Miradas Goticas 1
Miradas Goticas 1
3
Goicochea, Adriana Lía
Miradas góticas : del miedo al horror en la narrativa argentina actual / Adriana Lía Goicochea ;
compilado por Adriana Lía Goicochea.-
1a ed - Viedma : Mariano Sebastián Blanco ; Viedma : Mónica Larrañaga, 2021.
Libro digital, PDF
Editores:
Mónica Larrañaga / Adriana Goicochea
ISBN 978-987-86-9313-2
Referencia imágenes
Tapa, retiraciones y caratulas: www.freepik.es, www.cleanpng.com, www.vectorstock.com
Pag. 15: Frankenstein - Bernie Wrightson
Pag. 16-17: Cortázar - Andrés Cascioli
Pag. 28: Mariana Enríquez - Juan Carlos Comperatore
Pag. 44: Esmirna Barrera
Pag. 58: Virginia Piñón
Pag. 70: Sir Billy the Cockatrice - Arvalis
Pag. 76: Exalius - Liz Carlson
Pag. 79: El Matadero - Enrique Breccia
Pag. 80: Émile Bayard
Pag. 89: Pájaro en boca - David de las Heras
Pag. 108: Family Portrait - David Firth
4
INDICE
Presentación pag. 7
5
PRESENTACIÓN
1.- Se realiza en el marco del Pi V100 “Derivaciones del modo gótico en la narrativa argentina de las genera-
ciones de posdictadura” (2017-2021) localizada en el CURZA-Universidad Nacional del Comahue.
7
del sesgo de la mirada infantil produce un extrañamiento particular que se podría
asociar con aquellas incertidumbres que han cundido en los relatos góticos más
ortodoxos, especialmente en los cultores de lengua inglesa.
(…) esto es como forma literaria que revela la “causa ausente” (Jameson, 1986) de
diversos trayectos de la historia argentina y especialmente los vinculados a los ge-
nocidios étnicos, las torturas, apropiaciones de niños y desaparición de personas
durante la dictadura militar.
En este sentido, Enríquez con Selva Almada y Samanta Schweblin forman parte de
una generación en la que se destaca su discurso feminista y su militancia En el capítulo
que lleva por título “Selva Almada: modos de narrar el horror en lo cotidiano”. María José
Bahamonde, expresa que “Las temáticas exhibidas en sus libros también evidencian
8
este compromiso; está presente una mirada crítica con determinados sucesos coti-
dianos además de la empatía con los hechos que menciona”. Sigue un itinerario por la
obra de la autora y analiza el modo gótico desde su primera novela El viento que arrasa
(2012); su libro de no ficción, Chicas muertas (2014); los relatos reunidos en El desapego
es una manera de querernos (2015); y su última publicación No es un río (2020), para
concluir que
Estas obras pueden pensarse a partir del locus donde se desarrollan las historias, o
desde los personajes que se mueven en un ambiente donde lo cotidiano se extra-
ña ante la muerte y las historias ominosas, pero a la vez la naturalizan. Vinculado
con esto, la crítica social que realiza desde el gótico no permanece ajena, ya que
algunas instituciones (la familia y la iglesia entre otras), se presentan inestables y
cargadas de connotaciones negativas como la mentira y el engaño.
Su observación de que “La mayor parte de su obra está anclada en la zona litoraleña
de nuestro país y como ella misma menciona en sus entrevistas, lejos de la gran urbe.”,
vincula su reflexión con la propuesta de Alejandra Nallin, quien en el capítulo “El gótico
litoraleño de Selva Almada”, centra la mirada en su última novela, para postular la emer-
gencia de “un gótico federal”, al que Nallin define como
reinvención del género, ‘situado’ en las diversas regiones literarias argentinas, con
el afán de desmontar y desocultar los miedos y terrores del presente, protagoniza-
dos por niñas, madres y mujeres atravesadas por la violencia de género y domésti-
ca, por sus cuerpos abyectos, mutantes e intervenidos por las lógicas patriarcales,
por el biopoder y las naturalizaciones del terror familiar cuyo castillo-casa será la
zona gótica de la monstruosidad.
Y en esa “deriva escrituraria” ubica a Dolores Reyes y pone blanco sobre negro con un
análisis trascendental de la novela Cometierra.
En la misma dirección, al dar lugar a escritores de otras regiones literarias argentinas,
el trabajo de Natalia Puertas está dedicado a la obra de Pablo Tolosa, un escritor rio-
negrino, que no duda en reconocer que sus lecturas y el cine terror son su fuente de
9
inspiración y dejan una marca en su escritura. Según dice Puertas, analiza la novela Hay
que matarlos a todos (2017) y la antología de cuentos Malditos Animales (2010) con la
hipótesis de que
Como señaláramos más arriba, de esta generación participa también Samanta Scwe-
blin, por lo que no puede estar ausente en este libro que ha convocado a las escritoras
representativas de la narrativa argentina actual Así es como Nadina Olmedo propone
una inteligente lectura del cuento Pájaros en la boca (2009) y de la novela Distancia
de rescate (2015). En el capítulo denominado “Los niños monstruos en “Pájaros en la
boca” y “Distancia de rescate” de Samanta Schweblin” desarrolla la hipótesis de que en
estas obras se lee una representación del monstruo que “se relaciona con los temores
vinculados a considerar al niño/a como un sujeto liminal” En esta afirmación subyace
un pensamiento que le da fundamento y es que como ella misma expresa “Sin duda, las
figuras y formas del gótico – entre ellas el monstruo – continúan hoy en día “soñando
y desconfiando con el progreso ilimitado del hombre moderno a través de narraciones
que desafían los sistemas de pensamiento y los límites sociales, morales y éticos”. Luego
su conclusión es que
10
(…) los niños monstruos de Schweblin no se conciben ya como “una bendición”,
sino casi como una carga, no solo económica sino también ambiental, ya que no
son la esperanza de un futuro mejor, sino el espejo oscuro de un presente inquie-
tante que no deja de acecharnos.
(…) tanto la idea de posesión como la de catástrofe nos llevan a la fuerza cuestio-
nadora del modo gótico que orienta la lectura para mostrar el lado oscuro de lo
humano, como lo es el desdoblamiento de los sujetos para sobrevivir en lugares
que imponen una única formar de ser llevando la bandera de la disciplina y la
moralidad.
En esta síntesis, María Gabriela Rodríguez resume hábilmente un análisis detallado que
desarrolló recorriendo en la trama narrativa el efecto ominoso y el valor cultural de dos
conceptos: posesión y catástrofe.
También Luciano Lamberti forma parte de esta generación de escritoras y escritores
argentinos contemporáneos que se han inclinado por leer y escribir novelas de terror,
por lo que el título de este capítulo escrito por Abel Combret resulta muy ilustrativo “El
gótico en la obra de Luciano Lamberti: apropiación y desplazamiento”. Afirma, Combret,
que la novela La maestra rural (2016), “ofrece una nueva mirada, construida a partir de
un desplazamiento, de un error deliberado, de una distorsión, de algunos momentos
de nuestra historia.”, y que en La masacre de Kruger (2019) actualiza una constante en
la la narrativa de Lamberti: “Y es que el origen de la maldad se halla en la mente del ser
humano”.
En suma, encuentra que
11
Sin embargo, la profundidad de sus reflexiones excede ampliamente los límites del texto
porque por un lado define la poética del autor cuando sostiene que
(…) su literatura busca siempre una combinación peculiar entre el enigma, el mis-
terio y el secreto …Aquello que no puede descifrarse claramente (enigma), aquello
que no se puede explicar (misterio), aquello que está oculto porque se decide su
invisibilidad (secreto) dibujan un entramado productivo en las historias que ima-
gina.
Por otro lado, Mónica Bueno, revela la teoría del autor acerca de las relaciones entre el
gótico y el fantástico cuando sostiene que
Si bien el fantástico y el gótico no son la misma cosa, el vínculo entre los dos es
fuerte: se trata, como bien señalaba el propio De Santis, de la óptica particular del
vidrio opaco que distorsiona y problematiza lo que creemos lo real. En Los anti-
cuarios persisten las formas del gótico que constituyen la particular tradición de la
literatura fantástica latinoamericana.
Esta breve reseña se ha construido polifónica para que en ella resuenen las voces de
los autores que conforman este libro. Autores que con sus “miradas góticas” trazaron un
mapa que partiendo del gótico tendió puentes entre la palabra y la imagen; la dimen-
sión estética y la dimensión política, las narrativas actuales y sus tradiciones, el “gótico
criollo” y “el gótico federal”, los géneros y su acontecer cultural.
“Miradas góticas” trasgresoras, que posándose sobre el exceso corrieron fronteras cul-
turales, geográficas, epistemológicas, y siguieron diversos itinerarios, pero el mismo
mapa emocional ¿Será que comparten la misma atmosfera afectiva? ¿Será que en está
atmosfera afectica compartida se experimenta el terror como el origen y sustrato del
miedo y del horror? ¿Será que en la experiencia emocional de nuestra vida presente el
terror tiene el rostro de la dictadura y del capitalismo?
A. G.
12
“Casa tomada y después”
1
José Amícola
15
cológicas donde la fantasmagoría será una categoría tanto social como psíquica, según
va a representarse especialmente, en The Haunted House (La casa embrujada, 1859) de
Charles Dickens y The Turn of the Screw (Otra vuelta de tuerca, 1898), de Henry James.
El castillo o el convento de la primera fórmula gótica ha pasado a ser el laboratorio en
Frankenstein para luego transformarse en el salón de recibo de la casa burguesa. Edgar
Allan Poe con “The Fall of the House of Usher” (“La caída de la casa de Usher”, 1840), pro-
vocaría esa vuelta de tuerca del gótico fuera de Inglaterra, que iba a figurar en el título
de Henry James. Así la narración gótica se ha encaminado paulatinamente hacia una
disposición psicológica de los personajes, un desarrollo que aparecía ya en germen en
Ann Radcliffe en el siglo XVIII, pero que abría varias vías en las novelas góticas sucesivas,
como podemos ver tanto en sus seguidores en lengua inglesa,
como Stevenson, con su The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr.
Hyde (El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, 1886) y de Oscar
Wilde con The Portrait of Dorian Gray (El retrato de Dorian Gray,
1890), como también en los relatos de Julio Cortázar o Silvina
Ocampo, donde lo que queda es especialmente la sensación de
lo siniestro en ciernes. Por ello es importante destacar que desde
el momento en que en la literatura empiezan a pulular los apare-
cidos, ese nuevo formato literario del horror no hace más que bi-
furcarse en nuevas y nuevas formas. La diversificación del gótico
se desarrolla, entonces, en multiplici-
dad de direcciones que tienen que ver
con la de la identificación de los lec-
tores con personajes literarios aterro-
rizados por diferentes circunstancias.
Así de los fantasmas de los castillos
góticos se pasa a los aparecidos; luego
de ahí a los muertos vivos, pero la serie
continúa, pues también se da lo ma-
cabro de los cementerios, y de ahí nos
encontramos con la tradición de los vampiros (que venía del
folklore medieval). Así siguiendo, encontramos luego en el
siglo XX la revitalización de viejos moldes que ahora podría-
mos llamar de un “gótico moderno” o de los “derivados del
gótico”, como las películas de terror y exorcismo. Al parecer
han quedado superadas las escenografías de castillos y los
ruidos nocturnos de cadenas que vienen a ser reemplazadas
por la inquietante apacibilidad de la casa burguesa, donde
suena en sordina una sensación de opresión ante lo ominoso
que se esconde detrás de las puertas. Por ello se puede hablar
ahora de una gran vitalidad de la literatura de terror, dando
por sentado que ella se transforma y revive así, porque toca
una de las vértebras del sentimiento humano más recóndi-
to: la esfera de la emocionalidad. En nuestra argumentación
nos detendremos, entonces, especialmente en este tipo de
emoción que despierta la sensación de horror ante algo que
invade nuestra cotidianeidad y que se resume especialmente
en la sensación de algo “ominoso” (es decir, que pesa sobre
nosotros con un peso insoportable de llevar).
16
En “Notas sobre lo gótico en el Río de la Plata” (de 1975)
Cortázar demuestra su hondo conocimiento del tema po-
niendo en la lista de autores que ha leído a los más famo-
sos escritores ingleses y norteamericanos, pero también
haciendo una genealogía rioplatense que colocaría a Jua-
na Manuela Gorriti y Eduardo Holmberg en el proto-góti-
co argentino, para pasar luego a mencionar las obras de
Lugones, Quiroga, Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo,
Felisberto Hernández y la suya propia. Lo interesante de esta nutrida asam-
blea, donde se construye un espacio literario a través de inclusiones y exclusiones, ra-
dica no sólo en que Cortázar se considera miembro de una cofradía de cultores de “lo
gótico”, sino que en ese texto muestre su asombro sobre la predilección rioplatense por
ese modo literario, circunstancia que, sin embargo, produce ciertas incongruencias en
el momento de explicar los motivos de una fidelidad literaria.
Pero hablemos primero de un cuento. Un lugar de excepción lo ofrece en mi presente
lectura efectivamente el cuento de Cortázar Casa tomada (1946), escrito mucho antes
que la propia reflexión del autor sobre el tema, porque allí tenemos los mismos elemen-
tos que desarrollará este autor luego de modo ensayístico. La invasión y ocupación de
la casa burguesa en Cortázar se dará como el síntoma del temor por las hordas de quie-
nes quieren desplazarnos en el ejercicio de nuestros privilegios, aunque ellos sean solo
los de la mediana clase media. Esa posibilidad causa la an-
gustia que está en la base de los personajes de “Casa tomada”,
quienes finalmente se entregan al poder de lo intangible. In-
clusive si no hiciéramos aquí la interpretación política posible
de este relato, es ineludible pensar en el malestar psicológico
que rodea a los simples personajes del cuento, interrumpidos
por lo incomprensible en la cotidianidad rutinaria de sus vi-
das. En cuanto al artículo ensayístico de Cortázar de 1975 me
interesa enfatizar su tesis de que “todo niño es en principio
gótico” y que solo la pubertad transformará a ese niño en
consumidor de géneros más varoniles como los de gangsters
y cowboys (Cortázar 1975/1994: 80-82).
Por otro lado, hay algunos elementos que abre el cuento de
1946 titulado premonitoriamente “Casa tomada” que consi-
dero interesante comentar ahora en compañía de las propias
reflexiones de 1975 de este mismo autor. Primeramente, el
sintagma de una “casa tomada” tiene desde los años 70 otra
significación en la Argentina que aquella que tuvo en el mo-
mento de su publicación en la revista dirigida por Borges. Po-
demos afirmar aquí con toda evidencia que, como el propio
Borges sostenía, cada texto varía su significación según sea
el momento de su lectura, pues cada uno de ellos se carga
de los valores del contexto. Borges estaba pensando segura-
mente en los contextos de la serie literaria, cuando escribía
su memorable “Pierre Menard, autor del Quijote” para respal-
dar esta tesis. Sin embargo, es bueno agregar también que
los textos se cargan del significado que les prestan las otras
series paralelas de la lectura y no solamente las literarias. Me
17
refiero, claro está, a la serie sociopolítica. Este
nuevo tipo de “casa tomada” en nuestro con-
texto puede remitir también a los desmanes
militares en los años 70, cuando la búsqueda
de agitadores llevaba al “allanamiento” (léase
“robo”) y destrucción de una vivienda sospe-
chosa. En segundo lugar, el cuento de Cortázar
reinscribe la tradición gótica en la línea freudia-
na de lo ominoso o siniestro que sucede den-
tro de las paredes del hogar. Al mismo tiempo,
la casa se vuelve un recinto paradigmático de
aislamiento y encierro, refundando los polos
de interior y exterior, de refugio y vulnerabili-
dad, pero haciendo tambalear también los propios presupuestos de tales oposiciones,
como había descubierto Freud en 1919.
En cuanto a la mención de Cortázar sobre la niñez como baluarte de la percepción
gótica, este elemento no solo está en el famoso relato de Henry James, sino que apare-
ce también en los escritores y escritoras del gótico en los millennials argentinos. En este
caso me estoy refiriendo a Julián López y a su novela Una muchacha muy bella (2013),
donde la casa también es tomada por fuerzas oscuras e intangibles. Lo trascendente
en este relato, como en muchos cuentos de Cortázar o de Silvina Ocampo, es que la
sub-información que se les brinda a los lectores, proviene de una mirada ingenua. La
limitación del conocimiento de lo que sucede a partir del sesgo de la mirada infantil
produce un extrañamiento particular que se podría asociar con aquellas incertidumbres
que han cundido en los relatos góticos más ortodoxos, especialmente en los
cultores de lengua inglesa.
Ahora bien, en este texto de Julián López es cierto también que la voz
infantil aparece como impostada, en tanto, como sabremos al final, la
narración ha sido orquestada por el hombre adulto que recuerda su
infancia. El nivel de ingenuidad narrativa, sin embargo, sigue siendo el
mismo: el narrador nos dice a medias lo que realmente sucede a su al-
rededor. Hay, además, el efecto de oralidad que se provee gracias a las
fórmulas como “ya dije que…”, “no hablo de…”, “¿dije ya que…?”, como
artilugios del nivel conversacional, que procuran dar la impresión de
que el relator habla ante un grupo de congéneres que entienden las
alusiones temporales y espaciales de aquello que cuenta. Así y todo, el
texto vacila entre la ambigüedad de una información infantilizada que,
por momentos, se satura de un lenguaje alambicado impropio de un niño
(en palabras como “piélago” u “hologramas”), dando, por lo tanto, la sensa-
ción de una superposición de dos épocas diferentes: el niño que se trans-
formará en el adulto que ya va a haber descifrado los enigmas de su niñez.
De esta superposición temporal nace la necesidad del relato de insistir
suministrando los datos de época (como la foto del Che) del primer nivel,
el de la infancia del protagonista.
Si el agobio del encierro le viene a este texto desde la tradición gó-
tica – quizás sin pertenecer completamente a esta corriente –, esta
narración parece embellecerse con otros niveles donde como en
una novela de Manuel Puig uno de los personajes trae al espacio
18
limitado las fantasías de los relatos de pe-
riplos exóticos. En este caso es la madre
la que enciende la imaginación de su hijo
mediante los viajes inventados por países
nunca visitados. En este sentido, el niño
protagonista parece vivir en una constan-
te identificación edípica y absoluta con su
madre (“Una muchacha muy bella”), a la
que él no solo ama, sino que, ante la au-
sencia de una figura paterna, toma como
modelo. Es, por ello, que la aristocracia de
la piel “azulina” de la madre puede hacer
asemejar este personaje a las heroínas de los castillos góticos que se hallan a la espera
de ser rescatadas por un galán intrépido. Es quizás aquí donde el texto se transforma no
solo en homenaje a esa madre bella (digna de ser rescatada de su angustia), sino en un
canto a la pureza de la infancia, que se halla en estado vulnerable y, por ello, encuentra
que la casa es como un “espacio amniótico” y “un silencio victoriano” (López 2013: 22).
De allí también la idea de que esa madre coloque al hijo en el rincón protector de su
bolsillo para librarlo de las insidias del mundo (López 2013: 35).
Entre los espacios también insidiosos de este texto de un terror que se avizora en el
horizonte encontramos asimismo ciertos indicadores que provocarán en la lectura la
dosis de incomodidad o angustia que requiere esta tradición literaria no tanto del gótico
primigenio, sino de sus secuelas. De aquí habrá un corto paso a pensarlo asociado al
terrorismo de Estado que vivió la Argentina en décadas no demasiado lejanas, como lo
plantea también Mariana Enríquez en su novela Nuestra parte de noche,
de 2019 (a un siglo del artículo sobre lo siniestro publicado por Freud
en 1919), un texto que con más derecho puede llamarse “gótico”, donde
entra en combinación con la casa embrujada, también la niñez y el
exorcismo. Sin embargo, en el texto de Julián López puede aterrori-
zarnos ya el hecho de que la madre se ausente frecuentemente para
recorrer algunos barrios diferentes de Buenos Aires sin un motivo
declarado, pero también que ella se abstraiga sumida en sus reflexio-
nes hasta perder el hilo de sus acciones (encendiendo varios cigarri-
llos a la vez) o que ella se encierre a veces en el cuartito de servicio
para llorar o maldecir, porque esos indicios nos llevarán casi necesa-
riamente a la respuesta bárbara con que se cierra la historia de esta
“casa tomada”. Y en las fórmulas utilizadas por la novela, llena de
una simbología lírica al estilo de la de los textos de Silvina
Ocampo, podemos entrever que el “servicio” que presta ese
cuartito es justamente el permitir el llanto o la desazón
(que oculta el terror ante lo que puede avecinarse).
