5ff5e315-eae8-485c-82b3-1a339708ebf6

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 160

Capítulo 1

Galería de Retratos Nobles, Palacio del Gran Lord.


País de Redding, Planeta Redde.

—Es mi decisión, Clara. Así se hará.


Lady Clara de los Redding observó a su padre con una calma que no sentía. Así
la habían entrenado desde su nacimiento, para la cobertura completa de sus
sentimientos internos, el comportamiento estoico y el entusiasmo totalmente
inhibido. Aunque lo que sentía no era precisamente entusiasmo, sino lo opuesto.
Una vez había visto a una sirvienta gritando y pataleando abiertamente, haciendo
una escena altamente inapropiada, y era así exactamente como se sentía Clara en
estos momentos. Jamás se había enterado de lo que había molestado tanto a la
sirvienta. Quizás simplemente algo se le había roto por dentro. Sea lo que fuere,
jamás había vuelto a escuchar de ella luego de que se la llevaran los oficiales de
seguridad.
Clara respiró profundo un par de veces antes de mirar su reflejo en la pared
espejada. Encontró su impávida mirada violeta bajo la peluca blanca que cubría
sus rizos dorados. El corpiño ajustado de su traje estaba impecablemente cosido a
la falda amplia que cubría sus piernas. Estaba balanceada al borde de la silla, con
facilidad. La espalda de una dama jamás tocaba el respaldo de su silla, ni sus
brazos o manos los apoyabrazos a sus costados. De hecho, sus manos raramente
tocaban algo. Clara era un ornamento, una dama. Se le permitía tener
pensamientos propios siempre y cuando fuera hermosa y refinada, y no hablara
fuera de turno. Había momentos y lugares específicos para demostrar intelecto y
otros para el silencio. Había muchas reglas con respecto al decoro y ella las seguía
todas naturalmente, con nobleza y sin dudas. No tenía opción, pues era una dama,
había sido criada como tal y siempre lo sería.
Los marcos dorados de los espejos despedían pequeños brillos a lo largo de su
tallada longitud. No notó la hermosura de los detalles, a pesar de que llamaron su
atención brevemente. Retratos familiares adornaban las paredes, pareciendo
desaparecer en un pasillo interminable. Con cada generación, el castillo se hacía
más grande, para que cada miembro de la familia pudiese ser catalogado con la
importancia que merecían.
Finalmente, luego de un tiempo apropiado de contemplación, ella alzó la vista
para ver a su padre. Su peluca empolvada y casaca bordada hacia juego con el
vestuario de ella, incluyendo el exquisito bordado de flores en los bordes. Él rozó
el apoyabrazos de su silla con un dedo. Los hombres de su planeta no tenían la
carga de manos sensibles.
Contestó suavemente.
—Debo protestar, Padre. He revisado la información planetaria y la locación es
inaceptable. De seguro una decisión así no honraría mi nombre.
—Quizás debiste pensar en eso antes de rechazar a los veinte pretendientes
que te fueron presentados en el último baile. Actúas como si la nobleza creciera en
los jardines para ser escogida a tu antojo. Tus hermanas fueron capaces de
encontrar hombres de casas nobles. Es hora de que hagas lo mismo. Tenemos
estas leyes por una razón.
Leyes matrimoniales. Vaya chiste. Nadie era capaz de explicarle el porqué de
las mismas, solo que siempre habían estado. Sus clases de historia hablaban de un
problema de población causado por el fratricidio, y ella dedujo que las
generaciones habían empezado más o menos al mismo tiempo, y solo hasta
después que todos estuviesen casados para evitar problemas de herencia. Los
hijos sin casar eran un dolor de cabeza en las complicadas leyes de heredad de
Redding, especialmente si eran multigeneracionales. Su pueblo prefería las cosas
bien organizadas. Cuando le preguntó a su tutor, él no estuvo muy interesado en
darle una respuesta.
La única manera de que ella pudiera evitar contraer matrimonio era si de
pronto todas las criaturas masculinas de certificable origen noble cayesen muertas
a la vez, y ella pudiese contraer un matrimonio espiritual, lo que la convertiría
automáticamente en una viuda. En la antigüedad, eso no era muy difícil. ¿Pero
ahora, con los viajes interplanetarios y los avances médicos que eran capaces de
extender la vida de su gente a cientos de años? Tendría que caer una terrible plaga
en todo el universo conocido antes de poder salvarse de sus deberes
matrimoniales. Clara pensó en sus diecinueve hermanas. De todas ellas, solo tres
tenían un matrimonio realmente bueno, no excelente, pero si decente.
—¿Por qué no podemos cambiar las leyes? No veo razón para casarme solo
para que a mis hermanas se les permita salir del hipersueño para tener hijos.
Despiértalas y permíteles tener sus bebés. Renunciaré a mis derechos de
matrimonio y procreación —dijo Clara, sin mostrar debilidad. Sus palabras de por
sí eran osadas. Tener menos de diez hijos era mal visto en todas las familias
nobles, pero ¿ninguno? A menos que hubiese alguna razón médica, en cuyo caso
le tendrían una lástima insoportable, no tener ningún hijo era una deshonra.
Inmediatamente deseó poder recoger sus palabras, pero permaneció en
calma, sin dejar ver su arrepentimiento. Si alguien pasara por su lado, la pensaría
hecha de mármol y tallada a la perfección. Su rostro estaba cubierto de una capa
de maquillaje blanco, con mejillas y labios brillantes, que no ocurrían naturalmente
en su planeta. Sus pestañas y cejas estaban maquilladas de púrpura para hacer
juego con sus ojos.
—No puede haber ningún bebé hasta que la generación actual esté asentada.
Conoces las leyes —le espetó su padre. Siguió hablando en un bajo tono de
advertencia. —Doce de tus hermanas duermen, esperando a que tú te cases, y las
siguientes pronto se les unirán. Eres una hija de un Gran Lord de Redding. Solo hay
un puesto más alto que el mío. ¿Cómo se vería si nuestra familia desdeñara las
leyes matrimoniales, las costumbres de nuestra gente, por complacer el capricho
de una jovencita que cree estar por encima del matrimonio? Estás evitando que
una generación entera de mi línea nazca. ¡Tendré a mis nietos!
Clara se estremeció ligeramente al oírlo alzar la voz. Su padre raramente le
hablaba así. Vio sus manos temblar de rabia y supo que lo había llevado
demasiado lejos.
—Perdóneme, Gran Lord, por mostrar mi miedo a viajar fuera del planeta. No
me creo por encima de nuestra gente. Le suplico que encuentre otra manera. No
me haga marchar a Qurilixen. Incluso el nombre es difícil de pronunciar.
—Ya está decretado y tienes la bendición del Emperador. En menos de un
mes, ellos tendrán su ceremonia de matrimonio anual. Cuatro príncipes y varios
nobles Draig asistirán. Se me asegura que puedes elegir el que prefieras. Llegarás
con las demás novias potenciales, pero tendrás tu propio transporte. No veo razón
para que viajes con plebeyas. El Rey Draig sabe de tu llegada y se hicieron arreglos
para que seas la primera en ser presentada ante los nobles. Elige al que mejor te
parezca. Tengo en buena autoridad que ninguno protestará luego de que la dama
tome su decisión.
—¿Pero no eligen de antemano con quienes se casarán? ¿Simplemente eligen
esa noche de un grupo de mujeres? Es barbárico.
—Es como hacen las cosas. ¿Qué importa? Decidiste rechazar a tus
pretendientes luego de una sola reunión. Los hombres Draig eligen a sus
prometidas luego de una sola reunión. Y, sin son tan bárbaros como dedujiste
luego de escuchar sobre ellos, no deberías tener problema alguno en controlar a
tu marido. Eres una dama. ¿Qué tan difícil es ejercer autoridad sobre un salvaje?
Mientras sea de origen noble, nuestras leyes estarán satisfechas. Estoy seguro que
elegirás bien, Clara. Siempre has tenido buen ojo, y dudo que un hombre primitivo
sea capaz de resistir tu decreto una vez que decidas tenerlo. Ve. Elige a tu marido.
Tu matrimonio liberará a tus hermanas del hipersueño. Tendré a mis nietos. Vive
con el Lord bárbaro por un año y luego regresa si deseas tener a tu primer hijo
aquí. Entonces regresarás para embarazarte nuevamente. Criaremos noblemente
a esos niños y se tomaran medidas para neutralizar su naturaleza salvaje, así que
por eso no te preocupes. Luego de que tengas cinco partos saludables, si aún no te
agrada tu esposo, lidia con el problema. Pero te casarás. Deja que tus hermanas
tengan sus hijos. Deja que la próxima generación de inicio.
—¿Cinco? —Clara respiró profundamente. La cantidad todavía le parecía alta
en vista de su situación actual, pero no era una suma respetable. Quizás su padre
pensaba que si lograba que accediera a esa cantidad, no habría mucho problema
en persuadirla más tarde de contribuir con una cantidad más honorable a la línea
familiar.
—A tus hermanas no les molestará tener más hijos para cubrir los que tú no
tengas.
Incluso la manera en que lo decía la hizo sentir avergonzada. Una profunda
culpa nació en su interior.
—Estarán felices de finalmente poder dar inicio a la nueva generación —el
gran Lord vaciló antes de agregar. —Y no estamos seguros de como resultarán las
líneas mezcladas. Mejor no tener muchos.
Nuevamente recordó a la sirvienta, gritando y pataleando. Clara asintió en
respuesta a la mirada expectante de su padre y se quedó sentada.
Diecinueve hermanas. Once hermanos. Un padre noble. Una madre noble.
Todos esperaban por Clara, la última de la línea Redding en conseguir pareja. Sabía
que se arriesgaba al rechazar al último grupo de pretendientes. Pero ¿cómo podía
casarse con Lord Camern? Estaba enamorado de sí mismo. ¿Y el hermano de
Camern, Lord Dane? Dane estaba mal disimuladamente enamorado del hermano
de Clara.
—¿Y si no me aceptan? —aunque lo preguntó, Clara no lo consideraba una
posibilidad real. Sabía lo que valía. Le decían que era hermosa. Tenía dinero. Su
familia era poderosa. Era refinada. Cualquier hombre sería afortunado de tenerla.
Además, la experiencia le había enseñado que los hombres no eran quisquillosos a
la hora de llevar a cabo sus deberes matrimoniales.
¿Acaso estaba mal que, en la noche, cuando estaba sola, se imaginara otro
tipo de matrimonio? ¿Uno que no estuviese tan concentrado en engendrar la
próxima generación?
—Entonces no regreses a casa —la amenaza era clara. Si no obedecía el
decreto, sería exiliada. Quedaría sin dinero ni hogar. Regresar soltera significaría la
muerte.
De pronto un año junto a un hombre primitivo no sonaba tan malo. Su padre
había dicho cinco hijos, pero ella seguramente podría encontrar la manera de
reducirlo a tres, luego de que la novedad de su matrimonio se calmara en favor de
nuevos chismes. Un año fuera del planeta. Dos viajes de regreso bien planeados.
Tres hijos. Quizás el esposo bárbaro no fuese tan malo. Quizás encontrara a
alguien refinado y dispuesto a aprender la etiqueta que desconociera. Y también
tenía la ligera esperanza de amar este nuevo mundo y encontrar algo que no tenía
en su vida actual, aunque no se atrevió a pensar mucho en ello.
Clara cerró los ojos y asintió lentamente.
—Haré lo que usted comande, Padre. Siempre.
—Informaré a la familia —dijo él, levantándose rápidamente. —Estarán
aliviados de escuchar tu razonamiento. Seguro tu madre querrá ir de compras
contigo como lo hizo con tus hermanas. Quédate dónde estás. La llamaré.
—Sí, padre —respondió Clara en el mismo tono uniforme. —Haré lo que
quieras.
Clara no se movió, sencillamente mirando su reflejo y la escena que la
rodeaba. Parecía una pintura. La habitación estaba impecable, desde los marcos
ovalados en las paredes hasta el apoyabrazos dorado para mantener a la gente
apartada de los retratos. Tres veces al año una multitud asistía a su hogar a
contemplar la gloria de su familia.
Una familia que no puede continuar si no hago esto.
Clara sintió el dolor y la tristeza apretarse contra su estómago.
—¡Jubilosa hija! El gran Lord me ha informado de tu razonamiento —Jaene, la
Gran Lady de los Redding parecía una versión mayor de su hija soltera, aunque la
gruesa capa de maquillaje blanco alisaba las arrugas de preocupación que Clara
sabía que existían. Aunque las gemas que adornaban el vestido de su madre
debían pesar kilos, la mujer se movía con gracia. —Lamentaré tu partida.
Clara no creyó que su madre pareciera triste. De hecho, parecía aliviada, como
si finalmente sus deberes estuviesen cumplidos al enviar a su última hija a casarse.
El hecho de que no tuviese que planear una ceremonia en su hogar era un bono.
—Y yo lamentaré partir —dijo Clara, levantándose. Su propio vestido también
era pesado, pero no tan pesado como el de la gran Lady. Cuando estuvieron una
frente a la otra, las voluminosas faldas evitaron que se acercaran demasiado.
—No, no debes lamentarte. Debes sonreír y aceptar el mundo de tu futuro
marido —su madre alzó las manos acercando sus muñecas a las sienes de Clara en
un gesto amoroso. Ella pudo ver las delgadas venas azules, tan familiares para ella.
No habían cambiado desde su niñez, cuando Clara y sus hermanos y hermanas
eran traídos al salón principal para el saludo diario a sus padres. Sin tocar el rostro
exquisitamente pintado de su hija, Jaene dejó caer las manos. Clara repitió el gesto
con su muñeca. El decoro indicaba que no debían tocarse. La sensación que
provocaría el contacto táctil podría ser demasiado para sus sentidos. El olor a su
perfume permanecía en el aire. Entonces dejó caer la mano y se quedó de pie,
esperando.
—Debemos prepararte —continuó Jaene. —Vamos, las costureras han estado
trabajando en un traje nativo de Qurilixen para tu ajuar y tu padre le ha pedido al
zapatero real que arregle el fondo de tu baúl para que puedas esconder joyas y
créditos espaciales. No dejaré que mi hija se marche sin medios.
Las palabras explicaban más de lo que su madre querría. Las nupcias de Clara
tenían planeándose bastante tiempo, si ya se habían pedido ropas nuevas y un
nuevo fondo para su baúl. Y si se preocupaban por sus medios, eso quería decir
que no creían que su nuevo hogar fuese muy refinado.
Un estremecimiento de miedo recorrió la espalda de Clara y habría
trastabillado de no ser por el peso balanceado de su vestido. Siguió a su madre por
las puertas dobles, sin tocarlas. Solo el ruedo de su vestido y las suelas de sus
botas rozaban el suelo. Sus pasos eran cortos pero rápidos, sus pisadas
susurrantes en el suelo de mármol.
Su madre se detuvo frente a un recinto de vidrio y oro, montándose a la jaula
y subiendo al cuarto piso antes de enviarlo de vuelta abajo para su hija. Clara
entró, volteándose para ver desaparecer el salón bajo sus pies. El espacio cerrado
se sintió de pronto sofocante y empezó a jadear. ¿Era su imaginación, o acaso la
jaula no se movía? La cabeza le dio vueltas. Parpadeó, tratando de enfocar su
borrosa vista. El corazón le latió con cada vez más fuerte y más fuerte de lo que
recordaba haber latido antes, sin contar su tiempo de ejercicio. Alzó la mano, casi
tocando el vidrio antes de darse cuenta y recogerla. La jaula dejó de moverse para
permitirle salir, pero ella no logró echar a andar.
—¿Clara? ¿Clara? —susurró su madre por lo bajo, frente a ella.
Clara se estremeció de sorpresa, alzando la mirada para encontrar a su madre
con el ceño fruncido.
—Controlate y reúnete conmigo en la habitación de pruebas. Prepararé a las
costureras.
—Si, Gran Lady —susurró Clara.
Su madre se marchó apresuradamente para darle tiempo a su hija de
recuperarse.

***

Palacio Real de los Draig, Planeta Qurilixen.


En vista del mal humor de sus tres hermanos mayores, Lord Vladan, Conde
Honorario de los Draig, trató de contener su emoción. Era difícil. Hoy por fin se
uniría a los novios en busca de una novia en lo que sería su primera, y dioses
mediante, única ceremonia de matrimonio.
Era posible que, en unas pocas horas, de pie en la fila de recibimiento,
mirando a las mujeres alienígenas pasar, encontrara a aquella con la cual los
dioses habían decretado que se casaría. Había imaginado la ceremonia muchas
veces. La miraría, y con esa primera mirada el cristal que colgaba de su cuello
brillaría, mostrándole su destino. Muchos esposos decían que habían sabido
instintivamente quién sería su esposa segundos antes de que la voluntad de los
dioses fuese confirmada por sus cristales sagrados. ¿Le pasaría lo mismo? ¿La
sentiría como si fuese parte de sí mismo? La emoción y anticipación ardieron en su
interior. Él cumplía con sus deberes. Había hecho sus ofrendas. De seguro los
dioses lo bendecirían.
Vlad no culpaba a sus hermanos por su falta de emoción. El destino había sido
duro con los otros tres. Este no era su primer Festival de Apareamiento en busca
de esposa.
Para el mayor de ellos, Bron, esta noche marcaba su séptimo intento. Vlad no
podía imaginar cómo sería tener que esperar e ilusionarse por siete largos años.
No le extrañaba que el Alto Duque estuviese de un humor terrible. El segundo
mayor, Alek, enfrentaba su quinto intento y Mirek el cuarto. Vlad trató de no dejar
que su cinismo se apoderara de él, incluso cuando se vio obligado a ocultarles su
emoción. Tenían derecho a ser cínicos. Él solo no quería rendirse antes de
intentarlo por primera vez.
Vlad, como cualquier otro hombre Draig, deseaba verse bendecido con una
esposa. Las mujeres eran escasas en su planeta a causa de la radiación azul de los
tres soles. Con el paso de las generaciones, habían alterado la genética de los
hombres para que solo produjeran fuertes guerreros machos. Quizás uno de mil
partos resultaba en una hembra. En los días antiguos, los hombres Draig usaban
portales para raptar a sus novias de otros planetas y traerlas a Qurilixen. Esos
portales se habían perdido con el tiempo. Había rumores que decían que su
especie se había originado en un lugar llamado Tierra, un planeta poblado con más
mujeres que hombres, pero no quedaba ninguna prueba sólida. Solo historias.
Aun así, eran hombres, y los hombres tenían que encontrar esposas de alguna
manera. Era su deber casarse y tener hijos, continuar la familia y las costumbres
Draig. Pero, más egoístamente, anhelaban su otra mitad: una mujer a la que
abrazar y proteger, amar y apreciar, experimentar y disfrutar. Sin amor, la vida no
era más que batallas y tareas interminables.
El hecho de que los Draig prácticamente no tuvieran mujeres era la razón de
que el servicio de compañías como Novias Galácticas fuese invaluable. A cambio
de que la corporación buscara mujeres dispuestas a casarse y las trajera al planeta,
los Qurilixianos minaban metales preciosos que solo se encontraban en sus minas.
El metal era una excelente fuente de energía para naves espaciales de viajes largos
pero casi inútil para los Qurilixianos, quienes preferían vivir lo más simple posible.
Era el trabajo de Vlad supervisar las minas, asegurándose que los trabajadores
estuviesen bien cuidados, la producción al día y que se cubrieran las necesidades
de todos. Trabajaba codo a codo con su hermano Lord Mirek, el embajador oficial
de las minas.
Volviendo su atención a su tío, el Rey Llyr de los Draig, Vlad intentó escuchar
sus palabras. Había viajado al sur con sus hermanos desde su hogar en las
montañas del norte para asistir a la ceremonia. Era la única noche del año cuando
realmente anochecía en el normalmente brillante planeta, y el único momento
donde se les permitía a los hombres casarse. Tocó distraídamente el cristal
alrededor de su cuello. A esta hora mañana podría estar hecho trizas, sellando su
unión. El día que nació, su padre había viajado al Lago de Cristal, hundiéndose en
sus aguas para arrancar el cristal de la tierra. Vlad, como todos los Draig, había
usado su cristal desde entonces. Pero no era solo una costumbre. Era como
recibían la voluntad de los dioses.
—Veo que no todos están malhumorados el día de hoy —dijo el rey,
sonriendo ante la mirada perdida de Vlad.
Vlad se echó a reír, sin molestarse en disimular su fantaseo. No había
vergüenza en desear pareja. ¿De qué servía vivir si no tenía familia?
—Es bueno verlos, muchachos —continuó el rey. Podrían tener trescientos
años y el rey seguiría llamándolos muchachos. Eran más jóvenes que los propios
hijos del rey por algunos años, pero no lo suficiente para que importara. —¿Cómo
está el reino del norte?
—Todo va bien —respondió Bron.
—¿Y las minas? —preguntó el Rey Llyr.
—De pie y funcionando —respondió Vlad.
—¿Las negociaciones? —el rey volvió su atención a Mirek.
—Lentas, pero progresando normalmente —dijo Mirek. —He traído una
propuesta para el Príncipe Olek de la República de Lithor. He hecho todo lo
posible, pero insisten en tener un miembro de la familia real en la mesa de
negociación.
—Bien, bien. A la reina le complacerá escuchar que avanzan las negociaciones
con los Lithorianos —el rey asintió. Entonces se volvió al último hermano. —¿Y el
rebaño?
—Tengo una yegua a punto de parir —respondió Alek. Como Criador Principal
del planeta, la vida de Alek estaba volcada en la crianza y cuidados de los ceffyls,
tanto las yeguas y potros como los sementales. Los animales cargaban suministros
para los soldados, ayudaban a los granjeros, eran el medio de transporte preferido
y en tiempo aciagos incluso servían de alimento. Desafortunadamente, tenían un
periodo de gestación de tres años y solo la mitad de los embarazos llegaba a feliz
término. —Planeo marcharme lo más pronto posible para asistir el parto.
El rey asintió, sabiendo la importancia de dicha tarea.
—Esperemos que tu novia esté dispuesta a hacer tan largo viaje tan pronto,
pero si no, deja que se quede con tus hermanos y ellos te la llevarán en lo que
puedan.
Alek asintió pero no respondió. Vlad sabía que no estaba considerando que el
matrimonio fuera probable.
¿Qué era lo que le habían dicho momentos antes de entrar al palacio?
Si no consigues esposa, disimula tu tristeza. Querrás gritar a los cielos tu
decepción. Pero los demás estarán vigilándonos para saber cómo actuar.
Si no consigues esposa, nos reuniremos en el campamento junto al acantilado
para poder marcharnos a primera hora luego de que la ceremonia termine. Confía
en nosotros, no querrás participar en las festividades abajo. Ven a beber con tus
hermanos. Dormir bajo las estrellas no es tan malo.
Si no consigues esposa…
Si no consigues esposa…
Si…
Vlad comprendía. Habían estado diciendo cosas así durante todo el viaje por
las montañas, tratando de prepararlo para una posible decepción. Sabía que
tenían buenas intenciones, pero no quería que su primera vez en el festival se
viera apagada por su estado de ánimo. Aunque ellos estaban resignados, él se
sentía esperanzado. Quería encontrar una esposa. Quería mirar los rostros de las
mujeres que habían venido a ellos.
Las novias sabían que venían a contraer matrimonio y estaban dispuestas a
aceptar el destino que les tocara. Había imaginado a la clase de mujer con la que
sería bendecido y fantaseaba con ella, no solo en el dormitorio sino en cómo sería
su vida diaria: caminando y acampando en los bosques, cazando y entrenando,
corriendo por las montañas hasta quedar cubiertos de tierra y sudor. Ella sería
ruda y salvaje, entrenando con él un minuto para luego abalanzarse sobre él y
hacerle el amor salvajemente. Amaría la montaña y los rápidos. Escaparía del
aburrimiento de la nobleza con él y huirían al bosque cada vez que pudieran. No
podía imaginarse ninguna otra clase de novia, ya que esas eran las cosas que él
amaba y por las que rezaba diligentemente.
Vlad sonrió. Un alma indomable para mi alma indomable.
—Ahora siéntense, muchachos, coman algo —el rey los llevó a una de las
largas mesas. Estaban en el salón principal del castillo, donde todos los habitantes
se reunían a comer. El suelo de piedra rojiza estaba inmaculadamente barrido. El
techo abovedado dejaba pasar la luz. Banderas de cada una de las próximas líneas
familiares de sus primos adornaban las paredes: verde para el Príncipe Olek, rojo
para el Príncipe Zoran, negro para el Príncipe Yusef y azul grisáceo para el Príncipe
Ualan. Cada bandera tenía bordado un dragón plateado.
El rey hizo un gesto y dos sirvientes, como anticipando sus órdenes, avanzaron
llevando copas, jarras y bandejas.
Cuando terminaron de poner la mesa, el rey dijo.
—Sus primos vendrán a saludarlos en un momento. A lo mejor puedan calmar
sus espíritus. Están emocionados, como niños a punto de recibir su primera espada
—aunque gruñía, había algo de emoción en su caminar cuando se marchó.
Fuera del palacio, en el valle vecino, se estaba preparando el terreno del
festival. Sirvientes trabajaban diligentemente para alzar las bonitas tiendas
piramidales y colocar los banderines antes de la llegada de la nave de Novias
Galácticas. Vlad se preguntó si el festival siempre era tan grande. En años
anteriores había estado demasiado ocupado para asistir como observador. Había
estado ocupado con las minas, o atendiendo a algún diplomático intergaláctico, e
incluso un año había estado a cargo de la limpieza de las cocinas del castillo luego
de que un incendio casi las destruyera. Por lo que le habían contado sus hermanos,
la ceremonia no valía la pena mencionar.
Quizás la escala de este año se debía a la asistencia de sus cuatro primos, los
príncipes de Draig, sería la primera ceremonia para los cuatro. Vlad estaba
especialmente emocionado por ver a Yusef. Tenían mucho en común, prefiriendo
la vida sencilla en el bosque y un carácter relajado que normalmente no se
encontraba en la realeza. Solían cazar baudrons juntos en el coto de caza del norte
cada vez que podían. Yusef quizás entendiera y compartiera su emoción.
Vlad quería decirle a sus hermanos que no lo esperaran, que él y su novia
pasarían unos días en el palacio, pero al ver sus rostros silenciosos, sintió la
primera punzada de preocupación. ¿Y si no encontraba a alguien? ¿Y si en siete
años se encontraba sentado en el mismo lugar, advirtiendo a otros que no se
emocionaran demasiado y tratando de no pensar en las tiendas?
El corazón se le aceleró y el estómago se le hizo nudos. La emoción se tornó
en preocupación e intentó tornarse miedo. Pero Vlad era ante todo un guerrero,
como todos los Draig, y un guerrero no se dejaba llevar por la preocupación y el
miedo. Esta noche encontraría esposa. Tenía que hacerlo. Su corazón no aceptaría
la derrota.
Capítulo 2

—Entiendo que lo que les pido es altamente inusual —le dijo el rey a sus
cuatro hijos y cuatro sobrinos. Ya estaban vestidos para la ceremonia, aunque
apenas empezaba a ocultarse el sol. Habían elevado una larga tienda blanca lejos
de las otras tiendas matrimoniales y más cerca del palacio. Lo que proponía el rey
era realmente inusual.
La nave de Novias Galácticas flotaba en el cielo, ejecutando las maniobras
necesarias para aterrizar en la zona designada. Estaba llena de mujeres, mujeres
buscando esposo. Vlad tuvo que contenerse para no quedársele mirando como un
hombre hambriento mirando una hogaza de pan azul.
Las palabras continuas del rey llamaron a atención de Vlad de vuelta a la
tienda blanca.
—Pero Lady Clara de los Redding viene de una familia de costumbres estrictas
—su tío tenía una expresión rara en el rostro, como si quisiera decir más pero lo
evitara. —Sus tradiciones dictan que solo puede casarse con nobles o realeza y
que no debe mezclarse con otras mujeres solteras. Si no encuentra pareja, será
escoltada de vuelta a su nave y no asistirá a la ceremonia de esta noche. Su pueblo
a convenido que, de contraer matrimonio esta noche, ella nos será entregada y
tomará nuestra cultura como suya.
—Jamás he escuchado de un arreglo tal —dijo el Príncipe Ualan. —¿Por qué
no querría conocer a todos los solteros? ¿Cómo sabrá la voluntad de los dioses si
no lo hace?
—Detestaría saber que algún hombre se quedará sin esposa porque esta Clara
no puede casarse por debajo de su rango social —agregó el Príncipe Yusef.
—La razón de esta ceremonia es que todos somos iguales. La decisión la toma
el destino, no el poder o el dinero o la posición de un hombre —comentó Bron. —
Me parece extraño.
—Entonces el destino decidirá si ella debe estar con uno de ustedes o no —el
rey interrumpió la discusión entre los novios. —Los dioses confían en nosotros los
ancianos para ser su voz y, en este caso, hemos decidido respetar la cultura de
Lady Clara. Ella se encuentra en esta tienda. Les ordeno que se presenten ante ella
—le dirigió una mirada elocuente a los tres que habían fallado en encontrar esposa
en ceremonias previas.
Alek levantó el mentón obstinadamente. Bron frunció el ceño. Mirek fijó los
ojos en la tienda.
—No veo por qué no intentarlo —insistió el rey.
Todos los novios intercambiaron miradas y lentamente se colocaron las
máscaras de cuero tradicionales para esconder sus facciones de la frente al labio
superior. Como era lo acostumbrado, todos llevaban taparrabos de piel, un aro de
oro en el bíceps, la máscara y sus cristales al cuello. El taparrabos era para hacer a
los nobles indistinguibles de los plebeyos, aunque en este caso no importaba. Lady
Clara sabía que solo habría nobles frente a ella. Pero elegir pareja para casarse no
se trataba de eso. Se trataba de compatibilidad, destino y la voluntad de los
dioses.
Vlad tenía sus dudas sobre conocer a Lady Clara así, pero no de la misma
manera que los demás. Las probabilidades de que los dioses la eligieran a ella para
él por encima de todas las demás mujeres llegando al planeta eran pocas. Miró la
nave nupcial. Estaba más cerca ahora, el fondo escondiéndose tras los árboles que
rodeaban el valle.
Mirek le tocó el hombro, haciéndole notar que debería seguirlos a la tienda. Él
le sonrió traviesamente, dirigiéndose a la entrada. Pronto sería bendecido con una
esposa. Podía sentirlo.

***

—No puedo usar ese traje —Clara miró el traje prácticamente inexistente y lo
desdeñó con un gesto.
El vestido tradicional de Qurilixen estaba hecho de un material suave y
naturalmente brillante. El problema era que no había suficiente material para
cubrirle todo el cuerpo. De hecho, era solo un par de pequeños rectángulos de
material con tantas tiras yendo en tantas direcciones que no estaba segura de
cómo ponérselo. Y si por algún milagro lograba ponérselo, no dejaría demasiado
de su cuerpo a la imaginación. Además, el ancho de la falda de Redding los
mantendría a una distancia respetable. No quería arriesgarse a tener contacto
accidental con la piel.
Clara mantuvo sus manos a los costados y apartó la mirada del ofensivo traje.
Podría ser la costumbre de este planeta primitivo, pero de ninguna manera le
mostraría tanta piel a nadie, mucho menos a un grupo de extraños.
—Estoy segura de que mi noble madre no sabía nada de esto. Usaré lo que
llevo ahora.
—Nos ordenaron prepararle según las costumbres del planeta —protestó
Eula. La acompañante alzó el vestido hacia su ama. —Vuestra madre desea que
usted tenga todas las ventajas posibles para hacer que esto funcione.
Las palabras fueron como una cachetada, aunque Clara supo disimular el
insulto involuntario. No era culpa de Eula que la soltería de Clara fuese conocida. A
los plebeyos les gustaba correr rumores de los nobles.
Confrontada con el ofensivo traje nuevamente, Clara lo miró con desdén.
—No soy como las otras novias que serán presentadas luego. No me
comprometeré ni a mi etiqueta poniéndome eso —miró las dos ligeras zapatillas
que iban a juego con el traje nupcial. —Pero aceptaré usar los zapatos. Puedes
desamarrar mis botas y ponérmelos.
No quería sonar tan demandante, pero sus emociones empezaban a salirse de
control y luchaba por mantenerlas aplacadas. Las emociones descontroladas
llevaban a pensamientos caóticos, y ella no cargaría a Eula con el peso de sus
sentimientos. La mujer quizás no tuviera la misma sensibilidad que tenía la familia
de Clara, pero Eula sería capaz de detectar sus emociones si ella se permitía
sentirlas.
Clara se sentó en un banquillo bajo, balanceándose con facilidad mientras Eula
iniciaba el lento proceso de desatar sus botas. La bota le llegaba hasta medio
muslo, ajustada contra su pierna. Con el peso enjoyado del vestido, las botas eran
útiles para mantener a una dama de pie. Apoyaban los músculos durante las largas
jornadas de estar de pie sin moverse.
La sirvienta tuvo cuidado de solo usar sus dedos, sin apoyar la palma de sus
manos para su tarea. Para mellar su sensibilidad, muchos plebeyos frotaban arena
en las palmas de sus hijas para que se encallaran. A veces Clara desearía haber
corrido con tanta suerte. Había momentos en los que caminar en el exterior era
insoportable, aunque las mujeres nobles no salían con frecuencia. Si querían
naturaleza podían visitar el pequeño zoológico o el acuario en el palacio del Gran
Lord. El número de animales estaba monitoreado, no como en la naturaleza, y eso
los hacía soportables para sus habilidades empáticas.
Hoy, su traje se sentía sumamente pesado. El corpiño violeta estaba bordado
con una preciosa telaraña color crema. Aunque mostraba algo de escote, era un
corte respetable. La falda bajaba desde sus caderas, más ancha en los costados
que en el frente y la parte de atrás. Al sentarse, apoyaba las manos a los costados
de la misma, con los codos doblados y las muñecas primorosamente sobre la falda.
El enorme peso de la peluca evitaba que se inclinara para ver lo que hacía
Eula. Su acompañante de viaje era joven y bonita, casada desde hacía cinco años.
Su marido era un hombre estoico de muy pocas palabras que pilotaba la nave.
Clara quería preguntarle a la mujer si su marido le hablaba en frases completas
cuando estaban a solas, pero una pregunta así era más que impropia. Nadie
preguntaba sobre los asuntos maritales de otros.
Clara sintió como le quitaban la bota, siendo reemplazada inmediatamente
por la zapatilla. Curvó los dedos, probando la extraña libertad de movimiento
mientras le tendía la otra pierna a Eula para que continuara. Las zapatillas
quedarían escondidas bajo el vestido, pero ella sintió que era un buen
compromiso.
Clara se levantó cuando Eula terminó. Las paredes de la tienda eran de un
blanco brillante, lo suficientemente delgadas como para dejar pasar la claridad,
pero lo suficientemente gruesas para que no pasara nada más del exterior.
Desafortunadamente, el suelo era de tierra, por lo que se vio forzada a caminar
sobre los rollos de tela extra que su madre había enviado con ella. Estaban
desenrollados en el suelo, formando un camino desde el vestidor a la parte
principal de la tienda. El techo era bastante bajo en algunas partes, casi rozando su
peluca. Al atravesar el camino de seda, pudo sentir la curvatura del suelo contra
los pies. Las zapatillas se sentían raras, casi como si caminara descalza, y no la
ayudaban a soportar el peso del traje. Los músculos de sus piernas empezaban a
protestar.
Su falda rozó el material del suelo con un susurro a cada paso. Eula caminó
frente a ella para alzar el grueso velo que dividía la tienda en dos. Al mismo
tiempo, el Rey Draig entró por el otro lado. Ella se quedó perfectamente quieta.
Era un hombre amable con un rostro extremadamente expresivo que no dejaba de
fascinarla. No estaba acostumbrada a hombres que sonrieran con tanta facilidad y
rieran a menudo. Cuando se conocieron, él pareció estar a punto de tocarle la
mano. Ella, por supuesto, no había hecho nada para alentar tal familiaridad pero el
hecho de que se ofreciera a tocarla casi sin pensarlo la hizo preguntarse la clase de
gente que eran estos Draig de Qurilixen.
Escuchó las risas fuera de la tienda segundos antes de que sus posibles futuros
esposos entraran. Vio sus movimientos pero no los miró directamente. Al caminar
junto al rey, lo escuchó saludarla.
—Lady Clara, espero que vuestra estadía haya sido confortable y que los
arreglos hechos para usted sean satisfactorios.
Ella miró al suelo, dónde había hecho que Eula desenrollara la tela. No había
razón para ser maleducada.
—Por supuesto, Rey Llyr. Estoy muy agradecida por la hospitalidad —entonces
se volvió al primer hombre en la fila.
—Mi hijo mayor, el Príncipe Ualan —dijo el rey.
Ualan parecía un bárbaro, con solo un taparrabo de piel puesto. Clara no
estaba segura de cómo reaccionar a tal atuendo. Trató de no mirar su pecho, o su
estómago, o sus piernas, o sus brazos y hombros, pero era casi imposible dirigirle
la mirada sin ver algo de piel indecente. Extrañamente, el único lugar al que podía
mirarlo sin ser maleducada era al rostro, que tenía semicubierto con una máscara
de cuero. Tanto el rey como el príncipe miraron al pecho de Ualan. A Clara le
habían dicho cómo funcionaba la ceremonia, pero creía que eso del “brillo del
cristal” era algo metafórico, no literal.
Ualan volvió a alzar la vista, asintiendo.
—Le deseo bien en sus viajes, mi lady —y entonces se marchó, permitiendo al
siguiente presentarse.
¿Eso era todo? ¿Sin brillo no había matrimonio? El hombre no le había
preguntado nada, ni siquiera habían conversado. Solo la había mirado, luego
mirado su cristal y entonces se había decidido.
Clara sintió una pequeña punzada de miedo. El próximo príncipe entró, el
Príncipe Olek. Él miró su peluca, sin molestarse en mirar su propio pecho. Ella miró
el cristal, intentando que reaccionara. No pasó nada. Él se marchó tan rápido como
su hermano.
La preocupación le hizo nudos en el estómago. No estaba segura de qué haría
si ninguno la quería. ¿Debería haber usado el traje tradicional? ¿Humillarse para
atraerlos con su piel? El rey había dicho que eran ocho nobles. Quería decir que
quedaban seis.
El Príncipe Yusef la saludó con una sonrisa que le iluminaba el rostro.
Posiblemente buscaba consolarla, pero solo la hizo preocuparse más. Se preguntó
que emoción reflejaba su propio rostro. De niña la habían regañado varias veces
por sus expresivos ojos. ¿Acaso se le notaba la desesperación? ¿Sabían lo mucho
que ella necesitaba que uno de ellos gustara de ella? ¿Qué la deseara? No podía
regresar a casa sin casarse. Su padre lo había dejado claro en varias ocasiones. De
hecho, era lo último que le había dicho antes de partir.
Después del Príncipe Yusef, llegó el Príncipe Zoran. Era un hombre de
proporciones bestiales, con un rostro estoico que debería haberle producido algo
de consuelo. Lamentablemente no pudo superar la impresión de su estatura y
contextura gruesa. Cuando su cristal no brilló, lo vio marcharse con alivio.
Ya iba a la mitad de su lista de pretendientes sin obtener ninguna reacción, ni
la promesa de que alguno cambiara de parecer. Se había preparado para
conversar o contestar preguntas, pero en lugar de ello se encontró con un desfile
eficiente de hombres pasando frente a ella como objetos para ser examinados.
—Estos son mis sobrinos —dijo el rey, llamando su atención a los cuatro
últimos hombres. —Lord Bronislaw, Alto Duque de los Draig —el hombre se
inclinó, dijo algo y se marchó con su cristal apagado. —Lord Aleksej, Duque Menor
de los Draig —Aleksej le miró la cabeza como lo había hecho el Príncipe Olek. De
seguro Eula le habría dicho si algo estaba mal con su peluca. El cristal de Aleksej
tampoco brilló.
Esto no podía estar pasando. Clara sabía lo que valía. Era bonita. Era rica.
Tenía un título. ¿Por qué estos bárbaros no veían su valor y su buena crianza?
Todos deberían desear una novia como ella. Deberían estarse peleando por su
atención. Ella había trabajado tan duro para ser perfecta.
—Lord Mirek, Conde de Draig —casi no escuchó la presentación del rey. La
mente le iba a un millón por hora y cada vez se aceleraba más. ¿Qué haría si la
mandaban de vuelta a casa?
—Yo —le dijo débilmente al poco impresionado Mirek, pero las palabras
murieron en sus labios y continuó en silencio.
Puedo ponerme el vestido y podemos comenzar de nuevo. Soy una dama.
Puedo manejar un hogar. Estoy en edad perfecta para criar. Vengo de una familia
de posibles. ¿Por qué no me consideran? ¿Me dejarían probar mi valía? ¿Se
casarían conmigo? No debí ser tan orgullosa. Debí casarme con Lord Dane. ¿Por
qué pensé que su atracción por mi hermano era importante? El matrimonio no se
trata de emociones.
Por favor acéptame, mi lord, o si no, me matarán.
La profundidad de su estupidez le llegó de pronto, al Mirek retirarse. Que
engreída había sido al rechazar tantos pretendientes. ¿De verdad creyó que su
padre esperaría a que se casara por amor? ¿De verdad creyó que la dejaría huir de
sus deberes si rechazaba suficientes hombres?
—¡Tenemos una pareja! —exclamó el rey, sonando sorprendido.
Clara parpadeó, notando entonces la luz pulsante frente a sus ojos. Un cristal
brilló. El último hombre sería su pareja. Había estado tan frenética que no había
escuchado su nombre. El alivio no le duró mucho al comprender lo que esto
significaba. Se quedaría en este planeta primitivo. Este lugar sería su nuevo hogar.
Entonces pasó la mirada del cristal al rostro de su nuevo marido. Él no había
hablado todavía.
Vio los mechones de su cabello rubio oscuro sujetos por su máscara. Sus ojos
color avellana la miraban con intensidad. No conocía a nadie con ojos de ese color.
La boca de él se levantó en la esquina.
Clara sintió los ojos de los hombres sobre ella. La expresión de su futuro
esposo estaba escondida tras la máscara pero pudo ver la intensidad de sus ojos.
Él alzó la mano como para tocarla. Inmediatamente ella se apartó, haciendo una
reverencia. Entonces, ya que no estaba segura de cómo reaccionar ante esos
rostros expresivos y sus murmullos sorprendidos, se retiró al vestidor.
—Al parecer has sido bendecido, hermanito —dijo un hombre. —Una
bendición inusual.
—No te burles —regañó otro. —La voluntad de los dioses no puede
cuestionarse. Bendiciones a tu hogar, primo.
—Bendiciones —repitió otro.
Clara los ignoró, ya que no deseaba oírlos. Un esposo. Iba a casarse. Por fin la
siguiente generación podía empezar.
—Y la vida como la conozco llega a su fin —susurró. —Esto no puede estar
pasando.

