No Me Iré Sin Ti - Tu Amigo de Cuatro Patas - Giovanni Velasco - 2022 - Anna's Archive

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No me iré sin ti

GIOVANNI VELASCO
©NO ME IRÉ SIN TI
Copyright © 2022 Giovanni Velasco
Por Amazon
Mayo de 2022

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra,


por cualquier medio, sin premiso escrito del autor.
ÍNDICE
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11

PARA VIERNEZ
Mi peludo y fiel amigo
CAPÍTULO 1

Le prometí a Buddy que lo llevaría a pasear en el Ford Mustang clásico,


fue un regalo de papá cuando logré ser admitido en la Universidad de
Míchigan. El pretexto perfecto es visitar al tío Vernon, aunque el viaje va a
hacer un poco largo, pero mi intención es pasar un buen tiempo con Buddy.
Él comienza a lamerme la cara.
—Calma, amiguito, estoy conduciendo —le digo acariciándole la parte
inferior del hocico.
Enciendo la radio y suena “In the end” de Linkin Park, mi preferida,
menos la de Buddy, le da por aullar.
—Está bien, lo apagaré… A mi chica le gusta —le digo.
Observar a Buddy sacar la cabeza por la ventanilla, recibiendo
bocanadas de aire significa una sola cosa: se está divirtiendo y eso me saca
una sonrisa. Fueron casi tres años de ausencia, y quiero recompensárselo.
Aún recuerdo cuando me encontré a Buddy, todavía estaba en la
secundaria. Era el chico más popular de la escuela, popularidad que gané
por ser el mariscal de campo. Pero no significaba que tenía que burlarme
del más débil, de hecho, me mejor amigo era nerd y gracias a él entendí
que, los perdedores… Perdón, las personas distintas, también podían
respirar nuestro mismo aire.
Después de que ganáramos el campeonato estatal, Scarlett Thompson,
la reina de la escuela entró al vestidor de hombres y caminó hacia mí, no
había duda que era muy sexy. Aún tenía la toalla puesta, y sus ojos
comenzaron a detallarme sin disimular. Su rostro dibujaba una excitante
sonrisa, y luego sus manos empezaron a acariciar mi abdomen, lógicamente
dejé que lo hiciera.
—Eres lindo, ¿tienes novia? —me dijo
—No…
—Qué pasaría si esa toalla se resbalara por accidente…
No dije nada, solo la miré a los ojos, y sonreí. No era tonto, sabía lo
que ella quería. Pensé que se trataba de una sola noche, pues acostarme con
Scarlett Thompson me hizo más popular, algunos se atrevían a decir que era
un Dios, pero otra cosa era tener una relación seria con ella, eso ya era otro
nivel.
Gracias a su conducta sexual compulsiva, encontré a Buddy. Lo que no
sabían muchos, era que Scarlett Thompson era adicta al sexo, causándome
un bajo rendimiento en el equipo, incluso, ya no era el capitán.
Escuchábamos 21 Guns de Green Day, y de repente, ella detuvo su
Ferrari rosado en una calle desolada y comenzó a besarme el cuello.
Después introdujo su lengua en mi oído, suena asqueroso, pero me gustaba.
Me retiré la camisa, y sus labios besaron enloquecidamente mi clavícula.
—Apaga eso, odio esa canción —le dije.
—Está bien, pero quiero que hagamos tacones a las estrellas.
No sabía de lo que estaba hablando, solo me dejé llevar por el deseo.
Sin embargo, alcancé a oír un ruido, y eso me desconcentró. Scarlett se
había puesto encima de mí, así que la retiré, me puse la camisa y descendí
del auto.
—¿Qué te pasa? ¿Qué haces?
—Espera, escuché algo. Quédate en el auto…
—¿Adónde vas?
—Solo quédate en el auto.
Fui el capitán del mejor equipo de la secundaria, y mi segunda casa era
el gimnasio, por lo que no podía temerle a un desolado y oscuro callejón. El
ruido se oía cada vez más cerca, y supe que el extraño chillido salía de un
contenedor de basura. Entonces pensé que solo se trataba de una reunión de
roedores, y me di la vuelta, no quería que Scarlett perdiera su apetito sexual
y se arruinara la noche.
El chillido desesperante que aún llegaba a mis oídos, paso a ser unos
leves ladridos y eso me detuvo. Caminé hacia el contenedor de basura y lo
abrí…
—¡Oh, por Dios! ¿Quién te puso ahí, amiguito?
Era un cachorro nadando entre los desechos. Parecía estar hambriento
y deshidratado. Lo agarré entre mis manos y comencé acariciarlo, pensando
quién podría haberlo abandonado de una manera tan inhumana.
—Hueles horrible amiguito, necesitas un buen baño.
Golpeé la ventanilla del auto mientras Scarlett se ponía el vestido, creo
que estaba de malhumor. Apenas abrió la ventanilla le asenté el hocico de
mi nuevo amigo a su rostro, que de inmediato se echó para atrás, espantada.
—Este era el causante del ruido —le dije, viendo como su cara se
arrugaba en cámara lenta.
—¡Quítalo! ¡Quítalo! ¡Quítalo! Si es un maldito perro y huele
asqueroso… suéltalo por ahí, y que se vaya.
—Me lo voy a llevar…
—Si metes a ese asqueroso animal a mi coche, esto se termina.
—Entonces nos va a tocar caminar, amiguito…
Caminamos a casa, pero primero nos detuvimos en una pizzería.
Tuvimos que comernos la pizza afuera, pues algunos comensales se estaban
incomodando con la presencia del cachorro. Nos sentamos en la acera y le
di pequeños trozos de pizza, que, sin darme cuenta, ya había terminado.
—WOW, sí que tenías hambre… ¿quieres un poco más?
Tuve que meterlo a la casa sin que mis padres se dieran cuenta,
además, ya era tarde y no quería despertarlos. Lo llevé a la ducha y con
pasos sigilosos agarré el champú de mamá. Nos dimos un buen baño.
Después de secarnos, lo acomodé al lado de mi cama, pero repentinamente
salto sobre mí, y lamió mi cara más de tres ocasiones. Creo que trataba de
darme las gracias.
—Descansa, amiguito —le dije.
CAPÍTULO 2

La idea era ocultarlo de mis padres, pero no tardarían mucho en


descubrirlo. Descendí las escaleras y mi aceleración parecía de 0 a 240
km/hora en diez segundos. Papá leía el periódico y mamá preparaba el
desayuno. Noté que papá me miraba por encima del periódico mientras un
sudor frío comenzaba a surgir de forma descontrolada.
—¿Cómo te fue anoche con Scarlett? —me dijo.
—Tengo algo que decirles…
Papá soltó el periódico y lo dejó encima del sofá. Su mirada fija me
ponía más nervioso. No sabía cómo iban a reaccionar, temía que me dijeran
que no se podía quedar y tuviera que abandonarlo de nuevo.
—Ha llegado un nuevo miembro a la familia —dije.
Mamá dejó caer el sartén con el tocino y papá comprimía sus manos,
negando con la cabeza. Seguro controlando la furia, cosa que me
pregunté… ¿Si todavía no les había dicho nada?
—¡La universidad! —dijo mamá llorando—. ¿Qué pasará con la
universidad?
—Acabaste con tu futuro. Ahora vas a responder como un hombre.
—¿De qué están hablando?
—Vas a tener un hijo, ¿no?
—Yo hablaba de esto…
De inmediato les mostré a Buddy, así le había puesto. Se me ocurrió
mientras dormía. Mamá se secaba las lágrimas, y se abalanzó hacia Buddy.
—Qué lindo perrito…
—¿Por qué tienes un perro en la casa? ¿desde cuándo lo tienes?
—Desde ayer papá, lo encontré en un contenedor de basura.
—Tienes que llevarlo a un refugio para animales abandonados.
—Me lo voy a quedar.
—No, eso no. No quiero un perro por toda la casa haciendo daños.
Además, quien limpiara sus excrementos.
—Lo educaré...
Para que Buddy se quedara conmigo tuve que mejorar las notas y
podar el jardín durante un año. También tenía que conseguirme un trabajo,
pues era mi responsabilidad. Lo hice con gusto, porque ya era mi pequeño
mundo.

Lo lleve a Love Pets y el diagnóstico que me dio el médico veterinario:


