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***
—Entiendo que lo que les pido es altamente inusual —le dijo el rey a sus
cuatro hijos y cuatro sobrinos. Ya estaban vestidos para la ceremonia, aunque
apenas empezaba a ocultarse el sol. Habían elevado una larga tienda blanca lejos
de las otras tiendas matrimoniales y más cerca del palacio. Lo que proponía el rey
era realmente inusual.
La nave de Novias Galácticas flotaba en el cielo, ejecutando las maniobras
necesarias para aterrizar en la zona designada. Estaba llena de mujeres, mujeres
buscando esposo. Vlad tuvo que contenerse para no quedársele mirando como un
hombre hambriento mirando una hogaza de pan azul.
Las palabras continuas del rey llamaron a atención de Vlad de vuelta a la
tienda blanca.
—Pero Lady Clara de los Redding viene de una familia de costumbres estrictas
—su tío tenía una expresión rara en el rostro, como si quisiera decir más pero lo
evitara. —Sus tradiciones dictan que solo puede casarse con nobles o realeza y
que no debe mezclarse con otras mujeres solteras. Si no encuentra pareja, será
escoltada de vuelta a su nave y no asistirá a la ceremonia de esta noche. Su pueblo
a convenido que, de contraer matrimonio esta noche, ella nos será entregada y
tomará nuestra cultura como suya.
—Jamás he escuchado de un arreglo tal —dijo el Príncipe Ualan. —¿Por qué
no querría conocer a todos los solteros? ¿Cómo sabrá la voluntad de los dioses si
no lo hace?
—Detestaría saber que algún hombre se quedará sin esposa porque esta Clara
no puede casarse por debajo de su rango social —agregó el Príncipe Yusef.
—La razón de esta ceremonia es que todos somos iguales. La decisión la toma
el destino, no el poder o el dinero o la posición de un hombre —comentó Bron. —
Me parece extraño.
—Entonces el destino decidirá si ella debe estar con uno de ustedes o no —el
rey interrumpió la discusión entre los novios. —Los dioses confían en nosotros los
ancianos para ser su voz y, en este caso, hemos decidido respetar la cultura de
Lady Clara. Ella se encuentra en esta tienda. Les ordeno que se presenten ante ella
—le dirigió una mirada elocuente a los tres que habían fallado en encontrar esposa
en ceremonias previas.
Alek levantó el mentón obstinadamente. Bron frunció el ceño. Mirek fijó los
ojos en la tienda.
—No veo por qué no intentarlo —insistió el rey.
Todos los novios intercambiaron miradas y lentamente se colocaron las
máscaras de cuero tradicionales para esconder sus facciones de la frente al labio
superior. Como era lo acostumbrado, todos llevaban taparrabos de piel, un aro de
oro en el bíceps, la máscara y sus cristales al cuello. El taparrabos era para hacer a
los nobles indistinguibles de los plebeyos, aunque en este caso no importaba. Lady
Clara sabía que solo habría nobles frente a ella. Pero elegir pareja para casarse no
se trataba de eso. Se trataba de compatibilidad, destino y la voluntad de los
dioses.
Vlad tenía sus dudas sobre conocer a Lady Clara así, pero no de la misma
manera que los demás. Las probabilidades de que los dioses la eligieran a ella para
él por encima de todas las demás mujeres llegando al planeta eran pocas. Miró la
nave nupcial. Estaba más cerca ahora, el fondo escondiéndose tras los árboles que
rodeaban el valle.
Mirek le tocó el hombro, haciéndole notar que debería seguirlos a la tienda. Él
le sonrió traviesamente, dirigiéndose a la entrada. Pronto sería bendecido con una
esposa. Podía sentirlo.
***
—No puedo usar ese traje —Clara miró el traje prácticamente inexistente y lo
desdeñó con un gesto.
El vestido tradicional de Qurilixen estaba hecho de un material suave y
naturalmente brillante. El problema era que no había suficiente material para
cubrirle todo el cuerpo. De hecho, era solo un par de pequeños rectángulos de
material con tantas tiras yendo en tantas direcciones que no estaba segura de
cómo ponérselo. Y si por algún milagro lograba ponérselo, no dejaría demasiado
de su cuerpo a la imaginación. Además, el ancho de la falda de Redding los
mantendría a una distancia respetable. No quería arriesgarse a tener contacto
accidental con la piel.
Clara mantuvo sus manos a los costados y apartó la mirada del ofensivo traje.
Podría ser la costumbre de este planeta primitivo, pero de ninguna manera le
mostraría tanta piel a nadie, mucho menos a un grupo de extraños.
—Estoy segura de que mi noble madre no sabía nada de esto. Usaré lo que
llevo ahora.
—Nos ordenaron prepararle según las costumbres del planeta —protestó
Eula. La acompañante alzó el vestido hacia su ama. —Vuestra madre desea que
usted tenga todas las ventajas posibles para hacer que esto funcione.
Las palabras fueron como una cachetada, aunque Clara supo disimular el
insulto involuntario. No era culpa de Eula que la soltería de Clara fuese conocida. A
los plebeyos les gustaba correr rumores de los nobles.
Confrontada con el ofensivo traje nuevamente, Clara lo miró con desdén.
—No soy como las otras novias que serán presentadas luego. No me
comprometeré ni a mi etiqueta poniéndome eso —miró las dos ligeras zapatillas
que iban a juego con el traje nupcial. —Pero aceptaré usar los zapatos. Puedes
desamarrar mis botas y ponérmelos.
No quería sonar tan demandante, pero sus emociones empezaban a salirse de
control y luchaba por mantenerlas aplacadas. Las emociones descontroladas
llevaban a pensamientos caóticos, y ella no cargaría a Eula con el peso de sus
sentimientos. La mujer quizás no tuviera la misma sensibilidad que tenía la familia
de Clara, pero Eula sería capaz de detectar sus emociones si ella se permitía
sentirlas.
Clara se sentó en un banquillo bajo, balanceándose con facilidad mientras Eula
iniciaba el lento proceso de desatar sus botas. La bota le llegaba hasta medio
muslo, ajustada contra su pierna. Con el peso enjoyado del vestido, las botas eran
útiles para mantener a una dama de pie. Apoyaban los músculos durante las largas
jornadas de estar de pie sin moverse.
La sirvienta tuvo cuidado de solo usar sus dedos, sin apoyar la palma de sus
manos para su tarea. Para mellar su sensibilidad, muchos plebeyos frotaban arena
en las palmas de sus hijas para que se encallaran. A veces Clara desearía haber
corrido con tanta suerte. Había momentos en los que caminar en el exterior era
insoportable, aunque las mujeres nobles no salían con frecuencia. Si querían
naturaleza podían visitar el pequeño zoológico o el acuario en el palacio del Gran
Lord. El número de animales estaba monitoreado, no como en la naturaleza, y eso
los hacía soportables para sus habilidades empáticas.
Hoy, su traje se sentía sumamente pesado. El corpiño violeta estaba bordado
con una preciosa telaraña color crema. Aunque mostraba algo de escote, era un
corte respetable. La falda bajaba desde sus caderas, más ancha en los costados
que en el frente y la parte de atrás. Al sentarse, apoyaba las manos a los costados
de la misma, con los codos doblados y las muñecas primorosamente sobre la falda.
El enorme peso de la peluca evitaba que se inclinara para ver lo que hacía
Eula. Su acompañante de viaje era joven y bonita, casada desde hacía cinco años.
Su marido era un hombre estoico de muy pocas palabras que pilotaba la nave.
Clara quería preguntarle a la mujer si su marido le hablaba en frases completas
cuando estaban a solas, pero una pregunta así era más que impropia. Nadie
preguntaba sobre los asuntos maritales de otros.
Clara sintió como le quitaban la bota, siendo reemplazada inmediatamente
por la zapatilla. Curvó los dedos, probando la extraña libertad de movimiento
mientras le tendía la otra pierna a Eula para que continuara. Las zapatillas
quedarían escondidas bajo el vestido, pero ella sintió que era un buen
compromiso.
Clara se levantó cuando Eula terminó. Las paredes de la tienda eran de un
blanco brillante, lo suficientemente delgadas como para dejar pasar la claridad,
pero lo suficientemente gruesas para que no pasara nada más del exterior.
Desafortunadamente, el suelo era de tierra, por lo que se vio forzada a caminar
sobre los rollos de tela extra que su madre había enviado con ella. Estaban
desenrollados en el suelo, formando un camino desde el vestidor a la parte
principal de la tienda. El techo era bastante bajo en algunas partes, casi rozando su
peluca. Al atravesar el camino de seda, pudo sentir la curvatura del suelo contra
los pies. Las zapatillas se sentían raras, casi como si caminara descalza, y no la
ayudaban a soportar el peso del traje. Los músculos de sus piernas empezaban a
protestar.
Su falda rozó el material del suelo con un susurro a cada paso. Eula caminó
frente a ella para alzar el grueso velo que dividía la tienda en dos. Al mismo
tiempo, el Rey Draig entró por el otro lado. Ella se quedó perfectamente quieta.
Era un hombre amable con un rostro extremadamente expresivo que no dejaba de
fascinarla. No estaba acostumbrada a hombres que sonrieran con tanta facilidad y
rieran a menudo. Cuando se conocieron, él pareció estar a punto de tocarle la
mano. Ella, por supuesto, no había hecho nada para alentar tal familiaridad pero el
hecho de que se ofreciera a tocarla casi sin pensarlo la hizo preguntarse la clase de
gente que eran estos Draig de Qurilixen.
Escuchó las risas fuera de la tienda segundos antes de que sus posibles futuros
esposos entraran. Vio sus movimientos pero no los miró directamente. Al caminar
junto al rey, lo escuchó saludarla.
—Lady Clara, espero que vuestra estadía haya sido confortable y que los
arreglos hechos para usted sean satisfactorios.
Ella miró al suelo, dónde había hecho que Eula desenrollara la tela. No había
razón para ser maleducada.
—Por supuesto, Rey Llyr. Estoy muy agradecida por la hospitalidad —entonces
se volvió al primer hombre en la fila.
—Mi hijo mayor, el Príncipe Ualan —dijo el rey.
Ualan parecía un bárbaro, con solo un taparrabo de piel puesto. Clara no
estaba segura de cómo reaccionar a tal atuendo. Trató de no mirar su pecho, o su
estómago, o sus piernas, o sus brazos y hombros, pero era casi imposible dirigirle
la mirada sin ver algo de piel indecente. Extrañamente, el único lugar al que podía
mirarlo sin ser maleducada era al rostro, que tenía semicubierto con una máscara
de cuero. Tanto el rey como el príncipe miraron al pecho de Ualan. A Clara le
habían dicho cómo funcionaba la ceremonia, pero creía que eso del “brillo del
cristal” era algo metafórico, no literal.
Ualan volvió a alzar la vista, asintiendo.
—Le deseo bien en sus viajes, mi lady —y entonces se marchó, permitiendo al
siguiente presentarse.
¿Eso era todo? ¿Sin brillo no había matrimonio? El hombre no le había
preguntado nada, ni siquiera habían conversado. Solo la había mirado, luego
mirado su cristal y entonces se había decidido.
Clara sintió una pequeña punzada de miedo. El próximo príncipe entró, el
Príncipe Olek. Él miró su peluca, sin molestarse en mirar su propio pecho. Ella miró
el cristal, intentando que reaccionara. No pasó nada. Él se marchó tan rápido como
su hermano.
La preocupación le hizo nudos en el estómago. No estaba segura de qué haría
si ninguno la quería. ¿Debería haber usado el traje tradicional? ¿Humillarse para
atraerlos con su piel? El rey había dicho que eran ocho nobles. Quería decir que
quedaban seis.
El Príncipe Yusef la saludó con una sonrisa que le iluminaba el rostro.
Posiblemente buscaba consolarla, pero solo la hizo preocuparse más. Se preguntó
que emoción reflejaba su propio rostro. De niña la habían regañado varias veces
por sus expresivos ojos. ¿Acaso se le notaba la desesperación? ¿Sabían lo mucho
que ella necesitaba que uno de ellos gustara de ella? ¿Qué la deseara? No podía
regresar a casa sin casarse. Su padre lo había dejado claro en varias ocasiones. De
hecho, era lo último que le había dicho antes de partir.
Después del Príncipe Yusef, llegó el Príncipe Zoran. Era un hombre de
proporciones bestiales, con un rostro estoico que debería haberle producido algo
de consuelo. Lamentablemente no pudo superar la impresión de su estatura y
contextura gruesa. Cuando su cristal no brilló, lo vio marcharse con alivio.
Ya iba a la mitad de su lista de pretendientes sin obtener ninguna reacción, ni
la promesa de que alguno cambiara de parecer. Se había preparado para
conversar o contestar preguntas, pero en lugar de ello se encontró con un desfile
eficiente de hombres pasando frente a ella como objetos para ser examinados.
—Estos son mis sobrinos —dijo el rey, llamando su atención a los cuatro
últimos hombres. —Lord Bronislaw, Alto Duque de los Draig —el hombre se
inclinó, dijo algo y se marchó con su cristal apagado. —Lord Aleksej, Duque Menor
de los Draig —Aleksej le miró la cabeza como lo había hecho el Príncipe Olek. De
seguro Eula le habría dicho si algo estaba mal con su peluca. El cristal de Aleksej
tampoco brilló.
Esto no podía estar pasando. Clara sabía lo que valía. Era bonita. Era rica.
Tenía un título. ¿Por qué estos bárbaros no veían su valor y su buena crianza?
Todos deberían desear una novia como ella. Deberían estarse peleando por su
atención. Ella había trabajado tan duro para ser perfecta.
—Lord Mirek, Conde de Draig —casi no escuchó la presentación del rey. La
mente le iba a un millón por hora y cada vez se aceleraba más. ¿Qué haría si la
mandaban de vuelta a casa?
—Yo —le dijo débilmente al poco impresionado Mirek, pero las palabras
murieron en sus labios y continuó en silencio.
Puedo ponerme el vestido y podemos comenzar de nuevo. Soy una dama.
Puedo manejar un hogar. Estoy en edad perfecta para criar. Vengo de una familia
de posibles. ¿Por qué no me consideran? ¿Me dejarían probar mi valía? ¿Se
casarían conmigo? No debí ser tan orgullosa. Debí casarme con Lord Dane. ¿Por
qué pensé que su atracción por mi hermano era importante? El matrimonio no se
trata de emociones.
Por favor acéptame, mi lord, o si no, me matarán.
La profundidad de su estupidez le llegó de pronto, al Mirek retirarse. Que
engreída había sido al rechazar tantos pretendientes. ¿De verdad creyó que su
padre esperaría a que se casara por amor? ¿De verdad creyó que la dejaría huir de
sus deberes si rechazaba suficientes hombres?
—¡Tenemos una pareja! —exclamó el rey, sonando sorprendido.
Clara parpadeó, notando entonces la luz pulsante frente a sus ojos. Un cristal
brilló. El último hombre sería su pareja. Había estado tan frenética que no había
escuchado su nombre. El alivio no le duró mucho al comprender lo que esto
significaba. Se quedaría en este planeta primitivo. Este lugar sería su nuevo hogar.
Entonces pasó la mirada del cristal al rostro de su nuevo marido. Él no había
hablado todavía.
Vio los mechones de su cabello rubio oscuro sujetos por su máscara. Sus ojos
color avellana la miraban con intensidad. No conocía a nadie con ojos de ese color.
La boca de él se levantó en la esquina.
Clara sintió los ojos de los hombres sobre ella. La expresión de su futuro
esposo estaba escondida tras la máscara pero pudo ver la intensidad de sus ojos.
Él alzó la mano como para tocarla. Inmediatamente ella se apartó, haciendo una
reverencia. Entonces, ya que no estaba segura de cómo reaccionar ante esos
rostros expresivos y sus murmullos sorprendidos, se retiró al vestidor.
—Al parecer has sido bendecido, hermanito —dijo un hombre. —Una
bendición inusual.
—No te burles —regañó otro. —La voluntad de los dioses no puede
cuestionarse. Bendiciones a tu hogar, primo.
—Bendiciones —repitió otro.
Clara los ignoró, ya que no deseaba oírlos. Un esposo. Iba a casarse. Por fin la
siguiente generación podía empezar.
—Y la vida como la conozco llega a su fin —susurró. —Esto no puede estar
pasando.
***
—La voluntad de los dioses no puede cuestionarse —dijo Yusef, acallando las
burlas de Mirek, aunque sonrió cuando dijo. —Bendiciones a tu hogar, primo.
—Bendiciones —concordó Ualan.
—Bendiciones —dijeron Olek y Alek a la vez. Sus buenos deseos fueron
seguidos por los de los demás.
Todos los hombres se quitaron las máscaras, menos Vlad, quien no se atrevió
a romper la tradición con su futura esposa tan cerca, dejándola que decidiera
cuando ver su rostro por primera vez. Sonrió.
—Gracias.
—No creí que sucedería —dijo el rey, mirando hacia dónde había huido la
dama. Les hizo señas a los muchachos de que salieran. Cuando estuvieron lo
suficientemente lejos, continuó, —está aquí como favor a un amigo. No teman,
aunque no se parece a nosotros, viene de una noble familia con una reputación
impecable en la galaxia. Incluso enviaron un enorme regalo al reino por permitirle
venir a participar en la ceremonia.
—¿Un regalo? Que extraño —comentó Ualan.
—Rechazarlo sería de mala educación —dijo el rey. —Ya que Vlad se casará
con ella, haré que los sirvientes lleven el regalo a su hogar —entonces se dirigió a
Vlad, —Es un excelente presagio por muchas razones, sobrino. Las bendiciones
caerán sobre ti.
—¿Viste su cabello? —susurró Alek. —Es como del largo de mi brazo. ¿Crees
que tenga el cráneo del mismo largo?
Vlad frunció el ceño. Bron golpeó a su hermano en el pecho para callarlo.
—Estoy seguro que es solo su costumbre —explicó Mirek en un esfuerzo por
consolar a Vlad. —He visto modas muy raras lidiando con alienígenas.
—¿Crees que nuestros sobrinos tendran…? —Alek gesticuló, imitando el
supuestamente alongado cráneo de Clara.
—Suficiente. Dejemos a Vlad con su novia —dijo Ualan y el rey asintió,
haciéndoles señas de que se dirigieran al valle. Cuando se quedó a solas con su
sobrino, le dijo, —Vlad, sé que no se parece a las mujeres que estamos
acostumbrados a ver, pero estoy seguro que el tinte blanco azulado de su piel es
pintura y su cabello es por moda. Su sirvienta no parece deforme de ninguna
manera. Muchos planetas tienen costumbres distintas. Además, luego de volverse
tu esposa tomará nuestras costumbres. Todo estará bien.
Vlad se rehusó a comentar, pero la verdad no veía porqué todos estaban tan
preocupados. Había estado encantado con la clara perfección de sus ojos violeta.
Eran diferentes a todos los que había visto, puros y profundos. La falta de
expresión en su rostro podía deberse a muchas cosas: la sobrecogedora realidad
de un mundo nuevo, el cansancio del largo viaje, nervios prenupciales. Todas las
preocupaciones de su familia se arreglarían con un baño caliente, una buena
noche de sueño y que le declarara su devoción, y él podía proveerle de todo ello.
—Lamento que no puedas participar en la ceremonia, pero este es un buen
día para ti. Espero que mis hijos tengan tanta suerte —el rey le palmeó
cariñosamente el hombro antes de marcharse. —Deberías ir con los demás para
agradecer la bendición y entonces regresar acá a por tu novia. Si quiere, llévala a
tu tienda en el valle. Si no, quédate con ella para completar la ceremonia y has que
los sirvientes traigan todo lo necesario. De cualquier modo, es una bendición —el
rey miró la tienda donde estaba Lady Clara. Los cambia formas dragón tenían el
oído muy fino y dentro de la tienda solo había silencio. —Pensándolo mejor, no
creo que encaje muy bien con las demás novias. Quizás sea mejor que no baje.
Explicaré a los ancianos mi decisión de permitirte a Lady Clara permanecer en esta
tienda especial junto a su marido durante la ceremonia. Haremos una excepción
por ustedes esta noche y no esperarán que ella venga por la mañana para la
declaración. Acudiremos a ustedes antes de recibir a los demás. Será temprano, así
que prepárate.
Vlad asintió una vez. Su tío parecía nervioso, dando demasiadas explicaciones
a algo que a Vlad le parecía sumamente sencillo. Su cristal brillaba. Clara estaba
destinada a ser su esposa. Sus sueños se volvían realidad. El resto eran solo
detalles.
Vlad quería ir junto a ella. Quería quitarle ese extraño vestido para explorar lo
que había debajo. Quería mirar esos hermosos ojos. Esta noche, la noche de
bodas, era una noche de descubrimiento. No consumarían su matrimonio, pero la
tradición les permitía hacer todo menos eso. Luego de que ella le quitara la
máscara, podría hablar con ella. Antes, podría comunicarse con ella sin palabras.
—Iré al templo —dijo Vlad roncamente. Le sonó extraño, incluso a sus propios
oídos.
—Bendiciones —dijo el rey antes de marcharse.
***
***
Tengo que embarazarme, entonces podré regresar con mi familia, pensó Clara,
clavándose las uñas en las palmas de las manos. Era un viejo hábito, uno que tenía
desde pequeña. No lo hacía a menudo, solo cuando necesitaba redirigir un exceso
de emociones… o en este caso, la sensación de Vlad contra su piel. Sin duda Eula
reportaría la clase de lugar primitivo a donde habían exiliado a Lady Clara.