Para finalizar con este análisis podemos arriesgar la
idea también de que el Leitmotiv de la belleza materna
es una trampa para la comprensión de un relato sinuo-
so y nada ingenuo, pues esa característica nos envía
señales en una falsa dirección, haciéndonos creer en
la coquetería y frivolidad de un personaje, que en el
fondo se encuentra bajo la gran presión de una cola-
19
boración política, sirviendo tal vez de correo para las acciones de agitación entre grupos
clandestinos.
“El cuartito de servicio para llorar”, en definitiva, revela en el propio núcleo del hogar la
presencia de lo siniestro dentro de una casa a la que tarde o temprano llegarán los “gru-
pos de tareas” para tomarla, como “…enormes tigres acechando…lobos aullando desde
lejos, oliendo el miedo y confiados en el fin de la cacería” (López 2013: 52). Y así el rela-
tor terminará por afirmar, cuando lo descubre, lo que la angustia que se erguía sobre
toda la historia presagiaba: “Mi casa estaba rota” (López 2013: 129).
Bibliografía
1.- Amícola, José La batalla de los géneros. La novela gótica versus la novela de educación. Rosario: Bea-
triz Viterbo Editora. 2003.
2.- Cortázar, Julio “Casa tomada”. En Bestiario. Buenos Aires: Sudamericana, 1951, pp 9-19.
“Notas sobre lo gótico en el Río de la Plata” Obra crítica/3 (ed. a cargo de Saúl Sosnows-
ki). Madrid: Alfaguara. 1994, pp 77-88.
3.- Enríquez, Mariana Nuestra parte de noche. Barcelona: Anagrama, 2019.
4.- Freud, Sigmund “Das Unheimliche” en idem: Gesammelte Werke (ed. por Anna Freud), Londres: Imago
Publishing. 1947. {1919}. tomo XII, pp. 229-267.
5.- López, Julian Una muchacha muy bella. Buenos Aires: Eterna Cadencia. 2013.
6.- Milner, Max La fantasmagoría (trad. de Juan J. Utrilla). México: Fondo de Cultura Económica. 1990.
{1982}.
20
La proyección del gótico
en la última novela de
Mariana Enríquez
2
Pampa Arán
(…) él me mostró sus cicatrices, en la cama, de noche, iluminados por la luna. Sos un Frankestein, le
dije, y me acuerdo de que no entendió, y prometí leerle la novela. (364)
23
lo oculto, lo desconocido, los fantasmas que albergan los hombres
con su conciencia mortal y los recursos artísticos que desplegó el gó-
tico letrado, ha tenido larga descendencia y en nuestra tradición litera-
ria, los nombres de Lugones, Quiroga y Cortázar se citan a menudo en
esa dirección. En la actualidad se la conoce como literatura de horror
sobrenatural, que el cine ha contribuido a difundir como cine de te-
rror. Ambos términos se suelen confundir, pero desde el punto de vista
del lector pienso que el horror es un efecto estético normado por la
cultura, no ligado necesariamente al terror, que apunta a una reacción
subjetiva. Los personajes siempre muestran pasiones excesivas, incon-
trolables en las que se mezclan el amor, la sexualidad, la inocencia, el
odio y la culpa; la malignidad se apodera de los cuerpos y se traduce
en oscuros deseos.
Desde mi perspectiva teórica la creación y evolución de los géneros
literarios no puede entenderse por fuera de la vinculación con pro-
cesos históricos, sociales, económicos y políticos. Y es por eso que
propongo leer brevemente la novela de Mariana Enríquez, Nuestra
parte de noche1, como proyección del gótico en sentido fuertemen-
te político, esto es como forma literaria que revela la “causa ausente”
(Jameson 1986) de diversos trayectos de la historia argentina y especialmente los vin-
culados a los genocidios étnicos, las torturas, apropiaciones de niños y desaparición de
personas durante la dictadura militar. Entiendo que esto supone un recorte muy sesga-
do para una obra que se abre a innumerables interpretaciones, pero no puedo pensar el
gótico, como ningún género, que no lleve implícita una dimensión política que también
está en su memoria, en su texto primario.
El relato de la extensa novela es intrincado y difícil de resumir. El eje de la historia lo
constituye la genealogía de una secta fundada y sostenida por personas ricas y pode-
rosas, ingleses en este caso, que extienden sus dominios en diferentes regiones, apro-
vechando oportunidades políticas y económicas, instalando formas de colonialismo.
La secta se reconoce en el culto de la Oscuridad cuyos adeptos tratan de escucharla
cuando es convocada por el oficiante o medium, a los fines de llegar a ser como dioses,
de ser inmortales manteniendo viva la conciencia en otro cuerpo. La Oscuridad es una
presencia poderosa y voraz que engulle y mutila a los que son ofrecidos en sacrificio,
generalmente niños, y a muchos iniciados que se le aproximan peligrosamente. Los
médiums son difíciles de conseguir porque se descubren entre personas dotadas de
ciertos poderes sobrenaturales que en la ceremonia se vuelven objeto de transforma-
ción animal, una licantropía que los deja exhaustos y los lleva a la locura y a una muerte
prematura.
Y precisamente uno de los mediums es Juan Peterson, criado por miembros de la
orden desde pequeño, compartiendo juegos, aventuras y amores con Rosario Bradford,
hija y nieta de los poderosos del culto. Enamorados, aunque con una relación tortuosa,
como lo serán todas las de la novela, en la juventud
unirán sus vidas y tendrán a Gaspar, un niño que pa-
rece haber heredado la belleza y la energía sobrena-
tural de Juan (“mirarlo era como un atardecer sor-
prendente, cuando la naturaleza mostraba su peligro
y su belleza”, 37), lo que le permite ver a los muertos,
abrir puertas imposibles, hacer conjuros o comuni-
24
carse mentalmente. El precio de poder ver el mal desatado, cuando los demás no lo ven,
tiene un costo altísimo que Juan paga con su cuerpo lleno de cicatrices y con ataques
de ira y de impotencia que suele descargar en los que más quiere. Así en el año 1978:
Volvió a la casa por la noche cuando los ruegos, los alaridos y los disparos se
hicieron insoportables, cuando lo rodeaban ecos de asesinados con los ojos ven-
dados, los pies atados, algunos con la cara o el cuerpo hinchados, otros que se
arrastraban encerrados en bolsas de arpillera, una legión que no conseguía hacer
desaparecer. Lo buscaban. Sabían que él podía verlos y reconocerlos. […] (89)
25
por momentos creo leer en la pavorosa secta y en su divinidad un potente cronotopo
sociocultural condensador de la maldad y el poder que, insisto, se reproduce y emerge
en diferentes formas, toda vez que las condiciones históricas permiten que esa Parte de
Noche muestre su fuerza. Y se vuelve texto en la novela de Enríquez, dando estatuto
imaginario y forma ideológica al subtexto histórico (Jameson 1989:66).
Pero, además, cabe destacar que los fundadores ingleses de la Orden resultan una
dupla de curiosidad antropológica, saber y fortuna, que extiende su interés intelectual
y económico apoyándose en la arrogancia del colonialismo, tanto en África, como más
tarde en América. Acá llegarán sus descendientes Bradford a fines de siglo XIX y el bis-
abuelo de Rosario obtendrá tierras en la llanura bonaerense por su participación en la
Campaña del Desierto y cultivará trigo, mientras su hijo Santiago, ya argentino, compra-
rá yerbatales en Misiones, a principios del siglo XX, amasando una fortuna que, como los
ingenios azucareros o los bosques, se explotan con la fuerza y la sangre de “los conde-
nados de la tierra”. Y junto con los Bradford y sus amigos o socios, llega la Orden secreta.
Sin embargo, no es todo tan simple en el trasplante porque la naturaleza americana
también es devoradora a su manera. Santiago sufre la fascinación de la selva misionera
de un modo algo siniestro, lo que lo lleva a edificar su extraordinaria casa en la selva,
Puerto Reyes, mansión gótica por excelencia, con sus miradores altos y sus túneles
subterráneos, quizás como evocación de
los viejos castillos. Y precisamente será esta
mansión el lugar donde comienza y con-
cluye el relato, en el que la casa y el bosque
de muertos que encierra, decidirán el futu-
ro de Gaspar.
Dije que se trata de una genealogía y
como tal de una herencia de sangre y de
fortuna. Santiago B. tiene una hija, Merce-
des (la madre de Rosario), que resulta pa-
radigma de la perversidad, del fanatismo y
como dice Juan “[…] es sacerdotisa de dio-
ses repulsivos y siempre nos parecemos a
los dioses que adoramos” (656), que recluta niños pobres de la región para los sacrificios,
“Y desde hacía años, contaba con los secuestrados que sus amigos militares le entrega-
ban” (129), los tortura y hacina en los túneles subterráneos para sus maleficios y rituales.
Rosario narra extensamente su experiencia cuando su madre la castiga obligándola a
limpiar las jaulas de los prisioneros:
(…) El trapo que le tapaba los ojos estaba tan sucio que tenía gusanos. Aguanté
muchos días esa mugre y su dolor hasta que no pude más y le saqué la venda. Lo
limpié como pude, pero seguro perdió los ojos antes de que Mercedes decidiera
que no servía para nada y lo descartara, como a los demás. Se llamaba Francisco
y tenía cuatro años (368)
El marido de Mercedes (que como todos ellos ha estudiado en Inglaterra) tiene una
amante correntina y una hija, Tali, hermanastra y amiga de Rosario. Tali también es vi-
dente y tarotista, pero representa el mestizaje cultural, el repertorio de cultos y rituales
nativos, los poderes sanadores, el culto de los muertos con los que ayuda a Juan para
26
la protección de Gaspar. Dejando de lado las aristas de la intensa e íntima relación con
Juan (lo sexual en la novela encarna diferentes formas de subjetividad, modos de apren-
dizaje, de conocimiento, sacrificiales, se liga a la sangre y en las mujeres a lo menstrual y
a lo lunar, p.136), Tali y a su manera Rosario, erudita antropóloga, recuperan creencias y
rituales que han sido acallados y también colonizados. Apropiados de manera turística,
han sido cosificados por la cultura oficial, aunque siguen siendo, de un modo débil y
no totalmente consciente, una forma de resistencia social (cfr. esp. “El pozo de Zañartú”.
485-816).
Ahora bien. La lectura de esta novela descomunal es un desafío por muchos motivos2,
algunos ya apuntados y otros que refieren al montaje de la historia narrada. El efecto es
que el lector siempre parece estar escuchando detrás de una puerta, sin entender bien lo
que dicen los actores y lo que hacen, en un submundo lleno de oscuridades y secretos.
Creo que en parte es por el uso polifónico de diferentes voces y puntos de vista internos,
como por la inclusión de crónicas audiovisuales verdaderas (la de Omara), relatos orales
o informes periodísticos, como piezas fragmentarias de un puzzle cuya totalidad parece
armarse en el final. El otro efecto surge de la contraposición violenta entre un realismo
minucioso y convincente para narrar situaciones fantásticas e increíbles plagadas de
magia, sacrificios, torturas y espacios macabros. Los grandes escenarios góticos y en
particular, las casas o algunas que aparentan serlo.
En el gótico la trampa y la apariencia gobiernan la representación, nada es lo que pa-
rece, todo oculta un secreto, el mal acecha a cada paso, lo invisible se vuelve visible y lo
inanimado cobra vida. El castillo es un espacio aislado, cerrado y amenazante, poblado
de fantasmas y lleno de misterios, de acceso y salida difíciles, alto y orgulloso, pero al
borde del precipicio, casi intemporal. No entraré en detalles respecto de las casas de
la novela de Enríquez, todo un tema, mansiones de los Bradford en su mayoría, aban-
donadas o semiruinosas, otras que están en el barrio donde vive Gaspar. Cada una de
ellas tiene características semejantes a las escenografías del gótico, con sus pasadizos
diabólicos, sus fantasmas y sus osarios, pero señalo de modo breve la de Puerto Reyes,
porque condensa fuertes núcleos semánticos y como dije, es el lugar donde ocurre la
primera transformación de Juan y la batalla final de Gaspar quien, usando esos lugares
mágicos logrará destruir a las líderes de la Orden (su abuela es una de ellas), que lo han
27
cercado y obligado a volver a la casa misionera para que asuma el papel de su padre y
para lograr la inmortalidad, sobreviviendo en otro cuerpo: “Mantener con vida la con-
ciencia” (643).
Porque las casas no son totalmente tales, sino que encierran zonas de metamorfosis
en otra dimensión, “la tierra del Otro Lugar” 656) donde habitan los muertos o sus frag-
mentos, donde cada paso amenaza con la desaparición tragado por una fuerza invisible.
Son “espacios de poder” del monstruo insaciable. Pero también de búsqueda, reencuen-
tro y aprendizaje si se sabe cómo retornar. Gaspar descubre que los va a seguir visitan-
do porque en “En esa tierra él era bienvenido” (666-667) Y siente, en un final ambiguo
y enigmático, que el corazón de su padre sigue latiendo muy cerca, demasiado cerca,
cuando se conecta con una nueva energía que late en el universo.
Y uno se pregunta finalmente ¿son esos lugares una forma metanarrativa de mostrar
la experiencia de escritura de la literatura del horror?, ¿podríamos leerlos como metáfo-
ra de la búsqueda implacable y ominosa, perversa y devoradora de un saber prohibido
o reprimido? ¿Es lo que lleva a Lugones, a Poe, a Quiroga, y a un sinfín de escritores, a
explorar esos territorios oscuros? ¿Está en el origen de la saga que estamos leyendo?
Notas
1.- Citamos siempre por la edición de Barcelona: Anagrama, 2019 y por ello obviamos la referencia y colo-
camos solamente el nº de página al final de todas las citas, entre paréntesis.
2.- Otro de los motivos, que no puedo desarrollar en este trabajo, es la lengua usada para contar el horror,
lengua que guarda la memoria social; es una novela que hay que leer conteniendo la respiración.
Bibliografía
1.- Amicola, José. La batalla de los géneros. Novela gótica versus novela de educación. Rosario: Beatriz
Viterbo Editora. 2003.
2.- Arán, Pampa. Apuntes sobre géneros literarios. Córdoba: Epoké, 2001.
3.- Enríquez, Mariana. Nuestra parte de noche. Barcelona: Anagrama. 2019.
4.- Jameson, Fredric. Documentos de cultura, documentos de barbarie. La narrativa como acto socialmen-
te simbólico. Madrid: Visor. 1989.
28
Selva Almada:
modos de narrar el
horror en lo cotidiano
3
María José Bahamonde
Se puede ubicar a la escritora entrerriana Selva Almada (Villa Elisa, 1973) como referen-
te de la literatura argentina actual. Tiene una producción escrituraria muy interesante
que abarca todos los géneros: poemas, cuentos, novelas, no ficción y una serie de notas
sobre el rodaje de una película. Es autora de Mal de muñecas (2003); Niños (2005); Una
chica de provincia (2007); El viento que arrasa (2012); Intemec (2012); Ladrilleros (2013);
Chicas muertas (2014); El desapego es una manera de querernos (2015); El mono en el
remolino: Notas del Rodaje de Zama de Lucrecia Martel (2017) y No es un río (2020).
Un aspecto central a considerar en su obra también se corresponde con la visibilidad
de quien se ha ganado un espacio entre las autoras más leídas, traducidas, premiadas
y vendidas de la actualidad. Ana Gallego Cuiñas hace referencia al protagonismo que
ocupan algunas escritoras argentinas en un discurso de raigambre feminista que se ha
ido gestando desde los años 70 y 80. En este sitio ubica a Almada junto con otras es-
critoras argentinas como Mariana Enríquez
y Samanta Scweblin y sostiene que las tres
pisan fuerte al ser editadas por Randmom
House y al consagrarse como escritoras pro-
fesionales (Gallego Cuiñas 2020). Por otro
lado, ella manifiesta que se siente cercana a
otras escritoras de su generación en aspec-
tos relacionados con su militancia en espa-
cios públicos de movimientos feministas y
su participación en el debate por la Ley de
interrupción voluntaria del embarazo. Las
temáticas exhibidas en sus libros también
evidencian este compromiso; está presente
una mirada crítica con determinados suce-
sos cotidianos además de la empatía con los
hechos que menciona.
La mayor parte de su obra está anclada en la
zona litoraleña de nuestro país y como ella mis-
ma menciona en sus entrevistas, lejos de la gran
urbe. Este aspecto es sumamente interesante
ya que una zona de la crítica la ha calificado de
regionalista. Los paisajes agrestes de una ruta
desolada, el barrio ubicado en los suburbios de
un pequeño pueblo, los casos de chicas asesi-
nadas en ciudades alejadas de la bulliciosa
Buenos Aires, el monte amenazante para
quien lo desconoce, el río profundo y
31
peligroso son algunos de los sitios en los que
Almada centra su atención.
El viento que arrasa es su primera novela. En-
tre algunas variantes de lectura, en la obra pue-
de recorrerse el modo gótico que, en este caso,
se aparta del castillo en ruinas o la gran casona
destartalada para sumirse en un paisaje desér-
tico de la provincia de Chaco. Relata la historia
de un predicador que viaja con su hija por una
ruta poco transitada, “un paisaje desolador” y
nos muestra una geografía que funciona como
opresión y espacio para que no suceda nada de
todo lo que imaginamos. La narración comienza con ese viaje que es interrumpido
porque se descompone el auto en el que viajan y deben detenerse en una estación de
servicio abandonada para que un mecánico lo repare. Entre biblias y prédicas de la igle-
sia evangélica, se hacen presentes los recuerdos de una niñez no tan lejana para quien
“hacía muy poco que había dejado la infancia” (Almada 2013: 17) y que ahora es una
adolescente. Elegir la figura de un pastor que recorre su provincia y los lugares vecinos
predicando el evangelio, le permite incorporar al paisaje en tanto protagonista de la
historia, caracterizado como el medio de la nada, donde “ni las ánimas se le animan a
este calor”. El libro muestra la desolación, el calor agobiante de un espacio marginal para
buena parte de la literatura argentina.
A lo largo de la novela surgen personajes que, como los del gótico, viven en un infier-
no en la tierra, una zona despoblada y pobre que parece ser el resultado de sus acciones
pecaminosas. Corresponde aquí hacer una mención a lo que la crítica ha denominado
gótico sureño. Se trata de un modo o subgénero de la literatura gótica que se desarrolló
principalmente en EEUU. Algunos autores representativos son Faulkner, O`Connor, Wi-
lliams, Capote, y además de haber nacido allí, ambientan en esos lugares sus textos. Lo
mismo ocurre con Almada, quien se considera lectora compulsiva de estos nombres y
escribe sobre los lugares que transitó en su niñez y creó personajes que ella misma iba
investigando. En una entrevista hace mención a que cuando era chica, en su pueblo es-
taban proliferando las iglesias evangélicas. Esto no es un dato menor ya que en El viento
que arrasa centra su atención en este pastor inflamado por la llama del amor a Cristo.
Los relatos del gótico sureño siempre se ven atravesados, a pesar de su apariencia realis-
ta, por lo grotesco, lo macabro, lo irracional. Flannery O`Connor utiliza la palabra “freak”
para denominarlo. Estas narraciones nos ponen ante situaciones que nos fascinan y nos
horrorizan por partes iguales. Ahí es donde se habla del monstruo, ya que este tipo de
ficción nos lleva lejos de los patrones sociales típicos, hacia lo misterioso e inesperado.