algunas pulgas, parásitos y síntomas de dermatitis. Nada que no se pudiera
curar. Además de eso, me enteré de que era un spaniel holandés de tres
meses de nacido, cosa que sorprendió al médico veterinario, por ser una
raza reconocida en los países bajos. Le pereció extraño que lo hayan
abandonado siendo un perro amistoso, atento, de buen carácter y muy
cariñoso. Pero me recomendó que puede ser agresivo con otros perros, por
lo que es especialmente importante una socialización concienzuda a
temprana edad. Al spaniel holandés le encanta el adiestramiento y los
nuevos retos.
Mientras pasaba el tiempo lo fui conociendo debido a sus acciones y
gestos. En ocasiones en el parque me llevaba algún ave en estado de
descomposición, por supuesto me daba un poco de asco al principio, pero
luego entendí que solo intentaba hacerme feliz. Los sábados en la noche
pedíamos pizza y veíamos películas, no le gustaban las de terror, pero si las
que contenían animales. Inesperadamente se me acercaba, y se acurrucaba
en mi pecho, lo que significaba que se sentía cómodo conmigo. Siempre
que me sentaba al frente de mi laptop, notaba que me miraba con la boca
abierta, lo cola recta y puntiaguda, con las orejas hacia adelante. Era una
señal de que sentía curiosidad por algo dentro de su entorno. Tal vez
escuchó un ruido nuevo o huele algo interesante. De cualquier manera, ya
estaba listo para jugar al detective.
Un día llegué temprano a casa y encontré a mamá de malhumor, a
punto de estallar de la ira, solo porque Buddy había hecho un lavado de
sofá. Es decir, que sería castigado y dormiría afuera. Lo único que hice fue
sentarme en el sofá saqueado por Buddy mientras lo acariciaba, sabía que
no era su culpa. Debí dedicarle tiempo y llevarlo a caminar, sacar algo de su
energía y ansiedad antes de irme a la escuela.
Le confesé a Buddy que Scarlett estaba saliendo con Alan, un jugador
de lacrosse. Negué con la cabeza y me arrojé sobre la cama, y supe que
Buddy me entendía, pues se abalanzó hacia a mí y comenzó a llenarme de
babas, como diciéndome que ya encontraras alguien mejor.
Así fue, siete días después conocí a Kristen, y no de la manera más
romántica, pues prácticamente Buddy violó a su Crestado chino. Ella me
dio una bofetada por no educarlo de la forma correcta. Al principio me
odiaba, no podía verme, y siempre huía de mí o quizá de Buddy, no lo sé;
por lo que tuve que recurrir a él, pues recordé que el médico veterinario me
dijo que era una raza que le encantaba el adestramiento y los nuevos retos.
Duré más de tres semanas adiestrándolo, solo para que llevara una flor
en su boca y se le entregara a Kristen. Sé que fue mucho tiempo para algo
tan sencillo como eso, pero toda la culpa fue de Buddy, pues no era muy
romántico y destrozaba la rosa.
Ya todo estaba preparado y permanecí mirando el lugar donde Kristen
se sentaba a leer junto con su perro que era algo peculiar. Un ladrido de
Buddy me advirtió de que se acercaba, y nos ocultamos mientras le decía lo
que debía a hacer.
—Confió en ti, sabes que ella me encanta —le dije.
Buddy me lamió la oreja, era la forma de decirme que todo iba a salir
bien. Tomó la rosa entre sus dientes y caminó con dirección a Kristen. Ni
siquiera se daba cuenta de que mi peludo amigo se le acercaba, solo cuando
Buddy subió las patas delanteras sobre sus piernas y expuso la rosa a
escasos centímetros de su rostro. Ella intrigada agarró la rosa mientras
acariciaba a Buddy, luego levantó la vista y comenzó a mirar hacia todas las
direcciones, seguro buscándome. Tuve que salir de mi escondite, y la saludé
con una sonrisa larga, pero mi saludo no fue correspondido. No parecía
impresionada, más bien decepcionada.
—Debo parecer un idiota —dije entre dientes.
Ella comenzó acercarse, y por el desagradable gesto de su cara, creo
que no funcionó. La seriedad empapaba mi rostro cuando Kristen se ubicó a
unos escasos centímetros de mí, mirándome sin parpadear. Retrocedí, y
tropecé con Buddy.
—Que patético eres, usar a tu mascota para llamar mi atención —dijo
—. Eso es caer muy bajo.
—Pensé que te gustaría, discúlpame…
—Pensaste mal, pierdes el tiempo conmigo.
Apenas me lo dijo, se dio la vuelta para huir de nuevo, pero esta vez no
podía dejarla ir. A una velocidad que no esperaba, la agarré de la muñeca y
la tiré hacia mi pecho. Me apoyé contra ella sin dudarlo, con unas ganas
tremendas de decirle que me encanta. Su mirada estaba cargada de rabia, y
sin previo aviso, estampé mis labios contra los suyos. Su reacción estaba
tan movida por la ira y el deseo que me hallaba perdido. Quizá perdido por
el encantador sabor de su rabia en mis labios.
Así empezó todo, después de que me diera una fuerte bofetada, me
dijo que nos viéramos en el Aloha, el sábado por la noche.
CAPÍTULO 3

Buddy colgando de la ventana del auto, disfrutando de la gran cantidad


de nuevos olores, mientras suena The scientist de Coldplay. Pero golpeo mi
frente en el volante al darme cuenta de que tengo poco combustible, así que
miro el mapa y busco si hay alguna gasolinera cerca, no quiero quedarme
en mitad de la carretera. Aunque al parecer la suerte está de mi lado, creo
ver por el espejo retrovisor un coche patrulla aproximarse, y detengo el
auto. El coche patrulla también se detiene, y de paso, tranquilizo un poco a
Buddy que tiene las orejas hacia atrás y gruñe mostrando los dientes. Le
doy unos cuantos besos para que entienda que nada va a pasar, que todo
estará bien.
El oficial desciende de su coche, y se dirige a hacia a mí, sin antes
quitarse sus gafas oscuras.
—¿Necesita ayuda, señor?
—Sí, oficial… me estoy quedando sin gasolina y busqué en el mapa y
no veo ninguna gasolinera.
—Muéstreme el mapa, lo ubicaré.
Buddy sigue gruñendo, parece ansioso y temeroso. Menos mal que el
comisario no le molesta que mi perro le manifieste los dientes. Se dedica a
mirar detenidamente el mapa, y comienza a negar con la cabeza.
—Estos mapas… —dice en voz baja—, no sirven de nada.
—¿Estoy en problemas…?
—Sígame, lo llevaré a San Miguel. Ahí encontrara una gasolinera.
—¿Qué lugar es ese?
—Es el pueblo más cercano, pero no tema, las personas allí son muy
amables. Y qué agradable perro tiene, creo que es un Spaniel holandés…
—Parece que sabe de perros.
—Un poco.
—Me gusta su Ford Crown Victoria.
—Parece que sabe de carros.
El oficial suelta una risita rara, y me golpea levemente en el brazo. Se
entra a su coche patrulla y yo lo sigo en mi auto, aunque noto que Buddy
continúa gruñendo.
Me doy cuenta de que Buddy tiene un intenso contacto visual conmigo,
y de repente, comienza a ladrar. Lo acaricio para que se calme y luego subo
la vista, observando un letrero grande…

BIENVENIDOS
SAN MIGUEL

De inmediato, reviso de nuevo el mapa; pero no encuentro el pueblo, es


extraño, o quizá el oficial tiene razón, estos mapas no sirven de nada.
Es un pueblo agradable. De todas formas, no puedo quedarme mucho
tiempo. Se me compone el semblante cuando el oficial detiene su coche
patrulla en una pequeña gasolinera. El comisario desciende de su auto y me
indica con una sonrisa que el problema ha sido resuelto. Después de echarle
la suficiente gasolina, entro al minimarket y recorro un poco los pasillos
buscando algo apetitoso, seguro Buddy debe tener hambre, porque a mí me
chillan las tripas.
Llego a la caja con cinco bolsas de papas fritas, refrescos, dulces,
galletas con rellenos de caramelo y manteca de cacahuate con aroma a
pastel de manzana para Buddy. Saco mi tarjeta de crédito, y mientras el
chico empaca me sonríe, no debería hacerlo tan a menudo… sus dientes son
algo torcidos y amarillentos.
—¿Es nuevo por aquí? —me dice el chico.
—Digamos que sí.
—¿Cuánto tiempo piensa quedarse?
—No voy a quedarme, solo pasé por gasolina y algo de comer.
—Son cuarenta y dos dólares con cinco centavos…
Le entregue la tarjeta de crédito, aunque algo me llama la atención…

No puedo quitar la mirada de cientos de fotografías de mascotas


perdidas, estremeciéndome en solo pensar que Buddy se me extraviara.
Borro ese pensamiento de inmediato.
—Ah, es eso… pasa todo el tiempo —dice el chico.
—No entiendo, ¿por qué tantos?
—Yo me pregunto lo mismo…
—¿Sabe si los han encontrado?
—No sé decirle, solo vienen y deja la foto de su animal y se van…
creo que esto es suyo y que tenga un buen viaje.
De nuevo me sonríe, mientras agarro la bolsa. Sinceramente la sonrisa
de ese chico da miedo, y acelero el paso, mi corazón palpita sin control
cada que me acerco al auto, temiendo de que Buddy no esté allí. En qué
estoy pensando… es lógico que debe estar dentro del auto, creo que estoy
algo paranoico. Hasta que lo veo a través de la ventanilla, sacudiendo la
cola, feliz de verme.
—Qué alivio que estás bien —le digo, y lo abrazo—. No quiero que te
suceda nada malo.
Recibo una confortante acaricia de su lengua, mientras prendo el auto.

No sé por qué Kristen tuvo que pedir macarrones con queso, si pudo
pedir una pizza de pepperoni o unas costillas de cerdo en salsa barbacoa.
Lamentablemente tuve que comer lo mismo, no quería que pensara que era
un ser carnívoro. Lo que uno hace por amor.
—¿A ti también te gusta los macarrones con queso? —me dijo.
—Me encantan…
—Me traen recuerdos nostálgicos de la niñez. Mamá siempre me los
preparaba cada vez que me sentía triste y eso me animaba.
—Ahora dile a tu mamá que te prepare unos macarrones para la
felicidad.
—No entendí, aunque eso no se va a poder, ella murió…
Demonios, por poco escupo los macarrones, y comencé a toser sin
parar, sentía que me ahogaba.
—Perdón, lo siento… yo no quería…
Ella comenzó a reírse. No le veía la gracia.
—Solo estaba bromeando… Qué ingenuo eres.
Yo también empecé a reírme, por lo que agarré un poco de macarrones
y se lo embarré en la cara, en su risa mordaz.
—¡MALDITO IDIOTA! ¿QUÉ HACES?
Me eché para atrás al ver su furia, creo que no fue buena idea.
—Perdón, yo pensé que…
No sabía que decir, nunca estuve tan avergonzado.
—¿TÚ PENSASTE QUÉ?
—Pensé que estábamos jugando.
—Cuántos años tienes… ¿cinco?
—Traeré algo para limpiarte…
De nuevo Kristen comenzó a reírse, y no paraba de hacerlo. Creo que
volví a caer.
—Eres una desgraciada, lo sabías —le dije, y no pude evitar sonreírle.
—Lo sé…
Después nos besamos bajo la luna. Se oyó muy cursi… Solo nos
besamos.
Sin embargo, no todo era perfecto… Entre Kristen y yo, se interpuso
un fastidioso personaje. Su nombre era Joss, su exnovio, y seguro todavía
pensaba que seguía siendo importante para Kristen, pero probablemente a
ella ya no le interesaba su existencia. Buddy estaba con la lengua floja y
suspendida, señal de que nada estaba mal en nuestro entorno. Hasta que vi a
Joss descender de su camioneta de doscientos mil dólares. Sujetaba en una
de sus manos un bate, al aparecer no venía con buenas intenciones. Buddy
empezó a gruñir, mostrándole los dientes.
—Quédate aquí, no es tu problema —le dije.
Solo era un universitario enfermo de celos, qué podía hacerme.
Además, fui el capitán del equipo de la secundaria y nadie pudo vencerme.
Voltee a ver a Buddy y él me ladeaba la cabeza, como diciéndome: eso no te
ayudara. Si, lo sé… pero no iba a huir como un cobarde.
No contaré la paliza que me propinaron, es desfavorable para mi
imagen de hombre rudo. Solo diré que Buddy por poco le arranca el pene a
Joss, fue una mordida letal. Debo admitir que terminé en el hospital, con
algunas costillas rotas, pero nada grave.
—Buddy me salvo la vida —le dije a Kristen.
—Lo sé, la policía me lo dijo…
—¿Dónde está? ¿Él está bien?
—Está en el auto con tu mamá, esperándote.
Lo que me preocupaba no eran mis costillas rotas, sino la posibilidad
de que me quitaran a Buddy. Las Instituciones de Control Animal eran muy
estrictas por lo que hubo una minuciosa investigación en mi caso, pero todo
indicaba que fue en defensa propia, mi perro solo trataba de defenderme.
Además, descubrieron que Joss sufría de problemas mentales, por lo que, si
Buddy no lo hubiera atacado, probablemente estaría muerto.
Buddy se acomodó en mi cama, mirándome a los ojos mientras lo
acariciaba. No pude evitar que mis ojos se aguaran y uní mi cabeza con la
suya…
—Tú me cuidas, yo te cuido —le dije.
CAPÍTULO 4

