Tres (no) son multitud
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La buena es que se va cuatro días de vacaciones con su grupo de amigos.
La regulera es que también va a estar Lía, con la que se ha acostado hace poco y con quien no tiene ni idea de cómo actuar. No solo eso, también es la hermana mayor de su exnovia.
La mala es que, además, se ha enrollado con otro miembro del grupo. Concretamente con el follamigo de Lía, Rodri. Y eso lo complica TODO.
Ahora Natán se debate entre huir del país o asumir lo que ha pasado y tratar de encontrarle una solución. Quizá donde caben dos… caben tres.
Tras el éxito de Cómo (no) enamorarse, llega un spin-off incluso más divertido, sexy y descarado.
Myriam M. Lejardi
Myriam M. Lejardi (1987) nació en Madrid, pero vive en un pueblecito cercano a la capital, cuyo nombre prefiere no mencionar porque tiene una rima muy fea. Entre sus aficiones destacan leer, prepararse tostadas de aguacate a horas intempestivas y adoptar más gatos de los que es capaz de gestionar. Ha publicado Del amor y otras pandemias, Prende fuego a la noche, Cómo (no) enamorarse y El perdedor.
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Tres (no) son multitud - Myriam M. Lejardi
DE TE QUIEROS, LO SIENTOS Y FOLLARSE A LA HERMANA DEL PRÓJIMO
NATÁN
Se supone que «Te quiero» y «Lo siento» son las frases más difíciles de decir. Ya, bueno, prueba a contarle a tu exnovia que te has acostado con su hermana mientras vas conduciendo a 120 kilómetros por hora rumbo a una casa rural. Una casa rural en la que estará, además de la ya mencionada hermana de tu ex, el follamigo de la hermana de tu ex.
El Natán del pasado no se habría metido en este lío. El Natán del pasado puede que se matara a pajas imaginando cosas que harían gritar hasta al mismísimo Oriol, es cierto, pero cuando se la volvía a guardar en los pantalones era un tío normal. Uno de esos con la vida sexual en pausa indefinida. El Natán del pasado miraría al del presente, se reiría como un maníaco y le diría: «¡Tío, lo has clavado! ¿Lo pillas? Ja, ja, ja, ¡clavado! ¡Tu rabo!».
Observo de reojo a Alina, la susodicha ex. Va en el asiento del copiloto, cambiando una y otra vez las canciones de la lista de reproducción. Es de esas personas que no dejan que termine ningún tema porque se aburre antes de la mitad. En condiciones normales, le habría pedido que parara de una vez. Sin embargo, las condiciones son cualquier cosa menos normales, así que respiro hondo, tamborileo con los dedos sobre el volante y digo:
—Tengo una buena noticia, una regulera y una mala.
Se abre debate en mi Opel Astra. Oriol, sentado justo detrás de mí, vocea «¡La mala, la mala!». Su novio, Rafa, que está justo a su lado, se mantiene neutral y sugiere la regulera.
Le hago caso a Alina, que quiere la buena, porque me interesa tenerla contenta.
—Nos quedan diez minutos para llegar a Avilés.
El plan inicial era pasar cuatro días allí, del 30 de diciembre al 2 de enero. Sin embargo, tal y como van las cosas, sospecho que no llegaré vivo a las uvas.
Echo un vistazo por el retrovisor y veo, además de las maletas encajadas a duras penas entre los pies de Oriol y Rafa, el coche que nos sigue. Es el C2 de Nora, al que llama «pulguilla» porque caben ella y, como mucho, un cepillo de dientes. Aunque en este caso se hayan metido también, nadie sabe cómo, Lía, Adrián y Rodrigo.
—Bueno, ¿qué más? —pregunta Alina, desinteresada, con el dedo índice bailando por encima del móvil. Está decidiendo si ya es hora de dejar de escuchar Stressed out, de Twenty One Pilots. Una canción que, por cierto, va muy a juego con mi estado anímico—. ¿Cuál es la noticia regulera?
—Que me he follado a tu hermana.
La música se detiene, se hace el silencio durante por lo menos dos eternidades, Rafa carraspea y, con un hilo de voz, inquiere:
—¿Esa no es la mala?
Casi al mismo tiempo, Alina asiente con la cabeza y suelta:
—Ya lo sabía.
—¡¿Qué?!
