Textos Semana 02

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Definiciones de Epistemología

“Área de la filosofía que se pregunta por cuestiones fundamentales referidas al


conocer y a la estructura del saber científico; por ejemplo: ¿qué es el conocimiento?,
¿existe la verdad?, ¿cómo se estructura el conocimiento científico?, ¿cuál es su
validez?”

Santillana. Filosofía 3° Medio Texto del estudiante (2019)

“¿Qué es la epistemología?

La epistemología, o la teoría del conocimiento, está influenciada por dos preguntas


principales: i) ¿Qué es el conocimiento?; ii) ¿Qué podemos conocer? Si pensamos
que podemos conocer algo, como casi todo el mundo, entonces surge una tercera
pregunta: ¿Cómo sabemos que conocemos? La mayor parte de lo que ha sido escrito
en epistemología trata con alguna de estas tres preguntas.

Greco, J. En The Blackwell Guide to Epistemology (1999)

“EPISTEMOLOGÍA (del griego episteme, «conocimiento», y logos, «razón»,


«explicación»), estudio de la naturaleza del conocimiento y la justificación, y, más
específicamente, el estudio de a) sus características definitorias, b) sus condiciones
sustantivas, y c) los límites del conocimiento y la justificación. Las últimas tres
categorías son representadas por las controversias filosóficas tradicionales acerca del
análisis del conocimiento y la justificación, las fuentes del conocimiento y la
justificación (por ejemplo, racionalismo versus empirismo) y la viabilidad de una
postura escéptica ante el conocimiento y la justificación.”

Audi, Robert ed. Diccionario Filosófico AKAL (2004)

El asombro filosófico

Sabemos decir muchas mentiras con apariencia de verdades; y sabemos, cuando


queremos, proclamar la verdad.

Hesíodo, Teogonía, 27-28

(…) experimentar eso que llamamos la admiración es muy característico del filósofo.
Éste y no otro, efectivamente es el origen de la filosofía.

Platón, Teeteto, 155 d3-4


“Los seres humanos —ahora y desde el principio— comenzaron a filosofar
(φιλοσοφεῖν) al quedarse maravillados (θαυμάζειν) ante algo.”

Aristóteles, Metafísica, 982b, 12-13

“Igualmente, el aprender (μανθάνειν) y el admirar (θαυμάζειν) son la mayoría de


las veces placenteros, puesto que, por una parte, en el admirar está contenido el
deseo de aprender -de modo que lo admirable es deseable- y, por otra parte, en el
aprender se da un estado (que es) conforme con el sentido de la naturaleza”

Aristóteles, Retórica, 1371a 31-34

(…) en efecto, los hombres –ahora y desde el principio- comenzaron a filosofar al


quedarse maravillados ante algo, maravillándose en un primer momento ante lo que
comúnmente causa extrañeza y después, al progresar poco apoco, sintiéndose
perplejos también ante cosas de mayor importancia, por ejemplo, ante las
peculiaridades de la luna, y las del sol y los astros, y ante el origen del todo. Ahora
bien, el que se siente perplejo y maravillado reconoce que no sabe. Así, pues, si
filosofaron por huir de la ignorancia, es obvio que persiguen el saber por afán de
conocimiento y no por utilidad alguna. Por otra parte, así lo atestigua el modo en
el que sucedió: y es que un conocimiento tal comenzó a buscarse cuando ya existían
todos los conocimientos necesarios, y también los relativos al placer y al pasarlo
bien. Es obvio, pues, que no la buscamos por ninguna utilidad, sino que, al igual que
un hombre libre es aquel cuyo fin es él mismo y no otro, así también consideramos
que ésta es la única ciencia libre; solamente ella es, en efecto, su propio fin. Por ello
cabría considerar con razón que el poseerla no es algo propio del hombre, ya que la
naturaleza humana es esclava en muchos aspectos, de modo que – según dice
Simónides- “sólo un dios tendría tal privilegio”, si bien sería indigno de un hombre
no buscar la ciencia que, por sí mismo, le corresponde.

Aristóteles, Metafísica, 982 b12 – 32

El asombro filosófico. La curiosidad como deseo

“Todos los seres humanos por naturaleza desean saber.”

Aristóteles, Metafísica, 980a 21

La naturaleza nos ha dado un carácter curioso y, sabedora de su destreza y de su


hermosura, nos ha engendrado como espectadores de tan magníficos espectáculos,
pues echaría a perder el disfrute de sí misma si cosas tan grandes, tan radiantes, tan
delicadamente trazadas, tan espléndidas y bellas no de una sola forma, las hubiera
mostrado en un desierto.

