivencia, en relación profunda de unos con otros, de la virginidad-pobreza-obediencia de Jesús El
deseo y el propósito, cada vez mas explícito, de seguir e imitar a Cristo en su modo histórico de vivir
enteramente para Dios y para los hombres (para el reino), que es lo que hoy denominamos el misterio
de su proexistencia». ALONSO RODRÍGUEZ, S. M , La vida consagrada Síntesis teológica (Madrid10 1992),
71.
133
A modo de ejemplo, Cfr AMALADOSS, «Los religiosos en misión», en UNION DE SUPERIORES
GENERALES, Carismas en la Iglesia para el mundo (Madrid 1994), 141 -145. Los términos de misión,
profecía, radicalismo, incluso de Iglesia, no están claramente delimitados. No sabemos en qué se
diferencian en el religioso del resto de los cristianos.

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fundamental para la manifestación de un Reino que es plenitud de la comunión.


La significatividad del Reino viene especialmente dada en la vida religiosa por
la comunidad que es signo manifestativo y primero de la comunión.
Carisma propio: es la respuesta del Espíritu a una necesidad de la
Iglesia. Desde la misma teología de los carismas, éstos tienen una dimensión
histórica y responden en su individualidad a situaciones concretas, pero, en su
complementan edad, manifiestan la unidad de la Iglesia y la encarnación en
miembros determinados de la misión de Cristo que se continúa en la historia a
través de la misión eclesial.
Dentro de estas dimensiones hemos de encuadrar los consejos
evangélicos, constitutivos de la vida religiosa:

1) La obediencia
Bautismalmente está conexionada con la fe y la palabra de Dios. Es la
forma concreta de vivir la virtud teologal de la fe:
— es vivir la vida desde una voluntad que está por encima de la nuestra,
la de Dios, y hacer presente la actitud fundamental de Cristo de hallar su
alimento en el cumplimiento de la voluntad del Padre;
— no es, por consiguiente, eludir la propia responsabilidad
descargándola sobre quien es autoridad, sino actuar responsablemente
respondiendo al Dios que se nos ha dado y que nos quiere libres;
— es buscar comunitariamente, autoridad y subdito, la voluntad del
Padre, aunque en dicha búsqueda cada uno tenga diferente misión.
Por eso la obediencia siempre se da en el seno de una comunidad cuya
base es el amor y no la rígida estructuración jerárquica en la que los de arriba
solamente tienen la palabra y la decisión. La obediencia, lejos de buscar el
orden, intenta la respuesta interiorizada a la Palabra de Dios;
— por consiguiente, es la Palabra de Dios la que engloba a la autoridad
y la obediencia dentro de la comunidad eclesial para interpelarla siempre. Y
esa palabra es el absoluto siempre buscado. La autoridad solamente es
histórica, puede terminar, porque no es lo definitivo. Y después, como subdito,
la autoridad se encuentra en el mismo camino.
La obediencia es signo escatológico. Habla a los hombres de que llegará
un cielo en el que Dios será todo en todos, en el que su voluntad será la vida
de todos los salvados. Y ese cielo entra ya y se hace presente en la historia
cuando los hombres viven la voluntad de Dios.
Desde esa voluntad, el mundo cambia y se salva: encuentra nuevos
caminos de comportamiento, nuevas relaciones humanas.
Por eso la obediencia es signo que pone en crisis también al hombre de
hoy que ha hecho de su voluntad el criterio último de la verdad. La obediencia
del religioso ha de mostrar hoy en el mundo que hay otra voluntad que está por
encima de nuestro capricho y nuestra apetencia. Es signo de que nuestro yo no
es lo último ni lo definitivo.

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Y esto no lo vive el religioso en la intimidad de su conciencia ni en la


soledad de su opción, sino en el interior de una comunidad que muestra al
mundo cómo la voluntad de Dios puede transformar la comunidad humana.
Gracias a esa voluntad, la voluntad personal no es obstáculo para la
comunión, porque la de Dios es comúnmente buscada. La personalidad de
cada uno no queda anulada, pero sí relativizada por lo que es el proyecto
común por todos libremente buscado y adoptado. Y en esta búsqueda, nadie
queda al margen.

2) La pobreza hace referencia a la esperanza


Los pobres no hacen de este mundo su reino, como dicen las
bienaventuranzas. El Reino de Dios es el suyo. Los valores de este Reino son
los últimamente buscados y los que están por encima de las dos túnicas, de las
alforjas y las provisiones. Para buscar este Reino, Cristo no tenía dónde
reposar la cabeza. Es, en definitiva, la libertad suprema de no estar atados a
nada para poder servir en plenitud al evangelio.
— Es confiar en un Dios que es capaz de llenar el corazón humano y
que está por encima de todas nuestras cosas. Es caminar hacia una plenitud
que nos espera y ya ahora nos colma. No es, por tanto, renuncia; es plenitud.
Es haber escogido la mejor parte, haber encontrado el tesoro escondido, haber
dado con la perla de gran valor. Es ser felices con la dicha del sermón del
monte.
— Es vivir los valores de este mundo solamente en su referencia al
Reino, valorando lo que conduce hacia él, rechazando lo que de él aparta.
Todo hombre tiene en la vida unos criterios desde los que ordena sus valores.
Para el religioso el criterio es el Reino.
— Es mucho más que el bolsillo, aunque lo incluya. Es toda una actitud
de vida, que se muestra en la alegría de la libertad, que camina hacia el Reino
y pone todo lo demás a su servicio.
— Llega hasta el desprendimiento de la propia obra, por esa disponibilidad a
los valores del Reino. Hay bienes que atan mucho más que los materiales y la
pobreza implica la libertad incluso frente a éstos.
La pobreza es también signo escatológico. Habla a los hombres de que
llegará un día en que solamente Dios colme todos los deseos humanos. Y ese
futuro entra en la historia, cuando Dios está por encima de todo, haciendo
felices a los hombres ya y rompiendo el cerco de la injusticia de los hombres,
causada por el ansia de tener cada vez más bienes.
Es signo que pone en crisis al hombre de hoy porque ha optado por
unos valores que no pueden llenar, porque ha puesto su corazón en lo pasajero
y lo relativo, mostrándose además radicalmente insatisfecho. Es signo de que
se puede vivir sin ello y con el corazón saciado, rompiendo así además la
dinámica de la injusticia.
Y este signo ha de ser dado también en el mundo en comunidad y desde
la comunidad. Precisamente cuando las cosas de este mundo y su posesión

152
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provocan la ruptura de la comunión humana, el ponerlas a disposición y al


servicio de los otros es causa creadora de comunión y comunidad.
La comunidad entera ha de ser signo de pobreza por su realidad vital,
por sus opciones comunitarias, por su servicio. No puede una pobreza personal
ocultar una riqueza estructural.

3) La castidad está relacionada con el amor


— Es amor y libertad en vez de restricción; es relación con los demás
seres y no ausencia de la misma, es apertura, diálogo, afecto, entrega a los
otros en vez de ensimismamiento y clausura en el propio yo. No es, por tanto,
permanecer en una eterna soltería, campo de cultivo de una buena dosis de
egoísmo, sino en la fecundidad y la paternidad de quien rompe las barreras
familiares para ir más allá, para ir a todos;
— es romper cualquier tipo de exclusivismos en el amor y entender la
vida como donación a todos. Mi cuerpo entregado por todos.
“Hagan esto en memoria mía”. Amaos como yo os he amado. Cristo
rompe el peligro existente en todo amor humano de exclusivizarse y cerrarse
en y con la persona amada, de señalar comunidades, pueblos, razas;
— es no atarse a nadie para que la vida esté al servicio de todos. Es
demostrar con la propia existencia que nadie puede quedar fuera de la
comunidad de la casa del Padre que ya se va construyendo en esta vida y en
esta historia;
— es expresar al máximo la capacidad ilimitada del amor humano
porque el hombre es imagen y semejanza de Dios y Dios es amor;
— es amor a todos, pero no un amor abstracto, sino concretado en cada
uno de los hombres que son, a la vez, signos del amor de Dios.
La castidad es también signo escatológico. Habla a los hombres de que
al final llegará la hermandad y la comunión en la casa del Padre, de que esta
comunión en el amor será lo definitivo y escatológico; todo lo demás (incluso la
fe y la esperanza) cesará. El plan de Dios, su economía salvífica, habrá
terminado cuando en su comunión trinitaria hayan sido incluidos todos los
hombres. Y ese hoy definitivo entra en la historia rompiendo toda clase de
barreras y haciendo un mundo nuevo desde los signos del amor.
Pero también es signo que pone en crisis al hombre de hoy porque se ha
cerrado en sí mismo y ve a los hermanos como competidores sobre los que
hay que estar o a los que hay que pisar para afirmarse, peligro que hoy se
aumenta por la injusticia.
Especialmente la castidad es creadora de comunidad y se vive en
comunidad. Comunidad que es el lugar de referencia de toda la propia vida de
fe. Comunidad que muestra que la fe y el Reino son capaces de crear lazos
mucho más profundos que los de la sangre. Comunidad por encima de razas,
grados en el saber, ideologías, posturas personales. Comunidad siempre
abierta y oferente de su ser y de su tener.

153
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Las comunidades religiosas deben ser el signo donde se vea loque tiene
que llegar a ser la comunidad humana.

