Por Verte Sonreír Esmeralda Romero
Por Verte Sonreír Esmeralda Romero
Por Verte Sonreír Esmeralda Romero
Esmeralda Romero
Prólogo
Paula
—Buenos días, sis. Imagino que cuando escuches este audio estarás
recién levantada y con resaca. Era solo para decirte que no estoy enfadada,
que entiendo que quisieras salir con tus amigas. Espero que te lo pasaras
muy bien. Te lo mereces. Has trabajado mucho para ser una buena doctora y
estoy segura de que serás la mejor. No decía en serio lo de que pasabas de
mí. Siempre me has cuidado y te has preocupado porque esté bien haciendo
todo lo que podías y más. Eres la mejor hermana del mundo. Te quiero
mucho.
1
Maldito lunes
Sofía
Es oficial: estoy teniendo un día de mierda.
Debería haber hecho caso a los primeros indicios nada más
levantarme. La alarma no ha sonado y me he despertado quince minutos
tarde. Vale que podría haber sido peor, pero ha sido suficiente para tener
que ducharme deprisa y corriendo, algo que me pone de muy mal humor. Y
más cuando la caldera ha dejado de funcionar, qué queréis que os diga, me
da igual que sea casi julio y no me valen los consejos de Alma, mi mejor
amiga, del tipo «el agua fría te deja una tez tersa y preciosa», «estamos en
verano, así te refrescas»… Lo bueno para la piel es dormir ocho horas y
desde que empecé la residencia en el hospital hace dos semanas no consigo
dormir más que cuatro. Si quiero refrescarme me tomo una cerveza, no me
echo agua congelada por encima.
Después de esos imprevistos, me he terminado de preparar como he
podido, he salido a la calle dispuesta a dejar atrás mi mal humor y comenzar
el lunes con energía.
Cinco minutos. Ese es el tiempo que me ha durado la esperanza hasta
que he sentido caer la primera gota de lluvia sobre mí; después ha habido
una segunda, una tercera… y yo, por supuesto, sin paraguas. Maldito sea el
hombre del tiempo y sus cielos despejados.
Normalmente no me levanto de tan mal humor, pero es que odio no
tener las cosas bajo control. Me gusta preparar el día de antes la ropa que
me voy a poner y adelantarme a cualquier imprevisto, aunque está visto que
por muy cuadriculada que sea, no puedo luchar contra las inclemencias del
tiempo.
Saco una carpeta de mi bandolera, compruebo que está bien cerrada, y
me la pongo sobre la cabeza. En situaciones desesperadas, medidas
desesperadas. Por favor, universo, que no se me mojen los apuntes de
cardio.
Echo a correr hacia el hospital para intentar llegar lo más seca posible.
En condiciones normales tardo unos quince minutos y teniendo ya la mitad
de la distancia recorrida calculo que, a buen ritmo, en unos cinco estaré allí.
Diviso la puerta del hospital, solo me queda atravesar un paso de cebra
y habré llegado. Veo que el muñequito de los peatones cambia a verde y me
dispongo a cruzar, cuando un coche se salta el semáforo, acelera y genera
un tsunami de tales dimensiones que me cubre entera.
—¡Joder! —grito con todas mis fuerzas.
Los peatones a mi alrededor me miran sin saber muy bien qué decir.
Una señora me ofrece un paquete de clínex. Ahora mismo más bien
necesito unos manguitos para no ahogarme. Me escurro el pelo como puedo
y entro al hospital rumbo al vestuario.
Desde que pongo el primer pie en el hall me siento como en casa. Soy
de las pocas personas a las que le gustan los hospitales. No es porque no
haya vivido ninguna experiencia desagradable relacionada con ellos, al
contrario, he vivido muchas, pero siempre lo he visto como un lugar de
sanación que me transmite paz. Las paredes blancas, el olor a limpio, el
pitido de las máquinas… Bueno, siendo justas, no todos los pitidos de los
hospitales relajan, sin embargo, hay algo en el ambiente que me transmite
calma y hace que me olvide por unos segundos de que estoy empapada.
Enseguida el charco que se forma bajo mis pies me lo recuerda.
Hago una primera parada en la zona de los lavabos. Acaparando el
secador de manos, me encuentro a una chica ya vestida con su uniforme de
enfermera tratando de hacer algo con su pelo mojado. Se cepilla como
puede con sus manos los mechones rubios que enmarcan su cara.
—Veo que no soy la única que se ha olvidado el paraguas hoy —me
dice a modo de saludo dedicándome una amable sonrisa. Me suena su cara,
aunque no sé de qué…
—Hoy no es mi día, definitivamente —respondo y sonrío de vuelta.
Me coloco a su lado y trato de recoger mi pelo en una coleta como puedo.
Lo llevo bastante largo y me molesta mucho a la hora de trabajar.
Compruebo el maquillaje, veo que afortunadamente la raya que enmarca
mis ojos negros no ha salido mal parada y no me he convertido en un oso
panda.
—Soy Esther. Tú eres la nueva residente de Saavedra, ¿no? Me pareció
verte hace unos días en planta.
—Sí, me llamo Sofía. —Le tiendo la mano—. ¿Tú dónde vas a poner
la ropa mojada? Me da miedo dejarla aquí fuera y que desaparezca.
—La voy a dejar en la sala de enfermería colgada de una silla. Dame la
tuya si quieres. Hoy me toca Medicina Interna por lo que la tendrás cerca y
puedes pasarte a por ella cuando termines.
—Me salvas la vida. —Sonrío—. Dame un segundo.
Cojo mi uniforme de la taquilla, me quito las prendas que llevo
empapadas y se las entrego.
—Nos vemos arriba, Sofía.
Al mirar el móvil que descansa en el banco del vestuario veo que tengo
un mensaje de Alma.
Alma:
¿Te ha pillado la lluvia?
Sofía:
Estoy más empapada que si me hubiera
tirado a la piscina con ropa.
No me extrañaría morir en unas horas por
un ahogamiento secundario.
Alma:
Ja, ja, ja. Pues ve buscando a un socorrista buenorro por si acaso.
Igual tu tutor…
Carol:
Buenos días.
Acabo de coger el bus.
No olvides que hoy tienen guerra de agua en el cole
de verano.
He dejado una mochila con ropa de
cambio preparada.
Marcos:
No te preocupes.
Lo tengo todo controlado.
Qué tengas un buen día.
Papá:
¿Qué tal el primer día…
—No me puedo creer que estemos aquí —indica mi amiga Alma dando
un sorbo a su cerveza y señalando con sus brazos a la terraza de la plaza
donde nos encontramos.
—Mira que eres exagerada.
—Reconocerás que no ha sido fácil convencerte para salir de casa.
—Has insistido tanto que no he podido negarme. —Sonrío—. Además,
mañana mi tutor no está por lo que no tengo tanto que estudiar.
—Sea por el motivo que sea. Me alegro.
Alma lleva insistiendo varias semanas en que tengo que bajar el ritmo
de estudio y descansar. Ya en la universidad, siempre se preocupaba de que
durmiera lo suficiente y no me quedara repasando hasta las tantas. Soy muy
exigente conmigo misma, siempre lo he sido. Hay veces que se me va de las
manos y sé que no es sano.
—Cuéntame, ¿qué tal tus prácticas?
—Bien, me gustan mucho, pero es frustrante ver a un paciente y no
poder citarle hasta dentro de dos meses por la saturación que hay en el
sistema. La mayoría no se puede permitir ir a una consulta privada y
muchas veces temo que… Perdón, si prefieres que hablemos de otra cosa…
—Tranquila, no te preocupes —la interrumpo—. Sabes que estoy de
acuerdo contigo. Deberían contratar a más psicólogos y psicólogas. En
Urgencias también vemos casos de pacientes psiquiátricos que mejorarían si
el sistema funcionara mejor.
—¿Y tú cómo vas? Es cosa mía o parece que estás algo más tranquila.
—Sí, parece que últimamente empiezo la jornada con menos ansiedad
y duermo mejor.
—Es lo que tienen los viajes en ascensor…
—Voy a tener que empezar a tener secretos contigo porque cualquier
comentario luego se vuelve en mi contra.
—No serías capaz. Soy la única que puede aguantarte —bromea
lanzándome una servilleta arrugada.
Y, aunque lo ha dicho en tono de broma, en el fondo es verdad. Es la
única que se ha quedado a mi lado tras lo ocurrido hace un par de años. Y
no es porque el resto de amigos me apartaran, es porque yo los eché de mi
vida.
Me encerré tanto en mí misma y me perdí tanto en mi dolor que poco a
poco conseguí que las personas de mi alrededor se dieran por vencidas.
Primero fueron mis amigas de la universidad. Volví al pueblo, dejé de
contestar sus llamadas y los mensajes fueron desapareciendo. Me dejaron
mi espacio y ese espacio cada vez fue siendo mayor hasta que perdimos el
contacto. Óscar, mi novio de entonces, venía todos los fines de semana a
estar conmigo y mi actitud con él se volvió fría. A los seis meses dejó de
insistir. Me dijo que le estaba matando el ver el daño que me hacía a mí
misma y que no se puede ayudar a quien no desea recuperarse.
No lloré, cada día fui quedándome más sola, una soledad
autoimpuesta. No quería a nadie a mi lado ni que nadie me apoyara, no me
lo merecía. No quería recuperarme ni estar bien. No hay nada que superar,
mi error me perseguirá toda la vida.
Pero Alma no se fue. Ella se quedó a mi lado y me dijo que si no
quería volver a ser feliz estaba bien por ahora, que ella me acompañaría y si
hacía falta seríamos desgraciadas juntas. Que no había nada que pudiera
hacer para echarla de mi vida. Y al parecer tenía razón.
—Dispara. ¿Qué quieres saber?
—Si va a llover el sábado. ¿Tú qué crees? Háblame del técnico
guaperas.
—Pues seguimos coincidiendo en el ascensor. Aunque igual coincidir
no es la palabra —confieso sonrojándome—. Él ha bromeado en alguna
ocasión con haber dejado pasar alguno para verme y yo también lo he
hecho.
—Te gusta.
—No me gusta.
—No te lo estaba preguntando. Te lo estoy diciendo: te gusta.
—Alma ya sabes que…
—No tienes por qué hacer nada al respecto si no quieres. Podéis ser
amigos o que sea solo el chico del ascensor. No hay duda de que te gusta
pasar tiempo con él y consigue hacerte sonreír.
—Eso no puedo negarlo. Se esfuerza mucho en hacer que suelte
alguna carcajada.
—Hacía mucho que no te veía así —expresa emocionada—. Me alegro
muchísimo y Paula también lo haría. Te mereces ser feliz.
Paula. Cuánto tiempo sin escuchar su nombre. Cuánto tiempo sin
pronunciarlo. Noto un nudo en la garganta y bajo la mirada. Tengo que
parar. Respiro y cuento mentalmente. Poco a poco la presión en el pecho va
disminuyendo.
Ella lo nota y me da un apretón a la mano que tengo sobre la mesa.
—¿Quieres que pidamos unas raciones y ya cenamos aquí? —propone
cambiando de tema y dándome una salida. Asiento y levanta la mano para
llamar al camarero.
Horas después, al acostarme, hay dos pensamientos que se repiten en
mi cabeza. El primero es que me gusta Marcos y no sé qué voy a hacer; y el
segundo es sobre lo que ha dicho Alma: ¿me merezco ser feliz?
8
Chocolate
Marcos
Siempre he pensado que la felicidad se encuentra en las pequeñas cosas.
Soy una persona sencilla con una vida normal que no necesita mucho para
disfrutar del día a día.
Me hace feliz que un paciente me dé las gracias por ayudarlo, el
despertarme con la risa de mi sobrina, una llamada telefónica de mi madre,
tomar una cerveza con los amigos… Todas estas cosas me recuerdan lo
afortunado que soy y no cambiaría nada.
—Unas horitas más y para la playa —me anima Gloria.
Ya han pasado las primeras ocho horas y todavía me faltan ocho más.
Intento no doblar turno si puedo evitarlo, pero no puedo negarle el favor a
un compañero, especialmente cuando ellos se vuelcan conmigo cada vez
que necesito quedarme con Lucía.
—Estoy deseando que sea mañana y estar ya allí.
—Seguro que Lucía te está esperando para hacer un castillo de arena.
—No lo dudes. Ya te mandaré la foto.
También ha influido para que aceptara doblar turno hoy, el que Sofía
mencionara de pasada hace unos días que este sábado le tocaba guardia.
No puedo negarlo, me gusta. Los viajes en el ascensor se han
convertido en una de las mejores cosas de mi día y hacerla reír una de mis
metas.
La última vez que coincidimos trabajando tuvimos un pequeño
enfrentamiento. Ella se sintió juzgada por un comentario que le hice sobre
un paciente cuando yo solo pretendía darle un consejo, ya que era su
primera guardia. Puede que me precipitara y entiendo que acostumbrada a
trabajar todo el día con Saavedra debe sentirse continuamente cuestionada,
pero si considero que a un paciente no se le está dando una atención
adecuada no puedo callarme.
Durante la tarde me he cruzado con ella en varias ocasiones, pero no
hemos podido hablar, aunque nos hemos dedicado alguna que otra sonrisa.
La busco con la mirada cuando vuelvo del descanso y observo que está en
el mismo lugar en que la dejé: frente a un ordenador, sin dejar de escribir lo
que imagino que serán las historias de los pacientes de la tarde. Lleva la
coleta despeinada y por los movimientos que hace para destensar el cuello
parece que el cansancio le está pasando factura.
Sé cómo se siente. Hay días que después de trabajar muchas horas, me
siento incapaz de mover un solo músculo de mi cuerpo. En esos momentos
daría lo que fuera porque alguien me ayudara, por poder descansar un poco
más. Quizá pueda hacer algo por ella.
—Buenas noches, compi. —Coloco un vaso de cartón frente a Sofía y
me mira sorprendida.
—¿Qué es esto?
—He bajado a la cafetería a descansar, he visto que este chocolate
llevaba tu nombre y te lo he subido para ahorrarte el viaje. —Me dedica una
sonrisa cansada y yo se la devuelvo.
—Mil gracias. No he podido parar ni un minuto. —Se lleva la bebida a
los labios y suspira de placer y mi cuerpo tiembla ante ese sonido—. Está
buenísimo.
—Tienes… —Señalo su labio superior para indicar que se le ha
manchado al beber.
—¿Ya? —pregunta tratando de limpiarse usando el inferior sin
conseguirlo. No puedo quitar la vista de su boca.
—¿Puedo? —Asiente y me acerco más a ella y con ayuda de mi pulgar
quito los restos de chocolate y después me lo llevo a la boca—. Pues sí que
está bueno.
Observo cómo se sonroja y baja la mirada de nuevo a su vaso. Está
preciosa.
—Chicos, nos acaban de avisar de que ha habido un incendio en un
local de eventos cerca de aquí. En el lugar había treinta jóvenes celebrando
una fiesta. Nos los traen a todos. Preparaos para quemaduras leves,
intoxicaciones por humo… —informa Gloria subiendo la voz desde la
mitad del pasillo.
—Sofía —indica la que debe de ser su adjunta aproximándose a
nosotros—. Tú ayudarás en triaje junto al equipo de enfermería.
Se oyen las sirenas, ya llegan las primeras ambulancias.
—No se preocupe, doctora. Yo me encargo de explicarle el proceso.
—Gracias, Gloria.
—Imagino que ya conoces el código de colores por la carrera —
comenta Gloria y ella asiente—. Hay que valorar en función de sus
constantes vitales, la extensión de las quemaduras, el grado y el lugar en el
que se encuentran. Si está descompensado y no puede esperar: rojo y a los
boxes vitales, si la situación reviste gravedad, pero su vida no corre peligro:
amarillo y si son quemaduras menores: código verde. Cualquier duda que
tengas se lo dices a las enfermeras. Haz lo que ellas hagan.
Escucho el ruido de las ambulancias y minutos después, los pacientes
empiezan a entrar en camillas. Observo que se trata de chicos jóvenes que
no deben de superar la veintena.
Mientras todos trabajamos en equipo, desde atención al paciente se van
encargando de avisar a los familiares. No me puedo ni imaginar la
impresión de esos pobres padres al recibir una llamada diciéndote que tu
hijo está en el hospital. Tiene que ser horrible.
—¿Tienes alguna quemadura más aparte de la del brazo? —pregunta
Sofía a una chica muy asustada de la sala de espera.
—No, solo esta.
—Espera aquí sentada hasta que te llame una enfermera para hacerte
las curas. —La chica asiente.
—Marcos, encárgate de que no falte nada en los boxes —pide Gloria y
me pongo a ello.
Repongo el material de una de las habitaciones cuando se queda vacía
tras llevar al paciente a quirófano. Este es uno de los peores parados.
—Pobre, chaval. Le espera una larga recuperación —comenta Jaime al
entrar a la sala.
—Es increíble cómo te puede cambiar la vida de un momento a otro.
Las familias comienzan a llegar a la sala de espera y acompañamos a
la jefa de enfermeras a informarles de que en cuanto tengamos más
información de cómo se encuentran sus hijos saldremos a comunicársela.
Pienso en Sofía y en cómo estará viviendo esta situación. La primera
vez que tuve que enfrentarme a pacientes con quemaduras graves me dio
mucha impresión. Confieso que me bloqueé. Ver a personas pasando tanto
dolor deja huella.
—¿Qué te ocurre? Tienes esa cara.
—¿Qué cara? —pregunto confuso a mi amigo.
Conocí a Jaime en nuestro primer día de trabajo aquí. Desde que entró
en el hospital destacó por su manera de hablar sin filtro, su carácter
extrovertido y sus continuas bromas. Era imposible conocerlo y no adorarlo
y yo caí como lo hicieron todos.
—Estás preocupado por algo.
—Estoy bien.
—Recuerda que esta noche vamos al Henry’s. A ver si con dos copas
puedo hacerte hablar —indica clavando su dedo índice en mi pecho.
—Allí estaré.
Vuelvo a los pasillos de Urgencias y la veo entre el resto de sanitarios
ayudando en una de las salas a realizar un vendaje. El paciente que no debe
de tener más de veinte años grita de dolor mientras las enfermeras curan la
quemadura que tiene en el muslo. Al terminar toma unas notas en la libreta
que siempre lleva en el bolsillo y continúa trabajando.
—¿Estás bien? —le pregunto minutos después cuando la veo caminar
por uno de los pasillos.
—Sí. Me ha pedido la Doctora Ruiz que informe a la madre del chico
que estaban operando de que ya ha salido de cirugía y la estoy buscando.
—Te acompaño. Ha sufrido un ataque de ansiedad y la hemos metido
en una de las salas para que esté más tranquila.
Asiente y me sigue por el pasillo.
—Buenas noches. Soy la doctora Rodríguez y vengo a informarla del
estado de su hijo Mateo —se presenta Sofía y la anima a tomar asiento.
Salgo de la sala para darles un poco de intimidad, pero me mantengo cerca
por si necesitaran mi ayuda.
—¿Se va a poner bien?
—Su hijo ha sufrido quemaduras graves en la cara, tórax y abdomen.
Lo que supone una extensión del quince por ciento de su cuerpo. La cirugía
ha ido bien, le han realizado una escarotomía de las quemaduras para
prevenir síndromes compartimentales. Ahora hay que vigilar que no haya
infecciones y controlar la función pulmonar.
—Ay, mi Mateo. Dios mío. Cómo ha podido pasar esto. No debería de
haberlo dejado salir —lamenta la madre.
—Hemos trasladado a su hijo a la UCI y le iremos informando de los
progresos. En breve vendrá una enfermera por si quiere entrar a verlo.
Buenas noches.
Me quedo paralizado mientras escucho a Sofía hablar con la madre.
No entiendo su actitud fría al tratar con los pacientes, justo en estos
momentos, en los que están más vulnerables, necesitan una muestra de
cercanía y empatía. Esta no es la Sofía agradable y cercana que conozco; al
entrar en la sala se ha transformado en otra persona diferente. Y esa persona
no me gusta nada.
Cuando sale por la puerta puedo oír a la madre llorando desconsolada
y la detengo.
—¿La vas a dejar así? —Señalo a la habitación.
—¿Así cómo? —responde confusa—. Yo solo he venido a informarla,
Marcos. Tengo que seguir con mi trabajo.
—La próxima vez que informes a un familiar igual deberías tener en
cuenta que son personas que están sufriendo y no recitarles todo el
Harrison. Dudo que esa madre sepa lo que es una escarotomía —indico
alterado y trato de relajarme recordando que Sofía está aprendiendo y no lo
ha hecho con mala intención.
—Lo he hecho lo mejor que sé —responde segura—. Me he
presentado, he dado la información y no he hecho promesas que no puedo
cumplir. Así me han enseñado en la facultad.
—Las formas son importantes. Puedes decirle lo mismo sentándote
con ella y mirándole a los ojos. Informándole de que su hijo está con
sedación y ahora mismo no está teniendo ningún dolor. Esas son las cosas
que le importan a una madre. Para ti cuando pasen los años será una madre
más a la que has tenido que informar, pero para ella tú siempre serás la
doctora con la que habló el peor día de su vida. —Mientras hablo veo cómo
su semblante cambia, su respiración se acelera y deja de prestarme atención.
Esquiva mi mirada y se lleva la mano a su pecho en un acto reflejo como si
le doliera—. ¿Estás bien? No pretendía hacerte sentir mal. Todos tenemos
que aprender.
—Lo siento. Tengo que irme. —Echa a correr y desaparece de mi vista
dejándome preocupado. Parece que mis palabras le han afectado. Igual he
sido demasiado brusco. ¡Mierda!
Vuelvo al interior de la sala y compruebo el estado de la madre. Una
de las enfermeras me avisa de que ya puede entrar a la UCI y me ofrezco a
acompañarla.
Cuando salgo de trabajar pienso en Sofía y en su gesto antes de salir
corriendo. Hay veces que el ser consciente de haber hecho algo mal puede
dolernos y hacernos sentir culpables, pero su gesto escondía algo más. Por
un breve espacio de tiempo he podido sentir su dolor.
—¿Estás listo? —pregunta Jaime a mi lado interrumpiendo mis
pensamientos.
—Sí, vamos.
Salimos del hospital y como cada sábado a esta hora nos encontramos
con cientos de chicos y chicas de fiesta. Al estar el hospital cerca de
Moncloa, cuyas calles están llenas de bares, nos llegan varios casos de
intoxicaciones etílicas cada fin de semana.
Podríamos elegir cualquiera de estos bares para tomar algo, pero
siempre vamos a un pub pequeñito que no llama mucho la atención y que
los universitarios no elegirían. Sobre la puerta solo tiene un cartel que pone
«Bar 1919», aunque todos lo conocen como el Henry’s debido a que el
dueño se llama Enrique al igual que su padre y el padre de este, los
anteriores dueños.
Entramos por la puerta y Enrique nos saluda desde la barra. Su hijo
Junior está atendiendo las mesas.
—¿Lo de siempre, chicos?
—Y unos chupitos de tequila, Henry —pide Jaime y puedo ver que
pretende emborracharme.
Echamos un vistazo a la estancia en la que reconocemos a otros
compañeros del hospital que nos saludan desde las mesas. Está decorado en
madera, como los pubs irlandeses, y tiene diferentes zonas. Junto a la pared
hay mesitas con sillones, en las que por la tarde puedes pedir algo de comer;
el centro está ocupado por mesas y taburetes altos en los que se agolpan
grupos de amigos tomando una copa y, por último, nuestro lugar favorito: la
barra.
Este sitio no lo encontramos nosotros, ha ido pasando de generación en
generación de sanitarios. Si lo piensas es bonito compartir un sitio así. Un
lugar en el que desconectar después de un turno difícil. Sin lugar a duda el
de hoy lo ha sido.
—¿Barra o mesa?
—Menuda pregunta. —Se sienta en un taburete y apoya los codos en
la barra. Me coloco a su lado y Enrique nos pone delante dos cervezas y los
chupitos.
—Gracias, Henry —decimos al unísono.
—¿A qué hora sale mañana tu AVE? —pregunta mi amigo.
—A las nueve menos cuarto. Estoy deseando ver a Lucía, estos quince
días se me han hecho muy largos
—Eres un tío genial.
—Lo hago lo mejor que puedo.
—Haces más que eso y Lucía te adora. Casi tanto como a mí —
bromea haciéndome reír—. Ahora que nos hemos reído todos, es el
momento en que me confieses qué ocurre. He visto cómo mirabas a la
residente de Interna. —Mi gesto cambia al sentirme atrapado—. Serás,
cabrón. ¿Os habéis liado y no me has dicho nada?
—A diferencia de ti. Pienso con la cabeza. —Me dedica una sonrisa
pícara—. Con la de arriba, Jaime.
—No has respondido a la pregunta.
—No ha pasado nada. Solo somos amigos.
—Pero te gusta.
—Sí, me gusta.
—¿Entonces por qué tienes esa cara? Es una buena noticia.
—Creo que he metido la pata —confieso y le explico lo ocurrido con
Sofía y la madre del paciente.
