Tema N
Tema N
09 BIOLOGÍA
Y GEOLOGÍA
Las teorías orogénicas.
Deriva continental y
Tectónica de placas.
23-11776-13
Temario 1993
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biología y geología
1.2. Las teorías movilistas de fines del siglo XIX y comienzos del XX
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INTRODUCCIÓN
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servó que las cuencas de sedimentación debieron ser muy alargadas, puesto que las capas eran
alargadas en la dirección de la cadena montañosa; y, por último, que la diferencia en cuanto a
facies sedimentaria entre los diferentes estratos eran mínimas, incluso consideradas a diferentes
profundidades dentro de la cadena; por lo tanto, se debieron sedimentar a profundidades simi-
lares. Para que la profundidad de sedimentación se mantenga más o menos constante a lo largo
del tiempo, las capas más antiguas deben haberse ido hundiendo progresiva y sucesivamente
(subsidencia). Como se probó que éste era un rasgo general de todas las montañas conocidas,
Hall llegó a la conclusión de que los materiales erosionados de los continentes se acumulaban
en cuencas adyacentes, marginales a los continentes, causando la subsidencia de la cuenca; la
subsidencia permitía a su vez la acumulación de más sedimentos, provocando una subsidencia
mayor. Finalmente, el peso de los sedimentos originaba que éstos se calentaran, litificaran y se
levantaran formando montañas. La subsidencia era la que provocaba el vulcanismo y el levan-
tamiento. Estas cuencas de sedimentación que, gracias a la subsidencia, pueden recibir grandes
espesores de sedimentos, fueron llamadas geosinclinales (lo que significa «grandes concavida-
des»).
Este modelo fue modificado por J. D. Dana (1813-1895), quien en 1873 propuso que en el mo-
mento inicial de la solidificación del planeta ya había áreas graníticas y basálticas diferenciadas.
Toda la corteza debía acomodarse al enfriamiento y contracción de la Tierra, lo que generaba
fuerzas laterales locales dentro de la corteza, produciendo amplios abombamientos y depre-
siones. Las áreas levantadas comenzarían a erosionarse y los sedimentos se acumularían en
las depresiones. A medida que los sedimentos iban siendo hundidos a mayor profundidad, se
encontrarían a mayor temperatura, lo que acabaría por fundirlos y originar magmas. A su vez, las
presiones laterales de la contracción de la Tierra se liberaban, plegando y fracturando las rocas,
lo que originaba áreas montañosas compuestas por estratos plegados y penetrados por rocas
ígneas. Es decir, la subsidencia era independiente de la sedimentación y el levantamiento era
originado por cortos movimientos en la horizontal, debidos a la contracción de la corteza.
En la segunda versión de la teoría de la contracción, propuesta por E. Suess (1831-1914), es-
fuerzos tangenciales causaban que la corteza siálica rígida se rompiera y grandes bloques de
la misma se hundieran en las profundidades creando nuevas cuencas oceánicas a medida que
el interior terrestre se reducía de tamaño. Con un mayor enfriamiento, los continentes se con-
virtieron en inestables y se derrumbaban para formar nuevas cuencas oceánicas; y lo que era
océano se transformaba en tierra seca. La intercambiabilidad de continentes y océanos permitía
explicar la existencia de sedimentos marinos sobre las áreas terrestres. Suess vio el crecimiento
de las cuencas oceánicas como un proceso continuo, que se prolongaría hasta que todas las
partes de la corteza encajaran en un globo más pequeño y la Tierra estuviera formada por un
océano universal.
Como se ponía de manifiesto, tanto en las hipótesis de Dana, como en las de Suess, el modelo
de una Tierra enfriándose y contrayéndose consideraba los continentes y cuencas oceánicas
como elementos primordiales e implícitamente negaba la posibilidad de desplazamientos late-
rales de importancia de las masas continentales a través de los océanos. No obstante, finalmen-
te se ponía de manifiesto, dentro de estas teorías, que lo importante del geosinclinal no era la
subsidencia, sino su transformación posterior en cadena de montañas, mediante plegamiento,
magmatismo y elevación.
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Las primeras teorías movilistas derivan de una única observación, la similitud de las costas de
África y Sudamérica, lo que sugiere que en el pasado ambas deberían haber estado unidas y
posteriormente haberse separado debido a movimientos laterales. La primera referencia apa-
rece a finales del siglo XVI, con el desarrollo de la cartografía, cuando A. Ortelius (1527-1598)
menciona la posibilidad de la existencia de esa unión a partir de la coincidencia de la geometría
de dichas costas.
A. Snider-Pellegrini (1802-1885) publicó en 1858 el primer mapa en el que aparecen unidas
África y Sudamérica, y propuso que todos los continentes estuvieron unidos en el Carbonífero,
basándose en la aparición de floras fósiles similares de esa edad en Europa y Norteamérica. Para
Snider-Pellegrini habría sido el Diluvio bíblico y gases volcánicos los que habrían causado la
fragmentación y separación de los continentes.
En 1910, el geólogo americano F. B. Taylor (1860-1938) publicó un extenso artículo en el que
expuso sus ideas sobre lo que más tarde se llamaría deriva continental. Este autor se basó en la
disposición y características de las cordilleras de Eurasia. Taylor supuso un importante desplaza-
miento de la corteza terrestre desde el norte hacia los bordes del continente asiático. Para este
autor el movimiento continental se debía a que la Luna había sido capturada por la Tierra en el
Cretácico y llegó a estar tan cerca de la Tierra que su tirón gravitacional arrastró los continentes
hacia el Ecuador. Curiosamente, hay que mencionar que, aunque sus ideas son esencialmente
movilistas, tal y como las entendemos actualmente, Taylor pensaba que las ideas también mo-
vilistas de Wegener (ver la sección siguiente) no tenían base científica.