***

—La voluntad de los dioses no puede cuestionarse —dijo Yusef, acallando las
burlas de Mirek, aunque sonrió cuando dijo. —Bendiciones a tu hogar, primo.
—Bendiciones —concordó Ualan.
—Bendiciones —dijeron Olek y Alek a la vez. Sus buenos deseos fueron
seguidos por los de los demás.
Todos los hombres se quitaron las máscaras, menos Vlad, quien no se atrevió
a romper la tradición con su futura esposa tan cerca, dejándola que decidiera
cuando ver su rostro por primera vez. Sonrió.
—Gracias.
—No creí que sucedería —dijo el rey, mirando hacia dónde había huido la
dama. Les hizo señas a los muchachos de que salieran. Cuando estuvieron lo
suficientemente lejos, continuó, —está aquí como favor a un amigo. No teman,
aunque no se parece a nosotros, viene de una noble familia con una reputación
impecable en la galaxia. Incluso enviaron un enorme regalo al reino por permitirle
venir a participar en la ceremonia.
—¿Un regalo? Que extraño —comentó Ualan.
—Rechazarlo sería de mala educación —dijo el rey. —Ya que Vlad se casará
con ella, haré que los sirvientes lleven el regalo a su hogar —entonces se dirigió a
Vlad, —Es un excelente presagio por muchas razones, sobrino. Las bendiciones
caerán sobre ti.
—¿Viste su cabello? —susurró Alek. —Es como del largo de mi brazo. ¿Crees
que tenga el cráneo del mismo largo?
Vlad frunció el ceño. Bron golpeó a su hermano en el pecho para callarlo.
—Estoy seguro que es solo su costumbre —explicó Mirek en un esfuerzo por
consolar a Vlad. —He visto modas muy raras lidiando con alienígenas.
—¿Crees que nuestros sobrinos tendran…? —Alek gesticuló, imitando el
supuestamente alongado cráneo de Clara.
—Suficiente. Dejemos a Vlad con su novia —dijo Ualan y el rey asintió,
haciéndoles señas de que se dirigieran al valle. Cuando se quedó a solas con su
sobrino, le dijo, —Vlad, sé que no se parece a las mujeres que estamos
acostumbrados a ver, pero estoy seguro que el tinte blanco azulado de su piel es
pintura y su cabello es por moda. Su sirvienta no parece deforme de ninguna
manera. Muchos planetas tienen costumbres distintas. Además, luego de volverse
tu esposa tomará nuestras costumbres. Todo estará bien.
Vlad se rehusó a comentar, pero la verdad no veía porqué todos estaban tan
preocupados. Había estado encantado con la clara perfección de sus ojos violeta.
Eran diferentes a todos los que había visto, puros y profundos. La falta de
expresión en su rostro podía deberse a muchas cosas: la sobrecogedora realidad
de un mundo nuevo, el cansancio del largo viaje, nervios prenupciales. Todas las
preocupaciones de su familia se arreglarían con un baño caliente, una buena
noche de sueño y que le declarara su devoción, y él podía proveerle de todo ello.
—Lamento que no puedas participar en la ceremonia, pero este es un buen
día para ti. Espero que mis hijos tengan tanta suerte —el rey le palmeó
cariñosamente el hombro antes de marcharse. —Deberías ir con los demás para
agradecer la bendición y entonces regresar acá a por tu novia. Si quiere, llévala a
tu tienda en el valle. Si no, quédate con ella para completar la ceremonia y has que
los sirvientes traigan todo lo necesario. De cualquier modo, es una bendición —el
rey miró la tienda donde estaba Lady Clara. Los cambia formas dragón tenían el
oído muy fino y dentro de la tienda solo había silencio. —Pensándolo mejor, no
creo que encaje muy bien con las demás novias. Quizás sea mejor que no baje.
Explicaré a los ancianos mi decisión de permitirte a Lady Clara permanecer en esta
tienda especial junto a su marido durante la ceremonia. Haremos una excepción
por ustedes esta noche y no esperarán que ella venga por la mañana para la
declaración. Acudiremos a ustedes antes de recibir a los demás. Será temprano, así
que prepárate.
Vlad asintió una vez. Su tío parecía nervioso, dando demasiadas explicaciones
a algo que a Vlad le parecía sumamente sencillo. Su cristal brillaba. Clara estaba
destinada a ser su esposa. Sus sueños se volvían realidad. El resto eran solo
detalles.
Vlad quería ir junto a ella. Quería quitarle ese extraño vestido para explorar lo
que había debajo. Quería mirar esos hermosos ojos. Esta noche, la noche de
bodas, era una noche de descubrimiento. No consumarían su matrimonio, pero la
tradición les permitía hacer todo menos eso. Luego de que ella le quitara la
máscara, podría hablar con ella. Antes, podría comunicarse con ella sin palabras.
—Iré al templo —dijo Vlad roncamente. Le sonó extraño, incluso a sus propios
oídos.
—Bendiciones —dijo el rey antes de marcharse.

***

—Vuestro noble padre estará complacido —dijo Eula. Su rostro permaneció


sereno, pero Clara pudo sentir la emoción en sus ojos. —La próxima generación de
vuestra familia puede empezar. Tiene usted mucha suerte. No tendrá que entrar
en hipersueño. Puede empezar vuestra familia de inmediato.
Clara se cubrió el vientre con la mano. ¿De inmediato? Apenas y conocía al
bárbaro ¿y ya tenía que darle hijos? Claro, así eran las cosas. Era lo que había
planeado, un bebé en el primer año. Su lado lógico lo sabía. Lástima que su
corazón acelerado no parecía entender.
Su prometido estaba tan bien hecho como los demás. Bueno, estos eran los
primeros salvajes medio desnudos que veía, por lo que asumía que así se veía un
hombre bien hecho. Todo sobre estos salvajes era tan… abierto.
—Es usted muy afortunada. Mis dos hermanas menores todavía tienen que
encontrar marido —continuó Eula, tocándose el vientre. —Temo que no hay
esperanza para ellas.
Clara parpadeó, mirando la mano de Eula.
—¿Estás esperando?
Eula asintió.
—Si. Entraré en hipersueño apenas regrese.
No necesitó ver el rostro de la mujer para saber que estaba asustada. El hecho
de que mencionara el embarazo significaba que pensaba en el hipersueño. Clara
rozó tímida y brevemente su mano contra la de Eula.
—Estuve con mis hermanas. El proceso es pacífico.
Eula asintió.
—Por supuesto.
—¿Qué tienes? —susurró Clara.
—Los esposos no duermen.
La respuesta era simple, pero revelaba mucho. Aunque extrañamente, Clara
no había considerado a los esposos. ¿Cómo sería entrar en hipersueño sabiendo
que tu esposo quedaba solo? ¿Buscaría otras mujeres? ¿Cuánto envejecería?
¿Sería el mismo hombre cuando despertaras? ¿O pasarían décadas y despertarías
para encontrarte con un extraño? Había razones para apresurar a las generaciones
para casarse, para que esto no pasara, pero Clara era prueba de que a veces los
parientes no cooperaban. El ver el rostro de Eula le causó una parte de culpa que
no había sentido hasta ahora.
—¿Requiere que me quede? —preguntó Eula.
Clara negó con la cabeza.
—No. Aquí es donde pertenezco. Tu esposo debe estar esperando para
regresar. No interrumpiré más tu vida.
Eula asintió.
—¿Desea que le entregue un mensaje a vuestra madre?
—Dile que cumplí con mi deber. Dile que la próxima generación puede
empezar —Clara quería decir más. Quería estar en casa. Quería suplicarle a su
madre que enviara por ella, que no la abandonara aquí. Quería ver las delgadas
venas en sus muñecas, el único gesto de afecto que se les tenía permitido.
Ninguna de esas cosas sucederían. Eula se marcharía y Clara se quedaría sola en
este planeta.
—Entregaré vuestro mensaje —dijo Eula. —Honor a vuestra unión, Lady Clara.
—Honor a tu familia —contestó Clara.
A solas en la tienda, Clara se quedó de pie en el centro. Se enfocó en su
respiración, contando los segundos mientras pasaban. Cuando perdió la cuenta,
simplemente volvió a empezar. Era un viejo truco, uno que había inventado de
niña para calmarse. Imaginó que escuchaba la nave despegar. Contó más rápido.
Doce, trece, cuatro, cinco, seis…
—¿Mi lady?
Clara se congeló.
—¿Mi lady?
Vaciló antes de salir de su vestidor hacia el hombre que hablaba. Antes de
verlo, supo que era su esposo. Clara vaciló en la entrada.
Él todavía tenía la máscara cubriendo gran parte de su rostro. La tienda
parecía más pequeña que antes, como si se hubiese encogido cuando ella no
estaba mirando.
Él le sonrió.
—Ven.
Clara obedeció, caminando hacia él. No habló al alzar las manos. Lo tocó lo
menos posible, sujetando las tiras de la máscara entre sus uñas. Sabía lo que se
esperaba de ella y cumplió su deber como una buena novia. Le quitó la máscara.
Sus ojos color avellana se fijaron en ella y él sonrió.
—Estoy muy complacido, novia mía —dijo él.
Clara sostuvo en alto la máscara entre sus uñas, tendiéndosela. Él la tomó sin
vacilar, mirándola a la cara expectante. Ella no estaba segura de qué esperaba.
—Creo que esto es todo hasta mañana —dijo tímidamente.
—Podemos conversar, si quieres —dijo él. —O…
Ella siguió mirándolo, tratando de ignorar el latido acelerado de su corazón y
sus manos temblorosas. Debía permanecer en calma. Había algo de consuelo en
ello.
—Conversar.
—Si —él asintió. Tenía un rostro orgulloso, un rostro guapo, aunque sus
expresiones fuesen demasiado abiertas, inundando sus sentidos empáticos con sus
emociones. Se encontró fascinada y perturbada a la vez.
—¿Hablar de qué?
—De lo que quieras. Debes tener curiosidad sobre tu nuevo hogar —él miró a
su alrededor y lanzó la máscara al suelo. Aterrizó en la tierra, fuera del camino de
tela que había construido ella. No había nada más en esta sección de la tienda. Le
habían dicho que era porque no era más que una parada temporal donde podía
prepararse para la ceremonia.
—Por supuesto —ella asintió una vez.
Pasó un momento en silencio. Él pareció querer acercarse a ella.
—Vivo en las montañas del norte. Quizás las viste al aterrizar.
—No tenía permitido mirar el planeta —explicó Clara, preguntándose si sería
una pregunta capciosa para asegurarse de que realmente era una mujer noble. —
Solo se le permite al piloto estar en la carlinga. No es lugar para una dama.
—¿Te gusta estar al aire libre? —el hombre siguió mirándola. Ella desearía que
mirara a otra parte o que al menos no pareciera tan interesado.
Clara bajó la mirada.
—Me gusta contemplar el aire libre. Hay una enorme pantalla en mi… Perdón,
debo enmendar eso. Había una enorme pantalla de observación en mi antiguo
hogar.
—¿Pantalla de observación? —repitió él. Su sonrisa pareció desdibujarse un
momento.
—Si —ella intentó no mirarlo, pero era difícil. Se encontró queriendo
estudiarlo como él a ella.
—¿Te gusta salir? —preguntó él.
Qué pregunta más extraña.
—Salí de mi casa para entrar en la nave. He salido de muchos lugares. Es
nuestra costumbre movernos de un lugar a otro.
Los labios de él se estremecieron.
—¿Qué te gusta hacer?
—Yo —Clara vaciló. Nadie le había preguntado eso jamás. No estaba segura de
cómo responder. —Leo. Cosas.
—¿Libros?
Ella asintió.
—¿Algo más?
—Yo… —no estaba segura de cuál sería la respuesta apropiada. Le gustaba
soñar, pero eso no era respetable. A veces inventaba historias en su cabeza. Le
gustaba bailar cuando nadie la miraba. Tarareaba para sí cuando nadie la miraba.
Aparentemente tardó mucho en contestar, porque él siguió hablando.
—Me gusta correr, hacer montañismo, dormir a la intemperie, montar ceffyls,
entrenar… —él sonrió, el gesto apareciendo espontáneamente en su rostro. —
Intento tallar y esculpir, pero no soy muy bueno. Aunque a los niños de la villa
parecen gustarles mis tallas lo suficiente para jugar con ellas.
—Yo… —ella volvió a vacilar. —No hago ninguna de esas cosas.
Él pareció querer decir más, pero se había quedado sin palabras.
—Quizás debería llamar a los sirvientes para que traigan comida y suministros
para hacer la noche en esta tienda más cómoda —él empezó a voltearse, solo para
detenerse. —¿No te incomoda nuestra tradición de pasar la noche en la tienda? Te
aseguro que estarás protegida. Estamos en los terrenos del palacio real, rodeados
de guardias.
—Es tu costumbre. Estoy preparada para honrarla —dijo ella, aunque fue muy
amable de su parte pensar en su comodidad. Quizás hubiese esperanza para él.
—Muy bien. Regresaré en un momento.
—Un momento, mi lord —dijo ella antes de que él se marchara. —Tengo una
pregunta.
—¿Si?
—¿Tu nombre? Quisiera saber el nombre de mi marido —ella intentó no
quedársele mirando a su musculosa espalda.
Entonces él rió.
—Soy Lord Vladan, Conde Honorario de los Draig.
—¿Es tu título completo?
—Si. También soy el Oficial Minero Principal —él volvió a alzar la solapa de la
tienda. —Pero puedes llamarme Vlad. No es necesaria tanta formalidad entre
marido y mujer.
—Yo soy Lady Clara de los Redding —ofreció ella. —Me llamo Lady Clara.
—Lo sé, Lady Clara —susurró él. Dejó caer la solapa, como si decidiera no
marcharse y se acercó a ella. Ella se tensó al él acercarse, pero no se apartó. Él alzó
la mano hacia su rostro. La primera caricia fue tan gentil y suave. Casi no la siente,
aparte del calor de su piel. —Eres muy hermosa, Clara. Estoy muy complacido de
que seas mi esposa. Todo lo que tengo es tuyo. Espero que llegues a amar tu
nuevo hogar.
—Es mi deber amarlo —respondió ella lógicamente.
—Respetaré esa respuesta —susurró él. ¿Era su imaginación o se había
acercado? —De momento.
Clara no se movió. Vlad rozó su boca contra la suya. Una descarga eléctrica la
recorrió. Dejó de respirar al estallar su corazón salvajemente en su pecho. Fue solo
un segundo, pero siguió sintiéndolo, incluso cuando se apartó.
—Ordenaré que traigan comida y un baño, por si quieres lavarte. Me dicen
que tienes una cama —él señaló hacia el vestuario y ella asintió. —Muy bien. Ya
regreso, hermosa Clara.
Clara lo miró marcharse, solo moviéndose a tocarse los labios cuando estuvo
sola. Un suave tarareo escapó de sus labios.
—Muy bien —susurró.
Capítulo 3

Clara miró la humeante bañera de metal. La habían traído unos enormes


sirvientes, todos hombres, a la tienda. Sintió sus ojos sobre ella, estudiándola
como la gente de su planeta estudiaba una pintura en la Noble Galería de Retratos
del Palacio. La traían en unas parihuelas de madera que se retraían fácilmente al
dejar la bañera en el suelo. Otros trajeron una mesa mientras otros traían comida,
pieles para cubrir el suelo e incluso vino. Había demasiada comida para solo dos
personas.
—¿Vendrán otros? —preguntó Clara, todavía mirando la bañera. Había
escuchado sobre baños con agua, pero en su planeta usaban unidades de limpieza
láser. Aprender a nadar era un requisito en su hogar, así que sabía cómo se sentía
el agua, pero jamás la había usado para lavarse.
—¿Quieres que llame a los sirvientes para que te bañen? —preguntó Vlad. —
No es necesario. Si necesitas ayuda, yo puedo bañarte.
Impresionada, ella se volteó a mirarlo con sus enormes ojos. Abrió la boca,
pero no emitió ningún sonido. Le tomó tres segundos recuperar la compostura. Se
forzó a calmarse.
—Hablaba de la comida. Hay demasiada.
—Ah —él se rió delicadamente. —Es una noche de festejos. Querían
asegurarse de que estuvieras satisfecha.
Ella miró las enormes bandejas de carne asada, las tres hogazas de pan azul,
los dulces y las bandejas de frutas y cremas.
—Hay demasiada, mi lord. No podría comer todo esto en toda mi vida. Ya que
está preparada, deberíamos ordenar que se la lleven a los más desafortunados
para que todos puedan comer bien hoy.
Él se dirigió a la mesa, llevándose una baya a la boca.
—Todos comen bien todas las noches.
—Hablo de los pobres, que no pueden permitirse esta clase de festejos —
aclaró ella.
Él sonrió todavía más.
—No tenemos tan pobres. Todos aquí prosperan. Nadie carece de alimento,
roopa o refugio.
—¿Cómo es posible tal cosa? Jamás he estado en un sitio sin pobreza —ella se
acercó a él. —Son ricos, así que deben tener gente pobre. Si no se asocian
directamente con ellos, estoy segura que los sirvientes si saben dónde
encontrarlos.
—No es tan sorprendente que no tengamos pobres. Se espera que todos
hagan su parte, lo mejor que puedan. Aquellos que no pueden son cuidados. Si los
pequeños se quedan sin familia, son acogidos en otro hogar —comió otra fruta
antes de ofrecerle una a ella.
—¿La gente acoge a los niños de otras familias? —preguntó ella. —¿No los
hacen servir en la casa?
Él dejó caer la mano.
—¿Tu gente hace que los huérfanos trabajen?
Ella asintió.
—Tratamos de colocarlos en el mismo hogar para que puedan servir juntos.
Él dejó la baya en la bandeja y no tomó otra.
—No es culpa de los niños que sus circunstancias hayan cambiado. Si sus
padres mueren, no deberían ser condenados a la servidumbre.
—Si los padres no le aseguraron un futuro, no puede esperarse que otros se
encarguen de ellos —respondió ella. Clara se preguntó qué clase de persona
estaría dispuesta a hacerse cargo de doce o treinta huérfanos luego de la muerte
de sus padres cuando seguramente ya tendría más o menos la misma cantidad en
su hogar. Criar más de cincuenta niños no era fácil.
—Nuestros pueblos obviamente tienen opiniones diferentes —dijo él.
—Asumo que tenemos opiniones diferentes en muchos temas.
Al oírla, él se le quedó mirando a la peluca.
—Y estilos de vestimenta.
Ella alzó la mano, pero no tocó su peluca.
—Te debo parecer extraña. Cuando conocí a tu reina, no se veía como yo.
La reina Draig le llamaba la atención poderosamente, con su cabello suelto y
túnica simple, aunque de un suntuoso material, que se pegaba a sus curvas sin
restringirla, a diferencia del traje de Clara. Había creído que la Reina Mede era una
sirvienta al verla por primera vez.
El hombre asintió.
—Extraña, y hermosa también.
—Y mi piel —ella se miró las manos, cubiertas del maquillaje blanco azulado.
—Extraña, si —él la tomó de la mano, frotando su pulgar contra su muñeca,
como para quitar el pigmento.
Todo el cuerpo de Clara se estremeció al contacto. Al ser una dama, sus
manos raramente tenían contacto con nada, mucho menos la piel de otro. La
extraña textura de su piel contra la suya hizo que su mente se detuviera de golpe.
Estiró los dedos, tratando de no tocarlo. Todas las terminaciones nerviosas
despertaron a la vez, como si su mano quisiera saltar de su brazo e ir a esconderse.
Pero no podía apartarse de él, aunque lo quisiera. Las sensaciones eran demasiado
para ella. Vio vistazos de garras y carreras alocadas en el bosque bajo un perenne
atardecer. Este hombre llevaba un animal en su interior. No la asustó, más bien
fascinó.
—Pero muy hermosa —continuó Vlad, antes de empezar a hablar en lenguaje
Qurilixiano. Él siguió hablando y ella ya no pudo entender sus palabras. Era un
lenguaje gutural, pero suave, con algunas interjecciones secas.
—El traductor universal que me implantaron no habla tu lenguaje, y yo solo
conozco el de mis ancestros y el Antiguo Lenguaje Estelar —ella miró sus dedos,
hechizada por los suaves movimientos contra su piel y la intimidad del contacto.
—Es algo que mi padre solía decirle a mi madre —respondió él. Ella esperó,
pero él no tradujo.
—¿Perdiste a tu padre? —preguntó ella, sintiendo empáticamente que así era.
—Y a mi madre —respondió él. —Mi padre quedó atrapado en un derrumbe
de la mina, y mi madre fue a salvarlo. Ninguno salió. ¿Y tus padres?
—Están muy complacidos de que yo, su hija menor, finalmente se haya casado
—Clara intentó pensar en la celebraciones que se perdería, en sus hermanas
finalmente despertando y teniendo a sus hijos, iniciando la nueva generación.
—¿Tienes hermanos y hermanas?
Susurraban. Él estaba cerca, todavía sosteniendo su mano. Ella no estaba
acostumbrada a la intimidad de compartir calor corporal, pero no podía apartarse.
Había algo en su mirada y en su piel.
—Si. Somos treinta y tres en la Casa de Redding. Diecinueve hermanas, once
hermanos, mis padres y yo. Soy la última en casarme.
—Y yo creía que teníamos familias grandes —rió Vlad. —La mayoría de las
familias aquí tienen entre cuatro y ocho hijos.
—¿Y cuántas hijas? —preguntó ella.
—Ninguna hija —él inconscientemente le apretó la mano. Clara solo lo notó
por lo concentrada que estaba en su tacto.
—¿Acaso…? —ella se tensó, temerosa de la respuesta que recibiría. —
¿Ustedes se deshacen de las niñas?
—No. Simplemente no producimos bebés hembras. Una de las últimas
hembras nacidas en Qurilixen fue la Reina Mede. Los científicos han estudiado el
tema y descubrieron que la radiación azul de nuestros soles, aunque nos ayuda a
crecer, también previene la concepción de hembras, con algunas raras
excepciones. Nacen miles de varones antes de que haya una sola concepción
femenina.
—¿Los otros hombres eran tus hermanos? —ella trató de apartar ligeramente
la mano para bloquear la conexión empática y poderse concentrar en lo que decía.
—Los príncipes son mis primos. Bron, Alek y Mirek son mis hermanos.
—Ya veo. Parecen bastante… —ella trató de buscar una manera de
describirlos. —Abiertos.
Él se echó a reír. Ella notó que él era bastante risueño, aunque no entendía
por qué.
—Mi hermanas son Elisa, Louisa, Evita, Clavia, Mandia, Maria, Jacia, Lydia,
Saria, Noria, Doria, Coria, Horia, Valora, Honara, Honora, Dara, Daria y Laney —
Clara vaciló. Sabía que eran demasiados nombres para que él recordara, pero ella
no quería terminar la conversación. Si terminaba, él soltaría su mano y ella no
estaba preparada para ello. —Mis hermanos son Alban, Emeric, Edgar, Firmin,
Florenten, Gael, Bael, Gaubert, Gaspard, Herve e Ignace.
—Y Clara —dijo él, sus dedos subiendo por su muñeca. —Hermosa Clara.
Vlad soltó su mano. La conexión se desvaneció. Ella no bajó la mano de
inmediato. Una frescura reemplazó su calor. Él alzo la mano y tocó su peluca. Ella
lo siguió con los ojos, pero se dio cuenta de sus intenciones demasiado tarde para
protestar antes de que él la alzara de su cabeza. Los ganchillos se enredaron en su
cabello.
—Auch —susurró ella.
Él la soltó cuidadosamente.
—No quería hacerte daño. ¿Cómo se quita?
Con manos temblorosas, Clara se quitó cada ganchillo delicadamente. Una vez
estuvo suelta, él levantó la peluca. Sin el peso, se sintió mareada. Cerró los ojos
hasta que se le pasó. Vlad dejó la peluca sobre la mesa, junto a la comida. Clara se
tocó la cabeza con las muñecas. La malla que sujetaba su cabello natural seguía
allí. La rozó suavemente. Solo sus sirvientas la habían visto sin peluca desde que se
volvió una mujer. Sin mirarlo, se quitó la malla con las uñas. De inmediato, cuatro
trenzas cayeron sobre sus hombros, dos adelante y dos atrás. Las trenzas servían
de soporte para la peluca. Su cabello rubio le caía hasta la cintura cuando estaban
sueltos. Ahora solo llegaban a media espalda.
—Creí que tu cabello sería más oscuro —dijo él, mirando sus cejas, pensativo.
Ella se las había oscurecido con kohl púrpura.
—No siempre uso la pintura corporal. Está reservada para ocasiones
especiales. De no haberme vestido así, habría sido un insulto a mis costumbres. Mi
padre no estaría complacido con los reportes —¿Qué tenía este hombre que la
hacía sentir tan cohibida? Eran extraños el uno para el otro. No esperaba que
comprendieran las costumbres del otro o que tuvieran las mismas modas y
tradiciones. Aunque al pensar en casarse con un noble, no esperó tantas
diferencias. Estaba demasiado al tanto de su semidesnudez. Había muy poco que
les evitara tocarse.
Cuando él se movió, ella encontró que disfrutaba mirar como sus músculos se
movían bajo su piel. Incluso su cuello era fuerte. Los hombres de su planeta eran…
más suaves.
—Entonces, ¿este vestido es el traje de novia tradicional? ¿Solo se usa esta
noche? —preguntó él.
—¿Mi vestido? —Clara miró su vestido. —Es nuevo, pero creí poder usarlo
otra vez. Si no te gusta, tengo más. Te aseguro que vine con un ajuar completo.
—¿Ajuar?
—El vestuario de la novia. Como soy mujer, mi familia se encargó de
proveerme todo para que la familia de mi marido no tuviese que molestarse —
volvió a mirar su vestido. Era de una calidad exquisita. De hecho era el mejor de
todos. —Debería agradecerte por permitir que tu cristal brillara.
—¿Agradecerme? —él miró la roca que aún iluminaba su pecho con una suave
luz. —No tuve nada que ver con su brillo. Es el destino, la voluntad de los dioses
manifestándose. Estabas destinada a ser mi esposa. Es todo.
El comentario se quedó con ella al darle la espalda. Se tocó una trenza. Por un
momento se había permitido creer que él había decidido estar con ella,
rápidamente, si, pero aun así lo había elegido. Él dijo que una fuerza había elegido
por él, dioses, padres, emperador, no importaba. Un matrimonio arreglado era un
matrimonio arreglado. Suprimió la esperanza que la había llenado al principio de
este encuentro. Este matrimonio era un deber, un arreglo. Ella cumpliría con su
deber. Engendraría sus hijos y entonces regresaría a su planeta a vivir el resto de
su vida en soledad.
—¿Terminaste de hablar conmigo? —preguntó. —Tuve un viaje largo y
quisiera dormir un poco antes de la conclusión de la ceremonia en la mañana.
—Claro —respondió él. —¿Quieres comer algo antes?
—No, gracias —dijo ella, sin apetito. Sin Eula, se sentía muy sola. Lo único que
le quedaba de su vida anterior estaba tras el velo que separaba ambas partes de la
tienda, y quería rodearse de esas cosas. Tristemente se despidió. —Que tenga
buenas noches, Lord Vlad.

***

Vlad miró como su esposa se marchaba al otro lado de la tienda y frunció el


ceño. ¿Dormir? ¿Tan temprano? ¿En un día como este?
Si, la conversación había estado algo seca. Su expresión y el tono de su voz
eran difíciles de interpretar. Aunque estaba seguro que aprendería a leerla rápido.
Tenía unos expresivos ojos púrpura. Notó como se le abrieron las pupilas al hablar
de su familia y planeta. Había sido pequeño, pero él lo había notado.
Miró la peluca. Qué cosa más rara. Creaba un domo sobre la cabeza,
agregando una cantidad ridícula de altura. Cuando se la quitó, le había parecido
estúpidamente pesada. Vlad miró a dónde ella había desaparecido y levantó la
peluca. Curioso, se la puso sobre la cabeza. El experimento duró cuatro segundos
antes de que se la quitara y la volviera a dejar en la mesa. Era como llevar a un
niño pequeño sobre su cerebro. Eso sería lo primero en irse. No permitiría que su
mujer estuviese torturada.
El vestido de Clara estaba cubierto con pesadas gemas. Él lo sabía por cómo se
movía el material y por sus deliberados pasos. ¿Por qué una mujer elegiría
torturarse así? Extraños alienígenas. Se propuso comprarle un nuevo guardarropa
lo antes posible. Su esposa no sería brutalizada por su propia ropa. Además, el
pesado vestido le dificultaría seducirla luego de que la ceremonia se completara.
Cerró los ojos y dejó que una transformación parcial lo tomara. El ser cambia
formas dragón era algo que no publicitaban. Los Draig preferían su privacidad y
mientras menos supiesen de ellos en el universo, mejor. La falta de información
era un poderoso disuasivo para aquellos que pretendieran dañarlos y una ventaja
en caso de que se decidieran a atacar.
Su olor seguía flotando en el recinto. Qué extraño olor alienígena, el del
perfume que llevaba, acentuando su propio olor más sutil. Con su sentido del olor
superior, podía detectarlo.
Escuchó con atención, encontrando el acompasado sonido de su respiración
del otro lado. Aunque profundo y seguro, estaba algo acelerado, y acompañado de
un ruido susurrante. ¿Uñas contra la piel? ¿Contra la palma de su mano? ¿Un
gesto nervioso?
Vlad quería ir junto a ella. No era así como se suponía que era una noche de
bodas. Pero se forzó a sentarse a la mesa y a comer. Era posible que las cosas
fuesen como ella decía. Había tenido un largo viaje y estaba cansada. Tendría que
forzarse a ser paciente. Tenían el resto de sus vidas para conocerse. Los dioses no
la habrían elegido para él si no estuviese escrito. Él confiaba en el destino y
respetaba a los dioses. Lady Clara estaba destinada a ser suya y vivirían felices el
resto de sus vidas. Fin de la historia.
***

Tengo que embarazarme, entonces podré regresar con mi familia, pensó Clara,
clavándose las uñas en las palmas de las manos. Era un viejo hábito, uno que tenía
desde pequeña. No lo hacía a menudo, solo cuando necesitaba redirigir un exceso
de emociones… o en este caso, la sensación de Vlad contra su piel. Sin duda Eula
reportaría la clase de lugar primitivo a donde habían exiliado a Lady Clara.
Entonces, cuando Clara regresara embarazada, esperando un varón, si podía
creerle a la genética Draig, sus padres de seguro le permitirían regresar a casa. La
nueva generación daría inicio y ella sería la mejor tía para los hijos de sus
hermanos y hermanas. Y su único hijo crecería rodeado de familia. Solo no les diría
de la genética predominantemente masculina de los Draig, o su padre intentaría
subir el número de bebés de cinco a veinte con la esperanza de tener más nietos
varones, genética primitiva o no. También estaba el hecho de que su marido tenía
un animal por dentro. ¿Un cambia formas? No le habían informado de ese hecho.
A sus padres les sorprendería el enterarse. De todas las mujeres de su familia, ella
era la más sensible a los animales. La idea de que uno viviera dentro de su esposo
no la asustaba tanto como le asustaría a sus delicadas hermanas.
¿Un solo hijo? La idea de un niño solitario sin hermanos ni hermanas era
triste. No quería ser la criadora que su madre había sido, pero uno parecía un
número bastante solitario. No podía imaginar su niñez si el constante alboroto de
sus hermanos.
Vlad cumpliría con la tradición de su cristal brillante tomándola por esposa.
Cuando ella se marchara, él podría tomar amantes. Ante ese pensamiento,
sumamente lógico, ella frunció el ceño. Por alguna razón, la idea de que su marido
tuviese amantes le molestaba. Aunque así se hacían las cosas. Los hombres
tomaban amantes, a veces varias. ¿Qué otra cosa podían hacer mientras sus
esposas estaban en hipersueño, embarazadas o recuperándose del parto? Era del
conocimiento de todos y Clara realmente no se había detenido a pensar en ello
hasta que Eula mencionó sus preocupaciones. Además, las mujeres del planeta
Redde tenían una manera de lidiar con ese conocimiento, pretendían que no
existía.
Clara no quería pretender más.
Cerró los ojos, calmando su respiración. Era hora de dejar atrás las fantasías
infantiles. Estaba iniciando un matrimonio arreglado. El destino y el amor no
tenían nada que ver con ello. Pronto regresaría a casa para ser tía de sus sobrinos
y madre de su único hijo. Se convenció de que el reporte de Eula tendría algo de
peso con sus padres, quienes de seguro estarían ofendidos al enterarse del nivel
de salvajismo al que su hija estaba sometida. Su acompañante les contaría como
tuvo que desenrollar las finas telas para cubrir el suelo de tierra pisada. Y el
escandaloso traje de bodas que pensaban forzarla a usar. Bueno, quizás Eula no le
reportara eso a su madre, era algo demasiado indecente para los oídos de una
dama. Además, a Clara la obligaban a dormir en una tienda, donde cualquiera con
un cuchillo podía deslizarse, aunque por alguna razón esa era la menor de sus
preocupaciones. Incluso ella podía admitir que tenía una sensación de seguridad.
¿Quién querría matar a una novia en su noche de bodas?
Lentamente su corazón se calmó y el rasgar de sus uñas borró la intimidad de
Vlad con el dolor de la piel lastimada, por lo menos lo suficiente para poder
concentrarse más allá del recuerdo. Todo estaría bien. Este desvío en Qurilixen
solo sería una pequeña parte de su historia.
Capítulo 4