—Me pidió permiso antes de que sucediera. No te voy a negar que es incómodo. De todas formas, tienes diecinueve años y ya no estamos juntos. Puedes hacer lo que quieras.
—Menos mal…
—¡¿Estuvisteis juntos y te has tirado a su hermana?! —me interrumpe Rafa, alucinado.
Estoy a punto de confesarle que eso no es lo peor que he hecho. De excusarme. De decir aquello de «Tío, vivimos en un pueblo, son cosas que pasan». No tengo la oportunidad porque Oriol se asoma entre los asientos delanteros, con su cabeza rubia y su sonrisa llena de dientes gigantescos, y pregunta:
—¿Cómo fue?
—No —se impone Alina—. No vamos a hablar de mi hermana teniendo sexo. Nunca.
—Pero tu hermana tiene un montón de sexo.
—Me da igual.
—Es algo que pienso discutir en cuanto lleguemos a la casa rural —se emperra Oriol—. Hay una cosa que no entiendo.
—¡¿Una?!
—Rafa, chiqui, te juro que esto no es lo más raro que ha pasado en nuestro grupo. Recuérdame que luego te cuente lo de Nora y su hermanastro. Igual debería hacerte un esquema. El caso, Nat, ¿no me dijiste que Lía se había tirado a Rodrigo hace un par de meses? —Se vuelve hacia su novio cuando este ahoga un gemido—. Es uno de los que van en el otro coche. Lía, la hermana de Alina, Adrián, el hermanastro de Nora y Rodrigo son colegas desde siempre. Igual que nosotros tres —nos señala con el dedo—, se conocen desde el instituto, pero iban un curso por encima.
—Vale.
—Pues eso —retoma mi mejor amigo—, ¿qué pasa con Lía y Rodrigo?
Me encojo de hombros, nervioso. Es Alina la que se lo explica:
—Mi hermana nunca sale en serio con nadie. Habrá hecho con él lo mismo que con el resto, destrozarle el corazón. Recordad que al mismo tiempo estuvo liada con la italiana de Erasmus que vivía con ellos. Lo que me recuerda… —Vuelve el cuerpo hacia mí y dice con cierto tacto—: Ni se te ocurra pillarte. Ha pasado, vale, genial, espero que lo disfrutaras…
—Ya lo creo que lo disfrutó.
—Oriol, calla. Eso, que espero que te gustara. —Tuerce el gesto, incómoda, como siempre que habla de sexo—. Pero no es para ti. Deberías buscar a otra chica, a alguien más…
—Esa es la mala noticia —se me escapa.
—¿Que te has pillado por la hermana de tu ex? —quiere saber Rafa, tecleando furiosamente en su teléfono. Me da la impresión que está tomando notas.
—No, que me he liado con otra persona.
—¡Eso no es malo! —Alina da una palmada, contenta. Sé que, después de lo que sucedió entre nosotros, le alegra que por fin haya decidido intentarlo con otra gente—. Si lo dices por Lía, te aseguro que no le importará en lo más mínimo que hayas estado con alguien más. No tienes ni que contárselo, de hecho.
—Pues yo creo que sí que le va a importar —discrepo.
—¿Por qué?
Si mi vida fuera una película, en este momento habría un primer plano de mi cara. Los telespectadores comprobarían que uno de mis ojos tiene un tic y sabrían que lo que estoy a punto de decir va a cambiar las cosas. Como no es una película, Alina sigue jugueteando con la música y Oriol empieza a contarle a su novio cómo es eso de que nuestra otra amiga esté saliendo con su hermanastro. Suena MAMMAMIA, de Måneskin, compruebo que solo me quedan cinco minutos de trayecto y decido que es ahora o nunca:
—Porque la otra persona con la que me he enrollado es Rodrigo.
En este punto no hay silencio. Solo caos.
—¡Lo sabía! ¡Es que lo sabía, joder! ¡Y tú que no, que no, que solo te iban las tías! ¡Pero bien que «Oriol, vamos a morrearnos en plan colegas, que estoy piripi»!
—¡¿Y Lía no tiene ni idea?!
—¡¿Te has acostado con la hermana de tu ex y después te has liado con su follamigo?! —Rafa mira a su novio, preocupadísimo—. ¡¿Y esto no es lo más raro que ha pasado en el grupo?!
