Teología Política
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Liturgia y diaconía
La iglesia no tiene una misión que le viene de sí misma, sino que colabora con la
misión de Dios en el mundo. La naturaleza de la misión eclesial proviene de la
naturaleza de Dios mismo. Y Dios convoca a la iglesia para servir en el mundo
porque el primer servidor del ser humano es Dios. En el salmo 23 encontramos
palabras reveladoras cuando la persona perseguida y fatigada declara: “me has
preparado un banquete ante los ojos de mis enemigos; has vertido perfume en mi
cabeza y has llenado mi copa a rebosar” (Sal 23,5). El salmo nos dice que es
Dios, el anfitrión, quien se pone al servicio del necesitado. Klemens Richter nos
recordará que “la liturgia no es, ante todo, el servicio de los hombres a Dios, sino
el servicio de Dios a los hombres”.1
La celebración de la Cena del Señor nos remite a ese gesto de servicio salvífico,
de ofrecimiento sin reservas, de amor sin límites. Jesús es aquel que celebra la
vida y la ofrece, anunciando que ha venido a servir y no a ser servido
(Lc 22,27). Ese es el mensaje y el desafío cada vez que recordamos su vida,
muerte y resurrección. Es también el significado esencial del ofertorio como acción
diaconal estrechamente ligada a la eucaristía, que prolonga el sentido del culto
como servicio a otras personas necesitadas más allá de la propia comunidad de
fe.5
La iglesia no puede dejar de proclamar que su razón de ser es servir, que su culto
es siempre una mesa servida y abierta para todos aquellos y aquellas que tienen
hambre y sed de pan y justicia. Concluimos con Julio A. Ramos que “el servicio
eclesial no es gratuito, es la respuesta agradecida a un don que antes se nos ha
dado. La eucaristía celebrada nos lo recuerda y nos lo actualiza”.6
El culto siempre tiene que ser una apuesta por la vida, y por la vida abundante. La
pastoral de acompañamiento y consolación se propone precisamente promover un
estilo de vida saludable y positivo en las relaciones del ser humano con Dios,
consigo mismo y con los demás, incluyendo toda la creación. La visión del ser
humano como un ser en relación, que vive y convive de manera interrelacionada e
interdependiente, cuya orientación ecuménica más amplia es vital para la
sustentabilidad de la vida, debe marcar la propuesta litúrgica de nuestros días.
Sin embargo, entendemos que una mirada actual a las relaciones entre liturgia y
educación cristiana, desde el contexto de la América Latina, debe tener en cuenta
dos elementos importantes: la Educación popular y la educación teológica.
Al hablar de los desafíos actuales para los y las educadoras populares en nuestro
contexto, Carlos Núñez señala algunos elementos que podemos traducir a
nuestros deseos de construir una liturgia comprometida y esperanzadora. En
primer lugar, se hace necesario “reinstalar la esperanza”, recuperar el derecho a
soñar y luchar por lograrlo. En segundo lugar, “atrevernos a proclamar ydenunciar
lo que pensamos, sentimos, vemos y cuestionamos”, y hacerlo con fuerza, energía
y creatividad. Tercero, “atrevernos a pensar con libertad”. Y cuarto, “hacerlo
juntos” evitando el aislamiento, el afán de protagonismo y la desconfianza.9
Si queremos que la liturgia eduque para la vida y para el cambio, debemos hacerla
portavoz de nuestras esperanzas y sueños, promotora de la lucha por un mundo
más justo y fraterno
Si queremos que la liturgia eduque para la vida y para el cambio, debemos hacerla
portavoz de nuestras esperanzas y sueños, promotora de la lucha por un mundo
más justo y fraterno, espacio de proclamación y denuncia creativa, donde entren
todos los sentidos, todos los lenguajes, todas las vivencias. Todo ello es posible si
lo hacemos en comunidad, en unidad de propósitos y diversidad de expresiones.
