Z. Apuntes Filosofía Descartes 2023

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Historia de la Filosofía

Alba Pérez Berenguer

El método cartesiano. Ideal matemático de certeza, duda metódica y


criterio de verdad

Introducción
Descartes, filósofo del siglo XVII considerado como el precursor de la filosofía moderna, destacó por plantearse
el problema del origen del conocimiento desde un punto de vista novedoso en su época; siguiendo un
pensamiento racionalista, buscó diseñar un método que le permitiera dejar de dudar de una realidad que se le
mostraba como llena de incertidumbres. Ahora bien, ¿por qué dudaba Descartes? ¿Era acaso un escéptico? ¿En
qué consiste su método? ¿Qué principios pudo seguir para elaborarlo?

Desarrollo
En primer lugar, es preciso aclarar que el contexto histórico y filosófico del autor (el siglo XVII) viene marcado
por los intentos de la filosofía para responder al problema del conocimiento, enfocados desde distintas ópticas.
Los racionalistas, grupo de filósofos muy relevante en aquel momento, entre los que destacaba Descartes,
defendían una confianza total y absoluta en la razón como única forma de explicar el mundo, rechazando la
información que nos proporcionan los sentidos como válida para obtener cualquier tipo de conocimiento, pues
era confusa y poco clara. Estos filósofos aceptan la existencia de ciertas ideas innatas, que nacen con el
individuo y le permiten avanzar en el conocimiento. No existen desde el mismo momento del nacimiento, pero
su verdad no depende de la experiencia, sino que son anteriores a ella.

Otro rasgo fundamental de estos filósofos es su consideración por las matemáticas como ideal de conocimiento;
esta ciencia, en la que partiendo de unas verdades incuestionables o axiomas se llega, mediante deducción, a
unos teoremas o conclusiones irrefutablemente ciertos, será el modelo a seguir por estos pensadores en sus
investigaciones filosóficas, pues se prescinde de prejuicios, sentimientos, criterios de autoridad y todo aquel
argumento que no esté sometido a la razón. Así pues, el problema al que Descartes se enfrentará será al del
método; es decir, al de aplicar el método matemático a la filosofía para, partiendo también de verdades
incuestionables –en este caso, las ideas innatas- hacer de la filosofía una ciencia plena, con objetividad y
certeza. No fue el único en intentarlo, pues previamente a él Bacon y Galileo habían diseñado sus propias reglas,
el primero basándose en la inducción con el fin de elaborar proposiciones universales fundadas en la
observación de fenómenos naturales (“Novum Organum”), y el segundo buscando la confección de esquemas
matemáticos a los que se someten los fenómenos naturales (método resolutivo-compositivo). Los tres
pensadores, aunque con propuestas diferentes, coincidieron en criticar la escasez de conocimientos auténticos
logrados por la humanidad en tantos siglos de búsqueda, lo que achacaron a la falta de un método seguro como
el que ellos pretendían elaborar.

Descartes, por tanto, buscará establecer con su nuevo método un camino para la invención y el descubrimiento,
evitando el error al aceptar como verdadero solamente aquello que no admita el menor indicio de duda, y
rechazando todo lo meramente probable y verosímil, así como cuestionando toda autoridad filosófica anterior
(sobre todo, los silogismos de la lógica aristotélica, que únicamente demuestran conceptos ya conocidos, y la
filosofía escolástica medieval de Santo Tomás de Aquino). El hecho de que la filosofía resulte ser un
conocimiento dudoso y objeto de disputas será considerado grave dado que, según la tesis cartesiana del carácter
unitario del saber, la filosofía constituye el cimiento – o raíz del “árbol” del saber- para otras ciencias como la
física –el tronco-, que a su vez aporta las bases para la medicina, la mecánica y la moral –las ramas-. Así pues,
para sanear este “árbol” no se admitirá ninguna opinión como verdadera si no se ajusta a las exigencias de la
razón. Para el autor, la clave consistirá en aplicar correctamente la razón humana o buen sentido para diferenciar
lo verdadero de lo falso, que está presente en todas las personas (según Descartes, es “la cosa mejor repartida del
mundo”).

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Historia de la Filosofía
Alba Pérez Berenguer

Inspirándose en las matemáticas –y especialmente en la geometría-, Descartes establece dos modos de pensar o
de conocer, la intuición y la deducción. La intuición es una operación, un ver intelectual que es tan claro y
distinto que no deja lugar a duda, y que nos lleva al conocimiento de ciertas ideas que no cabe demostrar, las
ideas innatas, pues nuestra mente capta inmediatamente su verdad. Constituye un acto único, directo, inmediato
y simple, una luz intelectual a partir de la cual puede producirse la deducción, que será una inferencia posterior,
unas conexiones entre intuiciones que serán recorridas por la inteligencia mediante una serie de actos,
moviéndose el pensamiento de forma continua y no interrumpida. De esta manera, el razonamiento deductivo
será para el autor una sucesión ordenada de evidencias, llegando a una conclusión que será tan evidente como
las propias ideas, claras y distintas.