Entonces, cuando Clara regresara embarazada, esperando un varón, si podía
creerle a la genética Draig, sus padres de seguro le permitirían regresar a casa. La
nueva generación daría inicio y ella sería la mejor tía para los hijos de sus
hermanos y hermanas. Y su único hijo crecería rodeado de familia. Solo no les diría
de la genética predominantemente masculina de los Draig, o su padre intentaría
subir el número de bebés de cinco a veinte con la esperanza de tener más nietos
varones, genética primitiva o no. También estaba el hecho de que su marido tenía
un animal por dentro. ¿Un cambia formas? No le habían informado de ese hecho.
A sus padres les sorprendería el enterarse. De todas las mujeres de su familia, ella
era la más sensible a los animales. La idea de que uno viviera dentro de su esposo
no la asustaba tanto como le asustaría a sus delicadas hermanas.
¿Un solo hijo? La idea de un niño solitario sin hermanos ni hermanas era
triste. No quería ser la criadora que su madre había sido, pero uno parecía un
número bastante solitario. No podía imaginar su niñez si el constante alboroto de
sus hermanos.
Vlad cumpliría con la tradición de su cristal brillante tomándola por esposa.
Cuando ella se marchara, él podría tomar amantes. Ante ese pensamiento,
sumamente lógico, ella frunció el ceño. Por alguna razón, la idea de que su marido
tuviese amantes le molestaba. Aunque así se hacían las cosas. Los hombres
tomaban amantes, a veces varias. ¿Qué otra cosa podían hacer mientras sus
esposas estaban en hipersueño, embarazadas o recuperándose del parto? Era del
conocimiento de todos y Clara realmente no se había detenido a pensar en ello
hasta que Eula mencionó sus preocupaciones. Además, las mujeres del planeta
Redde tenían una manera de lidiar con ese conocimiento, pretendían que no
existía.
Clara no quería pretender más.
Cerró los ojos, calmando su respiración. Era hora de dejar atrás las fantasías
infantiles. Estaba iniciando un matrimonio arreglado. El destino y el amor no
tenían nada que ver con ello. Pronto regresaría a casa para ser tía de sus sobrinos
y madre de su único hijo. Se convenció de que el reporte de Eula tendría algo de
peso con sus padres, quienes de seguro estarían ofendidos al enterarse del nivel
de salvajismo al que su hija estaba sometida. Su acompañante les contaría como
tuvo que desenrollar las finas telas para cubrir el suelo de tierra pisada. Y el
escandaloso traje de bodas que pensaban forzarla a usar. Bueno, quizás Eula no le
reportara eso a su madre, era algo demasiado indecente para los oídos de una
dama. Además, a Clara la obligaban a dormir en una tienda, donde cualquiera con
un cuchillo podía deslizarse, aunque por alguna razón esa era la menor de sus
preocupaciones. Incluso ella podía admitir que tenía una sensación de seguridad.
¿Quién querría matar a una novia en su noche de bodas?
Lentamente su corazón se calmó y el rasgar de sus uñas borró la intimidad de
Vlad con el dolor de la piel lastimada, por lo menos lo suficiente para poder
concentrarse más allá del recuerdo. Todo estaría bien. Este desvío en Qurilixen
solo sería una pequeña parte de su historia.
Capítulo 4
***
Vlad gimió. La llevó contra la mesa, soltando su sexo lo suficiente como para
inclinarla con delicadeza. Entonces se acomodó tras ella, colocando su miembro
erecto entre sus nalgas mientras se balanceaba contra ella. Con las manos libres,
lamió el sabor de ella de sus dedos antes de presionar los dígitos mojados para
que volviera a su sexo. Con la mano libre, le acarició los pechos y la apretó contra
sí.
De esta manera era muy fácil imaginarse que la penetraba de verdad. Con
cada empujón de sus caderas, el clítoris de ella se apretaba contra su mano.
Apretó un pezón entre sus dedos.
—Dulce diosa —susurró él. —Mi dulce, dulce tentación.
El cuerpo de ella se tensó, estremeciéndose ligeramente. Estaba cerca. Podía
sentirlo. El cristal rebotó contra su espalda al él inclinarse sobre ella. Llamó su
atención, recordándole que esta mujer era suya completamente.
Clara tembló con más fuerza. Soltó un ruidito apagado que él no habría
escuchado de no estar tan pendiente de sus reacciones. Vlad no pudo contenerse.
Se derramó libremente sobre sus nalgas. La cálida liberación los acortó mientras se
deslizaba fácilmente unas cuantas veces más.
—Mmm —murmuró él, satisfecho. No la soltó de inmediato. Se quedó un rato
apretado contra ella, con la mano en su sexo y su miembro entre sus nalgas.
Lástima que no pudo penetrarla, pero no se quejaba. —Eres muy dulce, novia mía.
***
¿Dulce?
La palabra se quedó en su mente mucho después que Vlad se levantara.
Cuando recuperó el sentido, se alegró que Vlad no le hubiese visto el rostro. No
podía recordar si había mantenido la compostura. Lo único que recordaba era el
bombardeo de sensaciones: cosquilleos, jalones, humedad, fricción, necesidad,
placer, confusión, miedo, pánico, explosión celular, y entonces las manos de él, su
aliento y su olor, su cuerpo estallando en un húmedo final.
Clara esperaba no haberse avergonzado. Sus caricias habían sido…
inesperadas. No sabía cómo describirlo. Al principio, había pensado que él solo
quería determinar su compatibilidad. Después de todo, no tenía sentido casarse si
no eran compatibles. Y ya que claramente ella no estaba capacitada para emitir un
juicio al respecto, tenía sentido que él realizara la inspección. Como su marido,
tendría libre acceso a su cuerpo todo el tiempo.
La idea la hizo temblar mientras se hundía en el calor de la bañera. El agua
había sido clara hasta que se lavó el azul de la piel. Cerró los ojos, descansando la
cabeza contra el borde. Enseguida vio el atractivo en remojarse. Era mucho más
relajante que limpiarse con láseres. La presión del agua la rodeaba como una
manta húmeda y cálida.
—¿Clara? —La voz sonaba lejana. —¡Clara!
Se espabiló al sentir manos tocando sus brazos desnudos. Se sacudió en la
bañera, empujando con los pies. Parpadeando pesadamente, miró a Vlad.
—Vamos, no te puedes dormir aquí. Vamos a llevarte a la cama.
Su cabello seco se le pegó a la espalda cuando él la alzó en brazos. Se había
recogido el cabello en un moño alto para meterse al agua. Su padre había insistido
que todos sus hijos aprendieran a nadar, así que ella sabía por experiencia que si
se mojaba el cabello, tardaría todo el día en secarse. Tenía un peine laser que se
encargaría de limpiar sus mechones.
Clara cerró los ojos, apoyando la cabeza en el hombro de Vlad. Él olía al mismo
jabón que ella, pero de alguna manera en él olía distinto.
Lo escuchó susurrar y acomodarla en la cama. No abrió los ojos. Toda la
preocupación y el estrés de la ceremonia la habían dejado agotada. Por fin estaba
casada. La próxima generación podía empezar. No le quedaba nada más por hacer
esta noche.
***
Clara supo que no estaba en su propia cama antes de abrir los ojos. No fue
nada en particular, sino más bien una combinación de sensaciones extrañas que la
hizo sentir aprehensiva. El colchón era demasiado suave, la brisa demasiado fresca
y los sonidos que venían de afuera irreconocibles. Normalmente despertaba a la
sensación de sus sirvientas tocándola. Empezaban a peinarle el cabello y arreglarle
los pies antes de que despertara completamente por la mañana. Se había
acostumbrado a dormitar mientras la arreglaban.
Clara se volteó de lado. Voces lejanas la hicieron levantarse del lecho. Al
hacerlo, se dio cuenta de que había dormido desnuda. Eso la hizo recordar la
noche anterior.
Eres muy dulce, esposa.
Dulce. Vlad la había llamado dulce.
Clara se olisqueó el brazo y lamió su propia piel. No sabía dulce. Tenía que
significar que era un término de cariño.
No estaba segura de cómo interpretar lo que había pasado entre ellos durante
el escrutinio. A lo mejor ella había estado agotada por su viaje, avasallada por su
nuevo hogar y aterrada por estar rodeada de primitivos semidesnudos. No. Eran
excusas. Ella era una dama y no había actuado como tal la noche anterior,
dejándose llevar por la inspección de su marido. Podía perdonarse ese pequeño
error, pero debía asegurarse de que jamás volviera a pasar. Lo último que le había
dicho su madre antes de que se marchara había sido: Recuerda que te crie para
que seas una dama. Representas a tu familia con cada acción que hagas. Lamento
que te marches pero me alegra el inicio de la nueva generación.
Clara alzó la mano y la dejó flotar en el aire, fingiendo que su madre estaba
delante de ella. El acto familiar le trajo un poco de consuelo, falso como era el
consuelo. Susurrando en la tienda, dijo:
—Haré lo que desees, Madre. Siempre lo que desees —susurró.
Un año para preñarse. Eso era posible. La noche obligatoria en la tienda había
acabado y ahora irían al hogar de él, donde ella estaría en su elemento. Si el hogar
no estaba a su gusto, ella lo haría a su gusto. Quizás lo dejaría mejor de lo que lo
había encontrado. De todas maneras cualquier cosa sería mejor que dormir en una
tienda con piso de tierra.
Le habían dejado un traje en una mesa baja cerca de la cama. No lo agarró. En
lugar de ello frotó la muñeca contra la tela. El profundo púrpura de la misma la
hizo pensar en su planta favorita, el alambrepúa. Crecían en los jardines
occidentales del palacio, fuera de la ventana de la habitación de lectura, gruesas
lianas púrpura con afiladas púas rojas. Evitaban que los intrusos treparan a las
habitaciones de las mujeres. Hermosa, pero letal.
Volvió su atención a su baúl, donde estaba el traje incrustado de joyas, el traje
de una dama, el traje de su vida pasada.
A pesar de su entereza, el año por venir se le antojó interminable de pronto.
Su nave se había marchado. Estaba atrapada en un planeta desconocido. Criada en
una casa llena de parientes, la idea de estar sola le pareció aterradora. Había
estado tan concentrada en la ceremonia y en encontrar marido que no había
pensado en el después.
Su nuevo esposo tenía solo tres hermanos y cuatro primos. Qué familia tan
pequeña. Y era de él, no suya. Ella no tenía a nadie allí.
Se estremeció de miedo. Le temblaban las manos y no podía controlarse. Clara
respiró profundo. Este estado excesivamente emocional no la ayudaría. Tenía que
controlarse.
***
***
—Debo rehusarme.
Vlad frunció el ceño al escuchar a Clara. Su esposa se había cambiado al traje
tradicional de Qurilixen. Por un momento, él no pudo ni hablar mientras señalaba
al mozo de establos que traía al ceffyl con una cuerda. Ella parecía una verdadera
noble Draig… casi. Este vestido era mucho más atractivo para él que el anterior.
Pero se había dejado el corpiño y las tiras laterales sueltas. Solo cuando el viento la
acariciaba era que él podía ver sus curvas.
Su cabello seguía primorosamente peinado y su rostro maquillado. No había ni
un solo mechón fuera de lugar. Las mujeres Draig normalmente se dejaban el
cabello suelto, como lo tenía anoche. El recuerdo le hizo estremecer las entrañas.
—No me montaré en esa criatura —Clara miró al enorme ceffyl que le fue
presentado. Tenía una cuerda atada al cuerno central y una manta sobre el lomo,
lo que la criatura no parecía apreciar. Agitó la cabeza en un gesto que estremeció
todo su cuerpo. El mozo lo sujetó con la cuerda, aunque no era necesario, ya que
el animal era doméstico, pero Vlad lo consideró necesario para aplacar lo que
imaginaba era el miedo femenino.
—Va a calmarse en un momento —le aseguró Vlad. Como en protesta, el
ceffyl sacó su larga lengua, haciendo un gorgorito y pisoteó el suelo. —No te hará
daño.
Clara respiró profundo.
—Por supuesto que no me hará daño.
Vlad contempló confundido como su esposa se acercó a la incómoda bestia. Si
el animal la corneaba, podría partirla en dos. Fue a detenerla, pero ella parecía
estar segura de lo que hacía.
Clara alzó la mano y acercó el interior de su muñeca al ceffyl. La criatura
podría atravesarla de un golpe con sus horribles cuernos, pero ella esperó a que se
tranquilizara. Los ojos de reptil de la bestia parpadearon y Vlad pudo respirar
tranquilo.
—No le gusta la manta —dijo ella en tono tranquilo. —Y la cuerda no es
necesaria.
—¿Clara, que haces? —preguntó Vlad en voz baja, no queriendo asustar al
animal con su esposa tan cerca.
—Pido permiso —el púrpura en sus ojos se oscureció lentamente mientras ella
miraba el dorso de su mano. Fue un cambio sutil, pero que sus ojos de cambia
forma detectaron fácilmente. Si no se equivocaba, un halo verde rodeaba su
pupila. Ella miró al mozo. —Nos llevará a cambio de una planta de pétalos blancos
con centro azul claro y tallo marrón felpudo.
—¿Una flor solar? —preguntó el mozo, mirando dudoso a Vlad.
—Ah, así que si existe. Maravilloso. Consigue la planta y entonces podemos
marcharnos —Clara dejó caer su muñeca y se apartó de la bestia. —Y por favor
quítale la soga y la manta. Él no tiene intenciones de marcharse. Solo quiere la flor
solar.
El mozo empezó a obedecer, quitando la manta del animal.
—¿Te dijo que quería una flor solar? —preguntó Vlad, incrédulo y
sorprendido.
Clara frunció el ceño. Fue un movimiento tan sutil, uno que hubiera sido fácil
de pasar si no la hubiera estado observando.
—Si así se llama la planta, entonces sí.
—¿Por qué no tienes miedo? Creí que no salías al exterior —Vlad palmeó
cariñosamente al animal. Miró al mozo, que los miraba detenidamente. Al notarlo,
el mozo bajó la mirada.
Clara miró las montañas.
—Me las apañaré. La naturaleza no me asusta. Tengo mis vacunas solares
vigentes por los próximos dos años.
—Me refería al ceffyl —aclaró él. Vlad sabía que debería dejar de hablar tanto
frente al mozo, pero jamás había tenido el decoro natural de sus hermanos
adoptivos. Habían crecido temiendo los oídos curiosos de los sirvientes. Durante
su infancia, todo el mundo oía todo y era ruidoso y caótico y lo extrañaba
terriblemente.
—Tenemos plantas y animales en mi hogar: en el zoológico privado, el acuario
y en el jardín amurallado —ella se volvió al mozo. —Por favor, busca la flor.
—Lord Alek no quiere que les demos flores solares a los ceffyls —explicó el
mozo mientras retiraba la cuerda del cuerno central. — Los enferma si comen algo
más durante varios días y tenemos que privarles de las flores —entonces se volvió
hacia Vlad, con expresión culposa. —Creo que una de las bestias se escapó y comió
de las flores de la reina. No me pueden atrapar tomando una porque me culparán
de todo el lío.
Vlad asintió, comprensivo.
—Si. Es mejor que no las tomes y llames la atención de la reina. Espero que
crezcan antes de que lo note.
El mozo suspiró aliviado.
—Entonces tendremos que caminar. Esos son los términos del transporte —
Clara le asintió al animal, como si este pudiese entenderla, y regresó a la tienda.
El mozo miró a Vlad, completamente confundido. Vlad le hizo gesto de que se
retirara.
—Llévatelo de vuelta al establo. Iré a buscar otro en un momento.
No esperó a ver si el mozo le obedecía. Entró a la tienda, las delgadas paredes
blancas iluminadas por la luz del sol. La encontró sentada en la cama, esperando
en silencio.
—¿Qué acaba de pasar? —Fue lo único que se le ocurrió preguntar.
—¿A qué te refieres?
—El animal. Si no querías montarlo, solo tenías que decírmelo —él se cruzó de
brazos.
—Suena como si pensaras que… —ella vaciló, su pecho estremeciéndose
como si intentara controlar su respiración. —¿Crees que miento? Pregúntale al
ceffyl si no me crees. No veo cual es el problema. Sus términos eran simples.
—¿La criatura te habló? —Vlad no quería sonar tan dudoso, pero había
pasado toda su vida con esos animales. Jamás había escuchado de alguien capaz
de comunicarse con ellos, al menos no así. El que mejor los conocía era su
hermano Alek, e incluso él solo podía interpretar las señales en su
comportamiento, pero no leer sus mentes.
—Nos comunicamos, si —Clara se quedó muy quieta, aunque él pudo detectar
varias micro expresiones bajo su calma. Se preguntó qué clase de fuerza de
voluntad era necesaria para mantener todas las emociones contenidas. Él no era
capaz de hacerlo, ni lo intentaría. Ella continuó. —Le mostré que queríamos pasaje
a las montañas y él me mostró que deseaba a cambio la flor solar y que le quitaran
los amarres. Llegamos a un acuerdo.
Vlad atravesó la distancia que los separaba. Ella se tensó al sentirlo acercarse
pero no evitó que la tomara de las manos. Él miró su palma y su muñeca,
acariciando las ligeras venas azules. La sintió temblar, aunque su rostro
permaneció sereno.
—Me alegra mucho escuchar que no le temes al exterior. Admito que lo que
me dijiste anoche me preocupo, cuando dijiste que no te aventurabas afuera a
menudo —se preguntó si ella le escuchaba. Parecía concentrada en su mano
acariciando su muñeca. —Perdón por asumir. Me equivoqué al cuestionar la
voluntad de los dioses.
***
Clara casi no podía respirar. Cada caricia de los dedos de Vlad contra su piel le
hacían sentir extrañas sensaciones, enroscándose alrededor de su cuerpo y
yaciendo en su vientre. Había una intimidad tremenda en el simple gesto.
—Eres tan compuesta —dijo él.
Clara intentó agradecerle el cumplido, pero no le trajo el mismo placer que la
palabra dulce. Una voz en su cabeza le advirtió que debía mantener la compostura.
Era media mañana. No era momento de intimidad.
—Tus manos son tan suaves, como si nunca tocases nada.
—Soy hembra —respondió ella, lógicamente. En su mundo, eso habría sido
entendido de inmediato. No podía ir por allí leyendo los pensamientos de otro. Si
querían que supiera algo, se lo dirían.
—Si —musitó él. —Eres una hembra.
Vlad tomó la mano de ella y la apretó contra su pecho. El latido reemplazó las
caricias de sus dedos. Con la mano libre, deshizo el peinado que ella se había
hecho. Lentamente el cabello le cayó por los hombros. La voz que le advertía
empezó a acallarse hasta que ella ya no pudo escucharla. Su enfoque se concentró
de tal manera que solo pudo ver su propia mano apretada contra el pecho de él.
Cerró los ojos, concentrándose en el latir de su corazón.
Un dedo le rozó el labio inferior. Ella respiró profundo y aguantó el aliento.
Apretó los dedos contra su pecho cuando él se inclinó sobre ella. Él le acarició el
cuero cabelludo. La caricia sobre sus labios desapareció para dar paso a la calidez
de su aliento.
Dio un grito ahogado y abrió los ojos. Intentó hablar pero él la besó,
interrumpiendo lo que iba a decir. Su beso era gentil, seco y suave. Lentamente
apretó la boca contra ella, sin abrirle los labios, hasta deslizarse a su oreja.
—Quiero inspeccionar a mi novia nuevamente —susurró él, cerrando sus
labios alrededor del lóbulo de su oreja, convirtiendo su caricia de seca a húmeda.
Clara apretó los muslos y tragó con nerviosismo. Su sexo empezó a pulsar al
mismo ritmo que el corazón de él. Era ligero, pero ella podía sentirlo. El mismo
placer que le había hecho perder la compostura femenina la noche anterior
regresó para confundirla.
Mientras volvía sus labios hacia su boca, le colocó pequeños besos en la
mejilla. Cuando su boca volvió a encontrar la de ella, tenía los labios abiertos y
respiraba con dificultad. Él mantuvo los ojos cerrados mientras ella lo miraba. Su
lengua húmeda se deslizó entre sus labios. Las sensaciones tangibles fueron tan
avasallantes que ella soltó un ruidito involuntario de placer. Vlad respondió con un
gemido.
Clara se apartó de él al escucharlo. Él parpadeó, mirándola. Ella se dio cuenta
que aferraba su camisa. Él le sostenía la cabeza en las manos.
—Deberíamos controlar nuestras…
Su esposo la interrumpió con un apasionado beso y un gemido más profundo.
Clara no podía pensar. Él apretó las manos contra su espalda, alzándola
ligeramente mientras le subía el vestido. Ella no supo cómo, pero segundos más
tarde tenía los muslos descubiertos. Vlad se apartó, quitándole el vestido. Ella se
vio forzada a alzar los brazos. Los pezones se le endurecieron. La pieza enrollada
alrededor de su cintura cubría su sexo. Estaba diseñada para proteger su piel del
armazón de metal que soportaba el vestido. Varios ganchitos emergían de las
caderas para sujetarlo.
Vlad la recorrió con la mirada. Una extraña sonrisa curvó sus labios al ver sus
altas botas. El vestido Draig no las requería para balancear el peso pero ella las
había usado porque su presión familiar la consolaban.
Él siguió mirando las botas mientras se desvestía, pateando sus propias botas.
Lanzó su camisa a la cama.
Clara intentó concentrarse. Sabía que debía decir algo apropiado y modesto.
Pero se encontró fascinada por su pecho desnudo. Sus músculos se estremecían
bajo su piel. Antes, había intentado no mirarlo. Pero ahora estaban casados. Ella
era su esposa, y se esperaba que cumpliera sus deberes maritales.
—Es de día —protestó débilmente, casi de manera incoherente.