3. Misión de la vida consagrada en la pastoral de la Iglesia


Lo que constituye la vida religiosa determina claramente su misión en la
Iglesia y en el mundo:
— La vida religiosa es riqueza para una Iglesia con la que vive en
comunión y en la que muestra desde la especificidad de sus carismas la
pluralidad complementaria en su seno. Esta pluralidad muestra también que las
relaciones eclesiales no son solamente de tipo jerárquico, sino que todo don
del Espíritu se autentifica, se evalúa y se vive en referencia a la comunidad.
— Su servicio a la Iglesia se concreta en el seno de las iglesias locales a
la vez que abre las iglesias locales a las dimensiones universales y misioneras.
Podemos decir que en ellos se visibiliza de un modo especial la relación y
tensión entre las iglesias locales y la Iglesia universal.
«El religioso vive enteramente para la Iglesia universal, desde su
real presencia y acción en la Iglesia particular. El
redescubrimiento de la Iglesia particular como el "espacio
histórico" en el que el religioso vive su vocación y realiza su
misión, es uno de los datos más positivos de la vida religiosa
actual. Aunque, a veces, por no entenderse bien esta relación, la
misma vida religiosa ha perdido el universalismo y la
disponibilidad que le son propios»134.
Por su pertenencia a las iglesias locales, los religiosos están plenamente
integrados en sus estructuras pastorales y encuentran en la programación
conjunta de estas iglesias la determinación concreta de su misión de acuerdo
con sus carismas fundacionales. Por su pertenencia a la Iglesia universal
tienen una estructuración e institucionalización no diocesana ni de tipo
territorial. Dentro de estas necesidades puede encontrarse la vida parroquial
sin que sea el componente estructurador de sus vidas ni siquiera en los casos
en que son presbíteros.
— Son tareas concretas desde su especificidad:
la signifícatividad de la trascendencia en medio de este mundo, abriendo
a los hombres a otros valores y haciendo posible una nueva estructuración
social; la signifícatividad mediante el compromiso de la acción. Porque toda
signifícatividad en la Iglesia goza de las características sacramentales, es en sí
misma eficaz. De ahí el servicio desde los distintos carismas a las necesidades
de los hombres, ya sean de evangelización, ya sean sociales. El mismo
carácter histórico de los carismas sirve para mostrar en cada momento de la
historia la respuesta dinámica a las distintas necesidades: sanidad, educación,
cultura, atención a nuevas pobrezas, mundo de la juventud, de la justicia, de la
paz, etc.;
su estructuración de tipo universalista es especialmente apta para la
misión ad gentes, para la implantación de la Iglesia allí donde no existen aún

134
ALONSO RODRÍGUEZ, S. M., La vida consagrada. Síntesis teológica (Madrid10 1992),64.

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estructuras diocesanas o donde la palabra evangélica ha de ser pronunciada


por vez primera;
en definitiva, la vida religiosa es un testimonio peculiar del amor de Dios
en el mundo, un cauce por el que se muestra el amor de Dios al hombre
concreto, y un servicio a la misma humanidad desde los designios de Dios para
ir haciendo presente el Reino ya ahora como salvación de la misma historia.

III. EL MINISTERIO ORDENADO


Dentro de la acción pastoral de la Iglesia, el ministerio ordenado ha
tenido siempre un lugar y una importancia decisivos por lo que supone el
ministerio para la misma constitución de la Iglesia. La teología del sacerdocio y
la eclesiología han profundizado siempre en esta relación ministerio-Iglesia
centrándose de un modo especial en el tema de la eucaristía.
Pastoralmente, el cambio de concepción de la acción de la Iglesia en los
últimos años ha repercutido de un modo especial en la concepción del
ministerio. Desde una pastoral concebida como tarea de los pastores, que los
tenía como únicos agentes y al resto de fíeles como objetos o como
participantes de su ministerio, hemos pasado a una concepción pastoral en la
que todos los miembros de la Iglesia participan de su misión, todos son
sacerdocio santo y todos son agentes de pastoral. El mismo pastoreo de Cristo,
tradicionalmente comprendido desde los tria muñera, hoy se prolonga en la
totalidad de una Iglesia en la que todos los miembros son sacerdotes, profetas
y reyes. La acción pastoral no puede ser identificada con el ministerio pastoral.
La identificación pasada ha podido traer como consecuencia una falta de
clarificación posterior.
El Concilio Vaticano II, consciente de la nueva concepción eclesiológica
que él mismo apoyaba, insistió en ideas fundamentales que, reconociendo el
origen bautismal del sacerdocio ministerial, lo distinguía:
— la distinción es essentia et non gradu;
— la distinción es ontológica, radicada en su sacramentalidad, y no sólo
funcional;
— el sacerdocio ministerial se ordena al sacerdocio común de los fieles
haciendo posible su mismo ejercicio.

1. El problema de la ontología y la funcionalidad


El tema es antiguo y, como todos los abundantes temas duales
eclesiológicos, ha venido marcado por los golpes pendulares. Es verdad que
teóricamente no se puede hacer una distinción entre la ontología y la
funcionalidad, entre un ser y un obrar que, en el interior de la comunidad
cristiana, se manifiesta en funciones determinadas para su vida y su
crecimiento. Todo obrar es manifestación, epifanía, de un ser que lo
fundamenta y todo ser, además de sustentar, tiende a hacerse sensible en sus

155
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manifestaciones operativas. Esto, verdad en toda metafísica, lo es también en


la teología del sacerdocio.
Separar la ontología de la funcionalidad significaría privar a la vida
sacerdotal de la sacramentalidad que la funda, y separar la funcionalidad de la
ontología sería vivir el ministerio desde prerrogativas personales y no desde la
edificación de la comunidad eclesial.
El nivel teórico es claro, pero ya no lo es tanto el nivel de su realización.
Sin entrar en las causas históricas que lo han hecho posible, podemos afirmar
que en tiempos pasados se ha separado la ontología de la funcionalidad,
incluso prescindiendo de ella. La concepción de la Iglesia como sociedad
perfecta y claramente estratificada, la ausencia de una eclesiología de
comunión, la visión estrictamente jurídica y canónica del ministerio, la
contemplación demasiado cosista del carácter sacramental, han llevado
consciente o inconscientemente a una concepción del ministerio como honor
personal atribuido por su sustrato ontológico, como poder en la Iglesia.
Esta ontología situaba más en un peldaño de una Iglesia concebida
como sociedad perfecta que en un servicio a una Iglesia concebida como
misterio de comunión.
Las manifestaciones han podido ser patentes en la historia de la Iglesia.
El clericalismo en una determinada forma de concebir la acción pastoral, la
ordenación a título de patrimonio, el ministerio al margen de cualquier misión
eclesial con el solo interés de posición en el seno de una sociedad pueden ser
algunas manifestaciones. Lógicamente esto no ha ocurrido al margen de una
concepción determinada eclesiológico-pastoral o al margen de una práctica
eclesial que lo posibilitaba o, incluso, lo exigía.
Los pasos posteriores han ido por otros caminos. Frente a una
concepción de este tipo de ministerio, la reacción de los últimos tiempos
tampoco ha sido la medida. Se ha hablado de un ministerio puramente
funcional en el que las necesidades de la evangelización y de la atención a la
comunidad cristiana formada urgían desde ellas mismas la necesidad del
ministro. Las consecuencias han sido amplias en concepciones y en intentos
pastorales. Las pretensiones de un ministerio ad tempus o las de la presidencia
laical de la eucaristía, temas que han hecho correr mucha tinta, fundamentaban
la razón de ser en la función y no en la ontología sacramental del presbítero.
Sí queremos señalar el peligro existente hoy de, por condenar doctrinas
erróneas, volver a afirmar el ministerio solamente desde la ontología y dejando
para la jurisdicción la función. Ambas están tan intrínsecamente unidas 135 como
lo están el Espíritu y la misión. Toda efusión del Espíritu lleva consigo una
misión eclesial. El ministerio del presbítero, dado por la donación infalible del
Espíritu en la ordenación, lleva consigo pareja una misión determinada en la
Iglesia que conviene aclarar y explicitar.

135
Cfr PDV cap. 1.

156
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2. Teología del ministerio ordenado


Ha girado en los últimos tiempos en torno a tres temas:
— cristológicamente: desde la configuración con Cristo, cabeza y pastor
de la Iglesia;
— pneumatológicamente: la configuración es sacramental y tiene al
Espíritu por sujeto. Hace una criatura nueva y la capacita para una misión;
— eclesiológicamente: el ministerio está injertado en la comunión
eclesial. Es ministerio en la Iglesia y frente a la Iglesia.
Entremos en cada uno de los apartados:
— Desde Cristo. El Vaticano II ha hablado de la representación de Cristo
como Cabeza de su Pueblo y esa representación es don que se da
sacramentalmente por la imposición de las manos 136. También la exhortación
Pastores dabo vobis lo ha repetido137. La doctrina es claramente heredera de la
encíclica Mystici Corporis de Pío XII en la que entre Cristo y la Iglesia se
establecía una doble relación. Por una parte, toda la Iglesia continúa en el
mundo la mediación salvífica ejercida por el cuerpo de Cristo y, desde ahí más
que desde otras ideas de carácter misticista, la Iglesia puede llamarse su
Cuerpo; por otra, dentro de su Cuerpo eclesial, él ocupa el papel de la Cabeza,
de modo que continuamente hace vivir al Cuerpo, le da la gracia y le transmite
la comunión en el Espíritu. Estas dos relaciones de la Iglesia con Cristo son el
origen de la duplicidad del sacerdocio.
En esta perspectiva se sitúa el Vaticano II al hablar de su actuación in
persona Christi capitis. El sacerdocio ministerial es sacramento de Cristo en
cuanto que convoca, congrega, alimenta y pastorea a su Pueblo. Sin negar
para nada la unicidad de su sacerdocio, lo hace presente sacramentalmente en
medio del Pueblo constituyéndolo. Ese Pueblo constituido es mediación
sacramental para el mundo y representa también el sacerdocio de Cristo para
la salvación de los hombres.
— Por la obra del Espíritu. Hablar de una configuración sacramental, es
lo mismo que hacer del Espíritu Santo el responsable de esta obra.
Afortunadamente la teología contemporánea ha subrayado el protagonismo del
Espíritu en todo hecho sacramental y los rituales renovados desde la doctrina
conciliar han sabido recalcar mucho más esta acción de la tercera Persona de
la Trinidad en el desarrollo de la liturgia sacramental. De este modo, la persona
recibe el Espíritu, quien hace de ella una criatura nueva a la vez que la capacita
para una misión determinada en la Iglesia y en el mundo.
La acción del Espíritu debe ser concebida en íntima conexión con Cristo
y con la Iglesia. Con Cristo, porque el Espíritu es fruto de la Pascua del Señor y
configura con él en su capitalidad; con la Iglesia, porque su acción en el
sacramento del orden no es independiente de toda su actuación en la
constitución de la comunidad eclesial, tanto en sus aspectos invisibles de