—Rectifico. —Oriol sigue dando saltos, como si en lugar de confesarle mis penurias, le acabara de decir que ha ganado la lotería—. Esto es lo peor, sí. Has superado a Nora, tío —me informa, como si no lo supiera ya—. Y ella se tira al hijo de la novia de su madre. Es que sigo flipando. ¿Qué vas a hacer?
—¡Decírselo a mi hermana! —se mete Alina—. ¡No me puedo creer que le hayas levantado el ligue! ¡Después de tener sexo con ella!
—Dijiste que no le iba a importar —me defiendo con la boca pequeña. Porque, joder, claro que le va a importar.
—¿Tocaste polla? —se interesa Oriol, tan sutil como de costumbre. Asiento—. ¡Ese es mi chico! ¡Muy bien! ¿Y cómo la tiene?
Me río como un histérico hasta que Alina pone en palabras lo que llevo sintiendo durante cinco horas de viaje, justo cuando estamos a punto de aparcar.
—Te va a matar.
—¿Quién? —pregunta Rafa, listo para seguir tomando notas en su teléfono.
—Todo el mundo —contesta Oriol—. Me encanta. ¿Y cuándo dices que pasó todo esto?
illustrationDE CABRONADAS, MENTIRIJILLAS Y GOTAS QUE COLMAN VASOS
LÍA
Seis años antes del viaje a Avilés
Estas son las dos preguntas que más recibo: «¿Por qué eres tan cabrona?» y «¿Odias a tu hermana?».
Las respuestas son siempre las mismas: «Porque no te mereces lo contrario» y «No es asunto tuyo».
Hay una versión extendida, por supuesto, pero solo la comparto con las personas que me importan y únicamente cuando tengo un buen día.
Hablemos de la primera. No me considero cabrona. ¿Fría? Es posible. ¿Tajante? Sin duda. Sin embargo, no creo que sean cualidades negativas, solo incómodas. Por supuesto que los que me rodean preferirían que sonriera cuando me dicen alguna gilipollez, que aplaudiera cualquier cosa que hicieran y que les dijera lo que esperan oír. Yo querría ganar millones con las novelas que escribo y de momento ni siquiera he conseguido publicarlas, la vida es dura. Además, ¿la amistad no consiste en eso? En proteger, por supuesto, y también en no mentir. Si alguien en el que confías no te hace ver que te equivocas, ¿debes seguir confiando en ese alguien?
Quizá por eso no tenga demasiados amigos, y por eso selecciono a los que me apetece que estén cerca con tanto cuidado. En este momento, por ejemplo, tengo tres y medio. Pero ya llegaremos a eso. Antes, deja que te hable de esa segunda pregunta recurrente, la que tiene que ver con Alina.
Quiero a mi hermana. Apuñalaría a cualquiera que se interpusiera entre ella y su felicidad, es importante que lo sepas. Como también lo es que, pese a todo, considere a Alina insoportable. Además, la que más se interpone en su propia felicidad es ella, así que suelo tener ganas, si no de apuñalarla, sí de recordarle que es imbécil.
La mayoría de los que nos conocen sospechan que no nos llevamos bien porque somos muy diferentes. Tienen razón, aunque no por lo que suponen. No es tanto que yo me arregle y ella no, que viva por la atención de los demás y que a ella le dé lo mismo, que me enrolle con mucha gente y ella, salvo una estupidez aislada, con nadie.
El conflicto viene dado porque Alina miente. No le dice al resto lo que quiere oír, menos mal. Tampoco sonríe cuando no le apetece hacerlo. De hecho, rara vez sonríe. Pero miente a sus amigos y se miente a sí misma, y no hay cosa que soporte menos que eso, en especial si va unida a hacerla infeliz.
Para que entiendas el problema, tengo que contarte algo sobre mi tercer año en el instituto. Sobre el segundo suyo. En aquel momento ya discutíamos bastante, aunque lo hacíamos por tonterías. «No pienso depilarme o ponerme esa falda ridícula, Lía, y me parece absurdo que tú lo hagas». Pese a disentir en temas parecidos, de vez en cuando hablábamos. Sobre los amigos que habíamos hecho: Nora, Natán y Oriol, en su caso; Adrián y Rodrigo, en el mío. Sobre las personas que nos gustaban.