—Normalmente es así aquí —respondió él con una risita.
—Eso no lo había pensado —Clara respiró profundo. Los actos maritales
normalmente sucedían de noche. Pero si aquí no había noche…
Su lógica fue interrumpida nuevamente. Él se inclinó y ella no tuvo opción sino
echarse para atrás en la cama.
—Eres muy hermosa, esposa —susurró él.
Ella vaciló antes de tocarlo. El calor de su piel hizo que sus nervios saltaran
emocionados. Fascinada, acarició sus pectorales. Sintió un cosquilleo entre las
piernas.
Vlad mantuvo su peso sobre sus brazos al inclinarse a besarle el cuello. Las
manos de ella quedaron atrapadas entre los dos. Uno de los pezones de él quedó
cerca de la membrana entre sus dedos.
Él abrió sus piernas, todavía cubiertas por las botas, con su rodilla. Ella no se
resistió. El torrente de sensaciones era demasiado para procesarlo. Cada roce de
piel se volvía una cascada de placer e incertidumbre. Sus muslos quedaron
expuestos.
Su mente no comprendía lo que ella sentía. Él le tocó el rostro, el cuello, los
costados y los pechos. Él se quitó los pantalones, pero ella no se dio cuenta hasta
que no sintió su piel desnuda contra la suya. Ella dobló los dedos de los pies contra
el fondo duro de las botas, desearía poderse quitar las botas con tanta facilidad.
Vio como los ojos de él brillaban dorado. Se preguntó qué clase de anomalía
genética causaba un cambio así. Los ojos de su gente cambiaban de color, así que
no le pareció extraño, pero normalmente era algo de mujeres y jamás tan
prominente. Quizás era así como se revelaba su poder, haciéndola desearlo,
haciendo que su cuerpo ardiera de pasión, haciendo a su mente olvidar toda
lógica. No le importaba. Magia o no, no quería que se detuviera.
Las caderas de él mantuvieron sus piernas abiertas mientras él se movía sobre
ella. Su dura erección se deslizó entre su sexo. Se tensó ante el contacto íntimo,
consciente de lo que sucedería y lista para ello. Corrección. Creyó estar preparada.
La erección de Vlad se apretó contra su entrada. Ella tembló. Irradiaba placer de
pies a cabeza. Entonces él la penetró por completo y la gratificación se multiplicó.
Se concentró en su entrepierna. Las manos de ella se apretaron contra su pecho.
Clara no quería que terminara. Quería explorar sus sentimientos por
completo. Pero terminó antes de que pudiera explorarlos a gusto.
Todo su cuerpo se tensó. Tembló violentamente. Vlad gruñó por lo bajo al
tensarse sobre ella. Ella parpadeó pesadamente, sus ojos se nublaron en destellos
de luz y color. Tan pronto como vino, la tensión se disolvió. Los miembros le
pesaron luego de un placer tan intenso. Cuando su mente se aclaró, Vlad yacía
junto a ella.
Su mano descansaba sobre su muslo, cerca de la parte superior de su bota y
jugueteaba con los cordones.
—Me fascina tu calzado.
Clara no lograba tomar aliento. No estaba segura de cómo responder. Su
mente intentaba desesperadamente recordar cómo había actuado, si había
gritado lo suficiente como para que la escucharan en las tiendas vecinas.
—Perdemos tiempo —dijo débilmente. —Si vamos a caminar, hay que
marcharnos ya.
—No hay prisa —El tono de Vlad era sugerente.
Clara se sentó, insegura de cómo actuar en este momento íntimo. El torrente
de placer había disminuido y aunque ella se sentía extrañamente relajada, tenía
que controlar su comportamiento y reacciones. Solo había una conclusión. No
había actuado como una dama.
—No podemos quedarnos en la tienda. No es un habitáculo apropiado —Clara
posó los pies en el suelo y agarró el vestido Qurilixiano. —La noche tradicional ha
terminado. Es momento de actuar como nobles.
—Tendré que ir al establo a buscar otro ceffyl —Vlad se movió tras ella, pero
ella no lo miró.
Clara asintió y empezó a peinarse nuevamente el cabello sobre la cabeza. De
pronto, Vlad estaba frente a ella. Todavía tenía el pecho desnudo, pero se había
puesto los pantalones. Tocándole el codo, le apartó las manos del cabello.
—Déjatelo suelto —le tocó la mejilla. —Y esta cobertura blanca no es
necesaria. Tienes un rostro hermoso. No deberías ocultarlo.
Ella le miró el pecho, notando las dos enormes huellas rojizas que habían
dejado sus manos. Apretó los puños.
—Lo siento…
Vlad se miró el pecho, riéndose ligeramente al rascarse una de las marcas.
—No me quejo de nada, esposa. Lo que sea que hiciste me agradó mucho.
Clara no tenía ni idea de lo que había hecho, pero esas eran claramente las
marcas de sus manos contra su pecho.
—Deberías ir a por el nuevo ceffyl —se apartó grácilmente de él, dirigiéndose
a la solapa de entrada. Su cabello se sentía extraño contra su espalda mientras se
agitaba con la brisa. No debería salir sin acompañante, pero no deseaba quedarse
a solas con él, no cuando la miraba con esos ojos tan expresivos.
Capítulo 7
***
A pesar de lo que había dicho, Clara estaba feliz de no haber tenido que hacer
el trayecto caminando. El viaje era más largo de lo que había pensado. Por alguna
razón, creyó que Vlad vivía más cerca del palacio.
El descubrir que su nuevo esposo tenía poco dinero era desalentador. Solo
probaba lo inteligente que había sido su madre al esconder joyas y créditos
espaciales en el vestido y baúl de su hija. De seguro podría costearse una sirvienta
y tener dinero de sobra. Los plebeyos estarían agradecidos de trabajar en un hogar
noble.
Vlad había corrido por millas, pero no parecía cansado. A Clara le costaba
mantenerse erguida sobre el ceffyl. Cuando Vlad relajó el paso, la bestia lo imitó.
Vlad olisqueó el aire, mirando a su alrededor. El camino se había hecho estrecho
luego de llegar a la arboleda. Las delgadas ramas se bamboleaban en la brisa,
haciendo un pabellón sombreado. Brillitos parecían bailar sobre el suelo cubierto
de pequeñas plantas. Unos pájaros azul brillante se abalanzaron sobre algo que no
podía ver en el suelo. Cada vez que uno pasaba demasiado cerca se estremecía,
asustada por el movimiento repentino. De pronto, escuchó una risita infantil entre
los árboles, interrumpiendo el trinar de los pájaros.
—¿Qué fue eso? —preguntó Clara. —Escuché algo.
—¿Acabas de escucharlo? —Vlad la miró sorprendido. —Los chicos de la villa
tienen rato siguiéndonos.
—¿Qué quieren?
—Son chicos —Vlad hizo un gesto desdeñoso.
—¿Y…? —insistió ella.
—Los chicos persiguen cosas en el bosque —dijo él. —Tienes hermanos.
Deberías saber cómo juegan los chicos.
—No. Éramos segregados a la hora de jugar —Clara se volteó al escuchar otra
risa. Esta vez se escuchó más alto.
—Están mejorando, pero todavía no son expertos —gritó Vlad. —Ahora salgan
y saluden a mi esposa, dragoncitos.
Un grupo de chicos cayó sobre ellos como una lluvia de monos salvajes. Varios
cayeron de los árboles. Otros saltaron al camino. Uno salió rodando de detrás de
una piedra. Sus ojos brillaban, como había visto que brillaban los ojos de Vlad, en
tonos dorados. Cada uno cargaba un arma improvisada: un palo, una roca atada a
una cuerda, piedrecillas, y soltaron un agudo chillido de guerra. Clara ahogó un
grito de miedo y eso hizo que el ceffyl se encabritara. Ya que una dama tocaba lo
menos posible, ella no estaba agarrada al lomo y se deslizó al suelo con un golpe
sordo.
Enseguida toda la risa se acalló en el bosque, excepto los gruñidos del ceffyl.
Algunos de los chicos empezaron a reírse, solo para callarse de golpe cuando Clara
no se levantó a enfrentarlos de inmediato. Ella se enderezó lentamente,
apoyándose sobre los codos. Uno a uno, los chiquillos perdieron sus posturas
combativas.
Vlad se inclinó a ayudarla.
—Clara, ¿estás lastimada? —él inmediatamente la tomó del brazo como ella le
había enseñado en la tienda marital.
Ella solo pudo responder con un ligero sonido de dolor al sentir una punzada
de agonía de la cadera a los dedos de los pies. El ángulo de la caída había hecho
que se desplomara sobre la cadera. Sintió las lágrimas quemándole los ojos, pero
las contuvo con esfuerzo. Su labio tembló ligeramente, pero se las arregló para
decir de manera uniforme:
—Estoy bien.
Los chicos habían dejado caer sus armas y los miraban con congeladas
expresiones de terror.
—No queríamos… —intentó decir uno de los chicos.
—Creímos —empezó otro, señalando el rostro pintado de Clara. —Que eso
era pintura de guerra.
—Siempre juegas con nosotros en el bosque —el chico más alto se cruzó de
brazos, casi desafiante. —Y ella es tu esposa.
La manera en que lo dijo lo hacía ver como razón suficiente para sus acciones.
Ella esperó a que su esposo los castigara, preparada para intervenir y perdonarlos,
ya que solo eran niños y detestaría verlos condenados a muerte por atacar a una
dama.
—Lo sé —dijo Vlad.
Clara lo miró sorprendida, el perdón muriendo en sus labios al ella guardar
silencio.
—No querían hacerle daño, pero que esta sea una lección: deben tener
cuidado con las damas recién llegadas al planeta —Vlad hizo un gesto con la mano.
—Ahora regresen a la villa. Sus madres deben tenerles la comida lista.
Los chicos obedecieron. Unos pocos recogieron sus armas y empezaron a
perseguirse con gritos de algarabía por el bosque.
—Disculpa por eso —dijo Vlad. —No tenía idea de qué pensarían que tu… —
miró la cara de Clara y soltó una risita, —pintura facial como pintura de guerra.
Ella apenas lo escuchó. La cadera le latía de dolor, enviando oleadas de
sensaciones desagradables a la espalda y la pierna. Tratando de verse balanceada,
apoyó todo su peso en el pie sano.
—Ya casi llegamos. Cuando lleguemos, te llevaré para que te bañes. ¿Puedes
montar?
Clara asintió una vez, diciendo débilmente.
—Cómo desees.
***
Clara tenía los ojos clavados en el cuerno central del ceffyl, concentrándose en
morderse la lengua cada vez que el animal daba un paso con su pata derecha. El
movimiento la hacía apoyarse de su lado lastimado lo que a su vez causó una ola
de dolor a lo largo de su cuerpo. Vlad guardó silencio mientras caminaban. Ella
escuchaba atentamente a la arboleda, temiendo que los salvajes chicos volvieran a
atacar, pero no escuchó más que el trinar de las aves.
Los primeros signos de civilización llegaron en forma de una pequeña casa
ubicada entre los árboles. Era una construcción encantadora, de piedra y madera,
con un ordenado jardín en la entrada, donde crecían plantas en fila. El más
pequeño de sus atacantes estaba sentado en una enorme piedra, atizando el suelo
con un palo. Al verla, le sonrió.
Clara le hizo un gesto con la cabeza, preguntándose por qué la miraba tan
directamente. Lo extraño del encuentro la hizo olvidar el dolor un momento.
—¿Cómo se llama ese lugar dónde vamos? —preguntó.
—Villa Minera —respondió Vlad, con los ojos clavados al frente.
El barro en su vestido se había empezado a secar, pero todavía sentía húmedo
el trasero y caderas.
—¿Así se llama? —Clara intentó acomodarse de muchas maneras, pero sin
importar cuanto se arreglara, le seguía doliendo.
Vlad se rió.
—No es muy creativo, lo sé. Solía llamarse Campamento Minero, pero
descubrieron una veta rica en mineral y las familias construyeron casas para
asentarse permanentemente. Aparentemente las esposas no querían criar a sus
hijos en tiendas.
—Y con razón —concordó Clara. —No son salvajes.
—Gracias por notarlo —dijo él con ironía y una sonrisa torcida.
Más casas, parecidas a la primera, empezaron a aparecer entre los árboles. El
bosque se abrió a un largo valle abierto en la tierra. Villa Minera estaba en ese
valle rectangular, abriéndose a un risco con una vista preciosa a las montañas de
un lado, y al denso bosque del otro. El ruido leve y constante de una cascada venía
del lado del risco.
Vlad la guió por el camino a la plaza central, hermosamente pavimentada con
piedras. La villa estaba primorosamente limpia, construida con ángulos precisos.
Las casas estaban agrupadas en cuartetos a cada lado de la calle principal,
separadas por caminos más estrechos a cada lado. El patrón se repetía por toda la
villa. Las casas eran de piedra y madera, y a menos de que los exiliaran del pueblo,
parecía que hasta los más pobres de los Draig estaban bien cuidados.
Cuando se acercaron y llegaron a la calle principal, ya no podía ver todo el
pueblo. La gente empezó a salir de sus casas a saludar, junto a los que llegaban de
sus trabajos. Clara se intentó sentar lo más derecha que pudo, a pesar del dolor en
su cadera e intentó clavar la mirada en el horizonte. Bueno, lo intentó, ya que todo
a su alrededor llamaba su atención. De haber sabido que habría un desfile, le
habría insistido a su marido que la dejara arreglarse.
Vlad parecía mucho más relajado, saludando y sonriendo. Varias personas lo
saludaron por su nombre. Tal falta de respeto sería castigada severamente en su
planeta. Incluso ella tenía que llamar “Gran Lord” a su padre en público.
Vio a varios de los chicos del bosque. Estaban junto a sus padres, hablando y
gesticulando emocionadamente al verla pasar. Algunos la saludaron abiertamente,
como si ya fueran amigos de toda la vida. Ella les asintió, insegura. Las expresiones
de curiosidad abierta y los saludos a su marido hacían sentir incómoda a Clara, no
porque estuviesen siendo amable, sino porque no tenía ni idea de cómo responder
a esa situación. Hasta ese momento no había notado lo realmente extraño que era
este planeta.
El corazón empezó a latirle con fuerza y le temblaron las manos. Buscó su
destino con la mirada, la mansión a la que él la llevaba, pero solo vio más casas.
¿Cómo controlarse sin un lugar privado a dónde escapar?
Que se termine. Que se termine. Que se termine.
Se sintió apabullada. El traje que tenía puesto era muy delgado, casi
indecente. La falda no disimulaba sus curvas naturales. Las mujeres de la villa
usaban trajes parecidos, aunque el de ella tenía un bordado de dragón y los
acabados eran más finos. Los hombres Draig usaban túnicas cómodas con amplios
pantalones, como los que había visto cerca del palacio. Algunos estaban cubiertos
de una fina capa de polvo, excepto los ojos, rodeados por la marca ovalada de los
lentes de protección.
—¡Vladan!
Clara se olvidó de sí misma cuando se volvió hacia la excitada voz femenina. La
mujer que llamaba a su esposo era bonita, con el largo cabello oscuro cayéndole
por la espalda y un rostro amplio de expresión alegre. Los ojos le brillaban
expresivamente al correr desde la puerta hacia ellos.
—No te esperábamos tan pronto —continuó ella, abrazando a Vlad. Este le
respondió el abrazo.
El ceffyl de Clara se detuvo, interesándose en masticar la hierba a su
alrededor. Ella casi no lo notó, contemplando el saludo ritual. La mano de la mujer
se posó en el brazo de Vlad y Clara se sintió mareada.
—Arianwen, me alegra verte —respondió Vlad. —¿Cómo están los chicos?
—Están en las minas. Uno de los pozos se desplomó y lo están limpiando —
dijo Arianwen. —Nadie salió lastimado, pero es extraño. Estoy segura que Tomos
te lo explicará con más detalle.
—Noté que los hombres parecían particularmente sucios. Creí que se había
roto uno de los taladros láser y estaban cavando a mano —él miró a la montaña
con el ceño fruncido.
—Nadie salió lastimado —repitió Arianwen con firmeza.
Clara permaneció sobre el ceffyl, pero estaba lista para despedirse de esa
mujer que tocaba con tanta libertad a su marido. De hecho, si el ceffyl decidía
pisotearla, a Clara no le molestaría. Apretó las uñas contra sus palmas, tratando de
concentrarse.
Arianwen se volteó de pronto hacia Clara, como si apenas la hubiese notado.
Frunció el ceño. Clara alzó el mentón, tensa. Arianwen golpeó el pecho de Vlad con
el dorso de la mano.
—¿Qué demonios hiciste, muchacho: arrastraste a la pobre criatura por el
pantano? ¡Y el vestido! Tienes suerte que pueda repararlo.
—Arianwen, ella es mi esposa, Clara —dijo Vlad, sonriéndole a Clara como si
no pasara nada. Clara le miró el pecho, donde la mujer lo había tocado.
—Lady Clara, por favor entra —Arianwen le hizo señas de que se bajara. —
Debes perdonar a nuestros hombres por su actitud desenfadada. No tienen
concepto alguno de las mujeres hasta que se casan —le dirigió una mirada severa
a Vlad, quien pareció contrito. —Ven. Tengo muchos vestidos de los que puedes
elegir.
Clara nunca en su vida había estado en esa posición. No tenía ni idea de lo que
se suponía debia hacer. Vlad la miró, expectante. Arianwen le sonrió dando la
bienvenida. Si su madre estuviese allí, se desmayaría ante la mera idea de que su
hija se bajara y entrara a la casa de una plebeya a tomar ropa prestada. Pero su
madre no estaba allí. De hecho, ninguno de sus padres estaba presente. La habían
enviado acá, exiliándola para que se casara con un hombre alienígena.
Clara le tendió el brazo a Vlad para que la ayudara a bajar y él se dirigió
cariñosamente a ayudarla. Parada nerviosamente frente a la mujer intentó algo
que nunca había hecho. Clara la miró a los ojos y sonrió. El gesto le sentó extraño y
rápidamente relajó el rostro. Miró a su esposo, curiosa de su reacción. La
expresión de él no cambió al tomarla cuidadosamente del brazo. Al parecer su
esfuerzo había pasado desapercibido.
—Los chicos llegarán pronto —dijo Arianwen. —Planeamos una comida
simple, pero son bienvenidos, como siempre.
—Lo que sea que sirvas, Arianwen, será bienvenido. A lo mejor tu comida hará
que mi esposa coma más que un puñado —Vlad palmeó el brazo de Clara,
guiándola adentro.
—Ah —Arianwen rió. —¿Eres de costumbres de una dieta limitada? —vaciló
en la puerta, mirando a Clara. —Eres pequeña, pero tu esposo seguro cambiará
eso pronto. Todas las novias tenemos costumbres al llegar. Yo vengo de un pueblo
guerrero, y por tradición tenía la cabeza completamente rapada y pintura tribal.
Me tomó meses estar de acuerdo en llevar tanta ropa —miró su larga falda. —Nos
asimilamos. Ahora me encanta coser. No puedo imaginarme siguiendo las
costumbres Malkyrias de mi pueblo —entonces, mirando fijamente a Vlad, agregó,
—Pero todavía lanzo un cuchillo mejor que mi marido.
Clara se encontró intrigada por el concepto de una mujer guerrera. Había
escuchado de tales razas, pero jamás había pensado conocer a una descendiente.
—No hablas mucho, ¿verdad? —Arianwen hizo un gesto con la mano, como si
no importara, y los guió adentro.
La casa plebeya no era lo que Clara esperaba. Sus padres siempre hablaban de
los que carecían de títulos como si fuesen sucios. El hogar de Arianwen, aunque
lleno de cosas, estaba muy bien organizado y limpio. Las pequeñas habitaciones
estaban llenas de muebles. Había un dibujo en la pared. Ella no reconoció a la
bestia dibujada, pero parecía fiera. Los muebles estaban cubiertos de coloridas
telas, colocados alrededor de una pequeña chimenea en la pared. La única
suciedad que detectó fueron unas botas cubiertas de polvo y lodo en una cesta
cerca de la entrada.
—Vlad, hazte útil y tráeme leña —la mujer le hizo señas a Clara que la
siguiera. —Lady Clara, sígueme por favor.
Clara miró sorprendida como su marido obedecía. Cuando se quedaron solas
en el estrecho pasillo, Arianwen miró a Clara al rostro.
—Prepararé un baño primero, para que te puedas limpiar.
Clara intentó otra sonrisa nuevamente, pero Arianwen volteó antes de que
pudiera esbozarla. La mujer abrió una puerta. Adentro, había un enorme
receptáculo cuadrado cortado de la piedra misma. El agua burbujeaba en su
interior y el vapor salía por un respiradero.
—El agua se renueva sola —explicó Arianwen. —Hay manantiales naturales
por toda la montaña, a los que nos conectamos. Los minerales mantienen el agua
limpia y hay filtros instalados bajo la villa. No recomiendo que pruebes el agua. A
muchos no le gusta el sabor.
Clara asintió, recorriendo con la mirada las lisas paredes, que terminaban en
un mueble empotrado en la pared. La piedra parecía haber sido sacada de la
montaña y tallada para formar la casa.
—Si me das el vestido, puedo repararlo. Imagino que estás muy dolida por el
daño —Arianwen empezó a desamarrar delicadamente el agarre en la cintura.
—Si —dijo Clara. —Bastante.
—Comprensible. Muchas mujeres consideran que sus vestidos de novia tienen
valor sentimental.
No era exactamente lo que quería decir Clara, pero no la corrigió. Le pareció
de mal gusto señalar que había pensado más en su falta de propiedad que en el
vestido. En su planeta, importaba mucho más el costo del vestido.