—Como dice mi psicóloga «Nosotros somos responsables de lo que
decimos, no de cómo los demás lo interpreten». Tú le has dado un buen
consejo que a ti te dieron y te sirvió para ser mejor profesional. Puede que
le haya afectado el pensar que ha causado un mayor sufrimiento a esa
madre, pero estoy seguro de que, después de esto, no le volverá a pasar. Así
aprendemos todos. —Da un trago a su cerveza.
—En eso tienes razón.
—En eso y en todo. Pocas veces me equivoco —indica risueño.
—¿Y tú qué tal? ¿Alguien a la vista?
—Para responder a esa pregunta voy a necesitar unos cuantos chupitos.
—Coge uno de la barra y me pasa el otro.
Chocamos nuestras bebidas y nos las bebemos de un trago. Nunca me
ha gustado el tequila, no obstante, en noches como esta me da igual todo.
—Dime que no te has vuelto a pillar de un estudiante…
Jaime se enamoró de un estudiante de medicina de último año que
estaba haciendo las prácticas de la carrera. Fue un romance fugaz, porque
cuando terminó el curso y se presentó al MIR cogió plaza en su ciudad y
rompieron. Mi amigo lo pasó fatal, se había hecho ilusiones con este chico
y sufrió mucho.
—No, no tienes de qué preocuparte, no es un estudiante.
—¿Entonces?
—Es residente en Dermatología, es complicado. Ni siquiera sé si es
gay.
—Pues invítalo a venir un día al bar. Igual entre copa y copa lo
averiguas.
—Qué buena idea. Yo le invito a él y tú a Sofía. Así no será raro para
ninguno de los dos. Será como una presentación del bar a los nuevos
residentes.
Dudo si aceptar, pero en la cara de mi amigo veo que está realmente
ilusionado por este chico.
—Trato hecho —digo tendiéndole una mano.
—No estamos en el siglo XVI, Marcos. —Levanta un brazo para
avisar al dueño—. Henry, otros dos chupitos que estamos de celebración.
Ponte tú otro y brindas con nosotros.
Ese chupito termina siendo otro más antes de poner fin a la velada.
Caminamos juntos hasta la boca de metro y nos despedimos antes de
tomar direcciones opuestas.
—Marcos, no le des más vueltas. Seguro que cuando la vuelvas a ver
en dos semanas, ya está todo olvidado. —Sonrío, Jaime tiene la capacidad
de saber lo que necesito oír en cada instante—. Dale un abrazo a mi
princesa y dile que el tito Jaime le va a comprar un helado enorme cuando
vuelva a Madrid.
—¿De chocolate con trocitos? —bromeo imitando a Lucía.
—¿Acaso existe otro tipo de helado? —responde él como siempre que
ella le hace esta pregunta.
Ambos nos reímos y nos fundimos en un abrazo.
9
Esta noche salimos
Sofía
Las vacaciones se han pasado volando. He aprovechado para estudiar y
también para salir con Alma por Madrid. Se cogió todo el mes, pero volvió
la segunda quincena para estar conmigo. No me merezco a la amiga que
tengo.
—¿Otra vez en tu mundo? Tierra llamando a Sofía —Me tira un trocito
de pan desde el otro extremo del sofá.
—Auch —protesto cuando me acierta en la frente.
—¿Has hablado con tu madre?
—Sí, me llamó anoche.
—¿Y qué tal ha ido?
—Sigue dolida porque no haya ido a verla durante las vacaciones.
Dice que no puedo retrasarlo más y tengo que ir. Que tienen que vender la
casa… —Suspiro—. Yo… no puedo, Alma. Te juro que no puedo.
Pienso en todos los momentos vividos allí. Los fuertes que mi hermana
y yo construíamos en la habitación, los juegos, las noches hasta las tantas
hablando de nuestras cosas. Hablando de todo, menos de lo realmente
importante. Eso no me lo contó.
—Tranquila, tenemos tiempo.
Y esa es una de las cosas que más me gustan de ella, que utilice la
primera persona del plural para hablar de las cosas que me preocupan. Que
de por hecho que lo que nos depare el futuro lo solucionaremos juntas.
—No me puedo creer que hoy sea nuestro último día de vacaciones —
expreso cambiando de tema.
—¿Con ganas de volver mañana a trabajar?
—Pues no sé qué decirte…
—¿Está todo bien?
—En mi última guardia pasó algo y no he parado de darle vueltas
desde entonces.
—Cuéntame. —Deja la taza de desayuno en la mesita frente al sofá y
se gira hacia mí—. Quizá el hablar de ello puede ayudarte.
—Hubo un incendio y lo pacientes eran muy jóvenes. Estuvimos toda
la madrugada sin parar y yo lo hice lo mejor que pude, pero Marcos me dijo
algo…
—¿¡¿Marcos estaba allí?!? —pregunta subiendo la voz.
—Marcos trabaja en Urgencias, Alma.
—Cierto, había olvidado ese detalle. Perdona, continúa.
—Me pidió mi adjunta que hablara con una de las madres y le
informara del estado de su hijo. Yo hice todo como me lo habían enseñado.
Me tiré un buen rato planeando cómo decírselo. Y cuando llegué frente a
ella lo hice.
—¿Y cuál es el problema?
—Según Marcos fui muy fría y debería de haberme sentado con ella y
ser menos técnica… No es fácil, Alma, enfrentarme a ese dolor… —Tomo
aire y trato de relajarme—. Y en algún momento tendré que comunicar una
muerte y no creo estar hecha para ello.
—Claro que podrás. Es solo cuestión de práctica. Debes ponerte en el
lugar de la otra persona…
—Sabes que eso no puedo hacerlo. Ya he estado en ese lugar y no
puedo volver. —Acerca su mano a la mía y yo acepto el consuelo.
—¿Por qué te ha afectado tanto ese comentario de Marcos?
—No me gusta que nadie piense que no me esfuerzo lo suficiente en
hacer bien mi trabajo y más cuando es todo lo contrario.
—¿Te has sentido juzgada?
—No, sé que no me lo ha dicho a malas. Supongo que me dolió el
pensar que no lo había hecho bien y que podía estar ocasionándole más
sufrimiento a esa mujer. Sería incapaz de hacer tu trabajo: saber decir las
palabras correctas y ser consuelo.
—Eres demasiado dura contigo misma. Nadie espera que lo hagas bien
a la primera, solo tú. Y si de verdad sientes que lo has hecho mal, estoy
segura de que encontrarás la manera de hablar con esa mujer y disculparte.
—Asiento.
—Solo quiero sentir que estoy haciendo lo que debo, lo que se espera
de mí…
—Te vendría bien hablar de cómo te sientes. En algún momento
tendrás que enfrentarte a ello. No puedes seguir huyendo del sufrimiento.
Tarde o temprano te alcanzará.
—Lo sé, pero todavía no…
—Mientras tanto no te vendría mal despejarte y dejar de pensar en el
hospital. Es nuestro último día de vacaciones de verano. Esta noche
salimos.
Alma:
¿Lo has visto?
¿Has podido hablar con él?
Sofía:
Sí, pero no hemos hablado casi, ha puesto una excusa para no ir
conmigo en ascensor.
Alma:
Estará incómodo por lo del beso.
Seguro que cuando menos te lo esperes todo vuelve a la normalidad.
Sofía:
Espero que tengas razón.
¿Tú qué tal? ¿Nerviosa?
Alma:
Un poco. Espero hacerlo bien.
Sofía:
Te van a adorar. Ya lo verás.
Luego me cuentas.
Natalia:
¿Cómo estás?
No hagas caso a Saavedra.
Has hecho lo que tenías que hacer.
Si necesitas hablar llámame.
Sofía:
Buenas, Esther
¿Estáis ya en el Henry’s?
Esther:
Yo estoy llegando, pero los chicos creo que sí.
Sofía:
Genial, ahora nos vemos.
Papá:
Espero que tengas un buen viaje hacia Madrid.
Papá:
Buenos días, Sofía
Solo dime si estás bien.
Te quiero mucho.
Papá:
Poco a poco, hija.
Los libros siempre estarán ahí esperándote.
18
El celestino
Marcos
—¿Dónde te ha tocado hoy? —pregunto a Esther mientras me siento a
su lado en la cafetería.
—Cardiología. Esto de ser correturnos es agotador. Me saqué la
especialidad para ser matrona y llevo casi dos años cambiando de unidad
cada dos días. Así es imposible hacer un seguimiento de los pacientes.
—En el momento en que haya una jubilación o haya que cubrir una
baja contarán contigo. Estás arriba en la bolsa de matronas.
—Ojalá sea pronto.
Conocí a Esther cuando éramos adolescentes. Ella entró nueva en mi
instituto en primero de bachillerato y yo estaba repitiendo segundo porque
al fallecer mi padre perdí el curso. Teníamos amigos en común y acabamos
perteneciendo al mismo grupo.
Al terminar el instituto, comenzó a salir con uno de los chicos con el
que nos juntábamos y dejaron de apuntarse a los planes que hacíamos todos
juntos y nos distanciamos. Se fueron a vivir juntos y, aunque coincidíamos
alguna vez en el barrio, ya no era como antes.
Hace unos años recibí una llamada suya en la que me pedía ayuda y no
dudé en prestarle mi apoyo. Desde ese día no hemos vuelto a separarnos.
Cuando Esther acabó la carrera, yo ya estaba en este hospital y eligió
hacer aquí su residencia para poder estar juntos.
—¿Tú qué tal? ¿Con ganas de volver a Urgencias?
—Sí —respondo distraído.
—Cualquiera lo diría ¿Qué te pasa?
—Ha sido una semana cansada. Nada más.
—¿Fueron muy duras las urgencias? —Asiento—. Por lo menos
estabas con Sofía.
Recuerdo lo que pasó y no digo nada, pero debe notar que algo me
preocupa.
—¿Me vas a contar lo que ha pasado o me vas a tener todo el descanso
tratando de averiguarlo?
—No tiene importancia. Sofía hizo un comentario que me sentó mal y
discutimos. Y hace unas semanas nos besamos.
—¿Os besasteis? Cuéntamelo todo por orden.
Le cuento lo que ocurrió con todo lujo de detalles y permanece callada
hasta que termino.
—¿Te gusta?
—Me siento atraído por ella, no te lo voy a negar, pero me
desconcierta de una manera que ya no sé si la conozco o no. De todas
formas, ya sabes lo que pienso de las relaciones. Carol y Lucía son lo más
importante.
—Pueden seguir siéndolo, Marcos. Salir con alguien no quiere decir
que tengas que renunciar a tu familia. Si lo tuyo con Sandra no funcionó fue
porque estabais en puntos diferentes. Sofía no es Sandra. La conoces.
Noto una presión en el pecho al escuchar el nombre de mi ex. Ya han
pasado dos años desde nuestra ruptura, sin embargo, me sigue doliendo
recordar cómo acabo todo.
La conocí una noche, en un bar, Jaime y yo llevábamos un mes
trabajando en el hospital y salimos a celebrarlo con otros compañeros. Por
aquel entonces todavía no conocíamos el Henry’s y entramos en uno de los
muchos garitos de Moncloa atestados de gente.
Ella estaba con unas amigas y estaba celebrando su graduación.
Hablamos toda la noche y me trató de convencer de por qué Magisterio era
la mejor carrera del mundo mientras yo defendía mi profesión. Esa noche
no pasó nada, me dio su número y días después volvimos a quedar.
Estuvimos juntos cuatro años.
Conoció a mi familia y se llevaba bien con Lucía. Entendió desde el
principio que no siempre pudiera quedar, ya que tenía que echar una mano
en casa, pero todo cambió cuando le dije que mi madre iba a casarse y se
iría a Valencia. Me preguntó cómo se las apañarían Carol y Lucía y mi
respuesta fue inmediata: «no les va a faltar de nada, me tienen a mí».
Meses después, las chicas con las que compartía piso se marcharon de
Madrid y me propuso irnos a vivir juntos. Ya llevábamos cuatro años, era el
paso lógico en la relación, pero no pude. Me dijo que buscaríamos un piso
en mi mismo barrio, cerca del colegio de mi sobrina, para que pudiera ir a
visitarlas todos los días, pero el imaginar que Lucía durante la noche
pudiera tener una pesadilla y yo no estaría allí, se me hacía impensable.
Le confesé que no podía, que todavía no estaba preparado para
dejarlas. Sandra me preguntó que cuanto tiempo necesitaba y no supe
responder. Meses después lo dejamos.
—Pensaba que la conocía… —respondo soltando todo el aire de mi
interior.
—Estás sacando las cosas de contexto. Estaba agobiada, creía que
había perdido a un paciente y la tensión del momento le hizo decir eso.
¿Trato de disculparse contigo?
—Sí, pero me fui.
—¿La has visto estos días?
—He utilizado las escaleras.
—Muy maduro —me reprende Esther negando con la cabeza—. Tuvo
una semana difícil después de la discusión con Saavedra y ha estado muy
estresada. Ya sabes lo exigente que es consigo misma. Todos decimos cosas
en algún momento de las que luego nos arrepentimos.
—No sé, quizás tengas razón.
—Lo que pasa es que tienes miedo. Estás empezando a sentir cosas por
ella y tú mismo te estás boicoteando.
—No digas tonterías.
—Sabes que tengo razón. En el Henry’s vi cómo os mirabais. No dejes
que el miedo te detenga. —Coloca su mano sobre la mía.
—¿Marcos? —pregunta alguien a mi espalda y al girarme veo que es
Carmen, la hija de don Manuel—. Hola, Esther.
—¡Cuánto tiempo! —exclamo levantándome para saludarla y mi
amiga me imita—. ¿Has venido a ver a tu padre?
—Sí, ha empeorado. Creen que ha podido coger algún virus que ha
disminuido su capacidad pulmonar.
—Lo lamento —indica Esther.
—Cuando suba me pasaré a verlo. Esta mañana con las prisas no
hemos podido hablar mucho.
—Ahora lo he dejado bien acompañado con tu amiga Sofía, que me ha
hecho el favor de quedarse con él para que pudiera tomarme un café.
Esther me mira y sonríe. Puedo leer en su mirada cómo me susurra «te
lo dije».
—Sofía es un amor —indica mi amiga.
—Desde luego que sí. No os entretengo más que quiero subirle un
café, ya que no ha tenido descanso.
—Mejor un chocolate —apuntillo—. A Sofía no le gusta el café.
—Gracias por el aviso —responde Carmen con una sonrisa y veo en el
rostro de mi amiga una igual.
—No digas nada. —Ella se lleva la mano a los labios y hace el gesto
de cerrar una cremallera.
Terminamos de desayunar y volvemos cada uno a nuestras respectivas
plantas.
Pienso en don Manuel y en la cara de preocupación de su hija. Sé lo
mal que se pasa. Yo estuve en su lugar cuando era adolescente y mi padre
enfermó. Era marmolista y trabajaba en una empresa de construcción.
Empezó asfixiándose con pequeños esfuerzos, pero le quitaba importancia y
siempre decía que estaba bien. Cuando lo convencimos para ir al médico ya
era tarde, le diagnosticaron silicosis crónica. Su doctor nos explicó que esa
patología era característica de los mineros, pero también estaba apareciendo
en trabajadores que estaban expuestos al polvo de sílice durante muchos
años.
Sus pulmones ya estaban muy afectados y estuvo en tratamiento
durante un año con corticoides saliendo y entrando del hospital mientras
esperaba en la lista de trasplantes. Falleció antes de que lo llamaran.
La primera vez que vi a don Manuel en Urgencias tumbado en una
camilla con una mascarilla de oxígeno me recordó a mi padre. Ingreso tras
ingreso fui cogiéndole cariño y nuestra confianza fue en aumento.
Siempre que lo veo me pregunta por Carol y Lucía y me hace contarle
anécdotas de mi sobrina. Es una persona excepcional.
Me dirijo hacia el ascensor y veo que no hay nadie esperando. Me toca
subir por las escaleras.
Nada más llegar a la planta una de las supervisoras me ve y me asigna
nuevas tareas. Tendré que dejar la visita a don Manuel para el final del día.
Cuando llegan las tres, aviso a Carol de que llegaré tarde. Hoy no
trabaja y puede ir a recoger a Lucía.
—¡Mira quién ha venido, papá! —exclama Carmen cuando entro a la
habitación.
—Llegas tarde, Marcos. Tu amiga ha acabado su turno hace diez
minutos —responde con una sonrisa haciéndome soltar una carcajada—.
Soy viejo, pero me entero de las cosas.
Me acerco a él y le doy un abrazo.
—Menudo liante estás hecho.
Me siento a su lado y me cuenta cómo le ha ido la mañana y me habla
de ella. Mi compi del ascensor parece haberlo cautivado. Sus palabras me
muestran a una Sofía: cariñosa, cercana y empática. Quizás me he
precipitado en juzgarla y, como Esther me ha dicho esta mañana,
simplemente no pensaba lo que dijo.
19
Trabajo en equipo
Sofía
Llamo a la puerta y espero.
—Adelante.
—Doctor, nos llaman de Urgencias para una consulta.
—No va a haber forma de terminar hoy este artículo. Seguro que es
otra tontería sin importancia que podría resolver cualquier residente. Ve
bajando y ahora voy yo.
Esta es la cuarta vez que tengo que venir a buscarlo a su despacho que
se encuentra en una planta diferente a la sala de médicos de Medicina
Interna, que es a donde llaman para localizarnos. No habría problema si
mantuviera su teléfono operativo, pero estamos hablando de Saavedra.
Me acerco al mostrador y saludo a las enfermeras.
—¿Quién ha pedido una consulta de Interna?
—He sido yo —responde un residente acercándose a mí—. Soy Nico,
encantado.
—Sofía. —Le aprieto la mano que me ofrece.
—Nos han derivado a la paciente a trauma porque se quejaba de dolor
lumbar y pélvico, pero durante la exploración presenta un fuerte dolor
abdominal. No ha tenido ninguna caída ni ningún golpe y la radiografía que
le hemos hecho sale bien. He pensado que podría ser algún tipo de dolor
referido visceral.
—¿Qué tenemos por aquí? —pregunta Saavedra apareciendo a mi
espalda y cogiendo el informe del triaje—. Explorémosla, aunque tiene
pinta de ser un cólico.
Pasamos al box y la cara de la paciente refleja un dolor insoportable.
—Buenas tardes, nos han comentado que tiene dolor abdominal.
Levántese la camiseta para que podamos explorarla —explica mi adjunto.
Mientras va palpando la paciente se queja por el dolor llegando hasta las
lágrimas.
—Como le comentaba, doctora. Tiene pinta de ser un cólico que con
Buscapina y Paracetamol debería de mejorar.
—¡No es un cólico! —exclama la paciente—. No es la primera vez que
me pasa. Si se leyeran mi historial verían que llevo años así y empeora con
la menstruación. Ya se lo he dicho a mi ginecóloga.
—Las reglas pueden ser dolorosas en muchas mujeres. No es algo
fuera de lo normal —indica mi médico y yo me contengo para no poner los
ojos en blanco. ¿En serio le está explicando a una mujer cómo es tener la
regla?
—No es simplemente dolor. Es no poder moverme y llegar incluso a
desmayarme.
—Eso tendrá que hablarlo con su ginecólogo. Nosotros lo único que
podemos hacer es mandarle algo para el dolor. Doctora Rodríguez ocúpese
de todo.
Abandono el box y registro en el ordenador la medicación pautada
para que las enfermeras se la administren. Cuando termino vuelvo a mi
planta.
Media hora después, cuando estoy revisando el caso de un paciente,
recibimos otra llamada de Urgencias.
—Sofía, soy Esther, ¿puedes bajar un momento que quiero comentar
contigo una duda del tratamiento de Lidia?
—Claro, ahora mismo bajo.
Aviso a las enfermeras de planta de que estoy en Urgencias por si
apareciera Saavedra preguntando por mí.
Esther me espera en el mostrador de enfermería y camino hacia ella.
—He ido a ponerle Paracetamol a la paciente como habéis pautado y
ella me ha comentado que no le hace nada. Que si no había nada más fuerte.
—Pobrecilla, lo está pasando fatal. ¿Has encontrado algo en su
historia? ¿Otros analgésicos que haya probado?
—Sí, la he leído y creo que sé lo que le pasa. Ven, te lo enseño.
La acompaño al ordenador de enfermería y me sorprendo al ver sus
numerosas visitas a Urgencias y toda la medicación que ha ido tomando.
—Lleva años así.
—Sí, vi a varias mujeres en su situación cuando roté en ginecología.
Creo que es un caso claro de endometriosis.
—Lo había descartado porque imaginé que de ser así lo habrían visto
en Ginecología.
—Muchas veces en una simple ecografía no es visible. Si la
endometriosis es profunda es necesaria una resonancia magnética. Deberías
pedir que la viera una ginecóloga de nuevo.
—Voy a consultarlo con Saavedra, ya sabes que necesito su permiso.
Llamo a su despacho y cruzo los dedos por tener suerte y que
descuelgue.
—¿Quién es? —pregunta con la amabilidad que lo caracteriza.
—Soy Sofía, su residente. He comprobado de nuevo el historial de la
paciente y creo que podría tratarse de endometriosis. Podría…
—Le he dicho que le paute el analgésico que le he dicho. No que
busque otros diagnósticos. No se olvide de que usted es solo una residente
de primer año.
—Lo sé. —Pongo los ojos en blanco y miro a Esther que está a mi
lado—. Pero no perdemos nada por derivarla a ginecología y ver si ellos
pueden ayudarla. Así evitaremos que vuelva el mes que viene por lo mismo.
—Haga lo que quiera y no me moleste a menos que sea algo urgente.
—Cuelga el teléfono.
—Tengo su permiso. Avisa a Ginecología.
—Voy a ver si está de guardia la doctora Medrano. Ojalá tengamos
suerte. —Cruza los dedos mientras hace la llamada y asiente
confirmándome la buena noticia.
Entro a informar a la paciente y a tranquilizarla.
—Lidia, he revisado de nuevo tu caso con tu enfermera y no te vamos
a dar el alta. Antes queremos que te vea una ginecóloga y nos dé su opinión.
—Ya me han visto muchas y lo único que hacen es mandarme la
píldora que disminuye un poco el dolor, pero no hace que desaparezca. Sé
que quieren ayudarme, pero nada funciona —confiesa apenada y comienza
a llorar.
—Imagino que estarás agotada de pasar por tantos médicos. La doctora
Medrano es muy buena y confiamos en que pueda dar con lo que te ocurre.
—Está bien.
Salgo al pasillo y veo a Esther hablando con una doctora.
—Sofía, esta es la doctora Medrano, la ginecóloga de la que te he
hablado, estoy segura de que podrá ayudarla.
—Encantada, Sofía.
—Igualmente.
Pasamos al interior de nuevo y la doctora se presenta a la paciente. Le
pregunta por sus menstruaciones y la evolución de sus dolores. Coincide
con Esther en que podía tratarse de endometriosis.
—Te voy a dar cita en mi consulta dentro de dos semanas para hacerte
una ecografía nada más acabar con tu período. Ahí te realizaremos una
exploración completa y te mandaremos una resonancia urgente. No te
preocupes que no tendrás que esperar mucho.
—Y si tengo eso que dice… ¿hay tratamiento?
—Sí, dependiendo de lo que se vea en la prueba debemos optar por un
tratamiento más conservador o plantearnos una cirugía, pero de una forma u
otra tus dolores mejorarían.
La paciente comienza a llorar y Esther se acerca a consolarla.
—Muchas gracias a todas de verdad.
—Veo que el doctor Saavedra te ha pautado unos analgésicos para el
dolor. Voy a cambiártelos por un antiinflamatorio específico para estos
casos que puede ayudarte hasta que nos volvamos a ver —explica Medrano
—. Nos vemos en unos días, Lidia.
Esther y yo la seguimos fuera del box y nos despedimos de ella.
—Buen trabajo, Esther —le digo a la que ya considero mi amiga—. Le
has devuelto la esperanza a esa chica.
—Ha sido trabajo en equipo. —Sonríe—. Por cierto, ¿cómo has visto a
don Manuel? Marcos me ha dicho que hoy lo ha visto mejor. Han estado
dando un paseo por el pasillo.
—Parece que el nuevo antibiótico está haciendo efecto. No sabía que
Marcos se había pasado a verlo, no lo he visto —confieso sonrojándome.
Esther ya debe de estar al tanto de lo sucedido entre nosotros.
—Ha ido en cuanto ha terminado el turno. Te habrá pillado comiendo
para entrar en la guardia.
—Imagino… —respondo no muy convencida.
—Hazme caso, ya se le ha pasado el berrinche. Cuando se enfada no
atiende a razones ni a explicaciones.
—Me pasé mucho. Es normal que reaccionara así.
—Todos podemos decir cosas que no sentimos en momentos de estrés.
—Gracias, Esther. Será mejor que vuelva a la sala de médicos no vaya
a ser que a Saavedra le dé por darse una vuelta y no me vea allí.
—Sí, no queremos enfadar a «el trajes» más de lo necesario.
Camino al ascensor y pulso la planta cuarta para volver a mi puesto.
Ojalá tenga razón y mi relación con Marcos vuelva pronto a la normalidad.