A pesar de las contribuciones anteriores, la primera teoría movilista ampliamente discutida por
la comunidad científica está íntimamente ligada al nombre del meteorólogo alemán A. Wege-
ner (1880-1930) y su teoría de la deriva continental. Wegener se había dado cuenta de que la
teoría, entonces mayoritariamente aceptada, de una Tierra que se enfría y se contrae planteaba
muchos problemas de compleja solución, lo que hacía que fuese difícil de aceptar, sobre todo
debido a tres líneas independientes de indicios.
Primero, los estudios tectónicos en los Alpes demostraban la existencia de acortamientos de
cientos de kilómetros, lo que requería una gran cantidad de contracción difícil de explicar.
En segundo lugar, las investigaciones gravitatorias, especialmente en el caso del Himalaya, mos-
traban que la masa superficial asociada a las montañas era contrarrestada por un déficit de
masa por debajo de ellas; las montañas parecían flotar sobre una capa terrestre más profunda
(isostasia).
Por último, el descubrimiento de las fuentes de calor radioactivo sugería que la Tierra no podía
estar enfriándose.
La idea de Wegener era que, a partir del Mesozoico, un enorme continente anterior, que deno-
minó Pangea, se había dividido en varias partes que, navegando a la deriva sobre un sustrato
más denso y fluido, habrían dado lugar a los continentes actuales.
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Las principales pruebas aportadas por Wegener en defensa de su teoría fueron las siguientes:
1. El análisis estadístico de la topografía de la Tierra muestra que la distribución de altitudes en
la superficie terrestre presenta dos máximos, que indican que la superficie de la Tierra sólida
está concentrada en dos niveles; el superior corresponde a la altitud más frecuente de las tierras
emergidas y el inferior corresponde a la profundidad más frecuente de las áreas oceánicas.
2. El encaje de los continentes, especialmente de África y América; Wegener utilizó para ello las
líneas de costa actuales, lo que fue rebatido por otros investigadores porque las líneas de costa
son modificadas continuamente por procesos erosivos y sedimentarios, lo que implica que su
encaje actual sería difícil, aun admitiendo el desplazamiento de los continentes.
3. La continuidad litológica y estructural de las rocas situadas a ambos lados del Atlántico, las cuales
debieron estar en continuidad antes de la hipotética rotura de Pangea. Así, la presencia de rocas
ígneas precámbricas en África, que son completamente semejantes a las de Brasil; o la prolonga-
ción del cinturón orogénico de los Apalaches, que continúa por el norte de las islas Británicas y
Escandinavia.
4. La presencia de faunas extintas similares en ambos lados del Atlántico. Wegener mostró nume-
rosos ejemplos de continuidad de la fauna no marina (Mesosaurus) o flora fósil (Glossopteris) del
Paleozoico o del Mesozoico inferior en los terrenos que habían estado en continuidad con ante-
rioridad a la ruptura de Pangea. Es prácticamente imposible que sus formas vivas o sus semillas
hubieran podido cruzar un amplio océano como el que separa actualmente esos continentes.
Este tipo de coincidencias paleontológicas desaparece totalmente a partir del Cretácico.
5. Argumentos paleoclimáticos, que se basan en la distribución de ciertos tipos de rocas, tales
como las tillitas, evaporitas o carbones, cuya formación depende de las condiciones climáticas
del entorno. En concreto, la presencia de depósitos glaciares antiguos que cubrieron grandes
áreas de los continentes meridionales a finales del Paleozoico sugiere que debieron estar cerca
de los polos, aunque, actualmente, parte de estos depósitos se encuentran en zonas tropicales.
Por otro lado, y durante la misma época, en Europa y Norteamérica existieron amplias regiones
pantanosas con una vegetación exuberante que, con el tiempo, acabaron por producir capas de
carbón; es evidente que estos depósitos se debieron formar en regiones tropicales. La existencia
de un gran continente, desplazado hacia el sur, explica satisfactoriamente ambos hechos a la vez.
Los actuales continentes meridionales estarían en una posición polar, mientras que los continen-
tes septentrionales estarían en el ecuador. Wegener, de hecho, como meteorólogo, llegó a decir
que esta prueba debía ser tan convincente, que ante ella todos los demás criterios debían ocupar
una posición secundaria.
Aunque la teoría de la deriva continental proporcionaba una explicación lógica y simple de mu-
chos fenómenos geológicos, Wegener tenía dudas en cuanto a la naturaleza de la fuerza capaz
de hacer que los continentes se desplazasen. Reconocía la existencia de dos posibles fuerzas:
la que originaba un movimiento de «huida de los continentes» del polo hacia el ecuador y una
especie de fuerza de marea, necesaria para explicar la deriva de los continentes hacia occidente,
lo que originaba que en estas partes occidentales de los continentes se formaran cinturones
orogénicos (Andes, Rocosas, etc.).
Las críticas a la teoría de la deriva continental fueron numerosas. Las más duras fueron expresa-
das por H. Jeffreys (1891-1989) en 1926. Según este autor, el ajuste entre África y América del
Sur no es bueno. Otro crítico de las teorías de Wegener fue el geólogo norteamericano C. Schu-
chert (1858-1942), quien aludió a los puentes intercontinentales para explicar la distribución
geográfica de las faunas no marinas y floras precretácicas.