ESTÁ SALIENDO
DE SAN MIGUEL

Detengo el auto, y miro fijamente a Buddy. La manteca de cacahuate


con aroma a pastel de manzana no estaba en la bolsa, seguro el chico no
supo hacer bien su trabajo. Echo reversa, no importa que el camino aún sea
largo, no voy a dejar que ese chico me vea la cara de tonto. Además, es la
comida preferida de Buddy.
Me estaciono cerca al minisúper, pero antes de descender del auto lo
acaricio, y le sonrío. Él empieza a ladrarme sin control, y para calmarlo lo
beso repetidas veces en medio de sus ojos.
—¿Qué tienes? Tranquilo, es solo un momento… espérame aquí.
No sé qué le pasa, pienso al instante en el que me bajo del auto.
Escucho un leve aullido, pero sigo caminando, pues pronto anochecerá y no
tengo el menor interés de quedarme en este extraño pueblo. No voy a negar
que mi intención era romperle la cara a ese chico, sin embargo, tengo que
borrar esa idea de mi mente… creí ver al comisario rondar todavía por el
lugar, y mi plan no es terminar en una comisaría.
Así que entro al minimarket en una total calma, respirando profundo;
pero el chico ni siquiera me da tiempo de decir nada…
—Creo que esto es suyo.
Le arrebato la bolsa con violencia, y me dirijo rápidamente hacia la
salida.
—¡OIGA! —escucho la voz del chico.
Me detengo y volteo a mirarlo…
—Este perro si fue hallado —me dice señalando la foto de un Bichón
maltés.
—¿Y está bien?
—No le gustara saber en qué condiciones lo encontraron.
No sé lo que trató de decirme, de igual forma, no tengo tiempo para
sus acertijos. Seguro el perro está bien, solo que el chico es raro. Afirmo
con un gesto, pero que pareciera que si había entendido.
—Buen viaje —me dice, y abro la puerta de cristal del minimarket.
Reviso de nuevo la bolsa mientras camino hacia el auto, al parecer
todo está en orden. Sigo pensando que quiso decirme con que no me gustará
saber en qué condiciones lo hallaron, aunque también pienso que estoy algo
paranoico. Debe ser el ambiente de este pueblo. Será marcharme de aquí lo
más rápido posible… Suelto la bolsa con la manteca de cacahuate al
observar que Buddy no está en el auto, siento como ser apuñalado en el
corazón repetidas veces. En mi desesperación examino todo el auto, y miro
hacia todas las direcciones. Todo me parece desolado y silencioso. Quiero
gritar su nombre, pero su nombre se me atora en la garganta, y mis ojos
comienzan aguarse. Veo venir a una mujer que empuña una bolsa llena de
frituras y refrescos. Me atravieso en su camino.
—Ha visto un perro mediano, es más largo que alto…
—No, no lo he visto, ya quítese.
Luego me interpongo en los pasos de un muchacho que parece estar
también confundido.
—Has visto un perro de color blanco con manchas de color naranja…
—Lo siento, no lo he visto.
—Su pelaje es ligeramente ondulado…
—No lo puedo ayudar, lo siento.
Sigo caminando sin saber qué dirección tomar, tropezándome con las
personas, por lo que me miran como si estuviera drogado. Pero es un gran
alivio ver al coche patrulla estacionado enfrente de un bar, y atravieso la
calle a la carrera adoptando esa expresión de impotencia. Extiendo la mano
para abrir la puerta del bar, pero la puerta se abre con violencia y veo caer a
un hombre totalmente ebrio. Enseguida sale el comisario, limpiándose el
uniforme.
—No quiero verte más por aquí, ¡largo!
Luego el oficial gira la cabeza hacia a mí…
—No comprendo, pensé que no quería quedarse —me dice.
—Desde luego, pero no encuentro a mi perro… no sé dónde está,
necesito su ayuda. Usted conoce el pueblo más que yo.
Durante un momento se limita a mirar con firmeza mi rostro
confundido, como si estuviera dudando en ayudarme a encontrar a Buddy.
—Muchacho, solo es un perro —me dice.
—Usted no está entendiendo, oficial…
—Claro, lo entiendo; pero no puedo ordenar un operativo por un
perro… Tenga paciencia, su perro aparecerá. El pueblo no es muy grande,
no creo que haya ido muy lejos.
—Está diciéndome que no puede ayudarme.
—Hagamos una cosa, deme su número y mientras yo hago mi roda por
el pueblo y si veo a su perro lo llamo.
No hay nada que pudiera hacer salvo aceptar la condición del comisario,
y lo hago.
—Bien, ¿sabe dónde hay un hotel? —le digo
Después de unos minutos de indicaciones ambos tomamos distintos
caminos, pero lo que no sabe el oficial, que Buddy jamás se iría sin mí, y yo
sin él. Significa que alguien, y no sé por qué, lo ha sacado del auto.

HOSTAL NOVO

—Bienvenido, ¿en qué le puedo servir? —me dice un hombre anciano.


—Tiene alguna habitación disponible.
—Sí, señor. Necesita una habitación privada, habitación doble,
habitación con tres camas, habitación con cuatro camas o habitación con
cama litera.
Me pregunto que hace un hombre anciano y de habla educada en este
pueblo, con su pantalón de gatos, cuyo aspecto es más propio de un
profesor de filosofía que de un recepcionista de un hostal barrido por el
silencio y sin una carretera asfaltada.
—Solo deme una habitación privada —le digo.
—Con mucho gusto, ¿viene de visita?
—No.
Luego voy directo al grano…
—Mi perro acaba de perderse. ¿Tiene alguna idea dónde pueda estar?
—No lo encontrara —me contesta.
—No entiendo…
—Muchos turistas vienen con sus mascotas, pero extrañamente
desaparecen, y luego los veo irse sin sus mascotas.
—Lo noté en unas fotografías que había en el supermercado. Son
muchas mascotas extraviadas para un pueblo tan pequeño y nadie sabe
nada.
—Es lamentable…
—¿Usted sabe algo?
—Solo puedo desearle suerte con su búsqueda, la necesitará. Qué
tenga buena noche.
Quiere decir que no volveré a ver a Buddy, no lo creo, no me iré sin él.
Así que me instalo en la habitación, acostándome en una cama no muy
cómoda. De pronto, las luces se apagan.
CAPÍTULO 5

Los primeros rayos de sol proyectan la ventana, los ojos me arden y


siento una sensación horrible en el estómago, como cuando alguien que
amas mucho está a tu lado, pero luego te das cuenta de que no lo está. Salgo
del hostal con la esperanza de encontrarlo, y me dirijo por una calle donde
las pocas cosas que hay están expuestas en grandes vitrinas abiertas, todo
sobre la vida de un pueblo tradicional y sus permanentes misterios. Quizás
algunos turistas les llaman la atención estas cosas, porque para mí son
insoportablemente aburridos.
Ya llevo más de veinte veces que miro el celular, esperando la llamada
del comisario diciéndome que acaba de encontrar a Buddy. Dejo de
caminar, porque acabo de ver un objeto que se destaca del resto de cosa
viejas. Ocupa un lugar de honor en la parte delantera de la vitrina, al lado de
un viejo libro sobre la cría de animales. Es una fotografía con un marco de
plata, que muestra la estatua de un enorme perro de bronce. Leo lo que dice
en la parte inferior de la fotografía:

SÍMBOLO DE LA CRUELDAD HUMANA

No voy a negar que me causa curiosidad saber un poco más sobre esta
fotografía, pero mi objetivo principal es hallar a Buddy lo más rápido
posible. Necesito salir de aquí, pero necesito a Buddy conmigo. Así que
entro a…