136
Cfr. PO 2.
137
PDV 13-18.

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gracia como en los visibles institucionales. El Espíritu es dado en la ordenación


sacerdotal en la Iglesia y para la Iglesia.
Dentro de la efusión del Espíritu en la economía sacramental, también el
sacramento del orden tiene su identidad. En el sacerdote el Espíritu es dado
para que pueda ser transmitido, para hacer del ministerio camino para su
acción santificante. O lo que es lo mismo, gracias al ministerio se construye la
Iglesia. De esta forma, la ordenación sacerdotal se entronca en la apostolicidad
de la Iglesia.
— En el interior de la comunión de los creyentes. Elemento
intrínsecamente unido a los otros dos a la hora de explicar teológicamente el
ministerio. El origen cristológico y pneumatológico del ministerio ordenado es
inseparable del misterio de la comunión eclesial 138. El ministerio se explica
como fruto del ser mismo de la Iglesia, pero también como una de las causas
de su eclesialidad. No sólo porque se encuadre dentro de la diversidad de
funciones, carismas y ministerios que manifiestan la riqueza de la Iglesia, sino
también porque su misión de alguna manera la constituye.
Si la teología ha tratado el tema de la identidad sacerdotal desde la
configuración sacramental con Cristo Cabeza, es lógico que la visión sea
siempre descrita en el ámbito de la comunión eclesial. Esta comunión es tal en
la medida en que en ella se manifieste la diversidad de funciones fruto del
Espíritu. Es importante remarcar este protagonismo del Espíritu porque, dado
para una misión concreta, es el mismo garante del ministerio. De ahí que no
sea la presencia del sacerdote en la Iglesia algo que los mismos miembros se
dan para asegurar sus funciones, una especie de democratización eclesial,
sino, al ser el resultado de un hecho sacramental, algo que atañe a la misma
constitución eclesial y realizado por la donación del mismo Espíritu de Dios
presente en el sacramento.
Pero la identidad sacerdotal así entendida convierte inmediatamente el
ministerio en un servicio a la comunidad eclesial. La fundamentación
sacramental del sacerdocio hace que no sea entendido como una potestad
derivada de la comunidad, pero sí que exista solamente al servicio de la
comunidad. Con ello, la distinción no es lejanía, sino servicio; no sitúa por
encima de la comunidad eclesial, sino en su centro para construirla. La
potestad ministerial deriva así en responsabilidad tanto ante Cristo, de quien
toma su origen, como ante la comunidad para cuyo servicio se ha dado. No
puede ser vivido el sacerdocio sin que sea servicio a ambas realidades que lo
constituyen.
En el interior de la vida de la comunidad eclesial, a la que construye con
su palabra, con la significatividad de su unidad, con su servicio y con su
administración sacramental, tiene una importancia especial el servicio de la
Eucaristía.

138
Cfr. PDV 12.

158
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El ministerio sacerdotal «acompaña al ministerio eucarístico,


compenetrándose y confundiéndose con él»139. Si es precisamente la
Eucaristía el sacramento que constituye a la Iglesia, además de manifestarla,
en ella encontramos la verdad última de la identidad sacerdotal y el puesto que
el sacerdocio ministerial tiene en la comunión eclesial.
Eucaristía y sacerdocio ministerial forman una unidad que sólo se
entiende a la luz del sacerdocio de Cristo y del servicio a la comunidad eclesial.
Entendida la Eucaristía en toda su plenitud y en su relación con todo el misterio
de la Iglesia, podemos ver en ella la razón última del ministerio, de un
ministerio específico que brota del sacerdocio de Cristo con el mismo misterio
eucarístico. El sacerdocio ministerial guarda una estrecha relación con la
presencia de la Eucaristía en la Iglesia, él es quien la realiza, su custodia y su
fuente. Por eso los dos sacramentos nacen formando una indisoluble unidad.
En estos tres ámbitos, Cristo, Espíritu e Iglesia, desde los que se
entiende y explica la configuración sacramental del sacerdocio, está la razón de
la identidad de la vida sacerdotal y de una espiritualidad que se configura
desde el mismo ejercicio del ministerio.

3. Presbíteros de un presbiterio
Mientras que, en el número anterior, hemos hablado de una
configuración de tipo universalista de la vida religiosa, no podemos hacerlo de
la vida presbiteral, que es, por esencia, diocesana. Ser presbítero implica, por
la misma ordenación, la pertenencia a un colegio, al presbiterio 140.
Este presbiterio tiene como cabeza al obispo 141. A la misión de Cristo
cabeza, de la que el obispo participa directamente, él ha asociado a los
sacerdotes para que formen, juntamente con él, un presbiterio. El Vaticano II ha
profundizado en esta unión íntima que debe existir entre el obispo y sus
sacerdotes, que no se basa solamente en que éstos sean sus cooperadores,
ayuda e instrumento, sino fundamentalmente en que participan de su
sacerdocio y de su misión. Unión, por tanto, no externa o ajena a las personas,
como puede ser la del que manda y la de aquel que le está subordinado, sino
la unión profunda desde el mismo Espíritu que se ha dado para la misma
misión y del que participan de modo diferente.
Los presbíteros están ontológicamente unidos con Cristo y con el obispo
por el Espíritu Santo que se les ha dado por la imposición de manos y por
haber sido enviados a la tarea común de edificar la Iglesia.
Esta unidad profunda ha de ser también para cada sacerdote la base de
un trabajo conjunto con el obispo y con todos los miembros del presbiterio,
teniendo en cuenta que la pertenencia a él hace a todos los presbíteros cabeza
139
PABLO VI, Homilía en la misa del Jueves Santo de 1975: Enseñanzas al Pueblo de Dios 7,230.
140
«El ministerio ordenado, por su propia naturaleza, puede ser desempeñado sólo en la medida en que
el presbítero esté unido a Cristo mediante la inserción sacramental en el orden presbiteral, y por tanto
en la medida en que esté en comunión jerárquica con el propio Obispo. El ministerio ordenado tiene una
radical "forma comunitaria" y puede ser ejercido sólo como tarea "colectiva"». PDV 17.
141
PO 2.

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no propiamente de su sola comunidad, sino de todas las realidades y


comunidades diocesanas. Junto con el obispo, su solicitud ha de ser por toda la
diócesis.
El conjunto está, pues, precediendo a la acción individual, a la puntual o
a la territorial. Su ser y su misión son de tipo colegial.
Un presbítero es antes, ontológicamente hablando, miembro de un
presbiterio y colaborador de un obispo que párroco de tal sitio. De ahí que su
ministerio esté integrado en una pastoral de conjunto diocesana de varias
maneras:
— Por su disponibilidad a la Iglesia de la que ha sido nombrado
presbítero, que no es una parroquia o comunidad concreta, sino Iglesia local.
Su ordenación no lo ha hecho cabeza de una comunidad concreta, sino que lo
ha incluido en un presbiterio que, en torno a su obispo, es servicio a una
porción del Pueblo de Dios que es la Iglesia local.
— Por su solicitud por toda la Iglesia diocesana, realidad más amplia
que su responsabilidad directa y que también depende de él por ser su Iglesia.
Por su ordenación y su inclusión en un presbiterio, es responsable de la
edificación de toda su Iglesia en su conjunto. De ahí que no pueda considerar
nunca la problemática de su parcela en exclusiva olvidándose del resto de su
Iglesia.
— Por la edificación de su responsabilidad concreta en armonía con una
Iglesia, con un presbiterio y con un obispo. Su jurisdicción sobre ella no es
propiedad. Es también responsabilidad de toda la Iglesia local y de todo el
presbiterio que conjuntamente ha de ejercerla. Aunque la pastoral de conjunto
pueda tener distintos grados y distintas exigencias, la realidad es que una
parcela concreta encomendada a un presbítero teológicamente no subsiste
como Iglesia si
no es encuadrada en el conjunto de la Iglesia diocesana.
Por ello, el ministerio del presbítero dentro de la Iglesia no se verifica
desde la presidencia de una parroquia, sino desde el servicio presbiteral a una
diócesis. Ella encomienda al presbítero las diferentes tareas necesarias para
reunir y convocar al Pueblo, para alimentarlo con el pan de la Palabra y de la
Eucaristía, para pastorearlo desde su servicio. El ministerio parroquial es lugar
privilegiado para hacerlo, pero no absoluto. De la misma manera que la
parroquia no es absoluta, tampoco lo es el párroco como concreción del
ministerio.
Desgraciadamente el desarrollo de una teología del presbiterio está aún
hoy en gran manera por hacer142.
En este presbiterio diocesano están incluidos los presbíteros religiosos,
para los que la ordenación sacerdotal es también inclusión en el presbiterio de
una Iglesia local, aunque, dado su carácter de religiosos y la exención jurídica,
su movilidad entre las distintas iglesias locales sea mayor. En cuanto
142
En la misma Pastores dabo vobis, el tema del presbiterio está más tratado en el capítulo dedicado a la
formación permanente que en el dedicado a la ortología presbiteral.

160
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presbíteros, su vinculación al ministerio episcopal y al presbiterio no se


diferencia en nada de los presbíteros seculares.