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A pesar de los esfuerzos de Holmes y Du Toit, la teoría de la deriva continental cayó práctica-
mente en el olvido hasta bien entrada la década de los 50 del siglo XX; siendo las teorías fijistas
las dominantes en el panorama tectónico. Estas teorías tienen dos características en común:
abandonan la idea de una Tierra en contracción y basan los movimientos orogénicos de la
corteza en procesos que ocurren en el manto terrestre; el manto eleva la corteza (o queda ele-
vada frente al manto) y esa elevación hace que aquella pueda deslizarse lateralmente y formar
orógenos.
Así, en 1930, E. Haarmann publicó que todas las deformaciones estructurales de la corteza se
debían a fuerzas verticales actuando en el manto superior. Describía «geotumores» gigantes
ascendiendo desde océanos primigenios en respuesta a tirones gravitacionales de fuerzas cós-
micas de naturaleza desconocida. A medida que se erosionaban los geotumores, los sedimen-
tos resultantes se depositaban en depresiones adyacentes. Haarmann postuló que cambios
en la posición de las fuerzas cósmicas originarían movimientos oscilatorios arriba y abajo en
la corteza. Cuando nuevos geotumores se originaran en otras depresiones, los sedimentos se
deslizarían lateralmente debido a la fuerza de la gravedad y se plegarían. Subsecuentemente, fa-
ses secundarias de tectogénesis elevarían los sedimentos plegados en cinturones montañosos,
como los Alpes, revelando sus espectaculares mantos de corrimiento.
R. W. van Bemmelen (1904-1983) modificó la teoría anterior en la que se denomina «teoría de
las undaciones» (1931). Según esta teoría, los levantamientos y depresiones eran originados
por flujos verticales en el manto, debidos a ligeras diferencias de densidades generadas por
diferenciación geoquímica. Creía que este proceso daría suficiente energía para producir ciclos
magmáticos relacionados con orogenias. Van Bemmelen imaginaba movimientos ondulatorios,
o undaciones, en la corteza con tamaños muy variables que originarían deformaciones en la
tectosfera. Posteriormente, en 1972 integró parcialmente su teoría de las undaciones en el mar-
co de la expansión del fondo oceánico.
Finalmente, V. V. Beloussov (1904-1990) propuso la «teoría de la oceanización» (1967), por la
cual la corteza continental se transformaba en corteza oceánica mediante la intrusión de gran-
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¿Cuáles son las principales pruebas aportadas por Wegener para la defensa de su teo-
ría de la «deriva continental»?
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El uso de equipos de sondas acústicas permitió poner de manifiesto que el relieve de los fondos
oceánicos estaba dominado por tres tipos de morfologías características:
1. Un sistema de cadenas de montañas submarinas que fueron denominadas dorsales centrooceánicas
(aunque no siempre estaban en el centro de los océanos).
2. Escarpes muy largos asociados a zonas de fractura, que desplazaban la dorsal lateralmente.
3. Unas zonas profundas, estrechas y alargadas, denominadas fosas, que aparecían asociadas a sis-
temas de arcos de islas volcánicas o a márgenes continentales.
La cresta de las dorsales estaba caracterizada por un gran surco longitudinal (posteriormente
denominado rift); la dorsal también presentaba numerosos terremotos someros, de carácter
extensional, un vulcanismo activo, esencialmente basáltico, un flujo térmico elevado y una co-
bertera sedimentaria fina y discontinua. Las fosas, por el contrario, presentaban un gran espesor
de sedimentos, un flujo térmico anómalamente bajo y total ausencia de actividad volcánica.
En 1962, H. Hess (1906-1969) sugirió que la corteza oceánica se formaba en las dorsales y se
destruía en las fosas submarinas, para ser reciclada en el manto (Figura 1). Las dorsales, ade-
más, por ser zonas de reciente formación carecían de sedimentos, cuyo espesor aumentaba
a medida que nos alejamos de la dorsal. Lo más importante es que propuso que estos movi-
mientos corticales estaban originados por corrientes de convección en el manto. Sin embargo,
interpretó la corteza oceánica como una zona de hidratación de un manto serpentinizado; su
colega R. Dietz (1914-1995), quien llegó a las mismas ideas de forma independiente, modificó
este punto para generar corteza oceánica por erupciones basálticas submarinas, proceso que
denominó «expansión del fondo oceánico».
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El campo magnético de la Tierra es bien conocido desde antiguo. Es un campo con dos polos
magnéticos que se sitúan próximos a los polos de rotación del planeta. Este campo magnético
puede quedar registrado en las rocas (especialmente las volcánicas), que presentan minerales
ricos en hierro (el más conocido es la magnetita). Por encima de una cierta temperatura (cono-
cida como temperatura de Curie), las rocas ígneas pierden su magnetismo, pero cuando esa tem-
peratura disminuye y la roca cristaliza, los minerales susceptibles de magnetizarse lo hacen. Esta
magnetización es paralela a la dirección del campo magnético existente en ese momento. Una
vez que los minerales se forman totalmente, el magnetismo queda fosilizado en ellos, lo que se
conoce como magnetismo remanente o paleomagnetismo. Hacia 1950 se descubre que se
puede medir en las rocas ese campo magnético remanente, lo que permitió que se realizaran
dos grupos de observaciones importantes.