CAN TONI

Es una taberna, y siento como si estuviera bajo la amenaza de ataques


de miradas de las pocas personas que hay, pero la tensión parece
desaparecer al instante, ubicándome rápidamente en la barra.
—Que le sirvo niño bonito —me dice una mujer, que parece estar
odiando su trabajo.
—Solo quiero un vaso con agua…
La mujer piensa durante un momento, dirigiendo la mirada al techo.
—Ya, se lo traigo…
Con el aire cargado de olor a licor y de humo de cigarrillo, busco a la
persona que quizá pueda ayudarme, sin embargo, creo que fue una mala
idea…
—No eres de aquí, ¿cierto? —me dice la mujer.
—Gracias, por el agua. No, solo vine por gasolina, y…
—Déjame adivinar, te gusto este aburrido pueblo.
—De hecho, se me perdió mi perro y no puedo irme sin él.
El semblante de la mujer se ensombrece, de una forma curiosa.
—Pierdes el tiempo, nunca lo encontrarás.
—¿Por qué todos me dicen lo mismo? Yo no puedo irme sin él, no lo
abandonaré aquí.
—Al final lo hacen, pierden las esperanzas y se devuelven hacia sus
ciudades. Lo único que dejan son carteles que con el pasar del tiempo se
deterioran.
—Debo irme, ¿Cuánto le debo?
—La casa invita.
Pero entonces se me ocurre una pregunta, una que me ha estado
fastidiando durante horas.
—¿Por qué vienen a este pueblo? —le digo—, que ni siquiera está en
el mapa. Además, no hay nada interesante, al menos que haya caído un
meteorito en algún lado, y no lo sepa.
—Quizá no aparezca en el mapa, pero si está en internet. Vienen a ver
la calle Roosevelt.
—¿Y qué hay en esa calle?
La mujer saca de su bolsillo un bolígrafo y el recorrido de su punta
termina en mi mano.
—Ve a esta dirección y el señor Morris te dirá todo lo que quieras
saber.
Permanezco en silencio mientras ella se marcha, y me da la impresión
de que trataba de no involucrarse mucho, pero si hace que dude, claramente
estaba ayudándome, de una forma sutil por supuesto, sin que nadie
sospechara.
—¡Oye, muchacho!
Oigo esa voz detrás de mí, sin duda, es el comisario. Espero que me
tenga buenas noticias, que adentro de su Ford Crown Victoria este Buddy,
para escuchar su ladrido, queriéndome dar un baño de babas. Sin embargo,
mis ojos notan que adentro de su coche patrulla solo hay un hombre en la
parte de atrás.
—Sube —me dice.
Fijo la mirada en el oficial, y pienso que quizá tenga algo que decirme
sobre Buddy. Sin dudarlo, me subo a su coche patrulla. Miro hacia la parte
de atrás.
—¿Y él quién es? —le digo.
—Es un hombre que posee habilidades…
—¿Habilidades?
—Habilidades para meterse en problemas.
De inmediato, el comisario suelta una carcajada, por lo que yo trato
también de sonreír, aunque no me haya causado gracia su comentario. Solo
quiero que me diga si sabe algo de Buddy.
Miro por unos segundos al hombre de atrás, parece estar enfadado,
parece de esos hombres que no tienen piedad con nadie.
—Qué estás viendo, mariquita —me dice.
—Oye, cuida tus palabras —le dice el oficial.
El comisario da la impresión de que dispone de muchísimo tiempo por
su lento ritmo, y el calor del mediodía está socavando mi voluntad, pues no
hay nada más agotador que deambular por calles desoladas.
—Espérame aquí, voy por un emparedado de ganso y pudín de
chocolate —dice el comisario—. Y tú no hagas nada o si no haré que pases
un buen tiempo en la cárcel.
Se me cae el alma a los pies al escuchar que el sujeto de atrás
comienza a reírse. Volteo a mirarlo, y tiene restos de moco sobre su labio
superior.
—Oye, mariquita, ¿eres el amante del oficial? —me dice sin dejar de
sonreír.
—Solo estoy buscando a mi perro.
Esta vez su risa es más fuerte, como si estuviera burlándose de mí.
Más bien es una risa sarcástica, y al mismo tiempo, macabra.
—Solo un idiota de remate traería a su perro aquí.
—Qué tratas de decirme.
—Este pueblo es una trampa mortal para esos tontos animales.
—¿Habla claro, imbécil?
El hombre me mira con los ojos entornados.
—Tu perro está muerto… ¡MUERTO!
Empieza reírse, y lo fulmino con la mirada. No puedo controlar mi ira,
así que desciendo del auto y trato de abrir la puerta de atrás, pero es
imposible. Quiero estrangularlo, Buddy no puede estar muerto y comienzo
a golpear la ventanilla. Él solo sigue riéndose.
Mi maniático comportamiento es controlado por el comisario, que me
sujeta de los brazos y me pone contra la ventanilla, viendo como el sujeto
sigue burlándose de mí.
—¿Qué estás haciendo, muchacho?
—El maldito dijo que Buddy está muerto.
—¿Quién es Buddy?
—Es mi perro…
—Ah, tu perro… él solo está jugando contigo, muchacho. Aunque es
probable que tenga razón, es mejor que sigas tu camino, no quiero que me
causes problemas.
—No me iré sin Buddy…
—¿Ya puedo soltarte?
Mi respuesta es un tono frívolo, luego el comisario a amenaza con la
mirada al hombre que detiene su tonta sonrisa al instante.
—Es mejor que te marches.
—Claro, me iré. Perdón por el inconveniente oficial.
Enseguida el comisario me mira con suspicacia.
—¿Y tú Ford Mustang?
—No me quiere encender, voy a tratar de arreglarlo.
Espero que me haya creído, necesito ganar más tiempo en este lugar.
Pero entonces me quedo petrificado al ver que el sudor ha borrado la
dirección que la mujer había escrito en mi mano. Aunque todavía se puede
ver algo: señor Morris.
CAPÍTULO 6

De un momento a otro la tarde se ha puesto nebulosa y fría, aunque por


suerte he encontrado la casa del señor Morris. Así me lo indicó una
adorable anciana que arreglaba su jardín de tulipanes secos. Golpeo la
puerta en dos ocasiones, y oigo un pequeño crujido. La puerta queda
entreabierta…
—¿Quién eres? —es una voz que sale de la oscuridad.
—¿Es usted el señor Morris?
—Sí. ¿Qué quiere?
—Soy Noah Foster, y necesito de su ayuda.
—No sé en que pueda ayudarte jovencito.
—Quiero saber todo sobre la calle Roosevelt.
—No molestes, estoy ocupado.
La puerta comienza a cerrarse y alcanzo introducir el zapato,
impidiendo que me dejara con las preguntas atoradas en mi garganta.
—Mi perro desapareció y usted pueda ayudarme a encontrarlo.
—Lamento oír eso, pero que te hace pensar que yo pueda ayudarte a
encontrar a tu perro.
—Usted conoce la historia, y quizá allí este la respuesta.
Una repentina duda recorre su cara…
—Pasa —me dice.
Y comienza a mirar casi a todas las direcciones, como si le temiera a
algo. Todo me parece muy extraño.

—¿Qué significa la estatua del perro en la calle Roosevelt? —le digo,


mientras el señor Morris prepara algo de té.
—Crueldad humana, eso significa…
—No entiendo, ¿qué pasó?
—Hace más de cuarenta años… inexplicablemente hubo una serie de
muertes, tanto niños como adultos. Los habitantes estaban muy
conmocionados con lo que estaba pasando, había mucho miedo entre ellos,
porque en cualquier momento alguien más moriría. Hasta que el doctor
King, muy reconocido en el pueblo dijo que todo se trataba de una peste
mortal y…
Inesperadamente lo interrumpe el sonido de la sirena de un coche
patrulla al pasar a una gran velocidad.
—Y luego, ¿Qué ocurrió?
—El maldito dijo que la peste se propagaba por el pelaje de los perros
y que había que exterminarlos …
—¿Y le creyeron?
—Los perros que veían en las calles, sin importar la raza, les
disparaban o los envenenaban. Mi padre y yo teníamos un Spitz finlandés,
uno de los perros más sociables y audaces, pero varios hombres entraron
violentamente a nuestra casa y le dispararon ante nuestros ojos, sin poder
hacer nada para impedirlo. Todavía sigue grabado en mi mente aquel día,
incluso, hasta ahora las pesadillas me persiguen. En menos de dos meses ya
no había ningún perro en el pueblo.
—¡MISERABLES!
—Pero lo peor vino después, cuando ocurrieron más muertes, pero ya
no había perros a quien culpar. Luego descubrieron que se trataba de una
bacteria que se alojaba en los embutidos, por lo que fueron cerradas todas
las tocinerías.
—No puede ser, el doctor King mintió… ¿Por qué lo haría?
—El doctor King tenía un odio enfermizo hacia los perros, decía que
eran unos animales despreciables y repugnantes.
—Dígame que ese malnacido tuvo su castigo…
—Lo asesinaron cuando entraba a su casa…
—¿Y se supo quién fue?
El señor Morris comienza a jadear profundamente y luego cierra los
ojos. Pienso en rodearlo con mis brazos, pero luego me detengo.
—Fue mi padre —me dice
El señor Morris baja la mirada hacia la fotografía de su padre, que tiene
apoyada en las manos. Luego levanta la cabeza, y su rostro con una mezcla
de desconcierto y amonestación.
—No abandones a tu perro en este lugar, encuéntralo —me dice, con
los ojos enrojecidos—, no te rindas como los demás, que a los tres días se
marchaban, dejando a uno de los seres más leales que hay en este mundo de
mierda.
—No me iré sin Buddy, se lo prometo. Lo encontraré.
Finalmente, una pregunta todavía se apodera de mí.
—¿Por qué los perros desaparecen?, se supone que ya todo acabo.
—Después de que el periodista Hudson Miller publicara un artículo
sobre lo que ocurrió en San Miguel, muchas personas de otras ciudades y de
otros países se alojaban en este pueblo con sus mascotas a conocer un poca
más de la historia, y de paso, ver la estatua que es símbolo de la crueldad
humana.
—Es por eso…
—Desde hace cinco años viene ocurriendo este aberrante suceso, con
el mínimo descuido de sus dueños el perro desparece, sin dejar rastro.
Algunos pueden marcharse con sus mascotas, pero otros no corren con la
misma suerte. Entonces, ¿qué te trajo por aquí, si no sabes de la historia?
Todos viene por eso…
—Me quedé sin gasolina, y el comisario del pueblo me trajo hasta
aquí. Me parece un pueblo agradable, pero extraño.
—No debiste venir, hay personas muy malas y tu mascota está en
peligro… tienes que hallar a tu perro lo más pronto posible, o si no será
demasiado tarde, y no lo volverás a ver nunca más.
—¿Usted sabe quién está detrás de todo esto?
De repente, se escucha que alguien golpea discretamente la puerta.
—Ocúltate detrás del sofá, muchacho —me dice.
El señor Morris abre la puerta, pero parece que temiera abrirla del
todo.
—¿Qué se le ofrece oficial?
—Señor Morris, me place verlo… me informaron de que un
desconocido entró a su casa y vine a verificar que todo esté en orden.
Creo que es el comisario, el de la cara cicatrizada y el de los ojos de
buena persona, reconozco su voz.
—No hay ningún problema, oficial. Puede irse —dice el señor Morris.
—¿Seguro?
—De hecho, ya me voy a acostar.
—Cualquier inconveniente, estoy a su servicio.
—Lo tendré en cuenta
El señor Morris cierra la puerta lentamente mientras la luz del
atardecer proyecta rectángulos resplandecientes sobre la única ventana, por
lo que también ilumina la cara de incomodidad del señor Morris.
—¿Le pasa algo?
—Tienes que irte, no pueden verte aquí
—¿Qué sucede?
—Solo vete, y recuerda… Si tú no te vas del pueblo ellos intentaran
que te vayas, entonces sabrás quién tiene a Buddy.
—¿Por qué cree que me buscarán?
—Porque serás una molestia para ellos, se darán cuenta de que puedes
causarles problemas.
Veo la ansiedad en los ojos del señor Morris, aunque creo que he
conseguido mi primera pista.
CAPÍTULO 7