Séneca, Sobre el ocio, V, 3-4

“Tienes que aprender mientras ignores, y si hemos de creer en el proverbio, mientras


vivas. En ningún lugar encajaría más este proverbio que aquí: has de aprender la
manera de vivir mientras vivas”

Séneca, Cartas a Lucilio, LXXVI

El principio de la acción es, pues, la elección —como fuente de movimiento y no


como finalidad—, y el de la elección es el deseo y la razón por causa de algo. De ahí
que sin intelecto y sin reflexión y sin disposición ética no haya elección, pues el bien
obrar y su contrario no pueden existir sin reflexión y carácter. La reflexión de por sí
nada mueve, sino la reflexión por causa de algo y práctica; pues ésta gobierna,
incluso, al intelecto creador, porque todo el que hace una cosa la hace con vistas a
algo, y la cosa hecha no es fin absolutamente hablando (ya que es fin relativo y de
algo), sino la acción misma, porque el hacer bien las cosas es un fin y esto es lo que
deseamos. Por eso, la elección es o inteligencia deseosa o deseo inteligente y tal
principio es el hombre.

Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1139b, 1-7

Tomás de Aquino, tres argumentos a favor del deseo de conocer

Pues es manifiesto que la última bienaventuranza o felicidad del hombre consiste en


la más noble de sus operaciones, que es la intelección, cuya última perfección es
forzoso que se realice cuando nuestro intelecto se halle unido a su principio. Todo
lo pasivo es totalmente perfecto cuando alcanza su principio activo propio, que es la
causa de su perfección.

Tomás de Aquino, Cuestiones disputadas acerca del alma, Art. 5

El fin es la operación propia de cada ser, pues es su segunda perfección; por eso, lo
que está bien dispuesto para su propia operación se llama virtuoso y bueno. Mas la
operación propia de la substancia intelectual es el entender. Luego el entender es su
fin. Por lo tanto, lo que sea perfectísimo en esta operación, eso será el último fin,
sobre todo en aquellas operaciones que no están ordenadas a cosas externas como
son el entender y el sentir. Y como dichas operaciones reciben la especie de los
objetos y mediante ella los conocen, es preciso que una cualquiera de ellas sea tanto
más perfecta cuanto más perfecto sea su objeto. Y así, entender el inteligible
perfectísimo, que es Dios, será lo perfectísimo en este género de operación, que es l
entender. Por lo tanto conocer a Dios, entendiéndolo, es el fin último de toda criatura
intelectual.

Tomás de Aquino, Suma contra gentiles, Cap. XXV

Se dice que una cosa es buena por razón de su propia virtud: “porque la virtud hace
bueno a quien la posee y convierte en buena su operación”. Mas la virtud “es una
especie de perfección; pues decimos que un ser es perfecto cuando alcanza su propia
virtud”, como consta en el VII de los “Físicos”. De esto se sigue que un ser es bueno
en cuanto es perfecto. Por eso cada cual desea su perfección como el bien propio. Se
ha demostrado ya que Dios es perfecto. Luego es bueno.

Tomás de Aquino, Suma contra gentiles, Cap. XXXVII

La curiosidad como humildad intelectual

En cuanto a Pitágoras, preguntado si se reputaba sabio, se negó a sí mismo tal


dictado, y dijo que él no era sabio, sino amante de la sabiduría. Y de aquí nació luego
que todo aficionado a saber fuese llamado amante de la sabiduría, es decir, filósofo;
que tanto vale decir filos en griego como amante en latín; y, por la tanto, nosotros
decimos filos por amante, y sofía por sabiduría; por dende tanto valen filos y sofía,
cuanto amante de la sabiduría; por lo cual se ve que el vocablo nada tiene de
arrogante, sino de humilde. De esto nace el vocablo por su propio acto, filosofía, del
mismo modo que de amigo nace el vocablo de su acto propio, la amistad. Por donde
puede verse, considerando la significación del primero y del segundo vocablo, que
filosofía no es otra cosa que afición a la sabiduría, o, más bien, al saber; por lo cual,
en cierto modo todo el mundo puede decirse filósofo, según el natural amor que en
todos engendra deseo de saber.

Dante, "Convivio", Tratado III, 11

Se dice a propósito de la verdad, no de la vanidad: La conoceréis y os librará.


Hermanos, a vosotros, como a los niños, Dios revela lo que ha ocultado a sabios y
entendidos: los auténticos caminos de la salvación. Recapacitad en ellos con suma
atención. Enfrascaos en el sentido de este adviento. Y, sobre todo, fijaos quién es el
que viene, de dónde viene y a dónde viene; para qué, cuándo y por dónde viene. Tal
curiosidad es encomiable y sana.