Estos días lo he echado mucho de menos. Cuando trabajamos juntos lo
busco con la mirada entre paciente y paciente y lo observo trabajar o charlar
con sus compañeras. Hay veces que me pilla mirándolo, me dedica una
sonrisa y yo trato de disimular sin mucho éxito. Mientras estamos separados
cuento las horas para que termine mi turno y poder verlo y hablar con él.
Ahora que nos hemos distanciado me he dado cuenta de lo importante que
está empezando a ser para mí.
Antes de dirigirme a la sala de médicos me paso por la habitación de
don Manuel. La puerta está entornada y abro despacio por si está dormido,
pero me lo encuentro leyendo en la cama.
—Pasa, Sofía y hazme compañía. He conseguido convencer a Carmen
para que se vaya a casa y descanse.
—¿Cómo te encuentras?
—Un poco mejor, parece que me cuesta menos respirar.
—Eso es buena señal, quiere decir que la medicación está
funcionando.
—¿Tú cómo estás? Tienes cara de cansada. Siéntate. —Me acerco a la
silla y le hago caso.
—Agotada. Hoy ha sido un día intenso y llevo desde por la mañana sin
parar.
—Tienes que cuidarte. Tú eres lo más importante. No lo olvides. —
Asiento—. Cuéntame, ¿has ido a visitar a tu familia?
Trago el nudo que se forma en mi garganta antes de contestar.
—No, llevo mucho tiempo sin ir. Es complicado.
—Las cosas no son complicadas. Nosotros las hacemos así. Cuanto
más tiempo pase, más difícil será. Seguro que tus padres te echan de menos.
Pasara lo que pasara encontraréis la manera de perdonaros. —Coloca su
mano sobre la mía y me dedica una sonrisa—. No pretendía ponerte triste.
Me he metido donde no me llamaban, perdona.
—No pasa nada. Está bien.
—Será mejor que cambiemos de tema. Dime, ¿te ha pedido ya Marcos
salir?
Suelto una carcajada al escuchar su pregunta.
—Don Manuel, solo somos amigos —respondo sin perder la sonrisa.
—Eso es un no. Mira que le dije que lo hiciera. Este chico, nunca me
hace caso —protesta haciéndome reír otra vez—. ¿Te ha hablado de Lucía?
—Sí, es una niña preciosa. He visto fotos suyas en su móvil.
—Su hermana y su sobrina son lo más importante para él. Se desvive
por ellas, hace las horas extras necesarias para que no les falte de nada. Es
un chico maravilloso.
Me embarga la emoción y don Manuel me coge la mano.
—Cuando ponemos palabras a lo que sentimos, hacemos que duela un
poco menos. No tengas miedo de sentir, es lo que nos hace humanos.
—Mi hermana también era lo más importante para mí, pero lo que hice
no fue suficiente. Soy médica y no pude salvarla —confieso con la voz rota
mientras las lágrimas corren por mis mejillas.
—Acércate. —Me siento en la cama—. Mírame, Sofía. No sé lo que
pasó, pero hay veces que la medicina no puede salvar a todo el mundo. —
Asiento—. Estoy seguro de que hiciste todo lo que podías y tú también lo
sabes, aunque ahora no puedas verlo. Tu hermana…
—Paula.
—Paula, estaría muy orgullosa de ver lo buena doctora que eres.
Seguro que desde donde está te está mirando y sonriendo.
Un sollozo escapa de mi interior y don Manuel me envuelve entre sus
brazos.
—Estarás bien, Sofía. Te lo prometo.
20
La medicina no puede salvar a todo el
mundo
Sofía
Soy de las que defienden que con un solo día libre no haces nada.
Necesitas dos o tres para descansar realmente.
Cuando me toca guardia, salgo a las ocho, desayuno y a las nueve y
media ya estoy en mi cama tratando de dormir. Hay veces, como en mi
última guardia en Interna, que estoy tan agotada que duermo ocho horas del
tirón y al despertarme son las seis de la tarde y me levanto igual de cansada.
Alma dice que es por el cansancio mental. Que tantas horas en tensión
durante las Urgencias pasan factura al cuerpo. Imagino que tiene razón.
Llego a la sala de médicos y la doctora Pérez me está esperando junto
a Natalia y otra residente con la que he coincidido en un par de ocasiones.
—Buenos días a todas.
—Buenos días, Sofía —responde mi adjunta—. Hoy vamos a empezar
un poco antes con la ronda porque tengo una ponencia a las dos y viene un
coche a buscarme al hospital en tres horas.
La seguimos por el pasillo y vamos pasando a las habitaciones. Antes
de entrar en la 406 se detiene en la puerta.
—El paciente que vamos a ver a continuación, ingresó el lunes por un
fuerte dolor abdominal. Ayer le subieron a planta y le realizaron una
endoscopia. En la biopsia se determina que tiene adenocarcinoma gástrico
en estadio avanzado. Hay que decírselo e informar a la familia de los
cuidados paliativos.
—En casos como este, ¿nos puede ayudar un psicólogo del hospital a
dar la noticia? —pregunta Natalia.
—Luego vendrán a verlos, pero la noticia se la tenemos que dar
nosotras. Ya sabéis cómo hacerlo, todas lo habéis presenciado en alguna
ocasión. Cuando comunicas a un paciente de enfermedad avanzada que no
hay curación posible, puede ser difícil de comprender e incluso que él y su
familia se nieguen a aceptarlo. No pasa nada, lleva su tiempo. Es importante
tomarse en serio esta tarea que tenemos por ser sus médicos: nuestras
palabras deben acompañarlos en este momento tan complicado.
—¿Hay posibilidad de algún ensayo clínico?
—Eso hay que hablarlo con los oncólogos una vez hayamos hablado
con el paciente. ¿Te encargas tú?
—Está bien —respondo un poco asustada. Me da miedo hacerlo mal.
—No te preocupes. Respira y entra tranquila. Sabes hacerlo. Es mejor
que entres sola. Con mucha gente en la habitación puede sentirse incómoda
la familia. Cuando termines, búscanos en la siguiente habitación.
Natalia pasa por mi lado y me da un apretón en el brazo.
—Lo vas a hacer bien.
—Gracias —susurro.
Cojo aire profundamente antes de entrar y trato de pensar en cómo dar
la información de la mejor manera posible.
Llamo a la puerta y espero.
—Adelante.
—Buenos días. —En la habitación se encuentran el paciente de unos
sesenta años, su mujer y su hijo—. Mi nombre es Sofía y soy residente de
Medicina Interna.
—¿Tiene ya los resultados de la prueba de mi padre? —pregunta el
hijo visiblemente preocupado.
—Sí, acabamos de recibirlos hace unos minutos. Siéntense, por favor.
—Son malas noticias —dice el paciente desde la cama—. Ya sabía yo
que este dolor no podía ser bueno.
—Déjala que hable, Pedro —interrumpe su mujer.
Me mantengo de pie entre la camilla y sus asientos para no darle la
espalda a ninguno.
—Como decía Pedro, las noticias no son buenas. En la muestra que
cogimos en la prueba de ayer, han podido ver células cancerosas. Por el
estado del tejido han determinado que se trata de un adenocarcinoma
gástrico…
—Pues te lo quitan y ya está. No te preocupes, cariño, que ahora estas
cosas están muy avanzadas. ¿Verdad, doctora? —interrumpe de nuevo la
esposa.
—Hemos barajado todas las opciones con el equipo de oncología y
debido a la extensión del tumor y a la fase en la que se encuentra, no es
posible operarlo. Lo siento mucho.
—¡Algo se podrá hacer! —exclama el hijo alterado—. Hay
tratamientos: quimioterapia, radioterapia… Algo podrán ponerle para que el
tumor desaparezca.
—El cáncer está muy avanzado. No hay posibilidad de curación.
Siento no poder darles esperanza —confieso con un nudo en la garganta—.
A lo largo de la mañana se pasará por la habitación el oncólogo y les
informará de los tratamientos paliativos para tratar los síntomas de Pedro y
que no tenga dolor. También vendrá una psicóloga a hablar con ustedes.
La mujer llora mientras agarra la mano de su marido que trata de
consolarla.
—Gracias, doctora —responde Pedro.
—Lo lamento mucho de verdad —repito antes de salir de la
habitación.
Ya en el pasillo suelto todo el aire que tenía retenido en mis pulmones.
—¿Estás bien? —pregunta Natalia.
—Estoy bien. Continuemos con la siguiente habitación.
Me sorprendo al pasar por la habitación de don Manuel y ver qué no
está. Entonces recuerdo que el martes cuando lo vi parecía que estaban
funcionando los antibióticos. Le han debido dar el alta. Espero que tarde
mucho tiempo en ingresar de nuevo. Es un hombre increíble.
A las doce la doctora Pérez se va y tras nuestro descanso en la
cafetería nos quedamos libres.
Aprovecho las próximas horas para estudiar los casos de los nuevos
pacientes ingresados. Hablo con el oncólogo de Pedro y ayudo a su
residente a buscar ensayos clínicos en los que pueda participar. No le
curarán, pero quizá le puedan dar un poco más de tiempo y hacer que la
enfermedad avance más lentamente.
Los familiares rechazan la terapia psicológica. Por lo que sé por mi
amiga Alma es algo que entra dentro de lo común al principio. Cuando
recibes una noticia así, la negación hace que no aceptes la nueva situación
y, por lo tanto, tardes un tiempo es ser consciente de que necesitas ayuda.
—¿Cómo vas con la sesión? —pregunto a Natalia.
—Saturada. No sabía que la insuficiencia renal podía dar tanto de sí.
A partir del tercer año, los residentes tenemos que preparar sesiones
clínicas sobre sus casos más complicados o profundizar sobre una patología
en concreto. Esta va a ser la primera sesión clínica de Natalia y está
sobrepasada.
—Todavía te queda una semana. Tienes tiempo de sobra. Si necesitas
que te ayude me dices.
—Muchas gracias. Eres un sol.
—Voy a acercarme a preguntarle a las enfermeras si la doctora Pérez
ha dejado firmada el alta de la chica de la 402. Así puede irse después de
comer.
—Genial. Luego nos vemos.
Me acerco al mostrador y le pregunto a la enfermera que se encuentra
allí. No me suena haberla visto en planta antes. Debe de ser correturnos
como Esther.
—Aquí la tienes. —Me la entrega.
Al volver de la habitación oigo que me llama de nuevo.
—¿Eres Sofía?
—Sí.
—La hija del paciente de la 408 dejó ayer esto para ti. Al parecer su
padre quería que lo tuvieras. —Me entrega un paquete y compruebo que se
trata de Platero y yo, el libro que siempre descansaba en la mesa de don
Manuel.
—¿Cómo que quería? No te entiendo.
—El paciente falleció ayer por la tarde. Pensé que lo sabías. Parece
que el antibiótico no…
Mi respiración se acelera y dejo de oír. No puede ser. Don Manuel
estaba mejor la última vez que lo vi. Me falta el aire. Tengo que irme de
aquí.
Camino por el pasillo esquivando a la gente mientras me parece
escuchar mi nombre de fondo. No puedo parar, si lo hago me derrumbaré.
Necesito estar sola.
El baño de personal está ocupado, así que abro la puerta que da a las
escaleras y salgo.
Todas nuestras conversaciones vienen a mi mente, sus consejos y la
manera en que parecía leer mis emociones, aunque me esforzara por no
mostrarlas. No me puedo creer que ya no esté, que no vaya a verlo de
nuevo.
Mis manos me tiemblan mientras un sollozo lucha por escapar de mis
pulmones.
Trato de pensar en otra cosa, como hago siempre que mis emociones
están a punto de desbordarse. Repaso mentalmente todos los pares
craneales, la escala analgésica según la OMS y todas las listas eternas que
se me ocurren para tratar de no pensar en que más podría haber hecho. No
he podido salvarlo como tampoco pude salvarla a ella.
—¡Aquí estás! —indica Esther apareciendo a mi lado—. Veo que ya te
has enterado. Quería decírtelo yo.
—No pasa nada.
—Claro que pasa, Sofía. Vamos a sentarnos un momento. —La sigo y
nos deslizamos por la pared hasta llegar al suelo.
—No entiendo qué ha podido ocurrir. La medicación era la correcta, la
saturación de oxígeno estaba estable. Algo se me ha debido de escapar y no
sé qué es —confieso mirando a la pared que queda en frente de nosotras.
—No ha sido culpa tuya. Mírame. —Lo hago—. Sus pulmones estaban
muy afectados, ya has visto las radiografías, cada nueva infección le
debilitaba un poco más. No podíamos hacer nada.
Asiento y miro hacia otro lado.
—No tienes que disimular conmigo. Es el primer paciente al que tenías
cariño y ha fallecido. Es completamente normal que te afecte, no eres de
piedra.
—Se supone que eso es lo que tenemos que aprender a hacer, ¿no? A
no dejar que los pacientes pasen a ser algo más que pacientes —respondo
en voz baja, avergonzada.
—¿Eso lo piensas tú o es lo que dice Saavedra? —pregunta con una
sonrisa dulce y no contesto porque ya conoce la verdad.
Entonces caigo en la cuenta y me giro rápidamente hacia ella.
—¿Lo sabe Marcos?
—Estaba ayer en Urgencias cuando sucedió y las compañeras lo
avisaron. Pudo acompañar a su hija y despedirse de él.
—¿Cómo está?
—Le ha afectado bastante, pero a diferencia de ti, él se permite
exteriorizarlo. No pasa nada por llorar. Yo lloro todas las semanas por algún
paciente y eso no me hace peor profesional.
—¿Nunca has tenido la sensación de que si comienzas a llorar no
podrás parar nunca?
—Sí, hace unos años pasé por un momento en mi vida muy
complicado. Pensé que mi vida nunca iba a mejorar.
—¿Y qué hiciste?
—Me apoyé en la gente de mi alrededor y con su ayuda conseguí
seguir adelante. No sé lo que te ha pasado, Sofía, pero si necesitas hablar en
algún momento o escapar del hospital, puedes avisarme y vendremos a las
escaleras. Tienes mi número.
—Marcos me dijo que si necesitaba huir de Saavedra me tirara al suelo
para que me llevaran a Urgencias.
—Tampoco parece mal plan. —Sonríe.
—Gracias, Esther.
—No hay que darlas. —Se levanta y me tiende la mano—. Venga,
levántate, que como sigamos sentadas en este suelo helado, al final vamos a
acabar con cistitis.
Caminamos juntas hasta el mostrador y nos despedimos al llegar.
—Cualquier cosa ya sabes —comenta haciendo el gesto del teléfono
con una de sus manos.
—Lo haré.
Me alejo de la planta y camino hacia el ascensor. Cuando estoy dentro,
abro el libro y veo que tiene una nota dentro.
Sofía:
¿Cómo ha ido tu mañana?
Yo estoy en la pausa de la comida.
Alma:
Justo acabo de terminar una sesión individual.
Sofía:
¿Quééé? ¿Tú sola?
Alma:
Sííí. Ha ido genial.
Sofía:
Cuánto me alegro, tía.
Eres la mejor.
Alma:
Te dejo que tengo reunión con mi tutor para contarle cómo ha ido.
¡Ánimo con la guardia!
Compruebo que son las tres menos cuarto y recojo la bandeja para
volver a planta.
—¿Sofía? —escucho y levanto la cabeza. Esther y Marcos se
encuentran frente a mí.
—Hola —saludo tímidamente. No sé muy bien cómo actuar delante de
Marcos—. ¿Qué hacéis aquí? ¿No os vais a casa?
—Acabamos de terminar y hemos bajado a tomarnos algo antes de
irnos —explica Esther—. Marcos, voy a ir pidiendo, ahora te veo. —
Desaparece dejándonos solos.
—Qué sutil, ¿eh? —pregunta el técnico haciéndome sonreír—. ¿No te
vas a casa?
—Tengo guardia localizable en Interna.
—¿Otra vez? ¿No te tocó la semana pasada? —Puedo notar un deje de
preocupación en su voz.
—Sí, estamos faltos de personal al parecer.
—Esta noche trabaja Jaime, ya sabes que si necesitas cualquier cosa…
—Marcos, lamento lo que dije —le interrumpo—. En ningún momento
pretendía desmerecer tu trabajo. Estaba muy estresada y hablé sin pensar —
explico, arrepentida, mirándole a los ojos.
—Disculpas aceptadas. Yo también tengo que pedirte perdón por
haberme comportado como un imbécil estas semanas. Debería de haberte
dado la oportunidad de disculparte.
—Ya está olvidado.
Mis ojos se detienen en sus labios y pienso en las ganas que tengo de
besarlo. Sofía, contrólate.
—Soy muy cabezón y me cuesta dar mi brazo a torcer. Debería de
haber ido a hablar contigo cuando falleció don Manuel. ¿Cómo estás?
—Estoy algo mejor, aunque me resulta muy difícil pasar por delante de
la puerta de su habitación y no verlo. Nunca pensé que me dolería tanto la
muerte de un paciente. ¿Tú qué tal? Estabais muy unidos. Siempre hablaba
de ti.
—Sí, en estos últimos meses le cogí mucho cariño. Podías hablar con
él de cualquier cosa. —Asiento—. Ha sido un palo muy grande. Sabía que
podía ocurrir, pero aun así es difícil prepararse. Pude despedirme de él y
acompañar a su hija hasta el final. Estaba tranquilo y no sufrió.
—Gracias por contármelo. —Me limpio una lágrima—. ¿Qué tal todo
lo demás? ¿Lucía ya se ha acostumbrado al cole?
Su cara se ilumina al oír el nombre de su sobrina.
—Sí, aunque ahora está un poco rebelde —confiesa sonriendo—.
Quiere una bicicleta porque su amiga Irene tiene una y le está costando
entender que el dinero no sale de los árboles. —Pone los ojos en blanco
haciéndome reír—. Ya le he pedido a Gloria un par de guardias más para
ver si me saco un dinerillo extra.
Recuerdo las palabras de don Manuel y me doy cuenta de lo ciertas
que son. Haría lo que fuera por ella.
—Yo nunca tuve bici, de hecho, no sé montar —confieso bajando el
volumen.
—¿No sabes montar? ¿Cómo puede ser eso?
—Me gustaban más los patines y nunca quise aprender.
—Cuando enseñe a Lucía puedes venirte y os enseño a ambas —
propone con una sonrisa—. Si quieres.
—Me encantaría.
—No te entretengo más que ya son en punto y todos sabemos lo que
odias llegar tarde. —Suelto una carcajada—. Que te sea leve la guardia.
—Gracias. —Sonrío.
Vuelvo a planta con la sonrisa aún en mis labios y sin poder dejar de
pensar en los suyos.
Durante la tarde, la doctora Pérez; Laura, una residente de cuarto año,
y yo atendemos varias urgencias y repasamos casos clínicos de pacientes.
Las horas se pasan muy rápido entre informes y visitas a Urgencias.
A las doce, nuestra adjunta se retira a descansar y nos pide que le
informemos si necesitamos su ayuda. Laura, que ha resultado ser un
encanto, comparte conmigo anécdotas de su residencia y me da consejos
para los próximos años.
—Sofía, ¿está Esther? —pregunta Jaime entrando en la sala de
médicos. Por su cara puedo adivinar que algo ha pasado.
—No, ha trabajado de mañana.
—¡Mierda!, es verdad. Lo había olvidado.
—¿Estás bien? ¿Puedo ayudarte? —pregunto acercándome a él.
—Se trata de Lucía, la sobrina de Marcos, acaba de ingresar en
Urgencias y no consigo localizarlo. Me dijo que había quedado con unos
amigos, pero no los conozco.
—¿Cómo está la niña?
—Tiene mucha fiebre y Carol se ha asustado. No puedo quedarme con
ellas, mi supervisora no me deja ausentarme y no quiero que estén solas.
—Laura, me cubres…
—No te preocupes por nada. Ve a ayudar a tu amigo. Si viene Patricia
le digo que te has cogido el descanso antes y listo. Cualquier cosa te aviso.
—Muchísimas gracias.
Bajo con Jaime y puedo ver que está muy nervioso.
—Tranquilo, estarán bien. Tú sigue intentando localizar a Marcos que
yo me encargo de las chicas. —Asiente y me da un abrazo.
—Gracias, Sofía.
Cuando llegamos a la planta baja nos separamos y pongo rumbo a
Pediatría. La zona de Urgencias está decorada con dibujos en las paredes de
animales que simulan que estamos en la selva. Miro a mi alrededor y veo a
madres y padres con cara de preocupación mientras contemplan a sus
pequeños.
Camino hasta la recepción y le pregunta a una de las enfermeras por
Lucía y me indica dónde está. Se encuentra en una habitación de
observación en la que hay cuatro camas separadas con cortinas entre sí para
tener más intimidad. Las localizo en la primera cama.
—Buenas. Soy Sofía, una amiga de Marcos. Me acabo de enterar de
que han ingresado a Lucía y me he acercado para ver cómo estabais.
Carol me mira y puedo ver en sus ojos que está muy asustada. La niña
está tumbada en la cama medio dormida.
—Gracias por venir. Yo soy Carol —responde la madre en apenas un
susurro.
—Encantada, Marcos me ha hablado de vosotras. ¿Salimos un rato al
pasillo y hablamos? —pregunto y ella asiente.
No vemos ninguna silla libre cerca, por lo que permanecemos de pie,
para no alejarnos mucho.
—¿Has hablado con los médicos?
—Sí, le han hecho pruebas neurológicas y está bien. Le han puesto un
antibiótico para bajar la fiebre.
—¿Qué ha pasado?
—Después de cenar puse una película y debimos de quedarnos
dormidas en el sofá. Cuando abrí los ojos vi que eran las once y traté de
despertarla para llevarla a la cama, pero no respondía y estaba ardiendo.
Pensé que… —me explica y comienza a llorar.
—Todo va a estar bien.
—Mamá… —oímos desde dentro de la habitación y entramos.
—¿Estás bien, peque?
—Me duele la garganta.
—Los médicos te han puesto medicina para que estés mejor —le
explica y la niña asiente.
—¿Dónde está el tito?
—El tito está de camino, en un ratito lo ves.
—¿Tú quién eres? —pregunta y río por su desparpajo.
—Yo soy Sofía, una amiga de tu tito.
—La chica del chocolate. —Miro a Carol sorprendida porque sepa
quién soy.
—A mí no me mires. Estos dos se lo cuentan todo.
—Yo también sé cosas sobre ti —indico y comenzamos a charlar sobre
películas, toboganes y bicicletas.
Veinte minutos después me ofrezco para ir a la máquina a por un café
para Carol y esta acepta dándome las gracias.
Compruebo el reloj y veo que casi ha pasado una hora desde que me
marché. Espero no tener problemas por escaquearme, pero si es así ya los
enfrentaré luego. Estoy donde tengo que estar.
22
Esto no acaba aquí
Marcos
Después de mucho pensármelo y tras la insistencia de Carol, he
aceptado la invitación a cenar por parte de mis antiguos compañeros y
compañeras del Grado de Técnico de Enfermería. Cuando terminamos
mantuvimos el contacto por el grupo de WhatsApp que hicimos para
compartir los apuntes, pero desde entonces no habíamos conseguido
juntarnos todos.
Digo que me ha costado aceptar porque Lucía lleva desde esta mañana
con dolor de garganta y, aunque no parece gran cosa, no me gusta irme
sabiendo que está malita.
Hemos quedado en Sol y hemos ido a cenar a un restaurante mexicano
que conocíamos de nuestra época de estudiantes por tener los mejores
margaritas. Compruebo el móvil y veo que no tengo cobertura. Ya son las
once y media y estamos con los cócteles. Efectivamente son tan buenos
como los recordaba.
Cuando me levanto para ir al baño, mi móvil coge señal y comienza a
pitar: las notificaciones llegan sin parar. Cuatro llamadas perdidas de Carol
y quince de Jaime. El miedo me paraliza, algo ha tenido que pasar. Antes de
que me dé tiempo a devolverlas, una llamada entrante de Jaime aparece en
la pantalla.
—Jaime, acabo de ver las llamadas. ¿Qué ha pasado?
—Lucía y Carol están en el hospital. —El aire se escapa de mis
pulmones y me agarro a la barra para no caerme—. Tranquilo, están bien,
ha sido un susto. A Lucía le ha subido la fiebre y tu hermana se ha
preocupado. Sofía está con ellas, yo no he podido escaquearme.
—Cojo un taxi y voy para allá.
—Marcos, están bien. Te lo prometo.
Cuelgo sin responder, no sé qué más decir. Vuelvo a la mesa, explico
la situación a mis compañeros y me ayudan a parar un taxi. Me piden que
los mantenga informados.
Los veinte minutos que dura el viaje se me hacen interminables.
Escribo a Carol y le digo que ya voy para allá. Con cada minuto que pasa,
me siento más culpable. Las he fallado, me necesitaban y no estaba allí. Mi
hermana me ha llamado y no he contestado el teléfono.
Llego al hospital y tras abonar la carrera, corro hacia las Urgencias
Pediátricas. Cuando estoy a punto de llegar una voz que conozco muy bien
me detiene.