Cuando llegué a casa escuché la risa de papá, dirigiéndome a la sala y vi


que hacia un gesto en el aire como indicando unos titulares.
—Grave asesinato triple de puercos. Magia negra en el campo. El
detective CROX al frente del caso.
Y me sorprendí ver a Buddy en el sillón, al lado de papá.
—Creo que a Buddy le gustan las películas de crímenes, ¿será por qué
hay un perro investigador?
—Vamos Buddy, hay que sacarte a pasear.
—Ya, lo hice…
Enarqué las cejas y lo miré fijamente.
—Creo que también puedo —me dijo, y vuelve a mirar la Tv.
Yo seguía mirándolo, y él solo sonría, mientras acariciaba a Buddy.
—Mejor trae más palomitas, y ya deja de mirarme así.
Aquel día supe que Buddy había conquistado el duro corazón de papá.
Pero un golpe en la puerta desvanece el recuerdo…
—¿Quién? —digo en voz baja.
—Tengo algo para usted.
Espero que no tenga puesto su pantalón de gatos. Abro la puerta y
hago un bostezo fingido. De inmediato, me entrega un sobre.
—Creo que esto le pertenece… —me dice
—¿Quién se lo dio?
—Las luces se apagarán en cinco minutos.
Pero le sostengo su mirada escrutadora antes de asentir con la cabeza,
y se da la vuelta, marchándose como si nada. Sin pensarlo mucho, abro el
sobre y mis ojos se topan con unas simples palabras:
—No te queremos en nuestro pueblo
Enseguida las luces se apagan…
Pienso en los mágicos momentos que pasé con Buddy, y siento un
nudo en la garganta. Me levanto antes de que los rayos de sol toquen la
ventana, sin duda va a hacer un día suficientemente malo, pues quieren que
me vaya y eso haré. Echo lo poco que tengo en la mochila y cancelo la
cuenta al anciano recepcionista, a cuya buena voluntad está sujeto.
—Lástima, que no haya encontrado a su perro… —me dice.
—Sí, es una lástima. Que tenga un buen día.
—Cómprese otro perro, en este mundo abundan esos animales.
—Infeliz —digo en voz baja, y salgo de su asqueroso hostal.
Cruzo por una calle plegado de cafeterías, bares y sucursales de pesca.
Creo que al otro lado de la segunda calle está mi auto. Cada vez hace más
calor. Apenas son las siete y media y el calor ya aprieta y la humedad es
altísima. Me seco el sudor de la frente con la mano y saco una botella de
agua. Veo a mi auto aparcado frente una tienda de zapatillas converse. Abro
la puerta del coche, y de la nada sale un chico rubio enseñándome una risita
algo estúpida. Tiene el pelo recogido y los pómulos marcados. Quizá sea
dos años menor que yo, y viste un overol aguamarina, pero ya algo
descolorida y grasosa.
—¿De dónde eres? —me dice.
—Eso no te interesa…
—¿Tú eres el del perro?
—¿Sabes algo?
—No…
—Entonces tengo que irme.
Me quedo mirando al chico a través de la ventanilla, y unas amplias
manchas de sudor son visibles bajo las axilas. No es lo que me desagrada,
es su risita tonta. No recuerdo haberle dicho algo gracioso.
—Que tenga un buen viaje —me dice.
—Púdrete infeliz —susurro.
Mi intención es olvidarme del asunto y regresar a casa, bueno; es lo
que yo quiero que crean. Seguro estarán siguiéndome, viendo cada
movimiento que hago, y me imagino que ya saben que me he marchado.
Pero cuando estoy de camino a las afueras del pueblo dispuesto a darle la
espalda a todo, he pensado en el señor Morris, cuando me dijo que
intentaran sacarme del pueblo, pues tenía razón. Lo que no saben, que voy a
regresar y averiguaré quien tiene a Buddy.
ESTÁ SALIENDO
DE SAN MIGUEL

Oculto mi Ford Mustang entre unos arbustos secos que hay al borde de
la carretera, aunque tuve que echar un poco más de maleza para cubrir la
parte superior del auto. Luego de un par de horas de estar caminando, veo
venir un camión de carga de color rojo, por lo que alzo los brazos con
exasperación. Sin embargo, creo que su intención es ignorarme. Cuando
parece que todo está perdido, he suspirado de alivio al ver que el camión de
carga se detiene.
—Para donde se dirige, muchacho —me dice el camionero,
observándome con sus gafas oscuras.
—A San Miguel…
—Suba, lo dejaré cerca.
Mientras el camionero escucha música country, pienso en lo que haré,
al menos tengo un plan, eso creo. Lo primero, descubrir quién está detrás de
la desaparición de Buddy, luego… luego no sé. No hay plan.
De repente, respiro hondo; soy plenamente consciente de que si me
descubre lo empeoraría todo. El camión pasa despacio por el lado de su
coche patrulla estacionado al costado de la carretera, por lo que trato de
ocultarme. De inmediato, miro por el espejo retrovisor y me doy cuenta de
que no está solo, lo acompaña una mujer y su...
—Es un Beagle.
—¿Qué cosa?
—Su perro…
—¿Cuál perro?
—No me haga caso
Vuelvo a respirar hondo, pero esta vez de alivio.
—Noté que te pusiste nervioso al ver al comisario King, espero que no
seas un prófugo de la justicia.
—Espera, ¿el comisario qué…?
—No eres un criminal o algo así…
—No… por supuesto que no. Perdón, ¿cuál es el apellido del
comisario?
—¿Por qué la pregunta?
—Me acaban de robar el auto y supongo que él es la ley de San
Miguel.
—El oficial King es muy eficiente y honorable, te puede ayudar.
—Lo esperaré en la comisaria para darle la descripción de esos
malnacidos.
Recuerdo con una claridad casi perfecta como ese apellido salió en
varias ocasiones de la boca del señor Morris. El doctor King fue el causante
de que asesinaran cruelmente a los perros que habitaban en San Miguel.
Todo es muy extraño, pero inesperadamente, y sin aún entender, tengo
a mi primer sospechoso.

El camionero me dice lo mucho que lamenta que mi coche haya sido


robado, mientras me bajo de su camión. Afirmo con la cabeza lentamente,
pero en realidad estoy pensando en cómo pasar inadvertido por el pueblo.
Cada vez que me acerco siento el nauseabundo subidón de la adrenalina.
Me pongo una camisa con capucha, aunque eso no impedirá que me
descubran, pero si le dará menos visibilidad a mi rostro mientras me dirijo a
la gasolinera, pues algo me dice que el comisario va a estar allí.
Camino tan rápido como puedo. Cuando ya he recorrido la mitad de
una de las calles, echo un vistazo hacia atrás. Por suerte, nadie está
mirándome o sospecharan de mi extraña presencia. Ya la gasolinera está
cerca, sigo avanzando a contracorriente de algunas personas y ya casi he
llegado al pie de la gasolinera cuando tropiezo con un hombre que me dice
<< ¡cuidado!>>, pero no levanto la mirada porque no puedo apartar los ojos
del piso, no debo hacerlo. Continúo avanzando y golpeo al hombre con mi
hombro. Sigo por la acera cabizbajo, demasiado asustado para levantar la
mirada, y tuerzo la esquina. Cuando finalmente lo hago, observo hacia la
gasolinera, con la sorpresa de que…
—¿Qué hace ella aquí? —digo
Es la mujer y su Beagle, y tiene Hyundai Elantra color vino tinto
aparcado junto al coche patrulla del comisario King. Al parecer viaja sola
con su mascota, y creo que él está coqueteándole. La mujer introduce a su
perro en el auto mientras el oficial la invita a la cafetería Al Capone. Tengo
la sensación de que el perro corre peligro. Comienzo ocultarme un poco
más y justo en ese momento veo que se acerca alguien, pero espera…
—Es el mismo chico, el del minimarket y su risita torcida y
amarillenta.
Parece que intenta abrir la ventanilla mientras el perro le ladra. Pero
consigue es abrir la puerta del auto, y noto que le dispara con algo. Puedo
sentir las pulsaciones de mi flujo sanguíneo en el cuello y el sudor en la
base de la columna vertebral.
—Son ellos…
Antes de que tenga tiempo de moverme, alguien extiende la mano, me
agarra del antebrazo y tira de mí. Tiene los labios apretados y la mirada
desquiciada. Está desesperado. Actúa preso del pánico y la adrenalina. Me
mete en la casa, y cierra la puerta tras de mí.
—No eres tan astuto —su voz es ahora un poco más que un susurro.
—Suéltame, ¿Qué vas a hacer?
—Debiste irte, ahora te llevaré a conocer un lugar que te gustará
mucho.
Es el chico rubio con su overol aguamarina. Vacila en darme un
cabezazo, y luego me sonríe. Una fina capa de sudor cubre cada centímetro
de mi cara, siento un hormigueo en el interior de la boca y los ojos.
—Por cierto, mi nombre es Josiah.
—Quiero ver a mi perro.
La perturbación parece haber sido exacerbado por la expresión de su
rostro.
—Es tu día de suerte —me dice.
CAPÍTULO 8