Luego de este libro y de los cuentos que forman parte de El desapego es una manera
de querernos la autora apuesta una vez más a algunos recursos del gótico, que se evi-
dencia en distintos aspectos. Por ejemplo, la mirada del mundo que tiene la narradora,
la presencia de la muerte, de lo no dicho y de lo que se esconde o se insinúa
En su obra de no ficción titulada Chicas muertas se hace presente el dolor y un modo
de contarlo que forma parte del horror y lo cotidiano con el que tantas veces nos en-
contramos siendo espectadores. Se trata de tres crímenes impunes ocurridos en los
años ochenta: el de Andrea Danne, Sarita Mundín y María Luisa Quevedo. Como sos-
tiene María Celeste Cabral: “El regionalismo de Selva Almada cuestiona las formas del
relato de la violencia en la literatura argentina, dando una respuesta novedosa al desafío
32
planteado por los casos impunes de las mujeres asesinadas en el interior del país duran-
te los 80 (Cabral 2018: 3). Es decir, se observa una voz involucrada, partícipe de lo que
cuenta, preocupada por lo que ocurre a su alrededor. En el papel de investigadora, busca
los datos necesarios para reconstruir la historia, accede al expediente, se entrevista con
los familiares de las víctimas, recurre a los distintos testimonios que aportan los habi-
tantes de la localidad. Porque Almada se detiene en hechos que ocurren en su pueblo,
principalmente en el primero de los que relata, el asesinato de Andrea, muy cerca de su
hogar. Es decir, resalta la proximidad de estos hechos y además toma conciencia de que
le podría ocurrir a ella o a cualquiera de las chicas de su edad cuando dice: “Yo tenía
trece años y esa mañana, la noticia de la chica muerta, me llegó como una revelación.
Mi casa, la casa de cualquier adolescente no era el lugar más seguro del mundo. Adentro
de tu casa podían matarte. El horror podía vivir bajo el mismo techo que vos” (Almada
2015: 17) Así como a Rodolfo Walsh la revelación del fusilado que vive (hecho que do-
cumenta en su libro Operación masacre) lo encuentra jugando una partida de ajedrez,
esta narradora se sorprende ante la novedad del asesinato. Se trata de una violencia
que se transforma en algo cotidiano, que se mete en las casas de cualquier barrio y de
cualquier clase social.
La irrupción del horror en los sucesos habituales es central porque en determinado
momento se naturaliza y convive con la cotidianidad de los personajes. En la obra hay
referencias a una lamentable cantidad de chicas asesinadas que pueblan las páginas
de los diarios y noticieros de nuestro país. Los tres crímenes que menciona el libro
constituyen una muestra hacia números escalofriantes que siguen en alza desde la pu-
blicación hasta la fecha. En este sentido, propone una respuesta novedosa a los modos
de narrar la violencia y lo hace a través de una mirada que se distancia de la estigmati-
zación de las mujeres y de los lugares comunes que incrementa la prensa. Otro punto
central es que no sólo se detiene en los tres casos puntuales sobre los cuales está basa-
da su investigación, sino que el libro está plagado de referencias sobre hechos violentos.
Por un lado, circulan nombres que fueron muy
difundidos a través de los medios de comunica-
ción (María Soledad Morales, Adriana y Cecilia
Barreda, Liliana Tallarico, Natalia Melman, María
Marta García Belsunce, Nora Dalmasso, Rosana
Galliano) pero también aparecen las alusiones a
personas desconocidas que no tuvieron lugar en
la prensa. Menciona la desaparición de una chica
de su pueblo que estaba a punto de casarse y fue
secuestrada, atada y violada por cuatro descono-
cidos que la levantaron en un auto; rememora el
relato de su madre cuando contaba que su padre
quiso ejercer su violencia machista; menciona
innumerables casos de mujeres que padecieron
la muerte y unos pocos que pudieron sobrepo-
nerse. Anécdotas que no habían terminado en la
muerte de la mujer, pero que sí habían hecho de
ella “objeto de la misoginia, del abuso, del despre-
cio” (Almada 2015: 18). Es por ello que su apuesta
más fuerte está en el modo de visibilizar una se-
rie de situaciones donde se ejercen otros tipos de
violencia que, cuando la narradora era una niña,
33
no se nombraban o se lo comentaba a
medias: “No recuerdo ninguna charla
puntual sobre la violencia de género ni
que mi madre me haya advertido algu-
na vez específicamente sobre el tema.
Pero el tema siempre estaba presente.
Cuando hablábamos de Marta, la ve-
cina golpeada por su marido” (Almada
2015: 53). Esas escenas convivían con otras
más pequeñas: la mujer que no se maqui-
llaba porque su esposo no la dejaba; la que
todos los meses le entregaba su sueldo com-
pleto al marido para que lo administrara; la
que no podía ver a su familia porque al ma-
rido le parecían poca cosa. En este sentido
la convivencia del horror y su aceptación se
vuelve cada vez más nítido.
En el caso de su última novela, reciente-
mente publicada No es un río narra el mun-
do de las masculinidades y los vínculos que
entre ellos establecen. El pequeño grupo de
amigos pescadores está conformado por
Enero, Eusebio y Tilo y son conocedores del
río que los abruma. Sin embargo, la aparición
de una imagen recurrente para uno de ellos
como es la figura del Ahogado, tiñe de con-
fusión y misterio esas salidas a pescar en el
río. La imagen se le presenta en sueños y en
el silencio monótono interrumpido por las
olas que provoca la pequeña embarcación:
“Enero soñaba seguido con el Ahogado.
Como si esperara ver pasar por el costado
del bote el cráneo baboso. Los mechones de
pelo podridos, flotando como raíces blancas”
(Almada 2020: 39). Esta visión de lo ominoso se vuelve cotidiana para los amigos de
manera que piensan en recurrir a un curandero. Algo similar ocurre en Chicas muertas
donde se puede observar el enlace entre los datos oficiales y los rumores pueblerinos,
están presentes las referencias de consultas a videntes que realizan los familiares de las
víctimas, además de que rememora su propia visita a una adivinadora con el objetivo
de que le aporte datos sobre las muertes de las tres mujeres. En el caso de los amigos, la
cita con el curandero naturaliza esta aparición: “A veces los sueños son ecos del futuro.
Lo vas a soñar siempre, así que más vale acostumbrate” (Almada 2020: 34).
La convivencia con el horror que en un principio es una imagen para Enero, más ade-
lante se transforma en la muerte de su amigo. Es por eso que la premonición del curan-
dero adquiere relevancia cuando él mismo lo ve en la vigilia a punto de morir, “debatién-
dose en el agua marrón y chiclosa” (Almada 2020: 53). El recorrido de la incertidumbre
por la muerte de Eusebio es el mismo que realizan los familiares en Chicas muertas: la
desaparición de la víctima; la búsqueda de los rastros y el hallazgo del cuerpo sin vida.
34
Este trayecto que va desde la vida a la muerte como si se tratara de un relato policial
no tiene otro ingrediente que el dolor en lo cotidiano, la aceptación y el horror en el
enfrentamiento con la verdad.
Estas obras pueden pensarse a partir del locus donde se desarrollan las historias, o
desde los personajes que se mueven en un ambiente donde lo cotidiano se extraña ante
la muerte y las historias ominosas, pero a la vez la naturalizan. Vinculado con esto, la
crítica social que realiza desde el gótico no permanece ajena, ya que algunas institucio-
nes (la familia y la iglesia entre otras), se presentan inestables y cargadas de connotacio-
nes negativas como la mentira y el engaño.
Bibliografía
1.- Almada, Selva. Chicas muertas. Buenos Aires: Random House. 2014.
El viento que arrasa. Buenos Aires: Mardulce. 2013
No es un río. Buenos Aires: Random House. 2020.
2.- Cabral, M. “De investigadora a huesera: Chicas muertas de Selva Almada y las formas de narrar el femi-
cidio en el interior”. En: Actas. IV Jornadas del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género, 13, 14
y 15 de abril de 2016. Ensenada: Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de
la Educación. Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género. Disponible en: http://www.memoria.
fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.9972/ev.9972.pdf
3.- Falbo, Graciela. “Periodismo y escritura: las discípulas de Walsh” Tram[p]as de la comunicación y la
cultura (Nº 80), e034, octubre-marzo 2017 Disponible en: file:///C:/Users/DTA2019/AppData/Local/Tem-
p/4245-Texto%20del%20art%C3%ADculo-15946-1-10-20170628.pdf
4.- Gallego Cuiñas, Ana. Feminismo y literatura (argentina) mundial: Selva Almada, Mariana Enríquez y
Samanta Schweblin. Disponible en: https://doi.org/10.1515/9783110673678-006
35
36
Dolores Reyes, Cometierra.
La novela argentina y
la vulnerabilidad de lo viviente
4
Silvia N. Barei
Una genealogía
“Mamá se guarda acá, en mi casa, en la tierra.
-Afloja de una vez, todos te esperan.
Si no me escuchan, trago tierra.” (Reyes 2019:11)
Esto dice inicialmente el personaje central de la novela de Dolores
Reyes Cometierra (2019), narrada en primera persona.
Reyes se inscribe en el concierto de la literatura argentina
actual en algunos itinerarios que comparte con diferentes
escritoras y escritores que nos parecen representativos de
una nueva sensibilidad, de una nueva lengua para decir y para
descubrir la experiencia subjetiva en varios géneros, en diversos
registros tonales y estilísticos. Una escritura que elige zonas complejas de
la materialidad de la cultura para ir mostrando la práctica literaria como un valor social
capaz de visibilizar conflictos sin caer en denuncias explícitas ni estereotipos realistas.
Dice Juan Martini:
Entrevistado por Sylvia Iparraguirre (2009), Martini nos da pie para pensar la literatura
argentina contemporánea desde formas constitutivas de la violencia, entendida ésta
desde una perspectiva cultural, ya que lo que señala el escritor expresamente es que
el cuerpo social manifiesta en algún momento aquello que la literatura explicita: no la
enfermedad, sino los rasgos esenciales de la violencia social.
Alguna crítica ha visto en la literatura escrita en las últimas décadas, una especie de
renacimiento del gótico, ya sea en su vertiente medieval como en su deriva romántica.
39
La palabra gótico hace referencia a los “godos”, un pueblo instalado en la frontera
oriental del imperio Romano y al que los romanos consideraban bárbaros. Esa idea de
lo bárbaro campea en toda la literatura gótica europea y no está ausente en la obra de
escritores argentinos contemporáneos, aunque no sean exactamente deudores de un
gótico que el romanticismo asoció con lo morboso y lo siniestro: Mariana Enríquez,
Carlos Busqued, Agustina Bazterrica, Gabriela Cabezón Cámara, Selva Almada, Marcelo
Cohen, Pablo Tolosa, Samanta Sweblin, Rafael Pinedo, Aurora Venturini, Florencia Abate,
Michel Nieva, etc.
Dice Adriana Boria que relacionamos lo gótico con “el orden de la oscuridad, de la
sin razón, de las emociones violentas...emociones ambivalentes y paradójicas” (Boria
2019:64), a lo que yo agrego como no ajena al gótico, la noción de barbarie en cuanto
estereotipo de irracionalidad.
En la literatura argentina la figura del bárbaro proyecta desde el siglo XIX la oposición
civilización/barbarie; ciudad/campo que en las obras contemporáneas se deconstruye
en un “entre” donde lo bárbaro es parte de la civilización y la ciudad se extiende en zo-
nas marginales como efectos de las expulsiones generadas por las políticas neoliberales
y su afectación del presente. Entonces los desbordes del gótico ponen al Otro no en el
lugar de lo monstruoso o lo extraño, sino en el lugar de Todos. Víctimas y victimarios
son bárbaros.
Esta narrativa, no ancla solo en los nombres prestigiosos que en parte he nombrado
y cuya genealogía no tiene caso realizar, pero sí se pueden extender conexiones con
textos de otros momentos históricos y con voces de las que a veces la literatura pudo
dar cuenta. Porque son también las voces ocultas, excluidas, pocas veces descubiertas,
son las voces que rescató por ejemplo Rodolfo Walsh cuando en 1956 comienza a editar
por entregas Operación masacre, testimonio de un sobreviviente de los fusilamientos
en los basurales de José León Suarez. Cuando Walsh escribe al inicio “Hay un fusilado
que vive”, discute implícitamente al Adorno que había dicho que no se podía escribir
después de Auschwitz. Se sigue escribiendo, eso sí, con una lengua herida, mutilada.
40
Con una lengua bárbara.
Se escriben relatos cuyo centro es el asesinato, el delito, el feminicidio y el infanticidio,
la vida al margen y, sin embargo, no son novelas policiales, tampoco híper realistas y se
colocan muchas veces en los bordes de los géneros. Porque no se escribe para denun-
ciar el delito, por otra parte, explicitado en los periódicos, sino para relatar la experiencia
social de lo ominoso.
Sostengo como hipótesis que estos relatos tienen como trasfondo la memoria dolo-
rosa de la dictadura (1976-1983), una memoria que no se agota porque aún están los
cuerpos desaparecidos y los bebés apropiados que siguen buscándose y se proyectan
al presente en aflicción y violencia. Y de ello da cuenta la literatura. Textos que cuentan
acontecimientos traumáticos, desapariciones, muertes, violaciones, bajo el formato de
la extrañeza, lo paranormal, lo surreal, lo espectral y construyen efectos de sentido que
no pueden sino referir a lo real. Son textos que desbordan los límites del gótico en un
lenguaje social en cuya diferencia se traman lo visible y lo invisible, lo dicho y lo sote-
rrado que debe ser narrado. Narración desde lugares marginales donde se construyen
otras formas de supervivencia y otras memorias.
Ubico a Dolores Reyes en la deriva escrituraria emanada de este proceso histórico que
atravesó y conmovió profundamente todos los estratos sociales y culturales argentinos
en las últimas décadas del siglo pasado.
Chicas muertas
Este subtítulo tomado de la investigación de Selva Almada (2015) resulta pertinente si
se entiende que en Cometierra hallan lugar preocupaciones y problemas que provienen
del campo de lo social sin que, en el caso de esta novela, devenga clave realista como si
fuera la contingencia la que se hace cargo de lo literario. No es esta una literatura realis-
ta, sino como diría Paola Cortes Roca, “un dispositivo de percepción de lo real” (Cortes
Roca 2018:234), es decir una conciencia autoral que no se propone como documental
y que por lo tanto, trabaja en con distintos grados de la ficción.
Esta es la historia de una adolescente a la que recurren vecinos atribulados porque
tiene la capacidad de darles respuesta en la búsqueda de un ser querido desaparecido
y su don la acompaña desde chiquita, desde cuando ella misma era una niñita deses-
perada por la brutal ausencia de su madre. Sabremos en algún momento, que ha sido
asesinada por el padre.
Despectiva y burlonamente la llaman “Cometierra” porque logra ver dónde están los
que faltan y para eso, para ver ese más allá que muchas veces es un asesinato pero que
también puede ser un cautiverio o una muerte accidental, necesita comer un puñadp
de tierra cercana a los cuerpos ausentes. La escena se repite en un devenir serial -distin-
tos personajes en historias similares -como pre condición para la enunciación literaria.
Cometierra entorna los ojos, toma el puñado de tierra y lo traga: en ese acto -que se
denomina científicamente geofagia- al que llega, con más o menos esfuerzo, con más
o menos voluntad propia, puede entender sus visiones como un compromiso y como
una responsabilidad hacia los otros.
Al personaje le ha tocado una vida doblemente difícil, porque vive en un barrio en
donde la violencia, el desamparo y la injusticia brotan en cada rincón y porque allí las
principales víctimas son las mujeres. En la persecución de la verdad, en el descubri-
miento del amor, en el cuidado entre hermanos, Cometierra armará una historia centra-
41
da en la fragilidad de la existencia y metaforizada en un organismo que se alimenta de
tierra y a través de ella recibe la impresión de lo que sucede en el mundo que la rodea.
Pude, estando sola, sacarme las zapatillas, sentarme, pasar la mano por la tierra,
volver a sentirla en mis piernas. Devolver mi cuerpo al suyo. No cerré los ojos, pero
pensé en la foto de María...Al principio la tierra es fría, pero en la mano y después
en la boca entra en calor (Reyes 2019:73).
La tierra no recubre los cuerpos, sino que, por el contrario, los designa, los devuelve
como índices.
El texto se despliega en la heterogeneidad de historias particulares centrado en el re-
lato peculiar de un sujeto precario y precarizado, un personaje alienado, muchas veces
fuera de sí que tiene una relación conflictiva con el mundo y que ensaya como una
condena, su propia exploración del mundo sensible. Muestra las limitaciones de una
percepción que es a veces lucidez y otras, ceguera explícita, en un arco de gradaciones
de lo “bárbaro”: estrategias de supervivencia, formas de diversión y agresión, de solida-
ridad y escapismo, es decir, modos de vivir y de morir en la marginalidad.
El margen, el borde es una frontera borrosa (no porosa) donde la ciudad no se deshace
lentamente en campos (como le gustaba a Borges, ese espacio que termina en “los nai-
pes de colores del poniente”) sino que se vuelve abigarrada en calles laberínticas, cons-
trucciones superpuestas, restos, cables, basurales, pilas de escombros y de galpones. Un
espacio recorrido por tribus de adolescentes a la deriva en una ciudad que está dentro
de otra, inestable, un lugar en perpetuo crecimiento y derrumbamiento.
Los jóvenes constituyen una comunidad esporádica y contingente cuyas relaciones
tienen que ver con el tiempo vacío, la orfandad, la acumulación de privaciones, la borra-
chera, el hambre, la fiesta, el sexo, la carne, el consumo que es donde traman finalmente
los pocos signos afectivos del grupo.
La semiosfera (Lotman, 1995), en tanto espacio armando de signos y atravesado por la
historia, no define sólo una identidad cultural sino un campo de problemas, una dimen-
sión pasional de las relaciones entre el sujeto y el mundo, el sujeto y otros sujetos del
fragmentado espacio social. Lo que se advierte como peligro provoca una gradación en
estos grupos sociales, identificados entre sí por un recorrido de carencias, de pérdidas
y de operaciones espectrales.
Cometierra es un personaje que encarna una particular sensibilidad, una manera de
habitar el mundo haciendo hincapié en la relación con el otro y con la tierra. La trayec-
toria de la lengua, en tanto gusto y en tan-
to habla, traza entonces la trayectoria de los
cuerpos desaparecidos que emergen a través
de su percepción: la del gusto de la tierra que
constituye su deseo más incontrolable, su
fuente de información, su desdicha. Acaso un
doble lugar simbólico: lugar de mutismo y de
enunciación. Las víctimas son silenciadas, el
personaje vuelve a darles la palabra. Lo bioló-
gico, lo somático, lo sensorial se ponen en pri-
mer plano como límite de la razón, sin porqué
y sin explicaciones.
42
El afuera penetra en el sujeto (lo que come, lo
que ingiere, lo que deglute, incluso lo que vomi-
ta) y define los contornos de una falta: el gusto
de la tierra transparenta el lugar de lo ominoso,
la realidad que reaparece, pero que también se
padece, porque la exhibición de la vulnerabili-
dad de los sujetos supone para el personaje el
riesgo constante del delirio.
Acaricié la tierra que me daba ojos nuevos, visiones que solo veía yo. Sabía cuánto
duele el aviso de los cuerpos robados. Acaricié la tierra, cerré el puño y levanté
en mi mano la llave que abría la puerta por la que se habían ido María y tantas
chicas, ellas sí hijas queridas de la carne de otra mujer. Levanté la tierra, tragué,
tragué más, tragué mucho para que nacieran los ojos nuevos y pudiera ver ((Reyes
2019:85).
43
Bibliografía
1.- Boria, Adriana. “Sujetos del exceso: emociones e identidades sociales” en Prácticas teóricas 3. Córdoba:
CEA UNC, 2019.
2.- Cortes Roca, Paola. “Narrativas villera. relatos, acciones y utopías en el nuevo milenio” Monteleone,
Jorge; Una literatura en aflicción. Vol. 12. Historia crítica de la literatura argentina (dirigida por Noé Jitrik).
Buenos Aires: EMECE editores, 2018. pp. 217-238.
3.- Iparraguirre, Sylvia. La literatura argentina por escritores argentinos Buenos Aires: Biblioteca Nacional,
2009.
4.- Lotman, Iuri; La semiosfera I. Ed. Frónesis, Valencia: España, 1995.
5.- Reyes, Dolores Cometierra. Buenos Aires, Editorial Sigilo. 2019.