El sueño no venía, y Clara se encontró rascándose la pintura de los brazos,


intentando sacar el verdadero color de su piel de debajo de la capa blanca azulada.
Había un baño esperando del otro lado de la tienda, aunque el agua ya debía estar
fría.
Afuera, la noche oscureció el cielo. Dentro, solo podía ver gracias a la
iluminación de las antorchas. La tienda estaba en silencio. Vlad seguramente se
había marchado a disfrutar de las festividades.
Sin Eula, le había costado quitarse el voluminoso vestido, y la idea de
volvérselo a poner hizo que sus cansados músculos protestaran. Tomó su bata y se
envolvió en ella, dándole varias vueltas a la parte de abajo antes de amarrarla. Sus
pasos eran cortos debido a lo angosto de la falda. Apartó la solapa divisoria,
mirando primero las enormes bandejas de comida.
En preparación para este día, no había comido como solía. Con eso en mente,
se dirigió a la mesa. En casa, la dieta de las mujeres era muy estricta. Cada comida
era del mismo tamaño que la mitad de su palma. Solo a los hombres se les
permitían porciones grandes. Alzó la mano lentamente para tomar un trozo de
fruta.
—Puedes tomar cuanto quieras.
Ahogó un grito, buscando a Vlad en la tienda. Le tomó un momento
encontrarlo, pero al hacerlo notó que estaba sumergido en la bañera. Una copa de
vino junto a una jarra descansaban al lado de la bañera, fácilmente a su alcance.
Golpeaba ligeramente los lados de la bañera con un dedo.
Miró su musculoso brazo, siguiéndolo hacia su grueso cuello y poderoso
hombro. Él la miraba con intensidad. Tenía el rostro y el cabello húmedo. Un
pequeño riachuelo bajaba por su mejilla, desapareciendo bajo la sombra de su
mandíbula. El brillo suave del cristal desaparecía bajo el agua, pero ella podía
notarlo.
—Creí que estaba sola —dijo ella, sin tomar la comida. Clara se preguntó si
debería ofrecerle su privacidad, aunque en su planeta no era extraño que las
esposas bañaran a sus maridos, y él no parecía incómodo con su presencia.
—Me complacería que comieras algo. Si no te gusta lo que hay, puedo pedirle
a los sirvientes que traigan otras cosas —la miró expectante. Ella no se movió. —
Ordenaré diferentes platillos hasta que comas. En algún momento empezarán a
sospechar que rechazas la hospitalidad de mi planeta —él sonrió ligeramente,
como si supiera que la manipulaba.
La manipulación funcionó, y ella, sintiéndose culpable por no aceptar la
generosidad de su nuevo hogar, tomó el trozo de fruta y lo comió. Nada de la
comida estaba cortada en trozos pequeños para ella, así que se vio forzada a elegir
las opciones más pequeñas. El trozo de fruta era increíblemente dulce, casi
demasiado.
Vlad sonrió al verla masticar.
—Gracias, mi lady. Detestaría que desaparecieras.
Tomando un cuchillo de una de las bandejas, cortó una delgada rebanada de
pan azul, poniéndola en un plato y cortándola en pequeños cubos. No estaban
derechos, ya que no acostumbraba a agarrar cuchillos. Lo probó. A pesar del
extraño color, sabía muy parecido a los granos de su planeta. Se terminó el pan,
muy al tanto de los ojos que la observaban.
—Gracias —dijo, apartándose de la mesa.
—Puedes comer más.
Ella negó con la cabeza.
—Comí una porción de dama. Estoy bien —antes de que él pudiese comentar
otra cosa sobre sus hábitos alimenticios, ella fijó la mirada en la pared de la tienda.
—Creí que había celebraciones esta noche.
—Las hay —respondió él. —En el valle bajo nosotros.
—¿No deseas ir con los otros?
—Mi celebración está justo aquí —la suavidad de su voz la hizo estremecer.
—No tienes que quedarte aquí por mí —Clara se preguntó cómo sería un
festival Draig. Imaginaba que era algo muy alegre. Incluso queriendo verlo, no
quería participar. Quería mirarlo desde una distancia segura y solo observar.
Lástima que su madre no hubiese enviado una pantalla portátil con ella, aunque en
la tienda seguro no tendría buena señal.
Escuchó movimiento tras ella. El susurro del agua y goteo. ¿Cómo no mirar?
Clara se volvió a mirarlo. Era su marido. Ella debería ser libre de mirar lo que él
le quisiera mostrar. La costumbre de los Draig de andar semidesnudos era
aparente.
Inmediatamente sus ojos se vieron atraídos hacia el cristal, que rebotó contra
su pecho al él alzar un pie del agua. La piedra mojada apuntaba abajo, iluminando
los músculos de su pecho y su delgada cintura.
Clara no era tan inocente como para no saber las diferencias entre hombres y
mujeres, pero el ver esa diferencia en vivo era otra cosa. Su miembro yacía
anidado entre sus muslos, bamboleándose cuando él se inclinó a agarrar un
rectángulo de tela blanca junto a la bañera. La inclinación le dejó ver a ella su parte
trasera. Ella sintió el extraño deseo de tocarlo, luchando con el deseo de apartar la
mirada, que fue aplastado por el deseo de seguir mirando.
Cuando él se levantó, sus miradas se encontraron. Él sonrió con picardía. Vlad
claramente sabía que ella lo miraba y no le importaba.
—Te ves bien con el cabello suelto —Vlad se secó antes de anudar el
rectángulo de material alrededor de su cintura.
Clara se llevó la mano a sus mechones. Se los había peinado pero no los había
vuelto a trenzar. El maquillaje azulado de sus manos llamó su atención.
—Si no es problema, me gustaría bañarme.
Él señaló atrás de su bañera.
—Pedí otro baño para ti.
Ella miró a donde él indicaba. Había una segunda bañera.
Vlad se mesó el cabello mojado, exprimiendo el excedente de agua. Las
gotitas cayeron al suelo tras él. Él entrecerró los ojos, alzando un dedo para
acariciar la mandíbula de Clara.
—¿Te gustaría que yo te bañe?
—¿Qué me bañes? —preguntó ella, sorprendida. Él la había sorprendido con
la misma oferta antes. —Eso no será necesario. No deseo reducirte al papel de una
sirvienta.
Al oír eso, él volvió a reírse. Era un sonido profundo y divertido. Dejó caer la
mano.
—Y te aseguro, mi lady, que no deseo ser sirvienta. Ese no es el papel que
tengo en mente.
—¿Planeas algo? —preguntó ella, queriendo aclarar las cosas. Su voz no sonó
tan fuerte como querría, pero por alguna razón no lograba tomar aliento
suficiente. Quizás se había amarrado la bata con demasiada fuerza. Siguió los
movimientos de su mano contra su rostro.
—Esta es una noche de descubrimiento. Creí pertinente dejarte dormir, pero
ya que estás despierta, me gustaría continuar la tradición —él se le acercó,
imponente con su altura. Su pecho quedó cerca del rostro de ella. Ella miró el
cristal, observando como el brillo aumentaba. Era como si sintiera el ritmo de la
pulsación en su vientre. —Me gustaría mucho bañarte, mi lady.
—Como dama, no puedo permitirlo —respondió ella.
—¿Y cómo mujer? —él inclinó la cabeza cerca de su oído, sin rozarla
realmente. Ella pudo sentir su aliento y su calor corporal.
—Como dama, no puedo permitirlo —susurró ella, sin pensar realmente lo
que decía.
—Lástima —el suave cosquilleo de su aliento cautivaba sus sentidos. Los
hombres jamás se acercaban tanto a ella en su planeta. Bueno, un pretendiente lo
había intentado, pero su padre lo había echado del palacio y había multado su
presunción con mil créditos espaciales.
—He sido instruida, en caso de que quieras dar inicio a la nueva generación —
Clara no tenía idea de que la cercanía de un hombre pudiese hacerla sentir así.
—Jamás he escuchado que se refieran a los deberes matrimoniales con esos
—él vaciló, aún sonriente, —términos.
—Gracias por la comida, mi lord. Me retiro —Clara se obligó a retirarse
dignamente hacia el vestuario.
—No, mi novia —Vlad la sujetó por la muñeca, halándola contra sí. —No te
molestes conmigo. Tus palabras solo me tomaron por sorpresa. Cuando te miro,
no pienso en iniciar la próxima generación inmediatamente.
—Oh —Clara apartó la mano. Se frotó ligeramente donde él la había tocado. El
cristal parpadeante llamó su atención. Se esforzó por proyectar calma.
La pintura azulada seguramente le parecía extraña. No le sorprendía que no
quisiera llevársela a la cama. Entonces algo terrible se le ocurrió. Estaba segura de
que era una mujer bonita. ¿Y si él era uno de esos hombres que prefería la
compañía de otros hombres? Algo así no era inaudito. Lord Dane era prueba de
ello. De hecho, a nadie le importaba si los hombres se buscaban amantes
masculinos, mientras cumplieran con su deber de esposo. ¿Vlad cumpliría con su
deber y la embarazaría para que ella pudiera regresar a casa?
—Lo entiendo —respondió ella. —Si no te importa, me gustaría bañarme. Eres
libre de retirarte a las festividades del valle.
—No puedo dejar la tienda. Es tradición.
Ella asintió. Se llevó las manos al nudo de la bata. Aunque él no estuviese
interesado en mirarla, ella todavía se sentía incómoda dejándolo mirar. Si, él
eventualmente la vería desnuda, como su marido, pero no sería esta noche. Clara
lo miró, expectante. Él seguía usando el rectángulo de tela anudada a la cintura y
no parecía querer voltearse.
—¿Es tradición que me inspecciones antes de terminar la ceremonia? Te
aseguro que mi raza es compatible. No me habrían dejado venir de no ser así.
—Es tradición —su voz sonó forzada. A lo mejor no era agradable para él.
—Muy bien, si es tradición —ella le dio la espalda, tomando el nudo de su
bata para desvestirse. Los dedos le temblaron, pero ella no permitió que eso le
evitara hacer lo que debía. No era la clase de dama que huía de sus
responsabilidades.
Clara se quitó la bata, doblándola cuidadosamente. El camisón de dormir no le
ofrecía demasiada protección. De eso cayó en cuenta entonces. Cuando miró tras
ella, encontró los ojos de él fijos en su figura. La ponía nerviosa. Nada sobre la
expresión de este hombre le era familiar. Sus ojos quemaban intensamente y
brillaban de alegría. Eran abiertos, pero ilegibles. ¿Qué debía pensar ella, cuando
su mirada le transmitía tanto? Estaba acostumbrada al estoicismo de su gente. Las
cosas que necesitaban decirse se decían con palabras o eran sencillamente
entendidas.
—Permíteme tomar eso, mi lady —dijo él, acercándose para tomar la bata.
Ella forzó sus dedos a soltarla. Sin ella para cubrirse, no supo qué hacer con las
manos. Pensó en alzarlas para cubrirse los pechos y esconder el hecho de que el
fino material le dejaría ver el color de sus pezones. O quizás mejor cruzar las
muñecas frente a su entrepierna para disimular el ramillete de vello entre las
mismas. Optó por lo segundo.
—Cómo puedes ver, soy compatible —¿Por qué le daba tantas vueltas? Sabía
que él esperaba examinarla. Sabía que era su deber.
—No veo mucho —su tono era bajo, profundo y oscuro. Ella fue incapaz de
mirarlo a los ojos.
—Por supuesto —ella había esperado que dijera eso. Pero, al alzar las manos
para quitarse la camisa de dormir, se encontró deseando que él sintiera algo por
ella. Aunque no pensara en ella en términos sexuales, quizás pudiera expresar algo
de interés en su forma, algo, lo que fuera.
Cuando sus manos empezaron su tarea, no se detuvieron. Se quitó la camisa
por encima de la cabeza, y él apareció inmediatamente a su lado para quitársela
de las manos, colocándola sobre la peluca.
Clara no se movió, no podía moverse. Mantuvo el mentón en alto y los ojos
fijos en la pared. No se atrevió a mirarlo. Tenía miedo de lo que leería en su
expresión. Si era decepción o indiferencia, no podía disimular sus propios
sentimientos.
Estas personas eran tan expresivas que no tendría dificultad leyendo esas
emociones. Al menos en casa no siempre era fácil saber lo que la gente pensaba.
Los pensamientos privados eran privados. Aquí no estaba segura de que existiera
la privacidad mental.

***

Por los dioses, su mujer era una verdadera diosa.


Vlad apenas podía moverse. Se quedó en su periferia, tratando de controlar su
deseo enardecido. Sabía que sería una noche difícil, pero no sabía cuánto. Su novia
era simplemente toda perfección.
Su largo cabello rubio caía sobre su espalda y hombros, dejando entrever solo
un poco de sus pezones. La curva de sus caderas y trasero llamaron naturalmente
su atención. Apretó los puños. Ahora podía ver lo cremoso de su piel.
Sus piernas eran fuertes, seguramente por tener que cargar el peso del
vestido todo el día. Pero a pesar de su fuerza, se veía suave.
Vlad quería sentir la suavidad de su cuerpo por sí mismo. Dónde él era duro,
ella era suave. La idea de que ella estaba hecha para moldearse contra él causó
una reacción muy potente y dura en su entrepierna. Húmeda y suave. Cerró los
ojos y casi se derrama bajo la toalla alrededor de su cintura.
Clara no se movió y él no dejó de mirarla. Sus manos empezaron a cambiar de
forma, creciendo garras desde la punta de sus dedos para clavarse en su palma.
Sintió el cosquilleo insistente de la bestia en su interior. Si no podía tomarla como
su parte humana quería, el dragón de su interior deseaba surgir para mitigar el
deseo. Los Draig no eran capaces de tomar a una mujer mientras estaban en su
forma de dragón, y el cambiar de forma era a veces la única manera de paliar sus
intensos apetitos sexuales.
Oh, pero él no quería mitigar el dolor, no todavía. Quería sentirlo, quería
mirarla y sufrir la dulce tortura que su cuerpo le provocaba. Forzó al dragón a
dormir nuevamente.
Quizás pudiera tocarla, solo un poco. Jadeando se acercó tras ella. La mano le
temblaba pero su olor estaba en su cabeza, tan dulce y erótico, llamándolo. Sin
pensar mucho en lo que hacía, estiró los dedos y los deslizó entre sus muslos por
detrás. Ella ahogó un suspiro, tensándose. Él miró su trasero, con su mano
enterrada entre sus muslos. Deslizó la mano hacia arriba, hacia su sexo.
Vlad cerró los ojos y bajó la cabeza. Se concentró en su suavidad, en su exótico
aroma llenando sus sentidos. Su cabello olía extraño, como una flor alienígena. El
dorso de sus dedos rozaron su sexo. Ella estaba húmeda. Sus pétalos se abrieron
con facilidad para él. Él continuó acariciando, sin pensar en sus acciones.
El cuerpo de Clara ondeó contra el suyo. Vlad se arrancó la toalla. Con la mano
libre empezó a acariciarse el miembro mientras la tocaba. Su novia soltó un
suspiro ahogado que solo lo inflamó más. Se masturbó con más rapidez.
Demonios, quería penetrarla. La hizo abrir más las piernas e introdujo un dedo en
su calidez.
Maldición, era demasiado.
Vlad apartó la mano y rodeó su cintura con un brazo. La apretó contra sus
caderas, acariciándola por el frente. Le besó el cuello, sus ojos transformados
notando la textura de su piel y, al mirar por encima de sus hombros, sus deliciosos
pechos. Se prometió que los probaría pronto.
El trasero de ella estaba completamente pegado a sus caderas, la abertura de
sus nalgas contra su erección. Él volvió a penetrarla con un dedo, frotándole el
clítoris con la palma de la mano.
Quería penetrarla, pero sabía que no podía, al menos no esta noche. Por lo
que se apretó contra sus nalgas, buscando el ángulo perfecto para frotarse contra
ella. Las caderas de ella temblaron, como iniciando su propio ritmo aprobador. Su
humedad cubrió por completo su mano. Él le mordió el cuello con gentileza,
lamiendo y chupando. Y esos pechos, tan tentadoramente cerca y a la vez tan lejos
de su boca.
Gruñó por lo bajo.
—Tócate los pechos.
Las manos de ella no se movieron.
—Tócate los pechos —repitió él, besándole el lóbulo de la oreja. —ambas
manos.
Ella se cubrió los pechos con las manos y él gimió al ver sus largos y hermosos
dedos, imaginándose como se verían sobre su miembro. Fue por puro deseo y
fuerza de voluntad que él se mantuvo en posición vertical mientras ella se
inclinaba hacia él en busca de apoyo.

Vlad gimió. La llevó contra la mesa, soltando su sexo lo suficiente como para
inclinarla con delicadeza. Entonces se acomodó tras ella, colocando su miembro
erecto entre sus nalgas mientras se balanceaba contra ella. Con las manos libres,
lamió el sabor de ella de sus dedos antes de presionar los dígitos mojados para
que volviera a su sexo. Con la mano libre, le acarició los pechos y la apretó contra
sí.
De esta manera era muy fácil imaginarse que la penetraba de verdad. Con
cada empujón de sus caderas, el clítoris de ella se apretaba contra su mano.
Apretó un pezón entre sus dedos.
—Dulce diosa —susurró él. —Mi dulce, dulce tentación.
El cuerpo de ella se tensó, estremeciéndose ligeramente. Estaba cerca. Podía
sentirlo. El cristal rebotó contra su espalda al él inclinarse sobre ella. Llamó su
atención, recordándole que esta mujer era suya completamente.
Clara tembló con más fuerza. Soltó un ruidito apagado que él no habría
escuchado de no estar tan pendiente de sus reacciones. Vlad no pudo contenerse.
Se derramó libremente sobre sus nalgas. La cálida liberación los acortó mientras se
deslizaba fácilmente unas cuantas veces más.
—Mmm —murmuró él, satisfecho. No la soltó de inmediato. Se quedó un rato
apretado contra ella, con la mano en su sexo y su miembro entre sus nalgas.
Lástima que no pudo penetrarla, pero no se quejaba. —Eres muy dulce, novia mía.

***

¿Dulce?
La palabra se quedó en su mente mucho después que Vlad se levantara.
Cuando recuperó el sentido, se alegró que Vlad no le hubiese visto el rostro. No
podía recordar si había mantenido la compostura. Lo único que recordaba era el
bombardeo de sensaciones: cosquilleos, jalones, humedad, fricción, necesidad,
placer, confusión, miedo, pánico, explosión celular, y entonces las manos de él, su
aliento y su olor, su cuerpo estallando en un húmedo final.
Clara esperaba no haberse avergonzado. Sus caricias habían sido…
inesperadas. No sabía cómo describirlo. Al principio, había pensado que él solo
quería determinar su compatibilidad. Después de todo, no tenía sentido casarse si
no eran compatibles. Y ya que claramente ella no estaba capacitada para emitir un
juicio al respecto, tenía sentido que él realizara la inspección. Como su marido,
tendría libre acceso a su cuerpo todo el tiempo.
La idea la hizo temblar mientras se hundía en el calor de la bañera. El agua
había sido clara hasta que se lavó el azul de la piel. Cerró los ojos, descansando la
cabeza contra el borde. Enseguida vio el atractivo en remojarse. Era mucho más
relajante que limpiarse con láseres. La presión del agua la rodeaba como una
manta húmeda y cálida.
—¿Clara? —La voz sonaba lejana. —¡Clara!
Se espabiló al sentir manos tocando sus brazos desnudos. Se sacudió en la
bañera, empujando con los pies. Parpadeando pesadamente, miró a Vlad.
—Vamos, no te puedes dormir aquí. Vamos a llevarte a la cama.
Su cabello seco se le pegó a la espalda cuando él la alzó en brazos. Se había
recogido el cabello en un moño alto para meterse al agua. Su padre había insistido
que todos sus hijos aprendieran a nadar, así que ella sabía por experiencia que si
se mojaba el cabello, tardaría todo el día en secarse. Tenía un peine laser que se
encargaría de limpiar sus mechones.
Clara cerró los ojos, apoyando la cabeza en el hombro de Vlad. Él olía al mismo
jabón que ella, pero de alguna manera en él olía distinto.
Lo escuchó susurrar y acomodarla en la cama. No abrió los ojos. Toda la
preocupación y el estrés de la ceremonia la habían dejado agotada. Por fin estaba
casada. La próxima generación podía empezar. No le quedaba nada más por hacer
esta noche.

***

Vlad quería acostarse junto a su novia, pero temía despertarla. El impulso de


quedarse allí, contemplando su cuerpo perfecto le parecía agradable, pero decidió
darle espacio y tranquilidad. Ella había tenido un día largo y cansado. Y él ya se
había pasado un poco con sus acciones.
¿Pero cómo resistirse? Ella era su esposa, su destino. Era imposible resistir.
Pero se propuso mantener lo que había sucedido esta noche entre ellos,
aunque no era de los que fanfarroneaban. Los ancianos eran extremadamente
insistentes en eso de resistir la tentación. Bron incluso había dicho que el Anciano
Bochman daría un discurso sobre la fortaleza y la importancia de la resistencia.
Vlad sonrió. Técnicamente a él no le habían dado el discurso, así que no había
problema.
Su novia era la cosa más hermosa que había visto nunca. Clara no sonreía,
pero eso no le molestaba. De seguro era el cansancio y los nervios, además del
susto de estar en un planeta nuevo completamente sola. Las otras novias al menos
venían en grupo. Eso explicaba fácilmente su comportamiento reservado. Estaba
seguro que luego de descansar y comer, todo regresaría a su lugar.
Fue a cubrirla cuando notó algo. Dos huellas rojizas sobre sus pechos. Por el
tamaño, eran de las manos de ella. La coloración era tan sutil que tuvo que fijarse
muy bien para notarlas. No recordaba que ella se hubiese apretado con tanta
fuerza. Aplacó el deseo que amenazaba con despertar nuevamente al cubrirla con
la manta.
Vio su futuro con claridad. Primero se explorarían y terminarían lo que
iniciaron esta noche. Luego irían a explorar el bosque, acampando y haciendo
senderismo, y él le mostraría las cosas que ella solo había visto a través de una
pantalla. Ella tenía un gran corazón. Su preocupación por alimentar a los menos
afortunados era clara muestra de ello. No le agradaba mucho la costumbre de su
gente de hacer servir a los huérfanos en casas de otras personas, pero no podía
culparla por las leyes de su planeta. Luego del bosque, la llevaría a su villa, donde
se había criado. Allí la vida era simple. No había castillos, ni sirvientes, ni títulos.
Solo gente. Su gente.
Vlad amaba a sus hermanos. También amaba a sus padres adoptivos y los
extrañaba. Eran gente buena, pero siempre habría parte de él que no pertenecería
completamente a la nobleza. Llevaba lo salvaje en su interior. Si, cumpliría sus
deberes sin quejarse, pero no se sentía como un noble. Lord Vladan era un título.
Él era Vlad. Era solo un hombre.
Vlad sonrió al ver a su novia dormida en la tienda antes de marcharse
silenciosamente. Esta noche era una bendición de los dioses.
Capítulo 5

Clara supo que no estaba en su propia cama antes de abrir los ojos. No fue
nada en particular, sino más bien una combinación de sensaciones extrañas que la
hizo sentir aprehensiva. El colchón era demasiado suave, la brisa demasiado fresca
y los sonidos que venían de afuera irreconocibles. Normalmente despertaba a la
sensación de sus sirvientas tocándola. Empezaban a peinarle el cabello y arreglarle
los pies antes de que despertara completamente por la mañana. Se había
acostumbrado a dormitar mientras la arreglaban.
Clara se volteó de lado. Voces lejanas la hicieron levantarse del lecho. Al
hacerlo, se dio cuenta de que había dormido desnuda. Eso la hizo recordar la
noche anterior.
Eres muy dulce, esposa.
Dulce. Vlad la había llamado dulce.
Clara se olisqueó el brazo y lamió su propia piel. No sabía dulce. Tenía que
significar que era un término de cariño.
No estaba segura de cómo interpretar lo que había pasado entre ellos durante
el escrutinio. A lo mejor ella había estado agotada por su viaje, avasallada por su
nuevo hogar y aterrada por estar rodeada de primitivos semidesnudos. No. Eran
excusas. Ella era una dama y no había actuado como tal la noche anterior,
dejándose llevar por la inspección de su marido. Podía perdonarse ese pequeño
error, pero debía asegurarse de que jamás volviera a pasar. Lo último que le había
dicho su madre antes de que se marchara había sido: Recuerda que te crie para
que seas una dama. Representas a tu familia con cada acción que hagas. Lamento
que te marches pero me alegra el inicio de la nueva generación.
Clara alzó la mano y la dejó flotar en el aire, fingiendo que su madre estaba
delante de ella. El acto familiar le trajo un poco de consuelo, falso como era el
consuelo. Susurrando en la tienda, dijo:
—Haré lo que desees, Madre. Siempre lo que desees —susurró.
Un año para preñarse. Eso era posible. La noche obligatoria en la tienda había
acabado y ahora irían al hogar de él, donde ella estaría en su elemento. Si el hogar
no estaba a su gusto, ella lo haría a su gusto. Quizás lo dejaría mejor de lo que lo
había encontrado. De todas maneras cualquier cosa sería mejor que dormir en una
tienda con piso de tierra.
Le habían dejado un traje en una mesa baja cerca de la cama. No lo agarró. En
lugar de ello frotó la muñeca contra la tela. El profundo púrpura de la misma la
hizo pensar en su planta favorita, el alambrepúa. Crecían en los jardines
occidentales del palacio, fuera de la ventana de la habitación de lectura, gruesas
lianas púrpura con afiladas púas rojas. Evitaban que los intrusos treparan a las
habitaciones de las mujeres. Hermosa, pero letal.
Volvió su atención a su baúl, donde estaba el traje incrustado de joyas, el traje
de una dama, el traje de su vida pasada.
A pesar de su entereza, el año por venir se le antojó interminable de pronto.
Su nave se había marchado. Estaba atrapada en un planeta desconocido. Criada en
una casa llena de parientes, la idea de estar sola le pareció aterradora. Había
estado tan concentrada en la ceremonia y en encontrar marido que no había
pensado en el después.
Su nuevo esposo tenía solo tres hermanos y cuatro primos. Qué familia tan
pequeña. Y era de él, no suya. Ella no tenía a nadie allí.
Se estremeció de miedo. Le temblaban las manos y no podía controlarse. Clara
respiró profundo. Este estado excesivamente emocional no la ayudaría. Tenía que
controlarse.

***

Vlad esperaba a su novia fuera de la tienda. Cuando fue a buscarla más


temprano ella había insistido en que necesitaba más tiempo. Pero el Rey Llyr y el
Anciano Bochman no tenían tanta paciencia como él. Habían venido a atestiguar el
final de la ceremonia. Su tía, la reina, normalmente también estaría allí, pero
estaba ocupada dirigiendo las preparaciones en el campamento bajo sus pies, por
lo cual el Anciano estaba junto al rey.
—¿Qué noticias hay de los demás? —le preguntó al rey. —¿Mi familia
encontró esposas?
El rey asintió con una sonrisa.
—Sí, casi todos. Ha sido un año bendecido.
—¿Quién? —Vlad no necesitó aclarar su pregunta.
—Mirek no encontró, pero estoy seguro que los dioses lo bendecirán la
próxima ceremonia. Debemos estar contentos por los demás —dijo el rey.
Vlad se sintió triste por la continua mala suerte de su hermano.
—Es un buen año —concordó Bochman. —Muchas bendiciones. Los dioses
nos sonríen —el Anciano miró al cielo y luego a Vlad. —Quizás deberías ir a
buscarla. Las demás parejas desearán tener la oportunidad de recibir la bendición
de su rey.
Vlad miró a su tío y este asintió. Bochman era impaciente por naturaleza y
fanático de la tradición. Aunque no había dicho nada del arreglo de Clara, Vlad
sabía que el Anciano no aprobaba personalmente el tratamiento especial brindado
a la mujer alienígena.
Vlad obedeció, levantando la solapa de la tienda para entrar. Se dirigió al
vestidor, levantando ligeramente la otra solapa antes de hablar.
—¿Clara?
—Puedes entrar —respondió ella tranquilamente.
Vlad la encontró sentada en el borde de la cama, llevando el voluminoso traje
de su gente. La falda incrustada en joyas era ancha a los lados para apoyar los
codos. Aunque no llevaba peluca, se había peinado el cabello hacia arriba, dando
la impresión de la misma forma cónica de la peluca en miniatura. Se había pintado
la cara de blanco y las cejas y pestañas de púrpura. El color acentuaba el brillo de
sus ojos. También se había coloreado los labios de carmín.
—Te dejé un traje, ¿no lo viste? —Vlad señaló el baúl sobre el cual yacía el
traje, prístinamente doblado y aparentemente sin tocar. Sabía que su cultura era
diferente a la suya, pero había estado ansioso de verla vestida como una dama de
Qurilixen. El traje que le había dado hacía juego con la túnica púrpura que él
llevaba ahora. La costurera, Arianwen, había sido amiga de su madre y aún vivía en
la villa donde él había nacido.
—No me fue presentado en persona y, al ser esto una ceremonia, creí
prudente vestirme de dama —Clara no se movió, solo la gentil cadencia de su
respiración y el movimiento de sus labios perturbando su tranquilidad.
Vlad miró el traje. Era lo mejor que podía ofrecer su gente, un traje digno de
una reina. Arianwen había hecho cada costura a mano, y Clara actuaba como si
fuera un trapo indigno de ella.
Trató de ser comprensivo, trató de buscar excusas a su aversión, pero la
verdad era que su rechazo le dolía. Al mirarla, empezó a cuestionarse la decisión
de los dioses. ¿Cómo podían unirlo a la criatura más frustrantemente perfecta del
universo? Cada acción parecía practicada, cada gesto planeado. Ella era elegancia
y gracia y él quería algo salvaje y apasionado. Quería que ella gritara si lo deseaba.
Quería que sonriera si estaba contenta, que se riera si quería. Quería pasión, no
perfección.
—¿Vienes? —le preguntó. Por cómo estaba sentada, él dedujo que tenía rato
esperando. Vlad miró su rostro. ¿Estaba emocionada, asustada, o aburrida? No
lograda discernirlo. —Te estamos esperando.
—Estaba esperando que me llamaran —ella no se movió.
—Esperan para que vengas a romper el cristal —Vlad se le acercó para
ayudarla a levantarse. Pero cuando alzó la mano para tomarle el brazo, ella alzó su
propio brazo, doblando el codo y cerrando el puño. Le tomó un momento, pero él
finalmente entendió que ella deseaba que él enganchara su brazo con el suyo. La
mano de ella no lo tocó mientras la ayudaba a levantarse. Él pudo sentir el peso
del vestido al alzarla. Calculaba que pesaba lo mismo, o quizás más, que la antigua
armadura de hierro que usaban sus antepasados para ir a la guerra en los siglos
antes de los siglos.
Clara se desenganchó de él sin dejar que sus dedos lo rozaran. La falda de su
vestido le impedía estar más cerca de ella. Apoyando las muñecas en el borde de la
falda, ella asintió.
—Estoy lista.
Vlad quería preguntarle por qué estaba tan seria, pero se contuvo. Los
esperaban afuera y él estaba ansioso de por fin hacerla su esposa. La guió afuera,
pausando solo para alzar la solapa de la tienda. Al verla, Bochman se tensó. La
comisura de la boca del rey se estremeció ligeramente antes de controlarse.
—Rey Llyr, Anciano Bochman, les presento a Lady Clara de Redding.
—Lady Clara de Los Redding —corrigió Clara por lo bajo.
—Lady Clara de Los Redding,— repitió Vlad, y ella asintió.
—Procedan —dijo el rey.
Vlad se quitó el cristal brillante del cuello y se lo tendió a Clara. En lugar de
tomarlo, ella se echó para atrás, haciendo una reverencia. Con la mirada le indicó
que lo dejara caer al suelo. Él vaciló antes de dejarlo caer. Lo había usado por
tanto tiempo que su cuello se sentía desnudo sin su peso suave.
Ella prácticamente no miró la piedra. Vlad suspiró irritado. ¿Por qué actuaba
con tanta frialdad? Él había creído que la noche en la tienda había sido agradable.
Quería tocarla, besarla. Pero su enorme falda no lo dejaba abrazarla. Parecía estar
hecha de metal.
Ella dio un paso adelante, con los brazos extendidos. El cristal desapareció
bajo la falda. Ella se tambaleó de pronto antes de respirar profundo. Al apartar la
falda, reveló el cristal roto. Se había roto como porcelana transparente.
—Bienvenida a la familia de los Draig, Lady Clara de los Redding —dijo el
Anciano, como era tradición.
Ella asintió, sin mirarlo al rostro.
—Bienvenida, mi lady —dijo el rey. —Espero disfrutes tu nuevo hogar.
Ella volvió a asentir, sin mirar al rey a la cara.
—Mi familia debe ser informada. Querrán saber que estoy oficialmente
casada.
—Enviaré a un mensajero a la torre de comunicaciones para que transmitan la
feliz noticia a la nave de tu gente —dijo el Anciano Bochman. El rey asintió.
Vlad les sonrió y agradeció por aceptar reunirse con ellos fuera del
campamento. Mientras los dos cambia formas desaparecían por el otro lado de la
colina, se volvió a Clara. —Bienvenida a tu nuevo hogar, esposa. Espero que
tengamos muchos años felices aquí. Juntos.
El alivio lo llenó. El matrimonio fue completo. Ahora su vida realmente podría
comenzar.

***

Clara estaba avergonzada de sí misma. Había estado tan determinada a actuar


como una dama, incluso había usado el traje de su gente para darse valor y había
terminado avergonzándose durante el rompimiento del cristal. Al pisar la piedra,
había sentido como si le quitaran un hechizo de encima. Se había mareado, casi
cayendo. No le sorprendía que el anciano la hubiese mirado con tanta dureza. Era
un hombre rígido, con un rostro serio. El hecho de que mostrara su enojo tan
francamente era revelador. No había podido mirarlo a los ojos. Era sorprendente
que Vlad aún la quisiera.
Entonces recordó sus palabras. Muchos años felices… juntos.
Clara no tenía intención de pasar años aquí, solo el que sus padres habían
declarado obligatorio por su honor.
No confío en sí misma para hablar de ello cuando el corazón se le aceleró en el
pecho. Era una reacción curiosa, una que debía monitorear en privado y estar bajo
control. En lugar de ello, le dijo.
—La mayoría de mi equipaje ya debe estar de camino a tu hogar. Se me
informó que es un palacio. Los que quedan en la tienda están listos para
transportar, si quieres llamar a los sirvientes. Deberán recoger la tela que dispuse
en el suelo. Espero pueda ser limpiada. Obviamente ya no puedo usarla, pero
seguro habrá alguien menos afortunado que la pueda aprovechar.
Vlad arqueó una ceja.
—Sé que insistes que no hay pobres, pero seguro alguien puede usar esa tela
—insistió ella.
—Tengo alguien en mente —dijo él.
—Asumo que deseas que marchemos a tu hogar inmediatamente ya que la
ceremonia ha concluido. La reina no nos extendió una invitación al palacio, lo que
es comprensible ya que sus cuatro hijos contraerán matrimonio, así que nuestros
deberes aquí han concluido. A menos que no me hayan informado correctamente.
—No, estás en lo correcto. Estamos casados —dijo Vlad.
—¿Viajaremos por tierra o en nave? —preguntó ella.
—Viajaremos en ceffyl —él habló pausadamente. A ella le consoló su tono
seguro.
—¿Ceffyl? No estoy familiarizada con ese tipo de transporte, pero estoy
segura que el carruaje es adecuado —como conocía muchos tipos diferentes de
naves, ella asumió que un ceffyl era un tipo de carruaje. Clara asintió. —Ya que no
tengo acompañante, te esperaré en la tienda mientras llamas a los sirvientes y
solicitas el ceffyl.
Vlad miró su traje.
—Deberías prepararte para el viaje.
—Estoy preparada, gracias. Comí una porción de fruta de una dama al
amanecer, lo que debería bastarme hasta medio día. Mi equipaje está recogido.
No queda nada más que preparar.
Él gesticuló hacia el pesado vestido.
—Quizás quieras ponerte más cómoda. Viajaremos por caminos montañosos…
—Estoy cómoda.
—Tu traje no es práctico para la ruta. Es muy pesado para el ceffyl.
Al escuchar eso, ella se miró. Entreabrió los labios pero no dijo nada. Asintió.
El peso del traje le resultaba consolador, el saber que tenía una pequeña fortuna
tan cerca de su cuerpo.
—La ropa que te traje es mucho más cómodo. Los sirvientes se asegurarán
que tus pertenencias lleguen a salvo a mi hogar. Puedes poner ese traje con los
otros.
Clara no quería dejar su enorme vestido atrás, pero no tenía opción. Vlad no le
había dado ninguna razón para desconfiar de él, pero ella se sentía muy aislada y
sola en el planeta extraño. ¿Pero qué podía responder a una orden tan directa? Si
el transporte no podía soportar el peso, no podía protestar. Ella asintió
nuevamente.
—Haré lo que dices, esposo.
Clara no lo miró a los ojos mientras regresaba a la tienda. ¿Si desobedecía, la
mandarían de vuelta a su familia? Estaba casada pero no embarazada. La idea la
aterró. ¿Y si él no la embarazaba de inmediato? Ella, como todas sus hermanas,
había sido revisada por los mejores doctores de Redde, verificando su fertilidad.
Necesitaba embarazarse. Eso demostraría a su familia que lo había intentado y sus
padres le permitirían volver a casa. Ya era suficientemente malo que no planeara
tener más de diez hijos, pero ¿no tener ni uno solo y sin justificativo médico?
—¿Mi lady? —preguntó Vlad.
Ella notó que se había quedado en la entrada y rápidamente empujó la solapa
con la muñeca. Su nuevo esposo no la siguió.
Capítulo 6

—Debo rehusarme.
Vlad frunció el ceño al escuchar a Clara. Su esposa se había cambiado al traje
tradicional de Qurilixen. Por un momento, él no pudo ni hablar mientras señalaba
al mozo de establos que traía al ceffyl con una cuerda. Ella parecía una verdadera
noble Draig… casi. Este vestido era mucho más atractivo para él que el anterior.
Pero se había dejado el corpiño y las tiras laterales sueltas. Solo cuando el viento la
acariciaba era que él podía ver sus curvas.
Su cabello seguía primorosamente peinado y su rostro maquillado. No había ni
un solo mechón fuera de lugar. Las mujeres Draig normalmente se dejaban el
cabello suelto, como lo tenía anoche. El recuerdo le hizo estremecer las entrañas.
—No me montaré en esa criatura —Clara miró al enorme ceffyl que le fue
presentado. Tenía una cuerda atada al cuerno central y una manta sobre el lomo,
lo que la criatura no parecía apreciar. Agitó la cabeza en un gesto que estremeció
todo su cuerpo. El mozo lo sujetó con la cuerda, aunque no era necesario, ya que
el animal era doméstico, pero Vlad lo consideró necesario para aplacar lo que
imaginaba era el miedo femenino.
—Va a calmarse en un momento —le aseguró Vlad. Como en protesta, el
ceffyl sacó su larga lengua, haciendo un gorgorito y pisoteó el suelo. —No te hará
daño.
Clara respiró profundo.
—Por supuesto que no me hará daño.
Vlad contempló confundido como su esposa se acercó a la incómoda bestia. Si
el animal la corneaba, podría partirla en dos. Fue a detenerla, pero ella parecía
estar segura de lo que hacía.
Clara alzó la mano y acercó el interior de su muñeca al ceffyl. La criatura
podría atravesarla de un golpe con sus horribles cuernos, pero ella esperó a que se
tranquilizara. Los ojos de reptil de la bestia parpadearon y Vlad pudo respirar
tranquilo.
—No le gusta la manta —dijo ella en tono tranquilo. —Y la cuerda no es
necesaria.
—¿Clara, que haces? —preguntó Vlad en voz baja, no queriendo asustar al
animal con su esposa tan cerca.
—Pido permiso —el púrpura en sus ojos se oscureció lentamente mientras ella
miraba el dorso de su mano. Fue un cambio sutil, pero que sus ojos de cambia
forma detectaron fácilmente. Si no se equivocaba, un halo verde rodeaba su
pupila. Ella miró al mozo. —Nos llevará a cambio de una planta de pétalos blancos
con centro azul claro y tallo marrón felpudo.
—¿Una flor solar? —preguntó el mozo, mirando dudoso a Vlad.
—Ah, así que si existe. Maravilloso. Consigue la planta y entonces podemos
marcharnos —Clara dejó caer su muñeca y se apartó de la bestia. —Y por favor
quítale la soga y la manta. Él no tiene intenciones de marcharse. Solo quiere la flor
solar.
El mozo empezó a obedecer, quitando la manta del animal.
—¿Te dijo que quería una flor solar? —preguntó Vlad, incrédulo y
sorprendido.
Clara frunció el ceño. Fue un movimiento tan sutil, uno que hubiera sido fácil
de pasar si no la hubiera estado observando.
—Si así se llama la planta, entonces sí.
—¿Por qué no tienes miedo? Creí que no salías al exterior —Vlad palmeó
cariñosamente al animal. Miró al mozo, que los miraba detenidamente. Al notarlo,
el mozo bajó la mirada.
Clara miró las montañas.
—Me las apañaré. La naturaleza no me asusta. Tengo mis vacunas solares
vigentes por los próximos dos años.
—Me refería al ceffyl —aclaró él. Vlad sabía que debería dejar de hablar tanto
frente al mozo, pero jamás había tenido el decoro natural de sus hermanos
adoptivos. Habían crecido temiendo los oídos curiosos de los sirvientes. Durante
su infancia, todo el mundo oía todo y era ruidoso y caótico y lo extrañaba
terriblemente.
—Tenemos plantas y animales en mi hogar: en el zoológico privado, el acuario
y en el jardín amurallado —ella se volvió al mozo. —Por favor, busca la flor.
—Lord Alek no quiere que les demos flores solares a los ceffyls —explicó el
mozo mientras retiraba la cuerda del cuerno central. — Los enferma si comen algo
más durante varios días y tenemos que privarles de las flores —entonces se volvió
hacia Vlad, con expresión culposa. —Creo que una de las bestias se escapó y comió
de las flores de la reina. No me pueden atrapar tomando una porque me culparán
de todo el lío.
Vlad asintió, comprensivo.
—Si. Es mejor que no las tomes y llames la atención de la reina. Espero que
crezcan antes de que lo note.
El mozo suspiró aliviado.
—Entonces tendremos que caminar. Esos son los términos del transporte —
Clara le asintió al animal, como si este pudiese entenderla, y regresó a la tienda.
El mozo miró a Vlad, completamente confundido. Vlad le hizo gesto de que se
retirara.
—Llévatelo de vuelta al establo. Iré a buscar otro en un momento.
No esperó a ver si el mozo le obedecía. Entró a la tienda, las delgadas paredes
blancas iluminadas por la luz del sol. La encontró sentada en la cama, esperando
en silencio.
—¿Qué acaba de pasar? —Fue lo único que se le ocurrió preguntar.
—¿A qué te refieres?
—El animal. Si no querías montarlo, solo tenías que decírmelo —él se cruzó de
brazos.
—Suena como si pensaras que… —ella vaciló, su pecho estremeciéndose
como si intentara controlar su respiración. —¿Crees que miento? Pregúntale al
ceffyl si no me crees. No veo cual es el problema. Sus términos eran simples.
—¿La criatura te habló? —Vlad no quería sonar tan dudoso, pero había
pasado toda su vida con esos animales. Jamás había escuchado de alguien capaz
de comunicarse con ellos, al menos no así. El que mejor los conocía era su
hermano Alek, e incluso él solo podía interpretar las señales en su
comportamiento, pero no leer sus mentes.
—Nos comunicamos, si —Clara se quedó muy quieta, aunque él pudo detectar
varias micro expresiones bajo su calma. Se preguntó qué clase de fuerza de
voluntad era necesaria para mantener todas las emociones contenidas. Él no era
capaz de hacerlo, ni lo intentaría. Ella continuó. —Le mostré que queríamos pasaje
a las montañas y él me mostró que deseaba a cambio la flor solar y que le quitaran
los amarres. Llegamos a un acuerdo.
Vlad atravesó la distancia que los separaba. Ella se tensó al sentirlo acercarse
pero no evitó que la tomara de las manos. Él miró su palma y su muñeca,
acariciando las ligeras venas azules. La sintió temblar, aunque su rostro
permaneció sereno.
—Me alegra mucho escuchar que no le temes al exterior. Admito que lo que
me dijiste anoche me preocupo, cuando dijiste que no te aventurabas afuera a
menudo —se preguntó si ella le escuchaba. Parecía concentrada en su mano
acariciando su muñeca. —Perdón por asumir. Me equivoqué al cuestionar la
voluntad de los dioses.