San Bernardo, Sobre la venida del Señor, I, 1


Tenemos un único maestro, en el que todos somos uno, quien, para evitar que
podamos vanagloriarnos de nuestro magisterio, nos amonestó con estas palabras:
No dejéis que los hombres os llamen maestro, pues uno es vuestro maestro: Cristo.
Bajo la autoridad de este maestro, que tiene en el cielo su cátedra -pues hemos de
instruirnos con sus escritos-, poned atención a lo poco que voy a decir, si me lo
concede quien me manda hablaros. Quienes ya lo sabéis, recordadlo; quienes lo
ignoráis, aprendedlo. Con frecuencia estimula al espíritu dotado de una santa
curiosidad el que la fragilidad y debilidad humana sea admitida a investigar tales
misterios. De hecho, se la admite. En efecto, lo que está oculto en las Escrituras, no
lo está para negar el acceso a ello, sino más bien para abrirlo a quien llame, según
las palabras del mismo Señor: Pedid, y recibiréis; buscad, y hallaréis; llamad, y se os
abrirá. Los interesados en estas cosas se preguntan a menudo por qué el Espíritu
Santo prometido fue enviado a los cincuenta días de su pasión y resurrección.

Agustín de Hipona, Sermón CCLXX, 1

La curiosidad como (potencial) vicio

No te esfuerces en conocer muchas cosas inútiles y no seas curioso de sus muchas


obras [i.e. las obras de Dios]

(In supervacuis sermonum turoum ne sis curiosus)

Eclesiástico, III, 24

Al que apartando la vista de sus faltas se pone a escudriñar con toda curiosidad los
vicios ajenos y no los propios, hay que hacerle volver su cabeza y obligarle a que se
mire a sí mismo.

San Bernardo, Apología dirigida al abad Guillermo, V, 11

Pero fijaos: Ha brillado entre vosotros el día nuevo de la redención, el de la


renovación antigua y de la dicha eterna. Este es el día que hizo el Señor; festejémoslo
y alegrémonos, porque mañana saldremos. ¿De dónde? Del calabozo de este siglo,
de la prisión del cuerpo, de los grilletes de la necesidad, de la curiosidad, de la
vanidad y del placer. De codo eso que encadena los pies de los afectos, en contra de
nuestra voluntad. ¿Qué le dicen las cosas terrenas a nuestro espíritu? ¿Por qué no
desea las realidades espirituales y no busca ni saborea lo espiritual? ¡Oh espíritu!, tú
eres de arriba; ¿qué te importa lo de abajo? "Buscad as cosas de arriba, donde Cristo
está sentado a la derecha de Dios. Saboread lo de arriba, no lo de la tierra" (Col. 3, 1-
2. Pero el cuerpo mortal es lastre del alma y la morada terrestre abruma la mente
pensativa.

San Bernardo, Sermón 2: "Sobre las palabras del canto: ¡Oh Judá y Jerusalén!", III, 1

54. A esto hay que añadir otra manera de tentación, cien veces más peligrosa.
Porque, además de la concupiscencia de la carne, que radica en la delectación de
todos los sentidos y voluptuosidades, sirviendo a la cual perecen los que se alejan
de ti, hay una vana y curiosa concupiscencia, paliada con el nombre de conocimiento
y ciencia, que radica en el alma a través de los mismos sentidos del cuerpo, y que
consiste no en deleitarse en la carne, sino en experimentar cosas por la carne. La cual
[curiosidad], como radica en el apetito de conocer y los ojos ocupan el primer puesto
entre los sentidos en orden a conocer, es llamada en el lenguaje divino
concupiscencia de los ojos (1 Epístola de Juan, 2,16).

A los ojos, en efecto, pertenece propiamente el ver; pero también usamos de esta
palabra en los demás sentidos cuando los aplicamos a conocer. Porque no decimos:
«Oye cómo brilla», o «huele cómo luce», o «gusta cómo resplandece», o «palpa cómo
relumbra», sino que todas estas cosas se dicen ver. En efecto, nosotros no sólo
decimos: «mira cómo luce» —lo cual pertenece a solos los ojos—, sino también «mira
cómo suena», «mira cómo huele», «mira cómo sabe», «mira qué duro es». Por eso lo
que se experimenta en general por los sentidos es llamado, como queda dicho,
concupiscencia de los ojos, porque todos los demás sentidos usurpan por semejanza
el oficio de ver, que es primario de los ojos, cuando tratan de conocer algo.