—¡Marcos! —Me paro en seco y Sofía se acerca a mí—. Tranquilo,
están bien. Solo ha sido un susto —me explica y suelto todo el aire de mi
interior.
—Llévame con ellas, por favor.
Nada más entrar a la habitación, envuelvo a Carol entre mis brazos.
Ella solloza y me confiesa que ha pasado mucho miedo.
—Tranquila, ya estoy aquí —susurro depositando un beso en su
cabeza.
—Tito —dice Lucía medio adormilada.
Le toco la frente y compruebo que ya no tiene fiebre.
—He conocido a la chica del chocolate. Es muy guapa.
—Lo es —respondo con una sonrisa y mi hermana me dedica una
mirada llena de preguntas que más tarde o más temprano tendré que
responder.
—Me va a traer una bicicleta —explica y yo miro confuso a Carol para
saber si la niña está alucinando por la fiebre.
—La sobrina de su amiga Alma ha cumplido doce años y ya no le vale
la bicicleta que tiene de cuando era pequeña. Le ha dicho que es nuestra si
queremos. ¿Te parece bien?
Asiento sin saber qué más decir.
—Es un encanto. Ha estado conmigo en todo momento y me ha
tranquilizado.
Algo explota dentro de mi pecho al ser consciente de que ha hecho
todo esto por mí.
Hace unos días me comporté como un imbécil al no dejarle disculparse
ni explicarse después de su comentario desafortunado. Me alejé de ella, me
aparté. Y esta mañana, cuando nos hemos reencontrado, me ha vuelto a
pedir perdón y ha aceptado mis disculpas sin reproches ni rencor. Y no solo
eso, no ha dudado ni un momento en abandonar su puesto de trabajo, a
sabiendas de que puede tener problemas por ello, para venir a ayudar a mi
familia.
—Yo ya me tengo que ir, encantada de conoceros a las dos —dice
Sofía entrando en la habitación—. Lucía, tenemos pendiente un paseo en
bici.
—¡Sííí! —exclama la niña desde la cama.
—Te acompaño —indico saliendo de la habitación con ella.
—No te preocupes, de verdad. Quédate con Lucía…
—Quiero acompañarte —insisto y ella asiente.
Caminamos uno al lado del otro sin decir nada. Las palabras no son
suficientes para explicarle a Sofía cómo me siento, pero decido intentarlo.
—No sé cómo darte las gracias…
—No tienes que dármelas. Lo he hecho porque he querido. Es tu
familia, Marcos. No podía hacer otra cosa —confiesa mirándome a los ojos.
Llega el ascensor, entramos y se cierran las puertas. La miro y me doy
cuenta de que no puedo frenarlo más. Es inútil.
—Te juro que lo he intentado. Día tras día desde el montacargas. —
Doy un paso hacia ella y la miro a los ojos—. He tratado de decirme a mí
mismo que solo somos amigos y que lo que siento solo es algo pasajero que
terminará desapareciendo, pero luego llegas tú y le regalas una bicicleta a
mi sobrina. —Sonrío negando con la cabeza.
—Espero que no te importe, te he visto agobiado esta mañana y
pensé…
—Voy a besarte —la interrumpo acercándome más a ella y colocando
mis manos a ambos lados de su cara—. Si no quieres que lo haga, dímelo y
no lo haré, pero si me dejas…
—Sí.
Sonrío y junto mis labios con los suyos despacio, con calma, como si
tuviéramos todo el tiempo del mundo y no solo cuatro plantas. Un jadeo se
escapa de su boca y pego mi cuerpo empujándola contra la pared.
Profundizo el beso y ella coloca sus manos en mi nuca para acercarme más.
Recordaba nuestro primer beso, la suavidad de sus labios, su olor, pero
no pude disfrutar de él cómo quería porque esa vez me dejé llevar por el
deseo y todo sucedió muy rápido.
Ahora me pienso tomar cada maldito segundo de este trayecto para
memorizar su boca, el sonido que se escapa de sus labios y cómo se siente
su cuerpo contra el mío. Quién me iba a decir a mí, el chico que cuando
tenía que viajar en ascensor contaba los segundos para que la pesadilla se
acabara, que estaría deseando que este viaje durara para siempre.
Oímos el sonido previo a que se abran las puertas y nos separamos.
—Esto no acaba aquí —indico mirándola a los ojos y ella asiente. Está
sonrojada y sus ojos están nublados por el deseo. Joder, está preciosa—.
Dame tu móvil y te apunto mi número.
—Date un toque y así también me guardas —propone y lo hago.
—Espero que no tengas muchos problemas por haberte escaqueado.
—Estaré bien. Estaba donde quería estar. —Miro hacia los lados y
compruebo que no hay nadie antes de volver a besarla.
—Tengo que volver —indica separándose de mí sonriendo—. Ve
contándome cómo está Lucía, llevaré el móvil encima por si necesitáis algo.
—Que pases una buena noche.
—Ya está siendo una de las mejores —confiesa antes de desaparecer
por el pasillo.
Camino hacia la puerta tras la que se enconden las escaleras y mientras
voy descendiendo pienso en Sofía y sonrío.
Esta mañana al despertarme nunca imaginé que el día de hoy pudiera
terminar así. Menuda locura.
Entro en la habitación y mi hermana me indica con señas que Lucía
está dormida. Salimos dejándola descansar y le indico a la enfermera que
estamos en la sala de espera de familiares tomando un café por si necesita
localizarnos.
—¿Cómo estás? —Le paso su bebida.
—No tan bien como tú. Siéntate y comienza desde el principio hasta
llegar al motivo por el que tienes restos de pintalabios en la cara. —Me
llevo la mano a la boca y sonríe divertida.
—Me estás vacilando…
—Sí, pero me lo acabas de confirmar, hermanito. Háblame de la chica
del chocolate.
23
Me debes un beso
Sofía
Camino por la calle perdida en mis pensamientos. Llevo desde la noche
del sábado sin pensar en otra cosa que en Marcos. Mi mente viaja desde lo
bien que me siento cuando estamos juntos a la duda de si estaré haciendo lo
correcto.
No puedo evitarlo, sé que debería relajarme y disfrutar, pero mi cabeza
no se apaga ni un segundo.
Me vibra el móvil indicándome que tengo un mensaje.
Marcos:
Ya he dejado pasar dos ascensores.
La gente está empezando a mirarme mal.
Creo que una señora va a llamar a seguridad.
Marcos:
Me debes un beso.
No lo olvides porque yo no podré pensar en otra cosa.
Sofía:
¿Qué tal la mañana?
Marcos:
Un poco aburrida, pero estando aquí Jaime no me falta entretenimiento.
Sofía:
¿Vas a ir esta noche al Henry’s?
Marcos:
Por supuesto.
Sonrío al ver su mensaje. Conociendo a Jaime habrá aprovechado los
momentos de descanso en los que no hay pacientes para tratar de convencer
a sus compañeros de hacer alguna locura. Todavía recuerdo el último vídeo
de TikTok.
Marcos:
¿Por qué lo preguntas?
¿Hay algo que quieras darme?
Marcos:
No tardes mucho o me encargaré de que me debas dos.
Marcos:
Buenos días, preciosa
Sofía:
Pensé que estarías dormido, tú que puedes. Yo
he tenido que poner las
calles hoy.
Marcos:
Tengo la hora cogida de entre semana y me levanto sin que suene el
despertador.
Sofía:
Yo ya estoy llegando al hospital.
A ver qué tal la mañana.
Vuelve a la cama y duerme un
poco más.
Marcos:
Lo intentaré.
Nos vemos luego.
Esther:
¿Estás en la cafetería?
Acabo de llegar.
Sofía:
Ya he terminado.
Voy para allá.
Sofía:
Estoy bien. Gracias.
Marcos:
No hay de qué.
Carol:
Mi jefa me acaba de decir que me tengo que quedar una hora más para
ayudar a decorar la tienda para Halloween.
Hoy Lucía sale un poco antes.
Le puedo pedir a la mamá de Irene que se la lleve a su casa y luego
pasamos a buscarla.
Odio a su jefa. Sabe que es madre soltera y aun así no se lo pone fácil.
Su solución es que se reduzca más la jornada, pero de hacerlo llegaríamos
muy justos.
Marcos:
No hace falta, yo me ocupo.
Ya estoy saliendo.
Marcos:
No he podido esperarte en el ascensor.
Tengo que recoger a Lucía.
Espero que la mañana haya ido bien.
Sofía:
Yo acabo de terminar.
Teníamos una sesión clínica, olvidé avisarte.
¿Hablamos esta noche?
Marcos:
Por supuesto.
En cuanto acueste a Lucía te llamo.
Marcos:
Mucha suerte en Radiología.
Lo vas a hacer genial
Jaime:
Con suerte hoy hay muchas fracturas.
Y puedo ir a verte.
Sofía:
Muchas gracias. Aunque tu concepto de suerte es
un poco escalofriante, Jaime.
Menos mal que no me toca rotar en la morgue.
Esther:
Mucha suerte, Sofía.
¿Nos vemos luego en el descanso?
Sofía:
Creo que aprovecharé para repasar.
Las radiografías me cuestan un poco.
Alma:
Siempre tan responsable.
Puedes con todo. No lo olvides.
Natalia:
¿Habéis desayunado lengua hoy?
¡Qué de mensajes!
Este sábado toca Henry’s.
Esther:
Ya estoy bajando.
En cinco minutos estoy.
Sofía:
Genial.
Ahora nos vemos.
Sofía:
Me he caído en el hospital y me he hecho un
esguince.
Tranquila, estoy bien. Estoy
llegando a casa.
Alma:
En cuanto termine con el último paciente voy para allá.
¿Tarde de pelis y helado?
Sofía:
Vale, pero que sea divertida.
No quiero más dramas en mi
vida.
Alma:
Solo comedias entretenidas…
Lo has leído cantando y lo sabes.
Suelto una carcajada y abro el chat grupal para informar a todos de que
ya estoy en casa. Le explico a Natalia por encima lo sucedido y ella
confirma que no puede dejarnos solos porque cuando ella no está pasa de
todo. Antes de cerrar la aplicación abro mi conversación privada con
Marcos.
Sofía:
Gracias por tu ayuda hoy.
Marcos:
Si necesitas cualquier cosa me escribes y voy a tu casa.
No te tires al suelo para que te traiga una ambulancia a Urgencias que te
conozco.
Cuídate.
Sofía:
¿Si necesito un chocolate
también me lo traes?
Marcos:
Cualquier excusa me vale para verte.
Marcos:
Espero que estés bien.
Si quieres hablar aquí estoy.
Marcos:
Feliz Navidad, preciosa
Espero que lo estés pasando bien con tu familia.
Sofía:
La celebración familiar no ha ido muy bien.
Ya estoy de vuelta en casa.
Marcos:
Prometo que lo pasarás bien.
Dame una oportunidad.
Sofía:
Mañana nos vemos.
Te envío mi dirección.
32
Me parece maravilloso
Marcos
Llamo al portero y segundos después oigo la voz de Alma.
—Feliz Navidad, Marcos.
—Igualmente.
—Sofía ya baja. Pasadlo bien. No tiene hora de llegada.
—Perfecto, lo tendré en cuenta —indico riendo antes de que ella
cuelgue el interfono.
Se abre la puerta del portal y veo a Sofía frente a mí tratando de
ponerse una bufanda.
No es capaz de encontrar uno de los extremos y puedo ver en su rostro
que eso le molesta. Es muy perfeccionista y se ofusca cuando las cosas no
le salen bien a la primera. Me acerco y la ayudo. Tras colocársela
correctamente, subo un poco más la cremallera de su chaqueta para
asegurarme de que está bien abrigada. La temperatura ha bajado muchísimo
en los últimos días debido a una ola de frío.
—Ya está.
—Gracias. —Se pone de puntillas y junta su boca con la mía.
Noto que está nerviosa. Me mira cómo si quisiera decir algo, pero
parece que se lo piensa mejor y no lo hace.
—¿Estás bien?
—Sí, bueno más o menos. Quería disculparme de nuevo por lo del otro
día.
—Mírame. —Pongo mis manos a ambos lados de su cara—. No te
disculpes por no hacer algo con lo que no te sentías cómoda. No era nuestro
momento. Ya llegará.
Dejo un beso en su frente y la abrazo.
—¿A dónde me llevas? —pregunta sonriente.
—Sorpresa. Venga, vamos hacia el metro o nos congelaremos. —Cojo
su mano envuelta en un guante, ella duda y se detiene—. ¿Qué pasa?
—No me gusta viajar en metro, prefiero ir en bus y ver la ciudad.
—Pues en bus entonces. ¿Sabes de alguno que nos deje en el centro?
—Sí, podemos coger el 1 que nos deja en Callao.
Cuando llegamos a Gran Vía, como era de esperar un 26 de diciembre,
las calles están abarrotadas. Los niños pasean de la mano de sus padres con
gorros de Navidad y en las tiendas no coge ni un alfiler. Paso un brazo
sobre sus hombros y ella se agarra a mi cintura. Podría acostumbrarme a
esto.
Caminamos por las calles y tratamos de atravesar Maestro Vitoria que
está abarrotada por familias esperando a que empiece Cortylandia.
—Faltan diez minutos. ¿Nos quedamos?
—Aunque no quisiéramos, veo difícil que salgamos de aquí.
Me coloco a su espalda abrazándola desde atrás y los muñecos
comienzan a moverse al ritmo de la música en la fachada de los grandes
almacenes.
—¡Cortylandia, cortylandia vamos juntos a cantar…! —canto junto al
resto de asistentes haciéndola reír—. Venga, anímate seguro que te la sabes.
—Ella sonríe y niega con la cabeza, pero segundos después lo hace.
Tras varios empujones y codazos conseguimos llegar a la calle Arenal
y seguimos paseando.
—¿Ya has traído a Lucía a verlo?
—Sí, justo antes de que se fueran a Valencia. Se subió a mis hombros
y le encantó y eso que este año los muñecos son bien feos.
—Mis padres también nos trajeron varios años a Madrid a verlo
cuando éramos pequeñas.
—¿Tienes hermanas? —Ella se detiene y duda sobre qué responder. En
la duda y en su mirada veo la respuesta.
—Tenía una.
—Lo siento —expreso atrayéndola más hacia mi cuerpo para abrazarla
—. ¿Hace mucho que…?
—Me estoy quedando helada —interrumpe cambiando de tema—.
Será mejor que caminemos.
—Claro. —Me separo de ella y le tiendo una mano que acepta.
Caminamos en silencio hacia la Gran Vía y no sé muy bien qué decir.
Con mi pregunta me he cargado el clima de intimidad que teníamos y ahora
no sé cómo recuperarlo.
—¿Le gustó a Lucía el chimpancé? —pregunta volviendo a abrazarme
por la cintura.
—Sí, me dijo que había hecho trampa, pero no parece muy disgustada
porque no se separa de él en todo el día.
—Eso es buena señal. Yo le regalé a Astrid, la sobrina mayor de Alma
una cámara de fotos porque siempre nos pide los móviles para sacar
fotografías y dice Rober que no se despega de ella.
—Qué bien me cayó Rober. Fue superamable al acercarnos la bicicleta
a casa.
—Es un amor. Lo conozco a él y a Alma desde que nosotras teníamos
seis años y el doce. Hemos pasado juntos todos los fines de semana de
nuestra infancia y muchos veranos cuando me invitaban a su apartamento
en Cullera. Ambos son como dos hermanos para mí. —La abrazo y ella
apoya su cabeza en mi pecho.
—¿Dónde quieres que comamos?
—¿También vamos a comer juntos? —Por su sonrisa sé que me está
vacilando.
—Vamos a pasar juntos tanto tiempo como tú quieras. Cuando te
canses de mí me lo dices y te llevo a casa.
—Cuidado con lo que dices no vaya a ser que me guste estar contigo y
no quiera volver.
—¿Qué tendría que hacer para que eso ocurra?
—De primeras que me lleves a algún sitio a comer. Me muero de
hambre.
—Por aquí cerca hay un restaurante llamado Naked & Sated que me
encanta. He venido varias veces con Carol y Lucía. Tiene hamburguesas,
crepes y está todo riquísimo.
—Suena bien, vamos.
No tardamos ni quince minutos en llegar y que nos den una mesa libre.
—¿Es todo sin gluten? —pregunta al ver la carta.
—Sí, Carol es celíaca y en pocos restaurantes encuentra tanta variedad.
—Si quieres podemos compartir.
—Perfecto.
Entre los dos miramos la carta y vamos eligiendo qué es lo que nos
gusta. Le recomiendo cosas que he probado y pido otras nuevas para
descubrirlas juntos. Los platos tardan poco en llegar.
—¿Qué tal Lucía y su bici? ¿Ya la has enseñado a montar?
—Sí, me falta enseñarte a ti. —Sonríe—. Estaba esperando a que
aceptaras quedar conmigo para proponértelo. Espero que después de hoy
quieras repetir y que volvamos a quedar los dos solos.
—No se me dan muy bien esas cosas.
—¿El deporte? —Asiente.
—Seguro que me caeré muchas veces.
—Pues te ayudaré a levantarte cada una de ellas.
—Me da miedo hacerme daño. —Por su mirada detecto que ya no se
refiere solo a montar en bici.
—Si no lo intentas, no lo sabrás. Puede que descubras que te encanta.
No deberías dejar que el miedo te impida averiguarlo. Yo estaré a tu lado y
no dejaré que nada malo te pase. Te lo prometo.
Terminamos de comer y nos pregunta la camarera si queremos postre.
Sofía duda y yo respondo por los dos.
—No, gracias. ¿Nos puede traer la cuenta?
—Claro.
—Quiero llevarte a un sitio. Ahora lo verás.
Cuando salimos a la calle, le ayudo a colocarse la bufanda de nuevo.
Me encanta cuidar de ella, aunque sé que es completamente capaz de cuidar
de sí misma.
Tras callejear unos minutos consigo encontrar la cafetería a la que
siempre acudía con mi familia. Han pasado casi diez años desde la última
vez, pero guardo grandes recuerdos.
Localizamos una mesa vacía alejada de la gente y nos sentamos uno al
lado del otro para estar más cerca. Pido dos chocolates en la barra y me
indican que nos lo llevarán a la mesa.
—Vas a probar el mejor chocolate de tu vida.
—Tengo el listón muy alto.
—Espera y verás…
El camarero nos trae nuestras dos tazas y las probamos a la vez. Los
ojos de Sofía se abren cuando el chocolate toca sus labios a modo de
sorpresa.
—Madre mía.
—Te lo dije.
Sofía intenta limpiarse el chocolate que hay encima de su labio sin
mucho éxito y utilizo mi pulgar y me lo llevo a la boca.
—La primera vez que hiciste eso me volviste loca.
—¿De verdad? No lo parecía.
—No podía quitarte los ojos de encima. Seguro que te diste cuenta —
confiesa risueña.
—Y yo que pensaba que eran cosas mías y que tú no me veías así.
—¿En serio?
—No sabía que pensar, al principio chocábamos mucho en las
Urgencias, aunque luego siempre encontrábamos el modo de arreglarlo.
—Es verdad —responde volviéndose a llevar la taza a los labios.
—¿Qué tal la rotación por Radiología?
—Muy bien, he aprendido mucho. Ahora soy una experta viendo
radiografías y resonancias. Por una parte, me ha dado pena terminar, aunque
por otra…
—¿Qué te toca ahora?
—Urgencias. —Sonrío sin poder evitarlo y ella me imita—. Te vas a
cansar de verme
cada día.
—Puede que sí. Igual me dejo algún día libre para descansar —indico
pensativo.
—¡Qué tonto eres! —Me hace burla y yo le saco la lengua.
—Estar todo el día contigo, verte trabajar y poder robarte un beso entre
pacientes cuando nadie mire. —Le cojo la mano—. No se me ocurre mejor
plan. —Acerco mis labios a los suyos.
—Y yo que creía que el chocolate no podía saber mejor —indica
profundizando el beso.
Salimos de la cafetería y comienza a llover. Corremos a resguardarnos
bajo una marquesina para no acabar empapados.
—Parece que no va a parar durante un tiempo.
—¿Algún sitio cercano al que te apetezca ir? —La abrazo para que
entre en calor.
—¿Vives muy lejos de aquí? —pregunta sonrojándose.
—Vivo cerca de Atocha, llegamos en quince minutos como mucho en
autobús.
—¿Te parece bien?
—Todo lo que nos implique a ti y a mí, solos, pasando tiempo juntos
me parece maravilloso.
33
No me sueltes
Sofía
Cuando llegamos al barrio de Marcos, ya ha dejado de llover. Paseamos
en dirección a su casa de la mano sin apenas decir nada. En el silencio soy
capaz de oír los latidos de mi corazón. Desde que lo dejé con Óscar no he
vuelto a estar con nadie y no paro de darle vueltas a la cabeza de que si nos
acostamos todo cambiará. ¿Estará él también nervioso?
—Aquí es. —Saca las llaves de su bolsillo y abre el portal—. Estás
muy callada. ¿Todo bien?
—Sí-í —titubeo y él se detiene.
—Sofía, ¿qué te preocupa? —Se coloca delante de mí—. Si has
cambiado de opinión, podemos ir a donde tú quieras. Que vayamos a mi
casa no quiere decir que tengamos que… No haremos nada que no
queramos los dos.
—No es eso. Solo es que estoy nerviosa. Hace mucho que… ¡Dios, me
muero de vergüenza!
—Mírame. —Subo la barbilla y lo miro a los ojos—. Yo también estoy
nervioso. No pasa nada, solo somos tú y yo.
Sus ojos me transmiten calma y confianza. Acaricia mi rostro y acerco
mi boca a la suya. Profundizo el beso y me dejo llevar. Nuestras lenguas se
acarician haciéndonos perder el aliento.
—Será mejor que subamos. —Cojo su mano, pulso el botón del
ascensor y caigo en la cuenta—. ¿Fue en este en el que te quedaste
encerrado? ¿Quieres que vayamos por las escaleras?
—No te preocupes. Estoy empezando a cogerles el gusto cuando voy
contigo.
Se abren las puertas, entramos y él pulsa el botón número 3. Antes de
que se cierren ya está sobre mí besándome y haciéndome suspirar.
Entramos al piso atropelladamente y para de besarme. Me mira a los
ojos y mientras me quita la bufanda despacio comienza a hablar.
—Llevo pensando en este momento desde que te vi con aquel vestido
blanco en la azotea y con cada uno de nuestros besos las ganas de tenerte en
mis brazos desnuda han ido a más. Esto no va a ser rápido como nuestros
besos a escondidas en la escalera o en un pasillo. Voy a tomarme mi tiempo
y voy a disfrutarlo. —Me desabrocha el abrigo y deja que caiga al suelo—.
Y sobre todo me voy a encargar de que lo disfrutes tú.
Da un paso hacia mí, llevándome hacia la pared y toma mi cara entre
sus manos antes de juntar nuestras bocas en un abrasador beso. Desabrocho
su abrigo y lo dejo caer al suelo como él ha hecho hace unos instantes.
Desliza sus manos desde mi cuello hasta abajo haciéndome suspirar
cuando roza mi pecho. Al llegar al borde de mi jersey, se separa y me mira
para pedirme permiso antes de quitármelo y yo elevo los brazos para
ayudarle. Después hago lo mismo con el suyo.
Nuestras bocas vuelven a encontrarse hambrientas del otro a mitad de
camino. Coloco mis brazos rodeando su cuello para estar más cerca de él y
me agarra de las caderas ayudándome a que envuelva mis piernas en su
cintura. Nuestras pelvis se rozan y no puedo evitar soltar un gemido.
—Marcos, llévame a tu habitación.
—Agárrate fuerte. —Sin bajarme me lleva hacia su dormitorio y ya
allí me deja en el suelo—. Un momento.
Saca su móvil que tiene en el bolsillo trasero del pantalón y lo conecta
a un altavoz para poner algo de música. Reconozco los primeros acordes de
Si tus piernas de Dani Fernández.
—¿Quieres seguir? —Vuelvo a besarle a modo de respuesta.
El resto de nuestras prendas van abandonando nuestro cuerpo poco a
poco mientras nos dejamos llevar y nos perdemos el uno en el otro.
Cuando ya no nos separa la barrera de la ropa nos vamos acercando a
la cama, pero antes de que me tumbe me detiene.
—Espera. —Tira de la goma que llevo en el pelo haciendo que este se
libere sobre mis hombros—. Eres preciosa. —Me besa de nuevo y se
recuesta sobre mí.
El calor de su cuerpo y sus besos aumentan mi excitación y me hacen
jadear. Marcos abandona mi boca y recorre con sus labios mis clavículas y
lleva una de sus manos entre mis piernas para acariciarme.
—Marcos —jadeo encorvando mi espalda y él aprovecha para cubrir
uno de mis pechos con su boca a la vez que continúa dándome placer con su
mano. Acelera los movimientos y mis ojos se nublan. Estoy muy cerca—.
¡Para! Te necesito dentro.