***

Clara casi no podía respirar. Cada caricia de los dedos de Vlad contra su piel le
hacían sentir extrañas sensaciones, enroscándose alrededor de su cuerpo y
yaciendo en su vientre. Había una intimidad tremenda en el simple gesto.
—Eres tan compuesta —dijo él.
Clara intentó agradecerle el cumplido, pero no le trajo el mismo placer que la
palabra dulce. Una voz en su cabeza le advirtió que debía mantener la compostura.
Era media mañana. No era momento de intimidad.
—Tus manos son tan suaves, como si nunca tocases nada.
—Soy hembra —respondió ella, lógicamente. En su mundo, eso habría sido
entendido de inmediato. No podía ir por allí leyendo los pensamientos de otro. Si
querían que supiera algo, se lo dirían.
—Si —musitó él. —Eres una hembra.
Vlad tomó la mano de ella y la apretó contra su pecho. El latido reemplazó las
caricias de sus dedos. Con la mano libre, deshizo el peinado que ella se había
hecho. Lentamente el cabello le cayó por los hombros. La voz que le advertía
empezó a acallarse hasta que ella ya no pudo escucharla. Su enfoque se concentró
de tal manera que solo pudo ver su propia mano apretada contra el pecho de él.
Cerró los ojos, concentrándose en el latir de su corazón.
Un dedo le rozó el labio inferior. Ella respiró profundo y aguantó el aliento.
Apretó los dedos contra su pecho cuando él se inclinó sobre ella. Él le acarició el
cuero cabelludo. La caricia sobre sus labios desapareció para dar paso a la calidez
de su aliento.
Dio un grito ahogado y abrió los ojos. Intentó hablar pero él la besó,
interrumpiendo lo que iba a decir. Su beso era gentil, seco y suave. Lentamente
apretó la boca contra ella, sin abrirle los labios, hasta deslizarse a su oreja.
—Quiero inspeccionar a mi novia nuevamente —susurró él, cerrando sus
labios alrededor del lóbulo de su oreja, convirtiendo su caricia de seca a húmeda.
Clara apretó los muslos y tragó con nerviosismo. Su sexo empezó a pulsar al
mismo ritmo que el corazón de él. Era ligero, pero ella podía sentirlo. El mismo
placer que le había hecho perder la compostura femenina la noche anterior
regresó para confundirla.
Mientras volvía sus labios hacia su boca, le colocó pequeños besos en la
mejilla. Cuando su boca volvió a encontrar la de ella, tenía los labios abiertos y
respiraba con dificultad. Él mantuvo los ojos cerrados mientras ella lo miraba. Su
lengua húmeda se deslizó entre sus labios. Las sensaciones tangibles fueron tan
avasallantes que ella soltó un ruidito involuntario de placer. Vlad respondió con un
gemido.
Clara se apartó de él al escucharlo. Él parpadeó, mirándola. Ella se dio cuenta
que aferraba su camisa. Él le sostenía la cabeza en las manos.
—Deberíamos controlar nuestras…
Su esposo la interrumpió con un apasionado beso y un gemido más profundo.
Clara no podía pensar. Él apretó las manos contra su espalda, alzándola
ligeramente mientras le subía el vestido. Ella no supo cómo, pero segundos más
tarde tenía los muslos descubiertos. Vlad se apartó, quitándole el vestido. Ella se
vio forzada a alzar los brazos. Los pezones se le endurecieron. La pieza enrollada
alrededor de su cintura cubría su sexo. Estaba diseñada para proteger su piel del
armazón de metal que soportaba el vestido. Varios ganchitos emergían de las
caderas para sujetarlo.
Vlad la recorrió con la mirada. Una extraña sonrisa curvó sus labios al ver sus
altas botas. El vestido Draig no las requería para balancear el peso pero ella las
había usado porque su presión familiar la consolaban.
Él siguió mirando las botas mientras se desvestía, pateando sus propias botas.
Lanzó su camisa a la cama.
Clara intentó concentrarse. Sabía que debía decir algo apropiado y modesto.
Pero se encontró fascinada por su pecho desnudo. Sus músculos se estremecían
bajo su piel. Antes, había intentado no mirarlo. Pero ahora estaban casados. Ella
era su esposa, y se esperaba que cumpliera sus deberes maritales.
—Es de día —protestó débilmente, casi de manera incoherente.
—Normalmente es así aquí —respondió él con una risita.
—Eso no lo había pensado —Clara respiró profundo. Los actos maritales
normalmente sucedían de noche. Pero si aquí no había noche…
Su lógica fue interrumpida nuevamente. Él se inclinó y ella no tuvo opción sino
echarse para atrás en la cama.
—Eres muy hermosa, esposa —susurró él.
Ella vaciló antes de tocarlo. El calor de su piel hizo que sus nervios saltaran
emocionados. Fascinada, acarició sus pectorales. Sintió un cosquilleo entre las
piernas.
Vlad mantuvo su peso sobre sus brazos al inclinarse a besarle el cuello. Las
manos de ella quedaron atrapadas entre los dos. Uno de los pezones de él quedó
cerca de la membrana entre sus dedos.
Él abrió sus piernas, todavía cubiertas por las botas, con su rodilla. Ella no se
resistió. El torrente de sensaciones era demasiado para procesarlo. Cada roce de
piel se volvía una cascada de placer e incertidumbre. Sus muslos quedaron
expuestos.
Su mente no comprendía lo que ella sentía. Él le tocó el rostro, el cuello, los
costados y los pechos. Él se quitó los pantalones, pero ella no se dio cuenta hasta
que no sintió su piel desnuda contra la suya. Ella dobló los dedos de los pies contra
el fondo duro de las botas, desearía poderse quitar las botas con tanta facilidad.
Vio como los ojos de él brillaban dorado. Se preguntó qué clase de anomalía
genética causaba un cambio así. Los ojos de su gente cambiaban de color, así que
no le pareció extraño, pero normalmente era algo de mujeres y jamás tan
prominente. Quizás era así como se revelaba su poder, haciéndola desearlo,
haciendo que su cuerpo ardiera de pasión, haciendo a su mente olvidar toda
lógica. No le importaba. Magia o no, no quería que se detuviera.
Las caderas de él mantuvieron sus piernas abiertas mientras él se movía sobre
ella. Su dura erección se deslizó entre su sexo. Se tensó ante el contacto íntimo,
consciente de lo que sucedería y lista para ello. Corrección. Creyó estar preparada.
La erección de Vlad se apretó contra su entrada. Ella tembló. Irradiaba placer de
pies a cabeza. Entonces él la penetró por completo y la gratificación se multiplicó.
Se concentró en su entrepierna. Las manos de ella se apretaron contra su pecho.
Clara no quería que terminara. Quería explorar sus sentimientos por
completo. Pero terminó antes de que pudiera explorarlos a gusto.
Todo su cuerpo se tensó. Tembló violentamente. Vlad gruñó por lo bajo al
tensarse sobre ella. Ella parpadeó pesadamente, sus ojos se nublaron en destellos
de luz y color. Tan pronto como vino, la tensión se disolvió. Los miembros le
pesaron luego de un placer tan intenso. Cuando su mente se aclaró, Vlad yacía
junto a ella.
Su mano descansaba sobre su muslo, cerca de la parte superior de su bota y
jugueteaba con los cordones.
—Me fascina tu calzado.
Clara no lograba tomar aliento. No estaba segura de cómo responder. Su
mente intentaba desesperadamente recordar cómo había actuado, si había
gritado lo suficiente como para que la escucharan en las tiendas vecinas.
—Perdemos tiempo —dijo débilmente. —Si vamos a caminar, hay que
marcharnos ya.
—No hay prisa —El tono de Vlad era sugerente.
Clara se sentó, insegura de cómo actuar en este momento íntimo. El torrente
de placer había disminuido y aunque ella se sentía extrañamente relajada, tenía
que controlar su comportamiento y reacciones. Solo había una conclusión. No
había actuado como una dama.
—No podemos quedarnos en la tienda. No es un habitáculo apropiado —Clara
posó los pies en el suelo y agarró el vestido Qurilixiano. —La noche tradicional ha
terminado. Es momento de actuar como nobles.
—Tendré que ir al establo a buscar otro ceffyl —Vlad se movió tras ella, pero
ella no lo miró.
Clara asintió y empezó a peinarse nuevamente el cabello sobre la cabeza. De
pronto, Vlad estaba frente a ella. Todavía tenía el pecho desnudo, pero se había
puesto los pantalones. Tocándole el codo, le apartó las manos del cabello.
—Déjatelo suelto —le tocó la mejilla. —Y esta cobertura blanca no es
necesaria. Tienes un rostro hermoso. No deberías ocultarlo.
Ella le miró el pecho, notando las dos enormes huellas rojizas que habían
dejado sus manos. Apretó los puños.
—Lo siento…
Vlad se miró el pecho, riéndose ligeramente al rascarse una de las marcas.
—No me quejo de nada, esposa. Lo que sea que hiciste me agradó mucho.
Clara no tenía ni idea de lo que había hecho, pero esas eran claramente las
marcas de sus manos contra su pecho.
—Deberías ir a por el nuevo ceffyl —se apartó grácilmente de él, dirigiéndose
a la solapa de entrada. Su cabello se sentía extraño contra su espalda mientras se
agitaba con la brisa. No debería salir sin acompañante, pero no deseaba quedarse
a solas con él, no cuando la miraba con esos ojos tan expresivos.
Capítulo 7

—Alek no estará contento de enterarse que le dimos flores solares al ceffyl —


Vlad intentó entablar nuevamente conversación con su esposa. Habían viajado por
horas. No le importaba el silencio, pero quería escuchar su voz.
—Sus términos eran claros —respondió Clara. Estaba sentada de lado sobre el
lomo de la bestia, con los tobillos cruzados. A pesar del bamboleo, lograba
mantenerse tiesa y derecha en su montura. —También quería la flor como pago.
No nos buscó. ¿Quiénes somos para decidir lo que come o no come este animal?
—A este paso, estaremos llegando a la villa en un par de horas —Vlad
caminaba rápidamente junto a la bestia en el amplio camino de grava, disfrutando
del ejercicio. El aire fresco y las montañas a su alrededor lo llenaban de esperanza
y anticipación. Los picos de las montañas formaban un pasaje surreal contra el
cielo verdoso. Desde el camino, podía ver a la distancia. Había tanto espacio,
tantas maravillosas millas de naturaleza y libertad. Mientras más subían, más gris
se tornaba la tierra.
—¿Villa? ¿Así llamas a la ciudad que rodea tu castillo?
Vlad se echó a reír. No podía parar de sonreír.
—No. Aquí es donde nací. Quiero que conozcas a unos amigos de mis padres.
—¿Nos quedaremos en su castillo?
—En su hogar —corrigió él. El día se había aclarado mientras caminaban. A
diferencia del campamento, los árboles de aquí eran delgados. —O en el bosque.
—¿Un castillo en el bosque? —insistió ella.
Él se detuvo.
—No todos los refugios se llaman castillo.
—Sé lo que es un castillo —el ceffyl siguió caminando por el gastado camino,
que se dividía en varias direcciones. —Habló el Lenguaje Estelar con fluidez.
—No todos nuestros hogares son castillos.
—¿Mansiones entonces? ¿Propiedades? —ella asintió. —Una mansión será
satisfactoria. Asumo que mis pertenencias serán llevadas a nuestra nueva locación,
ya que no tengo suficiente ropa conmigo para representar correctamente mi
posición.
La sonrisa de Vlad tembló. Su esposa era una contradicción. Al ser su novia,
elegida por los dioses, debería ser su pareja perfecta. Su pareja perfecta no estaría
en contra de acampar en el bosque o pasar la noche en casa de unos amigos. Pero,
cuando Clara hablaba, casi sonaba elitista. Se encontró queriendo hacer excusas,
pero se le estaba haciendo difícil.
—La gente con la que nos vamos a quedar son gente buena —dijo él,
pensando en la costurera Arianwen y su esposo, Tomos. Tenían tres hijos, todos
mineros como el padre. Tomos había trabajado en la mina junto a los padres de
Vlad, incluso formando parte del equipo de rescate que encontró sus cuerpos.
Vlad desearía que Tomos lo hubiese adoptado, pero Lord Rolant y Lady Sidone se
habían ofrecido a albergarlo. ¿Cómo rechazar la oportunidad de servir a sus
compañeros mineros? Sus nuevos padres le brindaban el puesto de Oficial Minero.
Clara no contestó.
Él deseaba desesperadamente seguir conversando. Quería conectar con ella
más allá de la lujuria física que sentía. Tenía que haber algo bajo su calma
femenina y apariencia monumental. Había visto rastros de su personalidad
intentando emerger. ¿Nerviosa? Quizás estaba nerviosa y por eso actuaba como
actuaba.
—¿Qué son vacunas solares? —preguntó él.
—¿Vacunas solares? —el rostro de ella cambió a una expresión ligeramente
sorprendida. Tomaba un poco de observación, pero si se fijaba, podía leer
fácilmente sus micro expresiones. —Es lo que evita que el sol cambie mi piel.
¿Ustedes no las usan?
—No es necesario. El sol no afecta negativamente mi piel —él se encontró
mirando su cuello, contemplando la piel cremosa de allí. Tenía una piel
sumamente atractiva, los dedos le temblaron al recordar su sensación. Su pesada
erección se apretó contra sus pantalones y él se sintió agradecido de que la larga
camisa lo escondiera.
Aunque…
Vlad miró la arboleda. Estaban solos y era un hermoso día. Si alguien o algo
estuviera cerca, ya lo habría oído.
—¿Hay algo en el bosque? —preguntó Clara, siguiendo su mirada.
Vlad se aclaró la garganta.
—Ah, no. Yo solo, eh, no.
Ella se relajó.
—Tienes la piel muy hermosa —dijo él, mirando su cuello otra vez. Le gustaba
besarla ahí, cerca del pulso. Se había acelerado bajo sus labios, clara muestra del
placer que ella sentía.
—Gracias. Mis sirvientas me ponen una crema especial cada mañana antes de
levantarme, lo que me recuerda que requiero al menos tres sirvientas, dos
mucamas y una dama de compañía, para cuando salda de la noble residencia.
Vlad arqueó una ceja sin darse cuenta.
—O dos —enmendó ella al ver su expresión, —si tres son demasiadas. Una
mucama puede hacer de dama de compañía.
Él no respondió, ya que no sabía que decir. El solicitar servidumbre no se
sentía bien. Los que servían era por convicción. Nadie les había pedido que lo
hicieran.
—¿O una? —Clara pareció preocupada al pensar en solo una sirvienta. —Yo
me ocuparé de sus salarios, por supuesto. Una noble familia venida a menos no es
nada de qué avergonzarse. Lo importante es la sangre.
Vlad cambió de opinión. No quería oír más. Palmeó el cuerno del ceffyl para
que apretara el paso, interrumpiendo la conversación. Y echó a correr junto a él.

***

A pesar de lo que había dicho, Clara estaba feliz de no haber tenido que hacer
el trayecto caminando. El viaje era más largo de lo que había pensado. Por alguna
razón, creyó que Vlad vivía más cerca del palacio.
El descubrir que su nuevo esposo tenía poco dinero era desalentador. Solo
probaba lo inteligente que había sido su madre al esconder joyas y créditos
espaciales en el vestido y baúl de su hija. De seguro podría costearse una sirvienta
y tener dinero de sobra. Los plebeyos estarían agradecidos de trabajar en un hogar
noble.
Vlad había corrido por millas, pero no parecía cansado. A Clara le costaba
mantenerse erguida sobre el ceffyl. Cuando Vlad relajó el paso, la bestia lo imitó.
Vlad olisqueó el aire, mirando a su alrededor. El camino se había hecho estrecho
luego de llegar a la arboleda. Las delgadas ramas se bamboleaban en la brisa,
haciendo un pabellón sombreado. Brillitos parecían bailar sobre el suelo cubierto
de pequeñas plantas. Unos pájaros azul brillante se abalanzaron sobre algo que no
podía ver en el suelo. Cada vez que uno pasaba demasiado cerca se estremecía,
asustada por el movimiento repentino. De pronto, escuchó una risita infantil entre
los árboles, interrumpiendo el trinar de los pájaros.
—¿Qué fue eso? —preguntó Clara. —Escuché algo.
—¿Acabas de escucharlo? —Vlad la miró sorprendido. —Los chicos de la villa
tienen rato siguiéndonos.
—¿Qué quieren?
—Son chicos —Vlad hizo un gesto desdeñoso.
—¿Y…? —insistió ella.
—Los chicos persiguen cosas en el bosque —dijo él. —Tienes hermanos.
Deberías saber cómo juegan los chicos.
—No. Éramos segregados a la hora de jugar —Clara se volteó al escuchar otra
risa. Esta vez se escuchó más alto.
—Están mejorando, pero todavía no son expertos —gritó Vlad. —Ahora salgan
y saluden a mi esposa, dragoncitos.
Un grupo de chicos cayó sobre ellos como una lluvia de monos salvajes. Varios
cayeron de los árboles. Otros saltaron al camino. Uno salió rodando de detrás de
una piedra. Sus ojos brillaban, como había visto que brillaban los ojos de Vlad, en
tonos dorados. Cada uno cargaba un arma improvisada: un palo, una roca atada a
una cuerda, piedrecillas, y soltaron un agudo chillido de guerra. Clara ahogó un
grito de miedo y eso hizo que el ceffyl se encabritara. Ya que una dama tocaba lo
menos posible, ella no estaba agarrada al lomo y se deslizó al suelo con un golpe
sordo.
Enseguida toda la risa se acalló en el bosque, excepto los gruñidos del ceffyl.
Algunos de los chicos empezaron a reírse, solo para callarse de golpe cuando Clara
no se levantó a enfrentarlos de inmediato. Ella se enderezó lentamente,
apoyándose sobre los codos. Uno a uno, los chiquillos perdieron sus posturas
combativas.
Vlad se inclinó a ayudarla.
—Clara, ¿estás lastimada? —él inmediatamente la tomó del brazo como ella le
había enseñado en la tienda marital.
Ella solo pudo responder con un ligero sonido de dolor al sentir una punzada
de agonía de la cadera a los dedos de los pies. El ángulo de la caída había hecho
que se desplomara sobre la cadera. Sintió las lágrimas quemándole los ojos, pero
las contuvo con esfuerzo. Su labio tembló ligeramente, pero se las arregló para
decir de manera uniforme:
—Estoy bien.
Los chicos habían dejado caer sus armas y los miraban con congeladas
expresiones de terror.
—No queríamos… —intentó decir uno de los chicos.
—Creímos —empezó otro, señalando el rostro pintado de Clara. —Que eso
era pintura de guerra.
—Siempre juegas con nosotros en el bosque —el chico más alto se cruzó de
brazos, casi desafiante. —Y ella es tu esposa.
La manera en que lo dijo lo hacía ver como razón suficiente para sus acciones.
Ella esperó a que su esposo los castigara, preparada para intervenir y perdonarlos,
ya que solo eran niños y detestaría verlos condenados a muerte por atacar a una
dama.
—Lo sé —dijo Vlad.
Clara lo miró sorprendida, el perdón muriendo en sus labios al ella guardar
silencio.
—No querían hacerle daño, pero que esta sea una lección: deben tener
cuidado con las damas recién llegadas al planeta —Vlad hizo un gesto con la mano.
—Ahora regresen a la villa. Sus madres deben tenerles la comida lista.
Los chicos obedecieron. Unos pocos recogieron sus armas y empezaron a
perseguirse con gritos de algarabía por el bosque.
—Disculpa por eso —dijo Vlad. —No tenía idea de qué pensarían que tu… —
miró la cara de Clara y soltó una risita, —pintura facial como pintura de guerra.
Ella apenas lo escuchó. La cadera le latía de dolor, enviando oleadas de
sensaciones desagradables a la espalda y la pierna. Tratando de verse balanceada,
apoyó todo su peso en el pie sano.
—Ya casi llegamos. Cuando lleguemos, te llevaré para que te bañes. ¿Puedes
montar?
Clara asintió una vez, diciendo débilmente.
—Cómo desees.

***

Clara tenía los ojos clavados en el cuerno central del ceffyl, concentrándose en
morderse la lengua cada vez que el animal daba un paso con su pata derecha. El
movimiento la hacía apoyarse de su lado lastimado lo que a su vez causó una ola
de dolor a lo largo de su cuerpo. Vlad guardó silencio mientras caminaban. Ella
escuchaba atentamente a la arboleda, temiendo que los salvajes chicos volvieran a
atacar, pero no escuchó más que el trinar de las aves.
Los primeros signos de civilización llegaron en forma de una pequeña casa
ubicada entre los árboles. Era una construcción encantadora, de piedra y madera,
con un ordenado jardín en la entrada, donde crecían plantas en fila. El más
pequeño de sus atacantes estaba sentado en una enorme piedra, atizando el suelo
con un palo. Al verla, le sonrió.
Clara le hizo un gesto con la cabeza, preguntándose por qué la miraba tan
directamente. Lo extraño del encuentro la hizo olvidar el dolor un momento.
—¿Cómo se llama ese lugar dónde vamos? —preguntó.
—Villa Minera —respondió Vlad, con los ojos clavados al frente.
El barro en su vestido se había empezado a secar, pero todavía sentía húmedo
el trasero y caderas.
—¿Así se llama? —Clara intentó acomodarse de muchas maneras, pero sin
importar cuanto se arreglara, le seguía doliendo.
Vlad se rió.
—No es muy creativo, lo sé. Solía llamarse Campamento Minero, pero
descubrieron una veta rica en mineral y las familias construyeron casas para
asentarse permanentemente. Aparentemente las esposas no querían criar a sus
hijos en tiendas.
—Y con razón —concordó Clara. —No son salvajes.
—Gracias por notarlo —dijo él con ironía y una sonrisa torcida.
Más casas, parecidas a la primera, empezaron a aparecer entre los árboles. El
bosque se abrió a un largo valle abierto en la tierra. Villa Minera estaba en ese
valle rectangular, abriéndose a un risco con una vista preciosa a las montañas de
un lado, y al denso bosque del otro. El ruido leve y constante de una cascada venía
del lado del risco.
Vlad la guió por el camino a la plaza central, hermosamente pavimentada con
piedras. La villa estaba primorosamente limpia, construida con ángulos precisos.
Las casas estaban agrupadas en cuartetos a cada lado de la calle principal,
separadas por caminos más estrechos a cada lado. El patrón se repetía por toda la
villa. Las casas eran de piedra y madera, y a menos de que los exiliaran del pueblo,
parecía que hasta los más pobres de los Draig estaban bien cuidados.
Cuando se acercaron y llegaron a la calle principal, ya no podía ver todo el
pueblo. La gente empezó a salir de sus casas a saludar, junto a los que llegaban de
sus trabajos. Clara se intentó sentar lo más derecha que pudo, a pesar del dolor en
su cadera e intentó clavar la mirada en el horizonte. Bueno, lo intentó, ya que todo
a su alrededor llamaba su atención. De haber sabido que habría un desfile, le
habría insistido a su marido que la dejara arreglarse.
Vlad parecía mucho más relajado, saludando y sonriendo. Varias personas lo
saludaron por su nombre. Tal falta de respeto sería castigada severamente en su
planeta. Incluso ella tenía que llamar “Gran Lord” a su padre en público.
Vio a varios de los chicos del bosque. Estaban junto a sus padres, hablando y
gesticulando emocionadamente al verla pasar. Algunos la saludaron abiertamente,
como si ya fueran amigos de toda la vida. Ella les asintió, insegura. Las expresiones
de curiosidad abierta y los saludos a su marido hacían sentir incómoda a Clara, no
porque estuviesen siendo amable, sino porque no tenía ni idea de cómo responder
a esa situación. Hasta ese momento no había notado lo realmente extraño que era
este planeta.
El corazón empezó a latirle con fuerza y le temblaron las manos. Buscó su
destino con la mirada, la mansión a la que él la llevaba, pero solo vio más casas.
¿Cómo controlarse sin un lugar privado a dónde escapar?
Que se termine. Que se termine. Que se termine.
Se sintió apabullada. El traje que tenía puesto era muy delgado, casi
indecente. La falda no disimulaba sus curvas naturales. Las mujeres de la villa
usaban trajes parecidos, aunque el de ella tenía un bordado de dragón y los
acabados eran más finos. Los hombres Draig usaban túnicas cómodas con amplios
pantalones, como los que había visto cerca del palacio. Algunos estaban cubiertos
de una fina capa de polvo, excepto los ojos, rodeados por la marca ovalada de los
lentes de protección.
—¡Vladan!
Clara se olvidó de sí misma cuando se volvió hacia la excitada voz femenina. La
mujer que llamaba a su esposo era bonita, con el largo cabello oscuro cayéndole
por la espalda y un rostro amplio de expresión alegre. Los ojos le brillaban
expresivamente al correr desde la puerta hacia ellos.
—No te esperábamos tan pronto —continuó ella, abrazando a Vlad. Este le
respondió el abrazo.
El ceffyl de Clara se detuvo, interesándose en masticar la hierba a su
alrededor. Ella casi no lo notó, contemplando el saludo ritual. La mano de la mujer
se posó en el brazo de Vlad y Clara se sintió mareada.
—Arianwen, me alegra verte —respondió Vlad. —¿Cómo están los chicos?
—Están en las minas. Uno de los pozos se desplomó y lo están limpiando —
dijo Arianwen. —Nadie salió lastimado, pero es extraño. Estoy segura que Tomos
te lo explicará con más detalle.
—Noté que los hombres parecían particularmente sucios. Creí que se había
roto uno de los taladros láser y estaban cavando a mano —él miró a la montaña
con el ceño fruncido.
—Nadie salió lastimado —repitió Arianwen con firmeza.
Clara permaneció sobre el ceffyl, pero estaba lista para despedirse de esa
mujer que tocaba con tanta libertad a su marido. De hecho, si el ceffyl decidía
pisotearla, a Clara no le molestaría. Apretó las uñas contra sus palmas, tratando de
concentrarse.
Arianwen se volteó de pronto hacia Clara, como si apenas la hubiese notado.
Frunció el ceño. Clara alzó el mentón, tensa. Arianwen golpeó el pecho de Vlad con
el dorso de la mano.
—¿Qué demonios hiciste, muchacho: arrastraste a la pobre criatura por el
pantano? ¡Y el vestido! Tienes suerte que pueda repararlo.
—Arianwen, ella es mi esposa, Clara —dijo Vlad, sonriéndole a Clara como si
no pasara nada. Clara le miró el pecho, donde la mujer lo había tocado.
—Lady Clara, por favor entra —Arianwen le hizo señas de que se bajara. —
Debes perdonar a nuestros hombres por su actitud desenfadada. No tienen
concepto alguno de las mujeres hasta que se casan —le dirigió una mirada severa
a Vlad, quien pareció contrito. —Ven. Tengo muchos vestidos de los que puedes
elegir.
Clara nunca en su vida había estado en esa posición. No tenía ni idea de lo que
se suponía debia hacer. Vlad la miró, expectante. Arianwen le sonrió dando la
bienvenida. Si su madre estuviese allí, se desmayaría ante la mera idea de que su
hija se bajara y entrara a la casa de una plebeya a tomar ropa prestada. Pero su
madre no estaba allí. De hecho, ninguno de sus padres estaba presente. La habían
enviado acá, exiliándola para que se casara con un hombre alienígena.
Clara le tendió el brazo a Vlad para que la ayudara a bajar y él se dirigió
cariñosamente a ayudarla. Parada nerviosamente frente a la mujer intentó algo
que nunca había hecho. Clara la miró a los ojos y sonrió. El gesto le sentó extraño y
rápidamente relajó el rostro. Miró a su esposo, curiosa de su reacción. La
expresión de él no cambió al tomarla cuidadosamente del brazo. Al parecer su
esfuerzo había pasado desapercibido.
—Los chicos llegarán pronto —dijo Arianwen. —Planeamos una comida
simple, pero son bienvenidos, como siempre.
—Lo que sea que sirvas, Arianwen, será bienvenido. A lo mejor tu comida hará
que mi esposa coma más que un puñado —Vlad palmeó el brazo de Clara,
guiándola adentro.
—Ah —Arianwen rió. —¿Eres de costumbres de una dieta limitada? —vaciló
en la puerta, mirando a Clara. —Eres pequeña, pero tu esposo seguro cambiará
eso pronto. Todas las novias tenemos costumbres al llegar. Yo vengo de un pueblo
guerrero, y por tradición tenía la cabeza completamente rapada y pintura tribal.
Me tomó meses estar de acuerdo en llevar tanta ropa —miró su larga falda. —Nos
asimilamos. Ahora me encanta coser. No puedo imaginarme siguiendo las
costumbres Malkyrias de mi pueblo —entonces, mirando fijamente a Vlad, agregó,
—Pero todavía lanzo un cuchillo mejor que mi marido.
Clara se encontró intrigada por el concepto de una mujer guerrera. Había
escuchado de tales razas, pero jamás había pensado conocer a una descendiente.
—No hablas mucho, ¿verdad? —Arianwen hizo un gesto con la mano, como si
no importara, y los guió adentro.
La casa plebeya no era lo que Clara esperaba. Sus padres siempre hablaban de
los que carecían de títulos como si fuesen sucios. El hogar de Arianwen, aunque
lleno de cosas, estaba muy bien organizado y limpio. Las pequeñas habitaciones
estaban llenas de muebles. Había un dibujo en la pared. Ella no reconoció a la
bestia dibujada, pero parecía fiera. Los muebles estaban cubiertos de coloridas
telas, colocados alrededor de una pequeña chimenea en la pared. La única
suciedad que detectó fueron unas botas cubiertas de polvo y lodo en una cesta
cerca de la entrada.
—Vlad, hazte útil y tráeme leña —la mujer le hizo señas a Clara que la
siguiera. —Lady Clara, sígueme por favor.
Clara miró sorprendida como su marido obedecía. Cuando se quedaron solas
en el estrecho pasillo, Arianwen miró a Clara al rostro.
—Prepararé un baño primero, para que te puedas limpiar.
Clara intentó otra sonrisa nuevamente, pero Arianwen volteó antes de que
pudiera esbozarla. La mujer abrió una puerta. Adentro, había un enorme
receptáculo cuadrado cortado de la piedra misma. El agua burbujeaba en su
interior y el vapor salía por un respiradero.
—El agua se renueva sola —explicó Arianwen. —Hay manantiales naturales
por toda la montaña, a los que nos conectamos. Los minerales mantienen el agua
limpia y hay filtros instalados bajo la villa. No recomiendo que pruebes el agua. A
muchos no le gusta el sabor.
Clara asintió, recorriendo con la mirada las lisas paredes, que terminaban en
un mueble empotrado en la pared. La piedra parecía haber sido sacada de la
montaña y tallada para formar la casa.
—Si me das el vestido, puedo repararlo. Imagino que estás muy dolida por el
daño —Arianwen empezó a desamarrar delicadamente el agarre en la cintura.
—Si —dijo Clara. —Bastante.
—Comprensible. Muchas mujeres consideran que sus vestidos de novia tienen
valor sentimental.
No era exactamente lo que quería decir Clara, pero no la corrigió. Le pareció
de mal gusto señalar que había pensado más en su falta de propiedad que en el
vestido. En su planeta, importaba mucho más el costo del vestido.
No estoy en mi planeta, se recordó. Aunque no necesitaba el recordatorio.
—Vlad estaba muy ansioso cuando vino a pedirme que cosiera este vestido
para él. Me alegra que le tengas cariño.
Clara se sintió mal inmediatamente por no alabar el vestido.
—Está muy bien hecho. Las costuras son resistentes.
Arianwen vaciló un momento antes de asentir.
—Gracias por notarlo —siguió ayudándola a desvestirse.
Clara la dejó, sin pensar. Alzó los brazos para que Arianwen pudiera quitarle el
vestido. Esta se lo echó al hombro para liberarse las manos. Soltar sus botas
tomaría más tiempo, pero Arianwen no vaciló en ayudarla, con sorprendente
concentración.
Clara le permitió quitarle la primera bota e iniciar con la segunda.
—Requiero una criada que me ayude en el castillo. Requerirá algo de
entrenamiento, pero me gustaría honrarte con un lugar en…
—¡Ah! —Arianwen soltó una aguda exclamación, soltando las agujetas de la
bota. —¿Qué dejó que te pasara…? —dejó la frase sin terminar antes de gritar con
ira, —¡Vladan!
Clara se estremeció al escuchar el grito. Miró su cuerpo, donde Arianwen
había estado mirando. Una enorme magulladura violácea le cubría el costado hacia
la cadera, con varios arañazos rojizos. Le dolía mover la pierna, pero había estado
soportándolo. Arianwen había sido muy maleducada al notarlo.
La mujer se llevó el vestido con ella al marcharse, dejando a Clara de pie
desnuda en el baño con solo una bota puesta. Se cruzó de brazos y frunció el ceño.
Al Arianwen no volver inmediatamente, Clara desamarró la bota faltante antes de
quitársela. Sin la presión de la bota, el pie empezó a latirle de dolor. Intentó
ignorarlo lo mejor que pudo.
Dirigiéndose a la bañera, tocó el agua tentativamente con un dedo del pie. El
agua estaba deliciosamente caliente. Se metió cuidadosamente, favoreciendo su
lado lastimado. El caminar la lastimaba, haciéndola morderse la lengua.
—¡…médica inmediatamente! —gritó Arianwen desde otro lado de la casa.
Clara se volvió a la puerta, con un gesto de dolor al posar el pie completamente
dentro de la bañera.
—¿Por qué me gritas? —preguntó Vlad. Entró trastabillando, como si lo
hubiesen empujado. Miró a su esposa desnuda a medio entrar en la bañera y
sonrió. —Deja de gritar, Ari. Cumpliré con mis deberes de esposo sin quejarme.
Ahora anda, mujer, déjanos solos.
—¿Así cumples con tus deberes? —exclamó Arianwen, entrando de sopetón.
Clara intentó taparse, incómoda por la cantidad de gente invadiendo el espacio. Su
esposo miraba su pecho. Una airada Arianwen señaló las heridas de Clara. —¿Así
la cuidas?
—¿Qué? —el rostro de Vladan se desencajó al mirar las heridas. Se metió a la
bañera junto a Clara, sin importarle estar vestido. —Clara, ¿qué pasó? ¿Por qué no
me dijiste nada?
Clara se hundió en el agua para esconderse.
—Ari, busca una unidad médica portátil —ordenó Vlad.
—Solo hay una en la villa y no sé quién la tiene. Iré a preguntar —Arianwen
pareció calmarse, al menos un poco. Cerró la puerta tras ella y la escucharon salir
corriendo de la casa.
—Clara, ¿esto pasó cuando te caíste? —él se arrodilló en el agua, sin quitarse
la ropa. Vlad la urgió a levantarse, casi jalándola cuando ella intentó permanecer
en el agua. —¿Por qué no me dijiste?
—No preguntaste.
—Si lo hice, cuando te caíste. Dijiste que estabas bien. Esto no está bien —él
rozó cuidadosamente la herida. Ella se apartó de él por reflejo.
—Soy una dama. No puedo quejarme frente a otros. No volviste a
preguntarme en privado así que no debía echarte esa carga encima sin invitación.
—Cuidar de mi esposa herida no es una carga —la regañó él. —Debiste
decirme que necesitabas atención médica.
—Estaba bien sin ella —mientras más se preocupaba la gente a su alrededor,
más se encontró ella escudándose tras su estoicismo natural.
—Más bien sufrías sin ella.
—El accidente no fue mi culpa. No ordené a los chicos que atacaran —Clara se
tensó, deseando poder tragarse las furiosas palabras.
—Estaban jugando, no querían hacerle daño a nadie —Vlad volvió a rozar su
cadera con los dedos. —Arreglaremos esto con la unidad médica portátil. La
próxima vez que te lastimes, dime de inmediato. Nada de esa tontería de que soy
una dama. Si estás lastimada, necesito saberlo.
A Clara no le gustó la censura en su voz o su expresión. ¿Tonterías? Bajó la
mirada.
—Cómo desees, mi señor esposo. Cómo desees.

***

Vlad miró frustrado a su mujer. Ella se negaba a mirarlo y él no quería mirar


nada más. La magulladura en su cadera se veía mal. Él había sido lastimado en
batalla y sabía lo mucho que debía dolerle. Afortunadamente nada parecía estar
roto. Ya que era tan delgada, era fácil ver su estructura ósea.
El agua le pegó la ropa al cuerpo, pero no le importó. Clara mantuvo la mirada
gacha y los brazos cruzados sobre el pecho. No se movió. Pareció que Arianwen
tardó mucho en regresar. Las pisadas de la mujer fueron desproporcionadamente
ruidosas, como si quisiera avisarle de su presencia. Cuando entró al baño, le tendió
una anticuada unidad médica portátil. Ellos raramente necesitaban atención
médica, pero él hizo una nota mental de pedir una más nueva para la villa. La
oficina minera estaba bien equipada. La villa también debía estarlo.
—Necesito esa leña —dijo Arianwen. —El viento de la cascada viene en
nuestra dirección. Será una noche fría. Puedo atender a Lady Clara.
Vlad asintió, chapoteando fuera de la bañera. Clara siguió quieta. Su rostro
estaba en calma y su respiración también. Cualquier reacción que él quisiera tener
le pareció tonta frente a su estoicismo. Le asintió agradecido a Arianwen antes de
salir del baño.
—No me mojes la casa —le advirtió Arianwen. —Sabes de dónde puedes sacar
ropa seca.
Capítulo 8

Las palabras de Vlad le molestaban incluso horas después de que se las dijera.
Ser una dama no era ninguna tontería. Era todo lo que tenía en este mundo
alienígena. La habían entrenado para ello. El que él lo desdeñara con tanta
facilidad le dolía más que la cadera. La unidad médica curó la magulladura con
facilidad, pero no había tratamiento médico para sus sentimientos magullados.
Un día. Solo tenía un día aquí.
Nunca un año le pareció tan largo.
Se rehusó a unirse a Arianwen y los demás para la cena, alegando fatiga. Los
hombres regresaron de las minas. Por lo que podía escuchar, eran tres. Eran
escandalosos y saludaron a Vlad como a un hermano. Le hicieron preguntas
respecto a ella, pero ella no pudo escuchar la respuesta de Vlad.
La pequeña habitación se parecía al resto de la casa, ordenada y repleta de
cosas. Había baúles contra las paredes, colocados unos encima de otros. Una
extraña estatua, humanoide, pero sin rasgos anatómicos, estaba en una esquina.
Alguien había clavado delgadas púas de acero en ella. La cama de la tienda
matrimonial era bastante más grande que esta, pero esta estaba cubierta con una
manta finamente bordada.
Arianwen le había dado un vestido nuevo. Era azul claro, muy suave y con
bonitas costuras, pero era muy parecido a su nuevo hogar. Completamente
extraño para ella.
Clara se sintió aislada y sola. Cada vez que un grito o una risotada interrumpía
su silencio, la sensación empeoraba. Nada en este planeta tenía sentido. Aquí era
una mujer noble, casada con un noble que no actuaba como tal. Del rey no
asegurarle que Vladan poseía un título, no lo habría creído.
Se enrolló en la manta. Si cerraba los ojos, quizás todo se desvanecería.