44
Vampiros en Buenos Aires:
Los anticuarios de Pablo de Santis
5
Mónica Bueno
La versión de La ciudad ausente que han realizado Scafati y De Santis trata por
supuesto sobre eso: sobre réplicas y representaciones, sobre los espacios dibuja-
dos en la imaginación, sobre la percepción solitaria, sobre la ilustración de lo que
nunca se ha visto. En definitiva, trata sobre el modo de hacer visible lo que ha
desaparecido (Piglia 2008: 12).
47
los atributos de su figura de autor. Giorgio Agamben nos indica “El autor se sitúa en el
límite de los textos” y recupera esa idea de Foucault de que el autor no precede a la obra,
sino que es simplemente una función, es decir, una subjetividad constituida y unificada
en la obra (Agamben 2005: 81-94).
En principio, sabemos que Pablo De Santis es un alquimista que combina con eficacia
el policial y el fantástico. Su juicio laudatorio sobre Adolfo Bioy Casares es indicativo de
los atributos literarios que le interesan: “Desde la publicación de La invención de Morel
en 1940 hasta sus últimos libros, escritos al filo del siglo y de su vida, Adolfo Bioy Casares
se dedicó a imaginar cosas imposibles, y a hacernos creer esos prodigios.”
De esta manera, ese verosímil fantástico que se funda en lo cotidiano es el dispositivo
de su máquinaria literaria. En ese sentido, su literatura busca siempre una combinación
peculiar entre el enigma, el misterio y el secreto y ese modo de conjugar las tres formas
de lo no visible define su poética. Aquello que no puede descifrarse claramente (enig-
ma), aquello que no se puede explicar (misterio) , aquello que está oculto porque se
decide su invisibilidad ( secreto) dibujan un entramado productivo en las historias que
imagina.
48
publican las palabras cruzadas, el horóscopo, las historietas y una
sección titulada El mundo de lo oculto. Cuando enigmáticamente
muere su autor, Sebastián ocupa su puesto. El clima se enrarece y
ya no se puede ver con claridad.
Sebastián colabora en secreto y contra su voluntad para el Minis-
terio de lo Oculto informando al comisario Farías sobre los anti-
cuarios. La idea de espionaje, control e investigación no solo gira el
relato hacia el policial, sino que inscribe la novela en una larga tra-
dición argentina: el uso “irreverente” del policial y la marca ficcional
sobre un Estado paranoico.
Sebastián se transforma en un investigador obsesivo. Logra parti-
cipar en una reunión en el hotel Lucerna, supuestamente cerrado,
que sirve de lugar de encuentro a los cazadores de anticuarios. Los
anticuarios se caracterizan por: ‘… la exagerada longevidad, la ca-
pacidad de evocar en los demás el rostro o los gestos de personas
que han muerto y la sed de sangre, que los anticuarios llaman sed
primordial’ (De Santis 2010: 37). Allí Sebastián conoce al profesor Balacco y a su hija
Ana Luisa. Es en este punto en el que la atmósfera gótica enrarece los aires policiales:
vampiros, cazadores, misterio y el efecto que el gótico busca: el miedo. Montaigne en
sus Essais se refiere a las consecuencias del miedo: su punto extremo es trastornar el
juicio. De Santis propone ese juego en un marco histórico: la violencia tiene otras reso-
nancias que aluden a la historia política del país. En Miedo: una historia cultural, Joanne
Burke señala que los objetos del mundo que provocan miedo varían históricamente.
Sin embargo. la novela apuesta a una suerte de trasposición de un elemento ajeno a la
tradición propia para experimentar lo contrario a la presunción de Burke. Sin embargo,
la variación histórica está en la representación del contexto que indica la adaptabilidad
de esta comunidad secreta y eterna.
Lo inquietante de la historia es la multiplicidad de máscaras y la inversión de los luga-
res previsibles del bien y del mal. El comisario Farías tortura a Sebastián. La sangre brota
sin control. Los anticuarios logran salvarlo mediante una transfusión de sangre infectada
de inmortalidad (De Santis 2010: 97). Las claves se multiplican; la tortura en un espacio
cerrado y el complot como resistencia son elementos del relato que refieren la historia
argentina.
En su Teoría del complot Ricardo Piglia señala: “El complot sería entonces un punto de
articulación entre prácticas de construcción de realidad alternativas y una manera de
descifrar cierto funcionamiento de la política”. (Piglia 2001, 265)
En la novela hay un doble complot: los anticuarios, por un lado, y, por otro, el Esta-
do, con su Ministerio de lo oculto. Cada individuo es un instrumento de las acciones
ocultas de un grupo secreto y esto implica necesariamente la transformación. El espejo,
elemento fundamental del gótico, aparece en la novela como guiño de esta doble sig-
nificación:
Llegamos a La Fortaleza. Bajé del auto con dificultad. Cerca de la puerta de entra-
da había un pequeño espejo redondo de marco dorado, rodeado de estantes con
libros. Me miré: había perdido peso, había empalidecido. Los pómulos salientes,
los ojos más grandes. Antes, al mirarme en un espejo veía la cara de un muchacho.
Ahora tenía frente a mí la cara de un hombre (De Santis 2010: 99).
49
Al comienzo del capítulo, nos referíamos a las implicancias entre el misterio, el secreto
y el enigma. La novela se mueve entre esos tres dispositivos. Si hay un enigma que debe
descifrarse y comienza con un crimen, el misterio de una sociedad secreta se funda en
el funcionamiento oculto de esa sociedad que el Estado debe investigar. Georg Simmel
“Se coloca frente al círculo más amplio como otro círculo más reducido” (Simmel 1977:
410), ha señalado al respecto. Pero además la ecuación se completa con el texto secreto
que conjura el final trágico de los amantes. Sebastián desesperadamente busca el libro
secreto de los anticuarios, el Ars Amandi, que puede ayudarlo a evitar que su amor por
Ana Luisa termine trágicamente: “-El Ars Amandi ha pasado de mano en mano. Es un
libro del siglo XVII. Ahí está el secreto, se supone, para que uno de los nuestros pueda
vivir en el amor sin terminar por devorar a su amada o a su amado” (De Santis 2010:
116). La custodia del libro secreto responde justamente a uno de los requisitos de su
existencia. La tradición del manuscrito perdido, el incendio del viejo hotel, la muerte de
los anticuarios y el final abierto completan la idea de la huella del gótico.
4- Coda A
En un artículo que De Santis publica en el diario La Nación propone un juego sugeren-
te: pensar para cada género un artefacto óptico que le sirva de símbolo. Así el catalejo,
o la lupa definen modos de ver las cosas del mundo. Respecto de la literatura fantástica
De Santis señala:” Este género ve el mundo a través de vidrios empañados, rendijas, ojos
de cerradura, puertas entreabiertas” (De Santis 2012, s/n)
50
Su novela diseña una combinatoria de esos aparatos ópticos que define lo fantástico
en la resignificación de lo gótico pero el vidrio empañado que propone para pensar el
género tiene zonas donde se atisba con claridad una lectura de lo político.
Si bien el fantástico y el gótico no son la misma cosa, el vínculo entre los dos es fuerte:
se trata, como bien señalaba el propio De Santis, de la óptica particular del vidrio opaco
que distorsiona y problematiza lo que creemos lo real. En Los anticuarios persisten las
formas del gótico que constituyen la particular tradición de la literatura fantástica lati-
noamericana.
La novela de De Santis elige cruce de tradiciones para construir su mundo de ficción
que funciona a partir de un texto que nos muestra parte de ese mundo inventado. Sa-
bemos- gracias a la teoría de los mundos de ficción enunciada por Pavel y Dolezel- que
hay una gran diferencia entre el mundo de ficción y el texto que se escribe sobre ese
mundo. El concepto de “estructura saliente” que Pavel acuña determina la distancia del
mundo posible con respecto al mundo real. Los anticuarios es un texto sobre un mundo
familiar (la ciudad de Buenos Aires) en un tiempo histórico cercano (los años cincuen-
tas) pero que refiere la persistencia de formas antiguas de pensar y percibir lo humano.
Es, en este sentido, que quisiéramos pensar la novela en una constelación particular.
María Negroni en tres libros de ensayos, Museo Negro (1999), Galería fantástica (2009)
y Film noir (2015), despliega varias hipótesis sumamente revulsivas sobre la estética
gótica. Negroni sostiene:”Leo la literatura fantástica, en especial la literatura fantástica
latinoamericana, como una deriva concentrada y sutil de la literatura gótica de los siglos
XVIII y XIX.” (Negroni 2015: 157)
Si De Santis elige el vampirismo como dispositivo gótico de su novela y da una vuelta
de tuerca a las nociones del bien y del mal que el dispositivo conlleva (los vampiros
salvan al protagonista de la violencia del Estado) podemos leer, entonces, la operación
política de su decisión. Cuando Negroni analiza Drácula se pregunta: “¿Cuál es el crimen
que ayuda a develar Drácula?” y concluye: “Tal vez convenga recordar que las primeras
historias de vampiros que escribieron Lord Byron y Polidori en Villa Diodati (Ginebra,
1816) coinciden con el surgimiento de la sociedad industrial, con la oscuridad viscosa
de las fábricas y los vericuetos de su violencia” (Negroni 2015: 58). De la misma manera,
51
conjeturamos, la novela de Pablo De Santis nos propone una relación diferente con lo
invisible de lo visible.
5- Coda B
Transilvania express Guía de vampiros y de monstruos es un libro para chicos que Pa-
blo de Santis publica en 1994. El libro es una suerte de catálogo de vampiros, monstruos
y otras criaturas horrorosas y populares. Si seguimos sus metáforas ópticas para analizar
la literatura, podemos pensar que este libro infantil es como una lupa que mira con cui-
dado esas figuras que provocan miedo para cuestionar el efecto y hacer de lo descono-
cido algo familiar . Vemos ahí una procedencia de esa inversión de lo dado que resulta
Los anticuarios.
Notas
1.- Este trabajo tiene una primera versión. Bueno, M y Orlowska “Los anticuarios de Pablo De Santis y la tra-
dición del gótico en la literatura argentina” en Románica Silesia N11.
2.- Ver en http://www.loa.org.ar/espacioDetalle.aspx?ID=03d437a7-6115-4dc1-82d9-811c92390092
Bibliografía
1.- Agamben, Giorgio. Profanaciones Buenos Aires: Adriana Hidalgo.,2005.
2.- De Santis, Pablo “Los cristales prodigiosos de la ficción”. ADN Cultura, La Nación. Buenos Aires: 28 de
setiembre, 2012
Los anticuarios. Buenos Aires: Editorial Planeta Argentina, colección Ancora y Delfín,
2010.
3.- Merleau-Ponty Maurice. El mundo de la percepción, México: Fondo de Cultura Económica,2003.
4.- Montaigne, Michel de, Ensayos. México: Conaculta-Océano, 1999.
5.- NegroniI, María. La noche tiene mil ojos, Buenos Aires: Caja Negra editora,2015.
6.- Piglia, Ricardo. “La ficción paranoica”. Buenos Aires: Diario Clarín, 05 de mayo, 1991, pp. 4.
Teoría del complot, Buenos Aires: ed, Mate, 2007.
La ciudad ausente: La novela gráfica. Ilustraciones Luis Scafati. Adaptación y prólogo
Pablo de Santis, Madrid: Libros del Zorro Rojo,2008.
7.- Simmel, Georg. Sociología. Estudios sobre las formas de socialización. Madrid: Revista de Occidente,
1977. Vol 1.
52
El gótico en la obra
de Luciano Lamberti:
apropiación y desplazamiento
6
Abel Combret
El gótico en la obra
de Luciano Lamberti:
apropiación y desplazamiento
55
Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El senti-
do trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamen-
te deformada. [...] Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
[...] La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta.
Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas
clásicas” (Valle Inclán 2009: 146).
Mi padre desapareció el 3 de enero del año 1971” –Dice “Yo misma me acostum-
bré a no tener padre. Si alguien me preguntaba, respondía: Es una larga historia.
Y si ese alguien, un chico con el que estaba saliendo, insistía con la pregunta, la
respuesta era más o menos siempre la misma:
- Desapareció
- ¿En la dictadura?
- No, no, mucho antes. Principios de los setenta.
- Pero era militante.
- No, qué va a ser. Era lector de La Nación. (Lamberti 2016: 126)
56
tado desconocido en situaciones y personajes que son, para el lector, familiares. Es este,
entonces, un eje de análisis interesante: indagar cómo funciona esa idea en aquellas
producciones del escritor cordobés vinculadas al terror.
En primer lugar, digamos que, en esas obras, el horror suele manifestarse en ciertos
lugares, personajes y situaciones que se van convirtiendo en una constante de sus na-
rraciones. Así, es habitual encontrarla, por ejemplo, en una casa, como en varios cuen-
tos de La casa de los eucaliptus (“La ventana”, “Muñeca”, “La visita” y el cuento que da
título al libro). Respecto a este punto, reparemos en la representación que este lugar ha
tenido en obras emblemáticas, tanto en la literatura argentina como en la norteameri-
cana. Señalo esta particularidad porque parto de la premisa de que hay relaciones muy
estrechas entre la narrativa de terror de escritores argentinos contemporáneos y las de
autores/as del mundo anglosajón, tanto con el denominado “gótico sureño” como con
la literatura norteamericana actual. En este sentido, es difícil no asociar este aspecto con
Casa tomada de Cortázar y las casonas de Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez;
y, por otro lado, La caída de la casa Usher de Poe o La maldición de Hill House de Shirley
Jackson, solo por mencionar algunos ejemplos.
El paisaje que rodea ese locus, además, acompaña y cumple un rol importante. Sin
embargo, en el caso de la obra de Lamberti, el peligro está siempre latente, en pue-
blos chicos rodeados de campo (Acapulco, Kruguer) o en barrios a las orillas de las
grandes urbes. Lugares alejados de las grandes ciudades, lejos de la “civilización” y, en
consecuencia, cercanos a la “barbarie”. Resulta evidente que esa elección colabora en la
creación de un clima que lleva al lector hacia un lugar en el que es posible la aparición
de algo inesperado, pero a la vez probable. Esta conjunción de contrarios potencia el
sentimiento de intranquilidad en el receptor.
Un efecto que también se logra en muchos de sus relatos es la crueldad de los niños,
una de las características góticas que ya ha sido señalada por María Negroni (2015), por
la relación que existe entre la infancia y lo atroz. La niñez, quizás por tratarse de una
esfera desconocida por el mundo adulto, genera una perturbación en el lector/especta-
57
dor. Además, tal como afirmó Cortázar, “salvo que una educación implacable se le cruce
en el camino, todo niño es en principio gótico” (Cortázar 1994: 146). Así, en el cuento
Muñeca leemos la siguiente descripción: “eran chicos malos. Ya sé que no hay chicos
malos, que todos merecen el reino de Dios, pero éstos eran más malos que la mierda,
disculpando la expresión. A los demás les daban miedo, y con razón porque apenas
podían les saltaban a la cara, los mordían, les pegaban. Torturaban a los perros, los que-
maban, les reventaban los ojos.” (Lamberti 2017:129), en tanto, en el cuento Acapulco,
un grupo de niños asesina a golpes a un homosexual.
Luego, se observa una constante en la narrativa de Lamberti. Y es que el origen de la
maldad se halla en la mente del ser humano. Así, el meteorito que cae en el pueblo de
Kruguer y que desencadena una serie de conductas extrañas que finalizan en una ma-
sacre, no hace más que activar una suerte de dispositivo que ya estaba instalado, desde
mucho antes, en las mentes de los personajes. Los protagonistas de La masacre de Kru-
guer (2019) no solo intuyen, sino que saben que algo terrible ocurrirá en el pueblo. Sin
embargo, ya sea por omisión o negligencia, nadie puede evitarlo, porque chocan con
su pensamiento racional.
En este sentido, una sociedad que coloca a la razón en un pedestal y delezna todo lo
que allí no encaja, que racionaliza todo hasta el extremo, que ha perdido todo vestigio
de pasión, sentimiento y empatía, es el escenario ideal para que una masacre suceda.
Se esgrime, entonces, una advertencia: es posible que las luces del conocimiento y la
razón no hagan otra cosa que encandilar. O, visto desde otro lado, lo que comúnmente
tacharíamos como irracionalidad puede convertirse en un camino hacia la verdad mu-
cho más potente de lo que creemos.
En sus obras, los límites entre la cordura y la locura son difusos. La locura nunca es
una cuestión individual. Aunque se manifieste solo en un personaje, la idea que la obra
sustenta es que todos corren ese riego, y eso involucra también al lector. Se lee en el
texto que “El hielo de nuestra cordura es fino y frágil” (Lamberti 2019: 106).
También, lo familiar y lo conocido provoca lo siniestro. “Juancito, tu vecino, puede
salirse en cualquier momento de control y abrirle el cuello a su familia con un cuchillo”;
58
“Laurita, tu vecina, puede salirse de control en cualquier momento y prenderle fuego a
su auto” (Lamberti 2019: 105 - 106). Los monstruos, los espíritus o las apariciones no se
presentan en la obra de Luciano Lamberti como algo lejano sino conviviendo de mane-
ra cotidiana con situaciones cercanas y personajes que les son familiares y como una
amenaza siempre latente, que pone en evidencia, en definitiva, la fragilidad de las cer-
tezas. Y es en ese gesto en el que el lector vislumbrará en toda su intensidad lo verdade-
ramente ominoso.
Notas
1.- Afirma Elsa Drucaroff: “El ingreso de estos nuevos jóvenes a la escritura durante la década del ‘90 supuso,
tanto en poesía como en narrativa, el abandono de ciertas entonaciones concretas. [...]El nuevo cuento logra
una modulación que evita la seriedad y el dramatismo de la narrativa anterior, incluso cuando relata algo
tremendo. Tono socarrón o directamente sarcástico (y si no, neutro). [...] La socarronería y sus gestos afines
constituyen el principio constructivo (en términos del formalista Tinianov) de la NNA” (Drucaroff 2016: 25-26).
Esta nueva modulación puede verse también en el cine argentino contemporáneo. Así, por ejemplo, en
“Historia de lo oculto” (Cristian Ponce, 2020), en una Argentina paralela, las islas Malvinas se han convertido en
uno de los principales atractivos turísticos del país.
2.- ¿Qué escritor/a vivo admira más? “Hay muchos. Stephen King, por ejemplo.” En Cinco preguntas: Luciano
Lamberti. Disponible en https://www.youtube.com/watch?reload=9&v=pQVC3OgjNG4
Dice un personaje de La masacre de Kruguer al llegar al pueblo: “Estaba buenísimo el lugar. Y sí, también era
un poco aterrador. Un lugar para escribir una novela y para matar a tu familia con un hacha. Ambas cosas.”
(Lamberti, 2019: 26), en una clara referencia a The Shining, tercera novela de terror del escritor norteameri-
cano.
Bibliografía
1.- Bustos, Inti. “Monstruos, muertos y otras historias del borde: gótico y civilibarbarie en Bajo el agua ne-
gra de Mariana Enríquez.” Boletín GEC [Universidad Nacional de Cuyo]: 2020, 25: 28-43.
2.- Cortázar, Julio. “Notas sobre lo gótico en el Río de la Plata” en Obra crítica/3, Julio Cortázar. México:
Alfaguara. 1994.
3.- Drucaroff, Elsa. Los prisioneros de la torre. Buenos Aires: Emecé. 2011.
“¿Qué cambió y qué continuó en la narrativa argentina desde Los prisioneros de la torre?”
El matadero [UBA]: 2016, 10: 23 – 40.
4.- Freud Sigmund (1973). “Lo siniestro 1919” en Obras completas. Madrid: Biblioteca Nueva. 1973.
5.- Jacckson, Rosemary. Fantasy: literatura y subversión. Buenos Aires: Catálogos Editora. 1986.
6.- Lamberti, Luciano. La casa de los eucaliptus. Buenos Aires: Literatura Random House. 2017.
La maestra rural. Buenos Aires: Literatura Random House. 2016.
La masacre de Kruguer. Buenos Aires: Literatura Random House. 2019.
7.- Negroni, María. La noche tiene mil ojos. Buenos Aires: Caja Negra Editora. 2015.