Por un lado, puesto que los minerales se orientan con respecto al campo existente en el mo-
mento de su formación, es evidente que si las rocas están convenientemente orientadas, en
tres dimensiones, se puede medir tanto la dirección del polo paleomagnético como la latitud
(lo que nos da su distancia al polo) a la que se formó la roca que contiene las partículas magné-
ticas. Las posiciones de los polos en el pasado eran importantes porque si todos los continentes
habían permanecido fijos en un punto, sus polos magnéticos se debían agrupar alrededor del
polo actual. Las medidas, sin embargo, no lo indicaban así, sino que cada continente presentaba
unos polos magnéticos situados en posiciones diferentes a lo largo del tiempo geológico. Con
estos datos y para cada continente se construyó una curva de deriva polar (Figura 2). Consi-
derando varios continentes, se observó que sus diferentes curvas sólo convergían lentamente,
para reunirse en el actual polo magnético en el momento presente. Sin embargo, si se encaja-
ban los continentes tal como había sugerido Wegener, las curvas de deriva polar coincidían; por
ello, actualmente, a estas curvas se
las conoce como curvas de deriva
polar aparente, puesto que no son
los polos magnéticos los que se han
movido, sino que han sido los conti-
nentes (Figura 2).
Por otro lado, también desde co-
mienzos del siglo XX se conocía que
el campo magnético había inverti-
do su polaridad en el pasado. Una
vez confirmado el concepto de las
inversiones magnéticas, los inves-
tigadores empezaron a construir
una escala temporal para ellas. Las
inversiones de polaridad del cam-
po magnético podían investigarse
fácilmente en los fondos oceáni-
cos. Las investigaciones en estas
áreas descubrieron la existencia de Figura 2. Curvas de deriva polar aparente para Europa, Norteamérica,
bandas alternas de magnetismo India y Siberia. Las curvas de Europa y Norteamérica coincidirían si se
de alta y baja intensidad que fue- cierra el océano Atlántico
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Figura 3. Bandas de anomalías magnéticas generadas por expansión del fondo oceánico.
ron interpretadas como bandas alternas de anomalías magnéticas positivas (el magne-
tismo de la rocas es similar al actual y en su medida se suman los dos campos, lo que ori-
gina un valor magnético más alto) y anomalías magnética negativas (la dirección del
campo magnético preservada en las rocas es opuesta al campo actual, de forma que la me-
dida contrarresta el campo actual, lo que origina un valor magnético más bajo). F. J. Vine y
D. H. Matthews observaron, a este respecto, que la cresta de la dorsal siempre estaba mar-
cada por una gran anomalía positiva, y que el resto de anomalías se disponían en forma
de bandas paralelas entre sí y simétricas con respecto al eje de la dorsal, alternando bandas de
polaridad normal con bandas de polaridad inversa (Figura 3). Estos autores interpretaron que
esas bandas reflejan periodos alternos de polaridad (normal o inversa), a lo largo del tiempo en
que se produjo la erupción y cristalización de esas rocas, cuya distribución resulta muy difícil de
explicar si no es aceptando la formación de la corteza oceánica a partir de la dorsal, y la progre-
siva expansión del fondo oceánico con el tiempo (Figura 3).
Los primeros sismómetros modernos fueron construidos hacia finales del siglo XIX. Pero hasta
mediados del siglo XX existieron muy pocos centros sismológicos, por lo que no había redes
globales de monitorización y estudio. Los datos que se obtenían indicaban que los terremotos
se producían en zonas muy concretas de la Tierra: a lo largo de las dorsales oceánicas, en los bor-
des del océano Pacífico y en una banda que se extendía a lo largo del Mediterráneo hasta el Hi-
malaya. La mayoría de estos terremotos eran superficiales y sólo existían terremotos profundos
asociados a las fosas submarinas; estos terremotos estaban localizados únicamente a un lado de
la fosa y además se disponían siguiendo un plano inclinado entre 40º y 60º con la horizontal, lo
que posteriormente se ha denominado zona de Benioff-Wadati (Figura 4).
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Otra de las características peculiares de los fondos oceá- Figura 4. Distribución vertical de hipocentros
nicos es la presencia de grandes fallas que desplazan la de terremotos bajo una zona de subducción. Su
posición de la dorsal. Estas fallas son también fuentes disposición marca un plano inclinado denomina-
do «zona de Benioff-Wadati».
de terremotos y eran consideradas simples fallas trans-
currentes. En 1965, J. Tuzo Wilson (1908-1993) supuso
que el tipo de movimiento que presentan las fallas sub-
marinas es justamente el opuesto al que sería de espe-
rar si estas fallas fuesen simplemente fallas transcurren-
tes no asociadas a centros de expansión en la dorsal.
Entre las dos zonas de dorsal los bloques corticales se
mueven en direcciones opuestas (pero a la inversa de
lo que sería de esperar si la falla fuese una simple fa-
lla transcurrente) (Figura 5). Más allá de estas zonas, los
bloques opuestos se moverían en la misma dirección
y aproximadamente a la misma velocidad hasta que
fuesen consumidos en las fosas oceánicas. La actividad
sísmica debería, por tanto, estar restringida a las zonas
de fractura entre las crestas. Wilson las denominó fallas transformantes, y con el refinamiento
de los sismógrafos se pudo determinar el tipo de movimiento que tiene lugar en un terremoto,
a partir de los primeros movimientos de llegada de las ondas sísmicas al sismógrafo, observán-
dose que la hipótesis de Tuzo Wilson era correcta.
Wilson (1965) propuso que los movimientos de la corteza terrestre estaban en su mayor parte
concentrados en tres tipos de zonas: las dorsales oceánicas, las fosas oceánicas y las fallas trans-
formantes, y que estas zonas móviles estaban unidas mediante una red continua que dividía la
Tierra en varios bloques rígidos, que denominó placas.