***
Vlad le sonrió a los hombres que eran como hermanos para él. Habían crecido
juntos en la villa, jugando fuera de las minas. Solo que, mientras los tres hermanos
Sven, Matus y Nolan habían empezado a trabajar como mineros, él se había
convertido en su director. Los hermanos eran muy parecidos a su padre, fuertes
cambia formas con ojos marrón oscuro y cabello todavía más oscuro. Sus gruesas
espaldas eran fruto del trabajo honesto y los hacía perfectos para empujar carros
llenos de mineral. Si Lord Rolant y Lady Sidone no hubiesen intervenido, este
habría sido su hogar y ellos sus hermanos de verdad.
—Desearía que ustedes tres fuesen en busca de esposa de una vez —regañó
Arianwen a sus tres hijos. —Ya es hora de que se casen.
—¿Y dejarte? —Sven sacudió la cabeza. —Jamás.
—¿Y si la novia no sabe cocinar? —Matus le sonrió a su madre. Era el más
encantador de los tres. Tomó un trozo de pan azul y le dio un mordisco.
—Yo quiero casarme —dijo Nolan. —Pero solo te dejan tener una esposa. Yo
quiero dos o tres. Cuando una te moleste, la botas y te llevas a la otra a la…
Sven se inclinó para palmear a su hermano en la nuca.
—Es por eso que jamás estarás listo para la ceremonia.
—No golpees a tu hermano —regañó Arianwen, a pesar de que Sven ya era un
adulto. A Nolan, le dijo, —No le faltes el respeto a nuestra cultura o los dioses te
castigarán y tu cristal nunca brillará. Y tú, Matus, te estás portando muy bien, ya
averiguaré que tramas. Y tú —agregó, mirando a Vlad. —No te rías. Fomentas la
mala conducta.
—Si, mi lady —dijo Vlad. Volvió su atención a su plato cuando ella se regresó a
la cocina. Matus le dio un codazo en las costillas. Vlad le golpeó la mano para que
se detuviera antes de que Arianwen los descubriera.
—Uno de ustedes debería ir a llevarle comida a su padre —dijo Arianwen,
regresando a la mesa con una cesta llena de rodajas de pan azul. —Asegúrense
que no necesite ayuda.
—Yo iré a las minas mañana temprano —dijo Vlad. —Quiero revisar las
provisiones y ver el daño del derrumbe.
Sven frunció el ceño y el ambiente se tornó serio enseguida.
—No tiene sentido. Revisamos toda el área antes de enviar a los drones a
cavar. No se perdió ninguna vida, pero uno de los drones está atrapado tras una
pared de piedra. Lo estamos sacando y colocando soportes. Las lecturas iniciales
indican que el dron actuó como si hubiese una burbuja de aire en la roca y se
estrelló contra la pared porque estaba programado para cavar agresivamente. El
sonar topográfico de la temporada pasada indica que allí solo debería haber
mineral y piedra en esa sección de la montaña.
—¿El equipo está defectuoso? —preguntó Vlad.
—Es la primera vez que falla así —dijo Nolan dudoso. —El mantenimiento está
al día.
—La vida es la prioridad —Vlad se levantó lentamente, agradeciendo por la
comida. —Lo verificaré yo mismo. Tenemos un exceso de mineral, así que no hay
problema por parar la excavación hasta que encontremos una solución.
—Huh —Matus ladeó la cabeza. —¿Escuchan eso? Los ceffyls están
guareciéndose en el bosque. Raramente se acercan tanto a la villa.
—La tormenta debe ser peor de lo que creíamos —Arianwen le tendió un
paquete de comida a Sven. —Anda a decirle a tu padre y a los demás que
regresen.
Sven obedeció, marchándose rápidamente.
Vlad escuchó con cuidado, notando los ruidos de las bestias. Estaban
realmente cerca. Hasta que Matus no lo comentó, no había notado los ruidos.
—Hasta mañana, amigos míos —Vlad sonrió, pensando en su novia que lo
esperaba. Un suave brillo venía de la habitación al fondo. Al abrir silenciosamente
la puerta, no pensaba en rebaños de ceffyls o minas. Su esposa yacía en la cama,
acurrucada entre las mantas. No se movió cuando él entró.
Jaló un cordel en el techo y la habitación quedó hundida en las sombras. Vio
su silueta en la oscuridad. Sin pensar, empezó a desvestirse, dejando caer la ropa
en el suelo. Todos sus sentidos estaban enfocados en ella: su respiración, el olor a
jabón, la forma de sus caderas bajo la manta.
Se montó en la cama y la jaló hacia él lentamente, como desenvolviendo un
regalo. Ella soltó un ruidito adormecido, haciendo que él se hinchara todavía más.
Cuando ella estuvo sobre su espalda, la destapó por completo y le subió la
falda. No tenía las botas, así que descubrir sus muslos y caderas fue mucho más
fácil. La tocó con gentileza, pensando en el verdugón. Todavía estaba algo
descolorido, por lo que pudo ver en la oscuridad, pero la unidad médica había
reparado todo el daño a su piel. Le acarició el costado suavemente.
Ese momento silencioso e íntimo lo envolvió por completo. Nada más
importaba. No pensó en otra cosa. Esta era su bendición, su mujer, su esposa.
Toda la novedad se asentaría con el tiempo. Estaba seguro. Lo sabía al tocar su
piel. Era con ella con quién estaba destinado a estar. Para siempre.
Vlad se le acercó más, dejando que sus piernas se apretaran contra las de ella.
Ella abrió lentamente los ojos, buscándolo en la oscuridad. Alzó la mano, pasando
la muñeca por su brazo sin tocarlo. Él desamarró los lazos de su vestido hasta
desvestirla. Al quitarle el vestido por encima de la cabeza, ella pareció espabilarse
más. Su expresión parecía menos cerrada en la oscuridad. ¿Acaso no sabía que él
podía verla?
Ella vaciló antes de alzar la mano hacia su rostro. Con los dedos abiertos, rozó
su mandíbula con la muñeca. Clara soltó un ruidito ahogado y cerró los ojos.
Vlad no lo soportó. La besó con firmeza. Sus manos la acariciaron por todas
partes. Le palmeó los pechos, apretó los pezones y se escurrió entre sus muslos. Su
suave calor le dio la bienvenida y entonces la penetró con un dedo. Al sentirse
penetrada, ella apretó las palmas de las manos contra su pecho. Una calidez nueva
emanó de dónde ella tocaba, acompañada de un cosquilleo familiar. Él lo había
sentido antes, cuando ella dejó las marcas rojas sobre su piel. Estas se habían
borrado, pero no el recuerdo del placer que representaban.
Deseando sentir ese cosquilleo mágico en otras partes, él guió sus manos
hacia su erección, haciendo que la rodeara con sus dedos y ayudándola a
acariciarlo. Era mejor de lo que había imaginado. Un cosquilleo cálido recorrió su
miembro, bajando hacia sus testículos. Casi se derrama allí mismo, pero logró
contenerse.
Ella volvió a acariciarlo. Él intentó contenerse, pero fue demasiado. Explotó
sobre la cadera de su mujer luego de dos caricias.
—Cla-ra —gruñó. Todo su cuerpo se tensó cuando ella movió su palma sobre
él por tercera vez y él tuvo que apartar su mano.
Jadeado, apenas podía escuchar nada más allá del latido de su corazón y el
rugido de la sangre en sus oídos. Determinado a no ser el único en sentir placer, le
abrió las piernas y se acomodó entre ellas, plantando su boca justo en su sexo. El
dulce sabor de un excitación le llegó a la lengua y la lamió como un hombre
hambriento. Le metió la lengua un par de veces antes de reemplazarla con sus
dedos. Chupándole el clítoris, la penetró lenta y largamente.
—Mm, así, Clara —susurró, gimiendo contra su sexo. —Mójame todo.
Ella apretó los muslos contra su cara, pero él se los mantuvo abiertos. Clara
ahogó un grito y apretó los pies contra la cama. Un orgasmo estremeció su cuerpo.
Ella soltó un ligero ruidito de placer.
Sabiendo dónde estaban, Vlad la cubrió con su cuerpo, acallando su gemido
con los labios, sofocándolo antes de que los demás los escucharan. Ella le acarició
los brazos con las muñecas. Él sonrió, agarrándole la mano y apretando su muñeca
contra sus labios. Las manos de ella temblaron.
—Tienes unas manos muy suaves —dijo él, frotando la mejilla contra su
palma. —Tienen tanto poder.
—¿Poder? —preguntó ella, confundida.
—¿No lo sientes? —él claramente sentía el cosquilleo de la energía en sus
dedos.
—Mis manos no tienen nada de especial. Son como las manos de cualquier
dama —ella cerró los dedos e intentó apartarse.
—Nuestros mundos deben ser realmente distintos si de verdad consideras
que no hay nada especial en ti —él le soltó la muñeca, mirándola en la oscuridad.
Ella se retorció, flexionando los dedos. Sus ojos no se enfocaron en nada en
particular, aunque si trató de verlo en la oscuridad.
—Soy lo que fui criada para ser.
A él le pareció extraño su tono de voz, pero su placer volvió a despertar,
reclamando atención. No hablaron más y él le hizo el amor lentamente. Exploró
cada centímetro de su cuerpo con sus manos y labios. Él se tomó su tiempo,
saboreando a su esposa, agradecido de tenerla. La soledad que había sentido
durante tanto tiempo al fin se había desvanecido. Clara llenaba un vacío que no
sabía que tenía.
Esta vez acabaron al unísono, un perfecto coro de suspiros. Clara intentó
apartarse de él. Él no la soltó. Más bien la apretó contra sí, acurrucándose
alrededor de ella. Le besó la oreja y acarició su nuca con la mejilla. Se llenó de
palabras de amor, pero no se atrevió a interrumpir el perfecto silencio que los
rodeaba.
Capítulo 9

Flores solares.
Clara abrió los ojos, confundida ante sus alrededores.
Flores solares. Flores solares. Flores solares.
Se apretó la mano contra la frente, con la esperanza de detener el furioso
latido gutural de la palabra.
—Flores solares —susurró, parpadeando.
Se levantó. Por suerte se tropezó con la ropa que su marido se había quitado
descuidadamente la noche anterior, lo que la hizo darse cuenta que estaba
desnuda. Se vistió a tientas. La presión en su cabeza le dificultaba ver o
concentrarse en otra cosa que no fuesen las palabras Flores solares.
Flores solares.
Flores solares.
Flores solares.
Se dirigió a la puerta a ciegas.
—¿Clara? —murmuró un somnoliento Vlad tras ella.
—Flores solares —dijo ella.
—¿Flores…? —repitió él, confundido.
Ella lo ignoró. La pequeña casa estaba vacía cuando ella atravesó el corto
pasillo a la entrada. Las palabras parecían rebotar de las paredes. ¿Cómo podían
dormir con tanto ruido? Sus instintos le dijeron que escapara. Corrió a la entrada,
trastabillando y milagrosamente manteniendo el equilibrio. Empujó con fuerza la
puerta, resbalando y apoyándose contra el marco.
¡Flores solares!
Un rebaño de ceffyls rodeaba la casa, obstruyendo la calle aledaña por más de
una cuadra, sus ojos aparentemente enfocados en ella. Vagamente notó gente tras
el rebaño, señalando a los animales. Las bestias intentaron acercarse a ella, la
imagen de la flor agolpándose en su mente.
Flores solares.
—Deténganse —sollozó ella. —Por favor, deténganse…
—¿Clara, qué está…? —Vlad apareció tras ella. —¿Qué es esto?
Vlad bloqueaba su retirada de vuelta a la casa, por lo que ella se deslizó por la
pared hacia el patio trasero. Pisoteó unas plantas con sus pies desnudos, pero no
le importó. Los ojos de los animales la siguieron, haciendo pequeños movimientos
como si fueran a seguirla.
Flores solares.
Las criaturas la bombardearon con imágenes de la misma flor en diferentes
lugares. Su mente tradujo las palabras rebotando en su cabeza. Trató de
bloquearlas, pero fue en vano.
—¡Sáquenlos de aquí! —gritó un hombre.
—¿Están atacando? —preguntó una voz más joven. —Nunca los he visto
actuar así.
Temblando, Clara cayó en cuenta de que estaba atrapada entre las criaturas y
el bosque que crecía tras la casa de Arianwen. Alzó las manos, volviendo sus
palmas hacia las bestias, tratando de responder. Al principio parecieron más
nerviosas, pateando el suelo. Intentaron rodearla. Se escucharon gritos en la
distancia, pero se vieron ahogados por la desesperación de los ceffyls.
—¡Clara! —gritó Vlad. Ella abrió los ojos brevemente para ver a su marido
tratando de abrirse paso hacia ella.
Ella no respondió. Cerró los ojos y transmitió una imagen de la flor hacia las
criaturas. El torrente de imágenes se calmó cuando notaron que ella entendía. Ella
lo repitió varias veces, tratando de hacerles saber que había recibido el mensaje.
La cabeza le latía de dolor. Había demasiadas voces.
—Flores solares —susurró. —Entiendo que quieren hablarme de las flores
solares.
Flores solares.
—Si, flores solares —respondió ella. Inmediatamente las imágenes cambiaron.
No podía interpretarlas. Eran confusas y al azar, viniendo de demasiadas mentes a
la vez, pero había un dejo de desesperación en el mensaje que los ceffyls trataban
de transmitirle. Sin saber que decirles, ella transmitió la imagen de vuelta. Esto
pareció calmar a los animales, y su intensidad se calmó.
—¡Clara! —la voz de Vlad sonó más cerca. Sintió su mano en su brazo. —¿Qué
sucede? ¿Qué haces?
Débilmente, ella parpadeó. El rebaño empezó a dispersarse, seguros de que su
mensaje había sido entregado. Ella se bamboleó, completamente drenada de
energía, tanto física como emocionalmente. Los animales se llevaron un trozo de
ella con ellos. Los sentía adentro. Eran demasiados. Fue incapaz de mantenerlos a
raya y habían pisoteado sus emociones.
Con la mirada desenfocada, buscó el rostro de Vlad. Sus facciones parecían
distorsionadas, casi animales. Debía ser un truco de la luz. Abrió la boca para
gemir.
—Flores solares.

***

—¿Flores solares? —repitió Vlad, confundido, al atrapar a su esposa que se


desmayaba. La alzó en brazos. Se volvió, dispuesto a enfrentar a las bestias, pero
estas empezaban a dispersarse por los caminos de la villa hacia el bosque.
—¿Vlad? —Arianwen llegó al patio, mirando el daño a sus plantas. Estaban
pisoteadas. —¿Qué pasa? ¿Hubo una pelea? ¿Enviaron bestias a proteger el
rebaño?
—Calma, Ari. No es necesario que te rapes la cabeza y saques tus cuchillos —
Tomos apareció tras su esposa, besando su mejilla cariñosamente. Tomos y
Arianwen tenían más o menos la misma edad que tendrían los padres de Vlad de
haber vivido, pero parecían mucho más jóvenes, lo suficiente para ser sus
hermanos. Así eran las cosas en este planeta. Cuando la gente llegaba a vivir
cientos de años, la jerarquía de la edad tendía a relajarse una vez que un Draig
llegaba a la madurez. Tomos continuó, —Nos habrían avisado de haber una pelea
tan al norte. Uno de los mensajeros habría venido.
Vlad no lo había escuchado regresar de las minas. Había estado muy enfocado
en su esposa la velada anterior. Tomos miró a Vlad, asintiendo ligeramente, y
entonces, más curioso que preocupado, se dirigió a hablar con sus vecinos
mientras los ceffyls se marchaban de la villa.
—¿Por qué Lord Alek envió a los ceffyls a la villa? —preguntó Arianwen,
mirando a Vlad como si él pudiese conocer automáticamente tal cosa. Paseó una
horrorizada mirada por su jardín destruido. —Anoche apenas llovió. No hay razón
natural para que los ceffyls vinieran de esta manera a la villa.
Vlad apretó a su esposa contra su pecho.
—Creo que vinieron a hablar con Clara —no sonaba convencido. Ni siquiera
para sí mismo.
—¿Hablar con tu esposa? —dijo Arianwen pareciendo dudosa, mirando a la
dama desmayada.
—Clara es especial —explicó él.
—Todos los hombres creen que sus mujeres son especiales, si no los dioses no
lo bendecirían con dicha mujer.
Vlad apretó con más fuerza a su esposa, enfocándose en su respiración y su
pulso.
—Anda adentro —le dijo Arianwen, haciendo señas a la puerta. —Ponla en la
cama —al pasar junto a ella, Arianwen le palmeó el brazo. —Muchacho, tienes que
dejar de tratar a tu esposa como si fuera un hombre. Cada vez que la miro está
lastimada o desmayada, y hoy apenas es el segundo día. Tienes que cuidar mejor
de ella. Claramente es delicada.
—Pero yo no hice nada —protestó él.
—Mmm hmm —murmuró ella. Vlad parpadeó, confundido, queriendo saber
que creía saber ella, ya que no tenía ni la menor idea de lo que pasaba.

***

—Odio las flores solares —masculló Clara, abriendo los ojos. Estaba de vuelta
en la cama, en la casa de los plebeyos. Estuvo a punto de creer que había soñado
el incidente con los ceffyls.
Vlad entró de sopetón.
—Clara, estás despierta.
Ella dio un respingón de la sorpresa, enredándose con la sábana y cayendo del
otro lado del colchón. El corazón le latía aceleradamente.
—Ari dijo que te dejara dormir, pero he estado esperando que despertaras…
—¿Dejas que una plebeya te dé órdenes? —preguntó ella, tratando de
enderezarse y controlar su respiración. ¿Él había estado esperando afuera todo el
tiempo?
—Ella es como una madre —respondió él, a la defensiva.
—Es demasiado joven para ser tu madre —replicó Clara, lógicamente. Le dolía
la cabeza con un dolor residual, pero el latido había desaparecido y estaba
agradecida por ello. No prestó mucha atención a lo que dijo. —Y aunque fuese lo
suficientemente mayor, eres noble. No conozco a ningún noble de tu edad que
deje que su madre lo mangonee de esa manera, mucho menos una sustituta.
Vlad clavó los ojos en la pared y respiró profundo. Cuando volvió a mirarla, su
expresión parecía más cerrada. Debió sentirse contenta de que él disimulara sus
emociones, pero en lugar de ello se encontró preguntándose que escondía.
—Si nuestros hijos no te respetan, se las tendrán que ver conmigo —la fuerza
de sus palabras la sorprendió.
—Espero que me respeten. Pero no esperaría que tomaran todo lo que salga
de mi boca como evangelio.
¿Hijos? La idea se le antojó extraña. Se rozó el vientre con la muñeca.
—Si no escuchan tus opiniones y las consideran a fondo, tendrán que vérselas
conmigo —su tono no daba cabida a peros, así que ella no lo cuestionó.
—Cómo desees, mi lord.
Vlad se acercó a ella, tomando la manta. La jaló, liberándola del enredo en su
pie. Ella no había notado que seguía enredada. Cuando la tocó, un escalofrío le
recorrió la pierna. Encogió los dedos de los pies. Quería que él le acariciara la
pantorrilla, pero no lo hizo. Su mano permaneció en su pie al sentarse junto a ella.
—Aunque admito que yo no escuchaba a mi padres de niño —sus dedos
recorrieron su pierna. —Cambié de forma y hui al bosque cuando tenía tres años.
Me quedé ahí tres semanas. Mi madre estaba a punto de perder la cordura.
Cuando me encontró, estaba acurrucado en un nido de aves de rapiña, fingiendo
ser un polluelo —su risa era infecciosa y ella intentó sonreír nuevamente. Esta vez,
el gesto hizo que su rostro se iluminara. —Tienes una hermosa sonrisa.
Clara no supo que responder, por lo que dijo.
—Seguramente estaban preocupados de que el enemigo de los Draig te
hubiese secuestrado. Los niños nobles son valiosos.
—Los Var no tenían necesidad de meterse con un dragoncito jugando a ser
pájaro en el bosque. Creo que a la que tenía que tenerle miedo era a la madre.
Esas criaturas no aprecian intrusos en sus nidos —su mano se movió un poco más
arriba. —Además, en ese entonces no tenía título. Mis padres estaban vivos.
El intento de Clara de sonreír se desdibujó por completo. De pronto, algunos
de sus comentarios y expresiones tuvieron sentido.
—Eres un huérfano, adoptado por la nobleza.
—Lo fui.
Un noble que no había nacido noble. Tenía sentido.
—Y todo lo que dije… —ella bajó la mirada. —Lo siento. No me di cuenta. No
quería…
—Está bien, Clara.
—Pero te dije que lo que importaban eran las circunstancias de tu nacimiento,
no…
—Lo recuerdo —él se rió. —No me ofende. No creí que tuviésemos las mismas
opiniones en todo, pero trabajaremos en nuestro matrimonio. Los dioses no nos
habrían juntado de no ser posible.
Ella se miró el pie. Podía sentir el calor de su mano contra su piel. Eso le
dificultaba concentrarse.
—Como Oficial Minero, es mi deber supervisar las minas —dijo él. —Hay un
problema con el equipo.
—Entendido. ¿Cuándo nos vamos? —Ella no se apartó.
—¿Quieres venir?
—Es mi deber, a menos que me ordenes quedarme.
—No deseo darte órdenes —él volvió a sonreír y ella respiró profundo,
dándose cuenta de que se había habituado a la expresión. —Me sorprendes,
esposa.
—Yo… —ella no supo responder. La mano de él se quedó en su tobillo.
¿Ella lo sorprendía?
Él carecía del refinamiento de la mayoría de los hombres que conocía. Pero
ella había rechazado a todos los pretendientes antes que él. Había algo en su
comportamiento que le agradaba. Lentamente, Clara alzó la mano para tocarle la
mejilla. Vaciló antes de hacer contacto. Los dedos le temblaron al rozar el hoyuelo
en su rostro.
—No eres como los hombres de mi mundo —susurró. —Raramente sé cómo
leer tus emociones. Hay demasiados cambios en tu rostro. A veces, adentro, siento
como si te hubiera decepcionado, pero sonríes de todas maneras. Te ríes solo
cuando no hay nada por qué reírse. Los otros también lo hacen. Sus rostros y
gestos no siempre concuerdan con lo que sucede en su interior. Lo encuentro
confuso y complicado. Y ninguno se bloquea de los demás. Me resulta imposible
saber quién siente qué en un grupo grande —antes de que él pudiera responder,
ella detectó la urgencia burbujeando dentro de él y decidió cambiar el tema, ya
que no estaba segura de querer oír su respuesta. —Déjame verte transformado. Lo
sentí en la tienda matrimonial cuando tomaste mi mano. Tienes una bestia atada
en tu interior.
La respuesta de Vlad fue el endurecimiento de su piel. Sus ojos se tornaron
dorados, como dando vueltas, llamándola. Ella rechazó el llamado magnético. Los
ceffyls la habían drenado temprano y ella no podía permitirse dejarlo entrar. Los
animales no habrían podido normalmente acabar con sus defensas, pero habían
sido demasiados. Incluso ahora podía ver las extrañas y a veces mórbidas
imágenes que le habían transmitido.
La piel de Vlad siguió endureciéndose, volviéndose más oscura cuando la
transformación bajó de su cuello a su espalda. Una línea surgió de su frente,
cubriendo sus cejas y nariz con una capa de tejido grueso. Garras crecieron sobre
sus uñas y unos afilados colmillos surgieron de su boca.
Ella lo estudió, sin temor. En esta forma sus emociones estaban adormecidas y
más fáciles de lidiar.
—Es sorprendente —ella le palmeó la mejilla. —Tu cuerpo es como una
armadura —rozó su cuello. —¿Te pueden lastimar?
—¿Por qué? ¿Deseas apuñalarme? —la voz de él sonó ronca y profunda.
Ella volvió a palmearlo.
—Me sorprende que la Federación no los haya reclutado a un programa de
cría. Lo intentaron en nuestro planeta, pero resultamos demasiado difíciles de
negociar.
La piel de él volvió lentamente a la normalidad, pero sus ojos permanecieron
dorados.
—No pertenecemos a la Federación. No hay por qué buscar en las estrellas
cuando ya tenemos la perfección a nuestro alcance —aunque él hablaba de su
planeta, ella sintió que el cumplido era para ella por el modo en que la miraba.
—Con respecto a los programas de cría —continuó él, —solo nos apareamos
con aquellas que los dioses nos envían.
—Entonces nunca has… —ella se sonrojó.
—Algunos hombres jóvenes buscan placer con mujeres itinerantes, porque
son hombres y a veces pasan cientos de años sin mujer, pero no es algo que quiera
discutir con mi esposa. Nada de eso importa —sus ojos brillaron más fuertemente.
—Apenas te vi, supe que no habría nadie más. Eres mi destino y soy un hombre
tremendamente afortunado. Pasaré el resto de mi vida probando que te merezco.
Ella sonrió sin pensarlo. Por primera vez, no trató de contenerlo.
Él también sonrió.
—No sé qué querían los ceffyls contigo, pero me gusta el cambio. Pareces más
relajada.
—Querían hablarme de las flores solares. Fueron muy insistentes —ella se
concentró en su mano contra su rostro. La sensación de la piel le hacía cosquillear
la mano. Se estremeció. Todo en su interior estaba enfocado en él. —Creo que
deben ser adictos a la flor.
Vlad le tomó la mano, apartándola de su rostro. Empezó a acariciarle la palma.
—Tienes un don muy raro y hermoso.
—No es tan raro en mi planeta. Me parece curioso que algo tan mundano en
mi planeta sea algo tan fascinante aquí.
—Dudo que tengas algo mundano, esposa, en tu planeta o algún otro —sus
palabras fueron un susurro. —Creo que te gustaría hablar con mi hermano Alek. Él
es un experto en esas bestias. Las entiende mejor que nadie.
—Cómo desees, mi lord —Clara asintió. —Quizás él pueda ayudarme a
entender que intentaban decirme, ya que no tengo idea por qué debería necesitar
que me digan sobre las flores solares y el nacimiento de crías de ceffyls —ella se
estremeció. —Las imágenes fueron algo engorrosas —su muñeca libre rozó su
vientre. Las imágenes habían sido espantosas, húmedas, sangrientas y babosas.
Las imágenes del parto no eran como ella creía. Afortunadamente, ella estaría
dormida cuando llegara el momento de sacar al bebé. Era una dama, después de
todo, y los avances tecnológicos debían aprovecharse.
—¿Cómo desee? —repitió él, pensativo. —¿Qué hay de lo que tú desees?
Ella no estaba segura de cómo responder. Nadie le había preguntado nunca
que deseaba.
—Deseo saber más de tu cultura. ¿No tocas las cosas por tus poderes? —
preguntó él.
—Si, es la tradición. Una dama no toca las cosas de otro. Debemos mantener
las manos limpias. Además, sería incómodo estar leyendo sin querer los
pensamientos privados de otro todo el tiempo.
—¿Y por qué tan tiesa al sentarte?
—Una dama debe tocar lo menos posible. No apoyamos los brazos en los
muebles. No reposamos la espalda contra el espaldar. No nos apoyamos de
paredes o mesas.
—No comes una comida completa. No te quejas en voz alta. No montas
animales que no te hayan dado permiso. Raramente sonríes o te ríes o demuestras
lo que piensas sin palabras —sus ojos buscaron el sitio donde ella se había
lastimado. —No te quejas ni pides atención médica cuando claramente la
necesitas. Soportas mucho en silencio, ¿verdad, mi Clara?
—Las emociones se comprenden cuando es necesario. No hay necesidad de
que un extraño las lea —ella estiró la mano cuando las garras volvieron a crecer
sobre las uñas de él. Él continuó acariciando su palma, repitiendo patrones. La
filosa garra no la lastimó, más bien encendió un terrible deseo en su interior.
—Puede que hayamos sido técnicamente extraños en nuestra noche de
bodas, pero eso cambia rápidamente. ¿Puedes sentir la conexión?
Clara asintió lentamente. La sentía.
—No hay razón para demostrar emociones. El hacerlo solo complica las cosas,
especialmente en un matrimonio. Jamás vi a mis padres mostrar ningún tipo de
afecto entre ellos. Su matrimonio fue arreglado, como el nuestro, supongo.
Entonces él sonrió, pero era una sonrisa distinta, quizás algo triste por lo que
ella acababa de decir. Pero pudo sentir que el deseo que sentía por ella crecía. Las
emociones conflictivas la confundieron.
Vlad continuó acariciándole la mano.
—No puedo saber qué piensas con solo mirarte, pero espero algún día
entenderlo. Solo sé que cuando me miras y sonríes, siento placer. Cuando bajas la
mirada y dices “cómo desees” siento tristeza.
—¿No deseas que las cosas sean exactamente cómo quieres? —esto la
sorprendió, haciéndola apartar las manos de él. Él la soltó, retrayendo las garras.
—Todo el mundo desea que las cosas sean exactamente como quieren. Pero
la vida no es así. La realidad no se distorsiona a la voluntad de nadie. ¿Y qué hay de
lo que tú quieres? Quizás lo que yo deseo es que hagas lo que tú deseas, esposa
mía, aunque vaya en contra de mis deseos.
Clara estaba al tanto de sus alrededores. Este no era su planeta natal, era la
cabaña de unos plebeyos en el bosque. No había nadie mirándola o juzgando, solo
su marido, un hombre prácticamente rogándole que hiciera lo que quisiera. Aquí la
gente sonreía cuando se sentía feliz y fruncía el ceño cuando no, y a veces hacían
lo contrario a lo que sentían. Se llenó de confusión. Este planeta estaba en contra
de todo lo que habían inculcado. Parte de ella quería regresar al cómodo
estoicismo de la nobleza de Redde. Los ojos de su esposo le suplicaron que no lo
hiciera.
—Quiero sentir dentro de ti —ella alzó las manos con las muñecas hacia
afuera y cerró los ojos. No era lo mismo que leer a los animales. Las personas eran
más complicadas. Conocían el arte del engaño. Eran difíciles y agotadoras, pero en
este momento no le importaba. Se proyectó hacia afuera para poder captarlo. La
primera imagen fue un beso. La boca de él sobre la suya en el bosque. Tenía tierra
en la mejilla y en las manos de su marido. Un pájaro trinó y el sonido hizo eco en
su mente.
Su mano tocó piel y ella abrió los ojos para encontrarse acercándose a los
labios de su esposo. Lo besó.
—Tienes tanta emoción por dentro. Es salvaje, arañando la superficie para
salir como si estuviese reprimida. ¿Pero cómo puede estar reprimida si se
manifiesta con tanta facilidad en tu rostro?
La boca de él se movió contra la suya. Lo sintió sonreír. Los dedos le
cosquillearon.
—Es mi turno, sentir dentro de ti —él deslizó la mano por su muslo. Ella se
arrodilló en la cama y él la empujó para que se acostara.
Clara apartó la mano de su rostro, pero dejó una huella en su mejilla. Él se
quitó la camisa, lanzándola al suelo. Los dedo de ella todavía cosquilleaban, por lo
que le tocó el pecho, apretando la palma un momento antes de quitarla. Vlad
contuvo el aliento. Nuevamente quedó la huella de su mano sobre su piel. Se
desvaneció lentamente, aunque la huella en su rostro permanecía.
—Mm, me gusta cuando me tocas así —susurró él, inclinándose para besarle
el cuello. —Es como una corriente eléctrica.
—Debe ser algo de nuestras biologías —dijo ella, tocando su brazo para dejar
otra huella leve. Mientras más tiempo apretaba la mano, más duraba la huella.
—Es la prueba de que somos perfectos el uno para el otro. Nuestra conexión
es tan fuerte que deja marcas.
Clara escuchó una risita y se puso rígida, miró a su alrededor, asustada.
—¿Qué pasa? —preguntó Vlad.
Al no ver a nadie más, Clara se llevó la mano a la boca. El ruido había salido de
ella.
—Yo —las palabras se vieron interrumpidas por otra risita.
Vlad gimió y siguió besándola, lamiendo con fuerza y chupando con gentileza.
Luego de empezar, ella no pudo detenerse. Otra risa se le escapó. La dura mano
con la que controlaba sus emociones se disolvió al elegir a su marido por sobre su
pasado. Se sintió libre.
Su esposo se movió sobre ella, desvistiéndola lentamente. Su piel desnuda
rozó la de él mientras le abría las piernas con la rodilla. Besó sus clavículas,
bajando por su pecho y vientre dejando un caminito húmedo de besos mientras
rozaba sus costados con las uñas. Besó su ombligo antes de lamer hacia sus
sensibles muslos.
Ella cerró los ojos, jadeando. El corazón se le aceleró. Cada caricia le pareció
más profunda. El cabello de él le cosquilleó entre los muslos mientras la rozaba
con su lengua húmeda. Ella le acarició el cabello y los hombros, asombrada del
placer que se irradiaba por sus brazos al tocar. De haber sabido que tocar algo era
tan placentero, habría roto las reglas de etiqueta mucho antes.
Vlad le chupó el clítoris. Ella abrió automáticamente más las piernas,
ofreciéndosele. Le echó una pierna sobre la espalda, acariciándolo con la planta
del pie. La sensación de su pie contra los músculos de su espalda fue demasiado,
pero ella no pensó en detenerse en ningún momento. Nada importaba. Sus
pensamientos mutaban automáticamente a puro placer.
Como si sintiera su completa sumisión a sus propios sentimientos, él la
penetró con la lengua. Pronto la siguió un dedo, acariciándola por dentro y
brindándole ola tras ola de placer. Ella intentó morder la almohada para acallar sus
gemidos, pero no alcanzó. Se apoyó contra la pared de piedra para empujarse más
contra sus dedos.
Él la cubrió con su cuerpo, todavía acariciándola. Le sacó los dedos, dejándola
vacía y ansiosa.
—¡No! —exclamó, empujándolo para que volviera a bajar. Arqueó las caderas,
buscando contacto. Escuchó un gruñido satisfecho sobre ella y entreabrió los ojos
para ver su sonrisa pícara.
—Por favor.
—Cómo desee mi amada —dijo él, empujando las caderas hacia adelante.
Su dura erección reemplazó los dedos y ella gimió aprobatoriamente. La
sensación de su pene era mucho más satisfactoria que sus dedos y la llenaba por
completo. Abrió las piernas, dejándolo llevar el ritmo. Afortunadamente él estaba
tan ansioso como ella y se empujó con movimientos rápidos y precisos. Ella arqueó
la espalda y él le alzó las piernas por las rodillas. El cambio de posición profundizó
la penetración.
Sus movimientos se volvieron más frenéticos y salvajes . Sus senos se
movieron. Él enganchó su rodilla con su brazo, levantando su pierna, abriéndola
más. El cambio de intensidad amarilla llenó su mirada. Aunque no se movió de
otra manera, ella sintió la bestia indómita dentro de él. Todo lo que pudo hacer
fue aguantar mientras él la montaba.
—Justo así, Clara —gimió él roncamente, cabalgando sobre ella. —Clara.
Como obedeciendo, ella llego al clímax . Clara respiró profundo, tensándose
por completo. No podía moverse, apenas podía respirar. Se estremeció por
completo. Segundos después, su liberación se unió a la de ella. Disfrutaron de las
sensaciones abrumadoras durante un largo momento antes de que finalmente se
derrumbara junto a ella en la cama.
—Quizás las minas puedan esperar hasta mañana. No quiero dejar la cama
hoy —susurró él, cerrando los ojos.
Se acomodó junto a ella, acurrucándola contra sí y quedándose dormido casi
al instante. Ella no durmió. Se quedó pensando en lo que acababa de pasar
mientras descansaba en sus brazos. Se tocó los labios, pensando en cómo se veía
al sonreír. El concepto aún le parecía extraño.
—Hermosa —murmuró él en sueños. —Te ves hermosa.
Capítulo 10