No estoy en mi planeta, se recordó. Aunque no necesitaba el recordatorio.
—Vlad estaba muy ansioso cuando vino a pedirme que cosiera este vestido
para él. Me alegra que le tengas cariño.
Clara se sintió mal inmediatamente por no alabar el vestido.
—Está muy bien hecho. Las costuras son resistentes.
Arianwen vaciló un momento antes de asentir.
—Gracias por notarlo —siguió ayudándola a desvestirse.
Clara la dejó, sin pensar. Alzó los brazos para que Arianwen pudiera quitarle el
vestido. Esta se lo echó al hombro para liberarse las manos. Soltar sus botas
tomaría más tiempo, pero Arianwen no vaciló en ayudarla, con sorprendente
concentración.
Clara le permitió quitarle la primera bota e iniciar con la segunda.
—Requiero una criada que me ayude en el castillo. Requerirá algo de
entrenamiento, pero me gustaría honrarte con un lugar en…
—¡Ah! —Arianwen soltó una aguda exclamación, soltando las agujetas de la
bota. —¿Qué dejó que te pasara…? —dejó la frase sin terminar antes de gritar con
ira, —¡Vladan!
Clara se estremeció al escuchar el grito. Miró su cuerpo, donde Arianwen
había estado mirando. Una enorme magulladura violácea le cubría el costado hacia
la cadera, con varios arañazos rojizos. Le dolía mover la pierna, pero había estado
soportándolo. Arianwen había sido muy maleducada al notarlo.
La mujer se llevó el vestido con ella al marcharse, dejando a Clara de pie
desnuda en el baño con solo una bota puesta. Se cruzó de brazos y frunció el ceño.
Al Arianwen no volver inmediatamente, Clara desamarró la bota faltante antes de
quitársela. Sin la presión de la bota, el pie empezó a latirle de dolor. Intentó
ignorarlo lo mejor que pudo.
Dirigiéndose a la bañera, tocó el agua tentativamente con un dedo del pie. El
agua estaba deliciosamente caliente. Se metió cuidadosamente, favoreciendo su
lado lastimado. El caminar la lastimaba, haciéndola morderse la lengua.
—¡…médica inmediatamente! —gritó Arianwen desde otro lado de la casa.
Clara se volvió a la puerta, con un gesto de dolor al posar el pie completamente
dentro de la bañera.
—¿Por qué me gritas? —preguntó Vlad. Entró trastabillando, como si lo
hubiesen empujado. Miró a su esposa desnuda a medio entrar en la bañera y
sonrió. —Deja de gritar, Ari. Cumpliré con mis deberes de esposo sin quejarme.
Ahora anda, mujer, déjanos solos.
—¿Así cumples con tus deberes? —exclamó Arianwen, entrando de sopetón.
Clara intentó taparse, incómoda por la cantidad de gente invadiendo el espacio. Su
esposo miraba su pecho. Una airada Arianwen señaló las heridas de Clara. —¿Así
la cuidas?
—¿Qué? —el rostro de Vladan se desencajó al mirar las heridas. Se metió a la
bañera junto a Clara, sin importarle estar vestido. —Clara, ¿qué pasó? ¿Por qué no
me dijiste nada?
Clara se hundió en el agua para esconderse.
—Ari, busca una unidad médica portátil —ordenó Vlad.
—Solo hay una en la villa y no sé quién la tiene. Iré a preguntar —Arianwen
pareció calmarse, al menos un poco. Cerró la puerta tras ella y la escucharon salir
corriendo de la casa.
—Clara, ¿esto pasó cuando te caíste? —él se arrodilló en el agua, sin quitarse
la ropa. Vlad la urgió a levantarse, casi jalándola cuando ella intentó permanecer
en el agua. —¿Por qué no me dijiste?
—No preguntaste.
—Si lo hice, cuando te caíste. Dijiste que estabas bien. Esto no está bien —él
rozó cuidadosamente la herida. Ella se apartó de él por reflejo.
—Soy una dama. No puedo quejarme frente a otros. No volviste a
preguntarme en privado así que no debía echarte esa carga encima sin invitación.
—Cuidar de mi esposa herida no es una carga —la regañó él. —Debiste
decirme que necesitabas atención médica.
—Estaba bien sin ella —mientras más se preocupaba la gente a su alrededor,
más se encontró ella escudándose tras su estoicismo natural.
—Más bien sufrías sin ella.
—El accidente no fue mi culpa. No ordené a los chicos que atacaran —Clara se
tensó, deseando poder tragarse las furiosas palabras.
—Estaban jugando, no querían hacerle daño a nadie —Vlad volvió a rozar su
cadera con los dedos. —Arreglaremos esto con la unidad médica portátil. La
próxima vez que te lastimes, dime de inmediato. Nada de esa tontería de que soy
una dama. Si estás lastimada, necesito saberlo.
A Clara no le gustó la censura en su voz o su expresión. ¿Tonterías? Bajó la
mirada.
—Cómo desees, mi señor esposo. Cómo desees.
***
Las palabras de Vlad le molestaban incluso horas después de que se las dijera.
Ser una dama no era ninguna tontería. Era todo lo que tenía en este mundo
alienígena. La habían entrenado para ello. El que él lo desdeñara con tanta
facilidad le dolía más que la cadera. La unidad médica curó la magulladura con
facilidad, pero no había tratamiento médico para sus sentimientos magullados.
Un día. Solo tenía un día aquí.
Nunca un año le pareció tan largo.
Se rehusó a unirse a Arianwen y los demás para la cena, alegando fatiga. Los
hombres regresaron de las minas. Por lo que podía escuchar, eran tres. Eran
escandalosos y saludaron a Vlad como a un hermano. Le hicieron preguntas
respecto a ella, pero ella no pudo escuchar la respuesta de Vlad.
La pequeña habitación se parecía al resto de la casa, ordenada y repleta de
cosas. Había baúles contra las paredes, colocados unos encima de otros. Una
extraña estatua, humanoide, pero sin rasgos anatómicos, estaba en una esquina.
Alguien había clavado delgadas púas de acero en ella. La cama de la tienda
matrimonial era bastante más grande que esta, pero esta estaba cubierta con una
manta finamente bordada.
Arianwen le había dado un vestido nuevo. Era azul claro, muy suave y con
bonitas costuras, pero era muy parecido a su nuevo hogar. Completamente
extraño para ella.
Clara se sintió aislada y sola. Cada vez que un grito o una risotada interrumpía
su silencio, la sensación empeoraba. Nada en este planeta tenía sentido. Aquí era
una mujer noble, casada con un noble que no actuaba como tal. Del rey no
asegurarle que Vladan poseía un título, no lo habría creído.
Se enrolló en la manta. Si cerraba los ojos, quizás todo se desvanecería.
***
Vlad le sonrió a los hombres que eran como hermanos para él. Habían crecido
juntos en la villa, jugando fuera de las minas. Solo que, mientras los tres hermanos
Sven, Matus y Nolan habían empezado a trabajar como mineros, él se había
convertido en su director. Los hermanos eran muy parecidos a su padre, fuertes
cambia formas con ojos marrón oscuro y cabello todavía más oscuro. Sus gruesas
espaldas eran fruto del trabajo honesto y los hacía perfectos para empujar carros
llenos de mineral. Si Lord Rolant y Lady Sidone no hubiesen intervenido, este
habría sido su hogar y ellos sus hermanos de verdad.
—Desearía que ustedes tres fuesen en busca de esposa de una vez —regañó
Arianwen a sus tres hijos. —Ya es hora de que se casen.
—¿Y dejarte? —Sven sacudió la cabeza. —Jamás.
—¿Y si la novia no sabe cocinar? —Matus le sonrió a su madre. Era el más
encantador de los tres. Tomó un trozo de pan azul y le dio un mordisco.
—Yo quiero casarme —dijo Nolan. —Pero solo te dejan tener una esposa. Yo
quiero dos o tres. Cuando una te moleste, la botas y te llevas a la otra a la…
Sven se inclinó para palmear a su hermano en la nuca.
—Es por eso que jamás estarás listo para la ceremonia.
—No golpees a tu hermano —regañó Arianwen, a pesar de que Sven ya era un
adulto. A Nolan, le dijo, —No le faltes el respeto a nuestra cultura o los dioses te
castigarán y tu cristal nunca brillará. Y tú, Matus, te estás portando muy bien, ya
averiguaré que tramas. Y tú —agregó, mirando a Vlad. —No te rías. Fomentas la
mala conducta.
—Si, mi lady —dijo Vlad. Volvió su atención a su plato cuando ella se regresó a
la cocina. Matus le dio un codazo en las costillas. Vlad le golpeó la mano para que
se detuviera antes de que Arianwen los descubriera.
—Uno de ustedes debería ir a llevarle comida a su padre —dijo Arianwen,
regresando a la mesa con una cesta llena de rodajas de pan azul. —Asegúrense
que no necesite ayuda.
—Yo iré a las minas mañana temprano —dijo Vlad. —Quiero revisar las
provisiones y ver el daño del derrumbe.
Sven frunció el ceño y el ambiente se tornó serio enseguida.
—No tiene sentido. Revisamos toda el área antes de enviar a los drones a
cavar. No se perdió ninguna vida, pero uno de los drones está atrapado tras una
pared de piedra. Lo estamos sacando y colocando soportes. Las lecturas iniciales
indican que el dron actuó como si hubiese una burbuja de aire en la roca y se
estrelló contra la pared porque estaba programado para cavar agresivamente. El
sonar topográfico de la temporada pasada indica que allí solo debería haber
mineral y piedra en esa sección de la montaña.
—¿El equipo está defectuoso? —preguntó Vlad.
—Es la primera vez que falla así —dijo Nolan dudoso. —El mantenimiento está
al día.
—La vida es la prioridad —Vlad se levantó lentamente, agradeciendo por la
comida. —Lo verificaré yo mismo. Tenemos un exceso de mineral, así que no hay
problema por parar la excavación hasta que encontremos una solución.
—Huh —Matus ladeó la cabeza. —¿Escuchan eso? Los ceffyls están
guareciéndose en el bosque. Raramente se acercan tanto a la villa.
—La tormenta debe ser peor de lo que creíamos —Arianwen le tendió un
paquete de comida a Sven. —Anda a decirle a tu padre y a los demás que
regresen.
Sven obedeció, marchándose rápidamente.
Vlad escuchó con cuidado, notando los ruidos de las bestias. Estaban
realmente cerca. Hasta que Matus no lo comentó, no había notado los ruidos.
—Hasta mañana, amigos míos —Vlad sonrió, pensando en su novia que lo
esperaba. Un suave brillo venía de la habitación al fondo. Al abrir silenciosamente
la puerta, no pensaba en rebaños de ceffyls o minas. Su esposa yacía en la cama,
acurrucada entre las mantas. No se movió cuando él entró.
Jaló un cordel en el techo y la habitación quedó hundida en las sombras. Vio
su silueta en la oscuridad. Sin pensar, empezó a desvestirse, dejando caer la ropa
en el suelo. Todos sus sentidos estaban enfocados en ella: su respiración, el olor a
jabón, la forma de sus caderas bajo la manta.
Se montó en la cama y la jaló hacia él lentamente, como desenvolviendo un
regalo. Ella soltó un ruidito adormecido, haciendo que él se hinchara todavía más.
Cuando ella estuvo sobre su espalda, la destapó por completo y le subió la
falda. No tenía las botas, así que descubrir sus muslos y caderas fue mucho más
fácil. La tocó con gentileza, pensando en el verdugón. Todavía estaba algo
descolorido, por lo que pudo ver en la oscuridad, pero la unidad médica había
reparado todo el daño a su piel. Le acarició el costado suavemente.
Ese momento silencioso e íntimo lo envolvió por completo. Nada más
importaba. No pensó en otra cosa. Esta era su bendición, su mujer, su esposa.
Toda la novedad se asentaría con el tiempo. Estaba seguro. Lo sabía al tocar su
piel. Era con ella con quién estaba destinado a estar. Para siempre.
Vlad se le acercó más, dejando que sus piernas se apretaran contra las de ella.
Ella abrió lentamente los ojos, buscándolo en la oscuridad. Alzó la mano, pasando
la muñeca por su brazo sin tocarlo. Él desamarró los lazos de su vestido hasta
desvestirla. Al quitarle el vestido por encima de la cabeza, ella pareció espabilarse
más. Su expresión parecía menos cerrada en la oscuridad. ¿Acaso no sabía que él
podía verla?
Ella vaciló antes de alzar la mano hacia su rostro. Con los dedos abiertos, rozó
su mandíbula con la muñeca. Clara soltó un ruidito ahogado y cerró los ojos.
Vlad no lo soportó. La besó con firmeza. Sus manos la acariciaron por todas
partes. Le palmeó los pechos, apretó los pezones y se escurrió entre sus muslos. Su
suave calor le dio la bienvenida y entonces la penetró con un dedo. Al sentirse
penetrada, ella apretó las palmas de las manos contra su pecho. Una calidez nueva
emanó de dónde ella tocaba, acompañada de un cosquilleo familiar. Él lo había
sentido antes, cuando ella dejó las marcas rojas sobre su piel. Estas se habían
borrado, pero no el recuerdo del placer que representaban.
Deseando sentir ese cosquilleo mágico en otras partes, él guió sus manos
hacia su erección, haciendo que la rodeara con sus dedos y ayudándola a
acariciarlo. Era mejor de lo que había imaginado. Un cosquilleo cálido recorrió su
miembro, bajando hacia sus testículos. Casi se derrama allí mismo, pero logró
contenerse.
Ella volvió a acariciarlo. Él intentó contenerse, pero fue demasiado. Explotó
sobre la cadera de su mujer luego de dos caricias.
—Cla-ra —gruñó. Todo su cuerpo se tensó cuando ella movió su palma sobre
él por tercera vez y él tuvo que apartar su mano.
Jadeado, apenas podía escuchar nada más allá del latido de su corazón y el
rugido de la sangre en sus oídos. Determinado a no ser el único en sentir placer, le
abrió las piernas y se acomodó entre ellas, plantando su boca justo en su sexo. El
dulce sabor de un excitación le llegó a la lengua y la lamió como un hombre
hambriento. Le metió la lengua un par de veces antes de reemplazarla con sus
dedos. Chupándole el clítoris, la penetró lenta y largamente.
—Mm, así, Clara —susurró, gimiendo contra su sexo. —Mójame todo.
Ella apretó los muslos contra su cara, pero él se los mantuvo abiertos. Clara
ahogó un grito y apretó los pies contra la cama. Un orgasmo estremeció su cuerpo.
Ella soltó un ligero ruidito de placer.
Sabiendo dónde estaban, Vlad la cubrió con su cuerpo, acallando su gemido
con los labios, sofocándolo antes de que los demás los escucharan. Ella le acarició
los brazos con las muñecas. Él sonrió, agarrándole la mano y apretando su muñeca
contra sus labios. Las manos de ella temblaron.
—Tienes unas manos muy suaves —dijo él, frotando la mejilla contra su
palma. —Tienen tanto poder.
—¿Poder? —preguntó ella, confundida.
—¿No lo sientes? —él claramente sentía el cosquilleo de la energía en sus
dedos.
—Mis manos no tienen nada de especial. Son como las manos de cualquier
dama —ella cerró los dedos e intentó apartarse.
—Nuestros mundos deben ser realmente distintos si de verdad consideras
que no hay nada especial en ti —él le soltó la muñeca, mirándola en la oscuridad.
Ella se retorció, flexionando los dedos. Sus ojos no se enfocaron en nada en
particular, aunque si trató de verlo en la oscuridad.
—Soy lo que fui criada para ser.
A él le pareció extraño su tono de voz, pero su placer volvió a despertar,
reclamando atención. No hablaron más y él le hizo el amor lentamente. Exploró
cada centímetro de su cuerpo con sus manos y labios. Él se tomó su tiempo,
saboreando a su esposa, agradecido de tenerla. La soledad que había sentido
durante tanto tiempo al fin se había desvanecido. Clara llenaba un vacío que no
sabía que tenía.
Esta vez acabaron al unísono, un perfecto coro de suspiros. Clara intentó
apartarse de él. Él no la soltó. Más bien la apretó contra sí, acurrucándose
alrededor de ella. Le besó la oreja y acarició su nuca con la mejilla. Se llenó de
palabras de amor, pero no se atrevió a interrumpir el perfecto silencio que los
rodeaba.
Capítulo 9
Flores solares.
Clara abrió los ojos, confundida ante sus alrededores.
Flores solares. Flores solares. Flores solares.
Se apretó la mano contra la frente, con la esperanza de detener el furioso
latido gutural de la palabra.
—Flores solares —susurró, parpadeando.
Se levantó. Por suerte se tropezó con la ropa que su marido se había quitado
descuidadamente la noche anterior, lo que la hizo darse cuenta que estaba
desnuda. Se vistió a tientas. La presión en su cabeza le dificultaba ver o
concentrarse en otra cosa que no fuesen las palabras Flores solares.
Flores solares.
Flores solares.
Flores solares.
Se dirigió a la puerta a ciegas.
—¿Clara? —murmuró un somnoliento Vlad tras ella.
—Flores solares —dijo ella.
—¿Flores…? —repitió él, confundido.
Ella lo ignoró. La pequeña casa estaba vacía cuando ella atravesó el corto
pasillo a la entrada. Las palabras parecían rebotar de las paredes. ¿Cómo podían
dormir con tanto ruido? Sus instintos le dijeron que escapara. Corrió a la entrada,
trastabillando y milagrosamente manteniendo el equilibrio. Empujó con fuerza la
puerta, resbalando y apoyándose contra el marco.
¡Flores solares!
Un rebaño de ceffyls rodeaba la casa, obstruyendo la calle aledaña por más de
una cuadra, sus ojos aparentemente enfocados en ella. Vagamente notó gente tras
el rebaño, señalando a los animales. Las bestias intentaron acercarse a ella, la
imagen de la flor agolpándose en su mente.
Flores solares.
—Deténganse —sollozó ella. —Por favor, deténganse…
—¿Clara, qué está…? —Vlad apareció tras ella. —¿Qué es esto?
Vlad bloqueaba su retirada de vuelta a la casa, por lo que ella se deslizó por la
pared hacia el patio trasero. Pisoteó unas plantas con sus pies desnudos, pero no
le importó. Los ojos de los animales la siguieron, haciendo pequeños movimientos
como si fueran a seguirla.
Flores solares.
Las criaturas la bombardearon con imágenes de la misma flor en diferentes
lugares. Su mente tradujo las palabras rebotando en su cabeza. Trató de
bloquearlas, pero fue en vano.
—¡Sáquenlos de aquí! —gritó un hombre.
—¿Están atacando? —preguntó una voz más joven. —Nunca los he visto
actuar así.
Temblando, Clara cayó en cuenta de que estaba atrapada entre las criaturas y
el bosque que crecía tras la casa de Arianwen. Alzó las manos, volviendo sus
palmas hacia las bestias, tratando de responder. Al principio parecieron más
nerviosas, pateando el suelo. Intentaron rodearla. Se escucharon gritos en la
distancia, pero se vieron ahogados por la desesperación de los ceffyls.
—¡Clara! —gritó Vlad. Ella abrió los ojos brevemente para ver a su marido
tratando de abrirse paso hacia ella.
Ella no respondió. Cerró los ojos y transmitió una imagen de la flor hacia las
criaturas. El torrente de imágenes se calmó cuando notaron que ella entendía. Ella
lo repitió varias veces, tratando de hacerles saber que había recibido el mensaje.
La cabeza le latía de dolor. Había demasiadas voces.
—Flores solares —susurró. —Entiendo que quieren hablarme de las flores
solares.
Flores solares.
—Si, flores solares —respondió ella. Inmediatamente las imágenes cambiaron.
No podía interpretarlas. Eran confusas y al azar, viniendo de demasiadas mentes a
la vez, pero había un dejo de desesperación en el mensaje que los ceffyls trataban
de transmitirle. Sin saber que decirles, ella transmitió la imagen de vuelta. Esto
pareció calmar a los animales, y su intensidad se calmó.
—¡Clara! —la voz de Vlad sonó más cerca. Sintió su mano en su brazo. —¿Qué
sucede? ¿Qué haces?
Débilmente, ella parpadeó. El rebaño empezó a dispersarse, seguros de que su
mensaje había sido entregado. Ella se bamboleó, completamente drenada de
energía, tanto física como emocionalmente. Los animales se llevaron un trozo de
ella con ellos. Los sentía adentro. Eran demasiados. Fue incapaz de mantenerlos a
raya y habían pisoteado sus emociones.
Con la mirada desenfocada, buscó el rostro de Vlad. Sus facciones parecían
distorsionadas, casi animales. Debía ser un truco de la luz. Abrió la boca para
gemir.
—Flores solares.
***
***
—Odio las flores solares —masculló Clara, abriendo los ojos. Estaba de vuelta
en la cama, en la casa de los plebeyos. Estuvo a punto de creer que había soñado
el incidente con los ceffyls.
Vlad entró de sopetón.
—Clara, estás despierta.
Ella dio un respingón de la sorpresa, enredándose con la sábana y cayendo del
otro lado del colchón. El corazón le latía aceleradamente.
—Ari dijo que te dejara dormir, pero he estado esperando que despertaras…
—¿Dejas que una plebeya te dé órdenes? —preguntó ella, tratando de
enderezarse y controlar su respiración. ¿Él había estado esperando afuera todo el
tiempo?
—Ella es como una madre —respondió él, a la defensiva.