No basta con echar mano de nuevos métodos de aprendizaje más dinámicos, más
críticos, con consecuencias prácticas y tangibles. Más importante es clarificar si
estamos educando con el reino de Dios como horizonte, si venimos al encuentro
de la Palabra y la Vida para convertirnos del conformismo a la acción responsable
por el bienestar de todos y todas. Una educación cristiana que anime a la
responsabilidad de los y las creyentes debe hacerse desde la libertad de espíritu,
desde la posibilidad de sentir, pensar y actuar de acuerdo con nuestra conciencia
y nuestras motivaciones, y asumiendo como propios los reclamos y dolores del
mundo.
Nos urge educar teológicamente en todos los niveles, a todos los y las creyentes
en Cristo, condicionando la necesaria madurez para que la iglesia se renueve
constantemente de acuerdo con la esencia misma de su naturaleza y misión, y de
acuerdo también con las exigencias de estos tiempos. Hacerlo de manera
responsable es también promover identidad de fe, autenticidad y sentido de
pertenencia a un conjunto de valores y tradiciones como iglesias, las cuales son
cultivadas con preferencia en nuestros cultos. Al mantener la fidelidad a los
momentos renovadores de nuestra historia como pueblo de Dios, conocemos y
vivimos las experiencias y los aprendizajes adaptados a la realidad actual. Es
vergonzoso que la iglesia conozca su historia sin dar razón pertinente de los
principios que la han sustentado por siglos, o peor aún, que no conozca su historia
ni actúe consecuentemente con ella, ni la celebre.
Liturgia e inclusividad
El carácter inclusivo de la liturgia cristiana presupone una visión teológica y
pastoral que potencie la acogida como una práctica esencial y auténtica de la
comunidad de fe. La iglesia, por lo general, es una comunidad que acoge a las
personas, pero no siempre lo hacemos desde las mismas motivaciones y
preocupaciones.
El ministerio de la acogida
Cosas como estas suelen suceder tanto con visitantes como con los miembros de
la comunidad. La preocupación por la liturgia como un espacio de acogida debe
estar presente desde el mismo momento de preparación de la celebración,
previendo los detalles que garanticen un buen ambiente celebrativo, la fluidez en
la comunicación y la interacción, la correcta visibilidad de las acciones litúrgicas, el
acceso fácil a determinados espacios, la posibilidad de realizar gestos y acciones
simbólicas en el lugar donde se encuentran las personas, de manera personal y
grupal.
Por su parte, el lenguaje inclusivo en la liturgia debe tener en cuenta las diversas
sensibilidades actuales en relación a las cuestiones de género, raza,
discapacidades, valores culturales, opciones sexuales, inclinaciones políticas,
experiencias e imágenes de Dios. El uso de varias manifestaciones artísticas
como formas de expresión en el culto ofrece grandes posibilidades de inclusividad
desde los dones y capacidades que cada quien tiene y desea poner al servicio de
la vida en comunidad.
Inclusividad y participación
Uno de los grandes aportes del movimiento litúrgico en el siglo pasado y que
perdura hasta hoy es la comprensión de que la comunidad cristiana es quien
celebra su fe, y por ende, quien debe orientar y decidir todo lo concerniente a su
práctica litúrgica. Todo ello viene aparejado de un mayor protagonismo del laicado
en las experiencias de renovación litúrgica en las iglesias.12 Se percibe así una
mayor descentralización de los ministerios litúrgicos de manos del clero en
beneficio de mayores niveles de formación y animación litúrgica por parte de todos
los cristianos y cristianas
Conclusiones
1. LA LITURGIA ES PASTORAL.
L. Della Torre
BIBLIOGRAFÍA: Alessio L., Liturgia joven. Escritos sobre pastoral litúrgica,
Caracas 1975; Arns E.P., La liturgia, centro de la teología y de la pastoral, en G.