Pasó más de una semana antes de que pudieran visitar las minas. Primero,
Vlad no deseaba dejar su lecho, o más bien a su esposa en su lecho. Entonces
vinieron las lluvias, manteniéndolos adentro por días mientras la villa era asaltada
por una verdadera tormenta. Aunque Clara estaba segura de que los hombres
habrían podido salir en la lluvia, se sintió agradecida de que su marido no la hiciera
enfrentar el clima.
Clara estaba acostumbrada a que hubiera mucha gente en casa, pero no
estaba acostumbrada a un espacio tan pequeño. Descontando los lugares a los que
no estaba invitada, tenía pocas opciones a la hora de buscar privacidad. Esto la
obligaba a esconderse en la habitación que compartía con Vlad o a unirse a la
familia. La compañía lógica era Arianwen, ya que era mujer, pero su anfitriona era
tan dura como cualquier hombre en muchas maneras. Además, estaba rodeada de
hombres. Tomos bromeaba sin parar con su esposa y ella lo regañaba, muchas
veces mangoneándolo como si ella fuese un hombre noble y él su sirviente.
Los hijos eran todos altos y fornidos, buen ejemplo de la población del
planeta. Sven la miraba con curiosidad todo el tiempo. A veces se le quedaba
mirando al rostro, pero ella no se sentía amenazada. Matus le hablaba como a una
igual y siempre se esforzaba en incluirla en la conversación. Siempre notaba
cuando ella dejaba de entender sus anécdotas e incluía más detalles en su
narración. El tipo hablaba mucho, pero todo lo que contaba era interesante. Nolan
era el incorregible del grupo. Sus chistes a veces rayaban en lo inapropiado, pero
los contaba con tanta gracia que ella no tenía corazón para regañarlo y recordarle
su lugar como plebeyo. Lo más gracioso era que ninguno de ellos parecía pensar
que el estatus social importara. Trataban a Vlad como a uno más. Eran más
cuidadosos con ella, pero Clara pensaba que se debía al hecho de que no la
conocían lo suficientemente bien. Podía imaginase siendo protagonista de uno de
los cuentos de Matus el año venidero, o víctima de una de las bromas de Nolan.
Sin preguntar, Sven le sirvió una cucharada extra de comida antes de servirse
de la misma sustancia amarilla esponjosa. La cantidad que le dio estaba muy por
encima de la porción de una dama, pero alzó la mano para quejarse muy tarde.
—Lo necesitarás. Hoy treparemos bastante —dijo él deteniendo cualquier
cosa que ella pudiera decir. —Nuestro destino de hoy queda bastante adentro de
las minas.
Clara miró el plato frente a ella, sabiendo que no había manera de que
pudiera terminárselo todo. Ya tenía el estómago al límite. Era algo que le
molestaba mucho más que otra cosa. Intentaban hacerla comer más y
comentaban sobre su peso como si fuese algo por corregir. Todos sus escaneos
mostraban que estaba en perfecto estado de salud. Detestaba sentir que
monitoreaban su alimentación.
Vlad estaba sentado junto a ella, frente a Sven, con un brazo alrededor de su
hombro. Matus terminaba de contarles que Sven solía caminar dormido y cómo lo
habían encontrado una vez montado en un árbol, desnudo y piando como un
pajarito.
—¡Eso no pasó! —se quejó Sven. —Si estaba desnudo, pero no estaba
montado en un árbol y no piaba.
—Estabas dormido, ¿cómo puedes estar tan seguro? —preguntó Nolan.
—Yo no estuve al momento, pero estabas bastante arañado cuando te
trajeron de vuelta a casa —agregó Tomos, uniéndose a las burlas de sus hijos.
Clara miró su plato y probó algo de la cosa amarilla esponjosa. Era demasiado
dulce. Vlad le robó un bocado, guiñándole el ojo. Ella lo miró agradecida. Casi
sentía las primeras arcadas. Tomó algo de agua para quitarse el sabor. Nadie
pareció notar el robo de Vlad.
—¿Qué clase de minerales extraen? —preguntó Clara al acallarse las bromas.
Todos voltearon a mirarla sorprendida.
—¿No lo sabes? —preguntó Arianwen, en un tono que daba a entender que
no se lo esperaba. —Creí que todo el universo sabía de nuestras minas.
—Galaxa—prometio —respondió Tomos.
Esas palabras no significaron nada para Clara.
—Es un metal semiradioactivo con propiedades estables, y un mejor
combustible para largos viajes estelares —explicó Matus. —Los capitanes lo
prefieren para viajes largos porque necesitan menos peso de combustible para
recorrer distancias más largas.
—Estas montañas están repletas de eso —agregó Nolan. —Y nosotros lo
extraemos.
Sven miró el plato de ella, ahora vacío, y asintió. Aparentemente no había
notado que había recibido ayuda con el postre.
—Es bastante único. Somos uno de los pocos planetas que lo tiene en
abundancia —continuó Matus.
—¿Y tú estás encargado de todo el sistema? —Clara miró a su marido con
curiosidad. Si lo que decían era cierto, era bastante probable que su marido
estuviese a cargo de toda la prosperidad económica de su pueblo. Era una
responsabilidad enorme para alguien no nacido en la nobleza. Vlad debía ser
ciertamente muy respetado entre los suyos.
—De las operaciones de día a día, producción, bienestar de los trabajadores…
—Vlad dejó la frase sin terminar, como si su papel en la economía de Qurilixen
careciera de importancia. —Las minas son la responsabilidad familiar desde hace
siglos. Mirek se encarga del lado político.
—¿Y este problema lastimará la economía? —preguntó Clara.
—Tenemos un exceso de producción —dijo Tomos. —Así que este accidente
no nos retrasará.
Vlad asintió.
—Todavía tenemos que averiguar qué lo causó. Si es un problema con el
equipo, el esperar los reemplazos puede retrasarnos.
—Ciertamente —Tomos asintió. Sus hijos imitaron su gesto. Clara pudo sentir
lo seriamente que se tomaban su trabajo.
—La Federación puede facilitarles las cosas, ¿no? —preguntó.
Arianwen se levantó y empezó a recoger los vasos.
—La Federación tiene demandas muy altas, por lo que lidiamos con ellos lo
menos posible. Normalmente salimos beneficiados. No les interesamos como
planeta, solo nuestras minas —Vlad recogió los platos antes de tendérselos a
Arianwen, quién los llevó a la cocina, y él continuó. —Mientras minemos, ellos
están satisfechos. Mientras ellos nos paguen, nosotros nos damos por bien
servidos.
Arianwen regresó de la cocina con un saquito en las manos. Se lo entregó a su
esposo.
—Envía a uno de los chicos si te vas a quedar más tiempo esta vez. Sé que
siempre estás seguro, pero no me dejes preocupada toda la noche porque perdiste
la noción del tiempo. Otra vez. Aquí tienes comida.
Tomos asintió y le sonrió amorosamente a su esposa.
—¿Cómo puede un hombre tener tanta suerte? —la besó sin pensar en la
compañía.
—Los dioses sintieron lástima por ti y me mandaron —respondió ella, aunque
su amorosa mirada le quitó todo lo burlón a su juego.
Tomos miró a Clara, notando que los miraba. Le sonrió educadamente y besó
a su esposa una última vez antes de marcharse.
—Gracias por tu amabilidad, Arianwen —dijo Clara antes de seguir a Vlad.
—¿Te pusiste las botas que te presté? —preguntó Arianwen. Clara asintió. —
Bien. Ten cuidado en las minas. Quédate cerca de Vlad. Él te protegerá.
La advertencia le sentó incómoda, pero volvió a asentir antes de salir. Clara
miró por la calle, asegurándose que los ceffyls no estuviesen cerca. El suelo había
empezado a secarse, pero quedaban algunos charcos. Ella apenas había
recuperado sus energías mentales. Los niños jugaban en la calle, saludando
desenfadadamente a los trabajadores de camino a la cascada.
Los hombres caminaban en calma, como disfrutando la mañana. El camino por
el que andaban estaba roído por décadas de uso, plegándose a la montaña. En
algunos lugares ella se vio obligada a saltar para no enlodar sus botas prestadas.
Parte del sendero colindaba con un risco, que daba a una arboleda. Partes del risco
estaban gastadas, como si los hombres acostumbraran a deslizarse risco abajo.
La brisa que venía de la cascada era fresca, más no húmeda. El ruido del agua
contra las piedras hacía eco a su alrededor. Los árboles crecían frondosos en el
valle a sus pies, las copas de algunos lo suficientemente altas para tocarlas. Ella
alzó el brazo, rozando algunas ramas. Se estremecieron, y de ellas emergió un
pájaro rojo, trinando enojadamente. Clara saltó del susto, trastabillando, y Vlad la
sujetó.
El tacto de Vlad inmediatamente guió la atención de ella hacia él. El aire fresco
se llenó de su olor. A ella le gustaba su olor, y se encontró respirando
profundamente.
La entrada de la cueva estaba escondida tras una roca que nacía de la
montaña misma. Tomos y sus hijos saltaron sobre la roca y desaparecieron del
otro lado, como si esa fuese su forma habitual. Vlad la guió alrededor de la roca, a
una entrada más fácil. Unas frondosas lianas verdes crecían alrededor de la
entrada. De no ser por las huellas dejadas por el paso habitual, ella jamás habría
adivinado que ese agujero en la montaña escondiera algo más que su belleza
natural.
¿Toda la economía de los Draig dependía de lo que estaba tras ese agujero?
Adentro, la abertura daba a una amplia caverna, iluminada por la luz reflejada
por unos enormes cristales. Había otros más pequeños en el techo y paredes de la
caverna, con columnas gigantes uniendo al azar el techo del suelo y las paredes
unas de las otras. Estas bloqueaban el camino adelante y los hombres tuvieron que
trepar sobre algunas estructuras.
Clara rozó el cristal con el dorso de la muñeca. El cristal era liso y fresco.
Aunque los hombres no parecían tener problemas trepando, Clara miró dudosa
sus faldas.
—Te ayudaré —dijo Vlad. —Sigue mis pasos.
Clara asintió nerviosamente. Las botas prestadas se adhirieron a la superficie
del cristal, brindándole más tracción. Vlad trepó adelante y le tendió la mano. Los
dedos de ella cosquillearon al tocarlo, pero ella se sujetó con firmeza, dejándolo
jalarla. De pie sobre el cristal, ella sonrió orgullosa. Para los hombres podría ser
algo normal, pero ella acababa de trepar su primera roca. Algo que en su planeta
sería impensable.
—¿Es de aquí de dónde sacan sus cristales? —preguntó ella, señalando el que
colgaba del cuello de Nolan.
—No, estos son básicamente inútiles. Solo previenen que los animales entren
a la caverna —respondió Nolan.
—Y que los animales de las cavernas salgan —agregó Matus, saltando de la
formación cristalina. Clara bajó cuidadosamente por el borde, agradecida de haber
tomado las botas prestadas y no las suyas, tan tiesas.
—Nuestros cristales vienen del fondo del Lago de Cristal, que queda cerca del
palacio. Cuando nazca nuestro primer hijo, te llevaré para que veas de dónde
sacaré su cristal para que algún día sea tan bendecido como nosotros —Vlad se
volvió, guiándola a los cristales.
Clara disimuló su expresión al recordar los planes de sus padres para ella.
Esperaban que regresara a casa con el niño y no le dejarían usar el cristal sin tallar
del pueblo de su padre. Esperarían que usara joyería fina, digna de un joven noble
de Redde. Para ellos, la piedra sería horrenda y barbárica. ¿Quitarle el cristal de
alguna manera maldeciría al niño?
No quería pensar en ello, por lo menos no ahora.
—Si pudieras tener esos bebés pronto, Vlad, te lo agradeceríamos. Creo que
nuestra madre solo quiere que vayamos a la Ceremonia de Apareamiento para que
le demos bebés a los que malcriar y hacerles ropa —dijo Sven.
—Secretamente desea que uno de nosotros tenga una niña —agregó Matus.
—Cree que las niñas lanzan cuchillos mejor que los niños —explicó Nolan, —y
quiere pasar sus habilidades a la próxima generación.
Clara llegó a la última columna de cristal y vio como Vlad saltaba. Le tendió la
mano y lo dejó ayudarla a bajar. El ejercicio le había sonrojado las mejillas e
intentó controlar su respiración. Los hombres no parecían afectados por el
recorrido.
Las paredes azuladas de la caverna estaban mezcladas con un tono plateado.
La caverna se amplió al internarse en ella. Había piedrecillas sueltas en el suelo,
crujiendo bajo sus botas. Las venas plateadas convergieron en una pared,
tornando la superficie en un espejo plateado que el mostró un reflejo
distorsionado de sí misma. Clara vaciló, mirando su rostro sin pintar y su cabello
recogido en la nuca en lugar de la coronilla. En tan poco tiempo, ya se veía
diferente. Dudaba que sus hermanos o hermanas pudiesen reconocerla.
—¿Clara? —preguntó Vlad en voz baja.
—Disculpa. Pensaba en mis hermanas y cuñadas, que ya deben estar
despertando para tener sus hijos —le dio la espalda a su reflejo, con tristeza. —Me
perderé el nacimiento de mis treinta sobrinos y sobrinas —entonces se enderezó.
—No debería seguir pensando en mi antiguo hogar. Tenemos un deber para con
los mineros. Por favor, continuemos. Les seguiré el paso.
La cueva empezó a estrecharse, luego de dejar la caverna plateada y tomar
otro pasillo. Caminaron en silencio un trecho, hasta que escucharon el sonido del
agua a su alrededor.
El pasillo natural había sido moldeado a un túnel cilíndrico. Las marcas de
herramientas en las paredes demostraban que era obra de personas.
Una dragona había sido tallada en la pared. Su fiera piel escamosa parecía
gastada con el tiempo. Alrededor de ella, había otros dragonas más pequeños,
como rindiéndole culto.
—Esa es Trolla —explicó Matus. —Protectora de las minas. La diosa nos
protege.
—Supersticiones mineras —dijo Nolan.
—Silencio, muchacho —advirtió Tomo. —Respeta a nuestros dioses.
Nolan miró al suelo con expresión culpable y guardó silencio.
Vlad la tomó del brazo al pasaje dividirse en dos.
—Estamos cerca de la cascada.
—No puedes llegar allá ahora —dijo Matus. —El túnel a esa área está más
arriba. El derrumbe lo bloqueó. Afortunadamente no estaba en uso, porque no
tenemos necesidad de ir a la cascada.
—El sitio del accidente está allí enfrente —dijo Tomos. —El dron está del otro
lado —alzó un control remoto que alguien había dejado en el suelo y empezó a
presionar botones. —No responde a nuestra señal.
—De seguro está dañado —Sven tomó el control de manos de su padre y
empezó a presionar botones. —Anoté la locación cuando estuve aquí abajo. No se
movía, así que seguro sigue allí. Si lo podemos recuperar, podremos saber qué
pasó.
Clara no se sentía bien. Intentó controlar su respiración mientras miraba la
pared de piedra. Había soportes colocados contra el techo y rocas movidas
alrededor.
—Quizás no debí dejar que vinieras —dijo Vlad en voz baja.
—Si mi marido está a cargo de las minas, yo debo conocer a fondo sus deberes
—se estremeció, disimulando su incomodidad. —Estaré bien.
—Si las lecturas son correctas, deberíamos estar cerca del vacío. Pero hasta
que podamos verlo no sabremos si el dron envió información errada o si el sonar
está dañado.
—Yo creo que es el sonar —dijo Matus. —Es la única manera de explicar el
colapso. El túnel no habría colapsado así si la roca fuese sólida. Los drones
pequeños son incapaces de taladrar algo tan grande para causar este tipo de daño.
—¿Son caros los sonares? —preguntó Clara. Vlad asintió, pero no parecía
preocupado por el gasto. Ella no pudo evitar recordar cómo había reaccionado él
al pedirle sirvientes. La había hecho creer que no tenían dinero.
—Lady Clara, por favor hágase a un lado. A minar, chicos —dijo Tomos. Todos
cambiaron forma y empezaron a mover pesadas rocas con las manos. Tomos tomó
el mando, dirigiéndolos en el ronco lenguaje de los Draig. Ella no estuvo segura de
cuánto tiempo los miró, pero estaba fascinada por lo fuertes que eran en su forma
de dragón. Por curiosidad, intentó empujar una piedra disimuladamente con la
cadera. No se movió. Su esposo y Sven la habían levantado con facilidad
momentos antes.
Acostumbrada como estaba a estar de pie sin moverse por largos periodos de
tiempo, observó tranquilamente el trabajo de los hombres, solo apartándose
cuando era necesario y al acercarse a estudiar más de cerca la imagen de Trolla. La
diosa le parecía salvaje y peligrosa, todo lo que Clara no era. Acercó la muñeca al
grabado, pero no percibió nada en la piedra, y no lo esperaba.

***

Vlad metió las manos entre dos piedras y jaló con fuerza. Una lluvia de
piedrecillas cayó a sus pies. Sintió que su mujer estaba lejos del área inmediata y
supo que no estaría en peligro.
—Cuidado —advirtió Tomos en su ronco lenguaje.
—La viga está segura —dijo Matus, en el mismo lenguaje.
—Ya casi —dijo Vlad y Nolan fue a ayudarlo.
Varias piedrecillas cayeron al remover la grande. Se apartaron rápidamente,
vigilando la estabilidad del túnel. Varias rocas cayeron, alzando una nube de polvo.
Vlad cerró los ojos, esperando a que el sistema de ventilación disipara el polvo.
Pudo escuchar el suave zumbido del mismo.
—¿Qué…? —Matus se les adelantó. Metió la cabeza en el agujero que
acababan de abrir. Una suave luz brillaba desde adentro, una que no debía estar
allí.
—Matus —advirtió Tomos. —Ten cuidado.
Matus no le escuchó, tomando su control remoto y trepando por la abertura.
Segundos más tarde, gritó.
—¡Encontré el dron!
—¿Vlad? —preguntó Clara suavemente tras ellos. Había palidecido y su
expresión estaba vacía. Él le indicó con la mano que esperara. Ella se les acercó
lentamente. Él pudo escuchar sus pisadas al voltearse a ver a Matus.
—Papá, deberías… —las palabras de Matus sonaron menos roncas, lo que
indicaba que había adoptado forma humana nuevamente. Los otros siguieron su
ejemplo.
—Encontraron al dron —tradujo Vlad para su esposa.
—¿Qué? —preguntó Tomos, revisando la seguridad de la abertura antes de
entrar. Segundos más tarde, gritó, —¡Vlad!
—¿Vlad? —repitió Clara en voz baja.
—Estaré bien —le aseguró él. Vlad fue a seguir a Tomos. Nolan le entregó un
par de linternas antes de que pasara.
La luz venía del dron, que estaba encendido y funcionando. Matus golpeó el
control remoto.
—La señal está bloqueada. El control me dice que el dron está muerto pero
claramente está encendido.
Vlad encendió una linterna y le tendió la otra a Tomos. Iluminaron el lugar
entre los dos. Había extrañas columnas por todas partes, como sosteniendo el
techo. El suelo era liso, con escalones naturales llevando a un riachuelo bajo tierra.
—¿De dónde salió eso? —preguntó Matus al ver el agua bajo la luz de la
linterna. —No debería haber manantiales en este lado de las cuevas. Fluye en la
dirección equivocada —señaló la pared más lejana. —La cascada está para allá. El
agua debería fluir hacia afuera, no adentro.
Tomos se inclinó junto al manantial.
—Esto es tallado, no natural.
Vlad observó las huellas en el borde del manantial. Claramente eran fruto de
una herramienta.
—Son recientes. La piedra no parece envejecida —olisqueó el agua. —Huele
raro.
—No lo toques. Conozco ese olor, pero… —Tomos frunció el ceño. —No lo
ubico.
—Nolan, trae el foco —ordenó Matus.
Vlad exploró con su linterna mientras esperaban a Nolan. Escuchó
cuidadosamente, pero no oyó nada, además de su grupo cerca de la abertura.
Minutos más tarde, llegó Nolan con un enorme foco. Lo posó en el suelo,
encendiéndolo. La luz se reflejó de los cristales en el techo.
Lo primero que Vlad notó fue que las columnas estaban demasiado bien
hechas, talladas con marcas extrañas. No eran marcas Draig.
—Vamos a entrar —dijo Sven.
Vlad alzó la mano hacia la abertura.
—No, espera.
Era demasiado tarde. Sven ya había entrado, ayudando a Clara a pasar por la
abertura. Ella soltó el brazo de Sven y se detuvo a observar. Él notó que sus ojos se
habían oscurecido y se preguntó sobre esa extraña reacción física al lugar.
—¿Son ruinas? —preguntó ella.
—No. Esto no es de hechura Draig —respondió Matus.
—¿Entonces…? —preguntó Clara.
—No sabemos —dijo Matus.
Vlad se acercó automáticamente a su esposa. Quizás no debió dejarla venir.
Cuando ella se ofreció a acompañarlos, él creyó que sería un trabajo simple y una
oportunidad para que conociera el lugar.
—Mi lord —le susurró ella. La voz le tembló ligeramente. —Me dijiste que te
avisara cuando necesitara atención médica. No me siento bien en este momento.
Él le posó la mano en el hombro, besándole la frente para consolarla.
—No estaremos mucho rato. Te protegeré.
Vlad no esperó que le tomaran la palabra tan rápidamente, pero un segundo
después de decirlas, el zumbido bajo de un motor les llegó a través de la piedra.
Los hombres formaron un semicírculo alrededor de Clara.
—¿Los Var? —preguntó Nolan, refiriéndose a sus enemigos ancestrales, los
cambia formas gato.
—Jamás vienen tan al norte —dijo Tomos. —No se atreverían. No les
interesan nuestras minas.
—No me siento… —susurró Clara, débilmente.
Vlad la escuchó jadear, con la vista fija al otro lado de la cueva. El ruido se
intensificó. Él empezó a caminar de espaldas a la abertura.
El agua del manantial empezó a estremecerse.
—El agua cambia de dirección —notó Matus.
—Clara, si te digo que corras, corre. Ve a la abertura —dijo Vlad. —Intenta
regresar a la villa.
Un extraño vehículo alienígena emergió. Su forma circular rotaba alrededor de
un soporte central para moverse adelante. El soporte se sujetaba de los lados del
manantial, dejando las marcas que habían examinado antes. Jalaba una carga de
mineral puro envuelto en una capa de plástico transparente.
—No nos ha visto —dijo Matus en voz baja.
El vehículo hizo amago de detenerse.
—Nolan, toma a mi esposa—ordenó Vlad.
Era casi demasiado tarde. El vehículo se detuvo, la esfera abriéndose.
—Clara, corre —susurró Vlad.
Los hombres cambiaron de forma, listos para la batalla. Esperaron tensamente
a ver al enemigo desconocido que se atrevía a robar de sus minas. Un alienígena
bajito emergió de la nave y saltó al suelo. Aterrizó sobre tres patas cortas,
usándolas como un trípode. Su piel traslúcida tenía un tono lechoso, cubriendo las
brillantes venas azules y moradas. Era imposible saber su género. Unos pequeños
brazos se extendieron de sus gelatinosos costados. Apenas les llegaba a la cintura.
—No —protestó Clara suavemente.
El sonido de su voz llamó la atención del alienígena. Su rostro tenía facciones
humanoides: dos ojillos negros, una nariz pequeña y labios pronunciados. Pareció
sorprendido. Vlad bajó la guardia ligeramente para ver que hacía la criatura. El
alienígena chilló, abriendo su enorme boca.
Tomos le respondió con un gruñido. Vlad dio un desafiante paso adelante. El
alienígena empezó a estremecerse, su gelatinoso cuerpo expandiéndose. El grito
se volvió más potente.
—¡Sácala de aquí! —gritó Vlad.
—¡No puedo! —respondió Nolan. —Ella…
Vlad quiso mirar, pero no se atrevió a quitarle los ojos de encima a la
amenaza.
—¡Protejan a mi esposa! —ordenó roncamente.
El alienígena lanzó un manotazo, su brazo alargándose y tomando por
sorpresa a Sven y Matus con su alcance y fuerza. Ambos cayeron al suelo.
—¿Qué es? —preguntó Tomos. Vlad no tenía respuesta a eso: jamás había
visto una criatura así.
—¿Cómo lo matamos? —gritó Sven.
Vlad logró deslizarse a un costado. Con garras y colmillos se abalanzó sobre la
criatura, apuntando a lo que sería su pecho. Hizo contacto con la carne viscosa del
alienígena, la cual absorbió el golpe. Empezó a moverse sobre él, como alquitrán,
envolviendo su brazo y luego su hombro. Vlad usó la mano libre para intentar
liberarse. Algo fluyó entre sus garras. ¿Sangre? No estaba seguro. El alienígena
seguía intentando succionarlo. En un instante, empezó a tratar de metérsele por la
boca para asfixiarlo. Vlad lo mordió por reflejo, escuchando un chasquido al
perforar la piel del alienígena con los colmillos.
—¡Vlad! —escuchó gritar a Clara.
De pronto, el alienígena chilló con más fuerza y lo escupió. Vlad salió
despedido por los aires, yendo a parar contra una roca. El sabor acre en su boca lo
hizo tener arcadas y toser al tratar de recuperar el aliento.
Clara volvió a gritar, esta vez un sonido incoherente. El alienígena chilló con
más fuerza como respuesta. Alguien lo tomó del brazo para alzarlo. Vlad
trastabilló, tratando de ir junto a su esposa.
—Vlad —dijo Tomos, sorprendido. —Mira.
Vlad dejó de moverse para poder prestar atención a lo que pasaba. Clara
estaba de pie frente a la criatura, con las manos en alto, las palmas y muñecas
hacia el alienígena. La criatura se retorció de dolor, arrastrándose de regreso a su
transporte. Parecía estarse encogiendo para minimizar el dolor. Vlad se acercó
lentamente a su esposa, sorprendido por su habilidad. Al verla de cerca, notó su
rostro ceniciento. Sus ojos eran casi completamente verdes, con muy poco
púrpura. Volvió a gritar, como si el sonido le estuviese siendo arrancado de la
garganta.
El alienígena trastabilló, cayendo dentro de su transporte. Buscó a ciegas,
alzando una pequeña esfera en su gelatinosa mano. Vlad juraría que lo vio sonreír
malvadamente antes de lanzar la esfera al suelo. La esfera de tono metálico estalló
como si fuese de cristal, pero no pareció suceder nada. Segundos más tarde, se
había marchado.
Clara ahogó un grito, dejando caer los brazos. Vlad la sujetó al caer. Estaba
temblorosa y cubierta de sudor.
—Están infestados —susurró ella débilmente.
—¡Muchachos, cúbranse! —exclamó Tomos. —¡No vayan al agua!
Los demás echaron a correr y Vlad alzó en brazos a su esposa. Se cubrieron
tras las columnas. Él pudo ver la luz del dron parpadeando rápidamente. Apretó a
Clara contra la columna y la cubrió con su cuerpo. Por instinto, se transformó y
escondió la cabeza junto a la de ella. El dron chilló segundos antes de que una
explosión hiciera eco en la caverna.
Capítulo 11

Clara tosió, empujando el peso que la mantenía atrapada. Sus manos tocaron
un pecho y ella trató de mirar más allá del cabello que le cubría los ojos. No le
sirvió de mucho. La caverna estaba oscura. Escupió cabello mientras intentaba
respirar.
Escuchó un gemido a la distancia. Y rocas moviéndose. Una tos.
—¿Muchachos? —preguntó la ronca voz de Tomos. —¿Mi lady?
Clara logró soltar un agudo suspiro y una tos como respuesta.
—Papá —llamó Matus, su voz haciendo eco en la roca. —¿Nolan? ¡Nolan!
De pronto le quitaron el peso de encima. Sven acostó a Vlad en el suelo y
empezó a examinarlo.
—Vlad está bien, pero desmayado.
El humo empezó a aclararse al activarse la ventilación.
—La ventilación sirve —dijo Sven.
—¿Nolan? —exclamó Matus con más fuerza.
—¿Hijo? —Tomos se le unió. —¡Nolan!
—Quédate con él —le dijo Sven a Clara.—Debo encontrar a mi hermano —ella
asintió levemente.
Sven desapareció en la oscuridad, dejándola sola con su marido. Ella tanteó la
dura piel de dragón. Él no se movió ni gimió, solo su pecho moviéndose
ligeramente.
La pelea la había dejado agotada e incapaz de concentrarse como quería. Tocó
algo pegajoso en su antebrazo y apartó la mano, sin saber que tocaba. Rozó algo
de metal con el dorso de la mano y tanteó a ciegas, buscando el interruptor.
Encendió la linterna e iluminó el rostro de su marido.
—¡Por aquí! —exclamó Sven. Ella dirigió la luz al sonido. Alguien yacía bajo las
rocas. —Lo encontré.
Los hombres desenterraron rápidamente a Nolan. Ella poso la mano sobre
Vlad, manteniendo la luz fija sobre los hombres aunque deseaba
desesperadamente ver que tan herido estaba su esposo. Mientras su pecho se
moviera, ella sabía que estaba vivo. El sentir su corazón latiendo contra su mano le
trajo consuelo.
—Está vivo —dijo Matus luego de una aparente eternidad.
Se encendió otra luz y Clara movió la suya para revisar a su esposo. Estaba
atrapado en forma de dragón, inconsciente. Buscó la parte pegajosa con la luz. Su
mano y antebrazo estaban cubiertos de brillante carne quemada. Su otra mano
estaba un poco mejor, pero también necesitaba atención.
—Necesitamos atención médica —dijo ella, doblándole delicadamente los
brazos a Vlad sobre el pecho.
—Yo voy —dijo Sven. La otra luz se movió con él solo para detenerse casi de
inmediato. Brilló sobre las rocas caídas sobre la abertura. —No puedo salir. Las
provisiones están del otro lado. Estamos atrapados.

***

Clara no estaba muy segura de cuando exactamente, pero se había


desmayado del agotamiento. Lo último que recordaba era escuchar que estaban
atrapados. Alguien debió acostarla entre Vlad y Nolan, ya que al despertar se
encontró flanqueada por ambos.
Un brillo suave los rodeaba, brillando sobre la espalda descubierta de Tomos.
Este alzó una antorcha improvisada construida con chatarra de metal y su ropa y la
metió en el manantial subterráneo. La llevó hacia la que ya estaba encendida,
clavada en una raja de la pared, y la encendió.
—¿El agua arde? —preguntó Clara. A un lado estaba el manantial, y del otro la
pared con la marca de quemada de la explosión del dron. Las columnas los habían
protegido del daño.
—Está contaminada —Tomos la miró antes de ver a Vlad y a su hijo. Se acercó
y clavó la segunda antorcha en la pared. —Están sacando el mineral con químicos.
Me tomó un momento recordar el olor. Hace años, cuando empecé a trabajar en
las minas, unos extraños alienígenas intentaron vendernos tecnología de minería
química. Lo recuerdo porque les tuvimos lástima. Parecían humanoides, pero
tenían unas deformaciones que claramente no eran parte de su raza original: uno
tenía el rostro cubierto de furúnculos, otro tres dedos más en una mano y a un
tercero le fluía un líquido blancuzco de los ojos. Llamaban al proceso fractura
hidráulica, o fracking. Es eficiente, pero el costo al terreno es alto. Ahora que lo
pienso, sus mutaciones seguro eran producto de la alta exposición al químico.
Tuvimos suerte que la explosión no encendiera el río. Trolla nos protegió. Pero no
toques el agua. Pudimos prender fuego con los restos del dron.
Clara miró a Nolan y a su marido. Estaba transformados.
—Tuvieron suerte —explicó Tomos. —Sus dragones salvaron sus vidas y los
protegen incluso ahora. Sanarán más rápido así, pero igual necesitan atención
médica. No puedo lavarles las heridas aquí.
—¿Qué hacemos? —preguntó ella.
—Esperar. Sven y Matus encontraron una ruptura en la pared de la explosión.
Fueron a buscar agua y a ver si logran encontrar una salida. El túnel principal está
bloqueado —Tomos encendió una última antorcha antes de ir a sentarse junto a
ella y su hijo.
—¿Podemos cavar hacia afuera como ustedes cavaron hacia adentro? —ella
no estaba segura de poder alzar piedras con tanta facilidad, pero estaba dispuesta
a intentarlo.
Él acarició la frente de Nolan.
—Por cómo se ve, necesitaríamos semanas para quitarlos y no tenemos
provisiones para aguantar una semana.
—Los demás vendrán por nosotros —insistió Clara. —Arianwen vendrá. Sabe
que estamos aquí.
—Eventualmente, sí. Pensará que se me fue el tiempo otra vez y esperará una
noche —Tomos suspiró. —Cuando venga a buscar, puede que no se dé cuenta de
que estamos aquí. Dependerá de cómo estén las cosas del otro lado luego del
segundo derrumbe. Vlad ordenó que detuvieran el trabajo mientras resolvíamos
esto, por lo que la mina está vacía. Nadie nos escuchó venir. Buscarán en los
túneles abiertos y el bosque primero. Luego de notar que hubo un segundo
derrumbe, es que empezarán a cavar.
Clara disimuló el miedo. Apreciaba su honestidad, pero no estaba segura de
querer seguir escuchando. Tragando nerviosamente, intentó respirar. El aire olía
terrible y ardía al aspirarlo.
—La explosión hizo caer más rocas. Los escombros son más gruesos que
antes. No sé si puedan detectarnos desde el otro lado —Tomos intentó estudiar
mejor los escombros. —Temo que no tengamos la fuerza para mover rocas por
nosotros mismos. La mejor opción es buscar otra salida.
Clara miró a los hombres lastimados. Aunque no conocía las capacidades de
sanación de los Draig en su forma dragón, dudaba que Vlad y Nolan soportaran
semanas sin cuidados médicos.
—Esas heridas necesitan limpieza —dijo él. —Con algo de suerte, Sven y
Matus llegarán a la cascada.
Ella asintió.
—Luchaste con valentía. Traes honor a tu familia. Nos salvaste a todos, y por
ello te agradezco.
—No —Clara sacudió la cabeza. —No fue valentía, sino instinto. Los Redde no
nos mezclamos bien con los Tyoe.
—¿Conoces esa raza?
Clara asintió.
—Tienen bases por todo el universo. Todo lo que suponga una ganancia:
minería, cosecha, etc. ellos intentarán explotarlo. La mayoría los deja entrar
porque parecen inocuos en sus formas dóciles, como pelotitas rellenas de gelatina.
También son apoyados por la Federación, quienes aprueban de sus resultados. Son
buenos en lo que hacen, altamente eficientes, pero capaces de drenar a un
planeta de sus recursos antes de que sus anfitriones se den cuenta. Intentaron
asentarse en Redde para cosechar nuestros árboles. No nos mezclamos bien.
Nosotros podemos comunicarnos con las bestias, y el proceso psíquico, aunque
seguro para la mayoría, hierve las entrañas de los Tyoe hasta matarlos. Vimos sus
métodos cuando nos sentimos en ellos entonces. No podemos estar en el mismo
espacio.
—Entonces ciertamente es una bendición de los dioses que hayas venido a
casarte con Vlad —concluyó Tomos. Miró a Nolan. —Le he dicho a mis hijos que no
cuestionen o duden de los dioses. Muchacho tonto. Tiene suerte que Trolla no lo
haya matado por dudar de ella.
—No puedes culparlo por esto —dijo Clara.
Tomos no respondió.
—Me extraña que no se hayan topado antes con los Tyoe, por la cantidad de
mineral que manejan.
—No somos Federación —dijo Tomos, como si eso explicara todo.
—A lo mejor por eso les tomó más tiempo encontrarlos —dijo Clara.
—Que estés aquí es una bendición, mi lady. Por lo que he visto, puedes
protegernos —Tomos suspiró pesadamente. —Para tu marido será difícil
entenderlo. Fue criado para entender que es su deber protegerte. Yo tuve muchas
dificultades al inicio de mi matrimonio, cuando me di cuenta que Ari había visto
más batallas que yo.
—Si tuviera a mi familia de mi lado, nosotros treinta podríamos deshacernos
de la infestación. Los Tyoe raramente están solos. Pero soy solo una. Si vienen más
Tyoe por nosotros, no podré rechazarlos. Me drenarán con sus números —Clara
miró las manos de Vlad. Deseó que sanaran. La sangre seca y piel quemada fueron
demasiado para ella y tuvo que cerrar los ojos.
—Pero, ¿viste lo que planean? —preguntó Tomos. —¿Cuántos son? ¿Dónde
están?
—No es claro —dijo Clara. —Puedo garantizar que hay más. Deberías vigilar el
río subterráneo. Debí adivinarlo cuando empecé a sentirme enferma en el túnel,
pero no había visto a un Tyoe desde niña.
—Igual que cuando yo no logré reconocer el olor de los químicos al principio
—dijo él. Extrañamente, la comparación le trajo algo de consuelo.
Al dejar de hablar, el silencio y la preocupación empezaron a hacer mella,
dificultándole respirar. Miró a Vlad y acarició su rostro con la muñeca. Las manos
le dolían por la presencia de los Tyoe. Por dentro se sentía drenada, peor que con
los ceffyls, pero no deseaba quejarse. Al ver su manga sucia, frunció el ceño.
¿Cómo no había notado su propio estado? Se tocó el cabello. Las puntas se sentía
chamuscadas. El destino era algo extraño. Un momento estaba en la Noble
Galería, hablando con su padre y haciendo el papel de la perfecta mujer noble de
Redde y al siguiente estaba atrapada en una mina, sucia, quemada y hablando con
un plebeyo como si fuesen iguales. Apostaría que sus padres no se habían
esperado esto para ella.
La baja luz escondía el mal estado de sus ropas, aunque ella no tenía la
energía para preocuparse por ello. Era posible que murieran aquí adentro. ¿Y si los
muchachos no regresaban? ¿Y si estaban atrapados? ¿Qué los mataría primero?
¿Las heridas? ¿El hambre y sed? ¿La peste química que venía del río?
—¿Qué tan peligrosos son los químicos? —preguntó, queriendo escuchar algo
que no fuera silencio. La idea de su cuerpo mutando con terribles tumores la hizo
intentar no respirar demasiado profundo, lo que no ayudaba con el mareo.
—Por lo que recuerdo, se taladran enormes agujeros en la tierra y se empuja
el fluido por estos para fracturar la roca. El fluido está lleno de químicos que
atraen el mineral a la superficie. Supongo que este río es una corriente de fracking.
Cuando nuestros científicos estudiaron el fluido, lo encontraron tóxico y dañino.
No hay manera de asegurarse de que los químicos queden inertes luego de
usarlos, dejando toxinas activas en el suelo o flotando en los ríos y evaporándose a
la atmosfera. El proceso puede que sea más rápido que cavar, pero ¿quién querría
sacrificar las bondades de la comida fresca de la tierra y el agua limpia? No puedes
echar veneno en la tierra y esperar que no pase nada. No, los dioses proveerán
como siempre lo han hecho.
—Supongo que la mayoría prefiere usar simuladores de comida y filtros para
el agua —respondió Clara.
Tomos sacudió la cabeza, posando la mano en la frente de su hijo.
—La comida de la tierra sabe mejor. Lord Mirek nos dio un simulador de
comida para toda la villa hace unos años, en caso de que hubiera una escasez.
Solíamos retarnos a probar lo que salía de ella luego de beber unas copas. Creo
que jamás la repararon después que Gront la golpeó con un pico —sacudió la
cabeza. —No, no queremos la vida fácil. Viviremos bien. La manera fácil lleva a la
flojera y la complacencia, y en el caso de estos químicos, un montón de
enfermedades tanto físicas como psicológicas desconocidas.
Para ser plebeyo y minero, él hablaba muy bien. Ella se preguntó si sus padres
habían hablado en algún momento con algún plebeyo. No eran como le habían
hecho creer.
—Por favor, vigila a Nolan —pidió Tomos, levantándose cuando Clara asintió.
—Voy a escuchar si vienen mis hijos. Me preocupa que tarden tanto.
Clara se enfocó en los enfermos. Escuchó a Tomos pasearse nerviosamente
cerca de la abertura por dónde habían salido los otros dos. Él intentó no
preocuparla más, pero ella era capaz de sentir sus emociones. El tiempo no cambió
mucho sus circunstancias, pero si la ayudó a recuperar algo de fuerza. Colocando
las manos sobre las frentes de Vlad y Nolan, intentó comunicarse con ellos. Todo
lo que encontró fue un dolor persistente en la inconsciencia. Apartó las manos de
golpe. Los brazos le dolían por Vlad y el estómago por Nolan.
Clara estuvo contenta de que estuviesen inconscientes. Era mucho mejor para
todos que estuviesen dormidos, sin saber lo que sufrían realmente. Levantó la
camisa de Nolan para examinar su estómago.
Tomos apareció de inmediato a su lado.
—¿Qué sucede?
—No lo sé —ella le señaló el profundo verdugón en el abdomen del
muchacho. —Creo que tiene una costilla rota.
—¡Agh!
Clara se levantó ansiosa, mirando como Matus emergía de la abertura en la
piedra.
—¿Encontraron ayuda? —preguntó Tomos.
—Encontramos la cascada —respondió Matus, tapándose la boca con la
mano.
—Tomamos el rumbo equivocado un par de veces —agregó Sven. También se
cubría la boca. —El aire está viciado aquí. El sistema de ventilación no reconoce el
químico. Tenemos que sacarlos de aquí.
Clara había estado respirando la peste tanto tiempo que ya no la percibía.
—No sé si debamos moverlos. Puedo quedarme aquí si necesitan irse.
—No puedes seguir respirando este aire contaminado —le dijo Matus. Se
dirigió a su hermano herido y lo alzó en brazos. Tomos lo ayudó.
—Cuidado con su pecho —advirtió Clara.
—Por favor, ayúdame con tu marido —dijo Sven. Alzó a Vlad, tomando la
mayor parte de su peso. En realidad no necesitaba de la ayuda de Clara, pero
quería hacerla sentir útil.
Sacar a los dos hombres malheridos por la abertura en la roca resultó
complicado. Tuvieron que maniobrar, pero finalmente lograron pasarlos. La roca
golpeó las manos malheridas de Vlad, haciendo que Clara siseara en simpatía.
Tomos pasó las antorchas. Una vez del otro lado, el aire, aunque oloroso a polvo,
se sentía más fresco. Los hombres se transformaron. Tomos ayudó a Sven a
acomodarse a Vlad sobre la espalda y fue a ayudar a Matus con Nolan. Clara
sostuvo las tres antorchas.
El ver la forma desmayada de su marido colgar de la espalda de Sven la llenó
de preocupación. Trató de mantener la calma, pero que no despertara se lo
dificultaba. Había tenido mucho tiempo para contemplar su rostro. Había mucha
fuerza en su interior. Había cumplido su palabra de protegerla de todo daño y
había pagado un terrible precio por ello.
Caminaron en silencio, con Matus y Tomos guiándolos por los accidentados
túneles. La luz pareció asustar a los animalillos que vivían en las cuevas. A ninguno
de los hombres parecían asustarles los insectos de seis patas del tamaño de su
puño, ni las pálidas lagartijas que dichos insectos cazaban.
Capítulo 12