Coge un preservativo de la mesilla de noche y tras ponérselo vuelve a
colocarse sobre mí. Envuelve su boca con la mía y me abraza mientras muy
lentamente va entrando en mi interior. Lo oigo maldecir y un gemido se
escapa de mis labios.
Comenzamos a movernos y nos dejamos llevar por el placer. La
música de la habitación es acompañada por los jadeos que escapan de
nuestras bocas y el ruido que hacen nuestros cuerpos al encajar uno en el
otro.
Soy la primera en llegar al orgasmo que me deja deshecha encima de
la cama y dos estocadas después Marcos me acompaña. Con los ojos
todavía nublados por el placer, nuestras miradas se encuentran y me
recuesto sobre su pecho dejándome abrazar por él.
—¿Necesitas algo? —Acaricia mi pelo.
—Que no me sueltes. —Me abraza más fuerte.
Poco a poco me voy quedando dormida.
Abro los ojos y veo que ya es de noche. Lo noto a mi espalda,
abrazándome.
Compruebo el reloj de la mesita de noche y marca las ocho y media.
Cuando soy consciente de donde estoy y de lo que ha pasado mi primer
instinto es huir. Necesito salir de aquí. Necesito poner distancia. Trato de
mover el brazo de Marcos sin que se despierte, pero no lo consigo. Será
mejor que me vaya a casa, ya es muy tarde.
—¿Qué hora es? —pregunta con voz adormilada.
—Las ocho y media. —Me siento en la cama y comienzo a vestirme.
—¿Quieres que pida algo de cenar?
—No. Lo mejor será que me vaya a casa.
—¿Estás bien? —Se levanta y se sienta a mi lado.
—Estoy bien. Solo estoy cansada y no quiero llegar muy tarde. —
Trato de sonar convincente y por su sonrisa creo que lo consigo—. Quédate
en la cama y me pido un taxi.
—No hace falta, te llevo yo. —Asiento.
Los minutos que separan su casa de la mía se me hacen interminables.
Siento una presión en mi pecho que trato de controlar pensando en otra
cosa. No puedo romperme, no aquí, no delante de él.
Llegamos a mi portal y detiene el coche.
—¿Seguro que no quieres que demos marcha atrás y volvamos a mi
casa?
—No me tientes que tengo que descansar y si me quedo en tu casa no
vamos a dormir. —Me acerco a su asiento y le doy un dulce beso.
—Descansa. Mañana te veo en Urgencias. —Sonríe y yo lo imito.
—Hasta mañana.
A medida que me acerco a la puerta de casa me voy sintiendo peor.
Creía estar lista para esto, pero no lo estoy, estoy muerta de miedo.
—¿Sofía, eres tú? —pregunta Alma desde la cocina—. ¿Qué tal tu
cita?
Trato de contener las lágrimas, pero estas corren libres por mis
mejillas. Mi amiga al ver que no respondo se acerca al salón a buscarme y
al verme se acerca asustada.
—¿Estás bien? ¿Te duele algo? —Niego con la cabeza—. Sofía, por
favor, dime algo me estás asustando.
—Tenías razón. Yo creía que…
—Tranquila, estoy aquí contigo. ¿En qué tenía razón?
—Alma, creo que me he enamorado de Marcos.
Mi amiga sonríe y me atrae a su cuerpo.
—No pasa nada. Solo estás asustada. ¿Hago palomitas y me lo cuentas
todo mientras vemos una peli?
—Vale.
Cuando vuelvo al salón ya tiene todo preparado.
—¿Qué ha pasado? —me pregunta cuando tomo asiento a su lado en el
sofá.
—¿Y si a él también le hago daño como a Óscar? ¿Y si lo estropeo
todo?
—No era tu intención hacerle daño, Sofía. Estabas atravesando un mal
momento. Él te perdonó. Cometerás errores como todos lo hacemos, pero
mientras no te encierres en ti misma y seas sincera con él, lo solucionaréis.
—No sé si sabré cómo hacerlo.
—Ya lo estás haciendo. Has avanzado mucho en este tiempo.
—Gracias. —La abrazo—. Bueno, y tú, ¿qué tal todo? Hace mucho
que no te pregunto. Perdona.
—Yo bien, nerviosa por empezar mañana en el hospital, aunque a la
vez lo estoy deseando. Siempre he querido trabajar en uno y seguro que
podré ver a muchos pacientes y conocer diferentes patologías.
—Lo vas a hacer genial. Has nacido para esto. ¿Y de tema chicos?
¿Alguien a la vista?
—La verdad es que no, te lo habría contado. Ahora mismo estoy
contenta siendo soltera. Una compañera del centro se ofreció a organizarme
una cita con un amigo y le dije que no. Pensar en salir y conocer a alguien
me da mucha pereza —confiesa sonriendo—. Si tiene que llegar llegará.
—¿Recuerdas cuando éramos pequeñas y fantaseábamos con nuestras
bodas?
—Claro que me acuerdo. Nos casaríamos las dos el mismo día en
Disneyland frente al castillo —Suelto una carcajada.
—Yo creo que lo que más ilusión nos hacía era ir a Disney y estar
juntas, los chicos nos daban un poco igual.
—Es verdad, aunque eso ahora ha cambiado. —Me sonríe.
—Nunca pensé que me enamoraría de nuevo, Alma. De haber sabido
que podría pasar me hubiera alejado de él.
—Lo sé, pero por suerte no puedes controlarlo todo y hay veces que la
vida te sorprende y te regala cosas maravillosas. No te cierres, Sofía. Date
la oportunidad de ser feliz, por favor.
—Lo intentaré —respondo no muy convencida.
Termina la película mientras seguimos charlando sin que nosotras
prestemos la más mínima atención a la pantalla. A las doce decidimos irnos
a la cama.
Hablar con Alma me ha ayudado, pero el miedo que siento no ha
desaparecido.
No debí dejar que esto pasara. No debería de haberme enamorado
porque yo no me merezco que nadie me quiera así y todo acabará cuando se
entere de lo que hice.
34
Mi espacio seguro
Sofía
Termino de preparar las tostadas y las llevo a la mesa junto al zumo y el
café de Alma. No sé cómo es capaz de beberse este brebaje.
—¿Has madrugado? —pregunta mi amiga entrando al salón—. ¿Cómo
te encuentras?
—Sí y bien. He dormido y ya estoy más tranquila.
Hablar con Alma siempre me ayuda. Aunque en algunas cosas no nos
ponemos de acuerdo, siempre está dispuesta a escucharme. Hay veces que
el simple hecho de poder expresar en voz alta cómo nos sentimos y
compartirlo con alguien hace que la losa que aprisiona nuestro pecho pese
menos. Quizás cuando acabemos de hablar ese problema siga ahí, pero nos
sentiremos mejor. Tras nuestra conversación me fui a la cama y pude
dormir. No sin antes escribir a Marcos y darle las buenas noches.
Hay cosas que no se pueden cambiar y la mía es que estoy
irremediablemente enamorada de Marcos. Por mucho que lo niegue eso no
va a cambiar. Solo tengo dos opciones alejarme de él para ahorrarme sufrir
en el futuro o seguir adelante tratando de disfrutar el tiempo que dure.
He optado por la segunda opción, ya que si voy a pasarlo mal sí o sí,
mejor que se preocupe la Sofía del futuro.
—Me alegro. ¿Qué celebramos con este banquete?
—Que hoy empiezas la rotación en el hospital y yo en Urgencias.
—Lo de estar en Urgencias seguro que lo celebras con Marcos entre
paciente y paciente —bromea mientras se lleva una tostada a la boca.
—Amiga, soy una profesional. Y las profesionales esperamos al
descanso.
—Jaime ya me ha hablado de todos los rincones del hospital donde
piensa montárselo con Carlos. Dudo que no haya compartido esa
información con su mejor amigo. Por cierto, ya le he dicho a Rober que
vienes a casa en Nochevieja.
—Te dije que el día de Año Nuevo tengo guardia. Me quedaré aquí y
me dormiré pronto.
—Sofía, no vas a pasar esa noche sola. Cenamos, nos tomamos las
uvas y a las dos estamos en casita. Las niñas también se duermen pronto y
mi hermano nos acerca en coche.
—Está bien.
—Vamos a ponernos las pilas que al final llegamos tarde en nuestro
primer día. —Le hago caso y entre las dos llevamos los platos al fregadero.
Nada más salir de casa empieza a llover y decidimos coger el autobús
para no llegar empapadas.
—¿Ya conoces a tu responsable? —pregunta Alma cuando nos
montamos.
—Sí, la doctora Lagos —lamento—. Coincidí con ella en una guardia
de Urgencias. Es muy buena, pero no di muy buena impresión. Fue el día
que discutí con el residente ese que te conté que no quiso llamar a
Psiquiatría por el caso de TCA.
—No le des muchas vueltas. Seguro que ni se acuerda y si lo hace, en
cuanto te conozca un poco cambiará su opinión sobre ti. Eres muy buena
doctora.
—Eso espero. ¿Y tú qué tal? ¿Sabes dónde vas a estar?
—Me toca Hospitalización y Urgencias. Solo me han dicho que vaya a
la planta de Psiquiatría y que diga mi nombre en el mostrador. Imagino que
él o ella irá a buscarme.
Llegamos a nuestra parada que está justo en frente del hospital y nos
bajamos.
—Buena suerte en Urgencias. Saluda a Marcos y al resto —se despide
de mí Alma en la puerta de los ascensores—. Yo subo a Psiquiatría.
—Igualmente. Luego me cuentas.
Cuando me quedo a solas saco el móvil y abro nuestra conversación.
Sofía:
Buenos días.
Estoy bajando en el ascensor.
¿Nos vemos en los vestuarios o en Urgencias?
Jaime:
Avísame cuando la dejes en casa.
Marcos:
Ya está con su madre.
Se ha dormido un poco.
Jaime:
¿Tú cómo estás?
Marcos:
¿La verdad?
Tengo tanta rabia dentro que solo quiero
romper cosas.
Otra vez ella, joder.
Jaime:
Se va a poner bien.
Con unas semanas de rehabilitación podrá volver al trabajo.
¿Tú tenías un amigo fisio, no?
Andrés:
Siento mucho lo de Esther.
Claro, en cuanto vaya a la rehabilitadora y le paute rehabilitación la
cuelo.
—¿Cómo va el dolor?
—Mucho mejor, voy notando mejoría con la fisioterapia. Muchas
gracias por hablar con Andrés para que me colara.
—Lo que sea necesario para que estés bien. —Me dedica una sonrisa y
se emociona—. ¿Qué pasa? Cuéntame.
—Las pesadillas han vuelto. Primero solo era el episodio de Urgencias,
pero ahora no puedo evitar que… —Sube los hombros y el silencio habla
por ella.
—Esther, no seas tan dura contigo misma, sabes cómo funciona el
estrés postraumático. —Acerco mi silla a ella y le doy la mano.
—Lo sé, es solo que hay imágenes que se repiten continuamente en mi
cabeza y no consigo apartarlas. —Suspira agotada.
—¿Has hablado con Almudena?
—He esperado a ver si desaparecían solas y parece que no está
funcionando. Tengo sesión con ella en dos semanas…
—Igual deberías intentar adelantarla. Cuéntale lo que ha ocurrido, no
puedes continuar así, necesitas dormir. Seguro que la terapia te ayuda.
—Lo haré. Gracias por esto. Necesitaba distraerme un poco y no
pensar mucho en ello. Estar todo el día en casa hace que le dé más vueltas.
—Eso es fácil, dame un minuto. —Compruebo el reloj y veo que son
las ocho—. Acércate. —Nos hacemos un selfi con nuestras cervezas en la
mano.
Abro el grupo «Anatomía de Jamie» y mando nuestra ubicación y
mando nuestro selfi y unas fotos de las tapas que tenemos encima de la
mesa.
Marcos:
¿Alguien se anima a tomar unas tapas?
Invito a la primera ronda.
Alma:
Llegamos en diez minutos.
Jaime:
Cabrones, estoy trabajando.
Si seguís por ahí a las diez os veo cuando
salga.
Tal y como habían dicho, pasados diez minutos aparecen Alma y Sofía
por la puerta.
—¿Cómo estás, Esther? —pregunta mi chica después de abrazarla.
—Aburrida.
—Te entiendo, los días que estuve en casa con el esguince fueron
horribles.
—Tenemos un problemita con la adicción al trabajo. Yo lo dejo caer —
indica la psicóloga y me da dos besos a modo de saludo.
—Son tal para cual.
Se quedan dos taburetes libres al final de la barra y los acerco a nuestra
mesita. El establecimiento es pequeño, pero merece la pena por la comida.
—Hola —dice Sofía acercándose a mí.
—Hola. —Paso mis manos por su espalda para acercarla a mi cuerpo
—. ¿A mí no me das dos besos? —Hace el amago de besarme en la mejilla
y giro la cara atrapando su boca haciéndola reír.
—No me puedo quedar mucho que mañana madrugo que viene mi
hermano a buscarme para ir al pueblo. Pasaremos allí el finde —oigo que
comenta Alma mientras bebe del botellín que acaba de traerle el camarero.
—¿Tú también vas?
—No, yo me quedo aquí. Aprovecharé para adelantar tareas que he ido
posponiendo.
—¿Igual podría ayudarte con todas esas cosas?
—¿Estás seguro? —Sonríe—. Puede que sea necesario que pases la
noche en mi casa para que nos dé tiempo a hacerlas todas.
—Me sacrificaré. Todo sea por ayudar.
—Qué bueno eres —comenta sin quitar la vista de mis labios
—O paras de mirarme así o cojo ahora mismo el coche y llevo a Alma
al pueblo para poder pasar la noche solos.
Suelta una carcajada y da un paso hacia atrás levantando los brazos.
Nos sentamos en nuestros taburetes; sigo notando su cercanía y ahora
que sé lo que es tenerla desnuda debajo de mí no puedo pensar en otra cosa.
—¿Qué tal la experiencia en Urgencias? —pregunta Esther a la
psicóloga.
—Estoy aprendiendo mucho, pero no puedo evitar pensar como una
psicóloga.
—¿A qué te refieres?
—Al rotar con un psiquiatra, aunque por las mañanas asisto a algunas
sesiones de psicoterapia, en Urgencias son solo primeros auxilios
psicológicos. Y tras medicar al paciente, no puedo evitar pensar en lo que
pasa después y lo que le ayudaría a esa persona hablar y aprender a
gestionar sus emociones.
Sofía la mira orgullosa y acaricia su espalda. Alma se gira y le sonríe.
—¿Tienes que hacer guardias? —inquiero interesado.
—Sí, pero no como las de los residentes de medicina. Solo es una tarde
entre semana. A las ocho me voy a casa.
—Piensa que te ahorras los brotes de los fines de semana por temas de
drogas.
—Eso sí, desde luego que no puedo quejarme.
Continuamos charlando y Sofía les cuenta su enfrentamiento con
Guzmán omitiendo, por supuesto, nuestro encuentro de después.
—Se convertirá en el típico cirujano que solo ve a los pacientes una
vez que están anestesiados —comenta Esther.
—Eso parece. Yo espero que después de nuestro último enfrentamiento
le haya quedado claro que a mí no puede torearme.
—Creo que le quedó claro a él y a toda la cafetería. —La provoco
divertido ganándome un manotazo.
—¿Me he perdido algo? —pregunta Jaime acercándose a nosotros—.
Una cerveza, por favor. —El camarero asiente.
—¿Ya son las diez? —Miro mi reloj.
—Diez y media.
—Se me ha pasado el tiempo rapidísimo —indica Esther mirándome
agradecida y le guiño un ojo.
—Sofía nos estaba contando un enfrentamiento que tuvo con Guzmán
en la cafetería —explica Alma a nuestro amigo.
—Me lo contó, Carlos. Qué imbécil.
—¿A pero que tú y Carlos también habláis? —pregunto a mi amigo
para picarle. La última vez que le dije de vernos en el Henry’s me dijo que
no podía porque tenía la casa para el solo e iba a invitar al chico.
—Sí, a veces, en los pocos minutos que tenemos libres cuando
terminamos de…
—¡Jaime! No nos interesa tu vida sexual —lo regaña Esther y yo
suelto una carcajada.
—Ha sido culpa de Marcos. Me está provocando.
Todos nos reímos y ella también se une. En qué pensaba tratando de
vacilar a Jaime. Cuando nosotros vamos él ya ha vuelto dos veces.
—Están buenas las patatas —comenta Jaime—, aunque prefiero el
Henry’s.
—De vez en cuando es bueno ampliar nuestros horizontes —indica
Alma mientas él mira la carta pensativo.
—Voy a pedirme algo de cenar y en un rato te digo mi veredicto.
A las doce, damos por terminada la noche y tras acompañar a las
chicas a su casa, Jaime, Esther y yo nos montamos en mi coche.
—Te veo bien —comenta el celador a nuestra amiga.
—Estoy mejor. —Sonríe—. Tú también tienes buena cara.
—Es el sexo, rubia —responde este provocándola y ella niega
divertida—. Estoy feliz, imagino que es eso. Hacía tiempo que no me sentía
así estando con alguien.
—Te lo mereces, Jaime. Eres una persona increíble.
—No me digas eso que me cuelo entre los asientos y te abrazo tan
fuerte que te saco el hombro de nuevo. Sabes que no controlo mi fuerza.
Suelto una carcajada ante lo bruto que es mi amigo. Es incorregible.
—Ahora que estoy mejorando con la rehabilitación no sé si
arriesgarme…
—Es verdad, ¿qué tal con Andrés? ¿Está buenísimo a que sí? Yo le tiré
ficha cuando le conocí, pero es odiosamente hetero.
Mi amiga se sonroja y se piensa la respuesta.
—Es mono, sí.
—¿Mono? ¿Has visto esos tatuajes? Tiene una pinta de empotrador…
—Stop, tiempo muerto. —Aparco delante de la casa de Jaime—. No
necesito tener en la mente esa imagen de mi amigo.
—Gracias por acercarme, Marquitos. —Palmea mi hombro desde el
asiento de atrás—. Y tú cuídate mucho y saluda a Andrés de mi parte.
—Lo haré, aunque omitiré tus comentarios sobre su cuerpo.
—No te preocupes, seguro que alguna noche en el Henry’s después de
varias cervezas le he dicho algo.
Cuando nuestro amigo entra en su portal ponemos rumbo a nuestro
barrio.
—¿Qué tal la vuelta a casa?
—Bien, me voy apañando con la izquierda, aunque de la limpieza
estoy pasando bastante y el pelo me lo lavo como puedo.
—Verás como con unas semanas más de fisioterapia te recuperas del
todo.
Me habla del resto de pacientes de rehabilitación y de las charlas que
tienen lugar en las camillas. Los fisios no deben de aburrirse lo más
mínimo.
La miro y veo cómo sonríe mientras me habla de Ramón, un paciente
de setenta años con el que coincide cada tarde. Le han puesto una prótesis
de rodilla y la ha retado a una carrera.
Me encanta verla así, sonriendo, ojalá pudiera borrar todo el
sufrimiento que ha pasado de un plumazo. Ojalá se enamore de nuevo de
alguien que le demuestre la suerte que es tener a alguien como ella a su
lado. Se lo merece.
38
No me mientas
Sofía
Si pensaba que las guardias eran duras, tenerlas cuando estás en
Urgencias todos los días es aún peor.
Esta última semana ha sido especialmente agotadora. Las bajas
temperaturas hicieron que nevara en la capital y, aunque no fue como la
famosa Filomena, nevó lo suficiente como para que se formara una capa de
hielo que causó varias fracturas. Si a esto le sumas un brote de gripe
estomacal el resultado son unas mañanas muy entretenidas.
Por suerte, no he coincidido con Guzmán, es lo único que me faltaba
para volverme loca. Los residentes con los que comparto hoy guardia son
muy majos y nuestra adjunta es Lagos.
Cuanto más la conozco, más me gusta. En estas tres semanas que llevo
de rotación he aprendido mucho a su lado. Y no solo cosas médicas que
podría enseñarme cualquier tutor, con ella he mejorado mi comunicación
con los pacientes y esto me ha ayudado a mejorar mis diagnósticos. Es
importante saber qué preguntas hacer y detectar cuándo hay algo que no
quieren contarnos por miedo a sentirse juzgados o porque piensan que no
necesitamos conocer ese dato. Creando un clima de confianza y haciéndolos
sentir cómodos es mucho más fácil.
—¿Cómo vas? —pregunta Marcos cuando coincidimos en un pasillo.
—Cansada, pero ya queda menos —respondo tras mirar el reloj.
—¿A qué hora tienes el descanso?
—Estamos hasta arriba, no creo que me dé tiempo a parar mucho.
Susana ha traído unos dulces por su cumpleaños así que me comeré un par
entre paciente y paciente. —Me encojo de hombros.
—Si Jaime no termina antes con ellos.
—Cierto. —Junta sus labios con los míos en un breve beso y continúa
trabajando.
La noche continúa avanzando y los pacientes se acumulan en la sala de
espera. Corro de un lado a otro sin parar ni un segundo. Hace tiempo que
dejé de sentir los pies.
El cansancio va pesando y mis tripas rugen de hambre. No sé si es
mayor el agotamiento físico o el mental.
—No me lo puedo creer —indica Lagos mientras mira una radiografía.
—¿Eso es lo que creo que es? —pregunto colocándome a su lado.
—Una zanahoria.
—¿Cómo ha llegado hasta ahí? —Mi adjunta me mira y levanta las
cejas—. Ya me imagino el mecanismo, pero ¡madre mía!
—¿Ha vuelto «Kinder Sorpresa»? —pregunta alguien a nuestro lado y
veo que es Jaime.
—Un poco de respeto por los pacientes, Jaime —reprende la doctora.
Deduzco que se llevan bien porque lo ha llamado por su nombre de pila.
—Es la tercera vez este mes. La última le hablé de que existen
juguetes sexuales adecuados para estas cosas —explica Jaime.
—Por favor, Sofía, coméntaselo a la supervisora de enfermería con
discreción y que te diga quién está de guardia en digestivo.
Hablo con la encargada y da el aviso para que vengan los compañeros.
—¿Esto pasa muy a menudo? —pregunto a mi amigo.
—¿Es que todavía no te has fijado en el salvapantallas? —Nos
acercamos a uno de los ordenadores y me lo enseña—. Aquí tienes las
radiografías de los objetos más originales que hemos sacado del recto de los
pacientes.
—Estoy flipando.
—Una vez en un hospital de la zona sur, le extrajeron a una paciente
un calabacín y quiso denunciar al centro porque no se lo habían devuelto.
—¿Cómo? —Suelto una carcajada—. ¿Y qué paso?
—Pues que, desde entonces, en algunos hospitales, cuando sacan un
objeto del recto de un paciente en el quirófano, para evitar una posible
reclamación, pegan el objeto a su pierna con esparadrapo.
—¿Me estás vacilando?
—Palabrita —dice levantando su mano—. Voy a volver al trabajo
antes de que me regañe la super. Luego te veo.
El clima de las Urgencias cambia de un plumazo al recibir el aviso de
la llegada de varias intoxicaciones por drogas.
—Una es grave y pasa directamente a box vital y las otras dos son
leves —nos explica Lagos—. Necesito que vosotros —nos señala a mi
compañero de cuarto año y a mí— os ocupéis de las otras dos chicas. Hay
que hidratarlas, comprobar las constantes y averiguar qué han tomado. No
responden a la naloxona.
Cuando llegan las otras dos chicas, los celadores las llevan hasta la
sala de exploración en silla de ruedas. Van visiblemente perjudicadas.
—¿Qué habéis tomado? —pregunto mientras leo el informe de la
ambulancia que las ha traído.
—Ya se lo hemos dicho al otro doctor. Hemos tomado un par de copas.
—Esto no es una broma, ¿me oyes? —pregunto elevando la voz—. Tu
amiga puede morir si no nos decís la verdad.
—Sofía —me advierte mi compañero.
—Nos tomamos unas pastillas —confiesa la otra amiga.
—¿Qué pastillas?
—Kar… no sé qué.
—¿Karkubi? ¿Tomasteis karkubi? —pregunta mi compañero y ella
asiente—. Mierda.
Sale corriendo hacia el box vital para informar a nuestra adjunta.
Continúo la exploración de ambas chicas y compruebo que las
constantes son normales salvo una leve taquicardia por efecto de la droga.
—Le están haciendo un lavado de estómago —me informa mi
compañero—. Es una nueva droga que mezcla opioides y benzodiacepina y
sumado al efecto del alcohol pues imagínate.
Mi compañero se muestra de acuerdo en el tratamiento que propongo
para las chicas y lo autoriza.
—¿Cómo está la chica? —preguntamos a Lagos cuando la vemos salir
del box vital.
—Está crítica, se la acaban de llevar a la UCI. Ha sufrido una parada
en la ambulancia. No sabemos el tiempo que ha estado su cerebro sin
recibir oxígeno. —Se quita los guantes enfadada—. Han llamado a la
hermana, está de camino. Cuando llegue, Sofía, te encargarás tú de
informarla. Los padres de las otras dos chicas también vienen de camino.
—Vale.
—¿Y las otras dos cómo están?