—Es demasiado joven para ser tu madre —replicó Clara, lógicamente. Le dolía
la cabeza con un dolor residual, pero el latido había desaparecido y estaba
agradecida por ello. No prestó mucha atención a lo que dijo. —Y aunque fuese lo
suficientemente mayor, eres noble. No conozco a ningún noble de tu edad que
deje que su madre lo mangonee de esa manera, mucho menos una sustituta.
Vlad clavó los ojos en la pared y respiró profundo. Cuando volvió a mirarla, su
expresión parecía más cerrada. Debió sentirse contenta de que él disimulara sus
emociones, pero en lugar de ello se encontró preguntándose que escondía.
—Si nuestros hijos no te respetan, se las tendrán que ver conmigo —la fuerza
de sus palabras la sorprendió.
—Espero que me respeten. Pero no esperaría que tomaran todo lo que salga
de mi boca como evangelio.
¿Hijos? La idea se le antojó extraña. Se rozó el vientre con la muñeca.
—Si no escuchan tus opiniones y las consideran a fondo, tendrán que vérselas
conmigo —su tono no daba cabida a peros, así que ella no lo cuestionó.
—Cómo desees, mi lord.
Vlad se acercó a ella, tomando la manta. La jaló, liberándola del enredo en su
pie. Ella no había notado que seguía enredada. Cuando la tocó, un escalofrío le
recorrió la pierna. Encogió los dedos de los pies. Quería que él le acariciara la
pantorrilla, pero no lo hizo. Su mano permaneció en su pie al sentarse junto a ella.
—Aunque admito que yo no escuchaba a mi padres de niño —sus dedos
recorrieron su pierna. —Cambié de forma y hui al bosque cuando tenía tres años.
Me quedé ahí tres semanas. Mi madre estaba a punto de perder la cordura.
Cuando me encontró, estaba acurrucado en un nido de aves de rapiña, fingiendo
ser un polluelo —su risa era infecciosa y ella intentó sonreír nuevamente. Esta vez,
el gesto hizo que su rostro se iluminara. —Tienes una hermosa sonrisa.
Clara no supo que responder, por lo que dijo.
—Seguramente estaban preocupados de que el enemigo de los Draig te
hubiese secuestrado. Los niños nobles son valiosos.
—Los Var no tenían necesidad de meterse con un dragoncito jugando a ser
pájaro en el bosque. Creo que a la que tenía que tenerle miedo era a la madre.
Esas criaturas no aprecian intrusos en sus nidos —su mano se movió un poco más
arriba. —Además, en ese entonces no tenía título. Mis padres estaban vivos.
El intento de Clara de sonreír se desdibujó por completo. De pronto, algunos
de sus comentarios y expresiones tuvieron sentido.
—Eres un huérfano, adoptado por la nobleza.
—Lo fui.
Un noble que no había nacido noble. Tenía sentido.
—Y todo lo que dije… —ella bajó la mirada. —Lo siento. No me di cuenta. No
quería…
—Está bien, Clara.
—Pero te dije que lo que importaban eran las circunstancias de tu nacimiento,
no…
—Lo recuerdo —él se rió. —No me ofende. No creí que tuviésemos las mismas
opiniones en todo, pero trabajaremos en nuestro matrimonio. Los dioses no nos
habrían juntado de no ser posible.
Ella se miró el pie. Podía sentir el calor de su mano contra su piel. Eso le
dificultaba concentrarse.
—Como Oficial Minero, es mi deber supervisar las minas —dijo él. —Hay un
problema con el equipo.
—Entendido. ¿Cuándo nos vamos? —Ella no se apartó.
—¿Quieres venir?
—Es mi deber, a menos que me ordenes quedarme.
—No deseo darte órdenes —él volvió a sonreír y ella respiró profundo,
dándose cuenta de que se había habituado a la expresión. —Me sorprendes,
esposa.
—Yo… —ella no supo responder. La mano de él se quedó en su tobillo.
¿Ella lo sorprendía?
Él carecía del refinamiento de la mayoría de los hombres que conocía. Pero
ella había rechazado a todos los pretendientes antes que él. Había algo en su
comportamiento que le agradaba. Lentamente, Clara alzó la mano para tocarle la
mejilla. Vaciló antes de hacer contacto. Los dedos le temblaron al rozar el hoyuelo
en su rostro.
—No eres como los hombres de mi mundo —susurró. —Raramente sé cómo
leer tus emociones. Hay demasiados cambios en tu rostro. A veces, adentro, siento
como si te hubiera decepcionado, pero sonríes de todas maneras. Te ríes solo
cuando no hay nada por qué reírse. Los otros también lo hacen. Sus rostros y
gestos no siempre concuerdan con lo que sucede en su interior. Lo encuentro
confuso y complicado. Y ninguno se bloquea de los demás. Me resulta imposible
saber quién siente qué en un grupo grande —antes de que él pudiera responder,
ella detectó la urgencia burbujeando dentro de él y decidió cambiar el tema, ya
que no estaba segura de querer oír su respuesta. —Déjame verte transformado. Lo
sentí en la tienda matrimonial cuando tomaste mi mano. Tienes una bestia atada
en tu interior.
La respuesta de Vlad fue el endurecimiento de su piel. Sus ojos se tornaron
dorados, como dando vueltas, llamándola. Ella rechazó el llamado magnético. Los
ceffyls la habían drenado temprano y ella no podía permitirse dejarlo entrar. Los
animales no habrían podido normalmente acabar con sus defensas, pero habían
sido demasiados. Incluso ahora podía ver las extrañas y a veces mórbidas
imágenes que le habían transmitido.
La piel de Vlad siguió endureciéndose, volviéndose más oscura cuando la
transformación bajó de su cuello a su espalda. Una línea surgió de su frente,
cubriendo sus cejas y nariz con una capa de tejido grueso. Garras crecieron sobre
sus uñas y unos afilados colmillos surgieron de su boca.
Ella lo estudió, sin temor. En esta forma sus emociones estaban adormecidas y
más fáciles de lidiar.
—Es sorprendente —ella le palmeó la mejilla. —Tu cuerpo es como una
armadura —rozó su cuello. —¿Te pueden lastimar?
—¿Por qué? ¿Deseas apuñalarme? —la voz de él sonó ronca y profunda.
Ella volvió a palmearlo.
—Me sorprende que la Federación no los haya reclutado a un programa de
cría. Lo intentaron en nuestro planeta, pero resultamos demasiado difíciles de
negociar.
La piel de él volvió lentamente a la normalidad, pero sus ojos permanecieron
dorados.
—No pertenecemos a la Federación. No hay por qué buscar en las estrellas
cuando ya tenemos la perfección a nuestro alcance —aunque él hablaba de su
planeta, ella sintió que el cumplido era para ella por el modo en que la miraba.
—Con respecto a los programas de cría —continuó él, —solo nos apareamos
con aquellas que los dioses nos envían.
—Entonces nunca has… —ella se sonrojó.
—Algunos hombres jóvenes buscan placer con mujeres itinerantes, porque
son hombres y a veces pasan cientos de años sin mujer, pero no es algo que quiera
discutir con mi esposa. Nada de eso importa —sus ojos brillaron más fuertemente.
—Apenas te vi, supe que no habría nadie más. Eres mi destino y soy un hombre
tremendamente afortunado. Pasaré el resto de mi vida probando que te merezco.
Ella sonrió sin pensarlo. Por primera vez, no trató de contenerlo.
Él también sonrió.
—No sé qué querían los ceffyls contigo, pero me gusta el cambio. Pareces más
relajada.
—Querían hablarme de las flores solares. Fueron muy insistentes —ella se
concentró en su mano contra su rostro. La sensación de la piel le hacía cosquillear
la mano. Se estremeció. Todo en su interior estaba enfocado en él. —Creo que
deben ser adictos a la flor.
Vlad le tomó la mano, apartándola de su rostro. Empezó a acariciarle la palma.
—Tienes un don muy raro y hermoso.
—No es tan raro en mi planeta. Me parece curioso que algo tan mundano en
mi planeta sea algo tan fascinante aquí.
—Dudo que tengas algo mundano, esposa, en tu planeta o algún otro —sus
palabras fueron un susurro. —Creo que te gustaría hablar con mi hermano Alek. Él
es un experto en esas bestias. Las entiende mejor que nadie.
—Cómo desees, mi lord —Clara asintió. —Quizás él pueda ayudarme a
entender que intentaban decirme, ya que no tengo idea por qué debería necesitar
que me digan sobre las flores solares y el nacimiento de crías de ceffyls —ella se
estremeció. —Las imágenes fueron algo engorrosas —su muñeca libre rozó su
vientre. Las imágenes habían sido espantosas, húmedas, sangrientas y babosas.
Las imágenes del parto no eran como ella creía. Afortunadamente, ella estaría
dormida cuando llegara el momento de sacar al bebé. Era una dama, después de
todo, y los avances tecnológicos debían aprovecharse.
—¿Cómo desee? —repitió él, pensativo. —¿Qué hay de lo que tú desees?
Ella no estaba segura de cómo responder. Nadie le había preguntado nunca
que deseaba.
—Deseo saber más de tu cultura. ¿No tocas las cosas por tus poderes? —
preguntó él.
—Si, es la tradición. Una dama no toca las cosas de otro. Debemos mantener
las manos limpias. Además, sería incómodo estar leyendo sin querer los
pensamientos privados de otro todo el tiempo.
—¿Y por qué tan tiesa al sentarte?
—Una dama debe tocar lo menos posible. No apoyamos los brazos en los
muebles. No reposamos la espalda contra el espaldar. No nos apoyamos de
paredes o mesas.
—No comes una comida completa. No te quejas en voz alta. No montas
animales que no te hayan dado permiso. Raramente sonríes o te ríes o demuestras
lo que piensas sin palabras —sus ojos buscaron el sitio donde ella se había
lastimado. —No te quejas ni pides atención médica cuando claramente la
necesitas. Soportas mucho en silencio, ¿verdad, mi Clara?
—Las emociones se comprenden cuando es necesario. No hay necesidad de
que un extraño las lea —ella estiró la mano cuando las garras volvieron a crecer
sobre las uñas de él. Él continuó acariciando su palma, repitiendo patrones. La
filosa garra no la lastimó, más bien encendió un terrible deseo en su interior.
—Puede que hayamos sido técnicamente extraños en nuestra noche de
bodas, pero eso cambia rápidamente. ¿Puedes sentir la conexión?
Clara asintió lentamente. La sentía.
—No hay razón para demostrar emociones. El hacerlo solo complica las cosas,
especialmente en un matrimonio. Jamás vi a mis padres mostrar ningún tipo de
afecto entre ellos. Su matrimonio fue arreglado, como el nuestro, supongo.
Entonces él sonrió, pero era una sonrisa distinta, quizás algo triste por lo que
ella acababa de decir. Pero pudo sentir que el deseo que sentía por ella crecía. Las
emociones conflictivas la confundieron.
Vlad continuó acariciándole la mano.
—No puedo saber qué piensas con solo mirarte, pero espero algún día
entenderlo. Solo sé que cuando me miras y sonríes, siento placer. Cuando bajas la
mirada y dices “cómo desees” siento tristeza.
—¿No deseas que las cosas sean exactamente cómo quieres? —esto la
sorprendió, haciéndola apartar las manos de él. Él la soltó, retrayendo las garras.
—Todo el mundo desea que las cosas sean exactamente como quieren. Pero
la vida no es así. La realidad no se distorsiona a la voluntad de nadie. ¿Y qué hay de
lo que tú quieres? Quizás lo que yo deseo es que hagas lo que tú deseas, esposa
mía, aunque vaya en contra de mis deseos.
Clara estaba al tanto de sus alrededores. Este no era su planeta natal, era la
cabaña de unos plebeyos en el bosque. No había nadie mirándola o juzgando, solo
su marido, un hombre prácticamente rogándole que hiciera lo que quisiera. Aquí la
gente sonreía cuando se sentía feliz y fruncía el ceño cuando no, y a veces hacían
lo contrario a lo que sentían. Se llenó de confusión. Este planeta estaba en contra
de todo lo que habían inculcado. Parte de ella quería regresar al cómodo
estoicismo de la nobleza de Redde. Los ojos de su esposo le suplicaron que no lo
hiciera.
—Quiero sentir dentro de ti —ella alzó las manos con las muñecas hacia
afuera y cerró los ojos. No era lo mismo que leer a los animales. Las personas eran
más complicadas. Conocían el arte del engaño. Eran difíciles y agotadoras, pero en
este momento no le importaba. Se proyectó hacia afuera para poder captarlo. La
primera imagen fue un beso. La boca de él sobre la suya en el bosque. Tenía tierra
en la mejilla y en las manos de su marido. Un pájaro trinó y el sonido hizo eco en
su mente.
Su mano tocó piel y ella abrió los ojos para encontrarse acercándose a los
labios de su esposo. Lo besó.
—Tienes tanta emoción por dentro. Es salvaje, arañando la superficie para
salir como si estuviese reprimida. ¿Pero cómo puede estar reprimida si se
manifiesta con tanta facilidad en tu rostro?
La boca de él se movió contra la suya. Lo sintió sonreír. Los dedos le
cosquillearon.
—Es mi turno, sentir dentro de ti —él deslizó la mano por su muslo. Ella se
arrodilló en la cama y él la empujó para que se acostara.
Clara apartó la mano de su rostro, pero dejó una huella en su mejilla. Él se
quitó la camisa, lanzándola al suelo. Los dedo de ella todavía cosquilleaban, por lo
que le tocó el pecho, apretando la palma un momento antes de quitarla. Vlad
contuvo el aliento. Nuevamente quedó la huella de su mano sobre su piel. Se
desvaneció lentamente, aunque la huella en su rostro permanecía.
—Mm, me gusta cuando me tocas así —susurró él, inclinándose para besarle
el cuello. —Es como una corriente eléctrica.
—Debe ser algo de nuestras biologías —dijo ella, tocando su brazo para dejar
otra huella leve. Mientras más tiempo apretaba la mano, más duraba la huella.
—Es la prueba de que somos perfectos el uno para el otro. Nuestra conexión
es tan fuerte que deja marcas.
Clara escuchó una risita y se puso rígida, miró a su alrededor, asustada.
—¿Qué pasa? —preguntó Vlad.
Al no ver a nadie más, Clara se llevó la mano a la boca. El ruido había salido de
ella.
—Yo —las palabras se vieron interrumpidas por otra risita.
Vlad gimió y siguió besándola, lamiendo con fuerza y chupando con gentileza.
Luego de empezar, ella no pudo detenerse. Otra risa se le escapó. La dura mano
con la que controlaba sus emociones se disolvió al elegir a su marido por sobre su
pasado. Se sintió libre.
Su esposo se movió sobre ella, desvistiéndola lentamente. Su piel desnuda
rozó la de él mientras le abría las piernas con la rodilla. Besó sus clavículas,
bajando por su pecho y vientre dejando un caminito húmedo de besos mientras
rozaba sus costados con las uñas. Besó su ombligo antes de lamer hacia sus
sensibles muslos.
Ella cerró los ojos, jadeando. El corazón se le aceleró. Cada caricia le pareció
más profunda. El cabello de él le cosquilleó entre los muslos mientras la rozaba
con su lengua húmeda. Ella le acarició el cabello y los hombros, asombrada del
placer que se irradiaba por sus brazos al tocar. De haber sabido que tocar algo era
tan placentero, habría roto las reglas de etiqueta mucho antes.
Vlad le chupó el clítoris. Ella abrió automáticamente más las piernas,
ofreciéndosele. Le echó una pierna sobre la espalda, acariciándolo con la planta
del pie. La sensación de su pie contra los músculos de su espalda fue demasiado,
pero ella no pensó en detenerse en ningún momento. Nada importaba. Sus
pensamientos mutaban automáticamente a puro placer.
Como si sintiera su completa sumisión a sus propios sentimientos, él la
penetró con la lengua. Pronto la siguió un dedo, acariciándola por dentro y
brindándole ola tras ola de placer. Ella intentó morder la almohada para acallar sus
gemidos, pero no alcanzó. Se apoyó contra la pared de piedra para empujarse más
contra sus dedos.
Él la cubrió con su cuerpo, todavía acariciándola. Le sacó los dedos, dejándola
vacía y ansiosa.
—¡No! —exclamó, empujándolo para que volviera a bajar. Arqueó las caderas,
buscando contacto. Escuchó un gruñido satisfecho sobre ella y entreabrió los ojos
para ver su sonrisa pícara.
—Por favor.
—Cómo desee mi amada —dijo él, empujando las caderas hacia adelante.
Su dura erección reemplazó los dedos y ella gimió aprobatoriamente. La
sensación de su pene era mucho más satisfactoria que sus dedos y la llenaba por
completo. Abrió las piernas, dejándolo llevar el ritmo. Afortunadamente él estaba
tan ansioso como ella y se empujó con movimientos rápidos y precisos. Ella arqueó
la espalda y él le alzó las piernas por las rodillas. El cambio de posición profundizó
la penetración.
Sus movimientos se volvieron más frenéticos y salvajes . Sus senos se
movieron. Él enganchó su rodilla con su brazo, levantando su pierna, abriéndola
más. El cambio de intensidad amarilla llenó su mirada. Aunque no se movió de
otra manera, ella sintió la bestia indómita dentro de él. Todo lo que pudo hacer
fue aguantar mientras él la montaba.
—Justo así, Clara —gimió él roncamente, cabalgando sobre ella. —Clara.
Como obedeciendo, ella llego al clímax . Clara respiró profundo, tensándose
por completo. No podía moverse, apenas podía respirar. Se estremeció por
completo. Segundos después, su liberación se unió a la de ella. Disfrutaron de las
sensaciones abrumadoras durante un largo momento antes de que finalmente se
derrumbara junto a ella en la cama.
—Quizás las minas puedan esperar hasta mañana. No quiero dejar la cama
hoy —susurró él, cerrando los ojos.
Se acomodó junto a ella, acurrucándola contra sí y quedándose dormido casi
al instante. Ella no durmió. Se quedó pensando en lo que acababa de pasar
mientras descansaba en sus brazos. Se tocó los labios, pensando en cómo se veía
al sonreír. El concepto aún le parecía extraño.
—Hermosa —murmuró él en sueños. —Te ves hermosa.
Capítulo 10
Pasó más de una semana antes de que pudieran visitar las minas. Primero,
Vlad no deseaba dejar su lecho, o más bien a su esposa en su lecho. Entonces
vinieron las lluvias, manteniéndolos adentro por días mientras la villa era asaltada
por una verdadera tormenta. Aunque Clara estaba segura de que los hombres
habrían podido salir en la lluvia, se sintió agradecida de que su marido no la hiciera
enfrentar el clima.
Clara estaba acostumbrada a que hubiera mucha gente en casa, pero no
estaba acostumbrada a un espacio tan pequeño. Descontando los lugares a los que
no estaba invitada, tenía pocas opciones a la hora de buscar privacidad. Esto la
obligaba a esconderse en la habitación que compartía con Vlad o a unirse a la
familia. La compañía lógica era Arianwen, ya que era mujer, pero su anfitriona era
tan dura como cualquier hombre en muchas maneras. Además, estaba rodeada de
hombres. Tomos bromeaba sin parar con su esposa y ella lo regañaba, muchas
veces mangoneándolo como si ella fuese un hombre noble y él su sirviente.
Los hijos eran todos altos y fornidos, buen ejemplo de la población del
planeta. Sven la miraba con curiosidad todo el tiempo. A veces se le quedaba
mirando al rostro, pero ella no se sentía amenazada. Matus le hablaba como a una
igual y siempre se esforzaba en incluirla en la conversación. Siempre notaba
cuando ella dejaba de entender sus anécdotas e incluía más detalles en su
narración. El tipo hablaba mucho, pero todo lo que contaba era interesante. Nolan
era el incorregible del grupo. Sus chistes a veces rayaban en lo inapropiado, pero
los contaba con tanta gracia que ella no tenía corazón para regañarlo y recordarle
su lugar como plebeyo. Lo más gracioso era que ninguno de ellos parecía pensar
que el estatus social importara. Trataban a Vlad como a uno más. Eran más
cuidadosos con ella, pero Clara pensaba que se debía al hecho de que no la
conocían lo suficientemente bien. Podía imaginase siendo protagonista de uno de
los cuentos de Matus el año venidero, o víctima de una de las bromas de Nolan.
Sin preguntar, Sven le sirvió una cucharada extra de comida antes de servirse
de la misma sustancia amarilla esponjosa. La cantidad que le dio estaba muy por
encima de la porción de una dama, pero alzó la mano para quejarse muy tarde.
—Lo necesitarás. Hoy treparemos bastante —dijo él deteniendo cualquier
cosa que ella pudiera decir. —Nuestro destino de hoy queda bastante adentro de
las minas.
Clara miró el plato frente a ella, sabiendo que no había manera de que
pudiera terminárselo todo. Ya tenía el estómago al límite. Era algo que le
molestaba mucho más que otra cosa. Intentaban hacerla comer más y
comentaban sobre su peso como si fuese algo por corregir. Todos sus escaneos
mostraban que estaba en perfecto estado de salud. Detestaba sentir que
monitoreaban su alimentación.
Vlad estaba sentado junto a ella, frente a Sven, con un brazo alrededor de su
hombro. Matus terminaba de contarles que Sven solía caminar dormido y cómo lo
habían encontrado una vez montado en un árbol, desnudo y piando como un
pajarito.
—¡Eso no pasó! —se quejó Sven. —Si estaba desnudo, pero no estaba
montado en un árbol y no piaba.
—Estabas dormido, ¿cómo puedes estar tan seguro? —preguntó Nolan.
—Yo no estuve al momento, pero estabas bastante arañado cuando te
trajeron de vuelta a casa —agregó Tomos, uniéndose a las burlas de sus hijos.