4. Misión y tareas
La misma teología del ministerio y del presbiterio nos ha ido indicando
cuáles son las tareas y la misión de la vida del sacerdote en el interior de la
Iglesia. Para concluir el tema, sintetizamos sus direcciones fundamentales:
Hacia el interior de su persona
La exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis143 ha incluido
el tema de la formación permanente en las tareas de la misma vida presbiteral.
Ella es fidelidad a su ministerio y fidelidad a su Pueblo; deber de amor y
justicia.
El ministerio es así concebido dinámicamente, en continuo crecimiento
personal desde:
— la formación humana: gracias a la que los presbíteros crecen en
sintonía mental, vital y práctica con los hombres y mujeres a los que han de
servir;
— la formación intelectual: crecimiento en la inteligencia de la fe,
profundizando en ella con la ayuda del Espíritu. Esta formación ayudará al
diálogo con los hombres en este momento histórico;
— la formación espiritual: adquirida por la práctica de la oración, la
meditación de la Palabra, la celebración de la liturgia y la búsqueda de Cristo
en los hombres;
— la formación pastoral: a través del conocimiento evaluador del mundo,
de la Iglesia y de su diálogo. Esta formación potencia el planteamiento reflexivo
de su tarea y la elaboración de los proyectos y los programas de pastoral.

Hacia la Iglesia local abierta a la universal


El sacerdocio ministerial es elemento constitutivo de la Iglesia:
— de su misterio porque conserva y desarrolla la fe de su Pueblo,
transmite la enseñanza y la tradición con autoridad, celebra los sacramentos en
los que se alimenta, vive y se identifica;
— de su comunión. Congrega a la familia de Dios, es en sí mismo signo
de unidad y eslabón de unidad con la Iglesia local y la Iglesia universal, suscita
y desarrolla la colegialidad y la corresponsabilidad;
— de su misión, ya que hace a la comunidad anunciadora y testigo del
evangelio en medio del mundo y de sus estructuras temporales.
El ministerio es vehículo de la transmisión del Espíritu que envía y
capacita para la misión de la Iglesia.

143
Cfr. PDV cap.VI.

161
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CAPÍTULO X
EL DIALOGO DE LA IGLESIA Y EL MUNDO
La constitución pastoral del Vaticano II ha señalado una dirección clara
para la acción de la Iglesia: el diálogo con el mundo. Poco tiempo antes de la
proclamación de la constitución pastoral, la encíclica de Pablo VI Ecclesiam
Suam dedicó un capítulo al diálogo de la Iglesia con el mundo que se ha
convertido en referencia obligada de todo tratamiento de dicho diálogo. En ella,
dos coordenadas encuadraban perfectamente este tema. Por una parte, el
diálogo establecido entre Dios y el hombre a lo largo de la revelación,
verdadero modelo de todo diálogo eclesial con el mundo 144. Por otra, el
acontecimiento de Cristo, plenitud de la revelación. En él Dios nos dio su última
palabra desde la que se entiende el misterio de la Iglesia, en cuyo seno Dios
sigue dialogando con el mundo.
Las palabras del papa recogían una herencia de siglo y medio de
teología que había querido comprender el misterio de la Iglesia a la luz del
misterio de la encarnación. El diálogo de la Iglesia con el mundo es análogo al
establecido por Dios en una revelación culminada con el envío de su Hijo. En él
encuentra su identidad, su modelo, su temática y sus concretas características.

I. DIALOGO Y REVELACIÓN. LA MISIÓN DE LA IGLESIA


«En el principio existia la Palabra» (Jn 1,1). Cuando llegó la plenitud de
los tiempos y uno de los testigos más próximos del misterio de Dios abierto a
los hombres quiso transmitir a su comunidad lo que él «había visto y oído» (1
Jn 1,1) para que la Iglesia se formara y creciera, no encontró mejor manera de
expresar ese misterio. Solamente después daría otra definición desde la que se
puede entender aquélla: «Dios es amor» (1 Jn 4,8). Palabra y amor se
autoimplican en el misterio de Dios, se explican mutuamente y son la clave
para la comprensión de la revelación, en cuyo seno hemos de colocar el
misterio de la Iglesia.
Al hablar del diálogo de la Iglesia con el mundo, no podemos olvidar que
ese diálogo continúa, o mejor, actualiza la Palabra que desde el comienzo Dios
ha dirigido a los hombres y que tuvo su culminación de ser y de eficacia cuando
«la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros» (Jn 1,14). La Palabra es el
contenido del diálogo y el amor la autentificación del mismo para que la palabra
no sea indiferencia, ni imposición, ni tiranía, sino auténtica intercomunicación
que enriquece a aquel a quien ha sido dirigida.
En términos de diálogo que combina la palabra con el amor ha de ser
entendida toda la historia de la salvación, todo el desvelamiento del misterio de
Dios que, sin ningún tipo de necesidad, se abre al hombre simplemente porque
144
Cfr. Capítulo 6, III, 1.

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lo ama y porque le brinda la posibilidad de su comunión. Desde esta comunión,


encontramos las características mismas del diálogo de la revelación:
— Dios no habla para transmitir conceptos, sino que se dirige al hombre
en su palabra para comunicarle vida, para brindarle el misterio de su comunión
y su amor como el ámbito en el que pueda vivir, crecer, desarrollarse y
alcanzar una plenitud que se abre en esa palabra a nuevas posibilidades.
— El diálogo de Dios ha de ser entendido necesariamente en un sentido
analógico. No es la comunicación entre iguales la que caracteriza su palabra,
sino la donación de quien es el absoluto al relativo, del necesario al
contingente, de quien todo es y todo tiene al indigente.
— Su revelación coincide con el diálogo humano porque se expresa en
palabra cercana y pobre, porque su palabra ha tomado carne en cada uno de
los mensajes que históricamente ha pronunciado y, sobre todo, cuando se hizo
plenitud de la revelación en el Hijo encarnado.
— Su comunicación no se ha impuesto, sino que ha invitado a un
descubrimiento en el que el hombre ha sido libremente llamado a una vida que
responde a sus preguntas, que colma sus deseos, que salva. El Dios que se
abría a los hombres por medio de su diálogo con ellos, ha respetado siempre
de tal manera a su interlocutor en la palabra que se puede decir de la misma
manera que «vino a los suyos y los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11) y que «a
los que le recibieron les ha dado el ser hijos de Dios» (Jn 1,12).
Hablar de diálogo eclesial como tema teológico es necesariamente
hablar de la revelación como arquetipo de toda palabra pronunciada por la
Iglesia. En esa revelación, la Iglesia encuentra su identidad, el contenido de su
palabra y la fidelidad irrenunciable. Y hablarle revelación implica, también
necesariamente, hablar de Dios, de su autocomunicación, de su comunión
abierta, de su amor al hombre, de la encarnación de su palabra en la historia,
de la encarnación de su Hijo en la plenitud de los tiempos. Esa revelación ha
supuesto salvación para los que creen en él, que confiesan haber sido
salvados porque han conocido a Dios. «A Dios nadie lo ha visto nunca. Su Hijo
único, el que está en el seno del Padre, es el que nos lo ha dado a conocer»
(Jn 1,18).
Este recorrido —recorrido glosado— por el prólogo del evangelio de
Juan es el horizonte necesario desde el que todo diálogo ha de ser
contemplado. Porque o colocamos aquí el misterio de la Iglesia, o hacemos de
él una lectura a todas luces reductora. Es preciso que aclaremos, al menos, el
ser y la misión de los interlocutores para hablar de diálogo. Y el de la Iglesia
solamente encuentra su luz en la revelación de Dios y en la encarnación de
Cristo.
Otras lecturas han sido muy pobres, pero además nos han llevado a
formas de diálogo, de presencia y de actuación en el mundo que no
correspondían al verdadero ser de la Iglesia.
La teología reciente ha ido redescubriendo las características del diálogo
revelador de Dios en la acción pastoral de la Iglesia:

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— Fue la teología del primer tercio del siglo XIX, especialmente la de la


escuela de Tubinga, la que, huyendo de todo tratado apologético de la
eclesiología, quiso fundamentar el ser de la Iglesia en lo que realmente la
constituía, olvidándose de la defensa católica frente a otras confesiones
cristianas, porque la Iglesia ha de definirse y situarse desde lo que es y no
desde lo que la diferencia, que no es más que una consecuencia. J. A. Móhler,
después de haber descubierto la vida por encima del entramado visible
eclesial, el Espíritu por encima de la institución, en 1832 habló de la Iglesia
como continuación del misterio de la encarnación 145. Aunque su definición haya
sido muy discutida y haya tenido que ser muy puntualizada, lo cierto es que
situó la concepción eclesial en un ámbito nuevo que devolvía la tradición
patrística y la de la primera escolástica a la reflexión eclesiológica, creando un
ámbito nuevo desde el que se iban a comprender las acciones pastorales. El
diálogo con el mundo estaba claramente incluido.
— Es verdad que su fina intuición no fue seguida por muchos, pero sí
creó escuela, y así vemos cómo los teólogos que lo acompañaron entendieron
el ser y la acción pastoral de la Iglesia en el conjunto de la revelación, de la que
es culmen la encarnación del Verbo, a cuyo servicio se comprenden y de cuyo
misterio forman también parte. A. Graf, como ya hemos visto, trasladó
claramente al campo de la pastoral sus intuiciones eclesiológicas. Aunque la
línea inaugurada en Tubinga fue minoritaria, sí podemos encontrar toda una
tendencia que la sigue en el xix y en los años del xx anteriores al Vaticano II.
— F. X. Arnold, en los años pre y postconciliares, es el mejor
representante de esta teología de Tubinga5, ya compartida por muchos más
que la hicieron incluir en los esquemas y en los desarrollos conciliares.
— Con el Vaticano II, la comprensión de la Iglesia desde esquemas
cristológicos y a la luz de la revelación es tan clara en la constitución dogmática
como en la pastoral sobre la Iglesia. El tratamiento dogmático de la Lumen
gentium es el que sustenta la gran palabra de la Iglesia dirigida al mundo, la
constitución conciliar Gaudium et Spes, en la que hemos de situar hoy el origen
de toda la temática del diálogo, tal y como es comprendido por la acción
pastoral de la Iglesia.
— En los orígenes de ambas constituciones conciliares hay un
documento papal que opta claramente por esta dirección de la comprensión
eclesiológica desde la cristológica que iba a derivar en una toma de postura
clara por un diálogo de la Iglesia con el mundo que tiene su origen en la
revelación. Nos referimos, como ya lo hemos hecho, a la encíclica de Pablo VI
Ecclesiam Suam146, encíclica que retomaba los temas con los que el mismo
papa había comenzado la segunda sesión conciliar en el otoño de 1963. En
ella se desarrolla magníficamente el tema del diálogo de la Iglesia con el

145
MOHLER, J. A., Symbolik oder Darstellung der dogmatischen Gegensatze der Katholiken und
Protestanten nach ihren offentlichen Bekenntnisschriften (Maguncia 1932).
146
Publicada el 6 de agosto de 1964.