—Durmiendo la mona en cortinas —informa mi compañero—. En
cuanto lleguen los padres las damos el alta.
—Todo controlado entonces. He dejado firmadas las altas. Voy a la
cafetería a cenar, luego os veo.
Primero llegan los padres de las chicas, les informamos de lo sucedido
y les entregamos las altas. Los gritos de uno de los padres han debido oírse
en todo el hospital. Las enfermeras le piden que baje el volumen y les
recomiendan que esperen a hablar con ellas cuando estén en casa.
—Quince minutos y terminamos —informa Jaime apareciendo a mi
lado seguido por Marcos.
—A mí todavía me quedan diez horas.
—¿No bajas a cenar? —pregunta el técnico.
—Estoy esperando a que llegue la hermana de la chica en coma para
informarla.
—Pobrecilla.
—Sofía, ha llegado la hermana —informa mi compañero y lo
acompaño a la sala de espera.
—¿Leire? —Asiente—. Nosotros somos Sofía y Félix, acompáñenos.
—¿Cómo está mi hermana? La enfermera me ha dicho que está grave,
pero no me ha contado nada más. Quiero verla.
—Tenemos libre el box 1 —me indica mi compañero.
—Acompáñenos y le informaremos de lo sucedido.
Al entrar en la habitación le pido a la hermana que se siente en la
camilla y me sitúo en una silla frente a ella.
—Su hermana ingresó en Urgencias con un cuadro de intoxicación por
drogas y alcohol. —Leire comienza a llorar—. Cuando los compañeros de
la ambulancia acudieron a su domicilio su hermana estaba en parada
cardiorrespiratoria y consiguieron reanimarla. En el hospital ha sido tratada
para revertir los efectos de las drogas y estamos haciendo todo lo que
podemos por ella.
—¿Está…?
—Está en estado crítico. No sabemos cuánto tiempo estuvo su cerebro
sin recibir oxígeno durante la parada. La han conectado a un respirador. Le
recomiendo que avise a sus padres. Lo lamento mucho.
—No, por favor, no. —Comienza a llorar—. Mi hermanita. Tienen que
salvarla, por favor, díganme que la salvarán. La necesito. —Solloza.
Su dolor me transporta a años atrás cuando yo era esa chica. El día que
mi vida terminó. Mis manos comienzan a temblar y Félix toma mi lugar
junto a la chica.
—Le prometemos que haremos todo lo posible. Su hermana está
recibiendo la mejor atención. En un rato podrá pasar a verla.
—Es mi culpa. Tenía que estar en casa y las dejé solas. Si hubiera
estado allí… Si se muere solo será culpa mía.
«Si hubieras estado aquí tu hermana no habría muerto». Las palabras
de mi padre vienen a mi mente cortándome la respiración.
—Lo siento —digo antes de abandonar la sala.
Todo me da vueltas. Camino buscando el baño más cercano y me
choco contra un carrito de medicación. Levanto la mano a modo de
disculpa, no me salen las palabras.
«Lo siento, no hemos podido hacer nada por ella».
Cuando llego al baño vomito.
Un sollozo escapa de mi garganta y no puedo evitar dejarlo salir. Me
abrazo las piernas y tiemblo. Trato de respirar como tantas veces he hecho,
pero no consigo que pare.
Oigo cómo golpean a la puerta del baño y me quedo quieta.
—¿Sofía?
Reconozco su voz y, aunque sé que luego me arrepentiré, me levanto,
quito el pestillo para dejarlo entrar.
—¿Qué ha pasado?
—Su hermana…—sollozo— puede morir. Su hermana. —Escondo la
cabeza en su pecho. Me abraza y cierra la puerta.
—Estoy aquí contigo —susurra Marcos y acaricia mi espalda—.
Respira como tú me enseñaste —pide llevando su mano a mi pecho y la mía
al suyo.
Permanecemos abrazados mientras él me susurra palabras
tranquilizadoras que me hacen volver al presente y recuperar el ritmo
normal de mi respiración.
—Si yo hubiera estado allí, seguiría viva. —Estas palabras se escapan
de mis labios y él me mira.
—¿Con la paciente? —pregunta confuso ante mis palabras—. Estoy
seguro de que Lagos ha hecho todo lo que ha podido.
Cuando me doy cuenta de lo que he confesado prefiero no sacarlo de
dudas y permanezco en silencio mientras sigo respirando.
Poco a poco voy sintiéndome mejor y la vergüenza me alcanza.
—Marcos, perdona, no sé lo que me ha pasado… —expreso tratando
de recuperar el control de la situación.
—No tienes que contármelo si no quieres.
—Ha debido de ser el cansancio, llevo…
—Para. —Se separa de mí y levanta sus manos—. Si vas a disculparte
o buscar cualquier excusa que justifique cómo estás, no lo hagas. No me
gusta que me mientan. —Asiento—. Salgamos ya que tu compañero te
estaba buscando.
Salimos del baño y veo caminar a Félix hacia nosotros.
—¿Dónde estabas? ¿Estás bien?
—Sí, perdona es que… —La mirada de Marcos me detiene. Hace un
minuto me ha pedido que no le mienta y justo iba a hacer eso con mi
compañero.
—Yo ya me voy. Hablamos mañana. Que tengáis una buena noche.
—Gracias —responde Félix.
Mientras caminamos hacia la cafetería pienso en Marcos y en su
petición: «no me mientas». Hasta ahora me había dicho a mí misma que
ocultarle mi pasado no era mentir, sin embargo, llegados a este punto, no sé
si podré seguir guardando silencio mucho más tiempo. No si quiero que lo
que sea que tenemos funcione.
39
Aprender a soltar
Marcos
Al llegar a casa no consigo quedarme dormido. Doy vueltas en la cama
sin poder parar de pensar en Sofía y lo ocurrido en el baño.
Puede que haya sido demasiado duro con ella, pero no soporto que me
mientan y ella lo iba a hacer, podía verlo en sus ojos.
Hasta ahora le había dado espacio para que ella me hablara de su vida
cuando quisiera sin presionarla y fingiendo que no me importa que cambie
de conversación si algo le incomoda o evite ciertos temas, pero esta noche
al verla sufrir así y no poder ayudarla, algo se ha roto en mi interior y ha
salido en forma de reproche.
Me duele el no ser capaz de hacer que confíe en mí. Siento que algo no
estoy haciendo bien si ella no se siente segura para abrirse cuando está
conmigo.
Compruebo el reloj y veo que son las cuatro de la mañana. ¡Mierda!
Me dirijo a la cocina y me preparo un vaso de leche caliente.
—¿No puedes dormir? —pregunta mi hermana.
—¿Te he despertado?
—No te preocupes, Lucía me ha pedido agua. ¿Qué te pasa? —
Permanezco en silencio—. ¿Sofía?
—¿Tan obvio soy?
—Un poquito sí, hermanito. Prepárame otro vaso. Creía que estabais
bien. —Se sienta en una de las sillas y separa la otra para mí.
—Sí, pero falta algo…
—Explícate.
—Adoro pasar tiempo con ella, estar con ella —Me sonrojo y Carol
pone los ojos en blanco haciéndome reír— y…
—Y la quieres.
—Sí, la quiero. —Coloco nuestros vasos en la mesa y me siento a su
lado.
—¿Entonces cuál es el problema?
—Pensé que con el tiempo ella se abriría a mí. Le di espacio como
hablamos y no ha funcionado. Hoy en Urgencias la he encontrado en uno de
los baños teniendo un ataque de ansiedad y, tras conseguir que se le pasara,
no solo no me ha contado el motivo, sino que ha tratado de mentirme.
—Tiene miedo, Marcos.
—¿Miedo de qué? Soy yo.
—¿Recuerdas cuando me quedé embarazada? —Asiento—. No, solo
recuerdas el momento en que os lo conté a mamá y a ti cuando ya estaba de
doce semanas. Pero yo lo supe mucho antes y no os lo dije. Temía que
cuando conocierais la verdad os sintierais decepcionados y ya no me
mirarais de la misma forma. Lo retrasé lo máximo posible porque en el
momento en que lo dijera en voz alta, sería real.
—Fue una sorpresa para nosotros, pero te apoyamos desde el
principio. —Extiendo mi mano sobre la mesa a su lado y ella coloca la suya
encima.
—Sí, lo sé, pero cuando tienes miedo, la mente te juega malas pasadas.
Puede que el motivo por el que Sofía no te lo cuente no sea porque no
confíe en ti sino porque no quiere que cambie el modo en que la miras. No
se trata de que tú estés preparado para escucharlo y apoyarla, se trata de
ella, tiene que estar preparada para sincerarse y eso no es fácil.
—Quizás tengas razón. No lo había pensado así.
—No la estoy justificando. Es una situación complicada para ambos y
es algo que deberíais hablar. Quizás ella no esté preparada para contártelo
pronto o puede que nunca lo esté. Y tienes que valorar si estás dispuesto a
esperar algo que quizás no llegue nunca. Solo podemos ayudar a los que
quieren ser ayudados.
—Cuando la veo así no puedo evitar querer protegerla de todo lo que
le hace daño.
—A ella y a todos. Sé que tus intenciones son buenas, pero no necesita
ser salvada y tu sobrina y yo tampoco.
—Perdona por preocuparme de vosotras.
—Marcos, mírame —pide seria—. No seas injusto, sabes a lo que me
refiero.
—Tienes razón, perdona.
—Tienes que aprender a soltar y empezar a preocuparte también por ti.
A Lucía no le va a pasar nada por quedarse con la hija de Consuelo alguna
tarde y que tengas tiempo libre para hacer lo que quieras. Antes te
encantaba salir con la bici y ahora la única que llevas es la de tu sobrina. —
Sonríe.
—Es que la suya es más bonita, tiene cesta y todo.
—Qué tonto eres. Venga, vamos a dormir un poco. —Me coge del
brazo y me levanta—. Mañana, bueno, mejor dicho, hoy, tómate la mañana
para ti: descansa y habla con ella. Es una orden.
Vuelvo a la cama y compruebo mi móvil que marca las cinco menos
cuarto. Me pongo la alarma a las siete y media y trato de volver a
dormirme.
Sofía:
Me he cruzado con Jaime al salir y me ha dicho que hoy trabajas.
¿No habías cambiado el día para cuidar de Lucía?
Marcos:
Eso se suponía, pero hay muchas bajas y me
hacen ir.
Me voy a volver loco.
Sofía:
¿Dónde está el chocolate?
Lucía quiere que lo tomemos para
merendar.
Marcos:
¿Y tú te sacrificarás y te tomarás otro?
Sofía:
Soy una niñera ejemplar y quiero que mi jefe
quede contento con mi trabajo.
Marcos:
En el armario de al lado de la nevera,
junto a los cereales.
No le gusta muy espeso.
Sofía:
Estaba muy rico.
Te mando pruebas.
Le envío las fotos y veo que no está conectado. Son las cinco de la
tarde y debe de estar trabajando.
Continuamos pintando otro rato hasta que la niña se cansa y me pide
que la acompañe a su habitación para enseñarme sus muñecos.
Pasan las horas mientras jugamos, bailamos y charlamos. Lucía no
para de hablar y a mí me encanta escuchar lo que tiene que decir.
—La hermana de Irene es mayor y tiene novio. —Me río ante las
salidas de la niña.
—¿Y qué significa eso de tener novio?
—Pues que se quieren y se dan besos en la boca. —Suelto una
carcajada.
—Tú todavía eres muy pequeña para eso.
—Eso dice el tito. —Vuelvo a reír.
—Hazle caso, él sabe mucho —indico tratando de permanecer seria.
—Le pregunté si tú eras su novia. —Paro de pintar y la miro.
—¿Y qué te dijo?
—Que sí, pero que es un secreto. No le digas que lo sabes.
Me llevo dos dedos a la boca y hago un gesto de cerrar una cremallera
y ella se ríe.
¿Novia? Suena bien.
Para mi sorpresa el vértigo es sustituido por la felicidad y por una vez
me doy permiso para sentirla, para disfrutar esta sensación.
A las ocho caliento nuestra cena y pongo un ratito la tele. La niña está
agotada de toda la tarde sin parar y comienza a dormirse.
Tras meterla en la cama y leerle dos cuentos bajo de nuevo al salón y
compruebo el móvil. Veo que tengo un par de mensajes de Marcos.
Marcos:
Estáis preciosas las dos.
¿Qué tal se ha portado?
Sofía:
Muy bien. Hemos cantado, bailado, pintado y
hablado muchísimo.
Acabo de acostarla.
Marcos:
Es un loro, no se calla ni debajo del agua. Tú también debes estar muy
cansada.
Sofía:
Estoy agotada, pero me lo he pasado muy bien.
Con tu permiso me voy a tumbar un rato en el sofá a
ver la tele mientras
te espero.
Marcos:
Permiso concedido.
En un ratito te veo.
Te echo de menos.
Cojo el mando de la tele, zapeo hasta encontrar una película que tiene
buena pinta y acaba de empezar. Poco a poco voy quedándome
profundamente dormida.
Sofía:
Buenos días, guapo.
¿A qué hora tiene Esther la
rehabilitación?
Marcos:
Buenos días, novia
De doce y media a una y media.
Sofía:
Gracias.
Voy a ir a buscarla y así veo
cómo le va.
Marcos:
Pasadlo bien.
Te quiero.
Óscar:
Muchas felicidades, Sofía
Espero que te esté yendo genial en el hospital.
Siempre supe que serías una gran doctora.
Pasa un buen día y saludos a tu familia.
Marcos:
¿Estás despierta?
Sofía:
Sí, no puedo dormir.
Marcos:
¿Puedo subir?
Estoy abajo.
Subo por las escaleras y en cuanto me abre, me indica llevándose un
dedo a los labios que Alma está dormida. Vamos a su habitación y cerramos
la puerta.
—¿Cómo estás?
—Me siento fatal por lo de antes. —Confiesa sentándose en la cama y
me coloco a su lado—. No quiero que pienses que quería utilizarte. No es
eso es que…
—¿Qué? —pregunto al ver que se detiene girándome hacia ella.
—Que cuando estoy contigo todo duele menos…
—Amor… —digo conmovido mientras la abrazo.
—Y hoy la echo mucho de menos. Necesitaba que no doliera tanto…
No pensar en ello…
—Si me lo hubieras dicho me habría quedado a tu lado. Yo solo quiero
verte bien.
—Lo sé y me ayudas salvo cuando me haces preguntas que no puedo
contestar porque hacerlo me rompería. —Su voz se quiebra.
—En algún momento tendrás que hablar de ello. Creo que te ayudaría.
—Lo sé, pero todavía no estoy preparada.
—Está bien. Cuando necesites hablar te estaré esperando.
—Te quiero. —Me mira y una lágrima escapa de uno de sus ojos y la
limpio—. Te quiero mucho.
—Yo sí que te quiero, preciosa. —Acerco mi boca a la suya y la beso.
Ojalá pudiera con mi presencia hacer desaparecer no solo una parte, sino
todo su dolor.
—Marcos —susurra.
—¿Sí?
—Puedes quedarte esta noche.
—Por supuesto que sí —indico mientras me quito los vaqueros y las
zapatillas.
Me meto en la cama y ella se tumba a mi lado apoyando su cabeza en
mi pecho.
—Podría acostumbrarme a esto.
—Y yo. —La abrazo y poco a poco nos quedamos dormidos.
44
Será lo que tenga que ser
Marcos
Tras abrir tres armarios encuentro las tazas de desayuno. Me sirvo un
café y sirvo otro para Alma y pongo leche a calentar para echarle el cacao
de Sofía.
—Buenos días, cuñado —me saluda Alma entrando en la cocina.
—Buenos días —respondo tendiéndole una de las tazas—. ¿Quieres
leche?
—Sí, un poquito. ¿Sofía todavía está dormida?
—Sí, quiero sorprenderla con el desayuno. —Nos sentamos los dos en
la mesa de la cocina.
—¿Cómo estás?
—Ya más tranquila después…
—No, te pregunto que cómo estás tú. Cuando te fuiste me contó lo que
pasó. Es difícil ver que lo pasa mal y que no te deja ayudarla. Lo digo por
experiencia. ¿Cómo te sientes? —Suspiro y miro a Alma. Hasta este
momento no me había parado a fijarme en cómo estoy yo.
—Preocupado, impotente, asustado. Cuando la conocí pensé que
simplemente era una persona reservada a la que no le gustaba hablar de su
vida personal. Pero poco a poco me di cuenta de que no es solo eso, bloquea
el dolor. He sido testigo de ello en Urgencias y no he sabido cómo ayudarla
y me da miedo no ser la persona que ella necesita a su lado.
—Marcos, ella no necesita a nadie, pero aun así te ha elegido a ti para
compartir su vida. Quédate con eso. Sofía ha pasado por cosas muy
difíciles, que le corresponde a ella compartir contigo, y que todavía no ha
superado.
—Anoche me dijo que cuando está conmigo todo duele menos y no
sé… —Guardo silencio sin saber cómo continuar.
—¿Y no sabes cómo sentirte al respecto? —Esta chica es realmente
buena como psicóloga.
—Me gustaría que fuera en el contexto de que yo la ayudo a superar lo
que sea que le ocurrió y no que soy su vía de escape.
—Te entiendo. ¿Y qué vas a hacer?
—La quiero, Alma, y quiero estar con ella hasta que me lo permita o
hasta que yo no pueda más. Lo que pase primero.
—Eres un buen hombre, Marcos. Me alegro de que estéis juntos.
Cambiamos de tema y le pregunto por sus prácticas y así nos pilla
Sofía cuando entra en la cocina con cara de sueño.
—Buenos días. —Da dos besos a su amiga y se sienta en mis rodillas.
Paso un brazo por su espalda y la abrazo—. ¿Has dormido bien?
—Mejor que nunca —respondo dejando un rápido beso en sus labios
—. Tienes tu leche con cacao al lado del microondas.
Termina de desayunar y mientras yo recojo la cocina. Escucho al otro
lado de la puerta cómo Sofía le pregunta a Alma si le ha molestado que me
quede a dormir y Alma le dice que puedo venir siempre que quiera mientras
la dejemos descansar. ¡Qué bien me cae la psicóloga!
Alma hoy entra más tarde por lo que no nos acompaña hacia el
hospital.
Salimos de casa juntos y Sofía toma mi mano. Me mira y sonríe. Está
preciosa y puedo ver que es realmente feliz. Mi pecho se encoje al darme
cuenta de que soy el responsable de esa curva en sus labios. Cómo me
gustaría que se quedara ahí para siempre.
—Hoy es mi último día en Urgencias —comenta, apesadumbrada al
entrar al hospital.
—Sabía que terminarías cogiéndole cariño. —Sujeto la puerta y nos
subimos al ascensor que está vacío.
—Echaré de menos pasar allí las mañanas.
—¿Ah, sí? —pregunto atrayéndola hacia mí—. ¿Y a alguien en
especial?
—Pues ahora que lo dices no lo sé…
—A ver si te refresco la memoria. —Junto su boca con la mía y la
beso—. ¿Lo sabes ya?
—Creo que necesito aclarar mi mente un poco más. —Me besa de
nuevo y rompemos a reír.
—Vamos a cambiarnos que no querrás llegar tarde en tu último día.
—Qué bien me conoces.
Tras vestirnos, subimos a Urgencias y nada más entrar nos cruzamos
con Jaime. Mi amigo mira nuestras manos entrelazadas y sonríe. Anoche le
dije que iba a acercarme a casa de Sofía y ha podido comprobar por él
mismo que la cosa salió bien.
—¿Y esas ojeras, chicos? ¿Habéis dormido poco? —pregunta mientras
nos pincha con sus índices.
—Lo necesario —respondo y él suelta una carcajada.
—Sofi estás preciosa. Feliz No Cumpleaños —añade dándole un beso
en la mejilla.
—Muchas gracias. Igualmente.
—¿Hoy es tu último día, no?
—Sí, la semana que viene vuelvo a Interna. Me gusta mucho estar en
planta, pero la compañía aquí es mejor.
—La compañía y que te puedes magrear con el churri.
—¡Jaime! —exclama dándole un manotazo en el hombro—. Soy una
profesional. Os dejo ya que tengo que buscar a Lagos.
—Adiós, cariño. —Dejo un beso en su cabeza y me deja a solas con
mi amigo.
—Tienes mejor cutis que anoche. ¿Qué vitaminas tomas? —pregunta
ganándose un empujón y haciéndome reír.
—Gracias por lo de ayer. En serio. —Pongo mi mano en el hombro y
le doy un apretón.
—Cuando quieras. Será mejor que comiences a trabajar ya, que según
me han dicho, anoche le tocó turno a Pamela y ya sabes…
Normalmente tenemos la norma no escrita de reponer el material antes
de acabar el turno para que las siguientes en llegar comiencen a trabajar con
todo colocado y evitar retrasos, pero con las sustituciones y el cambio de
personal, no siempre conseguimos que todas las técnicas lo hagan. Pamela
digamos que va a lo suyo.
Reviso en primer lugar los box vitales y veo que están abastecidos y
luego me pongo con los estantes de las diferentes salas de valoración en los
que faltan material fungible y fármacos.
Se me pasa la mitad de la mañana entre cambiar la ropa de cama de los
pacientes ingresados en observación, asearlos e ir y venir del laboratorio
para llevar muestras.
Las horas de toda la semana van pesando y el haber dormido poco esta
noche también. Nuestra intención era dormir, lo prometo, pero por la noche
nos desvelamos y una cosa llevó a la otra y pues nos hemos despertado con
las ojeras del mismo tamaño que nuestras sonrisas.
Cuando llega la hora del descanso, camino como un zombi hasta el
mostrador de enfermería.
Me sorprendo al encontrar a Esther junto a Gloria y Sofía.
—¿Qué haces aquí? —oigo que pregunta Gloria—. ¿Ya estás bien?
—Tengo revisión en un rato con el traumatólogo.
—Buenas. No me habías dicho que venías —indico dándole un abrazo.
—Tenía revisión el lunes que viene, pero me la han adelantado. Si me
da el visto bueno, pediré el alta.
—¿Qué opina Andrés? Es su fisioterapeuta —aclara Sofía a la jefa de
enfermeras.
—Cree que ya estoy preparada para trabajar. Aunque seguiré yendo un
par de veces a la semana después del trabajo.
—¿Pero él está de mañana, no? —pregunto confuso.
—Sí, pero me ha dicho que no le importa quedarse un ratito al
terminar y verme. Como sois amigos, pues querrá hacerte el favor imagino.
Gloria y Sofía se miran y sonríen y yo siento que me falta información.
—Os dejo que voy a bajar a por un chocolate. Luego nos cuentas,
Esther —indica Sofía dando un abrazo a la enfermera.
—Voy contigo, cariño.
—¿Cariño? ¿Me he perdido algo?
—Se podría decir que… —comienza Sofía mientras se pone a mi lado
y rodea mi cuerpo— estamos juntos.
—Os ha costado admitir que sois pareja —Ambos nos miramos sin
entender nada.
—¿Cuándo aposté yo que empezaban a salir? —pregunta Gloria.
—Creo que dijiste que para antes de Navidad —comenta Esther.
—Hombre teóricamente en Navidad pasaron cosas —indico
ganándome un empujón por parte de Sofía.
—¿Te subimos algo, Gloria?
—No, gracias, cielo. Ya me he tomado un café en la salita.
Llegamos a la cafetería y en mi cabeza sigo dándole vueltas a lo que
ha dicho Esther hace un momento.
—Sofía, ¿sabes si pasa algo entre Andrés y Esther? —Mi chica sonríe
y se lleva su chocolate a los labios.
—Ayer cuando fui a verla a rehabilitación y comimos juntas me fijé en
que Andrés no le quitaba ojo y Esther se sonrojó un par de veces al hablar
de él. No creo que haya pasado nada, aunque harían una bonita pareja.
—No sé si Esther… —comienzo y me interrumpo.
—Lo sé. Me contó todo lo que pasó con su ex.
—Ese desgraciado… —Pone su mano encima de la mía.
—Tuvo que ser muy difícil para ti también.
—Lo fue. Durante mucho tiempo le estuve dando vueltas a si cuando
salíamos todos en grupo y ellos comenzaron juntos, hubo algo que podría
haberme hecho sospechar que algo así pasaría, pero eran una pareja normal.
—De puertas para fuera siempre suelen ser así. Esther ha pasado por
mucho y ha seguido adelante. Es una persona muy resiliente.
—Lo es, pero no puedo evitar preocuparme porque le hagan daño de
nuevo.
—Es tu mejor amiga, la quieres. Es normal. Andrés parece un buen
chico. Igual pasa algo entre ellos o igual no. Será lo que tenga que ser.
—Sí, tienes razón.
Suena la alarma del móvil de Sofía que nos indica que nuestro
descanso ha terminado y tenemos que volver a Urgencias.
—¿Y qué tal Carol? Me comentaste que le gustaba un compañero de
trabajo, ¿no?
—Sí, no me ha vuelto a decir nada de él. Imagino que no habrá pasado
nada.
—Ay que ver con los hermanitos y los líos en el trabajo. ¿Tenéis un
fetiche por los uniformes o algo así? —Suelta una carcajada y la abrazo por
la espalda para hacerla cosquillas.