Clara miró su plato y probó algo de la cosa amarilla esponjosa. Era demasiado
dulce. Vlad le robó un bocado, guiñándole el ojo. Ella lo miró agradecida. Casi
sentía las primeras arcadas. Tomó algo de agua para quitarse el sabor. Nadie
pareció notar el robo de Vlad.
—¿Qué clase de minerales extraen? —preguntó Clara al acallarse las bromas.
Todos voltearon a mirarla sorprendida.
—¿No lo sabes? —preguntó Arianwen, en un tono que daba a entender que
no se lo esperaba. —Creí que todo el universo sabía de nuestras minas.
—Galaxa—prometio —respondió Tomos.
Esas palabras no significaron nada para Clara.
—Es un metal semiradioactivo con propiedades estables, y un mejor
combustible para largos viajes estelares —explicó Matus. —Los capitanes lo
prefieren para viajes largos porque necesitan menos peso de combustible para
recorrer distancias más largas.
—Estas montañas están repletas de eso —agregó Nolan. —Y nosotros lo
extraemos.
Sven miró el plato de ella, ahora vacío, y asintió. Aparentemente no había
notado que había recibido ayuda con el postre.
—Es bastante único. Somos uno de los pocos planetas que lo tiene en
abundancia —continuó Matus.
—¿Y tú estás encargado de todo el sistema? —Clara miró a su marido con
curiosidad. Si lo que decían era cierto, era bastante probable que su marido
estuviese a cargo de toda la prosperidad económica de su pueblo. Era una
responsabilidad enorme para alguien no nacido en la nobleza. Vlad debía ser
ciertamente muy respetado entre los suyos.
—De las operaciones de día a día, producción, bienestar de los trabajadores…
—Vlad dejó la frase sin terminar, como si su papel en la economía de Qurilixen
careciera de importancia. —Las minas son la responsabilidad familiar desde hace
siglos. Mirek se encarga del lado político.
—¿Y este problema lastimará la economía? —preguntó Clara.
—Tenemos un exceso de producción —dijo Tomos. —Así que este accidente
no nos retrasará.
Vlad asintió.
—Todavía tenemos que averiguar qué lo causó. Si es un problema con el
equipo, el esperar los reemplazos puede retrasarnos.
—Ciertamente —Tomos asintió. Sus hijos imitaron su gesto. Clara pudo sentir
lo seriamente que se tomaban su trabajo.
—La Federación puede facilitarles las cosas, ¿no? —preguntó.
Arianwen se levantó y empezó a recoger los vasos.
—La Federación tiene demandas muy altas, por lo que lidiamos con ellos lo
menos posible. Normalmente salimos beneficiados. No les interesamos como
planeta, solo nuestras minas —Vlad recogió los platos antes de tendérselos a
Arianwen, quién los llevó a la cocina, y él continuó. —Mientras minemos, ellos
están satisfechos. Mientras ellos nos paguen, nosotros nos damos por bien
servidos.
Arianwen regresó de la cocina con un saquito en las manos. Se lo entregó a su
esposo.
—Envía a uno de los chicos si te vas a quedar más tiempo esta vez. Sé que
siempre estás seguro, pero no me dejes preocupada toda la noche porque perdiste
la noción del tiempo. Otra vez. Aquí tienes comida.
Tomos asintió y le sonrió amorosamente a su esposa.
—¿Cómo puede un hombre tener tanta suerte? —la besó sin pensar en la
compañía.
—Los dioses sintieron lástima por ti y me mandaron —respondió ella, aunque
su amorosa mirada le quitó todo lo burlón a su juego.
Tomos miró a Clara, notando que los miraba. Le sonrió educadamente y besó
a su esposa una última vez antes de marcharse.
—Gracias por tu amabilidad, Arianwen —dijo Clara antes de seguir a Vlad.
—¿Te pusiste las botas que te presté? —preguntó Arianwen. Clara asintió. —
Bien. Ten cuidado en las minas. Quédate cerca de Vlad. Él te protegerá.
La advertencia le sentó incómoda, pero volvió a asentir antes de salir. Clara
miró por la calle, asegurándose que los ceffyls no estuviesen cerca. El suelo había
empezado a secarse, pero quedaban algunos charcos. Ella apenas había
recuperado sus energías mentales. Los niños jugaban en la calle, saludando
desenfadadamente a los trabajadores de camino a la cascada.
Los hombres caminaban en calma, como disfrutando la mañana. El camino por
el que andaban estaba roído por décadas de uso, plegándose a la montaña. En
algunos lugares ella se vio obligada a saltar para no enlodar sus botas prestadas.
Parte del sendero colindaba con un risco, que daba a una arboleda. Partes del risco
estaban gastadas, como si los hombres acostumbraran a deslizarse risco abajo.
La brisa que venía de la cascada era fresca, más no húmeda. El ruido del agua
contra las piedras hacía eco a su alrededor. Los árboles crecían frondosos en el
valle a sus pies, las copas de algunos lo suficientemente altas para tocarlas. Ella
alzó el brazo, rozando algunas ramas. Se estremecieron, y de ellas emergió un
pájaro rojo, trinando enojadamente. Clara saltó del susto, trastabillando, y Vlad la
sujetó.
El tacto de Vlad inmediatamente guió la atención de ella hacia él. El aire fresco
se llenó de su olor. A ella le gustaba su olor, y se encontró respirando
profundamente.
La entrada de la cueva estaba escondida tras una roca que nacía de la
montaña misma. Tomos y sus hijos saltaron sobre la roca y desaparecieron del
otro lado, como si esa fuese su forma habitual. Vlad la guió alrededor de la roca, a
una entrada más fácil. Unas frondosas lianas verdes crecían alrededor de la
entrada. De no ser por las huellas dejadas por el paso habitual, ella jamás habría
adivinado que ese agujero en la montaña escondiera algo más que su belleza
natural.
¿Toda la economía de los Draig dependía de lo que estaba tras ese agujero?
Adentro, la abertura daba a una amplia caverna, iluminada por la luz reflejada
por unos enormes cristales. Había otros más pequeños en el techo y paredes de la
caverna, con columnas gigantes uniendo al azar el techo del suelo y las paredes
unas de las otras. Estas bloqueaban el camino adelante y los hombres tuvieron que
trepar sobre algunas estructuras.
Clara rozó el cristal con el dorso de la muñeca. El cristal era liso y fresco.
Aunque los hombres no parecían tener problemas trepando, Clara miró dudosa
sus faldas.
—Te ayudaré —dijo Vlad. —Sigue mis pasos.
Clara asintió nerviosamente. Las botas prestadas se adhirieron a la superficie
del cristal, brindándole más tracción. Vlad trepó adelante y le tendió la mano. Los
dedos de ella cosquillearon al tocarlo, pero ella se sujetó con firmeza, dejándolo
jalarla. De pie sobre el cristal, ella sonrió orgullosa. Para los hombres podría ser
algo normal, pero ella acababa de trepar su primera roca. Algo que en su planeta
sería impensable.
—¿Es de aquí de dónde sacan sus cristales? —preguntó ella, señalando el que
colgaba del cuello de Nolan.
—No, estos son básicamente inútiles. Solo previenen que los animales entren
a la caverna —respondió Nolan.
—Y que los animales de las cavernas salgan —agregó Matus, saltando de la
formación cristalina. Clara bajó cuidadosamente por el borde, agradecida de haber
tomado las botas prestadas y no las suyas, tan tiesas.
—Nuestros cristales vienen del fondo del Lago de Cristal, que queda cerca del
palacio. Cuando nazca nuestro primer hijo, te llevaré para que veas de dónde
sacaré su cristal para que algún día sea tan bendecido como nosotros —Vlad se
volvió, guiándola a los cristales.
Clara disimuló su expresión al recordar los planes de sus padres para ella.
Esperaban que regresara a casa con el niño y no le dejarían usar el cristal sin tallar
del pueblo de su padre. Esperarían que usara joyería fina, digna de un joven noble
de Redde. Para ellos, la piedra sería horrenda y barbárica. ¿Quitarle el cristal de
alguna manera maldeciría al niño?
No quería pensar en ello, por lo menos no ahora.
—Si pudieras tener esos bebés pronto, Vlad, te lo agradeceríamos. Creo que
nuestra madre solo quiere que vayamos a la Ceremonia de Apareamiento para que
le demos bebés a los que malcriar y hacerles ropa —dijo Sven.
—Secretamente desea que uno de nosotros tenga una niña —agregó Matus.
—Cree que las niñas lanzan cuchillos mejor que los niños —explicó Nolan, —y
quiere pasar sus habilidades a la próxima generación.
Clara llegó a la última columna de cristal y vio como Vlad saltaba. Le tendió la
mano y lo dejó ayudarla a bajar. El ejercicio le había sonrojado las mejillas e
intentó controlar su respiración. Los hombres no parecían afectados por el
recorrido.
Las paredes azuladas de la caverna estaban mezcladas con un tono plateado.
La caverna se amplió al internarse en ella. Había piedrecillas sueltas en el suelo,
crujiendo bajo sus botas. Las venas plateadas convergieron en una pared,
tornando la superficie en un espejo plateado que el mostró un reflejo
distorsionado de sí misma. Clara vaciló, mirando su rostro sin pintar y su cabello
recogido en la nuca en lugar de la coronilla. En tan poco tiempo, ya se veía
diferente. Dudaba que sus hermanos o hermanas pudiesen reconocerla.
—¿Clara? —preguntó Vlad en voz baja.
—Disculpa. Pensaba en mis hermanas y cuñadas, que ya deben estar
despertando para tener sus hijos —le dio la espalda a su reflejo, con tristeza. —Me
perderé el nacimiento de mis treinta sobrinos y sobrinas —entonces se enderezó.
—No debería seguir pensando en mi antiguo hogar. Tenemos un deber para con
los mineros. Por favor, continuemos. Les seguiré el paso.
La cueva empezó a estrecharse, luego de dejar la caverna plateada y tomar
otro pasillo. Caminaron en silencio un trecho, hasta que escucharon el sonido del
agua a su alrededor.
El pasillo natural había sido moldeado a un túnel cilíndrico. Las marcas de
herramientas en las paredes demostraban que era obra de personas.
Una dragona había sido tallada en la pared. Su fiera piel escamosa parecía
gastada con el tiempo. Alrededor de ella, había otros dragonas más pequeños,
como rindiéndole culto.
—Esa es Trolla —explicó Matus. —Protectora de las minas. La diosa nos
protege.
—Supersticiones mineras —dijo Nolan.
—Silencio, muchacho —advirtió Tomo. —Respeta a nuestros dioses.
Nolan miró al suelo con expresión culpable y guardó silencio.
Vlad la tomó del brazo al pasaje dividirse en dos.
—Estamos cerca de la cascada.
—No puedes llegar allá ahora —dijo Matus. —El túnel a esa área está más
arriba. El derrumbe lo bloqueó. Afortunadamente no estaba en uso, porque no
tenemos necesidad de ir a la cascada.
—El sitio del accidente está allí enfrente —dijo Tomos. —El dron está del otro
lado —alzó un control remoto que alguien había dejado en el suelo y empezó a
presionar botones. —No responde a nuestra señal.
—De seguro está dañado —Sven tomó el control de manos de su padre y
empezó a presionar botones. —Anoté la locación cuando estuve aquí abajo. No se
movía, así que seguro sigue allí. Si lo podemos recuperar, podremos saber qué
pasó.
Clara no se sentía bien. Intentó controlar su respiración mientras miraba la
pared de piedra. Había soportes colocados contra el techo y rocas movidas
alrededor.
—Quizás no debí dejar que vinieras —dijo Vlad en voz baja.
—Si mi marido está a cargo de las minas, yo debo conocer a fondo sus deberes
—se estremeció, disimulando su incomodidad. —Estaré bien.
—Si las lecturas son correctas, deberíamos estar cerca del vacío. Pero hasta
que podamos verlo no sabremos si el dron envió información errada o si el sonar
está dañado.
—Yo creo que es el sonar —dijo Matus. —Es la única manera de explicar el
colapso. El túnel no habría colapsado así si la roca fuese sólida. Los drones
pequeños son incapaces de taladrar algo tan grande para causar este tipo de daño.
—¿Son caros los sonares? —preguntó Clara. Vlad asintió, pero no parecía
preocupado por el gasto. Ella no pudo evitar recordar cómo había reaccionado él
al pedirle sirvientes. La había hecho creer que no tenían dinero.
—Lady Clara, por favor hágase a un lado. A minar, chicos —dijo Tomos. Todos
cambiaron forma y empezaron a mover pesadas rocas con las manos. Tomos tomó
el mando, dirigiéndolos en el ronco lenguaje de los Draig. Ella no estuvo segura de
cuánto tiempo los miró, pero estaba fascinada por lo fuertes que eran en su forma
de dragón. Por curiosidad, intentó empujar una piedra disimuladamente con la
cadera. No se movió. Su esposo y Sven la habían levantado con facilidad
momentos antes.
Acostumbrada como estaba a estar de pie sin moverse por largos periodos de
tiempo, observó tranquilamente el trabajo de los hombres, solo apartándose
cuando era necesario y al acercarse a estudiar más de cerca la imagen de Trolla. La
diosa le parecía salvaje y peligrosa, todo lo que Clara no era. Acercó la muñeca al
grabado, pero no percibió nada en la piedra, y no lo esperaba.
***
Vlad metió las manos entre dos piedras y jaló con fuerza. Una lluvia de
piedrecillas cayó a sus pies. Sintió que su mujer estaba lejos del área inmediata y
supo que no estaría en peligro.
—Cuidado —advirtió Tomos en su ronco lenguaje.
—La viga está segura —dijo Matus, en el mismo lenguaje.
—Ya casi —dijo Vlad y Nolan fue a ayudarlo.
Varias piedrecillas cayeron al remover la grande. Se apartaron rápidamente,
vigilando la estabilidad del túnel. Varias rocas cayeron, alzando una nube de polvo.
Vlad cerró los ojos, esperando a que el sistema de ventilación disipara el polvo.
Pudo escuchar el suave zumbido del mismo.
—¿Qué…? —Matus se les adelantó. Metió la cabeza en el agujero que
acababan de abrir. Una suave luz brillaba desde adentro, una que no debía estar
allí.
—Matus —advirtió Tomos. —Ten cuidado.
Matus no le escuchó, tomando su control remoto y trepando por la abertura.
Segundos más tarde, gritó.
—¡Encontré el dron!
—¿Vlad? —preguntó Clara suavemente tras ellos. Había palidecido y su
expresión estaba vacía. Él le indicó con la mano que esperara. Ella se les acercó
lentamente. Él pudo escuchar sus pisadas al voltearse a ver a Matus.
—Papá, deberías… —las palabras de Matus sonaron menos roncas, lo que
indicaba que había adoptado forma humana nuevamente. Los otros siguieron su
ejemplo.
—Encontraron al dron —tradujo Vlad para su esposa.
—¿Qué? —preguntó Tomos, revisando la seguridad de la abertura antes de
entrar. Segundos más tarde, gritó, —¡Vlad!
—¿Vlad? —repitió Clara en voz baja.
—Estaré bien —le aseguró él. Vlad fue a seguir a Tomos. Nolan le entregó un
par de linternas antes de que pasara.
La luz venía del dron, que estaba encendido y funcionando. Matus golpeó el
control remoto.
—La señal está bloqueada. El control me dice que el dron está muerto pero
claramente está encendido.
Vlad encendió una linterna y le tendió la otra a Tomos. Iluminaron el lugar
entre los dos. Había extrañas columnas por todas partes, como sosteniendo el
techo. El suelo era liso, con escalones naturales llevando a un riachuelo bajo tierra.
—¿De dónde salió eso? —preguntó Matus al ver el agua bajo la luz de la
linterna. —No debería haber manantiales en este lado de las cuevas. Fluye en la
dirección equivocada —señaló la pared más lejana. —La cascada está para allá. El
agua debería fluir hacia afuera, no adentro.
Tomos se inclinó junto al manantial.
—Esto es tallado, no natural.
Vlad observó las huellas en el borde del manantial. Claramente eran fruto de
una herramienta.
—Son recientes. La piedra no parece envejecida —olisqueó el agua. —Huele
raro.
—No lo toques. Conozco ese olor, pero… —Tomos frunció el ceño. —No lo
ubico.
—Nolan, trae el foco —ordenó Matus.
Vlad exploró con su linterna mientras esperaban a Nolan. Escuchó
cuidadosamente, pero no oyó nada, además de su grupo cerca de la abertura.
Minutos más tarde, llegó Nolan con un enorme foco. Lo posó en el suelo,
encendiéndolo. La luz se reflejó de los cristales en el techo.
Lo primero que Vlad notó fue que las columnas estaban demasiado bien
hechas, talladas con marcas extrañas. No eran marcas Draig.
—Vamos a entrar —dijo Sven.
Vlad alzó la mano hacia la abertura.
—No, espera.
Era demasiado tarde. Sven ya había entrado, ayudando a Clara a pasar por la
abertura. Ella soltó el brazo de Sven y se detuvo a observar. Él notó que sus ojos se
habían oscurecido y se preguntó sobre esa extraña reacción física al lugar.
—¿Son ruinas? —preguntó ella.
—No. Esto no es de hechura Draig —respondió Matus.
—¿Entonces…? —preguntó Clara.
—No sabemos —dijo Matus.
Vlad se acercó automáticamente a su esposa. Quizás no debió dejarla venir.
Cuando ella se ofreció a acompañarlos, él creyó que sería un trabajo simple y una
oportunidad para que conociera el lugar.
—Mi lord —le susurró ella. La voz le tembló ligeramente. —Me dijiste que te
avisara cuando necesitara atención médica. No me siento bien en este momento.
Él le posó la mano en el hombro, besándole la frente para consolarla.
—No estaremos mucho rato. Te protegeré.
Vlad no esperó que le tomaran la palabra tan rápidamente, pero un segundo
después de decirlas, el zumbido bajo de un motor les llegó a través de la piedra.
Los hombres formaron un semicírculo alrededor de Clara.
—¿Los Var? —preguntó Nolan, refiriéndose a sus enemigos ancestrales, los
cambia formas gato.
—Jamás vienen tan al norte —dijo Tomos. —No se atreverían. No les
interesan nuestras minas.
—No me siento… —susurró Clara, débilmente.
Vlad la escuchó jadear, con la vista fija al otro lado de la cueva. El ruido se
intensificó. Él empezó a caminar de espaldas a la abertura.
El agua del manantial empezó a estremecerse.
—El agua cambia de dirección —notó Matus.
—Clara, si te digo que corras, corre. Ve a la abertura —dijo Vlad. —Intenta
regresar a la villa.
Un extraño vehículo alienígena emergió. Su forma circular rotaba alrededor de
un soporte central para moverse adelante. El soporte se sujetaba de los lados del
manantial, dejando las marcas que habían examinado antes. Jalaba una carga de
mineral puro envuelto en una capa de plástico transparente.
—No nos ha visto —dijo Matus en voz baja.
El vehículo hizo amago de detenerse.
—Nolan, toma a mi esposa—ordenó Vlad.
Era casi demasiado tarde. El vehículo se detuvo, la esfera abriéndose.
—Clara, corre —susurró Vlad.
Los hombres cambiaron de forma, listos para la batalla. Esperaron tensamente
a ver al enemigo desconocido que se atrevía a robar de sus minas. Un alienígena
bajito emergió de la nave y saltó al suelo. Aterrizó sobre tres patas cortas,
usándolas como un trípode. Su piel traslúcida tenía un tono lechoso, cubriendo las
brillantes venas azules y moradas. Era imposible saber su género. Unos pequeños
brazos se extendieron de sus gelatinosos costados. Apenas les llegaba a la cintura.
—No —protestó Clara suavemente.
El sonido de su voz llamó la atención del alienígena. Su rostro tenía facciones
humanoides: dos ojillos negros, una nariz pequeña y labios pronunciados. Pareció
sorprendido. Vlad bajó la guardia ligeramente para ver que hacía la criatura. El
alienígena chilló, abriendo su enorme boca.
Tomos le respondió con un gruñido. Vlad dio un desafiante paso adelante. El
alienígena empezó a estremecerse, su gelatinoso cuerpo expandiéndose. El grito
se volvió más potente.
—¡Sácala de aquí! —gritó Vlad.
—¡No puedo! —respondió Nolan. —Ella…
Vlad quiso mirar, pero no se atrevió a quitarle los ojos de encima a la
amenaza.
—¡Protejan a mi esposa! —ordenó roncamente.
El alienígena lanzó un manotazo, su brazo alargándose y tomando por
sorpresa a Sven y Matus con su alcance y fuerza. Ambos cayeron al suelo.
—¿Qué es? —preguntó Tomos. Vlad no tenía respuesta a eso: jamás había
visto una criatura así.
—¿Cómo lo matamos? —gritó Sven.
Vlad logró deslizarse a un costado. Con garras y colmillos se abalanzó sobre la
criatura, apuntando a lo que sería su pecho. Hizo contacto con la carne viscosa del
alienígena, la cual absorbió el golpe. Empezó a moverse sobre él, como alquitrán,
envolviendo su brazo y luego su hombro. Vlad usó la mano libre para intentar
liberarse. Algo fluyó entre sus garras. ¿Sangre? No estaba seguro. El alienígena
seguía intentando succionarlo. En un instante, empezó a tratar de metérsele por la
boca para asfixiarlo. Vlad lo mordió por reflejo, escuchando un chasquido al
perforar la piel del alienígena con los colmillos.
—¡Vlad! —escuchó gritar a Clara.
De pronto, el alienígena chilló con más fuerza y lo escupió. Vlad salió
despedido por los aires, yendo a parar contra una roca. El sabor acre en su boca lo
hizo tener arcadas y toser al tratar de recuperar el aliento.
