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Cuatro Vientos

Este documento es un relato dividido en cuatro secciones que representan cuatro vientos que guían la vida del narrador. La primera sección describe cómo el narrador busca respuestas prendiendo fuego a una planta y siguiendo sus cenizas hasta un barranco, donde tiene una visión. La segunda sección habla sobre el placer que encuentra el narrador amamantándose del pecho de una mujer. La tercera sección describe a una mujer que se acerca con mangos en los brazos. La cuarta sección comienza hablando sobre la calima en Canari

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Cuatro Vientos

Este documento es un relato dividido en cuatro secciones que representan cuatro vientos que guían la vida del narrador. La primera sección describe cómo el narrador busca respuestas prendiendo fuego a una planta y siguiendo sus cenizas hasta un barranco, donde tiene una visión. La segunda sección habla sobre el placer que encuentra el narrador amamantándose del pecho de una mujer. La tercera sección describe a una mujer que se acerca con mangos en los brazos. La cuarta sección comienza hablando sobre la calima en Canari

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CUATRO VIENTOS

Por Rafa G. Artiles

1ª Edición Septiembre 2023


Chupando a manga da saudade até o caroço
lambendo os dedos
pra depois roer os ossos da separação
Nêga Lucas
Smeonelsusurra
cuatro los vientos que mueven mi vida:
que me empuja a lo desconocido, el que
placer, el que despeja mis nubes y
me trae la luz, y el que siempre me devuelve a
casa. Y aunque pudiera dar a parecer que son
otros los motivos por los que me muevo, es
todo disfraz, sutil apariencia, todo un no
querer parecer siempre lo mismo, tan
predecible. Esta nueva aventura comenzó con
esa vez que prendı́ fuego a una aulaga con
esperanza de que me hablara y llenara mi
espı́ritu de sabidurı́a, como ya hiciera la
bı́blica zarza con el prolijo Moisé s. Necesitaba
saber qué hacer con mi vida, porque estaba
que no estaba, a pesar de que todo me iba
rodado.

Mi vida era la imagen correcta, por su unı́voca


presencia en nuestras mentes occidentales,
pero no era vida, solo un dejar pasar el
tiempo con los bolsillos, pequeñ itos, llenos.
PRIMER VIENTO: CURIOSIDAD

B usqué esa moiseı́stica zarza en el desierto de


mi niñ ez, allı́ en el Salobre, al sur de Gran
Canaria, donde mi abuelo y mi abuela tenı́an su
�inca. Paraje á rido de abruptos barrancos, que se
regaba, en sus primeros dı́as, con el agua salobre
de los pozos que allı́ enraizan profundos en la
tierra. Mangos y naranjos rodearon mis
primeros dı́as de trabajo en el campo. Ahora ya,
plenos de abandono, son esculturas lignitaceas
que cuando la lluvia cae aun regalan algú n fruto,
homenajeando la vida y sacando los colores a
ese mundo que llora cuando queda sin
cobertura.
No encontré zarza, y no sé porque esperaba
encontrarla allı́, jamá s las hubo, y por eso es que
quemé una aulaga seca, que sı́ que abundan por
allı́. Fue prenderle fuego y soplar un desconocido
viento del este. Y mala suerte la mı́a, aquella
aulaga que prendı́ ya no estaba enraizada, ası́
que salió rodando como bola de fuego. Me
acordé de Marte, aquella planta esfé rica,
reticulada y cambiante, que me acompañ ó y me
dio de comer aquella vez que me perdı́ en otro
desierto. Lo siguiente que me vino fue el miedo a
que se prendiera fuego a todo, pero a
continuació n me dije: ¿y a qué carajo se le va a
prender fuego en este secarral? Me relajé , pero
no mucho, aquella aulaga ardiente me debı́a
algunas respuestas, ası́ que salı́ corriendo tras
ella. A su paso iba provocando pequeñ os
incendios, que se apagaban enseguida por el
poco combustible que iba encontrando. El viento
sopló aun má s fuerte y la aulaga aceleró su
ardiente rodar. La perdı́ de vista cuando se coló
barranco abajo, por suerte el rastro negro que
dejaba hacı́a fá cil que la siguiera. Bajé como
pude por las escarpadas paredes de basalto de
aquel barranco. Desde niñ o habı́a jugado en el,
saltá ndome las prohibiciones de los adultos que
me rodeaban, a los que aterrorizaba la idea de
que me despeñ ase, y aunque el peligro podı́a ser
real, desde niñ o fui aprendiendo a leer esa roca,
y ha saber donde era seguro agarrar y pisar. El
mismo acto de a�irmar cada paso lo aprendı́
saltá ndome aquellas prohibiciones.
Descendı́ al fondo de aquel barranco
repitiendo los mismos movimientos que de niñ o
aprendı́. Mi cuerpo sabı́a mejor que mi memoria
cual era el camino secreto por donde descender
sin peligro. El rastro oscuro de la aulaga ardiente
se perdı́a por un recodo del fondo del barranco.
Ya estaba cayendo el Sol y un viento helado
vino encañ onado hacia mı́ desde el oeste, el
lugar por donde marchó la aulaga. El negro
rojizo de las paredes de basalto comenzó a
vibrar como fuego petreo. La aulaga habrı́a
encontrado algo má s grande que ella misma para
quemar.
Avancé por el pedregoso suelo, sintiendo aquel
viento helado calá ndome hasta los huesos. Al
doblar la esquina me encontré con una
impresionante estampa. Todo ardı́a, incluso la
roca volcá nica, pero nada quemaba. Solo hacı́a
un incó modo frı́o, pero no insoportable. Al fondo
vi la aulaga ardiente, y detrá s suya una enorme
pared de fuego que cerraba el barranco. En lo
alto de las paredes que franqueaban ese
barranco se erguı́an hierá ticas un montó n de
palomas blancas con las alas extendidas,
congeladas en el gesto de arrancar a volar, en un
abrazo eterno a lo inmaté rico. Yo tambié n estaba
envuelto en las llamas del fuego frı́o que lo
quemaba todo pero no consumı́a nada. Y con ese
nuevo traje me acerqué a la aulaga ardiente. Ya a
los 9 metros se podı́a sentir su calor abrasador, a
los 7 quemaba, a los 5 dolı́a, a los 3 ardı́ en
palabras.