55. Por aquí se advierte muy claramente cuándo se busca el placer, cuándo la
curiosidad por medio de los sentidos; porque el placer busca las cosas hermosas,
sonoras, suaves, gustosas y blandas; la curiosidad, en cambio, busca aun cosas
contrarias a aquéllas, no para sufrir molestias, sino por el placer de experimentar y
conocer. Porque ¿qué deleite hay en contemplar en un cadáver destrozado aquello
que te horroriza? Y, sin embargo, si yace en alguna parte, acuden las gentes para
entristecerse y palidecer. Y aun temen verle en sueños, como si alguien les hubiera
obligado despiertos a verlo o les hubiera persuadido a ello la fama de una gran
hermosura. Y esto mismo dígase de los demás sentidos, que sería muy largo
enumerar.

De este deseo insano proviene el que se exhiban monstruos en los espectáculos; y de


aquí también el deseo de escrutar los secretos de la naturaleza, que está sobre
nosotros, y que no aprovecha nada conocer, y que los hombres no desean más que
conocer. De aquí proviene igualmente el que con el mismo fin de un conocimiento
perverso se busque algo por medio de las artes mágicas. De aquí proviene,
finalmente, el que se tiente a Dios en la misma religión, pidiendo signos y prodigios
no para salud de alguno, sino por el solo deseo de verlos.

56. En esta selva tan inmensa, llena de insidias y peligros, ya ves, ¡oh Dios de mi
salvación!, cuántas cosas he cortado y arrojado de mi corazón, según me concediste
hacer. Sin embargo ¿cuándo me atrevo a decir, mientras nuestra vida cotidiana se ve
aturdida por todas partes con el ruido que en su derredor hace esta multitud de
cosas, cuándo me atrevo a decir que ninguna de estas cosas me llama la atención
para que mire y caiga en algún cuidado vano? Ciertamente que no me arrebatan ya
los teatros, ni cuido de saber el curso de los astros, ni mi alma consultó jamás a las
sombras, y detesto todos los sacrílegos sacramentos.

Pero ¡con cuántos ardides de sugestiones no trata el enemigo de que te pida un signo
a ti, Señor Dios mío, a quien debo humilde y sencilla servidumbre! Mas yo te suplico
por nuestro Rey y por Jerusalén, nuestra patria pura y casta, que así como ahora está
lejos de mi consentir estas cosas, así esté siempre cada vez más lejos de mí. Pero
cuando te ruego por la salud de alguien, otro muy distinto es el fin de mi intención.
Pero haciendo tú lo que quieres, tú me das y me darás que te siga de buen grado.

57. Pero ¿quién podrá contar la multitud de cosas menudísimas y despreciables con
que es tentada todos los días nuestra curiosidad y las muchas veces que caemos?
¿Cuántas veces, a los que narran cosas vanas, al principio apenas si los toleramos,
por no ofender a los débiles, y después poco a poco gustosos les prestamos atención?

Ya no contemplo, cuando se verifica en el circo, la carrera del perro tras la liebre;


pero en el campo, cuando por casualidad paso por él, todavía atrae mi atención hacia
sí aquella caza y me distrae tal vez hasta de algún gran pensamiento y me hace salir
del camino, no con el jumento que me lleva, sino con la inclinación del corazón; y si
tú, demostrada ya mi flaqueza, no me amonestaras al punto, o a levantarme hacia ti
por medio de alguna consideración tomada de lo mismo que contemplo, o a
despreciarlo todo y pasar adelante, me quedaría, como vano, hecho un bobo.
¿Y qué decir cuando, sentado en casa, me llama la atención el estelión que anda a
caza de moscas o la araña que envuelve una y más veces a las caídas en sus redes?
¿Acaso porque son animales pequeños no es el efecto el mismo? Cierto que paso
después a alabarte por ello, Creador admirable y ordenador de todas las cosas; pero
cuando empiezo a fijarme en ellas, realmente no lo hago con este fin. Una cosa es
levantarse presto y otra no caer.

Y de cosas por el estilo está llena mi vida, por lo que mi única esperanza es tu
grandísima misericordia. Porque cuando nuestro corazón llega a ser un receptáculo
de semejantes cosas y lleva consigo tan gran copia de vanidad, sucede que nuestras
oraciones se interrumpen con frecuencia y se perturban; y mientras en tu presencia
dirigimos a tus oídos la voz del corazón, no sé de dónde procede impetuosamente
una turba de pensamientos vanos que cortan tan importante acto.