El hecho de que las propiedades de estas operaciones mentales sean heredadas de los geómetras se manifiesta en
tres aspectos principales. En primer lugar, el método de la geometría parte y desarrolla una cadena de razones
simples y fáciles, cumpliendo las exigencias de las ideas claras y distintas que serán descubiertas por la intuición
y trabadas en largas y complejas cadenas deductivas. Por otra parte, Descartes toma de los matemáticos el no
aceptar como verdadero nada de lo que no se tenga absoluta certeza, sometiéndolo todo a duda, de forma que
sólo las ideas que resistan la duda más extrema serán las verdades evidentes descubiertas por la intuición. Por
último, ambos sistemas respetan el orden necesario de la deducción, pasando de evidencia en evidencia hasta
cualquier eslabón de la cadena de razonamientos. De ahí que la deducción se considere un “encadenamiento de
evidencias”.

Basándose en estos dos modos del conocimiento, Descartes elabora su método, entendido por él mismo como
unas “reglas ciertas y fáciles”, con el objetivo de descubrir la verdad absoluta y aumentar el conocimiento del
individuo. Descontento con la mayoría de conocimientos que había aprendido en el prestigioso colegio de La
Flèche, tomará referencias únicamente en la lógica, la geometría y el álgebra, aunque procurando solventar sus
defectos, pues la lógica de los silogismos no permitía descubrir nuevas verdades y la geometría y el álgebra
trataban de materias abstractas con difícil aplicación en la vida diaria. Con las cuatro reglas de su método
defenderá una ciencia unificada y universal, la “Mathesis universalis”.

La primera regla, la evidencia, establece el criterio de verdad o de certeza, que para el autor consistirá en no
admitir ninguna idea como verdadera sin que aparezca como evidente a la mente; es decir, sin que sea captada
por la intuición con inmediata claridad y distinción, entendiendo por claridad la nítida presencia de un
conocimiento en la mente y por distinción el hecho de estar perfectamente singularizado y diferenciado de
cualquier otro conocimiento. De esta manera, se evita, por una parte, la precipitación, que acepta como evidente
lo que es confuso y oscuro, y por otra, la prevención, que no acepta como evidente lo que sí es claro y distinto
por exceso de desconfianza.

El segundo precepto es el análisis, que propone la división minuciosa de los problemas hasta reducirlos a las
ideas innatas o naturalezas simples, claras, distintas y perceptibles por la intuición. A continuación, la tercera
regla o síntesis nos plantea la vía de la deducción, pues partiendo de esas ideas simples, absolutas e
independientes, se ha de conducir con orden y de manera gradual los pensamientos formando una cadena para
llegar al conocimiento de los conceptos más complejos, relativos o dependientes, que serán aprehendidos con la
misma claridad y distinción una vez se llegue a ellos. Por último, el cuarto precepto, la enumeración o

comprobación, permitirá extender la evidencia de la intuición a la deducción probando el análisis mediante


recuentos y la síntesis mediante revisiones.

No obstante, para aplicar este método, Descartes ha de hallar una primera verdad evidente e incuestionable
sobre la que construir sus conocimientos, aplicando el criterio de certeza de su primer precepto, la evidencia, y
rechazando todo conocimiento que sea susceptible de la más mínima duda, pero no con una actitud escéptica
que consideraría la duda como fin y conclusión de que no es posible alcanzar el conocimiento, sino como como
un medio para lograr una verdad absoluta. Por ese motivo, a este pensamiento se le da el nombre de “duda
metódica”, pues consiste en la aplicación del método, y es una duda hiperbólica, exagerada y radical, basada en
diversos argumentos.

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Historia de la Filosofía
Alba Pérez Berenguer

En un primer momento, el autor duda sobre la fiabilidad de sus sentidos, pues las percepciones que aportan no
son siempre fiables, y en algunos casos pueden llevarle a error. También cuestionará a su propia razón –pese a
ser un racionalista-, ya que incluso las mentes más eruditas pueden incurrir en paralogismos o falsos
razonamientos. Prosiguiendo con la duda metódica, Descartes opina que asimismo es plausible dudar acerca de
la facultad humana para distinguir el sueño de la vigilia, pues es posible que nuestros pensamientos no sean más
que representaciones en un sueño, lo cual le lleva a cuestionar la existencia del mundo y las conclusiones de las
ciencias que tratan aspectos materiales, como la física, la medicina o la astronomía, pero no de las matemáticas,
ya que se ocupan de verdades abstractas. No obstante, convirtiendo a esta duda en aún más hiperbólica y
extrema, el autor llega a proponer la hipótesis de la existencia de un genio maligno que, frente a un Dios que es
fuente suprema de bondad, provoca que su entendimiento se equivoque necesariamente cada vez que él piense
que ha alcanzado la verdad, lo cual afecta, incluso, a las propias matemáticas y sus verdades abstractas.