Yo, que vivı́a en un fuego gé lido


En una comodidad
atormentada, por ser otra cosa.
Que vivı́a en lo irrechazable
en el sueñ o hamburguesado
que vivı́a horatizado, esperando esa tarde libre
que derrochaba en á speras terrazas
de endurecidos paseos, frente al mar
con una cerveza mal tirada
viendo atardecer desde lo esté ril.
La mirada amarga del camarero
recordando, mirando
la arena.
Donde podrı́a estar sentado
viendo ese mismo atardecer
y todos los atardeceres, porque ya,
no tendrı́a horas libres, no existirı́a el tiempo
ni sueñ o hamburguesado
carne picada de su, mi propia vida.
La arena, ¿qué es la arena sino todo el tiempo del
mundo? Un viaje que no acaba
¿có mo va a ser mejor sentarse en la frı́a silla
sobre el sudor del europeo guiri
que sobre la cá lida arena que acarició mil
pieles?
Sus historias indescifrables son la utopı́a que
persigo.
Son las palabras que mal, digo.
Las palabras en las que ardı́.
Y anochecı́ ungido en aceites
Y amanecı́,
desnudo y fé rtil.
SEGUNDO VIENTO: PLACER

C omo recié n nacido busqué la calidez de un


pecho donde alimentarme, donde cobijarme
y donde aprender. Y me encontré con el pecho de
la Nefertiti de cartó n piedra de la que me
enamoré recitando poemas en una de esas veces
que anduve perdido por un desierto. Pero ya no
era má s de cartó n piedra, dejó de ser plató nico
atrezo y se convirtió en la ú nica de las pieles, en
poderosa voz. Mamé la blanca leche del negro
pecho mientras me susurraba canciones e
historias de má s allá del inicio de los tiempos,
casi historias del futuro. Supe de mı́, de ella y de
los secretos sin descifrar de la vida y de la
muerte, aunque solo supe, no descifré . Y allı́
dormı́, sobre su cá lido pecho, arrullado por sus
cantos de sincopado ritmo.
Soñ é con aquellos secretos y con sus
respuestas. Y el sueñ o terminó a una orden suya:
�ica pelado. Y desperté sobre un campo de olvido
pleno de amapolas blancas, desnudo de vestido y
de respuestas. Me levanté y giré sobre mı́ mismo,
y todo a mı́ alrededor era el mismo campo,
in�inito, de amapolas blancas, que se recortaba
perfecto en el horizonte en su oposició n al cielo,
azul, lı́mpido y luminoso.
Miré mis pies, descalzos, aplastando aquellas
amapolas. Levanté uno de esos pies, y las
amapolas aplastadas volvieron a su posició n,
erguidas y saludables. Me acordé de la Nefertiti
de piel negra y blanca leche, y me urgió el deseo
de encontrarla.
Pero ¿qué direcció n tomar?... cuá ntas veces
me hice ya esta pregunta... cuá ntas má s veces me
la tendré que hacer.
Las amapolas tenı́an que saber, su lividez
solo podı́a venir de la leche de la negra Nefertiti,
y sus raı́ces deberı́an estar orientadas hacia ella.
Ası́ que tomé una entre mis manos y con cuidado
la fui arrancando de la tierra, y digo: con
cuidado. Como si fuera posible arrancar algo de
la tierra y ser cuidadoso a la vez.
Su raı́z salı́a, como esperaba, tomando un
rumbo, lo inesperado es que no terminaba de
salir. Y tiré y tiré , desenterrando aquella raı́z que
se volvı́a camino. La fui enredando alrededor de
mi cuerpo, desnudo, tejiendo una nueva piel. Y
ası́, llegué hasta ella, engalanado de raı́z de
olvido, con una amapola blanca que se
alimentaba de mis sentidos. Y me convertı́ en la
ofrenda a lo sagrado. Y su sagrado me devoró ,
me digirió , me transformó .
TERCER VIENTO: CALMA QUE SE ARREMOLINA