Clara volvió a gritar, esta vez un sonido incoherente. El alienígena chilló con
más fuerza como respuesta. Alguien lo tomó del brazo para alzarlo. Vlad
trastabilló, tratando de ir junto a su esposa.
—Vlad —dijo Tomos, sorprendido. —Mira.
Vlad dejó de moverse para poder prestar atención a lo que pasaba. Clara
estaba de pie frente a la criatura, con las manos en alto, las palmas y muñecas
hacia el alienígena. La criatura se retorció de dolor, arrastrándose de regreso a su
transporte. Parecía estarse encogiendo para minimizar el dolor. Vlad se acercó
lentamente a su esposa, sorprendido por su habilidad. Al verla de cerca, notó su
rostro ceniciento. Sus ojos eran casi completamente verdes, con muy poco
púrpura. Volvió a gritar, como si el sonido le estuviese siendo arrancado de la
garganta.
El alienígena trastabilló, cayendo dentro de su transporte. Buscó a ciegas,
alzando una pequeña esfera en su gelatinosa mano. Vlad juraría que lo vio sonreír
malvadamente antes de lanzar la esfera al suelo. La esfera de tono metálico estalló
como si fuese de cristal, pero no pareció suceder nada. Segundos más tarde, se
había marchado.
Clara ahogó un grito, dejando caer los brazos. Vlad la sujetó al caer. Estaba
temblorosa y cubierta de sudor.
—Están infestados —susurró ella débilmente.
—¡Muchachos, cúbranse! —exclamó Tomos. —¡No vayan al agua!
Los demás echaron a correr y Vlad alzó en brazos a su esposa. Se cubrieron
tras las columnas. Él pudo ver la luz del dron parpadeando rápidamente. Apretó a
Clara contra la columna y la cubrió con su cuerpo. Por instinto, se transformó y
escondió la cabeza junto a la de ella. El dron chilló segundos antes de que una
explosión hiciera eco en la caverna.
Capítulo 11
Clara tosió, empujando el peso que la mantenía atrapada. Sus manos tocaron
un pecho y ella trató de mirar más allá del cabello que le cubría los ojos. No le
sirvió de mucho. La caverna estaba oscura. Escupió cabello mientras intentaba
respirar.
Escuchó un gemido a la distancia. Y rocas moviéndose. Una tos.
—¿Muchachos? —preguntó la ronca voz de Tomos. —¿Mi lady?
Clara logró soltar un agudo suspiro y una tos como respuesta.
—Papá —llamó Matus, su voz haciendo eco en la roca. —¿Nolan? ¡Nolan!
De pronto le quitaron el peso de encima. Sven acostó a Vlad en el suelo y
empezó a examinarlo.
—Vlad está bien, pero desmayado.
El humo empezó a aclararse al activarse la ventilación.
—La ventilación sirve —dijo Sven.
—¿Nolan? —exclamó Matus con más fuerza.
—¿Hijo? —Tomos se le unió. —¡Nolan!
—Quédate con él —le dijo Sven a Clara.—Debo encontrar a mi hermano —ella
asintió levemente.
Sven desapareció en la oscuridad, dejándola sola con su marido. Ella tanteó la
dura piel de dragón. Él no se movió ni gimió, solo su pecho moviéndose
ligeramente.
La pelea la había dejado agotada e incapaz de concentrarse como quería. Tocó
algo pegajoso en su antebrazo y apartó la mano, sin saber que tocaba. Rozó algo
de metal con el dorso de la mano y tanteó a ciegas, buscando el interruptor.
Encendió la linterna e iluminó el rostro de su marido.
—¡Por aquí! —exclamó Sven. Ella dirigió la luz al sonido. Alguien yacía bajo las
rocas. —Lo encontré.
Los hombres desenterraron rápidamente a Nolan. Ella poso la mano sobre
Vlad, manteniendo la luz fija sobre los hombres aunque deseaba
desesperadamente ver que tan herido estaba su esposo. Mientras su pecho se
moviera, ella sabía que estaba vivo. El sentir su corazón latiendo contra su mano le
trajo consuelo.
—Está vivo —dijo Matus luego de una aparente eternidad.
Se encendió otra luz y Clara movió la suya para revisar a su esposo. Estaba
atrapado en forma de dragón, inconsciente. Buscó la parte pegajosa con la luz. Su
mano y antebrazo estaban cubiertos de brillante carne quemada. Su otra mano
estaba un poco mejor, pero también necesitaba atención.
—Necesitamos atención médica —dijo ella, doblándole delicadamente los
brazos a Vlad sobre el pecho.
—Yo voy —dijo Sven. La otra luz se movió con él solo para detenerse casi de
inmediato. Brilló sobre las rocas caídas sobre la abertura. —No puedo salir. Las
provisiones están del otro lado. Estamos atrapados.
***
Estaban atrapados.
La luz natural brillaba tras la constante y estruendosa pared de agua que era la
cascada. Al principio, el aire fresco y la luz del sol le habían parecido una
bendición… hasta que Clara descubrió que no había modo de atravesar la cascada.
Aparentemente, tendrían que esperar a que el torrente causado por las lluvias
recientes pasara. La libertad estaba tan cerca y a la vez tan imposible de alcanzar,
entonces la luz se le antojó burlona.
Esto no evitó que Tomos intentara treparla. Intentó pasar a través del agua al
borde del abismo. La presión de la cascada casi lo había hecho caer, y solo por un
milagro Sven y Matus habían logrado salvarlo antes de que se matara con las
afiladas rocas al otro lado. Clara podía sentir claramente el dolor de Tomos al verse
incapaz de conseguir ayuda para Nolan y Vlad. Jamás había sentido una emoción
tan profunda de parte de su padre y no pudo evitar preguntarse si él sería capaz
de enfrentarse a una cascada para salvarla.
Un lago de agua fresca cubría la mayoría de la cueva. Clara atendió a los
heridos lo mejor que pudo, lavando sus heridas y ayudándolos a tomar algo de
agua. Al leer sus pensamientos, supo la profundad de su dolor. Necesitaban
comida, agua y cuidados médicos que ella no estaba capacitada para darles.
Matus, Sven y Tomos eran expertos en supervivencia dentro de cuevas. Clara
supuso que era gracias a su oficio. Matus usó el musgo seco que colgaba del techo
para encender una fogata. Tomos y Sven cazaron comida. Clara intentó no pensar
en qué se llevaba a la boca, pero era difícil ignorar el festín de lagartija e insectos.
—Los simuladores de comida no suenan tan mal en este momento —bromeó
cansadamente Tomos al tenderle una lagartija asada.
Por las noches, Clara intentaba dormir junto a Vlad, pero se desvelaba
contemplando su rostro en busca de algún movimiento. La idea de que podían
pasar semanas antes de que los encontraran la preocupaba. Era difícil llevar la
cuenta del tiempo con la luz perenne, pero estimaba que tenían alrededor de tres
días bajo la prisión de la cascada. Le preocupaba que no terminara. Solo una vez
sintió el malestar generado por la presencia de los Tyoe, pero era muy leve, por lo
que no molestó a los hombres comentándoselo. Ya tenían suficiente presión
intentando sobrevivir.
—¿Deberíamos revisar el otro lado? —preguntó Clara. —Quizás los otros ya
nos estén buscado.
—Pasarán semanas antes de que puedan sacar todos los escombros —dijo
Tomos. —Revisé esta mañana. El aire aún está sumamente viciado. Sería mejor
que no se apresuren a limpiar esa zona.
—El agua de allí quema. No nos atrevemos a dejar antorchas en ese sitio —
dijo Sven, dándole un golpecito a la linterna en su cintura. No las usaban mucho,
tratando de conservar las baterías. —No sé qué pasará ahora que el aire está lleno
del químico. Me preocupa que los rescatistas traten de sacarnos con picos y que
una chispa cause una explosión. Necesito cruzar la cascada para llegar a ellos y
advertirles y decirles dónde estamos.
—Seguirán el protocolo —dijo Matus. —Avanzarán lentamente y probarán el
aire.
—¿Podremos sobrevivir tanto tiempo? —preguntó Clara, mirando a los dos
pacientes. —¿Podrán soportarlo ellos?
—El agua se está calmando —dijo Sven desde donde estaba, de pie en el
centro del lago llano. El agua le llegaba a los muslos. —Intentaré bajar por la
cascada. Puedo traer una unidad médica. Algo. Puedo intentar comunicarme con
los demás. Podemos coordinar esfuerzos.
—Si bajas, no podrás regresar. El agua es demasiado fuerte —Tomos sacudió
la cabeza. —No, hijo. Debemos confiar en que todo saldrá bien.
—¿Matus? —Sven buscó apoyo en su hermano.
—Es muy arriesgado —Matus miró culposo a su padre. —El agua te empujará.
—Es mejor que morirnos de hambre aquí —Sven se mesó el cabello,
frustrado. —Si el rescate viene muy rápido, podemos morir. Si vienen muy lento,
Vlad y Nolan pueden morir.
—Esperemos un poco más —dijo Tomos. —Si somos pacientes, Trolla
proveerá. La diosa no está lista para dejarnos ir. No habría sencillamente
amenazado con empujarme al vacío de ser así. Vamos, Sven, a buscar comida.
Necesitarás tu fuerza cuando llegue la hora de bajar.
Clara sospechó que Tomos no creía completamente en sus palabras, pero
buscaba consolar a sus hijos y darles esperanza.
Cuando estuvieron solos con los enfermos, Matus masculló.
—¿Trolla proveerá? ¿Cómo lo hizo con los padres de Vlad? ¿Cómo lo hace
ahora con Nolan y Vlad?
—¿Qué le pasó a los padres de Vlad? —preguntó Clara.
Matus frunció el ceño.
—Mis disculpas. No debí decir eso en voz alta. Estoy seguro que tu esposo
estará bien.
—¿Qué pasó?
—Un bolsillo térmico hizo erupción —dijo una voz ronca y cansada junto a sus
pies.
Ella ahogó un grito.
—Matus, Vlad despertó.
El cuerpo de Vlad cambió lentamente a su forma humana mientras él
continuaba hablando lentamente.
—Mi padre quedó atrapado entre las rocas. Mi madre fue a intentar salvarlo y
ambos perecieron bajo un derrumbe.
Clara se arrodilló junto a él, aliviada. Se había estado controlando
cuidadosamente hasta entonces, pero ahora no le importaba quién viera lo que
sentía. Le acarició la mejilla con el dorso de la mano.
—¿Cómo te sientes? ¿Qué te duele? ¿Qué puedo hacer por ti?
—¿Dónde estamos? —preguntó él, parpadeando pesadamente.
Matus le explicó rápidamente la situación mientras Clara lo ayudaba a
sentarse. Al terminar, el hombre agregó.
—Tu esposa trajo mucho honor a tu nombre. No lloró en ningún momento ni
se quejó. Se ha comportado como cualquier Draig.
—He sido bendecido con una excelente esposa —Vlad miró al hombre en el
suelo. —¿Nolan?
—No se ha movido —respondió Matus. Todo su estrés golpeó a Clara como
una ola, y él no intentó disimularlo.
Clara se inclinó y besó a su marido, sin poder contener su alivio. Él gruñó al
contacto. Ella se apartó.
—Mis disculpas, mi lord. Debí esperar permiso.
—Tu vestido me rozó la mano —explicó él. Vlad alzó las manos para mirárselas
mejor e hizo un gesto de desagrado. Entonces se inclinó hacia ella, con los labios
fruncidos y las manos en alto. —Inténtalo ahora.
Ella le dio el beso que él buscaba.
—Me alegra que despertaras, mi lord. Intenté comunicarme contigo, pero no
creo que me escucharas.
—Viviré —le dijo él. —No hay por qué preocuparse.
Ella sintió que él intentaba ser valiente, pero sabía cuánto dolor sentía
realmente. Que estuviera despierto era bueno. Conseguirle atención médica sería
aún mejor.
—Deberías beber agua. Sven y Tomos fueron a cazar. Tienes que comer.
—Arañas de las cavernas —agregó Matus, y Vlad hizo un gesto de asco.
Clara se dirigió al agua, recogiéndola en sus manos y trayéndola para que su
esposo bebiera. Hizo varios viajes, sin importarle que se le mojara todo el frente
del vestido en su prisa por atenderlo. En el último viaje, guardó un sorbo para
Nolan.
—No te he cumplido muy bien, ¿verdad? —susurró Vlad. Pareció querer
tocarla, pero sus manos lastimadas se lo impedían. —No debí permitir que vinieras
aquí.
—Entonces estaríamos muertos. Ella venció al Tyoe y lo hizo huir —dijo
Matus. Cuando Vlad lo miró, él se encogió de hombros. —La cueva es pequeña, no
hay mucho que hacer. Voy a escuchar igual.
—¿Tyoe? —preguntó Vlad.
Clara le explicó lo mismo que le había contado a los otros, y agregó.
—He estado tan preocupada que no he podido sortear mis pensamientos. Sé
que buscan el mineral. Quieren sus minas y harán lo que sea para poseerlas. Los
han estado estudiando por un tiempo. Conocen las casas nobles de los Draig. Sé
que tienen planes y sé que hay más de ellos.
—Eso no nos lo dijiste —dijo Matus, sonando ligeramente acusatorio.
—Me llega en pedazos —se defendió ella. —No tengo nada sólido que contar.
No sé todo el plan y no lo sabré hasta que pueda relajarme —miró a Vlad,
sumamente aliviada de verlo despierto. —Es por esto que mi gente controla
cuidadosamente sus emociones. Debemos ser reservados. No es solo un capricho
de la nobleza, es una necesidad. Me es difícil concentrarme. Lo siento, he estado
concentrada en ti, mi lord y en Nolan. No he podido descifrar más. Estoy cansada
de intentar bloquear todas las emociones a mi alrededor desde que llegué. Y
entonces vinieron los ceffyls. No puedo procesar…
Al ella ahogarse, él la interrumpió.
—No, Clara. Lo estás haciendo bien.
Ella suspiró pesadamente, aliviada de escucharlo decir eso. La conversación se
detuvo. Los parpados de Vlad empezaron a cerrarse. Ella sabía que él aún estaba
cansado, y se sentó junto a él, ofreciéndole su regazo para que descansara. Él lo
hizo, agradecido, y se durmió casi al instante.
***
***
—Quizás debimos cavar juntos desde el principio —dijo Tomos. —Sabía que
desobedecerían mis órdenes de no entrar aquí.
Vlad apretó los dientes al sentir una punzada de dolor en el brazo. El alzar
piedras con los brazos en carne viva mientras respiraba aire tóxico era una de las
peores pruebas que los dioses le habían enviado. El pensar en Clara lo mantenía en
movimiento.
—Cada roca ayuda —dijo Matus, como animándose. —Cada una que
movamos nos lleva más cerca a la libertad.
Tomos tosió, cubriéndose la boca.
—Ve a tomar algo de aire —dijo Vlad, su tono dejando claro que era una
orden. —Ve si Clara necesita ayuda con Nolan.
Tomos asintió, tosiendo violentamente mientras caminaba a la salida.
Cuando se quedaron solos, Vlad dijo.
—Estamos forzados a ir tan lento que no estoy seguro de que lo que hacemos
haga alguna diferencia, pero ¿qué otra cosa podemos hacer? ¿Sentarnos y espera?
—Quizás Sven debió quedarse —Matus frunció el ceño. Había pasado dos días
desde que Sven se marchara y no tenían modo de saber si había sobrevivido el
bajar por la cascada. —Podríamos usar sus músculos.
—No —Vlad tosió. Intentó alzar otra roca, pero le fue muy difícil. Le hizo señas
a Matus que lo siguiera a la caverna con aire fresco. —Que se marchara fue lo
correcto. Del otro lado, con aire fresco, podrá cavar más rápido que si estuviera de
este lado. Sus músculos servirán más allá. Además, debe advertirle a los otros lo
que pasa. Es muy peligroso aquí. Conoces a tu madre: no actuará con cautela al
estar preocupada por su familia.
Matus agarró la linterna y siguió a Vlad.
—No he querido decirlo delante de mi padre, pero ella es lo suficientemente
temeraria como para venir blandiendo un pico a lo loco por salvarnos. Nos haría
volar en pedazos.
Vlad se arrastró por la abertura. Las manos le latían de dolor. Tenía las heridas
llenas de tierra. Se levantó débilmente, caminando hacia la parte más fresca de la
caverna. La peste de los químicos venía con él, pero lentamente su cabeza empezó
a aclararse.
—No sé qué tan dañados saldremos de esta —dijo Matus, tratando de reír
pero no pudo. La poca comida, poco sueño y mucha preocupación empezaban a
hacer mella.
—Si la ayuda no llega pronto, necesito que me prometas que te llevarás a
Clara y la bajarás por la cascada. Nolan y yo no estamos en condiciones de trepar
—Vlad se miró las manos. —Si esperamos demasiado no tendrás fuerzas para
cargarla.
—Vlad, no…
—Matus, por favor, es mi esposa. Prométeme que te la llevarás antes de estar
demasiado débil para trepar por la cascada. Todos los días el agua pierde fuerza.
Pronto será seguro pasar —Vlad habló en voz baja, ya que no quería que su esposa
lo escuchara. A ella no le gustaría, pero en esto su opinión no importaba. La
protegería, incluso si significaba enviarla lejos, sin él. —Yo no puedo hacerlo, no
con las manos así. Apenas puedo alzar una roca.
—Lo prometo —dijo Matus solemnemente. —Pero no será hoy. Vamos a
buscar nuestro festín para seguir cavando.
—Oh, espero que sea lagartijas con arañas —dijo Vlad, arrastrando las
palabras.
—Tu favorito —le respondió Matus. Ambos rieron sin ganas. ¿Qué otra cosa
podían hacer?
***
El primer rayo de luz que entró en la cueva fue como algo llegado del cielo,
solo para ser tapado por el dedo de alguien. Vlad miró a la oscuridad, dejando caer
la roca que había alzado apoyándosela de la cintura. Trastabilló adelante. El rayo
de luz apareció nuevamente y volvió a desaparecer.
—¡Estamos aquí! —gritó Matus, aliviado, lo que enseguida aceleró los
movimientos de los rescatistas del otro lado.
—¿Tomos? —dijo Arianwen, frenética del otro lado. —¿Estás herido? ¿Dónde
están mis hijos? ¿Lady Clara?
—Ventilación —gruñó Tomos.
—Tomos —sollozó Arianwen, la emoción clara en su voz.
En un minuto, la peste química del lugar empezó a disiparse, ya que alguien
del otro lado había activado el sistema de ventilación.
—¿Mis hijos? —gritó Arianwen. —¿Dónde están mis muchachos?
—Vivos, pero necesitamos atención médica —dijo Tomos.
Se les hizo más fácil respirar. El agujero se hizo más grande, lo suficientemente
grueso para que Arianwen pudiese meter el brazo. Vlad y Matus estaban tras
Tomos mientras este aferraba la mano de su esposa.
—Ya viene, ya viene —lo consolaba ella.
—¿Sven? —preguntó Tomos.
—Aquí estoy —dijo Sven del otro lado.
—Casi explotamos con el taladro gigante —dijo Arianwen. —A nadie se le
ocurrió verificar que no hubiese bolsillos de gas.
—Ella lo manejaba cuando llegué —dijo Sven. —Lo estrelló contra una pared
al verme.
Arianwen desapareció de la abertura y pudieron escuchar como regañaba a
Sven.
—Claro que lo estaba manejando. Mi familia estaba desaparecida…
—Tengan la unidad médica portátil —dijo otro minero, tendiéndoles la unidad
por el agujero.
Tomos la agarró, tendiéndosela a Vlad y Matus.
—Vayan.
El cuerpo de Vlad protestó, pero él ignoró el dolor físico, atravesando la
distancia hasta llegar al lago. Matus iba tras él, con la unidad médica en las manos.
—Clara, llegaron los rescatistas y… —Vlad esperaba encontrar a su esposa
junto a Nolan. Pero no estaba allí.
Matus se arrodilló junto a su hermano para curarlo.
—¿Clara? —dijo Vlad, mirando a su alrededor. Un trozo de tela en el suelo
llamó su atención. Lo siguió, encontrando a su esposa desmayada boca abajo en la
orilla del lago. Débilmente, la volteó. Su rostro pálido estaba arañado por la caída.
De haber trastabillado un par de centímetros más adelante, se habría ahogado. La
apartó del agua. Tras ellos, Nolan tosió. Era la primera señal de vida que daba en
días.
Clara respiraba, su pecho alzándose lentamente. Él la sujetó con fuerza, como
si pudiera hundirse por completo si la soltaba.
Matus le apretó la unidad médica contra el brazo.
—Para el dolor —dijo, antes de aplicársela brevemente a Clara y correr de
vuelta junto a su hermano.
Clara gimió y tosió. Se estremeció en sus brazos y él la apretó con más fuerza.
—Ya se acabó —susurró él. La medicina le hizo efecto, calmando el dolor. —
Vienen por nosotros.
Capítulo 13
—Salvaste a mi familia.
Clara despertó al oír la voz. Automáticamente alzó los brazos en busca de
Vlad, pero él no estaba junto a ella. En esos preciosos segundos entre el sueño y la
realidad, se creyó aún en la cueva. La suavidad de su lecho la confundió.
El viaje de regreso de las minas era un borrón en su mente. Había estado tan
agotada y hambrienta que vagamente recordaba ir en brazos de un extraño de
vuelta a la villa. De algún modo había logrado bañarse y comer algo antes de caer
inconsciente. Parpadeó con fuerza mientras enfocaba a Arianwen.
—Estás confundida por la medicina —explicó Arianwen.