164
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mundo situando el tema en la teología de la revelación, encontrando en ella el


modelo para sus características.
La encíclica de Pablo VI ha desarrollado mejor que ningún otro
documento de la Iglesia este tema del diálogo y ha influido claramente en la
constitución pastoral. Siempre que hoy queramos plantearnos las relaciones
Iglesia-mundo desde la Iglesia, necesariamente tenemos que partir de este
documento y de su toma de postura por haber resumido las relaciones entre
revelación, misterio de Cristo, misterio de la Iglesia y misión hacia el mundo,
coordenadas en las que siempre hemos de situar este tema.
Sírvanos este telón de fondo para colocarnos en una visión global desde
donde queremos abordar ya más directamente este tema del diálogo en sus
contenidos concretos. Sin esta visión, no tendríamos el marco adecuado y
reduciríamos claramente el tema a otras tomas de postura que no se enmarcan
en el misterio de Cristo, paradigma de todo diálogo y centro y contenido de la
propia revelación. Partiendo de él, de su misterio en la carne, situamos
concretamente en el hombre y en todo lo humano el diálogo definitivo de la
revelación. En un hombre Dios se nos ha comunicado y en un hombre nosotros
hemos podido conocer a Dios. A través de la humanidad la autocomunicación
de Dios se ha hecho posible y se ha ofrecido como auténtica alternativa
humana. En consecuencia, lo humano es a la vez expresión de lo que Dios
quiere decir y objeto de su misma Palabra.

II. POSTURAS QUE HAN HECHO DIFÍCIL EL DIALOGO IGLESIA-


MUNDO
Si todo lo humano es objeto del diálogo divino, de la revelación y de la
Iglesia en su contacto con el mundo, no siempre ha sido fácil en la historia
reciente el diálogo en torno a temas concretos de la humanidad. La presencia
de Dios hecho hombre, intentando salvar todo aquello que había sido asumido,
también tuvo sus complicaciones. El Nuevo Testamento es claro testigo de
momentos en los que se quiere de Jesús una postura meramente espiritualista
o en los que la respuesta concreta a preguntas técnicas quiere ser el cebo para
que su misión quede truncada.
La historia reciente de la eclesiología nos ha mostrado cómo errores
cristológicos han sido repetidos después por la doctrina eclesiológica.
Las herejías de los primeros siglos han sido después tipificadas en el desarrollo
de la doctrina eclesial de tal manera que incluso se han llamado con los
mismos nombres (monofísismo eclesiológico, nestorianismo eclesiológico,
etc.).
Cuando llegamos a la doctrina pastoral, no hemos aplicado los mismos
calificativos, pero es claro que hay pastorales monofisitas o pelagianas o
nestorianas. Sin embargo, al no coincidir plenamente el misterio de Cristo con
el de la Iglesia, al ser misterios analógicamente semejantes, las cosas se
complican mucho más y encontramos errores claramente cristológicos

165
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aplicados a la práctica pastoral de la Iglesia así como errores que tienen su


origen en el mismo ser eclesial por no ser fiel a la misión que ha recibido o al
Espíritu que impulsa a la Iglesia.
Dos ejemplos en la historia nos pueden ilustrar esta dificultad, aunque se
podría citar una lista interminable. Es sabido, por una parte, que, cuando León
XIII publicó la primera encíclica social, encontró todo tipo de posturas contrarias
basadas en las razones más extrañas. Desde quienes refutaban la doctrina por
venir de quien no era autoridad competente en esa materia, a los que no le
prestaban ningún tipo de atención en el interior de la Iglesia por no vivir esos
problemas, pasando por quienes rezaban por un papa que, a su avanzada
edad, había comenzado a pensar en cosas tan peregrinas como en los
obreros. No tan lejos en nuestro tiempo, podemos recordar el revuelo con que
fue recibida la instrucción pastoral de nuestros obispos «La verdad os hará
libres»147, cuyo contenido, oportunidad y motivación encontraron eco en toda la
prensa nacional con muy distinto signo. Encontramos reacciones de todos los
tipos, tanto en el interior como en el exterior de la Iglesia, propiciadas casi
siempre por posturas erróneas y reductoras que no han tomado en serio nunca
el hecho de la revelación y la encarnación y extienden sus consecuencias a las
cuestiones pastorales.
Intentemos tipificar estas posturas:

1. Concepciones antropológicas
Algunas de ellas están basadas en un dualismo de origen platónico-
aristotélico y se manifiestan tanto en la separación del alma y el cuerpo como
en la dualidad del hombre como ser individual y como ser social. La primera
manifestación ha venido con más frecuencia del interior de la Iglesia; la
segunda, del mundo con quien la Iglesia ha querido mantener su diálogo.
— La primera es el fruto de una pastoral tradicional, centrada en la cura
animarum, que ha hecho girar la misión de la Iglesia en torno a la salvación de
la propia alma propiciada especialmente por la recepción de los sacramentos.
Dentro de una concepción así, hablar de temas mundanos pertenece a un
campo ajeno a las tareas eclesiales y meterse en esas cuestiones puede ser
infidelidad a la propia misión. A veces, también, desde el exterior de la Iglesia
es frecuente la acusación de que ese terreno no le corresponde y se denomina
con el fácil nombre de «meterse en política» el pronunciamiento doctrinal o el
compromiso concreto en temas sociales.
— La segunda suele venir del mundo, más concretamente de sus
poderes que intentan controlar y arbitrar todo lo que sea social, dejando para el
resto de asociaciones y sociedades lo irrelevante o aquello que se desarrolla
solamente en el interior de la conciencia individual. Las posiciones que no
coinciden con el poder son vistas como interferencia en asuntos que a él
corresponden por creerse con el monopolio de la vida social 148. Una pastoral de

147
Salió a la luz el 20 de noviembre de 1990.

166
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tipo individualista también ha podido llevar a la Iglesia a conclusiones


parecidas.

2. Concepciones eclesiológico-pastorales
La actitud adoptada por el diálogo de la Iglesia frente al mundo 149 puede
proceder también de estas posturas erróneas:
— Posturas de indiferencia. Aquellas que han consagrado una
separación total entre la fe y la vida, entre la vida del creyente en el interior de
la Iglesia y en las estructuras humanas que han de ser transformadas desde el
Evangelio. Unas veces la Iglesia se refugia para sentirse segura; otras para
rehacerse de los golpes recibidos. No son posturas del pasado, sino
claramente actuales. Baste con ver dónde fueron los que abandonaron los
movimientos apostólicos después de su gran crisis o el tipo de formación social
que está presente en muchas de nuestras comunidades para percibir la
actualidad del tema. Una Iglesia situada así ante el mundo prefiere hacer su
mundo y crear sus propias estructuras paralelas o parejas. No es Iglesia en
misión, sino que prefiere la seguridad de sus obras.
— Posturas de interés. El otro nos interesa en tanto o en la medida en
que podamos obtener de él aquello que necesitamos para nuestros propios
fines. La instrumentalización del otro no es solamente un problema individual;
con frecuencia es social y colectivo. Maridajes y divorcios de la Iglesia o de
determinados grupos en ella con el mundo o con alguno de sus poderes,
siempre han existido, algunos tradicionales y otros nuevos en la historia. En el
fondo, nunca se tomó en serio la alteridad y fue instrumentada egoístamente,
reduciéndola a objeto del que nos podíamos servir para sacar adelante
nuestros intereses. La flecha de las acusaciones bien podría ir en las dos
direcciones.
— Posturas de proyección de sí mismo en el otro. Aquella postura de
quien se relaciona buscando en el otro la imagen de sí mismo. No importa tanto
su vida como la nuestra que se hace realidad en él. Una postura que se ha
podido manifestar en múltiples actitudes pastorales en las que la Iglesia, como
sociedad perfecta, ha querido desde su autoridad moral que el mundo camine
al dictado de su doctrina. Una identificación entre Reino e Iglesia, tan propia de
una eclesiología anterior, ha podido propiciar posturas de este tipo. En modelos
eclesiológicos surgidos, la evangelización ha podido degenerar en colonialismo
y la pastoral ha sido centrípeta en vez de dirigirse hacia el Reino y valorar
desde él las otras realidades. El problema de estas posturas es que siempre se
han presentado al no admitir la mayoría de edad de los hombres o de sus
instituciones, al no respetar su legítima autonomía.
148
Hoy se habla del tercer sector, situado entre el privado y el público, representado por multitud de
asociaciones que muestran el talante verdaderamente democrático de una sociedad en su posibdidad
de protagonismo en la vida social. Cf. MARDONES, J. M., Fe y política. El compromiso político de los
cristianos en tiempos de desencanto (Santander 1993) 52-53.
149
En cuanto a las posturas que se pueden adoptar en un diálogo, cf. M. TAGGI, «Diálogo», en ANCILLI,
E. (ed.), Diccionario de espiritualidad (Barcelona 1987) I, p.583.