No recuerdo quién me interesaba a mí por aquel entonces, no es importante. Sí que recuerdo quién tenía (y tiene) obsesionada a Alina. Marcos. Pese a no ser precisamente mi tipo, podía entender que le atrajera: rubio, ojos azules, cara de muñeco… Yo también me suelo fijar en la gente guapa, pero distintiva, y Marcos no lo es. De todos modos, eso daba igual: mi hermana lo quería y yo estaba convencida de que mi deber era ayudarla a conseguirlo, así que lo estudié durante los recreos a lo largo de un tiempo. Siempre estaba rodeado de la misma gente: dos chavales enormes que parecían guardaespaldas preadolescentes y otro, mucho más enclenque, que tenía pinta de oler ropa interior ajena en sus ratos libres. Discutió con este último, no sé por qué.
Sea como fuere, Alina parloteaba que ese chico sosamente guapo era como un príncipe. Hasta que un día, de golpe, dejó de hacerlo. Costó mucho que me explicara qué era lo que había sucedido porque mi hermana, además de estúpida, es muy cabezota. Cuando al final me lo contó, no me lo creía. Resulta que Marcos había empezado a gustarle a su mejor amiga.
—¿Y? —pregunté. Estábamos en mi habitación porque había venido a que le prestara un libro—. A ti también te gusta. Posiblemente desde antes, ¿ella no lo acaba de conocer?
Alina y Marcos fueron a la misma clase en primero de la ESO, no fue hasta segundo cuando Nora, Marcos y ella coincidieron.
—Eso da igual —contestó, con los ojos clavados en la cubierta de la novela que le había dejado y los nudillos blancos por todo lo que la apretaba. Para no perder la costumbre, no le parecía bien lo que acababa de decirle—. Nunca se lo he contado. A Nora, me refiero. Ni a Marcos. Así que da igual —repitió.
—No lo da. —Pese a su bufido hastiado, continué—: ¿Por qué no le has contado a esa chica quién te gusta? No importa, hazlo ahora. Ninguna de las dos tiene que apartarse, no es una guerra. Ya decidirá él.
—No.
—¿Por qué? —Estaba comenzando a enfadarme. ¿Se había pasado horas parloteando sobre Marcos para rendirse sin hacer nada? Ni de coña.
—Porque la quiero. —Cuando me miró, vi que había verdad en sus ojos y también algo más. Algo que pesaba mucho, tanto que dolía. Aunque creo que se le escapó, me gusta pensar que en ese momento confiaba lo suficiente en mí como para murmurar—: Además, tampoco soy su tipo.
—No digas estupideces. Nos parecemos, así que eres guapísima y el tipo de todo el mundo.
A pesar de que Alina no cambiara de opinión, que empezara a mentir alegando que, de todos modos, Marcos tampoco le gustaba tanto, me negué a dejarlo ahí. No conocía a Nora más que de vista y, aunque a día de hoy le haya cogido bastante cariño (es la medio amiga de la que hablaba al principio), por aquellas me era indiferente. De no haberlo sido, habría actuado igual. Mi hermana importa más, con independencia de cómo de mal nos llevemos.
Así que, al día siguiente, abordé a ese chico en las taquillas y le pedí que habláramos cuando acabara el instituto. Aceptó con una sonrisa. A las dos y media nos sentamos juntos en la parada del autobús y, por primera vez en mi vida, dudé. No podía decirle directamente que mi hermana estaba interesada en él, aunque fuera lo que hubiera hecho si el chaval me gustara a mí. Necesitaba ser sutil, algo que se me da igual de bien que aguantar tonterías.
—¿Qué querías? —Parecía nervioso cuando preguntó aquello. No como si hubiera hecho algo mal, sino como si estuviera anticipándose.
—¿Qué tipo de chicas te gustan? —solté a bocajarro.
—¿Cómo que…?
—¿Te gustan las chicas? No pasa nada si no es así —aseguré.
—Sí, sí. O sea, sí. Están… Me gustan.
—Perfecto, entonces. ¿Cómo?
—¿Guapas? —dudó.
«Este tío es lamentable», pensé.
—Muy concreto. ¿Qué más? ¿O solo te importa su aspecto?
—No, no. Claro que no. —Se miró los pies, como si en ellos estuvieran las respuestas que buscaba—. Que sean listas y que me… —Alzó los ojos hacia mí, con el ceño fruncido—. Oye, ¿por qué te interesa?