8.- Valle Inclán, Ramón. Luces de bohemia. Buenos Aires: Dunken. 2009.
59
60
La matriz gótica de la narrativa
de Mariana Enríquez
7
Adriana Goicochea
La matriz gótica de la
narrativa de Mariana Enríquez
Mariana Enríquez1 ya tiene una imagen de escritora construida a través de los medios
y de las redes sociales, lo que da cuenta de su lugar en el campo literario y cultural Ese
lugar es el que han disputado y hoy podemos decir que han ganado las escritoras, lo
que la crítica ha visto con buenos ojos porque representa un cambio con respecto a los
modos en que se configuro el canon de la Literatura Argentina.
También tenemos que reconocerle que su narrativa reivindica el lugar de un género
que fue leído como literatura menor; la narrativa de terror ha ocupado un lugar mar-
ginal en cuanto a la recepción porque se la ha considerado destinada al ocio y conse-
cuentemente, también fue relegada por los estudios académicos
De su imagen nos interesa particularmente que se autodefine como una escritora
gótica y así nos da una línea de lectura. En su obra constituida por crónicas, cuentos y
novelas. se lee el modo gótico por lo tanto se inscribe en el género fantástico.
Este escenario da lugar a una pregunta ¿Cómo se lee el modo gótico en su obra?
La crítica y nuestra propia investigación ha dado sus respuestas Hemos sostenido que
el fantástico en su obra habla de lo real: de las
huellas de la Dictadura militar, los efectos del ca-
pitalismo, la cuestión del género sexual. Por otra
parte, hemos analizado cómo su narrativa se
articula en torno a las características del modo
gótico estudiadas por teóricos de la cultura2: Sin
embargo, la publicación de Nuestra parte de no-
che modifica la pregunta inicial. La novela dia-
loga con sus cuentos y sus crónicas, por lo que
produce una línea de fuga una ampliación de
nuestra perspectiva. Observamos que a través del
prisma de la novela se puede realizar una relec-
tura de esos relatos, en tanto en un gesto infinito
la narración explica un hecho fantástico y extra-
ño con otro también fantástico. Así, por ejemplo,
los desplazamientos y las transformaciones del
cuento La casa de Adela en la trama de la novela,
es una lectura muy productiva. La construcción
de la novela se apoya en la convivencia de diver-
sos géneros: el relato de viaje, la autobiografía, la
crónica, la nouvelle, la literatura juvenil, El cuento
proporciona el tópico interdiscursivo dominante
(Angenot 1998,72-74), el secreto: la falta del brazo
y la desaparición de Adela, pero luego a partir de
una modificación de su constitución familiar se
63
introduce el tópico de la orfandad que
analizado en su peso político nos remi-
te a las consecuencias de la Dictadu-
ra sobre la sociedad y desde el punto
de vista de la construcción del género,
transforma la aventura juvenil en un re-
lato de terror.
Entonces, ante esta evidencia, la
pregunta más pertinente seria ¿Cómo
construye ME el género de terror?
¿Cómo construye su narrativa? Nuestra
respuesta es que hay en su obra una
matriz gótica, que se sustenta, a nues-
tro juicio en tres aspectos.
El primero, es el tratamiento de la es-
pacialidad y la temporalidad, que con-
lleva un planteo acerca del modo en
que conocemos la realidad y también acerca de cómo se constituye el mundo que
habitamos. Por ejemplo, en la novela, el secreto está espacializado en la puerta. Mijail
Bajtin dice que “En la literatura el cronotopo del umbral siempre es metafórico y simbó-
lico”. (Bajtin 1986, 458) No es esta una excepción por eso creemos que la puerta tiene
el valor representativo del umbral porque es el lugar de articulación entre dos mundos,
uno material y determinado espacial y temporalmente y el otro desconocido, un mun-
do fantástico en el que el espacio y sus habitantes son expresión de lo abyecto y en
el que el tiempo biográfico está suspendido. Es a propósito del umbral que podemos
hablar de una trama visible para reconstruir e interpretar, y una trama invisible, una es
del orden del saber y la otra de las creencias y de la imaginación. La puerta también
simboliza el límite del conocimiento tanto para el protagonista, Gaspar, como para el
lector. Por consiguiente, el secreto puede leerse como metáfora del gótico. Por un lado,
porque representa el desafío epistemológico que expresa la dualidad de la realidad, la
existencia de otros mundos, escapando así a las “cárceles de la razón” (Negroni 1999)
Por otro lado, porque es como el fantasma, siempre está allí, aunque no se ve. Luego,
crea la ambigüedad e incertidumbre que Fred Booting (1995) le ha conferido al gótico.
El segundo aspecto que constituye la matriz gótica, es el diálogo con otras forma-
ciones culturales, una práctica estética contemporánea por la que “…las competencias
artísticas específicas tienden a salir de su propio dominio y a intercambiar sus lugares
y sus poderes “(Ranciere 2013: 27) y que han contribuido a la supervivencia del gótico.
Basta prestar atención al título de los capítulos de la novela para reconocer la voluntad
de la autora de demostrar “la porosidad de las fronteras entre los diferentes campos de la
estética “(Garramuño 2009:14) ya que aluden a diferentes manifestaciones artísticas. Por
ejemplo, Flores negras que crecen en el cielo es una exposición realizada en Valencia en
el 2008, de la obra de Orjis, que es principalmente fotográfica, aunque con acercamien-
tos claros al video y a la escultura.
De los diferentes lenguajes que se articulan en el tejido textual es el cine el que tiene
una notable gravitación, como la misma autora lo ha reconocido, y a nuestro juicio, esa
interacción está articulada por un dispositivo que es la imagen intolerable. Adherimos a
la afirmación de Jacques Ranciere cuando dice que “las palabras…Son imágenes, es de-
cir formas de redistribución de los elementos de la representación” (Ranciere 2013: 97).
64
Es muy ilustrativo el cuento Las cosas que perdimos en el fuego, ante cuyas imágenes
cabe preguntarnos en qué lugar nos deja lo ominoso como espectadores. En efecto, la
mirada se posa en un retrato que la potencia de la palabra ha convertido en una imagen
intolerable
Tenía la cara y los brazos completamente desfigurados por una quemadura ex-
tensa, completa y profunda… con su boca sin labios, una nariz pésimamente re-
construida, le quedaba un ojo solo, el otro era un hueco de piel, y la cara toda, la
cabeza, el cuello una máscara marrón recorrida por telarañas, En la nuca conser-
vaba un mechón de pelo largo, lo que acrecentaba el efecto mascara: era la única
parte de la cabeza que el fuego no había alcanzado. (Enríquez 2016: 185)
65
el chico está sucio y apesta, pero nunca vi a nadie lo suficientemente compasivo…”
(Enríquez 2016: 12)
En cuanto al horror, le debemos a Julio Cortázar (1979) que llamara la atención sobre
lo ominoso freudiano en la literatura gótica rioplatense, aunque como categoría antro-
pológica alcanza su máxima expresión en lo abyecto. (Kristeva 2011).
En este marco, nuestra primera hipótesis es que las figuraciones del horror que cons-
tituyen la matriz gótica de su narrativa descansan sobre figuraciones de lo humano en
las que prevalecen las monstruosidades, porque el exceso y el desvió se halla sobre todo
en las acciones y en la trama de causalidades que las impulsan. Estas causalidades no
siempre son visibles de allí que se convierten en espacios generadores de lo espeluz-
nante, y siempre están fuera de la lógica de la razón, por lo que traen al texto lo siniestro.
Siempre están dirigidas al otro y además todos son capaces de realizar acciones mons-
truosas, por lo tanto, afecta al cuerpo social La consecuencia es la deshumanización,
por un lado, porque transforma al otro en objeto, en un cuerpo que no importa, o en
animal y también porque no hay conciencia moral.
El horror esta también en la contradicción entre la apariencia de esa sociedad inmersa
en la cotidianidad y en su mundo privado, indiferente ante la crueldad, y el horror de los
acontecimientos Así vemos como, la desaparición de Adela se transforma en un espec-
táculo, el sufrimiento de Gaspar se justifica, porque “Juan es un buen hombre”, dice la
madre de Vicky, que, aun siendo médica, se niega a ver las evidencias del maltrato en el
66
cuerpo del niño. La convivencia de esas dos realidades concentra un axioma político: el
terror provocado por el poder acontece con la complicidad, el silencio, la indiferencia de
la sociedad. Lo gótico es un prisma desde el cual se visibilizan otras facetas del mundo
social.
Luego, estas acciones también desarrollan figuraciones de las subjetividades feme-
ninas contemporáneas. La representación de las maternidades es un ejemplo: la ma-
dre-monstruo (Las cosas que perdimos en el fuego); el incesto (Pablito clavo un clavi-
to), el tópico de la orfandad. Podría decirse que el capítulo La cosa mala de las casas
solas está centrado en la orfandad de Adela, sin embargo, no es la única niña huérfana
de la novela, ya que encontramos otras orfandades: la de Gaspar, la de Pablo, la de
Juan y la de Rosario y Esteban y en cada una se observan matices que involucran al
género.
En cuanto a Gaspar, el lugar de protección lo toma el varón. Tres varones, Juan,
Luis y Esteban, establecen una relación amorosa con Gaspar en distintos momentos
de su vida. Tres relatos tres variantes del sentimiento asociado a distintas emociones
y actitudes: el temor y el dolor; la ternura y la contención; la lealtad y la obediencia
respectivamente. Así como la orfandad de Adela, revela la violencia y el terror del Es-
tado, la de Gaspar, le da visualidad al poder de la Orden, donde se conjugan el poder
económico y político de las familias de los inmigrantes ingleses que han constituido a
lo largo de la historia de nuestro país, las clases sociales privilegiadas y colaboradoras
de las Dictaduras.
A modo de conclusión subrayamos otra faceta relevante de la escritora3: Se identifi-
ca como perteneciente a una generación que no solo lee literatura, “respetable”, sino
todo lo que “es literatura que interesa y las narrativas de internet también lo son…”
Luego, sostiene que “El terror codificado como genero no se parece en nada al miedo”
porque tiene el espesor de representar un trauma que se modifica según la época, por
eso dice “En nuestra generación lo terrorífico es no saber sobre tu identidad”. Así en-
tendido el terror evita el peligro de ser interpretado como banal porque “hay un des-
orden del discurso que está acompañado generacionalmente, y se define en relación
con referencias reconocibles.”. Nuestra lectura ha pretendido reconocer como cons-
truye ME el género de terror en relación con esas referencias reconocibles.
67
Notas
1.- En adelante ME.
2.- Bajtin (1986); Amicola (2003), Negroni (2015;2010;2007;1999), Goicochea (2016, 2017).
3.- Ver: https://www.infobae.com/cultura/2020/06/07/una-hora-con-mariana-enriquez-miedos-influen-
cias-nuevos-desafios-y-deseos-de-la-reina-de-la-literatura-de-terror-en-espanol/
Bibliografía
1.- Angenot, Marc. Interdiscursividades. De hegemonía y disidencias. Córdoba: Universidad Nacional de
Córdoba, 1998.
2.- Bajtin, Mijail. Problemas literarios y estéticos. México: SXXI,1986.
3.- Botting, Fred. Gothic. Routledge,1995.
4.- Braidotti, Rosi. Metamorfosis. Hacia una teoría materialista del devenir. Madrid: Akal, 2002.
5.- Cortázar, Julio. “Notas sobre lo gótico en el Río de la Plata” Obra crítica/3 (ed. a cargo de Saúl Sosnows-
ki). Madrid: Alfaguara. 1994. {1975}.
6.- Enríquez, Mariana. Las cosas que perdimos en el fuego. Buenos Aires: Anagrama, 2016.
Los peligros de fumar en la cama. Buenos Aires, Anagrama, 2016.
Nuestra parte de noche. Buenos Aires: Anagrama, 2019.
7.- Garramuño, Gabriela. Mundos en común. Ensayos sobre la inespecificidad en el arte. Buenos Aires: FCE,
2015.
8.- Guatari, Félix y Rolnik,Suely. Micropolíticas. Cartografía del deseo. Buenos Aires: Tinta Limón, 2013.
9.- Kristeva, Julia. Poderes del Horror. Trad. Nicolás Rosa. Buenos Aires: Siglo XXI, 1998.
10.- Negroni, María. Museo Negro. Buenos Aires: Norma, 1999.
11.- Ranciére, Jacques. El espectador emancipado. Buenos Aires: Manantial, 2013.
68
Tonalidades góticas en las series
televisivas argentinas: imágenes de
la noche y la violencia suburbana
en Un gallo para Esculapio (2017)
8
Ariel Gómez Ponce
Este capítulo busca explorar el modo en que algunos lenguajes de la cultura actual
innovan por su capacidad de jugar con la truculencia, el estremecimiento y todos esos
engranajes que administran el miedo, en una vacilación genérica que rescataría cierta
tonalidad gótica. Basta echar una mirada a lo que hacen hoy las series televisivas, y un
buen ejemplo puede encontrarse en la más reciente creación del reconocido cineasta
Bruno Stagnaro: Un gallo para Esculapio (2017). Resultado de una co-producción entre
Underground y la cadena extranjera TNT, esta ficción -por cierto, celebrada por la críti-
ca- no solo supone un fuerte intento nacional por apuntar a ese público transnacional
que las series persiguen, sino además una narrativa que se resiste a una clasificación
precisa, pero que acentúa cierta
“sensibilidad gótica”, propia de
toda una serie negra que, según
intuye María Negroni (2015: 24),
aún persevera.
La serie se ocupa de contar la
historia de Nelson (Peter Lanza-
ni) quien, acompañado por un
gallo de riñas, viaja desde Misio-
nes hacia un conurbano bonae-
rense asolado por la delincuen-
cia y la violencia más sórdida. El
objetivo de esta travesía es dar
con el paradero de su hermano
Roque, instalado años atrás en
Buenos Aires y de quien nada se
sabe desde hace un buen tiempo. Con un pequeño bolso y un trozo de papel con una
dirección mal escrita, Nelson y su gallo deambularán por los rincones del conurbano
hasta toparse con una banda de piratas del asfalto en la que, para sorpresa del prota-
gonista, Roque participó, huyendo después de manera misteriosa. En la búsqueda de
la verdad, Nelson se infiltrará en esta comuna de criminales liderados por Chelo (Luis
71
Brandoni), quien terminará asumiendo una suerte de rol paternal ante el desamparo del
joven. Pues Nelson es “insistente como perro de sulqui” y tenaz, y estas son característi-
cas que Chelo valora para este mundo del robo organizado: “ahí estaba, duro como pan
de lunes, tratando de conseguir laburo. A ese pibe le pedís un ladrillo y te construye un
edificio. Gente así necesitamos” (Episodio 2).
De modo que, a un interrogante (¿quién es, en realidad, ese a quien ha llamado her-
mano?), se responde con una errancia por los suburbios bonaerenses, primero solitaria
y, luego, guiada por estos piratas de quienes aprenderá el oficio
del hurto en ruta. Desde esta mirada, la trama de Un gallo para
Esculapio es un policial que, por momentos, se tuerce para
componer un relato de viaje, cuyo movimiento consiste en el
desplazamiento de una periferia a otra: desde las profundida-
des de la selva misionera hacia los márgenes de un Buenos
Aires donde el delito impera y coloniza. En el trayecto, Nelson
se verá tentado por este mundo clandestino que parece no
entender del todo y que, sin embargo, lo lleva a dirimirse hasta
la pérdida de la inocencia. Y su viaje de aprendizaje está signa-
do por ese hermano ausente que recién aparece casi conclui-
do el relato, pero que, de manera insistente, deviene casi una
figura espectral, evocada solo para recordarle a Nelson que la
noche del conurbano seduce hasta la degradación.
Precisamente, en esta lectura de la noche anidan las cla-
ves para capturar la afinidad gótica que tiene Un gallo para
Esculapio. Durante la noche, la serie deriva hacia un fondo
oscuro en donde irrumpe, en todo su esplendor, la sordidez
del conurbano. Se trata del momento en que las redes del
crimen organizado ostentan su poderío; traman los secues-
tros y ejecutan los asaltos en las rutas, mientras la policía,
cómplice e ineficaz, esquiva la mirada a cambio de una par-
cela de lo recaudado. Pero, también, es el tiempo en el que
se saldan las cuentas entre bandas enfrentadas, sembrando
un caudal de cuerpos en las calles donde reina la violencia
colectiva. Y todo ello elige narrarse sobre las ruinas urbanas
de los suburbios con sus casas que parecen abandonadas y
sus locales corroídos por el paso del tiempo, y rodeado todo
de pequeñas callejuelas laberínticas e interminables que, en
la y el espectador, provocan una sensación permanente de
trampa, rayana la claustrofobia.
Todo habla, en síntesis, de la escenificación de una at-
mósfera con arraigo en los principios estéticos del gótico,
los cuales, en otras tradiciones, introducen – y, a veces, de
modos muy sigilosos- variaciones de lo que me gustaría
llamar una tonalidad gótica. En Un gallo para Esculapio, el espacio-tiempo repre-
sentado obedece a esta afición gótica por una oscuridad que tiende a ser espectacular, y
en donde se entrelazan esa obsesión por espacios que los personajes interiorizan como
una asfixia subjetiva (Arán 2019), dialogando así con muchas de las tendencias estilísti-
cas del audiovisual noir cuya “amargura urbana” explora las secuelas de una moderniza-
ción fallida (Esquenazi 2018: 149). Sintetiza esta inclinación esa “ciudad noire” que, como
72
afirma Jean-Pierre Esquenazi (2018: 19), deviene una de las escenas primitivas para esta
amplia matriz genérica. Por caso, la Ciudad Gótica de Batman preconiza las caracterís-
ticas de esta urbe en deterioro donde prima la atmósfera de una sociedad corrompida,
escenario que la serie en cuestión retoma para tensar el suspenso, pero además para
componer un desencantado cuadro de costumbres del Buenos Aires profundo.
Esta inscripción territorial no es, por cierto, casual. Algo de ello sugerí en trabajos pre-
vios cuando me pregunté acerca de la recurrencia en las series televisivas latinoameri-
canas por inscribir, en el pliegue de los límites urbanizados, imagina-
rios de una violencia que abonan la Cultura del Miedo
(Gómez Ponce 2019). Pero aquí, en especial, habría
que recordar que, en esta designación del conurbano
como espacio unidimensional y homogéneamente
violento1, se puede oír una memoria de los márgenes
a partir de la cual Argentina se inventó. Pues lo que
la serie edifica sobre el actual Gran Buenos Aires son
esas cartografías imaginarias que se han leído como
lugares de la barbarie, en una larga tradición que, en
los contornos y lo que más allá de ellos se extiende, ha
visto el reverso de la civilización. El paradigma ejem-
plar yace en eso que la historia nacional ha llamado
“desierto”, metáfora fundante de gran espesor ideoló-
gico, aunque siempre contradictoria: despierta la sen-
sación de un vacío que debe poblarse, pero también
de un hábitat para sujetos despojados de cultura cuya
“potencia barbarizante” amenaza permanentemente al
orden civilizatorio (Sarlo 2007: 26). A su modo, Un gallo
para Esculapio revitaliza este motivo de finis terrae para
emplazar allí un hampa de piratas del asfalto que, ade-
más, se entrelaza con los sentidos del compadrito e, in-
cluso, con esa condición orillera de impronta borgeana.
Habría que añadir que esta tonalidad gótica, evoca y
provoca en las noches de la serie, se palpita también en
otro plano: el de los afectos o, para ser más preciso, de
su exacerbación deliberada. Se lo ha discutido mucho:
“la estética gótica es, ante todo, una emoción del espa-
cio” (Negroni 2015: 109). Pero aquí no me refiero solo a
los significantes del miedo, lugar por lo demás común
para este tipo de ficciones urbanas que trabajan el esta-
llido de la inseguridad. Se trata, antes bien, de la modu-
lación de un amplio repertorio de pasiones irrefrenables
y de deseos incontrolables, materias primas que hacen
del gótico una exploración “de los instintos más oscuros,
sometidos a tabúes sociales bajo censura” (Arán 2019). De
allí se desprenden un entramado de tendencias afectivas que, con refinadas variaciones,
otras derivas del gótico trabajan, dando paso a toda una “epopeya de lo intenso” (Ne-
groni 2015: 20).