CASA DE LA FAMILIA KING

Josiah sigue apuntándome con su escopeta mientras me empuja hacia el


interior de la casa. Hay una mujer fumando y algo perturbada. Es alta, con
el pelo entrecano y viste con unos pantalones negros y una blusa blanca
abotonada hasta el cuello. Está deambulando de un lado a otro, pero, en
cuanto me ha visto, se ha detenido, ha tirado el cigarrillo al piso y lo ha
aplastado con el pie.
—¿Es Policía? —le ha preguntado a Josiah, al tiempo en el que entra a
la cocina.
—No, solo es un forastero que no quiso irse sin su perro.
—Debiste marcharte como los demás, no debiste meterte en nuestros
asuntos —me ha dicho—. Odio matar personas.
—Si quiere lo mato yo, sería un honor.
—Claro, tú lo matarás. Hicieron las cosas mal, pero que no vuelva a
pasar.
La mujer comienza a reírse, creo que acaba de percibir el terror en mi
mirada.
—Que no sufra, se ve que es un buen chico —dice, mientras saca otro
cigarrillo.
—Solo va a hacer un tiro en la sien, señora King. No sufrirá.
Josiah ha dejado de apuntarme y, cogiéndome por el codo, me ha
conducido violentamente hasta la puerta de entrada. Yo he vuelto la cabeza
y le he echado un vistazo a la mujer, pero esta ya se encuentra junto a la
ventana, observando absorta algún lugar en medio del humo de su
cigarrillo.
—¿Por qué lo hacen? —le digo.
—Qué cosas hacemos según tú…
—Robarse los perros, no entiendo… ¿Con qué fin?
—Es nuestra combinación perfecta, odio y dinero —me dice con una
sonrisa juguetona.
—No es nada lógico, son unos enfermos…
La mujer deja de observar por la ventana, y comienza a aproximarse
sin quitarme la mirada. De repente, me aprieta el mentón, y al mismo
tiempo, me escupe.
—Por esos malditos animales a mi padre lo asesinaron —me dice,
mientras puedo ver el odio en sus ojos— ¿Ahora si te suena lógico?
—Su padre era un miserable, poca cosa… se lo merecía —le digo, y se
me ha escapado una sombría sonrisa.
Ella niega con la cabeza. De inmediato, deja de apretar mi mentón,
para agarrarme el cuello y ponerme contra la pared.
—No vuelvas a decir eso, o lo lamentaras…
—Yo puedo decir lo que quiera, son mis últimas palabras, ¿no?
—Dile a este hablador lo que hacemos con los perros… Sé que le
gustará saber lo que le pasará a su asqueroso animal.
Permanezco ahí, con los ojos puestos en la mujer y escuchando la risa
patética del mecánico.
—Bueno, por dónde empezamos… ¡Ah!, ya sé… algunos los
vendemos clandestinamente a los circos, pues necesitan alimentar a esos
pobres leones hambrientos. A los más fuertes se los vendemos a personas
que los usan de sparring, y oído que le sacan los dientes para servir de
carnada y de entrenamiento para perros de pelea. Pero tranquilo, tu perro
está en un lugar mucho mejor, con el señor Smith.
—¿Quién es el señor Smith? Necesito saberlo.
—Es un viejo amigo, es uno de nuestros mejores clientes. Pero no te
preocupes, él lo cuidará, lo alimentará y luego se lo dará a su mascota
preferida…
—De que hablas maldito enfermo, te mataré…
—Ahora si suena lógico —dice la mujer, con un tono sarcástico y frío.
Mi corazón se acelera e intento golpear al mecánico que no deja de
reírse, pero él me apunta de nuevo con su escopeta.
—Ni te atrevas maldito o te vuelo la cabeza.
—No, aquí no. Hoy no quiero limpiar. Ya, llévatelo a la parte de atrás
y hazlo rápido. Te quiero aquí, tú ya sabes.
Al parecer Buddy aún sigue con vida, y no puedo soportar la idea de
que esté sufriendo; pero no puedo hacer nada con una escopeta golpeado mi
espalda cada vez que camino hacia la parte trasera de la casa. Si muero
Buddy pasará a ser uno de esos casos más, una de esas historias perdidas,
desaparecido, sin cadáver. Ya no tendrá justicia ni paz. Nunca sabré que
pasó, no habrá un final feliz y pienso en ello, y me duele. No puede haber
mayor sufrimiento, nada puede ser más doloroso que no llegar a saber
nunca qué pasó con Buddy.
—Arrodíllate —me dice Josiah.
—Te crees muy valiente con esa arma en tus manos.
—¡Cierra la boca!
Me arrodillo, y permanezco ahí, quieto. Me quedo un momento
pensando, pero no precisamente en la muerte.
—Te doy mil dólares si me dejas ir —le digo.
—Eres tonto o qué… Tu perro costo más que eso.
—Está bien, te daré cinco mil dólares…
—Buen intento, infeliz.
—Te lo prometo, me iré y no diré nada. No sabrán más de mí.
—No te creo…
Vacila un segundo, pero siento que pronto va a apretar el gatillo.
—¡ESPERA! —le digo.
Pienso en algo, es lo único que me queda, mi último lanzamiento del
dado. Si esto no funciona, no tendré más opción que resignarme a recibir un
disparo.
—¿Acaso quieres decir tus últimas palabras?
—De hecho, sí… eres un fracasado, un perdedor, un pobre diablo que
ni siquiera tu mamá te quiere.
—Que linda palabras, ahora despídete de este mundo.
Hago un movimiento rápido con las manos y saco el mini revólver que
me dio papá, pues él pensaba que podría servirme, a lo mejor presentía lo
que me iba a pasar. Por suerte, el estúpido mecánico se olvidó de revisarme
un poco más arriba de los tobillos, una falla que le hace abrir los ojos
desorbitadamente. Quiso reaccionar, pero yo primero jalo del gatillo en tres
ocasiones o cuatro, no estoy seguro, solo sé que me quede sin balas.
—¿Qué hice? —digo, mirándome las manos. Un poco aturdido.
Josiah se halla en el suelo, parece estar agonizando y su dentadura
comienza a mancharse de sangre.
—No saldrás vivo de aquí —es lo último que me dice porque dejó de
respirar.
Supongo que la señora King piensa que estoy muerto, también creo
que debe estar enfadada porque el mecánico debió darme un solo un tiro.
Cuando llego a su puerta, aunque más bien primero doy un vistazo por la
ventana. Las luces están encendidas, pero no veo a nadie. Quizá esta en el
piso de arriba y cree que Josiah ha hecho bien su trabajo. Sin embargo, mi
torpeza hace que patee una lata de cerveza, quedándome quieto por un
instante.
Finalmente, oigo pasos y veo una sombra bajar por las escaleras. En
este momento soy una fuerza imparable, y nadie me detendrá para encontrar
a Buddy. Me oculto rápidamente, y la puerta se abre… La señora King lleva
una camiseta blanca hasta las rodillas, esta descalza y con el pelo mojado.
—¿Eres tu Josiah? —parece sonrojada—Te estoy esperando, cariño.
No juegues.
Solo tengo que esperar unos segundos, hasta que…
—Lo siento, no soy Josiah —le digo—. Lamento arruinarle la tarde.
—¿Qué haces? ¿Qué hiciste con Josiah?
—Creo que está muerto…
La señora King guarda silencio, mientras la conduzco hacia la cocina
apuntándole con la escopeta. Está hecha un desastre: hay platos apilados en
la encimera y el fregadero, y cartones de comida vacíos llenan hasta arriba
el cubo de basura.
—Acaso quieres que te prepare algo maldito… —me dice.
—Muy graciosa.
La llevo hacia la sala de estar, tenuemente iluminado por una lámpara
tradicional. Tiene el mismo aire de dejadez domestica que la cocina. Hay
una mesa de cristal llena de papeles, revistas y como cinco fotografías de
perros. Mis manos se aferran al vaso de vino que hay al lado. Le doy un
sorbo. Es tinto, pero está frío y amargo. Le doy otro sorbo.
—Parece que te gustan los menores —le digo.
—Eso a ti que te importa… ¿Qué quieres de mí?
Al instante me siento mejor y la tensión desaparece de mi cuello y
hombros. Le doy otro sorbo al vaso de vino; ahora sabe menos amargo.
Enseguida agarro un picahielo que se encuentra al lado de la botella de
vino, y lo oculto en el bolsillo trasero del pantalón, pues pienso que puede
servirme.
—Quiero que me lleves donde esta Boddy —le digo.
—Nunca lo haré, púdrete.
Cargo la escopeta y apunto directo hacia su cabeza.
—Entonces tendré que volarte los sesos en este preciso momento, y
hablo en serio.
La señora King alza los hombros y, sonriendo, dice:
—Está bien, te llevaré dónde está tu asqueroso perro.
Respiro hondo, me siento aliviado, ni pienso que soy un monstruo por
lo que estoy haciendo. Solo quiero irme a casa, y devorarme una gran pizza
junto a Boddy.
CAPÍTULO 9

Le ato las manos y los pies con cinta adhesiva, pero la señora King
sigue maldiciéndome y no deja de hablar. Lo más sano para mi tranquilidad
sería taponarle la boca con la cinta, pero todavía no. Creo que estoy
perdiendo mucho tiempo, por eso me inclino hacia delante, luego la levanto
y nuestras caras se topan. De inmediato, puedo oler su aliento por lo que me
doy cuenta de que ha exagerado en su enjuague bucal.
—Lo lamentarás, ya estás muerto —me dice, mirándome a los ojos
con una expresión de odio.
—Cierra la boca, bruja.
—Cuando mi hermano te atrape, te hará picadillo y luego se lo dará a
los perros.
—Lamento haberte dañado la cita con Josiah, creo que hacían una
buena pareja… bueno; aunque algo dispareja.
La mujer me escupe la cara en cuanto se lo dije, y de inmediato, la
suelto.
—Creo que me rompiste un hueso, desgraciado —me dice,
escupiéndome de nuevo.
—Solo fue uno, de los doscientos seis que tienes —le digo, mientras
me limpio la cara con la camiseta—. Así que no llores.
Vuelvo y la levanto, pero esta vez la subo a la vieja camioneta azul que
conducía el mecánico, y por suerte había dejado las llaves en el auto.
—Muy pronto anochecerá y mi hermano se dará cuenta de lo que has
hecho, así que date prisa si quieres ver a tu Buddy vivo por última vez.
—Mejor dime cuál es el camino, y espero que no me mientas o sino
cuando tu hermano se dé cuenta será demasiado tarde, porque encontrará a
su querida hermanita en medio de la carretera con un tiro en la cabeza. Miro
a través del parabrisas mientras conduzco, y noto que el sol ya está casi a
punto de ocultarse en una espesa nube negra. Enseguida niego con la
cabeza, observando a la mujer lucir una amplia sonrisa. Luego me mira
como si supiera algo sobre mí, como si estuviera jugando, como si
tuviéramos una broma privada. Retiro la mirada y me concentro en la
carretera.
—¿Qué te causa tanta gracia? —le digo.
—La forma en cómo vas a morir…
—Ahora resulta que eres vidente.
No oigo lo que me dice porque mi mente ha ido a otro lugar
completamente distinto y ya no presto atención a las palabras que está
diciendo la asesina de perros, sino recordando cuando Buddy y yo no
quedamos solos en casa escuchando Rude. Decidí hacer la cena mientras
agarraba sus patas delanteras y bailábamos por toda la casa. Jugábamos a
las escondidas, pero Buddy tenía la mágica habilidad de encontrarme tan
rápido, que tuve que decirle que estaba haciendo trampa, pues yo no poseía
su gran olfato. De repente, vuelvo a oír risas, o quizá sea un grito.
—¡Oye, imbécil! ¡Es ahí! —me dice.
Detengo la camioneta y mi corazón me late a toda velocidad, no puedo
creer que este tan cerca de encontrarme con Buddy. Me presiono las
cuencas de los ojos con las palmas de las manos para reprimir las lágrimas e
intento concentrarme, porque no sé con qué me encontraré después de que
ponga un pie fuera del auto.
—Te recuerdo que el señor Smith fue un gran cazador, y si fuera tú,
tendría mucho cuidado. No vaya que inesperadamente una bala atraviese tu
maldito cráneo.
—¿Cazador?
—Y de los buenos. Muchas cabezas de animales decoran su casa.
—No intentes nada, voy a entrar…
Por si las dudas, le cubro la boca con la cinta adhesiva. No vaya a
ponerse histérica.
—Ya, no quiero que hables —le digo.
Es una elegante casa de madera, y parece muy cómoda, rodeada de un
espeso bosque, además, tiene una vista para ver pasar la tarde, pero que me
importa la casa y cargo la escopeta. Seguro que detrás de esa puerta no hay
nada bueno, pues alguien que compra perros para hacerles daño, debe ser
alguien que está mal de la cabeza.
Siento un poco de desconfianza al ver la puerta entreabierta, pero sin
dudar entro a la casa. Solo se oye el silencio, y el corazón sigue latiéndome
con fuerza, debe ser la adrenalina. En efecto, hay muchas cabezas de
animales: cebras, venados, lobos, coyotes, zorros, leones y no sigo, porque
siento las pulsaciones del flujo sanguíneo en la cabeza de observar tanta
crueldad, sin duda, estoy ante un psicópata que mata por placer.
Desde aquí puedo ver el jardín trasero, pero de pronto, llegan a mis
oídos ladridos. Pienso en Buddy, no he podido pensar en otra cosa. Necesito
verlo… Así pues, por más peligrosa y temeraria que sea, me dirijo hacia los
ladridos.
—Bienvenido a mi casa, muchacho —oigo una voz detrás de mí.
—No me haga nada, solo vengo por mi perro —le digo.
—Vaya, por fin encontró a su desagradable animal.
Mantengo la mirada al piso y respiro lentamente mientras intento
desentrañar ese tono de voz, pues creo reconocerla.
—Deja el arma en el suelo.
Lo obedezco, de lo contrario, me considerará una amenaza.
—Camina… ¡Muévete!
Temo decir algo equivocado o que se me escape algún movimiento
indebido. Así que camino despacio.
—Solo quiero irme con mi perro… le doy dos mil dólares por él.
—Camina, no hables.
No he levantado la cabeza en ningún momento, pensando en cómo
escaparme de esto, aunque no sé por qué me está llevando hacia el jardín
trasero. Mi respiración se va volviendo cada vez más rápida, como si el aire
pareciera escasear en la sala de estar, pues no puedo evitar tener la
sensación de que no me llegara suficiente oxígeno a los pulmones.
—¿Para dónde me llevas?
—Acaso no quieres ver a tu perro…
Veo que tiene un amplio patio trasero rodeado de un verdoso bosque,
aunque por qué diablos estoy viendo su enorme jardín, si lo que quiero
saber es quién está detrás de mí, pero lo único que puedo ver es una sombra
que avanza con la mía, una silueta no tan alta de movimientos lánguidos y
desgarbados.
—Señora King, traiga a ese maldito perro.
Han desatado a la desagradable mujer, ahora sí estoy en problemas.
—Será un placer —me dice con una sonrisa.
Al parecer se dirige hacia aquel granero de madera de color rojo, es
allí donde provienen los ladridos desesperados. Necesito saber de una vez
quien está detrás de mí, así que giro la mirada ágilmente sin que él lo
esperara, encontrándome con su rostro y un escalofrío ha recorrido toda mi
columna vertebral...
—¿Es usted?
—Me alegra verte de nuevo, muchacho.
Cómo es posible, alguien que irradia una paciente amabilidad; aunque
puede que alguien inocente, confiado o simplemente sin experiencia no sea
capaz de ver más allá de eso y advertir que detrás de esa tranquilidad se
esconde un lobo.
—¿Por qué no tiene puesto sus pantalones de gatos? —le digo, al
observar que viste ropa de color verde.
—No sabía que te gustaran tanto mis pantalones.
Cuando deja a la vista los dientes porque comienza a reírse, se puede
percibir el asesino que hay en él. Se me ha hecho un nudo en el estómago,
el pulso se me ha vuelto a acelerar pues no podía soportar la idea de que un
simple anciano fuera un maldito lunático.
—Te voy a mostrar algo —me dice, apuntándome con su fusil M40.
La frialdad con la que me trata seguro es porque piensa asesinarme en
un lugar más apartado, pero me detengo, pues había dicho que traerían a
Boddy. Entonces permanezco un momento quieto…
—¿Por qué te detienes? —me dice.
—¿Dónde está Boddy?
—Ya, lo verás. No hay prisa. ¡CAMINA!
Voy pensando con la mirada puesta en el césped cuando paso al borde
de un…
—¡Quieto! —me dice.
Levanto la mirada, solo es un lago. Al parecer es lo que quiere que
vea, aunque no es muy grande, pero al parecer las aguas son algo negruzcas
y profundas.
—¿Por qué me traes aquí? —le digo— ¿Me vas a enseñar a pescar?
—Muy gracioso, pero ya te darás cuenta…
Se oyen los ruidos de los pájaros, y soy incapaz de hablar ante la
sonrisa estúpida del anciano, por lo que permanezco en silencio, sin saber
qué hacer, como un inútil. Hasta que de repente oigo un leve ladrido, y
vuelvo en mí. Dejo de mirar aquel fusil que no deja de señalarme, no sé si
lo que estoy viendo es real o no, imaginación o recuerdo. Cierro los ojos
con fuerza e intento volver a ver para saber que no se trata de un espejismo,
y no lo es… Es Buddy, mi Buddy.