De esta forma, dudando de sus percepciones sensoriales, del mundo y de las verdades matemáticas, llega a la
conclusión de que sólo puede tomar por verdadero el hecho de que está dudando, existiendo como una
substancia pensante; ésta será su primera verdad o primer principio, “pienso, luego existo”, “cogito, ergo sum”.
El “cogito” constituye, por tanto, una verdad inmediata conocida por la intuición, que capta la relación necesaria
entre el pensar y el ser, la simultaneidad entre el pensamiento y la existencia. Además, supera la duda metódica
–incluida la hipótesis del genio maligno, pues aunque nos conduzca hacia conclusiones erróneas, nunca puede
provocar que dudemos de nuestra propia existencia-, y constituirá el punto de apoyo inicial de toda la filosofía
cartesiana. Así, Descartes surge de la duda con el conocimiento de la existencia de un yo que piensa y siente;
este yo es su pensamiento.

Pero el autor irá un paso más allá y pasará a considerar el “cogito” no sólo como la primera verdad, sino como el
modelo de toda verdad, dado que cumple el primer precepto del método –evidencia- o, lo que es lo mismo, el
criterio general de certeza que esta regla establece. En consecuencia, la naturaleza del yo como ser pensante
aparece a la mente con claridad (está presente y manifiesta) y distinción (está perfectamente delimitada). No
obstante, ha de justificarse que, en general, todo aquello que se perciba con claridad y distinción es verdadero,
pues los contenidos mentales pueden ser erróneos. Para ello, Descartes recurrirá a la demostración de la
existencia de Dios como ser todopoderoso y de infinita bondad para repudiar el engaño y eliminar la hipótesis
del genio maligno.

Conclusión
En resumen, podemos afirmar que Descartes, como filósofo racionalista, buscó renovar el sistema de
pensamiento presente en su época cuestionando la concepción unitaria del saber y rechazando todo aquel
conocimiento que pudiera presentar la más mínima sombra de duda.

En su búsqueda de la evidencia como los conocimientos claros y distintos, elaboró su propio método con el
propósito de guiar la mente humana, y llegó a la conclusión de que la existencia del pensamiento es la única
verdad auténticamente incuestionable. Esta confianza en la razón humana será la base de todo su sistema
filosófico posterior.

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El concepto de idea en Descartes y sus tipos

Introducción
Descartes, filósofo racionalista del siglo XVII considerado como el padre de la filosofía moderna, se propuso
establecer un nuevo método de pensamiento, inspirándose en la certeza del método matemático y cuestionando
los procedimientos que las demás ciencias habían seguido hasta aquel momento. Rechazando cualquier
conocimiento que pudiese arrojar la más mínima duda y asumiendo como verdadero únicamente aquello que
fuese evidente y apareciese a su mente con claridad y distinción, llegó a formular su célebre duda metódica,
exagerada e hiperbólica, que le permitió deducir que únicamente podía poseer plena seguridad de que existía
como ser pensante. A partir de esta primera verdad, o “cogito”, captada mediante la intuición, que demuestra la
existencia del pensamiento, el autor se enfrenta a la demostración de la existencia de la realidad extramental, y
para ello recurrirá a analizar aquello que compone el pensamiento: las ideas. ¿Qué es una idea para Descartes?
¿Es posible realizar una clasificación con distintos tipos de ideas?

Desarrollo
Para comenzar, es relevante destacar que Descartes cambia el concepto de “idea” respecto a las filosofías
anteriores, alejándose de la concepción platónica de idea como forma o modelo perfecto que es imitado
imperfectamente por la realidad material, así como del pensamiento escolástico medieval que sostenía que la
idea era un mero puente entre el pensamiento y el objeto pensado, por lo que el simple acto de pensar ese objeto
ya demostraba su existencia. En lugar de esto, Descartes afirma que el pensamiento recae directamente sobre las
ideas, no sobre las cosas, de las que las ideas son una representación gráfica que es contemplada por el
pensamiento. No obstante, al situar a la idea como objeto del pensamiento, el autor no tiene la certeza de que el
contenido de dicha idea se corresponda con una realidad extramental.

Para dar respuesta a este interrogante, el autor procede a analizar la naturaleza de las ideas, distinguiendo en
ellas un doble aspecto. Por una parte, las ideas constituyen actos mentales o modos de pensamientos, cualidad
igual a todas ellas. Por otra, como imágenes que representan algo, poseen un contenido representativo u objetivo
(“realidad objetiva de las ideas”). En este último punto es posible establecer diferencias entre las ideas,
clasificándolas en tres tipos, dado que, analizando su contenido, unas poseerán más realidad que otras.

El primer tipo de ideas son las adventicias, ideas extrañas que no proceden del propio pensamiento, sino que
parecen provenir del exterior, siendo su causa la percepción sensible (como la idea de calor, suavidad, color...).
Es preciso enfatizar el hecho de que “parezcan” provenir del exterior, dado que la existencia de la realidad
extramental aún no ha sido demostrada.

La segunda clase es la formada por las ideas facticias, que son aquellas que la mente construye a partir de otras,
siendo creadas por la imaginación (como las ideas de centauro o sirena, por ejemplo). Este tipo y el anterior
serán rechazados por Descartes como forma de probar la realidad extramental, pues no le permitirán romper el
cerco del pensamiento, en el caso de las primeras porque falta demostrar la existencia del mundo sensible del
que parecen proceder, y en el de las segundas porque provienen de la imaginación.