—Porque sí. Continúa.
Lo vi antes de que lo dijera. Lo vi subiendo a la vez que la comisura izquierda de su boca, trepando por esa ceja arqueada, brillando en sus ojos.
—¿Estás intentando ligar conmigo?
Yo no soy una cabrona, ya te lo he dicho, pero las casualidades sí. Esos momentos en los que todo lo susceptible de torcerse decide hacerlo. En los que una serie de decisiones, en apariencia inofensivas, dan como resultado un momento de mierda. Mi decisión de hablar con Marcos ese día, en ese lugar, a esa hora.
Su decisión de entender mi intento de obtener información como le dio la gana.
La decisión de Alina de no volver a casa andando con sus amigos y coger el autobús porque le dolía la tripa.
El resultado de esta serie de casualidades es justo el que te esperas: mi hermana apareció en la parada, escuchó esa estupidez y sacó sus propias conclusiones. Ni siquiera me detuve a explicarle a Marcos el motivo por el cual su duda era absurda, agarré la mochila y salí corriendo detrás de Alina.
La perseguí durante diez minutos mientras le pedía que habláramos de ello. Incluso utilicé esa frase tan manida, la de «No es lo que parece». Cuando me cansé de que me ignorara, la agarré de la muñeca para encararme con ella.
—Escúchame —exigí—, estaba intentando averiguar qué tipo de chicas le interesan. Por ti, obviamente. Espero que no se te haya pasado por la cabeza que yo…
—¡Te dije que no te metieras! —me interrumpió, furiosa—. ¡¿Por qué no aceptaste mi decisión y ya está?! ¡¿Por qué siempre haces lo que te da la gana?!
—¡Ya estás otra vez! ¡Quería ayudarte!
—¡¿Ayudarme?! ¡No me hagas reír! ¡Lo que quieres es que todo gire a tu alrededor, para variar! —Lanzó su mochila al suelo y se acercó más a mí, con la cara roja por la rabia—. «Alina ha aprobado el examen de Matemáticas porque le he dado clases, papá», «A Alina empezó a gustarle leer gracias a mí, mamá», «¿Su novio? Están juntos porque yo decidí meter mis santas narices». ¿Qué es lo que buscas? ¡¿Un puto aplauso?!
Mi exceso de orgullo y escasez de paciencia no jugaron a nuestro favor. Sin ellos, puede que las cosas entre mi hermana y yo no hubieran reventado, o no tan pronto. Por ellos, dije:
—Buscaba que tu vida fuera un poco menos patética.
—Pues vas por mal camino si lo que pretendes es que sea como la tuya —escupió con desprecio.
Seis años después de esta discusión, y de las que vinieron antes de ella, entiendo cuál fue el problema. De dónde salieron el centenar de gotas que llenaron el vaso de agua hasta el borde, hasta que la que pertenecía a Marcos consiguió que se desbordara. Los padres, por mucho que se esfuercen, no siempre hacen las cosas bien. Sé que los nuestros nos quieren, que lo intentaron y que, al tropezarse, consiguieron que las que cayéramos de bruces contra el suelo fuéramos nosotras.
Estábamos hartas. Yo, de que me obligaran a encargarme de Alina como si fuera mi responsabilidad, mi hija en lugar de mi hermana. Ella, de no ser capaz de demostrar que podía lograr las cosas por sí misma, de sentirse miserable porque creía que solo me relacionaba con ella por obligación. Yo, de tener que ser perfecta por ser la mayor; ella, de tener que parecerse a mí porque los mínimos se habían establecido en mis aciertos y virtudes. Ella deseaba los halagos; yo, su libertad de no tener que ganármelos.
—Si tu vida fuera como la mía —le dije—, tus amigos serían más felices. Al menos, tendrían claro que no les mientes.
—Claro que sí. Seguro que a Rodrigo y a Adrián les parece genial que los manipules, igual que manipulas a todo el mundo. Porque tú siempre importas más, ¿verdad? «¿Te gusta la misma persona que a tu mejor amiga, Ali? ¡Ve a por ella, que se joda!». Ahora entiendo que todas las chicas de tu clase te odien. ¿Cómo consigues que te soporten ellos? —Entornó los ojos, afiló la sonrisa y, pese a que supe que venía el golpe, no esperaba que doliera tanto—. Ah, bueno, ya entiendo cómo lo haces.