Agustín de Hipona, Confesiones, Capítulo XXXV, 54-57

13. Y la concupiscencia de los ojos. Llama concupiscencia de los ojos a toda


curiosidad. ¡En cuán numerosos ámbitos se manifiesta dicha curiosidad! Se halla en
los espectáculos, en los teatros, en los ritos diabólicos, en las artes mágicas, en los
maleficios. A veces tienta incluso a los siervos de Dios para que quieran hacer como
un milagro y probar si Dios les oye gracias a los milagros: eso es curiosidad, es decir,
concupiscencia de los ojos, que no viene del Padre. Si Dios te concedió el poder de
hacer milagros, hazlos, pues te lo ofreció para que los hagas. Pero sabiendo que no
dejarán de pertenecer al reino de los cielos quienes no los hicieron. Cuando los
apóstoles se llenaron de gozo porque se les habían sometido los demonios, ¿qué les
dijo el Señor? No os alegréis de eso; alegraos más bien de que vuestros nombres
están inscritos en el cielo. Quiso que los apóstoles se alegrasen de lo mismo de que
te alegras tú. Pues ¡ay de ti, si tu nombre no está inscrito en el cielo! ¿Acaso hay que
decir: ¡ay de ti si no resucitas muertos, si no caminas sobre el mar, si no expulsas
demonios!? Si recibiste la facultad de hacer estos prodigios, usa de ella con
humildad, sin orgullo. Pues el Señor dijo de algunos pseudoprofetas que habían de
hacer signos y prodigios.

Agustín de Hipona, Homilías sobre la primera carta


de San Juan a los partos, Homilía segunda (1 jn 2,12-17)

XXI. 38. La gloria humana se reprueba y desprecia en el Nuevo Testamento: Si


pretendiera, dice el Apóstol, agradar a los hombres, no sería esclavo de Cristo (Ga
1,10). Como todavía hay algo más en los cuerpos que concibe el alma por medio de
las imágenes sensibles, y se denomina ciencia de las cosas, y en esto cabe excesiva
curiosidad, será otra gran función de la templanza cercenar tales excesos. Y de ahí
lo que sigue: Estad en guardia para no ser seducidos por la filosofía (Col 2,8). Si uno
se fija, el nombre mismo de filosofía expresa una gran cosa, que con todo el afecto se
debe amar, pues significa amor y deseo ardoroso de la sabiduría; por eso el Apóstol,
para que no se juzgue ser su intención alejar a los hombres de su amor, añade a
continuación, con la más exquisita prudencia, estas otras palabras: y los elementos
de este mundo. ¡Cuántas son las personas, en efecto, que después de haber
abandonado las virtudes y sin saber qué es Dios ni la majestad de su naturaleza,
subsistiendo siempre la misma, piensan que hacen algo grande consagrándose con
un ardor y curiosidad insaciables al conocimiento de esta masa universal de la
materia que llamamos nosotros el mundo! Les infla tanto esta ciencia, que llega hasta
hacerles creer que son ciudadanos del cielo por sus frecuentes disquisiciones sobre
él. ¡Reprímase el alma en su concupiscencia desenfrenada de la vana ciencia, si es su
voluntad conservarse casta y pura para Dios! Un amor de tal naturaleza la seduce a
veces de tal forma, que llega a la ilusión de no creer en más existencias que las de los
cuerpos; y aunque la autoridad la persuada de la existencia de algo incorpóreo, no
lo puede pensar sin las sombras de las Imágenes corpóreas y llega a convencerse
Que es así como la falacia de los sentidos se lo representa. Este puede ser también el
sentido de aquellas palabras: "Téngase mucha precaución contra los vanos
fantasmas".

39. La autoridad del Nuevo Testamento (Jn 2,15), que nos obliga a retraemos de todo
afecto a las cosas de este mundo, es innegable en este pasaje: No queráis la semejanza
con el mundo (Rm 12,2). Pues el que ama busca siempre su semejanza con el objeto
amado. Si del Nuevo pasamos al Antiguo, se me ofrecen muchos pasajes paralelos;
pero basta por todos un libro de Salomón, el Eclesiastés, para engendrar sumo
desprecio de todas las cosas de este mundo. ¡Vanidad de vanidades, así empieza,
vanidad de vanidades y todo no es más que vanidad¡ ¿Qué le queda al hombre de
todo lo que le hace sufrir sobre la tierra? (Eclesiastés 1,2) Bastaría que se considerase,
se examinase y se pesase bien todo esto, para instruir con documentos utilísimos a
los que ansían huir del mundo y refugiarse en Dios; pero esto me llevaría muy lejos,
y por ahora es otra mi intención. Sin embargo, el Eclesiastés, sacando las
consecuencias de este principio, muestra que los hombres vanos son quienes se
dejan seducir y engañar por esta clase de bienes, que no son otra cosa que vanidad
y nada; pero no quiere esto decir que Dios no los haya creado, sino que los hombres
por el pecado se hacen voluntariamente esclavos de estos bienes, de los que serían
señores, según la ley divina, si obraran bien. ¿No es lo mismo ilusionarse y dejarse
seducir por estos falsos bienes que juzgar más digno de admiración y de amor lo que
es inferior al hombre? Pero el hombre moderado encuentra en ambos Testamentos
una regla de vida que le rija dentro de esta multitud de bienes caducos y pasajeros,
que le envuelven y amenazan cegar le, y es la siguiente: No se debe amar ninguno
ni creerlo deseable por sí mismo, sino servirse de ellos únicamente según las
necesidades y deberes de la vida, con la moderación de un usufructuario, no con la
pasión de un alma enamorada. Basta ya con lo dicho de la templanza; poco, es
verdad, si se tiene en cuenta la importancia de esta materia; pero quizás sea mucho
para el fin que me he propuesto.
Agustín de Hipona, De las costumbres de la Iglesia Católica y de los maniqueos