En tal sentido, por la debilidad de este héroe que, consecuencia de su entorno, se ve
irremediablemente arrastrado por el crimen y la autodestrucción, Un gallo para Escu-
73
lapio rescata algo del hardboiled (deriva
de la novela negra), como también la
exaltación de una violencia cruda propia
de la exploitation fiction. El destino de
Nelson lo ejemplifica con estridencia. Es
verdad que, en el protagonista, perma-
nece un sentido de justicia, por cierto,
atípica para este entorno: cumple con
su palabra, paga sus deudas e, incluso,
subsana los errores de su hermano, ra-
zones por las cuales los otros persona-
jes le reprochan que “no estamos en el
Oeste” (Episodio 3). Sin embargo, en él,
el extremismo pasional siempre asedia
a la manera de un instinto, palpable en
esa ambición que conlleva el acceso al
dinero fácil, en el frenesí sexual (toda
experiencia sexual parece ser nueva en
Nelson), o bien en esa territorialidad violenta que, al grito eufórico
de “esta yegüita tiene su potrillo” (Episodio 6), se despierta en su
trato con las mujeres.
Es cierto que, dentro del desenfreno de la jungla de asfalto, la
serie elabora otros espacios donde estos instintos, profundos y
oscuros, buscan ser controlados o, al menos, domesticados: el
reñidero de gallos, “casino de los pobres” (Episodio 3), es, de he-
cho, el principal de ellos. Pero, a medida que la trama avanza, y
en el entramado de la noche urbana, incrementa el furor de esta
condición animal, de la cual la canción de apertura bien parece
prevenirnos desde el mismo inicio del relato: “Soy un animal, bus-
co luz en la oscuridad (…) y lo hago con mis instintos, como un
depredador resuelvo el conflicto”. Lo que tiene un peso decisivo aquí es, en efecto, esta
animalidad y, por ello, tampoco es fortuito que el otro protagonista de esta narrativa sea
el gallo de riñas de Nelson, Van Dan. Traído en una bolsa durante el viaje en micro des-
de Misiones, y alimentado a base de alfajores y salchichón, Van Dan es un compañero
fiel en el vagabundeo del joven, aunque también es un elemento insólito que el relato
introduce solo para recordarnos que, en este mundo hostil que erige, “es más fácil que
te salve un animal que una persona” (Episodio 4).
En suma, diría que, lejos de obturar, la creación de Stagnaro se esmera en reavivar las
contradicciones sociales, pues si algo la caracteriza es su énfasis en los contrastes. Quizá
por ello, frente al mundo de la noche sórdida, se insiste en construir una escenografía
diurna donde habitan el tumulto de las muchedumbres, las marañas de locales repletos
de colores estridentes, y el alboroto de las voces entremezcladas con el sonido de la
cumbia. A simple vista, poco tiene que ver la desolación de la urbe nocturna, apenas
alumbrada por la luminaria de las calles y ambientada con tiroteos y motos que arran-
can a prisa, con esas multitudes resonantes que, por las mañanas, transitan la terminal
de Retiro o, por las tardes, celebran la Virgen de Copacabana con bailes y cánticos.
Lo que, con eficacia, esta ficción pretende es pronunciarse ante esa paradoja de un
conurbano que se teje con dos hebras: una cosmopolita y vivaz que es el terreno de
74
lo popular, pero también otra de-
sierta y lóbrega, asediada por la
criminalidad.
Como sea, intuyo que este
tamiz de una tonalidad gótica,
devenida hoy lingua franca en
este mercado audiovisual glo-
balizado, sugiere cuál puede ha-
ber sido la clave para acercarse
y recibir el clamor de un público
internacional, aún más cuando nos hallamos ante una serie que no acalla su costum-
brismo: telón de fondo -tenue, pero perceptible- de una permanente reivindicación de
lo local. En una historia en la que resuena las virtudes y las vilezas de las figuras orille-
ras, Un gallo para Esculapio examina motivos que hacen a nuestro folclore, y lo logra al
compás de un extenso repertorio de tangos (milongueros “pero de salón; nada de firule-
tes”, declara la ficción, Episodio 8), y de un caudal de refranes que, con punzante ironía,
se cuelan entre los distintos acentos provinciales y la jerga criminal. La tonalidad gótica
aparece, entonces, como un lenguaje reconocible para ese espectador
internacional que, difícilmente, pueda entender la complejidad de una
Argentina agobiada por las crisis económicas, de instituciones corrup-
tas de las que policía deviene un triste modelo ejemplar, y de un sector
de la sociedad que se abandona a sus instintos porque poco más pue-
de hacer ante la imperante precarización de la existencia.
Me pregunto, finalmente, si la serie en cuestión no es un caso ejem-
plar de esa estética que Mark Fisher (2009) elige definir como un ma-
terialismo gótico. En un estadio histórico cuando la cultura en sí es
ominosa, lo que harían estas series es confrontarnos con el crudo
desencantamiento de la realidad: ello es, develar que “este mundo, el
mundo del sentido liberal capitalista, el que es una escenografía de
tambaleante paredes” (Fisher 2018: 179). No se requieren aquí explica-
ciones sobrenaturales (respuesta, si quiere, más tranquilizadora, por tanto, pone de ma-
nifiesto al menos “una irracionalidad codificada”, como bien advirtió Rosalba Campra,
2008: 137). Porque en un mundo invadido por la incertidumbre, y cuando series como
Un gallo para Esculapio se ocupan de intensificar y subrayar la experiencia desnuda de
la violencia en una trama social, se nos recuerda la naturaleza truculenta de la cultura
capitalista en la que estamos inmersos, y es allí donde “el gótico evita ser codificado
como un modo genérico (…) para convertirse en la versión materialista más persuasiva
de la escena socioeconómica contemporánea” (Fisher 2009: 77).
Extraño título, Un gallo para Esculapio retiene como su intertexto aquella frase -harta-
mente debatida- que Sócrates pronunciara ante la inminencia de su muerte. En su lecho
final, el filósofo reclama sacrificar un gallo como tributo a Esculapio, el dios de la medi-
cina, pedido no librado de ironía cuando la pronuncia quien veía en la muerte esa cura
a todos los males que aquejan a la humanidad y el último acceso a todo el conocimien-
to. A su modo, esta aparenta ser una de las lecciones que esconde la serie de Stagnaro:
ante un mundo intolerable que parece desmoronarse a cada paso, tal vez no quede más
remedio que enfrentarse con la oscuridad que agobia a la sociedad y sumirse en ella
para hallar las respuestas finales.
75
Notas
1.- Retomo aquí la lectura que desarrolla Mariana Enríquez en el primer episodio de la serie Conurbano,
emitida por el canal Encuentro durante 2017.
Bibliografía
1.- Arán, Pampa. “Gótico”. Roas, David; García, Flavio et al [eds.]. O Dicionário Digital do Insólito Ficcional
(e-DDIF). Rio de Janeiro: Dialogarts, 2019. s/p. Web: http://www.insolitoficcional.uerj.br/site/g/gotico-gene-
ro-literario/ 25 Nov. 2020.
2.- Campra, Rosalba. Territorios de la ficción. Lo fantástico. Sevilla: Editorial Renacimiento. 2008.
3.- Esquenazi, Jean-Pierre. El film noir. Historia y significaciones de un género popular subversivo. Buenos
Aires: Cuenco de Plata. 2018.
4.- Fisher, Mark. “Materialismo gótico. Extractos de Flatline Constructs: Gothic Materialism and Cybernetic
Theory-Fiction”. Lee, Matt y Fisher, Mark. Deleuze y la brujería. Buenos Aires: Las Cuarenta. 2009. pp. 64-93.
“Esta película no me conmueve”. K-Punk. Volumen 1. Escritos reunidos e inéditos (Libros,
películas y televisión). Buenos Aires: Caja Negra. 2018. pp. 175-180.
5.- Gómez Ponce, Ariel. “Espacios del miedo. Acerca de las periferias sociales y las series televisivas lati-
noamericanas”. Latinidade. Revista do Núcleo de Estudos das Américas [Universidade do Estado do Rio de
Janeiro]. 2019, 11(1): 85-119.
6.- Negroni, María. La noche tiene mil ojos. Buenos Aires: Caja Negra. 2015.
7.- Ortega, Sebastián [creador]; Stagnaro, Bruno [director.]. Un gallo para Esculapio [serie televisiva]. Ar-
gentina: Underground – TNT. 2017.
8.- Sarlo, Beatriz. “En el origen de la cultura argentina: Europa y el desierto (1986)”. Escritos sobre literatura
argentina. Buenos Aires: Siglo XX. 2007. pp. 25-29.
76
El gótico litoraleño
de Selva Almada
9
Alejandra Nallin
El gótico litoraleño
de Selva Almada
1- Orígenes Terroríficos
En las coordenadas orales y escritas, la cultura argentina se engendra en el vampiris-
mo, lo monstruoso y lo sangriento. Sus fronteras territoriales y culturales trazan mapas
terroríficos de exclusión, desaparición, borramiento y huecos de las memorias a través
de la violencia sistemática de la conquista y los gobiernos dictatoriales con sus silencia-
mientos y olvidos. Así, se diseña una genealogía maldita. Esta matriz irá diversificando
géneros y tonos en el derrotero histórico.
El horror del colonialismo se desplaza hacia la literatura emancipatoria que pregona
el discurso patriótico libertario con una estética neoclasicista frente a las oralidades
originarias y plebeyas del gauchaje, para quienes la Patria no fue una retórica abstracta
como la del Parnaso de la ‘Lira Argentina’, sino un acto performativo de la muerte, un
acto de inmolación al poner el cuerpo y la voz como usufructo independentista.
El texto fundacional, El matadero, atestigua un espectáculo
grotesco, una ceremonia alegórica de la carne como meto-
nimia de un país ganadero, pero también asesino; una fiesta
donde la clase popular festeja al estilo de una comparsa ét-
nica bárbara, bastarda, y a la que se la denigra y animaliza.
La demonización de la barbarie en el Facundo, está encar-
nada por Rosas, quien organiza el despotismo con espíritu
calculador frente a los caudillos, los gauchos, los negros y
mulatos, los provincianos y federales. Es una nueva varian-
te de la genealogía del terror, el poder satánico no es sólo
federal y somático, habita también en la letra ‘civilizadora’ al
denigrar la clase trabajadora y denostar la política popular
desde la escritura.
Cuerpo y escritura se anudan en el ideologema ‘civilización
y barbarie’ tal como Josefina Ludmer (2000: 156-157) carac-
terizó a la serie de la violencia con “La fiesta del monstruo”
(Borges y Bioy Casares) que se disemina como lectura anti-
peronista y antisemita.
Un país proletario, un pueblo morocho, de social reclamo
como destaca Mauricio Kartún en El niño argentino donde se
parodia toda la historia argentina en ese viaje de iniciación,
“una historia escrita en carne. Un país escrito en la carne de
su ganado”. (Kartun 2006:154,55)
Así, se reactualiza el terror de los orígenes, cronotopos
claustrofóbicos y de tortura, espacios-úteros donde vuelve a
parirse cíclicamente la extrañeza, la herencia perversa.
79
2- El gótico federal en la narrativa argentina reciente
En la actualidad el terror está en plena expansión. Una prolífica publicación de autores
independientes y autogestivos en numerosas editoriales viene a darle nuevos bríos al
género en la escena local, de la mano de jóvenes sub-30. No obstante, el giro provo-
cado por el nuevo horror o el neo-gótico está dado en el Siglo XXI por las narrativas es-
critas por mujeres Sobresalen Samanta Schweblin, Mariana Enríquez, Gabriela Cabezón
Cámara, Agustina Bazterrica, Ariana Harwicz, Selva Almada; pero
también se destacan Diana Beláustegui, Verónica Barbero, Ohuan-
ta Salazar, Ildiko Nassr en el NOA.
Es este impulso de la escritura el que habilita nuevos recorridos
de lectura. De hecho, varios estudiosos del género como María Ne-
groni (2015) destacan que la literatura fantástica es leída en clave
gótica con sello propiamente latinoamericano, en donde el terror,
la otredad, la irregularidad del sistema y lo ominoso hablan de lo
real, como afirma Goicochea (2014). La violencia habita los micro-
cosmos y los espacios del terror social que se desplazan rizomá-
ticamente a las estéticas-ideológicas de las literaturas rupturales
contemporáneas, ligadas a fenómenos políticos abortados por las
sucesivas dictaduras.
Recordemos que la crítica del gótico rioplatense fue inaugurada
por Julio Cortázar (1994) quien destacó ciertos rasgos, producto
de nuestro poliformismo cultural, de los contactos inmigratorios,
la extensión geográfica como causa de la monotonía y aparición
de lo insólito. No obstante, dichos componentes no justifican para
Cortázar las razones de su impronta en la Argentina, sino que serán
-desde sus experiencias- las maternidades, las infancias y las casas
familiares las representaciones góticas donde lo real se ensancha para alojar los miedos
y lo sobrenatural de lo fantástico.
En este escenario, diferentes proyectos sobre las narrativas recientes promueven la
emergencia de un ‘gótico federal’ como reinvención del género ‘situado’ en las diversas
regiones literarias argentinas, con el afán de desmontar y desocultar los miedos y te-
rrores del presente, protagonizados por niñas, madres y mujeres atravesadas por la vio-
lencia de género y doméstica, por sus cuerpos abyectos, mutantes e intervenidos por
las lógicas patriarcales, por el biopoder y las naturalizaciones del terror familiar cuyo
castillo-casa será la zona gótica de la monstruosidad.
Problematizar el surgimiento de un neo-gótico en el mapa heterodoxo y federal de las
literaturas de la Argentina posibilita revisitar otras estampas del ‘horrorismo’1 y visibilizar
en sus regiones cómo la entronización machista, la pobreza, la prostitución, el canibalis-
mo, la exclusión social tematizan el engranaje perverso de la globalización capitalista. El
cronotopo del hogar se construye como locus de lo sórdido y zona de cautiverio donde
la muerte es una lábil cornisa fronteriza.
80
Se construye como una narrativa fluvial, espacio de sus
subjetividades y frontera líquida que se conecta con el
monte como lugar que encapsula esa geografía insular
y al mismo tiempo la animiza como actante ominoso y
topografía siniestra.
Los paisajes anticipatorios de la tragedia habitan las
humedades de la zona litoraleña como las de sus suje-
tos, sofocados por la densidad de sus temperaturas, cau-
tivos en esos espacios liminares de vida/muerte del río,
por la naturaleza tupida y la precariedad del pueblo que
potencian los visos de la marginalidad. Sin embargo, no
asistimos a una recreación regionalista, ni a una rever-
sión de un realismo determinista, ni tampoco estamos
ante un espejo costumbrista, al contrario, el texto re-
fracta espacios que aspiran a constituirse en domicilios
existenciales, en lugares de enunciación de humanos y
animales.
Estamos ante una ecología de los decires de la oralidad
comunitaria con diálogos escuetos. La narrativa queda
afiebrada en las sinestesias somáticas cargadas de olo-
res a río, a pasto, a hedores de carne muerta, a alcohol, a cuerpos sudados y ardientes.
Sonidos y sabores convierten a la obra en materia sensible de esta zona del nordeste,
escenario glolocal para leer el mundo.
La ambigüedad del relato como estrategia fantástica es otra ventana que habilita in-
gresar a los intersticios de las tramas de las memorias desde su estructura fragmentaria
y caleidoscópica con los retazos de las historias de los amigos y sus entornos familiares
que parecen menores, pero que van urdiendo el tapiz profundo de la memoria social.
Pulverizar la linealidad del pasado requiere desmontar la arquitectura del relato y ad-
vertir los pliegues y repliegues, los cortes elípticos que promueven la realidad ominosa,
los cosidos polifónicos que confunden las versiones a través de un tejido coral. Estas an-
ticipaciones dispersas desordenan los cronotopos y la trama se trastorna en una malla
de hilos sueltos, por lo que nos invita a reponer el diagrama. Advertimos que el género
va perdiendo carnadura y se escurre en las microhistorias, en el recuerdo de los tres
amigos y el hijo de uno de ellos, la amnesia o la locura de Siomara, las censuras auto-
biográficas, los tiempos muertos o represiones de la triada masculina, las apariciones
fantasmáticas de las adolescentes muertas, la carne poética de la raya, móvil natural de
la venganza.
Como lectores vamos reordenando las fugas temporales y girando con la atemporali-
dad del mito y lo legendario. De este modo se diseña una narrativa anfibia que dialoga
con la variedad de sus registros dialectales, una lengua tatuada de identidades zonales,
interlingüísticas, naturales como su biodiversidad vegetal y animal. Estamos ante una
propuesta de ecoliteratura, desde donde piensa literariamente Selva Almada. De tal ma-
nera que desde la geocultura del Paraná se universalizan los temas de la humanidad: la
soledad, el amor, la traición, la muerte, la esperanza.
La retórica referencial y poética del paisaje, detallista y recreadora de la naturaleza
oriental del país y de las biosferas selváticas, alberga la densidad de lo siniestro y se tras-
toca en escenarios mágicos, en rituales de la muerte. La realidad se ensancha, en ella
permea lo onírico, los recuerdos, los silencios, las memorias traumáticas.
81
Con esta novela Almada cierra el ciclo narrativo masculino (El viento que arrasa y La-
drilleros) donde reverbera un posicionamiento ontológico e ideológico sobre la domi-
nación patriarcal y las réplicas internas del poder.
En esta obra, por un lado, su escritura se organiza en clave decolonial (marginalidad,
pobreza, racismo, migrancias), por otro lado, habilita una lectura en perspectiva de gé-
nero (las mujeres como objeto de uso y descarte, como cuerpos muertos, genealogía
femenina del fracaso, la locura, las almas errantes), y además propone el reconoci-
miento desde un enclave situado (las literaturas locales, cartografías federales, regiones
literarias, ecoficciones, cosmovisiones populares, lo legendario, las creencias y las cu-
randerías)
Instala una literatura fronteriza de las memorias que nos permite diseñar una ficción
metonímica y ambigua que nos mantiene al acecho, en la doblez de ser cazadores y
cautivos en un monte que los habita, pero al mismo tiempo es impenetrable, un esce-
nario natural que los protagonistas conocen desde la infancia. Sin embargo, los encierra
como un topo de clausura que además los enajena, los traslada a otra dimensión -que
se abre y se cierra como esfera funesta- donde se avivan los miedos, los desnuda y vul-
nera ante el riesgo de perder la vida.
El monte desmantela las simplezas, las otredades personales y sociales, revela las or-
82
fandades y miserias internas y vislumbra en la oscuridad asfixiante, las complejidades
retorcidas de los humanos. Por ello, los personajes son capas de memorias que disparan
como siluetas trágicas que ponen en tensión las regiones fronterizas de la tierra-río,
vida-muerte, realidad-locura, cotidianeidad doméstica/siniestro familiar que encarnan
estos cuerpos errantes y abyectos, los cuales deambulan en las zonas liminales del vue-
lo de esa mariposa gigante de la raya y su carne abombada, de los fracasos de Siomara
y su errancia enajenada en búsqueda de sus hijas, en el trío Enero, Eusebio, el Negro y
el joven Tilo con sus escenas de pesca como rituales de iniciación, pero también como
escenas trágicas que acaecen en ese río y monte que los conoce más que a nadie.
El gótico litoraleño nos interpela para reconstruir los lazos de sus relatos orales de
aparecidos, su chamamé, sus brujerías, sus ceremonias acuosas, sus localidades rurales
y suburbanas pobladas por fantasmas, muertos, animales, naturaleza y tejido popular
que no son catálogos, sino que son este río, este pájaro, este árbol como una necesidad
de darles identidad afectiva a este patrimonio sensible.
Notas
1.- Adriana Cavarero (2009) propone un nuevo desarrollo conceptual: el horrorismo. A partir de la caracteri-
zación de las víctimas de la violencia contemporánea por su condición de casuales, de sustituibles, la filósofa
italiana nos sugiere que desplacemos nuestra atención y que, en lugar de dirigirla hacia quien comete un
acto criminal, la posemos sobre la víctima de dicho acto, para encontrar la característica propia de la violencia
actual: la vulnerabilidad del inerme.