Baraúna, La sagrada liturgia renovada por el concilio, Studium, Madrid 1965,
353-376; Bouyer L., Corrientes de espiritualidad y de pastoral litúrgica,
en "Liturgia" 18 (1963) 184-189; Concilio Pastoral de Galicia, La liturgia
renovada en la pastoral de la Iglesia, Santiago de Compostela 1976;
Delegados diocesanos, Conclusiones del Symposium Phase-100,
en "Phase" 100 (1977) 345-346; Floristán C., Dificultades de la pastoral litúrgica
ante el cristiano tradicional, ib 41 (1967) 404-410; Orientaciones actuales de la
teología pastoral, ib 76 (1973) 389-400; Pastoral litúrgica, en VV.AA., La
celebración en la Iglesia 1, Sígueme, Sala-manca 1985, 537-584; Floristán C.-
Useros M., Teología de la acción pastoral, BAC 275, Madrid 1968; Forcadell
A.M., Deficiencias en nuestra pastoral litúrgica, en "Liturgia" 18 (1963) 270-283;
Gracia J.A., Problemas yperspectivas de pastoral litúrgica en los santuarios
marianos, en "Phase" 62 (1971) 185-194; Heuschen L., Pastoral de los
sacramentos, en G. Baraúna, La sagrada liturgia renovada por el con-
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Jungmann J.A., La pastoral litúrgica como clave de la historia de la liturgia, en
VV.AA., Herencia litúrgica y actualidad pastoral, Dinor, San Sebastián 1961, 450-
471; Lecea J., Pastoral litúrgica en los documentos pontificios de Pío X a Pío
Xll, Flors, Barcelona 1959; Llabrés P., Santuarios y pastoral sacramental
diocesana, en "Phase" 132 (1982) 465-471; Martimort A.G., La pastoral litúrgica
en el conjunto de la pastoral de la Iglesia, ib, 1 (1961) 3-9; Oñatibia 1., La
pastoral del año litúrgico hoy, ib, 115 (1980) 27-37; Pou R., En crisis de pastoral
litúrgica, ib, 84 (1974) 471-489; Roguet A.M., La pastoral litúrgica,
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Schuster H., Pastoral, en SM 5, Herder, Barcelona 1974, 264-296; Tena P., El
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sentido teológico de la liturgia, BAC 181. Madrid 1959, 765-884.
LITURGIA Y SACRAMENTOS
Una buena formulación acerca de la Liturgia se encuentra en
la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II:
Sacrosanctum Concilium. Se dice allí que la Liturgia es “la cima
hacia la cual tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, es
la fuente de donde emana toda su fuerza” ( SC n.10). No se trata
de una definición propiamente dicha. Sabiamente, los padres
conciliares evitaron una definición de la Liturgia. Preferían
concebirla como la celebración de los misterios de Cristo
perpetuados en la vida de la Iglesia. Éste volver presente los
misterios de Cristo se realiza simbólicamente, es decir,
sacramentalmente, por medio de aquellos gestos y palabras que
constituyen la Liturgia de la Iglesia. En este sentido, se
comprende por qué la Liturgia es al mismo tiempo cumbre y fuente
de vida de la Iglesia.
Presuponiendo que los sacramentos sean el centro de la
Liturgia, como nos enseña la Sacrosanctum Concilium, creemos
profundizar los surcos abiertos por Vaticano II que, al recuperar
esta comprensión de la tradición cristiana de los primeros siglos,
propone algo que supera, simultáneamente, dos bloqueos de la
teología post-tridentina. El primero se refiere a una comprensión
formal y jurídica de la Liturgia. Antes del Vaticano II, lo que se
enseñaba en las facultades y seminarios de teología sobre Liturgia
se resumía a las rúbricas y otros ornamentos o accesorios
técnicos que acompañaban las celebraciones del culto cristiano.
El segundo obstáculo habla sobre la comprensión y prácticas
sacramentales. Lo que enseñaba la doctrina de los sacramentos
obedecía a una definición genérica de sacramento, aplicada
indistintamente a cada uno y a todos los sacramentos.