Por ello, el autor pasa a analizar el tercer tipo de ideas, las ideas innatas, que posee por sí mismo el pensamiento.
Son ideas connaturales a la razón, que posee una predisposición natural a formarlas, brotando de manera
espontánea e inmediata de la mente, pues su existencia corresponde a la naturaleza humana. Ejemplos de este
tipo de ideas serían el pensamiento, el yo y la existencia (que forman la primera verdad, “Cogito, ergo sum”),
entre otras, que son percibidas por medio de la intuición. Este punto constituye una importante

diferencia entre los filósofos racionalistas y los empiristas, pues este último grupo niega la existencia de estas
ideas, sosteniendo que las ideas humanas se forman a partir de la experiencia sensible.

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Estas ideas son las que permiten a Descartes salir de la existencia del sujeto pensante a la realidad extramental,
pues si se halla alguna de la que sea posible deducir su existencia objetiva a partir de la subjetiva, el mundo
exterior será aceptado. Entre estas ideas innatas, el autor centra su atención en la idea de perfección-infinito, que
identifica inmediatamente con la idea de Dios. La idea de infinito es innata ya que no es posible tener
experiencia sensible de ella (por lo que no es adventicia) ni es un producto de la imaginación a partir de la idea
de finitud, dado que una de las ideas ya presupone la otra (por lo que tampoco es facticia). Por tanto, ha de ser
una idea innata; y el único ser del que se puede concebir la idea de infinitud es Dios, por lo que la idea de Dios
es una idea innata. Así, gracias a esta idea de Dios, y empleando distintos argumentos, Descartes llegará a
demostrar la existencia del propio Dios.

Conclusión
En conclusión, este aspecto de la filosofía de Descartes constituye una innovación respecto a todo el
pensamiento anterior, al conceder un papel primordial a la noción misma de idea, dotándola de un doble
significado (acto mental y contenido representativo) y asumiendo la presencia innata de ciertas ideas en la mente
humana, entre ellas la idea de Dios como ser perfecto e infinito, que a su vez servirá como punto de partida de
diversas deducciones dentro de la filosofía cartesiana.

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El concepto de sustancia en Descartes y sus tipos. Argumentos


demostrativos de la existencia de Dios y del mundo

Introducción
Descartes, filósofo racionalista del siglo XVII considerado como el padre de la filosofía moderna, se propuso
establecer un nuevo método de pensamiento, inspirándose en la certeza del método matemático y cuestionando
los procedimientos que las demás ciencias habían seguido hasta aquel momento. Rechazando cualquier
conocimiento que pudiese arrojar la más mínima duda y asumiendo como verdadero únicamente aquello que
fuese evidente y apareciese a su mente con claridad y distinción, llegó a formular su célebre duda metódica,
exagerada e hiperbólica, que le permitió deducir que únicamente podía poseer plena seguridad de que existía
como ser pensante (“Cogito, ergo sum”). Posteriormente, y mediante la aceptación de la existencia de ideas
innatas como connaturales a la razón humana, llega a demostrar la idea de Dios –ser infinito- como
perteneciente a este tipo. No obstante, deberá también probar la existencia de Dios como ser infinitamente
bueno y poderoso, con el fin de rechazar la hipótesis del genio maligno. ¿De qué argumentos se servirá el autor
para afirmar la existencia de Dios? ¿Podrá con ellos llegar también a demostrar la existencia de la realidad
extramental? Por otra parte, resulta igualmente conveniente enlazar estos aspectos de su pensamiento con su
teoría de la substancia, otro de los puntos fundamentales de su sistema filosófico.

Desarrollo
Como nos revela en la cuarta parte de su célebre “Discurso del método”, Descartes se apoya en tres argumentos
para demostrar la existencia de Dios. En primer lugar, se halla el argumento de la causalidad aplicada a la idea
de infinito (Dios), que gira en torno a dos principios fundamentales. El primero de ellos es la teoría de la
realidad objetiva de las ideas, mediante la cual afirma que una idea innata de la que se pueda deducir su
existencia objetiva a partir de su representación mental subjetiva será evidente, y la idea de infinito, asociada
inmediatamente con Dios, cumple dicha premisa. El segundo es la creencia de que toda idea tiene su causa y su
consecuencia, por lo que una idea como realidad objetiva ha de tener una causa real proporcional a dicha idea.
Así pues, la idea de Dios como ser infinito deberá haber sido causada por ser de realidad formal proporcional, es
decir, infinito –el mismo Dios-.

El segundo argumento presenta a Dios como causa del ser de la persona; supone una continuación del anterior,
basándose en la misma de la realidad objetiva y formal de las ideas y afirmando que no puede haber más
realidad en el efecto que en la causa. Las personas no pueden ser la causa de la idea de perfección que poseen,
dado que ellas mismas no poseen dicha perfección; en consecuencia, la causa de esa idea de perfección reside en
un ser perfecto, Dios.