Bibliografía
1.- Almada Selva. No es un río. Buenos Aires: Random House, 2020.
2.- Ansolabehere, Pablo. Clase Nro. 4: Terror. Literatura argentina: cuatro recorridos. Buenos Aires: Ministe-
rio de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología de la Nación, 2014.
3.- Cavarero, Adriana. Horrorismo. Nombrando la violencia contemporánea. Barcelona: Anthrophos, 2009.
4.- Cortázar, Julio. “Notas sobre lo gótico en el Río de la Plata” en Obra crítica/3, Julio Cortázar. México:
Alfaguara. 1994.
5.- Drucaroff, Elsa. Los prisioneros de la torre. Política, relatos y jóvenes en la posdictadura. Buenos Aires:
Emecé, 2012.
6.- Goicochea, Adriana “Literatura gótica, literatura sin fronteras” Goicochea, Adriana (comp) Exceso y
trasgresión. Migraciones del modo gótico. Viedma: Etiqueta Negra, 2016, pp. 11-34. Disponible en: https://
issuu.com/etiquetanegracontenidoscultura/docs/exceso_y_transgresi__n_digital
7.- Kartún, Mauricio. El niño argentino. Buenos Aires: Losada, 2007.
8.- Lander, E. La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas.
Buenos Aires: CLACSO, 2000.
9.- Ludmer, Josefina. El género gauchesco. Un tratado sobre la patria. Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2000.
10.- Negroni, María. La noche tiene mil ojos. Buenos Aires: Caja Negra Editora. 2015.
83
84
Los niños monstruos en
“Pájaros en la boca” y
“Distancia de rescate”,
de Samanta Schweblin
10
Nadina Olmedo
87
solo por disgregar el hogar sino también por temor a lo que pudiera “producir”.
Estos intentos de regulación al cuerpo femenino destinado exclusivamente a la ma-
ternidad generan que todo lo que se desvíe sea considerado problemático y más aún
si es propiciado por la mujer, quien tiene que cumplir con su rol social de dar vida y no
muerte. La madre – así entendida – debe estar a una distancia de rescate, como alude el
título de la novela de Schweblin, para “salvar” a su hijo/a de cualquier peligro que pueda
amenazar. En palabras de Amanda, madre de la pequeña Nina y narradora del texto: “Es
porque tarde o temprano sucederá algo terrible. Mi abuela se lo hizo saber a mi madre,
toda su infancia, mi madre me lo hizo saber a mí, toda mi infancia, a mí me toca ocupar-
me de Nina” (Schweblin 2020: 89). El mandato social de la madre como reproductora y
cuidadora de valores y saberes venerados socialmente se pone en jaque al momento en
que se corre de ese espacio íntimo o privado del hogar dejando a los niños en un estado
mayor de vulnerabilidad. Como bien concluye Catalina Forttes al referirse a este tema, la
novela de Schweblin: “inserta esta problemática dentro del vínculo madre y descenden-
cia, que ancestralmente ha preservado la vida. La concepción preindustrial de la madre
como continuidad del mundo natural y, por lo tanto, poseedora de los conocimientos
que permiten la supervivencia de los hijos, caduca frente a un entorno intervenido y
regulado por el capitalismo global” (Forttes 2018: 161).
Yendo a lo argumental, en Pájaros en la boca, Silvia y Martín, los padres de Sara, están
preocupados ante el cambio repentino en los hábitos de alimentación de su hija, quien
ha comenzado a comer pájaros vivos, aunque sin quedarnos claro a los lectores ni des-
de cuándo ni por qué motivo, si es que pudiera existir alguno que justificara tal acto de
crueldad animal, ejecutado, además por una chica de tan solo 13 años. La inesperada
situación amerita que Silvia busque ayuda urgente en Martín – ellos están divorciados
y por lo que se infiere no mantienen la mejor de las relaciones – para que él mismo
sea testigo de lo que está ocurriendo. Si bien Martín en un principio ve bien a su hija e
incluso más rozagante que de costumbre, no tarda en concluir lo siguiente y que ob-
viamente, desde su perspectiva sesgada, es consecuencia de las sospechas hacia su ex
mujer: “Aunque mi nena era realmente una dulzura, dos palabras alcanzaban para en-
tender que algo estaba mal en esa chica, algo seguramente relacionado con la madre”
(Schweblin 2018: 32).
Por su parte, en Distancia de rescate, los niños/as monstruos son una consecuencia
real y tangible del uso de glifosato en los campos de producción de soja transgénica
en Argentina. Así se nos va presentando a medida que avanza el relato, una galería de
“monstruosidades”: desde David, el
interlocutor fantasma de la narra-
dora, hasta Abigail, la hija de la ca-
jera de un negocio del pueblo, que
presenta deformaciones congéni-
tas, pasando por los niños y niñas
deformes que caminan por las ca-
lles, aparentemente avergonzados
de su apariencia y se le aparecen a
la narradora mientras maneja afie-
brada al hospital después de haber
sufrido ella misma una intoxica-
ción con el herbicida. Amanda se
refiere a ellos en su diálogo con
88
David: “Son chicos extraños. Son, no sé, arde mucho. Chicos con
deformaciones. No tienen pestañas, ni cejas, la piel es colorada,
muy colorada, y escamosa también”. (Schweblin 2020: 108)
El monstruo moderno nace con el Frankenstein de Mary She-
lley (1818), al presentar la fascinación del hombre occidental por
el progreso de la mano de la ciencia y la tecnología que pare-
cen no tener un techo. Sin embargo, ese sujeto también es un
hombre dividido, torturado por la amenaza de no cumplir con
los estándares éticos y morales de la época. Como lo indica Fred
Botting: “Al definir un mundo escindido con seres escindidos, la
ciencia también revela una sensación de pérdida, un deterioro
de la sociedad humana, y de sus valores de fuerza y salud indivi-
duales”2 (Botting 2007: 12). Sin duda, las figuras y formas del gó-
tico – entre ellas el monstruo – continúan hoy en día “soñando
y desconfiando con el progreso ilimitado del hombre moderno
a través de narraciones que desafían los sistemas de pen-
samiento y los límites sociales, morales y éticos” (Olmedo
2013: 73).
En el caso de Distancia de rescate, el debate de ese hom-
bre escindido del siglo XXI pasa por la producción a gran
escala a través del negocio transgénico que supone ga-
nancias millonarias a las compañías multinacionales, pero
a costa de la salud de quienes trabajan la tierra, de quienes
consumen los productos de la misma y, a largo plazo, del
suelo y del agua que se usa en la producción. Como indi-
ca el científico argentino Rafael Lajmanovich, luego de 30
años de agronegocio en dicho país, no hay dudas del efec-
to devastador de los agrotóxicos: “los residuos de glifosato
empiezan a encontrarse a niveles alarmantes en el agua y
sedimento de ríos y arroyos, en el aire, en la lluvia...” (Aran-
da 2019: s.p.). Esto es lo que ocurre con los personajes que
sufren la contaminación en la novela de Schweblin: David
jugando en el riachuelo mientras su madre intenta alcan-
zar al caballo que se le ha escapado y Nina y Amanda al quedarle restos de barro en sus
manos mientras tomaban mate “plácidamente” en el césped con Carla.
En tanto, en Pájaros en la boca el tema de un sujeto gótico torturado tiene más que ver
con una cuestión de salud mental relacionada con los mismos secretos y tabúes socia-
les que toda familia guarda y esconde, especialmente si se trata de sus hijos e hijas. Sara
evidentemente atraviesa una pubertad-pre adolescencia que la ha llevado a sufrir un
terrible trastorno en su alimentación, que no solo nos alarma por sus consecuencias en
cuanto a su salud física – que además no parece estar a la vista aún, en un juego más del
relato - sino especialmente por las alteraciones en cuanto a la falta de comunicación, de
actividad física, de sociabilidad que la joven sufre. Al decir de su padre:
Pasaron tres días. Sara estaba casi todo el tiempo en el living, erguida en el sillón
con las rodillas juntas y las manos sobre las rodillas. Yo salía temprano al traba-
jo y me aguantaba las horas consultando en internet infinitas combinaciones de
las palabras pájaro, crudo, cura, adopción, sabiendo que ella seguía ahí, mirando
89
hacia el jardín durante horas. Cuando
entraba a la casa, alrededor de las sie-
te, y la veía tal cual la había imaginado
durante todo el día, se me erizaban los
pelos de la nuca… (Schweblin 2018: 37)
90
Una nena aparece lentamente. Pienso que todavía está jugando, porque renguea
tanto que parece un mono, pero después veo que tiene una de las piernas muy
corta, como si apenas se extendiera por debajo de la rodilla, pero aun así tuviera
un pie. Cuando levanta la cabeza para mirarnos vemos la frente, una frente enor-
me que ocupa más de la mitad de la cabeza… Yo no tendría las fuerzas…” (Schwe-
blin 2020: 42).
Sara, por su parte, es “normal” físicamente, pero su anomalía pasa por haberse trans-
formado en un ser antisocial con pulsiones violentas que la llevan a comer animales
vivos, tirando por la borda las tradicionales expectativas de género asociadas especial-
mente con las niñas. Sin embargo, se puede culpar levemente a Sara por comer pájaros
y hacer la vista gorda a la crueldad animal y al desastre ambiental que se esconde de-
trás de la industria alimenticia. Sara y los demás niños monstruos de estos relatos, son
sujetos liminales, y esta liminalidad – explican Bacon y Ruickbie - “se genera a través de
considerar a la niñez como una categoría ambivalente, esa que supuestamente encarna
todo ‘lo bueno’ en la sociedad, pero al mismo tiempo puede transformarse en un espejo
oscuro…” (Bacon y Ruickbie 2020 :4).
Un espejo oscuro que refleja todo lo que está mal: los trastornos alimenticios en ado-
lescentes por seguir modelos hegemónicos de belleza inalcanzable, los problemas de
salud mental que puede acarrear dicha patología, ya sea ansiedad, depresión o algún
trastorno obsesivo compulsivo, como puede ser el que padece Sara. Ni qué decir de
sus padres que, en vez de buscar ayuda profesional, lo único que hacen es pasarse “el
problema” de uno a otro sin siquiera intentar ayudar a la joven a comenzar a transitarlo.
Silvia llama a Martín y brevemente sostiene que ya no solo no puede convivir con su
hija, sino que devela algo aterrador, que va en contra del consabido precepto de que
una madre debe amar incondicionalmente a un hijo: “Si se queda me mato. Me mato
yo y antes la mato a ella” (Schweblin 2018: 35). Martín, por su parte, intenta minimizar
o tapar el asunto con “peores males”, según su lógica: “Pensé en cosas como que, si se
sabe de personas que comen personas, entonces comer pájaros vivos no estaba tan
mal. También que desde un punto de vista naturista es más sano que la droga y, desde
el social, más fácil de ocultar que un embarazo a los
trece” (Schweblin 2018: 35), dejando muy en claro la
doble moral de toda sociedad patriarcal.
En este tipo de sociedad, los monstruos se siguen
pensando, como analiza David Gilmore, “en térmi-
nos de opuestos polarizados, más que admitir el
dualismo y la división interna, aunque ninguno de
los lados se puede purificar y siempre está contami-
nado por el otro” (Gilmore 2003: 192). En otras pala-
bras, no se acepta la ambivalencia entre los instintos
animales que todo ser humano posee -ya sea niño
o adulto- y la compasión, la empatía que nos huma-
niza. En definitiva, los niños monstruos de Schwe-
blin no se conciben ya como “una bendición”, sino
casi como una carga, no solo económica sino tam-
bién ambiental, ya que no son la esperanza de un
futuro mejor, sino el espejo oscuro de un presente
inquietante que no deja de acecharnos.
91
Notas
1.- La cita no es textual. Esta traducción y las que siguen de este libro, son mías.
2.- Las traducciones del libro de Fred Botting son mías.
3.- Tomo este término de Lucrecia Martel, quien lo mencionara en una entrevista publicada en Revista Ñ en
referencia a sus películas y al concepto freudiano.
4.- La traducción es mía.
Bibliografía
1.- Aranda, Darío. “Glifosato: una investigación argentina confirma su peligro”. Página 12 [Buenos Aires,
Argentina] 9 dic. 2019 s.p. web: 15 Nov. 2020
2.- https://www.pagina12.com.ar/235451-glifosato-una-investigacion-argentina-confirma-su-peligro
3.- Botting, Fred. Gothic. London & New York: Routledge, 2007.
4.- Forttes, Catalina. “El horror de perder la vida nueva: gótico, maternidad y transgénicos en Distancia de
rescate de Samanta Schweblin”. Revell [Revista de Estudos Literarios de UEMS]: 2018, 3.20: 147-62
5.- Gilmore, David D. Monsters. Evil Beings, Mythical Beasts, and All Manner of Imaginary Terrors. Philadel-
phia: University of Pennsylvania Press, 2003.
6.- Lobato, Mirta. “Entre la producción y la exclusion: Discurso maternal y protección de la mujer obrera,
Argentina 1890-1934”. La cuestión social en Argentina. Juan Soriano Ed. Buenos Aires, 2000, 245-75.
7.- Scheblin, Samanta. Pájaros en la boca y otros cuentos. Ciudad de México: Almadía Ediciones, 2018.
8.- Distancia de rescate. Barcelona: Literatura Random House, 2020.
9.- Bacon, Simon y Leo Ruickbie Eds. The Cultural Construction of Monstrous Childen. London & New
York: Anthem Press, 2020.
92
El gótico, la ciencia ficción
y el fantástico en la obra
de Pablo Tolosa
11
Natalia Puertas
Pablo Tolosa es un escritor rionegrino que sostiene “Tengo una relación natural con
el terror. Me gusta el cine de terror y especialmente la literatura de Edgar Alan Poe y
Lovecraft. Con este último me siento más cercano. Aunque no sé qué es el terror, pero
me encuentro cómodo en eso porque el primer lector soy yo…”2.
En la misma entrevista subraya la importancia de la lectura y
la escritura en la cadena infinita que constituye la literatura. Dice
“escribo por necesidad porque no me quedó otra que escribir mis
necesidades. El lector soy yo. Si me gusta a mí, la obra prospera.
Ante mis textos, me gustaría que el lector se sorprenda” Sus ex-
pectativas de generar sorpresa, instalan de plano su motivación
en lo fantástico y explica también sus estrategias de escritura que
priorizan lo gótico. En definitiva ¿qué es lo gótico?
El modo gótico que se lee en la literatura rioplatense está carac-
terizado por Julio Cortázar por su efecto ominoso y luego Fred
Booting (2007) explicará que lo sinestro descansa sobre el locus, el
castillo y la casona oscura y misterios, los fantasmas y los monstruos, pero sobre todo se
halla en el exceso que provoca una transgresión
a la normas humanas y sociales y en la ambiva-
lencia que cuestiona la razón, para demostrarnos
que esta realidad material coexiste con otra que
está allí latente y oculta. La narrativa de Tolosa
tiene estos atributos. Su palabra nos devuelve el
reconocimiento del terror como material de es-
critura que proviene de la literatura y también del
cine porque pertenece a una generación para la
que éste ha sido su principal portador de inspi-
ración.
En este trabajo se analizará la novela Hay que
matarlos a todos (2017) y la antología de cuentos
Malditos Animales (2010) de Pablo Tolosa con la
hipótesis de que en estas obras se leen reformu-
laciones de lo viviente a partir de elementos de la
95
ciencia ficción y del fantástico que dan cuenta de derivas
del modo gótico, porque recurre a dos motivos predominan-
tes, que son el monstruo y el animal.
El punto de partida se halla en la novela Hay que matarlos a
todos cuando dice “El pueblo siempre igual (…) con las mismas
familias de toda la vida. Con chicos comunes, mimetizados con el
entorno (…) algunos se van, otros desaparecen, otros mueren” (To-
losa 2017: 212). Esta idea de un ambiente donde “todos se parecen
con todos” (Tolosa 2017: 50). se vuelve una usina de sentidos donde
pivotea el gótico porque sobre un estado de falsa calma se imprime el
peso de una existencia que lo único que contiene son monstruos que
pugnan por revelar el horror que esconde lo uniforme, la verdad unívo-
ca, la monotonía.
Elementos de ciencia ficción en la novela
Recordemos que la crítica sostiene que lo gótico se halla en el
sustrato de la ciencia ficción desde que Mary Shelly creo a Frankenstein,
el primer monstruo moderno. (Goicochea, 2016)
Podemos considerar a la novela de Tolosa dentro de esta renovación
gótica porque instaura al monstruo y sus problemáticas en el centro de la
trama a partir de elementos propios de este género.
El protagonista del relato es un joven que emigra del pueblo a la “capital”
pero que luego vuelve a su pueblo. La historia está centrada en la vida del
pueblo que se ata a la producción de una clínica que copia rostros por me-
dio de un robot. El proyecto falla y la gente comienza a emigrar a las ciuda-
des cercanas.
El componente de la ciencia ficción que cobra más vigor es el de la vida ar-
tificial y el elemento que la organiza es la figura de la máscara como un signo
que late en cada uno de los monstruos que aparecen en la novela.
Uno de ellos exhibe la fuerza sígnica en su rostro.
“La cara del desconocido es una burda copia de un actor (…) sin embar-
go algo salió muy mal (…) la disposición de la cara es perpendicular al
cuello; los ojos están sobre el lado derecho y la boca sobre el izquierdo. El tabique
de la nariz se ubica paralelo al piso” ((Tolosa 2017: 35).
Este monstruo tan particular nos recuerda que la afectación del rostro es uno de los
mitos más primitivos del hombre y tiene que ver con esas primeras imágenes que obtie-
ne de sí mismo por medio de reflejos en las superficies; también nos habla de los cultos
funerarios de las máscaras mortuarias que dan inicio al teatro occidental. Pero particu-
larmente en esta novela estos rostros dan cuenta de los primeros planos del cine que
comenzó con el gusto y el valor de los retratos en la pintura y que más tarde se trasladó
a las fotografías y postales.
En esta apelación resuenan los ecos al lenguaje cinematográfico. Susan Sontang ase-
gura que “(…) el cine nos remite a un modo de hablar de las emociones a partir del
lenguaje de los rostros y gestos” (Sontang 2008: 312) De alguna manera, la fuerza de
este monstruo reside en su cara torcida y en cómo gira su cabeza. Nos preguntamos
96
entonces ¿Qué efectos produce? La novela nos devuelve emocio-
nes a partir de la imagen cuando leemos/vemos “(…) aguanto la
respiración para ahogar un grito. Ernesto tose, creo que va a vo-
mitar. El Gusano y Manuel están petrificados, fascinados de horror”
(Tolosa 2017: 35).
Recordemos películas claves en la tradición del cine de terror. Los
ojos sin rostro (1960) de Georges Franju y El exorcista (1973) de Wi-
liams Friedkin. También recientemente podríamos pensar en los efectos
siniestros que despierta La piel que habito (2011) de Pedro Almodovar. Las
tres tienen en común con la novela la imagen de un nuevo rostro que exhibe una copia
del original.
En Los ojos sin rostro una mujer tiene un accidente y se le desfigura el rostro. Su pa-
dre, un cirujano comienza a secuestrar mujeres para robarles la piel e imprimirla sobre
su hija, quien permanece encerrada y oculta en la casa, ya que fue dada por muerta.
La película cuenta con muchas escenas de horror en la clínica cuando hace
las extracciones y cuando se desasen de los cuerpos. Los primeros planos son
profundamente angustiantes. Por ejemplo, una de las escenas en el quirófano
la narran los ojos. Los encuadres del personaje de la secretaria instrumentista
que es la testigo cómplice del doctor se vuelven nuestros ojos y con ellos va-
mos presenciando las acciones de mayor horror que punzan fuertemente. En
este punto se parece a la escena de la novela, pues cuando ven por primera
vez el rostro del monstruo, los personajes cuentan lo que experimentan con
una clara fascinación por ese horror que desborda y los deja hipnóticos por
la atrocidad.