Sin importarme nada, salgo tras Buddy; pero el maldito anciano golpea
mi rostro con la culata del fusil, por lo que caigo al suelo, quedando algo
aturdido. Me levanto, y me doy cuenta de que comienzo a sangrar por la
nariz.
—¿Deja que lo abrace? —le digo, casi que le ruego.
—Claro, que no. ¡ATRÁS!
—Por favor…
—La piedad no va conmigo.
Al verlo tengo la sensación de que Buddy ya no es el mismo, ya su
cola no está levantada como siempre, sino que la tiene escondida entre sus
patas. Cada vez que se acerca comienzo a oprimir mis lágrimas, pues quiero
tenerlo entre mis brazos. Además, noto que cojea y tiene su pelaje sucio y
desgastado. La mujer ha rodeado su cuello con una cadena oxidada, y lo
hala de una manera violenta mientras se ubica al lado del anciano.
—Que desagradable huele este animal —dice la mujer— ¿Por qué no
los matas de una vez? Quiero irme a descansar.
—No sea tan ansiosa, señora King.
Me siento fatal al verlo en ese estado, así que me arrodillo
queriéndome aproximar. Su hocico está a unos escasos metros de mi cara;
pero el anciano me aparta con su bota. Quisiera tumbarme a su lado hasta
quedarnos dormidos, sin embargo, la realidad es otra…
—Levántate imbécil —me dice el anciano.
—Buddy, soy yo… ¿No me recuerdas?
Buddy levanta lentamente la mirada al escuchar mi voz, y sus ojos que
parecen dos canicas ya no tienen ese brillo intenso con que me miraban.
Mueve sus orificios nasales e intenta acercarse, y de repente, empieza a tirar
más fuerte de la cuerda acompañado de quejidos y leves aullidos de alegría.
Entonces es cuando me doy cuenta de que ya sabe quién soy, y quiere estar
a mi lado para acariciarme con su lengua y darme su habitual baño de
babas. Anhelo abrazarlo y escuchar los latidos de su corazón; pero el
desgraciado anciano golpea sus costillas con la culata del fusil para que no
siguiera moviéndose e intentara venir hacia mí.
—¡No lo golpees, infeliz!
—Qué más da, si va a morir.
—Tranquilo Buddy, esto acabara pronto e iremos a casa y comeremos
la mejor pizza del mundo.
—Algo si comparto contigo, esto acabará pronto.
CAPÍTULO 10

Me da la impresión de que el anciano prepara algo siniestro, lo sé por la


forma en cómo observa Buddy. Al parecer quiere torturarme por haberle
arruinado su macabro hobby.
—Ya va a anochecer y en dos horas comienza mi programa favorito,
hablado con Makai Martin. ¿Te lo has visto?
—¿Qué pretendes con todo esto?
—Mira a tu alrededor…
—Eres un anciano estúpido.
—Cuida tus palabras, muchacho. No te ensañaron a respetar a los
mayores; pero está bien, lo haré más fácil, sin tantos rodeos.
El horror de su sonrisa es casi insoportable, no puedo comprender
como una persona tan perturbada todavía está respirando.
—Supongo que ya viste el lago… Bueno, entonces te mostraré…
La suavidad de su voz, la calidez de sus ojos, pero de nuevo esa
sonrisa… Algo trama y no sé qué es, aunque creo que en un momento lo
sabré.
—¡A CENAR, AMIGO! —grita—¡A CENAR, AMIGO!
De repente, el anciano nuevamente golpea a Buddy en las costillas,
causando que Buddy comenzara gemir, sin parar.
— ¡Malnacido, no lo golpees!
—Tranquilo, solo es para llamar su atención.
Tengo la sensación de que algo horrible va a salir del lago, y de pronto,
acude a mi mente una imagen no sé si terrible, pero me pone nervioso. Que
no sea lo que estoy pensando.
—¡TE PRESENTO A TSUBASA!
Veo que algo va saliendo de las profundidades del lago, asomando sus
descomunales y penetrantes ojos. El pánico se apodera de mí y vuelvo a
sentir una punzada en el estómago.
—Es un cocodrilo americano, muy apetecido por los cazadores,
gracias a su cuero. Sabías que estos animales están en peligro extinción, por
eso lo conservo, por lo que creo que es una buena noticia para la fauna.
Simplemente, me he quedado pasmado.
—Hace cinco días que no come, no le caería nada mal un estofado a la
Buddy.
—No puedes hacer eso…
—Ahora ya sabes para que quiero a los perros.