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3. Concepciones escatológicas
Algunas han contemplado la salvación como algo meramente
trascendente, sin tener en cuenta su vertiente intrahistórica, o han concebido la
nueva sociedad como el fruto de la acción inmanente de la Iglesia, identificando
su progreso con el advenimiento del Reino de Dios. Desde la afirmación de
Marx que veía el cristianismo como el opio del pueblo a posturas cercanas a
nuevas teocracias, los
extremos también han hecho difícil un diálogo de la Iglesia con los hombres.
— Unas veces ha sido un esplritualismo desencarnado o una doctrina
ahistórica quien no ha permitido a la pastoral de la Iglesia mezclarse con las
realidades de este mundo. Las primeras encíclicas sociales, las que
precedieron al Vaticano II, pueden ser una muestra de un tipo semejante de
doctrina. Tanto es así que el surgimiento de una Teología como la de la
Liberación llevó a un abandono y casi olvido de la doctrina de estas encíclicas
por su falta de capacidad para analizar situaciones históricas, hacer juicios de
valor sobre la realidad o animar a una actuación transformadora de unas
estructuras concretas.
— Otras veces, sin respetar la autonomía del mundo o la pluralidad de
opciones técnicas ante la acción concreta, la pastoral ha querido desde la
misión de la Iglesia configurar un mundo nuevo en el que el Reino de Dios ya
estuviera implantado, olvidando que ese Reino relativiza todo orden humano y
lo trasciende, aun aquel que se ha querido imponer desde las exigencias que
brotan del evangelio.

4. El planteamiento mismo del diálogo


Sus lugares de pronunciamiento, su identificación con la vida cristiana o
su incidencia en el mundo, más de una vez han hecho difícil la
intercomunicación.
Con frecuencia el diálogo ha sido ofrecido, especialmente por parte de la
Iglesia, pero no ha encontrado respuesta. Uno de los lugares en los que se ha
plasmado de un modo especial ha sido el de la Doctrina Social, que, sobre todo
a partir de la celebración del Vaticano II y de la promulgación de la Gaudium et
Spes, se ha ensanchado hasta cubrir casi todo el ámbito de ese diálogo
Iglesiamundo. Sin embargo, este intento ha permanecido solitario y, con
frecuencia, incomprendido.
— Unas veces, el problema ha tenido su origen en su misma fuente y en
cómo se planteaba. Lenguajes incomprensibles y sumamente técnicos no han
despertado el interés de aquellos a quienes iban dirigidos o no han encontrado
en las estructuras eclesiales las correas de transmisión que los hicieran
asequibles a todo el pueblo. En ocasiones la doctrina, por querer ser general,
ha carecido de la concreción y de la historicidad que despertasen la atención.
Mantenerse más a nivel de principios que de situaciones lleva a conclusiones
poco prácticas.

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— Otras veces, el problema surge en los receptores de la doctrina.


Nuestro pueblo no está muy acostumbrado a integrar la Doctrina Social entre
los contenidos de su fe y tiene muy poca sensibilidad hacia ella. Ni la iniciación
catequética ni el desarrollo normal de su vida creyente han tenido en cuenta el
amplio campo de las exigencias sociales y consideran doctrina de segunda
categoría o de poca importancia la que versa sobre estos temas.
Con ello, un gran esfuerzo de la Iglesia, destinado a mover y
promocionar este diálogo con el mundo por la palabra y por la acción
transformadora de sus fíeles, no encuentra los resultados pretendidos.

III. POSTURAS QUE HACEN POSIBLE EL DIALOGO


Estas diferentes posturas que hemos analizado, y que tienen muy
distinto origen tanto en el interior como en el exterior de la Iglesia —origen que
con frecuencia se confunde porque son los mismos hombres quienes son
ciudadanos del mundo y miembros del Pueblo de Dios—, hacen difícil el
diálogo entre la Iglesia y el mundo. La dificultad ha adquirido en la historia
todas las gamas, desde la indiferencia hasta el abierto enfrentamiento. Sin
embargo, una sana concepción eclesiológica y pastoral abre las puertas al
diálogo porque en sí misma lo posibilita y lo hace necesario. Volvamos a cada
uno de los argumentos antes descritos para ver su reverso:

1. Concepciones antropológicas
Una recta concepción eclesiológica y pastoral ha de partir de una
concepción del hombre en la que la unidad personal supere todos los
dualismos. La tarea de la Iglesia no va dirigida a aspectos parciales sino al
hombre, que es inteligencia sentiente, espíritu encarnado, individualidad social.
La salvación de Jesucristo es salvación personal.
Si, como hemos venido afirmando, la eclesiología y la acción pastoral
han de tomar su origen en la revelación y en la encarnación:
— nunca la relación del hombre con Dios estuvo separada de una
postura concreta y de una vida en el pueblo. La comunión de Dios que se abre
a los hombres encuentra su realidad y su significatividad en la formación de un
pueblo cuyo comportamiento será siempre la verificación de su autenticidad. La
auténtica fe, discernida por los verdaderos profetas, es la que brota de la
justicia. El pecado destruye tanto la relación como la solidaridad humana
manifestada en la existencia del mismo pueblo. Podríamos decir que la
comunión humana goza ya en Israel de caracteres sacramentales. Es
expresión de la comunión con Dios, a la vez que salvación ya históricamente
instaurada;
— en el misterio de la encarnación, Dios toma carne para hacer de ella
el lugar de su manifestación; el cuerpo humano se convierte en su epifanía. La
culminación de la encarnación en el misterio pascual es precisamente la
resurrección en la que el cuerpo es salvado, de tal manera que la fe en el Hijo

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de Dios es inseparable ya de la fe en Jesucristo cuya vida humana hoy


confesamos;
— en su obra, la salvación toma también cuerpo y mejora la humanidad.
Los evangelistas se recrean en los milagros para indicar cómo la salvación
esperada era precisamente la de los cojos que andan, los ciegos que ven,
signos parejos al anuncio de la buena noticia a los pobres. Es más, la misma
curación corporal se manifiesta como signo sacramental de la regeneración
interior del propio hombre. El episodio del paralítico descendido desde el tejado
es sumamente significativo150. De la misma manera, las exigencias éticas que
brotan de su aceptación son las del amor de su comunidad como signo de
pertenencia a los suyos151 y la transformación de la sociedad por la atención a
los últimos como acreditación para su Reino152.

2. Concepciones eclesiológico-pastorales
En cuanto a dichas concepciones, habría que aclarar:
— Es impensable la postura de indiferencia porque el mismo hombre es
el que pertenece al mundo y a la Iglesia. Una pastoral basada en la distinción y
en la lejanía de los dos campos termina siendo causa de esquizofrenia,
haciendo vivir al hombre en dos planos que no se corresponden. Hoy ya no hay
una economía o una política eclesial paralela, sino hombres cristianos que
trabajan en economía o en política l8. La creación de espacios y de estructuras
dobles ha desembocado en la conciencia de un sujeto único que vive su fe en
las estructuras temporales.
— La postura del interés es incompatible con el evangelio. Una Iglesia
que se ha definido como servidora de los hombres 153 ha de abandonar toda
postura que implique privilegio y distinción. Contra la postura del interés hay
que practicar la pastoral de la misión: una Iglesia entendida para el mundo, que
vive mirando para él y a la que constituye el haber sido enviada.
— En contra de una Iglesia que quiere proyectarse sobre el mundo, la
distinción Iglesia-Reino ha sido sumamente puriñcadora. No está la salvación
identificada con la Iglesia sino que ella se dirige al Reino, cuyos valores
exceden los límites visibles de la Iglesia. La Iglesia es servidora del mundo,
para conducirlo al Reino donde definitivamente coincidirá con él. Su servicio es
sacramental, significándolo y haciéndolo entrar en la historia.
— La postura pastoral válida es la de la apertura: la del reconocimiento
de su propia autonomía, el respeto, el intercambio mutuo. Pero, además, ha de
saber leer en el mundo los signos de los tiempos, es decir, encontrar en la
misma historia humana la presencia del Espíritu que continuamente hace
llamadas a la Iglesia. Esta postura implica el que la Iglesia analice, lea la

150
Mc 2,1-12 y paralelos.
151
Jn 13, 34 y 15, 12.
152
Mt 25.
153
Homilía de Pablo VI el día 7-XII-65 en la clausura del Concilio.

170
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realidad en clave evangélica y encuentre en el propio mundo el rastro de Dios.


Solamente esto es posible desde la acogida gratuita.

3. Concepciones escatológicas
La misma profundización en el tema del Reino, a cuyo servicio vive la
Iglesia, ha situado la escatología como fuente de acción y compromiso,
expresión privilegiada del diálogo eclesial con el mundo.
— El Reino trascendente entra en la historia y se instaura en la vida de
la Iglesia. El ser sacramental de su misterio implica la presencia en este mundo
de sus valores como invitación y como compromiso. El futuro del Reino mueve
el presente de la Iglesia en su servicio al mundo desde la esperanza. Y pocas
fuerzas existen tan llenas de vida como la esperanza. Quien espera orienta la
vida y la propia actividad hacia aquello que es visto como valor supremo.
— Por otra parte, la Iglesia sabe que el Reino la trasciende y que su
diálogo con el mundo tiene que ser continuamente crítico y transformador, sin
detenerse en ninguna de sus realizaciones, relativizando desde lo que espera
aquello que ya se ha logrado. Es una manifestación más del amor. Porque la
Iglesia sabe que el progreso del mundo no se identifica con la llegada del
Reino154 se esfuerza siempre para que sus valores fecunden la historia sin
confundirse con ella. No desde quien tiene la verdad que soluciona la situación,
sino desde quien espera un futuro de plenitud.