El tercer argumento, conocido como argumento ontológico, es quizás el más controvertido, pues busca
demostrar la existencia de Dios partiendo de la misma idea de Dios. Descartes toma este pensamiento de San
Anselmo de Canterbury, filósofo escolástico del siglo XI, quien propuso que si todos los hombres poseen una
idea de Dios como un ser tal que es imposible entender otro ser mayor que él, dicho ser ha de existir
necesariamente no sólo en el pensamiento sino también en la realidad, pues de lo contrario, se podría pensar un
ser mayor que él y que poseyera la perfección de la existencia, lo cual supondría una contradicción. Expresado
de otra manera, si Dios es concebido como un ser perfecto, y se considera más perfecto la existencia que la
inexistencia, Dios ha de existir, pues la existencia es una cualidad inherente a la perfección. Descartes reformula
este pensamiento empleando elementos matemáticos, aseverando que esta argumentación posee el mismo nivel
de certeza que

cualquier verdad geométrica –la igualdad en la longitud de los lados de un triángulo o la equidistancia al centro
de todos los puntos de un círculo-.

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De esta forma, y sin traicionar su método, pues únicamente se ha apoyado en la existencia del yo como ser
pensante y de los distintos tipos de ideas, Descartes demuestra la existencia de Dios, de quien pasa a afirmar su
bondad y veracidad con el objetivo de rechazar la máxima expresión de la duda metódica, la hipótesis del genio
maligno, según la cual un ser perverso llevaría a las personas a razonar erróneamente para obtener conclusiones
equivocadas acerca de cualquier ámbito, incluidas las verdades matemáticas. En cambio, el engaño no puede
darse en Dios, pues sería símbolo de imperfección.

De esta manera, Dios constituye para Descartes la garantía del criterio de verdad de su método, al ser el creador
de las ideas innatas y las verdades matemáticas, siendo responsable asimismo de que se nos presenten con
claridad y distinción, y representando una garantía más fiable que el falible pensamiento humano, de forma que
la única causa del error es el ser humano, ser imperfecto que toma por evidentes ideas confusas. Sin embargo,
no se debe atribuir el error a la razón humana, que bien dirigida alcanzará la verdad, sino a nuestro juicio que se
precipita al pronunciarse sobre la realidad, interpretando equivocadamente –ya sea por precipitación, ya sea por
prevención- la información recibida por los sentidos.

De la existencia de Dios como garante del criterio de verdad se deriva la demostración de la existencia del
mundo y los objetos corpóreos percibidos a través de los sentidos, pues Dios, como se ha comentado antes, no
permitiría el engaño; no obstante, es preciso conocer la causa de las ideas extramentales que la mente humana
posee, que ha de ser distinta de la propia mente y debe poseer al menos tanta realidad como tiene la idea. De
estos presupuestos se deduce que los causantes son los propios cuerpos, de cuya existencia ya no es posible
dudar.

Recapitulando los descubrimientos realizados por el autor por el momento, podemos distinguir tres ámbitos de
la realidad, Dios –al que Descartes también llama “sustancia infinita”-, el yo –o “sustancia pensante”- y el
mundo material –o “sustancia extensa”-. Al emplear esta nueva terminología nos introducimos en un nuevo
aspecto de la filosofía cartesiana, la teoría de la sustancia o análisis de la naturaleza de estos ámbitos de la
realidad. Para nuestro filósofo, la sustancia es “una cosa que no tiene necesidad más que de sí misma para
existir”, lo que en sentido estricto sólo se podría atribuir a Dios; no obstante, el autor amplía su significado para
aplicarla a todos aquellos seres de los que percibimos con claridad y distinción que no necesitan de ninguna otra
cosa, excepto Dios, para existir, y aquí es donde encontramos a las dos sustancias creadas o finitas, la sustancia
pensante del yo o alma y la sustancia extensa de los objetos corpóreos.

Sin embargo, lo que la razón humana puede percibir directamente no es la sustancia en sí, sino sus atributos, sus
cualidades o propiedades que no pueden existir por sí mismos. Cada sustancia tiene un atributo propio o
principal con el que se identifica y que constituye su esencia o naturaleza, el pensamiento en el caso del yo y la
extensión en el caso del mundo sensible. Cualquier otro atributo de estas sustancias necesita de estos para
existir. Así pues, el yo recibe también el nombre de “res cogitans” y los cuerpos el nombre de “res extensa”,
siendo ambas sustancias percibidas clara y distintamente como independientes e irreductibles entre sí.

Por último, Descartes indaga en las cualidades de la “res extensa” para descubrir si todas las ideas de la razón
humana acerca de los objetos sensibles poseen una realidad extramental con la que corresponderse, y con tal fin
sigue las enseñanzas de Galileo y diferencia entre

cualidades primarias y secundarias. Las cualidades primarias (o “modos”, modificaciones variables de la


sustancia) son las únicas que poseen realidad objetiva y pueden ser percibidas con claridad y distinción, y se
diferencian por su facultad para expresarse matemáticamente, como la extensión o volumen, el movimiento, la
figura... A ellas limita el autor el verdadero conocimiento del mundo, sirviendo como punto de partida para
deducir la física y las leyes del movimiento. Las cualidades secundarias, en cambio, son apreciaciones
subjetivas y no matematizables, como el olor, el calor, el sonido... y poseen una función básicamente utilitaria en
la vida cotidiana, pues estas sensaciones nos enseñan lo que nos conviene o perjudica a través de los sentidos,
pero sin mostrar la verdad de las cosas, que es propia y exclusiva de la razón.