Posteriormente, en 1968, W. J. Morgan dividió la Tierra en veinte placas rígidas, que se extien-
den hasta alcanzar la denominada capa de baja velocidad del manto, que está situada a unos 100
km de profundidad, y que corresponde a la parte superior de la astenósfera. La zona relativa-
mente rígida que forma las placas ha sido denominada litosfera.
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La Tectónica de placas, pues, es una teoría según la cual la litosfera está dividida en varias pla-
cas (Figura 6) resistentes y relativamente delgadas, que se mueven entre sí. La gran mayoría de
los terremotos, erupciones volcánicas y procesos orogénicos tienen lugar en los límites entre
placas. La distribución de las placas mayores se muestra en la Figura 1. Las placas están consti-
tuidas por rocas relativamente frías y tienen un espesor medio de unos 100 km. El movimiento
de las placas, junto con el principio de conservación de la materia, exige que las placas estén
continuamente creándose y destruyéndose. En las dorsales oceánicas, las placas divergen entre
sí y a medida que las placas adyacentes se separan, el material caliente del manto asciende
para rellenar el vacío que se produce. A medida que estas rocas calientes del manto se enfrían,
aumenta su rigidez y se integran en la corteza oceánica, creándose así una nueva área de placa
y produciéndose el crecimiento de ésta. Por esta razón, las dorsales oceánicas se denominan
también bordes divergentes o bordes constructivos.
Dado que la superficie de la Tierra es esencialmente constante, debe de haber un proceso com-
plementario de destrucción de las placas. Este proceso tiene lugar en las fosas; en ellas, las placas
se doblan y descienden hacia el interior de la Tierra en un proceso conocido como subducción.
En una fosa oceánica, dos placas adyacentes convergen y una desciende por debajo de la otra.
Por esta razón, las fosas oceánicas son conocidas como zonas de subducción, bordes conver-
gentes o bordes destructivos. La situación de la litosfera descendente puede ser determinada
exactamente por la localización de los focos de los terremotos que tienen lugar en las rocas frías
y frágiles de la litosfera (zonas de Benioff-Wadati). De acuerdo con los procesos descritos ante-
riormente, la litosfera oceánica está reciclándose continuamente, generándose en las dorsales
oceánicas y destruyéndose en las fosas mediante la subducción.
Existe finalmente otro tipo de límites de placa a lo largo de los cuales las placas se deslizan entre
sí con un desplazamiento esencialmente horizontal; estos límites se denominan bordes trans-
formantes, por su asociación a este tipo de fallas transformantes. En ellos no se genera ni se
consume litosfera oceánica, por lo que también se los denomina bordes pasivos.
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El mejor modelo para visualizar el conjunto de los efectos que se asocian a la Tectónica de pla-
cas es el llamado ciclo de Wilson, el cual consta de varias etapas que se encuentran esquema-
tizadas en la Figura 3. Actualmente se considera una versión similar, aunque algo extendida en
el tiempo, que considera que existe un ciclo de acreción y rotura de supercontinentes, de unos
400 Ma de duración, que mediante un ciclo de Wilson conduce de un supercontinente antiguo
hasta otro más moderno (ciclo del supercontinente).
El último ciclo completo que ha existido en la historia de la Tierra parte del supercontinente
Rodinia, que existió a finales del Proterozoico hace unos 700 Ma, y termina con la formación de
Pangea a finales del Carbonífero (hace unos 300 Ma). Este continente se empezó a fragmentar
hace unos 250 Ma, por lo que estaríamos aproximadamente en la mitad de un ciclo supercon-
tinental.
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Comienza con un supercontinente que empieza a fragmentarse; se desarrolla entonces un rift intracontinental (A), mediante fallas
directas en la parte superior (frágil de la corteza) y por estiramiento dúctil en la parte inferior plástica de la misma. La astenósfera
asciende pasivamente y origina una anomalía térmica positiva, este ascenso genera también magmas por fusión parcial de la misma.
Si prosigue la extensión, la corteza continental se rompe y comienza a aparecer corteza oceánica entre ambas, desarrollándose un
rift protooceánico tipo mar Rojo (B); la corteza oceánica se forma a partir de los magmas generados por el ascenso astenosférico.
Continuando con la extensión se forma una dorsal que separa dos placas diferentes, en un estadio oceánico pasivo (C), en el que en
los bordes continentales se desarrollan cuñas sedimentarias (azul oscuro) que reflejan la sedimentación de un margen pasivo, simi-
lar al océano Atlántico actual. Con el tiempo, la litosfera oceánica se ha enfriado lo suficiente para que los empujes desde la dorsal
puedan romper esta corteza, normalmente en las proximidades de la corteza continental, comenzando un proceso de colisión en
el que están implicadas dos cortezas continentales; se inicia la subducción de una de ellas, que origina la génesis de magmas en la
litosfera suprayacente y el desarrollo de un sistema de arcos islas (D). Si la ruptura está próxima a un continente, o si el arco isla acaba
por adosarse a un continente próximo, se desarrolla una colisión entre corteza oceánica bajo corteza continental, originándose un
margen activo de tipo andino (E), con el desarrollo de un arco volcánico en corteza continental. Por último, si colisionan dos bloques
continentales, porque se ha consumido toda la corteza oceánica existente entre ellos, se desarrolla un cinturón orogénico de tipo
himalayano (F) en el que pueden quedar atrapados restos de la antigua corteza oceánica existente entre ambos; lo que se denomina
una sutura, que marcaría el antiguo límite de placas (formada por ofiolitas, rocas de afinidad oceánica). En cinturón orogénico tendría
una raíz engrosada y la deformación de la corteza en sus márgenes podría dar lugar al desarrollo de un tipo de cuencas sedimenta-
rias que se denominan de antepaís.