4. El planteamiento mismo del diálogo


En cuanto a la misma Doctrina Social de la Iglesia, lugar privilegiado de
su diálogo con el mundo, es preciso que vaya encontrando su puesto en la
reflexión sobre la realidad a la luz de la fe y de su tradición, en la confrontación
con el Evangelio, y orientando la conducta de los cristianos 155.
— Esto implica un esfuerzo de claridad, simplicidad en su doctrina, a la
vez que una comunicación a través de los cauces eclesiales con el Pueblo
llano para que la haga motor de su acción. La cercanía de los problemas y la
cercanía de quien transmite la doctrina implican una encarnación mayor.
— A la vez, la concienciación clara de los cristianos en los asuntos
sociales por medio de una catequización que integre la dimensión social como
aspecto intrínseco de la fe de la Iglesia es requisito imprescindible para la
efectividad de tal doctrina. En todo proceso catecumenal y de iniciación a la fe
tiene que estar presente esta conciencia, que será el sustrato del diálogo,
diálogo que se realiza siempre en el hombre cristiano.
La pastoral de la Iglesia ha de ir haciendo posibles estas actitudes
nuevas que, por una parte, hagan olvidar visiones parciales desde teologías
superadas y, por otra, abran al diálogo y lo posibiliten desde una profundización
mayor en el ser mismo de la Iglesia y en su misión evangelizadora.

154
GS 39.
155
Cfr. JUAN PABLO II, Sollicitudo rei socialis, 41.

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IV. DIALOGO CON EL MUNDO Y EVANGELIZARON


Para que el diálogo no sea monólogo, ni se confunda con un irenismo
empobrecedor, es preciso que cada una de las partes aporte al diálogo aquello
que lo identifica y que constituye la verdad de su ser. No es mejor diálogo aquel
que prescinde de las diferencias, sino el que, desde ellas, sabe crear un
ambiente en el que las propias peculiaridades pueden enriquecer al
interlocutor. A veces, creyendo que la Iglesia debe hacer todo lo que está en su
mano para hacerse comprender y querer de los hombres, ha descafeinado su
mensaje o lo ha privado de sus aristas más significativas para quitar todo lo
que de escándalo, renuncia y denuncia tiene aquello que quiere transmitir a los
hombres. Pastorales de muy distinto tipo han querido hacer un reduccionismo
de la doctrina revelada para poder hacer de ella mercancía más vendible. El
que parte de su alimento no sea digerible fácilmente no se soluciona con no
darlo, sino buscando los modos adecuados para transmitirlo.
La relación de la Iglesia con el mundo es dialéctica, encontrándose y
distanciándose de él. Que el cristiano sea el ciudadano, o que la vocación de
su fe apunte a una culminación escatológica de encuentro en comunión con
todo lo creado en la casa del Padre gracias a la redención de Cristo, no
desemboca en el concepto de identidad, sino en el de misión. Pero el que el
cristiano señale su identidad desde el no ser del mundo (como Cristo no era del
mundo)156 evangélico
no se identifica con que el cristiano tenga que estar en otro mundo. Y
salvaguardar el propio ser liberándolo de todo contagio por medio de la lejanía
no es más que infidelidad manifiesta a lo que al cristiano constituye. Sin
embargo, encontrar el punto medio a estas afirmaciones ha sido difícil en la
historia y es difícil hoy.
Encarnarse sin identificarse, presencia sin perder identidad, estar sin
ser, puede implicar una contradicción que no puede ser resuelta a no ser que
se tenga muy claro el mensaje que transmitimos desde la propia identidad.
Junto al tema de la identidad del mensaje, otro factor influye
poderosamente en la posibilidad del diálogo: el interés de los interlocutores.
Podemos llevar un magnífico contenido, una hermosa palabra que nos ha
seducido y por la que hemos optado y, sin embargo, traer entre manos algo
que a nadie interesa. Podríamos responder que el cristiano muestra en libertad
aquello que tiene y que también en libertad lo escucha quien quiere. Y esto es
cierto o, al menos, debe serlo. Pero ¿es la única respuesta válida? ¿No hay
algo en nuestro mensaje con la capacidad de iluminar a todo hombre que viene
a este mundo? Si no es así, pobre sería nuestra fe, nuestra opción y nuestro
mismo ofrecimiento.
Se impone, por consiguiente, profundizar tanto en el tema del diálogo
como en el interés que para el mundo tiene la palabra que el cristiano transmite
y de la que vive. Entremos en la doble problemática:

156
Cfr. Jn8,23; 17,16.

172
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1. Lo que la Iglesia transmite en su palabra


Indudablemente aquello que la constituye: Cristo. Toda palabra que la
Iglesia pronuncie ha de ser continuación de la Palabra dada en la plenitud de la
revelación y a cuyo servicio la misma Iglesia ha sido instituida. Esa Palabra
eterna resuena en el hoy de la Iglesia para ser dicha a cada uno de los
hombres de nuestro mundo. Esa Palabra es la custodiada por la Iglesia para
poder ser pronunciada en integridad en cada uno de los momentos de la
historia. Esa Palabra es la que hace vivir a la Iglesia y ella la ofrece como vida.
Esa Palabra ha sido pronunciada para todo hombre y encuentra en el misterio
de su Iglesia el cauce para ser oída.
Cristo es un absoluto para la Iglesia, de la misma manera que lo es el
contenido de su misterio, el Reino. Desde ellos la Iglesia se entiende, se juzga,
se purifica y se convierte. A ellos su ser hace relación y, por eso, se ha podido
definir como servicio. Aquello que la constituye es lo que pronuncia. De la
abundancia de su corazón habla su boca.
Toda otra palabra que no sea él es señal de infidelidad a lo que la
constituye. Por eso, se puede decir con claridad que Cristo es el contenido de
doctrina o de toda palabra dirigida por la Iglesia a los hombres. En este sentido,
tenemos que decir que la identidad cristiana ha ido explicitándose claramente
en la historia de la Doctrina Social de la Iglesia. La apoyatura en el derecho
natural o en distintos tipos de filosofía que encontrábamos, por ejemplo, en los
razonamientos de las primeras encíclicas sociales ha ido sustituyéndose por
una fundamentación evangélica y en la revelación que encontramos en las
encíclicas actuales157.
La identidad cristiana ha avanzado en la doctrina y en la palabra
transmitida, y tenemos que alegrarnos de ello. El diálogo será siempre mucho
más auténtico en la medida en que su contenido se exprese abiertamente, sin
estar al servicio de ningún tipo de estrategias.

2. El interés de esta palabra para el mundo


Indudablemente ese interés se llama hombre. Porque esa palabra
pronunciada por Dios como diálogo abierto a los hombres es tanto palabra
sobre Dios mismo como sobre el mismo hombre. Ahí está el contenido central
de la encarnación y la plenitud de toda la historia de la Revelación. Y ahí está
también el lugar donde la Iglesia se muestra cercana, abierta para los hombres.
Dios se ha mostrado en su palabra que la Iglesia transmite como un Dios a
favor del hombre; su gloria consiste en que el hombre viva y su manifestación
es también epifanía de lo que el hombre es. Dándose a conocer ha desvelado
el misterio mismo del hombre. Desde esta certeza, puede decir la constitución
pastoral del Vaticano II: «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece
en el misterio del Verbo encarnado... Cristo manifiesta plenamente el hombre al

157
La primera encíclica de Juan Pablo II, Redemptor hominis, ha sido realmente programática de su
pontificado, que ha repetido incansablemente las consecuencias que brotan de una antropología
cristiana.

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propio hombre... El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto


modo, con todo hombre»158.
Desde la profundización en la revelación que la funda, la Iglesia no
puede distinguir entre palabra sobre Dios y palabra sobre el hombre porque en
Cristo se han identificado ambas palabras. La cuestión del hombre es la
cuestión de Dios mismo; o responder a la cuestión de Dios es haber dicho
quién es el hombre. Tan confesión de fe pueden ser las palabras de Tomás —
Señor mío y Dios mío (Jn 20,28)— como repetir las de Pilato en el pretorio —
aquí tienen al hombre (Jn 19,5).
La palabra que la Iglesia ofrece en su diálogo es tanto Dios como el
hombre, porque su palabra es Cristo. Por eso, si contemplamos su discurso a
lo largo de los siglos, podemos contemplar cómo partiendo de Dios ha llegado
a iluminar los problemas humanos o cómo ha llegado a hablar de Dios al
intentar hablar del hombre mismo. El primer método es más propio del diálogo
con el creyente, con quien parte apriorísticamente de la fe como respuesta a la
revelación, y el segundo más abierto a todo tipo de hombres porque parte de la
humanidad que comparten y se impuso claramente a partir del Vaticano II.

V. TRES TEMAS DERIVADOS


Desde el tema del diálogo y de su interés para el mundo, podemos
abordar tres temas derivados: la antropología cristiana, la presencia de la
Iglesia en el mundo y la evangelizaron.