¿Qué es la Verdad?

Y ahora es necesario que te enteres de todo: por un lado, el corazón inconmovible


de la verdad bien redonda; por otro, las opiniones de los mortales, para las cuales
no hay fe verdadera. No obstante, es necesario que las conozcas también, a fin de
saber por medio de una información que lo abarque todo, qué juicio debes formarte
sobre la realidad de estas opiniones.

Parménides, Fragmento 28 B 1

Conocimiento como creencia verdadera justificada. Si el conocimiento corresponde a una


«creencia verdadera justificada», ¿qué hace que una creencia sea verdadera? Y ¿en qué
consiste la justificación de esa creencia verdadera?

Teeteto –Estoy pensando ahora, Sócrates, en algo que le oí decir a una persona y que
se me había olvidado. Afirmaba que la opinión verdadera acompañada de una
explicación es saber y que la opinión que carece de explicación queda fuera del saber.

[…]

Sócrates –De manera que cuando uno adquiere acerca de algo una opinión
verdadera, el alma alcanza la verdad sobre el punto de que se trate, pero no llega al
conocimiento del mismo. Efectivamente, quien no puede dar y recibir una
explicación de algo carece de saber respecto de ello. Sin embargo, si alcanza una
explicación, todo esto le es posible hasta lograr la plena posesión del saber.

Platón. Teeteto, 201c-201d y 202b-202c


La verdad como correspondencia

Por otra parte, tampoco puede darse un término intermedio entre los
contradictorios, sino que necesariamente se ha de afirmar o negar uno de ellos, sea
el que sea, de una misma cosa. Ello resulta evidente, en primer lugar, con sólo definir
previamente qué es lo verdadero y lo falso. Falso es, en efecto, decir que lo que es,
no es, y que lo que no es, es; verdadero, que lo que es, es, y lo que no es, no es. Por
consiguiente, quien diga que (algo) es o no es, dirá algo verdadero o dirá algo falso.
Sin embargo, ni de lo que es ni de lo que no es puede decirse (indistintamente) que
es o que no es.

Aristóteles. Metafísica, IV, 7 (siglo IV a. C.)

Es muy importante hacer conjeturas que resulten teorías verdaderas, pero la verdad
no es la única propiedad importante de nuestras conjeturas teóricas, puesto que no
estamos especialmente interesados en proponer trivialidades o tautologías. «Todas
las mesas son mesas» es ciertamente verdad —más ciertamente verdadero que las
teorías de la gravitación universal de Einstein y Newton—, pero carece de interés
intelectual: no es lo que andamos buscando en la ciencia. [...] En otras palabras, no
solo buscamos la verdad, vamos tras la verdad interesante e iluminadora, tras
teorías que ofrezcan solución a problemas interesantes. Si es posible, vamos tras
teorías profundas. [...] Aunque sea verdad que dos por dos son cuatro, no constituye
«una buena aproximación a la verdad» en el sentido aquí empleado, porque
suministra demasiada poca verdad como para constituir, no ya el objeto de la
ciencia, sino ni siquiera una parte suya importante. La teoría de Newton es una
«aproximación a la verdad» mucho mejor, aun cuando sea falsa (como
probablemente sea), por la tremenda cantidad de consecuencias verdaderas
interesantes e informativas que contiene: su contenido de verdad es muy grande.

Popper, K. Conocimiento objetivo (1974)

"Llamo conocimiento claro al que se presenta de un modo manifiesto a un espíritu


atento. Entiendo por conocimiento distinto el que es tan preciso y tan diferente de
todos los demás que sólo comprende lo que manifiestamente aparece al que lo
considera como es debido".

Descartes, Principia Philosophiae I, 45

"Las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas".

Descartes, Discurso del método, IV


"Es seguro que nunca tomaremos por verdadero lo falso si tan sólo prestamos
asentimiento a lo que percibimos clara y distintamente."

