Textos Semana 02
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“¿Qué es la epistemología?
El asombro filosófico
(…) experimentar eso que llamamos la admiración es muy característico del filósofo.
Éste y no otro, efectivamente es el origen de la filosofía.
El fin es la operación propia de cada ser, pues es su segunda perfección; por eso, lo
que está bien dispuesto para su propia operación se llama virtuoso y bueno. Mas la
operación propia de la substancia intelectual es el entender. Luego el entender es su
fin. Por lo tanto, lo que sea perfectísimo en esta operación, eso será el último fin,
sobre todo en aquellas operaciones que no están ordenadas a cosas externas como
son el entender y el sentir. Y como dichas operaciones reciben la especie de los
objetos y mediante ella los conocen, es preciso que una cualquiera de ellas sea tanto
más perfecta cuanto más perfecto sea su objeto. Y así, entender el inteligible
perfectísimo, que es Dios, será lo perfectísimo en este género de operación, que es l
entender. Por lo tanto conocer a Dios, entendiéndolo, es el fin último de toda criatura
intelectual.
Se dice que una cosa es buena por razón de su propia virtud: “porque la virtud hace
bueno a quien la posee y convierte en buena su operación”. Mas la virtud “es una
especie de perfección; pues decimos que un ser es perfecto cuando alcanza su propia
virtud”, como consta en el VII de los “Físicos”. De esto se sigue que un ser es bueno
en cuanto es perfecto. Por eso cada cual desea su perfección como el bien propio. Se
ha demostrado ya que Dios es perfecto. Luego es bueno.
Eclesiástico, III, 24
Al que apartando la vista de sus faltas se pone a escudriñar con toda curiosidad los
vicios ajenos y no los propios, hay que hacerle volver su cabeza y obligarle a que se
mire a sí mismo.
San Bernardo, Sermón 2: "Sobre las palabras del canto: ¡Oh Judá y Jerusalén!", III, 1
54. A esto hay que añadir otra manera de tentación, cien veces más peligrosa.
Porque, además de la concupiscencia de la carne, que radica en la delectación de
todos los sentidos y voluptuosidades, sirviendo a la cual perecen los que se alejan
de ti, hay una vana y curiosa concupiscencia, paliada con el nombre de conocimiento
y ciencia, que radica en el alma a través de los mismos sentidos del cuerpo, y que
consiste no en deleitarse en la carne, sino en experimentar cosas por la carne. La cual
[curiosidad], como radica en el apetito de conocer y los ojos ocupan el primer puesto
entre los sentidos en orden a conocer, es llamada en el lenguaje divino
concupiscencia de los ojos (1 Epístola de Juan, 2,16).
A los ojos, en efecto, pertenece propiamente el ver; pero también usamos de esta
palabra en los demás sentidos cuando los aplicamos a conocer. Porque no decimos:
«Oye cómo brilla», o «huele cómo luce», o «gusta cómo resplandece», o «palpa cómo
relumbra», sino que todas estas cosas se dicen ver. En efecto, nosotros no sólo
decimos: «mira cómo luce» —lo cual pertenece a solos los ojos—, sino también «mira
cómo suena», «mira cómo huele», «mira cómo sabe», «mira qué duro es». Por eso lo
que se experimenta en general por los sentidos es llamado, como queda dicho,
concupiscencia de los ojos, porque todos los demás sentidos usurpan por semejanza
el oficio de ver, que es primario de los ojos, cuando tratan de conocer algo.
55. Por aquí se advierte muy claramente cuándo se busca el placer, cuándo la
curiosidad por medio de los sentidos; porque el placer busca las cosas hermosas,
sonoras, suaves, gustosas y blandas; la curiosidad, en cambio, busca aun cosas
contrarias a aquéllas, no para sufrir molestias, sino por el placer de experimentar y
conocer. Porque ¿qué deleite hay en contemplar en un cadáver destrozado aquello
que te horroriza? Y, sin embargo, si yace en alguna parte, acuden las gentes para
entristecerse y palidecer. Y aun temen verle en sueños, como si alguien les hubiera
obligado despiertos a verlo o les hubiera persuadido a ello la fama de una gran
hermosura. Y esto mismo dígase de los demás sentidos, que sería muy largo
enumerar.