La comprensión de la Liturgia como celebración del misterio
pascal de Cristo que se vuelve presente de forma simbólica-
sacramental en la vida de la Iglesia, a su vez, desarrolla la
dimensión intrínsecamente teológica de la liturgia cristiana, más
allá de hacer posible la celebración de cada sacramento como
expresión singular del misterio pascal de Cristo presente en el
aquí y ahora de la comunidad cristiana. De esta forma, se recupera
la singularidad de cada sacramento a medida en que cada uno, en
su propia manera, encarna la complejidad de las interfases del
misterio pascal de Cristo celebrado en la Liturgia. Así, merece
nuestra atención una comprensión de los sacramentos en su
inserción en el misterio pascal de Cristo.
Todo lo que fue dicho hasta aquí es comprensible bajo la
condición de que se redescubra la dimensión eminentemente
simbólica de la existencia humana, de la historia y del mundo en
general. La Liturgia es por excelencia la expresión festiva y por lo
tanto simbólica de la fe cristiana. Para ello, se vuelve
imprescindible abrirse a la dimensión constitutivamente simbólica
de la vida en general y de la fe cristiana, en particular. De allí la
importancia de considerar símbolo y sacramento a partir de una
estrechísima relación entre ambos. Los sacramentos cristianos
constituyen, para todos los efectos, una auténtica radicalización
de aquellas constantes características antropológicas de la
existencia de cada ser humano y de todos los seres humanos.
Ellos constituyen también la profundización de aquellas
dimensiones históricas y cósmicas que componen la compleja
trama en la que se encuentra enredada la vida de las personas y
de las otras criaturas.
Otra cuestión prioritaria aquí es la estrecha relación que
existe entre Liturgia e Iglesia, entre sacramentos e Iglesia. En
verdad, se trata de una fecunda reciprocidad entre liturgia e
Iglesia o, más específicamente, entre sacramentos e Iglesia. Si
por un lado la Iglesia hace los sacramentos, por el otro, son los
sacramentos los que hacen a la Iglesia. Por lo tanto, la
eclesialidad de los sacramentos constituye una tendencia de
importancia fundamental para la Liturgia.
Finalmente, para que exista de hecho una fecunda circularidad
entre celebración y vida, entre Liturgia y vida de fe de las
comunidades cristianas, se hace necesario profundizar la cuestión
imprescindible de la relación entre Liturgia, religiosidad popular y
culturas. Y es por esto mismo que, en cuanto expresión simbólica-
sacramental de la vida de fe de las comunidades cristianas, la
Liturgia jamás podrá abstenerse del diálogo con las expresiones
culturales de los pueblos y con la religiosidad popular.
Sacramentos al servicio de la Comunidad:
Orden y Matrimonio
“Dos sacramentos, el Orden y el Matrimonio, confieren una gracia especial para una
misión particular en la Iglesia, al servicio de la edificación del Pueblo de Dios.
Contribuyen especialmente a la comunión eclesial y a la salvación de los
demás” (Compendio, n. 321). Estos sacramentos, contribuyen a la propia salvación,
pero esto lo hacen mediante el servicio que prestan a los demás.
La Iglesia entera, y cada cristiano, mediante el sacramento del Bautismo, forman parte
de un pueblo sacerdotal: es lo que se llama el “sacerdocio común de los fieles”. Al
servicio de estos, existe otro sacerdocio, el “sacerdocio ministerial”, conferido en el
sacramento del Orden, cuya tarea es servir, en nombre y representación de Cristo, en
medio de la comunidad. Los sacerdotes ejercen su servicio al pueblo de Dios
mediante la enseñanza, la celebración del culto divino y el gobierno pastoral desde la
caridad.
El Obispo, es un presbítero que recibe la plenitud del sacramento del Orden, que le
incorpora al Colegio episcopal. Los Obispos, son los sucesores de los Apóstoles, que
presiden las Iglesias particulares, como la de Málaga, y que sirven de vínculo e unidad
con el Papa y la Iglesia universal. Los sacerdotes forman con el Obispo un presbiterio,
una auténtica fraternidad.