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Conclusión
En conclusión, Descartes muestra, mediante sus argumentos para probar la existencia de Dios, su total y
absoluta confianza en la razón humana como única forma de comprender el mundo, partiendo de la misma
presencia de una idea de Dios en nuestras mentes para demostrar su existencia real. Este hecho tendrá
importantes consecuencias, pues el autor otorga a este ser superior un papel clave en su sistema filosófico, al
constituir la puerta de salida de la realidad mental y permitirle aceptar asimismo la realidad extramental, que
analiza igualmente a través de la teoría de la sustancia. Es destacable también el hecho de que esta teoría de la
sustancia diera pie a Descartes a edificar toda una teoría física sobre el funcionamiento del mundo, para lo que
el autor se amparará en un pensamiento mecanicista y matemático influido por los movimientos científicos en
auge en la época.

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Dualismo antropológico. Mecanicismo y libertad

Introducción
Descartes, filósofo racionalista del siglo XVII, está considerado como el padre de la filosofía moderna gracias a
sus múltiples aportaciones e innovaciones al pensamiento filosófico de la época, como la elaboración de un
nuevo método para guiar adecuadamente a la razón y aumentar el conocimiento humano de forma progresiva.
En sus investigaciones, se apoyó firmemente en las matemáticas, ciencia cuyo método consideraba el ideal de
certeza, dado que llegaba a conclusiones seguras partiendo de principios que podían ser percibidos clara y
distintamente. La influencia de esta ciencia también se aprecia en otros aspectos de su filosofía, como su
concepción del mundo, marcada por el mecanicismo, y del ser humano, basada en un dualismo antropológico.
¿Cómo explicará Descartes su teoría mecanicista del mundo, y qué lugar ocupará Dios en ella? ¿Qué
características presentará la interacción alma-cuerpo en su dualismo antropológico? ¿Dónde queda la libertad
humana en su argumentación?

Desarrollo
En primer lugar, cabe destacar que Descartes parte de su teoría de la substancia, que concedía una serie de
atributos esenciales a las cosas materiales (fundamentalmente, la extensión, pero también el movimiento o la
figura), a partir de los cuales busca explicar los fenómenos naturales a través de los movimientos o
combinaciones de movimientos de cuerpos en el espacio. Por eso se le llama mecanicista, pues concibe a la
naturaleza como una máquina en la que los movimientos son resultados automáticos de otros movimientos, que
se transmiten por contacto en el interior de un espacio lleno –niega la existencia del vacío- mediante una acción
recíproca.

El responsable y primera causa de este funcionamiento es, como cabría esperar, Dios, que ha creado el universo
de materia inerte y le ha dotado de movimiento, permaneciendo en todo momento constante e inalterable la
cantidad de materia y de movimiento, dada la inmutabilidad divina, a partir de la cual se extraen, por deducción
–nunca por inducción- las tres leyes de la naturaleza o causas segundas de los movimientos, que serían el
principio de inercia, el del movimiento rectilíneo y el de conservación del movimiento. Esta física cartesiana, de
la cantidad y el movimiento espacial, es, por tanto, representable geométricamente.

No obstante, quizás el aspecto más sorprendente sea la inclusión en esta explicación del mundo orgánico, de
forma que las plantas, los animales y el propio cuerpo de las personas son máquinas complejas que se rigen por
las leyes universales y necesarias del movimiento. La inclusión en este punto del ser humano plantea el
problema de la libertad, pues nos lleva a preguntarnos si los hombres son libres.

Este problema acerca de la libertad humana podrá ser solventado recurriendo, de nuevo, a la teoría de la
sustancia. Descartes elabora una teoría antropológica dualista al concebir al ser humano como un compuesto de
las dos sustancias finitas, pensamiento y materia extensa, ambas independientes e irreductibles entre sí,
afirmando que alma y cuerpo están estrechamente unidos pero presentando al alma, “res cogitans” o ser
pensante como una sustancia completamente diferente e independiente del cuerpo, materia extensa, sin el cual
puede existir. En consecuencia, logra sustraer al alma del cumplimiento de las leyes necesarias del universo
mecanicista y salva todos los valores espirituales que defiende y en los que cree, como la inmortalidad del alma.

Sin embargo, esta resolución plantea otro nuevo problema, la relación entre ambas sustancias, que se agrava al
concebir ambas partes como sustancias diferentes e irreductibles con

diferentes atributos –pensamiento y extensión- pero unidas muy estrechamente, tanto que parecen formar una
misma cosa –el ser humano-. En respuesta a este obstáculo, el autor argumentará que el entendimiento concibe
inicialmente su propio cuerpo como uno más, no como el suyo propio, y serán los sentimientos los que permitan
identificarlo como tal. Yendo más allá, concluirá con una explicación fisiológica, explicando que en la parte

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inferior del cerebro se halla la glándula pineal, donde residiría el alma o donde, al menos, se establecería la
interacción cuerpo-alma. Este argumento fue criticado ya en su época, considerándosele una solución
insatisfactoria ante un interrogante de tal magnitud como la relación entre cuerpo y alma.