Estaban atrapados.
La luz natural brillaba tras la constante y estruendosa pared de agua que era la
cascada. Al principio, el aire fresco y la luz del sol le habían parecido una
bendición… hasta que Clara descubrió que no había modo de atravesar la cascada.
Aparentemente, tendrían que esperar a que el torrente causado por las lluvias
recientes pasara. La libertad estaba tan cerca y a la vez tan imposible de alcanzar,
entonces la luz se le antojó burlona.
Esto no evitó que Tomos intentara treparla. Intentó pasar a través del agua al
borde del abismo. La presión de la cascada casi lo había hecho caer, y solo por un
milagro Sven y Matus habían logrado salvarlo antes de que se matara con las
afiladas rocas al otro lado. Clara podía sentir claramente el dolor de Tomos al verse
incapaz de conseguir ayuda para Nolan y Vlad. Jamás había sentido una emoción
tan profunda de parte de su padre y no pudo evitar preguntarse si él sería capaz
de enfrentarse a una cascada para salvarla.
Un lago de agua fresca cubría la mayoría de la cueva. Clara atendió a los
heridos lo mejor que pudo, lavando sus heridas y ayudándolos a tomar algo de
agua. Al leer sus pensamientos, supo la profundad de su dolor. Necesitaban
comida, agua y cuidados médicos que ella no estaba capacitada para darles.
Matus, Sven y Tomos eran expertos en supervivencia dentro de cuevas. Clara
supuso que era gracias a su oficio. Matus usó el musgo seco que colgaba del techo
para encender una fogata. Tomos y Sven cazaron comida. Clara intentó no pensar
en qué se llevaba a la boca, pero era difícil ignorar el festín de lagartija e insectos.
—Los simuladores de comida no suenan tan mal en este momento —bromeó
cansadamente Tomos al tenderle una lagartija asada.
Por las noches, Clara intentaba dormir junto a Vlad, pero se desvelaba
contemplando su rostro en busca de algún movimiento. La idea de que podían
pasar semanas antes de que los encontraran la preocupaba. Era difícil llevar la
cuenta del tiempo con la luz perenne, pero estimaba que tenían alrededor de tres
días bajo la prisión de la cascada. Le preocupaba que no terminara. Solo una vez
sintió el malestar generado por la presencia de los Tyoe, pero era muy leve, por lo
que no molestó a los hombres comentándoselo. Ya tenían suficiente presión
intentando sobrevivir.
—¿Deberíamos revisar el otro lado? —preguntó Clara. —Quizás los otros ya
nos estén buscado.
—Pasarán semanas antes de que puedan sacar todos los escombros —dijo
Tomos. —Revisé esta mañana. El aire aún está sumamente viciado. Sería mejor
que no se apresuren a limpiar esa zona.
—El agua de allí quema. No nos atrevemos a dejar antorchas en ese sitio —
dijo Sven, dándole un golpecito a la linterna en su cintura. No las usaban mucho,
tratando de conservar las baterías. —No sé qué pasará ahora que el aire está lleno
del químico. Me preocupa que los rescatistas traten de sacarnos con picos y que
una chispa cause una explosión. Necesito cruzar la cascada para llegar a ellos y
advertirles y decirles dónde estamos.
—Seguirán el protocolo —dijo Matus. —Avanzarán lentamente y probarán el
aire.
—¿Podremos sobrevivir tanto tiempo? —preguntó Clara, mirando a los dos
pacientes. —¿Podrán soportarlo ellos?
—El agua se está calmando —dijo Sven desde donde estaba, de pie en el
centro del lago llano. El agua le llegaba a los muslos. —Intentaré bajar por la
cascada. Puedo traer una unidad médica. Algo. Puedo intentar comunicarme con
los demás. Podemos coordinar esfuerzos.
—Si bajas, no podrás regresar. El agua es demasiado fuerte —Tomos sacudió
la cabeza. —No, hijo. Debemos confiar en que todo saldrá bien.
—¿Matus? —Sven buscó apoyo en su hermano.
—Es muy arriesgado —Matus miró culposo a su padre. —El agua te empujará.
—Es mejor que morirnos de hambre aquí —Sven se mesó el cabello,
frustrado. —Si el rescate viene muy rápido, podemos morir. Si vienen muy lento,
Vlad y Nolan pueden morir.
—Esperemos un poco más —dijo Tomos. —Si somos pacientes, Trolla
proveerá. La diosa no está lista para dejarnos ir. No habría sencillamente
amenazado con empujarme al vacío de ser así. Vamos, Sven, a buscar comida.
Necesitarás tu fuerza cuando llegue la hora de bajar.
Clara sospechó que Tomos no creía completamente en sus palabras, pero
buscaba consolar a sus hijos y darles esperanza.
Cuando estuvieron solos con los enfermos, Matus masculló.
—¿Trolla proveerá? ¿Cómo lo hizo con los padres de Vlad? ¿Cómo lo hace
ahora con Nolan y Vlad?
—¿Qué le pasó a los padres de Vlad? —preguntó Clara.
Matus frunció el ceño.
—Mis disculpas. No debí decir eso en voz alta. Estoy seguro que tu esposo
estará bien.
—¿Qué pasó?
—Un bolsillo térmico hizo erupción —dijo una voz ronca y cansada junto a sus
pies.
Ella ahogó un grito.
—Matus, Vlad despertó.
El cuerpo de Vlad cambió lentamente a su forma humana mientras él
continuaba hablando lentamente.
—Mi padre quedó atrapado entre las rocas. Mi madre fue a intentar salvarlo y
ambos perecieron bajo un derrumbe.
Clara se arrodilló junto a él, aliviada. Se había estado controlando
cuidadosamente hasta entonces, pero ahora no le importaba quién viera lo que
sentía. Le acarició la mejilla con el dorso de la mano.
—¿Cómo te sientes? ¿Qué te duele? ¿Qué puedo hacer por ti?
—¿Dónde estamos? —preguntó él, parpadeando pesadamente.
Matus le explicó rápidamente la situación mientras Clara lo ayudaba a
sentarse. Al terminar, el hombre agregó.
—Tu esposa trajo mucho honor a tu nombre. No lloró en ningún momento ni
se quejó. Se ha comportado como cualquier Draig.
—He sido bendecido con una excelente esposa —Vlad miró al hombre en el
suelo. —¿Nolan?
—No se ha movido —respondió Matus. Todo su estrés golpeó a Clara como
una ola, y él no intentó disimularlo.
Clara se inclinó y besó a su marido, sin poder contener su alivio. Él gruñó al
contacto. Ella se apartó.
—Mis disculpas, mi lord. Debí esperar permiso.
—Tu vestido me rozó la mano —explicó él. Vlad alzó las manos para mirárselas
mejor e hizo un gesto de desagrado. Entonces se inclinó hacia ella, con los labios
fruncidos y las manos en alto. —Inténtalo ahora.
Ella le dio el beso que él buscaba.
—Me alegra que despertaras, mi lord. Intenté comunicarme contigo, pero no
creo que me escucharas.
—Viviré —le dijo él. —No hay por qué preocuparse.
Ella sintió que él intentaba ser valiente, pero sabía cuánto dolor sentía
realmente. Que estuviera despierto era bueno. Conseguirle atención médica sería
aún mejor.
—Deberías beber agua. Sven y Tomos fueron a cazar. Tienes que comer.
—Arañas de las cavernas —agregó Matus, y Vlad hizo un gesto de asco.
Clara se dirigió al agua, recogiéndola en sus manos y trayéndola para que su
esposo bebiera. Hizo varios viajes, sin importarle que se le mojara todo el frente
del vestido en su prisa por atenderlo. En el último viaje, guardó un sorbo para
Nolan.
—No te he cumplido muy bien, ¿verdad? —susurró Vlad. Pareció querer
tocarla, pero sus manos lastimadas se lo impedían. —No debí permitir que vinieras
aquí.
—Entonces estaríamos muertos. Ella venció al Tyoe y lo hizo huir —dijo
Matus. Cuando Vlad lo miró, él se encogió de hombros. —La cueva es pequeña, no
hay mucho que hacer. Voy a escuchar igual.
—¿Tyoe? —preguntó Vlad.
Clara le explicó lo mismo que le había contado a los otros, y agregó.
—He estado tan preocupada que no he podido sortear mis pensamientos. Sé
que buscan el mineral. Quieren sus minas y harán lo que sea para poseerlas. Los
han estado estudiando por un tiempo. Conocen las casas nobles de los Draig. Sé
que tienen planes y sé que hay más de ellos.
—Eso no nos lo dijiste —dijo Matus, sonando ligeramente acusatorio.
—Me llega en pedazos —se defendió ella. —No tengo nada sólido que contar.
No sé todo el plan y no lo sabré hasta que pueda relajarme —miró a Vlad,
sumamente aliviada de verlo despierto. —Es por esto que mi gente controla
cuidadosamente sus emociones. Debemos ser reservados. No es solo un capricho
de la nobleza, es una necesidad. Me es difícil concentrarme. Lo siento, he estado
concentrada en ti, mi lord y en Nolan. No he podido descifrar más. Estoy cansada
de intentar bloquear todas las emociones a mi alrededor desde que llegué. Y
entonces vinieron los ceffyls. No puedo procesar…
Al ella ahogarse, él la interrumpió.
—No, Clara. Lo estás haciendo bien.
Ella suspiró pesadamente, aliviada de escucharlo decir eso. La conversación se
detuvo. Los parpados de Vlad empezaron a cerrarse. Ella sabía que él aún estaba
cansado, y se sentó junto a él, ofreciéndole su regazo para que descansara. Él lo
hizo, agradecido, y se durmió casi al instante.

***

Vlad ignoró su dolor al flexionar los dedos. Su cuerpo no sanaba tan


rápidamente como debería. Adivinaba que era por la pobre dieta a base de arañas
y agua. Dormía intermitentemente, odiándose por no cuidar mejor de su esposa.
Su rostro pálido era un recuerdo constante del peligro en que se hallaba. Su
responsabilidad más grande del mundo era cuidarla y sentía que había fallado.
Había estado inconsciente mientras ella luchaba por sobrevivir.
Matus tenía razón. Clara no se quejó, ni al recibir insectos como comida, ni por
tener que dormir en el suelo, ni cuidando a Nolan, aunque tuviese que traerle
agua a todas horas, incluso de noche. Si le hubiesen preguntado antes, él habría
dicho que pensaba que su esposa era demasiado delicada para sobrevivir en la
naturaleza. Había sido criada demasiado protegida y apartada, pero ahora él podía
ver la fuerza en su naturaleza callada. No demostraba miedo.
—Sven y yo hemos estado intentando apartar las rocas en la oquedad desde el
primer día. Papá no lo aprobaría porque el aire es tóxico y le preocupa que una
chispa pueda generar una explosión, pero tenemos que salir de aquí —Matus
susurraba. Estaban sentados a la orilla del lago, lejos de los demás. —No podemos
ver como Nolan muere. Mi padre puede que no lo apruebe, pero no podemos
sencillamente quedarnos haciendo nada. Mientras más piedras quitemos de
nuestro lado, más rápido nos encontrarán los otros. La verdad no sabemos qué tan
pronto llegarán aquí.
—Él teme perder tres hijos —respondió Vlad.
—No —Matus negó con la cabeza y señaló las manos de Vlad. —Teme perder
cuatro. Y sabe que mamá se negará a abandonar las cuevas hasta que nos
encuentren. Con Clara aquí, ella no tiene protección contra ningún Tyoe que
pueda cruzarse en su camino. Tenemos que encontrar una manera de advertirlos.
Cada segundo que pasa arriesga demasiado.
—El agua está calmándose —anunció Sven desde el centro del lago. —Es hora.
No podemos esperar. Sé que puedo llegar al otro lado. Buscaré ayuda. Les diré del
peligro de los Tyoe y sobre los químicos para que no caven demasiado rápido.
Abriremos el camino y tendremos provisiones y unidades médicas esperándolos.
—¿Hay alguna nave? ¿Podrían volar por la cascada y buscarnos? —preguntó
Clara.
—Mirek tiene naves en el palacio —dijo Vlad. —Pero ninguna lo
suficientemente pequeña para volar a ras del suelo. Todas están hechas para ir al
espacio.
—Y la manera en que la roca se curva al fondo hace imposible treparla de
vuelta con las provisiones. Es un viaje en un solo sentido —dijo Sven.
Tomos regresó de los túneles con los brazos llenos de lagartijas. Miró a Nolan,
la preocupación clara en su rostro.
—Nolan necesita ayuda. Clara ha hecho todo lo que ha podido, pero no durará
mucho más con solo agua, y no podemos hacer que coma. Puedo alcanzar la vieja
escala de cuerdas —le dijo Sven a su padre. —Debería soportar mi peso.
Tomos no habló. Matus le hizo señas a su hermano que marchara. Vlad sabía
que Sven era el mejor trepador, lo era desde niño. Vlad se miró las manos,
odiando esa sensación de impotencia por no poder hacer más. Ni siquiera podía
tocar a su esposa.
Clara caminó al borde del agua, contemplando a Sven. Estaba completamente
quieta. La cueva estaba en silencio, exceptuando el susurrar del agua entre ellos y
el mundo exterior. Tomos se dirigió al lago a ayudar a sus hijos. Vlad apretó la
frente contra el hombro de Clara al pasar junto a ella para unirse a los demás. El
agua fría del lago le llegaba a los muslos. Le alivió temporalmente las quemaduras.
Una fina lluvia le mojó el rostro y el pecho al acercarse a la cascada. Cerca de la
abertura, el lago se volvía llano nuevamente. El duro golpear del agua contra las
piedras ahogaba todo sonido y dificultaba comunicarse con palabras. Con una
serie de gestos y asentimientos, Sven se apretó contra la roca y caminó por el
borde. Un error y el agua lo arrastraría al fondo del abismo, destrozando su cuerpo
en el proceso.
El estómago de Vlad se hizo nudos. Tomos apretó su cuerpo contra la roca,
estirándose lo más posible para soportar el peso de su hijo. Matus estaba
arrodillado en el lago, brindando soporte a las piernas de Sven. De pronto, Sven
resbaló, jalando a Matus al borde. Vlad se lanzó sobre él, atravesando la mano
entre la piedra y Matus. Una punzada candente de dolor le recorrió el brazo. Lo
ignoró, aferrándose a Matus y entre los dos sujetando las piernas de Sven.
—Pasó —exclamó Tomos, casi inaudible por el ruido del agua.
Cuando Matus se relajó, Vlad apartó el brazo y se lo apretó contra el pecho.
Sangre aguada le chorreaba por el brazo y se sintió agradecido por la lluvia que le
disimulaba las lágrimas de dolor. Matus lo agarró delicadamente por el brazo y lo
llevó de vuelta a la orilla, junto a Clara.
—Pasó —dijo Matus. —En la raya, pero lo logró. Ahora solo tiene que bajar.
—Lo logrará —dijo Vlad, apretándose el brazo herido.
—Estás sangrando —dijo Clara, buscando a su alrededor. —Necesito… —se
arrancó parte de la falda, usando la parte limpia para vendar la mano de Vlad. —
Necesitamos una unidad médica, pronto.
—Cuando Tomos se duerma, Matus y yo iremos a cavar en la oquedad. Con
algo de suerte conseguiremos a los rescatistas del otro lado. Conozco a Ari: debe
estar taladrando la roca para buscarnos en este momento —Vlad alzó el brazo
vendado. Ya la venda empezaba a mancharse de sangre.
—¿Por qué no mandar a Tomos? —preguntó Clara. —Apesta a la oquedad y
tiene las manos lastimadas. Claramente está cavando. Tú no estás en condiciones
de alzar rocas.
Ella tenía razón. En un mundo perfecto, él se permitiría sanar antes de
intentar algo. En lugar de ello, respondió.
—Es una prueba de los dioses. Juré que te protegería, Clara y es lo que haré —
no esperó a que respondiera antes de levantarse, dirigiéndose a Tomos y Matus.
—Es hora de salir de este lugar.

***

—Quizás debimos cavar juntos desde el principio —dijo Tomos. —Sabía que
desobedecerían mis órdenes de no entrar aquí.
Vlad apretó los dientes al sentir una punzada de dolor en el brazo. El alzar
piedras con los brazos en carne viva mientras respiraba aire tóxico era una de las
peores pruebas que los dioses le habían enviado. El pensar en Clara lo mantenía en
movimiento.
—Cada roca ayuda —dijo Matus, como animándose. —Cada una que
movamos nos lleva más cerca a la libertad.
Tomos tosió, cubriéndose la boca.
—Ve a tomar algo de aire —dijo Vlad, su tono dejando claro que era una
orden. —Ve si Clara necesita ayuda con Nolan.
Tomos asintió, tosiendo violentamente mientras caminaba a la salida.
Cuando se quedaron solos, Vlad dijo.
—Estamos forzados a ir tan lento que no estoy seguro de que lo que hacemos
haga alguna diferencia, pero ¿qué otra cosa podemos hacer? ¿Sentarnos y espera?
—Quizás Sven debió quedarse —Matus frunció el ceño. Había pasado dos días
desde que Sven se marchara y no tenían modo de saber si había sobrevivido el
bajar por la cascada. —Podríamos usar sus músculos.
—No —Vlad tosió. Intentó alzar otra roca, pero le fue muy difícil. Le hizo señas
a Matus que lo siguiera a la caverna con aire fresco. —Que se marchara fue lo
correcto. Del otro lado, con aire fresco, podrá cavar más rápido que si estuviera de
este lado. Sus músculos servirán más allá. Además, debe advertirle a los otros lo
que pasa. Es muy peligroso aquí. Conoces a tu madre: no actuará con cautela al
estar preocupada por su familia.
Matus agarró la linterna y siguió a Vlad.
—No he querido decirlo delante de mi padre, pero ella es lo suficientemente
temeraria como para venir blandiendo un pico a lo loco por salvarnos. Nos haría
volar en pedazos.
Vlad se arrastró por la abertura. Las manos le latían de dolor. Tenía las heridas
llenas de tierra. Se levantó débilmente, caminando hacia la parte más fresca de la
caverna. La peste de los químicos venía con él, pero lentamente su cabeza empezó
a aclararse.
—No sé qué tan dañados saldremos de esta —dijo Matus, tratando de reír
pero no pudo. La poca comida, poco sueño y mucha preocupación empezaban a
hacer mella.
—Si la ayuda no llega pronto, necesito que me prometas que te llevarás a
Clara y la bajarás por la cascada. Nolan y yo no estamos en condiciones de trepar
—Vlad se miró las manos. —Si esperamos demasiado no tendrás fuerzas para
cargarla.
—Vlad, no…
—Matus, por favor, es mi esposa. Prométeme que te la llevarás antes de estar
demasiado débil para trepar por la cascada. Todos los días el agua pierde fuerza.
Pronto será seguro pasar —Vlad habló en voz baja, ya que no quería que su esposa
lo escuchara. A ella no le gustaría, pero en esto su opinión no importaba. La
protegería, incluso si significaba enviarla lejos, sin él. —Yo no puedo hacerlo, no
con las manos así. Apenas puedo alzar una roca.
—Lo prometo —dijo Matus solemnemente. —Pero no será hoy. Vamos a
buscar nuestro festín para seguir cavando.
—Oh, espero que sea lagartijas con arañas —dijo Vlad, arrastrando las
palabras.
—Tu favorito —le respondió Matus. Ambos rieron sin ganas. ¿Qué otra cosa
podían hacer?

***

El primer rayo de luz que entró en la cueva fue como algo llegado del cielo,
solo para ser tapado por el dedo de alguien. Vlad miró a la oscuridad, dejando caer
la roca que había alzado apoyándosela de la cintura. Trastabilló adelante. El rayo
de luz apareció nuevamente y volvió a desaparecer.
—¡Estamos aquí! —gritó Matus, aliviado, lo que enseguida aceleró los
movimientos de los rescatistas del otro lado.
—¿Tomos? —dijo Arianwen, frenética del otro lado. —¿Estás herido? ¿Dónde
están mis hijos? ¿Lady Clara?
—Ventilación —gruñó Tomos.
—Tomos —sollozó Arianwen, la emoción clara en su voz.
En un minuto, la peste química del lugar empezó a disiparse, ya que alguien
del otro lado había activado el sistema de ventilación.
—¿Mis hijos? —gritó Arianwen. —¿Dónde están mis muchachos?
—Vivos, pero necesitamos atención médica —dijo Tomos.
Se les hizo más fácil respirar. El agujero se hizo más grande, lo suficientemente
grueso para que Arianwen pudiese meter el brazo. Vlad y Matus estaban tras
Tomos mientras este aferraba la mano de su esposa.
—Ya viene, ya viene —lo consolaba ella.
—¿Sven? —preguntó Tomos.
—Aquí estoy —dijo Sven del otro lado.
—Casi explotamos con el taladro gigante —dijo Arianwen. —A nadie se le
ocurrió verificar que no hubiese bolsillos de gas.
—Ella lo manejaba cuando llegué —dijo Sven. —Lo estrelló contra una pared
al verme.
Arianwen desapareció de la abertura y pudieron escuchar como regañaba a
Sven.
—Claro que lo estaba manejando. Mi familia estaba desaparecida…
—Tengan la unidad médica portátil —dijo otro minero, tendiéndoles la unidad
por el agujero.
Tomos la agarró, tendiéndosela a Vlad y Matus.
—Vayan.
El cuerpo de Vlad protestó, pero él ignoró el dolor físico, atravesando la
distancia hasta llegar al lago. Matus iba tras él, con la unidad médica en las manos.
—Clara, llegaron los rescatistas y… —Vlad esperaba encontrar a su esposa
junto a Nolan. Pero no estaba allí.
Matus se arrodilló junto a su hermano para curarlo.
—¿Clara? —dijo Vlad, mirando a su alrededor. Un trozo de tela en el suelo
llamó su atención. Lo siguió, encontrando a su esposa desmayada boca abajo en la
orilla del lago. Débilmente, la volteó. Su rostro pálido estaba arañado por la caída.
De haber trastabillado un par de centímetros más adelante, se habría ahogado. La
apartó del agua. Tras ellos, Nolan tosió. Era la primera señal de vida que daba en
días.
Clara respiraba, su pecho alzándose lentamente. Él la sujetó con fuerza, como
si pudiera hundirse por completo si la soltaba.
Matus le apretó la unidad médica contra el brazo.
—Para el dolor —dijo, antes de aplicársela brevemente a Clara y correr de
vuelta junto a su hermano.
Clara gimió y tosió. Se estremeció en sus brazos y él la apretó con más fuerza.
—Ya se acabó —susurró él. La medicina le hizo efecto, calmando el dolor. —
Vienen por nosotros.
Capítulo 13

—Salvaste a mi familia.
Clara despertó al oír la voz. Automáticamente alzó los brazos en busca de
Vlad, pero él no estaba junto a ella. En esos preciosos segundos entre el sueño y la
realidad, se creyó aún en la cueva. La suavidad de su lecho la confundió.
El viaje de regreso de las minas era un borrón en su mente. Había estado tan
agotada y hambrienta que vagamente recordaba ir en brazos de un extraño de
vuelta a la villa. De algún modo había logrado bañarse y comer algo antes de caer
inconsciente. Parpadeó con fuerza mientras enfocaba a Arianwen.
—Estás confundida por la medicina —explicó Arianwen.
Clara abrió la boca para responder, pero el movimiento sorpresivo de
Arianwen la silenció. La mujer le rodeó los hombros con los brazos y la apretó
contra sí. Clara no se movió.
—Salvaste a mi familia del invasor alienígena. Cuidaste de Nolan y Vlad. Te
quedaste sin comer para que otros comieran —Arianwen la apretó con más fuerza.
—Eres la hija por la que siempre he orado.
Clara no estaba segura de cómo reaccionar. Su propia madre jamás la había
tocado así. Tentativamente alzó los brazos, palmeando la espalda de Arianwen con
las muñecas. Al apartarse, Arianwen tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Hasta que no seas madre no entenderás el miedo que sentí cuando no
regresaron. Creí… —Arianwen sacudió la cabeza como para deshacerse de ese
pensamiento aciago. —No importa. Mi familia está a salvo.
—¿Vlad? ¿Nolan? —logró preguntar Clara, aunque la garganta le ardía.
Arianwen se levantó, sirviéndole un vaso de agua de una jarra en la mesita
antes de tendérselo.
—Vlad se está curando las manos. Las quemaduras eran graves. Nolan está
despierto. Se quebró varios huesos y rasgó algunos ligamentos, además de recibir
un fuerte golpe al cráneo. No correrá por el bosque en un buen tiempo, pero
vivirá. Despertó por completo esta mañana y está hablando —acarició suavemente
el cabello de Clara. —¿Y tú, hija? ¿Qué necesitas? ¿Qué te traigo? Te cocinaré lo
que quieras.
—¿Pan? —preguntó Clara tentativamente. Alzó el vaso con delicadeza para
tomar un trago.
—¿Pan? —Arianwen se rió, asintiendo. —Puede pedir lo que quieras y quieres
pan —sonrió. —Te haré la hogaza de pan más grande y suculenta del planeta.
Clara se volvió a recostar al quedarse sola. Miró al techo, sorprendida por lo
que acababa de pasar. Arianwen la había abrazado y la reclamó como hija.

***

Clara gimió al sentir unas manos cálidas acariciándole el rostro. Supo incluso
antes de abrir los ojos que era Vlad. Podía olerlo, sentirlo. Parpadeando
lentamente abrió los ojos. Él yacía junto a ella, con el cabello húmedo peinado
hacia atrás. Ella ahogó un bostezó.
—¿Cuánto dormí?
—Casi todo un día —respondió él, su aliento cálido rozándole el cuello.
—Arianwen me abrazó —le dijo Clara.
Vlad se rió.
—Por supuesto. Ha estado regando tus valientes hazañas por la villa.
Clara frunció el ceño.
—¿Por qué hablaría de cosas tan desafortunadas?
—¿Infortunio? Mi dulce esposa, actuaste de manera desinteresada y
honorable. Enorgullecerías a cualquier hombre —él le besó la mejilla a un
centímetro de la boca. —Eres la mujer guerrera que hizo huir al ladrón alienígena.
Ella automáticamente acercó la boca a la de él.
—Solo había uno.
—Eres una leyenda —insistió él.
—No hice nada, mi lord. Solo no soy compatible con esa raza —Clara intentó
traer lógica a la situación. —Si trato de leerlos, sus entrañas arden. Es una
anomalía genética.
—Un regalo de los dioses para protegernos —dijo él.
—No, Vlad, hablo en serio. No hice nada, no realmente —Clara habló en voz
baja. Él susurraba cerca de sus labios. Se estremeció ligeramente de placer.
—Una heroína realmente modesta, minimizando tu victoria —Vlad la besó,
introduciendo la lengua en su boca. Ella respiró su aroma. El alivio de que
estuviese vivo y bien le llenó el corazón. Él le acarició la cadera.
—¿Puedes sentirme? —preguntó ella. —Tus manos. ¿Están…?
—Hmm —él se apartó, pensativo. —Buena pregunta —le alzó la falda para
destapar sus muslos, acariciándolos con el dorso de los dedos. —Si, creo que
empiezo a sentir… —le acarició el sexo con un dedo, introduciéndolo lentamente.
Emitió un gruñido bajo. —Ah, sí, definitivamente detecto algo —metió el dígito
más profundamente. Cerró los ojos, inhalando profundamente. —Si, creo que la
sensación regresa —le lamió los labios. —¿Y tú, esposa? —retiró los dedos, solo
para introducir dos. —¿Sientes eso?
Clara se tensó al sentir la oleada de placer. Él volvió a hacerlo, frotándole la
vagina. Ella soltó un gemidito.
Él dejó de acariciarla y ella gimió en protesta. Vlad apartó las cobijas,
revelando que ya estaba desnudo. Tomándole la mano, se la llevó al pene,
apretándola con firmeza contra él. Se estremeció violentamente.
—Por todas las estrellas, tus caricias son como una corriente eléctrica.
Clara abrió más los muslos, deseando que regresara su mano. Él la cubrió con
su cuerpo. La mano de ella se movió con él. Un estremecimiento involuntario lo
recorrió. Su boca cubrió la suya mientras sus muslos empujaban los de ella. Él
volvió a estremecerse, su vientre contrayéndose. Ella soltó su miembro y él se
relajó marginalmente. Disfrutando de la conexión, ella apretó las manos contra su
pecho para sentir en su interior a la vez que él la penetraba por completo,
llenándola. Vlad la embistió desesperadamente, alzándose sobre sus brazos para
tener mejor ángulo.
A Clara le gustó la fuerza de su marido. Él no cambió de forma, pero sus ojos
brillaban dorados. La entusiasta penetración la hizo llegar al orgasmo
sorprendentemente rápido. Acabó con un gemido agudo que le estremeció todo el
tiempo. Vlad le respondió con un gruñido, derramándose en su interior.

***

Clara abrió los ojos de golpe.


—¡No, otra vez no!
Saltó de la cama, sin pensar en cambiarse el camisón. Corrió a la puerta de
entrada, resbalando en su prisa por llegar. La abrió apresuradamente, alzando las
manos.
—¡Lo sé, lo sé, flores solares!
Había tres ceffyls de pie en la calle, mirándola. Ella se les acercó, ansiosa de
detenerlos antes de que fuesen demasiados. Cerrando los ojos, proyectó la imagen
de la flor.
—Lo sé, lo sé, quieren flores solares —susurró, intentando mantener la calma.
Las criaturas patearon el suelo. Ella se mantuvo firme. Empezaron a mostrarle
imágenes de partos. Esta vez, como eran menos, ella pudo estudiar la información
recibida. Vio manos, manos humanas, alzando crías inmóviles. No conocía el rostro
del hombre, pero les dejó saber que lo veía. Nuevamente le mostraron la flor.
Clara suspiró aliviada al detenerse las imágenes. Los ceffyls sacaron sus
enormes lenguas, su atención pasando a la larga hierba junto al camino. Una risita
aguda la hizo voltear de golpe.
Un grupo de niños, algunos conocidos de su encuentro en el bosque, la
miraban. Sus sonrisas se ampliaron al notar que ella les miraba. Clara bajó la
mirada para notar que estaba descalza y en camisón. Ahogando un grito, corrió a
la casa.
Clara casi choca con el pecho de Vlad al regresar.
—¿Qué querían? —preguntó adormecido.
—Flores solares. Siempre flores solares —respondió ella. —Creo que les ayuda
a lidiar con la muerte o algo.
Vlad cerró la puerta tras ella.
—Debo regresar a las minas.
Clara se tensó.
—No —dijo casi sin darse cuenta.
—Estaré bien —le aseguró él. —Iré con un grupo grande y tomaremos todas
las precauciones necesarias. Necesitamos asegurarlos que la ventilación sacó toda
la peste química y que se tomen las muestras necesarias de agua y suelo en la
oquedad. Mis hermanos ya deben estar de vuelta en casa con sus esposas. Iremos
a nuestro castillo a reunirnos con ellos. Haré que revisen las muestras.
Reportaremos esta infestación de los Tyoe y buscaremos una manera de vencerlos
con la ayuda de mis hermanos —él vaciló, besándole la nariz. —Y tú, dulce esposa,
podrás hablar con Alek sobre las flores solares. A lo mejor consiguen una manera
de evitar que te sigan.
Clara miró la simple casita de la villa. La idea de casas nobles y castillos ahora
le parecía tan extraña. Había encontrado más apoyo y felicidad aquí que en la casa
de sus padres. Si, el quedar atrapada en las minas había sido aterrador, y algo que
jamás quería repetir, pero Arianwen la había abrazado, Tomos le había palmeado
el brazo y los muchachos la trataban como familia. Y Vlad era el hombre más gentil
y amoroso que había conocido nunca.
—Es temprano. Regresemos a la cama —cuando le sonrió, ella sospechó que
dormir no era lo que tenía en mente. Vlad la tomó por el brazo, guiándola de
vuelta a la habitación. Ella se quedó atrás. Él la miró confundido.
—Te amo —dijo ella. —Sé que no soy la mejor demostrando mis sentimientos
pero te amo. Me alegra haberme casado contigo. Y quiero quedarme en tu
planeta.
Vlad sonrió. La apretó contra su pecho.
—Estoy realmente bendecido. Te amo, mi dulce Clara. ¿Y a dónde más irías?
Este es tu hogar.
Ella lo besó, sin importarle estar en el medio del pasillo de la casa de unos
plebeyos que podían verlos en cualquier momento. Sabía que él no entendía sus
palabras, no completamente, pero no encontró razón para contarle sobre el plan
de sus padres de llevarla de vuelta a casa luego de un año. No iba a pasar. Clara
encontraría una manera de hacerles cambiar de opinión antes de que enviaran por
ella. No apartaría a los hijos de Vlad de él. No se marcharía. No importaba nada
sino la sensación de los brazos de su esposo a su alrededor y sus labios sobre ella.
Vlad la alzó en brazos, sin quebrar el beso y la llevó a la habitación donde hicieron
el amor lentamente hasta que el deber los llamó nuevamente.
Capítulo 14

Uno de los ceffyls de la villa se ofreció entusiasmadamente a llevar a Clara


luego que ella les explicara que iba a hablar con el hombre de la proyección sobre
las flores solares. Esto emocionó a todo el rebaño, quienes la siguieron hasta su
nuevo hogar en el castillo.
Clara miró tras ella. Si, ahí seguían.
El aire se calentaba más al alejarse de Villa Minera. El camino era amplio y
estaba vacío, con hierba creciendo a ambos lados, lo que complació a los ceffyls.
—Si conseguimos un vehículo terrestre, podríamos venir a visitarlos más a
menudo —dijo Clara.
—Me agrada que te caigan bien, ya que ellos te quieren mucho —Vlad sonrió.
Caminaba junto a ella con una mano apoyada en su muslo. Ella notó la piel
descolorida y se preguntó si se quedaría así luego de sanar completamente.
—Arianwen me abrazó y me llamó su hija guerrera —admitió.
Vlad se echó a reír. Le encantaba oír su risa.
—Un cumplido excepcional.
—¿Crees que soy una guerrera? —preguntó ella.
—Creo que eres toda perfección —respondió él, diplomáticamente. A ella le
gustó más esa descripción.
—Quiero darle a Arianwen la tela que traje conmigo si no has hecho nada con
ellos hasta ahora. Si ya se los entregaste a alguien, no se los quites.
—Supongo que fueron lavados y llevados con el resto de tus pertenencias a
nuestro hogar —Vlad le sonrió. —Creo que a Ari le encantaría el regalo.
Se acercaron a un bosque y lo rodearon. Vio un alto risco, y le tomó un
momento darse cuenta que era la entrada principal del castillo. La manera en que
estaba tallado en piedra disimulaba la entrada contra el lado de la montaña.
Estaba escondido en un valle, rodeado de riscos rocosos y vegetación.
—Mi lord, ¿por qué has traído ceffyls? —un hombre emergió de una
construcción rectangular. La preocupación en su rostro curtido lo hizo ver más
severo. —¿Sucedió algo?
—El rebaño se ha enamorado de mi esposa —dijo Vlad, alzando la mano para
ayudarla a desmontar. La bestia no se movió, pero intentó lamerle la muñeca. Ella
la apartó delicadamente.
Cenek examinó la montura, palmeándole el enorme cuerpo.
—Son del sur de la villa. ¿Los siguieron todo el camino?
—Mi esposa, Lady Clara —presentó Vlad. —Cenek, entrenador de ceffyl.
—Muchas bendiciones, mi lady —saludó Cenek con una reverencia. —
Bienvenida a casa.
El ceffyl trató de lamerla nuevamente. Cenek sacudió la cabeza, sorprendido.
—Jamás he visto algo así en mi vida.
—Saludos, Cenek —dijo Clara. —La bestia desea flores solares.
—Apuesto que si —dijo él, aunque por su comportamiento era claro que no
pensaba dárselas.
Varios ceffyls mugieron desde el establo.
—¿Problemas en el establo? —preguntó Vlad.
—No que yo sepa —dijo Cenek, frunciendo el ceño.
—¿Quieres decir que hay más? —preguntó Clara. Se aferró al brazo de su
marido para que la llevara adentro. —Es un honor conocerte, Cenek.
Vlad se echó a reír mientras caminaban a la entrada.
—Te ríes, pero apenas he logrado controlar a una manada —lo regañó ella por
lo bajo. Clara pudo escuchar a las bestias intentando seguirla y a Cenek tratando
de mantenerlos fuera.
Una serie de rejas abiertas rodeaban la entrada. Vlad miró tras ellos y cerró
una.
—Por precaución —aunque su tono dejaba claro que el imaginarse a los
ceffyls recorriendo los pasillos buscándola le parecía muy entretenido.
Una luz tenue iluminaba el recibidor. La dura textura de afuera dio paso a la
suave perfección angulosa del interior. De no haber entrado a la montaña, habría
creído que estaba en una mansión de su planeta. El recibidor se dividía en cinco
pasillos, todos iguales.
—Nuestro hogar está en esta dirección —dijo Vlad, señalando la entrada que
estaba más a la izquierda.
—¿Qué hay por allá? —preguntó ella, señalando las otras entradas.
—Cada pasillo lleva a un hogar para un hermano y su mujer. El del centro lleva
a las áreas comunes donde comemos, entrenemos a los invitados y tenemos
nuestras reuniones de negocios. También lleva a los salones de arriba. Por
tradición, mi hermano mayor Bron se mudará a esos salones con su mujer, aunque
ninguno de nosotros ha estado allí desde la muerte de nuestros padres —él la guió
por el pasillo. —Te mostraré nuestro hogar antes de saludar a los demás. Trata de
no ir a los pasillos laterales. Están diseñados como un laberinto para confundir a
los invasores. Luego de darte acceso a la computadora central, si no logras abrir
una puerta, devuélvete, ya que estás por entrar a un laberinto.
—¿Tendré acceso completo a nuestro hogar? —preguntó Clara, sorprendida.
—¿A todas partes?
—Por supuesto. Eres mi esposa y confío en ti. Igual mis hermanos.
Ella sonrió y se detuvo, señalando tras ella. Emocionada, preguntó.
—¿Quiere decir que viviremos todos juntos aquí? ¿En este castillo? ¿Y
tendremos nuestros hijos aquí? ¿Y tus padres adoptivos vivían aquí? ¿Puedo
asumir que nuestros hijos también vivirán aquí?
—Lo más seguro —respondió él, tomándola nuevamente por el brazo.
Clara casi salta en una muestra de emoción poco prudente. La única cosa que
realmente extrañaba de su hogar era estar rodeada de su familia, pero parecía que
obtendría eso aquí también. ¿Cómo pudo pensar en abandonar a Vlad luego de un
año? Quería toda una vida con él, más si los dioses lo permitían.
—Maravillosas noticias, mi lord. Estaba tan preocupada de que fuésemos una
familia pequeña para siempre. Si cada esposa tiene al menos veinte hijos, seremos
capaces de poblar un hogar de este tamaño de la mejor y más honrosa manera.
Vlad se detuvo de golpe. Clara siguió adelante, ignorando las exclamaciones
sorprendidas de él, atravesando el pasillo que se curvaba a la izquierda. Llegó a
una ornamentaba puerta y buscó la manera de abrirla. No tenía picaporte.
Vlad se le unió. Tocó el borde de la puerta y dijo.
—Abre —la puerta obedeció.
—Qué hermoso —dijo Clara, rozando la puerta con los dedos. —No puedes
ver la tecnología que tiene adentro.
—Pasa a ver el resto de tu hogar, mi lady —dijo Vlad. No le dio tiempo de
responder, ya que la alzó en brazos para llevarla adentro. Le empezó a besar el
cuello, sin prestar atención a dónde iba mientras bajaba unos amplios escalones.
Clara agitó las piernas al sentir el cosquilleo de sus labios. Él se detuvo y la besó
con más fuerza, de una manera que la hizo estremecer particularmente fuerte.
Entonces, alzó la cabeza para decirle, —Amor mío, esta es nuestra… ¡Por todos lo
sagrado! —dio un brinco sorpresivo y casi la suelta de la impresión.
Clara logró ponerse de pie antes de caer de sentón. Siguió la mirada de él
hacia arriba.
—¿Qué es eso? —Él no se movió.
Clara sonrió, viendo un retrato sumamente familiar.
—Mi familia. Mis padres debieron mandarlo como regalo de bodas —la
enorme reproducción en tela contenía no solo a sus padres, sino a todos y cada
uno de sus hermanos y hermanas. Ocupaba toda una pared de la sala, ligeramente
angulado contra el techo para poder verlo desde el suelo. El marco de madera lo
habían unido como un rompecabezas para contener el enorme lienzo.
—Oh —dijo Vlad cuidadosamente. Su rostro se mostró inusualmente en
blanco. —El rey mencionó que tus padres nos habían honrado con un enorme
regalo, pero yo estaba tan concentrado en nuestro matrimonio que lo olvidé por
completo.
A ella le preocupó su tono.
—Estás decepcionado porque las proporciones están algo distorsionadas. Sé
que parecen más pequeños de lo que realmente son, pero está bien hecho. Estoy
segura que puedo pedir uno más grande si no lo encuentras agradable.
—No, no, mi dulce esposa, no es demasiado pequeño. Es, ah, perfecto —él le
rodeó un hombro con los brazos, sosteniéndola de tal manera que no pudiera
verle bien el rostro antes de volver a mirar el retrato.
Ella lo sintió estremecerse y fue a preguntarle.
—Vlad, tu tono es raro…
—Creo que tu equipaje está arriba —la interrumpió él antes de que pudiera
terminar. —Quizás deberías ir a revisar que todo esté a tu gusto.
Clara asintió, recordando las joyas y créditos espaciales escondidos en sus
baúles. Le asombró darse cuenta de que los había olvidado por completo. Una
escalera abierta de madera contra una de las paredes la llevó a un balcón. Desde
allí, podía ver toda la sala. Se metió a la parte privada del balcón, dominada por
una enorme cama. El pulido suelo de piedra estaba cubierto con mullidas pieles. La
luz se filtraba por el techo, pero la habitación estaba a media luz. Las paredes
estaban vacías, solo con unos cuantos tapices y oquedades. Unos enormes
almohadones estaban arreglados alrededor de la chimenea triangular.
Le tomó un momento, pero consiguió un área a la que se podía entrar por una
abertura en la pared. Desde la distancia, parecía roca sólida, pero al acercarse
encontró todo un vestidor a través de la abertura. Sus baúles estaban allí, y
también las telas. Abrió el primero y encontró la peluca que había usado el día de
su boda. Luego de las minas, ese día le parecía tan lejano. El ligero olor a perfume
le llegó a la nariz al alzar la pesada pieza para dejarla en el suelo. Su sonrisa se
desdibujó.
¿Sus padres entenderían sus razones para quedarse? ¿La respetarían? ¿O
intentarían forzarla a regresar a Redde para tener a sus hijos? Su opinión de
Qurilixen había cambiado, pero sus padres no verían a su marido como ella lo veía.
Ella sabía que los Draig eran gente honorable y feliz. Sus padres los creerían
bárbaros demasiado emocionales, seres primitivos cuya única cualidad era
producir hijos varones. ¿Pero de qué le servían nietos a Gran Lord y Lady si no los
podían criar en un hogar de Redde?
Dando un paso atrás, se quedó muy quieta, mirando la enorme peluca. Quería
quedarse. Estaba completamente segura. Pero también sabía que sus padres,
cuando querían algo, lo lograban y punto.
Clara le dio la espalda a la peluca, disimulando su miedo. Vlad no dejaría que
nada le pasara. Confiaba en ello. Aunque sus padres intentaran algo, este era su
nuevo hogar y no iría a ninguna parte.