1. La antropología cristiana
Desde lo que hemos afirmado, está claro que la Iglesia tiene un modelo
de hombre. Su hombre es Cristo. Desde él cada cristiano quiere configurar su
vida y quiere configurar la humanidad. En él ha conocido la verdad del hombre
y ser como él supone la plenitud humana. Para su juicio sobre la realidad
humana la Iglesia tiene un arquetipo y también tiene un proyecto para ofrecer a
la humanidad
en un diálogo constructivo: Cristo.
No es de extrañar, por eso, que el desarrollo de la antropología cristiana
sobre la base cristológica tenga que estar en la base de todo diálogo de la
Iglesia con el mundo. Cuando el Vaticano II se propuso, rompiendo la tradición
de concilios anteriores, el desarrollo de una doctrina conciliar pastoral y
comenzó los trabajos que iban a dar como conclusión la constitución Gaudium
et Spes, no encontraba el eje en torno al que hacer girar su doctrina. Ni el
deseo de la Iglesia de salir al encuentro del hombre, ni el cambio del método
deductivo por el inductivo acababan de dar cuerpo a lo que quería ser el
esquema. El texto de Malinas fue superado sin pasar por el aula conciliar y el
de Zurich fue devuelto para que se rehiciera. Cuando en Ariccia, en la
primavera del, se construye una antropología cristiana para que dé cuerpo a

158
GS 22.

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todo el proyecto, el texto final quedó asegurado, aunque luego, lógicamente,


las tareas conciliares iban a enriquecerlo con la discusión y con la
presentación de multitud de enmiendas.
A ese texto nos remitimos para la precisión de esa antropología. No es
ahora el momento de repetir sus afirmaciones. Pero es claro que, en ese
momento, la Iglesia supo precisar realmente desde dónde puede dirigir su
palabra a los hombres, cuál es el tema sobre el que debe versar y cómo es el
ofrecimiento concreto que ella aporta en la construcción de un mundo nuevo
desde una nueva humanidad. Incluso cuando la Iglesia tiene que mostrar la
razón de por qué es crítica en determinados momentos con los valores del
mundo, apelará siempre a su modelo de hombre en Cristo que ella entiende
como plenitud de lo que es la humanidad, plenitud a la que están llamados
todos los hombres. Sírvanos como ejemplo la parte de la instrucción pastoral
La verdad os hará libres de nuestros obispos que en la lógica interna del
documento era la base de toda la discusión y el origen de la palabra de la
Iglesia159, que fundamenta sobre el modelo del hombre ofrecido en Cristo las
bases para una moral social. O el profundo análisis que hace la encíclica
Centesimus annus sobre la caída de los regímenes comunistas del Este desde
su antropología equivocada y desde no haber sabido respetar la verdad del
hombre160, verdad que la Iglesia ha encontrado en su Señor.
Esta verdad es reconocida en sí misma y no depende de la pertenencia
o no a la Iglesia. Por ello, está justificado un diálogo con todo hombre, la Iglesia
puede dirigir su doctrina a todos los hombres de buena voluntad 161 y puede
colaborar con ellos en la construcción de un mundo en el que ella misma
habita.

2. La presencia de la Iglesia en el mundo


Tener como modelo y como palabra para el hombre y para el mundo a
Cristo, supone el que la Iglesia se autocomprenda y se autovalore desde su
misterio global, desde la encarnación162. Es verdad que el misterio de la
encarnación no se identifica con el misterio de la Iglesia y que hay que matizar
mucho la coincidencia y la diferencia entre ambos, pero sí hay que afirmar que,
para la Iglesia, el misterio de Cristo no es sólo paradigma del hombre, sino
paradigma también del mismo ser y del actuar eclesial. La relación de la Iglesia
con Cristo no es solamente la de la impronta que deja la causa ejemplar sobre
el efecto, sino la de la fe que incluye no solamente aspectos noéticos, sino,
especialmente, aspectos éticos.

159
Parte tercera, n. 34-49.
160
Capítulo tercero, n. 22-29.
161
Costumbre que comenzó con la publicación de la encíclica Pacem in terris de Juan XXIII y que después
ha estado presente en todos los grandes documentos magisteriales.
162
No nos referimos solamente al hecho de tomar carne humana en un momento concreto de su
historia, sino al acontecimiento global de la carne de Jesús. Por tanto, dentro de su encarnación
englobamos también el misterio pascual.

175
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Esta relación que tiene la fe como su fundamento, incluye que el misterio


de Cristo se perpetúe en la Iglesia por una misión continuada de la que el
Espíritu Santo, el mismo en Cristo y en los cristianos 163, es garante. Ser
creyentes o ser Iglesia es, por tanto, algo más que reconocer en Cristo la plena
humanidad, es perpetuar en el mismo ser de la Iglesia una misión a la que
Cristo había sido enviado por el Padre y para la que él mismo entrega su
Espíritu como fruto de todo el misterio pascual 164. Desde la misión, habría que
afirmar:
— Que la Iglesia, continuando el misterio de Cristo, ha de ver con
simpatía y con actitud de apertura un mundo al que está llamada. La postura
del amor justifica el misterio de la encarnación y el de la Iglesia. Esta postura
no excluye la crítica, pero sí la falta de amor o la añoranza de otros mundos.
Estar enviados supone en sí mismo valorar el mundo.
— Que la Iglesia, continuando el misterio de Cristo, es servidora del
Reino. Ese servicio incluye su anuncio, su celebración y su instauración. Por
ello, lejos de desentenderse de las realidades humanas, su razón de ser está
precisamente en el servicio a ellas desde la realidad última del Reino. El
compromiso con las realidades mundanas y con los hombres que quieren
transformarlas desde los valores del Reino pertenece a la esencia misma de su
misión. Y entre la misión y el ser existe una relación fundante en la doble
dirección165. Para la vida de la Iglesia no es indiferente cualquier forma de
estructurar el mundo; es determinante.
— Que la Iglesia, continuando el misterio de Cristo, tiene hacia el mundo
una misión religiosa, no técnica. Su aportación como tal Iglesia a la
construcción de un mundo nuevo es ante todo de sentido. Aportación que no
excluye, sino que incluye, la opción de cada uno de los cristianos por
soluciones técnicas en las que ha de comprometer su fe, y que al nivel de la
doctrina, si quiere respetar de verdad la autonomía de lo temporal, recordará
continuamente cuál es el auténtico hombre y cómo el mundo tiene que ser el
fruto de esa humanidad a la vez que el campo donde esa humanidad pueda
encontrar su auténtico desarrollo.
— Que la Iglesia, continuando el misterio de Cristo, ha de hacer de su
Doctrina Social un análisis de la situación desde criterios evangélicos, desde el
auténtico hombre fundamento de todo el orden social, y ha de impulsar a una
acción; pero que, para que esa acción se desarrolle, ha de descender a las
distintas situaciones en las que la Iglesia se encuentra con el mundo 166. La
doctrina de la Iglesia necesita pasos ulteriores para llegar a ser motor de
praxis.

163
LG 7.
164
Cfr.Jn 20,21-23.
165
La encíclica de Juan Pablo II Redemptoris missio, especialmente en sus primeros números, refleja
perfectamente esta implicación de la misión en el ser de la Iglesia.
166
Es importante señalar aquí la nueva orientación dada a la Doctrina Social por la Octogésima
adveniens de Pablo VI en orden al pluralismo y a la necesidad del discernimiento local.

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3. La evangelización
Si este hombre y este mundo entran de lleno en la vida de la Iglesia, de
modo que afectan tanto a su ser como a su misión, habría que incluir de lleno
el tema del diálogo con el mundo dentro de la misma evangelización, y más
cuando la Iglesia quiere hacer de ella un proyecto global para su vida,
queriendo aunar desde él todas las acciones pastorales. Si el diálogo con el
mundo configura el ser y el hacer mismo de la Iglesia, tendría que estar incluido
en todas las etapas de la tarea evangelizadora 167:
— En el anuncio: El evangelio es anunciado allí donde la Iglesia muestra
su palabra y sus signos a través de cualquiera de sus miembros y a través de
la misma institución. Una Iglesia abierta al diálogo y al compromiso en la
construcción de un mundo nuevo desde el hombre que es Cristo, está
sembrando los valores evangélicos y está suscitando la misma pregunta por el
Evangelio. Una Iglesia recluida sobre sí misma y enemiga de los hombres, o
que solamente muestra su crítica sin mostrar juntamente su colaboración, hace
daño a la causa misma del Evangelio. Solamente a través del diálogo puede
transmitirse la vida que la Iglesia quiere llevar a los hombres.
— En la iniciación catecumenal: Quien quiera iniciarse en el misterio de
la Iglesia necesariamente ha de crecer también en una conciencia social
implicada en la auténtica misión eclesial. Transformar la realidad desde los
valores del Reino pertenece a la esencia misma de la fe y no colocar esta
transformación en una pastoral iniciática es hacer un grave reduccionismo al
mismo catecumenado. Iniciar en la vida de la Iglesia no es solamente una
comunicación de doctrina, sino un aprendizaje a vivir en el mundo de una forma
nueva.
— En la vida pastoral de la Iglesia: Que es tal en la medida en que la
transformación de la realidad en diálogo con los hombres constituye una parte
importante de su acción. Más que parte, habríamos de hablar de una
dimensión de su propio ser, porque todo lo que la Iglesia hace no es ajeno en
absoluto al mundo en el que ella vive. Es verdad que debe haber carismas
especiales y ministerios que se centren en esa misión de diálogo con el mundo,
pero sabiendo bien claramente que toda la Iglesia tiene las características de la
laicidad porque para el mundo ha sido convocada.
Todo lo afirmado ha de llevarnos a la conclusión de que la base del
diálogo de la Iglesia con el mundo no es ideológica ni fruto de una ideología,
sino que, ante todo, brota de un comportamiento moral cuya fuente es el
evangelio y se manifiesta en él de la misma manera.

167
Estas etapas son conocidas ya por todos como la etapa misionera, la etapa catecumenal y la etapa
pastoral. Cf. el documento de la COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, La Catequesis de
la Comunidad (Madrid 1983), 17. A ellas nos referiremos en el próximo capítulo.

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ÍNDICE GENERAL
Capítulo 1: La Teología Pastoral.
Capítulo 2: Fundamentos bíblicos de la Teología Pastoral.
Capítulo 3: Historia de la Teología Pastoral.
Capítulo 4: La constitución pastoral del Vaticano II.
Capítulo 5: Raíces eclesiológicas de la Teología Pastoral.
Capítulo 6: Criterios de la acción Pastoral.
Capítulo 7: Modelos de acción Pastoral.
Modelo Tradicional.
Modelo Comunitario.
Modelo Evangelizador.
Modelo Liberador.
Capítulo 8: La programación Pastoral.
Capítulo 9: Los agentes de la acción Pastoral.
Capítulo 10: El diálogo de la Iglesia y el Mundo.

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