56. En esta selva tan inmensa, llena de insidias y peligros, ya ves, ¡oh Dios de mi
salvación!, cuántas cosas he cortado y arrojado de mi corazón, según me concediste
hacer. Sin embargo ¿cuándo me atrevo a decir, mientras nuestra vida cotidiana se ve
aturdida por todas partes con el ruido que en su derredor hace esta multitud de
cosas, cuándo me atrevo a decir que ninguna de estas cosas me llama la atención
para que mire y caiga en algún cuidado vano? Ciertamente que no me arrebatan ya
los teatros, ni cuido de saber el curso de los astros, ni mi alma consultó jamás a las
sombras, y detesto todos los sacrílegos sacramentos.
Pero ¡con cuántos ardides de sugestiones no trata el enemigo de que te pida un signo
a ti, Señor Dios mío, a quien debo humilde y sencilla servidumbre! Mas yo te suplico
por nuestro Rey y por Jerusalén, nuestra patria pura y casta, que así como ahora está
lejos de mi consentir estas cosas, así esté siempre cada vez más lejos de mí. Pero
cuando te ruego por la salud de alguien, otro muy distinto es el fin de mi intención.
Pero haciendo tú lo que quieres, tú me das y me darás que te siga de buen grado.
57. Pero ¿quién podrá contar la multitud de cosas menudísimas y despreciables con
que es tentada todos los días nuestra curiosidad y las muchas veces que caemos?
¿Cuántas veces, a los que narran cosas vanas, al principio apenas si los toleramos,
por no ofender a los débiles, y después poco a poco gustosos les prestamos atención?
Y de cosas por el estilo está llena mi vida, por lo que mi única esperanza es tu
grandísima misericordia. Porque cuando nuestro corazón llega a ser un receptáculo
de semejantes cosas y lleva consigo tan gran copia de vanidad, sucede que nuestras
oraciones se interrumpen con frecuencia y se perturban; y mientras en tu presencia
dirigimos a tus oídos la voz del corazón, no sé de dónde procede impetuosamente
una turba de pensamientos vanos que cortan tan importante acto.
39. La autoridad del Nuevo Testamento (Jn 2,15), que nos obliga a retraemos de todo
afecto a las cosas de este mundo, es innegable en este pasaje: No queráis la semejanza
con el mundo (Rm 12,2). Pues el que ama busca siempre su semejanza con el objeto
amado. Si del Nuevo pasamos al Antiguo, se me ofrecen muchos pasajes paralelos;
pero basta por todos un libro de Salomón, el Eclesiastés, para engendrar sumo
desprecio de todas las cosas de este mundo. ¡Vanidad de vanidades, así empieza,
vanidad de vanidades y todo no es más que vanidad¡ ¿Qué le queda al hombre de
todo lo que le hace sufrir sobre la tierra? (Eclesiastés 1,2) Bastaría que se considerase,
se examinase y se pesase bien todo esto, para instruir con documentos utilísimos a
los que ansían huir del mundo y refugiarse en Dios; pero esto me llevaría muy lejos,
y por ahora es otra mi intención. Sin embargo, el Eclesiastés, sacando las
consecuencias de este principio, muestra que los hombres vanos son quienes se
dejan seducir y engañar por esta clase de bienes, que no son otra cosa que vanidad
y nada; pero no quiere esto decir que Dios no los haya creado, sino que los hombres
por el pecado se hacen voluntariamente esclavos de estos bienes, de los que serían
señores, según la ley divina, si obraran bien. ¿No es lo mismo ilusionarse y dejarse
seducir por estos falsos bienes que juzgar más digno de admiración y de amor lo que
es inferior al hombre? Pero el hombre moderado encuentra en ambos Testamentos
una regla de vida que le rija dentro de esta multitud de bienes caducos y pasajeros,
que le envuelven y amenazan cegar le, y es la siguiente: No se debe amar ninguno
ni creerlo deseable por sí mismo, sino servirse de ellos únicamente según las
necesidades y deberes de la vida, con la moderación de un usufructuario, no con la
pasión de un alma enamorada. Basta ya con lo dicho de la templanza; poco, es
verdad, si se tiene en cuenta la importancia de esta materia; pero quizás sea mucho
para el fin que me he propuesto.