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Subducción de la dorsal
Si la velocidad de subducción es mayor que la expansión del fondo oceánico, el tamaño del
océano decrecerá, y puede llegar el momento en el que la propia dorsal oceánica sea subducida.
Esto es lo que está ocurriendo en la actualidad en la costa occidental de Norteamérica (placa de
Juan de Fuca).
La Tectónica de placas se basa en argumentos muy poderosos. En este sentido hay que destacar
que las pruebas presentadas por Wegener en defensa de la deriva continental están de acuerdo
con la Tectónica de placas.
Estas pruebas permiten suponer el movimiento de los continentes a lo largo del tiempo geoló-
gico, pero no representan pruebas directas que corroboren la teoría de la Tectónica de placas,
aunque están de acuerdo con ella. La mayoría de ellas ya fueron expuestas por Wegener y aquí
presentaremos sólo algunos datos que modernizan los argumentos.
El ajuste de áreas con la misma litología, edad y/o continuidad estructural entre
continentes separados
La reconstrucción anterior está fuertemente respaldada por la continuidad de numerosos rasgos
geológicos en masas continentales actualmente separadas, pero que aparecen unidas después
de la reconstrucción. Uno de estos rasgos se refiere a los terrenos del Proterozoico y del Paleozoi-
co de los continentes, una franja continua desde el este de Australia hasta Argentina, pasando por
la Antártida y el sur de África, cuando los continentes del hemisferio sur son considerados en sus
posiciones previas a la separación.
Pruebas paleontológicas
La distribución geográfica de los organismos fósiles se encuentra limitada en el pasado geológico
por el tamaño de los océanos entre continentes. Cuando los continentes se rompen y comienzan
a separarse, los organismos no pueden atravesar fácilmente los océanos implicados y tienden a
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Figura 8. Ajustes de los bordes continentales a lo largo del océano evolucionar en grupos muy diversos y especializa-
Atlántico. dos sobre los diversos fragmentos continentales.
De acuerdo con esto, es posible relacionar el ori-
gen de algunos grupos especializados y la extin-
ción de otros con la rotura y colisión de continen-
tes. Así, por ejemplo, la diversidad de invertebrados
parece correlacionarse con la fragmentación o con
la unión continental, como se deduce a partir de
otros métodos de reconstrucción de placas. Un au-
mento en la diversidad de invertebrados se corre-
laciona con un aumento en la fragmentación con-
tinental (por la mayor extensión de las plataformas
continentales que ello supone), y una disminución
en la diversidad (causada por extinciones) se corre-
laciona con una unión de fragmentos continenta-
les (ligada a una disminución de la extensión de las
plataformas continentales).
Los límites entre provincias faunísticas mayores se
correlacionan habitualmente con zonas de sutura
entre bloques continentales que entraron en coli-
sión con posterioridad al desarrollo de las faunas.
Así, la distribución biogeográfica de los trilobites
cámbricos indica la existencia de varios continen-
tes separados por cuencas oceánicas mayores du-
rante el Paleozoico inferior.
Pruebas paleomagnéticas
Las pruebas que se exponen a continuación son las que han permitido verificar específicamen-
te las teorías de la expansión del fondo oceánico y de la Tectónica de placas.
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Es posible, además, correlacionar las anomalías magnéticas lineales del fondo oceánico con in-
tervalos de polaridad normal e invertida de la escala geomagnética de tiempo. Por conveniencia,
los geofísicos numeran las anomalías comenzando en el eje de la dorsal. Queda claro que las
anomalías no aparecen a la misma distancia de las correspondientes dorsales. En consecuencia,
las velocidades de expansión deben de haber variado de un área a otra. Las correlaciones de las
anomalías magnéticas con la distancia al eje de la dorsal indican que las velocidades de expan-
sión en las cuencas del Índico sur y del Pacífico norte han sido más variables y, por término medio,
más rápidas que la velocidad de expansión del Atlántico sur.
Figura 9. Distribución de las edades de los fondos oceánicos en el océano Atlántico. Esta
distribución es simétrica con respecto al eje de la dorsal; las rocas más modernas están en sus
proximidades, y las más antiguas, más alejadas. No existe corteza oceánica anterior al Jurásico
(180 Ma) (los números hacen referencia a la edad de las diferentes porciones de corteza
oceánica).
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Por otro lado, el espesor de estos sedimentos proporciona una verificación adicional. Estos sedi-
mentos están prácticamente ausentes en las dorsales y su espesor aumenta proporcionalmente
a la distancia a la dorsal. Como estos sedimentos son de tipo pelágico y se acumulan mediante
una «lluvia» constante de partículas sobre el fondo, su mayor espesor indica un tiempo mayor
para su acumulación.
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Existe un acuerdo general en que las corrientes de convección en el manto representan el me-
canismo esencial que impulsa la cinemática de las placas litosféricas. Además, convección del
manto y tectónica de placas forman parte del mismo sistema, en el que las dorsales y las plumas
del manto son partes de las ramas ascendentes de la convección, y las zonas de subducción,
parte de las descendentes. Este mecanismo convectivo está controlado en última instancia por
la desigual distribución del calor (procedente de la acreción del planeta y de los elementos
radioactivos) en el interior de la Tierra.
Existen varias fuerzas que pueden explicar el movimiento de las placas en la superficie. Por otro
lado, estos movimientos se enmarcan en los diferentes modelos de convección en el manto.