—¿Tienes alguna queja de ello?
—Ninguna. —Agarra con sus manos el cuello de mi pijama y tira de
mí para que la bese—. Puestos a ser sincera, aunque me encanta como te
queda el pijama, te prefiero sin él. Sin nada —susurra esto último.
—Eres mala.
—Lo sé, pero me quieres.
—Mucho.
45
Papá tenía razón
Sofía
La vuelta a Interna ha ido mejor de lo que pensaba. Estos cuatro meses
fuera de la planta me han dado la seguridad en mí misma para no
acobardarme ante las preguntas de Saavedra. Ya no me hago pequeñita
cuando mi adjunto fija sus ojos en mí.
Aun así, sigo echando de menos a la gente de Urgencias,
especialmente a él, aunque aprovechamos cada ratito libre para vernos
como si tuviéramos quince años.
Suena la alarma de mi móvil y trato de separarme de Marcos, pero él
me abraza más fuerte y continúa besándome. Nos hemos escondido en un
cuarto vacío durante el descanso y parece que este ha llegado a su fin.
—Cinco minutos más —pide haciéndome reír poniendo morritos.
—No me gusta llegar tarde, ya lo sabes —indico mientras me rehago
la coleta.
—Este finde no tienes guardia, ¿no?
—No, tengo los dos días libres. —Sonrío.
—¿Tienes algún plan? ¿Irás a ver a tus padres?
Me incomoda la pregunta, pero disimulo. Es una pregunta normal
porque es algo que suele hacer la gente normal que tiene una relación
normal con su familia. Yo no encajo en esa descripción. Aunque ahora que
lo pregunta no es mala idea.
—Pues no lo había pensado, quizás lo haga. Llevo sin ver a mi madre
desde Navidad y la echo de menos.
—Seguro que está deseando verte. ¿Dónde vive?
—En Torrijos, un municipio cerca de Toledo. Está a una hora de
Madrid.
—¿Vas en tren?
—Prefiero ir en autocar. ¿Tú tienes planes?
—El sábado trabajo, pero el domingo si vuelves pronto podríamos
quedar.
—Me parece bien. —Dejo un beso en sus labios y salgo de la
habitación—. Luego nos vemos.
Llego a planta y al entrar en la sala de médicos veo que la doctora
Pérez está sentada con sus dos residentes. Hoy Saavedra se ha cogido el día
libre.
—Siento llegar tarde.
—No te preocupes, Sofía. Llegas justo a tiempo. Vamos a hacer un
juego para practicar los diagnósticos diferenciales. Muchas veces hay
patologías que dan la cara con sintomatología muy parecida, pero siempre
hay un detalle que las diferencia. He cogido varias historias reales de
pacientes antiguos de esta planta. Os voy a decir la sintomatología con la
que ingresaron. Me diréis qué pruebas le haríais y si se pidieron os diré los
resultados y tenéis que tratar de averiguar el diagnóstico.
Vamos que estamos de examen sorpresa. Cojo aire, trato de relajarme y
confiar en mis conocimientos.
—Paciente de treinta y dos años que ingresan en planta con mareos
frecuentes, fatiga, debilidad muscular y problemas visuales de varios días
de evolución. Vuestro turno.
—¿Qué glucemia tiene? —pregunta Sergio, uno de mis compañeros.
—90 en ayunas. —Descartada la diabetes.
—¿Le hicieron una resonancia magnética para descartar Esclerosis
Múltiple?
—Sí, Paola, y la descartamos no había placas ni cicatrices.
—¿Alguna enfermedad reciente? —inquiero barajando diferentes
opciones.
—Buena pregunta. Estuvo resfriada hace unos días y tuvo cefalea y
fiebre. —Asiento.
—¿Toma algún medicamento que pudiera causar esa sintomatología?
—pregunta Sergio.
—Es una mujer aparentemente sana. Solo toma antihistamínicos
cuando va a su casa del campo por la alergia al polen.
—¿Ha estado hace poco en el campo? ¿Alguna picadura reciente?
—Hace dos semanas. Sí, una en la pierna. —Mi adjunta sonríe.
—¿Tiene forma de ojo de buey? —insisto.
—Ya lo tienes, Sofía.
—Es Lyme.
—Efectivamente, la forma de esas picaduras es propia de garrapatas,
pero para confirmarlo debemos hacerle una punción lumbar y ver si da
positivo en los anticuerpos de la bacteria Borrelia burgdorferi. En el caso
de nuestra paciente así fue.
Patricia me felicita y entre todos repasamos el tratamiento que le
pondríamos a la paciente. Nos alegramos al saber que los síntomas
mejoraron con los antibióticos y que lo cogieron a tiempo antes de que
empeorara la sintomatología neurológica.
Continuamos repasando casos de pacientes y acierto en más de los que
esperaba. Hay otros que son tan rebuscados que nunca se me hubiera
pasado por la cabeza el diagnóstico. Como dijo un estudioso de
enfermedades raras un día a sus alumnos «Si oís ruido de cascos pensad en
caballos, pero no olvidéis que también pueden ser cebras».
En estos casi nueve meses en el hospital he aprendido muchísimo,
aunque todavía me falta para llegar a ser una gran internista.
Cuando llega el caso de don Manuel lo reconozco de inmediato y
repasamos con la doctora Pérez el tratamiento pautado.
—Era mi paciente —confieso a mis compañeros.
—Me acuerdo de él, era un gran hombre siempre estaba leyendo —
comenta Patricia con una sonrisa.
—¿Podríamos haber hecho más? —Hago la pregunta que tanto tiempo
estuvo rondando en mi cabeza después de que falleciera.
—No, el tratamiento era el correcto, pero tras tantas infecciones los
pulmones se fueron debilitando. No se podía hacer nada más.
Siento como si me quitaran una losa de encima del pecho que no era
consciente que llevaba tantos meses ahí. La culpa por no haberlo salvado.
Recuerdo las palabras de don Manuel «la medicina no puede salvar a todo
el mundo».
Termino mi turno y voy directamente a casa. Hoy Marcos tiene que
recoger a Lucía y no hemos quedado a la salida.
Por el camino aprovecho para llamar a mi madre y ponernos al día.
—Buenos días, hija. ¿Cómo vas?
—Bien, saliendo ahora del hospital y de camino a casa.
—¿El trabajo bien?
—Sí, contenta. Hoy una de mis responsables nos ha hecho una especie
de examen y se me ha dado muy bien.
—Siempre has sido muy inteligente desde pequeña.
—¿Tú qué tal?
—Yo bien, ya sabes. De la panadería a casa y de casa a la panadería. A
veces se pasa tu tía a tomar el café, pero ella tiene su vida y su familia, no
puede estar todo el día conmigo…
—He pensado en acercarme este sábado. Podemos comer las dos y
pasar el día juntas —propongo ilusionada.
—Sofía, verás…
—¿Qué ocurre? ¿No te viene bien?
—Sí, no es eso. He quedado con tu padre para llevar algunos muebles
de la casa al trastero. Podemos aprovechar que estamos los tres juntos y
miras si quieres algo…
—No creo que sea buena idea.
—Sofía, tu padre quiere verte. Han pasado casi dos años, tienes que
hacer un esfuerzo.
—He hecho un esfuerzo, mamá. He respondido a algunos de sus
mensajes y hemos hablado algo más, pero no estoy preparada para verlo en
persona todavía.
—Es tu padre. Tienes que perdonarlo. No puedes seguir así. Está
arrepentido de lo que dijo. No lo piensa. No es cierto.
—Ese es el problema, mamá. ¿No lo entiendes? Papá tenía razón. Sí
que es verdad lo que dijo.
—¿Qué estás diciendo, Sofía? Tú no tienes la culpa de nada. No te
culpamos de lo que ocurrió. No sigas enfadada, hija. Los dos te queremos.
—Y yo también a vosotros, mamá, por eso es tan complicado volver a
casa.
—Prométeme que lo intentarás. Paula hubiera querido que nos
lleváramos bien.
Sus palabras se clavan en mi pecho. Sé que tiene razón, pero no puedo
hacer algo que no siento, no puedo fingir que las cosas son como antes si no
es así.
—Te lo prometo, pero será mejor que dejemos la visita para más
adelante. Prefiero descansar este finde. Te llamo en unos días, ¿vale?
—Vale, como quieras.
—Te quiero, mamá.
—Y yo.
46
Estando contigo
Sofía
¡Por fin viernes!
Esta semana se me ha hecho especialmente larga. Me ha costado
volver a acostumbrarme al ritmo de la planta y especialmente a mi adjunto.
También puede que haya influido la conversación con mi madre para que el
día de hoy sea más difícil. ¿Y si no es a mi padre al que tengo que
perdonar? ¿Y si en el fondo no es con él con quien llevo tanto tiempo
enfadada?
—Aquí tienes tu chocolate —dice Natalia sentándose frente a mí.
—Gracias. Lo necesitaba.
—¿Día duro hoy?
—Semana en general.
—Con Patricia bien, ¿no? Superaste el concurso de diagnósticos.
—Sí, no se me dio mal. Pero Saavedra me supera. Al principio lo
toleraba, pensaba que era su forma de enseñar, sin embargo, ahora, cada vez
que hace un comentario despectivo sobre algún miembro del equipo de
enfermería, le tiraría el fonendo a la cabeza. No sé qué me pasa. Yo antes no
era así.
—Pues que has despertado y has descubierto que por mucho prestigio
que tenga eso no quita que sea un gilipollas. —Sonríe y da un sorbo a su
café.
—Será eso sí.
—Quédate con la parte médica que es lo que te aporta e intenta no
enfrentarte a él o saldrás perdiendo. Las enfermeras lo conocen y la mayoría
de las veces ya ni contestan a sus provocaciones. Cuando termines la
residencia estará casi jubilado y si conseguimos trabajar aquí, con suerte,
Patricia será nuestra jefa. ¿Te imaginas?
—Me encantaría quedarme aquí. Sería genial trabajar todos juntos en
el mismo hospital.
—Lo sería.
—¿A qué hora comienzan las sesiones clínicas?
—A la una. ¿Qué hora es?
—Menos diez.
—Vamos a ir subiendo o nos tocará ponernos en primera fila —indica
mi amiga y me muestro conforme.
Hoy tenemos cuatro sesiones de media hora cada una. Los R mayores,
que es como conocemos a los residentes de años superiores, tienen que
exponer algún caso complicado que hayan tenido o elegir un tema y hacer
una exposición breve sobre él.
El primero elige hablar sobre el mieloma múltiple y me quedo
impresionada con sus dotes de comunicación, parece que lleva haciendo
esto toda la vida. Los dos siguientes exponen un caso cada uno y, pese a que
están muy nerviosos, lo resuelven favorablemente. Y ahora estamos con el
último de la mañana: Antonio. Nos está hablando de las enfermedades
inflamatorias intestinales y, aunque es un tema muy interesante, habla muy
bajito y despacio.
Miro a Natalia y veo que se está quedando dormida y le doy un
codazo.
—Natalia.
—Madre mía que alguien le suba el volumen y lo ponga a x2.
Me entra la risa y la disimulo tosiendo.
—¡Ay, la alergia! Qué mala es —añade mi amiga y yo quiero matarla.
Media hora después da por finalizada la sesión y abandonamos la sala.
—Me muero de hambre.
—Si quieres vamos a por unas hamburguesas.
—He quedado a comer con Marcos. Debe de estar esperándome en la
entrada. Mira, ahí está. —Lo señalo, está fuera del hospital—. Eres
bienvenida a unirte.
—Buenas, chicas —saluda el aludido.
—Le estaba diciendo a Natalia que se venga a comer con nosotros.
—Claro, vente.
—Voy a pasar, que querréis estar solitos y comeros la boca a gusto. —
Soltamos una carcajada—. A la próxima me apunto.
—Buen finde.
—No tan bueno como el tuyo. Yo tengo guardia mañana.
—Que te sea leve.
—Gracias, Marquitos. Pasadlo bien, niños. Sed buenos.
Cuando nos quedamos solos, me giro hacia Marcos y junto su boca
con la mía. Me moría de ganas de besarlo.
—¿Me has echado de menos? —pregunta sonriendo.
—Solo un poquito, casi nada. —Sonríe.
—¿Dónde quieres que vayamos a comer?
—Me apetece mucho una hamburguesa, creo que hay un McDonald’s
por aquí cerca.
—Sí, ya sé cuál dices. Vamos.
En estas últimas semanas mi relación con Marcos se ha consolidado.
Aprovechamos cada ratito libre que tenemos para estar juntos y se queda a
dormir en casa algunas noches. Cuando me permito dejarme llevar y no
darle tantas vueltas a todo, soy capaz de disfrutar de cada instante juntos.
—¿Te vas a comer esas patatas? —pregunto a mi chico y este sonríe.
—Son todo tuyas. No me atrevería a interponerme entre ellas y tú.
—Haces bien, perderías.
—¿Qué tal la mañana?
—La sesión clínica de hoy un rollazo y mira que el tema era
interesante. Al residente le faltaba cuerda. Es imposible que alguien hable
tan despacio.
—¿Tú tienes que hacer alguna sesión?
—Los de primero nos libramos y menos mal porque odio hablar en
público.
—Seguro que lo harás muy bien. Es cuestión de práctica.
—¿Tú qué tal la mañana?
—Un poco ajetreada para ser viernes. Nos ha llegado un chico que
había sufrido un accidente de moto. El casco le ha salvado la vida, pero su
pierna no ha tenido tanta suerte.
—Pobrecillo.
—Sí, cuando me he ido lo subían a cirugía. Será mejor que hablemos
de cosas más felices o nos vamos a deprimir.
—Sí, tienes razón. ¿Qué tal Lucía?
—Muy bien. Está aprendiendo a leer. Tiene una cartilla y por la noche
la leemos juntos y buscamos las sílabas en el cuento de dormir.
—Yo también tenía una de esas. La debe de tener guardada mi madre
en el pueblo y muchos cuentos. Cuando vaya se los traeré a ver si le gustan.
—¿Mañana vas, no?
—No, al final no.
—¿Y eso? ¿Tenías muchas ganas de ver a tu madre?
—He cambiado de idea.
—¿Ha pasado algo?
—Marcos, no insistas. No quiero hablar de ello —respondo
endureciendo mi tono.
—Solo quería saber si estabas bien. Ayer parecías bastante convencida
e ilusionada.
—Mi familia no es como la tuya. Tenemos problemas.
—Eso no es justo. Sabes que los últimos años tampoco han sido fáciles
para nosotros.
—No es lo mismo.
—Sofía, nosotros también lo pasamos muy mal cuando falleció mi
padre. Vosotros también saldréis adelante…
—Eso no lo sabes.
—No, claro que no lo sé, porque nunca hablas de ellos. No puedo
apoyarte si no te abres conmigo.
—¿Qué es lo que quieres saber? ¿Que mi hermana murió?, ¿que mi
padre me culpa de ello y hace más de un año que no lo veo?, ¿que mis
padres se divorciaron y ahora quieren vender la casa de mi infancia e
insisten en que vaya a recoger las cosas de Paula?
—Si esa es la verdad, sí, quiero saberlo. Si estás mal quiero que me lo
cuentes y si puedo ayudarte quiero estar ahí para ti.
—Lo siento, pero no puedo hacer esto, quiero irme a casa. No me
encuentro bien.
—Está bien. Te acompaño.
Caminamos hombro con hombro en silencio, sin darnos la mano.
Puedo ver en su mirada que está sufriendo y me duele verlo así. Él quiere
algo que yo no puedo darle porque si le hablara de ella el dolor me
absorbería.
—Por esto no quería que habláramos de mi familia. Sabía que cuando
lo hiciera terminaría con lo nuestro —confieso con la voz rota al llegar a mi
portal.
—¿Terminar con lo nuestro? ¿Eso es lo que crees que está pasando? —
pregunta confundido—. No es lo que yo quiero. Estamos hablando de lo
que de verdad te ocurre por primera vez en meses. Si acercarme a ti, saber
lo que has pasado y estás pasando es alejarnos como pareja, no sé a qué
estamos jugando, Sofía.
—No sé cómo hacer esto, Marcos. No quiero que te vayas. Lo siento.
—Mis ojos se llenan de lágrimas y ahogo un sollozo. Él se acerca y me dejo
envolver por sus brazos—. Dios… La echo tanto de menos.
Cuando consigo calmarme, doy un paso atrás y miro a Marcos. Siento
miedo ante su reacción, ahora que me ha visto romperme y llorar por la
muerte de mi hermana.
—Perdona, te he manchado el abrigo. —Sonrío.
—No me gusta verte así. Pero me alegro de que me lo hayas contado.
¿Estás mejor? —Limpia con sus dedos lo que deben de ser restos de rímel.
—Sí, gracias.
—¿Quieres que me quede contigo?
—Prefiero estar sola. Lo más seguro es que me eche un rato.
—Vale, pero si necesitas algo llámame y vendré corriendo.
—Vale. —Dejo un beso tímido en sus labios.
Mientras subo las escaleras siento que algo en mi interior que estaba
roto ha comenzado a sanar.
47
Te veo feliz
Sofía
Caminamos por los pasillos de la Casa del Libro de Gran Vía mientras
buscamos la sección de Psicología. Alma necesita un libro para sus
prácticas y hemos venido a dar una vuelta por el centro para ver si lo tienen
aquí.
—¿No quieres echar un vistazo a ver si te gusta algún libro?
—No tengo tiempo de leer con todo lo que tengo que estudiar —
respondo y ambas sabemos que es una excusa.
Antes de la muerte de Paula siempre encontraba un hueco para leer.
Especialmente mis favoritos: los libros de misterio. Había noches que me
quedaba leyendo hasta las tantas, no paraba hasta terminarlo.
Supongo que la culpabilidad me hizo renunciar a una de las cosas que
más me gustaban. Una especie de castigo autoimpuesto.
El libro de «Platero y yo» lleva en mi mesilla desde el día que la
enfermera me lo dio tras comunicarme el fallecimiento de don Manuel.
Muchas son las noches que lo cojo entre mis manos antes de irme a dormir,
pero nunca me decido a perderme entre sus páginas. Imagino que el día que
lo haga será porque he decidido seguir adelante y reconciliarme conmigo
misma.
—Ya estaría —dice mi amiga con su bolsa en la mano caminando
hacia mí.
—¿Qué quieres que hagamos ahora?
—Pues no le diría que no a un café.
—Buena idea.
Minutos después ambas estamos disfrutando de nuestras bebidas en un
Starbucks cercano. Me hundo en el sofá y suelto el aire de mis pulmones.
Hacía tiempo que no me sentía tan relajada. Aunque hay algo a lo que no
paro de dar vueltas a la cabeza desde mi discusión con Marcos.
—Te veo feliz.
—Creo que lo soy.
—Me alegro mucho. Puede que nuestro nuevo compañero de piso
tenga algo que ver. —Sonríe.
—¿Te molesta que se haya quedado varios días a dormir? Si es así
dímelo. La casa es tuya y…
—Era una broma, Sofía. Y la casa no es mía, es de las dos. Por
supuesto que no me molesta. Doy gracias a que mi padre insonorizó las
habitaciones en su día.
—Gracias —respondo sonrojándome.
—¿Va todo bien? —pregunta mi amiga que tiene la capacidad de
leerme a la perfección.
—Ayer discutimos. Comenté que al final no iba a donde mis padres y
me preguntó y cuando traté de evitar la conversación insistió y exploté. —
Le cuento lo que le dije y su respuesta—. Luego lo arreglamos, pero…
—No fuiste justa con él.
—Lo sé. En algunas ocasiones tengo la sensación de estar haciéndolo
todo mal.
—No lo haces todo mal, pero tiendes a ponerte a la defensiva y ver las
preguntas como un ataque. No lo son.
—Hay veces que no sé lo que quiere de mí ni si yo se lo puedo dar.
—Lo único que quiere es que confíes en él y que entiendas que está
ahí para ti. Para lo bueno y para lo malo. Al seguir avanzando en la relación
y que tú no te abras y le digas cómo te sientes, él puede tener la sensación
de que hay algo que no está haciendo bien para demostrarte que no va a
salir huyendo.
—Y si lo que tengo que contarle no le gusta. Y si cambia la forma en
la que me ve.
—Pues entonces no será la persona indicada para ti. No puedes tener
miedo de mostrarte vulnerable. La Sofía que llora por su hermana y la que
sufre por su familia también forman parte de ti. Y si Marcos te ama, tiene
que querer a todas tus versiones. Las partes feas y las bonitas.
Me limpio los ojos emocionada por sus palabras.
—Ojalá fuera tan fácil.
—No lo es, pero el problema no es Marcos ni cualquier persona que
esté en tu vida a la que te tengas que abrir. Tu principal problema es que no
puedes contar una historia que todavía no te has contado a ti misma. No
puedes hablar de la muerte de tu hermana si todavía no has asumido lo que
pasó. Primero tienes que trabajar en tus emociones, Sofía. En dos semanas
se cumplen dos años de lo sucedido y sigues en el mismo punto. Me duele
verte así.
A mí también me duele ver sufrir a las personas que están a mi
alrededor y sentir que es por mi culpa, por no esforzarme lo suficiente.
¿Alguna vez habéis soñado que estáis cayendo y no podéis hacer nada por
evitarlo? Por más que intentáis agarraros a algo o salir de allí, el suelo se va
hundiendo bajo vuestros pies más y más. Pues así es cómo me siento yo.
Por mucho que Alma, Marcos y mi madre traten de lanzarme cuerdas para
que me agarre a ellas y consiga salir de este pozo en el que estoy metida, no
soy capaz de moverme porque por muy oscuro y frío que sea este pozo, es
algo que conozco y en donde me siento a salvo. Sus muros me impiden
disfrutar de muchas cosas, pero también me protegen de sufrir de nuevo.
—Te quiero mucho. —Abrazo a Alma y esta me devuelve el abrazo
sorprendida—. Sé que te preocupas por mí. Gracias por no tirar la toalla.
—Te prometo que vas a estar bien. Por mucho que duela, saldrás
adelante, Sofía.
Dejamos el Starbucks y caminamos hacia la conocida tienda de ropa
de varias plantas famosa por tener precios bajos y estar siempre atestada de
gente. En concreto hoy está a rebosar. Es sábado y son las siete de la tarde.
¿Qué esperábamos?
—¿Subimos a la planta de hogar y vamos bajando? —propone mi
compañera.
—Genial. Así miramos las tazas.
Terminamos con dos tazas de desayuno en la cesta, unas velas, dos
pijamas y ahora nos dirigimos a la sección de calcetines. Los que compré al
principio de la residencia ya han muerto.
Mientras esperamos a que nos toque el turno para pagar, mi móvil
comienza a sonar y veo que es Marcos. No hemos vuelto a hablar desde
nuestra discusión. Esta mañana nos hemos dado los buenos días por
mensaje y ya está.
—Ve y contesta, ahora te veo fuera.
Hago caso a mi amiga y atiendo la llamada.
Sofía:
Llevo media hora pensando en cómo comenzar este mensaje que
quizás ni
leas porque estés muy enfadado conmigo. No te culparía.
Lo siento. Lo siento muchísimo.
No te imaginas cuánto.
Te aparté de mi lado cuando tú lo único que hacías era preocuparte
por mí.
No estaba preparada para contarte la verdad porque ni yo misma
podía
soportar hablar de lo que pasó.
Llevo unas semanas yendo a una psicóloga y ya me siento con
fuerzas
para dar un paso más.
Mañana tengo que recoger las cosas de mi hermana. Me encantaría
que me
ayudaras y hablarte de ella.
Llegaré a las nueve y media.
Te mando la dirección.
Ojalá vengas y me dejes explicarte.
Te quiero.
57
¿Por qué lo has hecho, Paula?
Sofía
Hace dos años.
Tras un buen rato dando vueltas en la cama desisto de intentar dormir.
He vuelto a casa hace algo más de una hora y no consigo conciliar el sueño.
Mi cabeza no deja de recordarme la conversación de ayer con Paula. No le
sentó nada bien que le dijera que este fin de semana no iba a ir a verla.
Nunca he faltado ninguno, pero mis compañeros insistieron en celebrar
que habíamos superado el ECOE: un examen práctico que nos hacen a los
de último curso para valorar nuestro desempeño.
Después del estrés y los nervios de la última semana y de terminar el
trabajo de fin de grado, me apetecía despejarme un poco antes de comenzar
con los exámenes finales y acepté.
Compruebo el móvil y veo que no tengo ningún mensaje. Le escribí
hace un rato disculpándome y no he recibido respuesta. Debería de haber
ido a casa y estar con ella.
Igual si me doy prisa puedo coger el primer tren de la mañana.
Miro los horarios y descubro que hay uno a las nueve menos veinte.
Son las siete y media, llego de sobra.
Decido no avisarla para darle una sorpresa. Es sábado por lo que es
muy probable que cuando llegue a casa a las diez todavía esté dormida y
pueda meterme en su cama sin que se dé cuenta.