Agustín de Hipona, De las costumbres de la Iglesia Católica y de los maniqueos
¿Qué es la Verdad?
Parménides, Fragmento 28 B 1
Teeteto –Estoy pensando ahora, Sócrates, en algo que le oí decir a una persona y que
se me había olvidado. Afirmaba que la opinión verdadera acompañada de una
explicación es saber y que la opinión que carece de explicación queda fuera del saber.
[…]
Sócrates –De manera que cuando uno adquiere acerca de algo una opinión
verdadera, el alma alcanza la verdad sobre el punto de que se trate, pero no llega al
conocimiento del mismo. Efectivamente, quien no puede dar y recibir una
explicación de algo carece de saber respecto de ello. Sin embargo, si alcanza una
explicación, todo esto le es posible hasta lograr la plena posesión del saber.
Por otra parte, tampoco puede darse un término intermedio entre los
contradictorios, sino que necesariamente se ha de afirmar o negar uno de ellos, sea
el que sea, de una misma cosa. Ello resulta evidente, en primer lugar, con sólo definir
previamente qué es lo verdadero y lo falso. Falso es, en efecto, decir que lo que es,
no es, y que lo que no es, es; verdadero, que lo que es, es, y lo que no es, no es. Por
consiguiente, quien diga que (algo) es o no es, dirá algo verdadero o dirá algo falso.
Sin embargo, ni de lo que es ni de lo que no es puede decirse (indistintamente) que
es o que no es.
Es muy importante hacer conjeturas que resulten teorías verdaderas, pero la verdad
no es la única propiedad importante de nuestras conjeturas teóricas, puesto que no
estamos especialmente interesados en proponer trivialidades o tautologías. «Todas
las mesas son mesas» es ciertamente verdad —más ciertamente verdadero que las
teorías de la gravitación universal de Einstein y Newton—, pero carece de interés
intelectual: no es lo que andamos buscando en la ciencia. [...] En otras palabras, no
solo buscamos la verdad, vamos tras la verdad interesante e iluminadora, tras
teorías que ofrezcan solución a problemas interesantes. Si es posible, vamos tras
teorías profundas. [...] Aunque sea verdad que dos por dos son cuatro, no constituye
«una buena aproximación a la verdad» en el sentido aquí empleado, porque
suministra demasiada poca verdad como para constituir, no ya el objeto de la
ciencia, sino ni siquiera una parte suya importante. La teoría de Newton es una
«aproximación a la verdad» mucho mejor, aun cuando sea falsa (como
probablemente sea), por la tremenda cantidad de consecuencias verdaderas
interesantes e informativas que contiene: su contenido de verdad es muy grande.
"Las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas".
Sé con certeza que soy una cosa que piensa; pero ¿no sé también lo que se requiere
para estar cierto de algo? En ese mi primer conocimiento, no hay nada más que una
percepción clara y distinta de lo que conozco, la cual no bastaría a asegurarme de su
verdad si fuese posible que una cosa concebida tan clara y distintamente resultase
falsa. Y por ello me parece poder establecer desde ahora como regla general, que son
verdaderas todas las cosas que concebimos muy clara y distintamente.