Se considera generalmente aceptado que sobre cualquier placa existen tres tipos de fuerzas
(Figura 11), que favorecen su movimiento. Por un lado, una fuerza de arrastre de la placa que
actúa en las zonas de subducción; cuando una placa se va hundiendo en el manto subyacente,
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Figura 11. Fuerzas que actúan sobre las placas. Las fuerzas que favorecen el movimiento aparecen marcadas
con flechas continuas (en blanco o negro); las que se oponen al movimiento, mediante flechas de puntos.
la litosfera está más fría y es más densa que los materiales adyacentes, y esta litosfera ejerce un
«tirón» sobre el resto de la placa. En segundo lugar, desde la dorsal la placa es empujada late-
ralmente debido a que está más elevada topográficamente que el resto (debido a la anomalía
térmica que presenta); ésta es una fuerza de tipo gravitatorio que se denomina fuerza de em-
puje de la dorsal. Por último, cuando una placa subduce, se crea en el manto de alrededor una
circulación inducida de material hacia abajo, que «succiona» o ayuda a succionar la placa en
subducción hacia el interior de la Tierra (fuerza de succión de la placa).
Existen también en el interior terrestre una serie de fuerzas que pueden contrarrestar el mo-
vimiento de las placas (Figura 11), normalmente por rozamiento o fricción. Son de dos tipos:
fuerza de resistencia de la placa, que se produce por rozamiento de la placa en subducción
contra la placa suprayacente, y fuerza de arrastre del manto, debido al rozamiento horizontal
sobre materiales más profundos; ésta es una fuerza importante por debajo de los continentes,
cuya litosfera presenta mayor grosor y se extiende hasta zonas del manto donde el material es
más viscoso y ofrece más resistencia al movimiento.
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Figura 12. Modelos de convección en el manto: A) convección de todo el manto, B) convección estratificada.
Los modelos de convección clásicos son de dos tipos: a) Modelo de convección estratifi-
cada. En este caso, la convección se produciría en dos niveles del manto; el más superficial
tendría lugar en el manto superior, y el más profundo en el inferior, y tendría mayor dimensión
vertical que el nivel superior. Ambos niveles estarían separados por la zona de transición del
manto superior al inferior a una profundidad de unos 660 km. Este modelo puede explicar las
diferencias de quimismo entre las lavas que hacen erupción en las dorsales y las que están
relacionadas con las plumas del manto, pero las imágenes sísmicas han demostrado que este
no es un límite fijo, puesto que la subducción de algunas placas lo puede sobrepasar, lo que
podría mezclar las dos capas en convección (Figura 12B). b) Modelo de convección de todo el
manto. Afectaría a todo el manto, siendo las plumas del cual (originadas en la interfase manto-
núcleo) serían las ramas ascendentes, y las zonas de subducción, las descendentes. La mayoría
de los autores se pronuncian a favor de los modelos de convección profunda (Figura 12A). Así,
las anomalías de la gravedad de gran anchura y la gran superficie de las placas sugieren células
de convección que se extienden a profundidades groseramente iguales al tamaño de las placas
(del orden de los 3.000 km), concordantes, por tanto, con la profundidad de la base del manto.
En los últimos 30 años, dos elementos han contribuido a un mejor y más profundo conoci-
miento de la estructura y dinámica terrestre. Por un lado, el desarrollo y establecimiento de un
sistema de localización global, GPS (Global Positioning System); y, por otro lado, el desarrollo de
los sismógrafos digitales de banda ancha en los años ochenta.
El primero ha facilitado el estudio de los parámetros superficiales de la Tierra. Los detectores
GPS dan la posición de cada punto sobre el mapa de la Tierra con una exactitud de milímetros
referida a un sistema convencional fijo de referencia. La repetición de estas medidas permite
en pocos años determinar, a través de un análisis muy riguroso, el campo de velocidades rela-
tivas de una región, que dan tanto la magnitud de desplazamiento anual como su dirección.
Ello ha permitido medir el desplazamiento de todas las placas en la superficie terrestre; así, por
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La Tectónica de placas es una característica que hace único al planeta Tierra en nuestro sistema
solar. Existe, sin embargo, una cierta controversia acerca de cuándo comenzó a funcionar tal
y como la conocemos actualmente. Algunos investigadores piensan que ya existía incluso en
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el Eón Hádico; aunque otros sugieren que la tectónica de placas, según se entiende ahora, no
podía existir en los primeros estadios de la historia de la Tierra debido al mayor flujo térmico
existente entonces. Así, dado el carácter exponencial de la desintegración de elementos radio-
activos, hacia los 3.600 Ma, se podría esperar que el flujo térmico fuese 3 veces el actual y que
hacia los 2.600 Ma fuese el doble. Por otro lado, la corteza continental es un material diferencia-
do del manto y en algún momento del Precámbrico habría mucha menos que en la actualidad,
lo que debería tener obviamente algún efecto sobre el tipo de tectónica en ese momento.
Todo ello se pone de manifiesto por la existencia de las rocas ígneas y metamórficas que se-
ñalan una Tierra más caliente en el Arcaico, en la que las placas aparentemente no podrían
subducir hasta las profundidades típicas de formación de eclogitas con coesita. Con un manto
térmicamente más caliente es muy posible que la subducción y la expansión del fondo oceá-
nico habrían sido más débiles, que la litosfera habría sido menos densa, y la convección en el
manto diferente. Sin embargo, la existencia de circones prearcaicos (con una edad de 4.400 Ma,
aunque incluidos en rocas más modernas) indica la presencia de una corteza continental de
esa edad; pero ello no necesariamente sugiere que la tectónica de placas y el reciclado cortical
estuvieran ya operativos.