Pienso en el hecho de que por mi culpa Buddy está a punto de ser


devorado por un cocodrilo, pues debí de echarle suficiente gasolina al auto.
—Si ves esta pequeña balsa, aquí instalaré a tu perro y luego haré que
navegue lentamente por el lago, hasta que de pronto ¡ZAS! Tsubasa voltee
la balsa y se coma a tu perro. Fin.
No levanto la mirada al oírlo. Permanezco rígido y con las manos
cerradas. exhalo entonces un sonoro suspiro.
—Lamento decirte, que Tsubasa no comerá hoy…
—¿De qué estás hablando?
El anciano sonríe, pero ahora lo hace sin convicción, pues una
expresión de duda se asoma fugazmente en su rostro. Yo lo miro a los ojos
y grito:
— ¡MURCIÉLAGO! ¡MURCIÉLAGO!
Sin previo aviso, Buddy brinca con violencia, tumbado a la mujer
hacia adelante. El ruido que hace al caer desconcentra al anciano por unos
segundos, segundos que aprovecho y le doy una patada en la base de la
columna vertebral que lo tira al suelo, causando que el arma salga
despedida. Desafortunadamente, la mujer atrapa de nuevo a Buddy, pero yo
me ubico encima del asesino, propinándole golpes en la cara.
—¡Toma el arma! —grita el anciano con sangre entre sus dientes—¡Y
suelta a ese maldito perro!
Adopto una expresión de preocupación al ver a la mujer acercarse para
agarrar el arma, por lo que no puedo permitirlo, pues si lo hace todo
terminará. Trato de tomar el arma primero, pero el anciano agarra mi cuello
con sus manos, y mientras sus uñas se clavan en mi garganta.
—No podrás escaparte, vas a morir de la peor manera —me dice.
Siento que me falta el aire e intento estirar el brazo para agarrar el
arma, pues el anciano ya no aprieta con tanta intensidad. Entonces me
suelto y mi frente se colisiona con su rostro, tan fuerte que de su boca se
desprende un estremecedor grito. Para mi mala suerte, la desquiciada mujer
recoge el arma del suelo antes de que yo pueda ponerme en pie y recobrar el
aliento.
—¡Dispárale, maltita sea, dispárale! —grita el anciano con
desesperación.
Por fortuna, al parecer el fusil se le atora y no pudo dispararme,
aunque lo intenta varias veces.
—Aprieta el gatillo, vieja inservible, ¿qué estás haciendo?
Sin dudar mucho, me acerco y ella me sonríe tímidamente. Le arrebato el
arma y golpeo su rostro con la cacha del fusil causado que su nariz sangre
sin parar.
—Se te olvido quitarle el seguro —le digo, y le doy otro golpe, pero
esta vez en el estómago.
Mientras la mujer se retuerce en el suelo, apunto hacia el anciano que
ya se ha puesto en pie. Noto que tiene un cuchillo en la mano derecha, y
aún tiene una mirada amenazadora. No deja de escupir sangre.
—Dispárame o si no te rebano el cuello —me dice, y su sonrisa es un
poco más lunática que antes.
Veo que Buddy comienza acercarse, seguro quiere darme unos
sabrosos lengüetazos, pero le digo que se vaya, que no es un buen
momento. Yo también quiero abrazarlo con toda la fuerza posible, pero
antes tengo que ocuparme de este desgastador asunto.
—Qué estás esperando, muchacho… ¡Dispara!
Tengo una mejor idea, por lo que le disparo en las dos piernas.
—¿Qué haces? Mátame de una vez —me dice con un aullido de furia y
dolor.
—Sería muy fácil, quiero que sufras un poco más.
Luego le disparo en los brazos, me aproximo y agarro su mano
izquierda, arrastrándolo hasta el borde del lago.
—¿Qué piensas hacer maldito infeliz?
—Creo que a Tsubasa esta vez le provoque un estufado de anciano,
hay que variar el menú.
—No puedes hacerme esto…
—En memoria todos los perros que mataste y de todos los animales
que cazaste…
Noto que Buddy tiene la cabeza inclinada, de inmediato corro hacia él,
y le doy un abrazo con el corazón latiéndome con fuerza mientras mis
lágrimas caen de la barbilla al suelo. Su cola parece estar enloqueciendo y
su lengua comienza a lamer toda mi cara al tiempo que gime de alegría.
Después yo lo invado de besos en su suave pelaje, aunque está un poco
pegajoso y sucio.
—También necesitas un buen baño, amiguito —le digo, besándole la
cabeza—. Vámonos a casa.
De repente, Buddy empieza a ladrar, por lo que doy un vistazo por
encima del hombro y me doy cuenta de que la débil mujer se dirige hacia
mí brotándosele un odio infernal. Observo que en su mano derecha aferra
con tanta fuerza el cuchillo que sus dedos parecen sangrar. Yo me doy la
vuelta y le disparo sin dudarlo, la bala se aloja un poco más abajo de la
clavícula causando que se detenga; pero ella se me queda mirando fijamente
unos segundos y luego cae, sin todavía cerrar los ojos.
CAPÍTULO 11

Observo como el anciano es capturado y sacudido con bastante presión


por Tsubasa, aunque ya no quiero escuchar sus desesperados gritos. Mejor
me evito ver como es cortado y despedazado por sus dietes mientras lo
introduce hacia el apacible lago.
Bueno, aún no puedo creer que Buddy este conmigo, y no dejo de
acariciarlo hasta que, en un momento dado, dejo de hacerlo. Pensé que por
fin todo había terminado, pero no; pues veo que el coche patrulla se
encuentra estacionado al lado de la camioneta, lo que significa una sola
cosa: el comisario King está en la casa, y seguro el odio estará
carcomiéndole su cerebro.
—Escucha lo que te voy a decir —le digo a Buddy mirándolo a los
ojos—Cuando te diga corre, corres conmigo lo más rápido posible hasta a la
camioneta…
—¡GUAU!
—Pero no ladres, nos van a descubrir.
—¡GUAU! ¡GUAU!
—¡CORREEE!
La respiración áspera y rápida. De repente, se escuchan disparos, pero
sigo corriendo junto a Buddy. Abro la puerta de la camioneta, y mientras
nos subimos varias balas agujeran el metal. Dos de los proyectiles
atraviesan la ventanilla, por suerte nos agachamos a tiempo. Enciendo la
camioneta emitiendo un espantoso ruido, luego echo reversa y conduzco
hacia delante golpeando un poco el coche patrulla. Más balas comienzan a
estrellarse en el auto.
Veo por el espejo retrovisor que el comisario King nos está siguiendo,
es lógico, no va a dejar que nos escapemos tan fácilmente. Así que acelero
antes de que nos alcance, pero no es suficiente, cada vez el coche patrulla
está más cerca ululando la sirena. El ruido metálico de las balas impactando
contra la parte trasera de la camioneta hace que oprima con más fuerza el
acelerador.
El cielo se ha puesto oscuro, pero no más oscuro al ver el rostro del
comisario King a través de la ventanilla. Con la mano izquierda agarra el
volante, y con la otra nos apunta con el revólver.
Solo tengo una fracción de segundos antes de que tire del gatillo, así
que reacciono moviendo con violencia el volante hacia la izquierda,
golpeando su coche patrulla y sacándolo de la carretera. Doy un vistazo por
encima del hombro y sonrío, pero cuando incorporo la mirada veo un
destello de luz y me doy cuenta de que un camión viene hacia a mí,
quedándome paralizado por unos segundos. El ruido del claxon hace que
reaccione y lo esquive, sin embargo, no puedo controlar la camioneta y me
salgo de la carretera por lo que la parte frontal del coche se impacta contra
el tronco de un árbol.

Me desciendo del auto con un ataque de tos, y de repente, siento que el


comisario me agarra de la camiseta; luego me arrastra por el suelo y yo
intento aferrarme a algo, pero no consigo hacerlo. No veo bien (la oscuridad
y el humo me lo impiden). El dolor de cabeza es atroz y siento una oleada
de náusea. De repente, noto el intenso y cegador dolor de un golpe en el
estómago y otro en la cara.
—Creíste que te ibas a salir con la tuya, creíste que te iba a escapar
maldito bastardo.
Buddy aún sigue adentro de la camioneta que poco a poco se incinera.
Necesito sacarlo de ahí, y el corazón se me acelera. Estoy en el suelo, pero
con dificultad consigo alzar la cabeza y apoyarme en un codo.
—No hay mejor final para ese asqueroso perro —me dice.
Intento ponerme en pie, pero la cabeza me da vueltas y la saliva con
sangre inunda mi boca. Me siento como si fuera a vomitar todos mis
intestinos. Aprieto los dientes y clavo los dedos en el césped. Necesito
levantarme, no puedo permitir que Buddy muera. No va a venir nadie
ayudarnos. Lo sé. Nadie va a llamar a la policía.
—¿Qué voy a hacer contigo, muchacho? —me pregunta cuando me ve
tratando de ponerme en pie.
—Solo déjame ir donde esta Buddy, por favor.
—Lo arruinaste todo, no me dejas otra opción.
Me observa atentamente y me apunta con su revólver, negando con la
cabeza.
—Todo por un sucio perro —me dice, y su expresión es de sumo
desprecio, pero de pronto, comienza a reírse a carcajadas.
—No le veo la gracia, maldito demente.
—Sabes, me acabo de acordar que no tengo balas.
La oscuridad, el humo, el ruido de su estúpida sonrisa, y el gruñido
amenazador. El comisario King se da la vuelta y su expresión de asombro al
ver a mi amigo de cuatro patas. Sin vacilar, Buddy se lanza sobre él y con
las patas delanteras lo empuja causando que pierda el equilibrio y vaya a
parar a la carretera. Rápidamente me pongo en pie, lo agarro del uniforme y
lo traigo hacia a mí al mismo tiempo que lo golpeo tan fuerte como puedo.
Luego le doy un rodillazo en la cara y oigo como cruje el cartílago. El
comisario suelta un grito y cae al suelo.
—Qué esperas, sigue golpeándome. ¡Anda!
Mis manos tiemblan, y veo como el comisario se levanta lentamente,
se limpia la boca con el antebrazo y escupe algo de sangre. Él viene hacia a
mí.
—¡Eres débil! —me dice.
Lo veo aproximarse, al tiempo en el que los labios forman una sonrisa
retorcida. No me muevo hasta que casi lo tengo en encima. Entonces
arremeto con fuerza, y le clavo el horrífico punzón del picahielo en el
cuello. El comisario King abre los ojos como globos y se lleva las manos a
la garganta sin apartar la mirada de mí. Parece como si llorara, y cae al
suelo sin emitir sonido alguno. Yo me lo quedo mirando hasta que ya no
puedo más, y miro a Buddy.
—Ya, todo acabo —le digo.
—¡GUAU! ¡GUAU!

Le doy la mano al señor Miller, pues todo esto resultó doloroso; e


intento no pensar mucho de lo que sucedió en este lugar.
—Lo lograste… —me dice—, ¿este es el famoso Buddy?
—Sí, mi gran y mejor amigo.
—Sabes Buddy, tienes un gran papá humano, te salvo de las manos del
mal. Cuídalo mucho.
Noto que el señor Miller me examina: me mira la herida que tengo en
la cabeza, en los brazos y el abdomen. Además, estoy horrible, pues aún
estoy empapado con sangre.
—¿Quieres que te lleve al hospital? —me dice.
—No, estoy bien.
—¿Está seguro?
—Sí. ¿Qué pasará con los otros perros?
—De eso me encargo yo. Haré todo lo que este a mi alcance para
encontrar a sus dueños.
—Temo que me busque la policía…
—La familia King tenía muchos enemigos, y supongo que algunos de
esos enemigos fueron los causantes de su horrible desenlace.
Le doy un fuerte abrazo al señor Miller y después decido ir al
minimarket.
—¿Qué vas a hacer?
Pienso en lo agradable que sería sentarme en un sillón acogedor junto a
Buddy, solo tenuemente iluminados por la tele; pero no puedo marcharme
sin antes…
—¡Oiga, ese animal no puede entrar acá! —me dice el chico de los
torcidos y amarillentos dientes.
Cada vez que me próximo, su cara es más pálida. Lo miro a los ojos y
le sonrío.
—Me alegra que lo haya encontrado —me dice.
Sin vacilar, agarro su cabeza y con todas mis fuerzas hago que su
rostro se impacte contra la caja registradora. Ni siquiera pudo reaccionar, y
cae con la boca ensangrentada.
—Eso fue por los perros que ayudaste asesinar.
Tomo un paquete te papas fritas y le doy la espalda.
—Ahora si Buddy, vamos por esa pizza.
—¡GUAU! ¡GUAU!

“No quiero ir al cielo, quiero ir donde ellos van”

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