Por su parte la maldita Eris parió a la dolorosa Fatiga, al Olvido (λήθή), al Hambre
y los Dolores que causan llanto, a los Combates, Guerras, Matanzas, Masacres,
Odios, Mentiras, Discursos, Ambigüedades, al Desorden y la Destrucción,
compañeros inseparables, y al Juramento, el que más dolores proporciona a los
hombres de la tierra siempre que alguno perjura voluntariamente.
Lo inteligible ha de estar en él del mismo modo que en una tablilla en la que nada
está actualmente escrito: esto es lo que sucede con el intelecto. (En cuanto a la
segunda dificultad) el intelecto es inteligible exactamente como lo son sus objetos.
En efecto, tratándose de seres inmateriales lo que intelige y lo inteligido se
identifican toda vez que el conocimiento teórico y su objeto son idénticos —más
adelante habrá de analizarse la causa por la cual no intelige siempre—; pero
tratándose de seres que tienen materia, cada uno de los objetos inteligibles está
presente en ellos sólo potencialmente. De donde resulta que en estos últimos no hay
intelecto —ya que el intelecto que los tiene por objeto es una potencia inmaterial—
mientras que el intelecto sí que posee inteligibilidad.
§ 3. Los objetos de la sensación, uno de los orígenes de las ideas. En primer lugar,
nuestros sentidos, que tienen trato con objetos sensibles particulares, transmiten
respectivas y distintas percepciones de cosas a la mente, según los variados modos
en que esos objetos los afectan, y es así como llegamos a poseer esas ideas que
tenemos del amarillo, del blanco, del calor, del frío, de lo blando, de lo duro, de lo
amargo, de lo dulce, y de todas aquellas que llamamos cualidades sensibles. Lo cual,
cuando digo que eso es lo que los sentidos transmiten a la mente, quiere decir, que
ellos transmiten desde los objetos externos a la mente lo que en ella producen
aquellas percepciones. A esta gran fuente que origina el mayor número de las ideas
que tenemos, puesto que dependen totalmente de nuestros sentidos y de ellos son
transmitidas al entendimiento, la llamo sensación.
Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos géneros distinto a, que
yo llamo impresiones e ideas. La diferencia entre ellas consiste en los grados de
fuerza y vivacidad con que se presentan a nuestro espíritu y se abren camino en
nuestro pensamiento y conciencia. A las percepciones que penetran con más fuerza
y violencia las llamamos impresiones, y comprendemos bajo este nombre todas
nuestras sensaciones, pasiones y emociones, tal como hacen su primera aparición en
el alma. Por ideas entiendo las imágenes débiles de éstas en el pensamiento y
razonamiento, como, por ejemplo, lo son todas las percepciones despertadas por el
presente discurso, exceptuando solamente las que surgen de la vista y tacto y
exceptuando el placer o dolor inmediato que puedan ocasionar. creo que no será
preciso emplear muchas palabras para explicar esta distinción.
Contra el dogmatismo
En efecto, el que dogmatiza establece como real el asunto sobre el que se dice que
dogmatiza, mientras que el escéptico no establece sus expresiones como si fueran
totalmente reales; pues supone que del mismo modo que la expresión “todo es falso”
dice que, junto con las otras cosas, también ella es falsa e igualmente la expresión
“nada es verdad”: así también la expresión “ninguna cosa es más” dice que, junto
con las otras cosas, tampoco ella es más y por eso se autolimita a sí misma junto con
las demás cosas. Y lo mismo decimos de las restantes expresiones escépticas. Por lo
demás, si el dogmatismo establece como realmente existente aquello que da como
dogma, mientras que el escéptico presenta sus expresiones de forma que
implícitamente se autolimitan, no se diga que el escéptico dogmatiza en la
exposición de ellas. Y lo más importante: en la exposición de esas expresiones dice
lo que a él le resulta evidente y expone sin dogmatismos su sentir, sin asegurar nada
sobre la realidad exterior.