—¿Qué insinúas?
Lo sabía, por supuesto que sí. Era lo mismo que insinuaban esas chicas a las que había mencionado, las que me odiaban.
—Que, al menos, la gente no está cerca de mí porque quiera liarse conmigo. ¿Puedes decir tú lo…?
Su frase se interrumpió cuando le crucé la cara de un bofetón. Se llevó una mano a la mejilla y me miró con los ojos muy abiertos, sin terminar de creérselo.
—Ojalá Marcos acabe saliendo con Nora —siseé con todo el veneno que fui capaz de reunir—. Y, si no lo hace, ya me encargaré yo de convertirlo en mi amigo. —Entrecomillé la última palabra con los dedos.
Después, di media vuelta y me fui.
Hay algo en lo que sí que nos parecemos Alina y yo, y es, de lejos, lo peor de todo: la inseguridad. Se traduce de forma distinta, pero es una misma cosa la que hace que ella finja que no quiere algo porque cree que jamás podrá conseguirlo y que yo consiga cosas que no quiero solo para demostrar que puedo hacerlo.
No volví a casa hasta las nueve de la noche. Antes de eso, me fui a un parque que hay en la otra punta del pueblo y me dediqué a llorar. Mientras lo hacía, me prometí que nunca más volvería a importarme ni la opinión de Alina ni la del resto. Me prometí que mis amigos me querían por algo que iba mucho más allá del físico. Me prometí que la gente que me llamaba cosas horribles se equivocaba.
Estoy convencida de que, de no haber sido por Adrián, me lo habría creído. Pero me enamoré de él y todo se fue a la mierda.
DE GUSANOS, AMOR A BERRIDOS Y CONDONES LLENOS DE ABSOLUTAMENTE NADA
NATÁN
Tres años antes del viaje a Avilés
Mi historia empieza tirándole una piedra a una chica, supongo.
No te equivoques, no lo hice porque me gustara. Lo hice porque Nora, la chica en cuestión, decidió perseguirme el día que comenzamos el instituto con una araña gigantesca en la mano y le tengo pánico a los insectos. Por algún motivo que a día de hoy sigo sin terminar de entender, que casi le abriera la cabeza le hizo gracia, así que acabó convirtiéndose mi amiga. Y con ella vino Alina. No de la mano, porque mi ex odia el contacto físico, pero sí cerca.
Las dos primeras cosas que pensé de Alina fueron que era muy guapa y que me odiaba con toda su alma. Aunque casi nunca hablaba, cuando yo lo hacía se limitaba a mirarme como si fuera idiota y a chasquear la lengua con fastidio.
A mediados de primero de la ESO podría haber tirado la toalla. Asumir que no le caía bien y haberme centrado en mi amistad con Oriol y Nora, que, al fin, había entendido que no me gustaban los putos bichos. Si te estoy contando esto es porque está claro que no fue lo que hice.
Por algún motivo, mi cerebro preadolescente llegó a la conclusión de que tenía que conseguir que esa chica rubia y alta me prestara atención, así que me dediqué a molestarla. Le tiraba trocitos de papel previamente masticados con la funda de un boli Bic, le pintarrajeaba los libros y, en resumen, me portaba como un gilipollas integral. Esto, en vez de conseguir que cayera rendida a mis pies, tal y como pretendía, provocó que, en segundo de la ESO, me llenara la taquilla de gusanos.
¿Me lo merecía? Sí. ¿Vomité en mitad del pasillo al ver sus cuerpecillos blandos paseándose por mis libros? También.
Y me enamoré. Lo hice cuando me limpié los restos de vómito con la manga y la vi a mi lado, apoyada contra el resto de taquillas, sonriendo. Supe que había sido ella, ni siquiera habría hecho falta que me dijera «Así es como se hace, pringado». Igual que supe que necesitaba que volviera a dedicarme ese gesto. Que me mirara como si fuera lo más interesante que había a su alrededor, que estuviera pendiente de cada una de mis reacciones.