Clara abrió la boca para responder, pero el movimiento sorpresivo de
Arianwen la silenció. La mujer le rodeó los hombros con los brazos y la apretó
contra sí. Clara no se movió.
—Salvaste a mi familia del invasor alienígena. Cuidaste de Nolan y Vlad. Te
quedaste sin comer para que otros comieran —Arianwen la apretó con más fuerza.
—Eres la hija por la que siempre he orado.
Clara no estaba segura de cómo reaccionar. Su propia madre jamás la había
tocado así. Tentativamente alzó los brazos, palmeando la espalda de Arianwen con
las muñecas. Al apartarse, Arianwen tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Hasta que no seas madre no entenderás el miedo que sentí cuando no
regresaron. Creí… —Arianwen sacudió la cabeza como para deshacerse de ese
pensamiento aciago. —No importa. Mi familia está a salvo.
—¿Vlad? ¿Nolan? —logró preguntar Clara, aunque la garganta le ardía.
Arianwen se levantó, sirviéndole un vaso de agua de una jarra en la mesita
antes de tendérselo.
—Vlad se está curando las manos. Las quemaduras eran graves. Nolan está
despierto. Se quebró varios huesos y rasgó algunos ligamentos, además de recibir
un fuerte golpe al cráneo. No correrá por el bosque en un buen tiempo, pero
vivirá. Despertó por completo esta mañana y está hablando —acarició suavemente
el cabello de Clara. —¿Y tú, hija? ¿Qué necesitas? ¿Qué te traigo? Te cocinaré lo
que quieras.
—¿Pan? —preguntó Clara tentativamente. Alzó el vaso con delicadeza para
tomar un trago.
—¿Pan? —Arianwen se rió, asintiendo. —Puede pedir lo que quieras y quieres
pan —sonrió. —Te haré la hogaza de pan más grande y suculenta del planeta.
Clara se volvió a recostar al quedarse sola. Miró al techo, sorprendida por lo
que acababa de pasar. Arianwen la había abrazado y la reclamó como hija.
***
Clara gimió al sentir unas manos cálidas acariciándole el rostro. Supo incluso
antes de abrir los ojos que era Vlad. Podía olerlo, sentirlo. Parpadeando
lentamente abrió los ojos. Él yacía junto a ella, con el cabello húmedo peinado
hacia atrás. Ella ahogó un bostezó.
—¿Cuánto dormí?
—Casi todo un día —respondió él, su aliento cálido rozándole el cuello.
—Arianwen me abrazó —le dijo Clara.
Vlad se rió.
—Por supuesto. Ha estado regando tus valientes hazañas por la villa.
Clara frunció el ceño.
—¿Por qué hablaría de cosas tan desafortunadas?
—¿Infortunio? Mi dulce esposa, actuaste de manera desinteresada y
honorable. Enorgullecerías a cualquier hombre —él le besó la mejilla a un
centímetro de la boca. —Eres la mujer guerrera que hizo huir al ladrón alienígena.
Ella automáticamente acercó la boca a la de él.
—Solo había uno.
—Eres una leyenda —insistió él.
—No hice nada, mi lord. Solo no soy compatible con esa raza —Clara intentó
traer lógica a la situación. —Si trato de leerlos, sus entrañas arden. Es una
anomalía genética.
—Un regalo de los dioses para protegernos —dijo él.
—No, Vlad, hablo en serio. No hice nada, no realmente —Clara habló en voz
baja. Él susurraba cerca de sus labios. Se estremeció ligeramente de placer.
—Una heroína realmente modesta, minimizando tu victoria —Vlad la besó,
introduciendo la lengua en su boca. Ella respiró su aroma. El alivio de que
estuviese vivo y bien le llenó el corazón. Él le acarició la cadera.
—¿Puedes sentirme? —preguntó ella. —Tus manos. ¿Están…?
—Hmm —él se apartó, pensativo. —Buena pregunta —le alzó la falda para
destapar sus muslos, acariciándolos con el dorso de los dedos. —Si, creo que
empiezo a sentir… —le acarició el sexo con un dedo, introduciéndolo lentamente.
Emitió un gruñido bajo. —Ah, sí, definitivamente detecto algo —metió el dígito
más profundamente. Cerró los ojos, inhalando profundamente. —Si, creo que la
sensación regresa —le lamió los labios. —¿Y tú, esposa? —retiró los dedos, solo
para introducir dos. —¿Sientes eso?
Clara se tensó al sentir la oleada de placer. Él volvió a hacerlo, frotándole la
vagina. Ella soltó un gemidito.
Él dejó de acariciarla y ella gimió en protesta. Vlad apartó las cobijas,
revelando que ya estaba desnudo. Tomándole la mano, se la llevó al pene,
apretándola con firmeza contra él. Se estremeció violentamente.
—Por todas las estrellas, tus caricias son como una corriente eléctrica.
Clara abrió más los muslos, deseando que regresara su mano. Él la cubrió con
su cuerpo. La mano de ella se movió con él. Un estremecimiento involuntario lo
recorrió. Su boca cubrió la suya mientras sus muslos empujaban los de ella. Él
volvió a estremecerse, su vientre contrayéndose. Ella soltó su miembro y él se
relajó marginalmente. Disfrutando de la conexión, ella apretó las manos contra su
pecho para sentir en su interior a la vez que él la penetraba por completo,
llenándola. Vlad la embistió desesperadamente, alzándose sobre sus brazos para
tener mejor ángulo.
A Clara le gustó la fuerza de su marido. Él no cambió de forma, pero sus ojos
brillaban dorados. La entusiasta penetración la hizo llegar al orgasmo
sorprendentemente rápido. Acabó con un gemido agudo que le estremeció todo el
tiempo. Vlad le respondió con un gruñido, derramándose en su interior.
***
***
Vlad intentó no mirar los cientos de ojos que parecían escudriñarlo. El retrato
dominaba completamente el espacio, dando la sensación de tener una estoica
audiencia estudiando cada uno de sus movimientos. Ahora, él no era precisamente
mojigato, pero le costaba imaginarse haciendo las cosas que quería hacerle a su
esposa con esa multitud inexpresiva contemplándolos. El estandarte de su familia
adoptiva había sido quitado de su sitio original y colgado en la puerta para darle
espacio al retrato. Podía imaginarse las risas de los sirvientes al colgar el
monstruoso regalo de bodas.
Vlad juró nunca, jamás, para preservar la felicidad de su matrimonio, llamar al
retrato una monstruosidad en voz alta. A su esposa le gustaba, así que tendría que
aprender a vivir con eso. Alzó la mirada. Cada espeluznante centímetro de eso.
Aunque tenía tiempo sin venir al castillo, no le sorprendió ver que lo habían
limpiado. Sin mirar, sabía que el baño a la derecha estaría impecable y lleno de
todas las cosas necesarias: jabones de olor, toallas limpias y fragantes, etc. Su
oficina seguro estaría atestada de pergaminos que raramente consultaba y los
largos reportes que a su hermano Mirek le gustaba escribir a sus hermanos, largas
narraciones dolorosamente detalladas de sus misiones diplomáticas. Lástima que
Mirek no había encontrado esposa en la ceremonia. Quizás así tendría menos
tiempo para escribir. De seguro había un montículo nuevo sin tocar esperándole.
A la derecha, la pequeña cocina tendría solo lo básico, incluyendo un
simulador de comida que a él no le gustaba. Apenas los sirvientes se enteraran de
su presencia, se encargarían que traer provisiones frescas. Escondido en la pared
también estaba su alijo de alcohol. Un trago le vendría bien en este momento.
—¿Vlad?
Él se detuvo justo al abrirse la puerta. Su hermano Alek entró.
—Cenek dijo que habías llegado. ¿Puedes explicarme por qué tenemos el
doble de ceffyls paseándose por los terrenos? Acabarán con los pastos en menos
de un año si los tenemos a todos aquí.
—Ahora no, si soy sincero —respondió él.
Alek se detuvo, alzando la vista. Saltó para atrás.
—¿Pero en el nombre de?
—Es la familia de mi esposa —interrumpió Vlad antes de que su hermano
pudiese decir algo ofensivo. Señaló el dormitorio, donde estaba Clara, dejándole
saber que no estaban solos. En voz alta, agregó. —¿No es un hermoso regalo?
Alek soltó un ruidito y asintió, respondiendo en voz alta, pero no tan
convincente.
—Si, hermoso.
—Escuché que Bron y tú consiguieron esposas —dijo Vlad. —Bendiciones,
hermano.
El rostro de Alek se suavizó y Vlad pudo ver que su hermano había sido
bendecido con una buena pareja.
—Mirek también. Hubo algo de confusión porque ella no estaba en la fila. Y
bueno, ahora su suerte…
—¿Qué pasó? —preguntó Vlad, esperando que su hermano continuara.
Alek alzó la mirada y frunció el ceño. En silencio, señaló primero el retrato y
luego hizo señas sobre su propia cabeza para indicar que todas las mujeres tenían
cabezas en forma de cono en el retrato. Entonces señaló el dormitorio de Vlad,
diciendo muy por lo bajo.
—¿Ella…?
Vlad hizo un gesto de horror y negó con la cabeza.
Alek dejó escapar un dramático suspiro de alivio, y Vlad lo golpeó en el
hombro.
Alek se echó a reír.
—Me lo merezco.
—¿Qué pasó con Mirek? —preguntó Vlad, intentando apartar la atención de
su hermano del retrato.
—Lady Riona, su mujer, está en hipersueño. Mirek construyó una habitación
de cuarentena para ella. Trajimos doctores de la Alianza Médica pero no están
seguros de por qué no despierta. Luego de que completaron su ceremonia, Mirek
la encontró desmayada entre las flores amarillas. Los doctores dicen que lo que
sea que le aqueja no es contagioso y que tampoco tiene ninguna enfermedad
alienígena conocida.
Las flores amarillas eran una planta que crecía al ras del suelo cerca del
palacio cuyas esporas inducían al sueño. Aunque era fatal a largo plazo, ya que
hacía que sus víctimas muriesen de hambre al no despertar, sus efectos
normalmente pasaban rápido cuando se dejaba de respirar el polen. No se le
conocía ningún efecto secundario adverso, menos uno que requiriera hipersueño y
cuarentena.
—Nunca he escuchado de que hagan dormir a una persona tanto tiempo, pero
los doctores dicen que puede tratarse de una reacción alérgica —dijo Alek. —Por
suerte, Bron se casó con la hermana de Riona, Lady Aeron, así que la bella
durmiente está bien cuidada.
Vlad no dudaba que su hermano proveería todas las comodidades necesarias
para su esposa enferma. No podía imaginar la preocupación que estaría sintiendo
en este momento su hermano.
—¡Eres tú! —las mejillas de Clara estaban ligeramente sonrojadas al bajar por
las escaleras. Se había recogido el cabello contra la nuca, manteniéndolo fuera de
su cara. Vlad sonrió automáticamente al verla. Ella pasó junto a él para estudiar el
rostro de Alek.
—Mi lady —dijo Alek, asintiendo. —¿Me reconociste sin la máscara?
—Flores solares —dijo ella, como si ese pensamiento necesitara salir
disparado de su cuerpo. —Por favor, por mi salud mental, dales a los ceffyls flores
solares.
—¿Mi lady? —Alek miró a Vlad, claramente no entendiendo.
—No me dejan en paz. Me siguen a todas partes. Me muestran imágenes de ti
alzando crías nacidas muertas. Creo que es parte de su luto, ya que insisten que
necesitan comer las flores solares. Si tengo que cultivarlas yo misma, lo haré, pero
por favor. Flores solares.
—¿Mi lady? —Alek la señaló, mirando Vlad. —¿Ella está…bien?
—Si, si lo está —dijo Vlad. Esperó unos minutos, disfrutando de la confusión
de Alek antes de explicar las habilidades de su esposa y sus comunicaciones con las
bestias. Clara asintió a su lado.
—Es un don impresionante, mi lady —dijo Alek. —Consideraré tus palabras.
Clara suspiró aliviada.
—Gracias, mi lord —Vlad abrió la boca para hablar cuando Clara se tensó de
pronto. Sus ojos se oscurecieron, con ese extraño halo verde. —Tenemos que
irnos. Tu hermano está en peligro. Lo pusieron bajo tierra.
—¿De qué…? —Vlad la agarró de la mano.
Ella parpadeó antes de aferrarse a él.
—Los Tyoe. Es lo que no podía ver antes por la interferencia de los ceffyls.
Pero los Tyoe atraparon a tu hermano bajo tierra. Esperan distraerlos a todos con
su búsqueda. Lo mantienen vivo en caso de tener que moverlo, pero está atrapado
por completo.
—Ciertamente tiene un don —dijo Alek, sorprendido. —Es verdad, eso ya
pasó. Bron fue capturado en el bosque y encadenado en una prisión subterránea
cerca de la cabaña de cacería. Creímos que se trataba de los Var, pero ellos jamás
llegan tan al norte y no detecté su olor en el bosque. Asumimos que la prisión
subterránea es una reliquia de guerras pasadas. Los Var no deben conocer su
ubicación. Lady Aeron nos dijo que había interceptado una transmisión que decía
que unos alienígenas llamados Tyoe iban a intentar hacerse con nuestras minas
por la fuerza.
—¿Bron está bien? —preguntó Vlad, preguntándose por qué no lo habían
llamado.
—Terminó rápido. Lo encontré y está a salvo —le aseguró Alek. —Mirek dio
una vuelta por la atmosfera e hizo un escaneo de los cielos o lo que sea que se
hace allá, determinando que una nave alienígena pasó recientemente sobre las
montañas. Ya se están tomando precauciones para protegernos. El rey ha
ordenado que nos encarguemos del asunto. Tiene suficientes problemas con el
Rey Attor. Los Var han estado cruzando a nuestro territorio y el rey teme que
estalle otra guerra antes de que los matrimonios de los príncipes estén asentados
—se volvió a Clara. —¿Cómo supiste del plan de los Tyoe?
Vlad le contó lo que había pasado en la mina y lo que su esposa había hecho.
La expresión de Alek cambió sutilmente, y para cuando Vlad terminó, alzó el
brazo para tocar el hombro de Clara. Asintió aprobatoriamente.
—Muy bien hecho —entonces la abrazó por los hombros, agarrando a Vlad y
empujándolos a la puerta. —Ahora vengan conmigo. Mi lady, es hora que
conozcas al resto de la familia. Ellos también querrán escuchar lo que pasó. Pero
debo advertirles: Lady Aeron espera un bebé y no querrán interponerse entre ella
y un plato de chocolate de Lithorian. Yo lo intenté y casi pierdo la mano.
—Maravilloso —dijo Clara, volviéndose para sonreír a Vlad. —El primero de
sus veinte.
Alek abrió la boca para preguntar, pero Vlad sacudió la cabeza.
—No, hermano, no preguntes.
Capítulo 15
***
Vlad gruñó cuando por fin pudo ver el castillo. Tenía alrededor de una hora
corriendo en forma de dragón, intentando llegar a casa. Algo estaba mal. Sentía
que le arrancaban el corazón del pecho. Clara había sido una constante en su
interior, y entonces había desaparecido sin más. Aunque le ardían los músculos y
los pulmones clamaban aire, él se obligó a acelerar.
Siguió sus instintos al pasillo central, al área común del castillo. Derrapó
contra la pared y se deslizó hasta la entrada de la habitación de lectura. Escuchó
un grito ahogado pero lo ignoró, buscando a Clara con la mirada. Suspiró aliviado
al verla a salvo. Entonces reparó en su alta peluca y piel maquillada. Estaba
primorosamente sentada en la silla de espaldar alto. La anchura de la silla
acomodaba sus amplias faldas.
El suave exhalar habría sido inaudible para oídos humanos, pero sus finos
sentidos de dragón lo percibieron. Junto a Clara había una mujer de raza Redde
mayor, que lo miraba ligeramente sorprendida. Aunque la expresión no era muy
escandalosa, él sabía que ella estaba aterrada por el acelerado latir de su corazón.
Supo enseguida que se trataba de la madre de Clara. Volvió a su forma humana y
dio un paso al frente.
—Mis disculpas, no quise asustarle —dijo. —Usted debe ser Lady Redding, la
madre de Clara.
—Lady Jaene, la Gran Lady de los Redding —corrigió Jaene delicadamente. Él
reconoció el tono que Clara había usado en su ceremonia matrimonial para
corregirlo.
—Lady Jaene —repitió él con una reverencia. Se encontró enderezando
disimuladamente los hombros en respuesta a sus posturas rígidas. Miró a su
mujer, esperando verla sonreír disimuladamente, pero ella evitó mirando a los
ojos.
—Yo soy el padre de Lady Clara, el Gran Lord de los Redding —dijo un hombre.
Vlad no lo había visto de pie en una esquina al entrar. Se volvió, inclinando
respetuosamente la cabeza. Por alguna razón ese hombre lo hacía sentir como un
niño regañado. —Puedes dirigirte a mí como Gran Lord y a mi esposa como Gran
Lady.
—Gran Lord —Vlad bajó la cabeza nuevamente. —Yo soy Lord Vladan, Duque
Honorario de los Draig y Alto Oficial Minero.
—Así me informa mi hija —dijo el Gran Lord, mirando a Vlad con gesto altivo.
—Pero pasó por alto informarme —le dirigió una mirada estoica a Clara, —que
eras un cambia formas.
—Estoy seguro que fue solo por honrar la tradición de mi pueblo de no
discutir nuestro estatus con personas de otro planeta —Vlad intentó leer los
sentimientos de su esposa, pero ella lo había bloqueado por completo.
El hombre asintió, como aceptando su respuesta.
—Esto ciertamente traerá sangre fresca a nuestra línea familiar —miró a su
mujer. —Tendremos que considerar nuestra posición —Jaene asintió. —Clara, se
te requerirá tener más que el hijo que ya llevas en el vientre.
—¿Esperamos un bebé? —Vlad sonrió. De pronto le dejó de importar la
sequedad de sus suegros. Se arrodilló junto a su esposa. —¿Es cierto? ¿Un bebé?
Clara trató de no mirarlo. Vlad notó que sus labios temblaban. Una delgada
línea de humedad se le acumuló en la pestaña interior, pero no se derramó. Luego
de respirar profundo, ella contestó.
—Mi padre ha consentido a hablar con el embajador de los Tyoe. No volverán
a molestar a tu pueblo, mi señor esposo. Si lo hacen, mi padre a jurado enviar al
ejercito Redde a atacarlos con el mero poder de su presencia. Los Tyoe no se
atreverán a contrariarlo.
—¿Clara? —susurró él. ¿Por qué no lo miraba? ¿Qué demonios pasaba?
—Levántate del suelo —le espetó su suegro.
Vlad no obedeció al instante. Pero cuando se hizo evidente que Clara no lo
miraría, se levantó lentamente. ¿Qué era lo que él no entendía? ¿Qué le habían
hecho a su esposa?
—Es como dice mi hija —continuó el Gran Lord cuando Vlad estuvo
completamente erguido. —La enviamos aquí a contraer matrimonio. El deber
indica que honremos tu conexión a nuestra familia proveyendo cualquier ayuda
que tu planeta necesite. Clara nos ha suplicado que honremos ese deber. Los Tyoe
son enemigos fáciles. Se doblegarán a mi voluntad, como la mayoría de los
enemigos.
—Entonces, en nombre de mi pueblo, agradezco vuestra interferencia.
Estamos dispuestos a luchar, pero siempre es preferible evitar el derramamiento
de sangre innecesario. Sabía que había una razón para que los dioses me
bendijesen con una esposa tan maravillosa —Vlad intentó disimular su irritación.
Pero estaba muy irritado. Este tipo era insufrible y arrogante…¿qué demonios le
habían hecho a su mujer? Él debería estar alzándola en brazos, gritando de alegría
por la noticia de que sería padre. En lugar de ello, se sentía como un personaje en
un escenario. —Los dioses mandaron a Lady Clara…
—Yo envié a Lady Clara a casarse con un noble —corrigió el Gran Lord.
—Gran Lord, es su cultura —dijo Clara en voz baja. —Aquí los dioses están en
todos lados.
El Gran Lord asintió, pero no se disculpó.
—Mi hija ha solicitado un momento contigo antes de marcharnos —dijo el
Gran Lord.
—¿No descansaran antes de partir? —Vlad estaba aliviado de que se fueran
tan rápido, a pesar de su oferta. Que se tratara de los padres de Clara lo hizo sentir
algo culpable. —El ala del Alto Duque está a la disposición.
—No —dijo el Gran Lord. Tendió el brazo a su esposa, cuyo pesado vestido se
bamboleó al levantarse. Ella le dirigió una pequeña reverencia a Vlad antes de
marcharse.
Clara alzó el brazo de la misma manera que su madre y Vlad la ayudó a
levantar. Él sonrió ahora que estaban solos.
—¿Es verdad, mi dulce esposa? ¿Un bebé? —fue a besarla.
Ella sacudió la cabeza y se apartó. Clara puso distancia entre ellos.
—Cuando mi padre habló de marcharse, quiso decir todos nosotros. Me voy
con ellos.
Vlad frunció el ceño y apretó los puños.
—No te llevarán a ninguna parte. Eres mi esposa, Clara. Me amas. No sé qué
clase de drogas te pusieron en la pintura, pero tú me amas.
Clara inhaló temblorosa.
—Vlad, por favor, no lo hagas —la voluntad de ella se resquebrajó y él pudo
leer sus sentimientos. Ella lo amaba y el corazón se le estaba haciendo pedazos.
Intentó tocarla nuevamente, y ella se apartó, esta vez poniendo la silla entre ellos.
—Clara, no te puedes ir —suplicó él.
***
Fin.