Descartes, Principia Philosophiae I, 43

Sé con certeza que soy una cosa que piensa; pero ¿no sé también lo que se requiere
para estar cierto de algo? En ese mi primer conocimiento, no hay nada más que una
percepción clara y distinta de lo que conozco, la cual no bastaría a asegurarme de su
verdad si fuese posible que una cosa concebida tan clara y distintamente resultase
falsa. Y por ello me parece poder establecer desde ahora como regla general, que son
verdaderas todas las cosas que concebimos muy clara y distintamente.

Descartes, Meditaciones metafísicas, I.

La verdad es una propiedad de algunas de nuestras ideas. Significa adecuación con


la realidad, así como falsedad significa inadecuación con ella. Tanto el pragmatismo
como el intelectualismo aceptan esta definición, y discuten solo cuando surge la
cuestión de qué debe entenderse por los términos «adecuación» y «realidad». El
pragmatismo, por otra parte, hace su pregunta usual. Admitida como cierta una idea
o creencia, ¿qué diferencia concreta se deducirá de ello para la vida real de un
individuo? ¿Cómo se realizará la verdad? ¿Qué experiencias serán diferentes de las
que se obtendrían si estas creencias fueran falsas? En resumen, ¿cuál es, en términos
de experiencia, el valor efectivo de la verdad? En el momento en que el pragmatismo
pregunta esta cuestión comprende la respuesta: ideas verdaderas son las que
podemos asimilar, hacer válidas, corroborar y verificar; ideas falsas son las que no.
Esta es la diferencia práctica que supone para nosotros tener ideas verdaderas; este
es, por lo tanto, el significado de la verdad. […] Pero ¿cuál es el significado
pragmático de las palabras «verificación» y «validación»? Insistimos otra vez en que
significan determinadas consecuencias prácticas de la idea verificada y validada.

James, W. Pragmatismo, sexta conferencia (1909)

Nuestros razonamientos están fundados sobre dos grandes principios, el de


contradicción, en virtud del cual juzgamos falso lo que implica contradicción, y
verdadero lo que es opuesto o contradictorio a lo falso.

G. W. Leibniz, Teodicea, § 44, 169

Y el de razón suficiente, en virtud del cual consideramos que no podría hallarse


ningún hecho verdadero o existente, ni ninguna Enunciación verdadera, sin que
haya una razón suficiente para que sea así y no de otro modo. Aunque estas razones
en la mayor parte de los casos no pueden ser conocidas por nosotros.
G. W. Leibniz, Teodicea, § 44, 196.
Hay dos clases de verdades: las de Razonamiento y las de Hecho. Las verdades de
Razonamiento son necesarias, y su opuesto es imposible, y las de Hecho son
contingentes y su opuesto es posible. Cuando una verdad es necesaria, se puede
hallar su razón por medio de análisis, resolviéndola en ideas y verdades más
simples, hasta que se llega a las primitivas.

G. W. Leibniz, Teodicea, § 170, 174, 189, 280‐282, 367; Resumen, obj. 3.

La Verdad como descubrimiento

Por su parte la maldita Eris parió a la dolorosa Fatiga, al Olvido (λήθή), al Hambre
y los Dolores que causan llanto, a los Combates, Guerras, Matanzas, Masacres,
Odios, Mentiras, Discursos, Ambigüedades, al Desorden y la Destrucción,
compañeros inseparables, y al Juramento, el que más dolores proporciona a los
hombres de la tierra siempre que alguno perjura voluntariamente.

Hesíodo, Teogonía, 227

¿O porque la verdad no es oculta ni sombría y los romanos consideran a Saturno


padre de la verdad? ¿Por qué consideran a Saturno padre de la verdad? ¿Acaso
piensan, como algunos filósofos, que Saturno es tiempo y el tiempo descubre la
verdad? ¿O que la mítica vida en tiempo de Saturno, si fue la más justa, es natural
que participe en mayor medida de la verdad?

Plutarco, Cuestiones romanas, XII, 266.

En realidad nada sabemos, pues la verdad se halla en lo profundo.

Demócrito, Fragmento 117.

Al principio, la madriguera del conejo se extendía en línea recta como un túnel, y


después torció bruscamente hacia abajo, tan bruscamente que Alicia no tuvo siquiera
tiempo de pensar en detenerse y se encontró cayendo por lo que parecía un pozo
muy profundo. O el pozo era en verdad profundo, o ella caía muy despacio, porque
Alicia, mientras descendía, tuvo tiempo sobrado para mirar a su alrededor y para
preguntarse qué iba a suceder después. Primero, intentó mirar hacia abajo y ver a
dónde iría a parar, pero estaba todo demasiado oscuro para distinguir nada.
Después miró hacia las paredes del pozo y observó que estaban cubiertas de
armarios y estantes para libros: aquí y allá vio mapas y cuadros, colgados de clavos.
Cogió, a su paso, un jarro de los estantes. Llevaba una etiqueta que decía:
MERMELADA DE NARANJA, pero vio, con desencanto, que estaba vacío.
Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas, 1895.