No salimos inmediatamente después, pero sí que conseguimos hacernos amigos. Por aquel entonces, a Oriol y a mí nos gustaba liarla en el instituto de vez en cuando. Nada serio: robar un banco del patio y llevarlo hasta nuestra clase, poner pegamento en la cerradura de la sala de profesores y ese tipo de cosas. Gracias a Alina, conseguimos que las bromas alcanzaran un nuevo nivel, uno lo suficientemente grande como para que nos expulsaran tres veces y para que yo terminara de decidir que era la mujer de mi vida.
Le di muchas vueltas a cómo pedirle que fuera mi novia y, a los dieciséis, se me ocurrió la forma perfecta. Aprovechando que estaba vacío, me encerré en el despacho de dirección durante una clase, encendí la megafonía, saqué la guitarra de la funda y empecé a berrear:
Alina, me gustan tus pantalones,
tanto como lo poco que dejas que te toquen los cojones.
Alina, eres preciosa y lista,
ojalá te animaras a ser la musa de este artista.
Alina, el director se va a cabrear,
porque la he liado y en su despacho me he vuelto a colar.
Alina, sal conmigo,
te prometo que… ¡¡MIERDA, QUE VIENE!!
Fue la primera canción que escribí. Ya, no hace falta que digas nada. Lo importante es que me expulsaron dos días y, el último de ellos, Alina apareció en mi casa y me dijo que sí. En ese momento no le di muchas vueltas a la tranquilidad con la que me habló. Como si estuviéramos cerrando un trato de negocios o, peor, como si estuviera resignada. Pensé que, como nos conocíamos desde hacía tanto, no saltaba de emoción porque, de alguna forma, se esperaba que acabáramos juntos. Todo el mundo lo esperaba.
Pero a medida que fue pasando el tiempo, me di cuenta de que algo no iba bien. Aunque sabía que Ali no era muy dada al contacto, en diez meses apenas habíamos intercambiado unos pocos besos. Estaba convencido de que tenía la culpa, que se debía a que lo hacía de culo, así que le pedía perdón constantemente.
Debería haberlo entendido aquella noche, hace tres años. O, como mínimo, debería haber planteado una serie de preguntas. Estábamos en su habitación; yo, con la guitarra, enseñándole lo último que había compuesto, Ali, con uno de esos libros románticos que tan poco encajaban con la idea que los demás tenían de ella, pero que yo sabía que le flipaban. Cuando lo cerró, marcando el punto por el que iba doblando la esquina de la página, me miró con seriedad y suspiró como si se preparara para lo peor… Me esperé lo peor. «Me va a dejar. No sé morrearla y por eso me va a dejar. O soy feo, o no soy gracioso, o…».
—Creo que tenemos que acostarnos.
Eso fue lo que dijo. No «Oye, me apetece mucho que nos saltemos todos los pasos anteriores y tengamos sexo», tampoco «Vaya, escucharte tocar la guitarra me ha puesto cachonda». «Creo que tenemos», como «Igual que salir juntos era la opción más lógica, follar es lo que toca ahora».
Breve inciso para destacar algo que importará después: todavía no comprendía el motivo, pero Alina le había dicho a Nora que cuando quedábamos a solas hacíamos otras cosas, además de pasar el rato como colegas. Ella insistía en que mentía para que la dejara tranquila y en parte fue por eso. Nora es muy intensa y está más salida que el pico de una mesa. Sin embargo, había algo más.
Pero volvamos a esa noche. No estábamos exactamente solos en su casa porque su hermana, Lía, estaba en su cuarto. Nunca nos molestaba, y sus padres, los que importaban porque «Dejad la puerta abierta, je, je», se habían ido a pasar el fin de semana a la playa. Era un escenario casi perfecto y, pese a todo, yo no dejaba de pensar en las cosas que se suponía que teníamos que hacer antes. ¡Si ni siquiera la había visto en pelotas!
Espera, espera. Voy a aclararte esto bien. ¿Quería follar? Joder, sí. Me lo había imaginado de todas las maneras posibles, mi cabeza estaba constantemente en modo Kamasutra. Un Kamasutra de marca blanca, vale, pero ya ves por dónde voy.
Tenía ideas, y entre ellas estaba la de tirarme a Ali sin mucha parafernalia. Zasca, zasca, ¿me sigues? Pero, hostia, ¡¿en nuestra primera vez?! ¿Cuando todavía no tenía controlado ni lo de los morreos?