Junto al obispo y al presbítero, otro grado del sacramento del Orden es el diácono: “El
diácono, configurado con Cristo siervo de todos, es ordenado para el servicio de la
Iglesia, y lo cumple bajo la autoridad de su obispo, en el ministerio de la Palabra, el
culto divino, la guía pastoral y la caridad” (Compendio, n. 330). En muchas iglesias
diocesanas, existen un grupo de diáconos casados, que ejercen su ministerio propio.
Sólo el varón bautizado puede recibir válidamente el sacramento del Orden. La Iglesia
se reconoce vinculada por esta decisión del mismo Señor. En la Iglesia latina, el
sacramento del Orden sacerdotal sólo es conferido a candidatos que están dispuestos
a abrazar libremente el celibato y que manifiestan públicamente su voluntad de
guardarlo por amor del Reino de Dios y el servicio de los hombres.
La alianza matrimonial, por la que un hombre y una mujer constituyen una íntima
comunidad de vida y de amor, fue fundada y dotada de sus leyes propias por el
Creador. Por su naturaleza está ordenada al bien de los cónyuges, así como a la
generación y educación de los hijos. Entre bautizados, el matrimonio ha sido elevado
por Cristo a la dignidad de sacramento.
Los esposos son los “ministros” del sacramento del Matrimonio. Es el único
sacramento en el que el ministro no es el sacerdote. El sacerdote es un “testigo de la
Iglesia” que acompaña y certifica el sí dado mutuamente.
El hogar cristiano, construido sobre el amor de los esposos, que se hace fecundo, es
el lugar en que los hijos reciben el primer anuncio de la fe. Por eso, la casa familiar es
llamada justamente “Iglesia doméstica”, comunidad de gracia y de oración, escuela de
virtudes humanas y de caridad cristiana.
El Matrimonio
Cuando una pareja, hoy, decide “casarse por la Iglesia”, incluso aunque su fe sea
débil y sus motivaciones confusas, están ya en la antesala de un momento especial
de gracia para ellos. Es una ocasión muy especial para que pueda darse un encuentro
con el Señor y con la Iglesia que marque el inicio de una familia cristiana, de la que va
a depender también la educación en la fe de sus hijos.
Hay que poner mucho empeño en esta tarea y cuidar especialmente su preparación
mediante cursillos, convivencias, etc., ofreciendo, al menos en algunos lugares, la
posibilidad de una preparación más amplia y prolongada a aquéllos que estuvieran
dispuestos a aceptarla. Hay que ir cambiando el sentido de los “cursillos”: no se trata
de una preparación inmediata para casarse, sino una auténtica preparación para “el
matrimonio y la vida familiar”, que debe continuar. En los cursillos preparatorios hay
que exponer la doctrina acerca del valor específico y propio del Matrimonio
sacramental, sus cualidades, las metas de la espiritualidad cristiana matrimonial. No
se puede dejar de exponer la doctrina de la Iglesia acerca del ejercicio responsable de
la paternidad y maternidad, de forma sencilla y clara. La falta de formación de
nuestros fieles en esta materia es una deficiencia grave en la vida de nuestra Iglesia.
Por eso mismo entra dentro de la recta formación de los fieles el conocimiento y
estima del ministerio sacerdotal en sus diferentes grados y en toda su plenitud
eclesial, así como la colaboración efectiva para que no falten en la Iglesia diocesana
las necesarias vocaciones para el ministerio ordenado. Es bueno, programar “un día
especial de oración por las vocaciones”.
Estas vocaciones son, hoy, en nuestra Iglesia una necesidad urgente. Todos los
sacerdotes y los agentes de pastoral debemos tener la preocupación constante por
descubrir y fomentar estas vocaciones en toda clase de grupos y comunidades. La
escasez habitual de vocaciones para el ministerio y para la vida consagrada, puede
ser síntoma de deficiencias graves en la vida religiosa y espiritual de nuestras familias
y comunidades.