Observamos que la novela y la película comparten la espectacularización
del horror. En ambas, el monstruo y su rostro son los elementos que cons-
truyen el efecto de lo siniestro. A su vez, ambos relatos confluyen en la tesis
de la ciencia ficción sobre la deshumanización. Hablamos de expectación
porque compartimos el pensamiento de Susan Sontang quien argumenta
que el goce estético del sufrimiento surge cuando se deja de lado la emo-
ción del miedo y la moralidad.
La Piel que habito presenta un diálogo evidente con la película anterior,
por la presencia de la máscara y la intervención de los cuerpos.
El argumento inicia con una mujer que tiene un accidente y se quema, y como no
soporta cómo se ve, se suicida. El marido, un reconocido cirujano, secuestra a un jo-
ven y comienza a experimentar con su cuerpo y a crear piel “resistente” al fuego y los
ácidos. Termina cambiándole el sexo y lo mantiene secuestrado. Las películas tienen
similitudes y sobre todo comparten un tópico del gótico: el locus. La clínica-casa donde
se desarrolla la trama centrada en la tortura, esconde el secreto de los experimentos con
lo humano donde se transgreden las normas biológicas. La tensión
está lograda por la perturbación que genera las cámaras instaladas
en la mansión para registrar los cambios del experimento que no
sólo tienen que ver con lograr la piel perfecta sino con el cambio de
sexo que implica la transformación de identidad. Este componente
construye el suspenso y el peso de la película.
En cuanto a El Exorcista, la novela retoma la escena más
recordada por el público y tal vez la más espeluz-
nante, que es el modo giratorio de la cabeza.
97
Es una imagen que se recreó y persistió no solo en el cine de terror sino también en la
ficción literaria como ocurre en este caso en la novela de Tolosa:
“Vuelve la sincronía del horror (…) Los cuatro García giran la cabeza hacia la iz-
quierda (…) luego vuelve hacia la derecha (…) un segundo más tarde, vuelven a
girar hacia la izquierda (…) dan un giro completo que los deja mirando al frente
con el cuello torcido” (Tolosa 2017: 38)
Así, vemos que las reformulaciones de lo viviente son claras porque hay una
pregunta por el otro. En ese pueblo donde todo es parecido, el monstruo amenaza
las normas. La familia endogámica de “los García” transgrede el orden burgués de la
conformación biparental. El componente de “vida artificial” es un procedimiento que se
explica con un “Manual de usuario” “El robot está configurado para interactuar con ros-
tros humanos a través de un disco de agujas modeladoras” (Tolosa 2017: 35). La ciencia
ficción está en los ecos de usos y accesos a las máquinas que el hombre pudo dominar
cuando aparecieron estos manuales. ¿Dónde radica lo ominoso en este entramado? Lo
aterrador es la certeza de que hay un daño irreparable que toma su curso y que sub-
vierte lo humano. La cara perfecta no sólo no existe, sino que se constituye como una
fuerza generadora de monstruos.
Elementos del fantástico en los cuentos
Malditos animales (2010) reúnen cuentos fantásticos que tienen un tema en común:
los animales. El gótico es un subgénero del fantástico. (Goicochea, 2016)
Por lo tanto, nuestra lectura sostiene que lo ominoso en estos relatos se halla en los
ambientes naturales que transforman lo cotidiano.
Por ejemplo, en el cuento El que habita las arenas el ambiente acecha al protago-
nista
“el mar viene (…) la marea estaba subiendo y tenía que salir rápido
de ahí” (67) y un animal desconocido lo engaña “Estaba muerto
(…) no parecía mover el más mínimo músculo. Como esos
troncos, que de vez en cuando vomita el mar (…) hasta que
abrió los párpados” (Tolosa 2010: 68).
“la niebla me tapa el cielo y el negro (…) la bruma se ha cerrado cada vez más (…)
mi cuerpo se paralizó (…) otro golpe me sacude (…) bajo (…) la yegua de la noche
(…) aparece (…) me observa” (Tolosa 2010: 23-24).
98
Aquí lo ominoso se produce por el miedo originario del hombre a la oscuridad. La
niebla acentúa la sensación de lo tenebroso y el remate es la aparición del animal como
un presagio, un mal augurio. La imagen del ojo del animal que observa produce terror
porque se lee como metonimia de la naturaleza que se presenta para dominarlo todo y
para confundir el modo racional de percibir la realidad por medio de emociones como
la angustia y la desesperación.
En el texto El nido el campo es el escenario donde lo sobrenatural afecta a la percepción
“De vez en cuando hago estas caminatas. Me alejo para poder pensar (…) me en-
cuentro en un campo arbolado (…) me parece ver un gas que sale de la boca de
la bestia (…) he perdido contacto con mi cuerpo (…) abre la boca (…) me deja sin
cabeza” (Tolosa 2010: 43-44).
En este espacio el protagonista realiza un ritual: caminar para encontrarse, una imagen
convencional que puede estar en cualquier tipo de ficción. Lo ominoso irrumpe cuando
en el trayecto todo se vuelve extraño al ritmo del vaivén de la caminata. Podemos hasta
escuchar ese silencio que vuelve sobrenatural la acción, de a poco se
acerca a un nido y todo parece común hasta que de pronto comienza
a marearse y pierde la razón. El anuncio de que ya no hay vuelta atrás
está presente en el lector porque sabe
que la fatalidad lo encontrará, aunque
no nos imaginamos que de un huevo saldrá una especie
de dragón que le volará la cabeza. Aquí, el factor sorpresa
emula la impronta del cine. El lector se pregunta ¿Cómo
sigue la historia? El poder de este relato está en el final ya
que en esa decapitación la obra queda abierta a cada
lector, sin embargo, todos compartirán la mis-
ma emoción: el horror.
En definitiva, vemos que, en los cuentos,
el gótico se manifiesta en lo fantástico por-
que el tópico del animal y lo sobrenatural
construyen lo siniestro. producen una sen-
sación de terror asociada a experiencias
con la naturaleza que revelan lo oculto de las
cosas. El efecto está dado por los lugares que
nunca se vuelven cotidianos, sino que siempre la-
ten de manera extraña confundiendo, amenazando
y persiguiendo a las víctimas; la presencia de lo so-
brenatural acentúa los excesos y sobrevive una narrativa
que late agazapada dispuesta a revelarnos que lo que no
queremos ver termina revelándose.
A modo de conclusión
En un intento de síntesis diremos que en la obra de Pablo Tolosa el gótico se renueva
con elementos de la ciencia ficción y el fantástico porque, por un lado, prefigura una
lectura diversificada en las narrativas literarias y cinematográficas. La imagen expande
la palabra para finalmente provocar la expectación. Aquí está la esencia de una estética
propia de una generación de escritores contemporáneos donde lo visual se constituye
99
como material de escritura y conforma el espesor de lo literario.
Por otro lado, en los cuentos, el gótico se presenta como manifestación de lo fantás-
tico por la presencia de lo ominoso que circula en la figura del animal. En este punto
resuena la narración oral de las historias alrededor del fogón y el valor ostensivo del
miedo. El efecto que logran es el de un terror sobrenatural que invade por medio de
sensaciones que acompañan la lectura.
Notas
1.- Leopoldo Brizuela, lector y jurado de Malditos animales Ver en http://www.malditosanimales.com.ar/
malditos/index.php?option=com_content&view=article&id=74:dej&catid=25:the-project
2.- Entrevista a Pablo Tolosa “Imagen de escritor” disponible en el canal de YouTube “Estéticas del horror”:
https://www.youtube.com/channel/UC5DIbluHHOiKNuAUVNk4dxg/videos
3.- Entrevista a Esther Cross por Mariana Enríquez disponible en https://www.pagina12.com.ar/diario/suple-
mentos/libros/10-5075-2013-07-14.html
Bibliografía
1.- Botting, Fred. Gothic. London & New York: Routledge, 2007.
2.- Goicochea, Adriana “Literatura gótica, literatura sin fronteras” Goicochea, Adriana (comp) Exceso y
trasgresión. Migraciones del modo gótico Viedma: Etiqueta Negra, 2016, pp. 11-34 Disponible en: https://
issuu.com/etiquetanegracontenidoscultura/docs/exceso_y_transgresi__n_digital
3.- Negroni, María. Galería Fantástica, Buenos Aires: Siglo XXI, 2009.
4.- Sontag, Susan. Contra la interpretación, Buenos Aires: Debolsillo, 2008.
5.- Tolosa, Pablo. Hay que matarlos a todos, Bahía Blanca: Muerde Muertos, 2017.
Malditos animales, Río Negro: FER, 2010.
100
Lo gótico en la obra
de Betina González:
Entre la posesión y la catástrofe
12
María Gabriela Rodríguez
Lo gótico en la obra
de Betina González:
Entre la posesión y la catástrofe
- Espacio y posesión
Las Poseídas (2013) es una novela sobre dos jó-
venes que asisten a un colegio de monjas en la dé-
cada del ochenta en Argentina. La historia incluye
tópicos propios de la literatura gótica como el espa-
cio, la creación del ambiente y los personajes.
El convento es un espacio ominoso conforma-
do por un edificio antiguo, con varios pisos y pa-
sillos que guardan secretos escabrosos. Asimismo,
el museo militar, adonde son llevadas las alumnas
como salida recreativa, presenta salas iluminadas
por velas donde se recuerdan a los muertos, a la
guerra, donde hay retratos, algunos fúsiles, recor-
tes de diarios, panfletos. Ese lugar que recuerda a
la violencia, a la sangre, a las torturas, a los cuerpos
sin nombres y a la muerte es el que elige el colegio
para que sus buenas alumnas hagan una excursión
y aprehenden la historia nacional. El enfoque ideo-
lógico es que el aprendizaje y la enseñanza se rea-
103
lizan a partir de la voz de la hegemonía del discurso militar. Ambos espacios, presentan
un ambiente siniestro porque resguardan momentos temerarios del pasado.
Los personajes principales de la novela se presentan como poseídas por diferentes
motivaciones. En un caso la posesión proviene de espíritus, en otro tiene origen en su
mente a partir de la presión que siente por los mandatos exteriores. También el fantas-
ma de una monja que ronda los pisos altos del colegio es un personaje que posee a las
estudiantes y las hace pasar noches en vela. La historia de mujeres poseídas por espí-
ritus, demonios o locura nos ubica en la tradición de las novelas góticas en las que las
protagonistas se encuentran muchas veces perseguidas por figuras fantasmales, mons-
truos o viviendo situaciones de desborde emocional.
Consecuentemente, entendemos que la posesión es el
principio constructivo de la novela. El espacio es un factor
determinante a la hora de analizar las diferentes connota-
ciones que tiene la posesión. Así, por ejemplo, el colegio
las encierra, las condiciona, y funciona como el castillo
porque es un espacio inquietante dado que el peligro
emerge desde adentro. Es un lugar opresivo y controla-
dor: “El encierro en el colegio parecía una continuación
de la tormenta y los recreos eran apenas un simulacro.
Los pasábamos amontonadas en las galerías, (…) como
si fuéramos soldados que en cualquier momento debían
volver a sus trincheras.” (González 2013:22).
Entre las estudiantes circula la historia de tortura y muerte de una monja, que hoy
aparece como un fantasma: Marcelina. Fue una huérfana criada por las Hermanas de
la Caridad, objeto de todas las penitencias y humillaciones porque juraba que la Virgen
se le aparecía en el baño. La narradora dice “Marcelina murió. No se sabía bien cómo.
Algunas decían que, de cansancio, un día que la obligaron a limpiar todos los baños
del colegio. Otras, que le había dado pulmonía después de pasar una noche entera a la
intemperie, atada al poste de la bandera.” (González 2013: 52). Su historia de maltrato
causado por su pobreza y vulnerabilidad, desnuda la hipocresía y la contradicción de
una institución que debiendo estar dedicada a la caridad, a la piedad y a los más necesi-
tados, opera como reproductora de las desigualdades sociales. El convento se presenta
como un microcosmos de la sociedad capitalista, y esa es su principal fuente de omi-
nosidad.
La posesión en los personajes tiene sus variantes, en el caso de Felisa, la chica recién
llegada de Londres y que ha perdido a su madre, vive la posesión en su propio cuerpo
ya que es tomada por espíritus. En ella la posesión responde a su imposibilidad de en-
contrar un lugar, está marcada por exilio y por no tener una familia:
Igual que su español, Felisa estaba hecha de fragmentos que no componían nin-
guna figura conocida. Tenía ese aire de educada condescendencia de quien sabe
de paso, de quien conoce íntimamente la mecánica, cruel, azarosa (y en definitiva
poco importante) de los ciclos del afecto. A los quince años, ya no tenía nada que
aprender. (González 2013:16)
104
clase alta, de las autoridades del colegio, de sus padres. En el nivel del discurso del na-
rrador, observamos que alterna en el uso de la primera y tercera persona, procedimiento
que da cuenta de su desdoblamiento:
“En casa siempre fui María. En el colegio, todas me decían López. (…)A mí no me
importaba, era otra manera de no estar ahí. De obedecer protegida por la cara im-
personal de mis antepasados. También en eso ellas percibían cierta cualidad servil
que las tranquilizaba. López no iba a desafiarlas. López escuchaba y se quedaba
callada”. (González 2013: 32)
105
- La catástrofe
La imagen de la tapa de El amor es una catástrofe na-
tural (2018), es una joven que va cayendo con cierta ar-
monía, como sí volara. En una entrevista, la escritora dice
que “muchos de los cuentos narran una caída y que está
bueno contar las caídas y no sólo los triunfos”3. En estos
relatos la catástrofe, la caída, el desmoronamiento irrum-
pen en la vida de los personajes para luego continuar
como pueden con los que les toca vivir. La idea de catás-
trofe dice Betina González “implica una transformación
y ahí hay una matriz narrativa, es volver a lo más puro
del relato, a la pulsión de la ficción, qué pasaría sí hay un
huracán y te quedas sin nada, hay un antes y un después
de la catástrofe.”4
En los trece relatos se invierte la idea de amor y aparece
el abandono, el maltrato, la incomunicación, la muerte.
Los personajes presentan una gran potencia crítica por-
que irrumpen para cuestionar la institución familiar, las
relaciones parentales, es allí donde podemos decir que
ingresan los materiales del modo gótico, ya que todas
las historias están cargadas de una atmósfera siniestra
donde se dan situaciones inquietantes que permiten el
ingreso de lo extraño en el ámbito íntimo del hogar.
En estos cuentos no hay historias de fantasmas en casas lúgubres pero sí hay un niño
abandonado en el bosque como forma de castigo, una chica criada por lobos, un joven
internado en un psiquiátricos por sentir el dolor de los animales, gente que enloquece
a determinada hora del día, ausencia de amor entre padres e hijos, madres que dejan a
su hijos en situación de orfandad, una niña cerca de morir ahogada ante los ojos de su
padre, un bebé muerto a la madrugada en el interior de su casa , todos los personajes
viven situaciones que se desarrollan en ambientes cotidianos asfixiantes .
Los personajes viven catástrofes que tienen que ver con la imposibilidad de los víncu-
los. Poco se habla de amor o en todo caso se presenta la idea del amor como una utopía
o como clausura a la idea del amor romántico de los cuentos de hadas.
La preciosa salvaje, es un cuento de tono macabro sobre la vida de Leila, una niña ro-
deada de gatos con una madre depresiva que la maltrata y la tiene encerrada.
La madre le decía sólo tres palabras: “retardada”, “desgracia” y “no”, la torturaba, una vez
con un tubo de pegamento pegó las manos de su hija a la pared debajo de una ventana
y la dejó allí por horas hasta que una niña vecina, la única que se conmueve, llama a la
policía. La madre va presa, dentro de la cárcel funda un culto religioso “la iglesia de la
Luz Natural de los Alvarios de Sonora” que propone una comunión con la naturaleza,
con la vida animal.
Leila, convertida en huérfana luego de esa experiencia catastrófica, pasa por varios ho-
gares transitorios hasta que es adoptada por una familia de granjeros. Ella “nunca apren-
dió a hablar como el resto de la gente“ (González 2018: 176) y por lo tanto donde casi no
hay palabras y sólo ella conserva “la ferocidad de su secreto”. (González 2018: 176)
La niña gato está fuera de cualquier normativa y pone en cuestionamiento el lugar de
los padres como protectores. Es un sujeto con rastro animal en cuyo cuerpo hay un co-
106
nocimiento que no pertenece al plano de
la razón y como dice uno de los persona-
jes: “consideraba que los animales eran su-
periores a los humanos, pues vivían en un
sublime topor al que los seres racionales
solo podían llegar por medios artificiales”
(González 2018: 174).
En Modos de matar a un niño y Aprender
a nadar los personajes son niños en situa-
ciones de vulnerabilidad, que dejan al lec-
tor con la piel de gallina. En ambos cuentos
ocurre una situación dramática. En Modos
de matar a un niño se cuenta la historia de
un joven paramédico que vive en una fa-
milia donde los mandatos de la masculini-
dad son incuestionables y que le toca ir a una casa de jóvenes padres donde hay un
niño muerto sin explicación. El relato entre líneas sugiere el maltrato y los padres se
vuelven monstruosos.
En Aprender a nadar una niña se escapa de su casa mientras su madre duerme la siesta
y se dirige a la pileta donde está su hermana mayor y su padre. La narradora refirién-
dose al padre nos adelanta que la niña “No contaba con él” (González 2018: 112), ella
casi muere ahogada ante los ojos de su padre al caer al agua, el amor filiar también es
abordado desde una mirada crítica.
En El amor es una catástrofe natural domina un ambiente ominoso, la protagonista se
encuentra recién separada, sola, en un pueblo gris donde
“Dicen que hay una hora en que las personas de este pueblo enloquecen. Van
hasta la chimenea y ponen las manos directamente en el fuego, llaman a amigos
que no han visto en años y lloran en el teléfono, entran en una escuela y disparan
sobre niños y maestras hasta no dejar un solo corazón con venas o recuerdos o
futuros promisorios.” (González 2018: 41).
Aquí, tanto el espacio como los personajes se acoplan para dar cuenta de los senti-
mientos de la protagonista que vive el fin del amor en un lugar a donde no conoce a
nadie pero que a pesar del descubrimiento de que “el odio era más interesante y dura-
dero que el amor” (González 2018: 35) va a darle un sentido a su vida.
Los cuentos aportan una mirada que se torna cuestionadora de la familia como ins-
titución que da protección y afecto, al punto que el horror de un bebé muerto o de
una niña casi ahogada ocurren ante los ojos de los padres y esto lo vuelve doblemente
siniestro.
107
ser llevando la bandera de la disciplina y la moralidad. Tanto un colegio religioso como
la intimidad de una familia pueden tener un lado tan perverso como siniestro. En estas
obras de Betina González el gótico es renovado para sacudir las estanterías de los dis-
cursos que determinan el deber ser.
Notas
1.- Ciclo de charlas en El tercer lugar. Entrevistada por Flavia Pittella [Buenos Aires] 03 de Nov de 2020: Web
https://www.youtube.com/watch?v=24JBH05ZpoM
2.- Idem anterior.
3.- Entrevista en el sitio Grandes Libros [Buenos Aires] 8 de mar de 2019: Disponible en: https://www.youtu-
be.com/watch?v=A4U0vkFyXqI&t=967s
4.- Idem anterior.
Bibliografía
1.- Gonzáles, Betina. Las Poseídas. Buenos Aires. Tusquets Editores. 2013.
El amor es una catástrofe natural. Buenos Aires. Tusquets Ed. 2018.
2.- Negroni, María. La noche tiene mil ojos. Buenos Aires. Caja Negra. 2015.
108
AUTORES
1 • José AMICOLA
Universidad Nacional de La Plata
[email protected]
2 • Pampa ARÁN
Universidad Nacional de Córdoba
[email protected]
4 • Silvia N. BAREI
Universidad Nacional de Córdoba
[email protected]
5 • Mónica BUENO
Universidad Nacional de Mar del Plata
[email protected]
6 • Abel COMBRET
Universidad Nacional del Comahue-CURZA
[email protected]
7 • Adriana GOICOCHEA
Universidad Nacional del Comahue-CURZA
[email protected]
9 • Alejandra NALLIM
Universidad Nacional de Jujuy
[email protected]
10 • Nadina OLMEDO
Universidad de San Francisco California
[email protected]
11 • Natalia PUERTAS
Universidad Nacional del Comahue-CURZA
[email protected]
109