La cosa es que no quería que se sintiera rechazada y, yo qué sé, igual no se refería a que nos acostáramos en ese momento. Igual quería fijar una fecha. Sembrar la semilla. «Natán, nuestra relación eventualmente dará como resultado el coito. Atentamente, Alina» y todo eso.
—Oh, sí —contesté, aferrándome a la guitarra como si de un escudo se tratara—. Me parece bien, claro. Me interesa. —¿Conoces a esa gente a la que le da por reírse cuando no debería, únicamente porque está nerviosa? Pues soy así. Necesité varios intentos antes de parar. Ayudó que Alina frunciera el ceño—. O sea, ¡genial, tía! Follemos.
No digas nada, por favor. Ya lo sé.
Mi por entonces novia asintió, se levantó de la cama, apartó un poco las sábanas y me miró fijamente.
—Espera, ¡¿ahora?! ¡¿Te referías a acostarnos ahora mismo?! —Más y más carcajadas y, por dentro, en el fondo de mi alma, lágrimas porque «Por qué no te relajas, joder. Luego te sorprendes».
—Claro. Nora ya lo ha hecho.
En lugar de decirle que fijarse en Nora quizá no fuera lo mejor, menos teniendo en cuenta que no hacía tanto había llamado a la puerta de su vecino para hacerle una paja para practicar, asentí y me puse en pie. Todavía tenía la guitarra en la mano, así que la apoyé en absolutamente ningún sitio y cayó al suelo haciendo un ruido muy feo.
Pensé: «Esto es una señal».
Dije:
—Pues… ¿Nos quitamos la ropa?
Y eso hicimos. Mira, sé de sobra que las primeras veces no suelen ser perfectas, te ahorraré contarte la de Oriol porque me dejó mal cuerpo hasta a mí. De todos modos, una cosa era que algo saliera mal y otra era querer prenderme fuego para que al menos mi epidermis estuviera caliente.
Quizá te preguntes cómo alguien que piensa en sexo unas veintitrés horas al día no se puso cachondo cuando lo tuvo al alcance de su mano. Pues no sé. El histerismo no ayudaba. Sentía que solo tenía una oportunidad para hacerlo bien, para demostrar algo. Rollo «Beso como el culo, pero la meto con mucha gracia».
No entiendo cómo conseguí empalmarme. Quizá se debiera a los nervios, como cuando la profesora de Matemáticas te saca a la pizarra para resolver un problema y suplicas «Ahora no, por favor, en cualquier momento menos ahora». Solo que, esa noche, que se me pusiera tiesa era realmente lo que se esperaba de mí.
Por detrás de una sonrisa que titubeaba, Alina me cogió de la mano y me llevó a la cama. Después de cubrirnos a ambos con las sábanas, permanecimos en silencio y mirando al techo un buen rato.
—¿Estás bien? —dijo, al fin—. Si no quieres hacerlo…
—¡No, no! Sí que quiero. —Omití el «Tengo un montón de presión autoimpuesta y los huevos de corbata, pero quiero»—. ¿Quieres tú?
—Sí.
—Pues… —«¿La beso? No, que creo que lo hago mal. ¿Le aparto el pelo de la cara en plan tierno? Nada, nada, no le mola que la toquen. ¡¿Entonces?! ¡¿Se la enchufo y…?!»—. Eh… Espera, no tengo condones.
—No te preocupes por eso.
Estiró el brazo para rebuscar en el primer cajón de su mesilla y sacó una caja por estrenar. Era de las pequeñas. Me refiero a que tenía pocos condones, no a que estos fueran específicos para penes cortos. Sin embargo, mi cabeza fue por ahí. De pronto, me preocupó mucho la forma de mi rabo. Se lo había visto cien millones de veces a Oriol y las comparaciones son odiosas.
Me temblaba hasta el cerebro, así que tuve que pedirle ayuda a Alina con el condón, rezándole a todo lo que pueda rezarse para que mi polla tuviera un tamaño que ella considerara adecuado.
Luego, y esto no fue por culpa de los tembleques, sino de la logística, intenté meterla donde no tocaba. «Por ahí no», me explicó Alina. «¿Por qué tienes tantos agujeros?», se me ocurrió preguntarle. Estaba a punto de pedirle que volviéramos a encender la luz, o que me dejara enfocar la zona problemática con la linterna del móvil, cuando me la agarró y dijo: «Es