S e acercaba a mı́ con sus brazos llenos de


mangos. Tan repletos iban que uno escapó ,
quizá s celoso de compartir sus escuetos brazos.
Ella paró y miró el mango sobre la roja tierra
vestida de brillante verde. Luego observó los
mangos abrazados, evaluando el nervioso
equilibrio que los sostenı́an. Vigilá ndolos,
ampará ndolos con su intensa mirada, se agachó
doblando sus rodillas. Movió con cuidado sus
brazos para poder liberar el derecho. Sin doblar
su espalda estiró el brazo liberado en una
bú squeda a tientas del mango caı́do. Cayeron dos
mangos má s. Ella se paralizó . Su brazo derecho
regresó al abrazo que sostiene. Se irguió con
cuidado y me miró �ijamente. Continuó su
cuidadoso avance.
Evadı́ la intensidad de su mirada fugando mis
ojos a sus brazos. Y me di cuenta de que estos
iban menguando, que todo su cuerpo lo hacı́a...

y los mangos caı́an...

y ella no detenı́a su avance, ella se concentraba


en lo que podı́a sostener, y en no apagar el fuego
de su mirada.
CUARTO VIENTO: LO QUE ME DEVUELVE A CASA

N o se si siempre fue ası́, pero desde que la


conocı́ tuve la certeza de que cada mes de
febrero la calima pasa por Canarias.
Ella, Lı́via, Nêga, me escribió un poema donde
decı́a que la calima me habı́a llevado hasta ella.
Pero se equivocaba.
¿Có mo voy a �lotar en la calima si soy hijo del
basalto? Duro, suave, quebradizo, rugoso,
inquebrantable, sinuoso, frı́o, picó n, ardiente,
anguloso, poroso e impenetrable, siempre pesado.
¿Có mo voy a �lotar en el cá lido viento sahariano si
soy pesado? lo que trajo la calima fue a ella, o
quizá s, la calima sea ella.

Analicemos: la calima te irrita los ojos, te irrita la


garganta, tupe tus bronquios,
di�iculta el respirar y el ver.
Te hace moverte despacio y mirar má s cerca.
Con ella respirar no es mas un automatismo.
La calima mancha todo disfraz de carnaval, el
elaborado, el comprado, el de lujo, el alquilado, el
apañ ado, el original, el de cada añ o, el de moda, el
del que no se disfraza y ese añ o decide ser quien
cree que es en realidad. La calima no hace
distinciones, mancha todo disfraz.
La calima manchará tus ventanas justo despué s
de limpiarlas, y tu coche, y tu pelo y tus zapatos,
los nuevos y los viejos. La calima no hace
distinciones, porque está por encima de las vidas
frugales.
La calima erosiona el basalto con caricias de
milenio. Nutre el suelo del paraı́so.
Y cuando en marzo lleguen las lluvias se
embarrará n las ventanas, los coches, los disfraces,
los zapatos, las calles, algunos á nimos que no
saben de la vida y solo quieren sol abrasador.
Y la isla se teñ irá de verde
Y entonces, nadie recordará la calima, la gran
propiciadora, la que nutre el paraı́so con las
esencias del Sahara, la que nos vela el sol para
que lo miremos directamente mientras nos
hacemos conscientes de nuestra respiració n, de
que estamos vivos.
Vino a mi un mes de febrero de densa calima en
Las Palmas, y se fue un mes de marzo entre
lluvias tropicales en Juiz de Fora.
Su memoria es calima que me di�iculta respirar,
que me nutre y que me permite mirar al sol
directamente, un recordatorio de que estoy vivo.
La calima es ella, Lı́via en su principio, Nêga para
siempre.
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última cláusula la podemos dis-
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