A pesar de resultar insuficiente su tesis acerca del punto de contacto entre alma y cuerpo, el autor se resarce
describiendo con detalle la relación entre alma y cuerpo como un combate entre los apetitos naturales o pasiones
propias del cuerpo y la razón y voluntad que posee el alma. Las pasiones son definidas como percepciones,
sentimientos o emociones que se dan en los humanos y afectan al alma, pero cuyo origen no se encuentra en
ella. Su origen es el cuerpo y son causadas por sus tendencias o fuerzas vitales, por lo que son involuntarias –no
dependen del alma, sino que se le imponen- e irracionales –dado que no son acordes a los dictados de la razón,
obligando a la voluntad a establecer una lucha para someterlas a su control-. La fuerza del alma consistirá para
Descartes en tratar de controlar y dirigir las pasiones y su exigencia de ser satisfechas de forma inmediata. Las
pasiones, afirma el autor, no son en sí mismas ni buenas ni malas, sino que lo bueno o lo malo será el uso que se
haga de ellas, por lo que se hace necesario aprender a gobernarlas. Inspirándose en la filosofía estoica, Descartes
considera a la razón la encargada de proporcionar el conocimiento y los juicios para que la voluntad pueda
conducir adecuadamente las acciones de la vida, y es en esta lucha donde interviene la libertad.

La libertad, para nuestro filósofo, únicamente puede residir en el alma, que al no pertenecer al mundo extenso
no está sometida al dictado de las leyes mecanicistas. El alma posee dos funciones, el entendimiento o facultad
de pensar y tener intuiciones de las verdades claras y distintas, y la voluntad o facultad de afirmar o negar, que
Descartes identifica con la libertad. De esta teoría de la voluntad se deriva otra no menos importante, la teoría
del error, que constituye el problema del conocimiento y tiene su origen en los humanos, pues en ocasiones se
afirma con precipitación la verdad de una idea aun siendo confusa, y en otras, por prevención, se niega una idea
clara y distinta. Estos dos supuestos, como se explica en el primer precepto del método, se alejan de la intuición
y el buen uso de la razón.

No obstante, es remarcable el hecho de que voluntad y error tienen su origen en la libertad, máxima perfección
del ser humano y defendida por Descartes frente a tesis contrarias, como la presciencia divina, que sostiene que
Dios ya conoce todo lo que el hombre hará en el futuro, lo cual hace suponer que se trata de un futuro ya
establecido, contradiciendo de esta manera la libertad del hombre. No obstante, Descartes niega esta teoría,
afirmando que Dios, como ser infinitamente bueno y poderoso, permite a los humanos actuar con plena libertad.

Por último, el autor matiza que la libertad, como capacidad de elegir entre diversas opciones, no ha de ser
identificada en ningún caso con la indiferencia, que no implica un mayor nivel del libertad, sino que se debe a la
ignorancia del entendimiento, pues sólo cuando este tiene ideas claras y distintas sobre lo bueno y lo malo, sobre
lo verdadero y lo falso, puede elegir con total libertad.

Conclusión
En conclusión, Descartes deja notar en su concepción mecanicista del mundo su predilección por las
matemáticas, como cabría esperar de un filósofo racionalista. Si bien resulta curioso que su tesis mecanicista
abarque no solamente el mundo material, sino también a animales y humanos, el autor se revela como un gran
defensor de la libertad de las personas, afirmando que nuestra razón, exclusiva de nuestra especie, posee,
además de la facultad de pensar, el poder de decidir, aspecto que le confiere un papel relevante dentro de la
filosofía moderna. En síntesis, Descartes defenderá abiertamente que la libertad consiste en el sometimiento de
la voluntad al entendimiento, idea que será el punto central de la ética cartesiana.

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Historia de la Filosofía
Alba Pérez Berenguer

Moral provisional

Introducción
Descartes, filósofo del siglo XVII considerado como el precursor de la filosofía moderna, destacó por plantearse
el problema del origen del conocimiento desde un punto de vista novedoso en su época; siguiendo un
pensamiento racionalista, buscó diseñar un método que le permitiera dejar de dudar de una realidad que se le
mostraba como llena de incertidumbres. En la introducción al Discurso del Método, Descartes decía que en su
parte III, iba a mostrar la aplicación de su método a la moral, pero después en esta parte se nos presentaba la
moral como provisional, diciéndose que podría ser revisada una vez superada las dudas y obtenidas las certezas
metafísicas buscadas, pero esa revisión no se realizó posteriormente, como se puede apreciar en la carta que
dirigió a la princesa Elizabeth de Bohemia, pocos años antes de su muerte.

¿Por qué no se revisó esta moral provisional? ¿Qué diferencia establece Descartes entre los resultados de la
aplicación de su método al ámbito teórico o al ético? ¿En qué medida esas máximas suponen la aplicación de la
racionalidad al ámbito de la moral? Se responderá ordenadamente a estas preguntas a lo largo de esta redacción.