Durante la época en la que Paula cayó en la depresión y descubrimos
que tenía un trastorno de alimentación lo pasé fatal al no saber qué hacer ni
cómo ayudarla. Estuve a su lado siempre que podía. Había tardes entre
semana que cogía el tren de las tres al salir de clase para acompañarla a
terapia y me volvía en el último de la noche.
Poco a poco se fue recuperando, pero desde hace unos meses vuelve a
estar mal.
Al llegar a mi asiento saco mis auriculares y pongo algo de música.
No han pasado ni quince minutos de viaje cuando mi móvil vibra
avisándome de que tengo un mensaje. Desbloqueo el dispositivo y veo que
es un audio de mi hermana. Es corto, no es uno de sus famosos podcast de
varios minutos de duración. Sonrío y le doy a reproducir.
—Buenos días, sis. Imagino que cuando escuches este audio estarás
recién levantada y con resaca. Era solo para decirte que no estoy enfadada,
que entiendo que quisieras salir con tus amigas. Espero que te lo pasaras
muy bien. Te lo mereces. Has trabajado mucho para ser una buena doctora y
estoy segura de que serás la mejor. No decía en serio lo de que pasabas de
mí. Siempre me has cuidado y te has preocupado porque esté bien haciendo
todo lo que podías y más. Eres la mejor hermana del mundo. Te quiero
mucho.
Sonrío emocionada por el mensaje. Qué ganas tengo de abrazarla.
Le respondo al mensaje diciéndole que yo la quiero más, pero no sale
como entregado. Ha debido de volver a dormirse.
Cuando solo nos quedan veinte minutos para llegar nos avisan por
megafonía de que el tren termina su trayecto en la parada anterior por una
incidencia en las vías. Ya es mala suerte.
Nos bajamos en la estación y miro otras alternativas para llegar a mi
casa. No pasa ningún autocar y un taxi es una pasta.
Al final decido llamar a mi hermana porque no sé cuánto tiempo me
van a tener aquí esperando a que pase otro tren, pero no contesta al
teléfono. Debe de haberlo puesto en silencio.
Llamo a mi padre para pedirle que venga a buscarme y contesta al
primer tono.
—Hola, papá
—Buenos días, peque. ¿Qué haces?
—Pues estoy en Illescas que quería dar una sorpresa a Paula, pero el
tren se ha averiado. ¿Puedes venir a buscarme?
—Espera no cuelgues que aviso a tu madre.
Oigo de fondo cómo mi madre llama nerviosa a mi hermana.
—¿Qué pasa, papá?
—Tu hermana no está en su cuarto. ¿Te dijo si ha quedado con alguna
amiga? Es muy raro que se vaya sin decir nada.
—Me ha mandado un audio hace un rato, la acabo de llamar y no
responde. Voy a volver a llamarla y te digo, ¿vale? No te preocupes que
habrá salido a comprar algo y no habrá querido despertaros.
Cuelgo la llamada y vuelvo a insistir varias veces. Mientras tanto el
resto de pasajeros tratan de obtener respuestas y charlan con sus familias
como yo. Todos queremos llegar cuanto antes a casa.
—Mi hija trabaja en la tienda de la estación y al parecer una chica se
ha tirado a las vías. Pobrecilla. Pobre familia —comenta una señora a un
matrimonio.
Mi respiración se acelera y vuelvo a llamar una y otra vez.
—Vamos, Paula. Coge el teléfono por favor —digo en voz alta una y
otra vez.
Oigo que la llamada se descuelga y suelto todo el aire que guardo en
mi interior.
—Gracias a Dios, Paula. Estaba muy preocupada. ¿Dónde estás?
—Buenos días. Soy José Ramírez, oficial de la Policía Nacional. ¿Es
usted familiar de Paula Rodríguez?
58
Por verte sonreír
Marcos
Cuando recibí el mensaje de Sofía no pude evitar que la emoción me
embargara. Después de seis semanas sin verla ni hablar con ella, casi había
perdido la esperanza. Mis amigos me habían dicho que confiara que, si
había hablado con ellos, también lo haría conmigo cuando estuviera
preparada.
Hoy trabajaba, pero conseguí que un compañero me cambiara el turno.
Y aquí estoy en la A-42 de camino a encontrarme con ella.
No le he escrito ni le he avisado de que iría, quiero ver su reacción al
verme aparecer. Le dije que la esperaría y lo habría seguido haciendo hasta
que estuviera lista.
Volví a mi trabajo y seguí con mi vida, como me dijo Carol, pero no he
dejado ni un segundo de pensar en ella ni de echarla de menos. Añoro
montar en ascensor y llevo desde entonces sin probar el chocolate. Todo me
recuerda a lo que teníamos y perdimos.
Tengo tantas ganas de besarla y abrazarla que me duele. También estoy
deseando escuchar lo que me tiene que decir.
El paso que va a dar hoy es muy importante en su recuperación y que
me haya elegido a mí para hacerlo es un honor.
Voy tarde, ya son las nueve y media, ha habido una retención en la
carretera que me ha retrasado.
Aparco el coche unas calles antes de llegar y recorro a pie los pocos
metros que me separan de la vivienda. Me imagino a una mini Sofía
corriendo por estas calles de pequeña y sonrío. Paso por una panadería y me
pregunto si será la de su madre. No sé si la conoceré hoy, pero me
encantaría.
Giro a mi derecha y enfilo la calle que me llevará hasta la casa.
La veo antes de que ella lo haga. Lleva el pelo suelto y tiene puesto un
vestido. ¡Joder, está preciosa! Está nerviosa, lo noto por cómo mueve uno
de sus pies y juega con un hilo suelto de su vestido.
Cuando me encuentro a diez metros, se gira y me ve. Sonrío y ella
rompe a llorar. Acorto la distancia que nos separa y la abrazo.
—Creía que no vendrías —confiesa llorando mientras se pierde en mis
brazos.
—Te dije que te esperaría siempre.
—Lo siento mucho. Te hice daño, yo… —Las lágrimas caen por sus
mejillas y yo las limpio con mis dedos.
—Tenemos todo el día por delante para hablar, pero hay algo que
necesito hacer antes.
—¿El qué?
—Voy a besarte. Si no quieres que lo haga, dímelo y no lo haré, pero si
me dejas… —Repito exactamente las mismas palabras que utilicé aquel día
en el ascensor después de visitar a mi sobrina en Urgencias.
Ella debe de darse cuenta porque sonríe.
—Sí.
Acerco mis labios a los suyos y pego su cuerpo más al mío. Cuando
me devuelve el beso siento que puedo respirar de nuevo. Que el nudo que
llevaba tanto tiempo en mi garganta desaparece y mi corazón vuelve a
reconstruirse.
—Te he echado tanto de menos —susurro.
—No me puedo creer que estés aquí.
Llevo mis manos a su cintura y profundizo el beso. Llevo tanto tiempo
soñando con este momento que no puedo parar. Sofía jadea y se pega más a
mí. Este sonido es el que me hace parar y dar un paso atrás.
—Como sigamos así me van a echar del pueblo.
—Seguro que somos la comidilla de todas las vecinas. —Sonríe y
puedo ver que está alegre de verdad.
—¿Cómo estás?
—Mejor, la terapia con la psicóloga me está viniendo muy bien y la
psiquiatra me ha puesto una medicación para la ansiedad y para dormir. —
Baja la cabeza al confesar esto último.
—Eres muy valiente por pedir ayuda. No tienes que avergonzarte de
ello. —Pongo un dedo bajo su barbilla y la elevo hasta que nuestras miradas
se cruzan—. La medicación está para eso, para ayudarnos.
—Sí, tienes razón. Es la costumbre. No es algo que puedas contar a
cualquier persona. Hay muchos tabúes con la salud mental.
—A mí me puedes contar lo que quieras y todo lo que sirva para que tú
estés mejor es bienvenido. —Retiro un mechón que le tapa la cara y lo
coloco detrás de su oreja.
—Tú me haces sentir mejor, por eso me asusté y te aparté de mi lado.
Pensé que no me merecía ser feliz.
—Te mereces todo lo bueno que te pase y pienso esforzarme cada día
para que seas feliz. Haría lo que fuera por verte sonreír, así que vas a tener
que empezar a acostumbrarte.
—Algo muy bueno he tenido que hacer en otra vida para que tú estés
aquí conmigo de nuevo. —Se limpia una lágrima y sonríe—. Últimamente
no hago más que llorar.
Beso sus mejillas para borrar sus lágrimas y ella se ríe porque le hago
cosquillas. Tira del cuello de mi camiseta para que me agache y poder llegar
a mi boca y me pierdo en ella de nuevo.
—Podría tirarme toda la vida besándote. —Me mira a los ojos y puedo
ver que me desea tanto como yo.
—Será mejor que entremos ya a mi casa que como sigamos así las
vecinas van a sacar las palomitas.
—Y si me sigues mirando así la película no será apta para todos los
públicos. —Paso un brazo por encima de los hombros y la miro—. ¿Estás
preparada?
—Sí, estoy lista. —Abre la puerta y agarra mi mano antes de pasar al
interior.
59
Una segunda oportunidad
Sofía
Nada más entrar en el interior el olor me golpea. Todas las casas tienen
un aroma especial y la mía huele a lavanda como cuando era pequeña.
A simple vista puedo ver que todo está como siempre. Mi madre se ha
encargado de que así fuera.
Le hago una ruta por la planta baja y le voy enseñando todas las
estancias. Nuestros objetos personales no están y faltan algunos de los
muebles, imagino que los habrán llevado al trastero. Por suerte el sofá sigue
en su sitio y podemos sentarnos en él.
—Voy a la cocina a por algo de beber. Ahora mismo vuelvo —indico a
Marcos y asiente.
Cojo dos vasos y nos sirvo agua. Vuelvo al salón y le paso uno.
—¿Estás bien, cariño? No tenemos que hablar ahora si no quieres…
—Lo necesito —respondo cogiendo su mano—. Pero prefiero hacerlo
aquí porque si subo a nuestra habitación la emoción hará que no pueda
hablar.
—Está bien.
—Antes de contarte lo que pasó, quiero hablarte de ella. Os habríais
llevado genial. Estoy segura. —Sonrío—. Éramos muy diferentes. Ella era
desordenada, siempre llegaba tarde y no le gustaba el chocolate, ¿te lo
puedes creer? —Marcos sonríe y aprieta mi mano—. Yo creo que esas
diferencias hacían que nos complementáramos. Yo soy muy perfeccionista
y ella era más bien soñadora. Siempre pensé que se dedicaría a alguna
disciplina artística o algo por el estilo, pero un día nos sorprendió diciendo
que le gustaría ser abogada, quería defender a las personas de las injusticias
del mundo. —Mi voz se rompe y bebo un poco de agua.
—Parece una chica genial.
—Lo era. De pequeña era una niña muy risueña y feliz, o esa es la
sensación que yo tenía. Pero al llegar a la adolescencia algo cambió.
Empezó a poner excusas para no ir a clase y a veces la oía llorar por las
noches. Cuando le preguntaba me decía que lo habría soñado que estaba
bien. Con el tiempo descubrimos que sufría acoso escolar. —Marcos limpia
una lágrima de mi rostro y me acerca más a su cuerpo—. Sus compañeros
se metían con ella por su peso y esto sumado al fallecimiento de mi abuela
ese mismo año hizo que cayera en un TCA.
—Por eso te afectó tanto lo de aquella paciente y discutiste con
Guzmán y Lagos.
—Sí, reconocí los síntomas por haberlos visto en mi hermana. —Cojo
aire antes de continuar—. Paula recibió la ayuda que necesitaba tras largas
listas de espera y se recuperó o eso pensamos. La última Navidad que
celebramos juntas, la descubrí vomitando y supe que todo había vuelto a
empezar. La apoyé y volvimos a buscar ayuda psicológica, pero tardó
demasiado…
—Cariño… —Lo miro y veo que él también está llorando. Me abraza
y rompo a llorar—. Lo siento tanto —susurra mientras acaricia mi espalda.
Cuando me tranquilizo, cojo aire y vuelvo a incorporarme.
—Necesito terminar la historia. No quiero ocultarte nada y quiero que
entiendas lo que pasó y por qué me he sentido culpable desde entonces.
—Está bien. Estoy aquí contigo.
—La psiquiatra la derivó a la psicóloga y le dio cita en mayo, cuatro
meses después, el primer hueco que había. Yo iba todos los fines de semana
para estar con ella y en mis últimas visitas la vi mejor. Pensaba que estaba
mejor. En ese momento estaba cursando el último año de Medicina y los
exámenes finales se acercaban. Tenía que presentarme a un examen práctico
de toda la carrera y estaba muy nerviosa, así que cuando terminé y mis
compañeros dijeron de celebrarlo acepté. Llamé a Paula y la informé de que
ese fin de semana no iría. Ella se enfadó, me acusó de pasar de ella y
preferir divertirme. Me colgó. Salí de fiesta y a la mañana siguiente me
sentí muy culpable por no ir. Le había prometido cuando decidí estudiar en
Madrid que iría todos los fines de semana y nunca había roto la promesa.
Así que saqué los billetes de tren y me fui dispuesta a darle una sorpresa.
Durante el viaje recibí un audio en el que me decía que me quería, que no
estaba enfadada y que era la mejor hermana del mundo. —Las lágrimas me
impiden continuar hablando y me detengo.
—Bebe un poco, cariño. —Me pasa un vaso de agua.
—Gracias. —Cojo aire antes de seguir—. Cuando estábamos en la
parada anterior informaron que el tren terminaba su trayecto por una avería
en las vías. La llamé para decirle que iba de camino, pero no contestó.
Luego telefoneé a mi padre para decirle que viniera a recogerme y me dijo
que estaban buscando a Paula porque no estaba en su cuarto. Colgué la
llamada y una pasajera comentó que una chica se había tirado a las vías. En
ese momento, volví a llamarla y descolgó. O eso pensé. Al otro lado no
estaba ella, sino un oficial de policía. No hizo falta que me dijera lo que
había pasado. Tengo lagunas de lo que sucedió después. Alguien debió de
ofrecerse a llevarme en coche. Al llegar a la estación de tren me dijeron que
era mejor que no la viera y acepté. Mi madre estaba recibiendo asistencia
médica y mi padre estaba llorando. Nunca lo había visto llorar.
—Perder a un hijo es algo por lo que nadie debería pasar.
—Estaban devastados. Al llegar a casa, después de que se llevaran el
cuerpo, mi padre no me miraba y yo no entendía nada. Me acerqué a hablar
con él y las palabras que me dijo que han acompañado todo este tiempo: «Si
hubieras estado aquí tu hermana no habría muerto».
—Sofía, sabes que eso no es verdad, ¿no? —Debe de leer la duda en
mi rostro porque insiste—. Tu hermana lo habría hecho en cualquier otro
momento si tú hubieras estado. Eligió precisamente ese para ahorrarte pasar
por ello y que estuvieras lejos.
—Estoy trabajando en ello con la psicóloga y, aunque sé que una parte
de mí siempre se sentirá culpable, hay otra que está preparada para
aceptarlo y seguir adelante. —Cojo una de sus manos y le miro a los ojos.
—Poco a poco. Estoy seguro de que lo conseguirás.
—Siento haber tardado tanto en decírtelo. Ahora ya conoces toda la
verdad. Y puedes entender por lo que he estado pasando todo este tiempo.
Espero que no sea demasiado y…
Marcos acerca su cara a la mía y me besa dulcemente, despacio,
tomándose su tiempo como si quisiera memorizar mis labios.
—Te quiero y nada que me cuentes sobre ti va a cambiar eso. Al
contrario, hará que te quiera más.
—Te quiero. —Sonrío—. Ahora me doy cuenta de que cuando nos
conocimos no estaba preparada para tener una relación, pero me encantaría
que nos diéramos una segunda oportunidad.
—Eso tiene fácil solución. Ponte de pie.
—¿Qué haces?
—Conocerte de nuevo. Esta vez dejando el miedo y los secretos atrás.
¿Estás de acuerdo?
—Lo estoy. —Me levanto como me ha pedido.
—Mi nombre es Marcos, soy técnico de enfermería en Urgencias, me
dan miedo los ascensores, pero estoy dispuesto a cogerlos siempre que me
acompañe una residente preciosa adicta al chocolate. Tiendo a
sobreproteger a mi hermana y a mi sobrina y a olvidarme de mí mismo,
pero estoy trabajando en ello. Tu turno.
—Mi nombre es Sofía, soy residente de primer año en Medicina
Interna, me encanta el chocolate y me resulta difícil hablar de mi pasado,
pero gracias a la terapia cada día me cuesta un poco menos. Encantada. —
Le tiendo una mano.
—Chica del chocolate, ¿tienes alguna regla en cuanto a esperar varias
citas para dar un beso? Es que no sé si ha sido un flechazo, pero tengo que
confesarte que ya estoy enamorado.
Suelto una carcajada y él sonríe. Me acerca a su cuerpo y me besa de
nuevo.
El camino que nos espera por delante es largo y en ocasiones no será
fácil, pero estoy segura de que confiando el uno en el otro y siendo sinceros
podremos conseguirlo.
En sus brazos me siento segura y siempre encuentra la manera de
hacerme sonreír.
Epílogo
Sofía
Tres años después.
Escucho a Carmela mientras termina de contarnos cómo está viviendo
la pérdida de su marido. Es una de las últimas incorporaciones al grupo de
apoyo que ya consta de doce miembros. Si esto sigue así Alma va a tener
que abrir un segundo grupo para supervivientes del suicidio.
La primera vez que escuché este término me desconcertó. Mi
psicóloga me explicó que es la manera en la que se conoce a los familiares
y allegados de las personas que terminan con su vida. Creo que la palabra
no puede ser más acertada, ya que es muy difícil seguir adelante después de
vivir algo así.
En estos tres años que han pasado, desde que me enfrenté a lo que
había ocurrido, he podido conocer a otros supervivientes y me ha ayudado
mucho hablar con ellos y compartir cómo nos sentimos.
Le propuse a Alma la creación de un grupo de apoyo y le encantó la
idea. Tras mucho insistir, consiguió que el hospital nos permitiera hacerlo
allí.
Nos reunimos cada dos semanas los jueves por la tarde y hablamos de
nuestra experiencia, de lo que nos ayuda y Alma nos da algunas pautas que
nos son muy útiles. Es un buen complemento para la terapia psicológica
individual.
Estamos pensando en crear una asociación para visibilizar que es
necesario hablar sobre el suicidio y luchar porque disminuyan las listas de
espera para acceder a Salud Mental contratando a más psicólogos.
—Muchas gracias a todos y a todas por compartir. Nos vemos en dos
semanas. —Alma da por terminada la sesión.
Me espero a que salgan mis compañeros y le ayudo a terminar de
colocar la sala.
—¿Tienes planes para el finde? —pregunto a mi amiga y veo que se
sonroja—. Tu cara me lo ha confirmado.
—¿Necesitas que te ayude en algo? Puedo ver si…
—No, tranquila, solo preguntaba por curiosidad. Carol trabaja el
sábado y Lucía se queda con nosotros, así que estaré muy ocupada.
—No te quejes que te encanta pasar tiempo con la niña, tita Sofi.
—Me has pillado. —Sonrío—. Me voy ya que Marcos debe de estar
fuera esperando.
—A ver si nos juntamos pronto todos en el Henry’s.
—Sabes que Marcos y yo no tenemos problemas para juntarnos, sois
las otras parejitas las que estáis más ocupadas.
—Hablaré con Esther y buscaremos un hueco en el que ellos puedan y
nosotros también para decíroslo al resto.
—Genial.
—Saluda a Marcos de mi parte.
Salgo del aula, camino hacia el ascensor y allí me encuentro a mi chico
esperándome.
—Pensé que me esperarías abajo.
—¿Y perderme bajar siete plantas contigo en el ascensor? Ni loco.
—¿Sabes que pueden abrirse las puertas en cualquier momento, no?
—Solo pensaba besarte. ¿Acaso tenías otra cosa en mente? Estoy
abierto a sugerencias. —Le doy un empujón y se ríe antes de entrar los dos
juntos.
—¿Qué tal el grupo? —Pasa un brazo por encima de mis hombros y
me abraza.
—Bien, ha venido una mujer nueva y nos ha hablado de su pérdida.
Era muy reciente y la pobre lo está pasando fatal.
—¿Te ha afectado mucho escucharla?
—Sí, es inevitable acordarme de Paula y de cómo me sentí yo cuando
se suicidó, pero me ha servido para darme cuenta de lo mucho que he
mejorado con la psicóloga. —Sonrío—. En el descanso he podido hablar
con ella y mostrarle mi apoyo. Me ha dado las gracias. Me gusta saber que
ahora puedo ayudar a otros al igual que hicieron conmigo cuando el grupo
comenzó.
—¿Y si cogemos el metro, nos vamos al centro y te invito a un
chocolate para celebrar que eres la mejor?
—Me parece buena idea, pero antes necesito algo… —Sonrío.
—¿El qué?
—Que me beses de una vez. —Sonríe y me pega contra la pared.
—¿Te imaginas que ahora se abren las puertas y entra «el trajes»? —
pregunta sin llegar a besarme.
—Pues no creo que se atreviera a decir nada.
—Desde que lo pusiste firme estás muy subidita.
La terapia psicológica no solo me ha ayudado a trabajar el duelo por la
pérdida de mi hermana. También he aprendido a reconocer mis emociones y
a expresarlas de manera asertiva. Cuando Saavedra me ha hecho algún
comentario de mal gusto o se ha dirigido a mí de manera inadecuada, he
sido capaz de hacerle ver que me molestaba y pedirle que me respetara.
Desde que se lo comenté a Marcos bromea con que le tengo firme.
—He pensado en bajar el sábado al pueblo a ver a mis padres. ¿Te
apetece?
—Por mi bien y Lucía estará encantada. Ya sabes que le encanta ver
libros con tu padre en la biblioteca.
Con tiempo y paciencia, mi padre y yo nos reconciliamos. No fue fácil
al principio porque teníamos muchas cosas que reprocharnos, pero
conseguimos ponernos en el lugar del otro y perdonarnos. Hemos vuelto a
ser los de antes y seguimos compartiendo lecturas. El primer libro que
leímos juntos fue «Platero y yo», sé que a don Manuel desde donde esté se
alegrará de formar parte de un momento tan especial.
Mi casa de la infancia finalmente se vendió y, aunque fue muy difícil
decir adiós a ese lugar en el que habíamos sido tan felices, sé que mi
hermana vivirá en mis recuerdos y nunca la olvidaré.
Salimos del hospital y caminamos hacia la parada de metro más
cercana. Ya no me da miedo utilizar este medio de transporte.
—Estoy pensando que en vez de ir al centro podemos ir a casa. Me
apetece pasar la tarde los dos solos. Y ya casi le has cogido el punto a lo de
preparar tú el chocolate.
—¿Casi? —Me abraza por detrás y me hace cosquillas—. Tenemos un
armario de la cocina lleno de todas las marcas de chocolate del mercado.
Creo que ya las hemos probado todas.
—Te quiero mucho, chico del ascensor.
—Yo a ti más, chica del chocolate.
En los más de cuatro años que han pasado desde que pisé el hospital
por primera vez he aprendido muchas cosas y las mejores no han sido
médicas.
He aprendido a abrirme a los demás y he conocido a un grupo de
personas maravilloso a los que poder llamar amigos. Ahora sé que las penas
compartidas pesan menos y las alegrías con la gente que te quiere se
disfrutan más. Que la confianza y la verdad son la base de cualquier buena
relación y que pedir ayuda no es cosa de débiles sino de valientes.
Una vez que dejé salir toda la tristeza que guardaba en mi interior,
pude descubrir toda la alegría que me estaba esperando fuera.
Junto a Marcos he comprendido que merezco ser amada y feliz. Él se
encarga personalmente de demostrarme cada día lo mucho que me quiere y
de sacarme siempre una sonrisa.
Nota de autora
Esta novela ha visto la luz en un año muy difícil para mí y por eso cobra
especial importancia el dar las gracias a todas las personas que han estado
ahí conmigo y me han animado a seguir adelante y a no rendirme nunca.
Tengo que empezar dando las gracias a mi familia por estar siempre
ahí. Gracias, papis por apoyarme y animarme a seguir escribiendo. A mis
abuelos que son mis lectores favoritos, aunque algunas escenas me dé un
poco de corte que las lean. A mi Tata, mi geme, mi psicóloga favorita.
Gracias, Fanny por leerte la novela una y otra vez hasta que está perfecta. Y
gracias, Nana por llenar mi vida de pelo y felicidad. Las historias son más
bonitas contigo a mi lado.
A Vero, Almu y Carlos sois mis hermanos de otra madre y, aunque ella
ya no esté con nosotros sé que estará sonriendo. Y a Sofi, mi protagonista
no podía tener un nombre mejor.
Gracias a ti, por haber dado una oportunidad a este libro. Espero que lo
hayas disfrutado mucho y que lo guardes en tu corazón para siempre.
Sobre la autora
Me llamo Esmeralda y nací en Madrid en 1991.
De mis aficiones os puedo contar que adoro las series de médicos, ver
películas románticas y colecciono ediciones de Peter Pan.