Conocimiento como representación

Lo inteligible ha de estar en él del mismo modo que en una tablilla en la que nada
está actualmente escrito: esto es lo que sucede con el intelecto. (En cuanto a la
segunda dificultad) el intelecto es inteligible exactamente como lo son sus objetos.
En efecto, tratándose de seres inmateriales lo que intelige y lo inteligido se
identifican toda vez que el conocimiento teórico y su objeto son idénticos —más
adelante habrá de analizarse la causa por la cual no intelige siempre—; pero
tratándose de seres que tienen materia, cada uno de los objetos inteligibles está
presente en ellos sólo potencialmente. De donde resulta que en estos últimos no hay
intelecto —ya que el intelecto que los tiene por objeto es una potencia inmaterial—
mientras que el intelecto sí que posee inteligibilidad.

Aristóteles, Acerca del alma, 429 b29 – 430 a9

§ 3. Los objetos de la sensación, uno de los orígenes de las ideas. En primer lugar,
nuestros sentidos, que tienen trato con objetos sensibles particulares, transmiten
respectivas y distintas percepciones de cosas a la mente, según los variados modos
en que esos objetos los afectan, y es así como llegamos a poseer esas ideas que
tenemos del amarillo, del blanco, del calor, del frío, de lo blando, de lo duro, de lo
amargo, de lo dulce, y de todas aquellas que llamamos cualidades sensibles. Lo cual,
cuando digo que eso es lo que los sentidos transmiten a la mente, quiere decir, que
ellos transmiten desde los objetos externos a la mente lo que en ella producen
aquellas percepciones. A esta gran fuente que origina el mayor número de las ideas
que tenemos, puesto que dependen totalmente de nuestros sentidos y de ellos son
transmitidas al entendimiento, la llamo sensación.

John Locke, Ensayo sobre el entendimiento humano, I, 3

Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos géneros distinto a, que
yo llamo impresiones e ideas. La diferencia entre ellas consiste en los grados de
fuerza y vivacidad con que se presentan a nuestro espíritu y se abren camino en
nuestro pensamiento y conciencia. A las percepciones que penetran con más fuerza
y violencia las llamamos impresiones, y comprendemos bajo este nombre todas
nuestras sensaciones, pasiones y emociones, tal como hacen su primera aparición en
el alma. Por ideas entiendo las imágenes débiles de éstas en el pensamiento y
razonamiento, como, por ejemplo, lo son todas las percepciones despertadas por el
presente discurso, exceptuando solamente las que surgen de la vista y tacto y
exceptuando el placer o dolor inmediato que puedan ocasionar. creo que no será
preciso emplear muchas palabras para explicar esta distinción.

David Hume, Tratado de la naturaleza humana, 1, 1, 1

Contra el dogmatismo

La crítica no se opone al procedimiento dogmático de la razón en el conocimiento


puro de ésta en cuanto ciencia (pues la ciencia debe ser siempre dogmática, es decir,
debe demostrar con rigor a partir de principios a priori seguros), sino al
dogmatismo, es decir, a la pretensión de avanzar con puros conocimientos
conceptuales (los filosóficos) conformes a unos principios —tal como la razón los
viene empleando desde hace mucho tiempo—, sin haber examinado el modo ni el
derecho con que llega a ellos. El dogmatismo es, pues, el procedimiento dogmático
de la razón pura sin previa crítica de su propia capacidad.

Kant, I. (2006). Crítica a la razón pura (P. Ribas, Trad.). Taurus, p. 30

En efecto, el que dogmatiza establece como real el asunto sobre el que se dice que
dogmatiza, mientras que el escéptico no establece sus expresiones como si fueran
totalmente reales; pues supone que del mismo modo que la expresión “todo es falso”
dice que, junto con las otras cosas, también ella es falsa e igualmente la expresión
“nada es verdad”: así también la expresión “ninguna cosa es más” dice que, junto
con las otras cosas, tampoco ella es más y por eso se autolimita a sí misma junto con
las demás cosas. Y lo mismo decimos de las restantes expresiones escépticas. Por lo
demás, si el dogmatismo establece como realmente existente aquello que da como
dogma, mientras que el escéptico presenta sus expresiones de forma que
implícitamente se autolimitan, no se diga que el escéptico dogmatiza en la
exposición de ellas. Y lo más importante: en la exposición de esas expresiones dice
lo que a él le resulta evidente y expone sin dogmatismos su sentir, sin asegurar nada
sobre la realidad exterior.

Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I 7

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