Desarrollo
En la Parte III del Discurso del Método, Descartes adopta una moral provisional. ¿Por qué motivo una moral
provisional? La razón fundamental que dio Descartes es que mientras había decidido dudar de todos los
conocimientos que había adquirido a nivel teórico, en relación a las cuestiones de la praxis no se podía
permanecer irresoluto, es decir, no podía dejar de actuar. Dicho de otro modo: la vida humana demanda que
actuemos en uno u otro sentido, que hagamos esto o aquello de un modo imperativo, sin dejar pasar el tiempo.
Así que la duda metódica —la precaución metodológica que consiste en considerar falso todo aquello acerca de
lo cual sea posible dudar, por extravagante que ello pudiera llegar a ser—, sólo se extiende a las cuestiones
teóricas, es decir, a las cuestiones relativas a la existencia y a nuestra capacidad de conocimiento, en estas
cuestiones, podemos suspender el juicio o el asentimiento de una verdad u otra el tiempo que sea necesario hasta
que estemos seguros, pero en los asuntos de la praxis, aquellos referidos a la interacción humana regida por la
libertad, n podemos dejar pasar el tiempo o la oportunidad.

Otra de las explicaciones que dio Descartes sobre la provisionalidad de la moral que presentó en su Discurso del
método se refiere a la necesidad de actuar mientras que se dedicaba a las cuestiones teóricas, aunque nos
anunciaba que la solución de éstas permitiría más tarde revisar o reformular las máximas provisionales. Una vez
asentado el edificio del conocimiento podría aplicarse el método, descubierto y fundamentado, a otras
cuestiones de interés, entre ellas a la moral. Pero esta revisión no la llegó a realizar.

El motivo de que su moral provisional acabara por convertirse en definitiva se nos escapa, pero aun así podemos
aventurar una serie de hipótesis:

Por una parte, no llegó a revisarla por la posible repercusión que pudiera tener para su seguridad dar una
respuesta racional de las cuestiones morales, terreno que en su época era más conflictivo que el de las cuestiones
físicas, anatómicas o mecánicas.

Por otra parte, puede que encontrara que las máximas de su moral provisional eran acordes con su método, en la
medida en que este podía ser aplicado a un terreno como el moral. Debido a que, en el ámbito de la praxis, de la
interacción humana, regida por la libertad, no podemos alcanzar la certidumbre que Descartes atribuye a las
cuestiones teóricas o científicas, donde se trata del orden necesario, de lo que no puede ser de otro modo.

La moral provisional del Discurso del método se resume en cuatro máximas:

La primera máxima, la que se presenta como más provisional, donde planteaba que mientras mantuviera su duda
a nivel teórico, en lo tocante a la actuación iba a seguir además de la religión en la que fue educado, las leyes y

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Historia de la Filosofía
Alba Pérez Berenguer

costumbres imperantes en el país en que viviera, tomando como ejemplo no lo que se decía, sino lo que hacían
los que muestran mayor sensatez y prudencia. También decía que había que huir de todo exceso, para evitar
desviarse del buen camino si se equivocaba, considerando, por último, que el peor exceso sería comprometer su
libertad, aceptando como bueno para siempre lo que ahora le podía parecer como tal, pues más tarde con sus
ideas más claras podía pensar otra cosa más adecuada al bien o la verdad, dejando de considerar como razonable
lo que antes tuvo por tal.

Esta es la única máxima que quedó reformada, en la carta a Elizabeth, de la siguiente manera: actúa siempre
siguiendo lo que la razón presenta como más adecuado hacer en cada caso. El resto de las máximas de su moral
provisional coinciden con las que recoge en esa carta.

Segunda máxima, constancia, ser firme u decidió en las acciones, una vez tomada una decisión llevarla hasta sus
últimas consecuencias, plantea la analogía con un hombre perdido en un bosque, siendo firme en la decisión de
seguir una dirección por lo menos llega a algún lado. En la vida no es prudente demorar las acciones, las
oportunidades pasan, por lo que hay que seguir lo más probable como si fuera verdadero, es mejor equivocarse
que permanecer sin resolución, pues de los errores se puede aprender. Hay que dejar de lado los remordimientos,
la volubilidad, la inconstancia pues frenan la toma de decisiones y condenan a la inacción.

Tercera máxima, vencerse a sí mismo antes que a la fortuna. Como nada está en nuestro poder más que nuestros
propios pensamientos, es más fácil cambiar estos que al destino. Hay que limitar los deseos a lo que no sea
posible alcanzar teniendo en cuenta nuestra propia naturaleza.

Estas tres máximas concluyen en una Cuarta máxima, dedicar la vida al cultivo de la razón, pues no solo la
adquisición de verdades es fuente de satisfacción, sino que la razón es el fundamento de las tres anteriores
máximas. La voluntad tiene que estar determinada por el entendimiento para que seamos libres, basta con juzgar
correctamente para obra bien, si nuestra voluntad sigue los dictados del entendimiento.

Conclusión
En conclusión, estas máximas mostrarían la aplicación de la racionalidad al ámbito moral, que por su propia
naturaleza no puede al candar las certezas que se deban buscar en otros ámbitos como el metafísico o el del resto
de las ciencias que se ocupan de la realidad material donde ride la más estricta necesidad mecanicista. Bajo el
apelativo de provisional, Descartes propuso una serie de reglas procedimentales basadas en su concepción de la
razón y la libertad humana para que se pudiera alcanzar toda la felicidad que nos fuera posible en esta vida.

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