Si la composición de las rocas ha variado con el tiempo, los procesos (que forman dichas ro-
cas), esto es, la tectónica de placas podría también haber evolucionado con el tiempo, lo que
se pone de manifiesto en la diferente estructura que presentan los cinturones orogénicos a lo
largo del tiempo geológico. Los orógenos meso y neoproterozoicos presentan claras evidencias
de subducción y colisión; además, datos paleomagnéticos de esa edad demuestran que algu-
nos cratones se habrían movido unos con respecto a otros. Los orógenos paleoproterozoicos
presentan ofiolitas, asociaciones de arcos-islas y estructuras acrecionarias similares a las de oró-
genos actuales. Por último, al menos desde el Mesoarcaíco (3.000 Ma), el registro estratigráfico
presenta características que recuerdan a las formadas durante el Fanerozoico mediante Tectó-
nica de placas, tales como prismas sedimentarios de acreción. Existen, sin embargo, diferencias
evidentes entre las rocas arcaicas y las actuales; los cinturones de neis-granito y los cinturones
de rocas verdes (greenstone belts) son una característica peculiar de los cratones arcaicos y están
ausentes en provincias más modernas. Todo ello parece sugerir que la tectónica de placas más
similar a la actual pudo desarrollarse a lo largo del Arcaico.
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BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFIA COMENTADA
Agueda, J. A.; Anguita, F.; Araña, V.; López Ruiz, J.; Sánchez de la Torre, L. (1983): Geología. Ma-
drid: Rueda.
Es un libro que en algunas partes se ha quedado algo obsoleto; la tectónica de placas está en general bien
documentada, con gráficos en blanco y negro.
Anguita, F. y Moreno, F. (1991): Geología procesos internos. Madrid: Rueda.
Bien presentados los temas; abundancia de dibujos y gráficos. Le da mucha importancia al pensamiento crítico,
con abundancia de preguntas (resueltas); puede ser un magnífico complemento a los anteriores.
Brown, G.; Hawkesworth, C. y Wilson. C. (1992): Understanding the Earth. Cambridge University
Press.
Muy buen libro, con mucha información y relativamente actualizado, aunque ya tenga más de 15 años. Algu-
nos temas se tratan muy en profundidad, con abundancia de datos; también presenta problemas que pueden
ayudar a desarrollar el pensamiento crítico.
Hallan, A. (1983): Grandes controversias geológicas. Logroño: Labor.
Un libro muy bien escrito sobre la evolución de los conceptos y las ideas en Geología; ameno e interesante, su
principal punto en contra radica en la casi ausencia de dibujos o gráficos.
Tarbuck, E. J.; Lutgens, F. K. y Tasa, D. (2005): Ciencias de la Tierra: Una introducción a la Geología física.
Madrid: Pearson Educación.
Posiblemente el mejor libro en castellano sobre geología general; muchas ideas para discutir, gráficos en color
bien diseñados y precisos. Le acompaña un CD-Rom (en inglés) que puede ayudar en el estudio, que incluye
animaciones.
VV.AA. (1983): Dinamismo terrestre. Investigación y Ciencia, núm. 86 (monográfico). Barcelona: Prensa
Científica.
Bien presentado con un nivel muy aceptable, muchos de los elementos se presentan de una forma simple y
clara.
Bibliografía referida
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WebGRAFÍA
http://es.wikipedia.org/wiki/Tect%C3%B3nica_de_placas
http://w3.cnice.mec.es/eos/MaterialesEducativos/mem2000/tectonica/index.htm
http://www.juntadeandalucia.es/averroes/manuales/tectonica_animada/tectonanim.htm
http://www.librosvivos.net/smtc/homeTC.asp?TemaClave=1190
http://en.wikipedia.org/wiki/Plate_tectonics
http://sideshow.jpl.nasa.gov/mbh/series.html
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RESUMEN
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AUTOEVALUACIÓN
1. Las placas se mueven y se desplazan lateralmente unas con respecto a otras a lo largo de:
a. Fallas transformantes.
b. Límites convergentes.
c. Límites divergentes.
d. La transición entre corteza continental y oceánica.
4. ¿Qué flora fósil estuvo ampliamente distribuida a lo largo de una gran masa de tierra en el Hemisferio
Sur durante el Paleozoico superior?
a. Granopteris.
b. Monastarious.
c. Glossopteris.
d. Glosopetrae.
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6. ¿Cuál de las siguientes fuentes de energía se cree que origina los movimientos laterales de las pla-
cas?
a. Fuerzas gravitatorias de atracción por parte del Sol y la Luna.
b. Campos eléctricos y magnéticos localizados en el núcleo interno.
c. Transmisión de calor desde las partes inferiores del manto hasta las partes superiores de la astenós-
fera.
d. Movimientos de rotación de partículas de hierro fundido en el núcleo externo.
7. ¿Cuál de las siguientes afirmaciones describe de una forma más precisa los volcanes de las islas
Hawai?
a. Estratovolcanes asociados con una zona de subducción y un límite de placa convergente.
b. Volcanes escudo alimentados por un punto caliente bajo la placa del Pacífico.
c. Volcanes escudo relacionados con una dorsal en la mitad del Pacífico.
d. Estratovolcanes asociados con una falla transformante en la mitad del Pacífico.
10. ¿Que es lo que marca más efectivamente los bordes de las placas litosféricas?
a. Alineaciones de estratovolcanes activos.
b. Los bordes de las plataformas continentales.
c. La localización de puntos calientes del manto.
d. Alineaciones de epicentros de terremotos.
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