***

Vlad intentó no mirar los cientos de ojos que parecían escudriñarlo. El retrato
dominaba completamente el espacio, dando la sensación de tener una estoica
audiencia estudiando cada uno de sus movimientos. Ahora, él no era precisamente
mojigato, pero le costaba imaginarse haciendo las cosas que quería hacerle a su
esposa con esa multitud inexpresiva contemplándolos. El estandarte de su familia
adoptiva había sido quitado de su sitio original y colgado en la puerta para darle
espacio al retrato. Podía imaginarse las risas de los sirvientes al colgar el
monstruoso regalo de bodas.
Vlad juró nunca, jamás, para preservar la felicidad de su matrimonio, llamar al
retrato una monstruosidad en voz alta. A su esposa le gustaba, así que tendría que
aprender a vivir con eso. Alzó la mirada. Cada espeluznante centímetro de eso.
Aunque tenía tiempo sin venir al castillo, no le sorprendió ver que lo habían
limpiado. Sin mirar, sabía que el baño a la derecha estaría impecable y lleno de
todas las cosas necesarias: jabones de olor, toallas limpias y fragantes, etc. Su
oficina seguro estaría atestada de pergaminos que raramente consultaba y los
largos reportes que a su hermano Mirek le gustaba escribir a sus hermanos, largas
narraciones dolorosamente detalladas de sus misiones diplomáticas. Lástima que
Mirek no había encontrado esposa en la ceremonia. Quizás así tendría menos
tiempo para escribir. De seguro había un montículo nuevo sin tocar esperándole.
A la derecha, la pequeña cocina tendría solo lo básico, incluyendo un
simulador de comida que a él no le gustaba. Apenas los sirvientes se enteraran de
su presencia, se encargarían que traer provisiones frescas. Escondido en la pared
también estaba su alijo de alcohol. Un trago le vendría bien en este momento.
—¿Vlad?
Él se detuvo justo al abrirse la puerta. Su hermano Alek entró.
—Cenek dijo que habías llegado. ¿Puedes explicarme por qué tenemos el
doble de ceffyls paseándose por los terrenos? Acabarán con los pastos en menos
de un año si los tenemos a todos aquí.
—Ahora no, si soy sincero —respondió él.
Alek se detuvo, alzando la vista. Saltó para atrás.
—¿Pero en el nombre de?
—Es la familia de mi esposa —interrumpió Vlad antes de que su hermano
pudiese decir algo ofensivo. Señaló el dormitorio, donde estaba Clara, dejándole
saber que no estaban solos. En voz alta, agregó. —¿No es un hermoso regalo?
Alek soltó un ruidito y asintió, respondiendo en voz alta, pero no tan
convincente.
—Si, hermoso.
—Escuché que Bron y tú consiguieron esposas —dijo Vlad. —Bendiciones,
hermano.
El rostro de Alek se suavizó y Vlad pudo ver que su hermano había sido
bendecido con una buena pareja.
—Mirek también. Hubo algo de confusión porque ella no estaba en la fila. Y
bueno, ahora su suerte…
—¿Qué pasó? —preguntó Vlad, esperando que su hermano continuara.
Alek alzó la mirada y frunció el ceño. En silencio, señaló primero el retrato y
luego hizo señas sobre su propia cabeza para indicar que todas las mujeres tenían
cabezas en forma de cono en el retrato. Entonces señaló el dormitorio de Vlad,
diciendo muy por lo bajo.
—¿Ella…?
Vlad hizo un gesto de horror y negó con la cabeza.
Alek dejó escapar un dramático suspiro de alivio, y Vlad lo golpeó en el
hombro.
Alek se echó a reír.
—Me lo merezco.
—¿Qué pasó con Mirek? —preguntó Vlad, intentando apartar la atención de
su hermano del retrato.
—Lady Riona, su mujer, está en hipersueño. Mirek construyó una habitación
de cuarentena para ella. Trajimos doctores de la Alianza Médica pero no están
seguros de por qué no despierta. Luego de que completaron su ceremonia, Mirek
la encontró desmayada entre las flores amarillas. Los doctores dicen que lo que
sea que le aqueja no es contagioso y que tampoco tiene ninguna enfermedad
alienígena conocida.
Las flores amarillas eran una planta que crecía al ras del suelo cerca del
palacio cuyas esporas inducían al sueño. Aunque era fatal a largo plazo, ya que
hacía que sus víctimas muriesen de hambre al no despertar, sus efectos
normalmente pasaban rápido cuando se dejaba de respirar el polen. No se le
conocía ningún efecto secundario adverso, menos uno que requiriera hipersueño y
cuarentena.
—Nunca he escuchado de que hagan dormir a una persona tanto tiempo, pero
los doctores dicen que puede tratarse de una reacción alérgica —dijo Alek. —Por
suerte, Bron se casó con la hermana de Riona, Lady Aeron, así que la bella
durmiente está bien cuidada.
Vlad no dudaba que su hermano proveería todas las comodidades necesarias
para su esposa enferma. No podía imaginar la preocupación que estaría sintiendo
en este momento su hermano.
—¡Eres tú! —las mejillas de Clara estaban ligeramente sonrojadas al bajar por
las escaleras. Se había recogido el cabello contra la nuca, manteniéndolo fuera de
su cara. Vlad sonrió automáticamente al verla. Ella pasó junto a él para estudiar el
rostro de Alek.
—Mi lady —dijo Alek, asintiendo. —¿Me reconociste sin la máscara?
—Flores solares —dijo ella, como si ese pensamiento necesitara salir
disparado de su cuerpo. —Por favor, por mi salud mental, dales a los ceffyls flores
solares.
—¿Mi lady? —Alek miró a Vlad, claramente no entendiendo.
—No me dejan en paz. Me siguen a todas partes. Me muestran imágenes de ti
alzando crías nacidas muertas. Creo que es parte de su luto, ya que insisten que
necesitan comer las flores solares. Si tengo que cultivarlas yo misma, lo haré, pero
por favor. Flores solares.
—¿Mi lady? —Alek la señaló, mirando Vlad. —¿Ella está…bien?
—Si, si lo está —dijo Vlad. Esperó unos minutos, disfrutando de la confusión
de Alek antes de explicar las habilidades de su esposa y sus comunicaciones con las
bestias. Clara asintió a su lado.
—Es un don impresionante, mi lady —dijo Alek. —Consideraré tus palabras.
Clara suspiró aliviada.
—Gracias, mi lord —Vlad abrió la boca para hablar cuando Clara se tensó de
pronto. Sus ojos se oscurecieron, con ese extraño halo verde. —Tenemos que
irnos. Tu hermano está en peligro. Lo pusieron bajo tierra.
—¿De qué…? —Vlad la agarró de la mano.
Ella parpadeó antes de aferrarse a él.
—Los Tyoe. Es lo que no podía ver antes por la interferencia de los ceffyls.
Pero los Tyoe atraparon a tu hermano bajo tierra. Esperan distraerlos a todos con
su búsqueda. Lo mantienen vivo en caso de tener que moverlo, pero está atrapado
por completo.
—Ciertamente tiene un don —dijo Alek, sorprendido. —Es verdad, eso ya
pasó. Bron fue capturado en el bosque y encadenado en una prisión subterránea
cerca de la cabaña de cacería. Creímos que se trataba de los Var, pero ellos jamás
llegan tan al norte y no detecté su olor en el bosque. Asumimos que la prisión
subterránea es una reliquia de guerras pasadas. Los Var no deben conocer su
ubicación. Lady Aeron nos dijo que había interceptado una transmisión que decía
que unos alienígenas llamados Tyoe iban a intentar hacerse con nuestras minas
por la fuerza.
—¿Bron está bien? —preguntó Vlad, preguntándose por qué no lo habían
llamado.
—Terminó rápido. Lo encontré y está a salvo —le aseguró Alek. —Mirek dio
una vuelta por la atmosfera e hizo un escaneo de los cielos o lo que sea que se
hace allá, determinando que una nave alienígena pasó recientemente sobre las
montañas. Ya se están tomando precauciones para protegernos. El rey ha
ordenado que nos encarguemos del asunto. Tiene suficientes problemas con el
Rey Attor. Los Var han estado cruzando a nuestro territorio y el rey teme que
estalle otra guerra antes de que los matrimonios de los príncipes estén asentados
—se volvió a Clara. —¿Cómo supiste del plan de los Tyoe?
Vlad le contó lo que había pasado en la mina y lo que su esposa había hecho.
La expresión de Alek cambió sutilmente, y para cuando Vlad terminó, alzó el
brazo para tocar el hombro de Clara. Asintió aprobatoriamente.
—Muy bien hecho —entonces la abrazó por los hombros, agarrando a Vlad y
empujándolos a la puerta. —Ahora vengan conmigo. Mi lady, es hora que
conozcas al resto de la familia. Ellos también querrán escuchar lo que pasó. Pero
debo advertirles: Lady Aeron espera un bebé y no querrán interponerse entre ella
y un plato de chocolate de Lithorian. Yo lo intenté y casi pierdo la mano.
—Maravilloso —dijo Clara, volviéndose para sonreír a Vlad. —El primero de
sus veinte.
Alek abrió la boca para preguntar, pero Vlad sacudió la cabeza.
—No, hermano, no preguntes.
Capítulo 15

Clara miró a través del grueso cristal de observación de la habitación de


cuarentena donde Lady Riona dormía. La mujer estaba cubierta de ronchas rojas y
era mantenida bajo constante vigilancia médica en la habitación estéril. Su cabello
rojizo estaba recogido en una cola muy sencilla. Clara estaba acostumbrada a ver
gente en hipersueño por sus hermanas. Los gruesos tubos amarillentos para los
nutrientes y el fino polvo sobre la piel no eran nada bonitos, pero la mujer seguro
dormía cómodamente.
Lord Mirek no estaba en casa, pero ella podía sentir que le brindaba consuelo
que otros visitaran a su esposa, por lo que Clara cumplía con sus deberes y venía
todos los días a pasar un rato frente a la puerta. La sección que pertenecía a Mirek
del castillo tenía pisos de piedra lisa con gruesas alfombras y enormes muebles de
madera. Los sofás estaban arreglados en cuadrado alrededor de un brasero
empotrado en una mesa. Era muy cómodo, comparado con la fría esterilidad de la
habitación actual de Riona.
—Espero conocerte pronto, Lady Riona —dijo Clara suavemente, alzando la
mano para proyectarle un saludo a la mujer durmiente. Como siempre, Lady Riona
no respondió, y Clara no pudo estar segura si lograba escucharla.
Las últimas semanas en el castillo habían sido interesantes, con la familia
intentando conocerse mejor. Lord Bron era el Alto Duque, y su esposa, Lady Aeron,
era una especialista en comunicaciones que supervisaba la instalación de mejores
métodos de comunicación. Lord Alek llamaba a Clara con frecuencia a los
pastizales para hablar con los ceffyls. Detestaba ir, pero lo creía su deber, por lo
que asistía al ser llamada. De alguna manera, seguía siendo la dama que su madre
había criado. La esposa de Alek, Lady Kendall, tenía una brillante mente científica.
Hablaba con Mirek y Vlad sobre las minas de una manera que le hacía doler la
cabeza a Clara. A pesar de lo mucho que hablaba Kendall del galaxo—prometio, le
caía bien.
No podía ponerse en duda lo mucho que los hombres Draig amaban a sus
esposas. El afecto de los hermanos irradiaba de ellos cada vez que sus mujeres
estaban cerca. Las esposas sentían lo mismo por completo, bueno, excepto Riona
que probablemente ni registraba la presencia de Mirek. Clara se llenaba de amor
al estar junto a ellos. Era algo que le había faltado en su infancia. Clara no dudaba
del amor de su familia, pero nunca se lo habían demostrado como aquí. Cuando
ella tuviese hijos, ellos conocerían el amor. Eso la emocionaba.
—¿Clara?
Clara se volvió a la puerta. Ahora sonreír le llegaba con más naturalidad,
aunque sus cuñadas le admitían que sus emociones eran difíciles de leer. Aeron se
le acercó, mirando por el cristal de observación a su hermana. Irradió tristeza.
—Estaba por marcharme —dijo Clara. —Te daré algo de privacidad.
—No, no puedo quedarme. En realidad me enviaron a buscarte y traerte a tu
sección del castillo —Aeron rozó ligeramente la puerta de cristal con los dedos
antes de marcharse junto a Clara.
—¿Pasó algo? Vlad no debería regresar sino hasta mañana.
Poco después de llegar al castillo, Lord Bron había enviado a un ejército a las
minas en busca de alienígenas. Se reportaba también que los mineros Draig
limpiaban el fluido de fracking lo mejor que podían y el hueco pronto sería sellado.
Las minas no resumirían su trabajo normal hasta que la seguridad de los mineros
no estuviese garantizada. Incluso habían tenido que cancelar el festival minero
para lidiar con la amenaza. Vlad había viajado varias veces a las minas y Clara
detestaba que se marchara. Pero había una conexión entre ellos, algo mucho más
fuerte de lo que ella había sentido jamás, y podía sentirlo sin importar la distancia.
Si él estuviese en peligro, ella lo sabría.
—No lo sé. Supongo que Mirek tiene noticias del espacio —Aeron frunció el
ceño. —¿O quizás los hombres que fueron a la montaña regresaron antes?
Clara cerró los ojos y respiró profundo.
—No lo creo.
—Logré conseguir unas viejas transmisiones de la Tierra cuando estaba en la
torre instalando un nuevo nodo de comunicación —Aeron caminó junto a ella por
los pasillos silenciosos. Pasaron junto a algunos sirvientes. —Estoy grabando todo
lo que puedo. Puede que no esté completa, pero si quieres venir, Kendall y yo
planeamos una noche de chicas. Nos esconderemos en las antiguas habitaciones
de mi marido, donde los hombres no nos buscarán.
Llegaron al hogar de Clara y ella asintió, rozando el escáner de la pared.
—Me encantaría.
—Le dije a los sirvientes que me trajeran a Lady Clara de los Redding, no a
otras dos sirvientas.
Clara dio un respingo. Un perfume familiar la envolvió.
—¿Clara? —susurró Aeron.
Clara se volvió con ojos como platos para encontrar a sus padres de pie en el
medio de su hogar Draig. Sus rostros estoicos no reflejaron nada al verla.
El gran Lord estaba inmaculado, desde su peluca empolvada hasta su largo
abrigo. Jaene estaba igual de ornamentada en su traje rosa con piedras verdes
incrustadas una amplia falda de aro y una peluca alta que era casi la mitad de la
altura natural de la mujer. El rostro de su madre estaba blanqueado por los
cosméticos, excepto sus labios carmesí, mejillas sonrojadas y sus cejas y pestañas
verdes.
La pareja estaba a juego, lo que hizo sentir a Clara más fuera de lugar todavía.
Clara respiró profundo varias veces antes te mirarlos a los ojos. Ambos la miraron,
sin darse cuenta que era ella. No le sorprendía. El Decoro tenía muchas reglas, y
ella las estaba rompiendo todas.
—Deberías marcharte —le susurró a Aeron. La mujer pareció querer
protestar, pero terminó obedeciendo.
Clara puso el rostro en blanco y estoicamente se les acercó. Alzó la muñeca
hacia su madre.
—Bienvenida a mi nuevo hogar, Gran Lady.
Su madre se quedó impávida, simplemente mirando su rostro sin pintar. Clara
se volvió a su padre y alzó la muñeca. Antes de que pudiera terminar su saludo, él
estalló.
—¿Qué deshonra es esta? ¿Te atreves a saludarnos vestida como una
plebeya? Te creí una sirvienta.
Clara clavó los ojos en el suelo.
—Mis disculpas, Gran Lord, por mi apariencia —se sentía como una niña otra
vez, pero peor. Aunque no era la primera vez que había roto alguna regla o
actuado de una manera que contrariara a sus padres, esta era la primera vez que
rompía tantas costumbres Redding como lo hizo en este planeta. Había creído que
no le importaría, que al verlos otra vez simplemente les mostraría lo feliz que era
en su matrimonio y su nuevo hogar. Pero bastó un poco de perfume y dos miradas
desaprobatorias y se había visto reducida a lo que había sido criada para ser, una
hija noble… que en este momento los estaba decepcionando.
—¿Qué te dije cuando te marchaste? —preguntó su madre.
Clara recitó las palabras.
—Recuerda que te crié para que fueras una Dama. Representas a toda tu
familia con cada acción. Lamento tu partida, pero me regocijo en la nueva
generación.
—Y aun así tienes el cabello suelto y la piel desnuda —dijo Jaene. —¿Acaso los
bárbaros te quitaron tus cosméticos?
Clara recordó a los niños que habían creído que sus cosméticos eran pinturas
de guerra. Se le salió una risita. El grito ahogado de su madre la detuvo e hizo que
bajara más la cabeza.
—Contrólate —le recordó su madre secamente.
—Mis disculpas, Gran Lady, es la costumbre de mi nuevo hogar —dijo Clara en
tono dócil. —Actúo como me fue ordenado por el Gran Lord de Redding y el
Emperador, abrazando la cultura del pueblo de mi marido. Así se conducen las
mujeres nobles de este planeta.
—No le lleves la contraria a tu madre —dijo su padre.
—Mis disculpas, Gran Lord, por decepcionarle —volvió a disculparse. Un peso
se le asentó en el estómago. La hizo sentir algo enferma. Sabía que desaprobaban
de ella, y ella no podía decir nada que los ayudara a entender su nueva vida, una a
la que ellos la habían enviado, a la fuerza. —¿Ha iniciado la nueva generación?
—Todas hembras —respondió el Gran Lord. —No es la mejor manera de
iniciar una nueva línea.
Jaene alzó la muñeca hacia el vientre de Clara. Luego de un momento, dijo.
—Quizás este sea varón, Gran Lord.
Clara se miró el estómago. ¿Un bebé? ¿El hijo de Vlad? Se emocionó y le costó
controlarse. Afortunadamente, los dos nobles estaban concentrados en su propia
conversación y no prestaron atención a su hija.
La noticia de su condición pareció animar a su padre.
—Entonces llegamos a buen tiempo, Gran Lady.
Clara se preguntó cómo jamás había notado la manera afectada en la que sus
padres hablaban entre ellos. Recordó a Arianwen y sus hijos. Recordó sus risas y
calor.
Su padre continuó.
—Cuando tu madre me dijo lo que había reportado tu acompañante, supe que
debíamos venir en lo que fuese conveniente.
—Toda esa hermosa tela desperdiciada en el piso —Jaene sacudió la cabeza.
—Cuando lo escuché, deseé haberte forzado a aceptar la propuesta del confidente
del Emperador, Lord Camern. Entonces el Emperador no habría estado tan furioso
para obligarte a casarte con estos bárbaros.
Clara levantó la mirada. Esa fue la primera vez que escuchó que esto era un
castigo real. Antes de que pudiera pensar en detenerlo, dijo:
—Lord Camern está enamorado de sí mismo.
—¡Contrólate! —susurró fervientemente su madre.
Seguían de pie en medio de la sala. Clara se dio cuenta de que sus padres se
creían demasiado buenos para sentarse en el mobiliario Draig.
—Estos seres primitivos han hecho tanto daño en tan poco tiempo. Lamento
la pérdida de mi arduo trabajo —la Gran Lady intercambió una estoica mirada con
su marido. —Le quitaron sus vestidos y la vistieron con harapos.
Clara miró el traje que Arianwen le había confeccionado luego del accidente
en las minas. Le gustaban las bonitas costuras de las mangas. Mirando el rostro
inexpresivo de Jaene, se preguntó qué pensaría su madre de enterarse que había
estado aprisionada por días en una mina colapsada, sola con varios hombres
durante días, comiendo arañas.
—¿Y por qué nuestro retrato familiar está en el suelo? —Jaene señaló tras
ella.
—Mi señor esposo decidió honrar la tradición Redde y construyó una galería
de arte real. Nuestro retrato será el primero en ser colgado en una posición de
honor —Clara lo consideró un gesto muy dulce de parte de su esposo, y él parecía
tan orgulloso de su idea que ella no se atrevió a confesarle que la multitud de ojos
mirándolos cada vez que se besaban también la ponía incómoda. Le permitiría
guardar ese secreto.
—Nos la llevaremos a casa ahora —decidió su padre.
—Cómo desee, siempre como desee —dijo Jaene. —Lidiaré con el problema y
me aseguraré que vuestro nieto no sea un bárbaro. No permitiré que mi hija
carezca de refinamientos. Creo que ya fue suficiente castigo. Aunque quizás sea
prudente que me encargue de vestirla apropiadamente antes de que nos vea la
tripulación, si es de vuestro agrado.
—Eso es precisamente lo que ordeno —respondió el Gran Lord, aunque no
había dicho nada de eso. —Si los bárbaros intentan detenernos, enviaré nuestros
ejércitos.
Su tono lo hacía sonar tan sencillo y claro, como si hubiese dicho que el cielo
de Qurilixen era verde.
—Cómo desee mi señor esposo. Siempre —dijo Jaene, nunca contradiciendo
las palabras de su esposo. Finalmente, luego de que la voluntad de sus padres
fuese decidida, su madre alzó la mano hacia Clara en un gesto amoroso. Clara se
sintió consolada por las pálidas venas azuladas y el perfume familiar, pero fue un
consuelo pasajero. Sin tocar el rostro sin maquillar de su hija, Jaene dejó caer el
brazo.
Clara instintivamente repitió el gesto. Este había sido el plan desde el
principio. Venir a Qurilixen, casarse, embarazarse y regresar a casa. Había
cumplido con todo lo que le habían mandado a hacer. Cuando miró sus
expresiones expectantes, supo que había sido una tonta al creer que se le
permitiría quedarse con Vlad, sin importar lo mucho que lo amara. Al deber no le
importaba el amor. A sus padres no les importaba lo que su corazón deseara. No
dudaba que su padre fuese capaz de enviar al ejército a buscarla si intentaba
quedarse sin su aprobación. No deseaba que nadie muriese por ella.
Mientras los miraba, su rostro se tornó en la máscara estoica que ellos
esperaban de su hija. Tensó el cuerpo e imitó su pose de estatua. El gesto le vino
con más facilidad ahora que había aceptado su lugar.
—Todo será como vosotros deseen —dijo Clara, usando toda su fuerza para
no echarse a llorar. —Pero tengo una condición que debe ser cumplida antes de
marcharme.

***

Vlad gruñó cuando por fin pudo ver el castillo. Tenía alrededor de una hora
corriendo en forma de dragón, intentando llegar a casa. Algo estaba mal. Sentía
que le arrancaban el corazón del pecho. Clara había sido una constante en su
interior, y entonces había desaparecido sin más. Aunque le ardían los músculos y
los pulmones clamaban aire, él se obligó a acelerar.
Siguió sus instintos al pasillo central, al área común del castillo. Derrapó
contra la pared y se deslizó hasta la entrada de la habitación de lectura. Escuchó
un grito ahogado pero lo ignoró, buscando a Clara con la mirada. Suspiró aliviado
al verla a salvo. Entonces reparó en su alta peluca y piel maquillada. Estaba
primorosamente sentada en la silla de espaldar alto. La anchura de la silla
acomodaba sus amplias faldas.
El suave exhalar habría sido inaudible para oídos humanos, pero sus finos
sentidos de dragón lo percibieron. Junto a Clara había una mujer de raza Redde
mayor, que lo miraba ligeramente sorprendida. Aunque la expresión no era muy
escandalosa, él sabía que ella estaba aterrada por el acelerado latir de su corazón.
Supo enseguida que se trataba de la madre de Clara. Volvió a su forma humana y
dio un paso al frente.
—Mis disculpas, no quise asustarle —dijo. —Usted debe ser Lady Redding, la
madre de Clara.
—Lady Jaene, la Gran Lady de los Redding —corrigió Jaene delicadamente. Él
reconoció el tono que Clara había usado en su ceremonia matrimonial para
corregirlo.
—Lady Jaene —repitió él con una reverencia. Se encontró enderezando
disimuladamente los hombros en respuesta a sus posturas rígidas. Miró a su
mujer, esperando verla sonreír disimuladamente, pero ella evitó mirando a los
ojos.
—Yo soy el padre de Lady Clara, el Gran Lord de los Redding —dijo un hombre.
Vlad no lo había visto de pie en una esquina al entrar. Se volvió, inclinando
respetuosamente la cabeza. Por alguna razón ese hombre lo hacía sentir como un
niño regañado. —Puedes dirigirte a mí como Gran Lord y a mi esposa como Gran
Lady.
—Gran Lord —Vlad bajó la cabeza nuevamente. —Yo soy Lord Vladan, Duque
Honorario de los Draig y Alto Oficial Minero.
—Así me informa mi hija —dijo el Gran Lord, mirando a Vlad con gesto altivo.
—Pero pasó por alto informarme —le dirigió una mirada estoica a Clara, —que
eras un cambia formas.
—Estoy seguro que fue solo por honrar la tradición de mi pueblo de no
discutir nuestro estatus con personas de otro planeta —Vlad intentó leer los
sentimientos de su esposa, pero ella lo había bloqueado por completo.
El hombre asintió, como aceptando su respuesta.
—Esto ciertamente traerá sangre fresca a nuestra línea familiar —miró a su
mujer. —Tendremos que considerar nuestra posición —Jaene asintió. —Clara, se
te requerirá tener más que el hijo que ya llevas en el vientre.
—¿Esperamos un bebé? —Vlad sonrió. De pronto le dejó de importar la
sequedad de sus suegros. Se arrodilló junto a su esposa. —¿Es cierto? ¿Un bebé?
Clara trató de no mirarlo. Vlad notó que sus labios temblaban. Una delgada
línea de humedad se le acumuló en la pestaña interior, pero no se derramó. Luego
de respirar profundo, ella contestó.
—Mi padre ha consentido a hablar con el embajador de los Tyoe. No volverán
a molestar a tu pueblo, mi señor esposo. Si lo hacen, mi padre a jurado enviar al
ejercito Redde a atacarlos con el mero poder de su presencia. Los Tyoe no se
atreverán a contrariarlo.
—¿Clara? —susurró él. ¿Por qué no lo miraba? ¿Qué demonios pasaba?
—Levántate del suelo —le espetó su suegro.
Vlad no obedeció al instante. Pero cuando se hizo evidente que Clara no lo
miraría, se levantó lentamente. ¿Qué era lo que él no entendía? ¿Qué le habían
hecho a su esposa?
—Es como dice mi hija —continuó el Gran Lord cuando Vlad estuvo
completamente erguido. —La enviamos aquí a contraer matrimonio. El deber
indica que honremos tu conexión a nuestra familia proveyendo cualquier ayuda
que tu planeta necesite. Clara nos ha suplicado que honremos ese deber. Los Tyoe
son enemigos fáciles. Se doblegarán a mi voluntad, como la mayoría de los
enemigos.
—Entonces, en nombre de mi pueblo, agradezco vuestra interferencia.
Estamos dispuestos a luchar, pero siempre es preferible evitar el derramamiento
de sangre innecesario. Sabía que había una razón para que los dioses me
bendijesen con una esposa tan maravillosa —Vlad intentó disimular su irritación.
Pero estaba muy irritado. Este tipo era insufrible y arrogante…¿qué demonios le
habían hecho a su mujer? Él debería estar alzándola en brazos, gritando de alegría
por la noticia de que sería padre. En lugar de ello, se sentía como un personaje en
un escenario. —Los dioses mandaron a Lady Clara…
—Yo envié a Lady Clara a casarse con un noble —corrigió el Gran Lord.
—Gran Lord, es su cultura —dijo Clara en voz baja. —Aquí los dioses están en
todos lados.
El Gran Lord asintió, pero no se disculpó.
—Mi hija ha solicitado un momento contigo antes de marcharnos —dijo el
Gran Lord.
—¿No descansaran antes de partir? —Vlad estaba aliviado de que se fueran
tan rápido, a pesar de su oferta. Que se tratara de los padres de Clara lo hizo sentir
algo culpable. —El ala del Alto Duque está a la disposición.
—No —dijo el Gran Lord. Tendió el brazo a su esposa, cuyo pesado vestido se
bamboleó al levantarse. Ella le dirigió una pequeña reverencia a Vlad antes de
marcharse.
Clara alzó el brazo de la misma manera que su madre y Vlad la ayudó a
levantar. Él sonrió ahora que estaban solos.
—¿Es verdad, mi dulce esposa? ¿Un bebé? —fue a besarla.
Ella sacudió la cabeza y se apartó. Clara puso distancia entre ellos.
—Cuando mi padre habló de marcharse, quiso decir todos nosotros. Me voy
con ellos.
Vlad frunció el ceño y apretó los puños.
—No te llevarán a ninguna parte. Eres mi esposa, Clara. Me amas. No sé qué
clase de drogas te pusieron en la pintura, pero tú me amas.
Clara inhaló temblorosa.
—Vlad, por favor, no lo hagas —la voluntad de ella se resquebrajó y él pudo
leer sus sentimientos. Ella lo amaba y el corazón se le estaba haciendo pedazos.
Intentó tocarla nuevamente, y ella se apartó, esta vez poniendo la silla entre ellos.
—Clara, no te puedes ir —suplicó él.

***

—No me lo hagas más difícil.


Clara deseaba lanzarle los brazos al cuello y no soltarlo jamás. Había sabido
que sería difícil marcharse luego de prometérselo a sus padres a cambio de su
protección contra los Tyoe. Pero no imaginaba que tanto. El corazón le retumbaba
en el pecho. Tenía que proyectar calma. Si lo miraba lo perdería todo. A su padre
le enfurecería la escena.
—No entiendo —él frunció el rostro.
—Mi padre consintió a… —ella suspiró, intentando no llorar.
—Cree que estamos por debajo de él —concluyó Vlad. —Te envió a casarte
con un noble para obtener sus nietos y ahora que estás embarazada vino a llevarte
a casa. ¿De verdad cree que voy a permitir que esto pase? ¿Cree que lo dejaré
llevarse a mi esposa e hijo?
—No es tan simple —protestó Clara.
—Si lo es, Clara. Tu lugar está conmigo —Vlad intentó acercársele. Ella
interpuso la silla entre ellos nuevamente.
—Es la única manera. Viste lo que pasó cuando era uno solo. ¿Qué crees que
pasará si viene su ejército? Ya lograron secuestrar al Alto Duque sin ser
detectados. Invadieron tus minas. Uno casi te mata —la lágrima cayó y ella intentó
secarla para no arruinar su maquillaje y molestar a sus padres. —Es por eso que
tus dioses me trajeron aquí. Lo dijiste tú mismo. Nuestro matrimonio ha creado
una alianza. El ejército Redding puede acabar fácilmente con los Tyoe. Ni siquiera
tienen que marchar, sino simplemente existir. Si me quedo, arriesgo tu vida y las
de todos a los que he llegado a querer: Ari, Tomos, Sven, Matus y Nolan, Aeron y
Bron, Alek y Kendall, Riona y…
—No mentía cuando dije que estábamos dispuestos a luchar con los Tyoe —
dijo Vlad. —No somos cobardes.
—Lo sé. Todos ustedes son valientes y fuertes, pero también dijiste que era la
mejor manera, evitar el derramamiento innecesario de sangre.
—Entonces yo voy contigo —dijo él.
Clara ahogó un grito.
—¿Lo dejarías todo por…? —no podía pedirle algo así, pero el solamente
saber que la amaba tanto la hizo temblar. —No, yo…
—Lady Clara.
Clara parpadeó, notando a su madre. Ella se sorbió la nariz.
—El Gran Lord me dijo que tendría más tiempo. Por favor…
—Contrólate —advirtió su madre. Clara asintió, secándose las lágrimas
cuidadosamente.
Vlad tomó la oportunidad para saltar por encima de la silla y pararse junto a
ella. Le rodeó el hombro con los brazos y la apretó contra sí.
—Iré contigo.
Jaene frunció ligeramente el ceño, y ella supo que a su madre le horrorizaba la
idea de tener un bárbaro en casa.
—Hablé con tu padre —Jaene miró al pasillo antes de entrar a la habitación.
Clara asumió que su padre esperaba afuera, escuchando atentamente. ¿Habían
estado escuchando su conversación con su marido? —Es claro que este planeta
necesita más ayuda que solo el ejército Redding. No habrá razón para salvarlo si no
lo merece.
Vlad pareció ofendido. Clara le apretó el brazo para detenerlo.
Jaene se enfocó en un yerno.
—¿Crees que nuestros títulos son caparazones huecos? ¿Simplemente una
excusa para hacer lo que nos dé la gana? Puedo ver que no naciste en la nobleza.
Ningún noble se comportaría así. De todas formas la manera en que hayas
conseguido tu título es inconsecuente. Es tuyo. Te lo explicaré como se lo expliqué
a mis hijos cuando eran niños y tuve que prohibirles que jugaran con los sirvientes.
Eres un lord, Vladan. Los hombres que te sirven no necesitan un amigo. Necesitan
un líder. Esa es tu carga y tu deber. No seas renuente. No vaciles. Toma tu lugar,
Lord Vladan, Conde Honorario de los Draig y Alto Oficial Minero. Si, los nobles
tenemos privilegios, pero también responsabilidades. Sacrificamos ciertas cosas.
Es tu deber comportarte como tal.
Vlad no respondió. Clara dio un paso hacia su madre.
—Sabias palabras, Gran Lady.
—Recuerda entonces informar a tu hijo de sus deberes cuando nazca —
ordenó ella.
—¿No estarás allí para decirle? —Clara intentó no sonar demasiado
esperanzada.
—Siempre tuviste unos ojos muy expresivos —regañó su madre. —Tu padre
desea que te quedes aquí y eduques a estos bárbaros. Ve la sabiduría en ello. Si
vamos a endorsar este planeta con nuestro nombre, debe haber al menos un
verdadero Redding en el para cuidar nuestros intereses —le dirigió una elocuente
mirada a Vlad. —Además, como familia, recibiremos con júbilo tus minerales
obsequiados.
Y allí estaba. Lo que su padre consideraba más valioso que traer a su hija de
vuelta a casa. Minerales para sus naves.
—Será un placer —dijo Vlad, aceptando rápidamente la propuesta.
Clara sabía que este cambio era idea de su madre. Seguro se lo había
mencionado a su padre y este había adoptado la idea como suya.
Clara asintió. Intentó disimular sus emociones pero era difícil.
—Gracias, madre —susurró.
—Es lo que tu padre desea —susurró la Gran Lady. Alzó la mano hacia su hija.
Clara no pudo resistirlo. Le echó los brazos al cuello a su madre, dejándola
sentir todo el amor y gratitud en su interior. Las pelucas chocaron. Jaene se quedó
muy tensa y quieta. Sus pesados vestidos se enredaron ligeramente cuando Clara
se separó.
Su madre abrió y cerró la boca varias veces.
—No vuelvas a hacer eso —susurró por lo bajo.
—Como mi madre desee —respondió Clara.
Jaene sacudió la cabeza.
—Siempre tuviste ojos muy expresivos. No temas a los Tyoe. Tu padre está de
camino a la nave para comunicarse con su embajador.
—Gracias, Gran Lady —Clara alzó su muñeca. Este gesto le era mucho más
familiar a la mujer, quién lo repitió.
Cuando se marchó, Clara se volvió a su marido, sonriente.
—Al parecer están tan necesitados de mi ayuda que me veo obligada a
quedarme.
—Si crees que usaré una peluca empolvada, estás… bueno, si te hace feliz —él
se acercó a ella. —¿Necesitas despedirte?
—Estuvo implícito.
—Tienes mucho que enseñarme en eso de ser noble —la sonrisa pícara de
Vlad dejaba bien claro que no tenía intenciones de intentar comportarse como un
noble de Redding. Ella estaba muy de acuerdo con él. Su dragón era perfecto tal y
como estaba.
—Escuchaste a mi madre. Que seamos nobles no quiere decir que tengamos
que vivir vidas horribles —se acercó a él, balanceándose en su tiesas botas y
enorme vestido. —Temo que necesitas mucho entrenamiento.
Él arqueó una ceja. El vestido evitaba que se acercaran demasiado. Se inclinó
para rozarle los labios con los suyos.
—Me mostraste como reír. Déjame mostrarte como ser mi noble —susurró
ella antes de apartarse ligeramente. —Pero primero, ¿me ayudas con la peluca?
Siento que voy a irme de bruces.
—Cómo desee mi esposa —murmuró él. Le tendió el brazo para escoltarla al
dormitorio. Entonces, sonriendo, agregó, —Si nos apuramos, quizás pueda
preñarte con gemelos.
Clara se echó a reír.
—Ah, esposo, no creo que las cosas funcionen así.
—Pero me encantaría intentarlo.
Epílogo

—Esposo —Clara se acarició el abombado vientre mientras su marido le


masajeaba los pies.
—¿Esposa?
—Me dijiste algo en ese lenguaje draconiano tuyo la noche de nuestra boda.
¿Qué era? —ella agitó los dedos de los pies cuando sus manos se detuvieron.
—Te dije muchas cosas esa noche —él alzó su pie descalzo y lo besó. —Y te
quería hacer muchas cosas más, mi hermosa tentadora.
Clara le quitó el pie de las manos y se acomodó para poder acurrucarse contra
él y besarle el cuello. Sabía que a él le gustaba que lo besara allí.
—Era algo que dijiste que tu padre solía decirle a tu madre, pero no me dijiste
qué significaba.
Vlad se echó a reír.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Espero no interrumpir nada —dijo Alek al abrirse la puerta. Tenía los ojos
tapados.
—Si interrumpes, lárgate —le espetó Vlad burlonamente.
—Tengo que hablar con… —Alek bajó un poco la mano para mirar, y al verlos
en el sofá completamente vestidos, se acercó a Clara. —Sé que tratan de decirte.
Pensaba en las imágenes, y son las flores solares. Son…
—No —gimió Clara. —Nada de flores solares otra vez. Regresa mañana. No
quiero hablar con ceffyls hoy.
—No, los bebés perdidos. Tratan de decirnos que las flores solares los ayudan
con el embarazo. Puse a tres yeguas preñadas en una dieta de flores solares.
Estaban felices, activas y parieron crías sanas. Tendremos que destetalos, pero
funcionó. Flores solares —Alek dio un saltito de emoción. —Ordené que
recogieran semillas inmediatamente. Empezaremos a plantarlas en unos meses.
¿Pero sabes qué significa? Ya no hay un cincuenta por ciento de probabilidades de
que las crías mueran.
Clara lo miró con seriedad.
—¿Ya le contaste a tu mujer la buena nueva?
Alek pareció sorprendido.
— No, no lo he hecho.
—Estoy segura que le encantaría escucharlo —dijo Clara. —Deberías ir a
buscarla ahora mismo.
—¡Tienes razón! —dijo Alek y se marchó corriendo.
—Kendall puede que no lo aprecie —comentó Vlad.
Clara se acurrucó nuevamente junto a él.
—No creas que me olvidé, esposo. ¿Qué me dijiste en nuestra noche de
bodas?
Vlad se le acercó. Por un momento ella creyó que la besaría para evitar
responder, pero entonces él susurró muy quedamente, junto a su boca.
—Se traduce a mi flor solar.

Fin.

También podría gustarte